Liberalismo internacional y exilio en Europa, 1814-1834
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SEMINARIO DE HISTORIA
Dpto. de Hª social y del Pensamiento Político, UNED
Dpto. de Hª del Pensamiento y de los Movs. Sociales y Políticos,
Universidad Complutense de Madrid
Fundación José Ortega y Gasset
Curso 2011-2012
Documento de trabajo 2012/4
LIBERALISMO INTERNACIONAL Y EXILIO EN EUROPA,
1814-1834
JUAN LUIS SIMAL
Universidad Autónoma de Madrid
SESIÓN: JUEVES, 19 DE ABRIL, 19 H.
Lugar: Biblioteca
Instituto Universitario José Ortega y Gasset
c/ Fortuny 53, 28010 Madrid
Contacto: seminariodehistoria@gmail.com
2
Liberalismo internacional y exilio en Europa, 1814-1834
Juan Luis Simal
El poeta liberal español Manuel Quintana –en la obra en que reunió las cartas sobre el
Trienio constitucional que había escrito a Lord Holland, una de las personalidades
europeas más interesadas y comprometidas con la España del primer tercio del siglo
XIX— escribió: “la causa del rey de España está enlazada con la de los demás reyes de
Europa, y la de nuestros liberales con la de todos los liberales del mundo”1. Para
Quintana, así como para su interlocutor y los referidos “liberales del mundo”, esta
afirmación no suponía una exageración. El empleo de retórica de este tipo reforzó la
convicción que muchos de ellos compartían de que una lucha universal entre revolución
y contrarrevolución definía la política del mundo en el que vivían, y no solo la de sus
países respectivos. En realidad, esta rígida dicotomía no reflejaba la variedad de
posiciones que existían en el interior tanto del bando liberal como del tradicionalista –
sin ir más lejos, Holland consideraba la constitución española demasiado radical— pero
la dinámica política del momento –marcada por la violencia y por visiones conspirativas
de los acontecimientos y de la historia— hacía que este tipo de discursos se impusieran
en la opinión pública internacional, y que tuvieran importantes consecuencias en la
definición de las identidades políticas. La oposición a la contrarrevolución movilizó a
las fuerzas e intereses revolucionarios y reformistas europeos, que veían en los avances
liberales o retrocesos reaccionarios de sus propios países una expresión de un
enfrentamiento similar a nivel europeo, que una vez en el exilio experimentarían en sus
propias carnes.
Lo que me interesa resaltar en este artículo es el lugar central que el exilio tuvo
en la formación y extensión del liberalismo europeo. El argumento podría resumirse así:
la diáspora de unos exiliados que comenzaron a pensarse a sí mismos como liberales
tuvo una incidencia central en la creación y expansión del liberalismo y de una
identidad europea asociada a él (además de en el desarrollo de las respectivas
identidades nacionales). El exilio favoreció la profundización de los contactos
ideológicos, el impulso a las transferencias políticas y culturales y la invención
definitiva de una causa común internacionalista liberal. El artículo comienza con una
exposición de la evolución política del continente y de la generalización del exilio entre
1 Cartas a lord Holland sobre los sucesos políticos de España en la segunda época constitucional,
Madrid, Rivadeneyra, 1853, p. 300.
3
1814 y 1834, mostrando la interrelación existente entre los diferentes espacios
geográficos. A continuación se examina la extensión de una identidad europea liberal
asociada al fenómeno del exilio.
1. Exilio y liberalismo: fenómenos europeos
Desde el inicio del ciclo revolucionario que comenzó en Francia en 1789, Europa se
plagó de exiliados políticos de todo signo y condición2. Desde labradores analfabetos
hasta reyes, emperadores y papas, pasando por militares, abogados, comerciantes,
nobles, propietarios, o científicos, todos transitaron por la experiencia del exilio. En la
Europa posrevolucionaria de la Restauración, a partir de 1814, a pesar de haberse puesto
fin a décadas de convulsiones políticas originadas por el estallido de la Revolución
Francesa y alcanzado una paz estable tras varias guerras de dimensiones globales,
continuó sin embargo existiendo un intenso conflicto político3.
La vuelta de los príncipes absolutistas tras la derrota de Napoleón, la
recuperación de las potencias reaccionarias europeas, la creación de la Santa Alianza, la
formación del sistema europeo de Congresos y la represión con la que respondieron a la
pervivencia de sectores revolucionarios o únicamente descontentos, provocó que
muchos individuos comprometidos políticamente se vieran obligados a abandonar sus
países de origen para buscar refugio en aquellos lugares en los que las circunstancias se
adecuaban a sus ideales, o en los que, simplemente, podían cobijarse. De esta forma,
una generación de liberales se vio obligada a exiliarse prácticamente en toda Europa, ya
que a lo largo del continente se desarrollaron políticas contrarrevolucionarias represivas.
Así ocurrió en la Francia borbónica, en la Península itálica intervenida por Austria, en
los territorios de lengua alemana tutelados por Austria y Prusia, en la Polonia de la
2 El término “exiliado político” es complejo de delimitar. Andreas Fahrmeir ha ofrecido una definición
útil: “political refugees are people who commit acts or subscribe to opinions which are considered
criminal in their own country, but held to be legal (or even laudable) in the country which considers them
refugees”; A. FAHRMEIR, “British exceptionalism in perspective: Political Asylum in Continental
Europe”, en S. Freitag (ed.), Exiles from European revolutions. Refugees in Mid-Victorian England,
Berghahn Books, 2003, Nueva York-Oxford, p. 33. Esta definición tiene la virtud de referirse no sólo a
las causas del exilio en el país de origen, sino de subrayar que el exilio es un hecho que resuena también
en el país receptor, que con su contexto político particular y las expectativas de su sociedad respecto a los
refugiados que recibe, condiciona y modifica la actitud y los proyectos de futuro de estos. En esta línea
que resalta el dinamismo del encuentro, es también necesario tener en cuenta que, como recuerda Sylvie
Aprile, “entrer en exil, ce n’est pas seulement franchir une frontière, c’est entrer aussi dans de nouvelles
communautés d’hommes et de femmes, se confronter aux «autres» habitants et autorités des pays
d’accueil, c’est enfin se créer une mémoire, un imaginaire, des rites et une morale”; APRILE, Le siècle
des exilés. Bannis et proscrits de 1789 à la Commune, París, CNRS, 2010, p. 12. 3 M. LYONS, Post-revolutionary Europe, 1815-1856, Basingstoke, Palgrave Macmillian, 2006.
4
partición entre Rusia, Austria y Prusia, en el Portugal de la guerra civil entre miguelistas
y liberales, o en la España de Fernando VII. Otros países, como Gran Bretaña y Bélgica,
no produjeron exiliados internos, pero se convirtieron en algunos de los principales
destinos para los emigrados continentales, lo que tuvo significativas repercusiones en su
política interna. La diáspora afectó prácticamente a todos los países europeos, ya fuera
como receptores o emisores de emigrados. El exilio europeo adquirió, además,
dimensiones globales, y llegó a otros ámbitos geográficos, como el norte de África, el
imperio otomano o los Estados americanos.
Tras la caída del imperio napoleónico y de los regímenes instalados bajo su
cobijo a lo largo de Europa, un gran número de individuos comprometidos con ellos
sufrieron la represión de las monarquías restauradas. Muchos salieron hacia el exilio.
Los casos de Francia y España tras el regreso de la dinastía borbónica fueron los más
significativos de esta emigración. La Restauración no trajo a Francia la tranquilidad tras
las conmociones revolucionarias4. Los primeros meses estuvieron marcados por el
Terror Blanco. Se llevó a cabo una intensa represión contra todos los que habían
colaborado con el emperador durante los Cien Días, contra los antiguos revolucionarios
y contra los protestantes, produciéndose numerosas masacres. La Chambre introuvable
decretó medidas legales que complementaron la acción informal del Terror Blanco.
Unas 70.000 personas fueron detenidas por delitos políticos, de las cuales unas 9.000
fueron condenadas. Pero ante la imposibilidad de tomar medidas penales contra el
grandísimo número de franceses que habían apoyado a Napoleón o que se mostraban
nostálgicos con los años de la revolución, y para evitar la prolongación de los
enfrentamientos, la monarquía de Luis XVIII decidió realizar un castigo ejemplar
centrado en los regicidas y bonapartistas más destacados. Algunos fueron ejecutados y
otros partieron hacia el exilio bien por ser condenados a ello o para escapar de sus
condenas5. Igualmente, salieron hacia el exilio un notable número de bonapartistas de
rango inferior que huían de la represión o que se mostraban incapaces de encontrar una
posición política, social y profesional en la nueva Francia, muchos de ellos afectados
por el licenciamiento del ejército imperial y su inclusión en la categoría de demi-soldes.
4 Sobre la naturaleza de la Restauración en Francia: P. ROSANVALLON, La monarchie impossible: les
chartes de 1814 et de 1830, París, Fayard, 1994; S. KROEN, Politics and theater. The Crisis of
Legitimacy in Restoration France, 1815-1830, Berkeley y Los Angeles, Univ. of California Press, 2000;
P. PILBEAM, The Constitutional Monarchy in France, 1814-1848, Harlow, Longman, 2000; E. DE
WARESQUIEL y B. YVERT, Histoire de la Restauration, 1814-1830, París, Perrin, 2002. 5 DE WARESQUIEL e YVERT, Histoire de la Restauration, pp. 150, 171-172; Daniel RESNICK, The
White Terror and the Political Reaction after Waterloo, Cambridge, Mass., Harvard Univ. Press, 1966.
5
Junto a ellos se encontraban bonapartistas de diversas nacionalidades que habían
luchado junto a las tropas napoleónicas y que, tras la disolución del ejército imperial y
la restauración de regímenes monárquicos legitimistas en sus países de origen, quedaron
en una difícil situación. Muchos siguieron a sus compañeros de armas6.
Sin embargo, esta política represiva templada no agradaba a los sectores ultras,
que empezaban a reproducir un mensaje intransigente que se convertiría en habitual en
el discurso de la contrarrevolución, que incidía en la tenacidad de los revolucionarios y
que imponía la adopción de soluciones drásticas como la eliminación física7. Los
excesos de los ultrarrealistas —tradicionalistas, católicos y legitimistas— que veían en
la Carta otorgada de 1814 una concesión, convirtieron a Luis XVIII en el rey de la
contrarrevolución y movilizaron en su contra a la opinión liberal, republicana y
bonapartista, incluso cuando él mismo se había esforzado por ofrecer una imagen
moderada. La continuidad institucional y la existencia de un moderado régimen
representativo bajo la Carta otorgada de 1814 no podían ocultar la gran insatisfacción
que existía entre significativos sectores políticos y sociales descontentos con los
compromisos posrevolucionarios, que formaron una importante y variada oposición al
régimen. Esta oposición actuó a través de medios legales, obteniendo en ocasiones
éxitos en su lucha por profundizar en la constitucionalización de la política francesa,
pero también recurrió a la conspiración y la insurrección, con menos éxito, cuando
creyó que la contrarrevolución se estaba imponiendo8.
La restauración de la monarquía absoluta en España en 1814 y la represión que
la acompañó, provocó un significativo exilio político. En el caso de los afrancesados,
tuvo un carácter masivo e incluyó a miles de españoles, entre ellos ministros, militares,
funcionarios, hombres de letras y simpatizantes del rey José de toda clase y condición,
que se vieron obligados a refugiarse en Francia, en ocasiones con sus familias. A pesar
de la adopción de ciertas medidas iniciales de acogimiento, los exiliados fueron
6 Entre septiembre de 1815 y diciembre de 1816 unos 20.000 oficiales fueron apartados del servicio
activo y colocados en la categoría de demi-solde, en la que solo recibían la mitad de su paga; J.
VIDALENC, Les demis-solde: Étude d’une catégorie sociale, París, Rivière, 1955; W. BRUYERE-
OSTELLS, La Grande armée de la liberté, París, Tallandier, 2009. Algunos de los exiliados pudieron
regresar a Francia en diciembre de 1819 cuando una nueva ordenanza permitió su regreso. Otros
continuarían exiliados hasta la revolución de 1830, y otros morirían en el exilio. Sobre la experiencia de
los emigrados bonapartistas en América: BRUYERE-OSTELLS, La Grande armée; R. BLAUFARB,
Bonapartists in the borderlands: French exiles and refugees on the Gulf Coast, 1815-1835, Tuscaloosa,
Univ.. of Alabama Press, 2005; P. T. STROUD, The man who had been King: the American exile of
Napoleon's brother Joseph, Filadelfia, Univ.. of Pennsylvania Press, 2005. 7 APRILE, Le siècle des exilés.
8 A. B. SPITZER, Old hatreds and Young Hopes. The French Carbonari against the Bourbon
Restoration, Cambridge, Mass., Harvard Univ. Press, 1971, pp. 18-32.
6
rechazados por las autoridades y parte de la población, y llevaron una vida de cuasi
marginados, excluidos de los empleos y vigilados por la policía. Para muchos
afrancesados el exilio se prolongó durante al menos seis años, a medida que el Gobierno
de Fernando VII, a pesar de las recomendaciones francesas, rechazaba la concesión de
una amplia amnistía que no llegaría nunca9.
La represión de los liberales fue más selectiva y se dirigió contra los líderes del
constitucionalismo, acusados no de colaboración con el invasor o de traición, sino de
atentar contra la monarquía10
. Tras un proceso judicial pleno de irregularidades, muchos
de ellos fueron encarcelados, mientras que otros salieron camino del exilio, huyendo de
las condenas que habían recibido o temerosos de que pudieran caer sobre ellos
represalias por parte de la monarquía o la población más realista. Además de estas
personalidades, otros muchos simpatizantes liberales también salieron del país, bien
fuera para evitar el ambiente represivo en el que debían vivir, o bien para participar en
las conspiraciones insurreccionales que se preparaban desde el extranjero. Los destinos
principales de los emigrados fueron Francia e Inglaterra, dos países próximos donde por
diversos motivos que se remontaban a los años de la guerra podían encontrar auxilio.
Algunos pocos, como Javier Mina, cruzaron el Atlántico y llegaron a América.
Muchos liberales se instalaron en Inglaterra confiando en el acogimiento que les
prestarían sus aliados durante la guerra, con los que algunos habían mantenido estrechas
relaciones personales11
. Lord Holland se convirtió en el principal anfitrión londinense
de los exiliados españoles. La ayuda inglesa se limitó a la sociedad civil liderada por
notorias personalidades, ya que el Gobierno tory contemporizó con Fernando VII a su
regreso. El embajador Henry Wellesley apoyó el regreso de Fernando VII y contribuyó
a su restauración que, sin la sanción británica no habría sido posible de manera tan
9 J. LÓPEZ TABAR, Los famosos traidores. Los afrancesados durante la crisis del Antiguo Régimen
(1808-1832), Madrid, Biblioteca Nueva, 2001; L. BARBASTRO GIL, Los afrancesados: primera
emigración política del siglo XIX español (1813-1820), Madrid, CSIC/Instituto de Cultura Juan Gil-
Albert, 1993; Miguel ARTOLA, Los afrancesados, Madrid, Turner, 1976; J-P. LUIS, “Le difficile et
discret retour des afrancesados (1816-1834)”, en R. Duroux y A. Montandon (eds.), L’émigration: le
retour, Clermont-Ferrand, Univ. Blaise-Pascal, 1999, pp. 331-343. 10
I. LASA IRAOLA, “El primer proceso de los liberales (1814-1815)”, Hispania, 30, 1970, pp. 327-383. 11
Entre los que pasaron parte de su exilio en Gran Bretaña destacaban algunas de las figuras del
liberalismo español, como el economista Álvaro Flórez Estrada, los diputados conde de Toreno y
Francisco Istúriz, el filólogo Antonio Puigblanch, el bibliotecario de las Cortes Bartolomé José Gallardo,
el militar Miguel Cabrera de Nevares, el médico y periodista Pedro Pascasio Fernández Sardino –el
principal redactor de El Español Constitucional, periódico de los exiliados españoles publicado en
Londres entre 1818 y 1820—, o el ya instalado en Londres desde 1810 José María Blanco White.
7
acelerada12
. Sin embargo, una vez en Gran Bretaña, la actitud del Gobierno británico
con respecto a los exiliados españoles fue tolerante.
Las autoridades españolas siguieron los pasos de los exiliados en Inglaterra,
vigilando sus movimientos e intentando evitar que desplegaran cualquier activismo
político. Toreno e Istúriz llegaron a entrevistarse con miembros del Gobierno británico,
ante lo cual el embajador en Londres, conde de Fernán Núñez, levantó una protesta.
También reclamó la entrega de Flórez Estrada e Istúriz13
. Sin embargo, el Gobierno
británico rehusó entregar a los españoles porque, según le fue explicado al embajador,
“ningún Ministro en el Gabinete se atrevería a hacer proposición de esta especie, pues la
opinión pública y libertad de este país clamarían contra semejante procedimiento”14
.
Existía una considerable simpatía por parte de ciertos sectores de la sociedad británica
hacia los españoles refugiados y se prestó ayuda, tanto simbólica como material, a la
causa liberal española así como a la de los insurrectos hispanoamericanos. Cuando en
febrero de 1816 el jefe de la diplomacia británica Lord Castlereagh quiso convencer al
Gobierno español de que abandonase la represión a la que estaba sometiendo a los
liberales, lo hizo afirmando que esta era “la opinión general no solo de esta Nación sino
de toda la Europa”. Poco después se organizó en Londres una “Sociedad formada (…)
para la recolección de las subscripciones en dinero que hagan [los británicos] en favor
de los Españoles que no pueden volver a su patria”15
.
El otro destino principal de los liberales españoles fue Francia. Generalmente se
ha asumido que su número fue menor que los que eligieron Inglaterra, ya que en la
Francia de la monarquía de Luis XVIII podían esperar un recibimiento peor. Lo cierto
es que no fueron extraños los desplazamientos entre ambos países y muchos de los que
estuvieron en Inglaterra pasaron también temporadas en Francia, especialmente en las
zonas fronterizas del sur, en Burdeos y, una minoría más acomodada, en París. El
12
M. MORENO ALONSO, La forja del liberalismo en España. Los amigos españoles de Lord Holland,
1793-1840, Madrid, Congreso de los Diputados, 1997, pp. 316-317. 13
Archivo General de Simancas (AGS), Estado, leg. 8176, f. 508, Fernán Núñez a San Carlos, Londres
13 de agosto de 1814. 14
AGS, Estado, leg. 8176, Fernán Núñez al vizconde de Castlereagh, Londres 13 de agosto de 1814 y
Fernán Núñez a San Carlos, Londres 25 de octubre de 1814. Ver también MORENO ALONSO, Forja del
liberalismo, p. 320. 15
AGS, Estado, leg. 8177, Fernán Núñez a Ceballos, Londres, 16 de febrero de 1816; Ceballos a Fernán
Núñez, Madrid, 4 de marzo de 1816. A esta opinión pública apelaba Flórez Estrada en enero de 1819 al
dirigirse a Lord Holland para solicitar su intervención a favor de la concesión de una pensión por parte
del Gobierno británico: “unas mil y doscientas libras anuales más o menos para esta nación es de muy
poca consideración, y más cuando la opinión pública a pesar de su deseo de economía y reforma en los
gastos, está bien manifestada para que no se nos abandone y deje de socorrer”; Flórez Estrada a Lord
Holland, 23 de enero de 1819, citado MORENO ALONSO, Forja del liberalismo, p. 331.
8
Gobierno francés destinó, como había hecho con los afrancesados, una cantidad a su
mantenimiento, aunque esta fue progresivamente disminuyendo. La población francesa
se fue mostrando desfavorable a la presencia de refugiados españoles que, además del
coste que suponían y de las perturbaciones sociales que causaban, eran acusados de
participar en conspiraciones revolucionarias.
En efecto, los liberales españoles desarrollaron en Francia actividades
subversivas contra la monarquía de Fernando VII, en ocasiones en colaboración con
afrancesados igualmente exiliados. Fueron especialmente activos los grupos
organizados alrededor de dos de las principales figuras del liberalismo del exilio: Espoz
y Mina y el conde de Toreno. Sus actividades fueron motivo de una intensa vigilancia
policial desplegada a su alrededor y de enfrentamientos diplomáticos entre Francia y
España. En abril de 1816 ambos fueron arrestados junto a algunos franceses, acusados
de estar implicados en la abortada conspiración que Porlier, cuñado de Toreno, había
liderado en La Coruña16
. De igual manera, un grupo de exiliados organizó desde
Bayona la conspiración de El Palmar de 1819 que preludió el pronunciamiento de Riego
en enero del año siguiente17
.
El Gobierno francés siguió una política ambigua respecto a los refugiados
españoles. Tomó medidas policiales y de vigilancia respecto a los conspiradores
españoles instalados en su territorio, pero no colaboró abiertamente con las autoridades
españolas ni entregó a ninguno de los liberales que detuvo. Si lo hizo de manera
limitada fue principalmente para mostrar al Gobierno español su colaboración frente a la
amenaza revolucionaria y pedirle al mismo tiempo que permitiera el regreso de la masa
de los refugiados, algo que nunca llegó a suceder. Esta actitud enervaba al Gobierno
español, que consideraba que la moderación del régimen de Carta otorgada de Luis
XVIII era un peligro para el avance revolucionario, cuando no su cómplice18
.
16
Archivo Histórico Nacional (AHN), leg. 3135, “Arrestation de réfugiés espagnols, prévenus de
complots contre S.M.C.”; Espoz y Mina relata sus actividades, de manera acrítica, en sus Memorias del
General don Francisco Espoz y Mina, escritas por el mismo, publícalas su viuda Doña Juana María de
Vega, condesa de Espoz y Mina, Tomo II, Madrid, Imprenta de M. Rivadeneyra, 1851, pp. 205-208;
véase también J-R. AYMES, Españoles en París en la época romántica, 1808-1848, Madrid, Alianza,
2008, pp. 58-59. Toreno trabó amistad con destacados políticos y publicistas franceses, como M. Ternaux
y M. Bérard. Varela Suanzes-Carpegna, aunque reconoce que no existen pruebas de que los conociera
personalmente, cree que pudo estar en contacto con pensadores como Constant o los doctrinarios Royer-
Collard y Guizot, o al menos haber leído sus obras; J. VARELA SUANZES-CARPEGNA, El conde de
Toreno, 1786-1843. Biografía de un liberal, Madrid, Marcial Pons, 2005, pp. 104-105. 17
C. MORANGE, Una conspiración fallida y una constitución nonnata (1819), Madrid, CEPC, 2006. 18
El encargado de negocios en París, González Salmón, se quejaba de que la colaboración francesa era
escasa; AHN, Estado, leg. 6802, Salmón a Pizarro, 13 de marzo de 1817, d. nº 151. Las frustraciones del
cónsul en Bayona, Iparaguirre, en AHN, leg. 3135.
9
El triunfo de la revolución española de 1820 marcó el resto de la década en el
continente. El pronunciamiento militar de Riego en enero se vio acompañado por un
movimiento insurreccional que consiguió la reinstalación de la constitución en marzo19
.
España se convertía así en el referente del liberalismo internacional. Un Gobierno
moderado, conocido como el de los “presidiarios” pues tenía en frente a muchos de los
represaliados en 1814, se instaló en el poder. A lo largo de los tres años siguientes,
Gobiernos de carácter moderado llevaron a cabo una política de significativas reformas
–libertad de imprenta, supresión de los mayorazgos, reforma de las órdenes regulares y
supresión de las monacales, extinción de señoríos, redacción del primer Código Penal,
implantación de un sistema de educación básica gratuito y universal— que no
impidieron que surgieran sectores descontentos con la acción gubernamental, que
calificaban de tímida. Estos grupos exaltados eran el resultado de la intensa politización
de la sociedad española, especialmente la urbana, a través de la prensa y las sociedades
patrióticas20
. Además de la oposición exaltada, que fue radicalizándose, el régimen
constitucional enfrentó la resistencia de sectores reaccionarios, que movilizaron contra
el Gobierno a partes de la población, sobre todo en el ámbito rural del noreste de la
Península, llegando a crear una situación de guerra civil21
.
La reinstalación en España de la constitución de 1812 adquirió una relevancia
internacional inmediata. En Nápoles, Piamonte y Portugal la revolución española
inspiró movimientos similares. Se instalaron regímenes constitucionales en los tres
reinos con la constitución de 1812 como programa político. En el reino de las Dos
Sicilias, reproduciendo el modelo español, un grupo de carbonarios y de militares se
pronunciaron a favor de una constitución el 2 de julio de 1820. La revolución se
extendió y el rey Fernando I se vio obligado a adoptar la constitución española22
. En
Nápoles, la constitución gaditana era el texto legal que mejor se adaptaba a las
19
En los últimos años están apareciendo numerosos estudios sobre el Trienio que renuevan las
interpretaciones clásicas de J. L. COMELLAS, El Trienio Constitucional, Madrid, Rialp, 1963 y A. GIL
NOVALES, El Trienio Liberal, Madrid, Siglo XXI, 1989. Entre las muchas obras destaco las siguientes:
M. C. ROMEO MATEO, Entre el orden y la revolución. La formación de la burguesía liberal en la crisis
de la monarquía absoluta (1814-1833), Alicante, Inst. de Cultura Juan Gil-Albert, 1993; R. ARNABAT
MATA, La revolució de 1820 i el Trienni Liberal a Catalunya, Vic, Eumo, 2001; J. ROCA VERNET,
Política, liberalisme i revolució. Barcelona, 1820-1823, tesis, Univ. Autònoma de Barcelona, 2007. 20
A. GIL NOVALES, Las sociedades patrióticas, Madrid, Tecnos, 1975 21
P. RÚJULA, Constitución o muerte. El Trienio Liberal y los levantamientos realistas en Aragón (1820-
1823), Zaragoza, Astral, 2000; R. ARNABAT, Visca el rei i la religió! La primera guerra civil de la
Catalunya contemporània (1820-1823), Lleida, Pagès, 2006. 22
J. A. DAVIS, Naples and Napoleon: Southern Italy and the European revolutions (1780-1860),
Oxford, Oxford Univ. Press, 2006, pp. 268, 295-316; A. SCIROCCO, L'Italia del Risorgimento, 1800-
1860, Bolonia, Il Mulino, 1990; S. WOOLF, A History of Italy, 1700-1860. The social constraints of
political change, Londres, Methuen, 1979, pp. 255-260.
10
aspiraciones de diversos grupos políticos locales, tanto conservadores como jacobinos y
herederos del bonapartismo23
. Con un Gobierno provisional, y tras las elecciones de
agosto, se formó un Parlamento que entró en funciones el 1 de octubre. La constitución
estaba siendo puesta en marcha en tranquilidad y sin complicaciones, con la excepción
de la resistencia presentada por Palermo y las maniobras de algunos
contrarrevolucionarios. Pero la respuesta legitimista no tardó en llegar. En el congreso
de Laybach las potencias continentales decidieron la intervención austriaca para
terminar con el constitucionalismo napolitano. En marzo de 1821 el rey Fernando I
recuperó todos sus poderes. España protestó formalmente por la intromisión de las
potencias continentales en los asuntos políticos napolitanos y por su oposición a la libre
adopción de la constitución española como modelo político24
.
Al mismo tiempo que en el sur de la Península itálica se ensayaba un
constitucionalismo a la española, al norte, en el reino de Piamonte-Cerdeña, el
descontento con la monarquía restaurada se extendía por importantes capas sociales. El
mismo mes de marzo de 1821 en que los napolitanos fueron derrotados por los
austriacos, un heterogéneo grupo de reformistas y revolucionarios reclamó en Turín al
rey Víctor Manuel I una constitución inspirada en la española, que sirviera para hacer
reformas políticas y distanciarse de Austria. Víctor Manuel abdicó y su hijo Carlos
Alberto otorgó una versión reducida del texto español. A pesar del rechazo de la
constitución española por parte de la intelectualidad conservadora ilustrada, esta acabó
erigiéndose en el código de compromiso. Como había ocurrido en Nápoles, también en
Piamonte intervino el ejército austriaco, que en la batalla de Novara derrotó a las
limitadas fuerzas militares piamontesas25
. Tras la intervención austriaca en Italia miles
23
A. DE FRANCESCO, “La constitución de Cádiz en Nápoles”, en J. Mª Iñurritegui y J. Mª Portillo
Valdés (eds.), Constitución en España: orígenes y destinos, Madrid, CEPC, 1998, pp. 273-286; V. S.
DOUGLAS, “El liberalismo español e Italia: un modelo de corta duración”, en E. La Parra y G. Ramírez
(eds.), El primer liberalismo: España y Europa, una perspectiva comparada, Valencia, Biblioteca
Valenciana, 2003, pp. 317-340; S. CANDIDO “La revolución de Cádiz y el general Rafael del Riego, su
lucha por la libertad. Mito e imagen por medio de los despachos diplomáticos de Madrid, Turín y el
periódico Gazzeta di Genova (1820-1823), en A. Gil Novales (ed.), Ejército, pueblo y constitución,
Madrid, Anejos de la revista Trienio, 1987, pp. 80-95; J. FERRANDO BADÍA, La constitución española
de 1812 en los comienzos del “Risorgimento”, Roma-Madrid, CSIC, 1959. 24
Archive du Ministère Des Affaires Étrangers (AMAE), Mémoires et Documents, Espagne Vol. 147, 24,
“Dépêche du Cabinet espagnol á ses ministres à l’étranger. Janvier 1821”. 25
G. BUTRÓN PRIDA, Nuestra Sagrada Causa. El modelo gaditano en la revolución piamontesa de
1821, Cádiz, Ayuntamiento de Cádiz, 2006; WOOLF, A History of Italy, pp. 260-262.
11
de napolitanos y piamonteses salieron hacia el exilio, refugiándose una parte importante
de ellos en España26
.
La Península ibérica era vista por buena parte de la diplomacia europea, así
como por escritores y pensadores de toda tendencia política, como algo más que una
unidad geográfica. Las dinámicas políticas de España y Portugal se creían intensamente
interrelacionadas. Por ejemplo, el abate Pradt en su obra De la revolución actual de la
España y de sus consecuencias, pronosticaba que la revolución española repercutiría en
la situación política portuguesa. El encargado de negocios francés en Portugal
consideraba en marzo de 1820, cuando aún la revolución española no se había asentado,
que “los espíritus fermentan en Portugal bajo la influencia de los acontecimientos de
España; se habla más libremente que jamás, se requiere un cambio próximo”. La
influencia española en la política portuguesa no era únicamente una cuestión de opinión
pública espontánea, sino que los agentes diplomáticos españoles destinados a Portugal
hicieron mucho por extender al país vecino los cambios políticos. José María de Pando,
encargado de negocios en Lisboa, y el teniente coronel Barredo colaboraron con los
conspiradores portugueses que desde hacía unos años intentaban instaurar un sistema
constitucional y que habrían sufrido también la represión y el exilio27
. Apoyaron a la
sociedad secreta del Sinédrio y mantuvieron extensos contactos con su líder Manuel
Fernandes Tomás. El enviado diplomático portugués en España, António de Saldanha
da Gama, alertaba en julio a sus superiores que “[e]l mismo club que instituyó Mr. de
Oniz [sic] para revolucionar el reino de Nápoles fue el que instituyó el señor Pando para
revolucionar el reino de Portugal… La intención de este país [España] es la intención
actual de estos reformadores, dividirlo en siete repúblicas formando una confederación
y siendo su constitución análoga a la de Francia”. En agosto Saldanha da Gama
informaba que los españoles pretendían formar una república en la que pensaban incluir
a Portugal. Es difícil discernir cuánto había de exageración por parte del diplomático
portugués. Sin duda la referencia al proyecto republicano formaba parte de la amenaza
jacobina que los representantes del Antiguo Régimen de toda Europa creían ver en la
España constitucional, pero estaba claro que algunos liberales españoles contaban con
efectuar una mudanza política en Portugal. Así, el periódico exaltado El Conservador
26
A. BISTARELLI, “Vivere il moto spagnolo. Gli esiliati italiani in Catalogna durante il Triennio
Liberale” (I) y (II) Trienio, 32 y 33 (1998 y 1999); M. MORÁN ORTÍ, “La cuestión de los refugiados
extranjeros. Política española en el Trienio Liberal”, Hispania, XLIX, 173, 1989. 27
Como el malogrado Gomes Freire de Andrade, líder del Supremo Conselho Regenerador, que había
sido ejecutado junto a sus compañeros en octubre de 1817 tras dirigir una conspiración contra Juan VI.
12
publicó el 20 de agosto una proclama dirigida a los portugueses: “No seáis los últimos
en tomar una resolución que afianzará vuestra dicha. No perdáis el momento favorable
que ofrece esta España, vuestra amiga que estrechará sus vínculos de fraternidad para
unir vuestros intereses a los suyos”. Además, era sabido que algunos liberales
portugueses se habían trasladado a España para recabar apoyos y que en Portugal se
distribuían ejemplares de la constitución española y proclamas de las sociedades
patrióticas.
El 24 de agosto de 1820 conspiradores del Sinédrio se pronunciaron en Oporto y
la insurrección se extendió por el país. Este movimiento había sido impulsado por la
prensa portuguesa publicada desde el exilio, principalmente en Londres, tenía en el
ejército su principal apoyo y usaba las redes de la paramasonería para su organización.
Las semejanzas con el caso español eran evidentes. Unas Cortes elegidas según el
método establecido por la constitución española se reunieron el 1 de enero de 1821. El
rey Juan VI, de vuelta de Brasil tras la salida de la casa real en 1807 huyendo de la
invasión napoleónica, aceptó la constitución redactada por las Cortes que establecía una
monarquía moderada muy influenciada por la constitución española mientras que su
hijo Pedro declaró la independencia de Brasil. A partir de este momento los contactos
entre el liberalismo español y el portugués se multiplicaron y algunas sociedades
patrióticas españolas iniciaron correspondencia con otras portuguesas, como en el caso
de la Sociedad Constitucional de Madrid y la Sociedade Patriótica de Lisboa28
.
En Francia, el modelo español estimuló a la oposición y profundizó en el miedo
que las elites gobernantes tenían a una nueva revolución continental. Durante los
primeros meses de 1820 se vivieron con gran expectación los acontecimientos
españoles. Según el prefecto del departamento de Bajos Pirineos “[l]os asuntos de la
península son el sujeto de todas las conversaciones”29
. Prensa de todo signo difundía las
noticias revolucionarias españolas. La sensación era que lo que ocurría en España no era
una mera cuestión de política interna, sino que afectaba a la política internacional en
general y a Francia en particular. Así, el mismo prefecto informaba al ministro del
Interior el 5 de febrero que “se diría que los intereses de estos dos partidos [liberales y
28
I. NOBRE VARGUES, “A Revolução de 1820. Notas para o estudo do liberalismo português e da sua
correlação peninsular”, Estudios de historia social, 36-37 (1986), pp. 203-10; NOBRE VARGUES, “O
proceso de formação do primeiro movimento liberal: a Revolução de 1820”, en L. Reis Torgal y J. L.
Roque (eds.), História de Portugal. O Liberalismo, 1807-1890, Lisboa, Estampa, 1993, pp. 45-63, de
donde están tomadas las citas; NOBRE VARGUES, Aprendizagem da cidadania em Portugal (1820-
1823), Lisboa, Minerva, 1997. 29
Archives Nationales de France (ANF), F7 6642, f. 134 ; el prefecto de Basses-Pyrénées al Directeur
Général de l’administration Départemental et de la Police du Royaume, Pau, 7 de marzo de 1820.
13
ultras] son europeos, o que Europa toda entera está dividida en estos dos partidos, de tal
manera que los intereses más particulares de Francia no los tocarían con más viveza”30
.
Desde las filas conservadoras se condenó la revolución como un ataque a la
legitimidad que amenazaba la estabilidad del continente. El 6 de febrero Chateaubriand
publicó un artículo en Le Conservateur titulado “L’Espagne” en el que condenaba la
revolución. El artículo tuvo tanto éxito entre el público ultrarrealista que fue publicado
en forma de panfleto gratuito31
. También se publicaron obras que celebraban la
revolución española, tal y como hacía Ch. Laumier quien, en una apresurada Histoire de
la révolution d’Espagne en 1820, afirmaba que “una gran nación se ha levantado con
majestuosidad, reclama los derechos que ha conquistado de forma tan cara, los hace
reconocer y proclamar por el soberano que los ha despreciado por demasiado tiempo; tal
es el espectáculo que España ofrece hoy”32
.
El interés por la constitución española se disparó. Según el prefecto de Var, ya
en marzo de 1820 circulaba por Draguignan y consideraba que no se tardaría “más de
ocho días en verla traducida en francés en los papeles públicos”33
. En efecto, el 17 de
marzo el impresor Dupont publicaba una traducción del texto de 1812. Pronto le
siguieron otros editores que, ante la alta demanda, sacaron varias reimpresiones. En
cinco meses se publicaron al menos 6.000 ejemplares de la constitución española
aunque probablemente fueran más, no declarados por motivos fiscales34
.
La revolución española coincidió con un hecho clave en la Restauración. El 13
de febrero se produjo el acontecimiento que marcaría la política francesa durante la
década siguiente: el asesinato del sobrino de Luis XVIII y heredero al trono francés, el
duque de Berry. Aunque el magnicidio había sido obra de un bonapartista nostálgico
que actuaba en solitario, inmediatamente se relacionó con los acontecimientos españoles
y dio pie a que un buen número de ultras creyeran que una conspiración
antimonárquica, centrada en la casa de Borbón a ambos lados de los Pirineos, estaba en
30
ANF, F7 6642, f. 99. El Prefecto de Basses-Pyrénées al Ministro del Interior, Pau, 5 de febrero de 1820.
31 G. DUFOUR, “El primer liberalismo español y Francia”, p. 127.
32Ch. LAUMIER, Histoire de la révolution d’Espagne en 1820, précédé d’un aperçu du règne de
Ferdinand VII, depuis 1814, et d’un précis de la révolution de l’Amérique du Sud, par Ch. L[aumier],
París, Plancher/Lemonnier, 1820, p. 14. 33
ANF, F7 6642, f. 198. El Prefecto de Var al Directeur Général de l’administration Départemental et de
la Police du Royaume, Draguignan, 23 de marzo de 1820. 34
DUFOUR, “El primer liberalismo español y Francia”, p. 129; A. VAUCHELLE-HAQUET, Les
ouvrages en langue espagnole publiés en France entre 1814 et 1833, Aix-en-Provence, Univ.erstié de
Provence, 1985, menciona además 4.000 ejemplares publicados en español entre 1820-1821.
14
marcha35
. Los ultras franceses veían la implantación de la constitución española como
una amenaza revolucionaria que pretendía instaurar en Europa una república. Así, la
Gazette de France, afirmaba en marzo de 1820, en relación a la constitución española:
“respira la democracia más pura, consagra la única soberanía que ellos reconocen, la
soberanía del pueblo. Es, en fin, esencialmente anti-monárquica; y de esta constitución a
la república no hay más que un paso”36
. Los ultras acusaron a los liberales presentes en
la Cámara de estar en connivencia con estos acontecimientos y consiguieron que el
Gobierno retornara a la represión, lo que implicó mayores controles sobre la prensa y la
limitación de muchas libertades por parte del nuevo ejecutivo dirigido por el émigré
duque de Richelieu, que además introdujo una decisiva modificación de la ley electoral,
al aprobar el doble voto de los votantes más ricos.
Ante la reacción ultra los sectores opositores franceses –que incluían a
bonapartistas, liberales, republicanos y monárquicos descontentos— se radicalizaron y
se dispararon los enfrentamientos callejeros entre ultrarrealistas y jóvenes estudiantes
radicales. La sociedad Amis de la Verité organizó manifestaciones en contra de la Ley
del doble voto en 1820, pero sus líderes huyeron a Italia huyendo de la represión. Estos
exiliados, Joubert y Dugied, entraron en contacto en Italia con la carbonería y la
introdujeron en Francia a su regreso en 1821 bajo el nombre de charbonnerie. Esta se
extendió rápidamente por zonas tradicionalmente radicales de Francia, especialmente en
el este y el sureste, llegando a tener unos 60.000 miembros. También llegó a la elite
liberal, incorporando a personalidades como La Fayette y Voyer d’Argenson. Una parte
de la oposición en las Cámaras abandonó la vía política y se lanzó a la estrategia
insurreccional. En buena medida inducidos por el ejemplo español e italiano, los
revolucionarios franceses adoptaron el modelo de pronunciamiento y llevaron a cabo
una sucesión de acciones en las que se combinaba la participación de sectores civiles y
militares organizados a través de sociedades secretas37
. La participación en estas
35
El 29 de marzo el Prefecto de Landes informaba al Director General de la Policía que “une gravure
lithographiée, représentant l’assassinat de S.A. R. monseigneur le Duc de Berry, et portant ces mots: voila
l’exemple que la France nous donne, aurait été placardée sur les murs du palais royal” de Madrid ; ANF,
F7 6642, Année 1820. Affaires d’Espagne. Avis divers. Metternich escribió en una carta personal el 20 de
febrero: “J’apprends à l’instant l’assassinat du duc de Berry. Le libéralisme va son train ; il pleut des
assassins (…) tout est perdu en France si le gouvernement ne change pas de système”, citado en G. DE
BERTIER DE SAUVIGNY, Metternich, París, Fayard, 1998, p. 328. Sobre el asesinato del duque de
Berry y la reacción absolutista, D. SKUY, Assassination, Politics, and Miracles: France and the Royalist
Reaction of 1820, Ithaca, Nueva York, McGill-Queen's Univ.. Press, 2003. 36
Citado por DUFOUR, “El primer liberalismo español y Francia”, p. 136. 37
La conspiración del Bazar de agosto de 1820 (concebida por la Union y la logia de los Amis de la
Vérité) que reunía a estudiantes republicanos y a militares descontentos; la conspiración en Saumur en
15
conspiraciones de liberales destacados, algunos de ellos diputados y otros de alta
graduación militar, como La Fayette, Foy, Demarzay, Benjamin Constant, Kératry,
Koechlin, Manuel, Dupont de l’Eure o Voyer d’Argenson, llevó a la policía a lanzar
teorías conspirativas de gran aceptación entre la opinión pública monárquica en las que
afirmaban la existencia de un centro coordinador conocido como el Comité Director, al
que se debía la organización de toda la actividad insurreccional en Francia y que
mantenía contactos con revolucionarios extranjeros, especialmente españoles e italianos,
dando forma a una gran conspiración contra la religión y la monarquía extendida por
toda Europa. Cuando muchos de los comprendidos en las conspiraciones buscaron
refugio en España –otros lo hicieron en Inglaterra— no hicieron más que reforzar la
creencia en la existencia de un complot universal. Los informes policiales, obsesionados
con esa amenaza, sugieren que hubo contactos entre exaltados españoles y carbonarios
franceses y presencia de agentes de las Cortes españolas en Francia. En febrero de 1821,
el prefecto de Bocas del Ródano se alarmaba por la presencia de agitadores españoles
que anunciaban la llegada de “grandes cantidades de gente de su país, que no tendrán
más que mostrarse con la bandera tricolor para formar enseguida un ejército que
obligaría al Gobierno francés para cambiar de sistema”. Además, muchos individuos
mostraban por las calles de Marsella símbolos constitucionales españoles y sombreros
decorados con una “cinta verde con la inscripción española Constitución o muerte”38
.
La amenaza española era tomada muy en serio por las autoridades francesas,
inquietadas por el precedente que constituía el éxito del pronunciamiento de los
oficiales liberales del ejército español. Temían que los conspiradores franceses
intentaran reproducir ese modelo, ya que los informes de la policía subrayaban que los
conspiradores estaban centrando su actividad en movilizar a militares descontentos, algo
que se confirmó cuando las insurrecciones fueron casi siempre llevadas a cabo en
ambientes castrenses. En el invierno de 1820 los carbonarios franceses, que veían
España como el lugar ideal desde el que organizar sus tentativas insurreccionales,
diciembre de 1821, planeada por los Chevaliers de la Liberté, liderada por el general Berton y
probablemente en conexión con la insurrección que en esos mismos días se llevó a cabo en Bélfort,
organizada por la carbonería y de carácter republicano; y los más célebres cuatro sargentos de La
Rochela, que fueron ejecutados en septiembre de 1822 por su conexión con la carbonería parisina en un
episodio de gran resonancia pública; SPITZER, Old hatreds and Young Hopes. pp. 119-128; R.
SÁNCHEZ MANTERO, Las conspiraciones liberales en Francia (1815-1823), Sevilla, Univ. de Sevilla,
1972; S. NEELY, Lafayette and the liberal ideal, 1814-1824. Politics and Conspiracy in an Age of
Reaction, Carbondale y Edwardsville, Southern Illinois Univ. Press, 1991 38
ANF, F7 6642, 41/10 Espagnols à Marseille, f. 546. El Prefecto de Bouches-du-Rhône, Marsella, 8 de
febrero de 1821.
16
enviaron un emisario en misión secreta para que estableciera relaciones entre el comité
director parisino y las Cortes39
. La policía francesa comenzó a tomar medidas,
estrechando la vigilancia de los españoles residentes en Francia. Enseguida aparecieron
informes en los que se indicaba que la embajada española era empleada para poner en
contacto a demi-soldes, españoles exiliados en Francia y carbonarios franceses40
. Así
pues, con el pretexto de la epidemia de fiebre amarilla desencadenada en Barcelona, el
Gobierno francés instaló en la frontera un “cordón sanitario” que poco después se
convertiría en un “cuerpo de observación”. El miedo al constitucionalismo español y al
ejemplo que podía dar a los liberales franceses creció progresivamente en Francia41
.
En Gran Bretaña, la cuestión española se convirtió en un asunto de intensa
confrontación política entre oposición y Gobierno, en especial cuando este decidió
mantener una política de neutralidad ante la intervención francesa. Las autoridades
realistas españolas desconfiaron desde el momento en que se produjo el
pronunciamiento de enero de 1820 que los sublevados recibían apoyo, al menos de
forma indirecta, por parte de Gran Bretaña. Creían que desde Gibraltar, aprovechando
las rutas del contrabando, no solo se les habían “proporcionado auxilios en dinero y
efectos militares”, sino que el “foco de [la insubordinación] se encontraba en el mismo
Gibraltar” desde donde “un gran número de españoles prófugos y de agentes de los
americanos insurgentes hacen todos los esfuerzos para sostenerla”42
. Poco después se
formó en Londres una sociedad patriótica con el duque de Frías a la cabeza43
. Una vez
establecido el régimen constitucional español, en Gran Bretaña se dio un marcado
contraste entre la postura oficial del Gobierno tory –cercana a la de las potencias
continentales y marcada por el realismo político en su diplomacia— y la de gran parte
de la opinión pública y de algunos diputados whigs y radicales, profundamente
interesados por la suerte del liberalismo peninsular. Como explicó el embajador español
en Londres, “la Rusia y Austria quisieran que no hubiese constitución alguna [en
39
ANF, F7 6774 Mémoire du commandant Husson, citado por L. NAGY, “Les hommes d’action du parti
libéral français et les révolutions européennes ”, en J.-Y. Mollier, Martine Reid y J-C. Yon (dirs.),
Repenser la Restauration, París, Nouveau Monde Éditions, 2005. pp. 45-55, p. 47. 40
DUFOUR, “El primer liberalismo español y Francia”, pp. 128, 135. También se sospechaba que el
vicecónsul español en Perpiñán, Ruiz Sainz, colaboraba con los liberales franceses, proporcionándoles
ayuda para que se refugiaran en España; ANF, F7 6642, 41/1, Comité d’embauchage pour l’Espagne,
établi à Paris et à Perpignan, f. 22. El prefecto de Pirineos Orientales al ministro del Interior, Perpiñán, 17
de diciembre de 1822. 41
G. de BERTIER DE SAUVIGNY, La Restauration, París, Flammarion, 1974, pp. 189-190. 42
AGS, Estado, leg. 8180; nota para el embajador de Inglaterra, 13 de febrero de 1820; y oficio reservado
del duque de San Fernando al duque de San Carlos, Madrid, 16 de febrero de 1820. 43
GIL NOVALES, Las sociedades patrióticas, tomo 1, p. 11, nota 40..
17
España]; y el Gabinete actual inglés se incluiría a lo mismo, pero este dictamen no está
dividido por la generalidad de la Nación, la cual desea que la España tenga una
constitución análoga a la suya”44
. En efecto, la opinión pública británica se mostraba
muy favorable al rumbo que estaba tomando España desde 1820. Un periódico como el
influyente The Times, alejado de los principios revolucionarios, podía al mismo tiempo
criticar los defectos de la constitución y apoyar al régimen español, de la misma manera
que hacía con el constitucionalismo italiano. The Times no dudaba que los “defectos”
radicales de la constitución de 1812 serían moderados por la experiencia de gobierno45
.
Sin embargo, el Gobierno de Lord Liverpool optó por mantener una política de no
intervención por miedo a radicalizar la revolución española, y a privilegiar la protección
de los intereses comerciales con las aún colonias españolas en América. Al mismo
tiempo rechazó impulsar cualquier toma de partido amistosa respecto al sistema
constitucional español. Esta política de no intervención tenía la ventaja de que podía ser
presentada ante la opinión pública británica como una muestra de la simpatía del
Gobierno por la causa liberal española, y como contraria a los avances de la Santa
Alianza, aunque en realidad suponía un apoyo indirecto pero necesario a la política
contrarrevolucionaria continental. A pesar de todo, la oposición whig y radical denunció
en la prensa y en el Parlamento la posición oficial del Gobierno46
.
España, con la llegada de exiliados napolitanos, piamonteses y franceses, se
convirtió en tierra de asilo liberal. El 28 de septiembre de 1820 las Cortes aprobaron una
ley que establecía que el país sería “asilo inviolable para las personas y propiedades de
toda clase pertenecientes a extranjeros (…) con tal que respeten la Constitución política
de la Monarquía”, y que prohibía que el Gobierno entregara a refugiados “perseguidos
por (…) opiniones políticas”47
. La adecuación de la ley fue apropiada para acoger a los
miles de refugiados que empezaron a llegar a España en los meses siguientes. Las
autoridades diplomáticas españolas asistieron a los exiliados que querían trasladarse a
España, como hizo el embajador en Nápoles, Luis de Onís, que proporcionó pasaportes
para Barcelona y pasajes en barcos españoles a todos aquellas “gentes comprometidas
por amor a nuestra Constitución”, entre ellas “el general Pepe, y una porción
44
AGS, Estado, leg. 8181; “Opinión sobre España de los gobiernos extranjeros”, Luis de Onís. 45
Citado por COSORES, “England and the Spanish revolution”, p. 129. 46
A. C. GUERRERO, “La política británica hacia España en el Trienio Constitucional”, Espacio, Tiempo
y Forma, S. V. Hª Contemporánea, t. IV, 1991, pp. 215-240; N. COSORES, “England and the Spanish
Revolution of 1820-1823”, Trienio, 9, 1987, pp. 39-131. 47
Colección de los decretos y órdenes generales de la primera legislatura de las Cortes ordinarias de
1820 y 1821, desde 6 de julio hasta 9 de noviembre de 1820, p. 152.
18
considerable de individuos del Parlamento, del ejército, diaristas, escritores y gentes de
talento que vienen a implorar mi protección”. En Génova, el cónsul español concedió
500 pasaportes a militares piamonteses48
. También llegaron revolucionarios franceses
tras el fracaso de las insurrecciones en las que habían participado. Se instalaron
principalmente en el norte de la Península y continuaron en contacto con París49
.
La cuestión de los refugiados dividió a las Cortes. Los diputados moderados
desconfiaban de su presencia, mientras que los más exaltados exigían que se les prestara
toda la ayuda posible. Se fijaron una serie de ayudas, pero su entrega siempre fue
problemática. En esta situación de incertidumbre, en el verano de 1822 un gran número
de refugiados se disponían a abandonar España. Sin embargo, ante la extensión de la
insurrección realista, muchos militares refugiados, tanto italianos como franceses,
ofrecieron sus servicios a las autoridades constitucionales y se unieron a las milicias
liberales. A iniciativa de un grupo de napolitanos el diputado Alcalá Galiano solicitó el
15 de junio de 1822 a las Cortes la autorización para formar un cuerpo integrado por
refugiados. Finalmente, encuadrados en las fuerzas constitucionales españolas, cientos
de exiliados lucharon contra las partidas contrarrevolucionarias y la Regencia de Urgel.
Sin embargo, los escasos años en los que estuvo vigente el sistema
constitucional antes de su destrucción implicaron que la imagen de España en el exterior
no fuera la de receptora de emigrados, sino la de emisora de exiliados políticos. En
efecto, las potencias contrarrevolucionarias intervinieron en España de igual manera que
habían hecho en la Península itálica. En este caso, Francia fue la encargada de llevar a
cabo las operaciones militares que comenzaron en abril de 1823. La opinión pública
liberal internacional apoyó a España frente a la amenaza de intervención. El asunto
adquirió especial relevancia en Francia, donde se convirtió en la cuestión política más
importante del momento. Los enfrentamientos entre royalistes y libéraux tuvieron lugar
en la Cámara de los Diputados, en la prensa, en los cafés y en las calles. Dieron lugar a
polémicas como el affaire Manuel, que recibió una gran cobertura en la prensa nacional
e internacional y culminó con el abandono de la Cámara por parte de los diputados
liberales. La cuestión española se convirtió en el asunto que polarizaba la discusión
política francesa, contribuyendo a la fijación de grupos e identidades políticas50
.
48
AHN, Estado, 5675, citado por M. MORÁN ORTÍ, “La cuestión de los refugiados extranjeros”. 49
ANF, F7 6665, Memorandum que comienza con la frase Le parti révolutionnaire en France.
50 Según Dufour lo que estaba en juego con la invasión de España era la sucesión de Luis XVIII en el
duque de Artois, tal y como querían los ultras, y que ocurrirá a su muerte en septiembre de 1824 con su
ascensión al trono como Carlos X; DUFOUR, “El primer liberalismo español y Francia”, p. 136.
19
Ante el fracaso de las vías legales tomadas por muchos liberales para impedir la
intervención en España, algunos radicales recurrieron a la conspiración. Confiaban en
que una situación similar a la que había vivido el ejército español en 1820 pudiera
reproducirse en las tropas que se preparaban para invadir España. Una paranoia
conspirativa se apoderó de la opinión y de las autoridades francesas. Según el barón de
Barante, en las conjuraciones participaban figuras tan destacadas como Talleyrand, el
mariscal Soult, los generales Sébastiani, Foy y Bellierd, los políticos Molé, Girardin y
Dalberg y el banquero Laffite. Chateaubriand estaba convencido de que existía una
“conspiración general”, que afectaba especialmente al ejército, donde circulaban
panfletos que fomentaban la deserción. Algunos ultras consideraban incluso que agentes
españoles incitaban a los liberales franceses a que recurrieran a estas conspiraciones y
participaban en ellas51
. Los franceses refugiados en España mantenían contactos con el
ejército de observación en la frontera con el fin de sublevarlo. Los planes
insurreccionales franceses pasaban también por acciones espectaculares que debían ser
llevadas a cabo por aquellos que se habían visto obligados a exiliarse en España. El
proyecto consistía en invadir Francia a través de la frontera española apelando
simultáneamente a la memoria del Imperio y a las convicciones constitucionales
extendidas entre la población francesa. Napoleón había muerto muy poco antes, en
mayo de 1821, rodeado de un aura liberal, y resultaba fácil y eficaz invocar su memoria.
Las noticias acerca de este proyecto llegaron al Gobierno francés a través de todo tipo
de canales, y el ministro del Interior lo juzgaba tan posible que informó en julio de 1822
de ello a los prefectos de los departamentos meridionales para que estuvieran alerta52
.
Por su parte, los simpatizantes británicos del constitucionalismo español estaban
muy decepcionados por la política de no intervención que seguía el gabinete tory, que
entroncaba con el interés de que la situación en España y sus posesiones americanas no
se modificara a favor de otro poder extranjero, especialmente Francia. Al principio
amagó con oponerse, pero cuando llegó a un acuerdo con Francia por el que esta se
comprometía a no mantener una prolongada ocupación de España, a respetar Portugal y
a no apropiarse de los territorios americanos españoles, aceptó la intervención. Desde
luego, la opinión pública británica estaba del lado de los liberales españoles. La revista
The News aseguró en diciembre de 1822 que “en toda nuestra experiencia política nunca
51
AYMES, “La opinión francesa hostil a la intervención de 1823”, p. 220; SÁNCHEZ MANTERO, Las
conspiraciones liberales en Francia, p. 22. El alcalde de Burdeos y prefecto del Ródano informaron en
este sentido: ANF, F7 11981, f. 350, f. 396, f. 771.
52 ANF, F
7 11981, f. 426. El prefecto de Landes al ministro del Interior, 17 de julio de 1822.
20
hemos visto una opinión pública tan generalizadamente fijada en un bando, como ocurre
en este país en este momento a favor de España”53
. Influyentes miembros de la
oposición consideraban que el Gobierno traicionaba no solo la alegada tradición
británica de protección de la libertad, sino también los propios intereses geoestratégicos
del país, dejando que la Europa continental cayera progresivamente bajo el poder de las
potencias reaccionarias, como había ocurrido en Nápoles y Piamonte, y como podía
pasar en España y Portugal. Como respuesta a la inacción oficial, se impulsaron
iniciativas privadas destinadas a socorrer las causas de estas naciones, y en especial
España. Los simpatizantes del constitucionalismo español, radicales y algunos whigs,
eran una minoría en el Parlamento y solían obtener unos 30 votos en sus mociones en la
Cámara de los Comunes. Pero entre ellos había influyentes personalidades como Robert
Wilson, Henry Brougham, Sir James Mackintosh, Lord Nugent, el coronel Palmer, John
Hobhouse, Sir Francis Burdett, J. Macdonald o Lord Folkstone. En la Cámara de los
Lores destacaban Lord Holland, King, Grey y Ellenborough54
. Realizaron numerosas y
durísimas intervenciones en las que acusaron al Gobierno de llevar a cabo una política
hipócrita que traicionaba la causa de la libertad y los intereses británicos. Denunciaron
la política de no-intervención como una falacia, pues el Gobierno no había sido neutral
como aseguraba, sino que con sus acciones había permitido la invasión francesa y
favorecido los intereses de la Santa Alianza55
.
Uno de los principales temas de discusión parlamentaria fue la Foreign
Enlistment Act, que impedía que súbditos británicos se alistaran en ejércitos extranjeros.
Los diputados radicales intentaron que se revocara, porque entendían que significaba el
53
Citado por COSORES, “England and the Spanish Revolution”, p. 96. Cosores (pp. 101-117). 54
Brougham (1778-1869), diputado whig desde 1810; desarrolló una intensa vida política y social,
fundando la Edinburgh Review, la Society for the Diffusion of Useful Knowledge en 1825 y la
Univ.ersidad de Londres en 1828; diputado por Yorkshire desde 1830, año en que se convertió en Lord
Chancellor y obtuvo el título de barón. Hobhouse (1786-1869), amigo íntimo de Lord Byron, fue uno de
los británicos más comprometidos con la independencia griega y el liberalismo mediterráneo; diputado
por Westminster entre 1820-1833, por Nottingham entre 1834-1847 y Harwich entre 1848-1851; ejerció
cargos de importancia en el Gabinete, como secretario de Guerra entre 1832-1833, o secretario para
Irlanda en 1833; en 1851 fue nombrado barón Broughton. Burdett (1770-1844), diputado radical desde
1796; de 1807 a 1837 diputado por Westminster; defendió numerosas iniciativas reformistas, entre ellas el
sufragio Univ.ersal, los parlamentos anuales o la emancipación de los católicos; fue encarcelado en dos
ocasiones por motivos políticos, una de ellas por sus críticas a la acción del Gobierno tras la masacre de
Peterloo; tras la Reforma de 1832 y especialmente a partir de 1837 moderó sus posiciones como diputado
por North Wiltshire hasta su muerte en 1844. Conde Grey (1765-1845) diputado por Northumberland de
1786 hasta 1807; First Lord of the Admiralty en 1806 y secretario de Exteriores entre 1806-1807; se le
consideraba líder de los whigs aunque no frecuentaba Westminster; primer ministro entre 1830 y 1834;
bajo su gobierno se llevaron a cabo las reformas electorales; J. PARRY, The Rise and Fall of Liberal
Government in Victorian Britain, New Haven y Londres, Yale Univ. Press, 1993, pp. 320, 325, 326. 55
COSORES, “England and the Spanish Revolution”, pp. 72, 75.
21
abandono de la causa liberal europea. En su intervención en la Cámara de los Comunes,
Hobhouse consideraba que su anulación era “un paso absolutamente necesario para el
bienestar de este país, y para la independencia de las naciones del continente [y] estaba
convencido de la absoluta necesidad de la derogación de la Foreign Enlistment bill, la
Alien bill, y todas aquellas otras medidas que tendían a conectar este país con esa liga
impía que, bajo el nombre de la Santa Alianza, se había formado contra la felicidad de
la humanidad”56
. Pero desde el Gobierno, George Canning desestimó la cuestión
afirmando que “la prudencia prohíbe, en este momento, cualquier discusión sobre el
asunto”. La moción fue rechazada por 216 votos contra 110.
Algunos fueron más allá. El diputado Wilson se trasladó junto a algunos
voluntarios a España y Lord Nugent consiguió sacar de Cádiz a muchos liberales
cuando la ciudad cayó. En diciembre de 1822, Wilson estaba convencido de la
necesidad de asegurar los regímenes constitucionales peninsulares para obtener la
estabilidad en Europa: “La pacificación real es imposible hasta que sistemas de
representación, análogos en espíritu aunque no en forma con los de la Península, se
establezcan de manera general en toda Europa”57
. En una carta publicada en un
periódico radical Wilson justificaba ante sus electores su intención de ir a combatir a
España argumentando que la causa española no solo “puede afectar al valiente pueblo
de ese país, sino a vuestras propias libertades e intereses”. Su alegato continuaba en
tono grandilocuente: “La batalla por el derecho de las naciones a cambiar o mejorar sus
Gobiernos se inicia en el suelo español”58
. Otros miembros del ala más radical del
partido whig, como Hobhouse, John G. Lambton y Joseph Hume, formaron un comité
de apoyo a los liberales españoles que organizó una suscripción a su favor59
.
En abril de 1823 se produjo finalmente la invasión francesa60
. La primera
incursión del ejército francés encontró la oposición de un grupo de unos 150 franceses y
piamonteses refugiados en España que, enarbolando una bandera tricolor y con el
uniforme de la Guardia imperial napoleónica, se enfrentaron a las tropas invasoras en el
56
Debate Parlamentario, Hansard: House of Commons, 24 de febrero de 1823, vol. 8 c. 239 y c. 241. 57
British Library (BL), MSS 30132, f. 114. 58
The Black Dwarf, nº 19, “To the electors of the borough of Southwark, April 22, 1823”. A lo largo de
los meses siguientes, Wilson continuaría atribuyéndose la representación del pueblo británico, queriendo
dar la impresión de que todo él compartía sus sentimientos hacia la causa liberal peninsular. 59
C. BRENNECKE, “Internacionalismo liberal, romanticismo y sed de aventuras. La oposición inglesa y
la causa de España en los años veinte del s. XIX”, en Segón Congrés Recerques. Enfrontaments civils:
postguerres i reconstruccions, vol. 1, Lleida, Associació Recerques, Pagès, 2002, pp.459-474. 60
R. SÁNCHEZ MANTERO, Los Cien Mil Hijos de San Luis y las relaciones franco-españolas, Sevilla,
Univ.ersidad de Sevilla, 1981.
22
río Bidasoa. Fueron fácilmente dispersados61
. Días después, la prensa francesa informó
del episodio y publicó las proclamas redactadas por los tránsfugas. Una de ellas
animaba a los soldados franceses a “adherirse a la causa majestuosa de los pueblos
contra un puñado de opresores”62
. Los refugiados en España siguieron enfrentándose a
las tropas invasoras. El 30 de abril, a petición de unos refugiados franceses, las Cortes
autorizaron la formación de una Legión Liberal Extranjera en cada uno de los ejércitos
de operaciones. Sin embargo, el decreto no se difundió hasta el 16 de mayo y parece que
solo hubo legiones en aquellos lugares en los que ya había combatientes refugiados63
.
Aunque su importancia desde el punto de vista militar fue escasa, los exiliados que se
refugiaron en España durante el Trienio reflejaban la tendencia hacia la universalización
de los valores liberales y la creación de una solidaridad internacional liberal64
.
Los acontecimientos en Portugal siguieron un curso similar e interrelacionado
con lo ocurrido en España. Desde el momento en que se instauró el régimen
constitucional fuerzas reaccionarias comenzaron a actuar con el apoyo y liderazgo de la
reina Carlota Joaquina, hermana de Fernando VII. En febrero de 1823 el conde de
Amarante se puso al frente de un pronunciamiento en Vila Real, que fue derrotado por
el ejército constitucional. Amarante se vio obligado a refugiarse en España. Tras la
invasión francesa de España los liberales portugueses temieron el avance de las fuerzas
reaccionarias también en su territorio. El 27 de mayo se produjo un levantamiento de
mayor envergadura, la Vila-Francada, encabezado por el infante don Miguel. El
argumento principal de la protesta militar, liberar al rey Juan VI de la influencia de los
liberales, ponía de manifiesto el paralelismo que existía entre los acontecimientos
portugueses y los españoles. Juan VI apoyó a los sublevados y nombró un nuevo
Gobierno a la vez que otorgaba a Miguel el mando del ejército. Tras la entrada triunfal
del rey en Lisboa el 5 de junio, las Cortes se autodisolvieron, aunque 60 diputados se
61
SÁNCHEZ MANTERO, Los Cien Mil Hijos de San Luis, p. 59; SPITZER, Old Hatreds, p. 200. ANF,
F7 11981 ff. 183-184; carta del Conde Guilleminot sobre la acción del Bidasoa, 7 de abril de 1823.
62 AYMES, “La opinión francesa hostil a la intervención de 1823”, p. 222. Las proclamas, reproducidas y
traducidas por Aymes, fueron publicadas tanto por la prensa liberal como la ultra y moderada: Moniteur,
Constitutionnel, Gazette de France, Journal de Paris, todos del 17 de abril de 1823. 63
Diario de las Sesiones de Cortes celebradas en Sevilla y Cádiz en 1823, Madrid, Imprenta Nacional,
1858, p. 39; MORÁN ORTÍ, “La cuestión de los refugiados extranjeros”, pp. 1011-1012; estudio
preliminar de R. SÁNCHEZ MANTERO a Las Cortes en Sevilla en 1823, Sevilla, Parlamento de
Andalucía, 1986, pp. 7-27; BRUYÈRE-OSTELLS, La grand armée, pp. 85-87. 64
Guillaume de Vaudoncourt, uno de los promotores de la incorporación de los exiliados al ejército
español, consideraba que la creación de Legiones Liberales Extranjeras se había hecho tarde y mal, una
vez que el país estaba ya invadido: “In my opinion it is too late to do much good, and foreign troops
cannot perform under the Spanish flag what might otherwise be expected from them”,VAUDONCOURT,
Letters on the internal political state of Spain, during the years 1821, 22 & 23, Londres, Lupton Relfe,
1825, p. 337.
23
comprometieron a defender la constitución. Algunos liberales, aquellos más
comprometidos políticamente, comenzaron a salir hacia el exilio en el verano de 1823,
principalmente hacia Inglaterra, mientras Amarante regresaba de España65
.
La ola revolucionaria que comenzó en España a principios de 1820 y se extendió
inmediatamente por el sur de Europa fue siendo borrada sucesivamente por la acción
combinada de las fuerzas contrarrevolucionarias locales y la intervención de las
potencias continentales. A la altura del otoño de 1823 ya no quedaba rastro de ella.
Como consecuencia, miles de constitucionales de distintas nacionalidades salieron
camino del exilio o el re-exilio. Se desperdigaron por Europa, América y África, dando
forma a una diáspora liberal internacional de dimensiones globales en la que emigrados
españoles, portugueses, franceses, piamonteses y napolitanos mantuvieron relaciones
entre sí y con simpatizantes en los países de acogida que contribuyeron a crear redes
personales de dimensión internacional. Por el volumen de refugiados acogidos, Gran
Bretaña y Francia destacaron como países receptores66
. La recepción en los países de
acogida fue heterogénea y motivó dos tipos de respuesta: una de carácter oficial por
parte de los Gobiernos locales y una de carácter privado por parte de la sociedad civil.
La imagen internacional de Gran Bretaña como país tolerante y avanzado, su
alejamiento de las potencias de la Santa Alianza y el apoyo que numerosos británicos
habían dado a los liberales de España, Italia y Portugal, hizo que se convirtiera en uno
de los principales destinos67
. Sin embargo, también fueron fundamentales motivos de
naturaleza más práctica que ideológica, como su posición geográfica o su laxa
legislación de extranjería68
. La ayuda provino especialmente de iniciativas llevadas a
cabo por individuos particulares, aunque muchos de ellos pertenecían a las altas esferas
políticas, sobre todo en la oposición whig y radical. El Gobierno tory receló de la
presencia de un número tan elevado de refugiados políticos en su territorio, aunque se
vio obligado por la presión de la opinión pública a concederles algunos subsidios que
complementaban los proporcionados por la iniciativa privada. Sin embargo, a pesar de
65
I. NOBRE VARGUES y L. REIS TORGAL, “Da revolução à contra- revolução: vintismo, cartismo,
absolutismo. O exílio político”, en Reis Torgal y Lourenço Roque (eds.), História de Portugal, pp. 65-87. 66
Un número mucho menor de exiliados llegaron a América, tanto Estados Unidos como las repúblicas
hispanoamericanas. Sus casos, aunque significativos para la construcción de un internacionalismo que
enlazaba ambas orillas del Atlántico, no se tratan en este artículo por falta de espacio. 67
M. WICKS, The Italian Exiles in London, 1816-1848, Manchester Univ.. Press, 1937; V. LLORENS,
Liberales y románticos. Una emigración española en Inglaterra (1823-1834), Valencia, Castalia, 2006
(1ª ed. 1954); M. ISABELLA, Risorgimento in exile. Italian Émigrés and the Liberal International in the
Post-Napoleonic Era, Oxford, Oxford Univ.. Press, 2009. 68
B. PORTER, The refugee question in mid-Victorian Politics, Cambridge, Cambridge Univ.. Press,
1997.
24
la poca simpatía que podía tener por los liberales europeos y de las protestas que le
transmitieron constantemente los Gobiernos reaccionarios instalados en gran parte del
continente, nunca llevó a cabo sobre ellos una política represiva ni los sometió a una
vigilancia policial exhaustiva.
Los exiliados encontraron en Gran Bretaña el apoyo de los whigs y radicales,
que se articularon a través de comités, subscripciones de socorro, colaboraciones en
empresas comunes y apoyos personales. En Londres la formación de comités españoles
e italianos se realizó en paralelo a la creación de comités filohelénicos de apoyo a los
griegos en la guerra de independencia contra el imperio otomano. Estos comités
compartían a muchos de los mismos miembros. Entre los miembros del Comité Español
londinense, reunido el 13 de junio de 1823 por primera vez, se distinguían conocidas
figuras políticas que ya se habían manifestado a favor del constitucionalismo del sur de
Europa, como Hobhouse, Brougham, Burdett, Lord Bentinck, Mackintosh, Lord
Nugent, Lord Russell, Jeremy Bentham, Joseph Hume, David Ricardo o Robert Wilson.
También había activistas filohelénicos como el coronel Leicester Stanhope y John
Bowring, que había residido en España, colaborado con liberales españoles y franceses
y fundado en Madrid la primera sociedad filohelénica europea, y que desde marzo de
1823 era el secretario del London Greek Committee. Por todo el país se celebraron
reuniones y se abrieron suscripciones en ciudades como Edimburgo o Liverpool y en
pequeñas poblaciones. Llegaron aportaciones desde instituciones y corporaciones, como
el ayuntamiento de Londres y varios periódicos. El 12 de julio se habían recaudado ya
15.930 libras, pero a partir de entonces la actividad empezó a decaer. En diciembre se
volvió a formar un nuevo comité en Londres para ofrecer ayuda a los miles de
refugiados españoles e italianos que habían empezado a llegar a Gran Bretaña (City
Committee for the relief of the Spanish and Italian refugees)69
. En unos días pudo
recaudar 4.283 libras70
. Desde febrero de 1827 el comité se vio reforzado por la
69
Según una lista del 4 de octubre de 1828, el City Committee ayudó a 153 hombres, 29 mujeres y 43
niños; citado por BRENNECKE, “Internacionalismo liberal”, p. 467. 70
BL, MSS 36460, f. 195; COSORES, “England and the Spanish revolution”, p. 99. Para muchos
británicos la llegada de tantos refugiados políticos a Gran Bretaña era una señal de su prestigio
internacional y una prueba de su tolerancia y de la fortaleza de sus libertades. Los británicos cultivaban la
imagen de su país como refugio de la libertad, un aspecto característico del naciente liberalismo británico.
Dos de los principales activistas a favor de los exiliados españoles son un buen ejemplo de esta actitud. El
periodista radical Thomas Wooler consideraba a Inglaterra “el único punto en el que una chispa de la
libertad europea se mantiene” (Wooler a Slade, Londres, 10 de diciembre de 1823, BL, MSS 27937 f. 84-
87) y John Cartwright hizo pronunciar en un libro al personaje de un exiliado francés las siguientes
palabras: “Seguramente debemos mirar a la Inglaterra en lo político como otra Tierra Santa, pues es el
país donde primero se vio una forma de buen gobierno, y de donde con el tiempo se había de difundir a
25
formación de un Ladies Committee for the Relief of the Spanish Refugee Families que
entre 1827 y 1834 ayudó a 35 familias71
. En estas actividades participaron individuos
provenientes de todos los sectores sociales y estratos económicos. Hobhouse se
mostraba particularmente orgulloso de que la solidaridad con España comprendiera a
“todos los rangos del pueblo británico”72
.
Varios de los miembros de los comités de ayuda eran miembros del Parlamento
y llevaron allí la cuestión de los refugiados. Uno de los más notorios debates fue el que
tuvo lugar en febrero de 1824. Los diputados que habían denunciado el principio de no
intervención en España apoyaron a los exiliados que llegaban a Gran Bretaña.
Brougham pidió ayuda para ellos, apoyándose en la “simpatía y la amabilidad” que
existía a su favor y alabando que hubieran preferido una “honesta pobreza (…) a la
riqueza adquirida por abandonar sus principios”73
. Asimismo, demandaron de nuevo la
retirada de la Alien Bill, que permitía al Gobierno utilizar medidas excepcionales con los
extranjeros y daba facilidades para su expulsión. El Gobierno se opuso a la adopción de
esta medida, aunque la aplicación de esta ley fue prácticamente nula y ningún refugiado
fue expulsado de Gran Bretaña74
. El clamor de simpatía por el liberalismo europeo que
invadió ciertos sectores de la sociedad británica alcanzó algunos éxitos en su presión a
las autoridades. Gracias en parte a este tipo de presiones, los refugiados españoles
recibieron una ayuda oficial por parte del Gobierno británico que complementó las
privadas del Comité Español, y en 1826 se eliminaron las medidas contra la entrada de
aliens que habían estado en vigor desde el inicio de la Revolución francesa75
.
las demás naciones, el arte de gobernar” (CARTWRIGHT, Diálogo político entre un italiano, un español,
un francés, un alemán, y un inglés. Escrito en este último idioma por Juan Cartwright, y traducido del
mismo al español por un apasionado suyo, Londres, Imprenta de R. Taylor, Shoe-lane, 1825, p. 7). 71
COSORES, “England and the Spanish revolution”, pp. 98-101; C. BRENNECKE, Von Cádiz nach
London. Spanischer Liberalismus im Spannungsfeld von nationaler Selbstbestimmung, Internationalität
und Exil (1820–1833), Gotinga, Vandenhoeck & Ruprecht, 2010, pp. 155-156. La existencia de varios
comités de ayuda a los españoles, que además combinaban sus acciones con otros comités de ayuda a
italianos y griegos, hizo que se iniciase una cierta competencia entre ellos. Surgieron además algunos
problemas en relación con la gestión de los fondos de los comités. La armonización de los intereses y
preferencias de todos los benefactores no era tarea fácil; BL, MSS 36460, ff. 47-48, Edmund Henry
Barker a Hobhouse, 23 de mayo de 1823. 72
COSORES, “England and the Spanish revolution”, p. 97. 73
3 de febrero de 1824, Hansard, House of Commons, v. 10, pp. 65, 70. 74
COSORES, “England and the Spanish revolution”, p. 94. 75
El Gobierno decidió aprobar únicamente la solicitud de aquellos españoles que habían tenido relación
con Gran Bretaña durante la Peninsular War. Así, el motivo oficial era la conveniencia de prestar ayuda a
veteranos de guerra y no una expresión de apoyo a su causa política. El duque de Wellington, encargado
de gestionar esta ayuda, la veía como una obligación indeseada. En su opinión, la iniciativa privada podía
dejar al Gobierno en una situación comprometida. Los socorros concedidos por el comité español podrían
inducir a “Emigrantes de todos los Países Extranjeros a acudir a Londres para obtener medios de
subsistencia; y cuando el comité no tenga ya nada más que darles, tendremos un número acumulado de
26
La mayor parte de los exiliados salientes de España pasaron a Francia, a donde
también fueron llegando exiliados portugueses76
. Las secuelas de la guerra llevaron a
muchos miembros de los ejércitos constitucionales a atravesar la frontera, como
prisioneros de guerra o en virtud de las capitulaciones que les aseguraban amparo en
Francia, aunque los términos de estos acuerdos nunca se cumplieron. Otros muchos
exiliados pasaron a Francia por su cercanía geográfica, confiando en escapar de la
violencia de los fernandinos, ya que la represión en la Francia borbónica era
significativamente menor que en España, donde las tropas francesas de ocupación
limitaron las represalias77
. Esto no significaba que se aceptara con gusto la presencia de
los exiliados, que fueron estrechamente vigilados por parte de una policía francesa
temerosa del contacto ideológico de los liberales españoles con la población local.
Temían que los españoles sirvieran de apoyo y plataforma para nuevas iniciativas
revolucionarias por parte de los opositores franceses78
. De todas formas, como había
ocurrido con el exilio de 1814, el Gobierno francés proporcionó subsidios que
constituyeron la única o principal fuente de ingresos para muchos exiliados. Por otra
parte, en Francia no hubo una respuesta solidaria similar a la británica, ya que las
simpatías por las causas liberales extranjeras no podían expresarse de manera abierta en
una sociedad regida por un sistema político reaccionario que, por otra parte, carecía de
los mecanismos de movilización presentes en la británica.
Portugal fue durante la década de 1820 tierra tanto de recepción como de
emisión de exiliados liberales. Cientos de españoles e italianos se instalaron en el país
desde 1823, manteniendo contacto con los liberales portugueses a través de sociedades
secretas79
. La llegada de exiliados españoles a Portugal se multiplicó a partir de la
instalación en 1826 de un régimen constitucional. Un realista lisboeta afirmaba que
Emigrantes con los que no sabremos qué hacer”; Wellington a Aberdeen, 12 de septiembre de 1828, FO,
72/351, ff. 49-52; citado por BRENNECKE, Von Cádiz nach London, pp. 150-151. Entre el 2 de abril de
1825 y el 30 de noviembre de 1827 los refugiados españoles recibieron por parte del Gobierno un total de
46,185.8.4 libras (BL, MSS 57449, f. 34). En octubre de 1828 las ayudas mensuales llegaban a 367
hombres, 78 mujeres y 118 niños (BRENNECKE, “Internacionalismo liberal”, p. 467). 76
Aproximadamente, un 11,5% de los exiliados se instaló en Gran Bretaña y un 77% en Francia; J. F.
FUENTES, “Afrancesados y liberales”, en J. Canal (ed.), Exilios. Los éxodos políticos en la Historia de
España. Siglos XV-XX, Madrid, Sílex, 2005, pp. 137-166. Sobre el exilio español en Francia, R.
SÁNCHEZ MANTERO, Liberales en el exilio. La emigración política en Francia en la crisis del
Antiguo Régimen, Madrid, Rialp, 1975. 77
G. BUTRÓN PRIDA, La ocupación francesa de España (1823-1828), Cádiz, Univ.. de Cádiz, 1996. 78
La vigilancia policial sobre los exiliados en ANF, F7.
79 J. DEL MORAL RUIZ, “La penetración del liberalismo en Portugal, 1814-1834: notas sobre la
utilización de fuentes documentales no convencionales para el análisis de las confrontaciones
ideológicas”, en A. Gil Novales (ed.), La prensa en la revolución liberal. España, Portugal y América
Latina, Madrid, Univ. Complutense, 1983, pp. 31-36. AHN, Estado, leg. 3075, “Traducción” de un
informe sobre conspiradores exiliados. Sin fecha ni firma.
27
habían “llegado más de dos mil españoles emigrados y todos han sido bien recibidos”80
.
Esta cifra es seguramente una exageración, pero lo cierto es que en agosto de 1826
varios cientos de españoles se encontraban ya en el país y fueron internados en varios
depósitos a lo largo de los meses siguientes81
. La restauración absolutista de Miguel I en
marzo de 1828 obligó a muchos liberales portugueses, así como a los refugiados
instalados en el país, a salir hacia el exilio.
El ciclo revolucionario iniciado en 1830 en París supuso un triunfo liberal
momentáneo tras casi una década de continuo retroceso y alteró la geografía del exilio.
La idea de que Francia tenía una misión de liderazgo para liberar a los pueblos de
Europa retomó fuerza. Los liberales más radicales y los republicanos consideraban que
Francia debía implicarse en la obtención de reformas profundas en los países de su
entorno. La proclamación de la independencia belga junto a las noticias del
levantamiento polaco y de las insurrecciones italianas, entusiasmaron a los patriotas
franceses. La Société des Amis du Peuple formó incluso un batallón para luchar junto a
los revolucionarios belgas82
. Asimismo, es probable que carbonaros franceses inspiraran
el levantamiento de Varsovia de noviembre de 1830 con el objetivo de paralizar la
respuesta que Rusia se disponía a dar contra la revolución belga, aunque esta conexión
no está comprobada y la insurrección polaca llevara tiempo preparándose. En cualquier
caso la acción de sociedades secretas polacas había sido esencial en la preparación del
levantamiento, y una sociedad patriótica que admiraba a los decembristas rusos había
reunido a muchos de los conspiradores que lideraron la insurrección83
.
La represión de las revoluciones de 1830 hizo que miles de polacos, alemanes e
italianos salieran hacia el exilio. Muchos otros que permanecían exiliados desde 1823,
sobre todo en Gran Bretaña —especialmente españoles e italianos, y portugueses desde
1828— viajaron masivamente a Francia y Bélgica, donde esperaban recibir apoyo por
parte de las nuevas monarquías constitucionales. Francia, que ya contaba con una
importante colonia de exiliados, se convirtió en el nuevo centro del exilio internacional.
Esta llegada era reflejo de la posición central que Francia se otorgaba a sí misma en la
80
L. FERNÁNDEZ MARTÍN, El general don Francisco de Longa y la intervención española en
Portugal, 1826-1827, Bilbao, Junta de Cultura de Vizcaya, 1954, p. 31. 81
AGS, Estado leg. 8190, f. 59, citado por I. CASTELLS, “Constitucionalismo, estrategia insurreccional
e internacionalismo liberal en la lucha contra el Antiguo Régimen español (1823-1831)”, Revista de
História das Ideias, vol. 10, 1988, pp. 485-506, p. 492. 82
J.-C. CARON, “La Société des Amis du Peuple”, Romantisme, 28-29, 1980, pp. 169-179, p. 174. 83
P. S. WANDYCZ, The Lands of Partitioned Poland 1795-1918, Seattle, Univ. of Washington Press,
1984, pp. 105, 109; A. ZAMOYSKI, Holy Madness. Romantics, Patriots and Revolutionaries, 1776-
1871, Londres, Weidenfeld & Nicolson, 1999, pp. 269-279.
28
carrera universal de la civilización moderna y que aseguraba haber retomado tras el
triunfo de la revolución de 1830. Se divulgaba así una imagen internacional de Francia
que constituía un poderoso polo de atracción para los exiliados que llegaban a su
territorio y que, por lo general, admiraban sinceramente el liberalismo francés.
La cuestión del exilio había tomado ya una dimensión de tal relieve que suponía
un asunto que afectaba a la política diplomática de un Estado, como el orleanista, que
buscaba asentarse. El “problema” de los refugiados tuvo un fuerte impacto en la política
interna francesa. Hasta entonces en Francia no se había dado un movimiento solidario
de recepción de los exiliados similar al británico. Sin embargo, en la Francia de la
monarquía orleanista sí se desarrolló una notable solidaridad desde la sociedad civil con
los refugiados que empezaron a llegar al país. La causa polaca revestía un especial
atractivo. Organizaciones como la Société des Amis du Peuple crearon comités de apoyo
a los insurrectos polacos, celebraron banquetes en su honor y abrieron suscripciones
públicas para apoyar a los refugiados cuando empezaron a llegar a Francia84
. Hubo
casos de solidaridad en los que la causa polaca y la española se combinaron, como el
banquete celebrado en Châtellerault en agosto de 1833 en honor de los refugiados de
ambas nacionalidades, en el que se abrió una suscripción y en el que se dieron gritos
como “¡Abajo los Borbones!” y se cantó la Marsellesa85
.
Si bien inicialmente el Gobierno, en sintonía con la solidaridad surgida de la
sociedad civil, acogió y protegió a los refugiados a través de permisos de residencia y
socorros monetarios, pronto los miraría con otros ojos. Su llegada masiva se volvió
incontrolable86
y las autoridades de la monarquía de Luis Felipe comenzaron a recelar
de las actividades de unos individuos con inquietudes políticas y dudosos medios de
vida, que suponían un gran gasto y un peligro de orden público que amenazaba con
desestabilizar la naciente monarquía orleanista y comprometer sus relaciones con las
potencias europeas. Esta actitud coincidía con el abandono de cualquier política de
proselitismo liberal internacional. La inacción del Gobierno fue interpretada por los
84
M. BROWN, “The Comité Franco-Polonais and the French reaction to the Polish uprising of November
1830”, English Historical Review, XCIII (369), 1978, pp. 774-793; CARON, “La Société des Amis du
Peuple”; M. KUKIEL, Czartoryski and European Unit, 1770-1861, Princeton, Princeton Univ. Press,
1955; ZAMOYSKI, Holy Madness, p. 282. 85
ANF, BB18
1218 A7 9536.
86 En septiembre de 1831 el número de refugiados contabilizados en Francia era de 5375: 2867 españoles,
1524 italianos y 962 portugueses; aún no habían llegado masivamente los polacos, que se convertirían en
el grupo más numeroso (4627 en 1833); ANF, Série C, Archives des assemblées nationales, Monarchie de
Juillet: Chambre des députés (1830-1848), C 749, Session 1831, nº 32 y AMAE, Mémoires et Documents,
France, Vols. 723 y 724.
29
liberales más radicales como una traición a los valores de julio y, especialmente tras el
abandono de la causa polaca, la popularidad de Luis Felipe continuó extinguiéndose. El
descontento cundió entre los mismos sectores que servían de apoyo al Gobierno de
Lafitte, lo que llevó finalmente a su dimisión en marzo de 1831. Su sucesor, el
conservador Casimir Perier, intentó consolidar el régimen orleanista a través de una
política basada en la conservación del orden. El nuevo gobierno decidió llevar a cabo
acciones que, aunque no eran abiertamente represivas, pretendían limitar las actividades
de los refugiados para que no atentaran contra el orden público, como sucedía con las
manifestaciones callejeras de apoyo a los polacos y en las que se oyeron gritos de
“¡Viva Polonia! ¡Abajo Luis Felipe! ¡Viva la república!”. De forma paralela, varias
manifestaciones de obreros recorrían las calles de París protestando contra la
implantación generalizada de máquinas y reclamando el aumento de salarios, mientras
que el célebre Procès des Quinze, en el que se juzgaba a miembros de la Société des
Amis du Peuple, ocupaba la atención de la opinión pública87
. Según el prefecto de la
Policía, en los disturbios de septiembre de 1831 participaron: “1º La gente de julio
descontenta. 2º Los refugiados políticos italianos, portugueses y españoles. 3º Los
obreros sin trabajo. 4º Los presidiarios liberados, los reincidentes de la justicia y en
general todos los malhechores. 5º Los estudiantes de varias facultades”88
. El resultado
fue la expulsión de París de todos los refugiados que dependieran de las ayudas
gubernamentales y su internamiento en depósitos89
.
En la gestión del “problema” de los refugiados –basada en la adopción de
imperativas medidas de gestión fuertemente burocratizadas y marcadamente policiales
que culminaron en el internamiento en depósitos y en una creciente presión para que los
refugiados abandonaran el país en cuanto pudieran— se manifestó tan claramente como
en la política exterior, la actividad legislativa o la acción del ejecutivo, la tendencia
hacia la moderación que caracterizó al régimen orleanista desde su acceso al poder. En
contraste con el caso británico, donde la gestión de los refugiados no había sido
centralizada por el Estado, en el caso francés fue este el encargado de ocuparse de la
87
P. VIGIER, Paris pendant la Monarchie de Juillet (1830-1848), París, Association pour la publication
d'une histoire de Paris: diff. Hachette, 1991, p. 70. 88
ANF F7 12102, 1674 ER, “Renvoi des réfugiés de Paris”, Informe del Prefecto de Policía Saulnier al
Président du Conseil, Ministre Secrétaire d’Etat de l’Intérieur, 20 de septiembre de 1831. 89
En este proceso fue clave la instrucción del 19 de marzo de 1833 del ministro del Interior, Conde
D’Argout, que establecía las condiciones de internamiento en los depósitos; AMAE, Mémoires et
Documents, France Vol. 724.
30
cuestión a través de su maquinaria administrativa, lo que suponía toda una novedad
llamada a marcar la política de refugiados posterior en todo el continente.
Tras las revoluciones de 1830 se consolidaron regímenes liberales moderados en
Francia y Bélgica, mientras que en 1832 se aprobaba la Reform Act en Gran Bretaña.
Monarquías constitucionales que compartían estos rasgos se instalaron en España y
Portugal –en 1834 se formó la Cuádruple Alianza— con muchos exiliados retornados al
frente de ellas. En algunos Estados alemanes e italianos se postularon regímenes
similares que tenían que convivir con otros de carácter reaccionario. Quedaban así
afianzados unos modelos liberales en los que el objetivo del justo medio de los
doctrinarios se establecía como condición para combinar progreso con orden, aceptando
las limitaciones del sistema representativo censitario y minimizando los efectos
negativos del desarrollo industrial y del mercado libre. Las divisiones se agrandaron
entre liberales moderados que aceptaban estos regímenes en sus países, o que aspiraban
a erigir gobiernos similares en los que aún no los tenían, y los grupos más radicales de
republicanos que se escoraban hacia posiciones democráticas y socialistas y que
cristalizarían sus demandas a través de las convulsiones revolucionarias paneuropeas de
1848. La contrarrevolución continuó desafiando a los Estados liberales, más duramente
en la España de las guerras carlistas. Ni el exilio ni el movimiento conspirativo
desaparecieron, aunque las experiencias pasadas y las nuevas circunstancias hicieron
que las estrategias y programas de las sociedades secretas del primer tercio del XIX
fueran abandonados. En 1834 Giuseppe Mazzini fundó en Suiza junto a exiliados
polacos y alemanes la Joven Europa. Se abría una nueva fase en el internacionalismo
liberal y republicano, en la que se profundizaría en la solidaridad entre las naciones,
hasta llegar a proyectos de federación europea90
.
2. La Santa Alianza de los pueblos: liberalismo internacional e identidad
A lo largo de estas décadas el cosmopolitismo característico de la Ilustración había ido
evolucionando hacia un internacionalismo liberal basado en un concepto de nación más
intenso y elaborado que ponía énfasis en la fraternidad de los pueblos. Estos son
90
C. A. BAYLY y E. BIAGINI (eds.), Giuseppe Mazzini and the Globalisation of Democratic
Nationalism, 1830-1920, Oxford Univ. Press / The British Academy, 2008; D. M. SMITH, Mazzini, New
Haven, Yale Univ. Press, 1994; G. BELARDELLI, Mazzini, Bolonia, Il Mulino, 2010; N. BASABE, Del
Imperio a la federación: la idea de Europa en Francia, 1800-1848, Tesis doctoral, Univ. Complutense de
Madrid, 2010.
31
fenómenos intrínsecamente interrelacionados en su gestación y por tanto, para su
comprensión, hay que tener en cuenta el desarrollo en paralelo de las identidades
nacionales y supranacionales, imbuidas de un fuerte contenido político canalizado a
través del liberalismo, que de esta forma adquirió poderosos rasgos internacionales que
resultaron claves en su formación y expansión por el continente europeo y más allá.
Todos estos procesos coinciden en tener en el exilio (es decir, en un elemento de
carácter eminentemente involuntario, resultado del enfrentamiento entre revolución y
contrarrevolución) uno de sus elementos constitutivos. El exilio fue fundamental para el
desarrollo de una identidad liberal europea, que se encontraba en pugna con una
contrarrevolución que también acudió a argumentos universalistas.
La doctrina de la intervención marcó la evolución de la política europea de la
Restauración. La formación de la Santa Alianza y las sucesivas intervenciones de las
potencias absolutistas para forzar la caída de los regímenes liberales de España, Nápoles
y Piamonte, fijó en los sectores antiabsolutistas europeos la convicción de que
únicamente una contraintervención conjunta de lo que ya empezaba a identificarse
como un movimiento liberal internacional podía evitar el triunfo de la reacción. Los
conspiradores españoles que desde Francia planearon el levantamiento del ejército
instalado en Cádiz en 1819 prepararon un “Llamamiento a los extranjeros” en el que
afirmaban:
“Todos los hombres somos naturalmente aliados: hermanos por naturaleza, no podemos
ser enemigos por sociedad. Tenemos las mismas necesidades, los mismos intereses, el
mismo objeto; todos vivimos de la Libertad y perecemos en la esclavitud, de manera que
la humanidad forma una gran sociedad universal (…) Los gobiernos han roto muchas
veces los lazos de su fraternidad general, de la gran federación universal; pero, en el
nuevo idioma de la ilustración, en los intereses de la Santa Alianza popular, ya no se dirá:
tal pueblo es el enemigo de tal otro, sino tal gobierno lo es de tal pueblo”.
Y a continuación ofrecían la España regenerada constitucionalmente como asilo para los
liberales del mundo “que arrastran su preciosa existencia de destierro en destierro: la
España los adoptará por hijos y se gloriará de su adopción”91
. En este sentido, los
estatutos de la sociedad Ordre du soleil, fundada por el exiliado francés en España
Cugnet de Montarlot, proponían la creación de una “Legión de la Libertad Europea
(que) establecida por las cuatro partes de Europa, una las naciones a su libertad y a su
independencia recíproca: es un gobierno ambulante siempre en guardia contra el
91
Reproducido por MORANGE, Una conspiración fallida, p. 444.
32
despotismo y la tiranía de cualquier gobierno, contra la traición o el crimen de lesa
nación. Es lo que podemos llamar la Santa Alianza de los pueblos”92
.
Una vez lanzados al exilio, los contactos personales entre liberales se hicieron
más comunes y el encuentro de emigrados de diferentes nacionalidades en los centros
de refugiados –España, Francia, Inglaterra y Bélgica, principalmente, pero también
Estados Unidos y las nacientes repúblicas hispanoamericanas— contribuyó no solo a
propiciar transferencias políticas, económicas o culturales, sino a forjar una identidad
común acerca de la civilización occidental moderna. Se desarrollaron nutridas redes
internacionales a través de las cuales se divulgó el liberalismo. En buena medida la
modernidad liberal fue recreada en el exilio, lugar de encuentro de la represión y la
persecución política contrarrevolucionaria93
. Surgió así un movimiento que convirtió en
una sola la causa de los liberales españoles, portugueses, italianos, franceses y de los
independentistas iberoamericanos, pero también la de los pueblos sometidos
directamente a las potencias de la Santa Alianza –como demostraban los decembristas
rusos— o a los “despotismos orientales”—como los griegos que buscaban la separación
del imperio otomano. El ímpetu de la emulación era capaz de atravesar todo el
continente. El objetivo declarado de los decembristas rusos era dotarse de una
constitución semejante a las europeas como alternativa al sistema político existente, y
así lo expusieron en el proyecto que la Sociedad del Norte redactó: “Todas las naciones
europeas están obteniendo constituciones y libertad. La nación rusa, más que cualquiera
de ellas, merece ambas”. Uno de los líderes decembristas, Vladimir I. Shteingel afirmó
que “los acontecimientos en España, Piamonte y Grecia inflamaron las mentes de
libertad en Rusia”94
.
En este contexto, el éxito o fracaso de un movimiento liberal nacional tenía
repercusiones en el resto del mundo. En la lucha de dimensiones universales tal y como
era percibida por liberales y reaccionarios España fue un frente esencial, primero como
cuna de la constitución de 1812, luego como único poder continental constitucional
durante el Trienio y más tarde como víctima más notoria de la contrarrevolución. La
92
Estatutos de l’Ordre du soleil, citado por NAGY, “Les hommes d’action du parti libéral”, p. 47. 93
Al respecto, C. CHARLE, ha planteado la hipótesis, “a vérifier par des recherches ultérieures, que ces
migrations —et les transferts culturels qui les accompagnent —sont l’une des médiations essentielles pour
l’émergence d’une conscience sociale plus globale des intellectuels, intermédiaire entre le
cosmopolitisme élitiste du siècle des Lumières et les nouvelles représentations collectives de la fin du
siècle, plus enracinées dans chaque tradition politique”; Les intellectuels en Europe au XIXe siècle, París,
Seuil, 2001, p. 124. 94
S. RABOW-EDLING, “The Decembrists and the Concept of a Civic Nation”, Nationalities Papers,
vol. 35, 2, 2007, pp. 369-391, la citas, traducidas por la autora del artículo del ruso al inglés, en p. 370.
33
presencia de los exiliados en España durante el Trienio fortaleció el desarrollo de
discursos internacionalistas. La cuestión se convirtió en una materia de enfrentamiento
político entre las distintas facciones del liberalismo español. Cuando en 1822, ante la
insurrección realista, se discutió la posibilidad de integrar a los refugiados extranjeros
en las tropas constitucionales, la propuesta levantó la oposición de los moderados. El
exaltado Francisco Soler argumentó a favor: “¿No es común la causa que defendemos
(…) con la de los emigrados italianos y piamonteses?”95
. Los exiliados italianos
recurrieron al argumento de la solidaridad internacional para promover su admisión en
el ejército español. En una proclama firmada por trece italianos emigrados se afirmaba:
“Italianos: la gran causa entre los pueblos que no quieren ser oprimidos y los tiranos que
intentan oprimirlos, se decide ahora en España. O la España triunfa y la consecuencia
inmediata será la libertad de las otras naciones, o sucumbe y entonces por mucho y
largo tiempo el yugo de los tiranos pesará igualmente sobre toda la familia europea”96
.
Un “emigrado piamontés” publicó en El Universal un artículo en el que proponía la
creación de una Legión Itálica apelando a la “estrecha (…) comunión de necesidades,
de deseos y de intereses, que existe en el día entre todos los pueblos”. Cuando Alcalá
Galiano trasladó a las Cortes la proposición de los refugiados napolitanos de formar un
cuerpo contra las partidas realistas, argumentó que “en las agitaciones que hoy reinan en
Europa, puede ser tanto más útil tener un cuerpo de esta naturaleza cuanto podría ser
como un núcleo alrededor del cual se fueran reuniendo todos los amantes de la libertad
esparcidos por las naciones europeas y que detestan el despotismo como nosotros”97
.
Meses después unos diputados presentaron una proposición en las Cortes para que se
formasen “legiones de extranjeros refugiados que presenten suficientes garantías de
amor a la libertad española”98
. El régimen, o al menos los moderados que estuvieron al
frente del Gobierno la mayor parte del tiempo, fue inclinándose hacia la opción
internacionalista a medida que la amenaza de intervención francesa crecía, y solo tras la
invasión aceptó plenamente a los exiliados para reforzar las fuerzas armadas
95
Diario de Barcelona, nº 302, 29 de octubre de 1822, pp. 2793-94; citado por MORÁN ORTÍ, “La
cuestión de los refugiados extranjeros, p. 1002. 96
Diario constitucional, político y mercantil de Barcelona, nº 244, 2 de septiembre de 1823, citado por
MORÁN ORTÍ, “La cuestión de los refugiados extranjeros”, pp. 1015-16. 97
El Univ.ersal, nº 103, 13 de abril de 1822, y Diario de Sesiones, 15 de junio de 1822, citado por
MORÁN ORTÍ, “La cuestión de los refugiados extranjeros”, pp. 1004-1005. 98
Diario de Sesiones, legislatura extraordinaria, 13 de octubre de 1822. Fueron Saavedra, Serrano y
González Alonso, y pasó a la comisión de Guerra.
34
constitucionales. En la toma de esta decisión fueron fundamentales las continuadas
peticiones de los exiliados extranjeros y el apoyo de los exaltados99
.
La dimensión internacionalista durante el Trienio no se planteó solo desde
España. En abril de 1823, el diputado británico J. Macdonald, críticó la política de no
intervención sosteniendo que la cuestión española tenía alcance universal. La Santa
Alianza era “una confederación de tiranos” y “este tremendo combate (…) iba a decidir
si Europa se convertiría en un vasto despotismo militar”100
. En una de sus reuniones en
1823, poco después de la invasión francesa, el Comité Español londinense aseguraba
que actuaba para proteger “el derecho universal e interés común de toda la Humanidad
de disfrutar de ese autogobierno que constituye la Libertad”. En uno de los puntos de la
resolución adoptada en la reunión del comité se afirmaba: “Que la guerra hecha ahora
en España por el rey de Francia (…) es una violación sin principios y atroz de la
Libertad, no solo del Pueblo español, sino de toda la comunidad de la Humanidad”101
.
En Gran Bretaña y el resto de Europa, el interés por la causa de España no puede
entenderse sin su integración en la más amplia causa de la liberación de la humanidad.
Fue el entusiasmo por el internacionalismo liberal lo que llevaba a interesarse, también,
por la causa española, y no una simple relación en términos bilaterales.
Una vez comenzada la guerra se multiplicaron las proclamas que afirmaban que
en la contienda no se estaba dirimiendo únicamente la causa del liberalismo español,
sino que era parte de una lucha internacional. El jefe político de Lugo, Camaleño, en
una alocución de bienvenida a Wilson en abril de 1823 afirmaba que no se trataba “solo
de los intereses de una familia ni los de una clase, ni de los de un pueblo; intereses más
grandes, intereses más nobles, intereses en que están comprometidas la dignidad y la
felicidad de la especie humana, son los que obligan a los españoles a lanzarse en la
arena”. La contestación de Wilson profundizaba en este mensaje de universalismo y
99
MORÁN ORTÍ, “La cuestión de los refugiados extranjeros”. Varios exiliados participaron en la vida
política y cultural española, a través de la publicación de periódicos que destacaban la dimensión
internacional del liberalismo. Desde principios de 1821 un exiliado francés, Bousquet Deschamps,
publicó en Madrid un periódico con el título L’Echo de l’Europe, que para las autoridades francesas, que
habían seguido la pista a Deschamps desde su salida de Francia, era “una reunión de absurdidades
monstruosas y de infames calumnias” (ANF, F711981, 653, el prefecto de Altos Pirineos al director
General de la Policía, Tarber, 16 de marzo de 1821. A este periódico se refiere también LLORENS,
Liberales y románticos, p. 9, nota 4.) La más importante de las publicaciones de los exiliados en España
fue El Europeo, aparecida en Barcelona en 1823 con redactores españoles, italianos e ingleses; El
Europeo. Periódico de ciencias, artes y literatura, por los Sres. Cook, Aribau, L. Monteggia, López Soler
y Galli, tomo único, 1823; P. A. SPRAGUE, El Europeo (Barcelona, 1823-1824): prensa, modernidad y
Univ.ersalismo, Madrid y Frankfurt am Main, Iberoamericana/Vervuert, 2009. 100
Hansard, Parliamentary debates, new series, v. 8, p. 1326, 28 de abril de 1823. 101
BL, MSS 36460, f. 195.
35
solidaridad internacional: “La lucha en que se encuentra empeñada la Nación Española
contra el Gobierno Francés y sus aliados, es una lucha que abraza los derechos de todas
las naciones libres, y aun decide de su propia existencia”102
. Pero no solo en los
intercambios entre liberales de diferentes orígenes se efectuaban este tipo de mensajes,
sino que también se realizaban para alentar a las tropas y ciudadanos españoles a resistir
ante la invasión. El bando del general Quiroga a los habitantes del segundo Distrito
Militar, dado en Lugo el 6 de mayo, aseguraba: “van a ser nuestros campos el teatro
donde se ha de decidir por medio las armas la gran cuestión de la libertad del Mundo
sostenida por guerreros intrépidos que de todas partes vienen a nuestra ayuda”103
.
Estas argumentaciones internacionalistas de los liberales eran aprovechas por su
parte por los contrarrevolucionarios para legitimar la doctrina de la intervención
recreando de esta forma un discurso internacionalista de rasgos similares. El zar
Alejandro afirmó tras la intervención austriaca en Nápoles, que “veía España como la
tribuna a la que todos los revolucionarios de Europa pueden recurrir, como vehículo con
el que diseminar su perniciosa doctrina” y que mientras “los demagogos” pudieran
disponer de la tribuna española “para socavar la seguridad de todos los gobiernos de
Europa, era imposible imponer una barrera efectiva al diablo, que ha sido repelido [en
Nápoles] pero no exterminado”104
. Por su parte, un periódico realista español
argumentaba para justificar la invasión francesa: “¿No se organizó y remitió a la
frontera de Francia un regimiento de reos emigrados con banderas e insignias de
Napoleón II conspirando nada menos que contra la autoridad de Luis XVIII (…)?105
.
La lucha contra la revolución tenía dimensiones supranacionales y también hubo
exiliados entre las filas de la contrarrevolución, como los españoles que durante el
Trienio usaron el sur de Francia como campo de organización para las milicias de
voluntarios reales. Este exilio contrarrevolucionario tuvo una destacada relevancia en la
elaboración de ideas antiliberales y en la creación de vínculos entre sectores
reaccionarios europeos que reforzaron los lazos dinásticos construidos en la Europa de
los Congresos y que fueron centrales para el desarrollo del tradicionalismo europeo. Se
puede decir que a partir de este momento comenzó a formarse una “internacional
blanca” contrarrevolucionaria en Europa, que conectaría a apostólicos y carlistas
102
Reproducido en M. L. MEIJIDE PARDO, Contribución al estudio del liberalismo, Sada, Ediciós do
Castro, 1983, pp. 160-161. 103
MEIJIDE PARDO, Contribución al estudio del liberalismo, p. 156. 104
Citado por COSORES, “England and the Spanish Revolution”, pp. 53-54. 105
El Procurador General del Rey, nº 13, 1823, p. 66, citado por MORÁN ORTÍ, “La cuestión de los
refugiados extranjeros”, p. 1010.
36
españoles, miguelistas portugueses, ultras franceses y legitimistas italianos, entre
otros106
. La “Proclamation du général Quesada à l’armée royaliste et aux habitants de la
Biscaye”, reproducida en el diario de Burdeos La Ruche d’Aquitaine en marzo de 1823,
es representativa de este discurso reaccionario del exilio que insistía en oponer al
internacionalismo liberal un internacionalismo contrarrevolucionario. En ella el general
Vicente Quesada, refugiado en Francia, afirmaba:
“En Europa solo hay dos naciones: una compuesta de impíos, que, bajo el vano pretexto
de la libertad, aspiran a derribar los altares y los tronos, con el fin de alterar el orden
social; la otra compuesta de hombres religiosos y leales, amigos y defensores de sus
legítimos príncipes. La primera conspira como sociedad secreta para destruir todo lo que
es sagrado en el universo; y la otra está representada por la santa Alianza, donde los
magnánimos príncipes proclaman en voz alta los principios conservadores del orden”107
.
Argumentos similares se presentaron en las peticiones que los realistas españoles
exiliados hicieron al Gobierno francés solicitando ayuda para la Regencia, en las
diversas cartas que escribieron a las potencias de la Santa Alianza y en la exposición de
la Regencia de Urgel a los soberanos del Congreso de Verona. En todos estos escritos se
apelaba a la Europa legitimista para que colaborara en la derrota de la revolución en
España108
. El mismo Fernando VII, una vez que la guerra había terminado y había sido
“liberado”, aludió en el manifiesto del Puerto de Santa María a una España convertida
en el campo de batalla de la lucha internacional: “Encargada la Francia de tan santa
empresa, en pocos meses ha triunfado de todos los rebeldes del mundo, reunidos, por
desgracia de la España, en este suelo clásico de la fidelidad y de la lealtad”109
. En un
proceso de construcción cruzada de identidades políticas, los discursos reaccionarios
paneuropeos unieron aun más a los liberales que creían luchar contra una todopoderosa
Santa Alianza, cuya uniformidad y cohesión interna era más fuerte en su imaginario que
en la realidad.
Los estados de la Restauración, en los que la representación y la participación en
el gobierno se encontraban vedados a los opositores, obligaron a los exiliados y a los
individuos que los apoyaban en sus países de refugio a actuar al margen de la política
oficial. A lo largo de la década de 1820 se multiplicaron los intentos de forzar la caída
106
J. CANAL, El carlismo. Dos siglos de contrarrevolución en España, Madrid, Alianza, 2000, pp. 11,
71-72. 107
La Ruche d’Aquitaine, 14 de marzo de 1823. 108
Manifiesto que los amantes de la monarquía hacen a la Nación de España, a las vecinas potencias y a
sus soberanos, impreso en Francia en 1822, por cuenta de Mataflorida, 2ª ed. Madrid, 1823; J. L.
COMELLAS, Los realistas en el Trienio Constitucional (1820-1823), Pamplona, Estudio General de
Navarra, 1958, pp. 107, 115-116. 109
Citado por COMELLAS, Los realistas en el Trienio, p. 198.
37
de las monarquías reaccionarias europeas a través de diversas conspiraciones planeadas
por exiliados. Españoles y portugueses destacaron por sus planes insurreccionales, en
los que en ocasiones colaboraron y para los que recibieron la ayuda de los mismos
sectores de la cada vez más consciente comunidad liberal internacional. Sin embargo,
todas estas acciones insurreccionales fracasaron110
.
Incluso en aquellos países, como Gran Bretaña o la Francia orleanista, en los que
existían gobiernos que, al menos en teoría, debían simpatizar con la causa liberal, la
política oficial era considerada por muchos liberales como regida por intereses que no
ayudaban al avance de las posiciones liberales a lo largo del continente. La política
exterior de Gran Bretaña y la monarquía de Julio fueron blanco de las críticas de
muchos exiliados. El español Espoz y Mina acusó a Gran Bretaña de haber dado “tácito
consentimiento a la entrada de los cien mil franceses en España, y a las tropelías que se
cometieron por la Santa Alianza con nosotros, con los napolitanos, con los portugueses
y con los polacos”, lo que contrastaba con “el humano y generoso recibimiento que
hemos debido a todas las clases de la nación inglesa”111
. El exiliado portugués José
Liberato Freire de Carvalho, en una obra en la que defendía la importancia estratégica
de la unión de los liberales del continente, acusaba a Gran Bretaña de hacer
disimuladamente la guerra al constitucionalismo portugués112
. En el caso del Gobierno
francés, los refugiados se entendían abandonados por un régimen que se decía liberal
pero que había optado por alcanzar un entendimiento con las grandes potencias para
asegurar su estabilidad. Desde su punto de vista, este abandono no era más que
coyuntural, porque la verdadera solidaridad de los pueblos terminaría por imponerse a la
miopía de sus gobiernos. De esta forma, en diciembre de 1831 el Comité Nacional
Polaco en el exilio parisino se acercaba a sus simpatizantes franceses contraponiendo el
abandono diplomático que habían sufrido por parte del Gobierno francés con la
solidaridad surgida en la sociedad francesa: “Y mientras la diplomacia montó sus
maquinaciones para destruirnos, Comités Polacos se formaron en Europa para
110
I. CASTELLS, La utopía insurreccional del liberalismo. Torrijos y las conspiraciones liberales de la
década ominosa, Barcelona, Crítica, 1989. 111
Citado por N. COSORES, “England and the Spanish Revolution”, p. 65. Cosores también cita una
carta del general Lafayette al presidente estadounidense Monroe, en la que manifestaba la opinión de que
“Si vous pensiez (…) que dans ces affaires de la Peninsule la Grande-Bretagne a joué un role plus
honnête que les autres cabinets anti-libéraux, ce serait une grande erreur”. 112
Ensaio Histórico-Político sobre a Constituição e o Governode Portugal, París, 1830.
38
demostrar que hay una verdadera simpatía entre los amantes de la libertad, y que su
triunfo es inevitable una vez que los pueblos sean llamados a una lucha general”113
.
Las necesidades de la política interna de cada país, marcada por la imposibilidad
de llegar a un triunfo definitivo de cualquiera de los dos bandos enfrentados o a
situaciones de acuerdo entre ellos, impulsaron a los contendientes a acudir a la arena del
interés internacional, contribuyendo así a dar consistencia a las elaboraciones teóricas
que se habían venido haciendo desde la Ilustración y la Revolución Francesa en torno al
cosmopolitismo y la civilización europea, adaptadas por los pensadores de la
Restauración también a un mundo tradicionalista. De esta forma, la retórica del interés
internacional dominó los discursos liberales durante los años del exilio. Los argumentos
que usaban incidían en la idea de que la libertad o era de todas las naciones o no era de
ninguna. Los exiliados, como opositores políticos, necesitaban proveerse de un lenguaje
en el que expresar sus descontentos y sus aspiraciones. La experiencia de vivir en el
extranjero contribuyó a dotarles de ciertos argumentos (o fortalecer o moldear los que
ya tenían) que era necesario que estuvieran articulados de tal forma que fueran
entendidos, también, por los extranjeros entre los que se encontraban, de los que en
parte esos argumentos eran tomados y con cuyo apoyo se reforzaban. Este lenguaje
contribuía a construir una ideología liberal internacional de oposición a la monarquía
absoluta. Para obtener una meta nacional apelaban al interés internacional y a la
fraternidad entre los pueblos al margen de los Gobiernos. Este era el argumento de los
conspiradores franceses que querían levantar el ejército de los Cien Mil Hijos de San
Luis en 1823: “uníos a todos vuestros hermanos Españoles que quieren la libertad, y la
libertad en Francia será imperecedera”114
. Edward Blaquiere, en el prólogo a la obra
sobre las revoluciones española y portuguesa que el conde italiano Pecchio —que había
estado en la Península durante el periodo constitucional— publicó en Londres en 1823,
afirmaba que “la preservación de la libertad europea, y la estabilidad del poder
británico, dependen de la posición que la Península y Grecia adopten contra la SANTA
ALIANZA”115
. El español Andrés Borrego, en El Precursor, periódico que editó en
París tras la revolución de Julio con el objeto de promocionar la causa liberal española
en el exilio y en el que cubría la información política de todo el continente, afirmaba
113
ANF, AP 271, 4. Papeles de Odillon Barrot; el Comité Nacional Polaco a Barrot, París, 22 de
diciembre de 1831. Barrot era uno de los miembros del comité francés de ayuda a los exiliados polacos. 114
ANF F7 11981, f. 771. Informe semanal del prefecto del Ródano desde Lyon, 1 de febrero de 1823.
115 E. BLAQUIERE, “Introduction”, p. v; en Conde Pecchio, Anecdotes of the Spanish and Portuguese
Revolutions, Londres, Whittaker, 1823.
39
que “las revoluciones de nuestros días son parte de un todo”116
. Los avances liberales de
una nación debían servir para dar esperanzas a los liberales de otras naciones,
especialmente si se encontraban exiliados, y para promover su movilización. En octubre
de 1830 El Precursor animaba a la acción a los italianos con estas palabras: “Es de
esperar que el doble ejemplo de la Francia y de la Bélgica, y el que pronto les daremos
los Españoles, unido al reconocimiento del principio de no intervención, permita a los
patriotas italianos luchar con ventaja contra el yugo austriaco”117
. El paso de exiliados
polacos en 1831 por Hesse, Baden y el Palatinado –algo que el gobierno prusiano se
esforzó por evitar que sucediera en sus territorios del Rin— provocó una explosión de
solidaridad popular que se transformó en un movimiento político a favor de la libertad
alemana. Meses después, en el festival liberal nacionalista de Hambach se cantaron
canciones patrióticas alemanas junto a la Marsellesa y a canciones polacas,
reconvertidas en auténticas Freiheitslieder118
. Se trataba, en definitiva, de un
contramundo liberal internacional –formado por individuos y grupos relegados de los
centros de decisión a los que en algún momento muchos de ellos habían pertenecido, y
unidos entre sí por vínculos informales, generalmente basados en contactos
personales— que generó un discurso internacionalista de solidaridad como recurso
retórico con el que defender de la causa liberal de cada una de sus naciones.
Fue en este contexto en el que la identidad liberal se expandió por Europa. En
los primeros años de la Restauración no se puede decir que existiera una identidad
política liberal en ningún país europeo, excepto quizás en España tras la aparición de un
partido liberal en las Cortes de Cádiz. Veinte años después, en la década de 1830, el
término se había extendido por Europa y América, era empleado profusamente en
distintos tipos de escritos en decenas de lenguas y era una forma de identificación
política que traspasaba las fronteras. Para entonces, los liberales españoles podían
identificarse con los franceses, británicos, belgas, alemanes, italianos, polacos o
portugueses. De hecho, la apelación a esta nueva identidad compartida era el
instrumento principal a través del cual los exiliados movilizaban la simpatía que
necesitaban no solo para poder sobrevivir en una situación de penuria más o menos
dura, sino también para recabar colaboración en sus planes contra las monarquías que
los habían forzado a la emigración.
116
El Precursor, 21 de octubre de 1830. 117
El Precursor, nº 6, París, 17 de Octubre de 1830, p. 2 118
J. M. BROPHY, Popular Culture and the Public Sphere in the Rhineland, 1800-1850, Cambridge,
Cambridge Univ. Press, 2007, pp. 80-83.
40
Sin embargo, la extensión del sustantivo liberal a los diferentes idiomas
europeos para referirse a los partidarios de reformas profundas fue un proceso irregular
y de difícil datación. El término liberal se encontraba en el vocabulario de la mayoría de
las lenguas europeas y su uso no era excepcional, aunque sin las implicaciones políticas
que adquiriría desde entonces. Se empleaba por lo general para referirse a los efectos
positivos de la educación y las buenas maneras. La aportación de las Cortes españolas
de 1810-1814 fue convertir el adjetivo liberal en un sustantivo aplicado a los partidarios
de realizar reformas políticas en la monarquía y, en general, de la “libertad”119
.
En inglés, su importación comenzó siendo una adaptación semántica negativa
introducida por los tories en el contexto de las guerras continentales para denotar
valores considerados anti-ingleses como el desorden y la revolución. En este sentido, la
extensión del término liberal en las Cortes de Cádiz fue decisiva, aunque los británicos
lo emplearon inicialmente solo para referirse a un grupo político español concreto. En
cualquier caso, fue aceptado relativamente deprisa en su sentido positivo, especialmente
por los whigs, ya que el término no era desconocido y era posible aplicarlo a las
filiaciones políticas ya existentes. En 1827, Henry Brougham –que se había destacado
como defensor de la causa liberal española y de sus exiliados— desprendió
definitivamente de connotaciones negativas el término liberal en un célebre artículo
publicado en la Edinburgh Review, identificándolo con aquellos, tanto whigs como
tories, que querían introducir reformas parlamentarias. A partir de entonces el término
se popularizó ampliamente en la política interna británica, identificándose de una
manera más directa con la trayectoria whig. Algunos años más tarde, John Stuart Mill
liberó a la definición whig de su carácter aristocrático y reclamó el término liberal para
referirse a reformas más profundas que beneficiarían a las clases medias, una
perspectiva empleada también por los filósofos radicales. De esta forma, a lo largo de
las décadas siguientes, el binomio liberal/conservative sustituyó progresivamente al
whig/tory, aunque whig se mantendría para referirse a los liberales moderados120
.
El adjetivo libéral con connotaciones políticas ya había sido usado en francés
desde finales del siglo XVIII, entre otros por Benjamin Constant, quien se convertiría en
uno de los más importantes exponentes y teóricos del liberalismo y que había apoyado
119
M. C. SEOANE, El primer lenguaje constitucional español (Las Cortes de Cádiz), Madrid, Moneda y
Crédito, 1968. 120
J. LEONHARD, “A new casting of political sects. Los orígenes de liberal en el discurso político inglés
y europeo: una comparación”, Historia Contemporánea, 28, 2004, pp. 9-31.
41
la causa española relacionándola con la española121
. En Francia, el uso de libéral para
referirse a un grupo político no se generalizó hasta finales de la década de 1810 y, en
especial, a partir de la revolución española de 1820. Hasta ese momento, la oposición a
la Restauración borbónica se dividía en grupos que ante la opinión pública no se
presentaban como liberales, sino que eran conocidos bajo otras etiquetas políticas
asentadas en el lenguaje político francés, como républicains, jacobins, bonapartists,
fédérés, indepéndants o doctrinaires. El uso de libéral era limitado y se empleaba por lo
general como adjetivo, no como sustantivo, aunque progresivamente fue adquiriendo
este carácter. En las elecciones de 1819 la oposición comenzó a emplear ampliamente el
término libérals para referirse a sus candidatos122
. Estos cambios en la percepción de
una identidad política liberal se extendieron en los años siguientes al conjunto de la
sociedad francesa influenciados por los acontecimientos internacionales123
. Así pues,
progresivamente se fue reuniendo bajo el calificativo de liberal a un gran número de los
variados opositores a la monarquía restaurada, desde republicanos o jacobinos, a
bonapartistas o pensadores críticos.
Ni en Gran Bretaña ni en Francia existía durante los primeros años
postrevolucionarios ningún grupo político que se identificara nítidamente con el
liberalismo, que todavía no había adquirido una clara definición. La generalización de
su uso en Europa sería en buena parte una exportación española o, mejor dicho, el
resultado del proceso de internacionalización de la política experimentado en los años
de la Restauración, en el que el exilio tuvo un rol central.
***
121
M. L. SÁNCHEZ MEJÍA, Benjamin Constant y la construcción del liberalismo posrevolucionario,
Madrid, Alianza, 1992. El 25 de julio de 1822 Constant hizo la siguiente intervención en la Cámara de los
diputados: “On médite une guerre contre la liberté, l’indépendance, les droits de nos voisins; cette guerre,
qui peut devenir funeste à l’Espagne, ne peut qu’être funeste à la France”, en Discours de M. Benjamin
Constant á la Chambre des Députés. Tome second, París, Ambroise Dupont / J. Pinard, 1828. 122
NEELY, Lafayette and the liberal ideal, p. 115. 123
Un ejemplo del empleo de las etiquetas políticas es significativo de cómo el término libéral fue
abriéndose paso en el lenguaje cotidiano francés. Hasta 1819, una burguesa de Marsella empleaba en su
diario el término jacobin para referirse a cualquier individuo o grupo que se manifestara en contra del
régimen monárquico restaurado francés. A partir de 1820, lo sustituyó por el término libéral, no en el
sentido francés doctrinario, sino en el sentido español y asociándolo directamente con los sucesos de ese
año en España; DUFOUR, “El primer liberalismo español y Francia”, p. 133. La obra a la que se refiere
es Julie Pellizzone, Souvenirs. Journal d’une Marseillaise. II (1815-1824). La última vez que Pellizzone
emplea el término jacobino es al referirse al asesinato del duque de Berry.
42
Los discursos internacionalistas revolucionarios y contrarrevolucionarios se combinaron
para crear identidades políticas a nivel continental. El miedo a las transformaciones
sociales y políticas creó una solidaridad internacional entre las fuerzas del Antiguo
Régimen que contribuyó a construir una identidad política entre los liberales124
. No se
puede menospreciar la potencia de la utopía del movimiento de liberación internacional
—la existencia de un irresistible progreso humano que se impondrá universalmente
sobre los obstáculos de las fuerzas del Antiguo Régimen y la contrarrevolución— que
se configuró a raíz de las revoluciones estadounidense y francesa, se expandió durante
el imperio napoleónico, y cristalizó en las organizaciones liberales y republicanas, las
sociedades secretas, los movimientos revolucionarios europeos de las primeras décadas
del siglo XIX, la formación de las repúblicas hispanoamericanas y las revoluciones
paneuropeas de 1830 y 1848. En todas estas dimensiones participaron exiliados de
numerosos países, que se pusieron en contacto entre ellos y con simpatizantes de otras
nacionalidades formando amplias redes de solidaridad internacional, compartiendo
experiencias y frustraciones, tomando conciencia de que ante la fortaleza de la reacción
solo una unión de fuerzas liberales podía triunfar y elaborando intelectualmente una
identidad liberal internacional en la que la causa de cada nación era una causa universal.
124
CHARLE, Les intellectuels en Europe au XIXe siècle, p. 83. Desde el caso español, Castells ha
señalado: “esta solidaridad no era una simple retórica, sino un componente esencial del liberalismo de la
época”; CASTELLS, La utopía insurreccional del liberalismo, p. 16. Ver también MORANGE, Una
conspiración fallida, p. 316.
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