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1 Actas del Congreso Internacional Ex Baetica amphorae (Écija-Sevilla, 17-20 de Diciembre de 1998), Écija, 2001, pp. 1183-1206. IMPLICACIONES ECONÓMICAS DE LOS ESTUDIOS ANFÓRICOS Genaro Chic García Universidad de Sevilla Para quienes no somos arqueólogos, sino historiadores, posiblemente la percepción que tenemos de los objetos materiales que llegan descritos y clasificados a nuestras manos no sea siempre la misma que la de quienes tratan con ellos directamente. Así, recientemente, F.J. Fernández Nieto ha puesto de manifiesto cómo el hallazgo de muelas harineras en un ámbito rural relativamente extenso podría ser interpretado por un arqueólogo espacial "como una muestra de un habitat disperso, concluyendo la existencia de pequeñas explotaciones agrícolas en forma de caseríos o aldeas (que a su vez dependerían de un centro más importante, etc.)", mientras que un análisis de las formas de pensamiento que rigen en el mundo rural de la época en cuestión nos podría poner ante el hecho de que dichas muelas han podido ser enterradas voluntariamente, una vez amortizadas, en distintas partes de una finca para proteger a ésta contra el pedrisco, como sabemos que también sucedía 1 . Evidentemente no se puede reconstruir un pasado en base sólo a los artefactos, como resulta imposible igualmente hacerlo desde los textos. Todo ello, junto con otros elementos derivados por ejemplo de la reconstrucción del medio ambiente o de consideraciones biológicas y antropológicas, se ha de tener en cuenta si se quiere realizar una aproximación lo más racional posible a la investigación (historíe) del pasado. Decimos esto no en absoluto para quitar mérito a la magnífica labor realizada pacientemente por nuestros colegas arqueólogos sino simplemente para recordar que no se es necesariamente más objetivo por tratar con objetos, como señalaba M. Bernal 2 . Pero que desde luego tampoco se puede lograr mucha objetividad prescindiendo de tales objetos. Y esos objetos, en nuestro caso en cuestión, son las ánforas. En primer lugar, pues, deberíamos considerar su materialidad. Las ánforas son unos recipientes de arcilla cocida, con dos asas (normalmente para ser llevadas entre dos porteadores mediante una pértiga) y base puntiaguda, destinados al transporte de fluidos a través de un medio acuático, de donde les viene su forma característica, que permite por un lado su mayor fijeza en el barro o la arena del embarcadero y por otro su mayor estabilidad al ser arrumadas en la embarcación, hasta el punto de que la propia capacidad de los barcos se acostumbraba a medir en base a la unidad amphora. Por su baratura ésta es el sustituto perfecto del odre o pellejo, más flexible y menos quebradizo, pero forzosamente mucho más caro. Eso no quiere decir que el barro le haga una competencia negativa al cuero, de la misma forma que la extensión de la metalurgia del hierro no perjudicó -sino todo lo contrario- a la del bronce, que conoció una mayor expansión 1 F.J. Fernández Nieto, "El uso mágico de las muelas (con una referencia a la Arqueología Espacial)", Arse, 28-29, 1994-1995 [1998], pp. 109-116. 2 Black Athena. The Afroasiatic Roots of Classical Civilization, vol. I, Londres, 1991, p. 9.
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Actas del Congreso Internacional Ex Baetica amphorae (Écija-Sevilla, 17-20 de Diciembre de 1998), Écija, 2001, pp. 1183-1206. IMPLICACIONES ECONÓMICAS DE LOS ESTUDIOS ANFÓRICOS Genaro Chic García Universidad de Sevilla Para quienes no somos arqueólogos, sino historiadores, posiblemente la percepción que tenemos de los objetos materiales que llegan descritos y clasificados a nuestras manos no sea siempre la misma que la de quienes tratan con ellos directamente. Así, recientemente, F.J. Fernández Nieto ha puesto de manifiesto cómo el hallazgo de muelas harineras en un ámbito rural relativamente extenso podría ser interpretado por un arqueólogo espacial "como una muestra de un habitat disperso, concluyendo la existencia de pequeñas explotaciones agrícolas en forma de caseríos o aldeas (que a su vez dependerían de un centro más importante, etc.)", mientras que un análisis de las formas de pensamiento que rigen en el mundo rural de la época en cuestión nos podría poner ante el hecho de que dichas muelas han podido ser enterradas voluntariamente, una vez amortizadas, en distintas partes de una finca para proteger a ésta contra el pedrisco, como sabemos que también sucedía1. Evidentemente no se puede reconstruir un pasado en base sólo a los artefactos, como resulta imposible igualmente hacerlo desde los textos. Todo ello, junto con otros elementos derivados por ejemplo de la reconstrucción del medio ambiente o de consideraciones biológicas y antropológicas, se ha de tener en cuenta si se quiere realizar una aproximación lo más racional posible a la investigación (historíe) del pasado. Decimos esto no en absoluto para quitar mérito a la magnífica labor realizada pacientemente por nuestros colegas arqueólogos sino simplemente para recordar que no se es necesariamente más objetivo por tratar con objetos, como señalaba M. Bernal2. Pero que desde luego tampoco se puede lograr mucha objetividad prescindiendo de tales objetos. Y esos objetos, en nuestro caso en cuestión, son las ánforas. En primer lugar, pues, deberíamos considerar su materialidad. Las ánforas son unos recipientes de arcilla cocida, con dos asas (normalmente para ser llevadas entre dos porteadores mediante una pértiga) y base puntiaguda, destinados al transporte de fluidos a través de un medio acuático, de donde les viene su forma característica, que permite por un lado su mayor fijeza en el barro o la arena del embarcadero y por otro su mayor estabilidad al ser arrumadas en la embarcación, hasta el punto de que la propia capacidad de los barcos se acostumbraba a medir en base a la unidad amphora. Por su baratura ésta es el sustituto perfecto del odre o pellejo, más flexible y menos quebradizo, pero forzosamente mucho más caro. Eso no quiere decir que el barro le haga una competencia negativa al cuero, de la misma forma que la extensión de la metalurgia del hierro no perjudicó -sino todo lo contrario- a la del bronce, que conoció una mayor expansión

1 F.J. Fernández Nieto, "El uso mágico de las muelas (con una referencia a la Arqueología Espacial)", Arse, 28-29, 1994-1995 [1998], pp. 109-116.

2 Black Athena. The Afroasiatic Roots of Classical Civilization, vol. I, Londres, 1991, p. 9.

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en un mundo más rico y plural, con mayores necesidades suntuarias. Fue precisamente por la morfología de nuestro envase, adaptada a la navegación, por lo que se hizo preciso desarrollar todo un sistema de transporte complementario que llevase los líquidos hasta el lugar de embarque junto al cual se realizaba la diffusio o trasvase a las ánforas. La industria del barril para los productos derivados de la vid, y la del odre para aquellos otros que no se llevan bien con la madera, como por ejemplo el aceite, es necesario verla, aunque sea difuminada, en la mayor parte de los casos cuando nos enfrentamos con el fenómeno de la producción masiva de ánforas para atender a un mercado amplio. Las ánforas empiezan a señalarnos así lo que en la mayoría de los casos no vemos. Sí vemos su arcilla, y la podemos analizar. Ello nos permite en primer lugar identificar los barreros o canteras de donde se extrajo en cada caso la arcilla figulina con la que los hombres trabajaron, ayudando con ello a dibujar un mapa de los lugares de procedencia. El análisis químico nos permite saber también el grado de calor requerido para la cocción del ánfora y nos invita no sólo a ver cuál era la tipología de los hornos en que se fabricaba para lograr una determinada perfección técnica, sino también a analizar qué tipo de cenizas han conservado estos centros productores y, a partir de ello, poder reconstruir siquiera mínimamente la incidencia que el consumo de las distintas maderas atestiguadas puedo tener en el paisaje3, que hubo de evolucionar necesariamente ante la acción antrópica -en este caso de tendencia económica- e incidir en las posibilidades de futuro del propio hombre sobre la región por él controlada. Los hornos y sus instalaciones anejas nos conducen directamente al estudio de la economía constructiva4, viendo cómo con frecuencia se echa mano tanto del adobe como, lo que suele ser lo más frecuente, al empleo de materiales de desecho de los propios hornos5, cuyo contenido pudo estropearse tanto por defectos de cocción como por motivos derivados de una mala carga que produjo el aplastamiento de los materiales durante el largo proceso de cocción. El hecho de que las escombreras de un alfar sean grandes nos puede hablar lo mismo de que la producción fue muy elevada como de que la pericia de los trabajadores dejaba a veces bastante que desear.

3 M. Woronoff, Forges et forêts. Recherches sur la consommation proto-industrielle de bois, París, EHSS, 1990. Interesante es el trabajo de L. Chabal y F. Laubenheimer, "L'atelier gallo-romain de Sallèles d'Aude: les potiers et le bois", Terre cuite et société. XIVème rencontres internationales d'Archéologie et d'Histoire d'Antibes. 21-23 octobre 1993, donde analizan, a lo largo de 300 años, el consumo de madera de distintas especies en 15 hornos y en función de ello la evolución posible del paisaje. Las preocupaciones ecológicas estuvieron también presentes en el mundo antiguo. Véase P. Fedeli, La natura violata. Ecologia e mondo romano, Palermo, 1990.

4 La tipología de los hornos romanos de forma circular y con pilar central se ha manifestado muy antigua en la región andaluza, pudiendo remontar, en su tradición púnica, hasta el siglo VI a.C. en el caso de los hornos de Camposoto (San Fernando, Cádiz). Cf. G. de Frutos et alii, "El complejo industrial de salazones gaditano de Camposoto, San Fernando (Cádiz): estudio preliminar", Habis, 31, 2000, pp. 37-61.

5 Véase la utilización de la arcilla en J.-P. Adam, La construction romaine. Materiaux et techniques, París, 1984, pp. 61-68. El uso de los ladrillos cocidos para la construcción no se extendió en el mundo romano hasta el siglo I a.C. Para el estudio de las técnicas constructivas en la Bética contamos con el libro de I. Roldán Gómez, Técnicas constructivas romanas en la Bética, Madrid, 1993.

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Porque, ¿quiénes eran estos trabajadores?. Sólo contamos con los pequeños dedos cuyas improntas han quedado a veces en el barro antes de la cocción (como han podido quedar las de hojas6 o las de las garras de algún pequeño animal que se pudo pasear por los recipientes puestos a secar antes de ser introducidos en el horno, como es habitual7). El trabajo de los niños estaba muy extendido en el mundo antiguo y no sólo en tareas como éstas sino también en otras mucho más duras, como las mineras, donde, si juzgamos por los datos fiables de comienzos del siglo pasado, más de la mitad de los trabajadores de las minas tenían entre 7 y 12 años8 y eran ellos quienes se dedicaban tanto al trabajo de moler el mineral extraído como al arrastre por las estrechas galerías (cuniculi) de los pesados cestos que les llenaban los picadores en las cámaras de extracción. También las mujeres participaban en la acción laboral9 (la disposición relativas a la entrada a los baños de las mismas -como la de los niños- en el distrito minero de Vipasca (I, 3) es tan poco aleatoria como la presencia de sus esqueletos en el fondo de una mina10) y su vinculación

6 Hallazgo del Testaccio (HG-3/1810 de Rodríguez Almeida): hoja de olivo impresa junto a marca ...RRI retro. Agradecemos vivamente al autor su generosidad al poner sus datos a nuestra disposición.

7 Véase, por ejemplo, J.A. Riquelme, "Estudio arqueozoológico de la fauna recuperada. Campañas 1996 y 1997", en D. Bernal (ed.), Excavaciones arqueológicas en el alfar romano de la Venta del Carmen. Los Barrios (Cádiz), Madrid, 1998, p. 304: huellas de gato doméstico. Algo que se observa también en los ladrillos militares del norte de la Península: cfr. P. Le Roux, "Briques et tuiles militaires dans la Péninsule Ibérique: Problèmes de production et de diffusion", en M. Bendala, Chr. Rico y L. Roldán, El ladrillo y sus derivados en época romana, Madrid, 1999, p. 112. Un ladrillo muestra también la huella de una caliga militar, con sus 50-60 clavos.

8 Cf. Mª.C. Berrocal Caparrós y P.Mª. Egea Bruno, "Modos tradicionales de vida y trabajo en la Sierra Minera de Cartagena-La Unión", en L. Álvarez Munárriz, F. Flores Arroyuelos y A. González Blanco (eds.), Cultura y sociedad en Murcia, Murcia, 1993, pp. 471-501. Los datos son de 1806. Véanse nuestras consideraciones al respecto en J. González, Trajano, emperador de Roma, Roma, 2000, pp. 71-101. 9 S. Treggiari, "Jobs for Women", American Journal of Ancient History, 1, 1976, pp. 66-75; y "Lower class women in the Romana economy", Florilegium, 1, 1979, pp. 65-86. También M. Eichenauer, Untersuchungen zur Arbeitswetl der Frau in der römischen Antike, Frankfurt, 1988, con datos para Hispania recogidos por G. Bravo, "La mujer en la economía de la Hispania romana", en el apéndice de G.Duby y M. Perrot (eds.), Historia de las mujeres. 1. La Antigüedad, Madrid, 1992, p. 582. No se hace alusión a los aquí citados. Por supuesto las mujeres podían participar también en actividades de gestión en diversos sectores, como por ejemplo el del comercio, a veces atestiguado en las ánforas. Cf. M.J. García Garrido, El patrimonio de la mujer casada en el Derecho Civil.- I. La tradición romanística, Barcelona, 1982.

10 I. Franco Arias, "Avance al estudio analítico-descriptivo de los restos oseos craneales hallados en Riotinto (Huelva). Resultados de la aplicación de técnicas paleoserológicas", I Congreso Nacional Cuenca Minera de Riotinto: desde la Historia hacia el futuro (Riotinto, 28-30 octubre 1988), pp. 87-109. El trabajo de las mujeres en actividades mineras está atestiguado, para los ártabros, por Estrabón (III, 2, 9). En CI XI, 7, 7 (11 de Julio del 424) se dispone que "los mineros o las mineras que, abandonada esa región de la que parecen oriundos u

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a los alfares ha sido tradicional, aunque en absoluto exclusiva en el mundo mediterráneo. Los datos relativos a alfares productores de vajilla de mesa nos dan alguna vez el nombre de muchachas alfareras, pero sobre todo nos indican los de varones dedicados a las más diversas tareas, desde el acarreo de leña al transporte pasando por el verdadero proceso productivo de cacharros11. Por tanto la fabricación de ánforas nos pone ante la cuestión social de quiénes y por qué causa se dedicaban a la confección de estos envases. Así pues, partiendo de la base de que nos encontramos ante una población que normalmente no nada precisamente en la abundancia y donde el trabajo de todos los grupos de edad está tan extendido como en los actuales países que denominamos del Tercer Mundo (con la diferencia de que entonces Roma no era precisamente un Tercer Mundo, sino más bien el Primero), nos queda preguntarnos si en cada caso concreto la producción cerámica se veía regida por la temporalidad (utilizando en ese caso un personal que podía ser distraído de otras ocupaciones productivas, normalmente en la agricultura) o, como vemos por los grafitos esgrafiados en las ánforas olearias del Guadalquivir de mediados del siglo II, la producción se realizó a lo largo de todo el año en algunos casos12. Las viviendas de los alfareros (coloniae13), oriundas, emigraren a otra externa, indudablemente sean devueltos junto con su progenie, sin ninguna prescripción de tiempo, al hogar y la estirpe de su propio origen".

11 Desgraciadamente aún no disponemos para las ánforas de inscripciones tan ricas como las que nos ofrecen los alfares de sigillata, como esa relación del trabajo de los esclavos, del 27-7/23-8, y esa dedicación al corte de madera que ha publicado A. King, "A graffito from La Graufesenque and "samia vasa"", Britannia, 11, 1980, pp. 139-143; 12, 1981, p. 311. Véase G. Pucci, "La produzione della ceramica aretina. Note sull "industria" della prima et imperiale romana", Dialoghi di Archeologia, 7, 1973, pp. 255-293, para la organización del trabajo, y especialmente Chr. Delplace, "Les potiers dans la societé et l'economie de l'Italie et de la Gaule au Ier siècle av. et au Ier siècle ap. J.-C.", Ktema, 3, 1978, pp. 55-76. También para la cerámica de mesa hispana tenemos estudios como el de M. Roca Roumens, "Artesanos y producción cerámica en el Alto Guadalquivir", en C. González Román (ed.), La sociedad de la Bética, Granada, 1994, pp. 409-424.

12 E. Rodríguez Almeida nos habla de ánforas realizadas el año 151 según el grafito inciso que sin embargo no se utilizaron hasta dos años más tarde, a juzgar por el rótulo pintado. Tal vez, como apunta, las cosechas no fueron todo lo buenas que se podría esperar los años 151 y 152. Sobre este aspecto ha tratado en este congreso M. Mayer, a quien remitimos.

13 Proponemos esta denominación para estas aglomeraciones industriales o alquerías por similitud con lo que encontramos en la Tabula de Veleya, que en la suscriptio 14, realizada por P. Albio Secundo, nos habla del fundum Iulianum cum figlinis et coloniis (novem). N. Criniti, en su edición de La Tabula Alimentaria di Veleia, Parma, 1991, p. 113, lo traduce como "il fondo Giuliano con le fornaci e nove fattorie". Según el Digesto (XXIII, 7, 20, 3) se denomina colonia a la finca llevada por colonos aparceros. Para estas aglomeraciones industriales puede verse E. García Vargas y E. Ferrer Albelda, "Salsamenta y liquamina malacitanos en época imperial romana. Bases para un estudio histórico y arqueológico", en las actas del II Congreso de Historia Antigua de Málaga: Comercio y comerciantes en la Historia Antigua de Málaga (s. VIII a.C.-711 d.C.). Málaga del 21 al 26 de Septiembre de 1998 [Publicación: Comercio y comerciantes en la Historia Antigua de Málaga (Siglo VIII a.C. - año 711 d.C.), Málaga, 2001, pp. 573-

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recientemente encontradas en yacimientos como el de Malpica (Écija-Palma del Río)14, realizadas con materiales de desecho, como el resto de las instalaciones industriales, ¿eran ocupadas todo el año y el que sus puertas se encuentren cegadas se debe a la previsión de una inundación, o lo eran estacionalmente y el cegamiento era sólo una medida de conservación temporal? ¿En qué proporción se encontraban en cada zona los esclavos alfareros trabajando junto a personal jurídicamente libre y cuál era el nivel de ganancias de uno y de otro15? ¿Trabajaban los dueños habitualmente en sus propios alfares o tenían a su frente a institores?16 ¿Hasta qué punto se arrendaban los alfares?17 ¿Qué relación -de identidad, de servidumbre, de dependencia, etc- existía entre los regentes de los alfares y los dueños o derechohabientes de los gredales de donde se extraía la arcilla?18. Son preguntas todas ellas que surgen sin movernos de la contemplación material del ánfora y a las que poco a poco habrá que ir dando respuestas con el apoyo de los textos, legales o no, para construir una visión lo más aproximada posible de una determinada realidad que nos planteemos como satisfactoria. Una ayuda en este sentido nos puede venir, como ya hemos aludido, de las marcas voluntariamente dejadas en el barro antes de su cocción. En este sentido podemos distinguir por un lado los grafitos y por otro las marcas dejadas con un instrumento de sellar. Los grafitos, a los

594]. Tal vez puedan hacer referencia a este tipo de coloniae las marcas de ánforas olearias que llevan el elemento COL, pero de momento sólo se trata de una hipótesis más a considerar.

14 E. García Vargas, "Centros productores de ánforas olearias en el Valle del Genil: Nuevas aportaciones arqueológicas", Boletín de la Real Academia de Ciencias, Bellas Artes y Buenas Letras "Vélez de Guevara", 2, 1998, pp. 122-123.

15 Cf., por ejemplo, N. Baba, "Slaves and Freedmen on Praedia in District of Rome from the Latter Half of First Century A.D. to the Early Period of the Third Century: An Analysis of Slave Stamps on «OPUS DOLIARE»", Forms of control and subordination in Antiquity, Leiden, 1988, pp. 428-432.

16 M. Beltrán Lloris, "Artistas y artesanos en la Antigüedad Clásica. Los ceramistas y alfareros en Roma", Artistas y artesanos en la Antigüedad Clásica, Mérida, 1994, p. 184. Este autor señala, en p. 201, que «la situación del esclavo al frente de una officina como institor o representante de su patrón, podía, en consecuencia, alcanzar cotas estimables y de hecho la distinción entre ordinarii y vicarii así lo deja suponer». Tal vez aparezca abreviado en las marcas con las siglas IS que acompañan a veces a un nominativo. Más desarrollado en Mª A. Ligios, Interpretazione giuridica e realtà economica dell' «instrumentum fundi» tra il I sec. a. C. e il III sec. d. C., Nápoles, 1996, pp. 199-210. Un estudio general de los institores puede verse en J.-J. Aubert, Busines Managers in Ancient Rome. A Social & Economic Study of Institores (200 B.C.-A.D. 250), Leiden, 1994.

17 Tenemos un ejemplo en Egipto de un productor de ánforas que trabaja para otro, entre los cuales se establece un contrato. Cf. H. Cockle, "Pottery Manufacture in Roman Egypt", JRS, 71, 1981, pp. 87-97.

18 La cuestión ya fue planteada por T. Helen en relación con la fabricación de ladrillos (Organization of Roman Brick Production in the first and second centuries A.D., Helsinki, 1975, p. 130).

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que últimamente se les está prestando la atención que merecen19, tienen la ventaja de su inmediatez, de su "frescura" podríamos decir, en cuanto que normalmente ofrecen datos sobre el personal que directamente entra en el proceso de producción o sobre las incidencias de ésta (fecha de enhornado, carga (?), etc.); pero también ofrecen mayores dificultades de interpretación por su carácter generalmente escueto y la necesidad de aplicar unos conocimientos paleográficos que no son tan perentorios en el caso de las marcas hechas con plantilla. Respecto a estas marcas nos encontramos en primer lugar con la afición a usarlas o no, siendo mucho más frecuentes en la cuenca del Guadalquivir que en la costa. El número de ánforas que nos ofrecen los pecios no nos permiten decir que haya una producción más -digamos- "industrial" en la primera zona que en la segunda y por tanto hemos de buscar el deseo de hacer notar los nombres de personas interesadas en su publicidad en razones de carácter menos general que las de su empleo más o menos masivo. Tal vez haya que mirar más bien a qué tipo de comercio atienden, si es libre o controlado y hasta qué punto. Pero sólo tal vez. También en esto estamos en mantillas a nivel de conocimiento, aunque las vías de acceder al mismo no están ni mucho menos cerradas. Cuando en un alfar concreto nos encontramos la costumbre de marcar con sello caben realizar distintos análisis20. En primer lugar es aconsejable estudiar las marcas en batería, 19 Estos grafitos, que no han recibido aún un estudio sistemático, suelen aparecer con relativa frecuencia. Véanse, por ejemplo, los recogidos por R.S.O. Tomlin en el apartado de epígrafes correspondientes al instrumentum domesticum en la revista Britannia, 28, 1997, pp. 460-461, 466 y 470-472, donde aparecen tanto nombres de personas, como fechas referentes al mes o al año de fabricación. Cf. E. Rodríguez Almeida, "Su alcuni curiosi graffiti anforari dal Monte Testaccio", Bullettino della Commisione Archaeologica Comunale di Roma, 93, 1989-1990, p. 1 ss.; y "Graffiti e produzione anforaria della Betica", The Inscribed Economy: Production and distribution in the Roman Empire in the light of instrumentum domesticum, Míchigan, 1993, pp. 95-106. Para las indicaciones numerales que a veces se realizan sobre las ánforas puede verse, p. ej., J. van der Werff, "Sekundäre Graffiti auf römischen Amphoren", ROB, Archäologische Korrespondenzblatt 19, 1989, pp. 361-376. Dejamos a un lado el hecho de que los tiestos pueden servir de material para escribir de lo más variado, pudiendo contener desde un poema hasta un insulto, como por ejemplo vemos en J.Mª Robles Gómez, "Un testimonio excepcional de relajación de -D- en una inscripción hispánica del s. III d.C.", Estudios Clásicos, 89, 1976, pp. 241-243: cin[a]e[d]us qui le[g]erit.

20 Véanse los realizados acerca de la evolución de los talleres por F. Mayet, "Les figlinae dans les marques d'amphores Dressel 20 de Bétique", Revue des Études Anciennes, 88, 1986, pp. 285-305. Los alfares productores de ladrillos en Roma nos ofrecen un término de comparación que no deja de ser interesante; en este sentido se ha convertido en un clásico el trabajo de T. Helen, Organization of Roman Brick Production in the first and second centuries A.D., ya citado. Véase también P. Setäla, Private domini in Roman brick stamps of the Empire, Helsinki (1977). El significado del contenido de las marcas y tapones de ánforas ya fue indagado por F. Benoît, "Nom du potier, du producteur ou de négociant", Rivista di Studi Liguri, 23, 3-4, 1957, pp. 279-285. También J. Remesal atendió a ello ("Reflejos económicos y sociales en la producción de ánforas olearias béticas", I Congreso Internacional sobre Producción y comercio del aceite en la Antigüedad, Madrid, 1980, p. 135). En época más reciente P. Berni Millet ha afrontado el trabajo de estructurar las marcas de ánforas con vistas a sacar el mayor provecho de su contenido en "Amphora epigraphy: Proposals for the study of stamps contents", III Convegno Internazionale di Archeologia e Informatica, Archeologia e Calcolatori, 7, 1996, pp. 751-770.

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estableciendo en la medida de lo posible (bien sea por estratigrafía o por elementos auxiliares externos) la datación de cada una de ellas para ver su posible evolución. Luego se impone la comparación interna de las que pertenecen a un mismo grupo, pues podemos encontrar que un mismo personaje utiliza distintas formas de expresar su nombre, con formas más o menos abreviadas y en combinaciones posibles con elementos onomásticos de otros personajes que en ese momento se encuentran en algún tipo de relación económica con él21. De esta forma es posible a veces conocer los nombre completos de personajes que nunca los expresaron así en una sola marca. Otras veces esto es imposible y nos vemos limitados a poco más que unas iniciales, en combinación con otras o no. ¿Pero a quiénes representan estas marcas22? No hay que ser muy perspicaz para señalar que una marca de alfarero tiene un gran número de probabilidades de indicar quién es el propio alfarero. Pero, aún en el caso de que sea así, ¿el dueño del alfar entra directamente en el proceso productivo del ánfora?; el envase ¿está destinado a contener la producción de la finca o de la industria salazonera que él mismo posee en propiedad o en arriendo?; ¿en todos los casos?; ¿qué hay que decir cuando aparece el término, explícito o abreviado, de figlina u officina acompañado bien por un adjetivo locativo o por un nombre en genitivo?; la presencia de nombres en caso nominativo seguidos de f(ecit), como vemos por ejemplo en Brenes, ¿nos indica realmente quiénes son los figuli o sólo los nombres de los personajes puestos al frente de una rama del sistema productivo?; ¿qué indican los números que a veces vemos aparecer en los sellos?. La combinación de varios nombres en un solo sello nos habla con toda probabilidad de una sociedad, pero ¿de qué tipo?, ¿representa la alianza industrial de dos o más alfareros?, ¿se trata en algún caso del dueño del alfar y del correspondiente al cliente que le ha encargado el producto, como vemos en paralelos antropológicos posteriores?, ¿es eso lo que implica la aparición de dos o más sellos en una misma ánfora (nombre de alfarero, de encargado de la producción y de cliente)?. En ese caso, ¿por qué tiene el cliente deseo de que figure su propia marca en un envase comercial si sabemos que el producto contenido normalmente se reflejaba mediante un rótulo pintado?; ¿hasta qué punto estaba organizada la comercialización de los productos del ars cretaria?23. Lo que es desde luego evidente, al menos en el valle del Guadalquivir, es que podemos encontrar sellos con el mismo contenido en alfares a veces próximos, pero también en ocasiones bastante alejados entre sí (p. ej. "Las Delicias" en Écija, "La Catria" en Lora del Río y posiblemente "Las Cinco 21 Así, por ejemplo, si vemos las páginas 137-139 de la revista Ariadna (nº 6, 1989) podemos observar cómo toda una batería de marcas del alfar denominado "Madueño" (Palma del Río, Córdoba) nos ofrece diversos elementos de lectura que, en conjunto, nos permiten ver el nombre principal que se encuentra tras todas ellas: el de Titus Lucretius Niger, asociado a veces a algún otro personaje que no podemos identificar con claridad de momento. Su lectura por separado, en cambio, se muestra infructuosa.

22 Vid. al respecto G. Chic, "Economía y sociedad en la Bética altoimperial. El testimonio de la epigrafía anfórica. Algunas notas", en La Sociedad de la Bética. Contribuciones para su estudio. Granada 1994, pp. 75-122. Véase también el trabajo de B. Liou y A. Tchernia sobre "L'interpretation des inscriptions sur les amphores Dressel 20", Epigrafia della produzione e della distribuzione, Roma, 1994, pp. 133-156.

23 Una representación de venta de ánforas se puede observar en un mosaico de Bad Kreuznach, cerca de Colonia, recogido por G. López Monteagudo, "Producción y comercio del aceite en los mosaicos romanos", L'Africa romana. Atti del XII convegno di studio Olbia, 12-15 dicembre 1996, p. 376, y lám. XVI, 1.

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Llagas" en Sevilla): o la propiedad de los alfares se encontraba en algunos casos (ya desde el siglo I) dispersa o, lo que es más probable aún, las mismas personas encargaban la fabricación de sus ánforas en los talleres más próximos a los lugares en que se pretendía utilizarlas, indicando tal vez con su sello que determinada parte de la carga les correspondía, como nos sugiere E. García Vargas. Está claro que la razón de ser de las ánforas se encuentra en el contenido que están destinadas a portar24. Éste normalmente es líquido, siendo poco justificable desde el punto de visto económico dedicarlas al transporte de mercancías como podía ser el grano o el pescado salado seco25, por ejemplo. El primero sabemos que prefería el saco o el simple estibado en la bodega de una nave, convenientemente adecuada con tableros para evitar el desplazamiento de la carga; mientras que en el segundo caso se impone en muchos casos, dada la sequedad del producto, la caja26 o la barrica de madera, más ligera y capaz y con posibilidades de reempleo, lo que hace su transporte proporcionalmente más barato27. Para los líquidos en cambio era difícil encontrar un medio de envasado para el transporte más adecuado por su bajo coste y resistencia, aunque se corriera el riesgo de la fragilidad, que quedaba bastante amortiguado en un transporte por agua y con una disposición de pajas o sarmientos entre las capas de ánforas que evitasen una

24 B. Liou, "Le contenu des amphores, typologie et épigraphie: quelques cas aberrants", Actes du Congrès de la SFECAG, Orange, 1988, Marsella, 1988, pp. 171-177.

25 En bastantes ocasiones, sin embargo, el pescado iría en su jugo mezclado con la sal o muria. Así, restos de atún y palometa conservaban las ánforas hispano-púnicas halladas en el foro S.O. de Corinto (V. Maniatis et alii, "Punic amphoras found at Corinth, Greece: an Investigation of their Origin and Technology", J.F.A., 11, 1984). Sería éste, en algunas ocasiones, el destino de las ánforas de boca ancha, como la Dressel 7, la Dressel 9 o la Dressel 38/Beltrán II A (como anteriormente podrían haber desempeñado la misma función los tipos Mañá D y Cádiz E2). Véase E. García Vargas, La producción de ánforas en la Bahía de Cádiz en época romana (ss. II a.C.-IV d.C., Écija, 1998, capítulo 5 (pp. 199-213): "El contenido de las ánforas gaditanas". Es de suponer que en estos casos los trozos de pescado atestiguados bien por los rótulos o por la arqueología, se encontrarían en un medio de conservación líquido, pues de otra forma se explica mal el derroche de peso a la hora de envasar.

26 Las cajas eran utilizadas para los higos secos, como señala Plinio, N.H., XV, 21, 82: Siccat honos laudatas (ficos), servat in capsis, Ebuso in insula praestantissima ampliasque, mox Marrucinis.( "Su buena calidad hace que los higos más apreciados se pongan a secar y se conserven en cajones: en la isla de Ébuso son excelentes y de gran tamaño, y luego están los marrucinos". Traducción de V. Bejarano.).

27 St. Martin-Kilcher, "Fischsaucen und Fischkonserven aus dem römischen Gallien", Archäologie der Schweiz, 13, 1990, 1, pp. 37-44, donde nos habla de un tapón de barril con marca VRITTI PH que ha servido para reflexionar a A. Desbat, "Un bouchon de bois du Ier. S. après J.-C., recueilli dans la Saône à Lyon et la question du tonneau à l'epoque romaine", en Gallia, 48, 1991, pp. 319-336. Del mismo autor, "Le tonneau antique: questions techniques et problèmes d'origine", en Techniques et économie antiques et médiévales. Le temps de l'innovation, París, 1997, pp. 113-120. Para el papel del ejército como motor de la expansión del uso del barril para vino puede verse, en las páginas 121-129 de la misma obra el trabajo de A. Tchernia titulado "Le tonneau, de la bière au vin".

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excesiva rigidez de la carga que podría incidir en las rupturas y la consiguiente pérdida del contenido. La pérdida del contenido también se podía producir por transpiración o exudado a través del barro cocido si el líquido contenido era bastante fluido. No era el caso del aceite, pero sí de la mayoría de los otros posibles contenidos de las ánforas: vino, vinagre, conservas de fruta en jarabes, salsas derivadas del pescado, etc. Por ello se imponía en la mayoría de los casos el empegado interno de los recipientes28, y en este caso de nuevo la ciencia química puede venir en nuestra ayuda para saber qué tipo de resina se ha empleado en cada caso29 y si ésta se encuentra, por ejemplo impregnada de los taninos propios del vino o muestra trazas de alguna especia utilizada en la condimentación30 o de restos de pescado o carne que nos puedan indicar qué tipo de animales fueron sometidos al proceso de transformación con vistas al consumo de boca31. Evidentemente eso nos abre las perspectivas del estudio económico en nuevos horizontes. En primer lugar nos indica qué tipo de plantas se han empleado para la resinación en cada zona32, 28 Observable en un mosaico de Saint-Roman-en-Gal, recogido por G. López Monteagudo, "Producción y comercio del aceite en los mosaicos romanos", L'Africa romana. Atti del XII convegno di studio Olbia, 12-15 dicembre 1996, p. 373, y lám. XI, 3.

29 Cf. C. Heron y A.M. Pollard, "The analysis of natural resinous materials from Roman amphoras", en E.A. Slater y J.O. Tate (eds.), Science and Archaeology, Glasgow, 1987 (1988), pp. 429-447. Asimismo, D. Bernal Casasola y Mª D. Petit Domínguez, "Caracterización de resinas en ánforas romanas por cromatografía de gases. Resultados y aplicaciones en España", Alebus, 4-5, 1994/95, pp. 83-96.

30 Es el caso de un ánfora Haltern 70 con pepitas de uvas estudiada por nosotros: "Consideraciones en torno a un ánfora encontrada en la Punta de la Nao (Cádiz)", Homenaje al Pr. Dr. Hernández Díaz, tomo I, Univ. de Sevilla, 1982, pp. 51-56. F. P. Arata, en "Un relitto da Cala Rossano (Ventotene). Tituli picti su anfore e bollo su lingotti di stagno", Epigrafia della produzione e della distribuzione, Roma, 1994, pp. 488-492 y 494-495, nos ofrece el ejemplo de un ánfora Dressel 9, de hacia 25-50 d.C., que nos indica que su contenido era Lum(pha, o -phatum) III. Del mayor interés para la identificación del producto es el hecho de que en las ánforas de este tipo del pecio se han encontrado pepitas de uvas, así como escobajos de los racimos, lo que lleva a pensar en la utilización de uvas pasas en la preparación del lymphatum. También se encontraron especias. En la misma línea R. Boyer, "Conserve d'olives dans deux ámphores trouvées dans les fouilles de La Bourse, a Marseille", Gallia, 44, 1986, pp. 229-233, nos muestra ánforas tipo Beltrán II B, del siglo I-med. II, con aceitunas aderezadas con hinojos y laurel. M. Dean, en "Evidence for possible prehistoric and Roman wrecks in British waters", Nautical Archaeology, 13, 1, 1984, nos habla de la presencia de 6.000 huesos de aceitunas en un ánfora bética del s. I d.C. Véase, en general, J. Condamin y F. Formenti, "Recherches de traces d'huile d'olive et de vin dans les amphores antiques", Figlina, 1, 1976, pp. 143-158. Los ejemplos se pueden multiplicar bastante.

31 Cf. por ejemplo F. Formenti, "Analyse de traces organiques dans les amphores", Amphores romaines et histoire économique: dix ans de recherche, Actes du coll. de Sienne (22-24 mai 1986), École Française de Rome, 1989, pp. 562-563. Del mismo autor, "Recherche de résine dans les amphores (Freegus)", Gallia, 48, 1991, p. 260.

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ayudándonos una vez más a reconstruir el paisaje vegetal, y en particular nos pone en contacto con una determinada forma de explotar las silvae, privadas o públicas33, para obtener la pix y el oleum lignei34, tan necesarios tanto para la impermeabilización interna de los recipientes, y en particular de las ánforas, como para la fabricación de los capotes (centones)35 con los que se suele cubrir la carga apilada en los muelles o en la bodega de las embarcaciones (en cuyo calafateo también se utiliza36). Pero la propia pez o resina será por sí misma objeto de transporte en las ánforas, y ello también hay que tenerlo en cuenta al hacer estas apreciaciones37. El contenido propiamente dicho de las ánforas es por tanto un claro indicador de la importancia de una actividad comercial en una zona determinada. Esta actividad se puede limitar al envasado, en ánforas normalmente similares a las de origen38, con vistas a la comercialización

32 Cf. Plinio, N.H., XIV, 25, 127: Pix in Italia ad vasa vino condendo maxime probatur Bruttia: fit e piceae resina; in Hispania autem a pinastris minime laudata, est enim resina earum amara et arida et gravi odore. ("La pez para las tinajas de guardar vino que más se aprecia en Italia es la del Brutio: se hace de resina de pícea; en cambio se aprecia muy poco la pez que se obtiene en Hispania de los pinos rodenos, debido a que su resina es amarga, reseca y de fuerte olor". Traducción de V. Bejarano.).

33 Dig., L, 16, 17, 1: Publica vectigalia intellegere debemus ex quibus vectigal fiscus capit, quale est vectigal portus vel venalium rerum, item salinarum et metallorum et picarium. De este texto parece deducirse el arriendo por parte de publicanos de la resinación en las silvae públicas.

34 P. Lillo Carpio, "Pix y oleum ligni, productos industriales básicos en la Antigüedad y su supervivencia", Revista murciana de antropología, 1, 1994, pp. 109-119. Habría que prestar más atención arqueológica a los vasos para la destilación de la pez o resina como se ha hecho en otros lugares. Cf. V. Jauch, "Eine römische Teersiderei in antiken Tasgetium-Eschenz", Archäologie der Schweiz, 17, 1994, 3, pp. 111-119. De todas formas entendemos que el estudio del uso de las pegueras, que debió estar tan ligado al de las ánforas, no es fácil.

35 Entendemos que a uno de esos centones podía pertenecer el trozo de tejido de lana de camello y oveja impregnado de pez que publicaron R. Boyer y G. Vial, "Tissus découvertes dans les fouilles du port antique de Marseille", Gallia, 40, 1982, pp. 259-269. Pero también podría tratarse de uno de los tejidos empegados que se situaban entre el casco y la cubierta protectora de plomo, como vemos en C. Torr, art. navis en Ch. Daremberg y E. Saglio, Dictionnaire des antiquités grecques et romaines, París, vol. IV (?), p. 32.

36 Sobre la cuestión del calafateo de las naves (sobre todo las fluviales) y la cubrición con pez de los cascos ha tratado L. Basch, "Note sur le calfatage: la chose et le mot", Archaeonautica, 6, 1986, pp. 187-198.

37 Una síntesis reciente de buena parte de esta problemática se encuentra en J. Martínez Maganto y Mª D. Petit Domínguez, "La pez y la impermeabilización de envases anfóricos romanos. Estudio analítico de una muestra e interpretaciones histórico-económicas", AEspA, 71, 1998, pp. 265-274.

38 A. Desbat y B. Dangréaux, "La production d'amphores à Lyon", Gallia, 54, 1997, pp. 73-117. J. Baudoux, Les amphores du nord-est de la Gaule, París, 1996, p. 155, señala que "el número de las ánforas de salazón Dr 9 similis producidas en el valle del Ródano no es desdeñable

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más pormenorizada de mercancías que han llegado hasta determinado punto a granel en grandes recipientes (dolia o cupae) dispuestos en las bodegas de las embarcaciones39. Pero lo más frecuente es que el envasado en las ánforas se produzca en las zonas productoras o en su inmediaciones, por lo que la presencia de alfares destinados prioritariamente a la producción de estos recipientes nos está evidenciando algo que quizás aún no hemos detectado en algunos casos sobre el terreno: la presencia de saladeros, de lagares o de almazaras, que produjeran el contenido de esos envases allí fabricados. Lo cual nos pone en la pista a su vez de actividades económicas que, en la mayor parte de los casos, se han vuelto prácticamente indetectables hoy día pero que debieron alcanzar una gran importancia en su momento, como por ejemplo la de las salinas, productoras del principal conservante de la humanidad hasta la invención del frío industrial. Desde luego no podemos confiar todo el conocimiento a las ánforas. Así, sabemos por otros medios (literarios, numismáticos, legales) que el vino se produjo en amplias zonas de la actual Andalucía, sin que las ánforas nos evidencien su exportación más que en determinadas zonas, predominantemente costeras, entre las que destaca, ayer como hoy, la región de Jerez de la Frontera (Cádiz)40. Por tanto las ánforas nos orientan sobre una determinada actividad productiva, pero sobre todo nos hablan de la comercial o, mejor dicho de la del traslado de mercancías, que no necesariamente es lo mismo. en Koenigshoffen bajo Claudio-Nerón con el 14 % de las salazones consumidas y el tercio de los productos galos importados. En la misma Strasbourg, a fines del s. I, su cantidad es igual a las de las salazones españolas."

39 Del transporte a granel mediante grandes recipientes cerámicos (dolia) instalados en los barcos que debían hacer la travesía a Galia e Italia desde la costa tarraconense (s. I d.C.) del cual contamos con notables testimonios arqueológicos y epigráficos, ha recogido algunos estudios nuestro discípulo M. Parodi, en su trabajo La navegación interior en la Hispania romana, Écija, 2001. Así los de B. Liou, "L'exportation de vin de Tarraconaise d'après les èpaves", en El Vi a l'antiguitat. Economía, producció i comerç al Mediterrani occidental. Actes I Col.loqui d'Arqueologia Romana, Badalona 1987, pp. 271-284; R. Pascual Guasch, "El desenvolupament de la viticultura a Catalunya", en El Vi..., pp. 123-126; P. Fiori, "Etude de l'épave "A" de La Garope. Dite des "dolia", en CAS, I, 1972, pp. 35-44; P. Izquierdo, "Algunes observacions sobre l'ancoratge de "Les Sorres" al delta del riu Llobregat", en El Vi..., pg. 136; P.A. Gianfrotta y A. Hesnard, "Due relitti augustei carichi di dolia: quelli di Ladispoli e del Grand Ribaud D", en El Vi..., pp. 285-297; F. Pallarés, "La nave romana di Diano Marina. Relazione preliminare", en CIAS, VI, Madrid, 1985, pp. 284-294; del mismo autor, "Il relitto di Diano Marina nel commercio vinicolo antico", en El Vi..., pp. 298-305, etc. M. Ponsich, en "L'huile de Bétique en Tingitane: hypothèse d'une clientele établie", Gerion, 13, 1995, pp. 299-300, ha propuesto que el aceite de la Tingitana podría haber llegado de esta manera a Hispalis para ser trasvasado allí en ánforas. El uso persiste desde época agustea hasta mediados del siglo II, según A. Hesnard, "Entrepôts et navires à dolia: l'invention du transport de vin en vrac", en Techniques et économie antiques et médiévales. Le temps de l'innovation, París, 1997, pp. 130-131. Según Mª A. Ligios, Interpretazione giuridica e realtà economica dell'«instrumentum fundi» tra il I sec. e il III sec. d.C., Nápoles, 1996, p. 221-222, n. 197, a este tipo de nave parece referirse Ulpiano (aunque la autora yerra la cita) en Dig. XLVII, 2, 21, 5 (Ulp. 40 ad Sab.): quid deinde si naue uinaria (ut sunt multae, in quas uinum effunditur)?. 40 E. García Vargas, La producción de ánforas en la Bahía de Cádiz en época romana (ss. II a.C.-IV d.C., Écija, 1998.

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Y dicho traslado nos pone ante la necesidad de estudiar los medios de transporte empleados y la adecuación de las vías necesarias para ello. Por supuesto el Estado romano podía dedicar grandes cantidades de dinero a hacer cosas que los particulares se abstenían en cualquier caso de hacer por el alto riesgo a que podían someter a una cantidad de recursos económicos desproporcionada en relación al fin propuesto con el transporte. Era el Estado (normalmente a través de la acción del Emperador) quien se podía permitir construir naves con un solo uso, como por ejemplo el de transportar un obelisco egipcio a Roma, o utilizar decenas de bueyes para transportar con medios especiales grandes piezas de piedra destinadas a la construcción de algún edificio público. El Estado podía permitirse igualmente llevar por carretera un cargamento de ánforas de aceite o de vino para abastecer a las tropas acantonadas lejos de vías navegables (por ejemplo en Inglaterra41), pero normalmente los particulares (y, salvo que no le quedara más remedio, también el propio Estado) utilizaban las vías de agua para desplazar las grandes masas de productos alimenticios que necesitaban hacer llegar a un punto más o menos distante del origen. Está comprobado en este sentido que era muchísimo más barato y seguro (pese a los innegables riesgos del mar) llevar una mercancía por mar desde las bocas del Ródano hasta las del Rin dando la vuelta por el Océano Atlántico que atravesando la magnífica red fluvial que atraviesa la Galia, a pesar de que ésta, a su vez, era entre 5 y 6 veces más barata en su uso que el de las mejores carreteras terrestres adecuadas por el propio Estado romano42. El ánfora es, pues, un indicativo de la preocupación económica por el transporte, vital en todo momento pero sobre todo en la Antigüedad, donde podemos encontrarnos el caso de una ciudad que se muere de hambre teniendo comida disponible a menos de 100 kilómetros; y por consiguiente el problema de los transportes, tan claramente indicado por el trasiego de las ánforas, nos pone en contacto con otro no menos importante: el de la distribución e importancia de los mercados (locales, regionales o a larga distancia) a donde podían, o no podían, según los casos, llegar las ánforas con facilidad. Y dado que, por su forma y disposición, el ánfora se fabrica como envase idóneo para el transporte por vías acuáticas, tanto interiores (ríos, lagos) como marinas, ello nos puede llevar a una consideración sobre los medios de navegación, así como sobre las implicaciones sociales que imponen el coste de su construcción por parte de los armadores43 (sin olvidar la parte técnica44) y 41 Los estudios sobre el transporte en esta zona han sido realizados preferentemente por C. Carreras Monfort (Una reconstrucción del comercio de cerámicas: la red de transportes en Britania, Barcelona, 1994), quien últimamente ha resumido sus investigaciones en "Britannia and the Imports of Baetican and Lusitanian Amphorae", Journal of Iberian Archaeology, vol. 0, 1998, pp. 159-170.

42 Véase en D.P.S. Peacock, Amphorae and the Roman Economy, Londres-Nueva York, 1986.

43 Existe una progresiva acumulación de privilegios fiscales, al menos desde Claudio, para aquellos armadores que pusiesen sus naves a disposición de la annona. Tales privilegios eran auténticos incentivos a la inversión en un producto, como era el barco marino, realmente caro, por lo que sólo se podía obtener con una importante acumulación de capital; de ahí que los armadores y los comerciantes que servían al Estado se fueran viendo distinguidos con unos tratamientos legales que cada vez más separaban a los ricos señores de los humiliores. Esta distinción legal ha sido observada para los negotiantes por R. A. Bauman, Crime and punishment in Ancient Rome, Londres-Nueva York, 1996, p. 132, comentando la disposición contra la especulación recogida en Dig., XLVII, 11, 6. Parecía evidente que los potentiores se iban confundiendo paulatinamente en la práctica con los honestiores en tanto que los tenuiores se identificaban cada vez más con los humiliores, aunque, de momento, a fines del siglo II se sigue prohibiendo a los senadores dedicarse a las actividades comerciales.

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los problemas derivados de la adecuación para el tránsito y atraque por parte de las autoridades, sean estatales o municipales. En este sentido sabemos cómo en muchos casos las ánforas han sido el primer indicador de la preocupación de las autoridades locales, regionales o imperiales, por adecuar de la mejor manera posible las vías de navegación interior, para facilitar el tráfico de mercancías, y especialmente de la annona o abastecimiento alimentario (local o estatal), en el sentido marcado por Plinio el Joven cuando aconseja a Trajano que emprenda obras de navegabilidad entre el lago Sabanja y el mar de Nicomedia. En el Guadalquivir, lo mismo que en el Guadalete, los alfares productores de ánforas situados en sus orillas nos dicen que el Estado tuvo que hacer frente a problemas de navegabilidad, unas veces estacionales (derivadas de la escasez de agua el en alveo) y otras permanentes (como las relativas a la pendiente de los ríos, que necesariamente fue mayor en la antigüedad que en la actualidad, y que provoca una impetuosidad de la corriente que no permite una navegación que no implique el motor mecánico; y, en relación con ello, la necesidad de fijar los cauces para poder regular el caudal). Sabemos por los papiros que las obras de contención de las aguas se realizaban, por ejemplo en el Nilo45, con cascajo y ramas en la mayoría de los casos, lo que explica que sean normalmente difíciles de detectar arqueológicamente; el hecho de que las referencias literarias no muestren con absoluta claridad tal sistema hasta época medieval podría explicar también las reticencias de algunos hipercríticos a no aceptar un hecho que para los ingenieros está claro: la navegabilidad de estos ríos sólo es posible con obras de adecuación46, y la evidencia de que no aparezcan fábricas de ánforas en la región no marítima del

Véase nuestro trabajo "El comerciante y la ciudad", en las actas del III Coloquio Internacional La Bética en su problemática histórica: la ciudad, Granada, 16-18 de Marzo de 1998. [Editado por C. González Román y A. Padilla Arroba, Estudios sobre las ciudades de la Bética, Granada, 2002, pp. 115-147.] 44 Para el alto coste de la construcción naval puede verse K. Hopkins, "Models, ships and staples", Trade and famine in Classical Antiquity, Cambridge, 1983, especialmente pp. 84, 86, 96 y 101. El método de construcción a partir del casco, normalmente empleado en el Mediterráneo, era muy costoso. Cf. J. Rougé, La marine dans l'Antiquité, Vendôme, 1975, pp. 31-49. Hemos tratado este tema en "Roma y el mar: Del Mediterráneo al Atlántico", en V. Alonso Troncoso (coordinador): Guerra, exploraciones y navegación: del Mundo Antiguo a la Edad Moderna, Ferrol, 1995, pp. 55-89. Para una visión general cf. M. Rival, La charpenterie navale romaine: materiaux, méthodes, moyens, París, 1991, y C. León Amores y B. Domingo Hay, "La construcción naval en el Mediterráneo greco-romano", Cuadernos de Prehistoria y Arqueología de la Univ. Autónoma de Madrid, 19, 1992, pp. 199-218.

45 El país del Nilo fue una tremenda fuente de conocimiento tanto para los griegos, que tomaron de allí muchos principios de racionalidad (por ejemplo en la construcción de la Historia) y de administración pública.

46 La idea de que la navegabilidad del Guadalquivir se debió a la existencia de una serie de portus artificiales fue avanzada por Bonsor en su Expedición arqueológica a lo largo del Guadalquivir, Écija, 1989, pp. 93-96. Debemos recordar aquí que Bonsor era hijo de un ingeniero inglés que trabajó en Andalucía en una época en que se hacían proyectos ingenieriles para restaurar la navegación entre Sevilla y Córdoba. Cf. J. Maier, Jorge Bonsor (1885-1930), Madrid, 1999, p. 23. El propio Bonsor nos dice en la p. 10 de la obra arriba citada: "Yo he utilizado un mapa muy preciso del río, con una escala de un centímetro por kilómetro, que había

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Guadalquivir hasta la época de Augusto, cuando en la región gaditana llevaban mucho tiempo produciéndose, nos está poniendo de manifiesto una voluntad intervencionista decidida en el campo del transporte fluvial que marcha en paralelo a la adecuación de la vía Augusta, cuya finalidad es evidentemente en buena medida distinta. Además, un documento recientemente descubierto y publicado, señala que en el siglo XV el sistema de presas -que puntualiza pormenorizadamente mostrando la antigüedad de las que se han querido ver como modernas- con sus puertos para el paso de las embarcaciones (en los que, como recoge el Digesto47, se solían establecer pesquerías), llega precisamente hasta algo más arriba de Almodóvar del Río, el lugar a partir del cual encontramos, río abajo, los alfares productores de ánforas48. Las ánforas son, por sido trazado para un proyecto -jamás realizado- de canalización del Guadalquivir". Debemos recordar que, por mucho que hayan cambiado las condiciones del río, es difícil soslayar el hecho de que Corduba e Hispalis cuentan entre sí con una diferencia de altitud de 113 metros, lo que produce un desnivel que imprime a una corriente de agua situada entre ambas una velocidad que ya los ingenieros del siglo pasado consideraron a todas luces inadecuada para una navegación normal. Y es muy difícil, como decimos, pensar que la diferencia de nivel entre ambas ciudades haya variado mucho en este tiempo transcurrido. Para comprenderlo mejor, compárese, por ejemplo, con la suave pendiente (0'06 m/km) que tenía en la misma época -antes de que comenzasen los grandes trabajos ingenieriles- el Saona, afluente navegable del Ródano, en sus últimos 166 km, pese a lo cual también requirió trabajos de adecuación en la antigüedad cuando las tablas y chorreras eran bastante extensas como para requerir la construcción de diques (A. Dumont, "Fords of the River Saône", Nautical Archaeology, 27.4, 1998, pp. 302-306). En la misma línea de argumentación que Bonsor, aunque referida a los ríos franceses, F. de Izarra, Le fleuve et les hommes en Gaule romaine, 1993, p. 66, estima que "las palabras medievales «pertuis», «batis», «poincteau», designarán también obras de este tipo que han existido durante mucho tiempo en los ríos de Francia y de las que se encuentran muy buenos restos". Por su parte Guy Bois, en La revolución del año mil, Barcelona, 1997, p. 100, nos señala que A. Deléage (La vie rurale en Bourgogne jusqu'au début du XIe siècle, Mâcon, 1942, pp. 174-175) advirtió en la documentación manejada la existencia en el Saona de una serie de portus en Mâcon y Belleville.

47 L, 15, 4, 6: Lacus quoque piscatorios et portus in censum dominus debet deferre. "El dueño [de la finca] debe incluir en la declaración de sus bienes también los estanques de pesca y los puertos". Véase todo esto en nuestra obra La navegación por el Guadalquivir entre Córdoba y Sevilla en época romana, Écija, 1990, pp. 31-39.

48 Se trata de un documento conservado en la Real Academia de la Historia (Colección Salazar y Castro, 9/653 (signatura antigua: k-28), folios 61r-62r) y recientemente publicado por J.L. Carriazo Rubio, "Fernán Pérez de Oliva y el proyecto de navegación del Guadalquivir: teoría y práctica del Humanismo", en L. Gómez Canseco, Anatomía del Humanismo. Benito Arias Montano 1598-1998, Huelva, 1998, pp. 395-397. Fue escrito en 1524 por Fernán Perez de Oliva, humanista que se preocupó por alentar la restauración de la navegabilidad por el Guadalquivir "para que se pueda navegar con varcos sevillanos dende la çibdad de Sevilla hasta donde antiguamente, hasta de doze años a esta parte, llegavan: hasta el Alhadrá", o sea, como más adelante especifica, hasta algo más arriba de Almodóvar del Río (que es el punto extremo donde -como hemos señalado- tenemos atestiguados alfares productores de ánforas romanas). Lo más interesante de dicho documento, titulado Relación de los obstáculos que hay en el río, es que nos muestra la situación, física y jurídica, de las distintas presas que cortan el río. La primera, con pesquería de sábalos, se encontraba en Alcalá del Río, "y tiene puerto e paso abierto para que pueden pasar los barcos". Esta circuntancia de navegabilidad se mantiene en sus días hasta por

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tanto, también un medio para encarar una determinada actuación política de base claramente económica: la necesidad de adecuar vías ágiles de transporte que faciliten la acción abastecedora de las autoridades, bien sea a través de particulares o directamente. Las facilidades de transporte afectan a la extensión de los cultivos, y tenemos un claro ejemplo de ello en cómo la instalación del ferrocarril incidió en la extensión del olivar en la zona de Jaén, en el Alto Guadalquivir, en su zona no navegable con cierta facilidad, y, por consiguiente donde no es posible encontrar alfares dedicados a la producción de ánforas, como demostró la expedición de Ponsich. Evidentemente dichas posibilidades de transporte no lo son todo, pues es necesaria una cierta adecuación del suelo y del clima para que un cultivo sea factible, pero lo que está claro es que no existe un determinismo edafológico cuando interviene la acción del hombre, de tal forma que el árbol símbolo de Andalucía es hoy el olivo cuando la Naturaleza prima mejor al alcornoque. Árbol éste al que, por cierto, las ánforas también invitan a mirar como suministrador de los tapones de corcho que en ocasiones sirven para el cierre de dichos envases.

encima de Lora del Río (la antigua Axati) y se rompe en Peñaflor (Celti), cuya presa "tiene cerrado el paso y el puerto". Pero, entre una y otra se mantienen abiertas, a comienzos del XVI, las presas que se encuentran: a media legua de Alcalá (con pesquería); otra media legua más arriba (con aceña y pesquería); en Brenes (con aceña y pesquería); en Brenes el Viejo (con pesquería y aceñas); en Tocina (aceñas); en Alcolea (con aceñas y pesquería); en Guadajoz (con aceñas y pesquería); en la Peña de la Sal (aceñas y pesquería); en Lora del Río (aceñas); y, más arriba, las aceñas "que se dizen de Santana". Todas ellas, como indica en cada caso, tienen puerto libre y desembargado. Luego nos dice que "legua y media más arriba, en las Barranquetas de los Çiegos, va el río por dos braços. A menester çerrarse el menor braço para que vaya el río por la madre vyeja, para que vaya todo el río junto". Más arriba, como ya se indicó, todas las presas tienen çerrado el paso y el puerto. Son éstas las de: Peñaflor (con aceña); por encima, una una pesquería, del conde de Palma; más arriba de Palma del Río otra con pesquería. Hace aquí un inciso para señalar que una legua más arriba "el río a ronpido por el Castillejo por vnas peñas por donde es trabajoso para pasar los barcos", por lo que recomienda que se hagan obras de canalización para devolver la navegabilidad al río. Luego viene, en el término de Posadas, una presa con pesquería, y en la misma Posadas otra con unas aceñas. De nuevo se detiene en la enumeración para señalar que en la Peña del Gallo "va el río por tres braços. Ase de hazer que el río vaya por su madre antigua", recomendando la obra a realizar. En Almodóvar del Río vuelve a situar una presa (con unas aceñas) y algo más arriba "están otras açeñas y batanes en el Alhadrá", punto hasta el que se había conservado la navegación hasta pocos años antes (1512), lo que indica que el cierre de los puertos se ha producido, tal vez por la menor demanda de la navegación en esa zona, en fechas posteriores a ese descubrimiento de América al que el autor alude como una magnífica oportunidad para devolver a Córdoba sus posibilidades comerciales. Más arriba de este lugar Pérez de Oliva señala aún la existencia de tres presas más hasta llegar al puente de Córdoba, todas las cuales tienen cerrado el paso, aunque sólo se emnciona la existencia de puerto en la central. Pero lo más interesante, posiblemente, de este documento, es que parece confirmarnos, con la ubicación señalada para las presas en el momento final de la actividad navegadora, los datos antes deducidos anteriormente tanto de la arqueología como de la epigrafía anfórica y/o la toponimia, lo que nos permite remontar el estado de cosas presentado, sin gran dificultad, hasta época romana. Sobre el uso de molinos de grano movidos por agua desde el siglo I, véase J.-P. Brun, "L'introduction des moulins dans les huileries antiques", en Techniques et économie antiques et médiévales. Le temps de l'innovation, París, 1997, pp. 75-76.

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Se empleasen tapones de corcho o tapaderas de cerámica, lo cierto es que normalmente las ánforas eran aseguradas en su boca por una cierta cantidad de yeso o cal (lo que, a su vez, nos pone en relación con la actividad de los aljeces y caleras49) y que como garantía de cierre se solía imprimir el sello del envasador (diffusor). La aparición de estos sellos o de sus improntas, normalmente portando el nombre del o de los envasadores, nos vuelve a plantear interesantes cuestiones acerca del tráfico comercial de los productos envasados en ánforas. Sabido es que el comerciante solía indicar su nombre por medio de un rótulo pintado a la altura del hombro del ánfora, pero desgraciadamente no nos ha llegado, que nosotros sepamos, ninguno de estos envases conteniendo todos los elementos identificadores característicos que debían de portar en el momento del embarque con destino al punto de recepción final. Por ello no podemos decir en qué proporción de casos coincidían las identidades de los envasadores (diffusores) y los otros comerciantes ordinarios (mercatores), y cuantas veces unos u otros disponían de sus propias ánforas, bien porque las hubiesen fabricado sus talleres o porque hubiesen sido hechas por encargo para ellos -figurando o no su nombre en una marca sobre el barro-, y cuántas otras disponían de ellas recurriendo a la compra a productores de envases que comercializaban su propia producción o bien a simples intermediarios en el negocio de la cerámica (negotiatores artis

49 No tenemos noticias del estudio de ninguna de época romana en la península Ibérica. Cf. A. Ferdière, "Bazoches-les-Hautes. Informations archéologiques", Gallia, 42, 1984, pp. 292-293. No deja de ser interesante, en cualquier caso, que se consideren en la misma línea los derechos de servidumbre rústica para extraer arcilla y para cocer cal. Véase Dig., VIII, 3, 5-6: Neratius libris ex Plautio ait, nec haustum, pecoris nec appulsum, nec cretae eximendae calcisque coquendae ius posse in alieno esse, nisi fundum vicinum habeat; et hoc Proculum et Atilicinum existimasse ait. Sed ipse dicit, ut maxime calcis coquendae et cretae eximendae servitus constitui possit, non ultra posse, quam quatenus ad eum ipsum fundum opus sit; 6. (Paulus libro XV ad Plautium) veluti si figlinas haberet, in quibus ea vasa fierent, quibus fructus eius fundi exportaretur, sicut in quibusdam fit, ut amphoris vinum evehatur, aut ut dolia fiant, vel tegulae vel ad villam aedificandam. Sed si, ut vasa venirent, figlinae exercerentur, usufructus erit. (Trad.: «Dice Neracio en los libros sobre Plaucio, que ni el derecho de sacar agua, ni el de llevar los rebaños a abrevar, ni el de sacar arcilla y el de cocer cal pueden existir sobre <un predio> ajeno, a no ser que se tenga el fundo de al lado; y dice que esto opinaron Próculo y Atilicino. Pero él mismo dice que, para que pueda constituirse servidumbre -sobre todo para cocer cal y sacar arcilla- no puede ir más allá que hasta donde sea necesario para la misma finca; 6. (Paul. XV ad. Pl.) por ejemplo si tuviese alfares, en los que se hiciesen esos recipientes en los que se exportase el fruto de su fundo, como se hace en algunos, para exportar el vino en ánforas, o se hacen tinajas o tejas o para edificar la casa de labor. Pero si los alfares se hacen trabajar para vender los recipientes, se tratará de usufructo [no de servidumbre]»). Cf. Dig., VII, 1, 3; VII, 1.6.2-3 y VIII, 1.9.2. G.E. Bonsor, Expedición arqueológica a lo largo del Guadalquivir, Écija, 1989 [Nueva York, 1931], p. 56, señala que en un alfar de Arva encontró un ánfora llena de cal. Por otro lado, D. Juan Solís, coleccionista de Posadas, nos informa del hallazgo de un depósito de cal en el yacimiento alfarero de "Picachos". Le agradecemos tan interesante información. J. Martínez Maganto, "Sistemas de 'precintado' en envases anfóricos de época romana. Consideraciones sobre su variedad e importancia económica", Bol. Asociación Esp. Amigos de la Arqueología, 32, 1992, p. 55, nos recuerda que en el pecio de Ile Maïre B (Gallia, 14, 1956, p. 28) se localizó un ánfora repleta de cal, que pudo servir para las necesidades de envasado del comerciante embarcado, en la misma línea que pudieron servir las tapaderas y el sello marcador encontrado en el pecio de Cap Negret (Riv. di St. Liguri, 33, 1966, pp. 323-336).

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cretariae). Todas las posibilidades se pudieron dar y con toda probabilidad se dieron50. El trabajo emprendido para tratar de identificar a los personajes que figuran en los rótulos como comerciantes, a los que sellan las ánforas una vez llenas y a aquel o aquellos que pusieron sus marcas sobre el barro antes de someterlo a la cocción o sobre el yeso del cierre, puede ayudarnos a comprender mejor los procesos económicos que se desenvolvían en cada una de las zonas productoras, con lo que el ánfora se nos muestra una vez más como un valiosísimo indicador para seguir la pista a este tipo de fenómenos. Hoy nos resulta relativamente fácil averiguar el contenido que ha podido tener determinado envase vacío que llega a nuestras manos simplemente observando su forma. Existe un lenguaje formal, un lenguaje de los signos visibles, al que no escaparon tampoco, ayer como hoy, los envases perecederos. La tipología formal de los recipientes51 nos permite intuir, simplemente por simple observación previa a cualquier posible análisis químico, si un ánfora estuvo destinada a contener predominantemente un tipo u otro de producto elaborado. Los estudios de semiótica anfórica52 nos ayudan, incluso ante la presencia de un recipiente mal contextualizado, a conocer las posibles zonas de producción (o de difusión de la misma, pues un modelo de ánfora suele derivar de otro, a veces foráneo) y el marco cronológico en que esta se pudo desenvolver, pues las modas y tal vez también las exigencias del mercado pudieron incidir no sólo en formas sino también en estilos que fueron dominando sucesivamente la plástica alfarera, incluso en esta versión tan humilde de los envases. El mundo de lo que podríamos denominar la estética de las ánforas también se constituye así en una valiosa guía de los estudios económicos (y, presumiblemente, de sus implicaciones sociales). Llegados a este punto cabe preguntarse si la regularidad observada en el tamaño y, sobre todo, la capacidad de las ánforas podía responder a algún tipo de reglas de normalización de las que nos resultan tan caras hoy día53. Recientemente B. Liou54 se ha parado a analizar la presumida asunción de que el ánfora vinaria Dressel 1 B representaba el ánfora canónica de 26'26 litros y ha

50 En nuestro trabajo "Economía y sociedad en la Bética altoimperial. El testimonio de la epigrafía anfórica. Algunas notas", ya citado anteriormente, hemos considerado los casos que conocíamos hasta ese momento. Se puede añadir el trabajo de C. Gomezel titulado "Un tappo di anfora Dressel 20 ad Aquileia?", publicado en Epigrafia della produzione e della distribuzione, Roma, 1994, pp. 543-545.

51 A la que se ha prestado una especial atención en España a partir del trabajo de M. Beltrán Lloris, Las ánforas romanas en España, Zaragoza, 1970, a quien es preciso agradecer su notable esfuerzo.

52 Un buen ejemplo de ellos lo tenemos en P.P. Abreu Funari, As trasformaçoes morphologicas das anforas olearias beticas de typo Dr 20, Sao Paulo, 1985, donde profundiza en la línea marcada por E. Rodríguez Almeida.

53 P.P. A. Funari, "Estudo tipológico das ânforas béticas (Dressel 20) de ca. 149 d.C., Dédalo, S. Paulo, 25, 1987, p. 220.

54 "L'apparition de normes dans le commerce maritime romain: le cas des métaux et des denrées transportées en amphores", Mél. C. Domergue. Pallas, 46, 1997, pp. 21-27.

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retomado el anterior estudio de E. Rodríguez Almeida55 en el sentido de que las ánforas Dressel 20 de la época de los Antoninos tienden a un contenido estándar de 216 libras, lo que permitía pasar sin dificultad del sistema ponderal utilizado en el transporte marítimo al de los dolia, en los cuales terminaba siendo vertido el aceite contenido antes de que el ánfora conociera su destino final en una escombrera56. La tendencia a la normalización parece evidente, aunque los medios de producción de envases en serie de un tamaño no demasiado elevado57 hacían bastante difícil obtener una absoluta regularidad. El problema está en saber si el Estado podía estar de alguna manera tras esta tendencia a la regularización, como podríamos observar en el Egipto ptolemaico58, o si, como sostienen F. Mayet59 y J. Baudoux60, "esta voluntad de racionalización vendría de los negotiatores que habrían tenido un papel no desdeñable en la producción". En todo caso pensamos que los comerciantes formaban en este sentido un todo con sus clientes en sus intentos de racionalización económica y que, al ser el Estado romano un cliente muy importante, los intereses de éste debían de pesar con tanta fuerza como naturalidad en sus relaciones con quienes marcaban el ritmo de la producción y encargaban las ánforas de determinado tamaño.

55 "Varia de Monte Testaceo", Cuadernos de trabajo de la Escuela española de historia y arqueología en Roma, 15, 1981, pp. 150-151.

56 La más conocida y estudiada es la del Testaccio, de Roma, pero ya Dressel ("Ricerche sul Monte Testaccio", Annali dell'Instituo di Correspondenza Archeologica, 1878, p. 183) llamaba la atención sobre otras, como la de Tarento, la de Alejandría en Egipto, y otras, entre las que destaca (en "Di un grande deposito di anfore rinvenuto nel nuovo quartiere del Castro Pretorio", Bulletino della Commissione archeologica comunale di Roma, 1879, p. 193) el de Turín, que considera que pudo contener en torno a 1.350.000 ánforas. De menor tamaño, estas escombreras se encuentran un poco por todas partes, en particular junto a determinados campamentos militares. En cuanto al Testaccio los cálculos más recientes estiman una cantidad de ánforas superior a los 25.000.000. Cf. M. di Filippo, O. Grubessi y B. Toro, "«Progetto Testaccio»: Un esempio di aplicazione del metodo gravimetrico nell'area archeologica del Monte Testaccio (Roma)", Actes du Colloque de Périgueux, 1995, Supplément à la Revue d'Archeometrie, 1996, pp. 31-36.

57 Entendemos que el texto del jurista Pomponio, de la época de Hadriano y los Antoninos, recogido en Dig. XIX, 1, 6. 4 (Si vas aliquod mihi vendideris, et dixeris certam mensuram capere, vel certum pondus habere, ex emto tecum agam, si minus praestes) hace referencia a grandes vasos, tipo tinajas (dolia) o similares como se deduce del tenor del restante articulado, aunque evidentemente no sería difícil hacerlo extensivo a las ánforas. Esta información la debemos a nuestro colega P. Sáez, a quien agradecemos su amabilidad.

58 C. Préaux, L'économie royale des Lagides, Bruxelles, 1939 (r. Nueva York, 1979), p. 177. Se basa en las Revenue Laws of Ptolemy Philadelphus (publicadas en Oxford, 1896, por B.P. Grenfell), col. 32, líneas 6-17. Véase nuestro tratamiento en Epigrafía anfórica de la Bética. II. Los rótulos pintados sobre ánforas olearias. Consideraciones sobre la annona, Sevilla, 1988, p. 3.

59 "Les figlinae dans les marques d'amphores Dr 20 de Bétique", en Hommage à Robert Étienne, RAECE, París, 1988, p. 304.

60 Les amphores du nord-est de la Gaule, París, 1996, p. 89.

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Podría ser esa connivencia entre comerciante y cliente lo que explicase la ya aludida tendencia a copiar los modelos en lugares donde se envasan los productos llevados allí a granel o simplemente producidos en la zona pero a los que se quiere ligar simbólicamente con el prestigio alcanzado por los de otra a través de la forma del recipiente. De nuevo las ánforas nos sugieren una vía de investigación acerca, en este caso, del carácter más o menos normativo de la economía romana. Nuestro colega P. Sáez se ha ocupado en este Congreso de estudiar el ánfora como parte del instrumentum fundi y remitimos por ello a su trabajo para asomarnos a esta otra importante dimensión del estudio económico que nos proporciona el análisis del material anfórico. Lo único que queremos resaltar aquí es la frecuencia con la que el ánfora aparece en los textos jurídicos relativos a hechos o situaciones relacionadas con transferencias económicas, sean del tipo que sea. Quizás pocos elementos del vocabulario romano sean tan fecundos en posibilidades de análisis jurídico-económico como la voz amphora, dado que tal concepto señala al envase por excelencia. El incipiente derecho comercial romano tiene, desde luego, en el ánfora uno de sus puntos de referencia más frecuentes. Pero dejemos el ánfora literaria y volvamos al ánfora material; aunque una junción de ambos mundos podría presentárnosla ese conjunto de fichas monetiformes de plomo que, portando la figura de un ánfora y nombres conocidos en las marcas, nos parece hablar de la necesidad de un dinero privado en una actividad económica compleja61. Hemos señalado con anterioridad que el nombre del comerciante suele aparecer pintado sobre la superficie -a veces previamente acondicionada para la pintura- del ánfora. Dejando a un lado las posibilidades de estudio paleográfico por zonas62, y con ello también la evolución de la lengua en determinada comunidad que estos datos nos proporcionan63, debemos señalar ahora que el nombre de las personas dedicadas a esa actividad tan llena de aristas, desde el punto moral, como es el comercio no es el único dato económico que las ánforas suelen vehicular. También suele ser frecuente que se señale qué tipo de producto contiene, sobre todo cuando puede haber incertidumbre sobre su carácter exacto con la simple contemplación del recipiente: se señala así

61 A. Casariego, G. Cores y F. Pliego, Catálogo de plomos monetiformes de la Hispania antigua, Madrid, 1987, pp. 151-154.

62 La paleografía de estas inscripciones ha sido estudiada por E. Rodríguez Almeida, "Novedades de epigrafía anforaria del Monte Testaccio", Recherches sur les amphores romaines, École Française de Rome, Roma, 1972, pp. 138-149, quien recoge y amplia sus apreciaciones en Il Monte Testaccio, Roma, 1984, pp. 175 ss. Otras novedades paleográficas las muestra en el informe presentado sobre el Monte Testaccio en Bollettino di Archeologia, 10, 1991, pp. 75-76. El mismo tema es tratado en 1985 por B. Breveglieri, "Esperienze di scrittura nel mondo romano (II secolo d.C.)", Scrittura e civiltà, 9, pp. 86-95. Un nuevo estudio ha sido realizado por M.L. Pardo Rodríguez, "La escritura de la Bética", en Historia, Instituciones, Documentos, 13, 1987, pp. 1-11, donde se rechaza la apreciación del primero (Il Monte Testaccio, p. 239) de la existencia de escuelas de caligrafía locales. Por otro lado, R. Marichal (B. Liou y R. Marichal, "Les inscriptions peintes sur amphores de l'anse Saint-Gervais à Fos-sur-mer", Archaeonautica, 2, 1978, p. 113, n. 14) estima que "las cifras de γ no han sido escritas con 'brocha' de pelos, ni las de δ con 'cálamo', sino unas y otras con juncos aplanados", a lo que replica Rodríguez Almeida en "Varia de Monte Testaccio", Cuadernos de Trabajos de la Escuela Española de Historia y Arqueología en Roma, 15, 1981, pp. 114-116, defendiendo la postura tradicional.

63 Mª Encarnación Martínez Ortega, La fonética de las inscripciones de la Bética, Trabajo de investigación inédito, Sevilla, 1980.

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que tal ánfora contiene vino hastense o gaditanum, que las olivas se han preparado en arrope o que la salsa de pescado que contiene es de tal tipo y de tal calidad. Las referencias paralelas que podemos encontrar en los tratadistas de re rustica (que también se hacen eco al menos de los trabajos de las piscifactorías) nos ayudan a comprender hasta qué punto un producto se limitaba al simple consumo directo de los habitantes de la finca o era suficientemente apetecido en medios urbanos o militares como para poder proceder a su fabricación con vistas a la exportación. El valor económico de los tratadistas de las cosas del campo queda así, a través de las ánforas, mucho mejor precisado. Por supuesto no faltan las indicaciones metrológicas64, que nos permiten ver, por ejemplo, cómo, siguiendo una tradición que se ha prolongado a través de los siglos, los líquidos tienden a ser medidos con unidades de peso en tanto que los áridos suelen serlo con las de capacidad. A veces se indica también el fabricante (privado o público) del producto contenido y/o el destinatario, con su posible domicilio, lo que no deja de ser interesante para marcar un determinado nivel de complejidad en las relaciones comerciales. Pero posiblemente más interesantes aún sean las perspectivas que el estudio de los epígrafes rotulados sobre las ánforas abren para el análisis de la economía política realizada por el Estado a través de su sistema fiscal. Sabido es que en un mundo que siente reluctancia por el pago de los impuestos directos, en cuanto que los considera contrarios al sentido de libertad imperante y asimilables por ello a notae captivitatis, como diría Tertuliano65, el cobro de una penalización por una actividad moralmente negativa como era el comercio lucrativo se vio pronto como algo normal y, según los mismos principios morales antes aludidos, en absoluto rechazable. La comunidad, a través de sus jefes, obtenía medios justos para atender a las necesidades comunes. Por tanto que las ánforas -como elementos auxiliares claves del comercio que eran- llevasen la marca del fisco no debe extrañarnos en absoluto. Normalmente junto a un asa, con la mayor frecuencia la derecha con relación al nombre del comerciante, las ánforas suelen llevar una anotación, breve en principio, de claro sabor fiscal: cifras que posiblemente aludan a una anotación de la statio portorii y un nombre al menos que en principio no podemos decir con seguridad si se trata del agente arrendador del impuesto o del personaje sujeto a la gabela. Es por esta causa por la que resultan tan interesantes los cambios introducidos en los rótulos fiscales de las ánforas olearias béticas y sólo en ellas. Este hecho, marcado por una creciente complejidad de datos, nos habla de forma muy clara en el interés puesto por el Estado por controlar de cerca la comercialización de este producto, el aceite, que no por casualidad tiene

64 Nosotros dedicamos al tema el artículo "Observaciones sobre las cifras pintadas en las ánforas olearias hispanas", Habis, 12, 1981, pp. 251-259, que luego retomamos en nuestra Epigrafía anfórica. II, pp. 115-148, al que no hemos visto hecha ni una sola alusión en la literatura posterior. Esto sucede, por ejemplo, en el trabajo, modélico por otra parte, de A. Aguilera Martín y P. Berni Millet, "Las cifras hispánicas", en Calligraphia et tipographia. Arithmetica et numerologia. Chronologia, Barcelona, 1998, pp. 257-282.

65 Tert., Apolog., 13, 6: Sed enim agri tributo onusti viliores, hominum capita stipendio censa ignobiliora, nam hae sunt notae captivitatis. Véase nuestro trabajo "El comerciante y la ciudad", ya citado.

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un desarrollo anómalo respecto a otros del sur de la Península en cuanto a su presencia en los pecios de los siglos I a III d.C.66. Tal vez no fuera muy descaminada Lindsay Davies cuando planteó en forma de novela67 que una posible actuación de Vespasiano sobre el mercado del aceite podría ser la causa de esa conjura de aceiteros que lleva a la Bética al detective Didio Falco para descubrir su trama. Y traemos a colación esta anécdota para señalar que es precisamente durante la época Flavia cuando empezamos a observar esa mayor complejidad aludida de los rótulos fiscales. Las fuentes literarias, y en particular Columela, nos indican que a fines del reinado de Nerón el abastecimiento de Roma se hacía, como era tradicional, recurriendo al sistema de subastas. Pero hay indicios de que la situación pudo empezar a cambiar ahora68: el hecho de que los controles escritos en letra cursiva que aparecen regularmente junto a un asa en las ánforas Dressel 20 se hacen más complejos indicando la datación consular, lo que lleva a pensar a B. Liou y R. Marichal69 que la instauración de un control de la annona imperial sobre la producción y los aprovisionamientos de aceite remonta a los comienzos del reinado de Vespasiano, el emperador que marca un giro decisivo en la consolidación del nuevo régimen inaugurado por Augusto y que se vio obligado a llevar una política fiscal exigente e intervencionista para sanear los fundamentos financieros del Estado y al mismo tiempo poner freno a los problemas derivados de la especulación sobre productos considerados básicos70, lo que influiría en el hecho de que los filósofos cínicos lo

66 Véanse, en último lugar, los gráficos presentados por E. García Vargas, La producción de ánforas en la Bahía de Cádiz, ya citado, pp. 398-399.

67 Una conjura en Hispania, Barcelona, 1996. Contó para ella con el asesoramiento de J. Remesal, según especifica la autora.

68 L. Cracco Ruggini entiende que posiblemente fue ahora cuando el fiscus se hizo cargo de las frumentationes de Roma y el prefecto de la Annona tuvo autonomía financiera. Así lo ve en "L'annona di Roma nell'età imperiale", en Misurare la terra: centuriazione e coloni nel mondo romano. Città, agricoltura, commercio: materiali da Roma e dal suburbio, Módena, 1985, p. 228, señalando que es ahora cuando aparecen los primeros testimonios epigráficos. No obstante la autora recoge la duda expresada por otros autores. Véanse también las dudas de H. Pavis d'Escurac en La préfecture de l'annone, service administratif imperial d'Auguste à Constantin, Roma, 1976, pp. 38-39, aunque posteriormente, en pp. 267-270 y 278, se inclina por una datación claudia. Véase para estas cuestiones nuestro trabajo "Comercio, fisco y ciudad en la Bética", en las Actas del Simposio Internacional de Epigrafía A.I.E.G.L. (Sevilla, 26-30 Noviembre 1996), Ciudades privilegiadas en el Occidente romano, Sevilla, 1999, pp. 33-59.

69 "Les inscriptions peintes sur amphores de l'Anse Saint-Gervais à Fos-sur-mer", Archaeonautica, 2, 1978, pp. 127-128. Primera datación de año 71. La lectura se debe, según indican respetuosamente los autores, a E. Rodríguez Almeida. La crítica que a esta datación hacen A. Aguilera Martín y P. Berni Millet en el artículo antes citado ("Las cifras hispánicas", pp. 263-264, n. 36) ignora algunos aspectos formales, entre ellos la presencia en el rótulo del emperador Domiciano.

70 Véase lo dicho por Plinio, N.H., XXXIII, 164: "Los precios de los productos que he indicado hasta ahora varían, no lo ignoro, según los lugares. Cambian también casi todos los años, cambios debido bien al transporte marítimo, bien al precio de compra, o al hecho de que algún

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considerasen un tirano en contraposición con el benefactor del pueblo que habría sido Nerón71. No conocemos el procedimiento empleado en esta presunta intervención estatal en el campo de la distribución del aceite, aunque un texto de Suetonio, referente al hecho de que el emperador comprase productos en grandes cantidades para venderlos al por menor72, nos puede estar poniendo ante una realidad señalada por Plinio el Joven en su Panegírico de Trajano73 cuando exalta el distinto comportamiento de este emperador frente al de Domiciano en el tema de las indictiones o señalamientos de venta obligatoria. Es sólo una sospecha, pero coincide con el notable aumento de la fabricación de envases olearios en el valle del Guadalquivir y con la datación atribuida al primer personaje que se nos define como diffusor olearius: M. Cassius Sempronianus, un olisiponense que trabajaría en la Bética a fines del siglo I d.C.74. La relación de estos diffusores olearii con la administración del Estado ha quedado claramente demostrada por un epígrafe encontrado en la base de la Giralda, torre de la catedral de

poderoso adjudicatario ha podido acaparar el mercado". Para la especulación sobre el precio del aceite puede verse Flavio Josefo, Vita 17, 75.

71 J. de la Hoz Montoya, Cínico y sociedad en el Alto Imperio (s. I-III), Sevilla, 1998 (Trabajo de investigación inédito), p. 383.

72 Suet., Vesp., XVI: (1) Sola est, in qua merito culpetur, pecuniae cupiditas. Non enim contentus omissa sub Galba vectigalia revocasse, nova et gravia addidisse, auxisse tributa provinciis, nonnullis et duplicasse, negotiationes quoque vel privato pudendas propalam exercuit, coemendo quaedam tantum ut pluris postea distraheret. .... (3) Sunt contra qui opinetur ad manubias et rapinas necessitate compulsum summa aerarii fiscique inopia, de qua testificatus sit initio statim principatus, professus quadraginties milies opus esse, ut res p. stare posset. Quod et veri similius videtur, quando et male partis optime usus est.

73 Plin., Paneg. 29, 4: Nonne cernere datur, ut sine illius injuria omnibus usibus nostris annus exuberet? Quippe non ut ex hostice raptae perituraeque in horreis messes nequiquam quiritantibus sociis auferantur. Devehunt ipsi, quod terra genuit, quod sidus aluit, quod annus tulit, nec novis indictionibus pressi ad vetera tributa deficiunt. Emit fiscus, quidquid videtur emere. Inde copiae, inde annona, de qua inter licentem vendentemque conveniat, inde hic satietas, nec fames usquam. La idea de que el precio se establece en base al mercado la encontramos igualmente en la lex olearia Hadrianea de Atenas, recogida en I.G. II², 1100, líneas 57-60: ιvα δε απαραίτητα η τα κατα τωv κακoυργoύvτωv επι[τ]είμι[α], τειμης ις τo δημόσιov καταγερέσθω τo ελαιov ητις αv εv τη χώρα η; frase ésta que, con ligeras variantes, se va a repetir en toda la legislación relativa a compras annonarias hasta el final del Imperio (Cf. A. Cerati, Caractère annonaire et assiette de l'impot foncier au Bas-Empire, París, 1975, pp. 78, 110, 131, 174-175). No obstante, pese a los esfuerzos de Trajano y Hadriano y como el mismo enunciado de las frases elegidas nos muestra, la realidad debía ser bien distinta, como nos dice Ulpiano, jurista contemporáneo de Elagábalo y de Alejandro Severo y praefectus Annonae en 222 (Dig. VII, 1, 27, 3): ... nam solent possessores certam partem fructum municipio viliori pretio addicere, solent et fisco fusiones (o functiones) praestare ...

74 J. González Fernández, "Nueva inscripción de un diffusor olearius en la Bética", Producción y comercio del aceite en la Antigüedad. Segundo Congreso Internacional, Madrid, 1983, p. 184.

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Sevilla, que nos muestra a M. Iulius Hermesianus, a quien ya conocíamos como envasador de aceite por una inscripción astigitana75, definido ahora como diffusor olearius ad annonam Urbis, amén de situarlo al frente de la corporación de aceiteros de la Bética establecidos en Hispalis, en relación con la statio, y en buena sintonía, presumiblemente, con los navieros76. El nombre de su hijo, M. Iulius Hermes Frontinianus, quien figura tanto en la inscripción de Écija como en la de Sevilla, nos era ya conocido por rótulos sobre ánforas olearias béticas en el lugar tradicionalmente ocupado por los mercatores77. Así pues, tenemos motivos para pensar que estos diffussores, que por Columela sabemos que eran normalmente mercatores78, actuaban ahora como agentes del Estado para envasar el aceite comprado por éste y ponerlo a continuación a disposición de los navicularii que se habrían de hacer cargo de su transporte, que cobraban al principio de la Prefectura de la Annona, como señala otra inscripción de Sevilla79 y luego, tal vez desde los

75 CIL II, 1481, de Astigi (Écija, sobre el Genil), donde ya se nos indicaba su título de diffusor olearius. Ee ese caso éste era objeto de homenaje con la erección de una estatua, en un lugar dispuesto por el Splendidisimus Ordo Astigitanorum, costeada por su hijo, M. Iulius Hermes Frontinianus (que también aparece en la nueva inscripción de Sevilla), y su nieto, M. Iulius Hermesianus. La inscripción de la Giralda sevillana debe aparecer en el número 31 de Habis.

76 Seguimos entendiendo, como ya expusimos en nuestra Epigrafía anfórica de la Bética. II. pp. 64-65, que los diffusores son comerciantes de aceite que trabajan para la annona urbis, cuyos productos encaminan desde el lugar donde la administración los ha comprado, donde se hacen cargo de todo el proceso distribuidor como si el producto fuese suyo, hasta el lugar que se haya especificado en el contrato de servicio. Son, en suma, los negotiatores qui annonam iuvant de la legislación. La diferencia que mostramos con la explicación de E. Rodríguez Almeida ("Diffusores, negotiatores, mercatores olearii", Bull. della Commissione Archeologica Comunale di Roma, 112, 1987-1988, pp. 299-306) es que nosotros partimos de admitir unas indictiones imperiales respecto al aceite que este autor no contempla.

77 Véase nuestra Epigrafía anfórica. II, pp. 28-29, y, sobre todo, E. Rodríguez Almeida, "Anforas olearias béticas: cuestiones varias", Homenaje al Dr. M. Ponsich, Madrid, 1991, pp. 248-251.

78 De r. r. XII, 52, 14: Dolia autem et seriae, in quibus oleum reponitur, non tantum eo tempore curanda sunt cum fructus necessitas cogit, sed ubi fuerint a mercatore vacuata, confestim villica debet adhibere curam, ut si quae faeces aut amurcae in fundis vasorum subsederint, statim emundentur, et non calidissima lixivia, ne vasa ceram remittant, semel atque iterum eluantur. Véase nuestra Epigrafía anfórica de la Bética. II, p. 64.

79 En CIL II, 1180, una inscripción costeada por los scapharii de Sevilla, donde se menciona un adiutor del Prefecto de la Annona, que tenía que pagar las vecturae -flete- a los navicularii en el período 161-169 d.C. en el reinado de los emperadores Marco Aurelio y Lucio Vero: ad oleum et Afrum et Hispanum recensendum, item solamina transferenda, item vecturas naviculariis exolvenda. La operación de recensere el aceite africano e hispano es ilustrativa de la preocupación del gobierno por llevar un control de la producción anual de esta zona, como se hacía en Egipto con el grano, para que dicho praefectus annonae «pudiese regular de conformidad con ello la importación desde las otras provincias», como señala S.L. Wallace, Taxation in Egypt from Augustus to Diocletian, Princeton, 1938 (New York, 1969), p. 32. Algo que quizás pueda rastrearse en un texto de la Historia Augusta, en concreto en la Vita Hadriani, XI, 1, cuando

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Severos, de la Prefectura del Pretorio, salvo en el caso de Roma80. Muy posiblemente, al desaparecer las antiguas subastas, desaparecieron también aquellos corpora de publicani pertenecientes a la clase ecuestre que veíamos actuar aun en los aprovisionamientos en la época de Tiberio. Que se conceda la consideración de corpus (o sea, la personalidad jurídica) a los navicularii, como sabemos por el jurista Gayo81, posiblemente no sea sino una consecuencia de la sustitución de funciones de aquellos publicanos en el acarreo de los géneros annonarios, distinguiendo entre comerciantes que ayudan a la annona y armadores que la sirven con sus barcos82, como señalan las disposiciones legales: Negotiatores, qui annonam urbis adiuvant, item señala: "También se esforzaba, además por tener noticias detalladas de los almacenes de vituallas del ejército e inspeccionaba diligentemente el producto (reditus) de las provincias por si faltaba algo en algún sitio subsanar la deficiencia". Texto que a su vez puede estar indicando en el sentido apuntado por P. Le Roux ("L'huile de Bétique et le prince sur un itinéraire annonaire", R.E.A. 88, 1986, p. 247-271 (particularmente, p. 255), para explicar el significado de ad solamina transferenda. Para una consideración más extensa de todo este tema, véase nuestro trabajo, "Comercio, fisco y ciudad en la provincia romana de la Bética", ya citado.

80 Esta es al menos la opinión de J.-P. Waltzing, Étude historique sur les corporations professionnelles chez les Romains, depuis les origines jusqu'à la chute de l'empire d'Occident, Bruselas, 1895-1900 (r. Lovaina, 1970), vol, II, p. 55, quien estima que "los navicularios estuvieron, a partir de Septimio Severo probablemente, bajo el control de los prefectos del pretorio, porque los poderes del prefecto de la annona de Roma fueron restringidos a la capital". Debemos recordar que en Dig. XIV, 1, 1, 17-18, Ulpiano señala que Solent plane praefecti propter ministerium annonae, item in provinciis praesides provinciarum, extra ordinem eos iuvare ex contractu magistrorum. El hecho de que mencione a los praefecti, en plural, excluye la referencia exclusiva al prefecto de la Annona y hace pensar más bien en los del Pretorio. La importancia cobrada por el ejército bien puede ser una explicación de esta posible transferencia. Nuestro discípulo A.R. Menéndez Argüín estima que podemos añadir la cita de S.H.A. referente a Avidio Cassio (5.8 y 12), de época de Marco Aurelio, así como, para época posterior (Gordiano III, 28. 2-4) otra referente al prefecto del pretorio Misitheo. Le agradecemos sinceramente estas noticias.

81 Dig. III, 4, 1, pr. Gaius libro tertio ad edictum provinciale. Neque societas neque collegium neque huiusmodi corpus passim omnibus habere conceditur: nam et legibus et senatus consultis et principalibus constitutionibus ea res coercetur. Paucis admodum in causis concessa sunt huiusmodi corpora: ut ecce vectigalium publicorum sociis permissum est corpus habere vel aurifodinarum vel argentifodinarum et salinarum. Item collegia Romae certa sunt, quorum senatus consultis atque principalibus constitutionibus confirmatum est, veluti pistorum et quorundum aliorum, et naviculariorum, qui et in provinciis sunt... Cf. P. Herz, Studien zur römischen Wirtschasgesetzgebung. Die Lebensmittelversorgung, Stuttutgard, 1988.

82 Esta distinción ya la observamos en las disposiciones tomadas por Claudio en 51 para asegurar el abastecimiento de trigo a la annona romana. Sabemos por Suetonio (Claud., XVIII, 2) que éste emperador, como había hecho con anterioridad Tiberio de forma puntual (Tác., Ann., II, 87), "prometió ganancias fijas a los comerciantes", al tiempo que "estableció grandes ventajas a los constructores de naves de carga. Y el propio Suetonio nos señala que, en modo alguno se trató, como antaño, de una medida puntual, pues nos indica que "estas disposiciones se conservan todavía hoy". Si no estamos equivocados estas medidas se debieron hacer extensibles a los que encaminasen posteriormente el aceite necesitado por el Estado, desde su origen hasta los puntos

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navicularii, qui annonae urbis serviunt, inmunitatem a muneribus publicis consequuntur, quamdiu in eiusmodi actu sunt83. Este texto, que J.B. Sirks atribuye fundamentadamente a la época de Trajano84, nos lleva a su vez a un tema como es el de las exenciones de munera municipales y otros privilegios que fueron concedidos progresivamente y al mismo tiempo de forma cada vez más restringida a determinadas capas adineradas de la población que ponían sus capitales y esfuerzos al servicio del Estado central incidiendo gravemente en la financiación de las comunidades locales donde tenían su residencia. Las ánforas, al señalarnos no sólo los nombres de las personas implicadas en la fabricación de los envases sino también los de estos personajes ligados a la distribución, nos pueden servir de guía para un estudio de la sociedad provincial85 y, de forma indirecta, de la evolución financiero-fiscal de las instituciones municipales.

requeridos por éste, fuesen civiles o militares, a cambio de una ganancia fija por cantidad de aceite.

83 Digesto, L, 6, 6, 3. Cf. CIL III, 14165: ... peto ut tam indemni//tati rationis quam securitati hominum, qui annonae deserviunt, consulatur... La ratio fisci se solía abreviar en _.

84 Dig. 50.6.6.3 (Call. 1 cogn.). Negotiatores, qui annonam urbis adiuvant, item navicularii, qui annonae urbis serviunt, immunitatem a muneribus publicis consequuntur, quandiu in eius modi actu sunt. Nam remuneranda pericula eorum, quin etiam exhortanda praemiis merito placuit, ut qui peregre muneribus et quidem publicis cum periculo et labore fungantur, a domesticis vexationibus et sumptibus liberentur: cum non sit alienum dicere etiam hos rei publicae causa, dum annonae urbis serviunt, abesse. B.J. Sirks, Food for Rome. The legal structure of the transportation and processing of supplies for the imperial distributions in Rome and Constantinople, Amsterdam, 1991, p. 47. En p. 49 señala: "Aunque no se hace mención del emperador que instituyó la regulación, la concesión debe haber existido ya bajo Hadriano (117-138) porque este emperador recalca que sólo a los propietarios de barco que estaban al servicio de la annona de Roma se les permitía disfrutar de la exención: D. 50.6.6.5.".

85 Un escarceo en esta dirección fue realizado por nosotros en "Los Aelii en la producción y difusión del aceite bético", Münstersche Beiträge zur antiken Handelsgeschichte, XI, 2, 1992, pp. 1-22. Ya en 1984 C. Castillo ("Los senadores de la Bética: onomástica y parentesco", Gerión, 2, p. 245) desarrollaba la idea (ya apuntada en el diálogo sostenido con E. Rodríguez Almeida tras su exposición de "Los senadores béticos: relaciones familiares y sociales" y recogido en las Actas del Coll. Int. Epigrafia e Ordine Senatorio, Roma, 1981 (publicado en 1983)) de que hubiese una relación entre el senatorial L. Fabius Cilo y las marcas de ánforas de la Bética. En 1989 J. Remesal Rodríguez ("Tres nuevos centros productores de ánforas Dressel 20 y 23. Los sellos de Lucius Fabius Cilo", Ariadna, 6, 1989, pp. 143-144) se hizo eco de nuestra interpretación como clarisimus vir de las siglas C.V. que suelen acompañar a las marcas de L.F.C. (Epigrafía anfórica de la Bética. I, Sevilla, 1985, p. 21), y procedió a identificar a L.F.C. como Lucius Fabius Cilo, el conocido clarisimus vir de fines del siglo II y comienzos del III que había sido objeto de la atención de C. Castillo. Menos decidido se mostró en la identificación F. Jacques, "Un exemple de concentration fonciére en Bétique d'aprés le témoignage des timbres amphoriques d'une famille clarissime", M.E.F.R.A., 102, 1990, pp. 865-899. Nosotros volvimos sobre el tema en "Los centros productores de las ánforas con marcas de L.F.C.", Hispania Antiqua, 18, 1994, pp. 171-233. También J. Remesal hizo lo propio en "Mummius Secundinus. El Kalendarium Vegetianum y las confiscaciones de Severo en la Bética (HA Severus 12-13)", Gerión, 14, 1996, pp. 195-221. El interés por estos trabajos movió también a A. Caballos y W. Eck a publicar en Florentia

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Los nombres privados de los comerciantes, que en el caso de las ánforas de aceite compradas por el Estado se denominan diffusores olearii ex Baetica86, y que realizaban -hasta fines del siglo II- con los armadores (navicularii) los contratos de fletamento totales o parciales -según que el porte del navío se ocupase por entero o sólo en parte- se ven sustituidos en las ánforas olearias béticas por los nombres de Septimio Severo y sus hijos, poniendo en evidencia que es ahora el propio aparato administrativo oficial el que se hace cargo de la función que antes se les encomendaba, como viene señalando Rodríguez Almeida, sin que ello implique necesariamente la desaparición de los navicularii privados en el proceso de transporte de los productos annonarios, aunque desde luego tampoco es imposible que sucediese momentáneamente de esta manera, como hemos sostenido87. Luego las propias ánforas nos indican que el control había pasado de las manos concretas de los Severos al organismo oficial denominado fiscus rationis patrimonii provinciae. Más tarde se recupera la situación anterior bajo Severo Alejandro, con lo que nuestras ánforas refrendan la noticia al respecto dada por la Historia Augusta. Pero del intervalo de gestión directa por parte del Estado nos queda un dato del mayor interés: desaparecen de los controles fiscales los nombres de los aceites en nominativo neutro (derivados ordinariamente de la finca productora) y los genitivos que indican los dueños primeros de los mismos cuyos fundos, presumiblemente, se han visto sometidos a las annonae de

Iliberritana (nº 3, 1992, pp. 57-69) su trabajo "Nuevo documento en torno a los Egnatii de la Bética". Nuestra interpretación de C.V. se basaba en el paralelo establecido por D. Manacorda en ánforas tripolitanas. Señalamos este punto porque queremos dejar claro que en todo momento hemos señalado de donde tomamos tanto las ideas como el material utilizado en la confección de nuestra citada Epigrafía Anfórica. La lectura de la "Introducción" de dicha obra (pp. 1-3), donde se indica, entre otras cosas, de dónde se han tomado los dibujos o los modelos de los mismos ofrecidos (fundamentalmente de Ponsich, cuando no se trata de material recogido por nosotros entre 1974 y 1975 y hoy depositado en el Museo Arqueológico de Sevilla) deja en evidencia las maliciosas acusaciones de plagio realizadas por un colega que, evidentemente, no recuerda haber leído dicho prólogo.

86 Es de presumir que los diffusores actúan en nombre del Estado al contratar el flete, pues es el Estado el que paga las vecturae a los navicularii. De ahí la estrecha relación que presumimos que existe en la desgraciadamente mal conservada inscripción hispalense de M. Iulius Hermesianus. Entendemos que los diffusores, como mercatores que eran, deberían pagar el aceite ["al precio que estuviera en la región", como indica la ley olearia ateniense (I.G., II(2), 1100)] a los productores individuales "indictados", y luego cobrarían del Estado un "premio" o cantidad previamente estipulada, como sabemos que sucedía en el caso del trigo. De esta forma annonam iuvant. La indicación _, que podemos entender como abreviatura de la ratio fisci, podría deber su existencia, entre otras cosas, a la necesidad de pagar el naulum.

87 Véase nuestra Epigrafía anfórica de la Bética. II, pp. 66-69. Hoy consideramos que es posible que la desaparición de los diffusores en la época de Severo tenga más que ver con el no-pago de las mercancías por parte de un Estado metido en complicaciones de estabilidad monetaria, que con las confiscaciones. Aunque bien es verdad que estas pudieron servir como acicate en el proceso transformador y que los navicularii realmente desaparecieran momentáneamente como agentes privados.

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tal forma que, como indica la legislación, no se libran de ellas ni las fincas imperiales88. En el tramo imperial aludido en cambio sólo se hace referencia a una serie de actiones realizadas por personajes de la administración imperial, sin que aparezcan en cambio los acceptores que son normales en las otras etapas a partir de Hadriano al menos89. Así pues, toda una serie de elementos de gran importancia para el conocimiento de la economía política de los emperadores romanos, entre los siglos I y III, llegan a nuestro conocimiento gracias a la labor de los arqueólogos y los paleógrafos que ponen a disposición de los historiadores una documentación de gran valor. Otros colegas dirigen su mirada en este Congreso directamente a la más voluminosa y principal fuente de datos de este tipo que poseemos: el monte Testaccio, a donde con seguridad desde época flavia90 iban a parar los desechos de los envases béticos de aceite91 previamente almacenados en los horrea Galbana92, patrimonio imperial desde el acceso al poder de su dueño. Los trabajos de logística implicados en la elevación controlada de este vertedero93 son un aspecto 88 Desgraciadamente no sabemos aún cuál es el significado de una serie de cifras -dejadas aparte las que son comprobación del peso y las que hacen relación a la partida reflejada en los relatoria o documentos de embarque- que aparecen en las citadas inscripciones y que hacen referencia a cantidades. Cf. Epigrafía anfórica de la Bética. II, pp. 115-148.

89 Hemos desarrollado nuestras opiniones acerca de estos funcionarios que realizan las anotaciones fiscales aludidas en nuestra Epigrafía anfórica de la Bética. II. Los rótulos pintados sobre ánforas olearias. Consideraciones sobre la Annona, Sevilla, 1988, pp. 113-114 y 148-168.

90 Véase por ejemplo CIL XV, 2646, 2651, 2701, 3217?.

91 Horacio, Odas, IV, 12, 17-18: Nardi parvus onyx eliciet cadum / Qui nunc Sulpiciis accubat horreis. Porphyrio ad loc.: (Sulpicii) Galbae horreis dicit; hodieque autem horrea vino et oleo et similibus aliis referta sunt. Tomamos este escolio de G. Rickman, Roman Granaries and Store Buildings, Cambridge, 1971, p. 166, n. 4, y 171. R. Meiggs, Roman Ostia, 2ª ed., Oxford, 1973, p. 302, nos refiere el caso de C. Pomponius Turpilianus que según una inscripción fue procurator ad oleum in Galbae Ostiae portus utriusque, lo que ha sido entendido por L. Wickert ("Vorbemerkungen zu einem Supplementum Ostiense des CIL", Sitz. der Preuss. Ak. Wiss., 36, 1928, p. 849) como una referencia a los bien conocidos Horrea Galbana de Roma, estando encargado Turpiliano del paso por los puertos del aceite destinado a Roma.

92 G. Rickman, Roman Granaries and Store Buildings, 101-104 y 165-168. Una prueba arqueológica podría considerarse el hecho de que sobre el muelle de servicio de estos horrea Galbana estuviese engastado un pequeño bajorrelieve de toba que representaba un ánfora globular similar a las del Testaccio. Cf. J. le Gall, Le Tibre, fleuve de Rome dans l'Antiquité, París, 1953, p. 258.

93 Véase el informe presentado por E. Rodríguez Almeida ("Monte Testacceo. «Aggere» di anfore antoniniane") en el nº 10 del Bollettino di Archeologia, 1991, pp. 71-78, con datos que confirman la hipótesis avanzada por el mismo en "Bolli anforari del Monte Testaccio, 1", BullCom, 84, 1975-1976, pp. 119 ss. y mejor perfilada en Il Monte Testaccio: ambiente, storia, materiali, Roma, 1984, pp. 135 ss. Sobre la formación de estos vertederos es de gran interés el trabajo de C. Carreras Monfort, "Els abocadors en el món romà: el cas de Londinium i Barcino", Pyrenae, 29, 1998, pp. 147-160.

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más de las posibilidades de conocimiento que nos ofrece la arqueología de las ánforas, sin que debamos olvidar los que se nos hacen patentes en las excavaciones de los pecios, tan valiosos para saber acerca de la composición y disposición de las cargas. Aparte de ello es bien sabido que las ánforas nos permiten estudiar las relaciones existentes entre zonas productoras y lugares de actuación militar, marcando de forma material las tendencias en el tema de las conquistas94, así como la relación existente entre el desarrollo de una zona productora-exportadora y el número e importancia de los senadores (en todo caso locupletes) que rigen la vida pública y que terminan reflejando las bases económicas que han posibilitado el acceso al trono de determinados personajes. No es de extrañar que se hayan realizado estudios, como el de Whittaker, que establecen la estrecha relación observable entre senadores y ánforas95. Ánforas que, por otro lado, nos marcan con su producción el ritmo económico de determinadas zonas (como ha mostrado con claridad E. García Vargas) y en función de determinadas políticas estatales96. En estos y otros muchos puntos las ánforas pueden constituirse en magníficos indicadores para el estudio de la vida económica, social y -de rechazo- política del Imperio Romano. De ahí la importancia de Congresos como éste, que nos ayudan a conocer más y mejor los datos aportados por estos humildes recipientes de barro que antaño se produjeron en la tierra bética.

94 Véase C. Carreras Monfort, "Los Beneficiarii y la red de aprovisionamiento militar de Britannia e Hispania", Gerión, 15, 1997, pp. 151-176. El mismo autor, junto con P.P. A. Funari, ha publicado Britannia y el Mediterráneo: Estudios sobre el abastecimiento de aceite bético y africano en Britannia, Barcelona, 1998. Para el caso germano es conocida la obra de J. Remesal Rodríguez, La Annona Militaris y la exportación de aceite bético a Germania, Madrid, 1986. Más recientemente ha vuelto sobre el tema en Heeresversorgung und die wirtschaftlichen Beziehungen zwischen der Baetica und Germanien, Stuttgart, 1997. Véase también U. Ehmig, "Garum für den Statthalter. Eine Saucenamphore mit Besitzeraufschrift aus Mainz", Mainzer Archäologische Zeitschrift, 3, 1996, pp. 25-56, para la cuestión de las salsas de pescado suministradas por la annona militaris. Queremos llamar la atención acerca del estrecho paralelo que existe entre el titulus pictus de Mainz y el ofrecido por B. Liou y R. Marichal en "Les inscriptions peintes sur amphores de l'anse Saint-Gervais a Fos-sur-Mer", Archaeonautica, 2, 1978, pp. 131-135, que fue leído en su parte final como [e]X OF AVGG. Véase también L'Année Épigraphique, 1995, nº 1264-1265 (ánforas de salazón tipo Beltrán IIA o IIB con nombres de centuriones de la legio XV Apollinaris, en Carnuntum-Mühläcker), y 1272 (de Aquincum, con referencia a una legio también). Sobre zonas más limitadas existen bastantes trabajos; destaquemos en este momento los de St. Martin-Kilcher, Die römischen Amphoren aus Augst und Kaiseraugst. I (1987) y II (1994), publicados en Augst, y el de J. Baudoux, Les amphores du nord-est de la Gaule, París, 1996.

95 C.R. Whittaker, "Trade and the aristocracy in the Roman Empire", Land, City and Trade in the Roman Empire, Aldershot, 1993, pp. 67-68. Puede ser de interés también la lectura de O. Wikander, "Senators and equites. III: The aristocracy as agent of production", Opuscula Romana, 16, 1987, pp. 137-145, donde nos habla de la participación de las elites en el comercio de aceite y vino, así como en la fabricación de ánforas.

96 Cf. G. Chic García, "Espacio, tiempo y agricultura en la Andalucía romana", Espacio y Tiempo, 11-12, 1998, pp. 9-26.