7/21/2019 AA.vv. - Sobre La Mentira http://slidepdf.com/reader/full/aavv-sobre-la-mentira 1/164 Sobre la mentira Gerolamo CardanoMichel de MontaigneMateo AlemánRobert Burton Franeis Bacon La Mothe le Yayer Pió Rossi VauvenarguesDenis Diderot Jean-J arques Rousseau Fedor Dostoyevski Robert Louis Stevenson cuatro
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Incluso nuestra amalgama moderna de espontaneidad,
receptividad y relativismo, de presunta libertad individual yde sumisión abstracta a ideales ignotos tiene que ver conuna idea conflictiva de verdad, tal y como se empezó a reco-nocer en el Renacimiento. Como decía León BattistaAlberti, hacia 1430, los nuevos saberes y artes no suponenun conocimiento libre y sin obstáculo2. Antes al contrario,las oscuridades y cortapisas a las que se enfrentan remiten a
la «imposibilidad de la verdad», si bien precisamente seme- jante dificultad es la que espolea el cultivo del pensamien-to, la propia creación, el terreno tan incierto y crudo de la<
Y es que por entonces se resaltó de un modo singular el cultivo ele la mente, y el tipo de saber que se le asocia, el cul-tural, ha de centrarse en los equilibrios de la verdad, y por
ende en las falacias, en los rodeos, incluso en la indiferencia.Hs esta curiosa actividad humana la que pone todo en entre-dicho, y por ello los fundadores o recreadores modernos de lacultura pueden hablarnos mejor de la ambivalencia de todonuestro comportamiento civilizado.
Sin embargo, sería una ceguera olvidar a los antiguos. Yaal iniciar el cuarto capítulo de El patrañuelo, impreso en1567, escribe Ti moneda: «hay en Roma, dentro de los murosde ella, al pie del monte Aventino, una piedra a modo de moli-no grande, que en medio tiene una cara, casi la media de leóny la media de hombre, con una boca abierta, la cual hoy endía se llama la Piedra de la Verdad... Tenía tal propiedad, quelos que iban a jurar para hacer alguna salva o satisfacción de
lo que le inculpaban, metían la mano en la boca, y si no de-cían verdad de lo que les era interrogado, el ídolo o piedracerraba la boca y les apretaba la mano, de tal manera que eraimposible poderla sacar hasta que confesaban el delito en elque habían caído; y si no tenían la culpa, ninguna fuerza leshacía la piedra, y así eran salvos y sueltos del crimen que lesera impuesto, y con gran triunfo les volvía su fama y liber-
tad... Si eran culpados, les castigaban según el caso, y lasleyes romanas con todo rigor lo permitían»3.Su patraña habla de la justicia inveterada, de la
Antigüedad clásica, tan presente ahora en las letras europeas.
conocimientos arrancan de una reflexión griega sobre la vero-
similitud, la justicia o el saber certeros. El cuestionamiento dela autenticidad nutre un diálogo temprano sobre la mentira, Hipias menor, donde Platón se pregunta entre vaivenes: «¿Losveraces y los mentirosos son individuos distintos, incluso muycontrarios unos a otros?»; «cuando dices que los mentirososson capaces y hábiles, ¿acaso dices son capaces, si quieren, deengañar en aquello en lo que engañan, o bien que no son capa-
ces?». Y oscila aún Platón de un lado a otro valorando la pala- bra en su uso público: «Los que causan daño a los hombres, losque hacen injusticia, los que mienten, los que engañan, los quecometen faltas, y lo hacen intencionadamente y no contra suvoluntad, son mejores que los que lo hacen involuntariamente».Sin embargo, añade Sócrates, «algunas veces me parece lo con-trario y vacilo sobre estas cosas, envidentemente porque no sé».
Esta discusión semisofista sobre la veracidad se veráreconducida, paso a paso, en el Crátilo o en la República o las
Leyes1 donde se elogia ya, abierta y radicalmente, la verdad.De esta defensa platónica, y de su propia actividad académi-ca y científica, saldrá la reflexión de Aristóteles sobre la cer-teza en todos los planos, histórico, ético y lógico*. Con ambosy con sus sucesores emerge quizá por encima de lo demásel gigantesco terreno de la política, y por tanto el mundo dela ‘dificultad de la acción’ y de sus trampas asociadas. Sucodificación práctica fue diseñada, de hecho, en las «repúbli-cas» de Platón, Aristóteles y también Cicerón.
Pero no es este el terreno, tan ceñido, en el que nos deten-dremos; ni tampoco en la construcción de la racionalidad
lógica, sino en su herencia moral y literaria. Ya el influyenteCicerón hablando de los dones de la amistad, señalaba que«la verdad es molesta», pues el odio nace de ella. Y es que el
problema de la certeza se repite y enriquece con la difusiónde tantas enseñanzas y narraciones por el Mediterráneo, mar-cadas por el individualismo grecorromano: prolifera el reinode la palabra privada, donde no hay ningún límite para la fal-
sedad, según reconocía otro autor con autoridad para losmodernos, Séneca9.Poco después, en el siglo II de nuestra era, el más rico inte-
lectualmente de la tardía Antigüedad, se hará un balance plural
adquirir nuevas capas y vetas; de rechazo, aparecía como
enseña en el título de un conflictivo escrito debido al filóso-fo platónico Celso, Discurso verdadero contra los cristianos.El «Libro» por antonomasia, poco a poco dominante, y losnuevos textos y versículos la nueva cultura que se difundequerrían expresar un único mundo verdadero, desearíanimperar con una doctrina sencilla pero inalcanzable y con una
promesa segura aunque medio velada.
La beligerancia entre la piedad antigua y la nueva va acobrar un papel decisivo en un par de siglos más, aunque surjatambién una amalgama formada tanto por certidumbres y visio-nes neoplatónicas como por normas y decisiones agustinianas,nutridas de la Biblia. Ya en Las confesiones de Agustín, a la veztan brillantemente personales y tan monológieas, el problema dela verdad cobraba un aire muy distinto al anterior (no en vano,
además, dice él «odiar la gramática griega»); y de la obra de eseautor arranca la obsesión medieval por la traición y los mentiro-sos, cuya fuerza radical no se ha disuelto en la modernidad.
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El tratado más leído de Agustín de Hipona fue, durantesiglos, De mandado, un escrito valioso que clasifica esas fal-tas a la verdad con vistas sin duda a la contrieción14. Pues, enel Medievo, los malos serían esencialmente los mendaces; iral Paraíso exigiría haber respetado la verdad, ese valor supre-mo que sería asimilable en parte a la fidelidad en el sistemafeudal, según Le GoíT14. En todos los planos de las relacioneshumanas, pues, la mentira significaría una gran ruptura conel modelo idealmente deseado por la colectividad.
Mentira y felonía, se opondrían al orden terreno y celes-
te. Y por ello el vocabulario medieval dispone de innumera- bles términos y giros para designar la falacia, en todos susgrados, y los distintos tipos de mentirosos. El vocerío de lafalsedad vital y las reconvenciones de los portavoces de laverdad seguirán oyéndose mucho tiempo después: el contras-te entre el poder divino de la certidumbre y el fraude de lamendacidad late fuertemente en todos los textos recogidos
aquí, desde los Ensayos de Montaigne hasta el Diario deDostoyevski, si bien con muy distintos matices.En realidad, el nuevo humanismo el trasfondo intelec-
tual de la modernidad nunca quiso olvidar esas referencias
crees ser verdadero», pues lo falso es una disonancia, no con-
cuerda ni siquiera con lo falso16.La mentira ha iniciado su despegue moderno, y diversosescritos la abordan con nuevo estilo. Desde Italia se elaborauna vasta discusión sobre el halago y los matices verbales -El
cortesano de Castiglione data de 1528; La conversación civil de Guazzo es de 1574, así como sobre la risa burlona, laafectación, la imprudencia, el atrevimiento, la falsedad o el
silencio. Las relaciones entre individuos tratadas porMaquiavelo o Guicciardini incluían además la guerra y lasformas poder, la hostilidad y el pillaje. Cuando empieza adeclinar el Renacimiento, Cardano está escribiendo el Libro
de la prudencia civil sus palabras se eligen como pórtico,en donde adelanta un severo y coherente saber acerca delcomportamiento humano y trata abiertamente el disimulo o la
precaución ante las decisivas luchas civiles y religiosas17.Es también ahora cuando se prodiga la miscelánea, prece-
dente del ensayo moderno. Y, en una difundida obra de estela Silva de varia lección, Pedro Mexía rastrea la falgenero
sedad, al analizar «cómo puede haber diferencia entre mentiry decir mentiras, y cómo puede uno no mentir, siendo menti-ra lo que dice, y, por el contrario, diciendo verdad»18. Algúneco de sus palabras se oye en Los mentirosos de Montaigne,que escribe de forma inaugural sobre nuestra estancia en elmundo. Montaigne va a hablar del ropaje ridículo de la men-tira y la apariencia, planteando la necesidad de arrancarse cadamáscara sobreañadida hasta vislumbrar el aspecto verdaderode las cosas. Sin embargo, detrás de los aspectos ilusorios no
dejará de encontrar otras capas de lo ilusorio. La verdad se noshurta, e intenta adivinarla en cada instante, sabiendo de nues-tra imperfección. De hecho, él escribe «no para establecer unaverdad sino para buscarla» denodadamente19.
Por el lado de la nueva literatura que ahora prolifera, esamoderna prosa del mundo, varios discípulos de Luciano deSamosata habían fecundado la escena de las letras20. Y la iro-
nía de Luciano empapó la gran literatura castellana, desdeAlfonso de Valdés, alcanzando a Cervantes, Mateo Alemán,Vélez de Guevara su Diablo cojudo hilvana calles y levan-ta tejados, o a Quevedo, ese continuo descubridor de abusos,
es buena síntesis del librepensamiento y del pirronismo delSeiscientos23. Por supuesto que otra filosofía más excelsapero menos ‘impurificada’ se genera con las Meditaciones de Descartes. Ahí, entre sus líneas sobre los errores, al medi-tar sobre «Lo verdadero y lo falso», de pronto reconoce el poder del embuste por lo que tiene de sutileza o potencia, dic-taminando a continuación que «pretender engañar es indiciocierto de debilidad o malicia»24. Un inmenso magma teórico
crece en la estela del cartesianismo, en el que la certeza, y su posible envés, tienen un papel determinante en las ideas:Spinoza dirá que la verdad no contradice la verdad.
Pero hay otro vasto campo moral. El mundo del Barroco,obsesionado por la mentira, corresponde a un espacio socialmasivo y anónimo, urbanoburócrata, conservador y dirigido
por la fuerza. A mediados del siglo XVII, Graeián, ahormado
por el centralismo teológico, escribirá páginas críticas sobrela dislocación de los valores de la verdad y de la apariencia:en El discreto (ese telón del disimulo), o en su obsesivo El criticón, donde la peregrinación de sus protagonistas se pro-duce entre los vaivenes del desengaño. El criticón es dema-siado caudaloso como para poder aislar aquí una muestrasuficientemente larga y cerrada; pero una ráfaga puede resu-
mir sus habilidades y sus fobias: «la Mentira, pues, con elEngaño embistan la incauta candidez del hombre cuandomozo y cuando niño valiéndose de sus invenciones, ardides,estratagemas, acechanzas, trazas, ficciones, embustes, enre
t
dos, embelecos, dolos, marañas, ilusiones, trampas, fraudes,falacias y todo género de italiano proceder»25. Las querellas
con otras naciones definen nuestra falsificada identidad.Recogemos, en cambio, el muy notable y casi secreto Léxico de la mentira de Pió Rossi26; su vigor itálico se expre-sa en el lenguaje internacional, al inscribirse en una culturaeuropea de fuertes contraluces y de abstractos moralismos.Este es un texto capital de Sobre la mentira, y no sólo por suconsiderable tamaño y su valor clásico: Pió Rossi, que se
hace eco del tardío humanismo, representa bien el Barrococon su Banquete moral : fue el piacentino un monje que buscósu libertad interna en este libro clasificador: el orden teológi-co del siglo, y el claustral suyo, condicionaban su libertad
ejemplo de una sabia literatura aforística que gana terreno la
de Diderot, Ligne, Chamfort, Goethe, Joubert, Lichtenberg,y que no cejará con la Revolución francesa.Sucede que la verdad objetiva, meta de toda ciencia o eru-
dición, no excluía el buen gusto, según vio el ilustradoMuratori. Además, grandes figuras como Diderot y Rousseauhabían dado ya otro giro al pensamiento, haciendo cada vezmás difíciles sus simplificaciones. El primero logra con El
sobrino de Rameau un diálogo que, sólo en su integridad, permitiría ver al extraño que gesticula ante Diderot como un personaje desajustado a fuerza de ser brutalmente sincero:«nunca soy embustero, por poco interés que tenga en serveraz; y nunca soy veraz, por poco que me interese ser men-tiroso; digo las cosas como se me ocurren». Recogemos deDiderot, en cambio, su temprana y curiosa entrada«Duplicidad» de la Encyclopédie, así como su panfleto con-tra los engaños del despotismo, personalizado en Federicode Prusia: ambos textos muestran ya el gran porvenir diderotiano20.
También se recoge una muestra decisiva de Rousseau, pues él relativiza los intereses y criterios de la ciencia, se
vuelca en la subjetividad y la escritura para acercarse elmundo más velado, donde ciertas trampas se solapan y redo- blan o donde las mentiras parecen recomponerse: nunca sedisuelven. Todo Rousseau giró en torno a las veladuras, yresultan insoslayables sus tardías ensoñaciones sobre la trans- parencia en el trato humano30. Pues este desenmascaradorquería, según afirmó, ser el «testigo de la verdad».
La literatura como verdad de la mentira
La secuencia de textos que preludia la sensibilidad con-temporánea, y que entre la ficción y el pensamiento llegahasta Rousseau, resulta todavía insuficiente. El gran desarro-
llo de la literatura, en el siglo XIX, dio paso a una represen-tación indirecta y muy escalonada del mundo de las certi-dumbres, así como de los excesos, engaños o estrategias de lamendacidad. Disueltas entre tantos diarios, diálogos, perso
najes y tramas novelescas, ahora las trampas o las mentiras
cobran variados coloridos en las redes sociales, familiares eindividuales: la mentira amorosa era un hilo clave del múlti-
ple trato social. El fraude conyugal puede ocuparlo todo,como en El coronel Chabert, de Balzac, que narra una su- plantación matrimonial que destruye al protagonista.
Leopardi reconocerá que «todas las cosas todas las ver-dades tienen dos caras, diferentes u opuestas, mejor dicho
infinitas»31. Y es que los narradores del siglo XIX recorren lastrampas del lenguaje veraz, escriben a menudo sobre las fala-cias y los cálculos de la vida diaria, lo hagan en francés, ale-mán, portugués, español o ruso, sean Stendhal32, Eichendorfo Heine, Gástelo Braneo, Flaubert, Clarín o Turguéniev. Elteatro de la verdad es ahora el del relato, y el prestigio que lanovela decimonónica sigue manteniendo hoy puede provenir
de ese escenario tan vivo e irreductible, donde los cientos deargumentos y formas de narrar son otras tantas variacionessobre el comportamiento humano, de pronto reformulado
ante la sociabilidad que se instaura, dominada por el entornofamiliar y la figura paterna. No obstante, según diagnosticaVirginia Woolf, todos esos escritores que se definían comoveraces, al ofrecer un «mundo en el que nuestra atenciónqueda siempre centrada en cosas que pueden verse, tocarse ycatarse» tras suscitar la sensación de realidad física o existencial, «se dedican inmediatamente a arreglárselas para quela acción quiebre la solidez de nuestra creencia, a fin de queno llegue a ser opresiva»33.
Por su fuerza, elegimos aquí dos ensayos de timbre muyliterario
, un artículo de Dostoyevski34 sobre la mentira de1873, que mezcla la falacia con una inseguridad de su nación,conflicto propio de su centuria; y otro como remate, del lumi-
noso Stevenson, un lector temprano y asiduo de Montaigne.Hombre de letras absoluto, preocupado como pocos por laamistad y por la franqueza así en El señor de Ballantrae,logró fundir ese contraste con refinada violencia hasta en sus
relatos más neutros. La verdad en el trato, 1879, anima todaslas cuestiones abordadas, incluyendo el papel de la ficción enla vida y todas las formas del engaño, de la duplicación des-garradora («el odio a mi otro yo») y del disfraz.
Por supuesto, hubo otras reflexiones capitales, aunque
con un tono ya algo distinto. Henry James escribía en 1888sobre el arte del relato, su malignidad, su mentira necesariay también su poderío, tan denostado por diversos poderes, positivos o religiosos. Por esos años finiseculares se plantea- ban interrogantes sobre el inmoralismo o sobre la posibilidadde una nueva moral. Otros dos textos, hoy en día difundidos,coincidían con él en la perspectiva estética: Oscar Wilde, en
La decadencia de la mentira, de 1889, diagnostica que elocaso del mundo ficticio de todo arte ilusorio o 'deforma-dor’ suponía el fin de toda literatura. Unos años antes, el joven Nietzsche, en Sobre verdad y mentira, reivindicaba yael ímpetu del hombre en la construcción de metáforas(«impulso fundamental del que no puede prescindir ni un solo
instante»), describiendo la verdad como «una hueste enmovimiento de metáforas, metonimias, antropomorfismos»35.Son también piezas maestras de nuestra conciencia desgarra-da, y pueden hacer de espejo para estas otras aquí escogidas.En Stevenson, en todos los textos que le han antecedido, hayuna gran expresividad personal aunque también se apreciauna sobresaliente invención de argumentos.
Fragmentación, hostilidad y verdad de la justicia
Analizar textos a partir de 1900, aproximadamente, exi-giría un libro de naturaleza muy distinta a éste: por un lado,habría de ser más teórico y, por otro, estaría más unido a la
historia material de los hombres, a sus conflictos civiles máslacerantes, a las manifestaciones más decisivas del poder.Además, el choque entre ideas, vidas, organismos sociales yfacciones se acentuó tanto en el siglo XX que Sobre la men
tira centrado en el ensayo moderno de sesgo moralista,debe limitarse a recordarlo, aceptando que su perspectiva
quizá sea dolorosamente incompleta.La idea de falacia ha cobrado otra dimensión ante losfenómenos de masa propios de esa centuria. Los embustesmasivos, las hipnosis de las colectividades, las homogenizaciones forzosas han oscurecido todo dilema simple entre ver
¿Acaso no sabes que la verdadera mentira por llamarla así es odia-
da tanto por todos los dioses como por los hombres?¿Qué quieres decir?
Que nadie está dispuesto a ser engañado voluntariamente en lo que
más le importa. Teme ser engañado con relación a sí mismo y con respec-
to a las cosas.
No te entiendo aún.
Lo que ocurre es que piensas que hablo de algo excepcional. Pero lo
que quiero decir es que lo que menos admitiría cualquier hombre es ser
engañado por alguien y estar engañado en su alma con respecto a la reali-dad. Sin darse cuenta, aloja ahí la mentira y la retiene, y esto es lo que más
r * lv * y í *
Sin duda.
Y lo más correcto es llamar a esto, como dije, una «verdadera menti-
ra», la ignorancia en el alma de quien está engañado. Poique la mentira
expresada con palabras es sólo una imitación de la que afecta al alma, es una
imagen que surge posteriormente, y no una mentira del todo pura. ¿No es
cierto?Totalmente de acuerdo.
Por tanto, una mentira real es odiosa también para los hombres y no
sólo para los dioses.
Así parece.
En cuanto a la mentira expresada en palabras, ¿cuándo y a quién no
será útil como para no merecer ser odiosa? ¿No se tornará útil, como un
remedio preventivo, frente a los enemigos; o cuando los llamados amigos
intentan hacer algo malo, a causa de un arrebato de locura o por insensatez;o también al tabular, cuando asimilamos lo más posible hechos pasados no
¿Que es la mentira? No todo el que dice una cosa falsa miente, si es
que eree u opina que lo que afirma es verdad. La diferencia entre el creer yel opinar es que, quien cree que algo es cierto, siente a veces que ignora lo
que cree, aunque no dude en absoluto de ello si es que lo eree rotunda-
mente; pero el que lo opina, piensa saber lo cinc efectivamente ignora.
Quien expresa lo que cree u opina interiormente aunque sea un
error, no miente. Supone que es así lo que enuncia, y, arrastrado por dicha
creencia, lo expresa tal como lo siente. Sin embargo, no estará exento de
'alta quien, aunque no mienta, eree lo que no debía creer o juzga que cono-
ce lo que efectivamente ignora, aunque ello sea verdad, pues tiene porconocido lo que desconoce.
Por tanto, dirá mentira quien, teniendo una cosa en la mente, mani-
fieste otra distinta con palabras u otro signo cualquiera. Y así se dice que el
mentiroso tiene el corazón doble, es decir, tiene un doble pensamiento:
uno, el que sabe u opina que es verdad y se calla; otro, el que dice algo pen-
sando o sabiendo que es falso.
Se puede decir un error sin mentir, si quien lo expone piensa que es
como lo dice; y se puede decir una verdad mintiendo, si quien lo expresa
piensa que dice una falsedad y la quiere hacer pasar por verdad, aunque
efectivamente lo sea. Al fiel y al mentiroso hay que juzgarles no por la ver-
dad o la falsedad de las cosas sino por la intención de su mente.
En el engaño hay una parte que deslaea especialmente: lasimulación. De ella es de la que más nos beneficiamos y conla que más disfrutamos. Es un grave error no hacer uso de la
simulación con quienes, a su vez, suelen hacer uso de ella, y practicarla en cambio con gente inocente y con quienes, porsu ingenuidad, confían en nosotros. Tal era el precepto del poeta: «A quien simule con palabras ser tu amigo sin serlo decorazón, / haz tu también lo mismo con él: el arte se burla asícon el arte»1.
La simulación es doble, de obra y de palabra. La de obra
se da cuando fingimos amar lo que odiamos, albergar espe-ranzas en lo que tememos, querer lo que no queremos, o alrevés. La simulación de palabra se produce cuando fingimossaber lo que ignoramos o ignorar lo que sabemos2.
La simulación es absolutamente necesaria, sobre lodocuando tratamos con personas muy poderosas; de ahí queresulte tan habitual en las cortes, y desde luego en el trato con
gobernantes y príncipes. He decidido hablar de ella con tododetalle por constituir casi el capítulo más importante de miobra1. En cualquier tratado sobre el hombre, la simulaciónviene a ser su argumento genuino y básico, lo mismo que lafuerza lo es en uno sobre animales y la sabiduría en uno sobredioses.
La simulación, como venimos diciendo, es de dos tipos:una lleva mezcla de embuste, es vergonzosa e infame, yresulta indigna de todo hombre, particularmente del hombrede bien; la otra no trae aparejada mentira alguna. No obstante, ese primer tipo de simulación se distingue de la mentira en
a tenor de tu lealtad, quieres efectuarla; y que, teniendo en
cuenta la gravedad de tu carácter, tienes capacidad paraambas cosas. De la situación concreta captarás lo que te con-viene hacer, dependiendo de si un pobre quiere vender o unrico comprar, un hombre distinguido construir una casa, uno
piadoso prefiere ahorrar (y otros casos semejantes); en cuan-to a las palabras que debes emplear, nada resulta más infinitoo profundo que este asunto, por lo cual es éste el único caso
en que, a mi entender, hay que echar mano de ejemplos prác-ticos.
En definitiva, para conseguir el favor de los demás, hasde procurar hacerlo todo con la mayor modestia: a menudo elerror más nimio, la jactancia, el ímpetu, la prisa o cualquierotra cosa de este tipo terminan por descubrir tu fábula y echarabajo tu edificio que tanto tiempo te había costado cons-
truir así como tu laboriosa inventiva.Así pues, la simulación ha de encaminarse especialmente
a las costumbres de los demás, para lo que debes ayudarte detus criados, tus íntimos y tus amigos. A este respecto, se nos plantea una nueva duda: si desvelas tu intención a esa gente,de ningún modo podrás llevar a término tus propósitos conéxito, pues ellos bien por un afecto excesivo, por descuido,o por cualquier otra circunstancia darán a conocer esa ocul-ta intención con sus palabras o con sus gestos; por el contra-rio, si no te sinceras con ellos, quizá se malquisten contigo./Esta es la mayor dificultad a que debemos enfrentarnos eneste tipo de situaciones.
Por esta razón, debes procurar, siempre que puedas, no
necesitar de nadie al realizar tus simulacros; y, si necesitas deterceros, les darás a conocer tus intenciones sólo mediantegestos y actos. En el caso de que te resulte absolutamenteindispensable contárselo de palabra, tan sólo se lo confiarás a
personas leales a ti. A los demás, si son amigos tuyos, lestraerá sin cuidado que no se lo desveles; y si les parece mal,conviene obviar a quienes no toleran tu silencio con sosiego
ni son capaces de guardar los secretos que les confías.Lo primero que debes hacer en este negocio es lograr que
los demás crean que ignoras lo que sabes y que sabes lo queignoras. Así, en relación a lo que sabes o deseas saber, has de
Un tipo de simulación que nunca conviene despreciar es
el de ofrecer a alguien lo que sabes que no va a aceptar, y, sinembargo, persuadirle para que lo haga siempre sin demasiadainsistencia, no sea que al final le obligues a aceptarlo o lleguea comprender por qué se lo ofreces.
Es una simulación cruel fingirte amigo de un enemigo deun amigo tuyo, y primero incitarlo contra éste y ayudarlo aello, pero después abandonarlo de repente, como vencido y
temeroso, tras advertirle antes que ha acometido accionesdeshonestas, detestables y peligrosas. De modo similar, aun-que por métodos opuestos, hay dos actitudes muy importan-tes en este asunto: cuando pases por un hombre paciente,debes reivindicar tu reputación y no hacer nada mas; cuandoeches mano de amenazas, has de recurrir al menosprecio, conel Fin de oprimir a los incautos. De esta forma, de no tener
ninguno pasarás a contar con dos amigos, a modo de juecesde actos delictivos: te ganarás la amistad de uno a Fuerza defingir, la del otro gracias a la rivalidad; y, por esa misma riva-lidad, lograrás la amistad verdadera del primero.
Para revelar ya todo este asunto en su integridad y aque-llo que viene a ser de uso diario, sólo me falta sugerir lo pro-vechoso que resulta en cualquier trato obrar siempre tácita-mente o, al menos, emplear un lenguaje conciso. Ambas acti-tudes pueden adscribirse a un tercer género de simulación,que, sin duda, viene a ser el más divulgado de todos.
De la disimulación
La disimulación, cuyo célebre descubridor fue Sócrates,se diferencia de la simulación especialmente en que aquéllase fundamenta en cosas reales y se efectúa de forma pasiva,mientras que la simulación, en lo que no existe y en que esactiva. Por eso, la simulación está más cerca de la pura men-tira, siendo en cambio la disimulación más elegante siempre.
En cualquier caso, el fin de una y otra es el mismo: engañar.Y casi idéntico viene a ser también el uso de ambas: las dosse emplean con los embaucadores domésticos y con los prín-cipes. Ahora bien, el disimulo con estos últimos resulta
utilizo de vez en cuando. Consiste en que, cuando alguien te pide consejo sobre algún asunto privado, que le parece indig-no, le respondas como si te preguntase por algo diferente.Además de otros efectos, resulta un modo honesto de adver-tir a tu amigo que tal consejo no te parece propio de su dig-nidad.
Son tan parecidos el engaño y la mentira, que no sé quiénsepa o pueda diferenciarlos. Porque, aunque diferentes en elnombre, son de una identidad, conformes en el hecho,supuesto que no hay mentira sin engaño ni engaño sin men-tira.
Quien quiere mentir engaña y el que quiere engañar
miente. Mas, como ya están recibidos en diferentes propósi-tos, iré con el uso y digo, conforme a él, que tal es el engañorespecto de la verdad, como lo cierto en orden a la mentira ocomo la sombra del espejo y lo natural que la representa. Estátan dispuesto y es tan fácil para efectuar cualquier gravedaño, cuanto es difícil de ser a los principios conocido, porser tan semejante al bien, que, representando su misma figu-ra, movimientos y talle, destruye con gran facilidad.
Es una red sutilísima, en cuya comparación fue hecha demaromas la que fingen los poetas que fabricó Vulcano contrael adúltero1. Es tan imperceptible y delgada, que no hay tanclara vista, juicio tan sutil ni discreción tan limada, que puedadescubrirla. Y tan artificiosa que, tendida en lo más llano,
menos podemos escaparnos de ella, por la seguridad con quevamos. Y con esto es tan fuerte, que pocos o ninguno larompe sin dejarse dentro alguna prenda.
Por lo cual se llama, con justa razón, el mayor daño de lavida, pues debajo de lengua de cera trae corazón de diaman-te, viste cilicio sin que le toque, chúpase los carrillos yrevienta de gordo y, teniendo salud para vender, habla dolien-
te por parecer enfermo. Hace rostro compasivo, da lágrimas,ofrécenos el pecho, los brazos abiertos, para despedazarnosen ellos. Y como las aves dan el imperio al águila, los anima-les al león, los peces a la ballena y las serpientes al basilisco2,
¿Qué es la plaza del mercado? De acuerdo con Anacarsis1, un lugar donde se engañan los unos a los otros, unatrampa.
¿Qué es el propio mundo? Un vasto caos, una confusiónde tipos diversos, tan inasibles como el aire; un manicomio;un tropel turbulento lleno de corrupciones; un mercado de
espectros y duendes; el teatro de la hipocresía; una tienda de picaros y aduladores; un aposento de villanías; una escenadonde se murmura; la escuela del desvarío; la academia delvicio; un campo de batalla donde, lo quieras o no, debes luchar y vencer pues si no serás derrotado, en donde o mataso te matan, en el que cada cual lucha por su propia cuenta,defiende sus fines privados y está siempre en guardia.
Nada detiene a los humanos, ni la caridad, ni el amor, nila amistad, ni el temor de Dios, ni la alianza, ni la afinidad, nila consanguinidad, ni el cristianismo; y si se les ofende dealguna manera o se toca la cuerda del propio interés, se ponena injuriar2. Los viejos amigos se convierten en crueles enemi-gos en un instante por tonterías y pequeñas ofensas, y los queantes estaban deseosos de manifestar todo tipo de muestrasmutuas de amor y amabilidad, ahora se ultrajan y persiguenentre sí a muerte, con un odio mayor que el de Vatinio, yrechazan toda reconciliación. Mientras les sea provechoso seaman y se benefician mutuamente, pero cuando no se puedenesperar más ventajas, le cuelgan o le disparan como a un
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perro viejo. Catón de Utica3 considera una gran indecencia
utilizar a los hombres como zapatos viejos o como cristalesrotos que se arrojan al estercolero; Catón no tenía el coraje devender un viejo buey, y mucho menos para echar a un antiguosirviente; pero otros hombres en vez de recompensarle, le
persona que se encuentra; a! ser capaz de adoptar todas las
religiones, todos los humores, todas las inclinaciones; almover la cola, como un gozquejo, con una obsequiosidad fin-gida y lisonjera, al enfurecerse como un león, ladrar como un perro malo, luchar como un dragón, morder como una ser- piente; al ser tan manso como un cordero y, sin embargo,enseñar los dientes como un tigre; al llorar como un cocodri-lo, insultar a la gente, aunque sea de mayor rango; en un sitio
manda, en otro se rebaja, aquí tiraniza, allí se le declara endesgracia; es un sabio en casa y fuera, un necio que hace reíra la gente.
Al ver tanta diferencia entre las palabras y los hechos, al percibir las parasangas16que existen entre la lengua y el cora-zón, al ver a los hombres que, como actores, representan unagran variedad de papeles y dan buenos preceptos a otros, a fin
de elevarse, si bien ellos mismos se arrastran por el suelo17.Al ver a un hombre declarar amistad, besarle la mano a
quien querría ver decapitado18, al verle sonreír con la inten-ción de perjudicar, o engañar al que saluda10; al verle alabar asu amigo indigno con elogios hiperbólicos; y a su enemigo,aunque sea buen hombre, envilecerle y deshonrarle, así comoa todas sus acciones, con el mayor rencor y malicia que se
practican, que un comercio claro y recto dignifica a la natu-
raleza humana, y que la mezcla con la falsedad es como unaaleación de oro y plata en una moneda, que, aunque facilitetrabajar con el metal, rebaja su valor. Todos estos caminostortuosos y torcidos son los de una serpiente, que se arrastraal no poder andar con los pies. No hay vicio que cubra más alhombre de vergüenza que el de la falsedad y la perfidia. Poreso, al ser preguntado por qué la voz de la mentira era una
verdadera desgracia y una carga odiosa, respondió Montaigneelegantemente: «Bien considerado, decir que un hombremiente es lo mismo que afirmar que es valiente con Dios ycobarde con los hombres»7. Por una mentira se encara conDios y se encoge ante los hombres. Sin duda, no podríaexpresarse más elevadamente la perversión de la falsedad y laviolación de la fe, y así se verá en la llamada última al juicio
de Dios por encima ya de todas las generaciones humanas; pues está escrito que cuando Cristo retome «no encontrará fealguna sobre la Tierra».
donar, y jamás emplear esas evasiones mentales que escan-
dalizan a la mayor parte del mundo. No pretendo negar, sin embargo, que se puedan tenerciertas reservas mentales, que eximen al discurso de la men-tira. La Escuela lo enseña todos los días cuando afirma: «abs-traerse no es mentir»21. Y el único ejemplo de Samuel, queaseguró que por orden del altísimo había venido a Belén parahacer sacrificios, aunque el principal motivo que le llevó allí
fue el de ungir al más joven de los ocho hijos de Isaías basta para probar que hay suspensiones o reservas al hablar que nosiempre son condenables. Hay que cuidarse, no obstante, deque no sean fraudulentas ni estén practicadas con mala inten-ción. Una de las agudezas del emperador Carlos V fue decirque no había que desconfiar de lo que decía el cardenal de
Tournon sino, más bien, de lo que no decía. Era sin duda atri- buir a éste una finura mental doblada de tramposerías, quedebe vituperarse, pues daba la impresión así de estar despro-vista de mentira. Recordemos en lodo este terreno la máximade san Agustín”: que no se deben nunca tomar al pie de laletra ciertas palabras o acciones que podrían considerarsemalvadas si no hubiesen sido enviadas por el cielo y si el
espíritu divino no hubiese mediado con una particular insi-nuación.Así como los amantes de la verdad son muy directos, los
que se complacen en la mentira emplean ordinariamentemuchos artificios: «la zorra tiene donde guarecerse, mientrasque el hijo del hombre no tiene donde reclinar la cabeza», para aplicar aquí este pasaje del Evangelio según Clemente
de Alejandría23, y más pruebas podríamos extraer de la histo-ria antigua y moderna, en la que los equívocos han hecho decobertura a un buen número de perfidias.
* ' !•*
No sólo ocurre que a veces decimos falsedades sin men-tir, porque creemos decir la verdad; puede suceder tambiénque mintamos diciendo la verdad, como señaló san Agustín,siendo nuestro designio imponernos sobre nuestros interlocu-tores alimentándolos de patrañas. Quien diga lo contrario de
A c u s a r . Si la autoridad del que acusa pudiera hacer sos- pechosa de culpa a la inocencia, vanas serían las esperanzasy miserable la condición de los hombres. Desdichado elmundo, si los grandes pudieran autentificar sus calumniascon el único pretexto de haberlas proferido. No habría bon-dad que no fuese relegada a la sombra y presentada como rea
ante el tribunal de la muerte.Quien desee acusar al prójimo, ha de ser puro e inocente.
No hay razón que permita a uno exigir cuentas de la vida delotro, si él mismo no puede rendirlas de la suya propia. Quiense ha apartado de la rectitud de conciencia no esta habilitado para rebajar al prójimo. El escaso fundamento de una acusa-ción estriba en el escaso mérito de la persona que acusa.
Acusar al prójimo cuando éste es desgraciado es propiode hombres groseros e ignorantes. Acusarse a sí mismo es propio del que comienza a hacerse sabio. No acusar ni al pró- jimo ni a sí mismo, es propio del hombre sabio y perfecto.
A d u l a r , A d u l a c i ó n . No es adulador el que dice la ver-
dad, del mismo modo que no es adular al Sol declarar que elSol resplandece o que calienta.Es connatural a los hombres desear cierta alabanza: si no
pueden alcanzar la verdadera, obtienen disfrute de la falsa.La apariencia halagüeña del que adula es el hechizo más
poderoso del que se vale el fraude para volvernos locos. Laadulación es ese suave monstruo que sólo trama robar al
mundo la verdad.Aunque sea una peste atroz, la adulación no ofende, sin
embargo, más que a los que la reciben y se deleitan en ella.Es en sí misma la vestidura de todos los vicios.
Cuanto mejor es el hombre menos necesidad tiene de ser
adulado.La adulación se ha convertido en un mal que es dulce,en un vicio civil. Se enmascara el interior con el exterior. Secubre el corazón con el rostro. Se empañan el aspecto y elespejo de la verdad con el soplo de una palabra. Así el hom- bre, que el sagrado David representa con la alegoría de lacítara1, no ofrece más sonido que el de cuerdas falsas: hace
resonar una voz sin corazón o que traiciona al propio cora-zón. Artífice de este engaño es el falsete del interés, quehace de gran maestro de capilla en el gran concierto del uni-verso.
El verdadero ¡apis philosophoruni2, que durante tantossiglos la avaricia humana no ha sabido fabricar, finalmente loha fabricado la adulación y ha provisto de esa piedra con
abundancia a los hombres de toda condición. Gracias a ella,en contacto con el plomo y con el estaño de los vicios produ-ce extrañas metamorfosis: les da el color dorado de la virtud;y Ies hace objeto de encomios y de alabanzas.
La adulación, dice san Jerónimo, tiene por objeto laganancia. A fin de conseguir algo, el adulador, por medio de
armoniosas palabras, enloquece al imprudente para privarlede su vida y de sus bienes. El propio Mercurio, para robar lavaca confiada a Argos, aproximándose a él, se puso a pun-tear su instrumento con tal suavidad que, aunque este últimotenía cien ojos, los cerró todos a la vez, vencido por un pro-fundo sueño. Una vez que le hubo dormido (puesto que delsueño a la muerte sólo hay un paso), le privó de su vaca y de
■su vida.
A d u l a d o r . Más vale encontrarse con cuervos que conaduladores: los unos comen la carne de los muertos, los otrosla de los vivos.
Los poderosos mantienen gustosos cerca de sus oídosalmas complacientes que tienen palabras para todas las oca-siones. Y saben hacer máscaras para todos los rostros y zapa-tos para todos los pies.
La lombriz no abandona el grano mientras allí encuentrealguna sustancia con la que alimentarse.
El cinocéfalo3tiene por costumbre cambiar de pelaje, así
como de sentimientos, con los cambios de Luna. La excelen-cia de los aduladores astutos consiste en saber con su canto ysus voces adaptarse a nuestros apetitos: en saber, digo, tocarun instrumento y encontrar aquella armonía que correspondea la mordedura de nuestra tarántula4.
A í 'HCTACIONHS. La afectación ha sido siempre menospre-
ciada en todas las acciones morales y políticas, y más todavíaen los usos y en los comportamientos. La afectación suprimesiempre la verosimilitud.
Las afectaciones son el lote de los que no saben declararsu amistad, si no es mostrándose lisonjeros. La amistad debeser cultivada con demostraciones de amor viril.
Las visitas a destiempo, los cumplidos inoportunos, las
expresiones de afecto que resultan singulares, los rasgos deconsideración exquisitos: son cosas todas que testimonianvenalidad. La amistad ama el corazón, no la lengua. No sonlas vanidades cortesanas las que atestiguan el amor, sino lasobras que pertenecen a las cosas sustanciales. Quien ha naci-do verdaderamente libre, huyendo todo lo posible del servi-lismo de la adulación, no se aleja ya ni un instante del núcleo
de una noble y digna amistad.
A m i g o s d e e o r t i j n a . Los amigos de fortuna corren alládonde ésta se encuentre. Odian a quien la posee porque que-rrían poseerla ellos.
Los amigos de fortuna giran la espalda según el soplo delos vientos y de las venturas5. Son verdaderamente de fortu-na porque siempre son secuaces de la fortuna; y son en sucorazón semejantes a la fortuna: inestables, vacilantes. Si eres
pobre en riqueza, serás pobre en seguidores. Si eres rico y poderoso, verás tu poderío respetado y cortejado. Se miran yse admiran los esplendores pero de las sombras se huye; todaslas sombras cualesquiera que sean, se arrojan al suelo y se
entierran.Los amigos se cuentan entre los bienes de fortuna. Perohuyen los amigos cuando de nosotros huyen los bienes de for-tuna. En el oriente de la miseria nace el poniente de la amis
una razón para amarlos y quejarnos de su alejamiento cuando
éste dura tanto como nuestra vida?El nombre de la amistad fue siempre muy dulce, y elhombre ha nacido para gozar de esta dulzura; pero la hacorrompido. Y el corruptor de esa miel fue el veneno del in-terés.
La amistad, que Cicerón comparaba ya con el Sol7, es hoyun Sol cubierto de nubes o de manchas; ensangrentado o
eclipsado: el interés, que se ata siempre a las cosas terrestres,es esa Tierra que la eclipsa.Cada uno es amigo de sí mismo, y no del amigo. Es un
hallazgo sofista decir que el amigo es otro yomismo. No es posible encontrar un alma que esté alojada en dos cuerpos, yaque cada uno vive solo: es decir solo en sí mismo. Ningúnamigo puede mirar en lugar de su amigo, porque el interés
empaña y usurpa igualmente toda mirada. Y no hay más mira-da que la del interés.
Pero si el hombre ha sido creado por Dios para vivir encompañía, ¿cómo podrá estar acompañado si no encuentra un buen compañero? ¿Quién le amará pues, si el hombre no amaal hombre? En cuanto a mí, sólo sé responder que el hombreva destruyendo la humanidad, es decir, a sí mismo. Las amis-tades comienzan pero no se mantienen: porque no se sostie-nen las cosas gracias a las cuales se mantienen. La indiscre-ción, la impaciencia, las pretcnsiones, el orgullo, la incons-tancia, el interés se unen para separar la unión de los corazo-nes. Para concluir, el amor por sí mismo destruye amor yamistad. La íntima maldad de la naturaleza, para ser íntima,
destruye toda intimidad. Desapareció hace mucho tiempo ellinaje de los Damon y de los Pitias, de los Teseos y de losPiritoos; de los Patroclos y de los Aquiles; de los Euriales ylos Nisos; de los Pílades y de los Orestes; aunque imaginoque amistades de esta clase son fábulas más que amistades.Los Barvarighi, los Trevisans fueron milagros de Venecia:ciudad siempre milagrosa8. Y hasta tal punto es ello cierto que
la amistad en el mundo no es natural sino milagro.
A par ie n c ia . La apariencia engaña casi siempre; y es difí-
Es cosa difícil conservar puros los labios. Isaías por otra
parte la pureza misma confiesa que su boca no está despro-vista de manchas. «Quien no haya faltado con palabras seráhonesto también en sus acciones» dice el apóstol Santiago10.
C a l u mn ia . Quien toma la defensa de la calumnia pone un bozal a un perro herido para impedirle que se cure con la len-gua.
Conserva la esperanza y la confianza y reza tú, leal ycalumniado seguro de que Dios no carece de algún Danielhábil para apartarte de tu desgracia.
No hay espíritu tan excelente que esté a salvo de lacalumnia.
La calumnia es testigo, por falso que sea, de la falta de méri-to; contraseña del desprecio, bruma de la reputación, escala de
la deshonra, espada que sesga las reputaciones, rayo que redu-ce a las cenizas la gloria. Los sabios egipcios le dieron la ima-gen de un basilisco que, sin morder y con la sola mirada, esdañino para el hombre: pues la calumnia, incluso secretamentecuchicheada, antes de salir públicamente a la luz, es fuente decalamidades. Se ve el relámpago antes de oír el sonido; se sien-te la herida antes de la amenaza; la muerte antes de la adverten-cia. No hay corazón tan fuerte que no sea abatido, alma tanconstante que no vacile, coraje tan intrépido que ante el silbidode una lengua calumniadora no se debilite: «la calumnia pertur- ba al sabio y compromete la firmeza de su coraje»11.
La mayor parte de los hijos de Adán es demasiado procli-ve a dar crédito a la falsedad.
La calumnia es tan audaz que no respeta a nadie, porgrande y eminente que sea. Eseipión, que domó la belicosaÁfrica, fue hasta tal punto agobiado por la calumnia que,cediéndole su puesto, él mismo se confinó en una vida rústi-ca y selvática. En cuanto a Temístoeles, la calumnia, priván-dole de su patria le hizo soportar el ostracismo y empañó devergüenza su esplendor. La lengua calumniadora de Tulio
Ausidio le costó la vida a Coriolano12.La calumnia es una espantosa bombarda cuyo bramidohace palpitar el corazón más firme. Pero si no va cargado conla bala de la culpa, todo acaba en estruendo y humo.
calumniar suponía adquirir mérito. Y como el juicio era un
imán cuyo único polo era el genio del tirano, libre era el tira-no para matar la justicia con la espada de la justicia.Desdichados los Estados donde era necesario morir si se erainocente o que la gloria del inocente muriese. Que Dios guar-de la repúblicas cristianas de tan execrable tiranía.
C a l u mn i a d o r . Lo propio de los calumniadores es censu-
rar todo; nunca verificar nada: «las gentes honestas son cali-ficadas como pésimas por los propios perversos».
Según Demóstenes se trata de algo curioso: pues si unavíbora sale de alguna grieta o antro, unos y otros, a cual másse precipitan y tratan de matarla, por temor a que muerda aalguien; y si se presenta ante ellos un calumniador, monstruomás cruel y mortífero que la víbora, que no se alimenta más
que de sangre inocente y cuya mordedura es incurable, es bienvenido y acariciado como un familiar.
Este fue el consejo de Isócrates a Nicocles: incluir entrelas leyes del reino el que fuesen condenados a la misma penacriminales y calumniadores'4.
C o r a z ó n . ¿Quién penetró jamás en el abismo del corazónhumano? ¿Quién, sino Dios, conoce a distancia los pensa-mientos? ¿Quién juzga nuestros pasos y nuestros movimien-tos sino ese Dios para quien todo es patente?
El mar, en su vasto imperio, no tiene tantos habitantesescamados como el corazón humano vanidades de pensa-miento.
Es un abismo sin fondo, un océano inmundo al que sanBernardo aplicó estas palabras: «allí donde el mar se presen-ta grande y espacioso, hay infinitos reptiles».
Los pueblos sibaritas tenían la costumbre de colocar a los pies de su rey una tortuga, animal sin corazón, según escribenlos naturalistas: para simbolizar que los que gobiernan debenestar libi 'es de intereses privados. Un santo rey confesó tam-
bién que estaba sin corazón cuando dijo: «mi corazón meabandonó».El corazón es fuente de vida, fragua de calor humano,
manantial de la sangre, origen de las venas, de las arterias, de
ció del Génesis: «y las tinieblas cubrían el abismo». Y eso, a
causa de su vasta redondez y oscuridad: «profundo es el cora-zón del hombre, e impenetrable»16.El centro del corazón humano no es el mundo, ya que en
él no hay más que opresión y tormento. No es el cielo que esel lugar de los ángeles. Es Dios, y Dios evidentemente, pues
/
sólo El es infinitamente amable, bueno, deleitable: «inquietoestará mi corazón mientras no repose en ti». Así lo escribe san
Agustín hablando de su persona17.
D is c r e c ió n . La discreción es la maestra del disimulo, ysirve a este último de velo que lo recubre.
En la antigua ley, nuestro Señor ordenaba que volviesende la batalla a su casa aquellos que habiendo plantado unaviña no hubieran probado todavía el vino, como si esa amar-
ga preocupación por la viña debiese ser un impedimento paracombatir.
La vara con la que san Juan en el Apocalipsis midió eltemplo, el altar y a cualquiera que debiese a Dios un tributode adoración, está en la imagen de la prudente discreción quedebe fijar, incluso en las obras santas, término y medidamoderados.
La discreción es una prudencia perfecta. Y la prudenciano puede ser perfecta sin discreción. Cualesquiera que seansus nombres, basta con saber que esta cualidad interior tiene
por esencia el guiar los pasos por el sendero de la virtud: desuerte que quien sobrepasa la marca está fuera de carrera;
pues una virtud indiscreta es vicio. Igual que la arena de un
reloj, se desliza el curso continuo de las acciones virtuosas,que nos permite distinguir las horas de nuestra vida. Cuandoen ella la discreción no asegura su curso regular el almaqueda desconcertada. Pues si el paso se ha vuelto demasiadoestrecho a causa del rigor de las mortificaciones, entonces se
bloquea por impotencia; si se ha dilatado en exceso, la virtudrealiza demasiado deprisa su acción, lo cual produce en el
alma un reposo ocioso que tiende al vicio.
D is imu l o . El disimulo no es más que una especie de pru-dencia o sabiduría débil. Hace falta un gran discernimiento,
esta duplicidad sin sentir envidia o maldad? En nuestra pre-
sencia los hombres dobles aplauden nuestros actos: para des-trozar, en cuanto se alejan, nuestra reputación. Tienen doscaras para engañarnos, y mil invenciones para traicionamos.Son camaleones que, salvo la modestia y la verdad, puedenrepresentar cualquier cosa. Cambian los decorados en cuantosalen los personajes. Saben adular los espíritus presentándo-les la acción más simpática con su humor.
La duplicidad y la simulación son detestables en los hom- bres, porque está escrito que el Espíritu Santo se alejará de losque fingen: pues El es Espíritu de Verdad.
Filipo, rey de Macedonia y padre de Alejandro Magno, proponía más palabras que hechos. Medía la amistad con lavara de la utilidad y no de la fe. Amaba igualmente, y comogemelas, la piedad y la perfidia. Simulaba amor en el odio.
De dos hombres enemigos, deseaba igualmente la amistad, ytenía dos estribos para un solo pie, deseando aparecer en pru-dencia como el mejor caballero de Grecia.
Los hombres dobles, para que no se descubra la verdad desus pensamientos, hacen como las perdices: cuando ven alcazador acercarse a su nido salen a su encuentro revolotean-do de aquí para allá, y fingiendo cojera o alas rotas, le alejanhacia lugares apartados. Aunque no se sepa todo lo que suce-de en ese caso, es sin embargo verdad que para disimular losdefectos, es necesario que el ojo de la mente esté como el delos egipcios: colocado en lo alto de un palo. Que no se duer-ma para no caer. El pintor que en su dibujo sabe utilizar elclaroscuro se sirve con facilidad de cualquier color.
Do bl e z . La doblez se sirve de la lengua como de un pin-
cel multicolor.
Los hombres dobles viven en la mentira como en un quin-to elemento.
Todos los hombres, dice Aristóteles, tienen el corazónsituado a la izquierda; lo que quiere decir que no hay que
extrañarse si, por lo común, son llevados al engaño y a lamentira.
Quien tiene dos corazones no tiene constancia. La unidadtiene siempre más firmeza. Los dos corazones tiran en senti-
Se llega más fácilmente a conocer la naturaleza de los ani-
males que la de los hombres. Los zorros tienen fama de ser másastutos, engañadores y falsos que ningún otro animal. Sinembargo, si se cazasen treinta mil, dice Estobeo20, y se les exa-minase uno a uno, se descubriría en todos la misma naturaleza.
Entre nosotros, añade, hay tantas especies como indivi-duos: tantas naturalezas como cuerpos. Los lógicos puedendecir lo que quieran, la experiencia muestra lo contrario.
Todo el mundo detesta la doblez, y sin embargo si se tienealgo de espíritu no se puede prescindir del fingimiento. Aúnmás, se tiene por prudente a aquel que se sabe que actúa conhabilidad; el que obtiene algo por su propio arte más que porla fortuna parece mucho más sabio. Si los hombres fuesentodos leales, la deslealtad y el engaño no propondrían su mer-cancía; si todos fuesen buenos, los malos no reinarían. Y si
todos fuesen como deberían ser, habría que ser con elloscomo conviene ser. Pero las almas corrompidas no piden jus-ticia. El mundo es tan malo que, si las formas legales y lasconductas ingenuas condujesen al bien, sería malo igualmen-te; y se merecería el mismo mal si correspondiesen con enga-ños. Pero si el zorro persuade a la cabra para entrar en el pozoy la deja allí, si el pajarero dice al mirlo que va a construir unagranja y le tiende la red, ¿qué hay que hacer para no quedar-se en el pozo, para no ser atrapado por la red?
La doblez es un mal cuyo remedio es fácil, pero es difícilde encontrar. Fingir creer es ser incrédulo; mostrarse conten-to es no estar satisfecho: es el contraataque lo que se propo-ne en este caso. Mostrar que se es crédulo, y dudar siempre,
es la mejor máxima que se puede enseñar para vivir protegi-do de las trampas. Los hombres libres estarán siempreexpuestos a los golpes de quienes les tienden celadas.
Do l o r o c u l t o . Quien muestra un rostro alegre y tiene elcorazón dolorido, no hace sino enterrarse vivo, a falta desepultura.
Eco. «La cosa más admirable de la naturaleza», dicePlinio asombrado por el eco, «es haber dado voz a la piedra,que responde a los hombres o más bien se les opone».
El eco, mudo imitador de la voz, aunque se oye, no se ve.
Nace de la lengua y del aire, dice Ausonio; voz sin espíritu,acosa los oídos de los hombres; esperándole a su paso, robala últimas palabras de quien discute. Y se ríe, entendiéndolomal, del discurso ajeno.
El eco es una imagen sin rostro, un charlatán sin lengua;un ser sin cuerpo; un amante sin corazón que vive allí dondeno está; responde a quien no le llama; termina de hablar sin
haber comenzado; muere al nacer; nace lejos de quien le hahecho nacer. No se puede en conclusión ni definirlo, niencontrarlo; porque no es de este mundo. Del mismo modo elser supremo que es Dios, y cuyo término opuesto es el no-ser,o si se prefiere la nada, no se puede definir: se puede descri- bir solamente en términos negativos. A través de la personade Eco así habla Sannazaro21: «he visto, he ardido, he llora-do; y triste ha aguantado (suerte cruel) / el desprecio; ahorasoy voz, sonido, céfiro, ausencia».
Polieno cuenta en la primera de sus Estratagemas22a pro- pósito de Pan, capitán de Baco en la expedición de las Indias(que fue el inventor las falanges militares y al que se repre-senta con dos cuernos por haber dirigido en la armada tanto el
extremo derecho como el izquierdo), que habiendo sabido porsus espías que el enemigo se había situado en la parte opuestadel bosque lleno de muchas concavidades ordenó que todasu armada se pusiese a aullar al mismo tiempo. Ese tumultofue recibido en el seno de las cavernas vecinas, y como semi-lla fecunda creció de tal manera que de ella nació un ruidomultiplicado hasta el infinito. Y como los soldados creían que
el universo entero no daría cabida a ese ejército, pusieron suesperanza de vida en la rapidez de sus pies, desde el momen-to en que su mano valerosa ya no les proporcionaba la gloriadel triunfo. Así, aquella frágil muchacha [Eco|, que no pudovencer la voluntad obstinada del joven Narciso, convertida enguerrera por su propia muerte, hizo darse a la fuga al mandode la armada: sirviendo a Pan de trompeta, le transmitió el pre-sagio de la victoria y anunció el triunfo con sus aplausos.
En g a ñ a d o r e s . Lo s engañadores más seguros son los que
se revisten del manto de la piedad y de la inocencia.
Es difícil atrapar a un viejo zorro, pero al fin se le captu-
ra; y quien lo empuja a la trampa es más sutil y ladino que él.Un pez fosfórico tiene una boca luminosa, pero devora alos peces imprudentes que se ven atraídos por ella. Quien noquiere ser engañado no debe creer a los astrólogos; menossaun a sus enemigos y en absoluto al demonio y a sus minis-tros.
En g a ñ a r . ¡Tantas sombras para engañar tantas miradas!En las ciencias, que tienen por objeto la verdad, uno so
equivoca hábilmente, pero ya en las discusiones que se deri-van de ellas se manifiestan la falsedad de los argumentos y lassutilezas sofistas: ¿cómo serán entonces las engañifas de loshombres entre ellos? Si uno se equivoca en el razonamiento ,¿qué pasará en el comercio? Si el filósofo nos confunde con
sus sofismas, ¿qué hará el traficante por interés? Si el engañodomina la teoría, ¿qué sucederá en la práctica? La conversa-ción del hombre, que debería ser su ocupación y su sostén es
por desgracia su ruina. Estamos más seguros relacionándonoscon animales irracionales que con los hombres. Daño y con-fianza se suceden. «Entre tantos errores humanos, es peligro-so vivir con la sola inocencia de uno», escribe Tito Livio23. Esnecesario desconfiar de la vida para confiar en la vida, esdecir para vivir en los tiempos modernos. La vida es tantomás segura cuanto más nos apartamos de ella.
Hoy día la fe del mundo es fe griega, por no decir quimé-rica.
Un cura malicioso tenía un libro para anotar los errores, y
entre ellos, señalaba la confianza en el prójimo. Y citaba a 1rey de Ñapóles que se fiaba de su fiel servidor; más aun, seña-laba también la fidelidad de ese excelente servidor, para mos-trar que hoy el engaño se ha hecho virtud. Los enemigos son perjudiciales, y todavía más los amigos, respondió Augusto l a Livia, según cuenta Dión24, persuadido de que no debía fiar-se de cualquiera, por muy amigo que fuese.
Se dice que el aire está lleno de demonios, para confundidlas opiniones de los hombres; y para llenarlas de sueños y f etonterías, bajo falsas apariencias. Pues no es muy difícil hace:rcaer en el error a un ser lleno de amor.
fuerzas se refugian necesariamente en las astucias de huida»
(Plutarco)29.Simular las pasiones no puede ser sino perjudicial, comolo demostró Salmoneo con el rayo: uno queda a menudo sor-
prendido por él. Es fácil escapar del encantador, cuando se leve mordido por una serpiente. Quien toca la pez, queda man-chado por ella. Quien ama el peligro, perecerá por su causa;así hablan las escrituras. Vibius (cuentan las historias) se vol-
vió loco de verdad al querer imitar al insensato30. Otro se vol-vió gotoso realmente cuando fingía serlo.
Que el campesino trate, con todas sus fuerzas, de embe-llecerse y refinarse: no puede finalmente sino oler a arado.Que el gentilhombre se empeñe en renunciar a la cortesía yque se envilezca: conservará siempre un rayo de nobleza enla frente (como esa estrella que distingue a los buenos caba-
llos), que le diferencia del populacho.Sólo el ambicioso se transforma según su deseo.El malvado nunca es peor que cuando finge ser hombre
de bien.La verdad está enmascarada por tantas ficciones que el
ojo y el juicio, engañados por las apariencias, son sus prisio-neros y esclavos.
Seguramente tenemos que estar muy agradecidos a los poetas: porque al representar en sus personajes ciertos defec-tos y faltas particulares, nos han dado ocasión de ver en ellosnuestras propias costumbres y de contemplar en su vida laque llevamos nosotros mismos cada día.
Fingir, en las acciones guerreras, es cosa muy útil. Es una
trampa por la que se capturan los acontecimientos felices.En el arte poético la ficción se ha introducido a condiciónde quedar siempre escondida y secreta. Que aparezca y serevele, y toda la disciplina del arte se habrá trastornado. La
poesía debe persuadir por su seducción: porque si es conoci-da como mentira, ¿cómo podrá persuadir? y si el artificio esrevelado, ¿cómo podrá deleitar?
A menudo la poesía es muy poco o nada apreciada, y sinembargo todo el mundo vive de poesía porque a todo elmundo le gusta fingir. Los que digan que la poesía perjudicaa la política, según el juicio de los conocedores, no entienden
con una astucia fraudulenta. El muy sabio Salomón afirmaba
que una boca mentirosa era la manifestación de un alma villa-na y no de un príncipe justo. ¿Cómo del fraude puede naceralgún bien público cuando él en sí mismo es malo? Actuar mal
para obtener de ello el bien es una política que se enseña enlos infiernos. Los egipcios querían que se colgase del cuellode su príncipe la Verdad esculpida en un zafiro, a fin de quesupiese que ser verídico es la gema mas noble y mas preciosa
que puede adornar el alma de un rey.
Ha b l a r , C a l l a r s e . El misterio de la inocencia se arrui-nó porque Eva habló demasiado. El de la redención se reali-zó perfectamente porque comenzó con un silencio universal.Los perros en la India, que no atacan más que a los leones,cuando descubren a la bestia, no ladran como los otros, para
no hacer huir a su presa. Incluso el loco que calla es conside-rado sabio. La rana que se dirigía a las estrellas, con la bocacerrada, en cuanto la abrió sin venir a cuento, volvió a caer ensu charca original. Si Alejandro selló los labios de Parmenión para preservar su secreto, si Dios purifica los nuestros con elcarbón del entendimiento, ¡qué disparate abrir ese horno cuya boca deja escapar no sólo palabras sino llamas perniciosas!
Sócrates decía que los hombres deben aprender dos cosasen este mundo: a callarse y a hablar poco. A propósito de estohay que alabar sin reservas a quien acostumbraba a decir quever los problemas de otro le daba ganas de ser ciego; oírlos,sordo; describirlos, mudo. Por el contrario, censuraba a quie-nes para verlos, oírlos o describirlos, deseaban tener cien
ojos, cien orejas o cien lenguas.
H ipo c r e s ía . La hipocresía es la más fea máscara que puede llevar un alma villana. Es tanto más detestable cuantomas cr sa y circunspecta.
A veces la hipocresía sirve de bálsamo para impedir quese huela la peste del pecado escondido.
La verdadera hipocresía está siempre grávida de villanía.Es un fuego que la prisión del alma no puede contener. Porlo que es necesario que aparezca el relámpago y estalle eltrueno.
el maestro, no por ser gran cazador de animales salvajes sino
cazador de hombres ante el Eterno
, es decir que se valía del disimulo32, fingiendo piedad y religión. Del mismo modo lohizo Cayetano contra Testo. Por la misma vía se encaminóMahoma, falso profeta y primer tirano de los árabes. Léanse
Ho mbr e p r u d e n t e . Ejemplo de prudencia es Ulises
haciendo prisioneros a los vientos. Los accidentes fortuitosno le atormentan sino que le rinden homenaje.
Le n g u a . Puesto que no tenemos más que una lengua, hayque pedirle a la fama que nos provea de mil. Una lenguagenerosa es una espada preparada para la eternidad.
La lengua del cielo, de la tierra o de las piedras ha susti-
tuido con frecuencia a nuestro silencio obstinado, y ha reve-lado el secreto de nuestra impiedad. La lengua, de aparienciatan pequeña, es por naturaleza un sorprendente milagro.Golpeando el aire con movimientos rápidos y regulares,transforma la voz en palabras. Fiel intérprete del alma, expre-sa de maravilla sus conceptos o sus sentimientos. Habla decosas muy lejanas como si estuviesen presentes, y del cielotambién e incluso de Dios: sólo ella es capaz de dar la palmay el cetro al hombre, asegurando su dominio sobre los ani-males y la naturaleza.
En las penas y en las alegrías, la lengua es de gran ayuda.Exhala espíritus que, si no pueden escaparse, agitan y pertur-
ban el alma con sus pasiones infinitas. Es intérprete del cora-
zón, que no tiene más que la voz para manifestarse como es.Los gobernantes deben escucharlo todo y no despreciarnunca las opiniones, incluso las vanas. Ningún sacrificio esmás apreciado por Mercurio que el de la lengua.
Las palabras no derriban a los enemigos. El coraje que noutiliza más que la lengua como escaparate de sus proezas es bien débil. Los metales que más resuenan son de más bajo
precio que los otros. San Pedro, avisado por Magdalena de laresurrección de Cristo no creyó su palabra sino que corrió personalmente al sepulcro para verlo con sus propios ojos. Amenudo la lengua puede engañar; los ojos son más seguros.
La maledicencia tiene continuamente el veneno en la len-
gua y llena las orejas de mala sangre. Nada hay más escan-daloso que hacer daño y calumniar a una mujer, poseyendoella sus lágrimas por toda arma.
No hay poder situado tan alto que no esté expuesto a lasmiradas de la injusticia y la maledicencia. La altura delOlimpo no escapa de esas nubes portadoras de invencionesmentirosas. Algunos incluso han encontrado artificiosamente
manchas en el sol, pero no han conseguido oscurecer suesplendor.Es injusto procurarse alabanzas criticando a otro. No
alcanza el mérito quien, por una crítica continua, pretende elmérito.
Merece ser borrado del libro de la memoria quien hierecruelmente la reputación de otro, simulando que quiere ex-
traer de sus llagas —como si fuesen plantas aromáticas, un bálsamo que haría incorruptibles su nombre y su sangre, ycuyas palmas y laureles regaría.
Permitir la maledicencia no es oprimir a los buenos yreforzar a los malos, porque hablar mal de quien hace el bienes hacerle más honor que hablar bien de él. Hablar mal del
bien es el más bello ornamento que se ofrece en alabanza del bien; las bellezas de un rostro parecen siempre más perfectassi se confrontan con las imperfecciones; veámoslo ante noso-tros adornado con alabanzas y no con críticas: es como unrostro ingrato que se esconde bajo una amable apariencia.
Wallenstein39, al saber que un soldado le calificaba de bestia, le mandó llamar y le premió con estas palabras: eres
un buen filósofo porque sabes que los hombres son bestias; ytambién mereces, como virtuoso y excelente ser recompen-sado.
Nada tiene más fuerza que lo que parece tener más crédi-to; pero al mismo tiempo nada tiene menos vigor.
La lengua tiene por naturaleza algo en común con elfuego: arde de maledicencia tanto tiempo como dura la mate-
ria que la hace arder. Quien en lugar de echarle el agua delarrepentimiento le añade la leña de nuevos errores, está com- pletamente loco si cree apagarla y escaparse del calor de susllamas.
Las mentiras, que son constantemente presentadas como
verdades, si no engañan a los que las conocen, les dejan porlo menos perplejos. No hay falsedad más poderosa en suexpresión, según los hombres, que la semejante a la verdad.Mil cosas verosímiles parecen argumentar una verdad indu-dable; y pocas cosas verdaderas, dispersas, una conclusiónfalsa. Quien aspira a la ficción y a la mentira, que escoja la poesía. Los poetas no dicen jamás la verdad si no es cuando
confiesan que son pobres.La mentira es defecto común a todas las mujeres. ¿Hay
que extrañarse entonces de que la mujer sea una mentira de lanaturaleza cuyo aspecto, en el momento mismo en que pro-mete al hombre la paz, le atormenta? Sara, esposa deAbraham, aunque al servicio de la santidad, viéndose descu- bierta en el umbral de la puerta, por miedo a los reproches,negó haberse reído; y así se precipitó en la mentira, preten-diendo que el mentiroso era aquel que, por ser ángel, podíatodo, salvo mentir.
Después del pecado, Dios interrogó a Adán; y no a lamujer, para no conducir a la mujer a otros errores ya que lamentira era inherente a la naturaleza de su sexo.
La mentira no está jamás exenta de la gabela del repro* h ¿y
Las mentiras, casi cual moscas, aparecen en todas partes.Y allí donde sienten más la dulzura y la curiosidad, allí se posan.
M e n t i r o s o . El hombre antes debería preferir ser vencido
en la verdad que vencedor en la mentira pues la prosperidaddel mentiroso tiene una vida corta.
Los mentirosos ponen patas arriba gran parte del mundoy turban continuamente la vida de los hombres.
Bajo la denominación de mentiroso se incluyen los adu-ladores, los traidores, los calumniadores, los consejeros des-leales, los educadores perversos: de ellos, como de un manan-
tial brotan todos los desórdenes.Cuando Dios quiere castigar a los pueblos permite que la
mentira ocupe el lugar de la verdad en la boca de los doctosy en los oídos de los oyentes.
timiento, y quiso que sus discípulos permaneciesen cinco
años seguidos en silencio escuchándole: a fin de que en losucesivo pudiesen enseñar a otros con un discurso justo44.
R e l i g i ó n s im u l a d a . Los tiranos, para mantener en alto sudominio fraudulento, lo disfrazan bajo la apariencia de unareligión simulada; porque el pueblo es mal juez de las cosasy si ve a un tirano mirando al cielo, se imagina que teme a
Dios y, por consiguiente, ama la justicia. Adornas, que quiereapoderarse del reino de su padre en vida de éste, sacrificacontinuamente bueyes y machos cabríos; a su derecha, está elsacerdote, a su izquierda, el general de los ejércitos; el uno lesirve para disimular su ambición bajo el velo del celo; el otro
para hacer ostensible la fuerza de sus acciones.
Se c r e t o . Ese líquido precioso (hablo del secreto) necesi-ta un vaso profundo, oscuro, impenetrable, íntegro; si fuese
pequeño y estrecho, se desbordaría el líquido y caería fuerade los labios. Todo lo que se dice llega a ser fatalmente mani-fiesto, por secreto que sea. Si se quiere que nada se sepa, nadase diga: aunque se diga a un solo hombre, y muy en secreto,
en poco tiempo se sabrá todo.El barbero del rey Midas, que había podido ver sus orejasde asno y al que le había sido prohibido hablar de ello, bajo pena de graves castigos, como se sentía morir de deseo decontarlo, salió de la ciudad y cavó una fosa para desahogarallí su corazón: en alta voz reveló el secreto de las largas ore-
jas velludas y grises del rey. Pero, extraño milagro, la tierra
se vio fecundada por sus palabras; y poco después, vio crecercañas que, golpeadas por el viento, reproducían el sonido quelas había engendrado. Unos pastores las cortaron para hacercaramillos con ellas y cuando los acercaban a sus labios paratocarlos, sonaban las mismas palabras. Es así como sedifundió por todas partes el rumor de que el rey de Frigiatenía orejas de asno.
El libro sagrado del Génesis presenta un caso sorpren-dente. «Esaú dijo en su corazón: pronto será el tiempo de luto por mi padre, y entonces mataré a mi hermano Jacob». Einmediatamente después «esas palabras le llegaron a Rebe
joyas contiene el veneno; las flores amables cómo creerlo,
albergan el áspid cruel. Pero que el amado, elegido de tu cora-zón, que comparte tus asuntos más secretos y mejor guarda-dos, te falte, te traicione y, aliándose incluso con tus enemi-gos, participe en tu ruina, es completamente detestable.Desdichados nosotros que damos calor imprudentemente ennuestro corazón a una serpiente; que desvelamos con ligere-za un secreto que revelado nos derrumba. Pero ¿qué se
puede hacer? La compañía humana busca la confianza:dichoso el que la encuentra. Un amigo es un tesoro incompa-rable. Sin embargo, jamás hay que llamarlo así mientras unalarga práctica y experiencias repetidas no lo hayan certifica-do. El tiempo portará ese conocimiento.
De la traición que acordaron los hermanos de José ven-diéndolo a los ismaelitas, este último extrajo su rango y sugrandeza, con los más altos honores de Egipto.
T r a id o r . Es propio de los traidores disimular sus rostros bajo una aparente aflicción y con juramentos, a fin de dar cré
dito a sus engaños.
Quienes, por ambición de dominar, traicionan a los
La duplicidad es el vicio propio del hombre doble, y elhombre doble es un malvado que tiene todo el aspecto delhombre de bien, es decir, buena apariencia y malas artes. Laduplicidad de carácter supone, me parece, un decidido despre-cio hacia la virtud. El hombre doble se ha dicho a sí mismo quesiempre ha de ser suficientemente hábil y mostrarse como unhombre honrado sin cometer jamás la tontería de serlo.
Creería de buen grado que hay dos tipos de duplicidad:una es sistemática y razonada; la otra es natural y, por asídecirlo animal: pocas veces se recupera uno de la primera,
nunca se recupera uno de la segunda.Dudo que haya un hombre tan doble que al estar dotadode una duplicidad tan consumada nunca pueda ser descu
Hay circunstancias en que la finura mental se halla muy próxima de la duplicidad. El hombre doble os engaña; elhombre fino, por el contrario, logra que os engañéis vosotros
mismos. A veces, se requeriría atender al tono, al gesto, alsemblante, a la expresión, para saber si un hombre, al actuar,ha hecho uso de duplicidad o de finura. Pese lo que puedadecirse en favor de la finura mental, siempre será uno de losmatices de la duplicidad.
II. Mentiras de un tirano
El autor del Ensayo sobre los prejuicios [d’Holbach] seha representado el mundo tal y como es, plagado de mentiro
cunstancia, mientras que los errores son infinitos; es que hay
diez mil modos de equivocarse, y sólo uno de estar en locierto.Si la verdad no estuviera hecha para el hombre, ¿para qué
hacer esta crítica del Essai sur les préjugésl, ¿por qué seextraña [Federico II | al encontrar tantos errores en el autordel Essai?, ¿por qué le trata con tamaño desprecio y rabia?,¿por qué un hombre que tiene tanto apego a su tiempo lo pier-
de garabateando si de nada le servirá?El más inconsecuente de los hombres es quien afirma quela verdad no está hecha para el hombre y toma la pluma en
pro de la verdad. El más absurdo de los hombres es quienescribe verdades y, a la vez, escribe que el hombre está hecho para el error.
La verdad se hurta sin cesar a las más arduas indagacio-
nes del hombre. Pero si exceptuamos el cálculo de longitudesy de cuadraturas4, ¿qué verdad se resiste a ser descubierta poresas indagaciones incesantes?
La fuerza de la verdad arranca esta confesión al autor|Federico III; se halla pues bajo el imperio tiránico de la ver-dad; es uno de sus esclavos.
Si considera la fatiga y el esfuerzo con que logramos lascosas como prueba de que en realidad no están hechas paranosotros, la virtud no estaría hecha para nosotros, la felicidadno estaría hecha para nosotros, la probidad no estaría hecha para nosotros. Pues alcanzar felicidad no se realiza sin esfuer-zo; la virtud es de por sí, casi siempre, un penoso sacrificio;la probidad requiere fuerza, valor, una perspectiva clara y
neta de sus propios intereses bien comprendidos, el olvido delo inmediato, pues su incierta recompensa estaría en el por-venir.
Cuando este hombre dice que la verdad no está hecha para el hombre, que el error es su dote, va más lejos de lo quecree. Es un niño balbuciente.
Se agota [Federico II] en lugares comunes sobre la multi-
tud de errores que animan al mundo; y no ve el panel de ver-dades que cabría contraponerle.Si un predicador subiera al pulpito y comenzara con estas
palabras: «¡Hombres!, no estáis hechos para la verdad; la ver-
Y es que semejante hombre [Federico II] no conoce sufi-cientemente aún nuestra lengua; quizá componga versosmediocres, si bien la filosofía exige mayor precisión. Una
paradoja no es en absoluto la opinión contraria a una verdadde la experiencia, puesto que entonces la paradoja sería siem-
pre falsa: por el contrario, sucede a menudo que es una ver-dad. La paradoja, pues, no es más que una proposición con-traria a la opinión común; y dado que la opinión común
podría ser falsa, la paradoja puede ser cierta. Cuando se es puntilloso es necesario por lo menos mostrarse exacto; es unconsejo que el autor nos permitirá dar a quienes tienen lahumildad de rebajarse a ejercer el oficio de crítico.
No sé si el autor ha afirmado muy positivamente que su proyecto era el de acabar con la superstición dominante en su país; pero hay un hecho muy positivo, y es que gracias a sus
esfuerzos y a los esfuerzos de quienes se le asemejan, elimperio del fanatismo se ha debilitado profundamente, demodo que el fogoso Aubri apenas amotinaría hoy a cuatro
pobres mujeres contra el soberano5. Y es que un rey deFrancia puede hoy ceder a su clero la prerrogativa real dearengar al pueblo, concia acl populnmÍJ; pues puede él decirsesin temblar, el domingo por la mañana, entre las diez y lasonce: «A esta hora, cincuenta mil granujas están diciendo loque apetece a dieciocho millones de necios; pero, gracias a mi puñado de filósofos, la gran mayoría de esos necios no cree-rán lo que se les diga, o, en caso de creerlo, será sin que yocorra ningún peligro»7.
El intolerante es un individuo odioso. Pero se trata de
lograr que los hombres tengan un modo uniforme de pensaren materia de religión; se trata de separar la idea de probidadde la idea de la existencia de Dios; se trata de persuadir deque sea cual fuere el culto que se le rinda a Dios resulta sercompatible con la virtud moral y que, al igual que hay un buen número de granujas que van a misa, hay otro buennúmero de personas honradas que no asisten a ella. Y que los
hombres piensen de Dios lo que quieran, siempre que dejenen paz a quienes piensan de un modo distinto.Dada la aversión del crítico hacia quien se toma la liber-
tad de dar algunas lecciones al ministerio sacerdotal, me
parece que él no se cuenta entre quienes padecen los abusos
de autoridad. Si pusiese en ello un poco de atención condi-ción exigióle a cualquiera que aspire al oficio de pensadorse daría cuenta de que se ilustra casi estérilmente a las capassubalternas si se deja la venda en los ojos en los diez o doceindividuos privilegiados que disponen del beneficio de la tie-rra. Se requiere convertir fundamentalmente a éstos. Mientrastales individuos sean ciegos o malvados no habrá virtudes fir-
mes ni principios morales. Los principios buenos o malosestriban en el cumplimiento de las leyes; los buenos princi- pios en el cumplimiento de buenas leyes; los malos principiosen el cumplimiento de malas leyes. Existen tres clases deleyes por doquier*: la ley natural, la ley civil y la ley religio-sa. Si existe contradicción entre ellas, los hombres las irán
pisoteando a tenor de las circunstancias; y no siendo de modo
constante ni hombre ni ciudadano ni piadoso, no será nada.Ahora bien, ¿a quién le corresponde conciliar las tres normasde nuestra conducta?, ¿a quién, pues, habrá de dirigirse elfilósofo con fuerza si no es al soberano?
Indudablemente hay aspectos que el crítico |Federico II]conoce mejor que el autor al que refuta |d’Holbach|; porejemplo, sabe mejor que él...; preferimos detenernos aquí pormiedo a empeñarnos en una enumeración embarazosa para lamodestia del crítico: sería algo similar a las ocurrencias de unescolar atolondrado. Pero podemos asegurarle, por elevadaque sea la opinión que nos merezcan sus conocimientos, quetodavía podría asistir durante mucho tiempo a la escuela delautor del Essay, y que quizá lo requiera, sobre todo si un día
tuviese la fantasía de hacer el bien y merecer una gloria queampare el crisol del avenir. ¿Pero cuál es ese lugar salvaje dela Tierra en el que habita el crítico para aconsejarnos todavíaesa machaconería de las indulgencias, las absoluciones y losmonjes? Rebosamos ya de libros al respecto. La única con-versión que resta por hacer es la del ministerio sacerdotal. Lamayoría de nuestros eclesiásticos ilustrados carecen de pre-
juicios, Nuestros monjes se ruborizan ante sus hábitos; y ten-dríamos tan pocos benedictinos9como jesuítas de haber acep-tado la petición de los primeros, que consideraban deshonra-do su hábito y pedían a manos juntas perderlo de vista; y eso
que tales cenobitas son los más estimados por obra de sus
luces y sus principios. Mi querido crítico, vivís en Ulubris10, procurad vivir en Ulubris y no interfiráis en las tareas que lafilosofía ha de realizar entre nosotros; o si no, daos una vuel-ta por la calle SaintHonoré.
¿Qué entendéis por respetar la forma de gobierno bajo lacual uno vive? ¿Creéis que es necesario someterse a las leyesde la sociedad de la que uno es miembro? No hay problema
alguno en ello. ¿Acaso pretendéis que hay que guardar silen-cio si tales leyes son malas? Esa será quizá vuestra opinión;¿pero cómo podrá el legislador conocer los vicios de su admi-nistración, los defectos de sus leyes, si nadie osa alzar la voz?Y acaso si una de las leyes execrables de esa sociedad decre-tase la pena de muerte para quien osara atacar las leyes, ¿seránecesario doblarse bajo el yugo de esa ley? En fin, dejadnos
al menos garabatear en un papel; garabatead también voso-tros todo lo que queráis; y estad seguro de que nuestras lí-neas únicamente cobran importancia cuando el amo interfie-re en ellas. Si vislumbramos cierta verdad, tanto mejor paranosotros y para la sociedad; si nuestra obra no es sino unasarta de errores, caerán sobre ella el desprecio y el olvido.Sólo ese violento resentimiento, al que con humanidad invi-táis al soberano, es lo que permite subsistir a un autor.
Acusáis al autor del Essai de tener animadversión contrasu señor. ¿Conocéis, pues, a dicho autor |d’Holbach|? ¿Lesuponéis, pues, francés?, ¿y si no hubiese nada verdadero envuestras conjeturas?11. Cuando se trata de solicitar unarecompensa para un hombre del que se considera que su país
lo adeuda, no se puede escudriñar tanto. ¿Pero ha de proce-derse así cuando se le ofrece a la venganza pública? Since-ramente, ¿creéis que el rey de Francia haría bien en descubriral autor del Essai, sacarlo de su hura y estrangularlo? ¿A quéton? Pues porque, a vuestro juicio, ha escrito un libro imper-tinente y sin eco o que pronto dejará de tenerlo; porque ha propalado bien errores que están hechos para el hombre o
bien verdades que no están hechas para nadie. Hacéis muy bien en no ser un soberano, porque seríais entonces un malsoberano; emplearíais vuestra autoridad en dar resalte a talesnimiedades. Creedme, el rey de Prusia sabía manejarle mejor
ese mismo día? Debe abandonar tan peligrosos argumentos y
todos sus absurdos sistemas en manos de los filósofos, y poner manos a la obra cuando llegue el momento. Pese a laviolencia que haya en el Essai sur les préjugés, el soberanodeberá alegrarse, si no abiertamente, al menos sí en su fuerointerno. Que los teólogos arrojen sobre él fuego y llamas, estáen el orden de las cosas; que el soberano finja unir su voz ala de ellos, sigue estando en el orden de las cosas; sin embar-
go, sólo podría molestarse seriamente, digámoslo sin faltar alrespeto a ninguno de ellos, un necio.
Después de haber blasfemado con respecto a la verdad, preconizado el error, calumniado a la naturaleza humana,defendido la arrogancia de la gente de blasón, realizado unaapología de los curas y de la superstición, hete aquí a nuestrocrítico entregado a hacer un panegírico de los hombres de
guerra. Sólo haremos una breve observación a su larga pero-rata: que nadie se bate solo; que a veces hay dos, tres, cuatroamos carniceros implicados en esas matanzas despiadadasque cuestan la vida a millones de hombres; que porque unono pueda ser un hombre de bien no tienen por qué ser losdemás unos desalmados, y que fácilmente podríamos citarle
casos de guerras en los que la justicia no estaba de parte deningún bando. ¡Que la desgracia caiga sobre los hombres degenio que han tenido la desgracia de consagrar sus sublimestalentos a las almas infernales y sanguinarias que les confia-
ban las riendas del ejército! Si les quedaba una brizna dehumanidad habrán gemido por la obediencia que se les exi-gía; habrán detestado esa causa inicua y frívola, así como a
los monstruos que los armaban; habrán vertido lágrimassobre sus trofeos; habrán sido muy valerosos si creyendo enun juez del más allá murieron sin temblar. No quisiera habersido la feroz bestia que mandó causar estragos en elPalatinado, ni tampoco el esclavo de honor que la ejecutó13.Indigno mortal es quien se atreve a hacer la apología de losdevastadores de la tierra, quien olvida que un guerrero justo
exige al menos un adversario injusto, quien encomia lasalmas rastreras que se han prestado a esas expediciones ini-cuas. ¿Qué cuenta el crítico a continuación? La historia de lavenalidad de los cargos públicos, que todos conocemos tan
Entre el puñado de libros que aún leo de ve/ en cuando,Plutarco es de quien mas disfruto y aprovecho. Fue mi pri-mera lectura de infancia y será la última de mi veje/; es casiel único autor que nunca he leído sin sacar algún beneficio.Anteayer leía en sus obras morales el tratado Cómo sacar
provecho de los enemigos1. Ese mismo día, al ordenar algu-
nos folletos que me habían remitido sus propios autores, vinea dar con uno de los periódicos del abate Rozier, junto a cuyotítulo él mismo había escrito estas palabras: «Vitam vero impendeníi, Ro/ier»1. Buen conocedor de las expresiones quegastan estos señores como para pasar ésta de largo, compren-dí que bajo este tono exquisito había querido lanzarme una
cruel ironía; pero ¿a cuento de qué?; ¿a qué venía este sar-casmo?; ¿qué motivo podía yo haberle dado? Para aprovecharlas enseñanzas del bueno de Plutarco decidí dedicar el paseodel día siguiente a examinarme sobre la mentira y volví ple-namente reafirmado en la convicción ya antes adquirida deque el Conócete a ti mismo del templo de Delfos no era unlema tan fácil de seguir como yo había supuesto en mis
ConfesionesTras haberme puesto en camino al día siguiente para cum-
plir mi resolución, la primera cosa que se me vino a la menteen cuanto me puse a meditar fue la de un aborrecible engañocometido en mi adolescencia, cuyo recuerdo me ha turbadotoda la vida; viniendo, incluso aún en mi vejez, a entristecermi corazón ya herido por tantos otros motivos4. Esa mentira,
que ya en sí misma fue un gran delito, debió resultar aúnmayor por su alcance que, aún ignorándolo, el remordimien-to me ha hecho suponer tan cruel como fuese posible. Sinembargo, de no considerar más que el estado de ánimo en que
juicio que debía hacer sobre mí mismo y tras haberlo exami-
nado detenidamente llegué a la siguiente explicación.Recuerdo haber leído en un texto filosófico que mentir escallar una verdad que debería declararse. De este principio sededuce que ocultar una verdad que no se está obligado a decirno es mentir; pero, entonces, quien , en ese caso,
por no decir la verdad dice lo contrario, ¿miente o no mien-te? Según este principio no cabría decir que miente, porque si
da una moneda falsa a un hombre al que no debe nada, desdeluego le engaña, pero no le roba.
Aparecen aquí dos asuntos examinables, ambos de igualimportancia. El primero es cuándo y cómo hay que decir laverdad, puesto que no siempre debe decirse. El segundo es sihay casos en los que se puede mentir de modo inofensivo. Meconsta que esta segunda cuestión está ya resuella: negativamente en los libros, donde al autor no le cuesta nada sostenerla más rígida moral; afirmativamente en la sociedad, donde lamoral de los libros se entiende como una chachara imposiblede llevar a la práctica. Olvidaré, pues, a estas autoridades quese contradicen, y trataré de resolver yo sólo, con mis propios
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principios, estas cuestiones.
La verdad general y abstracta es el más precioso de todoslos bienes. Sin ella el hombre está ciego; es el ojo de la razón.Por ella el hombre aprende a comportarse, a ser lo que debeser, a hacer lo que debe, a tender a su verdadero fin. La ver-dad concreta e individual no siempre hace el bien, a veces esnociva y con frecuencia resulta indiferente. Las cosas que aun hombre le importa saber y cuyo conocimiento es necesa-
rio para su felicidad quizás no son muy numerosas; pero seacual sea su número son un bien que le pertenece, que tienederecho a reclamar dondequiera que se encuentre y que no sele puede hurtar sin cometer el más inicuo de los robos, pues-to que se trata de uno de esos bienes colectivos que no porcompartirlos quedamos desposeído de ellos.
En cuanto a las verdades que de nada sirven ni para la
educación ni en la práctica ¿cómo serían un bien obligatorio,si ni siquiera son un bien? Y, puesto que la propiedad no estáfundada más que sobre la utilidad, donde no cabe la mínimautilidad posible, tampoco cabe la propiedad. Se puede recia
casi siempre opuesto al interés colectivo. Entonces, ¿cómo
actuar en tal situación? ¿Hay que sacrificar la convenienciadel ausente a la de la persona a quien nos dirigimos? ¿Hayque callar o proclamar la verdad que aprovechando a uno per- judica a otro? ¿Hay que pesar todo lo que se dehe decir en laúnica balanza del bien público o en la de la justicia distribu-tiva? ¿Me he cerciorado de conocer suficientemente todos losaspectos del asunto para no aplicar la inteligencia que me
asiste más que a las exigencias de la equidad? Por otra parte,si examino mis deberes con los demás, ¿he pensado bien loque me debo a mí mismo, mi deuda con la verdad en sí?Aunque no haga ningún daño engañando a alguien, ¿suponeeso que no me lo hago a mí mismo?, ¿basta no ser nuncainjusto para ser siempre inocente?
¡Cuántas discusiones embarazosas de las que bastaríalibrarse con decir: «seamos siempre sinceros suceda lo quesuceda»! La justicia en cuanto tal reside en la verdad de lascosas; el engaño es siempre una iniquidad, el errores siempreuna impostura, cuando se dice lo que no corresponde a lasobligaciones y las creencias; y sea cual sea el efecto de decirla verdad siempre se es inocente, porque uno no ha añadido
nada de su parte.Pero esto es zanjar la cuestión sin resolverla. Porque nose trataba de establecer si estaría bien decir siempre la verdad,sino si siempre se está obligado a ello y, de acuerdo con el
principio ya examinado de suponer que no hay tal, distinguirlos casos en los que la verdad es rigurosamente obligatoria deaquellos otros en los que puede silenciarse sin injusticia y dis-
frazarse sin engaño: pues considero que tales casos se produ-cen efectivamente. Se trata, pues, de buscar una regla objeti-va para conocerlos y determinarlos.
Pero ¿dónde encontrar esa regla y la prueba de su infali- bilidad? En todos los asuntos morales difíciles, como éste,siempre he preferido guiarme por el dictado de mi concienciaantes que por las luces de la razón. Mi instinto moral nuncame ha engañado: hasta el presente ha conservado en mi cora-zón suficiente pureza para que pueda confiar en él y aunquea veces se calla ante las pasiones de mi conducta, cuando setrata de mis recuerdos recupera su dominio. Entonces es
ta oscurecido y desvirtuado por los detalles voluptuosos y las
imágenes lascivas. ¿Y qué ha hecho el autor para cubrirlo conun barniz de decencia?, pues ha fingido que su obra era la tra-ducción de un manuscrito griego y nos ha contado el cuentodel descubrimiento del manuscrito del modo más convenien-te para persuadir a sus lectores de la veracidad de su relato. Siaquí no hay un formidable engaño, que se me diga entoncesqué es mentir. Y, sin embargo, ¿quién se ha ocupado de acu-
sar al autor del crimen de esta impostura y de tratarle por ellode farsante?
Se replicará en vano que no es más que una broma; queel autor, a pesar de sus afirmaciones, no pretende convencera nadie; que efectivamente a nadie ha convencido y que ellector ni por un momento ha dudado de que sea él el autor deltexto pretendidamente griego del que se hace pasar por tra-ductor. Por mi parte, yo respondería que semejante farsa sinmotivo no es más que una tonta puerilidad, que un mentirosono miente menos al hablar porque no convenza a nadie, quehay que distinguir del público instruido a multitud de senci-llos y crédulos lectores a quienes ha engañado la historia delmanuscrito contada por un autor serio que se las da de bien-
intencionado, y que confiados han apurado, en una copa deaspecto antiguo, un veneno del que habrían desconfiado dehabérseles ofrecido en un vaso moderno.
Que tales distingos figuren o no en los libros, no por elloel hombre de buena fe deja de hacérselos en su fuero interno,decidido a no permitirse nada que su conciencia pueda luegoreprocharle. Porque una falsedad dicha en provecho propio
no es menos falsa que si se dice en detrimento ajeno, aunqueel engaño sea menos criminal. Favorecer a quien no lo mere-ce es alterar el orden de la justicia; atribuirse a sí mismo o aotro actos que pueden dar lugar a elogios o reproches, a acu-saciones o excusas, es cometer una injusticia; pues todo loque, contrario a la verdad, lesiona la justicia del modo quesea, es un engaño. Este es el límite justo. Pero en todo aque-llo que, aún siendo contrario a la verdad, no interviene la jus-ticia no hay más que invención; y reconozco que quien renie-ga de una fábula por ser falsa posee una conciencia másescrupulosa que la mía.
pulosamente fiel a cualquier verdad que no le cueste, pero ni
un punto más, y que el mío no la sirve nunca tan lealmentecomo cuando tiene que sacrificarse por ella.Pero, se me dirá, ¿cómo conciliar tal debilidad con el
ardiente amor a la verdad por el que yo le alabo? ¿No es falsoun amor que puede soportar tal aleación1? Pues no; es inocen-te y verdadero: pues no es más que una emanación del amor
por la justicia y no quiere ser nunca mendaz aunque a veces
sea imaginativo. En su ánimo, justicia y verdad son sinóni-mos que él intercambia sin hacer distingos. La sagrada ver-dad que su corazón venera no consiste en absoluto en hechosinsignificantes o en nombres inútiles, sino en darle fielmentea cada uno lo que se le adeuda en todo lo que verdaderamen-te le corresponde, en pasarle cuenta para bien o para mal, enretribuirle con honores o reprobaciones, con elogios o conde-
nas. Nunca miente ni contra el prójimo, porque su sentido dela equidad se lo impide y no desea dañar injustamente anadie, ni contra sí mismo, porque su conciencia se lo prohíbey no sería capaz de apropiarse de lo que no le pertenece. Esceloso ante todo de su propia estima, el bien al que menosdispuesto está a renunciar, y sentiría como una verdadera pér-dida conseguir la ajena a expensas de esta posesión. Así quementirá a veces en naderías, sin aprensiones y sin ereer hacer-lo, pero jamás para dañar o beneficiar a otro o a sí mismo. Yen lo que respecta a las verdades históricas, en lo que atañe alcomportamiento humano, a la justicia, a la sociabilidad, a lossaberes patéticos, se precaverá de la falsedad, tanto a símismo como a los demás siempre que dependa de él. Pero, a
su entender, toda mentira fuera de esto no será tal. Si El tem plo de Guido es una obra útil, la historia del manuscrito grie-go no será más que una fábula inofensiva; sólo si la obra es peligrosa resultará un engaño reprensible.
Tales fueron las reglas de mi eonciencia sobre la mentiray sobre la verdad. Mi corazón se ha guiado por ellas instinti-vamente ya antes de ser adoptadas por mi razón, y la intuición
moral las aplicó por su cuenta. El criminal infundio de quefue víctima la pobre Marión me dejó imborrables remordi-mientos que me curaron para el resto de mis días no sólo deengaños de esta naturaleza, sino de todos aquellos que, de un
repentinas la vergüenza y la timidez me arrancan con fre-
cuencia mentiras en las que mi voluntad no interviene paranada, sino que en cierto modo se la anticipan por la necesi-dad de responder instantáneamente. La impresión profundadejada por el recuerdo de la pobre Marión puede perfecta-mente sofocar las mentiras dañinas para los demás, pero nolas que pueden ayudarme a eludir molestias que sólo a míme afectan; lo cual no contraviene menos mi conciencia y
mis principios que aquéllas que pueden determinar el desti-no ajeno.
Pongo al cielo por testigo de que, si un instante después, pudiera anular la mentira que me salva y decir la verdad queme inculpa sin padecer por ello una nueva afrenta al retrac-tarme, lo haría de buenísima gana; pero la vergüenza de pillarme a mí mismo en falla me contiene, y aunque me arre-
piento con toda sinceridad de mi delito no por ello me decidoa repararlo. Un ejemplo explicará mejor lo que quiero decir y probará que no miento ni por conveniencia ni por orgullo, nimenos aún por envidia o maldad, sino sólo por apuro y timi-dez, incluso sabiendo a veces perfectamente que esa mentiraes reconocida como tal y que no puede ayudarme absoluta-mente en nada.
Hace tiempo y contra mi costumbre, M. Foulquier mecomprometió a ir acompañado de mi mujer, con él y con suamigo Benoit, a comer al campo, a casa de la señoraVacassin, restauradora, quien, junto a sus dos hijas, comiótambién con nosotros. De repente, en medio de la comida, ala mayor, recién casada y embarazada, se le ocurrió pregun-
tarme, mirándome fijamente, si había tenido hijos. Enroje-ciendo hasta las cejas contesté que no había tenido esa dicha.Ella sonrió con malicia, dirigiéndose a los comensales: lacosa estaba bien clara, incluso para mí.
Es evidente, de antemano, que esta contestación no eraen absoluto la que yo hubiese querido dar, ni al menos laque yo hubiera deseado imponer, ya que, por la actitud que
veía en los comensales, tenía la certeza de que mi respuestano iba a modificar su opinión sobre el asunto. Se esperabaesta negativa mía, se la provocaba incluso para disfrutar del placer de haberme inducido a mentir. No estaba tan aturdi-
Hago mal incluso en llamarlo engaño, porque ninguno de
estos añadidos lo fue. Escribí mis Confesiones ya anciano ydecepcionado de los vanos placeres de la vida6, que había probado en su totalidad y cuyo vacío había experimentado afondo en mi corazón. Como escribía cié memoria y ésta o mefallaba con frecuencia o no me proporcionaba más que vagosrecuerdos, llenaba las lagunas con detalles ficticios suple-mentarios de esos recuerdos, aunque nunca incompatibles
con ellos. Me complacía en extenderme sobre los momentosventurosos de mi vida y, a veces, impulsado por una dulcenostalgia, los embellecía con adornos. Contaba las cosas quehabía olvidado como me parecía que hubiesen debido suce-der, como seguramente habían sucedido en realidad, peronunca al contrario de cómo, en mi recuerdo, habían sucedido.En ocasiones, añadí a la verdad encantos exóticos, pero jamás
puse la mentira en su lugar para dislra/ar mis vicios o atri- buirme virtudes.
Y si, a veces, inadvertidamente, por un impulso instinti-vo, he ocultado mi lado deforme pintándome de perfil, talesomisiones han sido de sobra compensadas por otras másextravagantes que, con frecuencia, me han hecho silenciar mi
bondad con mayor celo que mi maldad. Es ésta una particu-laridad de mi carácter, de cuya creencia puedo excusar a loshombres, pero que por muy increíble que parezca no esmenos cierta: muchas veces he confesado lo malo en toda suignominia, raramente he contado lo bueno en su faceta másfavorecedora, y con frecuencia lo he ocultado del todo porqueme ensalzaba en exceso, y porque al tratarse de unas
Confesiones podría parecer que estaba elogiándome. He des-crito mis años de juventud sin vanagloriarme de las favora- bles cualidades de que estaba dotado mi corazón, callando,incluso, los hechos que las evidenciaban demasiado. Re-cuerdo ahora dos de mi primera infancia, que acudieron a mimemoria cuando escribía, pero que, una y otra, descarté porel sencillo motivo que acabo de exponer.
Casi todos los domingos iba a pasar el día a Páquis, a casade M. Fazy, que se había casado con una de mis tías y que poseía allí una fábrica de indianas. Estaba un día mientrastendían en la sala de calandrado observando los rodillos de
sesos. Caí al momento, y en toda mi vida he visto un ner-
viosismo semejante al de aquel pobre chico al ver mi sangremanar entre mis cabellos. Creyó que me había matado. Selanzó hacia mí, me abrazó y me estrechó fuertemente fun-diéndose en lágrimas y lanzando desgarradores gritos. Yo leabrazaba también con todas mis fuerzas llorando como él,en medio de una confusa emoción no exenta de cierta ter-nura. Finalmente se puso a restañar la sangre que seguía
manando, y viendo que nuestros dos pañuelos no bastaban,me condujo a casa de su madre que tenía un pequeño jardínallí cerca. La pobre mujer estuvo a punto de desmayarse alverme en aquel estado. Pero mantuvo la sangre fría paravendarme, y después de haber lavado bien mi herida le apli-có flores de lis maceradas con aguardiente, un lenitivo efi-caz y habitual en nuestra comarca. Sus lágrimas y las de su
hijo conmovieron mi corazón a tal punto que, aun pasadomucho tiempo, seguía viéndola como una madre y al hijocomo un hermano, hasta que, perdidos de vista uno y otra,les fui olvidando lentamente.
Guardé el mismo silencio tanto sobre ese incidente comosobre el anterior; y a lo largo de mi vida me sucedieron otroscien de semejante cariz, acerca de los que no he sentido lamenor tentación de hablar en mis Confesiones, tan escaso erami interés por exhibir la bondad que apreciaba en mi carácter.
No; cuando he faltado a una verdad que sabía no ha sido másque en menudencias y más por el apuro de hablar o por el pla-cer de escribir que por razón de conveniencia propia, o en provecho o menoscabo de otro. Y quien lea mis Confesiones
con imparcialidad, si es que esto ocurre algún día, compren-derá que las confidencias que allí expongo son más humi-llantes, más dolorosas de confesar que las de una mala acciónmás grande pero menos vergonzosa de contar, y de la que nohe hablado porque no la he cometido.
De todas estas reflexiones se deduce que el compromisode sinceridad que he contraído se funda más en sentimientos
de rectitud y de equidad que en la realidad de las cosas; y queen la vida me he guiado más por las inclinaciones morales demi conciencia que por las ideas abstractas de lo verdadero yde lo falso. He tabulado con frecuencia, pero rara vez he
mente nunca. Ya es tarde sin duda para ponerlas en práctica;
pero al menos no es demasiado tarde para enmendar mi errory adecuar mi voluntad a esa norma: esto es todo lo que enadelante depende de mí. En esto, pues, y en cosas semejantesla máxima de Solón conserva su validez en cualquier etapa dela vida; pues nunca es demasiado tarde para aprender inclu-so de los propios enemigos a ser juicioso, sincero, modesto
10 Plutarco, Moralia, 241F. En Madrid, Gredos, 19841996, I VIII:‘Cómo distinguir a un adulador de un amigo’ y ‘Cómo sacar provecho de
los enemigos’ (t. I); ‘Sobre la charlatanería’ (t. VII).10 Luciano de Samosata, ‘El aficionado a la mentira’, ‘Relatos verídi-
cos’ (o ‘Historia verdadera’), Obras, Madrid, Gredos, 19811992, tomosII V. Fue recuperado, al igual que Heródoto, por Aldo Manuzio.
12 Especialmente las ideas de Sexto Empírico, Esbozos pirrónicos, Madrid, Gredos, 1993, II. 4 (‘Si existe realmente algún criterio de verdad’),11. 89 (‘Sobre lo verdadero y 1a verdad’, ‘Si hay algo verdadero por natu-ral e /a ’); y también en Contra los profesores, Madrid, Gredos, 1997, que
citará La Mothe en el texto que forma parte de este libro.13 Agustín de Hipona, Obras, Madrid, BAC, 1954, t. XII, donde serecogen «Sobre la mentira» y «Contra la mentira», pp. 527607, 609689.
14 J. Le Goff, La civilización del occidente medieval, Barcelona,Juventud, 1969; y su entrevista en VV. AA., Los tiempos del presente,
Valladolid, Cuatro, 2000, pp. 6061. Los clérigos, al hablar de la verdad,«no lo hacían tanto como un artículo de fe y de esperanza cuanto como unvalor importante para el funcionamiento social».
15 Petrarca, Obras /, Madrid, Alfaguara, 1978, p. 43 («Secreto mío»).
Tr. C. Yarza.16 Vives, Introducción a la sabiduría, Buenos Aires, Aguí lar, 1972,
§8 156, 415, 498. Cf. Erasmo Coloc/uios, Madrid, EspasaCalpe, 2001, tr.P. R. Santidrián, p. 292 {Ef epicúreo). Erasmo sentía aversión por la men-tira, los mentirosos le enfermaban; pero abundan en sus cartas simulación,
malicia y expresiones de desconfianza: J. Huizinga, Erasmo, Barcelona,Sal val, 1986, pp. 223229.
17 Cardano afirma, por ejemplo, «que el cultivo de la verdad te haceaprender a mentir mejor y posibilita que se te preste credulidad incluso
cuando mientes; por el contrario, la verdad no concede fe alguna al men-tiroso» (Proxeneta. Libro de la prudencia civil, Milán, Mondadori,2001, cap. XXI, tr. M. A. González Manjarrés, ¡ni. M. Jalón). Su argu-
mentación sobre el engaño y la violencia fue puesta a la luz por A.Ingegno, Saggio sulla filosofía di Cardano, Florencia, La Nuova Italia,1980.
IS Pedro Mexía, Silva de varia lección, Madrid, Cátedra, 1989, ed. deA. Castro, parle IV, XVIII, que es un capítulo breve sobre el mentir y decir
mentira, con referencias a Teofrasto, Eurípides, Salomón, Aulo Gelio, Nigidio, Eslobeo. Señala que «con eJ mentiroso ninguna cosa se puede tra-tar ni platicar con seguridad», «la mentira todas las cosas hace sospecho-sas». El libro es de 1540, pero había ya grandes referencias italianas:Castiglione dijo que «el alma ignorante engaña y miente a sí misma alládentro en sus entrañas», si bien señala que conviene «envolver la verdadcruda» con algún artificio de buena cortesanía (El cortesano, Barcelona,B ni güera, 1972, pp. 373 y 418, tr. Juan Boscán).
19 Cf. J. Starobinski, Montaigne en mouvement, París, Gallimard,
1982,1. 6; y H. Friedrich, Montaigne, París, Gallimard, 1984, pp. 221230.20 Ya Erasmo, en el Elogio de la locura, y su amigo Rabelais, al elo-
giar la verdad de los más ‘simples’ de espíritu en Pantagruel, probaronnuestras certidumbres mezclándolas con ráfagas de sombras, de sinrazón ode falsedad, preludiando a otros grandes autores.
bono [Opera, I, XXII |, Theonoston, y Oe uti lítate ex adver sis capienda, de1561 [estos dos en Opera, II].
4 Garduño señala que nunca ha mentido; lo cual no deja de ser impo-sible, de acuerdo con sus exposiciones (Mi vida, Madrid, Alianza, 1991,cap. 14, p. 135, F. Socas).
5 Así en Esopo, Fábulas, Madrid, Credos 1985, «El pastor bromista»,§ 210, al que se refirirá La Motile.
6 Sócrates, alabado por Hrasmo como un santo en los Colocjuios, seramotivo de muchas discusiones de Cardano, especialmente en su Dialogas
Antigorgias, sen de recia vivendi ratione 1Opera, I, XV |. Maquiavelo, ade-
más de F>asmo, será re formulado ác idamente por Cardano.7 Cardano conoció a Belloti por el joyero Ciuerrini: Mi vida, p. 137. Se
remitía en sus escritos a muchos contemporáneos de su entorno inmediato
II. MIGUEL I)H MONTAIGNE
La traductora, R. Ibañes, ha seguido el texto íntegro de Montaigne(15331592), «Des menleurs», según tíos originales: Essais, París, Loisirs/ Le Senil, 1988 (etl. R. Parral), I, IX; y (Euvres completes. París,( ¡allimartlPleiade, 1962, texto establecido por A. Thibaudet y M. Ral.
1 Platón, Cridas, lOSd: invoca «a Mnemósine porque casi todo loesencial de nuestro discurso se encuentra en el dominio de esta diosa».Montaigne cita la ed. de Fiemo (1491, 12). Montaigne volvió a hablar desu débil memoria en I, XXVI y II, XVII.
Cicerón, en ¡bv Liguria, señala que olvida pronto las ofensas.4 La anécdota de Darío se halla en I leródoto. Historia, V, 105.
1 Esa distinción entre ‘decir una mentira’ y ‘mentir’ fue desarrollada por Agustín (Sobre la mentira, cap. 3), pero es también el título del ensayode Pedro Mexía (Silva, IV, XVIII; cf. supra, Introducción), quien se apoyaen las Noches Atieas de Aulo Celio (XI, II). También lo señala Nigidio,según lo cita el gramático latino Nonio, V, 30.
4 Cf. Tomás de Aquino: «mentir es ir contra la mente». Retomado asi-mismo por La Mothe.
6 El pitagorismo, así Filolao, reflexionó sobre el contraste entre lo
limitado y lo ilimitado. Cf. Aristóteles, Etica Niconuíquea, 1106b: «el mal,como imaginaban los pitagóricos, pertenece a lo indeterminado, mientrasel bien a lo determinado». La idea fue muy desarrollada por Dión de Prusa, Discursos, p. ej., «Sobre la realeza III», íj 27, «los que mienten dicenmuchas cosas y muy diversas, pero los que dicen la verdad no pueden decircosas distintas de la verdad».
7 «Ul externus aliena non sit hominis vico», Plinio, Historia Natural,Vil, I. Ese pasaje fue citado por Vives en su comentario a la Ciudad de
I)io s(X IX, 7).
8 Cf. Plutarco, Moralia, 502B5I5 («Sobre los charlatanes»). Pero elsilencio fue un motivo renacentista: D. Caraffa, Del óptimo cortesano,1479; Erasmo, La lengua, 1525 (Escritos de crítica religiosa y política,Barcelona, Círculo de Lectores, 1996, pp. 259261, 285288); Mexía, Silva de varia lección, 1540 (I, 5); C. Calcagnini, Descriptio silentii, 1544
y Lo narra extensamente Erasmo en La lengua, pp. 281283: «esa sola palabra dio luego sospecha a los grandes de Inglaterra que aquel embajadorera untado de franceses, aunque venía en nombre del papa; y así, aguardán-dole, supieron que de noche hablaba con el embajador del rey de Francia».
10 Es Luis XII y no Francisco I el rey al que corresponde la anécdota.
III. MATEO ALEMAN
Las dos partes del Guznum de Alfa radie de Maleo Alemán (15471614)se publicaron respectivamente en Madrid, 1599, y en Lisboa, 1604. El textorecogido se extrae de la 2.:i parte, libro I, cap. III: «Cuenta Guznián lo quele aconteció con un capitán y un letrado en un banquete que hi/.o el emba-
jador», capítulo crucial para entender su mundo. Entre oirás edicionesmodernas, se han consultado: Guznum de Alfa ruche, Barcelona, Bruguera,1972, pp. 404409, a cargo de .1. Onrubia; y Guzmón de Alfa ruche* Madrid,Cátedra, 1994, tomo II, pp. 7077, edición de J. M. Mico. El texto ha sidomodernizado.
1 Vulcano (Meíesto), esposo de Venus (Afrodita) y dios de la metalur-gia, fabricó una finísima red metálica para atrapar a su rival, el adúlteroMarte (Ares), que se había introducido en su lecho. Con «fingen los poe-tas», Alemán evoca a los mLógralos: concretamente el pasaje que cita sehalla en la Odisea, VIII, 266 y ss.
■■ El ¡ano, Historia de los animales, II, 5, «El áspid y el basilisco»: el basilisco no mide más que un palmo, pero en mirándolo una serpiente, por
larga que sea, a la simple emisión de aliento, queda tiesa». El águila, elleón, la ballena o el áspid protagonizan su apartado sobre la enemistadentre los animales, V, 48.
;i E\ áspid que «mata con un sabroso sueño», en Plinio, Historia,XXIX, 18.
1 Su «cambiando de feria en feria» remite al astuto que demora inde-finidamente los pagos, de una feria a oirá, o al negociante que se beneficia
paso a paso en cada trueque, ese codicioso «cambiador de ferias», como
dice Cristóbal de Vi Halón en El crótalon.s «La mentira se va edificando con palabras, lo mismo que el edificiocon piedras», decía san Gregorio.
6 «En figura de romero», significa estar disfrazado de peregrino (o‘romero’, del latín rotnaeus, por ser Roma lugar principal de romería o
peregrinación) para engañar mejor.7 Inicialmente, como aquí sucede, ‘tropelía’ significaba magia o ilu
sionismo, antes ‘eutropelia’ (del gr. eutrapelia). Luego la palabra se cruza-rá con atropello, virando así su significado, que es el actual.
* Narrado en Horas de recreación de Guicciardini, traducido en 1586.y La loba larga era vestidura propia de clérigos y estudiantes; el sombre-
ro de falda tenía ala ancha; la muía con tocas y engualdrapadas era propia deaquéllos, pues su uso restringió Felipe II a los eclesiásticos y doctores.«Descubrir la hilaza» significa captar la verdad, desenmascarar una urdimbre.
10 «Desmentir las espías» quiere decir sin duda despistar.
11 El flavo es el color pajizo. La relación entre el teñirse y el engaño o
la mentira, que aparece ya en la Silva de varia lección, IV, 18, fue un lugarcomún en el Barroco.
12 Famosa era ya entonces la «fruta temprana» de la Vera extremeña.11 Cicerón, De sene cíate, II, 4. Era una frase conocida sobre la vejez.14 La voz ‘archivo’ (archeion era residencia de magistrados), entró
poco antes en castellano: la primera documentación data de 1560, enBartolomé de las Casas.
15 La gavia, además de una vela, era la cofa o cesto que se hallaba en
lo alto de los veleros; se movía en exceso cuando estaban mal lastrados.Con una traslación de sentido, gavia aquí significa irónicamente cabeza (aligual que se habla hoy de la azotea). Nótese que también las jaulas, espe-cialmente las empleadas para encerrar a los locos, eran asimismo denomi-nadas "gavias’.
IV. ROBERT BURTON
Robert Burton (15771640) nació en la propiedad de Lindley. Recibióuna severa educación clásica en Oxford, donde permanecerá como biblio-tecario del Christ Church College a partir de 1626. Reconocido hombre deletras y bibliófilo, el «Montaigne inglés» sobresale en el siglo XVII tras laaparición en 1621 de la gigantesca Anatomía de la melancolía. E^sta magnaexpresión de la cultura médica y literaria fue reimpresa hasta 1676; sólovolvió a difundirse, en inglés, durante el siglo XIX.
/
Unicamente al cerrarse el siglo XX se ha iniciado su traducción. La
versión española ha sido pionera: Anatomía de ¡a melancolía: Madrid,AEN, 19962002, 11II (tr. A. Sáez Hidalgo, R. Esteban Arnáiz, R. Álvarez Peláez, C. Corredor). Kn Francia ha aparecido de un solo golpe la
Anaiomie de la méiancolie, París, Corti, 2000, II1I (tr. B. Hocpffner).Aquí retocamos unas páginas del tomo I y añadimos a las notas de Burtonalgunas informaciones entre corchetes. Las versiones citadas siguen, ynosotros también, la importante edición de T. C. Faulkner, N. K. Kiesslingy R. L. Blair (The Anatomy of Mehmcholy, Oxford, Clarendon, 19891994, 3 vols.).
1 [«¿Qué es el agora?, un lugar donde se engañan los unos a los otros»,dice Diógenes Lacreio, Vida de Anacarsis. A este filósofo escita del sigloVI a.n.e., amigo de Solón, se le considera el símbolo del hombre nocorrompido por la civilización |.
2 «Nadie presta atención ni al cielo ni a la palabra dada ni a Júpiter;sólo abren los ojos para contar sus bienes»: Petronio |Satiricón, 44].
3 Plutarco, Vidas paralelas ( «Catón», 5, 5|.4 Jovio lVida de los hombres ilustres, 14; este viajero europeo (1483
1552), autor también de las Historias de su tiempo, fue muy utilizado porBurton].3 «Se beneficia de él mientras ve que puede resolverle cosas, pero,
cuando hay muchas que no logra, le devuelve odio por los favores recibi-dos»: Tácito [Anales, 4, 18].
6 «Muy pocos desean más la fidelidad que el dinero»: Salustio[Yugurta, 161.
7 «Ei deseo de mayor apetencia» |Juvcnal, Sátiras, 10, 23].K i Horacio, Epístolas, 1,6, 3637: «Don Dinero regala mujer con dote,
influencias y amistades], alcurnia y hasta belleza». L> «Tanto vales cuantas monedas tienes en el cofre» |Juvenal, Sátiras,
3, 143144].10 «No por nuestras capacidades, sino por la apariencia y por la opi-
nión del vulgo se nos repula excelentes»: (ierolamo Cardano, De consoia- tione, libro 2 |Opera onmia, Huguetan Ravaud, Eión 1663, I, XXI11;
Burlón glosa unas ciento cincuenta citas de Cardano].11 «El mercader concede más importancia a su dinero que a los bienes por los que ha jurado en falso» [Agrippa, Sobre ía incertidumbre y vanidad de ¡as cien ('i as |. «Como si fuese necesario bien desagradar a Dios, bien sercondenado, atacado o desdeñado por los hombres».
12 «Los que se hacen pasar por curios y llevan una vida desenfrenada»[Juvenal, Sátiras, 2, 3|.
M «(orno los tragelafos o los centauros, por arriba hombres, por abajocaballos» |Plinio, Historia natura!, VIII, 30, §120|.
11 [Demdcrilo se ríe por la demencia del mundo (mientras Heráelitollora, deplorando sus calamidades). Id prólogo de Burlón esta planteadocomo una gigantesca risa del primero, que esta dirigida al lector melancó-lico. Véase Erasmo, Elogio de la locura, HspasaCalpe, Madrid, 1%6, ed.P. Volles, p. 00: ante tantas clases de estulticias «aun no bastarían milDemócritos para reírse de todas ellas y sería necesario otro para que se bur-lara de los demás Demócritos» |.
|S [Virgilio, Geórgicas, 4, 4411.
Ifl pParasanga1= medida de distancia persa, de 5,25 Km.|.17 «Sus preceptos prometen el cielo, mientras están en la tierra en lamás vil esclavitud».
IS líneas Silvio Piccolomini \Dc curial i uní miscriis, 166].|l> «Sonreír a los hombres para dañarlos, o para traicionarlos»:
Cipriano, Traciatus ad Donatum. 113|.20 El amor y el odio son los dos extremos de un catalejo: el uno
aumenta, el otro disminuye.
V. ERANOS BACON
Este ensayo de Francis Bacon (15611626) aparece sólo tardíamenteencabezando los Essays or comiséis civil and moral, en 1625: era la terce-ra edición muy ampliada de su libro juvenil de 1597, que sólo conteníadiez textos. Se han seguido dos ediciones de «Of Truth»: Essavs, Londres,Dent, 1978, intr. M. J. Hawkins; The Works of Francis Bacon, Londres,
Longman y otros, 1861 (ed. J. Spedding et olí .), vol. VI, pp. 377379.1 La pregunta de Pilatos acerca de la verdad, en el Evangelio según sanJuan, XVIII, 38.
2 Los escépticos de la Grecia antigua, encabezados por Pirrón, fueronconocidos gracias a Sexto Empírico (c. 365c. 275). También en el El a van-
ce del saber criticó a los escépticos; pero su medio contemporáneo,
Mersennc consideraba que Bacon era un imitador de los pirrónicos, por su
insistencia en las dificultades para el conocimiento.1 Bsas mentes ingeniosas c inciertas de la misma vena o veta que los
antiguos serían Agrippa de Nellesheim, Sobre la incertidumbre y vanidad
de las ciencias (1527), Francisco Sanche/., Que nada se sabe (1576), yMontaigne, modelo de Bacon en el género ensayíslico.
1 Lse miembro de la tardía escuela de lengua griega es el escritor satí-
rico Luciano de Samosala ( 125192). Ln su diálogo Id aficionado a la men
tira, Luciano habla de quienes «sin justificación alguna de tipo práctico
ponen la mentira muy por delante de la verdad, disfrutando y complacién-dose machaconamente en ello sin justificación explicable alguna», y ter-
mina refiriéndose a la verdad ronu)/í//7//(/(v; protector .
•s L1 padre de la Iglesia que llama a la poesía «vino del demonio» seríaJerónimo o, mejor acaso, Agustín de Ilipona. Por lo demás, sus Confe
siones se centran en la verdad personal.u Hl poeta I Alerceio que supo embellecer a una famosa secta, el epi-
cureismo, escribió esos versos en De rerum natura, II, 110.' Montaigne, Essais, París, LoisirsLe Senil, 1988. ed. R. Banal, II,
18, p. 416: «mentir testimonia desprecio a Dios y temor hacia los hom-
bres». Fue sugerido ya por Plutarco.
VI. FRANCOIS Dli LA MOTIIL LL VAYLK
Se ha eliminado sólo una parle erudita, de carácter histórico, de «Du
mensonge», en La Molhe le Vayer (15881072), (Knvres, Dresde, M. Groe!,
1756 (ed. fae.: Ginebra, Slaíkine, 1970, pp. 477487). Id autor da al mar-gen muy sucintas referencias bibliográficas en general, exactas, que aquí
hemos precisado y aumentado. Se ha elegido como título una cita en cas-
tellano que incluye su curioso texto.
Véase el libro de R. Popkin, /// historia del escepticismo desde tdusnu)
hasta Spinoza (México, LCL, 1983), sobre 1.a Motile, miembro de la LscueJaescéptica. Ln la obra de este autor, no publicado en Lspaiía, late la vieja ense-ñanza de Pirrón (s. III a.n.e.), transmitida por Sexto Lmpírico ’el divino’
según I .a Motile, que había sido muy difundido desde 1562, y que duró unoscien años. Ll tratamiento del problema de la verdad se extiende a las ideas reli-
giosas (valide/ de la doctrina, posibilidad de interpretación). La Molhe sigue
la línea tic Montaigne, Charron y Francisco Sánchez (Que nada se sabe).
1 Demóerito afirmó que «realmente no conocemos nada, ya que la ver-
dad está en lo profundo» (Irag. 117). La Escuela a que se refiere es la
escéptica. Por lo que atañe a esa opinión de Polibio, ya en Montaigne (ensa-yo elegido; ef. cap. L nota 1), dice que Platón llama a la verdad «grande y
potente diosa».
• I leródoto. Historia, Madrid, Gredos, 1984, ir. C. Sehader, l. I, § 136y § 138: «mentir constituye la mayor deshonra»; «es inevitable que el que
tiene deudas diga también mentiras».
1 Hn Filóstrato, Vida de Apofonía de liana , Madrid, Gredos, 1979,ir. A. Bernabé, libro 2, está la descripción del Indo (pero no esa cita en §12,
22 Agustín, Ciudad de Dios, lib. í, cc. 21 y 26 (Obras, Madrid, BAC,tt. XVIXVII).
23 Clemente de Alejandría, Siró mata, Madrid, Ciudad Nueva, 199698, libro I; tr. M. Merino. Cf. Maleo 8; Lucas 9.
21 Tomás de Aquino, 2,2. qu. 110, art. 3: «mentiré esl contra mentem iré».Y Agustín, Sobre la mentira (Obras, Madrid, BAC, i. XII, tr. R. Flore/), cap.3: «se puede decir un error sin mentir y se puede decir una verdad mintiendo».
25 Fábulas de Esopo, Madrid, Credos, 1985, § 210, «El pastor bro-mista», p. 133.
2(1 Epístola a ios romanos, c. 3, art. 4; Salmos, 115.
27 Cf. Aristóteles, Metafísica, IV. 5 y 7: «dice Anaxágoras que lodoestá mezclado en lodo, y también Demócrilo... No esta claro cuáles de esassensaciones son verdaderas o falsas, de allí que Demóerito diga que o nadaes verdadero o, desde luego, nos es desconocido» (Madrid, Credos, 1994, pp. 188189). Aristóteles los criticaba por hacer verdadera y falsa cadaaserción, haciendo imposible cualquier certidumbre. La Molhe se refiereahí a Jeníades de Corinto, remitiendo a la Metafísica, pero ese gran escép-tico que decía: «todo es falso» sólo es conocido por unas breves referen-cias de Sexto Empírico (Contra, Vil, 53).
!S Cardano, Proxeneta. labro de la prudencia civil, Milán, Mondadori,2001, cap. XCII, ed. eit.
Cf. Séneca, Epístolas morales a 1.Medio, Madrid, Círedos, 1986,ep. 95.
30 Quintiliano, Instituciones, libro 12, cap. 10." El oráculo pílico, es el oráculo de Delfos, cuyo antiguo nombre era
Bylho: de ahí esa ocurrencia sobre el nombre de Pitágoras. Por su parte,Porfirio (Vida de Pitágoras, Madrid, Credos, 1987, tr. M. Periago, p. 26),
recoge de la biografía perdida de Apolonio de Tiana que su madre se lla-maba Pitaide. Nada dice de eso Diógenes Eaercio, Vidas de los más ilustres filósofos griegos, en el libro VIII (Barcelona, Iberia, 1971).
32 Habla de Tito Pomponio Ático (10932), hombre independiente,generoso, e importante corresponsal de Cicerón, cuya biografía escribióCornelio Nepote: Vidas, Madrid, Círedos, 1985, ed. M. Segura (10, 1; p. 250, «no decía mentira ni la podía tolerar»). De nuevo, hay varias citasliterales de Nepote sobre las virtudes de Ático que aparecen también enCardano, Proxeneta, así, en cap. 23, p. 369.
33 Se refiere al jesuíta Juan de Mariana, Historiar de rebus Hispaniae (Toledo, 1592), 1.2. cap. (. Se tradujo al castellano en 1601, convirtiéndoseen la historia de España más conocida en la Europa del siglo XVII (hubotrad. inglesa en 1699).
34 Cardano, Mi vida, Madrid, Alianza, 1991, tr. F. Socas, cap. 14, p. 135: «lo que sí entra dentro de mis virtudes es el no haber dicho menti-ra desde mis años mozos».
VIL PIO ROSSI
La traductora, R. Ibañes, ha seguido el texto de Pió Rossi (15811667),«Un vocabolario per la menzogna» del librito Elogio delta menzogna,
lfl Readaptación de Jeremías, 17,9.17 Agustín, Confesiones, 1, 1.
Rossi, sin nombrarle, elige las palabras de Montaigne que ya había
destacado Bacon.Tácito, A nales, XII, 13, 1.El compilador griego Estobeo (s. V n. e.), cuyo Florilegio recoge
muchos datos antiguos.21 Sannazaro, Epigramas, I, 71.22 Polieno, historiador griego de la época de Marco Aurelio (s. II n. e.),
escribió un famoso anecdotario: Estratagemas.
22 Adaptación de Tito Livio, Historia , II, 3, 4.24 Dión Casio, Historia de Roma.~ Aristóteles, Sobre los animales, 496a, 17,15; él no dice que sea
signo de engaño.Así lo indica Hliano, Historia de los animales, V, 50.
Séneca, Carlas a Lucillo, II, 16, 9.Plinio, Historia natural, IX, 4648.Plutarco, De sollertia aitinudiiun, 97Kb.
Salmoneo, héroe de Tesalia; Vibius, delator del siglo 1n.e. Mateo, 27, 6.Génesis, 1,9. Ncmrod es el fundado) de un imperio en Nínivc.Homero, Odisea, canto X, el rey de Eolia, señor de los vientos,
encierra en «un odre hecho con el cuero de un buey enorme a los mugidores vientos» y se lo entrega a Ulises.
M Cf. Aristóteles, Sobre los animales, LIE 492b2835, y Partes de los animales, 2,17: 660a 14 y ss. Aristóteles habla de la lengua, pero nadacomenta sobre el significado de su tamaño, aunque fuese un lugar comúnen la literatura desde Krasmo, La lengua {Escritos de crítica religiosa y
política, Barcelona, Círculo de Lectores, 1996, pp. 238239).Proverbios, 16, 1.
■Ul En Plutarco, «Sobre cómo se debe escuchar», 38B {Obras mora
les, Madrid, Credos, 1, p. 167). La anécdota aparece de otro modo en laVida de Esopo, de la que se hicieron ediciones italianas muy populares enel siglo XVI. Cf. Fábulas de Esopo. Vida, Madrid, Credos, 1978, tr.P. Bádenas, pp. 228, 230231: gracias a la lengua se habría organizado
todo el saber y la cultura, aunque por ella existen los odios, las insidias,los engaños, y todo tipo de discordias, peleas y guerras. Asimismo apare-ce en Erasmo, La lengua de 1525 {Escritos de critica religiosa y política , p. 232).
17 Adaptación de la carta de vSantiago, 39.Virgilio, Eneida, IV, 242244.
y> Wallenstein (15831634), protagonista de la guerra de los treintaaños, de trágico destino.
40 En Suetonio, Vida de los doce cesares, II, «Augusta)», LXX: «laescasez y hambre de entonces en Roma acrecentó la fama de la cena, y aldía siguiente se gritaba ‘que los dioses se habían comido todo el trigo y queCésar era ciertamente Apolo, pero Verdugo’».
41 En Montaigne, en el ensayo elegido: «Los pitagóricos presentan al bien cierto y finito, al mal infinito e incierto».
42 Rossi de nuevo sigue los pasos de Baeon, al hablar de la tardíaescuela griega preocupada por la mentira, aludiendo asimismo a Luciano
de Samosata.43 Eslrabón, Geografía, XV, 1, 3952, sobre los indios.44 Compárese con el texto idéntico de Tomaso Garzoni, de 1583: «El
filósofo Biante decía que la naturaleza ha cerrado y sellado la lengua condoble puerta, a saber, con los dientes y los labios, para que se mantuviera aseguro, como dentro de una fortaleza, sin mostrarse al exterior (...). Entreotras enseñanzas, el filósofo Jcnócrates impartió ésta: que el hombre debíaescuchar mucho y hablar poco, y que por esta razón la naturaleza le ha
dotado de dos orejas y de una sola lengua (...). Los pitagóricos sometían asus neófitos a la obligación de guardar silencio durante cinco años» {El tea-c 1 '
tro de ios cerebros, Madrid, AEN, 2000, cap. XXV, tr. M. Villanueva).45 Génesis, 27, 41 42.I(’ Teofilacto, exégeta bizantino del s. XII n.e. Escribió, además de El
libro de los errores, Cartas y Glosas de los testamentos antiguo y nuevo.
VIH. VAL) VEN ARGÜIAS
Contemporáneo estricto de Didcrot, Vauvenargues murió en cambiomuy joven, a los treinta y un años (17151747). Estos aforismos son un
pequeño puñado de máximas extraídas de la Introduction a la cotmnais- sanee de i'esprit hitmain (París, Elammarión, 1981, ed. J. Dagen). Han sidoreordenadas temáticamente. No hay versión castellana de su libro.
Su manuscrito había sido publicado anónimamente, con éxito, un añoantes de su muerte. Vollaire a quien le había enviado poco antes sus refle-
xiones sobre La Bruyére y Pascal™, anotará ese texto. Vauvenargues podráaún utilizar esas notas para la inmediata segunda edición.
IX. DENIS DIDEROT
De Didcrot (17131784) se traducen aquí dos textos muy diferentes, unoes de juventud y pertenece, por su brevedad y precisión, al orden enciclo- pédico; el otro es un largo alegato de madurez, lleno de digresiones apa-rentemente anecdóticas y de ironías mil. Los dos expresan una defensa dela verdad muy propia del platónico Didcrot: el primero acentúa la idea deque la finura mental (la inteligencia, la posibilidad de hablar) exige ciertaduplicidad. El segundo subraya las trampas del discurso del poder, de laguerra y del halago del poderoso y defiende a ultranza la libertad.
«Duplieité» se ha extraído del tomo V de la edición original de la Encyclopédie, París, 1755. Pese a estar firmado por Diderot y a su interésno aparece ni en recopilaciones extensas de su obra. Asimismo se recoge
en su integridad la «Lettrc sur VExamen de 1’essai sur les préjugés» (1771),de Diderot, un excelente panfleto reencontrado por Franco Ven tur i en 1937,quien lo publicó de inmediato con el título Pages contre un tiran. Se haseguido el tomo V de la reciente edición de L. Versini: Diderot, (Eneres, París, Lalfont, 1995, pp. 165172.
Nótese que D’Holbach había escrito L'es sai sur les préjugés ou de I 'influence des opinions sur les inoeurs el sur le bonheur des hommes en1770, y el rey Federico II de Prusia lo había refutado en su Examen de ressai sur les préjugés (intentaba oponerse al empuje antimonárquicoque los tardoilustrados ejercían con sus opiniones políticas). Hste es eltexto al que contesta, a su vez, Diderot con su Le tí re haciendo una apoogía del barón D’Holbaeh. Pues había aconsejado D’Holbach a los prín-
cipes que renunciasen a los prejuicios de la nobleza (incluyendo, pues, alos militares) y a abolir los privilegios, reconociendo el verdadero méri-to, que sería apoyado por una educación pública de calidad. Diderot, que
quizá hubiese ayudado a pulir Uessai de D’Holbach, hace una condenasin rodeos del despotismo (ilustrado o no), y no deja de atacar al rey pru-siano por el que sintió una evidente alergia. Los tres textos, Essai,
Examen y Lettre se encabalgan, pues, entre sí, aunque es Diderot quientiene la voz final, fingiendo que no sabe que Federico es el autor delsegundo.
O
1 Federico II de Prusia pretendía, en cambio, que D’Holbach había repre-sentado, en su ensayo, un mundo susceptible de todo tipo de perfecciones.
2 Ki núcleo de L'essai sur les préjuyes de D’Holbach es «que el hom- bre ama la verdad»; y precisamente es esto lo que intenta rebatir Federicoel (irande en su Examen.
4 Preocupación ya del Diderot de 1754, Sobre la interpretación de la naturaleza, § II (Barcelona, Anthropos, 1902, Ir. J. Mateo, p. 7): «la regiónde los matemáticos es un mundo intelectual donde lo que se toma por ver-dades rigurosas pierde completamente este privilegio cuando se le sitúa en
nuestra Tierra».ÍS Auhri fue un cura fanático del siglo XVI; asignado a Sai niAndró
des Arts, proyectó asesinar a Hnrique III en 1595; tuvo que huir a Roma.Fue considerado enemigo público.
fl «Coneio ad populum»; concia remite a Xoneieo’ (reunir, excitar,amotinar) y a X'ontio’ (asamblea popular, arenga, discurso).
7 D’Holbach reconocía sin embargo, en su Ensayo, el «poder inmensoque la predicación otorga al clero». Algo que no olvida, en absoluto, Diderot,
especialmente en su contribución a la Historia de las dos Indias de Raynal.* La idea de los tres códigos será recurrente en el maduro Diderot(entre 1772 y 1774): Suplemento al viaje de Bougainville, Historia de las dos Indias, Observaciones sobre el Nakaz.
Esa petición benedictina data de 1765.10 Ulubris, ciudad del Lacio evocada como refugio de la felicidad en
el sosiegt) por Horacio ( Epístolas, I, 11, vv. 2930).*
11 Amigo de Diderot desde 1749, el barón de D’Holbach, filósofomaterialista de origen alemán (17231789), nunca se permitió arremeter
contra Luis XV, en contra de lo que sugiere Federico II en su escrito.12 Nótese la ironía de Diderot al señalar que al menos el autor no es
un soberano, cuando se refiere a un escrito del rey de Prusia. Sobre eseautor alemán innominado, seguramente se trate de Christlob Mylius, tra-ductor de su Jacques le Fataliste y editor de la revista Der Wahrsager ,
1. Simulación y disimulación..................................... 252. Los mentirosos...................................................... 333. El arte del engaño.................................................. 39
4. La risa de Demócrito............................................. 455. ¿Qué es la verdad?................................................. 496. La verdad es verde................................................. 537. Léxico de la mentira.............................................. 65