1 11 febrero Domingo VI del Tiempo Ordinario (Ciclo B) – 2018 1. TEXTOS LITÚRGICOS 1.a LECTURAS El leproso vivirá apartado y su morada estará fuera del campamento Lectura del libro del Levítico 13, 1-2. 45-46 El Señor dijo a Moisés y a Aarón: Cuando aparezca en la piel de una persona una hinchazón, una erupción o una mancha lustrosa, que hacen previsible un caso de lepra, la persona será llevada al sacerdote Aarón o a uno de sus hijos, los sacerdotes. La persona afectada de lepra llevará la ropa desgarrada y los cabellos sueltos; se cubrirá hasta la boca e irá gritando: «¡Impuro, impuro!».Será impuro mientras dure su afección. Por ser impuro, vivirá apartado y su morada estará fuera del campamento. Palabra de Dios. SALMO Sal 31, 1-2. 5. 11 R. ¡Me alegras con tu salvación, Señor. ¡Feliz el que ha sido absuelto de su pecado y liberado de su falta! ¡Feliz el hombre a quien el Señor no le tiene en cuenta las culpas,
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11 febrero
Domingo VI del Tiempo Ordinario
(Ciclo B) – 2018
1. TEXTOS LITÚRGICOS
1.a LECTURAS
El leproso vivirá apartado
y su morada estará fuera del campamento
Lectura del libro del Levítico 13, 1-2. 45-46
El Señor dijo a Moisés y a Aarón:
Cuando aparezca en la piel de una persona una hinchazón, una erupción o una mancha lustrosa, que
hacen previsible un caso de lepra, la persona será llevada al sacerdote Aarón o a uno de sus hijos, los
sacerdotes.
La persona afectada de lepra llevará la ropa desgarrada y los cabellos sueltos; se cubrirá hasta la boca e
irá gritando: «¡Impuro, impuro!».Será impuro mientras dure su afección. Por ser impuro, vivirá apartado y
su morada estará fuera del campamento.
Palabra de Dios.
SALMO Sal 31, 1-2. 5. 11
R. ¡Me alegras con tu salvación, Señor.
¡Feliz el que ha sido absuelto de su pecado y liberado de su falta!
¡Feliz el hombre a quien el Señor
no le tiene en cuenta las culpas,
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y en cuyo espíritu no hay doblez! R.
Pero yo reconocí mi pecado,
no te escondí mi culpa,
pensando: «Confesaré mis faltas al Señor».
¡Y Tú perdonaste mi culpa y mi pecado! R.
¡Alégrense en el Señor,
regocíjense los justos!
¡Canten jubilosos
los rectos de corazón! R.
Sigan mi ejemplo,
así como yo sigo el ejemplo de Cristo
Lectura de la primera carta del apóstol San Pablo a los cristianos de Corinto 10, 31-11, 1
Hermanos:
Sea que ustedes coman, sea que beban, o cualquier cosa que hagan, háganlo todo para la gloria de Dios.
No sean motivo de escándalo ni para los judíos ni para los paganos ni tampoco para la Iglesia de Dios.
Hagan como yo, que me esfuerzo por complacer a todos en todas las cosas, no buscando mi interés
personal, sino el del mayor número, para que puedan salvarse.
Sigan mi ejemplo, así como yo sigo el ejemplo de Cristo.
Palabra de Dios.
ALELUIA Lc 7, 16
Aleluia.
Un gran profeta ha aparecido en medio de nosotros
y Dios ha visitado a su Pueblo.
Aleluia.
EVANGELIO
La lepra desapareció y quedó purificado
+ Evangelio de nuestro Señor Jesucristo según san Marcos 1, 40-45
En aquel tiempo:
Se le acercó un leproso para pedirle ayuda y, cayendo de rodillas, le dijo: «Si quieres, puedes
purificarme». Jesús, conmovido, extendió la mano y lo tocó, diciendo: «Lo quiero, queda purificado». En
seguida la lepra desapareció y quedó purificado.
Jesús lo despidió, advirtiéndole severamente: «No le digas nada a nadie, pero ve a presentarte al
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sacerdote y entrega por tu purificación la ofrenda que ordenó Moisés, para que les sirva de testimonio».
Sin embargo, apenas se fue, empezó a proclamarlo a todo el mundo, divulgando lo sucedido, de tal
manera que Jesús ya no podía entrar públicamente en ninguna ciudad, sino que debía quedarse afuera, en
lugares desiertos. Y acudían a Él de todas partes.
Palabra del Señor.
1.b GUION PARA LA MISA
Guion VI Domingo del Tiempo Ordinario (B)
Entrada: En esta Santa Eucaristía contemplemos la misericordia con que Dios nos amó purificándonos del pecado y
regenerándonos con su gracia.
Primera Lectura: Lv 13, 1-2.45-46
En el Antiguo Testamento, el leproso debía vivir apartado del campamento porque era considerado impuro.
Segunda Lectura: 1 Co 10, 31-11,1
El Apóstol nos exhorta a vivir la caridad en orden a la salvación del prójimo.
Evangelio: Mc 1, 40-45
Nuestro Señor manifiesta su misericordia curando al leproso de su impureza.
Preces:
Hermanos, pongamos en el Señor toda nuestra confianza e imploremos por lo que nos hace falta.
A cada intención respondemos cantando:
* Por el Papa Francisco y todos los Pastores de la Iglesia, para que sean siempre testigos de Cristo por la
santidad de sus vidas; y sean defensores de la justicia y la paz. Oremos.
* Por todos los que dirigen los destinos de los pueblos, para que comprendan que partiendo del amor
profundo por toda persona es posible aplicar formas eficaces de servicio a la vida. Oremos.
* Por todos los consagrados, para que dentro del pueblo de Dios sean como centinelas que vislumbran y
anuncian la nueva vida ya presente en la historia. Oremos.
* Por quienes sufren enfermedades incurables o difíciles, para que, en medio de sus sufrimientos,
experimenten la presencia salvadora de Jesús. Oremos.
Padre del cielo; sabemos que cuidas el camino de tus hijos, escucha benevolente nuestra oración. Por
Jesucristo nuestro Señor.
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Procesión de ofrendas: Hacemos de nuestra vida una ofrenda agradable a Dios porque la unimos al sacrificio redentor de Cristo, y
presentamos también:
*Incienso, y con él nuestra oración intercesora por todos los hombres y mujeres de nuestro tiempo.
*Pan y vino, unidos a los dolores de todo el Cuerpo Místico, para que sean transformados en Cristo, Víctima
Redentora.
Comunión:
Participemos de este admirable Sacramento, alimento que fortalece nuestro peregrinar hacia el Cielo.
Salida:
¡Señora y Madre de la humanidad redimida! Queremos cantar contigo una perenne acción de gracias por
sabernos colmados de la Misericordia de Dios.
(Gentileza del Monasterio “Santa Teresa de los Andes” (SSVM) _ San Rafael _ Argentina)
Directorio Homilético
Sexto domingo del Tiempo Ordinario
CEC 1474: vivir en Cristo reúne a todos los creyentes en Él
CEC 1939-1942: la solidaridad humana
CEC 2288-2291: el respeto de la salud
1474 El cristiano que quiere purificarse de su pecado y santificarse con ayuda de la gracia de Dios no se
encuentra sólo. "La vida de cada uno de los hijos de Dios está ligada de una manera admirable, en
Cristo y por Cristo, con la vida de todos los otros hermanos cristianos, en la unidad sobrenatural del
Cuerpo místico de Cristo, como en una persona mística" (Pablo VI, Const. Ap. "Indulgentiarum
doctrina", 5).
III LA SOLIDARIDAD HUMANA
1939 El principio de solidaridad, enunciado también con el nombre de "amistad" o "caridad social", es una
exigencia directa de la fraternidad humana y cristiana (cf SRS 38-40; CA 10):
Un error, "hoy ampliamente extendido, es el olvido de esta ley de solidaridad humana y de caridad,
dictada e impuesta tanto por la comunidad de origen y la igualdad de la naturaleza racional en todos
los hombres, cualquiera que sea el pueblo a que pertenezca, como por el sacrificio de redención
ofrecido por Jesucristo en el altar de la cruz a su Padre del cielo, en favor de la humanidad pecadora"
(Pío XII, enc. "Summi pontificatus").
1940 La solidaridad se manifiesta en primer lugar en la distribución de bienes y la remuneración del trabajo.
Supone también el esfuerzo en favor de un orden social más justo en el que las tensiones puedan ser
mejor resueltas, y donde los conflictos encuentren más fácilmente su salida negociada.
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1941 Los problemas socio-económicos sólo pueden ser resueltos con la ayuda de todas las formas de
solidaridad: solidaridad de los pobres entre sí, de los ricos y los pobres, de los trabajadores entre sí, de
los empresarios y los empleados, solidaridad entre las naciones y entre los pueblos. La solidaridad
internacional es una exigencia del orden moral. En buena medida, la paz del mundo depende de ella.
1942 La virtud de la solidaridad va más allá de los bienes materiales. Difundiendo los bienes espirituales de
la fe, la Iglesia ha favorecido a la vez el desarrollo de los bienes temporales, al cual con frecuencia ha
abierto vías nuevas. Así se han verificado a lo largo de los siglos las palabras del Señor: "Buscad
primero su Reino y su justicia, y todas esas cosas se os darán por añadidura" (Mt 6,33):
Desde hace dos mil años vive y persevera en el alma de la Iglesia ese sentimiento que ha
impulsado e impulsa todavía a las almas hasta el heroísmo caritativo de los monjes agricultores, de
los libertadores de esclavos, de los que atienden enfermos, de los mensajeros de fe, de civilización,
de ciencia, a todas las generaciones y a todos los pueblos con el fin de crear condiciones sociales
capaces de hacer posible a todos una vida digna del hombre y del cristiano (Pío XII, discurso de 1
Junio 1941).
El respeto de la salud
2288 La vida y la salud física son bienes preciosos confiados por Dios. Debemos cuidar de ellos
racionalmente teniendo en cuenta las necesidades de los demás y el bien común.
El cuidado de la salud de los ciudadanos requiere la ayuda de la sociedad para lograr las condiciones
de existencia que permiten crecer y llegar a la madurez: alimento y vestido, vivienda, cuidados
2289 La moral exige el respeto de la vida corporal, pero no hace de ella un valor absoluto. Se opone a una
concepción neopagana que tiende a promover el culto del cuerpo, a sacrificar todo a él, a idolatrar la
perfección física y el éxito deportivo. Semejante concepción, por la selección que opera entre los
fuertes y los débiles, puede conducir a la perversión de las relaciones humanas.
2290 La virtud de la templanza recomienda evitar toda clase de excesos, el abuso de la comida, del alcohol,
del tabaco y de las medicinas. Quienes en estado de embriaguez, o por afición inmoderada de
velocidad, ponen en peligro la seguridad de los demás y la suya propia en las carreteras, en el mar o
en el aire, se hacen gravemente culpables.
2291 El uso de la droga inflige muy graves daños a la salud y a la vida humana. A excepción de los
casos en que se recurre a ello por prescripciones estrictamente terapéuticas, es una falta grave. La
producción clandestina y el tráfico de drogas son prácticas escandalosas; constituyen una cooperación
directa, porque incitan a ellas, a prácticas gravemente contrarias a la ley moral.
2. EXÉGESIS
Joseph M. Lagrange, O. P.
CURACIÓN DE UN LEPROSO
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En un lugar que los evangelistas no nombran, y según san Marcos en una casa, un leproso se presentó
a Jesús. Suplicante y echándose a sus pies, gritaba: «Si quieres, puedes curarme».
La lepra existe aún en Palestina, y sobre todo en Jerusalén. Es siempre objeto de horror que solamente
ha podido vencer la caridad cristiana de abnegadas mujeres que cuidan de los leprosos. En tiempo de Jesús
se preocupaban sobre todo de aislarlos. ¿A qué se llamaba lepra? Es difícil decirlo, y seguramente este
término tenía un sentido bastante amplio para aplicarse a muy diferentes enfermedades de la piel. Se
designaba así la lepra tuberculosa con nudosidades de las articulaciones, que algunas veces llegan a caerse,
como por ejemplo, las falanges de los dedos; si bien esta enfermedad, hoy frecuente en Jerusalén, no aparece
descrita en la Biblia. Había lepras que se creían curables, y los sacerdotes eran los únicos calificados para
decidir sobre su curación, porque esta enfermedad hacía a uno impuro y se la tenía como castigo divino. La
verdadera lepra era incurable, y si alguna vez alguien quedó limpio de ella, sólo ha sido por la intervención
extraordinaria de Dios (2R 5, 7). El temor del contagio, la repugnancia inspirada por la enfermedad, la
impureza legal que infectaba al enfermo, habían determinado al legislador a apartarle lejos de las gentes con
un hábito lúgubre, que le diera a conocer, obligándole aun a gritar: ¡impuro!, ¡impuro!, para denunciarse a
los transeúntes (Lv 13, 45).
Se ve la audacia del leproso al entrar no sólo en un lugar habitado, sino, lo que es más, en una casa y
acercarse a Jesús. Había violado la Ley, pero era de compadecer y venía lleno de fe. El primer movimiento
del Maestro fue de compasión. El leproso apela a su buena voluntad. Sí, Jesús quiere. Le pide que lo limpie
sanándole de la lepra. Jesús se lo concede y aún tiene para él un gesto, que ningún leproso se hubiera atrevido
a implorar, y que es propio de almas heroicas; Jesús toca a este hombre impuro. Estaba en su derecho, tanto
más cuanto que a su contacto la lepra desaparece.
Después de ceder a los impulsos de su corazón, Jesús atiende a la situación legal del leproso. Con
cierta severidad le indica que no debía permanecer un instante más a su lado, con riesgo de llamar la atención
y de escandalizar a los que le han visto entrar. Aunque está curado, su situación legal no es clara. El milagro
no le dispensa de presentarse a los sacerdotes para que comprueben su curación. Le darán ellos un certificado
que podrá mostrar a todo el mundo, que le sirva de testimonio de haber recobrado sus derechos sociales.
Deberá, además, ofrecer los sacrificios prescritos por Moisés para esos casos (Lv 14, 232). Hasta que esté
todo en regla no debe decir nada a nadie. Corría peligro de que en el momento que fuese admitido entre los
demás no se cuidase de cumplir con su deber.
Según parece, sucedió lo que debía suceder. La enfermedad de la lepra estaba, sin duda, en todo su
auge, y tan avanzada, que había desaparecido toda esperanza de mejora. Así que cuando el enfermo hizo
pública su curación instantánea, la admiración de todos fue grande. Una fiebre desaparece con más o menos
rapidez; otros sufrimientos dependen en parte de las disposiciones del paciente. Las enfermedades de la piel
aparecen y ya se sabe cuán pertinaces son. El milagro, pues, era bien fácil de comprobar. Sin embargo, Jesús
impuso el secreto, aunque muy bien sabía que sus milagros no permanecerían mucho tiempo ignorados y
que enardecerían las esperanzas populares, pero él estaba decidido a no desencadenar la agitación mesiánica.
Evitaba, por lo tanto, entrar en las ciudades en pleno día. Así no comprometía su ministerio, ya que en
adelante las muchedumbres irían en pos de Él aun a las más desiertas campiñas.
LAGRANGE, Vida de Jesucristo según el evangelio, Edibesa Madrid 1999, 117-8
3. COMENTARIO TEOLÓGICO
Gran Enciclopedia Rialp
LEPROSOS EN LA BIBLIA
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Los leprosos son a menudo mencionados en la S. E. como víctimas de una enfermedad que se puede
considerar endémica en aquellos tiempos y lugares bíblicos debido a las condiciones
climatológicas, la escasa higiene y la falta de medios profilácticos. Pero a veces aparecen también
en la S. E. como portadores de este mal para manifestación del poder de Dios o en castigo por algún
pecado: así, Moisés (v.), si bien momentáneamente y como una señal del poder milagroso que Dios
le daba (Ex 4,6-7); su hermana María (Num 12,9 ss.); el sirio Naamán, curado por Eliseo (2 Reg
5); el criado de Elíseo, Guejazi (2 Reg 5,27); el rey Ozías (2 Reg 15,5); probablemente Job durante
la prueba (Iob 2,7-8), etc. Junto a éstos no escaseaban los leprosos entre la gente del pueblo: los
cuatro innominados que estaban a las puertas de Samaria (2 Reg 7,3), los «muchos leprosos que
había en Israel en tiempos de Eliseo» (Le 4,27). En el N. T., encontramos a Simón (Me 14,3) y los
curados por Jesús, uno en Galilea (Me 1, 40-45) y 10 en una aldea samaritana (Le 17,11-18), de
los cuales uno sólo volvió para darle las gracias.
Los casos mencionados testifican la gravedad de la enfermedad, cuya curación generalmente sólo
se podía esperar de un milagro. Como un caso social generalizado y que afectaba a la vida de un
pueblo religioso como Israel, el Levítico (v.) se ocupa expresamente de la enfermedad,
caracterizando su condición de impureza legal y las medidas a adoptar: aislamiento del afectado y
su reingreso en la comunidad en caso de eventual curación (Lev 13-14). El diagnóstico lo hacía el
sacerdote, y tenía, por tanto, un valor religioso más que médico. En este contexto, el Levítico habla
también y dictamina sobre la I. de las casas y de los vestidos (Lev 13,33-59), es decir,
probablemente manchas de moho o salitre. Esto hace dudar si el Levítico se refiere a la enfermedad
hoy conocida como tal, ya que, sin duda, había otras afecciones de la piel incluidas bajo la
designación general entre las que es de suponer figuraba la I. propiamente dicha.
La condición de los leprosos era sumamente penosa, tanto por la enfermedad en sí, como por la
proscripción social en que se hallaban, único remedio profiláctico entonces posible. El haber hecho
a la I. objeto de un dictamen religioso se explica por la naturaleza del pueblo de Israel, un pueblo
sacerdotal (Ex 19,5-6), que concebía toda la vida, hasta en los más pequeños detalles, como un
culto a Dios. Por eso, los que no podían convivir. dentro de la sociedad eran también impuros para
el culto. (…). Por lo demás, la I. se considera también como una consecuencia de un castigo por el
pecado (cfr. Dt 28,27-35), por lo que no pudo faltar, en su sentido amplio, entre las plagas (v.) que
afligieron a Egipto, el opresor del pueblo de Dios (Ex 9,9-12).
Por eso mismo, los leprosos son también objeto de las promesas mesiánicas. Isaías pinta, en su
famoso oráculo, al Siervo doliente, rehuido de todos como un leproso, el cual se halla en tal estado
porque carga con los pecados del pueblo (Is 53,3-12). La enfermedad es, en efecto, consecuencia
del pecado, que Jesús ha venido a quitar con su sacrificio redentor (cfr. Mt 8,17). Por eso, la
curación de los leprosos está entre las señales que da Jesús de que el Reino de Dios (v.) está ya
entre los hombres (Mt 10,8; 11,5). Hay una nota curiosa: no se dice que han sido «curados», sino
«limpios»; ello es debido a que se emplea precisamente la terminología cultual de «pureza o
impureza», para subrayar que tal concepto está ya superado en el Reino de Dios. Por lo demás,
estas nociones «legales» han sido en general y definitivamente abolidas por Jesús, sustituidas por
concepciones morales más profundas (Me 15,1-20; v. LEY VII, 4). A efectos del Reino de Dios,
por tanto, los leprosos no sólo quedan, sino que «son» limpios. Si Jesús manda a los leprosos
curados que se presenten al sacerdote, lo hace no por mantener un principio abolido por Él, sino
como «testimonio» para los sacerdotes (Mt 8,4), es decir, para que ellos comprueben tanto su
respeto a la ley como su poder para abrogar sus preceptos caducos.
(REVUELTA SAÑUDO, M., en Gran Enciclopedia Rialp, Editorial Rialp, 1991).
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4. SANTOS PADRES
San Ambrosio
La curación de un leproso
1. Con razón en esta curación de leproso no se indica ninguna localidad, para mostrar que no ha sido
el pueblo de una ciudad especial, sino los pueblos del universo los que han sido curados. Es, igualmente
acertado que en San Lucas esta curación sea el cuarto prodigio después de la llegada del Señor a Cafarnaúm;
pues si al cuarto día nos dio la luz del sol, y lo hizo más brillante que los demás astros, cuando aparecían los
elementos del mundo, del mismo modo hemos de considerar esta obra como más brillante. Según San Mateo,
nos lo presenta como la primera curación hecha por el Señor después de las Bienaventuranzas (Mt 8, 3). El
Señor había dicho: No he venido a destruir la Ley, sino a cumplirla (Mt 5, 7), y este hombre, que estaba
excluido por la Ley y se encontraba ahora purificado por el poder del Señor, pensaría que la gracia no viene
de la Ley, sino que está por encima de la Ley, puesto que puede limpiar la mancha del leproso.
2. Más del mismo modo que aparece en el Señor el poder y la autoridad, así aparece en este hombre
la constancia de la fe. Se postró en tierra, lo cual es signo de humildad y confusión, para que cada uno se
avergüence de las afrentas de su vida. Mas la vergüenza no impidió la confesión: mostró la herida, pidió el
remedio, y su misma confesión está llena de religión y de fe: Si quieres, dice, puedes sanarme. Atribuye el
poder a la voluntad del Señor; al decir a la voluntad del Señor, no es que haya dudado, como un incrédulo,
de su bondad, sino que, consciente de su bajeza, no se ha engreído. Y el Señor, con esa dignidad que le
caracteriza, le responde: Lo quiero, sé limpio.
3. Y al instante le dejó la lepra. Pues no hay intervalo entre la obra de Dios y su orden: la misma
orden incluye la obra: Dijo y fue hecho (Ps 32, 9). Observa que no puede dudarse porque la voluntad de Dios
es poder. Si, pues, en El querer es poder, los que afirman la unidad de querer en la Trinidad afirman al mismo
tiempo la unidad de poder. La lepra desapareció inmediatamente; para que conozcas la voluntad de curar, ha
añadido la realización de tal obra.
4. Según San Marcos, el Señor tuvo piedad de él; es conveniente que esto sea notado. Existen rasgos
que fueron anotados por los evangelistas, que quieren afirmarnos sobre dos puntos: han descrito los signos
del poder en orden a la fe; y han referido las obras virtuosas con vistas a la imitación. Por eso, él toca sin
dedignarse; manda sin vacilación; pues es un signo de su poder que, teniendo facultad para curar y autoridad
para mandar, no ha rehusado el testimonio de su actividad. Por eso dice a causa de Fotino: Yo quiero; manda
a causa de Arrio; toca a causa de los maniqueos.
5. No se ha curado la lepra a uno sólo, sino a todos aquellos a quienes se ha dicho: Vosotros estáis
ya limpios por la palabra que os he hablado (Jn 15, 3). Si, pues, la palabra es el remedio de la lepra, el
desprecio de la palabra es, con razón, la lepra del alma. Mas para que la lepra no contagie al médico, cada
uno, imitando la humildad del Señor, ha de evitar la vanagloria. ¿Por qué, en efecto, recomendó no
comunicarlo a nadie, sino para que aprendamos nosotros a no divulgar nuestras buenas obras, sino ocultarlas,
de forma que no sólo alejemos el salario del dinero sino el del agasajo? O, tal vez, la razón del silencio sea
en atención a los que creyeron con una fe espontánea, lo cual es mejor que aquellos que lo hicieron con la
esperanza del, beneficio.
6. Luego le prescribe, conformándose a la Ley, que se presente al sacerdote, no para ofrecer una
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víctima, sino para ofrecerse él mismo a Dios como un sacrificio espiritual, a fin de que, limpio de las manchas
de sus acciones pasadas, se consagre a Dios como una víctima agradable gracias al conocimiento de la fe y
a la educación de la sabiduría; pues toda víctima será sazonada con sal (Mc 9, 48). San Pablo dice a este
propósito: Os ruego, hermanos, por la misericordia de Dios, que ofrezcáis vuestros cuerpos como hostia
viva, santa, grata a Dios (Rm 21, 1).
7. Es al mismo tiempo admirable que ha curado según el mismo modo de la petición: Si quieres,
puedes limpiarme. —Lo quiero, sé limpio. Mira su voluntad, mira también su disposición a la ternura. — Y
extendiendo la mano, le tocó. La Ley prohíbe tocar a los leprosos (Lv 13, 3); pero el que es autor de la Ley
no tiene obligación de seguirla, sino que hace la Ley. Ha tocado, no porque, si no toca, no hubiera podido
curar, sino para mostrar que Él no estaba sujeto a la Ley, y que no temía ser contagiado como los hombres,
porque ni podía serlo quien libraba a otros, sino, al contrario, el tacto del Señor hacía huir la lepra que suele
contaminar a los que la tocan.
8. Le manda presentarse al sacerdote y hacer una ofrenda con motivo de su purificación; si se presenta
al sacerdote, éste comprenderá que no ha sido curado según el procedimiento legal, sino por la gracia de
Dios, que es superior a la Ley; y al prescribir un sacrificio según lo ha ordenado Moisés1, mostraba el Señor
que no había venido a destruir la Ley, sino a cumplirla; Él se comportaba según la Ley, aun cuando se le
veía curar, por encima de la Ley, a los que los remedios de la Ley no habrían sanado. Con razón añade:
Como lo ha prescrito Moisés; pues la Ley es espiritual (Rm 7, 14), parece, por lo mismo, que El prescribió
un sacrificio espiritual.
9. Finalmente, añadió: Para que les sirva de testimonio, es decir, si creéis en Dios, si la impiedad de
la lepra se retira, si el sacerdote conoce lo que está oculto, si existe el testimonio de la pureza de vuestros
sentimientos: esto es lo que verá el sacerdote, principalmente Aquel a quien no escapa ningún secreto, a
quien se ha dicho: Tú eres sacerdote eternamente, según el orden de Melquisedec (Sal 109, 4).
SAN AMBROSIO, Tratado sobre el Evangelio de San Lucas (I), L. 5, 1-9, BAC Madrid 1966, pág. 230-
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5. APLICACIÓN
P. José A. Marcone, IVE
Curación de un leproso (Mc 1,40-45)
Introducción
La lepra es una enfermedad que consiste en erupciones infecciosas, lesiones cutáneas y trastornos
nerviosos y musculares. A menudo lleva a la pérdida de las extremidades (nariz, orejas, labios, manos y
pies). Es profundamente contagiosa. Esta enfermedad es tan tremenda que los rabinos judíos consideraban
al leproso como un muerto en vida.
1 Cf. Lv 14
10
Para la Ley de Moisés la lepra tenía dos dimensiones: una corporal y otra espiritual. En cuanto a la
dimensión espiritual, la lepra era signo y casi evidencia de que el hombre infectado había cometido pecados
gravísimos. Para la Ley de Moisés la lepra era el castigo con que Dios castigaba al pecador, es decir, al que
abandonaba su Ley. Dice el libro del Deuteronomio: “Si desoyes la voz de Yahveh tu Dios, y no cuidas de
practicar todos sus mandamientos y sus preceptos, que yo te prescribo hoy, te sobrevendrán y te alcanzarán
todas las maldiciones siguientes: (…) Yahveh te herirá con úlceras de Egipto, con tumores, sarna y tiña, de
las que no podrás sanar. (…) Yahveh te herirá de úlceras malignas en las rodillas y en las piernas, de las que
no podrás sanar, desde la planta de los pies hasta la coronilla de la cabeza” (Deut 28,15.27.35). Por esta
razón, el leproso era considerado un castigado por Dios y quedaba excluido de la comunidad cúltica de Israel,
es decir, era excomulgado. No podía rendir culto a Dios en la asamblea litúrgica. Esta excomunión se expresa
con la declaración de que era ‘impuro’. Esta dimensión espiritual de la lepra es la que resaltan, con hipocresía
farisaica, los amigos de Job.
En cuanto a la dimensión corporal, el leproso debía abstenerse absolutamente de cualquier contacto
con la sociedad civil. Dice el libro del Levítico: “El afectado por la lepra llevará los vestidos rasgados y
desgreñada la cabeza, se cubrirá hasta arriba de la boca e irá gritando: ‘¡Impuro, impuro!’ Todo el tiempo
que dure la llaga, quedará impuro. Es impuro y habitará solo; fuera del campamento tendrá su morada” (Lev
13,45-46). Esto implicaba, obviamente, la prohibición de tocar a cualquier persona o de que cualquier
persona los toque a ellos.
Jesucristo afronta con valentía y sin ningún tipo de aprehensión o asco al leproso y a la enfermedad
de la lepra. Su actitud ante este flagelo es absolutamente nueva y revolucionaria.
1. Manifestación de su divinidad y de su mesianidad
En el texto paralelo de San Mateo se muestra con más evidencia que el objetivo de este relato es
señalar la divinidad de Cristo. En efecto, en el texto de San Mateo se dice: “Cuando bajó del monte, fue
siguiéndole una gran muchedumbre. Y he aquí que un leproso, yendo hacia Él, lo adora y le dice: ‘Señor, si
quieres puedes limpiarme’” (Mt 8,1-2). Las dos palabras con las cuales el leproso manifiesta su fe explícita
en la divinidad de Cristo son: ‘lo adora’ (proskýnei) y ‘Señor’ (Kýrie). De hecho, San Jerónimo, en la
Vulgata, traduce: “Leprosus adorabat eum”.
Santo Tomás afirma con toda claridad que el leproso creyó explícitamente en la divinidad de Cristo.
En efecto, dice el Aquinate: “En este texto se muestra la solicitud del leproso porque primero viene, y
después lo adora. De la misma manera, el pecador viene a Cristo cuando cree en Él, y lo adora cuando se
humilla ante Él. De este modo el leproso muestra el poder de Cristo (…). Y además lo llama ‘Señor’. Si es
‘Señor’, quiere decir que lo puede salvar, como dice el salmo: ‘Sabedlo, el Señor es Dios’ (Sal 99,3)”2.
San Juan Crisóstomo opina lo mismo: “El leproso no ruega de cualquier manera, sino (…) con
verdadera fe y con la opinión que de Él se debe tener. (…). El leproso hace a Jesús Señor absoluto de su
curación, testimoniando que Él posee toda la autoridad y el poder”3.
Y otro santo padre dice: “¡Grande es la fe del leproso (…), completa la profesión de su fe! Primero
adora al Señor, después dice: ‘Señor, si quieres puedes sanarme’. En el gesto de adoración mostró que
reconocía que era Dios aquel que él adoraba, porque la Ley decía abiertamente que sólo a Dios se debía
2 SANCTI TOMAE DE AQUINO, Super Evangelium S. Matthai lectura, caput 8, lectio 1; traducción nuestra. 3 SAN JUAN CRISÓSTOMO, Homilías sobre S. Mateo, Homilía 25,1-3, en Obras de San Juan Crisóstomo, BAC, Madrid, 1955 (I),
p. 514 – 521.
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adorar. Con las palabras ‘Señor, si quieres, puedes sanarme’, reconoció la omnipotencia y la naturaleza del
poder divino del Señor; el leproso, movido por su deseo, suplica al Señor, que, si puede, lo cure, sabiendo
bien que la fuerza del divino poder está sujeta a la voluntad de Cristo. Por esta razón creyó que solamente
en el Hijo de Dios el querer es poder, y el poder es querer; por eso dice: ‘Señor, si quieres, puedes sanarme’”4.
Un autor moderno comparte plenamente la exégesis de Santo Tomás y los Santos Padres. Dice este
autor respecto al pedido de curación del paralítico: “Es un grito de esperanza, fundada ya en una fe explícita
en Cristo. (…) El leproso tiene una fe explícita en el poder divino (dýnamis) de Jesús, capaz de liberarlo del
infierno del sufrimiento físico y moral”5.
El milagro de Jesús, además, es signo de su mesianidad. En efecto, cuando los discípulos de San Juan
Bautista van a Jesús para preguntarle si Él es el Mesías, Jesús le responde que sí, que Él es el Mesías, y uno
de los signos que les da es que los leprosos son curados. El texto de San Lucas es el siguiente: “Jesús les
respondió: ‘Id y contad a Juan lo que habéis visto y oído: Los ciegos ven, los cojos andan, los leprosos
quedan limpios, los sordos oyen, los muertos resucitan, se anuncia a los pobres la Buena Nueva’” (Lc 7,22).
2. Signo del perdón de los pecados
Para los hebreos el hombre era una totalidad de alma y cuerpo. Tanto es así que para decir ‘hombre’,
simplemente decían ‘carne’6. Se daba por supuesto que se trataba de una carne animada por un principio
espiritual. La lepra, para ellos, no podía concebirse como lepra del cuerpo, sino del cuerpo y del alma al
mismo tiempo. La lepra del cuerpo estaba relacionada necesariamente con la lepra del alma, es decir, el
pecado.
Por lo tanto, si la lepra es el signo del pecado del hombre que la lleva, la curación de la lepra es signo
del perdón de dicho pecado. Por eso, bellamente, dice Giovanni Marchesi: “El episodio de la curación
instantánea del leproso ofrece como en filigrana la estructura de una liturgia penitencial que se desarrolla a
los pies de Cristo, encarnación de la misericordia del Padre, a beneficio del ‘leproso’, imagen de todo hombre
pecador”7.
La curación del leproso por parte de Cristo es signo del perdón del pecado de todo hombre. Si la lepra
excomulgaba al israelita de su comunidad cúltica, impidiéndole rendir culto a Dios en la asamblea litúrgica,
la curación de la lepra del pecado por parte de Cristo introduce nuevamente al hombre en la nueva comunidad
cúltica, la Iglesia Católica, donde se rinde culto a Dios “en espíritu y en verdad” (Jn 4,23), es decir, en el
Verbo Encarnado, y no ya en un templo hecho de piedras.
¿Por qué Jesús puede curar la lepra del cuerpo y la lepra del alma, que es el pecado? Porque Él mismo
se hizo leproso por nosotros. En efecto, en el cuarto cántico del Siervo Doliente de Yahveh (Is 52,13 –
53,12), imagen del Mesías sufriente, se presenta al Mesías de la siguiente manera: “¡Y con todo eran nuestras
dolencias las que él llevaba y nuestros dolores los que soportaba! Nosotros lo consideramos como golpeado,
herido de Dios y humillado” (Is 53,4). La palabra que las biblias en general traducen como ‘golpeado’, San
4 SAN CROMACIO, In Matth., 38,1, Ed.Città Nuova, Roma, 1984, vol. 2, 25; citado por MARCHESI, G., Il Vangelo della
speranza, Città Nuova Editrice, Roma, 19902, p. 300; traducción nuestra. 5 MARCHESI, G., Il Vangelo della speranza…, p. 297.299 – 300; traducción nuestra. 6 Por eso San Juan dice: “El Verbo se hizo carne” (Jn 1,14). 7 MARCHESI, G., Il Vangelo della speranza…, p. 301; traducción nuestra. Filigrana: 1. Obra formada de hilos de oro y plata,
unidos y soldados con mucha perfección y delicadeza. || 2. Señal o marca transparente hecha en el papel al tiempo de fabricarlo
(DRAE).
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Jerónimo la traduce quasi leprosum, es decir, “nosotros lo consideramos como un leproso” (Is 53,49)8. Y
con razón. En efecto, la palabra hebrea que se usa en este caso es nagúa’, que proviene del verbo nagá’, que,
además de ‘golpear’, significa ‘afligir con la plaga de la lepra’9. De hecho, la palabra ‘lepra’ en hebreo se
dice néga’, que proviene del verbo nagá’10. A esto hay que agregarle que en el v. 8 (Is 53,8), se vuelve a
usar el verbo nagá’ para hablar del Mesías, en este caso para decir que fue ‘golpeado’.
En los dos versículos anteriores al recién citado Isaías, llamado el ‘quinto evangelista’, describe al
Mesías con los rasgos de un leproso: “No tenía apariencia ni presencia; no tenía aspecto que pudiésemos
estimar. Despreciable y desecho de hombres, varón de dolores y sabedor de dolencias, como uno ante quien
se oculta el rostro, despreciable, y no le tuvimos en cuenta” (Is 53,2-3).
Por lo tanto, Isaías equipara explícitamente las llagas infectadas y purulentas propias de un leproso a
las heridas recibidas por Cristo en su pasión. Cristo crucificado es el Hombre-Dios que quiso asumir sobre
sí la lepra del pecado de todos los hombres de todos los tiempos. Y es por esta razón que Cristo puede redimir
la lepra del pecado: porque Él la llevó sobre sí. Cristo se hizo leproso para salvar a los leprosos del alma.
San Pablo expresa la misma idea pero con palabras más fuertes y más explícitas: “A quien no conoció
pecado, Dios le hizo pecado por nosotros, para que viniésemos a ser justicia de Dios en Él” (2Cor 5,21). Y
también: “Cristo nos rescató de la maldición de la ley, haciéndose Él mismo maldición por nosotros, pues
dice la Escritura: ‘Maldito todo el que está colgado de un madero’” (Gál 3,13).
Santo Tomás va todavía más lejos y ve en este milagro un antecedente de los sacramentos instituidos
por Cristo. En efecto, en el hecho de tocar al leproso y en las palabras pronunciadas por Cristo en la curación,
Santo Tomás ve una insinuación de todo sacramento. Dice el santo: “Y también tocó, para enseñarnos acerca
del poder que hay en los sacramentos, en los cuales no sólo se requiere el tacto, sino también las palabras;
porque cuando la palabra se une al elemento material, entonces se hace el sacramento”11. Por lo tanto, con
toda razón podemos afirmar, junto con G. Marchesi, que en este milagro se puede ver, como en filigrana, un
antecedente del sacramento de la reconciliación.
Esta insinuación se ve reforzada por el hecho de que el leproso se expresa de tal manera que
manifiesta un interés mayor por volver a ser apto para participar del culto a Dios que por estar curado
físicamente. En efecto, el leproso no dice al Señor: ‘Si quieres, puedes curarme’, sino, ‘Si quieres puedes
purificarme’ (verbo griego katharídso). Y Jesucristo le responde con el mismo verbo: ‘Quiero, queda
purificado (verbo katharídso).
Conclusión
La presencia del Verbo Encarnado hace nuevas todas las cosas (cf. Apoc 21,5). La Ley de Moisés
conserva su espíritu pero no sus preceptos legales o judiciales. Esta verdad se ve brillar tanto en Cristo como
en el leproso. Cristo desprecia un precepto judicial con total libertad de espíritu y rompe la Ley de Moisés
en ese punto. Toca al leproso en un gesto de infinita misericordia y compasión. Y el leproso, sabiendo ante
quién estaba, hace lo mismo: desprecia el mandato de andar fuera de la comunidad civil y se acerca a Aquel
que es el Creador de la toda comunidad. Tanto en uno como en el otro hay ausencia total de espíritu farisaico,
de apego irrestricto a la letra olvidando el espíritu.
8 También Torres Amat traduce de la misma manera. 9 ZORELL, F., Lexicon hebraicum Veteris Testamenti, Editrice Pontificio Istituto Biblico, Roma, 1989, p. 497, col. 2. Cf. también
BROWN, DRIVER, BRIGGS, Hebrew and English Lexicon, voz nagá’. 10 ZORELL, F., Lexicon hebraicum Veteris Testamenti…, p. 498, col. 1. 11 SANCTI TOMAE DE AQUINO, Super Evangelium S. Matthai lectura, caput 8, lectio 1; traducción nuestra.
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A nosotros Jesucristo también nos ordena ocuparnos de los leprosos. En efecto, en Mt 10,8 dice: