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May 24, 2020

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Apóstoles de la PalabraMéxico, 2010.

http://www.padreamatulli.net

¡ADELANTE!Les enviarémi Espíritu

P. Flaviano Amatulli Valente, fmap

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Diseño y edición de interioresPbro. Jorge Luis Zarazúa Campa, fmapRenato Leduc 231Col. Toriello Guerra Tlalpan14050 México, D.F:Tel. (01 55) 5665 5379 * Fax: (01 55 5665 4793)[email protected]://zarazua.wordpress.com/

Diseño de Portada:Efraín Del Ángel [email protected]

Ediciones Apóstoles de la PalabraEN MÉXICOMelchor Ocampo 20Col. Jacarandas, Iztapalapa09280 México, DFTelfax: 01/55/5642.9584Telfax: 01/55/5693.5013

Nuestra dirección en Internet:http://www.padreamatulli.netE-Mail: [email protected]

Ventas e informes:[email protected]

Impreso y hecho en MéxicoPrinted and made in Mexico

Se terminó de imprimirel 15 de agosto de 2010,

Solemnidad de la Asunción de María.- 2,000 ejemplares -

Indispensable para toda

BIBLIOTECA

FAMILIAR CATÓLICA

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PRESENTACIÓN

UN ITINERARIO ESPIRITUALPARA EL APÓSTOL DE LA PALABRA

Del enojo legítimo a la compasióny la ofrenda de sí mismo

De sorpresa en sorpresaLos escritos del padre Amatulli no dejan de

sorprenderme: su estilo personal, que atrapa al lectordesde las primeras líneas, motivándolo a seguir leyendo;la trama del relato, tejida de experiencias vividas yenriquecida con su imaginación privilegiada, que añadeelementos y crea situaciones sumamente interesantes;las ideas que vierte con una claridad particular, con esabrevedad suya, que le hace decir mucho en unas cuantasfrases; los planteamientos pastorales que expone, conuna sabiduría acumulada por la praxis y la reflexióncreyente; las soluciones que sugiere para enfrentar losdesafíos que vivimos como Iglesia y como sociedad; y laperspicacia que despliega al examinar la complejarealidad eclesial desde la perspectiva del Evangelio ysus exigencias, particularmente a la luz del GranMandamiento del Crucificado-Resucitado, que expresajusto cuando está a punto de volver al seno del Padre:

“Vayan y hagan que todos los pueblos sean misdiscípulos” (Mt 28, 18-19).

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“Vayan por todo el mundo y anuncien el Evangelioa toda la Creación” (Mc 16, 15).

He sido testigo privilegiado de la génesis de susescritos más recientes, en los que pretende fotografiarescenas de la realidad eclesial y proponer los cambiospastorales más pertinentes a la época en que vivimos ya los desafíos que enfrentamos.

He podido escucharlos antes de que se materialicenen signos gráficos, mientras el padre Amatulli imagina yesboza en voz alta lo que piensa escribir… y no sédecidirme por cuál es mi estilo predilecto: la forma oral,tan atractiva por el timbre de voz tan especial que locaracteriza, o la forma escrita, que me transporta aimaginar vivamente las escenas, con los matices tanpeculiares de su prosa. Obviamente, para provechonuestro, agradezco a Dios infinitamente el que nuestropadre fundador los ponga, finalmente, por escrito.

De hecho, ambas formas son realmenteestimulantes, porque me permiten ver la situación de laIglesia católica en nuestros días, elevar una acción degracias a Dios por muchos aspectos positivos queencuentro en mi Iglesia, imaginar soluciones a losproblemas que tenemos como comunidad eclesial ydescubrir que Dios sigue acompañando e iluminando asu pueblo.

En suma, sus escritos me llevan a tener una claraconciencia del momento presente, con sus luces ysombras, sus alegrías y sinsabores, sus retos yperspectivas. Una cosa es cierta: el padre Amatulli vallevándome de sorpresa en sorpresa.

Una trilogía singularLos más recientes escritos del P. Amatulli están

destinados a conformar una trilogía muy particular. El

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primero de la serie se titula “¡Alerta! La Iglesia sedesmorona”, donde se presenta con toda la crudeza deldiagnóstico la desoladora realidad eclesialcontemporánea, caracterizada por el éxodo masivo decatólicos a los más diversos grupos proselitistas, elabandono pastoral de nuestro pueblo, la profundaignorancia religiosa de amplios sectores del catolicismoy el crecimiento exponencial del indiferentismo religioso.

El segundo volumen de la trilogía es “¡Ánimo! Yoestoy con ustedes” y quiere presentar la otra cara de lamedalla y nos revela que Dios escribe derecho enrenglones torcidos, por lo que, a pesar de un panoramatan desolador, la Iglesia sigue avanzando en muchosámbitos. De tantas experiencias fallidas quedan pepitasde oro, que nos hacen recordar que Dios nunca abandonaa la Iglesia y a la humanidad redimida por Cristo.

Los escritos más recientes (“Nacho, el Soñador”,“Laura, la víctima inocente”, “Los dos hermanos” y “Elmonje rebelde”) conforman el tercer tomo de esta singulartrilogía, cuyo título es altamente significativo: “¡Adelante!Les enviaré mi Espíritu”, que expresa la fe en Aquel quees el Protagonista e impulsor de la evangelización y elque conduce los destinos de la Iglesia, suscitando loscarismas más diversos y cuya acción se percibe en cadahombre y en cada acontecimiento y que sigue actuandoen la comunidad eclesial, a pesar de nuestras resistenciasal proyecto salvífico del Padre celestial.

Se trata, por tanto, de una profesión de fe en Dios,uno y trino, que quiere “que todos los hombres se salveny lleguen al conocimiento pleno de la verdad” (1Tm 2, 4)y una profesión de fe en los destinos de la Iglesia, pueslos designios de Dios son de paz y salvación (cfr. Jr 29,11-12).

Por eso considero importante releerlos desde laperspectiva de que constituyen una trilogía, examinando

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no sólo los detalles sino atendiendo al conjunto. Seráuna aventura espiritual e intelectual apasionante, queabrirá enormes perspectivas para la praxis pastoral enorden al aggiornamento de la Iglesia y el enriquecimientopastoral.

Un itinerario espiritualUn escrito que me ha impactado notablemente es

“Nacho, el soñador”, porque me ayuda a darme cuentadel itinerario que hemos recorrido como familia misioneraen el ejercicio del profetismo y la meta a la que debemosllegar, no sólo a nivel general, sino también a nivelestrictamente personal.

• Enojo legítimoPues bien, ¿cuál es el itinerario? En un primer

momento, Nacho, el soñador, tiene un don especial:percibe de forma clara cuando alguien se encuentra malen el área espiritual y doctrinal. Sin embargo, la formaen que llega a utilizar el don no siempre es la másadecuada pues generalmente reacciona con un enojoque a muchos parece desproporcionado. Por eso se lerecomienda tener mucho cuidado “en la manera de ponereste don al servicio de la comunidad cristiana, evitandoel peligro de perjudicarla”.

La manera de utilizar el don recibido eseminentemente bíblica, pues se recomienda aplicar loque dice Jesús en Mt 18, 15-18. En concreto, se trata deun consejo muy oportuno: Al darse cuenta de que alguienanda mal, lo primero que se tiene que hacer es hablarpersonalmente con él, invitándolo a la conversión.

Si no hace caso, se pide la ayuda de otras personas,que comprendan el problema y entiendan la situaciónparticular para hablar con el interesado, invitándolo a

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tomar conciencia de la propia situación con miras arealizar un cambio significativo en la propia vida.

Si se resiste, se presenta el caso a la autoridadcorrespondiente, que tomará la decisión más oportuna,teniendo presente que la salvación de las almas es la leysuprema de Dios y de su Iglesia (“salus animarum quaein Ecclesia suprema semper lex esse debet” [Cfr. CIC1752] y que Dios no quiere la muerte del pecador, sinoque se convierta y viva (cfr. Ez 18, 23).

Como puede verse, todo esto sirve para encauzarel legítimo enojo de tal manera que contribuya a edificarla comunidad eclesial y no a destruirla. Va en la línea dela recomendación que nos hace san Pablo: “Enójense,pero sin pecar” (Ef 4, 26).

• Reconocimiento de la propia fragilidadEn un segundo momento, Nacho, el soñador, se da

cuenta de la propia miseria y debilidad, que lo lleva a unfuerte deseo de purificación con miras a alcanzar lasantidad. Se trata de un antídoto eficaz contra el orgullo,que se puede experimentar ante la conciencia de losdones recibidos y el propio esfuerzo que se realiza porvivir el Evangelio y el conocimiento seguro de que otrosandan por mal camino.

Esto contribuye a un sano equilibrio que provienede Dios y suscita el espíritu de comprensión ante lasdebilidades de los demás, pues uno mismo se descubrepecador y toma conciencia de que todos llevamos eltesoro que Dios nos ha encomendado en frágiles vasijasde barro (cfr. 2Cor 4, 7).

Se llega así a la actitud del profeta, llamado no sóloa denunciar el pecado sino a anunciar la salvación comofruto del arrepentimiento y la conversión. Se llega así ala actitud del publicano, que reconoce el propio pecado ypide la compasión de Dios, y se evita el riesgo de

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transformarse en fariseo, cuya actitud básica es tenersea sí mismo por justo, mientras que desprecia a los demáspor considerarlos pecadores (Lc 18, 9. 11-12).

• Descubriendo la acción de Dios más allá de las propias fronteras

En el tercer momento, además de percibir lapresencia de Dios en la Eucaristía y en la SagradaEscritura, Nacho, el soñador, empieza a descubrir la luzy la acción de Dios en cada persona, aunque siguepercibiendo cuando alguien anda mal espiritualmente.Sin embargo, es un avance significativo, pues no sólo sepercibe la acción de Dios en uno mismo, sino tambiénen todos aquellos que nos rodean, aún en las personasmás insospechadas y más allá de los límites visibles dela Iglesia. Esto hace ver las cosas en una perspectivamás apropiada, pues puede suscitar un clima de simpatíay colaboración con las personas y las instituciones másvariadas.

Se trata de una constante en el pensamientoteológico-pastoral del padre Amatulli, para quien ladoctrina de la Iglesia como cuerpo místico de Cristo (1Cor12) es uno de los ejes fundamentales para resolver losmúltiples problemas pastorales que tenemos comoIglesia. Esta perspectiva nos lleva a descubrir la accióndel Espíritu Santo en los demás movimientos eclesialesy, ¿por qué no?, más allá de las fronteras visibles de laIglesia.

• Llamados a la compasiónEl cuarto momento representa el culmen en este

proceso al que todos estamos llamados. Nacho, elsoñador, lo describe magníficamente con estas palabras:“Cuando me doy cuenta de que alguien anda mal, en

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lugar de enojarme, siento compasión por él y hago todolo posible por ayudarlo”.

Se trata de un itinerario que debemos recorrer pocoa poco, pidiéndole a Dios la gracia de llegar aexperimentar este cuarto momento, hecho de compasióny misericordia, comprensión y respeto por el proceso queva viviendo cada cual y una sincera preocupación por eldestino temporal y eterno de nuestro prójimo, haciendotodo lo que esté a nuestro alcance por ayudarlo a escalarla cima de la santidad, en plena fidelidad a Cristo y a suIglesia.

En este proceso, la oración de intercesión esfundamental, sin olvidar el diálogo personal y la correcciónfraterna cuando se considere conveniente.

• De la compasión a la ofrenda de sí mismoEn este itinerario, hay un quinto momento al que no

sé si todos estamos llamados. Se describe en la historiade “Laura, la víctima inocente” y nos lleva a descubrirque no bastan las declaraciones oficiales ni lasinnovaciones pastorales más oportunas para crear unnuevo rostro de Iglesia, que responda a los enormesdesafíos de nuestra época.

Para renovar la Iglesia se requiere la valentía delmartirio, que consiste en ofrecer la propia vida ensacrificio por la salvación de nuestro pueblo. Se requiereun ansia incontenible de santidad, que impulse a unomismo a ofrecerse a Dios como víctima de expiaciónpor la salvación de las almas y, especialmente, por lasalvación de los pastores de la Iglesia.

Es la actitud de Jesús, el Siervo doliente de Yahvé,“que soportó nuestros sufrimientos y cargó con nuestrosdolores” (Is 53, 4), que fue “traspasado por nuestrasrebeliones y triturado por nuestros crímenes” (Is 53, 5).

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En efecto, “todos errábamos como ovejas, cada unopor su lado, y el Señor cargó sobre él todos nuestroscrímenes” (Is 53, 6), de manera tal que “sobre él descargóel castigo que nos sana y con sus cicatrices nos hemossanado” (Is 53, 5b).

Es la actitud de san Pablo, que nos dice en sumagnífica carta a los romanos:

Les voy a hablar sinceramente, como cristiano, sinmentir; y el Espíritu Santo confirma el testimonio demi conciencia. Siento una pena muy grande, un dolorincesante en el alma: hasta desearía ser aborrecidode Dios y separado de Cristo si así pudiera favorecera mis hermanos (Rm 9, 1-3).

Se trata, por tanto, de la solidaridad más radical quemanifiesta siempre su eficacia salvífica. En efecto, comobien señala el director espiritual de Laura:

“Para que la Iglesia se levante, necesitamosmártires. ¿Qué dice la Escritura? “Sine sanguiniseffusione, non fit remissio” (Heb 9, 22 [Sinderramamiento de sangre no hay perdón de lospecados]). Y desgraciadamente hoy en día en laIglesia nos faltan mártires”.

Quiera el Señor concedernos esta gracia, pues,como lo dice el padre Amatulli en este nuevo libro, esalgo que Dios reserva a almas privilegiadas, como en elcaso de san Esteban, cuya ofrenda de sí mismo a Diosen favor de sus perseguidores obtuvo, a su debidotiempo, la conversión de Saulo de Tarso al gran Apóstolde los gentiles (Cfr. Hch 6, 8 — 8, 3).

No olvidemos, a propósito del martirio, a Tertuliano:

«Aunque sea refinada, vuestra crueldad no sirve denada; más aún, para nuestra comunidad constituye

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una invitación. Después de cada uno de vuestrosgolpes de hacha, nos hacemos más numerosos: lasangre de los cristianos es semilla eficaz (semenest sanguis christianorum)» (Apologético 50, 13).

Como lo señaló el Santo Padre Benedicto XVI ensu tradicional audiencia de los miércoles, en unacatequesis bellísima dedicada a presentar a Tertuliano:

«Al final el martirio y el sufrimiento por la verdadsalen victoriosos, y son más eficaces que la crueldady la violencia de los regímenes totalitarios»(Catequesis del miércoles 30 de Mayo del 2007).

Y son más eficaces que los planes y proyectospastorales más ambiciosos, podemos añadir nosotros.

Un itinerario pastoralEsta trilogía singular no sólo nos ofrece un itinerario

espiritual pertinente. Nos ofrece también con amplitudun itinerario pastoral para enfrentar con eficacia múltiplesproblemas relacionados con la actividad evangelizadorade la Iglesia.

Te invito a descubrir este itinerario pastoraldesplegado a lo largo de estos relatos. Por ahora sólo tesugiero algunos aspectos.

En efecto, el padre Amatulli nos invita a atendertantas asignaturas pendientes en la pastoral de la Iglesia,como la atención personalizada de los feligreses, losriesgos de la religiosidad popular abandonada a su suerte,el fantasma siempre presente de la simonía, los excesosde las fiestas patronales, la falta de incidencia de la fe enla vida concreta de las personas, el fenómeno de laviolencia sistemática de comunidades y personassupuestamente católicas, la necesidad de revisar la

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formación de los futuros sacerdotes, la importancia de laparticipación de todas las categorías de fieles en la tareaevangelizadora, la urgencia de implantar los cambiospertinentes en la Iglesia, con audacia evangélica,creatividad pastoral, en plena fidelidad al dato revelado...

Distintos niveles de lecturaComo habrán notado, el acercamiento a los escritos

del padre Amatulli ofrece distintos niveles de lectura, porlo que no es suficiente leerlos una o dos veces. Susescritos te enriquecen en la medida en que te vasenriqueciendo con otras experiencias y reflexiones,propias y ajenas.

Por eso releerlos es una tarea imprescindible einaplazable, especialmente para quienes estamosluchando, hombro con hombro junto a él, por un nuevomodelo de Iglesia, pues en estos libros el padre Amatullitrata de delinearlo con la magia de la narración, la fuerzadel diálogo y el dinamismo de la crítica y la auto-crítica.

Parafraseando a un filósofo antiguo, podemos decirque nadie lee dos veces un mismo libro. Enriquécete ydéjate enriquecer, acercándote nuevamente a esta trilogíacon una mirada nueva y un corazón renovado. No tearrepentirás de navegar nuevamente en esta trilogía,destinada a ser un clásico en la literatura eclesial. Loque te deseo de todo corazón.

Afectuosamente,

P. Jorge Luis Zarazúa Campa, [email protected]

Merced, CA; a 13 de julio de 2010.

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NACHOel soñador

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PRESENTACIÓN

“Nadie sabe de dónde viene ni adónde va” (Jn 3, 8).Así es el Espíritu. Como un sonido o una voz que sepercibe y ya, sin que nadie lo pueda identificarplenamente o apresar. Va y viene, aparece y desaparececuando uno menos se lo espera. Totalmente libre.

Bueno. Es un decir. Evidentemente depende dealguien. Del que chifla, canta o habla. En nuestro casoconcreto, depende del Mero Mero, el Padre de todos yde todo, que tiene siempre la batuta y sabe lo que hace.

¿Y nosotros? Algo podemos entender, no siempre nitodo. Como en el caso de Nacho, que por la acción delEspíritu sentía y veía cosas que los demás no podían nisospechar, lo que le causó grandes problemas.

Habiendo tenido la suerte de convivir con él durantealgunos años, me di cuenta de muchas cosas, que quierocompartir con ustedes, acerca de la manera de actuardel Espíritu. Estoy seguro de que algunos, ante ciertoshechos, quedarán sumamente sorprendidos, por falta deexperiencia al respecto. Otros van a encontrar la clavepara entender ciertas situaciones que han vivido. Y porfin no faltará alguien que podrá hasta espantarse ante laposibilidad de vivir en carne propia lo mismo que le pasóa Nacho el Soñador.

De todos modos, aunque esté consciente de losriesgos que la lectura de esta historia podría acarrear enlos espíritus más débiles, me decido a revelar lo quepude entender con relación a la manera tan variada de

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actuar del Espíritu, teniendo en cuenta lo que le pasó aNacho el Soñador, convencido de que por lo menos paraalgunos, los más sensibles a las cosas del Espíritu, estaexperiencia les podrá resultar de gran utilidad. Y paralos demás, les aconsejo que suspendan la lectura apenasempiecen a notar los primeros síntomas de insomnio,asco o depresión. Posiblemente no son aptos para volara ciertas alturas.

Y con estas advertencias, los dejo con Nacho elSoñador, deseándoles momentos de verdadero solaz,descubriendo cosas realmente inimaginables.

Castellana Grotte (Italia),a 21 de septiembre de 2009.

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Capítulo 1

LA OVEJA NEGRA

Por fin, después de vagar durante años por cerros yaldeas, me tocó una parroquia modelo en una pequeñaciudad de provincia con pastorales, grupos y movimientosapostólicos bien establecidos, fruto del trabajo incansablede algunos predecesores realmente celosos de su misióncomo pastores de la Iglesia.

Sin embargo, como sucede siempre, en un momentode tanta satisfacción no faltó un motivo de preocupación,representado por la presencia de un tal Nacho, que paraalgunos era un santo y para otros el demonio en persona,por su manera tan rara de comportarse. Para la mayoríade la gente era el tipo del verdadero creyente, el ejemplomás grande de la entrega hacia Dios y el prójimo, mientraspara los que tenían algún cargo en la Iglesia Nacho eralo peor, por su manía de observarlos constantemente yjuzgarlos.

Desde un principio me lo advirtió mi predecesor:“Cuidado con Nacho, el peor elemento que hasta la fechahaya encontrado en mi larga experiencia pastoral. Mejortenerlo a la debida distancia para no dejarse enredar ensus ondas. Fíjese que estuvo en el seminario hastaterminar teología y al final se quedó sin nada. Por algo lohabrán corrido, posiblemente por su manera tan rara deportarse, viendo en todos solamente lo negativo”. En lamisma línea iban los comentarios de los miembros del

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consejo de pastoral: “¿Nacho? Peor que la peste. Alprincipio parece humilde y sencillo, pero una vez queuno le dé cabida, ya no sabe cómo zafarse. Se le pegapeor que una chinche y lo fastidia hasta no poder: queesto no está conforme a la Palabra de Dios, que ésta noes una actitud digna de un discípulo de Cristo, que a losojos de Dios nos parecemos a Judas el traidor, etc. etc.¿Un consejo? Trate de tenerlo lo más lejos posible, siquiere vivir en paz”.

Para la gente del montón, practicantes y nopracticantes, era todo lo contrario: “¿Nacho? Un santo,el tipo del buen samaritano moderno. ¿Su especialidad?Meter manos donde nadie se atreve. En una ocasión unaprostituta estaba a punto de ser apedreada porescandalizar a los niños del vecindario. Pues bien, deinmediato apareció Nacho, que con una terrible arengaen contra de los que estaban propiciando esta situación,logró liberarla del peligro y acercarla a la fe. En otraocasión, un ladroncillo acababa de ser tomado in fragranti,mientras intentaba robar en una tienda. Con el códigoen la mano logró liberarlo de la turba enardecida, queintentaba lincharlo. Una vez entregado a la justicia ydespués de haber purgado la pena, se volvió en uno delos mejores colaboradores en la parroquia”. Y así por elestilo.

Eran tantas las voces contradictorias acerca deNacho, que me entró una enorme curiosidad porconocerlo personalmente. Y no me faltó la oportunidad.Un domingo, terminada la misa del medio día, preguntépor algún voluntario que aseara el templo antes de lamisa de la tarde, puesto que estaba lloviendo y el pisose veía bastante sucio. El único que acudió fue Nacho.En otra ocasión, faltando un catequista, solicité alguienque lo sustituyera. Nadie se presentó, excepto Nacho,que logró cumplir a cabalidad con su cometido, no

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obstante las miradas de rechazo de parte de los demáscatequistas.

Aproveché la ocasión para invitarlo a la oficina ydarle las gracias por lo que acababa de hacer,exhortándolo a seguir por el camino del servicio. Quedómuy sorprendido y confundido. Evidentemente no estabaacostumbrado a este tipo de trato. Vista su disposición acharlar conmigo, lo invité a sentarse para platicarme algode su vida.

—Nada especial — me contestó con cierta timidez—. Estoy en espera.

—¿En espera de qué?—En espera de lo que diga Dios.Y me platicó de su vida desde la infancia, por cierto

muy problemática a causa del trato exageradamenteautoritario de parte de su papá. Después pasó a tratar eltema vocacional.

—Desde la niñez siempre quise ser sacerdote, sinsaber el porqué. Era como una obsesión: “Yo serésacerdote”. Así que, a los doce años, entré en el seminariopara cursar la secundaria. Seguí hasta teología, singrandes problemas. Lo único que me decían lossuperiores, era que tenía que luchar bastante por limarmi temperamento, quitándole ciertas asperezas que conel tiempo me podrían acarrear serios problemas. Lo quetraté de hacer, echándole muchas ganas. Pero a un ciertomomento, en el último año de teología y ya en vísperasde empezar a recibir los ministerios, me sucedió algoque me desorientó completamente hasta causar mi salidadel seminario. ¿Qué pasó? Que un día, atendiendo lasugerencia de un compañero de seminario, fui a visitar aun canónigo de la catedral, considerado por todos comoun gran maestro en el espíritu. ¿Y qué sucedió? Que, alentrar en su cuarto, empecé a sentir un mal olor tangrande que casi me desmayaba. Apenas alcancé a decirle

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unas cuantas palabras y tuve que salirme inmediatamentecon algún pretexto. Traté de averiguar si lo mismo lehabía pasado a otro compañero que lo había visitadocon anterioridad y nada. Todo esto fue para mí un motivode enorme confusión, hasta que decidí retirarme delseminario para aclarar el asunto. Y en lugar de aclararse,el asunto se fue complicando siempre más.

Le pregunté en qué sentido las cosas se fueroncomplicando siempre más.

—En el sentido que este hecho se fue repitiendocon otras personas, que parecían muy metidas en lascosas de Dios y me causaban asco al solo verlas oescucharlas.

—¿Algún caso concreto?—El anterior coordinador de la pastoral profética.

Parecía un gran predicador y profeta de nuestros tiempos.Dirigía retiros espirituales, impartía cursos de formacióna los agentes de pastoral, editaba folletos, CDs y DVDs…Era considerado como lo máximo en la parroquia y entoda la diócesis. Pero ¿qué pasó? Que, una vez dejado elcargo teniendo en cuenta las normas marcadas en eldirectorio diocesano, abandonó la práctica cristiana, sedivorció de su esposa y se casó con la secretaria. Puesbien, un servidor, desde un principio y contrariamente ala opinión del párroco y los líderes de la comunidadparroquial, había previsto todo esto. En realidad, cadavez que lo escuchaba o me acercaba a él por cualquiermotivo, percibía un fuerte olor a podrido que emanabade él, algo que no podía disimular no obstante losenormes esfuerzos que hacía. Por eso el coordinador dela pastoral profética no se cansaba de hablar mal de mí,acusándome de lo peor y poniendo en contra de mí a lamayoría de los líderes parroquiales. En una ocasión, leescribí una carta, manifestándole mi percepción acercade su vida e invitándolo a una seria conversión, para no

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defraudar tantas esperanzas cifradas en él. Me contestócon una sarta de improperios, tachándome de fariseo,orgulloso y presumido.

—¿Qué te parece el encargado actual de la pastoralprofética, él que tomó su lugar?

—Muy sincero.—Fíjate que yo tengo la misma opinión en los dos

casos. Y con relación al sujeto del que me acabas dehablar, ¿quieres saber la última?

—Si lo considera conveniente.—Claro que lo considero conveniente, para que veas

que lo que tú estás experimentando es algo que vienede Dios. Pues bien, acabo de enterarme de que desdehace algún tiempo este fulano se encuentra en otradiócesis, predicando como antes y alcanzando un éxitoincreíble. Lo sé porque hace unos días me llegó una cartade la curia, solicitándome un informe acerca de él. Se veque también en las altas esferas se empieza a sospecharalgo turbio en su manera de ser y comportarse.

—Fíjese hasta qué punto l legó su descaro.Sinceramente todo esto me da asco. Me pregunto cómoes posible que haya gente tan desequilibrada, que contoda naturalidad pretenda juntar las cosas de Dios conlas del demonio. ¿Acaso perdieron totalmente el sentidomoral y su corazón se endureció por completo?

Teniendo en cuenta su sinceridad y su aspiraciónvocacional, le encomendé que tratara de dialogar conmigopor lo menos cada quince días. Lo que aceptó deinmediato. Le pregunté dónde y con quién vivía y quétipo de actividad desempeñaba para solventar sus gastospersonales.

—Nada de trabajo profano. Me dedicocompletamente a lo mío, que consiste en ayudar a lagente a encontrarse con Dios. Para lo demás, un día me

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quedo aquí y otro allá, donde me alcanza la noche. Nofalta gente que me ofrece espontáneamente comida, ropay hospedaje.

Al escuchar su testimonio de total entrega a las cosasde Dios, comprendí que en realidad se trataba de unalma privilegiada, que habría que pulir con muchocuidado, teniendo en cuenta de una manera especial suaspiración al sacerdocio. Una tarea nada fácil para alguiencomo yo poco acostumbrado a volar a ciertas alturas. Dehecho, me costó bastante darle seguimiento. Entre otrascosas, tuve que conseguir algunos libros y folletosrelacionados con el asunto de la asesoría espiritual, unarte en que me encontraba prácticamente en ayunas.

Traté de llevarlo por lo más sencillo: jaculatorias,visitas al Santísimo y florecillas, aparte de lo que ya estabahaciendo mediante las visitas domiciliarias, que lepermitían resolver muchos problemas especialmente enel campo matrimonial en su relación como pareja y ensu papel de educadores de sus hijos en la fe. Le aconsejéque no tomara decisiones apresuradas con relación aldon de percibir físicamente cuando alguien se encontrabamal espiritualmente. Era algo que no le pasaba seguido,por lo cual no le di demasiada importancia.

Sin duda fue un error de mi parte, puesto que en elmomento menos pensado sucedió algo que arriesgó conechar al traste todo lo que habíamos conseguido durantemás de un año de intenso trabajo. En concreto, ¿quépasó? Que en una ocasión, en plena asamblea diocesana,al momento de tomar la palabra un conocido teólogo yconferencista, Nacho se levantó de inmediato, gritando:“Vámonos: aquí apesta”.

Ante el asombro general de parte de los asistentesy las protestas airadas de parte de los organizadores,retó al conferencista a un diálogo público acerca dealgunas ideas que estaba divulgando por internet, que

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ponían en tela de juicio su fe en Cristo y la Iglesia Católica.No obstante todos sus pretextos para escabullirse, elconferencista tuvo que aceptar y, al quedar descubiertassus falacias, perdió los estribos y acusó de lo peor aotros hombres preeminentes de la Iglesia, causando ungran escándalo entre la gente sencilla, que nunca sehabía imaginado algo semejante en un ambiente queparecía impoluto y al mismo tiempo quedaba totalmentevetado a los ojos profanos.

Prácticamente, con su intervención, se desvió porcompleto el propósito del encuentro, entrando en temashasta entonces considerados tabú al interior de la Iglesia,entre la satisfacción general de parte de los asistentes yla oposición encarnizada de parte de los organizadores,que se vieron totalmente rebasados en susplanteamientos ante la insistencia del público en quererconocer y debatir asuntos reales relacionados con lasituación de la Iglesia, más que doctrinas abstractas,maná de los poco expertos y somnífero para lageneralidad de los creyentes.

Fue tan grande el impacto que causó el evento, quede un momento a otro Nacho se volvió en el ídolo, nosolamente de las masas de los católicos poco afectos aeste tipo de cuestionamientos, sino también de la mayoríade los mismos agentes de pastoral, más sensibles a lasnecesidades reales del pueblo de Dios y ya cansados deprestar un servicio a la Iglesia por pura obediencia, sinnotar ningún beneficio real en pro de la comunidad.

Para tratar de desbloquear la situación de Nachocon relación a su futuro vocacional, que parecíacomprometido para siempre a causa de los últimosacontecimientos, no tuve más remedio que acudirdirectamente al obispo y comentarle todo el asunto.Contrariamente a lo que suponía, el obispo me escuchócon sumo interés, manifestándome el deseo de conocer

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personalmente a Nacho, que en su tiempo había sido unseminarista ejemplar.

—En realidad —me comentó el obispo—, su salidadel seminario me dejó siempre intrigado, sin que nadiepudiera darme una explicación plausible. Por otro lado,desde hace tiempo he oído cosas raras acerca del famosoteólogo y la gente que mencionó en el debate, lo quemás me convence acerca del origen divino de su maneratan peculiar de percibir la situación moral de ciertaspersonas muy metidas en las cosas de Dios y al mismotiempo con una vida totalmente al margen de los dictadosde la fe. ¡Ojalá que yo también tuviera este don, para noequivocarme en tantas decisiones que diariamente tengoque tomar!

Así que unos días después acudimos a la cita con elobispo, que se entretuvo con nosotros más de una hora,escuchando y haciendo preguntas, hasta que llegó a lasiguiente conclusión:

—Mi querido Nacho, lo que tú sientes en ciertasocasiones, causándote asco, sin duda viene de Dios. Sinembargo, tienes que poner mucho cuidado en la manerade poner este don al servicio de la comunidad cristiana,evitando el peligro de perjudicarla. ¿Cómo? Teniendo encuenta lo que nos dice el mismo Jesús a este respecto(Mt 18, 15-18). Sigue esta norma bíblica y verás quetodo saldrá bien. En concreto, cuando te das cuenta deque alguien anda mal, lo primero que tienes que hacer,es hablar personalmente con él, invitándolo a laconversión. Si no te hace caso, pide la ayuda de otraspersonas que comprenden el problema. Si se resiste,pon el caso en las manos de la autoridad correspondiente,que puede ser el párroco o el obispo. ¿Cómo la ves?

—Muy bien.—Adelante, pues, y que Dios te bendiga.

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Al despedirnos de él y antes de alcanzar la calle,volvió a llamarnos:

—Disculpen, me había olvidado de algo muyimportante: ¿Cómo va el asunto vocacional?

Nacho, que antes parecía tan seguro, se volviótemeroso, me miró como pidiendo ayuda, agachó lacabeza y balbuceó:

—Lo que diga usted, señor. Después de todo esto,realmente no sé qué hacer.

—¿Sigues con la idea de ser sacerdote?—Sí.—Entonces, prepárate para recibir los ministerios

del lectorado y acolitado —concluyó el obispo y nosretiramos.

Ya el camino estaba despejado. No obstante laoposición de algunos miembros del clero y del laicadomás comprometido, pronto Nacho empezó a recibir losministerios y un año después ya era ordenado diácono,“un diácono de la calle”, muy diferente de los demás,metidos casi exclusivamente en el culto, el más grandetítulo de honor para sus admiradores y de vergüenzapara sus detractores. A los que trataban de burlarse deél por este calificativo popular, les contestaba:

—Ni modo. En la viña del Señor, hay de todo: haylicenciados y doctores en distintas disciplinas eclesiásticas,hay formadores de seminaristas… ¿Qué hay de malo quehaya también diáconos y presbíteros “de la calle”?

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Capítulo 2

EL SOÑADOR

Con el apoyo de Nacho (nunca me acostumbré allamarlo padre), tuve la oportunidad de dar un paso enadelante muy significativo en la pastoral de los alejados,logrando formar un buen grupo de MisionerosParroquiales, punta de lanza en todas las iniciativas quemiraban a fortalecer la fe de los católicos y al mismotiempo a ensanchar las fronteras de la Iglesia en todoslos ámbitos de la sociedad.

Teniendo en cuenta las palabras del obispo y misorientaciones prácticas en la manera de proceder en suvida personal y en el apostolado, Nacho daba pasos degigante en la conquista de los alejados. A veces seinformaba acerca de la gente peor del barrio y nodescansaba hasta no agotar todos los caminos parallevarlos a una conversión. Los dejaba solamente cuandocon toda claridad se daba cuenta de que realmente erancasos perdidos, puesto que no manifestaban ningúndeseo de conversión y además lo amenazaban de muerteen caso de insistencia. Solamente entonces desistía desu santa persecución, encaminada a la salvación de sualma, que encomendaba confiadamente a la misericordiade Dios. Hubo casos en que estos pecadoresempedernidos, antes de morir, recordando lasadvertencias de Nacho, se arrepintieron de su vida depecado, logrando ponerse en paz con Dios.

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Un día noté a Nacho más alegre de lo normal. Deinmediato pensé: “Sin duda, le habrá pasado algoespecial”. Y así fue. Apenas tuve un momento libre, lollamé y le pregunté la razón de tanta euforia.

—Un sueño ¡y qué sueño! — Fue su respuesta.Lo invité a pasar a la oficina, cerré la puerta y

empezó:—Mientras me encontraba solo en un campo, orando

y meditando, vi a lo lejos que alguien me hacía señas deacercármele. Me resistí un buen rato, notando algo raroen la manera de actuar del extraño personaje. Por fin,accedí. Al encontrarme a unos escasos metros dedistancia, lo miré fijamente en la cara y me pareció lacara de un ángel. Al mirarlo quedé como hipnotizado. Elmisterioso personaje se me acercó, me estrechó entresus brazos y empezó a darme vueltas, como si yo fueraun muñeco de peluche. De todos modos, estandofuertemente abrazado a él, perdí el miedo y seguí dandovuelta sintiéndome extremadamente ligero, como si yomismo me hubiera vuelto un ángel. Poco a poco, alsentirme seguro, lo solté y me fijé otra vez en su cara.Parecía la cara de Jesús en la última cena, como lo habíavisto en alguna pintura. Entonces, volví a abrazarlo, llenode confianza. Quería que aquel abrazo fuera eterno,mientras sentía su corazón pulsar fuertemente cerca delmío. Pero no fue así. Al momento de abandonarme enél, sin miedo alguno, el misterioso personaje se soltó demí, me dio unas vueltas más y me aventó para arriba,como si fuera una paloma o un pájaro, diciéndome:“Vuela. Ya eres libre”. Volé por las alturas, contemplépanoramas nunca sospechados, hasta que una vozinterior me invitaba a volver a la tierra, por lo menospara agradecer al misterioso personaje el grande favorque me acababa de hacer. Volví a la tierra, me acerqué aél y descubrí que era usted, que me dijo:”Ama, sirve y

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serás feliz”. Y me desperté. Me puse de rodillas al ladode la cama y lloré de gozo durante unas horas. Padre, nosé qué me está pasando. Desde entonces me siento muydiferente. Fíjese que cualquier ofensa, aunque mínima oinvoluntaria, a Dios o a mis hermanos me causa horror.Padre, ¿qué me está pasando?

—Quién sabe. Lo único que te puedo decir es queesto sin duda viene de Dios. No importa si lograsentenderlo completamente o no. El tiempo dirá.

—Padre, quiero hacer una confesión general, porescrito.

Lo que hizo unos días después con un gran fervor.Realmente Nacho parecía otro.

—¿Qué pasó? —le pregunté— Antes no veías naday ahora ves más de la cuenta. No tienes que mirar alpasado con los ojos de ahora. Deja el pasado en lasmanos de Dios y dedícate al presente.

Fue tan grande la alegría que Nacho experimentócon el sueño, que pronto se lo contó también a un amigode su máxima confianza. Nunca lo hubiera hecho. Éstese lo contó a otro amigo de confianza y así adelantehasta que todos se enteraron de la experienciaexcepcional que había tenido. Los que más seaprovecharon, fueron sus detractores más encarnizados,que utilizaron este hecho para desprestigiarlo, tildándolode “soñador” y “lunático”, alguien totalmente fuera de larealidad y víctima de peligrosas “alucinaciones”. De ahíle vino el apodo de “soñador”, como algo despectivo paraunos y honorífico para otros. Desde entonces todosempezaron a llamarlo “Nacho el Soñador”.

Cuando alguien, en son de burla o con buenaintención, le preguntaba acerca del mentado sueño,Nacho se concentraba en sí mismo y contaba lo que habíapasado como si lo estuviera viviendo momento pormomento. Y concluía:

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—Desde entonces no puedo vivir sin pensar en aquelsueño. Es lo que me ayuda a enfrentar todas las pruebas.Oren por mí para que nunca me olvide de aquel sueño.

Y suspiraba. Evidentemente algo nuevo le estabapasando. Algo que lo preocupaba seriamente y no seatrevía a compartir con nadie. Un día se lo pregunté. Surespuesta fue muy evasiva:

—Es que yo mismo empiezo a oler mal. — Y punto.Todos mis esfuerzos por querer saber algo más para poderayudarlo mejor, quedaban frustrados. Hasta que un díalo reprendí enérgicamente por su hermetismo y lo obliguéa soltar la sopa:

—Nacho, o me cuentas lo que te está pasando oaquí le paramos. Es inútil que yo sea tu director espiritual,si no me cuentas todo lo que te pasa. Si quieres actuarpor tu cuenta, adelante. Ya puedes olvidarte de mí y misconsejos.

Y soltó la sopa. En concreto, ¿de qué se trataba?Que desde aquel sueño, mientras por un lado sentía ungran deseo de estar siempre en contacto con Dios, porel otro empezó a oler mal.

—¿En qué sentido empezaste a oler mal? —lepregunté.

—Percibo algo parecido a lo que experimento cuandome acerco a una persona que vive en pecado.

—Que bueno. Con eso Dios te quiere preservar delpeligro de sentirte orgulloso por los dones que te estáconcediendo. Por lo tanto, no tienes que desanimarte, alconstatar tu propia miseria y debilidad. No te dejesconfundir por Satanás. Tienes que entender que, pararealizar sus planes, Dios tiene siempre la batuta y nosotrossomos simples colaboradores.

Reconfortado por estas aclaraciones, Nacho empezóuna nueva etapa en su vida de discípulo de Cristo, una

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etapa marcada por un fuerte deseo de purificación conmiras a alcanzar la santidad. Por eso solicitó pronto elpermiso para hacer los ejercicios espirituales ignacianos,que duran un mes, a lo que accedí de inmediato,convencido de que representarían una buena ayuda paravolverse en un buen pastor de almas. En realidad, notabaen Nacho ciertas fallas en su formación pastoral,especialmente en el trato con la gente más entregada,como son los catequistas, los seminaristas y las religiosas.Su especialidad eran los alejados y se había vuelto ya unverdadero maestro en el arte de acercarse a ellos ysensibilizarlos en las cosas de Dios. Al contrario, sentíauna cierta fobia hacia la gente más comprometida,tachándola de hipócrita y presumida. “Come santos ycaga demonios”, solía decir cuando encontraba alguienque parecía muy devoto y al mismo tiempo vivía comopagano.

Así que, al enviarlo a los ejercicios ignacianos,abrigaba la esperanza de un cambio de actitud de partede Nacho hacia la gente más comprometida. Y no quedédefraudado. De hecho pronto se puso a disposición delas religiosas de la diócesis para retiros espirituales, cursosbíblicos y temas de catequesis. “Era tiempo”, fue el sentircomún de muchas hermanas, al notar su disposición apreocuparse por su formación religiosa.

—En realidad —comentaba la superiora de unacomunidad de vida contemplativa—, hasta la fecha nadiese ha interesado por nosotras. Todos nos critican pornuestra poca preparación especialmente en campobíblico, pero nadie nos da una mano para superar estasituación. Por fin alguien se acordó de nosotras y pareceque ahora poco a poco las cosas van a cambiar”.

Conociendo su preparación en el campo de lapastoral, especialmente con los alejados, y su disposicióna colaborar en la formación de los seminaristas, el obispo

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ordenó a Nacho que diera unos talleres de pastoral en elseminario, no obstante algunas reticencias de parte delrector, que recordaba la situación bochornosa que sehabía creado al retar y humillar al famoso teólogo yconferencista. Nacho aceptó de buena gana laencomienda, tomándola como un medio de purificación.Al oír la noticia, este fue mi comentario:

—Ahora sí que te tocó entrar en la cueva de losleones. Ni modo. Será tu prueba de fuego, antes de laordenación sacerdotal. Ten paciencia y verás que estaprueba te ayudará a desenvolverte mejor con gentepreparada intelectualmente, pero poco afecta ainteresarse por el progreso espiritual de las masascatólicas, que se encuentran sumidas en la más crasaignorancia. Vas a ver que algo vas a lograr, por lo menosbajar de las nubes algún seminarista de buena voluntad.

Evidentemente, como era de esperarse, prontoempezaron a molestarlo con preguntas capciosas acercade sus “alucinaciones obsesivas”. En esto, el rector delseminario y algunos maestros se manifestaronsobremanera expertos en el arte de fregar.

Y lo raro del caso fue que nunca lograron hacerleperder los estribos, como suponían. Fue por estrategia overdadera convicción, nunca pude averiguarlo. El hechoes que, siguiendo las sugerencias del rector del seminario,Nacho llegó a someterse a un tratamiento sicológico,saliendo totalmente airoso. El informe del sicólogo fuemuy sencillo y revelador: “Ojalá yo estuviera tan sano ycuerdo como Nacho”.

Y con eso se despejó el camino para la ordenaciónsacerdotal. Pero sucedió algo, totalmente fuera de locomún, que volvió a complicar las cosas y a comprometerseriamente su futuro como presbítero.

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Capítulo 3

LUZ Y CALOR

Era un día cualquiera, uno como tantos. Nosencontrábamos en una misa de rutina, durante la semana,con la asistencia de unas veinte personas, por lo generalancianitas acostumbradas a levantarse temprano e iniciarel día con un sustancioso encuentro con Dios. Meacompañaba Nacho, desempeñando su papel de diácono.Todo pasó sin novedad hasta el momento de laconsagración, cuando, al levantar la hostia, sucedió loinesperado. Oí un grito desgarrador y vi a Nacho caer alsuelo con una mano apretando fuertemente el pecho yla otra ocultando la vista. Lo primero que pensé fue enun infarto. Suspendí la misa en espera de la ambulancia,que llegó en unos minutos. Mientras lo llevaban alhospital, traté de concluir de prisa la celebracióneucarística y lo alcancé. Me imaginaba lo peor, pero no.Acababan de examinarlo los médicos y lo encontraronperfectamente sano.

¿Qué había pasado? Esta fue su respuesta:—Al momento de la elevación, una luz intensísima

salió de la Hostia Consagrada, que me dejó ciego,mientras sentía un fuerte dolor al corazón, que parecíaestallar. Perdí el conocimiento, hasta despertar en laambulancia como si nada hubiese sucedido.

—¿Es la primera vez que te pasa?—Sí.

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—Ni modo. Contigo hay que acostumbrarse a estetipo de cosas.

Fuimos al templo para pedir a Dios que nos ayudaraa entender el sentido de lo que acababa de suceder. ¿Yqué pasó? Que al cruzar la puerta de entrada y al mirarhacia el sagrario, le volvió a pasar lo mismo. Lo agarrécomo pude y lo saqué fuera del templo. Otra vez volvió ala normalidad. Evidentemente se trataba de un fenómenoque tenía que ver directamente con la Eucaristía. Ya aNacho no le estaba permitido acercarse a Jesús, presenteen la Eucaristía. ¿Indignidad? ¿Prueba?

—Bueno. Ahora tienes que limitarte a encontrarloen su Palabra —le dije, mientras le acercaba una Biblia.

Y le volvió a pasar lo mismo.—Ni modo, mi querido Nacho. Los caminos del Señor

son inescrutables. Ni Biblia ni Eucaristía. ¿Dónde lo vas aencontrar de ahora en adelante?

—En la gente —me contestó Nacho de inmediato,como si ya hubiera percibido el mensaje que Dios leenviaba mediante los últimos acontecimientos.

Unos días después, Nacho me solicitó un encuentrocon carácter de urgencia. Se veía más sereno.

—¿No se lo había dicho? — Me confesó con unsentido de profunda satisfacción— Apenas el otro díasalí del curato, empecé a notar algo especial en la genteque desde algún tiempo estaba visitando (nunca habíadejado de visitar a la gente de casa en casa).

—¿Qué notó?—Una luz que emanaba de ciertas personas, una

luz con intensidad y tonos muy variados: a veces apenasperceptible y otras veces más clara. Nunca tan intensacomo la que percibí en la Eucaristía y la Biblia.

—¿Y qué tal con el mal olor? ¿Sigue?

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—Sigue. Naturalmente no siempre, sino solamenteen algunos casos.

—Y en tu caso, ¿sigue?—Sí. Solamente que va disminuyendo cada día más.—¿Y ves la luz en tu persona?—No. Y me contó casos realmente extraordinarios.—Padre, ¿recuerda aquel cacique renuente que

quedó paralítico a raíz de una balacera? Increíble. Despuésde haberlo visitado durante casi un año sin resultadoalguno, ayer, al verlo, noté que una intensa luz emanabade él. Me contó su esposa que desde hace días se pasahoras y horas orando con el rosario en las manos. Cuandome acerqué a él, me abrazó y no se cansaba deagradecerme todo lo que había hecho por él. Se veclaramente que está arrepentido de todo el mal que hizodurante tantos años y quiere pedir perdón públicamentea los que perjudicó. Me acaba de expresar el deseo dehablar con usted. ¿Cuándo lo podrá visitar?

—Hoy mismo, por la tarde.—Lo acompañaré. Al mismo tiempo aprovecharemos

para visitar a la curandera, que hasta la fecha nuncaaceptó dialogar conmigo. Apestaba como nadie. Sinembargo, la última vez que la vi, noté que ya no apesta.Algo le está pasando. ¿Quién quita que, al verlo a usted,se amanse un poco y se abra al diálogo?

Lo que sucedió puntualmente. Y desde entonces,contando con los dones especiales de Nacho y el olfatode los Misioneros Parroquiales, que él estaba formando,empezó para la parroquia un momento de gracia sinprecedentes. Cada semana, por lo menos dos o tres pecesgordos caían en nuestras redes. Hubo un entusiasmo talentre los agentes de pastoral que todos querían volverseen pescadores. Naturalmente me aproveché de la

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bonanza para dejar en las manos de un candidato aldiaconado permanente el asunto de la Misión Popular yreservar para Nacho una tarea más delicada, para la cualme parecía bien capacitado.

¿De qué se trataba? Desde el momento en que fuitrasladado a la nueva parroquia y tuve la oportunidad deconocer a Nacho, me había sido encomendado de partedel obispo el departamento del ecumenismo, el diálogointerreligioso y la cultura. Debido a mi falta de experienciaen la materia y a ciertos prejuicios al respecto, habíapreferido no meter manos en el asunto, con el pretextode la falta de tiempo. Sin embargo, una vez convencidode la autenticidad de los dones, que Dios había concedidoa Nacho, me decidí a entrarle, confiando en su valiosacolaboración para poder detectar cuando se trataba dealgo auténtico y cuando al contrario era pura hipocresía.

Así que pronto constituí la mesa directiva deldepartamento y encomendé a Nacho el cargo desecretario, cuya tarea iba a consistir en sondear el terrenoantes de organizar el Primer Encuentro EcuménicoDiocesano.

—Se trata de husmear por dónde avanzar. Tú harásel trabajo de Juan el Precursor, para tomar los primeroscontactos con la gente que va a participar en el evento.¿Cómo la ves?

—Perfecto. Ojalá que vayan a funcionar los supuestosdones que Dios me ha concedido. En realidad, esto mesucede muy raramente.

—No importa. Hay que intentarlo.Y lo envié a un encuentro ecuménico a nivel

internacional, organizado en su parroquia por el vicariogeneral de una diócesis vecina.

—Pura payasada —fue su comentario, al regresodel encuentro—. En todo éramos unos veinte

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participantes. De estos la mitad eran feligreses normales,pertenecientes a la parroquia del mismo vicario general,que organizó el evento; buena gente, sin ningunapreparación especial al respecto. Iban por curiosidad,para ver qué iba a pasar. Para hacer bulto, diríamosnosotros. Los demás eran cuatro pastores, cada unoproveniente de un país distinto, acompañado de unfeligrés. ¿Qué se hizo? Nada especial. Lectura de unpasaje bíblico con reflexión personal en silencio y rezode algún salmo. Ningún tema o comentario acerca delproceso ecuménico en acto. La impresión que tuve fueque cada pastor tratara de cuidar bien a su ovejita y almismo tiempo impactar a las demás, con miras aconquistarlas. Los más ingenuos eran los católicos, queantes, durante y después del evento estaban al pendientede todo lo que decían los pastores y aceptaban de buenagana su propaganda. Todo el encuentro habrá duradounas tres horas, entre las presentaciones, el refrigerio yla despedida, sin ningún resultado concreto. Eso sí,muchas fotografías, declaraciones a la prensa, etc., etc.

—Lo suponía. Conociendo al vicario general, supongoque todo fue pensado en orden a ganar algún punto enla carrera hacia el episcopado. De todos modos, ¿notastealgo especial en algún participante?

—Nada especial. Solamente noté un difuso mal oloren todo el ambiente.

Ni modo. Habría que intentar algo diferente, másserio y mejor organizado. Para eso lo envié a un encuentronacional de tres días, en que participaron obispos,teólogos y representantes calificados de otras confesionesreligiosas.

—Este encuentro fue muy diferente del primero —fue su comentario—. Hubo conferencias, mesas redondas,intervenciones espontáneas de parte de los asistentes yconclusiones precisas. Algo que me llamó la atención

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fue el hecho que en muchas ocasiones hubo ataquesdirectos contra la Iglesia Católica, que nadie se atrevió arebatir. En una ocasión ya no pude más e intervine, entrela admiración de los que profesaban otro credo y elrechazo de parte de la mayoría de los católicos presentes.Según ellos, habría que escuchar y callar, para no correrel riesgo de entorpecer el proceso ecuménico.

—¿Notaste algo especial entre los asistentes? —lepregunté.

—Sí. —¿Qué?—Que en muchos de ellos estaba presente la famosa

luz.—¿Eran todos católicos?—No. Algunos eran católicos y otros pertenecían a

otras confesiones cristianas.—La luz, ¿era igual en todos?—No. La luz que emanaba de los católicos parecía

más intensa.Aclarado esto, nos lanzamos a organizar nuestro

evento. Mientras tanto, Nacho seguía con su problemade no poder acercarse ni a la Eucaristía ni a la Palabra deDios. No faltó gente, que llegó a pensar seriamente queNacho estuviera poseído por algún espíritu malo. Paramolestarlo, a veces alguien sacaba la Biblia, fingiendobuscar alguna cita. De inmediato Nacho echaba un gritode dolor, mientras se apretaba los ojos con una mano ycon la otra trataba de presionar el tórax, como para evitarque le estallase el corazón. A quienes le preguntabanpor qué le pasaba esto, contestaba con extrema sencillezy humildad:

—No sé. Posiblemente no soy digno de acercarme ala Palabra de Dios. Oren por mí —y se ponía muy triste.

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Seguido se le veía de rodillas fuera del templo enprofunda adoración, dirigiendo la cara hacia el sagrario.Durante la celebración eucarística no se perdía ni unapalabra de las lecturas bíblicas y la homilía. Al verlo, lagente agachaba la cabeza y oraba por él, para queterminara su martirio, un martirio que duró más de unaño, hasta que poco a poco sus ojos se fueronacostumbrando a la luz intensa que emanaba de la HostiaConsagrada y la Biblia y su corazón se fue adaptando asoportar el fuerte impacto que experimentaba alcontemplar a Jesús, presente en la Eucaristía y la Palabra.

Y con eso parecía que el camino hacia su ordenaciónsacerdotal ya estaba despejado. Pero no fue así. Otragrande prueba lo esperaba.

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Capítulo 4

LA NOCHE OSCURA

Mientras planeábamos el PRIMER ENCUENTRO ECUMÉNICODIOCESANO y empezábamos a pensar en la próximaordenación sacerdotal, noté en Nacho algo muy raro.Parecía que de un momento a otro hubiera perdido lachispa de antes, volviéndose indiferente para todo. Selevantaba tarde, lloraba para cualquier cosa… daba laimpresión de haber perdido el rumbo de la vida. ¿Qué lehabía pasado? Comenté el asunto en el consejopresbiteral y la opinión fue casi unánime: “Depresión.Hay que esperar. A ver qué pasa”. ¡Pobre Nacho! En sucaso yo no sé qué hubiera hecho. Había que tenerpaciencia.

Se pasaba horas y horas delante del sagrario, a vecesmedio dormido, otras veces con la mirada fija como siestuviera viendo alguien en carne y hueso y otras vecesparecía totalmente ausente e insensible a cualquierestímulo exterior. Cuando le preguntaba algo acerca desu situación, me contestaba de una manera evasiva,dando la impresión de que él mismo no supiera qué leestaba pasando. Decía que no valía nada, que su vidahabía sido un completo fracaso y que lo mejor para él ypara los demás era morirse de una vez para no seguirdañándose a sí mismo y dañando a los demás. No habíamanera de hacerle entender que se trataba de una crisismomentánea, de origen desconocido, que pronto iba adesaparecer como anteriormente había sucedido en

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situaciones parecidas. Todo era inútil y cada día se poníapeor, sin ganas de hacer nada. Hasta en la oración se leveía triste y sin el brillo de una vez.

Un día, mientras trataba de convencerlo a tenerpaciencia y poner toda su confianza en Dios, me contestó:

—Usted se sale siempre con Dios. ¿Está seguro delo que dice o habla por hablar? ¿Acaso usted alguna vezvio a Dios? ¿No será pura ilusión?

Nunca me hubiera imaginado algo parecido en loslabios de Nacho. Realmente algo muy raro le estabapasando. De inmediato fui a pedir consejo a un monjeexperto en los asuntos del espíritu. Me contestó queposiblemente Nacho había entrado en la “noche oscura”,una forma radical de purificación, que se da solamenteen algunas almas privilegiadas. Me invitó a leer las obrasde san Juan de la Cruz y santa Teresa de Ávila, auténticosmaestros en la vida mística. A mi objeción de que setrataba de gente de vida contemplativa, mientras Nachoera de vida activa, el monje me invitó a empezar estaaventura del espíritu leyendo una biografía de santaTeresa de Ávila, que al mismo tiempo fue una grandemística y una gran organizadora, puesto que le tocófundar innumerables monasterios. Con eso me di cuentade que en este aspecto prácticamente me encontrabaen ayunas.

—Contemplativos en la acción —concluyó el santomonje—. De eso se trata. Y para lograr este ideal cristiano,es indispensable aprender a enfrentar con seriedad elproblema de la santidad en la vida diaria de cada discípulode Cristo y especialmente de un ministro del altar. Deotra manera uno se vuelve en un “trabajador de losagrado”, tratando las cosas sagradas como se tratan lasprofanas.

Mientras tanto Nacho empeoraba cada día más. Sele veía demacrado, triste y desarreglado en su manera

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de vestir. Se bañaba raramente. Se parecía a los hippies,sucios y malolientes, acostumbrados a vivir en la calle.Cuando le hablaba, se paraba delante de mí, meescuchaba con atención, movía la cabeza en señal deasentimiento y proseguía en su camino como sin nada.

Un día me dio la triste noticia:—Ya me voy a recorrer los caminos del mundo. A

ver qué pasa.—¿Y la ordenación?—Quien sabe—. Y se fue sin nada, ni ropa para

cambiarse ni dinero.Convencido de que se trataba de una prueba más

en su camino hacia la santidad, traté de no perderle lapista. En realidad, muchos lo conocían y por lo tantoseguido me informaban acerca de sus movimientos enla región, durmiendo bajo los puentes, pidiendo limosnaa la gente por la calle, comiendo lo que encontraba enlos contenedores de basura, etc. El sentir común de lagente era que Nacho se había vuelto loco. Si algúnconocido le preguntaba acerca de su situación,insinuándole que posiblemente andaba un poco mal dela cabeza, en lugar de aclarar las cosas, las confirmaba.

—Es cierto lo que piensan ustedes —contestaba—.Dios me está castigando a causa de mis pecados. Orenpor mí —, y lloraba.

Claro que sus enemigos de siempre se aprovechabande eso para confirmar sus suposiciones:

—Nacho anda mal. ¿No se lo habíamos dicho desdeun principio? A Nacho le faltan muchas tuercas. Seconsideraba “profeta de nuestros tiempos”, dotado dedones especiales, cuando en realidad se trata de un pobrediablo, digno de compasión. Según él, se daba cuentamediante el olfato cuando alguien andaba mal y lo gritabaa los cuatro vientos. Ojalá que ahora se convenza de

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una vez de que, entre nosotros, el único que apesta esél y no ande con sus cuentos.

Poco a poco Nacho se volvió en la comidilla de todos.No faltaban mamás, que encomendaban a sus hijosciertas devociones populares para que no les pasara lomismo que a Nacho, que se había vuelto de lo peor,hasta meterse con pandilleros, asaltantes y drogadictos.Los que más lo habían conocido y apreciado, oraban porél, para su conversión, para que pudiera volver al redil ysalvarse. Entre ellos, era fácil oír comentarios como éste:

—Era tan bueno Nacho y miren hasta dónde fue aparar. Que Dios y la Virgen María tengan misericordia deél, le muevan el corazón y le concedan la gracia delarrepentimiento.

Ante esta situación, muchos empezaron apresionarme para que viera la posibilidad de internar aNacho en algún hospital siquiátrico:

—Hasta que estaba bueno —me decían—, Nachoera su brazo derecho: “Nacho por aquí y Nacho por allá”.Ahora que se le botó la canica, ya no le interesa y nohace nada para que sea atendido como se debe. En finde cuentas, Nacho es diácono y merece algunaconsideración de parte de la Iglesia. Todos estamosdispuestos a colaborar para los gastos.

Como pude, me comuniqué con él, suplicándoleque se cuidara y viera la manera de alejarse de unambiente tan peligroso. Al mismo tiempo me ofrecía abuscarle hospedaje en un lugar más seguro. No tardó enllegarme la respuesta:

—¿Peligroso vivir bajo los puentes, entre drogadictos,prostitutas y maleantes? Bajo los puentes he visto másluz que en muchas iglesias que he conocido.

Y me presentó una infinidad de casos en que mehacía notar cómo, los que vivían bajo los puentes o entrelas ruinas de antiguos edificios derrumbados, por lo

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general no lo hacían por libre elección, sino por servíctimas de situaciones difíciles, que los obligaban a vivirde esa manera:

—Veamos el caso de Juan. Un niño de ocho años,obligado a salir de la casa con su hermanita de cinco,para huir de la madrastra que los golpeaba con extremacrueldad. Ya pasaron años y aún se ven las cicatrices delos maltratos recibidos. Fíjese que los dos me llamanpapá, puesto que en algunas ocasiones tuve queagarrarme a golpes con alguien que quería aprovecharsede ellos.

—El caso de Dorotea, la prostituta del vecindario.No le quedaba otra. Con tres hijos que mantener,abandonada de su marido y sin trabajo. En su lugar, ¿quéhubiera hecho usted, mi querido padre? Es muy fácilhacerse el moralista, diciendo que sería mejor que buscaraotro trabajo. ¿Cuál? La realidad es que muchos, aunquequieran trabajar honestamente y hagan todo el esfuerzoposible para lograrlo, no lo consiguen. Es que no haysuficiente trabajo para todos.

—¿Y don Mateo? Anciano y solo. Sus hijos se fueronlejos en busca de trabajo, olvidándose completamentede él. Al no poder pagar la renta del cuartucho en quevivía, lo sacaron a la calle y ahora vive entre nosotros,pidiendo limosna a la gente y durmiendo bajo los puentes,en la estación del ferrocarril o la terminal de autobuses.¿Qué le queda?

—Y esto no es nada. De vez en cuando de improvisodesaparecen algunos niños, sin dejar rastro. Hay seriassospechas de que los rapten, les quiten los órganos y losdesaparezcan. Pues bien, ante esta realidad, ¿qué quiereque haga? ¿Que los deje solos y busque para mí un lugarseguro, con todas las comodidades habidas y por haber,como está haciendo usted? Nunca, ni muerto.

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Capítulo 5

SACERDOTE PARA SIEMPRE

“Nunca digas nunca”, reza un sabio refrán. O secorre el riesgo de verse pronto desmentido por los hechos.Lo que le pasó a Nacho, el amigo y apóstol de losdesheredados. Según él, nunca iba a volver a la vida deantes, con todas las comodidades “habidas y por haber”.Y volvió, así nomás, como si hubiera despertado de unlargo sueño. De improviso una mañana me lo vi delantede mí en la sacristía, preparando los ornamentos para lamisa, bien bañado y listo para la celebración. Apenastuve tiempo para saludarlo (ya estaba bastante atrasado),me revestí y salimos. Una misa de paraíso. Todos losojos fijos en Nacho. Parecía un ser celestial, llegado quiénsabe de dónde: recogido, ensimismado en los misteriosque estábamos celebrando y con un rostro diáfano yresplandeciente. Terminó la misa y nos retiramos para eldesayuno. Nadie preguntó nada. Nadie quiso romper elhechizo. Parecíamos soñar.

Como era de esperarse, pronto la noticia corrió portodas partes como un relámpago y muchos no resistieronla tentación de cerciorarse personalmente acerca de lainesperada reaparición de Nacho, corriendo al curato concualquier pretexto, con tal de verlo. Lo hacían de maneradisimulada. Después salían y pasaban a otros la alegrenoticia:

—Hemos visto a Nacho el Soñador. ¡Cómo hacambiado! Parece un santo.

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—Yo me había dado cuenta desde un principio. Escierto: Nacho el Soñador es un verdadero santo.

—¿Nacho loco? Locos ellos. Yo nunca creí que Nachoestuviera loco.

—Pura envidia. Lo mismo hicieron con Jesús.Así que de un momento a otro resultó que nadie

había sospechado que Nacho anduviera mal de la cabezay que por lo tanto fuera preciso internarlo en algúnhospital siquiátrico. El único a seguir creyéndolo, fue elmismo Nacho. Cuando alguien le preguntaba acerca desu estado de salud, le agradecía su preocupación por ély le pedía invariablemente que orara para que no levolviera a pasar lo de antes “a causa de sus pecados”. Nile valieron mis argumentos, cuando le platiqué de lo queme había dicho el santo monje acerca de “la nocheoscura”.

—Ustedes los teólogos —me contestó— para todotienen una justificación. Ahora se salieron con el cuentode “la noche oscura”. ¿Qué hay más oscuro que el pecado?

Ante su terquedad, opté por cerrar el capítulo y abrirotro nuevo, con el preciso objetivo de llegar a laordenación sacerdotal. Para eso hablé con el obispo, queno tuvo ninguna objeción.

—¿Cuál es el problema? Nacho se hará cargo de lacomisión diocesana para la pastoral entre los marginados,como son los pordioseros, los drogadictos y lasprostitutas.

—¿Y la ordenación?—Lo más pronto posible. Te doy máximo un mes de

plazo para que se arregle todo.—¿Y los ejercicios espirituales?—¿Acaso no son suficientes los tres años pasados

bajo los puentes?

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—Me temo que no haya tiempo suficiente para lasinvitaciones y los demás arreglos.

—¿Cuáles invitaciones? ¿Cuáles arreglos? Para Nachono se necesita nada de todo eso. Estoy seguro de quevendrá más gente de lo que usted se imagine. A propósitode la ordenación, quisiera que la ceremonia se hiciera enlas afueras de la ciudad, al lado del basurero, dondeNacho y sus amigos seguramente se sentirán más a gusto.

Y así fue. Se preparó el altar sobre un montículo debasura y se reservó para sus amigos (pordioseros,drogadictos, pandilleros y prostitutas) la parte delanteradel campo, para que pudieran apreciar mejor el desarrollode las ceremonias. Solamente para el obispo, Nacho yunos cuantos concelebrantes se puso una banca al otrolado del altar. Para los demás, el pasto seco con algunosperiódicos encontrados por ahí. Claro que para los amigosde Nacho no hubo ninguna dificultad, puesto que de porsí estaban acostumbrados a este tipo de acomodo. Elproblema fue para la gente bien, que, para no perder sucompostura, tuvo que quedarse parada más de dos horas.

También hubo problema para los de la televisión,que, no obstante todos sus artificios para evitar quesalieran al aire los que normalmente son consideradoslos últimos en la escala social, no lo lograron, máximepor el hecho que el evento fue transmitido en directo.Otro problema surgió al momento del besamanos, cuandolos pordioseros, los drogadictos, los pandilleros y lasprostitutas se apoderaron del recién ordenado y no losoltaron hasta terminar la convivencia que siguió a laceremonia de la ordenación, impidiendo así que se leacercara la crema y nata de la sociedad, como suelesuceder en circunstancias parecidas. Ni modo. Nacho erasu sacerdote y no lo querían compartir con nadie, por lomenos en un día tan especial.

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Al día siguiente, no se hicieron esperar loscomentarios de la prensa, tachando al p. Nacho derevolucionario y al obispo de alcahuete.

—Cura revolucionario encabezando la basura de lasociedad —se leía en la primera plana del periódicoprincipal de la ciudad.

—Ojo al padre Nacho — advertía otro periódico—:bajo la piel de oveja, se esconde el lobo feroz.

—Si Nacho sueña con la guerra, guerra tendrá —amenazaba el líder de un partido político.

Solamente la gente más metida en las cosas de Diosentendió el verdadero sentido del acontecimiento queacababa de presenciar. De eso se hizo eco el periódicodiocesano, aclarando dos puntos muy importantes: queen la Iglesia, por voluntad de Cristo, su fundador, losque tienen el lugar de honor son los pobres y losmarginados, no los ricos y los poderosos comonormalmente se cree; que, si se quiere hablar derevolución en sentido cristiano, ésta es la verdaderarevolución que Cristo vino a traer a este mundo y québueno que alguien de vez en cuando se encargue derecordárnoslo.

¿Y el p. Nacho? Bien quitado de la pena, como si elalboroto que se había creado a su alrededor no le afectaraen lo mínimo. Siempre recogido, con los labios abiertosa una constante sonrisa, la cabeza inclinada haciaadelante y los ojos mirando hacia el suelo. Parecía quecontinuamente estuviera conversando con algúnpersonaje invisible, que lo acompañara constantemente.Seguido se le acercaba la gente, solicitando oracionespor tal o cual necesidad y pidiendo su bendición. Y el p.Nacho siempre disponible para todos y para todo,dedicando a sus consentidos (los últimos de la sociedad)todo su tiempo libre. Cuando se le hacía tarde porcualquier motivo, en lugar de ir al curato, se quedaba

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con sus amigos bajo algún puente o dentro de las ruinasde algún edificio abandonado. Según él, lo hacía para nomolestarme de noche. Yo comprendía que se trataba deun pretexto y nada más. Lo que quería, era quedarsecon su gente el mayor tiempo posible. Lo que para mí noconstituía ningún problema. Para mí era suficiente quecumpliera con sus obligaciones de misas, confesiones ycatequesis y después podía disponer como quisiera deltiempo que le quedara libre, sabiendo que casi siemprelo dedicaba a su gente.

Pues bien, una vez tomado el ritmo de nuestrasactividades normales (por fin contaba con un vicario fijo),volví al asunto del Primer Encuentro EcuménicoDiocesano, que se me había olvidado por completo desdela crisis que tuvo el p. Nacho. En realidad, desde que loconocí, me volví totalmente dependiente de él a causade los dones excepcionales de que gozaba, queconsideraba indispensables para una acción pastoralrealmente eficaz. Por eso, al querer abordar el asuntodel Primer Encuentro Ecuménico Diocesano, quisecerciorarme primero si Nacho seguía contando con susdones especiales de percibir el mal olor en los queandaban mal y ver la luz en los que andaban bien. Se lopregunté expresamente:

—¿Qué tal con el mal olor? ¿Te pasa lo mismo queantes?

—Sí, igual que antes, con la diferencia que ahora,cuando me doy cuenta de que alguien anda mal, en lugarde enojarme, siento compasión por él y hago todo loposible por ayudarlo.

—¿Y lo de la luz?—Igual. Fíjese que bajo los puentes he tenido la

oportunidad de toparme hasta con algún libre pensadoro ateo, que desprendía una luz bastante intensa. ¡Algo

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realmente increíble entre gente que pareceirremediablemente perdida!

—¿Qué le vamos a hacer? Así son las cosas de Dios.Y con relación a tu persona, ¿sigue pasando lo mismo?

—Sí. Cuando empiezo a oler mal y la presencia de laEucaristía o la Palabra de Dios empiezan a molestarme,quiere decir que algo anda mal en mi vida y rápido tratode arreglar las cosas, hasta que todo vuelve a lanormalidad.

Aclarado esto y sintiéndome más seguro (siemprele tuve miedo al fracaso), me dediqué a sondear el terrenopara definir el tema que se iba a tratar, empezando porla crema y nata de la diócesis, los maestros del seminario,y todos se salieron con propuestas muy rebuscadas, parapresumir su preparación intelectual, sin tener en cuentala realidad del pueblo. Por fin consulté a Nacho, que deinmediato le dio al clavo: “Si Cristo volviera…”. Bastó estopara que se creara un clima de gran expectativa alrededordel evento, que resultó un éxito sin precedentes con laparticipación de todo tipo de personas, ricos y pobres,creyentes y no creyentes, practicantes y no practicantes,católicos y no católicos, cultos e ignorantes. Todos estabanansiosos de escuchar la opinión de los demás al respectoy expresar la propia.

Y salieron cosas realmente interesantes, que nuncaaparecen en los textos de teología:

—Si volviera Jesús —declaró sin ambages unconocido ateo—, yo sería el primero en seguirlo, siempreque Él marcara su distancia con los curas, las monjas ybuena parte de los mochos que yo conozco, fustigándoloscomo es debido, como hizo con los líderes religiosos desu tiempo.

—¿Si Cristo volviera…? —puntualizó un teólogo—Pronto en el mundo se desataría una auténtica revolución:muchos de los que ahora se ufanan de ser sus discípulos

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resultarían ser sus enemigos y muchos de los que ahorase piensa que sean sus enemigos resultarían ser susverdaderos discípulos.

—¿Si Cristo volviera…? No duraría tres añospredicando. No faltaría alguien que se encargara deeliminarlo, al sólo verlo. Y no crean que necesariamentese trataría de algún ateo o enemigo declarado de lareligión.

—¡Ojalá que volviera Cristo¡ Cuantas cosas pondríaen su lugar, empezando desde las mismas organizacionesreligiosas que se precian del nombre cristiano y en lapráctica son un verdadero desastre, contradiciendo consu actitud el ejemplo y las enseñanzas del divino Maestro.

—¿Si Cristo volviera? Claro que va a volver para cadauno de nosotros el día de nuestra muerte. Es esto lo quemás nos tiene que preocupar, antes de estar a criticar loque hacen los demás.

Después de las quejas y las sugerencias, hubopersonas aisladas y grupos de creyentes que se soltaronen cánticos y alabanzas a Jesús, agradeciéndole el regalode su venida entre nosotros y pidiéndole que apresurarasu regreso glorioso. De un momento a otro el Encuentrose transformó en una gran fiesta con plegarias, danzas ygritos estremecedores, mientras del cielo caía una lluviade papelitos, que llevaban escrito “Cristo viene. ¡Aleluya!”.Todos, de un momento a otro y sin saber cómo, quedamosenvueltos en este clima de euforia general. Yo mismo,cuando me di cuenta, ya estaba bailando con una pastora,acostumbrada a echar peste contra los curas y todo loque olía a católico. Fue una experiencia inolvidable, dela cual todos salimos algo diferentes, con una indefinibleansia de unidad.

Antes de concluir el evento, un grupo de pordioserossolicitó la intervención del p. Nacho, que por fin aparecióentre nosotros. Estoy seguro de que se había pasado

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todo el día en profunda oración delante del sagrario,intercediendo por el éxito del evento. Parecía unfantasma, avanzando hacia la tarima con paso lento ymirada serena y desparramando a su alrededor paz ygozo. En un silencio sepulcral, tomó la palabra y noshabló de amor, perdón, acogida del hermano y fidelidada Dios y a la propia conciencia, más allá de toda ideologíae interés personal. Al escuchar su palabra y ver su rostrocada vez más resplandeciente, quedamos comohechizados, mientras poco a poco su figura se ibadesvaneciendo hasta desaparecer por completo. Nadiesupo explicarse cómo. El hecho es que desde entoncesya nadie volvió a ver a Nacho el Soñador, quedando todoscon un dulce sabor de boca y una inmensa nostalgia porla patria celestial.

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EPÍLOGO

Tiempo después, leí en el periódico diocesano unanoticia, que me llenó de alegría: se acababa de constituirla Prelatura de los Pobres, una especie de diócesispersonal con parroquias propias, diseminadas por todoel territorio nacional, destinadas “a prestar la debidaatención pastoral a los más necesitados, como son lospordioseros, los pandilleros, los drogadictos y lasprostitutas”. “Siendo los pobres los privilegiados del Señor—seguía el comentario de un famoso pastoralista—, porfin se decidió pasar de las palabras a los hechos,eliminando para esa clase de feligreses todo tipo deobstáculo que les pueda impedir acercarse a Él,empezando por los malditos aranceles”.

Naturalmente de inmediato mi mente se fue a Nachoel Soñador. Pensé: “Aquí está la mano de Nacho elSoñador, que sin duda anda por aquí y por allá moviendolas aguas”. Si alguien lo encuentra, por favor, me echeun pitazo. No importa si se sigue llamando Nacho o hayacambiado de nombre. El nombre es lo de menos.

Matacães, Torres Vedras (Portugal),a 22 de octubre de 2009.

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LAURAla víctima inocente

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PRÓLOGO

Un día, encontrándome en el Hospital General paravisitar a un amigo enfermo, alguien se me acercódiscretamente y con cierto aire de misterio me invitó avisitar a una religiosa, que acababa de internarse en unestado de salud sumamente grave, víctima de unaenfermedad muy rara, cuyo nombre no logré retenerpor la confusión que se creó al llegar una ambulanciacon un hombre que acababa de tener un accidente decarretera.

Dada la circunstancia y la prisa que tenía, penséolvidarme del asunto y retirarme, una vez visitado a miamigo. Pero no me fue posible. Antes de dirigirme haciala salida, una enfermera me alcanzó y me hizo la mismasúplica:

—Padre, no salga del hospital, sin antes haber vistoa la hermana Laura.

Y me rogó que la siguiera.Unos minutos después ya me encontraba delante

de la cama de la religiosa. A primera vista me parecióque su estado de salud no era tan alarmante como mehabían señalado. Parecía una joven de unos dieciséisaños de edad, de constitución robusta y bien chapeada.De inmediato sospeché que se trataba de unaexageración. Pensé:

—Si sigue así, esta hermana, antes de morirse,primero me va a enterrar a mí y a toda la gente que seencuentra en este hospital.

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Esto sí: a leguas se notaba que estaba sufriendomuchísimo. Pero al mismo tiempo noté como de toda sucara y, especialmente de sus ojos, se irradiaba unainmensa paz interior, algo nunca visto anteriormente,que me impactó profundamente y me dejó comohechizado. Intenté balbucear alguna palabra de consuelo,pero tuve que desistir, teniendo la impresión de que lahermana prefería quedar sola con sus pensamientos oen oración. Opté por darle la bendición y retirarme.

Al hacerlo, quedé intrigado viendo que la religiosano se persignó al recibir la bendición ni me dio la manocuando le ofrecí la mía para despedirme. Me imaginéque se trataba de una religiosa o extremadamenteescrupulosa o con un cierto tinte de orgullo. Ni modo.Son cosas que pasan. Si un sacerdote tiene quepreguntarse el porqué de todo lo que le sucede, se pasaríatoda la vida imaginándose cosas. Así que decidí olvidartodo y regresar pronto a la parroquia, donde meesperaban muchos asuntos que arreglar.

Sin embargo, antes de alcanzar la calle, en la salade espera, se me presentó otra escena que me conmovióprofundamente y cambió todos mis planes: una mujerde unos cincuenta años, sumida en lágrimas, no secansaba de repetir: “Por mi culpa se muere Laurita” y unniño de unos ocho años, que se retorcíadesesperadamente en un sillón, mientras un señor tratabade calmarlo. Al verme y darse cuenta que se trataba deun sacerdote, el niño se soltó, corrió hacia mí y se aventóen mis brazos gritando:

—Padre, se va a morir mi hermanita.Traté de tranquilizarlo, mientras el señor hacía todo

lo posible por separarlo de mí y disculparse por la molestiaque la situación me estaba causando.

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—Disculpe, padre. Es que mi hermanito estaba muyencariñado con Laurita, su hermana mayor, y ahora nose resigna a la idea de que pronto Laurita se va a morir.

Así empezó una de las aventuras más impactantesde mi vida, una experiencia que me marcó profundamentey que ahora me apresto a compartir contigo. A unacondición: que cuides mucho este folleto y no permitasque caiga en manos de menores de edad, que podríanquedar seriamente perturbados por su contenidototalmente fuera de lo común, donde se mezclan contoda naturalidad virtud y vicio, amor y odio, asesinatosen cadena, tormentos y sangre, algo realmente increíbleen una sociedad civilizada y entre gente que se sientecatólica de hueso colorado.

Pues bien, hecha esta advertencia, no me quedamás que entrar de lleno en el relato de una historia, quesin duda te va a causar intensas emociones al contactode realidades posiblemente nunca imaginadas.

Yaruquí, Quito–Ecuador,a 24 de febrero de 2010.

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Capítulo 1

UNA FLOR EN EL PANTANO

Una vez que logró soltar al niño de mis brazos, elseñor que lo cuidaba decidió llevarlo a su casa para queno siguiera con su escándalo.

—Disculpe, padre, por lo que ha pasado. Mejor lollevo a la casa, para que esté más tranquilo. Es que lascosas se dieron tan de prisa que nadie se imaginaba quese complicarían en tan poco tiempo. Apenas ayer por lanoche las madres del convento me avisaron que Laurase había puesto muy grave. Tuve justo el tiempo de avisara mis padres por teléfono, bañarme y correr aquí. Noshemos pasado toda la noche en vela. Por eso nossentimos muy cansados y agotados. Ahora regreso a lacasa para descansar un rato y volver aquí con mis papás,que seguramente en estos momentos habrán llegado ala terminal de camiones, donde mi esposa los estáesperando. Usted entiende: son gente del rancho queno sabe cómo moverse en la ciudad.

Le pregunté si contaba con algún medio detransporte propio:

—Soy albañil —me contestó—. ¿De dónde voy asacar para tener un carro propio?

—Entonces, los acompaño con mi carro—. Y nosfuimos.

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En el camino, el señor, hermano mayor de la religiosay del niño, me empezó a hablar acerca de su familia y enespecial acerca de su papá y mamá:

—Fíjese, padre, qué gran enredo: mi papá y mimamá pertenecen a dos bandos opuestos, que desdehace años están en guerra el uno contra el otro. No pasaaño que no haya un muerto en un lado o en el otro.Parece un destino o una mala suerte, que nadie puedecambiar. Y nosotros un año tenemos un muerto de partede la mamá y otro año de parte del papá. La única quese ha levantado contra esta maldita costumbre ha sidoLaurita, que con todos los medios posibles, con oracionesy novenas a quién sabe cuántos santos y metiéndoseentre unos y otros rivales, con lágrimas y súplicas hatratado de cortar esta cadena de venganzas, que vienedesde muchas generaciones atrás. Estoy seguro de que,si seguimos así, en la próxima generación nuestrasfamilias se acaban.

—¿Son todos católicos?—Y de hueso colorado. Fíjese que las mujeres van

todos los domingos a misa, se confiesan y comulgan. ¡Yson las más fanáticas en guardar esta tradición! La tía,que habrá visto llorando en la sala de espera, no se cansade repetir: “Sangre con sangre se lava”.

—Y el señor cura ¿cómo ve todo esto?—Quien sabe. El hecho es que nunca ha metido

mano en el asunto. Según él, en su parroquia todos sonbuenos católicos, aunque la práctica religiosa de loshombres no vaya más allá del bautismo, la primeracomunión, el casamiento por la Iglesia y los primerosviernes. Yo, por mi cuenta, desde hace tiempo dejé de ira la Iglesia por tantas cosas chuecas que me ha tocadover en los curas y los que más están apegados a sussotanas.

—Y la droga, ¿tiene algo que ver en todo esto?

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—No sé. Desde cuando era chamaco, yo me salí delinfierno que se vive por mi tierra y no pienso volver nimuerto. Fíjese: todos se consideran católicos y todos sesiguen matando el uno al otro como si fueran animales.Me han dicho que desde hace algunos años hay genteque empezó a cambiar de religión con la esperanza deque así las cosas puedan empezar a cambiar. Ojalá. Porallá, se vive como en una selva, en que no hay ningunaley. Hasta las autoridades y los policías están metidos enel lío.

—Y los curas, ¿qué están haciendo?—Por lo que yo sé, no están haciendo nada. Ven y

callan. Solamente de vez en cuando he visto por latelevisión que algún obispo hace alguna protesta encontra de esta situación, pidiendo al gobierno queresuelva el problema. ¿Cómo? Quién sabe. El hecho esque el gobierno hasta ha metido el ejército para acabarcon eso y las cosas siguen igual o peor que antes.

Mientras tanto, llegamos a la casa. Al pararse elcarro, se despertó el niño, que se había pasado todo elrato dormido. De inmediato salió del carro y corrió haciaadentro, donde estaban sus papás, su tía y algunoschamacos, que seguramente habrán sido sus sobrinos.Al ver a sus papás, gritó:

—¿Cómo está el pajarito? ¿Sigue dando los buenosdías?

Al ver la cara triste de sus papás, se soltó en unllanto desesperado, gritando:

—Ya lo sabía: pronto se va a morir Laurita.—Se trata de un pajarito que encontraron fuera de

la casa con un ala rota —aclaró el hermano mayor—.Laura le puso un palito y lo curó. Desde entonces elpajarito todas las mañanas se acerca a la ventana y consus trinos da los buenos días a los de la casa. Según

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ellos, el día en que el pajarito no vuelva a dar los buenosdías, Laura se va a morir.

—Es cierto — añadió el chiquito—. Lo dijo Lauritacuando se fue al convento.

En el intento de levantar los ánimos, la esposa delalbañil intervino contándome algunas anécdotas de lavida de Laura, como cuando una mañana la encontraronen oración arrodillada a un lado de la cama convencidade estar rezando las oraciones de la noche. ¡Se habíapasado toda la noche en oración sin darse cuenta!

Me habló también de las veces en que la mamáestaba convencida de que Laura estuviera conversandocon alguna amiguita, en el jardín detrás de la casa, yresultaba que estaba sola.

—¿Con quién estabas hablando? —le preguntaba lamamá.

—Con el ángel de la guarda —le contestaba Lauracon toda naturalidad.

Pregunté a la mamá qué pensaba de todo esto y surespuesta fue una explosión de llanto histérico. Su esposoy su nuera se le acercaron, haciendo todo lo posible paraconsolarla.

—La gente dice que, cuando Laura oraba —intervinoel hermano mayor de la religiosa–, se levantaba del sueloy que, cuando entraba en alguna casa, la acompañabasiempre un fuerte olor a rosas, olor que algunos percibenhasta la fecha.

“La gente dice”. Al escuchar estas palabras, me dicuenta de que la religiosa había entrado ya en el mundode la leyenda, cuando ya no se sabe si las cosas sonreales o fruto de pura imaginación. Muchos piensan:“Fulano es un santo”. Entonces, ya le atribuyen cosasque escucharon de algún santo: que se levantaba del

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suelo cuando oraba, que hacía milagros, etc., algo que amí realmente me fastidia, crítico como soy por naturaleza.

Así que aproveché de un momento en que elhermanito de Laura parecía haberse vuelto a dormir, paraapresurar a los papás y al hermano mayor a salir de lacasa sin hacer ruido alguno para llevarlos al hospital. Loque hicimos de inmediato.

En el camino nadie soltó algún comentario acercade la situación. Silencio absoluto. Solamente al llegar alhospital me di cuenta de que la mamá de la religiosallevaba una corona del rosario en la mano, señal de quese había pasado todo el raro orando. Pensé: “De tal palo,tal astilla”.

Apenas entramos en la sala de espera, la tía de lareligiosa corrió hacia mí con una carta en la mano,invitándome a leerla.

—Aquí está todo —me dijo entre lágrimas—. Aquí lodice claro: “Si quieren sangre para acabar con susvenganzas, aquí estoy yo. Tomen mi sangre. Estoydispuesta a morir, con tal de que ya no haya más muertesen nuestras familias”. Y yo tonta que me burlaba de ella,pensando que eran puras palabras. Ahora me doy cuentade que Laurita hablaba en serio—. Y no se cansaba derepetir:

—Yo soy la culpable de todo esto. Yo tendría quemorir en su lugar.

Traté de consolarla como pude y me retiré delhospital, más intrigado que nunca.

—De todos modos —pensé de regreso al curato—,¿qué tengo que ver yo en todo este lío? Por otro lado,¿qué puedo hacer para resolverlo? Se trata de situacionesdemasiado complicadas, que no es fácil enfrentar pormás que uno le meta la mejor voluntad del mundo. Asíque, en lugar de pasarme toda la vida fantaseandosoluciones para todo tipo de problemas, mejor que me

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concentre en los míos, que no son ni pocos ni de fácilsolución.

Llegué al curato, almorcé y me dispuse para mi siestade costumbre, mientras veía el noticiario.

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Capítulo 2

LA TIENDA DE DON SIMÓN

Luché un buen rato para concentrarme en las noticiasdel día, pero no pude. Lo que había presenciado yescuchado volvió a presentarse delante de mi mente comoen una película: la lucha a muerte entre dos bandosrivales, el papel de Laura para pacificarlos, su mirada taninquietante y especialmente el fuerte impacto que lareligiosa ejercía sobre todos los que la rodeaban… Perosobre todo no me dejaban en paz aquellas palabras delhermano mayor de la religiosa: “En mi pueblo todos seconsideran católicos de hueso colorado y sin embargono dejan de matarse entre ellos como si fueran animales”.

—Entonces ¿para qué está la Iglesia? —empecé apreguntarme— ¿Solamente para echar agua benditasobre los unos y los otros, dejando que se sigan matandocomo animales? ¿Cuál es el papel específico de la Iglesiaen este tipo de sociedad: el de adormecer las concienciasmediante ritos y plegarias o el de despertarlas a la luz dela Palabra de Dios?

A un cierto momento, ya no pude aguantar más,tomé el directorio telefónico, busqué el número de laparroquia a la cual pertenecía la familia de la religiosa, yllamé. Me contestó el mismo párroco. Lo puse al tantode la situación y le pedí alguna opinión acerca de Laura,su antigua feligrés.

—¿Laura? —me contestó de inmediato— Unaexaltada mental, orgullosa y presumida. No desperdiciaba

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ninguna oportunidad para tratar de sobresalir. Pretendíaser una persona muy especial, una santa, con el derechode enseñar a todos cómo hay que hacer las cosas, comosi hablara el mismo Dios en persona. Para apantallar, nose cansaba de repetir citas bíblicas sin ton ni son. Paratodo tenía su cita bíblica. Según ella, habría que meter laBiblia en todo, hasta en la preparación para la PrimeraComunión. Durante la misa, en lugar de usar la hojitadominical de costumbre, usaba la Biblia y lo hacía deuna manera desafiante, para que todos la vieran, comosi solamente ella anduviera bien en la parroquia y todoslos demás fuéramos una bola de ignorantes y pecadores.Según ella, en la parroquia todo andaba mal por no usarsela Biblia. Y pensar que, sin permiso ni nada, apenas habíaparticipado en un breve cursillo bíblico, que impartieronen la parroquia vecina unos disque misioneros pata rajadadurante unos días. Quién sabe qué le enseñaron. El hechoes que un día se me presentó en la oficina y de buenas aprimeras me agredió con estas palabras: “Esta parroquiase parece a la tienda de don Simón”. Le pregunté elporqué y me acusó de simonía por el asunto de losaranceles, que en el fondo son los que la misma diócesisha establecido para todos. Según ella, basándose en laBiblia, habría que dar los sacramentos gratis, como sinosotros los curas viviéramos de aire. Fue la gota quehizo derramar el vaso. Me enojé tanto que sencillamentela saqué de la oficina a patadas y desde entonces no sénada ni quiero saber nada de ella. Es que ya colmó lamedida de mi paciencia. Imagínese: ¡una muchachitaignorante me va a enseñar a mí cómo se tienen quellevar las cosas en la Iglesia!

Sin duda, la versión del párroco era muy diferentede la que me acababan de presentar los familiares deLaura. Seguí preguntando acerca de las venganzas entrelos dos bandos rivales.

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—¿De qué venganzas está hablando usted? —fuesu respuesta–. Sencillamente se trata de costumbresancestrales, que existen en estos pueblos, costumbreque hay que respetar. Así es la gente de aquí; es sucultura. ¿O quiere que me eche encima a todo el pueblo,al tratar de meter la nariz donde no me corresponde?

—¿Y el Evangelio?—¿Cuál Evangelio? Todos los domingos, durante la

homilía, explico a los feligreses la enseñanza de Cristo.¿Qué más tengo que hacer? Éste es mi deber. Que siuno entiende y otro no entiende o no quiere entender,es su problema. Yo hago lo mío y ya.

Quedé anonadado ante tanto cinismo. Traté decuestionarlo acerca de su papel como pastor y lo únicoque logré, fue hacerlo enojar:

—Yo cumplo con mi obligación y ya. El otro domingose repartieron en mi parroquia más de trescientas copiasdel periódico diocesano, en que se reportaba eldocumento de la Conferencia Episcopal sobre la violencia.¿Qué más quiere que haga? ¿Quiere que, en los avisosparroquiales, dé a conocer, con nombres y apellidos,quiénes son los causantes de la violencia que se estádando en la región? Usted, ¿me quiere ver muerto? ¿Ypara qué? ¿Acaso la gente no sabe quiénes son losresponsables de todo lo que se está viviendo por aquí?

Lo sentí tan exaltado que preferí dar por terminadala entrevista telefónica. Le agradecí la información ycolgué la bocina. Pero no quedé satisfecho. Con lasdeclaraciones del párroco, más se agudizó mi curiosidad.Por lo visto, Laura no era tan ingenua como parecía asus familiares. Posiblemente, bajo las apariencias de unasimple campesina se escondía el espíritu de una grandelíder, decidida a cambiar muchas cosas dentro y fuera dela Iglesia.

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No resistí a la tentación de averiguar más acerca deLaura, tomé el carro y me dirigí hacia el monasterio delas clarisas. Me recibió la portera con extrema amabilidad.Al darse cuenta del motivo de mi visita, corrió a dar avisoa la madre abadesa, que en aquel momento estababastante ocupada, por lo cual demoró un buen rato antesde bajar al locutorio.

Me aproveché para sondear qué pensaba la hermanaportera acerca de Laura.

—¿Laura? Una santa, una verdadera santa— fue sucomentario inmediato—. ¿Sabe cuándo lo descubrimos?Cuando le hicieron la operación y los médicos leencontraron toda la espalda llena de llagas. Algo increíbleen una niña que apenas está empezando su formacióncomo hermana contemplativa. Su amor a la oración ysus prácticas de penitencia nos han dejado muyimpresionadas a todas las hermanas del monasterio. ¡Ypensar que muchas de nosotras, ya ancianas, aún letenemos miedo al sufrimiento!

Al decir esto, se le hizo un nudo a la garganta y secalló. Con cualquier pretexto se alejó, se metió en laportería y empezó a rezar el rosario. Noté que de vez encuando se secaba alguna lágrima. Evidentemente eltestimonio de Laura no dejaba de impactarla fuertemente.

Poco después llegó la madre abadesa. Parecíademasiado cansada. Me miró fijamente en la cara y loúnico que logró balbucear fue:

—Si quiere saber algo acerca de la hermana Laura,mejor que hable con su director espiritual—. Me señalóla dirección y se alejó con paso lento.

A leguas se notaba que no había cerrado ojo desdehacía algún tiempo. Por eso preferí no insistir para pedirlemayores aclaraciones. Saludé a la portera y me retiré.

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Capítulo 3

EL HIJO DEL CURA

Al llegar al monasterio de los benedictinos, en lasafueras de la ciudad, noté que ya me estaba esperandoel director espiritual de las clarisas, alto, demacrado, conporte de verdadero asceta. Me señaló la puerta dellocutorio. Una vez sentados el uno frente al otro, meapostrofó:

—Con Dios no se juega, mi querido padre. ¡Cuántasveces se lo había repetido a la hermana Laura: “ConDios no se juega”! Y ella, terca con lo suyo: “Quieroentregar mi vida en sacrificio por la salvación de mipueblo”. Esta idea de ofrecerse al Señor como víctimapor la salvación de su pueblo se había vuelto en ellacomo una obsesión. Oraba, ayunaba y con frecuenciausaba la disciplina y el cilicio; pero no le bastaba. Insistíacon lágrimas y súplicas para que le diera el permiso deofrecerse a Dios como víctima de expiación por lasalvación de su gente y en especial por la conversión desu párroco.

Notando mi extrañeza al mencionar al párroco, elmonje continuó:

—Precisamente el tomar conciencia de la situaciónpecaminosa en que se encontraba su párroco fue la chispaque desató en ella esta ansia incontenible de santidad,que la impulsó a ofrecerse a Dios como víctima deexpiación por la salvación de su gente y en especial desu pastor.

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—¿Cuál situación?— me atreví a preguntar.—¿No está enterado? Desde hace años el señor cura

convive con la secretaria de la parroquia y con ella haprocreado un hijo. Pues bien, al darse cuenta de estasituación, Laura no aguantó más. Solicitó a la madreabadesa su ingreso al monasterio, decidida a entregarsetotalmente al Señor por la salvación de su gente y susacerdote. Yo, hasta que pude, traté de impedirle llevara cabo su santo propósito. Pero al final, ante tantainsistencia y la fuerza de sus argumentos, tuve que ceder.Y ahí están las consecuencias. Pronto la hermana seenfermó y en cuestión de meses ya se nos va entresufrimientos espantosos.

Pregunté al monje la causa de tantos sufrimientos,que pronto la llevarían a la tumba.

—Le pegó una enfermedad muy rara, por la cual enpoco tiempo los huesos se le fueron carcomiendo. Ya lecortaron las piernas y los brazos. Parece que la hermanaya está en las últimas. Todos los huesos se le estándeshaciendo. En cuestión de días u horas, la hermanaLaura ya se nos va.

Quedé pasmado. Entonces entendí porqué lahermana Laura no me había dado la mano cuando medespedí y no se persignó al momento de darle labendición. ¡Y yo que la había juzgado orgullosa ypresumida! Notando la fuerte impresión que me causósu relato, el santo monje concluyó:

—Mi querido padre, así están las cosas. ¿Sabe porquéno logramos salir del bache en que nos encontramoscomo Iglesia? Porque le tenemos miedo al martirio. Nosimaginamos que con puras declaraciones o con purosinventos pastorales vamos a levantar la Iglesia. Y no esasí. Para que la Iglesia se levante, necesitamos mártires.¿Qué dice la Escritura? “Sine sanguinis effusione, non fit

remissio” (Heb 9, 22) (sin derramamiento de sangre no

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hay perdón de los pecados). Y desgraciadamente hoy endía en la Iglesia nos faltan mártires. Mala señal. Laura síque entendió bien cómo están las cosas.

De repente el monje dejó de hablar. Se concentró,como si estuviera presintiendo, viendo o escuchando algo.Se despidió de prisa y corrió hacia la capilla, que seencontraba a unos pasos de distancia. Lo seguí. Vi que,llegando ante del sagrario, se tiró al suelo y se quedó enoración profunda. Traté de imitarlo, pero me parecióridículo. Me levanté y me senté en una banca, sin poderni rezar ni pensar, como un autómata, sin capacidad dedecidir nada, en espera de lo que viniera.

Habrían pasado unos diez – veinte minutos, cuandovi al monje levantarse del suelo y mirar fijamente haciael cielo, como si estuviera viendo alguien que se alejara.Al final se despidió del invisible personaje haciendo señascon la mano y se dirigió hacia la salida de la capilla. Alverme, me preguntó si había visto algo. Le contesté queno. Siguió adelante, hasta desaparecer al interior delmonasterio.

Por unos instantes me quedé como sonámbulo, sinsaber qué hacer, con la mente fija en el rostro del monje,que me había parecido totalmente diferente de cómo lohabía visto antes. Se le veía como transfigurado, llenode luz e irradiando una inmensa paz. Por fin reaccioné,dominado por un triste presentimiento. Corrí hacia afueradel monasterio, me metí en el carro y arranqué hacia elhospital, manejando como loco.

Al llegar, pregunté por la hermana Laura y me enteréde que ya había fallecido una hora antes y que la estabanvelando en la capilla. Comprendí que era cierto lo quehabía sospechado, es decir, que la visión del monje teníaque ver con la muerte de la hermana Laura. Ni modo; yaera demasiado tarde para aclarar con la hermana Lauratantas cosas, que me estaban inquietando desde el

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momento en que empecé a entrar en el misterio de suvida.

¿Qué hacer? ¿Regresar al curato y dar por cerradoel caso? Preferí dirigirme hacia la capilla para rezar unresponso en sufragio del alma de la hermana y darle unúltimo saludo. Pero cuál fue mi gran sorpresa al darmecuenta de que la capilla estaba llena de gente en oración,mientras la tía, abrazada al ataúd, no se cansaba depedirle perdón a la difunta por haber sido la causaprincipal de su muerte prematura. Apenas me vio, corrióhacia mí y se tiró a mis pies, suplicándome que deinmediato la oyera en confesión, una confesión pública,entre lágrimas y gritos desgarradores tales que lograronconmover hasta los corazones más endurecidos.

Terminada la confesión, se quedó un rato más enoración, de rodillas delante del ataúd. Después salió dela capilla y desapareció, mientras todos los presentesme manifestaban su sincero deseo de confesarse. Elmismo director del hospital me sacó del apuro,prestándome su oficina para recibir a la gente. Así que,sin quererlo, me pasé toda la noche administrando elsacramento de la reconciliación.

La mañana siguiente, muy temprano, emprendimosel camino hacia la tierra de Laura, yo en mi carro con suspapás y el hermano mayor en el carro fúnebre junto alchofer. Siete u ocho horas de viaje, bien cansado por lasfuertes emociones del día anterior y por habermedesvelado toda la noche. Durante el trayecto, una ideano dejaba de darme vueltas por la mente:

—Por lo visto, Laura trae demasiada prisa. ¡Miranomás cuántas conversiones ya logró desde el momentoen que se fue de este mundo y llegó a la casa del Padre!

Y apenas estábamos en el comienzo. De hecho,acercándonos al poblado principal de la zona, sede de laparroquia de Laura, noté que por todas partes había gente

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que se dirigía hacia el templo. (Evidentemente la tía habíahecho su labor). Al vernos, se unían al cortejo fúnebre,en actitud triste, apenas enterados del deceso de quienhasta hacía poco meses atrás había sido el alma de lacomunidad.

Mientras los demás se preocupaban por colocar elataúd delante del altar mayor y adornarlos concandeleros, velas y flores, yo corrí hacia la sacristía paraunirme al párroco en la celebración eucarística. Pero cuálfue mi decepción al encontrar al párroco sumamenteenojado por lo que estaba pasando.

—¿Qué es esta payasada? —me preguntó, al pisarla sacristía.

—¿Cuál payasada?—Hasta después de muerta, esta fulana no deja de

llamar la atención.No aguanté más. Me le paré enfrente y le solté todo

lo que tenía guardado desde el día anterior, cuando meenteré de su situación personal, que llevó a Laura a tomaruna decisión tan drástica.

—Así que el payaso eres tú —concluí— y quiero quesepas de una vez que fue precisamente por tu conversiónque la hermana Laura se entregó a Dios como víctimade expiación.

Al oír esto, el párroco quedó anonadado. Se le calmóel enojo, se volvió pálido y se desplomó en un sillón. Lodejé solo con sus pensamientos y salí para la celebracióneucarística. Por todos lados se veían caras tristes y seoían sollozos. En fin se trataba de una misa de difuntos.

Pero, ¿qué tal cuando, durante la homilía, empecéa dibujar el verdadero rostro de Laura, con relación a lasvenganzas de los dos bandos familiares y al problemadel señor cura, de los cuales todos hablaban en secretoy que nadie se atrevía a ventilar públicamente? Vi comotodos los ojos de los presentes estaban fijos en mí,

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tratando de no dejarse escapar ni un detalle de cuantoestaba revelando acerca del mundo interior de Laura, unmundo a todos completamente desconocido, hasta a susmismos familiares, hecho de tormentos espantosos,ofrecidos a Dios voluntariamente por la conversión de sugente y del señor cura.

Esto causó en todos una enorme impresión. Muchosse tapaban la cara por la vergüenza, otros sacaban lospañuelos para secarse las lágrimas… la mamá de Laurano aguantó y se desmayó. Entonces la tía se aprovechóde la confusión que se originó a su alrededor para tomarel micrófono e invitar a todos, especialmente a loscabecillas de los dos bandos, a una reconciliación general,haciendo realidad el deseo de la difunta Laura.

—No nos hagamos guajes —no se cansaba derepetir —. Tenemos que entender que Laura entregó suvida por nosotros para que dejemos de una vez nuestraspinches y malditas costumbres, que nos han llevado amatarnos unos a otros como si fuéramos animales. Noseamos una bola de pendejos…

—Ni modo —pensé—. Ésta es su manera propia deentenderse entre ellos. ¿Qué le podemos hacer?

Lo bueno fue cuando llegó el momento de la paz.Antes de proceder, la tía me invitó a sentarme y exigió alos miembros de los dos bandos rivales que se reunieranalrededor del ataúd, alternándose uno de un bando yotro del otro bando, con las manos bien apretadas.Estando así, les ordenó que hicieran las paces, jurandosolemnemente delante de mí, como representante deDios, de olvidar todo lo pasado y empezar una vida nuevacomo buenos cristianos.

Mientras todos se abrazaban entre lágrimas dearrepentimiento por el daño que se habían provocadomutuamente durante generaciones, no faltó alguien queempezó a gritar el nombre del señor cura, el único que

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faltaba en la grande fiesta de la reconciliación. Hastaque apareció, cabizbajo como un peregrino más entre lamultitud orante. Se acercó al ataúd, oró unos instantes yempezó el desfile interminable de los feligreses, que noquerían desperdiciar una oportunidad tan especial parareanudar una relación tantas veces interrumpida pordiferentes razones.

Al darme cuenta de que, en el conjunto de la fiesta,mi presencia sencillamente salía sobrando, traté deconcluir la misa como pude y me retiré a la sacristía. Medesvestí de los sagrados paramentos, alcancé el carro yarranqué de regreso a la capital, hacia mi parroquia.

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EPÍLOGO

“Sanguis martyrum, semen Christianorum” (lasangre de los mártires es semilla de cristianos), reza unantiguo refrán. Fue precisamente lo que pasó con lamuerte de Laura. Pronto se desató una serie de reaccionesen cadena, que sacudió toda la región.

Al principio muchos pensaron que la reconciliaciónentre los dos bandos rivales, por la intervención de Laura,era pura pantalla. En el fondo, según los comentarios delos analistas políticos, se trataba de una reestructuracióngeneral de la mala vida con miras a fortalecerse ante elataque frontal de parte del gobierno, que parecía decididoa meter punto final sobre una situación que se habíavuelto ya insostenible.

Pero, con el pasar del tiempo, todos se fueronconvenciendo de que no se trataba de ninguna estrategiade parte del crimen organizado, sino de un cambio realque se estaba gestando en la región, debido a laintervención de Laura, una simple campesina, que seentregó a Dios como víctima de expiación por el bien desu pueblo. En realidad, este hecho impactó fuertementetodo el ambiente, que exteriormente parecía muy católico,mientras en el fondo guardaba creencias y prácticascompletamente al margen del sentir cristiano.

Estando acostumbrados a puras devocionespiadosas, hechas de rezos y petición de milagros al pormayor, para consuelo en la adversidad y garantía desalvación eterna, de repente se toparon con Laura, una

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muchacha de su mismo pueblo, que hizo de la fe eltrampolín para lanzarse a un compromiso radical contralas malas costumbres, heredadas de siglos atrás, y enfavor de los auténticos valores cristianos.

Pronto empezaron a surgir por todas partesorganizaciones que tomaron como bandera el nombrede Laura para luchar a favor de las causas más variadasen pro de una sociedad más justa y fraternal. El testimoniode valentía y entrega total, que fácilmente se desprendíade la vida de Laura, no dejaba de inquietar a lasconciencias más endurecidas e invitar a todos hacia a uncambio de actitud sincero y duradero.

El primero en dar el ejemplo fue el mismo párroco,que, al enterarse de la razón principal que llevó a Lauraal grande sacrificio, dio en su vida un cambio de cientoochenta grados. Pronto arregló el asunto de la secretariay se dedicó alma y cuerpo a su misión como pastor dealmas. Apenas se enteraba de que alguna oveja se habíadescarriado, se dedicaba en alma y cuerpo a buscarlacon todos los medios posibles, hasta no encontrarla ydevolverla al recto camino. Solía repetir:

–Una sola alma tenemos. Si la perdemos, ¿qué seráde nosotros?

Como siempre, no todos veían con buenos ojos elgiro que estaban tomando las cosas por aquel rumbo.No faltaba gente que veía todo el asunto con ciertapreocupación, sospechando algún plan secreto de partedel clero que pudiera perjudicar seriamente sus intereses.A raíz de esto, pronto empezaron a circular voces, quehablaban de amenazas de parte de algún cacique de laregión contra tal o cual cura, que por convicción o por eldeseo de sobresalir, se había vuelto en un fervienteadmirador de la Santa (así muchos empezaban a llamara Laura), decidido a dar el zarpazo en pro de un cambioradical a la luz de la Palabra de Dios.

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Ciertamente muchos de ustedes tendrán lacuriosidad de saber cómo fue a parar todo el asunto.Lamentablemente no les puedo dar una respuestasatisfactoria, puesto que se trata de un proceso aún enacto. Lo que les puedo decir es que desde hace algúntiempo en la región se han ido dando accidentesmisteriosos, de los que resultaron víctimas algunos delos más activos seguidores de la hermana Laura. El mismoseñor cura, mientras una noche regresaba al curatodespués de haber visitado a un enfermo, fue a parar enun barranco, donde perdió la vida. Según las malaslenguas, se trató de un banal accidente de carretera,puesto que probablemente iba manejando borracho. Esconvicción común entre sus feligreses más allegados quela manera de actuar del párroco ya estaba molestando ademasiada gente y que por lo tanto sencillamente se loecharon, como ya se lo habían advertido en distintasocasiones. Ni modo, como dice el refrán, “el que se metea redentor acaba crucificado”.

Ahora bien, estando así las cosas, te pregunto: “Ytú ¿qué? ¿No te gustaría entrarle de una vez? ¿O le tienesdemasiado miedo a los cocolazos?” No me extrañaría site hicieras de oídos sordo y regresaras a tu novelapreferida. Ni modo. Ésta es la triste realidad: no todosnacimos para leones.

Charlotte, N C, Estados Unidos,a 16 de marzo de 2010.

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Los doshermanos

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PRÓLOGO

Todos lo llamaban “el convertido”. Su hermanosacerdote se sentía profundamente orgulloso de su“conquista” y no se cansaba de llevarlo por aquí y porallá para dar su “testimonio” acerca de las razones, quelo llevaron de pastor pentecostal a catequista católico.

Por eso, el obispo puso a los dos hermanos al frentede la “Comisión diocesana para la Promoción y Defensade la fe”, encargada de fortalecer la fe de los católicosante el embate de los grupos proselitistas. ¿Quién sehubiera podido imaginar algo mejor para garantizar unéxito seguro en un campo hasta entonces consideradotabú para todos?

Por fin había llegado el momento de poner un altoal avance de los grupos sectarios, que parecían decididosa acabar con la Iglesia. De hecho, ya casi la tercera partede la población se había cambiado de religión y los quese consideraban católicos en su mayoría no eranpracticantes, y los pocos católicos comprometidos, queaún se resistían ante un cambio de religión, se sentíansumamente confundidos e inseguros ante loscuestionamientos constantes de los que habían dado elpaso hacia otras propuestas religiosas.

Pues bien, contando con el carisma apologético delsacerdote y el empuje apostólico de su hermano, elneoconvertido, se empezó a vislumbrar una nueva etapaen la historia de la diócesis, una etapa marcada por unespíritu auténticamente misionero, que poco a poco iba

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a permear todo el tejido eclesial e iba a representar undique seguro ante el avance incontenible de los gruposproselitistas. En realidad, ante la toma de posición claray valiente de los dos hermanos, los grupos proselitistasempezaron a tambalearse. Pronto se paró su avance ymuchos dejaron de asistir a sus reuniones. No faltóalguien que emprendió decididamente el camino delregreso hacia la fe de sus padres.

“Tenemos que darles de su mismo chocolate”, no secansaban de repetir los dos hermanos, mientras selanzaban en cuerpo y alma a la ardua empresa de hacerde la Biblia el libro de todo católico, introduciéndola entodo el quehacer eclesial, desde la catequesispresacramental, hasta la religiosidad popular y la liturgia.

Según ellos, para resolver el problema de raíz, nobastaba con “espantar” a la competencia. Era necesariorealizar un verdadero cambio copernicano en todo elquehacer eclesial, que consintiera al católico una vivenciamás auténtica de la fe, superando los escollos de lareligiosidad popular, y le permitiera al mismo tiemposentirse seguro ante los ataques constantes de los gruposproselitistas.

Para lograr esto, los dos hermanos hablabanclaramente de la necesidad de una reforma profundadentro de la Iglesia, “un cambio de ciento ochenta grados”y a esto se dedicaron sin descanso, no obstante laoposición enraizada de los “sabios e inteligentes”,acostumbrados a los razonamientos abstractos propiosde la filosofía y la teología, que representaban su meromole, mientras en la práctica se portaban comorezanderos especializados, sin tener ninguna idea acercade su papel como pastores y maestros en la fe.

Hasta que un día, entre las burlas de dichosopositores y la sorpresa de todos, salió a la luz públicauna noticia que dejó al hermano sacerdote totalmente

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desconcertado y lo sumió en una profunda depresión,de la cual aún no logra salir.

¿No te gustaría conocer los pormenores de estahistoria, que en cualquier momento se puede volver entu historia? Acuérdate del refrán que dice: “Sobre avisono hay engaño”. Y es precisamente lo que pretendo alcontarte la historia de los dos hermanos: ponerte sobreaviso para que, en todo lo que emprendas, nunca teavientes a lo bruto, sin tratar primero de ver las cosascomo están realmente, dejándote arrastrar por lo quebrilla más o por lo que le agrada o le impacta más a lagente.

De todos modos, te aconsejo que no tomes esteasunto demasiado a pecho. No vayas a caer tú tambiénen depresión, como precisamente me pasó a mí cuando,por querer hacerla de buen samaritano, se me ocurriómeter las narices demasiado adentro. En este caso, mejorsuspende de inmediato la lectura, apenas notas losprimeros síntomas de esta maldita enfermedad.

La Venta, Tab., a 18 de abril de 2010.

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Capítulo 1

DE TERCAMENTE CATÓLICOA FANÁTICO PASTOR

PENTECOSTAL

Los dos hermanos pertenecían a una familia católicaa la antigüita, que ponía la religión al centro de la propiavida. Misa todos los domingos, catequesis para la primeracomunión y la confirmación, monaguillos y miembros delcoro. ¿Qué más se podía pedir a unos jovencitosfervorosos, católicos de pura cepa, acostumbrados aseguir al pie de la letra las huellas paternas y las sanascostumbres del pueblo?

Para ellos el solo contacto con los protestantesrepresentaba una mancha. “Mejor morir antes quetraicionar la fe”, era su lema. Al verlos, les sacaban lavuelta. Según ellos, lo peor que a uno le pudiera pasaren la vida era volverse protestante y con ello quedarexcomulgado, sin posibilidad alguna de salvación.

Siendo de familia modesta (su papá era un simplejornalero), pronto los dos hermanos empezaron a pensaren su porvenir, decidiendo el mayor entrar en el seminarioy el menor ir de mojado a Estados Unidos. Fue cuandoempezaron a surgir los problemas entre los dos, elhermano menor pidiendo alguna orientación acerca delos cuestionamientos que le hacían los grupos proselitistasy el hermano mayor saliéndose con la respuesta de

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siempre: “No les hagas caso. Acuérdate que tienes queestar firme en la fe de tus padres hasta la muerte”.

En otras palabras, según el hermano mayor, la únicasalida a los ataques y cuestionamientos de los gruposproselitistas consistía en quedarse “tercamente católico”,sin necesidad de explicación alguna, simplemente porun motivo de adhesión incondicional a la fe, que habíamamado desde los primeros años de vida: un verdaderoabsurdo en un ambiente en el cual el acoso de losenemigos de la fe católica era constante e inmisericorde.En la casa donde se hospedaba, en el trabajo, en loslugares de diversión… siempre las mismas preguntas:“¿Por qué ustedes católicos adoran las imágenes? ¿Porqué bautizan a los niños? ¿Dónde la Biblia habla delpurgatorio?, etc.”.

Además, por lo general, aparte de sustentarbíblicamente sus puntos de vista, los que se cambiabande religión se portaban mucho mejor que cuando erancatólicos: dejaban algún vicio, aprendían a orar conespontaneidad y se volvían más sanos y honestos. En elfondo, los que pertenecían a otros grupos religiosos noeran tan malos como suponía antes.

Puesto que el hermano seminarista no ofrecía ningúnargumento razonable, que justificara su apegoincondicional a la fe de sus padres, llegó a la decisión deaveriguar el asunto personalmente. Y aceptó la invitaciónde participar en un curso bíblico en una iglesiapentecostal.

Así, poco a poco, el hermano menor fuedescubriendo el mundo maravilloso de la Biblia, un mundohasta entonces totalmente insospechado, volviéndosepronto en un lector asiduo y voraz del libro sagrado. Nodesperdiciaba oportunidad alguna para leerlo y tomarnota de lo que más le impactaba. Seguido se ponía enoración, pidiendo a Dios que lo iluminara acerca de su

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futuro, que soñaba ver totalmente marcado por la Palabrade Dios.

Y vino la respuesta del cielo (por lo menos así élinterpretó las cosas): le ofrecieron el cargo de ayudantedel pastor, a tiempo completo y bien remunerado. ¿Quémás le podía pedir a la vida? Completamente metido enlas cosas de Dios, joven, sano y solventeeconómicamente. Se sentía un elegido de Dios,predestinado para grandes cosas.

Y se lanzó con todas las ganas de este mundo alestudio y a la evangelización para titularse como pastory al mismo tiempo madurar como apóstol de Jesucristo,volviéndose en un estímulo para toda la comunidad. Paraél, las visitas domiciliarias eran su pasión. Era tanto sucelo apostólico, que no desaprovechaba ningunaoportunidad para hablar de Dios a cualquier persona quese le atravesara en su camino, alcanzando así un númerosiempre más considerable de conversiones.

Su gran ilusión era, una vez nombrado pastor,regresar a su lugar de origen para casarse e implantar“su” iglesia. Lo que logró después de tres años de estudiointenso y apostolado incansable, entre la satisfaccióngeneral de toda la comunidad, que de esa manera veíarecompensada con creces la inversión económica queen él había hecho.

Así que, después de unos cinco años de estancia enEstados Unidos, el hermano menor regresó a su tierranatal como pastor pentecostal y se casó, decidido acambiar el rostro de su tierra, liberándola de toda idolatríay poder de Satanás.

Era tan impactante y contagioso su fervor religioso,que por poco lograba convencer hasta a sus mismospapás y parientes, que no se explicaban el por qué detanta diferencia entre los dos hermanos: el seminarista,muy formal en su trato con todos y poco afecto a

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conversar sobre asuntos religiosos, mientras el pastorpentecostal desparramaba entusiasmo por todos los porosy no se cansaba de hablar con todos y siempre de Dios.

“Es que el seminarista –aseguraba el párroco entono conciliatorio– apenas empezó a estudiar teología.Dejen que termine y verán”. Según él, había una enormediferencia entre la preparación que se exige a losseminaristas para llegar a ser sacerdotes y la formaciónque se exige entre los de la competencia para serpastores, “una preparación sumamente superficial, sinel sustento seguro de una base filosófica y teológica.Puras citas bíblicas, pegadas con el chicle –solía decir–.Basta un mínimo de razonamiento y todo cae por supropio peso”.

Teniendo en cuenta la advertencia del señor cura,los papás y parientes de los dos hermanos llegaron a laconclusión de que habría que esperar un tiempo, antesde tomar una decisión definitiva a favor de la fe tradicionalo un cambio de religión, evitando el peligro de dejarseseducir por las apariencias y el fanatismo del improvisadopastor y predicador. “Esperemos hasta que se reciba elseminarista –fue la decisión tomada de común acuerdo–. Entonces veremos quién de veras tiene la verdad yquién, al contrario, nos quiere sorprender con supalabrería engañosa”.

Enterados del acuerdo familiar, los dos hermanosse dieron a la ardua tarea de “prepararse” de la mejormanera posible para el gran encuentro, esgrimiendo cadauno sus mejores argumentos con miras a “convencer” atodos acerca de la bondad y validez de la propia opciónreligiosa, haciendo notar al mismo tiempo las deficienciasde la opción contraria.

Y sucedió lo increíble: mientras el pastor pentecostalrecibía de parte de sus correligionarios de Estados Unidostodo tipo de apoyo para atacar con argumentos a la Iglesia

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Católica, investigando sobre las cruzadas, la inquisición,el caso Galileo y tantas cosas más, el seminarista se quedósolo, sin apoyo alguno, ante un compromiso tanimportante para sí, sus papás, parientes y amigos. Alcontrario, todos se burlaban de él, acusándolo de ser unatrasado, puesto que ya habían pasado los tiempos de laapologética y que en el fondo todo es lo mismo, ya quetodos buscamos al mismo Dios.

¡Pobre seminarista! Ante tanta indiferencia de partede los maestros del seminario y sus mismos compañeros,por poco aventaba la toalla y se retiraba del seminario.“Si todo es lo mismo –llegó a pensar–, ¿por qué carajoentonces sigo en el seminario? Tantos sacrificios ¿paraqué?”. Llevado por el entusiasmo desbordante de suhermano, en algún momento hasta llegó a pensar en laposibilidad de volverse también él en pentecostal y lucharjunto con él para evangelizar al pueblo católico, que leparecía totalmente abandonado por sus pastores,preocupados esencialmente por lo material.

Naturalmente esta situación influyó fuertemente ensu salud, que se fue deteriorando cada día más, hastaverse en la necesidad de internarse en un hospital, dondele diagnosticaron un severo stress, que pudo superar encierta medida tomando algunas vitaminas, haciendomucho ejercicio físico y sometiéndose a un tratamientosicológico. Hecho esto, fue ordenado sacerdote.

Quedaba el asunto del debate. Debido a su estadode salud, todos estuvieron de acuerdo en que se dilatarala fecha del encuentro. Esto le permitió al hermano pastorconsolidar aún más su posición, concluyendo laconstrucción de su templo e implantando una estaciónde radio, que se volvió en el instrumento principal de suacción proselitista.

Desde ahí no dejaba de molestar a los católicos,presentando su testimonio con lujo de detalles con miras

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a desprestigiar sus creencias y acusarlos de lo peor.Seguro de que nadie aceptaría el reto, seguido invitabaa los católicos más preparados a un público debate acercade la fe auténtica. En alguna ocasión, alguien aceptó elreto y quedó completamente descalabrado ante suscuestionamientos, relacionados con las imágenes, elbautismo de los niños y cosas por el estilo. El error delos disque católicos preparados consistía en basarse casiexclusivamente en los documentos de la Iglesia,dedicados al ecumenismo, que invitaban a lareconciliación y el respeto mutuo.

En estos casos, la respuesta del pastor era siemprela misma: “Nunca habrá paz entre la luz y las tinieblas,Dios y Satanás. Primero quemen todos sus ídolos yacepten ser bautizados en el nombre de Jesucristo ydespués podremos hablar de reconciliación y respetomutuo”. Al notar la extrema seguridad de parte del pastory al mismo tiempo los titubeos y las reticencias de partede los que trataban de defender el punto de vista católico,muchos optaron de una vez por cambiarse de religión.

Parecía que el hermano pastor las tuviera todas deganar. Hasta que sucedió algo totalmente imprevisto quecambió por completo el panorama, echando al trastetodos sus sueños de grandeza y volviéndolo en unhumilde corderito en el auténtico rebaño del Señor.

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Capítulo 2

EL GRAN DEBATE

¿Qué pasó? Que en el momento de mayor apuro, elhermano sacerdote se enteró de que en la capital delpaís de vez en cuando se impartía algún curso deapologética, destinado directamente a los agentes depastoral y de una manera especial a los miembros delclero. Ni tardo ni perezoso, pidió mayores informes y seapuntó.

Para él fueron dos semanas de intenso gozoespiritual, al descubrir las enormes riquezas presentesen la Iglesia Católica y de una manera especial su origendivino, en contraste con la precariedad de los gruposproselitistas, la extrema pobreza de sus contenidos y lasenormes contradicciones entre un grupo y otro.

–Ni modo –comentaba un maestro–. Cuando alguiense encuentra en un desierto y arriesga una muerte segurapor falta de agua, cualquier líquido es bueno. Por lo menosle consiente sobrevivir. Lo malo es cuando alguien,teniendo a su disposición agua potable, sigue tomandoagua sucia.

–¿Las sectas? – comentaba otro–. Una señal evidentede que algo no funciona dentro de la Iglesia. Como pasaen una familia. Cuando un hijo se sale sin despedirse,¿quién tiene la culpa? ¿Solamente el hijo que se sale otambién tienen culpa los que se quedan? Y cuando no setrata de un solo hijo, sino de la mitad de los hijos, ¿quiéntiene la culpa? Todos tienen la culpa, empezando por los

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papás, que son los principales responsables del desastrefamiliar.

–Aquí no se trata de ver quién tiene la culpa –insistíael director del curso–. Sencillamente se trata de ver cómoestán las cosas y qué podemos hacer para que noempeoren más o en algo se puedan remediar.

Seguro de sí mismo, el hermano sacerdote dio avisoal hermano pastor pentecostal acerca de su disposicióna sostener el debate delante de sus papás y parientes enel momento que considerara conveniente.

–¿No sería mejor –sugirió el hermano pastor– realizardicho debate con un público más amplio, haciéndolocoincidir con la inauguración del templo?

–Como quieras– fue la respuesta del hermanosacerdote.

–¿Tendrías alguna dificultad en que el debate setransmitiera en directa por mi estación de radio?

–Ninguna dificultad.–¿Y si se graba todo y después se pasa por algún

canal televisivo? Yo me encargo de todos los gastos.–De mi parte no hay ninguna dificultad.Aclarado esto, se estableció la fecha con los

pormenores del debate. El pastor se notaba radiante defelicidad. Por fin se estaba acercando el día tan esperadode la gran cosecha, el día del triunfo total sobre Satanásy su falsa religión. Sus feligreses no se cansaban de orarpara que de una vez por todas el pueblo católico salierade “las sombras de muerte” y entrara en “la luz delEvangelio”.

Ante tanto alarde de seguridad de parte del pastory su gente, los “amigos” del sacerdote hicieron todo loposible para disuadirlo del público debate, aconsejándoleinventar cualquier pretexto para que se demorara “sine

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die” (indefinidamente) el evento hasta hacerlo olvidarpor completo.

–Es que estos señores son muy mañosos. Siempreencuentran alguna salida, para hacer quedar mal a laIglesia y lograr más conversiones.

–Fíjate en la propaganda que están haciendo. Entoda la región no se habla más que del “gran debate”.

Retírate a tiempo, antes que sea demasiado tarde ysalgas completamente derrotado, con gran perjuicio paratoda la comunidad católica. No seas terco. Piensa ennosotros y en tantos feligreses, que a raíz de dicho eventopodrían debilitarse en la fe y llegar hasta a cambiarse dereligión.

–A ver: ¿qué piensas ganar con el mentado debate?Nada. Lo único que vas a lograr es un triste espectáculode lucha entre dos hermanos, uno sacerdote católico yotro pastor pentecostal, como si se tratara de una peleade gallos. ¿Por qué no intentar un encuentro “ecuménico”entre los dos, orando juntos y enviando a toda la sociedadun mensaje positivo de amor y respeto mutuo entre gentede distintas creencias religiosas?

Así estaban las cosas, cuando llegó el día tanesperado del diálogo público entre los dos hermanos. Eltema era: “Por qué soy católico” o “por qué soypentecostal”. Al hermano pastor le tocó dar inicio al debatey se salió con lo de siempre, un cliché mil veces repetido,cuyo resumen podría ser el siguiente: “Cuando eracatólico, me emborrachaba, le levantaba la voz a mispapás y era el terror de la vecindad. Robaba a la gente,continuamente perdía el trabajo a causa de mi vicio…era un verdadero desastre. Hasta que un día un amigopentecostal me habló de Jesucristo y mi vida cambió porcompleto. Ahora me siento plenamente feliz con miesposa y mis hijos mientras me dedico a predicar contodas mis fuerzas el Evangelio de Jesucristo y llevo cada

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día a más almas hacia Él, que representa mi únicoSalvador y Señor de mi vida”.

Con sólo escuchar su testimonio, presentado demanera altamente emotiva e interrumpido continuamentepor los aplausos y las intervenciones de sus feligreses,que no se cansaban de repetir “Gloria a Dios” y “Aleluya”,pronto muchos de los oyentes empezaron a pensar en laconveniencia de un cambio de religión.

–Si así están las cosas –pensaban–, ¿por qué noaventarse de una vez? Se ve claro que aquí está el poderde Dios.

–Ojalá que este testimonio –suspiraban muchasmujeres, cuyos maridos se encontraban en la antiguasituación del pastor– mueva el corazón de mi esposo,que de una vez se decida por un cambio de vida,entregándose a Cristo y dejando su maldita borrachera.

Los únicos que parecían disgustados al escuchar eltestimonio fueron los papás y parientes del pastor, quepronto empezaron a oler algo raro en todo el asunto. Enrealidad, nunca habían visto a su hijo borracho, ni nadapor el estilo.

–¿Qué es eso, entonces? ¿Una payasada? –preguntaron sus papás al hijo sacerdote.

–¿Hasta ahora se están dando cuenta? –les contestóirónicamente el hijo sacerdote.

Siguió el pastor con una larga perorata a favor deuna entrega total e incondicional a Cristo, “el únicoSalvador y Señor de nuestras vidas”. Cuando le parecióque el ambiente estaba preparado para “la pescamilagrosa”, como solía decir, invitó a los presentes a cerrarlos ojos y ponerse totalmente en las manos de Dios,repitiendo la siguiente oración: “Señor Jesús, reconozcoque soy un gran pecador. Me arrepiento de todo corazóny te prometo que de hoy en adelante voy a ponerme a tuservicio, decidido a obedecer siempre a tu santa voluntad.

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Desde ahora te acepto como mi único y suficienteSalvador y me pongo en tus manos. De hoy en adelantetú serás el único Señor de mi vida”.

Concluyó la oración brincando como loco y gritandocon todas sus fuerzas: “¡Soy salvo! ¡Soy salvo! Aleluya”,mientras el pueblo repetía sus mismos gestos y susmismas palabras hasta entrar en un paroxismo total, entrelágrimas, gritos desgarradores y desmayos, todopropiciado por una música ensordecedora, apta paraexcitar los ánimos hasta lo imposible.

“Éxito rotundo”, pensó el pastor al terminar su show.Lo mismo pensaron sus seguidores más allegados. Perono fue así. Al tomar la palabra el hermano sacerdote,poco a poco el ambiente se fue serenando y la actitud dela gente fue cambiando por completo, al descubrir elmeollo del problema y tomar conciencia de la trampa enque estaban cayendo sin darse cuenta.

Lo que más impactó a todos, fue la compostura delsacerdote y su extrema sencillez en explicar a todos “laimportancia de pertenecer a la única Iglesia que fundóCristo, que es la Iglesia Católica, y el peligro de dejarsearrastrar por las mañas y artimañas de gente sinescrúpulo, que hace de la religión un negocio y estádispuesta a todo con tal de conquistar gente”.

Después de haber aclarado bíblica (Mt 16, 18 y28,20) e históricamente el origen de la Iglesia Católica,pasó a presentar el problema de la división religiosa, “unproblema que siempre acompañó la historia de la Iglesiadesde sus orígenes”. Examinó las principales causas deeste fenómeno y exhortó a todos a ser precavidos,aprendiendo a distinguir “entre el trigo y la paja”.

De una manera especial, se concretizó a presentarcon detalles el origen y las características de la líneapentecostal, “extremadamente fragmentada y con untinte notoriamente sentimental”, en que cada pastor

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sueña con fundar “su propia Iglesia”, algo totalmentecontrario a la voluntad de Cristo, que quiso que todossus discípulos estuvieran unidos (Jn 17, 21) bajo la guíade Pedro (Jn 21, 15-17) y los apóstoles.

A medida que el sacerdote iba aclarando las cosas,el ambiente fue cambiando por completo. Fue como siun balde de agua fría hubiera caído de repente encimade cada uno de los presentes. Ante un panorama tandiferente del que se les había presentado anteriormente,los oyentes se sintieron totalmente perdidos. Sus miradasempezaron a cruzarse vertiginosamente en busca deayuda, mientras el pastor quedaba inmóvil con la carapetrificada e inexpresiva.

Concluyó el sacerdote:–¿Qué pasa cuando un ciego guía a otro ciego? Que

todos corren el riesgo de ir a parar en un barranco. Y esprecisamente lo que puede pasar con ustedes. Sepanque su iglesia no es la que fundó Cristo, donde reside laplenitud de la verdad y de los medios de salvación ycuyos pastores legítimos cuentan con los mismos poderesque Cristo entregó a Pedro y a los apóstoles. Su iglesiaestá desenchufada de la que fundó Cristo y tiene comobase a hombres pecadores como yo, sin ninguna garantíade parte de Dios. Investiguen las cosas, antes de tomaruna decisión tan trascendental para su vida presente yfutura.

Sé que muchos de ustedes no tienen culpa en todoeste asunto. Hicieron lo que pudieron. Además, conrelación a su manera anterior de entender las cosas deDios y vivirlas, sin duda dieron un considerable pasoadelante, acercándose a su Palabra, dejando algún vicioy aprendiendo a servirlo mejor. Ahora les ruego quetengan el valor de dar un paso más, regresando a laIglesia que fundó Cristo y viviendo como sus verdaderosdiscípulos, guiados por su Palabra y fortalecidos por el

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alimento divino que es la Eucaristía. No tengan miedo.Acuérdense de lo que dijo Jesús: “La verdad los harálibres” (Jn 8,32). Y lo que les acabo de decir, es la puraverdad.

Ante el desconcierto general y la impasibilidad delpastor, algunos de sus seguidores más allegados tomaronla batuta en el intento de levantar los ánimos, queparecían demasiado decaídos. Dirigiéndose directamenteal sacerdote, que estaba bajando del podio, le gritaronuna sarta interminable de insultos: “pagano”, “idólatra”,“anticristo”, “hijo de la ramera” y cosas por el estilo.

Se imaginaban que con eso iban a solevantar en sucontra los ánimos de los presentes. Al contrario, no faltóalguien que se molestó demasiado ante tanta insolenciay cinismo de parte de gente que se consideraba“evangélica” y los conminó a callarse y sentarse paraescuchar la explicación que les iba a proporcionar elsacerdote, que mientras tanto había vuelto al podio y seaprestaba a contestar a todo tipo de preguntas oacusaciones que le hicieran.

Así el hermano sacerdote tuvo la oportunidad deaclarar el asunto de las imágenes, haciendo la distinciónentre una simple imagen o estatua y un ídolo, que esuna imagen considerada como una divinidad, con vida ypoder, “lo que no corresponde a la enseñanza de la IglesiaCatólica con relación a las imágenes”. Como pruebabíblica, presentó el caso de los querubines de oro (Ex25, 18) y la serpiente de bronce (Nm 21, 8), en quevemos como el mismo Dios las mandó a construir.

Al mismo tiempo mencionó el caso del becerro deoro (Ex 32, 1-6), donde se trata de verdadera idolatría,algo totalmente condenado por la Iglesia. Concluyóinvitando a distinguir entre la enseñanza católica y lamanera de pensar de algunos católicos que, por suignorancia, creen que las imágenes tienen vida y poder.

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Contestando a las preguntas que le iban haciendo,pasó de las imágenes al bautismo de los niños, elpurgatorio, la virginidad de María y muchos temas más,causando un asombro general entre los oyentes, cuyaactitud fue cambiando por completo hasta parecerse aunos mansos corderitos delante del nuevo pastor. Al verel giro tan inesperado que habían tomado las cosas y labuena disposición de los dos hermanos y de la casitotalidad de los presentes, un antiguo miembro de laAcción Católica entonó el himno a Cristo Rey “Tú reinarás”,seguido por otro a la Virgen de Guadalupe.

Fluyeron las lágrimas en abundancia. A petición delpúblico, el pastor pentecostal se levantó, como pudo tratóde serenarse, tomó la palabra y habló con toda humildady sinceridad, reconociendo su error:

–Hermanos, me equivoqué. Yo no sabía todo lo queacaba de decir mi hermano sacerdote. Reconozco quefui un ingenuo, al tomar de manera apresurada la decisiónde dejar la Iglesia Católica y volverme en pastorpentecostal. Les pido perdón si para muchos de ustedesfui ocasión de tropiezo. Ojalá que todos ustedes, comome siguieron en el camino del error, hoy tomen la decisiónde seguirme en el camino de la verdad.

Dicho esto, se acercó a su hermano sacerdote, sehincó delante de él y le pidió la bendición. Lo mismo hizocon sus papás. Siguieron los abrazos, mientras un corode jóvenes, entre aplausos y exclamaciones de júbilo,entonaba el himno “Ven, Espíritu Creador”. Y con eso elpasado quedaba atrás y un brillante futuro se abríadelante de los ojos de los presentes.

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Capítulo 3

DE LA EUFORIA AL DESENCANTO

Como era de esperarse, el acontecimiento, trasmitidodirectamente por radio y poco después por televisión,impactó profundamente todo el ambiente, sea profanoque religioso. Ante un éxito tan rotundo, el obispo nodudó en constituir la Comisión Diocesana para laPromoción y Defensa de la Fe, nombrando al hermanosacerdote como presidente de la misma y al hermano“convertido” como secretario. Al mismo tiempo, para quefueran debidamente atendidos los recién convertidos ylos que poco a poco se irían reintegrando a la Iglesia,constituyó una parroquia personal para este tipo defeligreses, nombrando como párroco al mismo hermanosacerdote y teniendo como base el templo reciéninaugurado, que el hermano “convertido” entregó conmucho gusto a la causa, quedando él como brazo derechodel sacerdote.

Conferencias, congresos, entrevistas… los doshermanos no se daban abasto para satisfacer la enormecantidad de solicitudes, que continuamente les llovíande todas partes. En realidad, todos querían ver y escuchara “los dos hermanos”, de los cuales tanto se hablaba enla calle y en los medios de comunicación. Como porencanto, de un momento para otro surgió en toda lasociedad como una “fiebre de curiosidad” acerca delproblema religioso.

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Todos querían entender el porqué del gran alborotoen campo religioso, que desde hacía algún tiempo seestaba dando en toda la región, entre gentetradicionalmente católica, que poco a poco se estabadisgregando en grupúsculos de las más variadasdenominaciones, con creencias y prácticas a vecestotalmente contrarias las unas de las otras.

En realidad, para muchos este asunto representabaun verdadero enigma. Se preguntaban:

–¿No será porque les mandan dinero de EstadosUnidos?

–¿No será porque allá se dan muchos milagros?–¿Serán ciertos los milagros, que se dan entre ellos,

o serán puro cuento para atraer a la gente y trasquilarla?Y si son ciertos, ¿por qué no se dan también entrenosotros?

Otros se sentían intrigados ante los cuestionamientosque les hacían los que se habían cambiado de religión yquerían alguna explicación al respecto de parte de gentecompetente, como eran “los dos hermanos”, que habíantenido que ver directamente con el problema. Que deuna vez se les aclarara el asunto de las imágenes, loshermanos de Jesús, el sábado, la cruz, etc.:

–No vaya a resultar –pensaban algunos– que seacierto lo que continuamente andan cacareando los de lacompetencia: que los curas nos tienen los ojos tapados;que en la Iglesia Católica todo es puro negocio; que alos católicos nos ocultan muchas partes de la Biblia ycosas por el estilo.

Ante esta situación, a los dos hermanos no lesquedaba más que correr de un lugar a otro, comobomberos, expertos en apagar incendios. Para facilitaresta tarea, prepararon unos folletos donde se aclarabala identidad católica, se daba respuesta a los ataques

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más comunes de parte de los grupos proselitistas y seponía en guardia acerca de sus estrategias para conquistara los católicos desprevenidos.

De todos modos, no obstante todos los esfuerzosque estaban haciendo por ayudar al pueblo católico aenfrentar con éxito el problema del proselitismo religioso,poco a poco los dos hermanos se fueron dando cuentade que algo no funcionaba en todo el asunto. Antes quenada, pudieron comprobar cómo era muy raro que alguienexpresara un sincero deseo de profundizar todo lorelacionado con el problema de las sectas con miras adarles una mano en la enorme tarea que estaban llevandoa cabo. Por lo general, la gente, una vez aclaradas lasdudas, ya no volvía.

En fin de cuentas, lo que más les interesaba a losque participaban en los encuentros era el testimonio deconversión del ex pastor pentecostal, como si se tratarade un cuento o una novela. Todo lo demás no lesinteresaba para nada y hasta les molestaba, manifestandouna verdadera fobia con relación a todo lo que oliera ainstrucción religiosa y práctica de la vida cristiana. Segúnellos, era suficiente lo que habían aprendido con ocasiónde la catequesis presacramental y bastaba con lo que yaestaban haciendo para ser buenos católicos.

Ante esta realidad, los dos hermanos llegaron a laconclusión que, para fortalecer realmente la fe del pueblocatólico, no era suficiente la labor que estabanpromoviendo en campo bíblico y apologético, sino quese hacía necesario ir más allá y pensar seriamente enuna reestructuración general de todo el sistema pastoralde la Iglesia, de manera tal que todo feligrés estuvieraen condiciones de conocer y practicar su fe, superandoel actual estado de somnolencia, superficialidad,confusión y abandono en que se encontraba, sumido enla así llamada “religiosidad popular”, una mezcla entrecristianismo y paganismo.

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Fue cuando muchos empezaron a respingar, bienaferrados a sus costumbres. Para ellos, sea los gruposproselitistas, sea los dos hermanos, representaban unaamenaza, puesto que cuestionaban profundamente sumanera de entender y vivir la fe. Por eso, una vez aclaradoque los grupos proselitistas estaban en el error, decidíancortar por lo sano, alejándose de los dos hermanos ycontinuando con lo de siempre.

Lo peor vino cuando regresaron al ataque directoalgunos elementos destacados del clero y el laicadocomprometido, que de por sí desde un principio habíanvisto con malos ojos el rumbo que estaban tomando lascosas con la aparición en el escenario eclesial de los doshermanos. Según ellos, todo lo que estaban haciendoera tiempo perdido y además podría representar un serioobstáculo para el avance del proceso ecuménico, que,según su manera de ver las cosas, constituía el aspectocaracterístico de la Iglesia postconciliar.

En una ocasión, se lo expresaron con toda claridad:–Ustedes dos andan muy mal. ¿De dónde sacaron

la idea de la “defensa de la fe” y del “retorno”? ¿No hanleído los documentos de la Iglesia, que más bien hablande respeto y diálogo entre todos?

–Ustedes pertenecen a la Iglesia preconciliar. Aúnandan con la apologética. Pónganse al día. Lean losdocumentos de la Iglesia sobre el ecumenismo.

–Además, ¿quién les dijo que la Iglesia Católica esla única Iglesia de Cristo? ¿No entendieron que, con elConcilio Ecuménico Vaticano II, ya se aclaró que todosformamos la Iglesia de Cristo de manera complementaria,aportando cada uno lo bueno que tiene, sea católico,bautista, adventista o pentecostal? ¿No se dan cuentade que, en el fondo, todos estamos buscando al mismoDios, aunque sea por caminos diferentes?

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Evidentemente, se trataba de puras elucubracionesmentales, sin ningún soporte bíblico. De hecho, a lo sumocitaban algún texto conciliar o del magisterio, sacado desu contexto e interpretado a su manera. Según ellos, laIglesia “postconciliar” no tenía nada que ver con la Iglesia“preconciliar”. Se trataba de dos mundos totalmentediferentes. ¡Algo realmente increíble en gente que seconsideraba “muy preparada”!

De todos modos, aunque a leguas se veía que todoesto era totalmente ajeno al sentido común y a laauténtica enseñanza de la Iglesia, no dejó de hacer mellaen el quehacer oficial de la diócesis, quedando excluidala apologética de la enseñanza oficial que se imparte enlos seminarios y demás instituciones católicas. Noobstante todos los reveses experimentados a todos losniveles por la falta de preparación en el campo bíblico yapologético, se siguió adelante como si no existieran losgrupos proselitistas y todo fuera puro amor, paz y respeto.

Así que, después de un primer momento de euforia,caracterizado por la conciencia de pertenecer a la únicaIglesia de Cristo, poco a poco, muchas puertas se fueroncerrando, quedando aislados casi por completo los doshermanos con el movimiento evangelizador que estabansuscitando. Y se regresó al estilo de antes, dominadopor la rutina y la inercia, mientras los grupos proselitistasse fueron recomponiendo y recobrando el antiguo fervor.

Muchos de los que habían regresado a la IglesiaCatólica por el impacto del gran debate y el ejemplo delhermano pastor, volvieron a sus templos, al no sentirsea gusto entre gente dominada por las costumbres y pocoafecta a los reclamos de la Palabra de Dios.

Para hacer frente a esta situación, los dos hermanosno se cansaban de repetir a los pocos discípulos que aúnquedaban:

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–No se preocupen. Se trata de una prueba. ¿O seimaginaban que todo iba a andar sobre ruedas?Acuérdense que no se puede llegar al día de laresurrección, sin pasar por el viernes santo.

Sin duda, para los dos hermanos fue un período depurificación. No era raro ver a los dos, en silencio, orandode rodillas delante del sagrario. Oración y ayunos. Y lascosas, en lugar de mejorar, empeoraban. Menos gentefrecuentaba la parroquia creada a propósito para los“regresados”. Mientras los templos de la competenciavolvieron a llenarse y a multiplicarse cada día más.

Menos gente y menos entradas económicas. ¡Pobreex pastor pentecostal! Acostumbrado a la abundancia yel prestigio, tuvo que empezar a experimentar la penuriay el descrédito, volviéndose en la fábula de lacompetencia.

–Ni modo –comentaban sus antiguos discípulos–.¿Se equivocó? Que pague. Que la próxima vez pongamás cuidado y aprenda a desconfiar de los vanosrazonamientos humanos y a confiar más en el poder delEspíritu.

Teniendo una familia a su cargo y no contando conrecursos económicos suficientes, el ex pastor no tuvootro remedio que vender la estación de radio y dedicarsea la venta de ropa, de pueblo en pueblo y de casa encasa. Fue cuando tuvo la oportunidad de palpar con susmanos la triste situación en que se encontraban las masascatólicas, totalmente descuidadas de parte de suspastores y fácil presa de cualquier aventurero.

Y empezó a añorar los tiempos pasados, cuandotenía la oportunidad de cosechar todos los días a manosllenas. A veces se preguntaba:

–¿Por qué ahora que me encuentro en la verdaderaIglesia de Cristo, no puedo continuar como antes? ¿Porqué ahora tengo que enfrentarme a tantas dificultades

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para vivir como un verdadero apóstol de Jesucristo? Todolo que me ha ido pasando desde aquel famoso debatecon mi hermano, ¿no habrá sido pura alucinación?

Angustiado por tantas preguntas, se pasaba horasy horas en oración delante del sagrario.

Y por fin le vino la respuesta del cielo.

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Capítulo 4

UN BARCO QUE SE HUNDE

Mientras leía el libro de “Los Hechos de losApóstoles”, escuchó una voz interior que le decía: “No tedesanimes. Un día entenderás el sentido de lo que ahorate está pasando. Por mientras, fíjate en el ejemplo de losapóstoles y sigue adelante, confiando en Dios y dejándoteguiar por el Espíritu”.

“Dejándote guiar por el Espíritu” siguió resonándoleen su mente durante unos días. Para salir de la duda,utilizando un método que había aprendido cuando erapentecostal, se puso en oración, tomó la Biblia, la abrióy leyó el primer versículo que le salió al paso. Decía: “Austedes debíamos anunciar en primer lugar la Palabrade Dios. Pero, ya que la rechazan y no se considerandignos de la vida eterna, nos dirigiremos a los paganos”(Hech 13, 46). Para cerciorarse, cerró la Biblia y la volvióa abrir. Le salió lo mismo:”En adelante me dirigiré a lospaganos” (Hech 18, 6).

–Ni modo –pensó–. Si mis hermanos católicos nome hacen caso y me ponen tantas trabas para anunciarel Evangelio, me dirigiré a los demás, sean ateos,religiosamente indiferentes o hermanos separados.

En realidad, ya estaba fastidiado de la indiferenciacon que lo recibían la mayoría de los católicos queencontraba en sus recorridos por la sierra. Lo único queescuchaban con interés, era el relato de su conversión.

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Al contrario, cuando, con la Biblia en la mano, trataba deaclararles algún aspecto de la vida cristiana, por lo generallo dejaban con la palabra en la boca, acusándolo de teneraún ideas “protestantes”.

Lo peor fue cuando se dio cuenta de que un buennúmero de curas pensaban lo mismo. De hecho, cuandola gente les pedía una opinión al respecto, la respuestaera casi siempre la misma:

–Hay que tener mucho cuidado con este tipo degente. No se olviden del refrán: “El lobo cambia el pelo,mas no el vicio”.

Por esta razón, teniendo en cuenta su experienciapersonal y la respuesta que le vino de la lectura de laPalabra de Dios, llegó a la siguiente conclusión:

–Soy apóstol de Jesucristo por vocación. Por lo tanto,no puedo vivir sin misión. Cuando veo que mis hermanosen la fe me rechazan, me voy con los demás. Nadie mequitará el derecho de anunciar el Evangelio a quien sea,con toda libertad y valentía, como siempre he hechodesde que acepté a Cristo como mí único Salvador ySeñor.

Y con esta convicción profunda se lanzó nuevamentea la misión, como en los tiempos pasados, sin mirar en lacara a nadie. ¿Un catequista o responsable de algunacomunidad no le permitía predicar en su grupo por nocontar con un permiso escrito del cura? Se dirigía a untemplo evangélico; lo que sucedía muy seguido. Así queno pasaba día sin hablar de Jesús y su Evangelio, enprivado y en público, confiando en el poder de Dios, alestilo de los apóstoles.

Había ocasiones, en que los oyentes quedabandecepcionados por su manera de predicar, sin ningúnataque directo contra la Iglesia Católica y sin acudir alcuento del próximo fin del mundo o cosas por el estilo.En otras ocasiones, la misma predicación surtía un efecto

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totalmente contrario. La gente quedaba muy satisfechaal escuchar a alguien, que pronto iba al grano, sinperderse en fantasías inútiles, invitando a profundizar lapropia conversión y entrega a Cristo.

Cuando se trataba de católicos, prácticamente losúnicos que le ofrecían hospedaje y le prestaban atención,eran los miembros de los movimientos, que de por sí yaestaban acostumbrados a oír hablar de conversión,cambio de vida y seguimiento de Cristo. Al manejar todosla Biblia, era fácil entenderse. Con los demás, al contrario,el diálogo se hacía casi imposible, puesto que, fuera delas imágenes, las fiestas y las procesiones, no sabían dequé hablar. Para ellos, las imágenes con su relativo cultoconstituían el eje fundamental de su fe, algo que elhermano ex pastor no podía tolerar en absoluto y queen distintas ocasiones lo llevó a discusiones encendidascon los líderes de las comunidades.

Posiblemente por esta razón, en la sierra se pasó lavoz de que el supuesto “convertido” había vuelto a susandanzas con los pentecostales. Como era de preverse,esta noticia llegó a la cabecera diocesana como un truenoa cielo sereno, causando un revuelo en los ambienteseclesiales. Los detractores de los dos hermanos festejaronel acontecimiento como el fin de una pesadilla. Segúnellos, por fin el caso de los dos hermanos, con todos suscuestionamientos, quedaba cerrado para siempre.

Para el hermano sacerdote, al contrario, y supequeño grupo de seguidores, la noticia representó unverdadero trauma, puesto que ponía en tela de juicio lopoco que habían logrado hasta la fecha y toda posibilidadde estructurar una pastoral adecuada a la situación delas masas católicas, en un constante debacle por elcontinuo acoso de parte de los grupos proselitistas.

Quedaron sumamente aliviados cuando regresó elhermano ex pastor y pudieron averiguar que se trataba

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de puras suposiciones. En realidad, el hermano ex pastorquedaba más que nunca firme en la fe católica. La causade todos los problemas había sido su manera clara yvaliente de vivir y testimoniar su fe ante una masacatólica, cuya fe dejaba mucho que desear. No se cansabade repetir:

–Disculpen, hermanos, si no les puedo dar por sulado, cuando me doy cuenta de que su manera de actuares idolatría pura. Si los curas piensan que, con el cuentode la religiosidad popular, pueden seguir aprovechándosede su ignorancia, allá ellos. A mí todo esto me repugna;por eso hablo claro, consciente de que esto me puedeacarrear problemas. De todos modos, algo estoy logrando.De hecho, en todas partes encuentro a católicos quequedan cuestionados por mí manera de hablar y despuésme dan las gracias por haberlos ayudado a salir del estadode ignorancia, en la que se encontraban anteriormente,y a buscar al Dios vivo y verdadero, del que nos habla laPalabra de Dios.

Al notar cierto escepticismo de parte del hermanosacerdote con relación a la situación concreta en que seencontraban las masas católicas, le hizo la siguientepropuesta:

–¿No te gustaría acompañarme en uno de misrecorridos por la sierra? Así te darás cuentapersonalmente de que una cosa es la doctrina católica,que se estudia en los seminarios, y otra cosa es la maneraconcreta de vivir la fe de parte de las masas católicas,que en muchos aspectos parece paganismo puro. Poreso, fácilmente se convencen cuando les hablan losmiembros de los grupos proselitistas.

El hermano sacerdote aceptó y salieron para unrecorrido de un mes. Fueron días de actividad intensa departe de los dos hermanos, recorriendo la sierra por lolargo y lo ancho, como simples vendedores ambulantes,

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quedándose a descansar donde los sorprendía la noche,comiendo lo que les ofrecía la gente y hablando de Dioscon quienes se les atravesara en su camino. Allá elhermano sacerdote pudo darse cuenta con sus propiosojos del enorme abandono en que viven por lo generallas masas católicas. Puros sacramentos, sin ningunanoción precisa acerca de los contenidos de la fe. Y estodesde hace siglos.

Se dio cuenta de que en algún lugar existía unatotal incomunicación entre los pastores y las ovejas,debida al hecho de que los curas desconocían porcompleto el idioma de la gente, que por lo mismo vivíade puras costumbres. Por lo tanto no había que extrañarsesi la gente, después de siglos desde el primer anuncio,hecho por los misioneros en su mismo idioma, habíanvuelto a sus antiguas creencias hasta perder la nociónde la existencia de un solo Dios. Prácticamente, en lugarde avanzar, habían ido retrocediendo en su nivel dereligiosidad.

Encontraron lugares con más de tres mil almas, conuna población mitad católica y mitad no católica. Lapoblación católica era atendida por un solo catequista,sin ninguna preparación específica acerca de su servicio,sin coro ni nada. Apenas unas cuarenta personas sereunían cada domingo para la celebración de la Palabray tres o cuatro veces al año llegaba el cura paraadministrar los sacramentos y nada más. La otra mitadno católica, al contrario, era atendida por unos quincepastores, algunos de los cuales contaban hasta con unalicenciatura en teología, seis templos y cada uno conmás de cien feligreses activos, coro y gran cantidad deinstrumentos musicales.

¡Pobre hermano sacerdote! Al tomar conciencia dela real situación en que por lo general se encontraba elpueblo católico y al no vislumbrar ninguna soluciónfactible al respecto, entró en una profunda depresión.

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Pudo constatar con sus propios ojos que la religiosidadpopular, el ecumenismo, la cultura del pueblo y la opciónpor los pobres eran un pretexto y nada más para sentirseprogresistas sin hacer nada y seguir viviendo de la buenafe de la gente.

Para sondear mejor la realidad en que vivía el pueblocatólico, de regreso a su comunidad organizó unencuentro con la participación del grupo de susseguidores, más otros simpatizantes: un total de unascincuenta personas. Estas fueron las preguntas que pusoa su consideración:

1. ¿Cómo ves la situación actual de las masascatólicas?

2. Compara nuestra manera de evangelizar y atendera nuestra gente con la manera de hacerlo de partede los que no son católicos.

3. De seguir así, ¿qué futuro vislumbras para las masascatólicas?

4. En todo este asunto, ¿cuál es la actitud del clero,la vida consagrada y el laicado comprometido?

Desafortunadamente, yo también participé en esteencuentro y quedé completamente decepcionado de lamanera de llevarse las cosas entre nosotros. Pensabahacerla de buen samaritano con el hermano sacerdote yquedé contagiado de su misma enfermedad. Al darsecuenta el obispo, nos convocó en el obispado para aclararel asunto. Convocó también a los encargados de lasdistintas comisiones diocesanas. Le urgía aclarar las cosasy de una vez poner punto final a una situación, que seestaba volviendo demasiado conflictiva y arriesgaba conprovocar serias fracturas en el tejido eclesial.

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Capítulo 5

YA BASTA DE DEMAGOGIA

El obispo dio inicio al encuentro, pidiendo a los doshermanos y a un representante de cada comisióndiocesana que hicieran el punto de la situación. Cuandollegó el turno de las comisiones diocesanas, se dio cuentade que se iban por las ramas, en puras citas de losdocumentos de la Iglesia. Entonces les presentó lospuntos que acababan de examinar los dos hermanos consu gente, invitándolos a dar una respuesta precisa yconcreta a cada cuestionamiento.

Éstos, al sentirse urgidos a ser más concretos, prontodesbordaron en la realidad política, económica y social,hablando de injusticia, corrupción, ignorancia y tantascosas más. Se veía claramente que los representantesde las comisiones diocesanas eran muy hábiles en darlesla vuelta a los asuntos para salirse siempre con la suya.Parecían muy cultos e inteligentes, cuando se trataba deasuntos teóricos; al contrario, cuando se trataba deaterrizar en algo concreto que tenía que ver con larealidad eclesial y más directamente con su tareaconcreta, no la hacían, como que se asfixiaban.

No había duda alguna: los que eran de la máximaconfianza del obispo y ocupaban cargos de ciertaresponsabilidad a nivel diocesano pastoralmente eranunos ineptos. Solamente que eran muy listos para enredarlas cosas y camuflarlas bajo un manto de amor y

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comprensión. En lugar de reconocer que no estabancapacitados para enfrentar los grandes retos, que sepresentaban al quehacer eclesial, pronto le daban lavuelta, apelando al mandato del amor hacia todos y deuna manera hacia los más débiles, los alejados y los quehabían desertado de las filas católicas. Un amor vacío,como pretexto para descargar sobre otros las propiasresponsabilidades.

Para todo y para todos tenían siempre unajustificación: la libertad religiosa, la libertad de conciencia,las costumbres de la gente, los tiempos calamitosos enque les había tocado vivir y tantas cosas más que novenían al caso.

Cuando el obispo se dio cuenta que le estabantomando el pelo, cortó por lo sano:

–Ya basta de demagogia. Ya basta de pretextos, quenos están llevando al fracaso total. Ya es tiempo de tomaral toro por los cuernos. Que hablen los que tengan algoconcreto que decir. Los demás, mejor que se callen.

Al ver que nadie tomaba la palabra, interpelódirectamente al presidente de la Comisión Diocesana parael Ecumenismo y el Diálogo Interreligioso y resultó quelo único que estaban haciendo era dar clase deEcumenismo en el seminario, explicando los documentosde la Iglesia al respecto.

–¿Para qué? –preguntó el obispo.–Para que sepan cómo están las cosas. En realidad,

se trata de un aspecto muy importante en la vida deIglesia postconciliar.

–Y volvemos a lo mismo –insistió el obispo–. Saberpor saber. ¿Y la práctica? Quiero saber en concreto quéestán haciendo con relación a los que no compartennuestra misma fe.

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–Nada, puesto que aquí, entre nosotros, no haygente que no sea cristiana o que pertenezca a las iglesiashistóricas. Aquí hay puras sectas y con las sectas, comoes sabido, no se puede hacer nada.

–Yo trato de llevarme bien con los pastores quetrabajan en mi jurisdicción parroquial, y, como muestrade aprecio, en alguna ocasión he asistido a sus cultos –intervino un miembro de la misma Comisión.

–Yo tengo la secretaria de la parroquia que esevangélica –añadió otro.

–Yo hablo bien de todos y trato de no ofender anadie. Invito a mis feligreses a no ser fanáticos y abrir lapuerta y escuchar a los que pertenecen a otros gruposreligiosos. Puedo decir que tengo más amigos entre losevangélicos que entre los católicos.

Al oír esto, el obispo se puso pálido y casi sedesmayaba. No se imaginaba hasta qué punto habíanllegado las cosas. Demoró un buen rato con la cara entrelas manos, sin pronunciar palabra alguna y moviendo devez en cuando la cabeza de un lado para otro. Por fin,bajó las manos de la cara e invitó a los dos hermanos atomar la palabra.

–Señor obispo –empezó el hermano sacerdote–, nonos hagamos ilusiones; así está la crema y nata de nuestrocatolicismo: muchos conocimientos, poca reflexión y nulaexperiencia. Pura palabrería. Con esta clase de gente ala cabeza y con esa manera de actuar, ¿qué podemosesperar? Más que ayudar a los católicos a fortalecer sufe, los estamos empujando en las fauces de los lobos.De seguir así, ¿adónde vamos a parar?

–Es que nuestra gente no se quiere comprometer –volvió a tomar la palabra el Presidente de la ComisiónEcuménica.

–De tal palo tal astilla –continuó el hermanosacerdote–. ¿Cómo se va a comprometer nuestra gente,

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si nosotros, que somos los maestros y los guías, no lesdamos el ejemplo y la estamos empujando hacia elindiferentismo religioso, dando la impresión de que todoes lo mismo?

El obispo volvió a tomar la palabra:–Entiendan de una vez que no hay soldados malos

o buenos. Más bien hay malos o buenos oficiales. Enrealidad, depende de ellos preparar y dirigir a los soldados.El éxito de la batalla depende esencialmente de lacapacidad, el valor y la entrega de los comandantes. Lossoldados obedecen y nada más. Su respuesta dependede la mística y el entrenamiento que les den loscomandantes. Lo mismo en el deporte. Por eso se buscansiempre a buenos directores técnicos. Los jugadores sonlo que son. Depende de los dirigentes entrenarlos yllevarlos a la victoria mediante una buena estrategia.Solamente así nos podemos explicar porqué nuestragente, tan apática e indiferente cuando está con nosotros,se vuelve tan activa y entusiasta cuando se va con los dela competencia. ¿Entendieron? Todo depende denosotros, es decir de nuestra manera de formarla ylanzarla a la misión, dando nosotros primero el ejemplode cómo se hacen las cosas. No podemos lanzar a lagente al ataque y quedarnos nosotros felices y tranquilosen nuestros curatos. Si queremos que nuestra gente semueva, nosotros tenemos que movernos primero e iradelante.

Otra vez el obispo se calló, volvió a ponerse la caraentre las manos y a reflexionar. Por fin hizo un comentarioque estremeció a todos:

–Posiblemente aquí está el principal problema denuestra diócesis: que no cuenta con un buen directortécnico.

Y volvió a sumirse en sus pensamientos. Pasaronunos minutos angustiantes para todos. Me di cuenta de

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que al obispo le estaba pasando lo mismo que me habíapasado a mí y también al hermano sacerdote, al tomarconciencia clara de la triste situación en que nosencontramos como Iglesia, sin un rumbo preciso haciadónde ir y sin ideas claras acerca de lo que tenemos quehacer para llegar. Cada quien hace lo que puede, a sumodo, sin saber si sirve realmente o no, y a vecesdestruyendo lo que otro construyó.

Por fin el obispo miró al hermano ex pastor y lepidió su punto de vista acerca de la situación.

–Con mucho gusto, señor obispo –empezó el expastor con calma y seguridad y siguió dirigiéndose a laasamblea–. ¿Qué les puedo decir, después de tantos añosde experiencia como católico terco, pentecostal fanáticoy “regresado” sumamente preocupado por la suerte demis hermanos en la fe? Número uno: nunca podrá haberun ecumenismo serio entre los católicos y los evangélicos(que son los que más conozco), mientras el clero católicono dé pruebas fehacientes de honestidad intelectual ysinceridad, aclarando a los feligreses el sentido de lasimágenes y el papel central de Cristo en orden a lasalvación. Desgraciadamente, aún no hay signos clarosal respecto. Al contrario, tal vez por motivos económicosy de una forma más o menos solapada, muchos entreustedes siguen fomentando hacia las imágenes un culto,que claramente raya en la idolatría. Número dos: sin Bibliano hay ninguna posibilidad de diálogo ni de auténticavida cristiana. ¿Y qué está pasando en la práctica? Quemuchos justifican su pertenencia a la Iglesia Católicaapelando a la fe de sus padres o a los documentos de laIglesia. Pues bien, hasta que se siga con esto, nuncapodrá haber una auténtica vida cristiana entre nosotrosni posibilidad alguna de un auténtico entendimiento conlos hermanos separados.

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–Como si fuera tan fácil quitarles las imágenes a loscatólicos –interrumpió uno de los asistentes.

–No se trata de quitarles las imágenes a nadie, sinode aclararles su sentido auténtico, teniendo en cuenta ladoctrina de la misma Iglesia Católica al respecto.

–¿Y usted cree que, una vez que un católico se décuenta de que una imagen no tiene vida ni poder, seguiráyendo a los santuarios, organizando procesiones opidiendo misas en su honor?– intervino ingenuamenteotro asistente, despertando la hilaridad general y bajandoel nivel de tensión que se había creado.

Una vez más el obispo tomó la palabra e invitó atodos a tratar este tema en sus consejos pastorales:

–En lugar de seguir organizando rifas y kermesespara regalarle a la Virgen una corona de oro, ¿por quéen sus reuniones no tratan estos asuntos, que de verassirven para fomentar la fe entre nuestros feligreses?

Al notar signos de insatisfacción entre los presentes,tomó la Biblia y leyó unos textos de la misa del día:“Cuídense ustedes y cuiden a todo el rebaño, que elEspíritu Santo les encomendó como a pastores de laIglesia de Dios, que Él adquirió pagando con su sangre.Sé que, después de mi partida, se meterán entre ustedeslobos rapaces que no respetarán al rebaño. Incluso deentre ustedes saldrán algunos que enseñarán cosasequivocadas, arrastrando tras de sí a otra gente” (Hech20, 28-30).

El obispo se calló, trató de añadir algún comentarioy no pudo. En su cara se transparentaban una profundaemoción y tristeza. Por fin logró controlarse, volvió atomar la Biblia y leyó: “Padre Santo, cuida en tu nombrea los que me diste” (Jn 17, 11). Otra vez volvió aemocionarse. Pasaron unos instantes de angustia general.Trató de articular algunas palabras de disculpa, se levantóy se retiró.

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EPÍLOGO

Seguramente a muchos de ustedes les gustaría sabercómo siguieron las cosas después de aquel encuentro.Les diré que desde entonces muchas cosas empezaron acambiar. Según la opinión general, aquel memorableencuentro representó un parteaguas en la historia de ladiócesis. Desde entonces se empezó a hablar de un antesy un después.

Dos fueron los principios básicos que guiaron alobispo en su nueva gestión, principios que le acarrearonmuchos problemas, pero al mismo tiempo muchassatisfacciones y simpatías. Los dos principios fueron:“honor cum onere” (honor con la carga correspondiente)y “salus animarum suprema lex” (la salvación de las almases la ley suprema). En otras palabras, nada defavoritismos y todo con miras al bien de las almas. Siuno podía llevar a cabo una cierta tarea, se le daba elnombramiento correspondiente. De otra manera, se leentregaba a otro.

Mientras antes normalmente se entregaban loscargos importantes a ciertas personas especiales (poramistad, servicios prestados en el pasado o recomendadaspor otros), aunque en la práctica no estuvierancapacitados para tal cargo y por lo tanto dejaran queotros hicieran las tareas correspondientes “sin contar conel debido reconocimiento”. Así que algunos se quedabancon los honores y otros con las cargas. Lo queevidentemente era injusto y acarreaba grandes trastornosen la pastoral.

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Pues bien, basándose en estos principios, pronto elobispo, contra la opinión de muchos, confió al ex pastorla coordinación de la Comisión Diocesana de Ecumenismoy el Diálogo Interreligioso, quedando el hermanosacerdote a cargo de la Comisión Diocesana para laPromoción y Defensa de la Fe. Como sede para las doscomisiones diocesanas, quedó el ex templo evangélico,que pronto se volvió en un lugar de encuentro para todoslos que estaban interesados a este tipo de problemática.

De esta manera poco a poco el ex templo evangélicofue recobrando la fama de una vez, cuando estaba acargo del hermano pentecostal. Una vez más volvió allenarse de gente, comprometida en las más variadasiniciativas. A veces quedaba abierto las 24 horas del día,para dar a cualquiera la posibilidad de aclarar sus dudas,discutir o intercambiar opiniones con alguno de los doshermanos.

Recuerdo como en una ocasión un pastor“evangélico” participó en un curso de tres días,posiblemente para fastidiar a los conferencistas. Y sucediólo que nadie se esperaba. El primer día interpeló alhermano sacerdote con cierta arrogancia, llamándolo“señor”. Se trataba del tema de “padre”. De todos modos,noté que, mientras escuchaba la respuesta del sacerdote,poco a poco se fue amansando. El día siguiente lepreguntó acerca de los “hermanos de Jesús”, dirigiéndosea él con más respeto y llamándolo “hermano”. El tercerdía le hizo un montón de preguntas, llamándolo “padre”.

Al final, se desahogó, explicando cómo fue quecambió de religión y cuánto tuvo que sufrir por habertomado una decisión de una manera tan apresurada:“De por sí, yo nunca había sido un católico practicante.Tal vez por esta razón, al momento de la prueba,fácilmente caí en la trampa. Fue cuando, de regreso a lacasa después de un día de duro trabajo en el campo (era

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jornalero), me encontré con la novedad de que mi esposahabía negociado con el jefe de los pentecostales de lazona la conversión de toda la familia, a condición que yofuera nombrado pastor del tempo que se estabaconstruyendo cerca de la casa. Posiblemente mi esposano había hablado en serio. Simplemente quería ridiculizarel asunto. Pero lo que pasó fue que el jefe de lospentecostales la tomó en serio y de un momento a otrome quedé metido en el lío sin poder zafarme. Unos mesesde preparación intensa y tomé el cargo de pastor.

¿Qué más le podía pedir a la vida? Una camionetanueva, un discreto sueldo mensual, todos los diezmos ylas limosnas. Con eso logré construir una buena casa dedos pisos y sostener la carrera de todos mis hijos, queya se casaron y son unos buenos profesionales. Así que,gracias al cargo de pastor, logré lo que nadie se hubieralejanamente imaginado, no obstante todos los esfuerzosque hiciera.

Alguien dirá: “¡Qué grande éxito!” Sí, tuve un granéxito en el campo económico. Y en el campo espiritual,¿qué pasó? Un verdadero fracaso. No obstante todos losesfuerzos que hacía, nunca logré convencermeplenamente de que lo que estaba haciendo era correcto.Siempre me quedaba una espina en el corazón,especialmente cuando tenía que hablar mal de la Virgen,el papa, los sacerdotes y los sacramentos. Nunca meacostumbré a tachar de “bestia” al papa y “ramera” a laIglesia Católica sin sentirme mal en lo más profundo demi ser.

Además, me daba pena y vergüenza al darme cuentade la voracidad de mi esposa, que controlaba el asuntode los diezmos y las limosnas. No se le escapaba nada ytorturaba a los hermanos hasta que no cumplierancabalmente con su obligación, explotando a los pobresde una manera inmisericorde. Les confieso que ya no

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aguanto más y que hoy mismo presentaré mi renunciacomo pastor. Tengo un enorme deseo de regresar a la fede mis padres, especialmente ahora que ya aclaré todasmis dudas y me di cuenta de que la Iglesia Católica es laque fundó Cristo”.

Claro que este tipo de testimonios, que seguido sedaban en nuestras reuniones, nos ayudaban muchísimoa levantar nuestros ánimos y empujarnos a seguirevangelizando con siempre más ganas, no obstante lasburlas y la oposición de algunos hermanos en la fe, queno nos bajaban de fanáticos y fundamentalistas. Ni modo.Nuestra parroquia, compuesta de puros “regresados”,poco a poco fue tomando vuelo hasta volverse en la“parroquia modelo” para toda la diócesis.

Bajo la guía de sus dos presbíteros (yo soy uno deellos) y un buen número de diáconos permanentes, logrócambios que nadie se hubiera nunca imaginado. Ya seabolieron los aranceles, se volvió a contar con unaestación de radio propia, se construyeron distintas capillasque fungen de sucursales, cambió el estilo de administrarlos sacramentos y celebrar las fiestas (todos con Biblia ynada de borracheras)… En fin, con nuestra presencia,un nuevo aire se empezó a respirar en la Iglesiadiocesana. Actualmente muchos, entre ellos el obispo,nos miran con sumo interés, convencidos de que,mediante nuestras iniciativas, estamos abriendo caminoen el campo de la pastoral, un camino que cada día seestá volviendo más ancho.

“¿Y el aspecto económico?”, se preguntarán los másescépticos. Sin duda, no nadamos en la abundancia. Detodos modos, manejando una completa transparenciaen el campo económico, logramos siempre seguiradelante sin mayores preocupaciones. Cuando se nospresenta algún problema especial, apelamos a lagenerosidad de los feligreses y entre todos logramos salirdel apuro.

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¿Qué te parece todo esto? ¿Una pura ilusión, frutode una mente calenturienta? Haz la prueba y lo verás.

Acapulco, Gro., 21 de mayo de 2010.

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EL MONJErebelde

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PRÓLOGO

De improviso apareció en una ladera del volcán,entre las ruinas de una antigua ermita, un hombremisterioso. Lo único que hacía era pasear, meditar y orar,a veces de rodillas, a veces acostado sobre la nuda tierramirando al cielo y a veces sentado sobre el tronco dealgún árbol y con los ojos cerrados. Siempre con un libroentre manos (después descubrieron que se trataba de laBiblia).

Al principio nadie le hacía caso. Sin embargo, con elpasar del tiempo, su presencia empezó a intrigar amuchos. La gente se preguntaba: “¿Quién será el ancianode la ermita? ¿Será un brujo, un curandero, un adivino ode plano un mendigo, que no tiene donde pasar losúltimos días de su vida? ¿Cómo hace para vivir en unlugar totalmente despoblado y con el continuo riesgo dequedar atrapado por una eventual erupción del “monstruosagrado”? (Así entre la gente se le llamaba al volcán).

Por fin alguien, urgido por algún tipo de problema,empezó a frecuentarlo pidiendo su ayuda. Y él lo únicoque hacía era orar y orar. A veces lo hacía con los ojoscerrados, a veces mirando al cielo y a veces llorando.Casi nunca la gente entendía lo que decía, pero siemprese alejaba de él satisfecha, con el alma en paz. Por esose empezó a llamarlo “el monje”, “el monje de la ermita”o “el monje de la montaña”.

Cuando había algún problema, la gente, en lugarde seguir con la antigua costumbre de pedir al cura una

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misa al “Santo Cristo de los Milagros” (un crucifijo muyvenerado en el santuario que se encontraba a los piesdel volcán) o ir en peregrinación a “la Virgen de losEspantos” (el santuario más famoso de la región), sedirigía hacia la cumbre del volcán, en busca del monjede la ermita. Y se sentía mejor. Según lo que decía lagente, a raíz de algún encuentro que tenían con el monje,muchos se quedaban inquietos, con unas inexplicablesganas de orar, llorar o hablar con algún cura y sacar todolo que tenían adentro.

Otro hecho que empezó a impactar a todos los quede una manera u otra llegaban a tener algún contactocon él, fue su rechazo total hacia el dinero. Aceptabafruta, quesos, verdura…, pero nunca dinero. A veces,para que pudiera alimentarse mejor, la gente dejaba enlos alrededores de la ermita algún conejo, alguna gallinao algún guajolote, amarrados a un palo con un poco dearroz o maíz. Y el monje sistemáticamente los soltaba,por lo cual en los alrededores de la ermita no era difícilencontrar conejos, gall inas o guajolotes, quetranquilamente se movían por allá sin tenerles miedo nia la gente de paso que se dirigía a la cumbre del volcánni a los que llegaban muy seguido para consultar al monje.

Cuando alguien, por descuido, mal hábito osimplemente por ignorancia, le ofrecía algún dinero, eracomo si se le apareciera el diablo en persona: como quese espantaba, se volvía histérico, lo agarraba y lo tirabalejos, como algo extremadamente peligroso. Y se retirabade inmediato. Se veía claramente que con el dinero noquería tener nada que ver. En alguna ocasión alguien loescuchó decir: “O Dios o el dinero. No se puede servir ados amos”

Pues bien, ¿no te gustaría conocer los pormenoresde una vida tan azarosa como la del monje de la montaña,

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un hombre tan querido y admirado por unos y al mismotiempo tan aborrecido y despreciado por otros, cuyorecuerdo no deja de inquietar a tanta gente, que aún sedirige a la ermita del volcán en busca de aires más purosy con el secreto deseo de volver a saborear aquelencuentro dichoso que cambió su vida?

Sígueme y te aseguro que no te arrepentirás. Conuna condición: que no pretendas ahondar demasiado enel misterio que encierra el hombre de la montaña,corriendo el riesgo de quedar totalmente atrapado porsu hechizo y perder el sentido de todo lo demás.

Y con esta advertencia me despido, deseándote unasabrosa lectura, que sin duda va a marcar profundamentetu vida.

Oaxaca, Oax., 29/05/2010.

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Capítulo 1

QUE NO SE ENOJE EL SANTOCRISTO DE LOS MILAGROS

Un día me mandó llamar el obispo con carácter deurgencia (en aquel tiempo un servidor le hacía desecretario particular, mandadero, chofer y a veces hastade cocinero):

–Fíjese, padre, que el asunto del volcán se estávolviendo muy serio. Parece que los devotos del SantoCristo de los Milagros quieren acabar de una vez con elmonje de la montaña y sus seguidores. Según ellos, elSanto Cristo ya se enojó por el notable calo deperegrinaciones a su santuario, desde cuando llegó elmentado monje. No me extrañaría que, al reanudarselas erupciones, según pronostican los expertos, lasituación precipitara y se nos escapara de las manos,quedando nosotros, como Iglesia, envueltos en un lío dedimensiones imprevisibles.

–Estoy seguro de que en todo este asunto tienemucho que ver el cura del santuario, un hombre sinescrúpulos y muy apegado al dinero.

–Puede ser. En este caso, es mucho mejor que deuna vez se aclare la identidad del monje y se defina lalínea a seguir, antes de que sea demasiado tarde ytengamos que lamentar sucesos irreparables. Usted yasabe cómo es la gente, cuando se les tocan sus santitos.

–De acuerdo.

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Y me comuniqué de inmediato con el rector delsantuario, que por cierto noté extremadamentedisgustado por lo que estaba pasando desde la aparicióndel monje en la ermita del volcán:

–No solamente están disminuyendo de maneradrástica las limosnas, sino que contemporáneamente estáaumentando de manera considerable mi trabajo, sinrecibir a cambio ni un centavo. Fíjese que, desde quellegó aquel brujo desgraciado (no sé cómo llamarlo deotra manera), no falta día en que no se me presentealguien con un deseo inmenso de hablar conmigo ycontarme un montón de cosas que no vienen al caso,entre lágrimas y suspiros, como si yo no tuviera otracosa que hacer. ¿Y las misas al Santo Cristo de losMilagros? ¿Y los responsos? ¿Y las imágenes? Casi nada.Llegan, se confiesan, oran y lloran delante del sagrario…y se retiran en santa paz, como si ya no existiera el SantoCristo de los Milagros. Y todo esto por culpa de aquelmaldito monje, que se está encargando de lavar el cocoa cualquier ignorante que se le presente.

Teniendo presente su estado de ánimo, creí prudenteencomendarle que guardara una cierta compostura enel encuentro que pronto tendríamos con el dichoso monje(en fin de cuenta, nadie sabía a ciencia cierta quién eraen realidad). Una advertencia inútil, ¡tantas eran las ganasque le traía de destrozarlo de una vez, máxime por elhecho que, al vernos, se me acercó a mí, me besó lamano y me pidió la bendición, mientras a él no lo dignóni de una sola mirada.

Así que, de inmediato lo embistió:–¿Con qué autoridad estás aquí, haciendo todo este

desastre? ¿No sabes que yo soy el rector del santuario yaquí nadie ni nada se mueve sin que yo lo autorice? ¿Oquieres que de una vez te saque de aquí a patadas?

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Pronto me di cuenta de que por este camino noíbamos a llegar a nada. Por eso me apresuré a intervenir,pidiendo disculpas al supuesto monje por una actitudtan agresiva de parte del rector del santuario y aclarandoque estábamos allá por una encomienda del señor obispo.

–El obispo quiere saber quién es usted y cuáles sonsus planes al establecerse en la ermita.

Ninguna respuesta. El monje sencil lamenteescuchaba y oraba en silencio con la mirada fija en elsuelo. Lo que contribuyó a exasperar a mi amigo, quepor poco se le aventaba encima con ganas de pulverizarlode una vez.

Al darme cuenta de lo difícil que se había puesto lasituación, opté por invitar a mi amigo a retirarnos, enespera de otra oportunidad para aclarar las cosas concalma, como se acostumbra entre gente civilizada.Mientras bajábamos, después de haber caminado un buenrato en silencio los dos, el rector del santuario, yacalmado, me presentó su plan de acción: azuzar a sugente para que de una vez pusieran punto final al asunto,destruyendo por completo la ermita y propinando almonje una santa paliza, para que se alejaradefinitivamente del volcán y no se le ocurriera regresarpor ninguna razón, bajo serias amenazas de muerte.

Ante mi muestra de desaprobación, volvió aenojarse:

–¿En qué mundo viven ustedes de la curia? ¿No sedan cuenta de que ésta es la única manera de evitar lopeor? Imagínese qué pasaría el día en que se reventarael volcán y se pusiera en peligro la seguridad del santuario.¿Qué pensaría la gente? Que fue un castigo del SantoCristo de los Milagros por el abandono en que lo handejado sus antiguos devotos por seguir al maldito monje,que con su cara de menso está echando a perder lasmejores tradiciones de nuestro pueblo.

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Traté de hacerle entender la importancia de educaral pueblo en la verdadera fe, dejando a un lado creenciasque, en lugar de ayudarlo, lo atoran en su caminar haciaDios. Al escuchar mi sugerencia, más se enojó:

–Para ustedes de la curia, todo es sencillo. Cuentancon un buen sueldo. ¿Qué más quieren? El problema espara nosotros, pobres curas del campo, que, si nocontamos con misas y responsos suficientes, nos morimosde hambre. ¿O prefiere que cobremos por lasconfesiones? Sería una buena idea meter una tarifa porcada tipo de pecado. Entonces, si que le entro, como sehace por las confirmaciones, las primeras comuniones ylos matrimonios.

–Usted está loco – le contesté y concluyó el intentode conversación.

Evidentemente, cuando el obispo se enteró de cómoiban las cosas, no tuvo más remedio que cambiar delugar al rector del santuario, enviándolo de vicario enuna rica parroquia del centro de la ciudad y sustituyéndolocon un sacerdote ya jubilado, que recibió la noticia consumo agrado. Y con eso se abrió el camino para unasolución pacífica del caso, evitando el peligro deenfrentamientos peligrosos a nivel popular.

Nadie se imaginaba, ni remotamente, qué rumboiban a tomar los acontecimientos con este nombramientoy qué tamaño alboroto le iban a crear a la Iglesiadiocesana el supuesto monje con el anciano reciénnombrado rector del santuario, involucrando directamenteal mismo obispo.

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Capítulo 2

LA VOZ DEL VOLCÁN

Al llegar el nuevo rector del santuario, lo primeroque hice fue averiguar la real actitud de la gente conrelación al asunto del monje.

–Nada en especial –me contestó el nuevo rector delsantuario–. En realidad, los verdaderos devotos del SantoCristo de los Milagros no son de aquí. Por lo generalvienen de lejos, de vez en cuando, para pedir algúnmilagro en caso de una enfermedad u otra necesidadparticular. Los de aquí normalmente son vendedores deartículos religiosos. No les importa qué es lo que venden:para ellos es lo mismo vender estatuas y estampitas delSanto Cristo de los Milagros o cualquier otra cosa. Unavez que se dan cuenta de que un artículo ya no tienesalida, buscan otro. Fíjese que ahora uno de los artículosmás vendidos, es una estampa del monje de la montaña,que todos consideran muy milagrosa, por tratarse dealgo que tiene que ver con un santo (un brujo o uncurandero) muy poderoso. Por eso ya lo están explotandopara su negocio, sin negar que entre los mismosvendedores no faltan algunos de sus fans más fanáticosa causa de algún favor que recibieron de él.

–Ni modo. Así es nuestra gente. Quiere vivir demilagros, vengan de donde vengan.

–Estando las cosas como están, nuestra gente notiene otra salida que confiar en los milagros. Ojalá que

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después no queden decepcionados y manden todo porun tubo, incluso a nosotros que, en lugar de educarlosen la fe auténtica, casi siempre nos vamos por las ramas.

–Por eso tenemos que apresurarnos a definir lasituación del dichoso monje de la montaña. No vaya apasar que también él resulte ser un embustero cualquieray después nos toque a nosotros pagar la factura.

Con este propósito, un día subimos a la ermita delvolcán, un servidor y el nuevo rector del santuario,decididos a desentrañar el misterio del supuesto monje.Y, gracias a Dios, todo nos resultó más fácil de lo previsto.Al llegar, encontramos al monje sentado sobre el troncode un árbol, en actitud de espera. Apenas se dio cuentade nuestra presencia, se levantó, se nos acercó y nosbesó la mano a los dos con mucha reverencia. Despuésnos invitó a sentarnos sobre el mismo tronco y se puso anuestra completa disposición, listo para satisfacercualquier curiosidad de parte nuestra.

Me tocó a mí empezar:–Señor, como le expresé la otra vez, estamos aquí

para cumplir con una encomienda del señor obispo. Todosestamos ansiosos de saber quién es usted en realidad,puesto que sobre su personalidad circulan muchas voces(que es un brujo, un curandero o un santo) y nosotrosno sabemos qué pensar al respecto, por carecer de unainformación fidedigna. Por eso estamos aquí, paraescuchar de sus mismos labios qué dice usted acerca desí mismo, para informar al obispo y dar una respuestaprecisa cuando alguien nos pide alguna opinión acercade su persona.

El monje se levantó y dio unos pasos, meditando ensilencio. Volvió a plantarse delante de nosotros, nos miróen los ojos por unos breves instantes y, a toda prisa ycomo avergonzado, soltó estas palabras:

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–Soy sacerdote. – Y volvió a encerrarse en sumutismo.

Quedamos petrificados, sin saber qué pensar. Porfin, después de unos minutos eternos, el rector delsantuario rompió el silencio:

–Me lo imaginaba. – Y corrió hacia él abrazándoloefusivamente. No supe qué hacer, si quedarmecontemplando una escena que no comprendía en absolutoo retirarme en santa paz, imaginándome cualquier cosa.Por fin, el monje (empecé a sospechar que tal vez enrealidad se trataba de un verdadero monje) se liberó delos brazos del rector del santuario y empezó a contar suhistoria, mientras éste pendía literalmente de sus labiosy no se cansaba de asentir continuamente con la cabeza.A leguas se veía que los dos tenían mucho en común.

–Acabo de cumplir cincuenta años de ministerio entierra de misión –siguió el monje, paseando delante denosotros y con la mirada fija en el suelo–, sin regresar niuna vez a mi tierra, disque por celo misionero, es decir,para no perder tiempo. Y a mi regreso, ¿qué encuentro?Un desastre. Más de la mitad de la población ya se cambióde religión, sin que los señores curas se den porenterados. Para ellos, todo es normal. Nadie tiene la culpa.Ven todo esto como algo natural. Digan ustedes si, anteun cinismo tan evidente, no tengo derecho a perder losestribos. Cuando salí de mi pueblo, todos éramoscatólicos; regreso después de cincuenta años y ¿qué veo?Cuarenta mil habitantes, más de la mitad, evangélicos ytreinta mil católicos. Los cuarenta mil evangélicos cuentancon unos cuatrocientos pastores y casi otros tantostemplos, algunos bastante grandes y otros muy chiquitos,mientras los católicos cuentan con un solo sacerdote, untemplo grande y tres o cuatro capillas. Otro detalle:mientras los templos evangélicos rebosan entusiasmo yoptimismo, los templos católicos dan pena al solo verlos:

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casi siempre cerrados, llenos de estatuas (parecenmuseos o tiendas de antigüedades) y frecuentados casisiempre por ancianos. ¿Qué pasó? Que durante muchosaños mi pueblo fue atendido por misioneros extranjeros,que lo único que hicieron fue repartir a la gente ropa ycomida, sin preocuparse de su formación espiritual.“¡Pobre gente! –Pensaban– No se les puede hablar deDios, mientras tengan el estómago vacío. Y pasaron losaños, sin un interés real por su superación espiritual.Pura religiosidad popular: fiestas, imágenes y diversión.Hasta que también en su país arreció la crisis vocacionaly tuvieron que retirarse, dejando al clero local un paquetesuperior a su capacidad, un clero sin dinero y sinverdadera experiencia pastoral. Y llegaron los gringos,que supieron conjugar oportunamente el aspecto materialcon el aspecto espiritual: comida y Palabra de Dios.Además, pronto enseñaron a su gente a colaborareconómicamente para sostener las actividades de susiglesias mediante los diezmos, las primicias y las ofrendas.Con esto se llegó a la situación actual, dando origen a uncatolicismo totalmente en picada y una competencia enclaro ascenso. ¿Y el clero? Totalmente quitado de la pena,tranquilo, ecuménicamente abierto y mendigando algúngesto de aprobación de parte de la competencia, que lomira con desprecio y, si alguna vez da la impresión dehacerle caso, es solamente por tratar de enturbiar máslas aguas y pescar mejor, quitándole a más gente bajosus mismas narices. Fíjense que en una ocasión los curas,al darse cuenta de la situación y tratar de aportar algúnremedio, organizaron un congreso “ecuménico”, dandoa la competencia la oportunidad de explicar a los católicosel secreto de su éxito, y más se complicaron las cosas.¿Dónde está el problema? En el clero, que no estápreparado para enfrentar la problemática actual, puestoque quiere seguir viviendo de la administración de lossacramentos y por ninguna razón está dispuesto a

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compartir con otros, por ejemplo, los diáconospermanentes y otras personas a tiemplo completo, losrecursos económicos que logra captar. Su lema es: “Yo,todo yo, siempre yo; yo o nadie”. Está dispuesto a perderlotodo, con tal de no ceder ni un palmo de terreno en elcampo económico o del poder. Que los laicos evangelicen,trabajen, hagan lo que puedan; lo importante es que, almomento de la cosecha, desaparezcan y todo caiga ensu bolsa. Como dice un refrán: “Cuando se tocan lasbolsas, hasta los chivos respingan”.

Un servidor y el rector del santuario nos miramosen la cara y no nos quedó que asentir: “Ni modo –pensamos los dos–. Es la pura realidad. ¿Para qué hacersetontos?”. Así que el monje (o ex misionero) siguióadelante:

–Pues bien, al toparme con esta tremenda realidad,caí en una profunda depresión, de la cual aún no logrosalir completamente. Empecé a ver todo negro, todoinútil, una vida sin sentido… Y decidí dejar el ministeriopara dedicarme solamente a lo mío. Le devolví al obispolas licencias ministeriales y me vine aquí para prepararmeal gran paso. “En fin de cuentas –pensé–, ya rebaséabundantemente los setenta y cinco años, ya estoyjubilado… Tengo derecho a dedicar los últimos años demi vida a prepararme al encuentro definitivo con el Jefe.No me vaya a pasar que, mientras me preocupe tantopor los demás, al final yo mismo quede fuera de lajugada”.

–Es lo mismo que me ha pasado a mí – intervino elrector del santuario –.Después de tantos años deministerio incansable, al final me encuentro con las manosvacías. Lo que más me molesta, es constatar como muchagente que yo bauticé, confesé y casé por la Iglesia, sepasaron con la competencia, aseguran que ahora sesienten mejor y se han vuelto en mis peores enemigos.

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Esto me pone los pelos de punta. “Entonces, – pienso –¿para qué sirvieron tantos años de sacrificio, dedicadosincansablemente al ministerio sacerdotal?” Lo peor delcaso es darme cuenta de que se trata de la pura realidad.

Mientras aún estaba hablando, se sintió un levetemblor de la tierra, que poco a poco fue aumentandohasta causar un cierto desplazamiento del tronco delárbol, que provocó un tremendo susto a los dos (unservidor y el rector de santuario), que nos apresuramosa levantarnos sin saber qué hacer. El monje nos mirócon cierta complacencia y nos preguntó en tono burlón:

–¿Qué tal la voz del volcán? Algo dura, ¿verdad?Les confieso que desde cuando estoy en la escuela delvolcán, muchas cosas empezaron a cambiar en mi vida.

Con esto dio por terminada la entrevista y se retiró.Lo alcanzó el rector del santuario, que le agradeció sutestimonio y le habló acerca de su experiencia como rectordel santuario:

–Fíjese, padre, que desde que llegué al santuario,mi vida recobró el entusiasmo de mis años mozos, cuandoacababa de recibir la ordenación sacerdotal. No pasa díaque algún pez gordo no se me presente para descargarsu costal y lo que me urge decirle es que todos me platicandel encuentro que tuvieron con usted, en la ermita delvolcán.

Al escuchar esto, el monje se perturbó, pensó unosinstantes y concluyó:

–Eso les pasa a todos los que escuchan la voz delvolcán, como la escucharon hoy ustedes mismos. –Y seretiró definitivamente.

No nos quedó que tomar el camino del regreso, unservidor callado y pensativo, mientras el rector delsantuario no se cansaba de comentar algún detalle de loque había dicho el monje. Se le veía eufórico, haciendo

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planes como un recién casado. Lo preocupante para míera que no me parecían tan descabellados, como mehubieran parecido unas horas antes. Evidentemente lavoz del volcán estaba surtiendo su efecto.

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Capítulo 3

CUANDO LOS GRANDESPIERDEN LA BRÚJULA

Al escuchar nuestro relato, el señor obispo se saliócon el mismo comentario del rector del santuario: “Me loimaginaba”. De inmediato se transformó su rostro y leentraron unas profundas ansias de correr hacia lamontaña, para entrevistarse con el dichoso monje. Asíque, a menos de dos días de distancia, tuve quecimentarme otra vez con el volcán, en un recorridobastante fatigoso.

Apenas el monje vio al obispo, se asustó, se le pusode rodillas y le pidió perdón por encontrarse en sujurisdicción sin ni siquiera avisarle. Se imaginaba lo peor.Pero no fue así. Pronto el obispo nos hizo señas a mí y alrector del santuario de quedarnos a cierta distancia, pidióal monje el favor de sentarse sobre el tronco del árbol,se le puso de rodillas y dio inicio a su confesión, noobstante el esfuerzo que éste hiciera por rehusarse acumplir con un ministerio que creía haber abandonadopara siempre. Se trató de una larga confesión, que durócasi dos horas, el señor obispo hablando y el monjeescuchando (sin duda se trataba de una confesióngeneral). Al final, el monje le puso las manos sobre lacabeza y duró un buen rato orando por él.

Como dice el refrán: “Cuando ves a tu vecino rasurar,pon tu barba a remojar”. Fue lo que nos pasó a mí y al

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rector del santuario. Cuando vimos al señor obispo hacersu confesión con tanta devoción, no nos quedó que hacerun buen examen de conciencia en espera de nuestroturno. Así que se nos pasó el día entre la confesión y laoración, en un ambiente cargado de misticismo, alcontacto directo con Dios y la naturaleza. Al final, casiautomáticamente tomamos el camino del regreso, sinhaber tratado nada de lo que nos habíamos propuesto alprincipio. El único comentario, que hizo el señor obispodurante el camino, fue el siguiente:

–¡Cómo se ven diferentes las cosas desde la montañay desde el valle!

Una semana después ya estábamos de regreso a laermita del monje, el señor obispo, el rector del santuarioy un servidor. Todos estábamos ansiosos de conocer supunto de vista acerca de la situación actual de la Iglesia,teniendo en cuenta su larga experiencia como misionero.

–¿Qué les voy a decir? –Empezó el monje, despuésde unos minutos de reflexión.– Tengo la impresión deque, dentro de la Iglesia, los que llevan la batuta hayanperdido la brújula. Aún siguen pensando y actuando comosi viviéramos en la edad media, es decir, en un régimende cristiandad, siendo todos católicos. Y les pasa lo mismoque le pasó al perro de las dos tortas, que a la mera horase quedó sin nada. En lugar de enfocarse en la actualproblemática eclesial, tratando de garantizar a todos loscreyentes una auténtica vivencia de la fe, teniendo encuenta los cambios culturales que se han dado, y sesiguen dando, desde hace algunos siglos, descuidan lopropio y se meten en asuntos que no le corresponden,como si viviéramos en épocas pasadas. Y a la mera horaquedan mal con la Iglesia y la sociedad. Lo peor del casoes que, para no perder gente, manejan los asuntos de lafe con extrema superficialidad, dándoles a todos por sulado con el pretexto de la religiosidad popular, y a la

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mera hora la gente más sensible a los valores espiritualesse aleja de nosotros en busca de aires más puros, atraídapor otras propuestas religiosas. No me explico por quéesos señores, que parecen tan inteligentes y preparados,no logran entender que nos encontramos en laspostrimerías de un modelo eclesial ya agotado, caduco eineficiente y por lo tanto es tiempo de pensar en unnuevo modelo de Iglesia, dejando de mirar con simpatíahacia la Iglesia de la edad media y buscando inspiraciónen la Iglesia de los inicios del cristianismo, preocupándoseantes que nada por formar a verdaderos discípulos deCristo. Solamente así será posible volver a soñar en unaIglesia que sea realmente “Sal de la tierra y luz delmundo” (Mt 5, 13. 16), como sucedió durante los primerossiglos de nuestra era, antes que el emperador Constantinoempezara a revolverlo todo. Fijémonos en la competencia.¿Por qué avanza? Porque está enfocada esencialmenteal aspecto religioso y al cuidado de su gente, lo que lepermite desplegar como consecuencia una intensaactividad misionera, precisamente por contar con genteconvencida y entregada a la causa. Mientras nosotros,por querer abarcarlo todo y quedar bien con todos,quemamos etapas y descuidamos la formación y elpastoreo de nuestra gente, brincando inmediatamenteal ámbito social y quedando a la mera hora con católicosa medias, incapaces de desarrollar su verdadero papeldentro y fuera de la Iglesia. De ahí nuestro fracasopastoral, con las consecuencias que todos conocemos.

Los tres estábamos pendientes de sus labios, comoen espera de un oráculo.

–Tenemos que entender – siguió impertérrito elmonje, después de unos minutos de pausa – que existeuna enorme diferencia entre el Evangelio y la Cultura, lamanera de pensar de Dios (sabiduría divina) y la manerade pensar del hombre (sabiduría humana), el discurso

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evangélicamente correcto y el discurso políticamentecorrecto. En realidad, se trata de dos mundos bastantediferentes: el mundo de Dios y el mundo del hombre.Pues bien, ¿en qué consiste el error de estos “sabios yentendidos”? Consiste precisamente en quererreconciliarlo todo con el pretexto de las “semillas delVerbo”, como si no hubiera diferencia entre las “semillasdel Verbo” y el “Verbo encarnado”. Y para lograr suintento, se vuelven en verdaderos malabaristas, dándolevueltas por todos lados con tal de justificarlo todo,volviendo a la gente insensible a los auténticos valoresdel espíritu. A veces tengo la impresión de que todo elesfuerzo que estén realizando esos señores, cuyo máximoobjetico es estar a la moda, consista en querer adormecerlas conciencias de los creyentes, proporcionándoles todotipo de somníferos, para que no se fijen en los auténticosreclamos de la fe y se vuelvan totalmente mundanoscon una simple pantalla cristiana. Me parece tan rara sumanera de manejar los asuntos de la fe, que a veces meviene la sospecha de que, mientras por un lado se tratade gente intelectualmente preparada, por el otro seanpersonas espiritualmente anestesiadas, de manera talque ya no perciban ninguna diferencia entre el sercreyentes, religiosamente indiferentes o ateos. Para ellos,lo único que tiene sentido en la vida, es lo que puedaservir para estar más cómodos en este mundo. Todo lodemás, según ellos, no sirve para nada y por lo tantohacen todo lo posible por desecharlo, borrando de sudiccionario las palabras “temor de Dios”, “castigo”,“purgatorio”, “infierno”, “purificación”, “espiritualidad”,“mística”, etc.

Ante este bombardeo de ideas, el obispo reaccionócon cierta preocupación, solicitando al monje algunasugerencia para hacer frente a una situación, que lepareció realmente alarmante:

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–¿Qué podemos hacer? –Contestó el monje.–Regresar a las Escrituras, haciendo de la Biblia el libro dela Iglesia y de todo creyente, su fuente principal deinspiración. Evidentemente no se trata de algo fácil,puesto que en la práctica estamos acostumbrados a tomarcomo base de nuestra fe los documentos de la Iglesia,sin fijarnos en las circunstancias que les dieron origen ysu relación concreta con el dato bíblico. De ahí ciertadificultad en su aplicación, puesto que en muchasocasiones chocan sea con la realidad que estamosviviendo sea con el sentido original que emana del textosagrado. Tomemos el ejemplo del ecumenismo, quedesde el Concilio Ecuménico Vaticano II (1962 – 1965)se volvió en ley para toda la Iglesia. Pues bien, ¿quétiene que ver el ecumenismo con nuestra realidadconcreta, puesto que la nota dominante de nuestrasociedad no es la comprensión y el diálogo, sino es elproselitismo más descarado a todos los niveles? Nada. Ysin embargo, estando a los documentos oficiales de laIglesia, aquí no habría ningún problema con relación alos que tengan otras creencias religiosas, aunque veamoscon nuestros propios ojos como nuestras masas católicasse estén desmoronando bajo el pico demoledor de lacompetencia, precisamente por no contar con ningunaorientación precisa al respecto, haciendo caso omiso deldato bíblico que nos habla del máximo cuidado que hayque tener por no dejarse desviar de la recta doctrina.Veamos el caso del celibato sacerdotal. En la práctica seestá siguiendo una praxis que dio buenos frutos en otrostiempos, en circunstancias diferentes, mientras hoy endía está dejando sin pastores a enteras comunidadescristianas. ¿Por qué, entonces, no dejarnos guiar por eldato bíblico y regresar a la experiencia de los primerossiglos de la Iglesia?

–Es que sin duda alguna el celibato es superior almatrimonio –intervino el obispo.

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–Claro que el celibato es superior al matrimonio.Pero aquí no se trata de saber qué es lo que vale más,sino de garantizar a todo el pueblo católico la necesariaatención pastoral mediante un adecuado desempeño delministerio ordenado (Hech 20, 28). Ahora bien, si hubierasuficientes pastores con el don del celibato, no habríaproblema. El problema está en el hecho que no todos losque son llamados al ministerio sacerdotal cuentan con elcorrespondiente don del celibato. Y aquí empiezan losproblemas. ¿Por qué entonces no inspirarnos en el datobíblico y la experiencia de las primeras comunidadescristianas, admitiendo pastores célibes y pastorescasados, de manera tal que nadie quede abandonadopor falta de pastor, por no contar con el don del celibato?¿O acaso queremos perfeccionar el dato bíblico, buscandoalgo supuestamente mejor para garantizar un mejorservicio al Pueblo de Dios?

–Es que el candidato se compromete libremente aguardar la ley del celibato, antes de acceder a laordenación diaconal –insistió el obispo.

–Una cosa es el compromiso y otra cosa es el carismao don. Es como si a uno, que quisiera servir a la patriaen las fuerzas armadas, lo obligaran a entrar en la FuerzaAérea, sin tener en cuenta su miedo a las alturas. Claroque su desempeño sería deficiente, no obstante todo elesfuerzo que hiciera. Estando así las cosas, ¿no seríamejor incorporarlo al Ejército, hacia el cual se siente másinclinado? En nuestro caso concreto, en lugar de desecharlas vocaciones al ministerio sacerdotal por no contar conel don del celibato (con el riesgo de dejar enterascomunidades cristianas sin atención pastoral, como estápasando en la actualidad) u obligarlas a un compromiso,que de antemano se sabe de tan difícil cumplimiento,¿no sería mejor que cada quien pudiera servir al pueblode Dios según sus reales posibilidades, sin exigir a nadieun compromiso que en muchos casos rebasa sus reales

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capacidades? ¿O, en lugar de presbíteros casados, seprefieren presbíteros oficialmente célibes, a sabiendasde que en la práctica difícilmente podrán cumplir con sucompromiso, por carecer del don correspondiente? Nonos olvidemos del dicho según el cual a veces lo mejorse vuelve en el enemigo del bien.

Dicho esto, el monje desapareció en la montaña,sin ni siquiera despedirse. Se veía claramente que teníademasiada prisa por volver a lo suyo, que era lameditación y la oración. Apenas logramos reaccionar, elseñor obispo hizo el siguiente comentario:

–¿Es propio necesario tocar fondo antes de empezara enderezar las cosas, haciendo caso omiso de la Palabrade Dios?

Y emprendimos el camino del regreso, comentandocada uno de nosotros algún aspecto mencionado por elmonje, decididos a no echar en saco roto lo queacabábamos de escuchar. Lo que más me impactó, fuela manera tan práctica de enfrentar los problemas departe del obispo. De hecho, antes de llegar al santuario,primera etapa para regresar a la cabecera diocesana, yahabía localizado y citado para una reunión de emergenciaa todos los consultores.

–Es que me urge echar a andar algo concreto –explicó –, antes que sea demasiado tarde. De hecho, mefaltan apenas tres años para presentar mis dimisiones alSanto Padre. Y sinceramente no me siento a gustodespués de lo que acabo de escuchar. Pero, lo que másme preocupa, es lo que voy a decirle al Jefe, cuando mellame a cuentas.

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Capítulo 4

EL HECHIZO DE LA MONTAÑA

Se imaginaba el buen obispo que fácilmente losconsultores iban a entender sus nuevos planteamientos,marcados por el encuentro con el monje. Perodesgraciadamente no fue así. Muchos de ellos estabanprevenidos contra el “hechizo de la montaña” (así seempezaba a llamar todo lo relacionado con el monje).Evidentemente la labor del antiguo rector del santuarioestaba surtiendo su efecto.

–Señor obispo – confesó con toda claridad uno delos consultores más apreciado en la diócesis –, lo quepasa es que usted es fácilmente influenciable. Le hablauno y fácilmente se convence; escucha a otro o lee algoen algún libro o periódico y cambia de opinión. A esto seañade un cierto tinte de escrupulosidad, propio de sutemperamento, y allí están las consecuencias de unaconducción pastoral errática, sin líneas de acción precisas.Por favor, deje de ir buscándole por aquí y por allá; dejelas cosas como están y verá que todo le resultará mássencillo.

–Por otro lado –aconsejó otro consultor–, le faltapoco por retirarse. ¿Por qué no deja a su sucesor manolibre para implantar el método que más le guste?

Otros consultores pusieron en guardia contra elpeligro de dejar a un lado las devociones populares y lossantuarios tradicionales, como polos de atracción para la

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vivencia de la fe de parte de las masas católicas, paraadherirse a “prácticas monacales, de difícil asimilaciónde parte del vulgo, esencialmente concreto e imaginativo”.

–Que no vaya a pasar que, por querer ser másespirituales –concluyó el líder de los consultores–, a lamera hora nos quedemos sin nada.

¡Pobre obispo! Se sintió perdido, al verseabandonado por los que hasta la fecha habían sido susmás fieles colaboradores. Ni modo. No le quedaba querecorrer a solas el último tramo de su gestión episcopal,sin contar con los sabios consejos de los que considerabala crema y nata de su presbiterio. Pensó, meditó, oró ypor fin decidió dejarse llevar por el “hechizo de lamontaña”.

–Ni modo –pensó–. Si ellos se sienten satisfechospor lo que están haciendo, allá ellos. Yo no me sientosatisfecho y quiero empezar a respirar un aire diferente.¿Acaso no tengo derecho a intentar algo nuevo, aunquesea un minuto antes de estirar las patas?

Apenas terminó el encuentro con los consultores,de inmediato volvió a ponerse en contacto conmigo y elrector del santuario:

–Quiero saber con toda claridad si ustedes quierenseguir juntos conmigo hasta el final o, como se sueledecir, “aquí se rompió una taza y cada quien para sucasa”.

Nuestra respuesta inmediata y decidida fue:“Queremos seguir con usted hasta el final” yemprendimos una vez más el camino de la montaña, uncamino difícil y en cierta manera agotador, por no contarcon suficiente experiencia al respecto, pero al mismotiempo un camino lleno de enormes satisfacciones,descubriendo a cada rato nuevos horizontes yexperimentando nuevas sensaciones, plenamente

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conscientes de estar empezando una nueva etapa denuestra vida.

Fue grande nuestra decepción cuando, al llegar a laermita, no encontramos al dichoso monje.

–Se encuentra arriba –nos contaron algunosescaladores profesionales–, cerca del cráter. Si sigue así,algún día va a pasar un mal rato, máxime ahora que seencuentra en una edad bastante avanzada.

¿Qué hacer? ¿Intentar alcanzarlo en la cumbre dela montaña? Ni pensarlo. Así que decidimos esperarlo enlos anexos de la ermita, durmiendo en el suelo entregallinas y conejos (¿Durmiendo? Yo por lo menos noalcancé a cerrar ojo durante toda la noche. Me pasé todoel tiempo sentado sobre una piedra y recargado en unapared) y meditando sobre la precariedad de la vidapresente y la dicha de la vida futura. En plena nochetuvimos que correr fuera de los anexos, en una casi totaloscuridad, a causa de un temblor, que sacudió tanto loque quedaba del antiguo edificio, que parecía que de unmomento a otro se nos iba a desplomar encima. Fuetanto el susto que tuvimos que el obispo nos dio laabsolución in artículo mortis, como si nos encontráramosal borde de la muerte.

Al día siguiente, al rayar el mediodía, nos alcanzó elmonje muy sonriente:

–¿Qué tal el temblor? Se asustaron, ¿verdad? Siquieren seguir viniendo por aquí, se tienen que iracostumbrando a la voz del volcán, que a veces másbien se parece al rugido de un león.

Al vernos con pocas ganas de bromear (quién sabecómo nos habrá visto de cansados, desvelados yhambrientos), nos invitó a seguirlo unos cien metros lejosde la ermita donde había un pozo, de donde sacó unbalde lleno de agua, que disfrutamos como nunca en lavida. Después nos ofreció unas naranjas medio podridas,

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que sacó quien sabe de dónde y que disfrutamos conigual satisfacción. Hecho esto, trató de escabullirse comola vez anterior. Se lo impidió el obispo, que lo tomó de lamano y le rogó que esperara un rato para ver qué leparecía su proyecto de hacer de la ermita un centro deespiritualidad.

–Podemos restaurar estas ruinas, para estableceraquí una comunidad de sacerdotes, dedicados a la oracióny a orientar a la gente deseosa de encontrarse con Dios.¿Cómo la ve?

–Muy mal. Yo no quiero saber nada ni de restaurosni de comunidad ni de gente que orientar. A mí déjenmeen paz y nada más.

–Bueno, pero no se olvide que es un feligrés de laIglesia Católica y un sacerdote. Por lo tanto, aquí estánsus licencias ministeriales. No se olvide que por lo menostodos los domingos está obligado a celebrar la Eucaristíay por lo menos en ciertos casos a escuchar lasconfesiones. En estos días le enviaré todo lo necesariopara la celebración de la santa misa.

El monje agachó la cabeza en señal de obediencia,le hizo una profunda reverencia y se retiró. No nosquedaba que retirarnos también nosotros. Ni modo.Habría que buscarle por otro lado. Con el monje no sepodía contar en absoluto.

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Capítulo 5

EL CLUB DE LOS VIEJITOS(¿O DE LOS LEONES?)

–No hay problema –comentó el obispo al llegar alsantuario–. Que el monje siga con lo suyo. Tiene derecho.Ahora veamos nosotros qué podemos hacer para quesean debidamente atendidos todos los que, de unamanera o de otra, sean contagiados (o más bienhechizados) por el espíritu de la montaña.

–Yo sugiero –tomó la palabra el rector del santuario–que establezcamos aquí, a los pies del volcán, nuestrocuartel general, puesto que, desde que llegué aquí, veoque continuamente va en aumento la demanda deatención pastoral para los que de alguna manera llegana tener algún contacto con el monje, la ermita, el volcáno el simple aire de la montaña. En realidad, yo mismo yame siento bastante confundido y ya no sé a ciencia ciertaa quién o a qué atribuir este fenómeno, que cada díaestá cobrando siempre más fuerza y está rebasando porcompleto mis posibilidades de hacerle frente, por ciertobastante limitadas.

Y nos invitó a entrar en el santuario.–Como se dan cuenta –continuó–, hay un grupo de

gente delante de la imagen del Santo Cristo de losMilagros y un grupo de gente delante del sagrario. Losque están delante de la imagen del Santo Cristo, acabande llegar de distintos lugares y hacen lo que están

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acostumbrados hacer desde hace siglos; los que estándelante del sagrario, acaban de bajar de la montaña yesperan su turno para hablar conmigo. Así que losperegrinos primero visitan la imagen del Santo Cristo,después suben a la montaña y de regreso se quedandelante del sagrario, esperando su turno para hablarconmigo y tratar de meter en orden algún detalle de suvida. ¿Cómo la ven?

–¡Qué interesante! –Comentó el obispo comoextasiado–. Es lo que siempre he soñado para lossacerdotes ancianos. En lugar de retirarse con algúnfamiliar o en un asilo de ancianos, ¡qué bonito sería sipudieran pasar los últimos días de su vida cerca de unsantuario como éste, para atender, hasta dónde fueraposible, a la gente que tuviera alguna inquietud espiritual!Así que, de una vez, te confío a ti el encargo de resolvereste problema. A propósito, actualmente en los anexosdel santuario ¿cuántos curas se pueden hospedar?

–Unos tres.–Perfecto. Tú te encargas de buscarlos entre los

jubilados, que no tienen ningún encargo específico.–Conozco algunos. Así que de inmediato resuelvo

este problema.–Aparte de esto, te encargo que pienses en construir

algún cuarto más para hospedar a más sacerdotes. Porlo del dinero, tú ya sabes cómo hacerle. Háblales delasunto a los devotos del Santo Cristo de los Milagros, omejor, a los devotos del monje, o de la montaña, y veráscomo pronto todo se resolverá.

Dicho esto, noté que el obispo empezó a ponersenervioso, como le pasa cuando le viene alguna intuición,que le parece genial. Le dio un tic nervioso en el ojoizquierdo, le empezaron a temblar los labios y las manos,corrió al teléfono y se comunicó con alguien, invitándoloa esperarlo en el obispado. Me ordenó sacar el carro del

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garaje y a toda prisa nos dirigimos hacia la cabeceradiocesana, donde su amigo, ansioso, lo estaba esperandoen el recibidor.

Éste, al escucharlo, me miró como para decirme:“Este cuate está loco de remate”. Al notar la insistenciadel obispo, de una vez le aclaró que era imposibleconstruir una casa arriba en la montaña:

–Es extremadamente peligroso por el asunto de lostemblores y las posibles erupciones. La ley lo prohíbeterminantemente. Solamente un loco puede pensar viviren un lugar como ése, teniendo en cuenta los peligrosque encierra.

–Fíjese que en este planeta aún hay gente loca comoyo, que, no obstante todas las incomodidades y losposibles riesgos, prefiere respirar el aire puro de las alturasen lugar del aire apestoso que se respira aquí.

–En este caso, más que pensar en construccionesde piedra o ladrillo, habría que pensar en casitas demadera prefabricadas.

–Perfecto.–¿Y para llegar?–Para eso lo llamé. Usted que trabaja en el gobierno,

sabrá cómo arreglar las cosas. ¿O para qué están losdisque laicos comprometidos?

Unos días después, ya todo estaba arreglado. Segúnel amigo del obispo, antes de llegar a la ermita, se podríacrear una desviación para colocar las casitas a unos doskilómetros de distancia en un lugar menos abrupto. Élmismo se comprometía a realizar todas las gestionesnecesarias para que se pudiera componer la vereda demanera tal que se pudiera llegar hasta allá por lo menoscon una motocicleta de cuatro ruedas.

–Oficialmente –explicó el amigo del obispo– seríapara fomentar el alpinismo entre la juventud. En la

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práctica, nosotros sabemos que se trata de algo muydiferente.

Evidentemente, el obispo, ante una perspectiva tanhalagadora, no se cansaba de dar gracias a Dios ycomentar el asunto entre toda la gente de confianza.

–¿Qué más quieres, mi querido secre? – un día medijo, dirigiéndose a mí en tono misterioso.

–Yo ¿qué tengo que ver yo en todo eso?–Mucho, puesto que tú me vas a llevar en la

motocicleta hasta las casitas, que se van a colocar en lamontaña.

Mientras el obispo con sus curas jubilados (ya seempezó a hablar del club de los viejitos), estaba metidoen cuerpo y alma en el proyecto de la montaña, losdemás, para hacerle competencia o no quedar rezagados,se lanzaron a reavivar o descubrir nuevas devocionespopulares, amparadas por sendas revelaciones privadas,tratando cada uno de echar a andar su changarritoparticular, a base de misas, novenas, folletos, imágenes,estatuitas y agua bendita.

¡Pobre pueblo de Dios, corriendo de un lado a otroen busca del camino más seguro para alcanzar algúnfavor del cielo, confundido por sus mismos guíasespirituales, que, en lugar de enseñarle el camino realpara llegar a Dios, se lo llevan por todo tipo de veredas yvericuetos, con tal de armar cada quien su propiochangarrito! Ni modo. Así somos los hijos de nuestraSanta Madre Iglesia, muy expertos en hacer discursoselevados de entrega y santidad pero al mismo tiempobuscando cada quien su manera práctica de resolver elproblema de los frijolitos (¿solamente los frijolitos?). Aquienes le hacían notar este detalle, el obispo contestaba:

–No me importa si mis curitas se mueven por puroamor a Dios o por algún interés personal. Lo que me

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importa es que se muevan y la gracia de Dios fluya lomás posible por todos los rincones de mi diócesis.

De hecho, bajo el impulso del obispo y los viejitosdel santuario (¿o leones del santuario?), poco a poco elaire nuevo de la montaña fue permeando todo el tejidoeclesial. En poco tiempo por todas partes se empezarona implantar los retiros espirituales para los devotos de lamontaña (del monje o del Santo Cristo de los Milagros),los miembros de las distintas hermandades o asociacionesreligiosas, los que se preparaban a recibir algúnsacramento y el pueblo en general. Como por arte demagia, en toda la diócesis se fue creando una inexplicableansia de espiritualidad, con una fuerte demanda deinstrucción religiosa, relacionada casi siempre con la Bibliay los sacramentos de la penitencia y la Eucaristía.

Para cansarse menos y dar a todos la oportunidadde acercarse con mayor facilidad al sacramento de lapenitencia, los curas del santuario inventaron un métodorealmente curioso. Prepararon un tríptico, en que seexplicaba cuáles tienen que ser las actitudes esencialesdel penitente y se presentaba el examen de concienciade una forma muy detallada. Delante del sagrario,siempre había alguien listo para orientar a los penitentes,que continuamente bajaban de la montaña. Se formabangrupos, se les enseñaba cómo utilizar el tríptico, oraban,cantaban y, una vez preparados, llegaba un sacerdoteque daba las últimas instrucciones y confesaba a cadauno leyendo el tríptico.

En este clima de euforia espiritual, llegó para elobispo el momento de dejar la dirección de la diócesis.El día señalado, juntamente con el nuevo obispo, setrasladó a la cuesta del volcán para tomar laresponsabilidad de las “casitas de la montaña”, donde yaempezaban a llegar los que querían pasar algún rato desilencio y oración, lejos del mundanal ruido. Durante la

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ceremonia de inauguración, en la que participó muchísimagente, llegó una triste noticia que ensombreció todo elevento: el monje había desaparecido. ¿Cómo? Nadie supodar alguna razón plausible. Según algunos, podría habersetratado de una imprudencia de su parte, al acercarsedemasiado al cráter y quedar atrapado a causa de losgases venenosos que emanan de él. Otros opinaban quetal vez se fue a vivir en un lugar más solitario, paradedicarse mejor a la oración y la contemplación. Purasconjeturas. Lo único que quedó claro, fue que desdeunos días antes nadie había visto al monje en ningúnlugar de la montaña, como después nadie volvió a verloen el futuro.

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EPÍLOGO

Sin embargo, con el monje no desapareció el espíritude la montaña. Al contrario, fue contagiando cada día amás gente, dentro y fuera de la diócesis. Pronto la ermitase volvió en un lugar de peregrinación, juntamente conel santuario del Santo Cristo de los Milagros. En susanexos, sin ningún permiso de parte del gobierno, pocoa poco fue surgiendo un monasterio para religiososconsagrados totalmente a la contemplación y al serviciode los peregrinos y los inquilinos de las “casitas”, que sealternaban continuamente.

Para perpetuar la memoria del “monje” y no echara perder su herencia espiritual, no faltó alguien que sededicó a recopilar algunas frases, que de vez en cuandosoltaba por aquí y por allá y poco a poco se fueronvolviendo proverbiales. Por lo general, se trataba de frasessueltas, a profundo sabor bíblico, útiles para orientar enel camino de la perfección cristiana. De todos modos, nofaltaba alguna frase un poco más picosita, en que seexpresaba con más claridad su manera muy peculiar dever las cosas y reaccionar ante los acontecimientos.

Un solo ejemplo. En una ocasión, alguien, paraponerlo a prueba, le preguntó qué haría si, al final de suvida, se diera cuenta de que todo lo relacionado con lavida futura, fuera pura ilusión. Su respuesta fue inmediatay tajante: “Armaría un infierno en el cielo”. ¡Vaya quéhumildad de monje! Por eso, después de algunos añosde su desaparición, al conocerse ciertos detalles de su

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vida, se le empezó a llamar “el monje rebelde”, dispuestoa pelear ¡hasta con Dios!

Oklahoma, OK, USA, a 29 de junio de 2010.Fiesta de San Pedro y San Pablo.

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INDICE

PRESENTACIÓNUN ITINERARIO ESPIRITUALPARA EL APÓSTOL DE LA PALABRADel enojo legítimo a la compasióny la ofrenda de sí mismo ...............................3De sorpresa en sorpresa ................................... 3Una trilogía singular ......................................... 4Un itinerario espiritual ...................................... 6• Enojo legítimo ................................................ 6• Reconocimiento de la propia fragilidad ......... 7• Descubriendo la acción de Dios ..................... 8 más allá de las propias fronteras ................... 8• Llamados a la compasión ............................... 8• De la compasión a la ofrenda de sí mismo ................................ 9Un itinerario pastoral ...................................... 11Distintos niveles de lectura ............................ 12

NACHO, EL SOÑADOR

PRESENTACIÓN ........................................ 15

Capítulo 1LA OVEJA NEGRA ...................................... 17

Capítulo 2EL SOÑADOR ............................................ 26

Capítulo 3LUZ Y CALOR ............................................ 32

Capítulo 4LA NOCHE OSCURA................................... 39

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Capítulo 5SACERDOTE PARA SIEMPRE..................... 44

EPÍLOGO................................................... 52

LAURA, LA VÍCTIMA INOCENTE

PRÓLOGO ................................................. 55

Capítulo 1UNA FLOR EN EL PANTANO ...................... 58

Capítulo 2LA TIENDA DE DON SIMÓN ...................... 64

Capítulo 3EL HIJO DEL CURA.................................... 68

EPÍLOGO................................................... 75

LOS DOS HERMANOS

PRÓLOGO ................................................. 81

Capítulo 1DE TERCAMENTE CATÓLICOA FANÁTICO PASTOR PENTECOSTAL........ 84

Capítulo 2EL GRAN DEBATE...................................... 90

Capítulo 3DE LA EUFORIA AL DESENCANTO............. 98

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Capítulo 4UN BARCO QUE SE HUNDE ..................... 105

Capítulo 5YA BASTA DE DEMAGOGIA ..................... 111

EPÍLOGO................................................. 117

EL MONJE REBELDE

PRÓLOGO ............................................... 125

Capítulo 1QUE NO SE ENOJE EL SANTO CRISTO DELOS MILAGROS....................................... 128

Capítulo 2LA VOZ DEL VOLCÁN............................... 132

Capítulo 3CUANDO LOS GRANDESPIERDEN LA BRÚJULA ............................ 139

Capítulo 4EL HECHIZO DE LA MONTAÑA ................ 146

Capítulo 5EL CLUB DE LOS VIEJITOS(¿O DE LOS LEONES?) ............................ 150

EPÍLOGO .................................................... 156