PLANES Viernes 27.05.11 EL NORTE DE CASTILLA GPS 6 No siempre el agua calma la sed. A veces la aviva tanto que uno se hincharía de beber hasta reventar… y seguiría te- niendo sed. Y si no, dense un trago del agua que mana del venero de Santa Engracia, frente a la localidad alavesa de Salinas de Añana: por muy pequeño que sea el sorbo que- da en la boca un regusto a ape- ritivo sin rematar que tarda en quitarse más de lo que dura la visita guiada a este complejo laberinto de terra- zas y canales que lleva produ- ciendo sal, al menos, desde el tiempo de los romanos. Y ra- zones hay. El agua de ese ma- nantial fluye a la superficie con una concentración en sal tres veces mayor que la que tiene el Mediterráneo: 210 gramos por litro, casi al bor- de del punto de saturación. Es decir, un chupito de ese agua da mucha más sed de la que quita. Abstenerse hiper- tensos. El motivo de tanta salini- dad tan lejos del mar estriba en la existencia, hace 200 mi- llones de años, de un gran océano ocupando este mis- mo lugar. Un océano que al desecarse dejó sobre la super- ficie terrestre una capa de sal marina de varios kilómetros de profundidad, la cual, a su vez, acabó cubierta por diver- sos estratos de sedimentación posterior hasta conformar una bolsa de sal pura bajo la capa terrestre superficial. El paso a través de ella de los ma- nantiales de agua dulce que buscan aflorar a la superficie justo en este punto hace que alcancen una concentración tal que tiñen de blanco todo cuanto queda a su alcance. O lo corroe hasta hacerlo desa- parecer. Y así, de un blanco cegador, debieron de lucir las Salinas de Añana en su momento de máxima explotación. La sal fue en el pasado un bien tan codiciado como los diaman- tes, el oro o el petróleo aho- ra. Su valor estribaba en su ca- pacidad para conservar ali- mentos cuando conservar ali- mentos era sinónimo de su- pervivencia. Para los ejérci- tos o las expediciones de conquista su posesión signi- ficaba una superioridad estra- tégica que permitía alargar los asedios sin que los solda- dos pasaran hambre. Tanto valor tenía que ya los roma- nos pagaban con ella a sus sol- dados, dando lugar, precisa- mente, al origen de la palabra ‘salario’. Pero la sal era tam- bién un elemento indispen- sable en la alimentación ani- mal, en la elaboración de me- dicinas o en multitud de pro- cesos industriales. Por eso el valle Salado, como se conoce a este rincón de Álava, estuvo en el ojo de los poderosos desde tiempo inmemorial. Y el afán por en- contrar una forma de conse- guir buena y abundante sal, también. Así que no debió de tardarse mucho tiempo en descubrir que la mejor forma de capturar la sal que «conta- minaba» el agua era median- te la evaporación: extender una fina capa de agua y dejar que el sol la hiciera desapare- cer para recoger después con un rastrillo la costra salada que todo el mundo quería para sí. De hecho, ya en el año 822 se localiza la primera do- cumentación que hace refe- rencia a las eras de evapora- ción que en Añana servían para recoger la sal. Momentos de pujanza De entonces acá estas salinas vivieron momentos de diver- sa pujanza, brillando con es- pecial intensidad a lo largo del siglo XVIII. Bajo el reina- do de Carlos IV las salinas vi- ven un proceso de moderni- zación del sistema de produc- ción y de consolidación de sus estructuras, de tal forma que buena parte de lo que hoy se ve en el valle Salado es obra de aquel momento: a la vis- ta, un panorama con más de 5.000 terrazas ocupando las laderas y el fondo del peque- ño valle que articula el río Muera, al que van a parar los aportes de varios arroyos sa- linosos, como el Hontana o el Santa Engracia –el princi- pal–, con un flujo de entorno a 260.000 litros de salmue- ra diarios. Una salmuera que corre, antes de llegar al río, por una red de canales talla- dos longitudinalmente en troncos de pino y ensambla- dos artesanalmente huyen- do de los clavos como de la peste. Esas son las venas por las que se distribuye el agua hasta llegar a los pozos, don- de cada propietario almace- na su agua y posteriormente la extrae para rellenar la su- perficie de las eras. Así, taci- ta a tacita, calderada a calde- rada, el salinero iba haciendo suya una cosecha que alma- cenaba con mimo y que lue- go partía en carros para ser vendida en media España. Pero en eso llegó el tren y comenzó un periodo de de- cadencia que fulminó, sobre todo, el coste de distribución de la sal. Con el tren a toda máquina resultaba mucho más barata, incluso para los vecinos de Añana, la sal de las salinas alicantinas de Torre- vieja que la de aquí, esta sin El valle Salado Las salinas de Añana: un laberinto de canales y terrazas construido hace siglos para producir sal JAVIER PRIETO RUTAS CON ENCANTO LAS SALINAS DE AÑANA Unas piscinas permiten tomar pediluvios y maniluvios con agua salada. Una red de pasarelas recorre el interior del salero de Salinas de Añana para conectar las 5.000 Cestos de castaño en los que se va recogiendo la sal de las eras. A la vista, un panorama de 5.000 terrazas ocupando las laderas y el pequeño valle del río Muera