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Diversidad cultural: Ms all del modelo toledano de convivencia
social1
Rogelio Marcial El Colegio de Jalisco
Todos somos tolerantes con quienes estamos de acuerdo, eso es
cosa fcil. Nos falta tolerancia porque nos falta imaginacin.
Tenemos que desarrollar esa imaginacin que nos permita
comprender los sentimientos de otras personas,
considerar las cosas desde el punto de vista de otros y no con
nuestros propios ojos,
que es la costumbre que tenemos desde hace mucho tiempo
Jiddu Krishnamurti.
El presente texto intenta reflexionar sobre la diversidad
cultural como eje dilemtico, tratando de recuperar las aportaciones
en esta temtica de los trabajos incluidos en la presente edicin.
Como se har evidente desde las primeras lneas, no existe un corpus
generalizado de informacin y anlisis de este dilema como para
lograr estructurar un contexto regional claro y unvoco. En tanto
dilema, la diversidad cultural tiene mucho camino por andar en
nuestra regin, y hoy resulta urgente considerarlo como uno de los
articuladores del pensamiento crtico sobre la realidad
subcontinental. Propongo, por ello, reflexiones e hiptesis que nos
permitan abrir un debate comprometido que sume voces y llene
huecos. Que propicie el dilogo crtico y que nos ayude a comprender
nuestra realidad cultural desde una visin tica y poltica
comprometida.
La construccin del Estado-Nacin: homogeneidad y tolerancia En la
regin latinoamericana, a pesar de que podemos encontrar
especificaciones importantes para cada caso, la construccin de
nuestras naciones tuvo importantes definiciones durante el siglo
XIX, en especial durante su segunda
1 El presente artculo ser publicado en Jaime Preciado y
Rigoberto Gallardo (ed.). Dilemas
latinoamericanos actuales de cara al desarrollo y la democracia.
Tlaquepaque: ITESO
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mitad, y en algunos casos y para ciertos aspectos culturales e
ideolgicos, su extensin lleg hasta la primera mitad del siglo XX.
Un momento importante de esa historia tiene que ver con los
procesos de independencia nacional con relacin a la tutela del
imperio espaol, en su inmensa mayora, y en pocos casos del imperio
britnico y el portugus. El triunfo de los ejrcitos independentistas
que dieron lugar al nacimiento de las naciones latinoamericanas se
sitan, mayoritariamente, en la primera mitad del siglo XIX. Sin
embargo, la mera expulsin de autoridades y fuerzas armadas
europeas, por s misma, no garantizaba la construccin y consolidacin
de las naciones latinoamericanas. Ello sera el proyecto de los
diversos grupos poltico-ideolgicos latinoamericanos (de corte
liberal, conservador o algn punto intermedio entre ambos) durante
buena parte del siglo XIX y la primera mitad del siglo XX. Nacida
la nacin, adems del nombre haba que definirla, construirla,
diferenciarla y defenderla. Tal fue el proceso de construccin del
Estado-Nacin en nuestra regin, y aunque no me es posible entrar en
detalle para cada uno de los pases latinoamericanos, mi intencin es
generalizar este proceso para lograr una mirada continental; aunque
lo anterior implique perder de vista los detalles y las diferencias
que no niego. As, a grandes rasgos puedo afirmar que aquella
definicin de cada nacin durante la segunda mitad del siglo XIX
implic en lo concreto definir a su vez referentes de unidad
nacional que superaran las diferencias y se concentraran en
elementos de homogeneidad. La coherencia integradora necesitaba en
esos momentos adherirse a referentes, procesos y demarcaciones que
simbolizaran una sola nacin. De all la necesidad de establecer
oficialmente una lengua, un himno nacional, una religin, una
historia, una cultura y un territorio. La demarcacin
poltica-administrativa del territorio implicaba establecer con
certeza los lmites de la comunidad que naca (fronteras nacionales),
y la forma de homogeneizar ese espacio tuvo que ver con la
construccin de la infraestructura necesaria para alcanzar desde el
centro (capital nacional) las demarcaciones que componan la nacin,
inclusive aquellas de difcil acceso. En la medida en que espacios y
territorios quedaran fuera de esta homogeneizacin, quedaban por
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ello fuera del control de las autoridades centrales; y para
hacer gobernabas los espacios es imprescindible que existan las
posibilidades de acceder a ellos (econmica, poltica, cultural y
militarmente). Es as que en una bsqueda por consolidar una nacin y
hacer gobernables amplios territorios caracterizados precisamente
por las disparidades ecolgicas, geogrficas, econmicas y culturales,
la diversidad cultural fue uno de los principales obstculos y
problemas a resolver. Pero as como el territorio deba ser
convertido en algo abarcable y gobernable, as entonces haba que
definir la lengua espaola como la oficial, la religin catlica como
la oficial, y una cultura oficial construida en cada pas de la
regin desde la visin de las elites gobernantes que ocuparon el
lugar de los peninsulares europeos. En Mxico, desde la visin
colonialista (de extranjeros y lugareos) instaurada en el siglo
XVI, en la que prevaleci la idea homogeneizante de la diversidad de
los pobladores originales, sintetizada en el trmino indio; se
impuso el criterio eurocentrista de la cultura occidental que ha
definido a lo diverso como lo peligroso, lo que hay que desaparecer
o integrar a la norma social. Durante la Independencia, ms claro en
la Reforma y, sobre todo, la Revolucin Mexicana (especialmente con
el llamado nacionalismo revolucionario), es decir, esos procesos
sociales desde los que se ha ido construyendo nuestra nacin, la
diversidad cultural ha sido reconocida slo de forma negativa; esto
es, para aniquilarla y desaparecerla.
Las ideas integracionistas de Alfonso Caso, Jos Vasconcelos y
Gonzalo Aguirre Beltrn, sustentadas por el trabajo pionero de
Manuel Gamio,2 buscaron homogeneizar culturalmente a los mexicanos,
desde la cultura mestiza, y sacar del retraso a las comunidades
indgenas de nuestro pas mediante su integracin en la cultura
nacional. Lo anterior, desde entonces ha implicado en la prctica
que muchas comunidades sean obligadas a dejar para el museo sus
tradiciones, historias, prcticas y visiones de mundo para lograr
integrarse plenamente al Mxico moderno. Para estas comunidades,
integrar fue sinnimo de
2 Me refiero al texto ya clsico de Manuel Gamio. Forjando
patria. Porra (Coleccin Sepan
Cuantos), Mxico, 1992. Este texto apareci por primera vez en una
edicin que data de 1916, y le siguieron variadas ediciones sobre
todo durante el periodo posterior a la Revolucin Mexicana.
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desaparecer. Y es que en esta bsqueda por integrar la nacin,
desde la homogeneidad, a la identidad del indio se le antepuso la
del ranchero, con todos los referentes culturales que lo definen.
Ante la identidad indgena definida negativamente como los
ignorantes, andrajosos, flojos, temerosos, sucios y tramposos; se
le antepuso la identidad del ranchero en tanto valiente, mujeriego,
aventurero, diestro, atrevido, etc.3 No era sino la puesta en
escena del enfrentamiento entre modernidad y tradicin, un
enfrentamiento que se caracteriz por la imposicin de una sobre la
otra, y no por la emergencia de un esquema referencial que
sintetizara, integrndolas, ambas visiones del mundo en una
nueva.
En varios casos, el modernismo cultural, en vez de ser
desnacionalizador, ha dado el impulso y el repertorio de smbolos
para la construccin de la identidad nacional [] Despus de la
revolucin mexicana, varios movimientos culturales cumplen
simultneamente una labor modernizadora y de desarrollo nacional
autnomo [] El intento de superar esas divisiones crticas de la
modernizacin capitalista estuvo ligado en Mxico a la formacin de la
sociedad nacional. Junto a la difusin educativa y cultural de los
saberes occidentales en las clases populares, se quiso incorporar
el arte y las artesanas mexicanas a un patrimonio que se deseaba
comn. Rivera, Sequeiros y Orozco propusieron sntesis iconogrficas
de la identidad nacional inspiradas a la vez en las obras de mayas
y aztecas, los retablos de iglesias, las decoraciones de pulqueras,
los diseos y colores de la alfarera poblana, las lacas de Michoacn
y los avances experimentales de las vanguardias europeas.4
En tal contexto, la convivencia social tuvo que basarse en lo
que Epalza denomina el modelo toledano, cuyo origen proviene del
contexto religioso durante la Edad Media, como un modelo que
asegura la no-agresin de los diferentes an cuando ello implique
conscientemente la no-integracin de los grupos sociales. Tolerar es
soportar, aguantar, sin detenerse un momento a entender
respetuosamente lo que el otro tiene que decir y quiere para s. En
efecto, las implicaciones que hoy me parecen negativas o
limitativas del trmino
3 Por ello, en Mxico los referentes nacionales tienen que ver
con la vida de los ranchos que
caracterizaron a la poblacin criolla y mestiza, no la india. El
mariachi, el tequila, el charro mexicano fueron parte de estos
referentes que trataron de unificar al Mxico moderno. 4 Nstor Garca
Canclini. Culturas hbridas. Estrategias para entrar y salir de la
modernidad.
CONACULTA/Grijalbo (Col. los Noventa, 50), Mxico, 1989, p.
78.
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tolerar estn ancladas en la manera en que se construy este
concepto desde la visin religiosa de la convivencia de creyentes de
diferentes cultos, cada uno de ellos con pretensiones de verdad
absoluta. La tolerancia implic un acuerdo de no agredir
violentamente a quienes mantenan creencias religiosas diferentes
(cristianos, judos y musulmanes) y convivan en las mismas ciudades
(Toledo, Espaa, por ejemplo). Ello pretenda garantizar el
funcionamiento adecuado de esas sociedades, manteniendo a los
diferentes grupos tnico-religiosos lo suficientemente separados e
indisolubles.
La palabra tolerancia es una palabra religiosa, complementaria
de intolerancia. Al exclusivismo radical de religiones con
monopolio de la verdad salvadora (por eleccin divina, en cada
caso), se opone como una barrera impuesta la tolerancia. Tolerar es
soportar, transigir, aguantar. Y se tolera lo que no debera
existir, pero que existe.5
Ante la pluralidad que caracteriza al mundo contemporneo, las
condiciones de convivencia social ya no pueden estar sostenidas por
esta idea medieval de tolerancia. El mundo ha dado pruebas de los
desastres que suceden cuando esta tolerancia se rompe. Sin embargo,
todava existe la visin que pretende trasladar este trmino (con toda
la carga semntica que contiene) hacia los mbitos de la participacin
poltica y la convivencia social. As, la tolerancia es necesaria
para un esquema democrtico de relaciones polticas, referida al
compromiso tico de la autonoma poltica y la responsabilidad
ciudadana.
El proceso de globalizacin tecno-econmico: diversidad e
inclusividad Ms all de pretender en esta seccin un anlisis completo
y a profundidad del proceso de globalizacin o mundializacin al que
nos enfrentamos en esta etapa de la historia de la humanidad, lo
que pretendo exponer es una reflexin general y abierta al debate
que contextualice algunos de los procesos y tendencias que tienen
que ver con las nuevas condiciones sociales que estn obligando,
desde mi punto de vista, a re-conceptualizar el concepto de cultura
y la lgica de convivencia social que supere ese modelo toledano de
convivencia
5 Mikel de Epalza, Pluralismo y tolerancia: un modelo toledano?,
en Louis Cardaillac (dir.),
Toledo siglos XII y XIII. Musulmanes, cristianos y judos: la
sabidura y la tolerancia, Alianza Editorial, Madrid, 1992, p.
257.
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social. Me parece que existen algunas consideraciones tan obvias
o evidentes, que no pocas veces se pasan por alto y que provocan,
con diferencias segn los contextos locales, a interiorizar una
realidad moldeable como algo cuya naturaleza viene de siempre y,
por ello, no es posible ni siquiera considerar modificaciones al
respecto. Es evidente ya que lo que se ha llamado globalizacin, en
tanto la expansin mundial de un modelo econmico, ha avanzado en
muchos rincones del planeta y ha encontrado tambin contra
tendencias de diferente cuo y trascendencia. Y tambin es evidente
que junto con este avance contundente de los flujos financieros
tambin se ha presentado una expansin, no sin contradicciones, de
esquemas de pensamiento y referentes culturales. Me parece que la
segunda mitad del siglo XX presenci esta expansin para llegar al
siglo XXI bien articulada y consolidada, aunque desde la ltima
dcada del siglo XX las contra propuestas y contra tendencias se
hicieron ms que evidentes.6 Lo que quisiera destacar es que al
cambiar el siglo se consolid un posicionamiento discursivo,
polticamente correcto, que no slo reconoce sino que asume e incluso
apoya la diversidad cultural en todas y cada una de sus
manifestaciones. Estamos de acuerdo todos, o al menos quienes
elaboran un discurso social posicionado (gobierno, organizaciones
civiles, academia, partidos polticos, iglesias), sobre la
diversidad cultural como una caracterstica definitoria de nuestra
nueva sociedad globalizada.
Lo anterior ha trado consigo, entre muchas otras cosas, una
marcada revalorizacin de las diferencias culturales, sean stas de
origen tnico, religioso, ideolgico, de gnero, de edad, poltico, de
preferencia sexual o de capacidades fsicas e intelectuales
diferentes, que estn sustentadas en la equidad y la inclusividad.
Ms all del modelo toledano de convivencia social, esta
revalorizacin de las diferencias culturales necesariamente implica
otra lgica de convivencia social en la que la tolerancia sea
superada y se garantice la interrelacin social dentro de esquemas
de igualdad, an a partir de sustratos
6 Al respecto vase Manuel Castells. La era de la informacin.
Economa, sociedad y cultura.
(Tomo II: El Poder de la Identidad). Mxico: Siglo XXI, 1999.
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diversificados en el mbito de la cultura. Esto es, en pocas
palabras, un reconocimiento positivo e incluyente de la diversidad
cultural sin reafirmar las antiguas o crear nuevas formas de
jerarqua e inequidad social.
Pero ello no se da ni por decreto, ni por la impronta
globalizadora, ni por la reproduccin discursiva (retrica) de esa
diversidad cultural. Los discursos sociales hegemnicos, a pesar de
reconocer la diversidad como caracterstica definitoria de nuestras
sociedades contemporneas, insiste deliberadamente en invisibilizar
a actores y sus demandas sea desde una aparente ignorancia de sus
condiciones, como parecen estar diseadas las polticas pblicas de
atencin a la poblacin, o sea desde los estigmas sociales y las
acciones represivas hacia individuos, grupos, expresiones,
discursos, territorios, etc. Es por lo anterior que el mbito de la
cultura se ha convertido en el espacio hacia donde muchas de estas
demandas, expresiones y afirmaciones se han volcado; desbordando
claramente por ello el mbito circunscrito a la poltica formal y los
procesos electorales, y a instituciones como las instancias de
gobierno, los partidos polticos, los sindicatos y las centrales
obreras, las organizaciones campesinas, etc.
Y todo esto se da en un contexto de fuertes procesos de
secularizacin de la vida urbana, masivos movimientos de poblacin y
descrdito de la poltica formal. Debemos de tomar en cuenta que es
un hecho comprobado que a mayor desarrollo fsico de una ciudad se
presentan procesos de diversificacin econmica, social y cultural de
quienes constituyen esa urbanidad. En los aspectos econmico y
social, muchas veces ello se traduce en una creciente desigualdad
material en la que unos pocos tienen mucho y muchos otros tienen
muy poco. Es fuertemente preocupante ver en un mismo asentamiento
humano espacios bien urbanizados y con todos los servicios, pero
con un acceso reservado; mientras que en otros lugares no se cuenta
con los mnimos requerimientos para sobrevivir, ms que para vivir la
ciudad. Por su parte, y ligado estrechamente con lo anterior, en el
aspecto cultural los individuos y grupos sociales crean y recrean
formas diversas de expresin y reproduccin identitaria, en las que
se manifiesta la necesidad de comunicar expectativas y
frustraciones, de ubicar el territorio propio dentro de la ciudad y
de identificarse y diferenciarse.
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La diversidad social y cultural en varias ocasiones encuentra en
los espacios pblicos, el lugar para anteponer ideas y concepciones
por parte de grupos y estratos sociales. La ciudad se ha convertido
en un espacio de encuentro (y enfrentamiento) de identidades
urbanas, que buscan hacer asequible los espacios y los
territorios.
De igual forma, tambin es un hecho que a lo largo del
desenvolvimiento humano, los individuos o sujetos sociales han
buscado, desde las especificidades de su realidad inmediata,
reproducir formas de expresin en las que queden asentadas su
existencia y las maneras particulares de ver e interpretar su
mundo, y con ello incidir en la construccin social (proceso
permanente de definicin y re-definicin) de esa realidad. Por ello,
ya se ha comentado acertadamente que es precisamente en el estudio
de la heterogeneidad cultural donde podemos encontrar una de las
vas para explicar los poderes oblicuos que entreveran prcticas
liberales y hbitos autoritarios, movimientos sociales democrticos
con regmenes paternalistas, y las transacciones de unos con otros.7
Por ello, el mbito de la cultura puede convertirse en un
interesante atalaya que guarda dentro de s una gama de
explicaciones de las relaciones sociales, la conformacin de
grupalidades y la construccin de visiones de mundo particulares. De
all que el acercamiento a las expresiones culturales debe estar
abierto a reconocer, interpretar y comprender manifestaciones
variadas, originadas desde los diversos grupos humanos que componen
las diferentes sociedades y comunidades. Si partimos de lo
anterior, entonces la perspectiva cultural tiene mucho que aportar
en lo referente a las producciones simblicas involucradas en las
expresiones sociales de diversas identidades culturales. Ms an,
dicha perspectiva puede vincular tales producciones, desde el mbito
de lo cotidiano, hacia lo relacionado con las ideologas (discursos
y prcticas) y su enfrentamiento en el mbito de lo poltico;
comprendido ste ltimo como algo mucho ms complejo y extenso de lo
concerniente a la poltica regulada y la lucha por el poder
pblico.
7 Garca Canclini, op. cit., p. 15.
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An cuando sera muy ingenuo e irresponsable creer que todo este
proceso toma igual forma en cada uno de nuestros pases
latinoamericanos, lo que sigue es un esfuerzo por definir una
tendencia (muy general y apresurada) segn las experiencias locales
referidas en los distintos trabajos que se incluyen en este
volumen.
La realidad latinoamericana Tendramos que iniciar reconociendo
que hay un escaso (y en ocasiones, nulo) tratamiento del dilema de
la diversidad cultural en los casos que se presentan. Ello no
quiere decir, en muchos casos, que no haya una produccin de
conocimiento, desde la academia o desde la sociedad civil
organizada, sobre experiencias y realidades de grupos e identidades
culturales al interior de cada pas. Sin embargo, result ser uno de
los dilemas transversales menos abordados. Y ms all. Cuando se hace
referencia a la diversidad cultural, sta se suele circunscribir al
tema de la diversidad tnica-racial, dejando de lado otros tipos de
diferencias culturales originadas en el gnero, la edad, el consumo,
la preferencia sexual, la militancia poltica, las diferentes
capacidades msculo-motoras e intelectuales o la adscripcin
religiosa. An as, es justo reconocer que cuando este dilema fue
abordado, se intent co-relacionar con los dilemas de tipo poltico y
econmico. Y aqu podemos destacar el hecho de que el espacio y la
profundidad variada dedicada a este eje dilemtico tienen mucho que
ver con el contexto social y urbano de cada pas. All donde existen
mayores referencias a otras expresiones de la diversidad cultural
encontramos ciudades ms extendidas, territorialmente hablando, con
procesos importantes de vida cosmopolita. Los casos de Brasil,
Argentina, Mxico, Colombia y Chile muestran ms referentes al
respecto; mientras que aquellos referidos a Guatemala, Nicaragua,
Panam, Costa Rica, Cuba, Bolivia y Per resultan menos tratados y,
por ello, menos destacados.
Pero a su vez debemos reconocer que es notable la evidencia de
que esta temtica (ms all de la diversidad limitada al referente
tnico) se encuentra ausente de las agendas de los Estados
nacionales y de los partidos polticos. En realidad, es muy poco (o
nada) lo que se cuela a las agendas polticas, a las
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polticas pblicas y a los programas sociales desde donde
resultara estratgica la generacin de planes y acciones tendientes
a, en efecto, apoyar las manifestaciones de la diversidad cultural,
pero desde una base social de equidad, respeto e inclusin. Ello
compromete a la academia, por cuestiones ticas y polticas, a
profundizar en el estudio de la diversidad cultural en la regin
latinoamericana, precisamente para hacer visibles las demandas y
las acciones afirmativas de esta diversidad.8 Y es un compromiso
irrenunciable precisamente porque urge un discurso articulado,
reflexivo y crtico que pueda enfrentar al discurso oficial, el cual
como ya mencion, reconoce discursivamente la diversidad cultural
(ms porque hoy es algo polticamente correcto), pero invisibiliza a
sus actores y demandas desde una pretendida ignorancia de sus
caractersticas, los estigmas sociales o la represin abierta y
selectiva hacia mujeres, nios, jvenes, adultos mayores, indgenas,
personas con capacidades diferentes, homosexuales, fieles de
iglesias no catlicas y la triada sin (sin techo, sin tierra, sin
papeles). Habr, entonces, que ensayar una hiptesis explicativa que
retome todo lo expuesto para identificar este proceso de
invisibilizacin de los actores y las demandas de la diversidad
cultural en Latinoamrica. No podemos iniciar con algo distinto a
poner sobre la mesa el contexto sociohistrico. Primero, es comn
para la regin la impronta de polticas econmicas internacionales, de
cuo neoliberal, durante las ltimas dcadas que han suscitado lo que
se ha llamado el pensamiento nico; el cual pretende igualar a todos
los posibles consumidores de mercancas y servicios con el objetivo
de controlar las diferencias y satisfacer demandas comunes y
generales estandarizando las opciones, desapareciendo de la oferta
las que se desmarcan explcitamente de las anteriores y
reconvirtiendo aquellas demandas alternativas que as lo permitan en
propuestas comerciales que rasuran sus aspectos disidentes y de
crtica social. Es un claro proceso de individualizacin de la
ciudadana,9 para invisibilizar demandas y derechos colectivos, que
tiende a reducir la figura del ciudadano a la del consumidor.
8 En el siguiente apartado retomo la importancia de la generacin
del conocimiento social desde la
academia. 9 Ver el trabajo de Manuel A. Garretn incluido en este
volumen.
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Ejerce tu derecho ciudadano de consumir, parecen decir las
empresas trasnacionales, que lo dems no te compete. Segundo, en
diferente grado, pero cada nacin ha sufrido y sufre la impronta del
control geopoltico del subcontinente como territorio estratgico
para la seguridad nacional de los Estados Unidos, orillando a los
gobiernos a volver tambin estratgica la intromisin en asuntos de
soberana nacional por parte de oficinas o departamentos del imperio
del norte. Tercero, y aunque no es efectivo para todos los pases de
la regin, la presencia de dictaduras militares como experiencia
compartida generalizada que posicionaron formas de relacin social
de suyo autoritarias; y que, a su vez, consolid la situacin y el
peso especfico de organizaciones de extrema derecha en la arena
social y en la lucha por la construccin de la democracia. Y cuarto,
el cauteloso, silencioso y selectivo papel de las jerarquas
catlicas con redes formales e informales que trastocan la autonoma
de quienes nos gobiernan, considerando errneamente que los valores
morales personales de muchos funcionarios de gobierno pueden ser
exportados linealmente al papel que cumplen como administradores de
un conglomerado social diverso en el que, se supone, gobiernan para
todos y todas. Como parte de este proceso, de ndole contextual
porque a nivel local existen procesos particulares que definen cada
caso, amplios sectores sociales han quedado encerrados en una
ciudadana incompleta, en una ciudadana coja a la que se la ha
engrosado una de sus piernas, la de las obligaciones, y se ha
provocado un peligroso adelgazamiento de su otra pierna, la de los
derechos.10 Lo que ha provocado que tarde o temprano, de forma
tenue o intensa, las mujeres, los nios, los jvenes, los adultos
mayores, los indgenas, los homosexuales, las personas con
capacidades diferentes, los seguidores de religiones no catlicos,
los migrantes y quienes sobreviven en las calles, estn expuestos y
sufran algn tipo de marginacin, exclusin, estigmatizacin o represin
a sus formas de
10 El ejemplo paradigmtico de esta ciudadana coja es lo que
sucede con los jvenes en Mxico,
a los que se les pretende exigir mayores compromisos y
obligaciones reduciendo la edad penal (de los 18 a los 16 aos),
pero sin reducir la mayora de edad (18 aos) y, lo que es peor, sin
reconocer muchos de sus derechos ciudadanos y culturales. Al
respecto vase Rogelio Marcial, La violencia hacia los jvenes desde
el poder. Revista Estudios jaliscienses nm. 64 (Jvenes: lo pblico y
lo privado), El Colegio de Jalisco, Zapopan, mayo de 2006, pp.
36-47.
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expresin, de organizacin y a sus estilos de vida. En trminos
culturales, me parece, estamos ante la imposicin en la realidad
latinoamericana de una adultocracia patriarcal, clasista, mestiza,
heterosexista y catolicista que impone una condicin (condicin
juvenil, condicin de gnero, condicin infantil, condicin homosexual,
condicin india) a quienes se separan de ello. Y las atenciones
hacia estos sectores para su desarrollo se conciben como ddivas,
propias de la caridad catlica de asistencia social, y no como la
necesidad de hacer efectivos, de sacar del papel, los derechos
ciudadanos y culturales de todas y todos para lograr efectivamente
un desarrollo integral e incluyente. As, podemos estar en mejores
condiciones no slo para completar aquella mirada que nos habla
sobre la apata poltica y el descrdito generalizado a las
instituciones sociales por amplios sectores de la poblacin; sino
para lograr una mejor comprensin de la diversidad cultural a partir
de reconocerla positivamente para aceptar de forma incluyente la
diferencia, sin traducirla o reducirla a desigualdades sociales.
Gran reto, gran dilema, para Latinoamrica.
La produccin del conocimiento social: un rol estratgico La
intencin de este apartado es revisar crticamente, que no de forma
exhaustiva, la manera en que las ciencias sociales han contribuido
en la creacin de reas de marginacin y la reproduccin social de
discursos, categoras y miradas estigmatizadas hacia quienes quedan
definidos (encerrados?) en los confines de dichas reas de
marginacin social y cultural. La ciencia, en tanto producto
cultural, tiene responsabilidad en las consecuencias que resultan
de las formas en que retrata la realidad que estudia. En no pocas
ocasiones, la marginalidad de toda ndole (poltica, social, tnica,
sexual, ideolgica o cultural) ha encontrado profusas
justificaciones entre los discursos emitidos por cientficos
sociales de distintas escuelas y disciplinas. Sin duda, la
existencia de una masa annima de individuos y grupos humanos
catalogados como marginados, ha caracterizado a la gran mayora de
las sociedades en la historia del hombre. Con ello se ha intentado
diferenciar a aquellos pobladores que no gozan de los beneficios de
la vida social, segn el desarrollo propio de cada sociedad. Por
supuesto que existen
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procesos de marginacin reales que se hacen evidentes en la falta
de acceso a cuestiones elementales de la vida material, as como a
los derechos individuales y la reproduccin cotidiana. Pero en no
pocas ocasiones, los discursos que explican esos procesos
justifican las condiciones que hacen que parte de la sociedad quede
excluida de los beneficios del desarrollo social. As, el empleo de
conceptos como marginalidad, marginados o marginacin contribuye
ideolgicamente en la exclusin social de grupos y estratos
socio-culturales; en ocasiones esa contribucin es premeditada, en
otras no lo es.
Marginados siempre han existido, aunque a quienes se les ha
englobado en tal categora llegan a variar en demasa.11 No es nueva
la observacin de que la interaccin social, al irse reacomodando
segn las condiciones sociales de reproduccin material y cultural,
va re-definiendo a quienes no estn incluidos en todos los
beneficios que ofrece el sistema social.
mile Durkheim sugiri una vez que siempre que la desviacin
desaparece de facto, el sistema social redefine sus normas de modo
de recrear la desviacin estadstica. [...] Esta escandalosa idea
supone que la creacin de marginales tiene alguna utilidad social, y
efectivamente los cientficos sociales con frecuencia han sugerido
lo mismo en varias formas: el valor de un chivo expiatorio a quien
cargar con nuestros pecados colectivos; la existencia de un
infraestrato que suscite en las clases peligrosas el temor de que
pueden quedar todava peor de lo que estn y por lo tanto las impulse
a limitar sus demandas; el fortalecimiento de la lealtad de los
miembros del grupo al ofrecer estratos contrastantes, e
indeseables.12
11 Pasando por los extranjeros y los carniceros, en ocasiones
las mujeres y los nios, otras veces
los homosexuales, los estudiantes y los judos; cada sociedad
define a los que quiere mantener al margen de s misma como procesos
sociales de exclusin. Esta idea la expongo con mayor extensin en
Rogelio Marcial, Infancia y marginacin. La construccin social de la
exclusin y sus tendencias negativas. Revista Universidad de
Guadalajara, Guadalajara: Universidad de Guadalajara, nueva poca,
nm. 1, octubre-noviembre, 1995, pp 46-53. An mejor, existe el
excelente texto de Santiago Carrillo, Carlos Astarita, Hans Vogel y
Jacques-Guy Petit (et. al.). Disidentes, heterodoxos y marginados
en la historia. Salamanca: Universidad de Salamanca (Estudios
Histricos y Geogrficos, 104), 1998. 12
Immanuel Wallerstein. Conocer el mundo, saber el mundo: el fin
de lo aprendido. Una ciencia social para el siglo XXI. Mxico: Siglo
XXI, 2001, pp. 127-128. El autor aclara ms adelante que el trmino
clases peligrosas es un [...] concepto que naci a principios del
siglo XIX precisamente para describir a los grupos y las personas
que no tenan poder ni autoridad ni prestigio social, pero sin
embargo estaban presentando reclamaciones. Era el creciente
proletariado urbano de Europa occidental, los campesinos
desplazados, los artesanos amenazados por la expansin de la
produccin mecanizada y los marginales migrantes de zonas culturales
distintas de las zonas a las que haban migrado. (Ibid., p.
166).
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Sin embargo, la idea de marginacin ha desembocado en una
construccin social de la exclusin hacia diferentes sectores de la
poblacin, como mecanismo de diferenciacin social. Existe una larga
discusin, desde tericos crticos, sobre la manera en que la ciencia
en general, y las ciencias sociales en particular, contribuyen en
la justificacin del status quo al estudiar diversos fenmenos de la
realidad y al definirlos como consecuencias de fallas o errores
imputables a los individuos o su contexto inmediato (familia,
escuela, grupo de amigos, malas influencias, barrio, ciudad,
comunidad, etc.); y no imputables al sistema social en su conjunto.
De esta forma, el sistema imperante (social, cultural, poltico,
ideolgico) queda salvaguardado de crticas, as como tambin la
necesidad de reestructurar las condiciones de reproduccin,
organizacin e interaccin sociales.13
El recurso de definir a cierta poblacin como si estuviera al
margen de la sociedad radica, bsicamente, en la manera en que el
conjunto social es concebido desde la teora. Ante el concepto de
totalidad de la teora crtica, desde el cual la sociedad es un
conjunto que abarca empricamente a todos los individuos y grupos
sociales, correlacionados a partir de la interaccin social; se
antepone otra visin que concibe a la sociedad como un ideal del que
se pueden apartar grupos o individuos con caractersticas que se
separan de la norma social. La diferencia, segn Adorno, es que bajo
lo que se ha dado en llamar la sociologa positivista, la sociedad
es concebida como la consciencia media, estadsticamente
aprehensible, de unos sujetos inmersos en la sociedad; y no
13 Me resulta imposible, por el espacio y el tema que abordo,
adentrarme en esta discusin. Para
seguir detalladamente esta discusin pueden consultarse Herbert
Marcuse. Eros y civilizacin. Mxico: Origen/Planeta (Coleccin Obras
Maestras del Pensamiento Contemporneo, 32), 1986; Herbert Marcuse.
Ensayos sobre poltica y cultura. Barcelona: Planeta-Agostini, 1986;
Albrecht Wellmer. Teora crtica de la sociedad y positivismo.
Barcelona: Ariel, 1979; Theodor W. Adorno y Karl R. Popper (et.
al.). La disputa del positivismo en la sociologa alemana.
Barcelona: Grijalbo (Coleccin Teora y Realidad), 1973; Max
Horkheimer y Theodor W. Adorno. Dialctica del iluminismo. Buenos
Aires: Editorial Sudamericana, 1969; Michel Maffesoli. La lgica de
la dominacin. Barcelona: Pennsula, 1977; Pierre Bourdieu.
Intelectuales, poltica y poder. Buenos Aires: Eudeba (Coleccin
Antropologa Social), 2000; Pierre Bourdieu. Los usos sociales de la
ciencia. Buenos Aires: Nueva Visin, 1999; P. MCL. y Kris Gutirrez,
Polticas globales y antagonismos locales: la investigacin y la
prctica comn como disidencia y posibilidad. Peter McLaren.
Multiculturalismo revolucionario. Pedagogas de disensin para el
nuevo milenio. Mxico: Siglo XXI, 1998, pp. 193-223; as como el
excelente trabajo del seguimiento histrico de la construccin de
este concepto de Josep R. Llobera. Caminos discordantes.
Centralidad y marginalidad en la historia de las ciencias sociales.
Barcelona: Anagrama, 1989.
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15
como lo que es realmente: el medio en el que tales sujetos se
mueven.14 Por su parte, Immanuel Wallerstein tambin remite el
problema de cmo queda definido el trmino de sociedad, trmino que
ciertamente queda conceptualizado desde una vaguedad terica, pero
que dicha vaguedad tiene orgenes en posiciones epistemolgicas e
ideolgicas, sean stas explcitas o implcitas.
Tanto integracin como marginacin son palabras que hoy se
utilizan ampliamente en la discusin pblica de las estructuras
sociales contemporneas. Tambin son conceptos centrales en la
empresa de la ciencia social, en la medida en que ambos se refieren
implcitamente al concepto de sociedad. El problema con la discusin
dentro de la ciencia social es que, aun cuando el concepto de
sociedad es bsico para nuestros anlisis, al mismo tiempo es un
trmino extraordinariamente vago, y eso confunde la discusin acerca
de integracin y marginacin.15
Al sacar al margen de la sociedad a ciertos grupos sociales, sus
manifestaciones y estilos de vida, la ciencia conservadora (no
crtica, sino ms bien legitimadora del sistema social) contribuye a
justificar las diferencias sociales y excluye de la posibilidad de
participacin social, cultural y poltica, a aquellos que defini como
marginales. Los fenmenos sociales quedan determinados por
estereotipos construidos socialmente, en lo que las ciencias
sociales han participado irremediablemente.16
La mirada de la ciencia, finalmente, es una mediacin que
interpreta los fenmenos sociales dejando ver o, en su caso,
ocultando una o varias de sus especificidades segn el criterio de
anlisis desde el cual se observe la realidad. La complejidad propia
de la realidad social conlleva implcitamente la multicausalidad y
la interrelacin de fenmenos que implican necesariamente al todo
social, y el anlisis de tales fenmenos desde cualquiera de las
ciencias sociales forma parte de dicha mediacin.
Y, sin embargo, si se lo elimina de la ciencia, los fenmenos
seran atribuidos a causas falsas; de ello se aprovecha regularmente
la ideologa dominante. El hecho de que la realidad no pueda ser
fijada y aprehendida como algo fctico no viene a expresar sino el
hecho mismo de la mediacin: que los hechos no son ese lmite ltimo
e
14 Theodor W. Adorno, Introduccin. Adorno y Popper (et. al.),
op. cit., p. 18.
15 Wallerstein, op. cit., p. 120.
16 Adorno, op. cit., pp. 20 y ss.
-
16
impenetrable en que los convierte la sociologa dominante de
acuerdo con el modelo de los datos sensibles de la vieja
epistemologa. En ellos aparece algo que no son ellos mismos.17
La solucin no es llegar a pensar que tales mediaciones
imposibilitan el estudio cientfico y objetivo de la realidad
social, sino ms bien que stas deben quedar explcitas y saber que se
est trabajando a partir de ellas.
Lo nico que puede ayudar en el camino de la objetividad de la
ciencia es el reconocimiento de las mediaciones sociales que en
ella laten, sin que por ello pueda ser considerada como un mero
vehculo de relaciones e intereses sociales.18
Es cierto que las afirmaciones anteriores han sido mencionadas
ya desde hace mucho tiempo. Sin embargo, ello no ha logrado cambiar
el arranque epistemolgico por completo, y se sigue reproduciendo
una visin desde la cual lo que se separa estadsticamente de la
media social no tiene otro lugar que aquel que se encuentra alejado
del centro normal19 de la sociedad. El cambio en las mentalidades
es de larga duracin.
En la actualidad se ataca mucho la visin del mundo de la
Ilustracin y desde muchos lados. Pocas personas admitiran que la
aceptan sin calificaciones. Se veran ingenuas. Sin embargo, esa
visin sigue estando profundamente arraigada en la prctica y la
teorizacin de la ciencia social. Y para erradicarla har falta algo
ms que las aparatosas declaraciones de los posmodernistas.20
La ciencia de lo social ha encontrado en el trabajo de
observacin de aquellas anomalas que hacen evidentes los procesos
negativos del desarrollo social, un camino fructfero para el
anlisis de la realidad, y trata de explicar desde all los orgenes y
las consecuencias de la problemtica social.21 Sin embargo,
aquella
17 Ibid., p. 21. El iluminismo disuelve el error de la vieja
desigualdad, el dominio inmediato, pero lo
eterniza en la mediacin universal, que relaciona todo ente a
otro. Hace lo que Kierkegaard cita en elogio de su tica protestante
y que aparece ya en el ciclo de las leyendas de Hrcules como uno de
los arquetipos del poder mtico: destruye lo inconmensurable. No slo
son disueltas las cualidades en el pensamiento, sino que asimismo
se obliga a los hombres a la conformidad real (Horkheimer y Adorno,
op. cit., p. 26). 18
Ibid., p. 30. 19
Precisamente la idea de lo anormal se ha convertido en sinnimo
de rareza, desviacin, extrao, peligroso, etc., cuando semnticamente
slo hace alusin a lo que est fuera de la norma, lo que es
diferente, distinto, diverso. 20
Wallerstein, op. cit., p. 140. 21
Al respecto vase Wallerstein, op. cit., pp. 159 y ss.
-
17
visin que excluye al margen esas anomalas y en ello encuentra
las explicaciones que busca, no hace sino reducir la complejidad
social a sus partes ms pequeas, mediante la diferenciacin y la
especializacin, y justifica las estructuras jerrquicas que estn por
detrs de las contradicciones sociales.22 Hay que aceptar tambin que
esta visin est modificndose lentamente pero, eso s, de forma
irreversible.23
As, la incesante bsqueda por definir, hasta agotar, la
especificidad de la condicin juvenil, la condicin de gnero, la
condicin india, la condicin homosexual, por parte de cientistas
sociales, ha provocado que sea una serie de determinaciones
(ancladas en lo referente a la edad, el gnero, la etnia, la
preferencia sexual, que implica necesariamente una concepcin de
sujeto social incompleto, inacabado e, incluso en ocasiones,
indeterminado pero peligroso), lo que predefine las caractersticas
de segmentos poblacionales tan diversos y heterogneos. Ni siquiera
es toda esa poblacin la que se manifiesta por fuera de las
instancias sociales; los hay quienes no slo no lo hacen, sino que
incluso demuestran cotidianamente su aceptacin de las condiciones
imperantes en lo social, lo econmico, lo poltico y lo cultural. Por
ejemplo, cmo poder hablar a priori de la rebelda juvenil o de la
crtica visin femenina en estos tiempos en que los sectores
conservadores retoman el poder, y una fuente importante de su
fuerza social proviene de los sectores jvenes de la sociedad y de
las mujeres?24
Por ello, cuando desde la teora se definen aquellas expresiones
y formas de organizacin que no encajan en los modelos
institucionales imperantes como parte de las manifestaciones de
grupos sociales que se encuentran, por su condicin, marginados
social, econmica o culturalmente de la media social
22 Ibid., p. 106.
23 Otra de las concepciones que an prevalecen en muchos de los
estudios sociales tiene que ver
con la conviccin de que es posible hacer una ciencia social
extirpada de la subjetividad de quien la realiza. En ello se ha
insistido mucho pero an sigue vigente. Ya Adorno tambin lo mencion
hace ms de treinta aos. Vase Theodor W. Adorno, Sobre la lgica de
las ciencias sociales, Adorno y Popper (et. al.), op. cit., pp. 126
y ss. 24
No hay que olvidar las cifras del electorado mexicano que llev
al poder a Vicente Fox de Accin Nacional. Los jvenes y las mujeres
se destacaron en su participacin en este cambio poltico tan
significativo en la historia del pas. Y eso se ha repetido en otros
pases. Para el caso del voto juvenil en Mxico, vanse
http://members.tripod.com.mx/iracheta/resultados.htm/, 16 de
noviembre de 2000; y Jorge Alonso, Expectativas y decepciones.
Joaqun Osorio (coord.). Fox: a un ao de la alternancia.
Tlaquepaque: ITESO, 2001, p. 16.
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18
estadstica; no slo se pierde de vista que esa condicin tambin
implica potencialidades, proyectos de sociedad, nuevas formas de
participacin social y nuevas propuestas dignas de ser tomadas en
cuenta. De condicin a determinacin, ese es el paso que han seguido
muchas de las concepciones sobre estos sectores marginados y sus
manifestaciones en nuestro pas; cuando el paso debera ser de esa
condicin a la potenciacin.
Para cerrar: la posibilidad de relaciones inclusivas Es cierto,
como mencion ms arriba, que los procesos sociales estn cambiando
significativamente las condiciones imperantes, no slo de
organizacin social y manifestacin cultural, sino tambin sobre lo
que ello afecta en la creacin del conocimiento y las formas de
acercarse a la realidad. Por ello, cierro este texto con una breve
reflexin sobre las posibilidades de resolver los impedimentos que
subyacen en la construccin de formas inclusivas de convivencia
social. Como es sabido, el discurso de una sociedad inclusiva no
slo es un recurso sencillo de manejar sino que, inclusive, resulta
ser una posicin polticamente correcta. Solamente aquellas visiones
que persisten en defender una sociedad jerarquizada no lo haran
aunque muchas veces, se sabe, lo hacen de forma aparente. Sin
embargo, la defensa de la inclusividad trae consigo problemas
operativos, esto es, sobre la forma en que tendran que estar
estructuradas las condiciones sociales para que se permitiera una
participacin igualitaria desde la diversidad social.25 En su
anlisis sobre la teora de la accin y su fundamento racional,
Habermas critica la propuesta weberiana del proceso de modernizacin
impulsado por el capitalismo occidental, al llamar la atencin sobre
la necesidad de agotar el potencial explicativo de la teora de
Weber que le hubiese conducido a reconocer la efectiva evolucin de
los sistemas culturales de accin.
[...] del proceso histrico universal de racionalizacin de las
imgenes del mundo, es decir, del desencantamiento de las imgenes
religioso-metafsicas del mundo surgen estructuras de conciencia
modernas. stas estn ya presentes, en cierto modo, en el plano de la
tradicin
25 Ya Habermas se top con muchos de estos problemas en su
propuesta sobre la accin
comunicativa. Vase Jrgen Habernas. Teora de la accin
comunicativa: racionalidad de la accin y racionalidad social (2
Tomos). Buenos Aires: Taurus, 1989.
-
19
cultural; pero en la sociedad feudal de la baja Edad Media
europea slo penetraron en una capa relativamente reducida de
virtuosi religiosos, en parte pertenecientes a la Iglesia, y sobre
todo en las rdenes monsticas y, ms tarde, tambin en las
universidades. Las estructuras de conciencia enclaustradas en los
monasterios necesitan ser traducidas a la prctica por capas ms
amplias para que las nuevas ideas puedan atar, reorientar e
impregnar los intereses sociales y racionalizar los rdenes profanos
de la vida. Desde esta perspectiva la pregunta que se plantea es la
siguiente: Qu transformaciones tuvieron que producirse en las
estructuras del mundo de la vida de las sociedades tradicionales
antes que el potencial cognoscitivo surgido de la racionalizacin
religiosa pudiera utilizarse socialmente y materializarse en los
rdenes de la vida estructuralmente diferenciados de una sociedad
que queda modernizada precisamente por esta va? Este planteamiento
contrafctico no resulta hoy usual al socilogo que trabaja
empricamente, pero responde al diseo que hace Weber de una teora
que distingue entre factores internos y externos, que reconstruye
la historia interna de las imgenes del mundo, y que se topa con la
lgica interna de esferas de valor diferenciadas
culturalmente.26
Con relacin a las condiciones necesarias para una sociedad
inclusiva, lo que se nos aparece como contrafctico es la situacin
social y cultural que hoy vivimos. Como presupuesto de la
inclusividad resulta imprescindible, parece ser, sostener el
derecho a la libertad como fundamento de la organizacin y las
relaciones sociales; esto es, aquella libertad que pueda asegurar
que todos los participantes tengan acceso y participen en
condiciones de igualdad, an desde situaciones sociales y
adscripciones identitarias culturalmente diversas.27 Sin embargo,
ello se contrapone con las condiciones sociales imperantes sobre
las que he tratado de llamar la atencin, en el sentido de que sus
bases, precisamente, encuentran fundamentos en la diferenciacin
social jerarquizada. As, el problema radica en cmo transitar de una
situacin real en la que las relaciones tolerantes encubren
situaciones de exclusin y segregacin econmica,
26 Habermas, op. cit., Tomo I, pp. 289-290.
27 El filsofo John Rawls, de alguna forma, ya ha planteado la
necesidad de profundizar en los
planteamientos de sus antecesores John Locke, Jean-Jacob
Rousseau e Immanuel Kant sobre la teora tradicional del contrato
social, con el fin de que la justicia llegue a un punto superior
del que ha alcanzado en el utilitarismo tradicional dominante. Vase
de este autor Teora de la justicia. Madrid: FCE, 1995; Sobre las
libertades. Barcelona: Paids (Coleccin Pensamiento Contemporneo,
9), 1990; y Justicia como equidad: materiales para una teora de la
justicia. Madrid: Tecnos (Coleccin Filosofa y Ensayo), 1999.
-
20
social, poltica y cultural; hacia aquella situacin en la que
prevalezca una libertad que garantice relaciones inclusivas. Como
se puede ver, lo anterior no es un problema que se resuelva al
nivel de la teora, sino que es una cuestin tcnica. Con ello quiero
decir que es un problema relacionado con los medios, aunque resulta
imprescindible resolver claramente la definicin de los fines.
No me es posible entrar aqu en la discusin sobre la adecuacin de
fines y medios en la accin social, segn las diversas posiciones
tericas. Sin embargo, me parece necesario desarrollar una
aproximacin a ello, para enfrentar el reto (an de forma muy
apresurada) sobre el cmo podran estructurarse relaciones de
inclusividad social. Autores clsicos como Wilfredo Pareto, Emilio
Durkheim, Max Weber, Carlos Marx, Talcott Parsons, Niklas Luhmann,
Jrgen Habermas, entre muchos otros, han desarrollado avances
importantes en esta temtica. Me parece que hoy resulta vigente la
visin marcuseana sobre la necesidad de diferenciar entre la
racionalidad y el progreso como fundamentos de la modernizacin
propuesta por el sistema capitalista occidental, de lo que tiene
que ver con la posibilidad de anteponer la sensibilidad a la razn,
para con ello poder alcanzar la libertad del ser humano en
sociedad.
La proposicin de Sigmund Freud acerca de que la civilizacin est
basada en la subyugacin permanente de los instintos humanos ha sido
pasada por alto [...]. El metdico sacrificio de la libido es una
desviacin provocada rgidamente para servir a actividades y
expresiones sociales tiles, es cultura [...]. El aumento continuo
de la productividad hace cada vez ms realista la promesa de una
vida todava mejor para todos. Sin embargo, la intensificacin del
progreso parece estar ligada con la intensificacin de la falta de
libertad. A lo largo de todo el mundo de la civilizacin industrial,
la dominacin del hombre por el hombre est aumentando en dimensin y
eficacia. [...] la ms efectiva subyugacin y destruccin del hombre
por el hombre se desarrolla en la cumbre de la civilizacin, cuando
los logros materiales e intelectuales de la humanidad parecen
permitir la creacin de un mundo verdaderamente libre.28
28 Herbert Marcuse. Eros y civilizacin. Mxico: Origen/Planeta
(Coleccin Obras Maestras del
Pensamiento Contemporneo, 32), 1986, pp. 19-20. Hace ya casi 40
aos escribi Sahlins: Se dice que de un tercio a la mitad de la
humanidad se acuesta todos los das con hambre. En la antigua Edad
de Piedra la proporcin debe de haber sido mucho menor. sta, en la
que vivimos, es la era de un hambre sin precedentes. Ahora, en la
poca del ms grande poder tecnolgico, el hambre es una institucin
(Marshall Sahlins. Economa de la Edad de Piedra. Mxico: FCE,
1988).
-
21
Ya en su momento Thomas Jefferson emiti la metfora sobre la
necesidad de la libertad para el cuerpo social tal y como lo es la
salud para el cuerpo individual, ya que sin salud ningn placer
puede ser disfrutado por el individuo tal y como sin libertad
ninguna felicidad puede abarcar a la sociedad en su totalidad. Es
tambin sencillo pensar que, como lo escrito por Marcuse, Shalins y
Jefferson data de muchos aos atrs, su vigencia es relativa en estas
nuevas condiciones. Sin embargo, la explotacin del hombre por el
hombre no desapareci con la cada de los emblemas asociados a la
teora desde la que se escribi esa frase (el muro de Berln y el
llamado socialismo real). Hoy, lejos de desaparecer, dicha
explotacin se ha perfeccionado y el derecho a la igualdad y la
felicidad est ms lejos de millones de seres humanos.
[...] si no estoy equivocado, si no soy incapaz de sumar dos y
dos, entonces, entre tantas otras discusiones necesarias e
indispensables, urge, antes de que se nos haga demasiado tarde,
promover un debate mundial sobre la democracia y las causas de su
decadencia, sobre la intervencin de los ciudadanos en la vida
poltica y social, sobre las relaciones entre los estados y el poder
econmico y financiero mundial, sobre aquello que afirma y aquello
que niega la democracia, sobre el derecho a la felicidad y a una
existencia digna, sobre las miserias y esperanzas de la humanidad
o, hablando con menos retrica, de los simples seres humanos que la
componen, uno a uno y todos juntos. No hay peor engao que el de
quien se engaa a s mismo. Y as estamos viviendo.29
En este sentido, seguimos reproduciendo la visin dicotmica que
coloca de un lado a la razn y, del opuesto antagnico, a la
sensibilidad.30 Como finalmente el objetivo de nuestras bsquedas,
se ha insistido, deber ser el bienestar individual y colectivo,
fincado ste en la idea de progreso impulsada por la modernidad
occidental; entonces el camino para llegar a l, el medio que nos
permite alcanzar ese fin, no es otro sino el de la accin racional,
lgica y
29 Jos Saramago, Este mundo de la injusticia globalizada
(mensaje pronunciado en la clausura
del Foro Social Mundial 2002), La jornada, Mxico, 8 de febrero
de 2002. 30
En palabras de Marcuse (op. cit., p. 170): [...] la razn fue
definida como un instrumento de restriccin, de supresin instintiva;
el dominio de los instintos, la sensualidad, fue considerada
eternamente hostil y contraria a la razn. Las categoras dentro de
las que la filosofa ha compendiado la existencia humana han
mantenido la conexin entre razn y supresin: todo lo que pertenece a
la esfera de la sensualidad, el placer, el impulso tiene la
connotacin de ser antagonista a la razn se ve como algo que tiene
que ser subyugado, restringido.
-
22
coherentemente articulada con ese fin. Sin embargo, que estemos
inmersos en condiciones sociales y culturales cualitativamente
diferentes, tiene mucho que ver con el hecho de que ya son muchas
las identidades colectivas y los movimientos sociales que estn
evidenciando que existen proyectos alternativos al que sigue
asociado a esas ideas de progreso y modernizacin; proyecto
reproducido bsicamente por la llamada globalizacin de la economa
mundial, segn es concebida por el neoliberalismo e implementada por
organismos internacionales como la Organizacin Mundial de Comercio
(OMC), el Fondo Monetario Internacional (FMI), el Banco Mundial
(BM) y el Banco Interamericano de Desarrollo (BID). Es precisamente
la posibilidad de formas alternativas de desarrollo, lo que est por
detrs de las crticas contemporneas al sistema mundial
dominante.
No existe el mentado libre comercio. El alegato actual no es en
contra del comercio, todos estn a su favor en alguna medida,
excepto quizs algunos bio-regionalistas en ecotopa. Uno puede
denunciar a la General Electric y de todos modos estar a favor de
la electricidad. La verdadera cuestin es cmo ha de controlarse el
comercio, cmo ha de producirse y distribuirse la riqueza [...]. No
queremos un lugar en la mesa de negociaciones para reformar las
reglas de comercio, porque el capitalismo slo acepta jugar el juego
cuando tiene la garanta de que las reglas ya estn fijadas de
antemano por l.31
Ms all de (re)definir las reglas del juego, no slo se est
proponiendo la adecuacin de los medios ante estas nuevas
condiciones sociales y la impostergable necesidad de satisfacer las
demandas de millones de seres humanos; sino que se busca incidir,
desde diversos mbitos, en la redefinicin y readecuacin del fin que
debe guiar a la humanidad y su desarrollo.
Lo verdaderamente esencial es la construccin de una humanidad
digna, de la humanidad como sujeto emancipado y libertario, de un
poder popular profundamente democrtico y participativo, sin
vanguardias, en el que la capacidad de decidir y de
autodeterminarse tenga como nico eje la dignidad del ser humano
comunitario.32
31 Alexander Cockburn y Jeffrey St. Clair, El Nuevo movimiento.
Por qu estamos peleando. Jos
Seoane y Emilio Taddei (comps.). Resistencias mundiales (de
Seattle a Porto Alegre). Buenos Aires: CLACSO, 2001, p. 151. 32
Ana Esther Cecea, Por la humanidad y contra el liberalismo.
Lneas centrales del discurso zapatista. Seoane y Taddei (comps.),
op. cit., 136.
-
23
Pero para ello, debemos tener claro que la cultura, su riqueza
social, tiene que ver ahora ms con una realidad diversa y no
homognea. Las nuevas condiciones sociales y culturales estn
demostrando la inviabilidad de adjuntar la idea de homogeneizacin
al concepto de cultura.
Como lo ha sealado Anthony Wallace, las relaciones sociales no
dependen de una reproduccin de la uniformidad sino de la
organizacin de la diversidad por medio de la interaccin recproca.
La cultura no es una reserva compartida de contenido cultural.
Cualquier coherencia que exhiba es el resultado de procesos
sociales gracias a los cuales la gente se organiza en una accin
convergente o propia. Estos procesos de organizacin no pueden
entenderse como algo separado de las consideraciones de poder; tal
vez siempre las impliquen.33
As, el contenido primordial del concepto de cultura es la
diversidad o la heterogeneidad social prevaleciente hoy en da,
mientras que el reto social deber ser la posibilidad de lograr
administrar adecuadamente esa diversidad de forma positiva, esto
es, inclusiva y no jerarquizada.
Un mundo homogneo es sencillamente imposible porque va en contra
de la naturaleza de la cultura que es, precisamente, la diversidad
[...] El reconocimiento de la diversidad cultural ha probado que
llega a constituirse en un mecanismo para justificar la
diferenciacin social, la desigualdad [...] No se trata de reconocer
la diversidad cultural, sino de hacerlo en sentido positivo,
admitiendo el derecho a la diferencia, sin que ello constituya
argumento para justificar la desigualdad social.34
Como diversidades culturales, cada grupo social debe tener las
mismas posibilidades de manifestacin y reproduccin, importando no
por el nmero de personas que la componen sino por su presencia y su
aportacin cualitativa en la construccin social de una comunidad.
Los trminos de mayora y minora(s) resultan imprecisos y
peligrosamente antidemocrticos, especialmente hoy cuando
33 Eric R. Wolf. Figurar el poder: ideologas de dominacin y
crisis. Mxico: Centro de
Investigaciones y Estudios Superiores en Antropologa Social
(CIESAS), 2001, p. 94. 34
Andrs Fbregas, La diversidad cultural: una reflexin. Ponencia
presentada en el Congreso Internacional de Educacin y Diversidad
Cultural, Expo Texas Jalisco, organizado por la University of North
Texas y la Secretara de Educacin del Estado de Jalisco,
Guadalajara, Jalisco, 20-22 de junio, 2001), p. 8.
-
24
los cambios vertiginosos evidencian claramente que las
sociedades son mviles, dinmicas, cambiantes.
En el sentido fuerte del trmino, el dinamismo cultural e
individual descansa en la tensin de elementos heterogneos. Se trata
de una perspectiva que est adquiriendo cada vez mayor importancia a
medida que resurge una visin simbolista del mundo social.
Naturalmente, nos hallamos muy lejos de esa Unidad que, desde el
alba de la Modernidad, ha venido siendo el objetivo del
racionalismo occidental [...] As, al sueo de la Unidad est a punto
de sucederle una especie de unicidad: el ajuste de elementos
diversos.35
De esta forma, teniendo claro los fines del proyecto dominante a
escala mundial y los de aquellos proyectos que se estn construyendo
como alternativos (tambin a esa escala, pero desde los diferentes
frentes locales y regionales); entonces resulta destacable
recuperar aquellas visiones que se desmarcan del proyecto dominante
fincado en el progreso y la razn, anteponiendo a ello la necesidad
de definir las acciones individuales y colectivas desde la
sensibilidad, las emociones y los sentimientos. Dice Marcuse que en
una civilizacin humana genuina, la existencia humana sera juego
antes que esfuerzo y el hombre vivira en el despliegue, el fausto,
antes que en la necesidad.36 Por ello, y en contra de lo que
pudiera pensarse, la de hoy es una sociedad cada da ms afectivizada
que encuentra las motivaciones cotidianas en aquellos referentes
culturales que proporcionan gratas sensaciones, an cuando ello se
aleja de lo que racionalmente se ha considerado como lo
correcto.
[...] los adolescentes se drogan con una tenacidad digna de
mejores causas; las neorreligiones y las sectas crecen
indiscriminadamente, y junto con ellas la astrologa, quiromancia,
masajes, libros de superacin y ecologismo dogmtico; la gente se
mata entre s en el metro y a la salida de la iglesia, sin razn
alguna; las elecciones presidenciales de las democracias ejemplares
son un fenmeno de marketing, donde no se escoge al candidato con
mejor proyecto, sino con la sonrisa ms agradable; el nuevo fascismo
retoa por todas partes con facilidad primaveral; los nios realmente
inteligentes no estn en los colegios, sino en los videojuegos, la
diversin a toda costa o, en su defecto, la
35 Michel Maffesoli, El tiempo de las tribus. El declive del
individualismo en las sociedades de
masas. Icaria (Col. La mirada Transversal, 1), Barcelona, 1990,
pp. 184-185. 36
Marcuse, op. cit., p. 197.
-
25
violencia son la actividad urbana por excelencia; la moda, es
decir, el universo Benetton, la dimensin Levis, ha dejado de ser
apariencia para convertirse en personalidad profunda; el deporte,
la salud, la higiene, la accin Adidas son la nueva moral segn la
cual el mal radica en fumar, y se llega a las virtudes teologales
de hoy por medio de aerobics, el Slim Center y el agua embotellada.
El consumismo es la gran aventura humana [...] En todos esos
ejemplos hay algo en comn: una fuerte dosis de lo que se denomina
irracionalidad, una ausencia notoria de lgica, de posibilidad de
explicar sus razones y motivos. Todos ellos son, en rigor,
acontecimientos afectivos.37
Las diversas propuestas en este sentido por parte de mujeres,
jvenes, indgenas, homosexuales, refundamentan los principales
valores de convivencia desde esta afectividad colectiva segn
diferentes formas de entenderla, y de all se desprenden nuevas
maneras de relacionarse con el prjimo y con el medio social y
ambiental, es decir, con los otros inmediatos, con la sociedad en
general y con la naturaleza. La posibilidad de una sociedad
inclusiva se vislumbra mejor desde estos proyectos alternativos de
convivencia y comunicacin. Muchos de sus nuevos valores compartidos
ya no se encuadran en el marco de la razn, la esttica ha llegado a
tomar parte importante en ellos. En tales terrenos, parte de la
sociedad encuentra un medio propicio para ensayar nuevas formas de
ser y de relacionarse; pero las instituciones formales insisten en
marginarla. Algunos grupos poblacionales estn construyendo sus
proyectos sociales y culturales siguiendo sus sensaciones
colectivas y dirigindolas hacia donde el poder institucional carece
de recursos de vigilancia, control, marginacin y castigo. El ocio,
la toma clandestina de la ciudad, el consumo, la evasin y el
aislamiento, la esttica corporal, la informtica, la diversidad
sexual e, inclusive, el odio y la violencia, son todas cuestiones
que se mueven en el terreno de la afectividad. De ah la necesidad
de entender e interpretar esos proyectos, pero hacindolo dentro del
contexto histrico y social en el que estn inmersos y no
marginndolos. Y hacindolo tambin evidenciando los dispositivos
institucionales que para ellos se han diseado y que se convierten
en el verdadero obstculo para la posibilidad de una sociedad basada
en relaciones de inclusividad, y no en aquellas basadas en el
modelo toledano de convivencia social.
37 Pablo Fernndez Christlieb. La afectividad colectiva. Mxico:
Taurus, 2000, pp. 11-12.