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AMÉRICA LATINA: LOS EXCEDENTES DE POBLACIÓN EN SUS ACTIVIDADES

Mar 10, 2023

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COLONIALISMO INDUSTRIALEN AMÉRICA LATINA

LA TERCERA ETAPA

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COLONIALISMO INDUSTRIALEN AMÉRICA LATINA

LA TERCERA ETAPA

Víctor Manuel Figueroa Sepúlveda

UNIVERSIDAD AUTÓNOMA DE ZACATECAS

EDITORIAL ITACA

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Primera edición, 2013

Portada: diseño de Efraín Herrera

D.R. © 2013 Víctor Manuel Figueroa Sepúlveda

D.R. © 2013 Universidad Autónoma de Zacatecas

D.R. © 2013 David Moreno SotoEditorial ItacaPiraña 16, Colonia del MarC. P. 13270, México, D. F.Tel. 5840 5452www.itaca.com.mx

ISBN: XXX-XXX-XXXX-XX-X

Impreso y hecho en México

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Dedico este libro a

Silvana AndreaManuel Jesús

Víctor ÁlexPedro Emanuel

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RECONOCIMIENTOS

Mi más sincero reconocimiento a la Universidad Autónoma de Zacatecas (UAZ), un espacio donde una incondicional li-bertad de pensamiento efectivamente hace posible que la crítica social fl orezca sin inhibiciones.

También quisiera manifestar mi agradecimiento a los miembros de la comunidad de posgrado en Ciencia Política de la UAZ, con cuyos profesores y alumnos he compartido las ideas que fueron surgiendo en el curso de los años y que así han ganado en sensatez y solidez.

A todos los amigos que han seguido de cerca los avances de nuestro trabajo y lo han estimulado. De manera especial, estoy en deuda con Richard A. Dello Buono, Ximena de la Barra y José Bell Lara.

Una parte de los resultados de investigación aquí expues-tos fueron posibles gracias al apoyo que el Consejo Nacional de Ciencia y Tecnología prestó al proyecto sobre Ciencia para el Desarrollo y la Democracia que he estado conducien-do. Expreso mi reconocimiento a esa institución.

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ÍNDICE

Presentación 13

Introducción 17

1. Imperialismo y colonialismo industrial 251. Insufi ciencias y aciertos de los monopolios en la explicación 262. Relaciones sociales de producción y comercio exterior 403. El funcionamiento del colonialismo industrial 485. Imperialismo y naturaleza 586. Puntos a destacar 66

2. El imperialismo en la tercera etapa 711. Los eternos confl ictos 712. El proceso de la economía neoliberal hasta mediados de la década de 1990 743. Desde 1995 en adelante 914. Capital y naturaleza 995. Para concluir 102

3. El patrón de colonialismo industrial 1071. Barreras a la apropiación por la región del conocimiento científi co de frontera para la producción 1092. Las estrategias para la transferencia de conocimientos y tecnologías (la OCDE, el BM, el BID), 1153. Límites al crecimiento exportador que surgen de las relaciones con los países desarrollados 1304. Contradicciones internas 1395. Regímenes políticos en la tercera etapa 1436. El cambio climático en la región 156

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4. Excedentes de población en la tercera etapa 1631. La sobreoferta laboral en las corrientes de pensamiento. 1652. Défi cit y excedentes de población 1883. La naturaleza del trabajador migrante 1914. Remesas y diferencias salariales 1965. Los excedentes de población en sus actividades 2006. ¿Y el servicio doméstico para los hogares? 2197. Para concluir 222

5. Colonialismo industrial y campesinado 2291. El carácter no capitalista de la economía campesina 2302. De la producción campesina a la de infrasubsistencia 2383. Efectos sociales del neoliberalismo en el campo 250

6. Hacia la descolonización 2631. La cuestión de la forma social de la producción 2642. Datos propios de la región 2703. El gobierno 2734. La transformación de la universidad 2805. La política de ciencia y educación 2866. En resumen 289

Bibliografía 291

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PRESENTACIÓN

Durante la segunda década del siglo XXI, la búsqueda de un escenario para el desarrollo genuino e inclusivo ha dado lu-gar a una persistente frustración para América Latina. Pro-fundas crisis económicas y recurrentes ciclos de violencia han dejado pocas dudas sobre la inviabilidad del neolibera-lismo como una “estrategia de desarrollo”. Más aún, la ex-clusión social explosiva que trajo consigo el desplazamiento de amplias poblaciones a los sectores más vulnerables, ha colocado a América Latina en una encrucijada: o encuentra otro camino o se desliza hacia la barbarie.

¿Por qué el capitalismo se mostró incapaz de convertir los prominentes picos de crecimiento económico en mayor desarrollo para la mayoría de los latinoamericanos? ¿A qué se debe que la acelerada y cambiante tecnología impulsada por el capital global conduzca en la práctica a mayor subde-sarrollo? ¿Por qué un incontrolable fl ujo migratorio es conse-cuente con un desregulado y competitivo estar a la caza de inversión extranjera?

Las respuestas a éstas y muchas otras preguntas sobre el desarrollo se vislumbran claramente en esta importan-te contribución de Víctor Figueroa a la literatura científi -ca sobre el desarrollo. Siguiendo su propio trabajo pionero Reinterpretando el subdesarrollo. Trabajo general, clase y fuerza productiva en América Latina (1986), Figueroa pre-senta en este nuevo trabajo un fresco y visionario análisis de la acumulación de dinámicas del subdesarrollo en Amé-rica Latina.

Siguen siendo un enigma los mecanismos que lograrían hacer benefi cioso el desarrollo tecnológico dentro de las re-laciones sociales capitalistas dependientes. Consciente de este hecho, Figueroa desarrolla un novedoso y perspicaz enfoque de las estructuras reales de la industrialización

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existente de América Latina, conceptualizándolas como co-lonialismo industrial. Al hacerlo, va más allá de la mera acusación retórica y conduce con maestría nuestra aten-ción al papel desempeñado por el imperialismo en cuan-to elemento estructural de una asimétrica y hegemónica integración. Lo que Figueroa nos ofrece es una rigurosa explicación del proceso entrelazado de la reestructuración interna que conlleva la articulación del subdesarrollo con las estructuras reales impuestas por la relación entre so-cios desiguales.

La reformulación crítica de la tesis leninista sobre el imperialismo, elaborada por Figueroa, amplía nuestro en-tendimiento al demostrar que tanto el legado de las inno-vaciones tecnológicas externamente desarrolladas como la ausencia de una efectiva gestión estatal del desarrollo, han inhabilitado a los países latinoamericanos. En ello descan-san la subordinación económica, las transferencias de in-versión hacia los países desarrollados, la insaciable sed de inversión extranjera, los desequilibrios externos y la pro-ducción de poblaciones excedentes, entre otras tendencias que refuerzan la disposición al sometimiento político. Este riguroso análisis de clase de un proyecto imperial que se alimenta de la apropiación de la ganancia generada por la productividad tecnológica, signifi ca que “el desarrollo del subdesarrollo” se diferencia sustancialmente del escenario imaginado por los teóricos de la dependencia de los años sesenta. Nuevos acontecimientos, como el creciente papel que cumple el capital pirata en el seno de los excedentes de población, alteran fundamentalmente la perspectiva de toda la región, donde la condición ecológica es gravemente perjudicada e inclusive la educación superior queda dis-minuida y mutada por la profundización del subdesarrollo realmente existente.

El argumento de Figueroa plantea un formidable desa-fío. El logro de un genuino desarrollo sólo sería posible si se venciera la opresiva y contradictoria formación del co-lonialismo industrial avanzado. Los lectores de este tras-cendente trabajo descubrirán una renovada urgencia de reinterpretar la verdadera naturaleza del subdesarrollo.

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En ese sentido, el análisis crítico de Figueroa retoma el reto conceptual que postuló más de un cuarto de siglo atrás y enfrenta con contundencia la nueva etapa que vive la región latinoamericana.

R.A. Dello Buono, profesor de sociología y estudioslatinoamericanos, Manhattan College, Nueva York

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INTRODUCCIÓN

El propósito del presente trabajo es analizar algunos de los problemas candentes de América Latina —dedicando espe-cialmente nuestra atención a las condiciones de existencia de los sectores populares— durante el periodo que va de fi nes de los años sesenta hasta la actualidad; esto es: en el periodo correspondiente a la tercera etapa del capitalismo en la re-gión. Nuestra refl exión se enmarca en una teoría que hemos venido elaborando a través de los años y a la que esperamos enriquecer con los desarrollos que aquí presentamos.

Como bien sabemos, los esfuerzos orientados a discutir las relaciones internacionales de dominación desde la pers-pectiva del “sur” latinoamericano, son ricos en antecedentes. Las teorías de la dependencia dominaron las preocupaciones progresistas y revolucionarias de los años sesenta y setenta; de ahí en adelante, la refl exión crítica sobre temas genera-les de la región fue gradualmente desalentada, y los temas específi cos y los estudios de casos tomaron su lugar. Varias razones dan cuenta de esta evolución, entre las que sobre-salen la dura represión en contra del movimiento obrero y popular en la región y el correspondiente repliegue del mar-xismo, apoyado este último por los procesos de “adecuación” de amplios sectores de la academia y la política. En los úl-timos años, las cosas han empezado a cambiar junto con un resurgimiento de las luchas populares y una crisis general que ha reactualizado la discusión sobre el futuro. Nuestra expectativa es que este trabajo contribuya en algo a la revi-talización del pensamiento crítico.

Desde la ideología neoliberal se anunciaba que una globa-lización apoyada en políticas de librecambio traería consigo efectos niveladores tanto en las economías como entre paí-ses. Se suponía que ésa es la tarea natural de un mercado que no se detiene en consideraciones acerca de la domina-

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ción económica y política y que más bien actúa sobre la base de datos objetivos. Los ecos de estos argumentos en apoyo de la estrategia imperialista diseñada para enfrentar la crisis que estalló a fi nes de los sesenta y principios de los setenta, todavía se hacen sentir e incluso sirven de apoyo a gobiernos que insisten en una práctica agonizante. La realidad, a su vez, dice su propia historia y muestra que las cosas operan en la dirección contraria. Las desigualdades entre clases y países, en lo que concierne a América Latina, se han profun-dizado.

El desarrollo paralelo de la concentración de la riqueza y de la extensión de la miseria (o de la “pobreza”, según el len-guaje ofi cial), es una tendencia que se explica por la lógica del desarrollo capitalista, tal como fue brillantemente reve-lada por Karl Marx, a tal punto que que cualquier asunto teóricamente relevante alrededor de este tema encontrará una respuesta en su trabajo. Nuestra preocupación aquí se dirige hacia otro tema: la desigualdad entre países y en el seno de los mismos durante la presente etapa del capitalis-mo en América Latina. Nuestro propósito es poner de relie-ve tanto las causas como los mecanismos por los cuales una miseria globalmente creada se focaliza en los países subde-sarrollados, mientras que la riqueza global se concentra en las manos de los grandes capitales de los países desarrolla-dos, quienes comparten las ventajas de la explotación con un puñado de empresarios de la región. Pero también nos interesa fundamentalmente analizar las formas sociales de la miseria en una región como América Latina, donde las clases dominantes, durante su existencia como tales, nunca cuestionaron su posición subordinada dentro de la organiza-ción económica mundial.

La manera como la dominación de unos países sobre otros se reproduce, es abordada tanto desde una perspectiva ge-neral como desde la especifi cidad de la tercera etapa. Sin el primer enfoque no podría entenderse el segundo. En la formulación más general del problema, se trata de la lógica que hace posible la renovación constante de las relaciones sociales de producción que sirven de base a la dominación. Retomamos aquí una convicción a la que llegamos hace al-

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y sus relaciones con el exterior desarrollado
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gún tiempo: el subdesarrollo latinoamericano adquiere su carácter peculiar por el hecho de que el capitalismo en esta región no generó internamente la división del trabajo que lo parte en trabajo general (científi co) y trabajo inmediato (de operación). Las causas generales de la reproducción del im-perialismo encuentran formas específi cas de manifestación en cada etapa. Teniendo presentes los factores más profun-dos que ocasionan la estabilidad de este orden global, pon-dremos aquí especial atención al modo neoliberal de crea-ción de conocimiento científi co y de desarrollo de las fuerzas materiales de producción.

Algunos elementos del proceso de colonialismo industrial y del imperialismo operan espontáneamente, de modo que aparecen como componentes normales del funcionamiento económico de la sociedad; así quedan ocultos factores sub-jetivos de crucial importancia, como el papel que han des-empeñado las oligarquías locales en el mantenimiento de la dominación de unos países por otros. Desde principios del siglo XIX, las oligarquías locales han presumido la supuesta soberanía que conquistaron para sus países tras la derrota del dominio español. No sería distinto en el caso de liberacio-nes más tardías del dominio extranjero, como en Brasil. En realidad, lo que dichas oligarquías lograron hace doscientos años fue abrir paso a una nueva forma de colonialismo. El colonialismo clásico, cuya dominación directa era a un tiem-po económica, política, social y cultural, creó las bases para que se desarrollara plenamente el colonialismo comercial del siglo XIX, dado que éste requería la existencia de Estados for-malmente independientes, capaces de diversifi car sus rela-ciones económicas con el exterior conforme a los cambios en la hegemonía del centro económico global, entonces ubicado en Europa. Y a través del comercio, especialmente a partir de las últimas décadas de ese siglo, se introduciría el colo-nialismo industrial, haciendo posible el funcionamiento de un capitalismo subdesarrollado en la región y estableciendo nuevas formas de dominación.

Las oligarquías locales identifi caron la abolición del colo-nialismo clásico con la eliminación de todo colonialismo, y de ese modo quedó escrito en los libros de texto. Sin cuestionar

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la posición subordinada de sus países en el seno del merca-do mundial, conquistaron ciertos espacios para el manejo de sus intereses. La integración asimétrica de sus países en el orden imperialista nunca llegó a representar un problema para ellas; fue en el interior de este sistema donde organiza-ron su poder económico y político, y jamás han encontrado razón alguna para embarcarse en aventuras independien-tes. La posibilidad de mejorar aún más sus condiciones de existencia enfrentando al sistema imperialista con vistas a crear una relación más equitativa con el mundo desarrolla-do, efectivamente ha existido. Sin embargo, el hecho es que nunca se han comprometido con la construcción de una na-ción verdaderamente libre; su único compromiso abierto y determinado ha sido la defensa del orden mundial vigente. No ven razones para una actitud diferente, no, al menos, mientras puedan poner el peso de las desventajas que el sub-desarrollo representa sobre las espaldas de los trabajadores.

El hilo conductor de los argumentos que presentamos, es la tesis de que la dominación imperial sobre los países subde-sarrollados descansa fundamentalmente en el colonialismo industrial. Esta conclusión es el resultado de una prolonga-da investigación cuyos primeros avances relevantes fueron expuestos en mi libro Reinterpretando el subdesarrollo. Tra-bajo general, clase y fuerza productiva en América Latina, publicado en 1986 por la editorial Siglo XXI en coedición con la Universidad Autónoma de Zacatecas. Las elaboraciones del presente trabajo representan un desarrollo ulterior de aquel libro, por lo que hemos intentado en lo posible evitar repeticiones de lo que consideramos tesis consolidadas; sin embargo, este nuevo esfuerzo aspira a producir un texto que pueda ser leído como un trabajo independiente.

Las relaciones sociales capitalistas de producción y la di-visión del trabajo son las variables clave de las construccio-nes de este trabajo. El “desarrollo” y el “subdesarrollo” capi-talistas adquieren un signifi cado directamente vinculado a esas variables. Desde esta perspectiva analizamos la obra de Lenin. Esto nos permite complementar el concepto de mono-polio, y el impacto de la exportación de capitales adquiere un signifi cado vinculado a la emergencia del subdesarrollo y del

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, lo que hace imposible evitar la referencia a tesis ya publicadas.
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colonialismo industrial. El papel decisivo que desempeña la ciencia en el desarrollo de las fuerzas productivas, lleva a la adopción por parte del Estado de una nueva función: la ges-tión estatal del desarrollo, la cual se concentra en los países desarrollados. Sobre esta base reseñamos el funcionamiento general del colonialismo industrial y abordamos brevemente las relaciones entre el capital y la naturaleza, debido a la crítica situación de ésta en la presente etapa del imperialis-mo. Tales son los temas del primer capítulo, cuyo objetivo es trazar un marco teórico general para los resultados de investigación que expondremos.

En el capítulo 2 abordamos el proceso socioeconómico de Estados Unidos, el país imperialista más directamente in-volucrado en América Latina, durante la tercera etapa —un proceso que transita de una crisis a otra. En el seguimiento de la estrategia de globalización en Estados Unidos, pres-tamos especial atención a la gestión estatal del desarrollo y a sus más importantes efectos internos e internacionales. Ello nos permite presentar desde una nueva perspectiva las motivaciones de la política estadounidense hacia América Latina. Por otra parte, del mismo modo que descartamos una interpretación puramente fi nanciera de la actual cri-sis, también nos interesa poner de manifi esto que incluso un enfoque centrado en las relaciones de producción y en la “economía real”, es en la actualidad insufi ciente. El capital no sólo se encuentra en serio confl icto consigo mismo, sino también en una destructiva relación contradictoria con la naturaleza, y ello le plantea desafíos históricamente nuevos.

En el capítulo 3 examinamos el funcionamiento concreto del colonialismo industrial en la región durante la tercera etapa. El crecimiento orientado al exterior es presentado como una de las dos formas de crecimiento que pueden te-ner lugar en una región industrialmente colonizada, forma a la cual la región latinoamericana fue empujada a ajustarse en el marco de la estrategia neoliberal de globalización. El modo neoliberal de producción de ciencia y progreso es ex-puesto como parte de la maquinaria para la reproducción del colonialismo industrial. En este marco discutimos las formas internas y externas de manifestación de las contradicciones

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que subyacen bajo la organización regional de la economía, tal y como éstas se despliegan a partir de la particular inte-gración de la región en el sistema imperialista.

Los capítulos 4 y 5 son el espacio para la discusión de uno de los principales problemas de América Latina: la po-blación excedente. Éste es el más destacado componente del escenario social latinoamericano, pero también mundial, en la tercera etapa. Su presencia plantea cuestiones decisivas relacionadas con el futuro de la sociedad contemporánea. Importantes esfuerzos se han hecho para abordar este can-dente problema teórico y práctico. De hecho, ha sido aborda-do por todas las corrientes relevantes de pensamiento social, que lo consideran uno que simplemente no puede ser igno-rado; incluso ha llegado a ser considerado un campo particu-lar de investigación por instituciones y estudiosos. Nuestro propósito es demostrar que el colonialismo industrial provee un enfoque apropiado para la explicación de las causas y las formas de manifestación de los excedentes de población. Con este propósito, efectuamos una breve revisión de las prin-cipales corrientes de pensamiento alrededor de este tema, exponemos sus inconsistencias, presentamos nuestras pro-puestas de solución y analizamos las diferentes formas que este sector adopta de cara a la acumulación de capital. La discusión se desplaza desde las proposiciones teóricas gene-rales a la situación que prevalece en las ciudades (capítulo 4), y se detiene en los excedentes de población en el campo, donde el desenvolvimiento de la economía campesina es to-mado como referencia (capítulo 5).

El capítulo 6 reviste una importancia especial. Allí re-fl exionamos sobre una estrategia posible para la lucha con-tra el colonialismo industrial en las actuales condiciones de la región y, correlativamente, del mundo. Intentamos defi nir el marco de las relaciones sociales de producción, ya que es en su ámbito donde una estrategia semejante tiene mayo-res posibilidades de éxito; procuramos, ante las experiencias exitosas que han tenido lugar especialmente en Asia, defi nir las especifi cidades estructurales e históricas de América La-tina en la actualidad; nos esforzamos por precisar los temas políticos más sobresalientes, y nos detenemos en una eva-

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luación del posible papel que cumplirían las universidades en un proceso de este tipo. Si le es dado promover alguna discusión sobre estas cuestiones, entonces todo el esfuerzo desplegado en la producción de este trabajo habrá cumplido su objetivo; el sentido de la crítica social no puede ser sino el de contribuir a procesar la transformación de la sociedad.

Partes de este trabajo han sido publicadas como artícu-los. Revistas como Problemas del Desarrollo, Critical Socio-logy y Aportes han difundido generosamente algunas de las tesis que aquí presentamos, lo cual ha permitido profundi-zar la discusión de las mismas. Dicho material ha sido re-ordenado, actualizado y corregido para, sumado al trabajo inédito, componer este libro. Lejos de ofrecer una suma de trabajos sin vínculos entre sí, este libro expone tesis que, como ya lo hemos señalado, representan desarrollos ulterio-res de proposiciones teóricas que ofrecen una interpretación de la realidad social, económica y política de la región. Aun así, no representan una simple actualización, sino que reco-gen, desde un mismo entramado conceptual, los temas que la historia ha destacado durante el periodo actual, la tercera etapa. El mismo hilo conductor de cada capítulo se dejará percibir fácilmente.

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1. IMPERIALISMO Y COLONIALISMO INDUSTRIAL

América Latina es una de las regiones subordinadas dentro del sistema imperialista. Sus procesos económicos, sociales, políticos y culturales están profundamente condicionados por esta posición. No obstante, más allá del consenso existente al respecto, aún hay preguntas clave que reclaman respues-ta: ¿cómo defi nir exactamente la condición latinoamericana dentro de la economía mundial? ¿Cómo fue históricamente procesada esta condición? ¿Cuáles son sus efectos? Se trata de incertidumbres que también se dirigen directamente a la teoría del imperialismo, lo que hace de esta última el punto de partida general inevitable para abordarlas.

El imperialismo es generalmente entendido como una de las fases históricas del desarrollo del capital; sin embargo, como suele ocurrir con todo proceso social crítico, su estudio ha dado lugar a diversos enfoques y propuestas teóricas. En la base de estos puntos de vista diferentes se encuentra el reconocimiento de que a partir del último tercio del siglo XIX, se produjo una transformación signifi cativa en el seno del mundo capitalista. La observación del científi co social fue atraída en especial por los cambios en el comercio mundial y por la formación de los monopolios, es decir, de empresas que controlaban cuotas importantes de la producción y de los mercados de determinados productos.

Aunque el imperialismo atrajo primero la atención de pensadores liberales, el marxismo lo adoptó como un tema suyo, inspirándose en él para producir obras altamente va-liosas. Como se sabe, una de las primeras y más importantes contribuciones vino de Vladimir I. Lenin. Su trabajo repre-senta una síntesis de las contribuciones teóricas de todo un periodo, síntesis hecha con arreglo a su propio bagaje inte-lectual y a sus propias concepciones sobre el momento. Sus proposiciones fundamentales tienen aún vigencia, pero no

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logran captar integralmente la complejidad de un sistema que él no tuvo la oportunidad de apreciar en su despliegue maduro. Por ello, una aproximación crítica a su trabajo bien podría producir el marco teórico apropiado para abordar las realidades del presente. Nuestro afán aquí es sacar a la luz algunas relaciones fundamentales que él simplemente no es-taba en condiciones de captar, por lo que este esfuerzo puede ser percibido simplemente como un intento de dar continui-dad a su trabajo. Es de esperar que antiguas categorías sean enriquecidas y que otras nuevas emerjan.

1. Insuficiencias y aciertosde los monopolios en la explicación

Para V. Lenin, “lo fundamental” del proceso que produjo al imperialismo “desde el punto de vista económico es el des-plazamiento de la libre competencia capitalista por los mo-nopolios capitalistas” (Lenin [1917] s/f: 386). Nunca ocultó la importancia que asignaba a esta transformación; por el contrario, la resaltó cada vez que tuvo ocasión: “Si fuera ne-cesario dar la más breve defi nición posible del imperialismo, debemos decir que el imperialismo es la etapa monopolista del capitalismo” (s/f: 387). O bien: “El imperialismo en su esencia económica, es el capitalismo monopolista” (s/f: 420). Desde luego, a un autor con una perspectiva multifacética de las cosas, tampoco podía escapársele la unilateralidad y las insufi ciencias de las defi niciones de este tipo, insufi ciencias que el mismo V. Lenin señaló. Pero su énfasis no deja dudas sobre cuál era el factor determinante del fenómeno en su conjunto para él.

La concentración de capital (i.e. la acumulación y la cen-tralización en Karl Marx) crea los monopolios, de donde resulta que el imperialismo es un producto necesario de la evolución del capital. Éste es uno de los presupuestos que distinguirían su interpretación de otras formuladas por libe-rales y socialdemócratas. No son circunstancias históricas al margen del desarrollo del capital, susceptibles de ser elimi-nadas sin daño para el capitalismo, las que han producido al

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imperialismo; este último es una nueva fase en una secuen-cia lógica. Sin embargo, puede apreciarse de inmediato que a pesar de la insistencia de Lenin en su necesidad, se trata para él de un fenómeno que tiene lugar principalmente al nivel de la distribución de los capitales y de la competencia de éstos entre sí; es decir: se trata de un fenómeno cuya ge-neración no compromete la relación fundamental de clases entre capital y trabajo, ni afecta la organización básica de la misma.

Desde luego, en Marx la centralización, como todo proceso de relevancia en el desarrollo del capital, encuentra un moti-vo principal en el incremento de los niveles de explotación;1 pero tratándose de fases históricas del desarrollo del capita-lismo, él sabía que el recurso a los “niveles de explotación” era insufi ciente. De hecho, lo mismo ocurre con otras nocio-nes, como la de ganancia extraordinaria, que de por sí no nos remite a algún periodo específi co en el desarrollo del capital. Tanto la libre competencia como la fase monopólica conocen de la ganancia extraordinaria, por lo que para distinguir-las es necesario recurrir a una tercera variable. Y cuando se trata del estudio del capitalismo, la única variable indepen-diente que conocemos es la relación de explotación misma. Es decir, cada nueva fase aparece como un nuevo momento en el desarrollo de la relación entre el capital y el trabajo, como ocurre, por ejemplo, en el paso de la manufactura a la gran industria; dicho paso implica un cambio crucial en los niveles de explotación, y Marx lo defi ne como un tránsito de la subsunción formal a la subsunción real del trabajo; es decir: como una transformación en la relación de explota-ción. E independientemente de que Lenin, haya apreciado o no esta causalidad para otros efectos, lo cierto es que en su explicación del imperialismo no se trata de una transforma-ción al nivel de la relación misma de capital. Esta cuestión

1 Vale la pena hacer notar que Marx hace aparecer los procesos de con-centración y centralización del capital en el capítulo 23 del tomo I, de El Capital, tomo dedicado al proceso de producción, en tanto proceso que tiene lugar en el seno de una relación social, la cual a su vez es afectada por la producción.

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es fundamental y terminará restando capacidad explicativa al enfoque leninista.

En su trabajo sobre el imperialismo, Lenin otorga a los fenómenos de la competencia una importancia que en rea-lidad no tienen, a tal punto que llega a identifi car la libre competencia con el capitalismo mismo, o por lo menos como su característica principal. De aquí se derivan sus proposi-ciones más oscuras. En efecto, él sostuvo que “la libre com-petencia es el rasgo fundamental del capitalismo y de la producción mercantil en general”; pero como la producción mercantil está presente también en sociedades anteriores, la cuestión de la relación entre productor directo y medios estaría ausente en la defi nición del capitalismo. Al mismo tiempo, afi rmaba que “el monopolio es el perfecto contrario de la libre competencia”. La conclusión contenida en estas dos proposiciones y que Lenin no tuvo reservas en expli-citar, era que los monopolios, siendo una forma contraria al capitalismo en su rasgo fundamental, representaba “la transición del capitalismo a un sistema superior” (s/f: 387). Los monopolios ya no son el capitalismo en su forma pura, pero tampoco describen la sociedad venidera. Esta afi rma-ción no ha encontrado hasta ahora eco en una realidad que proclama, por así decirlo, que los monopolios y el capita-lismo son perfectamente compatibles; que los monopolios y el imperialismo son, cabalmente, una fase del desarrollo capitalista. Para Lenin, el imperialismo ha producido una nueva realidad, pero nunca logró aclarar por qué esta fase debía ser considerada una transición a un “sistema supe-rior”. Lo más cercano a una explicación de este punto es la percepción de un cambio en las contradicciones del sistema, pero que tampoco refi ere a la lucha de clases principales, sino al hecho de que ahora “la producción pasa a ser social pero la apropiación continúa siendo privada” (s/f: 324).2 Es

2 En palabras de V. Lenin: “La competencia se transforma en monopolio. De ahí resulta un gigantesco progreso en la socialización de la producción. Se socializa en particular, el proceso de los inventos y perfeccionamientos técnicos” (s/f: 323). Argumentaremos que el afán de ganancia extraordi-naria apunta hacia la privatización de los conocimientos relacionados con

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la anarquía que resulta de la competencia entre capitalistas privados lo que ha sufrido un duro golpe.

Sin embargo, las últimas décadas del siglo XIX sí fueron testigos de una transformación signifi cativa en las rela-ciones sociales de producción. Se trata de cambios que no fueron percibidos cabalmente por los marxistas de aquella época ni por los posteriores; incluso aparecen negados en sus presupuestos por algunas escuelas bastante posteriores, como la de la regulación. Por ejemplo, M. Aglieta señalaba: “Hablar de la regulación de un modo de producción es inten-tar expresar mediante leyes generales cómo se reproduce la estructura determinante de la sociedad” (1986:4). La “repro-ducción” admite cambios cuantitativos, pero es sumamente insensible a las transformaciones en la calidad de la cosa que se reproduce. De modo que, en relación con Estados Unidos, “el capitalismo sólo puede salir de su crisis orgánica contem-poránea engendrando una nueva cohesión, un neofordismo. Esa cohesión ha de ser compatible con la relación salarial que es el principio de invariabilidad del modo de producción capitalista” (1986: 341). Así pues, el “principio” de la repro-ducción de la relación salarial —que sirve de muy poco si se ha de considerar el capitalismo como un sistema histórico— tenía que terminar inhibiendo la observación de los cambios en la relación de capital. Incluso algunos autores tan perspi-caces como Nicos Poutlanzas se adhirieron a este postulado: “Las disposiciones del Estado concernientes a las mismas relaciones de producción no tienen más objeto que su repro-ducción en cuanto relaciones capitalistas. Puede apreciarse esto diciendo que el Estado capitalista está constituido por un límite negativo general a sus intervenciones; es decir, por una no intervención específi ca en el “núcleo esencial” de las relaciones de producción capitalistas” (1979: 234). Natural-

productos y procesos particulares, y que los principales agentes de esta privatización son precisamente los monopolios. La generalización de estos conocimientos anuncia el fin del ciclo del producto o del proceso productivo y su reemplazo por otros nuevos. Pero, además, tampoco se socializan las experiencias y rutinas específicas de las empresas que generan e introdu-cen innovaciones.

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mente, esto debía llevar a una concepción aislacionista del Estado capitalista, que negaría a éste cualquier papel en la transformación de las relaciones sociales capitalistas de pro-ducción.

Karl Marx, cuyo método obligaba a mantener la vista en las relaciones de producción, pudo percibir sus transforma-ciones durante ese periodo, aun cuando entonces apenas se insinuaban ante sus ojos. Una nueva división del trabajo te-nía lugar y él la defi nió identifi cando el trabajo general o uni-versal, por un lado, y el trabajo inmediato o de operación, por otro ([1867] 1986, tomo 3, vol.6: 128). Durante el periodo de la manufactura, la mente y la mano trabajaban al unísono, incorporados en la fi gura del productor directo pleno, cuya voluntad e intelecto determinaban el curso y la materiali-zación del proceso laboral. Con la gran industria, el traba-jador de operación fue despojado de intervención creativa y, cada vez más, adherido a la máquina como un apéndice. Su fuerza de trabajo fue reducida a las habilidades físicas para seguir los ritmos y direcciones predeterminados por el com-plejo mecánico. Pero al mismo tiempo crecía la necesidad de intervención del conocimiento, atizada por: a) la urgencia de las industrias rezagadas de alcanzar a las demás y ponerse al día; b) la demanda de nuevos medios de comunicación que la nueva industria iba creando, y c) de modo decisivo, el afán de incrementar el plusvalor y de ganancias extraordinarias. En otras palabras, la demanda de conocimiento surgía desde el corazón de la producción capitalista y de todas las ramas productivas. Al mismo tiempo, el conocimiento requerido ganaba en complejidad. La organización de la ciencia para efectos productivos pasaba a ser una necesidad, la cual em-pezó a satisfacerse primero en Alemania, seguida muy pron-to por Estados Unidos.

Se organiza de este modo el trabajo general,3 o científi -co, cuya función específi ca será la creación de progreso, a través de la continua concepción y materialización de bie-

3 He intentado una cuenta relativamente amplia del proceso que lleva a esta división del trabajo en Figueroa (1986).

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nes y procesos nuevos. En la literatura contemporánea, la producción de progreso es reconocida como “investigación y desarrollo”, donde “investigación” se refi ere al “estudio siste-mático orientado a obtener un conocimiento científi co o una comprensión más completa del objeto estudiado”, compren-sión que puede ser: a) básica, cuando “el objetivo es obte-ner conocimiento o comprensión de un fenómeno sin tener en mente aplicaciones específi cas”; o b) aplicada, cuando “el objetivo es ganar los conocimientos o la comprensión que son requeridos para satisfacer un necesidad específi ca”. A su vez, por “desarrollo” se entiende “el uso sistemático del cono-cimiento o la comprensión obtenidos de la investigación con vistas a la producción de materiales, aparatos, sistemas o métodos, incluyendo el diseño, el desarrollo y el mejoramien-to de prototipos y nuevos procesos”. A menudo, la investiga-ción aplicada y el desarrollo material aparecen fusionados estadísticamente en una sola actividad, lo cual nos parece conceptualmente correcto. Así, la innovación y el cambio son el objetivo principal de las actividades de investigación y de-sarrollo, las cuales relegan las tareas de control de calidad, las pruebas de rutina de los productos y la producción de los mismos al ámbito del trabajo inmediato, reducido a la tarea de hacer funcionar esas innovaciones y ponerlas al servicio de la producción masiva.4 Esta nueva división del trabajo constituye una transformación crucial en el desarrollo del capitalismo.

Si bien el desarrollo de la gran industria durante el si-glo XIX venía transformando crecientemente al obrero en un apéndice de la máquina, el trabajo inmediato continua-ba aportando las cualidades intelectuales requeridas en el proceso laboral. La transformación en curso aísla el trabajo científi co y le atribuye la tarea específi ca de procesar el de-sarrollo de las fuerzas productivas, a la vez que despoja al trabajo inmediato de cualidades creativas no relacionadas

4 De este modo emplean el concepto de “investigación y desarrollo” la Office of Management and Budgets, the National Science Foundation y la Ameri-can Association for de Advancement of Science (AAAS). Véase AAAS, http://www.asss.org/spp/rd/define.htm

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con la operación de los nuevos medios de producción. Así, a la separación que los productores directos sufren respecto de sus medios de producción y luego respecto del control de los procesos de trabajo, le sigue ahora la separación de sus facultades físicas y mentales en dos versiones distintas del trabajo. Si el artesano fue el gran gestor de la revolución industrial, y continuaría por un tiempo garantizando el fun-cionamiento de sus inventos, o aun su perfeccionamiento, también creó las bases para el desarrollo que terminaría desdoblando el trabajo y desarticulando su localización en un mismo individuo. Con ello se desdobló también el merca-do laboral.

La explotación del trabajo en dos áreas diferenciadas vendría a fortalecer el poder del capital sobre los trabaja-dores. Los productores directos en el trabajo inmediato en-cuentran ahora límites para la negociación del valor de su fuerza de trabajo, la cual pasa a descansar sobre la expan-sión del ejército industrial y en su capacidad de organización sindical, mientras que su califi cación pierde importancia en este terreno. Al mismo tiempo, la innovación constante de los procesos productivos garantizará la obtención también permanente de plusvalor relativo, con su efecto hacia abajo en el valor de la fuerza de trabajo. El trabajo científi co, a su vez, hará descansar sus ingresos predominantemente en su califi cación, no sólo durante la etapa en que aparece esta división social, sino también posteriormente, debido a la in-competencia de este sector para organizarse sindicalmente. De modo que la nueva situación vendrá a fortalecer el poder del capital sobre el trabajo.

La importancia del Estado fue elevada a un nuevo ni-vel; ahora era llamado a extender paulatinamente su in-jerencia en el desarrollo de la ciencia y en las aplicaciones productivas de ésta, y fue encontrando para sí una nueva tarea propia del capitalista colectivo: a las tradicionales tareas económicas relacionadas con los avances de capital social (constante y variable), se agrega ahora una nueva función: la creación de condiciones generales para el traba-jo científi co aplicado a la producción. Entre estas condicio-nes destacan:

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– el impulso a la ciencia, en especial la ciencia básica – la socialización de los nuevos conocimientos – la formación de cuadros para el trabajo científi co – la promoción de la colaboración entre las distintas áreas de la ciencia

– la colaboración científi ca internacional.

Se trata de condiciones imprescindibles para el desarro-llo de las fuerzas productivas, cuya existencia no garantiza la obtención de ganancias directamente y que involucran el interés general de la nación. Estas tareas confi guran una gestión estatal del desarrollo, la cual se completa con la cali-fi cación de fuerza de trabajo y el levantamiento y constante puesta al día de la infraestructura física (Figueroa, 1995). A través de esta gestión, el Estado ha actuado directamente en benefi cio del desarrollo del trabajo asalariado y la división del mismo, consolidándola.

Sobre esta base los capitales individuales buscarían le-vantar su propia estructura científi ca para la innovación de sus procesos y bienes, aunque también han confi ado en el concurso de inventores privados mientras la magnitud de la tarea, siempre en aumento, no se los ha impedido. De este modo, una parte del conocimiento científi co relacionado con determinados procesos y bienes nuevos sería puesto bajo el control de los capitales individuales.

Se comprenderá de suyo que mientras la introducción de nuevas aplicaciones tecnológicas de la ciencia requiere de las condiciones generales aportadas por el Estado, la depen-dencia de los capitalistas a su Estado se incrementa. En la medida en que la ciencia generaliza su injerencia en la pro-ducción, se pone de manifi esto que el desarrollo ya no puede más ser la obra exclusiva de los capitalistas individuales y, por lo mismo, no puede ser dejada en manos del mercado. De este modo se profundiza la fusión económica entre los gran-des capitalistas y el Estado.

Ciertamente, existe una estrecha relación entre la ges-tión estatal del desarrollo y la actividad científi ca de las em-presas privadas. El avance de la ciencia básica abre nuevos espacios para la aplicación productiva del conocimiento, y es

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de esperar que ésta siga formulando nuevas interrogantes a aquélla. De la misma manera, la explotación privada de la ciencia no sería posible sin los investigadores que el Estado forma. A la inversa, el Estado no contaría con referencias sobre las necesidades de califi cación de los cuadros para el trabajo científi co si no tomara en cuenta la situación de la industria, etcétera. De hecho, el trabajo general en condicio-nes de capitalismo privado es objeto de una subdivisión en-tre el Estado y los empresarios. El primero se hace cargo de aquellas actividades que no garantizan o no producen por sí mismas ganancias, así como de todo aquello que puede con-siderarse condición general del trabajo científi co. Todos los capitalistas concurren a la formación del fondo de valor que habrá de fi nanciar estas actividades. Los capitalistas indivi-duales, por su parte, se concentran en la aplicación produc-tiva de los conocimientos. Desde luego, ésta es la concepción básica de la organización del trabajo general, y ciertamente puede ocurrir, como en realidad ocurre, que las instituciones privadas realicen investigación básica y no siempre subsi-diada por el Estado o encargada por éste.

Cabe esperar que mientras mayor sea la cantidad y me-jor la calidad de la gestión pública y privada en benefi cio del desarrollo, mayor será su impacto en cuanto a mejorar la posición de la nación en el seno del mercado mundial. El grado de articulación que alcancen el Estado y los capitalis-tas individuales, además de los niveles de experiencia acu-mulados y la masa de recursos empeñados en esta empresa, serán decisivos. Pero para hacer avanzar a la nación en este plano, el Estado ahora ya no depende sólo de los capitales nacionales. Puede valerse, en efecto, del concurso de capita-listas extranjeros interesados en participar en el avance del conocimiento con aplicación productiva y/o en participar en el desarrollo científi co del país. En la medida en que ello ocu-rre, se pone de manifi esto que el punto de vista del Estado sobre el interés de la nación no se enclaustra en el interés de sus propios capitalistas, y que estos últimos no se limitan a apoyarse sólo en su propio Estado nacional.

Desde ya puede percibirse, entonces, que el control so-bre determinados procesos y sus mercados, y por lo tanto

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los monopolios, están principalmente basados en el control del conocimiento que esos procesos y bienes objetivan. Y si se tiene en cuenta que ni el modo técnico de producción ni sus productos son considerados nunca como defi nitivos, habrá de concluirse que la posición hegemónica de las empresas depende directamente de la masa y de la calidad del trabajo general que explotan. Así lo comprendieron las empresas que avanzaron en la creación de sus propios departamentos de investigación y desarrollo y/o que trabajan en estrecho vín-culo con universidades, fundaciones e inventores privados.

Así como la obtención de ganancia extraordinaria esti-mula el progreso tecnológico, el control sobre este último permite prolongar el periodo por el cual dicha ganancia es obtenida; de ahí los esfuerzos por proteger el conocimiento e impedir su difusión. Los monopolios son auténticos parti-darios de los derechos de autor y de sus propios secretos in-dustriales. En la medida en que logran conservar para sí sus logros en conocimiento, los monopolios son efectivamente conservadores; pero siempre en algún punto la exitosa bús-queda de plusvalor vuelve a presentar una amenaza para el monopolio conservador, que se ve así obligado a introducir nuevas innovaciones.

En resumen, los monopolios no controlan productos y mercados solamente en virtud de la magnitud de sus capi-tales, sino además y principalmente en función del conoci-miento que controlan. Es cierto que conforme la empresa científi ca crece en complejidad y en costos, los capitales que la impulsan son, en general, cada vez más grandes; y tam-bién lo es que los productos exitosos tienen ante sí mercados crecientemente más amplios cuya explotación requiere de masas elevadas de recursos. Pero no es menos cierto que nin-gún monopolio que no resulte del control sobre condiciones naturales extraordinarias, puede sostenerse en el mercado de manera indefi nida si no controla momentos cruciales del conocimiento objetivado en los bienes que produce y/o en los procesos tecnológicos para producirlos.

Durante la primera etapa del imperialismo (1870-1930), las empresas se concentraron en las aplicaciones producti-vas del conocimiento, más que en establecer un control di-

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recto sobre el mismo. Los monopolios eran antes que nada capital en gran escala, el tipo de capital que se requería para impulsar el progreso capitalista en ese tiempo (industria del acero, redes internacionales de ferrocarriles y de navega-ción, telégrafo internacional, grandes instalaciones portua-rias y demás). En la segunda etapa (1950-1970), los monopo-lios desplazaron a los inventores independientes y pasaron a ser la principal fuente de patentes. Desde la década de 1970 hasta hoy (la tercera etapa), las grandes compañías han estado llevando a cabo la internacionalización de sus ac-tividades de investigación y desarrollo, especialmente hacia los llamados “países emergentes”, pero también, aunque en una escala mucho menor, hacia los países subdesarrollados, incluidos los de América Latina.

Cada etapa en el desarrollo del imperialismo ha infor-mado de distintas maneras de crear conocimiento científi -co para la producción material. El lugar de cada uno de los agentes de este proceso aparece reformulado en cada nueva etapa, condicionando los fi nes de la ciencia en cuanto a sus énfasis principales.

Bajo el neoliberalismo, la noción de que el desarrollo ma-terial obtiene del mercado los estímulos sufi cientes para te-ner lugar, o, mejor todavía, que estos estímulos son los más adecuados para impulsar el desarrollo, produjo reajustes en la relación de las partes involucradas en el cambio tecno-lógico, tanto entre sí como con respecto a la producción de conocimientos. La empresa privada, que siempre ha desem-peñado un papel principal en el cambio tecnológico, pasó a ser la depositaria de una responsabilidad todavía mayor en este proceso. Formalmente, no siempre se le reconoce un rol dirigente en la producción de conocimiento y en sus aplica-ciones productivas; más bien se tiende a ubicarla en una po-sición similar a la de otros agentes, como ocurre en muchos análisis vinculados al modelo analítico de la “triple hélice”, que articula al gobierno, las empresas y las universidades. El caso es que el objetivo de los nuevos arreglos entre ins-tituciones es el desarrollo de la producción, fundamental-mente para benefi cio de la empresa privada y la obtención de ganancia.

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Por un lado, esto vendría a signifi car en Estados Unidos un aumento de la participación privada en el fi nanciamiento de la investigación. La participación de las empresas en el fi nanciamiento de la investigación y el desarrollo (IyD) cre-ció de manera consistente durante el periodo, aunque la ten-dencia fue contenida durante la década de 2000. En 1977, las empresas aportaban 46.8% del fi nanciamiento; en 2007, 66.6%. La contribución del Estado, desde luego, evolucionó en sentido inverso: pasó de 50.6% a 27.6% durante el mismo periodo (Figueroa, 1992, y RICYT, 2010).

Por otro, la infl uencia del interés privado en la defi nición de los contenidos de la investigación, se multiplicaría. Estos últimos, en lo principal, pasan a ser defi nidos por las necesi-dades específi cas de las empresas. Los fi nes de la ciencia es-tán siempre condicionados socialmente. El nivel más profun-do de determinación viene desde el corazón de las relaciones sociales de producción y de la necesidad de incrementar el plusvalor. Dentro de ese marco, las nuevas relaciones entre agentes clave también contribuyen a redefi nir los fi nes de la ciencia. En nuestro caso, la política científi ca del neolibera-lismo contendría las siguientes implicaciones:

a) La investigación agudiza su concentración en la solu-ción de problemas concretos de las empresas, por lo que se debilita su atención a problemas más generales. El ámbito de preocupaciones de la ciencia se estrecha y su potencial de expansión se contrae, porque tiende a foca-lizarse en el interés privado.

b) La noción misma del interés del capital fortalece una versión reduccionista del mismo. La ganancia privada se sacude en parte de consideraciones sobre el interés ge-neral de los capitalistas. En el caso de Estados Unidos, ambas consecuencias pueden apreciarse, por ejemplo, en la escasa atención prestada a la investigación sobre los problemas del medio ambiente y de la energía durante prácticamente todo el periodo neoliberal. Esta negligen-cia ha cobrado sus cuentas en el actual confl icto entre la producción y la naturaleza, o en la ausencia relativa de respuestas al advenimiento del peak-oil (Figueroa, 2010).

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El Estado, por su parte, continúa realizando e impul-sando investigación científi ca. Su actividad en este plano, relativamente disminuida, está ahora más orientada por la convicción de que la competitividad, tanto de la economía nacional como de sus empresarios, exige fomentar aquellas áreas científi cas cuya incidencia en la productividad es más grande e inmediata. Estas áreas, en el plano de las ciencias básicas, resultaron ser el rubro de las computadoras y los productos electrónicos, y el de productos bioquímicos y far-macéuticos. En el caso de Estados Unidos, las pretensiones hegemónicas también han favorecido ampliamente la inves-tigación relativa a armamentos y a la seguridad nacional.

Un aspecto donde la importancia del Estado se acrecien-ta, es su actividad como coordinador de la relación entre la comunidad científi ca y las empresas. No se trata simplemen-te de administrar relaciones ya dadas, sino que en buena medida el punto es reorganizar esas relaciones y adecuarlas al presupuesto de que la iniciativa está en manos de la em-presa privada. En cuanto a la comunidad científi ca no di-rectamente involucrada con las empresas, en particular las universidades han sido convocadas —y presionadas, como veremos más adelante— a abandonar sus anhelos de au-tonomía, al menos en sus rasgos más radicales. El espacio para los proyectos científi cos independientes —los cuales son resultado de la mera curiosidad o de la pasión por el conocimiento—, a pesar de que nunca ha sido tan amplio como sería deseable, se reduce y debe ceder su lugar a los problemas que emanan del funcionamiento de las empresas. El científi co para el que el conocimiento en sí lo es todo, pue-de considerar que dicha problemática es inherente a fi nes poco legítimos; pero en realidad incluso la producción capi-talista está regulada por principios científi cos, y el Estado no hace otra cosa que cumplir su misión cuando busca poner a la ciencia al servicio de la ganancia. La ciencia pasa a tener sentido en un “contexto de aplicación”, es decir, uno donde los científi cos reemplazan sus agendas de trabajo autónoma-mente establecidas, por otras que les permiten integrarse al campo de los temas y ritmos planteados por el desarrollo económico. De este modo, habrá que decirlo, se abren más

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amplios espacios para aquellos científi cos con mayor inclina-ción a los impactos prácticos del conocimiento.

Las universidades, y especialmente las universidades pú-blicas, deben renunciar a su aspiración de crear conocimien-to para todos; en vez de eso, deben concentrarse en respon-der a las demandas de empresas y organismos que esperan que los conocimientos creados sirvan fundamentalmente para la producción de ganancias. Lo mismo vale en lo que se refi ere al compromiso universitario con la ciencia básica, el cual debe reorientarse hacia aquellas áreas donde la deman-da de conocimiento de parte de las empresas privadas es ma-yor. Veremos más adelante que la nueva aproximación a la producción de conocimientos ha abierto nuevas rutas para el desenvolvimiento y desarrollo futuro de las universidades.

En términos generales, el rol del Estado, en la presente fase del desarrollo capitalista, pone el énfasis en la tarea de forjar las nuevas relaciones entre la comunidad científi ca y las empresas, con miras a fortalecer lo que se ha dado en llamar el “sistema nacional de innovación” (SNI). De hecho, la innovación ha pasado a ser la principal preocupación de los estudios sobre la producción de conocimiento científi co, lo cual ha puesto en evidencia la verdadera motivación de dicha producción para el capitalismo del presente. De acuer-do con la OCDE, los procesos de innovación consisten en “la implementación de un nuevo o signifi cativamente mejorado producto (bien o servicio) o un nuevo método de marketing. Esto incluye cambios signifi cativos en la tecnología, el equi-po y/o el software” (2005: 163). El estudio del cambio tecno-lógico abarca así las diversas fases —desde su concepción hasta su consumo— de un bien, un servicio o un proceso, y también comprende a los diversos agentes que intervienen en dichos cambios, aun cuando la intervención de la inves-tigación científi ca o la creación de nuevos bienes o procesos, no hayan sido requeridas. Un país subdesarrollado innova a través de la importación de progreso, y en la medida en que lo haga, aparenta estar sobre los rieles del desarrollo. Se sobreentiende, por lo tanto, que las relaciones que el Estado promueve entre las comunidades académicas y los empre-sarios a fi n de innovar, tendrán un signifi cado diferente en

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las distintas categorías de países que dan forma al esquema imperialista.

El SNI incluye el inventario de todos los recursos materia-les y humanos que participan en los procesos de innovación. El Estado no sólo debe movilizarlos en la perspectiva del cambio tecnológico, sino que también debe continuar garan-tizando las condiciones generales del desarrollo en términos del avance de los capitales constante y variable sociales. No hace falta decir que el incremento del poder del capital pri-vado en el ámbito de las relaciones entre los dos polos de la economía mundial, viene a fortalecer el control que los grandes monopolios ejercen sobre el cambio tecnológico, así como su infl uencia sobre la ruta tecnológica seguida por los países subdesarrollados. La mayor parte de las actividades de IyD que tienen lugar en el mundo, son realizadas por esas empresas, las cuales se concentran en un número reducido de países (Estados Unidos, Japón, Inglaterra, Alemania y Francia). El mayor poder del que gozan no sólo tiene efectos en sus respectivas economías; también habrá de traducirse en un mayor control de los monopolios sobre las economías subdesarrolladas.

2. Relaciones sociales de produccióny comercio exterior

La exportación de capitales es el rasgo que caracteriza el comercio bajo el capitalismo monopolista. En la teoría de Le-nin, éste es otro rasgo del periodo imperialista. En el esque-ma del pensador y político ruso, la “exportación de capitales” se refi ere al desplazamiento de recursos monetarios hacia el exterior, donde habrán de actuar como capital dinero para la inversión productiva, por lo que promueven también la exportación de medios para la producción. Éste es el medio principal por el cual los países avanzados llevan a cabo la expoliación de los países “atrasados” que, sin embargo, han ingresado en el capitalismo o están en ello.

Se puede afi rmar que en Lenin la causa de la exportación de capitales es la búsqueda de ganancias; con todo, a veces

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introduce en su explicación la innecesaria noción del “exce-dente” como resultado del “desarrollo desigual” de las distin-tas ramas del capitalismo.5 Él sostenía lo siguiente:

Mientras el capitalismo sea lo que es, el excedente de capital será utilizado, no para elevar el nivel de vida de las masas de un país determinado ya que ello signifi caría disminuir las ga-nancias de los capitalistas, sino para acrecentar sus benefi cios, exportando capitales al extranjero, a los países atrasados. En estos países las ganancias son generalmente elevadas, debido a que el capital es escaso, el precio de la tierra es relativamente bajo, las materias primas son baratas (361).

En realidad no hay necesidad de compromiso con la idea de que la ganancia será necesariamente más atractiva en los países “atrasados”. Estos últimos pueden no ofrecer las me-jores condiciones para la producción en términos de disponi-bilidad de fuerza trabajo califi cado, la provisión de insumos y, en general, del ambiente tecnológico requerido, además de los mercados para la realización de los productos. Son estas razones las que han determinado que el comercio de capita-les se concentre en los países desarrollados.

La búsqueda de la mayor ganancia en el exterior requiere de la producción por medio de los métodos adecuados a la época. De modo que cuando una empresa exporta capitales, no lo hace simplemente porque puede hacerlo en función de su tamaño, sino además porque puede hacerlo con la pers-pectiva de obtener la más altas cuotas de ganancia, debido a sus niveles de competitividad. Desde luego, si se trata de

5 En este punto, Lenin (1974) retoma las proposiciones formuladas en El de-sarrollo del capitalismo en Rusia sobre la desproporcionalidad y el comercio exterior, buscando hacerlas compatibles con al argumento de la ganancia. Allí había sostenido que “las diferentes ramas de la industria que hacen de ‘mercados’ unas para otras no se desarrollan de manera uniforme, sino que se sobrepasan unas a otras, y la industria más adelantada busca el mercado exterior (...) Ello informa de la falta de proporcionalidad en el desarrollo de las distintas ramas. Con otra distribución del capital nacional esa misma cantidad de productos podría ser realizado dentro del país” ( pp. 52-53). El enfoque tiene implicaciones teóricas que no discutiremos aquí.

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mercados protegidos en los países subdesarrollados, los mé-todos de producción adecuados a la obtención de ganancias no son necesariamente los más modernos.

Para resolver la cuestión relativa al sujeto del imperialis-mo, Lenin, apoyándose en R. Hilferding, retoma la noción de capital fi nanciero, sobre cuya base se crea una oligarquía fi -nanciera, entendida como la fusión o el entrelazamiento del capital industrial y el bancario. La cuestión de cuál capital impone su primacía en la alianza, es secundaria; tampoco introduce un cuestionamiento serio la observación de si se debe o no incorporar el capital comercial u otras formas del capital dinero, asuntos sobre los cuales seguramente Lenin no hubiera tenido objeciones. Estos grupos capitalistas, que surgieron de la concentración y centralización del capital, se transformaron en los agentes de la exportación de capital y en los benefi ciarios de la expoliación de los países atrasados.

Hasta aquí la noción de imperialismo se abre a dos con-juntos de relaciones: las que se establecen entre los países desarrollados, donde las oligarquías fi nancieras internacio-nales compiten directamente entre sí, y las que tienen lugar entre aquéllos y los países “atrasados”. La idea del “imperio” o de la dominación, a su vez, sugiere que las relaciones do-minantes en el análisis serán las últimas, y que las relacio-nes entre países desarrollados que interesan al análisis del imperialismo, son aquellas que se refi eren a la hegemonía sobre el resto del mundo. Ahora bien, los monopolios apare-cen en primer lugar como el producto de una transformación interna del capital, como una expresión de ella, indepen-diente del tipo de relaciones externas, y al mismo tiempo constituyen una realidad de todo país capitalista, dominante o dominado. Entonces, ¿qué es lo que hace posible que unos países y sus monopolios dominen sistemáticamente a otros países donde también hay monopolios e incluso exportación de capitales?

Una respuesta posible es que la causa se encuentra en el atraso de los países dominados. ¿Pero qué es lo que deter-mina el atraso? A esto se puede responder que una causa fundamental es el comercio; pero desde que algunos países —como Japón— superaron su situación de atraso, o lo están

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logrando, como es el caso de otros países de Asia (para lo cual también se han valido del comercio), es necesario soste-ner que si el comercio participa en la dominación, lo hace de manera secundaria con relación a causas principales de otro tipo; o sea: reaparece aquí el predominio de la producción sobre la circulación; este enfoque no desestima el problema del intercambio desigual, pero sugiere que las relaciones de intercambio nunca serán abordadas en forma adecuada, ni satisfactoriamente resueltas, si el imperialismo no es conce-bido en primer lugar como una cuestión de la relación social capitalista. La perspectiva resultante debe explicar por qué los países dominados pueden profundizar su subdesarrollo mientras incursionan en la moderna producción, poniendo en evidencia que combatir el “atraso” no es lo mismo que combatir el subdesarrollo y el imperialismo. Esta última es la cuestión que fi nalmente interesa en relación con la pre-sente discusión teórica.

Harry Magdoff, con toda razón, había hecho notar que “el deseo y la necesidad de operar a escala mundial están insertadas en la economía del capitalismo”, y que “vista en esta forma, la exportación de capital, al igual que el comercio exterior, es una función normal de la empresa capitalista” (1977: 87-88). Por sí misma, la exportación de capital no in-forma de la posición del país exportador ni de la del país importador en el mercado mundial, o sea, no da cuenta de relaciones de dominación. Pero esto no quiere decir que la exportación de capitales desde los países más avanzados no haya generado efectos que contribuyeron a la formación del subdesarrollo y al establecimiento del imperialismo en cuan-to fase capitalista donde unos países aparecen condenados a una posición subordinada en el mercado mundial.

En el caso de América Latina, la penetración de capitales en la industria, la minería y los transportes, en especial a partir de la segunda mitad del siglo XIX, tuvo cuando menos dos efectos notables: 1) estimuló la difusión del capitalismo en los países importadores (Lenin hizo notar este resultado), y 2) al mismo tiempo hizo posible la aparición de un capita-lismo que operaría sobre la base del progreso generado en los países avanzados. La exportación de capitales contribuyó

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a difundir el trabajo asalariado, pero también impidió que éste se desdoblara en trabajo general y trabajo inmediato en los países receptores. El capitalismo impulsado por los gran-des monopolios del centro da así otra muestra clara de su aversión a la competencia y busca impedir el surgimiento de eventuales adversarios en la lucha por los mercados; no ha hecho más que contribuir a forjar capitalismos nacionales que pueden funcionar sin generar internamente capacidad competitiva. Los países que realmente compiten en el mer-cado mundial son los países desarrollados. La exportación de capitales contribuyó, en otras palabras, a la formación del capitalismo subdesarrollado, cuyo rasgo específi co, como puede verse, se defi ne al nivel de la relación social de explo-tación, y no a partir de manifestaciones de la misma.

Ahora podemos apreciar la diferencia que existe entre los monopolios de las diversas categorías de países. Bajo el sub-desarrollo, el monopolio no es el resultado de un desarrollo interno de las fuerzas productivas. Su emergencia y consoli-dación están vinculadas a la importación y transferencia de progreso desde los países desarrollados. A ello está vincula-da también su capacidad competitiva; es decir: el monopolio local surge y se consolida en estrecha dependencia al capital extranjero que controla el progreso de la industria de que se trate; de ahí que sea precisamente ese capital extranjero el que goza de las mejores condiciones materiales para acceder a posiciones monopólicas en los países subdesarrollados.

Hemos insistido en califi car como “contribución” el rol de la exportación de capitales en la formación del subdesarro-llo, porque éste no era un resultado absolutamente necesario de la misma (Figueroa, 1986). Teóricamente, existía la posi-bilidad —realizada prácticamente en Japón tras la apertura forzosa de mediados del siglo XIX— de que las clases domi-nantes locales, en vez de asumir acríticamente la invasión de capitales, buscaran apropiarse del conocimiento incorporado en los medios de producción que estaban expandiéndose en la época, con la perspectiva de producirlos localmente. Sin embargo, los grupos dominantes en la región sólo tenían el mercado mundial como patria, y bien puede sostenerse que nunca llegaron a imaginarse una existencia no subordinada

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a los polos avanzados de la economía mundial. Carecían de vocación nacionalista y no se molestaron en embarcarse en proyectos de desarrollo generados internamente. El punto es crucial: la aparición del imperialismo como relación entre di-ferentes categorías de países, no fue el mero resultado de la actividad de la oligarquía fi nanciera central, que exportaba unilateralmente capitales; fue posible también porque dicha oligarquía contaba, en los países receptores, con la colabora-ción de una clase dominante predispuesta a su internaciona-lización subordinada dentro del nuevo modo de producir. La emergencia del imperialismo encontró en América Latina un actor complementario, una clase capitalista emergente que desde entonces opera como eslabón subordinado del ca-pitalismo mundial.

Así pues, las clases capitalistas de la región emergieron estructuralmente adheridas a las clases capitalistas del cen-tro y de sus Estados; es decir, como se diría ahora, nacieron globalizadas. Así determinaron su existencia como burgue-sías consumidoras, por cuanto harían descansar su propia expansión en el consumo de progreso. Cancelaron también de ese modo la expectativa de construir unas naciones efec-tivamente integradas en la esfera económica y se defi nieron como apéndices de las burguesías del centro. En efecto, re-sulta evidente que sus relaciones con el centro no responden a una división internacional del trabajo que les permita en-frentar esas relaciones desde posiciones similares. Los ca-pitalistas del centro no tenían motivos para renunciar a la explotación del trabajo inmediato, dejándolo en manos de los países subdesarrollados.

Así, en la diferente organización de la relación de capital se asentaría la dominación de unos países por otros, la pri-macía del desarrollo sobre el subdesarrollo. La dominación imperialista en este aspecto se fundamenta en estructuras de clases diferentes dentro de una misma base económico-so-cial capitalista. Lenin no podía percibir este asunto —como, hasta donde sabemos, no lo ha hecho ninguna teoría del im-perialismo— por dos razones: su punto de partida no fueron precisamente las relaciones de explotación, y no había ma-nera de percibir la realidad de su tiempo como despliegue

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signifi cativo de una nueva estructura de clases a nivel in-ternacional.

La exportación de capital, en lo que concierne a los países atrasados, signifi có por lo tanto mucho más que la mera transferencia de capital monetario y de medios de producción; implicó también la transferencia del trabajo científi co objetivado en esos medios, e hizo posible que los países receptores pudieran acumular sobre la base de un progreso externamente generado. En esa medida, y con el consentimiento de las oligarquías locales, impidió el desa-rrollo de la división capitalista del trabajo. De ahí en ade-lante, los grupos dominantes locales se dedicarían princi-palmente a explotar el trabajo inmediato y a promover una califi cación del trabajo necesario para garantizar la ope-ración de medios de producción creados en el exterior. De este modo surgió el subdesarrollo capitalista que vendría a internalizar en la economía la operación del colonialismo industrial.

En cada nueva etapa del capital, América Latina ha es-tado abierta al arribo de los correspondientes medios de pro-ducción. Durante la primera fase recibió los productos de la segunda ola de cambio tecnológico originada en Europa y Estados Unidos. Equipo eléctrico, teléfonos, motores de com-bustión interna, vehículos y procesos de fl otación son algu-nas de esas innovaciones tecnológicas. Al mismo tiempo, la región sería testigo de cómo algunas de esas innovaciones terminarían evaporando el valor económico de algunos pro-ductos naturales, como el del salitre, de tanta importancia para Chile, tras la invención del salitre sintético. Fueron los medios de producción vinculados a estas innovaciones los que determinaron un compromiso directo de la región con el plusvalor relativo. La región no vivió fase capitalista pre-via alguna. Y desde entonces, la única manera prevista por los capitalistas locales para mantener y hacer crecer sus ne-gocios sería la importación de progreso. El capitalismo fue introducido por medio del colonialismo industrial, y luego éste se internalizaría en el desenvolvimiento del resultante subdesarrollo.

La segunda etapa comprende dos periodos:

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1. De 1930 a 1945. Los países desarrollados aparecen con-centrados en sus propios problemas (crisis y guerras) y La-tinoamérica pudo gozar de una autonomía más o menos am-plia. El crecimiento económico espontáneo se orientó hacia el mercado interno y fl oreció una industria liviana. Sin em-bargo, aun este proceso tuvo lugar mediante la importación de maquinaria y equipo existente en los países desarrolla-dos. La región tuvo la oportunidad de poner fi n a su depen-dencia tecnológica, pero ni siquiera intentó hacerlo, excepto en la forma de algunas nacionalizaciones a las cuales más adelante se unirían ciertos esfuerzos aislados por desarro-llar alguna capacidad tecnológica vinculada a empresas es-tatales estratégicas. Los capitalistas locales ratifi caron su disposición a actuar como una base social del imperialismo, independientemente de que estuvieran o no involucrados en empresas conjuntas con el capital extranjero.

2. De 1945 a 1970. Los monopolios extranjeros retoman su penetración en la región, y el crecimiento industrial re-cibe un importante impulso sobre la base del progreso ex-terno. La producción de bienes durables, aparatos eléctri-cos, telecomunicaciones, nuevos vehículos, petroquímicos y otros, creció con gran dinamismo. El capital extranjero optó las más veces por las fusiones y los acuerdos con capitales locales, pues éste era el método más adecuado de penetra-ción frente a los (limitados) sentimientos nacionalistas que surgieron durante el periodo populista, que para nosotros cubre la transición del crecimiento orientado al exterior al crecimiento orientado al mercado interno.

La tercera etapa muestra a la región incorporada a la ola de cambio tecnológico liderado por las tecnologías de la in-formación. Los monopolios logran que se levanten los obstá-culos a la inversión y toman ventaja de las privatizaciones. La “globalización” sobre la base de un recargado librecam-bismo, sería la bandera de los monopolios en sus esfuerzos por expandirse.

Cada etapa de la penetración extranjera pone de mani-fi esto niveles más profundos y extendidos de integración de la industria regional a la industria de los países desarro-llados. De ese modo se ha puesto de manifi esto y ha crecido

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también el control directo, ya no mediado por el capital co-mercial, de la industria de los países desarrollados sobre el crecimiento económico de América Latina.

3. El funcionamiento del colonialismo industrial

Lenin, con gran visión, señaló:

La política colonial y el imperialismo existieron antes que la última fase del capitalismo, y aun antes del capitalismo. Roma, basada en la esclavitud, llevó a cabo una política colonial y prac-ticó el imperialismo. Pero las disquisiciones “generales” sobre el imperialismo, que olvidan o relegan a segundo término la di-ferencia radical de las formaciones económico-sociales, se con-vierten inevitablemente en trivialidades vacuas o en jactancias, tales como la de comparar “la Gran Roma con la Gran Bretaña”. Incluso la política colonial capitalista de las fases anteriores del capitalismo se diferencia esencialmente de la política colonial de capital fi nanciero.

De acuerdo con ello, nosotros agregaremos que el impe-rialismo del capitalismo monopólico, en lo que se refi ere a las relaciones entre países capitalistas desarrollados y subdesa-rrollados, es ante todo colonialismo industrial.

En cuanto a América Latina, el proceso de formación de los Estados locales se inició con bastante antelación a la aparición del imperialismo, y su existencia es una realidad que este último no puede soslayar. La liberación del dominio español no introdujo modifi caciones sustantivas en las rela-ciones de producción ni modifi có el rol de las colonias como impulsoras del capitalismo en el centro.

Para entonces, en el centro tenían lugar cambios signifi -cativos: la revolución industrial está en marcha, e Inglaterra pasa a ubicarse en la posición hegemónica dentro del mer-cado mundial. Latinoamérica pasa a servir ahora de mane-ra directa, ya no mediada por el dominio político español, a ese desarrollo. El capital comercial y fi nanciero (en sentido

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restringido) que predomina en la región es el vehículo por el cual la producción local habrá de servir a los propósitos del desarrollo industrial en el centro. Los Estados locales se subordinan sin resistencias a ese predominio y buscan apoyarse en él para avanzar en su propia formación y con-solidación. Lo que se ha llamado “división internacional del trabajo” anexionó la producción local a los intereses del cen-tro, desviándola de la orientación del progreso material que ese mismo centro estaba defi niendo. Inglaterra, un país to-davía activamente colonialista a la vieja usanza, ponía de este modo en práctica, de manera simultánea, una forma más avanzada de la dominación entre países: el colonialis-mo comercial. Éste es el colonialismo que corresponde a la libre competencia, y es establecido precisamente en nombre del librecambio, que es el medio por el cual los países de la región realizan las funciones asignadas por un centro que re-quiere de materias primas y bienes salario para dar impulso a su propia expansión. Esta funcionalidad, a la vez que pone a la región al servicio del centro capitalista, la condena a postergar sus propias necesidades de crecimiento industrial.

Una digresión puede resultar útil. Cabe recordar que el capital comercial ya no predomina en el centro. Gracias a la revolución industrial, el capital productivo creó para sí con-diciones que le permitieron establecer su propia hegemonía sobre el capital comercial. En palabras de Karl Marx:

El capitalista industrial tiene constantemente ante sí el merca-do mundial, compara —y debe comparar constantemente— sus propios precios de costo con los precios de mercado no sólo de su patria, sino con los del mundo entero. En el periodo precedente esta comparación les corresponde casi exclusivamente a los co-merciantes, asegurándole así al capital comercial el predominio sobre el capital industrial (Marx 1986 [1894), tomo III: 430).

En Inglaterra, el capital industrial impone defi nitiva-mente su hegemonía tras el cumplimiento de medidas como la derogación de los aranceles sobre los cereales. De ello se sigue que lo que en realidad domina en la región tras las guerras de independencia, es el capital industrial del polo

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avanzado del mercado mundial; pero su dominio no es direc-to, sino que lo ejerce por mediación del capital comercial y el capital bancario, que lo apoyaban y actúan como sus agen-tes. Estos mismos agentes cumplirían un papel muy activo en la difusión del capitalismo subdesarrollado en la región durante las últimas décadas del siglo XIX, por medio de la importación de bienes para la modernización de la minería, la instalación de industrias y la expansión de la red de co-municaciones.

Cuando el capitalismo se formó en América Latina, la gran industria se hallaba ya consolidada en el centro y sus métodos, la productividad y el plusvalor relativo, se habían generalizado. La organización del trabajo general transfor-maría el progreso y el cambio tecnológico en realidades co-tidianas de la vida económica. El reemplazo de los modos técnicos de producir verá que en adelante sus plazos se es-trecharán. La producción industrial pasó a ser también pro-ducción y/o introducción de progreso; más todavía, estas úl-timas pasarían a ser los sostenes en los que cada industria particular tendría que apoyarse para garantizar su perma-nencia en el mercado. Por eso la producción en los países subdesarrollados, la cual no genera progreso, o lo hace de manera poco signifi cativa, queda anexada a la producción de los países desarrollados, como una extensión de esta última, pues su funcionamiento no es posible sin ella. En esto consis-te el colonialismo industrial que está en la base del esquema imperialista de dominación de unos países por otros.

De ahí que el subdesarrollo se presente como un capita-lismo incapaz de expansión propia, a diferencia de la concep-ción general del capitalismo y de la expresión más cercana a esta última: el capitalismo desarrollado. El subdesarrollo se realiza como capitalismo sólo gracias a su vinculación con los países desarrollados. La integración en cuestión es cier-tamente asimétrica, y la primera expresión de ello se apre-cia de inmediato en el comercio exterior. Hemos formulado este intercambio estructuralmente desigual en forma esque-mática, señalando que los países desarrollados venden pro-ductos del trabajo general y productos del trabajo inmediato, mientras que los países subdesarrollados sólo venden pro-

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ductos del trabajo inmediato (Figueroa, 1986). En términos del valor del producto, se puede formalizar esta relación di-ciendo que el producto del país desarrollado está compuesto por C(i+g) + V(i+g) + P(i+g),6 mientras que en el país sub-desarrollado su producto se compone de Ci + Vi + Pi.7 La forma más elemental de acercarse al valor correspondiente al trabajo general es a través de los “intangibles”: derechos de marca, patentes y know-how; pero este mecanismo está muy lejos de dar cuenta de los verdaderos valores involucra-dos. El valor del trabajo general también reaparece en los productos del trabajo inmediato.

Asimismo, el control de los productos abre espacios para la imposición de precios por sobre el valor social, incluso una vez que su producción se ha generalizado, que es cuando co-múnmente son adquiridos por los países subdesarrollados (Magdoff, 1977: 94). Se comprenderá a partir de lo anterior que en la medida en que la masa y/o el valor del trabajo científi co de los productos crezcan, la unidad de producto del país subdesarrollado perderá capacidad de compra. Los términos del intercambio, entonces, tenderán a deteriorar-se, profundizando la desigualdad inicial defi nida por la es-tructura de las relaciones de producción. Estas relaciones de intercambio desigual tienen su base en los diferenciales de productividad, y en los intercambios de más trabajo por menos trabajo.8

Dejando de lado los abusos monopólicos de precios, el co-mercio entre ambas categorías de países no implica trans-ferencias de valor derivadas del intercambio mismo. Hay

6 C = capital constante; V = capital variable, y P = plusvalor. i = trabajo inmediato, g = trabajo general7 Esta fórmula no pretende describir una ausencia de trabajo general en el valor del producto del país subdesarrollado ni que ningún trabajo de ese tipo se realiza bajo el subdesarrollo, sino sólo que éste no es significativo, además de que en buena parte está realizado por empresas extranjeras.8 Conclusión a la que se puede arribar teniendo en mente la polémica ge-nerada a partir del trabajo de Emmanuel Arghiri (1974) y en la cual inter-vinieron autores como Charles Bettelheim, Samir Amin, Christian Palloix, 1981) y Ernest Mandel (1980a). Una discusión de este asunto exigiría lar-gos desarrollos, pero no es relevante para los efectos del presente trabajo.

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intercambio desigual, no porque los productos no se cambien a su valor, sino por dos razones distintas: 1) porque el país subdesarrollado no tiene acceso a la producción de una parte del valor del producto, y 2) porque el trabajo socialmente ne-cesario para la producción es en promedio más reducido que el tiempo de trabajo requerido en el país subdesarrollado.

Al mismo tiempo, el intercambio por sí mismo revela una transferencia unilateral de valor, la cual está anclada en la producción. Le llamamos transferencia unilateral de inver-sión, por cuanto cada proceso o bien que no puede ser gene-rado internamente, debido a que el trabajo general no está organizado, y que es necesario para la actividad económica, estimula el crecimiento en el país desarrollado.

Este impacto asimétrico del intercambio sobre la produc-ción se debe a que, en términos generales, el país desarrolla-do adquiere muy pocos productos del progreso en los países subdesarrollados y, por lo tanto, es muy escasa la producción que se ve estimulada por esas compras en estos últimos. Por consiguiente, los grandes capitales en las naciones desarro-lladas transformaron a una parte del mundo en su espacio de demanda cautiva, garantizando a sus países una salida extraordinaria para su producción, por sobre los circuitos de realización del producto internamente disponibles. En par-te, pues, los países desarrollados crecen a costa del valor ge-nerado en los países subdesarrollados, sin importar si este valor es apropiado por capitales extranjeros o locales, y pue-den de ese modo expandir su producción y su empleo. Como es de esperar, tanto la producción como la capacidad para crear empleo se verán proporcionalmente disminuidas en el país subdesarrollado; pero estos son temas que desarrollare-mos más adelante (capítulos 3, 4 y 5).

La relación social que corresponde al subdesarrollo, y que está en la base del imperialismo, genera en los países subdesarrollados una tendencia al défi cit en el balance co-mercial, lo cual no requiere de mayor explicación a partir de lo anterior. Aquí se incuba a su vez la inclinación al endeu-damiento, y se explica la gran disposición a la apertura al capital extranjero, con las correspondientes transferencias del valor hacia los países desarrollados en la forma de utili-

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dades e intereses. Las relaciones con los países desarrolla-dos se desenvuelven en una cadena que empieza con una transferencia de valor y culmina en una transferencia de inversión-défi cit comercial-endeudamiento y apertura a la inversión extranjera-remesas de utilidades e intereses. Todo ello opera determinado por una lógica que pareciera proceder al margen de toda dominación, y donde la intervención de la fuerza abierta ha dejado de ser un recurso sistemático. El im-perialismo, en otras palabras, levantó una base sólida para la dominación productiva, comercial y fi nanciera sobre los países subdesarrollados; una base fundada en el movimiento espontáneo de la acumulación que emerge a partir de la di-ferente organización de la relación de producción.

Los capitalistas locales no perciben motivos para remor-dimientos. Ellos compran progreso como compran materias primas, o cualquier otra cosa. Se trata, para ellos, de actos normales de su actividad, y necesarios para la misma. Su función social queda garantizada en la medida en que crean empleo y estimulan otras producciones. Desde su emergen-cia como capitalistas, ellos encontraron en la exportación de capitales desde el centro una excusa que los dispensaba de enfrentar por sí mismos las tareas propias del desarrollo de las fuerzas productivas.

El Estado que construyeron quedó inconcluso en cuanto a la organización de sus tareas económicas, puesto que no le asignaron una gestión del desarrollo y optaron por dejar en las manos del mercado su potencial de crecimiento. El mercado internacional, ya desde antes de la independencia, había sido el medio ambiente natural de existencia de las clases dominantes locales, medio ambiente en el que nor-malmente se comportaron como receptoras de progreso. Su transformación en burguesías consumidoras confi rmaba de una manera nueva su actitud dependiente, por cuanto depo-sitaron en el Estado extranjero la tarea crucial de impulsar el progreso.

Su interés político principal se traduce en una gestión es-pecífi ca del Estado local: el sostenimiento del vínculo con el capital monopolista de los países desarrollados. Su tarea es impedir la ruptura del vínculo que hace posible la acumula-

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ción de capital. Se trata de una gestión subsidiaria frente a la ausencia de una gestión estatal del desarrollo. El interés inmediato de la burguesía del país subdesarrollado —obte-ner ganancias— carece de contacto con los afanes de inde-pendencia económica y política respecto del centro. Desde que no muestra interés por la producción local de progreso, e incluso se opone a ello, su conducta coincide con el proyecto de reproducción del esquema.

Lenin ya había advertido lo siguiente:

El capital fi nanciero es una fuerza tan considerable, tan decisi-va, podría decirse, en todas las relaciones económicas e interna-cionales, que es capaz de someter, y en efecto somete, incluso a Estados que gozan de la independencia política más completa (s/f: 380).

Es necesario señalar, además, que el poder del capital fi nanciero es una fuerza tan considerable porque se extien-de desde el centro hacia las oligarquías de los países que domina, como si fueran una prolongación de sí mismo. En efecto, al igual que la producción local, las burguesías locales quedaron adheridas a las oligarquías fi nancieras del centro, independientemente de que se involucren o no en alianzas económicas concretas, e incluso cuando aparecen aisladas unas de otras, como en el periodo de entreguerras. Se cons-tituyeron en el sector subordinado de una burguesía impe-rialista y, por lo tanto, en la base social de este esquema de dominación en el seno del propio país subdesarrollado. La razón es sencilla: la acumulación depende del vínculo con el centro.

Desde luego, tal como puede apreciarse aun en la ac-tualidad (por ejemplo, en los casos de Afganistán e Irak, y también, de manera indirecta, en la expansión de bases militares por la región), las invasiones militares con vistas a controlar recursos naturales —fuentes de materias pri-mas— como parte de la lucha entre centros desarrollados, son todavía un método del imperialismo; pero la apropiación directa de recursos naturales y materias primas, así como la posesión de colonias, dejó de ocupar su antiguo lugar. En

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términos generales, la subordinación económica creaba por sí misma condiciones para la subordinación política, hacien-do posible que la economía colonizada organizara un Estado formalmente independiente pero del todo compatible con el imperialismo. Por lo tanto, la apropiación de recursos na-turales y de materias primas por capitales extranjeros —lo cual puede ser muy importante para los monopolios, sobre todo cuando se trata de recursos no renovables y para los cuales no hay todavía sustituto— es una cuestión secunda-ria para la defi nición de la relación imperialista. La rela-ción de dominación entre países que el imperialismo crea, tal como Lenin sugiere, supera el esquema de posesiones coloniales y se realiza principalmente como relación entre diferentes categorías de países capitalistas (desarrollados y subdesarrollados) en el seno del mercado mundial; es decir: la relación de dominación imperialista es tal que el control político directo es apenas una fórmula de la dominación; una fórmula que además goza de poca popularidad entre los colo-nialistas del presente. En pocas palabras: el hecho de que las naciones subdesarrolladas sean las dueñas de sus recursos naturales, o que sean Estados formalmente independientes, no modifi ca en nada sustancial su posición en el mercado mundial. Su sometimiento —a despecho de su independen-cia política— por el capital fi nanciero internacional, es la forma dominante del colonialismo actual.

De esto se sigue que los esfuerzos por superar el subde-sarrollo, la lucha antiimperialista, tendrán que superar tan-to un frente transfronterizo como uno local de oposición. Pero eso no es todo, porque no se trata simplemente de expulsar a los agentes del imperialismo. Si asumimos que el escenario contempla un Estado formalmente independiente, como es el caso en la región, la tarea que debe llevarse a cabo es mucho más compleja que la expropiación del gran capital que opera internamente. La apropiación de los medios materiales de producción no trae consigo la apropiación del conocimiento objetivado en ellos, ni mucho menos la capacidad científi ca acumulada para producirlos. Chile, bajo el gobierno de Sal-vador Allende, sufrió de manera dramática esta realidad. Las nacionalizaciones constituían un elemento crucial de su

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programa de transformaciones, y el imperialismo reaccionó contra ello tanto desde el centro como localmente. Desde el centro, impulsó un “bloqueo invisible”, con un impacto su-mamente efi caz en cuanto a detener los créditos al país y el fl ujo de bienes necesarios para la producción. El daño a la economía fue inconmensurable. La burguesía local y los mi-litares que se le adherían, respaldados por un fuerte apoyo económico proveniente de Estados Unidos, harían el resto (Figueroa, 1999).

Así pues, el grado de solidez del esquema imperialista de dominación aparece vinculado a la fortaleza alcanzada por sus agentes locales. Mientras mayor sea esta fortaleza, menor será la necesidad de intervención directa desde el centro. La presencia de burguesías locales débiles normal-mente aparece entre los factores que acompañan las inter-venciones militares directas. Además, por cuanto el Estado formalmente independiente admite también expresiones de nacionalismo, el Estado central siempre tiene listos sus ten-táculos para llamar al orden. Las multifacéticas interven-ciones de Estados Unidos en la región han sido ampliamente documentadas (Petras, 1981) y esa historia no se detiene.

Desde que los medios de violencia y destrucción son igual-mente el producto de las aplicaciones de la ciencia, el desa-rrollo de estos medios en la frontera científi ca y, por tanto, su control, tienden a quedar reservados a los países desa-rrollados. El país subdesarrollado, a menos que cuente con recursos excepcionales, tiene negada la posibilidad de llegar a representar un peligro militar de relevancia, excepto para otros países de su misma categoría. No es imposible que un país subdesarrollado pueda construir por sí mismo instru-mentos de destrucción masiva, como de hecho ocurre; pero difícilmente podrá acercarse a la magnitud y a los niveles de desarrollo alcanzados por la industria militar del centro, la cual hoy por hoy se ha concentrado en Estados Unidos.9 El

9 Las armas también ofrecen ejemplos de cómo los países empujados por ra-zones políticas pueden ganar en capacidad para producir avance, más allá del signo de estas razones. En la actualidad llama la atención la reacción de Corea del Norte frente a la amenaza que representa para ese país la política

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monopolio de la producción de medios de violencia que po-seen los países desarrollados a nivel mundial, monopolio que estos últimos cuidan, aunque no sin problemas, es otro factor de la reproducción del esquema imperialista de dominación.

A la dependencia material de la industria militar del cen-tro se agrega la penetración ideológica, que alimenta la dis-posición del militar local para actuar como agente imperia-lista; al igual que la dependencia técnica en la preparación para el combate, la penetración ideológica fi gura entre los mecanismos por los cuales el centro fortalece la relación de dominación. También la diplomacia orientada a fortalecer y a ampliar los lazos con los poderes y organizaciones locales, aporta lo suyo en ese sentido.

Ya podrá apreciarse que la manera normal del desen-volverse del Estado bajo el subdesarrollo es en calidad de agencia del esquema imperialista, por muy independiente que sea formalmente. Esto puede verse en el hecho de que el arribo de una fuerza nacionalista a una posición desde la cual pueda impulsar medidas anti-imperialistas, inmedia-tamente traerá consigo una crisis del Estado, esto es, una completa distorsión en el funcionamiento de este órgano, expresada generalmente en confl ictos entre poderes. Pero es necesario tener presente que la relación que el Estado local sostiene con el país desarrollado se establece entre di-ferentes categorías de países, no entre países concretos. Un país subdesarrollado puede desplazar su relación con el de-sarrollo de un país a otro, y para eso puede servirse de su independencia formal. No es un desplazamiento fácil, ya que presenta obstáculos técnicos relacionados con las cualidades propias del trabajo general del país con el cual se estableci-do una relación durable. Pero un desplazamiento gradual no es imposible, y ello refl eja una cierta capacidad del país subdesarrollado para generar un cierto nivel de confl ictivi-dad entre potencias. Es decir, el Estado puede abandonar

estadounidense, que lo ha ubicado como parte de un “eje del mal”. Pero to-davía están frescos en las memorias casos con significados políticos distin-tos, como el de Sudáfrica, que levantó su industria militar en gran medida acuciada por el aislamiento que le impuso la lucha contra el apartheid.

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una subordinación concreta, y ello puede ser necesario pre-cisamente en benefi cio de la subordinación en general. El colonialismo comercial ya había abierto esta posibilidad, y el colonialismo industrial viene a confi rmarla.

5. Imperialismo y naturaleza

Hasta ahora hemos discutido los problemas del capitalismo como si éste se desenvolviera en armonía con su medio am-biente natural, lo cual, como se sabe, no es el caso. También en este plano el capitalismo ha creado nuevos obstáculos a su expansión, problemas cuya discusión es inevitable a la hora de evaluar las posibilidades del sistema. Se trata de un tema que ha cobrado especial relevancia durante la tercera etapa del imperialismo y que requiere ser atendido.

Entre los datos más sobresalientes del estado actual de co-sas, destacan los siguientes: 1) el aumento del nivel del mar y la reducción de los espacios costeros con sus efectos sobre el turismo, la infraestructura, la pesca menor y la migración; 2) la destrucción de moléculas de ozono de la estratosfera por los clorofl uorocarbonos, y el consiguiente debilitamiento de la protección frente a las radiaciones ultravioletas proce-dentes del Sol, con sus efectos en la producción de cánceres de piel, cataratas oculares y afectación de algas y animales; 3) la contaminación atmosférica y la producción de lluvias ácidas; 4) la contaminación de aguas dulces por elementos químicos, tanto orgánicos como inorgánicos, y la consiguien-te reducción del agua dulce disponible, lo cual es agravado por la destrucción de glaciares; 5) el deterioro de tierras pro-ductivas como resultado del sobrepastoreo y la erosión; 6) la deforestación con sus efectos destructivos en el hábitat de innumerables especies, y con secuelas como la desprotección contra la erosión, las inundaciones y el debilitamiento de la tierra como agente productivo. Abundaremos sobre estos te-mas en los dos siguientes capítulos.

¿Cuál es el signifi cado de este estado de cosas? Teorizan-do sobre ello desde una perspectiva marxista, James O’Con-nor (1991) intentó explicar los problemas del capitalismo con

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la naturaleza en términos de la “segunda contradicción”, la cual opone a las relaciones capitalistas de producción con lo que el autor llama las “condiciones de la producción capita-lista”. La discusión que siguió a su trabajo ha producido una serie de postulados de enorme interés para la comprensión de las realidades del presente; pero dada la imposibilidad de dar aquí a dichos postulados el tratamiento que merecen, nos limitaremos a presentar unas cuantas proposiciones que, según nos parece, contribuyen a dar cuenta de las rela-ciones actuales entre el capitalismo y la naturaleza.

– La tierra es al mismo tiempo el objeto y la condición objetiva más general del trabajo y, por tanto, de la exis-tencia del hombre como especie (Marx, 1982 [1872]: 215-223). El hombre se produce y reproduce en su rela-ción con el resto de la naturaleza de la cual forma par-te. En el proceso de su producción, el hombre se trans-forma a sí mismo y a su entorno, sobre el cual tiende a establecer su control.

– Lo que distingue al ser humano de otras especies no es el trabajo en sí. La tierra no existe como objeto de trabajo ni como condición objetiva de vida sólo para él. Tampoco lo distingue el hecho de que su trabajo sea una actividad orientada a un fi n. También la abeja o la hormiga podrían reclamar que su trabajo tiene como objetivo su reproducción. Lo que es específi co del hom-bre es el trabajo que hace intervenir al cerebro, permi-tiéndole la comprensión progresiva de la naturaleza y valerse de ella para sus fi nes, a través del movimiento articulado de la mente y de la mano. El hombre impone su voluntad a la naturaleza porque “a diferencia de los demás seres, somos capaces de conocer sus leyes [las de la naturaleza] y de aplicarlas adecuadamente” (Marx y Engels, s/f: 380). Esta adecuada aplicación exige, a su vez, determinadas condiciones sociales.10

10 “Sin embargo, para llevar a cabo este control se requiere algo más que el simple conocimiento. Hace falta una revolución que transforme por comple-

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– Con el desarrollo de la ciencia, crecen simultáneamen-te, en una escala desconocida, el conocimiento de la na-turaleza y su uso para fi nes productivos. El capitalismo provocó, con la organización y desarrollo de la ciencia, un salto extraordinario en el dominio del hombre sobre la naturaleza. La ciencia no surge con el capitalismo, pero bajo este modo de producción, y en especial con la aparición de la gran industria, por primera vez se pone a las ciencias naturales de manera masiva y sistemática al servicio del proceso de producción. El hombre ya ha-bía aprendido a ver la naturaleza como posesión suya, pero ahora puede verla como objeto de apropiación pri-vada, lo cual es negado al trabajador, que debe operar al margen de toda propiedad. Y ello supone que ahora no sólo se considera a la naturaleza un mero objeto de apropiación privada, sino a su propiedad como condi-ción para la dominación de unos hombres sobre otros.

– Se capitaliza, entonces, no sólo la naturaleza, en tanto sirve a los fi nes de la valorización del valor, sino tam-bién la capacidad específi camente humana para com-prenderla y transformarla. La apropiación privada de la naturaleza incluye así la apropiación privada de la razón en tanto facultad productiva. Una y otra cosa quedan subyugadas al apetito de ganancia que consti-tuye el factor determinante del proceso social. No es la regulación consciente del metabolismo entre el hombre y la naturaleza para su propio benefi cio lo que orien-ta la actividad humana, sino la explotación del trabajo para la obtención de plusvalor. Y si el afán de ganancia no se detiene en consideraciones sobre las condiciones de las facultades físicas y mentales que explota, tam-poco pone la atención debida al estado de la naturaleza de donde extrae la riqueza que lo satisface. Es preci-samente debido a que las capacidades humanas han sido puestas al servicio del capital que éstas aparecen

to el modo de producción existente hasta hoy día y, con él, el orden social vigente” ( Marx y Engels, s/f: 381).

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también operando contra la naturaleza. Y al actuar contra la naturaleza, no pueden dejar de actuar contra la humanidad misma.

El capitalismo se desenvuelve ahora no sólo en contradic-ción consigo mismo, sino también en confl icto con su entorno natural. En el marco de una producción orientada a satisfa-cer las necesidades humanas, la ciencia estaría orientada a organizar de la mejor manera posible el intercambio de la especie con el resto de la naturaleza. En las condiciones de producción actuales, una orientación semejante, que apunte a producir y a utilizar sustitutos, resulta demasiado costosa cuando se trata de preservar recursos todavía abundantes. Como ya puede apreciarse, también en este plano el capita-lismo está creando barreras y obstáculos para sí mismo. La explotación irracional de los recursos naturales está condu-ciendo a su agotamiento, y éste debe traducirse en un enca-recimiento de los costos de producción; y como esta elevación afectará mayormente al capital constante, habrá nuevas presiones hacia abajo sobre la ganancia. También la natu-raleza cobra sus cuentas en términos de reducir la tasa de recursos disponibles para inversión.

Esta relación entre la producción y la naturaleza tiene su origen en la misma relación social capitalista y es tan evi-table como esta última. Pero el imperialismo ha agudizado esta relación confl ictiva con la naturaleza, porque la compe-tencia entre las naciones por la hegemonía limita aún más las posibilidades de la ciencia como medio para un desarrollo menos perverso.

En realidad, los efectos de los ataques sobre la naturaleza generan nuevas causas para las luchas inter-imperialistas y el saqueo de los países subdesarrollados. Para clarifi car lo mejor posible esta proposición, recurriremos al caso del re-curso natural más omnipresente en la estructura material de la sociedad actual: el petróleo. De la enorme masa de infor-mación de interés sobre este tema, cabe destacar lo siguiente:

– El petróleo es algo así como una “mercancía universal”, al menos en dos sentidos: a) cumple un papel multifun-

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cional en la producción, ya que aparece como objeto de trabajo presente en la naturaleza, como materia prima una vez que ha sido extraído, como material auxiliar en muy diferentes formas y también incorporado en pro-ductos para el consumo personal, y b) la cantidad de in-dustrias vinculadas al petróleo es enorme: combustible para automóviles y aviones (nafta); combustible para motores diesel (gas-oil); combustible para hornos y cal-deras (fuel-oil); aceite para lubricar motores; queroseno para alumbrado y calefacción; fabricación de insectici-das, herbicidas, fertilizantes; parafi na para la fabrica-ción de bujías y para impermeabilizar papel; vaselina para la preparación de pomadas y cosméticos; asfalto para pavimento y para revestir muros; fabricación de quitamanchas y barnices a partir del benceno; produc-ción de colorantes y perfumes artifi ciales; producción de aspirina, cafeína y sulfas; industria del plástico (ma-teriales para la construcción, cobertores, impermea-bles); fi bras sintéticas (nailon, poliéster); industrias de chicles, balones, preservativos, detergentes, pasta de dientes, cepillos, y un largo etcétera en el que fi guran cosas aparentemente tan excéntricas como el podero-so explosivo TNT (trinitrotolueno). Sin lugar a dudas, la vida cotidiana del presente está materialmente domi-nada por el petróleo.

– Al mismo tiempo, el uso no planifi cado del petróleo, que lleva a la combustión masiva de energía fósil, es una causa principal del sobrecalentamiento de la Tierra, de la contaminación atmosférica y de la contaminación del agua por químicos orgánicos. La sobreexplotación del petróleo es, pues, una causa importante del daño pro-ducido a la naturaleza.

– Por lo mismo, es simplemente absurdo que el capitalis-mo haya descansado tan pesadamente en el petróleo en su impulso a la acumulación. El petróleo es un regalo de la naturaleza, no cuesta producirlo, sólo se requie-re extraerlo; es un fl uido altamente energético, fácil de emplear, de almacenar y transportar. No es que no existan fuentes de energía alternativas, como la solar,

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la biomasa, la geotérmica, la eólica, la hidroeléctrica y la nuclear; pero el costo de generación de energías al-ternas en la actualidad no compite con la producida por el petróleo. Lo mismo ocurre cuando se piensa en el uso de materiales durables y renovables (metales, vidrio, papel, madera) frente a los productos petroquímicos. La naturaleza, a través del petróleo, ofreció un medio de características extraordinariamente útiles para la producción, y del cual se ha valido la acumulación capi-talista en la forma en que cabía esperar: sin considerar los efectos negativos que la sobreexplotación del recur-so podría ocasionar. Mientras los capitalistas valoran sus actos principalmente por sus efectos sobre la ga-nancia, se pone de manifi esto que la defensa del medio ambiente natural no es compatible con el capitalismo.

– El petróleo es un recurso natural no renovable y, en las condiciones de su demanda actual y previsible, su tendencia es inevitablemente al agotamiento. Por un buen tiempo: a) abrió nuevas esferas productivas para la explotación capitalista, y b) permitió que ello tuviera lugar a costos muy inferiores a los que hubiera obligado la ausencia del petróleo. En esa medida, el petróleo ha permitido al capitalismo prolongar su vida. Este servi-cio del recurso natural al capitalismo se acabará cuan-do su consumo haya alcanzado su techo. Los cálculos más optimistas señalan que esto ocurrirá entre 2020 y 2030, cuando se habrá consumido la mitad de las re-servas disponibles más lo que se espera descubrir; pero en lo que se refi ere al petróleo de extracción fácil, ese punto parece haberse ya alcanzado. Por lo pronto, el ritmo de crecimiento de las reservas ha caído drástica-mente: fue de 45.5% en los ochenta y sólo de 4.9% en los noventa. Una vez que el petróleo alcance su techo se habrá acabado la abundancia, y con ello la época del recurso barato. No es descartable que esta época del re-curso barato se haya acabado tras la invasión en Irak, si la resistencia en ese país hace imposible que la pro-ducción se estabilice, o bien simplemente debido al he-cho de que la demanda está creciendo drásticamente,

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estimulada en particular por el crecimiento de gigantes como China e India.

Para los países capitalistas, por tanto, será crucial tener acceso al control de la producción y de los precios de este re-curso, al igual que de cualquier otro que, como el agua, se esté haciendo escaso. En esa perspectiva, Estados Unidos, que consume 25% de la producción mundial de petróleo —a la que apenas aporta alrededor de 10%— y cuenta sólo con 2.9% de las reservas mundiales, ha optado por el control sobre los go-biernos de los países productores que poseen las mayores re-servas. Así pues, mediante la guerra “democratiza” al mundo y busca desarticular “ejes del mal” de su propia creación. Con violencia está desbaratando los avances que Europa había lo-grado a través de sus relaciones diplomáticas con la OPEP. Y no podía ser de otra manera, debido a las relaciones de Estados Unidos con Israel y al signifi cado que éstas tienen para el mundo árabe, y dada su absoluta necesidad de impedir que el euro empezara a desplazar al dólar en el comercio del petró-leo.11 Además, logra de paso un cierto control sobre los aprovi-sionamientos a Europa. Está demás decir que se trata de una situación que sólo puede sostenerse mediante la violencia.

Vale la pena insistir en este aspecto. Desde el punto de vista de la preservación de la infl uencia estadounidense en el mundo, la guerra no era una opción fácil de desechar. La hegemonía internacional estadounidense en buena medida descansa en su calidad de emisor de una moneda que actúa como dinero mundial. Los precios de mercancías críticas, como el petróleo, se denominan en dólares, lo que reafi rma su rol como moneda de reserva internacional. Las ventajas vinculadas a esta posición, que en la esfera del análisis eco-nómico se designa como “señorío monetario internacional” (conforme a la antigua noción del seigniorage),12 son, en lo

11 En noviembre de 2000 Irak había decidido negociar su petróleo en euro, abandonando los tratos en dólar.12 Seigniorage era el nombre que se asignaba en Inglaterra al derecho de la Corona a percibir un porcentaje de los lingotes que entraban en la casa de moneda para su acuñación.

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principal, las siguientes: a) el país emisor puede endeudarse en su propia moneda; b) puede manejar las tasas de inte-rés sobre su deuda, e incluso recurrir a mecanismos como la infl ación para reducirla; c) goza de un amplio margen para importar, y no tiene necesidad de acumular reservas para ello; d) como los acreedores del país emisor deben controlar sus reservas a fi n de defender sus propias monedas, regre-san los dólares a Estados Unidos para invertirlos en bienes y posesiones de todo tipo en este país, y se refuerza la cuen-ta de capital en el mismo, permitiéndole fi nanciar su défi cit comercial; e) algo similar ocurre con el ciclo de mercancías como el petróleo. Para comprar petróleo, los países deben primero obtener dólares y, con ese objeto, exportar fi nalmen-te a Estados Unidos. Las compras de petróleo de este último desplazan los dólares a los países productores, los que, a su vez, los devuelven a Estados Unidos a través de Wall Street. Por eso, los aumentos de precio del petróleo afectan menos a este país que a cualquier otro que carezca de este recurso natural o cuya producción del mismo sea insufi ciente.

La consolidación del euro, basada en un poder económico que crecía en la medida en que la Unión Europea se expan-día, abrió unas condiciones favorables para la disputa por el seigniorage. Saddam Hussein había optado a favor de Eu-ropa, mientras intenciones similares ya se consideraban en Irán. Pero ahora más que nunca se hace también evidente que el señorío es una posición geopolítica y geoestratégica vinculada al poderío militar. Estados Unidos se movilizó en Irak no sólo con la perspectiva de derrotar militarmente al gobierno de ese país, sino también con la intención de esta-blecer bases militares orientadas al control permanente de una región tan rica en recursos energéticos, y contener el avance de la infl uencia europea sobre la misma. En otras palabras, también buscaba contener el debilitamiento de la infl uencia del dólar, que, en condiciones de una deuda exte-rior sin precedentes, podría tener consecuencias catastrófi -cas para esa nación. Claro está que el confl icto de Estados Unidos con Europa no está para nada resuelto, y Europa, pese a su crisis, no ha abandonado sus aspiraciones hegemó-nicas. China ha emergido como un nuevo foco problemático

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en la distribución del poder y de la hegemonía en el mundo, mientras que otros como India hacen lo suyo para ingresar en el círculo de las potencias. Todo ello viene a confi rmar que las cosas no evolucionan en la perspectiva de un ultra-impe-rialismo. El abuso capitalista de la naturaleza también está alimentando los confl ictos entre poderes y de éstos con el mundo subdesarrollado.

6. Puntos a destacar

La teoría del imperialismo continúa siendo un instrumento fundamental para aproximarse críticamente a la realidad, comprenderla y, por consiguiente, concebir su transforma-ción. Sin embargo, su formulación aparece oscurecida por in-consistencias que reclaman atención. Desprenderse de ellas y enriquecer sus trazos con las enseñanzas de la historia y las diferentes contribuciones teóricas, es algo que puede lo-grarse mediante la discusión. El contenido de las ideas que hemos buscado aportar a este ejercicio puede resumirse del siguiente modo:

1. El imperialismo es un sistema de dominación económi-ca, política y cultural del cual los países avanzados se valen en sus esfuerzos por conquistar y/o sostener la hegemonía sobre el resto del mundo. En unos países surge como resul-tado del desarrollo de la relación de capital que dio origen a la organización del trabajo general para procesar las aplica-ciones productivas de la ciencia, en tanto que en otros países ese mismo desarrollo era obstruido.

2. Supone una diferente estructura del trabajo y de la relación de capital en cada uno de los polos del sistema, al igual que una diferente estructura y funcionalidad del Estado. En el polo subordinado, la clase empresarial local no impulsó una gestión estatal del desarrollo y, por ende, tampoco la división social del trabajo que lo desdobla en tra-bajo general y trabajo inmediato, y el Estado local fue em-pujado a hacerse de una función subsidiaria consistente en la garantía del vínculo con los países desarrollados; por lo mismo, sólo puede operar como el eslabón subordinado de

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una burguesía global. No puede postular la ruptura de la subordinación si no cuenta con la anuencia del gran capital en los países desarrollados; no sólo porque la confrontación llevaría a una suspensión del fl ujo de capital y bienes que permite que la acumulación opere, sino también porque di-fícilmente una gestión originaria capitalista del desarrollo sería exitosa sin la asistencia de quienes controlan el cono-cimiento, la experiencia y los medios que hacen posible la producción de progreso. Mientras tanto, su interés preciso es la reproducción del esquema de dominación que hace posible su existencia como capitalistas y su expansión como tales. El imperialismo crea, pues, su bastión social aun en el seno de los eslabones más débiles del esquema.

3. El mecanismo de dominación fundamental es el colo-nialismo industrial, que anexiona la industria de unos paí-ses a la producción de aquellos que controlan la creación de progreso. El imperialismo se fundamenta en el monopolio que tienen unos países de la generación de desarrollo de las fuerzas productivas. Desde que, bajo las condiciones de la gran industria, el progreso tecnológico y la expansión eco-nómica van de la mano, los países subdesarrollados, exclui-dos de la producción de progreso, carecen de la capacidad de expandirse por sí mismos. Más todavía, el propio funciona-miento de la industria depende de los polos desarrollados del sistema, en la medida en que éste proporciona refacciones, componentes, insumos y asesoría. El imperialismo no con-denó a unos países a desenvolverse en el simple atraso, sino que fue mucho más allá: inhibió en estos últimos el desarro-llo de la capacidad para crear progreso y, con ello, los trans-formó en el mercado cautivo de los países que sí avanzaron en el desarrollo de la división capitalista del trabajo.

4. La acumulación en los países subdesarrollados inclu-ye una transferencia de inversión cada vez que se requieren bienes cuya producción ha sido monopolizada por los países desarrollados, en virtud de su control sobre el progreso. El valor producido en estos países alienta de este modo la pro-ducción y el empleo en los países avanzados. Estos últimos producen más de lo que consumen internamente; los prime-ros consumen productivamente más de lo que producen. No

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sólo hay, por tanto, una diferente dinámica en la producción, sino también en el empleo. La capacidad de la acumulación para crear empleo se ve disminuida en el país subdesarro-llado, mientras que aparece potenciada en el polo avanzado.

5. El desenvolvimiento económico genera una cadena de desequilibrios que profundizan la disposición de los países dominados a la subordinación política. La dependencia de la industria militar y la enorme infl uencia que ejercen los paí-ses desarrollados sobre los aparatos militares de sus dis-pares subdesarrollados, completan el cuadro de relaciones que hacen ver a los Estados de los países dominados como Estados-agen-cias del esquema global de dominación. La crisis del Estado que resulta de la puesta en práctica de proyectos nacionalis-tas, lo que es posible gracias a la independencia formal y a una irregular práctica democrática, se resuelve normalmente mediante el recurso a la dictadura y al terror que desarticula esos proyectos y pone las cosas en su lugar. Al Estado domina-do le está negado un desenvolvimiento sin convulsiones.

6. El interés principal de los grandes grupos de capital fi nanciero radica antes que nada en los mercados de los pro-pios países desarrollados. Es aquí donde se decide, para cada periodo, el interminable pleito por la hegemonía económica. La dominación sobre los países subdesarrollados habrá de servir a los propósitos del control de los mercados en aque-llas áreas del planeta, que es de donde se proyecta el control sobre el resto. Ésta es una vieja verdad, que puede verse enriquecida si se acepta que la lucha por la hegemonía en el seno del mercado mundial opera de manera decisiva a través de la gestión estatal del desarrollo. Sin una gestión adecuada del desarrollo, la instrumentación de los países dominados no ofrece una garantía segura de éxito en la lucha de largo plazo por la hegemonía económica. Pero ello no quiere decir que la violencia no desempeñe su papel, como ha quedado históricamente establecido. La gran mayoría de los países desarrollados se ha preparado consistentemente para el re-curso a las armas, a tal punto que cuentan con capacidad más que sufi ciente para destruir al planeta.

7. Con todo, aun cuando la primacía militar presta valio-sos servicios al sostenimiento de una posición de privilegio

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en la conducción de los asuntos del mundo, por sí misma no puede impedir que otros competidores tomen ventajas vin-culadas al desarrollo y que deterioren la posición económica del país militarmente dominante. Tampoco puede impedir el desarrollo de prolongadas guerras nacionales que cues-tionan el dominio militar. Por eso, las actuales campañas estadounidenses por el control de regiones y de recursos del llamado Tercer Mundo, no habrán de garantizarle una hege-monía duradera, ni tampoco la estabilidad política necesaria para recuperarse de sus actuales rezagos.

8. Si lo anterior desanima las campañas militares, és-tas encuentran un estímulo muy poderoso en la actual si-tuación del capitalismo. Sus características más generales son: 1) unos niveles de crecimiento a la baja, que acercan a las economías al estancamiento; 2) una creciente pérdida de capacidad de las economías para crear empleos, lo cual tiene como corolarios la expansión de la sobrepoblación, el recrudecimiento de las desigualdades y la acumulación de descontento social; 3) una crisis del medio ambiente que pone trabas a la explotación capitalista de la naturaleza y que representa de suyo una severa crítica contra dicha ex-plotación; 4) la perspectiva de que la extracción de petróleo alcanzará su techo en relativamente poco tiempo, si es que no lo ha hecho ya, plantea, en principio, la necesidad de una completa reorganización de la acumulación capitalista. Aho-ra bien, debe tenerse presente que lo que el capitalismo ha hecho durante las últimas décadas es precisamente reorga-nizarse por medio de la “globalización”, sin ningún efecto en cuanto a abrir paso a un nuevo periodo de crecimiento como en el pasado. Las contradicciones no sólo persisten, sino que además se han profundizado, creando un ambiente propicio para el recurso a las armas en la lucha por el control de ri-quezas. Las guerras, por lo mismo, tampoco han cesado en las últimas décadas, juntamente con una reorganización que no ofrece frutos ni estabilidad.

9. La “globalización”, como veremos enseguida, ha traído consigo una profunda modifi cación de las relaciones de cla-ses y entre países. Las mayores tasas de explotación no han producido el efecto que era de esperar, al apuntar a la recu-

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peración de la tasa media de ganancia. Por otro lado, como ya hemos visto, la crisis ecológica presenta severos obstácu-los al abaratamiento de los elementos del capital constante, a la vez que no se vislumbran sustitutos que puedan contri-buir a ello. La crisis del capitalismo está adoptando crecien-temente la forma de una crisis terminal, pero ello dependerá de las respuestas que la sociedad pueda ofrecer en términos de alternativas de orden económico, social y político. Tampo-co el capital cederá sin resistencias su lugar en la historia a otra forma social, y estas resistencias pueden expresarse a través de fascismos que lleven al extremo la depredación de la naturaleza y del trabajo, dando forma a la barbarie que la mayor parte de la humanidad quisiera evitar.

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2. EL IMPERIALISMO EN LA TERCERA ETAPA

Intentaremos aquí describir el proceso del imperialismo des-de alrededor de 1970 hasta la fecha. Nos concentraremos en el caso de Estados Unidos, ya que es el principal país imperialista y el más directamente involucrado en América Latina; y porque es el centro de las convulsiones globales. La década de 1970 fue testigo de la transición desde un keyne-sianismo agotado a una nueva fase de globalización basada en principios liberales. Un país imperialista nunca llega a aplicar plenamente los principios liberales, puesto que se haya orientado hacia la búsqueda y/o el sostenimiento de la dominación económica y política; pero la vieja doctrina ha prestado un enorme servicio a la estrategia imperialista en los países subdesarrollados de América Latina y el Caribe.

Cada periodo importante de la historia del capitalismo empieza y termina con una gran crisis, y el presente capítulo ha sido organizado conforme a ese curso de las cosas, puesto que compartimos la convicción de que la tercera etapa del imperialismo ha llegado a su fi n. Discutiremos la estrate-gia del capitalismo estadounidense para enfrentar el colapso del keynesianismo, que empezó en la segunda mitad de la década de 1960, así como las razones que llevaron a gene-rar, como parte de esa estrategia, nuevas y más profundas convulsiones. Iniciaremos con una breve reseña del enfoque teórico sobre las crisis que ha orientado nuestra búsqueda.

1. Los eternos conflictos

Las crisis se producen porque la tasa de ganancia cae y desa-lienta la inversión. Un postulado fundamental del marxismo es que la caída de la tasa de ganancia es tendencial y ocurre, con recuperaciones periódicas, durante el largo plazo del ca-

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pitalismo, debido a un incremento en la composición del capi-tal. Como tal, esta tendencia da cuenta de la historicidad del modo capitalista, pero no explica las grandes crisis periódi-cas y, sobre todo, las recuperaciones consiguientes. La caída como tendencia del desarrollo capitalista debe ser diferen-ciada de la caída periódica concreta dentro del sistema. La caída periódica tiene lugar dentro de la tendencia general y es seguida por recuperaciones que sitúan a la tasa de ganan-cia en un nivel inferior al del periodo previo de crecimiento. Según lo vemos, la explicación de la caída cíclica, a la cual sigue una recuperación de la ganancia, contiene los siguien-tes momentos teóricos: a) la tasa de ganancia cae porque cae el plusvalor, o bien porque éste no aumenta de manera sufi -ciente para contener esta caída de la tasa de ganancia; b) el obstáculo surge porque la posición económica del trabajo res-pecto del capital ha mejorado, es decir: por alguna razón, la capacidad del capital para extraer plusvalor se ha debilitado; c) la elevación del grado de explotación y del nivel de la tasa de ganancia, requieren como condición previa la modifi ca-ción de la correlación de clases que produjo el estancamiento; d) esta redefi nición de la relación de clases es el resultado de procesos que tienen lugar en tres áreas distintas, pero com-plementarias, del proceso social: i) por un lado tenemos la acción espontánea de la crisis, que crea desempleo, agudiza la competencia entre trabajadores y reduce los niveles sala-riales; ii) por otro, la acción del Estado, que tiende a sostener y aun a profundizar esa situación de debilidad del trabajo, al menos mientras la tasa de ganancia se recupera; y iii) desde que el trabajo se fortaleció en el marco de una determinada relación técnica de la producción, para lograr la consolida-ción de nuevos niveles de productividad y de intensidad del trabajo, esto es, de nuevos y más elevados niveles de explota-ción, se hace necesario sacar a la luz un nuevo modo técnico de producir, mediante la acción combinada del Estado y los empresarios para producir progreso tecnológico. Así pues, lo que sigue a la crisis es una nueva ola de innovaciones tecno-lógicas, un rediseño de la producción industrial junto con la desvalorización de capitales inadecuados, o con la prolonga-ción de su utilidad en otros lugares (Figueroa, 1989).

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La Gran Depresión de los años treinta en Estados Unidos dio cuenta de la operación de todos los procesos indicados: a) un drástico proceso de deterioro de las posiciones del tra-bajo, con niveles de desempleo que se elevaron a los cielos, generando hambre, pobreza y desánimo popular, es decir, un envilecimiento general de las condiciones de vida del pue-blo; b) una destrucción masiva de capitales que se profundi-zó con la guerra; c) una renovación técnica que extendió la explotación de recursos fundamentales ya existentes como el petróleo, la electricidad y el acero, junto con una mejor organización de la ciencia con aplicación productiva, la cual, en buena medida, sacó partido de sus propios avances en las tecnologías militares; d) se desarrollaron nuevas formas de organización del trabajo, en particular el fordismo; e) se efectuó el envío de industrias en obsolescencia hacia los paí-ses subdesarrollados; f) continuó la represión al movimiento obrero tras la guerra, junto con concesiones que luego con-sagrarían un nuevo pacto social, a partir del cual iniciaría el trabajo su propia recuperación.

La crisis que estalló a fi nes de los años sesenta del siglo pasado, y que tuvo manifestaciones drásticas ya iniciados los años setenta, ilustra con claridad reacciones similares. Tras el desempleo y la caída de los salarios, se extendió y consolidó la fl exibilización laboral, y el modo técnico del ca-pitalismo fue objeto de modifi caciones con la revolución en la microelectrónica, la automatización y las redes de computa-ción, aunque estas transformaciones tendieron a concentrar-se en la industria de las tecnologías de la información (T.I.) y de los servicios. La ciencia también produjo nuevos avances en otros campos, especialmente en la biogenética y la bio-química. La organización laboral adoptó asimismo formas más adecuadas a la nueva realidad técnica (toyotismo). Sin embargo, el capitalismo no logró dar lugar a una etapa de crecimiento relativamente elevado y sostenido, por razones que habrán de señalarse más adelante.

Las crisis periódicas son, siguiendo a Marx, convulsiones transitorias del sistema que permiten una reactivación en un punto más elevado de la composición del capital, donde el grado de explotación y el desempleo son más altos y la tasa

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de ganancia se recupera sin alcanzar los niveles del ciclo an-terior. Como ya se ha dicho, la crisis actual presenta una etiología más compleja y enfrenta al capital a desafíos de mayor envergadura. Revisaremos el curso de la estrategia diseñada para enfrentarlos en dos momentos: a) desde 1970 hasta mediados de la década de 1990, y b) desde mediados de los años noventa en adelante.

2. El proceso de la economía neoliberal hasta mediados de la década de 1990

La tasa de ganancia de las corporaciones no fi nancieras en Estados Unidos se deslizó constantemente hacia abajo du-rante la década de 1960. Fue de 8.3% en los años 1961-1965 para caer al 7.7% en 1966-1970, alcanzado 5.3% en 1970 (Mandel, 1980b: 29).

La recesión económica estalló en 1967-1968 y nuevamen-te en 1974-75. La recuperación de la tasa de ganancia no era fácil y el fi n de la prosperidad estaba haciéndose sentir en todos los países desarrollados. La tasa anual de crecimiento para los años 1950-1973 y 1973-1984 cayó de 5.9% al 1.7% en Alemania Occidental; del 9.4% al 3.8% en Japón y del 3.7% al 2.3% en Estados Unidos (Maddison, 1988).

La productividad del trabajo en las empresas no agrícolas de Estados Unidos también caía en el largo plazo, de 2.8% en 1947-1973 al 1.1% en 1973-1979 (BEA, 2009b).

Las políticas aplicadas para enfrentar la crisis contienen elementos contradictorios que explican en parte el curso de las cosas durante la tercera etapa. La estrategia seguida, a la cual se dio el nombre de “globalización” o, con mayor precisión, “globalización neoliberal”, concebía el crecimiento económico como el resultado de tres factores combinados: la fl exibilización laboral, el librecambio y la fi nancierización. El método principal de la fi nancierización es el endeuda-miento (Palley, 2007).

Cada una de estas líneas de acción exigía un retroceso activo de la intervención directa del Estado en varias áreas de la economía. Por “retroceso activo” entendemos la pro-

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pia reorganización de Estado en cuanto agente económico y político.

2.1. La fl exibilización laboral es el elemento clave de la estra-tegia. Incluye salarios (mayor poder a los gerentes para fi jar las tasas de salarios a las diferentes categorías de emplea-dos), ocupación (mayor poder para determinar el número de trabajadores, libertad para introducir o modifi car turnos), funcionalidad laboral (movilidad en el proceso de trabajo) y organizativa (subcontratación). La fl exibilización fue diseña-da para poner fi n al viejo pero ahora desestabilizante pacto social que prevaleció durante el keynesianismo. Poderosas organizaciones sindicales habían hecho prácticamente impo-sibles las reducciones de salario, y sus políticas orientadas a la defensa del pleno empleo difi cultaban la introducción de innovaciones y el crecimiento de la productividad. Las cosas empezaron a cambiar como resultado del movimiento espontáneo de la economía. La profunda recesión de 1974-1975 vendría a golpear duramente al movimiento obrero. El desempleo creció de 4.9% en 1973 a 8.5% en 1975 (Bureau of Labor Statistics- BLS, 2009). El salario semanal promedio cayó de 331.59 dólares (constantes de 1982) en 1973 a 305.16 dólares en 1975.

La crisis estaba haciendo su trabajo, pero ello no basta-ría. David Moberg, describiendo la situación general del mo-vimiento obrero, señaló:

La clase obrera ha estado a la defensiva durante la mayor parte de los años setenta. Actualmente, a principios de los ochenta, es apenas capaz de mantener una defensa aceptable. Los patrones en casi todos los sectores están exigiendo que los sindicatos acepten menos paga, menos protección del costo-de-la-vida, reducción de los benefi cios y una drástica revisión del limitado control sobre las condiciones del trabajo por los traba-jadores […] las amenazas de cierres de plantas y adquisiciones de productos acabados o partes del extranjero se han vuelto lugar común. La política ofi cial refuerza ahora más que nunca el poder privado de las corporaciones contra sus obreros (Mo-berg, 1984: 63).

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Las relaciones del movimiento obrero con los demócra-tas se deterioraron, pero sería Ronald Reagan quien vendría a satisfacer enteramente las demandas de los empresarios en lo relativo a la fl exibilización laboral. A comienzos de su gobierno —en agosto de 1981—, la represión del movimien-to del sindicato de los operadores del tráfi co aéreo fue una clara señal de cuál sería la actitud del presidente hacia el movimiento obrero. Desde entonces, la organización de los trabajadores aceleró su debilitamiento. En 1970, 26% de los trabajadores se encontraban afi liados a sindicatos; en 1990, la tasa de afi liación sindical había caído a 16%. Estas cifras podrían discutirse, pero el hecho de que los empresarios con-quistaron una cuota mayor de poder frente al trabajo está fuera de dudas.

El desempleo se mantuvo en niveles elevados durante los ochenta, y alcanzó niveles máximos en 1982 (9.7%) y 1983 (9.6%), creando condiciones para nuevas agresiones en con-tra del trabajo. Las campañas contra los sindicatos se ex-tendieron e intensifi caron; trabajadores fueron ilegalmente despedidos y, en algunos casos, reintegrados con salarios menores; los administradores pudieron reemplazar obre-ros en huelga; la negociación colectiva fue reestructurada y prácticamente abandonada; la seguridad de por vida en un puesto de trabajo pasó a ser una práctica del pasado; el tra-bajo temporal se extendió; la subcontratación y el empleo de eventuales pasaron a ser métodos regulares; el Estado redu-jo el apoyo a los programas destinados a califi car la fuerza de trabajo para el desempleado y, en general, debilitó fuer-temente la red de seguridad social. En suma, durante los ochenta se logró construir una nueva correlación de fuerzas entre el capital y el trabajo en benefi cio del primero.

La desregulación laboral tuvo lugar a pesar de los arre-glos legales existentes y con la protección de las autorida-des laborales impuestas por Reagan. Hasta ese punto fue el producto del puro y simple poder político una desactivación práctica y unilateral de concesiones conquistadas por el mo-vimiento sindical y legalmente reconocidas.

Como cabía esperar, el salario real semanal se redujo, durante los ochenta, de 298.87 dólares en 1979 a 267.27 en

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1989, y continuó cayendo hasta 1995, cuando llegó a 258.43 (dólares constantes de 1982). Esta caída implicaba una transferencia de valor del trabajo al capital y una más des-igual distribución del ingreso. La reducción de los salarios considerados en relación con el plusvalor (esto es, el salario relativo) fue uno de los más importantes métodos para recu-perar la tasa de ganancia. Además, un debilitado movimien-to sindical carecía de fuerzas para oponerse a las exigencias patronales de intensifi cación del trabajo, aun cuando por una hora de trabajo se obtenía menos paga; tampoco conta-ba con fuerza para impedir la extensión de la jornada labo-ral. La caída del salario relativo —la desvinculación de los salarios respecto de la productividad— probaría muy luego ser un elemento clave de la estrategia neoliberal de fl exibi-lización laboral.

En lo que concierne a los trabajadores, se puso fi n al Es-tado de bienestar. Este tipo de Estado llegó a representar la manera más amigable de tratamiento al trabajo que el capitalismo ha sido capaz de producir. De los dos métodos conocidos por el capital para enfrentarse al trabajo, la conce-sión predominó sobre la represión, dentro de ciertos límites. Los trabajadores gozaron de cierta seguridad laboral, de me-joramiento salarial, de acceso a la educación, a la salud y a la vivienda, y en general pudieron hacerse de expectativas positivas respecto de su modo de vivir. El énfasis keynesiano en el consumo facilitó este desarrollo. Sin embargo, así como la Gran Depresión restó crédito a las políticas liberales, la crisis que empezó a fi nes de los sesenta descalifi có las políti-cas keynesianas.

2.2. La reintroducción del librecambio empezó a tener lugar alrededor de 1970. El proceso que llevó a este cambio no pa-rece contener secretos. A partir de Bretton Woods (1944) el dólar pasó a ser la única moneda convertible en oro. La pa-ridad fi ja establecida (35 dólares la onza) se sostuvo por un largo periodo, independientemente de los cambios en la “eco-nomía real”. El dólar se sobrevaluó, y ésta fue una situación de la que los negocios estadounidenses sacaron ventaja en términos de compras en el exterior (incluidas las compras de

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oro) y la expansión internacional de las corporaciones. Esta expansión industrial en el exterior, a su vez, trajo consigo problemas adicionales de balanza de pagos. Ya en los años sesenta el gobierno introdujo medidas orientadas a desesti-mular las inversiones y los préstamos en el exterior, medi-das que informaban que el sistema monetario internacional creado en los cuarenta estaba promoviendo la contención del crecimiento de las corporaciones multinacionales. Como re-acción, las corporaciones no fi nancieras abrieron camino a su propia expansión apoyándose en las fi liales de los bancos estadounidenses en los países extranjeros. De acuerdo con S. Lichensztejn y S Bauer:

Alimentados por los recursos colocados por las grandes corpo-raciones transnacionales, y los provenientes de los países pe-troleros y socialistas, esos mercados contaban con la importan-te participación de fi liales de bancos norteamericanos. Estas fi liales estuvieron en condiciones de proporcionar préstamos internacionales a las empresas norteamericanas, superando así las restricciones crediticias internas que el gobierno de ese país trataba de imponerles para atenuar sus efectos negativos en la balanza de pagos, ya altamente defi citaria con motivo de la Guerra de Vietnam. Aunque en 1969, Estados Unidos resol-vió fi jar una reserva obligatoria sobre los nuevos préstamos contraídos en esos mercados internacionales, no logró impedir que prosiguieran expandiéndose y determinando paulatina-mente una alteración sustancial en los niveles de las tasas de interés y la distribución de las reservas entre los distintos paí-ses (1987: 41-42).

Los especuladores encontraron para sí una ampliación de su esfera de negocios, especialmente a través de las im-portaciones. La deuda externa creció, agravada también por la Guerra de Vietnam. Las expectativas de devaluación llevaron a especular con la moneda y a un retraso en las repatriaciones de ganancias. Las regulaciones de las tran-sacciones monetarias se hicieron inútiles y se levantaron allá por 1970 en Estados Unidos, Alemania Occidental, Ca-nadá y Suiza. A ello seguiría muy pronto la ruptura con el

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sistema de divisas, anunciada por Richard Nixon el 15 de agosto de 1971.

Las corporaciones en el resto de los países también ha-rían su trabajo. Tal como afi rman M. Hans Peter y H. Schu-mann.: “Pero al mismo tiempo todos los demás países que aún se mantenían sujetos a controles se encontraban bajo presión. Sus consorcios se quejaban de que les estaba ve-dado el acceso al capital extranjero a tipos de interés favo-rables. En 1979 los británicos levantaron las últimas res-tricciones. Japón les siguió un año después” (1999:64). Así, durante los setenta, las barreras regulatorias que impedían la expansión del capital transnacional fueron cayendo una tras otra.

En cuanto al comercio internacional de bienes y servi-cios, Estados Unidos adoptó el librecambio como la consig-na que orientaría su política exterior. El supuesto era que las corporaciones involucradas en el comercio internacio-nal son más productivas, crean más trabajo y pagan mejo-res salarios, y por la misma razón el librecambio haría po-sible una mejor oferta de bienes y servicios a la industria doméstica. Desde luego, esta política dañaría a aquellas industrias que carecían de fuerza competitiva, pero ello era visto como una situación transitoria, ya que la compe-tencia las empujaría a innovar y mejorar su posición en el mercado. Además, el mantenimiento del precio elevado del dólar reforzaría los estímulos a la innovación en la indus-tria doméstica.

En 1979, la Buy American Act, aprobada en 1933 con vistas a impulsar el consumo de bienes internamente produ-cidos, fue anulada y reemplazada por la Trade Agreement Act, que expandió signifi cativamente el rango de productos que podían ser adquiridos en el exterior. Paralelamente, el gobierno estadounidense presionaría fuertemente para que se eliminaran las barreras a la inversión extranjera en el resto de los países. Así se ampliaría la expansión interna-cional de las corporaciones, atraídas por las ventajas de cos-tos, especialmente en los países donde el valor de la fuerza de trabajo es más bajo. Al mismo tiempo, la producción de las afi liadas en otros países pero destinada a ser consumida

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internamente, mejoraría la posición de mercado en la econo-mía estadounidense, reduciría costos y permitiría controlar la infl ación.

Ello debía hacer posible, como ocurrió, benefi ciarse de la explotación de fuerza de trabajo barata en el exterior, tanto a través del offshoring como de la importación en general. Permitiría también reducir costos y precios, incrementar la producción y mostrar un trabajo más productivo. Estaría acompañada de la internacionalización de la propia inves-tigación y desarrollo y por una reorganización del trabajo científi co a escala global, la cual, si bien tendería a lentifi -car los procesos de innovación, de todas maneras debía traer consigo una reducción en los costos, a través del recurso a una fuerza de trabajo científi co cuyos precios podían com-pensar con creces las pérdidas por sus menores competen-cias (Houseman, 2006). En suma, la globalización reforzaba en el exterior el proyecto de obtener ganancias sobre la base de una fuerza laboral barata.

Hasta aquí la estrategia de la globalización parece des-cansar pesadamente en dos condiciones: el aumento de la explotación del trabajo y la acción de las fuerzas del mer-cado. Pero en realidad se trata de condiciones claramente insufi cientes para la superación de la crisis. Dejando de lado cualquier otra cosa, una activa gestión estatal del desarrollo que difunda nuevas fuerzas productivas a través de la eco-nomía, para garantizar el crecimiento de la productividad y estabilizar nuevos niveles de explotación del trabajo, es imprescindible. Es inevitable, pues, volver la vista hacia la acción del Estado en este plano.

El indicador estadístico más signifi cativo del compromi-so del Estado con el desarrollo, es la inversión en ciencia y tecnología. En este sentido, el gasto total en investigación y desarrollo (IyD) en Estados Unidos permaneció relativa-mente estable como porcentaje del producto nacional bruto entre 1970 (2.7%) y 1988 (2.6%). En 1977, 50.6% del total de la inversión provino de fi nanciamiento público, 46.8% se originó en el sector privado, en tanto que otras fuentes aportaron 2.6%. Hacia 1988, esta distribución se modifi có como sigue: gasto público, 48%; gasto privado, 47.9%, y otras

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fuentes 4.1%. El Estado estaba reduciendo su contribución en relación con el aporte del sector privado.

Sin embargo, estos cambios en la distribución del gasto según su origen no son tan signifi cativos como los cambios en la distribución del gasto según sus objetivos. Los datos en cuestión son los siguientes:

CUADRO 2.1OBJETIVOS DEL FINANCIAMIENTO EN IYD

(PORCENTAJES)Objetivos 1976 1982

I. Tierra, mar y espacio II. Agricultura III. Desarrollo industrial IV. Energía V. Transportes y comunicaciones VI. Servicios educativos VIII. Servicios socioeconómicos IX. Medio ambiente X. Avance del conocimiento XI. Otros XII. Defensa

14.81.91.59.62.90.51.11.33.80.6

49.6

6.72.60.46.72.30.30.90.53.9–

64.3Fuente: UNESCO (1980 y 1990).

Varios asuntos de relevancia han de subrayarse en este cuadro: 1) el gasto para la investigación en agricultura au-mentó, lo cual contribuye decisivamente a explicar los avan-ces en la productividad de este sector, uno de los más diná-micos dentro de la economía como conjunto; 2) los recursos dirigidos al desarrollo industrial cayeron en 1982 a poco más de un cuarto de los montos asignados en 1976. La caída no sólo fue en términos porcentuales, sino también en términos absolutos. En 1982, menos de la mitad del fi nanciamiento en dólares fue orientado a este objetivo respecto de 1976. La in-vestigación para la industria ya no recuperaría la posición que ocupó en 1976 en cuanto a fi nanciamiento porcentual du-rante los periodos de los tres presidentes que siguieron a Rea-gan. La productividad en la manufactura creció apenas 1.8%

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en 1987-1990 y saltó a 3.5% en 1990-1995, un incremento que se basaría en las tecnologías de la información y algunos servicios. 3) La investigación en servicios esenciales se redu-jo como expresión de la retirada del Estado de importantes áreas de la vida social. Lo mismo es cierto en relación con la investigación dirigida al medio ambiente. 4) La mayor parte del fi nanciamiento negado a la investigación para el desarro-llo económico y los servicios sociales, es destinado a defensa.

La preocupación por la defensa no perturba la ideología liberal, especialmente en los países imperialistas; pero la distribución del gasto en IyD según su destino tiene una im-portante implicación: los neoliberales estaban visualizando la lucha por la hegemonía mundial más como un problema de fuerza política y militar que como un asunto de competi-tividad económica. Su compromiso con la carrera armamen-tista todavía en el contexto de la llamada Guerra Fría, y des-pués con la Guerra del Golfo y con muchas otras campañas militares, aportan argumentos en este sentido.

La sola reproducción de las fuerzas materiales de produc-ción había sido menospreciada desde antes del gobierno de Reagan. Los avances del capital constante social se venían reduciendo sistemáticamente en detrimento de las condicio-nes fundamentales de producción. P. G. Peterson (1988) re-clama que para fi nes de los años ochenta, la inversión real neta en carreteras, puentes y transporte público había caído 75% durante las últimas décadas; que una gran parte de la infraestructura se estaba deteriorando mucho más rápida-mente de lo que era reemplazada, y denunciaba que Estados Unidos no poseía una nueva generación de tecnologías para infraestructura, desde trenes de alta velocidad hasta túne-les subterráneos, porque se había decidido no pagar por ella. Lo mismo es válido para los avances del capital variable so-cial. La situación en educación fue ampliamente comentada a través del mundo. En México, El Financiero la comentó en los siguientes términos:

Ni qué decir de otros problemas crónicos que por ahora la admi-nistración Bush ha optado por evadir del todo, tal como el grave deterioro del sistema educativo del que están surgiendo genera-

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ciones de estadounidenses prácticamente analfabetos. El resul-tado es que cada vez más la fuerza de trabajo estadounidense es incapaz de competir con la mano de obra mejor califi cada y educada de los países europeos y Japón (1991: 20).

A su vez, los países desarrollados de Europa junto con Japón, no relajaron sus esfuerzos por impulsar el desarrollo económico durante los ochenta. Sus inversiones en IyD así lo indican.

CUADRO 2.2 FINANCIAMIENTO EN IYDEN ALGUNOS PAÍSES EUROPEOS Y JAPÓN (PORCENTAJES)

Objetivos*

Alemania Occidental

(1987)Francia(1980)

Gran Bretaña(1986)

Japón(1986)

III

IIIIVV

VIVII

VIIIIXX

XIXII

7.12.2

12.87.20.6

–2.82.43.1

46.91.7

13.2

9.23.99.37.52.7

–4.21.31.1

22.21.8

36.5

4.44.39.74.1

––

4.12.81.1

20.00.3

49.2

12.820.110.832.1

2.5–

4.61.32.53.38.08.0

Fuente: UNESCO (1990).* Los objetivos siguen el mismo orden del cuadro 2.1.

Entre 1973 y 1984, los aumentos de la productividad en es-tos países fueron los siguientes: Alemania Occidental, 3.0%; Francia, 3.4%; Japón, 3.2%; Gran Bretaña, 2.4%, todos ellos muy por debajo de las tasas alcanzadas en el periodo 1950-1973, pero muy superiores al desenvolvimiento estadouni-dense. En este país, la tasa de crecimiento promedio anual de la productividad entre 1973-1984 fue apenas de 1%. El hecho de que los otros países destinaron una mayor proporción de su fi nanciamiento en IyD al desarrollo económico, coincide con las diferencias en productividad respecto de Estados Unidos.

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Puede apreciarse que la política librecambista de Estados Unidos no estuvo respaldada por el tipo de gestión estatal del desarrollo que esa política exigía. Este país no se embar-có en un esfuerzo coherente por mejorar sus fuerzas produc-tivas para enfrentar la competencia internacional, como sí lo hicieron sus más importantes competidores. De hecho, la ideología liberal excluía la convicción de que el librecambio debe estar apoyado en una activa gestión estatal del desa-rrollo. Los resultados de este diferente compromiso con el desarrollo no se hicieron esperar, como puede apreciarse en los cambios de la posición de las naciones dentro del merca-do mundial.

En 1977, Estados Unidos era con mucho el principal pro-veedor de bienes y servicios a escala mundial. Sus exporta-ciones equivalían a 161% de las exportaciones de Alemania Occidental, su competidor más cercano. En 1987, estos paí-ses habían cambiado posiciones. Las ventas en el exterior por parte de Estados Unidos fueron apenas 86% de las ex-portaciones alemanas. Este último país había triplicado sus ventas. No obstante, el avance relativo de Japón fue todavía más impresionante: sus exportaciones crecieron 3.72 veces entre 1977 y 1987. Este reacomodo de la hegemonía econó-mica mundial puede apreciarse mejor en el siguiente cua-dro, que muestra la cambiante posición de un grupo de siete países (G.7) en el comercio internacional de esos días.

CUADRO 2.3 EXPORTACIONES E IMPORTACIONESDEL G-7 1977 Y 1987 (PORCENTAJES)

País1977 1987

Exp. Imp. Exp. Imp.EUACanadáJapónFranciaAlemania OccidentalItaliaG. Bretaña

13.93.66.06.48.74.45.6

11.94.27.45.9

10.74.35.4

10,84.29.86.3

12.55.05.6

17.53.86.26.59.45.26.4

Fuente: FMI (1984 y 1989).

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Hacia fi nes de los ochenta era ya claro que la errónea estrategia neoliberal en cuanto a competitividad internacio-nal traería consigo nuevos problemas. La balanza comercial se deterioró y continuaría desmejorándose en adelante. La producción extranjera estaba conquistando segmentos cre-cientes del propio mercado doméstico estadounidense y pro-duciendo daños a la industria local. La estrategia también estaba dando lugar a una creciente dependencia fi nanciera en el exterior.

Desde luego, no toda la industria estadounidense sería afectada. Por un lado, el trabajo científi co acumulado y la experiencia tecnológica crean bastiones industriales difíciles de desplazar, aun si el apoyo que reciben del Estado ha dis-minuido; por otro, el gobierno ha sido efi ciente en apoyar la innovación en determinados sectores. El país es líder en tec-nologías de la información (TI), por cuanto se esperaba que éstas impulsaran la productividad en el resto de la econo-mía. Esta realidad sería el fundamento de la llamada “nueva economía” de la segunda mitad de los noventa. Sin embargo, la incidencia de esas tecnologías sobre el crecimiento de la productividad se concentró en los servicios y en otras indus-trias tecnológicamente avanzadas.

En cuanto a la reacción del gobierno estadounidense a la posición declinante del país en el comercio internacional de los ochenta, aparte del proteccionismo (especialmente en la agricultura) y de disputas comerciales (en particular con Ja-pón), queremos llamar la atención a la nueva política hacia América Latina en materia de libre comercio. El 27 de junio de 1990, George Bush anunció su programa conocido como Iniciativa para las Américas (The Enterprise for the Ameri-cas Initiative es su nombre en inglés), cuyo objetivo de largo plazo era la creación de una zona de libre comercio de alcan-ce hemisférico (Wooley y Peters, 1990). El supuesto básico de este programa era que el “proteccionismo detiene el progreso y que el libre comercio alimenta la prosperidad”. Lo que el presidente Bush llamó los “tres pilares” de la iniciativa eran el comercio, la inversión y la deuda.

Para agilizar el comercio, el gobierno estadounidense buscaría extender las reducciones de tarifas y prometió ha-

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cerlo así durante la Ronda de Uruguay sobre comercio, en curso en ese entonces; su proyecto era entrar en acuerdos de libre comercio con otros países que se habían asociado con vistas a la liberalización comercial, y también en acuerdos bilaterales con países todavía no involucrados en asociacio-nes de libre comercio. Ciertamente, Estados Unidos estaba preparado para acuerdos de este tipo; los países latinoame-ricanos no estaban en posición de competir realmente y la eliminación o reducción de tarifas no haría otra cosa que re-forzar las ventajas de aquel país.

Con todo, el punto clave del programa de Bush era lo que él llamó “inversión”. Argumentó que “la competencia por capitales es fi era y la clave para una mayor inversión es la competitividad a fi n de revertir las condiciones que han desanimado la inversión tanto doméstica como externa”. Demandaba en ese contexto la apertura a la inversión ex-tranjera y la privatización de bienes en manos del Estado. Ciertamente confi aba en que la crónica necesidad de inver-sión extranjera en los países latinoamericanos los llevaría a una desenfrenada actividad para remover las barreras al capital extranjero. Sin embargo, Bush ofrecería de todos mo-dos estímulos adicionales, y con ese objeto diseñó un nuevo esquema de créditos “para aquellas naciones que den pasos signifi cativos para eliminar impedimentos a la inversión in-ternacional. El Banco Mundial también contribuirá a este esfuerzo”. También propuso “la creación de un nuevo fondo de inversión para las Américas. Este fondo, administrado por el BID proveería hasta 300 millones de dólares al año como subvención en respuesta a los avances de las reformas orientadas a las inversiones en privatizaciones”.

El tercer “pilar” también se sostenía en otra debilidad de la región. Los ochenta habían sido testigos de la peor crisis latinoamericana de la deuda por décadas, lo cual Bush apre-ció como una nueva oportunidad para las estrategias neoli-berales. No dudó en ejercer presión:

Proponemos que el BID sume sus esfuerzos y recursos a los del Fondo Monetario Internacional y del Banco Mundial para apo-yar las reducciones de la deuda comercial bancaria en América

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Latina y el Caribe y, como en los casos del BM y del FMI, los fondos del BID debieran estar directamente vinculados a las re-formas económicas.

También mostró una más bien extraña preocupación por el medio ambiente hemisférico.

El llamado “bloque socialista”, comandado por la Unión Soviética, había sido desmantelado y era ya tiempo de que Es-tados Unidos volviera la vista hacia América Latina y el Ca-ribe. Aparentemente, el objetivo era un funcionamiento más libre y espontáneo del colonialismo industrial, pero el objetivo de fondo era profundizar la penetración del capital estadou-nidense y reforzar sus vínculos con la región. Eso era parte de la lucha de Estados Unidos por la hegemonía mundial en un contexto de declinación dentro del mercado mundial. La apertura a la inversión extranjera, impulsada por acuerdos de “libre comercio” y por las privatizaciones, era vital en esa perspectiva. Por cuanto la región ofrece facilidades para la reducción de costos, especialmente fuerza de trabajo barata, la expansión de las corporaciones transnacionales de Estados Unidos mejoraría su posición competitiva internacional de manera tal que podría ahora no sólo recuperar posiciones en el mercado mundial sino también, y quizá sobre todo, recupe-rar el terreno perdido en su propio mercado doméstico. Desde esta perspectiva, puede apreciarse que la estrategia de Bush es coherente con una pobre gestión estatal del desarrollo en su país. El crecimiento orientado al exterior que la región es-taba impulsando (desde la segunda mitad de los setenta en algunos países) y que constituía el eje de la “reforma estructu-ral” hacia la cual fue empujada, encajaba perfectamente bien en los propósitos generales de Estados Unidos.

2.3. La fi nancierización de la economía, que en lo fundamen-tal signifi ca el establecimiento de la supremacía del capital dinero (bancos, bolsas, seguros) sobre el capital industrial, es al mismo tiempo una condición y un resultado de la es-trategia estadounidense de globalización. En este sentido, la fi nancierización representa una nueva correlación de fuer-zas en el seno de la oligarquía fi nanciera; el capital indus-

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trial pierde la primacía que logró durante la etapa anterior y la entrega al capital dinero. La obtención de intereses pasa a ser más importante que las ganancias productivas, y los ingresos obtenidos son generados más por el sector de las fi nanzas que por la “economía real”.

La especulación ha sido un fenómeno omnipresente en la tercera etapa del imperialismo. Como tal, es una prácti-ca que surge de la autonomía de que puede gozar el capital dinero. Ciertamente provocó algunos de los cambios clave que inauguraron el nuevo periodo, como el nuevo sistema de divisas creado por el presidente Nixon. Pero, en lo esencial, los efectos de la especulación sobre la producción son des-tructivos. En realidad, la especulación no es una condición de la estrategia ni un resultado deseable de la misma.

Como hemos sugerido, el capital dinero fue decisivo para la expansión de las corporaciones transnacionales durante los años sesenta, así como para la concepción del nuevo or-den mundial que seguiría a la crisis del keynesianismo des-de el punto de vista de los monopolios. Los bancos, a través de sus fi liales, rompieron las regulaciones e hicieron posi-ble la expansión de las empresas en el exterior; a su vez, la expansión en el extranjero de las corporaciones fi nancieras creó una nueva demanda de servicios fi nancieros fuera del país. Y a partir de que mejores tecnologías de la información y telecomunicaciones apoyaron la expansión de dichas cor-poraciones a través del mundo, éstas contribuyeron a la de-fi nición de la ruta del cambio tecnológico por su inclinación hacia esas tecnologías y a los servicios que prestaban.

Los servicios fi nancieros globales se dispararon y aumen-taron su peso en las transacciones internacionales, supe-rando al comercio de bienes. Los intereses pasaron efectiva-mente a ser una fuente más importante de ingresos que las ganancias productivas.

Sin embargo, hay otro importante aspecto de la fi nancieri-zación en lo que concierne al funcionamiento económico sobre el cual queremos llamar la atención. Como hemos visto, la globalización implicó la producción de défi cits sistemáticos en la cuenta corriente y, por ende, llevó al país a una dependen-cia endémica en excedentes externos para el fi nanciamiento

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de los desequilibrios. Para un país cuya moneda opera como patrón de todas las demás, ello no debía traducirse en un gran problema; además, desde el punto de vista de la estrategia, se trataba de desequilibrios temporales que desaparecerían una vez que la industria doméstica se adecuara a las nuevas exigencias de competitividad. La posición ventajosa del dólar permitía a Estados Unidos contratar deuda en su propia mo-neda, lo que hizo por medio de diferentes mecanismos. Otros países, a través de sus gobiernos y sus sectores privados, go-zaron de amplio acceso a los activos estadounidenses tanto públicos como privados, todos denominados en dólares. Ello se tradujo en cierta inevitable desnacionalización de los bie-nes del país y en una amplia creación de pasivos, para benefi -cio de un desenvolvimiento económico menos azaroso.

Una gran parte de los recursos requeridos provino princi-palmente de Japón y luego desde China. Pero no se trataba de una relación promovida por solidaridades políticas; esos paí-ses se vieron en gran medida forzados a depositar sus exce-dentes en el país emisor de la mayor divisa mundial, a fi n de garantizar dólares para sus propias transacciones internacio-nales. Por lo demás, el buen funcionamiento de la economía estadounidense garantizaba demanda para sus productos, lo que daba además lugar a la generación de excedentes en el comercio con ese país. Así, los países acreedores desarrollaron un interés económico común en el sostenimiento de la situa-ción desencadenada por la estrategia de globalización.

En resumen, la globalización aparece en principio como la estrategia del gran capital privado para poner fi n al exce-so de regulaciones sobre la vida económica y así conquistar la libertad que requerían para una expansión más dinámica. La glorifi cación del mercado, la satanización del Estado y los supuestos ideológicos sobre la humanidad, la libertad, el bienestar, el rol de la competencia en el desarrollo y todas las ideas difundidas en la etapa neoliberal, responden a las prácticas y nociones del gran capital privado.

Lo anterior, sin embargo, no representa una solución al problema de defi nir el agente de la transformación de la so-ciedad capitalista en las últimas décadas. La ideología li-beral también predominó durante el siglo XIX y principios

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del XX. Esta ideología ha sido actualizada con vistas a satis-facer demandas del gran capital históricamente específi cas. En nuestro caso, no se pretendía que los principios libera-les aportaran racionalidad a un mundo burgués en ascenso, como ocurrió en el pasado, sino que se buscaba legitimar una contraofensiva de parte del gran capital a escala global. Esta contraofensiva, a su vez, dio forma a la conducción capitalis-ta de la gran crisis que estalló hacia fi nes de los sesenta. Por lo tanto, los monopolios privados recuperarían posiciones perdidas en la conducción de la sociedad, al mismo tiempo que reorganizaban el proceso económico. Éste es el conteni-do real del proceso al que se dio el poco adecuado pero conve-niente nombre de “globalización”.

Por lo mismo, la oligarquía fi nanciera según el concepto de Lenin, fue el aparente agente social y político del proce-so. Empero, si el proceso se observa con mayor precisión, la conclusión es que dentro de la oligarquía fi nanciera, fue el capital dinero el que comandaría la estrategia.

La crisis mundial de los años treinta y su consecuente desorden productivo, comercial y fi nanciero, desacreditaron las ideas liberales y debilitaron la posición ideológica y la legitimidad del gran capital privado. Por su parte, el Esta-do reforzó su autoridad como resultado de las guerras y de su dinámica actividad en las tareas de la reconstrucción. La consolidación de la Unión Soviética y, por consiguiente, la existencia de una alternativa al capital privado, contri-buyeron a la expansión de las concesiones al trabajo y al arreglo social que caracterizaría el capitalismo de posgue-rra. Las teorías de John M. Keynes, con su énfasis en la demanda y el consumo, aportarían una adecuada ideología al nuevo patrón de acumulación de capital. La crisis global de los sesenta anunció el agotamiento del periodo keynesia-no. Fue ahora la teoría de Keynes lo que colapsó. El capital privado se estaba preparando para retirar sus concesiones y desmantelar el asfi xiante sistema de regulaciones que pre-valecía. A falta de otro esquema ideológico, recurrieron a las antiguas ideas liberales, que, a raíz de su nueva funcio-nalidad, fueron correctamente recogidas con el nombre de “neoliberalismo”.

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3. Desde 1995 en adelante

La política relacionada con la creación de progreso se man-tuvo, con pocas modifi caciones relevantes, durante las últi-mas dos décadas del siglo pasado. La investigación en tecno-logía industrial absorbió apenas 0.2% del gasto total en IyD en 1990, subió a 0.3% entre 1991 y 1994, y alcanzó alrededor de 0.6% entre 1995 y 2000, todavía apenas sobre 1/3 de su participación en 1976. El gasto en IyD en energía continuó cayendo y pasó de 4.5% en 1991 a 1.5% en 2000. A pesar del que la inversión para investigación en defensa cayó paula-tinamente a 53.2% en 2000, se mantuvo por encima de los niveles de 1976. La investigación en salud fue la principal benefi ciaria de esta nueva redistribución del gasto en IyD; absorbió 20.9% del total en 2000 (RICYT, 2009).

En consecuencia, la productividad del trabajo se desen-volvió en forma anémica, como sigue: 1995, 0%; 1996, 2.5%; 1997, 1.5%; 1998, 2.0%; 1999, 2.5%, 2000, 2.3%. Tecnologías de la información fue el sector que hizo la mayor contribu-ción positiva a los cambios en la productividad, debido tan-to a su impacto sobre el negocio de las computadoras como sobre los servicios. Para apreciar su contribución, bastaría con llamar la atención sobre la siguiente información: mien-tras que el producto de una hora de trabajo en todo el sector manufacturero creció 45% entre 1990 y 2000, en el sector de computadoras y productos electrónicos aumentó 426% (Hou-seman, 2006). La misma autora destaca que entre los facto-res que incidieron en el crecimiento del sector, es necesario incluir los ahorros logrados en fuerza de trabajo tanto por medio del outsourcing como del offshoring.

La inversión en tecnologías de la información (T.I.) creció poderosamente —muy por encima del promedio del total de la inversión privada fi ja—, estimulando su difusión con el apoyo de la especulación, la cual, a su vez, terminaría empu-jando los precios artifi cialmente al alza, pese a los avances en productividad.

Los cálculos relativos al impacto de la industria de la tecnología de la información difi eren, pero el consenso al respecto es predominante. Las formas en que las tecnolo-

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PROPIETARIO
Texto insertado
del impacto mismo
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gías de la información pueden incidir sobre la productivi-dad son muchas y variadas; incluyen desde el diseño de productos hasta su comercialización (Stiroh, 2002). Tam-bién el rol cumplido por la innovación en la organización la-boral es más notable que el incremento de la productividad (Lynch, 2007). Sin embargo, en el resto de las industrias, estas tecnologías no modifi can por sí mismas la relación directa entre el trabajador y sus medios de producción (ex-cepto en algunos casos, como el estímulo a la introducción de robots), es decir, no dan cuenta de un verdadero avance de las fuerzas productivas en ese plano. Por otro lado, las industrias que se benefi cian de la introducción de esas tec-nologías son las que operan con los procesos más modernos. La enorme diferencia entre el crecimiento de las T.I. y el crecimiento del resto de la industria, es compatible con es-tos dos fenómenos.

Dos presupuestos subyacentes respaldaban el manejo neoliberal de la economía. El primero, desde luego, tiene que ver con las ventajas comparativas y la correspondiente es-pecialización. Todavía en 2007 dicha suposición continuaba siendo clave para el gobierno, como puede leerse en el Repor-te Económico del Presidente (ERP, por sus siglas en inglés) en ese año:

El vasto benefi cio económico de la liberalización del comercio para los servicios proviene en parte de las ventajas competiti-vas en servicios (…) Cuando nosotros comercializamos nuestros servicios de bajo costo por sus bienes de costos más bajos, noso-tros y nuestros socios ganamos con el comercio.

El segundo supuesto era que los servicios impulsados por las nuevas tecnologías de la información y por otras rela-cionadas estaban modelando el presente y el futuro de la sociedad, la cual pasaría a ser fundamentalmente una socie-dad de servicios. Por eso, la especialización en esos servicios debía preservar la posición dirigente de Estados Unidos a escala global (ERP, 2007: 171-173).

La estrategia estadounidense, al renunciar parcialmente al desarrollo de las fuerzas productivas, dio la posibilidad a

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PROPIETARIO
Tachado
PROPIETARIO
Tachado
la mayor parte
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otros países de profundizar su participación en esta tarea. Pero ello implicaba costos.

En efecto, tanto gobiernos como particulares extranjeros continuaron teniendo acceso a una gran variedad de bienes, tanto privados como públicos, que incluían valores, bonos, títulos del Tesoro, bienes inmobiliarios y empresas esta-dounidenses, todos denominados en dólares. Se extendió la desnacionalización de activos estadounidenses, pero de ese modo se sostenían las ventajas del fi nanciamiento externo, puesto que la inversión extranjera estimulaba el crecimiento y creaba puestos de trabajo. La inversión en el interior del país podía de este modo crecer por sobre el ahorro interno. Al mismo tiempo, el gobierno incrementaba su deuda, pero ello era necesario mientras el proceso de reorganización in-terna siguiera su curso. Además, por estos medios los bienes internos aumentaban sus precios, reforzando su papel de fuente de ingreso, mientras permitían sostener bajas tasas de interés.

El défi cit comercial, como era de esperar, continuó cre-ciendo. De 1990 a 2000 pasó de 80 864 a 379 835 millones de dólares, es decir, creció 4.7 veces. El excedente en el co-mercio de servicios, que era de 30 173 millones de dólares en el primer año, alcanzó su punto más alto en 1997, cuando empezó a caer para alcanzar 74 855 millones en 2000, y a amortiguar apenas el efecto del défi cit de bienes, que alcan-zó 454 690 el mismo año (BEA, 2009a).

El défi cit comercial acarreaba otros efectos. Por un lado, trasladaba a otros países la producción de bienes interna-mente necesarios, en la medida en que desplazaba hacia estos últimos inversión productiva y promoción del empleo; por otro, las inversiones en Estados Unidos de los países con excedentes comerciales normalmente no se dirigían a las in-dustrias que, en ese país, representaban una competencia para ellos. Además, si proveían créditos para compras esta-dounidenses en sus países, esos créditos iban orientados a reforzar su propia capacidad de exportación, o, por los me-nos, buscaban no dañarla. Todo lo anterior deterioraba la producción manufacturera de Estados Unidos y, fi nalmente, consolidaba la dependencia del país en los ramos industria-

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les afectados por la importación, al mismo tiempo que empu-jaba a la especialización productiva.

El crecimiento económico, con una tendencia a la caída en el largo plazo (Palley, 2007), fue errático. El PIB creció entre 1987 y 1989 a tasas superiores a 3.4%, cayó en 1990 y 1991, se recuperó entre 1992 y 1994 (3.3% y 4.0%, respectivamen-te), cae en 1995 (2.5%), y entre 1996 y 2000 se mantiene a una tasa ligeramente mayor a 4%, aunque entre 1999 y 2000 cae del 4.5% al 3.7%, lo cual informaría de una situación de crisis en proceso.

El intento de transferir ingreso desde el trabajo al capital por la vía de reducir el salario relativo, puede considerarse exitosa por un periodo más bien largo. La distribución del in-greso se deterioró consistentemente a partir de 1980. En ese año, el quintil más bajo recibía 5.3% del ingreso, y el quintil más alto, 41.1%. En 2007, el primero participaba con 4%, y el segundo, con 48.5%. El 5% más rico elevó su participación de 14.6% a 21.8% en ese periodo (US Census Bureau, 2009).

Sin embargo, esta tendencia es contenida por periodos; entre 1994 y 2000, la participación del quintil más bajo me-jora ligeramente, al pasar de 4.1% a 4.3%.

Una evolución similar se registra para la participación de los salarios en el ingreso. Según cálculos de Buchele y Chris-tiansen (2007), que no coinciden con otras fuentes, salvo en lo relativo a la tendencia general, la cuota del trabajo en el in-greso, que era de 71% a principios de la década de 1970, cayó en 10 puntos porcentuales hacia 2005. Estas cifras se obtie-nen substrayendo los ingresos de 0.5% de los salarios más altos, en el entendido de que se trata de ingresos que reciben los ejecutivos que actúan representando a los propietarios. El supuesto de que se trata del ingreso de representantes del capital, es sensato; pero el supuesto de que ellos reciben 0.5% de los ingresos, tal vez no lo sea. En cualquier caso, según los autores, este sector incrementó su participación de manera signifi cativa en el ingreso (de 3% a 9% en ese periodo).

Sin embargo, no se trata de una tendencia lineal. En la práctica, se detuvo en 1995.

Debido al hecho de que las mayores ganancias en pro-ductividad sólo favorecieron a los sectores tecnológicamente

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más avanzados, la tasa de desempleo empezó a retroceder. En enero de 1994 fue de 6.6%; el mismo mes del año 2000 había caído a 4%, y en el último tercio de este último año fue 3.9% (BLS, 2009), lo que regresaba la economía a una situa-ción de pleno empleo. En otras palabras, independientemen-te de la debilidad del trabajo en términos de organización, su posición objetiva en términos de niveles de empleo, mejoró. Ésta fue la razón principal de que los mecanismos que per-mitieron que el sector no fi nanciero obtuviera ganancias a partir de la redistribución del ingreso, dejaran de funcionar. Uno de los ejes de la estrategia neoliberal estaba desmoro-nándose.

En 1996, el salario semanal promedio en dólares cons-tantes de 1982 aumento a 259.38 dólares; en 1997, a 265.22; en 1998 a 271.87; en 1999, a 274.64, y en 2000, a 275.62. En 1997, el costo de la unidad de trabajo en el valor bruto real agregado del sector no fi nanciero empezó a crecer sistemá-ticamente hasta 2001, mientras que la unidad de ganancia cayó de la misma manera (BEA, 2009b). La productividad dejó de crecer más rápidamente que los salarios y más bien se dio lugar a la relación inversa. Tal como la Comisión para la Cooperación Laboral (creada por los tres miembros del TLC norteamericano (Estados Unidos, Canadá y México) decla-rara: “Por su parte las remuneraciones reales tuvieron una recuperación; aumentaron a un ritmo ligeramente superior al de la productividad” (CCL, 2003:156), a pesar de que la pro-ductividad mantuvo su crecimiento después de 1996.

Bajo la conducción neoliberal, el país retrocedió en sus esfuerzos por impulsar el desarrollo industrial, como ya se ha señalado. El proyecto de obtener plusvalor mediante el deterioro de los salarios, justifi caba esta conducta. Sin em-bargo, por esa misma razón no podía ofrecer una salida in-tegral, con niveles de crecimiento relativamente elevados y sostenidos, a la crisis de fi nes de los sesenta y principios de los setenta.

La economía estadounidense había dado lugar al con-texto preciso para la caída de la tasa de ganancia. La po-sición objetiva de los trabajadores y las difi cultades para incrementar la tasa de plusvalor, hacían inevitable la caí-

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da de la tasa de ganancia. Dumenil y Lévy (2004), con su propia metodología, detectaron que esta evolución comenzó en 1997-1998, en las corporaciones no fi nancieras. Datos del BEA indican que la masa de ganancia de las corporaciones no fi nancieras —un dato frente al cual el gran capital es mucho más sensible— cayó de 544.1 billion dollars a 487.5 billions entre 1998 y 2000. En general, si cae la masa de ganancia, caerá su tasa, a menos que la posición del trabajo se deterio-re drásticamente, cosa que no ocurrió en la segunda mitad de los años noventa, como vimos.

La crisis estaba en proceso. La inversión doméstica bruta privada redujo su crecimiento de 12.4% en 1997 a 5.7% en 2000, hasta desplomarse en –7.1% en 2001, para volver a retroceder en –2.6% en 2002. La inversión extranjera direc-ta tuvo una caída estrepitosa en 2001. Como era de espe-rar, el PIB apenas avanzó 0.8% en 2001 y en 1.6% en 2002. El desempleo volvió a crecer, alcanzando 5.7% en 2001. Los desembolsos salariales también cayeron, especialmente en la industria privada productora de bienes. El trabajo perdía claramente muchas de las posiciones ganadas en la segunda mitad de la última década del siglo pasado.

Una salida duradera a la crisis demandaba una modi-fi cación profunda del modo técnico de producir, un cambio que permitiera aumentos autogenerados en la productivi-dad y en la intensidad del trabajo, que consolidara nuevos niveles de desempleo y mejorara la posición de la economía en el mercado mundial. Sin embargo, la conducción econó-mica y política del país optó por profundizar la estrategia que venía poniendo en marcha, ahora con mayor énfasis en el endeudamiento de las familias y de las empresas, a fi n de hacer crecer el mercado interno. En el plano de las op-ciones disponibles, el país, que había relajado sus esfuerzos por impulsar el desarrollo de las fuerzas productivas, no es-taba preparado para otra cosa en lo inmediato, y la misma conducción política del país tampoco estaba ideológicamente predispuesta a ello.

Los resultados han sido ampliamente discutidos. La pro-ductividad del trabajo creció alrededor de 2.8% anual entre 2002 y 2004, y a partir de entonces la tasa de crecimiento

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cayó a 1.4% en 2005 y a 0.9 en 2006, recuperándose levemen-te en 2007 (1.3%) (OCDE, 2009). El desempleo cayó a 4.5% en 2006. Los trabajadores mejoraron su posición en el ingreso. Sus remuneraciones crecieron por sobre el crecimiento de las ganancias corporativas. Su participación en el ingreso nacional pasó de 63.9% a 64.4% entre 2006 y 2007, y aunque todavía no alcanzaba el nivel de 2001 (66.2%), tendía a mejo-rar. El défi cit comercial continuó creciendo hasta duplicarse entre 2000 y 2006. Los precios del petróleo se fueron a las nubes, debido en parte a la especulación, mientras que los precios de las exportaciones chinas aumentaban, entre 2006 y 2007, como resultado de los cambios en sus propios salarios y de una cierta revaluación del yuan. La inversión fi ja pri-vada doméstica, que apenas había crecido 1.9% en 2006, se derrumbó -3.1% en 2007 (BEA, 2009a). Una nueva oleada de estancamiento económico, desempleo y caída de los salarios, reeditó los males de 2001-2002 en un nivel más profundo.

El endeudamiento de los hogares y de las empresas bus-caba estimular el consumo con cargo a la creación futura de valor y de ese modo impactar sobre la producción pre-sente. En parte, el mecanismo fue exitoso por un periodo, como puede apreciarse en el boom inmobiliario; pero generó precios y capitales fi cticios que se desenvolvían sin contacto con la producción real, en correspondencia con el tipo de de-manda que el esquema creaba. Una vez que el derrumbe del capital no fi nanciero desmoronó las expectativas de ingresos futuros, el mundo artifi cialmente creado estalló en pedazos, a partir de la ruptura de su eslabón más débil: los créditos precarios (subprime), y puso en evidencia el enorme costo de una especulación que también afectaba a los precios de ma-terias y alimentos, elevando costos productivos e inhibiendo la producción.

La crisis que tuvo lugar en 2000-2002 había sido encu-bierta con un velo de explosión monetaria, la cual se erigió en estímulo sufi ciente para sortear la tormenta e impulsar el crecimiento de manera sostenida. Esa crisis fue en los he-chos tratada como si fuera la explosión de una burbuja, en este caso la llamada dot-com bubble, que estalló en marzo de 2000 y que, a su vez, fue interpretada como el resultado de

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las elevadas tasas de interés y cargas tributarias, y no como el efecto de una caída en la demanda creada por la inversión decreciente en los sectores que no eran objeto de la especula-ción. Los sectores productivos que no estaban en el centro del avance tecnológico ya no podían seguir sosteniendo la expan-sión de la “nueva economía”. Sin embargo, desde el punto de vista dominante, para superar el estancamiento no se reque-ría mucho más que bajar las tasas de interés (la reducción fue sistemática desde enero de 2001 hasta llegar a 1% en junio de 2003), recuperar el fi nanciamiento externo y abrir paso a la operación de cualquier mecanismo fi nanciero que permitiera lanzar dinero al mercado. Ninguno de los problemas estruc-turales fue atacado, y éstos no tardaron en salir a la luz.

En la actualidad, los dos primeros mecanismos mencio-nados (bajas tasas de interés y fi nanciamiento interno y ex-terno) están aún en uso en Estados Unidos. En realidad, el recurso a las bajas tasas de interés fue más profundo en esta ocasión, ya que en 2008 la tasa de la Reserva Federal cayó 0.25, nivel en que ha permanecido; el tercero busca corregir-se mediante la introducción de esquemas regulatorios. Por otro lado, se está aumentando el gasto en investigación y de-sarrollo, pero no se vislumbra todavía una nueva oleada de cambio tecnológico. En estricto sentido, esto último impide la adopción de una estrategia más adecuada para la supe-ración de la crisis. El capitalismo estadounidense, a despe-cho de cualquier eventual recuperación transitoria que sólo postergaría las transformaciones necesarias, continúa en un estado muy vulnerable de salud. Hoy en día prácticamente no existe espacio para los estímulos monetarios. Al mismo tiempo, los niveles de deuda y de défi cit fi scal reducen las posibilidades de introducir estímulos fi scales. La demanda de bienes habrá de permanecer igualmente estancada por el hecho de que el sector privado busca liberarse de sus deudas. Los espacios naturales de neoliberalismo están agotados.

Así pues, los desafíos por venir no se limitarán ya a la tarea, por compleja que sea, de enfrentar una gran crisis periódica del capital como las que hemos conocido hasta el presente. De aquí en adelante, los desafíos serán —son ya— mucho más grandes y más complejos.

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4. Capital y naturaleza

El cambio climático es ya generalmente reconocido como un fenómeno fuera de discusión. Una enorme masa de inves-tigaciones y reportajes sobre lluvias torrenciales que han paralizado por horas a ciudades completas o que provocan enormes masas de damnifi cados, infecciones y muertes; olas polares que matan decenas de miles de animales; incendios forestales que destruyen miles de hectáreas; la expansión de zonas pobres en oxígeno; el desplazamiento de especies de sus entornos naturales; desplazamientos de poblaciones y una gran cantidad de otras calamidades han contribuido a formar una conciencia generalizada sobre esta realidad.

En enero de 2007, en su reunión anual, el Foro Económi-co Mundial, que incluye una gran parte de los cuadros aca-démicos y políticos del capital a escala mundial, determinó que el cambio climático es el tema con mayor impacto global para los años venideros, y reconoció que se trataba de un asunto respecto del cual el mundo estaba menos prepara-do. La preocupación de este grupo, aunque llega con mucho atraso, responde a una alerta crucial. En efecto, las inves-tigaciones sobre los efectos económicos globales del cambio climático están en la base de este tipo de reacciones. En par-ticular, el llamado Informe Stern —dirigido por sir Nicholas Stern, jefe de Servicios Económicos del gobierno; elaborado por encargo (en julio de 2005) del primer ministro británico, y publicado el 30 de octubre de 2006— debía encender focos de alarma que ya no podían ser ignorados. Los puntos más destacados de este reporte son los siguientes:

– Es necesario actuar de manera urgente para combatir los efectos del cambio climático. Ya no es posible de-tener el cambio climático que se producirá en las dos o tres décadas que siguen, pero se puede reducir su impacto. Estabilizar la situación en cualquier nivel re-quiere que las emisiones anuales se reduzcan en más de 80% de su nivel actual.

– De no hacerse, se puede perder como mínimo 5% del PIB anual global. Las pérdidas pueden llegar a 20%, o más.

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– Se requiere, desde ya, destinar 1% del PIB global anual. Estos recursos pueden ser insufi cientes si la innova-ción orientada a producir tecnologías bajas en carbono es más lenta de lo esperado. La inversión en IyD en energía debe duplicarse, y el apoyo a la difusión de tec-nologías bajas en carbono, multiplicarse por 5.

– Una convicción principal del informe es que el costo de la inacción será muy superior. Además, espera que la creación de tecnologías, mercancías y servicios bajos en carbono abrirán nuevas fuentes productivas ventajosas para los negocios. El desarrollo económico se puede lo-grar sin eludir el cambio climático.

– La reducción de las emisiones exige una mejora de la efi ciencia energética, la introducción de cambios en la demanda y de tecnologías limpias en los sectores de la energía, la calefacción y el transporte. Aun así, es po-sible que los combustibles fósiles sigan representando más de 50% del suministro mundial de energía todavía en 2050. El carbón seguirá representando una parte importante de la mezcla energética, por lo que es ne-cesario promover la captura y el almacenamiento del carbono. Igualmente es necesario reducir las emisiones que resultan de la deforestación y de los procesos agrí-colas e industriales.

– La acción del Estado es imprescindible en un gran va-riedad de tareas para enfrentar el cambio climático; el Informe destaca la regulación del precio del carbono, el estímulo a la innovación tecnológica, la promoción de la efi ciencia energética y la concertación internacional. Esta última se considera una condición necesaria para enfrentar los desafíos futuros.

De acuerdo con el Informe, “el cambio climático es el ma-yor fracaso del mercado jamás visto en el mundo”. Esta sen-tencia puede leerse como un grito desesperado para que la razón quede al mando de la conducción económica del mun-do; aunque el Informe no se posiciona en contra de la lógica capitalista que, determinada por el afán de ganancia, empu-jó a una relación irracional con la naturaleza, en lo inmedia-

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to sí condena el liberalismo a ultranza que ha dominado los asuntos del mundo en las últimas décadas.

Es difícil imaginar la posibilidad de producir alguna cosa sin un incremento en sus costos mientras se avanza a la estabilización del sistema climático. Basta pensar en los aumentos de los precios del agua o de la electricidad, sin ne-cesidad de considerar los precios agrícolas, del suelo, de las residencias, de los seguros y demás, para tomar conciencia de la magnitud de los efectos previsibles. Desde el punto de vista de la economía capitalista, tanto el capital constante como el variable tenderían a incrementar su valor.

La toma de conciencia generalizada respecto del cambio climático y de la urgencia de enfrentarlo, también ha sido estimulada por la observación del desenvolvimiento del pe-tróleo, un recurso natural que no puede reproducirse en los términos requeridos por el crecimiento económico. Como he-mos sugerido, se trata del recurso natural que mayor impac-to ha tenido en el crecimiento y el desarrollo económico du-rante el siglo XX y lo que va del actual. Independientemente de que el peak-oil, en relación con todas las existencias del planeta, haya sido alcanzado o no, la convicción general es que la mayor parte de los yacimientos “fáciles” en el mundo han llegado a su cenit (pico o meseta, según los casos) y que la producción en adelante deberá concentrarse en los yaci-mientos de explotación más difícil, lo que, como es natural, demandará inversiones y costos más elevados. El petróleo no convencional, aparte de ser más contaminante, requiere más agua y energía para su procesamiento.

Los precios del petróleo están también determinados por la demanda, lo cual explica sus oscilaciones. Aunque el bajo crecimiento económico favorece la disminución de los pre-cios, por un lado lleva a la postergación de inversiones en ya-cimientos de explotación más difícil, y por otro daña de ma-nera adicional el desenvolvimiento económico de los países exportadores. Las señales de crecimiento económico tienen el impacto inverso. No parece razonable descartar nuevos descubrimientos de petróleo convencional, como ya ocurrió en Alaska (lo que de todos modos mantiene a Estados Uni-dos por debajo de su pico de 1970) y en Rusia (que sí supe-

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ró su pico), pero no ha habido mayores noticias al respecto. También parece posible recuperar hidrocarburos dejados en las extracciones primarias y secundarias, pero los costes se-rán mayores.

La búsqueda capitalista de alternativas energéticas ha dado lugar a nuevas contradicciones. Es el caso de la agri-cultura. La producción de bioenergéticos se ha logrado en parte gracias al desplazamiento de la producción de alimen-tos, de por sí afectada por el cambio climático. La llamada crisis alimentaria no es el resultado de la dinámica propia de la agricultura, sino de infl uencias hasta cierto punto exter-nas a la misma. “Hasta cierto punto”, porque el crecimiento agrícola ha sido posible gracias al concurso del petróleo —a través de los agro-químicos, los sistemas de refrigeración, la movilización de tractores y tráileres, además del recurso a los fertilizantes que provienen del gas natural— y de la electricidad, que además de producirse en buena parte gra-cias al gas natural, también procede en parte del carbón. Es decir, el sistema agrícola también es un emisor de gases de efecto invernadero y, en la medida en que contribuye al cam-bio climático, también da lugar a las causas que la afectan (inundaciones, sequías, plagas, erosión de la tierra). Pero no parece razonable pensar que las manifestaciones de la actual crisis alimentaria hubieran hecho en tan poco tiem-po acto de presencia sin la intervención de la producción de bioenergéticos. Así pues, dicha crisis es también un efecto de la respuesta capitalista al problema energético. Cabe seña-lar, además, que la producción de bioenergéticos no reduce las emisiones agrícolas y hasta se discute sobre si efectiva-mente trae consigo ahorros de energía.

5. Para concluir

1. El capitalismo está llamado a producir una nueva ola de cambios tecnológicos. Desde el punto de vista del interés ca-pitalista, esta nueva ola debe producir una nueva relación de la producción tanto con el trabajo como con la naturaleza. En el pasado, la superación de las crisis tuvo lugar, indefec-

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tiblemente, mediante un salto en la explotación del traba-jo y también de la naturaleza. Los nuevos y más poderosos medios de producción afectaban a ambos. Ahora es urgente proteger a la naturaleza, mientras se procesa una mayor ex-plotación del trabajo. Ésta es la magnitud del desafío que el capitalismo tiene por delante.

2. El descubrimiento de una nueva fuente energética lim-pia, fácilmente disponible y barata, sería un gran paso ade-lante en ese sentido. Tal condición no existe, al menos por ahora. Es generalmente reconocido que no sólo no existen alternativas, sino tampoco alguna combinación de alterna-tivas que se aproxime a la densidad energética del petró-leo. Tampoco el petróleo ofrece promesas viables, no sólo por sus emisiones de dióxido de carbono, sino también porque se está agotando como recurso barato. Sin embargo, rediseñar la industria es de suyo una actividad costosa, y los estímu-los para el cambio se reducen aún cuando tienen lugar en el marco de una expectativa de ganancias a la baja. Por lo demás, el capitalismo estadounidense poco o nada se esforzó por preparar una innovación masiva en el campo de la indus-tria y de la energía, como puede apreciarse en su defi ciente gestión estatal de desarrollo; más bien confi ó a su superio-ridad bélica el control de las fuentes de energía. El capital no está preparado para una recuperación de sus niveles de ganancia por la vía del progreso tecnológico. Tampoco está preparado para operar con menores niveles de ganancias, como lo han evidenciado los estancamientos de la producción en los últimos años.

3. Cabe esperar, por lo tanto, que continuará echando mano a los recursos existentes. Esta ruta puede ser reforza-da con el descubrimiento de métodos que hagan posible un enfriamiento del planeta y permitan extender la captura y almacenamiento de las emisiones. En este contexto, el au-mento de los costos en capital constante deberá compensarse con un abaratamiento proporcional de la fuerza de trabajo y con una extensión de la pobreza. En lo inmediato, el gobier-no estadounidense se ha concentrado en el rescate y ordena-miento fi nancieros, dejando una vez más la reactivación eco-nómica en manos de la fi nancierización de la economía. Son

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pues de esperar unas leves mejoras económicas seguidas por recesiones y por la consiguiente acumulación de tensiones que buscarán su liberación a través de convulsiones más profundas. Mientras no se dé lugar a una nueva revolución tecnológica orientada a la explotación de nuevas energías, el empeño en conciliar la ganancia con la naturaleza, y los intereses del capital con los intereses del planeta, probará ser cada vez más inútil.

4. La competencia por los recursos existentes se agrava-rá. La tendencia al enfrentamiento bélico entre potencias puede ser controlada, al menos parcialmente, mediante la introducción de un multilateralismo que coordine a los grandes poderes en la conducción de los asuntos globales, si-quiera por cierto periodo de tiempo. Ello demandará ciertas concesiones de parte de Estados Unidos, que en la actuali-dad parece estar preparándose para una redefi nición de las zonas de infl uencia y control por parte de las viejas y nuevas potencias. Seguramente, las resistencias de ese país serán mayores en relación con las demandas actuales para crear un nuevo orden monetario internacional, en particular si de lo que se trata es de actualizar la propuesta de Keynes de crear una moneda especial de reserva. Estados Unidos no estará dispuesto a renunciar a las ventajas que le ofrece su actual posición privilegiada. Pero al mismo tiempo, aunque el presente orden monetario es visto como una de las causas principales del actual estado de cosas, potencias como Chi-na, interesadas en la reforma, no logran todavía encontrar una fórmula que no termine lesionándolos a ellos mismos. Esto fortalece las resistencias estadounidenses.

5. En cuanto a la renegociación de las zonas de infl uencia en el mundo, para América Latina no se vislumbran cam-bios. A las medidas de control impuestas a través de los tra-tados de libre comercio, se agrega ahora una intensifi cación del uso de bases militares, como lo ilustra claramente su política militar en Colombia. El surgimiento de gobiernos populares y su posible extensión a otros países, debe ano-tarse como la principal causa de estas medidas para forta-lecer las posiciones militares estadounidenses en América Latina, en particular si se acrecientan las difi cultades en

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apoyarse en movimientos locales reaccionarios exitosos, como en Honduras.

6. El Estado está llamado a desempeñar un papel clave en el proceso de reordenamiento global. El desprestigio del mercado, que afecta de manera especial al capital fi nanciero en sentido restringido, contribuye a legitimar este nuevo rol del Estado. Pero desde que no basta una redefi nición pura-mente keynesiana del papel del Estado, cabe esperar que se acentúe el autoritarismo, en especial con miras a lograr ni-veles de gobernabilidad en un contexto de descontento social y criminalidad alimentados por un incremento de la pobreza y el desempleo.

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3. EL PATRÓN DE COLONIALISMO INDUSTRIAL

En América, la acumulación es crecimiento económico basa-do en las importaciones. Por general, en lo que se refi ere a la acumulación, las importaciones pueden ser usadas para uno de estos dos esquemas económicos: el crecimiento orientado al interior y el crecimiento orientado al exterior. En otras palabras: el crecimiento económico puede organizarse prin-cipalmente ya sea con vistas a las necesidades del mercado doméstico, o a las necesidades del mercado mundial. Ambas formas de crecimiento normalmente van de la mano, pero se refi eren una a la otra de modo distinto: el crecimiento de las exportaciones es una condición del crecimiento hacia el mercado interno, pero lo inverso no es correcto, ya que el crecimiento hacia el exterior no tiene como condición una expansión del mercado interno, y esta última bien puede te-ner lugar simplemente como un resultado secundario de la expansión hacia fuera.

Las exportaciones siempre deben crecer para sostener un determinado ritmo de crecimiento. Sin embargo, mientras que en el caso del crecimiento orientado al exterior las ven-tas apoyan principalmente la expansión del sector exporta-dor, en el caso del crecimiento orientado al mercado inter-no, las ventas deben apoyar tanto al sector exportador como al mercado doméstico. En este último caso, se espera que el crecimiento de la industria relaje las presiones sobre la balanza comercial por medio de la substitución de importa-ciones. Este modelo demanda una protección creciente para una industria que no está en condiciones de seguir el ritmo de cambio tecnológico de los países desarrollados. No obstan-te, la substitución de importaciones —que es esencial para el curso del “crecimiento hacia adentro”— encuentra su límite absoluto en el hecho de que la substitución de la importación de progreso está por defi nición fuera del alcance del país sub-

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desarrollado. La noción de sustituir progresivamente bienes salarios, luego bienes intermedios y luego bienes de capital, no hizo otra cosa que dar lugar a ilusiones sin fundamento real.

El crecimiento orientado al exterior, a su vez, no puede eludir la expansión de una cierta industria para el mercado doméstico como efecto secundario. El grado de crecimiento de esta industria determinará el nivel de los recursos que será necesario sustraer con cargo a la expansión del sector exportador. Debe haber siempre un punto en que el creci-miento de la industria para el mercado local debe ser fre-nado. En ese punto, el nivel de las importaciones se redu-ce, al igual que el crecimiento. Pero los límites a este tipo de crecimiento también están vinculados a la expansión del propio sector exportador, por cuanto ésta implica una constante modernización del mismo. En la medida en que la innovación tecnológica avanza, el sector se incorpora a las corrientes más dinámicas del comercio internacional, estimulando nuevas sofi sticaciones tecnológicas y una ma-yor dependencia respecto de los bienes importados. El va-lor creado en el sector se transforma continuamente en una parte más pequeña del producto exportado, reduciendo su efecto positivo en la balanza comercial, razón por la cual el estímulo para su expansión declina al igual que su impacto en la economía.

El capitalismo en América Latina surgió y se consolidó a través del crecimiento orientado al exterior, de modo que también a través de esta forma se introdujo el colonialismo industrial. La década de 1930 fue testigo de la primera tran-sición de una forma de crecimiento a la otra en varios países, a causa principalmente de dos condiciones históricas: 1) la existencia de un (limitado) mercado interno que surgió es-pontáneamente al lado de las exportaciones, y 2) el relativo aislamiento de la región respecto de los países desarrollados como resultado de la Gran Depresión y de la Segunda Gue-rra Mundial. La gran crisis que estalló hacia fi nes de la dé-cada de 1960 provocaría la segunda transición, esta vez del crecimiento orientado al mercado doméstico al crecimiento orientado al mercado externo. Hasta ahora, como puede

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apreciarse, las grandes crisis mundiales han traído consigo un cambio en la forma del crecimiento en la región.

“Forma del crecimiento” es de alguna manera un concep-to neutral que hace posible el análisis del funcionamiento de la economía subdesarrollada independientemente de la do-minación externa en cualquiera etapa histórica; ésta ha sido la manera de proceder de algunos autores dentro de la CEPAL. Al mismo tiempo, cada forma del crecimiento informa de un modo particular de integración de la región en la economía mundial. Aquí quisiéramos enfatizar el aspecto “domina-ción” de esta integración, el cual es inherente a esta última y que involucra no a cualquier “economía mundial”, sino a una economía mundial dirigida por los países imperialistas. Bajo esta lógica, cada forma del crecimiento es al mismo tiempo un patrón de colonialismo industrial en lo que concierne a América Latina.

Cada patrón de colonialismo industrial, al igual que sus formas de crecimiento, despliega de una manera específi ca las tendencias que corresponden a las economías subdesa-rrolladas, tendencias que, a grandes rasgos, han sido pre-sentadas en el capítulo 1. Estas tendencias se expresan de una manera más violenta y desnuda bajo el crecimiento ex-portador, es decir, bajo el patrón de colonialismo industrial que dio origen al capitalismo y que más tarde sería nueva-mente impuesto por la estrategia neoliberal de globalización en la región. Esperamos aclarar esta proposición en la me-dida en que avancemos; pero, antes que nada, nos gustaría abordar brevemente la cuestión de por qué el subdesarrollo se reproduce a sí mismo desde el punto de vista del cambio tecnológico.

1. Barreras a la apropiación por la región del conocimiento científico de frontera

para la producción

La teoría neoliberal aplicada en la región esperaba que el librecambio y la competencia operaran a favor de la nivela-ción de las economías nacionales. El conocimiento industrial

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y el capital supuestamente se encontraban libremente dispo-nibles, de modo que los mejoramientos de la productividad inducidos por la competencia harían el resto. De acuerdo con este enfoque, no había necesidad de que los Estados impulsa-ran la organización de su propio trabajo general ni la gestión estatal del desarrollo. Sin embargo, ya hemos visto que la economía neoliberal ha estado lejos de trabajar como se espe-raba a nivel global; ahora debemos ver sus limitaciones para la región. El hecho es que varios poderosos obstáculos impi-den que los países subdesarrollados tengan completo acceso al conocimiento de punta y a sus aplicaciones productivas.

Se sabe que la tecnología contiene conocimiento explíci-to y conocimiento tácito. De acuerdo con Masaru Yoshitomi, el primero se comporta como un bien público, es potencial-mente objeto de comercio y se encuentra disponible para el público. El segundo se refi ere al componente de la tecnología que surge de las habilidades colectivas y de las rutinas or-ganizativas de las empresas. Este segundo aspecto no puede ser tratado independientemente de las condiciones particu-lares bajo las cuales la tecnología fue creada. No se encuen-tra disponible en el mercado. Yoshitomi piensa que ésta es la razón de que las diferencias en competitividad entre países y fi rmas persistan a pesar de la difusión del conocimiento genérico (1996: 58-59). Y agrega que las innovaciones hacen posible la expansión y el crecimiento de las empresas que las introdujeron. Por lo tanto, estas fi rmas intentarán retener esos benefi cios por medio del establecimiento de un control exclusivo sobre las innovaciones, hasta donde sea posible.

De este modo, el autor confi rma una vieja tesis de Marx que vincula las innovaciones a la producción de ganancias extraordinarias, por lo que los capitalistas harán lo que esté a su alcance para postergar su generalización. Al nivel de la circulación de mercancías, el comercio intrafi rmas es otra manera en que los capitalistas protegen sus avances tecno-lógicos. Este comercio involucra en gran medida bienes que contienen conocimiento y talentos que han de encontrarse por un tiempo sólo en las empresas que los controlan.

Cuando un productor empieza a comercializar un nuevo producto, sus competidores intentan construir diseños alter-

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nativos. Una vez que se ha decidido enviar masivamente un nuevo diseño al mercado, su productor procede a introducir los cambios requeridos en el proceso de trabajo. Desde luego, las innovaciones de los procesos no siempre responden a innova-ciones de los bienes producidos, ya que simplemente pueden responder a otros propósitos, como la reorganización laboral, por ejemplo. Con relación a la innovación de bienes y procesos, algunos factores son dignos de atención. Estos cambios tienen lugar en fi rmas que han acumulado el cocimiento y el talen-to requeridos, en un contexto en que la cantidad y la calidad de estos últimos cambia constantemente como resultado del progreso tecnológico. Por lo mismo, sólo las fi rmas que poseen semejante conocimiento y talento son capaces de participar en la carrera para imponer un nuevo diseño a un determinado producto o a un nuevo proceso. Pero aun la imitación sigue un curso similar, tal como señala Gustavo Burachik:

La capacidad de imitación-innovación se encuentra asociada con la experiencia productiva y con los esfuerzos de aprendizaje deliberado acumulados por las fi rmas a través de su historia productiva, lo que hace que la entrada innovadora sea relativa-mente difícil (Burachik, 2000: 100).

El producto nuevo o rediseñado entrará primero en los mercados de altos ingresos, o sea, en los de los países desa-rrollados; y se orientará a los países subdesarrollados una vez que se haya generalizado y ya no ofrezca espacio para mejoras tecnológicas signifi cativas. Desde luego, por la mis-ma razón, la obtención de ganancias extraordinarias se con-centrará también en los países desarrollados. La CEPAL ha podido comprobar que “las ventajas comparativas se insta-lan en el país que hace la innovación durante el lapso en que el usufructo de ésta constituye un poder monopólico para el innovador”. Más tarde, “cuando la variable tecnológica ha perdido su signifi cación se trasladan al país rico en factores o en cualidades determinantes para la elaboración de ese rubro” (CEPAL, 1990: 21).

No es raro, entonces, que los gobiernos de los países desa-rrollados muestren interés por el desarrollo de su base tec-

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nológica, aun cuando ese interés no siempre encuentre la co-rrecta contrapartida en las políticas impulsadas. En Estados Unidos, el gobierno ha mostrado interés incluso por el éxito de empresas extranjeras en la medida en que tales fi rmas dan pruebas de su compromiso con el desarrollo de la base tecnológica nacional. De hecho, no se limitan a enfatizar el valor económico del desarrollo tecnológico sino también su importancia política y cultural (House of Representatives, Committee on Science, 1998).

Una vez que la tecnología ha sido enviada a un país sub-desarrollado, allí puede ser objeto de cambios por los pro-ductores locales, con vistas a superar a los competidores que comparten la misma tecnología o trabajan con una similar, o con el propósito más general de adaptarla a las condicio-nes locales. Sin embargo, este trabajo, aun cuando requiera creatividad, meramente complementa el conocimiento ya objetivado en el proceso o producto original (Katz, 1998). El esfuerzo tecnológico en la región ni siquiera se extiende a los principios que subyacen a una innovación particular, y las capacidades locales tienden a permanecer subordinadas a aquellas que hacen posible el mejor uso del paquete tec-nológico importado. Esta práctica es en parte el resultado y también la causa de la baja califi cación de la fuerza laboral, la cual, a su vez, viene a representar un nuevo obstáculo para la entrada de alta tecnología en la región, ya que dicha tecnología es un elemento importante de un entorno tecnoló-gico poco receptivo a la misma.

El correspondiente bajo valor de la fuerza de trabajo, un tema al que habremos de volver en un capítulo posterior, se opone como una nueva barrera a la introducción de tecno-logía de frontera en los países subdesarrollados. Con vistas a incorporar nuevos medios de producción en una empresa en funcionamiento, es necesario que el valor de los mismos sea más bajo que el valor de la fuerza de trabajo que despla-zan. De otra manera, el costo de la unidad de producto no se reducirá y la tasa de ganancia caerá en la medida en que la composición orgánica del capital aumente. Insistimos en que esta ley se aplica sólo para capitales en funcionamiento dentro de condiciones de mercado relativamente estables, y

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explica, entre otras cosas, la conducta de esas empresas que enfrentaron el proceso de apertura económica mejorando el desempeño del trabajo por medios distintos a la incorpora-ción de nueva tecnología. Según la CEPAL, tal fue el caso de la mayor parte del gran capital instalado en la región:

[…] en la mayoría de los sectores industriales este mejoramien-to de la productividad laboral se logró sin grandes inversiones nuevas y con una caída de la ocupación. En gran parte parece tratarse de cambios tecnológicos relacionados con la organiza-ción y de carácter “desincorporado”, es decir, no directamen-te vinculados a la incorporación de nuevos bienes de capital, aunque su introducción implique inversiones complementarias ( CEPAL, 1996: 101).

La CEPAL observó la misma situación en las empresas con-troladas por el capital extranjero:

En efecto, pese a que las transnacionales gozan de ventajas importantes respecto de las empresas nacionales para rees-tructurarse —acceso a los mercados internacionales, a mayor fi nanciamiento y tecnologías modernas—, sus esfuerzos para adquirir competitividad han sido limitados tanto por las res-tricciones que impone su actual planta instalada como por la estrategia corporativa de globalización. En efecto, actualmente han centrado el grueso de sus esfuerzos en reducir sus costos variables, racionalizar su producción e introducir tecnologías “blandas”, sin comprometer mayores inversiones para renovar y modernizar sus equipos (CEPAL, 1994: 36).

En realidad, la “estrategia corporativa de globalización” poco puede hacer para explicar este fenómeno, que pudo apreciarse igualmente en las industrias nacionales sin “es-trategia de globalización”. En ambos casos, fue la búsqueda de utilidades lo que ha determinado la estrategia de adap-tación al esquema de crecimiento exportador en un contex-to (la década perdida) que no ofrecía estímulos para la in-versión directa en nuevas industrias o en la modernización tecnológica generalizada de las existentes. Puede desde ya

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percibirse que este método, por medio del cual el subdesarro-llo latinoamericano buscó enfrentar la apertura comercial y productiva, no planteó mayores demandas en términos de la califi cación de fuerza de trabajo y de desarrollo del ta-lento productivo local, lo que tendió más bien a descalifi car la fuerza de trabajo desde el punto de vista del manejo de los medios de producción cercanos a la frontera tecnológica. Más adelante veremos que dicha descalifi cación, en tanto que profundización de la brecha que existe respecto de la califi cación laboral de los países desarrollados, es un efecto permanente del funcionamiento del colonialismo industrial.

Las barreras que hemos descrito hasta ahora se refi eren fundamentalmente a difi cultades para el acceso rápido a las innovaciones que constantemente tienen lugar en los países desarrollados y que impiden que la región pueda incorpo-rarse de manera competitiva al mercado mundial. Una vez detectadas como obstáculos, lo cual se ha hecho desde dife-rentes perspectivas, el objetivo debe ser superarlos, conside-rarlos estímulos para impulsar en la región la organización del trabajo general que permita avanzar en el desarrollo de la capacidad para producir internamente avance de las fuerzas productivas. Sin embargo, ya hemos señalado que no son éstas las trabas fundamentales, por cuanto más bien promueven al cabo la actitud pro imperialista de las clases dominantes locales. Esta actitud puede apreciarse en las no-ciones ideológicas de los empresarios locales; para éstos, la tecnología extranjera es por defi nición superior a cualquier producto local creado sin el respaldo de la experiencia y la solidez que ofrecen productos probados en el mercado mun-dial; y la importación de progreso, además de que es econó-micamente más conveniente, garantiza niveles competitivos de los que no hay antecedentes en las experiencias locales (Sabato, 1980). Argumentan, además, que su responsabili-dad consiste en garantizar el éxito de su empresa, ya que así cumplen su responsabilidad para con la sociedad (Fale-to, 1991: 11). No logran percibir ningún interés social en la creación endógena de desarrollo y, junto con su visión smi-thiana de la responsabilidad social del empresario, revelan la proverbial ausencia en este sector social de interés por la

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informan
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nación, y a la vez muestran que los proyectos de superación del subdesarrollo dentro del capitalismo liberal, están des-provistos de sujeto.

La ideología y la práctica del neoliberalismo vinieron a reforzar estos conceptos. En efecto, la casi ciega confi anza en el mercado, junto con las demandas de tecnología e inversión que genera, impiden que el Estado se involucre en una acti-va gestión (originaria en este caso) del desarrollo y asuma el papel de conductor y motivador con capacidad para orientar a la economía en torno a fi nes precisos. En realidad, el neo-liberalismo, en vez de promover avances para la superación del subdesarrollo, más bien obstaculiza cualquier evolución en esa dirección, como hemos de ver más adelante.

2. Las estrategias para la transferencia de conocimientos y tecnologías

(la OCDE, el BM, el BID)

Se sostiene, en efecto, que la búsqueda de las tecnologías correctas es un proceso empresarial, por lo que cabe deducir que el papel de los demás actores se reduce al apoyo de los esfuerzos empresariales. La Organización para la Coopera-ción y el Desarrollo Económicos (OCDE) reconoce los enormes avances logrados en un país como China, que no contaba con una élite empresarial que pudiera hegemonizar el proce-so de construcción de capacidades internas; y aunque dicha élite se ha ido creando gracias a la actividad del Estado, se resiste a reconocerle a éste méritos relevantes. Tampoco pa-rece dispuesta a informarse sobre las actitudes del empresa-riado latinoamericano hacia el desarrollo local de la ciencia, y naturalmente no percibe en estas actitudes obstáculos re-levantes.

En el marco de este discurso, las conexiones requeridas para dar paso a la creación de sistemas de innovación sólo pueden completarse a través de los vínculos con el exterior, ya que la organización del conocimiento en los países no de-sarrollados es por defi nición incompleta. En los textos de la OCDE no aparece totalmente claro el signifi cado de “incomple-

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to”, pero razonablemente se puede suponer que por lo menos un contenido principal se refi ere a la ausencia de capacida-des creativas locales. Así, el contacto con las fuentes del co-nocimiento y de la tecnología a efectos de la innovación, no se puede evitar, y toma forma a través de las “transferencias de tecnología” desde las fi rmas que operan en los países de-sarrollados hacia los empresarios locales.

Esto ocurre sobre todo porque, como insiste la OCDE, la producción de conocimiento está altamente concentrada en pocos países y en un número pequeño de empresas. Esta rea-lidad lleva a hacer hincapié en el respeto que es necesario otorgar a los sagrados derechos de propiedad física e intelec-tual, por cuanto ello da a las grandes empresas transnacio-nales la certeza que requieren para embarcarse en lo que la OCDE llama “transferencias” de conocimientos y tecnologías.

Siguiendo al Banco Mundial, la OCDE sostiene que, ade-más de la capacidad adaptativa de los países receptores, la difusión de tecnologías requiere la adecuada operación de tres canales: a) el comercio, b) la inversión extranjera direc-ta (y el licenciamiento que “puede sustituir a la IED”), y c) los desplazamientos de talento. Este último canal no fi gura de manera importante en las refl exiones de la OCDE sobre trans-ferencias de conocimientos hacia los países no desarrolla-dos. La misma Organización ha constatado que se trata en lo fundamental de lo que podríamos llamar “transferencias inversas” de recursos humanos altamente califi cados, puesto que los desplazamientos de talento tienen lugar fundamen-talmente en la dirección Sur-Norte (OCDE, 2008b); es decir: el traslado de talentos está determinado por la concentración del mercado de trabajo científi co en los países desarrollados.

El discurso de la OCDE en defensa del comercio como canal para la transferencia tecnológica, aparece plagado, por así decirlo, de serias reservas. En efecto, reconoce que:

a) la mayor parte de las “transferencias tecnológicas” no incorporadas en bienes (alrededor de las dos terceras partes) tiene lugar a través del comercio intrafi rma, es decir, entre la casa matriz y sus fi liales. El hecho de que ellas sean las principales fuentes de demanda aparece

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vinculado, en realidad, a la decisión de la fi rma de man-tener el control no sólo de los conocimientos y tecnolo-gías que ha creado, sino también de su explotación pro-ductiva misma. Todo esto se reconoce explícitamente en los análisis de la OCDE, los cuales, sin embargo, hacen caso omiso del hecho de que esta práctica se opone radi-calmente a la noción de la transferencia de conocimien-to y tecnología, ya que no hay traspaso a un tercero, ni entre fi rmas ni entre países. La instalación de una fi lial en un país determinado, especialmente en el caso de los países subdesarrollados, no conlleva la apropiación por ese país de los conocimientos que dieron lugar a la empresa.

b) Una importante parte de las exportaciones de bienes, entre 70% y 80%, está controlada por las grandes em-presas transnacionales (ET) que producen tanto cono-cimientos como sus objetivaciones en bienes. Como ya se ha indicado, la adquisición de tal o cual producto no conlleva la apropiación del conocimiento que materiali-za. Desde luego, en especial tratándose de maquinaria y equipo, habrá que reconocer que —como sostiene la OCDE en relación con la inversión extranjera directa— pueden efectivamente producirse transferencias de conocimien-to por medio de la asesoría prestada por la empresa que los vende a efectos de su instalación y funcionamiento, o de su adaptación a condiciones locales, o como resultado de la rotación del personal que los maneja, y a efectos de demostración. Pero eso no incluye el conocimiento del proceso que permitió crear el bien en cuestión.

c) El comercio ha promovido procesos que han hecho que los bienes mercantilizados se conviertan en portadores efectivos de conocimiento y tecnología. La OCDE ilustra esta proposición con el caso de las imitaciones, la mayor parte de las cuales tiene lugar a través de la ingeniería invertida. Sin embargo, de inmediato se percibe que no es el comercio lo que desencadena estos procesos, sino la decisión de los actores locales que se organizan para apropiarse de los conocimientos involucrados en los bie-nes adquiridos.

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En cuanto a la inversión extranjera, realmente llama la atención que la OCDE, aun cuando para ésta la IED es el más importante canal de transferencia tecnológica, no aporte argumentos convincentes que demuestren su efi cacia. Más bien se limita a revisar las diferentes posiciones que existen alrededor del tema y a especular sobre las diferentes causas que pudieran explicar las discrepancias que existen sobre esta cuestión. Desde luego, sus percepciones apuntan a cau-sas razonables de los desacuerdos, pero ello no demuestra la efectividad de la IED como medio de transferencia de co-nocimientos y tecnología hacia los países subdesarrollados. Además, este método tiene una larga tradición, la cual se extiende por toda la época de la producción capitalista en la región, y ha ido a las parejas con el sostenimiento o la exten-sión de la brecha tecnológica.

La OCDE insiste en que una condición para la transferen-cia exitosa, es la existencia de una economía abierta que fa-vorezca el comercio orientado al exterior, es decir, una orien-tación que presta poca o ninguna atención a la producción para el mercado interno. Además, en este contexto

hay razón para enfatizar la importancia de un ambiente de ne-gocios favorable que provea fuertes incentivos para el empre-sariado, la inversión y la innovación. La infraestructura, unos derechos de propiedad sólidos y otras instituciones económicas, inversiones en capital humano, y en algunos casos tal vez tam-bién incentivos para la creación de conocimientos son recursos valiosos que promueven tanto la importación de tecnología de afi liadas de ET extranjeras, la capacidad de las fi rmas locales para absorber los potenciales derrames de la IED y la innova-ción y el emprendimiento independientes de las fi rmas locales (Kraemer-Mbula y Wamae, eds. 2010: 126).

La noción de “ambiente de negocios favorable” incluye re-gulación transparente, bajos riesgos a la inversión, actitudes positivas hacia los empresarios y hacia la tecnología, pero también estabilidad política. Esta última en un contexto donde se protege el papel protagónico de la iniciativa priva-da en el proceso económico. La OCDE señala sin reservas que

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ni Venezuela ni Argentina, en América Latina, proveen el ambiente adecuado, lo que seguramente resulta de los arres-tos soberanos por parte de Chávez y de Kirchner.

Hemos de decir que en los últimos años, en los círculos de la OCDE se introdujo una modifi cación en relación con la situación del conocimiento en los países “en desarrollo”. Se separó a los países desarrollados del resto, por cuanto en los primeros se visualizó la existencia de sistemas com-plejos de innovación, mientras que en los segundos apenas podían distinguirse “ecologías del conocimiento”. En sus términos:

Aquí una ecología del conocimiento consiste en las organizacio-nes dedicadas a la producción, diseminación y utilización del conocimiento. Se distingue del sistema de innovación en que los vínculos entre las instituciones, organizaciones y otros ac-tores son débiles o no existen (Kraemer-Mbula y Wamae, eds., 2010: 107).

Y abunda:

La ecología del conocimiento comprende no sólo las actividades de investigación y desarrollo sino también las actividades de investigación aplicada de fi rmas públicas y privadas, así como programas de educación y entrenamiento técnico de la fuerza laboral. La ecología del conocimiento determina las condiciones de existencia del conocimiento. Pero no es en sí misma un siste-ma de innovación. Provee las bases sobre las cuales los sistemas particulares de innovación pueden auto-organizarse o, si esto falla, ser estimulados a formarse a través de políticas específi -cas (Kraemer-Mbula y Wamae, eds. 2010: 96-97).

Para los efectos de las políticas, este nuevo enfoque, sin embargo, no ha provocado cambio signifi cativo alguno, y de hecho sigue predominando el enfoque anterior que ya hemos visto y confi rmaremos más adelante.

Los principales datos de la situación de los SNI en Amé-rica Latina son ampliamente conocidos, pero, para nuestros fi nes, será necesario recordarlos.

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a) Baja inversión en ciencia y tecnología; en 2007 alcanzó apenas 0.67% del PIB latinoamericano y caribeño. Brasil se ubica muy por encima de este promedio, pero apenas supera 1.1% del PIB. En Estados Unidos alcanzó 2.66% como porcentaje del producto interno bruto, siendo el gasto estadounidense en IyD por habitante 28.5 veces mayor que el de la región.

b) La mayor parte del gasto corre por cuenta de los gobier-nos, aunque durante el periodo esta situación se ha modifi cado considerablemente. En 1990 la aportación de los gobiernos alcanzaba 72.1% del gasto total; en 2005 ese porcentaje había caído a 59.9%. La participa-ción de los empresarios creció de 26.8% a 43.3% en ese periodo.

c) Los vínculos entre la comunidad académica y las empre-sas son muy débiles.

d) La ciencia aplicada local está prácticamente ausente en la creación de procesos y bienes. En lo fundamen-tal, las actividades de innovación continúan siendo de orden adaptativo, es decir, se orientan a introducir las adecuaciones que las situaciones locales demandan para la satisfactoria operación de los procesos y la mercanti-lización de los productos. Además, la mayor parte de la adaptación es conducida por las empresas afi liadas de las grandes corporaciones, o bien gracias a la asistencia técnica externa.

e) La investigación en ciencia básica procede prácticamen-te al margen de sus eventuales aplicaciones productivas. Hay casos en que los investigadores producen hallazgos científi cos que, tras su publicación, son productivamente explotados por las transnacionales (Figueroa Delgado, 2006).

f) El número de patentes autorizadas para los residentes, 16.33% del total en 2007, es muy bajo comparado con el número de autorizaciones concedidas a no residentes: 83.66%. Lo mismo ocurre con el número de patentes so-licitadas. En la región, el número de patentes solicitadas por residentes por cada cien mil habitantes, es de 2.39 en 2007; en Estados Unidos es de 80.02.

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Algunos esfuerzos orientados a la construcción de capaci-dades locales para la operación de determinadas industrias, empezaron a tener lugar en la región apenas a mediados del siglo pasado. A la ciencia académica, escasamente apoyada y concentrada en las universidades, se unieron, especialmente en la décadas de 1950 y 1960, los esfuerzos orientados al es-tablecimiento de instituciones para el impuso de la ciencia y la tecnología. Algunas grandes empresas públicas, especial-mente en sectores defi nidos como estratégicos para la eco-nomía y la defensa nacional, y también algunas empresas privadas, crearon pequeños departamentos de investigación e ingeniería que se unieron a las facilidades creadas local-mente por las fi liales de empresas transnacionales. El Es-tado aportaba alrededor de 80% de los recursos destinados a IyD. Se puede detectar un cierto ánimo nacionalista y de lucha por lograr alguna independencia tecnológica en algu-nos de estos emprendimientos locales, como en el caso de la industria del petróleo en México, o el de la aeronáutica en Brasil; pero, en general, predominó ampliamente el propósi-to de la adaptación.

El Banco Interamericano de Desarrollo (BID) ha realizado alguna actividad orientada al impulso de cierto trabajo cien-tífi co en la región. Desde principios de la década de 1960, es-timuló el crecimiento de infraestructura física, de la califi ca-ción de la fuerza de trabajo científi co, e igualmente promovió la expansión de las fuentes de fi nanciamiento para las cien-cias. Sus orientaciones para la región se fueron modifi cando con arreglo a la evolución de los esquemas económicos domi-nantes en el centro, particularmente en Estados Unidos. Y en lo relativo a la etapa actual, no fue sino hasta el año 2000 que parece haber encontrado un conjunto de proposiciones que respondieran de manera más completa a las demandas neoliberales.

El marco de sus orientaciones para los gobiernos latinoa-mericanos, es defi nido sin reservas: “La globalización econó-mica y la revolución tecnológica, especialmente en el ámbito de las telecomunicaciones y de las tecnologías de la infor-mación, defi nen el contexto en el cual los países de la región

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tendrán que llevar a cabo su gestión” (BID, 2000: 5). Por si fuera necesario, el BID precisa:

La fuente más importante de innovaciones tecnológicas en la región es la importación de bienes de capital y sus especifi ca-ciones y la asistencia técnica que prestan los licenciantes y los vendedores e inversionistas extranjeros. Por lo tanto, el Banco dará apoyo a las políticas encaminadas a aumentar el libre co-mercio, con particular referencia a la liberación del comercio y a la eliminación de barreras a la importación de tecnología (2000: 20) (cursivas nuestras).

Sería de por sí impresionante que el BID se esforzara por mejorar la posición de la región en el mercado mundial; pero sus políticas en realidad apuntan al reforzamiento de la integración subordinada de América Latina a los países desarrollados. La región opera importando progreso y prác-ticamente no produce innovaciones que no estén vinculadas a la adaptación de tecnologías extranjeras. Desde el punto de vista de los intereses más inmediatos de los países de-sarrollados y de las grandes corporaciones transnacionales —el mantenimiento de su monopolio de la creación de pro-greso—, sus defi niciones encajan perfectamente bien; pero desde la óptica de los intereses de los países subdesarrolla-dos, la dependencia al progreso externamente generado sólo puede empeorar; esto es precisamente lo que debe ocurrir con la mayor apertura en el comercio de tecnología y otras políticas de corte neoliberal.

En este contexto, la política propuesta para la región pasó a tomar la forma de unos muy peculiares sistemas “naciona-les” de innovación. En realidad, la noción de “innovación” referida, como vimos, a la “implementación” de nuevos o mejorados bienes o servicios y métodos de comercialización, es de lo más imprecisa; puede incluir todo, pero al mismo tiempo excluir cualquier cosa, como la invención de bienes y procesos. Por lo tanto, sólo es lógico que la región pueda pro-ducir innovaciones basadas en la importación de progreso tecnológico, que es por lo demás prácticamente el único tipo de innovaciones que puede producir. El concepto resultante

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de los sistemas nacionales de innovación será igualmente laxo y puede operar en cualquier parte, sin ninguna conside-ración por las diferencias internas y las distintas situaciones dentro del mercado mundial de las disímiles categorías de países.

No se trata pues para la región del SNI “bien establecido”, que según la UNCTAD es parte de las condiciones específi cas que llevan a las empresas transnacionales a localizar acti-vidades de IyD innovadora en otros países. En efecto, según este organismo:

Los rasgos específi cos que se requieren a los países recipientes para atraer IyD innovativa incluyen un amplio pool de fuerza laboral científi ca y técnica, un sistema nacional de innovación bien establecido donde destacan fuertes instituciones públicas de investigación, parques científi cos y un sistema adecuado de protección de los derechos de propiedad intelectual y de incenti-vos gubernamentales (UNCTAD, 2005:161).

IyD “innovativa” se refi ere aquí a aquella vinculada con las invenciones. Tales condiciones son propias de los países desarrollados y de aquellos que se encuentran en la frontera del desarrollo. Las condiciones que predominan en Améri-ca Latina, propias del subdesarrollo, se corresponden con la IyD adaptativa, la cual se vincula a la producción masiva de un bien o servicio o a la aplicación de un proceso ya in-ventado, y se concentra en la habilitación de las tecnologías importadas en forma adecuada a las condiciones locales

Es pues absurdo pensar que los organismos internacio-nales procuran que los gobiernos latinoamericanos se em-barquen en tareas que les permitan transitar desde la IyD adaptativa a la IyD innovadora, o —según la perspectiva del nuevo lenguaje que busca consolidarse—desde las eco-logías del conocimiento a los sistemas complejos de innova-ción. Esto sería equivalente a pensar que esos organismos están interesados en comprometer a la región en tareas que le permitan iniciar la superación del subdesarrollo. Desde luego, nada más lejos de la realidad. Sólo bastaría recordar los lineamientos de política del BID para desechar la idea.

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Pero hay más. En el contexto ya descrito de las políticas de ciencia para la región, las medidas sobre las cuales más se ha insistido se refi eren a:

a. Apoyo a la investigación y desarrollo según la demanda, o sea, según las necesidades específi cas de las empresas. Estas demandas en general se vinculan a las rutas de innovación tecnológica defi nidas en el centro por las grandes empresas transnacionales y sus gobiernos. No es casualidad que el go-bierno de Estados Unidos y el BID hayan coincidido en la im-portancia asignada a las tecnologías de la “nueva economía” (telecomunicación, informática, computadoras). El apoyo es-tatal para facilitar la instalación de estas industrias en la región es al mismo tiempo subsidio para la expansión de las mismas y para la empresa local que, carente de interés en el desarrollo de industrias auténticamente nacionales, impor-ta progreso. Por otro lado, ya se trate de investigación para la creación de nueva tecnología o para la adaptación de la tecnología importada, los agentes más capacitados para lle-varla a cabo son aquellos vinculados a las actividades de las transnacionales, esto es, los trabajadores científi cos de estas empresas. No es que los científi cos locales no participen en las tareas de investigación, ni que incluso en ocasiones cum-plan roles protagónicos en los mismos. Lo que pasa es que, en lo general, ellos están condenados a un papel subordi-nado, debido a su rol marginal con relación a las decisiones tecnológicas más importantes. Un estudioso de los procesos científi cos en la región, Henning Jensen Pennington, ha de-tectado que la colaboración científi ca con los países desarro-llados tiene lugar sobre la base de una división muy desigual de las tareas. Según él:

En términos generales, los científi cos de los países en desarrollo participan en las fases operativas de los proyectos conjuntos de investigación, pero no están igualmente involucrados en otras fases, tales como la conceptualización teórica y metodológica de los proyectos, el análisis y la discusión de los resultados y la redacción de las publicaciones de los resultados correspondien-tes. Los científi cos de los países en desarrollo tienden a estar

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más involucrados en los procesos de recolección de datos, lo cual constituye una participación muy limitada que no se traduce necesariamente en una potenciación de las capacidades científi -cas endógenas (Jensen, 2007).

Éste es el caso “en términos generales”, o sea, la situación que predomina. El doctor Jensen advierte sobre el peligro del colonialismo científi co que estas relaciones de colaboración conllevan; pero su concepto del proceso de estas relaciones ya describe cabalmente la operación de un activo colonialismo científi co. Más todavía, desde la Universidad de Costa Rica, según el mismo texto citado, él pareciera empeñado en una seria lucha anti-colonialista en este plano, sobre la base de una plataforma mediante la cual principalmente aspira a:

1) una participación equitativa en la formulación de los proyectos;

2) que la información pueda ser usada de manera compar-tida;

3) que los resultados puedan ser aplicados conjuntamente y sus benefi cios compartidos; y

4) que los científi cos locales sean integrados a investigacio-nes de frontera.

Tomada en sí misma, se trata de una plataforma mera-mente académica, poco consciente de sus limitaciones socia-les y políticas. El colonialismo científi co no es más que una expresión del colonialismo industrial y del imperialismo, el cual no encuentra su base de apoyo principal en la comuni-dad científi ca, de cualquiera de ambas categorías de países, sino en la clase empresarial latinoamericana y en el Esta-do que ésta ha logrado organizar para sus propósitos. No se trata de un problema de trato igualitario entre comunidades científi cas de los países desarrollados y de la región, el cual, desde luego, sería justo y deseable, sino de poner fi n a la expoliación de unos países por otros.

b. Protección de la propiedad intelectual. Mientras más pro-funda es la conciencia de la importancia del trabajo cientí-

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fi co para la producción, mayor es la insistencia en los de-rechos de propiedad. Desde que la producción de nuevos bienes y servicios y de innovaciones en general se concen-tra en los países desarrollados y en las grandes empresas transnacionales, los derechos de propiedad constituyen una típica demanda imperialista. Los derechos de propiedad son también, en el contexto de las grandes empresas que cuentan con sus propios departamentos de investigación y desarrollo, una apropiación de los productos del trabajador científi co empleado por ellas, y una expropiación de las ha-bilidades mentales de este último. Lo mismo ocurre cuando, valiéndose de su control sobre las facilidades de producción y sobre los mercados, explotan productivamente los descubri-mientos de científi cos que carecen de recursos para hacerlo por sí mismos. Desde el punto de vista de la competencia entre capitales, los derechos de propiedad intelectual son necesarios para la obtención de ganancias extraordinarias y para la supremacía de unos capitales sobre otros, de la mis-ma manera que son necesarios para la supremacía de unos países sobre otros. Los “sistemas nacionales de innovación” resultantes de este tipo de demandas no pueden hacer otra cosa que perpetuar la dominación externa en la región. Pero los gobiernos, incapaces de hacerse de una visión para sus propios países, ceden ante las presiones externas para eludir castigos, como la reducción de la inversión extranjera o las difi cultades para la obtención de créditos.

c. La promoción de vínculos entre la comunidad de negocios y la comunidad científi ca. Esta política crea para los cientí-fi cos de la región un entorno enteramente distinto de aquel en que surgió y creció. Se persigue poner el trabajo científi co al servicio de unos empresarios que poco o ningún interés mostraron por esta relación en el pasado. No se espera que la iniciativa provenga principalmente de la empresa privada con base en sus demandas, sino más bien que los trabajado-res científi cos por sí mismos construyan sus relaciones con la empresa privada. Con esquemas de estímulos fi nancieros, empujan a los investigadores a dar lugar a contactos que les permitan hacerse de un espacio en las actividades de inno-

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vación. Pero no se adoptan políticas orientadas a superar las desventajas de estos trabajadores, de manera que son constantemente empujados a la ejecución de tareas subordi-nadas, porque carecen de control sobre los conocimientos y las tecnologías que son estratégicas para el tipo de empresa que se supone deben atender en el contexto de la política de los sistemas nacionales de innovación.

La incongruencia de estas medidas de política debieran saltar a la vista: persiguen resolver un problema dejando intocadas las causas que lo crearon. La separación entre la comunidad científi ca y la de negocios tiene su origen en el hecho de que esta última levantó y desarrolló sus empresas sobre la base de conocimientos creados en el exterior, dando lugar a una dependencia que se internalizó en una expan-sión económica que tenía lugar apoyándose en cada nueva ola de cambio tecnológico producido en el mundo desarro-llado. Por lo mismo, el vínculo que es posible construir sólo puede ser subsidiario y periférico. Leonardo S. Vacarezza, evaluando el signifi cado de estos vínculos desde su propia perspectiva, concluye:

De esta forma, la selección de temas de investigación, los méto-dos, los tiempos y las oportunidades no se fi jan autónomamente por los científi cos sino, cada vez más, por redes de actores que persiguen los más variados intereses en relación con los conoci-mientos posibles, entre los cuales los empresarios, los ingenieros de planta, los fi nancistas, tienen un papel más relevante […] La dinámica de estas redes refuerza el liderazgo de los países centrales no sólo ahora, a través de la excelencia de sus grupos académicos, sino por la estrecha ligazón de sentido comparti-do entre empresas y laboratorios. Por lo tanto la investigación académica latinoamericana sufre un doble status periférico: en cuanto a su posición relativamente marginal de la comunidad científi ca internacional y en cuanto a su capacidad de integrarse en el “contexto de aplicación” marcado por la corriente de inno-vación y producción del capital internacional (Vaccarezza, 1998).

Lo anterior ocurre en un ambiente donde los gobiernos efectivamente han aportado algunas condiciones para fa-

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cilitar la vinculación. Vaccarezza remite a la creación de infraestructura (parques tecnológicos, incubadoras de em-presas), al apoyo fi nanciero, y a otras medidas ya durante los noventa, e insiste en que no se trata de la ausencia de esfuerzos (aunque, claro, el débil fi nanciamiento que el Es-tado y las empresas destinan a la ciencia y tecnología pone claramente en evidencia la insufi ciencia de estos esfuerzos). El problema, dice el autor, “es que no constituyen un sis-tema autosostenido de relaciones dinámicas que marquen un rumbo claro a la investigación en ciencia y tecnología vinculado con las sociedades y las economías en que se des-envuelven” (Vaccarezza, 1998). Un sistema de vinculación científi ca conducido por empresas privadas transnacionales no habrá de detenerse en consideraciones sobre las necesi-dades, por urgentes y graves que sean, de las sociedades la-tinoamericanas. Sus preocupaciones fundamentales tienen que ver con costos, calidad, mercadotecnia y, en la base de todo, con ganancias.

La cuestión ahora es: los intentos orientados a la crea-ción de “sistemas nacionales de innovación”, ¿han servido realmente para hacer avanzar la ciencia en América Latina? Como ya se ha sugerido, ciertamente ha habido avances en cuanto a infraestructura científi ca, y se ha logrado estable-cer ciertos vínculos entre la comunidad científi ca local con las empresas. Pudiera pensarse que estos avances deben celebrase, aun cuando hayan tenido lugar gracias a la me-diación de una ciencia externamente creada para benefi cio de las corrientes de expansión capitalista defi nidas en los países desarrollados. Sin embargo, esta “globalización” de la tecnología en nada mejora la ruta seguida por el desarrollo científi co regional durante la fase previa.

De hecho, los esfuerzos de la etapa anterior, dirigidos por el Estado, correspondían a sentimientos nacionalistas, limitados, sí, pero más o menos defi nidos. No se trata de un proceso generalizado en la región, pero al menos estuvo pre-sente en los países más importantes. Los laboratorios crea-dos en las empresas estratégicas informaban de una cierta aspiración de independencia sobre la base del desarrollo de capacidades locales para la producción tecnológica. En rea-

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lidad se trataba de débiles empeños, tanto por el entorno extremadamente complejo en el que tenían lugar, como por las confusiones ideológicas que los respaldaban.

La globalización ha venido prácticamente a desmantelar lo poco que se había logrado en esa perspectiva. En efecto, la apertura comercial y el levantamiento de las restricciones a la propiedad extranjera, así como la desregulación, vinieron a modifi car por completo las condiciones del desenvolvimiento de las empresas localmente establecidas. Enfrentar la com-petencia dentro del mercado mundial apuntaba irremedia-blemente a la reconversión productiva. Crear internamente medios de producción más sofi sticados, era algo para lo cual las empresas privadas locales no estaban preparadas. Como bien ha señalado el BID, ellas tienen como medio más impor-tante de innovación a la importación de tecnología, la que es retomada masivamente durante la década de 1990. Por otra parte, los laboratorios creados para asistir a las empre-sas estatales son reemplazados por aquellos propios de las empresas extranjeras tras las privatizaciones. Las mismas fi liales de empresas extranjeras reducen sus actividades de investigación y aun de adaptación, debido a su vinculación a mercados globales y a la homogeneización de patrones de consumo, y refuerzan su dependencia a la casa matriz. Todo ello obstruye signifi cativamente cualquier proyecto orienta-do al desarrollo de las capacidades locales.

Cassiolato et al., tras una relevante y valiosa refl exión sobre estos temas en un estudio que incluyó los casos de los conglomerados de las industrias automotriz en Minas Ge-rais, de telecomunicaciones en Sao Paulo y del tabaco en Rio Grande Do Sul, los tres en Brasil, arribaron a las siguientes conclusiones:

Las subsidiarias de las multinacionales han reducido signifi -cativamente sus actividades tecnológicas e innovativas locales durante los 1990;

Los esfuerzos innovativos e incluso productivos dentro de los conglomerados locales están disminuyendo y esto, por supuesto, afecta capacidades esenciales de las fi rmas así como sus proce-sos de aprendizaje.

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Las redes productivas e innovativas están siendo desarti-culadas y no hay una nueva articulación signifi cativa entre las nuevas inversiones y la infraestructura local de investigación y desarrollo;

El nivel de empleo de personal especializado dentro de es-tos conglomerados ha disminuido (y esto ha sido seguido por la pérdida de categoría de algunos de las ocupaciones de algunos especialistas que permanecieron empleados) (Cassiolato et al.: 16). (Traducción nuestra.)

Durante la última década del siglo pasado y en la prime-ra del presente, las importaciones de bienes de capital, y el conocimiento incorporado a éstos, han seguido creciendo, y con mayor fuerza en los sectores de mediana y alta tecnolo-gía. Lo mismo ha ocurrido con el défi cit en la balanza indus-trial, como veremos más adelante. Se pone así de manifi esto que nada se ha avanzado en términos de la producción local de tecnología. Y en el contexto de un esquema globalizado dominado por las grandes ETN, donde los productos tienden a estandarizarse, cabe pensar que las posibilidades de la re-gión de avanzar en la creación por sí y ante sí de capacidad de producción de conocimiento con aplicación productiva, se han debilitado aún más. La globalización, con todas sus proclamas de homogeneización, no ha hecho otra cosa que profundizar las relaciones de desigualdad y de expoliación sobre las que ha trabajado.

3. Límites al crecimiento exportador que surgen de las relaciones con los

países desarrollados

La exportación de la producción se enfrenta directamente con la competencia internacional fuera de las fronteras de la región. La región prácticamente no participa en la defi nición de las condiciones de los mercados; para competir con algún éxito, debe operar a lo menos con los niveles de costos y de calidad que prevalecen en el mercado mundial, esto es, con los niveles decididos por las grandes corporaciones interna-

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cionales. La gran corporación transnacional ejerce control sobre el acceso a los mercados, y mantiene el dominio de los niveles tecnológicos adecuados y los recursos fi nancieros. Por lo tanto, los países subdesarrollados no están en condi-ciones de embarcarse por sí mismos —aparte de un limitado número de productos— en proyectos signifi cativos de creci-miento exportador, ni mucho menos en el crecimiento expor-tador como forma del crecimiento. La inversión extranjera directa pasa a ser una de las más destacadas condiciones para el funcionamiento del esquema.

Bajo el patrón previo de colonialismo industrial, el capi-tal extranjero penetró principalmente en la forma de fusio-nes con capitalistas locales y con los Estados. Su principal objetivo era el mercado interno de la región, el cual creció también para benefi cio del capital extranjero, que ha goza-do de un fuerte y creciente proteccionismo contra la com-petencia desde el exterior. Los Estados locales, como ya se ha señalado, compartían algunas nociones sobre el interés nacional y se resistían a que el capital extranjero llegara a controlar de manera absoluta ciertas industrias, en especial aquellas consideradas estratégicas para el crecimiento de los países. Las cosas fueron muy diferentes tras el cambio en la forma del crecimiento. Los Estados latinoamericanos pasa-ron a involucrarse de una manera muy activa en una aguda competencia por atraer capital extranjero, al cual ofrecieron prácticamente todo: muy bajas tarifas, reducidos impuestos, facilidades industriales, un elevado nivel de compensación sobre la inversión, paz social, etcétera.

Durante la “década perdida” de 1980, cuando una buena parte de los países llevaba a cabo su “ajuste estructural”, esto es, la transición (países como Chile, Uruguay y Argen-tina iniciaron esta transición a mediados de la década de 1970) hacia el nuevo patrón de colonialismo industrial, el capital fi nanciero internacional se dedicó a recolectar los benefi cios de la gigantesca deuda externa de la región y a promover, a partir de la debilidad fi nanciera de los países la-tinoamericanos, la reorganización económica de los mismos. Durante los noventa, la inversión extrajera creció sistemá-tica y signifi cativamente en la región, de 1% del PIB latinoa-

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Vìctor Manuel
Tachado
extranjera
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mericano en 1991 a 5.5% en 1999, y pasó a ser la principal y más estable e importante fuente de fi nanciamiento exter-no. El capital extranjero, que ya había ganado una porción no despreciable de la producción local, acentuó el proceso de desplazamiento de los productores locales. Dentro de las 500 mayores empresas, las corporaciones transnacionales llegaron a controlar 43.7% de las ventas en 1998-1999, un aumento signifi cativo si se le compara con el 27.4% en 1990-1992. La empresas privadas nacionales redujeron su partici-pación de 39.4% a 37.2% durante esos años, mientras que la producción controlada por el Estado cayó de 33.2% a 19.1%. En general, mientras más grande es la empresa, mayor es el peso del capital extranjero en ellas. Así la participación de las compañías transnacionales en las ventas de las 200 empresas más grandes, creció de 30.6% en 1995 a 44.8% en 1998, y sus ventas en el exterior crecían más rápido que las exportaciones de la región.

La inversión extranjera se orientó a diferentes sectores económicos a través de la región. En México y la cuenca del Caribe, los recursos externos se dirigieron principalmente a la manufactura. En Sudamérica, se orientó en lo fundamen-tal a la explotación de recursos naturales. La inversión en servicios ha sido importante en toda la región. Los principa-les países receptores de inversión han sido Brasil y México. En México predomina la inversión estadounidense; en Sud-américa, la europea.

Como la inversión extranjera y el crecimiento exportador siguen muy de cerca el curso del ciclo económico, era de espe-rar que el ingreso de capitales cayera durante 2000-2002. La caída fue desde 79 923 millones de dólares en 1999 a 45 213 millones en 2002. La recuperación tomó fuerza en 2004, esti-mulada por los altos precios de las materias primas y de los alimentos, y aumentó hasta 2008, a pesar de que las priva-tizaciones se hallaban prácticamente agotadas como fuente de inversión externa. De la misma manera, las convulsiones de 2007-2008 terminaron afectando el ingreso de capitales y, desde luego, el crecimiento económico.

La década de 1990 fue testigo de la consolidación del cre-cimiento exportador en la región. El comercio internacional

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asumió un nuevo protagonismo en la actividad económica latinoamericana. Durante la década de mayor crecimiento en la etapa anterior, las compras y ventas en el exterior se mantenían en niveles que serían más tarde ampliamente su-perados En 1960-61, las exportaciones representaron 11% del PIB regional, y las importaciones, 10.5%. Una década más tarde, en 1970, estas relaciones permanecían prácticamen-te inalteradas: 10% y 9.7%, respectivamente. La tendencia del balance comercial al desequilibrio defi citario se mantuvo bajo control, gracias a la expansión industrial. Sin embargo, el défi cit de la cuenta corriente era inevitable.

El défi cit comercial se disparó en los ochenta. América Latina terminó esta década con un enorme défi cit en el co-mercio de bienes: 121 mil millones de dólares constantes de 1995 en importaciones contra 74 mil millones en exporta-ciones. Durante los ochenta, la década perdida del ajuste estructural, la región equilibró con recesión esta cuenta ex-terna, e inició los noventa con un notable excedente (unos 40 mil millones de dólares).

La tasa de crecimiento de las exportación había sido 4.2% en 1960-1970; en los ochenta saltó a 7.8%, un porcentaje si-milar al de la década siguiente, y alcanzó 8.6% en el periodo 2000-2007. 2008 y parte de 2009 fue un periodo de fuerte contracción en correspondencia con el acontecer global. En 2009 y 2010, las exportaciones se recuperan en volumen y en precio (11.6 y 12.8%, respectivamente), pero su efecto po-sitivo sobre la balanza comercial fue reprimido por un creci-miento más rápido de las importaciones. A partir de fi nales de 2011, las ventas se contraen en un contexto de depresión global del comercio. Las importaciones caen menos rápida-mente y el balance de bienes y servicio se equilibró (0.1% del PIB) hasta producir, en 2012, un défi cit estimado en 0.4%.

Hacia fi nes de la década de 1990, en medio de un dinámi-co comercio internacional y antes de la crisis 2000-2002, el défi cit estaba sólidamente instalado en la balanza comercial (bienes y servicios). En 1997-1999, las exportaciones repre-sentaban 18.9% del PIB, y las importaciones, 20.9%. El propio comercio internacional ya sugería la necesidad de una con-tracción, pero en esta ocasión fue la situación internacional

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lo que la desencadenó. En realidad, un examen detallado por países demostraría que el crecimiento exportador en su me-jor época debió avanzar combinando periodos de alrededor de tres años de crecimiento económico con excedentes comercia-les, y enseguida dando lugar a défi cits crecientes que debían ser combatidos con contracciones del crecimiento económico.

La balanza comercial no siempre manifi esta esta tenden-cia al défi cit, en particular durante los periodos de bonanza en los precios y en el volumen de los recursos naturales ex-portados, como ocurrió en años intermedios de la primera década de este siglo, con las exportaciones de petróleo, de minerales y de productos agrícolas por parte de la región. La evolución de los últimas tres lustros, que muestra que las exportaciones de manufacturas con contenido tecnológico de la región han venido creciendo, pudiera causar confusiones o crear expectativas sin fundamento. México, el principal ex-portador de la región a principios del milenio, era también el principal responsable de esta evolución. Los productos de contenido tecnológico medio y alto se concentraron en la ma-quila, y representaron en 2001 alrededor de 22% de las ex-portaciones de la región. Sin embargo, esta industrialización que se traduce en mayores exportaciones, ha tenido lugar siguiendo los patrones del subdesarrollo.

La maquila hace descansar pesadamente su funciona-miento en las importaciones de insumos, las que normalmen-te contribuyen con más de 70% del valor del producto. La aportación local de insumos alcanzó en 2001 su valor más alto desde 1980, 2.7% del valor del producto; es decir: la maquila no ha tenido mayor impacto en la promoción de industrias para la provisión de insumos (CEPAL, 2003). Esta situación se ha sostenido hasta ahora sin mayores modifi caciones; en todo caso, ha empeorado (CEPAL 2012). El valor de la manufactu-ra exportada es más alto, mucho más alto en este caso, que el valor producido internamente. De donde resulta que las llamadas exportaciones de medio y alto contenido tecnológi-co son predominantemente ventas de productos logrados con fuerza laboral poco califi cada en el país exportador.

Se aprecia aquí que no sólo el trabajo de concepción y dise-ño de procesos y productos, sino también una buena parte del

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trabajo de operación vinculado al primero, quedan concentra-dos en los países desarrollados. Se advierte también, aunque de manera más bien extrema, que no sólo la creación de nue-vas industrias sino también su funcionamiento, dependen de las importaciones de medios de producción, prolongando más o menos, según la industria de que se trate, el défi cit de creatividad interno. La desnacionalización de la producción, en la medida en que avanza la acumulación, profundiza la incapacidad de los países para tomar sus propias decisiones económicas. Tal como se afi rma en los círculos de la UNCTAD:

La creciente importancia de las redes internacionales de pro-ducción elevó el grado de complementariedad productiva entre países desarrollados y en desarrollo. Esto implica que una cuota mayor de producción y exportación en los países en desarrollo pasa a depender de las decisiones y desenvolvimiento de fi rmas y países extranjeros (Mayer, Butkevicius y Kadri, 2002).

La balanza de bienes desagregados, en sus diferentes ca-tegorías, debe de permitirnos ilustrar las tendencias señala-das para el conjunto de la región.

CUADRO 3.1 ALYC COMERCIO DE BIENES.EXPORTACIONES (MILLONES DE DÓLARES)

Productos 1987 1992 1997 2002 2004Primarios 46.906 51.457 85.875 93.371 145.064Industriales basados en recursos naturales 20.651 32.099 52.526 52.823 72.913Industriales con intensidad tecnológica 23.680 60.140 132.055 182.193 218.452

CUADRO 3.2 IMPORTACIONES (MILLONES DE DÓLARES)Primarios 14.030 19.999 31.115 32.469 43.981

Industriales basados en recursos naturales 13.740 25.772 49.386 50.685 62.415Industriales con intensidad tecnológica 40.180 100.237 217.245 234.499 279.506Fuente: CEPAL, 2006a (Anexo Estadístico).

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La balanza de bienes latinoamericana descansa pesada-mente en la exportación de bienes primarios e industriales basados en recursos naturales. Entre 1987 y 1991, arrojó en su conjunto un saldo positivo basado en una contención de las importaciones y del crecimiento. En los diez años si-guientes, hasta 2001, el balance fue defi citario. A partir de 2002 y hasta 2006, se ha revertido esta situación, gracias a condiciones que han favorecido un incremento de los precios —y en menor medida del volumen— de las exportaciones primarias, en forma destacada del petróleo, el gas, el cobre y algunos productos agrícolas (azúcar, banano y café).

Durante cada año del periodo comprendido entre 1987 y 2004, el saldo de bienes industriales ha sido negativo, debido en particular al défi cit en bienes de tecnología media y alta. La evolución de los saldos para los cinco años incluidos más arriba, es la siguiente:

CUADRO 3.3 ALYC BALANCE DE BIENES INDUSTRIALES(MILLONES DE DÓLARES)

1987 1992 1997 2002 2004Total industrializados –9.5888 –33.801 –82.051 –50.168 –50.554Basados en recursos

naturales 6.911 6.297 3.139 2.137 10.498De baja tecnología 2,587 –2.632 –10.154 –6.424 –5.896De tecnología media –11.671 –25.098 –50.483 –30.877 –31.692De alta tecnología –7.415 –12.368 –24.553 –15.005 –23.466Fuente: CEPAL 2006a (anexo estadístico).

Resulta evidente que la producción de bienes industriales de la región está lejos de satisfacer las necesidades internas. Peor todavía, el recurso a bienes producidos en el exterior tiende a crecer en la medida en que avanza la industrializa-ción, precisamente porque ésta, bajo las condiciones del sub-desarrollo, hace crecer la dependencia de los bienes indus-triales producidos en los países desarrollados. En 1987, las importaciones de estos bienes constituían 78.5% del total; en 2004, esa participación subió a 87.4%. Los bienes de tecno-

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logía media y alta fi guraban con 49.2% del total durante el primer año; en 2004, alcanzaron 57%. Prácticamente toda la variación se debe a la creciente importancia de los bienes de alta tecnología en las importaciones, que pasaron de 13.8% a 21.5% en el periodo.

Los últimos picos recesivos han llevado a una acentua-ción de la tendencia general. Así, en los periodos recesivos de 2000-2002 y 2007-2009, la composición de las exportaciones regionales se modifi có a favor de las materias primas y ma-nufacturas basadas en recursos naturales (cuya participa-ción pasó de 41.2% a 52.5%) y en contra de las manufacturas con tecnología alta, media y baja (que pasó, de una manera más bien drástica, de 51.9% a 41.1%).

Aquí es conveniente una digresión. Los organismos in-ternacionales incluyen entre los países “en desarrollo” a las economías del Este y Sudeste asiáticos. La presencia de esta región en las exportaciones de manufacturas es creciente. En el periodo que va de 1996 a 2001 participaron con 30% en las exportaciones mundiales de tecnologías de la informa-ción y las comunicaciones, uno de los sectores más dinámicos del comercio internacional. Esta región vende poco menos que la Unión Europea (34%), pero más que Estados Unidos (17%) y que Japón (15%). La participación latinoamericana fue de apenas 4%. Pareciera pues que la distinción entre paí-ses “desarrollados” y “en desarrollo” no tuviera en este caso su expresión correspondiente en lo relativo al comercio. En realidad, situar a la República de Corea, Taiwán, Filipinas, Singapur, Tailandia y a países como los latinoamericanos en una misma categoría, no hace otra cosa que difi cultar la comprensión de los procesos en los que se encuentran invo-lucrados los distintos países, o bien es una expresión de esa difi cultad.

No es que se ignoren diferencias importantes. Por ejem-plo, la CEPAL señala que “en contraste con las experiencias de algunos países de Asia, pese a su supuesto éxito, el sector exportador mexicano no ha sido capaz de crear los necesa-rios eslabonamientos hacia adelante y atrás en la economía nacional” (CEPAL, 2003a). Sobre algunas de las implicaciones de esta realidad en la región, afi rma:

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Subir la “escalera tecnológica” es difícil, especialmente cuando la base de proveedores locales de insumos está poco desarrolla-da y, consecuentemente, empresas localizadas fuera del territo-rio suministren partes y componentes, así como servicios más sofi sticados. En estos casos, los servicios de diseño e ingeniería, de investigación y desarrollo, así como de logística y comercia-lización, tienden a ser ofrecidos por las empresas matrices, sin mayores posibilidades de transferencia de tecnología (CEPAL, 2003a: 109).

Lo que no se percibe es que los países que lograron “su-birse” a la “escalera tecnológica” y ascienden un peldaño tras otro, están avanzando en la división capitalista de su tra-bajo, dando lugar a la organización de su trabajo general y buscando hacerse del conocimiento y de las habilidades que condicionan la producción. No esperaron a que el sector ex-portador fuera “capaz de crear los necesarios eslabonamien-tos”, sino que se embarcaron en unos proyectos de nación que los elevaran a una nueva posición frente a los países imperialistas. Son países y zonas que están en el umbral del desarrollo capitalista y lo menos que puede decirse de ellos es que ya lograron renegociar su posición en el mercado mundial. América Latina, por su parte, continúa atrapada en el traspatio del imperialismo. Todo lo cual pone también de manifi esto que no hay una fatalidad subyacente a este estado de cosas, aunque la voluntad política de los gobiernos de la región se ajusta más al sostenimiento del mismo.

De regreso a nuestra preocupación principal en este apartado, sabemos que así como la inversión extranjera con-tribuye a mitigar los problemas creados por el défi cit en la balanza comercial, lo mismo es cierto respecto de los créditos desde el exterior. Ya hemos señalado que el endeudamiento externo es un factor inherente al desenvolvimiento económi-co a partir de la organización de las relaciones sociales de producción bajo el subdesarrollo. El crecimiento exportador no podía eliminar esta tendencia, y no lo hizo; más bien la intensifi có. En 1980, la deuda externa como porcentaje del PIB había llegado a 26.2%, agravada tanto por los precios del petróleo como por la existencia de crédito abundante y bara-

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to a nivel internacional durante los setenta. En los ochenta, que en general fue un periodo de transición, con apreciación del dólar y caída del comercio internacional, este indicador se disparó, llegando a 57.3% en 1986, para empezar a dismi-nuir a partir de entonces. En los noventa, con el nuevo pa-trón ya estabilizado, la deuda respecto del PIB cayó a 33.6% en 1997, manteniéndose bastante por encima del nivel de 1980. En 2003, llegó a 41.7%, y entonces comienza a reducir-se a raíz de la bonanza exportadora de los países productores de hidrocarburos, productos de la minería y agrícolas. Esta tendencia a la baja alcanzó 18% en 2008, para empezar a re-vertirse como resultado de la situación general de crisis (en 2009 fue 20.4%). Durante la etapa anterior, la deuda crecía respecto del valor de las exportaciones, pero no alcanzaba al 100% de la misma, lo cual viene a ocurrir en los setenta. Sin embargo, en los noventa, bajo el crecimiento exportador ya consolidado, sólo en 1997 la deuda estuvo debajo de 200% del valor de las exportaciones, y durante el periodo 2000-2006 alcanzó un promedio anual de 177%. Gracias al rápido creci-miento de las exportaciones, ese porcentaje cayó por debajo de 100% entre 2006 y 2008, pero en 2009 empezó nuevamen-te a recuperarse.

El costo de la inversión extranjera y de los créditos exter-nos en la forma de intereses y utilidades, se ha hecho sentir de manera creciente en el estado de las cuentas externas. El défi cit de la balanza de rentas creció de 20 a 40 mil millones de dólares entre 1980 y 1995, y continuó creciendo a 89 mil millones en 2006 y nuevamente, a 110 mil millones en 2008, esto es, dos veces el excedente de la balanza de bienes. En este último año, el défi cit de cuenta corriente fue equivalen-te a 0.6% del PIB regional.

4. Contradicciones internas

El desenvolvimiento económico de América Latina ha sido mucho más mediocre durante el crecimiento orientado al exterior que en la etapa previa. Entre 1950 y 1980, la tasa anual de crecimiento económico alcanzó 5.3%; entre 1991 y

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2003 fue de 2.7%. Entre 2004 (6.1%) y 2008 (4.2%) mantuvo ritmos relativamente elevados, pero se derrumbó nuevamen-te en 2009 (-1.9%). Una tendencia más acentuada al défi cit comercial debía llevar a los gobiernos a establecer controles más férreos sobre el crecimiento, pero en general los años de expansión de 2004-2008 extendió más bien una sensación de optimismo que habría de evaporarse con la crisis global. Al mismo tiempo, la mayor dependencia en todas las esferas de la economía ha transformado a la región en una víctima mucho más fácil de las turbulencias fi nancieras.

Durante la presente etapa, la región redujo su partici-pación en la producción mundial. En 1973, era de 8.7%; en 2006, fue de 7.7%. Las diferencias en ingreso por persona respecto de los países desarrollados también se elevaron. Respecto de Europa, la diferencia era de 2.5 veces en 1973; en 2006, la diferencia saltó a 3.2 veces. Tal vez convenga señalar que las distancia respecto de Europa en este plano también creció entre 1950 y 1973, esto es, durante la etapa anterior; pero no debe olvidarse que en esos años esa región estaba involucrada en un proceso muy activo de reconstruc-ción y expansión económica, y no deja de llamar la atención que la misma diferenciación no tuvo lugar en relación con otras regiones avanzadas. De acuerdo con un estudio de la CEPAL, el ingreso por persona de un grupo de países compues-to por Australia, Canadá, Estados Unidos y Nueva Zelanda, fue 3.7 veces mayor que el mismo ingreso en América Latina en 1950, y la distancia no creció hasta 1973; por el contrario, se redujo ligeramente a 3.58 veces. Sin embargo, la misma diferencia creció a 4.64 veces entre 1971 y 2006 (CEPAL, 2008).

La tasa de crecimiento anual del PIB latinoamericano por persona empleada entre 1992 y 2003, fue muy baja: 0.1%. Creció a 1.9% en 2003-2006, para una tasa anual promedio de 0.6% entre los años 1992-2006.

Desde luego, semejantes resultados económicos no se traducirían en buenas noticias para el empleo. Antes de re-visar la información, es útil recordar que existen factores inherentes a la presente forma del crecimiento —aparte del crecimiento lento— que afectan los niveles de empleo. Por un lado, las empresas de exportación trabajan con niveles

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más elevados de composición del capital con vistas a operar con los niveles adecuados exigidos por un desenvolvimiento aceptable en el marco de la competencia global. Una menor cantidad de fuerza de trabajo es requerida para movilizar una magnitud dada de medios de producción. Por otro lado, la protección de la industria que produce para el mercado doméstico fue casi completamente desmantelada, forzada a su reestructuración o empujada a la ruina. Este sector debía reducir su presencia en la producción, lo cual tenía que da-ñar su capacidad para atraer fuerza de trabajo. Por ejemplo, el peso de los bienes de consumo personal en las importa-ciones totales había caído de 23% en 1948 a 15% en 1970, durante el crecimiento orientado al mercado interno; pero su descenso continuo fue duramente afectado durante la pre-sente etapa de colonialismo industrial. Las importaciones de bienes de consumo crecieron de 14% en 1990 a 17% en 1998.

La tasa de desempleo en América Latina y el Caribe ha sido correspondientemente elevada: 1994: 8.2%; 2000: 10.4%, y 2008: 7.5%. En 2009 se elevó nuevamente por sobre 8.0%. Estas cifras no están muy alejadas de los niveles de desempleo en muchos países desarrollados en la actualidad. Lo que sí debe llamar la atención es el nivel que ha alcanza-do el “empleo informal”; de acuerdo con estimaciones ofi cia-les (CEPAL, 2009) constituye alrededor de 50% del empleo en-tre 1994 y 2008. Desde la perspectiva de la CEPAL, este sector incluye a trabajadores independientes, trabajadores familia-res y aprendices, trabajadores de microempresas y trabaja-dores domésticos. Intentaremos construir una cuenta más adecuada de su naturaleza social en el próximo capítulo. Por ahora se trata de trabajadores que no están en su mayoría directamente involucrados en la relación de capital-trabajo asalariado y que son empujados a buscar alternativas de empleo al margen de la acumulación o en contacto indirecto con ella. Sus muy precarias condiciones de trabajo raramen-te les permiten hacerse de condiciones sufi cientes de vida. América Latina, durante la actual etapa, pasó a ser la región más desigual del mundo; junto con la concentración de la riqueza, la pobreza alcanzó una extensión sin precedentes. Las cifras ofi ciales informan de 40.5% de la población en

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condiciones de pobreza para 1980; 48.4% en 1990; 44% en 2002. Desde entonces, después de prácticamente seis años de crecimiento económico continuo, la pobreza se redujo a 33% en 2008 para caer a 29.4% en 2011. Así pues, la pobreza ha caído, pero continúa siendo muy elevada. En términos absolutos, la población en condición de pobreza creció de 135 millones en 1980 a 180.4 millones en 2008.

Una exclusión social mucho más dura azotó a la región, con lo que la gobernabilidad política se hizo más complicada. La esfera política y los sentimientos sociales separaron sus caminos. Entre 1990 y 2002, sólo 62% de los ciudadanos con derecho a voto lo ejercieron, y no más de 56.1% de esos votos fueron efectivamente validados. En general, en los países donde el voto no es obligatorio, la participación popular fue menor aún; así ocurrió en Colombia (33%) y en Guatemala (36.2%). El abstencionismo tendió a crecer; ése fue al menos el caso de México, donde abarcó a 42.3% de los ciudadanos en 1997, y a 58.3% en 2003. A principios de este siglo, sólo 43% de los ciudadanos apoyaban la democracia; no más de 20% respaldaba a los particos políticos; menos de 40% con-fi aba en el poder judicial, la policía, los jefes de Estado y las fuerzas armadas; la televisión contaba con la credibilidad de menos de 50% de la población (UNPD, 2002).

Las instituciones políticas e ideológicas del capitalismo latinoamericano han estado lejos de comportarse como se re-quiere para garantizar un desenvolvimiento relativamente estable de la sociedad. Con el nuevo esquema de crecimiento, perdieron una buena parte de su escasa energía como fuer-za legitimadora de la dominación. El descontento social fue empujado a ensayar nuevas formas de manifestación y nue-vos canales para expresarse. Con éxito se intentaron nuevas rutas en Venezuela, Ecuador y Bolivia sobre la base de lide-razgos con una resuelta oposición al neoliberalismo y con un amplio apoyo entre las abultadas masas de excluidos. Fue a partir de estos avances que la tercera etapa empezó a dar cuenta de su decadencia, con el ensayo de nuevos rumbos que incluyeron a los más excluidos y a liderazgos alejados de compromisos con la reproducción del establishment tradicio-nal. No puede predecirse el resultado fi nal de este proceso,

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pero el crecimiento basado en las exportaciones y el corres-pondiente patrón de colonialismo industrial está claramente sometido a un severo cuestionamiento que la actual crisis mundial en curso reforzará, apurando la búsqueda de un curso alternativo. Tal como Dello Buono y Bell han señalado:

No importa cuán resistente sea el sistema de dominación, cree-mos que la insistencia en imponer y prolongar las políticas neo-liberales frente a la agudización de las contradicciones sociales continuará creando condiciones propicias para nuevas explosio-nes sociales. Es nuestra convicción que bajo ciertas circunstan-cias, estos procesos sociales contradictorios pueden fi nalmente llevar a resultados no anticipados y posiblemente a transforma-ciones más profundas (2009: 5).

5. Regímenes políticosen la tercera etapa

Por política entendemos la praxis que regula una confl ictivi-dad social que tiene como eje la división en clases en el inte-rior de los países, y que regula también las relaciones entre Estados hacia el exterior La política se desenvuelve alrede-dor de determinadas relaciones de dominación internamente, y un mundo sin política es sólo imaginable como un mundo sin dominación. El agente dominante de la política es el Esta-do. El tipo de dominación y las circunstancias históricas de la misma, condicionan la organización y las tareas del Estado. Esto también es válido para cada tipo particular de Estado.

El Estado capitalista de las últimas seis décadas apro-ximadamente, da cuenta de dos grandes formas de la regu-lación política: por un lado, el autoritarismo, el cual admite distintas modalidades (dictaduras liberales, totalitarismos y presidencialismo); por otro, la democracia liberal, que ha operado bajo dos modalidades de regulación: una tendencial-mente inclusiva, y otra tendencialmente excluyente. Una y otra están vinculadas a las distintas propuestas de organi-zación para la economía capitalista que se concretaron con el keynesianismo y el neoliberalismo.

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El esquema keynesiano, basado en el consumo, con un fuerte énfasis en la expansión de los mercados domésticos y, por lo tanto, con una atención no despreciable al nivel de los salarios, permitió que se consumara el pacto social que ca-racterizó el desarrollo capitalista desde la segunda posgue-rra (y en América Latina aun desde antes, con la emergen-cia de los Estados populistas) hasta los años setenta. En lo fundamental, se trataba de un esquema que operaba sobre la base de un activo tráfi co de concesiones entre las clases, el cual hacía posible que los sectores populares se vieran a sí mismos incorporados al goce de los frutos del crecimiento y pudieran formarse expectativas razonablemente viables de mejoramiento en sus condiciones de vida. El Estado de bienestar aportó materialidad a esas expectativas, especial-mente en el plano de la educación, la salud y la vivienda. Los partidos operaron como dinámicos portadores de esas concesiones, lo cual elevó su prestigio frente a una población que reconocía como positivo su papel como mediadores.

El esquema neoliberal puso fi n al mencionado pacto so-cial e inauguró un nuevo trato al movimiento obrero y a los sectores populares. Debía hacerlo, porque ello era una con-dición para la superación de la gran crisis que se había incu-bado en los sesenta y que tuvo sus primeras manifestaciones en los años 1967-1968, y luego en 1974-75. Se trataba, como ya hemos visto, de recuperar la tasa de ganancia, para lo cual era necesaria una modifi cación de la correlación de cla-ses. El ataque a los sindicatos que comienza a extenderse en la segunda década de los setenta en Estados Unidos, para entonces ya se generalizaba en el Cono Sur de América Lati-na. La expansión del desempleo contribuyó al debilitamiento político del movimiento obrero, en tanto que las nuevas opor-tunidades para la introducción de innovaciones tecnológicas también aportaban lo suyo a ello. No fue menos importante la progresiva reducción de la actividad estatal en cuanto al crecimiento del desempleo. Condiciones objetivas, como la ruina de empresas afectadas por la crisis y la nueva compe-tencia capitalista, se unieron a otras de carácter subjetivo, como la acción de los gobiernos, para impulsar hasta donde fuera posible el debilitamiento del movimiento obrero. La

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desregulación de las relaciones laborales y la fl exibilización laboral desplazaron la balanza en benefi cio de un poder casi incondicional en favor del patrón.

5.1. La democracia tendencialmenteexcluyente en América Latina

En América Latina, una región con gobiernos débiles en sus relaciones con el exterior avanzado, y extremadamente sen-sibles a las presiones de organismos, empresas y gobiernos de los países desarrollados, la reorganización social asumió características particularmente severas para los sectores populares. La distribución del ingreso, que había sufrido fuertes cambios a favor de los sectores económicamente más poderosos, consolidó durante los noventa, según datos de la CEPAL (CEPAL, 2003b), la perversión alcanzada en las décadas anteriores. Más todavía, en algunos países como Argentina, Bolivia, Brasil, Costa Rica, Ecuador, El Salvador y Nicara-gua —de entre un total de 13 para los cuales hay informa-ción—, la situación continuó empeorando y el 10% más rico de la población aumentó su participación en el ingreso. Para el conjunto de la región, hacia 2000-2002 el 10% más rico se apropia de un ingreso equivalente a 19.1 veces mayor que el ingreso que capta el 40% más pobre. América Latina se destaca, no está demás insistir en ello, como la región con la mayor desigualdad social en el mundo.

A la distribución oligárquica del ingreso ha seguido la consolidación de un sector amplio y en expansión de ex-cluidos, de sobrepoblación (absoluta y relativa) en sentido económico. La convocatoria a participar en la democracia electoral, en cuanto concesión política, carece de su comple-mento en la esfera económica. Tal es su principal escollo: los proyectos de inclusión política están destinados al fracaso si han de fundarse en la exclusión económica. Ello debía tener su impacto en el desenvolvimiento político de la sociedad, y lo ha tenido. El juego político no ha logrado hacerse del aval de la población marginada, y ello le ha mermado valor como mecanismo legitimador del poder.

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No puede negarse, en efecto, que una buena parte de la crítica al juego democrático actual proviene de los sectores excluidos. En un estudio sobre la abstención electoral en Mé-xico (el cual sintetiza varios elementos de esa crítica), ba-sado en los resultados de las elecciones federales de 1994 y 1997, se obtuvieron las siguientes conclusiones:

– El abstencionismo y los niveles de ingreso se desplazan en relación inversa.

– Hay una relación inversa entre los niveles de escolari-dad y los niveles de abstencionismo. Se abstiene más la población que ha tenido menos acceso a la educación.

– La abstención rural, o sea del espacio donde se concentra la mayor pobreza, es mayor que la abstención urbana.

– El abstencionismo en los distritos con mayor población que trabaja por cuenta propia, es mayor que en aque-llos de población con trabajo relativamente estable. (IFE, s/f).

En el extremo de las cosas, las manifestaciones de los sec-tores a quienes no importaría que un gobierno autoritario tomara el poder a condición de que resolviera sus problemas económicos, tienden a aumentar. Según los resultados de una encuesta realizada en México, el porcentaje de los entre-vistados que piensa de esa manera creció de 39% a 41%, en-tre noviembre de 2002 a abril de 2004 (El Universal, 2004). Cabe hacer notar que difícilmente habrá de encontrarse una expresión más contundente de la relación existente entre la organización económica y la regulación política. Pero tam-poco puede pasarse por alto el hecho de que los resultados de estas encuestas no admiten una interpretación general. Cada pueblo conserva las imágenes del autoritarismo que ha construido a partir de su propia experiencia. Mientras que en Chile o Argentina, por ejemplo, el autoritarismo está vinculado al asesinato, la tortura, la cárcel, el exilio, el ham-bre, el desempleo, la ausencia de derechos, la arbitrariedad abierta, los desaparecidos, etcétera, en México el autorita-rismo ha sido mucho más moderado, y en sus buenos tiem-pos logró poner en marcha un pacto de clases, débil, claro,

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pero relativamente duradero, y por periodos garantizó una amplia libertad de movimiento a las bases sociales. Sería pues de dudar que en casos como los primeros, el autorita-rismo encontrara un amplio respaldo entre los sectores po-pulares; en cambio, en el segundo caso resulta difícil para el pueblo establecer una línea clara de demarcación entre la vieja situación y la actual. Así pues, no resulta insensato pensar que también entre las fi las del pueblo que necesita resolver sus problemas de subsistencia, algunos puedan, en un momento dado, preferir el “autoritarismo” que conocen a su actual “democracia”. Después de todo, tras el “retroceso” al autoritarismo, el pueblo seguiría votando, y su voto sería tan ignorado como lo es ahora

Es claro que la actual democracia se encuentra empeña-da en una empresa contra sí misma. Su propia lógica es un obstáculo a su desarrollo, por cuanto promueve rechazo más que adhesión. En este ambiente, una pregunta surgirá más temprano o más tarde: ¿no es antidemocrática la conducta de los sectores populares que no manifi estan apoyo a la de-mocracia en la actualidad? El político profesional absorbido por el ambiente neoliberal, probablemente pensará de este modo. Pero no hace falta decir, en primer lugar, que lo que el pueblo está criticando no es la democracia en general, sino la presente forma exclusiva de la misma. La gran mayoría no se siente parte de un proyecto que no reconoce sus necesidades fundamentales y no contempla arreglos para la satisfacción de las mismas; un proyecto que, por el contrario, condena a grandes sectores a la miseria y donde la coerción encuentra terreno fértil; un proyecto que ofrece derechos políticos posi-tivamente consagrados, pero muchos de los cuales el pueblo pobre no puede ejercer, debido a su mediación mercantilista. La solución a la “crisis de la democracia” no consiste en los desesperados esfuerzos de las autoridades electorales para llevar la población a las urnas, sino en promover una com-pleta modifi cación del trato político y económico que recibe actualmente el pueblo.

Culpar al pueblo del fracaso del intento neoliberal por dar lugar a un esquema estable de regulación del confl icto social, esquema que sólo podría ser uno que promoviera el

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consenso social, es dar la espalda a las contradicciones inhe-rentes al mismo proyecto neoliberal. Estas contradicciones, en lo que se refi ere a la regulación política, son múltiples. Señalemos algunas otras.

5.2. Otras contradiccionesde la democracia neoliberal

La globalización neoliberal, conducida por el gran capital transnacional que buscaba sacudirse todas las regulaciones y concesiones que las condiciones históricas le impusieron en otro tiempo, ha reducido seriamente las agendas nacionales de la región. Ni siquiera las orientaciones de sus procesos económicos son discutidas internamente, puesto que vienen impuestas desde el exterior. Los neoliberales, por su parte, ocultan esta realidad difundiendo la creencia de que las de-cisiones económicas han pasado a manos del mercado, una entidad que escucha, que reacciona y promueve, que pone orden y cuya sabia conducción libera a los individuos del aco-so estatal. Así reza la ideología dominante. Pero, para tales efectos, el resultado es el mismo: se ha expropiado a las na-ciones una gran parte de su limitada capacidad para tomar decisiones. Las fracciones nacionales del bloque dominante mismo han sido empujadas a un nuevo grado de subordi-nación. Las asimétricas relaciones internacionales se han apropiado de un espacio cada vez más importante de la polí-tica; en contrapartida, se ha dejado en manos de la política local un rango de decisiones cada vez más reducido en can-tidad e intrascendente en signifi cado social. En el FMI, en el BM, el BID y la OCDE, se diseñan (o en ocasiones, simplemente se transmiten) las “recomendaciones” sobre política econó-mica, seguridad social, salud, educación, en fi n, sobre las cuestiones decisivas. En el otro polo del esquema imperial, la insaciable sed de créditos e inversiones pone de rodillas a las naciones latinoamericanas, dando forma a un esquema autocrático de transmisión de las decisiones, donde el Esta-do-cliente se limita a enarbolar como propias las consignas que recibe desde el exterior. Si el Estado local no puede abor-

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dar como su tarea la situación de los sectores populares, es porque este tema, como tantos otros, relacionados o no, es extremadamente importante para el capital extranjero. Mu-cho menos podrán los Estados, en este contexto, trabajar con los pobres un nuevo trato. El político local es empujado a la mediocridad con la misma fuerza con que él en otro momen-to impulsó este mediocre esquema de democracia.

Vinculada a lo anterior, la globalización neoliberal redujo la capacidad de concesión de los Estados latinoamericanos, y de ese modo pulverizó el poder de gestión de los políticos. Si la limitación de la agenda nacional ha aportado lo suyo al desprestigio de los congresos, la indiferencia neoliberal fren-te a los problemas del pueblo ha arrasado con el prestigio de los políticos y de sus partidos. C. B. Macpherson (1982), quien en un análisis brillante había concluido que la fun-ción de los partidos era “difuminar las contradicciones de clase”, seguramente se sentiría contrariado por el ambiente actual, donde los partidos se han volcado al sostenimiento de una situación que lo único que hace es agravar esas con-tradicciones. Pueden hacerlo, porque no existe para ellos el mandato imperativo que los hace responsables frente a sus representados (mandato que nunca agradó a la democracia capitalista y fue tempranamente objeto de rechazo por una burguesía francesa aterrorizada por los levantamientos de 1789). Los partidos, como organizaciones que se disputan el control de los gobiernos, dieron lugar a la representación popular indirecta, gracias a la cual pueden desenvolverse independientemente de las demandas de sus representados. Pero al negarse a actuar como efectivas corrientes de trans-misión de las necesidades y demandas sociales, haciendo por el contrario en los hechos el papel de operadores políticos en la lucha contra estas demandas, han socavado su función política y han dejado de contribuir decisivamente a la legi-timación del dominio de clase. En este frente, los partidos abren brecha para su crítica también por parte de la burgue-sía más reaccionaria.

Tanto su estructura como su vida interna actual, son ex-presión directa de lo anterior. Lo que A. Panebianco (1990)

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visualizaba como una evolución que resultaba básicamen-te de la lógica interna de las organizaciones, aparece ahora también como un resultado hacia el que apuraron las cir-cunstancias externas. Han protagonizado un recorte drás-tico de las ideas —recorte favorecido por el estrechamiento del campo de problemas sujetos a decisiones locales—, aban-donando las grandes causas sociales y renunciando a toda resistencia a un ambiente que los estrangula. Los mismos partidos que en otro tiempo se situaban a la izquierda, antes que buscar transformar esa realidad optaron por adecuarse a la misma, poniendo a la propia supervivencia en el centro de sus objetivos. “La mejor política es carecer de política”, reza la divisa del político apresado en el neoliberalismo, in-formando así de su propia irrelevancia para los excluidos y de su funcionalidad neoliberal. Las motivaciones solida-rias que movilizan sentimientos y acción en torno a grandes causas sociales, cedieron su lugar a los incentivos selecti-vos, distribuidos entre las cúpulas de las organizaciones y sus clientes más cercanos. La necesidad de recursos para el fi nanciamiento de costosas campañas, agravó la subor-dinación de las organizaciones políticas y de sus dirigentes a las fuentes de fi nanciamiento, públicas y privadas. Con ello se asestó otro golpe a las posibilidades de ejercicio de la democracia interna, particularmente en los partidos con membresía popular. Los congresos partidarios a menudo son apenas algo más que rituales fraudulentos. En una palabra, estas organizaciones se han alejado de los intereses popula-res tanto como se los dicta el ambiente neoliberal en que se desenvuelven.

Sería raro que la democracia electoral pudiera sostenerse, aun conceptualmente, en este medio ambiente. Según Gui-llermo O’Donnell (en cuya refl exión teórica el PNUD parecía buscar orientación para su informe sobre la democracia), un régimen democrático es aquel donde las posiciones guberna-mentales principales, a lo menos en los poderes Ejecutivo y Legislativo, son determinadas mediante elecciones limpias. Para que una elección sea limpia, debe ser: a) competitiva; b) libre, sin coerción; c) igualitaria, es decir, cada persona un

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voto; d) decisiva en cuanto las posiciones que son objeto de competencia, las cuales son efectivamente asignadas tras la elección y como resultado de ésta; e) inclusiva, o sea, todos los adultos que cumplen el requisito de nacionalidad pueden participar; y, fi nalmente, f) institucional, esto es, debe tener lugar en un contexto de elecciones reguladas, de modo que la población pueda hacerse expectativas fundamentadas de que se practicará en los términos agendados. Por otro lado, para que la elección sea libre es necesario que exista libertad de expresión, de asociación y acceso a información pluralista (O’Donnell, 2004).

Para el autor, este concepto alcanza un grado aceptable de operación práctica en su poco convincente “Noroeste” re-ferencial; pero las premisas que lo permiten (derechos ci-viles y políticos universalizados, y legalidad homogénea a través del territorio nacional) están generalmente ausentes en América Latina. En realidad, su crítica de la situación la-tinoamericana es bastante aguda. El sector popular no está protegido contra la violencia, tanto pública como privada; su “acceso a las agencias del Estado es desigual”, sufre “humi-llaciones recurrentes”, etcétera. El Estado “colonizado eco-nómicamente” por intereses foráneos es burocráticamente inefi ciente, “por lo que no cumple su función de legalidad”, ni “puede actuar como fi ltro y moderador de las desigualdades sociales”. Es “sordo a las demandas de equidad”. Reproduce las desigualdades y la obra de la globalización en sus aspec-tos destructivos. No ha logrado el control necesario sobre la violencia en su territorio. Y persisten en la región “zonas marrones” que escapan a la legalidad general.

Y entonces ¿por qué hablar de regímenes democráticos en la región? A pesar de que en los círculos del PNUD el debate ha ido produciendo nuevos enfoques, se insiste en distinguir entre Estado y régimen político, a cada uno de los cuales se le asignan ámbitos específi cos de competencia. El régimen democrático se defi ne por la existencia de elecciones limpias, institucionalizadas e inclusivas, mientras que el Estado (de-mocrático, se supone) se ocupa del sistema legal relacionado con los derechos y las libertades políticos. Existe democracia a nivel del régimen (la cual también se reconoce limitada),

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PROPIETARIO
Tachado
cambiar por: ¿democrático?
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pero falta que el Estado extienda el goce de los demás de-rechos. Se estima que el régimen democrático actualmente existente, limitado, puede permitir el avance hacia una de-mocracia ideal.

El régimen político es la manifestación externa del Esta-do; su forma y su manera de operar en los distintos momen-tos y circunstancias históricas, informa del modo en que el Estado lleva a cabo su gestión de regulación del confl icto so-cial. Una regresión autoritaria no sería una simple mudanza de régimen sino una transformación global del Estado. Un enfoque global del Estado históricamente perceptible no pue-de prescindir del régimen político. El teórico reconoce que el Estado y el régimen pueden separarse para fi nes de estudio, pero no más allá de la forma en que se separan, por ejemplo, el proceso laboral de su forma histórica. El Estado separado del régimen sólo nos remite a sus condiciones generales de existencia, a las clases sociales y a la lucha de clases, de la misma manera que el proceso laboral nos remite a la fuerza de trabajo y a sus medios. Pero se trata de abstracciones sin valor histórico. La dominación de clases da forma a tipos de Estado, y el capitalismo es uno de ellos. El estudio del Es-tado capitalista ya incluye una determinada relación entre las clases, de la misma manera que el proceso laboral capi-talista ya incluye una determinada forma —la valorización. Luego el tipo capitalista de Estado se despliega a través de diversos modos, determinados por el grado de desarrollo de la sociedad y por la lucha de clases en cada contexto.

Y ciertamente, el Estado empíricamente determinado sin régimen político, o bien con un régimen que opera parale-lamente, es un brillante desatino (en tanto que inútil crea-ción original del intelecto). Esto puede apreciarse fácilmente en los sucesos cotidianos. En cuanto al tema presente, por ejemplo, para participar en una “elección limpia” los ciuda-danos deben estar bien informados de las alternativas que se ofrecen. Tal posibilidad les está negada a los que sufren de hambre (por poner un caso que no admitirá dudas serias), pues ni siquiera pueden pensar en costos de información. Su derecho a participar en tal elección es, por tanto, letra muerta, no existe.

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Las concepciones puramente superestructurales del Es-tado, formadas al margen de las relaciones sociales de pro-ducción, son esencialmente incapaces de producir siquiera una noción de las condiciones que podrían hacer avanzar la democracia capitalista dentro de sus estrechos márgenes de libertades y derechos. Mucho menos si estas nociones se niegan a reconocer las relaciones sociales específi cas de la realidad latinoamericana.

Es necesario reconocer que es un despropósito exigir al capitalismo democracia plena; la explotación y, por ende, la desigualdad son inherentes a la sociedad capitalista. Aun la democracia más tendencialmente inclusiva, como modo de regulación del confl icto social y de organización de la do-minación, dejará algo que desear. Con mayor razón en los países subdesarrollados, entre los que se ubican los de la región. La historia de la democracia es la historia de la lucha contra las exclusiones por razones de diferente naturaleza (económicas, de sexo, de raza, políticas, de todo tipo), y ello no es distinto en el marco de la “democracia contemporánea”, marcada por la exclusión económica, especialmente en Amé-rica Latina. Exclusión que, por el hecho de aparecer aislada y convivir con inclusiones en términos de derechos políticos codifi cados en forma más o menos generalizada, demanda un enfoque fresco de los problemas de la democracia capi-talista actual. En el marco de la globalización neoliberal, se ha avanzado en la formalización de derechos políticos, pero se ha retrocedido en la esfera de los derechos económicos y sociales, por lo que los primeros han perdido sentido prácti-co. Por eso la generalización formal de los derechos políticos aparece al mismo tiempo como su particularización real; es decir: la generalización meramente formal de los derechos políticos se ha resuelto en la concentración actual de los mis-mos en determinados sectores sociales. En esto consiste la especifi cidad de la democracia que todavía domina en Amé-rica Latina.

Es cierto que la democratización es un proceso, no una situación dada. Teniendo en cuenta esto, llama de inmedia-to la atención el hecho de que la democratización latinoa-mericana se presenta como un proceso invertido. El apoyo

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de la población a los congresos y a los partidos ha caído; la población insatisfecha con la democracia ha aumentado; la respuesta a las convocatorias electorales ha disminuido; las expectativas de cambios como resultado del voto se han des-moronado, etcétera. Y todo esto no precisamente como resul-tado de un recorte de los derechos políticos. En México, en la segunda mitad de los noventa, se hizo un esfuerzo notable para construir un sistema electoral confi able. Sin embargo, la población insatisfecha con su democracia aumentó a 59% en abril de 2004, después de haber alcanzado la mayor cifra en 2002 (58%), precisamente mientras se construía y perfec-cionaba su sistema de elecciones.

No es casual que esto ocurra al mismo tiempo que se consolidan la pobreza, las desigualdades, etcétera, al lado del hecho de que los sectores más afectados no han encon-trado la forma de incrustarse en los órganos del Estado, ni de reactivar sus propias organizaciones para presionar por transformaciones serias. Ello informa de la manera típica como opera el Estado. En lo principal, un régimen político determinado no hace otra cosa que proyectar —y proyectar-se en— una correlación dada de fuerzas entre las clases; es al mismo tiempo producto y productor de la misma. Si la de-mocracia puede desenvolverse sin turbulencias en su moda-lidad exclusiva, es porque la capacidad de movilización y de lucha de los sectores populares ha sido arrasada, en buena medida como resultado de la negación de sus derechos socia-les y políticos. El control que ejercen las oligarquías de los partidos y las burocracias gubernamentales sobre esos órga-nos, control apoyado por la presión ideológica desde medios monopolizados, parece indisputable dentro de los marcos del neoliberalismo.

Sin embargo, los sectores populares no pueden simple-mente ignorar las instituciones políticas. Quienes controlan los medios de violencia de la sociedad están en mejores po-siciones para obtener ventajas de la destrucción de las insti-tuciones políticas. A ello se debe que hayamos encontremos casos como los de Brasil y Argentina, donde, en un momento dado, se unieron dos procesos: por una parte, las masas mar-ginadas han optado en ocasiones por recurrir a sus propios

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medios y métodos de lucha para hacer oír sus demandas; por otra, esos medios y métodos que no son provistos por el régimen político, terminan apuntando a la búsqueda de transformaciones efectivas en el régimen. Venezuela repre-senta un caso diferente; ahí no fue la iniciativa de las masas la que provocó el proceso de transformación, sino su decisión de plegarse a un liderazgo ajeno al establishment neoliberal y dispuesto a combatirlo. No está demás decir que en los tres países se trata al mismo tiempo de movimientos en contra de la globalización neoliberal; movimientos que dan cuenta de las difi cultades que ésta ha venido encontrando en un marco donde sus signos de agotamiento se multiplican.

La tarea decisiva y más urgente, insistimos, no consis-te en codifi car derechos, sino en construir las condiciones materiales que permitan su goce efectivo; o sea: revertir la actual orientación del crecimiento económico, otorgando atención a los mercados internos y creando simultáneamen-te las condiciones (en especial mediante el arribo a una nue-va relación con los países imperialistas a través del avance en una división del trabajo que permita producir progreso internamente) que hagan posible superar la actual subor-dinación regional al mercado mundial. La movilización po-pular puede contrarrestar las tendencias autoritarias de la actualidad (tendencias que también tienen expresiones ca-llejeras) y promover un cambio de modalidad en la regula-ción democrático-capitalista; pero cabe advertir que si el ré-gimen, mientras se transforma, no impulsa al mismo tiempo la transformación de la organización económica y social, la consolidación de una democracia tendencialmente inclusiva no tiene esperanzas. Y cabe también señalar que en el marco del capitalismo, por profundas que sean las transformacio-nes, no habrán de superarse los estrechos límites de la de-mocracia conquistada en los países desarrollados.

En resumen, el proyecto neoliberal de sociedad no con-templa la búsqueda de consensos sociales basados en la in-clusión de las grandes masas en la vida social y en los bene-fi cios del crecimiento económico, por lo que sólo puede dar lugar a un esquema de democracia tendencialmente exclusi-va. Esta modalidad no se fundamenta en un proyecto para la

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nación, sino en el interés minoritario del gran poder econó-mico; no en una ética solidaria sino en el interés de pequeños grupos, por lo que en vez de promover la participación de los sectores populares, los aleja.

6. El cambio climático en la región

Las preocupaciones por el cambio climático en la región han estado condicionadas por los tiempos y los énfasis del tema a partir de los informes de organismos internacionales, en especial de aquellos producidos por el IPPC. Los diversos trabajos publicados al respecto tienden a coincidir en la defi -nición de la situación de la región en relación con este tema. Los rasgos principales serían los siguientes:

– La participación de América Latina y el Caribe en las emisiones globales de GEI (gases de efecto invernade-ro) es baja: se sitúa en alrededor de 12% de las emisio-nes globales. Su origen se ubica principalmente en los cambios en el uso del suelo, la agricultura y el consumo de energía, sin grandes diferencias en las proporciones —que se mueven alrededor de 30%— de cada uno de estos orígenes. Durante el periodo, el consumo de ener-gía fue la causa de emisiones que más fuerza adquirió, en especial debido a que la expansión de la industria y el transporte triplicó dicho consumo. Así pues, el sector que más rápidamente aumentó sus emisiones fue la in-dustria y el transporte (Samaniego, 2009).

– A pesar de que sus emisiones son bajas, la región es altamente vulnerable a los efectos del calentamiento global debido, en especial, a sus Estados insulares, sus costas bajas, su exposición a los deshieles andinos y a fenómenos climáticos extremos, y a las epidemias. Se trata de desventajas que ponen en riesgo la enorme bio-diversidad que existe en la región.

– La región es depositaria de una gran riqueza natural. Posee la mayor reserva hidrológica y de tierras culti-vables, 25% de las áreas boscosas y cinco países que fi -

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guran entre los pocos que cuentan con megadiversidad biológica. Estas bondades se distribuyen de manera heterogénea en la región y se espera que el calenta-miento global tenga impactos desiguales según el lugar y según el avance del cambio climático.

– La capacidad de adaptación de la región al cambio cli-mático es baja, por lo que se supone que sus efectos negativos serán especialmente fuertes.

Desde que la mayor parte de las emisiones (alrededor de dos terceras partes) provienen de los países desarrollados (incluidos algunos “emergentes” como China e India), existe conciencia en la región de que independientemente de lo que pueda hacerse para enfrentar el cambio climático, el impac-to de las acciones latinoamericanas sobre el mismo y sobre sus efectos será poco signifi cativo. Consecuentemente, los gobiernos tienden a concentrarse en demandar a los países con mayor responsabilidad tanto un compromiso más serio en acciones signifi cativas en sus propias economías, como un apoyo efectivo para acciones que apunten a la adaptación al cambio y a la mitigación de sus efectos dentro de la región.

Los grandes capitalistas locales, estrechamente vincula-dos a las TNC, carecen de libertad para decidir sobre el patrón de expansión industrial. Ellos no decidieron su trayectoria tecnológica previa y no muestran mayor interés por infl uir en el curso industrial futuro. La región no encontrará en ellos una respuesta efi caz y original a los problemas del pre-sente.

El mismo “bienestar económico de los países” aparece como un argumento fuerte para que los gobiernos autoricen un curso económico que en vez de enfrentar el cambio climá-tico, lo promueva. La insaciable necesidad de recursos ex-ternos lleva a la implementación de políticas para promover la inversión que prestan escasa o nula atención al impacto de la misma sobre los ecosistemas. El hecho de que la legis-lación y los controles ambientales sean laxos y de práctica-mente nula aplicación, es algo que cae dentro de la lógica de operación de la economía industrialmente colonizada. Si la industria en la región reconoce ciertas restricciones, ello

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ocurre porque la economía desarrollada hacia la cual expor-ta le ha impuesto ciertas normas de funcionamiento y de calidad en su condición de consumidora. Del mismo modo, si se ha visualizado que los países desarrollados pueden trasla-dar industrias ambientalmente sucias a la región, es porque esa posibilidad realmente existe, en particular si se trata de inversiones orientadas al mercado doméstico.

La lista de razones que impiden una respuesta adecuada al cambio climático por parte de la región, todavía admite ser ampliada. Una ciencia débil y periférica no es capaz de generar grandes iniciativas científi cas relacionadas con la transición a una industria que opere en buenos términos con la naturaleza. Ya se reconoce ampliamente que esta debili-dad representa un escollo crucial. Por ejemplo, en un estudio publicado por el Programa de las Naciones Unidas para el Medio Ambiente (PNUMA) y la Secretaría del Medio Ambien-te y Recursos Naturales (Semarnat) en México, se sostiene que una adaptación no puramente espontánea requiere de una amplia gama de intervenciones entre las que fi gura de manera importante una fuerte actividad científi ca. Al con-trastar estos requisitos con la realidad de la región, dicho estudio concluye:

La adaptación constituye hoy una máxima prioridad para los países en desarrollo, los que son doblemente vulnerables al cambio climático, tanto a sus efectos físicos como por la incapa-cidad tecnológica, técnica y fi nanciera para acometer los estu-dios y acciones de adaptación con vistas a minimizar sus efectos (Garibaldi y Rey, 2006: 81).

También desde la perspectiva de la CEPAL se difunden pre-ocupaciones similares. Nicole Gligo profundiza en el tema del papel que debe cumplir la ciencia en el cambio climático; siguiendo la línea de refl exión de los “estilos de desarrollo”, y destacando la absorción de patrones tecnológicos cuyo uso implica daños serios a los ecosistemas, afi rma:

Lo más paradójico de esta situación es que en muchas ocasiones los centros de investigación de tecnologías en los países de la

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región son los que proceden a experimentar la adaptación de estas tecnologías. El fi nanciamiento llega desde los países del centro porque muchos investigadores y centros de investigación realizan convenios de investigación en sus estrategias de su-pervivencia para conseguir recursos fi nancieros. Las tramas de dependencia se acrecientan con los problemas derivados de las carencias de recursos fi nancieros para la investigación tecnoló-gica (2006: 42).

Se trata de una ilustración extrema de cómo la ciencia local, o segmentos de ella, operan al servicio de la expansión del capital foráneo en la región. El colonialismo industrial hace imposible una respuesta independiente de la región al cambio climático, al igual que ocurre en general con el caso de la crisis global.

En fi n, no cabe esperar una respuesta autónoma promo-vida por los capitalistas locales y los gobiernos pro-colonia-listas a los desafíos planteados por el confl icto entre capital y naturaleza, aun si la solución a este confl icto dependiera de la región. Peor todavía, los países desarrollados están le-jos de encabezar en forma decidida la lucha contra el ca-lentamiento global. El balance que hace el PNUMA sobre los avances en este plano está cargado de frustración. Informa que “hacia fi nes de la primera mitad de 2009, sólo se había desembolsado 3% de los fondos verdes comprometidos”; que persiste una gran brecha entre las declaraciones y las prác-ticas de los gobiernos, y que

en su conjunto, la cantidad destinada a energía renovable está por debajo de la inversión requerida para reducir las emisiones de carbono y mantener el aumento de la temperatura bajo dos grados Celsius. Algunos incentivos, como los subsidios a la pro-ducción y el consumo de combustibles fósiles, están trabajando en contra de los esfuerzos para construir un futuro sostenible (UNEP, 2009:10).

El principal obstáculo para la lucha contra el calenta-miento global y sus efectos, es el afán de ganancia, es decir, la misma lógica que desencadenó el fenómeno, especialmen-

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te en aquellos países donde el capital privado logró los ni-veles más radicales de desmantelamiento de las regulacio-nes, debilitando la gestión del Estado como garante de los intereses generales del capital. Los países subdesarrollados enfrentan además obstáculos que emanan de su naturaleza específi ca, como ya lo hemos visto. Por ello, la verdadera lu-cha por una relación humana con la naturaleza, esto es, una que organice racional y armónicamente la simbiosis entre la especie y su entorno, involucra fi nalmente una transforma-ción de las relaciones sociales de producción a nivel global.

Con todo, no se puede ignorar que el presente contiene desafíos que requieren atención inmediata y que estos de-safíos, en la medida en que involucran a la ciencia, podrían activar la capacidad creativa de la universidad en la región. Mucho es lo que se necesita conocer. No sólo se requieren fuentes alternativas de energía y cultivos adecuados a las nuevas realidades climáticas; no sólo es preciso desarrollar nuevas tecnologías para el uso efi ciente de la energía en las construcciones, métodos para la defensa de la diversidad, et-cétera, sino además, en palabras de Giglio:

La estrategia científi ca de abordaje de la problemática ambien-tal debe necesariamente partir del conocimiento científi co del territorio, del comportamiento de los ecosistemas, incluyendo particularmente la biodiversidad y del funcionamiento de las artifi cializaciones (2006: 42).

Se trata, pues, de una tarea enorme que involucra espe-cialmente al segmento de universitarios comprometidos con la defensa del medio ambiente y con la apertura de senderos tecnológicos alternativos. Este sector de universitarios no está solo; también son signifi cativos los sectores interesa-dos en el trabajo científi co. Entre ellos se cuentan los gobier-nos progresistas de la región que han mostrado interés en la emergencia de una ciencia autónoma, dirigida a la aten-ción de los problemas específi cos de la región; importantes sindicatos coinciden en la necesidad de realizar acciones para combatir el cambio climático; las pequeñas y medianas empresas y la pequeña producción agropecuaria, requieren

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solución urgente para muchos de sus problemas actuales, etcétera. Más temprano o más tarde la producción de bie-nes y servicios deberá generalizar el uso de tecnologías am-bientalmente limpias. Las universidades latinoamericanas, vinculadas en redes de auténtico trabajo creativo, podrían participar activamente en ese proceso a la vez que constru-yen por sí y ante sí una nueva funcionalidad vinculada a los sectores que más la necesitan.

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4. EXCEDENTES DE POBLACIÓN EN LA TERCERA ETAPA

La sobreoferta de fuerza laboral en la actualidad se presen-ta, ante los ojos de la sociedad, bajo la forma de una amplia gama de actividades y personajes empeñados en “cualquier cosa” a fi n de proveerse su sustento. Comerciantes callejeros (ambulantes o en lugares fi jos), innumerables y multifacé-ticos trabajadores por cuenta propia que laboran en luga-res más bien pequeños y poco equipados (a menudo incor-porando familiares), lustrabotas, músicos en los medios de transporte público o en la vía pública, lavacoches, payasos, afi ladores de instrumentos domésticos, vigilantes que vi-ven de la caridad de los vecinos, plomeros y carpinteros que ofrecen sus servicios en las calles, recolectores de desechos para reciclaje, costureras domésticas y demás, se suman a la menos visible fi gura del cesante que se desplaza golpean-do las puertas de alguna empresa que pudiera requerir sus servicios.

El fenómeno presenta novedades en el actual periodo. Tanto la masa de individuos que participa en estas activi-dades como la variedad de las actividades mismas, se han multiplicado. También es distinta su posición frente al Es-tado, al cual presionan por concesiones, muchas veces con éxito. Estos nuevos rasgos han impresionado a tal punto que la sobreoferta laboral en sí misma pasó a ser percibida como un fenómeno inédito y masivo al que en muchos espacios de investigación y análisis social se designa con el nombre de “informalidad”.

La noción de informalidad carece de pretensiones teóri-cas, lo cual no signifi ca que no sea de utilidad instrumental para determinados estudios políticos; pero en lo fundamen-tal, dichos estudios se limitan a describir situaciones, o aun experiencias laborales, generalmente fuera de los marcos de la legalidad, sin mayor preocupación por sus causas profun-

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das o por los procesos detrás de esas situaciones y experien-cias. En ocasiones, incluso en la descripción fallan.1

La informalidad no remite específi camente al fenómeno que nos interesa (la sobreoferta laboral), el cual está pre-sente de manera prominente en cada fase histórica de la sociedad latinoamericana y debe ser explicado a partir de concepciones globales de la realidad. Así ha sido entendido por lo general, por lo que resulta normal encontrar dichos intentos explicativos en todo esfuerzo serio por construir un discurso que dé cuenta de los procesos regionales. A nuestro entender, sin embargo, la tarea aún no ha sido completada, por lo que el objetivo principal de este capítulo es aportar algunos elementos que pueden ser de primera importancia a la hora de defi nir las causas y las formas de manifestación del fenómeno, en el contexto de nuestra propia interpreta-ción de la realidad regional.

Iniciaremos con una breve revisión de las principales co-rrientes de interpretación, buscando sacar a relucir los te-mas controvertidos desde nuestro propio campo de interés, que no es otro que el de la estructura socioeconómica. Ense-guida presentaremos nuestras propuestas de solución, as-pirando a contribuir a la superación de los escollos teóricos que, según nos parece, difi cultan la comprensión del fenóme-no. Finalmente, con arreglo a esas propuestas, intentaremos categorizar las formas que adopta la sobrepoblación.

No nos ocuparemos aquí de la forma en que las relaciones económicas involucradas en el fenómeno de la sobreoferta laboral, se manifi estan en la organización de la esfera del Estado; ni tampoco, al abordar el problema, nos ocuparemos de factores psicológicos o culturales, que ciertamente deben ser incorporados a la hora de una explicación integral.

1 Así por ejemplo, la OIT en su Conferencia de 1993 (la XV) no pudo definir el estatus del empleo doméstico y dejó a los países la decisión de incorporarlo o no al trabajo informal.

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1. La sobreoferta laboralen las corrientes de pensamiento

Una manera de abordar la abundante oferta de fuerza la-boral, ha consistido en asumirla como un elemento de la transición hacia la economía moderna. La elaboración más destacada dentro de esta perspectiva, fue realizada por W. Arthur Lewis, quien defi nía a los “países menos desarrolla-dos” como economías duales. Un sector “tradicional” (trabajo por cuenta propia, agricultura familiar, servicios precarios) organizado sobre bases no capitalistas coexiste con un sec-tor moderno capitalista. La expansión de éste encuentra una base de apoyo en la desarticulación de aquél, en tanto que el sector tradicional provee la fuerza de trabajo requerida. Por otro lado, se suponía que este sector estaba plenamente predispuesto a incorporarse al sector industrial. No existía en su seno una inclinación fatal a permanecer aislados del progreso. Para que el traslado de un sector a otro se facilita-ra, era necesario que la industria ofreciera remuneraciones ligeramente superiores a los ingresos obtenidos en el sec-tor tradicional por un periodo prolongado. Con todo, el nivel de los salarios se mantendría relativamente bajo, dada la oferta ilimitada de fuerza laboral, lo que permitiría obtener los ahorros sufi cientes para impulsar el desarrollo. El creci-miento debe terminar por agotar las reservas laborales y dar lugar a una economía homogénea con un mercado de trabajo integrado (Gersovitz et al., 1985).

El esquema no guarda relación con los hechos históricos, por muy prolongado que sea el periodo en el que se proyecte. Aun cuando pasáramos por alto el hecho de que el sector “tradicional” es para el capitalismo mucho más que una re-serva laboral, no podría ignorarse que los salarios se han mantenido muy por debajo de aquellos que prevalecen en los países desarrollados; que la tasa de crecimiento demográfi co se ha reducido (debilitando su función de proveedor de fuer-za laboral al sector moderno); que el sector capitalista ha crecido, y que, a pesar de todo ello, la organización no capita-lista del trabajo, en vez de difuminarse, tiende a crecer cada vez más. El problema en discusión trasciende los límites de

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una transición en el curso de la cual la economía tradicional supuestamente habrá de caer rendida ante el avance de la modernidad.

La escuela dejó su huella, y todavía hoy los ecos de sus postulados se escuchan en alguna explicación de la informa-lidad. La tercera etapa también ofreció versiones renovadas de dualismo. Así, en un trabajo sobre el fenómeno en Bolivia, se puede leer:

En todo caso, la economía informal representa el reverso —teó-ricamente no esperado— de esfuerzos intensos y de larga dura-ción en pro de la modernización de Bolivia y, simultáneamente, una especie de claro retroceso hacia un periodo histórico carac-terizado por relaciones de producción de marcada índole agraria y campesina y por condiciones de vida de cuño precapitalista y premoderno (Mansilla, 1996).

Pero el autor no abandona el optimismo que anima a esta escuela. Al igual que W. A. Lewis, piensa que los miembros de la informalidad son actores racionales, capaces de defi nir sus intereses y actuar en consecuencia. Dice:

Es probable, sin embargo, que los mismos informales tiendan, de una manera no del todo explícita, a integrarse paulatina-mente al “otro” modo de vida y producción: uno de sus anhelos centrales sería ingresar a la esfera de la formalidad como pri-mer paso hacia el mundo de la modernidad (Mansilla, 1996).

La cuestión de por qué optaron por su “retorno” al mundo “premoderno” en que se encuentran, no halla cabida en este contexto.

H. de Soto, un sobresaliente exponente del pensamiento neoliberal sobre el tema, adopta una postura compatible con este enfoque. En Perú, según él, coexisten distintos “países”: uno mercantilista, en decadencia; otro es el de la informali-dad esforzada y creativa, en ascenso. Entre ambos, visualiza un tercer país, el de la violencia que echa raíces en el vacío que dejan un mercantilismo fracasado y una informalidad que todavía no predomina. Este último, el de la informali-

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dad, es el país que “trabaja duro, es innovador y ferozmente competitivo” y que representa el verdadero camino hacia el futuro, el “otro sendero” (De Soto, 1987: 313-314). Mientras tanto, la misma informalidad está en proceso de cambio, en-vuelta en una “larga marcha hacia la propiedad privada”, lo que correspondería al curso natural de las cosas, puesto que “los sectores populares se abocan a la empresa privada y coo-peran usando organizaciones libres y descentralizadas” (De Soto, 1987: 312). La demanda principal que el autor formula para allanar este camino es la desregulación, que debe tra-ducirse en “el incremento de las responsabilidades y oportu-nidades de los particulares en ciertas áreas y la reducción del Estado en las mismas” (De Soto, 1987: 304).

Ya puede verse que desde la provincia intelectual que visualiza a las sociedades divididas en mundos contrapues-tos y excluyentes, se pueden abrir posibilidades igualmente contrapuestas. Para Mansilla, la informalidad representa el pasado; para H. de Soto, el futuro; para uno, la informalidad debe superarse; para el otro, construirse; para el primero, el interés de los informales reside en su eventual incorporación a la formalidad, a la que reforzarían; para el segundo, en el desmantelamiento de la formalidad. En el fondo, se trata del mismo esfuerzo por valerse de viejas teorías dualistas para interpretar el presente.

Pese a ello, ninguno de los dos autores puede articular coherentemente en su discurso los intereses concretos de los informales. Supongamos que las regulaciones estatales desaparecen (lo cual no pasa de ser un ejercicio de la ima-ginación) o que se reducen (aun cuando ni siquiera se gene-ralicen en un nivel más bajo); el resultado vendría a afectar directamente a los informales, porque ubicaría en una mejor posición a los empresarios del “sector formal”. La ilegalidad, parcial o completa, constituye una ventaja comparativa para el trabajador informal, lo cual debe contar entre las causas que hacen posible su permanencia en los pequeños negocios.

Desde una perspectiva más directamente vinculada a los intereses de los grandes empresarios, cabe esperar que sus voceros neoliberales, mucho más pragmáticos, muestren el mismo interés por la desregulación y la reducción de las

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cargas que pesan sobre las empresas. Estos organismos no tardaron en esforzarse por elaborar explicaciones con pre-tensiones de coherencia y solidez. Así, el Centro de Estudios Económicos del Sector Privado que opera en México, para el cual la “economía subterránea” o informal incluye fi guras tan distintas como el lustrabotas, el trafi cante de drogas o la empresa transnacional que viola reglamentaciones,2 tam-bién encuentra su causa en los impuestos, las reglamenta-ciones, las prohibiciones y la corrupción burocrática (CEESP, 1987:16). Propusieron que la carga fi scal se redistribuyera, abarcando a los informales.

Si la gran empresa se involucra en actividades informa-les-ilegales, como queda reconocido incluso en la defi nición del CEESP, entonces todo intento de razonar en términos de sectores tradicional y moderno pierde sentido. Desde esta perspectiva, la informalidad-ilegalidad ni siquiera puede re-animar el viejo debate en torno al dualismo en la economía. Tampoco plantea problemas relevantes sobre la organiza-ción socioeconómica de las sociedades; en realidad, obstruye cualquier intento de explicación al respecto. Al refl exionar en torno a la sobreoferta de trabajo, cosa que la informa-lidad hace de manera muy parcial, encontramos que deja fuera al propio desempleado o cesante, una fi gura siempre presente en el desarrollo de la sociedad y, por lo tanto, tan moderna —en realidad más moderna que tradicional— como la gran empresa y a la que difícilmente podría tacharse de ilegal. Los desempleados y la gran masa de los informales tienen un origen común, y en la gran mayoría de los casos los

2 En efecto, incluye: “Trabajos o empleos no registrados (…) remunerados en efectivo que evaden el pago de impuestos y/o las contribuciones a la se-guridad social; Contrabando de mercancías; Juegos ilegales; Trabajos de inmigrantes ilegales; Tráfico de drogas, tabaco y alcohol; Operaciones de trueque de bienes y servicios; Prostitución ilegal (…); Préstamos por fue-ra del mercado financiero (usualmente a tasas usureras y no registradas); Transacciones de bienes y servicios no reportados o subreportadas a la au-toridad fiscal (automóviles usados, terrenos, casas, trabajos domésticos); Sub o sobrefacturación de exportaciones e importaciones; Corrupción, etc. (CEESP, 1987: 14-15).

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segundos resultan de una transformación de los primeros. Pero ¿de dónde vienen estos desempleados?

Para H. de Soto, vienen principalmente del campo. Esta proposición es tan clara como potencialmente confusa. No cabe duda de que parte de los informales en la ciudad pro-vienen del campo. Pero una de las grandes causas de la migración del campo a la ciudad es con seguridad la intro-ducción de medios de producción industriales en las tareas rurales. Aquí no importa si el desplazamiento poblacional es provocado por la disolución de formas no capitalistas o por la introducción de nuevos progresos en las producciones capitalistas. Aun cuando vengan del campo, son fi nalmente un producto de la industria, o sea, de la ciudad.

Por lo demás, no es difícil percatarse que al mismo tiem-po la ciudad crea su propia reserva de desempleados e infor-males. El crecimiento por efecto vegetativo de las ciudades es mucho mayor que su crecimiento por efecto migratorio, y cada vez es más así (Prealc, 1981). Y mientras menor es el crecimiento demográfi co de las ciudades por efecto migrato-rio, mayor es el crecimiento de la informalidad. En las ciu-dades, la participación del empleo informal pasó de 13.6% en 1950 a 16.9% en 1970, a 19.4% en 1980 (Prealc, 1981), a 31.4% en 1991 (García, 1993) y a 48.5% en 2006 (OIT, 2006); y la proporción de empleos informales en las ciudades es abru-madoramente mayor en los nuevos empleos creados que la de los formales, lo que no ha permitido contener el creci-miento del llamado empleo informal.

Son datos que otorgan mérito a los esfuerzos por desplazar la atención hacia la propia industria, en la búsqueda de cau-sas que efectivamente den cuenta de la sobreoferta laboral.

La necesidad de buscar en el sector moderno las causas del fenómeno en la región, fue percibida también hace ya bastante tiempo. En uno de los documentos constituyentes de la escuela estructuralista localizada en la CEPAL, Raúl Prebisch observaba que, en Estados Unidos, la liberación de fuerza de trabajo producida por la introducción de tecnología en la agricultura era absorbida por la expansión industrial en las ciudades, la cual, a su vez, era el sector detonante del progreso técnico en la producción rural. La tecnología

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creaba desempleo en el campo, pero la industria que la pro-veía aportaba, mientras crecía, los medios para la absorción del empleo. América Latina, según R. Prebisch, no estaba siguiendo ese patrón, y era por ello urgente que se impulsara el desarrollo industrial. Sostenía:

En la periferia, el progreso técnico trae consigo desocupación, como en los centros, pero la demanda de bienes de capital inhe-rente a ese progreso no se manifi esta en aquélla como en éstos, pues en la primera faltan las industrias de capital; por consi-guiente, la demanda referida, en lugar de refl ejarse en la eco-nomía del país en desarrollo, pasa a causar efecto en los países industriales en donde se producen esos bienes de capital (CEPAL, 1951).

El problema estaba, pues, en el defi ciente desarrollo in-dustrial. La importación de bienes de capital para el sector rural creaba empleo en el país que producía esos medios, mientras que la aplicación de los mismos en la región gene-raba desocupados para los cuales no había oferta de empleo. Era imprescindible impulsar la industrialización sustitutiva de esas importaciones.

La concepción predominante de la industria distinguía sectores diferentes; según la funcionalidad del producto, la dividía en bienes de consumo, intermedios y de capital, los que a su vez señalaban etapas de la industrialización, de modo que ésta debía avanzar consecutivamente de las in-dustrias más simples a las más complejas. Se trataba de una concepción puramente material o tecnológica de la industria y del proceso de industrialización.

Con todo, nos encontramos aquí con un campo distinto de análisis, donde el problema no es la integración de un sector (tradicional) a otro (moderno), sino la construcción del sector moderno, cuyo eje es la industria. Con ello se ganaban nue-vos niveles de profundidad, lo que ha permitido a esta escue-la ser poco vulnerable a los enfoques puramente legalistas de la realidad. Pero, también aquí, el transcurso del proceso económico iría poniendo al desnudo algunas debilidades del enfoque y exigiendo nuevos desarrollos.

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Las décadas que siguieron a la segunda posguerra fue-ron testigos del surgimiento de una industria de bienes de capital más o menos importante, según los países. El proble-ma del empleo, en vez de relajarse, empeoró, a juzgar por el crecimiento de la informalidad global. El empleo informal, en efecto, creció de 10% del empleo total en 1950 a 22% en 1989, y su tasa de crecimiento de 3.9% a 6.7% entre 1950-80 y 1980-1989 (Infante y Klein, 1991). Puede apreciarse ahora que las industrias de capital levantadas en la región queda-ban ellas mismas sujetas a la importación de bienes de capi-tal, y que la necesidad de estos bienes crecía en proporción a la expansión industrial. La industrialización estaba, pues, potenciando el problema en vez de resolverlo.

Durante las décadas de 1960 y 1970 no hubo grandes innovaciones en el pensamiento de la CEPAL. Se constataba que efectivamente había sido posible elevar los niveles de la productividad y que estos avances eran evidentes en la industria en general, no sólo en la producción exportadora. Pero el progreso técnico no se había difundido homogénea-mente. Por el contrario, se había concentrado en ramas y actividades, en regiones y en personas, con lo que muchos problemas habían terminado agravándose. Se concretaba ahora una situación de “heterogeneidad estructural”, esto es, la coexistencia de sectores con muy distintos niveles de productividad y de actividad económica, entre los cuales se establecen relaciones de expoliación y dominio.

El concepto, creado por R. Prebisch y desarrollado por A. Pinto, vino a precisar la distancia de la CEPAL respecto de los enfoques dualistas. Para este último autor, la hetero-geneidad estructural venía a constituir, “en cierto grado, la síntesis contemporánea de la formación histórica en estas sociedades” (Pinto, 1991: 564). Él distingue distintas dimen-siones de esta heterogeneidad: a) técnica (procesos distintos según la magnitud de la empresa, o conforme a su carácter empresarial o artesanal); b) social (distintos tipos de con-tratos laborales, califi caciones, acceso a los medios de pro-ducción, organización, etcétera), e c) institucional (distinto posicionamiento respecto de los lugares donde se controla y distribuye el progreso técnico).

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En relación con la producción, señalaba:

Como inevitable consecuencia de esa particular heterogenei-dad de las actividades productivas —y aunque éste, por cierto, no sea el único factor que infl uye en la materia— los frutos del progreso técnico han tendido a ser acaparados de preferencia por quienes se encuentran más vinculados orgánicamente a los núcleos productivos y territoriales del estrato moderno. En otras palabras, una difusión parcial y selectiva del progreso técnico ha llevado a una nueva modalidad de concentración del mismo y, lo que es más importante, de sus frutos (Pinto, 1991: 330-331).

La causa principal de esta realidad no era la “infl uencia de la absorción científi co-tecnológica”, ni siquiera las des-iguales relaciones entre el centro (que concentra el progre-so) y la periferia (que lo absorbe), por importantes que sean ambos factores; en verdad, “la cuestión está supeditada a los marcos sociales e institucionales en que se desenvuelve el progreso técnico. Esto es, que lo fundamental estriba en para qué, para quiénes y cómo se emplea y moviliza el poten-cial del adelanto tecnológico”. Y se enfatizaba:

La raíz del asunto, como ya se adelantó, yace en las modalidades de cre-cimiento seguidas o escogidas por los países que han escogido el cauce y los destinos del progreso técnico. Dicho de otra manera, a una estra-tegia implícita o expresa de asignación de recursos ha correspondido otra, y coincidente, de asimilación y utilización del adelanto tecnológico (Pinto, 1991: 337-338).

El problema se concentraba en el campo de la política. Pero el autor no se preguntó sobre las posibilidades reales de los países de la región para defi nir el “cauce y los destinos del progreso técnico”, ni por las condiciones sobre las cuales la región podía políticamente defi nir las líneas de desarrollo tecnológico. Su preocupación era fundamentalmente una re-lacionada con la distribución de los ingresos o de los frutos del desarrollo. Era necesario superar el estilo de desarrollo concentrador para pasar a otro donde la asignación de recur-

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sos hiciera posible una distribución menos desigual de los frutos del progreso técnico.

La irrupción del neoliberalismo y del crecimiento orienta-do a las exportaciones, eliminó la posibilidad de una mayor refl exión sobre estas cuestione cruciales. Por el contrario, la concentración del ingreso se agravó y los sectores excluidos de los benefi cios del progreso técnico se expandieron. La CE-PAL buscó adecuar sus conceptos y sus énfasis al nuevo con-texto. En 1990 publicó su estudio sobre la “transformación productiva con equidad”, donde, desde el primer momento, hace patente su pesimismo respecto de las posibilidades de la lucha contra la marginación en un futuro cercano. Dice:

Por intenso que resulte el esfuerzo de la transformación, segu-ramente transcurrirá un periodo prolongado antes de que pue-da superarse la heterogeneidad estructural mediante la incor-poración del conjunto de sectores marginados a las actividades de creciente productividad (CEPAL, 1990a: 16).

El objetivo fundamental del proyecto es generar una “competitividad auténtica”, a cuya defi nición la CEPAL, en un esfuerzo por cumplir algún rol positivo en el nuevo estado de cosas, incorpora dos aspectos “complementarios”: a) se trata de mantener o de mejorar la participación en los mercados internacionales “con un alza simultánea en los niveles de vida de la población”, y b) lograr que los bienes y servicios producidos sostengan los patrones de efi ciencia vigentes internacionalmente en cuanto a utilización de recursos y a calidad. Tres objetivos específi cos aparecen vinculados a la “competitividad auténtica”: 1) mejorar la inserción interna-cional; 2) favorecer la articulación productiva, e 3) inducir una interacción creativa entre los agentes públicos.

Los conceptos sobre la industria y la industrialización se presentan aparentemente enriquecidos. El estudio señala:

A su vez, el logro o mantención de la competitividad […] supo-ne la incorporación de progreso técnico, entendido éste como la capacidad de imitar, adaptar y desarrollar procesos de produc-ción, bienes y servicios antes inexistentes en una economía; en

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otras palabras, supone el tránsito hacia nuevas funciones de producción (CEPAL, 1990a: 70). (Las cursivas son nuestras.)

Aparecía ahora, aunque de manera no muy clara, la in-tervención de las facultades creativas del trabajo (introduci-das como “nuevas funciones de producción”) como instancia importante del proceso productivo, enriqueciendo el concepto mismo del trabajo al elevarlo más allá de la mera manipula-ción de material objetivo. El potencial de una defi nición como ésta es enorme; contiene la posibilidad de avanzar hacia la adopción de una concepción completamente distinta de la producción y de la sociedad, y asumir desde una perspectiva mucho más rica el problema de la sobreoferta de fuerza de trabajo. Desafortunadamente, no puede decirse que la CEPAL haya profundizado su incursión en esta otra visión. Por el contrario, ha aparecido más predispuesta al retroceso teórico.

En 1995 modifi ca su noción de una industrialización que avanza con la sustitución de importaciones por sectores, y ahora sostiene que “no se trata tanto de establecer nuevos sectores que actualmente no fi guran en el cuadro de insu-mo-producto [como si la productividad total proviniera en for-ma automática de éstos, lo que suele ser excepcional], como de mejorar la productividad total de los factores en los sectores existentes”. La política para lograr el desarrollo productivo, contiene una cruda vuelta al pasado. Según la CEPAL, en efecto,

[…] la enorme heterogeneidad existente entre empresas de un mismo sector sugiere que el principal desafío para una política de desarrollo productivo es la rápida adopción, adaptación y di-fusión de las tecnologías actualmente disponibles internacional-mente por parte de la gran masa de empresas que trabajan con equipos obsoletos y métodos atrasados, esto es más importante que las altas metas de investigación y desarrollo (IyD), que in-teresan específi camente a un número que ya está trabajando cerca de la frontera de las mejores prácticas internacionales. La esencia de una política de desarrollo productivo, al menos en la actual etapa de desarrollo —tan distante de la actual frontera internacional— es acelerar el proceso de difusión de mejores prácticas (CEPAL, 1995: 6). (Las cursivas son nuestras.)

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Se abandona, pues, la propuesta de avanzar hacia la creación de capacidades creativas ausentes en la gran masa de las industrias, condenando a estas últimas a una eterna dependencia de la producción externa.

La CEPAL ha constatado que la competitividad internacio-nal de la región ha caído en el largo plazo. La participación de América Latina y el Caribe en las importaciones mundiales se redujo de 10.25% en 1948 a 5.28% en 2005 (CEPAL, 2006d). Aunque este último porcentaje representa una mejoría res-pecto de la posición alcanzada en 1990 (3.84%), tras la “déca-da perdida”, ciertamente indica un retroceso mayúsculo en el largo plazo, entre cuyos responsables debe señalarse de manera destacada a las defi ciencias de la industrialización. Y no puede decirse que la evolución de la industria haya transcurrido sin tomar en cuenta las sugerencias de la CEPAL en cuanto a la forma de abordar el progreso técnico, forma que constituye, por lo demás, el patrón de industrialización tradicional. Sus políticas de 1995 constituyen un respaldo abierto al colonialismo industrial.

Si las “funciones de la producción” ausentes no implican mayor problema teórico para la industrialización, mucho menos cabe pensar que esta ausencia tenga algo que ver con las causas de la “pobreza”, en el contexto de este enfoque. La pobreza es la preocupación principal de la CEPAL a la hora de discutir la situación de los sectores más desprotegidos de la sociedad. Se trata de un concepto más comprensivo que el de la informalidad —al que incluye en la más bien amplia medida en que los informales también son pobres— y más libre de las limitaciones de una aproximación legalista. A la hora de precisar las causas del subempleo y desempleo, sin embargo, sus tesis ponen de manifi esto que su profundidad analítica tiene límites severos. En efecto, declara:

Las elevadas tasas de expansión demográfi ca, que si bien han descendido en los últimos años, caracterizan a la mayoría de los países de la región, han signifi cado que incluso en periodos de crecimiento económico relativamente rápido (como entre 1950 y 1980) haya existido una considerable marginalidad y altos ni-veles de subempleo e incluso de desocupación. Todo ello permite

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explicar en parte la extrema desigualdad de la estructura dis-tributiva de esos países (CEPAL, 1990a: 66).

Las tasas de crecimiento de la población en la región han venido cayendo de manera consistente, según ha podido cons-tatar la CEPAL misma. Se estima que en América Latina y el Caribe la tasa de crecimiento para el quinquenio 1990-95 fue de 1.7%; para 2000-2005, de 1.4%, y para 2005-2010, de 1.12%, y que seguirá cayendo a 0.99 en el quinquenio 2010- 2015 (CE-PAL, 2010). Pese a esta evolución, la pobreza de la población, según los cálculos de la CEPAL, no manifi esta una reducción correspondiente entre 1980 y 2006; fue de 40.5% en el primer año, y de 38.5% para el segundo. Desde luego, este último por-centaje no se compara con los niveles alcanzados tras la déca-da crítica de los ochenta, que sólo empiezan a ceder después de 2002; pero la Comisión pone de manifi esto que la pobreza con-tinúa siendo un fl agelo descollante en la región (CEPAL, 2006b).

Hacia 2006, la CEPAL preparó una nueva revisión de sus conceptos. En un texto de Carlos Filgueira y Andrés Peri, que se incorpora como referencia a este marco de revisión y renovación, se puede leer:

Los elevados índices de inequidad y pobreza de América Latina fueron interpretados en el pasado como resultado de la “insufi -ciencia dinámica” de la región: la tasa de crecimiento económico crecía poco con relación a la tasa de crecimiento de la población, que crecía mucho. El cociente desfavorable generaba una “po-blación excedente” excluida total o parcialmente del mercado de trabajo y cuyo destino más probable era la pobreza. El correlato de estas ideas en materia de políticas fue sencillo: era necesa-rio actuar sobre los términos del cociente: o mayor crecimiento económico, o menor crecimiento poblacional. Mejor aun, sobre ambos términos… El escenario actual de la región es diferente al de la década de 1960 cuando se desarrollaron estas interpre-taciones y se intentó aplicar los remedios para abatir la pobreza y la inequidad (Filgueira y Peri, 2004).

Así pues, una vez más es necesario ajustar el enfoque a las tozudas realidades. La propia CEPAL pone en evidencia de

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este modo que no cuenta con un cuerpo teórico que dé cuenta de manera confi able de los procesos socioeconómicos de la región y del que pueda derivar políticas sin grandes riesgos de fracaso.

En el campo del marxismo, la inclinación más inmediata es a ver a la población sobrante como el ejército industrial de reserva que resulta de los cambios en la composición del ca-pital. Es el desarrollo de las fuerzas productivas lo que per-mite liberar fuerza de trabajo ocupada en unas industrias, poniéndola al servicio de la acumulación en otras, y liberan-do a la producción de las restricciones que puedan resultar del crecimiento natural de la población. La sobrepoblación relativa se reduce o se extiende conforme al ciclo industrial que transita entre periodos de expansión y estancamiento. Sus modalidades y ritmos se ajustan a las circunstancias históricas del desarrollo del capital.

Esas circunstancias históricas y, en particular, la mag-nitud de la sobrepoblación en la región, estimularon la bús-queda de explicaciones más allá de la teorización general en El Capital de Karl Marx. Destacaron en este sentido los esfuerzos conducidos por Aníbal Quijano (1977) y José Nun (2000) desde fi nales de la década de 1960; es decir: antes de la presente etapa, el problema había logrado movilizar es-fuerzos teóricos importantes también desde una perspectiva marxista.

Los argumentos de ambos autores presentan una gran similitud. Sostienen que la aparición del capital monopólico modifi ca las condiciones en que el capital produce una sobre-población relativa. Los sectores más avanzados ya no requie-ren de la fuerza de trabajo en reserva para su expansión. Eso reduce la capacidad de la acumulación para absorber la sobrepoblación, por lo que una parte de ella deviene perma-nentemente sobrante y ya no actúa como ejército de reserva. Este remanente fue designado como “polo marginal” (A. Qui-jano) y como “masa marginal” (J. Nun).

Una gran parte de los esfuerzos teóricos de José Nun se orientaron a demostrar que la masa marginal, creada por el capitalismo, no tiene efectos funcionales sobre el capital, a diferencia del “ejército de reserva”. Por su parte, Aníbal

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Quijano se encamina a demostrar que el polo marginal cons-tituye el núcleo más afectado de la dominación capitalista. Ambos combaten denodadamente las acusaciones de dualis-mo que la noción de “marginalidad” parecía legitimar. Pero la discusión de las tesis de ambos autores puso poco cuidado en una cuestión mucho más importante: el problema de las causas que producen una sobrepoblación desbordante en la región, lo que, a su vez, debía haber puesto de relieve la re-fl exión sobre la específi ca organización socioeconómica del capitalismo subdesarrollado. En realidad, para ambos auto-res la sobrepoblación excedente es un fenómeno generaliza-do en el capitalismo; un fenómeno que aparece agravado sólo en la región debido a las relaciones de dependencia en que ésta se desenvuelve.

Los primeros esfuerzos analíticos de José Nun para expli-car las causas de la sobrepoblación conservan su relevancia para los fi nes del tema que nos ocupa; pero un viraje crucial del autor en los últimos años, ha debilitado la fuerza inicial de aquéllos y ha puesto en entredicho la validez de sus pro-puestas teóricas, más allá de que algunas de ellas ganaron un lugar inamovible en el debate. Nun ha abandonado su adhesión original a fuerzas que presentan a la sobrepobla-ción como un fenómeno necesario del capitalismo. En efecto, basándose en un trabajo de G. Therborn, sostiene:

Su primer hallazgo era previsible: la crisis económica de la dé-cada del setenta tuvo un impacto muy distinto… Desde el pun-to de vista de la ocupación, en ciertos sitios la crisis provocó un desempleo masivo y en otros, un desempleo alto. Pero hubo cinco naciones donde esto no ocurrió, confi rmando que el des-empleo no es de ninguna manera una fatalidad. Estas naciones fueron: Suecia, Noruega, Austria, Suiza y Japón.

Esto último habría tenido lugar gracias a un compromiso de los gobiernos con el pleno empleo, lo que le permite a Nun concluir:

La lección que se desprende de estas experiencias es bastante clara. Cuando se habla de marginalidad, de exclusión social, de desempleo o

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de subocupación no se está aludiendo a hechos de la naturaleza sino a emergentes de relaciones de poder determinadas. Del carácter y de la lógica de estas últimas depende que la lucha contra la marginación y contra la pobreza quede seria y fi rmemente ubicada (o no) en el primer lugar de la agenda y que se esté dispuesto (o no) a pagar todos los costos necesarios para que esta lucha sea efi caz (Nun, 2001: 31-33).

Es decir, el problema de la sobrepoblación puede ser resuelto mediante la acción estatal y —como puede dedu-cirse de los ejemplos citados— dentro del capitalismo, más todavía, de cualquier capitalismo. Esta aproximación es di-fícilmente sostenible para el periodo de crecimiento “hacia adentro” latinoamericano, donde el consumo interno desem-peñaba un papel principal y hubo Estados que efectivamen-te buscaron la “integración” y el pleno empleo. Del mismo modo, no parece apropiado explicarse la evolución de los úl-timos lustros en los países que menciona Nun, por un simple abandono por parte de sus gobiernos del compromiso con el “pleno empleo”.3 Por lo demás, en general en Europa el des-empleo se ha desbordado. Esta evolución pone de manifi esto los riesgos a que está expuesto el recurso a casos excepciona-les para proveer de explicación a situaciones generalizadas, difícilmente atribuibles a la mera voluntad política de los gobiernos.

Aníbal Quijano, por su parte, pareciera vacilar entre dos posibles rutas causales de la marginalidad. Por un lado, re-curre a un famoso pasaje de El Capital donde Karl Marx sostiene que el ejército de reserva tiende a crecer más rápi-damente que el ejército laboral activo, lo que debe traducirse en la creación creciente de una sobrepoblación consolidada (Marx, 1975: 801. Tomo I). El autor aclara, correctamente a nuestro entender, que “en este conocido pasaje, Marx de-nomina ‘consolidada’ a la parte de la sobrepoblación rela-

3 El desempleo en los países citados por J. Nun asciende en 2005 a 5.8% en Suecia, 4.6% en Noruega, 5,9% en Austria, 4.3% en Suiza y 4.4% en Japón. Para 2010, el desempleo se elevó en Suecia (8.9%) y en Japón (4.9%); se redujo en Noruega (3.5% ) y en Suiza (3.6%), y se mantuvo en Austria. Para la zona del Euro, el desempleo total alcanzó 9.9% en enero de 2011.

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tiva destinada en el curso del desarrollo de las tendencias establecidas, a ser víctima de una continuada situación de sobrante respecto de las necesidades de la acumulación ca-pitalista” (Quijano, 1977: 21). Y en efecto, se trataría de un sector de la sobrepoblación que ya no actúa como ejército industrial de reserva, es decir, como fuerza de trabajo que pudiera ser incorporada a la producción para satisfacer las necesidades de la acumulación. La acumulación no requiere de una sobrepoblación consolidada para proceder. Según A. Quijano: “En el debate latinoamericano, es a esta parte de la sobrepoblación relativa que se ha denominado ‘marginal´” (Quijano, 1977: 21). Marx no habría ahondado en el tema de este sector debido a que en el capitalismo premonopolista no estaban dadas las condiciones para su emergencia. Sin em-bargo, Quijano no atiende a la inevitable cuestión de cómo llegó Marx a derivar la tendencia a la creación de una sobre-población consolidada a partir del análisis del “capitalismo de su tiempo” (la libre competencia).

Por otra parte, A. Quijano busca develar las formas his-tóricas del proceso que terminó creando un polo marginal. Sostiene que el proceso de desintegración de las relaciones precapitalistas continúa procesándose, lo que está lanzando continuamente nuevos contingentes al mercado laboral. Al mismo tiempo, ya ha madurado la monopolización e interna-cionalización del capital con base en elevados niveles tecno-lógicos, en empresas donde la demanda de fuerza laboral es prácticamente nula. La creación de la sobrepoblación relati-va supera así la capacidad de la acumulación para absorber-la, logrando que la primera aumente más allá de las necesi-dades de la producción. En los países de América Latina, la situación se agrava porque aquí la expansión del capitalis-mo, conducida por el capital imperialista, no descansó en la existencia de circuitos locales ya desarrollados. Además, los núcleos monopólicos no sólo operan con altas composiciones técnicas del capital sino que cuentan con sedes de produc-ción y realización externas a los países, lo que obstruye el crecimiento interno. Por eso, “el proceso que afecta al con-junto del sistema capitalista, en todos sus niveles, tiene en estos países una manifestación particularmente relievada,

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hasta el punto de haber originado un campo especial de la investigación social en América Latina” (Quijano, 1977: 15). Este campo es, claro, el de la marginalidad.

Se puede ver que los análisis lógico e histórico se des-pliegan, por así decirlo, por rutas independientes. La catego-ría de la sobrepoblación consolidada fue elaborada por Karl Marx para designar un resultado lógico del desarrollo del capitalismo al nivel de la relación esencial de producción. El Capital representa la historicidad pensada de un modo de producción particular. El objeto de estudio no es una etapa particular de este modo de producción, sino el análisis del capital en general (Rosdolsky, 1980), que incluye el estudio de las fuerzas que lo generan, lo desarrollan y producen su descomposición (Marx, 1975:19-20. Tomo I). Por lo demás, Marx presentó su teoría de la sobrepoblación después de in-troducir sus tesis sobre la concentración y la centralización de capitales. Por todo ello, la noción marxista de la sobrepo-blación consolidada no puede prestar apoyo a la tesis de A. Quijano.

La sobrepoblación consolidada es uno de los elementos que informan del proceso de desarticulación de la relación social de producción y de su contradicción con el desarrollo de las fuerzas productivas (Figueroa, 1989). La repulsión de los obreros como resultado del desarrollo capitalista tiende a ser mayor que su atracción. En un cierto punto, la caída en el número de obreros activos ya no puede ser compensada con un incremento en la tasa de explotación para impedir la caída de la tasa de ganancia. La introducción de nuevos medios de producción no haría más que deteriorar la situa-ción (Marx, 1975: 317-318. Tomo I). De este modo, el capital tiende a la creación de una población absolutamente exce-dentaria. Sin embargo, Marx la defi nió como relativamente excedentaria. El punto merece ser discutido.

Según Marx, la acumulación produce, en “proporción a su energía y a su volumen”, una “población obrera relativamen-te excedentaria, esto es, excesiva para las necesidades me-dias de valorización del capital y por tanto superfl ua” (Marx, 1975: 784. Tomo I). Esta sobrepoblación constituye “un ejér-cito industrial de reserva a disposición del capital” y crea

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(contiene) “para las variables necesidades de valorización del capital, el material humano explotable y siempre dispo-nible, independientemente de los límites del aumento real experimentado por la población” (Marx, 1975: 786. Tomo I. Las cursivas están en el original). Su carácter relativo ema-na del hecho de que aun cuando esta población no aparece directamente involucrada en el proceso de acumulación, está siempre disponible para servir al capital cada vez que se crean nuevas industrias; o sea: es requerida para apoyar la expansión de las que están en funcionamiento. Por lo tanto, la expresión “excesiva para las necesidades medias de valo-rización del capital y por tanto superfl ua”, ha de entenderse como referida a una sobrepoblación en relación con el capital en funcionamiento. Pero la sobrepoblación relativa también constituye, para Karl Marx, el material humano imprescin-dible para el capital en ciernes, esto es, para el capital que habrá de ponerse en movimiento tras la expansión de las ramas industriales existentes, en la medida en que esta ex-pansión lo requiera, o por la creación de otras nuevas. Es así como adquiere sentido su afi rmación de que es también “una condición de existencia del modo capitalista de producción”. En resumen, diremos que para este autor una sobrepobla-ción relativa es una población obrera excesiva para las nece-sidades del capital en funcionamiento, pero necesaria para la expansión de la producción. Su magnitud, se entiende de suyo, crece en los periodos de estancamiento y se reduce en los periodos de expansión.

Así, la noción de una sobrepoblación relativa, equivalente al ejército industrial de reserva, aparece en principio perfec-tamente coherente y no ofrece ninguna difi cultad. Sin embar-go, a la hora de defi nir sus formas surgen un par de escollos. Digamos de pasada que lo que hace el autor en este caso es describir situaciones de su tiempo. Marx detecta varias for-mas: La fl uctuante incluye a los obreros expulsados y vueltos a incorporar por la producción industrial. La latente se re-fi ere a los trabajadores que son expulsados de la producción por la introducción de capital en la agricultura, sin que la expulsión sea compensada por la atracción de los mismos en el campo, por lo que su destino más cierto es la emigración a

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las ciudades. La sobrepoblación estancada, la tercera forma, ya ofrece difi cultades. Según Marx “constituye una parte del ejército obrero activo, pero su ocupación es absolutamente irregular”. Sin embargo, si se trata de un sector activo, invo-lucrado directamente en la valorización de capital, ¿por qué razón ha de formar parte de la sobrepoblación relativa? Marx sostiene que la fi gura principal de la población estancada es la industria domiciliaria, y añade: “Recluta incesantemente sus integrantes entre los supernumerarios de la gran indus-tria y de la agricultura, y en especial también en los ramos industriales en decadencia” (Marx, 1975: 801. Tomo I). Si su fuente son los supernumerarios creados por la acumulación, entonces parecería tratarse de cambios en su posición dentro de la sobrepoblación relativa. Pero no es el caso, porque la industria domiciliaria es para Marx una “esfera capitalista de explotación erigida en el traspatio de la gran industria” (Marx, 1975: 567. Tomo I). Constituye, pues, una extensión o “el departamento exterior de la fábrica, de la manufactura o de la gran industria” (Marx, 1981: 562. Tomo I) y son direc-tamente objeto de la explotación capitalista. Por ello, deben ser considerados miembros, no de la sobrepoblación relativa, sino del ejército obrero activo. Desde luego, nos limitamos aquí al caso en que la industria proporciona los medios y los materiales de producción, mientras los trabajadores aportan sólo su capacidad de trabajo.

En El Capital se integra un cuarto grupo: “El sedimento más bajo de la sobrepoblación relativa se aloja, fi nalmente, en la esfera del pauperismo” (Marx, 1975: 802. Tomo I. Cur-sivas en el original). Se incluyen tres sectores: a) indigen-tes aptos para el trabajo; b) hijos de indigentes, huérfanos. Hasta aquí pareciera que se trata de fi guras cuya inclusión en la sobrepoblación relativa no entraña problema, en la medida en que pueden ser incorporados a los procesos de producción. Pero en realidad se trata de otro aspecto del problema. El pauperismo, debe hacerse notar, no es una ca-tegoría que pueda insertarse en el mismo nivel de análisis de las tres primeras, que son las que Marx anunció cuando se propuso defi nir las formas de la sobrepoblación relativa. El pauperismo puede existir entre la población fl uctuante,

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la latente o la estancada, o sea, en medio del desempleo o del trabajo precario. Y este último puede adoptar, como adopta en la realidad, formas no capitalistas de organiza-ción. Un tanto distinto es el caso del tercer grupo dentro del pauperismo: c) las “personas degradadas, encanalladas, incapacitados de trabajar”, por cuanto no se trata de una simple situación de indigencia. Para el autor, también ellos son productos de la acumulación. La difi cultad consiste en que se trata de personas que no satisfacen necesidades de la valorización, presentes y latentes, y no se ve cómo pueden ser consideradas una “condición de la producción capitalis-ta”. Karl Marx mismo los defi ne como una carga para el capital, por cuanto entran en los “gastos varios de la pro-ducción capitalista” (Marx, 1975: 803. Tomo I), originando una desviación de recursos que de otro modo podrían servir a la valorización. Se trata, en realidad, de elementos de una sobrepoblación absoluta.

Desde luego, por lo general ningún ser humano es absolu-tamente sobrante, por lo que esta noción sólo se refi ere a la posición de un sector de proletarios respecto de las necesida-des de la valorización del capital, es decir, a lo que signifi can para el capital, y pone de relieve la escasa atención que este último presta a las necesidades humanas.

Si estos elementos eran ya visibles en el mapa social del capitalismo en los tiempos de Marx, el desarrollo de la acumulación debía hacerlos crecer progresivamente; la ten-dencia general del capital culmina en la creación de una sobrepoblación consolidada que debe surgir en una etapa avanzada de la producción, como resultado de la extensión de la sobrepoblación relativa más allá del punto en que efec-tivamente constituye una necesidad para la valorización. También esta evolución está explicitada en las proposiciones de Karl Marx:

El incremento de los medios de producción y de la productividad del trabajo a mayor velocidad que el de la población productiva se expresa, capitalísticamente, en su contrario, en que la pobla-ción obrera crece siempre más rápidamente que la necesidad de valorización del capital (Marx, 1975, I: 804).

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Se trata de un caso típico en que los cambios cuantitati-vos producen modifi caciones cualitativas, en este caso del excedente relativo al excedente absoluto.

Las formas de existencia de una sobrepoblación absoluta habrán de multiplicarse y crecer mucho más allá del ámbito de los que carecen de medios para sobrevivir, los delincuen-tes y los vagabundos, para incluir modalidades de trabajo paralelas, formas distintas de hacerse de un ingreso, acica-teadas por la necesidad y la imaginación social. Su existencia o no en la actualidad, tal como resulta de la lógica descrita, puede y debe ser objeto de discusión y a ello volveremos más adelante. De lo que no cabe duda es que no ha sido un rasgo permanente del imperialismo en los países desarrollados. En los países subdesarrollados, por el contrario, su presencia es visible, pero su explicación habrá de sortear todavía otros escollos teóricos.

Con todo, no podremos avanzar sin resolver la desazón que todavía provoca el concepto de la sobrepoblación relati-va. Si este último se refi ere a un ejército de reserva que es imprescindible para que la acumulación pueda avanzar, una condición del modo de producción, ¿por qué llamarle “sobre-población”? Nuestra solución, por la cual referimos al capital en funcionamiento, no es completamente satisfactoria, por-que el ejército de reserva no constituye una población que sobra, ni mucho menos, respecto de la expansión capitalista.

Nos inclinamos a pensar que las opciones de Marx tienen que ver con su método. Él estudia el capitalismo como un sistema cerrado, en el cual todo aparece organizado alrede-dor de la relación capital-trabajo asalariado y donde ésta es la determinación última de todo, un sistema que presenta a la producción de plusvalor como la fuerza que empuja al capitalismo en su desarrollo y que también provoca su des-composición. Se trata de una relación activa, en movimiento, que no se detiene en contradicciones que no sean las suyas propias. Este método, que le permitió construir la más ex-traordinaria representación del capitalismo como modo de producción, le demanda sujetarse a proposiciones que son insostenibles cuando se trata de analizar las sociedades en sus procesos históricos concretos, como la de abordar al pro-

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ductor que opera con sus propios medios de producción a la vez como trabajador y capitalista. Marx pensaba que si ese trabajador se apropia de su propio excedente es porque es propietario de los medios de producción, y en ese sentido puede ser visto como capitalista, del mismo modo que puede ser visualizado como obrero asalariado por cuanto se apro-pia de su trabajo necesario. El supuesto fundamental es que la separación, y no la unidad, de los productores directos y los medios de producción, es la relación normal en el capita-lismo. Por tanto, era natural que para los fi nes del análisis del capitalismo se renunciara a considerar la unidad entre productor directo y medios, al igual que entre productor di-recto y excedente. Además, Marx pensaba que la tendencia del artesano y del campesino era de todos modos a convertir-se ya fuera en capitalista o en obrero asalariado.

Al considerar las relaciones esenciales de la producción capita-lista puede, por consiguiente, asumirse que el entero mundo de las mercancías, que todas las esferas de la producción material —la producción de riqueza material— están (formal o realmen-te) subordinadas al modo capitalista de producción (Marx, 1972 [1939-1941], 2: 110-111).

Sólo en este contexto resulta lógico llamar “sobrepobla-ción” al sector de la sociedad que no posee medios de produc-ción y que se encuentra desocupado, así sea temporalmente.

En otro lugar, Karl Marx explica sus postulados del si-guiente modo:

El propietario de la fuerza de trabajo, en cuanto obrero, sólo puede vivir en la medida en que intercambie su capacidad de trabajo por la parte del capital que constituye el fondo de traba-jo […] Como, por añadidura, la condición de la producción fun-dada en el capital es que él produzca cada vez más plustrabajo, se libera más y más trabajo necesario […] En diferentes modos de producción sociales, diferentes leyes rigen el aumento de la población y la sobrepoblación; la última es idéntica al paupe-rismo. Estas leyes diferentes se pueden reducir simplemente a las diferentes maneras en que el individuo se relaciona con las

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condiciones de producción […] La disolución de estas relaciones con respecto a tal o cual individuo, o a parte de la población, los pone al margen de las condiciones que reproducen esta base determinada, por ende en calidad de sobrepoblación y no sólo como privados de recursos, sino como incapaces de apropiarse de los medios de subsistencia por medio del trabajo; en conse-cuencia como paupers (Marx, 1972, 2: 110-111. Cursivas en el original).

Se ve también aquí que otras formas de la organización laboral no son de interés para el análisis específi co que lle-va a cabo el autor. Quienes no participan activamente en el movimiento del capital, están al margen de la relación fundamental, deben vivir de la limosna y constituyen sobre-población. El caso es que una vez que Marx introduce la teo-ría del ejército industrial de reserva, en los términos en que esta teoría aparece en El Capital, ya no puede decirse que se trata de un sector que está “al margen de las condiciones que reproducen esta base determinada”, en este caso, la del capitalismo; por el contrario, son una condición para ello. La noción de que todo desempleado es sobrepoblación debía haber sido abandonada.

En el proceso real de la sociedad del capital, la población trabajadora no sólo se desenvuelve como trabajador asala-riado por el capital; también lo hace a través de formas no capitalistas del trabajo, y éstas, a su vez, pueden desplegar-se o no en contacto con los procesos de valorización.

A fi n de sortear las difi cultades señaladas, llamaremos población necesaria al sector constituido tanto por los traba-jadores ocupados directamente en la valorización del capital como por el ejército de reserva. Limitaremos el concepto de este último a sus formas fl uctuante y latente. Llamaremos población excedente al resto, esto es, a la sobrepoblación en sentido estricto, y distinguiremos, por un lado, un excedente relativo, para referirnos a los trabajadores que desde fuera de la relación capital-trabajo asalariado realizan actividades que guardan algún vínculo con la acumulación, y, por otro, un excedente absoluto, donde se incluyen los trabajadores cuya actividad carece de vínculo con la valorización.

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Ahora podemos regresar a la teoría marxista de la mar-ginalidad. Un hecho sobresaliente de la evolución histórica y que no aparece debidamente registrado en estos análisis, es que la acumulación en los países desarrollados ha procedido por un largo periodo descansando en la inmigración, o sea, ha requerido no sólo de su propia fuerza laboral sino también de contingentes provenientes de otros países. A los movi-mientos migratorios que tienen lugar constantemente hacia las diferentes categorías de países (desarrollados y subdesa-rrollados) y que corresponden a las cambiantes necesidades del crecimiento en los distintos países, se agrega la migra-ción entre “el Sur” y “el Norte”, migración que en el caso de América Latina, desde los años cincuenta del siglo pasado, se consolidó como un movimiento prácticamente unilateral, esto es, como migración desde “el Sur” hacia “el Norte”.

La Organización Internacional del Trabajo (OIT) calcula que hacia 1998, los trabajadores migrantes desde los “países en desarrollo” alcanzan 4.2% del total de la fuerza de trabajo en los países de la OCDE, llegando a constituir en los noventa 57.8% de los trabajadores que emigraron a los países que for-man esa organización. Más todavía, se constata que los des-plazamientos de trabajadores hacia los países industrializa-dos han aumentado en las últimas décadas, siendo Estados Unidos el principal receptor (81% de los nuevos migrantes), seguido por Canadá y Australia (11%), mientras que Francia, Alemania, Italia y Reino Unido se distribuyen prácticamente todo el resto (OIT, 2004). Esta cuestión no es teóricamente irrelevante. No sólo pone en entredicho la presencia de un polo marginal, sino que, sobre todo, informa de la existencia de difi cultades en la operación de la ley del ejército industrial de reserva en los países desarrollados. Se trata, pues, de un desafío para la teoría de la acumulación, desafío que ésta debe enfrentar a partir de sus propios supuestos.

2. Déficit y excedentes de población

En la lógica de la acumulación, la solución a este problema debe consistir en demostrar que América Latina desplie-

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ga una menor capacidad que los países desarrollados para atraer fuerza de trabajo. Sin embargo, desde la formulación más general de esa lógica, surgen de inmediato objeciones. Es claramente visible que, en general, la composición técni-ca y orgánica media del capital en la región es más baja que en los países avanzados, lo que debe traducirse en una me-nor capacidad de la producción para expulsar fuerza de tra-bajo. Lo contrario debe ocurrir en los países desarrollados, donde el poder de la acumulación para crear sobrepoblación debiera ser mayor. El hecho de que el proceso real de la acu-mulación haya arrojado resultados inversos, implica que la explicación debe conjugar desarrollos lógicos e históricos que en principio se presentan en abierta contradicción.

Como se ha expuesto, el ejército de reserva es uno de los elementos de la relación entre capital y trabajo, y encuentra su racionalidad en ese nivel. El mismo método ha de seguir-se para explicar una población excedente, más allá de que la competencia entre capitales y las circunstancias históricas impregnen de todo tipo de colorido y formas al fenómeno, o incluso lo oculten. De lo que se trata es de develar las causas que dan cuenta de una tendencia, y esas causas habrán de buscarse en la particular forma de organización de la rela-ción de capital en las sociedades donde tiene lugar.

El origen de la población excedente en América Latina está en la conjunción de dos factores relativos a la organiza-ción social de la producción: su carácter capitalista, por un lado, y la frustración del desarrollo de la división que separa al trabajo en general (científi co) e inmediato (de operación), por otro.

Conviene en este momento introducir una breve recapi-tulación. Como ya hemos señalado, el mundo desarrollado ofrece a los países subdesarrollados productos del trabajo general y del trabajo inmediato, mientras recibe de estos úl-timos principalmente productos del trabajo inmediato, y sólo en una medida muy poco signifi cativa —que para nuestros propósitos se puede ignorar—, del trabajo general. De aquí resulta un intercambio estructuralmente desigual: productos del trabajo general y del trabajo inmediato contra productos del trabajo inmediato. Insistimos, se trata aquí de productos

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del progreso cuya generación está controlada por los países desarrollados; es decir: nos referimos aquí a una compra que no encuentra su contrapartida en una venta correspondien-te, esto es, del mismo tipo de bienes. Se trata pues de una transferencia unilateral de inversión. La manifestación más general de esta proposición es la tendencia inherente de la balanza comercial al défi cit, que tiene como corolarios el en-deudamiento y las constantes recesiones originadas por la necesidad de frenar las importaciones. En el capítulo ante-rior hemos visto con algún detalle los datos de este proceso para la presente etapa y no hemos de insistir en ello. El pun-to clave es que el subdesarrollo de la relación de capital, la ausencia de la división que organiza el trabajo general, cien-tífi co, como distinto del trabajo inmediato, se traduce en una transferencia hacia los países desarrollados de la capacidad de la acumulación para generar empleo. Se trata de uno de los efectos inmediatos del colonialismo industrial.

Simultáneamente opera en la región el mecanismo por el cual se crea un ejército de reserva. Históricamente, la pene-tración del capitalismo en América Latina combina los pro-cesos de acumulación originaria (separación de productor y medios) con la producción de plusvalor relativo propia de la industria que se va instalando en la región desde fi nes del si-glo XIX. De este modo se debilitó la capacidad del capitalismo para impulsar la acumulación originaria. En los hechos, ha sido necesario reorganizar en forma no capitalista a grandes masas de población excedente, como se hizo a través de la reforma agraria, o enviando a millones de trabajadores a Es-tados Unidos, como ocurrió gracias al programa de braceros acordado con México (1942-1964).

En relación con los efectos del proceso que consolidó el ca-pitalismo sobre la población trabajadora, no existe un patrón único. Por ejemplo, en un país como México la relativamente baja capacidad de la acumulación para absorber fuerza de trabajo, junto con la creciente disposición de fuerza laboral “libre”, favorece una evolución muy lenta del capitalismo en la agricultura y una explotación intensifi cada de la fuerza laboral. En cuanto a Argentina, la vasta disponibilidad de tierras, combinada con una relativamente baja población,

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favorece la inmigración, extiende el trabajo asalariado y promueve la introducción de técnicas capitalistas. Es decir, el punto de partida en unas áreas se traducirá luego en cir-cunstancias poblacionales diferentes que habrán de tener su impacto sobre la evolución posterior. Sin embargo, una vez que el capitalismo se consolida dentro de límites territoria-les defi nidos y predomina en todas las ramas, la producción siempre tiende a crear un ejército de reserva, sea más alta o más baja la composición media del capital. A este rasgo del capitalismo se suma en la región la transferencia de inver-sión y de puestos de trabajo que acompaña a la acumulación.

Es por estas razones que la producción capitalista bajo el subdesarrollo no sólo crea un ejército de reserva sino una población excedente, esto es, una que se extiende más allá de las necesidades medias del proceso de valorización del capi-tal tanto en funcionamiento como en ciernes.

En el capitalismo desarrollado se produce una situación inversa. Mientras que bajo el subdesarrollo la acumulación consume más de lo que produce, en los países desarrollados la acumulación produce más de lo que consume. La insufi -ciencia de producción en un polo se satisface con el exceso de producción en el otro. Por consiguiente, mientras que en el subdesarrollo la acumulación genera una sobrepoblación desbordante, en el desarrollo despliega una insufi ciencia en la creación de su ejército de reserva. El colonialismo indus-trial, que condena a unos países al trabajo inmediato, de operación, distribuye también de manera desigual la ener-gía con la cual cada polo del sistema genera fuerza de traba-jo disponible.

3. La naturaleza del trabajador migrante

El trabajador que emigra desde la región puede ser consi-derado una fi gura para la cual la acumulación carece de función productiva, ya se trate de la producción en curso o potencial. Los gobiernos no muestran interés por retenerlo; más bien se inclinan a apoyar su desplazamiento, lo mismo debido a los problemas que éste resuelve que a las ventajas

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que crea. Se presenta, entonces, como población excedente no sólo con respecto a la valorización presente, sino también para la acumulación futura. Su situación, sin embargo, se redefi ne por cuanto emigra y se incorpora a alguna actividad productiva en el país desarrollado que lo recibe; se pone así de relieve que su verdadera naturaleza es la de formar parte de un ejército de reserva creado en un polo del sistema inter-nacional para servir en el otro. Pero hoy en día su situación ya no es tan clara, puesto que se sabe que los inmigrantes están incrementando las fi las de la pobreza y el desempleo (Levine, 2002).

Sobre la base de los stocks de inmigrantes latinoamerica-nos en Estados Unidos, una base que no contempla la migra-ción indocumentada ni los desplazamientos temporales, se estima que para el año 2000 había casi 14.5 millones de per-sonas de la región en ese país (Pellegrino, 2003), de los cuales casi 7.8 millones eran aportados por México. Otros 2.7 millo-nes se encontraban instalados en España, Canadá, el Reino Unido y Japón (Celade, 2002). No se puede ignorar, en el contexto de nuestros fi nes, que la emigración regional hacia países desarrollados ha crecido consistentemente durante la tercera etapa, lo que era de esperar dentro del crecimiento basado en las exportaciones. Para el caso de Estados Unidos, el principal destino de los emigrantes, en la década de los sesenta se registraron apenas poco más de 820 mil personas, las que casi se duplicaron en cada década siguiente, aunque las tasas de crecimiento de la migración parecen reducirse en los ochenta y noventa. Esta evolución puede interpretarse como la respuesta a una defi ciencia creciente de la economía desarrollada para producir su ejército de reserva, con lo que en “buena lógica” la teoría de la acumulación, en su formu-lación más general, tendría todavía que esperar un tiempo para verse refl ejada en la realidad. Pero no es así.

Es un hecho reconocido que las tasas de desempleo en los países desarrollados han venido creciendo con el tiempo (Maddison, 1996; OCDE, 2003). Hoy en día nadie se refi ere a las cifras de 3% o hasta 4% como compatibles con el “pleno empleo”. En 2005, la tasa de desempleo alcanzó 6.6%, inclui-do 5.1% para Estados Unidos y 8.6% para Europa. En 2002,

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la OCDE contabilizaba 8.4 millones de desempleados en Esta-dos Unidos y otros 13.5 millones en la Unión Europea. Para el total de los países de la OCDE, la suma de desempleados llegaba a 36.4 millones (OCDE, 2003). En 2010, la tasa de des-empleo bajó ligeramente a 8.2%, pero en términos absolutos el número de desempleados llegó a 44 millones. Bastarían estos datos para demostrar que el capitalismo desarrollado cuenta con un ejército de reserva más que sufi ciente para desenvolverse. El signifi cado de estos desarrollos no es me-nor: Se pone de este modo de manifi esto que la tercera etapa está también anunciando el agotamiento de la tradicional articulación laboral entre países desarrollados y subdesarro-llados. Otros datos respaldan esta afi rmación.

El trabajo parcial ha venido ganando importancia dentro del empleo total. Representaba 11.6% en 1994, para crecer a 15.4% en 2005 en los países de la OCDE. En estas condicio-nes, una parte de lo que se considera empleo parcial es al mismo tiempo desempleo, trabajo disponible, y, por lo tanto, debe contar como reserva laboral. La OCDE ha tomado nota del asunto: “Hay también una oferta potencial de trabajo en-tre las personas que están involuntariamente empleadas a tiempo parcial” (OCDE, 2003: 105). A este grupo se agregan todos aquellos que estando en condiciones de trabajar sim-plemente, no participan en el mercado laboral.

Cabe hacer notar que también ha crecido el trabajo tem-poral. “Aunque el empleo temporal fue en general menos dinámico que el empleo parcial, su expansión genera preo-cupaciones debido a que la mayoría de los trabajadores tem-porales preferiría trabajos permanentes” (OCDE, 2003: 20).

Al mismo tiempo, la explotación del trabajo se hace más intensa, de modo que la proporción de trabajadores que in-forma que “están trabajando a muy alta velocidad o con muy apretados límites de tiempo, está aumentando. Aquellos que trabajan muchas horas o a un ritmo de trabajo intenso también informan de un número creciente de problemas de salud relacionados con el stress y una mayor difi cultad para reconciliar el trabajo y la vida familiar” (OCDE, 2003: 20).

La devaluación de los puestos de trabajo en oferta, la ma-yor explotación, la creciente percepción de que el empleo es

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cada vez más inseguro, en fi n, todo aquello vinculado a la precarización y fl exibilización laboral, simplemente no sería posible si hubiera escasez de fuerza laboral. Tampoco po-dría explicarse el recrudecimiento de la pobreza. En Estados Unidos, en 2005, la masa de la población en situación de pobreza alcanzó los 37 millones de personas, 12.6% del total (US Census Bureau, 2007), cinco millones más que en 2001 y seis millones más que en 2000. Se estima que 15.6 millones se encuentran en extrema pobreza —lo cual es el nivel más alto que se conoce desde 1975 (US Conference of Catholic Bishops, 2006)—, es decir, percibiendo un ingreso menor a la mitad del que defi ne la línea de pobreza. Estos desarrollos no son normales en condiciones de una oferta limitada de fuerza de trabajo; por el contrario, para que se desencade-nen, se requiere que esa oferta sea tan amplia como efecti-vamente lo es. El capitalismo desarrollado ya ha superado sus limitaciones para la creación interna de su ejército de reserva.

Es innegable que por mucho tiempo la migración per-mitió suplir la capacidad limitada de la acumulación para crear un ejército de reserva en los países desarrollados. Pero el elevado dinamismo de la migración hacia el “Norte” en las últimas décadas, en particular hacia Estados Unidos en el caso de la región, sólo obedeció parcialmente a esa causa. Intervienen también otras causas relacionadas con el orden económico impuesto por la globalización neoliberal: 1) los procesos de reorientación económica en América Latina de-bilitaron aún más la capacidad de la producción para crear empleo. La apertura comercial obligó a elevar los niveles de productividad y de la composición técnica y orgánica del ca-pital, a fi n de ganar competitividad tanto en relación con los productos enviados al mercado mundial como respecto a la capacidad para enfrentar la competencia frente a las impor-taciones. Estas últimas redujeron las posibilidades de creci-miento, en la medida en que se trataba de bienes producidos con ventajas ausentes en la región. 2) Muchas industrias se declararon en bancarrota debido a su incapacidad para lle-var a cabo su propia reestructuración. 3) El recorte en la actividad económica del Estado también aportó lo suyo a la

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expansión del desempleo.4 4) Las exportaciones de la región crecieron a tasas elevadas, pero los niveles de crecimiento permanecieron muy por debajo de aquellos alcanzados du-rante las décadas de 1950, 1960 y 1970. Como resultado, la participación relativa de las regiones subdesarrolladas que enfrentaron la globalización sin proyectos de nación en la creación de riqueza, debía caer. No es entonces extraño que la producción aparezca ahora más concentrada fuera de ellas. La OIT estima que las diferencias de ingresos entre los países de altos y medianos ingresos, que era de ocho veces en 1975, creció a 14 veces en 2000, mientras que esa misma diferencia respecto de los países de bajos ingresos creció de 41 a 66 veces en ese lapso (OIT, 2004).

Así pues, había en la región una mayor masa de fuerza laboral disponible para emigrar, y más motivada para ha-cerlo, por el debilitamiento de las expectativas locales. Por otro lado, no debe ignorarse el hecho de que aun en el con-texto de esta redistribución de la producción mundial, las tasas de desempleo en los países desarrollados se mantu-vieron elevadas. En realidad, la inmigración no ha sido uti-lizada sólo como un medio para proveerse de fuerza laboral. En las últimas décadas, en particular desde la década de 1980, la funcionalidad de la migración se modifi có. Además de proporcionar fuerza de trabajo para la producción, per-mitió abarrotar la oferta laboral, haciendo de este modo posible los procesos de fl exibilización del trabajo.5 En otras

4 En un informe de la Organización Internacional del Trabajo se puede leer: “En cierto número de países el comercio más libre ha reemplazado o re-ducido la industria y la agricultura doméstica, desplazando trabajadores, mientras los Programas de Ajuste Estructural (PAE) han restringido el gasto estatal para reducir el desempleo. La creación de empleos en algunos países bajo los PAE ha ido detrás del crecimiento en el número de desempleados, y un resultado neto de estas pérdidas de empleos ha sido que un número más grande de personas carece de oportunidades de trabajo decente en sus países” (OIT, 2004).5 También algunos organismos internacionales han debido tomar nota de esta función de la migración. Así, en un texto del Celade se puede leer: “En los Estados Unidos, la inmigración de latinoamericanos parece haber propi-ciado la flexibilización laboral requerida para afianzar la competitividad de su economía” (Celade, 2002).

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palabras, sirvió también a los propósitos políticos de los go-biernos. En la actualidad se hace hincapié en su importancia como medio para rejuvenecer la fuerza de trabajo; pero esta expectativa tiene a lo más un alcance limitado, y deberá de-bilitarse en la medida en que la innovación tecnológica vaya poniendo de manifi esto su capacidad para crear desempleo, desactivando los temores provocados por el envejecimiento de la fuerza laboral. De hecho, los gobiernos ya no manifi es-tan mayor entusiasmo por la inmigración y tienden a refor-zar las limitaciones a la misma, restringiéndola a la fuerza laboral altamente califi cada y a aquella que acude a prestar servicios temporales.

4. Remesas y diferencias salariales

Desde el punto de vista del país subdesarrollado, las venta-jas de la migración van apareciendo una tras otra. No sólo se anulan tensiones potenciales internamente, permitiendo a los gobiernos un mejor manejo del confl icto social, sino que también se obtienen considerables ventajas económicas. Los migrantes, o buena parte de ellos, arrastran consigo la res-ponsabilidad de aportar al sostenimiento de sus familias, que permanecen en su lugar de origen. Las remesas hacia la región estuvieron creciendo sin cesar y con gran dinamismo, en particular durante los últimos tres lustros. En 1990, su monto se calculaba en unos 5 800 millones de dólares; para 2005 se estimaba en 53 500 millones. El valor real puede ser mayor, puesto que estas estimaciones no incluyen los envíos no registrados, ya se trate de dinero o en especie. Por otro lado, también se llama la atención sobre una posible sobre-estimación de las cifras, a raíz de defi ciencias en la medición (CEPAL, 2006c). En cualquier caso, la importancia de los mon-tos registrados es de por sí enorme: representaban, en 2005, 2.67% del PIB regional, aunque se ha se ha constatado que la tasa de crecimiento de los envíos va a la baja (Cortina; de la Garza y Ochoa-Reza, 2005).

No necesita mayor explicación el interés que las reme-sas han suscitado en organismos públicos nacionales e in-

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ternacionales y en los grandes intereses económicos priva-dos, donde destacan los bancos. Con la excusa de promover un mejor impacto de las remesas en el “desarrollo”, todos ellos buscan, en el marco de sus respectivas competencias, obtener el mayor provecho posible de las mismas. En lo que concierne a este trabajo, habrá que destacar que los envíos de dinero, los cuales se destinan abrumadoramente al con-sumo (80-85% de los mismos), informan de hasta qué punto la reproducción de la fuerza de trabajo en la región se lleva a cabo con cargo a valor creado en los países desarrollados; o sea: una parte de la producción interna, equivalente al consumo que tiene lugar gracias a las remesas y que no es satisfecho con importaciones, se basa en recursos provenien-tes del exterior. Se sigue, hasta ese punto, que en la región la producción de bienes-salario para el consumo interno es mayor que el ingreso generado internamente para esos fi -nes. Las remesas llevan la producción de bienes salario más allá de los límites fi jados por los salarios internos, cuando el consumo que promueven no es satisfecho con importaciones y, por lo tanto, tienen un impacto positivo en la producción y el empleo locales. La magnitud de las transferencias hacia la región viene a sumar nuevos motivos para inducir al gobier-no de Estados Unidos a la búsqueda de mecanismos para el control de la migración. Iniciativas como la de construir un muro en la frontera con México pueden ser muy grotescas, pero son indicadores de que en ese país se está percibiendo la migración como un problema grave.

Las remesas tienen otros efectos positivos, como el forta-lecimiento de la cuenta corriente o el incremento del ingreso de los gobiernos por recaudación de impuestos, o incluso la “reducción de la pobreza” —aun cuando no sean las familias más pobres las que mayormente se benefi cian con ellas— sin costo alguno para gobiernos y empresarios. Y pueden tener también efectos no deseados, como el debilitamiento de la competitividad de las exportaciones y el estímulo a las impor-taciones que resultan de una moneda local fortalecida. Pero las desventajas son apenas “daños colaterales” en el marco de un proceso, la exportación de fuerza de trabajo, que ha sido asumido por los gobiernos de la región como un gran negocio.

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La cuestión de las diferencias salariales entre las distin-tas categorías de países, reclama para sí cierta atención en este contexto. La sobrepoblación efectivamente participa en la determinación de los salarios y, con arreglo a la perspec-tiva que hemos venido trabajando, el punto debe precisarse. En palabras de Marx: “En todo y por todo, los movimientos generales del salario están regulados exclusivamente por la expansión y contracción del ejército industrial de reserva, los cuales se rigen, a su vez, por la alternancia de periodos que se opera en el ciclo industrial” (Marx, 1975: 793. Tomo I. Cur-sivas en el original). No es pues el ejército de reserva lo que regula el movimiento general de los salarios, sino la acumu-lación, que lo produce en una magnitud que varía según las fases cíclicas de la misma. En los periodos de expansión, la sobrepoblación decrece, el movimiento obrero se fortalece al mismo tiempo que se debilita la competencia entre obreros, y los salarios tienden a subir; lo inverso tiene lugar durante la contracción; es decir: el capital en su movimiento produce distintas correlaciones de clase, en cuyo contexto se negocia el nivel de los salarios.

¿Qué ocurre, entonces, en condiciones de subdesarrollo, donde existe un sobrante permanente, cualquiera que sea la fase del ciclo industrial? Lo primero que resulta evidente es que esa masa actúa como una presión constante hacia abajo sobre el nivel de los salarios, puesto que no puede hacer otra cosa que debilitar el peso que el trabajo activo pone en la ba-lanza. La población excedente fi gura de manera prominente entre las causas que determinan que el valor de la fuerza de trabajo sea menor en estos países que en los países desarro-llados.6 Esta tesis es de suyo tan clara que lo que en realidad debe explicarse es por qué el valor relativo de la fuerza de trabajo no es más bajo de lo que es, o por qué hay periodos en que los salarios registran aumentos.

6 No se trata de que la fuerza de trabajo se pague por debajo de su valor, sino que este valor ha sido establecido en un nivel más bajo. Hemos discuti-do esta cuestión en Figueroa, 1986.

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La infl uencia de la población excedente sobre los salarios contiene dos elementos: uno objetivo y otro subjetivo. El pri-mero está defi nido por su presencia en la organización de las relaciones de producción y constituye una carga de la cual el ejército activo no puede liberarse. Su efecto es, como se ha dicho, negativo. El elemento subjetivo entra en escena por-que la sobrepoblación es también una fuente de desconten-to altamente explosiva. Ha estado siempre presente en las grandes movilizaciones sociales y políticas de la región, ya sea bajo la fi gura de trabajadores sin tierra y sin empleo en el campo, o de “marginales”, cesantes, que operan desde sus propios movimientos o como parte integrante de movimien-tos más amplios, como ocurrió durante el periodo populista. Han estado recientemente en el corazón de los movimien-tos que culminaron en gobiernos progresistas en Venezuela, Bolivia y Ecuador, y en todos los procesos de resistencia al neoliberalismo. Es posible que ningún proceso relevante que haya culminado con concesiones a la clase obrera, registre la ausencia de la sobrepoblación. En general, la confl ictividad social de la región aparece fuertemente determinada por su presencia y por sus acciones.

El movimiento social, sin embargo, también procede a través de coyunturas de ascenso y refl ujo. La represión, ple-na de episodios dramáticos en la región, es tan consistente como el descontento. Es el método por el cual el capital im-pone sus límites a la concesión. No sólo obstruye sino que también a menudo orienta en sentido contrario los procesos de mejoramiento en las condiciones de vida de los sectores populares. La lucha política en la región es un factor promi-nente en la determinación del salario. Más todavía, las difi -cultades de la democratización encuentran su fundamento en el binomio descontento-represión, siempre presente en la vida de las sociedades latinoamericanas.

El bajo valor relativo de la fuerza de trabajo en la región tiene también otras causas objetivas. Dos de ellas sobresa-len: por un lado, la menor califi cación de la fuerza de trabajo que es requerida por un capital de composición media tam-bién inferior. Los llamados “retrasos educativos” visualiza-dos desde los países desarrollados —y sobre los cuales se ha

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insistido en la necesidad de actuar en el marco de la apertu-ra comercial y productiva— responden a esa situación. Por otro, una productividad media más baja requiere una menor intensidad de trabajo. Si en los países desarrollados es ma-yor la productividad del trabajo, también lo será la intensi-dad. Mientras mayores sean el esfuerzo desplegado y el des-gaste de energía durante la jornada, mayor será el consumo obrero necesario para reponer esa energía. Un movimiento obrero que no es afectado por la presencia de una población excedente, estará en una posición más ventajosa para lograr que el mayor consumo de las capacidades laborales sea efec-tivamente compensado con aumentos en el salario real.7

En suma, la emergencia del imperialismo abrió rutas particulares a la operación de la ley de la población, distri-buyendo de distinto modo sus efectos en cada categoría de países. Pero no logró eliminarla. Las tendencias involucra-das continúan su curso y están en la actualidad poniendo de manifi esto que no hay manera de que el capitalismo pueda deshacerse de ellas.

5. Los excedentes de poblaciónen sus actividades

La oposición entre ejército activo y reserva laboral apare-ce en un primer momento como equivalente a la dicotomía entre actividad y no-actividad. La idea de un ejército de re-serva que existe para apoyar la acumulación en ciernes, que habrá de concretarse con la apertura de nuevos negocios y/o

7 Estas diferencias en el valor de la fuerza de trabajo abren varias alternati-vas al análisis de la reproducción internacional de las familias. Por ejemplo, permiten que el migrante provea mayor consumo a su familia en el lugar de origen, aun destinando una proporción menor de su ingreso que la que el obrero en ese mismo lugar destina a la suya. También, como en la deter-minación del valor de la fuerza de trabajo intervienen factores culturales, el migrante puede hacer crecer el ingreso disponible para su familia si con-tinúa consumiendo en el país receptor como lo hacía en su comunidad de origen, etcétera. Sin embargo, no nos ocuparemos aquí de este asunto que reclama una investigación especial.

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la expansión de los existentes, proyecta la imagen de un sec-tor de trabajadores en compás de espera, y que habrá de incorporarse a la acumulación de un momento a otro. Bajo el subdesarrollo, en condiciones de una población excedente desbordante, las cosas no ocurren de ese modo.

El trabajador que no tiene acceso al trabajo asalariado capitalista, y que goza de las libertades que ofrece la socie-dad, continúa siendo propietario de su fuerza de trabajo. Sin embargo, sabe que de nada le sirven sus capacidades si no puede consumirlas, mediante el trabajo, para obtener los me-dios necesarios para su reproducción. Aunque su fuerza de trabajo no se realice como mercancía, en general no puede permanecer indefi nidamente sin usarse; por el contrario, la necesidad de sobrevivir lo empuja a producir algún bien o servicio. En general, la situación del desempleo tiende a de-sarrollar en el trabajador la disposición a hacerse para sí de algún ofi cio o de habilidades que le permitan desplegar ini-ciativas independientes de ocupación. La existencia de una población excedente reforzará esta disposición, en la medida en que debilita las expectativas de encontrar empleo, y ten-derá a multiplicar la concreción de las iniciativas que permi-tan al trabajador incrustarse en actividades alternativas, así como a consolidar estas últimas en el escenario ocupacional.

De aquí emergen diferentes posibilidades. Una de ellas es que la población excedente, mediante su actividad, pro-mueva formas de desenvolvimiento del capital que entrañan una modifi cación de su modalidad teóricamente formalizada y dominante en la práctica, conquistando para sí una redefi -nición de su posición en la sociedad. Esta posibilidad ha sido plenamente realizada en la región. Otra ruta posible es que la sobrepoblación se vea empujada a la ejecución de activida-des sin relación alguna con el proceso de valorización. Este camino también aparece descrito con trazos pronunciados en el escenario laboral latinoamericano. La observación de lo que la sobrepoblación hace para sobrevivir permitirá deter-minar su relación con el proceso de valorización.

En principio, ningún trabajador está atado de por vida a una relación con la acumulación. Hoy puede ser un obrero activo, mañana un cesante, luego un lustrabotas, etcétera, y

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el seguimiento de su ruta laboral poco o nada nos confi rma sobre situaciones estructurales. Pero la presencia de la acti-vidad, la cual también revela la acción de un agente, infor-mará de modo razonablemente convincente de la situación de la sobrepoblación en la sociedad del capital.

Este método no abarca a todos los sectores de la sobrepo-blación excedente. Si el trabajador se encuentra desemplea-do, completamente inactivo, su situación complica la tarea de defi nir su relación con la acumulación. Decir que se trata de un elemento del ejército de reserva no resuelve el proble-ma, porque si el desempleo alcanza 7% y decidiéramos que el nivel que conviene a los efectos de la valorización es, siendo muy generosos, 5%, ¿cómo califi car al resto sino como inútil para la valorización? En este caso, la inactividad también estaría abarcando a un sector de la población excedente. Se trata de trabajadores que: i) recientemente se incorporaron a la búsqueda de un empleo; ii) fueron expulsados del pro-ceso de acumulación, o iii) por alguna razón abandonaron sus actividades relativa o absolutamente desvinculadas de la acumulación. Sin embargo, es razonable asumir que se trata de una situación transitoria, y que tarde o temprano el trabajador se verá forzado a emprender o reemprender alguna actividad que le genere ingresos.

5.1. Excedentes relativos en el planode la producción y reparación de bienes

La población excedente contiene la posibilidad de que el tra-bajo asalariado se extienda más allá de los límites en que es necesario para una valorización normal. Ésta, para conside-rarse como tal, habrá de efectuarse por los canales y méto-dos socialmente reconocidos como legítimos y con irrestricto respecto a los fundamentos de la acumulación. El presu-puesto básico de la acumulación de capital es la separación del productor directo y los medios de producción. Esta sepa-ración se proyecta como propiedad de esos medios por parte de agentes distintos del productor directo, los que, a su vez, pueden ser agentes públicos (Estado) o privados. Para el ca-

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pitalista individual, una valorización normal es aquella que tiene como supuesto el respecto a la propiedad de sus medios y de los productos de “sus” procesos de trabajo. Está, pues, incluido el derecho a la ganancia que resulta de la explota-ción del trabajo. Esta norma será válida para la sociedad en general, en condiciones de predominio del capital privado.

El caso es que la valorización, que comienza con una in-versión, para continuar con un proceso de trabajo y culminar con la apropiación de trabajo excedente, puede perfectamen-te tener lugar al margen de las normas de la valorización normal y transgrediéndolas. El invento no es nuevo, pero se ha desarrollado con gran fuerza durante la tercera etapa. Su agente principal es el capital pirata.

Era previsible que el afán capitalista de ganancia encon-trara en la sobrepoblación que él mismo ha creado un medio más para realizarse. El capital orientado a la reproducción pirata ha descubierto que la sobrepoblación es la fuente ideal para proveerse de fuerza laboral. En la absoluta nece-sidad de hacer algo para sobrevivir, anida la disposición al trabajo clandestino y mal pagado. La reproducción pirata es un fenómeno mundial que no reconoce categorías de países y que ha venido creciendo con dinamismo, a tal punto que para 2006 cubría ya 9% del comercio mundial (WebDeHo-gar, 2004). Consiste, desde el punto de vista formal, en la generación masiva de la réplica de un producto cualquiera para ponerla en el mercado, y también en la introducción de modifi caciones no autorizadas a un producto para hacerlo operativo en un mercado no regulado. El capital pirata en-cuentra en el mercado sus medios de producción.

Pedro Farré describe la manera de operar de esta indus-tria en España en los siguientes términos:

Una red media de piratería, según un estudio nuestro, son ocho personas en tres pisos con unos 25 duplicadores. Con eso se pueden poner 150 mil discos en la calle al mes. El costo unita-rio de grabación son 30 céntimos. La rentabilidad neta, sin el material, el alquiler y el infrapago a los empleados, sería unos 108 mil euros (Galán y De Sandoval, 2004). (Y, claro, entre los trabajadores fi guran también inmigrantes).

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La cantidad de bienes que son objeto de la reproducción pirata es innumerable y cabe esperar que el proceso de cada bien ofrezca singularidades; pero desde el punto de vista de la piratería capitalista, siempre nos encontraremos con es-tos tres componentes: medios de producción, trabajo asala-riado y ganancia.

El proceso cíclico de un capital cualquiera, en su forma más elemental, se presenta del siguiente modo:

D-M…P…M’-D’

El capitalista se presenta con su dinero (D) en el merca-do, donde obtiene mercancías (M) consistentes en medios de producción (MP) y fuerza de trabajo (FT). Con ellas, aban-dona la esfera de la circulación y pone en marcha un proce-so productivo (P), de donde resulta una mercancía (M’) que contiene un valor mayor al valor invertido para poner en marcha el proceso de producción. Ahora regresa al mercado, intercambia su producto (M’) por dinero (D’), con lo que po-drá iniciar otro ciclo de manera acrecentada.

Con la intervención generalizada de la ciencia en la pro-ducción, este proceso se hace más complejo. El mercado de trabajo se ha desdoblado en fuerza para el trabajo general y para el trabajo inmediato, y lo mismo ocurre con los medios de producción, desde que el trabajo científi co requiere de la-boratorios, instrumentos y demás. Ya sea que las empresas organicen sus propios departamentos de investigación y de-sarrollo, o que se provean de conocimientos producidos en talleres de progreso tecnológico independientes, o que, como en general ocurre en América Latina, los obtengan de uno otro tipo de estas empresas existentes en los países desarro-llados, el gasto en trabajo general es inevitable. De donde resulta que la primera fase del ciclo se descompone del si-guiente modo:

D-M (FTg + FTi + MPg + MPi)

En América Latina, la inversión en fuerza de trabajo científi ca (FTg) y en medios para el trabajo científi co (MPg),

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adopta principalmente la forma del licenciamiento o de la cesión de la propiedad industrial (patentes de invención, modelos de utilidad, diseño industrial, registro de marcas, nombres y lemas comerciales, etcétera). Para simplifi car, llamaremos costos de transferencia (Tr) a esta inversión. La primera fase del ciclo en la región se presenta, entonces, así:

D-M (FT + MP + Tr)

Para el capital pirata, sin embargo, la primera fase del ciclo continúa siendo:

D-M (FT + MP)

Por lo que todo queda reducido al simple trabajo inme-diato, de operación, puesto que se ha apropiado, sin me-diar transacción alguna, de los esfuerzos de investigación, experimentación y promoción realizado por otros. Luego, tampoco opera dentro de un mercado laboral regulado, y su inversión aparece libre de gravámenes y de reglamentacio-nes relacionadas con mínimos salariales, jornadas laborales, condiciones de trabajo, etcétera. En la adquisición de medios de producción no está forzado a seguir especifi caciones de calidad, por lo que puede abaratar costos manipulando los materiales con los que opera.

No es de extrañar, entonces, que el éxito del capital pirata descanse en sus costos. Éstos se benefi cian de los “ahorros” que resultan del uso del trabajo científi co y de los esfuerzos de promoción ajenos, o, según el caso, de los costos de trans-ferencia en que incurrieron otros, del recurso a materiales de menor calidad, del pago de salarios de hambre y de la evasión de impuestos y prestaciones.

La reproducción pirata introduce una seria distorsión en el ciclo normal del capital original. Si se trata de un bien ya establecido en el mercado, la irrupción del capital pirata reducirá sus espacios de realización. Los recortes en la pro-ducción para adaptarse a la nueva situación, los cuales son necesarios conforme el capital pirata avanza, no resuelven el problema. Sus mayores costos deben distribuirse en una me-

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nor cantidad de productos individuales, lo que le resultará mucho más oneroso al ver que sus inversiones en promoción y en investigación aún no amortizada, les son escamoteadas como por arte de magia. O sea, para competir con la pirate-ría, el mercado es empujado a reducir sus precios, pero no puede hacerlo más allá de cierto punto. Por tanto, es forzado a la reestructuración. Se comprenderá que la situación es to-davía más comprometida para el capital que sufre la irrup-ción de la piratería cuando apenas está intentando hacerse para sí de un mercado.

El capital pirata es capital parásito; se alimenta de la creatividad y de la sobrepoblación que están presentes en el proceso de la acumulación. La sociedad capitalista podría desenvolverse perfectamente bien sin él, por mucho que en ocasiones contribuya a disminuir sus costos a otros capi-tales, como ocurre, por ejemplo, cuando proporciona refac-ciones a bajo costo. No hay una necesidad inmanente a la reproducción del capital que justifi que su existencia; por el contrario, daña a la acumulación, por lo que es empujado a operar desde las sombras. Frustra el ciclo natural de un capital cualquiera y crea canales paralelos para la continua-ción del proceso después de haber sido puesto en marcha. Obtiene de la sobrepoblación su posibilidad de existencia, y del apetito de ganancia, la realización de esa posibilidad. Por eso, el capital pirata representa una valorización sobre-puesta; y aun cuando los trabajadores que la hacen posible aparezcan activos bajo el comando de un capital, continúan formando parte de la población excedente. Es el carácter pa-rásito del capital para el cual trabajan lo que determina su posición. La represión de que son objeto no se dirige tanto a ellos como a la desarticulación de la empresa.

La operación de este tipo de capital en la región ofrece casos notables. En Ecuador ha ganado crédito como gran exportador de DVD y CD no autorizados, y su importancia es tal que terminó infl uyendo en la salida del mercado del gigante multinacional Blockbuster (Ayala, 2004), que, por lo demás, era cuestionado por la calidad de sus servicios. Perú ha destacado en América Latina como productor de libros pirata, con unos tres millones de volúmenes y tres mil títu-

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los a principios de la primera década de este siglo (Cámara Peruana del Libro, 2003). La Federación Internacional de Industrias Discográfi cas califi có a Paraguay como el mayor productor de discografía pirata (Daporta, 2007). En Tepito (México, D.F.), la producción pirata ha llegado a hacer gala de la creatividad que en ocasiones se requiere para que el negocio funcione, dando lugar, entre otras cosas, a la modi-fi cación de la serie Sony Play Station, de modo que pudiera operar con juegos pirateados (Wikipedia, 2007). En fi n, el fe-nómeno está presente en todas partes, y la presencia de una sobrepoblación desbordante no hace otra cosa que favorecer su dinamismo.

Al crear una población excedente, la acumulación crea también la necesidad de que aparezcan y se difundan formas de producción distintas del trabajo asalariado. En ocasiones, esta necesidad es políticamente expresada, obligando al Es-tado a actuar para satisfacerla.

Entre las situaciones donde el Estado se moviliza para dar respuesta a las demandas de la sobrepoblación, desta-ca el impulso a la economía campesina, a través de las re-formas agrarias y de los diferentes programas emprendidos para su protección. La producción campesina, organizada con base en una pequeña parcela e inicialmente concebida como sufi ciente para la subsistencia de una familia —y que, por tanto, no tiene como objetivo la obtención de ganancia (aunque recurra a la contratación temporal de pequeños contingentes de mano de obra)—, contó durante la etapa an-terior con el apoyo del capital industrial, el cual esperaba que provocara una nueva activación de la producción agríco-la y un abaratamiento de las materias primas y de los bie-nes-salario, además de un mejoramiento del comercio exte-rior. Se esperaban estos resultados tanto por la explotación de tierras ociosas, como por el hecho de que el campesino podía renunciar al excedente, lo que permitiría compensar desventajas en la productividad. Esta funcionalidad, sin em-bargo, ha sido prácticamente eliminada durante la tercera etapa, y en realidad sólo puede tener lugar temporalmente, en virtud de razones que no podemos exponer aquí, pero que abordaremos en el siguiente capítulo. Mientras perdura esa

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funcionalidad, la parcela campesina constituye un refugio para un amplio sector de la sobrepoblación que resulta al mismo tiempo útil para la acumulación del capital.

La iniciativa de la población excedente también se des-pliega por otras rutas. Ocurre, por ejemplo, cuando se orga-niza en pequeños talleres o empresas con vistas a incorporar-se a procesos determinados de valorización. Es sumamente complicado pensar siquiera en una relación más o menos ex-haustiva de actividades de pequeñas empresas que operan aportando materias primas para su posterior procesamiento capitalista, como ocurre en la pesca por ejemplo, o con el ladrillo para la empresa constructora, etcétera, o que contri-buyen en las fases intermedias y fi nales de la producción en tareas como el lavado de zanahorias, o aportando en detalles de acabado. Todos esos trabajadores normalmente hacen po-sible para el capitalista ahorros en costos y ofrecen cursos alternativos para la valorización en alguno de sus diferentes momentos.

Otros contingentes laborales logran sus medios de vida poniendo sus capacidades al servicio de trabajadores asala-riados. En el ramo de la construcción, por ejemplo, existe un enorme contingente de fuerza laboral que se moviliza para la edifi cación, extensión o mantenimiento de la vivienda fami-liar. Albañiles, electricistas, herreros, carpinteros y demás, son a menudo movilizados por un maestro para levantar ca-sas de asalariados. Sus precios están normalmente muy por debajo de los de la empresa capitalista de la construcción, con la cual compiten. En este caso, la actividad no respon-de directamente a necesidades de la acumulación, pero lo mismo contribuye a la realización de una gran cantidad de productos capitalistas como el cemento, el acero, el vidrio, el alambre y demás. Algo similar ocurre con los trabajadores de la carpintería para la producción de muebles domésticos y de tantos otros objetos de producción artesanal no capitalis-ta, con los que la sobrepoblación conquista para sí un lugar productivo en la sociedad.

Hay innumerables casos en que la organización no ca-pitalista surge y se difunde espontáneamente en virtud de vacíos que presenta la economía dominante. La reparación

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de toda clase de bienes constituye una actividad bastante difundida por estas causas. Los talleres para la reparación de vehículos son un ejemplo sobresaliente en esta área. Los trabajadores normalmente operan con sus propios medios de producción; a veces recurren al apoyo de la familia, otras veces a la ayuda de otros trabajadores con quienes se distri-buyen el ingreso. En este último caso, si el dueño del taller no obtiene ingresos sufi cientes para acumular, su actividad no es capitalista; pero llena un vacío en la organización capi-talista de la reparación de vehículos.

El vehículo usado que se va transfi riendo hacia los secto-res de menores ingresos, parecería, en principio, una limi-tación para la realización del producto de la empresa auto-motriz; pero en realidad el coche nuevo goza de un mercado restringido, localizado en los sectores de altos ingresos. En compensación, la producción capitalista de partes y refac-ciones, instrumentos de trabajo, etcétera, resulta favorecida por el trabajo de reparación. Los talleres familiares para la reparación de bienes de uso doméstico (lavadoras, aspirado-ras, estufas, calentadores y demás) se desenvuelven en una situación similar, y aunque el consumo en refacciones, etcé-tera, no es tan importante, también permite ahorros que la familia puede orientar a otros productos capitalistas.

Hasta aquí hemos visto que la sobrepoblación, mediante la organización no capitalista de su trabajo, puede: i) aportar algo a los procesos generales de la acumulación, como en el caso de la producción campesina; ii) competir con la organi-zación capitalista de alguna actividad mientras hace posible la valorización de otros bienes, y iii) llenar espacios que la acumulación no ha ocupado. En todos estos casos, los traba-jadores se presentan como productores subsidiarios de bie-nes y servicios. No son obreros ni capitalistas, no producen plusvalor para otros ni se apropian de trabajo ajeno; y si lo hacen, esta apropiación no es sufi ciente para acumular. Sin embargo, se incrustan positivamente, por así decirlo, en la sociedad del capital, por lo que ésta no sólo los soporta sino que además los protege, al menos mientras su contribución es visible.

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5.2 Excedentes relativos en la esferade la realización de mercancías

La forma de organización del negocio de compra y venta de productos más adecuada al capitalismo es el gran estable-cimiento comercial que opera con trabajo remunerado. Es-tos trabajadores constituyen lo que Friedrich Engels llamó el “proletariado comercial”. Como el gran comercio tiende a concentrarse alrededor de los puntos de mayor concentra-ción territorial del ingreso, y como su instalación requiere facilidades en términos de espacios relativamente amplios, parecería, en principio, que está obligado a dejar abierto un campo relativamente amplio para el mantenimiento de pe-queños negocios en los centros urbanos y para el fl orecimien-to de otros tantos que siguen al crecimiento de las ciudades. Pero se trata de un campo que el gran comercio no aban-dona y por el cual compite cada vez que las condiciones de la demanda así lo aconsejan. De modo que también aparece distribuido en los centros urbanos en la forma de puntos de venta relativamente pequeños, pero que a menudo tienen un impacto demoledor sobre el pequeño comercio. Se calcula en México que la localización de estas empresas (Oxxo, Extra, 7-Eleven) en un punto cualquiera trae consigo la ruina de cinco tiendas pequeñas (Esmas, 2006).

Mientras más alejado esté del gran comercio, mejor hace su trabajo el pequeño comercio, ya que ofrece cierta comodidad y permite ahorros en traslados y en tiempo, en particular si se trata de compras pequeñas. El pequeño co-merciante participa de la ganancia capitalista, y él mismo puede llegar a ser un gran comerciante, si el éxito de su negocio le permite expandirse hasta el punto en que nece-site de trabajo ajeno para sus operaciones; en esas condi-ciones, obtiene ingresos sufi cientes para acumular. Ésta no es, sin embargo, su evolución más probable. Por un lado, la expansión del gran comercio y el desarrollo de los medios de comunicación van erosionando sus ventajas; por otro, la caída en el valor individual de las mercancías, que resulta del crecimiento de la productividad, lo obliga a manejar vo-lúmenes cada vez más grandes de las mismas para mante-

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ner un cierto nivel de ingreso, lo que supone la ampliación de sus instalaciones y la inversión de mayor trabajo. Su problema es que los ingresos no crecen con arreglo a la ne-cesidad de mayores espacios; en los hechos, la gran mayoría de los pequeños comerciantes apenas obtiene recursos sufi -cientes para sobrevivir.

El pequeño comercio establecido, es decir, el que cuenta con medios propios para la producción del servicio (instala-ciones —con frecuencia la misma casa donde habita es habi-litada para estos efectos—, a veces algún medio de transpor-te, instrumentos menores de cálculo y de medidas, etcétera), contribuye activamente a la realización de bienes que resul-tan de la acumulación normal, y por eso también fi gura como productor subsidiario de servicios.

La complejidad del comercio al menudeo es, sin embargo, mucho mayor.

Durante la tercera etapa, la fi gura del vendedor callejero, de vieja tradición en la región, se multiplicó por miles. La sobrepoblación, carente de medios propios, irrumpió en las calles y las avenidas de las ciudades para organizarse en aglomeraciones de pequeños puestos en lugares determina-dos, con distinto tamaño. Grandes “conglomerados” y “para-ditas”, como les llaman en Perú, forman parte insoslayable de la fi sonomía urbana de la región. A estas concentraciones se suma, de manera también multiplicada, la vieja fi gura del vendedor que se desplaza en las calles ofreciendo artículos en medios tan dispares como la vieja carretilla o las moder-nas furgonetas. En general, representan una nueva carga para el pequeño comercio establecido y, no pocas veces, com-piten ventajosamente con el comercio capitalista.

En lo que a nosotros concierne, las multitudes que venden en las calles representan cualquier cosa menos una masa ho-mogénea. Desde el punto de vista de su relación con el capi-tal, dicha sobrepoblación presenta, en un primer momento, los siguientes casos: i) los que venden bienes obtenidos direc-tamente del fabricante capitalista o del capital comercial, y ii) los que venden bienes creados por medio de la producción pirata. La tipología del vendedor callejero es ciertamente mucho más amplia, y hemos de volver a ello más adelante.

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Los primeros comparten los siguientes rasgos. Por un lado, no constituyen una necesidad de la cual el capital no pueda prescindir para completar su ciclo en cada caso. Los pequeños productores subsidiarios del comercio estaban llamados a llenar los poros de la acumulación en esta ac-tividad. En este sentido, la venta callejera de la sobrepo-blación constituye sobre-trabajo comercial. Por otro lado, la sobrepoblación ha multiplicado los canales por los cuales la mercancía se realiza, canales alternativos que el capital no desprecia. Los precios más bajos del comercio callejero hacen posible mayores márgenes de realización. La ganan-cia comercial se distribuye ahora entre una masa mayor de agentes. El comercio callejero, desde el punto de vista de la valorización, es al mismo tiempo una actividad excedenta-ria e irregular.

El productor de una mercancía que contiene plusvalor necesita venderla para que su producción tenga sentido. La realización del producto es el acontecimiento supremo de su actividad. Poco le importan la condición social del compra-dor y los fi nes que éste tenga reservados para la mercancía. A lo más, si el comprador la adquiere en cantidades redu-cidas, para venderla él mismo, entonces se tratará, para el fabricante, de un pequeño comerciante. Desde el punto de vista de la función que este vendedor cumple para cada em-presa particular, el vendedor callejero no difi ere del pequeño comercio establecido; es igualmente el productor de un servi-cio, mediante el cual se pone un bien determinado en manos del consumidor.

Sin embargo, la situación del vendedor callejero es espe-cífi ca. El pequeño comerciante establecido tiene el control normalmente defi nitivo (mediante la propiedad) o, en ocasio-nes, condicional (mediante la renta) de su principal medio de producción, esto es, las instalaciones donde opera; el vende-dor callejero, en cambio, tiene como principal medio de pro-ducción a la calle misma, y carece de control sobre ésta. Se le puede privar de su actividad mediante el simple desalojo, al cual está expuesto en cualquier momento. En realidad, es un proletario que trabaja irregularmente para el fabricante o para el comerciante mayorista, llevando sus mercancías al

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consumidor, lo que le permite obtener un ingreso mediante la venta callejera de mercancías.

Cuando el capitalista fabricante o comercial lanza sus mercancías al mercado callejero, utilizando el trabajo de los vendedores que ha empleado, entrega a éstos una re-muneración que es deducida de la ganancia esperada. En lo fundamental, la situación no es diferente para aquellos que lograron hacerse de una pequeña masa de recursos para adquirir por sí mismos las mercancías que luego venden. El capitalista comercial, cuando vende al vendedor callejero re-duce de sus precios una cantidad correspondiente a lo que entregaría al vendedor que él mismo lanza a la calle. Sólo se modifi can los términos del arreglo.

Un asunto relacionado merece una nota. El comercio de bienes producidos en el exterior, ya sean importados regu-larmente o mediante el contrabando, que es también uno de los métodos por los cuales opera el capital comercial, ha tenido efectos destructivos sobre algunas industrias. En el caso de México, destacan las industrias del vestido, el calza-do y de juguetes, pero también entran en la lista industrias como la de electrodomésticos, herramientas y bisutería, en-tre otras. Adrián Reyes señala que los mexicanos consumen al año más de 16 mil millones de dólares en vestuario, de los cuales cerca de 9 500 pasan por el “comercio informal”. El número de fábricas de ropa registradas en 1985 era de 400; hacia mediados de esta década, sólo permanecerían unas 120 en el negocio. Según sugiere el mismo autor, la situación podría ser peor en las industrias del calzado y el vestido (Re-yes, 2007). Pareciera, por lo tanto, que el comercio callejero puede ser con toda justicia responsabilizado por la pérdida de cientos de miles de empleos, por donde la sobrepoblación estaría creando desempleo, multiplicándose ella misma, me-diante su actividad. En realidad, no es así.

Habrá que aceptar que la ruina de empresas por la com-petencia es un suceso cotidiano del capitalismo. Si las con-diciones en que se produce son defi cientes, el resultado más probable de la competencia es la ruina. Pero, por otro lado, es un hecho que el capital comercial ha penetrado los mercados callejeros, buscando benefi ciarse de las ventajas relativas a

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costos, y ha logrado que los espacios de la sobrepoblación aparezcan también como espacios apropiados para la compe-tencia capitalista. Tenemos, entonces, que si la acumulación crea una sobrepoblación, esta tendencia, que luego aparece reforzada por la competencia con países que gozan de ma-yores ventajas productivas, es impulsada todavía más allá por el capital que se vale de la sobrepoblación en su lucha por mercados. La situación empeora todavía más cuando se trata mercancías introducidas ilegalmente, lo cual, en Amé-rica Latina, es un problema generalizado.8 Pero éstos son problemas de la competencia entre capitales y de la relación entre Estados, y la sobrepoblación, que no los creó, tampoco puede hacer nada por resolverlos.9

Si los vendedores que participan en la realización de mer-cancías provistas por el capital productivo o comercial en las calles, se limitan a la apertura de canales alternativos para la realización, la valorización del capital pirata no podría te-ner lugar sin ellos. El comercio irregular es el vehículo apro-piado para la realización de este tipo de producción. No es que las transacciones de estas mercancías sean totalmente ajenas a otras formas de la organización comercial (la em-presa propiamente capitalista o el pequeño comercio esta-blecido), pero éstas normalmente las operan como eventos clandestinos y de menor cuantía respecto de su giro princi-pal. Más todavía, debido a los riesgos implicados en la venta de productos pirata, los productores tenderán a valerse de

8 De hecho, el tráfico ilegal adopta varias formas: a) declaración de precios inferiores a los reales; b) declaración de cantidades de mercancías inferiores a las realmente introducidas; c) ingreso de mercancías prohibidas; d) in-greso de mercancías sin declarar, y otras. La historia del capital comercial comienza colmada de episodios de violencia y trapacería y continúa en la actualidad colmada de acciones ilegales.9 Ha existido una intensa y variada actividad al respecto en la región. Bo-livia ha buscado acuerdos con Argentina y Chile para contener la intro-ducción ilegal de mercancías; México ha insistido en discutir el tema con China; Brasil buscó construir un muro para cubrir una parte de la frontera con Paraguay donde el tráfico es muy activo; Centroamérica construye una legislación común contra el contrabando, etc. En el plano de las relaciones internas se está avanzando en el diseño de mecanismos que castiguen al consumidor.

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los sectores más vulnerables y desprotegidos de la sobrepo-blación, entre quienes las necesidades son más acuciantes y el nivel de desesperación por encontrar una ocupación es mayor Pero no siempre es el caso; la operación de algunos productos requiere de una base mínima de recursos, lo que nos acerca a la fi gura más conocida del capital pirata co-mercial; pero aquí nuestra preocupación son los proletarios comerciales del capital pirata.

A partir de lo expuesto hasta ahora, se puede percibir que la sobrepoblación introduce particularidades en el proceso real de la acumulación. El capital en su desarrollo ha dado lugar a modalidades de operación que trascienden la rela-ción capital-trabajo asalariado. Para muchos capitales, la acumulación aparece como proceso combinado de distintas relaciones bajo el dominio del trabajo asalariado.

También se puede apreciar que la intervención de la so-brepoblación en la acumulación está lejos de dar lugar a una combinación idílica. El grado máximo de contradicción se introduce cuando es incorporada a la valorización de capi-tal pirata. No se trata aquí de un fenómeno simple de la competencia, sino de la distorsión premeditada del ciclo de un capital cualquiera a partir de la cual se organiza una va-lorización adicional. Es la introducción del saqueo en contra de un capital como condición para el funcionamiento de otro. En el otro extremo, tal vez el único caso en que el capital se ve benefi ciado como conjunto es el de la organización campe-sina, y sólo durante el periodo en que ésta es útil a la acumu-lación. En lo demás, la sobrepoblación aparece normalmente como un elemento de la competencia entre capitales y, en menor medida, como factor que simplemente fortalece la ex-pansión del capital en algunas actividades.

Diremos que la sobrepoblación que aparece vinculada de una u otra manera a determinados procesos de valorización, es, por eso mismo, población excedente relativa. Son produc-tores subsidiarios de bienes y servicios, proletarios comercia-les irregulares y excedentarios o directamente proletarios del capital pirata. En general, se trata de actividades que no son una “condición de existencia del modo de producción capita-lista”, aunque puedan llegar a serlo para algunos capitales.

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5.3. Excedentes más allá de la valorizacióndel capital

Hemos visto que la organización no capitalista del trabajo puede aparecer vinculada a la acumulación del capital pese a su forma. De modo que no es correcto, hasta aquí, sostener que se trata de “actividades no capitalistas”, como sugiere E. Tokman (Tokman, 1987). La evidencia sobre este vín-culo es abrumadora, a tal punto que un desplazamiento al otro extremo, esto es, hacia la idea de que toda organización no capitalista del trabajo existe fi nalmente para servir al desarrollo de la economía dominante, puede llegar a pare-cer razonable. Alejandro Portes formuló una conclusión de este tipo. Señala: “Sin embargo, contrario a la propuesta de OIT-Prealc, el sector informal no está desde esta perspectiva defi nido en términos dualistas como un conjunto de activida-des marginales excluidas de la economía moderna, sino como parte integral de esta última” (Portes, 1995: 123). El autor se refi ere a lo que se podría llamar “informalidad popular” (ya que él ubica su origen en un “exceso de oferta laboral”), lo que permite distinguirla de la informalidad-ilegalidad en que a menudo y en muchas áreas incurren los empresarios capitalistas. Para él, esta informalidad es “parte de la opera-ción normal del capitalismo”.

Sin embargo, las actividades “excluidas de la economía moderna” existen, y su número es signifi cativo, si entende-mos esta exclusión como ausencia de vínculos ya sea con la producción capitalista o ya sea con la valorización de algún capital en particular.

Entre los vendedores callejeros es posible distinguir, ade-más de las ya mencionadas, otras fi guras. Anotemos: i) los que venden bienes robados; ii) los que recolectan y ofrecen bienes usados (ropa, refacciones, instrumentos, muebles); iii) los que mercadean productos que se encuentran más o menos disponibles en la naturaleza, como frutos, plantas medicinales, animales (conejos, víboras, ratas de campo); iv) los que arriban al mercado con productos de la parcela; v) los que ofrecen servicios eventuales no indispensables para los hogares, y vi) los que viven de la caridad de la población.

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i) Se trata aquí de ladrones de poca monta. Si el robo se comete contra una empresa capitalista o contra un particu-lar, el efecto económico inmediato del acto es distinto. Para la empresa supone una pérdida neta de capital y puede afec-tar negativamente sus niveles de actividad; para el particu-lar signifi ca una distribución forzada de su ingreso y un cier-to empobrecimiento. En ambos casos, una tercera persona puede contar ahora con medios de vida.

Si el particular debe reponer el bien robado (digamos, la llanta de su coche), el robo parecería favorecer a la industria de las llantas, puesto que será necesario reponer el bien en cuestión; pero no es el caso. Otro particular habrá de satis-facer la misma necesidad en el mercado callejero, en vez de hacerlo en el mercado capitalista. Si el precio que este últi-mo paga le permite algún ahorro para dedicarlo a la compra de otros bienes, ello ocurre sólo debido a que la persona ro-bada debe privarse de la compra de otros bienes por un valor equivalente al bien robado. La venta de bienes robados es un acto sin signifi cado positivo alguno para la valorización.

Lo anterior debiera ser evidente por sí mismo, pero no necesariamente es así. Un cierto funcionalismo a ultranza podría sostener que el robo crea la necesidad de la defensa, y ésta, entre otras muchas cosas, promueve la industria de bienes para la seguridad (armas, mecanismos). Y aun cuan-do no es el robo para vender en la calle lo que crea esas in-dustrias, habrá que reconocer que en todo caso refuerza su necesidad. Frente a ello habría que decir que la empresa que busca protegerse invirtiendo en seguridad sufre un incre-mento de sus costos; del mismo modo que para el particular implicaría una deducción de sus ingresos. No es el trabajo del ladrón lo que permite fi nanciar esos gastos. Esto es así, incluso en el caso de que necesitara alguna arma para sus actos, porque en tal caso, aparte de que se trataría de gas-tos sin mayor trascendencia económica, tendrá acceso a ella probablemente mediante el robo o gracias a los ingresos que ha obtenido a través del robo.

Desde otra perspectiva, es totalmente legítimo afi rmar que en la medida en que el robo responde a la desesperación por sobrevivir en el seno de la sobrepoblación, entonces el

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robo es fi nalmente una creación de la propia acumulación. De ahí a sostener que estos actos sirven a la acumulación, hay un abismo demasiado grande como para intentar sal-varlo y salir ileso.

ii) Los bienes usados que se ofrecen en los mercados ca-llejeros y en las casas de los barrios populares, realizaron su valor de cambio en una transacción anterior. Ya dejaron de tener valor de uso para el comprador original. Su materia-lidad ha sido modifi cada por un consumo parcial, pero, en esas condiciones, conservan la utilidad para la cual fueron concebidos originalmente, de modo que aún pueden satis-facer la necesidad de un tercero. Por eso es que pueden ser rehabilitados como mercancías.

Las personas que obtienen estos bienes (por ejemplo, una prenda de vestir) van normalmente en busca de ahorros que les permitan otros consumos (alimentos, por ejemplo), por lo que podría afi rmarse que el comercio de bienes usados estimula la producción en otras áreas. Salta inmediatamen-te a la vista que tales ahorros fueron posibles debido a una no-venta de parte de la industria del vestido.

El precio de estos bienes dependerá del estado en que se encuentren y de la demanda que satisfagan. La transferen-cia de un bien de uso de parte de una persona a un vende-dor callejero, no lleva consigo la transferencia de un valor de cambio cuya realización depende del vendedor. Sin embargo, el trabajo de recolección y puesta en el mercado que lleva a cabo el vendedor, sí crea un valor que se objetivará como di-nero tras la venta. La condición para que el esfuerzo del ven-dedor se vea compensado es la existencia de una población en estado de pobreza dispuesta a adquirir este tipo de bienes.

iii) La misma lógica aplica para aquellos que negocian con productos que se pueden obtener de la naturaleza.

iv) Por lo general, la pequeña parcela agrícola deja en algún punto de cumplir una funcionalidad en términos de proveer bienes salarios y materias primas baratas. Al mis-mo tiempo, su propia lógica lleva a su desarticulación como proveedora de medios sufi cientes de vida. El esquema neo-liberal, que impulsó la productividad de la agricultura ca-pitalista y las importaciones, aceleró esta descomposición.

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La permanencia del trabajador en la parcela es apoyada por recursos obtenidos fuera de ella. Sin embargo, continúa pro-duciendo, y puede encontrársele en los mercados callejeros ofreciendo algún bien. Los bienes que ofrece adoptan las más variadas formas: granos, frutas, aves, algún animal menor, fl ores y demás. Sus precios están dictados por aquellos que obtienen los mismos bienes producidos en forma capitalista y que aparecen en el mismo mercado. No aspiran a obtener excedentes y, por el contrario, deben regalar una parte cre-ciente de su trabajo necesario.

v) Entre los servicios que se ofrecen a los hogares, encon-tramos fi guras como el lustrabotas, el lavacoches, el jardi-nero, el afi lador de instrumentos caseros, en fi n, actividades que las familias normalmente llevan a cabo por sí mismas y donde el valor de los medios de trabajo es insignifi cante y su uso sólo reemplaza el uso de los mismos medios que normal-mente también están en poder del usuario.

vi) Por último, están aquellos actos que promueven el apoyo del público, como ocurre con el limpiaparabrisas de los cruceros, el malabarista, el tragafuegos, el payaso, el músi-co, o los que apoyan en la entrega de mercancías en las cajas de las tiendas, en el traslado de equipaje en las terminales, el mendigo en las calles…

6. ¿Y el servicio domésticopara los hogares?

Con lo anterior, creemos haber demostrado que la acumula-ción crea, respecto de sí misma, no sólo excedentes relativos de población sino también excedentes absolutos. Y no podría-mos dar por concluida nuestra somera revisión de la relación que pueden guardar las actividades de la población con la acumulación, sin atender el problema del empleo doméstico. Por un lado, fi gura de manera destacada en el mapa laboral de la región; por otro, normalmente el asunto se resuelve in-correctamente enviando este tipo de empleo a los depósitos del “trabajo informal”. Este tratamiento simplemente no nos dice nada sobre su signifi cado económico en relación con la

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economía dominante, a la vez que contribuye a reforzar las imágenes distorsionadas que existen sobre el tema.

Como es sabido, el trabajo doméstico en las familias cu-bre un amplio rango de actividades físicas, intelectuales y culturales. Servicios como la salud y la educación son gene-ralmente provistos por el Estado, pero son complementados en el hogar. Este trabajo es necesario para la producción y reproducción de la fuerza de trabajo. En la mayor parte de las familias de trabajadores se lleva a cabo en función de una división del trabajo que deposita en la mujer el servicio doméstico, aunque en menor grado también participan en él los hombres y los niños.

El trabajo doméstico es parte del trabajo necesario para la reproducción del cuerpo y está incluido en el valor de la fuerza de trabajo. El hecho de que sea el trabajador fuera del hogar quien obtiene el ingreso necesario a cambio de “su” trabajo, y no a cambio de la venta de una fuerza de trabajo que debe ser producida cotidianamente, proyecta la idea de que el servicio doméstico carece de valor. De ese modo se ocultan las relaciones de dependencia del hombre respecto de la mujer, y se proyectan sólo relaciones unilaterales de dependencia de la mujer al hombre, a quien las prácticas mercantiles defi nen como el único “proveedor”. Lo inverso debe ocurrir cuando es la mujer quien recibe el salario y el hombre quien hace el trabajo del hogar. Se trata de imáge-nes que desaparecen para la persona que, además de obte-ner un salario para sí, debe pagar por el trabajo de cocinar, limpiar la casa, lavar, planchar y demás.

La caída en el valor de la fuerza de trabajo, que la globa-lización neoliberal ha acelerado, ha impulsado a las familias que viven de una remuneración a modifi car su estrategia de reproducción. No sólo la mujer, sino también los niños, se han lanzado al mercado laboral en busca de ingresos que les permitan complementar sus gastos. Las familias mejor remuneradas, donde el hombre y la mujer se encuentran ocupados, han debido recurrir al empleo de terceros para la ejecución del trabajo doméstico o, más bien, de parte del mis-mo. Generalmente, para la mujer se trata de desplazarse de una ocupación a otra, del trabajo de la casa al de la empresa,

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sin deshacerse por completo del primero. Los recursos mone-tarios de la familia crecerán en la medida en que los ingre-sos obtenidos en la nueva ocupación sean mayores que los gastos en el empleo doméstico, lo que no presenta mayores difi cultades en el contexto de una amplia oferta de este tipo de servicio. Para todo fi n práctico, las remuneraciones de la familia no son equivalentes a lo que paga el empleador o los empleadores, puesto que debe deducirse de ellas el costo del trabajo doméstico que ya no es ejecutado por la pareja.

Se sigue que la relación entre empleada y empleadores es susceptible de tensiones en torno a la remuneración. Pero no hay ninguna relación de explotación implicada. Lo que en este caso también se ha dado en llamar “el salario”, no hace de la empleada una productora de plusvalor, como no hace del empleador un capitalista por el hecho de pagarlo. Se tra-ta de disputas en torno a la distribución del ingreso familiar, no en torno a la distribución de un excedente.

Ahora bien, si el trabajo de la pareja sirve a la acumula-ción, también lo hace el trabajo de la empleada doméstica. El servicio que esta última presta contribuye a la producción y reproducción de la fuerza de trabajo, que es fi nalmente la fuente de toda riqueza. Por eso la trabajadora doméstica es también parte de la población necesaria, aun cuando no realice ella todo el trabajo doméstico (el trabajo doméstico continúa después de la jornada laboral, y hay tareas que no pueden, o no siempre pueden, depositarse en los trabajado-res del servicio doméstico, como el aseo personal, la educa-ción y esparcimiento de los niños, la organización de tareas, etcétera).

Si la situación se observa desde el punto de vista de la propia trabajadora doméstica, es posible detectar otros as-pectos relevantes. La reducción del valor de la fuerza de trabajo ha afectado de manera particularmente aguda a las familias de bajos ingresos, donde el “jefe del hogar” está so-metido a condiciones laborales precarias. Una gran canti-dad de mujeres han debido movilizarse, buscando insertarse en el empleo doméstico. También aquí se trata de obtener una remuneración para incrementar los ingresos del hogar. La diferencia es que estas mujeres ni siquiera pueden des-

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hacerse de parte del trabajo doméstico que realizan en sus propios hogares. El desarrollo tecnológico de los medios de este trabajo (lavadoras automáticas, hornos de microondas, instrumentos para la limpieza y demás) han aligerado una carga que de otro modo sería extenuante. A pesar de ello, su trabajo se multiplica, y lo mismo su participación en el ejército activo, si —tanto en el hogar como sirviendo a una familia distinta de la suya— contribuye a la producción de una fuerza de trabajo ocupada en actividades que posibiliten la valorización del capital.

Hemos presentado al trabajador desdoblándose en dos formas: en aquellos que directamente satisfacen los proce-sos de acumulación en curso, y en aquellos que lo hacen de manera indirecta. Los primeros son población necesaria; los segundos, población relativamente excedente. La misma di-visión es válida para el trabajo doméstico (y para la traba-jadora doméstica o, si es el caso, el trabajador), porque éstos producen y reproducen la fuerza de trabajo en la posición en que ésta se encuentra de cara al proceso del capital. Es decir, si contribuye a la producción de la fuerza de trabajo necesa-ria, la población dedicada a esas tareas también forma parte de la población necesaria. Será una actividad relativamente excedente, si la población que se benefi cia con ello también lo es. Por lo mismo, si el capital decreta la excedencia abso-luta para un sector de trabajadores, de igual modo ocurrirá con el trabajo doméstico invertido en su reproducción.

7. Para concluir

1. La desbordante sobreoferta laboral durante las últimas décadas, que resultó de los procesos de reorientación econó-mica en la región, vino a actualizar una discusión que, en el pasado, ya había ganado un lugar destacado en las cien-cias sociales. Se trata de un fenómeno que la globalización neoliberal no creó, pero al que ha agravado, multiplicando sus expresiones. Por lo mismo, la discusión de este problema puede concentrarse en sus formas de manifestación sólo a condición de que sus causas profundas estén razonablemen-

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te explicadas. Creemos haber demostrado que esta condición no ha sido satisfecha, y hemos intentado aportar a la discu-sión algunos otros elementos de importancia.

Tomamos como punto de partida el hecho nuevo que dio lugar a los trabajos seminales de Aníbal Quijano y José Nun: la presencia de una sobrepoblación que se extiende más allá de los niveles requeridos por la expansión del capital y que no puede ser explicada mediante el recurso a la teoría del ejército de reserva. En la medida que se avanzó en un mismo requisito metodológico —el de hurgar en el movimiento de la acumulación para descubrir las causas últimas del fenóme-no—, los análisis se desplazaron por rutas diferentes.

Si la teoría del ejército de reserva no explica el fenómeno, es porque está inscrita en el esfuerzo por dar cuenta del mo-vimiento tendencial del modo capitalista de producción. En nuestro caso, lo que intentamos es dar cuenta de su ruta his-tórica concreta, donde la movilización de contra-tendencias puede tener, y de hecho ha tenido, efectos de largo alcance sobre la organización misma del capital y, por lo tanto, sobre el movimiento de las sociedades. En efecto, fue en respuesta a la propensión de la tasa de ganancia a caer (respuesta que incluye procesos como la exportación de capitales, la forma-ción de monopolios, la repartición de las colonias) que se dio lugar a una forma particular de organización del capitalis-mo a nivel mundial y a una estructuración diferenciada de los capitalismos. El subdesarrollo y el desarrollo informan de distintas estructuraciones de la relación de capital. El movimiento de las distintas modalidades que adopta esta relación no puede explicarse mediante el uso directo de la teoría general. Se requiere una teoría intermedia, de apro-ximación, y ésta debe construirse, no a partir de la relación de capital en su forma pura, sino a partir de la modalidad específi ca que ha llegado a adquirir.

Categorías como “población excedente” carecen por sí mis-mas de poder explicativo; son apenas recursos para designar fenómenos concretos, que a su vez deben ser explicados. La clave para producir estas explicaciones es la organización particular de la relación fundamental en los países subdesa-rrollados, que a su vez se desenvuelven, en el contexto del co-

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lonialismo industrial, en estrecha relación con los países de-sarrollados. Tal es el camino que nos trazamos para abordar con consistencia lógica el problema de la sobreoferta laboral. De otro modo no hubiera sido posible establecer una relación razonada entre la teoría general y la realidad allí donde esta última sólo parecía contradecir abiertamente a la primera.

2. Reconocer la existencia de actividades que tienen lugar sin contacto con la acumulación, pareciera ser un indicio de inclinaciones dualistas. Se trata, sin embargo, de distintos enfoques. Habrá que decir que el dualismo tiene como apo-yo una verdad inobjetable: todas las grandes transiciones contienen elementos de dualidad al nivel de los modos de producción. Las nuevas formas no irrumpen en el vacío y, antes de generalizarse, están forzadas a una coexistencia confl ictiva con las antiguas formas sociales. La presencia de estas últimas es expresión de la transición. El dualismo es transicional y la transición es la desarticulación del dua-lismo. Todo esto es correcto desde el punto de vista de la aproximación abstracta. Tal vez ello explique el optimismo de esta escuela. El problema para nosotros es que la econo-mía dominante, ya instalada como tal, procede generando y extendiendo actividades cuya organización interna no es capitalista. Las formas no capitalistas están ahí, pero no de-bido a que el capitalismo aún no las disuelva, sino porque el capitalismo las está creando.

La transición en la que era necesario poner atención es la que instaló a la propia relación de capital en la región. De su análisis se obtiene que el despliegue del capitalismo quedara estancado, porque no dio lugar a la división que desdobla el trabajo en trabajo general y trabajo inmediato. Operar sobre la base del desarrollo de las fuerzas productivas generado en el exterior, no negaba para nada su condición de modo capitalista de producir, pero le condenaba a desenvolverse como capitalismo subdesarrollado. Una vez establecida esta conclusión, la explicación de su escasa capacidad para crear empleo, o de lo que ahora se percibe como un poder poten-ciado para crear desempleo, no debía presentar mayores di-fi cultades.

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3. Nada de lo anterior niega —e intentar negarlo sería ab-surdo— la presencia de núcleos de la población latinoame-ricana insertos en modos de vivir diferentes del capitalismo y que no encuentran en este último su razón de ser. Pero el capitalismo subdesarrollado sí contribuye a explicar su per-sistencia, porque las mismas causas que informan de una población excedente son válidas para dar cuenta del esca-so poder del capitalismo para disolver esos modos de vida. Y entonces aparecen como otra muestra más del fracaso de la transición dualista.

Se trata de herencias de un pasado precapitalista y no sería correcto simplemente incorporarlas a algunas de las categorías vinculadas a la sobrepoblación, puesto que no en-cuentran su origen en la acumulación. Debido a eso, hasta ahora no nos habíamos referido a la población indígena, a la que se adjudican sin más condiciones de pobreza, mar-ginalidad, exclusión y vulnerabilidad, las cuales afectan igualmente a otros sectores, debilitando la especifi cidad de la condición indígena.

Se calcula que en la región habitan entre 33 y 40 millo-nes de indígenas. La mayor parte de ellos se ubica en Perú, México, Guatemala, Bolivia y Ecuador. Su peso relativo en el interior de los países es mayor en Bolivia, Guatemala, Perú y Ecuador (Hopenhayn y Bello, 2001). Según la CEPAL existen 671 pueblos indígenas reconocidos por los Estados (CEPAL, 2006b).

Los pueblos indígenas constituyen espacios simbólicos y económicos específi cos. Buscan vivir en armonía con la natu-raleza y se someten a sus leyes como si fueran dictadas para ellos. Viven de los bosques, del mar, de los ríos y el suelo. La caza, la pesca, la recolección de frutos, los cultivos orgánicos, son actividades naturales que la tierra les impone espontá-neamente. La naturaleza vive en ellos. Los rasgos ecológicos de sus territorios infl uyen en la formación y el sostenimiento de sus culturas y de sus identidades como pueblos. La reno-vación cultural tiene como referencia primaria el cuidado de la naturaleza a partir de cada territorio, lo cual aprenden de las generaciones anteriores y de la experiencia. Los frutos de la naturaleza sólo pueden ser objeto de apropiación co-

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lectiva, y el método para obtener esos frutos sólo puede ser la cooperación. Por eso, los sentimientos igualitarios fl uyen con espontaneidad. Los dirigentes carecen de motivos para situarse sobre la comunidad.

Se trata de un orden societal antagónico al capitalismo. Y aunque el capitalismo no ha podido desarticularlo, habrá que reconocer que lo ha dañado, especialmente mediante la usurpación de tierras y la destrucción del medio ambiente. En contrapartida, ofrece a los indígenas desplazados viven-cias entre la sobrepoblación o en labores que no han logrado el reconocimiento social que merecen, como el empleo do-méstico. Tal vez por eso ellos prefi eren “soñar con el pasado mientras recuerdan el futuro”.

Los indígenas constituyen el bastión más sólido de la lucha por la defensa del medio ambiente. Son también un aporte a la diversidad cultural. Pero aun cuando no fuesen nada de eso, su modo de ser merece respeto porque represen-ta la opción hecha por un conglomerado de seres humanos. Se puede anticipar que el capitalismo no caerá rendido fren-te a estas consideraciones; si no se ha mostrado más agre-sivo, ello se debe a su propia debilidad; además, no tiene interés alguno —al menos en términos de oferta laboral— en continuar ampliando un mercado de por sí abarrotado. Por su parte, los indígenas han entendido que la defensa de sus modos de vida está íntimamente vinculada a la organización y a la lucha en espacios cada vez más amplios. Son condicio-nes que nos dan esperanzas en lo que se refi ere a contar con ellos por un largo tiempo.

4. Los desarrollos que hemos presentado aquí no contienen buenos auspicios ni promesa alguna para el futuro de la so-brepoblación; más bien anuncian que esta seguirá aumen-tando. Es la evolución que la dinámica del subdesarrollo y del capitalismo en general sugiere en la actualidad. Pero ello no signifi ca negar las posibilidades de la política en térmi-nos de morigerar estas tendencias. Una redistribución del ingreso orientada a reducir las actuales desigualdades so-ciales, la negociación de un nuevo trato con los países desa-rrollados, y una reactivación de los mercados internos, bien

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pudieran contribuir a ello una vez redefi nidas las relaciones de poder dentro de las élites dominantes. De hecho, cam-bios de este tipo —en un contexto donde las inequidades y el consiguiente descontento social difi cultan crecientemente la gobernabilidad— aparecen cada vez más como una necesi-dad. No es difícil descubrir las limitaciones de estas políticas para contener el crecimiento de la sobrepoblación —pese a que podrían moderarlo—, ya que están fi jadas a su propia intencionalidad; es decir: dichas políticas están orientadas a garantizar la continuidad de un sistema que defi ne a la desigualdad y a la explotación, no como realidades que es necesario suprimir, sino como los fundamentos de su propia existencia y expansión.

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5. COLONIALISMO INDUSTRIAL Y CAMPESINADO

El pequeño productor parcelario es una de las formas más conspicuas de los excedentes de población, como ya ha sido sugerido en el capítulo anterior. Su presencia sólo está par-cialmente inscrita en la lógica de crecimiento del capital y satisface una necesidad de la misma sólo en determina-das condiciones. La “paz social” ha movido a los gobiernos a promover oleadas de campesinización y es, por lo mismo, una de las causas principales de la existencia del campe-sino bajo el capitalismo subdesarrollado; aunque también existen casos donde los trabajadores del campo han sido mantenidos a raya por largos periodos, sin grandes riesgos para el sistema.

La pequeña producción parcelaria constituye uno más de los mecanismos por los cuales la sobrepoblación busca pro-veerse de medios de vida por canales alternativos a la pro-ducción capitalista. Sólo una parte los productores parcela-rios mantienen vínculos con la acumulación capitalista y se desenvuelven como excedentes relativos de población; los de-más, no, y por eso se cuentan entre los excedentes absolutos. La acumulación capitalista promueve su organización como sobrepoblación activa, y aun en los casos en que éstos creen haber hallado una fórmula más o menos segura para pro-veerse de medios de vida, terminan encontrándose luego con que la misma acumulación capitalista destruye también sus expectativas. Es decir, su existencia está sujeta a desplaza-mientos de un polo de la sobrepoblación a otro, a transmuta-ciones sociales que hacen de productores subsidiarios unos pequeños productores independientes, la mayoría de los cuales, aún en edad de trabajar, deben hacer descansar una parte de su subsistencia en el apoyo de los familiares. En un medio ambiente que los hostiliza constantemente, son forza-dos a recurrir a la lucha para obtener a través de la política

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el reconocimiento que la economía les niega. En la época de la “globalización”, la tercera etapa, se ha puesto en evidencia el hecho de que la presencia de la producción campesina no está determinada sólo por su lógica, tal como ésta se des-pliega en el contexto del mercado capitalista, condicionada por éste. Sucesos paralelos están aportando nuevos bríos a la debilitada producción campesina. La “globalización”, en efecto, ha acelerado su descomposición al mismo tiempo que contribuye a redefi nirla para prolongar su presencia en el campo latinoamericano.

En el curso del presente capítulo nos proponemos diluci-dar: a) el carácter social de la producción parcelaria, desde la perspectiva de su organización interna; b) sus relaciones con la acumulación capitalista; c) la dialéctica de la producción parcelaria en el marco de esas relaciones, y d) la transmuta-ción social que esta dinámica contiene. Intentaremos lograr estos objetivos desde la perspectiva del análisis lógico prin-cipalmente; pero a fi n de acercarnos a la situación actual, buscaremos fi nalmente e) detectar el impacto social de las políticas neoliberales, siguiendo los derroteros sugeridos por las elaboraciones precedentes.

1. El carácter no capitalistade la economía campesina

En palabras de Friedrich Engels:

Por pequeño campesino entendemos aquí al propietario o arren-datario —principalmente al primero— de un pedazo de tierra no mayor del que puede cultivar, por regla general, con su pro-pia familia, ni menor del que puede sustentar a ésta (Marx y Engels s/f: 656).1

1 El autor también define la pequeña producción campesina como un “ves-tigio”, noción que no tiene cabida en el marco del colonialismo industrial, aunque su implicación, que vincula a este tipo de producción con formas no capitalistas, es válida.

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No atenderemos aquí a la sugerencia de que pueden exis-tir campesinos “grandes” y “medianos”, y asumiremos que al lado del productor campesino, aparte de los productores que fueron desalojados hacia abajo del mundo campesino, sólo existen grandes, medianos o pequeños productores capitalis-tas que acumulan capital gracias a la explotación de trabajo ajeno. El campesino, por tanto, será un pequeño productor que: a) explota una extensión sufi ciente para su reproduc-ción y la de su familia, y b) se vale, por regla general, de su fuerza de trabajo y la de su familia, pero que puede recurrir al trabajo ajeno para las tareas donde el esfuerzo familiar es insufi ciente.

La pequeña producción es también, en la tercera etapa, la forma abrumadoramente predominante de las explota-ciones en América Latina. Se estima que hacia 1980 había unos 13.5 millones de explotaciones familiares, con un pro-medio de 11 hectáreas, de las cuales 4.2 eran aptas para cultivos permanentes, con una cosecha de 3.3 hectáreas al año. Del total de unidades de este tipo, 4.9 millones cubrían una superfi cie de menos de dos hectáreas (CEPAL. 1984a: 12). Las explotaciones familiares constituían 80% del total, abarcaban sólo 18% de la tierra agrícola y 7% de la tierra arable (CEPAL 1984b: 58). Esta situación no parece haber sufrido grandes modifi caciones en los ochenta, noventa y principios de este siglo (CEPAL, 2007), aunque el signifi cado social de estas magnitudes requiere otro tipo de estudios, distinto de las estadísticas ofi ciales. De estas cifras, sólo una porción de los pequeños productores del campo cae dentro del concepto de la producción campesina.

La cuestión del modo de producción del campesino es in-evitable a la hora de buscar signifi cados sociales. No se pue-de clarifi car el rol del campesino y su lugar en la sociedad, ni su evolución misma, sin atender a este problema crucial. Adoptaremos aquí el punto de vista de Karl Marx según el cual la agricultura campesina constituye un modo de pro-ducción distinto del capitalista, por lo que quedaba exclui-da del análisis de este último en su forma pura. Esto puede apreciarse en el siguiente pasaje, donde Marx discute los su-puestos para el análisis de la renta capitalista:

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La forma de propiedad de la tierra que consideramos es una forma específi camente histórica de la misma, la forma trans-mutada, por infl uencia del capital y del modo capitalista de pro-ducción, tanto de la propiedad feudal de la tierra como de la agricultura pequeño campesina practicada como ramo de la ali-mentación, en la cual la posesión de la tierra aparece como una de las condiciones de producción para el productor directo, y su propiedad de la tierra como la condición más ventajosa, como condición para el fl orecimiento de su modo de producción. Así como el modo capitalista de producción presupone, en general, que se expropie a los trabajadores las condiciones de trabajo, así presupone en la agricultura que a los trabajadores rurales se les expropie la tierra y se los subordine a un capitalista que explota la agricultura con vistas a la ganancia (Marx, 1986, tomo III, vol. 8: 791-792). (Las últimas cursivas son nuestras.)

El trabajo campesino confi gura pues un modo específi co de producción, el modo campesino, donde a las dos caracte-rísticas anotadas más arriba (producción para el consumo y trabajo principalmente familiar) se agrega el control (im-plícito tanto en la posesión como en la propiedad) sobre la tierra que trabaja.

Pocas cosas son unánimes en la ciencia social, y este en-foque no es una de ellas. Cuatro rasgos de los campesinos pueden, según determinadas combinaciones de los mismos, sugerir conclusiones distintas: 1) son productores directos; 2) poseen medios de producción, 3) producen para el mercado, y 4) a menudo operan contratando trabajo asalariado. Estas ca-racterísticas pueden ser aisladas y combinadas de tal forma que den lugar a fi guras sociales distintas del campesinado tal como lo estamos defi niendo aquí. Como ejemplo está el ejer-cicio creativo realizado por José Luis Calva (1988). Hemos adoptado otro camino con base en los siguientes supuestos:

1. El objetivo de la producción, esto es, la producción de plus-valor, es el factor que separa la producción capitalista de cualquier otro modo social de la producción; es su differentia specifi ca, como afi rmaba Marx. La compra de fuerza laboral con este objetivo defi ne al modo capitalista.

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…no se compra aquí para satisfacer mediante sus servicios o su producto, las necesidades personales del comprador. El objetivo perseguido por éste es la valorización de su capital, la produc-ción de mercancías que contengan más trabajo que el pagado por él, o sea una parte de valor que nada le cuesta al comprador y que sin embargo se realiza mediante la venta de las mercancías. La producción de plusvalor, el fabricar un excedente, es la ley absoluta de este modo de producción. (Marx, 1975, tomo I: 767).

De modo que hablar de capitalistas al margen de este rasgo crucial, es despojar a este modo de producción de su motivo esencial. Desde luego, no se puede producir plusvalor sin contratar trabajo asalariado, pero no todo trabajo es con-tratado para la producción de plusvalor, tal como ya hemos visto en relación con el trabajo doméstico. El capitalista es tal porque no utiliza trabajo ajeno con vistas a satisfacer sus propias necesidades de consumo, sino para obtener una ga-nancia, que no es otra cosa que la forma trasmutada del plusvalor. Su producto no es una mercancía cualquiera, sino una que lleva consigo el plusvalor extraído a los obreros; y es fi nalmente en la producción y realización de este plusvalor donde reside su interés principal.

2. No se puede pensar, por consiguiente, que la compra de fuerza laboral es sufi ciente para defi nir el carácter capitalis-ta de la producción. Si los trabajadores no producen un plus-valor sufi ciente para satisfacer las necesidades personales del empresario y al mismo tiempo para acumular, entonces su contratación no basta para que aquél sea califi cado de capitalista. Es en realidad lo que sostiene Marx:

Lo que distingue desde un principio al proceso de trabajo sub-sumido aunque sea formalmente en el capital —y por lo que va distinguiéndose cada vez más, incluso sobre la base de la vieja modalidad laboral tradicional— es la escala en que se efectúa; vale decir, por un lado la amplitud de los medios de producción adelantados, y por otro la amplitud de los obreros dirigidos por el mismo patrón (employer). Lo que —a título de ejemplo— sobre la base del modo de producción corporativo aparece como máxi-

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mo (con respecto, supongamos, al número de ofi ciales), puede apenas constituir un mínimo para la relación capitalista. Esa relación, en efecto, puede resultar puramente nominal allí don-de el capitalista no ocupa por lo menos tantos obreros como para que la plusvalía producida por ellos le alcance como renta para su consumo privado y como fondo de acumulación, de tal suerte que quede él libre del trabajo directo y sólo trabaje como capita-lista, como supervisor y director del proceso: por así decirlo, que ejerza la función, dotada de voluntad y conciencia, del capital empeñado en su proceso de valorización (Marx 1985: 57).

Lo cual tiene una implicación adicional que conviene ex-plicitar: el objetivo de la producción no está determinado por la voluntad del productor sino por las condiciones materiales en que se desenvuelve. De nada le sirve a un empresario aspirar a una ganancia cuando sólo cuenta con medios para proveerse su subsistencia. Cuando el plusvalor pasa a ser para éste su objetivo y al mismo tiempo su resultado funda-mental, entonces se ha producido una transformación cua-litativa que hace de él un capitalista, lo cual resulta de los cambios cuantitativos que han tenido lugar en su proceso de producción.

La noción de “relación capitalista nominal” pudiera crear confusiones. En otro pasaje de la obra de Marx adquiere cla-ramente su contenido, esto es, una relación a la que se le ha asignado un nombre que no merece y que en realidad corres-ponde a esferas distintas de la explotación capitalista.

Cuando el pequeño capitalista, quien hace todo el trabajo por sí mismo, parece obtener una tasa elevada de ganancia en propor-ción a su capital, lo que pasa en realidad es que, si no emplea unos pocos trabajadores de cuyo trabajo excedente se apropia, en los hechos él no obtiene ganancia alguna y su empresa es sólo nominalmente capitalista […] Lo que lo distingue del trabajador asalariado es que, debido a su capital nominal, es dueño y direc-tor de sus propias condiciones de trabajo y por consiguiente no tiene un director sobre él; por lo tanto, se apropia él mismo de todo su tiempo de trabajo en vez de serle apropiado por alguien más. Lo que aparenta ser ganancia aquí, es meramente el ex-

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cedente (de su ingreso) por sobre el salario ordinario, excedente que resulta del hecho de que se apropia de su propio trabajo ex-cedente. Sin embargo, este fenómeno pertenece exclusivamente a aquellas esferas que no han sido todavía realmente conquis-tadas por el modo capitalista de producción (Marx, 1972: 357).2

De modo que el capitalista nominal no es en realidad un capitalista, ni pequeño ni grande.

El campesino “por regla general” puede cultivar su parce-la con su familia, pero eso no signifi ca que no pueda recurrir al apoyo del trabajo de otros, lo cual normalmente hace sólo en ciertas tareas respecto de las cuales la fuerza familiar es insufi ciente para lograr una producción que garantice la reproducción del grupo. Su objetivo al emplear trabajo ajeno no es la ganancia, ya que sus condiciones de producción no se lo permiten, sino asegurar su subsistencia. Allí donde las prácticas comunitarias no han sido aún disueltas por la mer-cantilización de las relaciones sociales, es posible encontrar mecanismos de cooperación entre los campesinos consisten-tes, por ejemplo en el intercambio de trabajo para la ejecu-ción de determinadas tareas productivas. Esencialmente, se trata de la misma relación que establece el campesino que después de contratar fuerza de trabajo para las tareas de la cosecha, por ejemplo, debe vender a otro campesino la suya propia para resarcirse de los gastos que hizo en salarios. Ello no transforma a los campesinos en unos pequeños capita-

2 La traducción y las últimas cursivas son nuestras. Whereas the small capi-talist, who does almost all the work himself, seems to obtain a very high rate of profit in proportion to his capital, what happens in fact is that, if he does no employ a few workers whose surplus labor he appropriates, he actually makes no profit at all and his enterprese is only nominally a capitalist one (...) What distinguishes him from the wage worker is that, because of his nominal capital he is indeed the master and owner of his own conditions of labour and consequently has no master over him; and hence he appropriates his whole labour time himself instead of it being appropriated by someone else; what appears to be profit here, is merely the excess (of his income) over ordinary wages, an excess which results from the fact that he appropriates his own surplus labour. However, this phenomenon belongs exclusively to those spheres which have not as yet been really conquered by the capitalist mode of production.

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listas que explotan recíprocamente su trabajo, ni en prole-tarios que viven de su salario. Por lo demás, ésta no es una simple posibilidad teórica. Hubert Carton de Grammont ha encontrado que se trata de una práctica bastante difundida en América Latina. Dice:

En cuanto a la contratación de mano de obra, hay que seña-lar un último fenómeno: el de las unidades de producción cam-pesinas que se ven obligadas a transformar sus tradicionales relaciones de ayuda mutua en relaciones salariales debido a la monetarización general de la economía. (...) En este caso, la contratación de los asalariados es muy peculiar: los mismos campesinos (o sus familiares) se contratan entre ellos mismos y no se mezclan con el resto de los asalariados que trabajan en empresas capitalistas (1992: 51).

3. Se comprenderá que aun cuando se adoptara sin mayor elaboración la defi nición abstracta de las clases en Lenin,3 no sería correcto unir en una sola clase social a pequeños capitalistas que producen con vistas a la ganancia y a peque-ños productores que trabajan para su consumo. Unos y otros se ubican en esferas distintas de la producción social; no tie-nen la misma relación con los medios de producción, pues-to que para unos éstos representan capital y para los otros, sólo medios de trabajo; no disponen de una masa similar de riqueza social, y tampoco obtienen sus ingresos del mismo modo, ya que unos se valen de la explotación del trabajo aje-

3 Al decir de Lenin: “Las clases son grandes grupos de personas que se dife-rencian unas de otras por el lugar que ocupan en un sistema de producción social históricamente determinado, por su relación (en la mayoría de los casos fijada y formulada en la ley) con los medios de producción, por la magnitud de la parte de la riqueza social de que disponen y el modo en que la obtienen” ( 1987, vol. 3: 228). Esta definición puede ser válida para cual-quier sociedad de clases. Por eso es abstracta. El estudio de las clases bajo el capitalismo exige establecer como presupuesto la differentia specifica, así como la dinámica determinada por ella, de este “sistema de producción social históricamente determinado”. Si se pierde de vista esta especificidad, el análisis se enfrenta irremediablemente al riesgo de pasar por alto los ele-mentos que definen la historicidad de las clases mismas que corresponden a cada modo de producción.

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no y otros principalmente del esfuerzo propio. En suma, el trabajo del campesino y el del capitalista representan distin-tos modos sociales de producción. Defi nir este punto es una tarea fundamental para la comprensión del devenir campe-sino en su entorno.

Hasta aquí sólo hemos argumentado que la organización interna de la producción campesina no es capitalista, o no debiera ser defi nida de ese modo, lo cual es crucial para la comprensión de su dinámica, porque implica que de ella no puede esperarse la lógica de funcionamiento que correspon-de al proceso específi co de la acumulación. Pero nada de lo anterior quiere de decir que se desenvuelva sin contacto con la producción capitalista. Los canales de contacto son múlti-ples. Por un lado, el campesino constituye una fuente de rea-lización de ciertas mercancías capitalistas; por otro, este tipo de producción puede estar incorporada a la valorización del capital, lo cual ocurre, por ejemplo, cuando, a través del co-mercio, sus productos, y por lo tanto su trabajo, pasan a for-mar parte del ciclo de alguna producción capitalista, ya sea abaratando el capital variable o el capital constante, o cuan-do el campesino lleva a cabo una producción por contrato con alguna empresa. Para la producción capitalista, este tipo de relaciones puede resultar rentable precisamente porque los precios del productor pueden no incorporar el excedente que bajo determinadas condiciones le correspondería. Así pues, no hay duda de que cuando éste ha sido el caso, las reformas agrarias han tenido también una expectativa económica. Como ha señalado C. Mistral, era de esperar que dicho pro-ceso, “junto con activar la oferta agrícola, abarata el precio de la fuerza de trabajo (aumentando la tasa de plusvalor), ahorra divisas y absorbe el creciente descontento campesi-no” (1974: 25).

Por tanto, nos encontramos nuevamente con uno de los tantos casos en que la organización no capitalista de la pro-ducción aparece incorporada a la acumulación, y sus agentes como excedentes relativos de población. Éstos entran por ello en la categoría de pequeños productores subsidiarios, al igual que en la ciudad ocurre, por ejemplo, con el taller fami-liar de mecánica para automóviles.

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Sin embargo, para los agentes involucrados en esta ca-tegoría no se trata de una califi cación permanente, porque un rasgo de la producción campesina es precisamente que carece de estabilidad y está inmersa en un proceso que im-plica determinadas trasmutaciones sociales de los agentes involucrados. La funcionalidad económica de un productor cualquiera, por tanto, tampoco será permanente, y aunque no es esta funcionalidad lo que determina su existencia, el agotamiento de la misma vendrá a acelerar la desarticula-ción de la producción campesina.

2. De la producción campesinaa la de infrasubsistencia

Para Marx, la economía campesina es un proceso; o más exactamente, un proceso de descomposición, debido precisa-mente a sus relaciones con el medio capitalista. Su opinión era que:

... el artesano o el campesino que produce sus propios medios de producción se transformará gradualmente en un pequeño capi-talista que también explota el trabajo de otros, o bien sufrirá la pérdida de sus medios de producción (...) y se transformará en trabajador asalariado. Esta es la tendencia en una sociedad en la cual predomina el modo capitalista de producción (Marx, 1969, I: 409).

En el contexto de nuestros países, la transformación del campesino en pequeño capitalista es un desenlace poco pro-bable; pero su transmutación en obrero asalariado dentro de una economía nacional cualquiera tampoco es un resultado necesario como contrapartida.

Marx detecta múltiples causas que corroen por doquier la débil constitución de la estructura campesina. Destacan: la desaparición progresiva de la industria domiciliaria rural que la complementa; la usurpación de la propiedad comu-nal; el desarrollo de cultivos en gran escala, y “las mejoras en la agricultura —que por una parte provocan un descen-

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so en los precios de los productos agrícolas, mientras que por otra requieren mayores desembolsos y más abundantes condiciones objetivas de producción— también coadyuvan a ello, como ocurrió en Inglaterra durante la primera mitad del siglo XVIII” (1986, 8: 1026-1027). Aun cuando no mediara ninguno de los otros factores, bastaría la inevitable acción de los dos últimos para determinar la tendencia de la produc-ción campesina.

La subsistencia de la familia campesina no depende so-lamente de lo que ella sea capaz de producir. Está también vinculada a la realización de sus productos (o de una parte de ellos) en un mercado dominado por el capital y en el cual los precios de producción están permanentemente a la baja; de ahí que para mantener un determinado nivel de consu-mo debe incrementar constantemente su producto. No pue-de limitarse a la mera reposición año con año de los bienes consumidos en su proceso productivo, ya que está forzado a hacer crecer su productividad a fi n de mantener constante la relación de sus costos con el precio regulador fi jado en el sector capitalista. En otras palabras, su subsistencia conti-nua exige la generación de un excedente para inversión ciclo tras ciclo.

Supongamos que lo obtiene, a fi n de mantenernos con-ceptualmente dentro de la lógica de la economía campesi-na, y que este excedente es sufi ciente para incorporar los insumos químicos, biológicos y mecánicos que le permitan hacer crecer la productividad de su trabajo, tanto como en la esfera capitalista, y hagamos abstracción aquí de todas las desventajas vinculadas a la calidad y a la localización del suelo que generalmente afectan al campesino. Aun así nos quedaría por delante un escollo insalvable: las econo-mías de escala ligadas a la gran producción, las cuales ac-túan como factor coadyuvante de la reducción de costos y, por tanto, de precios. Esta situación se agrava en la medida en que los instrumentos de producción y los insumos están cada vez más orientados a las grandes explotaciones. Por ejemplo, poco gana un productor que cuenta con, digamos, 15 hectáreas, si consigue hacerse de un tractor diseñado para la explotación de 60 hectáreas. Si su periodo de amor-

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tización no se extiende en forma ilimitada, lo cual no podrá ser el caso pues el desuso también implica desgaste, enton-ces sus costos de producción aumentarán respecto de los del productor capitalista que puede dar al tractor un uso más intensivo. Algo similar ocurrirá con todos los insumos cuyos precios en el mercado disminuyen en la medida en que se adquieren cantidades más grandes de los mismos; o con la perforación de pozos con capacidad de riego para extensiones relativamente grandes. Es decir, ya aquí puede apreciarse que la pequeña producción campesina adolece de una impotencia congénita para seguir con éxito la evo-lución de la agricultura capitalista. El costo de sus medios de producción tiende a ser más elevado en cada una de las unidades de su producto.

Pero luego aparecen difi cultades adicionales:

1) Los canales de distribución de los fertilizantes, gene-rados predominantemente en los países desarrollados, “tienden a atender principalmente las necesidades de productores grandes y medianos que cultivan produc-tos tales como café, banano, caña, algodón, etc.” (CEPAL, 1984a:56).

2) Lo mismo ocurre con los herbicidas y los insecticidas, con el agravante de que la aplicación de éstos demanda el uso de tractor.

3) Los insumos biológicos y químicos, como ha destacado la CEPAL (1984ª), presentan complementariedad, lo que conlleva una difi cultad adicional para su adquisición. Desde luego, estas limitaciones no surgen del colonia-lismo industrial; lo que surge del subdesarrollo y del colonialismo industrial es la inmensa masa de pobla-ción sin trabajo, parte de la cual es organizada como campesinado.

Por su parte, A. Schejtman ha hecho notar además que:

La necesidad de valorizar su recurso más abundante —la fuer-za de trabajo—...unida a la presencia general o local de térmi-nos de intercambio desfavorables para los productos campesi-

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nos en los intercambios mercantiles, conducen a una tendencia a la reducción al número indispensable de la compra de insu-mos y medios de producción. Esto da lugar a que la densidad de medios de producción por trabajador, o de insumos comprados por unidad de productos o por jornada, sean generalmente muy inferiores a los de la agricultura empresarial o capitalista (She-jtman, 1980: 131).

No es raro, entonces, que sí se haya podido establecer una relación directa entre el uso de insumos (incluidos los insumos mecánicos) y el tamaño de las explotaciones (CEPAL, 1986).

Los rendimientos de la producción campesina tenderán, por tanto, a crecer mucho más lentamente que los del sector capitalista. Como resultado, sus ingresos tenderán a caer. La teoría del valor nos permite alcanzar esta conclusión. Su-pongamos la siguiente situación inicial tomando como refe-rencia la producción de trigo.

CUADRO 1REPRESENTACIÓN ESQUEMÁTICA

DE LA PRODUCCIÓN CAMPESINA AL MOMENTO 1Tipo

de producciónRendimiento por

hectárea (qq)Precio

por quintalValor

del productoCapitalista 21 10 dls 210Campesina 14 10 dls 140

Esta situación es de por sí altamente desigual en cuanto a los rendimientos y ya supone un proceso previo de deterioro de la relación en contra del campesino. Mientras los datos de producción se aproximan a los procesos reales,4 los precios,

4 Los datos relacionados con los distintos rendimientos corresponden a la situación existente en Chile hacia fines de los setenta, según Álvaro Rojas. El mismo autor informa de las diferencias de rendimientos para otros pro-ductos, en los siguientes términos:

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obviamente, son una elección para fi nes de exposición. Como tal, esta situación constituye al mismo tiempo un punto de partida para un deterioro ulterior. En la producción capita-lista se introducirán mejoras tecnológicas, cualquiera sea su ritmo, las que, como resultado, elevarán los rendimientos. Supongamos que después de un periodo se generaliza un in-cremento equivalente a 25% en la producción por hectárea. O sea, la producción capitalista se eleva de 21 a 26 quintales, ignorando las fracciones. Como estos rendimientos resulta-ron de cambios en la productividad del trabajo, el valor del producto total no varía; sólo se modifi ca el valor del produc-to individual, esto es, de cada quintal. Si las condiciones de producción en el sector campesino se mantuvieron inaltera-das, entonces tenemos:

CUADRO 2REPRESENTACIÓN ESQUEMÁTICA

DE LA PRODUCCIÓN CAMPESINA AL MOMENTO 2Tipo

de producciónRendimiento por

hectárea (qq)Precio

por quintalValor

del productoCapitalista 26 8.08 dls 210Campesina 14 8.08 dls 113

El precio de mercado aparece aquí fi jado por la competen-cia capitalista que generalizó en su interior ciertas condicio-nes de producción.5 Pero mientras el producto de la econo-

RENDIMIENTOS POR HECTÁREA DE LOS PRINCIPALES PRODUCTOS CAMPESINOS

RubroRendimientos qq/ha

Agricultura no campesina Agricultura campesinaTrigo 21.3 13.5Cebada 26.1 15.0Arroz 30.0 25.5Maíz 52.0 28.0Frijoles 11.0 9.1Garbanzo 4.9 4.9Papas 157.0 90.0

Fuente: Álvaro Rojas M.(1984: 148).5 En Chile, el trigo, como la mayoría de los productos en que se involucraban los campesinos, retomó su tendencia a la baja después de 1975, una vez que

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mía campesina es necesario y satisface una demanda de la sociedad, puede ocurrir que la producción capitalista fi je sus precios por encima de su valor, obteniendo de ese modo una ganancia extra. Es decir, mientras la competencia y las me-joras en la productividad empujan hacia abajo los precios de mercado, la presencia de la producción campesina debilita el dinamismo de este proceso. Esto será particularmente cierto en condiciones de economía cerrada, y mucho más cuando el Estado interviene para fi jar precios que garantizan un cier-to ingreso campesino. Con todo, ello no elimina el afán de ganancia ni la competencia capitalista, ni, por lo mismo, la búsqueda de mejoras tecnológicas que aumenten los rendi-mientos. Otra digresión: no se puede ignorar que los cambios tecnológicos provocan también cambios en la intensidad del trabajo, aumentándola; pero, especialmente en la agricultu-ra, estos cambios en la intensidad van de la mano con la reducción de la cantidad de fuerza laboral a disposición del empresario, por lo que los cambios en la masa nueva de valor son poco signifi cativos.

Independientemente de su ritmo, la concentración de la introducción de tecnología y de los aumentos en la produc-tividad agrícola afecta inevitablemente al sector campesino. La tendencia de largo plazo es inmutable: una hectárea cam-pesina va arrojando un producto cuya expresión en dinero se va reduciendo con los cambios tecnológicos en el sector capitalista.6 El trabajo invertido por el campesino puede

la economía empezó a dejar atrás los efectos del periodo especial abierto por el gobierno de la Unidad Popular a principios de la década. El precio del trigo era de 2 240 pesos en 1974 y cayó a 780 pesos en 1981 (Rojas, 1984: 158|159).6 En México, según el censo agrícola y ganadero de 1970, la producción de maíz en las unidades de hasta cinco hectáreas era de 901 k, y de más de 1 100 k en las unidades privadas de más de cinco hectáreas. Tales eran los rendimientos promedio para los ciclos de invierno y verano. El censo de 1991 arrojó los siguientes resultados: Ciclo de verano: 1 088 k por hectárea en las unidades de hasta cinco hectáreas, contra 1 357 k en las unidades de más de cinco hectáreas. Ciclo de invierno: 1 165 k y 1 856 k, respectiva-mente. Estos datos no se refieren a realidades sociales significativas, puesto que éstas no están necesariamente definidas por la extensión de la tierra, pero son expresión de las desventajas de la pequeña producción. Según la

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ser el mismo, pero su expresión monetaria será menor. Ello se debe a que a raíz de que el campesino no modifi ca sus rendimientos al mismo ritmo que el capitalista, una parte creciente de su trabajo no alcanza reconocimiento como so-cialmente necesario. La parte de su esfuerzo que es tratada por la sociedad como trabajo inútil, también tenderá a crecer. Enfrentado al resto de la sociedad, el valor individual de su producto cae demasiado lentamente, o simplemente no se re-duce, debido a que su producto global no crece con la rapidez requerida, o bien no manifi esta aumento alguno. El poder de compra del producto de su parcela se reduce con cada ciclo. Es aquí donde reside la clave de su intercambio desigual con el resto de la sociedad: más trabajo por menos trabajo.

Se ha sostenido que este mecanismo genera transferen-cias de valor por parte del campesino de las que se benefi cia principalmente el capital industrial. Ya Calva (1988) respon-dió, con toda razón, que ése no podía ser el caso, puesto que se trataba de trabajo perdido que no creaba valor. Pero hay algo más en relación con esta situación. El capital industrial no tiene interés económico en una producción campesina de baja productividad, porque en la medida en que ella involu-cra bienes que entran de manera decisiva en la determina-ción del valor de la fuerza de trabajo, se presenta como un obstáculo para la producción de plusvalor relativo y, por lo tanto, para el desarrollo del capital en general.7 Esta situa-ción es fuente de confl ictos entre los intereses capitalistas del campo y de la ciudad, y también entre los intereses de la industria y los de los campesinos, ya que mientras la produc-ción campesina cubra una parte del mercado y se trate del mismo producto, el agricultor capitalista no está forzado a reducir sus precios individuales con arreglo a la evolución de

CEPAL, “en 20 años el rendimiento promedio del grueso de la producción de maíz en los minifundios ha aumentado desde aproximadamente 1 000 a 1 090 kilogramos por hectárea”, o sea, prácticamente nada (CEPAL 1997: 28).7 Marx (1986, tomo III: 999) señalaba: “Además, lo correcto en los fisiócra-tas es su tesis de que en realidad, toda producción de plusvalor, y por ende también todo desarrollo del capital se basan, con arreglo a sus fundamentos naturales, en la productividad del trabajo agrícola”.

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su productividad. Puede, como hemos señalado, fi jarlos por encima de su precio de producción, de manera que el precio regulador del mercado no cae todo lo rápido que debiera. En la medida en que ello ocurre, el trabajo de los obreros de la agricultura capitalista aparece como trabajo potenciado, lo que contribuye a incrementar la tasa de plusvalor en esta rama, a la vez que relaja las presiones para la innovación tecnológica en la misma. Pero de este modo no se crea plus-valor para la clase de los capitalistas, ni mucho menos para los industriales.

Para responder a su difícil situación, el campesino se ve en lo inmediato forzado a intensifi car su esfuerzo y a pro-longar su jornada, con la perspectiva de compensar con más trabajo su defi ciencia en productividad

Pero el campesino no puede intensifi car su trabajo ni pro-longar su jornada como quisiera. Aparte de las limitaciones físicas de su propia fuerza laboral, se tiene que enfrentar a otros constreñimientos naturales, como el clima, pero sobre todo a la reducida masa de medios y objetos de trabajo con que cuenta. De nada le sirve estar dispuesto a explotar diez hectáreas si sólo cuenta con cinco.

La situación del campesino se ve en la práctica agrava-da por la expoliación de que es objeto por parte del capital en sus distintas formas (véase A. Bartra, 1979; A. Warman, 1976). Pero estos factores no cumplen un rol necesario en la determinación del devenir de la economía campesina. Lo apuran pero no lo provocan; pueden ser eliminados, como en buena parte ocurrió por un tiempo en México, pero no salvarán a la economía campesina de su proceso de descom-posición.

Mientras la agricultura capitalista sea atrasada y poco extendida y la economía nacional se encuentre protegida, la producción campesina puede cumplir una cierta funciona-lidad económica para el desarrollo del capital, mediante la provisión de bienes salarios y materias primas a precios re-lativamente bajos, que el campesino puede sobrellevar mien-tras tenga un excedente al cual renunciar. Ello puede incluso levantar un cierto entusiasmo por su organización en el Es-tado, que primariamente ve en ello una forma de dar salida a

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confl ictos potenciales o reales creados por la presencia de una sobrepoblación que de otra manera no podría hacerse de me-dios de vida.8 Aunque de manera excepcional, éste es también el momento en que algunos campesinos pueden transformar-se en pequeños capitalistas. El avance de la agricultura “em-presarial” erosiona esa funcionalidad hasta aniquilarla; para entonces el horizonte del campesino se estrecha y se cubre de nubes que anuncian miseria e incertidumbre.

El desbaratamiento de la economía campesina, esto es, su agotamiento como proveedora de medios de subsisten-cia sufi cientes para la familia, va, pues, acompañada de la desarticulación de sus agentes como pequeños productores subsidiarios, y de la transmutación de la condición social de éstos. Su contacto con la acumulación capitalista no ha hecho otra cosa que empobrecer al pequeño productor, por lo que a él ya no le resulta funcional, y tenderá por consiguien-te a refugiarse en el autoconsumo, mientras conserva con aquélla vínculos más bien esporádicos. En lo fundamental, en adelante se desenvolverá como un pequeño productor in-

8 La distribución de tierras en la región empieza a tener lugar en la fase temprana del desarrollo del capitalismo. En Paraguay, por ejemplo, el Es-tado dictó en 1926 una ley que explícitamente recogía la necesidad de dis-tribuir tierras en cantidad suficiente para el sostenimiento del productor y su familia, es decir, reconocía la necesidad de organizar productivamente a aquella parte de la población que no podía ser absorbida por el capital, un reconocimiento que la revolución había impuesto en México años antes. En Panamá este proceso de asentamiento en el campo tuvo motivos peculiares, pero reveladores. A. Gandásegui (hijo) describe el proceso en los siguientes términos: “Las gigantescas obras de la construcción del ferrocarril tran-satlántico, a cargo de una empresa norteamericana, del canal en el Istmo por los franceses y de la construcción del Canal de Panamá, además de la expansión de la producción bananera de la provincia de Boca del Toro, promovieron la inmigración de una gran masa laboral. La sola construcción del Canal de Panamá atrajo a más de cien mil trabajadores extranjeros. Concluidos los trabajos, una parte de la fuerza laboral emigró, otra buscó refugio en las ciudades y “miles de trabajadores se desplazan al campo”. Obreros cesantes se transformaban así en pequeños productores rurales. De ahí que para el autor “el campesino era prácticamente un proletariado refugiado en el campo” (Marco A. Gandásegui, 1985). Pero ¿qué otra cosa es el trabajador separado de los medios de producción que busca hacerse de una parcela porque no tiene acceso al trabajo asalariado? El hecho de que antes de hacerse de una parcela haya trabajado o no como asalariado no cambia en nada la esencia de las cosas.

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dependiente. Este proceso afectará primeramente a aquellas unidades relativamente más pequeñas con tierras de peor calidad, para luego extenderse hacia el resto. Se van su-mando de este modo a aquellas pequeñas explotaciones que nunca llegaron a organizarse como economía campesina. Si tomamos, a modo de ilustración, la tipología que en la CEPAL se elaboró para el caso de México, diríamos que se trata aquí de los productores de infrasubsistencia. En el nivel inmedia-tamente superior nos encontraríamos con el eslabón inferior del estrato propiamente campesino, esto es, los de subsisten-cia, donde ya no se generan recursos para la reposición de los medios de producción una vez satisfechas las necesidades de alimentación. Más arriba estarían los campesinos estacio-narios, que apenas se diferencian de los anteriores porque generan un fondo de reposición que ya es insufi ciente. Final-mente, en el peldaño superior, tendríamos a los campesinos excedentarios, que son los que cuentan con un cierto nivel de inversión (CEPAL, 1986), el cual les permitirá conservar un determinado consumo por cierto tiempo. En estas cate-gorías, la contratación de fuerza laboral no supera las 25 jornadas anuales. Siguiendo la interpretación del devenir de la economía campesina que hemos expuesto, habrá que decir que los eslabones inferiores tenderán a ensancharse a costa de los superiores, de modo que habrá un número creciente de campesinos en situación de ser despojados de su calidad de tales y que en los hechos lo son. No se trata necesariamente de un desplazamiento sucesivo, peldaño por peldaño, hacia abajo. Procesos como una crisis pueden provocar desplaza-mientos bruscos que saquen violentamente por ejemplo a un “estacionario” de su mundo campesino. Lo mismo ocurre tras las subdivisiones de la parcela por herencia.

Cuando un productor entra en el nivel de la infrasubsis-tencia, o aun si está en la transición hacia ello como campe-sino de subsistencia, recibe el aviso de que no puede seguir postergando su búsqueda de otra ocupación. Al salir tras ella, se encuentra con que la salarización capitalista choca con las barreras ya conocidas. En un estudio sobre el merca-do laboral en México, sobre la base de datos obtenidos en el segundo trimestre de 1988, se concluyó que:

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De aquellos que se dedicaron a actividades agropecuarias, el 28.9% lo hizo por cuenta propia, el 13.1% como empleadores y el 58% restante fueron trabajadores subordinados, es decir, asala-riados, peones o jornaleros que no disponen de tierras y laboran en parcelas ajenas, constituyendo una población de 3 644 732 habitantes. Sin embargo, de esta población trabajadora, encon-traron empleo como asalariados permanentes sólo el 2.6% y el 21% como peones o jornaleros a destajo, es decir 1 495 597, lo que representaba el 9.5% de la PEA. Si a esta información agre-gamos que el 51.6% de ellos fueron contratados por ejidatarios o comuneros individuales, frente a un 12.3% que fueron contra-tados por agricultores y empresarios, y que el 34.1% del total de los “subordinados” no recibió ningún tipo de remuneración, se evidencia la poca capacidad de contratación de la fuerza de trabajo en actividades agropecuarias y lo limitado del mercado de trabajo propiamente rural (Lara, 1992: 43).

Las mismas causas que explican la presencia de la econo-mía campesina, difi cultan que sus desechos humanos ganen un lugar en la explotación capitalista. Los procesos específi -cos que acompañan el avance de la agricultura capitalista, estrechan aún más las oportunidades en este sentido. En efecto, Prealc hace ya tiempo que pudo apreciar en la agri-cultura capitalista latinoamericana: a) una disminución del trabajo permanente en benefi cio de las contrataciones tem-porales, como resultado de la modernización de los medios y de la organización de la producción, y b) la eliminación de las relaciones tradicionales en el interior de la propiedad latifundista, donde se sostenían personajes como los huasi-pungos, colones, arrendires e inquilinos, que se suman así a la desbordante oferta de fuerza de trabajo (Prealc, 1982). Pero, por otro lado, la proletarización en sentido estricto no es necesariamente el objetivo del trabajador, ya que a me-nudo aspira a mantener sus lazos con la parcela. Los que anhelan y logran contratarse como asalariados permanentes en el campo o en la ciudad, serán, pues, los menos. Ellos han realizado su metamorfosis a proletarios con parcela. Los que siguen en la parcela, en la medida en que apenas alcan-zan a complementar sus ingresos provenientes de la tierra

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con otras actividades, lo cual ocurrirá en la mayoría de los casos, son precarios productores independientes, arrojados fuera del circuito capitalista. La parcela ya no es el domicilio permanente de la familia; sus miembros emigran buscando fuentes alternativas de subsistencia, y a menudo deben con-tribuir al sostenimiento de los que se quedan, normalmente trabajadores en el ocaso de su vida laboral.

La califi cación de las generaciones que van siendo des-plazadas, es generalmente la de jornaleros, y en esa calidad una parte de ellos se desplaza de un trabajo eventual a otro. Otros se proletarizan en la ciudad, ya sea en la industria o en el comercio. Pero una buena parte se incorpora a la sobre-población relativa o absoluta en el pequeño y micro-comer-cio, o en otras “actividades por cuenta propia”, como el tra-bajo de lavacoches, de artesano independiente, de vigilante voluntario que vive de la caridad de los vecinos, de cargador de equipaje, etcétera, o ingresan en el estrato doméstico de la sobrepoblación. No hay manera de medir estos desplaza-mientos de clases a partir de la información existente, pero una cosa es cierta: una gran parte de los miembros de la familia no se proletariza en el sentido de pasar a ser un tra-bajador asalariado al servicio del capital. De donde se sigue que la pequeña producción agrícola sólo cumple muy parcial-mente la función de proveer fuerza de trabajo para la explo-tación capitalista, lo cual es comprensible en el contexto de un capitalismo que no sólo crea una sobrepoblación relativa sino también una que es absolutamente excedente respecto de sus necesidades de valorización.

Es cierto que la explotación de infrasubsistencia no es completamente inútil y el productor no escatimará esfuer-zos para obtener de su parcela el máximo provecho. Los cul-tivos tienden a ser de productos para el autoconsumo, pues el productor quiere asegurarse de contar con ciertos bienes necesarios para su subsistencia, invirtiendo menos dinero en producir alimentos que en adquirirlos.9 La parcela tam-

9 En sus investigaciones, Roger Bartra encontró que “con cierta cantidad de trabajo invertida y una suma de dinero más o menos pequeña, se obtie-

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bién le abre ciertas oportunidades para la crianza de aves y hasta de algún ganado menor. Junto con ello su dieta se empobrece, pero ya no puede confi ar en el mercado. Entre los pequeños productores del campo, la producción para el autoconsumo tiende a ensancharse. De este modo, la parcela provee una parte de los alimentos y un lugar donde vivir, en especial a los padres y a los hijos menores. Pero la peque-ña explotación ya no es sostenible por sí misma; de ahí que sea decisiva la intervención de los miembros de la familia que han encontrado otras ocupaciones y cuyas aportaciones mantienen a la parcela con vida.

Pero hay además otro aspecto involucrado. Si los miem-bros de la unidad lograran hacerse de una ocupación per-manente y relativamente segura, sus lazos con la misma tenderían a debilitarse con más prontitud. Sin embargo, sus empleos son frecuentemente precarios, estacionales y a me-nudo extralegales. Debido a ello, la parcela tenderá a ope-rar como un hogar de emergencia para los familiares cada vez que se vean lanzados al desempleo, lo cual contribuye a mantener vivos los vínculos con ella. Mientras tanto, los que permanecen en la parcela no tienen manera de ocultar su pertenencia a la sobrepoblación absoluta, hacia la cual han sido empujados por la propia evolución capitalista, la misma que en otro momento consideró necesaria su expansión para la estabilidad social y la producción de riqueza.

3. Efectos socialesdel neoliberalismo en el campo

La globalización neoliberal vino a crear un contexto particu-larmente grave para la sobrepoblación en el campo. La for-ma del crecimiento orientada al exterior con su respaldo

ne un volumen de alimentos (casi siempre maíz y frijol) cuyo precio en el mercado es superior a la pérdida monetaria que ocasiona su producción. Es cierto que el valor de estos alimentos en realidad es más alto que en el mercado si se toma en cuenta el trabajo invertido; pero el productor aquí no valoriza su trabajo” (R. Bartra, 1987: 91).

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ideológico, el neoliberalismo, aceleró la descomposición de la economía campesina y estrechó de manera particularmente aguda el mercado laboral urbano, cerrando todavía más las perspectivas de los desocupados. La apertura comercial trajo consigo nuevas exigencias en términos de productividad, por lo que nuevos sectores fueron expulsados de su mundo cam-pesino y lanzados al ejército de producción de infrasubsis-tencia. La economía de infrasubsistencia es el refugio rural de parte de los desahuciados de la sobrepoblación, no sólo del campo sino también de la ciudad. Su importancia social es enorme, a pesar de lo cual sigue creciendo. Ya en 1970, los productores con una parcela cuyo potencial productivo era insufi ciente para alimentar a la familia, constituían 55.6% del total en México. Por entonces los productores de maíz y frijol en el nivel de la infrasubsistencia sumaban alrededor de 1 090 000 (Cepal, 1986). Se ha calculado que para fi nes de los noventa el número de productores de maíz y frijol que no cultivaban para el mercado, alcanzaba ya la cifra de 1.4 mi-llones (CEPAL, 1999). Para Centroamérica se ha estimado que el número de pequeños productores en microfi ncas y en fi n-cas subfamiliares creció de 1.040.4 a 1.140.5 miles entre 1989 y 1993, y se proyectaba que llegarán a 1.325.5 miles en el año 2000 (CEPAL, 1995). Es aquí donde se localiza la mayor parte de la sobrepoblación rural y no en la economía campe-sina. Su forma principal es la de sobrepoblación absoluta y no relativa.

Esta evolución socioeconómica trae serias implicaciones políticas. Es aquí también donde se acumula el potencial de lucha más radical en el campo. Se trata de una masa para la cual no están en juego sus cadenas, sino su existencia mis-ma. Ofrecer la vida a una causa no es tan difícil cuando la vida está siendo consumida por las enfermedades de la po-breza y se carece de expectativas. Es lógico que la revolución en Nicaragua o la guerrilla en El Salvador hayan reclutado de este sector la mayor parte de su fuerza social y política, o que en México ocurra otro tanto con la guerrilla zapatista. Si en algún momento la pequeña producción independiente en el campo representó una válvula de escape para los confl ic-tos sociales, hoy en día aparece claro que una solución que

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no atacaba los problemas de fondo y que no vino acompaña-da por esta última, sólo podía operar parcial y provisional-mente.

Antes de avanzar conclusiones, será necesario abordar, así sea brevemente, la cuestión de los efectos sobre el deve-nir campesino del confl icto entre capital y naturaleza, con-fl icto que ha sido ignorado en esta refl exión hasta ahora, pero que demanda atención. La evolución de los precios agrí-colas es una de las manifestaciones más visibles de este con-fl icto, por lo que la tomaremos como punto de partida.

Indices de precios* internacionalesBase 1990 = 100

Producto 1980 2000Arroz 127.4 94.3Maíz** 114.9 70.1Trigo 118.9 84.0Sorgo 124.0 84.7Algodón fi bra 113.2 60.8Azúcar 229.2 64.5Banano 69.1 77.2Café 184.0 101.3Camarón 93.9 139.8Carnes vacunas 109.1 76.0Tabaco 79.9 76.1

Fuente: CEPAL, 2001*En dólares por toneladas. **Estados Unidos, Chicago.

La reducción de los costos unitarios como resultado de los avances en la productividad, es una tendencia general de la producción capitalista, que en general se ve refl ejada en el movimiento de los precios. En el largo plazo, los precios uni-tarios tienden a bajar porque cae su valor. Y así ha sido en el proceso histórico. Sin embargo, en los últimos tiempos, y en particular durante la segunda mitad de la primera década de este siglo, dicho movimiento ha sido seriamente perturba-do. Los precios de los productos primarios se han incremen-tado, a pesar de la volatilidad de sus movimientos. Crecieron durante la bonanza exportadora de 2003-2008; cayeron en 2009 en los peores momentos de la actual crisis, pero volvie-

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ron a incrementarse en 2010, especialmente durante el se-gundo semestre de ese año. Distintos factores que se han desencadenado con fuerza particular durante la presente etapa, y a los cuales ya hemos hecho referencia, explican estos aumentos. El punto aquí es que se trata de factores que han surgido como resultado de la explotación capitalis-ta, pero que al mismo tiempo cuestionan la continuidad de esta última; ponen de relieve, al igual que otros factores, que las modalidades actuales de explotación capitalista de la na-turaleza están en crisis. Destacan en este sentido:

1) Los efectos del cambio climático. Es verdad que no se conocen todavía estudios que midan, aun en términos de aproximación, los efectos del cambio climático en la región, aparte de las previsiones construidas sobre la base de esce-narios posibles. Aunque se ha informado sobre las extensio-nes afectadas por eventos climáticos en algunos países, es posible cuestionar que estos efectos sean con toda certidum-bre parte de la nueva situación que se ha dado en llamar “cambio climático”. Sin embargo, el impacto negativo de es-tos efectos, aunque aún no pueda medirse, puede darse por cierto. Los agricultores saben por experiencia que el princi-pal riesgo de su actividad es la variabilidad climática, y la observación académica ha podido constatar la relación entre estos eventos naturales y los precios agrícolas. “La fuente más recurrente de variabilidad de los precios en la agricul-tura ha estado históricamente constituida por eventos cli-máticos extremos”. Y también se sabe

que la frecuencia de inundaciones y sequías en el continente americano se ha multiplicado por veinte entre la primera mitad del siglo pasado y los años 2000. Estos desastres climáticos han generado pérdidas de cosechas a nivel mundial, provocando no sólo vaivenes en las cotizaciones de los precios de los productos agrícolas, sino también hambrunas en las regiones más vulne-rables (CEPAL/FAO/IICA: 2011: 13).

2) Los aumentos en los precios del petróleo por razones ya discutidas, inciden directamente en los costos de los in-sumos agrícolas y del transporte. Según estimaciones, sólo

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los fertilizantes se han encarecido entre 90% y 150% en los primeros diez años de este siglo. Como la época del petróleo barato puede darse ya por superada —y aunque se deje de lado la volatilidad en sus precios como resultado de eventos internacionales de distinto tipo—, es razonable esperar que los precios agrícolas tiendan a estabilizarse en un cierto ni-vel alto, al menos mientras la ciencia no descubra nuevos in-sumos y medios de transporte. El peak oil ha contribuido de este modo a perturbar el curso normal de las cosas en cuanto a la evolución de los precios bajo el capitalismo.

3) La producción de biocombustibles ha afectado la pro-ducción de alimentos. Una parte creciente de la cosecha de maíz se ha venido enviando a las destilerías de etanol, y una parte creciente de la producción de aceites vegetales está siendo utilizada para la obtención de biodiesel; ambos productos han surgido y evolucionado con gran éxito duran-te la tercera etapa. Junto con ello, un nuevo confl icto rela-cionado con el uso de la tierra se ha abierto, poniendo en evidencia una nueva paradoja: el medio ambiente, al igual que los capitales que ahora gozan de acceso a combustibles más baratos, podrían verse benefi ciados con el uso de las nuevas tecnologías —aunque la discusión al respecto no está todavía resuelta—; pero al mismo tiempo se ven afec-tadas las condiciones de vida, en particular las de la pobla-ción más pobre, precisamente la menos culpable del cambio climático.

Como factores adicionales, se han destacado los siguientes:

– La demanda mundial de alimentos se ha incrementado por el cambio de los patrones de consumo en regiones del Asia, especialmente en China e India, favoreciendo en particular el consumo de cárnicos y lácteos, aumen-tando también la demanda de forrajes y promoviendo cambios en el uso agrícola del suelo.

– La fi nancierización y la especulación también han sido señaladas como factores de las alzas de precios. El nú-mero de contratos de futuros en granos básicos, creció fuertemente en la primera década, y se sabe que conti-núa por esa ruta a inicios de la segunda década. Pero

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no parece razonable afi rmar que estos procesos sean causas principales del incremento de los precios. Con todo, la evidencia disponible sí empuja a reconocer que la existencia de liquidez en dólares resultante de la po-lítica fi scal estadounidense, ha reforzado el desarrollo de prácticas especulativas y el impacto de los fenóme-nos que, por un lado, han afectado la producción de ali-mentos y, por otro, han incrementado su demanda.

– En un contexto semejante sólo cabía esperar que las reservas de granos cayeran constantemente en el mer-cado mundial, como efectivamente lo hicieron. Desde 1995 se han reducido a una tasa promedio anual de 4%. Entre los ciclos 2009-2010 y 2010 y 2011, las reservas de maíz y trigo han continuado cayendo.

– Algunos países decidieron reducir sus exportaciones con vistas a garantizar los abastecimientos internos.

El FMI ha advertido que “el mundo quizá deba acostum-brarse a alimentos caros” (González, 2011). La incertidum-bre que se trasluce en la declaración refl eja las dudas que, en este caso, el organismo revela en cuanto a las causas del fenómeno. Aunque atribuye las alzas “de los últimos nueve meses” a “fenómenos transitorios, como las alteraciones cli-máticas”, también reconoce la intervención de causas estruc-turales como el incremento de la demanda, que es lo que fun-damenta su pronóstico. Pero también sabemos que dichas “alteraciones” han sido incorporadas a la cotidianidad de la vida del planeta, como resultado de la explotación irracional de los recursos naturales por la producción capitalista, y que deberá pasar no sólo un largo periodo sino una seria reorga-nización productiva social y política, antes de que se llegue a controlarlas. Todavía no estamos en condiciones de apreciar con certeza hasta dónde el capitalismo ha sido capaz de dis-torsionar sus propias condiciones de existencia.

La cuestión aquí es saber si los pequeños productores, y el campesinado entre ellos, se han visto o no favorecidos por el incremento de los precios de los alimentos, o, dicho de otra manera, si los cambios en la condiciones de funcionamiento del capitalismo han operado o no en su favor.

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El impacto de un incremento tendencial de los precios por un periodo prolongado sobre las condiciones de vida de los pequeños productores, depende fundamentalmente, en prin-cipio, de la relación entre sus ventas y sus compras. Pero si, en relación con el campesino, nos atenemos al supuesto de que su producto le permite sobrevivir, la nueva relación de precios apenas le permitirá compensar los precios más altos de los bienes de consumo que debe comprar. No hay razones para pensar que el mayor ingreso que podría obtener gracias a sus ventas no será absorbido por el mayor precio de los bienes que compra, ni que la volatilidad de los precios pueda operar en su favor, excepto incidentalmente.

Los pequeños productores no pueden incrementar su pro-ducción a fi n de aprovechar con efi cacia las oportunidades del mercado. Carecen de acceso al crédito, a la innovación tecnológica e incluso a las tecnologías existentes, a las cade-nas productivas y comerciales vinculadas a los grandes mer-cados, y ni siquiera pueden modifi car su patrón de produc-ción, excepto cuando se trata de desplazarse hacia cultivos menos costosos, como ocurre en los casos en que se abandona la producción de alimentos para seres humanos para concen-trarse en ciertos forrajes.

De hecho, cierta evidencia demuestra que los sectores menos protegidos tienden a un mayor empobrecimiento como resultado del aumento de los precios. Así, CEPAL, FAO e IICA informan que en el marco del aumento en los precios en 2007-2008, se estima que el 20% más pobre de la población de Guatemala y Perú redujo su consumo de calorías en 8.7 y 18.7%, respectivamente. En ambos países, “la mayoría de las familias, entre ellas las pertenecientes a hogares agrí-colas, pierden ante una situación de aumento en los precios de alimentos”. A su vez, como cabe esperar, “el impacto es mayor en familias pobres que dedican un alto porcentaje del presupuesto del hogar al consumo de alimentos” (2011: 24-25). Para los pequeños productores, el curso de su devenir económico no mejorará como resultado de la estabilización por un tiempo de un nuevo nivel de precios; es decir, el incre-mento de los precios no revierte la tendencia de la economía campesina a su descomposición.

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Sin embargo, los procesos que tienen un impacto sobre la posición de los productores del campo respecto de la eco-nomía dominante, no se reducen a la dinámica específi ca de la producción campesina. Según se percibe en el caso de México, en el seno de la agricultura capitalista están te-niendo lugar desarrollos que vienen agudizando su deterio-rada situación, pero que también están dejando su marca entre los sectores más débiles de la propia “producción em-presarial”. La reorientación del crecimiento que sitúa como eje al mercado externo, redujo los estímulos a la produc-ción en la medida en que contrajo el mercado interno. Esta contracción aparecía al principio como una condición para hacer posibles la conversión de la producción y el despla-zamiento de los capitales hacia bienes para la exportación; pero la nueva situación devino luego en un factor inherente al esquema de crecimiento, en la medida en que éste envi-lecía el trabajo y concentraba drásticamente el ingreso. El funcionamiento económico internalizó unos elevados nive-les de desempleo, un crecimiento del PIB por persona muy inferior al del periodo de crecimiento orientado al mercado interno (más de 3% entre 1945 y 1980, contra 1.6% entre 1990 y 2000, y 1.7% entre 2001 y 2009), y unos más altos niveles de pobreza.

Esta evolución de los precios, en el marco de un des-envolvimiento regular del capitalismo, informaba de los cambios en la productividad y, por tanto, refl ejaba el tipo de desafíos a que eran llamados los productores latinoame-ricanos en cuanto a la introducción de progreso tecnológico. Pero, en los hechos, la apertura comercial venía a poner a la agricultura y a la producción pecuaria frente al desafío de competir con capitales que producen en mejores condi-ciones y controlan el progreso tecnológico, o que simple-mente tienen un más fácil acceso al mismo. De este modo, la agricultura capitalista local fue situada, respecto de la producción de los países desarrollados, en una posición de desventaja similar a la que son empujados los campesinos por ella. En efecto, la comparación de la productividad en-tre América Latina y Europa, EUA y Canadá, arroja los siguientes resultados:

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DIFERENCIAS EN LA PRODUCTIVIDAD(DÓLARES INTERNACIONALES DE 1980)

Productividad Año Europa EUA y Canadá A. LatinaF. de trabajo 1970 1 904 11 571 1 058

1990 4 747 22 561 1 588t.de labranza 1970 450 218 332

1990 577 317 428Tasa de crecimiento

19701990

4.7 1.3

3.4 1.9

2.1 1.3

Fuente: CEPAL, 1995 a.10

Esta situación no mejoraría durante la década de los no-venta ni durante la primera década de este siglo. Por el con-trario, la productividad relativa de la agricultura, la caza, la silvicultura y la pesca respecto de la productividad del mismo sector en Estados Unidos, pasó de representar 14.2 % en 1990 a 13.3% en 1998, a 10.7% en 2003 y a 7% en 2008 (CEPAL, 2010). Es decir, la brecha, antes que reducirse, se extendió. Esto en condiciones donde el crecimiento de la pro-ductividad en Estados Unidos fue mucho menor que el creci-miento que tuvo lugar en la mayor parte de Asia. Al mismo tiempo, las exportaciones agrícolas, aunque en mucho menor medida que las exportaciones mineras, también contribuye-ron a contener la tendencia al défi cit comercial entre 2003 y 2008. Ello sugiere que el incremento de las exportaciones

10 Detrás de estas diferencias, hay un uso muy dispar de insumos y una dis-tancia que no cede significativamente al respecto. Por. ejemplo, para ocho países desarrollados (Canadá, Estados Unidos, Bélgica, Noruega, Francia, Suecia, Reino Unido e Italia) se ha observado un uso de 6.28 tractores por cada cien trabajadores en promedio en 1970. En 1990, el número de trac-tores había aumentado a 13.24. En 10 países latinoamericanos (Uruguay, Argentina, Venezuela, Chile, Brasil, Costa Rica, México, Paraguay, Colom-bia y Guatemala), el número de tractores que se usaba en 1970 era de 0.39 por cada cien trabajadores (o 3.90 por cada mil), cifra que aumentó apenas a 0.69 veinte años después. Lo mismo ocurre con los fertilizantes. En el primer grupo de países se emplearon en promedio 120.6 kilógramos de ferti-lizantes por hectárea en 1970, y 136.0 en 1990. En el mismo grupo de países de la región se consumieron 6.97 y 16.85 en los años indicados.

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del sector descansó fundamentalmente en el incremento de los precios y no en los avances en productividad basados en la incorporación de progreso tecnológico. Como ya se ha su-gerido, y al margen de condiciones naturales especiales, si se ha avanzado en la productividad mediante inversiones en innovación, ello habrá ocurrido preferentemente entre las grandes empresas. Se confi rmaría de este modo el patrón tradicional de incorporación de progreso tecnológico en la re-gión durante las últimas décadas:

Los sectores más modernos y capitalizados estuvieron en condi-ciones de introducir innovaciones tecnológicas, mayores grados de mecanización y de orientar su producción hacia las activi-dades más prometedoras. En cambio, los pequeños productores sufrieron un estancamiento y, en muchos casos, un retroceso, debido a sus difi cultades para acceder al crédito, la tecnología y a los mercados, así como a su concentración en cultivos tradi-cionales, que compiten con las importaciones (CEPAL, 2004: 76).

De modo que si la situación de los precios representaba una posibilidad para el desarrollo agrícola, esta oportunidad fue aprovechada por los países desarrollados, y en mucho menor medida por algunos países como Brasil. Esta situa-ción es claramente ilustrada por la producción mundial de cereales en 2007 (Graziano, 2009).

El impacto de esta situación salta a la vista: la agricul-tura latinoamericana da nuevos pasos hacia atrás en sus condiciones para competir en el mercado mundial. De ello se sigue que la apertura comercial ha de traducirse en nuevos golpes a la agricultura regional, que en conjunto parece no encontrar la manera de mejorar su posición internacional. Pero no menos signifi cativas son las repercusiones sociales internas de esta situación. En principio, ello debería tradu-cirse en un empobrecimiento de los productores medios y pequeños orientados al mercado interno; pero, en el fondo de las cosas, nos encontramos con desarrollos mucho más complejos. Se trata, en realidad, de una evolución que se traduce en deslizamientos sociales “hacia abajo”, los cuales han venido a engrosar las fi las de la producción campesina,

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como si ésta necesitara compensar, aunque sólo fuera débil-mente, su propia descomposición. En efecto, si se observan con atención los detalles de este proceso, se encontrará que su contenido es la campesinización de una cierta masa de empresarios capitalistas.

A raíz de la evolución a la baja de los precios, se modifi có la extensión de cultivo que permitía el sostenimiento de las familias, pero también el mínimo que permitía la obtención de una ganancia que hiciera viable la producción capitalista. La CEPAL constató esta situación, para el caso de México, en los siguientes términos:

La caída del ingreso en la producción de granos en el segmento tradicional de productores se ha refl ejado en una tendencia ha-cia la concentración de la producción. […] Sólo produciendo en extensiones más grandes, los agricultores han podido mantener el nivel de ingresos que tenían a principios de los ochenta. Ello, por supuesto, ha implicado la salida de varios agricultores del mercado.

Algunos agricultores entrevistados señalan que, si anterior-mente lograban un ingreso adecuado con 100 hectáreas sembra-das de granos, ahora requieren producir en 250 hectáreas para más o menos mantener su nivel de ingresos. Así la producción de granos se ha convertido en una actividad de “volumen”; ade-más ahora demanda una mayor capacidad de análisis por parte del agricultor sobre la mejor combinación de insumos a aplicar, dados los constantes cambios en sus precios relativos y, ante la contracción del crédito para el agro, el agricultor debe contar con el sufi ciente capital para fi nanciar él mismo su actividad. Nuevamente, sólo un segmento relativamente reducido de pro-ductores cuenta con estas habilidades (CEPAL, 1999:74).

Una cierta masa de capitalistas que no estamos en con-diciones de precisar numéricamente, fue de este modo em-pujada a la producción para la subsistencia. Las estadísti-cas apoyan esta aproximación, aunque no necesariamente la demuestran. Por un lado, cayó de manera dramática el

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número de empleadores de fuerza de trabajo —en México se estimaban en 855 168 para 1988 (CEPAL, 1999), en tanto que la encuesta nacional de empleo de abril-junio de 2000 registra sólo 166 557 (INEGI, 2000)—; por otro, el número de trabajadores agropecuarios asegurados en el Instituto Mexi-cano de Seguridad Social ha caído en 21% entre 1982 y 1998, mientras que ha crecido el número de trabajadores por cuen-ta propia de 1 924 854 (CEPAL, 1999) a 2 669 355 entre 1988 y 2000 (INEGI, 2000).

En una investigación que tuvimos la oportunidad de con-ducir, llevada a cabo por Imelda Castro en Zacatecas (Méxi-co), se pudo confi rmar la sensatez de este postulado (Castro, 1996). Se constató la existencia de empresarios capitalistas que se vieron obligados o bien a reducir al mínimo el uso de fuerza de trabajo asalariada, o bien a abandonarla comple-tamente para hacer descansar la producción en el trabajo familiar; que desecharon el uso del tractor para reempla-zarlo por la yunta; que han transformado tierras de riego en tierras de temporal por los altos costos de la electricidad; que han dejado de aspirar a una ganancia para concentrar-se en el consumo, y que constituyen una realidad bastante difundida en el agro de este estado. Es cierto que en México hay condiciones especiales para la aceleración de estos des-plazamientos de clase, ya que están de por medio no sólo las constantes recesiones, sino también una brutal ofensiva del capital fi nanciero contra los productores, en particular los medianos y pequeños, que privó a éstos de crédito y los transformó en deudores de largo plazo. Pero la tendencia ge-neral de la economía ya apuntaba en esa dirección, y no será fácil revertir realmente esta situación mientras las condi-ciones generales del desenvolvimiento económico persistan.

Políticamente, estos desplazamientos sociales en el agro mexicano también han tenido su expresión específi ca, como en realidad cabía esperar.11 Del curso de los acontecimientos

11 El movimiento político de los productores del campo en México ha encon-trado diversas expresiones, las cuales corresponden a las diferencias objeti-vas que existen entre ellos. Una expresión más adecuada a la producción de infrasubsistencia es el movimiento zapatista surgido en Chiapas. A su vez,

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en el nivel político nada puede anticiparse todavía, ni siquie-ra los juicios sobre su evolución hasta ahora. No se puede descartar tampoco que el movimiento reciente de los precios esté conteniendo al menos la transmutación de capitalistas en campesinos.

De lo que no cabe duda es que el siglo XXI se inauguró con una creciente acumulación de tensiones en el campo lati-noamericano, acumulación que se arrastra desde las últimas décadas del siglo pasado y se prolonga agudizando cada vez más la necesidad de una respuesta. Los rasgos propios del colonialismo industrial permanecen intocados; ello impide a la región abordar por sí misma los grandes desafíos que le plantean la permanente creación de sobrepoblación, la crisis general que se vive, el confl icto que ha estallado entre la producción y la naturaleza, y el grave problema energético que este último contiene.

En suma, no existe un proceso puro de extinción del cam-pesinado que permita ver a éste como una especie que pudo fortalecerse con base en los desarrollos políticos del pasa-do, y que en la actualidad carece de fuerza para sobrevi-vir; el campesinado también ha estado reclutando nuevos miembros de entre los capitalistas arruinados, quienes se han visto forzados por el propio avance del capitalismo en la agricultura, a renunciar a sus anhelos de ganancia y a refugiarse en la producción para el consumo. La lógica por la cual la riqueza se concentra al mismo tiempo que se ex-tiende la pobreza, también hace posible que se propague la producción no capitalista al lado de la expansión de la gran empresa.

los productores capitalistas pequeños y medianos que están siendo arroja-dos a la economía campesina, encontraron su expresión orgánica más ade-cuada en El Barzón. La apertura de ciertas posibilidades para la resolución de los problemas financieros de estos últimos dentro del esquema económi-co en práctica, logra por momentos contener la radicalización de sus luchas.

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6. HACIA LA DESCOLONIZACIÓN

Superar el subdesarrollo y deshacerse del colonialismo in-dustrial son la misma cosa. De lo que se trata es de refor-mular la estructura económica interna, de modo que ésta deje de relacionarse con el mundo desarrollado en una posi-ción subordinada y como objeto de dominación. Ésta es con seguridad una tarea urgente y de enorme signifi cado para las sociedades latinoamericanas. Sin embargo, los datos de la realidad contemporánea suscitan dudas sobre su posibi-lidad; o deberían hacerlo, porque las rutas objetivamente abiertas en los países más importantes de la región están to-davía a una distancia considerable del punto en que empieza la construcción de una sociedad realmente superior.

Ya puede verse que el tema cae lejos de las preocupacio-nes de la ideología y la política dominantes, donde la repro-ducción del actual estado básico de cosas ocupa toda la aten-ción; en cambio, para el pensamiento social crítico de la re-gión, esta cuestión debe fi gurar entre las prioridades de la agenda del debate actual. En este capítulo intentamos con-tribuir a dicho debate con las proposiciones expuestas a lo largo de este libro. A una determinada concepción de la rea-lidad corresponden unas determinadas nociones sobre el ca-mino para superarla, con la fl exibilidad que permita ajustar-las a los inevitables cambios que cotidianamente tienen lu-gar en el ambiente socioeconómico, político y cultural; es decir: las refl exiones que siguen están fundadas en el apara-to conceptual que hemos expuesto, pero también en la situa-ción global tal como la apreciamos en 2013.

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1. La cuestión de la forma socialde la producción

El colonialismo industrial y el subdesarrollo pueden supe-rarse por la vía capitalista. Así lo han demostrado las ex-periencias de los “países emergentes” y ninguna negación absoluta de esta posibilidad en la región puede derivarse de las diferencias en tiempo y espacio. El régimen político en esas experiencias, por su parte, varía según la historia y la cultura de los países y según el avance del proceso; pero la base social sobre la cual tiene lugar es la misma: la separa-ción del trabajador y los medios de producción; es decir: la organización política del capitalismo en el proceso ha estado abierta a diferentes posibilidades (en general, a dictaduras y democracias). Esas experiencias ofrecen valiosas señales a la hora de refl exionar sobre las posibilidades de la región, siempre y cuando seamos capaces de aprehender las especi-fi cidades que marcan distancias en el tiempo y en el espacio, así como diferencias sociales y económicas. Claro, también esto está vinculado a las posiciones teóricas con las cuales se abordan los diferentes escenarios.

Sin embargo, los auspicios de la ruta capitalista no son estimulantes. El capitalismo mismo, como modo de explota-ción de unos hombres por otros, empuja a pensar en si la su-peración del subdesarrollo realmente promete algún cambio signifi cativo en términos de bienestar social. La situación global en la actualidad reduce aún más el crédito que me-rece esta salida. Destaquemos algunos rasgos: el desarrollo capitalista ya se está mostrando incapaz de resolver proble-mas vitales de sectores crecientes de la población. Los altos niveles de desempleo (con la emergencia y crecimiento de una sobrepoblación consolidada), la expansión de necesida-des insatisfechas, los esfuerzos frustrados por salir del en-deudamiento entre las familias de trabajadores, la enorme e irracional concentración de la riqueza, las incontrarresta-bles tendencias a la violencia y a las guerras, la irrupción desbordante de la criminalidad en la vida cotidiana, el des-carnado e interminable asalto a conquistas democráticas, la represión, la corrupción y demás, informan del proceso de

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descomposición en que se encuentra inmersa la sociedad. Lo peor es que aún no se vislumbra en el horizonte imaginable el punto fi nal de esta tragedia creada por el capital y para el capital.

No es para nada claro que la superación del subdesarrollo por la vía del capitalismo pueda contribuir a detener estas tendencias. Ciertamente, la situación de un país que acce-de a su descolonización mejorará respecto de su situación anterior; pero a nivel global, las ventajas que se obtienen con la superación del subdesarrollo en un punto del sistema colonial, desactivan los mecanismos de benefi cio para el otro polo, al menos en términos de empleo y estabilidad social y política. Del desarrollo capitalista sólo puede esperarse una creciente expansión de la miseria a la par que una concen-tración de la riqueza, la cual cada vez es menos una cuestión de la extracción de plusvalor y cada vez más un asunto de la distribución de este último.

El capitalismo no resolverá la contradicción que ha crea-do entre la producción y la naturaleza. Es un confl icto rela-cionado con la irracionalidad económica creada por el afán de ganancia. Enorme entusiasmo ha generado la producción de gas de esquisto, a tal punto que en Estados Unidos fi guró de manera importante, como bandera para la independencia energética, en el repique de campanas que culminó con la re-elección de Barack Obama. Ello a pesar de que sus impactos negativos sobre la evolución del cambio climático y el medio ambiente han sido denunciados desde las más diversas pos-turas económicas y políticas. Entre estos impactos han sido destacados: a) el uso de volúmenes de agua muy superiores a los requeridos por la extracción de gas convencional; b) destruye fuentes de agua dulce y tiene efectos sísmicos ya comprobados; c) el producto de las explotaciones es mucho menor que las explotaciones de gas convencional, por lo que sus efectos sobre el medio ambiente son mayores. Los pozos se agotan más rápidamente, de modo que inversiones cada vez mayores son requeridas sólo para mantener los niveles de producción. Así y todo, en Estados Unidos, el país donde la producción de gas de esquisto ha tenido mayor avance, se redujeron los precios del gas. Como resultado cayeron el con-

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sumo de carbón y su precio, favoreciendo sus exportaciones y la distribución de sus efectos contaminantes hacia otros paí-ses, al mismo tiempo que se ha desalentado la investigación de energías alternativas; d) el proceso de extracción provoca fugas de metano, mucho más contaminante que el CO2, de modo que la reducción de este último no signifi ca una baja proporcional en la generación de contaminantes. Razones de este tipo han inhibido la explotación del gas de esquisto en Europa. Francia, Rumania, República Checa y Bulgaria de-tuvieron sus proyectos de explotación. En fi n, el caso de este nuevo producto milagro viene a confi rmar la falta de interés del capital por el cuidado de la naturaleza.

Inmerso en esta doble contradicción, agravada en la pre-sente etapa (relaciones de producción y naturaleza), la pro-ducción capitalista no logra dar con la salida para ninguna de las dos. Desde 2000-2002, la producción en el mundo de-sarrollado no logra avanzar de manera estable; en la prácti-ca, más bien sufre convulsiones profundas (2007-2009), y ya casi ha agotado los métodos con que les ha hecho frente (en-deudamiento, bajas tasas de interés). Ya entrada la segunda década, no se visualizan tiempos mejores para el Occidente desarrollado.

Y a pesar de todo, tampoco el socialismo parece realizable en la región en el corto y mediano plazos, y de seguro no lo será en el horizonte de un par de décadas, a menos que en el entretanto ocurran revoluciones en los países desarrollados. Entendemos aquí por socialismo las nociones esbozadas por Marx (Figueroa, 1999: Apéndice). Entre los motivos por los que no es razonable pensar en esta salida por ahora, desta-camos los siguientes:

Los trabajadores sólo podrían alcanzar un control parcial de los medios de producción y de la producción misma; es decir, están incapacitados para acceder al control que per-mita romper la separación. La barrera es el subdesarrollo mismo. La fuerza laboral no se ha desarrollado hasta el pun-to en que puede asumir el comando de la producción. Como ya lo hemos dicho, tras la apropiación continúan separados los bienes materiales y el conocimiento que los creó. Este último, en lo fundamental, permanece bajo el control de

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los países capitalistas desarrollados. Como en la economía subdesarrollada no existe la división entre trabajo general y trabajo inmediato, tampoco existe la posibilidad de iniciar la disolución de esta separación. No sería posible, por tan-to, acceder a una sostenible soberanía económica ni al pleno ejercicio de la democracia que es consustancial al socialismo. Éste es un tema crucial. El desarrollo capitalista transformó la producción en una función de la ciencia; el desafío prin-cipal para el socialismo es, por consiguiente, arrebatarle al capital el control sobre el trabajo científi co. Antes de que eso ocurra, no puede afi rmarse que haya ocurrido una revolu-ción en las relaciones de producción. Ciertamente, el control sobre el trabajo científi co no es una cuestión secundaria.

Por cuanto la economía, bajo un régimen pretendida-mente socialista, conservaría así por un tiempo su carác-ter subdesarrollado, también persistirían las difi cultades económicas derivadas de ese carácter. Desde luego, puede argüirse que ése es el precio que hay que pagar mientras los trabajadores se las arreglan para avanzar en la creación de la capacidad propia para generar progreso. Esta visión ideal ignora el contexto imperialista en que se desenvuel-ven los países de la región, y que la tarea del socialismo es fi nalmente terminar con todo capitalismo y, por lo tanto, con todo imperialismo. Desde luego, si el socialismo estuviera instalado en los países desarrollados, o en algunos de ellos, esa ruta sería probablemente viable, además de deseable. Pero no es así; los datos de la estructura social y material deben ser considerados, y éstos muestran que los dados es-tán cargados contra cualquier intento de práctica socialis-ta-revolucionaria.

Un gobierno de los trabajadores no podría impedir que el control del trabajo general sea usado como fuerza política en su contra; por el contrario, estimularía su uso. El boicot al acceso a los bienes de producción y de consumo, y a las fuentes de fi nanciamiento e inversión, agravaría dramáti-camente las difi cultades. Para ello no es necesario un gran alarde por parte de los países dominantes. Se trata de fl ujos de recursos que “legítimamente” controlan. La experiencia del gobierno chileno de la Unidad Popular está todavía de-

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masiado cercana para ignorarla, en lo que se refi ere al poder del boicot colonialista.

En tal contexto, por un lado se estrecha el margen para la satisfacción de las necesidades y demandas populares, y los inevitables brotes de descontento no se hacen esperar; por otro, la base social interna del colonialismo encuentra un campo cada vez más propicio para la lucha contra el go-bierno. El desenlace ofrece dos posibilidades: a) un endureci-miento del gobierno y la precipitación del autoritarismo, y b) un derrocamiento del gobierno.

Tampoco se visualiza la existencia de las condiciones sub-jetivas adecuadas para el ascenso de la lucha por el socia-lismo; a saber: a) un ascenso generalizado de la lucha de masas; b) la emergencia de un poder dual; c) la existencia de una organización consagrada a la tarea de hacer crecer el poder popular hasta elevarlo a la condición de nuevo Estado, esto es, de revolucionar el Estado; y d) una crisis grave de la dominación económica, política y moral del capital. Es cier-to que el convulsionado mundo actual ofrece un ambiente donde estas condiciones aparecen en ciernes; pero también es evidente su estado embrionario. Lo que ahora procede es intentar contribuir, desde la trinchera de cada cual, por hu-milde y precaria que sea, al crecimiento de todo movimiento anticapitalista.

El socialismo, tal como fue concebido por Marx y Engels, aparece vedado por ahora como ruta para la descolonización de la región. Esta conclusión es desalentadora respecto de los grandes desafíos planteados a la humanidad, pero al mis-mo tiempo contribuye a una mejor defi nición de las tareas del presente. El marxismo —el de Marx y Engels— es un llamado a movilizar la esperanza racional en que el hombre puede llegar a dominar su destino. Pero advierte de manera contundente que no es sensato proponerse objetivos veda-dos por las condiciones históricas concretas en que se desen-vuelve. Y al tiempo que deplora la situación de un hombre encadenado a situaciones que no corresponden a su esencia humana, le proporciona también instrumentos para com-prender su mundo, y las posibilidades y limitaciones para su transformación. Lo importante ahora es que el empuje

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revolucionario, la generosa determinación de hombres que ofrecen su vida por un mundo mejor, no termine producien-do mentiras.

Desde la perspectiva del mundo subdesarrollado, aparece con toda claridad el hecho de que hoy en día el socialismo sólo tiene perspectivas como proyecto internacional, y que su instauración en al menos uno o varios países desarrollados, es su condición sine qua non. El éxito defi nitivo del socialis-mo sobrevendrá cuando la democracia del trabajo se haya establecido en la mayor parte del planeta, o a lo menos en las regiones económicamente dominantes, y empiecen allí a fl orecer las relaciones comunistas entre las personas.

Lo deseable no es, hoy por hoy, posible. Cierto, esta pro-posición no es reconocida como verdad por las comunidades indígenas cuyos modos de vida no sólo les permiten prescin-dir de los avances tecnológicos sino que además les hacen ver éstos, no sin razón, más bien como medios de destruc-ción. Son opciones que la izquierda humanista debe proteger y defender. Con la misma fuerza ha de defenderse el dere-cho del trabajador del capital a hacerse de los medios que él mismo ha creado y a utilizarlos en su benefi cio para el desarrollo sostenible de todos. Y si ello no es posible en la ac-tualidad de la región, será necesario encontrar fórmulas que permitan acercarse a ese mundo donde los sueños adquieren fundamentación material como ya ha ocurrido en el mundo desarrollado.

Los propios acontecimientos de la región sugieren rutas por las que es posible transitar; en América Latina ya ha aparecido un tipo de gobierno popular que bien podría apor-tar un modelo político para impulsar la descolonización. Se trata de gobiernos cuyo principal objetivo no es impulsar ni proteger la ganancia, pero que al mismo tiempo la reconocen como una realidad del entorno. No son gobiernos anticapita-listas, pero tienen la disposición y los programas para con-tener algunas de las tendencias más perversas del sistema, y en sus agendas los intereses populares ocupan un lugar prioritario. Se encuentran trabajando en la construcción de alianzas intrarregionales que bien podrían llegar a satisfa-cer una condición de la descolonización: la colaboración y

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la solidaridad que se requieren para organizar esfuerzos y capacidades comunes, y para crear un amplio frente anti-imperialista. Desde este entorno podría gestionarse mejor la popularización de la ciencia, haciéndola penetrar en la sociedad. Sus programas en este campo, sin embargo, no son claros, y no refl ejan en la práctica la voluntad política de los gobiernos; pero sobre su base se podría pensar en condicio-nes políticas y económicas para la descolonización, al mismo tiempo que se contribuye al impulso de los movimientos so-ciales en el mundo. Ésta es la vía más a mano para avanzar en la creación de condiciones objetivas que permitan al tra-bajo apropiarse de su destino

Las experiencias económicas exitosas de otras regiones habrán de servirnos como una valiosa fuente de ideas para la refl exión. Sin embargo, ninguna de estas experiencias puede ser simplemente copiada, por lo que primero que nada será necesario intentar detectar las especifi cidades más no-tables de la región.

2. Datos propios de la región

Entre estas especifi cidades, es de suma relevancia tener en cuenta las siguientes.

Existe un sector empresarial fuertemente posicionado en la economía y en la política de la región, a diferencia, por ejemplo, de la China socialista en sus inicios. Con escasas excepciones entre sus miembros, este sector ha desdeñado la importancia del trabajo científi co en el interior de los países y ha optado por depender de la creación de conocimiento en los países desarrollados. Esta práctica denota una ausencia de conciencia nacionalista, lo que se traduce en una falta de interés por avanzar en la construcción de bases materiales para un desenvolvimiento que confíe en las capacidades in-ternas y para un ejercicio de la soberanía. Es el método que los capitalistas locales adoptaron desde su emergencia como tales, y son ciertamente un obstáculo para la expansión lo-cal de facultades que permitan enfrentar el mundo exterior de tal manera que las relaciones económicas internacionales

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no sean causas de desequilibrios sistemáticos. Los empresa-rios locales, a diferencia de sus pares en Corea del Sur, no aparecen como agentes de la transformación que la región necesita, al menos no inicialmente.

La ciencia misma, como parte sustantiva del proceso de trabajo, se encuentra fi rmemente enraizada en la produc-ción; pero existe una fuerte disociación entre la actividad científi ca local y los procesos económicos. La ciencia que se practica en la región no ha logrado hacerse de un espacio signifi cativo en la actividad económica. En particular, la instalación y la operación de los procesos industriales más avanzados proceden con una gran indiferencia hacia los la-boratorios y capacidades locales.

En la medida en que actualmente el cambio climático y la defensa de la naturaleza constituyen efectivamente una preocupación —y deben serlo para toda mirada racional y humanista hoy día—, la agenda científi ca asume un conteni-do que rompe con la dinámica que ha adoptado hasta ahora. Desplazar a las inercias del desarrollo capitalista seguido hasta aquí, es ciertamente una empresa difícil y compleja. La ciencia en general no conoce la libertad de moverse al margen de las necesidades del capitalismo. Pero la ciencia latinoamericana no ha llegado todavía a esclavizarse en los afanes egoístas de las empresas, lo cual le ofrece un espacio para diseñar una agenda orientada a las necesidades más sentidas de la población y de la naturaleza.

En contra de las ideas que circulan como recomendacio-nes de organismos internacionales como el Banco Mundial, la OCDE y el Banco Interamericano de Desarrollo, será nece-sario:

– Reafi rmar que la búsqueda de la ciencia y de las tecno-logías que la sociedad necesita, no es un proceso prin-cipalmente empresarial; en el caso de la región, es una responsabilidad política fundamental del Estado y de las instituciones de educación superior.

– Precisar el concepto de la transferencia de tecnolo-gía. Ésta adquiere real signifi cado si sirve a los fi nes de la creación y desarrollo de capacidades locales. La

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transferencia real está ligada a la apropiación nacional del conocimiento tácito y objetivado en las tecnologías que ingresan desde el exterior desarrollado. A su vez, esos conocimientos han de pasar a formar parte de los acervos nacionales, de modo que puedan diseminarse a través de la economía y servir como insumos para desarrollos endógenos.

Por lo mismo, el mecanismo principal para la transferen-cia de tecnologías no es la inversión extranjera directa o la adquisición de derechos para su uso, sino el manejo local que los países puedan hacer de ellas. El mismo comercio puede apoyar la transferencia de tecnología, a condición de que las importaciones sean seguidas por procesos de “ingeniería in-versa”. Cabe hacer notar también que el uso que puede ha-cerse del conocimiento no obedece sólo a consideraciones de orden económico, y que cuando es así, esas consideraciones no se reducen al afán de ganancia.

Los países deben reservar para sí el derecho a levantar mecanismos de protección de los esfuerzos locales, cada vez que el éxito de los mismos así lo requiera. La lucha por la soberanía nacional exige que la misma sea ejercida desde el principio.

La política del conocimiento no consiste básicamente en superar rezagos. No se trata de proponerse hacer lo que los países desarrollados hacen, aun cuando ello pudiera con-siderarse un logro extraordinario. La cuestión principal es que los países subdesarrollados puedan abrir derroteros pro-pios, lo cual es de enorme importancia en el actual contexto histórico, donde el mundo aparece atrapado en inercias que complican enormemente la búsqueda de soluciones a un con-fl icto históricamente original (cambio climático y agotamien-to de recursos clave junto con una crisis de las relaciones capitalistas que presenta problemas insolubles, como el del empleo, en el marco de las soluciones tradicionales).

La noción de que las universidades, y todo el sistema edu-cativo, cumplirán su misión en la medida en que respondan a las necesidades de la industria, es paralizante; en lo rela-tivo a las necesidades tecnológicas, la industria las satisface

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mediante las importaciones y no presenta desafíos signifi ca-tivos a las instituciones locales.

Desde diferentes perspectivas, pues, las señales del mer-cado apuntan a la reproducción del actual estado de cosas y en nada favorecen los proyectos nacionales. Por lo demás, el record histórico no ofrece ejemplos exitosos basados en la su-jeción al mercado. Esta última, en nuestro caso, fi nalmente no es otra cosa que la subordinación a los países desarrolla-dos y el sostenimiento del colonialismo industrial.

3. El gobierno

En el marco de la renovación periódica de poderes institu-cionales, el lapso de que un gobierno dispone es un periodo demasiado breve para que enfrente con éxito los nuevos de-safíos. La creación de una masa crítica nacional de trabajo científi co vinculado a la producción, supone tareas perma-nentes que deberán abordarse en gobiernos sucesivos, en el transcurso de unos veinte años. Por otra parte, a diferencia de otras experiencias que abordaron el proceso con gobier-nos autoritarios, el esfuerzo descolonizador cobra realmente sentido en el marco de impulsos democráticos y populares que se hacen realidad y se refuerzan constantemente. La verdadera base de sustentación del proyecto nacional debe estar constituida por los sectores populares; y el medio natu-ral de desenvolvimiento y expansión económica y política de estos últimos, es la democracia. Sobre esa base, la conduc-ción política puede proponerse avanzar hacia un consenso socialmente amplio para la construcción de una soberanía nacional capaz de movilizar, en torno a un gran objetivo, la energía transformadora de la sociedad.

Desde esta perspectiva, es necesario antes que nada pro-ducir una imagen del país en que la gran mayoría de la po-blación quiere vivir y que, por lo mismo, se desea construir. Una visión semejante de la nación debe, si no recoger la opi-nión de los más amplios sectores y resultar del diseño colecti-vo, por lo menos considerar la búsqueda de atributos moral-mente incuestionables. De este modo, a manera de ejemplo,

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debería describir un lugar donde: 1) la población goza de so-beranía y es consciente de que puede ejercerla sin tener que arrodillarse ante humillantes exigencias de poderes globa-les; es decir: la sociedad decide libremente sobre su devenir económico, político y cultural, y la voz de sus representantes es escuchada con respeto en el ámbito internacional; 2) todos los ciudadanos gozan efectivamente de los mismos derechos; 3) la vida política transcurre libre de corrupción, autoritaris-mo, corporativismo, clientelismo y privilegios insultantes; 4) se respetan incondicionalmente los derechos humanos y la-borales internacionalmente reconocidos; 5) reinan la paz, la armonía y la solidaridad, por lo que la población siente que efectivamente puede ejercer su derecho a la felicidad; 6) el crecimiento económico transcurre de manera sostenida, pro-tegiendo el medio ambiente, y todos gozan de sus frutos; 7) no existen monopolios que dañen el crecimiento económico o que ahoguen la formación de ideas y opiniones.

Entre todos los actores de este proceso, destaca el Estado como su coordinador, pero también como agente económico. Ningún Estado en el mundo desarrollado ha renunciado a su gestión del desarrollo en nombre de supuestas demandas liberales, aun cuando éstas, como en el caso de Estados Uni-dos en el periodo neoliberal, hayan provocado una defi ciente gestión estatal del desarrollo; y mucho menos un Estado que se proponga elevar el país a la condición de economía desa-rrollada, puede desentenderse de su responsabilidad, que en este caso aparece como la gestión originaria del desarrollo. El activismo estatal, en este caso, tampoco contiene compro-miso con doctrinas del pasado, sino que resulta de la natura-leza misma del proceso, el cual busca precisamente superar el pasado.

La superación del subdesarrollo y del colonialismo in-dustrial es principalmente un problema de voluntad política encarnada en el Estado. Nada importante en un proceso de este tipo es meramente espontáneo o puede ser enteramente confi ado a las “fuerzas del mercado”. Por otro lado, no cabe esperar una incorporación rápida de la mayor parte del sec-tor empresarial al esfuerzo nacional. Su integración efectiva será gradual, en la medida en que la superación del sub-

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desarrollo vaya revelando que el proceso también contiene ventajas para ellos. Para los capitalistas, siempre orienta-dos por el afán de ganancia, no será difícil llegar a percibir que la producción interna de tecnología también tiene más ventajas para ellos que la importación de la misma, en tér-minos de la aparición de nuevas esferas para la explotación capitalista, para la expansión del empleo y de la demanda interna, y del combate a las prácticas monopólicas de precios sobre el conocimiento y sus productos. Pero sólo mediante la actividad del Estado se puede avanzar en dirección a poner de manifi esto esas ventajas.

El proyecto busca poner fi n a la integración asimétrica de la economía en el mercado mundial. No se trata, como a me-nudo se reclama, de vincular la ciencia y la producción ma-terial. Ese vínculo ya existe, pero está separado socialmen-te (trabajo general y trabajo inmediato) y territorialmente (países colonizadores y colonizados). La tarea primera es desplazar hacia el interior de la economía las fuentes de co-nocimiento, lo cual sólo puede hacerse en un proceso gra-dual que permita a la nación apropiarse de conocimientos que van ganando en complejidad de tal manera que al cabo la ubiquen en líneas de frontera. Por ello, la tarea implica asimismo un activismo estatal en el plano internacional, con miras a negociar un nuevo trato con los centros hegemónicos; un nuevo arreglo que permita una efectiva transferencia de tecnología y la construcción de capacidades para la creación endógena de progreso. No se puede descartar la apropiación nacional de bienes en manos del capital extranjero, lo cual es un legítimo derecho de las naciones, en particular si se trata de recursos vitales para el éxito del proceso. Sin embargo, no debemos olvidar que la expropiación en sí misma no es una medida estrictamente nacional; lo que realmente importa es la apropiación del conocimiento objetivado en los bienes, y el signifi cado que en cada caso una expropiación puede tener para la creación de capacidades locales.

Al mismo tiempo, es necesario profundizar las relacio-nes especialmente con “el Sur”, reforzando las agrupaciones progresistas ya existente entre países de América Latina, lo cual debe traducirse, entre otras cosas, en un mejor posicio-

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namiento para la negociación con “el Norte”. Pero también el mundo emergente de Asia ofrece un espacio prometedor de relaciones.

La política exterior no será defi nida por la elección del librecambio o del proteccionismo. El proteccionismo será necesario para la construcción y maduración de proyectos productivos nacionales y es reconocido como un instrumento inevitable en ese marco; pero, al mismo tiempo, cada proyec-to debe ser sometido a un proceso de apertura gradual. Por otro lado, una intervención no controlada del Estado puede resultar en paralizaciones no deseadas del desenvolvimien-to económico. No es que se abran y expongan de este modo vulnerabilidades al exterior; éstas ya existen y tienden a debilitar los esfuerzos nacionales en benefi cio de intereses extranjeros y particulares. De lo que se trata es de debili-tar progresivamente a estos últimos; a partir de la concien-cia que se tome de ello, será posible diseñar medidas para neutralizarlos. Se requiere, por consiguiente, fl exibilidad y pragmatismo, sobre la base de una conducción económica y política atenta a las circunstancias que van abriéndose paso.

Desde luego, tampoco se trata de la opción entre producir para el mercado interno o producir para el mercado mun-dial, pues las dos son posibilidades lógicas e históricas pro-pias del subdesarrollo latinoamericano. La superación del colonialismo no puede lograrse por los caminos que sencilla-mente reproducen sus modos de operar. El mercado interno debe crecer porque en la medida en que avance el proceso, crecerán también el empleo y los salarios; pero ello no tiene por qué ocurrir a costa del dinamismo de las exportaciones. Éstas son cruciales para el desenvolvimiento económico, y su expansión no sólo genera mayores ingresos; también hace crecer el mercado interno, y cabe esperar que este efecto sea cada vez mayor, no sólo por la formación de empresas nacionales para la exportación, sino también por los efec-tos esperados de un nuevo arreglo con el capital extranjero. En México, por ejemplo, el principal sector exportador es la manufactura; pero en relación con la industria maquilado-ra, la contribución local al valor de las exportaciones queda reducido al precio de la fuerza de trabajo y a una proporción

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insignifi cante de los insumos (2%- 3%). Este estado de cosas es insostenible en el marco de un proceso de descolonización industrial, y debe ser revisado a fi n de que el país eleve sos-tenidamente su participación en la producción de los bienes exportados y se apropie del conocimiento involucrado en la misma. Asimismo, como ya se ha sugerido, la actividad eco-nómica debe informarse sobre la existencia de áreas prote-gidas del mercado interno en las que se incuben y crezcan industrias nacionales que posteriormente decidirán sobre orientaciones predilectas de mercado. Todas estas políticas pueden ser complementadas con programas tipo Buy Ame-rican a fi n de estimular el consumo de los productos de la creatividad local y difundir sus ventajas.

Es necesario reconocer el papel que cumple la demanda, el mercado, pues desde ahí provienen constantes estímulos y desafíos a la creación de conocimiento y de sus aplicaciones, que así ve garantizado su crecimiento. Pero al mismo tiem-po y en cada momento, es necesario ver que sólo es sensato embarcarse en aquellos proyectos que estén efectivamente al alcance de las capacidades locales y en la línea de los ob-jetivos nacionales. Por eso la toma de decisiones involucra directamente tanto a los productores como a los usuarios del conocimiento, así como al gobierno.

En otras experiencias, la inversión extranjera ha desem-peñado un papel importante, y no ha sido distinto en el caso de la región. La clave consiste en lograr arreglos que permi-tan a ésta la participación en el diseño y la construcción de las plantas, el acceso al dominio de los procesos, una parti-cipación creciente en la provisión de insumos, la califi cación de fuerza local de trabajo, el desarrollo de capacidades para la administración de la tecnología, etcétera. Es necesario levantar un sistema de regulación de los ingresos de tecno-logía en la economía local. En relación con este punto, es necesario hacer notar que la experiencia disponible en paí-ses como Corea, indica que la capacidad negociadora con el capital extranjero está estrechamente ligada a la existencia de conocimientos y capacidades locales, cuya organización es una de las primeras tareas que debe abordar el Estado. América Latina cuenta con una cantidad nada despreciable

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de recursos y habilidades desigualmente distribuidas según los países, pero también puede recurrir a la intervención de científi cos locales que se desenvuelven en el exterior. La contribución de estos últimos, con quienes ya existen casos de experiencias de colaboración a través de redes, puede ser muy importante.

La promoción de empresas conjuntas por parte de capi-tales nacionales y extranjeros constituye un método que, al fusionar intereses, abre espacios a diversos mecanismos de colaboración.

También el país puede recurrir a la importación de tecno-logía, ya sea de paquetes tecnológicos con vistas a desfrag-mentarlos para hurgar en sus secretos, aprender de ellos y buscar modifi carlos; o bien de fragmentos tecnológicos con miras a procesar localmente su integración en un nuevo bien o paquete. En cualquier caso, el ingreso de tecnología deberá ser controlado para el benefi cio del desarrollo de las capaci-dades propias.

Seguramente, el proceso quedaría mejor concebido y se facilitaría su dirección, si previamente se defi nen áreas en las cuales concentrar la atención inicialmente. En un medio de recursos limitados, parece aconsejable concentrar los es-fuerzos en los sectores críticos. Esta tarea es específi ca para cada país, o grupo de países. Lo más conveniente en este sentido es avanzar en aquellos sectores que son estratégicos para la economía y para el proyecto mismo. Luego, dentro de estos sectores, pero también en el conjunto de la economía, conviene defi nir los rubros en que interesa trabajar desde un comienzo con el sector privado. La localización de rubros que pueden llegar a ser manejados a partir de los niveles de tecnología existentes, puede llegar a representar desafíos estimulantes y gratifi cantes.

En la defi nición de áreas preferentes, también es impor-tante tomar en cuenta el amplio rango de factores que con-dicionan la vida económica y política en la actualidad. Entre dichos factores cabe destacar: 1) una crisis capitalista que demanda un rediseño de la arquitectura industrial y donde todo el mundo está convocado a crear procesos industriales que permitan proteger el medio ambiente —y un gobierno

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comprometido con el bienestar general no puede dejar de acudir al llamado. El petróleo seguirá siendo necesario a despecho de su poder contaminante; pero el mejor uso que puede darse a los benefi cios que reporta y que reportará de manera creciente, es la inversión en la búsqueda de energías alternativas; 2) algunas empresas en la región han realizado esfuerzos serios y más o menos sostenidos para el desarro-llo de capacidades propias. Es necesario buscar una estre-cha colaboración con estas empresas, tanto para apoyar sus actividades como para socializar sus experiencias en todo lo que sea procedente. Lo mismo debe llevarse a cabo con los sectores del Estado que han sufrido menos los impactos desalentadores del neoliberalismo en cuanto al impulso a la investigación y el desarrollo. Por ejemplo, la armada mexi-cana se encuentra desarrollando aeronaves sin piloto, y de acuerdo con la información periodística —que no hemos po-dido corroborar todavía— acerca de los primeros resultados, ya hay un estimado de los ahorros en costos sobre la base de dichas primicias, y hasta se visualizan posibilidades para la exportación. Si efectivamente ello es así, se trata de un logro impresionante, dado que las inversiones iniciales en este tipo de obras son generalmente elevadas. De lo que no cabe duda es que la armada mexicana ha logrado atesorar, a través de su historia, una importante masa de habilidades que el país puede impulsar y explotar para fi nes de paz y de-sarrollo. Diversas áreas de la economía brasileña informan de un potencial similar o aun superior, aunque limitado por los condicionamientos de prácticas neoliberales, como en el caso de la nanotecnología.

El Estado debe refl ejar en su propia organización la dis-posición a superar el colonialismo industrial y a construir la soberanía nacional. La creación de una Secretaría de Ciencia e Industria podría satisfacer ese requisito. La idea aquí es sintetizar institucionalmente la unidad de los factores que dan forma a la “sociedad del conocimiento”, aunque esa uni-dad, ciertamente, no constituye un fenómeno de las últimas décadas, como podría suponerse por el uso más generalizado de la noción de “sociedad del conocimiento”. Entre las fun-ciones de dicha Secretaría, destacarían: la elaboración del

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plan nacional de desarrollo para la ciencia y la industria (in-cluyendo la defi nición de áreas estratégicas); la coordinación del proceso industrial y de la creación y expansión de capa-cidades locales; el establecimiento de programas de investi-gación y desarrollo para las áreas estratégicas; el impulso a la investigación y el desarrollo en las empresas privadas; coordinar la relación de las instituciones de educación supe-rior y otras instituciones públicas con las empresas privadas para la realización de proyectos específi cos.

El mejoramiento y la expansión de la infraestructura científi ca es una condición ineludible para iniciar la desco-lonización. La inversión en ciencia y tecnología es actual-mente insignifi cante, apenas sufi ciente para que los países puedan, en el contexto de sus respectivas realidades indus-triales, responder a las exigencias del progreso en el marco de su posición subordinada y periférica. Será necesario ele-var la inversión de manera sustancial en los primeros dos o tres años, según el estado de la actividad científi ca en cada país, el cual es ampliamente desigual en la región. Un obje-tivo razonable para los próximos veinte años es llegar a 2.5% - 3% del PIB, pero ello lo irá dictando el propio desarrollo del proceso; no se trata de demandar aumentos de la inversión en investigación y desarrollo en el vacío, o en benefi cio de la ciencia por sí misma, por razonable que ello parezca.

4. La transformación de la universidad

La universidad latinoamericana está llamada a cumplir un papel fundamental en la transformación de la sociedad, es-pecialmente en la organización del trabajo científi co para la producción y el desarrollo de habilidades para la generación interna de desarrollo material. Se trata sin duda de una enorme demanda, cuyo signifi cado podrá percibirse mejor si tomamos nota, como estamos obligados a hacer, de su situa-ción estructural y actual en la sociedad.

Desde el punto de vista de la economía capitalista, se es-pera que la universidad cumpla a lo menos las siguientes funciones:

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La producción de conocimientos y, si procede, el procesa-miento de la aplicación productiva de los mismos. Es perci-bida como un agente importante del desenvolvimiento ma-terial del capitalismo por su actividad en la investigación y en la experimentación. Al mismo tiempo, ha participado en la construcción de visiones amplias y alternativas respecto de las rutas deseables para el desarrollo económico, y desde esa perspectiva, también ha contribuido a la reproducción simbólica de la sociedad. Esa autonomía ha sido reducida en la presente fase, ya que por las razones expuestas, los gobiernos las han empujado a dirigir con mayor énfasis sus preocupaciones a la solución de los problemas de las empre-sas, por sobre aquellos que vive la economía.

Con la introducción del nuevo esquema de creación de conocimiento para la producción, la investigación aplicada ha adquirido un dinamismo mucho más profundo como ac-tividad universitaria. Incluso ha venido a modifi car las fór-mulas tradicionales para defi nir la funcionalidad universita-ria. Por ejemplo, el Banco Mundial sostenía respecto de las instituciones de educación superior, dentro de las cuales se ubica la universidad: “Estas instituciones producen nuevo conocimiento científi co y tecnológico a través de la investi-gación y de la educación avanzada y sirven como correas de transmisión para la transferencia, adaptación y difusión de conocimiento generado en cualquier otro lugar del mundo” (World Bank, 1995: 23). En la actualidad, las relaciones de la universidad con la empresa han pasado a obtener un sen-tido económico mucho más directo. Más todavía, la univer-sidad no se limita a la autorización de sus patentes o a la prestación de servicios productivos y a la consultoría para atender problemas existentes en la industria. La universi-dad está pasando a la producción de ideas para la creación de nuevas fi rmas. Etzkowitz y Dsizah informan que “la Aso-ciación de Directores de Universidades Tecnológicas identi-fi can 1.460 millones de dólares en ingresos provenientes de la autorización de patentes en el año fi scal 2000 y la forma-ción de 3.376 fi rmas basadas en tecnología autorizadas por las universidades desde 1980” (2010: 496). Esta transforma-ción informa del enorme potencial creativo que ha logrado

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atesorar la universidad en el mundo desarrollado. También informa de peligros. La mercantilización de las ideas como fuente de recursos para el crecimiento de la investigación en las universidades, atenta contra su misión como proveedora y difusora de conocimientos para la sociedad en su conjun-to; las envuelve en dinámicas competitivas, obligándolas a reformular su relación entre sí, y tiende a hacer coincidir el interés particular de cada universidad con el desarrollo de intereses privados.

La producción de fuerza de trabajo califi cada. La uni-versidad entrega a la sociedad una amplia gama de pro-fesionistas en el más alto nivel que puede proporcionar la educación formal. Desde luego, el proceso de capacitación continúa avanzando por medio de la práctica permanente, debido a los cambios que continuamente se introducen en los entornos tecnológicos. No sólo produce la universidad profesionistas para el trabajo inmediato en tareas de inge-niería, planeación, controles y demás, sino también para el trabajo científi co a través de la formación de investiga-dores. Esto último ha incrementado la importancia de la universidad pública en particular, ya que es el lugar don-de se concentra la mayor parte de esta actividad. Genera también personal califi cado para la oferta de servicios a través de profesiones liberales. Desde luego, también éste es un momento de la funcionalidad universitaria donde también la universidad procede en colaboración directa con la industria.

La producción de los cuadros requeridos para la conduc-ción económica, social, política y cultural de la sociedad. Cabe señalar que aquí el Banco Mundial es mucho más acer-tado. Sostiene: “Las instituciones de educación superior tie-nen la responsabilidad principal de equipar a los individuos con los conocimientos avanzados y las califi caciones que se requieren en posiciones de responsabilidad en el gobierno, los negocios y las profesiones” (World Bank, 1995: 23). La mayor parte de estos cuadros no se elevan a la conducción de las sociedades como productos directos de la formación universitaria, y generalmente requieren de un periodo de entrenamiento en sus respectivas actividades. En contextos

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de relativa apertura ideológica, la universidad no sólo les proporciona la califi cación que requieren como profesionis-tas, sino también la visión de universalidad que necesitan para proyectarse hacia posiciones de liderazgo. Es en este plano donde la posición de la universidad como espacio para la discusión de los grandes problemas del mundo y de las na-ciones, adquiere su mayor relevancia. Las sociedades necesi-tan estar abiertas a distintas perspectivas sobre su devenir y estos espacios son expresión de esta necesidad, excepto en contextos totalitarios.

La producción de ideología para la legitimación de la do-minación. Se incluye aquí la producción de crítica orientada al mejoramiento de la sociedad. La crítica radical no es una función que el capital reconozca como propia de la univer-sidad, pero debe soportarla en razón del sentido de univer-salidad que estas instituciones han conquistado para sí. El totalitarismo recuerda que para funcionar adecuadamente, en ocasiones es necesario deshacerse de la crítica, aun si no es radical; pero como su estabilidad no descansa en las ideas sino en la fuerza, el totalitarismo es como un gran defecto de la sociedad en la que se establece y, por tanto, como una ra-dical crítica del sistema que defi ende. La universidad, como creadora de ideas, es un factor fundamental para el desen-volvimiento del sistema.

La universidad latinoamericana no ejecuta la primera función. Debido a la ideología y a la práctica de una clase dominante que se formó en el seno del mercado mundial y extrajo de este vínculo su modo específi co de producir, la emergencia y expansión del capitalismo nunca requirió de una universidad dedicada al impulso del desarrollo tecno-lógico. Por eso creció aislada de los intereses concretos de los empresarios y del desarrollo tecnológico en general. El desarrollo de la ciencia en su seno se gestó por intereses pu-ramente académicos, y tendió a concentrarse en los postu-lados generales. Su vínculo más importante con la sociedad tuvo lugar a través de la formación de profesionistas, entre los que destacaron los médicos, abogados e ingenieros. In-cluso en este plano, la docencia fue impartida a una escasa proporción de la población, por profesores que normalmente

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debían complementar sus ingresos con otras ocupaciones, en detrimento de la calidad de su trabajo académico.

En las décadas de 1950 y 1960, la situación se modifi ca de manera signifi cativa. La universidad empieza a masifi -carse, la investigación continúa en lo principal dejando a la curiosidad la defi nición de sus temas y orientándose hacia el campo de la investigación básica. En el plano social hubo importantes avances en la discusión y la creación de para-digmas sobre la organización y el funcionamiento de la so-ciedad regional. Surgen y se enfrentan escuelas importantes de pensamiento, entre las que destacan la CEPAL, por un lado, y las teorías de la dependencia, por otro. En un contexto de tendencias hacia la democratización de las sociedades, cre-ció y se desarrolló la universidad crítica, en cuyo seno se gestaron teorías e incluso organizaciones políticas con conte-nidos anticapitalistas más o menos claros. En particular, la revolución cubana contribuyó a la aparición de generaciones comprometidas con el cuestionamiento radical del sistema social vigente. La universidad racionalizó el descontento so-cial y reforzó con estudios y militancia la movilización en el campo y la ciudad. Las reformas universitarias del último tercio de la década de 1960 en Europa, vendrían a fortalecer todavía más estas tendencias.

La institución amplió de este modo la distancia que la separaba del mundo de los negocios, en particular de los grandes negocios del capital extranjero, y aparecería opo-niendo incluso mayores difi cultades para su integración a los esquemas promovidos por la globalización neoliberal. Las reformas orientadas a la adecuación de la educación superior conforme a las exigencias del entorno neoliberal, debieron descansar en la represión, ya fuera abierta, a tra-vés de totalitarismos sin control, o camufl ada, como en el caso de las restricciones presupuestarias. Pero de hecho, ya concluida la primera década del presente siglo, la uni-versidad latinoamericana ni siquiera se acerca a las reac-ciones que estas instituciones han mostrado en los países desarrollados. Como cabía esperar, continúan prisioneras del colonialismo que las reformas neoliberales buscaron profundizar.

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Desde que las universidades en América Latina son las instituciones que ejecutan la mayor parte de la investigación científi ca en la región, así sea de manera limitada y de rele-vancia marginal para las empresas, lo que hemos señalado en relación con la vinculación entre la comunidad científi ca local y las empresas (capítulo III), es válido en primer lugar para ellas, por lo que no hemos de insistir en este tema. En realidad, tampoco la universidad ha podido responder a las demandas relacionadas con la producción de fuerza califi -cada de trabajo que las transformaciones económicas han planteado; y ha sido necesario recurrir a métodos como la internacionalización de la educación superior con vistas a cubrir vacíos internos en términos de la calidad requerida, para responder a los nuevos ritmos del cambio tecnológico.

Las transformaciones económicas, en especial durante la década de 1990, dieron lugar a un proceso más o menos generalizado de incorporación de tecnologías a ritmos no co-nocidos en la región. Para la operación de los nuevos me-dios de producción que arribaban a la región, era necesario, entonces, reformular la califi cación de la fuerza de trabajo, elevándola y recalifi cándola en el caso de aquellas compe-tencias que perdían relevancia debido al cambio tecnológico. Además, se requería hacerlo de manera rápida. La univer-sidad, con su estructura de carreras largas y su vocación de saber integral (además de sus rezagos en cuanto al cono-cimiento de los nuevos modos tecnológicos de producir que aparecen constantemente), no aparecía como la institución más adecuada a las necesidades de las empresas. Al mismo tiempo, la política de reducción del gasto público, y las no-ciones generales del neoliberalismo relacionadas con la ac-tividad estatal, obstruían la inversión en educación pública universitaria. El camino elegido buscaría articular tres polí-ticas complementarias: 1) la extensión de la educación supe-rior más allá de las universidades; 2) la privatización de la educación superior, y 3) la transformación de la propia vida universitaria para dar lugar a instituciones efectivamente útiles para la empresa privada.

La transformación tendría lugar por fases y en espacios de tiempo distintos en los diferentes países. Fueron inicia-

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das, al igual que otros aspectos de la transformación, en el Cono Sur del subcontinente, bajo regímenes totalitarios es-pecialmente en Chile, Argentina y Uruguay, aunque con di-ferenciada intensidad y alcances. De hecho, posteriormente organismos como el Banco Mundial tomaron como ejemplo esos casos, en particular el de Chile, sin ninguna referen-cia al hecho de que los cambios orientados a una califi cación más masiva de la fuerza de trabajo tuvieron lugar allí como resultado de las imposiciones de una sangrienta dictadura. Por otra parte, estos procesos de cambio se estrellarían con-tra obstáculos desde fi nes de los 1990, con la aparición de gobiernos que decidieron enfrentarse al neoliberalismo y donde la educación superior está escribiendo su propia histo-ria. De todos modos, las transformaciones neoliberales han dejado su huella en la fi sonomía de la educación superior latinoamericana.

Salta a la vista que las universidades cumplirán su papel en la transformación de la sociedad sólo si logran transfor-marse ellas mismas, o más precisamente, lo harán mientras procesan su propia re-funcionalización de cara a la socie-dad. Estas instituciones promueven a la vez que expresan el cambio que conducirá a la descolonización. Una vez más, la voluntad política es el factor determinante, porque las universidades, dentro del entramado de instituciones y re-laciones de poder en la sociedad, no constituyen un factor independiente, capaces de determinar por sí mismas sus prácticas.

5. La política de ciencia y educación

Un gobierno anticolonial querrá difundir un nuevo concepto de la ciencia, en particular en el seno de la propia comunidad científi ca, lo cual debe traducirse en una modifi cación de la visión que el hombre de ciencia tiene de sí mismo. Los objeti-vos fundamentales del conocimiento, los que constituyen su razón de ser, son: el bienestar de la población, en especial de los sectores populares; la protección de la naturaleza y de la vida; la equidad social, la libertad y el pleno ejercicio de los

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derechos sociales y políticos. Tales habrán de ser también las preocupaciones fundamentales del hombre de ciencia.

La organización académica deberá reformularse para atender las nuevas tareas. No se puede desdeñar el desarro-llo de las disciplinas ni la necesidad del diálogo entre ellas para la generación de nuevo conocimiento científi co. Pero, para los efectos de las innovaciones tecnológicas, las disci-plinas no se agrupan con arreglo a sus afi nidades, sino en función de las necesidades que resultan de los proyectos es-pecífi cos de innovación. Es necesario, por lo mismo, superar los esquemas de organización de las actividades académicas por áreas del conocimiento e introducir la fl exibilidad que haga posible cualquier asociación no prevista.

El concepto mismo de la educación debe ser revisado, con miras a que ésta abandone el aislamiento del campus y bus-que combinar la enseñanza de la escuela con la actividad productiva; así al estudiante le será dado apreciar, a través de la práctica misma, la operación de principios generales en la producción material y nutrirse de esta última cada vez que se proponga embarcarse en proyectos para hacer avan-zar el conocimiento.

El nuevo rol de las universidades reclamará un esfuerzo enorme desde el principio. La universidad no habrá de limi-tar su intervención a un momento específi co del proceso de creación y de cambio tecnológico, como lo es la investigación básica. Deberá, por el contrario, como ha ocurrido en China, involucrarse activamente en la creación, objetivación, difu-sión y comercialización del conocimiento. Si se ve impulsada a crear y dirigir empresas, deberá hacerlo hasta que puedan ser transferidas a la sociedad.

Del mismo modo, parece conveniente abrir a los investi-gadores la posibilidad de crear empresas, proporcionándoles el apoyo necesario para ello, a la vez que continúan atados a la actividad académica.

La universidad que fabrica bienes y servicios provee la más elevada imagen de la institución que la gestión origi-naria del desarrollo requiere. No implica simplemente a la producción de bienes o servicios, sino también la formación de habilidades para la creación de innovaciones, o sea, la

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entrega a la sociedad de profesionistas que no se dedican simplemente a reproducir con cierta efi ciencia procesos pro-ductivos, sino que además pueden aportar conocimiento objetivado y tácito para la innovación. Esta misma imagen es lo que puede extender en la sociedad la confi anza en las capacidades locales. La experiencia china en este terreno seguramente puede enriquecer el diseño de proyectos. Fi-nalmente, también esta imagen de universidad proyecta la forma más elemental del vínculo entre la ciencia creativa y la producción, es decir, la forma de la transformación que la universidad debe llevar a cabo para el ejercicio del rol que la gestión originaria del desarrollo le demanda.

Los éxitos productivos de las instituciones del conoci-miento probablemente movilizarán el interés de otros secto-res hasta ahora poco conscientes de la importancia económi-ca de la actividad científi ca.

En un sentido bastante preciso, las instituciones de edu-cación superior deberán ser consideradas la fuente principal de transferencia y diseminación de conocimiento horizontal en la sociedad. Desde luego, es necesario buscar la colabora-ción con el sector empresarial, en particular con la pequeña y mediana empresas. Probablemente este sector representa el espacio más apropiado para la creación y difusión de tec-nología en las primeras fases del proceso, y también para la popularización de la ciencia en niveles de complejidad mane-jables por las instituciones.

La difusión más fructífera del conocimiento es proba-blemente aquella que tiene lugar mediante la solución de problemas concretos de las empresas, por cuanto enseña a los trabajadores a imitar, a practicar ingeniería inversa. Es importante vincular la difusión con las iniciativas populares pertinentes. La difusión no debe limitarse a informar sobre lo que existe, sino que debe tomar lo existente como el punto de partida para que los trabajadores vayan superando sus propias capacidades en cuanto al uso del conocimiento. Por ejemplo, motivarlos a avanzar desde la reparación de partes a su manufactura, y de ahí a la manufactura de equipos. En este mismo proceso, sería conveniente buscar el desarrollo de relaciones de dependencia de las grandes empresas a las

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pequeñas y medianas, y viceversa, de modo que las deman-das de las primeras constituyan constantemente un motivo de expansión de las segundas.

Pero también es necesaria la relación con aquellas em-presas nacionales que llevan o han llevado a cabo procesos de innovación, buscando compartir capacidades y el enri-quecimiento recíproco de las mismas. Estos centros proba-blemente se concentran en aprender a usar correctamente medios importados de producción y, mientras ello sea así, será necesario colaborar con ellos en el desarrollo de facul-tades para aprender a crear, de tal modo que la búsqueda de lo nuevo, y no la manipulación de lo novedoso, determine su actividad.

Además, será necesario trabajar conjuntamente con aquellos centros de investigación que operan en organis-mos estatales, y que cuentan con proyectos en marcha. Se requiere que la universidad se apropie de las capacidades existentes en esos centros y que se involucre activamente en sus esfuerzos. Desde ahí, es posible organizar programas de difusión vertical y horizontal del conocimiento que permitan generalizar habilidades hasta ahora concentradas y aisladas del acontecer económico general.

La universidad latinoamericana también tiene ante sí el desafío de embarcarse en la búsqueda de soluciones para problemas cruciales del presente. Tal vez el agua, la alimen-tación, el medio ambiente, la energía, la protección de la vida, etcétera, no movilicen espontáneamente las preocupa-ciones del capital; pero representan preocupaciones crucia-les de la población y deben ser atendidas independientemen-te de las perspectivas de ganancia. La universidad puede hacerlo y un gobierno popular no escatimará su apoyo para estas tareas.

6. En resumen

El colonialismo no es una fatalidad que someta de manera ineludible a las sociedades latinoamericanas. Algunas socie-dades han escapado del mismo y otras lo están haciendo en

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la actualidad. Lo que lo eterniza es la ausencia de voluntad política para superarlo, y las experiencias exitosas de otras so-ciedades constituyen una clara denuncia de esta impotencia autoimpuesta. Dicha voluntad habrá de surgir fuera de los cír-culos tradicionales del poder económico y político en la región.

Una vez adoptada la decisión, la región deberá escarbar en sus propias realidades mediante un acucioso inventario de sus especifi cidades, a fi n de descubrir su propia ruta, es decir, la inescapable originalidad que dará motivos a la imaginación para el descubrimiento de senderos inéditos. No se trata de dar rienda suelta a los afanes por lo novedoso, sino simplemente de hacerse cargo de las situaciones estructurales e históricas que hacen imposible la simple repetición de experiencias.

Mucho menos encontrarán nuestros países una verdadera fuente de políticas para la descolonización en las recomenda-ciones de los organismos internacionales que, en vez de pro-curar modifi car la actual situación, en realidad sólo buscan reproducirla y profundizarla. La recepción acrítica de estas iniciativas corresponde a la actitud pro colonialista que ha ca-racterizado a las élites dominantes desde siempre en la región.

Hemos destacado el enorme papel que correspondería cumplir a las universidades en el proceso de descolonización. Tal vez no hemos puesto un énfasis sufi ciente en ello. Hay, por ejemplo, aspectos culturales de la lucha por el desarrollo que la universidad puede llenar con contenido humano. Las mismas instituciones no deberían involucrarse en cualquier lucha por el desarrollo, sino buscar transformar esta lucha en una campana por la equidad, la libertad, la democracia, el bienestar, el combate a la exclusión, la pobreza, etcétera.

En fi n, hemos intentado aportar algunas refl exiones a la discusión sobre un proyecto para la superación del colonia-lismo. No cabe duda que, a la hora de actuar, los pueblos y sus líderes seguirán sus propios caminos y pondrán a sus procesos los nombres que mejor les parezcan, haciendo caso omiso de las reservas que la historia ha levantado en los espacios de la academia. Pero ello no dispensa a esta última del deber de hacerse oír y de involucrarse en las grandes luchas de los pueblos, con el único propósito de enriquecer la discusión que permita discernir los mejores pasos.

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