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1. Cuadernos de Investigacion - jovellanos.org · 10 Cuadernos de investigación. núm. 1 – año 2007 El mapa de España en la época de Jovellanos ..... 175 Ramón Alvargonzález

Oct 27, 2018

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(NÚM. 1 – AÑO 2007

Fundación Foro Jovellanos del Principado de Asturias

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La Fundación Foro Jovellanos del Principado de Asturias no se hace responsable ni comparte necesariamente las opiniones vertidas por los autores de los trabajos publicados en este número de Cuadernos de Investigación.

Coordinación editorial: Orlando Moratinos Otero

La edición de este libro consta de 650 ejemplares

Edita: Fundación Foro Jovellanos del Principado de AsturiasMuseo Casa Natal de Jovellanos. Gijón

Administración y Secretaría:c/ María Bandujo, 11 – bajo33201 Gijón. Principado de Asturias – EspañaTeléfono: (+34) 985 357 [email protected] – www.jovellanos.org

Ilustraciones: los autoresIlustración de la cubierta: Ex libris grabado por Goya para Jovellanos. Biblioteca Nacional. Madrid

Depósito legal: As. 02620-2008ISSN: 1888-7643

Imprime: Gráficas Ápel. Gijón

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Cuadernos de Investigación

DirectorJesús Menéndez Peláez

SecretarioOrlando Moratinos Otero

Comité de redacciónFernando Adaro de JoveVicente Cueto GonzálezAgustín Guzmán Sancho

Comité científico-Evaluadores externos

Mariano Abad Fernández (Universidad de Oviedo)Rafael Anes Álvarez de Castrillón (Universidad de Oviedo)Mª José Álvarez Faedo (Universidad de Oviedo)Ramón Alvargonzález Rodríguez (Universidad de Oviedo)Ignacio Arellano Ayuso (Universidad de Navarra)Emilio Bejarano (I. E. S. Juan María Tornas. Palma)Jesús Cañas Murillo (Universidad de Extremadura)María Teresa Caso Machicado (Fundación Príncipe de Asturias)Silverio Cerra Suárez (Centro de Estudios Teológicos del

Seminario Metropolitano de Oviedo) Santos Manuel Coronas González (Universidad de Oviedo)José María Fernández Cardo (Universidad de Oviedo)Antonio Fernández Insuela (Universidad de Oviedo)José Luis González Novalín (Rector de la Iglesia Nacional

Española de Santiago y Montserrat en Roma)Pablo F. Luna (Universidad de la Sorbona)Vicent Llombart Rosa (Universidad de Valencia)Silverio Sánchez Corredera (I. E. S. Emilio Alarcos-Gijón)Manfred Tietz (Universidad de Bochum)Juan José Tuñón Escalada (Centro de Estudios Teológicos del

Seminario Metropolitano de Oviedo)

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Sumario

Presentación. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 11Jesús Menéndez Peláez

I. ARTÍCULOS. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 15

Gaspar y Josefa. La relación de dos hermanos a la luz de su legado literario . . . . . . . . . . . . 17María José Alvarez Faedo

Las censuras indianas de Jovellanos . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 41Santos M. Coronas González

La impronta de Fray Luis de León en la poesía de Jovellanos. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 55Vicente Cueva Díaz

Jovellanos de cara a la lengua y autores latinos . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 73Emiliano Fernández Vallina

El concepto de ‘lengua’ en Jovellanos . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 93Ángela Gracia Menéndez

Teatro y pedagogía: El teatro escolar en la Asturias del siglo XVIII . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 107Carla Menéndez Fernández y Jesús Menéndez Peláez

Etapas en la recepción del pensamiento de Jovellanos . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 123Silverio Sánchez Corredera

Teoría y práctica del teatro en Jovellanos: el caso de El delincuente honrado . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 141

Marc Vitse

II. DISCURSOS DE INVESTIDURA . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 157

Jovellanos y la revolución industrial. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 159Ramón Álvarez Viña

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10 Cuadernos de investigación. núm. 1 – año 2007

El mapa de España en la época de Jovellanos . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 175Ramón Alvargonzález Rodríguez

La religiosidad en Jovellanos: entre la tradición y la modernidad ilustrada . . . . . . . . . . . . . 187Raúl Berzosa Martínez

Jovellanos y la naturaleza . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 205Bernardo Canga Meana

Evolución y violencia. La sociedad cautiva . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 211Marcelo Palacios Alonso

Breve evocación analógica entre la sociedad en la que vivió Jovellanos y la nuestra . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 289

Román Suárez Blanco

III. BIBLIOGRAFÍA JOVELLANISTA . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 293

Apéndice VII . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 295Orlando Moratinos Otero

IV. TEXTOS . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 325

Propuesta al Ayuntamiento de Gijón . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 327María Teresa Caso Machicado

V. RECENSIONES Y RESEÑAS . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 341

La mirada sobre Asturias. Reseña a Hugh Thomas . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 343Ignacio Gracia Noriega

Jovellanos visto por un filósofo. Reseña sobre Jovellanos y el jovellanismo, una perspectiva filosófica, de Silverio Sánchez Corredera. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 347

Pelayo Pérez García

Publicaciones de la Fundación Foro Jovellenos del Principado de Asturias. . . . . . . . . . . . . 353

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Presentación

a Fundación Foro Jovellanos del Principado de Asturias saca una nueva publica-ción periódica bajo la denominación de Cuadernos de Investigación, cuya génesis

y objetivos pretendo exponer.Hasta ahora nuestra institución tenía una publicación periódica que con el nombre

de Boletín Jovellanista comenzó recogiendo, inicialmente de manera prioritaria, nues-tras actividades anuales y breves reseñas bibliográficas relacionadas con el jovella-nismo entre las que la ‘Bibliografía jovellanista’ jugó siempre un destacado papel; de esta manera esta publicación cumplía una función importante en toda institución para dejar constancia, a modo de acta institucional y pública, de lo que hoy se llama memoria histórica. Poco a poco nuestro ‘Boletín’ se fue rellenando y enriqueciendo con otras aportaciones de naturaleza más ambiciosa en el campo de la investigación dando lugar a una publicación miscelánea donde se entremezclaban noticias sobre las actividades de nuestro calendario jovellanista, de naturaleza más bien social y divulga-tiva, con artículos de fondo que podían tener un mayor eco dentro de una publicación reglamentada de acuerdo con los nuevos moldes que hoy exigen las revistas con una mínima aspiración de impacto en el mundo académico. Esto llevó a la Junta Rectora, asesorada por nuestros patronos más expertos, a establecer dos publicaciones periódi-cas. El Boletín Jovellanista seguirá recogiendo aquellas contribuciones que ocurran en el devenir de cada año y que dejan una fuerte huella social en la prensa diaria; los me-dios de comunicación son el termómetro que mide el índice de impacto social, una dimensión nada despreciable para cualquier institución; asimismo será el canal de di-fusión de aspectos más divulgativos dentro de los objetivos que establecen nuestros estatutos.

Los Cuadernos de Investigación son la otra cara que pretende canalizar la función investigadora y académica, por muy modesta que ésta sea, que viene desarrollando nuestra Fundación. No es, por tanto, una «creatio ex nihilo»; es tan solo una manera de dar forma y canalizar la función investigadora que venimos desarrollando. Ahí es-

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12 Cuadernos de investigación. núm. 1 – año 2007

tán más de una veintena de publicaciones sobre Jovellanos y su entorno; ahí está el premio de investigación con 9 ediciones al que concurren trabajos provenientes del hispanismo internacional; ahí están las 5 ediciones del Curso de Extensión Universi-taria sobre Jovellanos y su tiempo, con distintas denominaciones, que viene progra-mando la Universidad de Oviedo con nuestra colaboración; en preparación se están realizando otros proyectos, a petición de instituciones privadas, que pronto verán la luz de la imprenta. Por tanto, una publicación periódica, con las pretensiones referi-das, parece estar más que justificada, siguiendo el principio biológico de que ‘la fun-ción crea el órgano’.

A primera vista pudiera parecer que no es fácil abrir una nueva ruta en un paraje bien hollado por otras publicaciones. Sin embargo, creemos que hay un sitio para nuestras pretensiones. La vida, la obra y el entorno en el que vivió Jovellanos –es decir, la Ilus-tración– es un programa que dista mucho de estar ya agotado en su estudio. Somos conscientes de las dificultades que ello conlleva; de ahí que nuestro primer objetivo es lograr la confianza de la investigación para que nos pueda proporcionar colaboraciones suficientes que garanticen y mantengan el ritmo de una publicación periódica. Nuestra publicación podrá tener puntos de coincidencia con otras publicaciones que tienen en la centuria ilustrada su centro de interés. Sin embargo, a este propósito genérico y de telón de fondo queremos añadir una singularidad fundamentada en la experiencia de los años de existencia que tiene nuestra institución. Una de las actividades más novedo-sas y de mayor apoyo y recepción de nuestro calendario jovellanista es el «Día de Jove-llanos» en la Feria Internacional de Muestras de Gijón. Para quienes no estén familiarizados con Asturias conviene decir que dicha «Feria» es uno de los aconteci-mientos empresariales más importantes del verano asturiano. Cada uno de los quince días que dura el evento tiene una especial dedicación. En esa nómina hay un día dedi-cado al polígrafo gijonés que da nombre a la ciudad. Pues bien, el día dedicado a Jove-llanos –con seis ediciones ya– se está convirtiendo en uno de los más señeros en la efeméride ferial. Para ello homenajeamos a un personaje, nacido en un Ayuntamiento asturiano, que haya tenido alguna relación directa o indirecta con Jovellanos; de esta manera a través de Jovellanos pretendemos reivindicar la importancia de esa persona-lidad que quizás no haya tenido, debido a un determinado número de concausas, un reconocimiento tan explícito como lo tiene Jovellanos. Así el «Día de Jovellanos» se convierte en una jornada reivindicativa de la importancia que tuvo la ilustración astu-riana. Este objetivo quisiéramos que fuera también una de las singularidades de la oferta de la nueva publicación que acogerá la vida, la obra y el entorno en el que vivió Jovellanos –con un apartado especial a la ilustración asturiana– sin olvidar el extenso espectro de lo que fue la cultura del siglo XVIII con distintas manifestaciones naciona-les: la Aufklärung alemana, el «siglo de las luces» francés, la ilustración hispanoameri-cana, etc. De esta manera creemos estar en sintonía con la actitud de un Jovellanos que

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Presentación – Jesús Menéndez Peláez 13

vivía con intensidad los problemas de su Gijón y de su Asturias, abierto y expectante a lo que ocurría no solo en el resto de España sino allende Los Pirineos y las nuevas tie-rras de Ultramar.

Para conseguir este logro hemos de empezar por revestir a nuestra publicación con el ropaje que hoy exige la cortesía académica. Incluso las revistas más clásicas en el abanico de las distintas ciencias han tenido que cambiar de modelo y adaptarse a estas nuevas exigencias. Esos resúmenes en castellano e inglés que preceden al desarrollo del tema son ya habituales en el mapa de las hemerotecas científicas. Aunque puedan parecer superfluos, son criterios externos que son tenidos muy en cuenta por los orga-nismos encargados de establecer la correspondiente evaluación de impacto de cada revista.

En este contacto con el mundo académico e investigador hemos encontrado un total apoyo que se materializa en la nómina de investigadores que han aceptado for-mar parte del Comité Científico; este compromiso lleva consigo anexo también la promesa de colaboraciones tanto personales como del entorno en el que se mueve cada uno de estos miembros. Con ellos y en sintonía con los patronos y amigos de nuestra entidad iniciamos esta nueva singladura.

Jesús Menéndez PeláezPresidente de la Fundación Foro Jovellanos

del Principado de Asturias

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I

Artículos

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Gaspar y Josefa: la relación de dos hermanos a la luz de su legado literario1

María José Álvarez FaedoUniversidad de Oviedo

RESUMEN

Este artículo aborda, desde una perspectiva neohistoricista, el estudio de la estrecha re-lación que unió al ilustrado asturiano Gaspar Melchor de Jovellanos con su hermana Josefa. A tal fin se ofrece un análisis de su legado literario, a saber, las memorias de Jovellanos, la correspondencia entre ambos y otros documentos.

ABSTRACT

This essay offers, from a Neo-historicst perspective, a study of the close relationship bet-ween Gaspar Melchor de Jovellanos –an Asturian gentleman influenced by the Enlighten-ment– and his sister Josefa. With that aim in mind, their literary legacy –namely, Jovellanos’s memoirs, their correspondence and other documents– is here subjected to analysis.

otoria fue la estrecha relación que unió a Gaspar Melchor de Jovellanos con su hermana Josefa a lo largo de toda su vida. El propio Jovellanos así lo atestigua en

sus Memorias. Tan estrecha relación no sólo implicó el esperable intercambio de ca-riño fraternal, sino que cada uno de ellos ejerció gran influencia en la vida del otro. Este artículo ofrece un estudio de esa relación entre hermano y hermana a la luz de su legado literario: memorias, cartas y otros documentos, desde una perpectiva neohis-toricista.

1 Este artículo se inscribe en el marco del proyecto de investigación financiado por la Universidad de Oviedo: «Mujer y modelos educativos en España e Inglaterra: mujer y educación en el siglo XVIII» (Referencia: MB-02-503).

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18 Cuadernos de investigación. núm. 1 – Artículos

Los neohistoricistas leen la literatura como parte constituyente de un momento histórico específico, que trata de revelar el modo en el que las estrategias de poder operan dentro del discurso. Foucault afirma que: «El documento no es la herramienta afortunada de una historia que es principalmente y fundamentalmente un recuerdo, la historia es una manera de la que una sociedad reconoce y desarrolla una gran cantidad de documentación a la que está inextricablemente unida»2. Según esto, el diario y las memorias de Jovellanos, su correspondencia con su hermana Josefa y el resto de do-cumentos que integran el corpus de estudio de este trabajo, son imprescindibles para comprender tanto la historia personal como la pública de ambos.

Sus padres, Don Francisco Gregorio de Jovellanos (1706-1779) y Doña Francisca Apolinaria de Jove-Ramírez de Miranda (descendiente del marqués de San Esteban y de los marqueses de Valdecarzana) (1703-¿?) son recordados con ternura, respeto y admiración en las Memorias de Jovellanos. Éste retrata verbalmente a su madre como «señora de grande hermosura, virtud y dulzura de carácter»3, y de su padre dice que «era de un corazón franco y generoso, de un entendimiento claro y sublime y de una virtud ejemplarísima», «era lucidísimo en su conversación y la hacía desear a todos por el donaire y agudeza con que se explicaba» y amó con «extremo a su mujer»4. De ello se deduce que los hijos tuvieron una infancia feliz, en una familia donde reinaba la armonía. Además, su padre siempre se preocupó de que su prole5 recibiera una buena educación, como atestiguan las palabras del ilustrado, quien relata que aquél: «vivió siempre una vida llena de cuidados, precisado a contraer algunas deudas para costear las asistencias que señaló a sus hijos en las carreras a que los destinó»6.

2 «The document is not the fortunate tool of a history that is primarily and fundamentally memory, history is one way in which a society recognizes and develops a mass of documentation with which it is inextricably linked». Foucault, Michel, The Archaeology of Knowledge, 2003 (1969), pág. 7. Las traduc-ciones del inglés que aparecen en este artículo son de la autora del mismo.

3 Jovellanos, Gaspar Melchor, «Memorias familiares (1790-1810)». En Artola, Miguel ed., Obras publicadas e inéditas de Don Gaspar Melchor de Jovellanos, 1956, Vol. V, tomo 87 de la BAE, pág. 207.

4 Ibidem, pág. 208.5 Trece hijos en total –sin contar dos malos partos, en los que murieron al nacer tres criaturas– (cua-

tro de los cuales fallecieron en la infancia y un quinto, en su juventud). Gaspar Melchor de Jovellanos nació en 1744, ocupando el décimo lugar, y, al año siguiente, vino al mundo su hermana Josefa.

6 Jovellanos, Gaspar Melchor, ob. cit., 1956, pág. 208. Para más información sobre la educación de las mujeres en el siglo XVIII véase «Ideas educativas de Jovellanos» (1986) de Martín Domínguez Lá-zaro, «La mujer en Jovellanos» (1990) de E. Junceda Avello, «Jovellanos y las mujeres» (1999) de María Teresa Álvarez García, Mujer y educación en el siglo XVIII en España e Inglaterra (2005) de María Isabel García Martínez, María José Álvarez Faedo y Lioba Simon Schuhmacher. Para leer sobre la educa-ción de Josefa Jovellanos en concreto, véase «Filantropía y educación en el siglo XVIII: las disposiciones testamentarias de Josefa Jovellanos» (1995) de Álvaro Ruiz de la Peña y «Josefa de Jovellanos y la edu-cación de la mujer en el siglo XVIII» (2003) de María José Álvarez Faedo.

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La relación de dos hermanos a la luz de su legado literario – María José Álvarez Faedo 19

Ese cariño rayando en veneración que trasluce en las descripciones de sus padres, vuelve a detectarse en el retrato que ofrece de su hermana Josefa, «distinguida en su juventud por su extraordinario talento y gracias, y en el resto de su vida, por su caridad y virtud ejemplar»7.

Es perfectamente comprensible que Jovellanos sintiese tanto afecto hacia esta her-mana, dado que, al haber tan sólo un año de diferencia entre ellos, seguramente ya de pequeños habían compartido juegos y peripecias, y esa complicidad fraguada en la tierna infancia se fue fortaleciendo en la edad adulta.

Y el afecto era mutuo, como confiesa Josefa cuando dice «soy su hermana; le amo con extremo»8. Ella muestra también la admiración que siente por su hermano cuando lo describe al Prior de la Cartuja de Valldemosa como alguien a quien Dios «distin-guió con un talento aventajado, le dotó de una índole dulce y amable, y viéndole em-papar en el mundo, le dio todas las pruebas de que le quisiera para sí»9.

El crítico neohistoricista Louis Montrose habla de la textualidad de la historia ex-plicando que «no tenemos acceso a un pasado completo y auténtico, a una existencia material vivida, no mediatizada por los vestigios textuales remanentes de la sociedad en cuestión»10, o lo que es lo mismo, nuestra visión del pasado va a estar siempre me-diatizada por la ideología y el enfoque de los textos que nos acercan a él. Esos «vesti-gios textuales remanentes de la sociedad» gijonesa del siglo XVIII, es decir, esos intereses sociales, ideológicos y políticos que operan entre líneas en las grandes deci-siones que se toman en la vida, afloran claramente en la referencia que Jovellanos hace en sus Memorias a la boda de su hermana11:

Había nacido después que yo, y dada en matrimonio a D. Domingo González de Argan-dona, procurador general en Cortes del principado de Asturias, sin la aprobación de los parientes, que desdeñaban este enlace como poco correspondiente al lustre de la familia, pero con juicioso acuerdo de mis padres, que prefirieron a esta consideración de vanidad el

7 Ibidem, pág. 215.8 San Juan Bautista, sor Josefa de, «De sor Josefa de San Juan Bautista al Prior de la Cartuja de

Valldemosa», 1801. En Caso González, José Miguel ed., Gaspar Melchor de Jovellanos. Obras Comple-tas. Tomo IV. Correspondencia 3ª (Abril 1801-Setiembre 1808), 1988, pág. 14.

9 Ibidem, pág. 14.10 «We have no access to a full and authentic past, a lived material existence, unmediated by the

surviving textual traces of the society in question». Montrose, Louis A., «New Historicisms». En Greenblatt, Stephen y Gunn, Giles eds., Redrawing the Boundaries. The Transformation of English and American Literary Studies, 1992, pág. 410.

11 Xuan Carlos Busto, tras sus investigaciones, llega a la conclusión de que ese matrimonio pudo ha-berse celebrado en mayo de 1765. BUSTO, Xuan Carlos, « Xosefa Xovellanos y los círculos d’ilustraos de Madrid y d’Asturias», en Actas de la XIX Selmana de les Lletres Asturianes dedicada a Xosefa Xovellanos 1745-1807, 1998, pág. 37.

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20 Cuadernos de investigación. núm. 1 – Artículos

aprecio de las recomendables cualidades con que Argandona realzaba su noble, aunque me-nos ilustre, nacimiento12.

A una familia de rancio abolengo como la de Jovellanos le resultaba difícil aceptar a un hombre que descendía de una familia menos ilustre, aunque fuera brillante por sus méritos personales que, como explica Agustín Guzmán Sancho, no eran pocos:

Argandona, al casarse, era regidor perpetuo y alférez mayor del concejo de Parres. […] También había sido juez de caballeros hijosdalgo y procurador general en la entonces villa de Cangas de Onís, su concejo y jurisdicción. Y consta que ya en 1768 había obtenido el título de regidor perpetuo de la ciudad de Oviedo, título que no llegó a presentar y por tanto a ejercer13.

Una vez más, Jovellanos ensalza a sus padres resaltando su buen juicio al aceptar a su yerno por sus propios méritos, dejando a un lado sus orígenes. Por otro lado, esa refe-rencia al «juicioso acuerdo»14 de sus padres deja entrever su propio apoyo a la decisión de su hermana. De hecho, Domingo González de Argandona resultó ser un interesante contacto para su cuñado. Guzmán Sancho aventura que incluso pudiera haber sido «la causa de que Jovellanos y Campomanes se conocieran»15 y cuenta que:

Dos años más tarde, cuando Jovellanos quiere salir de la miseria de su sueldo y lograr una comisión del Consejo de Castilla, no busca directamente el favor de Campomanes, a quien confesaba deber principalmente el destino de Sevilla, sino el de Argandona, ya su cuñado: «Mi hermano, D. Domingo Argandona –escribe a Campomanes–, tiene el encargo de ha-cer presente a V.S. que, si hubiese lugar de proporcionarme algún encargo o comisión del Consejo, podría recordar a V.S. mi nombre para él; yo lograría a un mismo tiempo tener alguna ayuda de costa y dar a conocer mi ardiente deseo de servir a S.M., y contemplando que una residencia podría ser encargo proporcionado a mis fuerzas, espero que V.S. le ayude con su influjo al logro de esta solicitud». No obstante, le pide venia: «En todos casos, la aprobación de V.S. debe preceder a cualquiera diligencia que haga a mi favor, y el de V.S. es el único que podrá esforzarla»16.

Estas palabras no sólo ponen de manifiesto que «la influencia de Argandona en la Corte, especialmente en el círculo de asturianos, debía ser grande para confiarle una re-

12 Jovellanos, Gaspar Melchor, ob. cit., 1956, pág. 215.13 Guzmán Sancho, Agustín, «Argandona ‹homo novus› I», La Nueva España, domingo, 8 de

mayo de 2005, pág. 16.14 Jovellanos, Gaspar Melchor, ob. cit., 1956, pág. 215.15 Guzmán Sancho, Agustín, ob. cit., pág. 16.16 Ibidem, pág. 16.

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La relación de dos hermanos a la luz de su legado literario – María José Álvarez Faedo 21

comendación tan alta»17, sino también que la carrera política de Jovellanos en Madrid pudo haberse vista impulsada, en sus comienzos, por su cuñado y los contactos de éste.

En cuanto a Josefa, ésta se trasladó a Madrid con su marido, al número 6 de la calle Atocha. Jovellanos revela en sus Memorias la sensación que su hermana causó en la Corte:

Trasladada a vivir en la Corte, fué allí tan amada de su marido, como generalmente esti-mada, así por su agradable trato, del cual estaba encantado el sabio conde de Campomanes, cuya casa más frecuentaba, como por su recomendable conducta, hallando por uno y otro el más distinguido lugar en todas las sociedades de la Corte18.

Sin embargo, aunque en esta cita el ilustrado parece encantado con la presencia de su hermana en las reuniones sociales y tertulias de la Corte19, conviene tener presentes las estrategias de poder de las que habla Foucault y el hecho de que Jovellanos es un hombre del siglo XVIII, que, si bien cortésmente, relega a la mujer a un segundo plano. Prueba de ello es que cuando se propuso integrar damas en la Real Sociedad de Ami-gos del País de Madrid, terminó por crearse una Junta de Damas aparte, «siguiendo el criterio que expresó Jovellanos en 1786»20:

éste reconocido ilustrado defiende el valor de la aportación femenina pero sólo en aque-llos asuntos que le son más propios, como la caridad referida a huérfanos y mujeres desfa-vorecidas y su contribución a la reforma general de las costumbres frente a la disipación que las amenaza, pero desaconseja la integración en la misma sociedad que los hombres argu-mentando: «Pero no nos dejemos alucinar por una vana ilusión; las damas nunca frecuen-tarán nuestras Juntas; el recato las alejará perpetuamente de ellas: ¿cómo permitirá esta delicada virtud que vengan a presentarse en una concurrencia de hombres de tan diversas condiciones y estados, a mezclarse en nuestras disputas y contestaciones?»21

17 Ibidem, pág. 16.18 Jovellanos, Gaspar Melchor, ob. cit., 1956, pág. 215.19 Para más información sobre salones y tertulias en el siglo XVIII, véanse Iglesias, María Carmen,

«La nueva sociabilidad: mujeres nobles y salones literarios y políticos» (en Iglesias, María Carmen, ed., Nobleza y sociedad en la España moderna, 1997, págs. 199-230) y Álvarez Faedo, María José, «La realidad de la mujer ilustrada en el panorama español e inglés del siglo XVIII» (en García Martínez, María Isabel, Álvarez Faedo, María José y Simon Schuhmacher, Lioba, La educación de la mujer en el siglo XVII en España e Inglaterra, 2005, págs. 29-50).

20 Zorrozúa, Pilar, «Literatura femenina en la España del siglo XVIII», en Actos de la XIX Selmana de les Lletres Asturianes dedicada a Xosefa Xovellanos (1745-1807), 1998, pág. 13.

21 Jovellanos, G. M. de, Memoria leída en la Sociedad Económica de Madrid, sobre si se debían o no admitir en ella las señoras, Madrid, Rivadeneyra, B.A.E. Tomo L, 1786, pág. 53. En Zorrozúa, Pilar, ob. cit., pág. 14.

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22 Cuadernos de investigación. núm. 1 – Artículos

De ese modo establece una clara definición de lo que él entiende por roles femeni-nos y, para él, su hermana Josefa personificaba ese ideal pues, retomando la descrip-ción que de ella ofrecía en sus Memorias, Josefa era epítome de «caridad y virtud ejemplar»22.

Lamentablemente, la feliz existencia de esta dama ejemplar se vio nublada por el fallecimiento de su esposo el 23 de mayo de 1774. Y si ella era una gran mujer, él tam-bién había sido un gran hombre, como atestigua el hecho de que el 30 de junio de ese mismo año:

se reunió la Diputación del Principado para promover el nombramiento de nuevo comi-sario en la Corte y tomó el acuerdo de conceder a la viuda la cantidad de dos mil ducados de vellón, sin que sirviese de precedente, en atención «al notorio mérito del difunto don Domingo Argandona, bien acreditado en los muchos y graves encargos que ha puesto a su cuidado este Principado en todo el tiempo que le estuvo sirviendo» y para que «le sirva de consuelo a la señora viuda en la aflicción en que presentemente se le debe considerar, prueba de la insinuada estimación que merecía el difunto»23.

Josefa Jovellanos dio a luz a un bebé «póstumo, que nació y murió a los pocos días de la muerte de su padre»24. Con anterioridd, en ese mismo año también había falle-cido su hermana Juana Jacinta. De modo que Josefa, hondamente afligida por los du-ros golpes que la vida le acababa de asestar, se dedicó al cuidado de su casa25 y de sus dos hijas: Vicenta y Mª Isabel.

Parece ser que, unos años después de haber enviudado, la Argandona se enamoró de otro hombre, y, al abrir su corazón a su hermano, recibe de él una carta nada alentadora:

22 Jovellanos, Gaspar Melchor, ob. cit., 1956, pág. 215.23 Guzmán Sancho, Agustín, ob. cit., pág. 16. A.G.P., libro 110, fol. 124v. (Archivo General del

Principado en Oviedo, Sección Junta General del Principado.)24 Jovellanos, Gaspar Melchor, ob. cit., 1956, pág. 215. En su testamento de 18 de febrero de 1791,

la propia Josefa declara: «haber estado casada infazie (sic: in facie) eclesie con el eminenziado (sic) señor Don Domingo González de Argandona, de cuyo Matrimonio tubimos (sic) por míos Hijos lexítimos á las Señoritas Dña. Vicenta, Dña. Jertrudis y Dña. María Isabel, que fallecieron después del referido su Padre, y de consiguiente he quedado por única y unibersal (sic) Heredera de las tres». En «Testamentos: Uno otorgado por la Sª Dª Josefa Francisca de Jovellanos, Viuda del Sr. D. Domingo González de Argan-dona», de 18 de febrero de 1791, MS, folio 32 (anverso). En el Archivo Histórico de Asturias, Oviedo, Fondo de Protocolos Notariales de Oviedo, Notario Pedro de Escosura, Signatura del Colegio Notarial 1346, Signatura del Archivo Histórico (Caja) 8493. Según esto, ese bebé póstumo al que Jovellanos de-nomina «niño póstumo» fue una niña.

25 Explica Jovellanos en sus Memorias que Josefa pasó «algunos años en la casa paterna cuidando de la administración de sus fincas, que por la muerte de nuestro padre y por la ausencia de todos sus hijos varones, empleados en el real servicio, estaba abandonada». Ídem.

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La relación de dos hermanos a la luz de su legado literario – María José Álvarez Faedo 23

en el asunto del que me hablas es casi un imposible que te hagan fuerza mis razones, como a mí las tuyas. Tú tratas el asunto como enamorada y yo como que no lo estoy. Tú te resuelves por razones de pura conveniencia o de capricho y por motivos del todo personales y privados, y yo por razones de decoro respectivas a toda la familia, al público y aún a ti misma y tu elegido, considerados en el estado de serenidad y sangre fría que debe suceder a los accesos de pasión. Finalmente, lo que tú haces es un disparate a los ojos de todo el mundo y un acierto a lo de dos personas interesadas en él. Pues dime ahora, ¿no es un em-peño bien extraordinario querer autorizar una locura con la aprobación de muchos hom-bres de juicio?26

Preocupado por el «qué dirán» Jovellanos desprueba la idea de que su hermana contraiga segundas nupcias. Siguiendo a Foucault (1977), se puede apreciar una in-quietud, por parte de él, de ejercer su autoridad sobre Josefa y controlar sus decisio-nes: «Si te lisonjeas con la aprobación de madre, de tus tíos, de tu hermano mayor, estás muy engañada. Yo sé lo que piensan, porque me lo han escrito, y de su dictamen al mío no hay el negro de una uña de diferencia»27. Pero lo hace de manera sutil, cons-ciente de la importancia que su opinión sobre el tema en cuestión tiene para su her-mana: «Yo nunca daré un paso dirigido estorbar el complemento de tus ideas; pero tampoco les daré mi aprobación»28. La Argandona tenía 28 años cuando falleció su esposo. Era una joven hermosa y esbelta29, viuda en plena juventud. Pero Josefa respe-taba tanto el criterio de su hermano que, aunque había conseguido volver a enamo-rarse seis años después de haber enviudado, nunca se volvió a casar.

En 1786 cae enferma la mayor de sus hijas y, cuando viaja a Toledo para visitar un cirujano que valore su estado, Jovellanos, en carta a su hermano Francisco de Paula, revela sus ansias de tener noticias del resultado de aquella consulta:

«He tenido carta de Toledo, donde habían arribado felizmente Pepa y Vicenta, y espera-ban para el día siguiente por la mañana al cirujano consultor, cuyo dictamen espero en el correo de mañana, y le deseo con ansia». Será el propio Jovellanos quien nos diga que am-bas hijas no llegaron a la pubertad30.

26 Jovellanos, Gaspar Melchor, «De Jovellanos a su hermana Josefa», 1781. En Caso González, José Miguel ed., Gaspar Melchor de Jovellanos. Obras Completas. Tomo III. Correspondencia 2ª (Julio 1794-Marzo 1801)), 1986, pág. 197.

27 Ibidem, pág. 197.28 Ibidem, pág. 198.29 Ella firmó alguno de sus escritos con el pseudónimo «La Esbelta». Véase Gracia Noriega, José

Ignacio, «Entrevistas en la Historia: Josefa de Jovellanos», La Nueva España, lunes, 26 de octubre de 1998, pág. 26.

30 Guzmán Sancho, Agustín, ob. cit., pág. 16.

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24 Cuadernos de investigación. núm. 1 – Artículos

Tras haberse ocupado de la casa paterna durante unos años, Josefa se traslada a Oviedo, para vivir allí con su hermana, la condesa de Peñalba. Y después del disgusto que su hermano Gaspar se había llevado con los devaneos amorosos de su hermana, tan poco recomendables –al entender del ilustrado– para una dama de su condición, ahora, sin embargo, se muestra muy complacido con el tipo de vida que lleva en Oviedo, que, por otro lado, representa el ideal de conducta que, como se ha apuntado, él consideraba que debía exhibir una dama:

Allí no sólo estableció una vida retirada y devota, sino que fué el ejemplo y se hizo como la directora de todas las señoras del pueblo que estaban animadas del mismo espíritu. Ar-diendo en la más pura y activa caridad, después de pasar en el templo la primera parte del día, destinaba todo el resto a asistir y consolar a las infelices de su sexo, que por reclusas en la cárcel y en la galera, o por dolientes en el hospital, excitaban más vivamente su compa-sión. Su caridad era tan discreta, como su virtud ilustrada y sólida. No se contentaba con socorrer a estas infelices, sino que las instruía, enseñándoles y explicándoles la doctrina cristiana, y las aconsejaba dándoles oportunos documentos de virtud y conducta, y las con-solaba con amigables exhortaciones a la paciencia y resignación. Pero, sobre todo, cuidaba de inspirarles amor al trabajo, y conociendo que la ignorancia y la ociosidad eran el primer origen de sus desgracias, no sólo les representaba los bienes del honesto trabajo, sino que enseñaba a hilar, hacer calceta y coser, a las que no sabían estas labores, y buscaba y propor-cionaba a todas trabajo, para estimularlas más y más con el aliciente de la ganancia. A su ejemplo, se dedicaron otras señoras a ayudarla en tan piadoso ejercicio, y cuando pudo concebir la esperanza de dar alguna consistencia a este establecimiento de caridad, buscó para su apoyo la autoridad pública31.

El ilustrado visitaba a su hermana con frecuencia, como queda registrado en su Diario. Por ejemplo, en la entrada correspondiente al domingo 29 de agosto de 1790 (Cuaderno I) se puede leer: «Mieres; allí Pepa y Baltasar, a dormir en Oviedo; comí allí»32. Él se muestra orgulloso de ella, que no sólo es caritativa con esas mujeres nece-sitadas, sino que hace gala de un espíritu fuerte y activo, pues las instruye y busca apoyo en «la autoridad pública» para que su obra no desaparezca, sino que, en cierto modo, se institucionalice:

Valiose a este fin de D. Carlos de Simón Pontero, que como gobernador del Principado y regente de su real audiencia, no sólo abrigó el pensamiento, sino que aprobó una especie de reglamento que mi hermana formara, y encargó la dirección espiritual de esta institución

31 Jovellanos, Gaspar Melchor, ob. cit., 1956, págs. 215-16.32 En nota al pie explica el editor «Su hermana Josefa y su hermano Baltasar Cienfuegos Jovellanos».

Caso González, José Miguel, Gaspar Melchor de Jovellanos. Diario, 1992, pág. 9.

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La relación de dos hermanos a la luz de su legado literario – María José Álvarez Faedo 25

al doctor D. Félix de Bobes, cura rector de la parroquial de Santullano, extramuros de Oviedo33.

Jovellanos expresa su aprobación y admiración por la obra de su hermana en los siguientes términos: «Así siguió por algunos años mi hermana dirigiendo esta pia-dosa y útil asociación, animando a las demás asociadas en este piadoso ejercicio y au-mentando cada día su número, sus medios y su fruto, con gran provecho y edificación del público»34. Estas últimas palabras hacen evidente su satisfacción ante los benefi-cios que la caridad de Josefa aporta a la sociedad.

Sin embargo, la Argandona, para consternación de su ilustrado hermano, no iba a contentarse con eso: cansada de una vida plagada de contratiempos, que le habían impedido ver cumplidos sus deseos, arrebatándole sin piedad lo que más amaba, fue inclinándose hacia la paz y el sosiego de espíritu que ofrecía la vida conventual. Pero su hermano no creía que esa vocación hubiera surgido espontáneamente, y −en total desacuerdo con el nuevo rumbo que la vida de su hermana parecía tomar− recelaba de aquellos que pudieran habérsela inculcado:

cuando su particular director, el canónigo dignidad de Oviedo, D. Lucas Zarzuelo, sujeto de más celo y virtud que ilustración, hallando los progresos que su hija de confesión hacía en la virtud, y creyendo conducirla a mayor perfección en el claustro, le inspiró o, si nació de ella, le fomentó el deseo de retirarse a él; y como si no hubiera abandonado el mundo la que sólo veía en él las miserias y aflicciones de sus prójimos para socorrerlas y consolarlas, o como si pudiese haber una virtud más sublime que la caridad, que es la mayor, y la fuente de apoyo de todas las virtudes cristianas, acordaron que tomase el velo en el convento de religio-sas Recoletas de San Agustín de Gijón, situado en terreno de mi casa y contiguo a ella35.

Ese recelo −incluso desdén− hacia D. Lucas Zarzuelo vuelve a aflorar en una carta que escribió a su amigo, Carlos González de Posada, de 7 de julio de 1793: «¿Se per-suadirá usted que una mujer tan ejemplar está mejor en el claustro que en el mundo? Pero hay cierta especie de enganchadores que pone toda su gloria en el número de los reclutas»36. Por supuesto, la denominación de «enganchador» hace referencia al con-fesor de su hermana.

33 Jovellanos, Gaspar Melchor, ob. cit., 1956, pág. 216.34 Ibidem, pág. 216.35 Ibidem, pág. 216.36 Jovellanos, Gaspar Melchor, «Carta de Jovellanos a Carlos González de Posada. 6 de julio de

1793», en Caso González, José Miguel ed., Gaspar Melchor de Jovellanos. Obras Completas. Tomo II. Correspondencia 1ª (1767-Junio 1794), Colección de Autores Españoles del s. XVIII (22-II), Oviedo, Centro de Estudios del S. XVIII / Ilustre Ayuntamiento de Gijón, 1985, carta nº 416, págs. 568-569.

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26 Cuadernos de investigación. núm. 1 – Artículos

Desde el primer momento, Gaspar se opone a las intenciones de su hermana, con-vencido de que, una vez más, ella sacrificará sus anhelos en aras de los deseos de él: «Poco tiempo antes, esta buena hermana, que siempre me distinguió en su amor de todos los hermanos, me había descubierto su deseo de retirarse al cláustro, y yo le había representado tan fuertemente mi desaprobación, que me pareció rendida a mis razones»37. Esas razones eran las siguientes:

Díjela que retirada ya de todo trato, enteramente dedicada al ejercicio de la caridad, y cuando conocía el copioso fruto que de ella y de su ejemplo resultaba en favor de tantas infelices, privarlas de su auxilio y consuelo para sepultarse en un claustro, no podía nacer de alta inspiración, y lo debía mirar como afecto de su extraviada imaginación38.

Josefa era consciente de ello, sin embargo, esta vez estaba decidida a llevar acabo sus propósitos, pues, como explicará a su hermano en una carta muchos años después, el 27 de agosto de 1804, siendo ya priora del convento: «tenía ya cuarenta y ocho años cuando mi ingreso en este santo retiro; venía no sólo cansada del mundo, sino también de los muchos trabajos padecidos en los estados de casada y viuda»39.

Así, entró en el convento en 1793. Jovellanos expresa su disgusto en la carta que envió a Carlos González de Posada el 6 de julio de 1793: «Acaba por verificarse una gran novedad. Nuestra hermana Pepa es monja en Gijón de dos horas acá. Mi senti-miento ha sido grande, no por otra razón, sino porque priva al público de un santo ejemplo y a los pobres de un gran auxilio»40.

Aunque molesto con ella, era mucho el cariño que Gaspar sentía hacia su hermana para que un desacuerdo los pudiera distanciar. Por ello, la visitaba a menudo al con-vento, como se puede leer en su Diario. En su Cuaderno V, en la entrada correspon-diente al martes 14 de enero de 1794, Jovellanos escribe: «Bello día; llega el correo de ayer; visita en el convento; paseo después de comer; a las tres y cuarto al Instituto»41. También la agasajaba obsequiosamente pues, con motivo de la onomástica de su Jo-

37 Jovellanos, Gaspar Melchor, ob. cit., 1956, pág. 216.38 Ibidem, pág. 216.39 San Juan Bautista, Sor Josefa de, «De sor Josefa de San Juan Bautista a Jovellanos. Agustinas

Recoletas de Gijón, 27 de agosto de 1804». En Caso González, José Miguel ed., Gaspar Melchor de Jovellanos. Obras Completas. Tomo IV. Correspondencia 3ª (Abril 1801-Setiembre 1808), 1988, págs. 114.

40 Jovellanos, Gaspar Melchor, «Carta de Jovellanos a Carlos González de Posada. 6 de julio de 1793», en Caso González, José Miguel ed., Gaspar Melchor de Jovellanos. Obras Completas. Tomo II. Correspondencia 1ª (1767-Junio 1794), Colección de Autores Españoles del s. XVIII (22-II), Oviedo, Centro de Estudios del S. XVIII / Ilustre Ayuntamiento de Gijón, 1985, carta nº 416, pág. 568.

41 En nota al pie explica el editor «De agustinas recoletas, donde estaba su hermana sor Josefa». Caso González, José Miguel, Gaspar Melchor de Jovellanos. Diario, 1992, pág. 158.

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La relación de dos hermanos a la luz de su legado literario – María José Álvarez Faedo 27

sefa que caía en 17 de marzo, un día después, el 18 de marzo de 1794, le envía al con-vento dos salmones que hizo traer de Pravia42.

Por entonces, ella ya barajaba la idea de crear una escuela para niñas. A tal fin, había pedido consejo a su hermano Gaspar, que le escribió, con fecha de 22 de mayo de 1794, aconsejándola al respecto:

primero, que dote bien la maestra; segundo, que deje el nombramiento y cuidado de su cumplimiento a cargo de la villa, del Director del Instituto o otra persona que estos nom-braren; tercero, que deje señalada la inversión del fondo en dotes para las niñas o en au-mento de número43.

Él se daba cuenta de que Josefa estaba resuelta a seguir adelante, como luego relata-ría en sus Memorias, cuando, antes de ingresar en el convento, dejó sus disposiciones testamentarias44 por escrito, en las que distribuía todos sus bienes:

entre sus parientes más necesitados, salvo los que destinó: 1º, para la dotación de una escuela para la enseñanza de veinticuatro niñas huérfanas, que antes había fundado y fo-mentado; 2º, para la de un penitenciario en el mismo convento, y 3º, la casa y hacienda lla-mada de Las Figares, que nos dejó a nuestro hermano Francisco de Paula y a mí, y al que de los dos sobreviviese45.

Finalmente, la Argandona profesó el 7 de julio de 179446 como Sor Josefa de San Juan Bautista, en el convento de Agustinas recoletas de Gijón, y «cedió cuantos bie-nes poseía á sus hermanos D. Francisco de Paula y D. Gaspar Melchor, excepto tres casa en Madrid y otra en Gijón, con las que fundó algunas memorias pías»47. Indig-nado, su hermano pone de manifiesto su decepción y enfado en sus Memorias, lle-gando incluso a tratar de tomar cartas en el asunto:

42 Jovellanos, Gaspar Melchor de, «De Jovellanos a su hermana Josefa. Gijón, 18 de marzo de 1794». En Caso González, José Miguel ed., Gaspar Melchor de Jovellanos. Obras Completas. Tomo III. Correspondencia 2º (Julio 1794-Marzo 1801), 1986: 615.

43 Jovellanos, Gaspar Melchor de, «De Jovellanos a su hermana Josefa. Gijón, 22 de mayo de 1794». En Caso González, José Miguel ed., ob. cit., 1986: 639.

44 Véase «Filantropía y educación en el siglo XVIII: las disposiciones testamentarias de Josefa Jove-llanos» (1995) de Álvaro Ruiz de la Peña.

45 Jovellanos, Gaspar Melchor, ob. cit., 1956, pág. 216.46 Gracia Noriega, José Ignacio, «Entrevistas en la Historia: Josefa de Jovellanos», La Nueva Es-

paña, lunes, 26 de octubre, 1998, pág. 26.47 Serrano y Sanz, Manuel, «Jovellanos (Dª Josefa de)», Apuntes para una biblioteca de escritoras

españolas desde el año 1401 al 1833, 611.

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28 Cuadernos de investigación. núm. 1 – Artículos

Pero pasado algún tiempo, fuese que no pudo reprimir la vehemencia de su deseo, o que su director la indujo a ejecutarle, ello es que lo verifico súbitamente y con tanto secreto, que aunque avisado en el mismo día, procuré estorbarlo por medio de una enérgica carta a su director, ya, cuando yo la escribía, estaba mi hermana cubierta con el velo a pocos pasos de mi casa48.

Sin embargo, el amor hacia su hermana es mayor que el rencor que le puede produ-cir el que ésta desafíe sus directrices y, tan sólo unos días después, se muestra afligido por los impedimentos que se le ponen a la creación de la escuela para niñas que ella patrocina, como queda reflejado en el Cuaderno V de su Diario, con fecha de Do-mingo, 20 de julio de 1794:

Los diputados de la villa, don José de Llanos y don Miguel de Cifuentes, vienen con su acuerdo: que no pueden admitir la cesión de las fincas, propuesta por nosotros, como apo-derados de mi hermana, con las cargas indicadas; que si se venden admitirán el capital que produjeren y cumplirán las cargas hasta donde alcanzaren sus réditos al 2 y medio por 100, y esto con facultad de redimir. Lo miramos como una negativa, y sentimos el mal éxito por el bien de la villa, que pierde una ocasión de tener bajo su mano unos establecimientos tan útiles con ganancia49.

Un año después, por fin, tras múltiples avatares, Josefa logra fundar −con el bene-plácito de su hermano− su escuela para niñas pobres con el nombre de Enseñanza Caritativa de Nuestra Señora de los Dolores. Puntualiza Agustín Guzmán Sancho que se la conocía como «la escuela de la Argandona» y añade que «como bienes de esta fundación, dedicó tres casas en Madrid que había heredado de su esposo, una de ellas la del número 6 de la calle Atocha que había sido su domicilio en la Corte»50. El pro-pio Jovellanos deja constancia de ello en el Cuaderno VI de su Diario, en la entrada correspondiente al Martes, 14 de julio de 1795: «Tarde al convento; la monja buena, pero tomando la leche de burra; impaciente por acabar de solidar sus fundaciones. Largo y delicioso paseo entre mis amados árboles»51. Tan sólo cuatro días después, vuelve a hablar de la creación de la escuela en una carta dirigida a Carlos González de Posada, de 18 de julio de 1795, donde explica que:

48 Jovellanos, Gaspar Melchor, ob. cit., 1956, pág. 216.49 En nota al pie explica el editor «Se trataba de una fundación de sor Josefa, por la que creaba en

Gijón una escuela gratuita de primeras letras para niñas». Caso González, José Miguel, ob. cit., 1992, pág. 181.

50 Guzmán Sancho, Agustín, «Argandona ‹homo novus› I», La Nueva España, domingo 8 de mayo, 2005, pág. 16.

51 Caso González, José Miguel, ob. cit., 1992, págs. 264-265.

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La relación de dos hermanos a la luz de su legado literario – María José Álvarez Faedo 29

mi hermana la monja ha fundado una escuela de caridad para enseñanza de 24 niñas huérfanas, con fondos para dotar una de ellas cada dos años, la cual está abierta y corriente desde el pasado, habiéndose hecho de tres pequeñas una casita decente para esta enseñanza, frente a las ventanas de mi cuarto52.

Dos años después, el 8 de octubre de 1797, Gaspar Melchor de Jovellanos es nom-brado embajador en Rusia53, sin embargo, muy a gusto en su Gijón natal, trata de pos-tponer su partida a San Petesburgo lo más posible54. De hecho, finalmente habrá de cambiar su destino en San Petersburgo por la Corte en Madrid, ya que el 13 de no-viembre de 1797 le llega el nombramiento para el cargo de Ministro de Gracia y Justi-cia. Su hermana Josefa compuso un poema en su honor, titulado «Fiestes a Xovellanos»55 (1798).

Meléndez Valdés56 describe el abatimiento de Jovellanos al partir hacia la Corte. Éste parecía barruntar lo que allí le acechaba: envenenamientos y conspiraciones para destituirlo de su cargo y provocar su detención «en la madrugada del 13 de marzo de 1801»57, a fin de alejarlo lo más posible de la Corte, recluyéndolo en el castillo de Bellver, en Mallorca. Manuel Serrano y Sanz asegura que, en esta circunstancia, medió entre Gaspar y Sor Josefa «una afectuosísima correspondencia, propia de dos almas gemelas, siendo las cartas de la virtuosa monja el más dulce lenitivo que Jovellanos experimentó en sus amarguras»58.

El 3 de julio de 1801 Sor Josefa de San Juan Bautista escribe una carta al Prior de la Cartuja de Valldemosa, intercediendo por su hermano, que había sido «arrebatado de su casa», para ir «muy lejos, sin haberme permitido saludarle en su partida» −lo que la afligía en extremo−, rogándole que le hiciera más llevadera su estancia en «ese dulce

52 Jovellanos, Gaspar Melchor de, «De Jovellanos a Carlos González Posada. Gijón, 18 de julio de 1795». En Caso González, José Miguel ed., ob. cit., 1986, pág. 126.

53 Hace referencia a ello en una carta a la Universidad de Oviedo, de 11 de noviembre de 1797 (Ar-tola, Miguel ed., ob. cit., 1956, pág. 208). Para más información sobre esa etapa de la vida de Jovellanos, véase Jovellanos: enigmas y certezas, de Manuel Álvarez-Valdés y Valdés (2002, págs. 43-64).

54 Jovellanos apunta visitas al convento para ver a su hermana en el Cuaderno VI de su Diario, en la entrada del Martes, 5 de enero 1796 y en el Cuaderno VIII, el viernes 20 de octubre de 1797, lo que de-muestra que seguía en Gijón por esas fechas, en lugar de estar incorporado en su destino de embajador en San Petersburgo.

55 Romance en bable q. compuso la Rda. Me. Priora de Recoletas Agustinas de Gixon / en celebridad de haverse dignado S. M. nomvrar a su hermo. Embaxor. A Rusia y Minro. de Gracia y Justicia. Incluido en Obra Poética (1997) de Josefa Jovellanos, edición y notas de Xuan Carlos Busto, págs. 175-183.

56 Caso González, José Miguel, ob. cit., 1992, págs. 425.57 Álvarez-Valdés y Valdés, Manuel, Jovellanos: enigmas y certezas, 2002, pág. 65.58 Serrano y Sanz, Manuel, «Jovellanos (Dª Josefa de)», Apuntes para una biblioteca de escritoras

españolas desde el año 1401 al 1833, 1903-1905, pág. 611.

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y memorable y santo retiro»59 y le pide que le envíe noticias suyas. Por desgracia, Jo-sefa −con el corazón partido y quebrantada la salud a causa del dolor provocado por la ausencia de su hermano− no iba a saber de él hasta tres años después60, en una carta escrita desde el Real Castillo de Bellver el 3 de julio de 1804, en la que, también en-fermo, se mostraba resignado:

Mi muy amada hermana: Gracias a Dios que después de más de tres años puedo decirte que vivo, y gracias a la piedad de nuestro buen Rey, que me concede este consuelo. Su Real clemencia se ha extendido también al reparo de mi tan quebrantada salud, pues se digna permitirme tomar baños de mar, cuya falta, como ya sabrás, me ha costado dos enfermeda-des en los veranos anteriores. Por fin me ha permitido también S. M. que pueda arreglar y hacer mi testamento, que era mi mayor cuidado, porque habiendo cumplido ya sesenta años y, además de otros achaques, estando amenazado a perder la vista, debo temer que la muerte, que de nadie anda lejos, ande ya muy cerca de mí61.

En dicha carta pide ayuda a Josefa para «arreglar» su testamento, aunque es cons-ciente de que «estos encargos son ajenos tu profesión y, lo que más me aflige, que tu salud está muy quebrantada y débil»62. El 28 de ese mismo mes, vuelve a escribir a su hermana antes de recibir respuesta a la misiva anterior, con más detalles sobre sus úl-timas voluntades, si bien, ésta vez, sazonando sus palabras con un ligero toque de hu-mor: «Prevéngote que, aunque bien lo quisiera, no te escribiré de mi puño, así porque mi letra, que siempre fue mala, es ahora malísima, como por cuidar mis ojos, cuyas manchas crecen y con ellas mi temor de perder del todo la vista»63. Y le advierte a ella, siguiendo con su vena humorística: «Tú debes hacer lo mismo, no sólo en contempla-ción a tu débil salud, sino porque ¿cuál será ahora tu letra, que cuatro años ha no podía yo leer sin trabajo?»64.

Por fin, le responde Josefa el 14 de agosto de 1804, dando gracias a Dios «por el consuelo de una carta tuya al cabo de tan prolongada ausencia»65, pero consternada

59 San Juan Bautista, Sor Josefa de, «De sor Josefa de San Juan Bautista al Prior de la Cartuja de Valldemosa», 1801. En Caso González, José Miguel ed., ob. cit., 1988, pág. 14.

60 Hasta esa fecha, la información que de él le llegaba era por mediación de terceros.61 Jovellanos, Gaspar Melchor de, «De Jovellanos a su hermana Sor Josefa de San Juan Bautista. Real

Castillo de Bellver, 3 de julio de 1804». En Caso González, José Miguel ed., ob. cit., 1988, pág. 71.62 Jovellanos, Gaspar Melchor de, «De Jovellanos a su hermana Sor Josefa de San Juan Bautista. Real

Castillo de Bellver, 3 de julio de 1804». En Caso González, José Miguel ed., ob. cit., 1988, pág. 72.63 Jovellanos, Gaspar Melchor de, «De Jovellanos a su hermana Sor Josefa de San Juan Bautista. Real

Castillo de Bellver, 28 de julio de 1804». En Caso González, José Miguel ed., ob. cit., 1988, pág. 98.64 Ibidem.65 San Juan Bautista, Sor Josefa de, «De sor Josefa de San Juan Bautista a Jovellanos. Recoletas de

Gijón, 14 de agosto de 1804». En Caso González, José Miguel ed., ob. cit., 1988, pág. 100.

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porque teme que su enfermedad no le permita cumplir con los encargos testamenta-rios de su hermano. Es tan grande su deseo de que su hermano se recupere totalmente que, «convencida de que sólo los aires frescos de este país en que hemos nacido pue-den recuperarlo»66, escribe al ministro de Gracia y Justicia José Antonio Caballero, para que interceda por Jovellanos ante el rey Carlos IV y le haga llegar una súplica de ella para que su hermano sea perdonado:

por los vuenos servicios que el mismo Don Gaspar hizo a V. M. y su Augusto Padre en más de 30 años que empleó en la carrera de la Toga y en diferentes encargos y comisiones importantes que desempeñó con la reputación de celo y desinterés que también es notoria, y sobre todo por la ynagotable clemencia que resplandece en el magnanimo corazon de V. M., le suplican …, nos dé el consuelo de volver á ver este último hermano en medio de nosotros67.

El monarca no mostró clemencia, y Gaspar escribe a Josefa con fecha de 20 de agosto de 1804, interesándose por el nuevo cementerio de Gijón, expresando su de-seo de señalar allí su entierro: que «trasladen allá mis huesos, para que reposen al lado de los de mis padres y hermanos»68.

Ella contesta el 27 de agosto a la carta de su hermano de 28 de julio, poniéndole al corriente de las gestiones llevadas a cabo en relación con las disposiciones testamen-tarias de éste, revelándole lo precario de su salud y analizando las causas de su falta de fuerzas para poder acometer con éxito todas las tareas por él encargadas:

La estrechez de facultades en que hallé y veo esta santa comunidad y el amor sin medida que la profeso me hizo agitar de modo nuevo en molestas ocupaciones; el serio cargo de prelada que sobre mis débiles hombros han puesto y no supe proseguir, y sobre todo la sorpresa de tu partida y continuo dolor de tu prolongada ausencia me tienen tal, que si me vieses te compadecerías para no darme nuevas ocupaciones. Estoy de verdad sin fuerzas, el pecho muy lisiado, cansada la cabeza del continuo trabajo desde la edad de veintiocho años, en que quedé viuda, hasta la de 60, en que ya entré, y más que todo debo conocer la necesi-dad de entrar dentro de mí a ver mis pecados, mis disipaciones y vehementes pasiones, que por desgracia no se debilitan aunque lo están las fuerzas corporales69.

66 Ibidem, pág. 100.67 Serrano y Sanz, Manuel, ob. cit., 1903-1905, pág. 611.68 Jovellanos, Gaspar Melchor de, «De Jovellanos a su hermana Sor Josefa de San Juan Bautista.

Real Castillo de Bellver, 20 de agosto de 1804». En Caso González, José Miguel ed., ob. cit., 1988: 108.69 San Juan Bautista, Sor Josefa de, «De sor Josefa de San Juan Bautista a Jovellanos. Agusti-

nas Recoletas de Gijón, 27 de agosto de 1804». En Caso González, José Miguel ed., ob. cit., 1988, pág. 114.

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Parece ser que, a fecha de 7 de setiembre de 1804, el ilustrado aún no había recibido carta alguna de su hermana, y así se lo hace saber, toda vez que le informa del progre-sivo deterioro de su vista70. Por fin, a finales de mes, el 28 de setiembre, le acusa recibo de dos de sus cartas71. Ella, por su parte, continúa respondiendo correspondencia de Gaspar y le confiesa que «has sido siempre entre nuestra dilatada hermandad el más interesante objeto a mi atención para mirar tu suerte cual la mía propia», a pesar de que «la divina Providencia te arrancó de la casa paterna y quedaba yo en edad muy tierna, y que después hemos vivido ausentes la mayor parte del tiempo»72. Es tanto el cariño que siente hacia su hermano que teme excederse «en el grado de amor»73.

Ese afecto era correspondido con creces por Gaspar, que preocupado por la salud de Josefa, escribe a su hermana Catalina de Sena (a la que llama cariñosamente Ca-tuja) para que se traslade a Gijón, «donde podrás asistir y aliviar a nuestra buena monja en la aflicción y trabajos que la rodean, y darnos a ella y a mí este consuelo»74.

En carta del 7 de noviembre de 1804, Jovellanos hace referencia al «gravísimo riesgo» que había corrido la vida de su hermana unos días antes, aunque se siente aliviado porque le han comunicado que se hallaba ya «fuera de riesgo»75. Ese graví-simo estado consistió en una «grave enfermedad de pecho», que según Josefa, unido a otras amarguras, forma:

una ola de angustias, presentando la desolación de una familia que en todas las épocas dio servidores al estado, que nuestros hermanos fallecieron en la edad joven en las fatigas del Real servicio, y acabando en ti te me han llevado a tal distancia y te hallas sin salud, sin libertad ni medios de alcanzarla76.

70 Jovellanos, Gaspar Melchor de, «De Jovellanos a su hermana Sor Josefa de San Juan Bautista. Real Castillo de Bellver, 7 de setiembre de 1804». En Caso González, José Miguel ed., ob. cit., 1988, pág. 115.

71 Jovellanos, Gaspar Melchor de, «De Jovellanos a su hermana Sor Josefa de San Juan Bautista. Real Castillo de Bellver, 28 de setiembre de 1804». En Caso González, José Miguel ed., ob. cit., 1988, pág. 118.

72 San Juan Bautista, Sor Josefa de, «De sor Josefa de San Juan Bautista a Jovellanos. Agustinas Recoletas de Gijón, 24 de setiembre de 1804». En Caso González, José Miguel ed., ob. cit., 1988, pág. 117.

73 Ibidem, pág. 117.74 Jovellanos, Gaspar Melchor de, «De Jovellanos a su hermana Catalina de Sena. Real Castillo de

Bellver, 28 de setiembre de 1804». En Caso González, José Miguel ed., ob. cit., 1988, pág. 119.75 Jovellanos, Gaspar Melchor de, «De Jovellanos a sor Josefa de San Juan Bautista. Real Castillo

de Bellver, 17 de noviembre de 1804». En Caso González, José Miguel ed., ob. cit., 1988, pág. 127.76 San Juan Bautista, Sor Josefa de, «De sor Josefa de San Juan Bautista a Jovellanos. Recoletas de

Gijón, 15 de noviembre de 1804». En Caso González, José Miguel ed., ob. cit., 1988, pág. 128.

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Así expresa esta mujer su justificado resentimiento hacia la ingratitud de un «Real servicio» que llevó a la muerte a dos de sus hermanos y castigó con el destierro al que primero había ensalzado a los puestos de embajador y ministro.

Gaspar está cada vez más preocupado por el deteriorado estado de salud de Josefa, y escribe a su hermana Catalina, instándola para que vaya a visitarla al convento «así para consolarla como para arreglar los encargos que la piedad del Rey nuestro señor me permite haceros»77. Él precisa del buen juicio de la monja para resolver sus asun-tos, por eso aclara a Catalina: «Tú, que siempre has vivido ausente de la casa paterna, no podrás dar vado a ellos sin su consejo»78; aunque, consciente de la gravedad de la enfermedad79 de Josefa, prosigue: «ni ella en su situación cumplirlos sin tu auxilio»80. La propia Josefa ve acercarse su hora, pues anuncia a su hermano en una carta de 5 de diciembre de 1804 que «yo debo estar prevenida a la muerte y tú a no sentirla»81. Tanto le impresiona y conmueve el penoso estado de salud de su hermana, que se apura a escribirle el 19 de diciembre para que no se preocupe más de sus disposiciones testamentarias ni de sus asuntos, y se dedique solamente a cuidar su salud «pues ella es la que me interesa sobre todo»82. El 2 de enero de 1805 Josefa relata cómo «se contristó» el ánimo de su hermana Catalina, que fue al convento a visitarla, «al verme en la portería tan desfigurada y el semblante extenuado»83. A partir de entonces, su salud se deteriora aún más, y se niega a recibir visitas de su hermana. Gaspar, extema-damente interesado en la salud de la monja, le recrimina su actitud en carta del 28 de febrero de 1805, aunque respetando su decisión:

Sé que te has resistido a que Catuja solicitase licencia para verte en tu celda, y aunque yo lo creía muy conveniente para tu consuelo, el suyo y el mío, y además muy justo y hacedero, por lo mismo que tu debilidad te reduce a la cama, y a que su entrada en el convento, aten-dida su edad y estado, no pudiera servir de distracción ni producir algún otro inconveniente

77 Jovellanos, Gaspar Melchor de, «De Jovellanos a Catalina de Sena. Real Castillo de Bellver, 1 de diciembre de 1804». En Caso González, José Miguel ed., ob. cit., 1988, pág. 137.

78 Ibidem, pág. 137.79 Josefa padecía de insuficiencia cardiovascular. Para más información al respecto, véase Jovellanos:

Patobiografía y pensamiento biológico (1966: 155), de Jesús Martínez Fernández.80 Ibidem, pág. 155.81 San Juan Bautista, Sor Josefa de, «De sor Josefa de San Juan Bautista a Jovellanos. Recoletas

Agustinas de Gijón, 5 de diciembre de 1804». En Caso González, José Miguel ed., ob. cit., 1988, pág. 139.

82 Jovellanos, Gaspar Melchor de, «De Jovellanos a sor Josefa de San Juan Bautista. Real Castillo de Bellver, 19 de diciembre de 1804». En Caso González, José Miguel ed., ob. cit., 1988, pág. 142.

83 San Juan Bautista, Sor Josefa de, «De sor Josefa de San Juan Bautista a Jovellanos. Agusti-nas Recoletas de Gijón, 2 de enero de 1805». En Caso González, José Miguel ed., ob. cit., 1988, pág. 149.

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en la comunidad, no por eso me atrevo a insistir en este punto, respetando tu repugnancia y las razones de que pueda provenir, sean las que fuesen84.

Obedeciendo los deseos de su hermano, Sor Josefa vuelve a recibir a su hermana en el convento. Así se lo comunica en una carta fechada el 7 de marzo de 1805, toda vez que le comenta los efectos de la guerra en tierras asturianas: «También acá lle-gan las hostilidades de ese orgulloso enemigo, que nos pone un corsario tan cerca que no se atreven los barquitos de pesca salir a ella, porque dicen haber cogido uno de Candás»85.

Gaspar está pendiente de la salud de su hermana hasta tal punto, que insiste conti-nuamente a Catalina a que vaya a verla, si bien no sólo para cuidarla, sino para apren-der de ella, pues él siempre tuvo el intelecto de Josefa en muy alta estima. En su carta a Catalina de 18 de marzo de 1805 dice, refiriéndose a la monja, que «en su talento y virtud hallarás los consejos y ejemplos que tanto habemos menester para arreglar nuestra conducta, como por el gusto que hallarás en asistirla y consolarla en la aflic-ción que este mismo interés le inspira»86.

Este ilustrado es un hombre que otorga una gran importancia a la familia y a la uni-dad familiar, por ello, aun en la distancia, trata de conservar lo que queda de la suya:

Tú sabes que la providencia divina ha reducido nuestra numerosa familia a solos tres individuos, y pues permite que uno [Gaspar] haya sido separado para el dolor y sufrimiento, debemos mirar la reunión de los otros dos [Catalina y Josefa] como dispuesta por aquella bendita mano para su alivio y consuelo87.

Esa terna familiar se conservará, con los consabidos problemas de salud que aque-jaban principalmente a Gaspar y a Josefa, hasta que la muerte le sobrevenga a ésta úl-tima el 7 de junio de 1807, afligida por la angustia de no poder ver a su hermano por última vez antes de pasar a mejor vida. Si sólo hubiera conservado un hálito de vida unos meses más, hubiera sido testigo de cómo el rey Fernando VII decretaba la liber-tad de Gaspar Melchor de Jovellanos el 22 de marzo de 1808, «más que por hacerle justicia, para aparentar un giro político de 180 grados, a consecuencia de la renuncia

84 Jovellanos, Gaspar Melchor de, «De Jovellanos a sor Josefa de San Juan Bautista. Castillo de Bellver, 28 de febrero de 1805». En Caso González, José Miguel ed., ob. cit., 1988, pág. 168.

85 San Juan Bautista, Sor Josefa de, «De sor Josefa de San Juan Bautista a Jovellanos. Recoletas Agustinas de Gijón, 7 de marzo de 1805». En Caso González, José Miguel ed., ob. cit., 1988, pág. 173-174.

86 Jovellanos, Gaspar Melchor de, «De Jovellanos a Catalina de Sena. Castillo de Bellver, 18 de marzo de 1805». En Caso González, José Miguel ed., ob. cit., 1988, pág. 175.

87 Ibidem, pág. 175.

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al trono de Carlos IV, y de la caída de Godoy»88. Paradójicamente, el encargado de comunicarle su libertad «secamente» fue «el mismo ministro José Antonio Caba-llero, marqués de Caballero, que había organizado su detención»89.

Años más tarde, y como no podía ser de otra manera, Gaspar le dedicaría a Josefa un hermoso epitafio en sus Memorias, como correspondía a alguien a quien le había unido un profundo cariño y admiración en vida:

Su vida en el convento fue ejemplarísima. Falleció en él en 1807 en olor de santidad, y su sólida virtud, unida a su extraordinario talento, después de haberle conciliado la veneración de sus hermanas y de todo el pueblo, dejaron en pos de sí una memoria que durará entre los moradores de Gijón, mientras fuere en él apreciada la virtud. En sus últimos días fue afligida de una agudísima enfermedad, a que pudo dar causa la pena que le causó mi arresto y tras-lación a Mallorca, porque el amor que nos habíamos profesado había crecido y fortificado con el trato, siendo yo la única persona de quien recibía visitas en el convento y a quien re-curría diariamente para ejercitar su ardiente caridad; y sería yo muy ingrato a su tierno ca-riño si escribiendo las Memorias de mi vida no consagrase a la suya estas pocas líneas, regadas con mis lágrimas90.

De este hermoso panegírico se desprende que la relación entre Gaspar y Josefa no terminó con la muerte de ésta, sino que su hermano la llevó en su corazón, con cariño, respeto y admiración hasta el fin de sus días.

En conclusión, a través del testimonio documental de memorias, cartas y otros es-critos se ha demostrado, no sólo la estrecha relación que unía a Gaspar y a Josefa Jove-llanos, sino también de qué manera cada uno de ellos influyó en la vida del otro, propiciando oportunidades, situaciones y decisiones que afectarían tanto a su historia personal como a la historia de España.

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– «De Jovellanos a su hermana Sor Josefa de San Juan Bautista. Real Castillo de Bell-ver, 20 de agosto de 1804», en Caso González, José Miguel ed., Gaspar Melchor de Jovellanos. Obras Completas. Tomo IV. Correspondencia 3ª (Abril 1801-Setiembre 1808), Colección de Autores Españoles del s. XVIII (22-III), Oviedo, Centro de Estudios del S. XVIII / Ilustre Ayuntamiento de Gijón, 1988, págs. 108-109.

– «De Jovellanos a su hermana Sor Josefa de San Juan Bautista. Real Castillo de Bellver, 7 de setiembre de 1804», en Caso González, José Miguel ed., Gaspar Melchor de Jovellanos. Obras Completas. Tomo IV. Correspondencia 3ª (Abril 1801-Setiembre 1808), Colección de Autores Españoles del s. XVIII (22-III), Oviedo, Centro de Estudios del S. XVIII / Ilustre Ayuntamiento de Gijón, 1988, págs. 115-116.

– «De Jovellanos a su hermana Sor Josefa de San Juan Bautista. Real Castillo de Bellver, 28 de setiembre de 1804», en Caso González, José Miguel ed., Gaspar Melchor de Jovellanos. Obras Completas. Tomo IV. Correspondencia 3ª (Abril 1801-Setiembre 1808), Colección de Autores Españoles del s. XVIII (22-III), Oviedo, Centro de Estudios del S. XVIII / Ilustre Ayuntamiento de Gijón, 1988, págs. 118-119.

– «De Jovellanos a su hermana Catalina de Sena. Real Castillo de Bellver, 28 de setiembre de 1804», en Caso González, José Miguel ed., Gaspar Melchor de Jovellanos. Obras Completas. Tomo IV. Correspondencia 3ª (Abril 1801-Setiembre 1808), Colección de Autores Españoles del s. XVIII (22-III), Oviedo, Centro de Estudios del S. XVIII / Ilustre Ayuntamiento de Gijón, 1988, págs. 119-120.

– «De Jovellanos a sor Josefa de San Juan Bautista. Real Castillo de Bellver, 17 de noviembre de 1804», en Caso González, José Miguel ed., Gaspar Melchor de Jovellanos. Obras Completas. Tomo IV. Correspondencia 3ª (Abril 1801-Setiembre 1808), Colección de Autores Españoles del s. XVIII (22-III), Oviedo, Centro de Estudios del S. XVIII / Ilustre Ayuntamiento de Gijón, 1988, pág. 127.

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La relación de dos hermanos a la luz de su legado literario – María José Álvarez Faedo 39

– «De Jovellanos a Catalina de Sena. Real Castillo de Bellver, 1 de diciembre de 1804», en Caso González, José Miguel ed., Gaspar Melchor de Jovellanos. Obras Completas. Tomo IV. Correspondencia 3ª (Abril 1801-Setiembre 1808), Colección de Autores Españoles del s. XVIII (22-III), Oviedo, Centro de Estudios del S. XVIII / Ilustre Ayuntamiento de Gijón, 1988, pág. 137.

– «De Jovellanos a sor Josefa de San Juan Bautista. Real Castillo de Bellver, 19 de diciembre de 1804», en Caso González, José Miguel ed., Gaspar Melchor de Jovellanos. Obras Completas. Tomo IV. Correspondencia 3ª (Abril 1801-Setiembre 1808), Colección de Autores Españoles del s. XVIII (22-III), Oviedo, Centro de Estudios del S. XVIII / Ilustre Ayuntamiento de Gijón, 1988, págs. 141-143.

– «De Jovellanos a sor Josefa de San Juan Bautista. Castillo de Bellver, 28 de febrero de 1805», en Caso González, José Miguel ed., Gaspar Melchor de Jovellanos. Obras Completas. Tomo IV. Correspondencia 3ª (Abril 1801-Setiembre 1808), Co-lección de Autores Españoles del s. XVIII (22-III), Oviedo, Centro de Estudios del S. XVIII / Ilustre Ayuntamiento de Gijón, 1988, págs. 167-168.

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40 Cuadernos de investigación. núm. 1 – Artículos

lección de Autores Españoles del s. XVIII (22-III), Oviedo, Centro de Estudios del S. XVIII / Ilustre Ayuntamiento de Gijón, 1988, págs. 100, 107.

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– «De sor Josefa de San Juan Bautista a Jovellanos. Agustinas Recoletas de Gijón, 24 de setiembre de 1804», en Caso González, José Miguel ed., Gaspar Melchor de Jovellanos. Obras Completas. Tomo IV. Correspondencia 3ª (Abril 1801-Setiembre 1808), Colección de Autores Españoles del s. XVIII (22-III), Oviedo, Centro de Estudios del S. XVIII / Ilustre Ayuntamiento de Gijón, 1988, págs. 116-118.

– «De sor Josefa de San Juan Bautista a Jovellanos. Recoletas de Gijón, 15 de no-viembre de 1804», en Caso González, José Miguel ed., Gaspar Melchor de Jove-llanos. Obras Completas. Tomo IV. Correspondencia 3ª (Abril 1801-Setiembre 1808), Colección de Autores Españoles del s. XVIII (22-III), Oviedo, Centro de Estu-dios del S. XVIII / Ilustre Ayuntamiento de Gijón, 1988, págs. 128-130.

– «De sor Josefa de San Juan Bautista a Jovellanos. Recoletas Agustinas de Gijón, 5 de diciembre de 1804», en Caso González, José Miguel ed., Gaspar Melchor de Jovellanos. Obras Completas. Tomo IV. Correspondencia 3ª (Abril 1801-Setiembre 1808), Colección de Autores Españoles del s. XVIII (22-III), Oviedo, Centro de Estudios del S. XVIII / Ilustre Ayuntamiento de Gijón, 1988, págs. 138-139.

– «De sor Josefa de San Juan Bautista a Jovellanos. Agustinas Recoletas de Gijón, 2 de enero de 1805», en Caso González, José Miguel ed., Gaspar Melchor de Jove-llanos. Obras Completas. Tomo IV. Correspondencia 3ª (Abril 1801-Setiembre 1808), Colección de Autores Españoles del s. XVIII (22-III), Oviedo, Centro de Estu-dios del S. XVIII / Ilustre Ayuntamiento de Gijón, 1988, págs. 149-150.

– «De sor Josefa de San Juan Bautista a Jovellanos. Recoletas Agustinas de Gijón, 7 de marzo de 1805», en Caso González, José Miguel ed., Gaspar Melchor de Jo-vellanos. Obras Completas. Tomo IV. Correspondencia 3ª (Abril 1801-Setiembre 1808), Colección de Autores Españoles del s. XVIII (22-III), Oviedo, Centro de Estudios del S. XVIII / Ilustre Ayuntamiento de Gijón, 1988, págs. 173-174.

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Las censuras indianas de JovellanosSantos M. Coronas González

Universidad de Oviedo

RESUMEN

Se estudia el pensamiento indiano de Jovellanos, no bien conocido, a través de sus cen-suras en la Academia de la Historia (1781-1790). Se apunta la hipótesis de haber sido el «honesto destierro» a Asturias (1790) la respuesta de la nueva corte de Carlos IV a los que, como Jovellanos, intentaron conjugar la libertad económica y política del modelo indiano a la llamada de la Ilustración.

Palabras clave: Jovellanos, Carlos IV, Indias, economía ilustrada, política ilustrada.

ABSTRACT

This article offers Jovellanos’s not-very-well-known Spanish-American thinking, through his censorship in the Academy of History (1781-1790). The suggested hypothesis is that his «honest exile» in Asturias (1790) was the answer given, by Charles IV’s new court, to those who, the same as Jovellanos, had tried to apply the economic and political freedom of the Spanish-American model to the Enlightenment call.

Key words: Jovellanos, Charles IV, Spanish America, the economics of the Enlighten-ment, the politics of the Enlightenment.

JOVELLANOS, CENSOR ACADÉMICO DE OBRAS INDIANAS

No existe en la bibliografía jovellanista registro alguno de la obra referida al pensa-miento indiano de Jovellanos, salvo los tardíos de carácter político correspondientes a su etapa como vocal de la Junta Central (1808-1810), favorable en general a la repre-sentación americana en las Cortes generales y extraordinarias del reino. Sin embargo, en la obra de su temprana afición dramática, en la correspondencia con sus amigos de América, en la económica y jurídica-política propia de su oficio de magistrado y aún en la tendencia artística e historiográfica de su ilustración humanista, cabe rastrear un

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corpus indiano del que forman parte sus censuras como académico de la Historia. Un aspecto resaltado en el busto suyo encargado por su buen amigo lord Holland y rega-lado en 1844 por su viuda a la Academia de la Historia, en el que aparecía Jovellanos representado al modo clásico como censor, es decir, magistrado al estilo romano junto con los nuevos sentidos conferidos a esa palabra con posterioridad1.

Aunque Jovellanos (a propuesta de Campomanes, su mentor y guía y aún su vene-rado favorecedor, título que le dispensa en la correspondencia de su etapa inicial de alcalde de crimen y oidor en Sevilla entre 1767-1778), ingresó en la Academia de la Historia de Madrid como académico supernumerario el 27 de mayo de 1779, tuvo que retrasar su incorporación a las tareas efectivas de la institución hasta que fue pro-movido al cargo de consejero de Órdenes, dejando el «maldito oficio» anterior de alcalde de Casa y Corte que apenas si le dejaba vacar «para rascarse la cabeza»2.

Estas tareas vinieron precedidas de un brillante discurso sobre la necesidad de unir al estudio del Derecho el de nuestra Historia y Antigüedades (4 de febrero de 1780), que tuvo la virtud de fijar por vez primera en sede académica los diversos caracteres y épo-cas de la historia civil o constitucional de España, cuya realización no dejó de encare-cer a la propia Academia3. Promovido ese mismo año al Consejo de Ordenes, pudo comunicar a la Academia su mayor disposición a ocuparse de los trabajos que pudie-ran corresponderle como miembro de la corporación. Sus informes, censuras, oracio-nes y representaciones, confirmados o atribuidos como suyos, prueban que, también en esta institución, cumplió sus compromisos de la manera habitual en él4.

Una parte significativa de las censuras referidas a América, unas veinte en los últi-mos registros fidedignos, tienen la firma de Jovellanos5. En ellas, no sólo descubre sus

1 En la Sala de Sesiones ordinarias de la Academia, «decorosamente instalado»como se recuerda en la efemérides del centenario de su fallecimiento, figuraba desde esa fecha el busto de Jovellanos al estilo patricio con la siguiente inscripción: Excmo. Señor D. Gaspar Melchor de Jovellanos./ Censor de la Real Academia de la Historia. El busto de Jovellanos, esculpido por Ángel Monasterio, no se conserva actual-mente en la Academia de la Historia, cf. H. González Zymla-L. Frutos Sastre, Archivo de la colección de pinturas y esculturas de la Real Academia de la Historia. Catálogo e Índices. Madrid, 2002.

2 S. M. Coronas, Jovelllanos, jurista ilustrado, en Anuario de Historia del Derecho español, LXVI, 1996, pp. 561-613.

3 S. M. Coronas, Las leyes fundamentales del Antiguo Régimen. Notas sobre la Constitución histórica española. en Anuario de Historia del Derecho español, LXV, 1995, pp.127-218.

4 Si de «oráculo de la Sala» de Alcaldes de Crimen y después de la Audiencia de Sevilla le calificaba su amigo y principal biógrafo Ceán Bermúdez, también, ya en Madrid, desplegó su celo no sólo en la al-caldía de Casa y Corte y, poco después, en el Consejo de Ordenes sino en diversas Academias y Socieda-des, singularmente en las de la Historia, Lengua, Bellas Artes y Matritense (aparte de las marcadamente jurídicas). Vid. sobre esta última, L. Domergue, Jovellanos à la Société Economique des Amis du Pays de Madrid (1778-1795), Université de Toulouse-Le Mirail, 1971.

5 R. Contreras, Algunas censuras de libros hechas por la Real Academia de la Historia durante el siglo ilustrado, en Coloquio Internacional Carlos III y su siglo. Madrid, Universidad Complutense, 1988, tomo II,

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postulados metodológicos y críticos sino la información y conocimientos precisos para ejercer correctamente su labor censoria. Esta labor la desarrolló entre 1781 y 1790, iniciada con la censura de la tragedia Alcira o los americanos (traducida del fran-cés por Bernardo Mª Calzada, del Compendio histórico de los establecimientos del Nuevo Mundo de Bernardo Estrada, y cerrándose con la de los Medios para estrechar más la unión entre los españoles, americanos y europeos del abate Ramón Diosdado. El «ho-nesto destierro» a Asturias, provocado por su abierta actitud de apoyo a Cabarrús, al amigo caído en desgracia y, tal vez, por su actitud política indiana en la línea crítica historiográfica de Robertson y Campomanes frente al ministro de Indias, Gálvez, puso fin a este ciclo de censuras jovellanistas.

El 9 de marzo de 1781 Jovellanos leyó ante la Academia su censura de la obra de Bernardo Estrada, Compendio histórico de los descubrimientos del Nuevo Mundo, una obra que, a juicio del propio autor, pretendía ser una síntesis, a manera de epílogo, de las voluminosas historias indianas de Herrera, Solís, Romeral, Garcilaso…pero que al no citarse luego en el cuerpo de la obra impedía hacer su cotejo. A partir de este pri-mer defecto capital, la censura de Jovellanos se articulaba en otros referidos al mé-todo, materia, crítica y estilo. Ante todo, los derivados de una deficiente distribución de la materia histórica y del hecho de no ser propiamente un compendio dada su ex-tensión (527 hojas). A ello sumaba la falta de referencia a otras naciones; la necesidad de anteponer lo geográfico a lo histórico, por lo mucho que contribuía a la compren-sión de los hechos históricos «y a fijarlos en la memoria de los lectores», en sintonía con el nuevo concepto ilustrado de geografía, a la vez física y civil o política6; la nota-

págs. 411- 428; cf. C. Fernández Duro, Catálogo sucinto de censuras de obras manuscritas, pedidas por el Consejo a la Real Academia de la Historia antes de acordar las licencias de impresión, en Boletín de la Real Academia de la Historia, 35, Madrid, 1899, págs. 369-434; J. Torre Revelló, Prohibiciones y licencias para imprimir libros referentes a América, 1737-1807, en Boletín del Instituto de Investigaciones Históricas XIV, 1932, págs. 17-78; L. Domergue, Censure et Lumières dans l’Espagne de Charles III. París, Centre Nationale de la Recherche Scientifique, 1982.

6 Ejemplos lo daban, entre otras, las obras de Ponz, Capmany Montpalau y Antonio Alcedo: Viage fuera de España, por D. Antonio Ponz, Secretario de la Real Academia de San Fernando,&, Madrid, J. Iba-rra,1785 (edición actual de C. M. del Rivero, Madrid, Aguilar, 1988); A. Montpalau, Diccionario geo-gráfico Universal, que comprehende la descripción de las quatro partes del mundo… Madrid4, M. Escribano, 1783; del mismo Capmany, Descripción Política de las Soberanías de Europa…Madrid, M. Escribano, 1786; A. Alcedo, Diccionario geográfico-Histórico de las Indias Occidentales o América. Es a saber: de los Reynos del Perú, Nueva España, Tierra Firme, Chile y Nuevo Reyno de Granada, con las dscripción de sus Provincias, Naciones, Ciudades, Villas, Pueblos, Ríos, Montes, Costas, Puertos, Islas, Arzpbispados, Obispados, Audiencias, Virreynatos, Gobiernos, Corregimientos y Fortalezas, frutos y producciones con expresión de sus conquistadores y fundadores, conventos y religiones, erección de sus catedrales y obispos…Madrid, Imp. De Benito Cano, 1786-1789, 5 tomos; cf. a propósito del género, J. M. de Jovellanos, Discurso sobre el lenguaje y estilo propios de un Diccionario Geográfico, en Obras publicadas e inéditas de Don Gaspar Melchor de Jovellanos. Colección hecha e ilustrada por Don Cándido Nocedal I, (Biblioteca de Autores Españoles,

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ble incoherencia entre el título y el texto, del que podía dar ejemplo la inclusión de Filipinas como parte de América o del Nuevo Mundo. Por otra parte, si el objeto del Compendio era la defensa de los españoles, vindicando su conducta en Indias, no de-bían omitirse ciertas cosas ni referir otras alterando la verdad. En este sentido, creer que la conquista fue milagrosa, convirtiendo al Compendio en un «tejido de maravi-llas y portentos» poco podía aportar a la moderna concepción crítica de la historia. En cuanto al estilo, «llano…, algunas veces contradictorio, muchas obscuro y casi siempre desaliñado»poco podía dar de sí. Al concluir su juicio crítico Jovellanos y Marín recordaban que, sin deseo alguno de ofender al autor miembro honorario de la Academia, ésta debía tener en cuenta que se censuraba una Historia de América, ob-jeto de atención reciente por dos sabias plumas de Francia e Inglaterra (en alusión a Raynal y Robertson); que la Academia era cronista de Indias y que su aprobación la haría responsable de todos los defectos de una obra de esta clase no sólo ante el pú-blico carente de ellas, sino también ante el Gobierno que no podía ser indulgente con cierta clase de reparos.

De esta forma el manuscrito fue devuelto al autor, el cual lo presentó tres años más tarde por segunda vez a censura, recibiendo el mismo varapalo de Jovellanos, acompa-ñado en esta ocasión en su dictamen por su paisano, Jacinto Díaz de Miranda (13 de junio de 1784). Los mismos defectos de entonces se reproducían nuevamente y aún se aumentaban al pasar el texto de 527 hojas útiles a 679, «pero en nada varía el autor el orden, la exactitud, la crítica ni el estilo de su obra, aunque se nota que en lo que añadió a ella incurrió en defectos iguales a los que antes habíamos advertido», por lo que Jovellanos se limitaba a reproducir lo dicho en su censura anterior7. Todavía el infatigable Estrada representó a la Academia alegando la denegación por el Consejo de Indias de la licencia de impresión de su obra como consecuencia del dictamen de la Academia por lo que solicitaba copia de la censura de ésta al estar pronto para en-mendarla en su conformidad; solicitud a la que accedió sin ningún inconveniente la Academia en su sesión de 4 de febrero de 17858. De esta forma se cerró el primer ciclo de censuras indianas de Jovellanos centradas por una obra que bien hubiera podido presentarse como alternativa historiográfica nacional a la obra de Raynal y Robertson, sino fuera por la crítica aguda del ilustrado asturiano que lo impidió.

Más comprometida fue la siguiente censura de temática americana encomendada por el Director de la Academia, Campomanes, a Jovellanos: la traducción del francés

BAE, 46) Madrid, Atlas, 1963, págs. 309-310. En general, vid. H. Capel, Los diccionarios geográficos de la Ilustración española, en Geo-Crítica. Cuadernos Críticos de Geografía Humana, 31, (enero 1981).

7 Jovellanos en la Real Academia de la Historia, págs. 190-191.8 Actas de la fecha, reproducidas en Jovellanos en la Real Academia de la Historia Jovellanos en la Real

Academia de la Historia, págs. 50-51.

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al castellano del Compendio de la revolución de la América inglesa, desde principios del año 1774 hasta 1º de enero de 1779 (Acta de la sesión de 30 de noviembre de 1781), cuyo manuscrito devolvió a la Academia sin extender la correspodiente censura al in-sistir los autores en su pronto despacho (Acta de la sesión 22 de marzo de 1782)9.

El 22 de agosto de 1783 se recibió formalmente en la Academia la Historia política de los establecimientos ultramarinos de las naciones europeas, escrita por Eduardo Malo de Luque, anagrama del Duque de Almodóvar, una obra que pretendía ser una traduc-ción adaptada al modo hispánico político y cultural de la cébre Histoire Philosophique et Politique des Étabibissements et du Commerce des Européens dans les Deux Indes, de Guillaume Thomas Raynal10. Esta obra ya había sido enjuiciada por Pedro Francisco de Góngora y Luján, una de las configuraciones posibles del nombre del Duque de Almodovar, como «la más buena y más mala de quantas se han escrito en estos tiempos»11. Ya por entonces consideraba útil que «una mano hábil se dedicase a ex-traer de dicha obra, entre tanto montón de espinas y cizaña, el bello trigo que en ella se encuentra», teniendo en cuenta que «nuestra Iglesia, nación y gobierno son los objetos mas enconadamente maltratados, y la parte mas llena de mentiras, equivoca-ciones y calumnias». Esta labor la acometió durante años el diplomático ilustrado duque de Almodóvar, embajador extraordinario en Inglaterra (1778)12, al publicar en-tre 1784 y 1790 cinco volúmenes de la magna Histoire Philosophique, convertida ahora simplemente en Política. Tomando como base la versión definitiva de la obra de Ray-nal, editada a partir de 1780, pero actuando sobre ella con toda libertad de supresión, glosa o adición hasta el punto de pasar por autor y no meramente traductor para el juicio de la época13, Almodovar a través del editor Sancha pidió la preceptiva licencia

9 Jovellanos en la Real Academia de la Historia pág. 41.10 H. J. Lüsebrink/M. Tietz (eds.), Lectures de Raynal. L’Histoire des deux Indes en Europe et en

Amerique au XVIII siècle. Actes du Colloque de Wolfenbuttel. Oxford, Voltaire Foundation, 1995, especial-mente, M. Tietz, L’Espagne et l’Histoire des deux Indes de l’abbé Raynal, págs. 99-130. Sobre su edición científica: http://www.voltaire.ox.uk; M. Tietz, La vision corrélative de l’Espagne et du Portugal dans les trois versions de l’Histoire des deux Indes (1770, 1774, 1780), en H. J. Lüsebrink/ A. Strugneli (eds.), L’Histoire des deux Indes: reecriture et polygraphie. Oxford, Voltaire Foundation, 1995, págs. 263-277; A. Strugneli, Dialogue et desaccord ideológiques entre Raynal et Diderot: le cas des Anglais en Inde, Ibidem, págs. 409-422.

11 Década epistolar sobre el estado de las letras en Francia, Madrid, Antonio de Sancha, 1782, pág. 109; Vid. al respecto, F. Lafarga, Un intermediario cultural en la España del siglo XVIII: el Duque de Almodóvar y su Década epistolar, en H. Dyserink (ed.), Europa en España, España en Europa. Actas del Simposio inter-nacional de literatura comparada. Barcelona, PPU, 1990, págs. 123-134.

12 A. Mestre, Relaciones culturales entre diplomáticos e ilustrados. El caso Almodóvar-Mayans, en Actas del Congreso Internacional sobre «Carlos III y la Ilustración», vol. III, Madrid, Ministerio de Cultura, 1989, págs. 175-198.

13 García Regueiro, Ilustración e intereses estamentales, cit. págs. 85-89. De esta autoría relativa, más bien traducción combinada y adaptada al pensamiento español, puede ser un buen ejemplo su Apéndice

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de impresión al Consejo de Castilla y éste a su vez la remitió a la censura de la Acade-mia de la Historia, donde Jovellanos la enjuició muy brevemente un mes después de haberla recibido. Según el Acta de la Academia de 26 de setiembre de 1783, Jovellanos advirtió que la obra en cuestión estaba tomada de la Historia filosófica y política que escribiera en francés el ex-jesuita Guillermo Tomás Raynal, «la qual fue prohibida por el Parlamento de París y entre nosotros ha sufrido una severa condenación por el Tri-bunal del Santo Oficio»14, pero que examinada con el mayor detalle la había encon-trado «limpia de errores e impiedades» hasta el punto de eliminar el autor discursos que acaso hubieran podido correr sin tropiezo, conservando en todo caso en la ver-sión «lo mejor y lo más apreciable de la Historia original». Al no encontrar en ella nada opuesto al dogma, a la moral, a las leyes de España o a las regalías de la Corona, dejaba al juicio de la Academia resolver el punto clave de si por basarse la obra en otra prohibida podía ofrecer algún reparo su publicación15. Una cuestión sometida a su vez por la Academia y, finalmente, por el Consejo de Castilla al juicio de un nuevo censor comisionado por el vicario de Madrid y que fue resuelta destacando la autoría implí-cita en la obra del traductor16 De este modo pudo publicarse en 1783, de un modo árido y descarnado al prescindir de los discursos filosóficos del autor, el primer tomo de la Historia política de Raynal-Almodovar, ampliamente reseñado en la prensa de la época, al que siguieron los restantes tomos en una cadencia cuasi anual hasta el V y último publicado en 1790, todos censurados brevemente por Jovellanos salvo el úl-timo que lo fue por Vargas Ponce17.

Así, en sesión de 28 de mayo de 1784, Jovellanos leyó su juicio del tomo II de la Historia política de los establecimientos ultramarinos, correspondiente al libro tercero «de la obra principal», destinado a dar razón de los establecimientos de los ingleses en el Oriente, considerándolo digna de publicación por la importancia de su objeto y «la elegancia con que está desempeñado en esta obra», y no contener cosa contraria

al libro III de la Historia de los establecimientos ultramarinos de las naciones europeas, dedicado a la Consti-tución de Inglaterra y la continuación de los asuntos de la Compañia inglesa de las Indias Orientales, basada a su vez con libertad en los Commentaries on the Laws of England de Blackstone (Oxford, 1765; traducción francesa, Bruxelles, 1774) y en la Constitution de l’Anglaterre de De Lolme (Londres, 1785). Vid. al res-pecto la oportuna transcripción, estudio preliminar e índices de J. Vallejo, Constitución de Inglaterra. Duque de Almodovar, Madrid, Centro de Estudios Políticos y Constitucionales-Boletín Oficial del Es-tado, 2000.

14 Por edicto de 20 de junio de 1779, cf. Contreras, Algunas censuras, pág. 426.15 Jovellanos en la Real Academia de la Historia, pág. 46 y 188-189; el texto de la censura, fechado el 24

de septiembre de 1783, puede verse también en Obras de D. Gaspar Melchor de Jovellanos, Colección he-cha e ilustrada por D. Cándido Nocedal, Madrid, Atlas, 1952 ( BAE, tomo L, vol. II de las de Jovellanos), pág. 534.

16 Vallejo, Constitución de Inglaterra, pág. XXXVI.17 Fernández Duro, Catálogo de censuras, pág. 406, núm. 26.

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a las leyes ni a las buenas costumbres18; a fines de ese año, en la sesión de 3 de diciem-bre, informó sobre el Apéndice manuscrito al libro III de la Historia, «el cual es, por su materia, singularmente apreciable pues no sólo contiene una descripción bastante exacta y cabal de la constitución inglesa, sino que continúa la historia de la Compañía Oriental de aquella nación hasta el presente año, dando puntual noticia de las revolu-ciones que precedieron al famoso bill de reforma, que fijó últimamente su gobierno»19 El 20 de enero de 1786 Jovellanos recibió para censura el tomo III de la Historia y, apenas un mes más tarde, el 17 de febrero, la leyó en sentido favorable, resumiendo de nuevo brevemente su contenido (establecimiento de los franceses en la India y de su antigua compañía en Oriente) en nada opuesto a la religión ni a las leyes, acordando la Academia la remisión en conformidad del manuscrito al Consejo20. Finalmente, el 11 de enero de 1788, recibió a censura el tomo IV de la Historia, cuya impresión con-sideró digna de la prensa un mes después al no oponerse a la fe, a la buena moral ni a las regalías 21.

En conjunto y siempre con la cautela que exigía la censura inquisitorial de la obra principal22, Jovellanos contribuyó con rápidos apuntes a facilitar la aprobación académica de la traducción libre y descarnada del duque de Almodóvar. Con su brevedad probable-mente intentó cortar las prevenciones de un sector de la Academia y tal vez del propio Gobierno en la etapa final del ministerio de Gálvez (†1787), impidiendo la reproduc-ción de un caso análogo al de Robertson23, a lo que sin duda contribuyó la suspensión de la traducción antes de llegar a los capítulos polémicos de Raynal sobre España.

18 La censura de Jovellanos lleva fecha de 24 de mayo de 1784, vid, acta académica y censura en Jove-llanos en la Real Academia de la Historia, pág. 48 y 190; tambien en Jovellanos, Obras publicadas e inéditas. Edición y estudio preliminar de M. Artola, Madrid, Atlas, 1956 (BAE, tomo LXXXVII) (V de las Obras de Jovellanos), pág. 36.

19 Jovellanos en la Real Academia de la Historia, págs. 49 y 199; y Obras, V, pág. 41.20 Jovellanos en la Real Academia de la Historia, pág. 51 y 201; Obras, V, pág. 43.21 Jovellanos en la Real Academia de la Historia, págs. 57-58 y 218; Obras, V, pág. 51.22 Indice último de los libros prohibidos y mandados expurgar para todos los Reynos y Señoríos del Católico

Rey de las Españas, el Señor Don Carlos IV. Contiene en resumen todos los libros puestos en el Indice Expurga-torio del año 1747, y en los Edictos posteriores, asta fin de diciembre de 1789. Formado y arreglado con toda claridad y diligencia, por mandado del Excmo. Sr. D. Agustín Rubín de Celis, Inquisidor General, y Señores del Supremo Consejo de la Santa General Inquisición: impreso de su orden, con arreglo al Exemplar visto y apro-bado por dicho Supremo Consejo. En Madrid: en la Imprenta de Don Antonio Sancha. Año de M.DCCXC [1790], págs. 133, 262.

23 The History of America, by William Robertson, D.D. Principal of the University of Edimburg, and His-toriographer to his Majesty for Scotland…London, Printed for W. Strahan; T. Cadell, in the Strand; and J. Balfour. Edimburg, 1777; la versión francesa, L’Histoire de l’Amerique…Maestricht, Chez J. E. Dufour & Ph. Roux, 1780. Vid. Mª T. Nava Rodríguez, Logros y frustraciones de la historiografía ilustrada española a través de los proyectos de la Real Academia de la Historia, en Coloquio Internacional Carlos III y su siglo, 2 tomos, Madrid, Universidad Complutense, 1988, I, págs. 73-90.

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Cuando al final de este proceso de censura de la Historia política, Antúnez redacte sus propias Memorias históricas sobre la legislación y gobierno del comercio de los españo-les con sus colonias de las Indias occidentales (1790), se fijará como método reunir «mu-chos hechos históricos relativos a la legislación de nuestro comercio y pocas reflexiones», exactamente lo contrario de lo que pedía la historiografía ilustrada y lo mismo que veladamente criticara Jovellanos en la adaptación de Raynal del Duque de Almodóvar. La reflexión histórico crítica que insensiblemente conducía al libre espí-ritu filosófico de la Ilustración todavía no tenía cabida en la historiografía oficial espa-ñola y habrá que esperar al Ensayo histórico crítico de Martínez Marina (1808) para descubrir unas reflexiones públicas centradas en la realidad española. Ni Jovellanos, que años después se extasiaba ante el tesoro de erudición y libre espíritu del Ensayo, ni Almodóvar o Antúnez pudieron superar por entonces los límites del poder señalados por la fe y las regalías. Y estos referentes básicos de las censuras siguieron operando hasta el final del Antiguo Régimen

Otro frente menos comprometido políticamente lo abrió una serie de obras de te-mática indiana varia remitidas igualmente a la censura de Jovellanos. En primer lugar los Fasti novi orbis del ex-jesuita Ciriaco Morelli, antiguo profesor de la Universidad de Córdoba de Tucumán24, una obra escrita en buena y pura latinidad y con bastante gusto y erudición, según el juicio de Jovellanos. La obra, divida en dos partes como indicaba el título, contenía en la primera unos anales del Nuevo Mundo con breve descripción de los descubrimientos y establecimientos allí realizados hasta 1771 en base a los fastos del jesuita francés Charlevoix, acrecidos por un padre misionero de América, con el fin de contribuir a la comprensión de los documentos publicados en la segunda. Ésta incluía todas las ordenaciones apostólicas relativas a las Indias Orien-tales y Occidentales, más los Breves Apostólicos relativos a los misioneros de la Com-pañía de Jesús, colocadas por orden cronológico, bien completas, bien en parte o en extracto. Como confesaba «generosamente» el autor en el prólogo, tal colección no era ni completa ni auténtica al provenir sus documentos de varias fuentes privadas, pero sí anotada por mano del colector. Al hacer constar estas circunstancias, Jovella-nos quería dar a la Academia información suficiente para que procediera con el de-bido conocimiento en la aprobación de una obra que, por lo demás, no se oponía al dogma, a la moral recibida ni a las regalías, y que, por correr impresa en otros países, no veía motivo «para que se le niegue entrada en estos reinos»25, principio de paridad

24 Fasti novi orbis et ordinationum Apostolicarum ad Indias pertinentium, breviarium cum annotationibus. Opera D. Ciriaci Morelli presbiteri olim in universitate Neo Cordubensi in Tucumania professoris, Venecia, 1776.

25 Censura de 15 de julio de 1786 en Jovellanos en la Real Academia de la Historia, págs. 202-204; la obra le fue entregada el 24 de marzo (Actas, Ibidem, pág. 52) y el informe por escrito de Jovellanos se leyó en la Academia de 21 de julio de 1786, actuando él mismo como secretario en funciones (Ibidem, págs.

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cultural de imposible ejecución en la España de la «negra censura inquisitorial» que él mismo tanto lamentara.

Remitida a la Academia una nueva obra de materia indiana, El compendio de la His-toria geográfica, natural y civil del Reino de Chile, su Director, Campomanes, dispuso que la informara Jovellanos. La obra, escrita en toscano por el jesuita chileno Juan Ig-nacio Molina y traducida por Domingo José de Arquellada y Mendoza, sólo compren-día en su primer tomo, la historia natural de Chile, estando en curso de impresión, según sus noticias, el segundo referido a la historia civil26. La obra le parecía a Jovella-nos «muy digna de la luz pública, tanto por la excelencia y novedad de su materia, cuanto por el orden, claridad y buen lenguaje en que está expuesta», apreciando asi-mismo en ella el valor de la traducción «muy exacta», incrementado por la pureza del estilo27. Un año después de redactar esta censura, Jovellanos presentó a la Academia la del Nuevo sistema de Gobierno económico para la América de José del Campillo y Cosío, antiguo Secretario de Estado y del Despacho universal de Hacienda, Guerra, Indias y Marina (22 de enero de 1788; remitida el 19 de octubre del año anterior)28. La obra, «aunque escrita en estilo desaliñado y desigual –decían Jovellanos y el académico quiteño Antonio Alcedo– contiene muchas excelentes máximas para gobernar con acierto y utilidad aquellas ricas colonias». Leídas con cuidado les parecía además el venero (almacén) de las medidas de reforma administrativa y comercial del reinado de Carlos III: visitas generales de las provincias, abolición de los funestos derechos de pal-meo, libertad general de comercio; establecimiento de correos marítimos y postas in-teriores, la erección de intendencias…, por lo que su publicación ya no sería tan provechosa y oportuna en el día como en el tiempo en que se escribió. Dejando a un lado algunos defectos por descuido o equivocación, como la de dar por supuesta en Indias la existencia de millones de telares o una mengua extraordinaria de los efectos de España en los consumos de América, así como algunas declamaciones exageradas,

76-77). Meses después, el 27 de abril de 1787 se leyó en la Academia un oficio del seccetario del Consejo de Indias solicitando información y, en su caso, copia certificada, de la censura antedicha para conceder licencia a un mercader de libros que la solicitaba para su impresión, aún contando ya con la licencia del Consejo de Castilla precediendo censura de la Academia (Ibidem, págs. 55-56).

26 El tomo II [Compendio de la historia civil del reino de Chile, escrito en italiano por el abate Juan Ignacio Molina. Parte segunda, traducida al español y aumentada con varias notas por Don Nicolás de la Cruz y Baha-monde. Madrid, Imprenta de Sancha, 1795], incorporó además un retrato del autor dibujado por Paret y grabado por Moreno, así como algunos mapas y un catálogo de escritores chilenos. Vid. Juan Ignacio Molina. Historia natural y civil de Chile. Selección, prólogo y notas de Walter Hanisch, S. J., Santiago de Chile, Editorial Universitaria, 1978; Contreras, Algunas censuras, págs. 419-421.

27 Acta de la Academia de 1 de diciembre de 1786 y censura de Jovellanos de 17 de enero de 1787, en Jovellanos en la Real Academia de la Historia, pág. 53 y 209; vid. asimismo la censura en Obras, V, (vol. LXXXVII de la BAE), pág. 46.

28 Jovellanos en la Real Academia de la Historia, págs. 57 y 215-218; Obras V, págs. 49-51.

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como las relativas a la dura tiranía o al cruel cautiverio de los indios que se repiten en varias partes de la obra, dignas de censura por inciertas o, en todo caso, por impolíti-cas, la censura venía a plantear la cuestión de si una obra semejante escrita con estilo desenvuelto, «muy propio del carácter de Campillo», a manera de unos apuntamien-tos reservados para instruir al Gobierno, debía publicarse o no. En todo caso cabía la duda de que todo el escrito fuera obra genuina de Campillo, pues por simple cotejo de fechas de composición de la obra y vida del autor, parte de la primera obra y el tomo segundo parecía como redactado una vez fallecido éste (el Jueves Santo de 1743). Por lo demás, corregidos los defectos notados, no hallaban inconveniente en que la obra se publicara. Y así el 25 de abril de 1788, una vez realizadas estas correcciones por el editor más las añadidas de su mano por Jovellanos y Alcedo referidas en su segunda censura, la Academia pudo devolver la obra al Consejo con certificación del acuerdo favorable a su impresión pero haciendo presente la prevención sobre la autoría que convenía añadir al Prólogo29. Menores contemplaciones se tuvo con la otra obra de Campillo, Lo que España tiene de más y de menos, para que sea lo debiera ser y no lo que es/ España despierta, críticas e instructivas reflexiones correspondientes a varios importan-tísimos asuntos para la mejor organización y régimen de la Monarquía española, someti-das igualmente a la censura de Jovellanos y Alcedo. A pesar de alabar de nuevo el mérito de la obra, llena de sabiduría política, era tan viva su pintura de la «infeliz constitución de nuestro Gobierno» y la serie de vicios que de ella nacían, que parecía claro que obras de esta clase «sólo se escribían para los que tienen a su cargo la direc-ción del Gobierno…pero no para que se publique ni ande en manos de todos, pues esto sería autorizar al público para censurar al Gobierno y a sus ministros, y quizá causaría mayores daños», por lo que eran de dictamen de que no debía imprimirse30. Estaba claro para los censores académicos los límites del sistema que, si bien admitía reformas, apenas toleraba la crítica vivaz y enérgica al estilo desenvuelto, casi popular, de Campillo31.

El 31 de agosto de 1787, la Academia acusaba recibo de la Relación de los progresos de las Misiones del Colegio de Santa Rosa de Ocopa de Lima, encomendando su censura a Jovellanos y Alcedo32. Un año más tarde daban cuenta de su encargo excusando la

29 Jovellanos en la Real Academia de la Historia, págs. 59 y 218; Obras V, pág. 51.30 Ibidem, Acta de la Academia de 25 de enero de 1788 en que se les encarga la censura de la obra

(pág. 58), y censura de 6 de junio de 1788 (págs. 226-227); Obras, V, págs. 54-55.31 Sobre otras censuras, como la favorable de la Sociedad Económica Matritense en 1786; nuevas

solicitudes de impresión (1792) y su tardía edición completa ya en nuestra época por A. Elorza (1969), vid. D. Mateos Dorado, Estudio preliminar a su edición de estas obras de Campillo, en Dos escritos políticos, Oviedo, Junta General del Principado de Asturias, 1993, págs. LIX-LXIII.

32 Jovellanos en la Real Academia de la Historia, págs. 56 y 61. En realidad el título era Colección general de las expediciones practicadas por los religiosos misioneros del orden de San Francisco, del Colegio de Propa-

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censura al faltarles los documentos e informes en que la obra de basaba. En todo caso los mapas les parecían incompletos y creían que el títlo debía cambiarse por el más preciso de Memorial presentado a S. M. por fray Pedro González de Agueros, a nombre del colegio de Misiones de Santa Rosa de Ocopa, en que se da noticia de las últimas expedicio-nes intentadas por sus individuos para la reducción de los indios gentiles de su distrito, una obra nunca editada en su forma original pero sí en la nueva corregida, remitida por el ministro de Indias, Porlier a la censura de la Academia. En esta ocasión (20 de mayo de 1789) se pasó a Vargas Ponce y José Cornide, y al informar éstos favorablemente, a salvo ciertos reparos geográficos y topográficos, la obra pudo publicarse dos años más tarde33.

Mayor significación tuvo el informe y censura de la obra del ex-jesuita Valerio Pottó, al convertirse al fin en un recordatorio al rey del oficio de Cronista de Indias de la Academia34 En la sesión de 10 de julio de 1789, el Secretario de la Academia leyó una Real Orden comunicada por el ministro Antonio Porlier al Director, remitiéndole cinco tomos en folio, manuscritos, de la Historia de Filipinas del abate Valerio Pottó, al efecto de su examen por algún académico que informara con la mayor brevedad posi-ble sobre el mérito de la obra antes de su publicación, debiendo exponer en su vista su propio dictamen la Academia. Nombrados Jovellanos y Vargas Ponce para efectuar dicho examen no necesitaron ni quince días para dejar reducida a la nada el valor de una obra que desde la misma introducción, con sus conjeturas sobre el descubri-miento de América por casualidad o providencia divina, anticipaba ya el tono general de la misma. Una obra que, pese al título, refería con detalle los viajes de Colón a Amé-rica, la conquista de Méjico por Cortés, las expediciones a California, incluso las mo-dernas de los rusos y del capitán Cook, y también las misiones jesuíticas por tocarle –decía– «muy al vivo»; que, centrado menos en la persona y en los viajes de Magalla-nes que en todos los viajes famosos al Pacífico, contenía «frecuentes y grandes equi-vocaciones» así como omisiones por sus malas fuentes de información («copia a Herrera»), terminando así el primer tomo «sin haber hablado ni una palabra de Fili-pinas». Y al mismo tenor hasta que en el tomo III, libro V trata de la primera expedi-

ganda Fide de Santa Rosa de Santa María de Ocopa, situado en el Reino de Perú, arzobispado de Lima y pro-vincia de Jauja, solicitando la conversión de los gentiles, con descrpción geográfica de la situación de aquel colegio y sus misiones, por fray Pedro González de Agueros, 1786.

33 P. González de Agueros, Descripción historial de la provincia y archipiélago de Chiloé en el reino de Chile y obispado de la Concepción. Madrid, Imprenta de Benito Cano, 1791; Vid. Contreras, Algunas cen-suras, págs. 417-419.

34 «La extensión de esta consulta, con una breve idea del contenido de los cinco tomos, se encargó a los dos señores que la han revisto, para que S. M. se entere del desempeño de la Academia en el empleo de Cronista de Indias» Acta de la sesión académica de 24 de julio de 1789, en Jovellanos en la Real Acade-mia de la Historia, pág. 67.

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ción que desde Nueva España salió al mando de Villalbos para descubrir y poblar las Filipinas, pero desviando inmediatamente su atención hacia las Molucas portuguesas a donde la armada se había visto obligada a arribar. Con este género de ex cursus la obra llegaba al tomo V donde aún se planteaban cuestiones geográficas y topográficas diversas, entre otras si las Islas habían sido conocidas de Ptolomeo, dejando «por muy melancólico» los examinadores el cálculo de la extensión de la Historia Política de Filipinas, de doscientos veinticinco años de dominación española, si para narrar lo sucedido en menos de un año de la salida del primer poblador Legazpi, llevaba escrito el «laborioso» Pottó 1.665 páginas en folio, y contando con que esta era una entrega de la primera parte de la obra que prometía otras dos más a tenor de su título: Historia de las Filipinas, Política, Natural y Christiana. En relación con la «mínima parte ejecu-tada» ya adelantaban sus examinadores «que no se hacía acreedora a la distinción de que el ministerio de Indias grave al real Erario con la carga de su impresión», pero que, corregido el primer tomo, tampoco se debía negar al autor que lo hiciera «si tiene ánimo de costearla y exponerse a encontrar lectores»35.

Sobre esta base, la Academia en pleno emitió su censura el 7 de agosto de 1789 convertida al cabo en una lección de método: el plan de la obra era «muy difuso», sus noticias no siempre «exactas», las fuentes de conocimiento eran incompletas («faltan al autor manuscritos, impresos, noticias tradicionales y otros auxilios in-dispensables»), su extensión innecesariamente amplia. Con estas prevenciones y recomendando «mucho» al autor que no omitiera lo perteneciente al comercio e historia natural de las Islas, convenían en que su trabajo podía ser útil y muy digno su celo para conseguir la regia protección36. En la pugna soterrada con el Ministerio de Indias por la redacción de la Historia de América, el informe y la censura sirvie-ron para recordar la lección de método que, casi de corrido, podía dar cualquier académico, y, al tiempo, como dejara apuntara el secretario Flores en el acta de la sesión, «para que S. M. se entere del desempeño de la Academia en el empleo de Cronista de Indias».

Cierra este elenco de censuras indianas de Jovellanos las referidas a las obras del abate Ramón Diosdado Caballero, Consideraciones americanas y Medios para estrechar la unión entre los españoles y americanos, remitidas igualmente por el ministro Porlier a la Academia y por ella encargada su examen a Jovellanos.37 En su censura de 7 de enero de 1790, Jovellanos unió ambas obras por considerar la de los Medios un mero apén-dice de las Consideraciones. Brevemente, como correspondía a la naturaleza de las obras, la primera, las Consideraciones, «una de tantas apologías que va produciendo

35 Jovellanos en la Real Academia de la Historia, págs. 233-236.36 Ibidem, págs. 238-239.37 Actas de 16 y 23 de octubre de 1789, Ibidem, págs. 68-69.

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nuestra edad, para hacer ver que cuanto han escrito los extranjeros de nosotros no es otra cosa que un montón de infundadas e injustas invectivas dictadas por la malevo-lencia y la envidia», y la segunda, los Medios, «un cierto proyecto» de un género ya desprestigiado, Jovellanos despachó el encargo. Si las Consideraciones americanas, al tener por objeto la excelencia de las Indias hispánicas sobre todas las colonias de los extranjeros en América como resultaba de comparar, de forma no muy concluyente a juicio de Jovellanos, población, agricultura, industria y comercio, podía concedérsele la licencia de impresión, pese a la inutilidad de este tipo de obras, teniendo en cuenta la diligencia del autor y el hecho de no contener nada opuesto a la religión, buenas costumbres y regalías de S. M., en cambio los Medios, una especie de proyecto para arre-glar la justa distribución de los empleos civiles y eclesiásticos de Indias entre los espa-ñoles y los criollos con el fin de superar la emulación y celos entre unos y otros, era de dictamen de elevarlo directamente al Gobierno que de proponerlo al público, por cuya razón «y otras que no dejará de penetrar la Academia», juzgaba más acertado negar la licencia de impresión38.

La Academia, en su sesión de 2 de enero de 1790, se conformó con el dictamen sobre las Consideraciones americanas, pero por haber venido separadamente el pro-yecto de los Medios se devolvió a Jovellanos el texto para que a su vez lo analizara con individualidad. Así lo hizo Jovellanos en su nueva censura de 11 de marzo de 1790 donde expuso con más detalle y abiertamente las razones en que se fundara para de-negar su licencia de impresión. Para ello presentó un breve extracto de la obra y, a continuación, su juicio sobre la misma que de hecho la impugnaba totalmente. Ante todo, porque si, como afirmaba el autor, la oposición entre chapetones y criollos era una suposición de los extranjeros la obra resultaba inútil y aún dañosa al no ser «ésta materia para ser tratada hipotéticamente»; asimismo, que siendo propio de los Go-biernos prudentes tomar remedios después de haberse asegurado de los males, mejor hubiera sido indagar éstos que aquéllos, sobre todo siendo del tipo de los propuestos (separar físicamente a los frailes de uno y otro origen, situando a unos en la costa y a otros en el interior; obligar a la juventud criolla a educarse, servir y trasladar sus fortu-nas a España; repoblar y defender con caballeros de Malta algunas posesiones, lo que dio lugar a la jocosa reflexión de Jovellanos [«Que los malteses, instituidos para lidiar con los mahometanos y profesar rigurosa castidad, sólo pueden parecer a propósito para defender y poblar las costas de Indias a los que gustan de novedades políticas y religiosas»]).

Mayor calado político tenían las reflexiones de Jovellanos sobre la pérdida de las colonias inglesas en América, no por haberse fomentado el aumento de población, como decía Diosdado, sino por haberla querido oprimirla con impuestos, haber ne-

38 Jovellanos en la Real Academia de la Historia, págs. 240-241.

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gado los derechos de los ciudadanos y no dejarles gozar de la felicidad que ellos mis-mos se habían labrado. De lo cual era preciso deducir que «las naciones nunca apetecen la mudanza de gobierno, cuando el que reconocen es justo y suave»; «que las colonias populosas son útiles, las despobladas dañosas»; las primeras enriquecen, pueblan y honran la metrópoli; las segundas la empobrecen, la despueblan y la desdo-ran»; que, puestos a elegir uno de los dos caminos de perderlas «el de la humanidad es, cuando no más trillado más justo que el de la opresión y más digno del espíritu de la religión y aún de la política». Así, con este final tan próximo al de Cabarrús en su Discurso ante la Matritense del año anterior39, concluía diciendo que esta obra «no recomendada ni por su objeto, ni por su oportunidad, ni por su doctrina, y antes bien desfavorecida por sus vacilantes principios, por su política dura e irreflexiva, y, sobre todo, por su inutilidad», no era digna de la luz pública40. Ese mismo día, la Academia, conformándose por unanimidad con el parecer del censor, acordó consultar al rey por la vía reservada de Gracia y Justicia de Indias, insertando íntegramente su juicio crí-tico. Todavía, en las sesiones de 26 de marzo y de 9 de abril se corrigieron y rubricaron las dos consultas hechas por la Academia al rey, quien, por la misma vía reservada, comunicó sus Reales Ordenes de 20 de abril, una por cada obra, resolviendo que no se publicaran41.

Así terminó la actividad censoria de Jovellanos en la Academia de la Historia con una explícita declaración política en pro de los derechos de los americanos, pocos años después de la independencia de los Estados Unidos y unos meses después de la Revolución francesa, que, en la suspicaz y temerosa corte de Carlos IV, tuvo que reso-nar como un pistoletazo. El 26 de agosto de 1790 emprendía su «honesto destierro» a Asturias.

39 S. M. Coronas González, Espíritu ilustrado y liberación del tráfico comercial con Indias, en Anua-rio de Historia del Derecho, LVII, 1992, págs. 67-116 (incluye el manuscrito de Cabarrús de 28 de fe-brero de 1778).

40 Jovellanos en la Real Academia de la Historia, págs. 241-245.41 Ibidem, págs. 69-71 (incluyendo el texto de las dos Reales Ordenes).

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La impronta de Fray Luis de León en Jovellanos

Vicente Cueva DíazViolinista y compositor

RESUMEN

Partiendo, como punto de reflexión, de los trabajos de Joaquín Arce el autor ofrece una serie de concomitancias entre la poesía del fraile agustino y Jovellanos. Es lo que en este trabajo se denominará «actitud frailuisiana».

Palabras clave: Poesía del siglo XVIII, Jovellanos, Fray Luis de León.

ABSTRACT

Using Joaquín Arce’s works as a starting point, this author offers a series of common elements between the poetry written by that Augustinian friar and that written by Jovella-nos. That is what, in this article, will be referred to as «frailuisian attitude».

Key Words: 18th-century poetry, Jovellanos, Fray Luis de León.

a literatura española del siglo XVIII, como en siglos anteriores, continuaba te-niendo un escaso público que supiera leer además de sufrir una acerada censura.

Estas condiciones, que poco variaron durante la centuria ilustrada, hacían difícil que los escasos autores se dedicaran al ejercicio literario y, cuando querían innovar se en-contraban con la insoslayable realidad de que los gustos literarios de quiénes tenían acceso a la misma se centraban en temas religiosos o pseudo históricos, muchos de ellos de raíz medieval: vidas de santos, novelas de caballería…

Paralelamente surgió, con bastantes dificultades, una literatura de carácter más culto, aunque éstas no fueron obstáculo para que los escritores de la época tomaran conciencia de su importancia. En este contexto social no puede decirse que la litera-tura española alcanzara la brillantez de los siglos precedentes ni, por supuesto, la

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fuerza y proyección europea que gozó en los campos clásicos de la prosa y la poesía. Sin embargo, es cierto que el Setecientos conoció nuevos modos de expresión litera-ria, como el ensayo, el informe político o científico, la reseña bibliográfica o el artículo periodístico practicados con acierto. E igualmente es verdad que hubo en la España dieciochista buenos ejemplos de literatura de calidad, de escritores con talento que conocían con detalle los diversos estilos literarios y que deben ser analizados con arre-glo al entorno histórico en que les tocó vivir y escribir.

Respecto a la lírica, los tratadistas y preceptistas de poética españoles del XVIII no siempre estuvieron de acuerdo, y ofrecieron una compleja diversidad de opiniones tanto en cuanto al concepto como a su temática, a los elementos que la configuraban, al estilo y al modo en que se escribía. En cualquier caso, lo indudable es el valor histó-rico de su producción lírica, expresión problemática y viva de un período, que nos permite reconstruir el ambiente en el que se generó, a la par que abrió fructíferos ca-minos para la evolución posterior.

Tres fueron las fuentes preferidas de los literatos en sentido estricto: la literatura clásica, los autores españoles de los siglos precedentes y la producción literaria que se hacía más allá de sus fronteras (Francia, Italia, Inglaterra). En la Poética de Luzán, por ejemplo, vemos que por sus páginas corren los más afamados autores foráneos, aun-que mucho menos que los clásicos griegos como Horacio y Aristóteles.

La cultura clásica fue muy apreciada (Campomanes, por ejemplo, fue un recono-cido helenista), pero no menos influyeron los escritores de los siglos XVI y XVII. Tras muchos años sin ser reeditadas, las obras de Calderón, Garcilaso y Fray Luis de León volvieron a ser publicadas.

Esta suma de influencias sobre los diversos autores tuvo sus efectos: a menudo en la obra de un mismo autor, a lo largo de su vida, se aprecian el modelo clásico europeo junto a la influencia de las propias tradiciones hispanas; y que el conjunto de la litera-tura española del Setecientos vivió fases diferentes en las que los estilos pugnaron por ser dominantes.

La periodización de la literatura española dieciochista, en general, y de la lírica, en particular, es un tema realmente importante y una cuestión muy debatida. Unas veces los estilos se amalgaman en un mismo autor; en otras ocasiones, varios autores repre-sentan estilos distintos en una misma época, incluso los estilos podían ser diferentes en un mismo autor según los temas tratados.

Merece traer al presente la preocupación del filólogo e historiador gijonés Joaquín Arce por el tema de la periodización. Las investigaciones en el ámbito de la literatura española de Arce, se han centrado de forma concluyente y profunda en el análisis e indagación de las preferencias lingüístico-estilísticas que caracterizaron la producción poética del período histórico de la Ilustración Española. Es necesario llegar hasta 1981

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para encontrar en su libro La poesía del siglo ilustrado, un estudio panorámico y riguro-samente pormenorizado sobre esta materia1.

Con todas las precauciones conceptuales e históricas, cuatro ideas parecen presi-dir sucesivamente la literatura setecentista: barroco, rococó, neoclasicismo y prerro-manticismo. Al respecto, Arce maneja los siguientes términos: post-barroco, clasicismo, rococó, poesía ilustrada prerromanticismo y neoclasicismo2, declarán-dose introductor de la noción de «rococó» en el campo de la historiografía literaria española, con la que ha intentado caracterizar «una de las vetas más fecundas de la lírica dieciochesca»3. Igualmente maneja el término «neoclasicismo», tomado de la historiografía del arte y de la historiografía literaria italiana, en el que incluye toda la serie de actitudes que, después del primer tercio de siglo, surgen frente al barro-quismo anterior.

Arce propone la siguiente periodización: en las primeras décadas del siglo se sigue cultivando una poesía de tipo barroco. A mediados de siglo, la poesía de Luzán abre camino a la tendencia clasicista. Entre 1750 y 1770 cobra un especial auge el rococó, que persistiría durante todo el reinado de Carlos III. A partir de 1770 triunfa la lírica ilustrada y a partir de la década de 1780 se advierten los primeros síntomas de «res-tauración del sentido formal clásico», lo que, en rigor, Arce llama «neoclasicismo»4, que no debe confundirse con la «corriente racionalista y clasicista que discurre a lo largo del XVIII».

Es importante dejar claro que todos los teóricos del XVIII proponían para la poesía el abandono del tipo de escritura lírica cuyo grado de corrupción se había impuesto ya a finales del XVI y principios del XVII.

Contra ese modo de escribir, con un lenguaje ampuloso, repleto de palabras huecas impropias y expresiones metafóricas que hacían fastidiosa la Lengua –representativo del «mal gusto» del barroco español (Góngora, Lope de Vega y Calderón en la poe-sía, no así en el teatro)–, los teóricos propusieron una literatura basada en el «buen gusto», cuyo carácter en otro tiempo había sido «la gravedad, la vehemencia, la ma-jestad y el nervio»,5 «cuyas características son claridad, naturalidad y sobriedad». «Una literatura cuyos modelos áureos españoles serán Garcilaso (que se distinguió por el genial cultivo de la «dulzura») y Fray Luis de León (que lo hizo por la suma

1 Checa Beltrán, José. «Poesía Lírica y Teoría Poética del Siglo XVIII», en La Poesía del Siglo XVIII, Historia de la Literatura Española. T. 26. Gijón, Ed. Júcar, 199, pág. 51.

2 Checa Beltrán, José. Ob. cit., págs. 52 a 54.3 Ibidem, pág. 54.4 Ibidem, pág. 54.5 Sempere y Guarinos, «Discurso sobre el gusto actual de los españoles en la literatura», añadido a su

traducción de Muratori, «Reflexiones sobre el buen gusto en las ciencias y en las artes» (1782). Vid. J. Checa Beltrán, ob. cit., pág. 35.

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«belleza de su poesía, con la que nos llena los entendimientos»), ambos comparables a los antiguos».6

En opinión de Arce, el Neoclasicismo supone una restauración del sentido formal clásico, que responde al gusto de la forma por sí misma, así como al gusto por revivir el espíritu de la poesía de la antigüedad, alejándose de la rígida preceptiva anterior y concediendo una mayor importancia a la forma, en detrimento del contenido», ele-mento privilegiado en el clasicismo anterior7. Efectivamente, conlleva una rigurosa selección, muy del gusto de las minorías, no sólo a nivel del significado sino también del significante y se caracteriza por «querer restaurar o revivir el clima de aspiraciones –armonía, sobriedad, serenidad, perfección (conceptos propios de las artes plásti-cas)–, supuestamente asignadas al mundo greco-latino», movimiento que encaja en los últimos decenios del siglo8.

¿Existen realmente rasgos distintivos, en lo literario, entre el clasicismo racionalista y el neoclasicismo? El profesor americano Sebold (1985) viene en nuestra ayuda, en un in-tento de unificar la terminología, hablando de neoclasicismo en un doble sentido: «per-teneciente a esas obras en las que se toma por modelo ya a un autor clásico greco-latino, ya a un autor clásico español». Añade que ésta sería la única forma de «dar carta de ciu-dadanía a las letrillas, décimas, seguidillas, romances, romancillos y otras formas de tradi-ción exclusivamente española cuando las cultivan los neoclásicos»9. No podemos obviar que en el estricto campo de la literatura, y más concretamente en el de la lírica del XVIII, los líricos y teóricos de las últimas décadas tenían como modelos literarios –junto a los clásicos antiguos– a clásicos renacentistas (Garcilaso, Fray Luis de León, etc.).

Es el profesor Arce el primero, en 1947, en llamar la atención sobre la vinculación de Jovellanos con Fray Luis de León, a excepción de un par de datos concretos que señaló Gerardo Diego en su artículo «La poesía de Jovellanos»10.

Para calibrar la presencia de Fray Luis de León en la lírica dieciochesca, Arce se centra en Jovellanos, al que presenta como modelo de auténtica sensibilidad poética y humana, y ello porque le considera «la figura clave en los destinos de la lírica de fines del XVIII, en cuanto auténtico maestro de la generación surgida de la Ilustración madura»11 y porque cree que es «el más hondamente empapado tanto en la perspec-tiva crítica como en la realización poética de la poesía de Fray Luis».12

6 Burriel, Antonio P., «Compendio del Arte Poética» (1757). Vid. J. Checa Beltrán, ob. cit., págs. 42-43.

7 Checa Beltrán, J., ob. cit., págs. 54-55.8 Ibidem, págs. 54-55.9 Ibidem, págs. 54-55.10 Boletín de la Biblioteca Menéndez Pelayo, XXII, Santander, 1046, págs. 209-235.11 Arce, Joaquín, La poesía del siglo ilustrado, Madrid, Editorial Alhambra, 1981, pág. 123.12 Ibidem, pág. 123.

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La impronta de Fray Luis de León en la poesía de Jovellanos – Vicente Cueva Díaz 59

En la literatura, al igual que en otros aspectos de la vida nacional, no sólo en la opinión de Arce sino también en la de otros muchos autores, Jovellanos desempeñó un papel fundamental. Al margen de su interés en cuestiones económicas y sociales, junto a su preocupación por la renovación del teatro español, destacó por la exposición de sus ideas estéticas y por su participación en la poética hispana. En el conjunto de la historia inte-lectual del asturiano, desde luego la poética no es el elemento más fundamental, pero en el contexto literario español hay que reconocerle el logro de abrir nuevos caminos.

La sensibilidad poética de Jovellanos no se ciñe únicamente a la poesía, ya que aquélla está siempre presente en su prosa (el Diario, epístolas, discursos, la Oración sobre el estu-dio de las ciencias naturales –que es una «pieza capital para entender su alma, en la que la belleza de la prosa llega a extremos de reciente evidencia»13–, la Descripción panorámica de Palma en la trágica circunstancia de su encarcelamiento en Bellver –«un verdadero poema en prosa»,14 y no era considerada, de entre sus muchas facetas y aficiones, como una de las más importantes; ni aún por él mismo, que nunca pretendió pasar por poeta.

Aún así no podemos dudar del Jovellanos-poeta. Las críticas, en general, lo eviden-cian, sobre todo las de los poetas próximos a nuestro tiempo. Azorín, en un fino y breve artículo titulado Un poeta,15 hace una interpretación de la sensibilidad poética de Jovellanos y Gerardo Diego sostiene que «Don Gaspar de Jovellanos fue poeta, pero no fue un poeta».16

Sus más afortunadas composiciones poéticas deben remitirse, al margen de la poesía amorosa de juventud –temas sentimentales que quedaron marginados en beneficio de los asuntos «sociales»– a sus epístolas y sus elegías. Entre sus epístolas señalamos la Carta de Jovino a sus amigos salmantinos (1776), como influenciadora del grupo hel-mántico. En 1778, la epístola A sus amigos de Sevilla, al ser trasladado desde ésta a la corte madrileña, y la muy serena De Jovino a Anfriso, escrita desde El Paular, todo un modelo en su clase, «permeada toda ella del espíritu leonino»17 (véase el influjo de la Vida retirada de Fray Luis de León; en ambos ansia de soledad y apartamiento).

El gusto por el «dulce retiro» lo manifiesta Jovellanos en su Oración sobre la necesi-dad de unir el estudio de la literatura al de las ciencias:

«… Pero la literatura, enemiga del mando y amartelada de la dulce independencia, se acomoda mucho mejor con la vida privada, y en ella se recrea y en ella ejerce y desenvuelve sus gracias», pág. 333 b.

13 Diego, Gerardo,»El paisaje en la prosa de Jovellanos», ABC, 21-1-84, pág. 27.14 Ibidem, pág. 27.15 Azorín, «Un poeta», en Clásicos y modernos, Buenos Aires. Ed. Losada, 1943.16 Diego, Gerardo, «La poesía de Jovellanos», Boletín de la Biblioteca Menéndez Pelayo, XXII, 1946,

págs. 209-235. Ver J. ARCE, ob. cit., pág. 398.17 Arce, J., ob. cit., pág. 132.

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Y hablando del hombre adornado con los talentos del «buen gusto»:

«… ora narre y exponga, ora reflexione y discurra, ora ría, ora sienta, (…) más de una vez será arrojado de las conversaciones por su ignorancia y la mala educación, por la mordaz y ruin maledicencia, y se acogerá más de una vez a su «dulce retiro… ». Pág. 333 b.

Se está refiriendo al tópico de la vida retirada. Compárese con el célebre poema de Fray Luis de León Vida retirada, ya citado, y con la oda de Horacio Beatus ille…, tam-bién traducida por Fray Luis.

Las analogías y concomitancias con el fraile agustino no se ciñen solamente al campo de la poesía. Es este un dato casi irrelevante en cuanto a la admiración que Jo-vellanos profesaba al fraile salmantino del XVI, pues «ningún otro lírico español o extranjero le ha servido más de norma en su actitud ante la vida y el mundo»18, aspec-tos que ya vamos apreciando a medida que avanza la presente exposición.

Sus Sátiras a Arnesto (1786-1787) son sus dos producciones poéticas más recono-cidas y de las que Gómez Hermosilla19 afirma ser tan admirables que bastarían para colocar al asturiano entre los «restauradores de la poesía castellana en el último tiempo.» En ellas Jovellanos critica con acritud el comportamiento frívolo y corrom-pido de las clases nobles y presenta una poesía preocupada por los temas éticos y mo-rales, con resabios filosóficos. Aún siendo un severo purista, Gómez-Hermosilla afirma: «Yo, por mí, quisiera más ser autor de las dos sátiras de Jovellanos y de las tres epístolas que escribió en sus últimos años, que de todas las poesías amatorias y pasto-riles de Meléndez».20

Dos epístolas más de indudable talla son la Respuesta de Jovellanos a Moratín, en contestación a la carta de este último desde Roma en 1796 y la dirigida a Ceán Bermú-dez en 1807, titulada A Bermudo sobre los vanos deseos y estudios de los hombres, que Gómez-Hermosilla consideró «la primera epístola filosófica en verso libre que dicta-ron las musas castellanas».21 Ambas composiciones están presididas por temas como la ordenación de la sociedad ideal y el perfeccionamiento intelectual del hombre, te-mas que eran ya preocupación de Fray Luis de León.

Con respecto al fraile salmantino, el tiempo de su formación transcurre durante el reinado del Emperador Carlos I, en un clima de apertura y universalidad, mientras que su etapa de actividad pública se produce bajo la monarquía de Felipe II, caracteri-

18 Ibidem, pág. 124.19 Gómez-Hermosilla, José, Juicio crítico de los principales poetas de la última era. Valencia, 1840.

Vid. J. Checa Beltrán, ob. cit., pág. 50.20 Gómez-Hermosilla, J., ob. cit. pág. 160. Ver nota 4, págs. en J. Arce, ob. cit., pág. 394.21 Ibidem, pág. 151. Ver nota 4, págs. J. ARCE, ob. cit., pág. 394.

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La impronta de Fray Luis de León en la poesía de Jovellanos – Vicente Cueva Díaz 61

zada por el nacionalismo y exclusivismo, una cerrazón en la que deberá desarrollar su carrera intelectual y literaria. Pero elige y se arriesga por la senda de lo nuevo. Su pre-paración en la universidad salmantina se encauzó por los saberes humanísticos hasta completar una formación propiamente renacentista. Su dominio de las lenguas clási-cas –latín, griego y hebreo– hacen de él una autoridad en la exégesis bíblica y su sensi-bilidad lingüística es la que le lleva a la defensa de la lengua vulgar como vehículo de expresión literaria y cultural.

Su espíritu modesto y sincero, al mismo tiempo que directo, apasionado y de aguda sensibilidad, le empujarán a combatir siempre por la verdad y la justicia, y despreciar la necedad y la falsedad.

En sus obras se aprecia siempre el trasfondo del idealismo platónico en torno a la verdad, la belleza, la justicia y el bien. Actitudes de vida y de pensamiento que resplan-decen en el comportamiento de Jovellanos a lo largo de su periplo vital –recordemos su conducta ante Campomanes en defensa del amigo y también ministro Cabarrús, cuando éste cae en desgracia– y en el conjunto de sus obras (véanse, por ejemplo, las ya mencionadas Sátiras a Arnesto).

En torno a la poesía de Fray Luis de León, la riqueza cultural y estética que caracte-riza su mundo poético son las propias del Renacimiento: las artes y las letras se con-vierten en el terreno propio del hombre universal, no buscando en ellas la transmisión de lo útil, lo moral o lo religioso, sino que su aspiración será el logro de la belleza ideal a través de un procedimiento, la imitación, y una filosofía, el neoplatonismo.

La imitación no está al alcance de cualquiera: supone un caudal importante de co-nocimientos y una recreación personal desde los modelos de partida. El resultado es una imitación compuesta, en la que el artista con su originalidad y su genio transfor-mará el contenido de temas conocidos en una creación personal nueva y única.

La poesía del Renacimiento toma de la antigüedad un entorno natural conforme con la nueva concepción de la naturaleza y de la relación del hombre con ella. Puede diferen-ciarse un marco bucólico-amoroso, en el que se sitúa a menudo la pasión amatoria, de otro bucólico-ascético, espacio al que aspira quién desea una vida retirada del bullicio del mundo. En ambos se presenta una naturaleza idealizada, de una belleza serena y armo-niosa, que responde al tópico de locus amaenus: vegetación frondosa, corrientes de agua, canto de las aves, suaves brisas… La poesía amorosa suele proceder de las Bucólicas o Églogas de Virgilio (s. I a. C.) y se carga de valores metafóricos relacionados con el yo del poeta. El marco ascético se centra más en la idealización del mundo rural: las faenas del campo, los frutos de las cosechas…, visión que procede de las Georgicas, también de Virgilio. Sin embargo, el motivo principal de la vida retirada deriva más bien de Horacio.

En el marco de la poesía renacentista, Fray Luis incorpora y recrea nuevos elemen-tos que permiten identificarla como poesía luisiana. Ante todo es un humanista y un cristiano. Humanismo y religiosidad moldean una formación particular que se nutre

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filosófica y conceptualmente de tres elementos esenciales: pitagorismo, neoplato-nismo y estoicismo.

Según estas filosofías el hombre ha de llevar una vida ascética y practicar la mode-ración; dedicarse a la actividad científica e intelectual y reproducir la armonía del mundo en su propio retiro –que conduce a que el alma recupere parte de su dignidad– o en la poesía –que es una de las formas de concierto o armonía– o en la música. Sin prescindir de Dios, el mundo ya no es un «valle de lágrimas», sino un espacio de realización personal donde el hombre puede buscar la felicidad. El antropocentrismo vendrá, pues, a sustituir al teocentrismo y la actividad intelectual, a las empresas caba-llerescas o guerreras.

A los ya mencionados, Fray Luis añade un cuarto elemento: la búsqueda de la ver-dad auténtica, propugnada por San Agustín, y todo ello por medio de las lecturas, el estudio y las creencias. No obstante, los dos polos que marcan su ideal intelectual y literario son la armonía, la moderación y el sosiego frente a la realidad de su existencia plagada de disarmonías y desasosiegos.

Contemplado desde su época, Fray Luis no es exclusivamente un escritor, menos un literato y menos aún un poeta. Las razones que impulsan a escribir al fraile salman-tino quedan patentes en la dedicatoria que antecede a su obra De los nombres de Cristo, que nos revela su firme voluntad de ser escritor moral y religioso y difundir las Letras Sagradas para encaminar a los hombres a la virtud.

«Importantísima fue la huella de Fray Luis en la poesía del Neoclasicismo. Afectó a gran número de poetas, especialmente relevante en Fray Diego González, Gaspar M. de Jovellanos y Juan Meléndez Valdés».22

Efectivamente, la vida de Jovellanos cumple con rigor los ideales del Humanismo renacentista. El profesor Polt,23 resume fielmente el pensamiento e ideas religiosas del ilustrado: «Su decisión en 1768 demuestra que la carrera eclesiástica, aconsejable tal vez desde el punto de vista de su familia, no era nada que hubiese salido de su propia voluntad; pero no quita que haya seguido toda su vida siendo un hombre profunda-mente religioso, entendida la religión como veneración del Ser Supremo». Para Jove-llanos, «Dios, la naturaleza y el hombre se hallaban ligados indisolublemente por el poderoso vínculo de la razón».24

Cumplió siempre con los deberes de la Iglesia, pero –continúa Polt– «también en-contramos en su diario comentarios duros sobre frailes inútiles, y le vemos siempre

22 Fray Luis de León, Poesía original, Ed. de E. Gutiérrez Díaz-Bernardo. Madrid, Castalia, 1995, pág. 59.

23 Polt, John H. R., «Introducción» a su ed. Gaspar Melchor de Jovellanos. Poesía. Teatro. Prosa litera-ria, Taurus, Madrid, 1993, págs. 16-17.

24 Varela, Javier, Jovellanos, Alianza, Madrid, 1988, pág. 179.

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enemigo de la curia romana y de la Inquisición. […] exigió el estudio de las fuentes de la teología e insistía en la expresión práctica de los preceptos evangélicos. Si rechazó el escolasticismo –igual que Fray Luis–, no rechazó el dogma de la Iglesia sino un mé-todo pedagógico que elevaba la dialéctica sobre la inducción. Era jansenista, en el sen-tido ético, reformador y algo nacionalista […], lo cuál no está reñido con que, según ha dicho Caso González, dudar de su catolicismo sea ‘totalmente temerario’».25

En cuanto a la educación, Jovellanos luchó por modernizarla y que «la lengua de la enseñanza fuese la española y no, como era la costumbre en las universidades españo-las, la latina».26 Semejante posición a la sostenida por Fray Luis sobre la lengua en que habrían de editarse las Sagradas Escrituras, La Vulgata.

Jovellanos tiene temperamento de educador y cree que la educación debe ayudar a desarrollar, en armonioso conjunto, la personalidad humana al formar al hombre ínte-gro, cuerpo y espíritu, inteligencia y sentimiento. Su afán es armonizar en su ense-ñanza el humanismo con el cristianismo, el máximo perfeccionamiento en lo individual con la máxima preocupación por las obligaciones sociales, la ciencia con el conoci-miento útil a todos los hombres para su conducta y su felicidad.

En su Memoria sobre la educación pública Jovellanos sostiene que quisiera contem-plar a la sociedad de los españoles «sirviendo fielmente a su patria en la realización del trabajo que hace a los hombres felices».

Una y otra vez los ilustrados españoles declararon que el cauce de la felicidad era la educación. «Si el hombre aumenta sus luces y nociones –dice Meléndez Valdés– se aumentan al tiempo su poder y la suma de su felicidad, aligerándole sus pesares».

Cuando en el cultivo de la poesía abandona los temas amorosos, lo hace porque considera más noble la tarea de escribir temas al servicio de la Nación y de la moral.

El humanismo de Jovellanos va ligado al concepto de responsabilidad social más que por lo que se refiere a admiración erudita de la antigüedad clásica greco-latina. Edith Helman afirma27 que «para Jovellanos el humanismo no es tanto un retorno a la antigüedad clásica griega y romana cuanto un retorno a la antigüedad española– (Fray Luis de León)–, un esfuerzo para restaurar los viejos tiempos en que la nobleza y el clero sentían la debida responsabilidad ante las demás clases que dependían de ellos». Para Jovellanos –continúa Herman– «… la Ilustración española es un esfuerzo in-menso y constante por reformar la vida individual y colectiva de los españoles y con-seguir la compenetración de la tradición nacional viva y profunda con la ciencia extranjera moderna, de la primitiva fe cristiana con el humanismo del Renacimiento».

25 Polt, John H. R., ob. cit., pág. 17.26 Polt, John H. R., ob. cit., pág. 22.27 Helman, Edith, «El humanismo de Jovellanos», en Jovellanos y Goya, Taurus, Madrid, 1970, págs.

15-16, 17-18, 19-20 y 28-29.

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Realmente parece que estuviésemos escuchando un análisis del pensamiento frailui-siano.

Fray Luis de León toma de la tradición clásica dos modelos de referencia esencia-les: Virgilio y Horacio, tanto en los contenidos como en la forma.

En el setecientos hispano no siempre aparecen estos modelos en primer término y hasta podría hablarse de una cierta revitalización del pasado medieval. Nos referimos al nacionalismo28 presente en la poesía heroica y en la épica culta, y a la religiosidad29 que funde los nuevos moldes con la herencia cristiana poesía «a lo divino»). Pero la reno-vación no fue sólo en el plano de los contenidos; en el aspecto formal nuevos modos y géneros tomaron carta de naturaleza y de ellos, ninguno tuvo tanta trascendencia como el endecasílabo.30 El endecasílabo, a veces combinado con el heptasílabo, integrará las más significativas novedades en las formas estróficas, como el soneto, la estancia, la octava o la lira, y también los principales géneros poéticos: el madrigal, la canción, la égloga o la oda. En estas variedades líricas hallaremos a Fray Luis de León.

Jovellanos, como tratadista, en sus Lecciones de Poética, clasifica genéricamente la poesía basándose, principalmente, en las composiciones antiguas: poesía pastoral, lí-rica, didáctica, poesía de los hebreos, épica y dramática.

La lírica es identificada con la oda («oda o poesía lírica», dice Jovellanos) y la re-conoce un amplio campo temático. Reconoce cuatro tipos de oda o poesía lírica: odas sagradas, heroicas, filosóficas y morales, y festivas y amorosas.

En cuanto a la realización poética, es «el más hondamente empapado de la poesía de Fray Luis», aún cuando no empleara ni una sola vez la lira como forma métrica. El molde rígido en rimas y metros de la lira no podía adaptarse al temperamento difuso de Jovellanos, ni a su intuitiva resistencia a la concordancia que le inclinaba al empleo del verso libre o blanco.

La formación poética de Jovellanos es rigurosa y amplia. Fiel seguidor de los pre-ceptos horacianos, sometía sus poemas a una lima constante. Su obra poética no es uniforme, pero sí coherente. Todas sus direcciones parten de una misma base que él encarna con valor de prototipo: la del autor ilustrado, humano y virtuoso, es decir, culto, sensible y cumplidor de las normas del bien.

Su creación lírica durante los años 1750-60 se corresponde con la poesía amatoria de estilo rococó, de lenguaje colorista y cuya forma estrófica más relevante es la anacreóntica,31 No es ésta la que más se asemeja a la de Fray Luis de León, sino la de los últimos años del setecientos, por su concepción clásica y del buen gusto de las letras.

28 Fray Luis de León, ob. cit., ed. de E. Gutiérrez Díaz-Bernardo, pág.47. 29 Ibidem, pág. 47.30 Ibidem, pág. 47.31 Checa Beltrán, J., ob. cit. pág. 57.

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La impronta de Fray Luis de León en la poesía de Jovellanos – Vicente Cueva Díaz 65

Para una mejor comprensión de las analogías que se dan en lo expresivo el profesor Arce hace un exhaustivo y detallado análisis del lenguaje y estilo, así como de los temas gratos al agustino que reaparecen en el polígrafo asturiano. Nunca podríamos mejorar el desarrollo de su trabajo por lo que preferimos transcribir sus palabras32: «Las seme-janzas son evidentes aunque bien pudieran darse por peculiaridades de la época más que al influjo directo de un autor en otro. El mismo sustantivo, idéntico adjetivo: dulce sueño, enemigo crudo… Ambos emplean con frecuencia el adjetivo almo en sentido de nutricio, vivificador, sustentador. Así aparecen en Fray Luis: almo reposo, alma región luciente, almo coro y en Jovellanos: alma filosofía, alma Venus, alma paz, alma esposa.

El uso del artículo determinado con el sustantivo, aunque éste vaya precedido del posesivo, es frecuente entre los asturianos. Pueden considerarse regionalismos estos ejemplos de Jovellanos: la su lira, los tus amigos, la tu mano, pero también pueden ex-plicarse como reminiscencia clásica. En efecto, Fray Luis en su Canción al nacimiento de la hija del Marqués de Alcañices dice «los sus dos ojos sean».

Como detalle estilístico Fray Luis suele interrumpir la lógica fluyente del discurso poético con la interjección ¡ay!, escapatoria de la emoción y el sentimiento, o con fra-ses exclamativas seguidas del tipo:

¡Oh, monte! ¡Oh, fuente! ¡Oh, río!…¡Oh, desmayo dichoso!¡Oh, muerte que das vida! ¡Oh, dulce olvido!…¡Ay, triste! ¡Ay, dichososlos ojos que te vieren! …

Jovellanos usa frecuentemente de exclamaciones. En la epístola A Batilo:

… ¡Ah, cuánto gozo, cuántoa vuestra vista siente el alma mía!……¡Oh tiempo de horror y de tumulto! ¡Oh, gran Pelayo!¡Oh valientes astures!…

La sugestión ejercida por Fray Luis –continúa Arce– es tan grande que, como ya observó Gerardo Diego, la bipartición de la palabra final de un verso que usó en los versos tan conocidos de la Vida retirada:

32 Arce, J., ob. cit., págs. 129-137.

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Y mientras miserable-mente se están los otros abrasando…

es empleada cuatro veces por Jovellanos: tres en 1776, Carta de Jovino a sus amigos salmantinos («irá recta/mente…»; «para que eterna/mente…»; «son impune/mente…») y una en la epístola A sus amigos desde Sevilla (1778):

¡Ay cuán rauda-mente se alejan las veloces mulas…

Asimismo, el uso del de partitivo con el adjetivo determinado cuánto, a manera del latín que Jovellanos emplea en ocasiones como:

él solo sabe cuánto de dulzura……¡Ay, cuánto, cuánto de amargura y llorote costarán tus galas!

pudo tenerlo presente por la conocida estrofa de la Profecía del Tajo:

¡Ay! ¡Cuánto de fatiga!¡Ay! ¡Cuánto de sudor está presenteal que viste lóriga, …etc.

Repasamos ahora algunos ejemplos convincentes en cuanto a la casi traslación de imágenes e ideas. En Jovellanos la persistencia del espíritu frailuisiano fue constante a lo largo de su azarosa existencia, ya que puede rastrearse desde las primeras poesías del joven alcalde de la Audiencia de Sevilla hasta las cálidas composiciones escritas por el anciano prisionero de Bellver, pasando por las íntimas y trascendentes del Mo-nasterio de El Paular.

Examinemos el influjo de Fray Luis –dice Arce– en Vida retirada: ansia de soledad y apartamiento es su motivo central, como también lo es de la más inspirada compo-sición de Jovellanos, la epístola De Jovino a Anfriso desde El Paular. Dice éste:

dichoso el solitario penitente,que, triunfando del mundo y de sí mismo,vive en la soledad libre y contento!

Ideas que anteriormente hicieron vibrar al fraile salmantino con más fuerza por su subjetivismo:

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Vivir quiero conmigo,gozar quiero del bien que debo al cieloa solas sin testigo,libre de amor, de celo,de odio, de esperanza, de recelo.

La imagen del mundo como un mar tempestuoso, predilecta de Fray Luis de León, se amplifica y racionaliza en el poeta del XVIII pero siguiendo fielmente a su predecesor.

En la epístola segunda A Posidonio, Jovellanos se eleva al Creador en su afán de desvelar misterios:

Entonces sí que de naturalezagozaría el espectáculo, subiendodesde él a contemplar al sumo Artífice,que con benigna omnipotente manotantas lumbreras encendió en el cielo…

Es, sobre todo, este verso final el que mejor evoca aquellos de Fray Luis:

Quién rige las estrellasveré, y quién las enciende con hermosasy eficaces centellas.

No podemos dejar de mencionar el influjo que la Noche serena tiene en la epístola De Jovino a Anfriso desde El Paular: «La luna como mueve/ la plateada rueda…» frente a «La plateada luna en lo más alto/ del cielo mueve la luciente rueda»; y de la Profecía del Tajo: «Acude, corre, vuela…» se refleja en la epístola A Batilo: «tan suaves delicias; corre, vuela,…».

En De los nombres de Cristo, Fray Luis, al salir de la cárcel, hace elogio del sabio que se retira del mundo:

y a solas su vida pasani envidiado ni envidioso.

Palabras éstas, las finales, que recoge Jovellanos en su cuarto soneto A Enarda:

Y sólo aquél que logra, ni envidiosoni envidiado… ».

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Ya hemos puesto de relieve varias veces, a lo largo del presente estudio, la hipersen-sibilidad lingüística y poética del fraile agustino, cabeza y guía en la Universidad de Salamanca, en cuyo ambiente se forjó la posterior escuela salmantina, de cuyos prin-cipales integrantes, en el siglo XVIII y principios del XIX (Fray Diego González –De-lio–, Meléndez Valdés –el «dulce Batilo»–, etc.) Jovellanos fue, igualmente, guía, además de amigo y maestro.

Ya cuando Jovellanos remitió a su hermano Francisco de Paula un manuscrito con sus poesías juveniles, lo acompañó con una dedicatoria que indicaba su filiación poé-tica y el ambiente en que se desenvolvía. Después de hablar del «dorado siglo XVI» y de los «corrompedores del buen gusto», aludiendo al XVII, dice:

«Poco a poco –se refiere al presente siglo XVIII– fue naciendo el buen gusto, y ya en el día vemos con grande complacencia amanecer de nuevo los bellos días en que las Musas españolas deben recobrar su antigua gloria y esplendor.

En cuanto a mí –añade un poco más adelante– estoy muy lejos de creer que mis versos tengan un gran mérito; pero sí aseguraré que no se parecen a los del mal tiempo».

Finalmente, a modo de recapitulación, consideramos importante resaltar los prin-cipios universales de ese «buen gusto», cuyos modelos literarios españoles son Gar-cilaso y Fray Luis de León, y en los que Jovellanos se afirma con total convencimiento. Son: claridad, naturalidad y sobriedad, que se oponen a la oscuridad y afectación del «mal gusto», cuyo genuino representante fue Góngora.

Esta adhesión a los valores estéticos del sentido crítico y el buen gusto es mante-nida por Jovellanos a lo largo de su vida, su obra y su magisterio. En el Elogio a Car-los III muestra especialmente su preocupación por la educación del sentimiento y la sensibilidad y en su Oración sobre la necesidad de unir el estudio de la literatura al de las ciencias, refiriéndose a las obras de los antiguos: Homero, Píndaro, Horacio, Cicerón, etc., afirma:

«[…] mi deseo es guiaros –se está refiriendo a los jóvenes para los que desea una forma-ción adecuada a los principios de la Ilustración– por medio de esta nueva enseñanza […] y sembrar en vuestro ánimo las semillas del buen gusto en todos los géneros del decir.

¿Queréis ser grandes poetas? […] ¿Queréis ser oradores elocuentes… políticos insignes y profundos?…si la cultivareis (una lengua llena de majestad y de armonía), si aprendiereis a emplearla dignamente, cantaréis como Píndaro, narraréis como Tucídides, persuadiréis como Sócrates, argüiréis como Platón y Aristóteles […] Creedme: la exactitud del juicio, el fino y delicado discernimiento, en una palabra, el buen gusto […] es el talento más necesa-rio en el uso de la vida […] Él es el que nos eleva con los sublimes raptos de Fray Luis de León».

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La predilección de Jovellanos por Fray Luis –lo advierte el profesor Arce33– le lleva a citarle en innumerables ocasiones en sus escritos entre las autoridades de nuestra lengua. Se puede observar aún dos veces más en la Memoria sobre educación pública (1802). Más explícito es en el Reglamento para el Colegio de Calatrava (1790), dónde dice:

«Entre los autores […] preferirá a Fray Luis de León, el primero y más recomendable entre todos».

Y del mismo modo, en el Curso de Humanidades castellanas34 inserta frecuentemente versos del salmantino en comprobación de la teoría que explica. Véase el ejemplo que da para explicar la aposición Fray Luis de León califica así a Saturno en su Noche serena:

Rodéase en la cumbreSaturno, padre de los siglos de oro.»

Innumerables ejemplos podríamos mencionar que darían testimonio de la conver-gencia entre ambas figuras y sus obras. Tantos que harían interminable el desarrollo del presente trabajo, dándole un volumen impropio de su categoría.

Por ello, y para terminar, sólo nos detendremos en dos desgraciados hechos cir-cunstanciales que parecen superponer en una sola figura las de ambos intelectuales. Alude Arce «al injusto y afrentoso encarcelamiento que ambos sufrieron por la envi-dia de sus contemporáneos».35

El comportamiento de ambos en prisión revela sus recias personalidades. Fray Luis, en la cárcel, muestra un orgullo y una gallardía que se funden con una casi infinita ca-pacidad de sufrimiento. Todo un carácter, pero nada hay en él que se aproxime a la indignidad o a la vileza. Ello se aprecia en la inmensa cantidad de polémicas y batallas en el desgraciado proceso que le llevó al confinamiento durante casi cinco años. Su obra Exposición del libro de Job parece un trasunto de la desesperación del propio Fray Luis, pues en ella presenta al protagonista como «un campeón que sabe resistir».36

No menos digno fue el comportamiento del asturiano Don Gaspar cuando al ama-necer del día 13 de marzo de 1801 fue sorprendido y sacado de su casa, sin cargos, por el regente de la Audiencia de Asturias, y posteriormente encarcelado sin juicio previo. Las diversas y reiteradas Representaciones hechas al rey Carlos IV desde la Cartuja de

33 Arce, J., ob. cit., pág. 126.34 Arce, J., ob. cit. pág. 126.35 Ibidem, pág. 125.36 Fray Luis de León, ob. cit., pág. 37.

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Valldemosa primero, y desde el Castillo de Bellver después, muestran una suma digni-dad y claro carácter:

«… he sufrido con resignación y en silencio todas las fatigas, vejaciones y humillaciones que pueden oprimir a un hombre de honor… pero lo que más vivamente hiere mi corazón es la dolorosa idea de haber perdido la gracia de S.M.»

En solicitud de juicio justo, se lamenta:

«¿Por qué se me pone en la absoluta imposibilidad de ser acusado y defendido?»

Y, con dignidad y orgullo, finaliza:

«Que declarada que sea mi inocencia –que da por seguro–, se digne V.M. no sólo rein-tegrarme… la nota y baldón que tantas violencias y atropellamientos cometidos en mi per-sona hayan podido causar en mi reputación y buen nombre».

(Representación hecha a D. Carlos IV desde la Cartuja de Mallorca).

Desde luego las analogías son sorprendentes; incluso hay unos versos del fraile agustino en su composición A Nuestra Señora, escrita en la prisión, que muy bien se podrían atribuir a Jovellanos –comenta Arce–, en su encierro de Bellver:

… envidia emponzoñada, engaño agudo, lengua fementida,odio cruel, poder sin ley ninguname hacen guerra a una.

BIBLIOGRAFÍA

Arce, Joaquín, La poesía del siglo ilustrado, Madrid, Editorial Alambra, 1981, págs. 10, 11,16, 17, 31, 32, 33 y 34.

Azorín, «Un poeta» en Clásicos y modernos, Buenos Aires, Ed. Losada, 1943: 14.Burriel, Antonio, Compendio del Arte Poética, sacado de los autores más clásicos, para

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La impronta de Fray Luis de León en la poesía de Jovellanos – Vicente Cueva Díaz 71

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Jovellanos de cara a la lengua y autores latinos

Emiliano Fernández VallinaUniversidad de Salamanca

RESUMEN

En el presente trabajo se trata de ver la importancia que en Jovellanos tuvo la familiari-dad y lectura de los autores clásicos greco-latinos, la huella que de ellos se refleja no sólo en sus escritos sino también en su vida, y además el papel decisivo, pero equilibrado y adap-tado a su tiempo, que la formación humanística juega en las teorías del polígrafo gijonés sobre la mejor educación para los jóvenes españoles.

ABSTRACT

In this paper the purpose is to see the importance that in Jovellanos had the familiarity in his reading of the classic Greco-Roman authors, and to highlight the mark that of them is reflected not only in his writings but in his life, and moreover to show the decisive and well-balanced role, adapted to his time, which the humanistic training plays in the theories of the illustrious gijonian polygraph on the best education for the Spanish young men.

ropósito de esta pequeña contribución es mostrar el lugar que ocupan los estudios de las lenguas clásicas, así como el uso y la significación de los autores latinos que

Jovellanos aduce, en algunas de sus obras en prosa. Pues que no cabría toda la atención que prestó al planteamiento de aquellas lenguas y su literatura, dentro del plan que ima-ginara el prócer asturiano para las Humanidades en toda su larguísima producción es-crita, pasaremos revista a diversos escritos de D. Gaspar, muy significativas a este propósito, y que se irán citando a lo largo de este trabajo1. Entre ellas ocupa lugar desta-

1 En sus poesías, por supuesto, hay multitud de alusiones, remisiones y ecos del mundo antiguo, se-ñaladas aquí y allí, mas no sistemáticamente, por muchos estudiosos, desde Ceán Bermúdez a Caso. Para

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cado el Curso de humanidades castellanas. Aun si discutida su autoría, es lícito atribuirlo, al menos en parte2, al prócer gijonés, como lo parece indicar una cita del propio Jovella-nos redactada un año antes de su muerte, esto es, en 18103, en la denominada Memoria a la Junta Central, y no obstante la diferencia de estilo que a veces se percibe4:

A la enseñanza de las matemáticas puras, cosmografía y navegación, lenguas y dibujo natural y científico, agregué en 1796 la de humanidades castellanas, en un plan que abra-zaba, no sólo los principios de gramática general, propiedad de la lengua, poética y retórica castellana, sino también los de dialéctica y parte de lógica que pertenece a ella 5.

Es bien sabido el interés de Jovellanos por la educación, muchos estudiosos lo han cons-tatado6. Ésta nunca desapareció de las preocupaciones del egregio gijonés. Las mejoras sociales, económicas y políticas están en él emparejadas siempre con la incardinación, a sus ojos, en los proyectos educativos, cuyo diseño suponía un seguro norte en las deseables y

Horacio me permito remitir a un trabajo mío: «Horacio en Jovellanos», en Bimilenario de Horacio, Sala-manca, 2004, págs 377-384.

2 Cf. J. Somoza de Montsoriú, Inventario de un jovellanista, Madrid, Sucesores de Rivadeneira, 1901, pág. 154. Vid. J. H. R. Polt, Gaspar Melchor de Jovellanos. Poesía, teatro, prosa literaria. Madrid, Taurus, 1993, pág. 442; y José Caso González, Gaspar Melchor de Jovellanos. Poesías, Oviedo, Instituto de Estudios Asturianos, 1961, pág. 11. Con todo, en el Tratado del Análisis del Discurso, se lee: «Sea, por ejemplo, el trozo siguiente, sacado del discurso de don Ventura Rodríguez por don Gaspar de Jovellanos. Trátase en él de la ereccion del nuevo templo de Covadonga» (BAE 46, pág. 151b). No parece obstar la propia mención a la autoría de Don Gaspar (cf. la nota 1 de Nocedal en pág. 152a), y más en una compo-sición no destinada a ser publicada.

3 Cf. para los datos de la vida de Jovellanos J. M. Caso González, Vida y obra de Jovellanos, Gijón, Caja de Asturias-El Comercio, 1993, 2 vols; J. Somoza García Sala, Documentos para escribir la biogra-fía de Jovellanos, 2 vols., Madrid 1911.

4 D. Gaspar de Jovellanos a sus compatriotas: Memoria en que se rebaten las calumnias divulgadas contra los individuos de la Junta Central y se da razón de la conducta y opiniones del autor desde que recobró su liber-tad, número XXVI: ‘Resumen de los servicios y persecuciones del autor’. Esta memoria fue editada en Coruña. En la Oficina de D. Francisco Cándido Pérez Prieto, 1811, 2 v. en 4º, y con un estudio preliminar y notas por el imprescindible jovellanista José Miguel Caso González, Memoria en defensa de la Junta Central, Oviedo, Junta General del Principado de Asturias, 1992.

5 No modernizo la ortografía al transcribir las citas de las ediciones respectivas.6 Para las ideas pedagógicas de Jovellanos vid. Mª Ángeles Galino Carrillo, Tres hombres y un pro-

blema: Feijoo, Sarmiento y Jovellanos ante la educación moderna, Madrid, 1953, págs. 223-270; el estudio in-troductorio de nuestro antiguo profesor M. Artola a los tomos III y IV de las obras de D. Gaspar en la BAE (números 85 y 96): Obras de D. Gaspar Melchor de Jovellanos. III, Madrid, 1956, (BAE nº 85), págs. 55-59; J. H. R. Polt, «Jovellanos y la educación», Cuadernos de la Cátedra Feijoo 18 (1966), págs. 315-338 (= Bi-blioteca Virtual Miguel de Cervantes). No he podido consultar Felipe Bareño, Ideas pedagógicas de Jovellanos. Gijón, 1910 ni José Caso González, «Las humanidades en el pensamiento pedagógico de Jovellanos», conferencia editada en: Real Instituto de Jovellanos, Memoria del curso 1961-1962, Gijón, 1968.

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no cumplidas aplicaciones para toda España7. Con todo, habría que agregar que la mira indefectible en este ideal jovellanista ha de entenderse siempre como buena educación.

Ni la educación, mal entendida o aplicada, libra de los males que ella misma puede conjurar, si no se basa en su elemento fundamental: la educación moral. Valgan unos pocos pasajes de tantos que se podrían aducir. Conviene que comencemos aduciendo la cita, aun si larga, de su Memoria sobre Educación Pública, cuya oportunidad hoy en nuestro solar no se sabría desdeñar. Luego de hablar Jovellanos del abandono de la ética en la educación doméstica, de presentar el cuidado que se presta a «enseñar á los jóvenes a presentarse, andar, sentarse y levantarse con gracia… comer con aseo», de insistir en que se consume «mucho tiempo en enseñarles la música, la danza, la es-grima, y en cultivar todos los talentos agradables ó inútiles», prosigue con la contra-posición de lo que constituye la base de la correcta formación a esas dedicaciones, formación cuya cima reside en la luminosa doctrina del Cristianismo; recogemos al-gunos textos de su Tratado teórico-práctico de Enseñanza (TTPE):

y entre tanto se olvida la ciencia de la virtud, origen y fundamento de sus deberes natu-rales y civiles, y se les deja ignorar aquellos principios eternos de donde procede la honesti-dad…, fuente de las sublimes virtudes que hacen la gloria de la especie humana… Estoy muy lejos por cierto de condenar aquellas enseñanzas; pero ¿quién no se dolerá de ver ci-frada en ellas toda la doctrina de la buena crianza? No hay ya que contemporizar con este error, no hay ya que despreciar sus consecuencias… porque este abandono, esta imperfec-ción, estos vicios de la educación pública y doméstica son más o menos de todos los tiem-pos y todos los países. En ellos, si no la única, está la primera causa de los males y desórdenes que inficionan y debilitan todas las sociedades (TTPE 251b).

Él solo [el estudio de la moral] puede hacer frente a tantos y tan funestos errores como han difundido por todas partes estas sectas corruptoras, que ya por medio de escritos im-píos, ya por medio de asociaciones tenebrosas, ya, en fin, por medio de manejos, intrigas y seducciones, se ocupan continuamente en sostenerlos y propagarlos… Es preciso formar el espíritu y rectificar el corazón de los jóvenes; es preciso desterrar de ellos aquella estúpida ignorancia, que no solo está igualmente dispuesta á recibir la verdad que el error, sino más expuesta a recibir este cuando lisonjea sus pasiones. En una palabra, la educación es el único dique que se puede oponer a este mal, y por lo mismo el estudio de la moral es el mas im-portante y más necesario en su plan» (TTPE 252a).

Así que, sin traspasar los límites de la ética, ni pretender que se enseñe á los jóvenes un tratado de teología moral, quisiéramos que la enseñanza de las virtudes morales se perfec-cionase con esta luz divina, que sobre sus principios derramó la doctrina de Jesucristo, sin la cual ninguna regla de conducta será constante, ninguna virtud verdadera ni digna de un cristiano» (TTPE 260b).

7 Cf. F. Lázaro Carreter, Las ideas lingüísticas en España durante el siglo XVIII, Madrid, CSIC, 1949, pág. 62.

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Es más, una educación mala es el peor de los males, y precisamente lo asegura D. Gaspar con un latinismo:

No por eso negaré que haya desórdenes y horrores producidos ó patrocinados por la instrucción; pero por una instrucción mala y perversa, que también en ella cabe corrup-ción, y entonces ningún mal mayor puede venir sobre los hombres y los estados. Corruptio optimi pessima» (TTPE, 232a).

Con estas jovellanísticas premisas, básicas en y para todo el sistema educativo, ven-gamos a ver de qué modo emplea Jovellanos sus conocimientos del mundo clásico en materia lingüística y literaria, centrando nuestro interés en papel desempeña el latín en la enseñanza gramatical y los autores latinos en la formación poética, aun si limitán-donos a considerar cómo, dónde y con qué efectos hace uso de éstos.

Como para toda especie de lenguas, el latín y el griego se enmarcan en la concep-ción de nuestro Don Gaspar Melchor en un lugar secundario respecto al sistema en-tero del aprendizaje lingüístico. Hay que partir del hecho de que para Jovellanos, y también para algunos predecesores suyos en este apartado del saber8, la lengua es el requisito básico y necesario para poder acceder al pensar y para establecer el buen or-den del intelecto. Puede resumir su idea de la conjunción íntima e inseparable de la lengua con el intelecto lo que escribe en el apartado titulado «Estudio de las ciencias metódicas» de la Sección Primera de la Memoria:

Mas como el hombre para pensar necesite de una colección de signos que determinen y ordenen las diferentes ideas de que sus pensamientos se componen, la lengua ha venido a ser para él un verdadero instrumento analítico, y el arte de pensar ha coincidido de tal ma-nera con el arte de hablar, que vienen a ser virtualmente uno mismo… Y aunque no se puede negar que el signo presupone la idea que representa, igualmente es constante que, supuesto ya el conocimiento de una lengua, el hombre no solo la empleará en enunciar sus pensamientos, sino también, y antes, en analizarlos y ordenarlos interiormente; de forma

8 Así Condillac y Locke, algo Wolf, para la poética Hugo Blair Lectures on rhetoric and belles lettres. London, printed for W. Strahan, T. Cadell, in the Strand and W. Creech, in Edinburgh, 1783, pronto tra-ducidas del inglés por Josef Luis Munárriz: Lecciones sobre la retórica y las Bellas Letras, Madrid, en la Oficina de D. Antonio Cruzado, Oficina de García y Compañía, 1798-1801, Cf. evaluaciones distintas sobre esas influencias en M. Menéndez y Pelayo, Historia de los heterodoxos españoles, lib. VI, III, pág. 565; Lázaro Carreter, l. c. de un lado, y de otro, Polt, art. cit. en la nota anterior. Cf. también el propio Jovellanos que se remite a Condillac, Dumarsais, Gibelin y a las enciclopedias francesa y británica en TTPE, 245a. No obstante, a pesar de lo dicho por Menéndez y Pelayo, sólo he encontrado dos coinciden-cias totales de citas de autores latinos entre Jovellanos (CHC, 129b) y Blair, Lectures…, I, pág. 67 (Farsalia de Lucano), CHC, 123b y Lectures…, I, pág. 57 (aparte el título del epígrafe Elocuencia del púlpito (CHC, 134a) y Eloquence of the Pulpit: Blair, o. c., pág. 101).

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que así se puede decir que el hombre piensa cuando habla, como que el hombre habla cuando piensa, ó que para él pensar es hablar consigo mismo (TTPE 240a-240b).

Consecuencia de ello es el método que imagina para la formación cabal de los prin-cipiantes en el camino del aprendizaje. El orden del estudio de las lenguas que pro-pone es el que sigue: primero, principios de lingüística general según un método personal del gijonés y en español, segundo, de la gramática castellana, tercero, el estu-dio de las lenguas vivas o muertas y sus gramáticas correspondientes:

Empezará por los principios de la gramática general, enseñados según nuestro método… y por este método, cuando los jóvenes hubieren de pasar al estudio de las lenguas muertas o vivas, y de sus gramáticas, la enseñanza se reducirá á hacer esta misma comparación de la lengua cuyo estudio emprendieron9.

Recordemos, como punto de partida en el que se encuadra el lugar concedido al valor de la lengua latina, la postura de Jovellanos sobre la progresión educativa. Sus ideas sobre la educación no iban ni mucho menos a la par de la que era moneda común en la práctica universitaria de su tiempo. Y para reformarla no entraban en los planes de nuestro ilustre polígrafo los instrumentos básicos del cultivo de las lenguas clásicas, vale decir griego y latín. Estas desde luego son para él herramientas inmejorables, pero en tanto sirven para la perfección de la educación, no para el manejo general ni como cimientos de los demás saberes, papel que ha de ocupar la lengua castellana10. Con todo, esa preferencia del castellano sobre el latín en la enseñanza de las humanidades no surgía ‘ex novo’ con el ilustre gijonés, pues que ya ganara adeptos en el Colegio de Lenguas salmantino. En el año 1767, una década antes de la redacción del Reglamento por Jovellanos, en la propia Salamanca, preconizaba la preferencia de la lengua caste-llana sobre la latina el obispo de esa ciudad Antonio Tavira11. Si las lenguas son objetivo

9 Curso de humanidades castellanas, en BAE 46, Obras publicadas e inéditas de D. Gaspar Melchor de Jovellanos. I (ed. Cándido Nocedal), pág. 101a. En adelante lo citaré como CHC. Así mismo un pensa-miento no diferente en Memoria sobre educación pública, o sea Tratado teórico-práctico de enseñanza, ‘ibid.’, pág. 245b: A la gramática general debe suceder la castellana. Puede verse también este último tratado en la obra citada de Polt (1993, págs. 420-455).

10 Fue Jovellanos, en palabras del gran estudioso del papel jugado por nuestro humanismo, «quien tuvo ideas más claras del papel que debía desempeñar el latín en la docencia y en la formación de la juven-tud», sin que ello supusiera, no obstante, abandonar el cultivo de las humanidades con la lectura de los clásicos griegos y latinos en sus originales, cf. L. Gil, Panorama social del humanismo español (1500-1800), Madrid, 1997, pág. 82.

11 Cuyo era el parecer siguiente: «La precisión de hablar latín en todas las funciones públicas acaso convendría que se moderarse o se quitase en un todo, pero como el Consejo mandó años pasados lo contrario, venero sus determinaciones», en Joël Saugnieux, La ilustración católica en España. Escritos

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principal del aprendizaje, debe partirse, como decíamos, de la estructura mental insita en el lenguaje materno, en el caso de nuestro país la lengua castellana, pero sin omitir el estudio, como útil óptimo de valoración y entendimiento de la lengua, de las lenguas vernáculas, incluido, claro es, el bable, pero sin descuidar ninguna clase de lengua, así el mallorquín por ejemplo12. Vuelve a insistir en el valor del estudio metódico de la lengua propia para los estudiantes de «ciencias útiles» en el Plan de Instruccion Pública (PIP), pero inmediatamente admite el cultivo y estudio más profundo de las humani-dades latinas para aquellos saberes que lo requieran, y, como se ve por la inicial expre-sión adverbial, sin que ello le cree sentido de contradicción alguna:

Pero al mismo tiempo determinará la junta cuáles son los estudios á que los jóvenes no deben ser admitidos sin que antes acrediten por un riguroso examen, no solo haber estu-diado la latinidad, sino hallarse bien instruidos en la propiedad y humanidades latinas; por-que solo así podrán disfrutar con gusto y provecho las obras originales que contienen la doctrina de su estudio» (PIP 271a-b).

Con todo, rechaza Jovellanos el monopolio que acapara lo «latino» en cuanto se re-fiere a humanidades, como se deja ver en respuesta a Posada el 7 de mayo de 1800: te-meroso de que el posible requisito de conocimiento del latín reste alumnos a su Instituto, protesta así: «no sé por qué han venido a arrogarse por sí solas [las humanidades lati-nas] este nombre»13. En fin, puede resumirse el objetivo pedagógico de Jovellanos en el lema puesto al frente de su querido Instituto Asturiano: Quid verum, quid utile 14.

Lo que antecede es muestra del valor que en teoría o programáticamente concede Jovellanos al puesto que debe ocupar la enseñanza del latín en la formación deseable y de mayor utilidad para los jóvenes en general. Esto de un lado. Vengamos, sin em-bargo, a exponer el lugar que en la práctica de los desarrollos concretos del programa educacional ocupan los autores latinos en algunas de sus obras, tanto en calidad de autoridades como en la de fuentes resumidoras y equivalentes de su propio pensar y sentir. Pues bien, tras estas premisas, a fin de ofrecer el interés que los autores latinos despiertan en Jovellanos, aduciré las citas latinas de autores clásicos que no sólo le venían de los tratados retóricos seculares, desde Guillermo de Conches o Alejandro

de Don Antonio Tavira, obispo de Salamanca (1737 – 1807), Salamanca, 1986, págs. 118-119. Para más ejemplos de aquella preferencia cf. A. Astorgano Abajo, «Juan Meléndez Valdés, Humanista», Revista de estudios extremeños 60 (2004), págs. 373-376.

12 TTPE, 245b.13 Cf. J. Caso González, El pensamiento pedagógico de Jovellanos y su Real Instituto Asturiano, Oviedo,

1980, pág. 24.14 Por cierto, extractando y uniendo dos versos de Horacio: qui, quid sit pulchrum, quid turpe, quid

utile, quid non (‘Ep’. I. 2, 3); quid verum atque decens, curo et rogo et omnis in hoc sum (‘Ep’. I. 1,11).

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Jovellanos de cara a la lengua y autores latinos – Emiliano Fernández Vallina 79

Neckham, sino de un ambiente que se incubaba, siguiendo la tradición visible en Sa-lamanca desde hacía más de dos centurias, en los grupos poéticos con los que se rela-cionó Jovellanos15. Y, dado que no se han explicitado, a lo que yo sé, los pasajes traídos a colación en los escritos de Jovino, lo hago ahora, poniendo en nota los lugares res-pectivos a donde remitir u ofreciendo los que están detrás de sus citas, escuetas como son sin más que el nombre del escritor latino, reproduciendo los textos, en su caso, tal como están en las ediciones actuales más reconocidas16.

Cicerón le sirve de ejemplo para ilustrar el fenómeno retórico de la «Derivación»: Vos habeis vencido la victoria misma, bien es verdad que junto con otro ejemplo del Cid de Corneille17.

Para el de «Reticencia» usa un pasaje del discurso ciceroniano en defensa de Ligario:

Si en la alta fortuna que gozáis no tuvieseis vos aquella dulzura á que por naturaleza propendéis, yo os aseguro, y yo me entiendo, que vuestra victoria seria un manantial de sangrientas catástrofes18 (CHC, 122b).

Para la figura del «Apóstrofe», Cicerón sin explicitar demasiado:

y por su mucha elevación se debe emplear solamente en la poesía, y muy rara vez en la prosa. No obstante, Cicerón hace uso de ella [figura de apóstrofe] en una de sus oraciones por Milón, hablando con el monte Albano, en cuyas inmediaciones fue muerto Clodio: Yo os imploro y os pongo por testigos, oh sagrado monte Albano, bosques religiosos y altares albanos, tan antiguos como los del mismo pueblo romano, y asociados á su culto; vosotros que fuisteis profanados por este insensato con las masas enormes de sus edificios19 (CHC, 123b).

Pero también Virgilio:

¡Ah joven digno de compasión! Si por alguna vía logras romper los duros hados que te amenazan, tú serás Marcelo 20 (CHC, 123b).

15 Vid. entre muchos otros F. Rodríguez de la Flor, «Aportaciones al estudio de la escuela poé-tica salmantina (1773-1789)», Studia Philologica Salmanticensia 6 (1982), págs. 200-202.

16 Sólo en la MDJC se consignan las obras y capítulos, sea fruto de la precisión de Jovellanos o bien de la de Nocedal.

17 Cic., ‘Pro Marcello’ 12. 7: Atque ipse cogitans sentio: ipsam victoriam vicisse videris, et misericordia viceras: hodierno vero die te ipse vicisti (CHC, 121b).

18 Dicam plane, Caesar, quod sentio. Si in tanta tua fortuna lenitas tanta non esset, quam tu per te, per te, inquam, obtines –intellego quid loquar–, acerbissimo luctu redundaret ista victoria (‘Pro Ligario’ 15, 1).

19 Vos enim iam, Albani tumuli atque luci, vos, inquam, imploro atque obtestor; vosque, Albanorum obru-tae arae, sacrorum populi Romani sociae et aequales, quas ille praeceps amentia, caesis prostratisque sanctissi-mis lucis, substructionum insanis molibus oppresserat (‘Pro Milone’ XXXI. 84).

20 Heu miserande puer, si qua fata aspera rumpas, tu Marcellus eris ( ‘Aen’. 6, 882-883).

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80 Cuadernos de investigación. núm. 1 – Artículos

Para «Hipotipósis», de nuevo Cicerón sin especificar obra:

Delito es grande encadenar un ciudadano romano, maldad terrible azotarle, casi parrici-dio matarle; pues ¿qué dirémos de ponerle en una cruz?»21 (CHC, 124b).

Del mismo modo, hablando del estilo florido alega:

Cuanto más viva y uniformemente hieren las cosas en nuestra imaginación, tanto más pronto nos cansan y fastidian, como dice Cicerón en su Orador22(CHC, 127b).

Dentro de las figuras de pensamiento Virgilio es de nuevo propuesto como modelo con una doble cita para «Interrogación y Exclamación»:

¿Quién pasará en silencio á los dos Escipiones, rayos de la guerra?. Oh piedad! Oh fe antigua! Oh indomable diestra en las batallas!»23 (CHC, 123b).

Junto a fray Luis de León, de quien cita cuatro versos de la Profecía del Tajo, hace referencia a Quintiliano para «Personificación» sin citar pasaje alguno:

Es de tanta elevación en este modo [cuando se hace hablar a las cosas inanimadas, á los ausentes y á los muertos], que se necesita, según Quintiliano, prepararle el camino con un esfuerzo grande de elocuencia, para que no parezca muy atrevida (CHC 124a).

Del mismo modo, al hablar de las «tres especies de estilo»:

Es tan natural, dice Quintiliano, la división que acabamos de hacer del estilo, que en Homero, el escritor mas antiguo que conocemos, se nota y señala con sus propios caracte-res 24 (CHC, 126b).

A propósito del estilo simple, recoge lo dicho, según él, por Quintiliano, de quien había hablado antes, para resaltar la conveniencia de no juntar partes escritas con

21 La cita peretenece a las Verrinas : Facinus est vincire civem Romanum, scelus verberare, prope parrici-dium necare: quid dicam in crucem tollere? (‘Ver.’ 2.5.170.3).

22 El pasaje no es del Orator sino de ‘De oratore’: Difficile enim dictu est, quaenam causa sit, cur ea, quae maxime sensus nostros impellunt voluptate et specie prima acerrime commovent, ab eis celerrime fastidio quo-dam et satietate abalienemur (‘De Oratore’ 3.98.3).

23 Quis te, magne Cato, tacitum aut te, Cosse, relinquat? Quis Gracchi genus aut geminos, duo fulmina belli, Scipiadas… Heu pietas, heu prisca fides inuictaque bello dextera! (‘Aen’. 6, 841-842; 6, 878-879).

24 Cf. Quintiliano, Inst. 2, 17, 8; 2, 3, 10; 12, 11, 21.

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Jovellanos de cara a la lengua y autores latinos – Emiliano Fernández Vallina 81

«amable simplicidad» y otras adornadas con rasgos brillantes, que entonces repugna-rían: en tal caso,

A un trozo escrito con una amable simplicidad, si se le quisiese adornar… le sucedería lo que á una estatua de Lisipo, que Nerón hizo vestir ricamente; esto es, que la riqueza ofus-caba todas las gracias, y fue necesario despojarla y volverla á su primer estado, para resti-tuirla su merito (CHC, 126b).

También utiliza al maestro de retórica a propósito del apartado «Elocuencia», en-careciendo el valor preferente de las pruebas y la sencillez frente a la ampulosidad sin consistencia real:

un rústico que hable al caso sin arte, prevalecerá generalmente sobre el mas diestro ora-dor, que haga mas ostentación de flores y paramentos que de razones. ‘Póngase cuidado en las palabras, y mucho esmero en las cosas’, dice Quintiliano25 (CHC, 132a).

Cuando ha de hablar del «sublime», a fin de evitar la excesiva tensión que produ-ciría una elevación del ánimo querida por un escritor, e imposible de mantener si se prolonga demasiado tiempo o con demasiadas palabras, escribe:

cuando un autor nos ha puesto en este estado… si multiplica las palabras sin necesidad, si enriquece con adornos brillantes el objeto sublime que nos presenta, si prodiga las deco-raciones y con ellas oculta la imagen principal, en el momento altera la clave, relaja la ten-sión del ánimo y enerva la fuerza del sentimiento; de forma que podrá quedar lo bello, pero desaparecerá por grados el sublime. Cuando César dice al piloto, que tenía hacerse con él á la mar en una tormenta: «Qué temes? Llevas á César», nos conmueve la osada magnanimi-dad de uno que reposa con tanta confianza en su causa y su fortuna; pero Lucano, tratando de amplificar y adornar el pensamiento, le va demudando mas y mas del sublime, hasta que al cabo viene á a parar en una hinchada declamación:

César, que siempre armó la confianzaContra amenazas últimas del hado,«Mi naufragio, responde, es la tardanza.Larga velas en contra el golfo airado,Combate su altivez, sus fuerzas doma,Y si te niegan puerto, en mí le toma 26 (CHC, 129b).

25 Quintiliano, ‘Inst.’ 8, Prohoem., 20: Curam ergo verborum, rerum volo esse sollicitudinem.26 Esta traducción, sin duda tomada de la que hiciera Jáuregui en octavas reales, corresponde a los vv.

de la Farsalia, 5, 577-589: fisus cuncta sibi cessura pericula Caesar, etc. Pudo leerla Jovellanos en la edición de Armendáriz, La Farsalia. Poema español escrito por Don Iuan de Iauregui y Aguilar…, sacale a luz Sebas-

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Mientras que en Virgilio reconoce el acierto a la hora de elevar al estilo sublime la caracterización de una tempestad:

Una tempestad es sin duda un objeto sublime en la naturaleza; pero las propias y grandes circunstancias que Virgilio felicísimamente le acomoda, le presenta al ánimo en un grado muy alto de elevación:

El mismo Padre celestial, cercadoDe tempestad y noche tenebrosa,Rayos fulmina con la diestra armada27 (CHC, 129b).

Hablando de la «Elocuencia del foro», aconseja tener presentes, sí, a los modelos más excelsos de la elocuencia, Demóstenes y Cicerón, en tanto en cuanto pueden mostrar mecanismos técnicos aprovechables siempre procesalmente, pero sin que quepa –cree– en los tiempos en que vive la imitación de aquellos en la oratoria forense en cuanto tienen de estructura declamatoria, ya que la oratoria política y la judicial están para su tiempo más alejadas de lo que lo estuvieron en época clásica:

Siendo la elocuencia del foro mas limitada y modesta que la de las juntas populares, no debemos considerar las oraciones de Demóstenes y Ciceron como rigurosos modelos de la manera y estilo que conviene al estado presente del foro… Siempre se podrán estudiar con mucho provecho estos dos famosos oradores, por la destreza con que abren la materia, por la facilidad con que se insinúan para granjearse el favor de los jueces, por la buena coordina-ción de los hechos, por lo gracioso de su narración y por el plan y exposición de las pruebas. Pero seria ahora ridículo imitarlos en sus exageraciones y amplificaciones, en su difusa y vehemente declamación y en su empeño de excitar las pasiones (CHC, 133b).

En fin, a los obstáculos de conseguir en cualquier tipo de discurso una siempre di-fícil conjunción entre materia y expresión conforme, viene a culminarlos la oratoria sagrada, o por mejor decir, homilética. Para el autor del Curso tres pueden ser los re-quisitos imprescindibles de la predicación: seriedad e ímpetu cordial en la ejecución

tian de Armendáriz. En Madrid, por Lorenzo Garcia Acosta de Sebastian de Armendariz …, cuya licen-cia es de 1684; o bien en la obra de Ramón Fernández, Rimas y Farsalia de don Juan Jauregui. Madrid, Imprenta Real, 1786/1789. El buen latinista V. J. Herrero, en la introducción a su edición del poeta his-panoromano para la Colección Hispánica de Autores Griegos y Latinos, M. Anneo Lucano, La Farsalia I, (texto revisado y traducido por V.-J. Herrero), Barcelona, Alma Mater, MCMLXVII, pág. XLVII, dice que «apologías del mismo estilo [buena defensa de Lucano] se encuentran en el Curso de humanidades caste-llanas de Jovellanos», pero, como se puede ver, no pasan los elogios de Jovellanos de citas y reconoci-miento implícito de la autoridad del poeta latino.

27 Ipse pater media nimborum in nocte corusca fulmina molitur dextra (‘Georg’. 1, 328-329).

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Jovellanos de cara a la lengua y autores latinos – Emiliano Fernández Vallina 83

de un lado, y de otro, lo que bien se puede expresar con la cita bíblica que se esconde en su consejo28, esto es, corazón abundante y ganas de llegar al público:

Los principales caracteres de la elocuencia del púlpito son dos, a saber: la gravedad y el calor. La naturaleza de las materias pertenecientes al púlpito pide gravedad; su importancia exige calor. No es fácil ni común unir estos dos caracteres en el grado conveniente. Si pre-pondera la gravedad, viene á parar en una mejestad informe y fastidiosa. El calor, cuando le falta la gravedad, raya en teatral y ligero… Entonces conseguirán [los predicadores] aquella manera de predicar afectuosa y penetrante, que nace de una fuerte sensibilidad de su cora-zón á la importancia de las verdades que tienen en la boca, y de un ardiente deseo de que hagan la mas profunda impresión en el corazón de sus oyentes CHC 134a-b.

Dentro de las «Partes del discurso» al caracterizar el «Exordio» expone la conve-niencia de que el orador predisponga a su auditorio a aceptar sus intenciones. Agrega Don Gaspar:

Este es, ó debe ser siempre, el fin de toda introducción. Conforme á esto señalan Cicerón y Quintiliano tres fines, de los cuales es necesario siempre acomodarse á alguno, cuando no á todos ellos; es a saber, hacer benévolos, atentos y dóciles á los oyentes (CHC 134b-135a).

Sobre la «poesía didáctica» para recalcar la aconsejable posibilidad de introducir, aun dentro del orden y método propios de tal clase de poesía, episodios y adornos que hagan menos aburrida la exposición instructiva sin interrupción, escribe:

Pero los episodios deben estar enlazados con el asunto; y en esto se admiran el arte y la felicidad con que los introducen Virgilio en sus Geórgicas y Lucrecio en los seis libros De la naturaleza de las cosas (CHC 142a).

Cuando precisa la índole de la «Poesía épica» defiende a Lucano, mas no sin pre-sentar la opinión contraria de algunos críticos:

Pretenden algunos que el poema épico, por su esencia, debe ser una alegoría ó fábula, fa-bricada para ilustrar alguna verdad moral; y aun por los mismo descartan de esta clase á la Farsalia de Lucano y otros poemas que tratan materia puramente histórica. Pero los mayores críticos están por la opinión contraria, y solo pretenden que el hecho que refiere este poema esté adornado de tales circunstancias, ya verdaderas, ya fingidas, que interese y suspenda el ánimo de los lectores. El fin que se propone el poema de esta clase es extender ideas acerca

28 Mateo 12, 34: ex abundantia cordis os loquitur.

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de la perfección humana y excitar la admiración. Esto solo puede conseguirse por una repre-sentación propia de acciones heroicas y de caracteres virtuosos (CHC 142b-143a).

Y en esta misma sección, con idéntico criterio que antes a propósito de la poesía didáctica, vuelve a Virgilio, aun si en paridad con Tasso, para aconsejar, a fin de evitar la monotonía de inacabables batallas y hazañas cruentas, la intercalación, conveniente a el autor épico que se precie de tal, de escenas «delicadas y placenteras», aunque no todas las de esa clase, sino las más humanas:

De estas debe preferir aquellas situaciones que mas despiertan los sentimientos de hu-manidad, y estarán sin duda en ellas los pasajes mas interesantes de la obra, como se ve en Virgilio y Tasso» (CHC 143b).

Y aun vuelve a Lucano como ejemplo, ‘sensu contrario’, del desarrollo de la precep-tiva habitual en el campo de la epopeya:

El terror y la compasión son asuntos propios de la tragedia, y del poema épico la eleva-ción de ánimo y admiración de lo heroico; y así, el éxito infeliz es mas propio de aquella que de este; no obstante, hay algunos poemas de mucho nombre que le tienen infeliz, como la Farsalia de Lucano, en la ruina de la libertad romana, y El Paraíso perdido de Milton en la expulsión del hombre de este sitio feliz (CHC 144a).

También podemos encontrar huellas de la atención a los clásicos por parte de Jovella-nos en el Reglamento para el Colegio de Calatrava de Salamanca29, en donde se hará tam-bién patente aquella contraposición de métodos, ya planteada, mutatis mutandis, en el siglo XII con las irreconciliables posturas de Chartres y París. Está hablando el prócer gijonés de la corrupción sufrida por el método escolástico en las Facultades de Teología y Cánones, debida, según él, al empleo de las afiligranadas distinciones aristotélicas:

las ventajas del estudio sistemático de la teología desaparecieron luego que el escolasti-cismo… mezcló a la pura y santa teología positiva las sutilezas aristotélicas, y sustituyó al estudio de las fuentes el de una increíble muchedumbre de cuestiones frívolas y ridículas, y tanto mas peligrosas, cuanto se trataban por un método expuesto de suyo á oscurecer con

29 Escrito en 1787, por tanto antes del CHC. Editado asimismo en el tomo 46 de BAE, y luego también por el muy benemérito jovellanista de Cangas de Onís: Reglamento para el Colegio de Calatrava (ed. J. M. Caso), Gijón, Stella, 1964. En adelante RCC. Cito por la edición de la BAE. Contrapone M. Menéndez y Pelayo, «Memoria presentada al concurso sobre el tema Jovellanos» BRAH 19 (1891), pág. 265, así: «en pedagogía pasó desde el Reglamento de estudios del Colegio de Calatrava, lleno de resabios jansenistas y enciclopedistas hasta el Tratado teórico-práctico de enseñanza, que es un libro casi tradicionalista».

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Jovellanos de cara a la lengua y autores latinos – Emiliano Fernández Vallina 85

sofismas el esplendor de la verdad, cuyo mal se comunicó también al estudio de los cáno-nes… Otro mal, nacido del mismo origen, acabó de embrollar el estudio teológico, y aun el de cánones, cuando las opiniones nuevas y encontradas que produjo el escolasticismo, y en las cuales era libre la elección de partido, abortaron varias sectas, que, inventando otras para sostener las primeras, dividieron al fin todos los profesores de ambas facultades en escuelas, obligándolos a dar al estudio y defensa de sus opiniones características toda la atención, que solo debieran consagrar a los puntos del dogma, de disciplina y de moral, que forman el verdadero patrimonio de las ciencias eclesiásticas (RCC, 201b).

Este menosprecio del método escolástico rutinario, que se había hecho estéril, y cuya condena por favorecer la especulación pregona Jovellanos en pro del ensalza-miento de la ciencia empírica, siguiendo las trazas de lo que no mucho antes había hecho Feijoo, no era nuevo en él. Para remediar la situación a que se había llegado en la Universidad, propone nuestro pedagogo volver a las fuentes, tal como lo habían re-clamado, casi seiscientos años atrás los de Chartres, insistiendo en ello y haciendo ver sin atisbo alguno de minoración, su importancia:

Deberán considerar [los regentes de teología y cánones] a este fin que, así la teología como el derecho canónico, aunque con bastante diferencia entre sí, son facultades de autori-dad y tienen su apoyo en ella; que el verdadero y sólido estudio en una y otra se debe hacer en las fuentes, y que por lo mismo será la primera obligación de su ministerio el darlas á co-nocer y entender a sus discípulos completamente, y dirigirlos sin cesar a ellas (RCC 201b).

Por otra parte, frente a los valores de los preceptos literarios, los métodos argumen-tativos de los escolásticos han permitido el olvido de las características que deberían estar presentes en la forma de las enseñanzas. Lo afirma sin remilgos y sin concesiones nuestro magistrado en un párrafo bien contundente:

a cuya sombra [de los escolásticos] han desaparecido de los teatros literarios la claridad, la solidez, el orden, la belleza, y en una palabra, todas las dotes que recomiendan el estilo didáctico ó doctrinal, y de que existen tan excelentes modelos en la antigüedad, y sobre todo en Cicerón» (RCC 221a-b).

No obstante, y desde la categorización de las lenguas recordada antes, si bien no cabe mengua en la descalificación aristotélica en la sección a que nos referimos30, no está se-parada la vuelta a las fuentes, como era de esperar, del atento apoyo en los autores latinos

30 Con todo, vid. el atemperado nº 20 del apartado De la forma de los ejercicios semanales, en donde no se condena «el uso del silogismo, sino su abuso». Agrega Jovellanos: «Por tanto, y para que no se malcen-suren ni malinterpreten nuestras ideas, prevenimos que nuestro ánimo es solo desterrar de los ejercicios del colegio aquella forma árida e ingrata de argumentar, canonizada por los escolásticos» (RCC 221a).

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como soporte de los estudios de humanidades, sin dejar de parar mientes en que van dirigidas sus normas al bien de alumnos universitarios31. Veamos los ejemplos:

Los ejercicios de humanidades se reducirán á llevar de memoria algún trozo de un autor clásico, y traducirle, explicarle, analizarle ó extractarle, á arbitrio de los oyentes, dando ra-zón de todo lo que sea relativo á su mas completa exposición (RCC 219b).

Para los estudiantes de la primera etapa de humanidades sugiere el programa si-guiente en los ejercicios de las prácticas, diríamos hoy, de Retórica32:

– Recitación, versión y explicación de las Vidas del Nepote. – Algún trozo de los Comentarios de César o de los Oficios de Cicerón.– Una ó mas estrofas de una oda de Horacio / Una ó mas estrofas de una égloga

de Virgilio33.

Para los de la segunda etapa:

– Un discurso de Tito Livio o de Salustio.– Un libro –o bien un trozo– significativo de la Eneida.– Una epístola o una sátira de Horacio.

Para los de la tercera etapa:

– Dos o tres partes seleccionadas de un discurso de Cicerón.– Epístola a los Pisones o Epístola II. 1 (a Augusto) de Horacio.– Un acto / una escena de una tragedia de Séneca.

Así mismo, los autores obligatorios que propone Jovellanos para ser enseñados en los ejercicios de «construcción y versión» son los siguientes, en orden gradualmente ascendiente:

– Nepote (vidas de Milcíades, Trasíbulo, Catón, Ático y Aníbal).

31 Es de mencionar el interés «pedagógico» en el sentido actual, es decir, en la atención individuada a cada estudiante, de Don Gaspar: «La Junta, en el señalamiento de las materias particulares de cada ejercicio, tendrá consideración, no solo al estado en que se hallare de sus estudios el individuo que le debe tener, sino también á sus disposiciones y adelantamientos, no poniendo sobre cada uno mas carga de la que corresponda á sus fuerzas», Ibidem.

32 Cf. RCC, 219b-220a.33 Ambas opciones, virgiliana y horaciana, sólo para los ejercicios de Poética.

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Jovellanos de cara a la lengua y autores latinos – Emiliano Fernández Vallina 87

– César (pasajes relativos a la guerra de las Galias y a la de Hispania).– Terencio (Andria, Heautotimorumenos, Adelphos).– Cicerón 1º (Brutus, De inventione rethorica, Topica, De officiis, De senectute, De

amicitia, Somnium Scipionis).– Cicerón 2º (Pro lege Manilia, Pro Marcello, Pro Ligario, Pro rege Dejotaro, Pro

Archia poeta, Contra Catilinam, Pro Milone, Segunda Filípica, La quinta in Ve-rrem).

– Tito Livio (segunda Púnica).– Salustio (Conjuración de Catilina, Arengas de Jugurta).

Como autores aconsejables, mas que quedan al arbitrio del catedrático, propone estos que se citan34:

– Plinio el mozo (Panegírico de Trajano).– Tácito (Germania, Vida de Agrícola, De oratoribus35).– Quintiliano (Instituciones I y II).– Séneca (Cartas, Cuestiones Naturales).– Columela (Tratado de agricultura).– Virgilio (todas sus obras, especialmente las Geórgicas).– Horacio (Odas36; Sátiras: libro I: 1ª, 4ª, 6ª, 9ª y 10º; libro II: 1ª, 2ª, 6ª y 7ª, así

como todas las Epistolas37).– Catulo, Tibulo y Propecio (sus mejores y «más puras» elegías).– Ovidio (algunas de las Heroides, algo de Metamorfoseos). – Séneca (tragedias: Hipólito, Medea, Troyanas).– Juvenal (Sátiras: 1ª, 2ª, 3ª, 7ª, 8ª, 10ª y 14ª).– Propercio (sus seis sátiras)38.

34 Vid. RCC, 195a-195b.35 Haciendo gala de espíritu crítico, no atribuye esta obra al gran historiador latino ni afirma con se-

guridad ser de Quintiliano.36 Si bien «todas las honestas». 37 Sobre todo –añade– «particularmente la dirigida a Augusto, que es la primera del libro II, y la que

escribió á los Pisones». Y prosigue proclamándolas a efectos de formación literaria como las mejores páginas escritas: Estas dos epístolas se deberán saber de memoria, y darán materia á la continua explicación del catedrático, pues formarán por sí solas una especie de código del buen gusto con relación a todas las produc-ciones del ingenio (RCC, 195b).

38 De los demás poetas latinos, dada la temprana edad de los estudiantes para los que está haciendo el programa, ni hablar: en efecto, ellos no se podrán admitir jamás en la enseñanza de las humanidades, para que sus vicios, agradables a la juventud, no corrompan el buen gusto de los discípulos; pues aunque hay entre ellos algu-nos dignos de ser leídos, son mejores para espíritus formados que para principiantes (‘ibid.’, 195b-196a).

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88 Cuadernos de investigación. núm. 1 – Artículos

Es de sobra sabido: hasta el siglo XVIII las clases en la Universidad española habían de impartirse en latín. Con problemas y multas por su incumplimiento ya en tiempos, y en la persona, de fray Luis de León. Y tal práctica no era ajena en las sedes académi-cas durante la vida de Don Gaspar. Ante el panorama que el estado de dicha práctica presentaba a los ojos de quienes lamentaban la pobreza que esparcía tal rutina, Jove-llanos no duda en protestar y rechazar la inveterada costumbre, tanto en el Reglamento como doce años después en el Tratado:

Las preguntas, observaciones y reparos, así como las respuestas y satisfacciones en los ejercicios de humanidades, se harán precisamente en castellano, y prohibimos absoluta-mente que se puedan hacer en latín, con ningún pretexto. Ni de aquí se arguya que tenemos en poco la lengua latina, cuyas bellezas amamos y admiramos; tenemos por muy impor-tante y necesario el conocimiento de ella, y por lo mismo hemos recomendado tan particu-larmente su enseñanza (RCC 220b).

La lengua latina, por razones que se esconden a mi pobre razón, se ha levantado a la dignidad de único y legal idioma de nuestras escuelas, y lo que es más, se conserva en ellas a despecho de la experiencia y el desengaño (TTPE, I, 237a).

Insistamos en lo dicho más arriba. Tal veto del latín en las clases tiene, sin embargo, una explicación fundada, que es el garantizar que se posea de un lado un conocimiento y trato del latín tal como se usaba en el sistema de lengua de la época clásica y de otro la total ausencia de ventajas prácticas, pues una cosa es para el autor el conocimiento de la lengua del Lacio y otra bien distinta usarla como medio de expresión en las acti-vidades cotidianas. Lo expone en los números 14 a 16 del Reglamento39:

pero pues la facilidad de hablarla de repente nos parece mas dañosa que útil, creemos que podemos prohibir su uso, no solo sin inconveniente, sino con esperanza de gran utili-dad. Consideren por lo mismo los maestros y discípulos de este colegio que la ventaja, si acaso lo es, de hablar de repente una lengua muerta, nunca puede compensar el tiempo y trabajo necesarios para adquirirla; que aun adquirida, seria perjudicial en estos ejercicios, no solo porque en una lengua extraña nunca se podrán enunciar las ideas tan propia y dis-tintamente como en la nativa, sino porque según la observación del Brocense, nada co-rrompe tanto la pureza de latinidad como el usos frecuente y familiar de ella; y en fin, porque en el uso de la vida, sean los que fueren los ministerios en que el hombre se empleare, el hábito de hablar en latín es de una absoluta y notoria inutilidad (RCC 220a).

39 E insiste en otros lugares: Con todo, la enseñanza de estas mismas ciencias [Teología y Cánones] se haría mejor en castellano que en latín (TTPE, 244b), aun habiendo afirmado inmediatamente antes: Pero ¿abandonaremos la enseñanza del latín y el griego? No quiera Dios que yo asienta á esta blasfemia literaria. Y sigue con las razones demostrativas de tal aserto.

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Jovellanos de cara a la lengua y autores latinos – Emiliano Fernández Vallina 89

.Amén de las citas en sentido estricto, suele también nuestro autor encabezar con un lema, bien tomado de algún autor latino, bien recogido del acervo tradicional de latinismos, algunos apartados de estos tratados, sin contar con el resto de expresiones latinas sembradas en sus otros escritos (cartas, informes, poesías, etc). Así:

Plurima posse dicere, sed pauca debere (CHC, 106) 40.Hoc opus, hic labor est (TTPE 230a) 41. Experto crede (INSTRUCCIÓN 277, 278b) 42.Quis tam patiens ut teneat se (RCC 528a) 43.Scribendi recte, sapere est et principium, et fons (TTPE 246b) 44.Emollit mores, nec sinit esse ferox (sic) (CHC 114b) 45.Cui lecta potenter erit res, nec facundia deseret hunc, neque lucidus ordo (TAD) 46.

Hay más ocasiones en otros escritos en las que Don Gaspar deja aflorar su embebi-miento de latines. Traigamos aquí sólo un espécimen, tomado de la novena de sus Cartas del Viaje de Asturias, en donde, en las diez y siete páginas en octavo que ocupan en su última edición, cita dos veces a Tácito y una a Juvenal47:

pecorum fecunda, sed plerumque improcera. ne armentis quidem suus honor aut gloria frontis: numero gaudent, eaeque solae et gratissimae opes sunt48.

monumentorum arduum et operosum honorem ut gravem defunctio adspernantur49.

40 De ecos quintilianeos (cf. Quint. Inst. 4, 2, 34), también pudo leerlo en San Jerónimo: Eiusdem enim eloquentiae est, et pauca multis, et multa paucis verbis posse dicere (‘Contra Ioannem hierosolymitanum episcopum ad Pammachium’, 13).

41 Virgilio, Aen. 6, 129.42 Virgilio, Aen. 11,283: stetimus tela aspera contra / contulimusque manus: experto credite quantus / in

clipeum adsurgat, quo turbine torqueat hastam. Habría, con todo, un largo elenco de escritores en latín que usaron el sintagma: desde Cicerón, Top.74, o interea (crede experto, non fallimus) aegris nil mouisse salus rebus de Silio Itálico, (Pun. 7, 395) a San Bernardo: Experto crede!: aliquid amplius invenies in silvis quam in libris (‘Ep.’ 106). Es probable que lo tome Jovino de Virgilio.

43 Nam quis iniquae / tam patiens urbis, tam ferreus, ut teneat se, Juvenal, S. 1, 30-31. Unas líneas más adelante se refiere Jovellanos al «crimen de peculato».

44 Horacio, Ars Poetica, 309.45 Aquí atribuida a Horacio (Horat.) y acompañada la cita en este caso de su traducción: Hace al

hombre suave y dulcifica sus costumbres (CHC 114b). Hay que decir que no son de Horacio los versos, sino de Ovidio, incluido el cambio necesario en el último adjetivo: Adde quod ingenuas didicisse fideliter artes / emollit mores nec sinit esse feros.(‘Ep. ex Ponto’, 2. 9. 48).

46 Horacio, Ars poetica, 40. Las siglas corresponden al Tratado del Análisis del discurso (TAD), pág. 150b, de la edición en BAE 46, y los versos oraciones sirven de lema a ese tratado.

47 Es la intitulada Sobre el origen y costumbres de los vaqueiros de alzada en Asturias. Cito por la edición del citado J. Caso González, Gaspar Melchor de Jovellanos. Obras en prosa. Madrid, 1987, págs. 156-173.

48 Tácito, Germania, 5, 2-3.49 Hay en el texto una leve errata en el adjetivo sustantivado. Cf. Tácito, Germania, 27, 2: sepulcrum

caespes erigit: monumentorum arduum et operosum honorem ut gravem defunctis aspernantur.

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90 Cuadernos de investigación. núm. 1 – Artículos

Cum frigida paruas praeberet spelunca domos ignemque laremque et pecus et dominos com-muni clauderet umbra50.

Pero quizá en donde más se echa de ver en cuánta medida hubieron empapado la mente de Jovellanos las lecturas de los autores latinos es en la intercalación de citas de ellos en el correr de su prosa, ante todo en la de rasgos polémicos, y de sus argumen-taciones más apostróficas, como puede verse en las cinco muestras que siguen, perte-necientes a la segunda parte de la Memoria en defensa de la Junta Central (MDJC).

Comienza su alegato Jovellanos poniendo al frente de toda esa parte el siguiente pasaje de una carta de Cicerón, en que se intenta dar esperanza en momentos amargos a Aulo Cecina, contraponiendo la justicia, que ha de salir triunfante al fin en las perso-nas y en las altas empresas, a los males pasajeros e inmerecidos:

Ea natura rerum est, et is temporum cursus, ut non possit ista, aut mihi51, aut ceteris fortuna esse diuturna; neque haerere in tam bona causa, et in tam bonis civibus tam acerba injuria (MDJC 534b)52.

Y para defender la integridad de los miembros de la Junta, al encarecer sus méritos de lealtad y miras por el bien público, acude una vez más a Cicerón:

Quod enim est tam desperatum collegium, in quo nemo, e decem, sana mente sit? (MDJC 529b)53.

Ni encuentra mejor apoyo para expresar la inocencia de la Junta y las consiguientes e inexorables descalificación y condena de sus enemigos que el recurrir al Arpinate:

aquella pena que explica tan admirablemente una sentencia de Ciceron…Itaque poenas luunt, non tam juditiis, quam conscientia, ut eos agitent, insectenturque furiae, non

ardentibus telis, sicut in fabulis, sed angore conscientiae, fraudisque cruciatu (MDJC 533a)54.

50 Juvenal, Sat. 6, 2: Credo Pudicitiam Saturno rege moratam in terris uisamque diu, cum frigida paruas praeberet spelunca domos ignemque laremque et pecus et dominos communi clauderet umbra.

51 El texto ha de decir tibi. Con buen criterio usa el editor letra redonda y no cursiva. Sirve el pasaje de lema a la Parte Segunda del Reglamento.

52 Ad Fam. 6.5.2-3.53 De leg., 3. 10. 24.54 Esta lectura difiere de la del texto de Cicerón editado en nuestros días críticamente: Itaque poenas

luunt, non tam iudiciis-quae quondam nusquam erant, hodie multifariam nulla sunt, ubi <sunt> tamen, per-saepe falsa sunt -<a>t eos agitant insectanturque furiae, non ardentibus taedis sicut in fabulis, sed angore cons-cientiae fraudisque cruciatu. (Cic. ‘De Leg’. 1.40.4).

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Jovellanos de cara a la lengua y autores latinos – Emiliano Fernández Vallina 91

Asimismo, manifestando que ha tenido la lealtad a la patria y la integridad de buen ciudadano, recurre de nuevo al gran Tulio:

Acabaré este artículo diciéndoles lo que Ciceron á Pompeyo en una de sus cartas: nulla enim re tam laetari soleo quam meorum officiorum conscientia; quibus si quando non mutue respondetur, apud me plus offici residere facillime patior (MDJC 560b)55.

Y a fin de desenmascarar a los advenedizos que sembraron en Cádiz la cizaña contra el gobierno valiéndose de gente ruin, apela también al maestro de Roma cuando refu-taba a Clodio, el cual pretendía culpar al pueblo romano de sus propias desgracias:

An tu populum Romanum esse illum putas, qui constat ex iis qui mercede conducuntur? Qui impelluntur ut vim adferant magistratibus? Ut obsideant senatum? Optent quotidie coedem, in-cendia, rapinas? (MDJC 569b)56.

Basten, pues, los ejemplos que preceden, por más que no se agoten con ellos los casos en que ya como maestros en los que ver el arquetipo de escritura, ya como mo-delo de los temas que tratar, recurre el polígrafo gijonés a los autores clásicos57. Por concluir, pues, podemos decir que éstos en Jovellanos aparecen cual paradigmas de ejemplaridad en la preceptiva literaria, si bien, en muchos casos, en paridad con los escritores «modernos», sobre todo los del siglo XVI, o los actuales de su tiempo, traídos a colación sin lugar a duda por el tratadista asturiano en calidad de «clásicos» equiparables sin menoscabo alguno en a los de época grecorromana.

Y no obstante su rechazo del uso y abuso escolar cotidiano de la lengua del Lacio, sin que obsten sus prevenciones contra el valor exclusivo de formación atribuible a las lenguas clásicas, bien se ve cuán dentro de sí pesaban en su propia formación las lec-turas y pasajes de los autores latinos que le servían de armazón sentida en sus argu-mentaciones y propósitos.

Antes aludíamos a la actitud, propia de los llamados renacimientos, tanto medieva-les como humanista, de acogida de los autores y textos literarios como fuente en que

55 Cic. Ad Fam. 5.7.2.3.56 El texto habría de decir, tal como se establece críticamente en nuestros días: An tu populum Roma-

num esse illum putas qui constat ex iis qui mercede conducuntur, qui impelluntur ut vim adferant magistratibus, ut obsideant senatum, optent cotidie caedem, incendia, rapinas? (Cic. ‘De Domo’. 89.1).

57 Homero, Píndaro, Horacio, Virgilio, Jenofonte, Tito Livio, Demóstenes y Cicerón aparecen como modelos incomparables en la Oración que pronunció en el Instituto Asturiano, sobre la necesidad de unir el estudio de la literatura al de las ciencias (BAE 46, pág. 331b). Sin salir de los escritos en prosa, más datos de los expuestos aun podemos ver en el TTPE, en el RCC y en el Discurso sobre el lenguaje y estilo propio de un Diccionario geográfico (BAE 46, pág. 310b).

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acceder al pensamiento original y modélico de los mejores maestros que a los jóvenes podían proponerse. Tal actitud «renacentista», nada alejada de la del Brocense, al que expresamente se refiere Don Gaspar, es la escogida para la formación de los estudian-tes en «humanidades», esto es: fuentes en vez de método científico. Curiosamente, pues sabe el gran reformador y propugnador de las enseñanzas científicas en su Insti-tuto que lo verdaderamente acertado, diríamos que «científicamente», en el camino de los aprendizajes literarios iba a la par del estudio directo de las fuentes, no de la mano del método escolástico-filosófico, tan general y abstracto cuanto infructuoso e inapropiado a las materias engendradoras de literatura. No importa mucho si a fin de ofrecer el camino renovado de los planes de estudio también hubiera propuesto como modelos supremos los autores egregios de las literaturas modernas58. Ni a ello empece el hecho de que, en las partes de preceptiva poética o retórica haga uso de Blair, de Condillac u otros más cercanos a su tiempo. Todo ello, aun si pudiera parecer que hay contradicción entre el planteamiento teórico o programático de los métodos renova-dores en la enseñanza y la práctica reglamentada, va en consonancia con su concep-ción progresiva, y ante todo global, del saber, válido realmente si resulta sapiencial para la vida, esto es, y según su propia formulación en escala ascendente, un saber ca-paz de lograr hombres libres de ignorancias, buenos ciudadanos, con la mira puesta en la progresión en las virtudes, sumidos finalmente en el culmen de la perfección desea-ble a la humanidad, vale decir la que se alcanza en la esfera vital del cristianismo59. Y para hacer explícito su programa tanto como para reflejar certeramente el estado de ánimo o las circunstancias de sus actuaciones, bien como lemas, bien como apoyatura y punto de partida, en los momentos álgidos recurre a los pasajes ‘ad hoc’ de los auto-res latinos que mantenía en su acervo. No se puede decir que ellos fueran ajenos, ni mucho menos, al genio personal de Jovellanos.

58 Tasso, Milton, sobre todo. Expresamente coloca en paridad con Homero, Platón, Jenofonte, Ci-cerón, Livio y Virgilio a los siguientes: Fray Luis de Granada, León, Ambrosio de Morales, Oliva, Fray Luis de León, Mariana, Herrera, Abril en TTPE, 244a-b, además de en otros pasajes del RCC. Nótese que no menciona entre ellos a Cervantes. Sí lo hace al alabar el cultivo del «buen gusto» en Oración sobre el estudio de la Literatura y las Ciencias, pág. 332b del mismo tomo de la BAE, y como uno de los autores de prosa preferibles en RCC 196a. De Meléndez, Moratín, Cienfuegos y Quintana, al lado de Homero, Eu-rípides, Horacio y Virgilio, Milton, Pope, Boileau y Racine, afirma «que podemos citar [los] sin ver-güenza» (TTPE, 247b).

59 TTPE, 253a.

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El concepto de ‘lengua’ en Jovellanos1

Ángela Gracia MenéndezUniversidad de Otago (Nueva Zelanda)

RESUMEN:

El objeto del presente artículo es exponer el concepto de lengua del polígrafo asturiano, Gaspar de Jovellanos. Trataré de mostrar la variedad de sus enfoques puesto que esboza una aproximación hermenéutica, se interesa por cuestiones históricas y diacrónica de la lengua, por cuestiones dialectales como la compilación del léxico asturiano pero también por la gramática general que se enseña en su Instituto de Náutica y Mineralogía de Gijón antes de pasar a la gramática del castellano y las humanidades castellanas. Sus diferentes enfoques se inscribirán en las ideas lingüísticas del siglo XVIII tanto en España como en Europa.

Palabras clave: Filología, lingüística, historiografía lingüística.

ABSTRACT:

The aim of this article is to present Gaspar de Jovellanos’ concept of language.I shall focus on the variety of his linguistic work and inscribe it into the 18th century writ-

ings related to linguistics within Spain but also Europe. Jovellanos touched almost all topics discussed related to language and its study, such as the historic and the diachronic perspec-tive on Spanish but also his native Asturian dialect, for which he intended to formulate specific guidelines for its compilation. Being a judge, his first expression of interest for the Castilian language was the reflection on the knowledge of the language as condition to be able to understand old written legal texts with which he formulated a hermeneutical ap-proach on language. One of his other interests was the tuition of General Grammar, Castil-

1 Este artículo es un esbozo del libro Gracia Menéndez, A.: Las ideas lingüísticas de Gaspar de Jove-llanos que la Fundación Foro Jovellanos publicará en 2008 y que recibió en 2007 el IX Premio de Inves-tigación de la Fundación Foro Jovellanos, patrocinado por Ideas en Metal. Fue también el tema de una ponencia presentada en la Conferencia bianual de AILASA (Association of Iberian and Latin American Studies of Australasia) en Sydney en septiembre de 2006.

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ian Grammar and Castilian humanities at the Institute of Mining and Engineering he founded in Gijón.

Key words: Philology, Linguistics, Historiography of Linguistics.

Gaspar de Jovellanos (1744-1811) es indudablemente el personaje más destacado de la Ilustración española. Es considerado la figura más representativa para una fase importantísima pero a la vez dificilísima de la historia de España, el siglo XVIII. Este ilustre asturiano es normalmente asociado con una diversidad temática extraordinaria que abarca temas desde economía, derecho, política, pedagogía, geografía, ingeniería hasta arte, pero no consta una obra de carácter lingüístico. Un estudio minucioso del conjunto de su obra nos revela, sin embargo, que también redactó algunos discursos, escritos, anexos, epístolas, instrucciones, apuntamientos, etc. en los que Jovellanos aborda cuestiones que atañen a la lengua y distintas perspectivas que afectan su estu-dio y que, en mi opinión, no se han examinado a fondo.

El objeto de este artículo es ceñirnos a su concepto de ‘lengua’ que expresa en var-ios escritos a lo largo de su vida y cuyo estudio aborda desde varios enfoques. Es cierto que esos escritos pueden considerarse ‘menores’ en comparación con sus obras sobre economía, derecho, política, literatura, enseñanza, por la escasa repercusión que tuvi-eron a nivel nacional si se compara con el impacto que tuvo la Memoria de ley agraria que Miguel Artola calificó de “obra capital y el texto que mayor influencia ha tenido en la historia de la España contemporánea”.2 Sin embargo, si consideramos las observa-ciones de carácter epistemológico que el gijonés le atribuye a la lengua me atrevo a elevar esos escritos a un rango comparable al de su Memoria de ley agraria teniendo en cuenta que para Jovellanos la función del lenguaje no es sólo un medio para comuni-car ideas sino también un instrumento para el pensamiento. Con ello demuestra que supo valorar la función crucial que tiene el lenguaje para el ser humano.

Un repaso crítico de las obras sobre el siglo XVIII español nos muestra una imagen bastante variopinta. Yvonne Fuentes, por ejemplo, señala que la diferenciación fue una parte esencial de la Ilustración española.3 Y en efecto, las obras más recientes ha-cen hincapié en la diversidad y heterogeneidad de todo el siglo del Setecientos. Gui-llermo Carnero lo define así:

El siglo XVIII es el resultado y la culminación de la cultura de Occidente. Es un siglo vivo, complejo y rico en su diversidad y sus contradicciones, y plantea por ello graves pro-

2 Jovellanos remitió en 1794 el Informe en el expediente de ley Agraria a la Sociedad Económica del Madrid. Artola, Miguel: Vidas en tiempos de crisis, Madrid, Real Academia de la Historia, 1999, pág. 53.

3 Fuentes, Yvonne: «British Aesthetics and the Picturesque in Spain: Jovellanos´s Affinity with England», Hispania, vol. 87, número 2, Mayo 2004, pág. 210.

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El concepto de ‘lengua’ en Jovellanos – Ángela Gracia Menéndez 95

blemas de delimitación y de definición, y la necesidad de no simplificarlo, evitando los es-quematismos de una historiografía mecanicista y rutinaria, (…).

En el grado de mayor generalización, hoy vemos el XVIII como una dualidad dialé-ctica, cuyos polos son, por una parte, la razón normativa y, por la otra, la emoción y la sensibilidad.4

Tal afirmación refiriéndose al siglo XVIII también resulta válida para el intelectual as-turiano Gaspar de Jovellanos y, en concreto, sus escritos relacionados con la lengua. Cada uno de esos escritos se caracteriza por un análisis crítico de máximo rigor por lo que contribuye a una organización sistemática de nuevos campos de conocimiento que se constituían precisamente en esa época. El interés por la lengua es recurrente en toda la obra jovellanista. Sus escritos lingüísticos se inscriben por un lado en la tradición latina e hispana y, por otro, en el racionalismo y empirismo característico de la Ilustración euro-pea. Se encuentran perfectamente inscritos en el surgimiento de la historiografía del len-guaje que Gustavo Bueno ubica en el último tercio del XVIII.5 En el conjunto de sus escritos con una temática lingüística confluyen su preocupación por la etimología, la gra-mática, la recopilación del léxico asturiano, pero también la relación entre pensamiento y lengua. Por otro lado, constatamos un rigor metodológico excepcional en todos ellos.

La preocupación por asuntos lingüísticos en Jovellanos es un hilo conductor en toda su obra. Tenemos por primera vez constancia de una reflexión sobre la lengua cuando el 25 de septiembre de 1781 Gaspar de Jovellanos se dirige a la Real Academia de la Lengua en su «Discurso sobre la necesidad del estudio de la lengua para com-prender el espíritu de la legislación».6 Hace una profunda reflexión sobre un aspecto esencial de la jurisprudencia, el conocimiento de la lengua en la que son redactadas las leyes antiguas con el objetivo de poder «comprender el espíritu de la legislación». Plantea la dificultad con la que se topa el juez o magistrado a la hora de leer un texto jurídico con la finalidad de comprender el espíritu de la legislación y poder aplicarla. En él no sólo aborda la cuestión de comprensión sino que, presuponiendo ésta, indaga en la posterior interpretación de un texto jurídico por parte del juez. Le dedica espe-cial atención a los factores que obstaculizan precisamente ese proceso por tratarse de textos jurídicos antiguos. Conociendo hoy día la relevancia que tiene la hermenéu-tica, concretamente como arte o ciencia de interpretación de textos que se establece

4 Carnero, Guillermo: La cara oscura del Siglo de las Luces, Cátedra, Madrid, 1983, pág. 13.5 Abad, Francisco: «La constitución de las ciencias humanas en el siglo XVIII español», Actas del

Congreso Internacional sobre «Carlos III y la Ilustración» (Diciembre, 1988. Madrid), Vol. III, Educación y pensamiento, Ministerio de Cultura, Madrid, 1989, pág. 462.

6 Jovellanos, Gaspar de: «Sobre la necesidad del estudio de la lengua para comprender el espíritu de la legislación», Obras publicadas e inéditas de Gaspar M. de Jovellanos, BAE, ed. de Cándido Nocedal, tomo I, Atlas, Madrid, 1963, págs. 299-301.

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como ciencia a principios del siglo XIX, sorprende que ese problema fuera recono-cido y formulado por un juez dos décadas antes de que el teólogo alemán Friedrich Schleiermacher le diera forma de teoría. Cuando aún no había cumplido los cuarenta años este intelectual asturiano plantea esta cuestión de índole filosófica y, en concreto, epistemológica. Este planteamiento resultaría posteriormente esencial no sólo para la filología sino también para la filosofía y la historia como disciplina científica como se comprobaría a lo largo del XIX por historiadores como Wilhelm Dilthey que analizan y ponen de manifiesto su relevancia.

Sus observaciones son una indicación de que su capacidad analítica, su formación humanística y su cargo como juez durante una década en Sevilla le capacitaban para ver algo tan esencial y complejo. Conviene en ese contexto recordar las observaciones hechas por el clérigo Edgard Clarke en sus Letters concerning the Spanish Nation (1763) con respecto al estado de la crítica de textos de España: «El conocimiento de las len-guas sagradas y de la crítica de textos está muy descuidado. No he encontrado en los últimos años nada publicado sobre esto: es un campo sagrado y es peligroso acercarse a él.»7 Teniendo en cuenta esta observación del clérigo inglés, la reflexión de Jovella-nos adquiere aún mayor trascendencia ya que España se encontraba en una situación en la que la Iglesia Católica había erradicado cualquier posibilidad de que un indivi-duo pudiera hacer su propia interpretación de la Biblia. Esto contrasta con la lectura que podía hacer cualquier individuo de fe protestante en Alemania.

Esa problemática recobraría relevancia en Cádiz a lo largo del año 1809 cuando Jovellanos trata de preservar el texto de la Constitución histórica y evitar cualquier interpretación subjetiva que pudiera hacerse. Podemos apreciar cierta analogía entre las observaciones hechas en 1781 y la postura que defiende en 1809 puesto que insiste en que prevalezca «la Ley y nunca el hombre» procurando evitar que se interprete «la Ley a su arbitrio».

Si el poder judicial pudiese juzgar libremente, ya en casos no determinados por la ley, ya interpretando la ley a su arbitrio, se convertiría por este medio indirecto en poder legislativo y ya no serían las leyes, sino los hombres los que dispusiesen de la fortuna y libertad de los individuos.

Debe, pues, la Constitución poner un límite a la independencia de estos poderes, y este límite no puede hallarse sino en una balanza que mantenga entre ellos el equilibrio.

Este equilibrio debe consistir en que gobierne siempre la Ley, nunca el Hombre, en cuanto sea posible. El Cuerpo legislativo puede hacer leyes, pero no trastornar la Constitu-ción que él mismo ha creado y reconocido; [interrumpido].8

7 Aguilar Piñal, Francisco: Introducción al Siglo XVIII, Júcar, Madrid, 1991, pág. 85. 8 Jovellanos, G. de: «Reflexiones sobre democracia», Censuras literarias y otras obras, tomo V, ed.

de Miguel Artola, Atlas, Madrid, 1956, pág. 415.

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Cabe tener presente que en ningún momento Jovellanos hace mención del término ‘hermenéutica’ ni tampoco de ‘teoría’. Sin embargo, sus observaciones son una indica-ción de que tiene la perspicacia de ver el problema y que es capaz de reflexionar sobre lo que es esencial en el proceso de comprensión de un texto. Por ello, constituye una aproximación tentativa a la hermenéutica ya que plantea el proceso cognoscitivo de la comprensión y posterior interpretación de textos que puede calificarse de concepción filológica en la que la comprensión de la gramática y la etimología determinan el sig-nificado del texto. En cierto modo, su enfoque gramático-literal constituye a la vez una indagación histórica. Leventhal ha calificado ese tipo de interpretación filológica, que era característica de la Ilustración alemana, también de «interpretación semiótica».9 Esa interpretación que se ciñe al significado del signo lingüístico guarda estrecha rela-ción con la interpretación filológica de Jovellanos, ya que considera que el significado de las palabras, en concreto, la etimología y la sintaxis son esenciales para determinar el significado del contenido textual con el objeto, en segunda instancia, de establecer «el espíritu de la legislación» en cuestión.

Dado que Jovellanos es también plenamente consciente de la relevancia del cono-cimiento del contexto histórico para poder reconstruir ese espíritu del texto, me refe-riré también al «Discurso sobre la necesidad de unir al estudio de la legislación el de nuestra historia y antigüedades»10, leído el 4 de febrero de 1780 en su recepción a la Real Academia de la Historia en el que nos proporciona más detalles de sus ideas tanto lingüísticas como históricas al respecto. En este discurso establece una estrecha relación entre «la historia de cada país y su legislación» para su propósito que es po-ner de manifiesto «que el espíritu de estas leyes antiguas solo se puede descubrir a la luz de la historia» (pág. 293). Según sostiene, esas reflexiones se las sugirió «la misma experiencia» (pág. 289). Cabe suponer que también para el discurso ante la RAE se guiara por su experiencia, ya que no hay constancia de que leyera alemán y, por ello, no es probable que conociera los escritos de Herder, Lessing, Wolf o Ast. Teniendo en cuenta la fecha de dicho discurso podemos constatar ciertas analogías con escritos de los mencionados estudiosos considerados precursores de la hermenéutica.

El estudioso asturiano plantea el proceso cognoscitivo de la comprensión y poste-rior interpretación de textos desde una aproximación filológica. Esa interpretación

9 Leventhal explicita el concepto interpretación semiótica en los siguientes términos: «Chladenius and Meier developed distinct, yet structurally analogous theories of interpretation, each of which pre-supposed the view that written words are the signs of spoken words, which in turn are the signs of ideas.» Leventhal, Robert: The Disciplines of Interpretation. Lessing, Herder, Schlegel and Hermeneutics in Ger-many 1750-1800, de Gruyter, Berlin, 1994, pág. 64.

10 Jovellanos, Gaspar de: «Discurso sobre la necesidad de unir al estudio de la legislación el de nuestra historia y antigüedades», Obras publicadas e inéditas de Gaspar M. Jovellanos, BAE, ed. de C. No-cedal, tomo I, Atlas, Madrid, 1963, págs. 288-298.

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que se ciñe al significado del signo lingüístico considera que las palabras, en con-creto, la etimología y la sintaxis son esenciales para determinar el significado del con-tenido textual con el objeto, en segunda instancia, de establecer “el espíritu de la legislación”. El conocimiento de la gramática del castellano es para Jovellanos condi-ción necesaria para que cualquier jurisconsulto pueda de forma objetiva llegar a en-tender el texto. Cabe recordar que también Schleiermacher calificaría años después la gramática de esencial: «Hermeneutics and criticism can only be carried out with the help of grammar and they depend on grammar. But grammar can be established only by means of hermeneutics and criticism».11 La extensión de la hermenéutica bíblica que permitía la aplicación de técnicas de análisis gramatical a otros textos no bíblicos dio lugar al desarrollo de la hermenéutica filológica. Esta fase sentaría las bases para la creación de la filología como disciplina científica a finales del siglo XVIII en Alemania y Francia.

La metodología utilizada por Jovellanos de, por un lado, tener en cuenta el con-texto histórico y, por otro lado, tratar de reconstruir el lenguaje considerando la evo-lución etimológica refleja que su procedimiento es análogo al que utilizaron aquellos filólogos alemanes y franceses considerados fundadores de la disciplina filológica a finales del siglo XVIII y principios del XIX. Su discurso constituye un primer acer-camiento a ese proceso cognoscitivo tan complejo y esencial por muy trivial que pueda parecer a primera vista.

Esa preocupación por cuestiones históricas que tanto preocupó a estudiosos du-rante el XVIII lo extiende Jovellanos a la lengua, en concreto, al origen y evolución del léxico tanto castellano como asturiano que aborda después en su «Instrucción para la formación de un Diccionario Geográfico de Asturias» (1791)12, en menor medida en su «Instrucción para la formación de un Diccionario del dialecto asturiano» (1801) para cuyas etimologías refiere a Gregorio Mayans y a Sarmiento13, y en su «Apuntamiento

11 Schleiermacher, Friedrich: Hermeneutics and Criticism, edición de Andrew Bowie, Cambridge University Press, Cambridge, 1998, pág. 4.

12 Jovellanos, Gaspar de: «Instrucción para la formación de un Diccionario Geográfico de Astu-rias», Obras Completas. Escritos asturianos, tomo IX, edición de Elena de Lorenzo/ Álvaro Ruiz de la Peña, Oviedo, Ayuntamiento de Gijón/ Instituto Feijoo de Estudios del Siglo XVIII, pág. 326-327.

13 «Por lo mismo, para hacer con acierto la definición de las etimologías, se establecerán las reglas o cánones establecidas por don Gregorio Mayans en su obra intitulada Orígenes de la lengua castellana. Y si la Academia pudiese adquirir una obra del maestro Sarmiento, intitulada Elementos de Etimología, escrita por el método de los elementos de Euclides, (…) harán que los formantes estudien y sigan sus principios.» Menciona también a Covarrubias y a Aldrete, pero advirtiendo a los formantes que sean críticos. Jove-llanos, Gaspar de: «Instrucción para la formación de un Diccionario del dialecto asturiano », Obras completas. Escritos asturianos, tomo IX, edición de Elena de Lorenzo Álvarez/ Álvaro Ruiz de la Peña Solar, Oviedo, Instituto Feijoo de Estudios del Siglo XVIII, 2005, pág. 274.

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sobre el dialecto de Asturias» (1804)14 en el que Jovellanos trata de demostrar que el asturiano es una lengua romance. Aquí establece una relación entre la historia, en con-creto, la romanización de la región, la lengua y la cultura. En ambos escritos formula cuestiones esenciales de la filología europea del XIX que precisamente se centra en la vertiente diacrónica así como en el parentesco de las lenguas. En esa época Jovellanos asume el mismo concepto de significado para su diccionario que se reduce a señalar la evolución de una palabra como de hecho lo hiciera Jacob Grimm para el alemán en su Deutsches Wörterbuch que Manuel Seco precisamente califica de nacimiento de la lexi-cografía histórica15 y cuyo autor en Alemania es considerado el fundador de la germa-nística. Realiza un estudio histórico característico de la filología de finales de siglo al ceñirse a la evolución del asturiano del latín.

El hispanista alemán Wolfgang Vogt sostiene que el conocimiento del castellano antiguo resultaba muy útil para la historiografía moderna y así se explica la formación de la filología histórica y califica a Jovellanos de entre los primeros estudiosos que se ocuparon de la historia de la lengua.16 Veamos cómo plantea Jovellanos las dificultades con las que se encuentra un lector al leer textos antiguos:

Esta dificultad consiste en el mismo lenguaje en que están escritas nuestras leyes anti-guas; en este lenguaje venerable, que por mas que le motejen de tosco y de grosero los juris-consultos vulgares, está lleno de profunda sabiduría y altos misterios para todos aquellos a quienes la historia ha descubierto los arcanos de la antigüedad. Las palabras y frases que le componen están casi desterradas de nuestros diccionarios, y el preferente estudio que han hecho nuestros jurisconsultos en unas leyes extrañas, y escritas en un idioma forastero, las ha puesto enteramente en olvido. Sus significaciones, o se han perdido del todo, o se han cambiado o desfigurado extrañamente; los glosadores no las han explicado, y acaso no diré mucho si afirmo que ni las han entendido; ¿qué dificultad pues tan insuperable no ofrecerá a los jurisconsultos su lectura? ¿Y cómo podrán evitarla si el estudio de la historia y de la antigüedad no les abre las fuentes de la etimología?17

14 Jovellanos, Gaspar de: «Apuntamiento sobre el dialecto de Asturias», Jovellanos y Asturias, se-lección de Jesús Menéndez Peláez, Caja de Ahorros de Asturias, 1986.

15 Seco, Manuel: «Lexicografía histórica y lexicografía general», Actas del IV Congreso de la Sociedad Española de Historiografía Lingüística, La Laguna, 22-25 de octubre de 2003, Madrid, Arco Libros, 2004, pág. 98.

16 «Die Kenntnisse des Altspanischen erwiesen sich für die moderne Geschichtsschreibung man-chmal als sehr nützlich und so erklärt sich die Entstehung der historischen Sprachwissenschaft. So wie die Gesetze betrachtete man nun auch die Sprache als historisch wandelbar, und Jovellanos selbst ge-hörte zu den ersten Gelehrten, die sich der Sprachgeschichte widmeten.» Wolfgang Vogt, Die “Diarios” von Gaspar Melchor de Jovellanos, Frankfurt/ Main, Peter Lang, 1975, pág. 111-112.

17 Jovellanos, G. de: «Discurso sobre la necesidad del estudio de la lengua para comprender el espíritu de la legislación », pág. 294.

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Años después de reflexionar sobre cuestiones históricas su preocupación por el castellano lo guía para incluir un apartado titulado «Rudimentos de la gramática cas-tellana» en su «Curso de Humanidades Castellanas» (1795)18, el currículo para el Real Instituto de Gijón. En él expone la relación entre la gramática castellana y la gra-mática general. Bajo el título de «Rudimentos de gramática general, o sea Introduc-ción al estudio de las lenguas» esboza principios generales que en aquella época venían a ser un estudio teórico sobre cuestiones lingüísticas. Lázaro Carreter califica ese planteamiento de sumamente innovador y destaca que Jovellanos fue uno de los primeros en España en incluir ese enfoque de tipo teórico antes de pasar a la gramática del castellano: «En los años finales del siglo, Jovellanos y González Valdés marcan el rudimentario principio de la incursión de la lógica en la gramática general en España».19 También su interés por el castellano se inscribe en una tendencia que se materializa durante las últimas tres décadas del XVIII en el que como consecuencia de una pre-ocupación ilustrada se reconoce y se defiende la necesidad de enseñar la lengua ma-terna, el castellano. Éste había llegado a un grado de perfección que podía aproximarse a la lengua perfecta, el latín, como de hecho había sucedido ya en Francia. La segunda mitad del siglo XVIII, en especial el último decenio, se caracteriza por un aumento significativo en la producción gramatical.20

Cabe tener presente que estudiosos de la talla de Gregorio Mayans y, entre ellos, Gaspar de Jovellanos tenían un concepto de castellano que distaba bastante del que se oía, pues en una carta a González de Posada el asturiano justifica por qué la enseñanza del castellano es imprescindible: «¿No es un dolor ver hombres de gran mérito cien-tífico, que apenas saben hablar su lengua, ni escribir con orden y método, desde el punto que se les saca de áridas fórmulas? Pues yo deseo que mis matemáticos contrai-

18 Jovellanos, G. de: «Curso de Humanidades Castellanas», Obras publicadas e inéditas, colección hecha e ilustrada por Cándido Nocedal, tomo I, Madrid, Atlas, 1963, págs. 101-155.

19 Lázaro Carreter, Fernando: Las ideas lingüísticas en España durante el siglo XVIII, Barcelona, Editorial Crítica, 1985, pág. 204. Recordemos que el escolapio Benito San Pedro había incluido ese pre-supuesto teórico en su gramática Arte del Romance castellano (1769). Ridruejo, Emilio: «La gramática racionalista a València: Benito de San Pedro», Prunyonosa, Manuel (editor): Historiografía lingüística valenciana, Valencia, Universidad de Valencia, 1996, pág. 107. Niederehe, Hans-Josef: «La lingüística española en el contexto internacional: centros de irradiación y periferias», Actas del I Congreso Interna-cional de la Sociedad española de Historiografía Lingüística. A Coruña, 18-21 de febrero de 1997, edi-ción de Mauro Fernández Rodríguez, Francisca García Gondar, Nancy Vázquez Veiga, Madrid, Arco Libros, 1999, pág. 103.

20 García Folgado recoge una veintena de obras entre 1769 con el Arte del Romance Castellano de Benito San Pedro (1769) hasta 1800 con la gramática de Jaramillo. García Folgado, María José: «La gramática a finales del siglo XVIII», Nuevas Aportaciones a la Historiografía Lingüística, Actas del IV Con-greso Internacional de la SEHL, La Laguna (Tenerife) 22-25 de octubre de 2003, Vol. I, edición de C. Corra-les Zumbado, Arco Libros, Madrid, 2004, pág. 562.

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gan los principios y el uso de un buen estilo didáctico, para que, consultando, infor-mando, proponiendo, escribiendo, puedan dar orden y claridad a sus ideas.»21 Ya en su Discurso leído en su entrada a la Real Academia Española defiende y justifica su estu-dio: «pero cuando nuestra profesión nos obliga a procurar el más perfecto conoci-miento de nuestras leyes, ¿cómo es posible que parezca inútil el estudio de la lengua en que están escritas?» Esa preocupación recurrente justifica que Ceán Bermúdez se refiera a él con «Quien tanto se empeñó en conservar la pureza de la lengua caste-llana, como lo demuestran sus escritos…»22. Es obvio que para hablar bien una lengua conocer la sintaxis es imprescindible y así lo entiende Jovellanos: «El estudio de las Humanidades me hizo advertir después cuán necesario era para el conocimiento de la lengua el examen analítico de su sintaxis (…).»23 Jovellanos es capaz de analizar el componente más mínimo de la lengua, el signo o la palabra y de ahí llegar a la frase. Pero este intelectual no se ciñe a la frase como unidad sino que en su «Tratado del Análisis del Discurso», como ya indica el título, se refiere al «discurso» que define recurriendo al significado.24

Es por ello que para su Instituto de Gijón Jovellanos se encontró en la privilegiada situación de poder llevar a la realidad su concepto de enseñanza y optó por un equili-brio entre ingeniería y minería pero en las que no debían faltar las humanidades. Lo verdaderamente relevante es que para este asturiano sabio ya no se trata de las huma-nidades griegas o latinas sino de las castellanas. A pesar de ser Jovellanos académico desde 1781, puede sorprender de que decidiera dar él mismo un ‘esbozo’ de la gramá-tica castellana en su «Curso de Humanidades castellanas» en lugar de usar la GRAE que se concluyó en 1771.25 Es posible que la razón por no adoptarla para su Instituto fuera que deseara incluir precisamente un apartado de gramática general, como de hecho se tenía previsto para la GRAE. En ese sentido señala Gómez Asencio,

21 Jovellanos, Gaspar de: Obras completas, tomo III, Correspondencia, edición de José Miguel Caso González, 1986, núm. 1.278, fechada el día 7 de mayo de 1800, pág. 534.

22 Ceán Bermúdez, Juan Agustín: Memorias para la vida del Excmo. Señor D. Gaspar Melchor de Jove Llanos, y noticias analíticas de su obra, versión facsímile, Ateneo Jovellanos, Gijón, 2000, pá. 165.

23 Jovellanos, Gaspar de: «Cartas del viaje de Asturias», Obras Completas. Escritos asturianos, tomo IX, pág. 156.

24 «De ahí se ve que el discurso no es mas que una serie de pensamientos expresados con palabras. Luego, haciendo el análisis del discurso, se hace al mismo tiempo del pensamiento. Aun podemos decir que el análisis del pensamiento se halla hecho en el discurso, porque las palabras nos representan las ideas que percibimos por la sensación ó por la reflexion.» Jovellanos, G. de: «Tratado del análisis del dis-curso», BAE, Obras publicadas e inéditas de G. M. de Jovellanos. Colección hecha e ilustrada por Cándido Nocedal, tomo I, Madrid, Atlas, 1963, pág. 150).

25 Para un análisis comparativo entre las gramáticas de la RAE y los Rudimentos refiero a Ridruejo, Emilio: «Los Rudimentos de gramática castellana de Jovellanos y la Gramática de la Real Academia», Homenaje a D. Antonio Llorente, Philologica II, Salamanca, Universidad, 1989, págs. 399-414.

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Jovellanos es uno de los pioneros y primeros difusores y defensores de la gramática ge-neral en nuestro país y es también, salvo error, el primer gramático en la historia de la gra-mática española que define la gramática general y que contempla este campo de estudio del lenguaje como complementario con el de la gramática particular.26

Otro gran proyecto fue el Diccionario asturiano. La Academia de la Historia había impulsado una serie de Diccionarios histórico-geográficos, entre ellos el de Asturias. Como consecuencia lógica de lo que había postulado en su discurso ante la Academia de la Historia en 178027, Jovellanos muestra interés por colaborar en el Diccionario geográfico de Asturias para el cual había reflexionado sobre aspectos formales.28 Tenía previsto incluir un artículo sobre la lengua del Principado como elemento imprescin-dible para el Diccionario geográfico de Asturias y, en ese sentido, se lo participa a Gon-zález de Posada en una carta:

Lo que sí me parece muy necesario es que en el artículo principal del Diccionario geográfico haya uno subalterno acerca de nuestro dialecto, en que se indiquen su origen, su índole y sus anomalías, confirmando su doctrina con pocos, poquísimos, pero muy escogidos ejemplos. Esto, y dar las etimologías de las palabras geográficas, es todo lo que puedo convenir ahora.29

Ello demuestra que había pensado en todos los detalles, el objeto de estudio y la envergadura del proyecto. Ese concepto que tiene en mente constituye a la vez un método esencial y característico de todo el siglo ilustrado, el de la interdisciplinarie-dad, al aunar asuntos de tipo geográfico con asuntos lingüísticos con el fin de preparar una obra que incluyera también la lengua que se habla en esa región. Ese proyecto le llevará una década después en 1801 en su «Instrucción para la formación de un Dic-

26 Gómez Asencio, José Jesús: Gramática y categorías verbales en la tradición española 1771-1847, Salamanca, Universidad de Salamanca, 1981, pág. 26.

27 «Yo no tengo empacho en decirlo: la nación carece de una historia. En nuestras crónicas, anales, historias, compendios y memorias, apenas se encuentra cosa que contribuye a dar una idea cabal de los tiempos que describen. Se encuentran, sí, guerras, batallas, conmociones, hambres, pestes, desolaciones, portentos, profecías, supersticiones, en fin, cuanto hay de inútil, de absurdo y de nocivo en el país de la verdad y de la mentira. Pero, ¿dónde está una historia civil, que explique el origen, progreso y alteraciones de nuestra constitución, nuestra jerarquía política y civil, nuestra legislación, nuestras costumbres, nues-tras glorias y nuestras miserias (…)?», pág. 298.

28 Jovellanos, Gaspar de: «Discurso sobre el lenguaje y estilo propio de un diccionario geográ-fico», edición de Cándido Nocedal, tomo I, Madrid, Atlas, 1963, págs. 325-329. Ver también su «Memo-ria sobre el estilo conveniente de Diccionario Geográfico», manuscrito, Academia de la Historia, Madrid, legajo 9/ 5945.

29 Jovellanos, Gaspar de: Obras Completas, Correspondencia, tomo IV, edición de Caso González, Oviedo, Instituto Feijoo de Estudios del Siglo XVIII, 1988, pág. 95.

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cionario del dialecto asturiano» a dar un paso más y centrarse primero en el léxico del asturiano como base para algún día escribir una gramática del bable y así lo expone: «Y vea usted aquí por qué cuando emprendí mi viaje venía yo con tantos acosos, pro-metiéndome que a mi vuelta podría por lo menos escribir una Gramática, una Orto-grafía y un Glosario o Etimología del dialecto de Asturias.»30

En analogía a la recopilación y descripción basada en la observación de las ciencias naturales, Jovellanos precisa en dicha «Instrucción» unos presupuestos metodológi-cos para recopilar el léxico del bable como condición necesaria para poder después elaborar un Diccionario. Es por ello que ese escrito es el más destacado desde un punto de vista metodológico para la dialectología, puesto que formula una metodolo-gía empírica para la recopilación del léxico asturiano pero cuya aplicación puede ex-tenderse a cualquier habla. Esa analogía a la recopilación de una planta o mineral que caracteriza el empirismo del siglo XVIII se desprende de su manuscrito autógrafo «Sobre el vocabulario del dialecto y el diccionario geográfico de Asturias». Refirién-dose a las palabras que recopilará en su Diccionario, señala:

No están encerradas en las bibliotecas ni archivos, sino en el gran libro de la naturaleza, ni hay necesidad de leerlas ni estudiarlas, sino que, presentándose a todas horas a nuestro oído y nues-tra vista, se trata solo de recogerlas, apuntarlas y traerlas al depósito de nuestra academia.31

La carencia de un corpus del asturiano, sin embargo, le obliga a elaborar primero un Diccionario del asturiano y, a su vez, para poder realizar con éxito dicho diccionario se impone la necesidad de centrarse en cuestiones metodológicas con el fin de llevar a cabo el proyecto con una sólida base científica. Su aproximación empírica le exige primero recopilar el léxico asturiano. Para esa labor se basa en la observación de he-chos, en este caso, de palabras enunciadas, lo que convierte su proyecto no sólo en un proyecto empírico sino a la vez descriptivo. Queda explícito que no le interesan tanto los documentos escritos que están encerrados en bibliotecas sino lo que es enunciado, es decir, el lenguaje hablado, que sólo hay que recoger, apuntar y llevar a lo que algún día sería la Academia de la Lengua Asturiana. Tal como él lo presenta la tarea parece bastante más fácil de lo que realmente es. Se puede apreciar cierta influencia de la RAE ya que procura remitir a autoridades que enumera como poemas y canciones escritos en asturiano, lo que es una analogía al Diccionario de Autoridades.32 Si bien la

30 Jovellanos, Gaspar de: «Carta interrumpida sobre el dialecto asturiano», Obras completas. Es-critos asturianos, tomo IX, pág. 156.

31 Jovellanos, Gaspar de: «Sobre el Vocabulario del dialecto y el Diccionario geográfico de Asturias», Obras completas, Escritos asturianos, tomo IX, pág. 260.

32 «Estas autoridades no se pueden tomar sino de tres orígenes: 1. de refranes asturianos; 2. de can-tares usados en las danzas, endechas, esfoyazas , y otras juntas y diversiones del pueblo de Asturias; 3., de

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tradición literaria del asturiano y, en consecuencia, escrita no podía compararse a la del castellano, sí tenía una literatura medieval y barroca33, tradiciones populares como el villancico34 y una rica tradición oral.35

Jovellanos era miembro de la RAE desde 1781 y, por consiguiente, conocedor de su funcionamiento pero también del prestigio e influencia que gozaría de tener el apoyo de la corona. Por ello, tenía la intención de fundar algún día una Academia de la Lengua Asturiana con el fin de gozar de ese apoyo real para dicha institución. Es por ello que en su «Instrucción para la formación de un Diccionario del dialecto asturiano» establece la función de los colectores, pero especifica que la corrección final y la formación de las entradas corresponderían a la futura Academia en sus reuniones semanales. Sostiene que puesto que se trata del dialecto asturiano correspondería su estudio y análisis tam-bién a una institución ubicada en el Principado y no en la capital: «No es una ver-güenza que una Academia que está a dos leguas de nosotros, trabaje un diccionario de Asturias con materiales enviados de Asturias, y que nosotros lo suframos con nuestras manos cruzadas? Así que la cosa a mi juicio no es de despreciar; (…).»36

Con el fin de asegurar que el método utilizado por todos los colaboradores involucra-dos sea idéntico sus instrucciones no permiten ambigüedad. Es por ello que Jovellanos elaboró instrucciones precisas lo que reflejaba su concienciación científica por dar prio-ridad a aspectos metodológicos antes de emprender una obra de la envergadura como la de formar un corpus adecuado, puesto que si las bases para su recopilación son deficien-tes, lo será, en consecuencia, el corpus que obtiene. El académico asturiano se propone especificar la forma correspondiente en latín y la etimología de cada palabra.

Especificar la raíz de cada palabra es esencial ya que ésta facilitar información valiosa:

poesías correctas y genuinas de autores antiguos, conocidos y acreditados, escritas en idioma de nuestro dialecto, llamado comúnmente Bable, como por ejemplo, las de don Antonio González, conocido por el nombre de Antón de Mari-Reguera, las de Juan Fernández Porley, llamado Juan de la Candonga; las de don Bernardino de Robledo, cura de Piedeloro; el romance Pintura del caballo de Benavides, etc.», «Instrucción para la formación de un Diccionario del dialecto asturiano», Obras Completas, Escritos asturianos, tomo IX, pág. 270.

33 García Arias, J. L., «La Lliteratura Medieval» Historia de la Lliteratura Asturiana, edición de Miguel Ramos Corrada, Oviedo, Academia de la Llingua Asturiana, Grafinsa, 2002, pág. 19-30. Ra-mos Corrada, Miguel: «La cultura del Barrocu n´Asturies», pág. 61-94,

34 Menéndez Peláez, Jesús, «El villancico literario-musical en el siglo XVIII: nuevos textos en as-turiano», Estudios dieciochistas. En homenaje al Profesor José Miguel Caso González, vol. II, Oviedo, Insti-tuto Feijoo de Estudios del Siglo XVIII, 1995, pág. 111-138. Pensado, J. L., «El asturiano en el siglo XVIII: los villancicos», Lletres Asturianes, 30, 1998, págs. 173-190.

35 Ramos Corrada, Miguel, «El cuentu de tradición oral», Historia de la Lliteratura Asturiana, Aca-demia de la Llingua Asturiana, Oviedo, Gráfinsa, 2002, pág. 36-45.

36 Correspondencia a Juan de Llano Ponte, obispo de Oviedo, 30 de agosto de 1800. Jovellanos, Gaspar de: Obras Completas, edición de Caso González, tomo III, 1986, pág. 564.

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«Una vez determinada la raíz de cada palabra, se determinará para ella su verdadera pro-nunciación, y se tratará de escribirla con arreglo a ésta.» En una época en la que la ortogra-fía española todavía se aferraba en gran medida a la etimología latina, Jovellanos recurre a veces de ese criterio para determinar la escritura. Puntualiza refiriéndose a las palabras que empiezan con l sola «así se escribirán también, porque el principio de origen debe ser en nuestra ortografía más cierto que el de uso.» (pág. 275) Además tiene la intención de dar una frase completa para cada palabra en cuestión, con el fin de ejemplificar su uso. Con ello su presupuesto teórico adquiere un elemento a la vez de sincrónico y de descriptivo. Para ello estipula además que se opte por el tiempo verbal que más discrepe del castellano. Ello tiene una función pedagógica adicional muy concreta la de servir como referencia y así lo manifiesta «para que se difunda mejor el conocimiento».

Con esa «Instrucción para la formación de un Diccionario del dialecto asturiano» Jo-vellanos anticipa aspectos metodológicos que resultarán relevantes para la dialectología y la lexicología no sólo durante el siglo XIX sino también el XX, lo que demuestra su capacidad de reflexionar sobre diversos aspectos relacionados con el estudio científico de la lengua como la etimología, la sintaxis, la relación entre pronunciación y ortografía, tanto para la lengua castellana como para el asturiano. Hay que tener presente en todo momento que las disciplinas filológicas no se habían establecido aun como disciplinas científicas en esa época. Eso ocurriría décadas después. Sin embargo, Jovellanos da un primer paso para establecer los métodos para su estudio siempre partiendo de principios filosóficos y científicos como en este caso el empirismo con el fin de llegar a conclusio-nes perfectamente válidas por su rigor, capacidad de análisis y crítica. Pese al valor que Jovellanos atribuyera como académico o juez a los documentos escritos aceptó basarse en el uso del habla asturiana, y en este caso permitió el concepto que tuviera el acadé-mico competente que lo recopilara: «Cuando no se hallare autoridad en que apoyar el uso, como sucederá con frecuencia, entonces se pondrá una frase o ejemplar en que se emplee la misma palabra según su verdadera acepción.» (pág. 346)

Una vez más, Jovellanos se adelanta a su época con una concepción sumamente moderna de lo que es el habla y se aproxima al objeto de la lingüística tal como se concibió en el siglo XX al centrarse en aspectos de cómo habla la gente. Al mismo tiempo, su postura implica que por carecer un habla de abundantes documentos escri-tos no tiene menos valor. Jovellanos opta por recurrir al uso del asturiano, lo que cons-tituye casi una equiparación del ‘uso establecido’ a la ‘tradición escrita’ que tiene una lengua. Es precisamente lo que hacen disciplinas lingüísticas como la dialectología, la sociolingüística y la pragmática que se alejan de estudiar la lengua como sistema y se centran en el estudio del uso concreto de la lengua o más bien de las realizaciones concretas en su contexto lingüístico y extra-lingüístico. Podemos concluir que con ese concepto de captar el habla se aproxima bastante al concepto de ‘sincronía lingüística’ del siglo XX. Si bien la aproximación que asume para captar el léxico asturiano se ca-

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racteriza por un empirismo, también podemos apreciar un elemento que Ángel del Río calificó de «afán de inventariar»37 Con él ciertamente se aleja de un enfoque ra-cionalista cuyo objeto de estudio son los principios comunes de las lenguas y el de la lógica, aspectos que dominaban en sus Rudimentos de gramática general. Por otro lado, responde al interés por las manifestaciones populares y dialectos regionales caracterís-tico del siglo XVIII. Aunando ambas perspectivas, Ángel del Río resumió la relevancia de su aportación para las dos disciplinas, la lingüística y los estudios culturales: «So-bre este fondo debemos situar sus estudios dialectales, de interés mayor, sin duda, por su significación dentro de la historia de las actitudes culturales que como aportación a la ciencia de la lingüística.» 38

Así como su pensamiento político y económico con frecuencia no pudo ser apre-ciado por sus coetáneos, lamentablemente tampoco su obra filológica o lingüística lo fue. Sin embargo, un estudio minucioso de esas obras demuestra que también destaca en ese campo. El ilustre asturiano aborda en cada obra cuestiones de la lengua desde una perspectiva filológica distinta, lo que demuestra una variedad de enfoques. Su forma-ción humanística y su rigor analítico le capacitan para analizar cuestiones esenciales de índole epistemológica. En su proyecto de compilar el léxico del asturiano demuestra que se desenvuelve perfectamente en su sólida aproximación lexicológica y lexicográfica.

Por haber contribuido al análisis y reflexión epistemológico y finalmente por haber sentado las bases para el estudio científico de diversas vertientes de la lengua durante el Siglo de las Luces, de forma análoga a la metodología de estudiosos germanos rela-cionados con la fundación de la disciplina filológica, el conjunto de sus escritos lin-güísticos se inscriben dentro de la filología de finales del siglo XVIII y principios del XIX. Así como la comprensión de un texto tiene para él una finalidad más amplia, la de poder hacer la interpretación adecuada – en este caso de un texto legal –, el cono-cimiento de la lengua castellana tiene un propósito bastante más abstracto, el de servir como instrumento para pensar y, en una segunda instancia, un medio para la instruc-ción y la educación de un individuo. Reconoce la función esencial de la lengua como instrumento para llegar a adquirir conocimientos relevantes que para él son más tras-cendentales. En cada escrito Jovellanos aplica un enfoque filológico distinto que, pese a no ser filólogo, resuelve con sumo rigor. Es por ese rigor metodológico en asuntos muy puntuales así como por su capacidad de no perder de vista aspectos de la función comunicativa del lenguaje humano que este intelectual ilustrado merece su lugar en la historiografía lingüística del español.

37 Jovellanos, G. de: Diarios, estudio preliminar de Ángel del Río, tomo I, Instituto de Estudios Asturianos, Oviedo, 1953, pág. 33.

38 Río, Ángel del: «Los estudios de Jovellanos sobre el dialecto de Asturias», Revista de Filología Hispánica, año V, núm. 3, 1943, págs. 209, 215.

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Teatro y pedagogía: el teatro escolar en la Asturias del siglo XVIII 1

Carla Menéndez FernándezUniversidad Pontificia de Salamanca

Jesús Menéndez PeláezUniversidad de Oviedo

RESUMEN

Se ofrece un acercamiento a la función pedagógica y didáctica que tuvo el teatro escolar en la Asturias ilustrada. Esta breve radiografía señala tres núcleos o centros que irradiaron un teatro escolar: el colegio jesuítico de san Matías, los niños de coro de la catedral de Oviedo y el Real Instituto de Náutica y mineralogía de Gijón.

Palabras clave: teatro escolar, Colegio de san Matías de Oviedo, Escuelas públicas de Oviedo, Real Instituto de Náutica y Mineralogía.

ABSTRAT

This article offers an approach to the pedagogical and didactic role that school drama played in Asturias during the Enlightenment. This brief radiography highlights three start- brief radiography highlights three start-ing-points or centres which irradiated some kind of school drama: the Jesuit school of St. Matthias, the choir boys at Oviedo cathedral and the Royal Institute of Navigation and Mineralogy in Gijón.

Key Words: school drama, St. Matthias School in Oviedo, public schools in Oviedo, Royal Institute of Navigation and Mineralogy.

1 Con este mismo título publicamos una monografía en Gijón, GH, 1986, en la que recogíamos textos de un teatro escolar en la centuria dieciochesca asturiana. Desaparecida aquella editorial y ago-tada su edición, actualizamos aquel trabajo en esta nueva publicación. IDEM, «Teatro en los siglos XVII y XVIII. Algunas noticias de teatro escolar y universitario en Oviedo», La Ratonera, n.º 22. Enero, 2008, págs. 4-11.

En este sentido nos parece importante el trabajo de Roberto J. López, Oviedo: muerte y religiosidad en el siglo XVIII, Oviedo, Consejería de Cultura, 1985.

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1. TEATRO ESCOLAR E ILUSTRACIÓN

Durante muchos años el siglo XVIII sufrió el olvido y la marginación de los inves-tigadores. Se le achacaba falto de originalidad, tributario del pensa miento extranjeri-zante e infiel a los valores tradicionales. De ahí el calificati vo de afrancesado con que se quiso caracterizar la cultura española del siglo XVIII.

Hoy, afortunadamente, soplan nuevos vientos y la Ilustración española es conside-rada cada vez más como una de nuestras grandes etapas culturales. Desde hace varias décadas asistimos a una revisión y rehabilitación de los estudios dieciochis tas en todos los Campos de la cultura. A este cambio axiológico ha contribui do de forma relevante, a nuestro juicio, la intensificación de los estudios regiona listas. Entusiasmados los in-vestigadores en la búsqueda del «Volksgeits» (ex presión con que la crítica alemana designó el fenómeno) de cada región, empezaron por estudiar aquello que les rodeaba más inmediatamente. A partir de los resultados obtenidos, se fue entretejiendo una compleja red de activi dad cultural que desembocó en un nuevo punto de vista de nues-tro pasado cultural que afectó de manera particular a la ilustración española.

Tradicionalmente se viene considerando la ilustración asturiana como el resultado de la actividad intelectual de aquellos hombres, calificados de ilus trados, vinculados a la región por razones geográficas de nacimiento o de su actividad profesional. Desde esta óptica la ilustración asturiana estaría en re lación directa a la obra de Feijoo, Jove-llanos, Casal, Campomanes, … A nuestro juicio, sin negar esta dimensión de nuestra cultura regional, tal acercamiento peca excesivamente de unilateral y extrínseco, en el sentido de que desde esa perspectiva se olvida la dimensión antropológica y étnica, valo res semánticos que tiene primordialmente el adjetivo asturiano. Por ello, sin olvi-dar lo anterior, sería necesario proyectar la investigación hacia Campos más heterogé-neos, como puede ser la religiosidad popular o la literatura tradicional. Evidentemente, esta perspectiva es más árida y, en principio, menos segura, ya que los materiales son más complejos y menos abundantes al no tener en la mayoría de los casos una pater-nidad definida.

El teatro fue en el pasado el género literario más popular y de mayor incidencia en la sociedad; prueba de ello son las censuras a las que con frecuencia se vio sometido. Cir-cunscribiendo su significación a la centuria ilustrada hemos de decir que son muy abundantes las monografías que estudian distintas parcelas del teatro español en el si-glo XVIII2; una parcela de esta investigación se orienta al estudio de la función didác-

2 Pensamos obras como: Jorge Campos, Teatro y sociedad en España (1780-1820), Madrid, Editorial Moneda y Crédi to, 1969; Francisco Aguilar Piñal, Sevilla y el teatro en el siglo XVIII, Oviedo, Centro de Estudios del Siglo XVIII, 1974; Arturo Zabala, El teatro en la Valencia de finales del siglo XVIII, Valen-cia, Diputació Provincial, 1982; Ángel Raimundo Fernández González, Aportación al estudio del tea-

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Teatro y pedagogía: El teatro escolar… – Carla Menéndez Fernández y Jesús Menéndez Peláez 109

tica y pedagógica que desempeñó el teatro en el programa ilustrado peninsular; esta preocupación por conocer la didáctica y la pedagogía en la ilustración centra asimismo su interés en la investigación del funcionamiento y significado de la escuela primaria durante la ilustración española, estudios que nos ofrecen por el momento una historia parcial de los estudios de este segmento educativo en la España del siglo XVIII3 . Esta misma orientación se vivió con anterioridad en Francia donde son muy abundantes monografías sobre te mas pedagógicos4 y sobre la función que tuvo la escuela primaria en la ilus tración en el país vecino; esto explicaría el hecho de que sean los hispanistas franceses quie nes estuvieron durante mucho tiempo preocupados por lo que ellos cali-ficaban de ausencia o laguna de la investigación dieciochista española.

Desde esta perspectiva creemos que sólo podremos valorar cuál fue la función que tuvo el teatro escolar o infantil dentro del programa pedagógico de la ilustra ción, cuando tengamos esa visión de conjunto de los elementos constitutivos del didac-tismo ilustrado en los niveles más bajos de la enseñanza.

2. NÚCLEOS DE TEATRO ESCOLAR EN LA ASTURIAS DEL SIGLO XVIII

2.1. El Colegio de San Matías de Oviedo

El colegio de san Matías, regido por los padres jesuitas, fue uno de los grandes nú-c1eos de la actividad teatral en Oviedo a partir del siglo XVI. La «Ratio Stu diorum» de la Compañía supo ver las posibilidades didácticas y pedagógicas que tenía el teatro,

tro en Mallorca, Palma de Mallorca, Estudio General Lulia no, 1972; Miguel D ‘Ors, «Representaciones dramáticas en la Pamplona del siglo XVIII», Príncipe de Viana, n° 134 -135 (1974), págs. 281-315. Como excepción debe señalarse la monografía sobre el tema que nos ocupa: Miguel A. Figueras Marti, Tea-tro escolar zaragozano. Las Escuelas Pías en el Siglo XVIII, Zaragoza, Diputa ción Provincial, 1981.

3 Conocemos tan sólo estudios parciales sobre este tema que a modo de cita rápida podemos señalar: Aurelio Marcos Montero, «El magisterio español en la épo ca de Carlos III», Revista de Pedagogía, 48 (1954); Francisco Aguilar Piñal, «La enseñanza primaria en Sevilla durante el siglo XVIII» Boletín de la Real Academia Sevillana de Buenas Letras, t. 1 (1973), págs. 39-83; Carmen Labrador Berraiz, «Los maestros de primeras letras en el Catastro de la Ensenada», II Simposio sobre el Padre Feijóo y su siglo, Oviedo, Centro de Estudios del Siglo XVIII, 1983, t. II, págs. 159-81; Victor Infantes, Ana Martínez Pereira, Bernabé Bartolomé Martínez y Pedro Ruiz Pérez, De las primeras letras: cartillas españolas para enseñar a leer del siglo XVII y XVIII, Salamanca, Ediciones Universidad de Salamanca, 2003, 2 vols. Desde el punto de vista de una enseñanza confesional católica merece citarse Bernabé Bartolomé Martínez (dir.), Historia de la acción educadora de la Iglesia en España, I. Edades Antigua, Media y Mo-derna, Madrid, BAC Mayor, 1995.

4 Véase la obra de Georges Synders, La Pédagogie en France aux XVII et XVIII siècles, Paris, Presses Universitaires de France, 1965. En esta obra se cita una abundantísima bibliografía sobre el tema en la ilustración francesa.

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tanto desde una perspectiva académica como ascético mística. Los Monumenta Histo-rica Societatis Iesu, sobre todo los tres volúmenes dedicados a la pedagogía en los cole-gios de jesuitas, contienen amplia docu mentación acerca de la función del teatro en la educación escolar5.

El calendario de este teatro escolar estaba en función de la doble finalidad del mismo: litúrgica y académica. Un momento importante para esta activi dad literaria lo constituía la inauguración del curso escolar, que coincidía con la fiesta de San Lucas (18 de octubre). Existe documentación fidedigna, reco gida en las Actas de la Catedral de Oviedo, a través de la cual sabemos que el teatro escolar de san Matías tuvo una función relevante en la fiesta del Cor pus6. A lo largo del siglo XVI, durante todo el si-glo XVII y una gran parte del siglo XVIII se puede asegurar que en dicho colegio fue costumbre repre sentar diálogos, églogas y tragedias, cuyos argumentos solían sacarse de la Sa grada Escritura.

Los mismos historiadores de la época testimonian una fecunda actividad de teatro infantil desarrollada en el Colegio de san Matías. En la Historia del Cole gio de Oviedo, del P. Guzmán, al referirse a la enseñanza dice:

Es también ma ravilloso el fruto que se ha hecho en los niños de escuela, con una que hay en este colegio, tan completa y llena de niños como de abejas una colmena, do se labran también paneles de cera y miel de letras y virtud. Es cosa de gran consuelo verlos juntos, quietos, y modestos ocupados en su labor; verlos leer y escribir, contar, oírlos cantar; verlos representar sus devotas comedias e ingeniosas invenciones7.

Asimismo, se recogen testimonios análogos en la Historia de San Matías de Oviedo, por el P. Luis de Valdivia8. Las mismas «Cartas anuales» (Litterae Annuae) que cada colegio de la Compañía había de mandar todos los años a Roma ratifican esta práctica teatral desarrollada por el colegio. Es el caso de la Carta correspondiente al año 1595:

Las declamaciones, los diálogos, las trage dias y comedias que se representan, respaldan el honor y la autoridad de nuestros estudios.

5 Sobre el teatro jesuítico y su función educadora véase Jesús Menéndez Peláez, Los Jesuitas y el teatro en el Siglo de Oro, Oviedo, Universidad, 1995, un estado de la cuestión sobre los estudios sobre el teatro jesuítico: IDEM, «Estudios sobre el teatro jesuítico español en el Siglo de Oro: Status quaestio-nis», Ínsula, 695, Noviembre (2004)2-5.

6 Véanse Actas Capitulares (A.C.) de la catedral de Oviedo, t. 16, fol. 145v; también t. 19, fol. 335r.7 Texto citado por José Mª Patac y Elviro Martínez, Historia del Colegio de san Matías de Oviedo,

Gijón, Monumenta Historica Asturiensia, nº 1, 1976, pág. 56.8 Ibidem, pág. 67.

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Esta costumbre se continuará a lo largo del siglo XVII, como lo testimonia la Carta Anual de 1604:

Podría describir, dice el cronista, los debates, certámenes y representaciones que con gran esplendor ce lebran nuestros estudiantes en Oviedo, pero temo que resultase aburrido pa ra los adultos9.

Esta moda teatral se continuará con tanto ahínco y entusiasmo a lo largo del siglo XVII y durante parte del siglo XVIII, que pronto se sintió la necesi dad de poner freno por los cuantiosos gastos que se hacían, ya que en algunos colegios estas representa-ciones alcanzaron los 400 ducados10.

A pesar de todo, siguió la costumbre de representar coloquios y tragedias el día de san Lucas y en otras fiestas del año. Lo curioso es que en algunas ocasiones los autores de estas obras fueron los propios estudiantes. Lástima que no se conserven. Sin em-bargo, las mejores piezas, es decir, las de mayor aparato y solemnidad, las escribían los maestros de la Compañía, entre quie nes destacó sobremanera Pedro Pablo Acevedo, quien utilizaba normalmen te el latín. No obstante, en algunos colegios, como en el de Oviedo, prevale ció pronto la costumbre de representar en castellano o, por lo menos, de in tercalar entre las piezas latinas algunos diálogos en lengua vulgar.

En los albores del siglo XVIII tenemos constancia de representaciones tea trales a cargo de los estudiantes del Colegio de San Matías. Manuel de Medra no recoge, por-menorizada y detallada, una representación con motivo de las fiestas que se organizan para celebrar la traslación de una antiquísima imagen de Nuestra Señora del Rey Casto; dado el interés que puede tener el texto para la historia del teatro en el siglo XVIII lo recogemos íntegramente:

Yaze en la parte oriental de la plaza el sumptuoso Colegio de San Matías de los Re ve ren-dísimos Padres Jesuitas, cuya urbaníssima devoción, atendiendo todas las cir cunstancias deste gran día, previno un obsequio a las Pallas Asturianas, que siendo el más propio para el culto, fue también un discreto estímulo, que encendió el ya com movido y universal agrade-cimiento. Delante de la puerta principal de la fachada y de la iglesia se levanta un atrio como de treinta pies de largo, y veinte de ancho, a quien da mucha hermosura todo el plano de la plaza, que sirve de pórtico al sumptuoso templo. Aquí erigieron los Padres Jesuitas un altar debajo de un rico dosel de tela verde, bordado de oro, donde se fabricó un trono para la milagrosa imagen, y en la gradería muchas luces y ramilletes de hermosísimas flores. Todo el circuito del atrio estaba rodeado de bancos, ocupando las primeras líneas unos de tercio-

9 Textos traducidos de las referidas cartas correspondientes a los años 1595 y 1604, respectiva-mente.

10 Monumenta Historica Societatis Iesu, vol. 263, texto nº 263, págs. 439-440.

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pelo carmesí para el Cabildo y la Ciudad. Tan bien dispuesto que, a pesar de los continuos emba tes de la muchedumbre, pudieron tomar deshogadamente sus asientos, unos y otros nobilísimos capitulares, luego que la sancta imagen de María SS. ocupó el trono de su altar. Desde las primeras líneas hasta lo último de los escalones del atrio, avía otras dos órdenes de bancos para la nobleza y personas de distinción, todo tan bien ordenado que esta vez se vio que la prudencia puede poner el orden aun entre la multitud.

Después que la música huvo saludado con dulcísimos motetes a la triunfante Rei na de los Cielos y el preste asistido de ministros eclesiásticos turibulado el altar y di cho la oración, se dejó ver en el plano del atrio un muchacho de entre quinze y diez y seis años; pero que en medio de su tierna edad representaba bien con el semblante, y los efectos que ayudaba mu-cho la propiedad del trage, a Mauregato, que, olvidando las elevadas obligaciones de su Ley y de su sangre, firmaba aquel infame contracto que haziendo tributarias la honestidad y la honra, pasó a vileza nuestros infortunios. Dexóse ver luego otro joven, que con mexor em-pleo y también instruido explicó vi vísimamente los ilustres sentimientos, que a vista del tamaño ultrage, hirieron el magnánimo corazón de Don Alfonso el Casto, y los generosos designios de borrar tan negro pacto con la sangre de los africanos, no tanto fiado en sus ge-nerosos alien tos, quanto en la justicia de tan noble causa y en los dominantes auspicios de Maria SS. que reverenciaba con toda el alma. Prosiguió el festejo abreviando a lo concep-tuoso de los versos los varios lanzes que abraza tan dilatado asumpto hasta coronarle feliz-mente con dar mil rendidas y afectuosísimas gracias a la celestial Protectora, cu yos auxilios no sólo convirtieron en triunfo esta ignominia, sino que estendieron la gloria y el nombre de su rendido siervo Alfonso desde el uno al otro mar, poniendo ya su piedad los funda-mentos a la grandeza del imperio español.

Duraría como media hora la representación, que tuvo a todo el nobilísimo con curso de-votamente suspenso y muy gozoso al contemplar la propiedad del asumpto, la puntualidad de las noticias, lo bien seguido de la historia y el primoroso artificio de la narración, pero no hizo novedad el primor considerando ser la acción de los eruditísimos Padres Jesuitas, cuyas plumas sólo saben correr sino sobre las pautas de los aciertos y tienen un no sé qué de gran-des aun en los asumptos que son más diver timiento que trabajo. Fenecido el coloquio bolvió la música a repetir el suave es truendo de instrumentos y de voces, y los capitulares a tomar en sus ombros la Santa Imagen que por el mismo camino y entre los mismos aplausos y alterna-das armonías de suspiros y aclamaciones bolvió a la iglesia de San Salvador y desde ella se colocó en el sumptuosísimo trono de la nueva capilla, donde está, siendo el imán dulcísimo de los corazones asturianos y toda la firmeza de su salud y de sus dichas11.

Aunque no se conserva ninguna de las piezas representadas en el Colegio de San Matías (al menos, en nuestra investigación, no tuvimos la suerte de encontrar nos con semejante hallazgo, a pesar de rastrear la documentación que sobre el colegio existe reunida en el archivo del Ayuntamiento de Oviedo), a través de los datos extrínsecos

11 Manuel Medrano, Patrocinio de Nuestra Señora en España. Noticias de su imagen del Rey Casto y vida del Ilmo. Sr. Fray Tomás Reluz, Obispo de Oviedo, 1719, págs. 212-218.

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podemos pensar que era un teatro con una fuerte impronta docente. Se trataría, pues, de un teatro mediante el cual la Iglesia presenta una concepción cristiana de la vida, en ese ver los acontecimientos humanos «sub specie aeternitatis»; este teatro escolar con estas característi cas logró conquistar un público adicto, que estaba integrado por los familia res y amigos de los colegiales, y por una masa de gente, predominantemente de clase culta y acomodada. De ahí el importante influjo social que hubo de tener este tipo de teatro escolar desde mediados del siglo XVI hasta la segun da mitad del siglo XVIII (el colegio de San Matías se cierra el 2 de abril de 1767).

2.2. Los niños de coro de la Catedral de Oviedo y sus representaciones dramáticas

La catedral de Oviedo se constituyó en el primer teatro de la ciudad, fun ción que desempeñaron la mayor parte de las catedrales del mundo románi co. La tesis sobre el origen litúrgico del teatro románico es aceptada por una gran mayoría de los estudio-sos del teatro medieval. La liturgia fue «célula generadora» de actividad dramática.

Teatro y música formaron desde muy pronto un maridaje perfectamente armónico. La música servirá de vehículo difusor y de ropaje artístico a la ex presión dramática. Sin embargo, lo que aquí queremos subrayar es el papel que jugaron los niños de coro de la catedral como protagonistas de un teatro in fantil. Los orígenes de este teatro es-colar a la sombra de la catedral se remon tan a la época medieval. Las Actas de la Cate-dral de Oviedo (A.C.) ofrecen abundantes datos de la representación de obispillo12 y otras similares, que tenían por principa les protagonistas a los niños de coro.

Cuando el cabildo trata de este teatro infantil es para corre gir los excesos que los niños cometían en la puesta en escena. El jolgorio que se traían los muchachos du-rante las fiestas de Navidad dio lugar a que las reu niones del cabildo se ocupasen de ellos muy seriamente. Este «teatro infan til» comenzaba con los maitines de Navidad. Los niños asistían con disfraces y realizaban «juegos» y «burlas» que provocaban la risa de cuantos asistían al culto. Por ello se pondrán multas y castigos a los bulliciosos muchachos. A lo largo del siglo XVII se acentuará el problema que planteaban estas represen taciones. En el año 1637 el cabildo se reúne el 1 de diciembre para impedir las aberraciones que pudieran cometerse durante la Navidad de aquel año:

Que en la noche de Navidad no haya disfraces, ni se atreva nadie a venir con vestidos ni hábitos diferentes a los que se deban traer (A.C., 1637, fol. 8).

12 Véase un amplio tratamiento de estas fuentes en Jesús Menéndez Peláez, El teatro en Asturias (De la Edad Media al Siglo XVIII), Gijón, Ediciones Noega, 1981.

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Estas representaciones infantiles se intensificaban en Oviedo durante las fiestas de la Virgen de la O (llamada así porque las antífonas de las horas ca nónicas correspon-dientes a esta festividad comenzaban por la interjección O), que se celebraban una semana antes de Navidad, sirviendo de prólogo al gran ciclo litúrgico. Los niños de coro con sus excesos y aberraciones vuel ven a ocupar la atención del Cabildo. En el año 1637 se determina que «no hagan acciones de entretenimiento» (A.C., 6 de abril, fol. 6). Durante el siglo XVII volvemos a encontrar alusiones acerca de la decencia de estas represen taciones:

Acordaron dichos señores que los niños de coro que son de cele brar las fiestas de la O… celebren cosas que sean decentes… y que el maestro de capilla haga que los niños de coro hagan algunos entretenimientos (A.C., 20 de diciembre de 1675, t. 31, fol. 211 v).

A lo largo del siglo XVIII continúa este teatro infantil al amparo de la cate dral. Las representaciones tenidas con motivo de las fiestas de la O habían re percutido sobre las gargantas de los pequeños cantores, de lo que se queja el maestro de capilla:

El señor maestro de ceremonias dijo sería bien quitar la mojiganga que en las fiestas de la O se hacían en el coro, ya que por la extra vagancia con que lo hacían, ya también porque hacían falta en el coro voces, y que el maestro de capilla se quejaba de que a resulta de los excesos que co metían aquellos días quedaban inútiles las voces por mucho tiempo13 (A.C., 16 de diciembre, 1768, t. 58, fol. 175).

El texto que acabamos de citar tiene una doble importancia. Por una parte, la fecha de 1768 nos indica que este tipo de teatro infantil subsistió a lo largo del siglo XVIII. Asi-mismo, se alude a una pequeña composición teatral per fectamente tipificada dentro de los géneros dramáticos: la «mojiganga» (breve composición teatral de tipo cómico).

Otro género dramático en el que representaron un papel importante los niños de coro fue el villancico escénico tan peculiar del siglo XVIII. Algunas de estas represen-taciones enlazan con la fiesta del obispillo. El pequeño actor, en lugar de hacer el papel del obispo, sustituía al maestro de capilla, mientras los demás encarnaban la persona-lidad de sochantres, salmistas, organistas y demás oficios de los beneficiados. Una muestra de este juego escénico puede verse en el villancico que transcribimos a conti-nuación y que muy probable mente se representaba el día de los Santos Inocentes:

Ala, ala,nadie se duerma en las pajas.

13 Actas Capitulares, 16 de diciembre de 1768, t. 58, fol. 175r.

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Teatro y pedagogía: El teatro escolar… – Carla Menéndez Fernández y Jesús Menéndez Peláez 115

No, porque viene esta noche el maestro con ganasde dar colación.El maestro que viene,que ya llega,ya me suena,me suena muy malsu condición.¡Qué buena maulay el maestro es lindo!Sólo procura por su opinión y con nosotros con sus solfeos hace el oficio de tundidor. Buena es la idea,raro capricho, siga,prosiga la diversión.Vaya de solfaporque es precisoque al bello infantedivierta el son14

En la catedral de Oviedo se conserva un buen legajo de estos villancicos es cénicos, cuya naturaleza literaria fue ya tratada15.

2.3 El Real Instituto de Gijón

El 7 de enero de 1794 era inaugurado solemnemente «después de no po cos disgus-tos y de una enconada guerra sorda»16 el Real Instituto Asturia no. Si bien este centro de enseñanza tenía como finalidad primera potenciar los estudios sobre minería y el comercio asturiano, Jovellanos supo darle igualmente una orientación humanística. Su ya famosa «Orientación sobre la necesidad de unir el estudio de la literatura al de las Ciencias» (1797), es una clara muestra de cuál era su pensamiento pedagógico y la im portancia que para él tenía la creación literaria.

Fruto de esta preocupación humanística y didáctica es la importancia que asignó al teatro escolar como método didáctico. Como ya es bien sabido, Jo vellanos parti-

14 Autor anónimo del siglo XVIII, legajo 14, nº 11 de la Catedral de Oviedo.15 Jesús Menéndez Peláez-Ana Díaz Palacio, El villancico escénico en la catedral de Oviedo durante

el siglo XVIII [trabajo inédito].16 José Caso González, El pensamiento pedagógico de Jovellanos y su Real Instituto Asturiano, Oviedo,

I.D.E.A., Cuadernos Culturales, nº 2, 1980, pág. 9.

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cipa activamente en la larga polémica que se desarrolla a lo lar go del siglo XVIII so-bre la validez del teatro. Sus ideas aparecen claramente expuestas en Espectáculos y diversiones públicas (1790). Para Jovellanos el teatro de los Siglos de Oro no tenía una función didáctica y pedagógica. Sus contenidos temáticos eran malos y estaban pla-gados de vicios y defectos que la moral y la política no podían tolerar. Sin embargo, a pesar de las críti cas que Jovellanos hace al teatro barroco, no deja de ver el valor po-sitivo del género dramático. ¿Cómo es el teatro prefigurado por Jovellanos? Lo define en los siguientes términos: «Un teatro donde puedan verse continuos y he roicos ejemplos de reverencia al Ser Supremo y a la religión de nuestros pa dres, de amor a la patria, al soberano y a la Constitución; de respeto a las je rarquías, a las leyes y a los depositarios de la autoridad; de fidelidad conyugal, de amor paterno, de ternura y obediencia filial; un teatro que presente prín cipes buenos y magnánimos, magistra-dos humanos e incorruptibles, ciudada nos llenos de virtud y de patriotismo, pruden-tes y celosos padres de familia, amigos fieles y constantes»17. Un teatro así es el que desea para Gijón. Por eso dirá en uno de sus Diarios: «Ven, muelle, teatro, obras nuevas»18.

Desde su Real Instituto intentará crear un teatro con esas características. Y, efecti-vamente, en el último decenio del siglo XVIII esta institución se convertirá en un im-portante centro de actividad dramática con una finalidad docente y escolar. Son muy frecuentes las alusiones que se hacen en el Dia rio a las representaciones que tenían lugar en el Real Instituto y a los ensayos que precedían al acto público. Entresacamos algunas de estas referencias:

1 de agosto de 1794: «A casa de Valdés donde sigue el ensayo del baile, y se lee el drama; es celebrado y reído, pero aguardemos a ver su ejecución»19.

10 de agosto de 1794: «Por la tarde ensayo del drama; no me gusta; después del baile va bien»20.

17 de septiembre de 1795: «Mejora el drama de los niños»21. 18 de octubre de 1795: «La juventud del pueblo proyecta la repre sentación de El viejo y la niña; me lo pro-pone Tineo, y lo apruebo, pero no me gusta la repartición de papeles»22.

22 de octubre de 1795: «Al almacén donde se prepara el teatro»23.23 de septiembre de 1795: «El alumno Inclán propone que sus com pañeros (los

17 Jovellanos, Espectáculos y diversiones públicas, edic. de José Lage, Madrid, Cátedra, 1977, pág. 133.18 Jovellanos, Diario, edic. BAE, vol. 85: Obras Completas, t. III, Madrid, 1956, pág. 201.19 Ibidem, pág. 194.20 Ibidem, pág. 196.21 Ibidem, pág. 324.22 Ibidem, pág. 324.23 Ibidem, pág. 325.

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alumnos más crecidos) quieran representar una pie za de hombres solos. Cita una mo-derna, El Cid, con cinco actores. Se dice que está bien»24.

5 de octubre de 1795: «Corrección del drama Los alumnos, que devol vió Peñalva»25.

El año 1795 es particularmente importante dentro de este teatro escolar desarro-llado en el Real Instituto de Gijón. En noviembre de aquel año se ex pusieron solem-nemente los retratos de Carlos IV y del ministro de Marina, don Antonio Valdés. Con este motivo Jovellanos compuso una pequeña pieza dramática, El Agradecimiento, re-presentada por los alumnos del Instituto. Una vez terminada la función, Jovellanos anota en sus Diario: «Al teatro: alguna confusión en el vestuario por la mucha gente que peinar y vestir; afuera alguna bulla por haberse agolpado mucha gente a la vez; al cabo todos se acomodaron sin molestia; sin ella y sin desgracia se llenó el espectáculo. Bien ejecutado el drama; brillante la escena de exposición de los retratos en que Arce se superó a sí mismo; lo mismo el baile, aunque algo atropellada la pan tomima. Duró dos horas y media. Por fin llenamos sin desgracia y con mucho placer este día tan se-ñalado para mí y para nuestro Instituto»26.

En resumen, Jovellanos supo descubrir las posibilidades didácticas y pedagógicas que tenía el teatro. La idea de que el teatro escolar forma parte de la educación aparece explícitamente en su Diario, como acabamos de poner de relieve. En otro momento de este relato autobiográfico vuelve a insistir en la misma idea, al echar de menos un lugar apropiado en su Instituto: «Nos falta una pieza que sirva de Teatro para los cer-támenes que deben formar parte de la educación»27. Subrayamos por nuestra cuenta. En este punto la actitud y el pensa miento de Jovellanos es bien semejante al espíritu de la «Ratio Studiorum» de los Jesuitas del siglo XVI.

2.4. Las Escuelas Públicas de Oviedo

En el año 1767, como ya dijimos, se cierra el Colegio de San Matías, regido por los PP. Jesuitas. A partir de este momento se intensificará la escuela pú blica como órgano de instrucción en el nivel de la enseñanza primaria. Des conocemos cuál fue la función y la importancia que tuvieron estas escuelas dentro del conjunto de la ilustración as-turiana. Un estudio en este sentido creemos que pudiera ser muy interesante y relati-vamente sencillo, pues las actas municipales proporcionan abundantes materiales.

24 Ibidem, pág. 326.25 Ibidem, pág. 328.26 Ibidem, pág. 334.27 Ibidem, pág. 404.

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Lo que queremos poner de manifiesto es la importancia de un teatro esco lar, cuyos protagonistas son precisamente los niños de las escuelas públicas. Junto a un teatro escolar, al estilo del teatro jesuítico, cuya herencia hubo de asumir, sin duda, la escuela pública, esta nueva institución amenizará deter minadas fiestas oficiales con una nueva orientación del teatro escolar. Se tra ta de dos acontecimientos que marcaron la vida pública de Oviedo a finales del siglo XVIII. Nos referimos a los festejos que celebró la ciudad con motivo del nacimiento de los infantes, Carlos y Felipe, hijos de Carlos III, y el nombra miento de Jovellanos como Ministro de Gracia y Justicia. Describiremos por se parado cada uno de estos acontecimientos.

2.4.1. El nacimiento de los infantes, Carlos y Felipe

Fue este acontecimiento uno de los más importantes para la vida del teatro en el Oviedo del siglo XVIII. Por otra parte, al conservarse el documento que relata los «públicos regocijos» con que celebró la capital del Principado tan grata noticia, se puede seguir con todo detalle la naturaleza de ese teatro escolar. Intentaremos hacer un pequeño análisis del mismo.

Comienza el texto haciendo alusión a una Real Orden por la que se invita ba a la ciudad a celebrar con «públicas demostraciones» el feliz aconteci miento ocurrido en la Corte. El Ayuntamiento nombra una comisión consti tuida por Don Martín Ramón de Cañedo y Vé1ez, Don José Gabriel Fernán dez Cueto y Don José García Argüelles. Dicha comisión pasa invitación a los principales organismos públicos a colaborar con su participación en tan «plausibles regocijos»: el Cabildo de la Catedral, la Universi-dad, el Colegio de Abogados, los Maestros de las Escuelas Públicas, los Comerciantes y los Gremios de Artesanos. Todos reciben con gozo esta invitación y contestan afir-mativamente. Como era esperado, el teatro se convirtió en el gran centro de interés. El gremio de Herreros y Cerrajeros representó tres cuadros escé nicos: dos de inspiración bíblica (El triunfo de la fe y El infierno) y uno de tema mitológico (La historia del Dios Vulcano). El gremio de Sastres escenificó una «ingeniosa mojiganga» sobre la reden-ción de cautivos y una Loa delante de la capilla de la Balesquida. El cronista nos des-cribe con toda minuciosidad el programa de fiestas en lo que él titula «Descripción breve». Esta minuciosi dad se intensifica cuando el anónimo autor se detiene a descri-bir el teatro es colar realizado por los niños de las Escuelas Públicas. Comienzan las fiestas el día 29 de diciembre de 1783 con la representación hecha por los niños «de escribir» en la Plaza Mayor: «Por la tarde en un tablado que se construyó en la Plaza Mayor representaron cuatro niños de Escuela la Loa siguiente como introducción de las fiestas» (pág. 3 del folleto).

El día 30 los niños son de nuevo protagonistas de excepción: «un regimien to de

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niños que el buen gusto de los Comisarios a sus expensas, y de los indi viduos del co-mercio hizo formar y vestir de los más pobres alumnos de las numerosas Escuelas Públicas, (de que esta ciudad es patrona) dándole el nombre de el Regimiento de los Infantes Gemelos, tan bien disciplinados y aguerri dos a costa del desvelo de sus Maes-tros, que fueron el imán de quantos en es ta y otras sucesivas funciones los admiraron. Tenían por jefes otros chicos de la nobleza y de ricos hacendados, vestidos y armados de su cuenta y todos con chupas, calzones, vueltas y collarines encarnados, blancas casacas y botón do rado: dividido en granaderos y fusileros con sus correpondientes fornituras, sables, bayonetas, fusiles y gorras, todo muy al natural: siendo lo más gracio so de este hermoso cuerpo, la edad de sus miembros, que no excedían por lo general de once años; aunque baxaban muchos hasta ocho, y subía alguno de doce» (pág. 27 del folleto). El mismo día 30 a las tres de la tarde los niños de gramática repre-sentan otra Loa (pág. 28-40 del folleto). De esta «descripción» conviene señalar el diálogo que «en lengua provincial» recita un «niño vestido de aldeano al uso del país» (págs. 21-23)28.

El teatro escolar seguirá siendo la atracción de aquellos «plausibles feste jos» los días 8 y 9 de enero. Como el mal tiempo impedía el espectáculo al ai re libre, la co-misión de festejos «condescendiendo con el pueblo que ansiosa mente lo apete-cía», determinó que los niños de la escuela repitieran en la Ca sa de Comedias las representaciones que habían realizado días antes en la Pla za Mayor; de nuevo el espectáculo «aumentó el deleyte del innumerable con curso que llenaba el ancho corral».

El nacimiento de los dos gemelos, Carlos y Felipe, fue también motivo para que La Real Sociedad Económica de los amigos del País de Asturias organizase una pe queña ve-lada teatral en la que el teatro escolar ocupó de nuevo un lugar rele vante. Los persona-jes son Floro, pastorcillo, y Narciso, niño de la escuela.

2.4.2. El nombramiento de Jovellanos como ministro de Gracia y Justicia

En el trabajo sobre el teatro en Asturias29 pusimos de relieve la importancia que tuvo la Univer sidad de Oviedo como núcleo de actividad dramática. La fiesta de Santa Eula lia era el momento más importante de aquel teatro universitario. Durante el siglo XVIII hay dos circunstancias en que la Universidad organiza unas fiestas para celebrar

28 Para Fermín Canella el autor de este texto sería Francisco Tamargo (Oviedo.Guía, Oviedo, Vi-cente Brid, 1888, pág. 62)

29 Jesús Menéndez Peláez, El teatro en Asturias (De la Edad Media al Siglo XVIII), Gijón, Noega, 1985.

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los éxitos políticos de dos ilustres asturianos, hijos del «alma mater»: Campomanes y Jovellanos.

Al serle concedida a Campomanes la gran cruz de Carlos III, el claustro uni-versitario prepara los «públicos regocijos» para el mes de febrero de 1790. Todo lo que con este motivo se realizó aparece descrito en el Memorial Litera rio, Madrid, fe-brero, 1790, página 212.

Más importancia tiene para nuestro objetivo el programa festivo del nom bramiento de Jovellanos de Ministro de Gracia y Justicia. Todo el programa, incluidos los textos literarios, fueron publicados por la propia Universidad en un raro folleto de difícil lo-calización en la actualidad30. El teatro vuelve a ocupar el interés principal. Tres tipos de representación tuvieron lugar. Las dos primeras fueron realizadas por los alumnos de la propia Universidad; su naturaleza y significado fue ya analizado31. La tercera esce-nificación era de naturaleza literario-musical con carácter alegórico, cuyos actores eran ocho niños de las Escuelas Públicas, quienes hacían el papel de las Ciencias, la Agricultura, las Artes y el Comercio. Tiene gran importancia para el conocimiento de la realidad teatral del siglo XVIII el papel preponde rante que se asigna a la escenogra-fía. Transcribo la detallada descripción del cronista:

En el centro del patio se construyeron un octógono de treinta y cuatro pies de alto, con capiteles en los ángulos y sin más entrada que la que facilitaba una escalera frente a la puerta principal. Elevábase en el centro del octógono una estatua de seis pies de altura sobre un plinto de uno. La estatua representaba al Excmo. Sr. Jovellanos. En los cuatro ángulos obtu-sos del octógono, correspondientes a cuatro rectos del patio se levantaron cuatro pi rámides de trece pies de altura, sostenidas cada una de tres bolas bronceadas y sus pedesta1es, en cuyos frentes se veían los mismos geroglíficos de las Ciencias, la Agricultura, Artes y Co-mercio que distinguían los niños. Venido el Claustro ascendieron los niños a colocarse de dos en dos junto a sus pirá mides respectivas. Principiose la orquesta y cantaron las letras32.

3. TEATRO Y MÚSICA

Literatura y música formaron desde siempre un binomio inseparable de mutua in-terdependencia. La música fue con frecuencia el vehículo difusor de la obra literaria, y la literatura servía de apoyo textual a la melodía, influyén dose mutuamente. Música

30 Noticia de los públicos regocijos con que la Real Universidad literaria de Oviedo celebró la feliz elevación de su hijo el Excmo. Sr. D. Gaspar de Jovellanos…, Oviedo, Por el impresor de la Universidad, 1798.

31 Jesús Menéndez Peláez, El teatro en Asturias…, págs. 98-99.32 Noticias de los públicos regocijos…pág. 7.

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y literatura fueron en muchos casos dos aspectos inseparables en la obra literaria. ¿No es este un aspecto muchas veces olvida do de la crítica literaria?33

La unión entre teatro y música tiene también una larga historia34. En las representa-ciones del drama litúrgico en la Edad Media la música jugaba ya un papel muy impor-tante, como lo prueba la obra de L. Smoldon35. La naturaleza musical de estos dramas litúrgicos solía ser el resultado de la unión de cantos populares con los cantos litúrgi-cos. La obra de Juan del Enci na, recuperada en su mayor parte por Barbieri, es un claro ejemplo de la unión entre literatura y música. Durante los Siglos de Oro la mayor parte de los dramaturgos compusieron piezas dramáticas destinadas a ser cantadas. A Lope de Vega se le suele considerar como el primer autor dramático que compuso una comedia musical, La selva sin amor, obra completamente canta da, aunque no se con-serva la música ni sabemos el nombre de su autor. Cal derón, por su parte, es el autor de la primera zarzuela, El Laurel de Apolo, estre nada en 1657 con motivo del naci-miento del primer hijo varón del segundo matrimonio de Felipe IV.

Durante el siglo XVIII la unión teatro y música se va a intensificar. En 1703 Felipe V llama a los comediantes italianos, a quienes se les concede el usufructo del Teatro del Buen Retiro. De esta manera la ópera italiana se convirtió en el espectáculo de la corte bajo la dirección de Farinelli. Junto a este género mayor, a lo largo del siglo XVIII, se representaron abundantes obras de dimensiones menores en las que la mú-sica jugaba un papel princi pal. Dos géneros merecen citarse en este aspecto: el villan-cico escénico, que solía amenizar las funciones litúrgicas, del que se conservan abundantes lega jos en los archivos catedralicios 36, y la tonadilla que constituyó un género muy del gusto del público que asistía a las representaciones.

Estas últimas obras se pueden calificar de «tea tro escolar» y pertenecen a un gé-nero literario musical de difícil clasifica ción. Se les podría denominar teatro musical «de circunstancias», en el sentido de que la creación artística está en función de unos

33 Son muy escasos los estudios dedicados a estos temas. El problema se vislumbra con mayor clari-dad aplicado a la época medieval, pero se podría aplicar a otros períodos. Entre los trabajos que suelen citarse como ya clásicos destaca: Menéndez Pidal, R. Poesía árabe y poesía europea, Buenos Aires, Mé-jico, Colee. Austral, 1946, págs. 9-67; en él se estudia la estructura musical del zéjel y el villancico. Sala-zar, Adolfo, Poesía y música en lengua vulgar y sus antecedentes en lo Edad Media, Méjico, Revista Filosofía y Letras, 1943. La incidencia de la música en la creación poética medieval ha sido también estudiada por Ewald Jammers, «Die Rolle der Musik in Rahmen der romanischer Dichtung des XII. und XIII. Jahr-Jahr-hunderts» en Grundriss der romanischen Literaturen des Mittelalters, Heidelberg, Carl Winter, 1972, vol. 1, págs. 483-537.

34 Puede verse la obra de J. Subirá, Historia de la música teatral en España, Barcelona, Labor, 1945.35 L. Smoldon, The Music of the Medieval Church Dramas, London, Oxford University Presse, 1980.36 Véase Manuel Alvar, Villancicos dieciochescos, Málaga, Ayuntamiento, 1972, 2 vols.; Carmen

Barvo- Villasante, Vi Ilancicos del siglo XVII y XVIII, Madrid, Magisterio Español, 1978; sobre el villancico escénico en la Catedral de Ovie do véase nota 17.

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hechos circunstancia les que la condicionan en su propia esencia de creación y de re-presentación. Es un tipo de literatura «encomiástica» que hubo de ser muy frecuente tanto para celebrar los felices acontecimientos de la corte como para festejar un acon-tecimiento político importante. Su estudio y divulgación quizás pueda contribuir a conocer un aspecto más de nuestro siglo XVIII.

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Etapas en la recepción del pensamiento de Jovellanos

Silverio Sánchez CorrederaI.E.S. Emilio Alarcos, Gijón

RESUMEN

Tenemos, por un lado, el Jovellanos que vive entre 1744 y 1811, y, por otro, el Jovellanos de los diversos jovellanismos que se sucedieron desde su muerte hasta nuestros días. En «Etapas en la recepción del pensamiento de Jovellanos» nos proponemos discriminar las seis diferentes etapas en las que se despliegan otras tantas distintas proyecciones de nuestro ilustrado español, analizar las causas de estas diferencias y apuntar los criterios que nos permitan distinguir el «verdadero» de los falsos Jovellanos.

Palabras clave: Jovellanos. Jovellanismos. Ilustración. Liberalismo. Neocatolicismo. Ju-Liberalismo. Neocatolicismo. Ju-lio Somoza. José Miguel Caso. Ética. Política. Moral.

ABSTRACT

On the one hand, we have the Jovellanos that lives between 1744 and 1811, and on the other hand, stands the Jovellanos of the various jovellanismos movements that have fol- various jovellanismos movements that have fol-lowed each other from his death to nowadays. In “Periods in the Understanding of Jovel-lanos’ Thoughts,” we intend to differentiate the six different periods that display distinct views of this Spanish Enlightenment thinker, analyze the causes of these differences, and name the criteria that allow us to distinguish between the “true” and the false Jovellanos.

Key Words: Jovellanos. Jovellanismos. Enlightenment. Liberalism. Neocatholicism. Ju-lio Somoza. José Miguel Caso. Ethics. Politics. Morals.

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I. PRESENTACIÓN

¿Quién es Jovellanos? ¿Hay un Jovellanos verdadero y otros falsos? Intentaremos responder a la cuestión de quién es el verdadero Jovellanos, acu-

diendo a las distintas versiones de los diferentes jovellanismos, para, desde ahí, me-diante un análisis de ida y vuelta, poder llegar a alguna conclusión lo más fundada y crítica posible.

Nos proponemos hablar, para conseguir este objetivo general, de las «etapas en la recepción del pensamiento de Jovellanos», es decir, de los diversos modos como a lo largo de los siglos XVIII, XIX y XX fue transfigurándose la interpretación de la imagen de nuestro prohombre gijonés. Estas transformaciones no fueron sólo modificaciones leves de perspectiva o meras intensificaciones hechas con distintos énfasis sino que supusieron también verdaderas inversiones o vueltas del revés en la interpretación de Jovellanos. De este modo, hablaremos de seis etapas diferenciadas en el modo de in-terpretar al ilustre asturiano. Estas etapas son el fruto de distintas proyecciones sobre Jovellanos, en la medida que los contextos históricos específicos pasan a ser determi-nantes en la recepción histórica de su figura. Nos hablan no sólo de una deriva de transformación de un personaje sino además de las propias inflexiones sufridas por la historia de España. Si tenemos en cuenta que se dan además modos mixtos que fun-den dos o más etapas, tendremos un número considerable de efigies jovellanistas dife-rentes. Partiremos de un breve semblante de cada una de ellas, para desde ahí ir estableciendo la imagen crítica que yo habré de defender.

II. LAS SEIS ETAPAS

Las seis etapas que transcurren en interludios de 30-45 años aproximadamente, se corresponden grosso modo con 1º) la Ilustración, 2º) el Liberalismo, 3º) el Neocatoli-cismo decimonónico, 4º) la Restauración finisecular y las décadas iniciales del siglo XX hasta la Segunda República, 5º) el Franquismo y 6º) la Democracia de las Autonomías.

Los nombres técnicos que atribuiremos a estas etapas los estableceremos en fun-ción de alguna de sus características esenciales, y así tenemos: la etapa «ilustrada» discurriría desde 1767 (primer escrito de Jovellanos) hasta 1811, fecha de su muerte. La segunda etapa, la «liberal», desde 1811 hasta 1857, supone el engarzamiento de su figura ilustrada con la generación de jóvenes liberales, que en buena medida se sienten seguidores suyos. La tercera, la «neocatólica», desde el giro político-religioso que introduce Nocedal en 1858 hasta el reordenamiento y nueva síntesis elaborada por Julio Somoza en 1888. La cuarta, pues, la «somozista» o «eticista» desde 1888 hasta 1934, fecha esta última donde volvemos a hallar un nuevo punto de inflexión

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venido de los análisis de profesores universitarios (primero Ángel del Río), del campo de la filología, de la literatura y de la historia, que nos situará en la quinta etapa: la «histórico-filológica» o «casista» (por ser Caso el principal representante e impul-sor de un nuevo balance de la figura de nuestro ilustre antepasado), desde 1935 a 1980. Finalmente nos hallaríamos en la sexta etapa, que hacemos arrancar parcial-mente de la misma obra de Caso y de las primeras claras contribuciones que incluyen estudios de carácter filosófico, a partir de 1980, etapa que si ha de durar el promedio de la cadencia desarrollada hasta el presente podemos prever hasta 2010-2025, en función de la densidad de los avatares que se produzcan o de nuevas distorsiones que obliguen a nuevas derechuras (pero aquí estamos ya haciendo futurología, de la que nos guardaremos prudentemente).

1ª etapa) Etapa «ilustrada» (1767-1811), simbolizada en el retrato que Goya le hace siendo ministro. Tiene que ver con la imagen fundamental que se desprende del conjunto de su vida, desde sus primeros escritos hasta su muerte. Podemos conside-rarlo, de este modo, como un ilustrado, al igual que Feijoo, Voltaire, Rousseau, Dide-rot, Kant, Hume y tantos otros.

2ª etapa) Etapa «liberal» (1811-1857), paralela a la revolución de ideas que arras-tran las Cortes de Cádiz y la nueva Constitución de 1812. A lo largo de esta etapa quienes se sitúan próximos a la obra de Jovellanos son el conjunto de liberales españo-les, como Antillón, Quintana, Gallego, el Conde de Toreno, Alcalá Galiano, Blanco White, Llorente y Lord Holland. Puede interpretarse como continuación de la ante-rior, pero teniendo que salvar un salto importante: el que hay entre el Antiguo Régi-men del que se sale y el modelo liberal basado en el gobierno parlamentario y la soberanía popular.

3ª etapa) Etapa «neocatólica» (1858-1888), corre pareja con la imagen de los pontífices Pío IX (que se caracteriza por la reacción contra el liberalismo, tal como quedó expresado en el Syllabus, publicado en diciembre de 1864). Esta etapa plantea una ruptura abrupta frente a la anterior y se presenta como su antítesis. Enfrentándose al modelo liberal anterior, se propone una vindicación desde el naciente conservadu-rismo español. Uno de los fundadores del partido conservador neocatólico, Cándido Nocedal, y jovellanista de pro, se hace responsable de la edición de las obras de Jove-llanos de la BAE y redacta un estudio preliminar donde plantea la reivindicación de Jovellanos como el mismo fundador del conservadurismo español. Sus tesis serán se-guidas por Gumersindo Laverde y a continuación por Marcelino Menéndez Pelayo, referentes ejemplares –por la fama y nombre que especialmente alcanza este último– de la posterior interpretación conservadora que llega hasta nuestros días.

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4ª etapa) Etapa «eticista» o somozista (1888-1934), que discurre concomitante al equilibrio de síntesis buscado por la política de los tiempos de Cánovas del Castillo y de la España de la generación del 98. Se trata de una etapa de reivindicación ética («eticista»), como modo de superar la apropiación neocatólica anterior, pero no re-gresando sin más a los postulados liberales sino estableciendo otro plano diferente en donde situar la figura de Jovellanos. Sin renunciar al estudio histórico que resitúa a Jovellanos como ilustrado y que analiza en qué cuestiones fue liberal y en qué otras puede hablarse de afinidad con los conservadores, aquí se trata de insistir que la gran-deza de Jovellanos no provino directamente de su lineamiento político sino de sus cualidades personales, de sus virtudes éticas. Se presenta como superación de los ex-cesos de las etapas anteriores, no sin hacer concesiones a todas.

5ª etapa) Etapa «histórico-filológica» (1935-1980), cuyo punto de inflexión his-tórico coincidiría con la Segunda República Española pero cuyo curso se extenderá a lo largo del franquismo. Supondrá la recuperación «científica» de Jovellanos de la mano de Ángel del Río y, más tarde, principalmente, bajo la guía de José Miguel Caso. Sobre el terreno abonado en las etapas anteriores, y singularmente Gracias a la inves-tigación bio-bibliográfica precedente de Julio Somoza, se trata de elaborar una imagen aséptica, no ideológica, «científica», utilizando para ello el instrumental analítico del estudio histórico y filológico. Puede entenderse como un intento de superación del mare mágnum ideológico-político anterior, no porque se sustraiga de esa problemática sino porque su metodología histórico-filológica se propone desvelar la «verdad» de los asuntos y no demostrar aquellas ideas que coincidan con los presupuestos o pre-juicios de partida.

6ª etapa) Etapa «filosófica» (1980- ), que arranca coincidiendo con la recupera-ción estable del parlamentarismo democrático y, por tanto, con el cierre de un bucle que se abrió en las Cortes de Cádiz. La llamaremos etapa filosófica por el afán de com-prensión global de la obra de Jovellanos y por los intentos de enclavar su pensamiento no sólo en virtud de su filiación política o de su trascendencia personal sino además en el campo en el que es comparable a otros pensadores que están ya incluidos en la histo-ria de la filosofía occidental. J. M. Caso no sólo puede ser considerado el principal artí-fice de la quinta etapa sino uno de los iniciadores de esta sexta, por empeñarse en rescatar una visión globalizante capaz de conectar los distintos aspectos de las ideas de Jovellanos. Tras de él, algunos han proseguido análisis que, aunque de radio parcial, se han elaborado concediendo, de modo más o menos expreso, que hay un pensamiento jovinista (según nuestra denominación) estructurado más allá de meras aportaciones sueltas y desarticuladas. Aquí creemos que se encuentran estudios como los de Javier Varela (1986-7, 1988), José Luis Fernández Fernández (1985,1991), Francisco Flecha

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Andrés (1990) y Fernando Baras Escolá (1991, 1992, 1993), y, en consonancia con este nuevo aire que contribuye a rescatar y poner en primer plano la idea de un Jovella-nos teórico, teorizador, otras aportaciones menos globalizadoras pero de la misma tex-tura, como las aportaciones de Vicent Llombart, Enrique Gil Novales, Horacio Capel, Santiago Sagredo, Guillermo Carnero y Santos M. Coronas1. Y, finalmente, junto a es-tos estudios circunscritos a áreas determinadas de la producción jovellana (economista, jurista…), han comenzado a aparecer intentos de presentar el pensamiento jovinista, desde José Luis Abellán (1981), Amable Fernández Sanz (1995, 1996), María del Car-men Lara Nieto («La influencia de la filosofía inglesa en Gaspar Melchor de Jovella-nos», T.D., 1997), José Manuel Souto Rodríguez (2000-1) y el mío mismo en Jovellanos y el jovellanismo, una perspectiva filosófica (Pentalfa, 2004).

Aparecida una etapa posterior no desaparece la precedente, sino que se conjugan en dialécticas distintas, confrontándose o imantándose a través de modelos de inter-pretación mixtos o de derivaciones particulares. Algunas interpretaciones demues-tran ser muy pertinaces y tener sus seguidores asegurados, al compás de las ideologías. En la actualidad siguen publicándose obras concebidas desde los esquemas de ideas pretéritas, en función de las aguas ideológicas donde se beba y dependiendo de las Fuentes bibliográficas que sean el referente principal, empezando por los dos gran-des jovellanistas, Caso y Somoza. Todavía hoy abundan los perfectos somozistas y los que prefieren insistir en las tesis nocedalianas. No es de extrañar, con toda justicia, que lo que más abunde sean aquellos de la estela de Caso.

III. SOBRE LA CONEXIÓN ENTRE LAS SEIS ETAPAS

Lo que hemos propuesto hasta el momento es que hay seis etapas a lo largo de estos dos siglos amplios, fruto de algunos puntos de inflexión que fueron capaces de romper o reestructurar la imagen precedente. Pero, como ya hemos sugerido, esto no debe ha-cernos creer que hay seis maneras puras de interpretar a Jovellanos, porque hay más. La etapa que aparece nueva no tiene el poder de hacer desaparecer mecánicamente a las precedentes y, de este modo, lo que sucede es que todas ellas entran en una dialéctica peculiar, formándose confluencias y también ramificaciones subsidiarias. Este es el fe-

1 Para una rápida y certera consulta a las contribuciones de los jovellanistas citados resulta muy útil la ordenación y catalogación realizada por Moratinos Otero, Orlando y Cueto Fernández, Vi-cente: Bibliografía jovellanista, Gijón, Edición del Foro Jovellanos, 1998. Obra a la que se han ido aña-diendo nuevas reseñas en el Boletín Jovellanista, núms. 1-6, Gijón, Fundación Foro Jovellanos del Principado de Asturias, 1999-2006, a cargo ahora de Orlando Moratinos en «Bibliografía jovellanista. Apéndices, I-VII».

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nómeno que vamos a tratar de clarificar ahora, con el doble objetivo de señalar las ca-racterísticas de cada etapa y, a la vez, de constatar la influencia de los contextos históricos y políticos, capaces de reordenar las ideas anteriores –unas veces señalando nuevos pliegues a tener en cuenta y otras introduciendo oscurecimientos– Y, en defini-tiva, para tratar de comprender cuáles fueron las causas que influyeron en estos cam-bios de sentido en la recepción de la figura, la obra y el pensamiento de Jovellanos.

Lo diremos muy escuetamente: en el siglo XIX, las causas fueron ideológico-políti-cas, y éstas, a su vez, influidas por distintas modulaciones político-religiosas. A partir del siglo XX, sin poder neutralizar los componentes ideológico-políticos, las causas tienen que ver con el esfuerzo por objetivar críticamente los escritos y las ideas de Jovellanos. Pero entremos en algún detalle.

La primera etapa (ilustrada) se desprende «naturalmente» del contexto cultural prevaleciente contemporáneo a la vida de Jovellanos. Podemos considerar que es una interpretación verdadera, aunque no completa, en el sentido de que no sólo hay lo que se ve porque ha de contar lo que se está gestando para el futuro.

La segunda etapa (liberal) se desprende del relevo histórico «natural» que se dio entre las posturas de la ilustración más progresista y los primeros liberales españoles. Podemos considerar, también, que se trata de una interpretación verdadera.

La tercera etapa surge sorprendentemente al establecerse una ruptura con las dos anteriores. Se apoya en una conexión particular que se establece entre tres planos dife-rentes: por una parte, los textos de Jovellanos, y por otra la ortodoxia religiosa y las ideas democráticas que se le atribuyen o se le discuten. Estos tres planos se utilizan ideológicamente y dan lugar a una tergiversación. A mediados del siglo XIX, las ideas democráticas del momento actuaban cada vez más abiertamente enfrentadas a la orto-doxia católica; aplicado a nuestro ilustrado asturiano, había escritos que, por una parte, refrendaban que Jovellanos había profesado una sincera religiosidad católica y, por otra, que mostraban el rechazo del prócer gijonés hacia el gobierno democrático. Y como los demócratas de ahora eran los descendientes de los liberales y éstos los hijos de los ilus-trados, había que reinterpretar a Jovellanos no como un ilustrado-liberal-demócrata sino como algo nuevo, como el mismísimo fundador de los conservadores. La argu-mentación tenía su finura, pero se esgrimía sobre una confusión conceptual, porque la articulación de ideas se hacía sobre tres medias verdades (es decir, sobre tres falseda-des, en definitiva): la primera que el concepto de democracia al que Jovellanos se refe-ría no coincidía con aquel que el Papado del Sillabus rechazaba, la segunda que su ortodoxia no era una ortodoxia católica apostólica y romana en toda regla sino cristiana y crítica con Roma, como aquella que defendían los demócratas de mediados del XIX. Por eso, la interpretación de esta tercera etapa la consideramos globalmente como falsa. Sin embargo, por su persistencia y por la confusión conceptual que conseguirá afianzar, proyectará buena parte de su tesis principal en la posterior imagen de Jovellanos.

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La cuarta etapa (eticista) reordena la imagen de la religiosidad de Jovellanos dispo-niéndola al lado de las otras características no-religiosas y situando todo ello en un marco más fundamental: el de los grandes valores éticos de Jovellanos. Se concede, por tanto, que las ideas religiosas de Jovellanos han de ser tenidas en cuenta como un factor principal, pero dentro de su rica personalidad ética y no como la clave decisiva de su pensamiento. Julio Somoza, y con él todos los que siguen este modelo, mostra-rán que Jovellanos está más allá del reduccionismo neocatólico o de la interpretación liberal y que como ilustrado mantiene sus distancias con la Ilustración europea, es decir que elevarán la figura de Jovellanos a la altura de un personaje peculiar y único, la de un gran hombre o, si se quiere, aunque pretendieron a veces evitar este sintagma, la de un «santo laico».

La quinta etapa no puede sino reconocer muchas de las tesis centrales a que se ha llegado en la etapa de Somoza, pero conoce que, de una parte, queda mucho por hacer en la labor crítica de fijación, publicación e investigación de los escritos de Jovellanos y, por otra parte, el conjunto de las interpretaciones hasta la fecha están en exceso cargadas de componentes ideológicos y de apriorismos políticos y religiosos. La labor que desempeñará será, por tanto, de clarificación crítica, contribuyendo a fijar de modo más definitivo el contexto y sentido de las ideas jovinistas, pero, no pudiendo sustraerse al mare magnum ideológico –puesto que las ideas político-religiosas forman parte esencial de la trama del pensamiento de Jovellanos- han de verse obligados a remover estas temáticas y, de ahí, a suscitar de nuevo las pasiones de antaño según las cuales cabría ver tanto un Jovellanos de izquierdas como un Jovellanos de derechas.

La sexta etapa comienza a hacerse posible cuando se lleva ya muy avanzado el trabajo crítico en la fijación del contexto histórico y de los escritos del prócer asturiano, cuando las tesis más directamente ideologizadas empiezan a hacerse inviables, por ridículas, y cuando se está en situación de poder abordar el valor del conjunto de la obra del ilus-trado español. En esa etapa estamos ahora sumidos y, sin pretender ninguna fijación de verdad absoluta alguna, toca afianzar un territorio suficientemente firme y consistente sobre el que poder seguir reenfocando un pensamiento, que al ser complejo, no podrá dejar de estar sujeto a continuas aclaraciones, intensificaciones y reordenamientos.

Estamos viendo que en el trayecto de la recepción y proyección de la figura de Jo-vellanos operan varias líneas de fuerza: a) la apropiación ideológica, b) el culto al per-sonaje, c) el estudio erudito de su pensamiento y obra, y d) el intento de comprensión del conjunto de sus ideas y la sistematización de su pensamiento. Los cuatro compo-nentes pueden hallarse en cualquiera de las seis etapas, pero es claro que la apropia-ción ideológica y el culto al personaje son los móviles principales de las cuatro primeras etapas y que las dos últimas etapas se centran más en el estudio erudito y en la comprensión global de su obra. Sería falso creer que estas cuatro funciones no se hallan operativas en todo momento; cambia, sí, su intensidad.

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Pasemos ahora de estos planos largos que hemos reseñado a enfoques más precisos y minuciosos, que tengan la capacidad de mostrar de cerca las tesis generales defendi-das hasta ahora. Nos referiremos a la segunda, tercera, cuarta y quinta etapa, y dejare-mos de lado la primera y la última etapa, ésta porque aún no tenemos toda la distancia histórica para referirnos a ella y la primera etapa, la que se desarrolla durante la vida de Jovellanos, porque puede remitirse directamente a la lectura de su obra. Sólo diremos a este respecto lo siguiente: a Jovellanos se le puede atribuir la paternidad de la convo-catoria de las cortes modernas, las Cortes de Cádiz, y fue desde luego el que lideró –al menos como referente intelectual respetado y seguido por todos los que estaban a fa-vor de las cortes liberales- el grupo de los promotores de un marco constitucional que enterraba el del Antiguo Régimen. Las limitaciones que cabe imputarle son las de que no fue tanto un político «puro», capaz de manejarse con soltura en las mañas y tácti-cas, cuanto una «cabeza generalizadora» –como diría Marx–, que trató de sacar ade-lante un proyecto teórico que no encontró las condiciones para su realización en su época: lo que yo llamo el modelo político-moral jovinista.

IV. ANÁLISIS SOBRE LA 2ª ETAPA

La época en la que estamos (1811-1857) es el momento de enfrentamiento entre los liberales y los autodenominados «serviles». Los liberales pretendían un cambio en el reparto del poder político y sus contrincantes, los antiliberales, querían conservar el po-der moral que venía dado por la sociedad del Antiguo Régimen, y con éste conservar, por supuesto, el poder político. Jovellanos pretendió aunar las exigencias de reforma política –de carácter liberal– con los determinantes morales históricamente dados en España, que imponía unas condiciones de avanzar por etapas y no de golpe. Si puede decirse que coincidía con los objetivos políticos liberales no se puede afirmar otro tanto de la coincidencia con los postulados morales de los serviles, puesto que se trataba, en contra de ellos, de proceder paulatinamente a un recambio en los usos y costumbres y a una superación de los enquistamientos morales religiosos en la línea de una renovación que enlazaba con el regalismo y el jansenismo español anterior y no con los posiciona-mientos ultramontanos del catolicismo del Antiguo Régimen. De este modo, la postura de Jovellanos aplicada a esta época llevaba ineludiblemente a la separación entre el trono y el altar, es decir, a la moderna separación entre la Iglesia y el Estado. Esto lo sabían los liberales y por eso lo toman como referente; lo sabían también los serviles y de ahí que su Informe sobre la Ley agraria2 sea puesto en el Índice de los libros prohibidos por la

2 Jovellanos, Gaspar Melchor de: Informe sobre la Ley Agraria, edición de Guillermo Carnero, Madrid, Cátedra, 1997. (Hay reproducción facsimilar de la edición de Palma de 1814, Imprenta de

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Iglesia. Jovellanos está, pues, con los liberales, pero el ritmo que imponen los aconteci-mientos hará que ambas perspectivas no coincidan totalmente, porque nuestro ilus-trado-liberal será crítico con la marcha concreta de todo acontecimiento político que tienda a separar demasiado los avances en la teoría política con la efectiva transforma-ción moral de la sociedad, porque esos avances no serán, entonces, duraderos. Por su parte, los liberales tenían que desarrollar todo lo que podían, en los textos jurídicos que se debatían, sus tesis reformadoras, aunque los hechos inmediatos posteriores a las Cor-tes de Cádiz vinieran a mostrar que eran muy volátiles. Los jóvenes liberales tenían en-comendado el papel histórico de ensayar en la práctica lo que debía ser la revolución moderna a la española, aunque fracasara durante décadas. Jovellanos, como protoliberal y como «cabeza generalizadora» -es decir, como filósofo-, había tenido la ocasión de comprender que las reformas liberales no se realizarían si no era dentro de ciertas grada-ciones en su avance y dentro de una perspectiva histórica de largo alcance, debido a las condiciones político-morales de la sociedad española, y, por eso, articuló otro modelo que difería en algunos puntos del de los jóvenes liberales.

Podemos bajar al análisis de los detalles de lo que estamos apuntando, si considera-mos, por ejemplo, uno de los conceptos esenciales que en la época se debatían; el de «soberanía». Los liberales españoles, al calor de la revolución francesa, defendían la moderna soberanía nacional, es decir, el hecho de que el poder soberano debía enten-derse residiendo en la nación y no en el monarca. Distanciándose de los liberales, Jo-vellanos, no para decir menos que ellos sino para ir filosóficamente más allá, había propuesto que debía diferenciarse entre la soberanía y un concepto que él proponía, el de «supremacía». La soberanía en cuanto expresión de la fuerza o poder que ha de contener todo Estado está de hecho en el ejecutivo, y por tanto no en la nación en su conjunto; pero por encima de esta soberanía o poder gubernativo efectivo ha de si-tuarse la «supremacía», es decir el poder legitimador que no puede estar contenido sino en la nación entera.

Sin duda la legitimidad procede del pueblo, de la nación, a quien hay que aplicar el concepto de «supremacía» –para no confundirlo con soberanía-. No se puede atri-buir la soberanía a la nación, a no ser que se pretenda defender la anarquía o behetría3, porque equivaldría a atribuirle el poder ejecutivo y directo de darse el «orden pú-

Miguel Domingo, en Gijón, a cargo de la Fundación Foro Jovellanos del Principado de Asturias, 2000).

3 La palabra behetría es utilizada por Jovellanos, en diversas ocasiones, cargada de connotaciones negativas. Aunque en el bajo latín significa «benefactoria» vendrá a significar fundamentalmente, du-rante la edad media, una heredad o un pueblo de campesinos libres que gozaban de la facultad de elegir por señor a quien quisieran. La historia, según la concepción de Jovellanos, habría venido a demostrar mayor inestabilidad política en estos gobiernos de behetría porque quien tiene un señor oscilante se arriesga más a quedarse sin él cuando lo necesita.

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blico» a sí misma. El orden público tiene que ser legítimo, pero no cabe que pueda ser popular, según Jovellanos. Es en este sentido que la soberanía no debe atribuirse, en puridad, al pueblo, sino al ejecutivo, al monarca; no a la persona del monarca, sino a lo que representa y contiene. Pero el pueblo, la nación, está por encima, por eso se le atribuye la supremacía.

En suma, Jovellanos está totalmente en la línea de la defensa de la moderna idea de soberanía, que es un concepto que tiene un radio de aplicación de valor moral, antes que político. Y para no confundir este bello concepto moral con el concepto político del efectivo y cotidiano ejercicio del poder –que también se llamaba soberanía– Jove-llanos propone acuñar un nuevo concepto, reservado para referirse al poder de la na-ción: el de «supremacía». Pero estas distinciones teóricas fueron borradas por el ritmo de los acontecimientos del momento4, y, en todo caso, para quienes descubrie-ran en sus escritos, en las décadas posteriores, el rechazo de la soberanía de Jovellanos, mal comprendido o insidiosamente utilizado, podía aplicarse para extraer consecuen-cias inapropiadas, como de hecho sucedió.

Si al hecho de que Jovellanos reparara teóricamente en una determinada concep-ción de la soberanía le añadimos que también fue crítico con el concepto de democra-cia, por similares razones a las que hemos aducido para aquel otro concepto, tenemos abonado el terreno para reinterpretar a Jovellanos a la luz de su «rechazo» de la sobe-ranía y de la democracia y, por tanto, para invertir su imagen y reconstruirla dentro de otro modelo, a pesar de que dicho rechazo, como defendemos y sabemos, no es tal. Esta inversión es la que va a propiciarse en la tercera etapa.

V. ANÁLISIS SOBRE LA 3ª ETAPA

Simplificando al máximo, el esquema argumentativo que va a empezar a imponerse a partir de 1858 se basará en la importancia que va a concedérsele a la religiosidad, en

4 El sobrino de Jovellanos, el canónigo Alonso Cañedo y Vigil, con quien mantiene correspondencia sobre el asunto de la Constitución, tuvo información de primera mano sobre las ideas constitucionales jovellanistas; en las cartas 2054, 2060, 2061, desde julio al 2 de septiembre de 1811, podemos ver cómo el tío le recuerda sus reparos: la soberanía, el bicameralismo y el peligro de degeneración democrática. Como no puede entrar en los detalles que serían precisos le remite a la Memoria en defensa de la Junta Central a punto de publicarse, pero le resume que no te esconderé que en éste [en el ejemplar de la Memoria que le enviará] he añadido una nota para explicar mi opinión sobre el famoso dogma de la soberanía nacional, sancionado por ustedes, dogma que puede llevarlos a perpetuar la forma democrática en que ustedes se han constituido, y a dejar sin garantía la Constitución que hicieren (Jovellanos: Obras Completas, Edición crí-tica, introducción y notas de José Miguel Caso González, Oviedo, Instituto Feijoo de Estudios del siglo XVIII, CAES, V, 1990, carta 2060, págs. 483-484).

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el contexto de la lucha por el poder político. La religiosidad tiene una importancia central en la vida política y social, no sólo lateral o de cura de las almas. Es un hecho constatable en sus escritos la religiosidad de Jovellanos. Apoyándose en este hecho y tomándolo como argumento discriminador, se procederá a mediados del siglo XIX al intento de recuperación del ilustrado-liberal como uno «de los nuestros». Su rechazo de la soberanía popular y de la democracia confirman que no fue un revolucionario sino el verdadero fundador del partido conservador5.

¿Por qué este afán de apropiación?, y, en todo caso, ¿era fruto de la proximidad ideológica real o no? La respuesta creo que se enmarca dentro del siguiente esquema: Jovellanos se había convertido en una figura objeto de deseo ideológico, porque apa-recía revestido de una genialidad que se extendía a muchos campos del saber –econo-mía, jurisprudencia, política, educación, literatura, etc.- y emergía adornado cada vez más de una personalidad ética admirable, tan ensalzada por casi todos –menos por los que desde el ultramontanismo seguían considerándole un jansenista y regalista peli-groso, como el presbítero Miguel Sánchez6– que su figura iba convirtiéndose progre-sivamente en una imagen heroica, en un héroe de la patria, en un promotor principal del nuevo nacionalismo español triunfante. A la altura de mediados del siglo XIX esto interesaba tanto a la izquierda liberal y democrática como a la derecha conservadora.

5 El punto de inflexión que ocasiona el paso de la 2ª a la 3ª etapa viene dado por la aparición de la sexta edición de obras de Jovellanos, quinta si descontamos la reedición de Linares. El responsable de esta edición es don Cándido Nocedal, quien en 1858-59 vuelve a publicar las obras de Jovellanos en los tomos cuadragésimo sexto (XLVI) y quincuagésimo (L) de la Biblioteca de Autores Españoles. El primer tomo viene precedido del «Discurso preliminar» al que dedica cincuenta y una páginas (de la V a la LV), fechado en Madrid, 27 de febrero de 1858; el segundo tomo está acompañado de un «Prólogo» de veintiuna páginas, en Madrid, 4 de agosto de 1859. El conjunto de la obra está seguido con algunas notas; la mayor parte tienen un carácter aclaratorio puntual, presentando sobre todo las circunstancias de gesta-ción de los distintos escritos. Pero en alguna ocasión vemos también notas que pretenden ser críticas con relación al contenido y al pensamiento jovellanista. El discurso preliminar y el prólogo vuelve a reeditar-los en obra separada en 1865 como Vida de Jovellanos (Madrid, Imprenta y Estereotipia de M. Rivadene-yra, 1865); en esta ocasión, seguidos de lo que llama «Juicios críticos» de la obra, a cargo de don Aureliano Fernández-Guerra, don Manuel Cañete y don Severo Catalina, señores académicos, quienes cumplen la misión en sus artículos respectivos de dar los parabienes al análisis revelador y fecundo de la figura de Jovellanos que Nocedal habría desvelado. La crítica de D. Aureliano Fernández-Guerra había aparecido publicada en el periódico El Parlamento, nº 1203, correspondiente al día 10 de octubre de 1858. La de D. Manuel Cañete, en el periódico El Reino, números 32, 34 y 36, en noviembre de 1859. La de Severo Catalina, en el periódico El Estado, el 24 de noviembre de 1859.

6 Sánchez, Miguel: Examen Teológico-crítico de la obra del Excmo. Sr. Don Cándido Nocedal, titulada Vida de Jovellanos, Madrid, Imp. de Enrique de la Riva, 1881. Ésta ha sido una obra muy demonizada, pero se reúne en ella un buen análisis de las líneas de fuerza que atravesaban el pensamiento de Jovellanos, visto desde la postura ultramontana. El caso era que las tesis del presbítero surgían ya muy a contrapelo de la postura más mesurada de los neocatólicos y resultaban ser una denuncia feroz de la heterodoxia de Jove-llanos, cuando se le había hecho nada más y nada menos que «fundador del partido conservador».

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La inversión de la imagen que iba a operarse vino de la mano de insistir en la impor-tancia central del factor religioso, convenientemente combinado con un análisis de las concepciones políticas que tenían que ver con la defensa o no de la democracia, que era lo que en aquel momento se debatía febrilmente en el foro político. Un hombre piadoso, caritativo, honrado, veraz, sacrificado, valiente, patriota y amante de Dios y de la religión verdadera antes que de cualquier otra cosa no podía, por definición, ser un deísta, racionalista, «progresista», revolucionario…, es decir, no reunía las cuali-dades para alinearse con los representantes de las nuevas ideas democráticas, y, muy al contrario, bien analizado, Jovellanos era el mismísimo fundador del conservadurismo español. Había que reconocer que el de Cimadevilla había arrastrado algunos lunares o defectos, disculpables dadas las circunstancias de la época que le tocó vivir –siglo rabiosamente ilustrado, irreligioso y racionalista–. Don Cándido Nocedal fue el pri-mero en iniciar esta maniobra de inversión, encaminada a convertir a Jovellanos en un pensador de centro-derecha7.

La estrategia argumentativa de Nocedal se basó en establecer convincentes puntua-lizaciones mesuradas sobre algunos aspectos controvertidos de la imagen jovellanista, en introducir la sugestión de un centrismo entre dos extremismos y en concluir, de ahí, de forma natural que no pertenecía al bando de los radicales sino al conservadu-rismo. Es decir, según nuestra tesis, con muchos trozos de verdad (o medias verdades) compuso una falsedad.

Nocedal apela sin más análisis a conceptos como democracia, revolución y jerarquía social como si se tratara de conceptos igualmente utilizados por él y por Jovellanos.

Gaspar Melchor estuvo a favor de la democracia moral, es decir, del sentido demo-crático que se dará a los gobiernos a partir del siglo XIX, aunque nominalmente re-chazó el vocablo democracia, puesto que lo interpretaba en sentido clásico, como democracia política directa, es decir como sustitución de la monarquía por un go-bierno popular; y, desde estrictos análisis políticos, era bien sabido, que los gobiernos populares eran inviables dentro de los grandes estados, útiles sólo en todo caso para pequeños estados. Nuevamente era una cuestión de palabras. Nocedal podía coincidir con Jovellanos en la palabra –ambos rechazaban la democracia-, pero no en el con-cepto. La defensa de la monarquía por Jovellanos se realizaba desde una postura de-mocrática –en sentido moral–, y su rechazo de la democracia lo era en cuanto consideraba ilusorio ese modelo de gobierno en su sentido literal, es decir, en su sen-

7 Nocedal proclamará que se trata del verdadero fundador del partido conservador o moderado y denun-cia en consecuencia la falsa apropiación que de él hicieron porque nos oponemos a que intenten llevársele a sus filas, aun dado que prueben algún desliz o alguna equivocación propios de la juventud; nos oponemos a que quieran hacer partidario suyo a quien no lo fue nunca, a quien los combatió tenazmente con sus escritos y con sus acciones (Cfr. «Discurso preliminar», en BAE, I, págs. XLI, LIV, XLV).

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tido político. ¿Acaso algún pueblo ha conseguido gobernarse directamente a sí mismo? Pero el neocatólico Nocedal estaba en contra de la democracia de su tiempo, es decir, en contra de los que intentaban influir en la política extendiendo el poder moral de la sociedad, de abajo arriba. A Jovellanos no le tocó vivir este horizonte histórico, el de la democracia de mediados de siglo, pero es claro que todo su sistema de ideas se in-virtió en emancipar de los prejuicios y la ignorancia al pueblo, y en defender su ins-trucción como medio dirigido a la emancipación política, la cual había de derivarse de aquello.

VI. ANÁLISIS SOBRE LA 4ª ETAPA

Si la tercera etapa se caracteriza por la pugna en torno a la filiación política de Jove-llanos, y por darse en un radio de interés nacional –siempre con una clara intensifica-ción asturiana–, la cuarta etapa se va a constituir como la reivindicación de un Jovellanos ligado a la tradición liberal pero cuyo relieve y valor está más allá de las disputas parti-distas, precisamente porque no se trata de un político más sino de un «hombre excep-cional», que, como tal, representa lo mejor de la cultura española de su tiempo. Esta tarea va a ir aparejada a una recuperación de nuevos textos y, sobre todo, al intento de biografía definitiva al margen de distorsiones o visiones parciales, paralelo al intento de publicación fallida una y otra vez de sus diarios. Esta empresa recuperadora tan defi-nida no podía hacerse al margen de un centro neurálgico y energético, que no es otro que el grupo de jovellanistas que cuaja en Asturias y muy concretamente en Gijón, en torno a los documentos que se hallan en el Instituto, entre diversos propietarios priva-dos y en torno a la labor continuada incansable y devota de Julio Somoza8. El hilo con-ductor que une la tercera etapa con esta cuarta viene dado por una serie de esfuerzos de rehabilitación y exaltación patriótica y humana de la figura de Jovellanos, como la ele-vación de una estatua en la Plaza del Seis de Agosto de Gijón –nombre que también recuerda el día del glorioso recibimiento del pueblo gijonés durante la guerra de la In-dependencia, en 1811-, y la asiduidad de conmemoraciones, homenajes y artículos de prensa que van a aparecer habitualmente, incrementándose desde las últimas décadas

8 La cuarta etapa viene determinada por la entrada en escena de Julio Somoza. Si los primeros artícu-los sobre Jovellanos aparecen a partir de 1878, si su primera obra de investigador bio-bibliógrafo jovella-nista sale a la luz en 1883 (Catálogo de manuscritos e impresos notables del Instituto de Jovellanos de Gijón, Oviedo, Imp. y Litografía de Vicente Brid, 1883), podemos marcar los años 1884-89, con la publicación de Jovellanos. Nuevos datos para su biografía (Madrid, Rubiños, impresor, 1885 –Habana, 1884–), rema-tado por Las amarguras de Jovellanos (Prólogo de Jesús Menéndez Peláez. Gijón, Editorial Auseva, 1989 –edición facsímil de la de 1889–) como el punto de inflexión a partir del cual un nuevo enfoque va a empezar a cobrar cuerpo y trascendencia.

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hasta las primeras del siglo siguiente. Puede considerarse a Somoza como al principal impulsor objetivo, aunque no siempre el más reconocido si consultamos la prensa del momento, dentro del proceso de difusión y de la importancia pública de la figura del prócer gijonés ilustrado.

En el enfrentamiento entre los liberales y los serviles o absolutistas, a principios del siglo XIX Jovellanos había caído del lado liberal; a mediados de siglo, en el enfrenta-miento entre los liberales demócratas y los neocatólicos, ambos reclaman la afinidad ideológica con él, y frente a los dos, a su vez, los ultramontanos (Franquet y el presbí-tero Miguel Sánchez) siguen repudiando en la segunda mitad del siglo XIX a Jovella-nos. A partir de Somoza va a ir objetivándose una nueva realidad y de lo que se tratará ahora es de, por encima del Jovellanos político, escindido por las ideologías enfrenta-das, rescatar al «verdadero», es decir al de carne y hueso, a la persona, al sujeto ético antes que al sujeto moral o político. La primera consecuencia general de este enfoque, que no es totalmente nuevo, pero que se constituye ahora en el eje interpretativo prefe-rente, es que ya no habrá nadie, ninguna opción política, que repudie a Jovellanos. Si en el siglo XIX podíamos ver corrientes que le aborrecían ideológicamente –las posturas más ultraconservadoras- a partir del siglo XX será prácticamente imposible que se pro-duzca este rechazo, porque ahora ha quedado convertido en un clásico, en un gran hombre, en un patrimonio común. Las críticas negativas a Jovellanos, a partir de aquí, siempre serán parciales, reconociendo a la vez, cuando las hay, sus méritos generales.

En paralelo con los trabajos de quien será cronista de la villa –de Gijón–, de lo que se trata ahora es de conocer el pensamiento de Jovellanos aprendiendo a pensar como él pensaba y sentía, rastreando todas las vertientes subjetivas posibles y entendiendo que en ellas está todo contenido o casi. El error de Nocedal habría residido en haber tergiversado algunos rasgos de la personalidad de Jovellanos y en un trabajo deficiente en el tratamiento de los textos, denunciando Somoza incluso manipulaciones parti-distas en los escritos editados, que el neocatólico habría llevado a cabo consciente-mente. El error de Laverde y de Menéndez Pelayo, que siguen a Nocedal, está en proseguir las pistas falsas. Pero también es verdad que éstos contribuirían a poner de manifiesto un elemento que habría sido relegado por los liberales, y que era signo in-equívoco de la personalidad del ilustrado español, y, por tanto, de sus ideas: el «verda-dero» catolicismo del de Cimadevilla. La religiosidad pasa a jugar un papel importante en el conjunto de la personalidad, y como de lo que se trata es de llegar a las ideas mediante el conocimiento de la persona, cuanto más íntima mejor, la lectura de So-moza, a pesar de nacer enfrentada a la neocatólica viene a coincidir con ella en un as-pecto esencial y de esta manera a consagrar uno de los ejes que seguirán funcionando posteriormente. Por lo demás, Somoza se opondrá a la versión política que los neoca-tólicos hacen, señalando todos aquellos rasgos y textos que indicaban un claro progre-sismo en el magistrado asturiano. Pero, obviamente, Somoza también tiene que

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Etapas en la recepción del pensamiento de Jovellanos – Silverio Sánchez Corredera 137

reconocer que las ideas de Jovellanos no coinciden en todos sus puntos con las de la deriva liberal posterior; para empezar, Jovellanos había dado claras muestras de prefe-rencia por la monarquía, entendiendo la república como un modelo inferior, y mu-chos de los que se preciaban de liberales en las últimas décadas del XIX, con la Restauración, eran afectos a la república, como el mismo don Julio.

En los análisis de detalle, Julio Somoza toma partido por el lado liberal frente al neocatólico, pero más allá de los enfoques cargados de argumentos, una tesis de carác-ter globalizadora viene a imponerse inercialmente, inercia histórica que resumiremos así: 1º) los liberales no habían hecho un problema de la cuestión religiosa como tal en Jovellanos, y, en todo caso, lo que entraba en discordia eran dos modos de concebir la religiosidad (conservadora y reformista, podemos decir) –ninguna de ellas antirreli-giosa–. 2º) Los neocatólicos harán de la cuestión religiosa la clave para reivindicar a Jovellanos, sobreentendiendo que las posturas opuestas a las suyas son antirreligiosas, puesto que parten de una religión única verdadera, la romana católica. De este modo, pasa a valorarse el tema religioso como una cuestión de todo o nada. 3º) Somoza, y los que actúan paralelamente a él, dan la razón a los liberales pero aceptan el argumento de que la religiosidad sincera de Jovellanos es un componente importante, que contri-buiría a centrar ideológicamente su figura. Si los neocatólicos recuperan a Jovellanos desde el centro-derecha, Somoza lo hace desde el centro-izquierda, y, lo que resulta de todo ello es el denominador común: Jovellanos se corresponde con un pensador polí-tico de centro. Esta conclusión inercial queda subrayada, además, cuando se constata que los rasgos característicos de la personalidad de Jovellanos son los de un hombre equilibrado, mesurado y prudente, interpretado todo ello como signos de centro.

VII. ANÁLISIS SOBRE LA 5ª ETAPA

La quinta etapa se abre con Ángel del Río y alcanza su máximo desarrollo con José Miguel Caso, quien por el volumen y la calidad de su aportación pasará a ser, él mismo, el primer artífice de la sexta y última etapa hasta la fecha, precisamente porque en su labor introduce los elementos para la reconstrucción de una visión global del pensa-miento de Jovellanos y de la trascendencia histórica del jovellanismo. Por supuesto que él no ha sido el único que ha hecho posible la madurez y éxito de la quinta etapa de proyección del jovellanismo; al contrario, han sido muchos, un aluvión de investigado-res, españoles y extranjeros, que se han esforzado por ir despejando y cuadrando lagu-nas, dudas y puntos críticos, a la vez que se han seguido metamorfoseando aspectos polémicos sujetos a plural interpretación. En esta etapa, Jovellanos ha sido estudiado sistemáticamente por especialistas de las distintas materias en las que incide el jovella-nismo –derecho, política, economía, pedagogía, historia, arte, literatura, poesía, filoso-

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fía, etc.– y por una caterva cada vez más numerosa de jovellanistas especializados, y por curiosos del jovellanismo. Podríamos decir, si se nos entiende bien, que se cambia el punto de anclaje político-religioso como referente polémico por otro que quiere ser un estudio «científico» del jovellanismo, hecho en gran medida desde las universidades o siguiendo su exigencia metodológica. Hay que recordar que las corrientes ideológicas pretéritas que hemos estado señalando no desaparecen, ni mucho menos; continúan su desarrollo y su juego de relevos con la tradición pasada: sigue habiendo un Jovella-nos ilustrado-liberal, un Jovellanos conservador y un Jovellanos «tradicionalista». El gijonés puede ser acondicionado al franquismo, al socialismo e incluso a algunas ver-tientes del comunismo, como en su crítica a la propiedad privada, y, desde luego, dado su talante moderado personal, ¿cómo no?, al conservadurismo y al centro, al centro-derecha y también al centro-izquierda. Pero al lado de estas reyertas se va abriendo paso un jovellanismo histórico, en donde se aposentan lenta y continuamente, de forma cruzada, algunas conclusiones que se elevan a título de consenso general, disintiendo ahora únicamente en matices. Otros puntos permanecen aún oscuros, sujetos a las po-lémicas más encontradas, entreverados con los supuestos ideológicos que los susten-tan, pero se configura, no obstante, un jovellanismo doctrinal –irradiado desde el consenso sobre su personalidad- del que una serie de características importantes serán patrimonio común. Zona de confluencia que no hay que entender de forma estática, sino sujeta a las críticas propias del quehacer investigador, pero libre ya –en buena me-dida– de los puros vaivenes de la disensión política o confesional.

Caso será el principal artífice, como decimos, de una imagen de Jovellanos que po-demos sintetizar en los siguientes rasgos:

1º) Como persona de carne y hueso, no fue un santo ni un ser inmune a los defectos, pero en línea con la historiografía anterior encuentra en él un personaje dotado de grandes cualidades intelectuales –capaz de dominar el conjunto de conoci-mientos de su tiempo–, de grandes atractivos ético-morales (íntegro, trabajador, solidario, crítico, resolutivo, emprendedor…), de grandes empresas prácticas (Instituto Asturiano, minería, carreteras, crecimiento económico asturiano, in-fraestructuras de Gijón, planes económicos de Estado…) y de hazañas históri-cas (su participación en la guerra de la Independencia y en la Junta Central…).

2º) Literato de primera línea en su siglo, que alcanzó timbres sobresalientes en algu-nas de sus poesías y el nivel de un clásico en el manejo de la prosa castellana.

3º) Católico practicante al modo de los ilustrados cristianos, crítico con la religión folklórica, barroca, externa y supersticiosa, y alineado culturalmente con la co-rriente llamada jansenista en la época.

4º) Ilustrado progresista –defensor del progreso–, en línea con el enciclopedismo de su tiempo.

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Etapas en la recepción del pensamiento de Jovellanos – Silverio Sánchez Corredera 139

5º) Reformador social, conocedor y defensor de las profundas tradiciones de la historia española; propulsor de cambios progresivos, protagonista en una época en que se extinguía el modelo del Antiguo Régimen y se abría un pano-rama de nuevas libertades y una nueva forma de Estado.

6º) Crítico de su cultura desde la atalaya del conocimiento de los clásicos grecola-tinos hasta las ideas más avanzadas del XVIII-XIX, pasando por el pensamiento español de los últimos tres siglos.

7º) Demócrata en el sentido moderno más profundo, a pesar de que literalmente se desdice de la democracia como modelo de gobierno, frente a la aristocracia y la monarquía, sistema este último que le parece más perfecto históricamente.

Casi todos los análisis y propuestas interpretativas realizadas por José Miguel Caso son muy aceptables y sin su contribución y la de todos los que en paralelo le acompa-ñaron ahora habría todavía muchas zonas oscuras en el pensamiento, la obra y la per-sonalidad de Jovellanos. Con todo, creemos que incurrió en algunas deficiencias que afectan a la imagen global jovellanista. Y, precisamente, los dos principales errores que arrastra los hereda de la etapa anterior, de esas tesis que se habían ido imponiendo inercialmente. Son, en definitiva, 1º) la idea de que Jovellanos ha de ser entendido desde el centro –con D. José Miguel, desde el centro-izquierda- y 2º) el peso que sigue concediendo a la personalidad ética que pesa más que la obra moral y la propia tras-cendencia histórico-política de Jovellanos.

Creo que se hace una concesión cómoda y poco crítica cuando el concepto de «cen-tro» se le aplica a Jovellanos. Una cosa es su personalidad ética, estoica, mesurada, equilibrada y otra cosa confundir esto con características de carácter político. Jovella-nos no fue un revolucionario a la manera jacobina francesa, es verdad, pero sus posturas fueron para la época muy radicales, aunque nunca excéntricas. Ha de considerarse, ade-más, que en España –salvo de modo muy aislado– no se generó la misma dinámica de cambio que en la Francia revolucionaria, entre otras cosas porque cuando tuvo que hacer su propia revolución se vio enfrentada a la Francia revolucionaria y napoleónica, de donde se derivaba que el modelo debía ser distinto –aunque compartiera el compo-nente esencial de la soberanía nacional–. Lo que tuvo España fue unas Cortes de Cádiz, no una revolución francesa. Jovellanos no fue un Voltaire ni un Robespierre, porque esas figuras pertenecen al modelo francés. Jovellanos estuvo en los lugares neurálgicos más importantes de la revolución que se operó en España, y fue sin duda un protolibe-ral, el protoliberal por excelencia. Por tanto, hablar de centro ideológico aplicado a Jo-vellanos es confundir los planos y los momentos de la historia.

Por otra parte, no hay duda alguna de que la personalidad ética de Jovellanos está llena de cualidades y que su figura ha de ser tomada como referente y ejemplo. Pero si su imagen ofrece un relieve que merece ser conservado como modelo de integridad en

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la memoria de la historia, lo que procedemos es a canonizarle exclusivamente como santo laico y, por tanto, a dar más importancia a las características que conforman su subjetividad que a los elementos objetivados que a través de sus ideas ha aportado a la posteridad. Podemos seguir utilizando sus ideas como instrumentos en el presente, pero no podemos hacer uso de sus virtudes personales, salvo como ejemplo a seguir. Si no hubiera ideas de relieve dignas de ser conservadas, bien estaría quedarse con esta dimensión de santo laico. Pero la cuestión es que hay un pensamiento que nosotros denominamos «jovinismo» –en el que ahora no podemos entrar9– José Miguel Caso contribuyó tanto a la clarificación de su imagen como al desarrollo de análisis fecun-dos sobre su obra, pero concedió en definitiva el peso fundamental a los elementos éticos y personales, y aunque no hizo sino ensalzar sus ideas, de hecho, por compara-ción, su figura intelectual quedaba depreciada al lado de su dimensión personal. El Jovellanos ético se agrandaba en Caso, como en Somoza y en muchos de sus seguido-res actuales, sobre el Jovellanos político y moral. Por decirlo de modo gráfico: lo más importante de Jovellanos pasaba a ser su biografía y no su obra. Nosotros creemos que su biografía es ejemplar, pero que su obra es aún más importante.

Y aquí nos hallamos, en la sexta etapa. Nosotros. Pero una sexta etapa en la que las corrientes anteriores siguen vivas y con las que hay que entrar en dialéctica, ahora10.

Gijón, 10 de julio de 2006 y 16 de abril de 2007

9 Véase, a este respecto, además de la parte III de Jovellanos y el jovellanismo (o. c.), mi artículo «Sobre la filosofía de Jovellanos», El Catoblepas, revista crítica del presente, nº 61, pág. 1, marzo de 2007, http://www.nodulo.org/ec/2007/n061p01.htm.

10 El presente artículo nace de la redacción de la conferencia pronunciada el 10 de julio de 2006, en la Cátedra Jovellanos de Extensión Universitaria, de Gijón, dentro del curso de verano 2006, «Jovellanos y su tiempo», organizado por la Universidad de Oviedo y dirigido por Jesús Menéndez Peláez.

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Teoría y práctica del teatro en Jovellanos: el caso de

El delincuente honrado1

Marc Vitse Universidad de Toulouse-Le Mirail

RESUMEN

Intento de caracterización de la teoría dramática de Jovellanos a través de un análisis de su Memoria sobre diversiones públicas (varias redacciones, y varios títulos, entre 1790 y 1811): es una teoría teatral abiertamente política (el objetivo es el «arreglo de la policía de los espectá-culos y diversiones públicas»), elaborada para defender –contra los excesos de los teatrófo-bos y contra la ceguera de ciertos teatrófilos– la indispensabiliad del teatro, pero de un teatro dirigido concebido para una clase dirigente, de un teatro selecto escrito para un público se-lecto. Se estudia luego la más célebre de las dos piezas salidas de la pluma del dramaturgo de Gijón –El delincuente honrado (primera redacción 1773; primera edición 1787)–, leída como ilustración modélica, aunque anterior cronológicamente, de dicha teoría.

ABSTRACT

This article is an attempt to characterise Jovellanos’s dramatic theory through an analysis of his Memoirs concerning public entertainment (several re-writings, and several titles, be-

1 Este artículo es la forma escrita de una conferencia dictada el 23 de abril de 2004 en el Museo Casa Natal de Jovellanos en Gijón, a invitación de Jesús Menéndez Peláez, presidente de la Fundación Foro Jovellanos del Principado de Asturias. Se concibió, desde un principio, no como un trabajo de investiga-ción para especialistas, sino como un intento de vulgarización (en el mejor sentido de la palabra): de ahí la ausencia de referencias bibliográficas y la reducción del aparato científico a su mínima expresión. Los textos de Jovellanos se citan según las ediciones siguientes:

–Espectáculos y diversiones públicas. Informe sobre la Ley Agraria, ed. Guillermo Carnero, Madrid, Cátedra, 1997 (la Memoria ocupa las páginas 111-222).

–Poesía. Teatro. Prosa literaria, ed. John H. R. Polt, Madrid, Taurus, 1993 (El delincuente honrado está en las páginas 223-288, que se basan sobre la edición crítica de las Obras completas de Jovellanos por José Miguel Caso González, Oviedo, Centro de Estudios del siglo XVIII/Ilustre Ayuntamiento de Gijón, vol. I, 1984, págs. 467-565).

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tween 1790 and 1811): it is an openly-political dramatic theory (its objective is the «police amendment of public shows and entertainment»), created to defend –against the excesses of the dramaphobic and against the blindness of the dramaphile– the indispensability of drama, but of that drama intended for a ruling class, of a select drama writen for a select audience. After that, the best-known of the two plays which sprang from Gijon dramatist’s pen –The Honest Criminal (first written in 1773; first edition in 1787)–, is read as an exem-plary Enlightenment, though chronologically earlier, of that theory.

1769. Tiene Jovellanos unos 25 años. Está en Sevilla, donde hace de alcalde del crimen en la Audiencia hispalense, y donde frecuenta la tertulia del famoso ilustrado don Pablo de Olavide. Escribe en aquel año la única tragedia que salió de su pluma: Pelayo o la muerte de Munuza. La corrige y prepara para la imprenta en los años 1771-1772, pero la obra seguirá sin publicar todavía en 1782, en que se da su primera representación –de carácter privado– en Gijón, con actores aficionados. A partir de ahí, se da un largo trabajo de reescritura (1782-1790), hasta la primera representación pública en Madrid, en 1792, y una primera edición –pirata– el mismo año.

1773. Tiene Jovellanos 27 años. A raíz de una disputa literaria en el cenáculo sevi-llano de Olavide, escribe la única «comedia» de su repertorio, a saber El delincuente honrado. La pieza se representa en 1774 en Aranjuez, y luego en varios escenarios de España. Se traduce al francés, al alemán, al inglés, y continúa circulando, con carácter anónimo siempre, hasta su estreno en Madrid en 1787, fecha en que su autor decide imprimirla, sin su nombre todavía, para anular la edición espuria y desfigurada que acaba de salir en Barcelona.

1786. El Consejo de Castilla pide a la Real Academia de la Historia un informe sobre las diversiones usadas en las diversas regiones de España. Dicha Academia transmite el encargo a Jovellanos, que empieza a reunir numerosas fichas, pero aplaza la redacción del informe hasta 1790.

Y, de hecho, el 20 de diciembre de 1790, entrega una primera versión –la llama «trabajo preparatorio»– de su Memoria sobre las diversiones públicas. Una versión que poco le satisface, ya que la reescribe para presentarla en 1796 ante los miembros de la Academia de la Historia, y seguirá transformándola hasta su muerte, en 1811, un año antes de su primera edición, póstuma, en 1812, a la que seguirán las ediciones de 1817, 1820 y 1839.

Así las cosas: desde su juventud hasta el fin de su vida, desde su ingreso en el am-biente hiperpolitizado del círculo sevillano del ilustrado Olavide hasta la turbia época de la guerra de Independencia y sus compromisos políticos, el teatro revela ser una preocupación constante de Jovellanos, de un Jovellanos que no deja de reflexionar y de reescribir, para producir textos –obras de teatro o escritos sobre el teatro– evoluti-vos y fluctuantes.

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Teoría y práctica del teatro en Jovellanos: el caso de El delincuente honrado – Marc Vitse 143

LA MEMORIA SOBRE LAS DIVERSIONES PÚBLICAS

De ello, el mejor ejemplo es, sin lugar a dudas, su Memoria sobre las diversiones pú-blicas, que ostenta, según manuscritos e impresiones diversas, no menos que una de-cena de titulaciones diferentes, de las que sólo mencionaremos aquí la de la primera edición de 1812, en la imprenta de Sancha, y que reza: Memoria para el arreglo de la policía de los espectáculos y diversiones públicas y sobre su origen en España.

Un título, a decir verdad, que lo contiene todo, y que me servirá como punto de partida para ordenar algunas consideraciones sobre la teoría teatral de Jovellanos. En él, en efecto, la palabra esencial, que surge desde un principio, es la de policía («el arreglo de la policía de los espectáculos y diversiones públicas»), en su sentido anti-guo de lo que trata de la polis, de la civitas, de la ciudad o del Estado. Nos indica, con otros muchos vocablos que pueblan la Introducción del tratado («bien general», «felicidad individual», «relaciones políticas del objeto estudiado», «informe para la instrucción de un expediente gubernativo») que la teoría teatral de Jovellanos, más que estética, y más que meramente ética, será una teoría política.

Lo cual, a su vez, justificará la estructura misma de la Memoria: ésta se constituirá como una historia del pasado y, a un tiempo, como un programa para el porvenir. Y, efectivamente, Jovellanos empezará desarrollando una historia de lo que él llama «los juegos escénicos en España», una historia, pues, del teatro en España. Pero una historia muy sui generis: su historia, por decirlo así, será una historia real, o, más exactamente, monárquica. Su exposición de la evolución del arte escénico en España desde el siglo xv, la ritmarán las figuras de los sucesivos monarcas, transformados en hitos para una perio-dización que no se fundamenta en presupuestos específicamente artísticos, sino en acti-tudes prioritariamente principescas, si me permite el adjetivo. Así, el período de apogeo será el de Felipe IV, el rey teatrero, mientras que la época de Carlos II representará una indudable decadencia, a la que –nos dice Jovino– no supieron en los tiempos presentes dar remedio ni la orientación italianizante de un Fernando VI, ni la reforma ideada por los ilustrados. Puede entonces el polígrafo gijonense declarar y preguntarse:

Acaso estaba reservada la gloria de reformarlo al augusto Carlos I V. ¿Por qué no lo espe-raremos así, cuando el gobierno vuelve su atención a un objeto tan descuidado antes de ahora, cuando nos convida a tejer la historia de este importante ramo de policía pública, sin duda para ponerlo en la mayor perfección? La Academia no puede dejar de concurrir a tan justo y provechoso designio; pero antes de discurrir sobre este punto examinaremos los dos principales obstáculos que han retardado tan deseada revolución (pág. 174).

Las cosas se aclaran: la historia –en este caso esta historia peculiar del teatro español sólo sirve para intuir la situación presente (la de la España de Carlos IV), que

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se caracteriza por la existencia de serios impedimentos a la voluntad de arreglo de los espectáculos.

Por un lado, en efecto, hay el freno representado por los teatrófobos, o sea, para Jovellanos y sin matices, muchos de estos teólogos que desde finales del xvi hasta fi-nales del xvii no dejaron de vituperar contra el teatro. De ahí el retórico extrañamiento de Jovino, que se interroga:

¿En qué puede consistir el encono con que ciertas gentes, al parecer sabias y sensatas; se han empeñado en combatir el teatro desde sus primeros ensayos? (pág. 174).

para precisar más lejos:

Mientras el gobierno se convierte a mejorar y perfeccionar los espectáculos, hay, gentes que se atreven todavía a predicar y escribir que es un grave pecado autorizarlos, consentirlos y concurrir a ellos (pág. 176).

Y hay, por otro lado, los que defienden apasionadamente el teatro de su tiempo, esos teatrófilos ciegos que hacen la apología de un teatro que Jovellanos no vacila en calificar como «una peste pública, ante la cual el gobierno no tiene más alternativa que reformarlo o proscribirlo para siempre» (pág. 178).

¿Reformarlo o proscribirlo para siempre? Tal era ya la pregunta que hacían los par-tidarios de una reforma del teatro en el reinado de Felipe III. Para quien haya, como yo, frecuentado con alguna asiduidad los textos de la famosa Controversia sobre la lici-tud del teatro reunidos por Emilio Cotarelo, la semejanza entre el partido «centrista» de los reformistas áureos y la posición «centrista» de Jovellanos el ilustrado, es evi-dente y comprensible.

Si, en efecto, hay tanta similitud entre unos y otros, es que ambos comparten el mismo planteamiento del problema: conscientes ambos de los abusos e inmoralidad del teatro representado en sus épocas respectivas, están, al mismo tiempo, parecida-mente convencidos de la indispensabilidad política del teatro, y no tienen otra solu-ción, por su misma conciencia política, que escoger y proponer la reforma del teatro, y no su supresión. Escuchemos al propósito un último fragmento de la primera parte, histórica, de la Memoria de don Gaspar:

Creer que los pueblos pueden ser felices sin diversiones es un absurdo. Creer que las necesitan, y negárselas, es una inconsecuencia tan absurda como peligrosa. Darles diversio-nes y prescindir de la influencia que pueden tener en sus ideas y costumbres, sería una indo-lencia [una falta de sensibilidad, de capacidad, de percepción] harto más absurda, cruel y peligrosa que aquella inconsecuencia. Resulta, pues, que el establecimiento y arreglo de las

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Teoría y práctica del teatro en Jovellanos: el caso de El delincuente honrado – Marc Vitse 145

diversiones públicas será uno de los primeros objetos de toda buena política. He aquí lo que me ocupará en lo restante de esta memoria (pág. 179).

Entremos pues con él, ahora, en la segunda parte de su alegato. Se abre el apartado en ella dedicado al teatro por una definición del mismo concebida en estrecha corres-pondencia con la perspectiva primordialmente política del ensayista:

Esta reflexión me conduce a hablar de la reforma del teatro, el primero y más recomen-dado de todos los espectáculos, el que ofrece una diversión más general, más racional, más provechosa, y por lo mismo el más digno de la atención y desvelos del gobierno. Los demás espectáculos divierten hiriendo fuertemente la imaginación con lo maravilloso, o regalando blandamente los sentidos con lo agradable de los objetos que presentan. El teatro, a estas mismas ventajas que reúne en supremo grado, junta la de introducir el placer en lo más ín-timo del alma, excitando por medio de imitación todas las ideas que puede abrazar el espí-ritu, y todos los sentimientos que pueden mover el corazón humano.

De este carácter peculiar de las representaciones dramáticas se deduce que el gobierno no debe considerar el teatro solamente como una diversión pública, sino como un espectá-culo capaz de instruir o extraviar el espíritu, y de perfeccionar o corromper el corazón de los ciudadanos. Se deduce también que un teatro que aleje los ánimos del conocimiento de la verdad fomentando doctrinas y preocupaciones erróneas, o que desvíe los corazones de la práctica de la virtud excitando pasiones y sentimientos viciosos, lejos de merecer la protec-ción merecerá el odio y la censura de la pública autoridad. Se deduce finalmente que será la más santa y sabia policía de un gobierno aquella que sepa reunir en un teatro estos dos grandes objetos, la instrucción y la diversión pública (pág. 198).

Todo, en esta liminar declaración, todo está dicho ya. A lo que aspira Jovellanos es a un intervencionismo estatal pronunciado; lo que quiere fomentar es un teatro diri-gido, una inaudita combinación de provecho y de deleite, una como renovación del «deleitar aprovechando» o, mejor dicho, del «aprovechar deleitando» del Siglo de Oro. Y esta combinación sólo la hará posible –ésta será su palabra favorita– la legisla-ción, instrumento imprescindible para, por una parte, canalizar el «casual progreso debido a la ilustración» de algunos literatos y, por otra parte, neutralizar «la codicia de los empresarios y la ignorancia de miserables poetas y comediantes»:

Pero ya es tiempo de pensar de otro modo. Ya es tiempo de ceder a una convicción que reside en todos los espíritus, y de cumplir un deseo que se abriga en el corazón de todos los buenos patricios. Ya es tiempo de preferir el bien moral a la utilidad pecuniaria, de desterrar de nuestra escena la ignorancia, los errores y los vicios que han establecido en ella su impe-rio, y de lavar las inmundicias que la han manchado hasta aquí con desdoro de la autoridad y ruina de las costumbres públicas (pág. 199).

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A estas alturas, ya no le queda al pensador de Gijón sino formular concretamente los ejes de su programa de reforma. Lo centrará, esencialmente, en el problema de la escritura dramática, en la que distingue dos elementos básicos: la parte propiamente poética (el teatro como poema u objeto estético) y la parte específicamente política (el teatro como vector ideológico o instrumento ético). A partir de esta distinción, empe-rrará condenando todos los textos poéticamente indefendibles, y que, en su tiempo, son la mayoría. Luego, reconocerá la validez poética de los admirables textos del Siglo de oro –hay en estas páginas un elogio entusiasta de la Comedia y de sus bellezas ini-mitables–, pero dictaminará implacablemente su eliminación efectiva de los escena-rios dieciochescos porque, a pesar de su perfección estética, aparecen ideológica y políticamente, es decir, mirados «a la luz de los preceptos y principalmente a la de la santa razón», como:

plagados de vicios y defectos que la moral y la política no pueden tolerar. ¿Quién podrá negar que en ellos, según la vehemente expresión de un crítico moderno, «se ven pintados con el colorido más deleitable las solicitudes más inhonestas, los engaños, los artificios, las perfidias, fugas de doncellas, escalamientos de casa nobles, resistencias a la justicia, duelos y desafíos temerarios y fundados en un falso pundonor, robos autorizados, violencias inten-tadas y ejecutadas, bufones insolentes, criados y criadas haciendo gala y ganancia de sus tercerías infames»? (pág. 200).

Frente, pues, a esta herencia, a veces admirada y rechazable siempre, habrá que construir un teatro nuevo, capaz de deleitar e instruir. Pero dejemos la palabra al pro-pio ensayista en una de las páginas fundamentales de su Memoria:

He aquí el grande objeto de la legislación. Perfeccionar en todas sus partes este espectá-culo, formando un teatro donde puedan verse continuos y heroicos ejemplos de reverencia al Ser supremo y a la religión de nuestros padres; de amor a la patria, al soberano y a la cons-titución; de respeto a las jerarquías, a las leyes y a los depositarios de la autoridad; de fideli-dad conyugal, de amor paterno, de ternura y obediencia filial. Un teatro que presente príncipes buenos y magnánimos, magistrados humanos e incorruptibles, ciudadanos llenos de virtud y de patriotismo, prudentes y celosos padres de familia, amigos fieles y constantes; en una palabra, hombres heroicos y esforzados, amantes del bien público, celosos de su li-bertad y sus derechos y protectores de la inocencia y acérrimos perseguidores de la iniqui-dad. Un teatro, en fin, donde no sólo aparezcan castigados con atroces escarmientos los caracteres contrarios a estas virtudes, sino que sean también silbados y puestos en ridículo los demás vicios y extravagancias que turban y afligen a la sociedad: el orgullo y la bajeza, la prodigalidad y la avaricia, la lisonja y la hipocresía, la supina indiferencia religiosa y la su-persticiosa credulidad, la locuacidad e indiscreción, la ridícula afectación de nobleza, de poder, de influjo, de sabiduría, de amistad; y en suma todas las manías, todos los abusos,

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todos los malos hábitos en que caen los hombres cuando salen del sendero de la virtud, del honor y de la cortesanía por entregarse a sus pasiones y caprichos.

Un teatro tal, después de entretener honesta y agradablemente a los espectadores, iría también formando su corazón y cultivando su espíritu, es decir que iría mejorando la edu-cación de la nobleza y rica juventud que de ordinario lo frecuente. En este sentido su re-forma parece absolutamente necesaria, por lo mismo que son más raros entre nosotras los establecimientos destinados a esta educación. No, nuestro extremo cuidado en multiplicar cierta especie de enseñanzas científicas no basta a disculpar el abandono con que miramos la enseñanza civil, aquella que necesita el mayor número, aun entre los nobles y ricos, 3e que es tanto más importante cuanto más influjo tiene en el bien general, y sobre todo en las costumbres públicas (págs. 200-201).

La teoría se va precisando: el teatro ideal, para Jovellanos, no será solamente un teatro dirigido, sino más bien un teatro dirigido para una clase dirigente, un teatro mo-ralizado destinado, por no decir reservado, a los «poderosos» y a la educación de la nobleza y rica juventud, privada con excesiva frecuencia, en aquel entonces, de «en-señanza civil» (de educación cívica). Se tratará de un teatro aristocrático o plutocrá-tico, cuyo acceso, gracias a la elevación del precio de las entradas, se limitará a las clases pudientes. Las palabras de nuestro autor dejan translucir, al respecto, una indu-dable dosis de cinismo:

Esta carestía de la entrada alejará el pueblo del teatro, y para mí tanto mejor. Yo no pretendo cerrar a nadie sus puertas; estén en hora buena abiertas a todo el mundo. Pero conviene difi-cultar indirectamente la entrada a la gente pobre que vive de su trabajo, para la cual el tiempo es dinero, y el teatro más casto y depurado una distracción perniciosa. He dicho que el pueblo no necesita espectáculos; ahora digo que le son dañosos, sin exceptuar siquiera (hablo del que trabaja) el de la Corte. Del primer pueblo de la Antigüedad, del que diera leyes al mundo, de-cía Juvenal que se contentaba en su tiempo con pan y juegos del circo. El nuestro pide menos (permítasenos esta expresión): se contenta con pan .y callejuela (págs. 214-215).

En definitiva, un teatro selecto para un público selecto, por cuya mediación se ilus-trará progresivamente el pueblo, hasta que merezca tener sus propios teatros, baratos y vastísimos.

Dejemos a Jovino con ese su iluso sueño de ilustrado, el de hacerlo todo por y para el pueblo, pero sin el pueblo. Y, a sabiendas de habernos dejado en el tintero no pocos aspectos secundarios de su teoría teatral –formación del actor, academias dramáticas, reformación de la parte plebeya de «nuestra» escena (el «cómico bajo y grosero»: el teatro menor), concursos y premios para dramaturgos, censura confiada a la Real Aca-demia Española, reforma de la decoración, supresión de la contribución a los hospita-les…–, tratemos de adentrarnos rápidamente en el examen de una abra «modelo»

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escrita para el Jovellanos dramaturgo. O sea, de pasar de la teoría a la práctica, con el estudio de la más célebre de las dos piezas salidas de 1a pluma de nuestro don Gaspar: El delincuente honrado, de título tan voluntariamente e ilustradoramente paradójico.

EL DELINCUENTE HONRADO

Para entender la paradoja de este título, que deja adivinar las fuertes tensiones que experimentarán los protagonistas de esta obra dramática, será necesario hacer un re-sumen ordenado y razonado de sus cinco actos escritos en prosa.

Acto primero («El delito y la conciencia»)

Alcázar de Segovia, en el estudio del corregidor local, el viejo don Simón de Esco-bedo, a las siete de la mañana del primer día. Monólogo apertural del primer protago-nista, Torcuato, cuyo nombre remite inmediatamente a una de las encarnaciones más célebres de la virtud romana, Torquatus Manlius, conocido por su severidad en la apli-cación de la ley.

Dicho Torcuato –quien es el delincuente honrado, es decir, en un primer sentido, el delincuente por honor– mató en duelo al marqués de Montilla, primer esposo de su actual mujer, la linda y virtuosa Laura, hija de don Simón. Duelo que se quedó secreto, o casi secreto, porque de él sólo tienen conocimiento Juanillo, criado del marqués, y Anselmo, amigo íntimo de Torcuato. Pero es el caso que ese baluarte del secreto em-pieza a desmoronarse bajo los efectos de la encuesta eficacísima llevada a cabo por el hiperactivo don Justo de Luna (nótese otra vez el valor significante de la onomástica), alcalde de casa y corte encargado de reexaminar «la causa» y de encontrar el hasta ahora no identificado criminal, agresor y causador de la muerte del marqués, para que se le apliquen con el mayor rigor unas recientes «pragmáticas de los duelos». Don Justo el justiciero, que está alojado en la misma casa de don Simón el corregidor, re-presenta pues la primera amenaza que pesa sobre el desdichado Torcuato.

Pero no es ésta la amenaza mayor. Porque el que fue delincuente por honor es tam-bién un delincuente con honor, otra forma de ser un delincuente honrado. La culpabi-lidad y remordimiento que siente son los que le condujeron a ocultar la verdad a Laura, su amante esposa, y a don Simón, su suegro bienhechor. Culpa de disimulación la suya, que él mismo tilda de «atroz agravio» y de «pérfido engaño», y que le mueve a huir, a pesar de las objeciones del amigo Anselmo, que destaca la responsabilidad del provocante al duelo, el marqués, malísimo miembro de una alta nobleza corrompida e insultante.

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Tal es la situación del héroe al final del acto I, que se concluye como se abrió, esto es, por un monólogo que lo comprende todo y que hay que leer para tener una idea de la tonalidad general de este drama lagrimoso, dolorido y, en muchos aspectos, «pre-rromántico».

Torcuato, paseándose.En fin, voy a alejarme para siempre de esta mansión, que ha sido en algún tiempo teatro

de mis dichas y fiel testigo de mis tiernos amores. ¡Con cuánto dolor me separo de los obje-tos que la habitan! Errante y fugitivo, tus lágrimas ¡oh, Laura! estarán siempre presentes a mis ojos, y tus justas querellas resonarán en mis oídos. ¡Alma inocente y celestial! ¡Cuánta amargura te va a costar la noticia de mi ausencia! Tú has perdido un esposo que ni te amaba ni te merecía, y ahora vas a perder otro que te idolatra pero que te merece menos, pues te ha conseguido por medio de un engaño. (Después de alguna pausa.) ¿Y adónde iré a esconder mi vida desdichada…? Sin patria, sin familia, prófugo y desconocido sobre la tierra., ¿dónde hallaré refugio contra la adversidad? ¡Ah!, la imagen de mi esposa ofendida y los remordi-mientos de mi conciencia me afligirán en todas partes (págs. 238-239).

Acto segundo («El amor y la amistad»)

Mediodía del primer día, en una sala de 1a casa de Laura. Torcuato, antes de huir definitivamente del centro de su felicidad, empieza confesando a Laura la verdad: su amor verdadero le impide dejarla en el engaño, su honor de marido le obliga a reparar el engaño -ofensa hecho a Laura, su traicionada esposa. Apenas si tiene ésta tiempo para empezar a responder cuando surge Felipe, el criado de Torcuato, que anuncia el arresto de Anselmo por don Justo. El honor, de nuevo, hunde al héroe en un dilema trágico: el de denunciarse, o no, para salvar a su amigo injustamente «arrestado, deshonrado y tenido por delincuente». De hecho, y a pesar de 1a súplica de Laura que ya le ha perdo-nado, Torcuato está resuelto y declara, en el monólogo, que, de nuevo, cierra el acto:

Torcuato, soto, muy pensativo y paseando.En fin, ya no hay recurso… Ya no puedo salvar a mi amigo sin exponer mi propia vida.

¡Anselmo tiene contra sí tantas sospechas… ! Si se obstina en callar, sufrirá todo el rigor de la ley… Y tal vez la tortura… (Horrorizado.) ¡La tortura…! ¡Oh, nombre odioso! ¡Nombre funesto…! ¿Es posible que en un siglo en que se respeta la humanidad y en que la filosofía derrama su luz por todas partes, se escuchen aún entre nosotros los gritos de la inocencia oprimida…? Pero ¿sufriré yo que por mi causa…? No; el honor me sujeta a la dureza de las leyes, y yo sería digno de ella si le expusiese por evitarla. Perdona, triste Laura, tú, cuyas virtudes eran dignas de suerte más dichosa; perdona a este infeliz el sacrificio que va a hacer de una vida que es tuya, en las aras del honor y de la amistad (pág. 251).

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Como se ve, nuestro delincuente por honor, se muestra cada vez más honrado, o sea, cada vez con más honor. Y la cosa irá creciendo con el acto III.

Acto tercero («El padre y el juez»)

Estamos de nuevo en el estudio del corregidor, a las dos de la tarde, siempre del mismo día. Ya Torcuato ha ido a la prisión; ya ha confesado la verdad a don Justo, ya lo sabe todo don Simón, que en un primer momento se manifiesta duro y sin indul-gencia ante el doble crimen –duelo y engaño– de Torcuato. Pero las lágrimas de su hija, los ruegos de Anselmo y las intervenciones del propio Justo, lleno de compasión por la virtud y generosidad características del comportamiento del honrado delin-cuente, el conjunto, pues, del amor de la esposa, de la fidelidad del amigo y de la pie-dad del juez acaban por convertir al padre y suegro de que hay que tratar de salvar, a pesar de su «delito», a Torcuato. Todos forman ya un enternecido grupo de presión, cuando llega la orden expresa del Rey: que don Justo mande con la mayor prisa –y sin más detalles que los meros hechos, o sea, sin explicación de las motivaciones– todos los autos o documentos originales a su Majestad, deseoso de aplicar con urgencia la «última pragmática de los desafíos».

El conflicto, entonces, se va desplazando: los dilemas que conocieron sucesiva-mente el héroe, su esposa, su amigo y su suegro ya están resueltos, pero no los del juez que, a partir de ahora, se va a hacer protagonista primero del drama y que, con tal, tiene derecho al monólogo que, de nuevo, sirve de remate al acto. Escuchemos pues a don Justo exponer su «conflicto», a raíz de aprender la voluntad monárquica:

Justo, paseándose con inquietud.¡Tanta prisa! ¡Tanta precipitación…! ¡Así trata la corte un negocio de esta importan-

cia…! Pero no hay remedio; el Rey lo manda, y es fuerza obedecer. Yo no sé lo que me anuncia el corazón… Este don Torcuato… Él está inocente… Un primer movimiento… un impulso de su honor ultrajado… ¡Ah, cuánto me compadece su desgracia…! Pero las leyes están decisivas. ¡Oh, leyes! ¡Oh, duras e inflexibles leyes! En vano gritan la razón y la humanidad en favor del inocente… ¿Y seré yo tan cruel que no exponga al Soberano…? No; yo le representaré en favor de un hombre honrado, cuyo delito consiste sólo en haberlo sido (págs. 262 -263).

Ya se va perfilando con mayor nitidez el problema central de lo que se ha conver-tido en un drama de magistrados (esto es, con protagonistas que son magistrados y temas que remiten a su oficio). De lo que se trata, en efecto, es de saber qué deber ser la ley y cuál es la posición del magistrado y la del ciudadano ante 1a ley, de saber sí

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responden a 1a verdadera justicia los fundamentos de la ley y cómo se puede o se debe comportar el juez que la aplica para humanizarla: o sea, mirándolo bien, la vieja dialé-ctica, ahora observable en su modalidad dieciochesca, entre el rigor y la clemencia.

Acto cuarto («El juez padre»)

En el acto IV se van a complicar aún más las cosas. Estamos ahora en la noche –siempre del primer día–, y en la prisión-torre de Torcuato. Don Justo, más afligido e inquieto que nunca, porque está esperando la respuesta del rey después de haber cumplido –dice él– «su funesto ministerio sin olvidar la humanidad», don Justo, pues, viene a la cárcel para consolar al que considera ya como un amigo. En realidad, quiere, antes de que sea tarde, investigar sobre el misterioso origen de Torcuato, por-que supone que bien podría ser éste el fruto desdichado de unos ilegítimos amores suyos de juventud. Y, de hecho, Torcuato revela ser –«quel coup de théâtre!»– el hijo de don Justo. El debate, ahora, ya no concierne solamente a la obligación del juez de aplicar una ley que por sus convicciones personales no aprueba del todo; también se sitúa, a través del personaje cruelmente dividido de don Justo, entre las exigencias de su función judicial y la fuerza de sus sentimientos humanos de personaje paterno, sin contar con el remordimiento que le inspiran las flaquezas de su liviana mocedad.

A estas alturas, parece sin salida el callejón en que todos se encuentran metidos, a pesar o a causa, mejor dicho, de sus mismas virtudes, y en el clímax de una hábil pro-gresión dramática intensificada por la concentración temporal. Las tinieblas de la ley, y las angustias que genera, parecen triunfar de las luces particulares de sus involunta-rias o indirectas víctimas, y vencer los esfuerzos conjuntos de una familia destrozada. Bien puede don Justo, en el monólogo que, por cuarta vez, cierra el acto, exclamar, en un parlamento de intensa tragicidad:

Justo, solo.¡Santo Dios, encamina sus pasos…! Ve aquí el natural y dulce fruto de la virtud: todos se

complacen en protegerla, y todos corren ansioso a sostenerla en la adversidad. Pero ¡cuán débiles son sus apoyos contra la fuerza y el poder! ¡Virtud santa y amable!, tú serás siempre respetada de las almas sencillas; mas no esperes hallar asilo en los vanos y poderosos… ¡Cuánto ha cambiado mi suerte en solo un día! ¿Es posible que me he de hallar en la dura necesidad de derramar mi propia sangre?… ¡Hijo desventurado… ! ¡La mano de tu bárbaro padre te va a ofrecer el amargo cáliz de la muerte! ¡Funesta obligación…! ¡Horrible minis-terio…! Si acaso don Anselmo… ¡Ah!, ¿qué podrán sus débiles ruegos contra los de tantos importunos… contra el respecto de las leyes… contra la preocupación del Gobierno…? ¡Ah!… (págs. 276-277).

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Acto quinto («El rey juez y el rey-padre»)

El lector atento habrá adivinado que tantos suspiros y tantas quejas no significan el abandono de la lucha. Antes de que empiece el V y último acto, Anselmo, el perfecto amigo, se ha ido a San Ildefonso, el Sitio Real, para tratar de obtener el indulto de Tor-cuato gracias a una entrevista particular con el monarca. Dicha entrevista, conseguida a pesar de las numerosas barreras y obstáculos de la corte, la tiene solamente a la siete de la mañana, hasta alcanzar el perdón de un monarca atento y sensible, que deja co-rrer también «tiernas lágrimas de sus augustos ojos». De modo que le queda sola-mente Anselmo el tiempo justo para volver a Segovia, donde llega apenas antes del último toque de campana de las once, hora fijada para la ejecución del suplicio de Torcuato. La terrible suspensión que provoca en todos extremos de emoción y torren-tes de lágrimas deja entonces lugar a una explosión de gozo y a ríos de lágrimas de alegría, contento y reconocimiento. Y puede don Justo, que confirma su protagonismo en esta pieza, concluir:

Justo.Hijos míos, empecemos a corresponder a los beneficios del Rey obedeciéndole. Vamos

a tratar de vuestro destino, y demos gracias a la inefable Providencia, que nunca abandona a los virtuosos ni se olvida de los inocentes oprimidos (pág. 288).

Puede caer definitivamente el telón y pueden empezar nuestros escuetos comenta-rios, que ceñiremos a los tres temas del género de la obra, del concepto del honor y del «espíritu de las leyes».

ALGUNOS COMENTARIOS

El género de la obra

El propio Jovellanos, cuando habla de El delincuente honrado, emplea indiferencia-damente los términos de comedia o de drama. La verdad, sin embargo, es que de come-dia, en el sentido francés de `comedia cómica’, se puede afirmar que esta obra no tiene nada, si se exceptúan la rara sonrisa que puede nacer de algunos parlamentos del criado Felipe en su papel de gracioso evanescente o bien del refunfuñar ocasional y manera anticuada de hablar de don Simón, el magistrado chapado a la antigua. Todo lo demás –constante obligación de escoger entre un amor legítimo y un deber exi-gente, en todos los niveles, privado y público– pertenece a las claras al mundo de la tragedia. Una tragedia que calificaremos de tragedia urbana, en la medida en que ya no

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corresponden sus personajes al elenco de la tragedia clásica, sino que pertenecen al estamento mediano, más precisamente a la mesoaristocracia de los caballeros particu-lares de la ciudad.

Pero también la podríamos llamar drama lacrimoso, al tener en cuenta el diluvio de lágrimas que van vertiendo a cual más todos los personajes (salvo don Simón), y que traducen la positividad de su sensibilidad, virtud esencial del modelo dieciochesco de hombre honrado, cuando el destino viene a alterar el transcurso de su tranquilidad ordinaria, cuando se producen mudanzas –infelices o felices– de fortuna, que pueden conducir a la catástrofe o bien, como en nuestro caso, a un desenlace positivo, a un lieto fine, como dicen los italianos.

Tragedia urbana, pues, o drama lacrimoso, o, también, como a veces se dice, drama decoroso y serio, o género serio: poco importan en definitiva los términos utilizados, con tal que no se clasifique la pieza, como ocurre muchas veces, en la categoría de la come-dia, o, peor aún, en la categoría de la comedia neoclásica.

Lo que si es, en cambio, El delincuente honrado, es un drama moderno, en muchos de los sentidos de este rico adjetivo. Moderno, en primerísimo lugar, porque constituye una tragedización sentimental o «sentimentalización», muy al gusto del Setecientos, de la comedia de capa y espada del siglo anterior, de esa comedia de capa y espada que, en Calderón, ofrecía a veces una notable dimensión patética, pero no caía nunca, conviene subrayarlo, en la excesiva –por sistemática– sensibilidad-sensiblería de nuestra pieza.

Y moderno también, El delincuente honrado, porque en él se da un clarísimo aggior-namento, una decidida puesta al día del mundo aristocrático que constituía el sustrato de la comedia áurea. Si, en efecto, El delincuente honrado se puede leer como una reno-vación trágica de la comedia de capa y espada, es por la misma naturaleza estamental o estatuto social de sus protagonistas. Lejos de ser representantes de la clase media globalmente entendida, siguen siendo miembros de la mesoaristocracia, de ese mundo de los caballeros particulares que constituían el elenco de la comedia doméstica áurea. Por eso es poco admisible atribuirle a nuestro drama la etiqueta de comedia burguesa. Burgueses no hay en esta obra, si exceptuamos a las personas que deben dinero a Tor-cuato, y que se ven calificados de insufribles «gentes de comercio», gentes excesiva-mente prolijas y demasiado amigas de formalidades. Y espíritu burgués tampoco hay, porque en el universo de todos los protagonistas el valor socio-ético por excelencia sigue siendo el honor.

El concepto del honor

No por casualidad dejé sin precisar hasta ahora lo que por honor había que enten-der en El delincuente honrado. Y es que nos encontramos, en realidad, con dos concep-

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tos diferentes del honor, que Jovellanos trata de combinar en una novedosa síntesis, que no es más que una modernización o adaptación a los tiempos ilustrados del anti-guo concepto del honor aristocrático del Siglo de Oro.

Hay, por un lado, el honor-honradez u honor-virtud, basado en el respeto de la «razón, de la humanidad y de la naturaleza», y del que no pocos ejemplos se pudieron observar en la conducta de los héroes positivos de nuestro drama. Y hay, al lado de este honor personal, íntimo –al lado de la conciencia, podríamos decir–, el otro ho-nor, el honor social, el del hombre situado dentro de la colectividad, que Torcuato define con toda precisión al explicar por qué, en definitiva, tuvo que aceptar el desafío temerario del marqués a quien mató:

Torcuato.¿Y quedará su honor bien puesto? El honor, señor, es un bien que todos debemos con-

servar; pero es un bien que no está en nuestra mano, sino en la estimación de 1os demás. La opinión pública le da y le quita. ¿Sabéis que quien no admite un desafío es al instante tenido por cobarde? Si es un hombre ilustre, un caballero, un militar, ¿de qué le servirá acudir a la justicia? La nota que le impuso la opinión pública, ¿podrá borrarla una sentencia? Yo bien sé que el honor es una quimera, pero sé también que sin él no puede subsistir una monar-quía; que es el alma de la sociedad; que distingue las condiciones y las clases; que es princi-pio de mil virtudes políticas; y, en fin, que la legislación, lejos de combatirle, debe fomentarle y protegerle (pág. 237).

Y añade, por más señas:

Torcuato.La buena legislación debe atender a todo, sin perder de vista el bien universal. Si la idea

que se tiene del honor no parece justa, al legislador toca rectificarla. Después de conseguido se podrá castigar al temerario que confunda el honor con la bravura. Pero mientras duren las falsas ideas, es cosa muy terrible castigar con la muerte una acción que se tiene por hon-rada (págs. 237-238).

Ahí tenemos la clave de todo el drama, o sea, en la clara percepción de la distancia que media entre la aspiración ideal del héroe modelo, deseoso de satisfacer las exigen-cias de su honor-virtud radicado en la perfección de su conciencia íntima, y la realidad social en la que le toca vivir y que, en este último cuarto del XVIII, se encuentra toda-vía más cercana al mundo de los aristócratas áureos que a la mentalidad nueva de los «filósofos».

Tal contradicción la resuelve Jovellanos confiando en la evolución de los tiempos futuros. Evolución deseable, hay que precisar en seguida, no sólo en el mero campo de

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la necesaria transformación de las mentalidades, sino, y más aún quizá, en el campo de la legislación –palabra sagrada en nuestra obra–, que debe ser capaz de reflejar y adap-tarse a las mutaciones de la sociedad.

«El espíritu de las leyes»

El pasaje esencial, a este respecto, lo encontramos en la última discusión que, sobre el particular, mantienen don Justo y don Simón, figurando aquél el espíritu nuevo que debería informar la concepción y la aplicación de las leyes, y encarnando éste el blo-queo arcaico de los juristas defensores de una interpretación dura y pura de la letra de la ley. Escuchémoslos:

Don SimónVe aquí, señor don Justo, las consecuencias de los desafíos. Estos muchachos quieren

disculparse con el honor, sin advertir que por conservarle atropellan todas sus obligaciones. No; la ley los castiga con sobrada razón.

JustoOtra vez hemos tocado este punto, y yo creía haberos convencido. Bien sé que el verda-

dero honor es el que resulta del ejercicio de la virtud y del cumplimiento de los propios deberes. El hombre justo debe sacrificar a su conservación todas las preocupaciones vulga-res; pero por desgracia la solidez de esta máxima se esconde a la muchedumbre. Para un pueblo de filósofos sería buena la legislación que castigase con dureza al que admite un desafío, que entre ellos fuera un delito grande. Pero en un país donde la educación, el clima, las costumbres, el genio nacional y la misma constitución inspiran a la nobleza estos senti-mientos fogosos y delicados a que se da el nombre de pundonor; en un país donde el más honrado es el menos sufrido, y el más valiente el que tiene más osadía; en un país, en fin, donde a la cordura se llama cobardía, y a la moderación falta de espíritu, ¿será justa la ley que priva de la vida a un desdichado sólo porque piensa como sus iguales, una 1ey que sólo podrán cumplir los muy virtuosos o los muy, cobardes? (pág. 271).

Hasta que e1 mismo don Justo enuncie la conclusión del debate:

Justo Cuando haya mejores ideas acerca del honor, convendrá acaso asegurarlas por ese me-

dio; pero entre tanto las penas fuertes serán injustas y no producirán efecto alguno. Nuestra antigua legislación era en este punto menos bárbara. El genio caballeresco de los antiguos españoles hacía plausibles los duelos, y entonces la legislación los autorizaba; pero hoy pen-samos, poco más o menos, como los godos, y sin embargo castigamos los duelos con penas capitales (pág. 272).

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156 Cuadernos de investigación. núm. 1 – Artículos

Las cosas no dejan lugar a dudas: en El delincuente honrado, como unos años más tarde en las Cartas marruecas de Cadalso, coexisten y se conjugan en síntesis armo-niosa una intensa nostalgia del universo aristocrático-caballeresco antiguo y una ar-diente aspiración a la modernización-moralización del mismo. Y para que se puedan compaginar el uno con la otra se hace elemento cardenal la bondad definitiva de la fi-gura paterna, aquí presente bajo tres formas:

– la del padre arcaico, don Simón, «hombre de malos principios pero de buen co-razón», lo que le permitirá, sino promover, sí por lo menos aceptar las indis-pensables adaptaciones a la evolución del mundo;

– la del padre moderno, don Justo el bien nombrado, que Jovino pintó como «ma-gistrado filósofo», esto es, ilustrado virtuoso y humano, ilustrado para que co-nociese los defectos de las leyes; virtuoso para que supiera respetarlas; y humano para que se compadeciese en alto grado del inocente que veía opri-mido bajo su peso;

– y, finalmente, por encima de ellos, la del rey-padre, a la vez funcionalmente in-tratable en el cumplimiento de la ley y padre humanamente clemente para cada uno de sus virtuosos súbditos.

No hay, creo, mejor ejemplo para Torcuato, y para la juventud de la época, de la negatividad de los duelos y de la positividad de la honradez moderna. Y no hay, creo, mejor ejemplo que El delincuente honrado de un teatro que ilustre, en la práctica, los presupuestos de la teoría teatral de Jovino.

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II

Discursos de investidura1

1 En esta sección se recogen los discursos de ingreso en la Fundación Foro Jovellanos. Se respeta de manera excepcional el tema, el contenido y la extensión que cada patrono juzgó más oportuno para dicho acto de ingreso. Es un foro plural y diverso que respeta las convicciones personales de tipo político, reli-gioso u otros códigos plurales que genera la actividad intelectual y racional del ser humano.

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Jovellanos y la revolución industrialRamón Álvarez Viña1

Presidente de la Fundación Álvarez-Viña

RESUMEN

El autor, desde una perspectiva divulgativa, pone de relieve la sintonía de la obra de Jo-vellanos con lo que más tarde será la gran revolución industrial del siglo XIX.

Palabras clave: Jovellanos, revolución industrial.

ABSTRACT

This author, from an informative perspective, highlights how Jovellanos’s work is in tune with what will later become the great industrial revolution of the 19th century.

Key words: Jovellanos, industrial revolution.

gradezco Al Sr. Presidente y Junta Rectora de la entidad: Fundación Foro Jovella-nos del Principado de Asturias que me hayan propuesto como Patrono de la

misma y a los miembros de la Junta General por su aprobación.Prometo cumplir con la frase simbólica pronunciada en la imposición del distintivo de Patrono, a la que he intentado ser fiel a lo largo de mi vida…

Al observar la bibliografía jovellanista, se aprecia que la mayor parte de posibles temas referidos al insigne gijonés han sido tratados por ilustres especialistas en la po-lítica, la cultura, la agricultura, la minería, la medicina, la historia, la literatura, la ilus-tración, la naturaleza, la religión, etc. Encontré un pequeño hueco, que encaja con mi

1 El Dr. D. Ramón Álvarez Viña leyó su discurso de ingreso el 2 de noviembre de 2006. Hizo su sem-blanza el Dr. D. Joaquín Fernández García. Véase Boletín Jovellanista, nos. 7-8 (2006-2007), págs. 65-77.

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profesión en laboratorios y plantas industriales durante más de cincuenta y cinco años: «Jovellanos y la Revolución Industrial», un tema complejo que pretendo resu-mir en tres partes:

– La revolución industrial– La actuación de Jovellanos ante la revolución industrial– España y la revolución industrial

1. LA REVOLUCIÓN INDUSTRIAL: BREVE SÍNTESIS

La revolución industrial, como bien es sabido, es un conjunto de grandes cambios sociales, técnicos y económicos que modificaron las formas de trabajo y de vida de las personas. Fue un fenómenos bien localizado en las coordenadas espacio temporales.

La Revolución Industrial se inició con la invención de la máquina de vapor por Jaime Watt en 1769 en Inglaterra y terminó en 1830 con la primera línea de Ferrocarril entre Manchester y Liverpool, después de haber sido inventada la locomotora por Stephenson en 1814 y haber aplicado la energía del vapor, inicialmente, a las minas de carbón para accionar las bombas de extracción del agua y después a otras muchas in-dustrias. Fue un cambio que modificó el sistema productivo, desarrolló la producción mecanizada, nuevas fuentes de energía, el trabajo asalariado, la economía, la sociedad, los problemas políticos, las ideas.

En el periodo citado, la Revolución Industrial y la Revolución Burguesa son la cara y cruz de la misma moneda. Aquella fue el aspecto económico-social de una transfor-mación más profunda que llamamos Revolución Burguesa. La interacción entre la política y la economía constituye el núcleo de todo este cambio histórico. Se iniciaron las condiciones sociales necesarias para desarrollar el capitalismo industrial, creando las condiciones que ligan a los hombres para producir. Se modificaron las condiciones técnicas como son: capacidad de producción, avances tecnológicos, organización del trabajo.Todos estos cambios minaron desde dentro la sociedad feudal en su etapa final y crearon las condiciones para transformarla.

La Revolución Industrial se inició, como he dicho, en Inglaterra, silenciosa, y sin grandes turbulencias sociales y se opone a la Francesa, turbulenta y temible por mu-chos. Con ella surgió la clase obrera. Friedrich Engels escribía en 1845:

La historia de la clase obrera inglesa comienza en la segunda mitad del siglo XVIII con el descubrimiento de la máquina de vapor y las máquinas para elaborar textiles de algodón que dieron impulso a una Revolución Industrial, que transformó toda la sociedad burguesa, que avanzó tanto más potente cuanto más silenciosa.

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También escribió Engels:

Los pequeños patronos, que no podían competir con los grandes, fueron empujados a la clase proletaria.

Engels probablemente lo manifestaba por su propia experiencia. Había sido pro-pietario de un pequeño taller textil en Manchester.

Marx fue el primero que abordó la génesis de la sociedad capitalista industrial en toda su dimensión económica y social; el primer volumen de su obra, El Capital, está dedicado a su estudio.

1. Una nueva configuración social

Las relaciones sociales que ligan a los seres humanos en el proceso de producción son, históricamente, muy diversas: La posición, la propiedad, el derecho sobre la tie-rra, el derecho sobre las personas, el derecho a apropiarse de una parte del producto que han elaborado con su trabajo otras personas. Estas relaciones fueron cambiando a lo largo de la Historia. La propiedad de tierras y esclavos y el trabajo esclavista, la época feudal basada en la propiedad de la tierra – o derechos sobre ella – y en la servi-dumbre: Derecho de los señores feudales a extraer una parte del producto de los cam-pesinos. Y, finalmente, aparece el capitalismo que se basa en la propiedad de los medios que sirven para producir y en el trabajo asalariado. En el comunismo los medios que sirven para producir son totalmente propiedad del Estado. En la sociedad feudal las rentas se pagaban en trabajo, en especie, o en dinero, vendiendo una parte de la cose-cha y entregando el dinero al señor feudal.

El paso del feudalismo al capitalismo fue lento y complejo y se inicia con el relaja-miento de la servidumbre, de forma distinta en cada país; en Europa Occidental lle-vará consigo el inicio de la Edad Moderna.

¿Cómo se originó la acumulación inicial de capital? Primero se desposee a los cam-pesinos de los derechos de uso (dominio útil, derechos comunales) y se les convierte en mano de obra libre. Por otro lado, paralelamente, se altera la naturaleza de la pro-piedad feudal o comunal transformándola en capitalista, desvinculando de la tierra a los campesinos que tenían derecho de uso como enfitéutas.

Una parte de la propiedad de la tierra pertenecía a la Iglesia (monasterios, conven-tos, abadías, etc). Otra parte eran «realengos» pertenecían a los monarcas, y la otra, la más numerosa, eran señoríos solariegos, lores en Inglaterra, Junckers en Alemania, príncipes, duques, condes, marqueses, barones, en España.

La diferencia entre la propiedad feudal y la capitalista radica en que en la propiedad

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feudal la tierra se explota mediante servidumbre y en la capitalista mediante el trabajo asalariado; en este caso la tierra es una mercancía, se compra, se vende, según interese. No hay derechos de uso, consuetudinarios, etc.

En todos los países de Europa los señoríos eclesiásticos y realengos fueron expropia-dos y vendidos, pero en cuanto a los señoríos nobiliarios las cosas fueron distintas según el país: En Inglaterra, en la guerra civil de mediados del XVII fueron confiscados, en Francia fue peor, no se les reconocieron como propiedad particular en la revolución.

En España se actuó sobre los dominios de la Iglesia y terrenos comunales, en las tres desamortizaciones a las que me referiré, pero grandes superficies de familias no-bles, sobre todo en el Sur, permanecen en nuestros días.

En Inglaterra a principios del XVII se iniciaron los famosos «enclosures» cercados para pastos de ovejas, arrasando pueblos y expulsando a sus colonos, perdiendo sus derechos de uso.

No obstante, al acaparar la burguesía y concentrar las mejores fincas, dio lugar en el siglo XVIII al desarrollo de la agricultura capitalista, aumento de la productividad, etc. lo que permitió el desarrollo de la industria en un movimiento solidario, llegando a producir la revolución industrial.

Una agricultura próspera da lugar a la Revolución Industrial; el concepto también sirve al revés: La revolución industrial da lugar a una agricultura próspera.

La energía utilizada antes de la Revolución Industrial eran las corrientes de los ríos y el viento que movían ruedas hidráulicas y molinos e impulsaban las velas de los bar-cos. Y la producción de bienes dependía de la energía humana y animal. Todas estas energías fueron sustituidas por la que procedía del vapor de agua, al descubrirse la máquina de vapor y al aplicar ésta a las máquinas que se irían descubriendo.

Al sustituir el carbón vegetal por el carbón mineral y obtener a partir de éste el cock y al sustituir la madera con la que se hacía casi todo por el acero, permitió desarrollar la Industria Siderúrgica y paralelamente a ella otros productos industriales básicos para el desarrollo: detergentes, lejías, ácidos clorhídrico y sulfúrico, sosa, etc.

La industria textil, el carbón, el vapor, el hierro y el acero, el ferrocarril, la propul-sión masiva a vapor fueron los impulsores del capitalismo industrial. Los protagonis-tas sociales fueron la burguesía industrial y la clase obrera.

La ‘burguesía industrial’ estaba formada por una clase alta: La Nobleza, los banque-ros, los grandes propietarios de tierras, los nuevos industriales.

Una ‘clase media’ compuesta por médicos, abogados, agricultores con explotacio-nes pequeñas y medias, maestros, etc. y una ‘clase obrera’ que incluía a jornaleros agrí-colas, obreros de las fábricas, sirvientes domésticos, y muchas personas con oficios hoy desaparecidos: aguadores, faroleros, arrieros, etc.

Los campesinos emigraron a las ciudades para trabajar en fábricas, su vida era muy dura, trabajaban muchas horas, vivían en barrios insanos, había trabajo infantil con

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sueldos muy bajos; no era de extrañar que los obreros formaran asociaciones para defenderse, dando lugar a los sindicatos. No todo fue muy ético desde el punto de vista empresarial; hubo grandes negocios triangulares: captación de jóvenes de raza negra africanos, su traslado en condiciones infrahumanas a Norteamérica e islas del Caribe, su utilización en las inmensas plantaciones de algodón, envío de este a Europa y su transformación en tejidos,. Grandes fortunas tuvieron su origen en este negocio. Hermosas mansiones que hoy subsisten en diversas ciudades y villas Inglaterra y Fran-cia proceden de entonces.

2. JOVELLANOS ANTE LA REVOLUCIÓN INDUSTRIAL

2.1. La educación y el progreso industrial

Jovellanos vivió 56 años del siglo XVIII y 11 del siglo XIX; bajo los reinados de Carlos III y Carlos IV, le tocó conocer, sin duda, los hechos que se estaban produ-ciendo en Inglaterra y Francia, relacionados con la Revolución Industrial; muchos detalles de su biografía lo atestiguan.

En 1789 fue encargado por el Ministerio de Marina de examinar el estado de las minas de carbón de piedra en el Principado y de proponer al Gobierno cuanto esti-mase necesario para impulsarlas; después de ciertas intrigas del ministro Lerena con-tra el Conde de Cabarrús, encerrándole en el Castillo de Batres, convencido de que no se le quería en la Corte, al ser gran amigo suyo, regresó a Asturias en Septiembre y se dedicó de lleno a estudiar todas las minas de carbón de piedra de sus diferente conce-jos, no sin antes haber consultado los tratados del Sr. Morand sobre el arte de benefi-ciar las minas de carbón fósil y del Sr. Venel sobre su aplicación a los usos domésticos e industriales; Jovellanos estaba por consiguiente al corriente de las nuevas tecnolo-gías y los grandes cambios que se estaban produciendo en la industria y minería y de sus consecuencias políticas y sociales, que estaban dando lugar a la Revolución Indus-trial. Dirigió su Informe al Gobierno en 1791, en siete diferentes memorias:

En la primera dio una idea general y exacta de la riqueza y favorable situación de los carbones de Asturias y de las muchas ventajas que podría sacar la Nación de su cultivo y comercio, proponiendo los medios para dar impulso a esta riqueza sin aprovechar.

En la segunda, demostró que la propiedad de las minas no era de la Corona, como pre-tendía el Director General de Minas, Francisco Angulo, sino de los propietarios de las tie-rras en que se encuentra, hecho que fue confirmado por cédula Real en Agosto de 1792.

En la tercera, propone la apertura de una carretera desde las minas de Langreo, las mejores del Principado, al puerto de Gijón, para facilitar y abaratar el transporte y fo-mentar el comercio exterior.

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En la cuarta, expone la necesidad de fomentar en Asturias el estudio de la minera-logía para aprovechar mejor estas y otras diferentes minas que abundan en el país y a este fin la de crear allí la enseñanza de matemáticas y física, conjuntamente con las Ciencias Náuticas, estableciéndolas en Gijón como puerto habilitado para el comer-cio libre.

En la quinta y sexta, propone los medios de costear el camino y dotar las enseñan-zas indicadas.

Y en la séptima, refiere las providencias y estímulos que convenían para la exporta-ción marítima de los carbones y para crear una abundante marina carbonera… «que produjese las grandes ventajas que había logrado la sabia economía de los Ingleses en el tráfico de sus carbones».

En el año 1791 fueron remitidas todas sus memorias al Ministerio. En 1792 fue nombrado Subdelegado General de Caminos en el Principado y propuso cuanto era necesario para la continuación de la carretera Asturias-León. En 1793 se le enco-mendó medir la distancia entre lo construido hasta la altura que divide las dos vertien-tes (Alto de Pajares).

En el mismo año fue aprobado el establecimiento del Real Instituto de Náutica y Mineralogía, con el informe del Consejo de Estado que decía: «Es digna de aproba-ción [la orden correspondiente] y muy propia de su conocimiento y celo». Su inau-guración oficial, como muy bien es sabido, tuvo lugar el 7 de enero de 1794.

En el año 1797 Jovellanos recibió dos Reales órdenes de los Ministerios de Estado y Marina; por la primera se aprobaban los arbitrios y se mandaba dar principio a las obras de la carretera a León. Por la segunda se le pedía que pasase ‘reservadamente’ a reconocer el estado de los Montes de Espinosa y la fábrica de cañones en la Cabada y la mina de hierro de Ferrezuela, en Vizcaya, destinada a este establecimiento, debiendo informar sobre una muchedumbre de recursos y quejas de los pueblos de Espinosa y del Señorío de Vizcaya. Aprovechó el viaje para reconocer también diferente fábricas de clavazón, de anclas y palanquetas que había en la costa: hornos de cementación, fundiciones, y otros establecimientos industriales así como las riquísimas minas de Somorrostro en Vizcaya. Son conocidos los hechos ocurridos a su regreso estando en Pola de Lena; aquí recibirá el nombramiento para pasar a Rusia con carácter de Emba-jador, pero un mes después recibe otra Real Orden llamándole a Madrid para servir el Ministerio de Gracia y Justicia. En aquel momento estaba Jovellanos ocupado en otra empresa: La de construir un edificio nuevo para el Real Instituto Asturiano, colocando la primera piedra el 11 de noviembre de 1797. Su paso poe el ministerio fue efímero. En Agosto de 1798 se le exonera del Ministerio de Gracia y Justicia y fue nombrado Consejero de Estado para regresar de nuevo a Asturias. El Real Instituto ocupa sus desvelos; en 1799 agregó al plan de estudios una cátedra de Geografía Histórica, en 1800 la de Física experimental y en 1801 la de Química.

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Lo que ocurrido en su Casa-Natal en la madrugada del 13 de marzo de 1801 es conocido de todos así como su destierro a la Cartuja de Jesús Nazareno de Valdemosa y después al castillo de Bellver en Palma. Este largo destierro constituye uno de los episodios más tristes en la vida de Jovellanos; sin embargo, su estancia en Mallorca fue aprovechada por aquel espíritu innovador ávido de cambio y transformaciones en el campo social y tecnológico. Omito referirme a los detalles del largo destierro de Jove-llanos y me detengo en su final. Puesto en libertad después del Motín de Aranjuez y la caída de Godoy, regresa a la Península en 1808, recibiendo presiones para formar parte como Ministro de Interior del nuevo Gobierno de José I, nombramiento que, parece ser, se publicó en la Gaceta para venir a Asturias a calmar a los sublevados de la Junta General del Principado. No acepta, en una carta dirigida desde Jadraque al pro-pio José I, pero sí lo hace al nombramiento de miembro de la Junta Central en repre-sentación de Asturias.

Al iniciarse la Guerra de 1808, los muchos ilustrados que había en España optaron por alguno de los tres destinos posibles:

1) Exiliarse: caso de Agustín de Betancourt, figura emblemática de los ilustrados técnicos, creador de la Escuela de Ingenieros de Caminos, autor de numerosos proyectos y en París de la realización de una exhaustiva colección de proyectos de máquinas que reunió en el pabellón del Buen Retiro de Madrid en colabora-ción con Juan López Peñalver.

2) Colaborar con el nuevo Rey José I (los afrancesados). Unos, por conservar su puesto, otros, por convicción, otros, principalmente los empresarios, por man-tener sus negocios; tal es el caso del ilustre asturiano Antonio Raimundo Ibáñez, Marqués de Sargadelos, Cervo (Lugo), asesinado vilmente en Ribadeo en 1811. De 10.000 a 12.000 españoles afrancesados se exiliaron con José I a través del puerto de Valencia o siguiendo a su ejército derrotado en la Batalla de Vitoria.

3) Colaborar con la Junta Central, en la preparación de la constitución de 1812, etc. Es el caso de Jovellanos que luchará siempre por mejorar la situación del hombre, de las familias, mediante la educación, la cultura, el bienestar, aunque creía en los principios de la Revolución Francesa: Libertad, Igualdad y Frater-nidad, no fue realmente un afrancesado.

Marañon escribió sobre Jovellanos «He leído varias contribuciones a la vida de este gran español en las que aparece como un revolucionario encubierto o como un gran revolucionario, Jovellanos fue en realidad un hombre de su tiempo…» «La mejor cabeza de la España dieciochesca» según Julián Marías y el primero de los españoles de la conciliación, seguido de Balmes, Cánovas del Castillo, Giner de los Ríos, Ángel Herrera, Ortega, Marañón y otros ilustres españoles (según García Escudero).

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2.2. Las sociedades económicas

Convocados por el Conde de la Floridablanca, el 11 de octubre de 1764, se reúnen en Vergara un grupo de caballeros ilustrados para crear la Sociedad Vascongada de Amigos del País, teniendo como objetivo «fomentar, perfeccionar y adelantar la agri-cultura, la economía rústica, las ciencias y las artes…» El Conde de Campomanes fue el gran impulsor para extender estas sociedades por todo el país.

En 1804 funcionaban 64 sociedades económicas en grandes ciudades, villas y pue-blos. Jovellanos participó en la creación de la de Sevilla, de la de Madrid y la del Prin-cipado que presidió.

2.3. Proyectos jovellanistas para la industrialización Asturias:

– La carretera carbonera, a la que me he referido, de Gijón a Langreo, abortada por el ruinoso proyecto de hacer navegable el Nalón, de Casado Torres, que hizo realidad Alejandro Aguado (Marqués de las Marismas del Guadalquivir) 50 años después.

– Las comunicaciones con la meseta, el camino de Castilla, que había promovido antes Campomanes y que estaba parado.

– El establecimiento de la aduana de Gijón, para equiparar su puerto al de La Coruña, Santander, Bilbao, etc.

La industrialización de Asturias fue de alguna manera una preocupación constante en Jovellanos. Enumera una serie de actividades que habrían de estar encaminadas a esa industrialización:

– Industria rústica: se ocupa en preparar para el consumo los productos de la tie-rra, queserías, etc.

– Salazones: propone aplicarlos a las carnes y riquísimos pescados de sus ríos y costas. La sidra, las frutas, se pudiesen reducir a pasas o confituras… El fruto del haya «Fayuen» aceite para su uso en farmacia, etc.

– Industria doméstica o industria popular, término utilizado por Campomanes en su «discurso para el fomento de la industria popular», Madrid, 1774: Lienzos, paños, pieles, muebles, vasos, instrumentos rústicos, etc. es decir cuanto puede necesitar un pueblo dedicado a la agricultura, ganadería y pesca.

– Industria moderna: Muy atrasada en Asturias, preparación de la madera para el gran comercio del tablazón, de duelería (toneles y ferradas), muebles, etc. tene-

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rías (curtidorías), por cierto la primera fábrica que se instalo en Gijón fue una curtidora «Cortijo del Natahoyo» en 1772.

Fábricas de quincalla, a partir de los productos de nuestras ferrerías, fábricas de pinturas y tejidos de lienzo, aprovechamiento de nuestros minerales, el már-mol, el azabache, el ámbar, etc.

Jovellanos analiza las causas del atraso industrial en Asturias que él localiza en la falta de conocimientos:

– Asturias está llena de minerales de hierro y sin embargo las ferrerías se surten de mineral de Vizcaya.

– No se aprovecha el helecho y ocle marino.– No se sabe hacer una botella para embotellar sidra.– Falta de capitales para hacer industrias.

Es necesario traer la ilustración a este país, insiste. En otras partes se busca por me-dio de la industria la riqueza y felicidad de los pueblos; aquí en Asturias la infelicidad y su ruina se deben evitar por medio de la industria que genera riqueza y bienestar social. Que se erijan nuevas fábricas en que se puedan emplear y ganar su subsistencia; que se aumente el tráfico interior, la marina mercantil, el comercio. Que se ofrezca ocupación a tantas manos como la piden y necesitan. Eran los objetivos en la buena voluntad de Jovellanos.

Entre todos sus escritos, informes, etc. destaca el «Informe de la Sociedad Econó-mica de Madrid al Real y Supremo Consejo de Castilla en el expediente de la Ley Agraria», calificada como su obra maestra en la que trabajó seis años (encargada en 1787, terminada en 1794 y publicada en 1795) y en la que ofrece soluciones para fo-mentar la agricultura, liberación de terrenos comunales, etc. que fue documento de consulta del tema agrario durante dos siglos…

En su Informe, Jovellanos examina los problemas que afectaban a la agricultura, políticos, morales y físicos, dando lugar a que se incluyera en el índice de libros prohi-bidos. Realmente Jovellanos pretendía una nueva agricultura más tecnificada y mo-derna que fuese el motor de los cambios como ocurrió con la inglesa. Hay un discurso, muy poco conocido, hasta ahora, de Jovellanos a la Real Sociedad de Amigos del País del Principado el 6 de mayo1782, publicado en el tomo 9º de sus obras completas en el que propone enviar a Vergara un grupo seleccionado de estudiantes del Principado para estudiar sendos cursos de matemáticas, física, química, mineralogía y metalurgia y, acabados éstos, proponía que hicieran un viaje por Francia, Inglaterra, etc. que esta-ban en plena revolución industrial.

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2.4. Reforma agraria

La idea de Jovellanos manifestada en el Informe sobre la Ley Agraria era poner en producción y en circulación los bienes de las manos muertas (clero y nobleza) en or-den a lograr el crecimiento económico.

Había dos posibles vías de reforma agraria:

1) Repartir las tierras dentro del antiguo orden mejorando cultivos, aumentando la producción y con ello la recaudación.

2) Saneando la deuda pública directamente, nacionalizando los bienes de las ma-nos muertas y poniéndolos a la venta…

Ha habido tres Leyes de desamortización en España:

1) La de Godoy en 1798 hasta 1808. Utiliza el segundo sistema afectando a bienes raíces de la Iglesia (obras pías, hospitales, etc.). Al volver Fernando VII puso fin a la venta de tierra.

2) La de Mendizábal (1833-1840) tiene por finalidad la liquidación de la deuda interior y la creación de una clase propietaria para apoyar al trono, o sea, arre-batar a la Iglesia su base económica, hacerla dependiente del Estado y compro-meter a la clase más rica del país. Poner en circulación una gran cantidad de riquezas y hacer frente a la guerra Carlista. Las propiedades de los nobles no se tocan para evitar que se pasen a las filas Carlistas.

3) La ley de Madoz (1855-1868) que afecta a los bienes comunales de los pue-blos, que pierden su uso para obtener leña, pastos, etc. Conclusión: más po-breza para los habitantes de esos pueblos, subida de arrendamientos, expulsión al no poder pagarlos y constitución de grandes propietarios…

Una diferencia de la ley de Madoz es que exigía el pago en metálico. No había crédito agrario alguno, era por consiguiente imposible a campesinos y peque-ños propietarios acceder a las tierras…

En Francia la Revolución fragmenta las grandes haciendas terratenientes, en USA nunca existieron.

Respecto a la discriminación de los vaqueiros de alzada dice:

Como quiera que sea, ésta y semejantes distinciones han levantado otra barrera más in-superable entre los dos pueblos, que será eterna mientras la religión o la filosofía no venzan el desprecio de los que ofenden y el desvío de los ofendidos. Entre tanto, toda alianza, toda amistad, todo enlace están cortados entre unos y otros.

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Respecto al retrato de la industria en Asturias:

Las demás causas que retardan el progreso de la industria son hijas de las antecedentes. La pereza, que no se mueve sino a la vista de grandes y evidentes estímulos; la preocupa-ción, que grita contra todo lo nuevo porque no lo conoce, y que prefiere una ignorancia que la lisonjea a una ilustración que la acusa; la envidia, que nada deja crecer ni madurar y que lucha continuamente por sofocar en la cuna todos los establecimientos que pueden hacer la fortuna de su vecino, y sobre todo una cierta indolencia con que algunas gentes, que tienen aquí como en otras partes la primera influencia, minan todos los medios de hacer el bien que no están fiados a su mano, y sacrifican la felicidad común al interés de su clase, son sin duda causas muy ciertas, aunque parciales, de este atraso. Pero reflexione usted que la prin-cipal nace de la ignorancia, y por lo menos es incompatible con la verdadera ilustración.

Tomo IX de Las Obras Completas de Jovellanos, edición del 2005 del Ayuntamiento de Gijón.

3. ESPAÑA Y LA REVOLUCIÓN INDUSTRIAL

España no pudo incorporarse a la Revolución Industrial como lo hicieron Inglate-rra, Francia, Bélgica, USA, ni años más tarde como lo fueron haciendo otras regiones y países: Renania, en Alemania, Lombardía, en Italia, Suecia, Austria, etc.Aquí podría-mos recordar aquella frase del Cantar del Mío Cid en la Edad Media:«Qué buen vasa-llo si hubiera buen señor».

Los españoles, en el siglo XIX, no fuimos capaces de incorporarnos a la Revolución Industrial; sin embargo tres siglos antes sí fuimos capaces de aportar nuestra cultura, lengua y nuestra tecnología y desarrollar un continente, desde California a La Patago-nia. En 1551 se fundaron las dos primeras universidades del continente americano; la de Méjico (Virreinato de la Nueva España) y la de Lima (Virreinato del Perú). En Mé-jico comenzó a funcionar una imprenta en 1539, 18 años después de la toma de la capi-tal azteca, 100 años antes de establecerse la primera imprenta inglesa en Boston. Pero lo que realmente movió la economía de los países hispanoamericanos fue la minería: ciudades, villas, pueblos, vías de comunicación, puertos, etc. se construyeron en fun-ción de los establecimientos mineros. Clérigos, médicos o simples operarios, sin estu-dios técnicos oficiales sobre minería, fueron los artífices de la industria minera… por ejemplo: Bartolomé Medina inventó en 1555 el beneficio de la plata por amalgamación (procedimiento de Patio – Pachuca Méjico), lo que permitió el control de su produc-ción por la Corona (1/5 real según lo acordado, más el resto), al controlar todas las minas de mercurio (Almadén, Méjico, Perú,); la técnica fue perfeccionada por Álvaro Alonso Barba, nacido en Lepe, 1569, que llegó a ser párroco de Potosí; escribió «El

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arte de los metales» en 1637, impreso en Madrid en 1640. Llegó a ser el tratado más importante en su especialidad en Europa, inclusive en tiempos de la Ilustración y Revo-lución Industrial.

También hubo grandes técnicos en España en la época de la Ilustración y Revolu-ción Industrial, pondré algunos ejemplos:

– Fausto de Elhuyar y de Zubice, (La Rioja 1755-1833). Carlos III le nombró Director del Real Seminario de Vergara. Ilustre Químico, con 27 años descu-brió el Tugsteno o Wolframio, elemento número 23, en 1785 y desarrolló una gran labor técnica en Méjico posteriormente como Director de Minas.

– Andrés Manuel del Río (Madrid 1764-1849). En 1794 llega a Méjico como profesor del Real Seminario de Minería; en 1801 descubrió el Vanadio, ele-mento número 74; había estudiado en Alcalá, Paris y Freigburg; trabajó con Lavoisier, fue uno de los mejores científicos de la época.

¿Qué razones hubo para que España no se incorporara a la Revolución Idustrial?

– El mal gobierno durante el reinado de Carlos IV, en manos de su válido Go-doy.

– La Guerra Peninsular de 1808 a 1813, una verdadera Guerra Civil, más que una guerra contra Francia.

– El nefasto reinado de Fernando VII, con sus innumerables crisis instituciona-les, políticas, económicas.

– Otros factores negativos importantes fueron: Una agricultura atrasada y estancada. Unos núcleos industriales muy débiles. Falta de una red viaria adecuada. Falta de capitales para invertir. Escasez y carestía del carbón mineral y otras materias primas industriales deci-

sivas.

El inicio de nuestra industrialización no se dio de forma uniforme en la península sino en aquellas comarcas con cierta tradición preindustrial y situadas en la periferia con puertos de mar que salvaban la ausencia de comunicaciones terrestres: Cataluña, País Vasco, Asturias, Málaga, Sevilla y Levante… que estaban más en contacto con los países europeos que tenían ya una industrialización consolidada.

El ritmo industrializador estuvo supeditado a la dinámica política caracterizada por el centralismo del siglo XVIII y XIX. Ante la amenaza del carlismo, la Corona inicia los primeros pasos de la reforma de acuerdo con las fuerzas vivas que van apareciendo:

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– Promulgación del código de comercio y liquidación del Banco de San Carlos (1829).

– Ley de enjuiciamiento mercantil (1830).– Creación de la Bolsa de Madrid (1831).– Otras disposiciones favorables a la industrialización promovidas principal-

mente por los catalanes… con el triunfo del liberalismo esta tendencia se acre-cienta, como la libertad para establecer fábricas e industrias útiles y supresión de las corporaciones gremiales (1833).

– La guerra civil Carlista y la inestabilidad política en tiempos de la regencia de Espartero fueron otro factor negativo.

Hacia el final del reinado de Isabel II el desfase se hace irreversible. Ni la propicia coyuntura económica, ni la pacificación del país, la estabilidad política, el creciente ahorro nacional, la llegada de capitales extranjeros, fueron suficientes para que España recuperara su retraso.

No había política económica, ni organizaciones jurídico-institucionales para im-pulsar el desarrollo económico… La manipulación política, la inversión en sectores especulativos de beneficios rápidos: FCC, minas, renta pública y el olvido de la agri-cultura, industrias básicas, etc. La cesión a Inglaterra de las minas de Riotinto por 92.000.000 pesetas; las de Almadén, etc.

La independencia de las nuevas repúblicas iberoamericanas, a partir de 1836. Es-paña pasa de «Imperio a Nación» afianzándose como un país de tipo medio.Pero hubo aspectos positivos: La liquidación del antiguo régimen, la adopción de un Es-tado y sociedad liberales, la aceleración del ritmo modernizador…

Nuestro desfase industrializador tiene como problema fundamental el tránsito de una sociedad tradicional, basada en una agricultura de subsistencia y en una ordena-ción en el que el privilegio sigue siendo fundamental a una sociedad capitalista, liberal y burguesa. Con Isabel II subsisten múltiples vestigios de la articulación socio-econó-mica del antiguo régimen. La vieja y nueva nobleza terrateniente, residente en Ma-drid, será un grupo de presión decisivo. A los terratenientes se contrapone una burguesía en proceso formativo que se divide en tres tipos:

– La financiera, conectada al capitalismo internacional.– La industrial: Cataluña y País Vasco principalmente.– La mercantil: Madrid y sobre todo la periferia española: cerealistas, comercian-

tes catalanes, vinateros andaluces, salazoneros gallegos, ferreteros vascos, mi-neros del sueste, asturianos y vascos. El predominio de la minoría especuladora madrileña sobre quienes creaban realmente riqueza es el principal defecto de la infraestructura económica del XIX.

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172 Cuadernos de investigación. núm. 1 – Discursos de investidura

Podemos decir que hasta los años 60 del siglo XX España no sobrepasa los umbra-les de la industrialización; nos hemos mantenido más de 150 años en el subdesarrollo industrial, nos beneficiamos de las circunstancias de la primera Gran Guerra en ex-portaciones puntuales de carbón, wolframio, etc. El plan Marshall, que acudió en ayuda de Europa después de la Segunda Guerra Mundial, pasó de largo en España, como recordaba aquella película de Berlanga. Nuestra dependencia técnica y finan-ciera del exterior. Los intereses del capitalismo foráneo casi nunca coincidían con el interés nacional. Las concesiones, privilegios y monopolios que venían soportando diferentes grupos financieros, compañías ferroviarias, empresas industriales france-sas, inglesas y belgas impedían el desarrollo de una industria básica como la metalur-gia, base de otros sectores industriales. El desarrollo agrícola también se vio frenado por el retraso tecnológico, la escasez de abonos, etc. España en 1840 luchaba por me-jorar la industria textil catalana, que ya había sido superada por Gran Bretaña, hacia tiempo.No dieron resultado los intentos escasos de dotar el país y en especial a sus zonas más pujantes Andalucía, Asturias, Cataluña, Vizcaya de una industria básica.Nunca pudo España en sus intentos de industrialización compararse con los avances de otras naciones europeas más desarrolladas. Hay que tener en cuenta que antes de 1860 no se puede contar con estadísticas fiables. España con respecto a otros países de Europa representaba un retraso de 40 años y resultaba irreversible. Solamente a partir del bienio 1857-1858 se inició el intento de acortar distancias con respecto a nuestros vecinos.

La primera mitad del XIX confirma la situación de España como pequeña potencia. El país fue impermeable en estos años a las transformaciones socio-económicas expe-rimentadas por los países ya industrializados, pasó por grandes conmociones revolu-cionarias. Los esfuerzos del nuevo estado liberal español en la tarea de reconstruir el país e incorporarlo a la Revolución Industrial se benefició de una coyuntura interna-cional favorable. En la etapa 1844-1875, mayoría de edad de Isabel II y sexenio demo-crático, especialmente a partir de 1851 hay una serie de factores favorables a España que resumimos en:

– Fluidez monetaria.– Incremento de la producción agrícola, minera e industrial.– Desarrollo del comercio internacional, por el progreso del libre cambio en de-

trimento del proteccionismo y por la mejora de los transportes al utilizar el vapor como fuerza motriz.

– Crecimiento de la capacidad adquisitiva de la población urbana en rápido desa-rrollo y de los campesinos al revalorizarse sus productos.

– 30 años de paz que disfrutó el país al terminar la primera guerra carlista.

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Jovellanos y la revolución industrial – Ramón Álvarez Viña 173

A partir de 1843, sobreviene la expansión agraria como consecuencia de las des-amortizaciones, el auge de las empresas ferroviarias y mineras, el nacimiento de la moderna siderurgia vasco-asturiana y un nuevo empuje del comercio europeo y ame-ricano; hubo grandes diferencias entre salarios y precios, entre precios internos y ex-ternos y entre precios reales y especulativos y hubo una limitación entre los recursos energéticos y financieros.

En el 1847, con España neutral en la guerra de Crimea, hay una nueva fase de recu-peración de los precios de los productos agrícolas, reactivación del proceso de equipa-miento industrial, expansión del comercio, importaciones masivas de material ferroviario y naval. El pago se hacía con las exportaciones de minerales, vinos y pro-ductos coloniales. España se convirtió, en este periodo, en la cuarta potencia textil, después de Inglaterra, Francia y USA, la sexta flota mercante, se configuran las redes de ferrocarriles y carreteras.

La crisis económica internacional, iniciada en 1862, culminó en el bienio 66-67 y trajo consigo el inicio del proceso pre-revolucionario que terminó con el derroca-miento de los Borbones en el siglo XX, la 2ª república y la guerra civil.

¿En qué medida intentó España incorporarse a la revolución industrial?Hubo un doble proceso industrializador y desindustrializador, en el que influyó un

cúmulo de circunstancias sociopolíticas adversas, por el fracaso de la doble desamor-tización del suelo y subsuelo. Las protecciones arancelarias, la ausencia de una política económica continuada, la debilidad del mercado interior, la escasez de carbón y otras materias primas, la dependencia tecnológica y financiera del exterior, etc. El país tenía una agricultura muy atrasada con escasos recursos energéticos, financieros, tecnológi-cos, con un mercado limitado. El atraso industrial generó el atraso agrícola y al revés. Ambos sectores se influenciaron mudamente sin que ninguno de ellos tirara del otro aunque siempre el subdesarrollo agrario precede al industrial. La industria nacional se localiza en tres áreas: Barcelona, principalmente la textil, Vizcaya, Asturias y al princi-pio en Málaga, la siderúrgica. No hubo diversificación industrial, la industria catalana se centrará en el sector algodonero; Málaga comienza siendo un importante centro siderúrgico favorecido por la guerra Carlista; por falta de hulla y de reconversión de esta industria, se extinguió como zona industrial. Posteriormente el Norte, Bilbao y Asturias tomaron el protagonismo siderúrgico. Cataluña fue la cuarta potencia mun-dial algodonera en 1860, pero mientras los productos belgas y suizos competían con los ingleses y franceses, los catalanes resultaban muy caros, debido al proteccionismo isabelino, encontrando mercados para sus productos solamente en el resto de España y en ultramar. Cataluña es un ejemplo de región protoindustrializada. Le fue más fácil pasar de la producción artesanal a la industrial; su caso es similar al de Francia septen-trional, Bélgica, Renania, Suiza, Lombardía. Hubo un proceso desindustrializador, sobre todo en Andalucía a partir de 1860 y en especial en el bienio 66-67.

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Es de notar que en los periodos industriales prósperos, el bienestar general del país no progresaba, inclusive retrocedía, ya que los beneficios acumulados revertían en un muy reducido sector del país. No obstante, el esfuerzo industrializador y de moderni-zación desarrollado en España resulta digno de ser resaltado a pesar de sus limitacio-nes, aunque los niveles alcanzados en 1870 estaban muy por detrás de los países industrializados punteros, Gran Bretaña, Francia, Bélgica, USA.

El siglo XIX es un siglo turbulento en lo social y el lo político y, por añadidura, en el plano del pensamiento. A lo largo de todo el siglo se va a entablar una dura batalla en todos los órdenes entre las fuerzas que querían modernizar el país y los que querían mantenerlo firme en sus añejas raíces. No éramos en esto los españoles diferentes al resto de los europeos, también escindidos entre las fuerzas progresistas y las tradicio-nalistas. La diferencia estriba más bien en la correlación de fuerzas entre ambas ten-dencias, pues mientras Francia o Inglaterra contaban ya con una burguesía firmemente asentada y puestas las bases de la revolución industrial, en España una burguesía débil fue desarrollándose a duras penas, abriéndose camino en un ambiente reaccionario, viendo frustradas sus esperanzas en un país casi analfabeto, apenas industrializado, en plena decadencia económica y social, que soñaba con un Imperio del que sólo queda-ban los jirones, que también perdimos en 1898. La España del siglo XIX es el crisol en el que se formó la España del siglo XX, cuyo primer tercio es la prolongación y el esta-llido dramático de las fuerzas opuestas que fueron acumulándose durante tanto tiempo. Jovellanos, repito, fue el primer español de la conciliación, el primero que in-tentó la armonía y no la discordia entre los españoles.

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El mapa de España en la época de Jovellanos

Ramón Alvargonzález Rodríguez1

Universidad de Oviedo

RESUMEN

Desde comienzos del siglo XVIII, tienen lugar varios intentos de realizar un preciso mapa topográfico de España, aunque al finalizar esa centuria la única cartografía científica ejecutada fue la del Atlas Marítimo de España, de Tofiño de san Miguel, levantada entre 1783 y 1789.

Palabras clave: siglo XVIII, mapa topográfico, Tofiño de san Miguel.

ABSTRAT

Since the beginning of the Century there have been several attempts to carry out a pre-cise topographic map of Spain, although towards the end of that century the only scientific cartography executed was the Maritime Atlas of Spain by Tofiño de san Miguel made be-tween 1783 and 1789.

Key words: XVIII Century, topographic map, Tofiño de san Miguel.

l disponerme a cumplir con el reglamentario trámite de pronunciar una disert-ación para ser recibido como patrono de la Fundación Foro Jovellanos del Prin-

cipado de Asturias, no quiero dejar de agradecer a su Presidente y miembros de su Junta Rectora la propuesta de mi ingreso en tan distinguida corporación, y la benevo-

1 Disertación pronunciada el 2 de marzo de 2006 en el Museo Casa Natal de Jovellanos, de Gijón, con motivo de la solemne recepción como Patrono de la Fundación del Foro Jovellanos del Principado de Asturias. Hizo su semblanza el Prof. Dr. Manuel Ángel Sendín García. Véase Boletín Jovellanista 7-8 (2006-2007), págs. 47-51.

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lencia con la que, en su momento, fue acogida por la Junta General. Benevolencia que, asimismo, creo percibir en las generosas palabras de presentación del profesor don Manuel Angel Sendín, que por ello deben ser objeto de mi gratitud.

Quiero manifestar, por otra parte, al incorporarme formalmente al Foro Jovellanos, mi compromiso de leal colaboración con la institución que ahora me acoge, en espe-cial con sus fines estatutarios: honrar la memoria de Jovellanos como paradigma de servicio al bien común de todos los ciudadanos, así como difundir y mantener vivas su obra y figura, y promover la aplicación y actualización de su pensamiento para el beneficio de España.

I

Por razones de dedicación profesional, pero también por motivos más estricta-mente jovellanistas, he elegido como motivo de mi disertación la evolución del mapa de España en el siglo de las luces. En todo tiempo y lugar, el mapa ha sido instrumento imprescindible para representar, apropiarse y controlar el territorio. Todas las socie-dades, en los más contradictorios periodos históricos, no han soslayado esta necesi-dad. Y la historia de España, a este respecto, no es una excepción.

Por otra parte, el propio Jovellanos, con su preocupación por la enseñanza, por las obras públicas, por el progreso de su patria, no dejó de prestar su atención al mapa como instrumento de progreso.

En su Discurso sobre la Geografía Histórica, pronunciado ante los alumnos del Real Instituto Asturiano el 16 de febrero de 1800 con la finalidad de poner de manifiesto la naturaleza formativa de aquella disciplina, y justificar su inclusión en el plan de estu-dios del Instituto, reclamaba la formación de una nueva y exacta carta de nuestra Península:

De aquella carta tan deseada, sin cuya luz la política no formará un cálculo sin error, no concebirá un plan sin desacierto, no dará sin tropiezo un solo paso; sin cuya dirección la economía más prudente no podrá, sin riesgo de desperdiciar sus fondos o malograr sus fi-nes, emprender la navegación de un río, la apertura de un canal de riego, la construcción de un camino o de un nuevo puerto, ni otro alguno de aquellos designios que abriendo las fuentes de la riqueza pública, hacen florecer las provincias y aumentar el verdadero esplen-dor de las naciones2.

2 Jovellanos, G. M. de: Obras en prosa, Edición de José Caso González, Madrid, Clásicos Castalia, 1968, pág. 255.

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El mapa de España en la época de Jovellanos – Ramón Alvargonzález Rodríguez 177

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178 Cuadernos de investigación. núm. 1 – Discursos de investidura

Añadiendo más adelante:

Observamos con más ahínco el cielo que la tierra, y preferimos el descubrimiento de regiones extrañas y remotas al conocimiento de nuestra propia morada. Estudiamos con más afán las historias de Roma y Grecia que la de España, y la geografía del Japón que la de nuestra península. Y mientras podemos señalar con el dedo el lugar que ocupa una estrella solitaria en los cielos y una isla desierta en la inmensidad de los mares, ignoramos el origen de nuestros ríos, las raíces de nuestros montes, la situación de nuestras provincias, y acaso el punto que ocupa en España el centro de nuestra circulación y el asiento de nuestro go-bierno. ¡Funesto abandono que parecería increíble si, propio de la humana flaqueza, no fuese más o menos imputable a todos los gobiernos3.

Al finalizar, pues, el siglo de las luces, Jovellanos se dolía públicamente de la falta de una cartografía topográfica ejecutada con criterios científicos, que en otros países de nuestro entorno, en especial Francia, era ya una realidad. Pues, en efecto, en el siglo XVIII se había desarrollado en Francia una cartografía de Estado, financiada por la mo-narquía y ejecutada por una saga familiar de cartógrafos, la de los Cassini. Dos miem-bros de esta familia, Jacques Cassini y su hijo Cesar François Cassini de Thury acometieron, a partir de 1733, la triangulación geodésica de Francia; y en 1783, año de la muerte del segundo de los citados, vió la luz la Description Géométrique de la France, un moderno mapa en 182 hojas a escala 1:86.400, de cuidada ejecución y grabado4.

En España, los gobiernos ilustrados que ejecutaron las políticas de la nueva dinastía de los Borbones, bien pronto se percataron de la necesidad de contar, para las tareas de gobierno, con una renovada cartografía topográfica. A comienzos del siglo XVIII, la cartografía disponible de la Península Ibérica era la contenida en los Atlas flamen-cos de la precedente centuria de Mercator, Ortelius, Hondius o Blaeu. No había otra cartografía impresa, por más que la Biblioteca Real, o la de los principales nobles, contasen en sus anaqueles con mapas manuscritos, fruto de encargos específicos, de naturaleza secreta dada su aplicación militar. El Compendium Geographicum y el Atlas del Rey Planeta, de Teixeira; o el Atlas del Marqués de Heliche, de Leonardo de Ferrari, editados en 2001, 2002 y 2004 respectivamente, son ejemplos de esta cartografía se-creta, los arcana imperii, que investigaciones recientes han sacado a la luz5.

3 Ibidem, pág. 255.4 Crone, G.R.: Historia de los Mapas, México, FCE, 2000, pág. 177.5 Teixeira, P. de: Compendium Geographicum, Ed. de Ramón Alvargonzález, Madrid, Museo Naval,

Universidad de Uppsala, Fundación Alvargonzález, 2001, 198 págs.; IDEM: El Atlas del Rey Planeta, Ed. de Felipe Pereda y Fernando Marías, Fuenterrabía, Nerea, 2002, 398 pp; y Sánchez Rubio, R.; Testón Núñez, I y Sánchez Rubio, C.M.: Imágenes de un Imperio perdido. El Atlas del Marqués de Heliche, 2 vols., Badajoz, Junta de Extremadura, 2004, 140 y 117 págs.

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El mapa de España en la época de Jovellanos – Ramón Alvargonzález Rodríguez 179

II

En tiempos de Felipe V, según señala Isidoro de Antillón, se hicieron en toda la extensión de las Audiencias del Reino operaciones geométricas «para acertar a cons-truir una carta exacta y circunstanciada de España». Con arreglo a estas operaciones, trazaron la deseada carta, entre 1739 y 1743, los padres jesuitas, profesores del Cole-gio Imperial de Madrid, Carlos Martínez y Claudio de la Vega. Bajo el título «Exposi-ción de las operaciones geográficas hechas por orden del Rey N.S. Felipe V en todas las Audiencias Reales situadas entre los límites de Francia y Portugal para acertar a formar una (sic) mapa exacta y circonstanciada de toda España», ambos padres jesui-tas trazaron 36 hojas a escala aproximada 1:442.000, que no cubren la totalidad del territorio peninsular, pues falta todo el cuadrante Noroeste, y que hoy se conservan, procedentes de la Real Sociedad Geográfica, en la Biblioteca Nacional de Madrid.

A más de incompleto, trátase de un mapa inexacto, pues carece de graduación de latitudes y longitudes, y las coordenadas geográficas de muchos accidentes geográfi-cos y núcleos de población no son los reales6.

Más adelante, a mediados de siglo, estando al frente de los destinos del gobierno don Zenón de Somodevilla, marqués de la Ensenada, dirigió una exposición a Fer-nando VI en la que, refiriéndose a las cartas geográficas, señala:

No las hay puntuales del Reino y de sus provincias; no hay quien las sepa grabar, ni tenemos otras que las imperfectas que vienen de Francia y de Holanda. De esto pro-viene que ignoramos la verdadera situación de los pueblos y de sus distancias, que es cosa vergonzosa 7.

Después, enumeraba las ventajas que podrían obtenerse de un nuevo mapa: desa-rrollo del comercio, de la industria, de las comunicaciones, recursos y productos de cada comarca, datos preciosos para una más justa y mejor distribución de los impues-tos, etc. El resultado práctico de estas reflexiones fue la comisión encomendada al jefe de Marina Jorge Juan para levantar un mapa de España. Dadas la experiencia y presti-gio alcanzados por este marino en su expedición al Perú, junto con Antonio de Ulloa, para medir un grado de meridiano.

En 1751. Jorge Juan elevó a la Secretaría de Estado y del Despacho Universal de Marina un Método de levantar y dirigir el mapa o plano general de España con reflexiones a las dificultades que pueden ofrecerse, al que en el mismo año incorporó un apéndice titu-lado Reflexiones sobre el método de levantar el mapa general de España. Jorge Juan propo-

6 Beltrán y Rózpide, R.: Isidoro de Antillón, geógrafo, historiador y político, Madrid, Imp. Del Depó-sito de la Guerra, 1904, pág. 86.

7 Cit. Por Marcel, G.: «El geógrafo Tomás López y sus obras», Boletín de la Real Sociedad Geográ-fica, 1908.

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nía, en suma, la medición de un triángulo geodésico en el centro del Reino, a partir del cual levantar ocho series de triángulos que siguieran los ocho rumbos de la aguja náu-tica hasta los extremos del país. A continuación detallaba los instrumentos necesarios, así como el personal cualificado que formaría ocho compañías, integrada cada una de ellas por cuatro «sujetos inteligentes» y otros dos «no tan inteligentes»; de entre los primeros se nombrarían directores particulares para dar cuenta a un director general con residencia en la Corte y la misión de centralizar y unificar los trabajos8.

Por otra parte, en 1752, el marqués de la Ensenada enviaba a Paris, pensionados por el gobierno, a los jóvenes Tomás López, Juan de la Cruz y Manuel Salvador Carmona para estudiar y perfeccionarse en las técnicas de elaboración y grabado de mapas. La caída en desgracia, en 1754, del mentor de estos trabajos, Ensenada, dio al traste con el proyecto, aunque indirectamente encauzó la vocación cartográfica de un joven To-más López, que conoció y estudió en Paris la obra de los Cassini, Picard, La Hire o Delisle.

III

En efecto, Tomás López quedó en Francia por su cuenta y al regresar se dedicó al oficio aprendido como particular aunque sin la necesaria base matemática. Inicial-mente se dedicó a vender un Atlas francés de España en castellano y francés, y co-menzó a grabar mapas regionales, y mapitas para algunas obras de bolsillo, como una muy conocida que se editó durante casi 200 años, desde 1730 a la II República (1931), La guía de forasteros en Madrid.

Aparte de estos trabajos comerciales, en el último tercio del XVIII fue ejecutando mapas regionales de España para formar un Atlas. Hacia 1780 ya había elaborado ma-pas de todas las regiones, con diferentes criterios de delimitación (divisiones eclesiás-ticas, históricas, provincias o intendencias entonces existentes), de modo que sus mapas no obedecían a una delimitación territorial homogénea. Una vez elaborados todos los mapas, formó con ellos un Atlas, añadiendo 16 mapas de América, en for-mato de 46x60 cm.; los mapas del Atlas se imprimieron entre 1775 y 1783, y de él se hicieron varias ediciones consecutivas.

Falleció Tomás López en 1802, y sus hijos Juan y Tomás Mauricio siguieron con el negocio, publicando en 1804 otro Atlas con un nuevo mapa de España en cuatro hojas más los mapas regionales. El Atlas de Tomás López es un agregado de mapas de esca-las diferentes, y consta de 98 hojas que representan 36 unidades administrativas: rei-

8 Martín Merás, Luisa: «El mapa de España en el siglo XVIII», Revista de Historia Naval, 1986, pág. 39.

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El mapa de España en la época de Jovellanos – Ramón Alvargonzález Rodríguez 181

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nos, provincias, intendencias, obispados, con escalas comprendidas entre 1:140.000 y 1:646.000, de modo que ni siquiera son comparables unas hojas con otras.

El relieve está representado de forma figurada, y el meridiano de referencia es unas veces el de Madrid y otras el del Teide, en Tenerife. La última edición data de 1831, y apareció otra en 1844, de la mano de otro editor. La obra de Tomás López no es, pues, una obra de Estado sino un conjunto de mapas publicados con una finalidad mercantil, y con el mismo carácter acientífico de toda la cartografía clásica europea del siglo XVII9.

IV

En el siglo XVIII no hubo en España más cartografía científica que la ejecutada por la Armada. En esa centuria, se multiplicó en los principales países europeos la elabo-ración de cartas náuticas para dar respuesta al auge de la navegación por razones eco-nómicas, y a la aparición de nuevos tipos de buques; motivos todos ellos que desembocaron en la creación de escuelas de guardiamarinas en diferentes países. En España se crearon los Departamentos Marítimos con sedes en El Ferrol, San Fernando y Cartagena. En la Escuela de Guardiamarinas de Cádiz, establecida en 1747, los ma-rinos comienzan a recibir una formación científica en Astronomía y Matemáticas, de la que antes se carecía, pues la carrera de marino estaba basada sólo en la práctica de la navegación; y el Real Instituto y Observatorio de la Armada, fundado en 1753, se configura como el centro de estudios científicos superiores de la Marina.

El trabajo cartográfico por excelencia del siglo ilustrado en la Península Ibérica fue el Atlas Marítimo de las costas de España, levantado por Vicente Tofiño de San Miguel entre 1783 y 1789. Tras la llegada al poder de Floridablanca a mediados de la década de 1770, fue tomando cuerpo la necesidad de un plan nacional de trabajos hidrográfi-cos, hasta que Vicente Tofiño, entonces director de la Academia de Guardiamarinas, fue encargado de la dirección de una comisión hidrográfica para el levantamiento de las costas de España, formada por un grupo de oficiales expertos formados en el Ob-servatorio de la Armada.

La Comisión de Tofiño contó inicialmente con dos barcos, una fragata y un bergan-tín, y con instrumentos cedidos por el Observatorio, o adquiridos al efecto. En los buques utilizados por la Comisión, fueron embarcados los cronómetros de Berthoud, del Observatorio de Cádiz, varios sextantes, agujas náuticas y una colección de instru-

9 Hernando Rica, Agustín: «Sensibilidad territorial, imaginación geográfica y representación: El Atlas Geográfico de España (1804) producido por Tomás López», El Atlas Geográfico de España produ-cido por Tomás López, Madrid, Ministerio de Fomento, 2005, págs. 13-69.

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184 Cuadernos de investigación. núm. 1 – Discursos de investidura

mentos adquiridos en Londres, compuesta por un cuarto de círculo, un péndulo, dos anteojos acromáticos, un teodolito, una cadena, un círculo de reflexión, un barómetro marino y, por último, estuches con todo lo necesario para trazar planos.

Tofiño y sus colaboradores utilizaron un método geodésico basado en la combina-ción de operaciones terrestres y marítimas: trazado de una red de triángulos geodési-cos a partir de una base medida con exactitud, determinación de la longitud de todos los puntos principales de la costa respecto al meridiano de Cádiz, utilización de son-das, dibujo de vistas de la costa, etc.

Los trabajos de campo se iniciaron en las costas del Mediterráneo (veranos de 1783, 1784 y 1785), continuaron en las costas de Portugal y Galicia (verano de 1786), en la costa cantábrica (verano de 1787), y por último en las islas Azores (verano de 1788). Durante estos seis años colaboraron con Tofiño la mayor parte de los marinos ilustrados que después protagonizaron las grandes expediciones cartográficas de fina-les del XVIII y comienzos del XIX: Dionisio Alcalá Galiano, José de Espinosa, Alejan-dro Belmonte, Julián Ortiz Canelas, Alejandro Malaspina, José Vargas Ponce, Felipe Bauzá, etc.

Al finalizar las campañas para el levantamiento de las costas mediterráneas, trans-currido el verano de 1786, uno de los integrantes de la Comisión, José Vargas Ponce, fue el encargado de dirigir los trabajos de grabado, estampación e impresión de los resultados obtenidos. En 1787 fue publicado, bajo su supervisión, el Derrotero de las costas de España en el Mediterráneo y su correspondiente de África, y un primer volumen del Atlas con quince cartas de las costas mediterráneas.

En 1789 salió de la imprenta el Derrotero de las costas de España en el océano Atlán-tico y de las Azores o Terceras, y el segundo volumen del Atlas con treinta cartas de las costas atlánticas. El éxito de la publicación fue tal que, durante ese mismo año de 1789, se dio a la estampa una segunda edición del Atlas Marítimo de España que re-unió en un solo volumen todas las cartas levantadas por la Comisión. La exactitud conseguida era tan grande que algunas de las cartas de Tofiño se mantuvieron útiles en los cuartos de derrota de los buques durante más de cien años10.

V

Pocos años después de publicado el Atlas Marítimo de España, en 1792, José Espi-nosa y Tello, entonces en Manila comisionado a las órdenes de Malaspina, presentó

10 Martín Merás, Luisa: Art. cit., pág. 37, y González, Francisco José: «Vicente Tofiño de San Miguel y la cartografía científica de la España ilustrada», Marinos cartógrafos españoles, Barcelona, Lwn-verg, 2002, págs. 93-109.

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El mapa de España en la época de Jovellanos – Ramón Alvargonzález Rodríguez 185

un plan para hacer un levantamiento sistemático de España, aprovechando el material técnico y el personal generado por la expedición alrededor del mundo de Malaspina y Bustamante.

En su memorial, titulado Reflexiones sobre la necesidad de construir una carta geo-gráfica de España, modo y medio de levantarla con exactitud, afirma que:

[…] está todavía muy atrasado en España el conocimiento de la geografía interior del reyno. Se ignora la situación astronómica de las capitales y de los pueblos y sus distancias respectivas: la extensión y límites de cada provincia y las ventajas que ofrece su terreno para el cultivo de sus diversas producciones, el curso de los ríos, y el más benéfico que pudiera dárseles, si se removiesen los estorbos que el tiempo o la ignorancia han opuesto a su corriente en parages conocidos. En la incertidumbre en que se está de las leguas qua-dradas de superficie de cada provincia se carece de unidad de medida para comparar con la de otras su población, su fertilidad y su riqueza y la proporción que guarda con estas bases el número de propietarios que tiene y los impuestos que paga, y las exenciones y el fomento que necesita.11

El método de trabajo propuesto consistía en levantar, partiendo de Cádiz, un mapa de todo el Reino, determinar por observaciones celestes las posiciones astronómicas de los puntos principales, medir la verdadera distancia itineraria entre unos y otros, y establecer por medio del barómetro la altitud sobre el nivel del mar. Las triangulacio-nes terrestres se completarían con las descripciones de los Derroteros de Tofiño.

Al poco tiempo de su regreso a la Península, en 1794, recibió Espinosa en noviem-bre de 1795 una carta de su amigo y compañero Dionisio Alcalá Galiano, en la que le anunciaba haber sido comisionado por el gobierno del Rey para la formación de una carta geométrica de España, invitándole a participar en el proyecto. Los oficiales en-cargados de esta comisión iban a ser, además de Alcalá Galiano y Espinosa, que se ocuparía de una de las tres secciones en que estaría dividido el trabajo, Juan Vernacci, capitán de Fragata, y los tenientes de Navío Juan José Varela, Francisco Velasco, Juan José Vildosola y Felipe Bauzá.

Este proyecto, que fue el que llegó más lejos, pues estaba aprobado por el Rey, y contaba con instrumentos comprados por Juan Vernacci en Londres, fue inexplicable-mente abandonado, reintegrándose cada oficial a su correspondiente Departamento Marítimo.

11 Martín Merás, Luisa: Art. cit, págs. 39 y ss.

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VI

La clausura del siglo de las luces se saldó, pues, en España, con una cartografía to-pográfica inadecuada. Prueba de ello es que, cuando estalla la guerra de la Indepen-dencia, el invasor francés sólo disponía de la inexacta cartografía de Tomás López, y se vio obligado, a través de los ingenieros geógrafos del Depósito de la Guerra, a trazar sus propios mapas de campaña que, como es natural, sólo cubrían los teatros de ope-raciones militares.

Sería necesario esperar al proyecto del Diccionario Geográfico de Pascual Madoz, para que a partir de 1847 comenzase la publicación del Atlas de España y sus posesiones de Ultramar, de Francisco Coello, la primera serie de cartografía topográfica precisa de la España contemporánea.

No son, pues, de extrañar los lamentos del patricio gijonés citados como pórtico de esta disertación, el desideratum que culmina el Discurso sobre la Geografía Histórica, y que quiere ser también el colofón de esta alocución que ha contado con su benevo-lente atención:

¿Cuándo os verán mis ojos, precedidos de vuestros maestros, trepar por estas cum-bres que nos rodean, con el teodolito al ojo y el compás en la mano, medir en vastos triángulos el territorio de Asturias, y preguntar al cielo cual es el espacio que ocupa vuestra patria en el globo, cuáles los límites que la dividen, las fuentes de sus rápidos ríos, las concas de sus hondos valles, el rumbo y la altura de sus montes y la extensión de estas tierras y playas, donde vuestros hermanos buscan con diario sudor el alimento y la dicha de tantas familias? ¿Cuándo os veré yo reducir este trabajo a una breve y exactísima carta topográfica, que multiplicada por el buril, difunda por todas partes, con la imagen de vuestra patria, el más ilustre testimonio del amor que le profesáis?12.

Muchas gracias.

12 Jovellanos, G. M. de: Ob. cit., pág. 256.

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La religiosidad en Jovellanos: entre la tradición y la modernidad ilustrada

Raúl Berzosa Martínez1

Obispo Auxiliar de Oviedo

RESUMEN

El autor desarrolla su exposición en dos grandes apartados: 1/ La concepción religiosa de Jovellanos en el contexto religioso de su tiempo: entre la modernidad ilustrada y la tradi-ción. 2/ Su experiencia religiosa personal que gira igualmente entre la modernidad ilus-trada y la tradición. Una profunda religiosidad iluminó la intensa actividad de Jovellanos.

Palabras clave: Jovellanos, religiosidad ilustrada.

ABSTRAT

This author structures his paper in two main parts: 1/ Jovelanos’s religious ideas within his contemporary religious context: between Enlightened modernity and tradition. 2/ His personal religious experience which, likewise, lies between Enlightened modernity and tra-dition. A deep religiosity inspired Jovellanos’s intense activity.

Key words: Jovellanos, Enlightened religiosity.

0. A MODO DE PRÓLOGO

Aunque es cierto que se han venido publicando diversos estudios biográficos sobre Gaspar Melchor de Jovellanos, salvo muy honrosas y contadas excepciones, el tema de su religiosidad tal vez ha sido de los menos abordados. La razón de ello estriba en que difícilmente se encuentra en sus obras algún tratado específico de este tema y, como

1 El Dr. D. Raúl Berzosa Martínez leyó su discurso de ingreso el 14 de julio de 2006. Hizo su sem-blanza el Revdo. D. Javier Gómez Cuesta. Véase Boletín Jovellanista 7-8 (2006-2007), págs. 61-64.

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tendremos ocasión, es muy parco y restringido a la hora de expresar sus propias viven-cias religiosas. Y, sin embargo, otorgando a veces excesiva importancia al factor reli-gioso, en su vida y en su obra, se le ha tachado de ilustrado masón cuando no de jansenista, de liberal, o de neocatólico carlista.

Abordaremos dicho tema de la religiosidad, resaltando el «Sitz im Leben», el «yo y mis circunstancias» orteguiano, el contexto socio cultural en el que se mueve. De alguna manera, para situarnos en coordenadas diacrónicas y sincrónicas. Conscientes de que nuestra aportación no puede ser original. Nos corresponderá más bien hacer de oteador o rastreador para nadar entre las dos orillas que ya preanunciamos: su reli-giosidad, como su vida y su obra, se mueve entre la Tradición y la Modernidad Ilus-trada, en un fecundo y armonioso matrimonio.

Agradecemos ya desde ahora el valioso material y las sugerencias del profesor D. Jesús Menéndez Pelaéz, responsable, junto a los miembros del Foro Jovellanos, de haberme atrevido a navegar en el planeta de este ilustre e ilustrado asturiano, con una máxima sincera: se aprende mucho mejor aquello que debe ser enseñado.

Dividiremos nuestra exposición en tres grandes apartados:

1. Su vida y su obra entre la modernidad ilustrada y la tradición.2. Su concepción religiosa en el contexto religioso de su tiempo: entre la moder-

nidad ilustrada y la tradición.3. Su experiencia religiosa personal: entre la modernidad ilustrada y la tradición.

1. SU VIDA Y SU OBRA: ENTRE LA MODERNIDAD ILUSTRADA Y LA TRADICIÓN

Aunque José Miguel Caso González escribió una autorizada y erudita biografía2, nos serviremos ahora de lo que diversos autores han escrito sobre nuestro ilustre astu-riano y que viene a ser algo así como el patrimonio común de su pensamiento, de-seando poner de relieve en todo momento la conjunción, como venimos repitiendo, vital entre modernidad y tradición en Jovellanos.

En este sentido, ya es un tópico afirmar que, a comienzos del siglo XVIII, España era un país agotado y pobre, entre otros factores por los gastos militares, la ociosidad

2 Caso Gonzalez, José Miguel., Biografía de Jovellanos, Gijón, Fundación Foro Jovellanos, 2005. Una visión amplia de las diversas etapas de Jovellanos y de las interpretaciones que se han ofrecido de él, puede encontrarse en: Sánchez Corredera, Silverio, Jovellanos y el Jovellanismo, una perspectiva filosó-fica, Oviedo, Pentalfa Ediciones, Oviedo 2004. Del mismo autor se ha publicado recientemente: «Jove-llanos y la religión. El problema religioso en Jovellanos», Boletín Jovellanista, VI/6 (2005) 235-260.

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La religiosidad en Jovellanos: entre la tradición y la modernidad ilustrada – Raúl Berzosa 189

y el desprecio al trabajo manual, el crecimiento de los tributos y la desigualdad de las cargas, la mala organización del sector primario y el subdesarrollo de las vías de comu-nicación3.

Carlos III, en su idea de unir a los hombres por arriba y no por abajo, crea la «orden de Carlos III», con las mismas prerrogativas que las de Santiago, Alcántara, Calatrava o Montesa. La divisa pro virtute et merito, subraya el impulso ilustrado por destacar la virtud y el mérito personales, mientras que en el orden político realiza una revolución incruenta, un «movimiento ilustrado», tratando de hacer una síntesis entre tradición católica y modernidad europea.

Precisamente aquí entra en escena Gaspar Melchor de Jovellanos, quien, tras cursar estudios de Derecho, abandona la carrera eclesiástica para dedicarse al servicio del Estado. En Sevilla se interesa por la economía, como motor para resolver el drama social. Traduce Meditazione sulla economía política, de Pietro Verri, y estudia, por con-sejo de Olavide, a Adam Smith, del que va a aprender dos cosas: la primera, que es imposible el desarrollo económico si no se amplía el mercado; la segunda, el «teo-rema de la mano invisible», que constituye la gran aportación de esta obra clásica4. De esta manera Jovellanos adoptará tres principios para gobernar: buenas leyes para un desarrollo económico; buenas luces para una renovada educación; y buenos auxilios para crear infraestucturas de comunicación más adecuadas5. Se podría añadir: buena religión para un sano crecimiento de la persona. Como ya se refleja en esta época en su obra El delincuente honrado desea unificar nuestra tradición con las reformas a que obligaba la modernidad.

Ya en Madrid entra en contacto con la tertulia de Campomanes, entablando una gran amistad con el conde de Cabarrús, y convirtiéndose en uno de los ilustrados más importantes del reinado de Carlos III6. Sigue manifestando esa existencial nece-sidad de unir tradición y modernidad, como puso de relieve su Discurso de ingreso en la Real Academia de la Historia (21-mayo-1779), cuando expone «La necesidad de

3 En este apartado primero nos inspiramos en las pautas marcadas por Acedo Castilla, José F., «Modernidad y Tradición en Jovellanos» Razón Española, nº 109. En este sentido, se remite a: Pola-vide, P. de, «Informe de don Pablo de Olavide sobre la Ley Agraria», Boletín de la Real Academia de la Historia» (Octubre-diciembre 1956) págs. 37 y 463.

4 Velarde Fuertes, Juan, «Reflexión española sobre las ideas de los economistas y su influencia en nuestra realidad económica nacional», en Economía y economistas españoles, dirigida por Enrique Fuentes Quintana, Barcelona, Galaxia Gutenberg, Barcelona 1999, Tomo I, pág. 538.

5 Fuentes Quintana, Enrique, «Una aproximación al pensamiento económico de Jovellanos a través de las funciones del Estado», en IDEM, Economía y Economistas Españoles», t. 3. La ilustración, Barcelona, Gutenberg, 2000, 331 y ss.

6 Abellán, José Luis, Historia crítica del pensamiento español, Tomo III. Del barroco a la ilustración (siglos XVII y XVIII), Madrid, Espasa-Calpe, 1988 (2ª edic.), pág. 529.

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unir al estudio de la legislación el de nuestra historia y antigüedades»7. Añádense los discursos pronunciados en sucesivas ocasiones en sus respectivos ingresos en otras instituciones culturales8. Siempre tratando de unir lo clásico y lo moderno, la tradi-ción y la ilustración. Sin olvidar una obsesión de fondo: no se puede realizar un ade-cuado desarrollo económico sin un buen sistema de comunicaciones y una adecuada educación.

No podemos ocultar sin embargo, y esto influirá decisivamente en Jovellanos, que la implantación de la «modernidad ilustrada» es «a la española», respetando el sen-tido católico y tradicional, y que nada tiene que ver con el impacto dramático y vio-lento de la Revolución Francesa. Precisamente, en medio de la sangre derramada en Francia y el furor antirreligioso, Jovellanos fue designado Ministro de Gracia y Justi-cia. Jovellanos aportaba una vez más el sentido progresista y, a la vez, respetuoso con el sentido tradicional. No era partidario de la Revolución pero al mismo tiempo cues-tionaba muchas de las antiguas instituciones, usos y costumbres.

A los ocho meses de su gestión ministerial, fue cesado. Este hecho se atribuye a su amistad con Cabarrús, a su supuesta inclinación «jansenista», o al conflicto que tuvo con la Inquisición9. Al cesar como ministro se le nombró consejero de Estado, siendo enviado a Gijón. El 13 de marzo de 1801 comienza su destierro en Mallorca. Allí es-cribe el Tratado teórico-práctico de la enseñanza10, siempre en esa línea de moderación entre la modernidad y la tradición. Por un lado, juzga con dureza los excesos de la Revolución Francesa, mientras por otro aboga por reformas profundas en cuestiones pedagógicas.

El 5 de abril de 1808 se le concedió un indulto y la libertad. Se le quiso nombrar ministro del Interior del primer gobierno de José Bonaparte. Pero Jovellanos rechaza el sillón ministerial aduciendo razones de salud, aunque en carta a Cabarrús son otras

7 Jovellanos, Gaspar Melchor de, «Sobre la necesidad de unir el estudio de la legislación el de nuestra Historia y antigüedades. Discurso leído en la Real Academia de la Historia», en Obras Completas, edic. de Miguel Artola, Madrid, B.A.E., Tomo XLVI, 1955, 288-289. En adelante simplificamos la cita con la referencia edición B.A.E.

8 G. Melchor de Jovellanos, Gaspar Melchor, «Elogio de las bellas artes. Discurso pronunciado el 14 de julio de 1781 en la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando», en Obras completas, B.A.E., Tomo I, págs. 350-363; ID., «Sobre la necesidad del estudio de la lengua para comprender el espíritu de la legislación. Discurso de ingreso en la Real Academia Española», en Obras completas, B.A.E., Tomo XLVI, 299-301; ID., «Elogios de Carlos III. Leído en la Real Sociedad Económico Matritense el 8 de noviembre de 1788», en Obras completas, Madrid, B.A.E., tomo XLVI, 311-317; ID., «Memoria sobre si se debe o no admitir a las señoras en la Sociedad Económica de Madrid», en Obras completas, B.A.E., Tomo L, Madrid, 1859, págs. 54-56.

9 Centurión Gómez, J., «Causas del destierro de Jovellanos», Boletín de la Real Academia de la Historia», LXIV (1914)228.

10 Ibidem, pág. 228.

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dichas razones11, en las que se vuelve a poner de relieve su espíritu equilibrado entre la modernidad y la tradición:

España no lidia por los Borbones ni por Fernando; lidia por sus propios derechos; derechos originales, sagrados, imprescriptibles, superiores e independientes de toda familia o dinastía. España lucha por su religión, su Constitución, por sus leyes, sus costumbres, sus usos; en una palabra, por su libertad, que es la hipoteca de tantos y tan sagrados derechos. España juró reco-nocer a Fernando de Borbón, y España le reconoce y reconocerá por su Rey mientras respire.

Sin embargo Jovellanos aceptó la representación del Principado de Asturias ante la Junta Suprema Central (1808). Y de nuevo aparecerá su espíritu moderado y reformista cuando, frente a una tendencia que buscaba establecer como en Francia una Asamblea General del Tercer Estado, él defiende el criterio de que las Cortes deben convocarse en dos estamentos de acuerdo con el modelo inglés12. Ante la posterior Convocatoria de Cortes (1809), y frente al discurso del diputado liberal don Diego Muñoz Torrero, quien propuso la declaración de que «los diputados de la nación española se hallaban constitui-dos en Cortes y en ellos residía la soberanía nacional», Jovellanos reacciona tachando de herejía política dicha propuesta no sólo «porque degrada el carácter del rey» sino tam-bién por ser contraria a los principios doctrinales de los filósofos y tratadistas españoles, tales como Vitoria, Molina, Suárez y Saavedra Fajardo, entre otros, quienes sostienen que «la soberanía por Derecho natural va inmediatamente de Dios a la sociedad en virtud de un pacto, en el que marcan los cauces dentro de los cuales el soberano ha de ejercer dicha autoridad»13. De nuevo, modernidad y tradición se dan la mano.

Tras la toma de posesión de los componentes de la Regencia, Jovellanos abandona Cádiz a bordo del bergantín «Covadonga» con rumbo a Gijón. Más tarde, cuando los

11 Del Río, Ángel del Introducción a las obras escogidas de Jovellanos; pág. CVII. Poco después con-testa en términos semejantes a otra dirigida al general francés Sebastiani: «Yo no sigo a un partido; sigo la santa y justa causa que sostiene mi Patria, que unánimemente adoptamos los que recibimos de su mano el au-gusto encargo de defenderla y regirla, y que todos hemos jurado seguir y sostener a costa de nuestras vidas. No lidiamos como pretendéis por la Inquisición, ni por soñadas preocupaciones, ni por el interés de los grandes de España; lidiamos por los preciosos derechos de nuestro Rey, de nuestra religión, nuestra Constitución y nuestra Independencia. No creáis que el deseo de conservarlos esté distante del de destruir cuantos obstáculos puedan oponerse a este fin; antes, por el contrario, y para usar de vuestra frase, el deseo y el propósito de regenerar la España y levantarla al grado de esplendor que ha tenido algún día y que en adelante tendrá, es mirado por no-sotros como una de nuestras principales obligaciones…» (Carta de Jovellanos al General Sebastián, reco-gida por Cándido Nocedal, en el discurso preliminar a las obras de Jovellanos, pág. XXXVII.)

12 Sánchez Agesta, L., El pensamiento político del despotismo ilustrado, Instituto de Estudios Políti-cos, Madrid, 1953, pág. 248.

13 Jovellanos, Melchor Gaspar de, Nota a los apéndices de la memoria en defensa de la Junta Central, en Obras Completas, B.A.E., Tomo XLV, pág. 620.

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franceses ocuparon de nuevo la provincia cántabra, el 6 de noviembre huyó a Puerto de Vega –entre Luarca y Navia–, donde se le declaró la pulmonía que acabó con su vida el día 20 de noviembre de 1811.

A partir de aquí comienzan las interpretaciones: ¿Fue Jovellanos un liberal o un tradicionalista; un jansenista o un católico irreprochable?14 ¿Un «monárquico progresista»15 o un «monárquico conservador»16? ¿Un liberal a la inglesa, innovador y respetuoso con las tradiciones, amante de la libertad del hombre y dentro de los lí-mites de los dogmas de la Iglesia y de la fe de sus mayores17… o un prototipo del «revolucionario», «cabeza de una misteriosa secta que preparaba una revolución contra la Iglesia y el Trono»18?¿Es el escritor de la ortodoxia eclesial, antienciclope-dista y resistente ante las ideas anticristianas?19… o más bien es un ecléctico ambi-guo20? ¿Es compatible una mente libre con la ortodoxia de un creyente?21 En definitiva, ¿era un «cristiano ilustrado», un «moderno tradicionalista», un «humanista cris-tiano», o simplemente un «ilustrado a la española»?22

2. SU CONCEPCIÓN RELIGIOSA EN EL CONTEXTO RELIGIOSO DE SU TIEMPO: ENTRE LA MODERNIDAD Y LA TRADICIÓN23

De entrada, la misma pregunta reiterativa: ¿Fue Jovellanos, en lo religioso, regalista, jansenista o masón, como se ha tachado a la religiosidad de su tiempo? – Responde-

14 Artola, Miguel, Estudio preliminar de la vida y pensamiento de Gaspar Melchor de Jovellanos, en Obras Completas, Madrid, B.A.E., Tomo LXXXV, Madrid, 1956, pág. VIII.

15 Somoza, Julio, Jovellanos. Nuevos datos para su biografía, Madrid, 1885.16 Nocedal, Cándido, Discurso preliminar a las obras de Jovellanos, B.A.E., pág. V y ss.17 Seco Serrano, C., Historia del conservadurismo español, Ediciones Temas de Hoy, S.A., Madrid,

mayo de 2000, 20-21.18 Baumgarten, H., «Don Gaspar Melchor de Jovellanos», Revista Contemporánea, núm. 47 (No-

viembre 1877); M. Sánchez, Examen teológico crítico de la obra del excelentísimo señor don Cándido Noce-dal, titulada Vida de Jovellanos, Madrid 1881.

19 Menéndez Pelayo, M., Historia de los heterodoxos españoles, Tomo V, Obras Completas, Edición Nacional, Santander 1947, pág. 357.

20 Abellán, J. L., Historia del pensamiento español, o. cit. Tomo III, pág. 538.21 Del Río, A., Introducción a las obras escogidas de Jovellanos, o. cit. pág.CXX.22 Peñalver Simó, P., Modernidad tradicional en el pensamiento de Jovellanos. Escuela de E.H.A., Se-

villa, 1953.23 En este segundo apartado seguimos las indicaciones de Burrieza Sanchez, J., «Cambios religio-

sos en el período ilustrado», Biblioteca Arandina, 20 (2005) 209-252. Remitimos también la siguiente bibliografía: Quesada, S., Historia Intelectual de España, Madrid, Acento, 2004, pág. 119; Laboa, J. M., La Iglesia en España (1492-2000), Madrid, San Pablo, 2000, págs. 91-103; Rodriguez Díaz, L., Reforma e Ilustración en la España del s.XVIII, Madrid, Fundación Universitaria Pedro Rodríguez Campomanes,

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mos que no puede encasillarse dentro de dichas claves o parámetros de su tiempo. El participó de las ideas de su ambiente, pero sin perder la clave que venimos desarro-llando: fue, también en lo religioso, tan moderno como tradicional.

Según Caso24, falta aún un estudio serio y minucioso del Catolicismo del S. XVIII. Cierta literatura ha calificado el Siglo XVIII como de impío y laicista por antonomasia, bajo el disfraz de la Ilustración y de las denominadas «luces» racionalistas. No es ex-traño que se resalten por ello las supuestas paradojas, antinomias, y corrientes socio-religiosas de dicho siglo: regalistas versus antirregalistas, ilustrados versus antiilustrados, jansenistas versus jesuitas25. En una palabra, se contrapuso la España supuestamente ortodoxa a la afrancesada borbónica, de tintes más impíos y enciclopédicos. Dicha Ilus-tración oponía al catolicismo la religión natural, a la soberanía absoluta el despotismo ilustrado y la soberanía del pueblo, y una nueva manera de pensar afrancesada a las esencias del catolicismo español26.

Pero, como han hecho observar diversos escritores, el problema religioso del Siglo XVIII, el siglo de Jovellanos, era mucho más complejo que la simple división entre ilustrados, racionalistas, jansenistas o incluso masones. La sociedad, en su conjunto seguía sintiéndose sacralizada y bajo el patrimonio espiritual del catolicismo. Un grupo minoritario, radical, volvía a reivindicar, entre otros, el mismo derecho que en su momento lanzó el erasmismo: acercar la lectura de la Biblia a todos los cristianos y, por lo mismo, la necesidad de traducciones adecuadas27. La espiritualidad que predo-minó entre los ilustrados se puede calificar como «cristocéntrica», en contraposición a ciertas manifestaciones externas y exageradas de religiosidad popular. Y, dicha espi-ritualidad, se encontraba a veces teñida de rigorismo, cercano al jansenismo y que, además, comportaba los siguientes puntos destacados: aversión hacia la moral laxista encarnada en los jesuitas y oposición general hacia la Compañía de Jesús; lucha teoló-gica contra las obras de Luis de Molina; reivindicación de un catolicismo ilustrado; y cierto apoyo al regalismo. Curiosamente, en lo eclesiológico, el catolicismo ilustrado deseaba una vuelta a la «antigua disciplina eclesial», a la de los primeros siglos, para

1975; Mestre, A., Corrientes interpretativas actuales de la Ilustración española, en España a finales del s.XVIII, Tarragona 1982, págs. 77-79; Abellán, J. L., Del Barroco a la Ilustración (ss. XVII y XVIII), en Historia critica del pensamiento español, Vol III, Madrid, Espasa-Calpe, 1987;Herr, R., España y la Revo-lución el S.XVIII, Madrid, Aguilar,1990.

24 Caso González, J. M., De ilustración y de Ilustrados. Textos y Estudios del S. XVIII, Oviedo, Instituto Feijoo de Estudios del SXVIII, Cuaderno 16, 1988, pág. 335.

25 Egidio López, T., La religiosidad de los Ilustrados, Madrid 1987, pág. 39826 Llorente, D., Lecciones de Historia Eclesiástica, Valladolid 1937, págs. 173-179. Algún autor ha

afirmado que «el número de clérigos ilustrados y reformistas fue sorprendente en el s. XVIII, aunque su reconocimiento en la historiografía española ha sido escaso» (Cf. Laboa, J. M., La Iglesia en España (1492-2000), San Pablo, Madrid 2000, pág. 91).

27 Sánchez Caro, J. M., La aventura de leer la Biblia en España, Salamanca 1997.

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así separarse de todos los rasgos de superstición y fanatismo. En resumen, los ilustra-dos trataron de actuar contra las manifestaciones de una religiosidad exterior, favore-ciendo, al mismo tiempo, un Estado preocupado por lo social y lo asistencial, en orden a hacer desaparecer las rancias y trasnochadas cofradías piadoso-asistencialistas. En conclusión, los reformistas ilustrados solicitaban reformas en el campo de las costum-bres morales, en el campo organizativo eclesial y de sus métodos beneficiales y de fi-nanciación, en el campo de las manifestaciones religiosas, y en el campo educativo. En este último, eran conscientes de la necesidad de modernizar los estudios superiores, introduciendo nuevas materias, suprimiendo otras y, particularmente, disminuyendo el poder de las órdenes religiosas. En cualquier caso, se ha llegado a afirmar que la lu-cha no se entablaba entre teísmo (ortodoxia) y deísmo (ilustración), sino entre refor-mismo y contrarreformismo, entre renovación y anquilosamiento28.

Finalmente, en el siglo ilustrado de Jovellanos, se pone de relieve el protagonismo de ciertos grupos laicales, en cuanto entendían que los asuntos eclesiásticos no eran sólo asunto del clero ya que los «ministros no son la Iglesia, sino parte y miembros de ella» (Campomanes), y los laicos también tienen su cultura y su palabra. Sin embargo no nos engañemos: la formación general de los laicos, en lo cultural y en lo religioso, era muy escasa y deficiente, Es más: algunos prestigiosos historiadores eclesiásticos, realizando una equilibrada y necesaria autocrítica, han calificado al s. XVIII de «ano-dino y mediocre desde el punto de vista de la historia eclesial española». Porque los clérigos, en general, se resistieron a todo cambio y las iniciativas en este sentido co-rrespondieron a los laicos aunque sin demasiado éxito. En cierta manera, en el S. XVIII aún se mantuvo el sentimiento religioso en la sociedad pero disminuyó la confianza en la institución eclesial29.

La religiosidad en la época de Jovellanos y de la que él mismo participará, muestra contradicciones, luces y sombras, avances y graves contradicciones. De todo ello son netos exponentes las obras de arte barrocas, que mezclan la exhuberancia sentimental junto a la racionalización de esos mismos sentimientos30.

Llegados a este punto, una pregunta obligada: ¿Dónde se sitúa Jovellanos?– Como veremos a continuación, en una mezcla de todas las contradicciones señaladas ante-riormente y, de nuevo, resumidas en dos palabras: entre la modernidad y la tradición. Como se ha llegado a escribir de él:

28 Laboa, J. M., La Iglesia en España (1492-2000), 92-94; Domínguez Ortiz, A., Sociedad y Estado en el S.XVIII español, Barcelona,1990.

29 Laboa, J. M., La Iglesia en España (1492-2000), o. cit. págs. 100-101; también: Burrieza Sán-chez, J., Cambios religiosos en el período ilustrado, o. cit. pág. 250.

30 Zaparain Yáñez, M. J., «De la herencia barroca a la racionalización de la vivencia espiritual. Las fábricas religiosas», Biblioteca Arandina 20 (2005) 254-292.

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Jovellanos quiere decir religión sin supersticiones, patriotismo sin patrioterías, ilustra-ción sin descreimiento, reformas sin revoluciones, orden sin arbitrariedad, autoridad sin despotismo, libertad sin licencia, justo medio sin extremos viciosos, sentido moral y sen-tido común…31.

Retomando de nuevo el s. XVIII, insistamos en dos de sus claves para comprender la religiosidad jovellanista:

1. Hay que purificar «racionalmente los abusos que muestran ciertas prácticas y creencias populares».

2. Hay que unificar las prácticas externas con las convicciones interiores32.

En resumen, los reformadores ilustrados pretendían cambiar las prácticas abusivas y las manifestaciones creyentes supersticiosas por un mayor y más profundo conoci-miento de la fe y de la moral. Particularmente se criticaba la superstición que procedía de la ignorancia, que ata al hombre a creencias ridículas, que degrada lo sagrado y la misma divinidad, y que no hace a las personas33 (32).

Jovellanos, como hijo ilustrado de su tiempo, es crítico con las manifestaciones de exterioridad exuberante, como refleja en un artículo publicado en «El Diario de Ma-drid», el 13 de Agosto de 1788»34, en el que se duele de que la religión se tome a broma, sea considerada como espectáculo, y donde se mezcle lo profano con lo sa-grado. Igualmente se expresa en semejantes términos cuando en Gijón, el 31 de Agosto de 1794, se vió obligado a ridiculizar una procesión de rogativas35:

31 Fechado en Asturias 1949, nota 1, pág 81 (dicho manuscrito se está preparando para un inmediata publicación).

32 Caso González, J. M., De ilustración y de Ilustrados. Textos y Estudios del S. XVIII, o. cit. pág. 336. Esta «racionalización» de la organización y de las prácticas religiosas chocaban con los intereses adqui-ridos que impedían modificaciones sustanciales (también Laboa, J. M., La Iglesia en España (1492-2000), o. cit. pág. 94.

33 Jovellanos, Memoria sobre educación pública, I, edic. B.A.E., p.263. En este sentido de leyendas y supersticiones, Jovellanos critica los cronicones y otros escritos como el manuscrito Historia de la Santa Iglesia Catedral de San Salvador de la ciudad de Oviedo, de un tal J.F.E.S, donde se podía leer: «Es increíble la credulidad de este escritor, que recogió cuantas fábulas andan en los cronicones y libros de mala nota. Según él, Santiago aportó a Asturias. Según él, aquí hizo su primera predicación, convirtiendo a San Torcuato, que era na-tural de Oviedo. Según él, Oviedo existía más de mil años antes de Jesucristo. Según él, estuvieron en Asturias San Pedro y San Pablo. Júzguese de lo demás por aquí. No quiero copiarle, y volverá a poder del señor cura» ( Jove-llanos, Diario, edic. de Caso González, Obras Completas (30 Julio de 1792), VI, CAES, o. cit. pág. 448.

34 Jovellanos, Diarios, I, I.D.E.A, Oviedo 1953, 480-481.35 Jovellanos, Obras completas, I, Oviedo 1984, 263-265. Se muestra crítico igualmente cuando

debe censurar lo que él estima como comportamientos abusivos incluso por parte de la autoridad ecle-siástica. Así, el enfrentamiento entre el Obispo y el Ayuntamiento de Gijón cuando aquel pretendía ce-

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Los regidores [iban] con coronas y sogas, cosas ridículas, atendida su representación– A mi ver los metió en eso el cura, y a él el Machacón [se refiere a Antonio Vigil Sariego, Comi-sario del Santo Oficio].

Pero Jovellanos sabe también valorar el alma y el espíritu de fe auténtica de los campesinos asturianos cuando hacen sus romerías36:

Cuantos vienen a la romería entran, luego que llegan y pueden, a la ermita a hacer las preces y es, sin duda, admirable la sencilla devoción que se nota en estas pobres gentes.

Así mismo, en Burgos, ante el Santo Cristo, diferencia muy bien lo que es devoción popular sana del comercio que allí se pretende con lo sagrado37.

En otro orden de cosas más profundo, Jovellanos también critica el que la moral tuviera una importancia superior al dogma, cuando la práctica moral debe obedecer a un íntimo convencimiento y no a una simple piedad o rutina casuística. Y esto es muy grave sobre todo en la formación de los sacerdotes38.

Pero el ilustrado gijonés no sólo se queda en lo teoría o en la crítica sino que, de forma nutricia, y para ayudar a los padres, maestros y sacerdotes, se atreve a proponer en su Memoria sobre educación pública el que se reconcilien las dos tendencias o reali-dades: la tradicional, que se empeña en una educación desde la más tierna edad, y la moderna ( más jovellanista) que desea dilatar el estudio de la religión hasta bien en-trado el uso de razón. Su método, en concreto, habla de que el niño comience a apren-der un breve catecismo y continúe con el estudio racional e histórico de los dogmas, hasta comprender la materia estudiada; y termine con la lectura y meditación de la Biblia. El domingo será el día elegido para esta tarea y así los jóvenes verán en él un día de santificación e instrucción y no sólo de diversión y placer39.

En este afán por unir educación integral y religión es muy curioso observar cómo Jove-llanos suscribe y matiza incluso el Reglamento para el Colegio de Calatrava (Capítulo IV,

rrar las inmediaciones de la casa de Contrueces donde existía una ermita y prados de propiedad comunal ( Jovellanos, Diario (24 de Mayo de 1794), Vol VI, CAES, o. cit. 583-584.

36 Jovellanos, Cartas del viaje de Asturias, edic. de Caso González, II, Edit. Ayalga, Salinas 1981, 29-30. Es interesante hacer notar que el tachar de jansenista a Jovellanos tendrá su origen, en definitiva, en aquellos enemigos que se oponían a los nuevos y más puros aires morales ilustrados. Tal vez se pueda afirmar que el jansenismo fue, antes de nada, una invención de los propios enemigos del jansenismo (Cf. Sánchez Corredera, S., Jovellanos y el Jovellanismo, una perspectiva filosófica, Oviedo, Pentalfa Edicio-nes, 2004, pág. 771).

37 Jovellanos, Diarios, II, edic. del I.D.E.A., Oviedo 1954, 37.38 Caso Gonzalez, J. M., De ilustración y de Ilustrados. Textos y Estudios del S. XVIII, o. cit. pág. 343.39 Ibidem, 344.

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Título II, Art. 8, Párrafo III). En él se habla de «Ejercicios Piadosos»: misa diaria, vigi-lando la buena compostura en la Iglesia porque allí está presente el Señor; solemnidad en las comuniones generales, y rezo de maitines en los tiempos, días y horas previstos, pro-curando que los rectores no sean laxos en las dispensas de dichos ejercicios piadosos40.

En todo lo anterior se refleja el concepto y vivencia de religión que tiene el propio Jovellanos: comunión frecuente, apetecida libremente por el individuo y sin caer en la rutina; precedida de una buena disposición interior. Cuando esto no se da, es preferi-ble que el Rector dispense de ello. Deben quedar a salvo dos realidades: la libertad del individuo y, al mismo tiempo, la pureza y rectitud del acto. De nuevo aparece el Jove-llanos equilibrado y conciliador.

Si tuviéramos que resumir brevemente el concepto de religión que Jovellanos de-fiende, y actualizándolo a nuestra mentalidad, habría que recurrir a J. Menéndez Peláez 41, cuando afirma que el universo intelectual jovellanista resulta prácticamente imposi-ble de entender sin la envoltura del cristianismo. Aunque se separe de la tradición esco-lástica, su pensamiento sigue enraizado en la más genuina tradición cristiana, aceptando la revelación y las verdades cristianas. Como tendremos ocasión de afirmar en el si-guiente apartado, es un buen conocedor de la Biblia, la Patrística y otros autores y escri-tos clásicos cristianos. Si bien, siempre siguiendo a Menéndez Peláez, Jovellanos aceptó de la modernidad el «sapere aude» («atrévete a saber») aunque su criticismo racio-nalista se imponga como frontera y autocensura las verdades reveladas. Se puede afir-mar, en conclusión, que Jovellanos se inscribe dentro de la corriente de «humanismo cristiano», queriendo y sabiendo conjugar las verdades reveladas con la promoción de la cultura, la economía, la cuestión social y hasta la misma política.

3. SU EXPERIENCIA RELIGIOSA PERSONAL: ENTRE LA MODERNIDAD Y LA TRADICIÓN

Es el momento ya de adentrarnos propiamente en su experiencia de religiosidad. Y lo hacemos al hilo de algunos datos de su biografía personal y de su legado literario. Todo ello sin prejuicios o presupuestos previos de comprensión hermenéutica que, por lo demás, no deslegitimamos, pero con la sospecha fundada de que tal vez no logren alcan-zar en su pureza y frescura el sentimiento y el pensamiento religioso de Jovellanos42.

40 Jovellanos, Reglamento para el Colegio de Calatrava, edic. de. José Caso González, Gijón 1964, pág. 103.

41 Menéndez Peláez, J., «El humanismo cristiano de Jovellanos»: La Nueva España (5-1-2004) 26.42 Por ejemplo: Sánchez Corredera, S., Jovellanos y el jovelllanismo, una perspectiva filosófica, Fun-

dación Gustavo Bueno-Pentalfa Ediciones, Oviedo 2004.

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En un estudio riguroso, y parafraseando lo sugerido por Caso González43, habría que analizar en la religiosidad de Jovellanos los siguientes puntos:

1. Si poseía una adecuada formación religiosa.2. Si dicha formación era compatible o no con sus ideas.3. Si se armonizaba su vida de fe con su quehacer cotidiano.4. Si era practicante de hecho y cómo era dicha práctica.5. Si su vida de fe sufrió un sano y adecuado proceso de crecimiento y formación.

Aunque no responderemos secuencial y directamente a todos y cada uno de estos apar-tados, sí nos servirán de trasfondo o hilo conductor de lo que diremos a continuación.

En una primera etapa de su vida, se ha tachado a Jovellanos de practicar una religio-sidad fría y racionalista, al menos hasta su encarcelamiento en 1801. J. M. Caso, y asumo dicha opinión, opina más bien que aquel dramático evento sí avivó su fe, su esperanza y su abandono en la Providencia, como tendremos ocasión de comprobar más adelante44. Pero Jovellanos no había dejado de rezar el oficio divino desde que recibió la primera tonsura hasta que renunció a los beneficios eclesiásticos en 1774. Repetimos que solía oír misa casi diaria y hasta se retiraba a Valdediós durante la Se-mana Santa para vivir los días grandes con sus «hermanos cistercienses»45.

Confiesa sobre su vida46:

[…] Señor tú eres mi único apoyo. Tú lo eras aun cuando mi alma andaba extraviada de los senderos de la virtud…Tú sabes, Señor, que en medio de los errores y devaneos que me rodearon en mi juventud, y de la ciega docilidad con que los seguí en los senderos del placer y la disipación, ellos me guiaban continuamente hacia Ti, me hacían acudir a tu santo tem-plo a lavar mis culpas en las santas aguas de la penitencia y acercarme, aunque indigno, a aquella mesa inefable, donde tu bondad divina distribuye el pan purísimo de los ángeles a los hombres frágiles y pecadores.

Caso González califica a Jovellanos, y con razón una vez más, como católico practi-cante al modo de los ilustrados, que es tanto como decir, según veíamos en el apartado anterior, crítico con la religión folklórica y barroca, exterior y supersticiosa. Pero in-siste Caso en que Jovellanos es el más honrado intento ilustrado de síntesis y de con-junción de todas las actitudes conjugables47.

43 Caso González, J. M., De ilustración y de Ilustrados. Textos y Estudios del S. XVIII, o. cit. pág. 336.44 Ibidem, págs. 352-352.45 Ibidem, págs. 353.46 Ibidem, págs. 353-354.47 Jovellanos, Obras en prosa, edic. de Caso González, Madrid, Edit. Castalia, Madrid 1987 (4ª

Edic), pág. 24.

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Jovellanos, es conveniente insistir en ello, no nos ha dejado demasiadas reflexiones personales sobre cómo vivía su religiosidad personal. En La Epístola del Paular parece acariciar el ideal de vida monástico. Incluso hay autores que afirman que Jovellanos sufrió dos épocas: una juvenil, de tinte más deísta, y otra de madurez, profundamente teísta y creyente. En la primera, hablaría el filósofo y el literato; en la segunda, el cre-yente cristiano. Incluso se ha querido emparentar el sentido religioso de Jovellanos con la corriente Krausista en el sentido de que Dios daría una cierta coherencia y ra-cionalidad al conjunto de la vida humana y, desde ahí, el creyente quedaría transfor-mado en su ser y sensibilidad48. Sin embargo estas premisas no son sólo propias del krausismo, sino compatibles con una sana espiritualidad cristiana.

También hay que resaltar que Dios, para Jovellanos, no es sólo consuelo en los mo-mentos de sufrimiento y prueba, sino un Dios racional, misericordioso, portador de belleza, sustentador de la ética. Este último aspecto es fundamental en la vivencia de Jovellanos: la ética desemboca y reclama lo religioso; verdad revelada y descubrimien-tos de la razón natural no son incompatibles.

Pero dejemos los discursos más abstractos y volvamos a preguntarnos: «¿Cómo era Jovellanos en cuanto a su experiencia religiosa?» – La respuesta más directa data de 1795, cuando llega a escribir:

No necesito hacer profesión de fe; está hecha con mis principios y mi conducta, que todo el mundo conoce49.

Ahondando, un pasaje de su amarga carta escrita al Rey en su cautiverio de la Car-tuja de Valdemuza (24 abril 1808) nos aporta algunas claves muy valiosas50:

[…] Estoy muy lejos de creerme libre de imperfecciones, flaquezas y defectos, y antes reconozco que mi natural flaqueza y docilidad me pueden haber hecho incurrir en ellos más frecuentemente que a otro alguno. Pero en medio de este sincero reconocimiento, mi razón y mi conciencia me autorizan para asegurar a V.M. que el más riguroso examen de mi con-ducta y mis escritos, nunca, «nunca!, podrá acreditar que yo, ni como ciudadano, ni como magistrado, ni como hombre público, ni como hombre religioso, haya cometido jamás ad-vertidamente el menor delito que me hiciere indigno de la gracia de V.M. y del aprecio de la nación.

48 Díaz, E., La filosofía social del Krausismo español, Madrid, Cuadernos para el Diálogo, Edicusa, 1973.

49 Cita tomada de Martínez Noval, Bernardo, Jovellanos, Gijón, Fundación Foro Jovellanos, 2006, pág. 72.

50 Ibidem, pág. 72.

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Y, si hacemos caso a lo que se ha escrito de él y de su estancia en Valdemuza, Jove-llanos, en aquel destierro, no tuvo ninguna dificultad en vivir de la oración y de las alabanzas, del estudio y del recogimiento porque era de natural religioso, sin artificios ni afección51. No en vano, en un principio, se encaminó hacia una vocación clerical y no en vano mantuvo siempre una relación muy especial con su hermana de sangre, profesa Agustina en la vida religiosa, Sor Josefa de San Juan Bautista.

Siguiendo en su experiencia, hay que resaltar algunas de las confesiones realizadas a sus amigos en su cautiverio mallorquín:

Si ud. me pregunta si dura todavía aquella esperanza (de redención), no sabré qué de-cirle, aunque sé que no ha revocado el propósito y también porque pone toda su confianza en quien todo lo puede… Entre tanto, sufre, calla, espera, lee y reza» (habla en tercera persona refiriéndose a sí mismo). «Alguna vez, recorriendo los salmos que convienen a un penitente, tropieza en el ’inveteravi inter inimicos meos’, y luego sale así al paso aquel ’erub-escant, et conturbentu’r, etc…Y esto último es lo que les desea más de corazón52».

Por lo demás, he aquí un precioso testimonio de Agosto de 1805, donde relata su vida:

Acudo, dice, a la Mesa Sagrada cada quince días; he leído de segunda vez toda la Biblia; he decorado un salterio, acomodado a mi solicoro, y por toda lectura piadosa tengo el mejor de los libros no canónicos, el Kempis, mi antiguo amigo53.

Por si lo anterior no fuere suficiente como muestra de su espíritu religioso, recoge-mos el conocido escrito, a modo de oración dirigido al Sr. Posada, en una carta que parafraseaba el salmo 24 de la Vulgata «Judica me, Deus» en medio de la amargura de su injusto castigo:

Ven, pues, Dios mío, y desde el trono de tu luz inmarcesible, vuelve hacia mí tus ojos y mira el desamparo en que estoy y la oscuridad y los horrores de que me han rodeado mis enemigos…¿A quién acudiré sino a Ti y dónde buscaré apoyo sino en Ti, Señor, que eres escudo y protección de los inocentes y amparo y consuelo de los oprimidos?… Bien co-nozco, Dios mío, que nada se hace sobre la tierra sin el concurso de tu Providencia y, por eso, rendido a tus santos decretos, sufro con resignación y paciencia el peso de humillación y amargura que oprime mi alma54.

51 Ibidem, pág. 72.52 Ibidem, pág. 72.53 Ibidem, pág. 72.54 Ibidem, págs. 60-61.

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En 1807 hizo testamento encabezado, como era costumbre, con la invocación al Santo nombre de la Trinidad, en cuya santa presencia estaba confiado, y cuya infinita bondad y asistencia implora para su último fin.

Declaro –dice– que desde mi primera edad y por todo el curso de mi vida he profesado y actualmente profeso con sincera y constante fe la santa religión católica, apostólica ro-mana, creyendo, como firmemente creo y confieso, todos los dogmas y artículos que su santa iglesia tiene y confiesa; y que es mi deseo, así como he nacido y vivido, permanecer y morir en su santo gremio y en la comunión de los fieles que la profesan, a cuyo fin imploro también la protección en intercesión de la buena Virgen María, Madre de Dios y protectora de los hombres, para con su Hijo Santísimo, Jesucristo, mi Señor, piadoso Redentor, en cuya intercesión confío que, por el mérito e infinito valor de su preciosa sangre, lavando las manchas de mi alma, le abrirá las puertas del cielo, para que goce de la presencia divina en la eterna bienaventuranza, etc55.

Solicitaba, en el caso de morir en Mallorca, que se hiciese un entierro «sin distin-ción, pompa ni asistencia alguna», que fuese sepultado en la Cartuja de Jesús Nazareno y que se cantara, además del oficio del sepelio, otros dos en Gijón, uno de ellos en la Iglesia parroquial y el otro ene le convento de agustinos, «ambos sin convite ni distin-ción alguna». Además pedía que se oficiasen algunas misas por el eterno descanso de su alma para lo cual dejaba en Mallorca 50 libras del país y en Gijón 50 ducados de vellón». Estas misas deseaba las aplicaran los sacerdotes que los albaceas creyesen más necesitados. Y dejaba 800 ducados para el socorro de niños pobres56.

Insistimos que el episodio del cautiverio de Mallorca, y su religiosidad, no fue algo casual. En sus diarios de viaje, frecuentemente consignaba cómo rezaba el Salterio, cómo era su costumbre oir misa allí donde estuviere, aunque no fuere domingo o festivo. Si bien, como hemos expresado más arriba, en sus escritos se muestra parco y contenido a la hora de expresar sus sentimientos religiosos.

Además de la Biblia, Santos Padres y Kempis, Jovellanos es muy aficionado a la lectura de Fray Luis de León. Particularmente Kempis y Fray Luis de León son como dos caras de una misma moneda: uno representa la oración piadosa y el otro la poesía mística; pero ambos se refieren y priman una experiencia profunda e interior del único Dios.

Por lo demás, en su escrito ya aludido sobre «Memoria sobre educación pública», no rechaza como asignatura «la Moral religiosa», por ser

estudio el más importante para el hombre, como escribe, y sin el cual ningún otro podrá llenar el más alto fin de la educación. La enseñanza de la moral cristiana presupone el cono-

55 Ibidem, págs. 72-73.56 Ibidem, pág. 63.

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cimiento de los misterios de la religión que estableció su divino Autor. Se debe dividir en cinco partes: el catecismo común, el catecismo histórico, el símbolo de la fe, la historia del Nuevo y Viejo Testamento y la lectura de la santa Biblia. En la meditación de los santos evangelios verán los jóvenes confirmados y sublimemente expuestos aquellos preceptos de la ley natural y eterna que el criador grabó en nuestras almas. Verán cómo Jesucristo, lejos de alterar o destruir los artículos de esta ley, vino solo a ilustrarla y perfeccionarlos. Verán como todos los pasos, todas las acciones, todas las palabras de este divino maestro, las vir-tudes que ejerció, los prodigios que obró, los ejemplos y documentos que nos dejó, fueron dirigidos a la perfección de esta doctrina. Verán, en fin, cómo después de haberla confir-mado con la santidad de su vida, la consagró con la paciencia y voluntario sacrificio de su muerte, dejándonos en una y otra un perfectísimo dechado de santidad, de mansedumbre y de beneficencia, y marcando el camino que deben seguir cuantos aspiren a santificarse y merecer la eterna recompensa, que prometió a los justos57.

De entre los escritos «privilegiados» para conocer la religiosidad de Jovellanos destacamos, casi para finalizar, uno privilegiado: Oración sobre el estudio de las Ciencias Naturales58), pronunciado ante los alumnos del Real Instituto Asturiano el 7 de Abril de 1799. En él se unen ciencia, poesía, metafísica y religión59. En él habla, como algo natural del Altísimo Creador y la su obra creadora y descubre que, aunque el hombre tiene una insaciable sed de sabiduría, sólo a Dios le está permitido conocer los límites de la creación. Habla incluso de la fraternidad universal que Dios mismo quiso esta-blecer no sólo entre los hombres entre sí sino de los hombres con la naturaleza y con los seres vivientes:

Así es como el Omnipotente ató los cielos con la Tierra, y cómo enlazó sobre ella todas las cosas en un mismo vínculo de amor y de mutua dependencia60.

Más aún: afirmará que el hombre es el rey de la creación porque puede someterla y conocerla y

penetrado de admiración y reverencia, reconoce aquella eterna y purísima Fuente de bondad, en la cual esencialmente residen, y de la cual perennalmente fluyen los tipos de cuanto es sublime, bello y gracioso en el mundo moral…Allí ve, en fin, cómo a él sólo le fueron dados este amor a la verdad, este respeto a la virtud, este íntimo sentimiento de la

57 Ibidem, pág. 78.58 Esta Oración sobre el Estudio de las Ciencias Naturales fue recogida por J. M. Caso González,

Obras en Prosa de Jovellanos, Madrid, Castalia, 1987, págs. 220-241.59 Caso lo califica como de las más bellas y sublimes piezas oratorias de Jovellanos (Caso González-.

Canga Meana, B.,-Piñan, C., Jovellanos y la naturaleza, Fundación Foro Jovellanos, Gijón 2006, 51)60 Ibidem, págs. 60-61.

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divinidad, que desprendiéndole de todas las criaturas, le mueve y le fuerza a buscar sola-mente en el seno de su Criador la causa y el fin de toda existencia y el principio y término de toda felicidad61.

Murió, como es conocido, el 27 de noviembre de 1811 en casa de su fiel amigo Antonio Trelles Osorio, confortado con los auxilios sacramentales de la religión cris-tiana.

Si llegados a este punto, y ya finalizar esta exposición, se me pide resumir algo así como los pilares o las líneas maestras de todo su edificio religioso, me atrevo a hacerlo en una especie de decálogo, tal y como se deja entrever en sus escritos y tal y como otros autores han ido poniendo de relieve y hemos escrito en el presente apartado de nuestro discurso:

1. Existe un Dios Creador, Amoroso y Providente.2. La naturaleza, y particularmente el hombre, es obra del Creador.3. El hombre no sólo es una criatura que tiene cuerpo y alma sino constitu-

tivamente es social e histórico.4. En el Creador se unifican las realidades lógico-ético-estéticas-religiosas.5. Existen verdades reveladas transmitidas por el Maestro Jesucristo. En la

Oración inaugural del Real Instituto Asturiano, llega a proclamar:

!Ah! Sin la revelación, sin esta luz divina que descendió del cielo para alumbrar y fortalecer nuestra «oscura», nuestra «flaca» razón, ¿qué hubiera alcanzado el hombre de lo que existe fuera de la naturaleza? ¿Qué hubiera alcanzado aún de aquellas santas verdades que tanto ennoblecen su ser y hacen su más alta consolación?62.

6. El cristianismo auténtico es compatible con las búsquedas de la razón hu-mana.

7. La piedad verdadera debe responder a actitudes interiores y no sólo externas.8. La religión potenciará una verdadera ética y una adecuada educación,

para hacer posible un hombre nuevo.9. La religión es ámbito de verdad, bondad y belleza para la humanidad.10. El misticismo es un puro y sublime sentimiento, penetrado de amor y

bondad capaz de llenar el alma.

61 Ibidem, pág. 61.62 Jovellanos, Obras Completas, I, B.A.E, pág. 318.

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Reforzando este último punto, el del misticismo, muy recientemente se ha llegado a escribir que

los ojos de Jovellanos ante el paisaje o ante el Universo no son sólo los ojos del poeta: son también los del científico, o mejor, los del gran aficionado, y los del hombre profundamente religioso, para quien la materia en sí es poca cosa y para quien la inteligencia humana, al extasiarse ante los seres del Universo, lo primero que tendrá que reconocer es su limitación y la grandeza del Ser Creador. De aquí que Jovellanos sea observador, captador de bellezas, científico y hombre que adora al Dios omnipotente. Son cuatro maneras de colocarse ante la naturaleza63. Yo añadiría: son cuatro maneras complementarias de situarse ante la reali-dad misma.

Una vez más confluyen en el pensamiento y actitud religiosa de Jovellanos la tradi-ción y los ecos de la modernidad ilustrada; y, una vez más, se pone de relieve que Jo-vellanos, desde su bautismo en la Iglesia de Cimadevilla hasta su muerte, en Puerto de Vega, vivió inmerso en el universo cristiano. Era católico practicante, o, con palabras una vez más de Caso González, innovador pero con mesura; luchador infatigable del bien y de la verdad pero sin perder de vista la justicia y la caridad; anuncio de nuevos tiempos y de nuevas ideas pero sin romper los lazos de la tradición64.

El que les habla, después de este breve estudio sobre Jovellanos, no puede más que dar gracias a Dios por este asturiano insigne. Valoro no tanto el haberles aportado al-guna novedad como el haber aumentado en mi persona el conocimiento y aprecio ha-cia la persona y obra de nuestro ilustrado gijonés. No me resta sino dar gracias a todos Uds. por la amabilidad de su atención y por la generosa paciencia de su escucha.

63 Caso González, J. M., Canga Meana, B., Piñan, C., Jovellanos y la naturaleza, pág. 48.64 Caso González, J. M., De ilustración y de Ilustrados. Textos y Estudios del S. XVIII, 354. Esta misma

dimensión de un cristianismo continuado en Jovellanos se subraya, si bien con el matiz teísmo-deísmo en: Sánchez Corredera, S., «Jovellanos y la religión. El problema religioso en Jovellanos», Boletín Jovellanista VI/6 (2005) 235-260.

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Jovellanos y la naturalezaBernardo Canga Meana1

I.E.S. Universidad Laboral. Gijón

RESUMEN

El autor hace una evocación de algunas rutas jovellanistas realizadas por Jovellanos; en esta breve radiografía ocupa un lugar especial el «Camín de la Mesa», una de las rutas más jovellanistas que el autor diseñó en su libro Jovellanos y la naturaleza.

Palabras clave: Jovellanos, naturaleza, Calzadas romanas, Camín de la Mesa.

ABSTRACT

This author evokes some of Jovellanos’s routes; in this brief radiography the «Camín de la Mesa», one of Jovellanos’s favourite routes as designed by the author in this book Jovel-lanos y la naturaleza (Jovellanos and Nature)– deserves a special place.

Key words: Jovellanos, nature.

eñora Alcaldesa, amiga y compañera de marcha por la Naturaleza; Presidente del Foro, también amigo y compañero de marchas jovellanistas; Teresa, digna suce-

sora del profesor Caso; Carmen, verdadera artífice de todo lo que hacemos en la Na-turaleza y por Jovellanos, compañera ideal e inmejorable en todo.

A la alcaldesa la implico, pues ella es también algo cómplice, con su recordado Da-niel, de mucho de los que hacemos Carmen y yo. Fue idea de ellos que empezásemos

1 D. Bernardo Canga Meana leyó su discurso de ingreso el 7 de enero de 2006 con motivo de la pre-sentación del libro Jovellanos y la Naturaleza, prologado por el Dr. Jesús Menéndez Peláez. Véase Boletín Jovellanista 7-8 (2006-2007), págs. 43-46.

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con los programas medioambientales, primero de Cruz Roja, enviándonos a Madrid y haciéndonos responsables de su sección medioambiental en Gijón y en Asturias, luego trasformada en la Sección Verde de Protección Civil; y de la idea del programa de educación ambiental Recreo en la Naturaleza, así como de rescatar la cita anual en la Peña de los 4 Jueces. Allí nos quedamos incluso aislados, con el land rover averiado, buscando la Peña y regresando a Gijón a pie.

Paz y Daniel siempre nos ayudaron y apoyaron en todo. Hay que reconocerlo, como también tenemos que destacar que en todos los ayuntamientos de Asturias y en todas las consejerías del Principado siempre se nos abrieron todas las puertas en esta labor montañera-naturalista, de educación medioambiental y de recuerdo a Jovellanos; lo mismo que en cualquier medio de comunicación (tanto prensa, como radio o televi-sión); siempre se nos recibió con los brazos abiertos. Por tanto, la labor así es mucho más fácil. Gracias a todos y a ustedes que están ahora aquí: autoridades, responsables de los cuerpos de seguridad y salvamento, amigos y compañeros.

Mientras vean las imágenes proyectadas, obra de Carmen, apreciarán algunas de la Vía de la Plata, que también recorrió Jovellanos, por tierras castellanas, con puentes, miliarios, empedrados de calzadas o cañadas (que no es igual, pues las personas y ca-rruajes iban por la calzada y los rebaños por la cañada, paralela a esa vía); y esto último fue gracias a Ramona Piñán, tía de Carmen y a su marido el recordado Manolo San Román. Ellos hicieron posible, desde su finca salmantina, que, tomándola como base (pues está a la vera de esa vía), pudiésemos estudiar también esa zona de la famosa Ruta de la Plata. Ese podría ser nuestro próximo trabajo.

Siempre es una satisfacción que un libro en el que se puso mucho empeño e ilusión vea la luz. Si encima se te concede el honor de ser patrono de una fundación como esta del Foro Jovellanos, entonces la alegría es doble. La tristeza es que se me hace a mí tal honor doble cuando en realidad los méritos –tengo que decirlo–, son más de otros. Pues las marchas jovellanistas fueron ideadas y organizadas, dentro del programa de educación ambiental «Recreo en la Naturaleza», desaparecido hace un par de años, tras veintidós de feliz andadura, siendo la eficaz coordinadora del mismo Carmen Pi-ñán [aplausos], con el asesoramiento de los monitores del mismo y los voluntarios de la Sección Verde de Protección Civil de Gijón, con Severino Canal a la cabeza. Y este libro, aparte de lo aportado sabiamente por los profesores Caso González y Menéndez Peláez, es una obra, sobre todo, de esas personas especialmente. Incluso las fotografías, de las que están viendo ahora alguna proyectada, son obra de Carmen Piñán principal-mente. Por eso, en todo ello yo aporté poco. Y merezco, por tanto, muy poco. Santiago, Álvaro, Iñigo, Severino, Carmen y otros muchos se merecen el verdadero reconoci-miento jovellanista, tanto en el libro, como en las citadas marchas populares.

Si a mí se me hace patrono por este motivo, lo agradezco sinceramente, pero también sinceramente no lo merezco más que ellos. Podría ser el primus inter pares, y así recoger

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Jovellanos y la naturaleza – Bernardo Canga Meana 207

las distinciones en nombre de ese buen equipo, ahora, por cierto, muy activo con el programa «Naturaleza y Cultura», ideado también por Carmen Piñán y Julio Maese.

Otra alegría es que cada vez más personas visitan la Naturaleza y eso es importante, pues lo que no se conoce no se quiere, y lo que no se ama no se defiende como un preciado tesoro para generaciones futuras. La Naturaleza es de todos y para disfrute de todos. Lo triste es que hay aún desaprensivos que destrozan el monte con sus ma-quinas; otros lo arrasan o queman, otros exterminan animales y algunos especulan con los preciados recursos naturales. ¡Si Jovellanos levantase la cabeza! Las autorida-des no tienen muchas veces la culpa, sino sus asesores. Es muy necesario el desarrollo sostenible, y saber compatibilizar el bien de todos con el uso (no abuso) del medio natural, y tener en cuenta a los sufridos lugareños de esos apartados núcleos rurales tan maltratados y olvidados.

Otra alegría es que ya se tome en serio la Naturaleza a través de foros como este. Hoy es un ejemplo. La tristeza es que en otros entes con poder no se valore la educa-ción ambiental, ni la prevención, ni la pureza natural. No se es aún sensible con el Medio Ambiente. Por eso, desaparecen los programas de educación cívica, se destro-zan vías históricas, caminos reales, puentes o calzadas romanas; la mayoría de las veces por ignorancia no por mala fe. No valoramos lo que tenemos.

Afortunadamente, ahora, el Principado de Asturias, a través de su Conserjería de Medio Ambiente, Ordenación del Territorio e Infraestructuras, lo está tomando ya algo en serio Estas Navidades pasadas, el libro institucional del Principado La Cons-trucción Histórica del Territorio Asturiano, en el que algo tuvimos que ver también Carmen Piñán y el que les habla, así como Severino Canteli y la Sección Verde de Protección Civil, trata sobre estos viejos caminos. (Curiosamente aún no se presentó ese libro). Y pensemos que en los últimos 20 años se destrozaron más vías históricas que en 20 siglos.

Entre los reconocimientos, por la publicación de este libro, aparte del dirigido al Foro Jovellanos, tenemos que destacar la colaboración: extensa en el prólogo, de Jesús Menéndez Peláez; y de Fernando Adaro, que tanto batalló con nosotros en múltiples reuniones (buen heredero es Fernando de su padre D. Luis, en el amor a la Natura-leza); así como Orlando Moratinos, verdadero editor y alma de esta cuidada obra. Je-sús –como dijimos– nos acompañó varias vez en las rutas jovellanistas, lo mismo que la Alcaldesa de Gijón (con animo y tesón), así como otros muchos amigos y autorida-des aquí presentes.

Y ahora, someramente, recordemos algunas frases que Jovellanos dejó escritas en su Diario, hace dos siglos, al pasar por el Camín Real de La Mesa, cerca de Torrestío:

Subida larga, harto suave y accesible a carros. La Mesa, sin duda llamada así por alusión, pues es una grande y tendida llanura entre dos altos. El vulgo dice que allí comió Don Pe-

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layo y jur6 no dejar moro a vida en Asturias. En ella está la divisoria de Asturias y León, en el punto de las vertientes, Acá entra el concejo de Somiedo. Mucho ganado:l os puercos parecen a los teberganos. La Prida dice que un cura mejoró aquella casta trayendo padres de Extremadura [téngase en cuenta que esa vía romana unía tierras extremeñas y asturia-nas]. […]

Venta de La Mesa, perteneciente al lugar de Saliencia y que sirve por turno un vecino para disfrutar su producto. Es sólo para arriería y no tiene comodidad alguna. Ermita del Ángel, llena de pellejos de vino y camas de arrieros. Son edificios nuevos y están cubiertos de tablas de roble bien clavadas, no permitiendo los vientos otra techumbre. Están situados en la montaña que corre de la derecha del puerto de La Mesa. Comimos con gran incomo-didad, aunque bien, refrescados con el agua de su buena fuente.

Salimos siguiendo la misma cordillera hasta una garganta, en que, dejando a la izquierda el camino de Somiedo, se entra al de Teberga (en La Madalena) y empieza a bajar el peor camino que pasé en mi vida. Lo que más incomoda es la grande altura por donde se va y el enorme precipicio que hay a la derecha. La bajada es cruel, por la peña viva, arenisca, en vueltas y revueltas tomadas por una senda estrechísima. Después de mil afanes se baja al lugar de Barrio».

Como se ve lo describe todo con detalle de buen divulgador y estudioso. Esta ruta y otras veinte se recogen actualizadas y con algunos consejos en este libro de Jovellanos y la naturaleza. Pero, ahora que se celebran tantos actos en honor del ilustre prócer, no está de más recordar algunas de sus frases relacionadas con la Naturaleza. En especial para que se tengan en cuenta las sabías palabras que el nos legó. Decía así:

Los antiguos crearon y nosotros imitamos, porque los antiguos estudiaron en la Natura-leza y nosotros en ellos. Sí queremos igualarlos ¿por qué no estudiamos como ellos? Sacu-diendo de una vez las cadenas de la imitación, separaos del rebaño de los copiadores y atreveos a subir a la contemplación de la Naturaleza. Hombre, si quieres ser venturoso con-templa la Naturaleza y acércate a ella, en ella está la fuente del escaso placer y felicidad que fueron dados a tu ser.

Siendo uno de los primeros divulgadores de la montaña asturiana, así como un gran naturalista y escritor medioambiental. Ahora se escuchan por doquier las ense-ñanzas de muchos supuestos amigos del medio ambiente, de la naturaleza o de la eco-logía, que tienen cierta ignorancia muy atrevida. Por eso no esta de más recordar a Jovellanos en su vertiente montañera-educativa.

Y, para finalizar, recordemos lo que dejo escrito al pasar entre Castañedo del Monte y Trubia, bajando por Linares, del tramo principal de la calzada romana de La Mesa (que venía para Gijón y no para Grado como hay quien asegura erróneamente). Decía así:

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Descanso a la orilla de un arroyo abundantísimo que baja de lo alto a entrar en el río por su izquierda. Es sitio delicioso –a la margen de las sonoras aguas y a la sombra de un her-moso avellano. Todo es poético; la imaginación ayudaba, pero pasé la edad de esta especie de ilusiones. Voy a dejarlo, aunque sienta arrancarme de tan agradable situación. ¡Oh Natu-raleza! Que desdichados son los que no pueden disfrutar en estas augustísimas escenas donde despliegas tan magníficamente tus bellezas y ostentas tu majestad.

Así hablaba él del medio natural, igual en Pajares, que en Llanes, Siero, Somiedo, Teverga, Cangas del Narcea, Proaza, Quirós o en cualquier camino histórico. A Buiza se refirió mucho; pero a veces, como en ese lugar, las pistas o carreteras lo cambiaron todo. Por allí se hacen ahora muchos destrozos por la variante ferroviaria de Pajares y alguna pista de tierra borró para siempre el viejo camino empedrado de la época ro-mana. Y lo triste es que, al mes, se dese chó pues no hacia falta esa nueva vía. ¡Se ten-drían que planificar bien las obras!

Ya para terminar recordemos que, por ejemplo, Peña Ubiña también atrajo la aten-ción de este gran asturiano. De ella dijo, al pasar cerca de Torrebarrio y Torrestio por Candemuela:

A la derecha la famosa Peña de Ubiña, que se cree ser la más alta de España. Vese desde tierra de Segovia y desde muy adentro del mar. Los de Cudillero, que navegan por ella, la llaman la Becerra; va a dar al concejo de Lena.

Aunque su excursión montañera más famosa fue la que realizó por el camino ro-mano de La Mesa (en realidad por allí iba la verdadera Ruta de La Plata).

Muchas gracias.

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Evolución y violencia. La sociedad cautiva

Marcelo Palacios Alonso1

Presidente de la Sociedad Internacional de Bioética

RESUMEN

En este trabajo y otros similares el autor viene considerando que la violencia fue un mo-tor decisivo en la evolución del hombre, de modo que desde que nuestra especie se inició como tal, la violencia fue cultural, convencional. La violencia es la agresividad instintiva dirigida intencionalmente por el raciocinio para causar un daño contra el hombre y/o la Naturaleza, y en su origen y manifestaciones es una conducta irracional.

La evolución hacia el hombre a partir de ciertos primates tuvo lugar en núcleos vitales de complejidad y una vez superado el umbral máximo de supervivencia. El aparato locomotor adaptado para el bipedismo, las manos polifacéticas y libres, el metabolismo de omnívoro y los instrumentos creados forzaron la humanización progresiva, hoy todavía en sus inicios.

Nuestra evolución se produjo en razón de las concurrencias presentes en cada tramo cronológico evolutivo y de los útiles y medios disponibles. Se debió, por tanto, a causas circunstanciales, una de ellas decisiva: el proceso consciente cultural y creativo. Con ese bagaje se impusieron al hábitat complejo y evolucionaron los mejor armados (con la cultura técnica y sus artificios). Queda inequívocamente de relieve la influencia de la fabricación de útiles en nuestra evolución, y que durante cuatro m.d.a las armas nos marcaron para la vio-lencia, de las lascas y el mazo de piedra, la lanza, el arco, la flecha (el hombre se fue haciendo al ritmo en que mejoraba las armas y habilidades).

La violencia no pertenece a la naturaleza del hombre, es una conducta adquirida desde que la agresividad instintiva quedó supeditada a determinadas expresiones de la cultura primitivamente técnica. Con los útiles creados los ancestros elaboraron y transmitieron es-trategias de caza y lucha, modos de supervivencia que volcaron la disputa existencial a su favor. Saber matar fue su principal recurso, reforzado al diversificar y perfeccionar los uten-silios, y luego con el uso del fuego y el desarrollo del lenguaje y la intercomunicación. Con el homínido faber se desplegó la violencia que sus seguidores continuarían hasta hoy; se

1 El Dr. D. Marcelo Palacios Alonso leyó el discurso de ingreso el 30 de marzo de 2006; hizo su sem-blanza el Prof. Dr. D. Arturo Cortina. Véase Boletín Jovellanista 7-8 (2006-2007), págs. 53-59.

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abría el sendero de la cultura, con el paso del tiempo un asombroso universo de conductas. A los primeros útiles se remonta la violencia que el hombre nunca dejó de ejercitar. Violen-cia y armas (incluidas las mentales) son inseparables de nuestra evolución.

Actualmente azotan la Hombridad lacras culturales de inusitada violencia, pautas de conducta completamente deshumanizadas que actúan de forma selectiva, individual y co-lectivamente. Además, el hombre dispone de medios científicos y técnicos con que doble-gar la Biosfera: si se lo propusiera decidirá su futuro como especie y el de su entorno, quién sabe con qué consecuencias.

Si los antecesores fueron violentos durante al menos 4 millones de años (m.d.a.), podría no sorprender que los sucesores lo sigamos siendo. Aún así, es incomprensible que las cua-lidades y medios con que contamos –la consciencia capacitada para el raciocinio, el len-guaje y la cultura positiva acumulada– no hayan servido para eliminar nuestra conducta más indigna, que se reitera hasta límites de horror inimaginables.

Siendo la violencia de origen cultural, solo la cultura podrá anularla. Es una empresa necesaria, esencial, con la que, de la imperante cultura de la violencia la Hombridad ha de encauzarse hacia la cultura de la dignidad y profesarla sin exclusiones, de tal modo que la persona, el ciudadano nunca debe perder. La democracia integral y coparticipada. la soberanía del pueblo y la ciudadanía universales serán pilares fundamentales del orden mundial de la convivencia pacífica y justa.

Palabras clave: Evolución, orígenes, genes, proteínas, células, teorías, vida, materiali-dad, cohesión, vegetalidad, animalidad, complejidad, núcleos, biológica, mixta, violencia, cultura, tecnología, cronología, ancestros, pisadas, bipedismo, encefalización, matar, ho-mos, Humanidad, Hombridad, ¿qué?, períodos, armas, vivienda, lenguaje, fuego, especie, género, consciencia, conciencia, razón, inteligencia, arte, religiosidad, civilizaciones, deida-des, atributos, dignidad, superior, bondad, malicia, puzzle, paradojas, lobos, liebres, moral, desorden, clanes, clases, Factidad, Ajenidad, dominio, servidumbre, secuaz, crónica, mun-dos, pobreza, opulencia, analfabetismo, enfermedad, desempleo, Coprosfera, Ecobiocidio, antropofagia, canibalismo, paraísos, infiernos, ética, moral, leyes, progreso, futuro, demo-grafía, emigración, refugiados, especulaciones, regreso, involución, extratelúrico, apocalíp-sis, cautivo, simbiosis, capitulación, diseño, inventada, democracia, coparticipada, integral, convivencia, autoridad, legitimada, pacífica, protagonista, empresa, esencial.

ABSTRACT

In this and other similar works by the author, violence is considered as a decisive driving force in the evolution of man, to the extent that, since our species first saw the light of day, violence was cultural. Violence was a convention. Violence is instinctive aggressiveness in-tentionally guided by reason to cause harm to man and/or nature. Both its source and ma-nifestations reflect irrational behaviour.

As of certain primates, the evolutionary path towards man took place in complex vital settlements and after the maximum threshold of survival had been overcome. The locomo-

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tor system adapted for bipedism, the free and versatile hands, the omnivorous metabolism, along with the tools created, forced progressive humanisation, which is still today only in its beginnings.

Our evolution occurred as a result of the concurrence of several factors at each particular stage of evolution and of the tools and resources available. Consequently, our evolution came about for circumstantial reasons, one of which was especially decisive: the cultural and creative consciousness process. Armed with this baggage, they imposed themselves on the complex habitat in which they lived and became better equipped (with the technical culture and its crafts). The influence of the manufacturing of tools as an outstanding feature of our evolution is beyond doubt. For four million years, weapons marked us out for vio-lence: the stone chips and the stone mallet, the spear, the bow, the arrow (man evolved as weapons and crafts improved).

Violence is not an innate part of human nature, it is a behaviour pattern that has been learned since his instinctive aggressiveness became subject to certain expressions of primi-tively technical culture. With the tools created, our ancestors conceived and handed down hunting and combat strategies, ways of survival that balanced the fight for survival in their favour. Knowing how to kill was their main resource, further reinforced by the diversifica-tion and perfecting of the implements, and later by the use of fire, the development of lan-guage and of intercommunication. Violence took off with the homo faber and has come down to his followers today; the path to culture was opened, which, with the passing of time, has given rise to an astonishing universe of differing types of conduct. The violence that man has never left off employing dates back to the first tools. Violence and weapons (inclu-ding mental ones) form an integral part of our evolution.

At present, Mankind is being lashed by cultural blots of exceptional violence, wholly dehumanised behaviour patterns acting selectively, individually and collectively. Moreover, man possesses the scientific and technical means to crush the Biosphere: were he to do so, he would be deciding his future as a species and that of his environment, and who knows what consequences such an action could bring with it.

If man’s ancestors behaved violently for at least 4 million years, it should come as no sur-prise that his descendants continue act in the same way. Even so, it is unbelievable that the qualities and resources that we have at our disposal – a consciousness endowed with the ca-pacity to reason, language and the accrued positive culture – have not served to do away with our most despicable conduct, which has reared its ugly head to the most horrific limits.

Given that violence has its origin in culture, it is only culture that can wipe it out. This is a necessary and essential endeavour. Consequently, Man has to turn away from the prevai-ling culture of violence and aim to institute a culture of dignity, a culture that must be pro-fessed without exception, in such a way that the person, the citizen must never lose. Full and co-participated democracy, the sovereignty of the people and universal citizenship will be-come the basic foundations of world order, of a peaceful and just coexistence.

Key words: Evolution, origins, genes, proteins, cells, theories, life, nature, cohesion, veg-etativeness, animality, complexity, nuclei, biology, mixed, violence, culture, technology, chronology, ancestors, tracks, bipedism, encephalisation, killing, homos, Humanity, man-

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ity(?) Hombridad), What?, periods, weapons, housing, language, fire, species, sex, conscious-ness, conscience, reason, intelligence, art, religiousness, civilisations, deities, attributes, dignity, superior, goodness, malice, puzzle, paradoxes, wolves, hares, moral, disorder, clans, classes, factualpower (Factidad), (foreing?)ness (Ajenidad), dominion, servitude, follower, chronic, worlds, poverty, opulence, illiteracy, disease, unemployment, «coprosphere» (Co-prosfera), ecobiocide, cannibalism, paradises, hells, ethics, moral, laws, progress, future, de-mography, emigration, refugees, speculations, return, regression, extratelluric, apocalypse, captive, symbiosis, surrender, design, invented, democracy, co-participated, full, coexistence, authority, legitimate, peaceful, protagonist, endeavour, crucial.

xcma. Sra. Alcaldesa, Ilmo. Sr. Presidente del Patronato del Foro Jovellanos y miem-bros del mismo, Excelentísimas e Ilustrísimas Autoridades, Señoras y Señores. Bue-

nas tardes.Ante todo quiero reconocer la deferencia recibida del Patronato al incluirme en él,

que atribuyo a la generosidad de quien partió la propuesta y del Patronato al consider-arla –al no ser yo un estudioso de la vida y obras del ilustre prócer, que conozco–, máxime sabiendo que la entrega continua a mis actividades en el ámbito de la Bioética apenas me permitirán dedicarme a las tareas propias de esta noble institución que ahora me honra.

Al eminente y querido Prof. Dr. Arturo Cortina, vaya mi agradecimiento por su detallada y amistosa presentación.

Sras., Sres.,La panorámica con que contemplo la evolución del hombre –a la que dispongo desde

hace bastantes años un interés que supera con mucho el mero entretenimiento–, tan ajustada como las incertidumbres sobre el transcurrir evolutivo lo permiten, es el soporte del planteamiento principal, a saber, la violencia que estimuló y acompañó a la evolución del hombre –sinécdoque hombre/mujer– de la mano de las tecnologías y los instrumen-tos creados. Y tratándose de la violencia se desvanece toda sospecha de improcedencia por mi parte: como cualquier persona, la conozco, convivo con ella, la sufro y acaso la propicio, y debo sopesar sus fundamentos, sus efectos y los posibles remedios.

LA VIOLENCIA

La violencia es la agresividad instintiva guiada por el raciocinio a producir un daño, y en su origen y manifestaciones es una conducta irracional. Todas sus formas tienen los

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componentes propios: la aceptación consciente del hecho y el perjuicio que provoca. De modo que la intencionalidad y el daño (lesión física, psíquica, social, ambiental o lisis) son los requisitos para definir la agresividad como violencia. Es una conducta por acción u omisión contra el hombre y la Naturaleza, y no deja de ser violencia sea cual sea la justificación o legitimación que se le quieran dar, o aunque nos desentenda-mos de sus terribles efectos.

El médico y etólogo austríaco Konrad Lorenz, galardonado con el Premio Nobel en 1973, define la agresión, común a los animales, como «el instinto que lleva el hombre a combatir contra los miembros de su misma especie» (Sobre la agresión: el pretendido mal, 1971). Se refiere al hombre únicamente en tanto que animal, no como animal capa-citado para el ejercicio de la razón, lo que implica diferencias sustanciales, pues el hom-bre: a), no solo expresa el instinto agresivo como violencia contra su especie, sino también contra la Biosfera; b), la agresividad así orientada no tiene el fin primordial que tiene en los animales, al ir sus efectos más allá de su defensa o supervivencia; c) puede controlar la agresividad y derivarla hacia conductas culturales civilizadas y no violentas.

Se ha buscado relacionar el comportamiento violento y criminal: con la concentra-ción de neurotransmisores en el cerebro (la disminución de los niveles de serotonina –que puede medirse en el líquido cefalorraquídeo a través de su producto metabólico, el ácido 5HIAA– y la elevación de los de dopamina o las catecolaminas, cortisol, vaso-presina, noradrenalina o norepinefrina, ésta demostrable con las excreciones de sus residuos, la tiramina y la normetanefrina), o con la de determinadas sustancias del organismo (descenso de glucosa –hipoglucemia– y de progesterona en la fase pre-menstrual, y el aumento de testosterona); con el raro patrón cromosómico XYY; con un gen mutado y defectuoso del cromosoma X que codifica la enzima MAO A (mo-noaminoxidasa A), encargada de controlar los niveles celulares de los neurotransmi-sores citados; con la producción de la proteína alfa-CaMKII. O con la fisionomía (Giambattista della Porta la define como «ciencia que descubre el carácter y la perso-nalidad estudiando el aspecto exterior el cráneo»: De la fisionomía humana, 1586; el anatomista austríaco Joseph Francis Gall, fundador de la Craneología o Frenología: De las funciones del cerebro y cada una de sus partes, 1825); con los rasgos físicos (el teólogo suizo Johan Kaspar Lavater: El arte de estudiar la fisiognomía y Fragmentos fi-siognómicos, 1775); o con la «locura moral» o epilepsia larvada, y anomalías corpora-les (el médico y criminólogo italiano Cesare Lombroso: El hombre delincuente, 1876; La mujer delincuente, 1893), por hacer algunas citas. Con esta metodología se buscan seres específicamente violentos para clasificar sus signos o síntomas definitorios, o el trastorno de algún gen y sus funciones. Sin menoscabo de que el comportamiento individual violento sea un escenario de análisis no desdeñable, lo que sobre todo ocupa mi atención es la violencia masiva, tramada por una parte de la Humanidad y con su beneplácito.

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El hombre es un ser cultural, social y territorial. El antecesor remoto vivió en hábi-tat más o menos reducidos y constituyó poblaciones marcadamente endogámicas de horda o clan; el homo histórico ocupa un territorio universal, muestra una gran diver-sidad y configura una sociedad supuestamente global. Protagonista destacada de su evolución, a veces cruenta (desde sus albores el hombre no cesó de matar), otras cí-vica en apariencia (el hombre histórico no ha dejado de mentir), su violencia cursó de modo análogo: focalizada en sus principios es hoy genérica, y por tal continuidad e incidencia acaso acabe por estructurarse como un área cerebral reconocible.

La violencia no pertenece a la naturaleza del hombre, es una de sus conductas adqui-ridas desde que los ancestros superaron al simio y la agresividad instintiva quedó su-peditada a determinadas expresiones de la cultura, por entonces primitivamente técnica. Con los útiles creados elaboraron estrategias de caza y lucha, aprendieron y transmitieron modos de supervivencia que compensaron su inferioridad y volcaron la disputa a su favor, pasando de ser depredados a predadores. Saber matar fue su principal recurso, reforzado al diversificar y perfeccionar los utensilios, y luego con el uso del fuego y el desarrollo del lenguaje y la intercomunicación subsiguiente. Con el homí-nido faber se desplegó la violencia que sus seguidores continuarían hasta hoy; se abría el sendero de la cultura, con el pasar del tiempo un asombroso y dual universo de con-ductas. A los primeros útiles se remonta la violencia que el hombre nunca dejó de ejercitar, violencia y armas (incluidas las mentales) son inseparables de nuestra evolu-ción. En suma, la violencia es convencional desde los principios; con ella recogimos una conducta que prodigamos, buscarla fuera del hombre sería un empeño inútil.

Si los antecesores fueron violentos durante al menos 4 millones de años (m.d.a.), podría no sorprender que los sucesores lo sigamos siendo, entendido que «la violen-cia es una estrategia básica para la experiencia de la interacción social» (David Riches: El fenómeno de la violencia, 1988). Aún así, es incomprensible que las cualidades y medios con que contamos –la consciencia capacitada para el raciocinio, el lenguaje y la cultura positiva acumulada– no hayan servido para eliminar nuestra conducta más indigna, que se reitera hasta límites de horror y depravación inimaginables.

EVOLUCIÓN

Se llama Evolución a los cambios de los organismos y seres vivos que causaron espe-cies distintas, siguiendo a mi entender, dos trayectos distinguibles. Uno, la evolución biológica simple, en que los genes, las proteínas y el medio ambiente fueron decisivos. El otro camino, la evolución mixta, biológica y cultural, sólo se dio en nuestra especie; su resultado fueron la hominización (yuxtaposición de la somación –morfología y funcio-nes del cuerpo–, y el bipedismo –ponernos en pie duraderamente o bipedestación, y

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andar, marchar, correr o saltar en esa postura) y la humanización (disponibilidad cre-ciente del encéfalo con desarrollo de una consciencia y una razón peculiares, capacita-das para el raciocinio), de adquisición progresiva. Se deja fuera de la definición a los cambios originados desde formación del Universo, los Sistemas Solares, los Planetas, la misma Tierra, etc., sin duda también evolutivos.

El término Evolución, debido (1744) al botánico, poeta, anatomista y preformista suizo Albrecht von Haller (Elementa physiologiae corporis humani, 8 tomos, 1757-66) tras sus investigaciones con embriones de pollo, fue popularizado mucho después por el psicólogo y filósofo inglés Herbert Spencer (Los factores de la evolución orgánica, 1887; Los principios de la biología, 1894).

Si la evolución general o simple es un hecho probado, la del hombre no; y ello es así, porque siendo la de nuestra especie mixta y distinta a la del resto de organismos y se-res vivos, a las causas de la primera se han añadido otras de primer rango, en especial la consciencia y la razón que le caracterizan. Los vegetales han evolucionado como vegetales y los animales como animales, de los que un grupo de primates evolucionó hacia el hombre gracias en gran medida a sus inventos, hasta el punto que con los in-gredientes de su cultura el hombre puede alterar la evolución de las especies y la suya propia si se lo propone.

Físicos, matemáticos, astrónomos, ecólogos, arqueólogos, antropólogos, etnólo-gos, paleontólogos, biólogos, genetistas, bioquímicos y otros especialistas sobre los orígenes del Universo y de la Vida, de la evolución de las especies y de las culturas y las civilizaciones, aportan diversos enfoques de tales materias. Hay todavía grandes enig-mas que no han resuelto la genética molecular o de poblaciones, la inmunología o la datación de fósiles con isótopos radioactivos –entre otras disciplinas y procedimien-tos–, aunque se avanza en su desciframiento. Por ser muchas las lagunas, y a veces tan inconexos los círculos del saber y marcado el antropocentrismo, las conclusiones no siempre concuerdan; al contrario, colisionan frecuentemente por motivos como la fiabilidad de las técnicas utilizadas, el valor de los hallazgos o los datos, y la protección del prestigio, que llevan a algunos científicos a porfiar en diagnósticos evolutivos más emocionales que fundamentados, pretendiendo para sí el descubrimiento decisivo y el reconocimiento. Teorías de moda, fraudes como el Hombre de Piltdown –hallado en 1912 por el abogado y arqueólogo aficionado Charles Dawson, que con el paleontó-logo Smith Woodward y otros lo consideraron el «eslabón perdido»– y afortunadas contribuciones despiertan desde principios del siglo pasado rechazos y adhesiones, con polémicas que, pese a la rémora que suponen, van dando luz a los peldaños –tal vez de escaleras distintas (familias, géneros, etc.)– que condujeron a nuestros días.

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LOS ORÍGENES

Por los estudios de radioactividad y otros se admite que la gran explosión llamada Big Bang, generada hace unos 17.000 millones de años (m.d.a.) en un minúsculo punto de la nada, determinó el origen y el volumen expansivo del Universo. Pero in-vestigando con el Telescopio Espacial Hubble los inicios y la velocidad de expansión (la constante de Hubble), el equipo de astrónomos de Wendy L. Freedman (Revistas Nature, 1994, y The Astrophysical Journal, 2000) asegura que la edad del Universo es la mitad de la antes dicha, con lo que la antigüedad de los orígenes no tendría confirma-ción definitiva.

La Tierra (y su satélite la Luna), entonces Pangea, se formó, como los demás plane-tas del sistema solar, en el tránsito de casi 100 m.d.a. que culminó hace unos 4.500 m.d.a., y evolucionó después con dinamismo propio (el superorganismo Gaia de Ja-mes E. Lovelock –Las edades de Gaia, 1993–, que prefiero llamar Matria). En ella, con un núcleo central caliente y rocas fundidas bajo la superficie, se originan corrientes de convección que mueven masas gigantescas o deriva de los continentes –postulada desde 1912 por el científico alemán Alfred L. Wegener (El Origen de los continentes y océanos, 1915)– alojadas sobre plataformas que se desplazan –la tectónica de placas–, alterando su forma y su «respiración»; unas, se separan y otras se aproximan y colisionan entre sí bruscamente causando terremotos, volcanes y cambios en el perfil de su cubierta sólida –con formación de montañas y cordilleras, grietas y valles–, y en la composi-ción de la atmósfera y de las aguas. La tectónica de placas fraccionó el continente único Pangea, y se redistribuyeron los hábitat de las especies, los ecosistemas y sus recursos animales, vegetales o fósiles. Hace unos 400 m.d.a, en la Tierra había ya dos continentes, Laurasia, que comprendía América del Norte y Eurasia, y Gowdwana, constituida por América del Sur, Africa y la Antártida. En ellos se desarrollaron in-mensas masas forestales, selvas y bosques que darían origen al carbón, al gas natural y al petróleo que hoy explotamos. América del Norte y Europa se separaron 200 m.d.a. después; Gowdwana se dividió hace 160 m.d.a., y 60 m.d.a. más tarde Africa y Suda-mérica se alejaron entre sí; hace 80 m.d.a. se formó el Océano Atlántico, y en los 20-30 m.d.a. siguientes lo hicieron la Antártida y Australia y se delimitó el Océano Indico. Hace 18 m.d.a se separaron Africa y Europa, con el Mar Mediterráneo por medio. El Planeta que habitamos semeja el de hace 4-5 m.d.a., cuando se originó el Océano Ár-tico y la especie humana hizo su aparición, pero su configuración actual se produjo hace 50.000 años con la unión de América del Norte y del Sur.

En sus inicios la Tierra era una enorme masa ígnea cuyo exterior se enfriaba muy lentamente hasta acabar formando hace unos 3.800 m.d.a. la corteza terrestre, que no ha cesado de modificarse. Durante m.d.a. chocaron contra el Planeta gran cantidad de meteoritos y cometas (Época Hadiana o Infernal) desprendidos al crearse el sistema

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solar, produciendo cantidades colosales de energía y gases, que con los liberados de la corteza al exterior –dióxido de carbono, nitrógeno y metano–, las moléculas inorgáni-cas de metano, carbono, nitrógeno, hidrógeno y amonio de las erupciones volcánicas, y el vapor de agua producido al actuar la luz solar sobre el metano, contribuyeron a formar la atmósfera primitiva, carente de oxigeno (hay quien asegura que la superficie de la Tierra estaba helada desde los principios y que la atmósfera de vapor de agua y otros gases se produjo al impactar tempestuosamente los meteoritos contra el hielo). El enfriamiento continuado de la Tierra condensó el vapor de agua, y la lluvia origi-nada cayó sobre su corteza, acopiándose entre sus grietas, hendiduras y oquedades en forma de ríos, lagos y mares; allí se fueron depositando el dióxido de carbono (y el dióxido de azufre) arrastrado de la atmósfera en forma de calizas, y la materia inor-gánica originada al actuar la energía de las radiaciones ultravioleta sobre el agua, el anhídrido carbónico, el metano y el amoniaco, que al no existir oxígeno para trans-formarlos o destruirlos se acumularon a lo largo de muchos años. Para entonces la presencia moderada de dióxido de carbono y otros gases en la atmósfera producía un efecto invernadero (de 0 a 90-100 grados centígrados) compatible con la vida y con la conservación de las aguas marinas y terrestres, pues el calor no era tan intenso como para evaporarlas.

FORMAS DE VIDA

Solo puede dar vida lo que vive, y si la Tierra ocasionó tantas formas de vida ha de ser un sistema vivo, como el Universo que la causó. Por consiguiente, y en primer lu-gar, las moléculas y elementos inorgánicos se combinaron para causar innumerables variantes de VIDA COHESIVA (la Materialidad) –las aguas, rocas, gases, aire, barro o lodos, etc.–, en sí misma sin seres u organismos con vida biológica.

Sir Fred Hoyle, astrofísico inglés tan prestigioso como polémico, consideró (La Naturaleza del Universo, 1950; La nube negra, 1957) que ciertas nubes interestelares magnéticas del Universo eran seres vivientes o «pequeños hombres verdes» forma-dos por neutrones. Creía, además, que el Universo siempre fue como es ahora («Teo-ría del Estado Estacionario»), oponiéndose a la teoría de la gran explosión como el origen del mismo, que denominó irónicamente Big Bang.

– En los lodos formados, en el magma o solución de agua y sustancias inorgánicas (el caldo prebiótico) de las masas acuáticas de la Tierra, por efecto de la energía de las radiaciones pudieron comenzar las reacciones químicas que ocasionaron los com-puestos orgánicos (aminoácidos, los azúcares y los nucleótidos, etc.) que darían lugar a los genes y las proteínas, y a las células, organismos y seres vivos, en suma a la VIDA BIOLÓGICA.

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Para el bioquímico soviético Alexander I. Oparin (El origen de la vida sobre la Tie-rra, 1924) las moléculas orgánicas se agrupaban en gotas aisladas del agua o coacerva-dos, que captaban o rechazaban moléculas del exterior facilitando la formación del genoma primitivo y las síntesis proteicas, y se duplicaban en copias imperfectas; la desecación causaría sus membranas semipermeables. De modo similar opinaba el científico británico John Burdon S. Haldane (The causes of Evolution, 1926; El Origen de la vida, Revista New Biologie, 1954).

Estas tesis se validaron cuando Stanley L. Miller, doctorando de 2º año de la Uni-versidad de Chicago, logró algunos de tales compuestos imitando las condiciones de la Tierra primitiva (Producción de aminoácidos bajo condiciones de la posible Tierra pri-mitiva, Revista Science, mayo 1953): llevó vapor de agua, amoníaco, metano e hidró-geno a un matraz que comunicó a otro con agua, y enviando descargas eléctricas sobre el primero días después se habían formado dos aminoácidos, la alanina y la glicina, indispensables para la vida. El bioquímico español Juan Oró (Mecanismo de síntesis de adenina del cianuro de hidrógeno en las supuestas condiciones de la Tierra primitiva, Re-vista Nature, 1961), mezclando amoníaco con cianuro de hidrógeno en una solución acuosa obtuvo aminoácidos y una base nitrogenada, la adenina, que es parte del ARN y el ADN, lo que significaba que en una atmósfera primitiva sin oxigeno la formación de adenina habría contribuido a la aparición de la vida.

La construcción del genoma, o conjunto de genes de los organismos y seres vivos (una parte del cual transmite la herencia), fue un requisito evolutivo. En el caso del hombre, junto al acervo genético y las proteínas, intervinieron el medio ambiente –un taller evolutivo determinante– y básicamente el desarrollo cultural.

De todos modos, en el abanico de conclusiones científicas sobre la variación genética y su influencia en la evolución del hombre se pueden comprobar algunos errores de enfoque:

1. Se extrapolan conocimientos sobre la evolución de los microorganismos y se-res vivos en general (evolución simple, biológica) a algo sustancialmente distinto como es la evolución de nuestra especie (evolución mixta, biológica y cultural), en la que la consciencia, la razón y la cultura influyeron por sí mismas y decisi-vamente en la ortogénesis (evolución lineal, debida a una fuerza directriz).

2. No se tiene en cuenta el papel circunstancial que hayan podido representar los tóxicos (de la alimentación: carne, grasa, vegetales, frutas; de picaduras o mor-deduras: venenos, etc.) y los agentes infecciosos (bacterias, virus, etc.) en la vida de los ancestros como causas de mutaciones evolutivas, patológicas o no, sin necesidad de recurrir al argumento de su transmisión hereditaria por selec-ción natural de los mas aptos.

3. Tampoco se enfatiza que si el genoma surgió de la materia inerte lo puede se-guir haciendo, sin olvidar el efecto recíproco, de modo que el genoma también

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es permanentemente influido por el medio ambiente. En cuanto a nuestro or-ganismo, es una realidad psicofísica ubicada en y sometida a ambientes tam-bién reales; y si los genes de los predecesores aportaron informaciones con repercusiones físicas y psíquicas, también las recibieron del medio, añadiéndo-las a sus estructuras funcionales, así que el hombre y su consciencia se fueron configurando a la vez (coevolución) que lo hacía su genoma.

Aunque como norma general sin la información y expresión de los genes no es posible la síntesis de las proteínas indispensables para la vida biológica, lo cierto es que algunas, las proteínas no informadas, escapan a esa regla –un ejemplo son los priones, causantes en el hombre de la «encefalopatía espongiforme transmisible» –enferme-dad de Kreutzfeld-Jacob (en todo el mundo), Kuru (por el canibalismo de las tribus Fore en Papúa-Nueva Guinea) y el Síndrome de Gerstmann-Straeussler-Scheinker (muy raro y larvado)–, y en animales como «enfermedad de las vacas locas» (bo-vino), «scrapy» (ovejas, cabras), o en gatos, visones, ciervos, etc., sin descartar que pudieron iniciar o contribuyeron a aquellos procesos. Por lo tanto, no es seguro qué se originó antes, si los genes o las proteínas; acaso ocurrió a la vez (los virus no son ma-teria viva pero pueden serlo dentro de una célula, están compuestos de proteínas y un gen, y son sugerentes como puente evolutivo de los principios).

– Para otros científicos la vida surgió en las rocas. Las más antiguas, de 3.000-3.800 m.d.a, descubiertas en Warrawoona (Australia) y en Groenlandia, contienen sedi-mentos o estromatolitos, tal vez producidos por microorganismos, con microfósiles que para el paleobiólogo J. William Schopf son bacterias y algas verdiazules o cianover-des, células sin núcleo surgidas en ausencia de oxígeno y acaso las primeras formas de vida sobre la Tierra. El astrofísico Thomas Gold (La profunda biosfera caliente, 1979) considera que la vida surgió en las rocas calientes de la Tierra primitiva, hace alrede-dor de 4.700 m.d.a., pero a expensas del silicio, adaptándose más tarde a la bioquímica del carbono. El astrobiólogo Karl Stetter halló en las chimeneas volcánicas y en los fondos marinos microorganismos que pueden representar a aquellas bacterias, pues utilizan metano y sulfúrico –y no el oxígeno– para liberar energía, y son indispensa-bles para la vida de los animales luminosos de ese entorno abisal sin luz (Revista Evo-lución, 1982).

– Hay quien piensa que la vida llegó en los cuerpos celestes. El astrofísico de la NASA Chrystopher Chyba obtuvo compuestos orgánicos y aminoácidos del meteorito de Munchinson (Australia), tomados también del cometa Halley por la sonda Giotto y del meteorito de Yucatán (Chicxulub, México), a cuyos efectos devastadores se atribuye la extinción de los dinosaurios. Más apoyos: hay meteoritos con células precursoras de la clorofila; en el meteorito de Marte ALH84001 de hace unos 3.000 m.d.a. y 1,9 kg. de peso, hallado en 1984 en la Antártida, se encontraron estructuras que podrían ser bac-

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terias; en 1993, Jeffrey Bada comunicó la presencia del aminoácido AIB, inexistente en la Tierra, en hielo de Groenlandia; para Frank Drake, presidente del Instituto SETI (programa Búsqueda de Inteligencia Extraterrestre), en nuestra galaxia, la Vía Láctea, pueden existir 100.000 civilizaciones, distintas a la del hombre, y muchas de ellas po-drían comunicarse entre sí por radio; y Jean Heidmann (La vida en el Universo, 1990), astrónomo y miembro de dicho programa, considera fundada tal posibilidad.

Según el escrito persa Bundahish, con ideas de la época del profeta ario Zaratustra (VII-VI a. de C), la creación original se produjo durante 12.000 años y 4 periodos; en el 4º nacería el Salvador o Mesías, resucitarían los muertos, habría un Juicio Final y serían formados un Cielo y una Tierra nuevos. Para el sacerdote del Templo del dios Bel y escritor babilonio Berosio El Caldeo –siglo IV a. de C.– la vida se originó 2.112 m.d.a. antes del diluvio sumerio acaecido entre los años 3.500 y 3.000 a. de C., los hombres se formaron 432.000 años antes de dicho diluvio, iban desnudos, se arrastra-ban, bebían del suelo y comían hierbas en vez de pan (3 Libros sobre la Cosmogonía e Historia de Babilonia, en parte recogidos por los historiadores Eusebio Pamphilius, 264 a 338 a. de C. y Flavio Josefo, 37 a 100 a. de C., y por I.P. Cory posteriormente: The Ancient Fragments, 1832); después, todas las mañanas salía del mar Oannes, una criatura mítica anfibia que hablaba como los hombres y les enseñaba ciencias, artes, organización social, construcción de ciudades, etc. En la cosmogonía china de 3.000 años a. de C. todo se inició 594.000 años antes, al crearse el cielo, la tierra y los seres vivos: primero las «familias augustas» del Cielo, después las de la Tierra y luego las del hombre. En el siglo XVII, el arzobispo inglés James Ussher (Annalis Veteris et Novi Testamenti, 1650-1654) aseguró que la creación se remontaba al año 4004 a. de C. (el domingo 23 de octubre se formaron el Cielo y la Tierra, el martes 25 se agruparon las aguas, y el viernes 28 se creó al hombre). El naturalista y escritor Jorge Luis Leclerc, conde de Buffón (Historia natural, general y particular, volúms. 1749 a 1783) daba a la Tierra unos 70.000 años de antigüedad, y hasta 500.000 años); para el filósofo Imma-nuel Kant (Crítica de la Razón Pura, 1781) «el Mundo no tiene un principio en el tiempo ni límite extremo en el espacio», aunque «su antigüedad podía ser de cientos de millones de años».

Las células con núcleo o eucariotas, con múltiples y complejas funciones especializa-das (respiración, anabolismo, catabolismo, formación de proteínas, herencia, movili-dad, etc.) se desarrollaron hace 2.000 a 1.500 m.d.a., propiciando el aumento del oxígeno atmosférico y una eclosión y diversificación de la vida biológica. Pudieron originarse por «fagocitosis simbiótica» al penetrar las bacterias en las algas verdiazu-les y constituirse en su núcleo (a las mitocondrias, estructuras del citoplasma de las células donde se transforma la energía indispensable para su vida, se las considera vestigios de las bacterias arcaicas, y son de gran interés para la investigación evolutiva del hombre).

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Los primeros animales (»protozoos») surgieron hace unos 670 m.d.a. Al comenzar el primer periodo o Cámbrico de la Era llamada Paleozoico, hace unos 600 m.d.a., los animales invertebrados poblaban los mares ricos en oxígeno, en especial los gusanos, moluscos, estrellas de mar, medusas, esponjas y sobre todo los trilobites. Los animales vertebrados no se hicieron esperar, y al terminar el Cámbrico y desde comienzos del Ordovícico, hace unos 500 m.d.a., los primeros peces sin mandíbulas habitaron las aguas saladas y dulces.

Para ubicar cronológicamente a los organismos vivos hay métodos como la estrati-grafía o estudio estratigráfico, que determina que las capas más profundas son las más antiguas, y los estratos rocosos rotos también; al sedimentarse las rocas, los organis-mos unicelulares quedaron incluidos en ellas y se convirtieron en fósiles. La datación de estratos arcaicos y fósiles se puede hacer calculando la vida media de transformación de ciertos radioisótopos: la del uranio a plomo, la del rubidio a estroncio y la del potasio a argón son los más utilizadas.

TEORÍAS EVOLUTIVAS

Repasando resumidamente algunas teorías evolutivas:

– La generación espontánea o autogénesis, –que para Aristóteles (De la Generación de los animales; Historia de los Animales, años 347 a 330 a. de C.) tenía su origen en el rocío, la humedad o el sudor por efecto de la fuerza que llamó «entelequia», tuvo por principales valedores al médico alquimista Johann B. van Helmont (Obras de JBvH, traducidas por J. Le Conte, 1671) y al jesuita naturalista John T. Needhan (Observacio-nes acerca de la generación, composición y descomposición de las sustancias animales y ve-getales, 1748) que creían que los ratones, moscas, ranas, etc. surgen de la materia inorgánica y las sustancias inertes como los lodos o trapos putrefactos. El biólogo y médico Francesco Redi (Experimentos entorno a la generación de los insectos, 1668) y el sacerdote y científico italiano Lázaro Spallanzani (Sagio di osservazione microsopiche, 1765) negaron esa teoría, siendo el químico francés Louis Pasteur quien demostró su falsedad (Expériences rélatives aux générations dites spontanées. Informe a la Académia de Ciencias de París, 1860).

El biólogo alemán Ernst Haeckel (Morfología general de los organismos. Aparición de los primeros organismos, 1866) llamó abiogénesis a la formación en los mares primitivos –a partir de materia inorgánica– del Uhrschleim, plasma que daría lugar a un ser unice-lular o «mónada» origen de todos los demás.

– La teoría de la Panspermia (el filósofo griego Anaxágoras de Clazomene: frag-mentos recopilados de Sobre la naturaleza –Peri physeos–, siglo IV a. de C.; el biólogo

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sueco Svante A. Arrhenius: Panspermy: The Transmission of Life from Star to Star, Revista Scientific American, 1907; Chandra Wickramsinghe y F. Hoyle: Orígenes astro-nómicos de la vida: pasos hacia la Panspermia, 2000) interpreta que la vida dispersa por el Universo en forma de «semillas» (sperma) llegó a la Tierra (y a otros mundos) transportada por los meteoritos o cometas.

– Para los preformacionistas o preformistas (Ch. Bonnet –Palingenésia filosófica. Pre-formación y evolución, 1769-1770–, A. von Haller, N. Harisoek, N. de Mallebranche, J. Schwammerdam) los espermatozoides o los óvulos (había dos criterios distintos) contienen seres diminutos de ambos sexos («homúnculos» en el hombre, «animál-culos» en los animales) que crecerían durante el embarazo y se transmitirían de pa-dres a hijos.

– El lamarckismo –teoría basada en la generación espontánea, la transmisión de los caracteres adquiridos y en que la función crea al órgano y la inactividad lo pierde–, se debe al zoólogo Juan Bautista de Monet, caballero de Lamarck, que acuño el término «biología» definiéndola como «el estudio de los seres vivos» (Filosofía Zoológica, 1809; Historia natural de los animales invertebrados, 1815-1822).

– El darwinismo estableció los mecanismos generales de la evolución. Para Charles Darwin, que los expuso en la obra On the Origin of Species by Means of Natural Selection or the Preservation of Favoured Races in the Struggle for Life, citada como Sobre el origen de las especies (1859), y en cuanto al hombre en El origen del hombre y la selección en relación al sexo (1871), y que no utilizó el término «evolución», y con reparos, hasta la 6ª edición del primer libro citado: a), los organismos semejantes vienen de un ante-pasado común y origen de la vida, y b), ello es posible por el mecanismo operante que denominó «selección natural», de forma que en la lucha por la existencia sobreviven los que tienen los caracteres genéticos más idóneos (la variabilidad genética de cada generación, cuya causa desconocía) para enfrentarse al medio (clima, competidores, enemigos), que se trasmiten a los descendientes y cambian las especies. Darwin cayó en algunos errores de Lamarck (como el gradualismo o la transmisión de los caracte-res adquiridos), y en el libro La variación de los animales y las plantas domesticados (1868), sostuvo uno más, la pangénesis, teoría según la que la herencia (y los caracte-res adquiridos) se trasmite por pequeñas partículas o «gémulas» producidas en todas las células del organismo (incluidos los gametos) y que circularían libremente por él. Alfred Russel Wallace, topógrafo y naturalista inglés, había enviado en 1858 a Darwin su trabajo publicado On the tendency of varieties to depart indefinitely from the original type antes de que aquel publicara su famoso libro, en el que exponía que las especies aparecen cuando ya existen otras, y proponía la selección natural como causa de la evolución del hombre, aunque no suficiente, por lo que actúa la intervención divina. De acuerdo con él, Darwin presentó el trabajo en la Linnean Society de Londres, re-conociendo a Wallace como codescubridor de la teoría.

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El darwinismo sufrió duros ataques de científicos, teólogos y filósofos que negaban algo tan revolucionario e infundado (y vejatorio) como que el hombre evolucionara de un antepasado primate común. Al gradualismo se opusieron los saltacionistas: Tho-mas H. Huxley (Evidence as to Man’s Place in Natur, 1863) y Hugo M. de Vries (La Teoría de la mutación, 1909) propusieron la mutación como la causa de nuevas espe-cies, mientras que Richard B. Goldschmidt (La base material de la evolución, 1940) achacaba la evolución a mutaciones sistémicas. Los biometristas (el estadistico Karl Pearson y el zoólogo evolutivo Walter F.R. Weldon, ambos ingleses, Biometrika, 1906) la atribuían a pequeñas y continuas mutaciones y a la selección natural. También tuvo enfrente, en línea con las ideas de Platón, a los esencialistas –sobre todo a quien acuñó el término, el filósofo inglés de origen austríaco Karl R. Popper (La miseria del Histo-ricismo, 1961; La lógica de la investigación científica, 1962; Conocimiento objetivo, 1992)–, que abogaban en el origen de nuevas esencias y en el salto espontáneo por mutación; argüían: el acervo genético de las poblaciones posibilita la evolución gra-dual, muchos factores genéticos discontinuos pueden originar un cambio continuo y evolutivo del organismo, y si muchas especies se extinguen no puede haber finalismo. La selección natural fue rechazada en especial por los teologistas, para quienes la evo-lución tampoco podía deberse al azar sino a un factor cósmico (cosmogénesis que estaría programada de antemano) y finalista al que Pierre Teilhard de Chardin (La vida cósmica, 1916; El potencial espiritual de la materia, 1919) llamó ortogénesis, mo-nogénesis o Punto Omega.

– Sirviéndose de la hibridación de guisantes Pisum Sativum el monje austríaco Gregor Mendel (1822-1884) estudió la transmisión de los caracteres hereditarios (geno-tipo) y estableció las leyes que la rigen, que Darwin desconocía, un paso capital para explicar los mecanismos de la herencia y la evolución. Sus impresionantes trabajos de casi ocho años, publicados como «Experimentos de hibridación en plantas» en 1865 por la Sociedad de Ciencias Naturales de Brünn (actualmente Brno, en Moravia, Re-pública Checa) no tuvieron buena acogida o se ignoraron hasta que se reconoció su excepcional importancia, mas de 30 años después. El genetista y zoólogo estadouni-dense Thomas Hunt Morgan (El mecanismo de la herencia mendeliana, 1915) y su es-cuela conocida como «grupo de las moscas« por sus estudios en la mosca Drosophila melanogaster, sentó la base cromosómica de la herencia, confirmando el extraordina-rio acierto de los trabajos de Mendel.

– El neodarwinismo, término debido a Georg. J. Romanes (Darwin after Darwin microform: an exposition of the Darwinian theory and discussion of post-Darwinian ques-tions, 1892), daba especial importancia a la selección natural en la evolución y no a otras causas. El biólogo alemán August Weismann (Das Keimplasma, 1892), cortando la cola de ratones y observando varias generaciones demostró que los caracteres ad-quiridos no se heredan; diferenció las células somáticas de las germinales y propuso

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como causas de la evolución la herencia del plasma germinal o germoplasma origen de los gametos, y la selección natural.

– Para los defensores del neutralismo, el biólogo matemático Motoo Kimura (Tasa evolutiva a nivel molecular. Revista Nature, 1968; La teoría neutral de la evolución mole-cular. Publicaciones de la Universidad de Cambridge, 1983), el genetista James F. Crow (Basic concepts in population, quantitative and evolutionary genetics, 1986) y otros, la mayoría de las mutaciones son neutras, los efectos evolutivos se deberían a la deriva genética en genes mutantes iguales selectivamente; niegan la herencia de los caracteres adquiridos y en cierta medida que la selección natural sea el mecanismo básico de la evolución, que atribuyen al azar.

– La teoría sintética (hay quien la llama neodarwinismo) o de síntesis –T. Dobzhan-sky (Genética y el origen de las especies, 1937), E. Mayr (Sistemática y el Origen de las Especies, 1942; La síntesis evolutiva, 1980), J. Huxley (Evolución, la Síntesis Moderna, 1942), G. Simpson (Tempo and Mode in Evolution, 1944), G. L. Stebbins (Variación y Evolución en Plantas, 1950), John B. S. Haldane (Las causas de la evolución, 1932; Ori-gen del Hombre, 1955, Nature), S. Chetverikov (Sobre ciertos aspectos del proceso evolu-tivo desde el punto de vista de la moderna genética, 1926, versión inglesa en Proceedings of the American Philosophical Society 105,1961), J. W. Valentine (Evolución, 1977), etc.– se elaboró entre 1930-1960 con el apoyo de la genética de poblaciones desarro-llada por Ronald A. Fischer (La Teoría genética de la selección natural. Publicaciones de la Universidad de Oxford, 1930), Sewald Wright (The roles of mutation, inbreeding, crossbreeding and selection in evolution «Proceedings of the VI International Congress of Genetics», 1932) y otros entre 1920 y 1930, y armoniza las ideas de Darwin y las leyes de Mendel. Los fundamentos de esta teoría –«en la evolución son decisivas las mutaciones y la recombinación»–, que rechaza la herencia de los caracteres adquiri-dos y admite su pérdida, son básicamente: a) la gradualidad de la evolución; b) la di-versidad genética de las poblaciones, sin aceptar que se deba a procesos metabólicos o al efecto del medio ambiente; c) la selección natural (sólo hay cierta unanimidad en las respuestas a por qué se originaron las funciones y los procesos biológicos o qué ventaja selectiva tuvieron al producirse); y d) la facilidad reproductora, pues la efica-cia biológica de la población resulta de muchas interacciones y se relaciona muy direc-tamente con el fenotipo, condicionante de la reproducción.

– Desde la perspectiva de la fe y no la científica, el Diseño o Creación inteligente (Dios ha humanizado al simio en su evolución hacia el hombre) tiene entre otros pre-cedentes el «diseño divino» del teólogo protestante Charles Hodge (¿Qué es el Darwi-nismo,1874) o la «inteligencia divina» del teólogo bautista Augustus H. Strong (Teología sistemática, 1887).

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TEORÍA CULTURAL DE LA EVOLUCIÓN

En mi teoría de la evolución cultural del hombre (publicada hace años y no refutada, por indiferencia de la crítica o porque es acertada, como creo), argumento:

a) La evolución mixta (biológica + cultural) sólo se dio en nuestra especie, con el resultado progresivo de la hominización (morfología y funciones) y la humanización (cerebro capacitado para el raciocinio).

b) En la Tierra (Vida Cohesiva o Inerte, la Materialidad), la transformación de los elementos inorgánicos en materia orgánica, la formación de membranas que delimi-taron selectivamente los polímeros de su medio ambiente y la organización interna de estos compuestos desde los puntos de vista primariamente metabólico y repro-ductor, dieron lugar a la aparición de la Vida Biológica (organismos o seres vivos), a las primeras células y los organismos pluricelulares simples a los más complejos, si-guiendo la evolución hacia los géneros de los dos grandes troncos o reinos vivos del Planeta, el vegetal (la Vegetalidad) y el animal (la Animalidad), con su diversidad y especiaciones, incluido, en el último caso, el hombre (la Homidad u Hombridad, –¿Humanidad?–).

c) La evolución de los seres vivos está condicionada a que existan, sobrevivan y pervivan. Para sobrevivir han de satisfacer sus necesidades vitales, y para pervivir de-ben reproducirse. No se puede hablar de su evolución sin la vida y, con ésta, cuando faltan los alimentos o el agua, si las condiciones ambientales son insuperables o si la reproducción se agota. Cualquier teoría que no lo tenga en cuenta se derrumba como un castillo de arena, es puro divertimento.

Todo lo que vive, cambia, muta. En la Materialidad, la tectónica de placas, los climas, la transformación de elementos o sustancias e infinitos ejemplo más, son prueba de su constante vitalidad. En cuanto a la Vida Biológica, se agrega un aspecto fundamental: la herencia se transmite de generación en generación, y con ellas las mutaciones gené-ticas causadas a lo largo de millones de años por diversos mecanismos y de las que el organismo no se liberó. Estas mutaciones incorporadas han modificado el genoma a lo largo de la evolución; si las bacterias primitivas tenían un solo gen, o sea un pe-queño genoma, el genoma de nuestros ancestros contenía muchos más, era más grande, y siguió evolucionando hacia nosotros. Así que el genoma de los Homos no escapó de esta inexorable regla, pero las variantes genéticas acumuladas no decidieron si el Homo trabajaba la piedra, la madera o el hueso, fabricaba una flecha o pintaba la pared de una cueva, como no lo hacen ahora para construir un avión o una casa. El papel de las mutaciones acumuladas será dar respuesta adaptativa –pondría a esto mu-

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chos interrogantes, pero no procede hacerlo aquí– a situaciones de supervivencia na-tural, y nunca a las actividades de carácter cultural, que tiene su impronta propia.

d) La evolución hacia el hombre a partir de ciertos primates tuvo lugar en núcleos vitales de complejidad y una vez superado el umbral máximo de supervivencia. Los aus-tralopitecinos surgieron hace unos 5 m.d.a. después de que sus predecesores, los prima-tes hominoideos arborícolas, adaptaron sus conductas al hábitat abierto de las grandes llanuras africanas a los que salieron, y lo vencieron. Allí, y luego en Euroasia, durante el periodo Cuaternario, los homos arcaicos prosiguieron con sus cambios hacia noso-tros. El aparato locomotor adaptado para el bipedismo, las manos polifacéticas y li-bres, el metabolismo de omnívoro y los instrumentos creados forzaron la humanización progresiva, hoy todavía en sus comienzos.

Es difícil precisar cuando se establecieron la hominización y humanización; en cualquier caso fue a lo largo de muchos años, y el bipedismo, la encefalización y la culturización fueron las aportaciones evolutivas que las hicieron posibles, a mi enten-der las tres en sincronía, o acaso la cultural muy seguidamente. La bipedestación (po-nerse en pié y caminar unos pocos pasos) era ocasional en los hominoideos; el tránsito al bipedismo (andar, correr, saltar, etc., en posición erguida) que posteriormente ya se evidencia en los australopitecos fue ante todo, en tierra o en el agua, un proceso for-zado por las circunstancias del hábitat: en la llanura o la estepa, los hominoideos de-bían ponerse en pié para otear y vigilar por encima de las hierbas altas y los arbustos; en el agua, observamos como gorilas y chimpancés vadean los ríos caminando, y sin duda lo hacían también los ancestros y en las orillas del mar o de los lagos. Así los he-chos, lograr el bipedismo fue cuestión de tiempo.

e) La violencia fue un motor decisivo en la evolución del hombre. Desde que nues-tra especie se inició como tal, la violencia fue cultural, convencional. La agresividad de los demás animales expresa una conducta instintiva, no cultural o convencional.

La llamada «selección natural» es una construcción teórica, los científicos anali-zan sus efectos a posteriori –y con discrepancias a veces serias sobre la procedencia o no de su fundamento–, nunca los prevén, donde radicaría el mérito de su demostra-ción. Es obvio que en la Naturaleza no hay la voluntad ni las preferencias que toda selección presupone, que no tuvo ni tiene previstas la aparición o desaparición de es-pecie alguna, no elige ni señala objetivos o intenciones evolutivas, como es obvio que simplemente actúa y que cada una de las incontables variantes y condiciones de la vida forma parte de sus circunstancias. Con la tesis de la selección natural se solapa que los organismos nacen, viven o mueren en razón de las circunstancias concurrentes en la Biosfera, y si algo ha de ser calificado no será la inconcreta selección natural. Hablemos de evolución circunstancial como respuesta a un contexto vital concreto y

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mantenido y a los factores (internos o externos) que en él actúan y la condicionan. Y no debiera recurrirse a la selección artificial en apoyo de la selección natural con la facilidad que se hace, puesto que la selección artificial es una técnica controlada por el hombre (la mejora de las especies no tuvo lugar hasta que aparece la cultura) y es éste, no la Naturaleza, quien decide las aplicaciones tecnológicas y la cantidad y calidad de los individuos de ciertas especies que le son más útiles, etc.; en conclusión, la selec-ción artificial es una actuación cultural, y no viene al caso.

Nuestra evolución se produjo en razón de las concurrencias presentes en cada tramo cronológico evolutivo y de los útiles y medios disponibles. Se debió, por tanto, a causas circunstanciales, una de ellas decisiva: el proceso consciente cultural, y por ende, creativo. Con ese respaldo y acicate, al principio se impusieron al hábitat com-plejo y evolucionaron los mejor armados (con la cultura técnica y sus artificios) y luego, los que también hablaron un lenguaje articulado y usaron e hicieron el fuego. Queda así inequívocamente de relieve la influencia de la fabricación de útiles en nues-tra evolución, y que durante cuatro m.d.a las armas nos marcaron para la violencia, de las lascas y el mazo de piedra, la lanza, el arco, la flecha (el hombre se fue haciendo al ritmo en que mejoraba las armas y habilidades) hasta la espada, el carro de combate y la terrible bomba de neutrones actual.

Actualmente azotan la Hombridad lacras culturales de inusitada violencia, pautas de conducta completamente deshumanizadas que actúan de forma selectiva, indivi-dual y colectivamente. Además, el hombre dispone de medios científicos y técnicos con que doblegar la Biosfera: si se lo propusiera decidirá su futuro como especie y el de su entorno, quién sabe con qué consecuencias.

HACIA EL HOMBRE

En la Época de los mamíferos, durante los fríos tiempos del Oligoceno (hace unos 35 m.d.a. a 23 m.d.a) y el Mioceno (acabado el anterior y hasta hace 5,2 m.d.a.) algu-nos prosimios evolucionaron a primates superiores o antropoides: los monos y los homi-noideos, que incluyen los homínidos de los que descendemos.

Diferentes estudios y técnicas ponen de manifiesto que el homínido se separó del tronco común ancestral hace 6-5 m.d.a, poco después que lo hicieran el gorila y el chimpancé. Las técnicas basadas en la reacción antígeno-anticuerpo prueban (Morris Goodman, 1963) que nuestra reacción a un suero antihumano (anticuerpo), medida en unidades de distancia muestra un parentesco muy próximo con el gorila y chim-pancé y más alejado con otras especies.

El llamado reloj molecular –«la acumulación cronológica de diferencias en las pro-teínas por las desigualdades en las cadenas de aminoácidos», habida cuenta que un

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gen o una proteína semejan a relojes moleculares al ser su tasa de evolución bastante constante durante mucho tiempo, con valores similares en especies distintas–, desde las investigaciones de los genetistas Vincent M. Sarich y Allan C. Willson (Immunolo-gical time scale for hominid evolution, Revista Science 158, 1967) se muestra casi igual en el ser humano que en el chimpancé (0,6-1 % de diferencias), parecido al del gorila (1,9 %) y distinto crecientemente que en el orangután (2,8 %), los monos del Viejo Mundo (3,9 %) y los monos del Nuevo Mundo (7,6 % de diferencias). La electroforesis o estudio de las cargas eléctricas de las proteínas (las diferencias entre las proteínas son mayores cuanto mayor es la distancia evolutiva entre las distintas especies) aporta los mismos resultados. La comparación de la estructura del ADN hereditario, medida en grados, demuestra una similitud del 99,4 % de nuestros genes con los del chimpancé (D. E. Wilman, M. Uddin, G. Liu, L. I. Grossman and M. Goodman: Implications of natural selection in shaping 99.4% nonsynonymous DNA identity between humans and chimpanzees: Enlarging genus Homo. Revista Proceedings of the National Academy of Sciences, USA, 2003)

Veamos algunos eslabones sucesivos hacia nosotros, y sus tecnologías. Los homínidos dejaron la selva y el bosque y llegaron a un hábitat nuevo, abierto y

hostil, dominado por las fieras. Gunther Korschinek y otros científicos alemanes de la Universidad Técnica de Munich comunicaron (Physical Review Letters, 23.11.04) ha-ber encontrado en los fondos marinos del Océano Pacífico, a una profundidad de 4.800 metros, sedimentos –polvo cósmico, datado en 2,8-3 m.d.a– de la explosión de una supernova que alteró el clima terrestre, con aumento del calor y sequía que duró unos 300.000 años, con disminución de las selvas africanas, lo que obligó a los prime-ros homínidos a abandonarlas en busca de alimentos y pudo forzar a la bipedestación, hasta conseguirla con el paso del tiempo (corresponde a la época en que vivió Lucy).

Como el hombre no tiene pelaje y las características y distribución subcutánea de su grasa son como las de los peces, hay quien opina (el biólogo marino Sir Alister C. Hardy: ¿Era el hombre más acuático en el pasado?, Revista New Scientist,1960; la escri-tora y feminista Elaine Morgan: La descendencia de la mujer, 1972, La hipótesis del simio acuático, 1997) que nuestros ancestros fueron simios de vida acuática marina, lo que les obligó a andar erguidos, y que su cerebro aumentó por la alimentación que obte-nían del mar.

Dos apuntes. Primero: El ancestro fue una criatura negra hasta el Neanderthal, cuando la piel se blanqueó por efecto del clima escaso en radiaciones solares y el ves-tido con que se cubrió del intenso frío. Es un hecho mal utilizado, por razones xenofó-bicas que deben desterrarse. La mínima variabilidad genética citada anula la tesis de racismo genético. Somos una especie única y diferenciada en razas, es decir a la vez multiracial (el rol del genoma no es aquí relevante, su secuenciación el 12.2.2001 por

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Craig Venter y Francis Collins con la colaboración internacional de otros investigado-res mostró que la variabilidad del hombre es insignificante, un 0,02 %). Segundo: A la aparición de una subespecie siguió no pocas veces la extinción de la precedente, y la violencia intraespecífica desempeñó su rol. De ello a caricaturizarlos como simios co-rrupios y asesinos, como difundió el antropologista y escritor Robert Ardrey (Génesis en Africa. La evolución y el origen del hombre, 1961) siguiendo y ampliando la tesis de Robert Dart, el anatomista y antropólogo que descubrió parte de un cráneo fósil del Niño de Taung (australopiteco africano), hay un interesado abismo.

Situando a nuestros predecesores en las llanuras o la sabana a las que llegaron, for-zados a comer lo que fuera se arriesgan con despojos de las fieras, luego compiten con ellas, poco a poco de recolectores pasan a ser también carroñeros y cazadores, y finalmente omnívoros, con un acomodo metabólico nada fácil que ejerció sus efectos durante años sobre su desarrollo corporal y su Sistema Nervioso Central (SNC).

Los predadores no devoran la masa encefálica ni la médula ósea de sus víctimas; de modo que los ancestros podían nutrirse con ellas, convirtiéndolos en un hábito ali-menticio acaso derivado en manjar (en muchos yacimientos se hallaron gran cantidad de huesos, al parecer fracturados a propósito para poder comer el tuétano); o mataron para disfrutar de aquellos manjares, además de practicar el infanticidio y el canibalismo para obtener alimento cárnico.

Muchas especies animales viven del carroñeo si el hambre les obliga a hacerlo (o, como la hiena, por oportunismo), y no es raro ver aves, roedores y mamíferos despla-zados de su hábitat alimentándose en los vertederos urbanos. También carroñea el hombre; los pobres buscan comida en contenedores y bolsas de basura de las ciuda-des, con casos sangrantes: el 15.4.94 se supo que personas de una favela de Olinda, Brasil, se alimentaban con restos humanos (piernas, mamas, etc., a veces putrefactas) que los hospitales arrojaban a un vertedero próximo.

Hay evidencias de que los Homos antecessor de la Sierra de Atapuerca, hace 1 m.d.a., realizaban el infanticidio y practicas de canibalismo. Por el análisis de cráneos perforados y otros restos humanos manipulados se cree que los Hombres de Cromag-non del Paleolítico Superior eran caníbales. Los sacrificios humanos fueron rituales en muchos pueblos, a veces asociados a canibalismo: los aztecas, tribus guerreras que hacia 1.500 a. de C. llegaron al bajo México desde las montañas de Atzalán, no tenían vacas, burros o caballos, y sus recursos cárnicos animales eran muy escasos, pues a ese fin solo criaban pavos, cobayas y perros; así que su dieta básica de carne era humana de los prisioneros capturados en sus batidas.

Actualmente se da el canibalismo tanto entre los hombres de vida primitiva como en los que nos llamamos civilizados. En octubre de 1995, una expedición del explora-dor Pérez de Tudela descubrió clanes de indígenas arborícolas y antropófagos en los bosques inundados de las Islas de Nueva Guinea. Un avión con 45 pasajeros, entre

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ellos el equipo de rugby de Montevideo, chocó el 13.10.72 contra el volcán Tinguiri-rica (cordillera de los Andes, Chile); los supervivientes tardaron 72 días en ser resca-tados; acuciados por el hambre y el frío algunos se alimentaron con los cuerpos de los fallecidos. En las guerras se han dado casos de canibalismo (ocurrió en la de Angola, 1993; y en febrero de 2000 se informó que los soldados rusos en la guerra de Cheche-nia habían comido carne humana de los muertos).

– En 1992-93 el equipo de Tim White, B. Aslaw y G. Suwa encontró en Aramis (Etiopía) colmillos y fósiles de la mandíbula y el antebrazo de 4,4 m.d.a de antigüedad –deducida por los huesos de la base del cráneo– de unos 17 individuos que andaban erguidos, el Ardipithecus ramidus, con algunas características del chimpancé pero con los colmillos más pequeños y parecido al Australopiteco afariense que citaré a se-guido.

– Huellas de pisadas de dos adultos y un niño (la primera familia conocida) en cenizas volcánicas fosilizadas halladas en Tanzania por Mary Leakey, indican que hace unos 4 m.d.a. vivieron en Africa –de donde no salieron– los Australopitecinos o monos del Sur, homínidos bípedos medio humanos medio simios de hace unos 4,4 a 2,9 m.d.a.

Fósiles de hace unos 4,2 a 4,07 m.d.a. hallados en las orillas del Lago Turkana (Ke-nia) corresponden al Australopitecus anamensis, considerado un Australopiteco afa-riense por algunos, con el que constituiría el tronco común hacia el Homo. Habitaba en el bosque o en zonas secos y se alimentaba de vegetales y gramíneas, de consisten-cia más dura, por lo que sus muelas eran mayores y de corona más gruesa que las del Ardipithecus ramidus.

El equipo de Donald Johanson oía la canción de los Beattles Lucy en el cielo de dia-mantes cuando encontraron fósiles de 13 Australopitecos afarienses datados en 3,2 m.d.a de antigüedad, y al más completo hallado hasta hoy, de una hembra, lo llamaron Lucy. El afariense vivió hace 4 a 2,9 millones de años en zonas de bosque ralo, medía alrededor de 1 a 1,4 metros de altura, pesaba unos 25 a 45 kilos (según fueran hem-bras o machos), tenía una capacidad craneal de 420-500 cc., algo superior a los 400 c.c. del chimpancé, y era rechoncho, con tórax ensanchado en la base y pelvis amplia.

Otros tipos de australopitecos fueron: gahri, africano, robusto, etiópico y boisei (los tres últimos se incluyen a veces en la subespecie Parantropo).

– El Homo Habilis vivió hace unos 2,4 a 1,4 millones de años en los hábitat abiertos de la sabana con arbolado y matorral dispersos del Este y Sur de África, continente que tampoco abandonaría. Medía alrededor de 1,4 metros, con un peso aproximado 50 kilos, tenía el cráneo más redondo (y la cara y las muelas más pequeñas) que el de los australopitecinos, frente más señalada y volumen craneal de 510-670 c.c. (media=600 c.c.), extremidades inferiores cortas y las superiores largas, o sea similares, como su tamaño, a los de los afariense y africano, de quienes se cree que desciende; caminaba erguido y sus pies eran como los del hombre actual. Hizo instrumentos, lascas afiladas

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y cortantes, al golpear la piedra, industria lítica Técnica Modo I, de los guijarros o cultura olduwaiense (hallazgos de Olduwai, Tanzania, de hace 1,9 millones de años), atribuida también a los australopitecos afariense y africano –por piedras trabajadas halladas en Gona, Etiopía, de hace 2,5 m.d.a–, coetáneos suyos durante un tiempo, lo que sugiere una fabricación común, en todo caso las primeras obras demostrables de la Humanidad en ciernes, transformando los núcleos naturales en eco-culturales.

En cráneos fósiles de Homos habilis hay huellas probablemente causadas por la presión de los centros encefálicos estructurados de Broca y Wernicke encargados del lenguaje y localizados en las áreas parafrontal y temporal del hemisferio izquierdo del cerebro. Por la posición de su cráneo y la forma o longitud de la laringe y la boca, y por la insuficiente cefalización es improbable que hablaran un lenguaje articulado con en-tidad, aunque lo llamativo sea el supuesto de que hablaran; los chimpancés, y más restringidamente los gorilas, pueden aprender y comprender palabras aisladas, lo que debilita la opinión de ausencia de lenguaje por escasa cefalización e inadecuado apa-rato fonatorio, y reivindica la importancia de los «contenidos» de la consciencia.

– El Homo Ergaster (trabajador) o Erectus (erguido) –hay quien piensa que son distintos y que el Erectus deriva del otro– vivió desde hace unos 2 m.d.a. a 1 m.d.a. en Africa, de donde proceden los fósiles más antiguos, en particular el esqueleto muy completo del niño de Turkana (Kenia), de unos 9 años, descubierto en 1984 por Ka-moya Kimeu, del equipo de Richard Leakey, paleontólogo (El origen de la Humanidad, 1994). De tamaño y envergadura como los de un hombre medio de hoy o mayores, su encéfalo estaba muy evolucionado, con una capacidad craneal de 800 c.c. hasta 1.100 c.c. o algo más grande. Es verosímil que comenzara a utilizar progresivamente el len-guaje articulado, con fonemas cada vez más variados. Utilizaba el fuego para calentarse, iluminar los recintos y puede que para cocinar, y cabe preguntarse si lo supo hacer o utilizaba el producido por los rayos, el calor o las chispas resultantes de sus trabajos con la piedra.

Al principio el Ergaster continuó con la industria de guijarros tallados y lascas, hizo también cantos rodados, hojas cortantes y cuchillos, y a él se debe el gran avance que su-puso su cultura chelense o abbevilliense (hallazgos de Chelle y de Abbeville, Francia) o Técnica Modo II, definida por hachas grandes de mano de forma ovalada o almendrada, lanceoladas, planas y triangulares, y especialmente por los bifaces o tallas de doble corte (fabricaron los primeros hace 1,4 m.d.a. en Konso, Etiopía)

Algunos ergaster salieron del continente africano y se dispersaron por Asia y Europa. Por los fósiles de Ubeydiya (Israel), esta zona pudo ser el paso hacia Eurasia, aunque se ha planteado también su origen asiático y no africano.

En el periodo Cuaternario, desde hace 2 millones hasta hoy, se suceden dos épocas distintas, el Pleistoceno llamado también «Edad del Hielo, de la Piedra, del Hombre o Antropozoica» termina hace 12.000 años, y el Holoceno, desde entonces hasta hoy.

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Durante el Pleistoceno, la evolución cursó con gran rapidez coincidiendo con los rigo-res climáticos de cuatro glaciaciones sucesivas, con periodos interglaciares templa-dos y más cortos:

Primera 1er. PI

Gunz Hace 1 millón a 700.000 años++

Segunda 2º.PI

Mindel Hace 650.000 a 350.000 años+++

Tercera 3er PI

Riss Hace 250.000 a 120.000 años+++

Cuarta Wurm Hace 90.000 a 12-10.000 años

El último periodo postglaciar (PI) comenzó hace 12.000-10.000 años, durante el Mesolítico, con posibles referencias en los escritos sobre la epopeya del héroe babiló-nico Gilgamés («Sha Tragba Imaru») hallados en biblioteca de Nínive, Asiria, fun-dada por el rey Asurbanipal (668-626 a. de C.); y después en el diluvio de la Biblia, o los relatados en otros pueblos y lugares.

– En la sierra de Atapuerca, a 15 kilómetros de Burgos, se encuentran los yacimien-tos paleoantropológicos (Gran Dolina, Sima de los Huesos, Galería y otros) más im-portantes de los siglos pasado y actual. Cuando vivieron los dos tipos de Homos que tratamos aquí, antecessor y presapiens, la Sierra de Atapuerca era casi como ahora, abierta, con encinares dispersos y una fauna de ciervos, caballos, antepasados de los mamuts, rinocerontes, bisontes, osos, lobos, leones y otros animales ( Juan L. Arsuaga, Ignacio Martínez: La especie elegida, 1998; Juan L. Arsuaga: El collar del Neandertal. En busca de los primeros pensadores, 1999)

El Homo antecessor (pionero) vivió hace 1 millón a 780.000 años, tenía una cavidad craneal de unos 1. 000 c.c. y es considerado el primer europeo. En 1994 se dio a conocer el hallazgo en el cerro Gran Dolina de tres dientes y un fragmento de mandíbula de hace 500.000 años, completándose dos cráneos, y posteriormente otras piezas fósiles, así como una industria tosca de la piedra a base de fragmentos de percutores y lascas (Modo Técnico I). Mas primitivos que los homos de La Sima de los Huesos (presa-piens), a los que no se parecen, practicaban el infanticidio y el canibalismo.

Sobre el primer poblador de Europa se han sucedido las especulaciones. Durante tiempo fue tenido por tal al Homo de Mauer, de hace 600.000 a 500.000 años, aunque esta primacía se debería atribuir al Homo de Cúllar de Baza (Granada) donde se en-contraron útiles de hace 900.000 a 700.000 años; y, si se validan las dataciones de 1,7 millones de años de un hueso de cráneo hallado en Orce (Granada), este homo sería el más antiguo (¿un H. Ergaster?).

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En la Sima de los Huesos se hallaron 2.500 huesos y fósiles completos de 33 Homos presapiens, de todas las edades y sexos, y en una cueva cercana unas 400 piezas arqueo-lógicas de sílex y cuarcita datadas en 300.000 años, sin vestigios de fuego. Un cráneo fósil es el más completo del mundo, y apenas tiene mentón, lo que le caracteriza. Eran individuos fuertes, de 1,70-1,80 metros de estatura (y gran diferencia entre hombres y mujeres) y edad máxima de unos 40 años. Con su cultura Modo Técnico II fabricaban flechas tratadas por las dos caras, cantos tallados, raederas, punzones y raspadores, que afilaban tras el desgaste por el uso, y fueron cazadores de manadas de caballos y gran-des animales, también por despeñamiento o acorralándolos.

En el yacimiento Galería se encontraron fósiles de individuos de diferentes edades y herramientas, como las de los homos de la Sima de los Huesos.

– El Homo presapiens, pre-neandertahl o sapiens arcaico, de morfología interme-dia entre el Ergaster y el Neardenthal vivió hace 300 mil a 100 mil años en Africa, Europa y Asia, y su cráneo era casi como el nuestro. Su cultura achelense (hallazgos de Saint Acheul, Francia) o Modo Técnico II, que desarrolló en Europa Central y Occi-dental, Africa, Oriente Próximo (Palestina, Siria) y la India, y definida por el notable progreso de los bifaces o piedras de pedernal, sílex o cuarcita con tallas por ambos lados y de corte afilado, se mantuvo sin grandes variaciones hasta hace unos 100.000 años, e incluía picos o hendedores, hachas más perfeccionadas que las del Ergaster y hojas cortantes.

– El Hombre de Neandertahl (valle de Neander, Alemania), con una cavidad craneal de 1.300 a 1.600 c.c. y encéfalo mayor que el nuestro, vivió desde hace unos 130.000 a unos 25.000-30.000 años, coincidiendo con la Glaciación Wurm y el último avance de los glaciares hacia el Sur. Se dispersó por Europa, Asia y la parte nororiental de Africa.

Los hallazgos de Los Casares, Zafarraya y La Carihuela (España), Monte Circeo (Italia), Spy (Bélgica) y Le Moustier (Francia) son del Neandertahl menos evolucio-nado. Por algunos cráneos y huesos largos muy curvados y con resaltes por la tracción muscular, se dedujo que era feroz y se le caricaturizó de talla corta, burdo y cuadrado o rechoncho, piernas arqueadas, frente estrecha y hacia atrás, arcos superciliares abul-tados, boca, labios y nariz avanzados, mentón solo insinuado y occipital resaltado –imagen de «troglodita» cavernícola–, y el médico Rudolf Virchow y otros prestigio-sos científicos los tomaron por esqueletos de hombres anormales o enfermos con re-traso mental, artritis, raquitismo o infecciones, o los consideraron huesos de simios.

Al tipo más progresivo y parecido al hombre actual, aunque con apenas mentón, pertenecen fósiles de Africa –Amud, Kebara y El Tabun (hace unos 50.000 años)–, Asia –Qafzeh (hace 80.000 años)– y Europa (España –Cueva del Sidrón, Asturias, de hace unos 70.000-30.000 años, Gerona, Valencia, Granada–, antigua Checoslovaquia, Hungría, Austria, etc.).

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El Neandertahl vivió en cuevas y chozas al aire libre, con estancias para diversas funciones. Conocía el fuego (hogares y vestigios de fogatas de Pech de L’Azze y Terra Amata, en Francia), que posiblemente sabía hacer, y se cubría (el primer vestido) con pieles tratadas con rascadores, con las que también hizo chozas. Con su cultura taya-ciense (de Tayac, Francia) basada en la industria de lascas y hachas de mano, y sobre todo con su característica y novedosa tecnología, la cultura musteriense (de Le Mous-tier, Francia) o Modo Técnico III, hace 90.000 a 33.000 años, el Neandertahl define al Paleolítico Medio, con distintos estilos de mejora del trabajo del pedernal (y del hueso), utensilios más elaborados, finos y diversificados –hachas de mango y martillos, y en particular raederas, puntas y hojas de cuchillo con o sin sierra, o puntas de lanza, flechas y venablos (creados y usados por primera vez)– que permitieron manipulacio-nes más avanzadas de los materiales y perfeccionar la caza –con preferencia por los grandes bóvidos, caballos o renos– junto con el cerco y los despeñamientos.

– El Homo sapiens sapiens, Hombre sabio, Cro-magnón, llegó a Europa al final de la cruda glaciación Wurm, hace unos 40.000 años. Su origen no estuvo claro. Sapiens sa-piens evolucionados directamente del Ergaster ya existían según la arqueóloga Hilary J. Deacon (Suráfrica y el origen de los humanos modernos, Princeton University Press,1993) en el Sur de Africa desde hace unos 100.000 a 120.000 años (huellas de pisadas en la arena del río Klasies), y de allí se desplazaron (se les llama a veces «homo sapiens ex-plorador») hacia el norte. Por los fósiles de hace 45.000-40.000 años de Mugaret el Tabun, Skhul y Qafzeh (Israel), donde se encontraron los de 21 individuos datados en unos 100.000 años, todo apunta a que en el río Omo y Oriente Medio se topó con el Neanderthal (que en Europa podría derivar de los ergaster/presapiens) con el que co-incidió durante 10.000 a 50.000 años. Su origen africano parece fuera de dudas, como que coincidió con el Neandertahl hasta que este desapareció hace unos 24.000 años, aniquilado por él (o por hibridación, como puede indicar un fósil de niño hallado en Portugal), por la selección de que fue objeto (era fornido y de piel clara, y el Cro-mag-nón esbelto y de piel oscura), o porque su tecnología (principalmente la lanzadera) le dio ventaja en la caza en espacios abiertos para obtener alimentos.

Estudiando las mitocondrias celulares Allan C. Wilson y Rebecca L. Cann, de la Universidad de Berkeley (Origen africano reciente de los humanos, Revistas Scientific American e Investigación y Ciencia,1992) afirman que venimos de una población afri-cana de hace 200.000 años, y como sólo las madres transmiten las mitocondrias con su ADN, llamaron (con Mark Stoneking) Eva negra o Eva mitocondrial a nuestra abuela ancestral.

Verificando las variables de las secuencias llamadas «microsatélites» del ADN ce-lular Anne M. Bowcock (Universidad Washington, San Luis), Andrés Ruiz-Linares (Universidad de Antioquia) y otros (High resolution of human evolutionary trees with polymorphic microsatellites, Revista Nature,1994) consideran que el Homo sapiens sa-

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piens salió de Africa hace unos 112.000 años. Pero hallazgos fósiles recientes en Asia abren nuevas posibilidades sobre este trecho evolutivo.

El cráneo del Cro-magnon (unos 1.300 c.c. de volumen encefálico) y el mentón eran como los nuestros, y hablaba un lenguaje organizado (las investigaciones de la lingüista de la Universidad de Berkeley, Johanna Nichols: Diversidad lingüística en el espacio y el tiempo, 1992; Origen y difusión de los lenguajes, 1998, concluyen que el len-guaje como el actual nació en los trópicos de Africa hace 100.000 años, y que de esa lengua única derivaron todas las demás hasta llegar a las 300 familias lingüísticas exis-tentes. Cuando hace unos 50.000 años comenzaron las emigraciones del homo sa-piens de Africa a Oriente Medio y el sudeste de Asia, ya había muchas lenguas en el Continente africano, que se habían difundido por todo el mundo al pasar a Eurasia hace 40.000 a 35.000 años, Australia hace 50.000 a 30.000 años y América hace unos 20.000 años).

Con la Técnica Modo IV mejoraron la cultura musteriense del Neandertahl; usando cuarcita y sílex, cuarzo y ofita, hicieron cuchillos más perfeccionados, raspadores de pieles, buriles, puntas y varillas; inventaron el bumerang y la lanzadera (el primer apa-rato creado por el hombre), y desarrollaron una importante industria del hueso para útiles de pesca, como anzuelos, puntas de arpones y lanzas, y también leznas y agujas con que hicieron los primeros vestidos cosidos de la Hombridad.

Los Cro-Magnones fueron artistas, y debieron tener talleres de especialistas. Su arte, caracterizado por el simbolismo de las pinturas, grabados, esculturas o arte mobiliario, con una estética y precisión comparables a las nuestras, tuvo el máximo apogeo hace unos 15.000 años y abarca hasta que se retiran los hielos hace unos 10.000 años.

El arte parietal o rupestre de las paredes de las cavernas (Asturias, Cantabria, Dor-doña etc.) ofrece figuras o iconos en su mayoría zoomorfos, grabados, líneas, puntos y signos, con representaciones de los genitales femeninos y las manos (cueva de Tito Bustillo, en Asturias, por ejemplo). El 95 % de las figuras pintadas son animales, sobre todo caballos, bisontes, toros y predadores de la época; escasean las humanas y son muy raras las de varones, excepto en La Marche (Francia) donde hay pinturas y graba-dos humanos con cabezas de perfil. Las figuras de animales, como expresiones simbó-licas, totémicas o mágicas, refieren a sus fuentes alimenticias, mientras que las femeninas y las vulvas lo son a la fertilidad y la reproducción, tal vez anticipo del culto ulterior a la Diosa Madre. Tantas manos pintadas deben significar la admiración del Cro-magnon por un miembro cuya rol en la evolución ha sido decisivo. En las caver-nas realizaron también esculturas de barro o sobre los salientes calizos, y lámparas de piedra.

En el primer tercio del Paleolítico Superior (hace 35.000 a 25.000 años) el frío era intenso, desciende el nivel de los mares y se extienden los inlandis. Se dieron varias culturas: la c. auriñaciense (Aurignac, Francia), con buriles, raspadores y puntas de ve-

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nablo, y: a), el primer arte mobiliario, en forma de esculturas (sobresalen, aunque en escasa cantidad, las esculturas esteatopígicas –mujeres obesas, de anchas caderas, grandes senos y prominencia de las zonas glúteas y la vulva– como las venus de Willen-dorf, en piedra caliza, de hace 30.000 años y tenida por la primera escultura conocida de la Humanidad, o de Lespurge–, adornos y decoración de hueso y de astas, y b), el pri-mer arte parietal (pinturas de mamuts, bisontes y una figura de mujer en Laussel, Fran-cia); la c. perigordiense, representada en las puntas finas con borde recto y rebajado; la c. chatelperrense (Chatelperron, Francia), también del Neanderthal, con puntas de borde rebajado y dorso convexo; y la c. gravetiense (La Gravette, Francia, hace 25.000 a 20.000 años), con gran variedad de armas, y en cuyo arte escultórico abundan las figu-ras femeninas a las que suele faltar el rostro (que en algún caso, como en las de Malta, está muy destacado y coloreado)

La época central del Paleolítico Superior, con climas más templados, se corres-ponde con la cultura solutrense (hallazgos de Solutré, Francia) de hace 20.000-15.000 años, con buriles, raspadores y la fabricación de las flechas con puntas bifaces de piedra, triangulares y muy perfeccionadas, o con azagayas de asta o hueso. A este periodo per-tenece la venus de Brassempuy, escultura de la cabeza de una muchacha tallada en mar-fil y datada en unos 20.000 años.

Del tercio final del Paleolítico Superior (hace 18.000 a 10.000 años) es la cultura magdaleniense (La Madeleine, Francia), con una industria lítica de instrumentos sobre todo de sílex de formas más perfeccionadas, y la creación del arpón. Coincide con el intenso frío de la glaciación Würm y el auge del arte parietal (yacimientos del Cantá-brico español –cuevas de El Castillo y Altamira, con una impresionante muestra pic-tórica, y La Pasiega–, de Francia –cuevas de Lascaux, con numerosos animales, algunos de ellos atravesados por flechas, y un hombre muerto; de Le Tuc, con dos esculturas de bisontes, de arcilla; y de Trois Fréres, con una pintura grabado mezcla de animal y hombre (¿un «brujo»?)–, de Alemania, Polonia, norte y sur de Africa y Tan-zania): del arte mobiliario, con esculturas femeninas más finas y redondeadas –hallaz-gos en La Madelene, Tito Bustillo, La Viña y el Pando–, bastones de mando y ornamentos o ajuares, collares, cuentas de dientes, brazaletes, diademas, cascos, etc.–; y del trabajo del hueso y del asta con grabados muy cuidados, también en cuernos y pezuñas.

El Cromagnon fue un extraordinario cazador, en grupo o solo, con armas arrojadi-zas, lanzas, flechas, trampas, encierros y cercos con despeñamientos de yeguadas y otros animales, y como sus antecesores contribuyó durante el Pleistoceno al exterminio de buena parte de los grandes mamíferos.

La determinación, datación, de la antigüedad de hallazgos prehistóricos (fósiles ve-getales o animales, instrumentos, pinturas etc.) se puede hacer por diversos métodos. El de los isótopos de carbono radioactivo 12 y 14, combinado con los de espectrome-

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tría de masas en un acelerador de partículas, permite trabajar con muestras muy pe-queñas, hasta de medio centenar de milímetros, aunque no sirve en todos los casos; es muy válido, por ejemplo, si las pinturas fueron realizadas con materiales orgánicos –carbón, carboncillo o tierra mezclada con rasas animales–, y no lo es si lo fueron con pigmentaciones metálicas como el óxido de manganeso o si se deterioran las pinturas al retirar las costras calcáreas que algunas veces las cubren. Las pinturas de Altamira –sobre las que se especuló si eran obra de los jesuitas– tienen unos 14.000 años de antigüedad, y las de El Castillo, unos 3.000 años.

Durante el Mesolitico, unos 12.000 a 8.000 años a. de C., en las áreas del Asia Me-nor cercanas al río Indo, y en las laderas feraces de las montañas del Oriente Medio próximas a los ríos Nilo, Eúfrates y Tigris –el llamado Creciente Fértil– se produjeron concentraciones humanas de gentes diversas (semitas, turcos, bereberes, mongoles, arios, etc.), algunas dedicadas al pillaje. Muchos se asentaron en terrenos propicios, haciéndose paulatinamente agricultores y derivando su actividad económica de la caza y la recolección –que no dejaron de realizarse en un tránsito de 5.000 a 3.000 años– a la agricultura y después a la ganadería, cambio de actividades productivas y económicas que no se produjo por igual en todos los lugares habitados del Planeta –Europa, China y América Central se retrasaron hasta 5 milenios– ni en las mismas condiciones.

Siguen el Neolítico (8.000-3.000 a. de C.), «Edad de la piedra nueva o pulimen-tada» con la organización de poblados y aparición de las grandes civilizaciones; el Calcolítico, con la fabricación del cobre de forja o fundición, usado para hacer adornos y armas; la «Edad del Bronce», aleando cobre y estaño; y la «Edad del Hierro», en apogeo los años 800-450 a. de C., de gran de importancia por la fabricación relativa-mente fácil de ese metal (que ya se conocía en Armenia unos 2000 años a. de C. y en Micenas unos 1600 años a. de C.), lo que permitió armarse abundantemente.

En aquellas civilizaciones incipientes surgieron acampamientos, aldeas, poblados, ciudades, Estados o Imperios. Con la mayor producción de alimentos vegetales, cárni-cos y lácteos la población aumentó considerablemente, se dispararon las necesidades populares, de tierras de cultivo y de agua y se enconaron los enfrentamientos por la propiedad y el poder. Se amurallaron las ciudades y se entablaron por primera vez las guerras –«una organización colectiva, un despliegue de columnas y filas de hombres, una estrategia y unas tácticas, el ataque a unas fortificaciones, y el empleo de armas militares con el fin de vencer a un grupo enemigo»…»la violencia individual y las ca-cerías colectivas de la época paleolítica no son guerras» ( Jean-Pierre Mohen, Todos tenemos 400.000 años, 1992), con ejércitos defensivos y para las conquistas, y el caballo domesticado (más tarde con el carro) como aliado fundamental; se destruyó y ani-quiló, y se propagaron la esclavitud y el vasallaje. El hombre inventó la escritura y reco-gió con ella su conducta, su Historia, con la violencia como protagonista invariable.

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EL HOMO ARMADO

Retomo mi teoría de la evolución del hombre: en un medio abierto y difícil los mejor dotados para sobrevivir fueron la horda o clan provistos y armados con utensilios. Es veri-ficable que el medio ambiente deja vivir o mata, y que la evolución está regada de sangre. Fue una interadaptación de m.d.a. en circunstancias determinadas y variables condi-cionada por la técnica, que permitió a los grupos imponerse al hábitat y a sus compe-tidores. La aceleración casi vertical de la evolución a partir de la fabricación de lascas prueba su estrecha relación con la tecnología. El aumento del encéfalo fue lento, en de-cenas de m.d.a., de los prosimios al Australopiteco, con 500 c.c. de cavidad craneal, y a partir de éste el aumento fue considerable y acelerado: en 1,5-2 m.d.a. se duplicó a los 1.000 c.c. del H. ergaster. La rápida encefalización siguió su curso, pasando por el Neandertahl (1.700 c.c de cavidad craneal) al Homo actual, con una capacidad cra-neal de 1.200-1.500 c.c., durante 1-1,3 m.d.a, periodo en que el encéfalo aumentó otro medio kilo de peso, tanto como del Australopiteco al Ergaster pero en la mitad de tiempo.

El sincronismo con la tecnología es evidente: en «sólo» 3-2 m.d.a., justo desde el inicio de la industria lítica, la masa cerebral se triplicó, aumentando unos 1.000 c.c., dos tercios de la del hombre de hoy. Este hecho fundamental confirma que la evolución fue pareja con la cultura técnica (herramientas y armas).

El incremento de las actividades mentales, la memoria, la creatividad y las habilida-des fue posible con un encéfalo más y más evolucionado, que se agrandó (encefaliza-ción morfológica) y sobre todo se especializó (encefalización funcional, humanización progresiva) gracias a la consciencia ejercitante del raciocinio.

No se puede aceptar la tesis que justifica la encefalización por mutaciones al azar, ortogénicas, sucesivas, al menos por dos razones: primera, porque la evolución ocu-rrió desde los hominoideos en criaturas en que la morfología y estructuras humanas estaban más que pergeñadas, por lo que su paso a la hominización (somación y bipe-dismo) no precisaba tanto de mutaciones genéticas como de la adaptación milenaria posterior; segunda, porque la hipótesis admite demasiadas casualidades y coinciden-cias para una evolución bastante lineal como la seguida, y la adición de azares provo-caría lo contrario, la monstruosidad y la inviabilidad; y tercera, porque una vez iniciada la cultura técnica, el efecto creativo y motivador, el aprendizaje, las manualidades, la repetición, la memorización y la transmisión de conocimientos a lo largo de m.d.a. fueron los estímulos que propiciaron la encefalización.

La culturización fue el factor clave sobre el ritmo de encefalización, recayendo principalmente el incremento de volumen en el neocórtex o «cerebro pensante», ar-tífice fundamental de la creciente humanización. Las nomenclaturas no hacen más que reconocerlo: denominamos faber al Homo habilis, trabajador al Homo ergaster-

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erectus, presapiens a algunos sus descendientes, sapiens a los Hombres de Neandertahl y sapiens sapiens, hombres que piensan y saben, al Hombre actual.

La proporción entre el crecimiento del encéfalo y el resto del cuerpo se mide en porcentajes o con índices de cefalización. Uno de estos relaciona el crecimiento evolu-tivo de la masa de sustancia gris del cerebro del hombre con la masa restante de su organismo, y, al comparar los resultados con los obtenidos en otros animales, las dife-rencias son notables: por ejemplo, el índice de cefalización de nuestra especie tiene un valor de 35, el del chimpancé de 5,2, el del gorila de 3, el del caballo de 0,97, el del perro de 0,37 y el del avestruz de 0,02.

La complejidad del hábitat, la actividad y la movilidad fueron esenciales. El cerebro del gato montés en libertad tiene más neuronas que el cautivo o domesticado; el de chimpancés en espacios intermedios es muy semejante en áreas y funciones al del hombre, y sus conductas en libertad son más variadas; y en ratones activos en recintos con objetos que utilizar, la trama neuronal es más densa que en ratones menos móvi-les de recintos vacíos (esto corrobora que en los espacios abiertos la consciencia y la inteligencia se desarrollaron en respuesta, con éxito, a la mayor complejidad vital que hubieron de afrontar los ancestros con la creatividad, la información acumulada, el aprendizaje, y la motivación superadora de las dificultades para sobrevivir).

En analogía, la práctica continua de ciertas tareas engruesa las áreas cerebrales moto-ras correspondientes a los miembros utilizados, por ejemplo las de los dedos de los violinistas o pianistas. Al hilo de esto, se sabe que el encéfalo de personas brillantes tenía un peso medio incluso superior a 200 gramos al normal: el del poeta Dante Alighieri pesaba 1.450 gramos, el del historiador y poeta Johannes Schiller 1.570, el del zoólogo Ernst Haeckel 1.575, el del poeta y lord George Gordon Byron 1.700, el del estadista Oliver Cromwell 1.950, y el del escritor Iván Turguénev 2.012 gramos. Pero no siempre ocurre así, pues en otros ilustres era menor: el del químico Justus von Liebig pesaba 1.260 gramos y el del poeta Dante Alighieri 1.450 gramos (estudios de Broemser, citado por J. L. Pinillos, La Mente Humana, 1991).

En consecuencia, el tamaño del encéfalo no supone que tenga más o menos capaci-dades para ejercitar la razón; el cerebro de algunos mamíferos es una cuarta parte más grande que el de los primitivos, sin que con ello se hayan «humanizado». Lo que es más voluminoso no necesariamente ha de estar «más lleno» de información, tener contenidos de «más calidad «o ser «más eficaz» (el cerebro del Neandertahl era más grande que el nuestro, y su inteligencia, menor). Lo que humaniza son los contenidos y actividades específicos de la consciencia, en estrecha dependencia con el número de co-nexiones y circuitos de neuronas creados.

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¿QUÉ SOMOS?

¿Somos el ser humano que aseguramos? Ese plantígrado con cinco dedos en manos y pies, somos una especie muy reciente, con pocos genes «propios» (y proteínas) y desde hace solo unos 4 m.d.a (el último segundo del día en un reloj que midiera la evolución desde los inicios), y usa solo el 12-15 % del Sistema Nervioso Central (SCN).

El concepto especie se debe al naturalista Carolus Linnaeus, Karl Linneo o von Liné (Systema Naturae, 1758), que clasificó taxonómicamente a la nuestra como Homo sa-piens sapiens, el hombre sabio, capaz de entender: una totalidad de cuerpo y psique, com-ponente ésta inmaterial e inespacial elaborada por la consciencia o entendimiento.

Por lo demás, se nos ha calificado pródigamente: de «bípedo implume» por Aristó-cles o Platón, el de las anchas espaldas, a los que ridiculizó Diógenes de Sinope echando un pollo desplumado a la Academia por encima de la muralla, asegurando «He aquí el hombre de Platón»; Aristóteles nos entendió como un «animal político»; para Carlos Darwin somos un «animal que lucha por sobrevivir», y en analogía posterior Karl Marx: un «animal que lucha por su subsistencia»; Sigmund Freud nos definió como un «animal dominado por sus instintos naturales, sobre todo los sexuales»; el filósofo y pedagogo alemán Ernest Cassirer nos tiene por «animal simbólico«; somos el «homo ludens, homo que juega» para el historiador holandés Johan Huizinga; «el único animal que sabe hacer y usar dinero» nos llama el economista Adam Schmidt; «el mono desnudo» según el zoólogo y etólogo Desmond Morris; «el tercer chim-pancé» de Jared Diamond»; el filósofo Ferrater Mora considera al hombre «un modo de ser su cuerpo», y el escritor y humorista Bernard Shaw ironizaba asegurando que «el hombre es el ser superior, eso dice él»; en criterio de Bernhard Grzimek, director del Zoológico de Hamburgo «nos hallamos en el inicio evolutivo entre los antropo-morfos hacia el ser humano»; para el biólogo Premio Nobel Jean Rostand el hombre es «un animal como otro cualquiera». El antropólogo y científico social Gregory Bate-son asegura que los diccionarios no deberían llamar al hombre animal racional, sino definirlo como «esto» a la vez que se señala a un hombre, lo que compartía el matemá-tico, filósofo y ensayista Bertrand Russell, al ser «esto» la única palabra que podía re-mitir a lo real. En mi criterio el hombre es una «especie cautiva de su violencia» (cautividad manifiesta del poder y la servidumbre, de la fuerza y la debilidad, del saber y la ignorancia, del amor y del odio, del vigilar y ser vigilados, de la frecuente apariencia al ocultar o disimular sus actos, haciendo de la mentira verdad).

– La consciencia es el conjunto de capacidades o facultades psíquicas y físicas que se originan y expresan en unas estructuras corporales, en particular en el «cerebro nuevo» (neocórtex) del Sistema Nervioso Central. Tiene un triple componente: el vegetativo o involuntario se traduce en los automatismos; el sensitivo y sensorial res-ponde a los estímulos que nos llegan por los receptores de la sensibilidad (piel, mús-

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culos, etc.) y los órganos de los sentidos (olfato, gusto, tacto, vista, oído); el volitivo o voluntario es consecuencia del raciocinio.

La conciencia es una faceta subjetiva de la consciencia que afecta a los principios éticos y juicios morales, y determina el yo (autoconciencia). El alma o espíritu (algunos pueblos primitivos dicen tener varias almas; Platón también lo aseguraba) es una de las catego-rías de la consciencia, no la dimensión aparte que plantean los reduccionistas.

Los elementos que configuran la consciencia se asocian al proceso consciente, ligado al hecho integrador psicofísico del ser. En el proceso consciente los estímulos recibi-dos se transforman en impulsos, sensaciones, percepciones, emociones y afectos con los que el raciocinio elabora reflexiones, significaciones, juicios y respuestas que cau-san y modulan la conducta.

La diferencia entre la consciencia de los animales y la del hombre es sobre todo cualitativa: la nuestra está capacitada para el ejercicio de la razón o raciocinio, para el juicio (racional o irracional) que el animal no realiza (o eso creemos). Al hilo de tal apreciación, tenemos a los animales por irracionales, aunque si decimos que carecen de razón no les serían aplicables ni posibles los raciocinios, así que no serían raciona-les ni irracionales sino arracionales.

– La razón es la facultad de la consciencia o entendimiento (procesos psíquicos) que permite al hombre concebir, conocer y comprender los hechos y las cosas, com-pararlos, enjuiciarlos, establecer relaciones entre ellos, inducir y deducir, analizar y sintetizar. Con carácter generalizador, es el pensamiento o capacidad de pensar. Está li-gada estrechamente al potencial discursivo, en su vertiente natural –sin base apren-dida que la ilustre (aunque la sociedad y el medio ambiente sean de por sí ilustradores, aún sin instruir)–, y en la cultivada, si dispone de un bagaje cultural.

Lo racional refiere a la cualidad perteneciente, ajustada o relativa a la razón y fun-dada en ella, y respecto de los atributos que el hombre se asigna como exclusivos se identifica con cuanto es conforme a la dignidad, los derechos humanos y los deberes correspondientes. Al contrario, la irracionalidad socava y desbarata tales aspiraciones y nos denigra (en este orden de cosas la conducta violenta de la Hombridad es bas-tante explícita). Por consecuencia, no es lo mismo estar dotados para el raciocinio que ser racionales, que el raciocinio se traduzca en conductas considerados racionales en el baremo de los atributos de «lo humano» que nos damos; también puede hacerlo de manera irracional, antípoda de los valores humanos en los que fundamentamos lo racional y de lo que habría de esperarse del ser cultural que somos. Así que es impro-pio, parcial, que nos califiquemos como un animal racional (zoón logikón, Aristóteles). Por ende, al considerar inferiores y arracionales a todos los demás seres vivos, nos queda el demérito de ser las únicas criaturas de conducta irracional.

– La inteligencia es la facultad de hacer abstracciones o consideraciones, en suma, de entender o comprender. Sin un centro cerebral específico, se deriva de interaccio-

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nes en todo el sistema nervioso mientras el proceso consciente es eficaz. No está en relación con el tamaño del cerebro sino con el número de conexiones neuronales, los circuitos que crean y su agilidad (el cerebro humano tiene un billón de células nervio-sas). Francis Galton, inventor de la verificación de las huellas dactilares, estudiando gemelos y niños adoptados, fundó la genética del comportamiento afirmando que las funciones cerebrales están predeterminadas; es falso, pues en la adquisición de tales funciones es esencial la experiencia vital; por tanto no hay un determinismo genético que señale ineludiblemente el destino del hombre; si puede llamarse así, el único de-terminismo es cultural.

El cociente intelectual (CI) o nivel de inteligencia individual se calcula con tests y ecuaciones que tienen en cuenta la relación entre las edades mental y cronológica, multiplicada por un valor fijo. Por encima del valor medio normal (100) de CI están las personas con inteligencia destacada, los superdotados y los genios, éstos con valo-res superiores a 140 y una media de 170 (se han deducido algunos ejemplos: la escri-tora George Sand 143, el emperador Napoleón Bonaparte 145, María Curie 153, Albert Einstein 160, el compositor y músico Wolfgang Amadeus Mozart y el astró-nomo y matemático Galileo Galilei 165, el físico y cosmólogo Stephen W. Hawking 174, el filósofo Inmanuel Kant 175, el pintor, escritor, científico y arquitecto Leonardo da Vinci 180, el filósofo y científico René Descartes 180, el físico y matemático Isaac Newton 190, el escritor Johann W. von Goethe 210, y la escritora Marilyn vos Savant con 228 tendría el CI más alto). Entre 100 y 70 está la inteligencia discretamente limi-tada o torpe, y bajando, el retraso mental menos o más grave (70-50), la imbecilidad (50-25) y la idiocia, cuyos valores de CI oscilan entre 25 y 0.

La estolidez es una tara de la razón con falta total de raciocinio y discurso; la estupi-dez, una considerable torpeza para entender las cosas; la necedad hace del necio un ignorante, imprudente o falto de razonamientos que no sabe lo que podía y debía sa-ber, de ahí mi propensión inicial a titular esta conferencia «La necia Hombridad», porque muchos no actuamos oportunamente en relación al mundo y desperdiciamos lo que estamos en condiciones de saber y desarrollar, dañando así a buena parte de la sociedad que constituimos y a la Biosfera de la que dependemos. Y me opongo a la idea bastante generalizada de que no podemos vivir sin la violencia, pues con ella in-sultamos al raciocinio e inteligencia del hombre y renegamos espuriamente de ellos.

ATRIBUTOS CULTURALES

La humanización progresiva fue simultánea con el desarrollo de un rutilante y dis-torsionado universo psíquico, y, entre sus múltiples manifestaciones, el ser cultural se concedió atributos exclusivos con los que iluminar y asentar su supremacía evolutiva,

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indispensables en la inútil brega de sellar su condición humana, desconectada y exi-mida de lo animal.

Consideramos humano lo relativo al hombre en lo corporal y psíquico, resultado de su transcurrir evolutivo desde el australopiteco. Para Francisco J. Ayala « lo humano, lo que nos distingue de otros seres vivientes y del resto del universo, solo puede ser entendido como producto de la evolución» (La teoría de la evolución. De Darwin a los últimos avances de la genética, 2006)

Resistiéndose a su animalidad la razón del hombre demandó una dignidad que la descalifique, una superioridad que la neutralice y una divinidad a la que elevarse, que formula como pretextos e instrumentos. Como pretextos afianzan la superioridad, al concebir la divinidad como la identificación personal más alta y la dignidad como un patrimonio de su especie que sólo pueden ser partida y meta de lo humano. Como instrumentos le sirven para repeler su animalidad invariable, exaltándose; y, a veces, para operar sobre la Biosfera a su antojo.

En lo físico, los primates no son el agravio evolutivo que fueron hasta no hace mu-cho; si hay contrariedad es al reconocer la influencia agresiva del reptil vegetativo an-clado en la parte más vieja del cerebro; descalificamos diciendo ¡eres una víbora asquerosa!; tentados por el ofidio Adán y Eva perdieron el Paraíso; así que no extraña que en las encuestas (Desmond Morris: El mono desnudo. Un estudio zoológico del ani-mal humano, 1968) el animal más odiado sea la serpiente, y el chimpancé (con el caba-llo) el más querido.

– La dignidad es «una cualidad de lo digno, realce o excelencia proporcionada al mérito y condición de una persona o cosa, tomándose en buen sentido cuando se usa de manera absoluta»; y es digno «quién o lo que merece algo». Tal cualidad de lo digno es sinónima de calidad (personalidad) y comprende «cada uno de los caracte-res o circunstancias, naturales o adquiridos, que distinguen a las personas o cosas».

Hemos vertido discursos, escrito montañas de volúmenes y aprobado convenios y tratados para reafirmar el carácter intrínseco de la dignidad del hombre. Esta obsesión sobre la inherencia de «su» dignidad (innatismo de lo humano) parte de un lapsus prohibitivo, pues para que algo o una cualidad sean intrínsecos (connaturales o ingé-nitos) a un ser vivo deben estar informados por sus genes. En consecuencia, para que la dignidad sea esencial ha de ser hereditaria, lo que obliga a resolver si hay un gen o genes que la informen y expresen; la respuesta es negativa, como no lo/s hay de la bondad, la libertad, la justicia o la igualdad que hacemos dimanar de la dignidad.

Si la dignidad fuera intrínseca la expresarían los cuantiosos genes heredados de to-dos nuestros predecesores, y muy pocos admitiríamos que el gusano del Cámbrico, el pez óseo voraz, el reptil taimado, etc. hayan contribuido a la dignidad pretendida-mente hereditaria del Homo sabio, pues en caso afirmativo han sido –y lo serían hoy sus análogos– animales dignos. Además, si fuera intrínseca nadie podría perderla ni

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sería indigno por una conducta así entendida (pero aceptamos que se pierde por los comportamientos indignos, sea temporalmente). Por otra parte sería una apropiación indebida, pues digno no sólo es quién sino también lo qué, así que la dignidad no sería realce privativo del hombre sino de la Geosbiosfera, con lo que se diluiría el que deci-mos exclusivo a nuestra especie. Y respecto a «los caracteres o circunstancias natura-les o adquiridos que determinan en parte la dignidad de las personas o cosas», el hombre no es superior a ningún organismo sino diverso, así que la dignidad tampoco se limitaría al hombre desde el punto de vista «natural».

Queda entonces lo adquirido (cultural) como único apoyo de la dignidad diferen-cial y exclusiva. El historiador y político francés Andrés Malraux (1901-1976) afirmó «no saber qué es la dignidad, pero sí lo que no es», aunque lo primero tampoco ofrezca dudas, por tratarse de un atributo cultural de los últimos tramos evolutivos que no tiene que ver con la herencia biológica, un bien a conquistar y mantener (la utopía), hazaña imposible si no se elimina la violencia. Dicho en tono precautorio y sumario, además de una meta la dignidad viene a ser un oficio que debemos ganar, atesorar y desempeñar con auténtica altura humana; no es un don ni una regalía natu-rales sino una opción existencial cuyas riendas deberíamos llevar todos algún día. No somos dignos por nacer hombres, la dignidad no es consustancial a la especie Homo ni lo será jamás. Tampoco es indispensable que así ocurra; si lo que nos hace dignos es su merecimiento, la dignidad debe ser una reivindicación y una meta inequívocamente humanas, sin duda todo cuanto deberíamos aspirar a alcanzar y profesar. Es imposible borrar nuestra animalidad, pero sí guiar los instintos agresivos (anularlos no, pues nos anularíamos) con conductas favorables al Hombre. Sin refrendarla universal y perma-nentemente con un comportamiento digno, la dignidad es una pegatina aparente ex-puesta a cualquier viento, y, en el peor de los casos, una argucia para el maniobrerismo inhumano.

– Al tenerse por ser superior el hombre olvida su dependencia de la Biosfera y de otros seres vivos –cada uno con su categoría evolutiva y originalidad como especie– sin los que no podría existir, por lo que la superioridad atribuida sería, al menos, sub-sidiaria. Si la Tierra no ofreciera condiciones para la vida (clima, temperatura, humedad, etc.), si las plantas no produjeran el oxígeno vital, si los microorganismos no intervinieran en la formación y la fertilidad de los suelos ni habitaran simbiótica-mente en nuestro cuerpo, o los animales y vegetales no la proveyeran alimentos, por traer algún ejemplo, nuestra especie se extinguiría.

El hombre soslaya también que ha evolucionado de las primeras bacterias y gracias a su concurso. La bacteria fue su origen y un acompañante vitalicio –desde la apari-ción de los animales la bacteria vive en ellos, con ellos–, en una relación permanente (en el aparato digestivo, en la piel, etc.) que les ayuda a realizar sus funciones fisiológi-cas –la digestión, la protección de la superficie corporal o la acidez de la vagina, entre

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otras– o que rompe en ocasiones, agrediéndoles de forma patógena y causándoles enfermedades o la muerte. Las bacterias son además aliados de los que el hombre se ha beneficiado y a los que recurre para aplicar las nuevas biotecnologías, tal vez para sufrir algún día cambios imprevisibles en su curso evolutivo. El hombre podrá dejar de existir pero las bacterias pervivirán, porque están adaptadas a las situaciones más álgidas, o resurgirán de los coacervados o procesos descritos de los inicios de la vida, si es que no está ocurriendo ya; ellas, y no Pirra y su esposo Deucalión –que según la mitología griega sobrevivieron al diluvio provocado por Zeus, consultaron al oráculo de Termis para repoblar la Tierra y las piedras que echaron sobre sus hombros se con-virtieron en la mujer y el hombre actuales–, podrían dar lugar al renacimiento de nuestra especie biológicamente agotada. En suma, si en algún ser vivo hubiera de re-caer la teórica superioridad no sería en el hombre sino en las bacterias (y las algas cianoverdes), que han permanecido a lo largo de m.d.a. de evolución y de las que, como los demás organismos vivos, somos descendientes, colaboradores y víctimas también. Debemos recordarlo, porque así es en efecto, y que todo organismo, incluido el hombre, tiene su propio valor evolutivo, sin ser superior o inferior a otro; porque, simplemente, es diverso.

La peste, epizootia causada por el bacilo de Yersin (aislado por el microbiólogo suizo Alejandro Yersin durante una epidemia en Hong-Kong) y trasmitida por las pul-gas y piojos de las ratas y otros roedores, ya mencionada en el Antiguo Testamento (Exodo 9,5) o por Hipócrates (Tercer Libro de las Epidemias), mató desde tiempos históricos, y según M. K. Bennet y Josiah C. Russell a casi dos tercios de la población europea en el siglo XIV. La sífilis producida por el Treponema Pallidum (bacteria Es-piroqueta) tuvo una acción devastadora en el siglo XVI en Europa, actualmente hay unos 12 millones de enfermos en el mundo. El SIDA, epidemia producida por el re-trovirus VIH descubierto por Luc Montagner, afecta a 40-46 millones (se barajan hasta 60 millones) de personas en el mundo, y ya han muerto 25 millones por su causa (Informe ONUSIDA, 2006). La gripe o influenza aviar, debida en humanos a la cepa H5N1 del virus, ha causado algunas muertes y trae al mundo entero en vilo. Son algu-nos de los muchos ejemplos.

Teniéndose por el ser superior que evocó en los dioses su propia imagen y seme-janza, el hombre –algunos– trasunto del dios se entendió el final de su evolución, al ser el dios un absoluto sin evolución posible. Conviniéndose sosia del dios todopoderoso y ubicuo, el hombre con éste horizonte, más allá del que no puede haber mayor alteza, da su evolución por culminada. El dios es su invento –el hombre reforzado que ansía ser, invencible, óptimo y temible– al que confirió la divinidad, el poder y la sabiduría inmensurables, puso en él todas sus aspiraciones y lo interiorizó hasta el punto de con-vertirse en el mismo dios. Así planteado, si nada supera ni trasciende al dios, también ha de estar concluso el hombre deificado, clon/vicario que lo causó y reemplaza.

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Mientras el hombre prehistórico fue cazador si de algún culto puede hablarse es del vinculado al alimento (de origen animal, sobre todo) y la reproducción, el «culto de la caza y la fertilidad», recreado en el simbolismo artístico.

El arte pictórico parietal o rupestre asocia los Cromagnones con los animales que seleccionaron por su carne, su cornamenta o sus pieles y parecen tener un sentido animista, para invocación de los animales de los que dependían. Pinturas de hombres con cabeza animal se interpretan como un hechicero, brujo, chamán, bailarín o caza-dor que confunde a la caza con danzas o conjuros mágicos para abatirla (la magia, como procedimientos que se sirven de recursos ocultos o naturales para producir efectos extraordinarios, habría sido también una práctica corriente). Las numerosas manos pintadas, en ocasiones con los dedos mutilados, podrían traducir una alegoría mediadora. Las figuras femeninas en tallas o en bajorrelieves, al igual que las esculturas de mujeres posiblemente gestantes –venus de Willendorf, Grimaldi o Barma Grande, acaso precursoras de la Diosa Madre–, en su mayoría obesas, de pechos enormes, ca-deras anchas, vulvas prominentes y en general con el rostro apenas formado, destacan el rol reproductor de la mujer y, junto a las vulvas y otros abundantes símbolos fálicos, la importancia que concedieron a la fertilidad; como otras piezas mobiliarias, pudiera tratarse de fetiches o mascotas, el fetichismo sería el culto a los ídolos u objetos a los que atribuyeron un poder mágico propiciador de prole, felicidad y suerte o el efecto panacea que evitaba las desdichas o hechizos y curaba los males. El totemismo, creencia de algunos pueblos primitivos según la que la tribu desciende de un Ser animado (casi siempre un animal, y a veces un vegetal) o inanimado (el agua o la lluvia, por ejemplo), antepasado idealizado, protector y benefactor que se reclama en el totem, representa-ción espiritual y artística del animal o sus órganos o de los seres elegidos de los que consideran formar parte; de él, a veces una vaguedad difuminada en los tiempos, por lo general ni siquiera invocable y sin autoridad directa, provienen los principios bási-cos que regulan las relaciones convivenciales y las observancias de la tribu.

En las llamadas «civilizaciones primitivas» la primera deidad con ritos verificables aparece durante el Mesolítico. Fue la Madre Tierra, la Diosa Madre de la fertilidad de los pueblos más antiguos conocidos del Indo, del Creciente Fértil y de las civilizacio-nes históricas nacientes, origen de vida, de la renovación de la naturaleza, de las cose-chas, y, con la espiga y el grano, venerada como símbolo de la existencia. Con ella y sus émulas locales, nació y se consolidó el culto agrario, con grandes coincidencias de mi-tos y ritos.

Durante el Neolítico el hombre desarrolló las primeras «civilizaciones superiores» en Mesopotamia (sumeria, babilónica, acadia y asiria), la India, Egipto e Irán, y causó los dioses personalizados (entendiendo que sus poderes divinos son apropiados y de-tentados por el hombre) y las religiones, no reveladas, inspirados por los poderosos. Instauradas las primeras monarquías del Neolítico, el jefe, sacerdote, rey sacerdote, rey

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o faraón fue dios en la Tierra, otorgándose la inmortalidad que sabía inalcanzable y el poder divino con que retener el terrenal que temía perder, aunque el dios del que se hizo sinónimo en el mundo –e incluso vástago– sólo existía en su mente ladina y asus-tada. Creando y acaparando al dios el poderoso se diviniza a sí mismo, se impone y enaltece en el mayor nivel, el empíreo; el hombre causante/imperfecto/inseguro en-carna al dios causado/ perfecto/imbatible y se encumbra y hace aclamar por las mu-chedumbres fustigadas y no siempre dúctiles, recreando su majestuosidad en edificios grandiosos, y su violento poder disuasorio en pinturas, grabados, esculturas y san-grientos rituales. Coincido aquí con Ruth Benedict (citada por el antropólogo Marvin Harris en Nuestra especie, 1995) en que «la religión fue ante todo y sobre todo una técnica para lograr el éxito».

En Mesopotamia (no se descarta que fuera en la India) nacieron posiblemente la civilización y la religión más antiguas, y por las zonas centrales, marítimas y ribereñas de paso influyeron en el entorno del Creciente Fértil, la India y el resto de Asia, sufriendo todas el influjo de una gran variedad de culturas. El rey amorrita Hammurabi (1728-1686 a. de C.) descendía directamente del dios babilónico y supremo Madurk, al que encarnaba y del que recibía el poder; en consecuencia, su autoridad era divina, universal y bienhechora. En la India los reyes-sacerdotes encarnación de la divinidad ejercían en las ciudadelas una autoridad autocrática y teocrática suprema; la Monar-quía era sagrada y estaba asociada a la Diosa Madre de la fertilidad, de la que fueron reiteración las numerosas diosas locales. Unos 1.500 años a. de C., llegaron al valle del Indo los arios o indoeuropeos, pueblo de invasores con una cultura guerrera y cultos naturalistas y politeísta; en esta segunda etapa religiosa, recogida en los Vedas o libros sagrados, Dyaus Pitar era el Ser Supremo y de la guerra, y entre otros dioses destacaba Varuna, dios del Cielo, del orden universal, del bien y de la verdad, cuyo poder divino estaba bajo el poder sobrenatural y el control del rey y de la casta sacerdotal de los brahmanes, encargados de los ritos y libros sagrados. Al final del siglo VII a. de C., cuando los brahmanes adquirieron enormes poderes y privilegios sociales, se inició una tercera etapa religiosa y tal y como recogen los Brahmanas o libros del ritual de sa-crificios, el dios Prajapati era el Creador de cuyo cuerpo destrozado por otros dioses saldrán todas las partes del universo, para crear más tarde a los hombres –los sacerdo-tes son su propia reproducción– y a los dioses; fue un panteísmo del Dios Absoluto con un gobierno teocrático. En Egipto, en las aldeas nacieron los grupos políticos, y cada grupo o comunidad fue religioso; el jefe o «señor» era también sacerdote y juez. Los faraones de la I y II dinastías (3500-2990 a. de C.) del Egipto unificado constitu-yeron una monarquía absoluta, de carácter sagrado y hereditario, que alcanzó su apo-geo con la III dinastía (terminó hacia el año 2.650 a. de C.), fundada por Djoser. Los reyes de la IV dinastía (2600-2480 a. de C.) fueron la encarnación del dios Ra y ejer-cieron un poder absolutista: todos los cultos giraron en torno al dios y al faraón Keops,

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que se dijo su encarnación e hijo, sometió la divinidad al poder real, con la oposición de los sacerdotes, e impuso el culto personal y oficial del Estado. Durante la V dinastía (2480-2350 a. de C.), con la desestabilización política impulsada por los sacerdotes, se retornó a las tradiciones religiosas y se impuso una monarquía teocrática. El faraón Amosis I (XVIII dinastía) se consideró hijo del dios Amón, fortaleció a la clase sacer-dotal e impuso el absolutismo en base al rito, postulando la oración y el amor al dios que encarnaba. Por los años 1.501 a 1.480 a. de C., durante la regencia de la reina Hatsepsú, se instauró el poder espiritual del Estado, representado en el Sumo Sacer-dote de Amón. El faraón Tutmosis III (1480-1435 a. de C.), gran caudillo militar y político, se encarnó en el dios Amon y logró un equilibrio estable con el poder clerical administrado por el Sumo Sacerdote. Amenofis IV (1377-1358 a. de C.), que se hizo llamar Akhenaton o Aknatón y conocido también como «el rey hereje» por anular los cultos antiguos, propugnó un imperio universal con una religión universal mono-teísta basada en el amor y el culto a Atón, el dios nuevo que él representaba, creador del mundo y simbolizado en el disco solar. Durante la XIX dinastía, con el rey Seti I (1305-1292 a. de C.) y su hijo Ramses II el Grande (1292-1225 a. de C.) Amón era el dios creador y señor del mundo y de los hombres; encarnado en él, el faraón –opo-nerse a él era ir contra el dios– fue el soberano universal a quien encomendaba el go-bierno de los hombres. En Asiria pueblo de invasores dominadores y crueles con poderosos ejércitos, el rey Asurbanipal (668-626 a. de C.), aseguró que los dioses le concedieron la realeza. En México, los aztecas, tribus guerreras llegadas hacia el año 1.500 a. de C., se organizaron bajo un gobierno teocrático, militar y despótico. En Perú, la civilización de los incas iniciada el año 1000 acaba en 1532 con la conquista del Cuzco; fueron un imperio militar a cuyo rey, divinizado y soberano absoluto por la gracia de los dioses, se le debía obediencia ciega. En Japón, la voluntad divina de Amaseratu, diosa del Sol, dominadora del mundo, reina de lo visible y de la vida dio origen al Estado japonés, delegando el poder en su descendiente y representante te-rrenal, el Mikado o Emperador, e instaurándose un gobierno teocrático y absolutista; el Emperador era divinizado, imponía el shinto (sintoísmo) como religión y culto de carácter patriótico, unificador y nacionalista, y los súbditos (la mayoría sintoísta o, posteriormente budistas y cristianos) le debían obediencia y lealtad absolutas, y esta-ban obligados a seguir los cultos establecidos en los santuarios.

Más tarde los dioses surgirán de la fantasía de adivinos y augures y de los relatos de vates y griegos señeros: al poeta Homero –con la Iliada y la Odisea–, los teólogos He-siodo y Apolodoro, los filósofos Platón, Epicuro, Aristóteles, Celso u Orígenes se de-ben la vida y obras de los dioses del Olimpo y las ciudades, su reparto de la Tierra y su relación con las conductas y los asuntos humanos (Henri-Charles Puech y otros: Las religiones antiguas. Vol. I, 1989; E. O. James, Historia de las religiones, 1990; E. E. Evans-Pritchard, Las teorías de la religión primitiva, 1991)

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MORAL, ÉTICA, LEYES

La lucha por la supervivencia de los predecesores se manifestó violenta en la caza, como medio de vida, y en la defensa del grupo y de los bienes, pero no traducía juicios morales hasta que contaron con una consciencia moral (el concepto violencia es un juicio de valor del hombre, no del animal, y ellos fueron mucho tiempo poco más que esto; del mismo modo que la heroicidad o el asesinato son categorías que descono-cían). Eran cazadores y presas a la vez, rivalizaban en la lucha y sus exigencias y nece-sidades básicas les imponían matar, sin ningún apriorismo moral o jurídico, en una actitud vital sin cuartel no sujeta a los principios, denominaciones, leyes o acuerdos internacionales con los que el homo moderno se intenta proteger. Los instrumentos surgidos de su naciente creatividad sustituyeron al mordisco y la dentellada, fueron más eficaces que los colmillos y las uñas y evitaron más y más el peligroso cuerpo a cuerpo. Es comprensible, por lo tanto, que sus motivaciones «lógicas» (¿por qué «prelógicas», como a veces se asegura?) se proyectaran en la fabricación de armas y en el aprendizaje de técnicas eficaces de defensa y muerte (el hombre civilizado mata por los mismos u otros motivos y no se le tilda de asesino porque practique la caza, abata a los animales o vegetales sistemáticamente –fines deportivo, alimenticio, indus-trial, etc.–, sacrifique a otros hombres en legítima defensa o lo haga en las guerras –fin político– o al aplicar la pena de muerte. Héroe, en muchos casos, sí).

En alguna fase no tardía de su trayectoria humanizante la malicia y la bondad van tomando sentido moral en su vida, con el miedo y el castigo por medio. El homo se apercibe de que la violencia puede volverse en contra suya, amenazándole intereses y seguridad. El homo adalid puede ser defenestrado; el querellante, apabullado; el dueño de riquezas materiales o intelectuales, expoliado; el ubicado, expulsado de su trabajo, vivienda y territorio; el enfermo, dejado a su suerte; el homo sin confines, aprisionado; el homo patricio, esclavizado; el homo con familia puede perderla por mor de otros. El temor a su conducta –la de la Hombridad– despierta en él la conve-niencia de pautas protectoras y de buenas costumbres y se arma y encapsula, entre otros, con un cuadro de principios morales disociados, tesis y antítesis: el bien es lo humano y superior, el mal, lo deshumanizado, animal y rastrero.

El bien y el mal, contaron a buen seguro en la vida de los ancestros, pero es en el Neolitico cuando aparecen historiados como principios primigenios en textos o do-cumentos sobre las cosmogonías, teogonías, teologías, normas, etc.,

En Egipto, Osiris, dios de la fecundidad, la vida, la sabiduría y el bien, fue asesi-nado por su hermano Set, dios de la esterilidad, la muerte, la injusticia y el mal. En la nueva cosmogonía tebana Ra y Amón formaban una trinidad con el dios Pta, el dios creador era el bien y el áspid Apofis, el mal. La moral religiosa fue muy acentuada y favorecedora de los humildes y de los hacedores del bien. El faraón Akenaton

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(1377-1358 a. de C.) propugnó un imperio universal con una religión universal mono-teísta de carácter ético basada en el amor. En China la civilización se inicia unos 3.000 a. de C., al principio sin ciudades, y 2.600 a. de C. ya con ellas. La moral se fundamen-taba en las cinco relaciones: la del súbdito y el soberano, la de hijos y padres, la de esposo y esposa, la de los amigos y la de los jóvenes y los ancianos. En Sumeria el clero desarrolló, vinculándolo a la cosmogonía, el primer derecho internacional, que a partir del año 2.900 a. de C. fundamentará los pactos de los reyes bajo la sanción aprobatoria del dios Enlil. Según esa cosmogonía, Apsú, el creador y varón, principio del bien y de la vida y Tiamat, la materia de las criaturas, hembra, origen de lo creado y principio del mal se unen para formar el universo; el mundo del bien y mal es reno-vado permanentemente por Apsú. El Código de Hammurabi (1728-1686 a. de C.), el primero conocido y escrito, establecía jurisprudencia sobre los actos y las jerar-quías sociales y políticas, y las penas se ceñían a la «ley del talión». En la India 1.500 años a. de C. la religión aria consideraba a Varuna, dios del Cielo, del orden universal, del bien y de la verdad. Al final del siglo VII a. de C., en la tercera etapa religiosa, con gran influencia de los brahmanes, la cosmogonía de la religión hindú o brahmanismo parte del mito de los principios del bien (el espíritu) y del mal (la materia). El go-bierno teocrático se apoyaba en sus tres pilares: la obediencia, la aspiración al karma (palabra procedente del sánscrito, que se puede i traducir como un estado de vida elevado) junto al dios varón Brahma o en él, y el miedo a una reencarnación aborre-cible si durante la vida la conducta y las obras no fueron buenas. En Persia, el mono-teísmo ético del sacerdote y profeta reformista ario Spitama Zaraustra (Zoroastro, en griego), que vivió probablemente entre los siglos VII-VI a. de C., o antes, se remonta a una Diosa Madre. Zaraustra, cuyas escrituras fueron posteriormente recogidas en iranio antiguo en los documentos Zend-Avesta y más tarde en lengua pahlevi, cons-tituyó a Ahura Mazda en dios único (de quien se dijo enviado) al que estaban subor-dinados todos los espíritus previos del bien y del mal, los principios priimigenios. Es esa teología Ahura Mazda era el creador universal y gran sabio, que da al hombre li-bertad para ejercer la moralidad con la que ganará la salvación; era el rey del bien, en lucha permanente contra el principio del mal (Ahriman) que Zaraustra personificaba en las tribus nómadas de los turanios –dedicados al pillaje de ganado para ofrecerlo en sacrificio a las fuerzas del mal–, contra los que sostuvo guerras santas, en una de las cuales murió. Se aseguró que nacería el tercer Mesías o Salvador al ser fecundada una virgen por beber agua de un lago que contenía el semen de Zaraustra; entonces acae-cería el fin del mundo, tendría lugar la resurrección de los muertos y habría un Juicio Final, con la Prueba para comprobar cual había sido la conducta y como castigarla o premiarla. A la muerte de Zaraustra, los dos principios primigenios se configuraron en la religión dualista irania o mazdeísmo, con sus dioses contrarios: Ormuz (el ante-rior Ahura Mazda) era el creador del bien y la bondad de todos los seres y cosas –el

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verdadero dios– y Ahriman era el mal, la enfermedad, las malas artes, los seres y los hombres infernales.

Si bien no conocemos con exactitud la antigüedad del impreciso y recordado Ser Supremo (animal, vegetal, fuerza natural, espíritu o nada ni nadie en concreto) de al-gunas tribus actuales del que reciben sin expresa concreción normas tribales, no es menos cierto que forma parte de sus esquemas culturales y que las indicaciones o mandatos morales a él atribuidos surgieron con los tiempos como pautas de compor-tamiento de la propia tribu. Este ser o entidad legendaria cae dentro de la fantasía y de la inseguridad del hombre, es un soporte social.

Tal planteamiento es desacertado, porque la bondad y la malicia, anverso y re-verso, pertenecen al arcón de nuestros pensamientos y reglas, son destilados del alambique social, jugos de las costumbres según éstas se van produciendo, cuajan, se remozan o desvanecen. En tanto que conjeturas de raíz cultural y tipificaciones que se constituyen en opciones del hervidero social, a seguir o rechazar, y se traducen en comportamientos zarandeados por las circunstancias individuales y colectivas, están condicionadas por los parámetros no homogéneos de los que se aprovisionan y valen los grupos de la Hombridad para dirigir y controlar sus actos y definir estrategias de salvaguarda. Cada vez más redundantes, acabaron siendo asunto de las ciencias y disciplinas sobre la ética (con el deber que es su objeto) y la moral, y tienen su princi-pal notario en los tratados, declaraciones y convenios internacionales sobre derechos humanos y libertades fundamentales, pero se incumplen hasta por sus valedores más fervientes y facundos.

La Etica es una parte de la Filosofía que estudia la conducta del hombre con el fin de proponer la considerada ideal, su jerarquía de valores y las obligaciones que con-trae; y la Moral, la disciplina que se ocupa de nuestras acciones y de las costumbres, en orden a determinar su bondad o malicia.

Aunque el individuo sea el determinante de los valores éticos y morales que le dic-tan su autonomía, su fuero interno y el libre albedrío o libre posibilidad de reflexión y discernimiento, de ejercicio de la voluntad, de arbitrio y de elección según el impera-tivo que le ordena la razón, la ejecución de tales enfoques y decisiones no es asunto sencillo en un mundo desarticulado y violento. Como ser social –no siempre inte-grado y partícipe en la vida común– su conducta está influenciada por elementos in-terpuestos y externos como las leyes, las normas profesionales, los mandatos doctrinales, los juicios de valor (el lenguaje propio de la ética o la moral generales o civiles), las confesiones (la moral religiosa) y las circunstancias sociales, políticas y económicas.

La sociedad –ahora implacable sustituto de la selva, estepa, la llanura, la taiga, los inlandis–, es la que adiestra y aliena al individuo, receptor muchas veces pasivo, según su escala de valores y coordenadas de dominio y orden. Así que la bondad y la maldad,

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como tantas estimaciones culturales, están influidas por la vocación y evaluación so-ciales (lo que es bueno o malo aquí, no lo es allá) en un momento dado (ahora o an-tes) y por motivaciones encomiables o recusables. El rasero aplicable según el lugar y posibilidades de las sociedades multitudinarias –torres de babel de la injusticia, zigu-rat de dispersión y confusión de conductas– condicionan el relativismo ético y moral y sus avatares.

Desentendiéndose de la moral y la justicia terrenas, el luteranismo (Martín Lutero, teólogo y reformador protestante: 95 Tesis, 1517; De la libertad del Cristiano, 1520) defendió que al margen de los méritos del hombre en la Tierra sólo la fe es el camino de redención (la justificación), y la de Dios la única justicia. Retomando y ampliando ciertos matices del Neolítico, en la reflexión griega, romana y judaica, y particular-mente en el calvinismo ( Juan Calvino o Calvin, reformador religioso: Instituciones de la Religión Cristiana, 1536) la ética y la moral prevalecen sobre la religión en un orden universal predestinado, y son los actos del hombre, el cumplimiento de sus obligacio-nes, no su fe, sobre los que la divinidad hace justicia y gracia. Modernamente, el ateísmo ético niega a Dios, vive sin él o contra él al considerarlo inexistente («la injus-ticia humana es la demostración de que Dios no existe») o injusto («si Dios existe, es quien ha desordenado el mundo y debe rendir cuentas»), y, como en el eticismo, el hombre se basta con la razón crítica para ser protagonista y juez de su propia conducta ética; en tal caso, «Dios ha muerto» (Friederich Wilhelm Nietzsche, filólogo y filo-sofo: La Gaia ciencia, 1882; Así habló Zaratustra, 1885), y la ética debe plasmarse en conductas autocríticas, en «el hacerse del hombre» ( Jean-Paul Sartre, filósofo y es-critor: El existencialismo es un humanismo, 1985).

La maldad de la violencia del hombre cazador y destructor de prójimos manifiesta el fracaso de lo que no hace de sí en tanto que el ser humano que asegura ser, y en lo que por ese derrumbe padece buena parte de la Hombridad. La ablandada herramienta ética de la especie dejó paso a la selva social atroz que constituimos. Hoy más que nunca, cuando la violencia enseñorea por doquier y guía la oferta de sucesos, en parti-cular por canales mediáticos a los que nos habituamos cual si fueran una adición.

Siendo los principios éticos y morales impotentes para regular racionalmente la convivencia, y esta quebradiza y vulnerable, junto al apoyo de los mitos el hombre buscó la garantía de las leyes para defenderse de su déficit de bondad, de su embrute-cimiento, de su tirria, de su irracionalidad e incapacidad para hacer de la dignidad una conducta-costumbre civil y paladina; y al ser cada vez más bestiales y variados los trancos de la necedad, más imprescindibles y prolijas son las leyes con las que preten-demos atajarla. La violencia proteica se «perfecciona» y, a la par, las leyes se tornan detallistas para cerrar las brechas –tanto que corrientemente operan en contra de los más débiles y sin pericia, en vez de en su protección–, y hasta expeditivas, al fin y al cabo poder asentido e ilimitado: al no acertar a inactivar o curar la violencia con el

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plasma racional, ético, recurrimos –en sarcástica paradoja– a la «violencia legiti-mada» para intentar conseguirlo.

El hombre se empleó a fondo para construirse un andamiaje inauténtico de valores innatos –dignidad, superioridad, bondad etc.–, y hasta manifiesta que sus genes guían la ética y la religiosidad. Pero el hombre no es «por naturaleza» digno, ético, moral, bueno o malo por mucho que nos empecinemos, ni hay una parte del genoma (ADN) que le garantice el ejercicio de tan nobles atributos; realmente nace tan neutro y des-pojado de tales supuestos como cualquier ser u organismo vivo, incorporándose a una Hombridad cuyas culturas adoptan formas sociales y normas cambiantes, en tiempos y circunstancias variables, según el grupo o sociedad a los que pertenece, el lugar que habite y las oportunidades del acontecer vital.

Hemos sacado de la chistera de prestidigitador calidades intrínsecas que no lo son, y las domiciliamos en el tarro magmático de la cultura, pero en tanto inspiran hege-monías de pura verbosidad ni siquiera nos pertenecen, las usurpamos y les rendimos la pleitesía del necio. Con tales disparates y parangones hemos abocado a un callejón sin salida, somos ídolos de barro en un podio inmerecido e improvisado por nosotros mismos.

CULTURA, LOBOS Y LIEBRES

El hombre es el único animal cultural del Globo, y durante su evolución reflejó tal condición en las conductas. Manifestada, recopilada y transmitida la cultura es su he-rencia social, su memoria colectiva y su correlato. De las conductas culturales, la téc-nica y violenta fue la primera en aparecer, se hizo preeminente y persiste después de varios millones de años; menos vieja fue la que trajo el lenguaje hablado; las otras llegaron más tarde, algunas casi ayer –el arte, los sociogramas, la religiosidad, la escri-tura, las ciencias– en el incontenible tropel de los últimos milenios; las relativas a la dignidad y los derechos humanos son retoños de ahora mismo.

La creatividad lleva a la motivación y la superación. Las técnicas perfeccionadas hicieron evolucionar al animal cada vez más humano –hoy en el vestíbulo de ese ca-mino inacabado–, con la cultura como utensilio troncal. Con ella, junto a una espiri-tualidad rica y desemejante, el hombre asperja toda su violencia, evocable hasta la saciedad.

Razón y cultura habrían de significar dignidad, convivencia en paz, libertad, igual-dad y justicia: y si del progreso hablamos, debería ser efectivo y universal. Mas no ocurre así, el hombre ha desplegado su cultura de forma tan espectacular como con-tradictoria. Junto a la bella creación artística o literaria, la exacta producción matemá-tica o física o la beneficiosa aportación científica, el hombre ha destruido a otros seres

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vivos y al Planeta masiva y absurdamente (desde que inventó la luz eléctrica han se-guido sus creaciones más inmisericordes: la bomba atómica de uranio, con la masacre humana y la devastación de Hiroshima; la de hidrógeno, que hizo desaparecer un ato-lón de las islas Marshall del Pacífico; la de neutrones, que acaba con la vida sin afectar a todo lo demás, y las armas químicas o bacteriológicas); al lado del amor desplegó el odio más sañudo; entre el bienestar congestivo e insultante de unos se bate la pobreza de las mayorías; la verdad flaquea ante el fingimiento universal; y la vida es un valor exiguo zarandeado por la arbitrariedad.

La cultura no enmienda la violencia que genera y el lenguaje se malogra en circun-loquios, la palabra no vale para entendernos en paz, son más efectivas la guerra o la efracción para zanjar desa cuerdos. Los laotsés, confucios, budas, cristos, luterokings, teresasdecalcuta, rigobertasmenchú, taslimasnasrin, médicosinfronteras, crucesrojas, mensajerosdelapaz, oeneges, aldeasinfantiles, madrescontralaintolerancia hicieron/hacen cuanto pueden, con escaso resultado, contra la violencia perenne.

Es la gran paradoja de la razón y la cultura. Por un lado, inhiben y «civilizan» la agresividad instintiva del hombre; por otro, la llevan a generar raudales de violencia que no puede ocultarse ni maquillarse con lentes o barnices de conveniencia. A la par que el hombre se compromete a defender los valores y atributos que se asigna, y oferta su sensibilidad humanista, gran parte de la Hombridad sufre por su ruindad cultural.

En la batalla continua desde los tiempos de los ancestros artesanos hasta nuestros días, algo ha cambiado llamativamente en nuestra biografía: nunca el miedo, la inse-guridad, la crispación y las necesidades acuciaron a tanta gente ni la destrucción exhi-bió tanto apogeo e irresponsabilidad, jamás el dominador acumuló tales recursos de poder o mostró tal menosprecio, ni las connivencias de silencios y el servilismo tuvie-ron tamaño surtido, influencia, arraigo y dispersión. La violencia física, psíquica y so-cial está en el candelero de esta civilización del ojo y del oído (P. Laín Entralgo) cada vez más miope y más sorda, y se sucede frecuentemente con la mayor impunidad.

–La cultura rudimentaria de los ancestros reforzó la organización social propia de algunos primates, sustentada en la autoridad de uno/s y el acatamiento del resto. En los primeros –los líderes a los que los demás obedecen, por debilidad, convicción o a la espera de suplantarlos– concurren las cualidades para superar el temor vital y dirigir la agresividad; son los más inteligentes, fuertes y acaso reproductores, en definitiva los mejor equipados asegurar la pervivencia del grupo o clan.

Pese a los evidentes cambios sociales ocurridos, la imperante cultura de la violencia (debiera calificarse anticultura) calca los viejos cimientos, hoy estigmas de la civiliza-ción: a) el dominio y la fuerza, y b) la docilidad y la mansedumbre (para el filósofo español José Ortega y Gasset «entre otras razones el hombre es cruel y violento por su increíble afán de servidumbre»). La Hombridad es heredera de su pasado, sus con-ductas tienen esos posos comunes, exagerados a partir del Neolítico, sin que las distin-

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tas civilizaciones, razas o etnias muestren diferencias de fondo. La competencia existencial, la inseguridad y la violencia son sus compañeras seculares; la ambición y la prevalencia de unos pocos y los pozos de aceptación y sumisión de grandes mayo-rías alienadas «desde fuera» (David Riesman, Nathan Glazer, Reuel Denney: La mu-chedumbre solitaria, un estudio del cambiante carácter americano. 1950, 1981) configuran esa bipolaridad de conductas en el Desorden mundial establecido y ahormado.

–La sociedad instiga a la jefatura y el liderazgo, a la propiedad y el poder, al yo arriba y los demás debajo. Distinguimos pronto los Campos de batalla, si mandamos legio-nes, somos soldadesca o puros observadores, y si podemos nos aprestamos al duelo (o, lo habitual, tiramos la toalla o nos la sustraen). Aprendemos que la vida es dura como el pedernal, que vales lo que tienes y nadie da nada de balde, que ser maza es preferible a yunque, que el pez grande se come al chico (la vulgaridad, el achantar, la pequeñez social), que tras una sonrisa se puede ocultar la traición, y que hay que so-bresalir entre los mejores sin pararse en mientes. O se es el mejor (el dominador, el influyente, el encumbrado) o se arriesga a no ser nadie o nada. Ser el mejor, según el baremo al uso, equivale a dejarse la piel para auparse y vencer, lo que implica doblegar o cargarse al otro, cebarse sin piedad en las liebres y muñecos del pim-pam-pum so-cial. Así que en el ruedo despiadadamente competitivo de los hombres, nunca mejor dicho lo de ¡leña al mono! (al homo desnudo y feble).

En su comedia Asinaria (2.200 a. de C.) el romano Tito Maccio Plauto acuñó Lu-pus est homo homini, non homo, quom qualis sit non novit («Lobo es el hombre para el hombre, y no hombre, cuando desconoce quién es el otro»), que mucho después plasmó en un epigrama y popularizó el filósofo y político inglés Thomas Hobbes como Homo hominis lupus («El hombre es lobo del hombre»), en que anticipa su teoría social del egoísmo de cada uno contra los demás (Leviatán, 1651). Idealizando el buen salvaje corrompido por la sociedad, al decir del filósofo suizo Juan Jacobo Rousseau (Julie ou la Nouvelle Héloïse, 1761; El Contrato social y Emilio, 1762) no quedan amigos ni hermanos, y a fuer de insolidarios, intransigentes o ejecutores muchos degenera-mos a seres decrépitamente o nada humanos, a pobres hombres.

Se quedaron cortos, al ser la realidad mucho más bestial y enconada. El hombre es un hombre (la peor alimaña) para el hombre, predador infinitamente más dañino que el lobo o cualquier otro. Con tal panorama, se está preparando la cancha mundial de todas las violencias.

PUZZLE Y DESORDEN. PARÁSITOS Y AJENOS

Los poderosos se repartieron la Tierra, marcaron sus fronteras y las defendieron con ahínco, parcelando a la Hombridad y a la Tierra como puzzles de compartimentos

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extraños entre sí y con los amos no pocas veces erizados y a la greña. Los imperios de cualquier tipo tratan sin bajón de trocear el Planeta para ocupar, acordonar y custodiar lo cachos netos, con el común de los hombres dentro, agitado por el sorteo y la co-mandita. El 7 de junio de 494 los Reyes Católicos, por Castilla, y el rey Juan II de Portugal, con la confirmación del papa Julio II, firmaban el Tratado de Tordesillas: ambos reinos establecían su jurisdicción en el océano Atlántico y formalizaban un auténtico reparto del mundo. Ha transcurrido un milenio y medio y el mundo está dividida en 58 regiones, forman parte de la ONU 186 estados (de los 205 reconocidos hasta el momento en que tecleo) y retumban insistentes las tentativas secesionistas, independentistas y fraccionadoras, como si de un complejo de vuelta al clan y al hábi-tat limitado del australopiteco se tratare.

La Hombridad se define por lo que somos (una especie) y por cómo actuamos (la conducta), y es la conducta dominadora la que determina y encarrila su formato social y composición. Irrita aceptarlo, pero es una realidad que no puede ser revocada con desmentidos sin base. Entendida con criterios puramente «humanos» y sociales la Hombridad es un puzzle disgregado, no una población razonablemente homogénea, por estar organizada con diagramas de violencia en todo su sentido y variantes, que, a grandes rasgos, la conforman en bloques disímiles y distinguibles. Pongo énfasis par-ticularmente en dos: a) la Factidad (poderes económico, político, tecnológico, mediá-tico), y de ella, a los efectos de la violencia, el reducto del dominador poseso en consuno con su numerosa corte de secuaces, huestes herradas, reata y excipiente con la que se inyecta y posibilita su dominio; b), la Ajenidad, una inmensa mayoría, los convidados de piedra, el cero a la izquierda, los envainados sin paga o echando el bofe como acé-milas, los pueblos indígenas y los estregados e inmolados de mil modos.

Según sus modos de vida y tipos de relaciones los microorganismos, animales o vegetales son parásitos cuando viven a expensas de otros y los depauperan, a veces llegando incluso a destruirlos; saprofitos, por extensión, si se desarrollan como co-mensales de los seres vivos sin interferir en sus funciones; y simbióticos, los que se asocian con otros animales o vegetales sacando todos beneficios recíprocos de la exis-tencia en común. Estableciendo analogías, el hombre parásito es quien vive a costa ajena, hasta matando a los otros; su prototipo es el dominador perverso, y, por deriva-ción, sus esbirros. Y el hombre simbiótico será, sin duda, el ideal de lo humano, el que se alía permanentemente en la sociedad para dar y recibir provechosamente.

En el inculcado determinismo cultural (el único determinismo evidente) el Desorden está meticulosamente diseñado y organizado, y la sintonía social determinada con el pulso del marcapasos impuesto por la violencia añeja del dominio patológico.

– El dominador es el gran accionista e interventor del Planeta: escancia y fiscaliza el bienestar, la democracia, el triunfo, la derrota y el lamento. La violencia, la injus-ticia, la desigualdad, la pobreza y el hambre son las consecuencias de un cálculo in-

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coado y tasado, del plan de pizarra con que aloja a la Ajenidad en la banda ínfima concedida por el monopolio, la carga y la hipoteca del dominio poseso instituido. Esta disarmonía perfilada sin tribulación y resuelta graníticamente es un desajuste normalizado de proporcionalidades, la perversión ilícita (empero legitimada por la ley del embudo) del Orden mundial teorizado, violentamente ahormada, inadmisi-ble e insoportable para buena parte de la Hombridad. Los intolerables desequili-brios entre el Norte y el Sur, el Primer Mundo y el Tercer Mundo –o el Cuarto y el Quinto ya emergidos– son un ejemplo descorazonador de ese ajuste de cuentas co-rreoso y castrante.

El dominador elige el escenario y la partitura, y dirige la obra a su cadencia y arbitrio. Vendimiador y adoctrinador de secuaces, es ducho en trasmutar al cauteloso en deci-dido, al dulce en iracundo, al incompetente en capaz, en al doblado en juncal, al disi-dente en prosélito, al adverso en saprofito, al imparcial en tornadizo y al enhiesto en deslomado. Un panal de subalternos, mensajeros, fulleros y levitas, pule con unto de babosa sus rodadas reprobables y sus sentinas/guadianas flanqueadas por rambos y leguleyos. El bien es su careta y arquetipo; su obra subrayada, la Hombridad; sus háli-tos, la obsequiosidad y la beneficencia cutres; sus carátulas, el grial periódico, el gallar-dete, el báculo, el fajín, el solideo y el estandarte; sus aras, el prestigio almibarado y la nombradía; sus tácticas, la propaganda alienante, los comicios mofados, la crisopeya mental, la intermisión, el nepotismo, la coerción, la directriz urbe et orbi, la presenta-ción seráfica, los modales garridos y pulcros; sus escuadrones, los esbirros reverencia-les y coplistas, en nómina o de quita y pon; sus enseñas y metas, los dividendos, el diezmo, las deferencias o las mercedes; y sus barreduras, el desconcierto, el vahído y el dolor machembrados de otros. Es el capo escurridizo y enrocado en sus enajenacio-nes. quien condena sin contemplaciones, hace la señal terrible o da la venia, tacha de la lista o la completa, decide los pelotones, satura las mazmorras, musita la orden y el placet abyectos, pulsa la tecla nuclear, gestiona gangrenas, mueve el capital arruinador, prende la yesca, aprieta la tenaza de la miseria, compone códigos y plebiscitos, clava su aguijón infiltrando cicuta sin pena, empece ilusiones de cuajo y labra gemidos, para condolerse astuto en algún funeral discreto.

El brazo largo del sapiens dominador atraviesa el globo en lo que dura un bostezo, trastoca acuerdos y regímenes, hace tiritar gobiernos e instituciones, alienta genoci-dios, magnicidios y matanzas, raja Estados y lleva la incertidumbre económica, polí-tica y social a millones de personas, la inestabilidad, la zozobra civil y la pobreza irreversible. El susurro fulminante del fax, del E-mail, de una clave en página web o internet, del telefonazo rojo vía satélite o del dossier exudado de su baúl de antropofa-gias, con las artes más certeras abre de par en par la veda del hombre, dejando la broza sufriente mustiar y pudrirse allende las aduanas, candados y muros de sus paraísos de dominio.

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–No está solo, si lo estuviera no sería el dominador embrutecido. En la amalgama de la Hombridad hozan los secuaces y mediocres mandatarios. Testaferros asilvestrados, gregarios de coche, plato de lentejas o calderillas, respaldan a pies juntillas las fobias de los dominadores o los suyos propios. Son, según convenga, avanzadilla o retaguardia de los reinos invisibles del talón hipócrita, del poder sórdido que apoya o que degüella, la mano y la lengua que serán mutiladas de cuajo si no ahogan o lamen cómo y cuando deben hacerlo, si no asestan los golpes o zarpazos con precisión o si resultan incómo-das a sus mentores. Vendedores del descrédito y la canonjía, cazadores de brujas e in-conformes, omisores de honorabilidades y decencias, trufadores de ilusiones y existencias, montadores recidivantes de entuertos, apaños, tercerías, sambenitos e in-fundios, al distante contacto y los golpes de tam-tam o tamboril del dominador se sien-ten linajudos y seguros. Florones y licántropos, centinelas y escuchas, se arrastran con soltura y atetan en sus chiqueros de amanuenses cainítas perfectos, mueven la cola, zalameros y agradecidos al kan, taifa, valedor o escabel que los desdeñan al privilegiar-los con el estribo y el establo, y con eventual descaro se alojan sin arrebol en el lumpen de las democracias que no van con ellos como verdugos aborregados, y en el fimo de las tiranías como el cortejo de caciques menores. Talludos o juveniles, en alpargatas o trajeados, los albardados marchantes del libelo, el engaño, el petardazo, el aporreo, el tiro o la cuchillada, anegan de fango la convivencia, cerrando filas engallados al servi-cio de su vileza y de las melodías más bastardas. Así se alimenta su vida: de turbios peculios, toxinas, embolados, soborno, sangre acribillada y neuronas machacadas a mansalva por su mente incivil y criminal, sin consciencia de ser náusea humana.

– En la auditoría de la Hombridad la Ajenidad son aquellos de los que cuesta com-prender si son miembros putativos de la Humanidad que nada bueno les ofrece o animales trashumantes, apátridas y peregrinos cuya ruta acaba en la desolación de partida, la subhombridad sin voz ni pan, los que están entre tantos y no son nadie ni nada, los polizones sin petate, los escocidos y corneados por los cerrojos sociales en esta Tierra agridulce hollada y disfrutada por los menos. La Ajenidad es la dimensión de toda adversidad, el sino del hombre apócrifo, sin viático y a merced de otros hom-bres; es la experiencia de la maldad de fuera, la identidad usurpada, la dignidad esta-fada, precintada, incautada, raptada y rehén; la justicia birlada y embargada; la libertad empalizada o fugitiva; el cuerpo y el espíritu hollados sin consentir; la razón enlodada, subastada, aletargada, crucificada; el pedagogo ausente, el silabario hurtado y mudo, el graffiti y la exasperación en los torreones, los murales y las garitas.

Tan descabellada es la Hombridad que tolera dominio y lacayaje, vivir a lomos del becerro de oro o al filo de la desazón, y, como sus despojos, a los menesterosos, censu-rados, inofensivos y desarmados culturales. E inmensa es la democracia –aunque in-suficientemente estructurada para los tiempos y las convulsiones que arrecian–, que acoge a quienes no creen en ella ni la merecen, los que la cobran e inutilizan camufla-

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dos en su barroca compostura, en la zarandaja o el secretismo por cuyas gateras endi-ñan sus dramáticas y catastróficas intenciones.

CLANES Y CLASES

Los cazadores-recolectores tuvieron avíos escasos y de poca monta, no acumula-ban posesiones en abundancia, y dificultarían su movilidad nómada ya enlentecida por los niños o las embarazadas avanzadas (el infanticidio obedecería, entre otras cau-sas, al control de la población del clan). Constituían grupos pequeños que actuaban y se desplazaban unitariamente, su economía era de cooperación y reparto, vitales para el sostén y el mantenimiento numérico, y la parca propiedad y el habitáculo ocasional eran comunes. No estaban habituados al depósito de grandes excedentes de provisio-nes, a las transacciones, a la vida en grandes contingentes humanos ni a sus conflictos, circunstancias de las que podía esperarse, como ocurrió más tarde, que alumbrarían más violencia.

En efecto, cuando fueron copiosos los bienes y alimentos vegetales y animales de los agricultores (y ganaderos) dependientes de la tierra, cuando el Homo se estableció en asentamientos fijos y surgieron las grandes civilizaciones con sus ciudades, Estados o Imperios, cuando las haciendas y la fuerza de los poderosos les dieron dominio y hubo un aumento demográfico considerable, en definitiva cuando la riqueza favoreció a unos pocos y abandonaba o sometía a la miseria a las mayorías, se produjo un desli-zamiento hacia la violencia, con el armazón reticular de tiranía y vasallaje que jamás se atenuaría.

Miles de años más tarde, el economista británico Thomas Robert Malthus (Ensayo sobre el principio de la población, 1798; La ley del pobre, 1817) teorizó sobre esas evi-dencias: las confrontaciones tienen por trasfondo intereses económicos contrapues-tos, en particular ante colapsos sociales dados en que la crispación y la violencia se disparan con el aumento (geométrico) de la población sin una correspondencia de alimentos disponibles (crecimiento aritmético); la población aumenta con mayor ra-pidez que los alimentos producidos y procede realizar el control demográfico (en los países pobres y con escasos recursos alimenticios la natalidad es mucho mayor que en los desarrollados y ricos). Hoy hay que matizarlo, pues se han ido añadiendo motivos para el descontento y las refriegas: los sentimientos de autoestima, dignidad, libertad y democracia y las normas universales que los establecen, son algunos de ellos. En cualquier caso, desde los orígenes del hombre la violencia va precedida de violencia o la desencadena.

En suma, la violencia está también estrechamente relacionada con las circunstan-cias sociológicas y territoriales de la especie. Los pequeños clanes prehistóricos lucha-

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ban por la supervivencia en hábitat en general reducidos, básicamente en buscar el alimento y defender al grupo de las fieras y de sus congéneres (lucha de clanes); las grandes poblaciones históricas viven en territorios vastos, nacionales o supranaciona-les, y miden sus intereses (lucha de clases) a tenor de la concentración del poder polí-tico y económico, la organización y valoración del trabajo (empleo, explotación e inestabilidad laboral, paro), el logro y mantenimiento de las conquistas sociales y la aspiración al Estado de bienestar. Para muchos dominantes se trata de conservar y ampliar su hegemonía; para las muchedumbres maltratadas, de ganar poder en todas sus vertientes, con miras de hacerlo justo y desconcentrado y acabar con la disimilitud y el abuso sociales. Las luchas de clases lo son ahora entre grupos de dominio y mu-chedumbres de trabajadores, parados, perseguidos, pobres o analfabetos. En las con-frontaciones sociales cristalizan los dos tipos de violencia, acarreando su peculiar marchamo: la de los oprimidos, marcada por la penuria y la flaqueza, y la de los pode-rosos, por la riqueza y el dominio pro domo sua.

La lucha entre clases surgió con el hombre sedentario a causa de la concentración económica, la masificación y diferenciación social, la hambruna, la movilidad zonal, la cercanía de los individuos masificados y los abusos del poder cicatero e impositivo. Viene de muy atrás. En Egipto, durante la VI dinastía (primera mitad del II milenio a. de C.), coincidiendo con la invasión de los amorritas sirios, la tensa situación social condujo a un levantamiento popular en las ciudades, acaso la primera revolución social historiada, que acabó con los nobles y acomodados o les obligó a huir, y con las mo-narquías. En Mesopotamia, hacia 2.600 a. de C. los conflictos entre el pueblo y la bur-guesía favorecida llevaron al rey de Lagas a anular los privilegios, reconociendo temporal y teóricamente a todos los ciudadanos iguales en derechos. En México, 500 años a. de C. se produjo un descontento popular en Teotihuacán, el primer Estado Imperial del Nuevo Mundo, ciudad que 750 años d. de C. volvió a sufrir las revueltas y fue saqueada, incendiada y abandonada; y 400 años a. de C., las agitaciones y suble-vaciones de los plebeyos, que se negaban a pagar tributos y servir de mano de obra, contribuyeron a poner en marcha la decadencia de la civilización olmeca.

El aforismo «la fusión lleva a la confusión, el contacto, contamina» ( Jean Baudri-llad: La ilusión del fin. La huelga de los acontecimientos, 1993), ahonda en la permanente conflictividad de la sociedad del hombre.

PARAÍSOS E INFIERNOS

En el Neolítico surgieron las divinidades personalizadas y las religiones primeras, por la voluntad autodefensiva de los dominadores. La lucidez del invento es inobjeta-ble: se puede desobedecer, desheredar o eliminar al jefe-hombre, pero no al omnipo-

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tente dios al que encarna el hombre-divinizado que lo representa y con cuyo poder actúa. El apólogo difundió la expectativa de una vida en el más allá, porfiando hasta hoy en el diseño de paraísos e infiernos, el premio y ventura o las brasas eternas como alternativas y destinos últimos.

Ya en el monoteísmo ético de Zaraustra (siglos VII-VI a. de C., o quizás antes), des-pués del Juicio Final quien hubiera practicado el bien y seguido las palabras reveladas por él pasaría la prueba del «Puente Separador» y llegaría a la Casa del Canto o Pa-raíso (palabra que procede del vocablo persa «faradis»), y quienes no lo hicieran o se guiaran por el mal fracasarían y caerían al Lago Ardiente o Casa de la Mentira (analo-gía con el Infierno); a un estado intermedio irían aquellos en cuya vida estuvieran equilibradas las acciones buenas y las malas

Según las doctrinas los diablos abominados atizan en los infiernos las llamas para los remisos o enemigos de la fe ( Juan Pablo II afirmó en el verano de 1999 que el Infierno de los católicos no es un lugar concreto ni hay fuego en él, como durante siglos se dijo; el Infierno sería el estado espiritual de desolación interior y sufrimiento de quien no haya seguido a Dios y cumplido sus mandatos). Para gran parte de los homos contemporáneos la vida empieza y acaba en este mundo, se alejan de los dio-ses sin preocuparse del anatema, no sueñan con el paraíso prometido ni temen el castigo anunciado. Los parias que sufren todos los varapalos y escarnios porque no entienden a un dios que promete en otro lugar lo que pueda darles aquí y ahora para evitar su agonía, ni por qué los dejó de la mano si los creó. Otros, porque sus miras están puestas en asuntos prosaicos y gratificantes. Y algunos saben que los mitos y dioses –ahora el poder, el dinero y el dominio– se traman y alientan en ellos mismos. «La conducta de los hombres responde cada vez menos a motivaciones religiosas»…«El hombre de hoy sin duda se preocupa más por lo inmediato, por finalidades em-píricas y por comprobaciones pragmáticas» (Bryan Wilson, sociólogo: La religión en la sociedad, 1969).

En el ínterin, millones de personas vagan por la Tierra que casi no habitan, porque nada tienen que no sea el horror a borbotones, y no temen a los infiernos literarios porque los conocen y los padecen aquí –sin ir más lejos–, en la caldera demoníaca donde sufren, impotentes y resignados, cada segundo de su vida lastimera y atrapada. No les intimidemos con ningún infierno, que están deshechos, desvanecidos, en él. No les endulcemos su vida a rastras con promesas de paraísos, que los tienen a su vera sin gozarlos lo más mínimo. Permitámosles pensar y decidir por sí mismos, curarse de la anemia y la afasia sociales. Démosles lo que adolecen, alejémosles de la deuda, el dolor y el lazareto, de nuestra violencia en suma. Ya sabrán, si quieren, de Mahoma, Cristo, Cleantes, Pitágoras, Zenón de Tarso, Jenofonte, Antístenes, Plutarco, Demó-crito, Sócrates, Cicerón, Alberto Magno, Séneca, Justiniano, San Agustín, Carlo Magno, Tomás de Aquino, Occam, de las Casas, Descartes, Leibniz, Spinoza, Voltaire,

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Hume, Schopenhauer, Hegel, Kierkegaard, Gamboa, Croce, Weber, Jaspers, Marx, Feuerbach, Engels, Foucault, Comte, Wittgenstein, Marcel, Heidegger, Camus, Mar-cuse, Zubiri, Freud, Bergson, Tocqueville, Heisenberg, Tugan-Varanosky, Smith, Ri-cardo, Keynes, Schumpeter, Friedmann y tantos otros (profetas, dioses, estoicos, sofistas, epicúreos, retóricos, peripatéticos, fenomenologistas, positivistas, mecanicis-tas, ideologistas, realistas, tomistas, ascéticos, pragmatistas, racionalistas, criticistas, revisionistas, espiritualistas, historiadores, deterministas, dialécticos, materialistas, categoriales, existencialistas, estadistas, sociólogos y economistas) del cónclave de pensadores sobre lo que somos –monadas, cristías, convergencias, desmitificaciones, epifanías, reificaciones, elixires y piedras filosofales incluidas en el lote– y de lo que vivimos prosaica o espiritualmente. Y extraerán sus propias conclusiones.

Los pregoneros perseveran en diseminar los preceptos del dios de cada uno, en aras de acceder a la bienandanza del paraíso y de la elusión de los infiernos: hay que ganar el pan con el sudor de la frente, amarse, multiplicarse y dominar la Tierra, trabajar los Campos y respetar la vida y sus normas. El magisterio hace agua, dominan unos po-cos, y los que se multiplican como hormigas no tienen empleo ni peonadas con los que sobrevivir, ni terrenos generosos que cavar y labrar; la frente apurada ya no trans-pira, la población crece tanto que pronto no habrá sitio en la Tierra para todos, la vida malograda vale menos que cualquier fruslería, los parientes y amigos se odian y matan entre sí, de las reglas se hace befa o resistencia. La Ajenidad arrinconada no siembra porque no le dejan, el milagro no se produce, el voceador perseverante y el tauma-turgo no le dan grano ni sementera como a los pajarillos del cielo/paraíso profetizado; las más de las veces, sin rubores ni circunloquios –propugnándoles un puntapié en el bajo vientre, o con un corte de mangas desenvuelto y hasta cacofónico–, se lo quitan.

En esas tinieblas terrenales cercanas al mundo parpadeante y costoso de néon y lentejuelas, de computadoras y turboreactores, de alacenas y escaparates a tope, de clínicas, escuelas y campus, de tres platos, mostos de buena cepa, postre y hasta copa y habano, padecen embotados y se extinguen, simplemente por su condición de seres desinsertados sin valor alguno. En el zoo social agitado por la violencia se ahogan las llamadas desencantadas y sin eco de sus gargantas vencidas por el clamoroso aban-dono al que les sometemos los ahítos y elocuentes. Son las víctimas de la violencia cultural de los dominadores y rufianes llamados sus hermanos, en unas sociedades que en gran parte se inclinan, prendadas, ante su fuerza.

El hombre causante de dioses trucados y a su servicio creó también los paraísos y los infiernos. No son las entelequias que se propagandean, siempre estuvieron aquí, en nosotros y en el Planeta tangible, los primeros en la saciedad y el dominio de algunos hombres, los otros en las miserias terebrantes de la mayoría. Los dioses y diosecillos existen, los infiernos y paraísos, también: somos cada uno, con nuestros territorios de poderes, egoísmos, virtudes, flaquezas, odios, amores, opulencias y pobreza. La Tierra

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es el Paraíso ideal para quienes sacrifican a los demás con su dominio enfermizo, y la exprimen y degradan en su provecho desde los Olimpos en que, impertérritos, pro-graman y disfrutan las hecatombes, que no de bueyes sino de prójimos. El único Pa-raíso fidedigno de cientos de millones de personas desamparadas y violentadas es la comida, el agua potable y limpia, un médico, un hospital, un maestro, una escuela, un hogar y un trabajo durable para asegurarlos en una Tierra en paz, la libertad, igualdad y justicia. Ahí están el meollo del Paraíso y las auténticas bendiciones y expectativas; nada de eso, o sus mondas y miajas, es el Infierno. Así que en este Infierno que es la Hombridad, para millones de infelices desposeídos y violentados cuya existencia es infinitamente menos amable y deseada que la muerte, los efluvios y tañidos retóricos del amor y la bondad suenan hasta sarcásticos (lo dijo el filósofo: «los valores morales son ilusorios si se comparan con los fisiológicos»).

MÍNIMA CRÓNICA DE LA VIOLENCIA

La mundialización y hondura de la violencia son ostensibles, con la contundente violencia ideológica a la cabeza, aunque los hechos espantosos no sean primicia y se sucedan con la mayor naturalidad, en una alineación nauseabunda con la estolidez y frecuentemente con la más obscena aceptación, sin prurito de remordimiento ni cas-tigo apropiado de los responsables.

Los teletipos, entrevistas, boletines y reportajes de las agencias y corresponsales se suceden monótonos una jornada tras otra por las autopistas de la información, tan fríos como el espectador, oyente o lector que desayunan, almuerzan, cenan o se rela-jan mientras los reciben. Fotografías, películas y vídeos despuntan con policromía la cruzada del dolor irreparable e itinerante; los métodos para el desquite y el lincha-miento, para flagelar, empalar, degollar y ametrallar al hombre o para destruir animales y plantas, tierras, ríos y mares; pleitos sangrientos entre vecinos, amigos y familiares; guerras encarnizadas y duraderas; la corrupción, la dilapidación, la insidia y el cinismo groseros; la moralina, la insensatez y la falsedad, petulantes en su florilegio; la verdad, la igualdad, la libertad y la justicia cerdeadas por quienes alardean de cultivarlas; el pisoteo de los derechos de multitudes por la arbitrariedad, la envidia y los humores acedos de otros; el escarnecimiento de mujeres, hombres y niños, y su venta, enteros o despiezados; el boicoteo y desprecio de las capacidades intelectuales; los holocaus-tos étnicos o religiosos y las villanías si freno.

¿Por donde empezar? ¿Hablamos de los ejércitos oficiales o paramilitares, de gue-rrillas y grupos descontrolados y vandálicos, badermeinhofs, etas, ghias, jemeres ro-jos, del terrorismo islámico o de Estado, totalitarismos, integrismos o puritanismos que operan con saña? ¿De los auschwitzes, treblincas o nagasakis, la xenofobia, las re-

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presiones raciales y religiosas o de la lacra del narcotráfico? ¿Del homicidio que se produce cada segundo? ¿Recordamos que la población indígena fue y sigue siendo explotada o masacrada, que hace 500 años había en América 150 millones de indíge-nas y quedan unos 40 millones tras el exterminio por los Estados colonizadores y los requerimientos conversores de la cruz y la espada (los del siglo XVI, por ejemplo); que los estadounidenses en su propia nación, y los holandeses, ingleses, españoles, belgas, portugueses, irlandeses o alemanes en países conquistados, en los siglos XVI-XIX so-metieron o acabaron con millones? ¿Que la Primera Guerra Mundial causó 9 millones de muertos y desaparecidos, 6,5 millones de inválidos y 8 millones de huérfanos? ¿Que la Segunda produjo 56 millones de cadáveres y 32 millones de heridos? ¿Que en los 25 últimos años murieron 2 millones de niños soldados, 15 millones padecen am-putaciones, discapacidades, extensas quemaduras o ceguera traumática, 25 millones trastornos psíquicos, 12 millones perdieron el hogar y 14 millones viven en Campos de refugiados? ¿Que las minas antipersonal causan 130.000 muertos anuales y más de 250.000 heridos, y hay casi 100 millones enterradas que no serán desactivadas hasta el año 2.030? ¿Que una de cada 6 mujeres es violada durante su vida, 5 de cada 10.000 lo son al año en los países industrializados, y miles sufren y hasta perecen por la vio-lencia doméstica o relacional (140.000 en 2005 en España, con 25 asesinadas ya en 2006), o que el 70 % de todos los analfabetos son mujeres? ¿Que numerosos periodis-tas fueron encarcelados, torturados y asesinados? ¿Que los experimentos de Mengele tienen imitadores? (cientos de personas –embarazadas, niños con deficiencia mental, pacientes, presos, esquimales e indios– fueron inyectados entre 1940-1973 con yodo o hierro radioactivos o radiados con uranio, circonio y plutonio; visto el informe del comité presidencial sobre 9 casos verificados, en 1995 Clinton pidió perdón a sus fa-milias y les pagaron indemnizaciones). ¿Recordamos las bestiales masacres de la To-rres Gemelas, de Madrid, de Chechenia, de Irak,? Etc. Etc.

Los ciudadanos corrientes viven más indefensos que ningún otro, bajo la amenaza y la inseguridad. Toman plácidamente un refresco, pasean por la calle o cultivan la amistad en el parque y las balas les saltan los sesos; van a la oficina, a la fábrica o a una manifestación cultural y los secuestran o una explosión asesina los mutila o despe-daza; entran en el supermercado, viajan, hacen turismo, están en la escuela, la univer-sidad o un campo de refugiados, oran en la basílica, llevan el velo tradicional o se lo quitan y el amosal sódico o un tiro en la nuca los envía al otro mundo; creen gozar de salud y seguridad y los proyectiles o machetes los taladra y hace picadillo o un esta-llido nuclear les muta los genes de un bocado radioactivo con futuro cierto de malfor-maciones y cáncer. Las guerras se llevan por delante y a mansalva vidas e ilusiones; la paz, acordada por los negociadores con muchos cabos sueltos, que no siempre sen-tida, se mantiene a duras penas con tanques blindados y soldados, a veces foráneos, de gatillo nervioso y fáciles al desmán y la vejación.

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Los acontecimientos más indecentes acaban como polvo en el metabolismo de los comentarios superfluos, las tergiversaciones y los desmarques. Las acciones violentas se mitigan e impermeabilizan con miras calculadas, se tergiversan con sustitutivos in-trincados, se aliñan con galanura y frases malabares (desgraciadamente «la palabra le fue dada al hombre para encubrir su pensamiento» –Charles M. de Talleyrand, obispo de Autun y diplomático francés, 1754-1838), y la mentira campa a sus anchas, insta-lada sin recato alguno, se taponan los oídos, se hace la vista inabarcablemente gorda, se olvida y cada palo que aguante su vela.

La rapiña, el mercadeo, la mancilla, el hostigamiento, el desistimiento y la muerte llenan la cartelera inagotable del vandalismo y la sangre y dejan estelas aborrecibles en el camino del hombre, en particular durante los últimos siglos de su recorrido. Son practicas tan incrustadas en su intimidad cultural, y acaso en la memoria biológica, que en el mejor de los casos costará mucho tiempo y esfuerzo erradicarlas o neutrali-zarlas adecuadamente.

¿Por dónde ir, en quién confiar, si seguir viviendo es una lotería administrada por la necedad y el horror? ¿Qué clase de demencia es ésta? ¿Por qué el hombre alcanzó a la par tales cotas de creatividad positiva y de violencia? ¿Por qué usa su portentosa cons-ciencia de modo tan inhumano? ¿La encefalización cursó tan rápida y la especie es tan inmadura que su razón no asimila las experiencias para corregir sus yerros y encau-zarse sin la violencia?

MAS VIOLENCIA

Por los pagos podridos a menudo sólo se ofrece lo que nos sobra o satura, y si puede revertir gangas y gabelas. Muchos no consideramos a alguien un igual, sino una inver-sión o un colindante apropiable o poco grato al que consumir, desalojar o dar la pun-tilla de modo expeditivo o larvado. Y de la Tierra hemos hecho una cloaca.

–El hombre vende el intelecto, las creencias, la amistad y el honor (la industria de la conciencia, según H. M. Enzensberger, ensayista y poeta alemán, Premio Príncipe de Asturias 2002 de Comunicación y Humanidades). Vende el cuerpo y las cualidades físicas y a punto está de vender los genes, su privacidad biológica. Vende la Biosfera, la tierra, el subsuelo, los animales, los vegetales y el agua que no sabemos aprovechar; pronto venderá el aire, que se suministrará por tuberías y llevaremos a la espalda como los gasógenos antiguos o los tanques de combustible de un automóvil.

La venta de niños está condenada –y objetivada, ¡qué vergüenza!– en la Conven-ción sobre los Derechos del Niño. De los 200 millones que trabajan, 80 millones de niños son explotados en minas, carga y descarga, tratamiento de plantaciones con pla-guicidas y otras tareas duras y peligrosas, o son esclavizados y prostituidos; y 100 mi-

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llones de niños callejeros viven amenazados (los «escuadrones de la muerte» eliminaron desde 1990 a más de 8.000 niños marginados de las grandes urbes de La-tinoamérica).

Se amasan inmensas fortunas y poder con el vampirismo económico y el negocio de las drogas, las armas (que vendemos a enemigos de quienes acudimos luego a so-correr interesadamente), la prostitución y las vísceras. El caudal de algunos se asienta con frecuencia en la destrucción de otros.

–Alfred Sauvy, demógrafo e historiador francés, llamó Tercer Mundo (semanario l’Observateur, 14.8.1952) a los países subdesarrollados; el Cuarto Mundo son los po-bres de países ricos, y el Quinto Mundo los pobres absolutos, casi 1.100 millones de personas, el 70%, mujeres.

Hay 120 millones de parados y 750 millones de subempleados (para subsistir los pobres de algún país venden sus riñones por unos pocos euros a quienes pagan fuertes sumas a mediadores y por el transplante).

El 20-23 % de la población mundial consumimos el 60-70 % de los alimentos; 4.000 millones de personas, consumen el 30-40 % restante.

En los países pobres, 2.000 millones de personas (una tercera parte de la población rural mundial) no tienen acceso al agua potable o limpia, y más de 1.000 millones carecen de infraestructuras de saneamiento y tratamiento adecuadas

Unos 1.500 millones de personas no acceden a servicios de salud y mueren por cau-sas evitables; por enfermedades de la pobreza: 26 millones por falta o malos alimentos; 15 millones por carecer de agua o consumirla no potable; o por enfermedades transmi-sibles, epidemias u otras. La mortalidad infantil es 10-30 veces superior en los países pobres que en los ricos. Más de 600.000 mujeres mueren cada año durante el emba-razo, el parto o la lactancia, por falta de higiene elemental o atenciones sanitarias y transporte en urgencias, y unos 150.000 fallecimientos se deben al aborto clandestino.

–Las barreras al desarrollo intelectual han condenado a millones de personas al analfabetismo, o llevado a la desmovilización creativa. La alfabetización infantil es del 90-100 % en los países desarrollados, que gastan en educación un 3,5-5 % del PIB; en ellos la escolarización es unas 5 veces mayor, invierten por cápita 18 veces más en in-vestigación y tecnología, hay 9 veces más científicos y técnicos que en los países po-bres, 18 veces más teléfonos, 6 veces más aparatos de radio, y leen 8 veces más periódicos.

Se han destruido las poblaciones indígenas y llevado a la esclavitud, la ignorancia, al sometimiento y la muerte a millones de personas consideradas inferiores. El Papa Julio II (papado durante los años 1.144 a 1.171) dictó una bula según la que los indios eran seres humanos con alma, a condición de que fueran católicos.

–La Tierra se va convirtiendo en Coprosfera por la basura que el hombre ocasiona y descuida. La producción de basura es proporcional al bienestar inmediato. El ser cul-

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tural es un animal/fábrica atípico y cáustico cuyas inmundicias artificiales agobian y matan.

El 70-75 % de la contaminación se debe al 20-23 % de la población mundial, la más desarrollada y rica de los países industrializados, donde se producen de media 10 to-neladas métricas por kilómetro cuadrado de desechos peligrosos y se emite a la at-mósfera cerca de medio kilo de productos por persona/año. Los 24 países de la OCDE producen el 77 % de los residuos industriales, y los países del Hemisferio Norte el 80 % de los gases causantes del incremento perjudicial del efecto invernadero.

Casi 400 millones de toneladas al año de residuos industriales van a las tierras, la at-mósfera y las aguas de todo el mundo: unos son tóxicos, corrosivos o infecciosos; otros son radioactivos de la industria de la energía atómica «no reciclables», que pre-cisan tratamiento en almacenamientos de seguridad, y los emplazamientos elegidos son con frecuencia conflictivos. Los residuos sólidos urbanos o basuras domésticas supo-nen en Europa algo más de 1 kilo por habitante y día (3 kilos en los Estados Unidos).

–A las aguas de la Tierra (Hidrosfera, que ocupa casi el 75 % de la bola terrestre) van al año unos 20.000 millones de toneladas de detritus procedentes en su mayor parte de los residuos industriales, agrícolas o ganaderos, los desechos de las aglomera-ciones urbanas del litoral y las cercanías de ríos o lagos y las avalanchas de turismo en zonas determinadas, las guerras, los siniestros de buques, las plataformas petrolíferas marinas, la construcción o la rotura de puertos, presas, diques y embalses, el trans-porte marítimo y fluvial, las edificaciones en las cuencas o la degradación de las aguas freáticas. El 10 %, unos 2.000 millones de toneladas, son residuos tóxicos –de los que el 25 al 27 % del total procede de las fábricas de pasta de papel– y metales pesados. Los vertidos de los petroleros suponen el 15 %, y su siniestralidad el 10-12 % del total de la contaminación por crudos. El hundimiento del petrolero Prestige, en noviembre de 2002, de triste recuerdo, con vertido de unas 40.000 toneladas de fuel y una enorme marea negra, dañó considerablemente al ecosistema de la costa gallega, afectando también a las costas asturiana, cántabra y vasca, francesas y portuguesas.

En pocas palabras, contribuimos con unas 4 toneladas de porquería por persona y año a la degradación de las aguas, que se agrava por los efectos de los incendios fores-tales, la desertización o el arrastre de los suelos colindantes. La contaminación de los mares y océanos rebaja su capacidad de amortiguar y regular el efecto invernadero, agota el fitoplancton, el zooplancton y los caladeros, y aniquila las especies.

–Unos 1.000 millones de personas de las ciudades están expuestos a más de 300 productos químicos que van a la atmósfera y causan la contaminación ambiental (so-bre todo el monóxido y el dióxido de carbono, el óxido nitroso, el azufre, el metano, los CFC, el ozono, los compuestos metálicos y los residuos tóxicos o radioactivos), de sombrías consecuencias para la salud humana por su acción directa o bioacumu-lativa. Emitimos 7,5 millones/año de toneladas de dióxido de carbono, responsables

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del 50-55 % del calentamiento del globo (si el CO2 atmosférico se llegare a duplicar el calor produciría un deshielo glaciar, las masas de agua se expandirían y crecería el nivel de los mares peligrosamente). Los clorofluorcarbonados son responsables del 12 al 17 % del aumento del efecto invernadero, y dañan la capa de ozono (su reduc-ción del 10 %, según Naciones Unidas dejaría paso a rayos ultravioleta dañinos y produciría de 1,6 a 1,8 millones de cataratas y 300.000 cánceres de piel más que los esperados).

–Se pierden unos 17 millones de hectáreas de bosque y 2.500 millones de tonela-das de vegetales al año, en buena parte por la tala, el envenenamiento de la lluvia ácida o los incendios provocados. Sólo en los últimos 30 años la deforestación ha sido ma-yor que la de los 10.000 anteriores. En los países desarrollados se eliminó casi el 80 % de los humedales. En fin, reducimos la Naturaleza –y con ello la biodiversidad– unos 3.500 km2 al año, y apenas resiste (A los dominadores les importa un bledo, constru-yen sus remansos/camelot con el silo rebosante de conocimientos y logros que llama-mos progreso; en esos edenes aislados de la Naturaleza achacosa y moribunda, encierran entre hormigón y acrílicos lo mejor del Planeta claudicante, una Biosfera de encargo).

Todo lo relatado, y mucho más, son expresiones cotidianas y dramáticas de nuestra violencia. Si alguien considera que la exposición estuvo recargada, procedería valorar si se opta entre la cruda realidad o los estilos oratorios o literarios. ¿Que hacemos con los sustantivos y adjetivos de la estupidez del hombre? ¿Suprimirlos? Estéril inten-tona, la miseria y el dolor, y la catástrofe medioambiental que provocamos no desapa-recerán porque prescindamos de los calificativos incómodos. Y, sobre todo ¿qué hacemos con la cruda realidad? ¿Quitarle sus indumentos violentos y disfrazarla con sedas estilísticas? Sería igual de inútil, la violencia sigue en la brecha, aunque ya he-mos dado buena muestra de nuestra habilidad para encogernos de hombros o velar la fea realidad con aparentes drusas. Zanjar la cuestión repitiendo que el hombre es un fracaso evolutivo, sería un descargo demasiado tibio para nombrar la asfixiante estul-ticia. Queden, pues, las cosas como están, que no me motiva en modo alguno intentar hacer un discurso maestro con la tragedia del «ambre», la «biolación», «la enferme-daz», «la inorancia», etc. de tantos que las sufren sin saber que se escriben con h, con v, con d o con g, que detrás del verbo va el predicado, dónde está el mal gusto por tal o cual forma de redacción o exposición o si en la mesa el tenedor se debe colocar a la izquierda y el cuchillo a la derecha de los platos.

En definitiva, no pretendo sorprender con una intervención magistral, entretener agradablemente y menos escandalizar al auditorio, sino, como hacen tantos ilusiona-dos, sugerir reconcienciarnos, despertar de la pasividad, aguzar bien los ojos, clarear las mentes y hacerlas permeables a los incidentes intolerables de la Hombridad, sin pasar por alto los testimonios de la violencia mientras en el patio de monipodio los

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bulldozer aprietan empuñaduras y destrozan las margaritas, o los compinches me-diocres se aceptan gorriones con tal de arramblar el trigo y disfrutar los fueros y mi-radores.

Tampoco trato de negar o deslucir los logros del Homo, sino corroborar que la cultura positiva no es un bien común por mor de la endémica violencia, que, ostensi-bles en tiempos y Campos variados, las transformaciones sociales no benefician a mu-chos hombres, y que ceñido tan sólo a hogaño el llamado progreso se empaña con el déficit abrumador de una violenta realidad de la que deberíamos sentir bochorno.

¿PROGRESO, REGRESO, FUTURO?

Desde que en 1878 se inventó la luz eléctrica, hace sólo 128 años, la población mundial creció más del 300 %. En este corto trecho de su historia el hombre ha des-plegado el ingenio de forma espectacular, también con sus creaciones abominables.

En octubre de 1957 comenzó la carrera espacial con el satélite artificial Sputnik 1. En marzo de 1961 Yuri A. Gagarin fue el primer viajero colocado en la órbita terrestre y dio una vuelta alrededor de la Tierra en el satélite Vostok 1; le siguieron en agosto del mismo año German Titov, en el Vostok 2, en febrero de 1962 John Glenn, en la cápsula Mercury, y luego otros, poniéndose a seguido en marcha el proyecto Apolo, que permi-tió a los cosmonautas Amstrog y Aldrich aterrizar y pisar en la Luna el 21 de agosto 1969. En 1976 colocamos sobre la superficie del Planeta Marte dos sondas espaciales Viking, después de un recorrido de 5.000 millones de kilómetros que duró poco me-nos de 2 años. En 1979 las sondas Voyager 1 y 2 sobrevolaron y exploraron Júpiter, y en 1980 y 1981, el Planeta Saturno y su satélite Titán; la Voyager 2 continuó viaje a Urano (1986) y a Neptuno (1989) y más tarde ambas fueron dirigidas a los límites del sistema solar y la heliopausa, que alcanzarán antes del año 2015. La estación espacial MIR fue lanzada el día once de febrero de 1986; visitada por 30 tripulaciones, 15 de ellas rusas y otras 15 internacionales, el 23.3.2001 se la hizo desintegrar en vacío y unos 1.500 pesados pedazos que cayeron en el océano Pacífico. La nave Galileo partió en 1989 y tras recorrer 3.500 millones de kilómetros, llegó a finales de 1995 a la órbita de Júpiter; desde allí el 7 de diciembre envió una «sonda suicida» que se desintegró después de recoger y mandar datos sobre su atmósfera. Recién acordada la construc-ción de la Estación Espacial Alfa, en la que participan los Estados Unidos, Japón, Ca-nadá, Rusia y los países de la Agencia Espacial Europea (ESA), nos perderíamos citando cada uno de los más de 3.400 aparatos, transbordadores, plataformas, cohetes, naves, satélites, módulos o pantallas (Soyuz, Skylab, Cosmos, Discovery, Endeavour, Pio-neer, Soho, Iso, Helios, Atlantis etc.) que hemos lanzado a los aires, en su mayoría entre los 900 y 1.500 kilómetros de altura.

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Disponemos de métodos electrónicos o radioastronómicos de larguísimo alcance, como el gigantesco telescopio espacial Hubble, y estudiamos los quasar (pequeños as-tros de gran luminosidad), los pulsar (astros menores que resultan de estrellas en su final o estrellas de neutrones que giran sobre sí mismas), los agujeros negros, los más complejos fenómenos del Universo y los vestigios de su origen. Conocemos la física cuántica y medimos la cantidad de energía más pequeña del mundo físico o constante de Planck (6,626.11 elevado a –34 julios/segundo). Con el acelerador de partículas Tevatron se ha producido la fluctuación demostrativa del quark top, el último de los 6 quarks (las magnitudes físicas más pequeñas que existen, de unos 10 elevado a –18 metros, no observables, y parte de otras partículas mayores o hadrones) que junto con 6 leptons (el electrón, el muón, el tau y sus respectivos neutrinos) componen la estruc-tura más simple del átomo (núcleo de protones y neutrones sobre el que giran los electrones formando una partícula de 10 elevado a –10 hasta –13 metros de diáme-tro); partículas de los átomos con las que se construyen las piezas que dan lugar a toda la materia existente desde que se formó el Universo.

Nos servimos de aparatos automáticos que secuencian casi 110.000 bases de ADN al día y han permitido la secuenciación completa del genoma humano, de enzimas que funcionan como «tijeras químicas» para cortar trozos de genes o para ligarlos o «soldarlos» con otros, y de cromosomas artificiales de levaduras gigantes (YACs) hasta con 10 millones de pares de bases, para producir clones genéticos de estudio. Podemos pesar una picra o millonésima de gramo, medimos el nano o diezmilloné-sima de milímetro y conocemos los hox, genes capaces de poner en marcha un pro-grama genético y responsables de dar la forma a los organismos, y la localización de genes y sus variables identificados con determinadas enfermedades.

La investigación biológica continúa sin pausa en numerosos campos. Se avanza ha-cia la farmacógenómica, que permitirá el tratamiento a la carta de las enfermedades. La terapia génica somática ya da sus balbuceos para tratar a los «niños burbuja», al-gunas patologías sanguíneas y tumores malignos terminales. Tras la fase experimental con ratones hemos creado ovejas transgénicas (también se trabaja con pollos, cerdos, vacas y otros animales) y otras, que producen leche con sustancias farmacológicas incluidas. Las plantas han sido modificadas artificialmente para que resistan a las pla-gas de microorganismos parásitos y a las inclemencias, y para aumentar su cantidad y calidad nutricia (alimentos transgénicos) y se estudia experimentalmente como po-drán captar directamente el nitrógeno. Los animales con los que nos alimentamos también se han manipulado para combatir sus enfermedades y mejorar el rendimiento en carne, leche o lana. Se ha hecho rutinaria la fecundación in vitro para tratar ciertas formas de esterilidad y para la mejora de especies y se ha realizado la clonación animal intra e interespecífica, y de preembriones humanos, con propósitos hasta hoy insufi-cientemente aclarados o justificados, y en animales. Las células troncales, stem cells o

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células madre de los blastocistos (embriones en fase de desarrollo de 5-6 días), pre-sentes también en el cordón umbilical y en los tejidos corporales, son capaces de divi-dirse indefinidamente y, orientadas en el laboratorio, dar lugar a células, tejidos (y quizás órganos) para transplante, sin reacciones inmunológicas de rechazo en algunos casos.

En estos y otros sentidos que no es necesario circunstanciar, se avanzó mucho –y acaso no sean más que los comienzos–, para bien o para mal, aunque los vendedores de futuro insisten en los aspectos positivos y adelantan la maqueta de un siglo próximo con tecnologías punta y accesibles.

Nos valdremos de la cibernética, telemática e informática ultramodernas, correo electrónico e internet, de la fusión fría y fuentes de energía no contaminantes y bara-tas, y de tantas maravillas de alta precisión técnica. La televisión interactiva, con redes de fibra óptica y cientos de canales e intercomunicación que permitirán al espectador participar directamente en lo que visualiza, funcionará a modo de un ordenador inte-ligente y ofrecerá un retablo de servicios, como el teléfono, el vídeo, los sistemas direc-tos de compra y cualquier información.

Los transportes colectivos y privados se diseñarán para prevenir los accidentes y la contaminación, y desarrollar grandes velocidades. La Tierra será un lugar sin distan-cias; se acercarán los lugares más alejados entre sí con trenes de levitación magnética a más de 500 kilómetros por hora u otros muy rápidos (el AVE, en España; el TGV, en Francia; el ICE o el tren magnético, en Alemania; el tren oscilante del Japón; o el Talgo, en muchos países, son algunos anticipos) y por medio de aviones a gran veloci-dad como los Concorde o Tupalov o de tipo comercial de casi 800 pasajeros. Los vuelos económicos están al orden del día, y los viajes charter de agencia a un arma-toste/ciudad espacial o la adquisición de una parcela en la Luna son posibilidades que empiezan a tomar cuerpo.

La biología molecular y la inmunología harán avances importantes en el diagnós-tico de enfermedades y su tratamiento específico, se ampliarán y perfeccionarán las vacunas y posiblemente se combatirán el cáncer y el sida. La ingeniería genética permitirá mejorar la cantidad y calidad de los alimentos, sanear el ambiente y evitar o curar algunas enfermedades hereditarias. Si la ciencia venciera esas y otras patolo-gías y carencias, las expectativas de que el hombre alcance los 120 años de vida son bastante realistas. La clonación es un hecho, como ya se dijo; han nacido animales con características especiales (la oveja Dolly es el referente) por transferencia de núcleos de células somáticas de nacidos a óvulos previamente desnucleados (célula resultante a la que se denomina nuclóvulo), se abre también el camino de esas técni-cas con fines reproductivos (la clonación de seres humanos causa un rechazo casi general) o no reproductivos (creación líneas celulares o de tejidos para trasplantes). Se harán trasplantes quirúrgicos en el sistema nervioso para impedir su involución,

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para tratar ciertas patologías eficazmente y para aprovechar al máximo las funciones cerebrales.

Yendo a lo que importa ¿qué porvenir nos espera con ese bagaje? ¿Desaparecerán los dominadores y sus secuaces? ¿Terminaremos con la inseguridad y la ansiedad pro-vocadas por el hombre? ¿Se eliminarán para siempre las guerras, las escisiones y las disensiones sangrientas? ¿Seguiremos empeñados en mojonar la Tierra y dividir la Hombridad más todavía? ¿Evitaremos concitar los desmanes, los engaños, las friccio-nes y el rencor mundiales? ¿Pondremos la ciencia y la tecnología al servicio de la po-blación entera?

Por lo pronto ¿a quién beneficiará tanto progreso en este mundo insolidario y des-tructor? Evaluando los signos inquietantes de lo que vivimos las perspectivas son poco halagüeñas, únicamente podrán beneficiarse de las atenciones sanitarias, los ali-mentos, el agua potable, la educación, los transportes, las telecomunicaciones, etc., quienes dispongan el dominio o puedan pagarlos, que serán los menos, como siem-pre. Bienvenidos los propósitos de un desarrollo sostenible (Informe Brundtlan, 1987), los análisis del IDH (Indice de Desarrollo Humano) o del IL (Indice de Liber-tad) del PNUD, las evaluaciones de UNICEF y tantas otras estimaciones y sondeos, pero cubren objetivos muy limitados o se quedan en aproximaciones, mientras los monstruosos hechos sociales se multiplican y perpetúan.

DEMOGRAFIA

El crecimiento demográfico viene a complicar la situación. La población mundial au-mentó 3,5 veces desde comienzo de siglo pasado (de 1.600 millones de personas en 1900 a más de 6.000 millones en 2007) y se dobló en los últimos 50 años. En un pro-ceso inmutable «los ricos cada vez son más ricos, y los pobres, más».

Nacen 138 millones de niños al año y mueren 51 millones de personas en el mismo tiempo, con lo que el crecimiento vegetativo de la población mundial es de unos 90 millones cada año. De no ponerle remedio –y las medidas tomadas hasta ahora son demasiado tibias y parciales– a finales del siglo XXI habitaremos un mundo super-poblado, puerco y arrasado de casi 11.000 millones de personas, y muchas vivirán hacinadas entre los detritus y la porquería.

La subida afectará muy especialmente a los países más pobres, subdesarrollados o en vías de desarrollo, donde se prevé que hasta el año 2025 se producirá el 95 % del crecimiento demográfico mundial. Por el contrario, la población de los países ricos y desarrollados descenderá un 10 % en el año 2050; la de la Unión Europea aumentará ligeramente y la de los Estados de la OCDE (el 15 % de la mundial) podría hacerlo hasta el 6 % en el transcurso al año 2.025, para disminuir a partir de entonces.

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El crecimiento demográfico se acompañará de una descompensación entre las zo-nas rurales y las urbanas, en la distribución regional y en los porcentajes grupales de las pirámides de edad. La población rural continuará reduciéndose: unos 30 millo-nes de personas dejan cada año los Campos, aldeas y pueblos y se trasladan a las ciudades de sus países o de otros; si en 1950 la población rural suponía un 83 % de la población mundial y en 1975 un 75 %, actualmente ronda el 50 % y seguirá dismi-nuyendo.

La superpoblación y los desequilibrios demográficos causarán enormes déficit de alimentos, de agua, sanitarios, de energía, de vivienda y laborales, desertizaciones y deforestaciones gigantescas, explotación excesiva de los recursos, producción de bi-llones de toneladas de basura, incontenibles migraciones y conflictos nacionales, re-gionales e internacionales. Millones de personas de los países pobres y en desarrollo no tendrán otra fuente de energía que los vegetales y los combustibles fósiles, si es que aún les quedan, y su consumo imperioso –desde 1970 ya se ha triplicado– aumentará el efecto invernadero y el deterioro del medio ambiente. Las necesidades urgentes de alimentos y de agua crecerán considerablemente en Asia y Africa y las gentes morirán en masa por la hambruna y las enfermedades carenciales o vinculadas al aporte hí-drico y potabilidad.

El hombre luchó y mató por el agua, en especial desde que se tornó sedentario en el Creciente Fértil y el sur de Asia. Pronto pelearemos sañudamente, no solo por la necesaria para el desarrollo económico, sino y sobe todo, por el agua absolutamente indispensable para sobrevivir cada día.

–El desempleo, la pobreza, la hambruna, la guerra y las depuraciones seguirán pro-duciendo emigrados económicos y refugiados en busca de asilo político. La difusión por los medios de comunicación u otros cauces de mejores expectativas en los países prósperos, oferta a los pobres lugares muy distintos en los que salvar y dignificar su vida. En éste círculo vicioso que no parece tener desenlace, las alternativas a seguir les ofrecen pocas dudas. Los sistemas de transporte facilitan los traslados, y, si no están al alcance (razones económicas, políticas, etc.), se emprende la salida en pateras, balsas, faluchos o cayucos y barcos cochambrosos, arriesgando la existencia y las ilusiones y cayendo en ocasiones bajo la «protección» de mafias que les prometen ocupación y soldada que acaban en la extorsión y la degradación.

Pero esas no serán las únicas causas de huida. El 70 % de la población mundial vive a menos de 130 kilómetros de las costas y, si se produce el recalentamiento de la Tie-rra subirá el nivel de las aguas marinas y las anegaciones forzarán la emigración. En tal sentido se estima que unos 300 millones de personas tendrán que desplazarse por ra-zones medioambientales

La mayor parte de los emigrantes internos y externos se dirigirán a las ciudades, supuestamente más esperanzadoras, cuyas poblaciones crecerán con celeridad (tam-

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bién por el crecimiento vegetativo) hasta triplicarse en los 40 años próximos, con for-mación de megalópolis y aumento del número de ciudades medias y grandes.

A medida que el siglo XXI transcurra la vida en las ciudades será peliaguda. Los vehículos motorizados –millones de metros cuadrados de chapa y de tubos de escape envenenadores– invadirán y colapsarán las calles y aceras, entre la irritante capa de aire viciado y hollín, los malos olores y los bocinazos y ruidos. Muchas personas resi-dirán en zonas caras y ajardinadas, temerosas del exterior, aisladas en sus confortables domicilios/bunquer repletos de artificios y cuidados celosamente por vigilantes ar-mados hasta los dientes. Buen número de nativos e inmigrados se amasijarán en ba-rriadas, arrabales y suburbios de promiscuidad y pobreza convertidos en el imperio del hopeo y el estertor. Desde los fortines veremos en la lejanía circunvalante a los marginales sin techo o en las villas cajón (Europa), cités soleil (Ahití), favelas (Brasil), villas miseria (Argentina), los informal settlement (Surafrica), sanjuanicos (México) y tantos otros asentamientos paupérrimos de barracones, tendejones, tablas carcomi-das, retales de uralita y hojalata, con el recelo con que se observa a las fieras libres o en cautiverio.

En esas ratoneras humanas con pegotes de paraísos artificiales y alguna antena pa-rabólica, propicias a la delincuencia más versátil, las palabras fraternidad, solidaridad, paz o ley serán ridículas e impronunciables, y la sociedad un medio implacable donde un sorbo de agua o un pedazo de pan valdrán mucho más que la vida del hombre.

ESPECULACIONES EVOLUTIVAS

La formación del Universo fue un hecho extraordinario, como lo fueron en la Tie-rra la evolución en general y hacia el hombre, su sorpresa mayor, el único ser que se acerca a entender la aparición de la vida y sus propios comienzos. Pero nacido de la Tierra, el hombre la maltrata como si de un error suyo se tratare.

¿Qué puede ocurrir en adelante?Según se agote su combustible de hidrógeno el Sol envejecerá, perderá masa y a los

12.150 m.d.a. de su formación se expansionará y dará lugar a una estrella gigante roja que envolverá y convertirá en ceniza los planetas de su sistema, entre ellos la Tierra; unos 250 m.d.a. años más tarde, desaparecerá, apagándose como una estrella enana negra.

Dentro de 1.100 m.d.a las enormes temperaturas solares calentarán tanto la Tierra que la vida en ella será imposible. Mucho antes, la escapatoria de la muerte habrá im-pulsado al hombre a vivir en plataformas espaciales o en planetas habitables.

No se puede conjeturar a tan largo plazo, pero sí plantear algunas hipótesis sobre nuestro próximo devenir:

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Involución/evolución en la complejidad umbral

Desde su origen los seres vivos sufrieron cinco grandes extinciones. En la línea evolu-tiva de las células procariotas desaparecieron un 99 % de todas las especies, sin dispo-ner en muchos casos de una explicación suficiente. Pudo ocurrir por cambios telúricos, choques de cuerpos celestes, infecciones o agotamiento biológico; lo último hace su-poner que el ciclo evolutivo del hombre también tendrá un «final natural» en algún momento (degenerar es retroceder: los raros niños lobo, con toda la piel cubierta de pelo a causa de un gen alterado del cromosoma X, parecen abundar en ello). Sin des-cartar tal posibilidad, lo cierto es que las circunstancias han variado de forma conside-rable en relación al pasado, y que el agotamiento de especie seguramente podrá impedirse con los avances técnicos.

Eso aparte, faltan argumentos serios para aceptar que la evolución del hombre ha terminado. La evolución continuará por interadaptación circunstancial, sin que, por las implicaciones añadidas, tengamos idea cierta de cómo lo hará. Dada la variabili-dad genética de la especie y la fácil hibridación entre personas de cualquier caracte-rística (étnica o racial), se tiende a la uniformidad genotípica universal, con lo que la evolución por mutaciones espontáneas en grupos aislados será cada vez menos probable.

Se asegura que los géneros zoológicos aparecieron en la evolución cada 5 m.d.a. aproximadamente, y las especies, cada 500.000 años. ¿Se halla nuestra especie cerca del umbral de complejidad que pueda causar una evolución sensible? Si las mutacio-nes de interés evolutivo se han producido alrededor de cada 160.000 años, las futuras mutaciones –sin saber si sus efectos serán equiparables a una supraespeciación– po-drían ocurrir en las dos glaciaciones que tendrán lugar dentro de 50.000 y 90.000 años respectivamente, con un periodo interglaciar por medio.

Evolución/involución por causas culturales (incluidas las científicas y tecnológicas)

Lo probable es que no de tiempo a que lleguen esos grandes cambios climáticos, al depender de la violencia y el Desorden social o de las aplicaciones cientifico-técnicas que la evolución del hombre prosiga o cambie a otra especie.

–En el primer supuesto, los conflictos nacionales y mundiales, el racismo, la xeno-fobia, las persecuciones políticas, la superpoblación acuciante –sin alimentos ni aten-ciones sanitarias o educativas para contingentes muy numerosos–, los desequilibrios biosociales y nuestro desdén con graves daños a la Biosfera, se harán notar muy pronto y acelerarán los hechos.

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El sinnúmero de desfavorecidos seguirán emigrando y huyendo, intentando orillar denodadamente todo tipo de trabas, muriendo con frecuencia en el empeño, hasta que de nada sirvan los cupos de inmigración, los visados, las alambradas, las escolle-ras, las murallas ni las pláticas edulcoradas, y estallen las fronteras. Las urbes y mega-lópolis serán junglas arracimadas en las que el favorecido –poco propicio a compartir por las buenas su abundancia– y el desasistido –que desea al menos tener con qué sobrevivir–, medirán sus fuerzas, entre toques a rebato, chorros de agua a presión, gases lacrimógenos, pelotazos de goma, mandobles, cuchilladas y disparos. Cuando la espita salte en pedazos las masas –triste calificativo de los hombres manipulados– confluirán en una impresionante y resabiada marea que podrá llevarse por delante cuanto halle al paso. Los enfrentamientos lucirán su rosario fratricida de irracionali-dad y llevarán al cenit de la violencia.

–En el segundo supuesto, los efectos desfavorables de la aplicación de las tecnolo-gías sobre el genoma, la acumulación celular de venenos y tóxicos, la adaptación al medio degradado o las enfermedades o trastornos ocasionados por la liberación de microorganismos mutados y desconocidas hasta ahora, pueden deparar –al tiempo de los desórdenes de la Hombridad– consecuencias evolutivas a nuestra especie.

Con los avances científicos y técnicos, en particular con la ingeniería genética, el hombre va camino de dominar tanto a la Naturaleza como a su genotipo, y de decidir su fenotipo, sus reacciones mentales y su conducta, orientando su futuro y el de aque-lla. Dejando a un lado la muerte natural que la ciencia conseguirá retrasar, será el hom-bre quien determinará (ya lo hace en cierta medida): a) sobre sí mismo como ser psicofísico, y b), sobre su entorno biológico y terreno. Se tratará de la selección verda-dera, de carácter artificial y cultural, porque responderá a la voluntad de realizarla con un fin, tal vez en la búsqueda de una perfección cuyas consecuencias son presumibles. Viviremos la época del hombre antropo-psico-bioplasta no tardando mucho, que será capaz de modificarse en cuerpo y psique en la dirección que estime. Todo sigue igual: el hombre evolucionó desde la tecnología y lo seguirá haciendo con ella; por sus orí-genes el hombre es un animal técnico.

El politólogo nipón-americano Francis Fukuyama sentenciaba en 1992 el término de las ideologías con paso a la economía neoliberal (El fin de la Historia y el último hombre), afirmando recientemente (Nuestro futuro poshumano: consecuencias de la re-volución biotecnológica, 2002) que la historia del hombre seguirá vinculada al desarro-llo científico, sobre todo a los avances de la biología.

La Bioética, como instrumento civil y auténtica cultura de nuestro tiempo, tiene mucho que decir en estos escenarios biotecnológicos y la Sociedad Internacional de Bioética, la SIBI, deja constantemente oír su voz desde Gijón o actúa como amplifica-dor de opiniones del mundo entero.

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Evolución/involución por circunstancias extratelúricas

–La evolución podría deberse a civilizaciones extraterrestres que llegarán a la Tie-rra y que, si nos superan en conocimientos y fuerza, programarán nuestros genes y dirigirán nuestra conducta según sus propias pautas (si no deciden aniquilarnos).

–La involución podría ser causada por fenómenos naturales cataclísmicos. El físico y Premio Nobel Luis Walter Alvarez (nieto del médico asturiano Luis F.

Alvarez) y su hijo Walter Alvarez, geólogo, atribuyen la desaparición de los dinosau-rios y dos tercios de las especies, hace 65 m.d.a., a los efectos calóricos e intoxicantes, los maremotos, etc., devastadores de un meteorito que chocó contra la península de Yucatán, donde abrió un cráter de 180 kms. de diámetro (Extraterrestrial Cause of the Cretaceous Tertiary Extintion. Revista Science, 1980); teoría que la geóloga Gerta Ke-ller y algunos miembros de su grupo no dan por segura (Revista Proceedings, 2.3.04).

Según informa la NASA, en el año 1989 cruzaron la trayectoria de Tierra 90 cuer-pos celestes, y en 1992 lo hicieron 128; y a finales de 1993 un meteorito de considera-ble tamaño no alcanzó la Tierra por una diferencia orbital de seis horas. Los científicos creen que hay una posibilidad entre mil de que choque contra ella un cuerpo celeste y origine una energía explosiva mayor que la de todo el arsenal energético mundial. Las consecuencias serías caóticas para la vida.

Apocalipsis

–No faltan curiosas conjeturas. Para los mayas, y según su calendario, el 21 de di-ciembre de 2012 tendrá lugar el fin del mundo. Interpretando las profecías del arzo-bispo irlandés San Malaquías (Profecía de los Papas, escrita en 1139 y publicada en Lignum Vitae del monje Arnold de Wyon, en 1595) la detención evolutiva y nuestra desaparición ocurrirán con el último Papado, el de Petrus Romanus, número 112 des-pués de San Celestino II (el actual es el penúltimo).

Sobre las profecías del médico-astrólogo Michel de Notre Dame, Nostradamus (El libro de las Centurias, 1555), se consideró que el verso cuarteto 72 de la Centuria X: «en el séptimo mes de 1999 vendrá del cielo el gran Rey del Terror…» aludía al final de la humanidad. No acertó.

Para Teilhard de Chardin ocurrirá en 2050, con retorno del hombre a Dios, a la integración en el Punto Omega ya mencionado, como superhombre psíquico encefa-lizado al máximo, la noosfera o cerebro universal (El Grupo Zoológico Humano, 1956; El fenómeno humano, 1959).

Así calculado no nos queda mucho como especie. Aunque, en cualquier caso, nues-tros derroteros en los años, siglos y milenios venideros son inciertos.

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¿Es la nuestra una especie decadente, un residuo biológico no recuperable ni racio-nalmente reciclable y condenado a perecer? Me resisto a admitir que la evolución ter-mine en el ser inconsecuente, en la piltrafa cultural que somos.

¿O es la cultura el mecanismo no previsto por la Naturaleza que acabará con la es-pecie? Tal vez, pues sin caer en el derrotismo nuestra necia conducta anticipa un Homo exterminador de la vida; después será posible volver a lo andado si las bacterias reevolucionan en el Planeta residual o en cualquier otro cuerpo celeste.

Y si otro fuera nuestro futuro evolutivo ¿vivirán los descendientes todavía en la Tierra? ¿Serán un ser psicofísico distinto, con otra denominación y los mismos o ma-yores vicios? ¿O se habrá llegado por fin al «ser humano», la Humanidad verdadera, dominado el viejo reptil del cerebro y la necrocultura del hombre?; si esta hipótesis se cumpliera se sorprenderán –se avergonzarán– del uso vandálico que hicimos de nues-tra portentosa razón.

EL ANIMAL CAUTIVO

El hombre es el animal cautivo de su violencia, como la sociedad que constituye. En el desbarajuste del hormiguero de los hombres cada cual tira de su carro, los más a hombros desnudos y seno descubierto, y unos pocos, con el látigo en la mente y la piedra en las manos. Los riesgos de la violencia afectan o pueden hacerlo, en tono e incidencia distintos, a la población que la padece y a los villanos que la provocan.

No somos simplemente una sociedad de riesgo, como se ha asegurado (Ulrich Beck, sociólogo alemán: La sociedad del riesgo. En camino hacia otra sociedad moderna, 1998) sino, descartando los naturales, una «sociedad sometida a riesgos», cuya tra-ducción tiene responsables generalmente reconocibles. Cuanta vida se echa a perder o se desbarata, pudiendo evitarlo, no se debe a desastres de la Naturaleza ni a seres venidos de otros mundos, sino al hombre irresponsable, que ha dañado más en los años de predominio cultural que durante toda su evolución.

Recuerdo intencionadamente una cita de Claude Lévi-Strauss (Historia de Lince, 1992): «Convengamos en llamar célula a un conjunto de incidentes que forman un todo, separable del contexto mítico particular en que lo hemos colocado inicialmente, y transportable en bloque a otros contextos»; también, que el médico flamenco An-drés Vesalio, fundador de la Anatomía humana, describió la estructura o arquitectura de nuestro cuerpo (De humani corporis fabrica, 1543-1555); y que casi tres siglos más tarde, el fisiólogo y citólogo Theodor Schwann y el botánico Matthias Jakob Schleiden propusieron la teoría celular (Microscopic Investigations on the Accordance in the Struc-ture and Growth of Plants and Animals, 1839): «la célula viviente es la unidad básica constitutiva y funcional de todos los organismos vivos», y la interrelación de las fun-

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ciones. Pues bien, si el cuerpo celular –lo natural, lo biológico– de cada hombre, con unos 60 billones células (para un peso de 60 kg), es una maravilla de coordinación operativa, el cuerpo social (la sociedad como «conjunto de incidentes», la Hombri-dad con «sólo» sus 6.000 millones de personas, tiempo atrás muchos menos, la cul-tura) ha derivado en el Desorden evidenciable.

–La inmensa mayoría de los hombres pierde la libertad, sus derechos, sus ilusio-nes y hasta la vida por la violencia de los menos. Dondequiera que sea no hay escape de su abyecta estupidez de la violencia, todos somos candidatos al censo de los fiam-bres y las extralimitaciones, los defensores de la paz y el bienestar, los que queremos disfrutarlos y los infelices que nunca llegan a saber qué significan. La brutalidad es añosa, psicótica y universal, millones de personas no disponen de los mínimos vitales –alimentos, agua potable, atenciones sanitarias, enseñanza, trabajo, protección social, hogar, libertad, igualdad, justicia, etc.–, y se está convirtiendo a la Hombridad en un matadero inmundo donde actúa el metódico gran malvado, tal vez el exterminador de su propia especie en un futuro que se vislumbra cada vez más descompasado y alar-mante, y a la Tierra, en un albañal, un yermo cuchitril donde el hombre violento es el defecador insensible de las basuras de su egoísmo.

–Los menos, los dominadores, son cautivos de su violento fundamentalismo, de su aleatorio poder deshumanizado, de su furtivismo criminal, de su ambición patológica –aunque no lo aireen–, que no de su conciencia. Su violencia masiva –a veces glaseada con oratoria y filantropía campanudas, y otras, descarnada y extravertida– se cocina en los tortuosos circuitos de connivencias, en los santuarios de dominio más o menos esca-moteados donde unos pocos solventan sobre vidas y destinos, justificando sus excesos sobre la inmensa mayoría acaso en nombre del equilibrio económico sostenido, del bien común, la paz social o el prometido paraíso/pensil, eufemismos en su boca más anacró-nicos y sin credibilidad cuantos más somos y más dominantes y secuaces/ esquejes –la mediocridad que hace posibles sus tropelías– intervengan en la cacería. Urdidas en esos arrecifes, las conductas cargadas de violencia (física, psicológica, ideológica, mercantil, científica, técnica) arruinan existencias e inteligencias y arrasan la Naturaleza, aunque resuenen con letanías de principios éticos y morales apenas balsámicos y acuerdos inter-nacionales o normas legales en gran medida infringidos o burlados, y con ello, inoperan-tes. En esos circuitos y santuarios fermenta muchas veces su propia aniquilación.

Los torquemadas megalómanos embriagarán el futuro inmerecidamente con sus carismas consagrados en panegíricos sin mancha –según nos vendan los exegetas eu-nucoides y tergiversadores, los glosadores de biografías mefíticas y los vates (alquila-dos) de glorias jaleadas y bien remuneradas–, que habrían de cundir como magisterio moral y ejemplarizante.

O, nada infrecuente –matar con hierro aboca a morir con hierro–, por un desliz o vencida su egolatría sin límites por las turbas de resentidos o rivales acabarán en pri-

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sión, precipicio, paredón, patíbulo, silla eléctrica, haraquiri, fuga o cortijo de penum-bra y exoneración, desmoronándose, sin escarmentar, en el sarro y la hiel de la historia.

CAPITULACIÓN Y SIMBIOSIS UNIVERSALES

La violencia es la anticivilización, y nadie es culpable de la sandez del hombre domi-nador y violento salvo él mismo, al conducirse como un inquisidor endiosado.

Ante todo urge preguntarnos qué hemos hecho con la dignidad y hacia donde bascula la razón, ventilar el desván mental de seres ficticiamente superiores, huir de la autoin-dulgencia obliterante sobre el animal cultural que somos y mirar a la Hombridad tal y como es, con el hombre de señor y siervo, dueño y esclavo, prudente y zafio, destruc-tor y creativo, verdugo y víctima. Pero no lo hacemos. El prosaico existir, la propen-sión a lo inmediato, los egoísmos insaciables, los poderes prepotentes, las servidumbres acomodaticias, las subordinaciones ideológicas, las exégesis confesionales o las elucu-braciones filosóficas desvían al hombre de una autocrítica absolutamente crucial para esclarecer con ecuanimidad su auténtica ubicación en el mundo y el comportamiento preciso para materializar una convivencia consecuente y encaminarse por otra senda que la seguida hasta ahora, en gran medida decepcionante consigo mismo y con la Naturaleza de la que forma parte como una existencia más. En suma, y, si aún fuera posible (que lo es, aún aceptando las enormes barreras para conseguirlo), para enten-der como habría de conducirse con estatura ética humana en la Tierra que agobia, desgaja y apenas comparte.

La Hombridad no puede seguir siendo una ruleta de cautiverios y bajezas. Dejar a la violencia de lado como una conducta inevitable, sin interpelación ni anulación, su-pondría darle cancha y alas, volverla casi invulnerable. Siendo su origen cultural, ha de erradicarse con la propia cultura. Las teorías y prédicas nos recuerdan que las mentes no están en lo que tienen que estar y que se alcanza muy poco con el martilleo de proyectos, si no se parte de una consciencia existencial colectiva, inequívocamente humana y rigurosamente democrática y cívica. O se pone voluntad e inteligencia en una convocatoria y sinergia universales, en una capitulación racional de la consciencia universal –afianzándola sin flaquezas ante presión alguna, jerigonzas espirituales, afrentas estudiadas o acusaciones de ingenuidad, credulidad o chifladura– o iremos de mal en peor. Urge lograr esa capitulación de la razón, o la vida del hombre en la Tierra acabara siendo una confrontación sin concesiones en la que cada cual usará sus armas encarnizadamente.

Es la disyuntiva que tenemos por delante. Pensando en esa apasionante tarea, serán indispensables algunos pasos a dar:

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–De la ominosa incultura de la violencia hay que pasar a la cultura universal de la dignidad, desoyendo monsergas como «la vida y las cosas siempre fueron así», «siem-pre hubo ricos y pobres, fuertes y débiles o cívicos y sinvergüenzas», que «la agresi-vidad realiza al hombre» y «quién no lo admita es un soñador o un iluso», entre otras diagonales del intelecto, porque provienen de los dominadores y avispados que la cul-tivan para mal ajeno y de algún que otro apuntador desencaminado de la psicología y el psicoanálisis. Vienen a colación, aunque al homo/lupus le parecerán cándidas, las oportunas palabras de K. Lorenz, ya citado: »La reorientación de la agresión es el camino más prometedor y el primero que se le ofrece a uno para hacerla inofensiva. Con mayor facilidad que los demás instintos, se conforma con objetos sustitutivos y queda plenamente satisfecha», para referir como conductas reorientadoras a la catar-sis griega, la lucha limpia (deporte, competiciones), el arte, la ciencia, los conocimien-tos sobre la biología del hombre, la solidaridad e implicación en los problemas de otros, la educación, el respeto y defensa los valores humanos, etc.

–Se precisa un Orden mundial acordado y mantenido.En el determinismo cultural provocado, el escalofrío espectral que sacude la Tierra

es el monumento medular al Desorden –con su realidad de diseño, inventada– del do-minador, la etiqueta de su catadura moral, las muescas retorcidas de su vara de medir y su pisada cáustica.

Incluso haciendo un barrido histórico superficial se objetiva el fracaso del hombre en las orientaciones éticas y morales rígidamente encapsuladas y los principios míni-mos aceptados por todos –pretensión infructuosa en la práctica– que resultan a todas luces escasos para facilitar la convivencia universal, aunque se reiteren en el aparente y estéril discurso cotidiano o se manipulen subrepticiamente por los las esferas del poder y el dominio sin escrúpulos. Son limitados no solo porque al incumplirse en su proyección social (igualdad, justicia, libertad, democracia, pluralismo político, etc.) generan violencia de distinta extracción, sino también porque fuera de ellos quedan valores anclados en tradiciones y culturas que nos son extraños y combatimos o pre-tendemos colonizar, edulcorar o anular, propiciando el caldo de cultivo para la apari-ción y exacerbación de fundamentalismos y fanatismos –de fanem, templo– igualmente generadores de extrema violencia, en vez de aceptarlos desde la tolerancia y el respeto mutuos. La paz, la justicia social y la concordia serán únicamente posibles si ejercita-mos una ética de suficiencias (no de mínimos) que, desde la defensa de los derechos humanos y el cumplimiento de leyes justas con la meta inequívoca en acabar con la violencia, los reconozca e incorpore, pese a que no se compartan, y una moral convi-vencial que haga posible su efectividad entre los hombres y los pueblos.

El Desorden puede corregirse. Con actitudes de reconciliación y regeneración de-mocráticas, cívicas y dignas, con políticas comunes atentas a la demografía y a la con-servación de la Naturaleza y con un espacio económico, de producción y mercado

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acorde con las exigencias de un nuevo talante universal y las necesidades reales, que remedien en muchos lugares la inobservancia de los derechos humanos, la falacia ins-talada, la inestabilidad política y social, el desvalijamiento y el embargo debidos al dominio sin entrañas. En definitiva, fomentando la ética de suficiencias y la moral convivente y llevando hasta sus últimas y favorables consecuencias la capitulación ra-cional de la consciencia para lograr una simbiosis universal de la Hombridad, una aso-ciación de intereses comunes con resultados beneficiosos para todos, anuladas para siempre las confrontaciones por diferencias culturales y las nefastas conductas de los señores de la vida y de la muerte y las de los lacayos que los encumbran y sostienen.

– El mundo y las sociedades han cambiado, y la democracia ha de adaptarse. En circunstancias y tiempos como los actuales y futuros previsibles es un desliz otorgar completa validez a la democracia clásica, que necesita de una revisión para poder afrontarlas satisfactoriamente.

Hay que configurar una democracia integral, coparticipada y sin latrías –lo que im-plica el derecho de todos a estar y participar, la obligación de contribuir y el deber conciliatorio, anteponiendo que el ciudadano nunca debe perder, sea cual sea su op-ción ideológica–, con la que cada quien conserve su peculiaridad y cada país su auto-gobierno sin indisponer ni pulverizar los de otros.

Nacida en el siglo VII a. de C. en las colonias griegas de Asia Menor, perfeccionada en Grecia, en el Imperio Romano (en representación de intereses civiles contrapues-tos), durante la Edad Media (el autogobierno del pueblo en el municipio), en el siglo XVI (la soberanía popular, la representación y el contrato social), en el Renacimiento (la identidad del derecho natural, la exigencia de la razón y la convivencia asociativa) y en siglos posteriores (con la organización de instancias democráticas), la democra-cia fue relativamente útil hasta el presente, con inconsistencias, vaivenes y retrocesos, pues no sirvió a toda la población mundial (hoy mismo, sobre el papel sólo son for-malmente democráticos el 60 por ciento de los Estados de la Tierra).

La democracia clásica resulta insuficiente y su endeblez la pone en peligro. Ha lle-gado el tiempo de avanzar en su concepción y actualizar su práctica. Si aspiramos a que el mundo intercomunicado e interrelacionado sea de verdad la aldea global del hombre, la democracia deberá constituirse como un quehacer coparticipado de la Hombridad, de modo que lo político se traduzca social y económicamente en bienes comunes, sin discriminación alguna.

i) Ha de ser el gobierno político de los Estados por quienes, libremente elegidos por sufragio universal, representen la soberanía de los pueblos, entendida y asumida como la soberanía de la convivencia pacífica, que extienda el parlamen-tarismo y el gobierno político no sólo a cada Estado sino también al contexto mundial y constituya sostenidamente el pueblo y la ciudadanía universales.

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ii) No solo los parlamentos, sino también los gobiernos, deberán basarse en repre-sentaciones proporcionales de los ciudadanos, de modo que el producto sociopo-lítico de aquellos provenga de la acción cohesionada de mayorías y minorías (la cohesión es articulación y vertebración efectivas, no sólo unión o conjunción, requisitos estos de aquella que pueden implicar cierto grado de artificio y dis-funcionalidad).

La democracia es con frecuencia antitética de las minorías, condenadas no pocas veces al ostracismo y batiéndose exclusivamente en la disonancia. La cesión legiti-mada de la gestión pública de la sociedad a las mayorías puede carecer de la necesaria eficacia y tiene serios inconvenientes; las minorías representativas, apartadas de las decisiones, y contrariadas temporalmente sus aportaciones a lo político y social, son la oposición levantisca en pos del triunfo electoral para cambiar aquello en que no fueran tenidas en cuenta o de lo que quedaron desligadas (si no es para tomarse la re-vancha, en justa correspondencia con el adversario) o para ponerlo patas arriba.

Traducida en una diferenciada y teórica «representación» popular para ejercer y gestionar el poder en base a ideas y programas, la democracia clásica se va exfoliando y pierde parte de su razón de ser en un mundo sin soluciones de continuidad (que no sean las que obligan los dominantes fácticos); con su modelo vigente la alternancia conduce con frecuencia al enlentecimiento operativo, al desgaste, a la suspicacia, a la descalificación apriorística, al enredo, a la improvisación, a desequilibrios y conflictos nacionales, regionales y mundiales y empobrecimientos territoriales que, por conoci-dos, no pueden ofrecer dudas. Por el contrario, los parlamentos y gobiernos constitui-dos proporcionalmente en la democracia integral tendrán efectividad muy superior con menores tensiones, representarán al pueblo en su totalidad (si no participan lo representan en vano, que es casi como no hacerlo) y en cada momento y asunto, se granjearán su confianza, abocarán a soluciones compartidas de los problemas sociales y evitarán los trastornos y desvíos que los cambios de gobiernos y la replanificación inconexa de las políticas originan a menudo.

La democracia integral será asunto común y universal, todos habremos de remar juntos, tendremos el derecho a estar y participar, la obligación de contribuir y el deber conciliatorio, en aras del bienestar nacional y mundial en su sentido más amplio. Las diferencias se arreglarán «desde dentro», en las mesas conjuntas de la deliberación objetiva y la sensatez, así que los resultados de los acuerdos responderán a la voluntad explícita de todos para conseguirlos. Se prosperará y se mantendrá con más seguridad el bienestar colectivo estable cuando las mayorías y las minorías frenen o moderen sus tendencias contrarias enzarzadas en duelos de hegemonía y flexibilicen sus líneas di-visorias hasta el punto y medida en que sus actividades confluyan en beneficios socia-les aceptados por y para todos –sin recelos, vencedores ni vencidos–, aunque en

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determinados casos alguien o algún grupo no queden plenamente satisfechos con las resoluciones adoptadas. La democracia coparticipada consistirá precisamente en que cada uno sea capaz de ceder parte de esa plenitud propia en beneficio del interés general. No se propone la panacea del imposible ni la solución irrealizable de la cuadratura del círculo sino la puesta en vigencia del raciocinio y la lógica aplicados a la política, civi-lidad y el humanismo. Con ello quiero afirmar que el ciudadano debe estar represen-tado por la opción política que eligió, aunque esta haya perdido unas elecciones. Porque, aún en ese caso, la esencia de la nueva democracia radica en que el ciudadano nunca debe perder.

Con la democracia clásica se ha trabajado por la unión de los pueblos (los Estados Unidos de América, la Unión Europea y otras coincidencias de proyectos entre nacio-nes son prueba de ello). La democracia integral y coparticipada culminará en una ciuda-danía mundial enfocada hacia una auténtica comunidad de objetivos (la Unión Mundial) cuando los hombres asuman y desempeñen sus derechos, deberes y respon-sabilidades con cohesión, compromiso democrático, transparencia y talante convi-vente. En lo público, supondrá: a), la desaparición definitiva del gobernante que tan habitualmente acaba gestionando lo público como si fuera propio, despreciando que su mandato legitimado en las urnas le exige administrar temporalmente los bienes comunes encomendados sin sectarismo, corrupción, arbitrariedad y endogamia; b), un no más «lo mío, lo nuestro o lo del país» como patrimonios enemigos de «lo de los demás», no más exclusiones de territorios físicos o mentales que dejan fuera los de los otros, y que «lo de todos» puede ser perfectamente «lo de cada uno», sin que nadie se quede sin «lo suyo» merecido. En lo privado: a), que los beneficios no pue-den asentarse en la explotación o injusta valoración de quienes con su trabajo contri-buyen a ellos; b), que el producto ofertado debe eliminar o atenuar al máximo los riesgos para el receptor. En ambos sectores, supondrá ante todo tomar en considera-ción que el protagonista social es el ciudadano, usuario y consumidor de bienes y ser-vicios, y que su derecho al bien-estar («estar entre bienes y disfrutarlos cuanto sea factible») debe fundamentarse en la información veraz, la seguridad y el acceso equi-tativo, efectivo y suficiente a aquellos.

– Es necesaria una instancia o autoridad democrática supranacional, paritariamente representativa y universalmente legitimada y aceptada que, a tenor del derecho interna-cional oportuno (interpretado por un Tribunal Internacional) pueda actuar y decidir sin cortapisas ni acusaciones de injerencia cuando proceda desbloquear, resolver o impedir sin dilación los pleitos no democráticos ni pacíficos de las naciones o entre las naciones, sin afectar a sus derechos de autodeterminación, integridad territorial e in-dependencia reconocidos. Lo prioritario será evitar la o violencia acabar con ella y mantener la paz, para dialogar razonablemente, entonces y después, sobre las diferen-cias significativas ocasionales causa de la fricción. Cada país reconocerá esta autoridad

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a los efectos que se le confieran, en especial los de proteger el orden tolerante, solida-rio y pacífico y preservar la libertad, la igualdad y la justicia.

Hechos como los propiciados por la vergonzosa política de presiones y cambala-ches de las naciones, poderosas o no, y por la indolencia de las organizaciones o fuer-zas internacionales deben terminar para siempre; sus actuaciones en las guerras del Golfo, de Ruanda, de Chechenia, de la ex-Yugoslavia, Irak, etc., son prueba de su inuti-lidad, pese a las caras compungidas, las palabras vacías, las intervenciones bélicas y la catarata de resoluciones del Consejo de Seguridad de la ONU, en gran medida media-tizadas, tanto por los intereses refractarios en juego como por las limitaciones que adolecen sus estructuras desfasadas.

LA EMPRESA ESENCIAL

Hay soluciones a la violencia arrolladora, pero no se buscan asensos para ponerlas decididamente en práctica, o se emprenden esporádica y sectorialmente con la tibieza que marcan de las conveniencias o los intereses espurios. Y tal semeja que no serán eficaces hasta que nuestra especie alcance, si lo consigue, la fase de su evolución en que ya sea el ser humano verdaderamente y sienta y practique lo humano en su plena dimensión.

El hombre no es un necio genético y puede replegarse a la racionalidad recompo-niendo su conducta, ejercitando los valores que nos atribuimos y cargando su cul-tura con información y contenidos dignos y humanistas. No es una utopía luchar por nosotros mismos, por los hijos y por la Tierra en que vivimos, que si lo fuera bien merecería la pena. La Hombridad y la Vida nos incumben antes que nada, la sociedad somos todos, y en la conducta común hemos de dar la medida ética de nuestra especie, hasta ahora de poca altura. O ganamos con denuedo la dignidad –la única salvaguardia contra la violenta estupidez– o no habrá Hombridad culminada ni Tierra cuidada y común. Hablo de una Hombridad real, no mejor tan sólo, y de una Tierra compartida que nos dé cuanto pueda: no las matemos, ni consintamos que nadie lo haga.

«Siempre dejamos de considerar lo primordial», reza el principio de Tiresias (rey de los adivinos griegos, castigado con ceguera por la diosa Atenea al sorprenderla en el baño, aunque lo agració con la capacidad de ver el futuro).

Tengo por firme convicción que la empresa primordial del hombre es él mismo: es la cultura triunfante contra toda violencia, física, psíquica social; del nacer para gozar la vida al máximo posible y no para padecerla o perderla por el arbitrio egoísta y la ruindad de otros; de la convivencia tranquila y consociada, sin famélicos, ignorantes, odios, atropellos, vasallos, extremismos, tiranías, perseguidos, discriminados ni fosas

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de infelices; del diálogo pacífico y sin mentiras como única arma; de la intercomuni-cación cosmopolita y la cooperación sin fronteras; de las normas iguales para todos; de un mundo libre y justo y no más libre y más justo únicamente; del respeto y la solidaridad como virtudes y costumbres; de la Tierra limpia y la Naturaleza conser-vada. En ésa tarea, la dignidad y el pan ganados por todos sabrán a dignidad y a pan mientras nos vamos haciendo seres humanos, si ésos fueran nuestro propósito y el futuro evolutivo.

Y pongo la confianza particularmente en los jóvenes que van tomando el relevo generacional –en la vida común y en los puestos de decisiones en el interés general– con la esperanza de que algún día logren constituir la Humanidad que no hemos sa-bido prepararles.

Gracias por su atención.

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Breve evocación analógica entre la sociedad en la que vivió

Jovellanos y la nuestraRomán Suárez Blanco1

Presidente de la Caja Rural de Asturias

RESUMEN

El nuevo patrono establece un comparación entre la sociedad en la que le tocó vivir a Jovellanos y la nuestra, a la vez que extrae actitudes de comportamiento de nuestro polí-grafo que pudieran ser aplicadas hoy.

ABSTRACT

This new patron establishes a comparison between that society Jovellanos had to live in and ours, as he points out behavioural attitudes highlighted by our poligraphic author which could still be applied today.

a vida de Jovellanos está marcada por la situación, también entonces crítica, de la sociedad de su tiempo. Y resulta tentador establecer una relación entre aquélla y

ésta época, en que unos principios culturales peculiares de su anterior se hallan en ocasión de revisión y naturalmente, se resisten al doloroso cambio que para una socie-dad asentada en territorio y costumbres, mudarlas éstas o abandonar aquél y mucho más cuando la mudanza es sustancial y afecta al meollo mismo del modo de vida que se había supuesto e! buen camino de la felicidad que suele anhelar la especie humana. Pero, a la vez, la sociedad humana, que en cada uno de los momentos contemplados está en crisis, ha empezado a tomar conocimiento de ideas nuevas, sorprendentes, o de la drástica mudanza de otras antiguas, que, revisadas, deslumbran y tientan a filó-

1 D. Román Suárez Blanco leyó el discurso de ingreso el 15 de noviembre de 2007. Hizo su sem-blanza D. Fernando Adaro de Jove. Véase Boletín Jovellanista 7-8 (2006-2007), págs. 79-81.

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sofos primero, después a los políticos, a tratar de aplicar en su entorno inmediato lo que ya cabe estudiar más o menos cerca.

Hay un tercer género, el de los filósofos, que cimientan cualquier cambio sociopo-lítico, y los políticos que lo ejecutan, y es el de aquellos que por curiosidad acuciante, más que por profesión o por dedicación profesionalizada y por esa imperiosa necesi-dad que está en la esencia de fa criatura humana más representativa que es siempre el humanista, que se echa al campo porque en la duda quiere saber, porque intuye que en lo nuevo que viene está involucrado como individuo y como especie. Suele profun-dizar en el estudio de la realidad de su tiempo con ojos de tiempos nuevos, como si de un viajero del tiempo de novela de ciencia ficción se tratara, con sólido conocimiento de la tradición cuya vigencia se está poniendo legítimamente en duda. No pertenece a unos ni a otros, en las guerras cruentas ni en la incruenta dialéctica de su espacio de vida, que suele acabar en sacrificio, porque si bien todos tienden de antemano a in-cluirlos en su bandería, todos concluyen por desconfiar de su vacilación, que no es más que duda producida por la tentación de escepticismo que amenaza a cada estu-dioso humilde, que constata, en contacto con los demás con que coincide en las dos paradojas del tiempo y el espacio de su época, es decir, no es más que acreditación de la sabiduría que su capacidad y su dedicación le han proporcionado, mutándolo en escogido y diferente. A los digamos normales, de algún modo nos inquietan estos que adivinamos convivientes con nosotros en este mundo y a la vez en otro mejor que éste, sin perjuicio de estar en él.

Es ésta de Jovellanos una España en situación tan crítica, como la actual, porque en España ha sido endémica la vacilación definitoria procedente de la concurrencia de culturas, y en la vida y en obra de un hombre sensible, cultivado e inteligente, tal he-cho se manifiesta en un evidente desasosiego intelectual, lleno por una parte de in-quietudes -hay que abandonar gran parte de lo que tenemos, pero hay mucho que debería conservarse en cuanto forma parte de nuestro comportamiento a la vez habi-tual y aparentemente esencial-, por otra de sugerencias -la sociedad ha cambiado sus-tancialmente en el ámbito europeo, incluso en la cultura occidental, de la que formamos parte aunque no lo parezca -esta condición española que nos hace de galga, de retranca y nos vino manteniendo a la cola de lo que cambia en nuestro entorno-, por otra más ocupado en ahondar en los clásicos, donde queda tanto que aprender a destilar desde un abigarrado modo de expresión, que evoluciona hacia las simplifica-ciones objetivos, saliéndose de la propensión nuestra a impregnar de sentimiento, sentimentalizar nuestras reacciones. Y aún de los clásicos, todavía hay que decantar lo que dentro de la misma estética era todavía ignorancia moral o ética en estado mu-tante, de la piedra dura en que cabe asentar lo que llamamos civilización.

A lo largo de lo que Priestley ha llamado el hilo sutil de la vida, lo que nos mantiene en ser unos y los mismos, pese a los cambios que la progresiva madurez nos va impri-

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Breve evocación analógica entre la sociedad en la que vivió Jovellanos… – Román Suárez 291

miendo al sufrir los sucesivos impactos circunstanciales, se advierte un Jovellanos n que la situación, cambiante, sin patrones de comportamiento seguros, preocupa, y desde la privilegiada atalaya de su posición social y de su categoría intelectual, taracea-das en un intelecto incuestionablemente privilegiado, advierte con preocupación que cuanto le rodea se halla en revisión, y, como ahora diríamos, «se moja», es decir, se compromete personalmente, opina con este acendrado sentido crítico, casi siempre acertado, de algún modo cruel en su estimación de la realidad de las cosas y los con-ceptos, lo que ha de acarrearle, de manera inexorable, la sucesiva ira de muchos y desde muy diversos puntos de vista, puesto que se ha permitido, o su condición de erudito ilustrado se obliga a hacerlo, a opinar sobre los modos de gobierno, el alcance y la trascendencia de los cuerpos de representantes colegiados de los estamentos, res-pecto de la subsistencia de cuáles de estos estamentos y su condición y categoría re-presentativa, en lo referente a la soberanía y lo que es la libertad, apuntando ya ese concepto que requiere dignidad del hombre libre, para la que le parece indispensable la participación en el acervo cultural y el material de su tiempo, con lo que eso tiene de sospechoso, recién salida Europa de la revolución e inmersa en la batalla final contra el imperio. A todo lo cual hay que unir ese conocimiento de la tradición que le permite opinar con deslumbrante lucidez acerca de la cuestión agraria, que suponía hurgar en los entresijos del derecho mismo de propiedad y el aprovechamiento de la tierra, en pugna con unas manos muertas tan poderosas como poco propicias a inexorables des-amortizaciones baldías a la largo de su proceso histórico y unas vicisitudes de todos conocidas.

Sufrió Jovellanos la situación del hombre de hoy, que, mientras los políticos dudan respecto de la organización, vacilan ante la fórmula de soberanía y se enfrentan a la globalización y la multiplicidad de su trascendencia, los filósofos tratan de reunir los fragmentos de la realidad metafísica, y, ante el neorenacimiento, los más sensibles de nuestros intelectuales contemporáneos intentan recomponer un organigrama social que conserve lo que deba e implante parte de lo inimaginable que el futuro nos im-porta cada día desde los laboratorios y mechinales de unos investigadores cada vez más sofisticados, pero también más polarizados en su respectiva obsesión.

No se arredró por ello. Fue dejando constancia, escrito, traducción, opinión, texto tras otro, de lo que pensaba que cabía hacer ante cada una de las realidades que o ma-ravillaban o sorprendían o aterrorizaban a sus contemporáneos. Y lo que resulta más admirable es en mi opinión que son muy pocos los textos, o, dentro de cada texto, los párrafos y las opiniones que puedan desecharse.

Alguien ha dicho que la historia se repite, pero se ha añadido que en la aparente repetición histórica, el tiempo discurre como un helicoide y lo que parece igual se está produciendo en un nivel cultural en todos los órdenes diferente. No quiero arries-garme a imaginar cómo sería, desde qué perspectiva sociopolítica miraría Jovellanos

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la realidad de nuestro tiempo. Resulta sin embargo muy interesante constatar que desde casi todos los grupos modernos, por representantes y pensadores de todos los partidos y tendencias, se le invoca como antecedente del modo de pensar que atribu-yen a su propio grupo.

Todos ellos se equivocan cuando atribuyen a Jovellanos supuestas tomas de pos-tura si viviera hoy, de acuerdo con éstos o con aquéllos, y al llegar a suponer con segu-ridad lo que supuestamente sin la menor duda diría ante los problemas de hoy.

De lo que si estoy seguro es de que contemplaría con la mas honda preocupación una sociedad, como la de su tiempo, separada con violencia de lo tradicional, con una profunda desconfianza respecto de la multitud de propuestas que en todos los órde-nes y desde todos los grupos sociopolíticos se le harían para lo único que como enton-ces es tan oportuno y necesario como inexorable, nada menos que reorganizar la convivencia social desde unos cimientos en que haya de ayer y esté lo indispensable para la realidad de mañana, que avizoraría, como entonces, a partir de su hoy.

Jovellanos sería hoy, como ayer, dada su personalidad, su sentido de lo humano, su profunda conocimiento de la persona como concepto y de la sociedad como única posibilidad de la convivencia organizada indispensable para que se escriba la historia humana. Y le volverían a tentar unos y otros y volvería a defraudarlos con su capacidad constructiva de un sistema de convivencia imaginativo, ignoro si acertado o no, pero sin duda posible, como punto de partida para la reorganización social que nuestro neorenacimiento está imponiendo tras las dolorosas vicisitudes del siglo XX, caracte-rizado por la admisión de principios inmutables e indiscutibles, supuestamente justi-ficativo del exterminio del enemigo, tenido como obstáculo para los beneficios del progreso.

Vengo entre ustedes, agradeciendo profundamente la distinción que al convo-carme, pese a mis escasos merecimientos y bagaje, me han hecho, con la inquietud, el orgullo y la satisfacción que me producen haber sido llamado a mantener vivo el inte-rés de las gentes de mi tiempo, respecto de la vivencia evidentemente ejemplar de un modo de afrontar las crisis sociopolíticas y socioeconómicas que van cayendo sobre cada época de la historia del hombre sobre la tierra, como hizo con riesgo de su pres-tigio personal y de su vida misma nuestro ilustre paisano don Gaspar Melchor de Jo-vellanos cuando ser hombre libre se predicaba como ideal de una sociedad estratificada y tradicionalista y él lo hizo, a pesar de todo, y sufrió penalidades y destierros. Bien poco es que nosotros le dediquemos con asiduidad y entrega personal el homenaje de nuestro admirado recuerdo.

Y el mínimo esfuerzo de mantener viva y propalar su obra y su ejemplo.Muchas gracias.

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III

Bibliografía jovellanista

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Apéndice VIIOrlando Moratinos Otero

A todos los jovellanistas que día a día se esfuerzan en divul-gar la obra de Jovellanos, para que sea leída, comprendida, me-ditada y, además, tratar de llevarla a la práctica.

na nueva serie de registros pasa a engrosar la ya amplia Bibliografía Jo vellanista. Resulta arduo lograr encontrar nuevos registros, aunque no negamos que las

nuevas tecnologías ayudan en la labor de investigación y recopilación. Así todo, cabe destacar que una serie impor tante de registros (superior a la cuarta parte) continúan siendo de actualidad lo que nos obliga a realizar un seguimiento constante y diario.

A partir de este Apéndice, la Comisión Editorial ha decidido trasladar la «Biblio-grafía jovellanista» del Boletín Jovellanista a esta nueva publicación periódica de Cua-dernos de Investigación. Formar parte de una publicación periódica que nace con carácter científico es motivo para superar aún más, si cabe, nuestra labor de investigación. Es motivo de enhorabuena por esta nueva publicación, que logrará ser el complemento perfecto del Boletín Jovellanista.

[email protected]

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296 Cuadernos de investigación. núm. 1 – año 2007

ÍNDICE DE LOCALIZACIÓN DE REGISTROS

Los apéndices I al VI se han venido incluyendo en los corres pondien tes números del Boletín Jovellanista. Dado que, a partir del presente Apéndice VII, van a formar parte de Cuadernos de Investigación, con el fin de situar al lector y facilitar la búsqueda de registros, a continuación se detalla un índice esquemático de localización de aquellos registros anteriores recogidos en la Bibliografía Jovellanista y Boletín Jovellanista así como la nume-ración de registros de cada apéndice ya publicado.

Bibliografía Jovellanista, 1998.Registros 1-1984

Boletín Jovellanista, I, 1999.Apéndice IRegistros 1985-2093

Boletín Jovellanista, II, 2001.Apéndice IIRegistros 2094-2327

Boletín Jovellanista, III, 2002.Apéndice IIIRegistros 2328-2667

Boletín Jovellanista, IV, 2003.Apéndice IVRegistros 2668-2866

Boletín Jovellanista, V, 2004Apéndice VRegistros 2867-3023

Boletín Jovellanista, VI, 2005Apéndice VIRegistros 3024-3224

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Bibliografía jovellanista – Orlando Moratinos Otero 297

ABREVIATURAS

ap. apéndiceart./arts. artículo/scap./caps capítulo/scat. catálogocía. compañíacm centímetroscoord. coordinador/racorr. corregido/acol. coleccióned./eds. edición/nes-editor/esedit. editorialest. tip. establecimiento tipográficofacs. facsímil/esfasc./s fascículo/sfol./s folio/sfoll. folletofot./s. fotografía/sfragm./s fragmento/sh./hh. hoja/simp. imprentaind. indistintamenteil. ilustracionesint. introducciónlám./s. lámina/slib. libromay. mayormen. menor

ms./mss. manuscrito/sn./s nota/snúm./s número/spleg. plegadapág./s. página/spról. prólogoreed. reediciónreg./s registro/srep. Reproducido/reproducciónres. reseñado/ares. bibl. reseña/s bibliográfica/sretr. retratorev. revistas.a. sin año de edición conocidos.e. sin mención del editors.l. sin lugar de edicións.n. sin número/sin numerarsel. selecciónseud. seudónimoss. siguientestall./s taller/est/tt. tomo/strad. traducciónvid. véase(ficha entrada registro)vol./s volumen/esvda. viudavv. aa. varios autores

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298 Cuadernos de investigación. núm. 1 – año 2007

SIGLAS1

AABADOM. Boletín de la Asociación Asturiana de Bibliotecarios, Ar chiveros, Documentalistas y Museólogos (Oviedo).

AEDEAN Asociación Española de Estudios Anglo-Norteamericanos (Sevilla).AHDE Anuario de Historia del Derecho Español (Madrid).AHN. Archivo Histórico Nacional (Madrid).BAE. Biblioteca de Autores E s p a ñ o l es.BA. Biblioteca Asturiana del P. Patac (Gijón).BBMP. Boletín de la Biblioteca Menéndez Pelayo (Santander).BHi. Bulletin Hispanique (Burdeaux).BIBJOV. Bibliografía Jovellanista (Gijón).BJ. Boletín Jovellanista (Gijón).BIDEA. Boletín del Instituto de Estudios Asturianos (Oviedo).BMP. Biblioteca Menéndez Pelayo (Santander).BOCES.XVIII Boletín del Centro de Estudios Siglo XVIII, (Oviedo).BRAH. Boletín de la Real Academia de la Historia (Madrid).CAA. Caja de Asturias (Oviedo).CAE. Cuadernos Aragoneses de Economía (Zaragoza).CEHIMO. Centro de Estudios de historia de Monzón.CES. XVIII Cuadernos de Estudios del Siglo XVIII (Oviedo).CSIC. Consejo Superior de Investigaciones Científicas (Madrid).ICE. Información comercial Española (Madrid)IDEA. Instituto de Estudios Asturianos (Oviedo).IFES. XVIII Instituto Feijoo de Estudios del Siglo XVIII (Oviedo).FFJPA Fundación Foro Jovellanos del Principado de Asturias (Gijón)MAPA Ministerio de Agricultura, Pesca y Alimentación (Madrid).MyC. Moneda y Crédito (Madrid).RAE. Real Academia Española (Madrid).RAH. Real Academia de la Historia (Madrid).RIDEA Real Instituto de Estudios Asturianos (Oviedo).RSMAP. Real Sociedad Económica Matritense de Amigos del País.RDP. Revista de Derecho Político (Madrid).RHE. Revista de Historia Económica (Madrid). R.CC. Revista de las Ciencias (Madrid).RL. Revista de Literatura (Madrid).ROCC. Revista de Occidente (Madrid).RUO. Revista de la Universidad de Oviedo.UNED. Universidad Nacional de educación a distancia.

1 Se refiere a las siglas que se vienen utilizando desde el primer registro.

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Bibliografía jovellanista – Orlando Moratinos Otero 299

CONTENIDO

I. Ediciones de obras de Jovellanos. Obras completas, parciales y antologías. (Por or-den cronológico).

II. Estudios, ensayos y artículos sobre Jovellanos. (Por orden alfa bé tico del primer apellido del autor).

III. Artículos y citas en diccionarios y enciclopedias. (Por orden cro no lógico).

EDICIONES DE OBRAS DE JOVELLANOS

Obras completas, parciales y antologías(Por orden cronológico)

3225. Jovellanos, Gaspar Melchor de.- Descripción histórico-artística del Castillo de Bellver. Con ns. de Gerónimo Rosselló y un pról. Juan Suau Alabern.- Palma, Biblioteca Balear, Ed. Mallorquina de Fran cisco Pons, 1945.- 191 págs.+3 fot.- 16,5 x 11 cm.

Existe segunda ed. de 1967. Vid. BIBJOV., reg. 133.

3226. – Descripción topográfica de la escena o Vista de la Isla de Mallorca observada desde el Castillo de Bellver. Con una adición de Pedro Esterlich y ns. de Joa-quín Mª Bover.- Palma, Biblioteca Balear, Ed. Mallorquina de Francisco Pons, 1945.- 108 págs.+3 fot.- 16,5 x 11 cm.

3227. – Carta histórico-artística de la iglesia catedral de Palma de Mallorca.- Con ns. de Antonio Furió Sastre.- Palma, Biblioteca Balear, Ed. Mallorquina de Francisco Pons, 1945.- 125 págs.+3 fot.- 16,5 x 11 cm.

3228. – Instrucción que deberá observarse para la elección de los diputados en Cortes.- Madrid, Congreso de los Diputados, Servicio de publicacio nes, 3 vols.,1992.- Págs. 574-590.- 23 cm.

Anteriormente impresa en Madrid, Senado, Editores Plateia, SA, 1983.- 12 págs.- 29 x 21 cm. Ed. facs. de la de Sevilla, Imprenta Real, 1810, 18 págs.- 30 cm.

3229. – Escritos políticos y filosóficos.- Barcelona, Ed. Folio, Obras funda mentales de la filosofía, 80 vol., 2000.- 219 págs.- 21 x 12,5 cm.

Mismo contenido que la ed. de Orbis-Origen, Barcelona, 1982.

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300 Cuadernos de investigación. núm. 1 – año 2007

Vid. BIBJOV., reg. 148.Editado durante varios años por diferentes editoriales.

3230. –Borrador de un discurso sobre el influjo que tiene la instrucción pública en la prosperidad social.- Madrid, Consejo Escolar de la Comunidad de Madrid, Educación y participación. Una perspectiva histórica, 2002.- 144 págs.

Sobre Jovellanos vid. págs. 21-28.

También publicado por E. Herrero. En Historia de la Educación en España: I, del Despotismo Ilustrado a las Cortes de Cádiz. MEC, Madrid, 1985.- Breviarios de Educación. MEC. Madrid 1985.- Págs. 21-28.

3231. – Informe de la Sociedad Económica de esta Corte al Real Supremo Consejo de Castilla en el Expediente de Ley Agraria.- Valladolid, Ed. Maxtor, 2003.- 149 págs.- 21 x 15 cm

Ed. facs. de la publicada en Madrid, Imp. de Sancha, 1795.

3232. – Informe sobre Ley Agraria.- Dueñas, (Palencia), Ed. Simancas, Col. El Parna-sillo, 2005.- 191 págs.- 18 cm.

3233. – Obras completas. XI. Escritos políticos.- Ed. crítica, estudio preliminar, pról. y ns. de Ignacio Fernández Sarasola.- Oviedo, IFES. XVIII, Colec. de Autores Españoles del Siglo XVIII, 22-XI. Ayunta miento de Gijón. KRK Edic., 2006.- XCVIII + 981 págs. ils.- 24 x 17 cm.

Res. bibl. José Ignacio Gracia Noriega, «Escritos asturianos de Jove llanos». En La Nueva España, Oviedo, 24 de septiembre, 2006.- Pág. 35; otra de Leti-cia Álvarez, «Jovellanos, un político apolítico». En El Comercio, Gijón, 21 de diciembre, 2006.- Pág. 62.

3234. – Jovellanos. Miscelánea de trabajos inéditos varios y dispersos de D.G.M. de Jove-llanos dispuestos para la impresión por Vicente Huici Miranda (del Cuerpo de Archiveros). Pról. de Julio Somoza.- Gijón, Rotary Club de Gijón, 2007.- X+309 págs.+1 h.-19 x 13 cm.

Ed. facs. de la de 1931, editada por el Club Rotario de Gijón, con motivo del 75 aniversario de la primera edición.

3235. – Iphigenia. Tragedia escrita en Francés. Por Juan Racine y Tradu cida al Español por Dn. Gaspar de Jove y Llanos. Alcalde de la Quadra de la Rl. Audª de Sevilla. Para uso del Teatro de los Sitios Rs. Año de 1769. Ed. y estudios de Jesús Me-néndez Peláez (Coord.); Juan Bautista Olarte; Teresa Caso Machicado; José María Fernández Cardo y Carla Menéndez Fernández.- Gijón, Fun-

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Bibliografía jovellanista – Orlando Moratinos Otero 301

dación Foro Jovellanos del Principado de Asturias, Cajastur, Cuadernos de Investi gación. Monografías, II, 2007.- 355 págs. il.- 23,5 x 17 cm.

3236. – «Doña Prudencia mos diz a toes hores: cepos quedos».- Oviedo, La Nueva España [Gijón], 7 de enero, 2007.- Pág. 8.

ESTUDIOS, ENSAYOS Y ARTÍCULOS SOBRE JOVELLANOS

(Por orden alfabético del primer apellido del autor)

3237. Adaro Ruiz-Falcó, Luis.- Consideraciones de un investigador de temas históri-cos. (Sobre minería, industria, obras portuarias y Real Instituto de Asturias). Dis-curso pronunciado por el Ilmo. Sr. Dr. Don Luis Adaro Ruiz-Falcó en el acto de su toma de posesión de académico de número de la Real Academia de Doctores el 14 de marzo de 1988.- Gijón, Tip. La Industria, 1988.- 69 págs.- 24 x 17 cm.

Sobre Jovellanos vid. págs. 21-24, 45-61.

En el Ap. nº 1 (págs. 45-61) se recoge el «Informe general sobre el desarrollo de la minería del carbón de piedra en Asturias de don Melchor Gaspar de Jovella-nos». (Doc. inédito).

3238. Adaro de Jove, Fernando.- «El jovellanismo de Joaquín A. Bonet».- Oviedo, La Nueva España [Gijón], 13 de diciembre, 2007.- Pág. 2.

3239. Adúriz, Patricio.- (Vid. 3411).

3240. Alonso, Cuca.- (Vid. 3409, 3459).

3241. – «Jovellanos y la Educación para la Ciudadanía».- Oviedo, La Nueva España [Gijón], 7 de agosto, 2007.- Pág. 9.

3242. – «Jovellanos en escena, de Bonet».- Oviedo, La Nueva España [Gijón], 14 de diciembre, 2007.- Pág. 19.

3243. Álvarez, Leticia.- (Vid. 3233).

3244. Álvarez, Pipo, [ José María Álvarez].- (Vid. 3370).

3245. Álvarez Areces, Vicente.- (Vid. 3459).

3246. Álvarez Barrientos, Joaquín.- Los hombres de letras en la España del siglo XVIII: apóstoles y arribistas. Historia de la República de las Letras.- Madrid, Editorial Castalia, 2006.- 398 págs. il.- 24 x 16 cm.

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302 Cuadernos de investigación. núm. 1 – año 2007

Sobre Jovellanos vid. págs. 29, 52, 62, 109, 110, 113, 114, 118, 128, 136, 151, 173, 181, 183n, 196, 196, 200, 201, 252, 295, 297, 346.

3247. Álvarez-Valdés y Valdés, Manuel.- Noticia de Jovellanos y su entorno.- Gijón, Fundación Alvargonzález, 2007.- 777 págs.+2 hh+ 1 suelta con addenda.- 24 x 17 cm.

Res. bibl. de Luis Miguel Piñera, «El último libro de Manuel Álvarez-Val-dés», en La Nueva España, Oviedo, [Gijón], 9 de marzo, 2007, pág. 16; Ri-cardo García Cárcel, «Jovellanos: el mito y el hombre», en ABCD las artes y de las letras, Madrid, 10 de marzo de 2007, pág. 23; Paché Merayo, «Dudas razonables», en El Comercio, Gijón, 10 de marzo de 2007. pág. 72.

3248. Anónimo.- «Jovellanos». En Castropol, año VII, núm. 230, Castropol, 10 de agosto, 1911.- Pág. 1.

Reproduce un retrato de Jovellanos. Como complemento del home naje dedi-cado en el número anterior del mismo periódico de fecha 30 de julio de 1911.

3249. Anónimo.- La tertulia o el pro y el contra de las fiestas de toros.- Madrid, Im-prenta de D. M. de Burgos, 1835.- 192 págs.

Sobre Jovellanos vid. págs. 76, 97, 101, 105, 156.

3250. Antuña Alonso, Agustín J.- «Jovellanos, una vida ejemplar».-Oviedo, La Nueva España [Gijón], 6 de agosto, 2006.- Pág. 5.

3251. – «Jovellanos, una vida consagrada».- Oviedo, La Nueva España [Gijón], 5 de enero, 2007.- Pág. 6.

3252. – Jovellanos y las circunstancias.- Oviedo, La Nueva España [Gijón], 9 de agosto, 2007.- Pág. 6.

3253. Arce García, Victoriano.- «Jovellanos: el hombre y el pedagogo». En Pulso, Universidad de Alcalá de Henares, Escuela Universitaria Carde nal Cisneros, 28, 2005.- Págs. 139-156.

3254. Arias Argüelles-Meres, Luis.- «El encuentro entre Ortega y Jovella nos». En Ortega y Asturias. Personas, obras y cosas.- Pról. de Manuel Fernández de la Cera.- Oviedo, Septem Ediciones, 2006.- 165 págs.-24 x 17 cm.

Sobre Jovellanos vid. págs. 43-52.

3255. – «Jovellanos en Yuso».- Oviedo, La Nueva España, 13 de agosto, 2007.- Pág. 30.

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Bibliografía jovellanista – Orlando Moratinos Otero 303

3256. Avello, Ramón.- «Pan y Toros».- Gijón, El Comercio, 6 de agosto, 2006.- Pág. 6.

3257. Aymes, Jean-René.- Ilustración y Revolución francesa en España.- Pról. de Al-berto Gil Novales.- Lleida, Ed. Milenio, 2005.- 336 págs.- 24 x 17 cm.

Sobre Jovellanos vid. págs. 20, 32, 32n, 33, 34, 34n, 37, 37n, 43, 54, 57, 57n, 58, 58n, 59, 60, 61, 64, 65, 66, 71, 74, 76, 77,78, 82, 84, 89, 89n, 90, 91, 91n, 92, 94, 110-113, 114n, 122, 122n, 140, 151, 286, 287, 315, 315n.

3258. Azorín. ( José Martínez Ruiz). Int., ns. preliminares y ordenación por Ángel Cruz Rueda.- «Nota sobre Jovellanos». En Obras Completas, Aguilar, t. 9, Madrid, 1954.- Págs. 1430-1437.- 14 cm.

Publicado en ABC, Madrid, sin fecha conocida entre 1948 y 1953. Vid. BIB-JOV., reg. 1318.

Rep. en Asturias vista por viajeros románticos extranjeros y otros visitantes y cro-nistas famosos. Siglos XV y XX. Introd., sel. y ns. de José Antonio Mases.- Gi-jón, Ed. Trea SL, 2001, pág. 609. Vid. BJ. III, reg. 2655.

3259. Barcia, Alberto R.- «Jovellanos: historiador y legislador».- Buenos Aires, Legislar bien, [Web], 5 de marzo de 2006.

Web: http://www.legislarbien.com.ar/home.php?s=verA&id=42

El autor hace un análisis de las ideas del pensador asturiano, repre sentante de la Ilustración Española de fines del siglo XVIII y princi pios del XIX, centrándose en el tema de la calidad legislativa.

3260. Barrero, Miguel.- (Vid. 3459).

3261. Bas Costales, Xuan F. / Eduardo Núñez Fernández.- Una historia de papel. 500 años en los documentos del Archivo Municipal de Gijón.- Gijón, Ayunta-miento de Gijón, 2006.- 326 págs.- 24 x 17 cm.

Sobre Jovellanos vid. págs. 31-43, 47, 60, 66, 119, 137, 196, 302.

3262. Battistessa, Ángel J.- «Una época y su trayectoria estilística (el siglo XVIII)». En El prosista y su prosa, Buenos Aires, Ed. Nova, 1969.- Págs. 54-55.

3263. Bejarano Galdino, Emilio.- (Vid. 3459).

3264. Bolufer Peruga, Mónica.- «Mujeres y hombres en los espacios del Refor-mismo Ilustrado: debates y estrategias».- Revista HMiC-2004, Departament d’Història Moderna i Contemporánea, Universitat Autó noma de Barcelona,

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304 Cuadernos de investigación. núm. 1 – año 2007

Ponencia leída en las Jornadas Mujer y ciudadanía: del Antiguo Régimen a la Revolución Liberal, 2003.- Págs. 155-170.

La autora recoge la ponencia presentada en las jornadas Mujer y ciudadanía: del Antiguo Régimen a la Revolución liberal. Reflexiona sobre las líneas de continui-dad y los puntos de inflexión en la organización social y política en relación con la diferencia de sexos durante el reformismo ilustrado.

3265. Bonet Correa, Antonio.- (Vid. 3455).

3266. Bover, Joaquín Mª.- (Vid. 3226).

3267. Cabarrús, Conde de. (Francisco de Cabarrús Aguirre).- «Cartas sobre los obstáculos que la naturaleza, la opinión y las leyes oponen a la felicidad pú-blica, escritas por el conde de Cabarrús al Señor Don Gaspar de Jovellanos, y precedida de otra al Príncipe de la Paz». En Epistolario español, colección de cartas de españoles ilustres antiguos y modernos, recogida y ordenada con notas y aclaraciones históricas, críticas y biográficas por don Eugenio de Ochoa.- Madrid, B.A.E., Rivadeneyra, Biblioteca de autores españoles, tt. XIII y LXII, 1856-1870.- VIII+638 págs.- 27 cm.

Sobre Jovellanos vid. págs. 550 a 602.

3268. Calvo Maturana, Antonio Juan.- «Elisabeth Holland: portavoz de los silen-ciados y cómplice de un tópico». En Cuadernos de Historia Moderna, 29, Uni-versidad Complutense, Madrid, 2004.

Sobre Jovellanos vid. págs. 66, 69, 69n, 70, 70n, 80, 82, 84n, 84-85, 85n, 90.

El autor reivindica la importancia del «Diario de lady Holland» como fuente para el conocimiento de la España de Carlos IV. Lady Holland hizo un retrato de España y los españoles (entre los que se encuentra Jovellanos) que, hasta hace escasas fechas, ha sido infra valorado, y cuyo interés radica en su carácter de por-tavoz de la hete rogénea oposición a Godoy y sus regios protectores.

3269. Calvo, Carmen.- «Retrato de Gaspar Melchor de Jovellanos».- Madrid, Ar-lanza Ediciones, Rev. Arte, junio, Año IX, 100, 2007.- Pág. 298.

3270. Canales Gili, Esteban.- (Vid. 3462).

3271. Canga Meana, Bernardo.- (Vid. 3344).

3272. Campal Fernández, José Luis.- «Erre que erre».- Oviedo, La Nueva España, 15 de marzo, 2005.- Pág. 10.

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Bibliografía jovellanista – Orlando Moratinos Otero 305

Artículo continuación de otros aparecidos en el mismo medio en los que se re-coge un debate sobre la carta V de Jovellanos, de las dirigi das a Ponz. Vid. BJ., Ap. VI, reg. 3058 y 3059.

3273. Capdevila, Arturo.- «Jovellanos y la emancipación Argentina». En Rivada-via y el españolismo liberal de la Revolución Argentina.- Buenos Aires, Junta de Historia y Numismática, Biblioteca de Historia Argentina y Americana, X, Ed. W. M. Jackson, 1931.- 268 págs.- 20 x 14,3 cm.

3274. Capdevila Muntadas, Alexandra.- Res. bibl. de Fernando Baras Escolá, «Jovellanos: ilustración y catolicismo». En El conde de Aranda y su tiempo. [Congreso Internacional celebrado en Zaragoza, 1 al 5 de diciembre de 1998]. Dir. José A. Ferrer Benimelli. Coord. Esteban Sarasa y Eliseo Serrano, tomo I, Zaragoza, Institución «Fernando El Católico», 2000. En Índice Histórico Es-pañol, XLI, 116.- Barcelona, Universidad de Barcelona, 2003.- Pág. 304.

Vid. BJ., Ap. III, reg. 2380.

3275. Capel Martínez, Rosa María / José Cepeda Gómez.- El siglo de las luces.- Madrid, Ed. Síntesis, 2006.- 383 págs.- 22 cm.

Sobre Jovellanos vid. págs. 91, 103, 117, 133, 134, 139, 142, 149, 151, 265, 296, 336-337.

3276. Carantoña Álvarez, Francisco.- (Vid. 3459).

3277. Carrero Eras, Pedro.- (Vid. 3283).

3278. – «Carantoña y el pensamiento de Jovellanos».- Gijón, El Comercio, 20 de mayo, 2005.- Pág. 36.

3279. Caso González, José Miguel.- (Vid. 3344, 3455).

3280. – «Los caminos de Jovellanos». En Un ‘hombre de bien’. Saggi di lingue e lette-rature iberiche in onore di Rinaldo Froldi.- Alessandria, Edizioni dell’Orso, A cura di Patrizia Garelli e Giovanni Marchetti, vol. I.- 2004.- Págs. 233-244.

3281. Caso [Machicado], Ángeles.- (Vid. 3459).

3282. Caso Machicado, Teresa.- (Vid. 3235).

3283. Castro, Américo.- Españoles al margen. Sel. y pról. de Pedro Carrero Eras.- Madrid, Júcar, La Vela latina, 1973.- 193 págs.- 20 x 13 cm.

Hay 2ª ed. de 1975.

Sobre Jovellanos vid. págs. 73-83.

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306 Cuadernos de investigación. núm. 1 – año 2007

3284. Cepeda Gómez, José.- (Vid. 3275).

3285. Cienfuegos-Jovellanos, Domingo.- (Vid. 3357).

3286. Clément, Jean-Pierre.- «L’esprit scientifique dans l’Espagne du XVIIIe siè-cle, de Jovellanos au Semanario de agricultura y artes». En Cahiers du GRIAS, Groupe de Recherches Ibériques et Ibéro-améri caines de l’Université de Saint-Étienne, núm. 2, 1997.- Págs. 109-122.

3287. Colom Cañellas, A. J.- «Jovellanos i la seva tasca educadora a Mallorca». En Lluc, 145.- Palma, 1971.

3288. Crespo López, Mario.- «Los núcleos de población en la Cantabria que Jo-vellanos conoció. Percepciones ilustradas a finales del siglo XVIII».- Santan-der, Instituto de Estudios Cántabros, Centro de Estu dios Montañeses. Publicaciones del Instituto de Etnografía y Folklore «Hoyos Sainz», vol. XV, 2000-2001.- Págs. 245-272.- 24 cm.

3289. Cro, Stelio.-«Utopía y romanticismo en Jovellanos».- Madrid, Cuader nos para la Investigación de la Literatura Hispánica, Fundación Uni versitaria Espa-ñola, Seminario Menéndez Pelayo, 2007.- Págs. 271-308.

3290. Cueto Fernández, Vicente y Carlos Acle Guervós. Acuarelas: Rionda.- «Pravia: belleza natural, grandeza histórica». En Dovela, Rev. del Colegio Oficial de Aparejadores y Arquitectos Técnicos del Principado de Asturias, Segunda época, 12, 2006.- Págs. 54-56.- 29,5 x 23 cm.

3291. Cueva Díaz, Vicente.- «Retrato en cursiva».- Oviedo, La Nueva España [Gi-jón], 5 de agosto, 2006.- Pág. 4.- (Cuadernillo de páginas especiales Fiestas de Begoña).

3292. – «Jovellanos, visto por Joaquín Arce».- Oviedo, La Nueva España [Gijón], 7 de agosto, 2007.- Pág. 8.

3293. Díaz [Sánchez], Lorenzo.- «La cocina de la Ilustración. El XVIII español. Jovellanos: el primer inspector culinario. Dadivoso y dado a la buena mesa». En Ilustrados y románticos. Cocina y sociedad en España. Siglos XVIII y XIX.- Madrid, Alianza Editorial, 2005.- 188 págs.- 23 x 15,5 cm.

Sobre Jovellanos vid. págs. 32-37.

3294. Díaz-Plaja, Fernando.- «Jovellanos o la cárcel cómoda». En Ilustres presos españoles. Del Arcipreste de Hita a Miguel Hernández.- Madrid, Ed. Temas de Hoy, Col. de la España Sorprendente, 1991.- 254 págs.- 21 x 13 cm.

Sobre Jovellanos vid. págs. 157-164.

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Bibliografía jovellanista – Orlando Moratinos Otero 307

3295. – La vida cotidiana en la España de la Ilustración.- Madrid, Ed. Edaf, Crónicas de la Historia, 1997.- 331 págs., il.- 21 x 13 cm.

Sobre Jovellanos vid. págs. 87, 112, 170, 179, 182, 204-210, 242-245, 286, 288-289, 291, 293.

3296. Díez Morrás, F. Javier.- (Vid. 3459).

3297. Díez Taboada, María Paz.- «Con Jovellanos y Larra en la diligencia de Bécquer». En Actas del congreso ‘Los Bécquer y el Moncayo’ celebrado en Tara-zona y Veruela, septiembre 1990. Int. de Jesús Rubio.- Tarazona, Centro de Es-tudios Turiasonenses, 31, 1992.- 509 págs. 62 il.- 27 x 20 cm.

Sobre Jovellanos vid. págs. 319-330.

3298. Doménech Rico, Fernando.- (Vid. 3460).

3299. Durán López, Fernando.- Vidas de sabios. El nacimiento de la auto biografía moderna en España. (1733-1848).- Madrid, Anejos de Revista de Literatura, 65, C.S.I.C., 2005.- 513 págs.

Contiene:

ü «Jovellanos, trapos sucios de familia».ü «Actos fallidos: las autobiografías de Jovellanos y Moratín».

3300. Feo Parrondo, Francisco.- «El consumo en el pensamiento ilustrado espa-ñol». En Investigaciones Geográficas, 29. Alicante, Universidad de Alicante, 2002.- Págs. 83-97.

Se analizan las valoraciones que algunos de los principales ilustra dos españoles (Feijoo, Jovellanos, Campomanes, Floridablanca, Cadalso, Arriquizar, Flórez Estrada y Canga Argüelles) hicieron sobre el consumo desde tres perspectivas complementarias: social, económica y geográfica.

3301. Fernández Alonso, Rodrigo.- (Vid. 3459).

3302. Fernández Campo, Sabino.- (Vid. 3459).

3303. – «Asturias y España en los pensamientos de Jovellanos».- Madrid, Anales de la Real Academia de Ciencias Morales y Políticas, 82, 2005.- Págs. 87-98.

3304. Fernández Cardo, José María.- (Vid. 3235).

3305. – «Ifigenia por sorpresa».- Gijón, El Comercio, 12 de agosto, 2007.- Pág. 40.

3306. Fernández Felgueroso, Paz.- (Vid. 3459).

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308 Cuadernos de investigación. núm. 1 – año 2007

3307. – «Palabras de un ilustre repúblico».- Oviedo, La Nueva España [Gijón], 6 de agosto, 2006.- Pág. 3.

3308. Fernández Fernández, J. L.- «La reflexión pedagógica: Gaspar Melchor de Jovellanos». En La Historia de la educación en España y América, «La educa-ción en la España Moderna, (Siglos XVI-XVIII), vol. II, Morata, Fundación Santa María, 1993.- Págs. 745-752.

3309. Fernández García, Joaquín.- (Vid. 3459).

3310. Fernández Méndez, Servando.-«Jovellanos en Puerto de Vega, una vida y un destino».-Oviedo, IFESXVIII, Cuadernos de Estudios del Siglo XVIII, 15, 2005.- Págs. 45-63.-21 x 15 cm.

3311. Fernández Mieres, José Gonzalo.- (Vid. 3459).

3312. Fernández Sarasola, Ignacio.- (Vid. 3233).

3313. Ferrà i Martorell, Miquel.- Jovellanos, Bellver y Mallorca.- Palma, Miquel Font editor, 2007.-

Res. bibl. de M. Elena Vallés, «Tras la pista de Jovellanos», en Diario de Ma-llorca, Palma, 31 de diciembre de 2007.

3314. Fiallega, Cristina.- «Jovino y Batilo: un magisterio, una amistad». En Un ‘hombre de bien’. Saggi di lingue e letterature iberiche in onore di Rinaldo Froldi.- Alessandria, Edizioni dell’Orso, A cura di Patrizia Garelli e Giovanni Mar-chetti, vol. I.- 2004.- Págs. 529-537.

3315. Fray Miguel.- «Último Auto de Fe en Sevilla». [Carta de un fraile de Sevilla a Jovellanos]». En Revista de Ciencias, Literatura y Artes, cap. «Miscelánea», t. VI, Sevilla, 1860.- Págs. 184 y ss.

Se recoge una carta dirigida a Jovellanos (núm. 102 en OO. CC.) que José Mi-guel Caso dio por perdida. Dirigida por Fray Miguel (sic) a Jovellanos y tiene fecha de 25 de agosto de [17]81. En ella le habla del suplicio sufrido por cono-cida beata llamada Dolores, último decretado por el Tribunal de la Inquisición en la ciudad de Sevilla. Ya la había localizado Marcelino Menéndez Pelayo y se refiere a ella en Historia de los heterodoxos españoles.

3316. Freire López, Ana María.- (Vid. 3435).

3317. Friera Álvarez, Marta / Ignacio Fernández Sarasola.- «Contexto histórico de la Constitución española de 1812». En Biblioteca virtual Miguel de Cer-vantes:

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Bibliografía jovellanista – Orlando Moratinos Otero 309

www.cervantesvirtual.com > Portal temático > La Constitución espa ñola de 1812 > Contexto histórico de la Constitución española de 1812.

Web: http://www.cervantesvirtual.com/portal/1812/contexto.shtml#1

3318. Friera Álvarez, Marta.- La desamortización de la propiedad de la tierra en el tránsito del Antiguo Régimen al liberalismo. (La desamortización de Carlos IV).- Gijón, Fundación Foro Jovellanos del Principado de Asturias, 22, 2007.- 376 págs.+ 16 rep. de retratos color.- 24 x 17 cm.

3319. Furió Sastre, Antonio.- (Vid. 3227).

3320. Furones Ferrero, Luis.- «Doctrinas políticas de Jovellanos».-[Madrid], Se-minarios, Cuadernos de estudio de la Delegación Nacio nal de Organizacio-nes, núm. 4, enero-febrero, 1961.- Págs. 91-105.- 24 cm.

3321. Gagliardi, Ricardo Guillermo.- (Vid. 3459).

3322. Gandía, Enrique de.- «La posible influencia de Jovellanos.- La liber tad de pensamiento».- En Mariano Moreno. Su pensamiento político.- Buenos Aires, Ed. Pleamar, 1968.- 442 págs.

Sobre Jovellanos vid. págs. 275-286 y 336-340.

3323. García, Eduardo.- El Hospital de Jove: los 200 años de una institu ción.- Gijón, Fundación Hospital de Jove, 2004.- 267 págs.- 31 cm.

Sobre Jovellanos vid. págs. 13, 14, 15, 19, 25, 29, 37, 38, 50, 51, 53, 56.

3324. García Cárcel, Ricardo.- (Vid. 3247).

3325. – El sueño de la nación indomable. Los mitos de la Guerra de la Independencia.- Bar-celona, Historia y Vida, Temas de hoy, Historia, 2007.- 415 págs.- 19 x 12 cm.

Sobre Jovellanos vid. págs. 29, 33, 35, 40-43, 49, 61, 82, 111, 157, 158, 181, 190, 192, 236, 238, 239-241, 256, 261, 276-279, 282-284, 286, 298, 299, 313, 338, 343, 345, 359, 361, 362, 364.

3326. García de Cortázar, Fernando.- (Vid. 3466).

3327. García de León Álvarez, María Antonia.- La Excelencia científica. Hombres y mujeres en las Reales Academias.- Madrid, Secretaría General de Políticas de Igualdad, Instituto de la Mujer, Estudios, 88, 2005.- 295 págs.

Sobre Jovellanos vid. págs. 92-93.

3328. Gea, Juan Carlos.- (Vid. 3459).

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310 Cuadernos de investigación. núm. 1 – año 2007

3329. – «El bable desde Bellver».- Oviedo, La Nueva España [Gijón], 7 de enero, 2007.- Pág. 8.

3330. – «Jovino, en San Millán».- Oviedo, La Nueva España, (Más Gijón), 19 de mayo, 2007.- Págs. 2-3.

3331. Gómez Cuesta, Javier.- «Jovellanos».- Gijón, El Comercio, 6 de agosto, 2006.- Pág. 6.

3332. Gómez Ojea, Carmen.- Pentecostés.- Oviedo, Biblioteca Caja de Ahorros de As-turias, 4, Col. Los Contemporáneos Asturianos, 1989.- 137 págs.- 20 x 13 cm.

Novela en la que la protagonista es una alcohólica que acaba conociendo a Jove-llanos a través de su Diario; Diario que lee de una forma casual cuando se retira al campo a pasar una temporada siguiendo la recomendación de una médica amiga. La autora trata con intensidad un personaje altamente dramático, en el que ahonda hasta lo más profundo de su ser.

3333. González Arias, Ismael.- «El último verano de Xovellanos».- Gijón, El Co-mercio, 10 de agosto, 2007.- Pág. 70.

3334. González Arrili, Bernardo.- «Jovellanos: unas notas al margen de su bio-grafía».- Buenos Aires, La Prensa, 17 de septiembre, 1972.

3335. González Blanco, Edmundo.- (Luis Miguel Piñera).- «El patriotismo de Jovellanos».- Oviedo, La Nueva España [Gijón], 3 de julio, 2006.- Pág. 8.

3336. González Delgado, Ramiro.- (Vid. 3411).

3337. González Delgado, José.- (Vid. 3459).

3338. González Duro, Enrique.- Fernando VII. El rey felón.- Madrid, Oberon Ed., 2006.- 367 págs.- 23,5 x 16,5 cm.

Sobre Jovellanos vid. págs. 49, 60-61, 61n, 65, 67, 159, 182, 194.

3339. González Santos, Javier.- La casa natal de Gaspar Melchor de Jove llanos en Gijón. Apuntes histórico-artísticos.- Gijón, Fundación Municipal de Cultura, educación y Universidad Popular, Ayunta miento de Gijón, 2006.- 2ª ed. co-rregida y actualizada.- XIV+73 págs.- 24 x 17 cm.

3340. Gou Vernet, Assumpta.- «Documentos inéditos del concejo de Valdés sobre el nombramiento de Jovellanos, Ministro de Gracia y Justicia». Res. bibl. Mª Anto-nia Fernández Ochoa, en BRIDEA, LIII, núm. 153, Oviedo, 1999, Págs. 241-247 y en Índice Histórico Español, XXXIX, 114, 2001.- Pág. 321.

Vid. BJ., Ap. III, reg. 2444.

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Bibliografía jovellanista – Orlando Moratinos Otero 311

3341. Gracia [Menéndez], Ángela.- (Vid. 3459).

3342. – «Los conceptos de gramática general, lógica, gramática castellana y elo-cuencia en el Curso de Humanidades Castellanas de Gaspar de Jovellanos». En Cuadernos de Ilustración y Romanticismo, 14, Rev. del Grupo de Estudios del Siglo XVIII de la Universidad de Cádiz, 2006.- Págs. 193-208.

3343. Gracia Noriega, José Ignacio.- (Vid. 3233).

3344. – «Biografía y naturaleza de Jovellanos».- Oviedo, La Nueva España, 12 de septiembre de 2006.

Res. bibl. de Biografía de Jovellanos, de José M. Caso González y de Jovellanos y la naturaleza de José M. Caso González; Bernardo Canga Meana y Car-men [Sánchez] Piñán. Gijón, FFJPA, 2006.

Vid. BJ. Ap. VI., reg. 3070 y 3071.

3345. – «Jovellanos regresa a su tierra».- Oviedo, La Nueva España, Momentos es-telares (29), 29 de enero, 2007.- Pág. 22.

3346. – «Caminos de agua y montaña».- Oviedo, La Nueva España, 12 de febrero, 2007.- Pág. 27.

3347. – «Como los viejos reyes».- Oviedo, La Nueva España, 5 de marzo, 2007.- Pág. 30.

3348. – «Jovellanos, de paso por Sevares».- Oviedo, La Nueva España, 29 de julio, 2007.- Pág. 25.

3349. Guzmán Sancho, Agustín.- (Vid. 3409, 3459).

3350. – «Jovellanos en Jadraque».- Oviedo, La Nueva España, (Más Gijón), 25 de noviembre, 2005.- Pág. 12.

3351. – «Conjeturas sobre la «Ifigenia» de Jovellanos».- Oviedo, La Nueva Es-paña [Gijón], 14 de mayo, 2007.- Pág. 7.

3352. Herrero, E.- (Vid. 3230).

3353. Huici Miranda, Vicente.- (Vid. 3234).

3354. Huerta, Daniel, María José y Chema Sánchez.- «Jovellanos, pionero y vi-sionario».- Salamanca, Foro de Educación, Pensamiento, cultura y sociedad, Núms. 5 y 6, [Universidad Pontifica de Salamanca, Facultad de Pedagogía], 2005.- Págs. 120-126.

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312 Cuadernos de investigación. núm. 1 – año 2007

Rev. electrónica en la Web:

http://www.forodeeducacion.com/index.php?action=numeros5_6.

3355. Jardine, Alexander.- «Cartas de España». Ed. crítica, trad. y ns. de José Francisco Pérez Berenguel.- San Vicente del Raspeig, Universidad de Ali-cante, Secretariado de Publicaciones, 2001.- 442 págs.- 23 x 15 cm.

Sobre Jovellanos vid. 11, 16, 45, 53n, 55, 57, 78, 83-93, 108, 139, 140.

3356. Korn, Alejandro.- «La filosofía moderna ( Jovellanos y su ‘Informe sobre la Ley Agraria’ y el ‘Elogio del Carlos III’». En Influencias filosóficas en la evolu-ción nacional.- Buenos Aires, Ed. Solar, 1936.- Págs. 114-118.

3357. Llamazares Trigo, Gaspar.- «Gaspar Melchor de Jovellanos». En La Aven-tura de la Historia, 51, Secc. «Mi héroe», Madrid, octubre, 2003.

Este artículo fue respondido en el diario ABC, Madrid, 5 de marzo de 2004, por M. Martín Ferrand. «Jovellanos entra en campaña» y por Domingo Cienfue-gos-Jovellanos,- «Jovellanos y Llamazares», en ABC, Madrid, 10 de marzo de 2004.

3358. López Acevedo, Ramón María.- Oda a la sensible muerte del Excmo. Sr. D. Gaspar Melchor de Jove Llanos.- Castropol, en la Oficina de D. Francisco Cán-dido Pérez Prieto, único impresor del Principado. Año de 1812.

Rep. en Castropol, año VII, nº 229, 30 de Julio, 1911.- Págs. 3-5.

3359. López Martínez, José.- «La integridad humana y política de Jovella nos».- Guadalajara, Jalisco, México, El Informador, 26 de enero, 1976.- Págs. 4-5.

3360. – «Lección inagotable de Jovellanos».- Guadalajara, Jalisco, México, El Infor-mador, 20 de abril, 1977.- Pág. 4.

3361. – «Estampas españolas. La Casa y Museo de Jovellanos, en Gijón».- Guada-lajara, Jalisco, México, El Informador, 6 de enero, 1980.- Pág. 8.

3362. Loredo Coste, Rafael.- (Vid. 3409).

3363. Lorenzo Álvarez, Elena de / Álvaro Ruiz de la Peña.- «A vueltas con la carta V de Jovellanos».- Oviedo, La Nueva España [Gijón], 14 de marzo, 2006.- Pág. 6.

Artículo continuación de otros aparecidos en el mismo medio en los que se re-coge una controversia sobre la carta V de Jovellanos, de las dirigidas a Ponz. Vid. BJ., Ap. VI, reg. 3140 y 3141.

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Bibliografía jovellanista – Orlando Moratinos Otero 313

3364. Luna, Pablo F.- La reforma de la sociedad y la defensa de los dere chos del propie-tario, según G. M. de Jovellanos, a finales del Antiguo Régimen.- Oviedo, RIDEA, 2006.- 90 págs.- 24 x 17 cm.

El autor (Premio de Investigación Fundación Foro Jovellanos del Principado de Asturias, 2002) considera que el ilustrado gijonés jugó un papel primordial en defensa de los derechos del propietario y que las medidas que propuso marca-rían la dinámica en los países del mundo hispano.

3365. Márquez de Castro, Manuel.- «Jovellanos y la Sevilla de su época».- Sevi-lla, Publicaciones del Centro Asturiano de Sevilla, 1997.- 180 págs.- 20,5 x 20,5 cm.

Sobre Jovellanos vid. págs. 136-141.

Publicación especial con motivo del XXV aniversario del Centro Asturiano de Sevilla.

3366. Martí Cañellas, Bernando.- «Marià Antoni Togores i Sanglada, un poeta mallorquí de la época de Jovellanos».- Palma de Mallorca, Bolletí de la Socie-tat Arqueològica Lul-liana, BSAL, 51, 1995.- Págs. 181-198.- 24 cm.

3367. Martín Ferrand, Manuel.- (Vid. 3357).

3368. Martínez, Elviro.- (Vid. 3459).

3369. M[artínez] Junquera, Juan.- «Jovellanos».- Gijón, El Comercio, 3 de enero, 2007.- Pág. 6.

3370. Martínez Noval, Bernardo.- Jovellanos. Con bio-bibliografía del autor, es-crita en 1949 por Fausto Vigil Álvarez. Int. Pipo Álvarez [ José María Álva-rez]. Coord. ed. y actualización de ns. Orlando Moratinos Otero.- Gijón, Fundación Foro Jovellanos del Principado de Asturias, Cuadernos de Investi-gación, Monografías, I, 2006.

Publicado en España y América, Madrid, Imp. del Asilo de Huérfanos, 1911, XXXI, año IX, 384-395 y 25-34, 502-511; 1912, XXXIV, año IX, 414-442; XXXV, 119-129, 303-313, 502-510; XXXVI, 416-426.-XXXVIII + 123 págs.- 23,5 x 17 cm.

3371. Martínez Ruiz, José (Azorín).- (Vid. 3258).

3372. Mases, José Antonio.- (Vid. 3258).

3373. Masip Hidalgo, Antonio.- «Jovellanos y las Pelayas».- Oviedo, La Voz de Asturias, 6 de marzo, 2007.

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314 Cuadernos de investigación. núm. 1 – año 2007

3374. Menéndez Fernández, Carla.- (Vid. 3235, 3411).

3375. Menéndez Menéndez, Aurelio.- (Vid. 3459).

3376. – «Reflexión sobre la actualidad de Jovellanos».- Oviedo, La Nueva España, 7 de agosto, 2006.- Pág. 10.

3377. Menéndez Peláez, Jesús.- (Vid. 3235, 3411).

3378. – «Foro Jovellanos: nueva singladura».- Oviedo, La Nueva España [Gijón], 11 de mayo, 2006.- Pág. 39.

3379. – «El jovellanismo de don Luis».- Oviedo, La Nueva España [Gijón], 27 de septiembre, 2006.- Pág. 5.

3380. – «La ‘Ifigenia’ de Jovellanos».- Oviedo, La Nueva España, 5 de agosto, 2007.- Pág. 11.

3381. Merayo, Paché.- (Vid. 3247, 3414).

3382. Montes, Eva.- (Vid. 3459).

3383. Moratín, Jovellanos y Fígaro.- Escritos sobre tauromaquia.- Barce lona, Edi-ciones de la Fiesta Brava, 1929.- 112 págs.- En 8º.

3384. Moratinos Otero, Orlando.- (Vid. 3370, 3411, 3459).

3385. Moreno G., Enrique.- «Don Gaspar Melchor de Jovellanos».- Guada lajara, Jalisco, México, El Informador, Temas Literarios, 10 de diciembre, 1978.- Pág. 10.

3386. Muñiz, Mauro.- «Jovino».- Oviedo, La Nueva España [Gijón], 6 de agosto, 2007.- Pág. 6.

3387. Neira, Chus.- «El primer Jovellanos. San Millán y el misterio de la ‘Ifigenia’ de Jovellanos».- Oviedo, La Nueva España, (Siglo XXI), 390, 13 de mayo, 2007.- Págs. 1-4.

3388. – «El Jovellanos que tradujo a Racine».- Oviedo, La Nueva España, (Siglo XXI) 391, 20 de mayo, 2007.- Pág. 16.

3389. Núñez Fernández, Eduardo.- (Vid. 3261).

3390. Olarte, Juan Bautista.- (Vid. 3235).

3391. Pascual, Luis.- (Vid. 3411).

3392. Pérez Berenguel, José Francisco.- (Vid. 3355).

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Bibliografía jovellanista – Orlando Moratinos Otero 315

3393. Pérez Pacheco, Pilar.- «La mujer del setecientos: entre la educación y la costumbre: hacia una nueva lectura de Amar y Borbón, Cadalso, Moratín y Jovellanos». En Campus stellae: haciendo camino en la investigación literaria, Universidad de Santiago de Compostela, Vol. 1, 2006.- Págs. 487-495.

3394. Piñán, Carmen [Sánchez].- (Vid. 3344).

3395. Piñera, Luis Miguel.- (Vid. 3247, 3335).

3396. – «Los bocetos de Jovellanos y Ceán Bermúdez».- Oviedo, La Nueva España, (Mas Gijón), 12 de junio, 2003.- Pág. 2

3397. – «La piedra de Jovellanos».- Oviedo, La Nueva España [Gijón], 8 de agosto, 2006.- Pág. 4.

3398. – «Las veladas jovellanistas del Círculo de Instrucción y Recreo».- Oviedo, La Nueva España [Gijón], 6 de agosto, 2007.- Pág. 6.

3399. Polt, John H.R. [Polt, John Herman Richard].- Jovellanos. El delincuente honrado.-Alicante, Biblioteca Virtual Miguel de Cervantes, 2004.

Web: http://www.cervantesvirtual.com/servlet/SirveObras/24616196656 149508976613/index.htm

3400. Portillo Valdés, José M.- «Constitucionalismo antes de la Constitu ción. La Economía Política y los orígenes del constitucionalismo en España». En Nuevo Mundo-Mundos Nuevos, mis en ligne le 28 janvier 2007, référence du 7 octobre 2007, disponible sur:

Web: http://nuevomundo.revues.org/document4160.html.

3401. Prendes Quirós, Francisco.- «Les lletres… de la ensenada».- Oviedo, La Nueva España [Gijón], 10 de mayo, 2006.- Pág. 8.

3402. – «Desde Carlos Marx mirando a Jovellanos».- Oviedo, La Nueva España [Gijón], 5 de agosto, 2006.- Pág. 8.

3403. – «Jovellanos, con las luces y la industria».- Oviedo, La Nueva España [Gi-jón], 27 de septiembre, 2006.- Pág. 15.

3404. Presedo, A.- (Vid. 3459).

3405. Ramos Gorostiza, José Luis.- «Jovellanos y la naturaleza: economía, cien-cia y sentimiento».- Barcelona, Scripta Nova. Revista electrónica de Geografía y Ciencias Sociales, Vol. XI, núm. 241, 2007.- Págs. 234-252.

También en Web: http://www.ub.es/geocrit/sn/sn-241.htm

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316 Cuadernos de investigación. núm. 1 – año 2007

3406. Ramírez, Pedro J.- «Nación sin cabeza».- Madrid, El Mundo, 2 de septiem-bre, 2007.- Págs. 3-4.

3407. Reyes Mate, Friedrich Niewohner (coords.).- La ilustración en España y Ale-mania.- Barcelona, Anthropos, 1989.- 271 págs.

Sobre Jovellanos vid. págs. 87, 99, 126, 158, 176, 182-183, 185, 196n.

3408. Reyes Palacios, Felipe.- «La comedia lacrimosa en España y México: Jove-llanos y Lizardi». En Tramoya, Cuaderno de teatro, 69, Veracruz, [México], 2001.- Págs. 65-74.

3409. Rionda [ Juan Martínez Rionda] / Agustín Guzmán Sancho. Pról. de Pe-dro de Silva.- Senderos de Agua y Piedra, tras la huella de Jove llanos.- Gijón, Ideas en Metal S.A., 2006.- 30,5 x 30,5 cm.- 115 págs.

Res. bibl. de Cuca Alonso en La Nueva España, Oviedo [Gijón], 16 de no-viembre de 2006, pág. 11; Rafael Loredo Coste, en El Comer cio, 23 de abril de 2007, págs. 34-35.

La hermosa ruta asturiana entre Las Caldas y los altos de Ventana es retratada por Rionda (acuarelas) y descrita por Guzmán (a partir del Diario de Jovella-nos). Transcurre por los mismos lugares (viejas ventas, casonas, palacios, capi-llas, iglesias y pueblos) que, en junio de 1792, Jovellanos visitó durante un viaje desde Gijón a tierras de León.

3410. Robles Muñiz, Emilio (Pachín de Melás).- (Vid. 3454).

3411. Robles Muñiz, Emilio y Vv. Aa.- Minucias trascendentales en torno a Jovella-nos. Artículos de Emilio Robles Muñiz, «Pachín de Melás» en el diario «La Prensa» (1928-1936). Homenaje al Ateneo Obrero de Gijón (1881-2006).- Ed., sel. y ns. de Orlando Moratinos Otero.- Gijón, Fundación Foro Jovella-nos del Principado de Asturias, 2006.- 198 págs., 27 il. y rep. facs. del diario La Prensa.- 24 x 17 cm.

Contiene:ü Menéndez Peláez, Jesús.- «Homenaje al Ateneo Obrero». ü Pascual, Luis.-«Un rescate oportuno». ü Diecinueve artículos de Pachín de Melás en el diario La Prensa, de Gijón

(1928-1937).

Apéndice I. Otros autores:

ü Señas Encinas, F.- «Los manuscritos de Jovellanos». ü Adúriz, Patricio.

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Bibliografía jovellanista – Orlando Moratinos Otero 317

«Pachín de Melás. Resuena el cántico del ‘Miserere’».«Del magisterio del Ateneo-Casino Obrero de Gijón».ü Menéndez Fernández, Carla.- «Pachín de Melás y el teatro asturiano».ü González Delgado, Ramiro.- «Pachín de Melás. A quien nada-y yera

ayeno».

Apéndice II. Documento.

ü Acta de 1 de septiembre de 1936. Donde se da cuenta del tras lado de los restos de Jovellanos desde la iglesia de San Pedro hasta la Escuela de Co-mercio.

3412. [Robles Sánchez], Germán Horacio.- (Vid. 3454).

3413. Rodríguez Canal, José Antonio.- «Emprendedor espíritu de amor a Gi-jón».- Gijón, El Comercio, 7 de agosto, 2007.- Pág. 5.

3414. Rodríguez de Maribona y Dávila, Manuel.- Don Gaspar de Jovella nos y Ra-mírez de Jove, caballero de la Orden de Alcántara: genealo gía, nobleza y armas.- Gijón, Fundación Foro Jovellanos del Princi pado de Asturias, 21, 2007.- 360 págs. + il. 24 x 17 cm.

Res. bibl. de Paché Merayo, «La sangre pura de Jovellanos», en El Comercio, Gijón, 3 de mayo de 2007, pág. 70.

3415. Rodríguez López-Brea, Carlos M.- Don Luis de Borbón. El cardenal de los liberales (1777-1823).- Toledo, Junta de Comunidades de Castilla-La Man-cha, 2002.- 408 págs.- 24 x 17 cm.

Sobre Jovellanos vid. págs. 36, 38, 88, 161, 164, 169, 188.

3416. Rodríguez Menéndez, Francisco.- (Vid. 3459).

3417. Rosal, Theresina del. [Seudónimo de Pedro Manuel de Valdés Llanos].- Cartes a Xovellanos (1804-1811).- Oviéu, Academia de la Llingua Asturiana, 2006.- 119 págs + 4 hh.- 26 x 18,5 cm.

3418. Rosselló, Jerónimo.- (Vid. 3225).

3419. Rueda, Ana.- «Jovellanos en sus escritos íntimos: el paisaje y la emo ción es-tética de ‘lo sublime’».- Madrid, Revista de Literatura, Vol. LXVIII, 136, julio-diciembre, 2006.- Págs. 489-502.- 24 x 17 cm.

3420. Ruiz de la Peña, Juan Ignacio.- (Vid. 3448).

3421. Rull, Enrique.- La poesía y el teatro en el siglo XVIII. (Neoclasi cismo).- Madrid,

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318 Cuadernos de investigación. núm. 1 – año 2007

Taurus Ediciones, Historia de la Literatura Hispá nica-12, dirigida por Juan Ignacio Ferreras, 1987.- 153 págs.- 21 x 13,5 cm.

Sobre Jovellanos vid. págs. 18, 24, 26, 27, 29, 30, 31, 32, 38, 91-92, 98-100, 141, 142.

3422. Saavedra, Pegerto / Hortensio Sobrado.- El Siglo de las Luces. Cultura y vida cotidiana.- Madrid, Ed. Síntesis, 2004.- 415 págs.- 22 cm.

Sobre Jovellanos vid. págs. 96, 100, 123, 144, 146, 151, 157, 159, 160, 161, 170, 176, 209-210, 242, 297, 299, 316, 330, 369, 371.

Los autores se centran en el análisis histórico de la cultura en un sentido amplio y de la vida cotidiana de la España del siglo XVIII. Se presta atención a proble-mas muy diferentes, desde la ilustración a la superstición o desde la vida coti-diana de las minorías a la de las masas de campesinos y artesanos. Aborda la meridiana influencia que el pensamiento de las elites y el reformismo político tuvieron en el conjunto de la sociedad.

3423. San Martín Antuña, Pablo.- Asturianismu políticu: 1790-1936. Pról. de Xuan Xosé Sánchez Vicente.- Uviéu, Trabe, 1998.- 198 págs.- 18 x 12 cm.

Sobre Jovellanos vid. «Historia, cultura, llingua y política nel Xove llanos as-turianista», págs. 23-62.

3424. – La nación (im)posible. Reflexiones sobre la ideología nacionalista asturiana.- Oviedo, Ed. Trabe, Col. Atlántica, 3, 2006.- 426 págs.- 22 x 14 cm.

Sobre Jovellanos, vid. cap. III, «Uno de los nuestros», págs. 115-142; «Rele-yendo a Jovellanos», págs. 143-170. Además, págs. 171, 172, 173, 174, 174, 175, 182, 184, 190, 191, 192, 200, 205, 240, 241.

El título procede de la tesis doctoral leída por el autor en la Univer sidad del País Vasco, dirigida por el catedrático de Ciencia Política Francisco Llera Ramo. El autor expone su ensayo desde claves teó ricas interpretativas y realiza una revi-sión de los «datos objetivos» de la identidad asturiana y la interpretación y uti-lización de esa identidad a lo largo los siglos XVIII, XIX y XX, especialmente, a la constitución en las últimas décadas del discurso asturianista, de sus bases teó-ricas y de desarrollo político. Coloca a Jovellanos como un referente en el pensa-miento asturianista clásico.

3425. Sánchez Collantes, Sergio.- «La faceta jovellanista del republicanismo gijo-nés».- Gijón, El Comercio, 7 de agosto, 2007.- Pág. 32.

3426. Sánchez Corredera, Silverio.- (Vid. 3459).

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Bibliografía jovellanista – Orlando Moratinos Otero 319

3427. – «Opera jovinista: clasificación positiva y filosófica».- Oviedo, IFESXVIII, Cuadernos de Estudios del Siglo XVIII, 15, 2005.- Págs. 233-310.- 24 x 17 cm.

3428. – «Anécdotas de Gaspar de Jovellanos. II».- Gijón, Cuaderno Cultural Prímula, año 2, num. 3, Hospital de Cabueñes, mayo, 2006.- Págs. 6-10.- 30 x 21 cm.

3429. – «Jovellanos, doscientos años después. Reflexiones sobre la teoría política del polígrafo gijonés».- Oviedo, La Nueva España, ‘Cultura’, 22 de febrero, 2007.- Págs. I-II.

3430. – «Sobre la filosofía de Jovellanos. Su pensamiento político-moral como symploké de cinco teorías: de la historia, económica, política, jurídica y peda-gógica». En El Catoblepas, rev. crítica del presente, 61, Oviedo, marzo, 2007.

Web: http://www.nodulo.org/ec/2007/n061p01.htm#kp01

Este artículo se ha reescrito sobre la conferencia que el propio autor pronunció en el Salón de Actos del Antiguo Instituto Jovellanos, de Gijón, el lunes 4 de septiembre de 2006, en la apertura del «Semina rio internacional sobre estrate-gias del pensamiento en el aula» (4 al 8 de septiembre del 2006), y que llevaba por título: «La trascenden cia del pensamiento de Jovellanos: La estrategia jovi-nista».

3431. Sánchez Gómez, Luis Ángel.- «De nuevo sobre la carta quinta del «Viaje de Asturias» de Jovellanos».- Oviedo, La Nueva España [Gijón], 5 de marzo, 2006.- Pág. 105.

Este artículo forma parte de la controversia generada en torno a la carta V de Jovellanos, de las dirigidas a Ponz.

3432. Sánchez Pesquera, Miguel. Col. y colaboración de–.- Antología de líricos in-gleses y angloamericanos.- Madrid, Librería de los Sucesores de Hernando, 7 vols., 1916.- 18 x 13cm.

Sobre Jovellanos vid. vol. II, págs. 253, 260-261.

3433. Sánchez Vicente, Xuan Xosé.- (Vid. 3423).

3434. Seco Serrano, Carlos.- «Godoy y Jovellanos». En Haciendo Historia. Home-naje al Prof. C. Seco Serrano. Universidad de Barcelona. Barcelona, 1989.- Págs. 89-106.

3435. Selimov, Alexander.- Res. bibl. de Prosa selecta. Ed. de Ana María Freire López. En Dieciocho, XXVI, 2, Oviedo, IFES XVIII, 2003.-

Vid. BJ., Ap. IV, reg. 2677.

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320 Cuadernos de investigación. núm. 1 – año 2007

3436. Señas Encinas, F.- (Vid. 3411).

3437. Silva, Pedro de.- (Vid. 3409).

3438. – «Jovellanos y el Papa».- Oviedo, La Nueva España, 7 de julio, 2006.- Pág. 1.

3439. Somoza, Julio.- (Vid. 3234).

3440. Suárez Fernández, Luis.- (Vid. 3448).

3441. Suau Alabern, Juan.- (Vid. 3225).

3442. Thomas, Hugh.- Carta de Asturias.- Madrid, Gadir Editorial, 2006.- 266 págs.- 22,5 x 16 cm.

Sobre Jovellanos vid. págs. IX-X, XI, XII, 10, 23, 41, 55, 68, 77, 78, 79, 82, 88, 89, 41, 55, 68, 77, 78, 79, 82, 88, 89, 91, 121-135, 159, 181, 183, 186, 188, 193, 194, 196, 204, 221, 235, 237, 248.

3443. Tolivar Alas, Ana Cristina.- «Enigmática ‘Ifigenia’».- Oviedo, La Voz de As-turias, 20 de mayo, 2007.

3444. – «¿Quién fue Braulio Cónsul?».- Oviedo, La Nueva España, Siglo XXI, 402, 5 de agosto, 2007.- Págs. 2-3.

La autora da a conocer el testamento del monje Braulio Cónsul Jove, quien «guardó» la traducción de Ifigenia de Racine.

3445. Úbeda de los Cobos, Andrés.- Pensamiento artístico español del siglo XVIII. De Antonio Palomino a Francisco de Goya.- Madrid, Museo Nacional del Prado, Col. Universitaria, 2001.- 443 págs.- 21 x 15 cm.

Sobre Jovellanos vid. págs. 3, 15, 39, 41, 46, 51, 104, 105, 156, 157, 160-161, 162, 240, 249, 257, 262, 288 il., 301, 317, 322-323, 332-333, 342, 343, 344, 345, 346, 349, 357, 362, 363, 366, 371, 373-379, 380, 401, 404, 405-415, 421, 437.

3446. Umbral, Francisco.- «Jota de Jovellanos».- Madrid, El Mundo, 9 de abril, 1997.- Última página.

3447. Uría Macua, Juan.- (Vid. 3448).

3448. Uría Riu, Juan.- El Reino de Asturias y otros estudios altomedievales. Ed. prepa-rada por Juan Uría Macua. Pról. de Luis Suárez Fernán dez. Int. de Juan Ignacio Ruiz de la Peña.- Oviedo, Universidad de Oviedo, KRK Ed., 2005.- LXXVIII + 1106 págs.- 17 x 12 cm.

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Bibliografía jovellanista – Orlando Moratinos Otero 321

Sobre Jovellanos vid. págs. XXII, 22, 26, 34, 49, 83, 105, 129, 344, 528, 530-531, 561, 564, 569, 593, 609, 655, 658, 660, 662, 665, 675, 680-681, 691, 698, 700, 705706, 711, 753, 815, 904, 948, 1031.

3449. Urzainqui, Inmaculada.- «Dos hombres para un «Diario»: Jovellanos y Lasaúca. Un caso atípico de escritura autobiográfica». En Un «hombre de bien». Saggi di lingue e letterature iberiche in onore di Rinaldo Froldi.- A cura di Patrizia Garelli e Giovanni Marchetti, vol. I.- Alessandria, Edizioni dell’Orso, 2004.- Págs. 643-665.

3450. Vallés, M. Elena.- (Vid. 3313).

3451. Varela Suanzes-Carpegna, Joaquín.- Asturianos en la política espa ñola. Pen-samiento y acción.- Oviedo, KRK ediciones, 2006.- 558 págs., il.

Sobre Jovellanos vid. págs. 17, 18, 20, 29, 34, 36, 41, 45, 48, 54, 55, 72, 85, 86, 90, 102, 176, 200, 203, 204, 221, 223, 227, 229, 236, 294, 320, 342, 344, 345, 345, 352, 354, 360, 390, 393, 400, 401, 406, 407, 415, 515.

3452. Vigil Álvarez, Fausto.- (Vid. 3370).

3453. – «Jovellanos y Siero». En La minería en Siero.- Oviedo, BIDEA, VIII, 22, 1954.- Págs. 239-241.- 24 x 17 cm.

3454. Vv. Aa.- Los Poetas. Antología de poetas asturianos. Pról. de Pachín de Melás. Portada e ilustraciones de Germán Horacio.- Madrid, Imp. de Sordomudos, 57, 1929.- 78 págs.-17 x 12 cm.

Sobre Jovellanos vid. págs. 2, 6, 7, 8, 9, 11-25.

3455. Vv. Aa.- Actas del Congreso Internacional sobre «Carlos III y la Ilus tración».- I.- El Rey y la Monarquía. II.- Economía y Sociedad y III.- Educación y Pensamiento.- Madrid, Ministerio de Cultura, Actas del Congreso Internacional sobre «Carlos III y la Ilustración» 3 tt., 1989.- T. I, 649 págs.; II, 573 págs. y III, 502 págs.- 21,5 x 15 cm.

Las actas de este Congreso se han recogido en 3 tt.

Sobre Jovellanos contienen:

ü Caso González, José Miguel.- «Alabanza y crítica en los elogios de Car-los III».- T. I, págs. 323-347.

ü Bonet Correa, Antonio.- «Agustín de Betancourt, Gaspar Mel chor de Jovellanos y la minería de Asturias en la época de la Ilus tración».- T. II, págs. 357-362.

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322 Cuadernos de investigación. núm. 1 – año 2007

Además, vid.:

T. I, «El Rey y la Monarquía», págs. 109, 204, 362, 600 y n.

T. II, «Economía y Sociedad», págs. 25 y n, 26, 40, 43, 44, 56, 57n, 66, 67, 68, 71, 77n, 79 y n, 80 y n, 124, 125 y n., 126, 127 y n, 128n, 149n, 201n, 286, 477n, 558, 560.

T. III, «Educación y Pensamiento», págs. 1, 5, 6, 12, 13, 16, 18, 19, 20, 22, 30, 81n, 139, 145, 146 y n, 147 y n, 150, 268 y n, 412, 413n, 435, 463.

3456. Vv. Aa.- Bellver 1300 - 2000. 700 anys del castell. Cicle de conferèn cies.- Palma, Ajuntament de Palma, 2001.- 88 págs.- 27 x 18,5 cm.

Sobre Jovellanos vid. págs. 35, 36, 44, 56-57, 64, 65, 66, 67, 68, 69, 83, 85, 88.

3457. Vv. Aa.- (G. M. Xovellanos, Xosé Sampil & Miguel Martínez Marina).- Tres car-tes del s. XIX (1803-1805-1811).- Uviéu, Academia de la Llingua Asturiana. Cartafueyos de Lliteratura Escaecida, 88, 2005.- 26 págs.- 21 x 15 cm.

3458. Vv. Aa.- La obra pública municipal en Gijón (1782-2006).- Gijón, Ayunta-miento de Gijón, 2006.- 494 págs.

Sobre Jovellanos vid. págs. 31, 42, 43, 53, 97, 94, 272, 273.

3459. Vv. Aa.- Boletín Jovellanista.- Gijón, Fundación Foro Jovellanos del Princi-pado de Asturias, VI, 6, 2006.- 486 págs. il.- 23,5 x 17 cm.

Contiene:

ü Díez Morrás, F. Javier.- «Jovellanos y las élites locales. El caso de la ciu-dad de Santo Domingo de la Calzada», págs. 17-39.

ü Fernández Campo, Sabino.- «Asturias y España en el pensa miento de Jovellanos», págs. 41-52.

ü Fernández García, Joaquín | Rodrigo Fernández Alonso.- «Ciencia y política en la España de la Ilustración (la aportación de Jovellanos)», pág. 53-90.

ü Gagliardi, Ricardo Guillermo.- «Patria y libertad en Jovellanos y Do-mingo F. Sarmiento», págs. 91-112.

ü Gracia Menéndez, Ángela.- «La Instrucción para la formación de un dic-cionario bable de Gaspar de Jovellanos dentro de la his toriografía de la variación lingüística peninsular», págs. 113-127.

ü Menéndez Menéndez, Aurelio | Francisco Rodríguez Menén dez.- «Jo-vellanos y la Universidad», págs. 129-164.

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Bibliografía jovellanista – Orlando Moratinos Otero 323

ü Martínez, Elviro.- «La manzana y la sidra en la obra de Jovella nos», págs. 165-169.

ü Bejarano Galdino, Emilio.- «Jovellanos en Mallorca, impulsor de la nueva mentalidad europea», págs. 171-183.

ü Moratinos Otero, Orlando.- «Bibliografía Jovellanista», págs. 185-219.ü Fernández Mieres, José Gonzalo.- «Un bravo por Jovellanos», págs.

223-233.ü Sánchez Corredera, Silverio.- «Jovellanos y la religión. El pro blema reli-

gioso en Jovellanos», págs. 235-260.ü Caso, Ángeles.- «Retrato de un padre especial», págs. 267-270.ü Gea, J. Carlos.- «Memoria de un maestro ilustrado», págs. 271-274.ü Carantoña Álvarez, Francisco.- «Carantoña y el pensamiento de Jovella-

nos», págs. 277-283.ü Fernández Felgueroso, Paz.- «Notas sobre Carantoña», págs. 281.ü Alonso, Cuca.- «Brillante aniversario», págs. 287-289.ü Álvarez Areces, Vicente.- «Actualidad del pensamiento de Jovella nos»,

págs. 293-308.ü Gea, J.C.- «Luna resalta el peso de la Ilustración asturiana en el refor-

mismo agrario hispano», págs. 313-316.ü González Delgado, José.- «Presentación de la edición facsímil del ‘In-

forme en el Expediente de la Ley Agraria’», págs. 321-325.ü Guzmán Sancho, Agustín.- «Francisco de Paula Jovellanos, último alfé-

rez mayor de Gijón», págs. 329-361.ü Presedo, A.- «La ‘Jovellana’ llega a Gijón», págs. 367-370.ü Montes, E.- «A la espera de la flor violácea», págs. 371-372.ü Barrero, Miguel.- «Silverio Sánchez Corredera, filósofo», págs. 375-377.

3460. Vv. Aa.- Gaspar Melchor de Jovellanos. La comedia lacrimosa espa ñola. Ed. de Fernando Doménech Rico.- Madrid, Fundamentos, Biblioteca temática RESAD, 2006.- 287 págs.- 21 cm.

Contiene: El delincuente honrado.

3461. Vv. Aa. - Luis Adaro Ruiz. Recuerdo.- Fundación Foro Jovellanos del Princi-pado de Asturias, Cámara Oficial de Comercio, Industria y Navegación de Gijón y Adaro Tecnología, 2007.- 80 págs.- 22 x 22 cm.

3462. Yanes Cabrera, Cristina.- «Antecedentes de una educación para la toleran-cia en la Historia de la Educación española a través de algunos de los educa-dores más representativos».- Madrid, Revista Iberoameri cana de Educación, vol. 39, 4, OEI, 2006.

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324 Cuadernos de investigación. núm. 1 – año 2007

http://www.rieoei.org/1427.htm

La autora hace un recorrido por la historia de la educación hasta que, finalmente recoge dos grandes aportaciones de los siglos XVII y XVIII españoles, las de Baltasar Gracián y de Jovellanos, fieles reflejos de sus correspondientes socieda-des y de la evolución que en aquellos siglos experimentó el concepto y signifi-cado de tolerancia.

3463. Yépez Piedra, Daniel.- España en el espejo: La Revolución política y la guerra de 1808-1814 en las fuentes británicas.- Trabajo de investi gación realizado por – y dirigido por el profesor Esteban Canales Gili. En Rev. HMiC (Historia Mo-derna y Contemporánea). Programa de doctorado d’Història comparada, so-cial, política i cultural. Depar tament d’Història Moderna i Contemporània. Universitat Autònoma de Barcelona. Febrero/Junio 2006.- 153 págs.

[http://seneca.uab.es/hmic/recerca/Imagen%20revolucion%20politica.pdf]

Sobre Jovellanos vid. págs. 23, 37, 38, 39, 40, 53, 54, 60, 69, 70-77.

ARTÍCULOS Y CITAS EN DICCIONARIOS Y ENCICLOPEDIAS

(Por orden cronológico)

3464. González Herrán, José Manuel / Ermitas Penas Varela.- Cronología de la Literatura española. Siglos XVIII y XIX.- Madrid, Cátedra, Crítica y estudios literarios, 1992.- 1051 págs.- 25 x 17 cm.

Sobre Jovellanos vid. págs. 107-111.

3465. Muñoz Marquina, Francisco.- Bibliografía fundamental sobre la lite ratura española (Fuentes para su estudio).- Madrid, Ed. Castalia, 2003.- 745 págs.- 24 x 17 cm.

Sobre Jovellanos vid. págs. 224, 225, 228, 229, 230, 233, 236, 238, 242-244, 250, 251, 273, 346.

3466. Vv. Aa., Fernando García de Cortázar. (Dir.).- La historia en su lugar. Nueva historia de España.- Barcelona, Ed. Planeta, 2003.- Col. 10 vol.- 32 cm.

Sobre Jovellanos vid. v. 2, pág. 397; v. 3, pág. 369; v. 4, pág. 80; v. 5, págs. 310, 311, 312, 350, 386; v. 6, págs. 303, 304; v. 7, págs. 136, 136, 145, 146, 209, 365; v. 8, págs. 17, 21, 22, 24, 24, 33, 172, 250, 258, 270; v. 9, págs. 89, 90, 144; v. 10, págs. 159, 187, 187, 189-190, 192, 192.

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IV

Textos1

1 Esta sección de «Textos» pretende ofrecer al lector breves aportaciones poco conocidas tanto de Jovellanos como de otros ilustrados; tendrían una atención preferencial aquellos textos de ilustrados as-turianos que por distintas razones hayan sido poco divulgados o incluso estén aún inéditos. Es una sec-ción que pudiéramos llamar de «crítica textual» por lo que han de reunir los requisitos indispensables que tiene esta parte de la crítica.

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Plan de mejoras propuesto al Ayuntamiento de Gijón

Edición, introducción y notas deTeresa Caso Machicado

INTRODUCCIÓN

No puede leerse este Plan de mejoras propuesto al Ayuntamiento de Gijón, escrito por Jovellanos en 1782, sin apreciar el valor que don Gaspar le daba al definitivo e imprescin-dible arreglo y ornamentación de su ciudad; sin atender, sobre todo, a su gusto por las plantaciones de árboles, entonces inexistentes en la villa; sin comprender cómo quiere que Gijón se convierta, definitivamente, en una ciudad moderna y ejemplar. Los árboles son para él un elemento indispensable, pues, como asegura, contribuyen no sólo a la hermosura sino también a la riqueza, a la abundancia de leña y madera de construcción, a refrescar el ambiente y a transmitir a los visitantes la imagen de una ciudad limpia y ordenada. «Este es el modo de pensar −concluye afirmando− de todas las personas de buen gusto».

Sus propuestas incluyen, además, la desecación de las marismas, la construcción de un muro para contener las arenas de la playa, que constantemente inundaban la villa y hacían muy incómoda la vida en ella, la urbanización del actual barrio del Arenal, el empedrado y saneamiento, el trazado de paseos y la construcción de fuentes públicas.

Aprovechando su viaje a Asturias a principios de la primavera de aquel año de 1782, Jovellanos redactó este escrito dirigido a la corporación municipal gijonesa. En la carta de remisión que lo acompaña afirma su deseo de que se lleve adelante el plan propuesto en el que les recomienda su patria y sus ideas1. El documento es, en pala-bras de Javier González Santos, «un prontuario de urbanismo y policía urbana para una villa en expansión y que iba a convertirse en cabecera de una de las carreteras que

1 Vid. Gaspar Melchor de Jovellanos, Obras completas. Ed. crítica, introducción y notas de José Miguel Caso González, Oviedo, Centro de Estudios del Siglo XVIII-Ilustre Ayuntamiento de Gijón, 1985, tomo II, pág. 230, carta n.º 128. Durante más de dos años, Jovellanos se mantuvo atento y preocupado por la marcha de los trabajos, como lo demuestra la correspondencia con distintos corresponsales gijoneses.

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comunicaban la periferia peninsular con la capital del reino y en cuyo puerto, recien-temente habilitado para el comercio ultramarino, se esperaba un gran tráfico»2.

Jovellanos regresaba a Gijón convertido en un importante personaje del mundo so-cial y cultural de la Corte. Nombrado consejero de Órdenes desde 1780, era tertuliano habitual en casa del Conde de Campomanes y formaba parte de la comisión establecida para la creación del Banco de San Carlos. Era, además, socio de la Sociedad Económica Matritense y miembro de la Academia de la Historia, de la de San Fernando, de la de la Lengua y de la de Cánones.

Aprovechó bien su corta estancia en el Principado, pues, además de pronunciar un discurso en la Sociedad Económica de Amigos del País de Asturias, Sobre la necesidad de cultivar en el Principado el estudio de las Ciencias Naturales, leído el 6 de mayo, reco-rrió Asturias extendiendo sobre ella, como en otras ocasiones, su mirada crítica y ana-lítica, y aportando soluciones a algunos de los problemas seculares del campo y de la incipiente industria.

Años más tarde, en 1804, al escribir los Apuntamientos para el Diccionario Geográ-fico-Histórico de Asturias, Jovellanos deja constancia de algunas de las obras que se acometieron después de propuesto este Plan. Sus ideas sirvieron para iniciar un cam-bio radical en la urbanización y el futuro de Gijón.

PLAN GENERAL DE MEJORAS PROPUESTO AL AYUNTAMIENTO DE GIJÓN3

Gijón, 30 de agosto de 1782

Don Gaspar Melchor de Jovellanos, del Consejo de S.M. en el Real de las Órdenes, caballero de la de Alcántara, natural de esta villa y actual residente en ella4, con la de-

2 Javier González SANTOS, Jovellanos. Aficionado y coleccionista, Caja de Asturias-Fundación Mu-nicipal de Cultura, Educación y Universidad Popular. Ayuntamiento de Gijón, Gijón, 1994, pág. 45.

3 Este Plan de mejoras fue editado por Juan Junquera Huergo en Archivo general de Gijón o colección de documentos para la historia, estadística y topografía de la villa y concejo de Gijón, sacados de varios archivos y anotados, Gijón, V. González, 1851, y reeditado por Estanislao Rendueles Llanos en Historia de la villa de Gijón, desde los tiempos más remotos hasta nuestros días, Gijón, 1867, págs. 471-481. También en B.A.E., V, págs. 69-74. He seguido el texto propuesto por Elena de Lorenzo y Álvaro Ruiz de la Peña en: Gaspar Mel-chor de Jovellanos, Obras completas, t. IX, Escritos asturianos. Ed. crítica, prólogo y notas de _______, págs. 213-225, que tienen a la vista el acta de la sesión municipal del 4 de octubre de 1782 en la que se trans-cribe el texto y se aprueba (Archivo Municipal de Gijón, Fondo Histórico. Libro de Actas: 1782-1785, fols. 138v-148r). Según afirma Caso González (Obras completas, t. II, pág. 230), la edición de Junquera Huergo procede del original, firmado por Jovellanos, que estaba entre los manuscritos del Instituto.

4 Jovellanos había llegado a Gijón en el mes de marzo y partió para Madrid el 19 de septiembre. Hacía

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Plan de mejoras propuesto al Ayuntamiento de Gijón – Teresa Caso Machicado 329

bida atención a V.SS., representa, que habiendo venido con real permiso a residir por algún tiempo en su casa paterna, tuvo la satisfacción de que por S.M. y señores del Real Consejo de Castilla se le encargase concurrir a la Junta formada de su orden para el arreglo de las providencias previas a la apertura de la nueva carretera de comunica-ción desde esta villa a la capital de Oviedo, y que se previniese a la misma Junta que todas las que tomase fuesen de acuerdo mío5.

Este encargo dio, desde luego, al que representa, una oportuna ocasión de manifestar a esta villa el ardor con que se interesa en su bien y felicidad, porque siendo el objeto de su comisión uno de los que más pueden contribuir a uno y otro, era preciso que sus desvelos, dirigidos al mejor desempeño de aquel encargo, cediesen en beneficio y utilidad de su pa-tria. Por esto, desde su llegada a este país hasta el día, no cesó un instante de promover la apertura de la citada carretera con el mayor calor y sin perdonar molestia ni fatiga, pudiendo ofrecer una prueba de su misma actividad en la presteza con que se ha empezado a trabajar en las dos primeras medias leguas desde Gijón y Oviedo, la mayor parte de las cuales estará acabada para el próximo San Martín6.

Se hubiera contentado el que representa con manifestar por este medio su amor a esta villa, si el ardiente deseo que tiene de concurrir a su felicidad no le hubiese incli-nado a promover otros objetos en que no estriba menos la esperanza de conseguirla.

Por esto, tampoco ha dejado desde su arribo de discurrir y proponer diferentes medios de aumentar la población, la industria y el comercio de esta villa, ni de mover y persuadir a sus vecinos y naturales a que los abrazasen y emprendiesen, pudiendo lisonjearse de que la mayor parte de ellos han merecido la aprobación y aun el aplauso

catorce años que no regresaba a su ciudad natal, concretamente desde que en 1767 visitó Asturias para despedirse de su familia antes de tomar posesión de la Alcaldía del Crimen de la Audiencia de Sevilla.

5 El tramo Gijón-Oviedo de la carretera de Castilla fue delineado por el ingeniero José Palacio San Martín. Jovellanos propuso para la dirección de la obra a Manuel Reguera González (1731-1798), acadé-mico de mérito de la Real de San Fernando desde 1780, y, según don Gaspar, «el mejor arquitecto que tiene el Principado y sin disputa el que más sabe en materia de construir caminos».

6 Obsérvese que dice Jovellanos «trabajar en las dos primeras medias leguas entre Gijón y Oviedo», pues, efectivamente, las obras se iniciaron en los dos sentidos a la vez en el mes de julio. En los Apuntamien-tos sobre Gijón, escritos por el propio Jovellanos, leemos: «El camino construido es de 32.847 varas castella-nas de largo y de 24 pies de ancho [27,456 km de longitud y 6,72 m de anchura de la calzada], con buenas cubijas y guardarruedas, rampas e hijuelas de comunicación para las heredades de su orilla; tiene además dos buenos puentes, muchas cantarillas y zanjas para recoger y dar paso a las aguas. Tiene tres graciosas fuentes para comodidad de los que le atraviesan y sus ganados. Tiene sus mijeros de media en media legua, paredones de defensa, petriles y, en fin, cuanto requiere la firmeza, comodidad y hermosura de tales obras. El costo total de esta fue de dos millones y medio de reales» (Gaspar Melchor de Jovellanos, Gijón. Apuntamientos para el Diccionario Geográfico-Histórico de Asturias. (1804), Estudio preliminar, edición y no-tas de Javier González Santos y Juaco López Álvarez, Museo Casa Natal de Jovellanos-Fundación Munici-pal de Cultura, Educación y Universidad Popular. Ayuntamiento de Gijón, 2001, pág. 72). La carretera de Gijón a Oviedo se concluyó en 1788.

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de muchas personas, igualmente interesadas que el suplicante en las ventajas y utili-dad de Gijón.

Sin embargo, como la residencia del que representa en esta villa debe ser muy corta7, y faltando de ella sería difícil que pudiese influir eficazmente en la ejecución de sus desingnios, le ha parecido proponerlos a V. SS. con toda claridad y distinción para que tomándolos en consideración resuelvan lo que fuere más conforme a sus pruden-tes máximas y al celo con que siempre han promovido el bien de esta villa.

Cuando un país cualquiera piensa en su mejoramiento, exigen la razón y el buen orden que antes trate de remover los estorbos que se oponen a él, que de promover los medios que puedan asegurarle. Nuestra villa, conducida por esta sabia máxima, trató primero de separar los inconvenientes que se oponían a la franqueza y seguridad del puerto y después de librar la parte oriental de la población de las ruinas que frecuen-temente causaban las arenas traídas por el nordeste. El primer objeto se ha conseguido casi enteramente con la construcción del nuevo muelle y limpia de su dársena, en que se está trabajando8, y en el segundo se ha logrado una considerable ventaja con el pa-redón de San Lorenzo, que acaba de construirse9. Con todo, la experiencia ha manifes-tado ya que para el logro de este objeto son aún necesarias otras mayores y más seguras precauciones.

En efecto, ni la villa está enteramente libre de las arenas, pues entran todavía por el boquete que forma el extremo del paredón, ni la inmensa porción de ellas que se halla amontonada dentro de la línea del mismo paredón y se mueve frecuentemente de una

7 En efecto, partía para Madrid apenas quince días después. El escrito fue leído por Tomás Menén-dez Jove, Mayordomo de Propios y Arbitrios del Ayuntamiento, ya ausente Jovellanos, en la sesión muni-cipal del 4 de octubre.

8 «… en el invierno de 1749, una tormenta (en que el mar invadió lo más interior de la villa) venció y arruinó la cortina del antiguo cay (que miraba al oeste) y la dársena y inutilizó el puerto. En este con-flicto, el Ayuntamiento clamó sin pérdida de tiempo al Gobierno por los auxilios necesarios para reparar la ruina; (…) nombró a su alférez mayor, don Francisco Gregorio de Jovellanos (…) logró no sólo de-mostrar la necesidad y ventajas de la obra, sino también que, en vez de reparos, se franqueasen a la villa la facultad y los medios necesarios para construir un muelle nuevo más capaz y seguro. Confióse la empresa al sabio ingeniero don Tomás Odaly, y, bajo sus órdenes, al arquitecto del país, don Manuel Menéndez.. Se colocó la primera piedra y se empezaron los trabajos en 1751 (o 52) y, después de muchas y reñidas disputas con la Diputación del Principado (siempre envidiosa y opuesta a ellos), después de muchos re-cursos y suspensiones y reformas, se dieron al fin por concluidas en 1789 ( Jovellanos, Apuntamientos, pág. 67).

9 «… se edificó un paredón en línea curva y de más de 1.000 varas de extensión sobre la playa orien-tal para defender la población no sólo del mar, sino también de las arenas que, arrojadas por el nordeste, se la iban tragando por aquella parte. Cuarto: en el relleno del interior de este paredón se sepultaron las colinas de arena que había acumulado por allí el nordeste, y hoy se ven sobre el suelo que defendió de ellas muchas casas y huertas nuevas que extienden y hermosean la población» ( Jovellanos, Apunta-mientos, págs. 69-70).

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Plan de mejoras propuesto al Ayuntamiento de Gijón – Teresa Caso Machicado 331

a otra parte, llevada ya por el vendaval y ya por el nordeste, deja de amenazar mucha ruina a las casas y edificios inmediatos. Es, pues, indispensable buscar algún medio más seguro de librar esta hermosa población de tan próximo y temible enemigo.

No lo es menos el mar por la misma parte oriental de la villa, que todavía no está bien defendida de él especialmente en el paso indispensable y frecuente que va a la iglesia, por lo cual parece necesario pensar también en algún medio de librar esta parte de la población de los riesgos que la amenazan.

Por lo que toca a este último, no aparece otro remedio que el de reparar el antiguo paredón desde la Peña de Santa Ana hasta donde hace frente a la capilla de los Valdeses, y construir otro nuevo que arranque de este sitio hasta unir con el que acaba de hacerse cercando enteramente el mar por toda la parte oriental de la actual población.

Pero para librar enteramente nuestro pueblo de las arenas, hay otro medio que so-bre ser más sencillo, seguro y menos costoso, ofrece a la villa otras ventajas que basta-rían por sí solas para hacerle adoptar.

Redúcese primeramente este medio a cercar la villa con una simple tapia o pared seca que corra desde el extremo del nuevo paredón de San Lorenzo, por delante de la capilla de Begoña, hasta unir con la puerta que se va a colocar en el extremo de la calle Corrida, cuya defensa, aunque no fuese de grande elevación, libraría para siempre la mayor parte de la villa de las arenas del nordeste10.

Hecha ya la cerca, quedaría dentro de ella un considerable espacio lleno por la mayor parte de arenas sueltas amontonadas, de que sería preciso librar a la villa por otros me-dios y aunque para esto hay dos, a saber: que los carros del concejo saquen precisamente estas arenas y los peones destinados a la limpia de la dársena hagan la misma faena en las horas en que cesa su trabajo; como estos medios son demasiado lentos y no del todo seguros, parece preciso recurrir a otro que no esté expuesto a iguales inconvenientes.

El que parece más acertado sería repartir todo este terreno en diferentes suertes y porciones y adjudicarlo a las personas que quieran tomarlo bajo de un canon mode-rado a favor de los propios de la villa y sin más pensión que la de cerrarlo desde luego

10 En carta dirigida casi con seguridad a Tomás Menéndez Jove el 6 de noviembre, leemos: «El señor conde [de Campomanes] aprueba el pensamiento de nuevo paredón y cerca, y es de sentir que el primero se solicite en los mismos términos que el que se ha ejecutado hasta el frente de Begoña. A esto añado yo que debemos pensar en que la cerca se haga de mampostería y por el mismo medio; a cuyo fin, cuando se proponga la necesidad de hacer el paredón proyectado, valiéndose para ello de los materiales y peones que sobran de la limpia de la dársena, se podrá añadir que, puesto que el otro paredón no libra todavía la pobla-ción del riesgo de las arenas, es indispensable tirar desde él una cerca de piedra de tres varas de alto hasta la nueva puerta de la villa, con lo cual quedará esta enteramente segura» ( Jovellanos, Obras completas, t. II, pág. 234). En el plano de Gijón realizado por Coello en 1870 se observa el trazado de lo que llama «Fortificación proyectada y en construcción». Arranca desde el final del paredón de la playa, sigue aproxi-madamente la actual calle de Capua hasta llegar a la que se conoce todavía con el nombre de carretera de la costa, y desde allí hasta la Puerta de la Villa, en zigzag, se adaptaba al trazado de esta carretera.

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de piedra seca, con facultad de destinarlo a huertas, prados, edificios o lo que tuvieren por más conveniente, con tal que guardasen siempre la forma y orden de las líneas que deberían tirarse y estacarse antes del repartimiento11.

Aunque habría mucha diferencia en la calidad de las suertes repartidas por este método, pues las unas estarían libres de arena y las otras contendrían grandes monto-nes de ella, no por eso debería ser diverso el canon señalado a sus poseedores, sino que, para compensar el mayor dispendio de los que tomasen las últimas, se los podría dispensar de toda contribución por seis, diez o quince años, de forma que pasados estos plazos el canon fuese igual en todos, sin más diferencia que la que fuese respec-tiva a la extensión de las suertes.

Este repartimiento de suertes y delineación del terreno debería hacerse de manera que no sólo contribuyese a conservar, sino también a mejorar la forma actual del pue-blo. A este fin, la primera línea deberá seguir rectamente desde el frente de la casa de Rectoría y huerta de don Antonio Rocandio, hasta tocar en la cerca proyectada; la se-gunda y tercera, desde la esquina de las casas que viven don Juan García Jovellanos y don Juan Bautista González, hasta la misma cerca y las restantes, en continuación de las calles que median entre la de San Bernardo y la Corrida, de forma que todas se extendiesen hasta la cerca, sin desvío alguno de la debida rectitud.

Puede ser que nos engañen las esperanzas que hemos concebido de los aumentos de esta villa, pero si por casualidad se verificasen, en población no podría extenderse por otra parte que por la de que estamos hablando. Entonces, qué magnificencia no resultaría a la villa de esta porción de largas y derechas calles, llenas de buenos edifi-cios. Y mientras llega o no este dichoso día, ¿cuánto se ganaría en ver todo este espacio lleno de prados y huertas y libre ya de la molestia y riesgos que causaban las arenas? Pero volvamos a nuestra idea.

11 «Los que conocieron el antiguo Gijón saben que a la salida de él había una gran porción de te-rreno lagunoso cubierto en el invierno de dos a tres pies de agua, que menguaba pero jamás desaparecía del todo, ni aun en los estíos más secos. Provenía esta estagnación de que, levantado por las arenas el suelo de las playas de este y oeste, aquel terreno que tenía al norte la montaña, en cuya falda está la villa, y al sur, las alturas que corren desde Deva al cabo de Torres, las aguas no hallaban salida y se derramaban y detenían en toda la llanura que rodea la villa por el mediodía. […] Hallóle así el capitán de navío don Francisco de Paula Jovellanos cuando, retirado del Real Servicio en 1784, volvió a cuidar del pequeño mayorazgo que heredara por muerte de su padre […] trató también de poner en cultivo aquella hermosa porción de terreno que el desagüe del Homedal dejara libre. Ayudado en esto por su hermano que estaba en Madrid, obtuvo para la villa la facultad de cerrarle y repartirle entre vecinos pobres bajo un canon moderado. Dividióle en varias suertes, las hizo cercar de piedra, formalizó el repartimiento y en lo que antes era un hediondo e insalubre lagunal, se ven hoy gran cantidad de prados y heredades en que com-piten la hermosura y el provecho. La villa gastó en estas obras al pie de 80.000 reales pero también au-mentó sus propios con una renta anual y perpetua que se acerca al 5 por 100 del capital que empleó». ( Jovellanos, Apuntamientos sobre Gijón, pág. 74).

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Plan de mejoras propuesto al Ayuntamiento de Gijón – Teresa Caso Machicado 333

Hecha esta división quedaría aún una gran porción de terreno descubierto desde la primera línea que señalamos a la orilla del paredón y parece que convendría formar en ella otra buena calle colocando una acera de casas frente a las huertas o edificios que corriesen desde la espalda de la de don Antonio Rocandio hasta la nueva cerca. Pero esta calle, a diferencia de las demás, debería ser enteramente cerrada y sin salida a la parte del paredón para que las arenas no tuviesen entrada alguna en ella y los edificios de aquella parte abrigasen el resto de la población de los nordestes.

Todas las demás nuevas calles deberían cortarse por otras que corriesen de oriente a poniente en debidas distancias y en el centro de ellas se podría señalar una nueva plaza, respecto de que la actual, sobre ser muy reducida para tanta población, quedaría a mucha distancia de los extremos de ella. Para este fin, ningún sitio sería más opor-tuno que el medio de la gran calle que debe señalarse en continuación de la de San Bernardo, de forma que, pasados los dos últimos edificios que hoy existen en ella, se encontrase luego la plaza, cuya situación quedaría entonces a igual distancia de los extremos de la villa.

No es posible pensar en una buena plaza para Gijón sin que se ofrezca a la imagina-ción el deseo de poner en ella uno de aquellos adornos que al mismo tiempo que contribuyese a hermosearla perpetuaría la memoria de un héroe a cuyas virtudes de-ben la mayor veneración y un eterno reconocimiento no sólo esta villa, sino también toda la monarquía de España. Hablo de una estatua de Don Pelayo, monumento que todavía no debió aquel rey a la nación que redimió de la esclavitud y que acaso no tendrá jamás si la gratitud de los asturianos no se lo consagra12.

Lo que dejo expuesto hasta aquí es respectivo a seguridad, extensión y adorno interior de la población; pero todavía resta que proponer por lo que toca a su adorno exterior.

En este adorno será muy conveniente conciliar en cuanto sea posible la utilidad con la hermosura. Con esta idea debería pensar la villa, ante todas cosas, en plantar de pi-nos todo el arenal que se extiende desde el extremo del nuevo paredón y fuera de la cerca proyectada, hasta San Nicolás, y desde la orilla del mar hasta las caserías de Cia-res. Este pensamiento es de más fácil ejecución que parece a primera vista, y una vez logrado produciría a la villa ventajas increíbles. Lo primero, porque en este espacio podrían criarse un millón de pinos que harían un excelente propio para la villa. Lo segundo, porque estorbarían el curso libre de las arenas, librando del riesgo que ame-

12 Más de un siglo después, el 5 de agosto de 1891, se inauguraba en Gijón, en la Plaza del Marqués, la estatua de Pelayo, obra del escultor José María López Rodríguez (Ribadeo, 1844-Gijón, 1913), fun-dida en los talleres de la Sociedad Fábrica de Moreda y Gijón por el maestro fundidor Carlos García Nosti. Una de las inscripciones que adornan el pedestal es, con ligeras variaciones, la propuesta por Jove-llanos al final de este escrito y recuerda a don Gaspar como inspirador de ella: «Infans Pelagius / è gotho-rum sanguine regum/ Hispanicae libertatis, religionisque restaurator./ Senatus Populusque Gegionensis/ Regali civi donum debere/ Inscriptio Gasparis de Jovellanos».

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334 Cuadernos de investigación. núm. 1 – Textos

naza a todas las tierras y posesiones de los particulares que están sobre el mar. Lo ter-cero, porque fijarían y agramarían el suelo, proporcionando en los claros algún pasto para los ganados comuneros. Y lo cuarto, porque hermosearían las avenidas y caminos que vienen por aquella parte a la villa y darían a los que transitan por ellos un abrigo contra las inclemencias del sol y de los vientos13.

Este pensamiento podría extenderse también al otro extremo de la villa que se halla combatido del vendaval, pues aunque allí los arenales son más reducidos, todavía po-drían admitir un número considerable de pinos desde el extremo del paredón de po-niente hasta Natahoyo, y contribuiría del mismo modo a la hermosura y seguridad de la villa.

El costo del plantío de estos pinares no podrá ser muy grande, respecto a que deben ponerse de semilla, sembrándolos a granel en sus debidas estaciones. Al principio sólo se debe aspirar a formar un bosque de ellos, pero una vez presos sería fácil entresacar-los, dejando sólo las plantas más robustas, tanto para que estas pudiesen crecer libre-mente cuanto para que su misma espesura no perjudicase al pasto ni al adorno y seguridad de la población.

Estos plantíos serían de gran utilidad a la villa, pero hay otros que, aunque sólo servirían a su adorno, merecen también ser promovidos con especial cuidado. Hablo de los árboles de puro recreo, que deben ponerse a la orilla de los paseos y caminos para hermosearlos.

En esta parte lleva Gijón muchas ventajas a otros pueblos por la buena proporción que tiene para lograr fácilmente estos plantíos. El terreno es de los más oportunos, especialmente para tales y tales árboles, y su misma profundidad, extendida del uno al otro mar y desde la villa a Contrueces, ofrece una situación la más ventajosa para ha-cer inmensos plantíos, que serían para la villa de una hermosura y aun de una utilidad imponderable.

Me parece que por ahora sólo se deberá pensar en poner álamos blancos por ser preferibles a otros por muchas razones: la primera, porque es árbol que se pone de

13 «… trató el Alférez Mayor de poblar estas avenidas de árboles. No se veía uno solo en las inmedia-ciones de la villa, ni se creía posible lograrlos, porque los fuertes y fríos nordestes que reinan allí en pri-mavera los hielan y destruyen, como había sucedido en otras tentativas. Pero nada hay que no ceda a la constancia. El comendador Jovellanos, combinando la calidad del suelo y clima con las plantas más a propósito para lograrse en ellos y prefiriendo los chopos y paleras (especie de sauce de gran tamaño y lozanía muy común en Asturias), y plantando y replantando, y defendiendo y batallando con todos los obstáculos, logró por fin vencerlos. (…) y hoy no sólo se halla una hermosa alameda de más de un cuarto de legua, orilla del camino real, sino otras dos casitas grandes a la parte de poniente, un gracioso paseíto, a que por su forma se dio el nombre de La Estrella y además, diferentes calles y encrucijadas pobladas de varios y hermosos árboles; pues que entre los ya citados se han logrado también algunos fresnos, abedu-les, omeros o alisos, espinera y aun también algunos chopos de Lombardía, sauces de Babilonia, acacias y plátanos y otros extranjeros traídos de Aranjuez» ( Jovellanos, Apuntamientos, pág. 76).

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Plan de mejoras propuesto al Ayuntamiento de Gijón – Teresa Caso Machicado 335

vara y sirve al mismo tiempo de vivero; la segunda, porque prende fácilmente y viene más pronto que otros árboles, y la tercera, porque se logra plantado en los arenales lo mismo que en los sitios húmedos y pantanosos14.

Los sitios en que deberían ponerse estos árboles son bien conocidos; sin embargo, los señalaré, al menos para indicar el orden con que deberán adornarse. La plazuela que se está construyendo fuera de la nueva Puerta de la Villa15 merece ser coronada de dos filas de álamos y una de ellas deberá continuar por una y otra orilla de la nueva carretera hasta la torre de Roces. Otras dos filas deberían ponerse en el paseo del Hu-medal, empezando desde las Figares y continuando hasta Contrueces. También debe-rán de coronarse de árboles las dos zanjas principales que atraviesan el Humedal desde el monte hasta el mar, no tanto para adornarlas cuanto para esconderlas, pues suelen ser poco agradables a la vista y aun al olfato. Las orillas de los prados y heredades del público y particulares también podrían adornarse con árboles, y la villa debería dar el primer ejemplo plantando las de los suyos y animando a los demás propietarios a que hagan otro tanto.

A la parte del paredón de San Lorenzo pudieran también ponerse diferentes líneas de árboles, pero principalmente una que lo guarneciese por toda su orilla y continuase desde su extremo hasta la iglesia. Las demás podrían repartirse a cordel en el espacio que quedaría desde la orilla del paredón hasta la nueva calle que debe formarse a es-paldas de la de San Lorenzo.16

14 Como anotan E. de Lorenzo y A. Ruiz de la Peña (Obras completas, t. IX, pág. 221), «esta pro-puesta tendría sus frutos», pues el 5 de febrero de 1784 Juan García Jovellanos escribe a don Gaspar co-municándole que: «Llevo casi concluido el plantío de álamos en Santa Catalina, siguiendo el orden de la Representación que usted ha dejado al Ayuntamiento, y va tan bien, que a nadie dejará de agradar» ( Jo-vellanos, Obras completas, t. II, pág. 276).

15 Esta plazuela, en realidad una glorieta, que se llamó Luneta del Infante, estaba situada en el lugar que hoy ocupa la Plaza del Seis de Agosto. La primera piedra de la Puerta de la Villa la colocó el propio Jovellanos el 18 de septiembre, antes de regresar a Madrid. Su diseño se debía a Manuel Reguera Gonzá-lez. Fue derruida en noviembre de 1886.

16 En carta a su hermano Francisco de Paula escrita el 31 de enero de 1787, Jovellanos hace un encen-dido elogio de los sauces: «Si nuestros muchachos lo permitieran, ve aquí una bellísima idea: coronar todo el nuevo paredón, desde la huesera por detrás y por el costado de la iglesia, siguiendo su línea, án-gulo y vuelta, hasta donde acaba el de San Lorenzo. Llevándolos a una regular altura, y haciendo pender sus ramas a la parte del mar, ¿qué espectáculo tan caprichoso y agradable no formarían a los que viesen el pueblo de la parte de Somió o el cabo de San Lorenzo, y sobre todo desde el mar? La misma operación pudiera repetirse, coronando el monto de Santa Catalina desde la casa de las piezas hasta la iglesia, y todo el paredón de la Trinidad hasta Natahoyo. (…) Yo no puedo negar que estas imaginaciones me arreba-tan; pero ellas son posibles, y acaso bastaría calentar la fantasía de dos docenas de patricios, para que concurriendo a una al logro de esta idea, se verificase en todo o en parte. Entonces bien mereceríamos que este árbol perpetuase nuestra memoria y nuestro nombre, haciéndole conocer por el sauce de Jovella-nos». ( Jovellanos, Obras completas, t. II, págs. 331-334, n.º 207).

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336 Cuadernos de investigación. núm. 1 – Textos

Ni deberá contentarse la villa con estos plantíos, puesto que tiene otros muchos sitios donde pudiera poner también gran cantidad de árboles. Uno de ellos es el monte de Santa Catalina, que pudiera coronarse con dos filas dobles que empezasen desde la rampa que sube del muelle a la casa de las piezas, y, corriendo por toda la cuesta del norte, bajasen hasta la iglesia parroquial, abrazando todo el pueblo, y además pudieran ponerse otras dos filas formando un paseo desde la espalda del convento de las mon-jas17 hasta la misma capilla de Santa Catalina, y formando delante de ella una ancha y hermosa plazuela.

Los que no están acostumbrados a semejantes adornos tendrán acaso por extravagan-tes mis ideas, pero yo les ruego que consideren que los árboles no sólo contribuyen a la hermosura, sino también a la riqueza de los pueblos; que hacen abundar en ellos la leña y madera de construcción; que los libran de las inclemencias del sol y de los vientos; que purifican, templan y refrescan los aires destemplados del invierno y verano y, finalmente, que dan una idea a quien los ve de que el orden y la buena policía reinan en los pueblos donde abundan. Este es el modo de pensar de todas las personas de buen gusto y cuando no estuviese confirmado con el ejemplo de todos los pueblos cultos de Europa, bastaría para autorizarle la inclinación del Rey nuestro señor a los plantíos, pues puede asegu-rarse que desde que entró al gobierno de esta monarquía se han plantado de su orden muchísimos millones de árboles para adorno de su Corte y Sitios Reales.

Otra especie de adorno está olvidada en nuestra villa, que debe ser también objeto de su celo. Ningún pueblo del Principado ha logrado ver acabados en su recinto tantos ni tan considerables edificios y, sin embargo, no se ve en todos ellos una sola inscrip-ción que pueda testificar a la posteridad el tiempo en que se ejecutaron. Los monu-mentos que nos restan de la antigüedad prueban cuán cuidadosos fueron los romanos, los griegos y aun nuestros primeros reyes de Asturias en conservar por este medio la memoria de los sucesos y de las obras dignos de ella, y cuando esto no bastase para movernos a su imitación, debería bastar la Real orden expedida en el año pasado de 1778, por la cual se manda que en cualquier obra pública que se ejecutare se levante una pirámide y ponga en ella una inscripción que exprese el tiempo en que fue cons-truida y el fondo de que fue costeada. Seríamos, pues, culpados de omisión si en nues-tras obras públicas no se colocasen semejantes monumentos; con este objeto tengo el honor de presentar a V.SS. las adjuntas cuatro inscripciones. La primera para la obra del muelle, que se podrá colocar en la traviesa de la nueva dársena. La segunda para la nueva puerta. La tercera para la fuente principal de la villa. Y la última para que esté reservada por si algún día logra Gijón tener una estatua del ilustre héroe de la nación, el buen rey Don Pelayo18.

17 O sea, el convento de Agustinas Recoletas, detrás de su casa.18 Vid. supra, nota 12.

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Plan de mejoras propuesto al Ayuntamiento de Gijón – Teresa Caso Machicado 337

Estas son las ideas que me ha sugerido el amor que profeso a mi amada patria y las que deseo depositar en V.SS., que están destinados por la Providencia al gobierno de ella. Gijón se halla hoy día en proporción de aumentar considerablemente su comercio y su industria y, por consiguiente, su población. Ningún medio será más seguro para conseguir uno y otro que el de atraer a sí las personas de caudal para que fijen aquí su residencia, como harán seguramente cuando a las proporciones que le da su puerto, que sobre ser el único habilitado para el comercio de América, es sin disputa el mejor del Principado, se junten los atractivos que le añadirán las obras que dejo propuestas y otras que aún pueden ejecutarse. Por fortuna no he formado yo unos proyectos aéreos de difícil ejecución ni de un inmenso costo. Cuantos van indicados pueden verificarse en pocos años si hay algo de celo y constancia en la ejecución de ellos. Estas dos pren-das las espero yo de V.SS., porque, habiéndolas acreditado hasta ahora en otros objetos de menos importancia, no podrán faltarles para los que dejo propuestos, que tanto pueden contribuir a la pública felicidad. Sobre todo, yo tendré siempre el consuelo de haberlos manifestado a V.SS., dando en esto a mi patria un testimonio de cuánto me intereso en sus aumentos y de que no dejaré de contribuir a ellos, según mis facultades, desde cualquiera destino en que me colocare la Providencia.

Nuestro Señor guarde a V.SS. muchos años, como deseo.

Gaspar Melchor de Jovellanos

INSCRIPCIONES CITADAS

Para la traviesa de la dársena

Regnante Ferdinando VI. Optimo PrincipeProvincia Asturiensis oere propiodemolito vetere, novum portum extruxit,Foeliciter imperante Carolo III P. P. ampliavitperfectumque reddidit.

Anno D. M. DCCLXXXII.

Para la puerta nueva

Annuente Carolo III. P. P.Provincia Asturiensis, tributo sibi imposita

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338 Cuadernos de investigación. núm. 1 – Textos

viam hanc, á mari ad ovetum aperuitcomercio, ac utilitati incolarum consulens.

D. M. DCCLXXXII.

Para la puerta principal

Senatus Gegionensis,Populum in-opia aqua laboreantemgravatis sicera, vinoquepatrio, celoduplici fonte dittavit.

D. M. DCCLXX.

Para la estatua de D. Pelayo

Infans Pelagiusè gothorum samguine regumHispanicae libertatis, religionisque restauratos.

S. P. Q. G.Regali civi donum dedit.

(…) ( cartas 98, 128, 131, 132, 136, 138, 139, 147, 148, 150, 151, 152, 153, 159, 160, 162, 164, 166, 179, 181, 183, 187, 190, 204, 207, 208, 219, 223, 226 y 232 (tomo II de O.C.). Las obras fueron encomendadas al maestro de la villa, Emeterio Díaz, muerto en 1799; también interviono, a partir de 1794, el brigadier Diego Cayón y Presno, profesor de náutica, matemáticas y dibujo técnico en el Real Instituto. La Puerta de la Villa, cuya primera piedra colocó Jovellanos el 18 de septiembre de 1782 antes de partir de nuevo para Madrid, se debía al arquitecto Manuel Reguera Gonzá-lez. Este singular monumento urbano, uno de los más dignos legados arquitectónicos que ennoblecieron la villa de Gijón, fue derruido en noviembre de 1886. (O.C., II, cartas 148, 151 y 159)

«El tramo Gijón-Oviedo, delineado por el ingeniero José Palacio San Martín, fue el primero en construirse. El inicio de los trabajo y la elección de un director de obras

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Plan de mejoras propuesto al Ayuntamiento de Gijón – Teresa Caso Machicado 339

fueron los motivos que trajeron a Jovellanos a Asturias en la primavera de 1782. Este propuso a Manuel Reguera González (1731-1798), académico de mérito de la Real de San Fernando desde 1780, y, en palabras del consejero, «el mejor arquitecto que tiene el Principado y sin disputa el que más sabe en materia de construir caminos». (…) Entre 1771 y 1808 sólo se habían calzado 50 kilómetros, los comrpendido entre Gijón y Santullano de Mieres. Habría que esperar todavía 1834 para que la carretera de Pajares quedase definitivamente abierta al tránsito rodado».

Carta a Tomás Menéndez Jove?? del 19 de septiembre:Mi estimado amigo y dueño: Son las cinco, y vamos a montar para Cornellana. Ahí

va ese testamento para que usted le haga ver en la villa. Lo que importa es que se nom-bren buenos albaceas. Le recomiendo a usted mi patria y mis ideas, y le ofrezco de nuevo mi corazón y mi amistad, como su afectísimo. Jovellanos

Tomás Menéndez Jove era Mayordomo de Propios y Arbitrios del Ayuntamiento de Gijón.

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V

Recensiones y reseñas

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La mirada sobre Asturias de Hugh Thomas 1

Ignacio Gracia Noriega

esde hace algunos años, Hugh Thomas visita habitualmente Asturias, recorre sus caminos, contempla las altas montañas, el mar embravecido, los verdes va lles y

las viejas iglesias del tiempo de los antiguos reyes y, entre etapa y etapa, se detiene para comer (procurando que sea en establecimientos en los que los aderezos no modifican el sabor de las viandas) y para charlar con sus gentes. El ilustre historiador inglés tiene muchos amigos en esta tie rra. Y aunque yo, que le acompañé en muchos de sus reco-rridos, jamás le vi sa car un bloc y una pluma para hacer anotaciones, es evidente que fue registrando muchas de las cosas que veía, escuchaba y observaba. Su propósito de escribir un libro de viajes no obedece a ningún tipo de improvisación: lo anuncia en 1999, en el epílogo a mi libro El viaje del Norte (un libro, por cierto, dedicado a los viajes por Asturias de Laurent-Vital, Joseph Townsend, George Borrow y Jovellanos), donde escribe: «Y pienso que algún día debo escribir los recuerdos de mis viajes por Asturias. Seguramente in cluiré, como lo hicieron Starkie y Borrow, una visita a Muros del Nalón, pero, aunque por supuesto resaltaré la hospitalidad que recibí allí, también recordaré que en el año 1934 «La Turquesa» descargó su mercancía letal en un lu gar cercano. Sin duda mencionaré una visita a Villaviciosa, pero no solo ten dré en la me-moria al Emperador, sino también a la agradable estatua de la chica sonriente con un cesto de manzanas que está delante del encantador teatro. Probablemente iré a Grado, pero nunca me olvidaré del asombroso discurso que allí pronunció, en el balcón del ayuntamiento, Manuel Grossi, un líder del POUM en el que pronosticaba –no, mejor aún, prometía, también en 1934 la creación de un mundo totalmente nuevo. Un mundo comunista perfecto».

Al cabo de siete años, el libro prometido es una realidad. Carta de Asturias (A setter from Asturias), Editorial Gadir, Madrid, 2006, título que parece evocar al del libro del Blanco White sobre Inglaterra, es un libro importante por diversos motivos. Es la pre-

1 Thomas, Hugh: Carta de Asturias, Madrid, Gadir Editorial, 2006, 266 págs.

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344 Cuadernos de investigación. núm. 1 – Recensiones y reseñas

sentación como autor de asunto viajero de uno de los grandes historiadores de la época moderna. Y por otra parte, es el primer libro de un escritor inglés de esa talla, dedicado íntegramente a Asturias. Otros autores ingleses de épocas pasadas, como Edgard Clarke, Richard Ford, Widdrington, Walter Starkie y, sobre todo, Joseph Townsend y George Borrow, dedicaron a Asturias páginas imprescindibles, aunque no de manera monográfica. Sagazmente, observa Ana Clara Guerrero en su trabajo sobre Viajeros británicos en la España del siglo XVIII, que «sus recorridos por el norte de España llevan en ocasiones a los viajeros a Cantabria y Asturias, zona que por su similitud es destacada de manera muy especial por Townsend, que escribe: «La se-mejanza de Asturias con algunas partes de Inglaterra es sorprendente. El aspecto del país es el mismo por su verdor, sus cierres, sus setos vivos, sus hileras de árboles y sus bosques; llama la atención la misma mezcla de arboledas, de tierra de labor y de ricos pastizales; la misma clase de árboles, de cosechas, de frutos y de rebaños. Uno y otro país son excesivamente húmedos en invierno; sin embargo, esto mismo les propor-ciona un gran resarcimiento en verano, y los dos gozan de un clima templado, si bien, en cuanto a humedad y calor, éstos se extreman algo más en Asturias». Thomas, que generalmente la visita en verano, la ve con vagos rasgos tropicales, sobre todo en la comarca oriental, en la que sin duda se interfieren sus recuerdos de Méjico. Pero Mé-jico, en Asturias, es un accidente, por fortuna cada vez más lejano.

Carta de Asturias, debemos insistir sobre ello, es un libro de viajes, de recuerdos, de impresiones paisajísticas. Por ello, aunque lo firme un historiador muy distinguido, no debe tomarse como una obra histórica: ésta sería la peor manera de leer la obra, y solo puede conducir a que se le hagan reproches tan pintorescos como que cierto señor conocidísimo en su pueblo no sea suficientemente conocido por el viajero como para que escriba su nombre correctamente. Tales desvaríos encuentran su antecedente en la malhumorada crítica que cierto arqueólogo cuyo nombre no recuerdo le hizo a Sa-lambó, de Flaubert, porque en cierta minúscula descripción no se atenía a la ortodoxia en materia de erudición cartaginesa. En consecuencia, vaya por delante que Carta de Asturias es literatura antes que historia o, como le gusta afirmar a Gustavo Bueno, ¿qué otra cosa que literatura y relato es la historia, desde Herodoto acá? Por lo demás, Hugh Thomas no solo es un gran historiador, sino también un buen escritor, en cuyos traba-jos más profesionales el rigor no es inconveniente para la amenidad. Su gran historia de la conquista de Méjico posee el vigor y el colorismo de la obra clásica de Prescott (el cual, aunque ciego, era tan cromático como Homero, también ciego, según se ad-mite) y su trabajo sobre el 2 de mayo de 1808 es ante todo un ensayo, en el sentido que le daba Montaigne. Carta de Asturias, repetimos, es libro de viajes, género que se aproxima a la definición de novela dada por don Pío Baroja: un saco en el que cabe todo. Esto es, se trata de una obra miscelánea. Tan miscelánea que incluso los que identifican a Thomas con la historia de la guerra civil española de 1936-1939, pueden

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La mirada sobre Asturias. Reseña a Hugh Thomas – Ignacio Noriega 345

encontrar en esta obra lo que buscan, aunque mejor sería que lo buscasen, por estar tratado con mayor amplitud, en otras obras del mismo autor.

Sabido es que Asturias se divide en tres comarcas: la central, la occidental y la oriental. Sobre esta diferenciación geográfica se articula el libro, que se divide en cua-tro grandes apartados o «Libros»: el primero, sobre la Asturias del oeste, más allá del Nalón hacia Galicia, con desviaciones a la cordillera Cantábrica, Oviedo, Gijón y Avi-lés; el tercero está dedicado a las cuencas mineras, a Villaviciosa, Ribadesella y Cangas de Onís y el cuarto libro a la parte oriental y a sus conexiones con el Nuevo Mundo, y en medio, un «libro segundo» a modo de «intermedio profesional» en el que Tho-mas, en ochenta y pico páginas, resume la historia de Asturias, desde los reyes de Can-gas de Onis, Pravia y Oviedo, hasta la época presente. No faltan las referencias a la revolución de octubre de 1934 y a la guerra civil, más amplias a la primera que a la segunda, aunque Thomas reconoce, no en este libro pero sí en cartas particulares, que prefiere ocuparse de los grandes hechos españoles del siglo XVI y del siglo XVIII, es-pecialmente. Lo que resulta sensato.

En Carta de Asturias se encuentran consideraciones de todo tipo: sobre el prerro-mánico, sobre hoteles, sobre la lluvia, sobre la arquitectura rural, sobre los pantalones vaqueros del alcalde de Cudillero… Paisaje y paisanaje se mezclan y confunden, y entre la multitud de personajes, desde don Pelayo en Covadonga hasta un abogado de Gijón que se parece a André Malraux, destaca la egregia, noble, civilizada figura de Jovellanos. Como asegura Thomas: si esta Carta de Asturias, tan afectuosa y tan va-riada, tiene un protagonista, ése es Jovellanos, de quien afirma, entre otras muchas cosas, y con muchísima razón, que «puede leerse como si se tratara de una especie de Tocqueville español».

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Jovellanos, visto por un filósofoPelayo Pérez García

scribir una reseña del libro de Silverio Sánchez Corredera sobre Jovellanos y el jo-vellanismo1 es una ardua tarea, no ya por la exhaustividad de la obra en cuestión,

de la cual da cuenta su extensión, ni tampoco por la dificultad inherente al tratamiento filosófico, que implica una metodología propia y un cierto lenguaje técnico –justifi-cado en función de la fertilidad y potencia buscadas–, sino porque va dirigida a quie-nes conocen ya bien a Jovellanos. La «dificultad» que se nos añade, es, pues, que esta reseña esté pensada y escrita para ser publicada en los Cuadernos de investigación, re-vista que se convierte en un foro donde acuden especialistas en la obra y en la vida de Gaspar Melchor de Jovellanos, y además no unos especialistas cualesquiera, sino en-tusiastas apasionados del ilustrado español.

No es menos cierto que afrontar un libro como el de Sánchez Corredera, y con él, la obra y la vida de Jovellanos, exige rigor y seriedad en cualquier caso, como creo así lo hice cuando escribí, hace dos años, un comentario crítico al respecto. Pero entonces tenía a la vista el horizonte de un espacio filosófico que me guiaba a insistir en la me-todología filosófico-académica, utilizada en la obra que comento, y al que respondía la publicación donde ese escrito vio la luz2, mientras que ahora me he impuesto analizar algunas aportaciones de la obra en su conjunto, poniendo como centro los contenidos jovellanistas.

Vista ya la dificultad de comentar un libro que tiene muchas vertientes –tejido de múltiples capas y de análisis de distinta escala– pero unos pocos ejes estructuradores, pasemos ahora a una selección de escenas y al escenario del asunto.

1 Sánchez Corredera, Silverio: Jovellanos y el jovellanismo, una perspectiva filosófica (estudio histórico y filosófico sobre Jovellanos, en la perspectiva del materialismo filosófico, desde la ética, la política y la moral), Oviedo, Pentalfa Ediciones, Biblioteca Filosofía en Español, 2004, 860 págs.

2 Pérez García, Pelayo: «Jovellanos, España y el materialismo filosófico». El Catoblepas. Revista crítica del presente, nº 38, abril 2005.

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348 Cuadernos de investigación. núm. 1 – Recensiones y reseñas

Corredera ha llevado a cabo, por primera vez según nuestras noticias, una tesis filo-sófica sobre la vida y la obra de Jovellanos. Las tesis doctorales hechas hasta la actuali-dad sobre Jovellanos han nacido en contextos filológicos, históricos, pedagógicos, biográficos, etc., pero no estricta y académicamente filosóficos. La primera de todas ellas, entre la tesis doctorales en general, según nos recuerda Silverio en la página 372, es la de Felipe Bareño, «Ideas pedagógicas de Jovellanos», leída el 28 de junio de 1907 y publicada en 1910. Pero es que, al repasar la bibliografía respecto al jovellanismo, a las controversias, polémicas y reacciones que la figura y obra del ilustrado gijonés causó, lo que se constata es la preeminencia de los estudios morales y políticos, junto con los de carácter histórico y literario, incluyendo, claro está entre todos estos, los biográficos o los que tienen en su biografía una plataforma para desarrollar alguno de los aspectos aquí citados. Todos estos recorridos, habituales y abundantes, han sido transitados por Corredera y quedan detalladamente recogidos en las páginas de su libro, y lo hace ade-más no de una manera anecdótica o meramente referencial, sino para establecer un edificio de ideas donde tengan cabida y se sustenten el conjunto de los análisis. Es ésta, entonces, una de las características a destacar en el libro de Sánchez Corredera: la siste-maticidad inherente a la filosofía y la exhaustividad que requiere una tesis doctoral, que se ha puesto muchas exigencias para remover al máximo aquellos materiales que pudie-ran ser significativos.

Los avatares de la vida y obra de Gaspar de Jovellanos contienen un transfondo que se puede sobrevolar de múltiples maneras, atendiendo a sus distintos focos de interés. Pero también puede intentarse comprehenderlo en su conjunto, no sólo para apar-tarse de ciertas posiciones reductoras o desvanecidas en estrechos historicismos, sino para entender el conjunto de los fenómenos integrantes desde su totalidad o unidad, si estamos suponiendo que hay un Jovellanos y no muchos. Los fenómenos que con-forman a Jovellanos están ya envueltos por la historia, la cultura y la ideología de su tiempo. Y aquí, en esta pluralidad de posibilidades de acceso a un personaje de esta magnitud, se nos muestra la necesidad de un tratamiento que sistematice y unifique, a través de una teoría capaz de ello, estas partes disyuntas, estas vías divergentes, estos cruces o planos incapaces, por sí mismos, de dar cuenta del «todo»: el universo que la figura insigne de Jovellanos ilustra y representa, lo cual, no hará falta insistir dema-siado en ello, comporta una superación de estas partes, una ordenación y una recom-posición. Este es uno de los aspectos que Corredera salva, los fenómenos mismos entre los que Jovellanos vive, consciente de que su sentido puede aparecer confuso al desplegarse en derivas diversas y parciales, pero que puede ser esclarecido reestructu-rándolo y encajándolo en una trama global explicativa.

Como venimos diciendo, la sistematicidad y el ordenamiento de las partes en fun-ción del todo es lo que tiene de peculiar el tratamiento filosófico que Silverio ha lle-vado a cabo sobre esas ideas que cobraron en y por la existencia de Jovellanos una

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Jovellanos visto por un filósofo – Pelayo Pérez García 349

destacada importancia no sólo en lo que respecta a su biografía, sino en cuanto a su influencia en la sociedad de su tiempo y, como estamos comprobando, todavía en el nuestro. Y aquí, la totalidad que reconstruye Sánchez Corredera se muestra en la arti-culación que logra dar a rótulos dispares como son el de «político», «economista», «moralista», «creyente», «jurista» o «literato». La descripción de una época, el análisis de las relaciones de Jovellanos con la corona, con la iglesia, con los reformistas o con los reaccionarios, con Europa y los ilustrados, así como los efectos de la Revolu-ción francesa, del exilio y las luchas por el poder, sin olvidarnos de su implicación con las obras públicas, o con Asturias en fin. Y todo ello, trayendo a la primera escena la manipulación posterior, la de la apropiación ideológica llevada a cabo tras su muerte por unos y por otros, y la que ha cooperado a que la figura y la obra de Melchor de Jovellanos permaneciera si no en la sombra, sí en la confusión, cuando no en la distor-sión que viene dada por un excesivo localismo o por apropiaciones artificiosas, poco críticas.

En este sentido, la mano firme y lúcida de Sánchez Corredera desbroza este enma-rañado jardín jovellanista, precisamente estableciendo una divisoria entre jovella-nismo, por un lado, como rótulo que conviene a sus diferentes seguidores y jovinismo, por otro, término que acogería al pensamiento del propio Jovellanos. Esta diferencia-ción es esencial, pues la tesis establecida en el texto de Corredera intenta precisa-mente esclarecer, por un lado, estas relaciones intoxicantes en muchos casos, y encubridoras en otros, ya que lo que dejan ver los primeros es su propio pensamiento, su ideología, ocultándonos o distorsionándonos el pensamiento en sí mismo que sobre lo humano y lo divino tenía el propio Gaspar Melchor de Jovellanos. Pero ésta no es una tarea fácil y, sin duda, hay que contar y partir de estas aportaciones jovella-nistas, además de los propios textos, cartas, actuaciones y testimonios de Jovellanos, conectando este material con la escena socio-histórica y política que le tocó vivir. Pues esta «escena» está atravesada y compuesta por las texturas históricas naciona-les y europeas de las que fue testigo y con las luces y sombras que tallaron su figura y contorno. La perspectiva histórica, así pues, nos permite constituir la figura inmensa y «comprometida» de este hombre, como político y como ciudadano. Lo que Silve-rio hace en sus análisis es recorrer el doble sentido que le lleva de Jovellanos a los jovellanismos y de éstos a aquél, o, también del siglo XVIII y principios del XIX a nuestra historia de España posterior y de ésta a los tiempos del ilustrado-liberal.

En este sentido, Corredera localiza en su análisis seis etapas «jovellanistas» sucesi-vas y que perduran con mayor o menor fuerza. Es de destacar la imbricación que estas etapas tienen con la propia historia de España a partir de la mitad del siglo XVIII hasta nuestros días, lo que convierte a Jovellanos en un núcleo paradigmático de esta diná-mica histórica que configura, por otra parte, la génesis del «cuerpo de la nación espa-ñola moderna» hasta nuestro problemático presente.

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350 Cuadernos de investigación. núm. 1 – Recensiones y reseñas

Llegados aquí, no hará falta decir que éste es un estudio totalizador e integrador del conjunto de datos sobre Jovellanos, en la línea de los llevados a cabo por Julio So-moza, Miguel Artola, José Miguel Caso y Javier Varela, de los que da nuestro autor sobrada cuenta y referencia, pero que, en este caso, y a diferencia de los mentados, aunque también apoyándose en ellos, se pretende conscientemente una elaboración globalizadora de carácter filosófico, es decir, que no se sitúa en una especialización aparte sino que pretende explicar los distintos, opuestos y plurales análisis. Y es aquí donde la textura filosófica del estudio de Sánchez Corredera se muestra en toda su firmeza y fundamentación metodológica, pues ésta es la que le permite, como saber de segundo grado que es, ordenar y unificar la inmensidad de datos que una figura como Jovellanos genera, y la disparidad de interpretaciones que su vida y obra ha pro-ducido y produce, las cuales signaríamos como conocimientos de primer grado, indis-pensables por tanto, pero insuficientes al mismo tiempo. El autor actúa conscientemente sabiendo que sin todos los estudios anteriores (los rectos y los tergiversados) no sería posible esta tesis que además de referirse a Jovellanos se extiende a su impacto histó-rico y a su trabazón con la historia de España.

Ahora bien, llegados aquí, son necesarias unas palabras, por breves que sean, acerca del carácter filosófico del estudio de Sánchez Corredera. En primer lugar, diremos que este calificativo no debiera ser causa ni de prejuicios ni de recelos, si bien es cierto que nuestro autor no cede en ningún momento y está muy lejos del discurso complaciente y, menos aún, divulgativo. Y sin embargo, estamos seguros de que más allá de nuestra simpatía confesa, podemos asegurar que el texto que comentamos ni es árido ni mu-cho menos resulta inabordable, pues la excelencia que caracteriza al autor se refleja en la generosidad del desarrollo de su filosofía, el «materialismo filosófico», aplicada al universo de Jovellanos, de tal suerte que no es necesario ser un especialista ni en filo-sofía ni en el materialismo filosófico. Ahora bien, a todos estos materiales, Corredera los somete a un análisis triturador, con los cuales construirá ante nuestros ojos una teoría que, en sus propias siglas, signamos como E-P-M (iniciales que corresponden respec-tivamente a Ética-Política-Moral) y que serán los ejes que organizarán el espacio exis-tencial, socio-histórico y político del tiempo de la vida de Jovellanos y de los distintos jovellanismos que van sobreviniendo. Claro está que nuestro autor fundamenta con rigor esta teoría y este tratamiento filosófico «materialista» del asunto de su tesis, en la primera parte del libro titulada «Teoría E-P-M». Pero esto, que pudiera parecer obvio, cobra en el desarrollo de la obra de Corredera una explicitación y una corrobo-ración que tiene no sólo el brillo de la virtud sino el del yunque donde sus argumentos y postulados se prueban, yunque mediante el cual se ordenan y estudian la inmensi-dad de datos históricos al respecto.

La estructura argumental de la teoría E-P-M se nos manifiesta no sólo en su fertili-dad discursiva, sino en tanto en cuanto los análisis que criba y reordena tienen un fuerte

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Jovellanos visto por un filósofo – Pelayo Pérez García 351

sentido materialista (alejada, pues, de inclinaciones metafísicas), es decir, nos permiten «ver» la vinculación de los fenómenos que bajo su lógica se articulan sin consentir especulaciones, vuelos imaginativos o postulados idealistas, pero también permitiendo la transición sin forzar los datos, desde la existencia individual y corpórea del propio Jovellanos (su biografía) recogida por E (y que conviene al universo ético, individual del propio Gaspar Melchor de Jovellanos) que con sus operaciones vitales, con su de-sarrollo, sus relaciones, su familia, sus estudios y ámbito social nos lleva al espacio de M (territorio de la moralidad, es decir, colectivo, social, donde el ciudadano Jovellanos desborda el recinto de su corporeidad individual) y que además, en este caso con noto-riedad, nos permite acceder sin violencia al territorio de P (donde Jovellanos alcanzó notables cimas políticas y sufrió no menos trascendentes batallas y descalabros). Esta estructura E-P-M permite a Corredera atrapar no sólo la inmensidad de datos que ge-nera la figura de Jovellanos, sino también, y en destacada medida, permite decimos or-denar y clasificar las interpretaciones y coloraciones parciales o ideológicas de los mismos, dibujando entonces una figura que desde el individuo realmente existente (nacido en Gijón y en 1744) hasta el político y el encarcelado, y la persona histórica que va más allá de su fallecimiento físico (en noviembre de 1811), se iza por encima de las diversas escuelas y capillas que hasta el día de hoy han querido hacer «su Jovella-nos» o bien basándose en el Jovellanos E (el eticismo jovellanista) o bien en el M (el ideológico-religioso, al caso) o bien en el P (el estadista de Estado de los historiadores, por ejemplo). Silverio ha pretendido dar un paso adelante en los estudios jovellanistas reuniendo todas estas vertientes y mostrando que son clasificables y, por tanto, com-prensibles dentro del conjunto de los fenómenos jovellanistas.

Como no podía ser de otro modo, Sánchez Corredera no sólo lleva a cabo esta in-gente obra de trituración y reordenación de materiales, sino que la concluye como este mismo orden y totalización requiere, precisamente con la consecuencia misma de su tesis: dar cuenta de la filosofía que cabe atribuir al propio Jovellanos, lo que en pa-labras de nuestro autor, calificaríamos de jovinismo filosófico. Pero todo esto no podría haberse logrado si no fuera porque Sánchez Corredera construye ante nuestros ojos una esfera geométricamente diseñada, cuyo centro es el propio Jovellanos y los radios, hasta nuestros días, las líneas que su vida y obra impulsaron, con las que se cruzaron o cuantas atrajo hacia sí. En esta esfera generada por la figura de Jovellanos, podemos, finalmente, contemplar el nacimiento de una nación política en el escenario europeo decimonónico, y donde la decadencia del impero hispano coincide con el inicio de la industrialización y las nuevas formas que el mundo iba adquiriendo tras la ilustración y la caída del absolutismo.

Esta no sólo es, en consecuencia, una espléndida obra surgida de una laureada tesis doctoral, es un texto imprescindible y, sobre todo, necesario y, sin ninguna duda, quie-nes se beneficiarán de su lectura y estudio no seremos únicamente sus amigos en o por

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la filosofía, sino además y destacadamente los jovellanistas y cuantos tienen en Gaspar Melchor de Jovellanos un referente moral y político inexcusable.

El libro que comentamos, fruto de la tesis previa del autor3, contiene, hay que de-cirlo, no sólo el conjunto de los materiales respecto a la vida y obra del ilustre gijonés, sino la síntesis acabada de los mismos, de donde que nos encontremos ante un texto de obligado conocimiento, referencial en el universo jovellanista, pero que, desde nues-tro punto de vista, asimismo lo desborda y está llamado a ser motivo de estudio y po-lémica, de consulta y plataforma de nuevos estudios y enfoques acerca del campo teorético donde los fenómenos jurídicos, éticos, políticos, morales e históricos se concitan.

Creemos que nuestro mejor colofón nos lo darán unas líneas extraídas de un artí-culo que ha publicado posteriormente4, cuyo contenido operó como uno de los mo-tores del desarrollo de los análisis que se gestaron en la tesis doctoral:

«Pero nuestra clasificación [se refiere a la clasificación de los escritos de Jovellanos] no ha tomado como objetivo único colaborar a la fijación y clarificación de los datos «posi-tivos» sobre la obra del ilustrado español; hemos perseguido aportar, junto a las referencias que los especialistas han ido proporcionando, una clasificación «filosófica», es decir, un ordenamiento del señor de Cimadevilla en función de las aportaciones a los distintos saberes prácticos, a las distintas ciencias categoriales, y, en definitiva, a su contribución a la historia de las ideas, en el marco de la historia de la filosofía. […] El presente trabajo que puede tener valor independiente para la consulta de los jovellanistas, de los hispanistas y de los dieciochistas se inscribe en otro más amplio que se propuso rescatar el Jovellanos filósofo sistemático que quedaba oculto tras la poligrafía que le es característica y enterrado en los avatares y circunstancias de la historia contemporánea española.»

Con estas palabras finaliza el propio Silverio Sánchez Corredera la presentación de la «Ópera jovinista», donde clasifica los doscientos setenta escritos que tiene registra-dos y desde cuyo conocimiento y estudio había ordenado las ideas del libro que hemos intentado comentar y resumir. Cita extensa pero que resume por sí sola la labor ingente que Corredera ha llevado a cabo, labor inexcusable y necesaria precisamente por la magnitud de datos, de aportaciones, de producciones en torno a la figura del ilustrado asturiano que, sin menospreciar su indudable valor, parecían tender a ensombrecer y ocultar no ya sólo al hombre, sino al político, al escritor y, sobre todos ellos, al filósofo que aquí descubrimos con rotundidad conceptual y no menor finura estilística.

3 Sánchez Corredera, Silverio: Ética, política y moral en Jovellanos, desde la perspectiva del materia-lismo filosófico (Universidad de Oviedo, 2003.)

4 Sánchez Corredera, Silverio: «Opera jovinista. Clasificación positiva y filosófica», en Cuadernos de Estudios del Siglo XVIII, núm.15, Instituto Feijoo de Estudios del Siglo XVIII, Universidad de Oviedo, 2005, págs, 233-234.

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Publicaciones de la Fundación Foro Jovellanos del Principado de Asturias

1. DISCURSOS de Puerto de Vega. - Gijón, Foro Jovellanos, 1996.- 32 págs. (Ago-tado).

2. Carantoña, Francisco.- La estancia de Jovellanos en Muros de Ga licia.- Francisco Carantoña.-Gijón, Foro Jovellanos, 1997.- 56 págs. (Agotado).

3. Sagredo, Santiago.- Jovellanos y la educación en valores : (antece den tes en la re-flexión y práctica de un Ilustrado).- Prólogo por Fran cisco Carantoña.- Gijón, Foro Jove llanos, 1998.- 139 págs. Trabajo premiado en el Con curso Nacional “Contribu-ción de la obra de Jovellanos y del pensamiento ilustrado es pa ñol a la mejora de la enseñanza en España”. (Agotado).

4. Moratinos Otero, Orlando, Cueto Fer nández, Vicente.- Bibliografía jovella-nista.- Gijón, Foro Jovellanos, 1998.- 277 págs.1 cd-rom. ISBN 84-920201-4-8. (Agotado).

5. Jovellanos, Gaspar Melchor de.- El “Diario” de los viajes.- Gijón, Foro Jovella-nos, ALSA Grupo, 1998.- 238 págs., il. (Agotado).

6. Caso González, José Miguel.- Biografía de Jovellanos; adapta ción y edición de María Teresa Caso.- Gijón, Fundación Foro Jovellanos del Principado de Astu-rias, 1998. - 122 págs. (Agotado). Hay 2º edición revisada. Véase nº 18.

7. BOLETÍN Jovellanista.- (Vid. apartado Boletín Jovellanista)8. JOVELLANOS y el siglo XXI.- Conferencias orga nizadas por la Funda ción Foro Jove-

llanos del Principado de Asturias.- Gijón, Foro Jovellanos del Principado de Astu-rias, 1999.- 106 págs. Contiene los textos de las confe rencias pronunciadas por Fran cisco Álvarez-Cascos, Fernando Morán López, Agus tín Guzmán San-cho, Antonio del Valle Menéndez y María Teresa Álvarez García.

9. Coronas González, Santos M.- Jovellanos, justicia, estado y constitución en la Es-paña del Antiguo Régimen.- Gijón, Fundación Foro Jovella nos del Principado de Asturias, 2000.- 353 págs., 28 h. de lám. Obra galardo nada con el Premio de Investi-gación Fundación Foro Jovellanos. ISBN 84-607-0169-7. (Agotado).

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354 Cuadernos de investigación. núm. 1 – año 2007

10. INFORME de la Sociedad Económica de Madrid al Real y Supremo Consejo de Casti-lla en el expediente de Ley Agraria / extendido por su indi viduo de número el Sr. D. Gaspar Melchor de Jovellanos.- Gijón, Fundación Foro Jove llanos, 2000.- 192 págs. Reprod. facs. de la ed. de Palma, Imprenta de Mi guel Domingo, 1814. (Agotado).

11. BOLETÍN Jovellanista. (Vid. apartado Boletín Jovellanista)12. Guzmán Sancho, Agustín.- Biografía del insigne jovellanista Don Julio Somoza y

García-Sala, correspondiente de la Academia de la Historia, Cronista de Gijón y de As turias, escrita y anotada por Agus tín Guzmán Sancho, para la Fundación Foro Jo-vellanos del Principado de Asturias.- Gijón, Fundación Foro Jovellanos del Princi-pado de Astu rias, 2001.- 427 págs. ISBN 84-607-2737-8.

13. Álvarez-Valdés y Valdes, Manuel.- Jovellanos: enigmas y certezas. Gijón, Fundación Al vargonzález y Fundación Foro Jovellanos del Princi pado de Astu-rias, 2002.- 585 págs. + 2 hh. ISBN 84-922-159-2.

14. Ruiz Alonso, José Gerardo.- Jovellanos y la Educación Física.- Estudio introduc-torio, selec ción y comentarios de ___. Gijón, Fundación Foro Jovellanos del Principado de Asturias, Real Grupo de Cultura Covadonga y Fundación Ángel Varela, 2002.- 154 págs. ISBN 84-607-6207-6. (Agotado)

15. Adaro Ruiz, Luis.- Jovellanos y la minería en Asturias.- Gijón, Fundación Foro Jovellanos del Principado de Astu rias, Unión Española de Explosivos, S.A., 2003.- 481 págs. ISBN 84-933191-0-4.

16. Homenaje al Ateneo Jovellanos. «La muerte “civil” de Jovella nos. Mallorca, 1801-1808)». (Conferencia pronunciada por Teresa Caso Machicado en el castillo de Bellver (Ma-llorca) el día 21 de marzo de 2003).- Gijón, Fundación Foro Jovellanos del Princi-pado de Asturias, Ateneo Jovellanos, 2004.- 44 págs.- D.L. AS-870/2004.

17. Cienfuegos-Jovellanos González-Coto, Francisco de Borja.- Memorias del artillero José María Cienfuegos Jovellanos. (1763-1825).- Gijón, Fundación Foro Jove llanos del Principado de Astu rias, Ideas en Metal, S.A., 2004.- 293 págs. il.- ISBN 84-933191-1-2.

18. Caso González, José Miguel.- Biografía de Jovellanos.- Gijón, Fundación Foro Jovellanos del Principado de Asturias, 2005. - 145 págs., il.- ISBN 84-933191-2-0

19. Caso González, José Miguel, Canga, Bernardo y Carmen Piñán.- Jovellanos Y La Naturaleza.- Gijón, Fundación Foro Jovellanos del Principado de Asturias, 2006 – XXX págs., il.-ISBN 84-933191-3-9.

20. Robles Muñiz, Emilio, (Pachín de Melás)… [et. al] .- Minucias trascendentales en torno a Jovellanos. Homenaje al Ateneo Obrero de Gijón (1881-2006). Gijón, Fundación Foro Jovellanos del Principado de Asturias, 2006.- 198 págs. Il. ISBN 84-933191-5-5.

21. Rodríguez de Maribona y Dávila, Manuel Mª.- Don Gaspar de Jovellanos y Ramírez de Jove, caballero de la Orden de Alcántara: genealogía, nobleza y armas.

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Publicaciones de la Fundación Foro Jovellanos del Principado de Asturias 355

Gijón, Fundación Foro Jovellanos del Principado de Asturias, 2007.- 360 págs. il.- ISBN 978-84-933191-6-8.

22. Friera Álvarez, Marta.- La Desamortización de la propiedad de la tierra en el tránsito del Antiguo Régimen al Liberalismo.- Gijón, Fundación Foro Jovellanos del Principado de Asturias, Caja Rural de Asturias, 2007.- 376 págs., il. ISBN 978-84-933191-75

CUADERNOS DE INVESTIGACION

Monografías

I. Martínez Noval, Bernardo.- Jovellanos.- Int. de Pipo Álvarez.- Gijón, Funda-ción Foro Jovellanos del Principado de Asturias, 2006.- XXXVIII + 123 págs.., il. ISBN 84-933191-4-7

II. Jovellanos, Gaspar Melchor de.- Iphigenia. Tragedia escrita en Francés Por Juan Racine y Traducida al Español por Dn. Gaspar de Jove y Llanos, Alcalde de la Cuadra de la Rl. Audª de Sevilla… Para uso del Teatro de los Sitios Rs. Año de 1769. Jesús Menéndez Peláez (Coord.)…[et al.].- Gijón, Fundación Foro Jovellanos del Principado de Asturias; Cajastur, 2007.- 355 págs., il. ISBN 978-84-933191-8-2

III. A. Bonet, Joaquín.- Jovellanos. Poema dramático.- Gijón, Fundación Foro Jove-llanos; Ideas en Metal S.A., 2007.- 396 págs. ISBN 978-84-936171-0-3.

IV. Coronas González, Santos M.- Jovellanos y la Universidad.- Gijón, Fundación Foro Jovellanos, 2008.- 285 págs. ISBN 978-84-936171-1-0.

VARIOS

Revista. X aniversario.- Gijón, Gijón, Fundación Foro Jovellanos del Principado de Asturias, 2005.- 62 págs. il.

Vv. Aa.- Luis Adaro Ruiz-Falcó. Gijón, Fundación Foro Jovellanos del Principado de Asturias; Cámara de Comercio, Industria y Navegación de Gijón, 2007.- 75 págs. il. ISBN 978-84-933191-9-9

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356 Cuadernos de investigación. núm. 1 – año 2007

BOLETÍN JOVELLANISTA

(Disponible en: www.jovellanos.org)BOLETÍN Jovellanista.- Año I, nº 1.- Gi jón, Fundación Foro Jovella nos del Principado

de Asturias, 1999.- 125 págs. [Publicación núm. 7]. (Agotado)BOLETÍN Jovellanista.- Año II, nº 2.- Gijón, Fundación Foro Jove llanos del Princi-

pado de Asturias, 2001.– 177 págs. [Publicación núm. 11] (Agotado)BOLETÍN Jovellanista.- Año III, nº 3.- Gijón, Fundación Foro Jove llanos del Princi-

pado de Asturias, 2002.- 242 págs. BOLETÍN Jovellanista.- Año IV, nº 4.- Gijón, Fundación Foro Jove llanos del Princi-

pado de Asturias, 2003.- 276 págs.BOLETÍN Jovellanista.- Año V, nº 5.- Gijón, Fundación Foro Jove llanos del Princi-

pado de Asturias, 2004.- 318 págs.BOLETÍN Jovellanista.- Año VI, nº 6.- Gijón, Fundación Foro Jove llanos del Princi-

pado de Asturias, 2005.- 487 págs.BOLETÍN Jovellanista.- Año VII-VIII, núms. 7-8.- Gijón, Fundación Foro Jove llanos

del Principado de Asturias, 2008.- 378 págs.

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ESTE PRIMER NÚMERO DE CUADERNOS DE INVESTIGACIÓN

SE TERMINÓ DE IMPRIMIR EL DÍA 13 DE JUNIO DE 2008, FESTIVIDAD

DE SAN ANTONIO DE PADUA, Y SE ENTREGÓ EN EL MUSEO CASA

NATAL DE JOVELLANOS A PATRONOS, AMIGOS DE JOVELLANOS

Y DEMÁS ASISTENTES AL ACTO DE PRESENTACIÓN

EL DÍA 20 DE JUNIO DE 2008

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