Relaciones. Estudios de historia y sociedad ISSN: 0185-3929 [email protected]El Colegio de Michoacán, A.C México Vázquez León, Luis LA ANTROPOLOGÍA SOCIAL ANTE UN NUEVO MUNDO DESAFIANTE (A PROPÓSITO DEL RETORNO DE LOS MONSTRUOS) Relaciones. Estudios de historia y sociedad, vol. XXV, núm. 98, primavera, 2004, pp. 69-106 El Colegio de Michoacán, A.C Zamora, México Disponible en: http://www.redalyc.org/articulo.oa?id=13709804 Cómo citar el artículo Número completo Más información del artículo Página de la revista en redalyc.org Sistema de Información Científica Red de Revistas Científicas de América Latina, el Caribe, España y Portugal Proyecto académico sin fines de lucro, desarrollado bajo la iniciativa de acceso abierto
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gradezco a Mary Louise Pratt (2003) haber sacado a los m
ons-truos del desván de la globalidad, si bien tem
o que el chupacabras y el pishtako perte-nezcan a la zoología fantástica; aquí refiero algunos m
ás a su limitado catálogo posm
o-derno, todos m
onstruos humanizados de prosapia antigua y m
oderna: Leviatán, Golem
,Frankenstein, etcétera.
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mis com
entaristas más puntuales cuando concluía la tesis doctoral, m
o-tivo de la reedición citada. Su sola presencia m
e hizo recordar un oscuroprecedente de su propia trayectoria en la investigación, y del que no m
esiento com
pletamente ajeno com
o profesional, como luego m
ostraré.Resulta que estando yo interesado en leer su inform
e etnográfico sobreel Instituto de Investigaciones Biom
édicas de la UN
AM, m
e sorprendiósaber que no lo hubiera publicado. 5Este inform
e sigue inédito hasta lafecha por una sencilla razón: causó un enorm
e malestar en el seno de
la mism
a comunidad científica de la que tanto escribiría después, qui-
zás como desagravio. U
na comunidad por entonces dividida en faccio-
nes e intereses, pero cuyos miem
bros la imaginaban idealm
ente inte-grada y cooperativa. Siendo todo lo contrario, el potente cientifism
ocom
partido por todos sus miem
bros como valores ideológicos interiori-
zados los motivó a im
poner su propia representación contra cualquieraque dudara de sus intereses corporativos de conocim
iento.N
o sorprende por lo tanto que el informe haya sido desautorizado
como científicam
ente incorrecto, confluyendo de pronto tanto tirios co-m
o troyanos –que olvidaron brevemente sus enfrentam
ientos domésti-
cos para defenderse en grupo del “profesional extraño”–6, y consti-
tuyendo así todo un caso ejemplar dotado de las credenciales necesarias
para pasar a los anales de la historia de la antropología como una de las
primeras m
uestras de “empoderam
iento” de los grupos bajo estudio delos antropólogos sociales, un fenóm
eno que más tarde se generalizó
como característico de la era global de la identidad, en la que todo m
un-do lleva la susceptibilidad identitaria a flor de piel con tal de afirm
ar sudiferencia pública a la m
enor provocación disponible, pero que viendobien las cosas era algo que ya estaba planteado desde la m
al llamada
“crisis epistemológica” de la época postcolonial (años sesenta del siglo
XX), en la que se supone que la antropología social habría perdido sin re-
5Lomnitz (1972).
6El papel de “profesional extraño” lo debemos a A
gar (1980), para referirse al antro-pólogo com
o etnógrafo. Tal parece que esa “extrañeza” como fuente del conocim
ientoantropológico (un razonam
iento que Lévi-Strauss tornó en clave disciplinaria) hoy debeser abolida en aras de adoptar la “visión del nativo” y ninguna otra. Q
ué clase de cono-cim
iento y antropología resulte de ello es materia de m
i discusión.
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derles, recordando las potencias distintivas de la antropología”. Yagre-
gaba Wolf adelante: “En ese m
undo, debemos contender con nuevos
poderes y demandas, a saber, am
os cuyo uso de los antropólogos pocotiene que ver con las preocupaciones de la m
isma disciplina”. 1A
dhi-riéndom
e a sus ideas puedo decir por adelantado que es de poderes yde diferenciales de poder bajo los que trabaja la antropología social so-bre lo que trataré en este artículo. A
lgunos de esos poderes son de talm
agnitud que recuerdan a seres o entidades monstruosas, es el caso de
El Leviatán Arqueológico,con el que he lidiado en el pasado. Retom
o asi-m
ismo las preocupaciones éticas, com
etidos y transacciones que suelenacom
pañar al trabajo de campo bajo las condiciones de este nuevo m
un-do desafiante. Las nuevas situaciones sociales de estudio, ¿requierensistem
as universales de ética, fragmentos poliéticos m
anipulables, o có-digos éticos restringidos? La pregunta está en el aire, y ya que involucraa m
ucha más gente en su desvelam
iento, aquí solo apunto algunasideas para su discusión.
LA
PÉRDID
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ELA
INM
UN
IDA
DM
ETOD
OLÓ
GICA
Hará m
enos de ocho años, en ocasión de la reedición en inglés de laobra Becom
ing a Scientist in Mexico. The Challenge of Creating a Scientific
Comm
unity in an Underdevoloped Country, 2m
e preguntaba en una recen-sión si la antropología de la ciencia había llegado para quedarse. 3D
ebíaguardar todos estos años para responder con una afirm
ación un tantodubitativa, por decir lo m
enos. Se requirió, por cierto, de otra reedición,m
ía en este caso, pero igualmente distante en el tiem
po. 4Con todo, lacoincidencia no pudo ser ahora m
ás intrigante: durante el obligado ri-tual de presentación de ésta últim
a obra, pude distinguir entre el públi-co asistente a m
i colega y sobre todo mentora Larissa Lom
nitz, una de
1Wolf (1999, 131; tam
bién 2001, 78).2Con anterioridad Fortes y Lom
nitz (1994 y 1991) habían publicado en español losm
ismos resultados; la segunda edición incluyó una nueva introducción.
3Vázquez (1996).
4Vázquez (1996a y 2003).
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que hizo justo en una reunión profesional en que se celebraba, no ya laaparición de los-nuevos-sujetos-de-estudio-interesados, sino de hechosu ostensible presencia activa y expresiva. 10A
pesar de lo espectacularque resultó este rito de pasaje hacia un nueva antropología, los queapreciam
os el suceso vimos ya entonces con preocupación el im
percep-tible giro de una responsabilidad m
oral para con el Estado –implícita en
el ethosindigenista previo– hacia una responsabilidad solo para con losgrupos interesados, varios de cuyos voceros m
anifestaron sin reparosque la única antropología perm
isible era la que les resultaba útil a susintereses grupales. En consecuencia, el ansiado diálogo igualitario esta-blecido entre sujetos m
utuamente cognoscentes podía m
uy bien ser elpreám
bulo de una nueva sumisión del pensam
iento social antropológi-co. 11M
áxime cuando nunca se dijo que una década antes los propios an-
tropólogos sociales habían roto con el uso instrumental y altam
entepolitizado de la antropología com
o indigenismo, sin m
encionar al pen-sam
iento único que le era correlativo, y de que ya entonces estaban dis-puestos a reconsiderar sus relaciones sociales y éticas con los grupos in-dígenas o con cualquier otro m
otivo de su interés. Com
o historiador de la antropología no he encontrado un caso aná-logo a éste en que el conjunto de los m
iembros de una disciplina rom
pade m
anera tan rotunda con su “destino manifiesto” –recuérdese que la
antropología social surgió instrumentalm
ente en México para las tareas
de gobierno de las poblaciones indígenas–, aunque de todos modos a
nivel individual varios antropólogos y sobre todo etnólogos retornarona la actividad indigenista gubernam
ental y lo sigan haciendo hoy en díabajo el nuevo indianism
o gestivo que lo sustituyó. 12Como quiera que
explicativas más allá de nuestro conocim
iento real. Esta experiencia [su investigación enel IIB] m
e volvió más m
odesta como antropóloga” (N
olasco 1985, 216).10N
olasco (1985).11V
ázquez (1985).12El alcance del conflicto fue de tal profundidad que suscitó la idea perniciosa, no ya
de crisis, sino de “quiebra política de la antropología social en México”, com
o si romper
con el comprom
iso político unilateral de la antropología como profesión de Estado fuera
equivalente a una impostura o a una debacle (cfr. M
edina y García 1983 y 1986). H
uelgadecir que esta reacción colectiva singular fue una secuela lógica del m
ovimiento estu-
diantil de los años previos (1968-1971), y que suscitó un comprensible resentim
iento con-
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medio a su objeto-de-estudio-prim
itivo-aborigen-colonial, y por lo tan-to extraviado para siem
pre su sentido de ser. Por supuesto, ya entoncesera notorio que fueron sin excepción los críticos m
ás adversos de la em-
presa de conocimiento m
alinowskiana los que exageraron los alcances
de la supuesta crisis, hasta que los propios interesados la redujeron asus justas dim
ensiones, considerando que la mism
a palabra crisis era depor sí inadecuada para aprehender el cam
bio suscitado. 7
Como bien nos hizo notar a todos por igual el decano de la historia
de la antropología, George W
. Stocking, Jr., 8lo que en verdad se habíaextraviado era m
ás bien aquella trabazón, en parte práctica (metodoló-
gica) y en parte axiológica (intereses y valores), que se mantenía entre la
epistemología etnográfica y la m
oralidad implícita en ella, a saber, el va-
lor de uso instrumental de la inform
ación y de los informantes, am
para-da a su vez en determ
inadas situaciones de poder colonial (también de
jerarquías étnicas, de clase o intelectuales en otros casos de “colonialis-m
o interno”) que hacían factible la observación incondicional y para unsolo fin o sentido, el propio de la institución y com
unidad académicas.
Mas con la liquidación del poder colonial, con la apreciación de la cone-
xión entre conocimiento e interés, y por últim
o con el situacionismo
obligado del observador, su observación y el observado, fue que comen-
zaron a multiplicarse los registros de extensos problem
as profesionalesde acceso a la inform
ación etnográfica. O
tra vez, una de las primeras voces que en la antropología social
mexicana advirtieron sobre los crecientes problem
as de carácter ético,dialógico y de alteración de la relación social entre investigadores e in-vestigados provino de Larissa Lom
nitz, precisamente reflexionando a
propósito de su incómoda experiencia entre los “pares científicos”, 9cosa
7Cardoso (1996 y 1998) y Vázquez (1992); Llobera todavía en 1990 (1999) seguía ha-
blando de una “seria crisis de identidad”, si bien, al leerlo, uno aprecia que se refería aun dilatado proceso de cam
bio degradante, en vez de uno coyuntural, signado por sudisgusto hacia el posm
odernismo últim
o. Por ello, en su postscriptum, la palabra crisis
se había esfumado, no así la de identidad profesional, a la que reclam
a volver a integrarcom
o una reconstrucción de la antropología (Lobera 1999a ).8Stocking, Jr. (1982).9D
ecía Lomnitz: “G
eneralmente no trabajam
os grupos al mism
o nivel intelectualnuestro y sospecho que por ello, a m
enudo, podemos darnos el lujo de lanzar hipótesis
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del conocimiento com
prensivo, debió de mantener presente que un in-
terés de conocimiento em
ancipador necesariamente debería estar en ca-
pacidad de criticar a los conceptos vinculados a la tradición y trascen-derlos, cosa im
posible de plantear bajo la comprensión m
utua, limitada
a una relación diádica. Era por lo tanto una precondición de la moder-
nidad el que todo agente interesado estuviera no solo en posibilidad decriticar la tradición, sino decidir cuál continuar y cuál rechazar. 15Todoesto puede sonar m
uy filosófico porque en realidad así fue pensado,pero no es posible soslayar que en el plano de la vida cotidiana de hechoconstatam
os que las relaciones dialógicas, y más aún las de fusión de
horizontes comunicativos, necesariam
ente están atemperadas por los
intereses efectivamente tradicionales de los grupos sociales, no siem
predispuestos a establecer la com
prensión mutua, a pesar de la pretensión
de lo que los estudiosos inspirados en la teoría comunicativa digan cul-
tivar como un nuevo principio m
oral-metodológico para relacionar-
se con la gente. Yen ese sentido, abundan m
ás las pruebas de dificulta-des con los poderes ya estructurados que los en vía de constituirse. Lasrespuestas prácticas de los antropólogos difieren profundam
ente bajotales situaciones, lo que es de veras preocupante, pues abre cam
ino alpragm
atismo poliético generalizado. Pero m
e adelanto demasiado. Vea-
mos antes el por qué.
Empezaré por recordar el caso del poder desplegado por los m
iem-
bros de la Iglesia de la Luz del Mundo cuando ésta fue som
etida al es-crutinio desde fuera: no lo soportaron tam
poco. Yno se lim
itaron a po-nerlo en entredicho, sino que pasaron activam
ente a refutarlo desde sutradición, es decir, desde los conceptos internos de su com
unidad. Has-
ta aquí la comunicación, aunque ésta fuera discordante. H
oy, para quiense interese en conocer el caso, recom
iendo leer y estudiar ambos aborda-
jes, porque me queda m
uy claro que el estudio externo y el estudio inter-no no son equivalentes ni pretenden am
bos acceder a la mism
a verdadpor falsear. A
ntes al contrario, el enfoque interno se caracteriza por le-
15Haberm
as (1990,1993 y 1996); en otro lugar, advertirá que la sociología crítica sólopodía constituirse “en un sentido altam
ente dialéctico”, de conservación de su propiatradición crítica al m
ismo tiem
po que mantenía sus tareas críticas, lo que no deja de ser
una contradicción irresuelta (Haberm
as 1999).
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fuera, dentro o fuera de México, dentro o fuera del Estado, se puede ad-
vertir desde entonces que la antropología social ha estado viviendo enlas últim
as décadas bajo una crónica inmunodeficiencia m
etodológica yaxiológica, carente del poder de respaldo del Estado interventor enasuntos sociales. Excepto que éstas no han sido unas décadas de postra-ción enferm
iza –no se tome a la letra las m
etáforas habermasianas–, sino
de estructuración académica y aún postacadém
ica (en la que es visiblela conversión de los antropólogos académ
icos en expertos consultoresadaptados a las relaciones con los “sujetos de estudio” y con las agen-cias financieras com
o clientes, relación que confiere a sus estudios el ca-rácter de “inform
ación confidencial”, algo parecido al relativismo ético
extremo pero con tintes pecuniarios). Pero es precisam
ente ese cambio
adaptativo el que ahora nos obliga a tratar con tiento los asuntos de laética y la política im
plicados en las situaciones de estudio presentes, nopocas de las cuales se nos ofrecen com
o desafiantes. 13
DEL
EMPO
DERA
MIEN
TOA
LPO
DER
ESTRUCTU
RAL
¿Hubo de veras relaciones dialógicas entre sujetos o es que acaso sufri-
mos las consecuencias de enfrentarnos a un poder o poderes descarna-
dos? Barnard lo ha puesto en estos términos exactos: “U
na dimensión
adicional [de la situación presente] es que el antropólogo, sabiendo esto,debe reinterpretar sus acciones y conciencia en el m
ismo proceso de
comprom
iso con el otro”. 14El propio Haberm
as, quien antes había es-clarecido las posibilidades del interés com
unicativo en la constitución
tra la institucionalidad gubernamental entre m
aestros y estudiantes, los que luego en-causarían a su antropología social hacia los recintos académ
icos. Todavía existe hoy unabism
o entre la antropología académica y la antropología gubernam
ental como conse-
cuencia de aquella ruptura.13En V
ázquez (2002) me im
puse la tarea de preguntarme sobre el futuro de la antro-
pología social; ahí analizo la evolución reciente de la disciplina, pero enfatizo que se que-daron sin resolver los problem
as de nuestra relación con los grupos bajo estudio, la cues-tión política im
plicada y sobre todo la eticidad del comportam
iento de las partesinvolucradas bajo las nuevas situaciones de estudio.
14Barnard (2002, 184).
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nuevo papel intelectual, no pude dejar de pensar en que él podría ser elequivalente, dentro de la Luz del M
undo, de aquélla estirpe de “antro-pólogos indios” prohijados por la institución indigenista y que causarongran expectación la prim
era vez que aparecieron en público en 1984. 20
Hoy, uno de aquéllos jovencitos vociferantes contra la “lúgubre antro-
pología colonialista”21es un funcionario étnico de la O
NU
para Am
éricaLatina. Los antropólogos que lo tratam
os de cerca no sabemos bien a
bien si tomarlo com
o colega o de plano rendirle reverencias, dado queél m
ismo a ratos actúa en un papel u otro. Pero de algo estoy convenci-
do: de que él anuncia la aparición de una nueva aristocracia indígena,m
uy distinta de la condición de clase y estatus de los miles de jornaleros
indígenas que se desloman en los cam
pos de trabajo, enriqueciendo alos opulentos em
presarios agroindustriales de la hortofruticultura, yquienes sólo disponen de las endebles “arm
as de los débiles” –la ironía,la brom
a, el lenguaje vernáculo, las huelgas espontáneas– para sobrelle-var su vida m
iserable.¿D
e qué clase de antropólogos estamos hablando entonces? H
abría,dentro de la cada vez m
ás diluida especie general, una amplia variedad
de temperam
entos, estilos y ocupaciones particulares. Pero si remon-
tamos la idiosincrasia individual de cada uno probablem
ente descu-bram
os a varios tipos ideales. El más difundido de ellos es el que se
aproxima al cinism
o del antropólogo-como-m
ontañés, retratado en elepígrafe de Bierce, esto es, el predispuesto a llevar el relativism
o moral
hasta sus últimas consecuencias, sin agravio para nadie, pero tam
biénm
uy útil para su propia conveniencia. Bajo las nuevas situaciones depoder existentes este relativism
o radical puede ser en extremo conve-
niente para sortear la pérdida de inmunidad m
etodológica, convirtién-dola entonces en un com
promiso com
unal con las tradiciones activas,interesadas y exigentes. Se trata, por lo dem
ás, de un antropólogo orgá-
20Nolasco (1985).
21La noción de “ciencia lúgubre” fue acuñada por la reacción romántica y proescla-
vista inglesa contra los economistas clásicos de inicios del siglo XIX; en 1948, dos antropó-
logos culturales americanos revivieron el descalificativo, aplicándolo a la antropología
social inglesa de la época, por cierto también m
al vista por el poder colonial de su propioim
perio (Harris 1978, 447; Rodríguez 2001; K
uper 1987, 1996 y 1999).
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gitimarse según sus propios valores y por defender su creencia m
ás ínti-m
a, concepción que reside más allá de la razón y del escepticism
o y con-cluye en un resistente dogm
a de fe, esto es, en un pensamiento incues-
tionable, expresión más obvia cuando de creencias religiosas se trata. 16
Considérese a continuación que la Iglesia de la Luz del Mundo no es
cualquier “secta evangélica”, como lo fue allá en sus ya lejanos inicios.
Se trata de una Iglesia harto institucionalizada, de alcance continental,con m
iles de creyentes esparcidos por toda Am
érica17y, por ende, dueña
de un poder considerable a estas alturas, al punto de que en el occiden-te de M
éxico es capaz de disputarle espacios, símbolos y fieles a la Igle-
sia católica apostólica y romana, lo que no es poco decir, ya que habla-
mos de un clero católico diocesano dom
inante sobre una antigua zonade agitación cristera, con un catolicism
o militante aún persistente, y de
que inclusive retiene canonjías hasta en el Vaticano (la canonización desus santos cristeros sería la expresión sim
bólica más epidérm
ica de supoder). En todo caso, lo que aquí im
porta señalar es que los miem
brosde la Iglesia com
petidora judaico-evangélico-pentecostal rechazaron alprofesional extraño m
ediante sus propios intelectuales orgánicos. Estareacción activa de los sujetos contrasta con la discreta m
olestia con quela conservadora diócesis zam
orana soportó el ojo escrutador de otra an-tropóloga que indagó los efectos conflictivos de su pastoral social enuna com
unidad indígena. 18Uno de los sacerdotes zam
oranos involu-crados en tal experiencia m
e comentaba que algún día escribiría una
réplica pertinente, cosa que todavía no ha hecho. Este sacerdote poseeun grado de sociología y no se siente en absoluto cohibido ante el su-puesto conocim
iento superior de los antropólogos, como creía Lom
nitzhace años. 19
Yno es en absoluto anecdótico decir a continuación que no ha falta-
do algún antropólogo (un amigo m
ío por cierto) que se ha convertidoen predicador de la Iglesia en Veracruz. Cuando lo volví a ver en su
16Cfr. De la Torre (1995 y s.d.); G
arcía (1995) y López (1995).17Ello incluye a la única A
mérica, la de Estados U
nidos, cuya comunidad religiosa
se expresa en su revista La Luz del Mundo, U
SA.
18Rivera (1998).19V
éase nota 10 supra.
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no vaciló en atajarme para afirm
ar: “Es que todos los antropólogos[¿hom
bres?] le tienen envidia a Marcos. Todos quisieran ser M
arcos”. Sureclam
o puede valer para los antropólogos que han optado por ser losguardianes de alguna tradición indígena particular, pero carece de valorpara quienes pensam
os que la antropología posee perspectivas críticasy escépticas que trascienden la tradición y m
ás bien persiguen explicar-la. Sería com
o decir, usando la mism
a lógica bipolar, que todas las an-tropólogas fem
inistas quieren ser Tania, Frida, Ramona o un coctel em
-blem
ático de todas las madonnasdisponibles. En realidad, se trata aquí
del viejo emblem
a del antropólogo-como-héroe de Susan Sontag, ya
purgado de todo influjo levistraussiano-machista-alfa, para m
utarlo fi-losofalm
ente en la antropóloga-como-heroína del nuevo m
otivo román-
tico en boga. Adm
ito, sin embargo, que gracias a este proceder el antro-
pólogo-como-m
ontañés ha conseguido dejar de ser extraño y verseentonces posibilitado de cruzar el lím
ite sin ningún dilema m
oral de porm
edio. Ysobre todo sin ningún rechazo de adm
isión.O
tros tipos visibles, pero cada vez más fuera de lugar en el m
undoglobal de las identidades, com
o el tipo de antropólogo-como-extraño
(sea éste asequible en su versión débil como un intelectual aristotélico
o, mejor, a lo M
aquiavelo, esto es, como el consejero-del-príncipe, o sea
como un profesional gubernam
ental; o como el intelectual socrático en
su versión fuerte, quiero decir, dispuesto a ir contra su propio grupo, osea seguir siendo racional-crítico-explicativo), aparenta ser un tipo difi-cultoso de desem
peñar bajo las relaciones de poder estructural pues sucarencia de inm
unidad metodológica deviene en condiciones de desem
-peño cada vez m
ás restrictivas. 26Ello se percibe con especial limpidez en
la antropología de la desigualdad, entre cuyos estudiosos se ha im-
26El caso más llam
ativo de este tipo, por lo contradictorio y aleccionador que resul-ta, es el de Colin Turnbull a partir del agudo contraste establecido entre The Forest People(1962 [1987]) y The M
ountain People(1973 [1987]). G
rinker (2000), en su biografía, hadeslizado la idea de que sus visiones contrastantes se relacionan a su orientación hom
o-sexual, pero asim
ismo con el deseo de Turnbull de adherirse a la gente que estudiaba,
que en el caso de los iks de Uganda se convirtió en una abierta antipatía, que no es sino
el problema que produce el usar a la em
patía como recurso m
etodológico a pesar de serun extraño profesional.
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nico a la tradición –lo que en el contexto de la kulturkampfnativa ya se
reconoce como un “guardián de la tradición”–, 22y cuyos valores aparen-
tan ser los mism
os de la comunidad que los acoge y utiliza. A
ntes losllam
ábamos los antropólogos-que-se-hacen-nativos, que siem
pre sem
ostraban como casos excepcionales, incluso com
o ejemplos paradig-
máticos de-lo-que-no-se-debería-hacer. 23M
as la ruptura de la unidadm
oral y epistémica original perm
itió a continuación el surgimiento ci-
nematográfico del antropólogo-que-danza-con-lobos, rom
ánticamente
integrado a la cultura ajena. 24En México, la pauta la brindó otro extraor-
dinario icono mediático, el del extraño enm
ascarado que vino a acaudi-llar una rebelión indígena, y que se hace indígena él m
ismo en el proce-
so de empoderam
iento étnico. 25G
racias a su notable actuación, lasfronteras étnicas de estos grupos se han hecho lo suficientem
ente per-m
eables como para conseguir que cualquier extraño, aún siendo extran-
jero, se endoculture y transforme (lo cual es coincidente con la asunción
del criterio de “autoadscripción indígena” de los últimos térm
inos cen-sales en todo un precepto de la política indianista vigente) en indígenapor propia decisión, pero a condición de que asum
a los valores y creen-cias m
ás caros a su tradición. “Todos som
os indios”, y, luego, “Todos somos M
arcos” nos dice laretórica em
pática más socorrida por esta lógica de la inserción a toda
costa. Pienso aquí en una discusión sostenida en Mérida con m
is cole-gas yucatecos (la suya es, por cierto, una sociedad urbana donde lom
aya se ha absorbido de modo ostensible en m
uchos órdenes de la vidacotidiana gracias a la intensa m
igración nativa), cuando una antropólo-ga fem
inista, por definición partidaria del líder guerrillero mediático,
22Clifford (2004, 15).23En su ensayo sobre la sensibilidad rom
ántica de los años veintes, Stocking (1989)descubre ya tal “dualism
o de la tradición antropológica”, que pudiera no ser muy distin-
to al romanticism
o posmoderno actual.
24No es un sarcasm
o. Clarissa Pinkola ha escrito un best-sellertitulado Wom
en Who
Run with the W
olves(2003 [1995]).25Castells (1999, 95-106), en su análisis de los m
ovimientos sociales contra el orden
global, llamó al EZLN
“la primera guerrilla inform
acional” para destacar su estrategia co-m
unicativa; no obstante, apreciaba como una “afortunada puesta en escena” la parafer-
nalia usada por el subcomandante M
arcos.
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análisis de clase están conspicuamente ausentes en buena parte de la li-
teratura antropológica actual, los análisis del poder estructural, las ideo-logías y la cultura con propósitos de dom
inación y crisis se renuevansólo para los intereses com
prensivo-explicativos del antropólogo-como-
extraño. 30En tanto alguien recuerda al antropólogo-como-m
ontañés elvalor de nuestro propio pensam
iento social clásico en vez de su apela-ción a la tradición ajena, le es m
ás provechoso evitarse los problemas de
la inmunodeficiencia, y m
agnificar los alcances reales del empodera-
miento. N
o es una casualidad que los pares mexicanos de la antropolo-
gía de la desigualdad prefieran presentarse como antropólogos econó-
micos en vez de políticos. ¿Encuentran refugio quizás en la “ciencia
lúgubre”? Como quiera que sea es claro que su extrañam
iento no ocurrefrente a los em
presarios agroindustriales y a sus interesados mercados
laborales, sino ante cualquier intento de crítica social de parte de susotros colegas m
ás interesados en la sobrevivencia de los miserables. Re-
cuerdo, al respecto, la negativa de un grupo de estudiosos de jornalerosagrícolas cuando en un congreso en H
ermosillo se habló de un pronun-
ciamiento académ
ico en torno al empeoram
iento de sus condiciones devida. En vez de hacerlo, adujeron que un acto m
oral así complicaría sus
relaciones, no con los jornaleros, sino más bien con sus patronos y con
las fundaciones financieras, interesados todos ellos en “estabilizar elm
ercado laboral” mediante la “certificación social” de los bondadosos
agronegocios –certificación en la que participan los antropólogos como
peritos–, 31buscando una contratación regularizada de trabajadores mi-
gratorios. Nada que ver ya con los derechos sociales, la m
orbilidad deltrabajo social o con el sufrim
iento social, sino con la convenienciadel m
ercado, y ligada a ella, la actuación sin responsabilidad alguna delantropólogo-com
o-montañés. Y
es que, en efecto, pronunciamientos
morales equivalentes pueden atraer reacciones inesperadas de parte del
poder estructural del imperio. Por ejem
plo, un pronunciamiento sim
ilar
30Cfr. Wolf (2001, 2001a y 1999); para una revisión de los últim
os aportes de Wolf,
remito a Ferry (2003) y M
arcus (2003).31El peritaje, lo m
ismo que la consultoría de los académ
icos expertos, es un campo
fundado en la idea de poliética donde el relativismo alcanza cim
as nunca sospechadaspor Boas; véase al respecto Escalante (2002).
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puesto el abordaje etnográfico de la pobreza, el trabajo barato y precarioy las reform
as o verdaderas liquidaciones de las políticas sociales reñi-das con el liberalism
o económico dom
inante. 27Ya que hablamos de un
campo de estudio form
ado por millones de seres hum
anos desprovistosde la m
ás mínim
a dosis de poder, estos antropólogos y antropólogas–no deseo pecar de ser políticam
ente incorrecto a este respecto– no ce-san de advertir la centralidad del género, la edad, la raza y la clase socialen sus explicaciones y com
prensiones, pero al mism
o tiempo este pro-
ceder los indispone con aquella poderosa ideología económica que sos-
tiene procurar “empoderar a los pobres”, cuando en realidad les abroga
derechos básicos de su ciudadanía social en aras de la competitividad
de los negocios y el adelgazamiento del Estado de bienestar. Solo enton-
ces vemos aparecer desem
bozados a los primeros poderes m
onstruo-sos. 28O
curre pues que el endeble empoderam
iento de los grupos sinpoder parece naufragar cuando éste ha de cruzar por las turbulentasaguas del escollo y torbellino de Escila y Caribdis, porque a pesar de suslim
itados actos de resistencia, los sujetos permanecen pobres, oprim
i-dos y explotados. 29¿Cóm
o se estructura el poder en la vida de los hu-m
anos inermes o es que nos hem
os de contentar con festejar las acota-das agencias de su azarosa vida?
Estoy preparado con reservas para admitir a continuación que la de-
finición estandarizada o weberiana de poder ceda un tanto su lugar a la
microfísica foucaultiana o relacional del poder, sustento del pretendido
empoderam
iento. O que precisem
os inclusive de visiones multidim
en-sionales del poder (digam
os el presente bajo el consenso, la pasividad,la aquiescencia y la alienación). Pero es sospechoso que así com
o los
27Handler (2000), G
reenhalgh (2001), Munger (2002), Ehrenreich (2003) y M
orgen yM
askovsky (2003).28Fue H
obbes en 1651 el primero en utilizar una m
etáfora monstruosa para los fines
analíticos del pensamiento político. D
esde entonces, todos identificamos al Leviatán
cananita con el Estado. Luego, otros estudiosos recurren a metáforas m
onstruosas parareferirse a expresiones m
ás específicas del poder, digamos el del cientifism
o como G
olem(Collins y Pinch 1993) o el de los dictadores com
o aprendices de Frankenstein bajo “el úl-tim
o imperio”, en palabras de G
ore Vidal, y que Ignatieff sólo llama los “m
onstruos pro-pios” (M
oore 2004; Vidal 2002; Ignatieff 2004).29H
andler (2002).
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polvarse terminologías en desuso com
o la de “antropología comprom
e-tida” y la m
ás ligera de “antropología colaborativa”. 35En sintonía coneste m
ismo acom
odo creciente, los arqueólogos americanos deben ha-
blar ahora de los pueblos nativos como “socios en la exploración del pa-
sado” o usar palabras más expresivas com
o concertar con ellos “nego-ciaciones arqueológicas”. 36El m
otivo de fondo es el mism
o, excepto quela renuncia a la “libertad científica” arroja un costo elevado del todom
enospreciado por esta ética de fines últimos. Por ello, al exam
inar laconexión de la antropología cultural con la constitución del patrim
onionativo en el sur de A
laska, James Clifford ha de iniciar su descripción
declarando lo siguiente: 37
Se han ido los días en que los antropólogos culturales podían presentar, sincontradicción, “el punto de vista de los nativos”, cuando los arqueólogos yantropólogos físicos excavaban vestigios tribales sin perm
iso, cuando loslingüistas recolectaban datos sobre las lenguas indígenas sin sentir presiónde regresar los resultados de m
anera accesible. Los estudiosos extrañosahora se encuentran ellos m
ismos im
pedidos de acceder a los sitios de in-vestigación, encontrándose con una nueva sospecha pública. D
esde luego,“el antropólogo” –am
plia y en ocasiones estereotípicamente definido– se ha
convertido en un alter egonegativo en el discurso indígena contemporáneo,
invocado como el epítom
e de arrogante, de autoridad colonial intrusa.
Para esta negociación obligada del conocimiento la nueva m
oneda decam
bio es, ni más ni m
enos, que el empoderam
iento étnico alutiiq, peroque bien podríam
os generalizar a cualquier forma de em
poderamiento
grupal. Pero ocurre que por su propia definición el empoderam
iento im-
plica que éste ha ser leve, insustancial y, muy repetidam
ente, rayar en labanalidad. Pongam
os por caso el uso simbólico de las cam
ionetas delujo por parte de m
ujeres pudientes, que se ha convertido en todo un
ma al antropólogo-com
o-consejero-del-príncipe a la figura del antropólogo-como- m
on-tañés, lo que les perm
ite actuar sin problemas de ingreso.
35Lamphere (2003) y Clifford (2004).
36Derry y M
alloy (2003); y Clifford (2004).37Clifford (2004, 5).
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provocó un poco velado interrogatorio a propósito del grado de “ameri-
canismo” asim
ilado entre un grupo de antropólogos por parte de unafuncionaria de la em
bajada norteamericana, m
ucho antes de que el 11-Sofreciera las m
ejores excusas para la cancelación de libertades democrá-
ticas dentro y fuera de Estados Unidos. 32H
oy, la cosa es más sencilla
porque todos los mexicanos som
os potenciales sospechosos de terroris-m
o. Yes irónico que la nueva coerción involucre a m
illones de mexica-
nos ilegales, incluidos a los jornaleros agrícolas, que la derecha conserva-dora am
ericana llamaba desde antes com
o “los ejércitos de la noche”. 33
De m
odo entonces que sumarse a la lucha cultural (la vieja kultur-
kampfde Virchow
y Bismarck) no podía ser sino el recurso m
ás indica-do para que el antropólogo-com
o-montañés despliegue sus artes de
comprom
iso, aunque éstas varíen en grados de inserción y a veces ha-ciendo aflorar intereses de conocim
iento no contradictorios. Digam
os,lo que en ciertos m
edios oficiales del indianismo gestivo se conoce
como los “estudios para las culturas indígenas”, base de erección de las
políticas de gestión pública de la etnicidad. 34Con tal fin vemos desem
-
32Me refiero al caso Philip True, un periodista norteam
ericano muerto por dos indí-
genas huicholes. En esa ocasión, el ejército ejerció funciones reservadas al poder judicial,al buscar y detener en la sierra a los presuntos culpables, cosa que los antropólogos de-nunciaron com
o un procedimiento ilegal. U
na semana después del pronunciam
iento pú-blico, una funcionaria de la em
bajada (recién llegada de la oficina comercial am
ericanaen La H
abana) vino a CIESASa interrogarnos sobre las relaciones que cada uno de noso-
tros manteníam
os con los académicos estadounidenses, so pretexto de facilitarnos la visa
de entrada al paraíso vecino. Hay que reconocer que el suyo fue un argum
ento sutil (unazanahoria sim
bólica) para someternos a escrutinio anticom
unista.33Buchanan (2002, 134); m
ientras escribía lo anterior, el ideólogo conservador del“choque de las civilizaciones”, Sam
uel P. Huntington (2004), hizo público un ensayo y un
libro donde escoge también a la m
igración mexicana com
o el nuevo enemigo de la re-
pública imperial, “en ausencia de una gran guerra o recesión”. A
ntes de que ello ocurra,los estrategas m
ilitares han seleccionado a Cuba como el siguiente escenario bélico. D
epaso, suscribo la crítica de Lorenzo M
eyer de que Huntington ha colocado a M
éxico“com
o una especie de Al Q
aeda cultural” (“México se rebela contra H
untington”, El País,11/4/2004, 24).
34En este contexto, los mism
os “estudios etnológicos especiales” persiguen instru-m
entar diagnósticos para apuntalar los procesos de “reconstrucción de los pueblos indí-genas”, elim
inando en apariencia su proceder vertical desde el poder estatal. Ello aproxi-
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rras indias), 40y la propia política cultural sobredeterminada por los po-
deres financieros globales, con intereses nada folklóricos sobre los re-cursos económ
icos étnicos.
PATRIM
ON
IALISM
OY
POD
ERPATRIM
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En su mom
ento Wolf introdujo cuatro m
odos en que el poder se enlaza-ba con las relaciones sociales. El prim
ero de ellos: es la potencia inheren-te a un individuo; el segundo es la capacidad que surge de las interac-ciones y transacciones personales, m
ucho más ajustado a la postura
weberiana. U
n tercera modalidad es el poder organizativo: controla los
contextos en que los individuos exhiben o miden sus capacidades. Por
último, él propone un poder estructural que no sólo opera sobre perso-
nas, interacciones y contextos, sino que en realidad les da dirección yorganiza. 41A
diferencia de las interpretaciones marxistas previas, de lu-
ces más pobres que la suya, W
olf examina de ese m
odo las relacionesentre la econom
ía, la organización política y sobre todo las ideas impli-
cadas (ideologías y cultura instrumentados). Pero habría en su análisis
un ingrediente peculiar que reclama nuestra atención inm
ediata. Su-pongo que fuera de los arios aztecas (neonazis m
exicanos que, entreotras cosas, se han hecho etnólogos y arqueólogos tam
bién) a nadie en-tusiasm
ó en México que W
olf relacionara, así fuera de manera abstrac-
ta y comparativa, a la sociedad azteca y a la sociedad nazi. 42Por lo que
dice en otro lugar, creo que su fuente de inspiración comparativa fue en
realidad la obra del antropólogo funcionalista Wilhelm
Mühlm
ann,quien estableció el paralelo entre los cultos de carga de los M
ares de Sury el nacionalsocialism
o. 43Am
bas comparaciones pueden parecer extra-
40Canby (1998), en su manual de ley indígena, em
pieza por definir quién es indiocon base al blood quantum
; véase también H
all y Nagel (2000) y V
ázquez (2003a).41W
olf 2001ª, 20).42En V
ázquez (2003, 247) apunto que Bertand Russell fue más enfático en establecer
una conexión, que en Wolf se m
uestra solo como ideologías de dom
inio en sí mism
as.Políticam
ente, sin embargo, las elites poderosas sí han establecido conexiones históricas
por medio del dom
inio cultural patrimonial, com
o analizo adelante.43W
olf (1999, 130).
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símbolo del poder fem
enino, pero que, sin dejar de ser un emblem
a, esuna práctica posesiva que perm
ite a tales mujeres com
eter infinitas tro-pelías a sabiendas de una acción social reprobable. ¿Puro em
podera-m
iento o poder posesivo de clase? Asunto de variables térm
inos cultu-rales, dirá el am
oral antropólogo-como-m
ontañés, pero entonces yo nosabría cóm
o llamar al asesinato m
asivo de cientos mujeres que, despro-
vistas de tan glamoroso “em
poderamiento”, se las reduce a penosos
huesos en el desierto de Ciudad Juárez, incapacitadas por la fuerza más
cruel (en el sentido más m
arxista del término, o sea, com
o monopolio de
la violencia) tan solo para señalar a sus poderosos verdugos. 38
Con todo, habría que convenir en que el empoderam
iento es el me-
jor lenguaje disponible para relevarnos del deber de pensar en que es-tam
os ante una pequeña muestra de la banalidad cotidiana con que
vivimos a diario la desigualdad social. Es decir, banalidad en el sentido
en que Hannah A
rendt aplicó el término a A
dolf Eichmann: un fiel ins-
trumento del m
ayor poder totalitario conocido y sin embargo un perso-
naje del todo insensible a la realidad y sumido en la m
ás apabullanteirreflexión. 39Com
o digresión esta referencia no es desestimable. En el
caso abordado por Clifford es obvio que se busca articular (“antropolo-gía de alianza” dice en algún m
omento) el interés de ciertos grupos de
antropólogos americanos y el interés de ciertos grupos de nativos del
sur de Alaska, para fincar am
bos su interesada reconstitución étnica, suinvención y resguardo de la tradición. Pero si todo fuera cuestión pla-near sus m
useos, preservar su patrimonio cultural, revitalizar sus len-
guas, practicar excavaciones asociadas para instrumentar su etnogénesis,
enseñar danzas y todo aquello que tanto gratifica al antropólogo-como-
montañés, la idea de em
poderamiento sería harto pertinente. Cesa de
serlo cuando dejamos de centrarnos en los personajes m
ás interesadosen la kulturkam
pf. Entonces empiezan a distinguirse a los em
presariosnativos (el poder bajo el em
poderamiento étnico), la política de la pure-
za de sangre aplicada por los poderes coercitivos centrales (la poblaciónindia am
ericana es la única minoría todavía som
etida a esta exigenciaracista, una dolorosa herencia de su derrota m
ilitar en las cruentas gue-
38González (2002).
39Arendt (1999).
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ve a conectar a la sociedad azteca, pero ahora directamente con sus he-
rederos actuales, los detentadores del patrimonio cultural nacional, con
su práctica y con su lenguaje. 49Desde luego, el análisis de Elizabeth E.
Ferry al que hago referencia específica, posee mayores alcances que
estos. Ella persigue descubrir a la genealogía del poder estructural enM
éxico. Al hacerlo, encuentra a ciertas propiedades y a ciertos objetos
conocidos aquí como patrim
onio –los recursos minerales, las tierras co-
munales y ejidales y por últim
o los vestigios del pasado– que configu-ran y sobre todo legitim
an al poder estructural en México, el poder del
Estado para mayores referencias. M
ás aún, de cara al triunfo panista delaño 2000, su análisis es tam
bién un modo de apreciar qué tan exitoso ha
sido el reto del nuevo régimen conservador al poder patrim
onial here-dado, inquiriéndose si el poder se sigue expresando en térm
inos de do-m
inio sobre dicho patrimonio. Ya que una parte de su análisis se ocupa
del patrimonio cultural, y de que Ferry, al respecto, se restringe tan solo
a apuntar el posible reto que significaría su privatización, 50me siento en
plena libertad de añadir por mi parte que la respuesta a tal reto es banal,
pues se le sigue asumiendo com
o natural. Como m
ostré con mi propio
análisis, la administración estatal del patrim
onio cultural es una de delas burocracias m
ás refractarias a la modernización dem
ocrática y, porlo tanto, uno de los segm
entos gubernamentales de m
ayor continuidaden el m
onopolio del poder sustentado en el uso y control patrimoniales.
No hay que esforzarse m
ucho para apercibirse cómo éste se m
antieneincólum
e por medio de la práctica de exponer culturalm
ente a México,
porque la rutina histórica de cocinar las “ferias universales” no termina
en 1930, 51sino que se reproduce asociada al poder ejecutivo presidenciala todo lo largo del “régim
en de la Revolución”, y se prolonga intocadahasta el presente, a través de exposiciones m
useográficas enviadas detiem
po en tiempo al extranjero. Es claro, pienso, que se ha prescindido
de la ideología nacionalista de origen en la constitución de dicho patri-m
onio, disociación que sin embargo no ha alterado que se le m
anejecom
o un patrimonio privado de los poderosos, fenóm
eno que he carac-
49Ferry (2003).50Ferry (2003, 36-41).51Cfr.Tenorio-Trillo (1996) y V
ázquez (2003, 95-144).
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vagantes para quien desconozca que la metodología de la antropología
social, más allá de su prim
er nivel observacional (etnográfico), es asi-m
ismo analítica, com
parativa, integrativa, sistémica y crítica. 44Valga
decir, adicionalmente, que una reciente antropología del nazism
o ha re-conocido que, antes que W
olf, Malinow
ski, en una poco exaltada mili-
tancia antinazi, caracterizó al régimen hitleriano com
o “la combinación
de un misticism
o crudo con una maquinaria de fuerza suprem
amente
efectiva”. 45No m
e extiendo más sobre la cuestión, pero será suficiente
decir que al establecer Wolf tan sorprendentes com
paraciones él persi-gue estim
ular el interés de conocimiento crítico sobre aspectos ignora-
dos, si no es que oscuros de la cultura, tales como sus m
alestares, sustensiones y aún sus contradicciones internas, 46m
ismas que los culture-
buildersom
iten con tal de hacer más visible la kulturkam
pf,la última
moda de los intelectuales orgánicos de la identidad y con la que hacen
soportables los verdaderos fines de la globalidad económica. 47D
espuésde todo, la globalización “no es un concepto serio. Lo inventam
os noso-tros los norteam
ericanos para disfrazar nuestro programa de interven-
ción económica en otros países”: palabras de un econom
ista americano,
John Kenneth G
albraith. 48
En otro plano analítico se observa que la teorización emprendida
por Wolf en torno a las m
anifestaciones del poder estructural ha induci-do a nuevas búsquedas. U
na de ellas, de manera explícita esta vez, vuel-
44Wolf (1999, 132-133).
45Citado por Stone (2003, 207).46El m
ismo W
olf fue uno de los estudiosos que más énfasis puso en replantear para
nuestro horizonte histórico el concepto de cultura, como algo inseparable de la política.
Para un examen m
ás comprensivo de cóm
o vemos los antropólogos sociales a la cultura,
conviene remitirse a K
uper (2001).47Los historiadores culturales han m
ostrado que los nation-buildersdel siglo XIXobra-
ron de modo análogo con fines políticos. Com
o ha dicho Rebecca Earle (2004, 18): “Losim
perios precortesianos de los aztecas y de los incas pudieron mantener la herencia de
los estados criollos, desplegada en museos nacionales y discutida en textos escolares. Es-
tos indios antiguos podían entonces calificar como ciudadanos honorarios, pero su vigor,
lejos de elevar el estatus de los indígenas contemporáneos, m
ás bien asistieron la forma-
ción de una elite nacionalista basada en la exclusión de la población indígena”.48Citado por Pratt (2003, 19).
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diferencias, encontramos sim
ilitudes en ciertos papeles asignados a losrespectivos “guardianes de la tradición” y a los “guardianes del pasa-do”. G
uardando la proporción debida, en ambos casos tales papeles han
sido asignados a los antropólogos culturales (en su acepción americana,
aún visible en la estructuración de la Am
erican Anthropological A
sso-ciation, y que envuelve a la investigación arqueológica, biológica, etno-lógica y lingüística) y, en nuestro caso, a los arqueólogos, arquitectos yadm
inistradores. 53Hablam
os, en efecto, de un conjunto de intelectualesorgánicos, lo m
ismo que unos se deban al em
poderamiento étnico y
otros al poder patrimonial. Y
desde esta mirilla vam
os discerniendocóm
o los arreglos institucionales respectivos se sobreponen a la mane-
ra como se practica la antropología, y al m
odo como divergen los intere-
ses de conocimiento y los valores im
plícitos en su ethos. Apartir de esta
mezcla dura de conocim
iento, axiología y condicionamiento político, lo
que he planteado en mi estudio es la eclosión de un dilem
a ético entre
medios para viajar a Londres o a W
ashington. Al respecto, las estadísticas de la transpa-
rencia pública resultan pobres, y a veces de plano engañosas. El INEG
I, al respecto, ha deconstruir sus estadísticas por m
edios indirectos, cuya fuente única es el propio INA
H, yque por alguna razón no concuerdan: en internet para el año de 2001 el IN
EGIda cuenta
de 152 zonas arqueológicas “en actividad”, pero en su publicación aparece con 173 en elm
ismo año, y aún se asienta que son “179 zonas consideradas en la estadística” (IN
EGI
2003 y 2002, 89 y 102, cuadro 3.5). Luego, en el medio de la adm
inistración patrimonial
se dice que los sitios, antes estimados con núm
eros de seis cifras, se reducen ahora a pocom
ás de 30 mil. Este últim
o fenómeno, de uso y abuso de las estadísticas, es característi-
co del actual “gobierno del cambio”, ya que se sabe de conteos oficiales sesgados para
medir la pobreza, el desem
pleo, el crecimiento económ
ico, la población indígena, el gastosocial, la educación pública, etcétera.
53Con su herencia museística previa, el IN
AH
involucra precisamente a los m
ismos
campos de estudio (arqueología, antropología física, etnología y lingüística; la antropo-
logía social, aunque existe de hecho, suele asociarse a la etnología y a veces se les con-funde). Por razones de norm
atividad legal, el discurso patrimonial da cuerpo a todos
esos campos y a sus practicantes, articulando entonces el “patrim
onio tangible” (bienesy propiedades culturales) y el “patrim
onio intangible” (expresiones culturales vivas co-m
o las lenguas, las costumbres y las artes, pero ya cosificadas m
useográficamente com
o“tesoros hum
anos vivos”, muy distintas de la categoría O
bra Maestra O
ral e Inmaterial
del Patrimonio de la H
umanidad de la U
NESCO). En consecuencia la ideología patrim
o-nial de dom
inio es ampliam
ente compartida por todos, y no se restringe a los “guardia-
nes del pasado” más orgánicos al poder patrim
onial.
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terizado por su nombre sociológico clásico (w
eberiano) de patrimonia-
lismo: un dom
inio público (los bienes culturales nacionales) sujeto a losintereses y práctica privadas de los “guardianes del pasado”. V
éase asíla m
ás reciente exposición de nuestra herencia antigua. Una vez m
ás sereitera hasta el cansancio la rutina subyacente: en esta últim
a repeticiónvem
os a las señoras Bush y Fox, asistidas comedidam
ente por la joint-venturede Televisa e IN
AH, volverse a solazar ante la grandeza arqueo-
lógica del pasado, tal como lo hicieron los reyes de la dinastía borbóni-
ca y no pocos aristócratas ilustrados más, cuando con discreto encanto
apropiador se solazaban a la vista de sus preciosas colecciones privadasde antigüedades. Sin lugar a dudas, constituyó un triunfo de la m
oder-nidad nacionalista que ese patrim
onio fuera incorporado a los bienespúblicos. Pero tam
bién fue una insuficiencia de la modernidad dem
o-crática el que esa nacionalización adm
itiera usos patrimonialistas su-
brepticios en su forma de adm
inistrarlos.Q
ueda claro además que entre la constitución del patrim
onio cultu-ral nativo alutiiq y la constitución del patrim
onio cultural nacional me-
xicano hay más puntos de separación que de contacto. D
e su compara-
ción podemos distinguir diferencias m
uy obvias entre la construccióncom
unitaria étnica y la construcción comunitaria nacional basados en el
ejercicio ya sea del pequeño poder como del gran poder. O
tra diferenciasignificativa es la m
agnitud de bienes controlados por uno y otro. Aun-
que sea una obviedad decirlo, no hay punto de comparación entre la
erección de un autónomo m
useo alutiiq y “nuestra” constelación de 478m
useos, 118 monum
entos históricos, así como un núm
ero variable dezonas arqueológicas concebidas com
o museos al aire libre, y que entre
1996-1998 alcanzaron la cifra de 220. 52Pero asimism
o, en medio de las
52IN
EGI(2002, 102). La talla m
onstruosa del Leviatán Arqueológico es infinitam
entem
ayor a estas cifras. La administración patrim
onial estatal ha buscado secretamente res-
tarle tamaño para aparentar un m
enor control ante una ciudadanía crecientemente par-
ticipativa. En mi análisis m
e referí solamente a las propias estim
aciones oficiales, fluc-tuantes entre 90 m
il y 8 millones de sitios arqueológicos, pero en realidad el control
patrimonial es descom
unal, pues habría que incluir en él a todos los bienes muebles, con-
centrados por ley en los resguardos del INA
H. De estos acervos –de acceso “restringido”
a la ciudadanía– salen de tiempo en tiem
po los bienes culturales para las exposicionesinternacionales, escenarios solo a través de los cuales podem
os conocerlos, si tenemos los
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explica por qué se ha puesto tanto interés en construir una antropologíacom
prometida capaz de cam
biar la imagen pública negativa, la búsque-
da de audiencias favorables y la necesidad de influir sobre la adminis-
tración pública americana. 57Es decir, casi todas acciones ligadas a la
reputación, que no es otra cosa que el restablecimiento de una identidad
cuestionada.Pero una de esas acciones colectivas tiene que ver con el asunto del
poder patrimonial de que estam
os abordando. Los arqueólogos y etnó-logos am
ericanos están muy orgullosos de su colaboración en la pro-
mulgación de la Ley de Protección de Tum
bas y Repatriación a los Am
e-ricanos N
ativos (Native A
merican G
raves Protection and RepatriationA
ct, NA
GPRA). Por lo com
ún se citan sus bondades en la devolución delpatrim
onio cultural arqueológico y etnológico a los grupos tribales su-pervivientes. 58Lo inusual –y donde asom
a la cola del poder estructuraldel im
perio– es que siendo una ley propia del complejo sistem
a legalam
ericano, ésta haya sobreseído sin dificultad a la jurisdicción de la LeyFederal sobre M
onumentos A
rqueológicos, Artísticos e H
istóricos ( LFMA)
del sistema legal m
exicano, sin habernos avisado antes que nuestra so-beranía jurídico-política había sido abrogada por el uso del poder legalde la república im
perial, hecho que ocurre justo en un mom
ento expan-sivo en que W
ashington rechaza todo comprom
iso multilateral con el
derecho internacional. Es obvio que el poderoso Leviatán Arqueológico
es menos poderoso que el Leviatán Im
perial, porque los “guardianesdel pasado” ni chistaron siquiera cuando debieron devolver los bienes
bre el buen salvaje, el primitivism
o puro, y más recientem
ente sobre los pueblos indíge-nas contam
inados por la industrialización, el colonialismo o la degradación ecológica.
Adem
ás, con juicios valorativos inexistentes en su mom
ento histórico, los antropólogosposm
odernos han pretendido construir un cuarto tipo, lo que podríamos denom
inar losescándalos históricos post hoc, ergo proper hoc, caso del lenguaje racista de M
alinowski o
de las credenciales coloniales de Evans-Pritchard, a causa de lo cual se infiere que todala antropología social sería una falsedad (G
eertz 1989). En nuestro medio no ha faltado
quien imitándolos, ha convertido a G
amio en un poderoso m
achista incorregible. De ahí
a la acusación de envidia masculina por la enorm
e pipa del subcomandante M
arcos nohay m
ás que un paso que dar.57Lam
phere (2003).58V
ázquez (2003, 134, nota 112).
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el conocimiento de interés institucional y el conocim
iento de interés ex-plicativo, lo que Clifford pone entre com
illas como una prescindible
“libertad científica”. Así, lo que podría pasar por ser un grato com
pro-m
iso con el empoderam
iento étnico, se transforma aquí en un privilegio
para los “guardianes del pasado”, amparados bajo el poder patrim
o-nial, privilegio que sin em
bargo los encierra dentro de los límites de su
propio control patrimonial, las dos caras del m
ismo y poderoso Levia-
tán. 54Qué tanto sea este un genuino dilem
a ético desde el “punto de vis-ta nativo”, es una cuestión que indagarem
os adelante.O
tra conexión digna de considerar es lo que se ha dado en llamar
“los escándalos antropológicos”. 55Lejos de poderlos caracterizar como
una serie de crisis intestinas, estos procesos de discusión axiológica ex-hiben públicam
ente fallas reveladoras en la identidad asumida por los
antropólogos culturales, en especial una expresión cultural típicamente
americana denom
inada reputación. En efecto, en el último escándalo
conocido, el provocado por la publicación del libro de Patrick Tierney,D
arkness in El Dorado. H
ow scientists and journalists devasted the A
mazon
(libro considerado como una denuncia de la investigación antropológi-
ca llevada a cabo entre los yanomam
i de Venezuela), lo que ha inquie-tado al resto de sus colegas es el prejuicio generalizado de caníbales (“laantropología –dijo un editorial del N
ew York Tim
es– entra en una era decanibalism
o”), entre otros estereotipos negativos aplicados a todos porigual. La ansiedad colectiva desatada por esta acusación obligó a que lam
isma A
AA
tomara cartas en el asunto, pero la asociación ha sido en ex-
tremo cuidadosa cuando ha entrado en juego el asunto de la reputación,
de la sospecha pública, y las expectativas culturales mayores de su so-
ciedad, en vez de la condición de los yanomam
i en sí mism
os. 56Ello
54Vázquez (2003, 94).
55Spencer (1997) y Lamphere (2003).
56Spencer (1997) ha sintetizado en tres tipos los escándalos antropológicos, a saber:1)la integridad del trabajo de cam
po individual, al revelarse discrepancias entre unaetnografía m
odélica y su estudio subsecuente (caso, por ejemplo, de M
argaret Mead y el
reestudio de Derek Freem
an); 2) las cambiantes im
plicaciones éticas del trabajo antropo-lógico general (digam
os, los pensamientos negativos de Colin Turnbull sobre los iks y su
propuesta de dispersarlos); 3) la interacción de ese trabajo y las expectativas mayores so-
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Air Force. 62Q
ue errores de apreciación semejantes los com
etan los ar-queólogos franceses involucrados en el caso puede ser com
prensible.Q
ue se aplique la NA
GPRA
sobre la LFMA
es otra cosa muy distinta. Con
todo, la administración patrim
onial guardó un sospechoso silencio so-bre el conflicto, que de todos m
odos puso en entredicho los privilegiosde los “guardianes del pasado”, entre los que la sola m
ención de una ar-queología participativa representa un anatem
a. Pero no quedan ahí lascosas. El caso Q
uitovac tiene otras aristas, que involucran también a los
antropólogos-como-m
ontañeses. ¿Es dable suponer que la reconstruc-ción de los pueblos indígenas deba hacerse a toda costa, a pesar de lasadvertencias de los historiadores respecto a que desde 1820 la políticanorteam
ericana utiliza a los indios de las reservaciones como avanzadas
expansionistas?63Este es el problem
a que plantean otros grupos étnicostransnacionales (pensem
os en la Kickapoo Traditional Tribe of Texas en
relación a la comunidad kikapú de El N
acimiento, Coahuila, pensada
como una reserva de jornaleros, rituales y peyote) 64y cabe la pregunta
de si en lo futuro no será también el caso del Frente Indígena O
axaque-ño Binacional y otras “com
unidades transnacionales” compuestas por
indígenas migrantes pero con lealtades encontradas entre un ethos fun-
dado en el “sistema de usos y costum
bres” en su autonomía com
unal deorigen y otro fundado en la ciudadanía am
ericana de la sociedad capita-lista receptora, tensión que excluye a la orientación nacional. 65Los chi-
62Rodríguez-Loubet y Silva (1990:3-4).63G
arcía Cantú (1974: 168) ya había señalado la estrategia imperial de “crear desier-
tos para después apropiárselos”. Para ello, el uso de indios como cipayos de los coloni-
zadores; lo mism
o, sostengo, que la policía nativa de la TON. H
untington (2004), utilizan-do sim
ilar argumento al de la “com
unidad étnica” pápago, y concibe a la frontera como
una “especie de línea de puntos” que se está desdibujando. Aduce entonces que la m
i-gración m
exicana está “reconquistando” el sur de Estados Unidos, cuando la experien-
cia histórica indica lo contrario, que la difuminación de la frontera es siem
pre un pretex-to para la expansión territorial hacia el sur, jam
ás hacia el norte. La “mexicanización” ha
sido en verdad “americanización” y no hay indicios de que deje de serlo en el futuro, no
obstante la mentada “transnacionalización” cultural.
64Mager (2003).
65El Frente Binacional Michoacano, bastante m
enos localista de adscripción que losoaxaqueños, ha dem
ostrado ser un semillero de políticos y em
presarios de ascendencia
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culturales –los restos de unas tumbas– a un grupo étnico de Sonora,
pero gobernado desde Arizona. 59
Apartir de las fuentes disponibles en ese m
omento creí equivocada-
mente que el caso Q
uitovac formaba parte de un m
ismo patrón de en-
frentamiento entre los grupos indígenas y el patrim
onialismo. 60Es cier-
to que tal enfrentamiento de la arqueología nacional y una tradición
étnica viva ha contribuido a repensar los límites de la LFM
A, ante éste yotros grupos indígenas, 61pero es asom
broso que los mism
os arqueólo-gos involucrados confundieran al territorio com
unal mexicano con una
reservación india (acaso porque anualmente la TO
Nviene a Q
uitovac acelebrar un ritual religioso), pero m
ás extraño aún es que no vierannada inusitado en que su excavación fuera visitada por los jefes indiosam
ericanos transportados en un helicóptero de la temible U
nited States
59Aunque lim
itado en alcances políticos, el reporte etnológico de Neyra A
lvarado(2002) sobre las relaciones de los pápago m
exicanos y los tohono o’odham norteam
erica-nos, deja ver que la m
anía de agruparlos bajo la mism
a constitución étnica resulta inade-cuada y hasta peligrosa, ya que la TO
N(Tohono o’odam
Nation) busca extender su dom
i-nio sobre los territorios com
unales de Sonora, imponiendo su concepción étnica desde
Arizona. A
su vez, un reporte periodístico (Ramos 2004) m
uestra que la TON
no tienendificultades para auxiliar en la persecución de los m
exicanos ilegales que cruzan el de-sierto por su reservación, m
ediante una policía nativa sobre la que ya pesan acusacioneslegales de violación de los derechos hum
anos. Según el reportaje, los indian trackersse di-vierten perforando a tiros los depósitos de agua puestos por una O
NG
humanitaria en las
rutas del desierto. Los TON
no están solos, pues ya se anuncia que la ruta del desierto serásellada por com
pleto, de seguro por medios m
ilitares.60V
ázquez (2003, 134 y nota 111); la mism
a fuente –un etnólogo, funcionario de justi-cia del desaparecido IN
I– publicó luego un trabajo (Rajsbaum 2001) donde repite la m
is-m
a versión, dando por sentado que la TON
estaba en todo su derecho de repatriar losbienes arqueológicos extraídos en una excavación en Q
uitovac (Sonora) a partir del sem-
piterno supuesto de la unidad étnica antigua, sin mencionar nunca a la A
NG
PRA.61Para los m
ayos, véase a Mendiola (2003); Piña Chán (1994) ya advertía tam
bién quela arqueología nacional debería hacerse participativa, esto es, “m
editar acerca de las zo-nas arqueológicas que son patrim
onio de la nación, pero también reliquias de las etnias
actuales”, por lo que debería tomar com
o mínim
o su opinión para desempeñarse en una
“nación plenamente dem
ocrática y soberana futura”. Por desgracia para esa arqueología,tal futuro arriba a diario a nuestras costas. La dem
ocracia no es cosa del futuro sino delpresente activo.
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escuchamos en CIESA
Sla idea de códigos así, pero siempre en relación a
los conflictos internos que surgen entre las jerarquías internas de los me-
gaproyectos, donde lo importante parece ser la protección de los com
-prom
isos institucionales con las fuentes de financiamiento externos,
ergo, con los clientes de la antropología postacadémica. 67Por su parte, el
Colegio de Etnólogos y Antropólogos Sociales, cuyos dirigentes suelen
ser antropólogos con funciones gubernamentales –con lo que estoy im
-plicando que se deben m
ás a sus intereses que a los del conjunto de laprofesión–, se ha concretado a distribuir el código de ética del antropó-logo, ¡perteneciente a la A
sociación Brasileña de Antropología! N
o esque ese código sea m
alo en sí, todo lo contrario (de hecho, no tendríainconveniente en suscribirlo), pero ocurre que M
éxico no es Brasil. Aquí
lo que impera es la idiosincrasia con que cada uno resuelve sus proble-
mas de relación cognoscitiva, luego no ha faltado quien diga que un có-
digo de conducta común com
plicará las cosas en vez de resolverlas. Sim
al no recuerdo, fue un argumento externado por una antropóloga con-
sultora a cargo de un megaproyecto. Q
ue equivale a decir que cadaquién m
ata a sus piojos como puede, un laissez faire, laissez passer antro-
pológico.D
e ello no se sigue que no hayan valores y comprom
isos. Pero essintom
ático que por lo general se asuman los propios de los grupos es-
tudiados, de los clientes en turno o de los poderes actuantes. Es el an-tropólogo-com
o-montañés, puesto en palabras realistas. Bajo tales pre-
ceptos, el ethos correspondiente se asemeja dem
asiado, lo mism
o setrate del consultor-especialista-perito con sus clientes, del funcionariocon sus jefes y fines políticos, del constructor de identidades con su gru-po em
poderado, del gestor no gubernamental con sus fundaciones y así
por el estilo. Evidentemente, frente a ellos, el antropólogo-com
o-extrañoes una especie hum
anista en extinción. Hasta m
e ha tocado asistir a reu-niones de la inteligentsia étnica purépecha en que el antropólogo-com
o-m
ontañés usa el término hum
anismo com
o una arma arrojadiza contra
quienes todavía la postulan como el valor m
ás inclusivo disponiblefrente a toda exclusión. La causa de este doloroso espectáculo del antro-pólogo com
o lobo del antropólogo es lo que ha dicho Bauman en rela-
67Vázquez (2002).
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canos de segunda generación en general han demostrado esta reorien-
tación plenamente, por lo que no han vacilado al m
omento de ingresar
a la policía de inmigración para perseguir a los m
exicanos ilegales. ¿Co-m
unidad étnica, comunidad nacional? En lo absoluto, no existe nada
parecido. Eso pertenece a los sueños de los académicos y a nadie m
ás.Su elección es clara cuando se les presenta la oportunidad de conseguirla ciudadanía am
ericana, aunque retengan las reminiscencias culturales
de sus padres. Otro ejem
plo, de alcances todavía desconocidos, es queen la últim
a guerra de intervención en Irak –que se está convirtiendo enuna sangrienta guerra popular contra el invasor–, se ha intercam
biadociudadanía am
ericana por servicio militar, a fin de engrosar a sus ejérci-
tos cipayos. Dada la censura m
ilitar existente, apenas sabemos de su
existencia cuando regresan los cuerpos en bolsas de plástico y sus fami-
liares mexicanos hacen efectiva la prom
esa de ciudadanización, perosiem
pre condicionada al sacrificio por la patria de adopción.
CO
NSTRU
CTIVISM
OÉTICO
VS
CÓD
IGO
SÉTICO
SA
NTRO
POLÓ
GICO
S
Según voceros de la comisión académ
ica de la AA
Aque exam
inó el casoTierney, prevalece entre sus m
iembros la confianza de que su código
deontológico está en plena capacidad de responder a los nuevos desa-fíos que tiene por su parte la antropología cultural. Sin em
bargo, en unadiscusión reciente se vino a proponer estrategias pragm
áticas para eltrabajo de cam
po, en las que los códigos éticos convencionales se adap-ten de algún m
odo a la negociación de intercambio de conocim
ientosentre el etnógrafo y sus inform
antes, en vista de las situaciones de vio-lencia y terrorism
o prevalecientes. 66Sin ser del todo nuestro caso, pode-m
os imaginar entonces el pragm
atismo salvaje que im
pera en México
donde hasta la fecha ninguna asociación profesional de antropólogosdispone del m
ás mínim
o control ético sobre sus miem
bros. No hay, por
lo tanto, ningún código ético, ni siquiera como esbozo. Eventualm
ente
michoacana pero del todo am
ericanizados, como dejó claro el IV
Foro Binacional delM
igrante Michoacano reunido a m
ediados de abril de 2004 en Las Vegas.66K
ovats-Bernat (2002).
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PEMEX. 71Es ser, en sum
a, un extraño, un arqueólogo-como-extraño. Con-
vengo pues en que este es el punto de vista de los nativos, me guste o
no. Pero ya que nunca entró en mi interés de conocim
iento representaro adherirm
e a dicho punto de vista, sino comprenderlo y a continuación
explicarlo, la crónica inmunodeficiencia m
etodológica se hizo del todopresente. D
ebí en consecuencia dejar de ser un intelectual orgánico a latradición patrim
onial e incluso indisponerme con ella. Y
lo que pudo serun sano conflicto de interpretaciones se convirtió en un choque pírricocon el poder patrim
onial. Por ello apunte antes que no me siento extra-
ño al rechazo sufrido por Larissa Lomnitz en su etnografía del IIB. Com
-portarse según el tipo del antropólogo-com
o-extraño tiene su precio. Yhay que pagarlo. A
simism
o, asumí que m
i deber no estaba para con losnativos. Finalm
ente ellos y yo somos parte de la m
isma sociedad, aun-
que afiliados a distintos grupos y a distintas orientaciones profesiona-les, sin m
encionar siquiera el respaldo del poder estructural patrimonial.
Más bien sostengo que ese deber estaba y está con m
is conciudadanos ycon la consecución de una sociedad abierta. El uso del patrim
onio cul-tural es un asunto público que nos com
pete a todos como un derecho
ciudadano más, y es tanto m
ás importante com
o para seguirlo dejandoen m
anos de los privilegiados “guardianes del pasado”.Por fortuna la sensibilidad de la ciudadanía en cuanto a la adm
inis-tración del patrim
onio cultural ha cambiado profundam
ente. No se tra-
ta de agitar el fantasma de la privatización de ese patrim
onio. Más bien
que la sociedad se está liberando de la ideología nacionalista que legiti-m
aba a su monopolio irrestricto. Tam
poco se trata meram
ente de sus-tituir una ideología por otra. La invasión m
asiva que año con año efec-túan los new
-agersaztequistas en las zonas arqueológicas “abiertas al
público”, más allá de sus afiliaciones religiosas particulares, anuncian
nuevos modos de tratam
iento del patrimonio cultural. Esta orientación
religiosa no es banalidad, contra lo que pueda pensarse. Hasta no hace
mucho, todos los tem
plos católicos que habían sido nacionalizados enlas guerras liberales del siglo XIX
cesaron de repente ser una “Propiedad
71La comparación fue académ
ica en su origen, pero recientemente he conocido per-
sonajes de esas características, caso de una ingeniera petrolera...que hace traducciones detextos técnicos.
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ción a las consecuencias excluyentes, aunque no siempre buscadas, del
multiculturalism
o: la mism
a idea de humanidad, al ser fragm
entada enidentidades particulares, no solo carece de poder, sino que ya solo sefunda en la dedicación de sus m
ilitantes. 68
Ya que no existen normas ni sanciones en absoluto, los com
promisos
se diluyen en los intereses realmente existentes. Es la antropología entre
poderes de que hablaba Wolf. Libres de toda responsabilidad explicati-
va, ya no nos sentimos en la necesidad de acom
eterla, a pesar de que suverdad siem
pre será temporal y siem
pre estará dispuesta a la falseabili-dad popperiana. Por supuesto, uno de los resultados m
ás detestables deese com
portamiento cínico es la guerra hobbesiana de todos contra to-
dos, el leviatanismo generalizado ya com
o modo de ser. Por eso declaré
muy claro que los antropólogos nos parecem
os a los arqueólogos, más
allá de nuestras respectivas tradiciones científicas. 69Es sólo que ellos senos adelantaron en asum
irlo como un ethos rutinario. Y
sin ningún ras-tro de culpabilidad m
oral. Tal como lo advirtió algún pragm
ático, la me-
jor manera de sortear un dilem
a ético (sin ser ésta, desde luego, su reso-lución óptim
a) es evitarlo, es hacer como si no existiera. D
e ahí la norma
implícita de la evitación entre arqueólogos. El sum
mun bonun
pertenecenada m
ás al individuo y a sus acciones egotistas personales. Que sea
moral o no su com
portamiento resulta irrelevante en este contexto estre-
cho. Lo inmoral sería transgredir el código tácito de conducta grupal.
El examen de la elección ética entre los arqueólogos m
e convenció,a pesar m
ío, de que se prefería el acomodo a los arreglos institucionales,
dado que éstos son constitutivos del poder patrimonial. Y
de que ac-tuando en correspondencia con ellos, libre de la “tiranía de la elec-ción”, 70es factible conseguir retribuciones pecuniarias o políticas nadadesestim
ables. Lo opuesto a ello, hacer de la arqueología una cienciaem
ancipada del poder, significa una pérdida difícil de sobrellevar, porcuanto conlleva ser excluido tanto de la com
unidad de iguales en com-
petencia, como de la propia institución que m
onopoliza el pasado. Escom
o ser, dije comparando, un ingeniero petrolero pero m
arginado de
68Bauman (2003).
69Vázquez (2003, 349).
70Schwartz (2004).
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1
desgracia pone en entredicho el derecho del antropólogo al ejercicio ple-no de la investigación, libre de cualquier tipo de censura, elección deltem
a, metodología y objeto de la investigación, com
o establece el pri-m
er artículo del código ético de la ABA. D
esde luego, asumo que tenem
osya la obligación de tratar con el otro, respetar sus respectivos interesesy darle acceso a los resultados de la investigación. Pero lo negociaciónim
plicada debe considerar también el insoslayable asunto del poder que
viene a ensombrecer el m
undo ideal de los códigos éticos permisibles.
Adem
ás, sobre todo ello está esa compleja y difícil m
ezcla de humanis-
mo y cientificidad en la que se ha forjado la antropología sociocultural, 74
la cual obliga a no olvidarnos de nuestros propios cometidos com
pren-sivos y explicativos, aunque resulten en una disciplina am
bigua. Talcom
o lo ha establecido Salvador Giner, a propósito del relativism
o dePeter W
inch, seguiremos navegando entre peligros m
onstruosos: “Entrela Escila del relativism
o y el Caribdis del fundamentalism
o se ha queri-do zozobrar el universalism
o crítico y dialógico sobre el que podría talvez reconstruirse la m
oral universal que hoy necesitamos”. 75
Am
i juicio entonces, el valor del humanism
o y de la figura del an-tropólogo-com
o-extraño sigue siendo un deber consistente. Apesar de
los monstruos que haya que encarar para continuar su com
etido eman-
cipador. Apesar de nosotros m
ismos com
o los peores enemigos de
nuestra propia disciplina.
REFEREN
CIAS
AREN
DT, H
annah, Eichmann en Jerusalén. U
n estudio sobre la banalidad del mal, Bar-
celona, Editorial Lumen, 1999.
AG
AR, M
ichael H., The Professional Stranger. A
n Informal Introduction to Ethnogra-
phy, Nueva York, A
cademic Press, 1980.
ALVA
RAD
OSO
LÍS, Neyra, “Los pápagos (tohono o’odham
) entre dos naciones: unestudio com
parativo sobre sus transformaciones culturales en el m
arco de
74Me adhiero radicalm
ente a la sentencia de Wolf (1964, 88) de que la nuestra es “la
más científica de las hum
anidades, la más hum
anista de las ciencias”.75G
iner (1994, 26).
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0
de la Nación” para ser traspasadas a las respectivas asociaciones reli-
giosas. Que yo sepa, nadie esgrim
ió la acusación de privatización. Perosu uso cam
bió y asimism
o el poder que las controlaba. Pueden serentonces asociaciones étnicas las que asum
an el control de las zonas ar-queológicas. O
algunas otras que ni siquiera imaginam
os. 72Pero mi ar-
gumento cívico va m
ás allá que eso. Un ejem
plo digno de destacar es larespuesta ciudadana a la privatización subrepticia de los bienes cultu-rales del m
useo López Portillo en Guadalajara. A
quí hablamos de bie-
nes muebles, no de bienes inm
uebles como las zonas arqueológicas. D
etodos m
odos, la ciudadanía se opuso a los malos m
anejos de sus apode-rados adm
inistradores, demando su restitución al m
useo y la designa-ción de una adm
inistración honesta y transparente del mism
o. En esoestoy pensando com
o deber ciudadano y como deber del antropólogo-
como-extraño.
En otro orden de ideas, más próxim
as a la antropología, se ha dichoque los grandes sistem
as universales de ética están condenados al olvi-do bajo el peso creciente de una pluralidad de éticas, la poliética ni m
ásni m
enos. 73En otras palabras, el campo de acción preferido por el m
on-tañés de Bierce. El relativism
o antropológico, llevado a sus últimas con-
secuencias, apuesta entonces por un constructivismo ético que no niega
los hechos morales, pero prim
ero los hace depender del particularismo
de las creencias morales, devolviéndonos al relativism
o moral. Si hay en
una tradición ciertos hechos morales y en la contigua hechos m
oralesdivergentes, todo lo que tenem
os que hacer es suspender los propios yescalar las respectivas m
ontañas. Ser el antropólogo-como-m
ontañés.La carencia general de códigos deontológicos en la antropología m
exi-cana es un poderoso acicate para esta transform
ación pragmática. Por
72Tal es el caso, discutible sin duda, de las empresas turísticas que utilizan a la ar-
queología como un atractivo m
ás de sus negocios, fenómeno m
uy acusado en la RivieraM
aya, que han hecho de esa cultura nativa un extenso museo (Castañeda 1996). En el oc-
cidente de México se está dando un fenóm
eno análogo con la cultura huichola por partedel consorcio turístico Regina. Este no sólo ha abierto galerías de arte llam
adas Huichol
Collection Shops, sino que organiza viajes turísticos a comunidades vistas com
o “theliving past” o “the secret w
orld of the Huichol Indians”. N
ótese su similitud con el con-
cepto de “patrimonio intangible” y los “tesoros hum