Top Banner
EL MUNDO. DOMINGO 15 DE NOVIEMBRE DE 2015 2.  C R O N I C A  
4

Agonía de Franco

Feb 21, 2018

Download

Documents

Maquiabello
Welcome message from author
This document is posted to help you gain knowledge. Please leave a comment to let me know what you think about it! Share it to your friends and learn new things together.
Transcript
Page 1: Agonía de Franco

7/24/2019 Agonía de Franco

http://slidepdf.com/reader/full/agonia-de-franco 1/4

EL MUNDO. DOMINGO 15 DE NOVIEMBRE DE 20152.   C R O N I C A  ´

Page 2: Agonía de Franco

7/24/2019 Agonía de Franco

http://slidepdf.com/reader/full/agonia-de-franco 2/4

EL MUNDO. DOMINGO 15 DE NOVIEMBRE DE 2015 3.C R O N I C A  ´

Las fotos fueron

tomadas por el

yerno de Franco

entre el día 15 y 19

de noviembre de

1975. Murió el 20.

LA AGONÍADE FRANCO:15 MILLONESDE PESETASEl periodista que se atrevió apublicar las fotos que el marquésde Villaverde tomó a su suegroagonizante hace hoy justo 40años cuenta por vez primera lahistoria completa de los cuatro‘disparos’ al Generalísimo. Pagópor ellas 15 millones de pesetas,no fueron fotos robadas y el‘sirviente’ que las vendió lo hacíapara que el mundo viera “lasperrerías” que le hicieron al final:“Su Excelencia murió como unperro”, decía él con dolor 

P O R JA IME

P EÑAF IEL

Page 3: Agonía de Franco

7/24/2019 Agonía de Franco

http://slidepdf.com/reader/full/agonia-de-franco 3/4

EL MUNDO. DOMINGO 15 DE NOVIEMBRE DE 20154.   C R O N I C A  ´

El día 20 de octubre de 1984 reci-bía en mi despacho de La Re- vista, del Grupo Zeta, que yo di-

rigía, una extraña y sorprendentellamada telefónica. Mi interlocutor,un personaje importante del fran-quismo, tan importante que, a lolargo de 30 años, había servido algeneral como un perro fiel hasta eldía de su muerte, el 20 de noviem-

bre de 1975. Ese día fue, precisa-mente, el último que le vi cuandosellaban el féretro que contenía losrestos mortales de Franco.

La llamada estaba motivada porel deseo manifestado de entrevis-tarnos para hacerme partícipe deuna información «muy confiden-cial» sobre el general que podía in-teresar a mi publicación.

La cita quedó fijada para el díasiguiente, 21, en el bar del lujosohotel Meliá de Alicante, a las cuatroen punto de la tarde. Con dos con-diciones: que acudiera solo y que,cualquiera que fuera el resultadode nuestra entrevista, le jurara quenunca revelaría ni su nombre ni elmotivo de nuestro encuentro. Sue-

lo ser hombre de palabra y lo queprometo, sin tener que jurar quenunca me han gustado los jura-mentos, lo cumplo hasta la muerte. Aunque algunos miserables no lomerezcan.

 A las 16.00 horas de aquel 21 deoctubre llegaba yo al hotel en cues-tión. Y allí, en la penumbra del bar,desierto a esa temprana hora de latarde, estaba él, o alguien que yosupuse que era él, porque, por pre-caución para no ser reconocido pornadie, había tomado asiento de es-paldas a la entrada. Cuando sintióque me acercaba, se volvió, se le- vantó y entonces no sólo le recono-cí sino que su rostro, que para mi

sorpresa no había cambiado mu-cho con los años, me produjo unacuriosa sensación. En el ojal de lasolapa de su chaqueta, el escudo dela Casa del caudillo: castillos, leo-nes, laureles y laureada.

—Qué bien le encuentro.—No crea, echo de menos aque-

llos años y, sobre todo, a Su Exce-lencia. Fueron 32 años, 32 junto aél. Día a día. Pero a todos, desgra-ciadamente, nos llega la jubilación.

 Y hablábamos y hablábamos.Tanteándonos. Sin atrevernos, él aexponer el tema que nos había reu-nido, y yo a preguntar qué me que-ría vender.

—¡Qué tiempos aquellos!, ¿ver-dad? ¿Usted no supo nunca que Su

Excelencia le tenía mucho afecto?—Sería por lo del ¡Hola!, que le

trataba muy bien.—No. Era a usted personalmente.—Pues le confieso que no lo sa-

bía.—¿Sabe usted que muchas veces

he estado tentado de escribir mismemorias?

—¿Y por qué no lo ha hecho?—Porque lo que interesa, por fi-

delidad y respeto, no lo puedo con-tar. Lo que puedo contar no intere-sa, lo conoce todo el mundo.

—¿Y por qué no se anima y meescribe algo sobre Su Excelenciapara el 20 de noviembre, que serásu aniversario?

—Tengo algo mejor para que us-ted pueda vender millones de ejem-plares.

¡Por fin iba a parir la burra!¡Aquello había sido el parto de losmontes!

 Y de repente, con mucho teatro y con sus ojos pequeños, profun-dos y negros, como los de Francotal vez por mimetismo, clavados enlos míos, sacó del bolsillo derechode su chaqueta gris oscura —todoél era gris— un sobre, uno de esos

sobres normales, de color blanco,que se usan para enviar cartas.

MANTENIDO ARTIFICIALMENTEMis ojos iban de los suyos al sobreque había colocado en la mesita ydel sobre a sus ojos maliciosamen-te sonrientes. De repente retiró lamano y allí quedaron, frente a mí,el sobre y su misterioso contenido.Con parsimoniosa elegancia, sinexteriorizar mi desbordante curio-sidad, tomé el sobre que estabaabierto, introduje los dedos pulgar y corazón en su interior para sacar¿una?, ¿dos?, ¿tres?, ¿cuatro? Sí,cuatro fotografías en color de13x18. Como la luz era más bienescasa, levanté las fotos hasta la

pantalla para contemplarlas mejor.Lo que vi en la primera de ellas—las otras cuatro eran pequeñas variaciones sobre el mismo tema—me dejó los ojos espantados sobrela cartulina. Allí estaba el general,allí estaba el testimonio gráfico delo que se sospechaba le habían he-cho durante los 15 días que perma-neció en la habitación de la prime-ra planta del Hospital La Paz: ne-garle el derecho a morirtranquilamente, sin dejarle aceptarla propia muerte de una maneradigna. Las fotos que tenía en mismanos eran un ejemplo terrible delo que se puede hacer con un hom-bre, conservándole, gracias a la

tecnología, hasta el último palmo vegetativo.Estas fotos también demostra-

ban que el general acabó converti-do en la terminal de una computa-dora, en una pieza de un complejomecanismo industrial, instrumen-talizado hasta la barbarie, según elilustre periodista Cándido.

—Es un testimonio impresionan-te, dramático, estremecedor y paté-tico —musité sin apartar los ojos delas fotografías.

—Fue una pena que no se lepermitiera morir con la dignidadcon la que había vivido ni se leconcediera el derecho a vivir enpaz —me recitó emocionado comouna lección bien aprendida—. Se

preguntará por qué he recurrido austed...

No me lo preguntaba, lo sabía.—Como usted puede ver en estas

fotografías, Su Excelencia muriócomo un perro al que se le han he-cho toda clase de perrerías y nuncamejor dicho. Yo quiero que se sepalo que reflejan estas imágenes.

Todo el mundo lo sabía. La utili-zación de la agonía de un hombrepor motivos políticos: para dejarlo«todo atado y bien atado» se pre-tendía la reelección de AlejandroRodríguez de Valcárcel como pre-sidente de las Cortes, prevista parael 26 de noviembre. Con Franco vi- vo nadie, de los franquistas por su-

puesto, hubiera votado en contra.Rodríguez Valcárcel se presentó ala votación y, como es fácil de su-

poner, perdió. Fue elegido Torcua-to Fernández-Miranda. Franco ha-bía muerto ya.

—¿Y qué pretende hacer con es-tas fotografías? —me atreví a pre-guntarle cínicamente.

—¿A usted no le gustaría publi-carlas? ¡Menudo éxito iba a tener!Lo iba a vender todo... Si algún díame decido a publicarlas, sólo hay

un periodista en el que confiar. Poreso estamos usted y yo aquí. Sé quepuedo confiar y que nunca revela-rá el nombre de quien le ha facilita-do las fotos. Podría tener grandesdisgustos y hasta peligrar mi vida.

—Usted sabe que soy hombre depalabra.

—Me consta. Amigo Peñafiel,por estas fotografías ¿se pagaríanmuchos millones? Este es un docu-mento histórico y para una publica-ción como la que usted dirige es co-mo si Dios le hubiera venido a ver.Todo el mundo hablará de ella.

—Oiga, ¿no habrá problemas ju-rídicos con la familia?

—Amigo Peñafiel, el Generalísi-mo Franco no pertenece a su fami-

lia sino a la Historia y la Historiapertenece a todos los españoles.

Desde que empezamos a hablarde dinero, reconozco que le perdíel respeto. Con toda la confianzaque da saber que estás t ratandocon un chalán, le pregunté condescaro:

—¿Cómo se atrevió a hacer estasfotografías? ¿No pensó que podríansorprenderle con tanto control y vi-gilancia como había?

—¡Pero si yo no fui el autor! ¡Pe-ro si yo no hice las fotos! Las hizo elmarqués.

—¿El marqués de Villaverde?—pregunté.

—Sí, el doctor Martínez Bordiú,el hijo político de Su Excelencia, el yernísimo, como le llamábamos.

—¡No me joda! ¡No me lo puedocreer! Perdóneme, pero yo habíacreído...

—Perdóneme usted que yo no selo hubiera dicho.

—Esto cambia las cosas. Yo nolas puedo publicar. Este tío me em-papela. Pero, ¿cómo las tiene ustedsi son del marqués?

—No, estas copias no son delmarqués. Estas copias son mías. Al-guien del laboratorio que reveló elcarrete me hizo este regalo, sabien-do todo el cariño que yo profesabaa Su Excelencia.

—Sí, pero el original es de Villa- verde.

—Pero él no sabe que yo tengoestas copias que, a lo largo de todosestos años, he conservado como mimayor tesoro.

—¿Y ahora no le importa des-prenderse de él?

—Lo hago por todo lo que le he

dicho.Sentí que le tenía cogido. Él sa-

bía que aquello que había conser- vado con tanto amor valía muchodinero. Y cuando supo que yo ha-bía sacado la revista a la calle, dis-puesto a comerme el mundo pa-gando como el que más por las ex-clusivas, se dijo: «Esta es la mía. Yome anticipo al marqués».

—¿Usted piensa que el marquéshizo estas fotos para venderlas?

—Pienso que sí. No me dirá us-ted que las hizo por interés científi-co. En esos casos, sólo se fotografía

el campo operatorio, pero el mar-qués bien que se preocupó por quese viera en las fotografías toda laparafernalia que rodeaba la agonía y muerte de Su Excelencia. Hastalas enfermeras, que eran suyas,aparecen posando ante el pobreCaudillo sin respeto ni asepsia.

—Lleva usted razón, pero si laspublico va a armarse la de Dios es

Cristo.—No creo que se atreva. Los su- yos y los otros se le echarían enci-ma.

—Sí, pero el marqués es muychulo.

—¿Me lo dice usted a mí? ¿A us-ted pueden obligarle a confesar elnombre de quien le ha facilitado lasfotos?

—¡Nunca! Siempre podré aco-germe al secreto profesional. Ustedesté tranquilo. Sabe que nunca ledelataré. Hablemos de dinero —ledije sonriendo.

Él no se atrevió ni a preguntarcuanto. Estaba acorralado. Le habíaganado la partida.

—Pienso que estas fotografías

pueden valer unos 50 millones[unos 889.000 euros al cambio ac-tual].

—Pero, hombre de Dios, no haynada que valga 50 millones —lecontesto—. Haciendo un gran es-fuerzo le podría dar 10 o 15 millo-nes, como mucho.

—¿Nada más?—Piense que asumo todos los

riesgos. El marqués hasta me pue-de acusar de robo. ¿Y cómo de-muestro que no las he robado?

—¿Usted piensa que estoy trai-cionando la memoria del Generalí-simo?

LA QUERELLA QUE GANÉ 

Con cinismo, le dije todo lo contra-rio de lo que pensaba:—No sólo no traiciona usted la

memoria del hombre al que ha ser- vido durante 32 años, sino que va aprestar un gran servicio: enseñar loque hicieron con él, cómo manipu-laron su agonía con fines políticosinconfesables. Para ganar tiempocon el que prolongar un franquis-mo sin Franco.

 Y mirando el reloj, me levanté:—Voy a perder el avión.—Yo le llevo al aeropuerto.Cuando al fin me vi en el avión,

saqué las fotografías y fui mirán-dolas a la luz del atardecer que en-traba por la ventanilla. No me ca-bía la menor duda de que aquello

era una exclusiva excepcional. To-da una bomba que yo iba a publi-car aunque estallara haciéndomemil pedazos. ¡Y claro que estalló, yde qué manera! El marqués sequerelló, me procesaron, me sen-taron en el banquillo, pidieron 50millones de pesetas y cinco añosde cárcel. Pero gané... aunque larevista se hundió.

 A las 3 de la madrugada del si-guiente día sonó el teléfono en micasa. Cuando descolgué el auricu-lar, oí la voz del colaborador de SuExcelencia que, a medio tono, parano ser oído en su propia casa, mepreguntaba con angustia:

—Amigo Peñafiel, ¿usted cree

que soy un traidor? No puedo dor-mir. Pienso que es mejor que lo de- jemos.

“LAS TOMÓ EL MARQUÉS DE VILLAVERDE”,ME DIJO. Y NO POR INTERÉS CIENTÍFICO:“HASTA LAS ENFERMERAS, QUE ERANSUYAS, SALEN POSANDO, SIN RESPETO”

EL VENDEDOR: “ALGUIEN DEL LABORATORIOQUE REVELÓ EL CARRETE ME HIZO ESTEREGALO, SABIENDO TODO EL CARIÑO QUE YO PROFESABA A SU EXCELENCIA”

ME LLEGÓ A PEDIR 50 MILLONES DE PESETAS.ACORDAMOS 15. SU MUJER Y SU HIJA MERECLAMARON LAS FOTOS, PERO CAMBIARONDE OPINIÓN Y SE LLEVARON EL CHEQUE

LA LARGA AGONÍA TUVO MOTIVOS POLÍTICOS:QUE LLEGARA VIVO AL 26-N PARA ASEGURARLA REELECCIÓN DEL PRESIDENTE DE LAS

CORTES. MUERTO ÉL, SE ELIGIÓ A TORCUATO

Page 4: Agonía de Franco

7/24/2019 Agonía de Franco

http://slidepdf.com/reader/full/agonia-de-franco 4/4

EL MUNDO. DOMINGO 15 DE NOVIEMBRE DE 2015 5.C R O N I C A  ´

—No se preocupe, ¿somos o nosomos amigos? No se arrepentiránunca. De todas formas, mañana lodiscutiremos. Buenas noches.

 A primera hora de la tarde metelefoneó para cerrar el trato, me-diante un cheque al portador, sinmás. Ni el gerente de la revista su-po a quién iba destinado, aunque síen pago de qué. (Habíamos acor-

dado que en nuestros contactos te-lefónicos se identificara con elnombre de Fernando Alarcón ).

Estando ya el material en im-prenta, irrumpieron una mañanaen el despacho dos señoras que seidentificaron como la esposa e hijadel colaborador de Franco. Meacusaron con insultos de haber en-gañado a su marido y a su padre yde haberle convencido de que ven-diera las famosas fotos. De dicha venta ninguna de las dos había sa-bido nada hasta que...

—Mi padre llevaba varias nochessin dormir, suspirando cuando nollorando —empezó su hija.

—Yo le preguntaba qué le pasa-ba, pero no contestaba —añadió su

esposa—. Sólo llorar. «Es que ten-go una opresión, aquí, en el pecho,que no me deja respirar», decía.Pensamos que podía ser un infarto y quisimos llamar al médico, peroél se negó. Hasta que no pudo más y nos confesó llorando lo ocurrido,mostrándonos el cheque que ustedle había enviado: «He traicionadola memoria de Franco.... he vendi-do sus fotografías», nos decía entrelágrimas. Por poco nos morimosdel disgusto. ¿Cómo ha podido us-ted convencerle para que hicieratal cosa? Esto no puede quedar así. Aquí está el cheque y usted nos de- vuelve las fotografías. ¡Ahora mis-mo! No nos vamos sin ellas.

Intenté tranquilizarlas contándo-les toda la historia, que por supues-to desconocían: que el hombre lohacía por ellas, para mejorar la po-bre jubilación que le había queda-do. Las señoras fueron serenándo-se ante la evidencia de los hechos y comenzaron a verlo más claro, esmás, a no verlo tan mal.

El cheque [con el precio finalacordado, 15 millones de pesetas,aproximadamente 266.000 euros alcambio actual] permanecía sobrela mesa, donde lo habían arrojadocuando llegaron. A su vista. Y loque al principio eran reproches einsultos, ahora eran preguntasaclaratorias: «¿Usted cree...? ¿Nohabrá problemas...? ¿Nos pode-

mos ir tranquilas...? ¿Usted ha pro-metido...? Se sintieron aliviadas, selevantaron, me tendieron la mano y, cuando se disponían a abando-nar el despacho, la hija se volvió ypreguntó tímidamente: «¿Me pue-do llevar el cheque?».

En la reunión con los consejerosde Zeta, Antonio Asensio, siendocomo era el dueño absoluto de suspublicaciones, me aconsejó no pu-blicarlas pero respetando mi deci-sión de hacerlo, como director que yo era. Un experto se atrevió aaventurar que no valían tanto por-que Franco estaba ya muerto.

Buscando una voz autorizada,me dirigí al doctor Hidalgo Huer-

tas, del equipo médico habitual deFranco, quien le había intervenidonada menos que tres veces segui-

das. Todas a vida o muerte. Cuan-do extendí ante él las cuatro foto-grafías, su rostro se quedó tan pá-lido como la bata que llevaba:

—Pero ¿quién ha sido el canallaque ha hecho estas fotografías?

Sabiendo la amistad que leunía con el marqués, no quise de-círselo; sólo pretendía que inten-tara informarme del momento

aproximado en el que habían sidorealizadas.—Fueron hechas entre el 14 de

noviembre, cuando tras la terceraoperación le puse un drenaje a ni- vel del duodeno para que no pasa-ra la bilis, y cualquier día antes del20, cuando murió. Y en una de ellasse ve ese drenaje.

Con toda intención le hice la si-guiente pregunta:

—¿Cuál fue la actitud del mar-qués de Villaverde como médico ehijo político de Franco durante to-

da su enfermedad y agonía de susuegro?

—Me alegro de que me hagaesta pregunta bajo ese doble pun-to de vista. Cristóbal se portó co-mo un hijo con su padre. Y sucomportamiento como médico,digno de toda loa. En todo mo-mento se comportó con una co-rrección auténtica y colaboró en

lo que se le pidió.Hablaba sin dejar de mirar lasfotografías pero sin parar de mu-sitar: «¿Quién habrá sido el ca-brón que ha hecho las fotogra-fías?, ¿quién habrá sido ese hijode puta?».

—Ni se debían haber hecho niusted debería publicarlas. Va a ha-cer mucho daño. Y el mayor, a us-ted. No se lo van a perdonar ni lafamilia del Generalísimo ni los lec-tores.

 Y acertó. O

Al ver las fotografías publicadasen ‘La Revista’ en octubre de1984, Cristóbal Martínez Bordiú,marqués de Villaverde, declaró:«Son mías. Pertenecen alhistorial clínico de Franco. Nosólo clínicamente sino por lacategoría excepcional delpersonaje, era necesariohacerlas y conservarlas.Estuvieron durante muchotiempo junto a documentos muyreservados bajo llave en el cajónde mi mesa. Sin que corriesen el

menor peligro, entre otrascosas, porque nadie sabía queestaban. Surgió, como todo elmundo recuerda, mi sustitucióny expulsión de dicho centro.Tuve que abandonarlo inmedia-tamente. No me dieron tiemponi a recoger mis cosas. De todasformas, allí parecían seguras.Hasta que obligaron a mi

secretaria Arancha a entregarlas llaves de armarios y cajones.En los dos meses que permane-cieron allí hastaque yo ordené el traslado,alguien tuvo tiempo no sólo deordenar sino de revisar misdocumentos».«De todas formas» —conti-nuó— «tengo perfectamentelocalizadas a las personas quetocaron esos cajones, en losque se encerraban las fotogra-fías. Por lo tanto, insisto, noserá difícil descubrir al ladrón.Llegaremos hasta donde hayaque llegar, porque me va a serfacilísimo averiguarlo. Después,los tribunales de justicia

tendrán la última palabra. Todoestá en marcha. No quiero nipensar, aunque sé que habrámentes retorcidas que piensenque esas fotografías han salidode mis manos. ¡Qué horror, quéhorror!».En el juicio se produjo unasituación insólita. Al serinterrogado el marqués por elpresidente del Tribunal sobrela opinión que tenía delprocesado, éste respondióllenándome de elogios(«magnífica persona, buenperiodista, todo un señor...»).—Si el señor Peñafiel es todolo que usted dice, no entiendo

cómo le ha denunciado porrobo —le interrumpió elmagistrado.—Yo sé que él no me ha robadolas fotos, señoría.—¿Entonces?—Es que quiero que confiesequién se las ha vendido.El magistrado, indignado,le advirtió que podía procesar-le por falsa denuncia. Final-mente el marqués fue conde-nado a pagar hasta las costas.(Mi abogada en tan delicado ydifícil juicio no fue otra que lagran Cristina Peña, queentonces lo era del Grupo Zetay hoy de nuestro periódico.También me salvó de las

garras de Paesa, por entoncescolaborador en los trapossucios del Ministerio delInterior del PSOE, en un juicioque llegó hasta el Supremoporque le había llamadoestafador).Por su parte, la hija menor delmarqués, Arancha, declaró, sinconocer aún quién había sidoel autor: «La verdad es que mifamilia está muy ofendida. Yocreo que después de nueveaños de su muerte, no sedeberían haber publicado talesfotografías. No se respetó ensu día —el que hiciera lasfotos— a un moribundo

indefenso, y ahora no se harespetado la memoriade un muerto».

EL MARQUÉS:

“ME ROBARON

LAS FOTOS”

12 DEOCTUBRE.Franco, en

su últimaaparición

pública,con Arias

Navarro. EFE

EN ELENTIERRO.

La hija deFranco,

Carmen, junto a suesposo, el

marqués de

 Villarverde.EFE

O