1 CRÓNICAS Los dos libros de Crónicas (como los de Samuel y Reyes) formaban un solo volumen en la Biblia Hebrea, con el título de «Palabras de los días», es decir, una especie de Anales breves de Israel desde Adán hasta el edicto de Ciro que permitió a los judíos volver a su país. Los LXX le dieron el título de «Paralipómenos», que significa «omitido» o «dejado aparte». Jerónimo los llamó «Crónica de toda la historia divina». Finalmente, fue Lutero quien, al seguir el título de Jerónimo, les puso el nombre de «Crónicas», con tal éxito que ha sido adoptado incluso por la Iglesia de Roma. Su redacción se atribuye a Esdras. Aparte del espacio que abarcan (desde Adán hasta Ciro), tres detalles son dignos de mención acerca de estos libros: 1) El texto original presenta muchas variantes en comparación con el de los libros de Samuel y Reyes, por lo que varias equivocaciones cometidas por los copistas en Samuel y Reyes quedan subsanadas en Crónicas, y viceversa. 2) Abundan los detalles importantes omitidos en los otros libros. 3) Como el objetivo de Esdras era renovar el estado espiritual del pueblo, al componer estos libros se preocupó de
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1 CRÓNICASLos dos libros de Crónicas (como los de Samuel y Reyes) formaban
un solo volumen en la Biblia Hebrea, con el título de «Palabras de
los días», es decir, una especie de Anales breves de Israel desde
Adán hasta el edicto de Ciro que permitió a los judíos volver a su
país. Los LXX le dieron el título de «Paralipómenos», que significa
«omitido» o «dejado aparte». Jerónimo los llamó «Crónica de toda
la historia divina». Finalmente, fue Lutero quien, al seguir el título de
Jerónimo, les puso el nombre de «Crónicas», con tal éxito que ha
sido adoptado incluso por la Iglesia de Roma. Su redacción se
atribuye a Esdras. Aparte del espacio que abarcan (desde Adán
hasta Ciro), tres detalles son dignos de mención acerca de estos
libros: 1) El texto original presenta muchas variantes en
comparación con el de los libros de Samuel y Reyes, por lo que
varias equivocaciones cometidas por los copistas en Samuel y
Reyes quedan subsanadas en Crónicas, y viceversa. 2) Abundan
los detalles importantes omitidos en los otros libros. 3) Como el
objetivo de Esdras era renovar el estado espiritual del pueblo, al
componer estos libros se preocupó de enfatizar los factores
religiosos: La Ley, el templo y el sacerdocio, y omitió episodios
sociopolíticos de reyes y profetas; y, aparte de la mención de
Jeroboam por causa del cisma se omite completamente la historia
del reino del norte, puesto que nada tenía que ver con el templo ni
con el sacerdocio.
1 Crónicas se divide en tres partes: I. Una colección de
genealogías desde Adán hasta David (caps. 1 al 9). II. Historia del
reinado de David con importantes añadiduras a lo que ya sabemos
por 1 y 2 Samuel (caps. 10 al 21). III. Un informe original de la
organización que llevó a cabo David en asuntos del sacerdocio y del
tabernáculo, y las instrucciones que dejó para la edificación del
templo (caps. 22 al 29).
CAPÍTULO 1Las genealogías que aquí hallamos son de gran utilidad, no sólo
para preservar los linajes de las tribus respectivas, sino
especialmente para establecer la genealogía del Mesías, el hijo de
David, de Judá, de Abraham y de Adán. I. Los descendientes de
Adán hasta Noé y sus hijos (vv. 1–4). II. Posteridad de los hijos de
Noé, mediante la cual fue repoblada la tierra después del Diluvio
(vv. 5–23). III. Descendientes de Sem hasta Abraham (vv. 24–28).
IV. Posteridad de Ismael y de los hijos que Abraham tuvo con su
concubina Queturá (vv. 29–35). V. Posteridad de Esaú (vv. 36–43).
Los nombres aparecen transcritos (nota del traductor) conforme a la
RV 1977, pues el ajuste total al original resultaría demasiado
revolucionario para la mayoría de los lectores hispanoparlantes.
Versículos 1–27Esta porción comienza por Adán y termina por Abraham. Adán
fue el primer padre de la humanidad; Abraham, el primer padre de
los creyentes. Con la ruptura que el primero efectuó del pacto de
obras en la dispensación de la inocencia, todos caímos en la
miseria; por el pacto de gracia que Dios hizo con el segundo, todos
podemos salir de la miseria. Por naturaleza, todos somos, como
posteridad de Adán, ramas del olivo silvestre. Procuremos ser, por
fe, posteridad de Abraham (Ro. 4:11, 12), para ser injertados en el
buen olivo y participar de su raíz y savia.
I. Los cuatro primeros versículos de esta porción y los cuatro
últimos, unidos entrambos por Sem (vv. 4, 24), contienen el linaje
de Cristo y aparecen, en orden ascendente, en Lucas 3:34–38.
II. En los versículos 5–23 el historiador sagrado comienza con los
ajenos al pacto, los hijos de Jafet, pobladores especialmente de
Europa. Los hijos de Cam se esparcieron por el África y los
territorios de Asia que caen hacia ese lado. La posteridad de Sem
(vv. 17–23) pobló Asia extendiéndose hacia el oriente. De Sem
descendían los asirios, sirios, caldeos, persas, árabes, etc. Al
principio se distinguían bien los aborígenes de las respectivas
naciones. Hoy, en cambio, están mezclados de tal manera los
habitantes de la tierra, que lo único que sabemos es que Dios ha
hecho de una misma sangre toda nación de los hombres (Hch.
17:26). La gran promesa del Mesías pasó de Adán a Set, de Set a
Sem, de Sem a Héber y, así, a la nación hebrea, a la cual fue
confiada, por encima de las demás naciones, hasta que se
cumpliese en la venida del Mesías.
Versículos 28–54Desde ahora, sólo en la posteridad de Abraham se hallará la
heredad de Jehová, con exclusión de las demás naciones y
familias. Esto no significa que no hallasen favor con Dios otros
individuos de otras naciones; siempre hubo buenas personas que
aun no perteneciendo al pueblo escogido, por la gracia de Dios y
una fe virtual en un futuro Salvador, tuvieron sus nombres inscritos
en el libro de la vida. Sólo el Señor conoce los que son suyos (2 Ti.
2:19). Pero Israel era la nación escogida, con todos los privilegios y
honores que esto comportaba. Ésta es la nación santa, objeto
principal de la historia sagrada; por eso, veremos pronto excluida de
esta historia la restante posteridad de Abraham, y queda sólo la
posteridad de Jacob.
I. Poco vamos a ver de los descendientes de Ismael pues
procedían de la esclava y, por tanto, no podían heredar junto con el
hijo de la promesa. Se nombran aquí los doce hijos de Ismael (vv.
29–31), a fin de mostrar el cumplimiento de la promesa que hizo
Dios a Abraham de que ese hijo llegaría a ser una gran nación y, en
particular, que engendraría doce príncipes (Gn. 17:20).
II. Tampoco vamos a leer mucho de los madianitas,
descendientes de Abraham por medio de Queturá, separados de
Isaac el heredero de la promesa (Gn. 25:6). Por eso se les nombra
únicamente aquí (v. 32).
III. Justamente un poco más vemos aquí acerca de los edomitas,
pues fueron desde antiguo enemigos acérrimos de Israel; pero, al
ser descendientes de Esaú (o Edom), hijo de Isaac, se nos da un
breve informe de sus familias y de los nombres de algunos de sus
hombres famosos (vv. 35–54).
CAPÍTULO 2Registro de los hijos de Israel. I. Nombres de los doce hijos (vv.
1, 2). II. Informe especial de la tribu de Judá, que tenía la
precedencia del cetro, no precisamente en atención a David, sino
en atención al Hijo de David, Jesucristo, quien procedía de Judá
(He. 7:14).
Versículos 1–17I. La familia de Jacob. Se nombran aquí sus doce hijos, ese
ilustre número (símbolo de autoridad) tan celebrado a lo largo de
casi toda la Biblia. A cada paso nos encontramos con las doce
tribus, descendientes de los doce patriarcas. El carácter personal de
muchos de ellos dejaba mucho que desear, especialmente de los
cuatro primeros; con todo, el pacto de Dios quedó ligado a su
posteridad, pues era por gracia; no por obras, para que nadie se
gloríe (Ef. 2:8). «A Jacob amé» (Ro. 9:13).
II. La familia de Judá. Esta tribu, tan alabada y multiplicada, más
que cualquiera de las otras, aparece la primera con su larga
genealogía. Ya en las primeras ramas de este ilustre árbol, cuya
copa cimera sería Cristo, hallamos: 1. Algunos que fueron muy
malos: Er, el primogénito de Judá, que fue malo delante de Jehová
y cortado en la flor de la edad (v. 3). No lo pasó mejor Onán, el
segundo. Aquí está Tamar, de quien su suegro Judá tuvo dos
mellizos al cometer incesto por ignorancia (v. 4). Es muy
significativo que el historiador haya cambiado el nombre de Acán
(Jos. 7:1) por el de Acar, que significa «perturbar» y añade «el que
perturbó a Israel» (v. 7). 2. Otros que fueron muy buenos y
prudentes, como Etán, Hemán, Calcol y Dara, no precisamente
hijos, sino descendientes, de Zera, son mencionados aquí como
gloria de la casa de su padre (1 R. 4:31). 3. Otros fueron muy
importantes, como Naasón (v. 10), que fue príncipe de los hijos de
Judá cuando los israelitas acampaban en el desierto, y su hijo
Salmón (llamado aquí, Salmá), que ocupó este lugar cuando
entraron en Canaán, y casó con Rahab (vv. 10, 11; comp. Mt. 1:5).
III. La familia de Isaí (vv. 13 y ss.), cuyo detallado informe se
debe a que el Hijo de David sería una vara del tronco de Isaí (Is.
11:1). Aquí vemos que David era el séptimo hijo de Isaí y que sus
tres generales—Joab, Abisay y Asael—eran hijos de una hermana
suya (Sarvia), y Amasá de otra (Abigail).
Versículos 18–55Muy pocos de los mencionados en esta porción aparecen en
ningún otro lugar de la Biblia. Hallamos aquí a: Bezaleel (v. 20),
artífice principal de la construcción del tabernáculo (Éx. 31:2). 2.
Hezrón (hebr. Jesrón), nieto de Judá y uno de los setenta que
descendieron con Jacob a Egipto (Gn. 46:12). Los hechos de Jaír,
que aquí se mencionan (vv. 22, 23), tuvieron lugar mucho después
de la conquista de Canaán. La genealogía de algunos termina, no
en una persona, sino en una ciudad, pues a uno se le llama «padre
de Quiratjearim» (v. 50), y a otro «padre de Belén» (v. 51), donde
nació David. Ello significa que sus respectivos descendientes
poblaron dichas ciudades. Entre estas grandes familias hallamos
algunas de escribas (v. 55), expertos en la Ley. ¡Ojalá todas las
familias de los hijos de Dios estuviesen tan bien instruidas en el
Reino de los Cielos!
CAPÍTULO 3De todas las familias de Israel, ninguna tan ilustre como la de
David. Aunque mencionada en 2:15, aquí tenemos un informe
detallado de ella. I. Los hijos de David (vv. 1–9). II. Sus sucesores
en el trono hasta la deportación (vv. 10–16). III. El resto de su
familia en, y después de, la cautividad de Babilonia (vv. 17–24).
Versículos 1–9Vemos repetida la lista de los hijos de David, que ya conocemos
por 2 Samuel 3:2 y ss. y 5:14 y ss. Tres de los mayores, Amnón,
Absalón y Adonías sirvieron de gran pesadumbre a su padre y aun
el que más imitó la piedad y devoción de su padre, Salomón, quedó
muy por debajo de él en esto. Uno de los que Betsabé le dio, Natán
(probablemente en honor del profeta Natán), fue antepasado del
Señor por la línea (lo más probable) de su madre María (Lc. 3:31).
Aparecen dos Elisamas y dos Elifélets (vv. 6, 8); es probable que
los primeros se muriesen y David quisiera preservar sus nombres.
Se notan algunos cambios: 1. Samúa (2 S. 5:14) es llamado aquí (v.
5) Simeá. 2. Betsabé, hija de Eliam (2 S. 11:3), se la llama aquí (v.
5) Bat-súa, hija de Amiel (inversión de Eliam). 3. Al tercer hijo de
David se le llama Daniel (v. 1); Quileab, en 2 Samuel 3:3.
Versículos 10–24Aunque David tuvo diecinueve hijos, sólo se nos informa aquí de
los descendientes de Salomón, y en Lucas 3 de los de Natán. 1.
Los nombres famosos y celebrados de los descendientes de David
y reyes de Judá en sucesión lineal hasta la cautividad. Raras veces
en la historia ha pasado la corona de padre a hijo durante diecisiete
sucesiones como aquí. Esto fue una recompensa de la piedad de
David. Hacia el tiempo de la deportación, esta sucesión de padre a
hijo se interrumpió y pasó la corona de un hermano a otro mayor, y
de un sobrino a un tío. 2. Los nombres menos famosos, la mayoría
muy oscuros, del linaje de David después de la deportación. El
único hombre famoso de esa casa, después de la deportación, es
Zorobabel, quien (con toda probabilidad) era hijo de Pedaías (v. 19),
aunque legalmente, por la ley del levirato (Dt. 25:5–10), es tenido
por hijo de Sealtiel en todos los demás lugares (Esd. 3:2, 8; 5:2;
Neh. 12:1; Hag. 1:12; Mt. 1:12; Lc. 3:27). Extrañará ver a Jeconías
con siete hijos (es necesario corregir «Asir» de nuestras versiones y
sustituirlo por «el cautivo»—nota del traductor) cuando en Jeremías
22:30 se dice de él «privado de descendencia». El propio versículo
explica posteriormente que no se le niega descendencia en general,
sino descendientes que se sienten en el trono.
CAPÍTULO 4Continuación de la descendencia de Judá (vv. 1–23). II. Un
informe de la descendencia y de las ciudades de Simeón, y sus
victorias sobre los habitantes de Guedor y los amalecitas (vv. 24–
43).
Versículos 1–10El motivo principal por el que Esdras registra más
detalladamente la genealogía de Judá, aparte de ser la tribu de
David y del Hijo de David, es por ser la que, con los «apéndices» de
Benjamín, Simeón y Leví, formaba el reino de Judá, y la única que
regresó del exilio, mientras la mayoría absoluta de los de las tribus
del norte se perdieron en el reino de Asiria. El personaje más
importante de esta porción es Jabés (hebr. Yabés), jefe de una
estirpe ilustre dentro de las familias de Aharhel (vv. 8, 9). (En el v. 1,
téngase en cuenta que sólo Peres fue hijo de Judá, los demás son
jefes de distintos clanes dentro de la tribu, pero no hermanos.) De
este Jabés se nos dice:
I. El motivo de su nombre. Su madre se lo puso por haberlo dado
a luz con dolor (en un juego de palabras con oseb = dolor). De
ordinario, el dolor del parto se olvida al nacer la criatura (Jn. 16:21),
pero aquí el recuerdo del dolor se perpetúa: 1. Para que la madre
misma recordara con gratitud que Dios le había conservado la vida,
después de pasar por los dolores del parto. 2. Para que Jabés
aprendiera a amar y honrar a su madre y se esforzase en ser un
consuelo para quien le había traído a este mundo con tanto dolor.
II. La bondad de su carácter, que aparece aquí especialmente en
su piedad de hombre orante. Pronunció la oración que aquí se
menciona, cuando se preparaba para las empresas de su vida.
Sobre esta oración, obsérvese:
1. A quién oró: al Dios de Israel (v. 10). Al Dios que había
pactado con su pueblo, al Dios que había luchado por Jacob, y por
haber éste prevalecido le fue cambiado el nombre por el de Israel.
2. Cuál fue la naturaleza de su oración. (A) Hay quienes ven en
ella una especie de voto, y deja el párrafo sin apódosis: «Si me
dieras bendición, etc., tú serás mi Dios», como si ofreciese a Dios
un cheque en blanco para que Él lo llene como le plazca. (B) Con
mayor probabilidad, expresa un deseo ferviente: «¡Oh, si me dieras
bendición, etc.!»
3. Cuál fue la materia de su oración. Cuatro cosas le pidió a Dios:
(A) Que Dios le bendijera en todo lo que iba a emprender. (B) Que
Dios ensanchara su territorio. (C) Que la mano de Dios estuviese
con él a fin de tener éxito en su empresa, y le diese sabiduría,
medios y fuerzas. ¡Cuán grande es nuestro privilegio al tener a un
Dios Todosuficiente! (D) Que Dios le librase de todo daño. Sin duda,
recordaba su propio nombre: Jabés = dado a luz con dolor.
4. «Y le otorgó Dios lo que le pidió»: Prosperó, tuvo éxito en sus
empresas, en sus conflictos con los cananeos, en sus negocios y en
sus estudios, pues es tradición judía que fue un eminente doctor de
la Ley, y fue al atraer atrayendo a su lado tal cantidad de discípulos
que por eso se dio su nombre a la ciudad (2:55).
Versículos 11–231. Tenemos a toda una familia de artesanos que se dedicaron a
muchas clases de manufacturas, en las que eran expertos y
laboriosos (v. 14); tanto es así que el valle donde vivían se llamó
Valle de los Artífices (hebr. Gue-Jarasim). 2. Uno de ellos se casó
con la hija de Faraón (v. 18), que era el nombre común de los reyes
de Egipto. 3. De otro se dice que fue padre de las familias que
trabajan lino (v. 21). Eran los mejores tejedores del país, y
enseñaron el oficio a sus hijos, de generación en generación. Sus
descendientes habitaron en la ciudad de Maresá, donde se
trabajaba el lino del que iban vestidos los reyes y los sacerdotes. 4.
Otra familia dominó en Moab (v. 22), pero ahora estaban al servicio
del rey de Babilonia (v. 23). (A) Fue en los registros antiguos donde
se halló que habían tenido dominio sobre Moab; es probable que se
trasladasen allá en tiempo de David, cuando fue conquistado aquel
país. (B) Sus descendientes eran ahora alfareros y jardineros de
Babilonia, donde moraban con el rey, con quien disfrutaban de
comodidad y buen sueldo, por lo que no les interesó volverse a su
país después que expiró el plazo de la cautividad.
Versículos 24–43Algunas genealogías de la tribu de Simeón. De esta tribu se nos
dice que, aunque tuvieron muchos descendientes, no multiplicaron
su familia con los hijos de Judá (v. 27). 1. En cuanto a las ciudades
que se les asignaron, véase Josué 19:1 y ss. Cuando leemos que
éstas fueron sus ciudades hasta el reinado de David» (v. 32), se
nos insinúa que la tribu de Simeón había desaparecido como tal
cuando subió al trono David, pues por 1 Samuel 27:6; 30:27–30
sabemos que las ciudades del v. 30 ya no eran simeonitas. 2. Los
supervivientes se dispersaron. En tiempo de Ezequías, grupos de
simeonitas se animaron a obtener residencia fija. (A) Unos atacaron
un lugar de Arabia llamado la entrada de Gedor (v. 39), del que se
apoderaron, y residieron allí. Esto es un nuevo timbre de gloria para
el reinado de Ezequías, pues al prosperar el reino, también
prosperaban las familias particulares. (B) Otros, en número de 500,
bajo el mando de cuatro hermanos cuyos nombres se mencionan
fueron hasta el monte Seír, exterminaron a los amalecitas que
habían quedado y tomaron posesión de aquel territorio (vv. 42, 43).
CAPÍTULO 5Las dos tribus y media que habían quedado al otro lado del
Jordán. I. Rubén (vv. 1–10). II. Gad (vv. 11–17). III. La media tribu
de Manasés (vv. 23, 24). IV. De las tres tribus en conjunto se nos
dice que: 1. Derrotaron a los agarenos (vv. 18–22). 2. Al fin, ellos
mismos fueron hechos cautivos por el rey de Asiria, por haberse
rebelado contra el Dios de sus padres (vv. 25, 26).
Versículos 1–17Extracto de las genealogías:
I. De la tribu de Rubén.
1. Motivo por el que esta tribu fue pospuesta. Rubén perdió el
derecho a la primogenitura al acostarse con la concubina de su
padre (Gn. 49:4). Los privilegios del primogénito eran dominio y
doble porción. Al perderlos Rubén Jacob pensó que eran
demasiados como para pasárselos a un solo hijo y, por ello, los
dividió: (A) José tuvo la doble porción, pues de él descendieron las
dos tribus de Efraín y Manasés; cada uno tenía los derechos de
«hijos de Jacob», conforme a la bendición de éste (Gn. 48:15, 22;
He. 11:21) y cada una de estas dos tribus creció de forma
considerable hasta llegar al nivel de crecimiento de cualquier otra
de las tribus, excepto Judá. (B) Judá tuvo el dominio, pues a su
descendencia asignó el cetro el moribundo patriarca (Gn. 49:10). De
Judá salió el principal gobernante, primero David, y, en el
cumplimiento del tiempo, el Mesías-Rey (Mi. 5:2).
2. La genealogía de los principales de esta tribu hasta llegar a
Beerá, que era el jefe del clan cuando el rey de Asiria se llevó
cautivas a las tribus del norte (vv. 4–6).
3. La ampliación del territorio de esta tribu. Al multiplicarse ellos y
sus ganados, se metieron en tierra de los agarenos, donde
extendieron sus conquistas (vv. 9–10).
II. De la tribu de Gad. Se mencionan aquí algunas importantes
familias de esta tribu (v. 12), entre ellas las de Abiháyil, con sus
siete hijos, y cuya genealogía se traza hacia arriba por siete
generaciones (vv. 14, 15), así como la de Beerá se había trazado
de arriba abajo (vv. 4–6).
Versículos 18–26
Se mencionan ahora los cabezas de familia de la media tribu de
Manasés que se había quedado al otro lado del Jordán (vv. 23, 24).
La heredad que les correspondió al principio fue solamente Basán;
pero aumentaron después tanto en riqueza y poder que se
extendieron mucho hacia el norte hasta llegar a Hermón. Dos cosas
se nos refieren aquí de estas tribus del otro lado del Jordán, de las
que todas ellas participaron:
I. Una gloriosa victoria sobre los agarenos (como eran llamados
los descendientes de Ismael), para recordar a éstos que eran hijos
de la esclava (Agar), que fue echada fuera.
1. Reunieron un formidable ejército de hombres expertos y
aguerridos: 44.760 hombres, que entraron en batalla contra los
agarenos (vv. 18, 19).
2. Clamaron a Dios en la guerra y esperaron en Él (v. 20). A
pesar de contar con un ejército tan poderoso, no pusieron su
confianza en el número, la bravura o la experiencia de sus
soldados, sino sólo en el poder de Dios (v. 2 Cr. 13:14). En nuestras
luchas espirituales hemos de buscar fuerzas en el Cielo; la oración
del creyente es la prevaleciente.
3. Al ser de Jehová la batalla, por fuerza habían de tener éxito en
esta guerra (vv. 20–22).
II. Una ignominiosa cautividad. Si se hubiesen mantenido
adheridos a su Dios, habrían continuado disfrutando de su herencia
y de sus conquistas, pero se rebelaron contra el Dios de sus padres
(v. 25). Sus fronteras daban hacia países idólatras, y de ellos
aprendieron costumbres idolátricas y transmitieron la infección a
otras tribus. Estas tribus fueron las primeras en ser establecidas y
las primeras en ser desplazadas de su heredad. Quisieron poseer lo
mejor del país, sin considerar el peligro al que se exponían; así lo
hizo también Lot. Quienes se rigen por los sentidos, más bien que
por la razón y la fe, en sus decisiones, han de esperar que reciban
de acuerdo con lo que escogieron.
CAPÍTULO 6Aunque José y Judá compartieron los derechos de la
primogenitura, fue Leví la principal tribu, al ser distinguida con el
sacerdocio, honor más valioso que la precedencia del dominio o la
de doble porción. Fue la tribu que Dios separó para sí. De ella
surgió Moisés, lo que añadió nuevo honor a la tribu. De esta tribu
tenemos: I. Las genealogías (vv. 1–30). II. La obra de los levitas y
de los sacerdotes (vv. 31–53). III. Las ciudades que les fueron
asignadas (vv. 54–81).
Versículos 1–30Los sacerdotes y los levitas estaban más interesados que los
demás israelitas en conservar sus genealogías, por depender del
linaje los honores y privilegios de su oficio. Con todo, es poco lo que
aquí se nos dice de las genealogías de esta tribu sagrada.
1. Dos veces se nombran los tres primeros padres de esta tribu
(vv. 1–16): Gersón, Coat y Merarí, nombres con los que nos hemos
familiarizado al leer el libro de Números. Todavía conocemos más y
mejor los nombres de Aarón, Moisés y María, descendientes de
Coat, pues Dios les confirió el honor de ser instrumentos en la
liberación de Israel, y tipos del que había de venir; Moisés como
profeta, y Aarón como sacerdote. La mención de Nadab y Abiú no
puede menos de traernos a la memoria el terror de la justicia divina.
2. La línea del sumo sacerdote Eleazar, hijo y sucesor de Aarón,
es trazada aquí hasta el tiempo de la cautividad (vv. 4–15).
Comienza con Eleazar, que salió de la casa de esclavitud en Egipto,
y termina con Josadac, quien fue a otra casa de esclavitud en
Babilonia. No todos fueron sumos sacerdotes, ya que, en tiempo de
los Jueces, la dignidad pasó, por el motivo que fuese, de la familia
de Eleazar a la de Itamar, de quien procedía Elí; pero en tiempo de
David y Salomón volvió, con Sadoc, a la línea de Eleazar.
3. De Azarías se nos dice (v. 10) que tuvo el sacerdocio en la
casa que Salomón edificó en Jerusalén. Se supone que éste fue el
Azarías que se opuso valientemente al rey Uzías cuando usurpó el
ministerio sacerdotal (2 Cr. 26:17, 18), con lo que mostró así el celo,
propio de un sumo sacerdote, por la santidad del ministerio
sacerdotal. Una de las familias de Leví es trazada aquí hasta
Samuel, quien tuvo el honor de profeta además del de levita. Otra
familia levítica (por Merarí) es mencionada también por varias
generaciones (vv. 29, 30).
Versículos 31–53Cuando los levitas fueron primeramente designados en el
desierto, gran parte del trabajo que se les encomendó consistía en
cuidar del tabernáculo y transportarlo, con todos sus utensilios,
cuando tenían que marchar de un lugar a otro. En tiempo de David,
su número había aumentado mucho; y aun cuando gran parte de
ellos estaban esparcidos por todo el país, a fin de instruir al pueblo
en el conocimiento de Dios, los que quedaron al servicio del
santuario eran aún tan numerosos que no había trabajo suficiente
para todos; por ello, David, bajo el encargo y la dirección de Dios,
reorganizó a los levitas, como veremos en la última parte de este
libro. Aquí se nos dice el trabajo que les fue asignado.
I. La obra del canto (v. 31). David había sido el dulce cantor de
Israel (2 S. 23:1), no sólo por los salmos que compuso, sino
también por la designación de cantores en la casa de Jehová, una
vez que el Arca tuvo reposo (v. 31). Continuaron con el servicio del
canto cuando Salomón edificó el templo (v. 32), sin abandonar los
demás ministerios. Especial mención reciben entre los cantores las
tres figuras señeras de Hemán, Asaf y Etán; tan importantes, que se
traza su genealogía hasta llegar a Leví. 1. Hemán, nieto de Samuel,
parece ser que anduvo en los caminos de su abuelo, aun cuando su
padre, Joel, no había andado así (1 S. 8:2, 3). Parece ser que este
Hemán compuso el Salmo 88; quizá le tenía David en gran estima,
no sólo por su valía como músico, sino en atención a Samuel, su
gran amigo. 2. Asaf, llamado su hermano (a pesar de ser
descendiente de Gersón, mientras Hemán lo era de Coat) por ser
del mismo oficio, estaba a la derecha de Hemán en el coro de
cantores (v. 39). Se le llama vidente en 2 Crónicas 29:30. Llevan su
nombre varios salmos. 3. Etán, de la casa de Merarí (v. 44), se
situaba en el coro a la izquierda de Hemán.
II. La obra del servicio, muy abundante en el tabernáculo de la
casa de Dios (v. 48): proveerla de agua y combustible, lavarla y
barrerla, transportar las cenizas, degollar las víctimas,
descuartizarlas y cocerlas. Todos estos servicios serían
encomendados a los levitas que no tenían buena voz o buen oído
para ser cantores. Cada uno ha de servir conforme al don que ha
recibido.
III. La obra del sacrificio, exclusiva de los sacerdotes (v. 49),
pues eran los únicos designados para rociar con sangre y quemar el
incienso. En el Lugar Santísimo, sólo el sumo sacerdote podía
hacerlo una vez al año. Cada uno tenía su trabajo, y todos se
ayudaban unos a otros, pues se necesitaban mutuamente. Con
respecto a la obra de los sacerdotes, se nos dice aquí que hacían
las expiaciones por Israel, esto es, servían de mediadores entre el
pueblo y Dios, no para engrandecerse a sí mismos, sino para servir
al público. Presidían en la casa de Dios, pero debían hacer lo que
se les pedía, conforme a todo lo que Moisés siervo de Dios había
mandado.
Versículos 54–81Ciudades de los levitas. Lo mismo ellos que sus posesiones
estaban a cargo de la Providencia de una manera especial; al ser
Dios su porción, también era su provisión; y una cabaña puede ser
un palacio para los que están cobijados bajo las alas del
Omnipotente y protegidos por su sombra. Podemos notar que
algunas de estas ciudades tuvieron diversos nombres, como ocurre
también entre nosotros. Al designar las ciudades de los levitas Dios
quería: 1. Que estuvieran esparcidas por todo Israel, conforme a la
predicción de Jacob con respecto a esta tribu (Gn. 49:7). 2. Que
pudieran así impartir a todos los israelitas el conocimiento de Dios y
de su Ley. Por eso había ciudades de levitas en todas las tribus. 3.
Que tuviesen acomodo y sustento convenientes, por eso, varias de
las más importantes ciudades de Israel correspondieron a los
levitas.
CAPÍTULO 7Genealogías: I. De Isacar (vv. 1–5). II. De Benjamín (vv. 6–12).
III. De Neftalí (v. 13). IV. De Manasés (vv. 14–19). V. De Efraín (vv.
20–29). VI. De Aser (vv. 30–40).
Versículos 1–19Breve informe:
I. De la tribu de Isacar, que Jacob había comparado a un asno
fuerte que se recuesta entre los apriscos (Gn. 49:19); tribu
laboriosa, que se esmeraba en llevar bien sus negocios y se
alegraba en sus tiendas (Dt. 33:18). Tan fructífero era su territorio
que podía proveer para una población extraordinaria. De este
aumento de población da la razón el historiador sagrado al decir (v.
4) que tuvieron muchas mujeres e hijos. El número cinco del v. 3 se
debe, sin duda, a que se incluye a Israhías con sus cuatro hijos.
II. De la tribu de Benjamín. Para más detalles, véase el capítulo
8. Es notable el detalle, repetido tres veces (vv. 7, 9, 11), de que
todos los jefes de familias eran hombres muy valerosos y
esforzados. A esta tribu cupo el honor de que el primer rey de Israel
surgiese de ella; el segundo Saúl, el Apóstol Pablo, añadió un honor
todavía mayor a la tribu. También es digno de alabanza el hecho de
que, cuando las tribus del norte se sublevaron contra la casa de
David, la de Benjamín continuó adherida a Judá.
III. De la tribu de Neftalí (v. 13). Sólo se mencionan los primeros
padres de esta tribu, los mismos que figuran en Génesis 46:24,
excepto que el Silem de allí es llamado aquí Salum. Se les llama
hijos, esto es, nietos de Bilhá, concubina de Jacob. Ninguno de sus
descendientes se menciona, quizá porque se habían perdido los
registros genealógicos.
IV. De la media tribu de Manasés, la que residía de este lado del
Jordán, pues de la otra mitad ya se nos habló en 5:23 y ss. Asriel
era, en realidad, bisnieto de Manasés (v. Nm. 26:29–33). Los vv.
14–19 ofrecen un texto resumido y aun complicado, que ha de
interpretarse a la luz de otros lugares, especialmente Números 26.
Versículos 20–40Informe:
I. De la tribu de Efraín. Grandes cosas leemos de esta tribu
cuando llegó a la madurez, pero aquí tenemos los desastres de su
infancia en Egipto.
1. La mortandad que los de Gat hicieron entre los hijos de Efraín
porque vinieron a tomarles sus ganados (v. 21). Son varios los
autores que traducen la conjunción hebrea por «cuando», en vez de
«porque», y hacen de los hijos de Gat los agresores ya que alega
que los israelitas eran pastores, no soldados (M. Henry es de esta
opinión—nota del traductor—), y tenían abundante ganado; por lo
que no necesitaban robarlo a los de Gat. Otros, con mayor razón,
piensan que fueron los efrainitas los que fueron a robar los ganados
de los de Gat. El propio texto hebreo parece favorecer sta opinión.
2. Lo cierto es que esta mortandad llenó de pesar a Efraín quien
para entonces debía de ser de edad avanzada. Sus hermanos esto
es, los parientes de las otras tribus, vinieron a consolarle; además,
Dios le permitió, aun en su avanzada edad, tener un hijo (como
Adán y Eva tuvieron a Set después de la muerte de Abel). Dios
alegra muchas veces a sus hijos a la medida de los días en que los
afligió (Sal. 90:15) y les imparte sus favores por encima de sus
cruces. Con todo, el nacimiento de este hijo no le hizo a Efraín
olvidar la muerte de los otros, pues le puso por nombre Beriá, que
significa «en la desgracia», pues nació cuando la familia hacía gran
duelo por la muerte de los otros hijos. Para honor de la familia de
Efraín, se menciona al gran introductor de Israel en el país de
Canaán, Josué el hijo de Nun (v. 27), cuya genealogía se traza
desde el propio patriarca.
II. De la tribu de Aser. Se mencionan ciertos hombres de nota de
esta tribu. Sus soldados no eran tan numerosos como los de otras
tribus: sólo 26.000 en total, pero los cabezas de familia fueron gente
escogida, esforzados guerreros, jefes de príncipes (v. 40); quizá fue
la prudencia la que les indujo a tener pocas tropas, pero bien
entrenadas y expertas.
CAPÍTULO 8
Algo leímos ya de Benjamín en el capítulo anterior; en éste se
nos dan más detalles de los grandes hombres de esta tribu, por ser
la tribu de Saúl y por ser la que se adhirió a Judá en la rebelión de
las otras tribus. Tenemos: I. La mención de los principales de esta
tribu (vv. 1–32). II. Un informe más detallado de la familia de Saúl
(vv. 33–40).
Versículos 1–32Poco o nada de historia tenemos en estos versículos. En éstas y
en otras genealogías, unos linajes son ascendentes; otros,
descendentes; de unas, se nos dan los números; de otras, los
lugares; algunas abundan en detalles históricos; otras carecen de
ellos; unas son cortas; otras, largas; algunas están de acuerdo con
otros lugares; otras difieren; es probable que varias de ellas
sufriesen desperfectos por obra de los copistas y, más aún, por
romperse o borrarse con el paso del tiempo o por otras
circunstancias. Con todo se conservan de Israel muchísimas más
noticias históricas y mayor número de personajes que de cualquier
otra nación.
Como se recordará, la tribu de Benjamín llegó casi a extinguirse
en tiempo de los Jueces por causa de la iniquidad de los habitantes
de Guibeá, cuando solamente 600 hombres escaparon de la
espada de la justicia. Con todo, como puede verse por Esdras 2,
volvió de la deportación a Babilonia más gente de esta tribu que de
cualquier otra, excepto Judá. El autor sagrado parece remontarse a
una emigración masiva, que llama «transportación», a Moab, de las
que les habría librado Eúd hijo de Guerá en tiempo de los Jueces
(v. 6). Especial mención tienen los que habitaron en Jerusalén (vv.
30, 32).
Versículos 33–40
Entre todas las genealogías de las tribus no se menciona a
ningún rey de Israel después de la rebelión contra la casa de David,
ni por supuesto, a sus familias: ni una palabra de la casa de
Jeroboam, de Baasá, de Omrí, de Jehú, pues todos ellos fueron
idólatras. Pero de la familia de Saúl, con la que se inauguró la
monarquía de Israel, tenemos aquí un informe detallado. 1 Antes de
Saúl sólo se menciona Cis como padre suyo, y Ner como abuelo (v.
33–9:39), en contraste con 1 Samuel 9:1–2; 14:51 y 1 Crónicas
9:35, 36, donde Jehiel aparece como padre de Cis y de Ner. La
única solución posible es una equivocación del copista, pues tanto
en 1 Crónicas 8:33 como en 9:39 debería decir: «Ner engendró a
Abner y Cis engendró a Saúl». Por otra parte, 1 Samuel 14:51 nos
asegura que el abuelo de Saúl fue Abiel, siendo Cis y Ner hijos
suyos; por lo que es fácil deducir que Jehiel es un segundo nombre
de Abiel. 2. Después de Saúl se menciona a sus hijos, pero sólo de
Jonatán se da una genealogía muy larga, en atención a su sincera y
profunda amistad con David. Es de notar el cambio de Is-bóset por
Es-báal, y de Mefi-bóset por Merib-báal (o Meribáal). «Báal»
significa «amo» o «dueño» en este caso, no el nombre del ídolo de
Baal. Aun así, los nombres aparecen a veces con el componente
«bóset», que significa «vergüenza», como eufemismo para evitar el
vocablo ambiguo «báal» o «baal».
CAPÍTULO 9Este capítulo tiene por objeto informarnos de los que regresaron
de la deportación de Babilonia. Al final aparece una repetición de la
genealogía de Saúl, quizá para dar paso al desgraciado final de él y
de sus hijos. I. Tras el registro de los de Judá y Benjamín que
regresaron de Babilonia (vv. 1–9), II. Se mencionan especialmente
los sacerdotes y levitas que volvieron con ellos (vv. 10–34). III. Se
repite la genealogía de Saúl (vv. 35–44).
Versículos 1–9El primer versículo nos habla del «libro de los reyes de lsrael y
Judá». No se refiere a 1 y 2 Reyes, sino a crónicas o anales de la
corte, los cuales no nos han sido conservados. Sigue un informe de
los primeros que regresaron de Babilonia. Con el nombre genérico
de «israelitas» se da a entender que, además de los de las tribus de
Judá y Benjamín había muchos de otras tribus, especialmente de
Efraín y de Manasés (vv. 2, 3), que habían escapado a Judá cuando
la masa de las diez tribus fue deportada a Asiria, o que habían
regresado a Judá durante las revoluciones de Asiria y habían
marchado a Babilonia con los del reino de Judá. Estaba predicho
(Os. 1:11) que un día se congregarían los hijos de Judá y de lsrael y
que volverían a ser una sola nación (Ez. 37:22). Las piezas de
metal que se han separado por rotura, pueden unirse de nuevo si se
derriten en el mismo crisol. Todavía, sin embargo, quedaron
muchos de Judá y de Israel en cautividad hasta más tarde.
Versículos 10–13A continuación se mencionan los sacerdotes (v. 10). Son de
alabar por haber regresado con los de la primera expedición.1. De
Azarías se dice que era «príncipe (esto es, inspector jefe) de la
casa de Dios» (v. 11), no sumo sacerdote, pues lo era Josué, sino
el que los judíos llamaban sagán, el segundo en autoridad. 2. De
muchos de ellos se dice que eran hombres muy eficaces en la obra
del ministerio en la casa de Dios (v. 13). En la casa de Dios siempre
hay servicios que desempeñar; y bien va la iglesia cuando dispone
de ministros capacitados de un nuevo pacto (2 Co. 3:6). El hebreo
llama a esos 1.770 sacerdotes poderosos hombres de valor, pues el
servicio del templo requería temple de ánimo, mente clara y vigor
físico.
Versículos 14–34El buen estado en que fueron puestos los asuntos religiosos tan
pronto como regresó de Babilonia el pueblo. El haber carecido por
tanto tiempo de los servicios del templo les hizo más celosos de
restaurar entre ellos el culto de Dios, así que comenzaron a adorar
a Dios por donde se debía empezar.
I. Antes de ser edificado el templo, el tabernáculo era la casa de
Dios, una gran tienda de campaña, sencilla y transportable. Los que
no disponen de fondos para edificar un templo no deben quedar sin
un tabernáculo, sino que han de estar agradecidos por ello y sacar
de él el mejor partido posible. La obra de Dios no ha de dejarse sin
hacer por carecer de un lugar tan conveniente como desearíamos.
II. Al asignar a los sacerdotes y levitas sus respectivos oficios
tenían el modelo que habían trazado David y Samuel el vidente (v.
22). Samuel, en su tiempo, había trazado como un esbozo, aun
cuando el Arca estaba entonces en la oscuridad; David perfeccionó
después el modelo, y ambos actuaron bajo la inmediata dirección
de Dios.
III. La mayoría de sacerdotes y levitas habitaban en Jerusalén (v.
34), aunque algunos vivían en las aldeas y villas (vv. 16, 22),
porque tal vez no había sitio para todos en Jerusalén; sin embargo,
venían cada siete días según su turno (v. 25).
IV. Muchos levitas eran empleados como porteros en las puertas
de la casa de Dios; cuatro de ellos eran jefes de los porteros (v. 26)
y tenían bajo su mando a otros hasta la cifra de 212 (v. 22). Estaban
encargados de guardar las puertas del tabernáculo (vv. 19, 23).
Podría pensarse que éste era un oficio muy bajo; sin embargo, el
autor del Salmo 84 (v. 10) prefería morar allí antes que en las
moradas de iniquidad. Su oficio era: 1. Abrir cada mañana (v. 27)
las puertas de la casa de Dios y cerrarlas al anochecer. 2. Impedir
que entrasen los ceremonialmente inmundos y que metiesen allí
cosas prohibidas por la Ley. 3. Guiar e introducir a los atrios a
quienes venían a adorar. Los actuales ministros de Dios tienen que
cumplir también servicios parecidos a éstos.
V. Se menciona especialmente a Fineés (v. 20)—hebreo, Pinjás
—como quien estuvo antiguamente al frente de los porteros; sin
duda, en vida de su padre Eleazar. Se dice aquí que Jehová estaba
con él. Es posible que esta frase aluda al episodio mencionado en
Números 25:6–13.
VI. De algunos se dice que moraban (mejor, pasaban la noche)
alrededor de la casa de Dios (v. 27), como hacían los levitas cuando
el pueblo estuvo caminando por el desierto. Su oficio consistía
ahora en vigilar las cámaras del tesoro; por eso, pernoctaban
alrededor, a fin de que por ningún lado pudiese filtrarse ningún
intruso.
VII. Cada uno sabía el cargo que había de desempeñar. Unos
estaban encargados de los utensilios sagrados, para sacarlos y
meterlos (v. 28). Otros preparaban la flor de harina, el vino, el
aceite, etc. (v. 29). Otros, pertenecientes a las familias sacerdotales
(v. 30), confeccionaban los perfumes y el aceite de la unción. Otros
(v. 31) se encargaban de preparar los alimentos de las ofrendas de
paz. Otros, de los panes de la proposición (v. 32). Dios es Dios de
orden, no de confusión (v. 1 Co. 14:33, 40); y, como dice el
proverbio inglés «everybody’s business nobody’s business» =
negocio de todos, negocio de ninguno. De ahí la necesidad de
organizar los ministerios y oficios, a fin de que cada hombre esté en
su lugar, y cada lugar sea ocupado por su hombre.
VIII. Finalmente se mencionan los cantores (v. 33), de los que no
se nos han conservado los nombres. Eran jefes de familias de los
levitas, por donde vemos la prominencia que se daba al canto. No
era cosa de cualquiera ni un servicio de mercenarios. Éstos
moraban en las cámaras del templo, a fin de que estuviesen
siempre prestos para su servicio, y estaban exentos de otros
servicios, para dedicarse de lleno a este ministerio. Así el Señor era
alabado constante y dignamente. Esto nos ha de enseñar la
importancia de un canto esmeradamente preparado y dignamente
ejecutado en las reuniones de nuestras iglesias.
Versículos 35–44Estos versículos son idénticos a los de 8:29–38 y nos repiten el
informe sobre los antepasados de Saúl y la posteridad de Jonatán.
En el capítulo 8 servían de conclusión a la genealogía de Benjamín;
aquí sirven de introducción a la historia de Saúl.
CAPÍTULO 10Aquí vemos: I. La fatal derrota que los filisteos infligieron al
ejército de Saúl, y la herida fatal que él se produjo a sí mismo (vv.
1–7). II. El consiguiente triunfo de los filisteos (vv. 8–10). III. El
respeto que los hombres de Jabés de Galaad mostraron al regio
cadáver (vv. 11, 12). IV. El motivo por el que fue rechazado Saúl
(vv. 13, 14).
Versículos 1–7Este informe de la muerte de Saúl es similar al que ya vimos en 1
Samuel 31:1 y ss. Observemos únicamente aquí que: 1. Pecan los
príncipes y, por ello, sufre las consecuencias el pueblo. 2. Pecan los
padres y sufren por eso los hijos. Cuando se colmó la medida de la
iniquidad de Saúl y le llegó su día (como había previsto David—1 S.
26:10—), no sólo él descendió a la batalla para perecer en ella, sino
también sus hijos (excepto Is-bóset); entre ellos, Jonatán, aquel
amigo tan bueno y generoso de David.
Versículos 8–14I. Del triunfo de los filisteos sobre el cuerpo de Saúl hemos de
aprender: 1. Que cuanto más alto es el puesto que una persona
ocupa, mayor es el peligro de caer en un lugar tanto más bajo. 2.
Que, si no damos a Dios la gloria por nuestros éxitos, hasta los
filisteos se levantarán contra nosotros en el juicio y nos condenarán;
pues, tras obtener su victoria sobre Saúl, enviaron sus noticias y
sus trofeos a sus ídolos (vv. 9, 10)—¡pobres ídolos, que no pudieron
enterarse de lo que pasaba a unos cuantos kilómetros de distancia,
ni tampoco se enteraron cuando les llevaron las noticias, pues
tenían orejas, pero no oían!
II. Del triunfo de los hombres de Jabés de Galaad al rescatar
valientemente los cadáveres de Saúl y de sus hijos aprendemos el
respeto debido a los restos mortales de los fallecidos. Hemos de
tratar los cadáveres como a parte integrante, con el alma inmortal,
de la persona, y que, en el caso de los creyentes, han de resucitar
con gloria para unirse de nuevo al alma.
III. De la justicia divina en la ruina de Saúl hemos de aprender: 1.
Que los pecados de los pecadores han de alcanzarles tarde o
temprano. 2. Que no hay hombre tan encumbrado como para
quedar exento de los juicios de Dios.
CAPÍTULO 11Aquí se repite: 1. La elevación de David al trono, inmediatamente
después de la muerte de Saúl, por consenso unánime (vv. 1–3). 2.
Su conquista de la fortaleza de Sion de manos de los jebuseos (vv.
4–9). 3. Catálogo de los valientes de David (vv. 10–47).
Versículos 1–9David entra aquí en posesión:
I. Del trono de Israel, después de reinar siete años y medio en
Hebrón, sólo sobre Judá. En consideración a su parentesco con él
(v. 1), a los anteriores buenos servicios que había prestado al país
y, en especial, a su designación por Dios (v. 2) le ungieron por rey.
Él se obligó por pacto a protegerles, y ellos se obligaron a prestarle
fidelidad (v. 3).
II. De la fortaleza de Sion, que había estado en poder de los
jebuseos hasta el tiempo de David. Ya fuese que David la
considerase como el lugar más apropiado para una ciudad regia, o
que Dios se lo hubiese prometido, parece ser que uno de sus
primeros planes fue hacerse con ella; y, cuando la tuvo en sus
manos, la llamó «la Ciudad de David» (v. 7). A esto se hace
referencia, como tipo del Mesías, cuando se dice en el Salmo 2:6:
«Yo mismo he ungido a mi rey sobre Sion, mi santo monte».
Versículos 10–47Catálogo de los valientes de David. Ya vimos una primera
edición de este catálogo en 2 Samuel 23:8 y ss. Únicamente difiere
ahora en que se añaden aquí los que se mencionan desde el
versículo 41 hasta el final.
I. La conexión de este catálogo con lo que se dice de David (v.
9): «… Jehová de las huestes estaba con él»; y, a continuación (v.
10) «He aquí los jefes de los valientes que David tuvo, y los que le
ayudaron en su reino». Dios estaba con él y actuaba para él, pero
por medio de hombres y de otras causas segundas. Estos valientes
al fortalecer a David, se fortalecieron a sí mismos y sus intereses
pues los éxitos de David eran también éxitos de ellos.
II. Lo que confirió mayor honor a estos hombres fue el buen
servicio que prestaron a su rey y a su país: «le ayudaron en su
reino» (v. 10). ¡Buena obra! Mataron a los filisteos y a otros
enemigos públicos y fueron así instrumentos de salvación para
Israel. Los honores del reino de Cristo están preparados para los
que pelean la buena batalla de la fe (1 Ti. 6:12); para los que se
fatigan, sufren y están dispuestos a arriesgarlo todo, incluida la vida
misma, por Cristo y por una buena conciencia.
III. Entre las grandes hazañas de estos valientes de David sólo
se menciona aquí, en lo que concierne a la persona misma de
David, lo de derramar el agua para Jehová, un agua que tanto
deseaba beber (vv. 17–19). En esta acción se muestran cuatro
buenas cualidades de David: 1. El arrepentimiento por su debilidad.
2. Rehusar satisfacer su deseo. Su anhelo por beber del agua de
Belén era muy grande; sin embargo, cuando la tuvo no la quiso
beber, para no satisfacer sus caprichos. 3. Devoción a Dios. El agua
aquella, que él consideró demasiado valiosa para beberla, la
derramó en ofrenda de libación a Jehová. 4. Ternura para con sus
ayudantes. Le conmovió profundamente el pensamiento de que
estos tres valientes habían arriesgado sus vidas únicamente por
traerle agua.
IV. En las grandiosas hazañas de estos valientes es menester
reconocer el poder de Dios y su amor hacia el pueblo.
V. En esta lista hallamos un amonita (v. 39) y un moabita (v. 46)
a pesar de que la Ley (Dt. 23:3) decía: «No serán admitidos
amonitas ni moabitas en la congregación de Jehová». Es muy
probable que estos hombres hubiesen desempeñado otros muchos
buenos servicios por el bienestar de Israel, suficientes para que, en
su caso, se les considerase como verdaderos israelitas a pesar de
su origen. Esto era también una insinuación de que el Hijo de David
contaría con creyentes de extracción gentil entre sus valientes.
CAPÍTULO 12No fue de una vez, sino gradualmente, como se hizo David con
el trono. Como su reino había de ser duradero, maduró lentamente,
como los frutos que más duran. Aquí vemos: I. La ayuda que le vino
en Siclag para hacerle rey de Judá (vv. 1–22). II. La ayuda que le
vino en Hebrón para hacerle rey sobre todo Israel (vv. 23–40).
Versículos 1–22Informe de los que actuaron como amigos de David, a la muerte
de Saúl, para ayudarle a sentarse en el trono. Todas las fuerzas de
que disponía cuando era perseguido por Saúl sumaban 600
hombres, pero cuando llegó la hora en que tenía que pasar a la
ofensiva, la Providencia trajo mayor número de amigos en su
ayuda. Incluso cuando estaba él encerrado por causa de Saúl (v. 1),
cuando él no se mostraba en público para invitar y animar a sus
amigos a que viniesen a él (pues no podía prever que estuviese tan
cercana la muerte de Saúl), Dios los inclinaba y preparaba para que
se unieran a él. Quienes confían en que Dios actuará a favor de
ellos en el tiempo y por los medios que Dios mismo escoja, hallarán
que su Providencia supera todos los planes y pronósticos de ellos.
I. Hasta de la tribu de Benjamín, la de Saúl y de entre sus
parientes, vinieron algunos en ayuda de David (v. 2). Se nos
describen estos benjaminitas como hombres de extraordinaria
destreza, honderos expertos y ambidextros (v. Jue. 20:16).
II. Algunos de la tribu de Gad, aunque residentes al otro lado del
Jordán, estaban convencidos de los derechos y de las aptitudes de
David hasta tal punto que se separaron de sus hermanos para
pasarse a David, aunque él estaba aún en el desierto (v. 8). Eran
pocos, once son los que aquí se mencionan, pero añadieron mucho
a la fuerza de David. Los que anteriormente se habían unido a
David eran gente descontenta y en bancarrota, que acudían a él
más para que les protegiera que por servirle a él (1 S. 22:2). Pero
estos gaditas eran valientes y diestros (v. 8), hombres de mando,
orden y disciplina dentro de su propia tribu (v. 14). Con qué
enemigos se enfrentaron al pasar el Jordán (v. 15), no se nos dice;
pero lo cierto es que les hicieron huir dispersos por los valles en
todas direcciones.
III. Se mencionan otros de Benjamín y de Judá que vinieron a él
(v. 16). Al jefe de los treinta se le llama Amasay (v. 18); es muy
probable que se refiera a Amasá.
1. Prudente trato que hizo David con ellos (v. 17). Se sorprendió
de verlos, al haber estado tantas veces en peligro a causa de la
traición de los hombres de Zif y de Keilá, todos ellos de la tribu de
Judá. No es extraño que los recibiera con ciertas precauciones.
Véase: (A) Cuán noblemente se dirige a ellos: (a) Si le son fieles, él
les protegerá; (b) pero si son falsos y vienen a entregarle en manos
de Saúl bajo capa de amistad, invoca a Dios como su vengador.
Nunca hubo hombre (excepto el Hijo de David) tan injusta y
violentamente perseguido; con todo, la conciencia le daba
testimonio de que no había mal en sus manos. (B) Es de observar
en las palabras de David: (a) Que llama a Dios el Dios de nuestros
padres, tanto de David como de ellos. Así les daba a entender que
no debían hacerle ningún daño, pues descendían de los mismos
patriarcas y dependían del mismo Dios. (b) No lanza ninguna
imprecación contra ellos.
2. Ellos cerraron trato con él de todo corazón (v. 18). Amasay fue
el portavoz de ellos, sobre quien vino entonces el Espíritu. «Por ti,
oh David, y contigo, hijo de Isaí», dijo Amasay; y no pudo decir nada
mejor ni más pertinente. Al llamarle hijo de Isaí, reconocían que
descendía directamente de Naasón y Salmón, quienes en su tiempo
habían sido príncipes en la tribu de Judá. Saúl le llamó así por
desdén (1 S. 20:27; 22:7), pero ellos lo hacían por honor. «Paz, paz
contigo, todo bien que tu corazón desee, y paz con tus ayudadores,
entre los que deseamos contarnos, para que también con nosotros
haya paz». Y añadió, completamente seguro de la ayuda que el
Cielo prestaba a David: «Pues también Dios te ayuda». De estas
expresiones de Amasay hemos de aprender a dar testimonio de
nuestra fidelidad y nuestro amor al Señor Jesús.
3. David los aceptó gozosamente entre sus amigos y partidarios:
«David los recibió», y los promocionó al instante, pues «los puso
entre los capitanes de la tropa».
IV. También se unieron a él algunos de Manasés (v. 19). Les dio
la Providencia una buena oportunidad de hacerlo así cuando David
marchó con sus hombres por el territorio de Manasés, como
sabemos por 1 Samuel 29:4 y ss. A su regreso, algunos hombres
importantes de Manasés ayudaron a David contra la banda de
merodeadores (v. 21) que habían saqueado a Siclag, como
sabemos por 1 Samuel 30:1 y ss.
Versículos 23–40Ahora tenemos la lista de las tropas que cada tribu puso a
disposición de David tras la muerte de Is-bóset, a fin de asegurar su
accesión al trono contra cualquier oposición que pudiese surgir (v.
23).
I. Las tribus más cercanas fueron las que menor número de