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3. La Eucarístia, Luz y Vida para los Sacerdotes - Inicio Vicaría de … · 2003-02-25 · de las penalidades sufridas en Egipto, y ... hasta la muerte como sacrificio de comunión,

Sep 28, 2018

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Colección "La Eucaristía, Luz y Vida del Nuevo Milenio"

3. LA EUCARISTÍA, LUZ Y VIDA PARA LOS SACERDOTES

EN EL NUEVO MILENIO

Pbro. Juan Carlos Barboza Villaseñor Pbro. Alejandro Orozco Raygoza

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Diseño: Creator, Agencia Católica de Publicidad. Ediciones Católicas de Guadalajara, S.A. de C.V. Isla Flores 3344, Jardines de San José. C. P. 45085, Tlaquepaque. Jal. Tel.: (0133) 3144-8672/73 Primera impresión: Octubre 2002 ISBN 968-5611-00-9 Derechos de impresión: Arquidiócesis de Guadalajara, A. R. Impresión: Ediciones Católicas de Guadalajara, S.A. de C.V. Impreso en México.

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ÍNDICE SIGLAS PRESENTACIÓN

1. EL SACERDOCIO MINISTERIAL Y LA EUCARISTÍA EN EL NUEVO MILERNIO 2. SACERDOTES MINISTERIALES: DE LA EUCARISTÍA A LA EVANGELIZACIÓN

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SIGLAS

EN Pablo VI, Carta Encíclica Evangelii Nuntiandi (8-XII-1975). PO Concilio Vaticano II, Decreto Presbyterorum Ordinis (7-XII-1965). SC Concilio Vaticano II, Constitución Sacrosanctum Concilium (4-XII-1963).

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PRESENTACIÓN

El Presbítero fue elegido y privilegiado por Cristo, no sólo para una vocación

especial sino para ser el instrumento por el que el mismo Señor pueda darnos a comer su Cuerpo y a beber su Sangre, bajo las especies del pan y del vino.

Este privilegio –otorgado por Cristo a lo largo de su ministerio, y que tuvo una expresión fundamental en la Última Cena, la noche de la institución de la Eucaristía–, compromete y exige al Sacerdote para que sea quien más reflexione, quien más contemple y adore, y quien celebre más intensamente, este misterio central de nuestra fe, Jesús Sacramentado.

La madurez sacerdotal sólo se alcanza delante de Jesucristo Eucaristía, tras largas horas de oración, reflexión y adoración ante este misterio.

Se presentan en este folleto, de la colección «La Eucaristía, Luz y Vida del Nuevo Milenio», dos elementos fundamentales en la vida del Sacerdote, que deben ser insustituibles en su ministerio. Por una parte, la Eucaristía como razón de ser del presbítero. A diferencia del Antiguo Testamento, en que el Sacerdote cada vez ofrecía un sacrificio diferente, en el Nuevo Testamento, siempre presenta un sacrificio único, el de Jesús. Este aspecto sacrificial de la Eucaristía debe volver a ser tomado en cuenta.

Por otra parte, de la participación en el Sagrado Banquete emana un compromiso evangelizador. Al referirse a la institución de la Eucaristía en la Última Cena, San Pablo escribía: «Yo recibí del Señor lo que les transmití» (1Cor 11, 23). El Sacerdote que celebra este Sacramento, sabe que debe dar la vida en el ejercicio de su ministerio, con expresiones concretas y convincentes en las celebraciones litúrgicas, en la predicación de la Palabra y en la práctica de la caridad.

Que estas sugerencias de reflexión nos ayuden a asumir con nuevo ardor el sacerdocio ministerial que hemos recibido, y aumente en nosotros el amor por la Eucaristía.

+ J. Trinidad González Rodríguez, Obispo Auxiliar de Guadalajara.

Presidente de la Comisión Teológica y de Impresos para el

48º Congreso Eucarístico Internacional.

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1 EL SACERDOCIO MINISTERIALY LA EUCARISTÍA EN EL NUEVO MILENIO

1.1 CONTEMPLACIÓN

El Nuevo Testamento plenifica y da sentido íntegro a los acontecimientos que en el Antiguo Testamento se presentaban como una prefiguración, limitada e imperfecta, de lo que más tarde se realizaría en Cristo. Hablar, por tanto, del Sacrificio y de la Alianza en los tiempos nuevos, se entenderá mucho mejor si partimos del sentido y contenido que estas realidades tenían en los inicios del pueblo de Israel.

1.1.1 LOS SACRIFICIOS Y LA ALIANZA EN EL ANTIGUO TESTAMENTO

El antiguo pueblo de Israel ofrecía a Dios sacrificios de diferente índole. Los más significativos eran los verificados cada año, durante la celebración de la Pascua, en los que se realizaba la inmolación y consumación de un cordero (o en su defecto un cabrito) elegido de antemano, macho, primal –de un año– y sin defecto.

De hecho, la fiesta de la Pascua recordaba a los israelitas su liberación de la esclavitud egipcia. Se comían panes ácimos –sin levadura– y hierbas amargas, en recuerdo de las penalidades sufridas en Egipto, y se sacrificaba un cordero como memoria de la última plaga que obligó al Faraón a concederles la libertad.

La sangre era rociada en los dinteles de las puertas; la carne, asada al fuego y comida; el sobrante era incinerado. Así lo manifiesta el Libro del Éxodo 12, 1-14.

El cordero pascual era, entonces, una víctima sin mancha que evocaba el recuerdo gozoso de la liberación de Egipto, por la sangre salvadora rociada en los dinteles, y conducía a la armonía familiar por la carne compartida y comida.

Además del sacrificio pascual, el pueblo de Israel ofrecía durante el año otros sacrificios de ganado vacuno u ovino (o caprino), todos igualmente sin defecto, para que fueran del agrado del Señor. Los sacerdotes inmolaban la víctima en presencia de Dios, ofrecían la sangre rociándola por todos los lados del altar, encendían fuego sobre el altar y ahí colocaban lo inmolado para que se quemara. No era comido, sino ofrecido a Dios, como acción sagrada en un marco cultual específico, de algo que consideraban propio y que entregaban a Dios en reconocimiento de su dominio, en acción de gracias por un beneficio recibido, en súplica de nuevos beneficios, en petición de perdón por los pecados cometidos o como reparación de los daños hechos por el pecado. De ahí que existan diversos tipos de sacrificios que la legislación israelita se encargó de reglamentar al detalle, como se constata en Lv 1-7 y en Nm 28-29: 1. Sacrificios para el holocausto. 2. Sacrificios de comunión. 3. Sacrificios de expiación. 4. Sacrificios de reparación.

Finalmente, está el sacrificio que selló la Alianza entre Dios y su pueblo: la inmolación de novillos ofrecidos como holocausto de comunión, cuya sangre, además de ser derramada sobre el altar, fue rociada también sobre el pueblo. Así lo menciona el texto de Ex 24, 1-11.

La sangre derramada sobre el pueblo en este sacrificio de la Alianza constituía a Israel formalmente como un pueblo: el Pueblo de Dios. Mediante esta Alinaza, Dios se

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comprometía a asistir siempre a su pueblo, y el pueblo, a cumplir los preceptos dados por Dios a Moisés.

1.1.2 EL SACRIFICIO Y LA ALIANZA EN EL NUEVO TESTAMENTO

La Biblia es, ante todo, la historia viva y palpitante de una singular alianza entre

Dios y los hombres, sellada con el sacrificio. La iniciativa parte de Dios, que crea a los hombres a su imagen y desde el principio los trata como amigos. Aunque de suyo, Dios quería establecer su alianza con todos los hombres, durante muchos siglos escogió a un solo pueblo, el pueblo de Israel, el «aliado» de Dios, en representación de toda la humanidad. Pero las repetidas violaciones de Israel a las cláusulas de la Alianza, harán necesaria una alianza nueva, anunciada por los profetas y realizada por Jesucristo, mediador de esta Nueva Alianza como Moisés lo fue de la Antigua, mediante su Sacrificio único y eterno (cfr. Gén 1, 26-30; 2, 8-25; 9, 3-17; 15, 1-2; Ex 19-20; Neh 8, 1-18; Jr 31, 31-34; Mc 14, 24; 8, 6-13).

En la cruz, entre grandes penas y sufrimientos, el Señor ofreció voluntariamente su vida al Padre para obtenernos el perdón de los pecados y la amistad divina, y la ofreció hasta la muerte como sacrificio de comunión, de expiación y de reparación. Su sacrificio es irrepetible porque fue ofrecido una vez y para siempre, de manera que el Señor ya no vuelve a sufrir ni a morir.

En la Última Cena, Cristo se ofrece a sí mismo como alimento y bebida de salvación, y sella con el Sacrificio de su Cuerpo entregado y de su Sangre derramada, la Alianza Nueva y Eterna con la que funda un nuevo pueblo: la Iglesia. Así lo escribe San Pablo en 1Co 11, 23-26:

«Por lo que a mí toca, del Señor recibí la tradición que les he transmitido, a saber, que Jesús, el Señor, la noche en que iba a ser entregado, tomó pan y, después de dar gracias, lo partió y dijo: "Esto es mi cuerpo entregado por ustedes; hagan esto en memoria mía". Igualmente, después de cenar, tomó el cáliz y dijo: "Este cáliz es la Nueva Alianza, sellada con mi sangre: cuantas veces beban de él, háganlo en memoria mía". Así, pues, siempre que coman de este pan y beban de este cáliz, anuncian la muerte del Señor hasta que Él venga».

Cristo será en adelante el único Sacrificio agradable al Padre, el único Mediador de

la Nueva Alianza y la única fuente de Comunión en el Iglesia, el nuevo Pueblo de Dios.

1.1.3 LA EUCARISTÍA, SACRIFICIO DE LA NUEVA ALIANZA

El sacrificio de Cristo se perpetúa a través de los tiempos, hasta la consumación del mundo, en la Celebración Eucarística: el pan y el vino consagrados son su Cuerpo inmolado y su Sangre derramada en sacrificio al Padre.

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Mientras que en el Calvario el Señor ofreció su vida solo, en la Eucaristía la ofrece con nosotros, como Sacerdote eterno al servicio de todos los redimidos que forman su Iglesia. Así, su sacrificio es también el sacrificio de su Iglesia:

− Sacrificio perfecto, por ser la Víctima inmolada el mismo Cristo, Cordero de Dios inmaculado y santo.

− Sacrificio grato a Dios, por ser el mismo sacrificio que Cristo, Sacerdote eterno, ofreció en el Calvario.

− Sacrificio único, por haberlo consumado Él solo, proporcionado y digno de la infinita santidad de Dios.

− Sacrificio colectivo, por venir celebrándose comunitariamente según el mandato de Cristo mismo.

− Sacrificio público, por ser visible y asequible a todos en virtud de su signo sacramental, esto es, el pan y el vino consagrados.

Éste es el sacrificio de la nueva y eterna Alianza entre Dios y su pueblo, máximo

acto de piedad por el cual los hijos de Dios damos gracias al Padre por la creación, la redención y la santificación, y por todas las cosas grandes, buenas y hermosas que ha hecho por nosotros los hombres; asimismo, lo glorificamos, lo adoramos, nos ponemos al servicio de su divina voluntad, le pedimos perdón por haberlo ofendido y le suplicamos nos conceda sus gracias para la Iglesia, para las parroquias, las familias, las necesidades individuales y los fieles difuntos; para el mundo entero.

1.1.4 LA EUCARISTÍA: BANQUETE DE LA PASCUA

La pascua judía era símbolo y figura de nuestra Pascua cristiana. En efecto, el antiguo pueblo de Israel cada año celebraba la pascua para recordar su liberación de la esclavitud egipcia, y hoy, en nuestra historia de nuevo pueblo de Dios, hay también un acontecimiento libertador inolvidable: la redención por la pasión, muerte y gloriosa resurrección del Señor, que nos hace pasar de la esclavitud del pecado y de la muerte eterna a la luminosa libertad de hijos de Dios y a la salvación eterna. Y hay, de igual manera, una fiesta grande, un divino Banquete, para conmemorar tan inefable acontecimiento: la Eucaristía, en la cual, bajo la forma del pan y el vino consagrados, Cristo, el Cordero de Dios, se entrega en cuerpo, sangre, alma y divinidad, como divino alimento de la misma vida que nos ha dado.

Por eso, la Eucaristía es nuestro Banquete Pascual, un Banquete que tiene las siguientes características:

− Un Banquete verdadero. Celebramos la realidad de la redención con una

comida real. Recordemos las palabras de Jesús: «En realidad mi carne es verdadera comida, y mi sangre verdadera bebida» (Jn 6, 55). El pan y el vino consagrados que comemos y bebemos, son el signo de que en verdad participamos en un banquete. Nada, pues, hay de simbólico o mágico en el Banquete eucarístico, en nuestra Cena Pascual.

− Un Banquete sagrado. La redención es un acontecimiento religioso y lo celebramos con un Banquete sagrado. Es una Cena íntimamente relacionada con

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Dios: «Yo soy el pan vivo bajado del cielo» (Jn 6, 51). Cristo está presente totalmente en las especies consagradas; como hombre, como Dios y como Cabeza de su Cuerpo Místico, la Iglesia. Es el gran Banquete al cual Dios mismo nos invita. Hemos de celebrarlo dignamente, con fe en Dios y un gran amor hacia Él, evitando lo rutinario e indigno.

− Un Banquete de vida. La redención es vida. También lo es el Banquete conmemorativo de la misma: «Yo soy el pan de vida» (Jn 6, 48). El Banquete eucarístico alimenta, defiende y desarrolla la vida recibida por la redención. Supone la redención y, a la vez, la complementa. Participamos en un Banquete que es «para la vida del mundo» (Jn 6, 51): la vida del alma, sobrenatural, verdadera, eterna, misma de Dios. En este Banquete sólo es posible participar siendo de Cristo, teniendo su vida en nosotros, que es la gracia. Todo pecado grave nos impide comulgar.

− Un Banquete que nos transforma. La redención nos transforma en hijos de Dios, en otro Cristo. Así, en el Banquete pascual recibimos a Cristo, que nos transforma en Él, según sus mismas palabras: «El que come mi carne y bebe mi sangre, en mí vive y yo en él» (Jn 6, 56). Cristo es vida de nuestra vida, y esto es lo esencial de la vida cristiana, en su naturaleza, su grandeza, su dinamismo sin límites y su personalidad. Por el Banquete eucarístico, el cuerpo del cristiano se hace cuerpo de Cristo, los sentimientos del cristiano se hacen sentimientos de Cristo; toda la vida del cristiano se hace vida de Cristo. No obstaculicemos con la indiferencia y mala voluntad la acción divinamente transformadora del Señor.

− Un Banquete necesario. Para salvarnos es necesaria la redención, y asimismo es necesario participar en el Banquete que la conmemora. Nutrirnos o no de la carne y sangre de Cristo, es nuestra alternativa de salvación. Son palabras del Señor: «En verdad os digo: si no coméis la carne del Hijo del Hombre y no bebéis su sangre, no tendréis vida en vosotros» (Jn 6, 53). Como se entristece y muere la vida del cuerpo por la falta de alimento, así se entristece y muere la vida del alma sin el Alimento divino. Es la Comunión sacramental, recibida digna y frecuentemente, la que nos aleja del pecado y nos conduce a la plena madurez de hijos de Dios.

1.1.5 LA EUCARISTÍA: MEMORIAL DE LA CENA DEL SEÑOR

Cristo nos espera entre los suyos, en la comunidad que fundó como signo y medio de salvación en el mundo; es decir, en su Iglesia. Viene a nuestro encuentro en un rito sagrado y nos encontramos con Él bajo el signo de una comida que hace presente y actual su Última Cena.

Cristo celebra su Cena ahora con nosotros, como antaño la celebró en el Cenáculo con sus Apóstoles. Ahora actúa por el ministerio de sus Sacerdotes. Así, toda Celebración Eucarística es el memorial de la Última Cena del Señor, y por lo mismo tiene:

− El mismo fin de la Última Cena. Es un acto de culto, una acción de gracias y de

alabanza a Dios. Ahora como en la Última Cena, el Señor, con la potencia de su divina palabra, convierte el pan y el vino en su Persona sacrificada e inmolada al

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Padre, y nos introduce en su sacrificio vivo y santo con el que adquirió para todos el perdón y amor del Padre.

− El mismo efecto de la Última Cena. Es manantial vigoroso e inagotable de dones y favores divinos. Ahora, como en la Última Cena, el Señor, Cordero sin mancha, se ofrece al Padre para nuestra salvación y para conseguirnos todos los bienes espirituales y materiales, comunitarios y personales que necesitamos.

− El mismo contenido de la Última Cena. Está Cristo presente y operante, verdadera, real y esencialmente, en el pan y el vino consagrados. Y ahora, como en la Última Cena, el Señor, después de haberse ofrecido en holocausto al Padre, se entrega a nosotros para que comamos de Él y tengamos la vida eterna.

1.2 REALIDAD: LUCES Y SOMBRAS

Frente al Banquete eucarístico, los sacerdotes y fieles han de definirse por ser de Cristo o por abandonarlo. Recordemos estas palabras del Evangelio, después que el Señor habló de la Eucaristía:

«Muchos de sus discípulos, quienes habían estado oyéndolo, dijeron: "Duras son estas palabras", y desde entonces se alejaron de Él y ya no lo seguían. Por eso preguntó Jesús a los Doce: "¿Qué, también vosotros queréis abandonarme?" Simón Pedro le respondió: "¿A quién acudiremos, Señor? Tú tienes palabras de vida eterna, y nosotros hemos creído y estamos convencidos de que Tú eres el Santo de Dios"» (Jn 6, 60.66-69).

La Comunión con el Cuerpo y la Sangre del Señor, es la prueba cercana para sus

discípulos de todos los tiempos, y para superarla, ellos deben tener:

1.2.1 UN VERDADERO ACATAMIENTO DE LA PALABRA DE DIOS

Cristo nos ha revelado el designio salvífico del Padre y nos ha enseñado a vivir como hijos suyos. Él es la Palabra de Dios, el Verbo eterno. La Sagrada Escritura es su Palabra; su mensaje divino es para todos. Comulgar es asumir a Cristo Verdad, lo cual supone abrirnos a sus enseñanzas, acatarlas con fe, apreciarlas y elegirlas como norma suprema de nuestra vida. No creer ni observar el mensaje de Cristo, nos aparta del divino banquete que es la Eucaristía.

Se alejan de la Comunión quienes no se interesan por la Palabra del Señor; quienes no tienen fe en ella. Se alejan cuantos quieren interpretarla a su manera y no en la forma auténtica que nos propone la Iglesia. Se alejan quienes orientan su vida de forma distinta y contraria al Evangelio.

Leer, meditar, honrar y poner en práctica la Sagrada Escritura, nos conduce a una plena y fructuosa vida eucarística. La Verdad nos invita a su banquete, la Cena del Señor.

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1.2.2 GRAN APRECIO DE LA VIDA DIVINA

El Señor nos ha merecido la vida divina, su misma vida; la gracia. Es la vida perdurable y eterna, fruto del sacrificio de Cristo en la cruz, que se nos otorga por la fe y el Bautismo. Comulgar es asumir a Cristo Vida, la plenitud de la vida divina, para que también nosotros la tengamos en abundancia. Apreciar la gracia divina, conservarla como tesoro preciado, defenderla de los peligros del mundo y las asechanzas de las tentaciones; el deseo de que llegue en nosotros a su plena madurez, nos llevan a desear la Eucaristía y participar con gozo en la Cena del Señor.

Se alejan de la Comunión quienes no tienen interés en la vida de su propia alma. Se alejan cuantos escogen una vida de pecado. Se alejan todos aquellos que no quieren dejar su egoísmo, su sensualidad y su avaricia.

La vida divina es fruto del gran amor de Cristo hacia nosotros, y ese mismo amor nos invita continuamente a su espléndido Banquete, para estar íntimamente unido a nosotros.

1.2.3 ESPÍRITU DE SACRIFICIO CONSTANTE Y CONTINUO

Para vivir como hijos de Dios y desarrollar la vida divina en nosotros, es necesario imitar a Cristo. Comulgar es asumir a Cristo Camino, el divino y necesario modelo de nuestra vida. La imitación del Señor trae consigo sacrificios, pues el camino para practicar el amor a Dios y a los hermanos como Cristo lo ha practicado es uno solo para todos, es el mismo camino doloroso del Redentor que pasa por el Calvario antes de conducirnos a la gloria eterna. La Cena del Señor es inseparable del sacrificio de Cristo, igual que de nuestros sacrificios.

Quienes rechazan todo sacrificio en su vida, se apartan igualmente de la Comunión. Quienes no luchan para vencer el pecado, se alejan de la Comunión. Quienes no quieren molestarse en atender las necesidades espirituales y materiales de sus hermanos, se distancian de la Comunión. Quienes no se preocupan por la gloria de Dios, se aíslan de la Comunión.

Todo sacrificio que nos acerca a la Cruz del Señor, nos acerca, también, al sagrado Banquete eucarístico.

1.3 LÍNEAS DE ACCIÓN

La Eucaristía es el Sacramento más grande e importante de la vida cristiana. Es el máximo don que el Señor nos ha hecho, pues en él Cristo condensa su vida y su obra, y se da a nosotros. Correspondamos al Señor con una respuesta adecuada a don tan maravilloso; hagamos de la Eucaristía el centro de nuestra vida y nuestra actividad. Lleguemos a ser lo que recibimos, o sea, que cada uno de nosotros se entregue en plenitud a Cristo y esté en Él, como Cristo se entrega y está con nosotros en plenitud. La Eucaristía nos ha de mover a manifestar nuestro amor a Jesús, que como Dios y Redentor nuestro fue enviado por el Padre para librarnos del pecado y llevarnos a la vida eterna. Como hombre y hermano

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nuestro, nos ha amado primero, llegando su amor por nosotros hasta el sacrificio de su propia vida. Como Señor y Maestro, nos ha puesto el ejemplo de amar no sólo con palabras, sino con la propia vida.

1.3.1 OFRECIMIENTO DE LA PROPIA VIDA A DIOS

La Constitución Dogmática sobre la renovación litúrgica del Concilio Vaticano II, nos recuerda:

«Con solícito cuidado, la Iglesia procura que los cristianos no asistan a la Celebración Eucarística como extraños y mudos espectadores, sino que aprendan a ofrecerse a sí mismos al ofrecer la Hostia inmaculada, no sólo por manos del sacerdote sino juntamente con él» (SC, 48).

Y en el Decreto sobre el Orden Sacerdotal, el mismo Concilio insta a los sacerdotes

a que «enseñen a los fieles a ofrecer al Padre, en el Sacrificio de la Misa, la Víctima divina, y a ofrecer la propia vida juntamente con ella» (PO, 5).

No debemos acudir a la Cena del Señor con las manos vacías. Con fe y amor hemos de reproducir el gesto del Redentor, quien ofrece su vida al Padre, total y generosamente. Antes de celebrar y de alimentarnos con la carne y de la sangre de Cristo, hemos de compartir con Él su sacrificio: con su vida, ofrecer también la nuestra a Dios. Por eso todos participamos del Sacerdocio real de Cristo, y por eso el Sacrificio Eucarístico es la cumbre de toda la vida cristiana y del ministerio sacerdotal.

Hagamos de la Celebración Eucarística el centro de nuestra vida. Por Cristo y con Cristo, ofrezcamos a Dios nuestros trabajos y luchas, nuestras angustias, alegrías, penas, sacrificios, éxitos, fracasos y proyectos. El Sacrificio Eucarístico se ofrece, pero antes se vive.

1.3.2 PURIFICACIÓN DE LOS PECADOS Y PRÁCTICA DEL AMOR EVANGÉLICO

Nuestra inmolación ha de llevarnos a una constante y continua purificación de todo pecado en nuestra vida, para que nuestra ofrenda filial al Padre sea cada vez más parecida a aquélla de su Unigénito: digna, agradable y perfecta.

Quienes comparten con Cristo su sacrificio, buscan crucificar su propia carne con sus vicios y concupiscencias; buscan practicar real y efectivamente el amor a sus semejantes y buscan la Palabra de Dios, para entenderla y practicarla.

Si todos los sacerdotes y fieles celebráramos y participáramos en el Sacrificio eucarístico «consciente, piadosa y activamente», como sugiere el Concilio Vaticano II, habría en el mundo menos egoísmos e injusticias, esclavitud y luchas, y habría más fraternidad, justicia, libertad y paz.

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1.3.3 SANTIDAD DE VIDA POR LA GRACIA DIVINA

El Sacrificio eucarístico, perpetuado en la Iglesia y celebrado continuamente de un extremo a otro de la Tierra por todos los que creen y siguen a Jesús, es para la gloria de Dios y la santificación de los hombres. No desperdiciemos tan excelente medio divino de gracia. La Eucaristía es la inmensa riqueza que tenemos los cristianos; es lo más grande y santo que podemos ofrecer a Dios. Es el sacrificio de Cristo y nuestro. A la ofrenda infinitamente santa y perfecta de Cristo, unamos el pobre e imperfecto don de nuestra vida al Padre celestial. Es nuestro deber de hijos, y será también nuestra gloria.

Recordemos las sencillas y prácticas palabras de la Imitación de Cristo:

«Dolores, penas, trabajos y tribulaciones no faltan; lo que falta es que nosotros asociemos nuestras penalidades al Sacrificio eucarístico. Todos esos trabajos, que padecidos por nosotros personalmente apenas tendrían algún valor, al vincularse al Sacrificio de Cristo se convierten en actos sacrificiales; en actos del mismo Cristo, que les comunica sus propios merecimientos» (Im. 4, 8-9; LG, 6, 48).

Compartir con Cristo su sacrificio, es la mejor preparación para unirnos a Él,

después, en la santa Comunión.

1.3.4 ACTO DE FE EN LA PRESENCIA EUCARÍSTICA DE JESÚS

El encuentro eucarístico con Cristo es el más tierno y profundo de nuestros encuentros sacramentales con Él. Es un encuentro lleno de fe, pues acudimos al encuentro eucarístico con Cristo porque:

− Creemos en las palabras con las que el Redentor prometió la Eucaristía:

«Éste es el pan que baja del Cielo para que de él se coma y no se muera. Yo soy el pan vivo que ha bajado del Cielo; el que come de este pan vivirá eternamente. El pan que yo os daré es mi carne para la vida del mundo. En verdad, en verdad os digo: si no coméis la carne del Hijo del Hombre y no bebéis su sangre, no tendréis vida en vosotros. El que come mi carne y bebe mi sangre, tiene vida eterna y yo lo resucitaré en el último día. En realidad, mi carne es verdadera comida y mi sangre es verdadera bebida. El que come mi carne y bebe mi sangre, en mí vive y yo en él» (Jn 6, 51-56).

− Creemos que en la Cena del Jueves Santo el Señor instituyó el Sacramento de la

Eucaristía, haciendo real y verdaderamente posible alimentarnos con su Carne y su Sangre:

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«Cuando estaban cenando, Jesús tomó un pan, y después de pronunciar la bendición, lo partió y lo dio a sus discípulos, diciéndoles: "Tomad y comed; éste es mi Cuerpo". Tomó un cáliz, y después de la acción de gracias, lo pasó a sus discípulos, diciéndoles: "Tomad y bebed todos de él, porque ésta es mi Sangre, la que será derramada por una multitud para el perdón de los pecados"» (Mt 26, 26-28).

− Creemos que el Señor, al decir a los Apóstoles en la institución de la Eucaristía:

«Haced esto en conmemoración mía» (1Cor 11, 26), mandó que la Iglesia perpetuara a través de los tiempos el memorial de su Última Cena; es decir, que siguiera consagrando el pan y el vino para convertirlos en su Cuerpo y Sangre y entregarlos a sus discípulos como comida y bebida de salvación.

Como el piadoso autor de la Imitación de Cristo, demos gracias al Señor por haber instituido el Sacramento de la Eucaristía:

«Gracias te sean dadas, Creador y Redentor de los hombres, por haber dispuesto aquella gran Cena en la que nos diste a comer, no el cordero figurativo, sino tu sacratísimo Cuerpo y tu Sangre, alegrando a todos los fieles con el Sagrado Banquete» (Im. 4, 11).

Démosle gracias de corazón y siempre, procurando que este inefable don de Dios

encuentre una respuesta digna y plena a lo largo de toda nuestra vida.

2 SACERDOTES MINISTERIALES: DE LA EUCARISTÍA A LA EVANGELIZACIÓN 2.1 CONTEMPLACIÓN (CAPÍTULOS 22 Y 23 DEL EVANGELIO DE SAN LUCAS)

Para contemplar a Jesús, evangelizador enviado por el Padre y Redentor nuestro, leamos los capítulos 22 y 23 de Lucas. En sus distintos episodios, la narración que hace San Lucas de la Pasión nos muestra a Jesús como el evangelizador por excelencia; precisamente en los momentos más dramáticos de su vida (Eucaristía).

Contemplemos a Jesús en el Cenáculo, en medio de un ambiente amoroso y una convivencia fraterna, ofreciéndose al hombre como alimento: «Luego tomó pan, dio gracias, lo partió y se los dio, diciendo: "Éste es mi cuerpo que se entrega por vosotros; haced esto en recuerdo mío"» (Lc 22, 19).

La acción redentora de Jesús durante su vida mortal, tuvo su momento cumbre en la cima del Calvario. Es el momento máximo de amor de Dios a los hombres, para darnos vida. Clavado en la cruz, sangrando su cuerpo, entre miradas de compasión y voces de injuria, se ofrece como expiación por los pecados de los hombres y se muestra como modelo de evangelización.

Pongámonos en contacto con su persona, mirándolo en silencio, con atención en cada escena, y experimentemos admiración, interés y fascinación, para luego discernir y elegir las acciones y actitudes motivadas por sus criterios de amor a los hombres.

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Pidamos en nuestra oración esa participación y comunión en el sufrimiento y los padecimientos de Cristo, hasta hacernos semejantes a Él en su muerte, como habla San Pablo (cfr. Fip 3, 10).

Contemplemos tres pasajes de la pasión que inspiran la manera de vivir la Eucaristía y la evangelización en nuestro sacerdocio. Pareciera que nuestro tema se pudiese reducir a sólo la pasión de Cristo, pero no es así: el inicio de este misterio pascual de Cristo es la Eucaristía; la Última Cena es Eucaristía, Banquete, Sacrificio y Memorial, el punto en que inicia este hermoso y doloroso recorrer de Cristo, que culmina en la resurrección. Es Cristo Eucaristía quien, en la Última Cena anuncia y prefigura la donación total de su Cuerpo y de su Sangre, llegando a su máxima expresión en el sacrificio de la cruz.

2.1.1 JESÚS HUMILLADO

«Los hombres que lo tenían preso se burlaban de él y lo golpeaban. Cubriéndolo con un velo, le preguntaban: "¡Adivina! ¿Quién es el que te ha pegado?" Y lo insultaban diciéndole otras muchas cosas» (Lc 22, 63-65).

Jesús es evangelizador en el mismo momento en que es maltratado. En ese instante,

es que se dirige a la humanidad más profunda de quienes lo han golpeado, tratando de hacerlos razonar: «¿Por qué haces esto?»; Jesús excusa a estos hombres, los comprende en su tosquedad; comprende que hay poca culpa en ellos, porque no saben lo que hacen, y como oveja mansa, se ofrece al Padre por ellos. En el fondo de esta cita, se encuentra el cuarto canto del siervo de Yahvé (Is 53): es el hombre mudo ante quien lo tortura y lo mata.

Dios se revela en esa debilidad. De la debilidad nace una fuerza inmensa. La potencia del Señor no se manifiesta sólo en el obrar, sino también en el padecer con humildad, sencillez y mansedumbre, donde se resalta una profunda dignidad. Jesús evangeliza, vence, con su modo de obrar tan desacostumbrado.

Eucaristía y evangelización se encuentran en el camino de la humildad del Siervo doliente.

2.1.2 JESÚS ES TENTADO

«Estaba el pueblo mirando; los magistrados hacían muecas diciendo: "Ha salvado a otros; que se salve a sí mismo si él es el Cristo de Dios, el Elegido» (Lc 23, 35).

Jesús es tentado pero no baja de la cruz, porque, aunque todos creyeran en su poder,

en su éxito, ¿cómo mostraría entonces la imagen de un Dios que acepta la muerte por amor al hombre? Ya no mostraría la imagen, inédita, del Dios que sirve, que da su vida por el hombre, que lo ama hasta despojarse de todo por amor. El Evangelio contiene la imagen de un Dios que es misericordia, que se vacía de sí mismo y se aniquila por amor al hombre.

Jesús vino a mostrarnos el amor al Padre y vive esta experiencia hasta el fondo, en el suplicio de la cruz. Ésta es la imagen de la que los demás tratan de alejarlo: «¡Sálvate a ti mismo, sírvete de tu potencia, demuestra tu capacidad de dominar!»

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Sacerdotes

Ésta es la Eucaristía: el Cristo hecho pan, convertido en alimento: «Esto es mi Cuerpo... Ésta es mi Sangre entregada por ustedes... Hagan esto en memoria mía» (Lc 22, 19-20). Éste es el Evangelio de Jesús: mostrarnos el amor del Padre en su persona.

2.1.3 JESÚS EVANGELIZADOR

«Uno de los malhechores colgados lo insultaba: "¿No eres Tú el Cristo? Pues ¡sálvate a ti y a nosotros!" Pero el otro le increpó: "¿Es que no temes a Dios, tú que sufres la misma condena?" Nosotros, con razón, porque nos lo hemos merecido con nuestros hechos; en cambio, éste nada malo ha hecho". Y decía: "Jesús, acuérdate de mí cuando vengas con tu Reino". Jesús le dijo: "Te aseguro que hoy estarás conmigo en el Paraíso"» (Lc 23, 39-43).

Al contemplar a Jesús que sufre, con humildad y mansedumbre, el ladrón

arrepentido se abre gradualmente a un mundo nuevo de valores y relaciones, en el que no sólo hay violencia ni solamente la ley del más fuerte. Descubre una humanidad que él no había conocido nunca. Este hombre capta la diferencia y sabe que Jesús representa un nuevo tipo de humanidad.

Al ver cómo sufre Jesús y su modo de abandonarse al sufrimiento en las manos del Padre, da el paso decisivo de la confianza y se expresa con esta oración: «Jesús, acuérdate de mí cuando estés en tu Reino» (Lc 23, 42). De este modo expresa su amistad, su fe y su abandono en la potencia de Dios que obra en Jesús: es un hombre que ha comprendido perfectamente el Evangelio, un nuevo modo de vivir, fraterno. El «buen ladrón» es la primera persona a quien Jesús acoge en su salvación, es el primer evangelizado.

Entonces, viene la respuesta de Jesús: «En verdad te digo: hoy estarás conmigo en el Paraíso» (Lc 23, 43).

En la contemplación del Crucificado que se ofrece al Padre como Eucaristía, y a los hombres, como evangelizador, se inspira e ilumina nuestro Sacerdocio, que, concretando el seguimiento de Cristo, se entrega cada día en la caridad pastoral, poniéndose al servicio de las necesidades más profundas de los hombres, como las necesidades de verdad, amor, justicia y esperanza.

Eucaristía y evangelización, cumbre y centro de la vida sacerdotal, se entrelazan, se implican y se unen en la misma cruz.

§ Eucaristía y Sacerdocio. La Eucaristía es el analogado principal de la

dinámica fundamental en la vida del Presbítero, ya que su vida consiste en reproducir analógicamente esto que, en su plenitud, se realiza en la Eucaristía. En ella se actualiza la entrega de Cristo al Padre y la entrega pastoral de Cristo a los hermanos. En la Eucaristía, se vive simbólicamente lo que después se vive en la vida cotidiana del Presbítero. «Como ministros de lo sagrado, señaladamente en el sacrificio de la Misa, los presbíteros representan a Cristo, que se ofreció a sí mismo como víctima

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por la santificación de los hombres; de ahí que se les invite a imitar lo que tratan» (PO, 13).

Cuando un sacerdote dice: «Esto es mi Cuerpo», su nivel de identificación con

Cristo es tan total y tan máximo, que está diciendo no solamente «esto es el Cuerpo de Cristo», sino también «esto es mi cuerpo», es decir, mi persona, la del Sacerdote que se entrega por ustedes, por la comunidad, en la caridad pastoral. Y cuando dice «ésta es mi Sangre», o sea: «Ésta es mi vida, que se derrama por ustedes», no solamente está diciendo «ésta es la sangre de Cristo», sino también «ésta es mi vida, que se derrama por ustedes en la evangelización».

• Evangelización y Sacerdocio. Los Presbíteros, como cooperadores de los Obispos que son, tienen como primer deber el de anunciar a todos el Evangelio de Dios, de modo que, cumpliendo el mandato del Señor, «Marchen por el mundo entero y lleven la Buena Nueva a toda criatura» (Mc 16, 15), formen y acrecienten el pueblo de Dios (cfr. PO, 4).

Un rasgo de nuestra identidad y nota específica de nuestras actividades, es anunciar el Evangelio de Dios. En cuanto Pastores, hemos sido escogidos –a pesar de nuestra insuficiencia– para proclamar con autoridad la Palabra de Dios y alimentar al pueblo mediante la evangelización (EN, 68).

El Sacerdote, como Cristo, se encuentra en medio de dos realidades:

− Ungido por el Espíritu, − para evangelizar a los pobres.

2.2 ALGUNOS ASPECTOS DE NUESTRA REALIDAD

Mediante la caridad pastoral, el ministerio del Sacerdote acompaña la acción de Dios en los hombres, y por lo mismo, debe ser transparencia fiel y mediación clara de Cristo Eucaristía y Cristo evangelizador. Al identificarnos con Cristo Sacerdote, debemos cambiar nuestro modo de ser y de vivir, y ser personas que voluntariamente suben a la Cruz, que saben despojarse y olvidarse de sí por los demás.

Todos los que somos llamados a ser Pastores con Cristo, hemos de modelar e integrar nuestra existencia y nuestro corazón de acuerdo con el suyo, a lo largo de toda nuestra vida. Es un aprendizaje decisivo que sólo puede realizarse bajo la acción del Espíritu Santo, don del Resucitado, y la contemplación incesante de Cristo crucificado.

Algunos puntos a considerar:

2.2.1 DESAPEGO Y LIBERTAD

Jesús nos enseña y nos educa en el desapego y la libertad de corazón:

«Vendan lo que tengan y denlo en limosna. Háganse bolsas que no se gasten y tesoros inagotables en el Cielo, donde no se acerca ningún ladrón ni roe la polilla, porque donde esté su tesoro, allí estará su corazón» (Lc 12, 33-34).

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Sacerdotes

El sacerdote que en su ministerio sigue de cerca a Jesús, es educado gradualmente

en la libertad del corazón, a no apegarse a ninguna cosa que pueda apartarlo de su tarea, sean la ganancia, el interés, la carrera o las preocupaciones personales.

El Sacerdote diocesano se entrega a la caridad pastoral con amor primario y total, para lo cual invierte todo su capital afectivo, sus intereses y deseos. Su proyecto de vida está incondicionalmente al servicio y atención de los fieles, con absoluta radicalidad, para lo cual es necesario gozar de una libertad tan plena, que incluya el voto o promesa del celibato.

En nuestra sociedad postmoderna, el Sacerdote inmerso en el mundo ha de ser un hombre libre de adicciones y apegos desordenados, para que pueda liberar a los hombres que han hipotecado su libertad.

2.2.2 SENTIDO DE LA CRUZ Y ASCESIS

«Decía a todos: "Si alguno quiere venir en pos de mí, niéguese a sí mismo, tome su cruz cada día, y sígame. Porque quien quiera salvar su vida, la perderá; pero quien pierda su vida por mí, ése la salvará» (Lc 9, 23-24).

La ascesis del Sacerdote es, fundamentalmente, aquella que se deriva del ejercicio de su ministerio:

− Es la ascesis del trabajo tenaz y responsable que planea y realiza, y

además, evita toda tendencia a los protagonismos apostólicos. − Es la ascesis de la paciencia que todos necesitamos para soportar el

sentimiento de impotencia pastoral y la lentitud tan frecuente con que avanzan las tareas pastorales.

− Es la ascesis de la paciencia, para soportar la agresividad que, a veces, provocan el anuncio del Evangelio y la vida pastoral.

− Es estar prontos al supremo sacrificio y a padecer por la comunidad.

La cruz y la ascesis hacen que esta tasa de dolor, sufrimiento y esfuerzo no generen amargura ni sentimiento de saturación, sino que, al contrario, reviertan sobre la caridad pastoral y la alimenten.

Vivimos en medio de una cultura que ha perdido el sentido de la cruz y el sacrificio. El Sacerdote, con su entrega en medio de los hombres, será signo elocuente de la Cruz de Cristo.

2.2.3 LO QUE NO ENTENDEMOS

En ocasiones vivimos la experiencia de los discípulos de Jesús:

«"Pongan en sus oídos estas palabras: el Hijo del Hombre va a ser entregado en manos de los hombres". Pero ellos no entendían lo que les

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decía; les estaba velado de modo que no lo comprendían y temían preguntarle acerca de este asunto» (Lc 9, 44-45).

No entender y tener miedo preguntar, es precisamente ese bloqueo en el que las

cosas zumban en la cabeza, pero están tan fuera de la propia mentalidad, que uno no se atreve a romper esa trampa por comodidad y miedo a comprometerse.

Jesús habla, anuncia un cierto camino, los suyos están cerca sin entender y tienen miedo de preguntar. Hay un punto fundamental en Jesús que ellos no aceptan, que tratan de rechazar y sofocar: es el sentido de la cruz.

La educación del evangelizador es difícil, choca contra ciertas resistencias secretas. Hasta que no las hayamos aclarado bien y desenmascarado, las palabras nos pasarán por encima, nos pasarán por dentro y saldrán por resonancia, pero no habrán entrado en nuestro corazón. De ahí el sufrimiento y la dificultad de evangelizar sin Cruz y sin Eucaristía.

Necesitamos confrontarnos, aclarar y profundizar en nuestra cruz sacerdotal, a la luz de la cruz de Cristo.

2.2.4 DAR LA VIDA

La Eucaristía y la evangelización exigen perder la vida. No hay mejor camino de plenitud que dar la vida, amorosa, responsable, consciente y libremente, por los demás.

La generosidad para dar la vida, a veces es caprichosa, medida, interesada o se cansa, y las causas de la falta de una generosidad sana en sus intenciones y motivaciones, las encontramos en la manera como nos educaron en el amor. Bien pudo ser un amor condicionado o interesado, no de gratuidad. Estos aprendizajes dificultan que la persona viva e integre el amor como servicio de manera gratuita y constructiva en sus años adultos.

Además, vivir en una sociedad, con una cultura en la que el sentido de la vida está en el poseer, en el gozo individualista y en el placer sensual, impide ver el valor y el sentido que tiene el sacrificio de dar la vida. Este ambiente nos envuelve y nos afecta de tal manera, que no siempre estamos en el mundo sin ser del mundo, no siempre vivimos exentos de este contagio que se respira en la nueva cultura de la postmodernidad.

2.3 LÍNEAS DE ACCIÓN A MANERA DE REFLEXIÓN PERSONAL

• En mi vida sacerdotal: − ¿Qué lugar ocupan de hecho la Eucaristía y la Evangelización? − ¿Qué cosas son las que más me preocupan en mi vida ministerial? − ¿Tengo apegos fuera de mi identidad que me roban tiempo y debilitan

mis fuerzas o capacidades para el desempeño de mi ministerio?

• Mi vida ministerial, con todo lo que conlleva de cruz y de ascesis:

− ¿Se inspira y sostiene a partir de la contemplación y configuración con Cristo crucificado, hecho Eucaristía y evangelizador?

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Sacerdotes

− Mi espiritualidad en los conflictos, sufrimientos y crisis, ¿me alcanza para no perder la paz ni acobardarme, desistir o disminuir mi entrega?

− ¿Me mantengo libre y consistente ante los fracasos pastorales cuando no obtengo los resultados deseados?

• En mi entrega sacerdotal:

− ¿Cuáles son las intenciones y motivaciones que subyacen en mi manera de dar la vida por las ovejas?

− ¿Mi generosidad es la de un amor de gratuidad, que busca sólo la gloria de Dios y la salvación de los fieles?

− En mi aprendizaje de pastor que evangeliza y se ofrece con Cristo en la Eucaristía, ¿qué cosas me quedan por aprender?

• ¿Hay cosas que no me atrevo a preguntar, confrontar y profundizar en lo que concierne a mi Sacerdocio, por el miedo a la conversión y sus consecuencias?