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 EL VIZCONDE DE BRAGELONNE TOMO II  Alejandro Dumas
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Alejandro Dumas - El Vizconde de Bragelonne - Tomo II - V1.0

Apr 06, 2018

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Alberto Cartier
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  • 8/2/2019 Alejandro Dumas - El Vizconde de Bragelonne - Tomo II - V1.0

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    EL VIZCONDE DEBRAGELONNE

    TOMO II

    Alejandro Dumas

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    I

    EL NUEVO GENERAL DE LOS JESUITAS

    En tanto que La Vallire y el rey confundan en su primera declaracin todas lapenas pasadas, toda la dicha presente y todas las esperanzas futuras, Fouquet, de vueta a la habitacin que se le haba sealado e

    Palacio, conversaba con Aramis sobre todaquello que precisamente el rey olvidaba.-Decidme ahora -pregunt Fouquet-,

    qu altura estamos en el asunto de Belle-Isley si tenis noticias de all.

    - Seor superintendente -contestAramis-, todo va por ese lado conforme nuestro deseo; los gastos han sido pagados nada se ha traslucido de nuestros designios.

    -Pero, y la guarnicin que el rey que

    ra poner all?-Esta maana he sabido que lleghace quince das.

    -Y cmo se la ha tratado?-Oh! Muy bien.

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    -Y qu se ha hecho de la antiguguarnicin?

    -Fue trasladada a Sarzeal, y desde ala han enviado inmediatamente a Quimper.

    -Y la nueva guarnicin?-Es nuestra ya.-Estis seguro de lo que decs, seo

    de Vannes?-Absolutamente; y ahora veris cm

    ha pasado la cosa.-Ya sabis que de todos los puntos dguarnicin, Belle-Isle es el peor.

    -No lo ignoro, y ya est esto tenido ecuenta; ni all hay espacio, ni comunicacio

    nes, ni mujeres, ni juego; y es una lstima repuso Aramis, con una de esas sonrisas quslo l eran peculiares- ver el ansia con qulos jvenes buscan hoy las diversiones y sinclinan hacia aquel que las paga.

    -Pues procuraremos que se diviertaen Belle-Isle.-Es que si se divierten por cuenta de

    rey, amarn al rey; en cambio, si se aburrepor cuenta de Su Majestad y se divierten po

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    cuenta del seor Fouquet, amarn al seoFouquet.

    -Y habis avisado a mi intendentpara inmediatamente que llegasen...?

    -No; se les ha dejado aburrirse a ssabor durante ocho das; pero al cabo de esttiempo han reclamado, diciendo que los antecesores suyos divertanse ms que ellosContestseles entonces que los antiguos of

    ciales haban sabido atraerse la amistad deseor Fouquet, y que ste, tenindolos poamigos, procur desde entonces que no saburrieran en sus tierras. Esto les hizo reflexionar. Pero, acto continuo, aadi el in

    tendente que, sin prejuzgar las rdenes deseor Fouquet, conoca lo suficiente a su ampara saber que se interesaba por cualquiegentilhombre que estuviese al servicio derey, y que, a pesar de no conocer todava

    los nuevos oficiales, hara por ellos tanto como hiciera por los anteriores.-Perfectamente. Supongo que a la

    promesas habrn seguido los efectos; ya sabis que no permito que se prometa nunca e

    mi nombre sin cumplir.

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    -En seguida psose a disposicin dlos oficiales nuestros dos corsarios y vuestrocaballos, y se les dio la llave de la casa principal, de suerte que forman partidas de caza

    y deliciosos paseos con cuantas mujeres haen Belle-Isle. Ms las que han podido reclutaen las inmediaciones y no han temido marearse.

    -Y hay buena coleccin en Sarzeau

    Vannes, no es cierto?-Oh! En toda la costa -responditranquilamente Aramis.

    -Y para los soldados?-Para stos, vino, excelentes vveres

    buena paga.-Muy bien; de modo...-Que podemos contar con la actua

    guarnicin, ms, si es posible, que con la anterior.

    -Bien.-De lo cual se deduce que, si Dioquiere que nos renueven la guarnicin caddos meses, al cabo de tres aos habr pasado por Belle-Isle, todo el ejrcito, y en vez d

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    tener un regimiento a nuestra disposicintendremos cincuenta mil hombres.

    -Bien supona yo -dijo Fouquet- quno haba en el mundo un amigo ms precios

    e inestimable que vos, seor de Herblay; pero con todas estas cosas -repuso, riendo- nohemos olvidado de nuestro amigo Du-VallonQu es de l? Declaro que en esos tres daque he pasado en Saint-Mand todo lo he o

    vidado.-Oh! Pues yo..., no -replic AramisPorthos se encuentra en Saint-Mand untaden todas sus articulaciones, atestado de almentos y con vinos a todo pasto; he dis

    puesto que le franqueen l paseo del pequeparque, paseo que os habis reservado parvos solo, y usa de l. Ya comienza a podeandar, y ejercita sus fuerzas doblando olmojvenes, o haciendo saltar aejas encina

    como otro Miln de Crotona. Ahora bien, como no hay . leones en el parque, es probablque le encontremos entero.

    Es todo un intrpido nuestro Porthos.-S; pero, entretanto, va a aburrirse.

    -Oh! No lo creis.

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    -Har preguntas.-No, porque no ve a nadie.-De todos modos, espera alguna co

    sa?

    -Le he dado una esperanza que realzaremos algn da, y con eso vive satisfecho

    -Qu esperanza?-La de ser presentado al rey.-Oh! Y con qu carcter?

    -Con el de ingeniero de Belle-Isle.-Tenis razn.-Es cosa que puede hacerse?-S, ciertamente. Y no creis conve

    niente que vuelva a Belle-Isle cuanto antes?

    -Lo creo indispensable, y pienso enviarle lo ms pronto posible. Porthos tienmucha apariencia, y slo conocemos su flacArtagnan, Athos y yo. Porthos nunca se vende, pues est dotado de gran dignidad; e

    presencia de los oficiales har el efecto de upaladn del tiempo de de las Cruzadas. Ebien seguro que emborrachar al Estado Mayor sin emborracharse l, y ser para todoobjeto digno de admiracin y simpata, apart

    de que, si tuvisemos que ejecutar algun

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    orden, Porthos es una consigna viviente, tendremos qu pasar por lo que l diga.

    -Pues enviadle.-Ese es tambin mi proyecto, pero de

    ntro de algunos das, pues habis de sabeuna cosa.

    -Qu?-Que temo a Artagnan. Ya habris ad

    vertido que no se encuentra en Fontaine

    bleau, y Artagnan no es hombre que est ausente u ocioso impunemente. Ya que he terminado mis asuntos, procurar averiguar equ se ocupa Artagnan.

    -Decs que habis terminado vuestro

    asuntos?-S.-En tal caso sois feliz, y por mi part

    quisiera decir lo propio.-Creo que no tengis que temer.

    -Hum!-El rey os recibe perfectamente, nes verdad?

    -S.-Y Colbert os deja en paz? Casi, casi

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    -As, pues -dijo Aramis-, podemopensar en lo que os manifestaba ayer respecto de la pequea.

    -Qu pequea?

    -Ya la habis olvidado?-S.-Respecto de La Vallire.-Ah! Tenis razn.-Os repugna conquistar a esa joven?

    -Por un solo motivo.-Por qu?-Porque ocupa otra mi corazn, y nad

    siento absolutamente hacia esa joven.-Oh, oh! -exclam Aramis-. Dec

    que tenis ocupado el corazn?-S.-Pardiez! Hay que tener cuidado co

    eso!-Por qu?

    -Porque sera cosa terrible tener ocupado el corazn cuando tanto necesitis de lcabeza.

    -Es verdad. Pero ya visteis que apename habis llamado he acudido. Mas, volvien

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    do a la pequea. Qu provecho veis en qule haga la corte?

    -Dicen que el rey ha concebido un capricho por esa pequea, por lo menos seg

    se cree.-Y vos, que todo lo sabis, tenis no

    ticias de algo ms?-S que el rey ha cambiado casi re

    pentinamente; que anteayer el rey era tod

    fuego por Madame; que hace algunos das squej Monsieur de ese fuego a la reina madre; y que ha habido disgustos matrimonialey reprimendas maternales.

    -Cmo habis sabido todo eso?

    -Lo cierto es que lo s.-Y qu?-A consecuencia de tales disgustos

    reprimendas, el rey no ha dirigido la palabrni ha hecho el menor caso de Su Alteza Real

    -Y qu ms?-Despus, se ha dirigido a la seoritde La Vallire. La seorita de La Vallire ecamarista de Madame. Sabis lo que, eamor, se llama una pantalla?

    -Lo s.

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    -Pues bien: la seorita de La Vallires la pantalla de Madame. Aprovechaos desa posicin; bien que, para vos, esa circunstancia la creo innecesaria. No obstante, e

    amor propio herido har la conquista ms fcil; la pequea sabr el secreto del rey y dMadame. Ya sabis el partido que un hombrinteligente puede sacar de un secreto.

    -Pero, cmo he de abrirme paso has

    ta ella?-Eso me preguntis? -repuso Aramis-S, pues no tengo tiempo de ocupar

    me en tal cosa.-Ella es pobre, humilde, y bastar co

    que le creis una posicin. Entonces, ya subyugue al rey como amante, ya llegue a seslo su confidente, siempre habris ganadun nuevo adepto.

    -Esta bien. Y qu hemos de hacer e

    cuanto a esa pequea?-Cuando deseis a una mujer, quhacis, seor superintendente?

    -Le escribo, hago mil protestas damor y mis ofrecimientos correspondientes,

    firmo: Fouquet.

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    -Y ninguna ha resistido hasta ahora?-Slo una -contest Fouquet-; per

    hace cuatro das que ha cedido como laotras.

    -Queris tomaros la molestia de escribir? -pregunt Aramis a Fouquet, presentndole una pluma. Fouquet la cogi.

    -Dictad -le dijo-; tengo de tal modocupada la imaginacin en otra parte,. que n

    acertara a trazar dos lneas.-Vaya, pues -dijo Aramis-; escribid.Y dict lo que sigue:

    "Seorita: Os he visto, y no os sor

    prender que os haya encontrado hermosa."Pero, faltndoos una posicin dign

    de vos, no podis hacer otra cosa que vegetar en la Corte.

    "El amor de un hombre de bien, en e

    caso de que tengis alguna ambicin, podrservir de ayuda a vuestro talento y a vuestragracias.

    "Pongo mi amor a vuestros pies; perocomo un amor, por humilde y prudente qu

    sea, puede comprometer al objeto de su cu

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    to, no conviene que una persona de vuestrmrito se arriesgue a quedar comprometidsin resultado para su porvenir.

    "Si os dignis corresponder a mi car

    o, os probar mi amor su reconocimienthacindoos libre para siempre."

    Despus de escribir Fouquet lo quantecede, mir a Aramis.

    -Firmad -dijo ste.

    -Es cosa necesaria?-Vuestra firma al pie de esa carta valun milln; sin duda lo habis olvidado, mamado superintendente.

    Fouquet firm.

    -Y por quin vais a remitir esa carta-dijo Aramis.-Por un criado excelente.-Estis seguro de l?-Es mi correveidile ordinario.

    -Perfectamente.-Por lo dems, no es pesado el juegque llevamos por este lado?

    -En qu sentido?

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    -Si es verdad lo que decs de las complacencias de la pequea por el rey y por Madame, le dar el rey cuanto dinero desee.

    -Conque el rey tiene dinero?

    pregunt Aramis.-Cscaras! Preciso es que as sea

    cuando no pide.-Oh! Ya pedir, estad seguro!-Hay ms an, y es que yo crea qu

    me hubiera hablado de esas fiestas de Vaux.-Y qu?-Nada ha dicho de eso.-Ya hablar.-Muy cruel creis al rey, amigo Her

    blay. -Al rey, no.-Es joven, y, por lo tanto, bueno.-Es joven, y, por lo tanto, dbil o apa

    sionado; y el seor Colbert tiene en sus villa

    nas manos su debilidad o sus vicios.-Ya vis cmo le temis.-No lo niego.-Pues estoy perdido. Por qu?-Porque mi fuerza con el rey consist

    slo en el dinero.

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    -Y qu?-Y estoy arruinado.-No.-Cmo que no? Estis acaso mejo

    enterado que yo de mis asuntos?-Quiz.-Y si pide que se celebren las fiestas-Las daris.-Pero, y dinero?

    -Os ha faltado acaso alguna vez?-Ah! Si supierais a qu precio me hprocurado el ltimo!

    -El prximo nada os costar.-Y quin me lo dar?

    -Yo.-Vos, seis millones?-Diez, si fuese necesario.-En verdad, amigo Herblay -dijo Fou

    quet-, vuestra confianza me asusta ms a

    que la clera del rey.-Bah!-Pero, quin sois?-Creo que ya me conocis.-Tenis razn; y qu queris?

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    -Quiero en el trono de Francia un soberano que d su entera confianza al seoFouquet, y que el seor Fouquet me sea fiel.

    -Oh! -murmur Fouquet es

    trechndole la mano-. En cuanto a seros fiepodis contar siempre con ello; mas, creedme, seor de Herblay, os hacis ilusiones.

    -En qu?-Jams me dar el rey su entera con

    fianza. -No he afirmado que el rey os d sentera confianza.

    -Pues eso es lo que habis dicho.-No he dicho el rey; te dicho un sobe

    rano. -Y no es igual?-No, por cierto, que hay mucha dife

    rencia.-No os comprendo.

    -Ahora me comprenderis; supongamos que ese soberano fuera otra persona que Luis XIV.

    -Otra persona?-S, que todo lo deba a vos.

    -Imposible.

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    -Hasta su trono.-Oh! Estis loco! No hay ms hombr

    que Luis XIV que pueda ocupar el trono dFrancia. No veo ni uno solo.

    -Pues yo, s.-A menos que sea Monsieur -repus

    Fouquet, mirando a Aramis con ansiedad...- Pero Monsieur...-No es Monsieur

    -Y cmo queris que un prncipe quno sea de la sangre, que no tenga derechalguno...?

    -El rey que yo me doy, es decir, el quos daris vos mismo, ser cuanto tenga qu

    ser, no os preocupis.-Cuidado, seor de Herblay, qu mhacis estremecer. Aramis sonri.

    -As como as, ese estremecimiento ocuesta muy poco -dijo.

    -Repito que me asustis.Aramis volvi a sonrer.-Y os res con esa calma? -dijo Fou

    quet.

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    -Y cuando llegue el da reiris vos como yo; pero, por ahora, debo ser slo yo eque ra.

    -No comprendo.

    -Cuando llegue el da, ya me explicar, no tengis miedo. Ni vos sois san Pedro nyo Jess, y, sin embargo, os dir: "Hombrde poca fe, por qu dudas?"

    -Diantre! Dudo..., dudo porque n

    veo. -Es que entonces estis ciego, y otratar, no ya como a San Pedro, sino como San Pablo, y os dir: "Llegar da en que sabrirn tus ojos."

    -Oh! -murmur Fouquet-. Cuntdeseara creer!-Y no creis an vos, a quien tanta

    veces he hecho atravesar el abismo en quos hubieseis sepultado sin remedio si hubie

    rais caminado solo; vos, que de procuradogeneral habis ascendido al cargo de intendente, del puesto de intendente al de primeministro, y que de primer ministro pasaris ser mayordomo mayor de Palacio? Pero, no

    aadi con su habitual sonrisa-; no, no, vo

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    no podis ver, y, por consiguiente, tampocpodis creer eso.

    Y Aramis se levant para ausentarse.-Una palabra no ms -dijo Fouquet-

    nunca habis hablado as; nunca os habmostrado tan confiado, o mejor dicho, tatemerario.

    -Porque para hablar alto es preciso tener la voz libre.

    -De modo que vos la tenis?-S.-Ser de poco tiempo a esta parte.-Desde ayer.-Oh! Seor de Herblay, pensad bie

    lo que hacis, pues llevis la seguridad hastla audacia!-Porque uno puede ser audaz cuand

    es poderoso.-Y lo sois?

    -Os he ofrecido diez millones, y os loofrezco de nuevo.Fouquet levantse turbado.-Veamos -dijo-; hace poco hablaba

    de derribar reyes y reemplazarlos por otro

    reyes. Dios me perdone, pero, si no esto

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    loco, eso es lo que habis dicho no hace mucho!

    -No estis loco, y es realmente lo quhe dicho no hace mucho.

    -Y por qu lo habis dicho?-Porque a uno le es dado hablar d

    tronos derribados y de reyes creados, cuandes superior a los reyes y a los tronos ... deeste mundo.

    -Entonces, sois omnipotente! exclam Fouquet.-Ya os lo he dicho y os lo repito

    contest Aramis con ojos encendidos y labitrmulo.

    Fouquet se arroj sobre su silln y dej caer su cabeza entre las manos.Aramis lo contempl por un instant

    como hubiera hecho el ngel de los destinohumanos con cualquier sencillo mortal.

    -Adis -le dijo-, estad tranquilo, y enviad vuestra carta a La Vallire. Maana sifalta nos volveremos a ver, no es verdad?

    -S, maana -dijo Fouquet moviendla cabeza como hombre que vuelve en s; pe

    ro, dnde nos veremos?

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    -En el paseo del rey, si os place.-Muy bien.Y los dos se separaron.

    IILA TEMPESTAD

    El da siguiente amaneci sombro nebuloso, y como todos co

    nocan el paseo dispuesto en el rea programa, las primeras miradas de todos al abrlos ojos se dirigieron al cielo.

    Sobre los rboles flotaba un vapodenso, ardiente, que apenas tena fuerza par

    levantarse a treinta pies del suelo, bajo lorayos del sol que slo poda distinguirse travs del velo de una pesada y espesa nube

    Aquel da no haba roco. Los cspedeestaban secos, las flores mustias. Los pjaro

    cantaban con ms reserva que de costumbrentre el ramaje inmvil, como si estuviermuerto. No se oan aquellos murmullos extraos, confusos, llenos de vida, que parecenacer y existir por influjo del sol, ni aquell

    respiracin de la Naturaleza, que habla si

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    cesar en medio de todos los dems ruidosnunca haba sido tan grande el silencio.

    Aquella melancola del cielo hiri loojos del rey cuando se asom a la ventana a

    levantarse.Mas como hallbanse dadas las rde

    nes para el paseo, como estaban hechos todos los preparativos, y como, lo que era ams perentorio e importante, contaba Lu

    con aquel paseo para responder a las promesas de su imaginacin, y hasta podemos deca las necesidades de su corazn, decidi erey, sin vacilaciones, que el estado del cielnada tena que ver con todo aquello, que e

    paseo estaba resuelto, y que hiciera el tiempque quisiese, se llevara a cabo.Por lo dems, hay en algunos reinado

    terrenales, privilegiados del cielo, horas eque se creera que la voluntad de los sobera

    nos de la tierra tiene su influencia sobre lvoluntad divina. Augusto tena a Virgilio pardecirle: Nocte placet tota redeunt spectaculmane. Luis XIV tena a Boileau, que haba ddecirle otra cosa, y a Dios, que deba mos

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    trarse casi tan complaciente con l como lhaba sido Jpiter con Augusto. .

    Luis oy misa segn costumbre; perohay que decirlo, algo distrado de la presenci

    del Creador por el recuerdo de la criaturaDurante el oficio divino psose a calcular mde una vez el nmero de minutos, y despuel de segundos que le separaba del bienhadado momento en que Madame se pondr

    en camino con sus camaristas.Por lo dems, excusado es manifestaque todos en Palacio ignoraban la entrevistque se haba verificado el da anterior entrLa Vallire y el rey. Tal vez Montalais, con s

    habitual charlatanera, la hubiera reveladopero Montalais se hallaba en esta ocasicontenida por Malicorne, quien le haba cerrado los labios con -la cadena del intercomn.

    Respecto a Luis XIV, se contemplabtan dichoso, que haba perdonado casi enteramente a Madame su jugarreta de la vspera; y, en efecto, ms motivo tena para alegrarse que para entristecerse de ello. Si

    aquella intriga, no hubiese recibido la cart

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    de La Vallire; sin aquella carta, no hubieshabido audiencia; y sin aquella audienciahabra permanecido el rey en la indecisinHaba demasiada dicha en su corazn par

    dar entrada al rencor, al menos por aquemomento.

    As fue, que, en lugar de fruncir el ceo al ver a su cuada, se propuso mostrarlms afabilidad y benevolencia que de cos

    tumbre.Era, sin embargo, con una condicinque estuviese lista muy pronto.

    Tales eran las cosas en que pensabLuis durante la misa, y que, digmoslo, l

    hacan olvidar durante el santo ejerciciaquellas en que hubiera debido pensar por scarcter de soberano cristiansimo y de hijprimognito de la Iglesia.

    Sin embargo, es Dios tan bondados

    con los errores juveniles, y todo lo que eamor, aun cuando no sea de los ms legtmos, halla tan fcilmente perdn a sus miradas paternales, que al salir de la misa mirLuis al cielo, y pudo ver por entre los claro

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    de una nube un rincn de ese manto azul quhuella el Seor con su planta.

    Volvi a Palacio, y, como el paseo ndeba verificarse hasta las doce, y no era

    todava ms que las diez, se puso a trabajatenazmente con Colbert y Lyonne.

    Mas, como en algunos intervalos ddescanso fuese Luis de la mesa a la ventanaen atencin a que esa ventana daba al pabe

    lln de Madame, pudo divisar en el patio aseor Fouquet, de quien hacan sus cortesanos ms caso que nunca desde que vieran lpredileccin que el rey habale mostrado eda antes, y que vena por su parte con air

    bondadoso y placentero a hacer la corte arey.Instintivamente, al ver a Fouquet, e

    rey se volvi hacia Colbert. Colbert parecestar contento y mostraba su semblante r

    sueo y hasta gozoso. Dejse ver ese gozdesde el momento en que, habiendo entraduno de sus secretarios, le entreg una carterque puso Colbert, sin abrirla, en el vasto bosillo de sus calzas.

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    Pero como siempre haba algo de sniestro en el fondo de la satisfaccin de Cobert, opt Luis, entre las dos sonrisas, por lde Fouquet.

    Hizo sea al superintendente de qusubiese, y, volvindose despus hacia Lyonny Colbert.

    -Terminad -dijo- esos trabajos y ponedlos sobre mi mesa, que luego los exam

    nar despacio.Y sali.A la seal del rey, Fouquet se apresu

    r a subir. En cuanto a Aramis, que acompaaba al superintendente, se haba replegad

    gravemente entre el grupo de cortesanovulgares, confundindose en l sin ser vistpor el rey.

    El rey y Fouquet encontrronse en lo altde la escalera.

    -Seor -dijo Fouquet al observar lgraciosa acogida que le preparaba Luis-, seor, hace algunos das que Vuestra Majestame colma de bondades. No es un rey jovensino un joven dios el que reina en Francia, e

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    dios de los deleites, de la felicidad y deamor.

    El rey se ruboriz. A pesar de lo lisonjero del cumplimiento, no por eso dejaba d

    envolver alguna reticencia.El rey condujo a Fouquet a una salit

    que separaba su despacho del dormitorio.-Sabis por qu os llamo? -dijo el re

    sentndose al lado de la ventana, de mod

    que no pudiese perder nada de lo que pasasen los jardines, adonde daba la segunda entrada del pabelln de Madame.

    -No, Majestad; pero estoy persuadidde que ser para algo bueno, segn me l

    indica la graciosa sonrisa de Vuestra Majestad.-Ah! Prejuzgis?-No, Majestad; miro y veo.-Entonces, os habis equivocado.

    -Yo, Majestad?-Porque os llamo, por el contrario, fin de daros una queja.

    -A m, Majestad?-S, y de las ms serias.

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    -En verdad, Vuestra Majestad me hactemblar... y no obstante, espero lleno de confianza en su justicia y en su bondad.

    -Tengo entendido, seor Fouquet, qu

    preparis una gran fiesta en Vaux.Fouquet sonri como hace el enferm

    al primer ataque de una calentura olvidadque le vuelve.

    -Y no me invitis? -prosigui el rey.

    -Majestad -respondi Fouquet , no macordaba ya de semejante fiesta, hasta quanoche, uno de mis amigos (y Fouquet acentu noblemente esta expresin) quiso hacerme pensar en ella.

    -Pero anoche os vi, y nada me dijisteis, seor Fouquet.-Cmo poda suponer que Vuestr

    Majestad quisiese descender de las altas regiones en que vive, hasta dignarse honrar m

    morada con su real presencia?-Eso es una excusa, seor Fouquetnunca me habis hablado de vuestra fiesta.

    -No he hablado desde luego al rey desta fiesta, primero porque nada haba re

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    suelto an acerca de ella, y luego porque tema una negativa.

    -Y qu os haca temer esa negativaseor Fouquet? Mirad, estoy decidido a apu

    raros hasta lo ltimo.-Majestad, el ardiente deseo que ten

    de ver al rey aceptar mi invitacin.-Pues bien, seor Fouquet, nada m

    que entendernos, ya lo veo. Vos tenis de

    seos de invitarme a vuestra fiesta, y yo de a ella; conque invitadme e ir.-Cmo! Se dignara aceptar Vuestr

    Majestad? -exclam el superintendente.-Creo que hago ms que aceptar -dij

    el rey riendo-, puesto que me convido a mmismo.-Vuestra Majestad me colma de hono

    y alegra! -exclam Fouquet-. Y me veo en ecaso de tener que repetir lo que el seor d

    la Vieuville deca a vuestro abuelo Enrique IVDomine, non sum dignus.-Mi contestacin a eso es que, si da

    alguna fiesta, invitado o no, asistir a ella.-Oh! Gracias, gracias, rey mo! -dij

    Fouquet, levantando la cabeza en vista d

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    aquel favor, que a su juicio era su ruina-. Pero, cmo ha llegado a conocimiento dVuestra Majestad?

    -Por el rumor pblico, seor Fouque

    que refiere maravillas de vos y milagros dvuestra casa. No os enorgullece, caballeroque el rey est celoso de vos?

    -Eso, Majestad, me har el hombrms dichoso del mundo, puesto que el da e

    que el rey est envidioso de Vaux tendr algdigno que ofrecer a mi rey.-Pues bien, seor Fouquet, prepara

    vuestra fiesta, y abrid las puertas de vuestrmorada.

    -Y vos, Majestad -dijo Fouquet-, determinad el da.-De hoy en un mes.-Vuestra Majestad no tiene otra cos

    que desear?

    -Nada, seor superintendente, sinveros a mi lado cuanto os sea posible de aqua entonces.

    -Tengo el honor de acompaar Vuestra Majestad en su paseo.

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    -Perfectamente; salgo, en efecto, seor Fouquet, y he aqu las damas que van la cita.

    El rey, al decir estas palabras, con to

    do el ardor no slo de un joven, sino de uenamorado, retirse de la ventana para tomar los guantes y el bastn, que le presentaba su ayuda de cmara.

    Oanse fuera las pisadas de los caba

    llos y el rodar de los carruajes sobre la arendel patio.El rey descendi. Todo el mundo s

    detuvo al aparecer en el prtico. El rey se drigi derecho a la joven reina. - En cuanto

    la reina madre, siempre padeciendo con lenfermedad de que estaba atacada, no habquerido salir.

    Mara Teresa subi a la carroza coMadame, y pregunt al rey hacia qu lad

    deseaba se dirigiese el paseo.El rey, que acababa de ver a La Vallire, plida an por los acontecimientos de lvspera, subir en una carretela con tres dsus compaeras, respondi a la reina que n

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    tena preferencia por ninguno y que .ira satisfecho donde se dirigiesen.

    La reina mand entonces que los batdores se dirigiesen hacia Apremont.

    Los batidores marcharon inmediatamente.

    El rey mont a caballo. Durante algunos minutos sigui al carruaje de la reina de Madame, mantenindose al lado de la por

    tezuela.El tiempo se haba aclarado, a pesade que una especie de velo polvoroso, semejante a una gasa sucia, se extenda sobre superficie del cielo; el sol haca relucir lo

    tomos micceos en el periplo de sus rayos.El calor era asfixiante.Pero, como el rey no pareca fijar s

    atencin en el estado del cielo, nadie pareciinquietarse, y el paseo, segn la orden dad

    por la reina, parti hacia Apremont.El tropel de cortesanos iba alegre ruidoso; vease que cada cual tenda a olviday hacer olvidar a los dems las agrias discusiones de la vspera.

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    Madame, especialmente, estaba lindsima.

    En efecto, Madame vea al rey a su estribo, y como supona que no estara all po

    la reina, esperaba que habra vuelto a caer esus redes.

    Pero, al cabo de un cuarto de legua, poco menos, el rey, tras una grandiosa sonrsa, salud y volvi grupas, dejando desfilar l

    carroza de la reina, despus la de las primeras camaristas, luego todas las dems sucesivamente, que, vindole detenerse, queradetenerse a su vez. Pero el rey, hacindolesea con la mano, les deca que continuase

    su camino.Cuando pas la carroza de La Vallireel rey se le aproxim. Salud a las damas, se dispona a seguir la carroza de las camaristas de la reina como haba seguida a las d

    Madame, cuando- la hilera de carrozas se par de pronto.Sin duda, la reina, inquieta por el ale

    jamiento del rey, acababa de dar orden dconsumar aquella evolucin.

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    Tngase presente que la direccin depaseo le haba sido concedida. El rey lhizo preguntar cul era su deseo al parar locarruajes.

    -El de marchar a pie -contest ella.Sin duda esperaba que el rey, que se

    gua a caballo la carroza de las camaristasno se atrevera a seguirlas a pie.

    Encontrbanse en medio del bosque.

    El paseo, en efecto, se anunciabhermoso, hermoso sobre todo para poetas amantes.

    Tres bellas alamedas largas, umbrosay accidentadas, partan de la pequea encru

    cijada en que acababan de hacer alto.Aquellas alamedas, verdes de musgofestoneadas de follaje, teniendo cada una upequeo horizonte de un pie de cielo columbrado bajo el entrelazamiento de los rboles

    presentaban bellsima vista.En el fondo de aquellas alamedas pasaban y volvan a pasar, con patentes sealede temor, los cervatillos perdidos o asustadoque, despus de haberse parado un instant

    en mitad del camino y haber levantado la ca

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    beza, huan como flechas, entrando nuevamente y de un solo salto en lo espeso de lobosques, donde desaparecan, mientras quede vez en cuando, se distingua un conej

    filsofo, sentado sobre sus patas traserasrascndose el hocico con las delanteras e interrogando al aire para reconocer si todaaquellas gentes que se aproximaban y venaa turbar sus meditaciones, sus comidas y su

    amores, no iban seguidas por algn perro dpiernas torcidas, o llevaban alguna escopetal hombro.

    Toda la cabalgata habase apeado dlas carrozas al ver bajar a la reina.

    Mara Teresa tom el brazo de una dsus camaristas, y, despus de una oblicumirada dirigida al rey, quien no pareci advertir que fuese en manera alguna objeto dla atencin de la reina, se introdujo en e

    bosque por la primera senda que se abri ante ella.Dos batidores iban delante de Su Ma

    jestad con bastones, de que se servan parlevantar las ramas o apartar las zarzas qu

    podan embarazar el camino.

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    Al poner pie en tierra, Madame vio su lado al seor de Guiche, que se inclin ante ella y se puso a sus rdenes.

    El prncipe, encantado con su bao d

    la vspera, haba declarado que optaba por ero, y, dando licencia a Guiche, haba permanecido en palacio con el caballero de Lorena Manicamp.

    No senta ya ni sombra de celos.

    Habanlo buscado intilmente entre lcomitiva; pero, como Monsieur era un prncpe muy personal, y que pocas veces concurra a los placeres generales, su ausencia haba sido un motivo de satisfaccin ms bie

    que de pesar.Cada cual haba imitado el ejempldado por la reina y por Madame, acomodndose a su manera segn la casualidad o segn su gusto.

    El rey, como hemos dicho, haba permanecido cerca de La Vallire, y, apendosen el momento en que abran la portezuelde la carroza, le haba ofrecido la mano.

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    Inmediatamente Montalais y TonnayCharente habanse alejado, la primera poclculo, la segunda por discrecin.

    nicamente que haba esta diferenci

    entre las dos: la una se alejaba con el desede ser agradable al rey, y la otra con el dserle desagradable.

    Durante la ltima media hora, el tiempo tambin haba tomado sus disposiciones

    todo aquel velo, como movido por un vientcaluroso, se haba reunido en Occidente; despus, rechazado por una corriente contrariaavanzaba lenta, pausadamente.

    Sentase acercar la tempestad; pero

    como el rey no la vea, nadie se crea con ederecho de verla.Continu, por tanto, el paseo; alguno

    espritus inquietos levantaban, sin embargoalguna que otra vez sus ojos hacia el cielo.

    Otros, ms tmidos an, se paseabasin apartarse de los carruajes, donde pensaban ir a buscar un abrigo, caso de tempestad

    Pero la mayor parte de la comitivaviendo al rey entrar resueltamente en el bos

    que con La Vallire, le sigui.

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    Lo cual, advertido por el rey, tom lmano de La Vallire y la condujo a una avenida lateral, donde nadie se atrevi a seguirlos.

    IIILA LLUVIA

    En aquel instante, y en la misma dreccin que acababan de tomar el rey y LVallire, iban tambin dos hombres, sin cudarse poco ni mucho del estado de la atmsfera, slo que en vez de seguir la calle de r

    boles, caminaban bajo los rboles.Llevaban inclinada la cabeza, compersonas que piensan en graves negociosNinguno de ellos haba visto a Guiche ni Madame, ni al rey y a La Vallire.

    De pronto pas por el aire algo acomo una llamarada, seguido de un rugidsordo y lejano.

    -Ah! -exclam uno de ellos levantando la cabeza-. Ya tenemos encima la tempes

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    tad. Volvemos a las carrozas, mi queridHerblay?

    Aramis levant los ojos y examin latmsfera.

    -Oh! -dijo-. No hay prisa todava.Luego, prosiguiendo la conversaci

    en el punto en que sin duda la haba dejado:-Conque decs -aadi- que la cart

    que escribimos anoche debe de estar a esta

    horas en manos de la persona a quien iba drigida?-Digo que la tiene ya de seguro.-Por quin la habis remitido?-Por mi correveidile, como ya tuve e

    honor de decir.-Y ha trado contestacin?-No le he vuelto a ver: induda

    blemente la pequea estara de servicio en ecuarto de Madame, o vistindose en el suyo

    y le habr hecho aguardar. En esto lleg lhora de partir y salimos, por lo cual no hpodido saber lo que habr ocurrido.

    -Habis visto al rey antes de marchar?

    -S.

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    -Y qu tal se ha mostrado.?-Bondadossimo.... o infame, seg

    haya sido veraz o hipcrita.-Y las fiestas?

    -Se verificarn dentro de un mes.-Y se ha convidado l mismo?-Con una tenacidad en que he recono

    cido a Colbert.-Perfectamente.

    -No os ha desvanecido la noche vuestras ilusiones?-Acerca de qu?-Acerca del auxilio que podis propor

    cionarme en esta ocasin.

    -No; he pasado la noche escribiendoy ya estn las rdenes dadas para ello.-Tened presente que la fiesta costar

    algunos millones.-Yo contribuir con seis... Agenciao

    dos o tres, por vuestra parte, para todo evento.-Sois un hombre admirable, querid

    Herblay.-Pero -pregunt Fouquet con un rest

    de inquietud-, cmo es que manejando m

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    -Oh! -dijo Aramis-. An tenemotiempo de llegar a los carruajes antes de qulas hojas se impregnen de. agua.

    -Mejor sera -observ Fouquet- ret

    rarnos a una gruta.-Hay alguna por aqu? -pregunt

    Aramis.-Conozco una a pocos pasos de aqu

    dijo Fouquet con una sonrisa.

    Luego, como quien procura orientarse-S -aadi-, porque aqu es.-Qu dichoso sois en tener tan buen

    memoria! -dijo Aramis sonrindose a su vez-pero no temis que si vuestro cochero n

    nos ve regresar, crea que hayamos vuelto pootro camino y siga los carruajes de la corte?-Oh! -dijo Fouquet-. No hay tal pel

    gro; cuando dejo apostados mi cochero y mcarruaje en un sitio cualquiera, slo una or

    den expresa del rey es capaz de hacerlomover de all; y, adems, creo que no somolos nicos que nos hayamos alejado tantopues si no me engao oigo pasos y ruido dvoces.

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    Y al pronunciar estas palabras, se vovi Fouquet, separando con su bastn un espeso ramaje que le ocultaba el camino.

    Aramis mir por la abertura al mism

    tiempo que Fouquet.-Una mujer! -exclam Aramis.-Un hombre! dijo Fouquet.-La Vallire!-El rey!

    -Oh, oh! Ser que el rey conoctambin vuestra caverna? No me extraaraporque me parece que est en buenas relaciones con las ninfas de Fontainebleau.

    -No importa -replic Fouquet-; de to

    dos modos, vamos a la gruta; si no la conoceveremos lo que hace; y si la conoce, comtiene dos aberturas, en tanto que entra el repor una, saldremos nosotros por la otra.

    -Est lejos? -pregunt Aramis-. Pue

    gotean ya las hojas.-Vedla aqu.Fouquet separ algunas ramas, y dej

    al descubierto una excavacin de roca, ocultcompletamente con brezos, hiedra y espes

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    bellotera. Fouquet mostr el camino. Aramle sigui.

    En el momento de entrar en la grutaAramis se volvi.

    -Oh! -exclam ste-. Pues entran eel bosque y se dirigen hacia este lado.

    -Cedmosle entonces el puesto -dijFouquet sonrindose-.; pero no creo que erey conozca esta gruta.

    -En efecto -repuso Aramis-; veo que lque andan buscando es un rbol ms espesoNo se equivocaba Arams, pues el re

    miraba a lo alto y no en torno suyo.Luis llevaba del brazo a La Vallire y l

    tena cogida la mano con la suya.La Vallire comenzaba a insinuarse ela hierba hmeda.

    Luis mir con mayor atencin en derredor de s, y, viendo una enorme encina d

    espeso ramaje, llev a La Vallire bajo aquerbol.La pobre muchacha miraba a su alre

    dedor, y pareca que deseaba y tema amismo tiempo que la siguiesen.

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    El rey la hizo recostar en el tronco derbol, cuya circunferencia, protegida por laramas, estaba tan seca como si en aquemomento no cayese la lluvia a torrentes;

    mismo psose delante de ella con la cabezdescubierta.

    Al cabo de un instante, algunas gotaque filtraron por entre las ramas del rbol lcayeron al rey en la frente, sin que hicier

    ste el menor caso.-Oh, Majestad!-murmur La Vallirellevando su mano al sombrero del rey.

    Mas Luis se inclin y se neg obstinadamente a cubrirse la cabeza.

    -Esta es la ocasin de ofrecer nuestrsitio -dijo Fouquet a Aramis.-Esta es la ocasin de escuchar y n

    perder una palabra de lo que se digan respondi Aramis al odo do Fouquet.

    En efecto, callaron ambos y pudieropercibir la voz del rey.-Ay, Dios mo! Seorita -dijo el rey

    adivino vuestra inquietud; creed que sientde corazn haberos aislado del resto de la co

    mitiva, y, lo que es peor, para traeros a u

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    sitio donde estis expuesta a la lluvia. Ya ohan cado algunas gotas. Sents fro?

    -No, Majestad.-Sin embargo, veo que temblis.

    -Majestad, es que temo que se interprete torcidamente mi ausencia en momentoen que estarn ya todos reunidos.

    -Os propondra que volvisemos a tomar los carruajes, seorita; pero, mirad

    escuchad; decidme si es posible marchar coun aguacero como ste.En efecto, el trueno retumbaba y l

    lluvia caa a torrentes.-Adems -prosigui el rey-, no hay in

    terpretacin posible en perjuicio vuestro. Nestis con el rey de Francia, es decir, con eprimer caballero del reino?

    -Ciertamente, Majestad -respondi LVallire-, y me hacis en ello un honor gran

    dsimo; por eso no es por m por quien temlas interpretaciones.-Pues por quin?-Por vos, Majestad.-Por m, seorita? -dijo el rey son

    rindose-. No os comprendo.

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    -Ha olvidado ya Vuestra Majestad lque pas anoche en el cuarto de Su AltezReal?

    -Oh! Os suplico que olvidemos eso,

    ms bien permitidme que slo lo recuerdpara agradeceros una vez ms vuestra carty...

    -Majestad -dijo La Vallire-, el agupenetra hasta aqu, y segus con la cabez

    descubierta.-Os suplico que slo nos ocupemos dvos, seorita.

    -Oh! Yo -dijo sonriendo La Valliresoy una provinciana habitauada a correr po

    las praderas del Loira y por los jardines dBlois, haga el tiempo que quiera. En cuanto mis vestidos -aadi, mirando su pobre trajde muselina-, bien ve Vuestra Majestad quno pierdo gran cosa.

    -En efecto, seorita; ms de una vehe notado que casi todo lo debis a vos misma y nada a vuestro traje. No sois coqueta, eso es para m una gran cualidad.

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    -Majestad, no me hagis mejor de lque soy, y decid slo que no puedo ser coqueta.

    -Por qu?

    -Pues -dijo sonriendo La Vallire- porque no soy rica.

    -Entonces confesis que os gustan lacosas hermosas! -exclam vivamente el rey.

    -Majestad, slo encuentro hermoso l

    que est al alcance de mis facultades, y todcuanto es superior a m...-Os es indiferente?-No, lo juzgo extrao, como cosa qu

    me est prohibida.

    -Y yo, seorita -dijo el rey-, adviertque no estis en la Corte bajo el pie en qudebis estar. Sin duda no me han hablado suficiente acerca de los servicios de vuestrfamilia, y creo que mi to ha descuidado d

    un modo poco conveniente la fortuna dvuestra casa.-Oh! No, Majestad! Su Alteza Real, e

    seor duque -de Orlans, ha sido siemprmuy bondadoso con mi padrastro, el seor d

    Saint-Remy. Los servicios han sido humildes

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    y podemos afirmar que hemos sido recompensados segn sus obras. No todos tienen lfortuna de hallar ocasiones en que poder servir a su rey con brillo. De lo que estoy ciert

    es de que, si se hubiesen presentado esaocasiones, habra tenido mi familia el coraztan grande como su deseo; pero no hemotenido esa suerte.

    -Pues bien, seorita, a los soberano

    toca enmendar el destino, y me encargo coel mayor placer de reparar inmediatamentecon respecto a vos, los agravios de la fortuna.

    -No, Majestad, no! -exclam con v

    veza La Vallire-. Os ruego que dejis las cosas en el estado en que se hallan.-Cmo, seorita! Rehusis lo qu

    debo, lo que quiero hacer por vos?-Todos mis deseos estn cumplidos

    seor, con habrseme concedido formar partde la servidumbre de Madame.-Mas, si rehusis para vos, aceptad a

    menos para los vuestros.-Majestad, vuestras generosas in

    tenciones me deslumbran y me asustan, pue

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    al hacer por mi casa lo que vuestra bondaos impulsa a hacer, Vuestra Majestad nocrear envidiosos, y a ella enemigos. Dejadme, seor, en mi mediana; dejad a todo

    los sentimientos que yo pueda abrigar a grata delicadeza del desinters.

    -Admirable es vuestro lenguaje, seorita! -exclam el rey.

    -Tiene razn -murmur Aramis al od

    de Fouquet-, pues es cosa a la que no debestar habituado.-Pero -replic Fouquet-, y si da igua

    contestacin a mi billete?-Bien! -dijo Aramis-. No prejuzgue

    mos y esperemos el fin.-Y luego, querido Herblay -aadi esuperintendente dando poca fe a los sentmientos que haba manifestado La Vallireno pocas veces es un clculo muy hbil e

    echarla de desinteresado con los reyes.-Eso es justamente lo que me deca ya m mismo -repuso Aramis -. Escuchemos.

    El rey se acerc a La Vallire, y, comel agua filtrase cada vez ms a travs de

    ramaje de la encina, sostuvo su sombrer

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    suspenso por encima de la cabeza de la joven.

    La joven levant sus encantadoreojos azules hacia el sombrero que la resguar

    daba del agua, y mene la cabeza exhalandun suspiro.

    -Oh Dios mo! -dijo el rey-. Qu triste pensamiento puede llegar a vuestro corazn, cuando le formo un escudo con el mo?

    -Majestad, voy a decroslo. Ya habtocado esta cuestin, no fcil de discutir pouna joven de mi edad; pero Vuestra Majestame ha impuesto silencio. Vuestra Majestad nse pertenece; Vuestra Majestad es casado

    todo sentimiento que alejase a Vuestra Majestad de la reina, impulsndole a ocuparsde m, sera para la reina origen de profundpesar.

    El rey quiso interrumpir a la joven, pe

    ro ella continu en ademn de splica.-La reina ama a Vuestra Majestad coun afecto fcil de comprender, y sigue coansiedad cada uno de los pasos de VuestrMajestad que le separan de ella. Habiend

    tenido la dicha de encontrar un marido seme

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    jante, pide al Cielo con lgrimas que le conserve la posesin de l, y est celosa del menor movimiento de vuestro corazn.

    El rey quiso de nuevo hablar, pero L

    Vallire volvi a interrumpirle.-No ser una accin muy culpable -l

    dijo- que viendo Vuestra Majestad una ternura tan intensa y tan noble, diese a la reinmotivo de celos? Oh! Perdonadme esta pa

    labra, Majestad! Dios mo! Bien s que eimposible, o mejor dicho, que debera ser imposible que la reina mas grande del mundllegara a tener celos de una pobre muchachcomo yo. Pero esa reina es mujer, y su cora

    zn, lo mismo que el de otra cualquiera, puede dar entrada a sospechas que los perversono descuidaran de envenenar. En nombrdel Cielo, seor, no nos ocupis de m, pueno lo merezco!

    -Ay, seorita! -exclam el rey-. Siduda no observis que al hablar de esa manera cambiis mi estimacin en admiracin!

    -Majestad, tomis mis palabras por lque no son; me veis mejor de lo que soy; m

    hacis ms grande de lo que Dios me h

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    hecho. Gracias por m, Majestad; porque no estuviera cierta de que el rey es el hombrms generoso de su reino, creera que quierburlarse de m.

    -Oh! Seguramente no creis semejante cosa! -exclam Luis.

    -Majestad, me vera precisada a creerlo si el rey continuara empleando el mismlenguaje.

    -Soy entonces un prncipe bien desgraciado -dijo el rey con una tristeza en quno haba la menor afectacin-; el prncipms desgraciado de la cristiandad, puestque no puedo conseguir que mis palabra

    merezcan crdito a la persona que ms aprecio en este mundo, y que me destroza el corazn negndose a creer en mi amor.

    -Oh, Majestad! -dijo La Vallire, apartando dulcemente al rey, que se haba acer

    cado a ella cada vez ms-. Me parece que ltempestad va cediendo, y cesa de llover.Pero, en el momento en que la pobr

    nia, por huir de su corazn, indudablementmuy de acuerdo con el del rey, pronunciab

    aquellas palabras, se encargaba la tempesta

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    de desmentirla. Un relmpago azulado ilumn el bosque de un modo fantstico, y utrueno semejante a una descarga de artillerestall sobre la cabeza de los dos jvenes

    como si la elevacin de la encina que los resguardaba hubiese provocado el trueno.

    La joven no pudo contener un grito despanto.

    El rey la aproxim con una mano a s

    corazn, y extendi la otra por encima de scabeza como para protegerla del rayo.Hubo un instante de silencio, en que aque

    grupo, encantador como todo lo que es joven, permaneci inmvil, mientras que Fou

    quet y Aramis lo contemplaban, no menoinmviles que La Vallire y el rey.-Oh! Majestad! Majestad! -exclam

    La Vallire-. Os?Y dej caer la cabeza sobre su hom

    bro. -S -dijo el rey-; ya veis como no cesla tempestad.

    -Majestad, eso es un aviso. El rey sonri.

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    -Majestad, es la voz de Dios que amenaza.

    -Pues bien -repuso el rey-,aceptrealmente ese trueno como un aviso, y hast

    como una amenaza, si de aqu a cinco minutos se renueva con la misma fuerza y coigual violencia; mas si as no sucede, permtidme creer que la tempestad es la tempestad, y no otra cosa.

    Y al mismo tiempo levant el rey lcabeza como para examinar el cielo.Pero, como si el cielo fuese cmplic

    de Luis, durante los cinco minutos de silencique siguieron a la explosin que tanto hab

    atemorizado a los dos amantes, no se dejor el menor ruido, y, cuando se repiti etrueno fue ya alejndose de una manera visble, como si en aquellos cinco minutos l'tempestad, puesta en fuga, hubiera recorrid

    diez leguas, azotada por las alas del viento.-Y ahora, Luisa -dijo el rey por lo bajo, me amenazaris an con la clera celesteYa que habis querido hacer del rayo un presentimiento, dudaris todava que al meno

    no es un presentimiento de desgracia?

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    La Vallire levant la cabeza: en aqueintervalo el agua haba filtrado la bveda dramaje y le corra al rey por el rostro.

    -Oh! Majestad! Majestad! -dijo L

    Vallire con acento de temor irresistible, quconmovi al rey hasta el extremo-. Y por mpermanece el rey descubierto de ese modo expuesto a la lluvia! . . . Pues quin soy yo?

    -Bien lo veis -dijo Luis-; sois la divin

    dad que hace huir la tempestad; la diosa quvuelve a traernos el buen tiempo.En efecto, un rayo de sol pasaba a l

    sazn a travs del bosque, haciendo caer como otros tantos diamantes las gotas de agua

    que rodaban sobre las hojas o caan vertcalmente por los intersticios del ramaje.-Majestad -dijo la joven casi vencida

    pero haciendo un ltimo esfuerzo-; reflexionad en los sinsabores que vais a tener qu

    sufrir por mi causa. En este momento. Diosanto!, os andarn buscando por todas partes. La reina debe de estar alarmada, y Madame... oh, Madame! -exclam la joven coun sentimiento que se asemejaba al espanto

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    Este nombre produjo algn efecto eel rey, el cual se estremeci y solt a La Vallire, a quien haba tenido abrazada hastentonces.

    Despus se adelant hacia el pasepara mirar, y volvi casi con ceo adonde estaba La Vallire.

    -Madame habis dicho? -dijo el rey.-S, Madame... Madame, que est ce

    losa tambin -repuso La Vallire con acentprofundo.Y sus ojos, tan tmidos, tan cas

    tamente fugitivos, atrevironse por un momento a interrogar los ojos del rey.

    -Pero -replic Luis haciendo un esfuerzo sobre s mismo- me parece que Madamno tiene por qu estar celosa de m; Madamno tiene derecho alguno . . .

    -Ay! -exclam La Vallire.

    -Seorita! -dijo el rey con acento cade reconvencin-. Serais vos tambin de laque piensan que la hermana tiene derecho estar celosa del hermano?

    -No me corresponde penetrar los se

    cretos de Vuestra Majestad.

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    -Oh! Tambin lo creis como los dems -exclam el rey.

    -Creo que Madame est celosa, s, seor -respondi firmemente La Vallire.

    -Dios mo! -exclam el rey con inquietud-. Lo habis echado de ver acaso esu modo de portarse con vos? Os ha hechalgo que podis atribuir a semejantes celos?

    -De ningn modo, Majestad! Soy y

    tan poca cosa!-Oh! Es que si as fuese... -exclamLuis con singular energa.

    -Majestad -interrumpi La Vallire-, yno llueve, y creo que alguien se acerca.

    Y, olvidando toda etiqueta, se apoyen el brazo del rey.-Bien, seorita -replic Luis-; dejemo

    que vengan. Quin osara llevar a mal quhaya hecho compaa a la seorita de La Va

    lire? -Por favor, Majestad! Van a extraaque os hayis mojado de ese modo, que ohayis sacrificado por m.

    -No he hecho ms que cumplir con m

    deber de caballero -contest el rey-; y ay d

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    aquel que no cumpla con el suyo y critique lconducta de su rey!

    En efecto, en aquel momento veansasomar por el paseo algunas cabezas, solc

    tas, curiosas, como si buscaran algo, y quehabiendo divisado al rey y a la joven, parecieron haber hallado lo que buscaban.

    Eran los enviados de la reina y de Madame, los cuales se quitaron el sombrero e

    seal de haber visto a Su Majestad.Pero Luis, a pesar de la confusin dLa Vallire, no dej por eso su actitud respetuosa y tierna.

    En seguida, despus que todos lo

    cortesanos estuvieron reunidos en la avenidacuando todo el mundo pudo ver la muestrde deferencia que haba dado a la joven permaneciendo de pie y con la cabeza descubierta delante de ella durante la tempestad

    le ofreci el brazo, la llev hacia el grupo quesperaba, respondi con la cabeza a los saludos que cada cual le haca, y, sin dejar esombrero de la mano, la condujo hasta scarroza.

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    Y, como la lluvia continuara todava, ltimadis de la tempestad que se alejaba, ladems damas, que por respeto no habasubido a su carruaje antes que -el rey, rec

    ban sin capa ni capotillo aquella lluvia de lque el rey resguardaba con su sombrero, elo que era posible, a la ms humilde de entrellas.

    La reina y Madame debieron ver, co

    mo las otras, aquella exagerada cortesandel rey; Madame perdi la continencia hastel punto de dar con el codo a la joven reinadicindole:

    -Pero mirad, mirad!

    La reina cerr los ojos como si hubiessentido un vrtigo; se llev la mano al rostroy subi a la carroza.

    Madame subi detrs de ella. El remont a caballo, y, sin inclinarse con prefe

    rencia a ninguna portezuela, volvi a Fontanebleau, con las riendas sobre el cuello de scaballo, pensativo y todo absorto.

    Cuando la multitud estuvo alejadacuando oyeron que iba extinguindose el ru

    do de caballos y carruajes, cuando se hubie

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    ron asegurado de que nadie poda verlosAramis y Fouquet salieron de su gruta.

    Luego, en silencio, pasaron a la avenda.

    Aramis ech una mirada, no slo etoda la extensin, que tena detrs y delantde s, sino en la espesura del bosque.

    -Seor Fouquet -dijo, cuando se hubasegurado de que todo estaba solitario-, e

    preciso a toda costa hacernos con la cartque habis escrito a La Vallire.-Ser cosa fcil -repuso Fouquet- si m

    sirviente no la ha entregado.-Es preciso; en cualquier caso, qu

    sea cosa posible, entendis?-S; el rey ama a esa joven; no ecierto?

    -Mucho; y lo peor es que ella ama arey con pasin.

    -Lo cual quiere decir que mudamos dtctica, no es verdad?-Sin duda alguna; no tenis tiemp

    que perder. Es preciso que veis a La Vallire, y que, sin pensar ms en haceros amant

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    suyo, lo que es imposible, os declaris sms celoso amigo y su ms humilde servidor

    -As lo har -contest Fouquet-, y sirepugnancia; esa muchacha me parece plen

    de corazn.-O de astucia -lijo Aramis-; pero, e

    ese caso, razn de ms. Y aadi, tras unbreve pausa: -O mucho me engao, o esjovencita ser la gran pasin del rey. Su

    amos al carruaje, y a galope tendido a Palacio.

    IV

    TOBIAS

    Dos horas despus de haber partido ecarruaje del superintendente por orden dAramis, conduciendo a ambos hacia Fonta

    nebleau con la rapidez de las nubes que corran en el cielo bajo el ltimo soplo de ltempestad, estaba La Vallire en su cuartcon un sencillo peinador de muselina, termnando su almuerzo junto a una mesita d

    mrmol.

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    De pronto se abri la puerta y entrun ayuda de cmara a avisar que el seoFouquet peda permiso para ofrecerle surespetos.

    La Vallire se hizo repetir dos veces erecado; la pobre nia no conoca al seoFouquet ms que de nombre, y no acertaba adivinar qu poda tener ella de comn coun superintendente de Hacienda.

    No obstante, como ste poda venir dparte del rey, y, en vista de la conversacique hemos referido, la cosa era muy posibleech una ojeada al espejo, prolong algo mtodava los largos bucles de sus

    cabellos, y orden que se le hiciese entrarNo obstante, La Vallire no poda menos de experimentar cierta turbacin. La vista del superintendente no era un suceso vugar en la vida de una dama de la corte. Fou

    quet, tan clebre por su generosidad, su galantera y su delicadeza con las mujereshaba recibido ms invitaciones que pedidaudiencias.

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    En no pocas casas la presencia del superintendente haba significado fortuna. Eno pocos corazones haba significado amor.

    Fouquet entr respetuosamente en e

    cuarto de La Vallire, presentndose coaquella gracia que era el carcter distintivde los hombres eminentes del siglo, y quhoy no se comprende ni aun en los retratode la poca, donde el pintor trat de hacerlo

    vivir. La Vallire correspondi al respetuossaludo de Fouquet con una reverencia de colegiala, y le indic una silla.

    -No me sentar, seorita -dijo-, hast

    tanto que me hayis perdonado.-Yo? -pregunt La Vallire.-S, vos.-Y qu os he de perdonar, Dios mo?Fouquet fij una mirada penetrante e

    la joven, y no crey ver en su rostro ms quingenua extraeza.-Veo, seorita -dijo-, que tenis tant

    generosidad como talento, y leo en vuestroojos el perdn que solicitaba. Pero no m

    basta el perdn de los labios, os lo prevengo

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    porque necesito sobre todo el perdn del corazn y del alma.

    -A fe ma, seor -dijo La Vallire-, ojuro que no os comprendo.

    -Esa es an mayor delicadeza -replicFouquet-, y veo que no queris que tengque avergonzarme en vuestra presencia.

    -Avergonzaros en mi presencia! Peropor favor, caballero, de qu os tenis qu

    avergonzar?-Sera tal mi suerte -exclam Fouquet- que mi modo de proceder no os hayofendido?

    La Vallire se encogi de hombros.

    -Veo, caballero -replic-, que esthablando en enigmas, y soy, a lo que parecedemasiado ignorante para comprenderos.

    -Sea -dijo Fouquet-; no insistir msDecidme nicamente que puedo contar co

    vuestro perdn, y quedar tranquilo.-Seor -dijo La Vallire con ciertasomo de impaciencia-, no puedo daros mque una respuesta, y espero que os deje satisfecho. Si supiese la ofensa que dec

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    haberme hecho, os la perdonara; con muchms razn lo har no conocindola...

    Fouquet mordise los labios, como lhabra hecho Aramis.

    -Entonces -dijo-, puedo esperar que, pesar de lo ocurrido, quedaremos en bueninteligencia, y me haris el favor de creer emi respetuosa amistad.

    La Vallire crey que principiaba ya

    comprender."Oh! dijo para s-. No hubiera credal seor Fouquet tan solcito en buscar lfuente de un favor tan reciente."

    Y luego; en alta voz:

    -Vuestra amistad, seor? -dijo-. Creque en el ofrecimiento que me hacis dvuestra amistad sea para m todo el honor.

    -Conozco, seorita -repuso Fouquetque la amistad del amo puede parecer m

    brillante y deseable que la del servidor; peros garantizo que esta ltima ser por lo menos tan fiel y desinteresada como la que ms

    La Vallire se inclin; haba, en efectomucha conviccin y rendimiento en la voz de

    superintendente.

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    As fue que le alarg la mano.-Os creo -dijo.Fouquet tom la mano que le alargab

    la joven.

    -Entonces -aadi-, no tendris inconveniente en devolverme esa desdichadcarta?

    -Cul? -pregunt La Vallire. Fouquevolvi a examinarla, como haba hecho antes

    con toda la penetracin de su mirada.Igual ingenuidad de fisonoma, iguacandor de semblante.

    -Ea, seorita -dijo despus de aquellnegativa-, me veo obligado a confesar qu

    vuestro proceder es el ms delicado del mundo, y no me tendra por hombre honrado stemiera algo de una joven tan generosa comvos.

    -En verdad, seor Fouquet -respondi

    La Vallire, con profundo sentimiento me veprecisada a repetiros que no acierto a comprender vuestras palabras.

    -Pero, en fin, seorita, no habis recibido ninguna carta ma?

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    -Ninguna, os lo aseguro -respondicon firmeza La Vallire.

    -Bien, eso me basta; y ahora, seorta, permitidme que os renueve la segurida

    de todo mi aprecio y respeto.E, inclinndose, se retir para ir a re

    unirse con Aramis, que le aguardaba en scasa, dejando a La Vallire con la duda de se habra vuelto loco el superintendente.

    -Qu tal? -pregunt Aramis, que esperaba a Fouquet con impaciencia-. Habquedado satisfecho de da favorita?

    -Encantado -respondi Fouquet-: emujer de talento y de corazn.

    -No se ha encontrado resentida?-Lejos de eso, ni aun ha dado a entender que comprendiese.

    -Que comprendiese qu?-Que yo le hubiese escrito.

    -Con todo, por fuerza habr debidcomprenderos para devolverosla epstola, porque supongo que os l

    habr devuelto.-Ni pensarlo!

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    -Por lo menos os habris asegurado dque la ha quemado.

    -Mi querido seor de Herblay, hacuna hora ya que estoy hablando a medias pa

    labras, y por divertido que sea ese juegocomienza a cansarme. Odme bien: la pequea ha fingido no comprender lo que deca, ha negado que haya recibido carta algunapor consiguiente, es claro que no ha podido n

    devolvrmela ni quemarla.-Oh, oh! -dijo Aramis con inquietudQu me decs?

    -Digo que ha jurado formalmente nhaber recibido carta alguna.

    -Pues no lo comprendo... Y no habinsistido?-He insistido hasta la impertinencia.-Y ha negado siempre?-Siempre.

    -Y no se ha desmentido ni una solvez?-No.-Entonces, querido, le habis dejad

    nuestra carta en sus manos?

    -No ha habido otro remedio.

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    -Pues es una gran falta.-Y qu diantres habrais hecho en m

    lugar?-Verdaderamente, no se le poda obl

    gar, pero es cosa que me inquieta: semejantcarta no puede quedar en sus manos.

    -Oh! Esa joven es generosa.-Si lo fuese os habra devuelto la car

    ta.

    -Os aseguro que es generosa; he leden sus ojos, y me precio de tener algn conocimiento en eso.

    -Entonces, la creis de buena fe.-Con todo mi corazn.

    -Pues yo entiendo que estamos en uerror.-Cmo en un error?-Creo que, efectivamente, como el

    os ha dicho, no ha recibido ninguna carta.

    -Cmo! Ninguna carta?-Lo que digo.-Supondrais...-Supongo que, por algn motivo qu

    ignoramos, vuestro hombre no ha entregad

    la carta.

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    Fouquet dio un golpe en el timbre.Un sirviente se present.-Que venga Tobas -dijo.Un momento despus entraba u

    hombre de mirar inquieto, labios delgadosbrazos cortos y cargado de espaldas.

    Aramis clav en l su mirada penetrante.

    -Me permits que le interrogue y

    mismo? -pregunt Aramis.-Hacedlo -dijo Fouquet.Aramis hizo un ademn para dirigir l

    palabra al lacayo, pero se detuvo.-No -dijo-, porque vera que dbamo

    demasiada importancia a sus respuestas; interrogadle vos; entretanto har yo como quescribo.

    Aramis se sent en efecto a una mesacon la espalda vuelta al lacayo, cuyos gesto

    y miradas examinaba en un espejo paralelo.-Ven aqu, Tobas -dijo Fouquet.El lacayo acercse con paso bastant

    seguro.-Cmo has desempeado mi com

    sin? -le pregunt Fouquet.

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    -Como siempre, monseor -replicTobas.

    -Vamos a ver.-Penetr en el aposento de la seorit

    de La Vallire, que estaba en misa, y puse ebillete encima de su tocador. No es eso lque me encargasteis?

    -S; y no ha habido ms?-Nada ms, monseor.

    -No haba nadie all?-Absolutamente nadie.-Te ocultaste como te encargu?-S.-Volvi ella?

    -Diez minutos despus.-Y nadie pudo coger la carta?-Nadie, porque nadie entr.-De fuera, bien, pero, y del interior?-Desde el lugar en que estaba escon

    dido poda ver hasta el fondo de la cmara.-Escucha -dijo Fouquet, mirando fijamente al lacayo-. Si esa carta ha ido casuamente a otro destino, confisalo; porque, se ha cometido algn error, lo pagars con t

    cabeza.

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    Tobas se estremeci, pero se recobral punto.

    -Monseor -dijo-, he puesto la carten el sitio que he dicho, y no pido ms qu

    media hora para probaron que la carta shalla en poder de la seorita de La Vallire, para traeros la carta misma.

    Aramis observaba con gran atencin alacayo.

    Fouquet no desconfiaba de l, pueaquel hombre le haba servido bien por espacio de veinte aos.

    -Anda -dijo-; est bien; mas treme lprueba de lo que dices. El lacayo sali.

    -Veamos, qu pensis? -preguntFouquet a Aramis.-Pienso que es preciso, por un medi

    u otro, averiguar la verdad. La carta habrllegado o no a poder de La Vallire; en e

    primer caso, es necesario que La Vallire ola devuelva, o que os d la satisfaccin dquemarla en vuestra presencia; en el segundo, es necesario recobrar la carta, aunqutengamos que gastar para ello un milln. N

    es se vuestro parecer?

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    -S; pero, a decir verdad, queridobispo, creo que exageris la situacin.

    -Qu ciego sois! -murmur Aramis.-La Vallire, a quien tomamos por un

    poltica consumada, no es ms que una coqueta que aguarda que yo le haga la corteporque he principiado a hacrsela, y que habindose asegurado ya del amor del rey, querr tenerme sujeto con la carta. Nada en

    cuentro en eso de particular.Aramis movi la cabeza.-No es sa vuestra opinin?

    pregunt Fouquet.-Esa mujer no es coqueta -dijo Ara

    mis. -Permitidme deciros...-Oh! Conozco a las mujeres coqueta

    -dijo Aramis.-Amigo mo, amigo mo!

    -Queris decir que ha transcurridmucho tiempo desde que hice mis estudiosNo importa; las mujeres no varan.

    -S; pero los hombres cambian, y hoda sois ms suspicaz que en otro tiempo.

    Luego, echndose a rer:

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    -Vamos a ver -dijo-; si La Vallirquiere darme una tercera parte de su amor, al rey las otras dos terceras partes, no encontraris aceptable la condicin?

    Aramis se levant con impaciencia.-La Vallire -dijo- ni ha amado ni ama

    r a nadie ms que al rey.-Pero, en ltimo resultado -dijo Fou

    quet-, qu harais vos?

    -Preguntadme mejor qu hubierhecho.-Bien, y qu habrais hecho.-En primer lugar, no hubiese dejad

    salir a ese hombre.

    -A Tobas?-S, a Tobas, que es un traidor!-Oh!-Estoy seguro! No le hubiera dejad

    salir sin que me hubiese dicho la verdad.

    -An es tiempo.-De veras?-Llammosle, e interrogadle vos mis

    mo.-Corriente!

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    -Pero os aseguro que ser intil. Ltengo hace veinte aos, y jams ha incurriden torpeza alguna, lo cual -aadi riendFouquet- no hubiera tenido nada de extrao.

    -Llamadle, sin embargo. Creo habevisto esta maana esa cara muy en conversacin con uno de los hombres del seor Cobert.

    -Dnde?

    -Delante de las caballerizas.-Bah! Todos mis sirvientes estn matar con los de ese pedante.

    - Digo que le he visto, y su rostro, qume deba ser desconocido cuando entr hac

    poco, me ha chocado de un modo desagradable.-Por qu no despegasteis los labio

    mientras permaneci aqu?-Porque en este momento es cuand

    veo claro en mis recuerdos.-Oh! -dijo Fouquet-. Empezis a asustarme.

    Y dio un golpe en el timbre.-Quiera el Cielo que no sea tarde -dij

    Aramis.

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    Fouquet llam otra vez. El ayuda dcmara ordinario se present.

    -Pronto, que venga Tobas -ordenFouquet.

    El ayuda de cmara volvi a cerrar lpuerta.

    -Supongo que me dais carta blancano?

    -Entera.

    -Puedo usar todos los medios paraveriguar la verdad?-S.-Hasta la intimidacin?-Os constituyo procurador general e

    mi lugar.Esperaros diez minutos, pero intilmente.

    Fouquet, impaciente, llam de nueven el timbre.

    -Tobas! -grit.-Monseor -dijo el criado-, le estbuscando.

    -No debe estar lejos, pues no le hencargado ningn mensaje.

    -Voy a ver, monseor.

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    Y el ayuda de cmara cerr la puerta.Entretanto se paseaba Aramis impaciente

    pero en silencio, por el gabinete.Pasaron diez minutos ms. Fouquet volvi

    a llamar de manera capaz de despertar a toda una necrpolis.

    El criado volvi bastante trmulo parhacer sospechar alguna mala noticia.

    -Monseor debe de padecer algun

    equivocacin -dijo antes de que Fouquet lpreguntase-; por fuerza ha dado monseoalguna comisin a Tobas, pues ha ido a lacaballerizas, y ha ensillado por s mismo emejor corredor de monseor.

    -Y qu?-Ha partido.-Se. fue! -exclam Fouquet-. Qu

    corran tras l y me lo traigan!-Bah, bah! -dijo Aramis cogindole d

    la mano-. Un poco de calma, ya que el maest hecho.-Cmo que est hecho el mal?- Yo estaba cierto de ello. Ahora pro

    curaremos evitar la alarma; calculemos e

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    -Tenis razn -dijo Aramis-; no demoa las cosas ms importancia de la que conviene; adems... si nos vemos amenazadosmedios tenemos de defensa.

    -Amenazados! -exclam FouquetSupongo que no contaris esa picadura dhormiga en el nmero de las amenazas qupuedan comprometer mi fortuna y mi vidano es eso?

    -Cuidado, seor Fouquet, que la picadura de una hormiga puede matar a un ggante, si la hormiga es venenosa.

    -Pero esa omnipotencia de quhablis, desapareci ya?

    -No; soy omnipotente, pero no inmortal.-Veamos; lo que ms urge por ahor

    es encontrar a Tobas. No opinis lo mismo?-Oh! Fin cuanto a eso, no le hallar

    -dijo Aramis-; y si lo consideris necesariodadlo por perdido.-Mas en alguna parte estar -dijo Fou

    quet.-Tenis razn; dejadme obrar

    respondi Aramis.

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    81/2115

    VLAS CUATRO PROBABILIDADES DE

    MADAME

    Ana de Austria haba suplicado a la reina que fuese a verla. Enferma haca algtiempo, y cayendo desde lo alto de su hermo

    sura y de su juventud con aquella rapidez ddescenso que marca la decadencia de las mujeres que han luchado mucho, la reina Anvea unirse al padecimiento fsico el dolor dno figurar ya sino como recuerdo vivo en me

    dio de los jvenes ingenios y potentados dsu corte. Las advertencias de su mdico y lade su espejo la desconsolaban mucho menoque los avisos inexorables de la sociedad dlos cortesanos, que, semejantes a las rata

    de los barcos, abandonan la cala donde va penetrar el agua a causa de las averas detiempo.

    Ana de Austria no se hallaba satisfecha con las horas que le consagraba s

    primognito.

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    El rey, buen hijo, pero con ms afectacin que cario, dedicaba en un principio su madre una hora por la maana y otra pola noche; pero, desde que se encarg de los

    asuntos del Estado, las visitas de la maana de la noche se redujeron slo a media hora, poco a poco qued suprimida la de la maana.

    Veanse en misa, y hasta la visita noc

    turna era a veces reemplazada por una entrevista, bien en el aposento del rey en tertulia, o bien en el de Madame, adonde corrgustosa la reina por miramiento a sus dohijos.

    De ah naca el inmenso ascendientde Madame sobre la Corte, que haca de ssala la verdadera tertulia real.

    Ana de Austria lo comprendi. Vindose enferma y condenada por sus padecimien

    tos a hacer una vida retirada, se desconsolal prever que la mayor parte de sus das sus noches transcurriran solitarios, intilesdesesperados.

    Recordaba con terror el aislamiento e

    que la tena en otro tiempo el cardenal Riche

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    83/2115

    lieu; noches fatales e insoportables, en lacuales le quedaba, no obstante, todava econsuelo de la juventud y de la belleza, quvan siempre acompaadas de la esperanza.

    Entonces form el proyecto de trasladar la Corte a su habitacin y de atraer a Madame con su brillante escolta a la moradatriste ya y sombra, donde la que era viuda madre de un rey de Francia se vea reducid

    a consolar de su viudez anticipada a la esposa, siempre llorosa, de un rey de Francia.Ana reflexion.Mucho haba intrigado durante su v

    da. En los buenos tiempos, cuando su juven

    cabeza conceba proyectos siempre felicestena a su lado, para estimular su ambicin su amor, una amiga ms ardiente y ambiciosa que ella misma, una amiga que la habamado, cosa rara en la Corte, y que, po

    mezquinas consideraciones, haban alejadde ella.Mas despus de tantos aos, si se ex

    ceptan a las seoras de Motteville y la Molena, nodriza espaola, confidente suya por e

    doble carcter de compatriota y de muje

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    quin poda lisonjearse de haber dado uexcelente consejo a la reina?

    Quin, asimismo, entre aquellas cabezas juveniles, podra recordarle el pasado

    por el cual viva solamente?Ana de Austria acordse de la seorit

    de Chevreuse, desterrada primero, ms biepor su voluntad que por la voluntad del rey, muerta despus en el destierro siendo muje

    de un obscuro hidalgo.Se pregunt lo que en tal caso lhabra aconsejado la seora de Chevreuse eotro tiempo, cuando estaban metidas en suintrigas comunes; y, despus de una seri

    meditacin, le pareci que aquella mujer astuta, llena de experiencia y sagacidad, le responda con su tono irnico:

    -Toda esa juventud es pobre y ambciosa. Necesita oro y rentas para alimenta

    sus placeres: sujetadla por medio del intersAna de Austria adopt ese plan. Sbolsa estaba bien provista; dispona de unsuma considerable que Mazarino haba reundo para ella y

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    colocado en sitio seguro. Posea, ademslas ms hermosas pedreras de Francia, especialmente unas perlas de tal magnitud, quhacan suspirar al rey cada vez que las vea

    porque las perlas de su corona no eran mque granos de mijo al lado de las otras.

    Ana de Austria no tena ya belleza nencantos de que poder disponer. Se hizo ricy present como cebo a los que viniesen

    hacerle la corte, ya buenos escudos que poder ganar en el juego, ya buenos regalohbilmente hechos los das de buen humoas como algunas concesiones de rentas qusolicitase del rey, y que se haba decidido

    hacer para sostener su crdito.Desde luego ensay este medio coMadame, cuya posesin era la que ms tenen estima de todas.

    Madame, no obstante la intrpida con

    fianza de su carcter y de su juventud, sdej llevar por completo, y, enriquecida paulatinamente con donativos y cesiones, futomando gusto a aquellas herencias anticipadas.

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    Ana de Austria emple igual medicon Monsieur y con el rey mismo, y estableciloteras en su habitacin.

    El da de que hablamos se trataba d

    una reunin en el cuarto de la reina madre, esta princesa rifaba dos brazaletes de hermossimos brillantes y de un trabajo delicado.

    Los medallones eran unos camafeoantiguos del mayor valor. Considerados com

    renta, no representaban los diamantes uncantidad considerable, pero la originalidad rareza de aquel trabajo eran tales, que sdeseaba en la Corte, no slo poseer, sino veaquellos brazaletes en los brazos de la reina

    y los das en que los llevaba puestos consderbase como un favor el ser admitido admirarlos besndole las manos.

    Hasta los cortesanos haban dadrienda suelta a su imaginacin para estable

    cer el aforismo de que los brazaletes nhabran tenido precio si no les hubiera cabidla desgracia de hallarse en contacto con unobrazos como los de la reina.

    Este cumplimiento haba tenido el hono

    de ser traducido a todos los idiomas de Euro

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    pa, y circulaban sobre el particular ms dmil dsticos latinos y franceses.

    El da en que Ana de Austria se decidipor la rifa, era un da decisivo: haca dos da

    que el rey no iba al cuarto de su madre.Madame estaba de mal humor desd

    la clebre escena de las dradas y de las nyades.

    El rey no estaba enojado, pero un

    distraccin poderossima le tena completamente apartado del torbellino y de las diversiones de la Corte.

    Ana de Austria llam la atencin de lconcurrencia anunciando su proyectada rif

    para la noche siguiente.Al efecto, quiso ver a la reina joven, quien, como hemos dicho, haba pedido unentrevista por la maana.

    -Hija ma -le dijo-, tengo que anuncia

    ros una buena nueva. El rey me ha dicho dvos las cosas ms afectuosas. El rey es jovey fcil de distraer; pero, en tanto que permanezcis a mi lado, no se atrever a separarse de vos, a quien por otra parte profes

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    el ms vivo cario. Esta noche hay rifa en mhabitacin. Vendris?

    -Me han dicho -repuso la reina cocierto asomo de tmida reconvencin- qu

    Vuestra Majestad iba a rifar sus valiosos brazaletes, cuyo mrito es tal, que no hubiramos debido consentir que saliesen del guardajoyas de la Corona, aun cuando no fuesms que porque os han pertenecido.

    -Hija ma -dijo entonces Ana de Austria conociendo todo el pensamiento de snuera y procurando consolarla de no haberhecho aquel regalo-, era preciso atraer parsiempre a mi tertulia a Madame.

    -A Madame? -murmur ruborizndose la reina.-S, por cierto: no os parece mejo

    tener en vuestro cuarto a una rival para viglarla y dominarla, que saber que el rey est

    siempre en su cuarto dispuesto a galantearly a dejarse galantear? Esa rifa es el cebo dque me valgo para ello. Me lo censuris todava?

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    -Oh, no! -murmur Mara Teresdando una mano con otra, con ese impulspropio de la alegra espaola.

    -Ni sentiris ya tampoco, querid

    ma, que no os haya dado esos brazaletescomo era mi intencin?

    -Oh! No, no, querida madre! ...-Pues bien, hija ma, tratad de pone

    ros guapa, y que sea brillante nuestra tertu

    lia: cuanta ms alegra manifestis, pareceris ms encantadora y eclipsaris a todas ladamas en esplendor y dignidad.

    Mara Teresa se retir entusiasmada.Una hora ms tarde reciba Ana d

    Austria a Madame, y, llenndola de caricias:-Buenas noticias! -le dijo-. Al rey lha agradado sobremanera la idea de mi rifa.

    -Pues a m no tanto, seora -repusMadame-; ver unos brazaletes tan hermoso

    como sos en otros brazos que los vuestros los mos, es cosa a que no me puedo acostumbrar.

    -Vaya! -dijo Ana de Austria ocultandbajo una sonrisa un agudo dolor que le aco

    meti en aquel momento-. No tomis las co

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    sas tan a pechos, ni vayis a mirarlas por elado peor.

    -Seora, la suerte es loca, y segn mha dicho, habis puesto doscientos billetes.

    -As es; pero no ignoris que slo hde haber un ganancioso.

    -Indudablemente. Pero, quin ser?... Podis decrmelo? -pregunt desesperada Madame.

    -Ahora me recordis que he tenido usueo esta noche... Oh! Mis sueos sobuenos!... Duermo tan poco!

    -Qu sueo?... Estis mala?-No -dijo la reina ahogando con un

    constancia admirable el tormento de otrpunzada en el seno-. He soado que le tocaban los brazaletes al rey.

    -Al rey?-Vais a preguntarme qu es lo que e

    rey puede hacer con los brazaletes, no ecierto?-As es.-Y pensis que sera una fortuna qu

    el rey obtuviese los brazaletes..., porque en

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    tonces se vera obligado a regalarlos a aguien.

    -A vos, por ejemplo.-En cuyo caso los regalar yo a m

    vez, porque no iris a suponer -dijo riendo lreina- que ponga esos brazaletes en rifa pogusto de ganar, y s slo por regalarlos sicausar envidias. Pero si la suerte no quisiersacarme del apuro, entonces corregir a l

    suerte, y ya tengo pensado a quin he dofrecer los brazaletes.Estas palabras fueron pronunciada

    con una sonrisa tan expresiva, que Madamdebi corresponder a ella con un beso en se

    al de gracias.-Pero -repuso Ana de Austria-, no sabis tan bien como yo que si el rey obtuvieslos brazaletes no me los devolvera?

    -Entonces se los dara a la reina. No

    por la misma razn que tiene para no devovrmelos a m, pues si hubiese querido drselos a la reina, no tena necesidad de valerme de l para hacerlo.

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    Madame lanz una mirada oblicua los brazaletes, que resplandecan en su estuche sobre una consola inmediata.

    -Qu hermosos son! Pero olvidamos

    aadi- que el sueo de Vuestra Majestad nes ms que un sueo.

    -Mucho extraara -replic Ana dAustria- que mi sueo me engaase, porqurara vez me ha sucedido.

    -Entonces, podis ser profeta.-Ya os he dicho, hija ma, que casnunca sueo; pero es una coincidencia tarara la de ese sueo con mis ideas! Se ajusta tan perfectamente a mis combinaciones!

    -Qu combinaciones?-Por ejemplo, la de que los brazaletefuesen para vos.

    -Entonces no le tocarn al rey.-Oh! -dijo Ana de Austria-. No ha

    tanta distancia del corazn de Su Majestad avuestro ... a vos, que sois su hermana amad... No hay tanta distancia, repito, que pueddecirse que el sueo sea engaoso. Examinay pensad bien las probabilidades que tenis

    vuestro favor.

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    -Veamos.-En primer lugar, la del sueo. Si e

    rey gana, de seguro son para vos los brazaletes.

    -Admito esa probabilidad.-Si la suerte os es propicia, entonce

    no hay que dudar que son vuestros ...-Naturalmente; tambin es admisible-Luego si la suerte se decide por Mon

    sieur. . .-Oh! -exclam Madame prorrumpiendo en una carcajada-. Se los dara acaballero de Lorena.

    Ana de Austria se ech a rer como s

    nuera, es decir, de tan buena gana, que lrepiti el dolor y se puso lvida en medio daquel acceso de hilaridad.

    -Qu tenis? -dijo asustada Madame-Nada, nada; el dolor de costado... H

    redo mucho... Estbamos en la cuarta probabilidad.-Oh! Lo que es sa no la veo.-Oh! Lo que es sa no la veo.

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    -Perdonad, que no estoy excluida dentrar en suerte, y, si me tocan los brazaletes, estis segura de m.

    -Gracias, gracias! -exclam Madame

    -Espero que os consideris como favorecida, y que ahora empiece a tomar mi sueo a vuestros ojos aspecto de realidad.

    -Me dais realmente esperanza y confianza -dijo Madame-, y los brazaletes gana

    dos de este modo sern mucho ms valiosopara m.-Conque hasta la noche? -Hasta l

    noche!Y ambas princesas se separaron. An

    de Austria, despus que se march su nueradijo entre s, examinando los brazaletes:-Preciosos son, efectivamente, puest

    que por ellos me conciliar esta noche un corazn, al paso que habr adivinado un secre

    to. Y, volviendo luego hasta su desiertalcoba:

    -Es de este modo como te habramanejado t, pobre Chevreuse? -dijo lanzan

    do al aire su voz-. S, no es verdad?

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    Y, con el eco de aquella invocacin, sreanim en ella, como un perfume de otrtiempo, toda su juventud, toda su loca imagnacin, toda su felicidad.

    VIEL SORTEO

    A las ocho de la noche hallbanse to

    dos reunidos con la reina madre. Ana de Austria, en traje de ceremonia y engalanada colos restos de su hermosura y todos los recursos que la coquetera puede poner en manohbiles, disimulaba, o procuraba ms bie

    disimular, a la turba de jvenes cortesanoque la rodeaban y admiraban todava, merced a las combinaciones que dejamos expuestas en el captulo anterior, los estragoya visibles de aquella enfermedad que deb

    llevarla al sepulcro algunos aos despus.Madame, casi tan coqueta como Ande Austria, y la reina, sencilla y natural comsiempre, estaban sentadas a sus lados y sdisputaban sus agasajos.

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    Las camaristas, reunidas en cuerpo dejrcito para resistir con ms fuerza, y, dconsiguiente, con mejor xito, a los maliciosos dichos que los cortesanos les dirigan

    prestbanse, como un batalln en cuadro, emutuo auxilio de un buen ataque y de unbuena defensa.

    Montalais, hbil en semejante guerrde tiradores, protega toda la lnea con e

    fuego incesante que diriga contra el enemgo.Saint-Aignan, desesperado del rigo

    insolente a fuerza de ser obstinado, de la seorita de Tonnay-Charente, procuraba volver

    le la espalda; pero, vencido por el irresistiblresplandor de los dos grandes ojos de lhermosura, volva a cada paso a consagrar sderrota con nuevas sumisiones, a las que ndejaba de contestar la seorita de Tonnay

    Charente con nuevas impertinencias.Saint-Aignan no saba a qu santo encomendarse.

    La Vallire tena, no una corte, sino uprincipio de cortesanos. Saint-Aignan, con

    esperanza de a raerse por medio de su ma

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    niobra las miradas de Atenaida, fue a saludaa la joven con un respeto que a ciertos esprtus miopes les haba hecho creer en la voluntad de contrapesar a Atenaida con Luisa.

    Pero stos eran solamente los que nhaban visto ni odo referir la escena de la lluvia. Slo que, como la mayora estaba ya informada, y bien informada, su favor declarado haba atrado hacia ella a los ms hbile

    como a los ms imbciles de la Corte.Los primeros, porque decan, unocomo Montaige: "Qu sabemos!"; y otroscomo Rabelais: "Puede se?'.

    El mayor nmero sigui a aqullos

    como en las caceras cinco o seis podencohbiles siguen solos la pista de la presa, etanto que el resto