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ARQUEOLOGÍA
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Sep 24, 2015

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  • ARQUEOLOGA

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    ARQUEOLOGA CANARIA Y EPISTEMOLOGA Celso Martin de Guzmn

    1. Preliminares:

    Entendemos por Arqueologa Canaria la reconstniccin objetiva de las distintas sociedades aborgenes del Archipilago, en base a la infor-macin proporcionada por su cultura material, por los registros y fuen-tes de carcter etnohistrico, sometidos a criterios.

    Los estudios arqueolgicos, realizados en Canarias en la dcada de los 70, hemos de reconocer que han supuesto un avance positivo en el conocimiento de aquellas comunidades isleas que interrumpen su ensi-mismamiento cultural con la irrupcin de los europeos a principios del XV.

    A pesar de no registrar ningn descubrimiento espectacular, ni tan siquiera una novedad revolucionara en sus dataciones absolutas, gra-cias a las excavaciones sistemticas, preferentemente concentradas en Gran Canaria (por razones obvias), se ha ido perfilando un campo, ape-nas explorado y que promete, si no decae el empeo, desvelar muchas de las incgnitas siempre planteadas y an no resueltas sobre el pobla-miento y la secuencia cultural de los distintos pueblos que ocupan cada uno de los siete territorios insulares.

    Si apostamos por la Arqueologa Canaria es por estar convencidos de su importancia y del posibilismo cientfico que aun contiene la inves-tigacin prehistrica en las islas. A la diversidad de etnias, de culturas y al tratamiento particularizado, por islas, hemos de sumar el complicado

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    sistema de redes, y sin renunciar a esa increble diversidad cultural, de una isla con referencia a sus otras seis, interpretar el conjunto como un magnfco ejmplo de relativismo cultural, de la variedad de respuestas al factor del aislamiento. Casi todos los investigadores ya estamos de acuer-do en estos postulados fundamentales, pero tampoco hay que sorprender se de que, como ciencia viva y estimulante que es la Arqueologa, la bi-bliografa recoja los diferentes puntos de vista, las variaciones interpreta-tivas, las discusiones terminolgicas que hacen a la discipUna y que, en nuestra opinin, son un positivo ingrediente y la palanca crtica de nuestros conocimientos. Las discrepancias enriquecedoras constituyen el mejor sntoma de la animacin y la dinmica cientfica. (Hernndez P-rez, 1980:28-31).

    Si se compara el panorama con el aspecto que ofreca por los aos 50 y 60, la incorporacin de los nuevos arquelogos de la escuela de La Laguna, y la prolongada estancia de los Drs. Pellicer y Acosta en aquella universidad, son elementos definidores de esta tambin nueva situacin de nuestra ciencia. A todas luces, el conjunto ha mejorado pero estamos muy lejos de alcanzar el nivel medio de conocimientos que nos permita acceder a esa sntesis precisa y satisfactoria a la que aspira-mos todos. No obstante, el nmero de publicaciones ha incrementado su calidad, en particular en el captulo de las excavaciones. Estas, a pesar de lo irrisorio de los presupuestos que los Poderes Pblicos destinan a ellas, han superado su carcter fortuito u ocasional y han iniciado el ca-mino de los estudios programados, a largo plazo y en reas concretas con el fin de obtener una sintaxis estructural de la cultura material y su correlacin con los distintos pisos y nichos ecolgicos insulares. En este sentido, el Valle de Guayedra y Los Caserones empiezan a arrojar sus primeros resultados.

    Pero, la arqueologa por la arqueologa no es ms que otra intil (y hasta imbcil) pasin. C>e nada nos servir contar con unos minucio-sos trabajos de campo, elogio y grandeza de la meticulosidad ms exi-gente, si en el momento de la interpretacin de esos datos no dispone-mos del fundamento terico que los ponga en movimiento. La sntesis es la excelencia a la que, como cualquier historiador, debe aspirar el ar-quelogo. Esta preocupacin sintetizadora tiene entre nosotros serios antecedentes. No olvidemos la magnfica y poco divulgada obra de Hoo-ton (1925), o el ms conocido cuadernillo de Prez de Barradas (1939). Las numerosas notas crticas y comentarios que se suceden desde el ao 40 al 70 en la Revista de Historia, debidos a la pluma brillante y sabia del Dr. Elias Serra, reflejan la hondura y el conocimiento del Maestro.

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    Aun cuando se reconozca el avance de Sena y su proyeccin didc-tica, no se explica satisfactoriamente cmo la Arqueologa prehistrica qued marginada de las nuevas corrientes historiogrfcas que renovaron los mtodos y planteamientos histricos, con un sentido totalizador. La incidencia del grupo de los Annales, y en particular los estudios de L. Febvre, tan decisivos para la historiografa del siglo XX, apenas dej sentir su impronta entre los prehistoriadores que, en su mayora, seguan practicando y defendiendo un mtodo histrico positivista y subsidiario de la ideologa del siglo XIX. (Febvre, 1953: 428).

    La reincidencia de la historiografa canaria en su pasado ideogrfico y descriptivista, fiel a los modelos antitericos y realistas, o, en el me-jor de los casos, utilizando el ropaje del convencionalismo, fren, en gran medida, su incorporacin a las Ciencias Histricas, a las corrientes renovadoras que se iban abriendo paso, despus de la Segunda Guerra (Navarrete y Vicent, 1981: Ms.: 3-6).

    En el mundo de la investigacin europea y americana se fueron aclimatando las influencias del funcionalismo que, en casos excepciona-les, fueron incorporadas en los niveles interpretativos de la arqueologa. La lectura de Malinowski caus un gran impacto entre muchos arque-logos americanos, ansiosos de un mtodo que les librara del historicis-mo. (W.W. Taylor, 1948).

    Pero, en lneas generales, las nociones epistemolgicas, y los avan-ces tericos del funcionalismo y el estructuralismo llegaron a la Prehis-toria con posterioridad a su adopcin por la Lingstica (pionera en la renovacin que supuso F. de Saussire, 1916), por la Etnologa, la Socio-loga, y por las Ciencias Antropolgicas en general. No cont la Arqueo-loga Canaria con un pensamiento terico que le liberara del arqueogra-fismo o de un cientificismo sin perspectiva histrica, del que no ha lo-grado deslindarse.

    2. El conflicto cientflco:

    El carcter de ciencia social, llevara a la Arqueologa Canaria a una contradiccin en el momento de analizar su contribucin a los co-nocimientos necesarios, pues si sociolgicamente puede ser un enfo-que ms problemtico resulta que lo sean sus resultados concretos. Es decir, su influencia cientfica y su incidencia social.

    La Arqueologa Canaria, de acuerdo a su casi nulo valor pragmti-co, est ms cerca de lo que se entiende por arte que por ciencia. Es algo as como el arte del guanche, la intil pero bella ocupacin por

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    desvelar nuestros remotos orgenes... Y qu ms? Ni siquiera la triste y precaria manera de ganarse el pan de cada da. No hay que olvidar que el nacimiento de la Arqueologa prehistrica viene fomentado por el di-letantismo, los mecenazgos provincianos y toda una ideologa que no es muy difcil averiguar.

    Apenas puede decirse de la Prehistoria lo que para la Historia invo-caban los latinos: maestra de la vida. La informacin que sobre el pa-sado remoto aporta la Arqueologa prehistrica es precario y todava no sabemos hasta que punto una serie tipolgica de pintaderas aborgenes puede incidir en nuestro porvenir histrico. (Galvn Tudela, 1979: 42).

    Tomar sentido y vigencia es el mayor reto que la disciplina tiene frente a s. Y ante este desafo, son posibles dos comportamientos. O continuar enclaustrados en la torre de marfil, en la soberbia incuestio-nable del cientificismo de lite, o replantearse la utilidad de la Arqueo-loga Canaria, concebida ahora como un sistema de conocimientos con Juncin social. En este aspecto la devolucin de lo investigado a travs de los procedimientos musesticos, dentro de una concepcin antropol-gica de la cultura material, no meramente arqueografista, puede ser una de las salidas pragmticas.

    El punto cero al que hemos querido llevar nuestros planteamien-tos, pretende no obviar la dialctica del conocimiento, a la que ha de so-meterse cualquier ciencia pura, cualquier prctica erudita. La investiga-cin moderna, tanto estatal como privada (segn quien la subvencione) ha de responder de su propia finalidad. Hay que declarar que ni la in-munidad acadmica ni el carcter universitario puede justificar coarta-das en nombre de una libertad cientfica que no es ni lo primero ni lo segundo.

    La Arqueologa Canaria, ha de someterse, con modestia y realismo, a los mismos requisitos que se observan en las actitudes fundamentales de la sociedad. Solo entonces podr recobrar su carcter social. Tal y como Golmann lo expres para las disciplinas histricas: Si el conoci-miento de la historia presenta una importancia prctica para nosotros, es porque en ella aprendemos a conocer hombres que, en circunstancias diferentes, con medios diferentes, y en la mayora de las veces inaplica-bles a nuestra poca, han luchado por valores e ideales que eran anlo-gos, idnticos u opuestos a los que tenemos en la actualidad, y esto nos da la conciencia de formar parte de un todo que nos trasciende, que con-tinuamos en el presente y que los hombres que vendrn despus de no-sotros continuarn en el porvenir. (Golmann, 1972: 14).

    El alejamiento definitivo del mtodo histrico tradicionalista (o de la tradicin disciplinar), cargado de determinismos irracionales, de in-tuicinismo arbitrario, de brumas metafsicas, de arrogancias etnocntri-

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    cas, o reducido a operaciones analticas y sintticas en tomo a los aspec-tos internos o extemos de los hechos, despejar el camino hoy transitado por una historiografa enciclopedista, e inexplicable.

    -La superacin del inductivismo estrecho y del mtodo genctico -evolutivo, y el tanteo de las nociones de estructura, regularidad y leyes generales, ayudarn a incorporar los planteamientos arqueolgi-cos dentro de los esquemas lgicos de las disciplinas nomotticas-deductivas.

    En muchas reflexiones de Lvi-Strauss, se reconoce el carcter em-brionario, a medio hacer, de las ciencias del hombre (Lvi-Strauss, 1966: 189-236). El xito o fracaso de las mismas parece condicionado a la aceptacin de los mtodos, que han hecho suyos otras disciplinas, hasta alcanzar su autonoma cientfica. El antroplogo francs, distin-gui dos opciones principales:

    a) Las ciencias sociales: Donde tendra cabida la economa, el dere.-cho, la ciencia poltica y determinados aspectos de la sociologa y la psi-cologa social. A este conjunto de disciplinas las defina ...como todas aquellas que aceptan sin reticencia establecerse en el mismo corazn de la sociedad, con todo lo que ello implica... y a la consideracin de los problemas bajo el ngulo de la intervencin prctica... (Los subrayados son nuestros).

    b) Las ciencias humanas: Donde estaran representadas las discipli-nas afines a la Arqueologa: tales, la propia arqueologa, la prehistoria, la historia, la antropologa, adems de la misma lgica y la filosofa. Es-tas disciplinas, en gran medida, y segn Lvi-Strauss, se oponen a las de-nominadas sociales, pues si a veces se instalan en el interior de la socie-dad del observador, es para alejarse de ella muy rpidamente e insertar observaciones particulares en un conjunto que tenga un alcance ms ge-neral, (Lvi-Strauss, 1966: 189 y ss.).

    El positivismo, por su parte, con una acumulacin de datos sin pre-cedentes, logr un punto de saturacin tal, que hubo que recurrir a me-canismos selectivos de sistematizacin, y jerarquizacin (no todos los datos tienen la misma importancia), intentando establecer las regulari-dades y las repeticiones. Con este equipamiento, y la influencia del evo-lucionismo biolgico, surgi el modelo de la secuencia cronolgica o cultural, anlisis tpicamente diacrnico, basado en la causalidad genti-ca lineal: lo que pas en el pasado (antecedente) explica en parte lo que est sucediendo en el presente (consecuente); y, a su vez, siguiendo la ca-dena de la causa-efecto, se podr explicar lo que suceda en el futuro. Quedaba as para la Historia, tmidamente insinuado el carcter propio de toda ciencia que es el de predecir los fenmenos. (Schmidt,1962).

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    El producto sincrtico, resultado de la convergencia del mtodo ge-ntico-evolutivo y del mtodo funcional-estructural, sera el que posibi-litara el nacimiento de una Arqueologa de orentacin antropolgica, tal y como se concibi en Estados Unidos desde los aos 60. Esta Ar-queologa antropolgica utilizara un mtodo dinmico en el anlisis dialctico del proceso cultural de las sociedades humanas, asumiendo los aportes positivos del materalismo histrico y el principio dual, y com-plementario, de dialctica de lo general / dialctica de lo singular.

    Esta perspectiva antropolgica, generada sobre bases racionales de matriz epistemolgica, pondra a disposicin de la Teora Arqueolgica los siguientes niveles:

    1. El hecho social, y sus fenmenos particular y/o general, que no es el mismo en todos los niveles. Esta nocin de nivel viene muy bien a la arqueologa por su doble acepcin cultural y estratigrfica.

    2. El cambio que puede ser detectado, analizado y explicado (y contrastado) con leyes cognoscibles. Los cambios en profundidad pue-den provocar el paso de un orden estructural a otro.

    3. Las estructuras, entendidas como el sistema deformas y rela-ciones comunes, y que son posibles gracias a los equilibrios relativos en-tre los distintos elementos sociales. La estructura cultural, no obstante, est sometida a una inevitable tensin, consecuencia de las fuerzas transformadoras y de las fuerzas conservadoras. (Rossi y O'Higgins, 1981: 37 y ss.).

    La objetivacin del pasado, sin un sistema terico que le sirva de cobertura, no deja de ser una ilusin empirista. Los simples reperto-rios artefactuales no son la fmalidad de la Arqueologa prehistrica. El conocimiento arqueolgico se encamina a la post-diccin ms que a la pre-diccin que caracteriza a las ciencias naturales. Hay en todo lo ar-queolgico cierta molestia por la modernidad y una dimensin ana-crnica.

    Bien cierto que la aceptacin del mtodo nomolgico-deductivo, equivale a garantizar una serie de operaciones lgicas (en cualquier tiempo o lugar) sobre ios datos disponibles (suministrados por la excava-cin). A partir de las leyes generales quedarn explicados, satisfacto-riamente, cada uno de los hechos particulares. Una operacin lgica, y elemental, a la que hay que someter cualquier presuncin de objetivi-dad: en C si A, entonces B. Tan solo as se podr acceder a la determina-cin de las relaciones y conexiones de acontecimientos especficos en el tejido estructural, en el nivel nomolgico, o lo que es lo mismo, en el mbito de las leyes generales. (Watson et alii, 1974: 38 y ss.).

    El primer paso de toda teora es el de la construccin de hiptesis. Se entiende por tales, cualquier formulacin de explicaciones provisio-

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    nales, pero lgicamente construidas. Estas hiptesis -si seguimos a Bun-ge- deben ser susceptibles de ser contrastadas para que adquieran vali-dez. Pero, no toda hiptesis o teora cientfca puede contrastarse direc-tamente con datos empricos (Bunge, 1980: 31).

    Las hiptesis, por otra parte, pueden ser contrastables y no contras-tables. Las no contrastables son incompatibles con el mtodo cientfco nomottico-deductivo y, por lo tanto, han de ser desechadas. Se notar la evidente conclusin de que una arqueologa que genere hiptesis in-contrastables no puede denominarse cientfca.

    La objetividad emprica en Arqueologa prehistrica est insepa-rablemente unida a sus repertorios artefactuales que es lo mismo que de-cir sus datos empricos, el nivel de la contrastacin y la observacin.

    El proceso de contrastacin podra, a su vez, quedar resumido como sigue:

    Hiptesis arqueolgica: - Emprica (Mtodo directo). Repertorios artefactuales. - Terica (Mtodo indirecto). Evidencias negativas y/o positivas. Con una formulacin hipottica correcta (que observe la contrasta-

    bilidad indirecta) y donde las exigencias epistemolgicas del mtodo cientfico estn contenidas en el mismo estilo de su lgica, se podr orientar la investigacin arqueolgica con estmulos tericos, razonados e inteligibles.

    Una formulacin capaz comprometer a todo el proceso de investi-gacin -tanto en su nivel de excavacin como de redaccin- proponien-do resolver el conjunto de los problemas con la utilizacin de un mto-do comn, un lenguaje unificado, unos criterios compartidos.

    3. El mtodo objetivo: Cada investigador debe confeccionar su cuadro de problemas y de-

    marcar la objetividad de sus prioridades, considerar el nivel del proce-so investigativo (pues no son las preguntas que han de formularse al ini-cio de un trabajo, en sus momentos confiictivos, en un estado avanzado o al final del mismo).

    La bsqueda de la objetividad debe de iniciarse desde el mismo momento en que se plantea la investigacin, en un proceso que prevea la rectificacin a medida que se avanza en las observaciones y en las de-ducciones. Volvemos a Bunge (1980: 34-35), cuando somete la actividad

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    investigadora a un proceso objetivo que debe cumplir las siguientes eta-pas:

    1. Descubrimiento del problema: Como resultado de la ausencia de una explicacin correcta para una o/y unas series de evidencias objeti-vas, o datos de superficie. El primer paso objetivo es el reconocimien-to de un desconocimiento.

    2. Planteamiento lgico del problema: Tal y como se ha venido in-sistiendo con anterioridad, ste ha de hacerse en trminos precisos y ri-gurosos. Viejos problemas sin resolver pueden ser re-planteados a la luz de nuevas investigaciones.

    3. Recopilacin de datos: Entendidos como datos empricos que sirvan de instrumentos para resolver los problemas planteados. En Ar-queologa prehistrica, este nivel corresponde al de la excavacin y al de los registros arqueogrficos.

    4. Primer intento de explicacin: En base a los datos recopilados emitir una solucin lgica del problema. Si esta explicacin y/o solu-cin no es satisfactoria, o resultase incompleta, se puede acudir a:

    a) Formulacin de nuevas hiptesis. Puede suceder que la pregunta est mal hecha. Son muy ilustrativas las palabras de Watson cuando dice: Lx que exige un procedimiento arqueolgico explcitamente cien-tfico es que los arquelogos tomen en consideracin cualquier tipo de datos que resulten de su excavacin, que alteren su hiptesis si es nece-sario, y que ajusten las comprobaciones a la luz de los nuevos elementos de que disponen (Watson, 1974: 34).

    b) Insistir en la recopilacin de datos. Nivel arqueogrfico de la in-vestigacin. Pero, Qu datos? Habr que variar la orientacin del re-gistro? Cambiar de yacimiento? Abandonar la excavacin iniciada?.

    c) La ausencia de resultados negativos, en el momento de establecer el grado de confirmacin de la hiptesis se estimar en proporcin al nmero de resultados positivos, en el momento de la contrastacin.

    5. Explicacin correcta: Se dan por vlidos los resultados y se obtie-ne una solucin satisfactoria (no siempre exacta, pues los fenmenos culturales se definen por su mismo relativismo). La solucin alcanzada, adems de explicar correctamente el fenmeno cultural especfico, en el marco lgico de la objetividad, supone una aportacin de consecuen-cias tericas y la incorporacin de nuevas pruebas que pueden ser utili-zadas en otras investigaciones en curso, ahorrando la intil reduplica-cin de esfuerzos.

    6. Contrastacin: Es la puesta a prueba de la solucin, el nivel de confrontacin entre el corpus terico y la informacin emprica, y de la que depende el carcter satisfactorio o no de las explicaciones. Si se cumplen los requisitos y se obtiene una demostracin, la investigacin

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    quedar sancionada y se dar por vlida. En aquellos casos en que la contrastacin contradiga los planteamientos tericos, se propondr la correccin de hiptesis y se justificar, previo un replanteamiento de la cuestin, la conveniencia o no de nuevas excavaciones sistemticas.

    La ausencia de objetividad es la responsable de los fracasos de una investigacin que abusa de hiptesis generadas inductivamente. Lo obvio no es lo objetivo. Las hiptesis inductivas tan solo explican aquellos problemas cuyas soluciones ya son conocidas de antemano. Si se excava una tumba guanche por el solo hecho de reconstruir su ajuar funerario, ya sabemos, aproximadamente, qu tipo de repertorios materiales vamos a encontramos (salvo sorpresas o dicotomas inciden-tales, no estructurales). Como se ver, con estos procedimientos, en rea-lidad, ni hay problemas planteados, y por lo tanto, ni problemas que re-solver. Para qu se excava?

    Gran parte de las excavaciones no pasan de reafirmar la certidum-bre de aquellos aspectos materiales que ya conocamos: los fardos fune-rarios, los recipientes de fondo cnico, las cuentas de collar, los sellos pintaderas, los grabados geometrizantes, el rea de dispersin de los ta-honas. Y de ah no se sale, a no ser para correr un riesgo que terminar poniendo en duda profunda los planteamientos tpicos de la investiga-cin arqueolgica. Nuestra rutina y reiteracin.

    Las hiptesis nunca son la solucin adelantada de los problemas, son formulaciones aproximadas y corregibles, pero que exige la observa-cin de la lgica deductiva. Es ms, una hiptesis no puede ser conside-rada empricamente cierta porque no se ha demostrado que sea falsa, o no ha podido ser refutada. Ya Watson haba ahondado en este aspecto donde la hiptesis no obliga a que la implicacin sea cierta. Por el con-traro, la implicacin puede ser verdadera, incluso si la hiptesis es falsa. Watson se explica: ...se puede predecir que si una ciudad antigua ha sido incendiada por invasores, se encontrarn paredes quemadas al exca-var las ruinas; pero el hallazgo de los muros quemados no confirma ne-cesariamente la hiptesis, porque pueden ser el resultado de un incendio accidental. (Watson, 1974: 30).

    El m P: Este modelo que se refiere a leyes de forma probabilstica, o leyes probabilsticas, se construye a partir de la relacin del explana-dum con el explanans, pero a travs de una conexin no universal, ya que no en todos los casos -aunque la probabilidad sea muy elevada-se producir el evento previsto. Por otra parte, el explanans, no im-plica, deductivamente, el enunciado explanandum por la misma razn que el explanans implica el explanandum, pero no con corteza deduc-tiva sino con cuasi certeza. (Hempel, 1977, 93 y ss.).

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    Las leyes probabilsticas y la implicacin probabilstica, conectan el explanans con el explanandum, pero, en grado distinto. La probabi-lidad puede variar segn el tipo, la seleccin y la disposicin del mate-nal sometido a las probabilidades estadsticas.

    En este mecanismo, se entiende: U: todo experimento. B: Su resultado. P: La probabilidad.

    Los porcentajes admitidos se formulan en estas tres relaciones: P (B,U) = 0,6. Para experimentos aleatorios, en base 1000, conocin-dose de antemano la proporcin dicotmica. Por ejemplo, 600 cer-micas rojas, 400 cermicas claras.

    P (C,M) = 0,5. Para experimentos aleatorios tipo M, como lan-zar una moneda al aire.

    P (A,D) = 1/6. Para experimentos aleatorios tipo juego de da-dos, calcular la frecuencia del as.

    En cada una de las tres operaciones, se trata de calcular la frecuen-cia relativa, en condiciones de equiposibilidad y equiprobabUidad que permita hacer un enunciado de un experimento aleatorio R, donde, tras largas series de repeticiones, se determine el resultado D.

    La repeticin puede inducir a algunas suposiciones simtricas, y al principio de la paridad (no siempre observado en la naturaleza) donde los datos buscados pueden aparecer con igual frecuencia. Pues, a medida que se repite el experimento y aumenta el nmero de ensayos, la fre-cuencia relativa tiende a estabilizarse y a fijar su porcentaje regular den-tro de la serie numrica. Con otras palabras, los resultados (O), tien-den a repetirse a medida que aumenta el nmero de ejecuciones. Esta mecnica aproxima al concepto de probabilidad estadstica, bien distin-to al de/^roAa/j/a/in/Mc/va. (Popper, 1980: 179).

    La probabilidad estadstica sita el nivel de contrastacin en la cur-va de la frecuencia relativa de los resultados. La hipresis H no afir-ma, por implicacin, la frecuencia relativa, pero si H es verdadera se puede casi asegurar que en una serie de ensayos reiterativos se observar una gran aproximacin entre las probabilidades hipotticas y las fre-cuencias registradas.

    Las hiptesis probabilstica dependen, pues, de los criterios estads-ticos que se aplique. Habr entonces que precisar:

    1 .Qu desviaciones de la frecuencia sern considerados como sufi-cientes para aceptar o rechazar la hiptesis.

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    2.Qu nivel de coincidencia han de observar las probabilidades hi-potticas y las frecuencias observadas para estimarlas como aceptables.

    En cualquier ejemplo, deben evitarse errores tan frecuentes como el de desechar la hiptesis que se est contrastando (aunque sea verdadera) o aceptarla (aunque sea falsa) sin antes valorar el contexto y los objeti-vos de la investigacin, al maigen de las frecuencias relativas.

    Las leyes probabilsticas implican, al igual que las leyes de forma universal (las leyes generales), aserciones para casos no experimenta-dos, tanto de carcter contrafctico como futuros, ya que, en realidad, entran dentro de la categora de leyes cientfcas. As lo ha entendido Hempel cuando dice que todas las leyes cientficas debern considerar-se como probabilsticas, puesto que el testimonio que los apoya es siem-pre un cuerpo de datos finito y lgicamente no concluyente, que solo puede conferirles un grado ms o menos alto de probabilidades (Hem-pel, 1977: 102).

    Una ley probabilstica afirma que, bajo ciertas condiciones se pro-ducir un cierto tipo de resultado, en un porcentaje aproximado (alto, mediano, mnimo, segn las circunstancias). El experimento, o la ejecu-cin, donde se comprobar el porcentaje previsto se denomina R. En este mismo sentido, puede hacerse la siguiente pregunta:

    - Es un yacimiento arqueolgico un experimento aleatorio R? Podramos ejemplificarlo as:

    - Explanans: - La probabilidad de que las comunidades neolticas produzcan re-

    cipientes cermicos es alta. - El Poblado A-2 registra repertoros cermicos (con ausencia abso-

    luta de artefactos de metal). - Explanandum: - Que el Poblado A-2 sea neoltico. (Se hace altamente probable). Para explicar esta relacin entre el explanans y el explanandum se

    ha de considerar: 1. Que el alto grado de probabilidad que confiere el explanans al

    explanandum no es una probabilidad estadstica sino que representa la credibilidad lgica del explanandum, habida cuenta de la informacin contenida en el explanans.

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    2. En algunos casos esta probabilidad puede expresarse en trminos numricos y se formularan:

    P(0,R) = r i es un caso de R

    (r) i es un caso de O.

    En aquellas operaciones, como en Arqueologa prehistrica, donde los enunciados del explanans son mucho ms complejos, la determina-cin de las probabilidades que corresponden al explanandum son, evi-dentemente, muchsimo ms problemticas, mxime cuando se trata de fenmenos culturales, sin un corpus explcito de leyes propias, a no ser que se tengan por tales sus equivalentes antropolgicas y sociolgicas, en aquellos aspectos donde tales disciplinas se han orientado en busca de marcos referenciales lgicos. (Fritz y Plog, 1970: 411-412).

    Cuando se quiera explicar un evento (de carcter cultural), por refe-rencia a las leyes probabilsticas, el explanans confiere al explanandum un apoyo relativo; pues, mientras que las explicaciones nomolgico-deductivas representan una subsuncin bajo leyes de forma universal (Siempre que...entonces siempre...) las explicaciones probabilsticas, como su nombre expresa, lo hacen bajo una subsuncin inductiva de forma probabilstica, (Siempre que...es posible que...). (Popper, 1980: 137 y ss.).

    Sin un explanans bien explicitado, sin una hiptesis bien trabajada, ser imposible -tanto se siga el m ND o el m P- obtener un resultado (R), razonable y, al mismo tiempo, que confirme la ley y explique el fe-nmeno. En cualquiera de los procedimientos lgicos, el papel de los enunciados es definitivo. Y, en la investigacin arqueolgica, estos re-quisitos rara vez se cumplen; o, en el mejor de los casos, est sistemtica y sospechosamente ausente.

    En sntesis: Es posible la experimentacin en Arqueologa prehis-trica? Pueden concebirse niveles de experimentacin no empricos distintos a los exigidos a las ciencias fsicas? Puede la Arqueologa pre-histrica confiar en el modelo probabilstico para acceder a la estruc-tural cultural, en base a la frecuencia relativa y aceptando la suposicin simtrica de que los datos buscados pueden aparecer con una frecuencia regular?

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    4. El espacio:

    Las variedades escpicas en arqueologa -es decir, los artefactos-, las formas visuales de la observacin (experimentacin), ms all de la contemplacin ingenua, vienen inmersas en dos dimensiones insepara-bles: el espacio (el yacimiento sometido a control-experimentacin), y el tiempo (su datacin, o posicin cronolgica).

    En una primera aproximacin, la nocin espacio, contenida en los enunciados de cualquier tipo de objetividad (la objetividad espa-cio) no precisa de grandes conceptualizaciones ni marcos tericos, pues, se trata, en s misma, de una realidad emprica y que juega un papel de-finitivo en la prueba de la experimentacin. La exacta posicin espacial -el microespacio- en que viene embutido el objeto artefactual, su cali-dad de in situ para aquellos depsitos cerrados, le confiere una prima-ca en el mecanismo cientfico que se ajuste al modelo nemottico-deductivo. El que denominamos punto de localizacin, coincide con el punto artefactual sus coordenadas espaciales (X,Y,Z), son los fun-damentos de cualquier tipo de relacin a posteriori, que derive de la ob-servacin, como de la comprobacin de las hiptesis, cuando se esta-blezcan las redes de regulacin de la estructura cultural.

    Cada uno de los distintos puntos artefactuales pertenecientes a un mismo plano contextual, constituyen los morfemas, los signos, de cada uno de los segmentos sintcticos que conforman, a su vez, el cir-cuito cultural de la estructura. Esta primera lectura horizontal (en un primer nivel, estrictamente material y formal) corresponde a la recons-truccin de los principios del contexto y la asociacin de la arqueologa clsica. En efecto, el plano contextual, est sujeto a la horizontalidad de la sincrona relativa y permite, por comparacin de distintos y sucesi-vos planos contextales, inferir el problema de la funcionalidad cultu-ral de cada uno de los segmentos sintcticos.

    Los puntos anlogos, o equivalentes, situados en distintos planos contextales, permiten establecer la continuidad y la nocin de secuen-cia, as como la vigencia cultural, va tradicin, en aquellos aspectos que, en el registro, funcionan como invariables y reiterativos, al menos en su categora esencial, aun cuando se perciba el trnsito y evolucin de las formas y los tipos.

    La lectura de arriba a abajo ( a la inversa) convierte al espacio (al micro-espacio arqueolgico), en el factor que posibilita la perspectiva temporal, inseparable de la especial. Las analogas que se registren, en la lectura vertical de los distintos planos contextales, llamaremos sintaxis vertical. Con palabras de Chang, que se ha preocupado por estos proble-mas: ...sea cual fuere la informacin proporcionada por la dimensin

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    espacial de los restos arqueolgicos, no resulta explcita por s misma, y debe estudiarse conjuntamente con las dimensiones temporal y formal (Chang, 1976: 35).

    Con referencia a los macro-espacios, o a los ecosistemas y su in-fluencia en los sistemas econmicos, el problema habr que plantearlo dentro de la nocin modelo territorial, pues aunque la naturaleza im-pone ciertas constricciones, el espacio queda sometido a las fuerzas de produccin. La adaptabilidad y los procesos tranformadores son concep-tos que operan dentro de la ecologa cultural. En este sentido, no hay otro espacio que el espacio cultural (la geografa humana). (Godelier, 1981:36).

    $ El tiempo: La llamada columna vertebral de la historia, es un factor omni-

    presente, y que puede tener varias traducciones. Especialmente a partir de su utilizacin braudeliana de larga duracin o corta duracin.

    Los arquelogos tecnicistas han sobrevalorado las calibraciones ab-solutas e influenciados por los espejismos de los fechados fsico-qumicos, han situado en primer plano el problema de la datacin como elemento primordial en la explicacin del proceso cultural. Se trata de reconocer la oportunidad de estos procedimientos tcnicos (no metodo-lgicos, como errneamente se cita por niuchos colegas), sin llegar a la mitificacin de sus resultados. Estamos convencidos de la valiosa apor-tacin que ha supuesto el C-14 y otros procedimientos anlogos para or-denar complejos culturales prehistricos de difcil situacin diacrnica. Pero estamos con Chang cuando estima que no cree que la Arqueologa se vuelva ms cientfica como resultado de una mejora del control del tiempo (Chang, 1976: 35 y ss.).

    El tiempo no solo ha de entenderse como una dimensin cifrada en cdigos fsicos. El tiempo, para el arquelogo (como para el socilogo o cualquier estudioso de las ciencias antropolgicas) es, sobre todas las co-sas, un tiempo cultural. Este tiempo referido a la cultura, admite dos valencias:

    1. Tiempo interior: El propio de cada cultura o grupo social. Es el que Leach ha definido como el tiempo mentalizado por cada una de las culturas (Leach, 1954: 124-136).

    2. El tiempo exterior: Que opera como xxn factor analtico, utilizado por el arquelogo como parte integrante de su mtodo de estudio, para explicar, y reconstruir, los circuitos sintcticos en vertical. Chang ha sido certero al afirmar: Esta segunda clase de tiempo cultural da significado

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    a la frase. El tiempo cultural es una interpretacin arqueolgica de las relaciones entre tiempo cientfico y forma arqueolgica... (Chang, 1976: 37).

    Es pues, el arquelogo, quien con su anlisis pone en movimiento el tiempo cultural, con la determinacin de las analogas y las dicotomas registradas en cada uno de los planos contextales, con la reconstruc-cin de la secuencia cultural. Los puntos artefactuales, con valor de signos cobran sentido (en el nivel del significado), tanto en su lectura ho-rizontal sobre el plano contextual, como en su lectura vertical sobre el plano secuencial. Ambos planos intervienen en las nociones de estructu-ra y sistema cultural, en una amplitud ms dialctica que la nocin cul-turalista de complejo cultural, entendido como inventario o catlogo de rasgos. La estructura, donde se sitan, en distintas dimensiones, cada uno de los puntos artefactuales que conforman los segmentos cultu-rales, se entiende como un sistema dinmico, a la manera del freed-back, con sus input y out-put, an cuando sus transformaciones, ligadas a lo que Braudel llam larga duracin, sean lentas, y muchas veces imperceptibles, para el registro arqueolgico.

    El movimiento del sistema -dice Chang- da on'gen a una secuencia o un orden de sus partes; una parte precede siempre a las otfas, es con-tempornea con ellas o las sigue en el tiempo. El movimiento es perma-nente, direccional e, incluso, cuando es ostensiblemente repetitivo en forma y estructura, irreversible en su sustancia temporal nica (Chang, 1976: 38).

    La secuencia no es mas que aquel segmento sintctico vertical (en el plano vertical) que contiene estructuras culturales comprendidas entre dos impactos significativos, distantes en la sucesin de la escala diacr-nica. Estos impactos, o cambios de sentido, son los determinantes del cambio. Una secuencia se inicia con un cambio estructural con referen-cia al sistema que le precede. Y termina, igualmente, con el advenimien-to de un nuevo orden estructural (evolutivo o involutivo). El cambio, pues, se visualiza en la intensidad de los impactos (ruptura de la sintaxis anterior, fuertes dicotomas, hiatus, etc.), y actan como referencia cronolgica (ante quem, post quem), determinando la finalizacin de un proceso caracterizado por un determinado funcionamiento o regularida-des estructurales.

    No est de ms recordar el hbito de los prehistoriadores, llevados quiz por un exceso de naturalismo, de articular los grandes estadicul-turales en correspondencia con los cambios puramente climticos. Este tipo de periodizaciones sea quiz disculpable si se reconoce la in-fluencia de la geologa y la paleontologa en el nacimiento de la discipli-

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    na. Sin embargo, no siempre un cambio del ecosistema viene acompaa-do de un cambio profundo de la estructura cultural. (Sellnow, 1961). Las culturas Prehistricas de Canarias, por su misma insularidad y diversifi-cacin material e institucional, exigen un tratamiento discriminado por unidad territorial. Cuando propusimos el trmino canariense (1977) era-mos conscientes de las dificultades de su aplicacin. Pero igualmente re-chazbamos el abusivo dominio de prehispnico y guanche para re-ferirnos a complejos insulares distintos en el tiempo y en el espacio.

    Las ventajas del anlisis estructural se derivan de su prioridad por las relaciones del plano horizontal, en una concepcin de relativismo sincrnico, donde es posible la reconstruccin de la estructura cultural como si sta estuviese contenida en un tiempo congelado, donde, igualmente, pueden localizarse los puntos crticos, es decir, los seg-mentos dicotmicos que presagian o indican el cambio, el grado de transformacin que conduce al fenmeno del cambio cultural Este ser tanto ms profundo en cuanto los indicadores puntuales que integran el segmento o los segmentos de la dicotoma, en relacin con el ante quem, ofrezcan un incremento de las incompatibilidades y la aparicin de nue-vos rasgos culturales. La dicotoma puede aflorar como resultado de des-viaciones acumulativas a las pautas establecidas y que inciden en el fun-cionamiento de la estructura. Tal es el origen de muchos cambios, apa-rentemente repentinos, y que generan convulsiones y revoluciones.

    Por el contrario, en un estado estacionario de la cultura no se regis-trarn cambios significativos y las relaciones de fuerzas del sistema per-manecern en relativo equilibrio. Empleando la terminologa de Lvi-Strauss, la dimensin temporal del estado estacionario sera el micro-tiempo, en contraste con el macro-iempo donde se detecta la ruptura o el cambio de los esquemas estructurales. (Lvi-Strauss, 1963: 290).

    La duracin sideral o fsica del tiempo no presupone ninguna pa-ridad en los fenmenos (los cambios estructurales no se producen cada 1000 aos, inexorablemente, de modo cclico). En 1000 o 3000 aos puede suceder que el registro arqueolgico que estudie un complejo cul-tural no detecte ningn cambio apreciable en los repertorios artefactua-les de un determinado yacimiento. (La relativa monotona de los reper-torios guanches de Tenerife pueden ofrecerse como un ejemplo de esta congelacin cultural). Y, de repente, en apenas 100 aos, concu-rren una serie de innovaciones, de tal magnitud, que son suficientes para hablar de un nuevo complejo industrial. Por el contrario, si se mantie-nen las constantes bsicas no puede hablarse de transformaciones pro-fundas. La unidad sincrnica en arqueologa -dice Chang- es aquella en que se producen cambios dentro de los lmites de la constancia y sin alterar la disposicin general de los elementos culturales. (Chang, 1976: 46).

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    La lectura de varios planos sincrnicos, sucesivos, ser lo que posi-bilitar al arquelogo determinar en qu nivel se localizan los puntos impactos responsables del cambio cultural. Ningn plano sincrnico aislado sin relacin con el eje diacrnico, puede por s mismo explicar el fenmeno de cambio.

    DISCUSIN QUE SE PROPONE Las nociones de diacrona y sincrona pueden aplicarse al modelo

    temporal de la Arqueologa Canaria con la misma operatividad con que se utilizan en otras disciplinas antropolgicas, particularmente la lin-gstica?

    - La construccin de una secuencia cultural queda referida ms a los cambios estructurales que a los episodios coyunturales.

    - La prehistoria canaria ha de replantearse los problemas de su lxi-co cientfico, no slo para evitar los conflictos generados por el carcter polismico de los trminos no explicitados, o por la misma ambigedad de su nomenclatura, sino por la adecuacin de las secuencias locales a un sistema convencional de carcter universal.

    - La lengua cientfica es un metalenguaje que permite operaciones no solo descriptivas ms precisas sino de formulacin lgica y semnti-ca.

    Para saber de qu habla, el arquelogo tiene que comprender cmo habla, poner en evidencia las reglas de su lenguaje. (A. Schnapp, 1979: 28).

    6. Cadenas de objetos: En este encuadre de relaciones, la tipologa tradicional tendr que

    dar cabida no a la distincin formal sino a las distintas clases de obje-tos. Esta clasificacin en clases (no en tipos), ser consecuencia de los procesos lgicos de consumo de la sociedad productora de artefac-tos, y no su mera descripcin morfolgica. Entender las clases catego-riales de los objetos es determinar sus relaciones de prestigio y poder. Este anlisis objetual, sustituye el mero control tipolgico, con la intro-duccin de los conceptos tema y variacin. Pues, es evidente, no expresa lo mismo una cermica lisa y estricta que una cermica orna-mentada con pinturas geomtricas, donde la evolucin categorial de los objetos hay que conectarla con un fenmeno estructural como lo es la movilidad social El anlisis en clases de objetos posibilita una pers-

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    pectiva sociolgica que en las familias de objetos (al igual que en los sistemas de parentesco estudiados por la etnologa) expresaran otro tipo de relaciones, o cadenas de acciones, y la puesta a punto de una semitica objetual que tratar de definir los micro-grupos de objetos, sus sintaxis, y aproximarse a una semntica de los objetos. No ya slo a su funcionalidad primaria (un anzuelo para pescar, un hacha para cortar, una rodela para defenderse) sino al nivel de su significacin socio-econmica. (Godelier, 1981: 14 y ss.).

    La aplicacin y las posibilidades de una especie de sociometra en relacin con el parque de objetos ya ha sido adelantada por Moles en su bsqueda de nuevas tablas de distribucin, capaces de determinar fe-nmenos (no ya meramente funcionales) sino cualitativos: Llegamos as a una clasificacin racional totalmente ajena a las clasificaciones co-rrientes, pero de la cual puede decirse, basndose en el axioma de la continuidad de los fenmenos naturales, que toda anomala en la distri-bucin o toda variacin brusca de sta, es la huella de un fenmeno en el universo del objeto, fenmeno que conviene descubrir y del cual es ne-cesario dar cuenta por causas humanas, descubriendo as la razn de ser inicial de este universo. (A.A. Morales, 1974: 30).

    As pues, en las cadenas de implicacin deben distinguirse los ani-llos significativos de carcter denotativo, y los anillos de carcter connotativo, an cuando estos pueden aparecer agrupados, incluso de modo inseparable. (No est de ms recordar el fenmeno artculo en prehistoria. Por una parte, los gestos tcnicos -colores empleados, roca soporte- y como elemento inseparable la misma representacin y su campo de alusividad semntica que remite a otro cdigo, llmese funerario, mgico, ceremonial). Entre lo puramente tcnico y el signifi-cado se interpone lo que los lingistas han denominado distancia se-mntica. No obstante, gran parte de los objetos tienden hacia una di-mensin ntimamente relacionada con sus funciones primarias.

    La lectura funcional exige la concatenacin de diversos elemen-tos que reduzcan a la distancia entre los distintos generadores de infor-macin, y entre sus contenidos semnticos. (As el molino y sus mue-las, la espada y el escudo, son los ejemplos ms obvios). A partir del parentesco de los objetos, de las relaciones sintagmticas, establecer los conjuntos de funcionalidad: artes de pesca, de labranza, recipien-tes para conservar alimentos, para obtener materias primas, dispositivos para la talla de la piedra, para la fabricacin de la cermica, etc.

    Es decir, que dentro de un conjunto sintagmtico de artefactos, ha de determinarse sus tasas de fincionamiento (elementos activos, pasivo intermediarios, poli-usos etc.). La primera relacin ser de orden lineal a modo de cadena A-B-C-D donde por el principio de la implicacin.

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    A se relaciona con B, B con C, C con D etc., dando lugar a sintaxis sin-tagmticas: maquinara domstica, ajuar funerario, modos y elementos de construccin, etc. Dentro de esta cadena sintagmtica, habr que aproximarse al perfl de funcionamiento, no como suma de la funcio-nalidad de cada uno de los artefactos que se contienen en ella, sino como una operacin global que mostrar el ndice de rendimiento, su efcacia o inadecuacin, su respuesta rudimentaria o sofsticada. Una sola tuerca no puede explicar el funcionamiento y rendimiento de una mquina. En este sentido, una cadena sintagmtica, equivale a una m-quina de produccin, de trasformacin o de transmisin. Los artefactos aislados, dicen poco. Es necesario agruparlos en cadenas sintagmticas, es decir, dentro de una cadena lgica de elementos (A.A. Moles, 1974: 31).

    Este anlisis, y sus procedimientos, supera el esquema empirista de asignar a los objetos una categora funcional de carcter prmario, y donde el til es el resultado de determinadas operaciones tcnicas, de actuaciones sobre el materal. En esta perspectiva, el status del arte-facto est en relacin directa con su valor pragmtico prmaro. Pero, evidentemente, el artefacto es, adems, portador de otras categoras que exceden su nivel bsico o utilitaro. Es parte de una maquinaria de pro-duccin.

    En un anlisis semitico, el objeto se sita en otros parmetros ex-tra-pragmticos, y donde el valor simple de su uso no es el factor esen-cial para su definicin. Es cierto que no puede negarse que los objetos detectan una primaca, en orden a las relaciones dialcticas, entre el hombre y el medio ambiente, entre el hombre y otros hombres. Pero tampoco se debe obviar, como muy bien ha indicado Baudrillard, que una verdadera teora de los objetos y del consumo se basar no en una teora de las necesidades y de su satisfaccin, sino de una teora de la prestacin social y e la significacin. (Baudrllard, 1974: 38).

    Los artefactos producidos en economas acosadas (por el hombre u otros rigores similares), en economas de subsistencia son objetos que estn dirigidos a cubrir el nivel individual de las necesidades. Pero en economas con excedentes (y la opulencia relativa entra dentro de ese modelo), el artefacto empieza a gravitar en la rbita de lo social, y en el mercado de los trueques e intercambios. (Shalins,1974). Expresan, ya no slo su funcin inicial, sino una serie de relaciones, no siempre equili-bradas, y que por una deriva hacia otros comportamientos, como el de la competencia o la simple prestacin social, terminan por convertirse de bienes intercambiables en el principal discriminante de las clases so-ciales. Aun cuando la asignacin sea meramente simblica, los inter-cambios simblicos finalizan expresando una funcin social de prestigio,

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    y una jerarquizacin de los grupos. La funcin del objeto ya no es sim-plemente econmica. Va dirigida a preservar un orden jerrquico insti-tuido y, por lo tanto, a perpetuar el poder. El objeto no se comporta, ex-clusivamente, de acuerdo con su utilidad primaria (cuchillo para cortar, herir, matar) sino que es un signo categoral unido al poder: la espada. Son muy precisas las palabras de Baudrillard cuando se refiere al simu-lacro funcional: ...todos los objetos estn sujetos al compromiso fun-damental de tener que signifcar, es decir, de tener que conferir el senti-do social, el prestigio, siguiendo el tono del otium y del juego -tono ar-caico y aristocrtico con el cual trata de reanudar relaciones la ideologa hedonista del consumo- y, por otra parte, sujetos tambin al fuerte con-senso de la moral democrtica del esfuerzo, del hacer y del mrito. (Baudrillard, 1974:41).

    El soporte del anlisis propuesto, en la pre-teora de los objetos y su discurso, adems de sus bases tericas, se obtiene de su insercin en lo que ha venido a definirse como modelo espacial, pero entendido como semiologa del entorno cotidiano.

    El anlisis del espacio habitacional (el territorio domstico), no como los puntos de situacin de los artefactos, sino como un registro que tratar de determinar las constantes de organizacin en base a Jos criterios de centralidad/excentricidad, simetra/ dismetra, jerarqua/ anarqua, orden/promiscuidad, etc. (no es igual la organizacin en un poblado troglodita que en un conjunto proto-urbano, en un estructura habitacional de planta circular que en un recinto de planta cruciforme).

    Mediante un topo-anlisis se puede dar cuenta de las coherencias y de las contradicciones, de las ausencias significativas, de las diferen-cias, y de la interpretacin sociolgica deducida de las distintas clases de objetos. Este anlisis presume la pertenencia social de los artefactos a grupos concretos, deduciendo que stos reflejan el estatus social de sus poseedores. (No es igual un fondo de cabana, con materiales precarios, en las afueras del poblado, que en los recintos fortificados del centro de la ciudadela, an cuando ambos sitios arqueolgicos sean (o parti-cipen) del mismo complejo cultural, sincrnicos y homotaxiales.

    Hay, sin embargo, en estas apreciaciones, algo de crculo vicioso; pues son los artefactos quienes otorgan el status a sus dueos. De cualquier manera, los objetos actan como soportes de las estructuras sociales y como elementos tcticos no slo entre el individuo y la na-turaleza (medio ambiente), sino como un factor categorial disuasivo de estrategia de poder, entre el individuo y los grupos.

    En consecuencia, el artefacto ocupa una posicin relativa en el contexto, o en el parque de los objetos, donde sera inexacto presu-poner una isojuncionalidad, en base a la tipologa.

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    En el discurso de los objetos, el problema consiste en traducir aquellos morfemas dentro de los segmentos de informacin que son las cadenas sintagmticas, que a su vez contienen signos distintivos, contrastes y valores extra-funcionales que el artefacto aislado es incapaz de proporcionar. Los sintagmas objetuales devienen en elementos deno-tativos al definir una pertenencia social, un status determinado, un ni-vel, un modo de produccin.

    La direccin funcional casi siempre est orientada hacia la endo-culturacin y a evitar los cambios bruscos. La funcin es equivalente de la regularizacin y el equilibrio. Pero tambin puede dirigirse, por factores distintos de acumulacin, hacia la prdida de equilibrio del sis-tema, su disfuncionalidad, e incluso, la quiebra de sus estructuras. Cuan-do esto ltimo acaece, se rompe la secuencia cultural. (Rossi y O'Hig-gins, 1981:44-48).

    7. Hacia el modelo estructural:

    Los orgenes del estrucuralismo antropolgico hay que recabarlos de su vinculacin terica con el funcionalismo cultural comentado por Malinowski. Tal ha sido su influencia que muchos investigadores ha-blan del funcional-esructuralismo. Una actitud decisiva, desde una perspectiva funcionalista, fue la de Taylor quien con su A study ofar-chaelogy (1948), se rebela contra la manipulacin de los datos arqueol-gicos para forzar la reconstruccin de aspectos no materiales de las cul-turas extinguidas.

    Taylor propona una distincin bsica:

    1. La cultura como sistema de ideas. 2. Los restos arqueolgicos como productos de cultura.

    Con esta precisin fundamental, Taylor, no tuvo inconveniente en reconocer que los objetos eran, al menos en cierta medida, el resulta-do de la aplicacin de ciertas normas o prototipos. De la existencia de unos criterios, codificados o no, de cmo debe hacerse/ qu forma debe tener.

    Otra de las aportaciones de Taylor -y que le aproximan al mtodo estructural- fue la de intensificar el estudio interno de las unidades ar-queolgicas. La propuesta iba dirigida no tanto al estudio de un yaci-miento como al de las culturas individuales y donde la lista de rasgos tena que ser entendida como parte integrante de un sistema cultural

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    Con Me. White (1956), se vuelve a replantear la cuestin del uso y abuso del trmino cultura y su inadecuacin en los estudios de mu-chos complejos arqueolgicos. La crtica se haca extensiva al empleo de trminos tales como sociedad, industria, arte, etc. que poblaban los informes de arqueologa prehistrica, referidos a fenmenos no siem-pre coincidentes.

    Por otra parte, no todos los prehistoriadores entendan el fenmeno cultural del mismo modo. Los enfoques y perspectivas no solo eran va-riados, sino, muchas veces, diametralmente opuestas. Las posiciones tericas fueron decantndose en la dcada de los SO, distinguindose dos corrientes principales:

    1. Los arquelogos de formacin histrica tradicional, que conside-raban sufcentes la reconstruccin cultural a partir de las evidencias de cada uno de los conjuntos arqueolgicos, sin preocuparse por el pro-blema de las leyes de la cultura. Esta orientacin ha sido denominada ideogrfica-descriptivista. (La Arqueologa canaria sigue atada a esta tradicin).

    2. Los arquelogos de formacin antropolgica, preocupados por datos a la Arqueologa de nuevos horizontes tericos, y que se plantea-ban problemas como los de la naturaleza de la cultura (en Arqueologa), explicacin del proceso cultural, estrucura cultural, y, en definitiva, aquellos aspectos tericos (de precisin epistemolgica), que perseguan la conformacin de un corpus de leyes de carcter general

    La aparicin de The prehistory ofEuropean Society (1958), de Cor-dn Childe, seal un hito importante en la historiografa prehistrica. Con Childe se inagura una concepcin pre-estructural, preocupada en indicar los modelos socio-econmicos de las distintas culturas. Las ideas que ya eran comunes entre los discpulos de Malinowski y RadcliflFe-Brawn, van a irse aclimatando y calando entre los arquelogos prehisto-riadores, particularmente los investigadores de lengua inglesa que em-piezan a publicar desde los aos 60. Nociones superadas por antroplo-gos de los aos 30 y 40, aparecen, tmidamente, como novedades en los enfoques de Prehistoria con ms de 20 aos de retraso.

    Sin embaiigo, estos escarceos por el campo de las ciencias antropo-lgicas, de las ciencias sociales y de la lingstica, beneficiaron a la Ar-queologa, y renovaron su atmsfera cargada de historicismos e intuicio-nismos. is dos grandes mejoras que introduca esta aproximacin es-tructural pueden resumirse as:

    I. Como la investigacin del desarrollo de los sistemas culturales, entendidos como sistemas sociales, sin dar cuenta de los detalles o acci-dentes secundarios o tipologstas de la cultura. Esto supona un duro

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    golpe, y enfrentamiento, para la arqueografa tradicional, pues preten-da igualmente, invertir las prioridades de la investigacin.

    2. Como la adopcin de una visin de conjunto de los sistemas so-ciales, concebidos como continentes de sub-sistemas interrelacionados. Estos sub-sistemas contenan, a su vez, unidades de estudio autnomas: las estructuras.

    En ambos enunciados quedaba roto el vnculo con la escuela tradi-cional, reducida a un enfoque diacrnico, evolutivo, tipologsta de las culturas prehistricas. La influencia de Emilio Lled desde su ctedra de La Laguna, explorando los fundamentos de la flosofa del lenguaje y la de Gregorio Salvador y Ramn Trujillo (de 1965 a 1970), constituy un acicate positivo y un punto de reflexin que ba a otras disciplinas interesadas en las Ciencias del Hombre. La perpectiva antropolgica se inaugura con los trabajos de Galvn Tudela (1975-1980) que aporta in-novaciones metodolgicas y las aplica al medio insular. (Galvn Tudela, 1979: 39 y ss.).

    El estructuralismo lingstico, dio paso a otros estructuralismos que fueron aclimatndose a la crtica de arte y, mucho ms tarde a la hermenutica arqueolgica. Nosotros mismos intentamos un ensayo o aproximacin al tema al postular las bases objetivas de la Prehistoria canaria (Martn de Guzmn, 1977: 11-30). La preocupacin por los universos de la cultura material ceda ante la teora.

    Del estructuralismo antiepistmico, o estructuralismo sin teora deriv en el distribucionismo, y donde la interpretacin de los signos, independientemente de su significado, se asimilaba a la de morfema aplicando as los principios de la segmentacin y la clasificacin, dentro de la ms ortodoxa taxonoma behaviorista. Con este mtodo, el anlisis de los componentes de la estructura, entendida sta no en el plano de los contenidos de significacin, sino como complejos morfemas, se reduce a la agrupacin en clases y a concentraciones distintas. No hay discur-so. No hay lectura.

    La estructura entendida desde el distribucionalismo quedaba equi-parada a una suerte de convencionalismo, sin relacin con la realidad, pues ni siquiera describa ningn hecho objetivo.

    Esta insistencia en el empirismo sin teora (tan del gusto de la Ar-queologa tradicional), se corresponda con el auge del neopositivismo que marc la concepcin analtica de los Junggrammatiker. Poco han hecho los arquelogos de la escuela lagunera para salir de aqu.

    La aparicin de la obra de Noam Chomsky, Syntactic Structures (1957), abri nuevos panoramas y super tpicos anteriores, dando un giro copemicano a la interpretacin del discurso, cargando el acento

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    en la capacidad creadora de la lengua. Es decir, que el rasgo esencial de la lengua es generar nuevas frases. El dominio de una lengua no se limi-ta a una adquisicin, almacenamiento y repeticin de la nomenclatu-ra, sino que cada sujeto est en disposicin de construir un nmero ili-mitado de enunciados de nueva planta. (Se puede decir lo mismo de las expresiones artefactuales, del lenguaje o discurso de los objetos?).

    Esta concepcin del lenguaje -que obviamente puede hacerse exten-siva a la cultura material- fue la base de la gramtica generativa. La misma capacidad creadora, generativa, llev a un nuevo pesimismo cientfico para quienes consideraban que las lenguas naturales -y por ende la cultura- no estaban construidas de acuerdo con la lgica formal. La desesperacin fue tanto mayor cuando los replanteamientos de la L-gica, debidos a Camap, introdujeron que los clculos lgicos pueden descubrir las ambigedades, incorrecciones y falta de sentido de las len-guas naturales, cuya expresin oral y cotidiana era muchas veces inex-plicable.

    Pero, estas aparentes irregularidades, o licencias, esta apariencia ilgica, era un fenmeno detectado en la superficie del lenguaje, y no se corresponda con la estructura profunda, donde mediante las transfor-maciones emergen los lenguajes particulares. Bajo una apariencia ilgi-ca, la estructura profunda garantiza las regularidades de las relaciones -mediante el recurso que implica las reglas de trasformacin- apoyn-dose en clculos de predicados, determinados por los significados. Con otra palabra, la estructura profunda, tanto a nivel sintctico como a ni-vel semntico, est sujeta a la lgica de la lengua cotidiana (Bierwisch, 1979: 92-95).

    La lgica formal y la necesidad de construir lenguajes cientficos (metalenguajes), sobre fundamentos tericos slidos, llev a Camap a plantearse qu elementos de un clculo tienen el mismo significado. Na-cieron as los denominados postulados de significado y las leyes de la si-nonimia y la antinomia. Este extremo es tan decisivo en la epistemolo-ga que se asiste a uno radical en la concepcin del lenguaje y de la lgi-ca estudiados hasta entonces como fenmenos mentales separados y di-ferenciados: ...la lingstica se convierte en disciplina fundamentadora de la lgica, como esta es a su vez la disciplina fundamentadora de la matemtica Lgica y lingstica empiezan apenas a entrever las conse-cuencias de esta idea. (Bierwisch, 1979: 95).

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    DISCUSIN QUE SE PROPONE: - A partir de esta sntesis, el discurso arqueolgico -o el discurso

    de los objetos arqueolgicos-, no debe quedar perdido en el altamar de una investigacin aislada, sin otras referencias ni orillas que las de su objetualismo.

    - La resistencia a una concepcin antropolgica de la arqueologa, que tanto ha prevalecido entre nosotros, puede quiz explicarse por la dejadez y falta de inters con que hemos abordado los problemas teri-cos de nuestra disciplina. De ese amor ciego (y traicionero), por los m-todos tcnicos, por los procedimientos de clculo, como queriendo jus-ticar -fuera de nosotros- con el empirismo antiterico, una serie de cuestiones que ni siquiera, a niveles de hiptesis, han sido correctamente planteadas.

    - El malabarismo arqueogrfico, el dibujismo, el tipologismo, no han dado paso a otras proposiciones cientficas que no sean los consabi-dos anlisis comparativos a las meras generalizaciones, por otra parte nada comprometedoras y donde el cmulo de observaciones registradas -pero no explicadas- apenas si son tiles a la constitucin de una disci-plina cientfica. Un descriptivismo que ha supuesto un lastre y una re-mora, responsable del retraso epistemolgico de la Arqueologa Canaria, que slo se ha preocupado por observar ese supremo mandamiento, des-graciadamente vigente, de la arqueologa por la arqueologa.

    Los conjuntos artefactuales, en un enfoque estructural, se remitirn a un modelo representativo de las sociedades que estudia el arquelogo. Sociedades en proceso dinmico, es decir, clidas. Los conjuntos artefac-tuales quedarn, adems, doblemente insertos en el modelo: primero en una referencia vertical que les encadena a la sucesin de los aconteci-mientos y segundo, en una relacin estacionaria, dentro de la estructura de los hechos sociales.

    El modelo estructural est adecuado para abarcar en sus parmetros el binomio estructura/ larga duracin. Con relacin a otros modelos an-tropolgicos, segmentados, sincrnicos, y que actan sobre un corte de-terminado, el modelo estructural en Arqueologa, no se conforma con las relaciones estticas sino que da cuenta de las sociedades en movimiento (en su cross-cultural).

    La estructura como fenmeno de larga duracin, ha de enten-derse desde su dimensin histrica, pero como una realidad que el tiempo desgasta y arrastra durante un largo perodo (Vilar, 1980: 64-65).

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    Estas ideas de estructura y larga duracin ya han sido lo sufi-cientemente estudiadas por Braudel como para volver sobre ellas.

    As pues, el anlisis estructural puede dar cuenta de las contradic-ciones y de las tensiones que, en un momento determinado (a veces por hechos coyunturales) desembocan en un cambio en profundidad, en un cambio estructural. Visto en el tiempo, se asiste a un complejo fenme-no cultural de des-estructuracin y re-estructuracin, a veces cclico, a veces imprevisible, a veces lgico. Pero, aunque con ritmo lento, en mo-vimiento transformacional.

    Complementaria de la nocin de estructura y, en cierta medida, in-separable de sta, se ha de incorporar la base objetiva de todo proceso histrico, es decir, el modo de produccin. (Godelier, 1981: 67 y ss.)

    Sobre los parmetros del tiempo^espacioH:ultura material, la es-tructura social es el resultado de las interrelaciones, cuantitativas y cua-litativas, de los distintos grupos que la integran. Esta perspectiva econ-mica puede ser perfilada a partir de la determinacin de:

    a) Lx>s mecanismos observados en la obtencin de productos y su posterior distribucin.

    b) Los mecanismos que rigen las relaciones entre los hombres, tanto a nivel social (espontnea) como institucional (impositivo).

    c) Los argumentos lgicos y meta-lgicos (mticos) que legitiman y garantizan el funcionamiento del sistema social.

    Aun cuando este esquema de modo de produccin, inherente a la nocin de estructura, no abarque la totalidad de los fenmenos sociales, s expresa factores determinantes o decisivos, mxime si se entiende que la estructura de un modo de produccin es una estructura de funciona-miento. (Vilar, 1980:69).

    La dimensin espacial, es decir, el modelo territorial tampoco pue-de quedar al margen de esta explicacin del modo de produccin. Factor determinante en Prehistoria donde, muchas veces, los factores fsicos pueden explicar ciertas permanencias. Por otra parte, ciertos impon-derables territoriales, como puden serlo la insularidad, superan en du-racin al modo de produccin. Este ltimo puede cambiar (de una agri-cultura intensiva a una extensiva), pero el factor especial seguir actuan-do como invariable.

    Sobre el territorio inciden las llamadas fuerzas de produccin y que, segn sus exigencias (impuestas por el modelo econmico), organi-zar la distribucin espacial de los hombres, controlando los asenta-mientos y la antropodinamia.

    En Arqueologa Canaria, la dimensin espacial, el marco fsico de referencia, es de capital importancia, pues la nocin espacio es, cierta-

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    mente, ms estable y accesible que la de tiempo. Los nichos ecolgicos pueden ser alterados o vaciados muy lentamente, pero existen ciertos condicionantes climticos y geogrficos (sin necesidad de caer en el de-terminismo geogrfico) que actuarn como base estructural de la obten-cin de la materia prima y, en definitiva, de la produccin. Evidente-mente, en un clima continental de montaa ser muy difcil el cultivo de gramneas. El mismo problema de la sal, el ganado, o de la obsidiana -por poner los ejemplos ms socorridos- pudieron motivar movimientos antropodinmicos y configuraron un modelo territorial dinmico (como el de las colonizaciones), pero siempre condicionado por la presencia o ausencia de determinadas materias primas demandadas. El territorio -la tenencia de la tierra- es el fundamento de toda estructura social.

    Para completar la nocin de estructura socio-econmica, queda, no obstante, por determinar, cuales son las fuerzas que impulsan y cules las fuerzas que frenan o retrasan el funcionamiento de un sistema. Qu pautas siguen vigentes y cuales, paulatinamente, o bruscamente, se debilitan o desaparecen del marco estructural.

    Estas ltimas nociones de modo de produccin y de modelo te-rritorial, podra aplicarse, con las lgicas limitaciones al Gran Guanar-temato Canario, cuando la dinasta radicada en el centro metropolitano de Gldar extiende su hegemona a la totalidad del territorio insular.

    En Arqueologa prehistrica, los sistemas estructurales se traducen como macro-secuencias, compatibles con la nocin diacrnica de la muy larga duracin. ^

    Determinadas realidades humanas como lo son la etnia, la len-gua, las creencias, persisten por encima, incluso, de la estructura econ-mica. Se puede pasar de un modo de produccin asitico a un rgi-men esclavista, o de un modo de produccin antiguo a un modo de produccin germnico sin que cambien las estructuras lingsticas, t-nicas, artsticas y ritual de la sociedad que ha adoptado otro patrn eco-nmico. (Godelier, 1974: 18 ss.).

    Las estructuras mentales (que pueden expresarse en el Arte) perte-necen a la profunda duracin. En palabras de Vilar, lo que interesa ave-riguar es si en las desestructuraciones y en las restructuraciones de otro gnero, de un modo de produccin a otro, tal o cual tipo de estruc-tura mental refuerza o debilita la antigua estructura global, acelera o re-trasa el paso a la nueva. (Vilar, 1980: 72).

    Pero la Arqueologa Canaria, o mejor, los estudios arqueolgicos, no estn en condiciones de controlar la totalidad del sistema social que investiga. Se ve forzada a optar, casi siempre, por estudios parciales.

  • 563

    Este enfoque parcial, se puede, a su vez, acometer desde dos perspecti-vas:

    y. En horizontal: Reconstruyendo las relaciones estructurales dentro de un mismo nivel u horizonte cultural. Es un criterio ms prximo al de la Antropologa y al conjunto de las Ciencias Sociales. Estas relacio-nes, reafirman o contradicen el modelo, en cada uno de los yacimientos estudiados. Por ejemplo, cuando se estudia la cultura de los tmulos o el vaso con vertedero sin considerar la informacin dinmica que se puede recabar no solo de los niveles con picos vertederos en los ante-riores y/o posteriores al mismo, donde pueden estar las claves del ini-cio o de la interrupcin de la secuencia. En el continuum que se as-pira a reconstruir.

    2. En vertical: Registrando las emisiones de informes sobre las rela-ciones recprocas de los distintos niveles, y donde quedan en evidencia los hechos irreversibles que cierran un ciclo o que producen una crisis, que inauguran un nuevo modo de produccin, etc. La aparicin de cereales en sociedades pastoriles va a significar, en cierta medida, un fac-tor determinante y el final de un ciclo sin agricultura. (Cohn, 1981: 15-30).

    En este registro vertical es donde la arqueologa accede a la recons-truccin de las macro-estructuras, entendidas como estructuras dinmi-cas de muy larga duracin.

    El modelo estructural, an cuando va referido a grandes sistemas y a marcos globalizadores, no desecha el estudio de yacimientos concretos, de aquellos micro-espacios territoriales, donde se pueden revelar los me-canismos esenciales de un modo de produccin. En un yacimiento ca-racterstico se puede llegar a reconstruir, bajo esta ptica, la estructura dinmica y los mecanismos de funcionamiento de los portadores cultu-rales de aquellos restos materiales, sin necesidad de recurrir a anlisis comparativos. Cuando se quiera reconstruir el modelo territorial y su produccin con el modo de produccin, s ser necesario recurrir al punteo geogrfico, a base de unidades lo suficientemente explcitas (un valle, una cuenca hidrogrfica, una lnea martima, una isla) para comprobar las recurrencias y determinar las dicotomas. En este senti-do, un yacimiento aislado no puede jerarquizarse como el representante de un tipo de estructura o sistema ms all del radio de accin que con-trole su mbito de ocupacin, representado en crculos espaciales dife-renciados.

    La lectura estructural del discurso de los objetos, como ya se ha explicitado con anterioridad, no solo difiere de la ideografa de los anli-sis tradicionales sino que provoca una reconversin del problema ar-queolgico. Esta lectura lgica se orienta y esfuerza por un aumento de

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    la inteligibilidad. (Una pgina de un libro se puede analizar a partir de sus elementos tcnicos: tipo de soporte, dimensiones de la hoja, tipo de letra, color de la tinta, grado de nitidez etc., en una operacin que d cuenta de la totalidad de sus detalles extemos, materiales. Pero, el obje-tivo que justifica el trabajo de la investigacin, no es exlusivametne este recuento formal. Se trata, en definitiva, de leer la pgina, de bajar al contenido).

    La Arqueologa concebida como tcnica cuantitativa y tipologista ha sido en gran parte la responsable de la deriva metodolgica y de la confusin entre el mtodo y los procedimientos tcnicos. Este equvoco ha entorpecido la transferencia de los datos, pocas veces convertibles en elementos idneos para las reconstrucciones de los niveles estructura-les. Hbitos ferreteros (cada tuerca en su cajn), y un ordenamiento anti-orgnico que jams tuvo el objeto en su sistema originario, ha he-cho poco menos que imposible el aprovechamiento de las estadsticas para sustentar modelos estructurales. La reincidencia en una verificacin metrologista ha olvidado por completo los objetivos de la investigacin: explicar los hechos culturales en relacin con las estructuras socio-econmicas que los generaron.

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