I. ORAR EN ADVIENTO Y NAVIDADpastoraluniversitariamadrid.es/documentos/Orar-Adviento-Navidad17.pdf · PRESENTACIÓN El Adviento es un tiempo de esperanza que invita ... la práctica
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Edita: Pastoral Universitaria de Madrid
Arzobispado de Madrid
Bailén, 8 – 28071 Madrid
Maquetación: Natalia Dios.
Diseño portada: Queromel Productions.
Impreso en España por:
Campillo Nevado S.A. – Madrid.
Depósito Legal: M-34008-2013
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PRESENTACIÓN
El Adviento es un tiempo de esperanza que invita
a una deliciosa intimidad con Dios. Son días de
gozosa e impaciente espera, de alto valor
significativo, pues la vida misma es un adviento en
espera del encuentro definitivo con el Señor.
Tiempo, por tanto, que invita a la oración, al
trato íntimo y personal con un Dios al que en estos
días se sentirá increíblemente cercano. La Virgen
María, figura esencial de este tiempo, se nos
presenta, más que nunca, como Modelo y Maestra
de oración, pero sobre todo como Madre solícita que
nos guía y ayuda. Es esencial tenerla cerca e
invocarla mucho.
Por otro lado, un ambiente demasiado
materialista y hedonista como el que respiramos está
propiciando, sobre todo en los jóvenes, deseos de
verdaderas experiencias de oración, de sentido
auténtico de la vida. Anhelan cada vez más, la
pacificación de su alma que, en definitiva, ha sido
creada para la unión con Dios (“nos hiciste para Ti,
Señor, y nuestro corazón estará inquieto hasta que
descanse en Ti”). No es extraño, en consecuencia,
que se estén multiplicando las escuelas de oración,
los ejercicios espirituales, la práctica de la Lectio
Divina… ¡están de moda!
Por eso nos parece muy oportuno presentar
especialmente a los universitarios este libro que
pretende ayudar a orar con el evangelio de cada día.
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Se incluyen luminosos comentarios de Benedicto
XVI, de los Santos Padres y de otros autores
espirituales que ayudarán a iluminar el sentido del
texto evangélico antes de “orarlo”. Las frases
directas que se añaden para la oración buscan ser
personalizadas. La intención no es dictar lo que cada
uno le tiene que decir al Señor. Sólo pretende
ayudar, encauzar quizá, ejemplarizar. Nada puede ni
debe sustituir los sentimientos, la imaginación, la
afectividad,... del que ora. Nada puede sustituir –
menos aún– la acción del Espíritu Santo, que es el
alma de toda oración.
Dios quiera que este libro contribuya al anhelo
que Juan Pablo II manifestó al principio de nuestro
milenio: “nuestras comunidades cristianas tienen
que llegar a ser auténticas «escuelas de oración»,
donde el encuentro con Cristo no se exprese
solamente en petición de ayuda, sino también en
acción de gracias, alabanza, adoración,
contemplación, escucha y viveza de afecto hasta el
«arrebato del corazón». Una oración intensa, pues,
que sin embargo no aparta del compromiso en la
historia: abriendo el corazón al amor de Dios, lo
abre también al amor de los hermanos, y nos hace
capaces de construir la historia según el designio de
Dios”.
Feliciano Rodríguez
Delegado episcopal de Pastoral Universitaria
Madrid
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PRÁCTICA DE LA LECTIO DIVINA CON
EL EVANGELIO DE CADA DÍA
Para el ejercicio de la Lectio Divina con el
Evangelio de cada día te proponemos seguir, uno
por uno, los siguientes puntos. El primero
(invocación) no es, estrictamente hablando, parte de
la Lectio, pero, sin embargo, es necesario para
cualquier forma de oración auténtica:
1. INVOCA al Espíritu Santo. Se trata de
empezar bien el rato que vas a dedicar al Señor.
Ponte en su presencia con un acto consciente;
considera que Él está a tu lado, más aún, ¡dentro
de ti! (esa es la maravilla de la inhabitación
divina cuando el alma está en gracia de Dios), o
está en la presencia sacramental del sagrario si
es que oras en una iglesia o en una capilla.
Pídele luz para tu entendimiento y fuego para tu
corazón. Pídele, en fin, que te disponga para
comprender la Palabra que vas a meditar y para
hacerla vida en tu vida. Igualmente es muy
necesario que acudas a la Virgen María, nuestra
Madre y le pidas que te enseñe a orar y te
acompañe durante todo el rato. En la página 9
encontrarás oraciones e himnos para este primer
punto.
2. LEE muy despacio el evangelio
correspondiente al día. Léelo varias veces si es
necesario. Hazlo sin prisas, con sosiego,
dejando que la Palabra penetre en ti.
3. MEDITALO, es decir, haz silencio para
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interiorizar lo leído. Fija en tu memoria alguna
palabra o frase de Jesús que más te haya
impactado. O alguna acción suya o milagro.
Intenta captar los detalles y retenerlos.
Pregúntate: ¿qué me dice el texto? ¿Qué quiere
decirme Jesús aquí? No tengas ninguna prisa.
Deja actuar al Espíritu Santo dentro de ti. Piensa
que en ese Evangelio, Jesús te está hablando
hoy a ti, se dirige a ti.
4. ORA, es decir, responde al Señor y a su
Palabra, pídele con humildad, exprésale tus
deseos y necesidades… Es en este punto donde
el libro te ofrece mayor ayuda: súplicas, deseos
escritos… con la intención de que puedas
identificarte con ellos. Lo normal será que poco
a poco puedas ir prescindiendo de lo escrito y
hagas tú mismo la oración que sale, espontanea,
de tu corazón. En todo caso tu actitud en la
oración, delante de Dios, debe ser siempre la de
la Virgen María en Nazaret: Hágase en mí según
tu Palabra
5. CONTEMPLA. Con la contemplación el
ejercicio debe llegar propiamente a su grado
más perfecto. Es la quietud atenta y amorosa a
Dios, fruto de los momentos anteriores. Ya no
debe ser tanto el entendimiento el que actúe,
Los textos que se citan en el libro para la oración están sacados y
seleccionados, con algunas adaptaciones, de los libros “Oración evangélica”, del P. Jesús M. Granero S.J. y “Año litúrgico patrístico” de
Manuel Garrido Bonaño, O.S.B.
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cuanto la voluntad y, sobre todo, el corazón que
se adhiere, acoge, ama, adora, desea, calla, se
rinde… Es también el mejor impulso para la
acción, para el compromiso; un compromiso de
mayor santidad personal y de mayor
generosidad con los demás. Es el salto a la vida:
animado e invadido por la Palabra de Dios,
regresas a la vida con otra actitud.
Para finalizar es conveniente que des gracias tal
y como se indica en la página 10.
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Al iniciar la oración:
Ponte en presencia de Dios. Puedes hacerlo con
estas palabras u otras semejantes:
«Señor, te adoro pues eres mi Dios; te pido
perdón de mis pecados y te doy gracias por todos los
beneficios que me haces a cada instante.
Quiero que en este rato me ayudes a escuchar tu
Palabra, a interiorizarla en mi corazón, a
alimentarme de ella. Enséñame a vivir consciente de
que tu mirada me acompaña siempre, ya sea en el
trabajo, en el descanso, cuando sufro o cuando estoy
alegre. Que tu Palabra sea siempre “lámpara para
mis pasos, luz en mi camino”. Que mi corazón,
lleno de tu amor, sea descanso y consuelo para Ti y
para todos mis hermanos».
También es necesario que recurras a la
intercesión de la Virgen María:
«Santísima Madre de Dios y Madre mía, acudo a
ti lleno de confianza para que me ayudes y confortes
en este rato de oración. Abre mi corazón a la acción
del Espíritu Santo para que, dócil a sus
inspiraciones, me deje iluminar, guiar y moldear por
Él como tú, Virgen Inmaculada, a quien tomo como
Modelo, como Maestra y como Madre muy
querida».
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Invoca al Espíritu Santo:
Para la lectio divina es necesario que la mente y
el corazón estén iluminados por el Espíritu Santo, es
decir, por el mismo que inspiró las Escrituras; por
eso, es preciso ponerse en actitud de escucha atenta
y fervorosa.
Reza y saborea despacio la Secuencia del
Espíritu Santo:
Ven, Espíritu divino,
manda tu luz desde el cielo.
Padre amoroso del pobre;
don, en tus dones espléndido;
luz que penetra las almas;
fuente del mayor consuelo.
Ven, dulce Huésped del alma,
descanso de nuestro esfuerzo,
tregua en el duro trabajo,
brisa en las horas de fuego,
gozo que enjuga las lágrimas
y reconforta en los duelos.
Entra hasta el fondo del alma,
divina luz, y enriquécenos.
Mira el vacío del hombre,
si tú le faltas por dentro;
mira el poder del pecado,
cuando no envías tu aliento.
Riega la tierra en sequía,
sana el corazón enfermo,
lava las manchas, infunde
calor de vida en el hielo,
doma el espíritu indómito,
guía al que tuerce el
sendero.
Reparte tus siete dones,
según la fe de tus siervos;
por tu bondad y tu gracia,
dale al esfuerzo su mérito;
salva al que busca salvarse
y danos tu gozo eterno.
Amén.
O bien el himno Veni Creator:
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Ven, ¡oh Espíritu Creador!,
visita nuestras almas,
y llena con la divina gracia
los corazones que creaste.
Te llamamos el Paráclito,
don de Dios Altísimo,
Fuente viva, Fuego, Caridad
y Unción suavísima del
alma.
Nos colmas de Tus siete
dones,
Dedo de la diestra paternal.
Tú eres fiel Promesa del
Padre
que enriquece nuestra palabra.
Ilumina nuestros sentidos,
infunde amor en el corazón,
del cuerpo fortalece la
fragilidad
con Tu perpetuo auxilio.
Ahuyenta al enemigo,
pronto concédenos la paz.
Sé nuestro director y nuestro
guía
para que evitemos todo mal.
Por Ti conozcamos al Padre,
al Hijo revélanos también;
creamos en Ti Su Espíritu
con una fe viva y constante.
A Dios Padre sea la gloria,
y al Hijo que resucitó,
lo mismo al Espíritu Paráclito,
por todos los siglos de los
siglos.
Amen.
Al terminar el rato de meditación Puedes terminar el ejercicio con estas o parecidas
palabras: «Gracias, Jesús, por este rato en contacto
con tu Palabra, con tu Luz, con tu Vida, con tu
Amor. Haz que cada día te quiera más y que mi vida
sea cada día más una transparencia de la tuya, de
manera que pueda pasar por la vida haciendo el
bien, como Tú.
Gracias también por haberme dado por Madre a
tu Madre, la Virgen María, que siempre me ayuda a
serte fiel y a que no me aparte nunca de Ti».
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ADVIENTO El valor y significado del Adviento explicado por
Benedicto XVI
San Pablo usa la palabra "venida" (cf. Ts 5, 23)
parousia, en latín adventus, de donde viene el
término Adviento.
Reflexionemos brevemente sobre el significado
de esta palabra, que se puede traducir por
"presencia", "llegada", "venida". En el lenguaje del
mundo antiguo era un término técnico utilizado para
indicar la llegada de un funcionario, la visita del rey
o del emperador a una provincia. Pero podía indicar
también la venida de la divinidad, que sale de su
escondimiento para manifestarse con fuerza, o que
se celebra presente en el culto. Los cristianos
adoptaron la palabra "Adviento" para expresar su
relación con Jesucristo: Jesús es el Rey, que ha
entrado en esta pobre "provincia" denominada tierra
para visitar a todos; invita a participar en la fiesta de
su Adviento a todos los que creen en él, a todos los
que creen en su presencia en la asamblea litúrgica.
Con la palabra adventus se quería decir
substancialmente: Dios está aquí, no se ha retirado
del mundo, no nos ha dejado solos. Aunque no
podamos verlo o tocarlo, como sucede con las
realidades sensibles, él está aquí y viene a visitarnos
de múltiples maneras.
Por lo tanto, el significado de la expresión
"Adviento" comprende también el de visitatio, que
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simplemente quiere decir "visita"; en este caso se
trata de una visita de Dios: él entra en mi vida y
quiere dirigirse a mí. En la vida cotidiana todos
experimentamos que tenemos poco tiempo para el
Señor y también poco tiempo para nosotros.
Acabamos dejándonos absorber por el "hacer". ¿No
es verdad que con frecuencia es precisamente la
actividad lo que nos domina, la sociedad con sus
múltiples intereses lo que monopoliza nuestra
atención? ¿No es verdad que se dedica mucho
tiempo al ocio y a todo tipo de diversiones? A veces
las cosas nos "arrollan".
El Adviento, este tiempo litúrgico fuerte que
estamos comenzando, nos invita a detenernos, en
silencio, para captar una presencia. Es una
invitación a comprender que los acontecimientos de
cada día son gestos que Dios nos dirige, signos de
su atención por cada uno de nosotros. ¡Cuán a
menudo nos hace percibir Dios un poco de su amor!
Escribir —por decirlo así— un "diario interior" de
este amor sería una tarea hermosa y saludable para
nuestra vida. El Adviento nos invita y nos estimula a
contemplar al Señor presente. La certeza de su
presencia, ¿no debería ayudarnos a ver el mundo de
otra manera? ¿No debería ayudarnos a considerar
toda nuestra existencia como "visita", como un
modo en que él puede venir a nosotros y estar cerca
de nosotros, en cualquier situación?
Otro elemento fundamental del Adviento es la
espera, una espera que es al mismo tiempo
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esperanza. El Adviento nos impulsa a entender el
sentido del tiempo y de la historia como "kairós",
como ocasión propicia para nuestra salvación. Jesús
explicó esta realidad misteriosa en muchas
parábolas: en la narración de los siervos invitados a
esperar el regreso de su dueño; en la parábola de las
vírgenes que esperan al esposo; o en las de la
siembra y la siega. En la vida, el hombre está
constantemente a la espera: cuando es niño quiere
crecer; cuando es adulto busca la realización y el
éxito; cuando es de edad avanzada aspira al
merecido descanso. Pero llega el momento en que
descubre que ha esperado demasiado poco si, fuera
de la profesión o de la posición social, no le queda
nada más que esperar. La esperanza marca el
camino de la humanidad, pero para los cristianos
está animada por una certeza: el Señor está presente
a lo largo de nuestra vida, nos acompaña y un día
enjugará también nuestras lágrimas. Un día, no
lejano, todo encontrará su cumplimiento en el reino
de Dios, reino de justicia y de paz.
Existen maneras muy distintas de esperar. Si el
tiempo no está lleno de un presente cargado de
sentido, la espera puede resultar insoportable; si se
espera algo, pero en este momento no hay nada, es
decir, si el presente está vacío, cada instante que
pasa parece exageradamente largo, y la espera se
transforma en un peso demasiado grande, porque el
futuro es del todo incierto. En cambio, cuando el
tiempo está cargado de sentido, y en cada instante
percibimos algo específico y positivo, entonces la
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alegría de la espera hace más valioso el presente.
Vivamos intensamente el presente, donde ya nos
alcanzan los dones del Señor, vivámoslo
proyectados hacia el futuro, un futuro lleno de
esperanza. De este modo, el Adviento cristiano es
una ocasión para despertar de nuevo en nosotros el
sentido verdadero de la espera, volviendo al corazón
de nuestra fe, que es el misterio de Cristo, el Mesías
esperado durante muchos siglos y que nació en la
pobreza de Belén. Al venir entre nosotros, nos trajo
y sigue ofreciéndonos el don de su amor y de su
salvación. Presente entre nosotros, nos habla de
muchas maneras: en la Sagrada Escritura, en el año
litúrgico, en los santos, en los acontecimientos de la
vida cotidiana, en toda la creación, que cambia de
aspecto si detrás de ella se encuentra él o si está
ofuscada por la niebla de un origen y un futuro
inciertos […].
Queridos amigos, el Adviento es el tiempo de la
presencia y de la espera de lo eterno. Precisamente
por esta razón es, de modo especial, el tiempo de la
alegría, de una alegría interiorizada, que ningún
sufrimiento puede eliminar. La alegría por el hecho
de que Dios se ha hecho niño. Esta alegría,
invisiblemente presente en nosotros, nos alienta a
caminar confiados. La Virgen María, por medio de
la cual nos ha sido dado el Niño Jesús, es modelo y
sostén de este íntimo gozo. Que ella, discípula fiel
de su Hijo, nos obtenga la gracia de vivir este
tiempo litúrgico, vigilantes y activos en la espera.
Amén». (28-XI-09)
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PRIMERA SEMANA DE ADVIENTO
Las dos venidas de Cristo
«Anunciamos la venida de Cristo, pero no una
sola, sino también una segunda, mucho más
magnífica que la anterior. La primera llevaba
consigo un significado de sufrimiento; esta otra, en
cambio, llevará la diadema del reino divino. Pues
casi todas las cosas son dobles en nuestro Señor
Jesucristo. Doble es su nacimiento: uno, de Dios,
desde toda la eternidad; otro, de la Virgen, en la
plenitud de los tiempos. Es doble también su
descenso: el primero, silencioso, como la lluvia
sobre el vellón; el otro, manifiesto, todavía futuro.
En la primera venida fue envuelto con fajas en el
pesebre; en la segunda se revestirá de luz como
vestidura. En la primera soportó la cruz, sin miedo a
la ignominia; en la otra vendrá glorificado, y
escoltado por un ejército de ángeles. No pensamos,
pues, tan sólo en la venida pasada; esperamos
también la futura. Y, habiendo proclamado en la
primera: Bendito el que viene en nombre del Señor,
diremos eso mismo en la segunda; y, saliendo al
encuentro del Señor con los ángeles, aclamaremos,
adorándolo: Bendito el que viene en nombre del
Señor.
El Salvador vendrá, no para ser de nuevo
juzgado, sino para llamar a su tribunal a aquellos
por quienes fue llevado a juicio. Aquel que antes,
mientras era juzgado, guardó silencio refrescará la
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memoria de los malhechores que osaron insultarle
cuando estaba en la cruz, y les dirá: Esto hicisteis y
yo callé.
Entonces, por razones de su clemente
providencia, vino a enseñar a los hombres con suave
persuasión; en esa otra ocasión, futura, lo quieran o
no, los hombres tendrán que someterse
necesariamente a su reinado. De ambas venidas
habla el profeta Malaquías: De pronto entrará en el
santuario el Señor a quien vosotros buscáis. He ahí
la primera venida.
Respecto a la otra, dice así: El mensajero de la
alianza que vosotros deseáis: miradlo entrar –dice
el Señor de los ejércitos–. ¿Quién podrá resistir el
día de su venida?, ¿quién quedará en pie cuando
aparezca? Será un fuego de fundidor, una lejía de
lavandero: se sentará como un fundidor que refina
la plata.
Escribiendo a Tito, también Pablo habla de esas
dos venidas, en estos términos: Ha aparecido la
gracia de, Dios que trae la salvación para todos los
hombres; enseñándonos a renunciar a la impiedad y
a los deseos mundanos, y a llevar ya desde ahora
una vida sobria, honrada y religiosa, aguardando
la dicha que esperamos: la aparición gloriosa del
gran Dios y Salvador nuestro, Jesucristo. Ahí
expresa su primera venida, dando gracias por ella;
pero también la segunda, la que esperamos.
Por esa razón, en nuestra profesión de fe, tal
como la hemos recibido por tradición, decimos que
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creemos en aquel que subió al cielo, y está sentado
a la derecha del Padre; y de nuevo vendrá con
gloria para juzgar a vivos y muertos, y su reino no
tendrá fin.
Vendrá, pues, desde los cielos, nuestro Señor
Jesucristo. Vendrá ciertamente hacia el fin de este
mundo, en el último día, con gloria. Se realizará
entonces la consumación de este mundo, y este
mundo, que fue creado al principio, será otra vez
renovado». (San Cirilo de Jerusalén)
Domingo I de Adviento
ORACIÓN
Dios todopoderoso, aviva en tus fieles, al
comenzar el Adviento, el deseo de salir al encuentro
de Cristo, que viene, acompañados por las buenas
obras, para que, colocados un día a su derecha,
merezcan poseer el reino eterno. Por Jesucristo
nuestro Señor.
Ciclo A
Invoca al Espíritu Santo y a la Virgen María
Lee y medita
En aquel tiempo dijo Jesús a sus discípulos: –Lo
que pasó en tiempos de Noé, pasará cuando venga
el Hijo del hombre. Antes del diluvio la gente comía
y bebía y se casaba, hasta el día en que Noé entró
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en el arca; y cuando menos lo esperaban llegó el
diluvio y se los llevó a todos; lo mismo sucederá
cuando venga el Hijo del hombre: Dos hombres
estarán en el campo: a uno se lo llevarán y a otro lo
dejarán; dos mujeres estarán moliendo: a una se la
llevarán y a otra la dejarán. Estad en vela, porque
no sabéis qué día vendrá vuestro señor.
Comprended que si supiera el dueño de casa a qué
hora de la noche viene el ladrón estaría en vela y no
dejaría abrir un boquete en su casa. Por eso estad
también vosotros preparados, porque a la hora que
menos penséis viene el Hijo del hombre (Mt 24, 37-
44).
Ora
—Y no se dieron cuenta hasta que llegó el día
del diluvio.
¡Qué ignorante es, Dios mío, nuestra imprevisión
y nuestra ceguera! Ando calculando y midiendo las
pequeñeces que pueden sobrevenirme en la vida y
no me apercibo de lo que más me interesa.
Se acerca mi fin precipitadamente y no pienso en
ello. Como el diluvio entonces a los habitantes de la
tierra, así me coge a mí por sorpresa la hora inevita-
ble.
Me exhortas, Señor, a que viva alerta. Te
escucho y reflexiono un momento, pero luego me
arrebatan de nuevo las preocupaciones de la vida.
Así vuelan fugaces mis días. Estos ruidos
delirantes del tiempo me estorban oír las pisadas de
la eternidad que se va acercando. Por muy segura
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que sea su venida y por mucho que la tema, vivo
como si nunca hubiera de llegar.
Abre, Dios mío, mis ojos y mis oídos. Dame la
voz de alerta, antes que sea demasiado tarde. No me
dejes dormir en la despreocupación, como si
quedara mucho tiempo. Que no me sorprenda sin
preparación la campanada final.
—Estad en vela, porque no sabéis qué día
vendrá vuestro Señor.
Me anuncias tu visita, Señor, pero no me dices el
día, ni la hora. Sé que has de venir, pero no sé
cuándo. Y me das la norma prudentísima para
evitarme una sorpresa sin solución.
No puedo abandonarme al azar de la suerte, en
algo de lo que depende mi eterno destino. He de
estar siempre vigilante, como el siervo que aguarda
de un momento a otro la llegada de su señor.
Alumbra Tú mismo, Dios mío, mis vigilias para
que las tinieblas de la noche no cierren mis ojos.
Aparta de mi lado las distracciones que me
entretienen y me despistan de lo fundamental.
¿Por qué me engolfo tanto en las cosas de este
mundo, como si no me fuera a morir nunca? Me
entrego a ellas con un afán desmesurado y necio.
Me absorben y no advierto que el tiempo corre y
que el día del Señor amanecerá muy pronto.
Dame, Dios mío, la sobria prudencia para usar
de las cosas de este mundo en preparación alerta de
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tu venida. Porque Tú eres mi único y definitivo
bien.
Contempla y da gracias a Dios
Ciclo B
Invoca al Espíritu Santo y a la Virgen María
Lee y medita
En aquel tiempo dijo Jesús a sus discípulos:
«Mirad, vigilad: pues no sabéis cuándo es el
momento. Es igual que un hombre que se fue de
viaje, y dejó su casa y dio a cada uno de sus criados
su tarea, encargando al portero que velara. Velad,
entonces, pues no sabéis cuándo vendrá el dueño de
la casa, si al atardecer, o a la medianoche, o al
canto del gallo, o al amanecer: no sea que venga
inesperadamente y os encuentre dormidos. Lo que
os digo a vosotros lo digo a todos: ¡Velad!» (Mc 13,
33-37).
Ora
—Lo que a vosotros os digo, lo digo a todos:
¡velad!
Tus palabras, buen Maestro, éstas y todas son
palabras dichas particularmente para mí. Van
dirigidas a la sustancia misma de mi ser y no
cambia, ni disminuye su sentido, con la variedad de
tiempos y circunstancias en que se desarrolla mi
vida.
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Aunque hables a uno solo, como a Nicodemo,
hablas para todos. Y aunque hables a una inmensa
muchedumbre, te diriges en particular a cada uno.
Piensas en mí cuando hablas, buen Maestro.
Sabes mi carácter, mis dificultades y mis ansias.
Me dices que esté atento, que viva en escucha
permanente de tus inspiraciones, como quien
siempre está aguardando lo que va a llegar de un
momento a otro.
Me dices que las peripecias de cada día, que las
impresiones del momento no absorban y totalicen
mi atención en lo que tienen de pasajeras y de
puramente sensibles. Que no me entregue a ellas,
como quien se duerme en lo definitivo y no espera
otra cosa.
Me dices que viva con los ojos abiertos a ese
otro mundo de realidades misteriosas y con los
oídos atentos a tus pasos que se van acercando.
Contempla y da gracias a Dios
Ciclo C
Invoca al Espíritu Santo y a la Virgen María
Lee y medita
En aquel tiempo dijo Jesús a sus discípulos:
Habrá signos en el sol y la luna y las estrellas, y en
la tierra angustia de las gentes, enloquecidas por el
estruendo del mar y el oleaje. Los hombres
quedarán sin aliento por el miedo, ante lo que se le
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viene encima al mundo, pues las potencias del cielo
temblarán. Entonces verán al Hijo del hombre venir
en una nube, con gran poder y gloria. Cuando
empiece a suceder esto, levantaos, alzad la cabeza;
se acerca vuestra liberación Tened cuidado: no se
os embote la mente con el vicio, la bebida y la
preocupación del dinero, y se os eche encima de
repente aquel día; porque caerá como un lazo sobre
todos los habitantes de la tierra. Estad siempre
despiertos, pidiendo fuerza para escapar de todo lo
que está por venir, y manteneos en pie ante el Hijo
del hombre (Lc 21, 25-28.34-36).
Ora
—Alzad la cabeza: se acerca vuestra liberación.
Con frecuencia las tribulaciones de la vida
hunden mi cabeza y muchas veces se me hace
tedioso hasta el vivir. Así lo quieres Tú, Señor, para
ejercicio de mi paciencia y para que mi corazón no
ponga su esperanza y su amor en nada de este
mundo.
He de cargar con mi cruz detrás de Ti, porque Tú
mismo has enseñado que no hay otra manera de
seguirte. De cuando en cuando, levanto mis ojos
para mirar tu cruz y animarme a soportar la mía.
Entonces me da vergüenza pensar que sufro, viendo
lo que tuviste Tú que sufrir. Pienso que es muy
corto mi amor, cuando tan pronto se queja y
desfallece con la carga.
Te pido, Señor, que me des fortaleza para seguir
adelante; que las pruebas no entibien mi amor, sino
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que lo enciendan más. Dame, Señor, paciencia y
humildad para que las pruebas y purificaciones de
ahora confirmen mi esperanza de liberación cuando
Tú quieras.
—No se os embote la mente con el vicio, la
bebida y la preocupación del dinero.
Así es, Maestro, que las preocupaciones de cada
día engendran el embotamiento de mi corazón.
Absorben mi mente e insensiblemente me van
desinteresando de las cosas eternas.
No encuentro tiempo a propósito para estar
contigo, Señor, y que me hables de las verdades
fundamentales para mi alma. Si me esfuerzo y logro
sustraerme a las ocupaciones que me tiranizan, no
consigo, sin embargo, que las preocupaciones dejen
libre mi corazón. Me siguen donde quiera que me
escondo.
Son preocupaciones materiales y temporales. La
materia se desmorona y el tiempo pasa, pero mis
preocupaciones se fijan y estabilizan, como si
fueran de problemas eternos. Y, si a ratos consigo
desembarazarme de ellas, mi corazón ha quedado
embotado e insensible y no sabe abrirse a la verdad
misteriosa.
Compadécete de mí, Señor, y de este mi corazón
esclavo de la materia y del tiempo. Quisiera estar
largamente contigo, escuchando con paz y con
emoción tus palabras.
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—Estad siempre despiertos, pidiendo fuerza.
Como Tú lo dices, Maestro, así lo deseo y así lo
necesito. Pero no puedo conseguirlo, si Tú no me
enseñas. Necesito estar alerta, pero mis pasiones me
adormecen o me arrebatan y las criaturas me
encandilan y me sacan fuera de mí mismo.
Cuando sacudo mi sopor o mi aturdimiento, ya
se me pasó la ocasión de hacer el bien o se deslizó
el pecado en mi corazón.
Necesito orar en todo tiempo y acudir a Ti,
Señor, continuamente porque soy tan débil y tan
pobre. Y apenas si, a ratos perdidos, sale de mis
labios más que de mi corazón una oración fría y
rutinaria.
Enséñame, Señor, a curar mis sentidos, porque
es la ávida curiosidad de las cosas exteriores lo que
me estorba para entrar en comunicación contigo.
No percibo tu misteriosa presencia, porque para
eso son necesarios unos ojos cerrados y un corazón
libre de los deseos de la tierra.
Haz, Señor, el silencio en torno mío y dentro de
mí, para que pueda hablarte y oírte.
Contempla y da gracias a Dios
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Lunes I de Adviento
Invoca al Espíritu Santo y a la Virgen María
Lee y medita
En aquel tiempo, al entrar Jesús en Cafarnaúm,
un centurión se le acercó diciéndole: «Señor, tengo
en casa un criado que está en cama paralítico y
sufre mucho»
Él le contestó: «Voy a curarlo». Pero el
centurión le replicó: « Señor, ¿quién Soy yo para
que entres bajo mi techo? Basta que lo digas de
palabra y mi criado quedará sano. Porque yo
también vivo bajo disciplina y tengo soldados a mis
órdenes; y le digo a uno: “Ven”, y viene; al otro:
“Ve”, y va, a mi criado: “Haz esta”, y lo hace».
Cuando Jesús lo oyó, quedó admirado y dijo a los
que le seguían: «Os aseguro que en Israel no he
encontrado en nadie tanta fe. Os digo que vendrán
muchos de Oriente y de Occidente y se sentarán con
Abraham, Isaac y Jacob en el reino de los cielos»
(Mt 8, 5-11).
Ora
—Voy a curarlo.
¡Qué grande es, Maestro, la bondad de tu
corazón! No necesitas moverte para curar a un
pobre enfermo, basta con que lo quieras y lo
mandes. Pero Tú prefieres visitarlo personalmente y
ésta es una gracia incomparable. Esta es una gracia
mayor que cualquier otra gracia.
26
Tu visita vale más que la salud, que con ella
quieres darle. Muchas veces busco y te pido tus
gracias y quizá no reflexiono que ninguna otra hay
superior a la que me haces cada día cuando te
dignas visitarme.
¿Por qué estimo, Señor, y me preocupo más de
los efectos sensibles de tu visita que de tu visita
misma? Deseo la devoción y el fervor y las
lágrimas y tu don vale más que todo eso. Y todo eso
valdría bien poco, si no vinieras Tú, Señor
benignísimo, a visitar a tu siervo, enfermo y pobre.
Gracias te doy por mi enfermedad y por mi
pobreza, si ellas sirven para excitar más tu
misericordia. Jesús, ya sé que no son mis méritos,
sino mi mayor necesidad.
— ¿Quién soy yo para que entres bajo mi techo?
Señor, yo no soy digno. Yo no soy digno de que
vengas a mí. Ni soy digno tampoco de ir a Ti.
Si he de buscar primero mis méritos, entonces
no podría acercarme nunca. Y nunca podría esperar
que me escuchases. Pero si mediaran algunos
méritos míos, entonces no sería todo misericordia
tuya. Y todo es, Maestro, todo es absolutamente
misericordia tuya.
Aun entonces cuando, al fin, hay algunos
méritos de mi parte sólo puede haberlos porque
antes precedió tu misericordia. Tu misericordia no
está sólo al fin de mis obras, sino también al
comienzo de ellas.
27
No soy digno, Señor. Pero Tú eres tan bueno,
que puedo esperar. No pido justicia, Dios mío, ni
siquiera equidad. No puedo pedir más, sino que
emplees en mí tu benignidad y tu clemencia. Pues
ven, Señor, ven a mí casa; ven a mí, como te has
dignado venir algunas veces y regalar a tu humilde
siervo con la alegría dulcísima de tu presencia.
—Basta que lo digas de palabra.
Con una palabra curaste, buen Maestro, al
siervo. Aunque no me sea dado gozar de tu
presencia detenida y regalada, aunque no te escuche
largamente, ni te sienta experimentalmente cerca de
mí, como te sienten a veces tus grandes amigos;
pero, Señor, di a tu siervo una palabra, una sola
palabra, que llegue a las entrañas de mi ser y lo
conmueva y lo transforme definitivamente.
Tu palabra es de una eficacia misteriosa y
maravillosa, cuando penetra en el espíritu. Tengo
hambre de lo que Tú puedes decirme, y una sola
palabra tuya puede calmarla y nutrirme para mucho
tiempo.
Me veo muchas veces enredado en largas
conversaciones con amigos y aun con extraños,
oigo interminables discursos y exposiciones. Y
nada llega adentro, Señor.
Venga una palabra tuya que, aun sin pasar por
los oídos, vaya directamente al corazón y caiga en
él, como la lluvia en tierra sedienta. Dime una
28
palabra, Señor; la que Tú sabes decir, la que yo
necesito.
Contempla y da gracias a Dios
Martes I de Adviento
Invoca al Espíritu Santo y a la Virgen María
Lee y medita
En aquel tiempo, lleno de la alegría del Espíritu
Santo, exclamó Jesús: –Te doy gracias, Padre,
Señor del cielo y de la tierra, porque has escondido
estas cosas a los sabios y a los entendidos, y las has
revelado a la gente sencilla. Sí, Padre, porque así te
ha parecido bien. Todo me lo ha entregado mi
Padre, y nadie conoce quién es el Hijo sino el
Padre; ni quién es el Padre sino el Hijo y aquel a
quien el Hijo se lo quiere revelar.
Y volviéndose a sus discípulos les dijo aparte:
“¡Dichosos los ojos que ven lo que vosotros veis!
Porque os aseguro que muchos profetas y reyes
desearon ver lo que vosotros veis, y no lo vieron; y
oír lo que oís y no lo oyeron” (Lc 10, 21-24).
Ora
— Has escondido estas cosas a los sabios y a los
entendidos.
Tú prefieres y eliges a los ignorantes y pequeños
para hacerles la revelación de tus misterios.
29
Toda la sabiduría de la tierra, por mucha que se
amontone en una inteligencia, no puede llegar a un
mínimo secreto de los que Tú enseñas, Maestro,
cuando te dignas iluminar a un alma.
¡Cómo te complaces en hablar ocultamente a los
humildes y los llenas de gozo y de celestial
sabiduría! Les hablas para ellos y también les
hablas muchas veces para que ellos, niños
ignorantes de este mundo, sean maestros de los
sabios del mundo. Porque toda sabiduría es pura
ignorancia y tinieblas hasta que hablas Tú.
— Nadie conoce quien es el Padre sino el Hijo y
aquel a quien el Hijo se lo quiera revelar.
Las criaturas balbucean torpemente, cuando me
hablan de Dios; pero ni con balbuceos saben
hablarme del Padre. Esta palabra nadie hubiera
podido sospecharla, si no la hubieras pronunciado
Tú. Y será siempre una palabra enigmática y oculta
para quien la escuche, si Tú no le abres los oídos
del común.
Háblame Señor, del Padre, Tú que vienes de Él y
estás continuamente contemplándolo. Pronuncia
dentro de mí la palabra misteriosa e iluminadora
para que yo también, miserable criatura, conozca al
Padre y se llené de gozo mi corazón.
Que te conozca a Ti y que conozca al Padre que
te envió, porque en esto consiste la Vida eterna.
Que te conozca a Ti, porque el que a Ti te conoce,
también conoce al Padre y no hay otro camino para
30
El. Muéstrame, Señor Jesús, al Padre y me basta.
Porque este conocimiento guiará toda mi vida en la
verdad, en la confianza y en el amor.
Amaré al Padre y te amaré a Ti y a todas las
criaturas que proceden del Padre y son mis
hermanos.
— Dichosos los ojos que ven lo que vosotros veis.
Bienaventurados los ojos que miran con amor,
porque ven interiormente. Tú hablas ahora en
particular a tus discípulos y no en general a los
judíos. Porque no todos veían lo mismo, aunque
todos te veían a Ti. Todos te veían, pero no todos
veían el misterio de tu Persona. Porque no todos
miraban de la misma manera. Ciertamente que son
bienaventurados los ojos que saben mirar.
¡Qué tristes ojos los que te tienen delante, Señor,
y no te ven! Lo ven todo y quieren gozar de todo y
nada les satisface. De ahí su incesante y miserable
curiosidad.
Ya los ojos de la carne no te ven, ni pueden
verte en este mundo. Pasaron ya los días de tu
presencia sensible sobre la tierra. Pero yo necesito
verte y puedo verte tal cual estás ahora entre
nosotros.
¿Por qué no te veo, Jesús, o te veo tan pocas
veces? Tu imagen es tan borrosa, que apenas si
reconozco que eres tú. Debe ser porque no te miro
con amor. Te miro con curiosidad o con
indiferencia o con egoísmo, según la situación en
31
que me encuentro. Enséñame, Señor, a mirar con
amor, porque el amor ilumina los ojos.
Contempla y da gracias a Dios
Miércoles I de Adviento
Invoca al Espíritu Santo y a la Virgen María
Lee y medita
En aquel tiempo, Jesús se marchó de allí y,
bordeando el lago de Galilea, subió al monte y se
sentó en él. Acudió a él mucha gente llevando
tullidos, ciegos, lisiados, sordomudos y muchos
otros; los echaban a sus pies y él los curaba. La
gente se admiraba al ver hablar a los mudos, sanos
a los lisiados, andar a los tullidos y con vista a los
ciegos, y dieron gloria al Dios de Israel. Jesús
llamó a sus discípulos y les dijo: –Me da lástima de
la gente porque llevan ya tres días conmigo y no
tienen qué comer. Y no quiero despedirlos en
ayunas. No sea que se desmayen en el camino.
Los discípulos le preguntaron: –¿De dónde
vamos a sacar en un despoblado panes suficientes
para saciar a tanta gente? Jesús les preguntó: -
¿Cuántos panes tenéis? Ellos contestaron: –Siete y
unos pocos peces. Él mandó que la gente se sentara
en el suelo. Tomó los siete panes y los peces, dijo la
acción de gracias, los partió y los fue dando a los
discípulos, y los discípulos a la gente. Comieron
todos hasta saciarse y recogieron las sobras: siete
32
cestas llenas. Los que comieron fueron cuatro mil
hombres, sin contar mujeres y niños. Él despidió a
la gente, montó en la barca y fue a la comarca de
Magadán (Mt 15, 29-37).
Ora
—Llevan ya tres días conmigo…
¡Buen Maestro! Aquellas multitudes se sentían
atraídas por tu persona y te seguían incansables.
Tenían abandonadas sus casas y ocupaciones y ni
siquiera se preocupaban del alimento necesario.
Era la esperanza, que tenían de encontrar en Ti el
remedio para su enfermedad. Pero les cautivaba y
atraía mucho más, aunque no se dieran cuenta, el
misterio inefable de tu Divinidad.
Quizá muchos te busquemos con nuestros
intereses pequeños de tierra, porque no sabemos
otra cosa. Pero cuando te encontramos, de una u
otra manera, Tú te apoderas del corazón y todo lo
demás se olvida.
Jesús, yo te pido continuamente esta gracia única
de encontrarte. En ella lo cifro todo. Encuentro
muchas cosas que me atraen y después me
decepcionan y hastían. Yo quiero encontrarte de
verdad y ser envuelto por tu misterio.
—…y no tienen qué comer.
Parece, buen Maestro, que la necesidad de los
hambrientos excita particularmente tu compasión.
33
Has venido a dar un pan misterioso y divino,
pero te conmueves porque no tienen ni siquiera el
pan de la tierra. No hemos nacido para vivir siempre
en la tierra, pero mientras vivimos en ella
necesitados de pan terreno. Y te da pena que
muchos no lo tengan.
¡Qué bendita es la mano que les da el pan, que
acalla su hambre y calma la amargura de sus
corazones! Dame pan para repartir a manos llenas y
hambre de ti para que te busque cada día con mayor
amor.
—Se desmayen en el camino.
Infaliblemente desfallecerá, buen Maestro, el
que se aleje de Ti. Mientras estoy contigo y siento
tu presencia, todo es fácil. Me olvido de todo lo que
impresiona en este mundo, no advierto qué escasas
son mis fuerzas, no me acobardan los peligros, ni
siquiera las necesidades de la vida me detienen o me
hacen aflojar. En cuanto te retiras o yo empiezo a
alejarme de Ti, se queja, Señor, la pobre naturaleza
y termina por desplomarse. En sus vacilaciones, en
sus miedos o en sus ansias, va tendiendo su mano a
todo lo que encuentra al paso.
¡Qué triste es, Señor, este no caminar contigo!
Mucho más, si alguna vez se ha experimentado lo
que es tu presencia y compañía.
Pero para el caminante es peligroso sobre todo,
Señor, no comerte, no alimentarse de Ti. Se debilita
en el avance, incapaz de afrontar los peligros y de
34
resistir las tentaciones del mundo y del maligno. Sin
Ti, el viaje no me lleva a la santidad, ni a la paz.
Contempla y da gracias a Dios
Jueves I de Adviento
Invoca al Espíritu Santo y a la Virgen María
Lee y medita
En aquel tiempo dijo Jesús a sus discípulos –No
todo el que me dice: «¡Señor, Señor!» entrará en el
Reino de los cielos, sino el que cumple la voluntad
de mi Padre que está en el cielo. El que escucha
estas palabras mías y las pone en práctica se parece
a aquel hombre prudente que edificó su casa sobre
roca. Cayó la lluvia, se salieron los ríos, soplaron
los vientos y descargaron contra la casa: pero no se
hundió, porque estaba cimentada sobre roca. El que
escucha estas palabras mías y no las pone en
práctica se parece a aquel hombre necio que edificó
su casa sobre arena. Cavó la lluvia, se salieron los
ríos, soplaron los vientos y rompieron contra la
casa, y se hundió totalmente (Mt 7, 21. 24-27).
Ora
— Un hombre que edificó su casa sobre la roca.
Tú eres, Señor, la roca firmísima. El que edifica
sobre Ti no temerá a los vientos, ni a las avalanchas
de los ríos desbordados. El que edifica sobre la
35
verdad de tu palabra, que no es como la palabra
vana y voluble de los hombres.
Dichoso el que coloca los cimientos de su vida
sobre lo que Tú has enseñado y cifra su esperanza
en cuanto Tú has prometido.
Las contingencias de este mundo no podrán
perturbar la serena seguridad de su espíritu. Y, si
teme y vacila, señal es que no ha construido sobre tu
palabra, sino sobre esperanzas humanas.
Dios mío, la experiencia ha venido a enseñarme
cuántas veces se equivocan los hombres, por más
sabios que sean y por grande que sea el crédito que
se hayan conquistado por su ciencia o por su
prudencia.
Por eso, es necio el que se fía ciegamente de las
enseñanzas del hombre. Y más necio es el que se
deja arrastrar por el corazón y confía ilimitadamente
en la benevolencia o en el amor y promesas de la
criatura.
Todo eso es arena movediza y Tú, Maestro sabio
y bueno, me adviertes sobre qué roca he de
fundamentar la fe y la esperanza de mi vida.
Puedes orar también con estas palabras de
Benedicto XVI en la JMJ de Madrid:
Al edificar sobre la roca firme, no solamente
vuestra vida será sólida y estable, sino que
contribuirá a proyectar la luz de Cristo sobre
vuestros coetáneos y sobre toda la humanidad,
36
mostrando una alternativa válida a tantos como se
han venido abajo en la vida, porque los
fundamentos de su existencia eran inconsistentes. A
tantos que se contentan con seguir las corrientes de
moda, se cobijan en el interés inmediato, olvidando
la justicia verdadera, o se refugian en pareceres
propios en vez de buscar la verdad sin adjetivos.
Sí, hay muchos que, creyéndose dioses, piensan
no tener necesidad de más raíces ni cimientos que
ellos mismos. Desearían decidir por sí solos lo que
es verdad o no, lo que es bueno o malo, lo justo o lo
injusto; decidir quién es digno de vivir o puede ser
sacrificado en aras de otras preferencias; dar en
cada instante un paso al azar, sin rumbo fijo,
dejándose llevar por el impulso de cada momento.
Estas tentaciones siempre están al acecho. Es
importante no sucumbir a ellas, porque, en realidad,
conducen a algo tan evanescente como una
existencia sin horizontes, una libertad sin Dios.
Nosotros, en cambio, sabemos bien que hemos sido
creados libres, a imagen de Dios, precisamente para
que seamos protagonistas de la búsqueda de la
verdad y del bien, responsables de nuestras
acciones, y no meros ejecutores ciegos,
colaboradores creativos en la tarea de cultivar y
embellecer la obra de la creación. Dios quiere un
interlocutor responsable, alguien que pueda dialogar
con Él y amarle. Por Cristo lo podemos conseguir
verdaderamente y, arraigados en Él, damos alas a
nuestra libertad. ¿No es este el gran motivo de
nuestra alegría? ¿No es este un suelo firme para
37
edificar la civilización del amor y de la vida, capaz
de humanizar a todo hombre?
Queridos amigos: sed prudentes y sabios,
edificad vuestras vidas sobre el cimiento firme que
es Cristo. Esta sabiduría y prudencia guiará vuestros
pasos, nada os hará temblar y en vuestro corazón
reinará la paz. Entonces seréis bienaventurados,
dichosos, y vuestra alegría contagiará a los demás.
Se preguntarán por el secreto de vuestra vida y
descubrirán que la roca que sostiene todo el edificio
y sobre la que se asienta toda vuestra existencia es
la persona misma de Cristo, vuestro amigo,
hermano y Señor, el Hijo de Dios hecho hombre,
que da consistencia a todo el universo.
Contempla y da gracias a Dios
Viernes I de Adviento
Invoca al Espíritu Santo y a la Virgen María
Lee y medita
En aquel tiempo, al marcharse Jesús, le
siguieron dos ciegos gritando:
–Ten compasión de nosotros, Hijo de David. Al
llegar a la casa se le acercaron dos ciegos y Jesús
les dijo. –¿Creéis que puedo hacerlo? Contestaron:
–Sí. Señor. Entonces les tocó los ojos diciendo: Que
os suceda conforme a vuestra fe. Y se les abrieron
los ojos. Jesús les ordenó severamente: –¡Cuidado
38
con que lo sepa alguien! Pero ellos, al salir,
hablaron de él por toda la comarca (Mt 9, 27-31).
Ora
—¿Creéis que puedo hacerlo?
¿Cómo hubieran acudido a Ti, Señor, y cómo
clamarían tanto, si no estuviesen persuadidos de tu
poder? Van dando voces y apelan a tu
misericordia. No dudan de tu maravilloso e
incomparable poder.
Y, sin embargo, Tú insistes en que reflexionen
sobre su propia fe y no se dejan llevar de un
ambiente general de entusiasmo. Tú reclamas en
ellos la confianza personal e ilimitada.
¿Por qué puedes Tú y no pueden los demás?
¿Por qué puedes Tú y por qué llegas Tú allí, donde
todos fracasan y no tienen nada que hacer?
Tú quieres que esa fe se convierta en una
confianza y en una entrega a tu Persona. Que vean
con los ojos de su corazón antes de ver con los ojos
del cuerpo. ¿Para qué me servirían los del cuerpo
Señor y Dios mío, si no iluminases los ojos de mi
corazón?
Sí Señor, yo quiero verte con el corazón, quiero
acercarme a Ti con todas las ansias de mi corazón,
aunque mis manos vayan tentando torpemente por
los obstáculos de la vida.
39
— Les tocó los ojos.
No te contentas con curarlos, Señor, sino que
con dulce caridad les tocas sus ojos ciegos. Y al
contacto de tu mano se enciende en ellos la luz. Es
el contacto de tu mano y, mucho más, el contacto de
tu misericordia.
No se hubiera movido tu mano, si antes no se
hubiera conmovido tu Corazón. Y cuántas veces,
Señor Jesús, tu Corazón se conmueve aunque no
entre en los planes de tu providencia que se mueve
también tu mano.
De todas maneras yo me fío de Ti, Señor,
aunque mis sentidos no perciban en Ti ningún
movimiento, aunque no sienta el contacto tuyo con
mi necesidad presente. Porque sé que tu Corazón,
reacciona siempre a mi súplica, aunque no siempre
de la manera que mi ignorancia había proyectado.
Y no siempre advierto el misterioso pulsar de tu
Corazón en algún gesto exterior tuyo; pero antes o
después, de una forma o de otra, sabré de sus
misteriosas pulsiones.
Contempla y da gracias a Dios
Sábado I de Adviento
Invoca al Espíritu Santo y a la Virgen María
Lee y medita
En aquel tiempo, Jesús recorría todas las
ciudades y aldeas, enseñando en sus sinagogas,
40
anunciando el evangelio del Reino y curando todas
las enfermedades y todas las dolencias. Al ver a las
gentes se compadecía de ellas, porque estaban
extenuadas Y abandonadas, «como ovejas que no
tienen pastor». Entonces dijo a sus discípulos: –La
mies es abundante, pero los trabajadores son pocos;
rogad, pues, al Señor de la mies que mande
trabajadores a su mies.
Llamó a sus doce discípulos y les dio autoridad
para expulsar espíritus inmundos y curar toda
enfermedad y dolencia. A estos doce los envió con
estas instrucciones: –No vayáis a tierra de paganos,
no entréis en las ciudades de Samaria, sino id a las
ovejas descarriadas de Israel. Id y proclamad
diciendo que el Reino de los cielos está cerca.
Curad enfermos, resucitad muertos, limpiad
leprosos, arrojad demonios. Gratis habéis recibido,
dad gratis (Mt 9, 35-10, 1.6-8).
Ora
—Jesús recorría todas las ciudades y aldeas.
Conoces, Señor, todos los caminos y llamas a
todas las puertas. Tienes ansias de enseñar y de que
aprendamos. ¿Qué provecho personal sacas con ese
tu peregrinar fatigoso?
Te impulsa siempre el amor. No vas a lo tuyo,
sino a lo mío, a lo nuestro, a lo de todos nosotros.
Te interesas por nosotros que no conocemos la
verdad y que andamos por caminos que no
conducen a nuestro bien.
41
También hoy sigues recorriendo las ciudades y
los campos del mundo todo y sigues llamando
misteriosamente a las almas. Los caminos de tus
enviados prolongan tus caminos. Y, mientras la voz
de ellos resuena en los oídos, tu voz alerta y
estremece los corazones. Y, aun sin la voz de ellos,
cuántas veces la tuya en secreto instruye a las
almas.
Quizá no advierto que eres Tú, Maestro, quien
está pulsando a mi puerta y sigo indiferente y sin
prestar atención a tus llamadas. Quizá creo que es
pensamiento fortuito o una corazonada casual y sin
trascendencia, cuando era realmente un impulso de
tu gracia.
Se me pasó aquella ocasión de escucharte,
porque no reflexioné en que Tú estabas pasando
cerca de mí.
—Como ovejas que no tienen pastor.
No te enojas con el pobre pueblo, Señor, ni lo
desprecias como los fariseos, sino que te
compadeces y quieres ayudarlo. Es miserable y
necesitado.
Pon, Señor, en mi corazón los sentimientos que
movían al tuyo. Dame voluntad y medios para
ayudar a mis hermanos en sus necesidades.
Aunque me llamen pesado o se rían de mí,
quiero amarles y ayudarles como lo hacías Tú.
¿De qué sirve, Señor, tanto progreso, tanta
comodidad, tantos adelantos si los corazones están
perdidos y sufren?
42
Muchos te rechazan, Dios eterno, pero no saben
lo que hacen. No conocen tu verdad y tu amor. No
conocen más que esta vida, que les es tan dura,
aunque son hijos tuyos. No consientas, Maestro, que
yo sea cómplice de tanta injusticia.
—Gratis habéis recibido, dad gratis
Aparta, Dios mío, de mi corazón todo espíritu de
avaricia y toda apetencia de las cosas de este
mundo.
Tú eres dispensador generoso de tus bienes y nos
los comunicas para que los repartamos
desinteresadamente. Te desagrada la codicia y el
afán de lucro en los que no hacen más que dispensar
lo que es tuyo. Bástanos, Dios mío, el vivir
sencillamente el tiempo que Tú quieres confiarnos
la misión señalada a cada uno por tu Providencia.
Bástanos esa sencillez de vida, lo necesario
precisamente para cumplir la misión encomendada.
Tú vivías pobremente de las limosnas ajenas,
cuando, por atender a tu misión de maestro, no
podías ejercer tu humilde oficio artesano.
Como Tú, quieres que procedamos también
nosotros, que sean, Señor, las almas y no los bienes
de este mundo el objeto de nuestra solicitud.
Contempla y da gracias a Dios
43
8 de Diciembre
INMACULADA CONCEPCIÓN DE MARÍA
Evangelio Lc 1, 26-38 (ver p.112-113)
En este día puedes meditar esta homilía de
Benedicto XVI
¿Qué significa "María, la Inmaculada"? ¿Este
título tiene algo que decirnos? La liturgia de hoy
nos aclara el contenido de esta palabra con dos
grandes imágenes. Ante todo, el relato maravilloso
del anuncio a María, la Virgen de Nazaret, de la
venida del Mesías.
El saludo del ángel está entretejido con hilos del
Antiguo Testamento, especialmente del profeta
Sofonías. Nos hace comprender que María, la
humilde mujer de provincia, que proviene de una
estirpe sacerdotal y lleva en sí el gran patrimonio
sacerdotal de Israel, es el "resto santo" de Israel, al
que hacían referencia los profetas en todos los
períodos turbulentos y tenebrosos. En ella está
presente la verdadera Sión, la pura, la morada viva
de Dios. En ella habita el Señor, en ella encuentra el
lugar de su descanso. Ella es la casa viva de Dios,
que no habita en edificios de piedra, sino en el
corazón del hombre vivo.
Ella es el retoño que, en la oscura noche
invernal de la historia, florece del tronco abatido de
David. En ella se cumplen las palabras del salmo:
"La tierra ha dado su fruto" (Sal 67, 7). Ella es el
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vástago, del que deriva el árbol de la redención y de
los redimidos. Dios no ha fracasado, como podía
parecer al inicio de la historia con Adán y Eva, o
durante el período del exilio babilónico, y como
parecía nuevamente en el tiempo de María, cuando
Israel se había convertido en un pueblo sin
importancia en una región ocupada, con muy pocos
signos reconocibles de su santidad. Dios no ha
fracasado. En la humildad de la casa de Nazaret
vive el Israel santo, el resto puro. Dios salvó y salva
a su pueblo. Del tronco abatido resplandece
nuevamente su historia, convirtiéndose en una
nueva fuerza viva que orienta e impregna el mundo.
María es el Israel santo; ella dice "sí" al Señor, se
pone plenamente a su disposición, y así se convierte
en el templo vivo de Dios.
La segunda imagen es mucho más difícil y
oscura. Esta metáfora, tomada del libro del Génesis,
nos habla de una gran distancia histórica, que sólo
con esfuerzo se puede aclarar; sólo a lo largo de la
historia ha sido posible desarrollar una comprensión
más profunda de lo que allí se refiere. Se predice
que, durante toda la historia, continuará la lucha
entre el hombre y la serpiente, es decir, entre el
hombre y las fuerzas del mal y de la muerte. Pero
también se anuncia que "el linaje" de la mujer un
día vencerá y aplastará la cabeza de la serpiente, la
muerte; se anuncia que el linaje de la mujer —y en
él la mujer y la madre misma— vencerá, y así,
mediante el hombre, Dios vencerá. Si junto con la
Iglesia creyente y orante nos ponemos a la escucha
45
ante este texto, entonces podemos comenzar a
comprender qué es el pecado original, el pecado
hereditario, y también cuál es la defensa contra este
pecado hereditario, qué es la redención.
¿Cuál es el cuadro que se nos presenta en esta
página? El hombre no se fía de Dios. Tentado por
las palabras de la serpiente, abriga la sospecha de
que Dios, en definitiva, le quita algo de su vida, que
Dios es un competidor que limita nuestra libertad, y
que sólo seremos plenamente seres humanos cuando
lo dejemos de lado; es decir, que sólo de este modo
podemos realizar plenamente nuestra libertad.
El hombre vive con la sospecha de que el amor
de Dios crea una dependencia y que necesita
desembarazarse de esta dependencia para ser
plenamente él mismo. El hombre no quiere recibir
de Dios su existencia y la plenitud de su vida. Él
quiere tomar por sí mismo del árbol del
conocimiento el poder de plasmar el mundo, de
hacerse dios, elevándose a su nivel, y de vencer con
sus fuerzas a la muerte y las tinieblas. No quiere
contar con el amor que no le parece fiable; cuenta
únicamente con el conocimiento, puesto que le
confiere el poder. Más que el amor, busca el poder,
con el que quiere dirigir de modo autónomo su vida.
Al hacer esto, se fía de la mentira más que de la
verdad, y así se hunde con su vida en el vacío, en la
muerte.
Amor no es dependencia, sino don que nos hace
vivir. La libertad de un ser humano es la libertad de
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un ser limitado y, por tanto, es limitada ella misma.
Sólo podemos poseerla como libertad compartida,
en la comunión de las libertades: la libertad sólo
puede desarrollarse si vivimos, como debemos,
unos con otros y unos para otros. Vivimos como
debemos, si vivimos según la verdad de nuestro ser,
es decir, según la voluntad de Dios. Porque la
voluntad de Dios no es para el hombre una ley
impuesta desde fuera, que lo obliga, sino la medida
intrínseca de su naturaleza, una medida que está
inscrita en él y lo hace imagen de Dios, y así
criatura libre.
Si vivimos contra el amor y contra la verdad —
contra Dios—, entonces nos destruimos
recíprocamente y destruimos el mundo. Así no
encontramos la vida, sino que obramos en interés de
la muerte. Todo esto está relatado, con imágenes
inmortales, en la historia de la caída original y de la
expulsión del hombre del Paraíso terrestre.
Queridos hermanos y hermanas, si reflexionamos
sinceramente sobre nosotros mismos y sobre nuestra
historia, debemos decir que con este relato no sólo
se describe la historia del inicio, sino también la
historia de todos los tiempos, y que todos llevamos
dentro de nosotros una gota del veneno de ese modo
de pensar reflejado en las imágenes del libro del
Génesis. Esta gota de veneno la llamamos pecado
original.
Precisamente en la fiesta de la Inmaculada
Concepción brota en nosotros la sospecha de que
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una persona que no peca para nada, en el fondo es
aburrida; que le falta algo en su vida: la dimensión
dramática de ser autónomos; que la libertad de decir
no, el bajar a las tinieblas del pecado y querer actuar
por sí mismos forma parte del verdadero hecho de
ser hombres; que sólo entonces se puede disfrutar a
fondo de toda la amplitud y la profundidad del
hecho de ser hombres, de ser verdaderamente
nosotros mismos; que debemos poner a prueba esta
libertad, incluso contra Dios, para llegar a ser
realmente nosotros mismos. En una palabra,
pensamos que en el fondo el mal es bueno, que lo
necesitamos, al menos un poco, para experimentar la
plenitud del ser.
Pensamos que Mefistófeles —el tentador— tiene
razón cuando dice que es la fuerza "que siempre
quiere el mal y siempre obra el bien" (Johann
Wolfgang von Goethe, Fausto I, 3). Pensamos que
pactar un poco con el mal, reservarse un poco de
libertad contra Dios, en el fondo está bien, e
incluso que es necesario.
Pero al mirar el mundo que nos rodea, podemos
ver que no es así, es decir, que el mal envenena
siempre, no eleva al hombre, sino que lo envilece y
lo humilla; no lo hace más grande, más puro y más
rico, sino que lo daña y lo empequeñece. En el día
de la Inmaculada debemos aprender más bien esto:
el hombre que se abandona totalmente en las manos
de Dios no se convierte en un títere de Dios, en una
persona aburrida y conformista; no pierde su
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libertad. Sólo el hombre que se pone totalmente en
manos de Dios encuentra la verdadera libertad, la
amplitud grande y creativa de la libertad del bien. El
hombre que se dirige hacia Dios no se hace más
pequeño, sino más grande, porque gracias a Dios y
junto con él se hace grande, se hace divino, llega a
ser verdaderamente él mismo. El hombre que se
pone en manos de Dios no se aleja de los demás,
retirándose a su salvación privada; al contrario, sólo
entonces su corazón se despierta verdaderamente y
él se transforma en una persona sensible y, por
tanto, benévola y abierta.
Cuanto más cerca está el hombre de Dios, tanto
más cerca está de los hombres. Lo vemos en María.
El hecho de que está totalmente en Dios es la razón
por la que está también tan cerca de los hombres.
Por eso puede ser la Madre de todo consuelo y de
toda ayuda, una Madre a la que todos, en cualquier
necesidad, pueden osar dirigirse en su debilidad y
en su pecado, porque ella lo comprende todo y es
para todos la fuerza abierta de la bondad creativa.
En ella Dios graba su propia imagen, la imagen
de Aquel que sigue la oveja perdida hasta las
montañas y hasta los espinos y abrojos de los
pecados de este mundo, dejándose herir por la
corona de espinas de estos pecados, para tomar la
oveja sobre sus hombros y llevarla a casa.
Como Madre que se compadece, María es la
figura anticipada y el retrato permanente del Hijo. Y
así vemos que también la imagen de la Dolorosa, de
49
la Madre que comparte el sufrimiento y el amor, es
una verdadera imagen de la Inmaculada. Su
corazón, mediante el ser y el sentir con Dios, se
ensanchó. En ella, la bondad de Dios se acercó y se
acerca mucho a nosotros. Así, María está ante
nosotros como signo de consuelo, de aliento y de
esperanza. Se dirige a nosotros, diciendo: "Ten la
valentía de osar con Dios. Prueba. No tengas miedo
de él. Ten la valentía de arriesgar con la fe. Ten la
valentía de arriesgar con la bondad. Ten la valentía
de arriesgar con el corazón puro. Comprométete con
Dios; y entonces verás que precisamente así tu vida
se ensancha y se ilumina, y no resulta aburrida, sino
llena de infinitas sorpresas, porque la bondad
infinita de Dios no se agota jamás".
En este día de fiesta queremos dar gracias al
Señor por el gran signo de su bondad que nos dio en
María, su Madre y Madre de la Iglesia. Queremos
implorarle que ponga a María en nuestro camino
como luz que nos ayude a convertirnos también
nosotros en luz y a llevar esta luz en las noches de
la historia. Amén (8 diciembre 2005).
50
SEGUNDA SEMANA DE ADVIENTO
¡Qué admirable intercambio!
El Hijo de Dios en persona, aquel que existe
desde toda la eternidad, aquel que es invisible,
incomprensible, incorpóreo, principio de principio,
luz de luz, fuente de vida e inmortalidad expresión
del supremo arquetipo, sello inmutable, imagen
fidelísima, palabra y pensamiento del Padre, él
mismo viene en ayuda de la criatura, que es su
imagen: por amor del hombre se hace hombre, por
amor a mi alma se une a un alma intelectual, para
purificar a aquellos a quienes se ha hecho semejante,
asumiendo todo lo humano, excepto el pecado. Fue
concebido en el seno de la Virgen, previamente
purificada en su cuerpo y en su alma por el Espíritu
(ya que convenía honrar el hecho de la generación,
destacando al mismo tiempo la preeminencia de la
virginidad); y así, siendo Dios, nació con la
naturaleza humana que había asumido, y unió en su
persona dos cosas entre sí contrarias, a saber, la
carne y el espíritu, de las cuales una confirió la
divinidad, otra la recibió.
Enriquece a los demás, haciéndose pobre él
mismo, ya que acepta la pobreza de mi condición
humana para que yo pueda conseguir las riquezas de
su divinidad. Él, que posee en todo la plenitud, se
anonada a sí mismo, ya que, por un tiempo, se priva
51
de su gloria, para que yo pueda ser partícipe de su
plenitud.
¿Qué son estas riquezas de su bondad? ¿Qué es
este misterio en favor mío? Yo recibí la imagen
divina, mas no supe conservarla. Ahora él asume mi
condición humana, para salvar aquella imagen y dar
la inmortalidad a esta condición mía; establece con
nosotros un segundo consorcio mucho más
admirable que el primero.
Convenía que la naturaleza humana fuera
santificada mediante la asunción de esta humanidad
por Dios; así, superado el tirano por una fuerza
superior, el mismo Dios nos concedería de nuevo la
liberación y nos llamaría a sí por mediación del
Hijo. Todo ello para gloria del Padre, a la cual
vemos que subordina siempre el Hijo toda su
actuación.
El buen Pastor que dio su vida por las ovejas
salió en busca de la oveja descarriada, por los
montes y collados donde sacrificábamos a los
ídolos; halló a la oveja descarriada y, una vez
hallada, la tomó sobre sus hombros, los mismos que
cargaron con la cruz, y la condujo así a la vida
celestial.
A aquella primera lámpara, que fue el Precursor,
sigue esta luz clarísima; a la voz, sigue la Palabra; al
amigo del esposo, el esposo mismo, que prepara
para el Señor un pueblo bien dispuesto,
predisponiéndolo para el Espíritu con la previa
purificación del agua. Fue necesario que Dios se
52
hiciera hombre y muriera, para que nosotros
tuviéramos vida. Hemos muerto con él, para ser
purificados; hemos resucitado con él, porque con él
hemos muerto; hemos sido glorificados con él,
porque con él hemos resucitado. (San Gregorio
Nacianceno).
Preparemos los caminos
Preparemos los caminos
ya se acerca el Salvador
y salgamos peregrinos,
al encuentro del Señor.
Ven, Señor, a libertarnos,
ven, tu pueblo a redimir;
purifica nuestras vidas
y no tardes en venir.
El rocío de los cielos
sobre el mundo va a caer,
el Mesías prometido,
hecho niño, va a nacer.
De los montes la dulzura,
de los ríos leche y miel,
de la noche será aurora,
la venida de Emmanuel.
Te esperamos anhelantes
y sabemos que vendrás;
deseamos ver tu rostro
y que vengas a reinar.
Consolaos y alegraos,
desterrados de Sión,
que ya viene, ya está cerca,
Él es nuestra salvación.
53
Domingo II de Adviento
«Este domingo marca la segunda etapa del
Tiempo de Adviento. Este período del año litúrgico
pone de relieve las dos figuras que desempeñaron un
papel destacado en la preparación de la venida
histórica del Señor Jesús: la Virgen María y san
Juan Bautista. Precisamente en este último se
concentra el texto de hoy del Evangelio de san
Marcos. Describe la personalidad y la misión del
Precursor de Cristo (cf. Mc 1, 2-8). Comenzando
por el aspecto exterior, se presenta a Juan como una
figura muy ascética: vestido de piel de camello, se
alimenta de saltamontes y miel silvestre, que
encuentra en el desierto de Judea (cf. Mc 1, 6). Jesús
mismo, una vez, lo contrapone a aquellos que
«habitan en los palacios del rey» y que «visten con
lujo» (Mt 11, 8). El estilo de Juan Bautista debería
impulsar a todos los cristianos a optar por la
sobriedad como estilo de vida, especialmente en
preparación para la fiesta de Navidad, en la que el
Señor —como diría san Pablo— «siendo rico, se
hizo pobre por vosotros, para enriqueceros con su
pobreza» (2 Co 8, 9).
Por lo que se refiere a la misión de Juan, fue un
llamamiento extraordinario a la conversión: su
bautismo «está vinculado a un llamamiento ardiente
a una nueva forma de pensar y actuar, está
vinculado sobre todo al anuncio del juicio de Dios»
(Jesús de Nazaret, I, Madrid 2007, p. 36) y de la
54
inminente venida del Mesías, definido como «el que
es más fuerte que yo» y «bautizará con Espíritu
Santo» (Mc 1, 7.8). La llamada de Juan va, por
tanto, más allá y más en profundidad respecto a la
sobriedad del estilo de vida: invita a un cambio
interior, a partir del reconocimiento y de la
confesión del propio pecado. Mientras nos
preparamos a la Navidad, es importante que
entremos en nosotros mismos y hagamos un examen
sincero de nuestra vida. Dejémonos iluminar por un
rayo de la luz que proviene de Belén, la luz de
Aquel que es «el más Grande» y se hizo pequeño,
«el más Fuerte» y se hizo débil.
A la materna intercesión de María, Virgen de la
espera, confiamos nuestro camino al encuentro del
Señor que viene, mientras proseguimos nuestro
itinerario de Adviento para preparar en nuestro
corazón y en nuestra vida la venida del Emmanuel,
el Dios-con-nosotros» (Benedicto XVI, 4-12-2011).
ORACIÓN
Señor todopoderoso, rico en misericordia, cuando
salimos animosos al encuentro de tu Hijo, no
permitas que lo impidan los afanes de este mundo;
guíanos hasta él con sabiduría divina, para que
podamos participar plenamente de su vida. Por
Jesucristo nuestro Señor.
55
Ciclo A
Invoca al Espíritu Santo y a la Virgen María
Lee y medita
Por aquel tiempo, Juan el bautista se presentó en
el desierto de Judea predicando: “Convertíos,
porque está cerca el Reino de los cielos”. Este es el
que anunció el profeta Isaías diciendo: “Una voz
grita en el desierto: preparad el camino del Señor,
allanad sus senderos”.
Juan llevaba un vestido de piel de camello, con
una correa de cuero a la cintura, y se alimentaba de
saltamontes y miel silvestre. Y acudía a él toda la
gente de Jerusalén, de Judea y del valle del Jordán.
Al ver que muchos fariseos y saduceos venían a que
los bautizara, les dijo: “Raza de víboras, ¿quién os
ha enseñado a escapar de la ira inminente? Dad el
fruto que pide la conversión. Y no os hagáis
ilusiones pensando: Abraham es nuestro padre,
pues os digo que Dios es capaz de sacar hijos de
Abraham de estas piedras. Ya toca el hacha de base
de los árboles, y el árbol que no da buen fruto será
talado y echado al fuego.
Yo os bautizo con agua para que os convirtáis;
pero el que viene detrás de mí puede más que yo, y
no merezco llevarle las sandalias. Él mismo os
bautizará con Espíritu Santo y fuego. Él tiene el
bieldo en la mano: aventará su parva, reunirá su
trigo en el granero y quemará la paja en una
hoguera que no se apaga” (Mt 3,1-12).
56
Ora
—Está cerca el Reino de los cielos.
Sin ruido y sin espectáculo viene tu Reino, Dios
mío, sobre las almas. ¡Qué silenciosamente ha
empezado en la tierra la misión de tu Hijo!
El ancho mundo va rodando, como siempre, con
sus locas y estrepitosas aventuras. Los reinos de la
tierra se hunden y se levantan con alboroto. Los
hombres se inquietan y se matan. Se lanzan unos
contra otros para imponer o para asegurar cada uno
su dominación sobre los demás.
Nada saben, Señor, de ese otro Reino que acaba
de aparecer misterioso entre ellos. Empieza humilde
y escondido como la semilla de mostaza, que no se
ve entre los gigantescos árboles, que extienden sus
ramas sobre la tierra. Es nada más que una palabra
misteriosa, que ha caído en algún corazón y que
deja en él una inquietud vivificante.
Ya han pasado, Dios mío, tantos siglos desde
aquellos comienzos imperceptibles. La palabra, sin
morir nunca, sigue operando en los corazones, en
silencio como siempre, y no gusta de los alborotos
sensacionales de las cosas humanas.
Que venga, Señor, tu Reino a mi corazón y deje
en él su paz humilde y silenciosa.
Contempla y da gracias a Dios
57
Ciclo B
Invoca al Espíritu Santo y a la Virgen María
Lee y medita
Comienza el Evangelio de Jesucristo, Hijo de
Dios. Está en el profeta Isaías: “Yo envío mi
mensajero delante de ti para que te prepare el
camino. Una voz grita en el desierto: Preparadle el
camino al Señor, allanadle sus senderos”.
Juan bautizaba en el desierto: predicaba que se
convirtieran y se bautizaran, para que se les
perdonasen los pecados. Acudía la gente de Judea y
de Jerusalén, confesaban sus pecados y él los
bautizaba en el Jordán.
Juan iba vestido de piel de camello, con una
correa de cuero a la cintura, y se alimentaba de
saltamontes y miel silvestre. Y proclamaba: “Detrás
de mí viene el que puede más que yo, y yo no
merezco agacharme para desatarle las sandalias;
yo he bautizado con agua, pero él os bautizará con
el Espíritu Santo” (Mc 1,1-8).
Ora
—Comienza el Evangelio de Jesucristo, Hijo de
Dios.
¡Señor Jesús! Una buena nueva comienza a oírse
entre los hombres. Siglos lleva el mundo rodando
por los espacios. Durante ellos, tantas novedades,
que aparecieron un día, excitaron la atención,
removieron esperanzas.
58
Estamos siempre, Dios mío, esperando algo
porque todo nos decepciona y nos deja tan vacíos y
tan indigentes como estábamos antes. Hasta que un
buen día te manifiestas Tú al alma, con tu luz y con
tu novedad y con tus promesas que no engañan.
Es el principio bendito de tu Evangelio en mis
oídos y en mi corazón. El anuncio, que un día se
hizo para todos, resuena por fin en mi interior
conmoviendo mis entrañas y sacudiéndome como
de un letargo.
No es anuncio, ni promesa ninguna de los
hombres. Estoy acostumbrado a escuchar su voz y
se de antemano lo que van a decir. Pero esto es otra
cosa. Esto es, Dios mío, para mí una verdadera
novedad, es un evangelio que me reanima y me
rejuvenece y me conforta.
Ya voy caminando con otra luz y con otra
esperanza y con otros alientos. Empieza, Señor, a
comunicarme tu Evangelio.
Contempla y da gracias a Dios
Ciclo C
Invoca al Espíritu Santo y a la Virgen María
Lee y medita
El año quince del reinado del emperador
Tiberio, siendo Poncio Pilato gobernador de Judea,
y Herodes virrey de Galilea, y su hermano Felipe
virrey de Iturea y Traconítide, y Lisiano virrey de
59
Abilene, bajo el sumo sacerdocio de Anás y Caifás,
vino la palabra de Dios sobre Juan, hijo de
Zacarías, en el desierto.
Y recorrió toda la comarca del Jordán,
predicando un bautismo de conversión para perdón
de los pecados, como está escrito en el libro de los
oráculos del profeta Isaías:
Una voz grita en el desierto: preparad el camino
del Señor, allanad sus senderos; elévense los valles,
desciendan los montes y colinas; que lo torcido se
enderece, lo escabroso se iguale. Y todos verán la
salvación de Dios (Lc 3,1-6).
Ora
—El año quince del reinado del emperador
Tiberio.
¡Cuántas cosas sucedieron, Dios mío, en ese
reinado y aun en ese año! Infinitas cosas banales
que nada suponían para la marcha del mundo, pero
que afectaban hondamente a pequeños corazones y
encendían en ellos ilusiones infinitas o apagaban en
ellos toda luz y toda esperanza. Otras cosas
también, que agitaron al mundo todo y parecían
marcarle sus rumbos.
Todo pasó vertiginosamente: el año, el reinado,
Tiberio. Quedan algunas pobres ruinas. Queda
algún recuerdo en viejos libros, repletos de mentiras
que leen los sabios.
Pero en ese año sucedió, Jesús, lo que no
cuentan las grandes historias: que un pobre judío
60
apareció entre los suyos, tocado por el Espíritu de
Dios y exhortando a la penitencia, porque estaba
cerca la hora del Señor.
Tú has querido, Dios, insertarte en nuestro
tiempo y que tus cosas se entremezclen y corran
entre las cosas de los hombres. Te has dignado
venir hasta nosotros. En tu lejanía inaccesible no
podíamos encontrarte. Y aquí estás al alcance de
nuestros ojos y de nuestro corazón.
—Que lo torcido se enderece, lo escabroso se
iguale.
Aplana, Dios mío, los caminos de mi soberbia,
para que pueda venir hasta mí la humildad de tu
Hijo. La altivez de mi mente y las hinchazones de
mi corazón necesitan de la apisonadora que las
abaje.
Por mucho que haya que destrozar, Dios mío,
destroza sin misericordia, por tu infinita
misericordia. Caigan sobre mi dureza los golpes
hasta que la reduzcan a polvo. Con tal que no quede
en pie obstáculo ninguno donde tropiece y no pueda
echar raíces la semilla de tu Reino.
Humilla también, Señor, la soberbia de los
poderosos de este mundo, que se oponen a la verdad
de tu pacífico reinado. Levanta los corazones
pequeñitos y abatidos que no pueden, que ni
siquiera se atreven a alzar sus ojos desde la
humillación de su miseria.
61
Rotura la aspereza de nuestros caminos, para que
todos vayamos a Ti y Tú vengas sin tropiezos a
nosotros. Como cuando se preparan las carreteras
para que pase el rey, así prepara Tú, Dios mío, para
tu Hijo los caminos que conducen a los corazones.
En la sencillez, en la sinceridad y en la verdad.
—Todos verán la salvación de Dios.
¡Señor, Dios de infinita piedad y clemencia, que
nos has mirado con misericordia y nos has enviado
la salvación por medio de tu Hijo Jesucristo, te
suplico que abras los ojos de todos los que no han
visto aún!
Tú has prometido, Señor, que toda carne vería la
salvación. Hay muchos que no ven, porque no
quieren ver. Pero también hay muchísimos que son
ciegos de nacimiento y que no ven, porque sus ojos
no han sido iluminados.
Yo te pido por todos, Dios mío, para que se les
manifieste la luz.
Señor Jesús, que eres la luz y la salvación del
mundo, descúbrete no sólo con esas manifestaciones
generales de tu virtud y de tu bondad, sino también
en la intimidad de los corazones de cada uno.
Háblale, Jesús, a cada uno su palabra de
salvación; la palabra que espera y que ansia, aunque
no la conozca.
62
Jesús, que has venido a salvar a los que
necesitamos la salvación, enciende en nosotros los
deseos de ser salvos y colma nuestros deseos.
Contempla y da gracias a Dios
Lunes II de Adviento
Invoca al Espíritu Santo y a la Virgen María
Lee y medita
Sucedió que un día estaba Jesús enseñando y
estaban sentados unos fariseos y maestros de la ley,
venidos de todas las aldeas de Galilea, Judea y
Jerusalén. Y el poder del Señor lo impulsaba a
curar. Llegaron unos hombres que traían en una
camilla a un paralítico y trataban de introducirlo
para colocarlo delante de Él. No encontrando por
donde introducirlo a causa del gentío, subieron a la
azotea y, separando las losetas, lo descolgaron con
la camilla hasta el centro, delante de Jesús. Él,
viendo la fe que tenían, dijo: “Hombre, tus pecados
están perdonados”.
Los letrados y los fariseos se pusieron a pensar:
“¿Quién es este que dice blasfemias? ¿Quién puede
perdonar los pecados más que Dios?”.
Pero Jesús, leyendo sus pensamientos, les
replicó: “¿Qué pensáis en vuestro interior? ¿Qué es
más fácil: decir “tus pecados quedan perdonados”,
o decir “levántate y anda”? Pues para que veáis
que el Hijo del hombre tiene poder en la tierra para
63
perdonar pecados… –dijo al paralítico– A ti te lo
digo, ponte en pie, toma tu camilla y vete a tu casa”
Él, levantándose al punto, a vista de ellos, tomó
la camilla donde estaba tendido y se marchó a su
casa, dando gloria a Dios. Todos quedaron
asombrados, y daban gloria a Dios, diciendo:
“Hemos visto cosas admirables” (Lc 5,17-26).
Ora
—Llegaron unos hombres que traían en una
camilla a un paralítico.
No pudo acudir a Ti, Señor, el paralítico por su
propio pie, pero encontró corazones compasivos que
le ayudaron.
Pudo desearlo y pudo suplicarlo, si es que no
estaba también paralítica su voluntad, si es que oyó
hablar de Ti y de tu poder y de tu misericordia.
Primero es el conocimiento, luego es el deseo y
después viene el echar a andar para buscarte y
acercarse a Ti. Tú me conocías, Señor, desde el
primer momento, antes que yo te conociera a Ti. Y
abriste mis ojos y mis oídos e hiciste que me
hablaran de Ti y que apareciese tu imagen ante mi
vista.
Cuando en mí no había surgido, ni había podido
surgir el deseo, ya lo deseabas Tú con infinita
benignidad.
Y cuando yo aún no había dado un solo paso
hacia Ti, ya Tú habías dado muchos y habías hecho
64
que otros los dieran para encontrarme y para
conducirme.
Tu misericordia es siempre primero, mucho
antes que yo conociese cuál era mi miseria y dónde
estaba el remedio. ¡Bendita sea tu misericordia y
benditos los instrumentos de tu misericordia, que
me llevaron a Ti!
—Lo descolgaron con la camilla hasta el centro.
Nada hay imposible, Dios mío, cuando el deseo
es grande y sincero. Como en el caso de aquel
paralítico, cuando no pudieron entrar por la puerta,
lo descolgaron difícilmente por el techo. Pero llegó
hasta tus pies, Maestro.
¡Cuántas veces se presentan en mi camino
obstáculos que me detienen, porque mi deseo no es
categórico y no está dispuesto a todo! Entonces
tengo a mano las fáciles excusas, con que quiero
justificarme ante mi conciencia.
Señor, yo sé que los verdaderos obstáculos no
están en lo que me rodea, sino que están dentro de
mí. No agoto nunca todas las posibilidades y, por
tanto, nunca puedo decir que algo me es
verdaderamente imposible. Los negocios y las
empresas humanas me son a veces imposibles. Pero
nunca me es imposible llegar hasta Ti, si quiero
llegar.
Yo quiero llegar, Señor, y no quiero obstinarme
en que sea precisamente por estos medios o por
65
aquéllos. Tú quieres que llegue, aunque quizá no
quieras los caminos que yo me empeño en seguir.
¡Jesús, excita en mí un deseo ardiente y dame
una voluntad sincera y recta!
—Hombre, tus pecados están perdonados.
Resuene también, Señor, en mi corazón tu santa
palabra. Yo conozco, Dios mío, y Tú conoces
también mis pecados, mientras que los hombres
sólo ven las miserias y desgracias del cuerpo.
Ellos miran por fuera y se compadecen de estos
accidentes exteriores. Tú ves por dentro y penetras
en los repliegues secretos del alma, donde las llagas
son más dolorosas y donde no puede alcanzar
ningún remedio humano.
Dame, Jesús, por tu infinita misericordia, la
seguridad del perdón. Borra en mí las manchas de la
culpa, que me hace desagradable a tus ojos.
Líbrame y límpiame de los pecados de ayer y
líbrame de los pecados futuros. Llámame, Jesús
benignísimo, con ese dulce nombre de hijo, que
apague todos mis temores y me lleve hacia Ti. Oh
Padre, danos la paz en tu santo amor.
Contempla y da gracias a Dios
66
Martes II de Adviento
Invoca al Espíritu Santo y a la Virgen María
Lee y medita
En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos:
¿Qué os parece? Suponed que un hombre tiene
cien ovejas: si una se le pierde, ¿no deja las
noventa y nueve y va en busca de la perdida? Y si la
encuentra, os aseguro que se alegra más por ella
que por las noventa y nueve que no se habían
extraviado. Lo mismo vuestro Padre del cielo: no
quiere que se pierda ni uno de estos pequeños (Mt
18,12-14).
Ora
—Va en busca de la perdida
Tú, Señor, no quieres que se pierda ninguno de
tus hijos. Quieres tenernos a todos contigo en el
cielo. Eres el buen pastor que nos buscas con amor
y dolor cuando nos perdemos por nuestros pecados.
Verdaderamente no quieres la muerte del
pecador sino que se convierta y viva. Tú persigues
al pecador, y no paras hasta que lo encuentras. Qué
consoladoras son esas palabras tuyas, Señor: no he
venido a buscar a los sanos sino a los enfermos.
En mis horas de lucha y de oscuridad, no dejes
nunca de buscarme Jesús; no permitas nunca que
me pierda, que me separe de Ti. Hazme
experimentar tu infinita misericordia. Cógeme y
ponme sobre tus hombros.
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Oh Señor, ayúdame a imitarte en la solicitud por
la oveja descarriada. Que nunca desprecie a nadie,
aunque me parezca que se equivoca o que hace el
mal. Enséñame a amar como Tú amas, a ser
misericordioso con todos, especialmente con los
más necesitados. Si Tú viniste a buscar a la oveja
perdida, quiero seguir tu ejemplo.
—Vuestro Padre del cielo no quiere que se
pierda ni uno de estos pequeños
Tú, Jesucristo, eres el rostro del Padre, la
impronta de su ser. Quien te ve a Ti le ve a Él…
Eres la encarnación de su amor infinitamente
misericordioso. Por eso tu imagen como Buen
Pastor de mi alma me expresa el amor infinito con
que me ama el Padre de los cielos.
¡Cuánto me cuesta comprender que en el cielo
hay más alegría por un pecador que se convierte que
por noventa y nueve que no necesitan penitencia!
Tu amor es verdaderamente desconcertante.
Además, tienes predilección por los pequeños y
por los pobres. Y yo soy muy pobre y muy pequeño.
Y quiero hacerme cada día más pequeño en tus
brazos divinos. Quiero no cansarme nunca de estar
empezando siempre en este camino de la santidad,
para así intentar llenar tu Corazón de alegría.
Contempla y da gracias a Dios
68
Miércoles II de Adviento
Invoca al Espíritu Santo y a la Virgen María
Lee y medita
En aquel tiempo, tomó Jesús la palabra y dijo:
“Venid a mí todos los que estáis cansados y
agobiados, y yo os aliviaré.
Cargad con mi yugo y aprended de mí, que soy
manso y humilde de corazón, y encontraréis vuestro
descanso. Porque mi yugo es llevadero y mi carga
ligera” (Mt 11,28-30).
Ora
— Venid a Mí todos los que estáis cansados y
agobiados.
¡Bendito seas, Señor Jesús, que nos llamas con
tan generoso Corazón! Que te compadeces de los
que sufren y no encuentran alivio.
Benditos sean los corazones que han aprendido
del tuyo y han bebido en el luyo la misericordia; los
que suben, como Tú, compadecer y consolar.
No te cansas nunca, Señor, aunque son tantos los
que acuden a Ti. No se endurece tu corazón con la
costumbre de ver tantas penas. Misteriosamente
conformas el espíritu atribulado, aunque no vea tus
ojos ni oiga la dulzura de tu voz.
Interiormente se derrama tu paz en el corazón,
cuando acudo a tus pies con mis amarguras. Sabes
decir calladamente a mi alma lo que necesita y lo
que no encuentra en palabras ningunas de la tierra.
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Y, sin embargo, quieres que yo oiga también
palabras de comprensión y acogimiento en mis
hermanos. Y mueves la compasión de los demás
para que salga a mi encuentro.
Y mueves también, Señor, mi compasión lo las
penas de otros. Haces que me olvide de las mías
para atender a los que están más tristes y
necesitados. Porque el corazón, que se acerca a Ti,
se llena de tus sentimientos.
—Aprended de Mí, que soy manso y humilde de
corazón.
¿Cómo voy a aprender, Señor Jesús, si no me
acerco a Ti para escuchar tus lecciones? Y ¿cómo
me atrevería a acercarme, si no supiera de tu
humildad y de la mansedumbre con que acoges a los
que se acercan?
Necesitas, conmigo, Señor, de tu paciencia
inextinguible. No termino nunca de aprender,
aunque hace tanto tiempo que comencé a
escucharte. ¿Cómo no te has cansado y persistes
todavía en invitarme a volver?
En cambio, mi corazón es impaciente, exigente y
severo con los demás. Pongo condiciones a los que
se humillan a venir a mí, me canso pronto, recibo
con dureza a los que vuelven, desconfío
prematuramente de que puedan aprovechar y me
obstino en que hagan a toda prisa y sin restricciones
lo que yo no he sabido hacer sino a medias, a pesar
70
de tantos años. Jesús, me falta la mansedumbre y la
humildad de tu corazón.
Contempla y da gracias a Dios
Jueves II de Adviento
Invoca al Espíritu Santo y a la Virgen María
Lee y medita
En aquel tiempo, dijo Jesús a la gente: “Os
aseguro que no ha nacido de mujer uno más grande
que Juan el Bautista; aunque el más pequeño en el
Reino de los Cielos es más grande que él. Desde los
días de Juan el Bautista hasta ahora, el Reino de los
Cielos hace fuerza y los esforzados se apoderan de
él. Los profetas y la Ley han profetizado hasta que
vino Juan; él es Elías, el que tenía que venir, con tal
que queráis admitirlo. El que tenga oídos que
escuche. (Mt 11,11-15).
Ora
—El Reino de los cielos hace fuerza y los
esforzados se apoderan de él.
Maestro, Tú nos dices que hasta Juan se trató en
la antigua Ley de preparar los caminos y de
disponer las almas; pero contigo empieza ya el
Reino de los cielos y hay que hacerse fuerte para
acercarse a Ti.
71
Las muchedumbres acudían de todas partes y
competían unos con otros por ser los primeros y no
quedarse atrás. Pero es necesario, Señor, mucho
mayor esfuerzo para que se entregue la voluntad y
el corazón a las exigencias del Reino de los cielos.
Verte, Jesús, y escuchar tu voz es dulce para el
alma, una vez que ha llegado a Ti. Pero ¿cómo
llegaré., si no me libro de los afectos de la tierra y
no rompo con las barreras, que levantan mis
desordenados apetitos? Está abierta la entrada al
Reino de los cielos, pero es angosta, como Tú
mismo dijiste, Señor.
La puerta eres Tú mismo, con tus
renunciamientos y con la cruz desnuda, a que te
estrechaste. .Y yo tengo que hacerme fuerza
continuamente para seguir el camino áspero y
empinado que lleva a Ti.
—El que tenga oídos, que escuche.
Pon, Señor, mis oídos atentos a tus palabras y
abre también mi corazón a las inspiraciones de tu
gracia. Ilumina mi inteligencia para que penetre el
sentido secreto de tu doctrina, que sólo comunicas a
los que se acercan a Ti con sencillez de corazón y te
lo suplican con insistencia humilde.
No permitas que me engañen y me seduzcan las
interpretaciones de los falsos maestros, que no han
aprendido de Ti, Señor Jesús, y que no van guiados
de tu espíritu. Porque son muchos los que repiten
tus palabras, pero las desvían con astucia y con
72
ceguedad para que parezcan confirmar sus
pensamientos y sus deseos puramente humanos.
El sonido de las palabras es por de fuera el
mismo; pero lo importante es el sentido con que van
cargadas y el espíritu que de Ti reciben, cuando son
verdaderamente tuyas.
Señor, limpia mis oídos de los blandos halagos
de las criaturas y háblame Tú en lo secreto, donde
yo pueda escucharte con paz, sin que me estorben
los ruidos exteriores y las voces que gritan con
pretensiones locas.
Contempla y da gracias a Dios
Viernes II de Adviento
Invoca al Espíritu Santo y a la Virgen María
Lee y medita
En aquel tiempo, dijo Jesús a la gente: “¿A
quién se parece esta generación? Se parece a los
niños sentados en la plaza que gritan a otros:
«Hemos tocado la flauta y no habéis bailado, hemos
cantado lamentaciones y no habéis llorado».
Porque vino Juan, que ni comía ni bebía, y
dicen: «Tiene un demonio». Vino el Hijo del
Hombre, que come y bebe, y dicen: «Ahí tenéis a un
comilón y borracho, amigo de publicanos y
pecadores». Pero los hechos dan razón a la
Sabiduría de Dios” (Mt 11,16-19).
73
Ora
—Se parece a los niños, sentados en la plaza.
Dios mío, aparta de mí el mal espíritu de
ligereza e inconstancia, la frivolidad de los sentidos
y de la vida y el necio guiarse por sentimentalismos
y por las impresiones del momento.
Aparta mucho más de mí el espíritu de soberbia
falsa e hipócrita, que trata de justificar sus propias
posiciones y rechaza la verdad con pretextos
pueriles. Tú vienes, Dios mío, con la seriedad de tus
ofrecimientos y de tus exigencias, vas al fondo de
las cosas y no te pagas de exterioridades vacías.
Yo trato muchas veces de evadirme con
infantiles argumentaciones, como aquellos fariseos
que pretendían escandalizarse con los ayunos de
Juan y con que Tú no ayunabas. Tenían miedo a la
verdad, que les obligaría a la reforma total de sus
vidas.
Señor, ya que soy débil y pecador, que al menos
no me cierre a la verdad. Que la admita,
cualesquiera que sean sus apariencias. Que no
piense mal de esas apariencias, sino que piense mal
de mí mismo y me desagrade a mí mismo, para que
conozca que sólo Tú tienes la verdad.
—Amigo de publicanos y pecadores.
Esta es, Jesús, la gran acusación que lanzan
contra Ti, que eres amigo de publícanos y
pecadores.
74
Y ésta es la raíz más firme de mi esperanza.
Confío en Ti, Señor, me entrego a Ti, a la bondad
de tu corazón. Sé que no desprecias y que no
rechazas a nadie que intenta acercarse. Tú mismo
buscas al pecador y no te desdeñas de comer con él
y llamarte su amigo.
El fariseo se escandaliza y piensa que se
contaminará, si deja que un pecador se le aproxime.
Piensa que, si va con él, se hará cómplice de sus
pecados. Y, en cambio, no piensa que es mucho
mayor el pecado, de su soberbia e hipocresía.
Pero Tú, buen Jesús, vas con amor. No vas a
participar de los pecados ajenos, sino a comunicar
tu gracia y tu santidad. Vas al enfermo para curarlo,
si quiere ser curado.
Ven, pues, Señor, a mí y se mi amigo, porque
necesito de tu amistad. Yo no puedo acercarme, no
me atrevo a acercarme; pero Tú eres tan bueno que
bajas hasta mí. ¡Qué extraño título para tu amistad,
Jesús, este que tiene un pecador!
Contempla y da gracias a Dios
Sábado II de Adviento
Invoca al Espíritu Santo y a la Virgen María
Lee y medita
Al bajar del monte le preguntaron a Jesús sus
discípulos: “¿Por qué dicen los letrados que
primero tiene que venir Elías?”
75
Él les contestó: “Elías vendrá y lo renovará
todo. Pero os digo que Elías ya ha venido y no lo
reconocieron, sino que lo trataron a su antojo. Así
también el Hijo del Hombre va a padecer a manos
de ellos”. Entonces entendieron los discípulos que
se refería a Juan el Bautista (Mt 17,10-13).
Ora
Hoy puedes orar con Juan Bautista, el nuevo
Elías. Te puede ayudar mucho esta reflexión de
san Juan Crisóstomo:
«Es deber del buen servidor no sólo el de no
defraudar a su dueño la gloria que se le debe, sino
también el de rechazar los honores que quiera
tributarle la multitud... San Juan Bautista dijo “quien
viene detrás de mí, en realidad me precede”, y “no
soy digno de desatar la correa de sus sandalias”, y
“Él os bautizará con el Espíritu Santo y el fuego”, y
que había visto al Espíritu Santo descender en forma
de paloma y posarse sobre Él. Por último atestiguó
que era el Hijo de Dios y añadió “he ahí al Cordero
de Dios que quita el pecado del mundo”...
«Como solo se preocupaba de conducirlos a
Cristo y hacerlos discípulos suyos, no lanzó un largo
discurso. San Juan sabía que, una vez que hubieran
acogido sus palabras y se hubieran convencido, no
tendrían ya necesidad de su testimonio a favor de
Aquél... Cristo no habló; todo lo dijo San Juan...
Todos los demás profetas y apóstoles anunciaron a
76
Cristo cuando estaba ausente. Unos, antes de su
Encarnación; otros, después de su Ascensión. Sólo
él lo anunció estando presente. Por eso también lo
llamó “amigo del esposo”, pues sólo él asistió a su
boda» (Homilías sobre el evangelio de S. Juan 16 y
18).
El verdadero profeta, como Juan Bautista,
prepara el camino de la conciencia de los hombres
con su predicación y su testimonio de vida. Está
dispuesto a desaparecer cuando Él llegue. Sobre
todo le imita en su conducta.
Juan no se busca a sí mismo; no se deja enredar
por la soberbia sutil de sentirse «distinto» de los
otros y, por consiguiente, mejor que los demás. No
exige reconocimientos, ni honores. Acepta la
exigencia dramática de la fe y de su vocación.
Todos hemos de ser profetas si aceptamos las
profundas exigencias de nuestro bautismo. Hemos
de luchar por ser humildes, serviciales, caritativos…
¡santos!
Como Cristo, y como los antiguos profetas que
lo anunciaron, el profeta de hoy y de todos los
tiempos sabe que le espera la incomprensión, el
sufrimiento, tal vez la muerte. Pero sabe que el
Señor es su refugio, el lote de su heredad eterna.
77
Jesucristo, Palabra del Padre
–Jesucristo, Palabra del Padre,
Luz eterna de todo creyente:
Ven y escucha la súplica ardiente,
Ven, Señor, porque ya se hace tarde.
–Cuando el mundo dormía en tinieblas,
En tu amor tú quisiste ayudarlo
Y trajiste, viniendo a la tierra,
esa vida que puede salvarlo.
–Ya madura la historia en promesas,
Sólo anhela tu pronto regreso;
Si el silencio madura la espera,
El amor no soporta el silencio.
–Con María, la Iglesia te aguarda
Con anhelos de esposa y de madre
Y reúne a sus hijos fieles,
Para juntos poder esperarte.
–Cuando vengas, Señor, en tu gloria,
Que podamos salir a tu encuentro
Y a tu lado vivamos por siempre,
Dando gracias al Padre en el reino. Amén
Contempla y da gracias a Dios
78
TERCERA SEMANA DE ADVIENTO
Vendrá a nosotros la Palabra de Dios
Sabemos de una triple venida del Señor. Además
de la primera y de la última, hay una venida
intermedia. Aquéllas son visibles, pero ésta no. En
la primera, el Señor se manifestó en la tierra y
convivió con los hombres, cuando, como atestigua
él mismo, lo vieron y lo odiaron. En la última, todos
verán la salvación de Dios y mirarán al que
traspasaron. La intermedia, en cambio, es oculta, y
en ella sólo los elegidos ven al Señor en lo más
íntimo de sí mismos, y así sus almas se salvan. De
manera que, en la primera venida, el Señor vino en
carne y debilidad; en esta segunda, en espíritu y
poder; y, en la última, en gloria y majestad.
Esta venida intermedia es como una senda por la
que se pasa de la primera a la última: en la primera,
Cristo fue nuestra redención; en la última, aparecerá
como nuestra vida; en ésta, es nuestro descanso y
nuestro consuelo.
Y para que nadie piense que es pura invención lo
que estamos diciendo de esta venida intermedia,
oídle a él mismo: El que me ama –nos dice–
guardará mi palabra, y mi Padre lo amará, y
vendremos a él. He leído en otra parte: El que teme
a Dios obrará el bien; pero pienso que se dice algo
más del que ama, porque éste guardará su palabra.
¿Y dónde va a guardarla? En el corazón sin duda
79
alguna, como dice el profeta: En mi corazón
escondo tus consignas, así no pecaré contra ti.
Así es cómo has de cumplir la palabra de Dios,
porque son dichosos los que la cumplen. Es como si
la palabra de Dios tuviera que pasar a las entrañas
de tu alma, a tus afectos y a tu conducta. Haz del
bien tu comida, y tu alma disfrutará con este
alimento sustancioso. Y no te olvides de comer tu
pan, no sea que tu corazón se vuelva árido: por el
contrario, que tu alma rebose completamente
satisfecha.
Si es así cómo guardas la palabra de Dios, no
cabe duda que ella te guardará a ti. El Hijo vendrá a
ti en compañía del Padre, vendrá el gran Profeta,
que renovará Jerusalén, el que lo hace todo nuevo.
Tal será la eficacia de esta venida, que nosotros, que
somos imagen del hombre terreno, seremos también
imagen del hombre celestial. Y así como el viejo
Adán se difundió por toda la humanidad y ocupó al
hombre entero, así es ahora preciso que Cristo lo
posea todo, porque él lo creó todo, lo redimió todo,
y lo glorificará todo. (San Bernardo)
Domingo III de Adviento
“Los textos litúrgicos de este período de
Adviento nos renuevan la invitación a vivir a la
espera de Jesús, a no dejar de esperar su venida, de
tal modo que nos mantengamos en una actitud de
apertura y disponibilidad al encuentro con él. La
80
vigilancia del corazón, que el cristiano está llamado
a practicar siempre en la vida de todos los días,
caracteriza de modo particular este tiempo en el que
nos preparamos con alegría al misterio de la
Navidad (cf. Prefacio de Adviento II). El ambiente
exterior propone los acostumbrados mensajes de
tipo comercial, aunque quizá en tono menor a causa
de la crisis económica. El cristiano está invitado a
vivir el Adviento sin dejarse distraer por las luces,
sino sabiendo dar el justo valor a las cosas, para fijar
la mirada interior en Cristo. De hecho, si
perseveramos «velando en oración y cantando su
alabanza» (ib.), nuestros ojos serán capaces de
reconocer en él la verdadera luz del mundo, que
viene a iluminar nuestras tinieblas.
En concreto, la liturgia de este domingo, llamado
Gaudete, nos invita a la alegría, a una vigilancia no
triste, sino gozosa. «Gaudete in Domino semper» —
escribe san Pablo—. «Alegraos siempre en el
Señor» (Flp 4, 4). La verdadera alegría no es fruto
del divertirse, entendido en el sentido etimológico
de la palabra di-vertere, es decir, desentenderse de
los compromisos de la vida y de sus
responsabilidades. La verdadera alegría está
vinculada a algo más profundo. Ciertamente, en los
ritmos diarios, a menudo frenéticos, es importante
encontrar tiempo para el descanso, para la
distensión, pero la alegría verdadera está vinculada a
la relación con Dios. Quien ha encontrado a Cristo
en su propia vida, experimenta en el corazón una
serenidad y una alegría que nadie ni ninguna
81
situación le pueden quitar. San Agustín lo había
entendido muy bien; en su búsqueda de la verdad,
de la paz, de la alegría, tras haber buscado en vano
en múltiples cosas, concluye con la célebre frase de
que el corazón del hombre está inquieto, no
encuentra serenidad y paz hasta que descansa en
Dios (cf. Confesiones, I, 1, 1). La verdadera alegría
no es un simple estado de ánimo pasajero, ni algo
que se logra con el propio esfuerzo, sino que es un
don, nace del encuentro con la persona viva de
Jesús, de hacerle espacio en nosotros, de acoger al
Espíritu Santo que guía nuestra vida. Es la
invitación que hace el apóstol san Pablo, que dice:
«Que el mismo Dios de la paz os santifique
totalmente, y que todo vuestro espíritu, alma y
cuerpo se mantenga sin reproche hasta la venida de
nuestro Señor Jesucristo» (1 Ts 5, 23). En este
tiempo de Adviento reforcemos la certeza de que el
Señor ha venido en medio de nosotros y
continuamente renueva su presencia de consolación,
de amor y de alegría. Confiemos en él; como afirma
también san Agustín, a la luz de su experiencia: el
Señor está más cerca de nosotros que nosotros
mismos: «interior intimo meo et superior summo
meo» (Confesiones, III, 6, 11).
Encomendemos nuestro camino a la Virgen
Inmaculada, cuyo espíritu se llenó de alegría en
Dios Salvador. Que ella guíe nuestro corazón en la
espera gozosa de la venida de Jesús, una espera
llena de oración y de buenas obras” (Benedicto XVI,
11-12- 2011).
82
ORACIÓN
Estás viendo, Señor, cómo tu pueblo espera con
fe la fiesta del nacimiento de tu Hijo; concédenos
llegar a la Navidad, fiesta de gozo y salvación, y
poder celebrarla con alegría desbordante. Por
Jesucristo nuestro Señor.
Ciclo A
Invoca al Espíritu Santo y a la Virgen María
Lee y medita
En aquel tiempo, Juan, que había oído en la
cárcel las obras de Cristo, le mandó a preguntar
por medio de dos de sus discípulos: “¿Eres tú el que
ha de venir o tenemos que esperar a otro?”.
Jesús les respondió: “Id a anunciar a Juan lo
que estáis viendo y oyendo: los ciegos ven, los
inválidos andan; los leprosos quedan limpios y los
sordos oyen; los muertos resucitan, y a los pobres
se les anuncia la Buena Noticia. ¡Y dichoso el que
no se siente defraudado por mí!”.
Al irse ellos, Jesús se puso a hablar a la gente
sobre Juan: “¿Qué salisteis a contemplar en el
desierto, una caña sacudida por el viento? ¿O qué
fuisteis a ver, un hombre vestido de lujo? Los que
visten con lujo habitan en los palacios. Entonces, ¿a
qué salisteis, a ver a un profeta? Sí, os digo, y más
que profeta. Él es de quien está escrito: “Yo envío
mi mensajero delante de ti para que prepare el
camino ante ti”. Os aseguro que no ha nacido de
83
mujer uno más grande que Juan el Bautista, aunque
el más pequeño en el Reino de los cielos es más
grande que él (Mt 11, 2-11).
Ora
—¿Eres Tú el que ha de venir?
Tú eres, Maestro, el que había de venir y el que
ya ha venido y el que cada día espero y ansío que
venga plenamente a mi corazón.
Vivo en continua expectación y esperanza,
aguardando una y otra vez algún acontecimiento
sensacional, que rompa la monotonía de mi vida.
Necesito algo que me llene y que me haga no
esperar ninguna otra cosa. Vienen pasiones y llegan
nuevos sucesos, unos esperados y otros por
sorpresa; me encantan un momento, me lleno de
ilusión como si por fin estuviera ahí lo que
necesitaba; pasan, se desvanece la ilusión y otra vez
vuelta a esperar, Dios mío.
Tú eres el que yo espero, porque eres en realidad
el único que necesito; el único que puede salvarme
de tanta miseria y el único que me puede llenar. No
te pregunto si eres Tú el que ha de venir, porque ya
lo sé. Te pregunto cuándo vendrás y te suplico,
Señor, que no dilates tu venida.
—¿Tenemos que esperar a otro?
Aquí está Maestro, mi ilusión y mi engaño y mi
decepción: en que muchas veces aguardo otras
84
cosas y a otras personas y no te aguardo a Ti y a tus
divinas visitaciones.
No te aguardo y, por tanto, no me preparo para
reconocerte y recibirte. Cuando Tú vienes, me pasa
lo que a aquellos judíos y no sé que eres Tú. Dejo
pasar la oportunidad de tu visitación o se me va el
tiempo en averiguar quién ha tocado a mi espíritu y
en descifrar las señales de tu venida.
Otras veces quiero, Señor, determinar de
antemano cuáles han de ser las formas y
condiciones y aun los tiempos y sitios en que has de
venir y te has de manifestar.
Cuando efectivamente vienes, pero de otra
manera y con otros modos, que Tú sabes escoger,
no te reconozco. Sigo quizá aguardando, como si no
hubieses ya venido.
Señor y Maestro mío, ilumina mis ojos y habla a
mi corazón para que no dude, para que no exija y
para que sea dócil.
—A los pobres se les anuncia la Buena Noticia.
Los pobres, los que no tienen a nadie, los
abandonados y excluidos del festín de la vida, los
que no pueden confiar en nada, porque carecen de
todo, ésos reciben la buena nueva. Y Tú mismo
vienes a comunicársela, Maestro de los pobrecitos.
Son ignorantes, pero Tú les enseñas y les dices al
oído y al corazón cosas misteriosas, que nadie había
oído antes.
85
Les traes anuncios de paz y de bienandanzas a
ellos, que sólo sabían de calamidades y de penas.
Esta buena nueva, no la entenderá nunca el mundo;
no sabrán descifrarla los sabios del mundo.
La entienden los pobres, porque Tú les
comunicas inteligencia. Es una buena nueva y se
requiere nueva luz para penetrarla. No basta la luz
del mundo, por muy esplendorosa que sea.
Enséñame también a mí, Maestro. Dame la
buena nueva, que necesita mi corazón. Soy tan
pobre, tan pobre. Ya estoy hastiado de lo que dicen
los sabios; me dejan vacío.
Contempla y da gracias a Dios
Ciclo B
Invoca al Espíritu Santo y a la Virgen María
Lee y medita
Surgió un hombre enviado por Dios, que se
llamaba Juan: este venía como testigo, para dar
testimonio de la luz, para que por él todos vinieran
a la fe. No era él la luz, sino testigo de la luz. Este
es el testimonio de Juan, cuando los judíos enviaron
desde Jerusalén sacerdotes y levitas a que le
preguntaran: “¿Tú quién eres?”. Él confesó sin
reservas: “Yo no soy el Mesías”.
Le preguntaron: “Entonces, ¿qué? ¿Eres tú
Elías?”. Él dijo: “No lo soy”. “¿Eres tú Profeta?”.
Respondió: “No”. Y le dijeron: “¿Quién eres? Para
86
que podamos dar una respuesta a los que nos han
enviado, ¿qué dices de ti mismo?”.
Él contestó: “Yo soy ‘la voz que grita en el
desierto: Allanad el camino del Señor’ (como dijo el
profeta Isaías)”.
Entre los enviados había fariseos y preguntaron:
“Entonces, ¿por qué bautizas, si tú no eres el
Mesías, ni Elías, ni el Profeta?”. Juan les
respondió: “Yo bautizo con agua; en medio de
vosotros hay uno, que no conocéis, el que viene
detrás de mí, que existía antes que yo y al que no
soy digno de desatar la correa de la sandalia”.
Esto pasaba en Betania, en la otra orilla del
Jordán, donde estaba Juan bautizando (Jn 1, 6-8
19-28).
Ora
—Surgió un hombre enviado por Dios.
Señor, necesitamos hombres enviados por Ti,
que nos hablen con libertad y con verdad y con
unción tu mensaje.
Envía a tus hombres, Dios mío, que Tú mismo
escojas y que formes según tu corazón. Envía
corazones ardientes, hombres de labios purificados
y de vida irreprensible, que con sólo presentarse
convenzan de que son hombres enviados por Ti.
Envía, Señor, hombres que den testimonio con
su conducta, que lleven tu palabra en sus obras más
que en sus labios. Envía hombres no de obras
milagrosas, sino de obras santas.
87
Oh Dios mío, que yo confirme con mis obras la
misión que he recibido. Mis palabras son frías y no
mueven a mis hermanos, porque está frío mi
corazón y porque no vivo yo mismo la doctrina que
Tú me mandas predicar.
No oyen o no escuchan tu mensaje, porque me
miran y no ven en mí al enviado de Dios. Dios mío,
que yo sea totalmente un hombre enviado por Ti.
—El confesó sin reservas.
Concédeme, Dios mío, que yo me enfrente con
la verdad de mi vida; que con sinceridad, con
fortaleza, con humildad admita lo que soy y no
quiera traspasar los límites de lo que realmente soy
y debo ser.
Que huya de toda hipocresía y disimulo y de
toda vana ambición. Que no me enreden, Dios mío,
los respetos humanos y que no me esconda tras
inútiles y mentirosas apariencias.
Que, como el Bautista, no niegue nunca lo que
soy, ni niegue lo que debo decir a los demás. Sobre
todo, que no me engañe a mí mismo, que no me
cieguen fáciles excusas y dorados pretextos.
Miro hacia atrás en mi vida, Dios de toda
verdad, y veo cuántas veces fueron falsas mis
palabras y qué falsa fue mi conducta y qué
falazmente he buscado la estimación y la necia
aprobación de los hombres.
Ni siquiera ante Ti y en tu presencia, Señor, he
caminado con la humilde verdad, que está libre de
88
artificiosas justificaciones. Pues líbrame, te suplico,
de tanta mentira y líbrame también de los lazos
mentirosos de este mundo.
— Yo soy la voz del que grita.
Yo tampoco quisiera ser otra cosa, Señor, sino
una simple voz, sin apariencia alguna, impalpable,
invisible. Un grito, que pone alerta, un puro
testimonio que te manifiesta a Ti. Una vibración del
aire, que se produce anunciando tu paso entre
nosotros.
No quiero atraer las miradas de los demás sobre
mi persona. Quiero desaparecer totalmente, como si
de mí no existiera nada más que eso: la voz. Quiero,
Señor, que todo mi ser se convierta en voz: no sólo
mis palabras, sino también mis obras y mi figura y
toda mi conducta. Que no exista tal persona, ni
nadie repare en ella, para que nadie se distraiga de
lo esencial que eres Tú, Dios mío.
Quiero ser una voz impersonal, aunque cargada
de sentido y de persuasión y de fuerza. Que sea
imposible no oírla. Y que quien la oiga, sienta que
se le han removido las entrañas. Una voz que
conduzca irremediablemente a Ti, Señor Jesús,
entre los ruidos ensordecedores de este mundo.
Entre tantas palabras desorientadoras y necias, una
voz que anuncie la verdad y la paz.
Contempla y da gracias a Dios
89
Ciclo C
Invoca al Espíritu Santo y a la Virgen María
Lee y medita
En aquel tiempo, la gente preguntaba a Juan:
“Entonces, ¿qué hacemos?”. El contestó: “El que
tenga dos túnicas, que se las reparta con el que no
tiene; y el que tenga comida, haga lo mismo”.
Vinieron también a bautizarse unos publicanos;
le preguntaron: “Maestro, ¿qué hacemos
nosotros?”. Él les contestó: “No exijáis más de lo
establecido”.
Unos militares le preguntaron: “¿Qué hacemos
nosotros”. Él les contestó: “No hagáis extorsión a
nadie, ni os aprovechéis con denuncias, sino
contentaos con la paga”.
El pueblo estaba en expectación y todos se
preguntaban si no sería Juan el Mesías; él tomó la
palabra y dijo a todos: “Yo os bautizo con agua;
pero viene el que puede más que yo, y no merezco
desatarle la correa de sus sandalias. Él os bautizará
con Espíritu Santo y fuego: tiene en la mano la
horca para aventar su parva y reunir su trigo en el
granero y quemar la paja en una hoguera que no se
apaga”.
Añadiendo otras muchas cosas, exhortaba al
Pueblo y le anunciaba la Buena Noticia (Lc 3, 10-
18).
90
Ora
—¿Qué hacemos?
Esta es también, Señor, mi preocupación y mi
pregunta. Muchos son los caminos que, en cada
ocasión, se abren ante mí.
Un sí de mi voluntad implica innumerables
negaciones. No puedo tenerlo todo, ni hacerlo todo.
Y aquí está la responsabilidad de mi elección y la
pena por lo que dejo. Esta es, Dios mío, mi azarosa
perplejidad; la realidad que es única y las posibilida-
des que son muchas.
¿Qué tengo que hacer, Señor? ¿Cómo sabré lo
concreto y lo individualísimo que Tú quieres de mí?
Porque no soy yo quien ha de elegir, sino Tú
quien ha de señalármelo. Tú eres mi Señor y mi
Dios. Tú me has puesto en el mundo con un destino
personal, con un puesto reservado para mí en el plan
universal de tu providencia. Tú me has equipado
para ello con las dotes necesarias y tienes
preparadas tus gracias para el cumplimiento de esa
misión y no de otra.
¿Qué tengo que hacer, Señor? Dígnate
manifestarme tu santa voluntad y ponme en la
coyuntura que Tú has escogido para mí. Mi libertad
no es una libertad de independencia, sino de
aceptación.
91
—El que tiene dos túnicas, que se las reparta con
el que no tiene.
Maestro, imprime en mi corazón el sentido de la
verdadera caridad. Ahoga en mí todo espíritu de
ambición y de egoísmo. Que yo no quiera abundar,
cuando otros están necesitados.
Haz que yo reflexione sobre las cosas, que no me
son necesarias y que pueden servir para la necesidad
ajena.
Si alguien tiene que andar necesitado, pon en mí
voluntad de desprendimiento y que ame el sufrir por
Ti y por mis hermanos.
Señor, no consientas que mi corazón se
endurezca ante la miseria de mis prójimos, que son
hijos tuyos. Tú quieres que yo sea, en lo posible, un
instrumento de tu providencia para atender a los que
no pueden valerse por sí mismos.
Tu precursor, Maestro, exhorta a dar la túnica
que sobra y Tú nos aconsejas la desnudez de todas
las cosas para seguirte. Y nos mandas poner el amor
por encima de todas las riquezas de la tierra.
Haz, Señor, amargo para mí el bocado que
necesita mi hermano y no permitas que yo haga
ostentación de la abundancia de bienes materiales.
Porque Tú eres infinitamente dadivoso y nos
amaste hasta entregarte a Ti mismo por nosotros.
92
—El os bautizará con el Espíritu Santo y fuego.
Oh Espíritu Santo, penetra en mi corazón con tu
fuego divino. Límpialo, ilumínalo, enciéndelo. Que
tus llamas consuman todo lo viejo e inútil, todas sus
inclinaciones terrenas.
¡Fuego devorador, supera las llamas de mi
concupiscencia pecadora! Arrebátame con la
dulcísima violencia de tus impulsos.
Tengo ansias de purificación, de verdad sincera,
de verme libre de estas fuerzas que me arrastran a
mi pesar, de vivir en el ardor de tu Espíritu. He
nacido de la tierra y siento la atracción de todo lo
terreno; quisiera renacer del fuego de tu amor y ser
levantado a las aspiraciones celestiales.
Maestro Jesús, que bautizas con fuego y pones
tu Espíritu en las entrañas mismas de los que se
acercan a Ti, yo me acerco con ilusión y con
esperanza. No me bastan las ceremonias exteriores;
ni a mí me sacian, ni Tú te contentas con ellas.
Necesito la reformación interior, esa que sólo
pueden operar las intervenciones secretísimas de tu
Espíritu.
¡Oh, si yo llegara a experimentarlas en mi alma
y no quisiera, ni pudiera oponerme a ellas!
Contempla y da gracias a Dios
93
Lunes III de Adviento
Invoca al Espíritu Santo y a la Virgen María
Lee y medita
En aquel tiempo, Jesús fue al templo y, mientras
enseñaba, se le acercaron los sumos sacerdotes y
los ancianos del pueblo para preguntarle: “¿Con
qué autoridad haces esto? ¿Quién te ha dado
semejante autoridad?”
Jesús les replicó: “Os voy a hacer yo también
una pregunta; si me la contestáis os diré yo también
con qué autoridad hago esto. El bautismo de Juan
¿de dónde venía, del cielo o de los hombres?”
Ellos se pusieron a deliberar: “Si decimos «del
cielo», nos dirá «¿por qué no le habéis creído?». Si
le decimos «de los hombres», tememos a la gente;
porque todos tienen a Juan por profeta”. Y
respondieron a Jesús: “No sabemos”.
Él, por su parte, les dijo: “Pues tampoco yo os
digo con qué autoridad hago esto” (Mt 21, 23-27)
Ora
—¿Quién te ha dado semejante autoridad?
No conocen, Maestro, los fariseos el misterio de
tu persona, aunque tienen motivos para sospechar
que debe haber en Ti algo misterioso.
Pedro llegó a saber quién eres Tú, porque se lo
reveló tu Padre, que está en los cielos. Pero todos
podían escuchar tus palabras y ver tus milagros
portentosos. Los fariseos también te escucharon y
94
vieron lo que hacías. Y por eso podrían barruntar
que eras un hombre cualquiera y que había en Ti un
poder misterioso.
Era responsabilidad suya, si cerraban los ojos
voluntariamente. Tu poder no venía de la tierra, ni
tenías que recibirlo, como ellos, de ninguna
autoridad terrena. Y eso es lo que demostraban tus
obras, para las cuales no bastaba ninguna potestad
de aquí abajo.
No me dejes, Señor, caer en la torpe tentación de
los fariseos. No permitas que yo cierre los ojos para
no ver lo que me obligaría necesariamente a
reformar mis normas caprichosas de vida.
Tu autoridad y tu verdad están sobre todos mis
gustos del momento, sobre todas mis conveniencias
temporales, sobre todos los respetos y derechos
humanos.
—No sabemos.
No lo sabían, ni trataron de informarse. No
preguntaron entonces, como te preguntan ahora,
Maestro. Aunque tampoco ahora te preguntan para
enterarse y saber. Entonces y ahora es la misma
ignorancia y, sin embargo, la misma suficiencia.
Concédeme, Señor, la humildad de corazón para
preguntar lo que no sé, con sincero deseo de conocer
la verdad. Concédeme que acepte las cosas como
son, aunque no sean de mi gusto y me someta a tu
santa voluntad.
95
Concédeme que no cierre los ojos
voluntariamente y que no huya de la luz. Muchas
veces, Dios mío, he querido permanecer en la
ignorancia para proceder con más libertad según mis
caprichos. Muchas veces he tratado de convencerme
a mí mismo y de apagar las voces de mi conciencia
con falsas razones.
Muchas veces he buscado quienes aprobaran mis
proyectos para tranquilizarme en una falsa
seguridad. Y ahora comprendo. Señor, que de nada
me sirve a mí no saber y que no excusa mi torpe
ignorancia los extravíos de mi conducta.
No sabía, Señor, que Tú eres el Maestro que
podías y querías enseñarme, si yo te hubiera
preguntado con sencilla humildad de aprender y de
seguir tu palabra.
—Pues tampoco Yo os digo.
No te calles, Maestro. No dejes de hablarme y
decirme lo que me interesa saber, aunque yo intente
ignorarlo. No me dejes tranquilo en mi ignorancia
culpable.
Plantéame un día y otro los problemas que yo
quiero eludir. Voy a Ti con preguntas que no tocan
directamente a mi llaga interna, para entretenerme
con ellas y desviar mi atención de lo que me
escuece.
Me enredo inútilmente. Dios mío, en cuestiones
secundarias con infantil estratagema. Y a veces
96
hasta me creo problemas falsos y los inflo, como si
de ellos dependiera mi existencia.
Son cortinas de humo que yo mismo lanzo, para
que mis ojos no vean el problema verdadero. Pero
no condesciendas, Señor, con estas inútiles astucias.
No permitas que yo me enrede en mis propios
engaños. Disipa los falsos humos.
A mis preguntas indiscretas e insinceras
responde Tú con tu pregunta sin disimulos. Pon al
desnudo mi insinceridad, para que ni yo mismo
pueda soportarla. Sí, Señor, dime lo que tengo que
saber y no lo que yo quisiera oír.
Contempla y da gracias a Dios
Martes III de Adviento
Invoca al Espíritu Santo y a la Virgen María
Lee y medita
En aquel tiempo, dijo Jesús a los sumos
sacerdotes y a los ancianos del pueblo: “¿Qué os
parece? Un hombre tenía dos hijos. Se acercó al
primero y le dijo: «Hijo, ve hoy a trabajar en la
viña». Él le contestó: «No quiero». Pero después se
arrepintió y fue.
Se acercó al segundo y le dijo lo mismo. Él le
contestó: «Voy, señor». Pero no fue. ¿Quién de los
dos hizo lo que quería el padre?” Contestaron: “El
primero”.
97
Jesús les dijo: “Os aseguro que los publicanos y
las prostitutas os llevan la delantera en el camino
del Reino de Dios. Porque vino Juan a vosotros
enseñándoos el camino de la justicia y no le
creísteis; en cambio, los publicanos y prostitutas le
creyeron. Y, aun después de ver esto, vosotros no os
arrepentisteis ni le creísteis”(Mt 21, 28-32).
Ora
— Ve hoy a trabajar en la viña.
Cada día recibo yo también, Señor, tu orden de
trabajo. Cada día que amanece es una nueva
oportunidad que me das para hacer la obra que me
has encomendado.
No sé cuánto durará mi labor. Sé que hoy he
escuchado tu voz, que me encomienda la tarea de
este día.
Dame, Señor, la buena voluntad y la fidelidad en
el trabajo de hoy. Es un trabajo tuyo, porque Tú me
lo encomiendas. Es tuyo, porque es en tu viña. Y
también es tuyo porque he de realizarlo con los
medios que Tú pones en mis manos.
Que yo no desperdicie las horas de este día, que
me concede tu providencia. Luego has de venir a
examinar mi obra y a pedirme el fruto de ella. No
puedo presentarme a Ti con las manos vacías,
porque han estado ociosas.
No se trata, Señor, de ir pasando el tiempo
buenamente, sino de llenarlo con generoso esfuerzo.
98
Porque la viña es grande y el tiempo es corto y tu
obra es santa y la retribución, que das a tus obreros,
supera a cuanto ellos puedan imaginarse.
—Después se arrepintió y fue.
Que no me obstine yo, Señor, en el no de un mal
momento. Porque le digo muchas veces que no a las
inspiraciones de tu gracia. Mi corazón es caprichoso
y loco como el de un niño. Pero te pido que la
reflexión y la serenidad anule pronto la rebeldía de
mis caprichos.
Mis palabras, como mis sentimientos
momentáneos, son impertinentes y precipitadas. Te
pido, Señor, que yo esté pronto a corregirme y a
retroceder de lo mal pensado y de lo mal dicho.
Te pido que mis palabras no sean políticas e
hipócritas; que no finjan calculadamente una
decisión mentirosa del corazón. Que mis labios no
te digan que sí cuando Tú lees el no en mi corazón.
Señor, muchas veces me avergüenzo de mí
mismo. Mis palabras son malas y mis obras son
peores. Te digo que no con mis labios y mantengo
el no con mi conducta. Ni digo la verdad, ni la hago.
Concédeme la gracia del arrepentimiento total:
que, en adelante, todo yo sea un sí permanente a tu
voluntad sobre mis caminos.
—Os aseguro que los publicanos y las
prostitutas os llevan la delantera en el camino del
99
Reino de Dios.
¡Dios mío, Tú nos enseñas la humildad con
nuestras propias humillaciones! Nos vemos hasta
forzados a acudir a Ti, cuando hemos perdido la
estimación de los que nos rodean.
Por eso, los publicanos y las prostitutas son más
dóciles que los orgullosos fariseos y están más
preparados para ganar el Reino de los cielos.
No puedo confiar en mí, Señor, cuando veo mis
propias miserias y acudo a tu infinita misericordia.
El orgullo del espíritu ciega mucho más y aleja más
de Ti que el mismo fango de la carne pecadora.
Porque el fango me humilla y el orgullo me levanta
y me hace confiar en mí mismo.
Creo en mi propia suficiencia y no busco el
socorro que sólo puede venir de Ti, Dios mío,
consolador de los desgraciados y acogedor de los
que han perdido toda esperanza de este mundo.
Justa es, Señor, tu providencia. Tú permites que
se hunda en el fango el orgullo y levantas del fango
al que ha aprendido en su dolorosa experiencia la
humildad de corazón. No me desprecies, Señor, a
pesar de mis manchas vergonzosas y no permitas
que yo desprecie nunca a nadie.
Contempla y da gracias a Dios
100
Miércoles III de Adviento
Invoca al Espíritu Santo y a la Virgen María
Lee y medita
En aquel tiempo, Juan envió a dos de sus
discípulos a preguntar al Señor: “¿Eres tú el que ha
de venir, o tenemos que esperar a otro?” Los
hombres se presentaron a Jesús y le dijeron: “Juan
el Bautista nos ha mandado a preguntarte: «¿Eres
tú el que ha de venir, o tenemos que esperar a
otro?»”
Y en aquella ocasión Jesús curó a muchos de
enfermedades, achaques y malos espíritus, y a
muchos ciegos les otorgó la vista. Después contestó
a los enviados: “Id a anunciar a Juan lo que habéis
visto y oído: los ciegos ven, los inválidos andan, los
leprosos quedan limpios, los sordos oyen, los
muertos resucitan y a los pobres se les anuncia la
Buena Noticia. Y dichoso el que no se sienta
defraudado por mí” (Lc 7, 19-23).
Ora
Puedes orar como en el III domingo de adviento,
Ciclo A (ver p. 83-85)
De luz nueva
–De luz nueva se viste la tierra
porque el sol que del cielo ha venido
en la entraña feliz de la Virgen
de su carne se ha revestido.
101
–El amor hizo nuevas las cosas,
el Espíritu ha descendido
y la sombra del que todo puede
en la Virgen su luz ha encendido
–Ya la tierra reclama su fruto
y de bodas se anuncia alegría,
el Señor que en los cielos habita
se hizo carne en la Virgen María.
–Gloria a Dios, el Señor poderoso,
a su Hijo y Espíritu Santo,
porque con su amor nos bendijo y
a su reino nos ha destinado. Amén.
Jueves III de Adviento
Invoca al Espíritu Santo y a la Virgen María
Lee y medita
Cuando se marcharon los mensajeros de Juan,
Jesús se puso a hablar a la gente acerca de Juan:
“¿Qué salisteis a contemplar en el desierto?,
¿una caña sacudida por el viento? ¿O qué salisteis
a ver?, ¿un hombre vestido con lujo? Los que se
visten fastuosamente y viven entre placeres están en
los palacios. Entonces, ¿qué salisteis a ver? ¿Un
profeta? Sí, os digo, y más que profeta.
Él es de quien está escrito: «Yo envío mi
mensajero delante de ti para que prepare el camino
ante ti». Os digo que entre los nacidos de mujer
102
nadie es más grande que Juan. Aunque el más
pequeño en el Reino de Dios es más grande que él.
Al oírlo toda la gente, incluso los publicanos,
que habían recibido el bautismo de Juan,
bendijeron a Dios. Pero los fariseos y los letrados,
que no habían aceptado su bautismo, frustraron el
designio de Dios para con ellos (Lc 7, 24-30).
Ora
-- ¿Una caña sacudida por el viento?
Yo soy, Señor, la caña agitada por el viento.
Sensible a todas las impresiones, no estoy nunca
con quietud y firmeza en la verdad. Me inclino a las
novedades de cada hora y varío de opiniones y de
proyectos y a veces siento que hasta mis criterios
ceden y se tambalean.
Soy una caña, sin consistencia interior, que me
quiebro con un leve golpe. ¿Cómo puedo ofrecer
apoyo a los que vienen a mí, si estoy yo mismo
como caña cascada, fácil a romperme
definitivamente con cualquier nueva presión?
Dios mío, ten compasión de mi inestable y
voluble naturaleza. Concédeme la solidez de la
verdad, la fortaleza de la virtud, la firmeza contra
los vientos de las tentaciones y contra las
agitaciones del mundo.
En cambio, haz que yo sea fácil y dócil al soplo
de tu Espíritu, que no oponga resistencia a tus
103
inspiraciones. Sí, Señor, que sea leve más que una
caña a cualquier brisa de tu gracia.
—Frustraron el designio de Dios para con ellos.
Dios mío, ¡qué triste condición la de mi libertad,
que puede frustrar los designios eternos y amorosos
de tu Providencia!
Tú quieres y puedes librarme de mis miserias,
quieres darme la paz y elevarme sobre todas las
contingencias terrenas, quieres llenar mi corazón y
unirme a Ti en inefables comunicaciones, quieres
conducirme con seguridad por los caminos de tus
designios de amor. Yo me cierro a tus deseos e
inspiraciones, como si yo lo entendiera mejor o
hubiera de encontrar en otra parte la felicidad que
busco sin encontrarla nunca.
Son continuas y amargas mis decepciones y, a
pesar de todo, no me entrego a Ti, Dios mío, para
que Tú me gobiernes y me conduzcas según tu santa
voluntad. Vence Tú mismo mis resistencias
insensatas y haz inútiles las rebeldías de mi
voluntad pecadora.
Caigan todos los obstáculos que se oponen a tus
designios y que tu gracia sea tan eficaz que anule la
contradicción de mis pasiones y la necia terquedad
de mi ignorancia
Contempla y da gracias a Dios
104
Viernes III de Adviento
Invoca al Espíritu Santo y a la Virgen María
Lee y medita
En aquel tiempo, dijo Jesús a los judíos:
“Vosotros enviasteis mensajeros a Juan, y él ha
dado testimonio a la verdad. No es que yo dependa
del testimonio de un hombre; si digo esto es para
que vosotros os salvéis. Juan era la lámpara que
ardía y brillaba y vosotros quisisteis gozar un
instante de su luz.
Pero el testimonio que yo tengo es mayor que el
de Juan: las obras que el Padre me ha concedido
realizar; esas obras que hago dan este testimonio de
mí: que el Padre me ha enviado” (Jn 5, 33-36).
Ora
—Juan era la lámpara que ardía y brillaba
De Juan dijiste Tú mismo, Señor, que era el más
grande de los nacidos de mujer. Era tu precursor…
Iba anunciando a gritos tu venida, tu llegada
inminente. El corazón le ardía apasionadamente
porque sabía que el Mesías Salvador estaba entre
nosotros.
Desde el seno de su madre le habías elegido para
esta misión única. Tu Madre, la Santísima Virgen, al
visitar a su prima Isabel teniéndote a Ti en su seno,
consiguió que saltase de alegría antes de nacer.
105
Por eso Juan pertenece a la escuela de María, y la
Virgen se encargó de prepararlo bien haciéndole
puro, humilde, austero, sacrificado y santo. Por eso
ardía como lámpara encendida y brillante.
Señor, que también tu Madre me prepare a mí
para ser tu testigo en mi ambiente. Que sepa hablar
de ti y defenderte con mi palabra y mi vida.
—Esas obras que hago dan este testimonio de
mí: que el Padre me ha enviado.
Eres, Jesús, un maestro venido del cielo. Si no,
¿cómo podrías hacer esas obras y decir esas
palabras? Tus obras dan testimonio de que vienes
del Padre y de que no hay poder como el tuyo, ni
hay bondad como la de tu corazón.
Y mis obras testifican que yo soy débil y que
tengo el corazón pervertido. Las obras son como los
frutos del árbol, dijiste Tú un día. Sana, Señor, mi
árbol con un injerto divino, sacado de Ti mismo.
Yo soy de la tierra y pienso y hablo y obro lo
terreno. Mis obras son obras de la carne y de
muerte. Me da fatiga, Jesús, presentarme ante Ti
con estos frutos y con estas raíces que brotan de mi
corazón. Pero, si no me acerco, ¿cómo podrá
transformarse el árbol y cómo circulará por él la
savia que dé frutos de bendición? Renueva mis
raíces, Señor, con tu palabra y con tu virtud.
106
Ven, Señor
Ven, ven, Señor, no tardes.
Ven, ven, que te esperamos
Ven, ven Señor, no tardes.
Ven pronto, Señor.
El mundo muere de frío,
el alma perdió el calor,
los hombres no son hermanos,
el mundo no tiene amor.
Envuelto en sombría noche,
el mundo, sin paz, no ve;
buscando va una esperanza,
buscando, Señor, tu fe.
Al mundo le falta vida,
al mundo le falta luz,
al mundo le falta el cielo,
al mundo le faltas Tú. Amén.
Contempla y da gracias a Dios
107
CUARTA SEMANA DE ADVIENTO
Dios nos ha hablado en Cristo
“La principal causa por la cual en la ley antigua
eran lícitas las preguntas que se hacían a Dios, y
convenía que los profetas y sacerdotes quisiesen
visiones y revelaciones de Dios, era porque entonces
no estaba aún fundada la fe ni establecida la ley
evangélica; y así, era menester que preguntasen a
Dios y que él hablase, ahora por palabras, ahora por
visiones y revelaciones, ahora en figuras y
semejanzas, ahora en otras muchas maneras de
significaciones. Porque todo lo que respondía y
hablaba y obraba y revelaba eran misterios de
nuestra fe y cosas tocantes a ella o enderezadas a
ella. Pero ya que está fundada la fe en Cristo y
manifiesta la ley evangélica en esta era de gracia, no
hay para qué preguntarle de aquella manera, ni para
qué él hable ya ni responda como entonces.
Porque en darnos, como nos dio, a su Hijo –que
es una Palabra suya, que no tiene otra–, todo nos lo
habló junto y de una vez en esta sola Palabra, y no
tiene más que hablar.
Y éste es el sentido de aquella autoridad, con que
san Pablo quiere inducir a los hebreos a que se
aparten de aquellos modos primeros y tratos con
Dios de la ley de Moisés, y pongan los ojos en
Cristo solamente, diciendo: Lo que antiguamente
habló Dios en los profetas a nuestros padres de
muchos modos y maneras, ahora a la postre, en
108
estos días, nos lo ha hablado en el Hijo todo de una
vez. En lo cual da a entender el Apóstol, que Dios
ha quedado ya como mudo, y no tiene más que
hablar, porque lo que hablaba antes en partes a los
profetas ya lo ha hablado en él todo, dándonos el
todo, que es su Hijo.
Por lo cual, el que ahora quisiese preguntar a
Dios o querer alguna visión o revelación, no sólo
haría una necedad, sino haría agravio a Dios, no
poniendo los ojos totalmente en Cristo, sin querer
otra cosa o novedad. Porque le podría responder
Dios de esta manera: «Si te tengo ya hablado todas
las cosas en mi Palabra, que es mi Hijo, y no tengo
otra cosa que te pueda revelar o responder que sea
más que eso, pon los ojos sólo en él; porque en él te
lo tengo puesto todo y dicho y revelado, y hallarás
en él aún más de lo que pides y deseas.
Porque desde el día que bajé con mi espíritu
sobre él en el monte Tabor, diciendo: Éste es mi
amado Hijo en que me he complacido; a él oíd, ya
alcé yo la mano de todas esas maneras de
enseñanzas y respuestas, y se la di a el; oídle a él,
porque yo no tengo más fe que revelar, más cosas
que manifestar.
Que si antes hablaba, era prometiéndoos a Cristo;
y si me preguntaban, eran las preguntas
encaminadas a la petición y esperanza de Cristo, en
que habían de hallar todo bien, como ahora lo da a
entender toda la doctrina de los evangelistas y
apóstoles». (San Juan de la Cruz)
109
Domingo IV de Adviento
ORACIÓN
Derrama, Señor, tu gracia sobre nosotros, que,
por el anuncio del ángel, hemos conocido la
encarnación de tu Hijo, para que lleguemos por su
pasión y su cruz a la gloria de la resurrección. Por
Jesucristo nuestro Señor
Ciclo A
Invoca al Espíritu Santo y a la Virgen María
Lee y medita
El nacimiento de Jesús fue de esta manera: la
madre de Jesús estaba desposada con José, y antes
de vivir juntos resultó que ella esperaba un hijo, por
obra del Espíritu Santo. José, su esposo, que era
bueno y no quería denunciarla, decidió repudiarla
en secreto. Pero apenas había tomado esta
resolución se le apareció en sueños un ángel del
Señor, que le dijo: “José, hijo de David, no tengas
reparo en llevarte a María, tu mujer, porque la
criatura que hay en ella viene del Espíritu Santo.
Dará a luz un hijo, y tú le pondrás por nombre
Jesús, porque Él salvará a su pueblo de sus
pecados”.
Todo esto se cumplió para que se cumpliese lo
que había dicho el Señor por el profeta: “Mira: la
Virgen concebirá y dará a luz un hijo, y por nombre
Emmanuel (que significa “Dios-con-nosotros”)”.
Cuando José se despertó hizo lo que le había
110
mandado el ángel del Señor y se llevo a casa a su
mujer (Mt 1, 18-24).
Ora
—José, su esposo, que era bueno y no quería de-
nunciarla.
A tus pies vengo, Señor, para que me enseñes la
pureza de mis pensamientos y de mis juicios
interiores. Porque de ella depende la santidad de mis
obras y de toda mi conducta.
Aquí tengo el ejemplo de aquel hombre bueno,
que diste por esposo a la que iba a ser tu Madre. No
comprende lo que están viendo sus ojos, pero no lo
juzga precipitada y temerariamente. Es justo en lo
interior de su escondida conciencia. Y por eso sus
obras son comedidas y humildes.
En cambio, yo soy tantas veces injusto en mis
palabras y en mis procedimientos, porque antes he
sido injusto en mis apreciaciones. Lo ignoro todo.
Y, sin embargo, me lanzo a juzgarlo todo, fiado en
apariencias banales o equívocas. Me creo avisado y
perspicaz, cuando soy simplemente injusto.
Aquí a tus pies, Señor, estoy viendo que hay otra
injusticia primera y anterior a la de mis
pensamientos: es la injusticia original de mi corazón
malévolo. Todo sale del corazón. Y es injusto
cuanto no procede del amor.
111
—Había tomado esta resolución.
Tenía José su plan, Dios mío, y pensaba con
buen corazón que su plan era el tuyo. No sabía en
aquella ocasión de tu misteriosa providencia.
Pero sobre él y sobre todos los que confían en Ti
velas, Señor, misericordiosamente para conducirlos
a la verdad y al bien.
No permites que se engañe un corazón, cuando
ha puesto en Ti su confianza. Le dejas algún tiempo
a oscuras y en tribulación para que luego tus
caminos sean más admirables. Para que la confianza
puesta a prueba produzca frutos más deliciosos.
Yo renuncio a todos mis planes, Señor, por muy
razonables que me parezcan. Mis caminos no son
tus caminos y yo sólo quiero seguir los tuyos e ir
siempre conducido de tu mano.
Dime lo que quieres de mí; ilumina mi mente,
cuando ha de investigar con trabajo en busca de tu
voluntad santísima. Y ciega mis ojos, cuando mi
investigación no sea de tu agrado.
Abre entonces mis oídos para escuchar con
fidelidad tu voz y mi corazón para seguirla con
docilidad hasta el fin. Haz que fracasen todos mis
planes y conduce, Señor, mis pasos por tus caminos.
—Dios, con nosotros.
No es sólo la presencia de tu inmensidad, Dios
mío, sino también la presencia de tu pequeñez y de
tu limitación.
112
Estás con nosotros con tu Divinidad desde
siempre y estás con nosotros por tu humanidad, que
asumiste cuando advino la plenitud de los tiempos.
Es decir, estás con nosotros por tu misericordia y
por tus obras de salvación y de amor.
Así estás con nosotros; o sea no sólo entre
nosotros y junto a nosotros, sino también a nuestro
favor y para nuestra ayuda. Bendito sea Emmanuel,
bendito sea Dios con nosotros.
Que yo no me aleje de Ti, Señor; que no sea
yo tan desgraciado, que huya de tu presencia y de tu
misericordia y de mi salvación. Dios con nosotros y
por nosotros. ¿Quién estará contra nosotros? Dios
con nosotros, ¿a quién temeré?
Contempla y da gracias a Dios
Ciclo B
Invoca al Espíritu Santo y a la Virgen María
Lee y medita
En aquel tiempo, el Ángel Gabriel fue enviado
por Dios a una ciudad de Galilea, llamada Nazaret,
a una virgen desposada con un hombre llamado
José, de la estirpe de David; la virgen se llamaba
María.
El ángel, entrando a su presencia, dijo:
“Alégrate, llena de gracia, el Señor está contigo”.
Ella se turbó ante estas palabras, y se preguntaba
que saludo era aquél.
113
El ángel le dijo: “No temas, María, porque has
encontrado gracia ante Dios. Concebirás en tu
vientre y darás a luz un hijo y le pondrás por
nombre Jesús. Será grande, se llamará Hijo del
Altísimo, el Señor Dios le dará el trono de David su
padre; reinará sobre la casa de Jacob para
siempre, y su reino no tendrá fin”
Y María dijo al ángel: “¿Cómo será eso, pues no
conozco varón?”. El ángel le contestó: “El Espíritu
Santo vendrá sobre ti, y la fuerza del Altísimo te
cubrirá con su sombra; por eso el santo que va a
nacer se llamará Hijo de Dios. Ahí tienes a tu
pariente Isabel que, a pesar de su vejez, ha
concebido un hijo, y ya está de seis meses la que
llamaban estéril, porque para Dios nada hay
imposible”.
María contestó: “Aquí está la esclava del Señor,
hágase en mí según tu palabra”. Y el ángel se retiró
(Lc 1, 26-38).
Ora
—La Virgen se llamaba María.
Y desde entonces el santo nombre de la dulce
Virgen derrama, como una estrella, la paz y la
mansedumbre de su luz sobre el mundo.
Oh Señora. Oh Virgen. Oh María. Tu nombre es
bálsamo, que cae suavizando la acritud de nuestras
llagas. Tu nombre levanta nuestros pensamientos,
que se arrastraban por el barro y levanta nuestros
corazones en las horas difíciles de amargura.
114
Dichoso el que sabe tu nombre y lo invoca,
porque no está perdido. Entre la basura de tantas
palabras inútiles o pecadoras, de cuando en cuando,
la piedra preciosa de tu nombre, que todo lo
enriquece. Lo pronunció el ángel, cuando trataba de
la salvación del mundo.
Y siempre que algunos labios lo pronuncian, es
que está próxima la salud y la bendición. Oh María.
Cuando tu nombre resuena y donde quiera que sea,
el corazón mismo de Dios se pone alerta.
Y, aun en medio de las sombras, se enciende un
lucero. Hasta la muerte se ilumina y sonríe, porque
tu nombre, dulce Virgen, abre las puertas de la vida.
—Alégrate, llena de gracia.
La gracia, oh María, de todos tus encantos
naturales, de tu hermosura, de tu modestia, de tu
dulce sonrisa. Y la gracia de las maravillas
sobrenaturales, que Dios ha derramado en tu alma.
Cómo descansan los ojos mirándote y cómo el
corazón se extasía en tu belleza. Desde el primer
momento te previno la gracia para hacerte
excepcional y única.
Te escogió el Señor y te predestinó, puso en Ti
sus complacencias y te hizo hermosa más que a
ninguna otra criatura. Nada hay en Ti, no lo ha
habido nunca, que sea ingrato a los ojos de Dios. El
Señor te poseyó desde el primerísimo comienzo de
tus caminos.
115
En Ti está la gracia de los dones y de las
bendiciones divinas y luego la gracia de tus méritos
y de tus virtudes. Oh María, llena de gracia.
—El Señor está contigo.
Sí, el Señor está contigo, dulce Virgen, desde los
días de su eternidad, aun antes que tú existieses.
Desde siempre pensó en Ti y llevó tu imagen en
su corazón para modelarte como te querían sus
magníficas predilecciones. Te pensaba y te escogía,
cuando determinó que Jesús, tu Hijo, fuese el centro
de toda la creación y el primogénito de toda criatura.
El Señor es contigo, cuando apareciste en el
mundo, desde el primer instante de tu concepción; y
la antigua serpiente no pudo morder tu bendita
planta. El Señor contigo desde entonces y hasta el
momento en que te habló el ángel. Mucho más
desde que se fue el ángel y comenzó a operar en Ti
con su divina virtud el Espíritu Santo.
Siempre contigo el Señor, oh bendita, santa
Virgen María.
—El Espíritu Santo vendrá sobre Ti.
¡Virgen de vírgenes! Tu concepción será
misteriosa y milagrosa sobre todas las leyes de los
sentidos y de la carne. Una concepción material,
provocada por el Espíritu vivificador y santificante.
116
En tu carne y de tu carne limpísima formará el
Espíritu un cuerpo material y sensible al dolor y
capaz de morir.
La virtud omnipotente del Espíritu se empleará
en Ti y un Hijo tuyo según la carne será Hijo santo
del Altísimo. ¡Misterio de grandeza y de limpieza y
de fecundidad y de gracia y de amor!
¡Qué misterios los que el Espíritu Santo realiza
en tu alma y en tu carne inmaculada! ¡Oh Espíritu,
ven con tus misterios a mi alma, levántame sobre
todo lo material! ¡Transforma e ilumina mi espíritu
que se materializa y se corrompe y haz que hasta mi
cuerpo y mis sentidos se espiritualicen y se eleven
con tu virtud!
—Aquí está la esclava del Señor.
¡Palabras tan sencillas y tan cargadas de
sabiduría! El Espíritu Santo iluminó tu mente,
Virgen santísima, antes de operar en tus entrañas
virginales.
Tú supiste comprender hasta su raíz más honda
esa dependencia absoluta, que toda criatura tiene de
Dios. Tu actitud fue de sumisión y de entrega. Sean
cualesquiera los planes divinos, no te opones a nada.
La grandeza de tu santidad está en la humildad pro-
fundísima de tu entrega.
En esto está mi insensatez y mi pecado, en que
me empeño en guiarme por mi libertad y por mis
gustos. ¡Señor y Dios mío! Ilumina mis ojos para
que conozca la verdad de mi ser y pon en mi
117
corazón espíritu de servicio y de total dependencia y
sumisión a tu voluntad. ¡Que no resista, Señor, que
no se levante mi orgullo!
—Hágase en mí según tu palabra.
Yo quiero también, Dios mío, que Tú obres libre-
mente en mí y que tu palabra y tu operación me
traiga y me lleve sin resistencia mía.
Yo me ofrezco a la responsabilidad y al dolor
como se ofreció la Virgen. No consultes, Señor, mi
voluntad y haz de mí lo que te plazca.
Aplasta esta rebeldía que ha puesto en mí el
pecado y que tantas veces se opone a tus planes. Me
es duro, Dios mío, este continuo batallar conmigo
mismo y quisiera un corazón siempre dócil a tu
palabra.
Aun ahora que me entrego y que rindo mi
voluntad, siento en el fondo oscuro de mí mismo
algo que se subleva y que se niega tercamente.
¡Oh, si yo sintiera el pacífico y dulce abandono a
tu voluntad! Pero las palabras de las criaturas
resuenan, Señor, a mis oídos y dejan en mi interior
el alboroto de sus ecos.
Señor, que se cumplan en mí tus palabras.
Contempla y da gracias a Dios
118
Ciclo C
Invoca al Espíritu Santo y a la Virgen María
Lee y medita
En aquellos días, María se puso en camino y fue
aprisa a la montaña, a un pueblo de Judá; entró en
casa de Zacarías, y saludó a Isabel.
En cuanto Isabel oyó el saludo de María, saltó la
criatura en su vientre. Se llenó Isabel del Espíritu
Santo, y dijo a voz en grito: “Bendita tú entre las
mujeres y bendito el fruto de tu vientre. ¿Quién soy
yo para que me visite la madre de mi Señor? En
cuanto tu saludo llegó a mis oídos, la criatura saltó
de alegría en mi vientre. ¡Dichosa tú la que has
creído!, porque lo que te ha dicho el Señor se
cumplirá” (Lc 1,39-45).
Ora
—¿Quién soy yo para que me visite la Madre de
mi Señor?
Tu visita, Señora, llena de alegría el corazón de
quien te conoce. Y, si no tiene aún la dicha de
conocerte, se le abren pronto los ojos a la gracia de
tus encantos.
Desde aquella primera visita en los comienzos de
tu Maternidad, cuántas veces has aparecido
misteriosamente a innumerables corazones, en el
correr de los siglos. ¡Oh María, oh Madre del Señor,
oh dulce visitadora de tantos necesitados de tu vista!
119
¿Por qué vienes, Señora? ¿Qué te impulsa a tan
benigna caridad? ¡Qué humilde agradecimiento el
de mi corazón, cuando te encuentro junto a mí! Eres
la última estrella, que aún refulge en los ojos y en el
corazón de quien está a punto de perder la luz de
toda esperanza.
Vienes porque eres Madre del Señor. Y eres la
Madre del Señor precisamente para venir y traernos
al Señor en nuestra suprema necesidad. Eres la
Madre del Señor para ser nuestra Madre.
Una madre viene siempre. Vienes, porque llevas
la caridad en tus mismas entrañas. Como va siempre
a donde sea necesario el que lleva la caridad en su
corazón.
También puedes orar con este texto de Benedicto
XVI:
Al meditar hoy la Visitación de María,
reflexionamos precisamente sobre esta valentía de la
fe. Aquella a quien acoge Isabel en su casa es la
Virgen que «creyó» al anuncio del ángel y
respondió con fe aceptando con valentía el proyecto
de Dios para su vida y acogiendo de esta forma en sí
misma la Palabra eterna del Altísimo. María
pronunció su fiat por medio de la fe, «se confió a
Dios sin reservas y “se consagró totalmente a sí
misma, cual esclava del Señor, a la persona y a la
obra de su Hijo”» (RM n.13; cf. LG, 56). Por ello
Isabel, al saludarla, exclama: «Bienaventurada la
que ha creído, porque lo que le ha dicho el Señor se
120
cumplirá» (Lc 1, 45). María creyó verdaderamente
que «para Dios nada hay imposible» (v. 37) y, firme
en esta confianza, se dejó guiar por el Espíritu Santo
en la obediencia diaria a sus designios. ¿Cómo no
desear para nuestra vida el mismo abandono
confiado? ¿Cómo podríamos renunciar a esta
bienaventuranza que nace de una relación tan íntima
y profunda con Jesús? Por ello, dirigiéndonos hoy a
la «llena de gracia», le pedimos que obtenga
también para nosotros, de la divina Providencia,
poder pronunciar cada día nuestro «sí» a los planes
de Dios con la misma fe humilde y pura con la cual
ella pronunció su «sí». Ella que, acogiendo en sí la
Palabra de Dios, se abandonó a él sin reservas, nos
guíe a una respuesta cada vez más generosa e
incondicional a sus proyectos, incluso cuando en
ellos estamos llamados a abrazar la cruz. (31 mayo
2011).
Contempla y da gracias a Dios
121
FERIAS MAYORES DE ADVIENTO
Días deliciosos con la Virgen ¡eso es el Adviento!
«Oración continua con la Virgen en estos días
de Adviento. Días en oración con Ella. Oración
unánime en su Corazón Inmaculado y oración
perseverante todos los momentos del día, venciendo
con amor orgullo, pereza, timidez, inconstancia.
‘Perseveraban unánimes en la oración con... María,
Madre de Jesús’ (Hech 1,14). Días deliciosos de
intimidad sin igual. Ella hará nacer a Jesús en el
corazón de sus hijos...
¡Santa María del Adviento, Reina y Madre de la
Iglesia! Prepara en nuestros corazones los caminos
del Señor, endereza senderos, allana montes de
soberbia, colma valles de desalientos y timideces.
Que sean enderezados nuestros caminos torcidos e
igualados los escabrosos, para que todos vean al
Salvador enviado por Dios.
Tú serás mi Estrella conduciéndome a Jesús que
va a nacer. Muchos días, ir por la calle, trabajar o
descansar será para mí repetir saboreando y saborear
repitiendo: Dios te salve, María... llena de gracia...
El ángel del Señor anunció... y concibió por obra...
He aquí la esclava... hágase... y el Verbo se hizo
carne... y habitó...’ Sin saber cómo me encontraré
hablando contigo, amándole a Él con el mismo
fuego que de modo indecible abrasaba tu corazón...
Y allí me encontraré con mis hermanos todos los
hombres» (P. Tomás Morales).
122
Cielos lloved
-¡Cielos, lloved vuestra justicia! ¡Ábrete tierra!
¡Haz germinar al Salvador!
-Oh Señor, Pastor de la casa de Israel, Que
conduces a tu pueblo. Ven a rescatarnos con el
poder de tu brazo. Ven pronto, Señor. ¡ven
Salvador!
-Oh Sabiduría, salida de la boca del Padre,
Anunciada por profetas. Ven a enseñarnos el
camino de la salvación Ven pronto, Señor. ¡ven
Salvador!
-Hijo de David, estandarte de los pueblos y los
reyes, a quien clama el mundo entero, Ven a
libertarnos, Señor, no tardes más, Ven pronto,
Señor. ¡ven Salvador!
-Llave de David y Cetro de la casa de Israel, Tú
que reinas sobre el mundo. Ven a libertar a los que
en tinieblas te esperan Ven pronto, Señor. ¡ven
Salvador!
-Oh Sol naciente, esplendor de la luz eterna y Sol
de justicia. Ven a iluminar a los que yacen en
sombras de muerte. Ven pronto, Señor. ¡ven
Salvador!
-Rey de las naciones y Piedra angular de la Iglesia,
tú que unes a los pueblos. Ven a libertar a los
hombres que has creado. Ven pronto, Señor. ¡ven
Salvador!
-Oh Emmanuel, Nuestro Rey, salvador de las
naciones, Esperanza de los pueblos. Ven a
libertarnos, Señor, no tardes ya. Ven pronto,
Señor. ¡ven Salvador!
123
17 de diciembre
Invoca al Espíritu Santo y a la Virgen María
Lee y medita
Genealogía de Jesucristo, hijo de David, hijo de
Abraham:
Abraham engendró a Isaac, Isaac a Jacob,
Jacob a Judá y a sus hermanos. Judá engendró de
Tamar a Farés y a Zará, Farés a Esrón, Esrón a
Aram, Aram a Aminadab, Aminadab a Naasón,
Naasón a Salmón, Salmón a Jesé, Jesé engendró a
David, el rey. David de la mujer de Hurías
engendró a Salomón, Salomón a Roboám, Roboám
a Abías, Abías a Asaf, Asaf a Josafat, Josafat a
Joram, Joram a Ozías, Ozías a Joatam, Joatam a
Acaz, Acaz a Ezequías, Ezequías engendró a
Manasés, Manasés a Amós, Amós a Josías, Josías
engendró a Jeconías y a sus hermanos, cuando el
destierro de Babilonia.
Después del destierro de Babilonia, Jeconías
engendró a Salatiel, Salatiel a Zorobabel,
Zorobabel a Abiud, Abiud a Eliaquín, Eliaquín a
Azor, Azor a Sadoc, Sadoc a Aquim, Aquim a Eliud,
Eliud a Eleazar, Eleazar a Matán, Matán a Jacob y
Jacob engendró a José, el esposo de María, de la
cual nació Jesús, llamado Cristo
Así, las generaciones de Abraham a David
fueron en total catorce; desde David hasta la
deportación, catorce, y desde la deportación a
Babilonia hasta el Mesías, catorce (Mt 1, 1-17).
124
Ora
— Genealogía de Jesucristo.
Culminan en Ti, Señor Jesús, muchos siglos de
historia. Uno tras otro, conocemos a todos tus
ascendientes. Tus raíces se entierran profundamente
en nuestra carne humana.
Existes desde siempre, porque vienes de arriba;
vienes del Padre. Tu generación es antes de los
siglos. Y, sin embargo, en los siglos y lentamente se
fue preparando esta otra generación, por la cual
habías de aparecer en carne.
Ahora contigo, con este eslabón que eres Tú, es
cuando toda la cadena anterior se cierra y cobra su
pleno sentido y contigo se abre y cobra también
pleno sentido la cadena que empalma detrás.
¡Oh Jesús, el de la doble generación: de una
generación misteriosa e inaccesible y de otra
generación, también misteriosa, aunque conocemos
siglo a siglo todos sus pasos! ¡Oh genealogía, cuyos
miembros va incansablemente empalmando la
Providencia y la misericordia de Dios!
—Hijo de David, hijo de Abraham.
Eres, buen Jesús, el heredero de todas las
promesas de Dios y el imán de todos los deseos de
los hombres. En Ti se cumple cuanto había sido
dicho a David y a Abraham. Por Ti y esperándote a
Ti, se había ido perpetuando el pueblo de Israel.
125
Todos los ojos miraban ansiosos al porvenir, a
ver si divisaban tu venida. Y ya estás aquí. No se ha
olvidado Dios de sus promesas y de su pueblo. No
te has olvidado, Dios mío, de nosotros. Porque todos
vamos a formar con Jesús un nuevo y santo Israel.
¡Oh Señor! Apiádate del pueblo, que lleva aún tu
misma sangre, aunque renegó de Ti. No olvides que
él fue preparando tu venida y fue conservando esa
sangre, que un día había de correr por tus venas.
—De la cual nació Jesús, llamado Cristo.
¡Oh Niño! ¡Oh Madre! ¡Oh nacimiento de la
carne y contra las leyes de la carne! Ansias
maternales de María, pequeñitos miembros del Hijo
recién nacido, humildad del Verbo.
Ya estás, Jesús, en los brazos de tu Madre. Tú,
que has estado tantos meses en su seno virginal.
Descendiste al seno bendito sin corrupción,
habitaste en él con santidad y apareces ahora sin
herida y sin dolor. ¡Virgen bellísima en su
maternidad! ¡Madre admirable en su virginidad!
¡Niño tan pequeño y tan infinito! ¡Oh fuente de
aguas vivas, que salta de las entrañas de la Virgen!
Todo es paz, todo es amor y misterio. En el
silencio de la noche, para gloria del Padre y alegría
de los cielos, para salud de los hombres, ha nacido
Jesús de la Virgen María. ¡Jesús, te amo en los
brazos de tu Madre!
Contempla y da gracias a Dios
126
18 de diciembre
Invoca al Espíritu Santo y a la Virgen María
Lee y medita
El evangelio de este día es el mismo del IV
domingo de adviento, Ciclo A. Puedes leerlo,
meditarlo y orarlo en las páginas 109-112.
Puedes también saborea estos dos textos:
«Nadie pudo ver a Dios ni darle a conocer, sino
Él mismo fue quien se reveló [en Jesucristo]. Y lo
hizo mediante la fe, único medio de ver a Dios. Pues
el Señor y Creador de todas las cosas, el que lo hizo
todo y dispuso cada cosa en su propio orden, no sólo
amó a los hombres, sino que fue también paciente
con ellos. Siempre fue, es y seguirá siendo benigno,
bueno, incapaz de ira y veraz. Más aún, Él es el
único bueno, y cuando concibió en su mente algo
grande e inefable, lo comunicó únicamente con su
Hijo» (Carta a Diogneto 8).
Y sobre San José:
“La figura de San José tal como aparece en el
relato evangélico es elevada y dramática, esculpida
con fe y humildad. No es que San José acepte venir
a ser padre de Dios, no. Podría hacer eso con un
desmedido orgullo o con una presuntuosa y falsa
humildad. Lo que sí hace José es entregar toda su
vida a Dios, seriamente, en una donación
incondicional. Acepta ser conducido por Dios por
caminos misteriosos; acepta recibir a su cuidado a la
127
Virgen María, en toda su fragilidad femenina, que
era verdadera, al igual que era verdadera la
fragilidad infantil de Jesús niño. Para estas
fragilidades poderosas, pero también débiles, José
acepta hacer de escudo, con su debilidad de hombre
ciertamente elegido por Dios, con altas gracias
divinas y dones especiales.
San José acepta valientemente y con alegría
cumplir la misión para la que el Señor le ha elegido.
No cabe duda de que Dios le ha preparando
especialísimamente, y que él siempre ha aceptado la
voluntad de Dios, prestándose a colaborar en todo lo
posible con la gracia divina. El Evangelio, dentro de
su concisión, es muy explícito: José, «como era
bueno». ¡Cuántas renuncias suponen esas palabras!
Tenemos necesidad de su ejemplo y de su
intercesión en estos tiempos en los que los hombres,
siguiendo sus propios planes, quedan extenuados,
vacíos y sin alma” (Manuel Garrido Bonaño).
Contempla y da gracias a Dios
19 de diciembre
Invoca al Espíritu Santo y a la Virgen María
Lee y medita
En tiempos de Herodes, rey de Judea, había un
sacerdote llamado Zacarías, del turno de Abías,
casado con una descendiente de Aarón llamada
Isabel. Los dos eran justos ante Dios, y caminaban
128
sin falta según los mandamientos y leyes del Señor.
No tenían hijos, porque Isabel era estéril, y los dos
eran de edad avanzada.
Una vez que oficiaba delante de Dios con el
grupo de su turno, según el ritual de los sacerdotes,
le tocó a él entrar en el santuario del Señor a
ofrecer el incienso; la muchedumbre del pueblo
estaba fuera rezando durante la ofrenda del
incienso. Y se le apareció el ángel del Señor, de pie
a la derecha del altar del incienso. Al verlo,
Zacarías se sobresaltó y quedó sobrecogido de
temor. Pero el ángel le dijo: “No temas, Zacarías,
porque tu ruego ha sido escuchado: tu mujer Isabel
te dará un hijo y le pondrás por nombre Juan. Te
llenarás de alegría y muchos se alegrarán de su
nacimiento. Pues será grande a los ojos del Señor:
no beberá vino ni licor; se llenará de Espíritu Santo
ya en el vientre materno, y convertirá muchos
israelitas al Señor, su Dios. Irá delante del Señor,
con el espíritu y poder de Elías, para convertir los
corazones de los padres hacia los hijos, y a los
desobedientes a la sensatez de los justos,
preparando para el Señor un pueblo bien
dispuesto”.
Zacarías replicó al ángel: “¿Cómo estaré seguro
de eso? Porque yo soy viejo y mi mujer es de edad
avanzada”. El ángel le contestó: “Yo soy Gabriel,
que sirvo en presencia de Dios; he sido enviado a
hablarte para darte esta buena noticia. Pero mira:
guardarás silencio, sin poder hablar, hasta el día en
que esto suceda, porque no has dado fe a mis
129
palabras, que se cumplirán en su momento”. El
pueblo estaba aguardando a Zacarías, sorprendido
de que tardase tanto en el santuario. Al salir no
podía hablarles, y ellos comprendieron que había
tenido una visión en el santuario. Él les hablaba por
señas, porque seguía mudo.
Al cumplirse los días de su servicio en el templo
volvió a casa. Días después concibió Isabel, su
mujer, y estuvo sin salir cinco meses, diciendo: “Así
me ha tratado el Señor cuando se ha dignado quitar
mi afrenta ante los hombres” ( Lc 1, 5-25).
Ora
—Tu ruego ha sido escuchado.
Señor, Tú oyes mi oración desde el primer
momento, desde el punto en que sale de mi corazón,
cuando se acerca a Ti con humildad y confianza.
Pero dispones las cosas a su tiempo, cuando es
oportuno a tu divino beneplácito y no cuando se le
antoja a mis impetuosas impaciencias. Tú oyes mi
oración, cuando empalma con los planes de tu
providencia salvadora y santificadora y no cuando
se mueve tan sólo en el estrecho círculo de lo
terreno y se opone a la salud de mi alma.
Oyes mi oración, cuando se hace en el nombre de
tu Hijo, para que redunde en gloria suya y en mi
santificación por su gracia. Oyes toda oración que se
hace dentro de la economía salvadora y sobrenatural
de tu Hijo, Jesucristo.
130
Oh Espíritu Santo, pon en mi corazón la oración
conveniente y en el momento oportuno. Enséñame a
confiar y a esperar con humildad.
—Yo soy viejo y mi mujer es de edad avanzada.
Así van pasando, Dios mío, las cosas todas de
este mundo. Caen, una a una, las hojas primaverales
de la juventud y caen, con ellas, nuestras vanas
esperanzas.
Se acerca el otoño, Señor, cuando los árboles
quedan desnudos, y los días son grises y la vida se
torna incierta y melancólica. Todo queda atrás lo
que constituyó en otro tiempo nuestro encanto.
Amenguan las fuerzas y va uno comprendiendo que
la vida pertenece a otros, y hay que cederles el paso,
porque empujan sin misericordia.
Despunta la hierba y luce un momento la
galanura de la flor y luego envejece velozmente y se
marchita y es hoja seca que arrastra el vendaval.
Porque Tú, Dios mío, has recortado los límites de
nuestra vida y caminamos apresuradamente al
ocaso. Qué nostalgia de los años pasados y qué
incertidumbre sobre el próximo final. Y qué
convencimiento ineludible de que mi hora ya pasó o
está para pasar. Pero en Ti, Señor, pongo toda mi
esperanza y en la nueva e interminable primavera
del más allá, que Tú me has prometido.
131
—Al cumplirse los días de su servicio.
He de resignarme, Dios mío, a ver cómo pasan
mis días y se acaba el tiempo y la oportunidad de
mis actuaciones. Otros vienen y me sustituyen. Yo
quedo desplazado. Ya no me escuchan, ni cuentan
conmigo.
El amor propio se me alborota inútilmente.
Pierdo la paz, cuando podía gozarla mejor que
nunca en la humildad de mi rincón y en la
contemplación serena de tu infinita sabiduría.
Sólo Tú, Señor, eres inmutable. Sólo Tú
permaneces sin alteraciones, sin que pasen los días y
las noches para consumir tu actuación
irremplazable. Tú obras de continuo silenciosa y
misteriosamente en todas las cosas. Empleas como
instrumentos de tu Providencia a los que Tú quieres
escoger y por el tiempo que Tú a cada uno le
señalas.
Y, cuando Tú lo tienes ordenado, mis fuerzas
comienzan a declinar, mi actividad se va
paralizando y termino yo mismo por desaparecer del
todo. O las circunstancias se transforman, en virtud
de algún secreto designio tuyo, y yo quedo fuera de
combate aun mucho antes que mi plenitud vital se
haya agostado. Pasó, Señor, mi hora. Tú eres quien
mueve las manecillas del reloj, aunque mi ceguera
no advierta tu mano santificadora.
Contempla y da gracias a Dios
132
20 de diciembre
Invoca al Espíritu Santo y a la Virgen María
Lee y medita
El evangelio de este día es el mismo del IV
domingo de adviento, Ciclo B. Puedes leerlo,
meditarlo y orarlo en las páginas 112-117.
Puedes también saborear estas palabras de
Benedicto XVI:
La liturgia nos presenta el relato del anuncio del
ángel a María. Contemplando el estupendo icono de
la Virgen santísima, en el momento en que recibe el
mensaje divino y da su respuesta, nos ilumina
interiormente la luz de verdad que proviene, siempre
nueva, de ese misterio. En particular, quiero
reflexionar brevemente sobre la importancia de la
virginidad de María, es decir, del hecho de que ella
concibió a Jesús permaneciendo virgen.
En el trasfondo del acontecimiento de Nazaret se
halla la profecía de Isaías. «Mirad: la virgen está
encinta y da a luz un hijo, y le pondrá por nombre
Emanuel» (Is 7, 14). Esta antigua promesa encontró
cumplimiento superabundante en la Encarnación del
Hijo de Dios.
De hecho, la Virgen María no sólo concibió, sino
que lo hizo por obra del Espíritu Santo, es decir, de
Dios mismo. El ser humano que comienza a vivir en
su seno toma la carne de María, pero su existencia
deriva totalmente de Dios. Es plenamente hombre,
hecho de tierra —para usar el símbolo bíblico—,
133
pero viene de lo alto, del cielo. El hecho de que
María conciba permaneciendo virgen es, por
consiguiente, esencial para el conocimiento de Jesús
y para nuestra fe, porque atestigua que la iniciativa
fue de Dios y sobre todo revela quién es el
concebido. Como dice el Evangelio: «Por eso el
Santo que va a nacer será llamado Hijo de Dios» (Lc
1, 35). En este sentido, la virginidad de María y la
divinidad de Jesús se garantizan recíprocamente.
Por eso es tan importante aquella única pregunta
que María, «turbada grandemente», dirige al ángel:
«¿Cómo será eso, pues no conozco varón?» (Lc 1,
34). En su sencillez, María es muy sabia: no duda
del poder de Dios, pero quiere entender mejor su
voluntad, para adecuarse completamente a esa
voluntad. María es superada infinitamente por el
Misterio, y sin embargo ocupa perfectamente el
lugar que le ha sido asignado en su centro. Su
corazón y su mente son plenamente humildes, y,
precisamente por su singular humildad, Dios espera
el «sí» de esa joven para realizar su designio.
Respeta su dignidad y su libertad. El «sí» de María
implica a la vez la maternidad y la virginidad, y
desea que todo en ella sea para gloria de Dios, y que
el Hijo que nacerá de ella sea totalmente don de
gracia.
Queridos amigos, la virginidad de María es única
e irrepetible; pero su significado espiritual atañe a
todo cristiano. En definitiva, está vinculado a la fe:
de hecho, quien confía profundamente en el amor de
Dios, acoge en sí a Jesús, su vida divina, por la
134
acción del Espíritu Santo. ¡Este es el misterio de la
Navidad! A todos os deseo que lo viváis con íntima
alegría (18 diciembre 2011).
Contempla y da gracias a Dios
21 de diciembre
Invoca al Espíritu Santo y a la Virgen María
Lee y medita
El evangelio de este día es el mismo del IV
domingo de adviento, Ciclo C. Puedes leerlo,
meditarlo y orarlo en las páginas 118-120.
Puedes también saborear estas palabras de
Benedicto XVI:
El Magníficat, este canto al Dios vivo y operante
en la historia, es un himno de fe y de amor, que
brota del corazón de la Virgen. Ella vivió con
fidelidad ejemplar y custodió en lo más íntimo de su
corazón las palabras de Dios a su pueblo, las
promesas hechas a Abrahán, Isaac y Jacob,
convirtiéndolas en el contenido de su oración: en el
Magníficat la Palabra de Dios se convirtió en la
palabra de María, en lámpara de su camino, y la
dispuso a acoger también en su seno al Verbo de
Dios hecho carne. Esta página evangélica recuerda
la presencia de Dios en la historia y en el desarrollo
mismo de los acontecimientos; en particular hay una
referencia al Segundo libro de Samuel en el capítulo
sexto (6, 1-15), en el que David transporta el Arca
135
santa de la Alianza. El paralelo que hace el
evangelista es claro: María, en espera del
nacimiento de su Hijo Jesús, es el Arca santa que
lleva en sí la presencia de Dios, una presencia que es
fuente de consuelo, de alegría plena. De hecho, Juan
danza en el seno de Isabel, exactamente como David
danzaba delante del Arca. María es la «visita» de
Dios que produce alegría. Zacarías, en su canto de
alabanza, lo dirá explícitamente: «Bendito sea el
Señor, Dios de Israel, porque ha visitado y redimido
a su pueblo» (Lc 1, 68). La casa de Zacarías
experimentó la visita de Dios con el nacimiento
inesperado de Juan Bautista, pero sobre todo con la
presencia de María, que lleva en su seno al Hijo de
Dios.
Hay unas hermosas palabras de san Gregorio
Magno sobre san Benito que podemos aplicar
también a María: san Gregorio Magno dice que el
corazón de san Benito se hizo tan grande que toda la
creación podía entrar en él. Esto vale mucho más
para María: María, unida totalmente a Dios, tiene un
corazón tan grande que toda la creación puede entrar
en él, y los ex-votos en todas las partes de la tierra
lo demuestran. María está cerca, puede escuchar,
puede ayudar, está cerca de todos nosotros. En Dios
hay espacio para el hombre, y Dios está cerca, y
María, unida a Dios, está muy cerca, tiene el
corazón tan grande como el corazón de Dios.
Pero también hay otro aspecto: no sólo en Dios
hay espacio para el hombre; en el hombre hay
espacio para Dios. También esto lo vemos en María,
136
el Arca santa que lleva la presencia de Dios. En
nosotros hay espacio para Dios y esta presencia de
Dios en nosotros, tan importante para iluminar al
mundo en su tristeza, en sus problemas, esta
presencia se realiza en la fe: en la fe abrimos las
puertas de nuestro ser para que Dios entre en
nosotros, para que Dios pueda ser la fuerza que da
vida y camino a nuestro ser. En nosotros hay
espacio; abrámonos como se abrió María, diciendo:
«He aquí la esclava del Señor, hágase en mí según
tu Palabra». Abriéndonos a Dios no perdemos nada.
Al contrario: nuestra vida se hace rica y grande.
Así, la fe, la esperanza y el amor se combinan.
Hoy se habla mucho de un mundo mejor, que todos
anhelan: sería nuestra esperanza. No sabemos, no sé
si este mundo mejor vendrá y cuándo vendrá. Lo
seguro es que un mundo que se aleja de Dios no se
hace mejor, sino peor. Sólo la presencia de Dios
puede garantizar también un mundo bueno. Pero
dejemos esto. Una cosa, una esperanza es segura:
Dios nos aguarda, nos espera; no vamos al vacío; él
nos espera. Dios nos espera y, al ir al otro mundo,
nos espera la bondad de la Madre, encontramos a los
nuestros, encontramos el Amor eterno. Dios nos
espera: esta es nuestra gran alegría y la gran
esperanza que nace precisamente de esta fiesta.
María nos visita, y es la alegría de nuestra vida, y la
alegría es esperanza. (15 agosto 2012).
Contempla y da gracias a Dios
137
22 de diciembre
Invoca al Espíritu Santo y a la Virgen María
Lee y medita
En aquel tiempo, María dijo:
“Proclama mi alma la grandeza del Señor, se
alegra mi espíritu en Dios, mi salvador, porque ha
mirado la humillación de su esclava. Desde ahora
me felicitarán todas las generaciones, porque el
Poderoso ha hecho obras grandes por mí: su
nombre es santo. Y su misericordia llega a sus fieles
de generación en generación.
Él hace proezas con su brazo: dispersa a los
soberbios de corazón, derriba del trono a los
poderosos y enaltece a los humildes, a los
hambrientos los colma de bienes y a los ricos los
despide vacíos. Auxilia a Israel, su siervo,
acordándose de la misericordia —como lo había
prometido a nuestros padres—, en favor de
Abraham y su descendencia para siempre”.
María se quedó con Isabel unos tres meses y
después volvió a su casa. (Lc 1,46-56).
Ora
— Proclama mi alma la grandeza del Señor.
Las alabanzas de la Virgen, Dios mío, te agradan
más que las que sabe decir el coro universal de las
criaturas. Son alabanzas de sus labios y alabanzas,
sobre todo, de su alma estremecida sustancialmente
por tu amor. Ella canta tus magnificencias, oh Dios
138
inaccesible, que has bajado no sólo a su alma, sino
también a su carne, en la plenitud de tu divinidad.
Has bajado corporalmente y siente tu presencia
y, al mismo tiempo, cree en tu palabra y con ojos
iluminados del corazón sabe que eres Tú.
Te agradan esas alabanzas de un corazón
humilde y limpísimo, que no se envanece en sí
mismo, sino que se entrega a Ti y se pierde en Ti.
¡Señor, cómo quiero unir mis pobres alabanzas
con las de Ella y que su alma enseñe a la mía esa
íntima y total adoración!
—Enaltece a los humildes.
¡Tú, Dios mío, miras benignamente al pobre de
espíritu, que no encuentra en sí mismo cosa donde
apoyarse, que nada se atribuye a sí, sino la propia
miseria e inclinación al mal! Yo reconozco esta
verdad conceptualmente, pero no soy humilde de
corazón.
¿Qué es esto: que sé la verdad sobre mí mismo y,
sin embargo, estoy lleno de estima propia y busco la
estimación y aprecio de los demás?
Me turbo y entristezco fácilmente, si veo en los
otros desvío o indiferencia o tan sólo que nada
saben, ni están enterados de mí. Y mucho más
cualquier desprecio me hiere y apenas logro
disimularlo. Pues ten, Dios mío, misericordia de mí
y penétrame con el espíritu y con los sentimientos
de humildad.
139
Vacíame y despójame de esta importuna
obsesión de mí mismo y reduce mi yo a su plena
desnudez, para que sienta la necesidad que tiene de
Ti.
—A los hambrientos los colma de bienes.
A pesar de todo, Señor, siento dentro de mí el
hambre misteriosa.
A veces, las criaturas me asedian por todos lados
con sus encantos, me entretienen y llenan mis
sentidos. Entonces mi necesidad y mi hambre no se
extingue, pero se duerme o se adormece, como
cuando el ebrio cae en el sopor y en la inconsciencia
o cuando vive en el falso mundo de las fantasías,
que ha provocado el excesivo beber.
Pero yo tengo hambre, Señor. El entretenimiento
de las criaturas se va disipando y vuelvo de la
inconsciencia y del engaño y se me hace
extrañamente sensible el gran vacío y la absoluta
indigencia de mi interior. Ya sé que es hambre de
Ti, oh Verdad y Amor.
Haz que calle toda otra hambre material y que se
haga, en cambio, cada día más viva esta hambre y
esta necesidad de Ti. Y calma también, oh Dios
infinitamente bueno, toda hambre de tus criaturas.
Contempla y da gracias a Dios
140
23 de diciembre
Invoca al Espíritu Santo y a la Virgen María
Lee y medita
A Isabel se le cumplió el tiempo y dio a luz un
hijo. Se enteraron sus vecinos y parientes de que el
Señor le había hecho una gran misericordia, y la
felicitaban. A los ocho días fueron a circuncidar al
niño, y lo llamaban Zacarías, como a su padre. La
madre intervino diciendo: “¡No! Se va a llamar
Juan”. Le replicaron: “Ninguno de tus parientes se
llama así”. Entonces preguntaban por señas al
padre cómo quería que se llamase. Él pidió una
tablilla y escribió: “Juan es su nombre”. Todos se
quedaron extrañados. Inmediatamente se le soltó la
boca y la lengua y empezó a hablar bendiciendo a
Dios. Los vecinos quedaron sobrecogidos, y corrió
la noticia por toda la montaña de Judea. Y todos los
que lo oían reflexionaban diciendo: “¿Qué va a ser
este niño?” Porque la mano de Dios estaba con él
(Lc 1, 57-66).
Ora
— Se enteraron de que el Señor le había hecho
una gran misericordia.
Lo que quiera que me suceda es, Señor,
misericordia tuya para conmigo. Y el que yo lo
conozca y reconozca así es una nueva misericordia.
Aun entonces cuando puedo razonablemente pensar
que me castigas por mis pecados, es un castigo de
141
misericordia. Estoy, Dios mío, abismado en el
Océano infinito de tus misericordias.
A veces abres mis ojos ciegos y me deslumbra la
luz misteriosa de tu Providencia. Entonces no ceso
de alabarte, porque eres bueno, porque tu
misericordia no se acaba nunca.
A veces mi insensatez y mis pasiones me
enturbian la vista y sólo veo tu mano bendita en esos
sucesos agradables que favorecen mi prosperidad en
este mundo. Y, si esos sucesos no llegan, me quejo
neciamente, desconfío de tu Providencia y niego o
pongo en duda tu misericordia. No comprendo por
qué dejas libre camino al mal y por qué consientes
que los tuyos sean atribulados de tantas maneras.
Señor, como quiera que lo hagas conmigo, no me
niegues nunca la misericordia de tu luz, para que mi
corazón no desfallezca y para que mis labios no
cesen nunca de darte gracias.
—Ninguno de tus parientes se llama así.
Cuántas veces, Señor, son motivos de puro
compromiso sin sustancia los que determinan mis
decisiones. Lo hago así, porque otros lo hacen o
porque siempre se ha hecho y por no desentonar del
ambiente que me rodea.
Soy perezoso para buscar lo que más hace al
caso o me falta audacia para remar contra corriente.
Tú tienes, Dios mío, tu plan y tu solución para
cada circunstancia, como tenías preparado el
nombre para aquel niño. Los demás querían un
142
nombre vulgar y acostumbrado, como el que
llevaban otros miembros de la familia. No
comprendían el porqué de innovaciones, que
rompían la rutina tradicional en tales casos.
Confieso, Dios mío, que es la pereza lo que me
impide ahondar en la verdad y en la realidad de cada
cosa y buscar en ella con desnuda sinceridad las
orientaciones que pueda señalarme tu Providencia
sapientísima.
Me es más cómodo repetir una respuesta banal,
que todos van repitiendo por la inercia de la
costumbre. Líbrame, Señor, de este necio y
engañoso salir del paso con cualquier expediente
rutinario. Y dame también valor para decir a cada
cosa su propio nombre y a cada problema su
auténtica solución, aunque no agrade a los que
recitan de memoria viejas fórmulas.
Dame, Señor, diligencia para investigar la verdad
y luz para conocerla y fortaleza contra las
costumbres vacías.
—La mano de Dios estaba con él.
Yo pienso ahora, Dios infinitamente bueno, en
cuántas ocasiones ha estado tu mano conmigo para
protegerme y conducirme, aunque yo no me diera
cuenta de ello.
Cuántos tropiezos has quitado a mi paso, en los
cuales la vida de mi cuerpo o también mi alma
hubiera sucumbido. De muchos tuve conciencia y
admiré tu misericordia y tu providencia; otros,
solamente Tú los conoces.
143
Dios mío, gracias de todo mi corazón. Gracias,
sobre todo, por aquellos que nunca te he agradecido
particularmente, por mi ignorancia.
Tu mano ha estado también conmigo en continua
y positiva bendición de gracias para traerme,
sostenerme y reducirme, oh Señor y misericordia
infinita. Yo no he sabido aprovechar esta bendición
de tu mano liberalísima. Yo no he querido sujetar
mis manos a la tuya en la cual está todo mi bien.
Contempla y da gracias a Dios
24 de diciembre
Invoca al Espíritu Santo y a la Virgen María
Lee y medita
En aquel tiempo, Zacarías, padre de Juan, lleno
del Espíritu Santo profetizó diciendo:
“Bendito sea el Señor, Dios de Israel, porque ha
visitado y redimido a su pueblo, suscitándonos una
fuerza de salvación en la casa de David, su siervo;
según lo había predicho desde antiguo por boca de
sus santos profetas. Es la salvación que nos libra de
nuestros enemigos y de la mano de todos los que
nos odian; realizando la misericordia que tuvo con
nuestros padres, recordando su santa alianza y el
juramento que juró a nuestro padre Abraham. Para
concedernos que, libres de temor, arrancados de la
mano de los enemigos, le sirvamos en santidad y
justicia, en su presencia todos nuestros días. Y a ti,
144
niño, te llamarán profeta del Altísimo, porque irás
delante del Señor, a preparar sus caminos,
anunciando a su pueblo la salvación, el perdón de
sus pecados. Por la entrañable misericordia de
nuestro Dios, nos visitará el sol que nace de lo alto,
para iluminar a los que viven en tinieblas y en
sombra de muerte; para guiar nuestros pasos en el
camino de la paz” (Lc 1, 67-79).
Ora
— Para que le sirvamos libres de temor.
Dame, Señor y Dios mío, tu santo amor; un amor
generoso y constante, que rompa con todas las
dificultades para ir a Ti. Un amor sin interés y sin
miedos Un amor de servicio, de humildad, de
confianza y de entrega.
Señor, deseo amarte; no por el gozo del amor,
sino para servirte sin vacilaciones y sin debilidades;
para no andar siempre con el miedo de caer y para
que no sea el miedo lo que me contenga.
El temor me contiene mal, cuando viene la
tentación, y por eso ando midiendo hasta dónde
puedo llegar, sin exponerme peligrosamente. Me
falta generosidad porque me falta el amor o porque
es tibio mi amor.
Tú quieres que yo te sirva con corazón grande,
como sirve el hijo; y no por miedo al látigo, como el
esclavo. Dios mío, concédeme el espíritu de hijo,
que me asegure en tu servicio y que acabe con todas
145
estas tacañerías. E infúndeme el aborrecimiento del
mundo, que me aparta de Ti.
—Irás delante del Señor a preparar sus caminos.
Esta es, Dios mío, la suprema aspiración de todo
apostolado: preparar los caminos para que llegues
Tú. Porque no hay ambición ninguna, que pueda
saciarse sin Ti. No habrá paz en ningún corazón, si
Tú no llegas. No hay salvación, sino la que traigas
Tú. Enséñame, Señor, que sólo esto puede ser la
meta de mis esfuerzos apostólicos. ¿De qué sirve
que yo llegue y me admitan o me admiren y
aplaudan mis intervenciones? ¿De qué sirve que los
otros depositen en mí su confianza y su cariño?
Eres Tú el que tiene que llegar. Tú eres el
esperado, aunque no sepan que te esperan a Ti. Que
no te suplante yo, Señor y Dios mío, en las ilusiones
y en el corazón de nadie. No es apóstol, ni profeta
quien busca el bienestar o la felicidad de sus
hermanos en este mundo, si con eso no habla de Ti,
Señor Jesús, y no prepara los caminos para tu
venida. Ven, Señor, aunque los caminos estén
cerrados. Ábrelos Tú mismo, a pesar de nuestros
necios y alborotados procedimientos, a pesar de
nuestras torcidas e hipócritas intenciones.
Contempla y da gracias a Dios
146
Mirad las estrellas
–Mirad las estrellas fulgentes brillar,
Sus luces anuncian que Dios ahí está,
La noche en silencio, la noche en su paz,
Murmura esperanzas cumpliéndose ya.
–Los ángeles santos, que vienen y van,
Preparan caminos por donde vendrá
El Hijo del Padre, el Verbo eternal,
Al mundo del hombre en carne mortal.
–Abrid vuestras puertas ciudades de paz,
Que el Rey de la gloria ya pronto vendrá;
Abrid corazones, hermanos cantad,
Que vuestra esperanza cumplida será.
–Los justos sabían que al hambre de Dios
Vendría a colmarla el Dios del amor,
Su Vida en su vida, su Amor en su amor
Serían un día su gracia y su don.
–Ven pronto, Mesías, ven pronto Señor,
Los hombres hermanos esperan tu voz,
Tu luz, tu mirada, tu vida, tu amor.
Ven pronto, Mesías, sé Dios salvador. Amén.
147
NAVIDAD
En la plenitud de los tiempos vino la plenitud de
la divinidad
“Ha aparecido la bondad de Dios, nuestro
Salvador, y su amor al hombre. Gracias sean dadas a
Dios, que ha hecho abundar en nosotros el consuelo
en medio de esta peregrinación, de este destierro, de
esta miseria.
Antes de que apareciese la humanidad de nuestro
Salvador, su bondad se hallaba también oculta,
aunque ésta ya existía, pues la misericordia del
Señor es eterna. ¿Pero cómo, a pesar de ser tan
inmensa, iba a poder ser reconocida? Estaba
prometida, pero no se la alcanzaba a ver; por lo que
muchos no creían en ella. Efectivamente, en
distintas ocasiones y de muchas maneras habló Dios
por lo profetas. Y decía: Yo tengo designios de paz
y no de aflicción. Pero ¿qué podía responder el
hombre que sólo experimentaba la aflicción e
ignoraba la paz? ¿Hasta cuándo vais a estar
diciendo: «Paz, paz», y no hay paz? A causa de lo
cual los mensajeros de paz lloraban amargamente,
diciendo: Señor, ¿quién creyó nuestro anuncio? Pero
ahora los hombres tendrán que creer a sus propios
ojos, y que los testimonios de Dios se han vuelto
absolutamente creíbles. Pues para que ni una vista
perturbada puede dejar de verlo, puso su tienda al
sol. Pero de lo que se trata ahora no es de la
promesa de la paz, sino de su envío; no de la
148
dilatación de su entrega, sino de su realidad; no de
su anuncio profético, sino de su presencia. Es como
si Dios hubiera vaciado sobre la tierra un saco lleno
de su misericordia; un saco que habría de
desfondarse en la pasión, para que se derramara
nuestro precio, oculto en él; un saco pequeño, pero
lleno. Y que un niño se nos ha dado, pero en quien
habita toda la plenitud de la divinidad. Ya que,
cuando llegó la plenitud del tiempo, hizo también su
aparición la plenitud de la divinidad. Vino en carne
mortal para que, al presentarse así ante quienes eran
carnales, en la aparición de su humanidad se
reconociese su bondad. Porque, cuando se pone de
manifiesto la humanidad de Dios, ya no puede
mantenerse oculta su bondad. ¿De qué manera podía
manifestar mejor su bondad que asumiendo mi
carne? La mía, no la de Adán, es decir, no la que
Adán tuvo antes del pecado.
¿Hay algo que pueda declarar más
inequívocamente la misericordia de Dios que el
hecho de haber aceptado nuestra miseria? ¿Qué hay
más rebosante de piedad que la Palabra de Dios
convertida en tan poca cosa por nosotros? Señor,
¿qué es el hombre, para que te acuerdes de él, el ser
humano, para darle poder? Que deduzcan de aquí
los hombres lo grande que es el cuidado que Dios
tiene de ellos; que se enteren de lo que Dios piensa
y siente sobre ellos. No te preguntes, tú, que eres
hombre, porqué has sufrido, sino por lo que sufrió
él. Deduce de todo lo que sufrió por ti, en cuánto te
tasó, y así su bondad se te hará evidente por su
149
humanidad. Cuanto más bueno se hizo en su
humanidad, tanto más grande se reveló en su
bondad; y cuanto más se dejó envilecer por mí, tanto
más querido me es ahora. Ha aparecido –dice el
Apóstol– la bondad de Dios, nuestro Salvador, y su
amor al hombre. Grandes y manifiestos son, sin
duda, la bondad y el amor de Dios, y gran indicio de
bondad reveló quien se preocupó de añadir a la
humanidad el nombre Dios” (San Bernardo).
25 de diciembre
NATIVIDAD DEL SEÑOR
Invoca al Espíritu Santo y a la Virgen María
Lee y medita
En aquel tiempo, apareció un edicto del César
Augusto, para que se hiciera el censo de toda la
tierra. Este primer censo, tuvo lugar cuando
Quirino era gobernador de Siria. Y todos iban a
hacerse empadronar, cada uno a su ciudad. Subió
también José de Galilea, de la ciudad de Nazaret, a
Judea, a la ciudad de David, que se llama Betlehem,
porque él era de la casa y linaje de David, para
hacerse inscribir con María su esposa, que estaba
encinta. Y resultó que mientras estaban allí, llegó
para ella el tiempo del parto. Y dio a luz a su hijo
primogénito; y lo envolvió en pañales, y lo acostó
en un pesebre, porque no había lugar para ellos en
la posada. Había en aquel contorno unos pastores
acampados al raso, que pasaban la noche
150
custodiando su rebaño, y he aquí que un ángel del
Señor se les apareció, y la gloria del Señor los
envolvió de luz, y los invadió un gran temor. El
ángel les dijo: "¡No temáis! porque os anuncio una
gran alegría que será para todo el pueblo: Hoy os
ha nacido en la ciudad de David un Salvador, el
Mesías, el Señor. Y esto os servirá de señal:
hallaréis un niño envuelto en pañales, y acostado en
un pesebre". Y de repente vino a unirse al ángel una
multitud del ejército del cielo, que se puso a alabar
a Dios diciendo: "Gloria a Dios en las alturas, y en
la tierra paz a los hombres que ama el Señor (Lc 2,
1-14).
Ora
En este día grande, de inmensa alegría, saborea
estas palabras de San Agustín:
«Un año más ha brillado para nosotros –y hemos
de celebrarlo– el Nacimiento de nuestro Señor y
Salvador Jesucristo. En Él la verdad ha brotado de la
tierra (Sal 84,12); el Día del día ha venido a nuestro
día: alegrémonos y regocijémonos en Él (Sal
117,24). La fe de los cristianos conoce lo que nos ha
aportado la humildad de tan gran excelsitud. De ello
se mantiene alejado el corazón de los impíos, pues
Dios escondió estas cosas a los sabios y prudentes y
las reveló a los pequeños (Mt 11,25).
«Posean, por tanto, los humildes la humildad de
Dios, para llegar también a la altura de Dios con tan
grande ayuda, cual jumento que soporta su
151
debilidad. Aquellos sabios y prudentes, en cambio,
cuando buscan lo excelso de Dios y no creen lo
humilde, al pasar por alto esto y, en consecuencia,
no alcanzar aquello debido a su vaciedad y ligereza,
a su hinchazón y orgullo, quedaron como colgados
entre el cielo y la tierra, en el espacio propio del
viento…
«Por tanto, celebremos el nacimiento del Señor
con la asistencia y el aire de fiesta que merece.
Exulten los varones, exulten las mujeres…Exultad,
jóvenes santos… Exultad, vírgenes santas…
Exultad, todos los justos… Ha nacido el
Justificador. Exultad, débiles y enfermos, ha nacido
el Salvador. Exultad, cautivos, ha nacido el
Redentor. Exultad, siervos, ha nacido el Señor.
Exultad, hombres libres: ha nacido el Libertador.
Exultad, todos los cristianos, ha nacido Cristo»
Y en otro sermón dice:
«Se llama día del Nacimiento del Señor a la
fecha en que la Sabiduría de Dios se manifestó
como Niño y la Palabra de Dios, sin palabras, emitió
la voz de la carne. La divinidad oculta fue anunciada
a los pastores por la voz de los ángeles e indicada a
los Magos por el testimonio del firmamento. Con
esta festividad anual celebramos, pues, el día en que
se cumplió la profecía: “La verdad ha brotado de la
tierra y la justicia ha mirado desde el cielo” (Sal
84,12). ¿En bien de quién vino con tanta humildad
tan grande excelsitud? Ciertamente, no vino para
bien suyo, sino nuestro, a condición que creamos.
152
¡Despierta, hombre; por ti, Dios se hizo hombre!…
Por ti, repito, Dios se hizo hombre. Estarías muerto
para la eternidad si Él no hubiera venido.
Celebremos con alegría la llegada de nuestra
salvación y redención» (Sermón 185).
Te diré mi amor, Rey mío,
Te diré mi amor, Rey mío,
en la quietud de la tarde,
cuando se cierran los ojos
y los corazones se abren.
Te diré mi amor, Rey mío,
con una mirada suave,
te lo diré contemplando
tu cuerpo que en pajas yace.
Te diré mi amor, Rey mío,
adorándote en la carne,
te lo diré con mis besos,
quizá con gotas de sangre.
Te diré mi amor, Rey mío,
con los hombres y los ángeles,
con el aliento del cielo
que espiran los animales.
Te diré mi amor, Rey mío,
con el amor de tu Madre,
con los labios de tu Esposa
y con la fe de tus mártires.
Te diré mi amor, Rey mío,
¡oh Dios del amor más grande!
¡Bendito en la Trinidad,
que has venido a nuestro valle!
Contempla y da gracias a Dios
153
26 de diciembre
San Esteban, protomártir
Invoca al Espíritu Santo y a la Virgen María
Lee y medita
En aquel tiempo, dijo Jesús a sus apóstoles: - No
os fiéis de la gente: porque os entregarán a los
tribunales, os azotarán en las sinagogas y os harán
comparecer ante gobernadores y reyes por mi
causa; así daréis testimonio ante ellos y ante los
gentiles. Cuando os arresten, no os preocupéis de lo
que vais a decir o de cómo lo diréis: en su momento
se os sugerirá lo que tenéis que decir; no seréis
vosotros los que habléis, el Espíritu de vuestro
Padre hablará por vosotros.
Los hermanos entregarán a sus hermanos para
que los maten, los padres a los hijos, se rebelarán
los hijos contra sus padres, y los matarán. Todos os
odiarán por mi nombre: el que persevere hasta el
final, se salvará. (Mt10, 17-22).
Ora
Considera en tu oración estas palabras de San
Fulgencio de Ruspe que te dan el sentido de la
fiesta de hoy:
«Ayer celebramos el nacimiento temporal de
nuestro Rey eterno; hoy celebramos el triunfal
martirio de su soldado. Ayer nuestro Rey, revestido
con el manto de nuestra carne y, saliendo del recinto
154
del seno virginal, se dignó visitar el mundo; hoy el
soldado, saliendo del tabernáculo de su cuerpo,
triunfador, ha emigrado al cielo.
«Nuestro Rey, siendo la excelsitud misma, se
humilló por nosotros. Su venida no ha sido en vano,
pues ha aportado grandes dones a sus soldados, a los
que no sólo ha engrandecido abundantemente, sino
que también los ha fortalecido para luchar
invenciblemente. Ha traído el don de la caridad, por
la que los hombres se hacen partícipes de la
naturaleza divina…
«Así, pues, la misma caridad que Cristo trajo del
cielo a la tierra ha levantado a Esteban de la tierra al
cielo. La caridad que precedió en el Rey, ha brillado
a continuación en el soldado. Esteban, para merecer
la corona, que significa su nombre, tenía la caridad
como arma y por ella triunfaba en todas partes»
(Sermón 3,1-3).
Puedes también orar con el evangelio del día:
— Todos os odiarán.
Se quiere buscar, Dios mío, el puente que nos
ponga en contacto con el mundo. El buen deseo de
que el mundo nos admita y admita, Jesús, tu
Evangelio y tu Iglesia. Tú nos avisas de que el
mundo odiará tu nombre y, por tu nombre, nos
odiará a nosotros.
155
El mundo no tiene interés por tu doctrina de
sacrificio y de renunciamiento y no quiere saber
nada de la cruz. Tiene otros ideales y otros amores.
El mundo se queda en las cosas de aquí abajo y
además va inspirado, por el maligno, que es
enemigo tuyo y de las almas. Señor, yo quiero estar
contigo, aunque me odie el mundo.
Me alegraré si es verdaderamente el mundo
quien me odia, porque ésta será una señal de que no
soy del mundo, sino que soy tuyo. No es tu
Evangelio quien se tiene que acomodar a los
hombres del mundo, sino ellos se han de acomodar
a tu Evangelio y aceptarlo pura y sencillamente.
No permitas, Jesús, que yo recorte tu Evangelio
para que el mundo lo tenga por aceptable.
—El que persevere hasta el final, se salvará.
Concédeme la perseverancia, Señor, ya que
quieres que yo me salve. Ya que me has dado el
comenzar, dame también el continuar sin
desfallecimientos y el acabar santamente.
Ten misericordia de mi debilidad y de mi
inconstancia. Me canso del continuado esfuerzo y
de esta tensión permanente que es necesaria. Me
desanimo mucho más, cuando se presentan
dificultades imprevistas, cuando ni siquiera basta
para seguir adelante el esfuerzo ordinario de cada
día. Veo, Dios mío, cómo otros retroceden que
tuvieron comienzos generosos y que avanzaban con
alientos. No soy yo más fuerte que ellos, ni tengo
156
mejores cualidades, ni me encuentro en
circunstancias más favorables. Sólo en Ti confío,
Señor, y te suplico que no me abandone tu
misericordia. Me desmoraliza el ejemplo de otros y
tiemblo por mi propia perseverancia.
Quiero poner mis ojos en Ti, buen Maestro, que
llevaste tu cruz hasta consumar en ella tu sacrificio.
Que tu ejemplo me anime en las horas negras de mi
desaliento. Que la fidelidad de tu amor me estimule
a serte fiel hasta la muerte.
Contempla y da gracias a Dios
27 de diciembre. S. Juan Evangelista
Invoca al Espíritu Santo y a la Virgen María
Lee y medita
El primer día de la semana, María Magdalena
echó a correr y fue donde estaba Simón Pedro y el
otro discípulo, a quien quería Jesús, y les dijo: - Se
han llevado del sepulcro al Señor y no sabemos
dónde lo han puesto.
Salieron Pedro y el otro discípulo camino del
sepulcro. Los dos corrían juntos, pero el otro
discípulo corría más que Pedro; se adelantó y llegó
primero al sepulcro; y, asomándose, vio las vendas
en el suelo: pero no entró. Llegó también Simón
Pedro detrás de él y entró en el sepulcro: Vio las
vendas en el suelo y el sudario con que le habían
cubierto la cabeza, no por el suelo con las vendas,
157
sino enrollado en un sitio aparte. Entonces entró
también el otro discípulo, el que había llegado
primero al sepulcro; vio y creyó. Pues hasta
entonces no habían entendido la Escritura: que él
había de resucitar de entre los muertos (Jn 20,2-8).
Ora
Te pueden ayudar estas palabras de S. Agustín:
«La Vida misma se ha manifestado en la carne,
para que, en esta manifestación, aquello que sólo
podía ser visto con el corazón fuera también visto
con los ojos, y de esta forma sanase los corazones.
Pues la Palabra se ve sólo con el corazón, pero la
carne se ve también con los ojos corporales. Éramos
capaces de ver la carne, pero no logramos ver la
Palabra. La Palabra se hizo carne, a la cual podemos
ver, para sanar en nosotros aquello que nos hace
capaces de ver la Palabra…
«Aquéllos vieron, nosotros no; y, sin embargo,
estamos en comunión con ellos, pues poseemos una
misma fe… “Os escribimos esto, para que nuestra
alegría sea completa”. La alegría completa es la que
se encuentra en una misma comunión, una misma
caridad, una misma unidad» (Tratado sobre la
primera Carta de San Juan 1,1-3).
Puedes orar también con el evangelio del día:
— Los dos corrían juntos.
Los impulsa, buen Jesús, el deseo y la esperanza
y el amor. Te han visto morir y oyen que vives.
158
La pena y el terror los tenían paralizados. Pero
ahora corren y se animan el uno al otro. Corren
juntos los que han vivido juntos contigo.
No llega uno antes porque te ama más, Señor,
sino porque es más joven. Te aman los dos. Te
aman todos los que corren hacia Ti. Te aman todos
los que han sufrido contigo.
Y los que te aman, Jesús, no pierden nunca del
todo la esperanza. Aunque no vean y aunque no
acaben de comprender, aunque la inteligencia se
resista a creer; pero el corazón se rebela contra
todas las razones de la inteligencia. Y, al fin, el
corazón triunfa contigo.
Ahora empiezan a descifrar el enigma de tu
muerte, que los tenía aturdidos, el sentido del dolor
y de la cruz. Ahora van a terminar de comprender el
misterio de ciertas palabras tuyas, que no habían
captado todavía.
Todos corremos, Señor, cuando la esperanza
amorosa nos espolea. Pero ¡qué difícil es el caminar
aun lentamente, cuando vamos por la vía dolorosa,
cargados de la cruz!
—Vio y creyó.
Vio el sepulcro vacío, creyó que las sencillas
mujeres habían dicho la verdad. Y se abrió, Señor;
su inteligencia al misterio de tu resurrección.
Es necesario ver y oír, pero no basta eso. Muchos
otros vieron y oyeron lo mismo que tus apóstoles
habían visto y oído. Es necesario correr y
159
esforzarse, como hicieron ellos, para comprobar la
verdad; pero tampoco bastan nuestros esfuerzos.
Es indispensable, Señor, tu revelación interior. Es
indispensable el don tuyo para creer. ¡Bendita sea tu
misericordia, que no te niegas al corazón que no se
niega a Ti! Sales al encuentro del que corre
sinceramente en busca de la verdad.
Me avisas, Dios mío, para que corra; mueves mi
voluntad para que me determine a correr y luego
sales misericordiosamente al encuentro de mi
corazón. Te habían visto muerto, buen Maestro; aún
no te habían visto vivo y resucitado, pero ya creían
que vivías.
Creían más, mucho más de lo que les decían sus
sentidos, porque además de la luz en sus ojos, Tú
ponías una luz misteriosa en su corazón. Creyeron y
se transformó su espíritu y la orientación de su vida.
No terminaba todo en la cruz y en el sepulcro, sino
en la gloria del resucitado. ¡Señor, sufrir y morir
contigo! Este es el camino.
Contempla y da gracias a Dios
28 de diciembre. Santos Inocentes
Invoca al Espíritu Santo y a la Virgen María
Lee y medita
Cuando se marcharon los Magos, el ángel del
Señor se apareció en sueños a José y le dijo: -
Levántate, coge al niño y a su madre y huye a
160
Egipto; quédate allí hasta que yo te avise, porque
Herodes va a buscar al niño para matarlo.
José se levantó, cogió al niño y a su madre, de
noche, se fue a Egipto y se quedó hasta la muerte de
Herodes. Así se cumplió lo que dijo el Señor por el
profeta: - Llamé a mi hijo, para que saliera de
Egipto. Al verse burlado por los Magos, Herodes
montó en cólera y mandó matar a todos los niños de
dos años para abajo, en Belén y sus alrededores;
calculando el tiempo por lo que había averiguado
de los Magos. Entonces se cumplió el oráculo del
profeta Jeremías: «Un grito se oye en Ramá: llanto
y lamentos grandes: es Raquel que llora por sus
hijos, y rehúsa el consuelo, porque ya no viven.»
(Mt 2,13-18).
Ora
Considera en tu oración estas palabras de San
Quodvultdeus que te dan el sentido de la fiesta
de hoy:
«Nace un niño pequeño, que es un gran Rey. Los
magos son atraídos desde lejos; vienen a adorar al
que todavía yace en el pesebre, pero que reina al
mismo tiempo en el cielo y en la tierra. Cuando los
magos le anuncian a Herodes que ha nacido un Rey,
él se turba, y para no perder su reinado, lo quiere
matar. Si hubiera creído en Él, estaría seguro en la
tierra y reinaría sin fin en la otra vida.
161
«“¿Qué temes, Herodes, al oír que ha nacido un
Rey? Él no ha venido a expulsarte a ti, sino para
vencer al Maligno. Pero tú no entiendes estas cosas,
y por ello te turbas y te enfureces, y, para que no
escape el que buscas, te muestras cruel, dando
muerte a tantos niños. Ni el dolor de las madres que
gimen, ni el lamento de los padres por la muerte de
sus hijos, ni los quejidos y los gemidos de los niños
te hacen desistir de tu propósito. Matas el cuerpo de
los niños, porque el temor te ha matado a ti el
corazón”…
«Los niños sin saberlo, mueren por Cristo; los
padres hacen duelo por los mártires. Cristo ha hecho
dignos testigos suyos a los que todavía no podían
hablar. He aquí de qué manera reina el que ha
venido para reinar. He aquí que el libertador
concede libertad y el salvador da la salvación… ¡Oh
gran don de la gracia! ¿De quién son los
merecimientos para que triunfen así los niños?
Todavía no hablan, y ya confiesan a Cristo. Todavía
no pueden entablar batalla, valiéndose de sus
propios miembros, y ya consiguen la palma de la
victoria» (Sermón 2, sobre el Símbolo).
Puedes orar ahora con el evangelio del día:
— Cogió al niño y a su madre, de noche.
Hay prisa, Jesús, en ponerte a salvo. Sin aguardar
al día, en el silencio y en las sombras de la noche,
José se levanta a la voz del ángel. Como siempre
162
hay prisa o debe haberla en seguir tus indicaciones,
Dios mío. ¡Qué diferentes son mis vacilaciones y
mis excusas dilatorias! Rehúyo el sacrificio y
pierdo, Señor, las oportunidades que me brinda tu
gracia.
No reflexiono en que, cuando Tú me avisas, es
por mi bien y para librarme de peligros, en que yo
incautamente estaba dormido. No advierto que me
va mucho en que sea ahora y al momento; que los
problemas no se resuelven con sólo aplazarlos y
que, cuando Tú llamas ahora, es ahora precisamente
la ocasión para levantarme y seguir tu voz.
—Y mandó matar a todos los niños.
¡Qué crueldad tan insensata y tan inútil! ¡Oh pe-
queño Jesús, vida recién aparecida en el mundo, a la
cual tan pronto buscan para la muerte! ¡Qué pronto
empiezas a ser señal de contradicción!
Son segadas, apenas sin abrir, pequeñas flores
como víctimas de una grande y agitada ambición.
Es vana la astucia monstruosa de Herodes.
Porque fallan, Señor, los cálculos de los hombres,
cuando son contra Ti. Esos niñitos, sin malicia y en
la inconsciencia de sus pocos meses, florecieron a tu
amor, antes que pudieran ser marchitados por los
odios o por los amores impuros del mundo.
Como tantos inocentes que Tú rescatas, Señor,
para Ti cuando parece que los pierde el egoísmo o
la pasión torpe de los hombres. Sucumben al odio
163
ajeno, pero son ganados por tu amor.
¡Bienaventurados los que padecen persecución!
Contempla y da gracias a Dios
29 de diciembre
Invoca al Espíritu Santo y a la Virgen María
Lee y medita
Cuando llegó el tiempo de la purificación de
María según la ley de Moisés, llevaron a Jesús a
Jerusalén para presentarlo al Señor (de acuerdo
con lo escrito en la ley del Señor: «todo
primogénito varón será consagrado al Señor», y
para entregar la oblación: como dice la ley del
Señor : «un par de tórtolas o dos pichones».
Vivía entonces en Jerusalén un hombre llamado
Simeón, hombre honrado y piadoso, que aguardaba
el consuelo de Israel; y el Espíritu Santo moraba en
él. Había recibido un oráculo del Espíritu Santo,
que no vería la muerte antes de ver al Mesías del
Señor. Impulsado por el Espíritu Santo fue al
templo. Cuando entraban con el Niño Jesús sus
padres para cumplir con él lo previsto por la ley,
Simeón lo tomó en brazos y bendijo a Dios
diciendo:
«Ahora, Señor, según tu promesa, puedes dejar a
tu siervo irse en paz; porque mis ojos han visto a tu
Salvador, a quien has presentado ante todos los
pueblos: luz para a1umbrar a las naciones, y gloria
164
a tu pueblo, Israel.» Simeón los bendijo diciendo a
María, su madre: - Mira: Este está puesto para que
muchos en Israel caigan y se levanten; será como
una bandera discutida: así quedará clara la actitud
de muchos corazones. Y a ti, una espada te
traspasará el alma. (Lc 2,22-35).
Ora
Te puede ayudar a orar este comentario de
evangelio:
“Jesús, María y José se someten a la ley judaica.
La ley que ordenaba la presentación del primogénito
al Señor y la purificación de la madre no afectaban
ni a Jesucristo ni a la Virgen María, pero
obedecieron. Jesús es ofrecido en el templo de
manos de la Virgen María y de San José.
Inspirada por el Espíritu Santo, María conoce
perfectamente el gran misterio que nos relata el
Evangelio de hoy. Comprende el significado y el
valor del sacrificio que Ella realiza. Identificada en
absoluto con los sentimientos sacrificiales de su
divino Hijo, María lo ofrece al Padre con la misma
abnegación, con el mismo desprendimiento con que
se ofrece el propio Jesús. Sacrifica generosamente
con un total e incondicional fiat en sus labios y en
su corazón lo que Ella más quiere y ama, su Todo.
Lo hace en nombre y en representación nuestra y
para nuestra salvación.
Estamos ante uno de los momentos más
solemnes de la vida de la Virgen María, de la vida
165
de la humanidad, de la vida de todos y de cada uno
de nosotros. Es la primicia del Calvario. También
comienza para Ella su sacrificio. Su alma será
traspasada por la espada del dolor (Lc 2,25). Se
ofrece también Ella por nosotros, juntamente con su
Hijo. Ya se vislumbra el día en que, a los pies de la
cruz, completará con Jesús la oblación comenzada
hoy en el templo. El fiat de la Anunciación tuvo
muchos momentos de prolongación crucificada en
su vida” (Manuel Garrido Bonaño).
— Llevaron a Jesús a Jerusalén para presentarlo al
Señor.
En brazos de tu Madre, dulce Niño, vas ahora a
Jerusalén para cumplir con las prescripciones de la
Ley. Te llevan para ofrecerte exterior y ritualmente,
aunque Tú ya te has ofrecido en tu corazón, desde el
primer momento de tu existencia temporal.
En su nombre y en el tuyo, van tus padres a hacer
un ofrecimiento que Tú renovarás años después con
sangre en tu nombre y en el nuestro.
Jesús, Tú estás ofrecido al Señor como
primogénito de todas las criaturas; y para simbolizar
este ofrecimiento, se ofrecía a Dios las primicias de
cuanto tenía vida sobre la tierra. De todo corazón te
ofrece tu Madre para cooperar a la misión con que
has venido a nosotros.
¡Dios mío, que mis pensamientos no sean
formularios, que todas mis cosas y yo con ellas
estén siempre y sin retorno consagradas a Ti!
166
—No vería la muerte antes de ver al Mesías del
Señor.
Descúbrete a mis ojos, Jesús, y que yo te vea
antes de morir. Que te vea no con mis ojos del
cuerpo, que sería fugaz visión y se borraría pronto,
sino con los ojos iluminados de mi interior.
Que tu imagen esté limpia y viva y constante ante
los ojos de mi fe. No te lo pido, Señor, para mi
consuelo y para la satisfacción de mi espíritu, sino
para que Tú seas la meta de todas mis aspiraciones
y para que no haya ninguna otra visión que me
seduzca y que me arrastre.
Que yo te vea, Señor, antes de morir; no con esta
fe lánguida y borrosa, que no sacia mi corazón y no
transforma mi vida. Que te vea con la visión de los
santos; que te vea, para que me entregue sin
vacilaciones y sin inconstancias.
Aunque Tú exiges que me entregue para que te
pueda ver; que me entregue a oscuras para que me
ilumine la luz de tu rostro.
—Mis ojos han visto a tu Salvador.
Dios de misericordia y de bondad, que te has
compadecido de nosotros y has enviado a tu Hijo
para que nos traiga la salvación. ¡Jesús, Hijo de
Dios, venido en carne, que te presentas ante
nuestros ojos para que te veamos y nos traes
sensible y manifiestamente la salvación!
Mis ojos, que han visto tantas desgracias de otros
y mías, ven ahora la salvación que se nos ofrece.
167
¡Ven los ojos, para que se despierten los deseos y
acudamos a Ti, oh Jesús, oh Salvador! Eres
Salvador y eres la misma salvación de cuantos se
unen a Ti. ¡Cuánto tiempo tuvieron que esperar los
ojos del viejo Simeón hasta que pudieron verte! Y
los míos te ven, apenas se abren a la luz. Te vieron
los ojos del anciano y no quisieron ver ya ninguna
otra cosa; ¡ojos que habían sufrido tan largo tiempo
con las visiones de la tierra!
Yo abro los míos y espero ver cosas que me den
placer y me anuncien felicidad. Hasta que te vea de
verdad a Ti, Señor Jesús, y se apague toda
curiosidad de cosas transeúntes y perecederas
Contempla y da gracias a Dios
30 de diciembre
Invoca al Espíritu Santo y a la Virgen María
Lee y medita
En aquel tiempo, había una profetisa, Ana, hija
de Fanuel, de la tribu de Aser. Era una mujer muy
anciana; de jovencita había vivido siete años
casada, y llevaba ochenta y cuatro de viuda; no se
apartaba del templo día y noche, sirviendo a Dios
con ayunos y oraciones. Acercándose en aquel
momento, daba gracias a Dios y hablaba del niño a
todos los que aguardaban la liberación de Israel.
Y cuando cumplieron todo lo que prescribía la
Ley del Señor se volvieron a Galilea, a su ciudad de
Nazaret. El niño iba creciendo y robusteciéndose, y
168
se llenaba de sabiduría, y la gracia de Dios lo
acompañaba (Lc 2, 36-40).
Ora
Te puede ayudar a orar este comentario de San
Agustín al evangelio de hoy:
«Grandes fueron los méritos de Ana, aquella
viuda santa. Había vivido siete años con su marido;
muerto él, había llegado a la ancianidad, y en su
santa vejez esperaba la infancia del Salvador, para
verlo pequeño, ya entrada ella en años; para
reconocerlo, ya viejecita, y para ver entrar en el
mundo al Salvador, ella que estaba a punto de salir
de él… El anciano Simeón, cuya edad iba pareja con
la de Ana, había vivido también muchos años, y
había recibido la promesa de que no conocería la
muerte sin haber visto antes a Cristo, al Señor.
Comprended, hermanos cuán grande era el deseo de
ver a Cristo que tenían los santos antiguos. Sabían
que tenía que venir» (Sermón 370,1-2).
— No se apartaba del templo día y noche,
sirviendo a Dios.
Este es el elogio que se hace de esa buena mujer.
Su larga carrera en este mundo se sintetiza en eso,
como en suprema sabiduría: «Servía día y noche.»
Como alguna vez dirás Tú, Señor Jesús, de Ti
mismo que no habías venido a ser servido, sino a
servir. ¡Qué dichoso es el que hace otro tanto!
169
Pero ¿a quién servía la pobre anciana? Y ¿en qué
podía servir con sus tantos años? Sin pensar en sí
misma, estaba a disposición de los demás. Sus ya
escasas fuerzas, pero todas ellas y todo su tiempo lo
entregaba en generoso y abnegado servicio. No
pensaba en sus propias necesidades o en los
derechos de su edad, cuando más podría reclamar
los servicios de los otros que prestar los suyos.
Servía con un cuerpo agotado, pero con una
voluntad siempre dispuesta. ¡Qué difícil es, Dios
mío, este servir siempre!
En definitiva, te servía a Ti, Señor de todos,
puesto que no abandonaba el templo. Y, en tu casa y
por amor tuyo, servía a cuantos necesitaban de ella.
¡Qué lección para mi egoísmo, que se repliega y que
exige, pero que rara vez piensa en servir a los
demás!
El Niño que nos ha nacido de María es el
Salvador tan largamente esperado. Así lo proclama
Ana en el templo. La Palabra de Dios, que
permanece para siempre, se ha hecho carne, y sacia
las esperanzas de un pueblo. Este pueblo está
presente en los ojos y en las manos de Ana, la
profetisa, mujer viuda que ha gastado su vida en
ayunos y oraciones junto al templo. La oración de
súplica se transforma así en alabanza ante todos los
que esperaban la redención.
Contempla y da gracias a Dios
170
31 de diciembre
Invoca al Espíritu Santo y a la Virgen María
Lee y medita
En el principio ya existía la Palabra, y la
Palabra estaba junto a Dios, y la Palabra era Dios.
La Palabra en el principio estaba junto a Dios. Por
medio de la Palabra se hizo todo, y sin ella no se
hizo nada de lo que se ha hecho. En la Palabra
había vida, y la vida era la luz de los hombres. La
luz brilla en la tiniebla, y la tiniebla no la recibió.
Surgió un hombre enviado por Dios, que se
llamaba Juan: éste venía como testigo, para dar
testimonio de la luz, para que por él todos vinieran
a la fe. No era él la luz, sino testigo de la luz. La
Palabra era la luz verdadera, que a1umbra a todo
hombre. Al mundo vino y en el mundo estaba; el
mundo se hizo por medio de ella, y el mundo no la
conoció. Vino a su casa, y los suyos no la
recibieron. Pero a cuantos la recibieron, les da
poder para ser hijos de Dios, si creen en su nombre.
Estos no han nacido de sangre, ni de amor carnal,
ni de amor humano, sino de Dios. Y la Palabra se
hizo carne, y acampó entre nosotros, y hemos
contemplado su gloria: gloria propia del Hijo único
del Padre, lleno de gracia y de verdad. (Juan da
testimonio de él y grita diciendo: - Este es de quien
dije: «el que viene detrás de mí pasa delante de mí,
porque existía antes que yo». Pues de su plenitud
todos hemos recibido gracia tras gracia: porque la
ley se dio por medio de Moisés, la gracia y la
171
verdad vinieron por medio de Jesucristo. A Dios
nadie lo ha visto jamás: El Hijo único, que está en
el seno del Padre, es quien lo ha dado a conocer (Jn
1, 1-18).
Ora
— En el principio ya existía la Palabra.
Hace cuatro días aparecí yo en el mundo y en la
vida. Y ya existía, Dios mío, todo este conjunto de
cosas que me rodean, que me seducen o que me
repelen y que me hacen girar locamente con choque
de encontrados movimientos. Un día aparecí yo, sin
darme cuenta del cuándo, ni del cómo. No pude
evitarlo en el momento de mi aparición; no pude
quererlo, ni temerlo, ni procurarlo, ni impedirlo
antes, porque' nada era. Todo se desenvolvía sin mí
y mi aparición no significó apenas nada perceptible
en el orden de los seres. Y ya entonces existías Tú,
Señor y Dios mío.
Existías antes que yo fuera y antes que fueran las
demás cosas que existen. Cuando nada existía y
cuando los tiempos no habían comenzado, oh Verbo
del Padre, desde entonces y desde antes y desde
siempre eres Tú. Cuando no había antes, ni después;
en tu inmoble y plena eternidad.
Con la multitud de seres que han ido
apareciendo no ha crecido tu grandeza, ni tu
beatitud. No eres más, ni menos. No hay evolución,
ni mudanza en Ti, como en mí —diminuto ser—que
tengo mi aurora y mi ocaso y que voy rodando sin
172
tino en los días de mi existencia. ¡Oh Verbo! ¡Oh
Vida! ¡Oh Ser!
— Por medio de la Palabra se hizo todo.
Oh sabiduría eterna, ilumina mis ojos. Que yo
sepa romper la cáscara y penetrar a través de los
seres y de los sucesos de la vida. Que yo descubra tu
acción y tu intervención en todas las cosas: no
solamente en la creación primerísima, que conozco
por la fe, sino también en la evolución posterior y en
el desarrollo de cuanto después viene sucediéndose.
Que vea tu mano poderosa y tu providencia
sapientísima, aun en las más pequeñas
menudencias, que me suceden cada día. Todo ha
sido hecho por Ti, Señor. Ilumina mis ojos y no se
conturbará tan fácilmente mi corazón.
Pierdo la paz, Dios mío, y me altero porque no
te veo a Ti. Veo la intervención, la buena o la mala
voluntad de las criaturas y lucho contra ellas y
resisto a lo que Tú quieres. Porque detrás de toda
acción de las criaturas está tu mano misteriosa.
Tú, sin embargo, lo haces con infinito amor y
buscas mi santidad y que me acerque a Ti. Buscas el
que yo me desprenda de las criaturas y entre en
contacto contigo.
—La luz brilla en la tiniebla.
Bendito seas, Señor, porque enciendes tu luz y
nos das ojos para verla. Seas mil veces bendito, en
173
la noche de mi corazón, porque he visto parpadear
siempre alguna estrella. A nadie dejas nunca en
absoluta oscuridad. Algún lucero en las alturas o
siquiera alguna diminuta luciérnaga en el campo le
hará recordar y desear tu luz indeficiente.
Siempre es posible verte, aunque eres el
Invisible. Siempre es posible llegar a Ti, porque Tú
haces llegar hasta nosotros algún pálido destello de
tu luz. Bendito seas, Señor, porque las tinieblas no
reinan definitivamente entre los hombres; porque
alguna luz reanima siempre la esperanza de
nuestros ojos.
En la noche del paganismo, en esta densa noche
de nuestra civilización tan ciega, aun en los
corazones más negros, siempre y en todas partes
brilla alguna luz que viene de Ti. Y las tinieblas,
por muy oscuras que sean, no pueden sofocarla del
todo. Bendita sea tu luz, Señor.
Contempla y da gracias a Dios
Domingo I de Navidad
Fiesta de la Sagrada Familia
Para comprender y meditar esta fiesta es muy
adecuada la alocución de Pablo VI en Nazaret el 3
de enero de 1964 sobre Nazaret:
«Nazaret es la escuela donde empieza a
entenderse la vida de Jesús, es la escuela donde se
174
inicia el conocimiento de su Evangelio. Aquí
aprendemos a observar, a escuchar, a meditar, a
penetrar en el sentido profundo y misterioso de esta
sencilla, humilde y encantadora manifestación del
Hijo de Dios entre los hombres. Aquí se aprende
incluso, quizá de una manera casi insensible, a
imitar esta vida.
«Aquí se nos revela el método que nos hará
descubrir quién es Cristo. Aquí comprendemos la
importancia que tiene el ambiente que rodeó su vida
durante su estancia entre nosotros, y lo necesario
que es el conocimiento de los lugares, los tiempos,
las costumbres, el lenguaje, las prácticas religiosas,
en una palabra, de todo aquello de lo que Jesús se
sirvió para revelarse al mundo. Aquí todo habla,
todo tiene su sentido.
«Aquí, en esta escuela, comprendemos la
necesidad de una disciplina espiritual si queremos
seguir las enseñanzas del Evangelio y ser discípulos
de Cristo. ¡Cómo quisiéramos ser otra vez niños y
volver a esta humilde pero sublime escuela de
Nazaret! ¡Cómo quisiéramos volver a empezar,
junto a María, nuestra iniciación a la verdadera
ciencia de la vida y a la más alta sabiduría de la
verdad divina!
«Pero estamos aquí como peregrinos y debemos
renunciar al deseo de continuar en esta casa el
estudio, nunca terminado, del conocimiento del
Evangelio. Mas no partiremos de aquí sin recoger
175
rápida, casi furtivamente, algunas enseñanzas de la
lección de Nazaret.
«Su primera lección es el silencio. Cómo
desearíamos que se renovara y fortaleciera en
nosotros el amor al silencio, este admirable e
indispensable hábito del espíritu, tan necesario para
nosotros, que estamos aturdidos por tanto ruido,
tanto tumulto, tantas voces de nuestra ruidosa y en
extremo agitada vida moderna. Silencio de Nazaret,
enséñanos el recogimiento y la interioridad,
enséñanos a estar siempre dispuestos a escuchar las
buenas inspiraciones y la doctrina de los verdaderos
maestros. Enséñanos la necesidad y el valor de una
conveniente formación del estudio, de la
meditación, de una vida interior intensa, de la
oración personal que sólo Dios ve.
«Se nos ofrece además una lección de vida
familiar. Que Nazaret nos enseñe el significado de la
familia, su comunión de amor, su sencilla y austera
belleza, su carácter sagrado e inviolable, lo dulce e
irreemplazable que es su función en el plano social.
«Finalmente, aquí aprendemos también la
lección del trabajo. Nazaret, la casa del hijo del
artesano: cómo deseamos comprender más en este
lugar la austera pero redentora ley del trabajo
humano y exaltarla debidamente; restablecer la
conciencia de su dignidad, de manera que fuera a
todos patente; recordar aquí, bajo este techo, que el
trabajo no puede ser un fin en sí mismo, y que su
dignidad y la libertad para ejercerlo no provienen
176
tan sólo de sus motivos económicos, sino también
de aquellos otros valores que lo encauzan hacia un
fin más noble».
Ciclo A
Invoca al Espíritu Santo y a la Virgen María
Lee y medita
Cuando se marcharon los Magos, el ángel del
Señor se apareció en sueños a José y le dijo: -
Levántate, coge al niño y a su madre y huye a
Egipto; quédate allí hasta que yo te avise, porque
Herodes va a buscar al niño para matarlo.
José se levantó, cogió al niño y a su madre de
noche; se fue a Egipto y se quedó hasta la muerte de
Herodes; así se cumplió lo que dijo el Señor por el
Profeta: «Llamé a mi hijo para que saliera de
Egipto.
Cuando murió Herodes, el ángel del Señor se
apareció de nuevo en sueños a José en Egipto y le
dijo: -Levántate, coge al niño y a su madre y
vuélvete a Israel; ya han muerto los que atentaban
contra la vida del niño. Se levantó, cogió al niño y a
su madre y volvió a Israel. Pero al enterarse de que
Arquelao reinaba en Judea como sucesor de su
padre Herodes tuvo miedo de ir allá. Y avisado en
sueños se retiró a Galilea y se estableció en un
pueblo llamado Nazaret. Así se cumplió lo que
dijeron los profetas, que se llamaría nazareno (Mt
2,3-15.19-23).
177
Ora
Coge al Niño y a su Madre y huye a Egipto. Una
paternidad perfectamente responsable en José y
María hizo de sus vidas una inmolación permanente
en favor de aquel Hijo divino, que el mimo Dios
había confiado a su responsabilidad de padres. Éste
fue el condicionamiento glorioso y definitivo de
toda su vida familiar.
— Cogió al niño y a su madre.
Esta es la gloria y la responsabilidad que has
cargado, Dios mío, sobre el bendito José. El es en la
tierra el instrumento de tu providencia para proteger
al Niño y a la Madre en todo peligro.
Como si Tú mismo no pudieras protegerlos por
misteriosos caminos. Pero te amoldas, Señor, a los
caminos humanos y quieres que tu Hijo esté sujeto a
las contingencias que sobrevienen a los hijos de los
hombres. No ahorras al Niño y a la Madre esas
peregrinaciones tempranas, repentinas y difíciles, el
ir de un país a otro en busca de pacífica seguridad.
No ahorras al corazón de José las graves
preocupaciones de la misión que has señalado a su
vida en este mundo. Son preocupaciones pesadas,
pero no angustiosas; porque nunca se angustia el
que sabe, Señor, que está en tus manos y sólo va
por los caminos que Tú le trazas.
¿Qué le importa vivir en Palestina o en Egipto o
deambular en peregrinación permanente, si va
siempre con el Niño y con su Madre?
178
¡Qué accidental y minúsculo es todo lo demás, si
esto no le falta! ¡Con qué seguridad y con qué paz
va su propio corazón, mientras procura la paz y la
seguridad de los que están bajo su custodia!
Dichoso el que, donde quiera que esté, vive siempre
su misteriosa compañía.
— Han muerto los que atentaban contra la vida del
niño.
Este es, Señor, el fin irreparable y brusco que en-
cuentran todas las ambiciones y aun todas las
actividades de los hombres. La muerte vino a
robarle a Herodes el trono, que él quería asegurar
con la muerte tuya.
Tú escapas, Jesús, a las astucias del tirano,
porque no había llegado la hora señalada por tu
Padre; pero él no escapa a la cita inapelable de la
muerte. Con ella se le acabó su arbitrariedad y su
insolente poder. Y empezó para él la justicia, de que
se había burlado siempre.
No te buscó como te buscaron los magos y no
encontró, como ellos, su salvación y tu vida.
Porque Tú te dejas encontrar por los que te
buscan con sencillo corazón y te alejas de los
corrompidos, que quieren eliminarte, para gozar sin
perturbaciones del placer que le arrancan a la vida.
Contempla y da gracias a Dios
179
Ciclo B
Invoca al Espíritu Santo y a la Virgen María
Lee y medita
Cuando llegó el tiempo de la purificación de
María, según la ley de Moisés, llevaron a Jesús a
Jerusalén, para presentarlo al Señor (de acuerdo
con lo escrito en la ley del Señor. «Todo
primogénito varón será consagrado al Señor») y
para entregar la oblación (como dice la ley del
Señor: «un par de tórtolas o dos pichones»).
Vivía entonces en Jerusalén un hombre llamado
Simeón, hombre honrado y piadoso, que aguardaba
el Consuelo de Israel; y el Espíritu Santo moraba en
él. Había recibido un oráculo del Espíritu Santo.
que no vería la muerte antes de ver al Mesías del
Señor. Impulsado por el Espíritu Santo, fue al
templo. Cuando entraban con el Niño Jesús sus
padres (para cumplir con él lo previsto por la ley),
Simeón lo tomó en brazos y bendijo a Dios
diciendo: - Ahora, Señor, según tu promesa, puedes
dejar a tu siervo irse en paz; porque mis ojos han
visto a tu Salvador, a quien has presentado ante
todos los pueblos: luz para a1umbrar a las
naciones, y gloria de tu pueblo, Israel.
José y María, la madre de Jesús, estaban
admirados por lo que se decía del niño. Simeón los
bendijo diciendo a María, su madre: - Mira: Este
está puesto para que muchos en Israel caigan y se
levanten; será como una bandera discutida: así
180
quedará clara la actitud de muchos corazones. Y a
ti una espada te traspasará el alma.
Había también una profetisa, Ana, hija de
Fanuel, de la tribu de Aser. Era una mujer muy
anciana: de jovencita había vivido siete años
casada, y llevaba ochenta y cuatro de viuda; no se
apartaba del templo día y noche, sirviendo a Dios
con ayunos y oraciones. Acercándose en aquel
momento, daba gracias a Dios y hablaba del niño a
todos los que aguardaban la liberación de Israel.
Y cuando cumplieron todo lo que prescribía la
Ley del Señor, se volvieron a Galilea, a su ciudad
de Nazaret. El niño iba creciendo y
robusteciéndose, y se llenaba de sabiduría; y la
gracia de Dios lo acompañaba (Lc 2,22-40).
Ora
El Niño iba creciendo y se llenaba de sabiduría. En
la más estricta fidelidad amorosa a la Luz del Señor,
Jesús verifica su misión sacerdotal de glorificador
del Padre y salvador de los hombres. Este misterio
permanece guardado continuamente en el marco de
una absoluta fidelidad a la Ley del Señor.
Puedes orar como en las páginas 164-167.
Contempla y da gracias a Dios
181
Ciclo C
Invoca al Espíritu Santo y a la Virgen María
Lee y medita
Los padres de Jesús solían ir cada año a
Jerusalén por las fiestas de Pascua. Cuando Jesús
cumplió doce años, subieron a la fiesta según la
costumbre, y cuando terminó, se volvieron; pero el
niño Jesús se quedó en Jerusalén, sin que lo
supieran sus padres. Estos, creyendo que estaba en
la caravana, hicieron una jornada y se pusieron a
buscarlo entre los parientes y conocidos; al no
encontrarlo, se volvieron a Jerusalén en su busca.
A los tres días, lo encontraron en el templo,
sentado en medio de los maestros, escuchándolos y
haciéndoles preguntas: todos los que le oían,
quedaban asombrados de su talento y de las
respuestas que daba.
Al verlo, se quedaron atónitos, y le dijo su
madre: - Hijo, ¿por qué nos has tratado así? Mira
que tu padre y yo te buscábamos angustiados. El les
contestó. -¿Por qué me buscabais? ¿No sabíais que
yo debía estar en la casa de mi Padre?
Pero ellos no comprendieron lo que quería decir.
El bajó con ellos a Nazaret y siguió bajo su
autoridad. Su madre conservaba todo esto en su
corazón. Y Jesús iba creciendo en sabiduría, en
estatura en gracia ante Dios y los hombres (Lc
2,41-52)
182
Ora
— Sin que lo supieran sus padres.
Los caminos de tu providencia, Dios mío, son
siempre seguros, pero muchas veces escapan a
todas nuestras previsiones.
No valen diligencias ni atención ninguna, cuando
Tú quieres ocultar tus misterios. A veces los
escondes en planos, donde no puede llegar la
criatura; y a veces te vales de los mismos
acontecimientos ordinarios de la vida, para que
inadvertidamente se realicen tus proyectos.
Tú no consultas el parecer o la voluntad de los
hombres, sino cuando se trata de las obras en que
Tú quieres la colaboración libre de cada uno.
Pero los caminos generales de tu providencia
siguen tan sólo el plan de tu voluntad santísima y a
mí me toca adorarlos siempre y darte gracias,
porque lo dispones todo con suavidad y eficacia
para el bien de los que te aman.
—¿Por qué nos has tratado así?
¡Cómo son escondidas y misteriosas tus
motivaciones, oh Jesús! Los hechos están patentes:
tus hechos, tus acciones, tus palabras. Pero el hondo
sentido de todo eso, ¿cómo podré penetrarlo, si Tú
no me lo enseñas?
No puedo conjeturarlo, por lo que comúnmente
sucede entre nosotros, porque tus perspectivas,
Señor, no son las nuestras.
183
Cuántos porqués en los cuales yo quisiera
sumergirme, lleno de veneración y de ansias y de
resignación humildísima.
¿Por qué, Jesús, por qué lo has hecho así? Aun
sin conocerlos, adoro tus motivos. Son eternos y
santos y de insondable sabiduría.
En cambio, ¿por qué lo he hecho yo así' contigo?
Son motivos rastreros y del momento, motivos
caprichosos, que me avergüenzan y que no explican
nada. ¿Por qué lo he hecho así? Y se levanta contra
mí tu pregunta, a la que no puedo responder.
— Ellos no comprendieron lo que quería decir.
Señor, ¿quién puede penetrar la profundidad
insondable de tus palabras? Están repletas de
misterios y de lecciones.
Cuando Tú hablas siquiera una sola palabra allá
en lo interior del corazón, no basta toda la vida para
desentrañarla suficientemente. Y, sin embargo,
cualquier palabra tuya, si se acoge con sencillez y
aunque sólo se entienda ligeramente, acalla el
hambre de la inteligencia y deja el corazón
embriagado con los ecos de tu voz.
¡Habla en mí esas palabras que Tú sabes decir y
callen todas las criaturas para que yo te oiga bien!
Habla, Señor, y pueda yo meditar largamente tus
enseñanzas.
¿Qué me importan las curiosidades humanas, que
me entretienen sin provecho y que se agotan antes
de colmar mis deseos? Curiosidades que me
184
inquietan, pero que no traen la paz y la plenitud a
mi ser. Habla, Señor.
— El bajó con ellos a Nazaret y siguió bajo su
autoridad.
Estabas, buen Jesús, sometido a ellos y dependías
de ellos. Como niño, eras débil e inexperto y
necesitado de orientación y apoyo. Ellos eran más
fuertes y conocían la vida y llevaban adelante el
hogar.
Estaban allí para cuidar de Ti, guardarte y
sustentarte. Estaban allí para tu servicio, oh pequeño
Jesús. Como los grandes deben estar al servicio de
los pequeños. Esta es la humilde misión de los
grandes: servir a los pequeños e inferiores. Y esa
misión es también un género de sumisión; la
sumisión de los que pueden más, de los que están
arriba.
Pero Tú estás abajo, Jesús, porque eres pequeño.
Tu sumisión ahora es la de estar abajo, la de estar
debajo. Tu sumisión es la de quien no puede sin
ellos, no sabe sin ellos, no te vales sin ellos. Tu
sumisión es la de los pequeños. ¡Oh misterio de
Jesús pequeñito y necesitado y sometido!
¡Qué conciencia tan viva de que el pequeño soy
yo y lo necesito todo, todo de Ti!
—Su Madre conservaba todo esto en su corazón.
Por mi ligereza de espíritu se me escapan, Dios
mío, los misterios de tu providencia y no veo cómo
tu mano va gobernando los sucesos de mi vida y del
mundo. Mis sentidos van captando los mil
185
acontecimientos de cada día, pero apenas caigo en
la cuenta del lazo que interiormente los une y del
sentido que los anima.
Me empeño muchas veces en leer en ellos las
intenciones de las criaturas y sus móviles ocultos,
pero no calo más adentro, allí donde está agitándose
el misterio de tu sabiduría y de tu amor.
No sé leer las lecciones que Tú das en todo, y,
cuando llego a leerlas, pronto las olvido, porque no
las guardo en mi corazón y las medito en silencio,
como hacía tu Madre.
Los sucesos son muchos y dispersan mi atención.
Pero lo interesante no es lo que escriben las criaturas
con sus torpes renglones, sino lo que entre ellos vas
escribiendo Tú mismo con misterioso sentido.
Contempla y da gracias a Dios
1 de enero
Bienaventurada Virgen Madre de Dios
Invoca al Espíritu Santo y a la Virgen María
Lee y medita
En aquel tiempo los pastores fueron corriendo y
encontraron a María y a José y al niño acostado en
el pesebre. Al verlo, les contaron lo que les habían
dicho de aquel niño.
Todos los que lo oían se admiraban de lo que
decían los pastores. Y María conservaba todas estas
186
cosas, meditándolas en su corazón. Los pastores se
volvieron dando gloria y alabanza a Dios por lo que
habían visto y oído; todo como les habían dicho.
Al cumplirse los ocho días tocaba circuncidar al
niño, y le pusieron por nombre Jesús, como lo había
llamado el ángel antes de su concepción (Lc 2, 16-
21).
Ora
Puede ayudarte este comentario de la fiesta:
“Encontraron a María, a José y al Niño. Al
cumplirse los ocho días impusieron al niño por
nombre Jesús. Desde el primer momento de la
Encarnación encontramos realmente a Jesús, nuestra
paz y reconciliación, en María, con María, por la
Virgen María.
La entrada de Dios en nuestra historia es como
un encuentro entre la miseria de los hombres y la
misericordia gloriosa de Dios. Y la Virgen María es
un símbolo de la Iglesia. Como ella, la Virgen toma
la preciosa sangre sacrificial de Cristo y se la ofrece
a Dios sin descanso, todos los días y a todas las
horas; se la ofrece por la pobre, por la extraviada y
pecadora humanidad, que siempre está en guerra en
algún lugar y para quien pide la paz.
La Iglesia sabe que el Hijo de Dios vino al
mundo y derramó su sangre por la salvación de los
hombres. Por eso la salvación constituye para ella su
máxima y primordial preocupación. La Iglesia
quiere la paz entre los hombres y por eso acude con
187
su plegaria a la Madre del Príncipe de la paz, para
que la otorgue ampliamente a la humanidad.
También en las letanías lauretanas invoca la Iglesia
a la Virgen María como Reina de la paz” (Manuel
Garrido Bonaño).
Ahora puedes orar con el evangelio del día:
—Encontraron a María y a José y al Niño.
Dios mío, este encuentro vale más que la
aparición de los ángeles. Aunque los ángeles bajan
con música y con resplandores y aquí no hay más
que recogimiento y sencillez, pero los ángeles no
pretenden sino encaminar hasta aquí, hasta el
pesebre.
De tu rostro, Niño pequeñito, irradia una luz que
ilumina tu ser y que también ilumina el mío y los
caminos de la vida.
Benditos María y José, que están contigo, y
bendito Tú, Niño, que llenas el corazón de ellos y el
corazón de todo el que te ve y te reconoce en la
humildad del pesebre. Bendito Tú, que santificas el
pesebre y la pobreza y unges de divinos encantos la
sencillez de la vida.
Bendito el que sabe dejarlo todo para encontrarte
a Ti. Bendito el que en todo, en las estrellas, en los
ángeles, no encuentra sino impulsos para buscarte.
—Meditándolas en su corazón.
No me satisface, Señor, ni me aprovecha ser
espectador de tus misterios. No me basta escuchar
188
tus palabras con los oídos de la carne. Tengo que
mirar y oír con el corazón. ¿De qué me sirve la pura
curiosidad intelectual, que busca noticias y
milagros?
Conozco tus obras y tus milagros, tu nacimiento y
tu cruz; he oído todos tus discursos, tus
conversaciones y hasta las frases sueltas que
salieron de tus labios. Y no soy mejor que los que
nada de eso saben. No estoy, Dios mío, contento y
no puedo estarlo. ¿Qué más me falta? ¿No será eso:
escuchar y mirar con el corazón? Es decir,
largamente, ansiosamente, no como quien quiere
saber, sino como quien quiere vivir y encontrarse
contigo, para llegar a compenetrarse totalmente.
Como María, tu dulce Madre. Lo veía todo, lo oía
todo y todo lo guardaba en su corazón. Allí muy
despacio lo revivía para sí misma.
Señor, mi corazón quiere abrir así todos sus senos
y llenarse de Ti. Nada me interesan cavilaciones y
preocupaciones insustanciales. Vengan, una a una,
tus palabras de vida para guardarlas y meditarlas en
mi corazón.
Contempla y da gracias a Dios
189
Domingo II de Navidad
Invoca al Espíritu Santo y a la Virgen María
Lee y medita
El evangelio de este día es el mismo del 31 de
diciembre. Puedes leerlo, meditarlo y orarlo en
las páginas 170-173.
Te pueden ayudar también estas palabras de San
Agustín:
«Como las tinieblas no acogieron la luz, era
preciso para los hombres el testimonio humano. No
podían ver el día, pero quizá podrían soportar la
lámpara. Ya que no estaban capacitados para ver el
día, soportarían en todo caso la lámpara. “Hubo un
hombre, enviado por Dios. Él vino para dar
testimonio de la luz”. ¿Quién vino, y de dónde vino,
para dar testimonio de la luz? ¿Cómo no era él la
luz, si en verdad era una lámpara? Ante todo
advierte que era lámpara. ¿Quieres ver lo que la
lámpara dice del día y el día de la lámpara?
“Vosotros, dijo el Señor, mandasteis una embajada a
Juan; quisisteis gozar por un instante de su luz; él
era la lámpara que ardía y brillaba” (Jn 5, 33.35).
«¿Que veía, pues, Juan el Evangelista, que
menospreciaba la lámpara? “No era él la Luz, pero
venía para dar testimonio de la luz”. ¿De qué luz?
“Él era la luz verdadera que ilumina a todo hombre
que viene a este mundo”. Si a todo hombre, también
a Juan. El que aún no se quería mostrar como día, se
190
había encendido su propia lámpara como testigo…
Era tenido por Cristo, pero él se confesaba hombre.
Era tenido por el Señor, pero él se reconocía siervo.
Haces bien, oh lámpara, en reconocer tu humildad,
para que no te apague el viento de la soberbia»
(Sermón 342, 2).
Contempla y da gracias a Dios
2 de enero. San Basilio y San Gregorio
Invoca al Espíritu Santo y a la Virgen María
Lee y medita
Este es el testimonio de Juan, cuando los judíos
enviaron desde Jerusalén sacerdotes y levitas a
Juan a que le preguntaran: -¿Tú quién eres? Él
confesó sin reservas: - Yo no soy el Mesías. Le
preguntaron: - ¿Entonces, qué? ¿Eres tú Elías? El
dijo: - No lo soy. - ¿Eres tú el Profeta? Respondió: -
No. Y le dijeron: - ¿Quién eres? Para que podamos
dar una respuesta a los que nos han enviado, ¿qué
dices de ti mismo? El contestó: - yo soy «la voz que
grita en el desierto: Allanad el camino del Señor»
(como dijo el Profeta Isaías). Entre los enviados
había fariseos y le preguntaron: -Entonces, ¿por
qué bautizas si tú no eres el Mesías, ni Elías, ni el
Profeta?
Juan les respondió: - yo bautizo con agua; en
medio de vosotros hay uno que no conocéis, el que
viene detrás de mí, que existía antes que yo y al que
no soy digno de desatar la correa de la sandalia.
191
Esto pasaba en Betania, en la otra orilla del
Jordán, donde estaba Juan bautizando (Jn 1, 19-
28).
Ora
En medio de vosotros hay uno que no
conocéis. San Agustín ha comentado muchas
veces este pasaje evangélico. Este texto que
escogemos lo predicó en Cartago hacia el año
400:
«Tanto destaca Juan por su excelencia, que fue
considerado no ya como precursor, sino como el
mismo Cristo. Si la lámpara hubiese estado apagada
o ennegrecida por el humo de la soberbia, cuando
llegaron a él los judíos para preguntarle: “¿Tú quién
eres? ¿Eres el Cristo, o Elías o un profeta?”, él
hubiese respondido: “lo soy”. Habría hallado el
momento oportuno para su jactancia cuando el error
de los hombres le atribuía un falso honor. ¿Acaso
hubiera tenido que esforzarse en convencerles de lo
que se anticipaban a decirle quienes le interrogaban?
«Pero él, como humilde, fue enviado a preparar
el camino al Excelso. Por eso era amigo del Esposo,
porque era siervo que reconocía al Señor… ¡Cuánto
se humilla quien era ensalzado tanto que lo
consideraban el Cristo! “No soy digno, dice, de
desatar la correa de su calzado”. Y Cristo dice de
Juan: “Nadie mayor que Juan Bautista”… Si ya Juan
era un hombre tan grande que no había mayor que él
ningún otro, quien es mayor que él es más que
192
hombre. Pero quien es más que hombre, se hizo
hombre por el hombre, y con razón florece sobre Él
la santificación del Padre» (Sermón 308 A).
Puedes también orar con el Evangelio del día:
—¿Tú quién eres?
¿Y quién soy yo, Señor? ¿Me conozco quizá a
mí mismo? ¿Podré responder a quien me haga la
misma pregunta? Van pasando lentos o rápidos los
días. Mi yo se prolonga y sigue marchando por los
caminos de la vida y no sé a qué he venido ni a
dónde voy. No sé siquiera quién soy yo, ni cuál es
el sentido de todo esto. Me conocen con un nombre
determinado, pero este nombre no puntualiza nada
definitivo sobre mí y solo sirve para concretar
unas vanas apariencias.
Me presento y me reciben como a alguien
conocido de atrás o yo mismo me doy a conocer y
digo que soy yo e indico tres fórmulas superficiales
y unas peripecias sin valor sobre mi vida.
Pero ¿quién soy yo, Dios mío, en mi más íntimo
ser? ¿Qué misterio es éste de mi propio yo para mí
mismo? Dímelo Tú, Señor, que me has formado en
el seno de mi madre y que me llamaste con mi
nombre sustancial antes que yo existiera. Tú
señalaste el cuándo y el cómo de mi existencia y
trazaste con tu dedo toda la trayectoria de mi vida.
¿Quién soy yo, Señor, y qué quieres de mí?
193
— Él confesó sin reservas.
Concédeme, Dios mío, que yo me enfrente con
la verdad de mi vida; que con sinceridad, con
fortaleza, con humildad admita lo que soy y no
quiera traspasar los límites de lo que realmente soy
y debo ser.
Que huya de toda hipocresía y disimulo y de
toda vana ambición. Que no me enreden, Dios mío,
los respetos humanos y que no me esconda tras
inútiles y mentirosas apariencias.
Que, como el Bautista, no niegue nunca lo que
soy, ni niegue lo que debo decir a los demás.
Sobre todo, que no me engañe a mí mismo, que
no me cieguen fáciles excusas y dorados pretextos.
Miro hacia atrás en mi vida, Dios de toda
verdad, y veo cuántas veces fueron falsas mis
palabras y qué falsa fue mi conducta y qué
falazmente he buscado la estimación y la necia
aprobación de los hombres.
Ni siquiera ante Ti y en tu presencia, Señor, he
caminado con la humilde verdad, que está libre de
artificiosas justificaciones.
Pues líbrame, te suplico, de tanta mentira y
líbrame también de los lazos mentirosos de este
mundo.
—Yo soy la voz que grita.
Yo tampoco quisiera ser otra cosa, Señor, sino
una simple voz, sin apariencia alguna, impalpable,
194
invisible. Un grito, que pone alerta, un puro
testimonio que te manifiesta a Ti. Una vibración del
aire, que se produce anunciando tu paso entre
nosotros.
No quiero atraer las miradas de los demás sobre
mi persona. Quiero desaparecer totalmente, como si
de mí no existiera nada más que eso: la voz. Quiero,
Señor, que todo mi ser se convierta en voz: no sólo
mis palabras, sino también mis obras y mi figura y
toda mi conducta. Que no exista tal persona, ni
nadie repare en ella, para que nadie se distraiga de
lo esencial que eres Tú, Dios mío.
Quiero ser una voz impersonal, aunque cargada
de sentido y de persuasión y de fuerza. Que sea
imposible no oírla. Y que quien la oiga, sienta que
se le han removido las entrañas.
Una voz que conduzca irremediablemente a Ti,
Señor Jesús, entre los ruidos ensordecedores de este
mundo. Entre tantas palabras necias y
desorientadoras, una voz que anuncie la verdad y la
paz.
—En medio de vosotros hay uno que no
conocéis.
Nuestros ojos, Señor, están tan ciegos como los
de aquel pueblo. No hace falta ver tu figura corporal
para reconocer tu presencia entre nosotros.
¡Son tantas las maravillas inexplicables, si Tú no
estás aquí en medio de las peripecias de cada día!
Buscamos e indagamos con solicitud. Andamos con
195
nuestras preguntas inquietas y anhelosas. ¡Y todo
sería tan fácil si te reconociéramos a Ti!
Mis gozos y mis tribulaciones me exaltan o me
hunden. Ando colgado de lo superficial que
perciben mis sentidos. Veo los que van y los que
vienen a mi lado. Escucho las voces, que azotan el
aire y producen ruido para despertar mi atención.
Y mi atención se para en lo episódico, en lo
vulgar de las apariencias que no me explican nada.
Ando inquieto y desconcertado, como si sospechase
algo escondido, algún misterio más allá de todo esto
puramente exterior. Y no adivino, Señor, tu
presencia invisible y tu acción misteriosa.
¡Oh, abre mis ojos para que te reconozcan!
Aparécete ante mí y explica este enigma que, si Tú
no estás tras él, no tiene solución.
Contempla y da gracias a Dios
3 de enero
Invoca al Espíritu Santo y a la Virgen María
Lee y medita
Al día siguiente, al ver Juan a Jesús que viene
hacia él, exclama: - Este es el Cordero de Dios, que
quita el pecado del mundo. Este es aquel de quien
yo dije: «Tras de mí viene un hombre que está por
delante de mí, porque existía antes que yo.» Yo no le
conocía; pero he salido a bautizar con agua, para
que sea manifestado a Israel.
196
Y Juan dio testimonio diciendo: -He
contemplado al Espíritu que bajaba del cielo como
una paloma y se posó sobre él. Yo no le conocía;
pero el que me envió a bautizar con agua me dijo: -
Aquél sobre quien veas bajar el Espíritu y posarse
sobre él, ése es el que ha de bautizar con Espíritu
Santo. Y yo lo he visto, y he dado testimonio de que
éste es el Hijo de Dios (Jn 1, 29-34).
Ora
Sobre este evangelio comenta San Agustín:
«Jesús se acerca. ¿Y qué dice Juan? “He aquí el
Cordero de Dios”. Si es Cordero es inocente… Pero,
¿quién es inocente?… Todos venimos de aquella
semilla y vástago de que habla David, con sollozos
y gemidos: “Yo he sido concebido en la iniquidad y
en el pecado me alimentó mi madre en su seno”.
Cordero, pues, es solamente Aquel que no ha venido
en esas condiciones. No fue concebido en iniquidad,
ya que no fue concebido por obra mortal, ni lo
alimentó en la iniquidad su madre cuando lo tuvo en
su vientre, porque virgen lo concibió y virgen lo dio
a luz. Lo concibió por la fe y por la fe lo crió…
Tenía de Adán la carne, no el pecado. Sólo éste, que
no toma de nuestra masa el pecado, es el que borra
nuestros pecados» (Tratado sobre el Evg. San Juan.
4,10).
— Este es el Cordero de Dios.
De nada sirven ya, Cordero de Dios, los
sacrificios y las víctimas antiguas. Y de nada sirven
197
todas las satisfacciones que nosotros queramos
ofrecer al Padre. Nada tiene valor sin Ti.
Asume, buen Jesús, e incorpora a tu sacrificio
todos mis padecimientos, cuanto haga yo y cuanto
venga sobre mí. Que tu sacrificio sea el mío, por la
unión de mis sentimientos con los tuyos, porque Tú
te dignas aceptar y hacer tuyos mis humildes
sentimientos.
¡Cordero de Dios, por tu inmolación
continuamente renovada, espero yo alcanzar el
perdón de mis pecados y la misericordia del Padre!
Tú eres la única esperanza en esta hora tan atribula-
da y tan sacrificada del mundo.
Que no triunfe, Dios mío, la crueldad de los
lobos, sino la mansedumbre del Cordero. Que no
venzan los que derraman la sangre, sino la sangre
derramada.
Que pueda más la satisfacción de tu Hijo divino
que todos los pecados de los hombres. Mira, Padre
eterno, que en medio de nosotros está el Cordero de
Dios inmolado.
— Y yo lo he visto, y he dado testimonio de que
éste es el Hijo de Dios.
Todo se cifra en eso, Señor, en verte a Ti. Sólo
así alcanzará mi vida personal su plenitud. Las
aspiraciones de mi inteligencia y de mi corazón
quedarán colmadas. Porque ando inquieto, Dios
mío, y con una extraña sed en las raíces mismas de
mi existencia.
198
Veo y consigo muchas cosas, pero todo parece
que se queda en la periferia y como en la corteza de
mi ser, sin calar hasta el núcleo originario de mi
vida. Y todo me decepciona muy pronto y me deja
más inquieto que antes.
Pero cuando te veo a Ti, Señor Jesús, aun así tan
de lejos como suelo verte, una indecible paz invade
mi espíritu, un sosiego hondísimo, sin apetencias de
ninguna otra cosa. Toda otra curiosidad o deseo me
parece infantil.
Yo quisiera verte, Señor, más de cerca y en más
íntimo contacto contigo, para que pueda dar un
pleno y convincente testimonio de Ti. Necesito
verte con mayor claridad. Necesito una fe luminosa,
como cuando ven mis ojos el sol a mediodía. Que
así queden los ojos de mi alma saturados de tu
visión inconfundible.
Y hablaré entonces con la seguridad de quien ha
visto y no con estas palabras frías, que no encienden
ningún corazón porque no salen de un corazón
encendido.
Contempla y da gracias a Dios
199
4 de enero
Invoca al Espíritu Santo y a la Virgen María
Lee y medita
En aquel tiempo estaba Juan con dos de sus
discípulos y, fijándose en Jesús que pasaba, dice: -
Este es el Cordero de Dios.
Los dos discípulos oyeron sus palabras y
siguieron a Jesús, se volvió y, al ver que lo seguían,
les pregunta: - ¿Qué buscáis? Ellos le contestaron:
- Rabí, que significa Maestro, ¿dónde vives? Él les
dijo: - Venid y lo veréis.
Entonces fueron, vieron dónde vivía y se
quedaron con él aquel día; serían las cuatro de la
tarde. Andrés, hermano de Simón Pedro, era uno de
los dos que oyeron a Juan y siguieron a Jesús;
encuentra primero a su hermano Simón y le dice: -
Hemos encontrado al Mesías (que significa Cristo).
Y lo llevó a Jesús. Jesús se le quedó mirando y le
dijo: - Tú eres Simón, el hijo de Juan; tú te llamarás
Cefás, que se traduce Pedro (Jn 1, 35-42).
Ora
Saborea, para rezarlo, este comentario que hace
San Juan Crisóstomo al evangelio de hoy:
«Jesús, volviéndose y viendo que le seguían, les
dijo: “¿qué buscáis?” Por aquí podemos aprender
que Dios no previene nuestra voluntad con sus
dones, sino que cuando nosotros comenzamos a
mostrar buena voluntad Él nos ofrece muchísimas
200
ocasiones para salvarnos... Jesús pregunta para
ganarse su confianza, al comenzar Él el diálogo y
para darles confianza y mostrarles que merecen ser
escuchados... Ellos dieron muestra de su interés no
sólo con seguirlo, sino también por las preguntas
que le dirigieron. Aunque no habían aprendido nada
de Él, ni le habían oído predicar siquiera, le
llamaron maestro, declarándose así discípulos suyos
y revelando la razón por la que le seguían. “¿Dónde
moras?” Lo que ellos querían era hablar con Él,
escucharle y aprender con sosiego.
«Cristo los llevó consigo, animándoles aún más a
seguirle al darles a entender que ya les había
acogido entre los suyos. Les dirigió la palabra como
a amigos, como si se tratara de viejos camaradas. El
evangelista escribe a continuación que
permanecieron con Él todo aquel día. Ni siguieron
ellos a Cristo, ni Éste les llamó por otra razón que
no fuera la de enseñarles su doctrina...
«“Hemos encontrado al Mesías, que quiere decir
el Cristo”. Manifiesta el poder de la palabra del
Maestro, que les había convencido de eso, y el
intenso deseo y el celo que desde hacía mucho
tiempo animaba a los discípulos. Esa frase es
expresión de un alma que ardientemente deseaba la
venida del Mesías y que exulta y se llena de alegría
cuando ve la esperanza convertida en realidad y se
apresura a anunciar a sus hermanos tan feliz noticia.
Era, además, un gesto de amor fraterno, de profunda
amistad, de generosidad desinteresada éste de
201
comunicarse entre los parientes los tesoros
espirituales.
«San Juan Bautista, tras haber dicho “he ahí al
Cordero que bautiza en el Espíritu”, dejó que sus
discípulos aprendieran más claramente de Él mismo
cuanto concernía a la verdad referente a Aquél. Lo
mismo hizo Andrés: considerándose incapaz de
explicar todo por sí mismo, llevó a su hermano hasta
el manantial de la luz con tanta insistencia y firmeza
que venció cualquier duda y todas las dificultades»
(Homilías sobre el evangelio de San Juan 18 y 19)
Ora también con el evangelio:
—¿Qué buscáis ?
¿Y qué van a buscar, Maestro?
Te desean y te buscan a Ti. ¡Oh, si yo te hubiese
buscado siempre! O me hubiera dejado encontrar,
cuando lleno de misericordia me buscabas Tú.
¡He buscado tantas cosas y las he deseado tan
vanamente! Mi corazón, Señor, ha salido por todos
los caminos; ¡y no te buscaba a Ti!
¡Cuántas decepciones y qué inútil fatiga! En vez
de encontrar lo que deseaba, mi perdición era aún
más irremediable.
Todo lo que puede seducir aquí abajo: ciencia,
fama, poder, amor, sobre todo amor. Lo busqué
todo, Señor. Encontré fragmentos dispersos y rotos,
que me entontecieron breves ratos.
Luego el vacío, la soledad, la nostalgia. Y la
sangre del pecado en mi alma. No te busqué,
202
Maestro, aunque oía de Ti y a veces el corazón me
latía fuerte. ¡Si yo le buscara!
Y me buscaste Tú a mí, Maestro piadosísimo. Yo
me daba cuenta y huía. ¡Tan grande era mi
insensatez! ¿Me has encontrado ya definitivamente,
Señor? ¿Te he encontrado ya, aun sin buscarte?
¡Benditos sean tus pies y tus ojos, que me han
buscado!
— Rabí (que significa Maestro), ¿dónde vives?
Sí, ¿dónde vives, Maestro? No es la curiosidad
de conocer tu morada, aunque sería curiosidad tan
bendita. Me parece que verdaderamente no tienes
dónde reclinar tu cabeza. No es tu vivienda lo que
me interesa,
Maestro. Me interesas Tú. Te quiero a Ti. No
sabía cómo decírtelo y me fatigaba mi
impertinencia. Pero yo lo que quiero es estar
contigo: aquí o allí, eso es igual. Quiero que me
mires, que me hables al corazón, que tengas piedad
de mí, que te dignes escucharme y que mi compañía
no te sea enojosa.
¿Dónde vives, Maestro? Es decir, ¿dónde
podemos tener una cita y muchas citas, sin estorbos,
en soledad, donde mi corazón se explaye a solas y
donde el tuyo, buen Maestro, se comunique a mí y
me transforme y me ligue para siempre contigo?
No me digas dónde recibes a tus amigos; dime
dónde pueden acudir los desgraciados pecadores.
Ya sabes lo que soy yo. ¿Comprendes mi apuro y
mi perplejidad? Con los ojos bajos y llenos de
203
lágrimas, sofocado de vergüenza, me atrevo a
preguntarte: ¿dónde vives, Maestro?
—Venid y lo veréis.
¡Qué dulce invitación, buen Maestro! Apenas si
se atreven tímidamente a preguntarte y Tú les
invitas a ir contigo y a pasar unas horas contigo en
tu misma casa.
¡Qué felicidad siente el corazón cuando Tú le
hablas con la misma confianza! ¡Qué amable y
tranquilizadora es tu invitación para el alma!
Ya no es que me hablen de Ti, sino que me
hablas Tú mismo. Te avienes, Señor, a que pasemos
juntos nuestro tiempo. Y un breve tiempo contigo
conforta e ilumina para largos años.
Los ojos del alma se esclarecen misteriosamente
y ven en un momento lo que no habían descubierto
en prolongadas meditaciones. Me dices y me
enseñas mucho más de lo que yo hubiera sabido
preguntarte.
Yo no puedo pedirte, buen Maestro, pero lo
desea mi corazón con todas sus ansias. Lo desea y
Tú sabes que lo necesita. Dime, Señor, que vaya y
enséñame a ir y acompáñame en el camino.
¡Es tan grande mi ignorancia y mi impotencia,
son tantas las dificultades para que vaya y vea! Y,
sin embargo, en ir y en ver está cifrada toda mi
felicidad.
Contempla y da gracias a Dios
204
5 de enero
Invoca al Espíritu Santo y a la Virgen María
Lee y medita
En aquel tiempo, determinó Jesús salir para
Galilea; encuentra a Felipe y le dice:-Sígueme.
Felipe era de Betsaida, ciudad de Andrés y de
Pedro. Felipe encuentra a Natanael y le dice: -
Aquel de quien escribieron Moisés en la Ley y los
Profetas lo hemos encontrado: a Jesús, hijo de José,
de Nazaret. Natanael le replicó: -¿De Nazaret
puede salir algo bueno? Felipe le contestó: - Ven y
verás. Vio Jesús que se acercaba Natanael y dijo de
él: - Ahí tenéis a un israelita de verdad, en quien no
hay engaño. Natanael le contesta: -¿De qué me
conoces?
Jesús le responde: - Antes de que Felipe te
llamara, cuando estabas debajo de la higuera, te vi.
Natanael respondió: -Rabí, tú eres el Hijo de Dios,
tú eres el Rey de Israel. Jesús le contestó: -¿Por
haberte dicho que te vi debajo de la higuera, crees?
Has de ver cosas mayores. Y le añadió: yo os
aseguro: veréis el cielo abierto y a los ángeles de
Dios subir y bajar sobre el Hijo del Hombre (Jn 1,
43-51).
Ora
Comenta San Agustín:
«En lo que sigue se prueba cómo era este
Natanael. Conoced cómo era, pues el mismo Señor
es su testimonio. Por el testimonio de Juan fue dado
205
a conocer el soberano Señor y por el testimonio de
la Verdad se dio a conocer el bienaventurado
Natanael. La Verdad es ella misma su testimonio de
recomendación. Mas, porque los hombres no podían
comprender la Verdad, tenían que buscarla con la
antorcha o la lámpara; por eso, para mostrarnos al
Señor, fue enviado Juan.
«Oye ahora el testimonio que el Señor da de
Natanael…: “es un verdadero israelita; no hay
doblez en él”. ¡Magnífico testimonio! Ni de Andrés,
ni de Pedro, ni de Felipe se dice lo que de Natanael.
Sin embargo no es el primero de los discípulos. “No
hay doblez en él”, es decir, si es pecador, confiesa
que lo es; si se confesara justo, habría doblez en su
confesión. El Señor alaba en Natanael la confesión
de su pecado, pero no declara que no era pecador»
(Tract. in Jn. 7,16-18).
Ora con el evangelio del día:
— Ahí tenéis a un israelita de verdad, en quien
no hay engaño.
¡Qué difícil es, Dios mío, vivir con la sencillez y
la sinceridad de aquel verdadero israelita! Me quejo
de los engaños de los demás e incurro yo mismo en
semejantes engaños.
Tengo que andar con mil precauciones- para no
caer en las trampas que tienden a mis pies. Tengo
que aparentar confianza con todos y no tenerla
realmente con nadie.
206
Mi rostro ha de ser una máscara para ocultar mis
verdaderos sentimientos. Me canso y me hastío de
tanto fingir, de un proceder tan violento y
artificioso. ¿Pueden agradarte a Ti, Dios mío, estas
engañosas apariencias? ¿He de defenderme así de
los engaños de todos o debo proceder siempre con
la sencilla verdad, aunque sea víctima de los
astutos?
Tú recomendaste una vez, buen Maestro, juntar
la prudencia de la serpiente con la candidez de la
paloma. Enséñame Tú mismo en qué consiste esa
prudencia y cómo se puede compaginar con la
sinceridad de la vida.
Enséñame a caminar en verdad delante de Ti y a
buscar con limpieza tu santísima voluntad sobre
todos mis engaños y sobre el amor de toda criatura.
Porque Tú eres, Señor, la verdad y conduces en
la verdad a los que se entregan a Ti.
— Cuando estabas debajo de la higuera, te vi.
Tú viste, Maestro, a Natanael, debajo de la
higuera y penetraste en las preocupaciones de su
corazón.
Para Ti todo está patente. No necesitas
transponer distancias y paredes para que puedan ver
tus ojos. Ni tienes que valerte de deducciones y
conjeturas para saber los secretos de mi corazón.
Conoces lo que yo hice a la luz del sol y lo que
hice en la soledad y sin testigos y los motivos
207
ocultísimos de mi acción, que ni yo mismo he sido
capaz de mirar cara a cara.
Tú conoces, Señor, esto que no se aparta nunca
de mi conciencia y es como un fantasma que me
obsesiona. Y conoces también lo que en otro tiempo
me preocupó y ya se ha desvanecido de mi
memoria. Si alguna vez se levantaron las alas de un
noble ideal, Tú lo viste, Dios mío. Y viste también
cuántas veces me arrastré allá por dentro en
vergonzosas maquinaciones.
Con la frente hundida y confiado en tu inmensa
misericordia, en lo comprensivo de tu corazón, me
acerco a Ti, Maestro. Tú me viste. Tú me viste.
Contempla y da gracias a Dios
6 de enero
Epifanía del Señor
Invoca al Espíritu Santo y a la Virgen María
Lee y medita
Jesús nació en Belén de Judá en tiempos del rey
Herodes. Entonces, unos Magos de Oriente se
presentaron en Jerusalén preguntando: -¿Dónde
está el Rey de los Judíos que ha nacido? Porque
hemos visto salir su estrella y venimos a adorarlo.
Al enterarse el rey Herodes, se sobresaltó y todo
Jerusalén con él; convocó a los sumos pontífices y a
los letrados del país, y les preguntó dónde tenía que
nacer el Mesías.
208
Ellos le contestaron: - En Belén de Judá, porque
así lo ha escrito el Profeta: «y tú, Belén, tierra de
Judá, no eres ni mucho menos la última de las
ciudades de Judá; pues de ti saldrá un jefe que será
el pastor de mi pueblo Israel.»
Entonces Herodes llamó en secreto a los Magos,
para que le precisaran el tiempo en que había
aparecido la estrella, y los mandó a Belén,
diciéndoles: - Id y averiguad cuidadosamente qué
hay del niño, y, cuando lo encontréis, avisadme,
para ir yo también a adorarlo. Ellos, después de oír
al rey, se pusieron en camino, y de pronto la estrella
que habían visto salir comenzó a guiarlos hasta que
vino a pararse encima de donde estaba el niño. Al
ver la estrella, se llenaron de inmensa alegría.
Entraron en la casa, vieron al niño con María, su
madre, y cayendo de rodillas lo adoraron; después,
abriendo sus cofres, le ofrecieron regalos: oro,
incienso y mirra.
Y habiendo recibido en sueños un oráculo, para
que no volvieran a Herodes, se marcharon a su
tierra por otro camino (Mt 2, 1-12).
Ora
San León Magno nos explica muy bien el sentido
espiritual de esta Solemnidad:
«Habiendo celebrado hace poco el fausto día en
que la Virgen santísima, conservando su virginidad,
dio al mundo al Salvador del género humano, la
celebración de la venerada festividad de la Epifanía
209
nos trae una prolongación de nuestro gozo, para que,
uniéndose los misterios de estas solemnidades
santísimas, no se entibie ni el vigor de nuestra
alegría ni el fervor de nuestra fe.
«Para la salvación de todos los hombres
convenía que la infancia del Mediador entre Dios y
los hombres se manifestase al mundo entero aun
cuando se hallaba encerrada en una pequeña aldea.
Aunque el Señor eligió al pueblo de Israel, y en ese
pueblo a una familia señalada, de la cual tomase
nuestra humanidad, con todo, no quiso que su
nacimiento estuviera oculto en la pequeñez de este
lugar en el que había nacido, sino que, como nació
para todos, quiso también comunicar a todos la
noticia de su nacimiento.
«Por eso apareció a los tres Magos de Oriente
una estrella de nueva luminosidad, más clara y más
brillante que las demás, y tal, que atraía los ojos y
corazones de cuantos la contemplaban, para mostrar
que no podía carecer de significación una cosa tan
maravillosa. El que había dado tal signo al mundo,
iluminó la inteligencia de los que la contemplaban;
hizo que le buscaran los que no lo conocían y quiso
Él mismo ser hallado por los que le buscaban.
«Tres hombres emprenden el camino guiados por
esta luz celestial. Fija la mirada en el astro que les
precede y siguiendo la ruta que les indica, son
conducidos por el esplendor de la gracia al
conocimiento de la verdad…
210
«Pero al anuncio de que un príncipe de los judíos
ha nacido, se alarma Herodes, suponiendo un
sucesor. Maquinando el asesinato del autor de la
salvación, promete hipócritamente su homenaje.
¡Feliz él si hubiese imitado la fe de los Magos y
hubiese puesto al servicio de la religión los planes
que proyectaba al servicio del engaño! ¡Oh ciega
impiedad de una estúpida emulación, piensas
entorpecer con tu furor el designio divino! El Señor
del mundo no busca un reino temporal, Él es quien
lo da eterno…
«Los Magos realizan sus deseos, y llegan,
conducidos por la estrella, hasta el Niño, el Señor
Jesucristo. En la carne adoran al Verbo; en la
infancia, a la Sabiduría; en la debilidad a la
Omnipotencia; en la realidad de un hombre, al
Señor de la majestad. Y, para manifestar
exteriormente el misterio que ellos creen y
entienden, atestiguan por los dones lo que ellos
creen en el corazón. A Dios le ofrecen el incienso; al
Hombre, la mirra y al Rey, el oro, sabiendo que
honran en la unidad las naturalezas divina y humana
(I Homilía para la solemnidad de Epifanía).
Medita ahora con el evangelio del día:
—¿Dónde está el Rey de los Judíos que ha
nacido?
¡Niño pequeñito y escondido, que nadie sabe
dónde está! Pero lo saben los cielos y encienden tu
estrella. Has nacido Rey de los judíos y no se han
enterado en la corte real. Has nacido también Rey
211
de todos los hombres y vienen buscándote desde
lejos.
¿Qué misterio es éste, Jesús, de los que saben y
de los que no saben, de los que buscan con emoción
y de los que se inquietan con terror?
Pero, al fin, todos vendrán a enterarse: unos, por
el lenguaje de los cielos, y otros, por las preguntas
de los hombres. Tú quieres que yo te busque,
aunque Tú has venido a buscarme. No podría
buscarte yo, si Tú no me hubieras buscado antes.
¿Dónde estás, Jesús, que me hablan de Ti? ¡Y
cómo desea encontrarte mi corazón!
— Hemos visto salir su estrella.
¡Cuántas cosas me hablan de Ti, Señor! No sólo
las estrellas del cielo, sino otras que
misteriosamente se encienden en mi interior.
Me ponen en guardia, me dan la voz de alerta,
me hablan de Ti. Se excitan mis deseos, pero tengo
miedo de dejarlo todo para buscarte. No acabo de
lanzarme con generosidad a la jornada larga y
desconocida. Pero por larga que fuera, y por
trabajosa, al final te encontraría a Ti y compensarías
en infinito todas las molestias del camino.
Jesús, muchos ven tu estrella, pero son pocos los
que te ven a Ti, Señor de las estrellas y de su luz.
Ven tu estrella, pero no se dan cuenta de que es la
tuya y de que trae un mensaje de Ti. Y lo
importante no es la estrella, sino el mensaje. La
212
estrella llama, alienta y da esperanza; pero Tú sacias
la inteligencia y el corazón.
— Vieron al niño con María, su madre.
¡Dulce encuentro después de tan largas jornadas!
¿Cómo no les decepcionó, Jesús, la modestísima
vivienda, la pobreza y la humildad de cuanto te
rodeaba?
Pero tu luz los alumbró en su interior, mucho
más que la estrella en el camino para que no se
engañaran con las apariencias de fuera. A mí me
seducen las apariencias de las cosas; y, según ellas,
o me entusiasmo con esperanzas vanas o me
desilusiono con decepciones imprevistas. ¡Qué
torpe es mi fe! Necesito, Señor, tu luz dentro de mí;
necesito que Tú abras mis ojos para que descubran
las realidades misteriosas.
Los magos encuentran un pobre niño y saben
que eres Tú. Encuentran a una dulce joven, que te
estrecha en sus brazos.
Ven a la Madre y al Niño y ven mucho más de
lo que les dicen los ojos. Doblan sus rodillas y un
consuelo inefable les inunda el corazón.
— Abriendo sus cofres, le ofrecieron regalos.
Te ofrecen, Jesús, sus dones como homenaje.
Es lo mejor que tienen en sus tesoros. Tú los
aceptas, como aceptaste también los pobres dones
que te ofrecieron los pastores. No son dones para
213
enriquecerte, sino símbolos que manifiestan los
sentimientos de sus corazones.
¡Cuántos dones han ido cayendo y se han ido
amontonando a tus pies, a lo largo de los siglos!
Todo es poco para Ti, que eres Señor de todo.
Todo es poco y nada valen, si los corazones no se
entregan.
¿Por qué me aflijo, si no puedo ofrecerte nada
de los bienes de este mundo? ¿Por qué no abro los
humildes tesoros de mi corazón y los derramo ante
Ti? Tampoco Tú viniste, a darnos bienes de la
tierra, sino las riquezas inexhaustas de tu divino
Corazón. ¡Señor, todo consiste en entregar el
corazón!
Contempla y da gracias a Dios
7 de enero.
Invoca al Espíritu Santo y a la Virgen María
Lee y medita
En aquel tiempo, al enterarse Jesús de que
habían arrestado a Juan, se retiró a Galilea.
Dejando Nazaret se estableció en Cafarnaún,
junto al lago, en el territorio de Zabulón y Neftalí.
Así se cumplió lo que había dicho el Profeta Isaías:
«País de Zabulón y país de Neftalí, camino del mar,
al otro lado del Jordán, Galilea de los gentiles. El
pueblo que habitaba en tinieblas vio una luz
214
grande; a los que habitaban en tierra y sombra de
muerte una luz les brilló.»
Entonces comenzó Jesús a predicar diciendo: -
Convertíos, porque está cerca el Reino de los
Cielos. Recorría toda Galilea, enseñando en las
sinagogas y proclamando el Evangelio del Reino,
curando las enfermedades y dolencias del pueblo.
Su fama se extendió por toda Siria v le traían todos
los enfermos aquejados de toda clase de
enfermedades y dolores, poseídos, lunáticos y
paralíticos. Y él los curaba. Y le seguían multitudes
venidas de Galilea, Decápolis, Jerusalén, Judea y
Trasjordania. (Mt 4, 12-17. 23-25).
Ora
Está cerca el Reino de los cielos. En los días que
siguen a la solemnidad de Epifanía la lectura
evangélica nos presenta diversas manifestaciones de
Jesucristo. El comienzo de su predicación en Galilea
ha sido visto por el Evangelista como el
cumplimiento de lo que dijo el profeta Isaías: «El
pueblo que habitaba en tinieblas vio una luz grande;
a los que habitaban en sombra de muerte una luz les
brilló» (Is 9,1ss). Nosotros hemos de iluminar
también, como nos dice San León Magno:
«Sabemos que esto se ha realizado por el hecho
de que los tres Magos, llamados desde un país
lejano, fueron conducidos por una estrella para
conocer y adorar al Rey del cielo y de la tierra. La
docilidad de esta estrella nos invita a imitar su
obediencia y a hacernos también, en la medida de
215
nuestras posibilidades, los servidores de esta gracia
que llama a todos los hombres a Cristo. Cualquiera
que vive piadosamente y castamente en la Iglesia,
que saborea las cosas de lo alto y no las de la tierra,
es, en cierto modo, semejante a esta luz celeste.
Mientras conserva en sí mismo el resplandor de una
vida santa, muestra a muchos, como una estrella, el
camino que conduce a Dios. Animados por este
celo, debéis aplicaros, amadísimos, a ser útiles los
unos para con los otros, a fin de brillar como los
hijos de la luz en el reino de Dios, al que se llega
por la fe recta y las buenas obras» (Sobre la Epifanía
de Nuestro Señor Jesucristo, Homilía 3ª, 5).
— Convertíos, porque está cerca el Reino de los
Cielos.
Ahí está, buen Maestro, lo fundamental. Ahí está
lo indispensable y también lo dificilísimo. Pides una
renuncia absoluta a todo lo anterior, al tiempo y a lo
temporal, que ya no tiene sentido ni finalidad
ninguna en sí mismo. He de volver las espaldas
definitivamente a todo lo que antes solicitaba mi
atención y mis deseos. Deben acabarse para mí las
aspiraciones a cosas de este mundo. Esta es la
conversión, de que Tú hablabas. Una orientación
completamente nueva de toda mi existencia.
Tú vienes, Señor, con tu Evangelio, que es el
mensaje del Reino de Dios. Y yo he de entregarme a
él como a lo único ya válido e irreemplazable. Esto
es lo último, la meta y la consumación de todo, lo
escatológico.
216
Sin esto, mi vida quedaría frustrada, por muy
entretenida que fuese. Mis movimientos serían
agitaciones vanas, mis realizaciones serían todas
insustanciales y mis caminos no conducirían a
ninguna parte, sino que se hundirían en el vacío.
He de creer, es decir, he de entregarme
confiadamente, con plenitud y con alegría. Porque
tu Evangelio es lo nuevo y lo eterno, es el reino de
Dios sobre todas las realidades de mi existencia.
Contempla y da gracias a Dios
8 de enero
Invoca al Espíritu Santo y a la Virgen María
Lee y medita
En aquel tiempo, Jesús vio una multitud y le dio
lástima de ellos porque andaban como ovejas sin
pastor, y empezó a enseñarles muchas cosas.
Cuando se hizo tarde se acercaron sus discípulos
a decirle: -Estamos en despoblado y ya es muy
tarde. Despídelos, que vayan a los cortijos y aldeas
de alrededor y se compren de comer. Él les replicó.
-Dadles vosotros de comer.
Ellos le preguntaron: -¿Vamos a ir a comprar
doscientos denarios de pan para darles de comer?
Él les dijo: - ¿Cuántos panes tenéis? Id a ver.
Cuando lo averiguaron le dijeron: - Cinco y dos
peces. El les mandó que hicieran recostarse a la
gente sobre la hierba en grupos.
217
Ellos se acomodaron por grupos de ciento y de
cincuenta. Y tomando los cinco panes y los dos
peces alzó la mirada al cielo, pronunció la
bendición, partió los panes y se los dio a los
discípulos para que se los sirvieran. Y repartió
entre todos los dos peces. Comieron todos y se
saciaron; y recogieron las sobras: doce cestos de
pan y de peces. Los que comieron eran cinco mil
hombres (Mc 6, 34-44).
Ora
Jesús se manifiesta como profeta y taumaturgo
en la multiplicación de los panes y de los peces. El
poder salvador de Cristo se manifiesta en el
alimento de vida que da a todos los hombres, que
estamos como ovejas sin pastor. Por eso la
multiplicación de panes y peces es signo de la
sobreabundante vida divina que se nos da por
Cristo. Oigamos a San Agustín:
«Gran milagro es, amadísimos, hartar a la
muchedumbre con cinco panes y dos peces, gran
milagro, en verdad. Pero el hecho no es tan de
admirar si pensamos en el Hacedor. Quien
multiplica los panes entre las manos de los
repartidores, ¿no multiplica las semillas que
germinan en la tierra y de unos granos llena los
graneros? Lo que sucede es que como este portento
se renueva todos los años a nadie le sorprende; pero
no es la insignificancia del hecho el motivo de no
admirarlo, sino la frecuencia con que se repite.
218
«Al hacer estas cosas, habla el Señor a los
entendimientos, no tanto con palabras, como por
medio de obras… Él es el Pan que bajó del cielo; un
pan, sin embargo, que crece sin mengua. Se le puede
sumir, pero no se le puede consumir. Este Pan
estaba ya figurado en el maná. Porque ¿quién, sino
Cristo, es el Pan del cielo?... Para que comiera el
hombre el pan de los ángeles, el Señor de los
ángeles se hizo hombre. Pues bien, ya que se nos ha
dado una prenda tan valiosa, corramos a tomar
posesión de nuestra herencia» (Sermón 130).
Ora con el evangelio de hoy:
— Empezó a enseñarles muchas cosas.
Te compadeciste, Jesús, de aquella pobre gente,
de aquellas ovejas abandonadas y errantes, y las
acogiste con benignidad para ser Tú su buen Pastor.
Habías huido al monte en busca de la soledad.
Querías un poco de descanso para Ti y para tus
discípulos. Pero te perseguía la gente desgraciada y,
dando rodeos, lograron dar contigo.
Tuviste que renunciar a la soledad y a tus propias
conveniencias, en favor de los que necesitaban de
Ti. Con misericordia los acogiste. Yo me
impaciento, cuando perturban mi reposo o mis
planes. Yo no sé acoger a los importunos.
Y lo que necesitamos, Señor, unos y otros, es
acogimiento, oídos que se nos abran, corazón que
nos reciba gustosamente.
219
Luego cuando no necesiten de mí, me olvidarán
y me dejarán solo. No sabrán ellos acogerme,
cuando sea yo el necesitado. Pero Tú acogías
siempre, no vivías para Ti mismo. Yo debo acoger
con un corazón semejante al tuyo. Señor, no está la
cosa en lo que yo dé, sino en cómo acoja.
Concédeme la gracia de parecerme a Ti;
concédemela, en favor de los miserables, que
necesiten encontrar corazones como el tuyo.
—Dadles vosotros de comer.
No son ellos, Señor, no son tus discípulos; eres
Tú quien puede darles de comer. Ellos son pobres y
hambrientos también como los demás.
No tienen dinero para comprar alimentos y no
tienen tu maravilloso poder. ¿Qué podrán hacer
ellos? Eres siempre Tú, entonces lo mismo que
ahora. Me angustio, Jesús, ante tantas necesidades
y no me queda sino acudir a Ti. Yo seré, a lo sumo,
el instrumento tuyo y mientras Tú quieras
emplearme.
Cuando pueda ser algo, será de lo tuyo. Aunque
pasen las cosas por mis manos, pero vendrán de Ti.
No permitas, Señor, que se levante nunca en mí
ningún sentimiento de complacencia propia cuando
los demás se muestran agradecidos y creen que les
hago algún bien.
Que todos vean manifiestamente que sólo soy
un pobre intermediario, escasísimo y ruin, de tus
inagotables riquezas. No permitas tampoco que yo
220
ponga mis ojos y mi confianza en ninguna criatura,
como si de ella hubiera de venir el socorro en mi
propia aflicción.
Tú eres quien nos das a todos con benignidad y
empleas los instrumentos que te placen. Que mi
agradecimiento y el de todos sea siempre para Ti.
—Alzó la mirada al cielo, pronunció la
bendición, partió los panes .
Enséñame, Maestro, a mirar al cielo aun
entonces cuando se trata de las ocupaciones más
terrenas y materiales. Enséñame a esperarlo todo
de arriba y a dirigirlo todo a Dios, que está en lo
alto. Enséñame a santificar mis tareas más
humildes y a levantar mis ojos y mi corazón sobre
las cosas de este mundo. Y dígnate bendecir los
pasos que doy por él y las obras de mis manos.
Mis pasos serán vacilantes y torcidos y mis obras
serán torpes, si Tú no las bendices. Porque todo
fruto de bendición viene de Ti y no de los esfuerzos
que yo pueda hacer.
¡Cuántas veces me ha enseñado la experiencia el
fracaso de mis planes, que yo creía mejor estudiados
y la inutilidad de las obras que me parecían más
perfectas!
No había levantado mis ojos al cielo, no estaban
esas obras conectadas con lo alto y no había
descendido sobre ellas la bendición de Dios. Jesús,
no está la eficacia en una modernísima y aparatosa
organización humana, sino en que Tú quieras
221
bendecir lo que hacemos. Porque todo don bueno
viene de arriba.
Contempla y da gracias a Dios
9 de enero
Invoca al Espíritu Santo y a la Virgen María
Lee y medita
Después que se saciaron los cinco mil hombres,
Jesús en seguida apremió a los discípulos a que
subieran a la barca y se le adelantaran hacia la
orilla de Betsaida mientras él despedía a la gente. Y
después de despedirse se retiró al monte a orar.
Llegada la noche, la barca estaba en mitad del lago
y Jesús solo en tierra. Viendo el trabajo con que
remaban, porque tenían viento contrario, a eso de
la cuarta vela de la noche, va hacia ellos andando
sobre el lago, e hizo ademán de pasar de largo.
Ellos, viéndolo andar sobre el lago, pensaron que
era un fantasma y dieron un grito, porque al verlo
se habían sobresaltado. Pero él les dirige en
seguida la palabra y les dice: - Animo, soy yo, no
tengáis miedo. Entró en la barca con ellos y amainó
el viento. Ellos estaban en el colmo del estupor,
pues no habían comprendido cuando lo de los
panes, porque eran torpes para entender (Mc 6, 45-
52).
222
Ora
Vieron a Jesús andar sobre el lago. El episodio
manifiesta el poder de Cristo sobre las fuerzas de la
naturaleza y, manifestando ese poder, Jesucristo se
revela como Dios. Es al mismo tiempo un signo de
su poder salvador.
Todo esto es bello y admirable; pero no podemos
olvidar lo que dice también esta lectura: «Se retiró al
monte a orar» ¡Qué inefables son estas palabras! No
sabemos cómo era la oración de Jesús, pero deberían
ser unos coloquios inefables con el Padre. Aunque
Cristo nunca reveló su intimidad con el Padre, nos
comunicó su espíritu de oración al enseñarnos el
padre nuestro... ¡Qué gran misterio insondable el de
la oración de Jesucristo!... Orígenes dice:
«Si Jesús practica la oración ¿quién de nosotros
será negligente en ella? Dice, en efecto, San
Marcos: “Y a la mañana, mucho antes del amanecer,
se levantó, salió y se fue a un lugar desierto y allí
oraba” (Marcos 1,35). San Lucas: “Y acaeció que,
hallándose Él orando en cierto lugar, así que acabó,
le dirigió la palabra uno de sus discípulos” (Lc
11,1); y en otro lugar: “pasó la noche orando a
Dios” (Lc 6,12). Y San Juan describe la oración de
Cristo cuando dice: “Esto dijo Jesús y, levantando
sus ojos al cielo, añadió: Padre, llegó la hora;
glorifica a tu Hijo, para que tu Hijo te glorifique”»
(Jn 17,1) (Tratado sobre la oración 15).
223
— Va hacia ellos andando sobre el lago.
Con seguridad, como sobre tierra firme, caminas
sobre las aguas movibles del mar. Aunque sopla el
viento y las olas se encrespan, Tú no vacilas,
Maestro, porque llevas la consistencia en Ti mismo.
Las leyes de la naturaleza te obedecen y se
someten a Ti; y, aunque tu cuerpo es material y has
querido que se rija normalmente por las leyes de la
materia, sabes y puedes sustraerlo a ellas, cuando
así cumple a tus fines providenciales.
Y también eres Señor de las leyes psicológicas,
que condicionan y a veces coaccionan las
voluntades de los hombres. Te mueves seguro sobre
las voluntades sociales y sobre el oleaje del mar de
la vida. Dame la mano, buen Maestro, cuando mis
pies no puedan sostenerse, porque no pisen terreno
firme. Dame la mano, para que mi corazón no tema,
porque Tú ves que se abren las olas bajo mis
pisadas.
— Pensaron que era un fantasma.
Eras Tú, Señor, y tus discípulos no lo creían. Te
confundían con un fantasma de su imaginación y de
la noche. En la noche, cuando las cosas reales van
desapareciendo, la fantasía puebla el espacio con
sus imágenes.
A veces creo yo también que las realidades son
imaginaciones y a veces creo que las imaginaciones
son realidades. Y así sucede que vivo con
frecuencia en el engaño.
224
Vienes Tú, Señor, con tus tocamientos, con tus
luces y tus mociones y no sé reconocerte. Me
imagino que son caprichos míos o de los demás,
cuando realmente eres Tú que pasas. Y se me
escapa la oportunidad de tu presencia y de tu gracia.
Otras veces, al revés, doy a mis caprichos un
valor y una realidad que no tienen. Como si fueran
mociones tuyas, voy tras mis imaginaciones o tras la
vanidad de cualquier fantasma.
Dame, Señor, a conocer la verdad. Ilumina mis
ojos para que sepan que eres Tú y para que
distingan los espíritus, que no proceden de Ti.
Haz que yo reconozca la verdad y que viva en
ella sin ilusiones y sin temores.
— Soy yo, no tengáis miedo.
Los sucesos de la vida me perturban, Señor,
muchas veces como fantasmas. Se hace noche en
derredor mío y se hace también noche en mi
interior.
Mis ojos se ciegan y no ven la intervención de tu
providencia, no ven que eres Tú.
Dame la seguridad inconmovible de tu presencia
en todas las cosas. No estoy más seguro, cuando
pienso que lo estoy porque no veo ningún conflicto
en torno a mí, sino cuando Tú estás a mi lado.
Porque no es la ausencia del peligro lo que da se-
guridad y confianza, sino la certeza de que—en
tierra firme o en el mar agitado—vienes Tú
225
conmigo y ordenas con sabiduría y amor los
acontecimientos.
Contempla y da gracias a Dios
10 de enero
Invoca al Espíritu Santo y a la Virgen María
Lee y medita
En aquel tiempo, Jesús, con la fuerza del
Espíritu, volvió a Galilea y su fama se extendió por
toda la comarca. Enseñaba en las sinagogas y todos
lo alababan. Fue a Nazaret, donde se había criado,
entró en la sinagoga, como era su costumbre los
sábados, y se puso en pie para hacer la lectura. Le
entregaron el libro del profeta Isaías y
desenrollándolo encontró el pasaje donde estaba
escrito:
«El Espíritu del Señor está sobre mi, porque él
me ha ungido. Me ha enviado para dar la buena
noticia a los pobres, para anunciar a los cautivos la
libertad y a los ciegos la vista. Para dar libertad a
los oprimidos, para anunciar el año de gracia del
Señor». Y enrollando el libro, lo devolvió al que le
servía y se sentó. Toda la sinagoga tenía los ojos
fijos en él. Y él se puso a decirles: - Hoy se cumple
esta Escritura que acabáis de oír. Y todos le
expresaban su aprobación y se admiraban de las
palabras de gracia que salían de sus labios (Lc 4,
14-22).
226
Ora
Hoy se cumple esta Escritura. Una nueva
epifanía, una nueva manifestación del poder
salvador de Cristo. Muestra que se cumple en Él
aquella profecía de Isaías: «el Espíritu del Señor
sobre Mí»…
También hoy sigue siendo el Señor la respuesta
para todos los que sufren, para los desvalidos,
pobres y necesitados. Nosotros nos llamamos
cristianos porque fuimos ungidos en el bautismo y
en la confirmación. Por Cristo somos cristianos. Por
ser sus discípulos somos miembros de su Cuerpo
místico. Nuestra misión ante el mundo ha de ser,
pues, como la de Cristo: anunciar la Buena Nueva a
todos los hombres, pues todos están necesitados de
la gracia divina.
De Él viene todo cuanto necesitamos en lo
material y en lo espiritual. Todos somos pobres y
desvalidos ante Él. Y Él viene en nuestra ayuda,
pues es todo Amor y Misericordia.
Ora con el evangelio del día:
— El Espíritu del Señor está sobre mi.
Estás en este mundo, buen Maestro, como Hijo
del hombre y entre los hijos de los hombres.
Apareces con una carne como la nuestra, sujeta a
las mismas pesadas necesidades como en
cualquiera de nosotros.
Vienes ciertamente en carne, pero reposa sobre
Ti el Espíritu del Señor y no el espíritu de la carne.
227
Desde el primer momento, cuando el mismo
Espíritu formó tu santo cuerpo en el seno de tu
Madre. El Espíritu te conduce por todos tus caminos
y guía todas tus acciones, aun las que parecen más
humildes y materiales. No es la materia, ni la carne
quien triunfa, sino el Espíritu del Señor en la carne
y sobre la carne.
En Ti no se daba, Maestro, como en mí y en
todos los hijos de Adán, esa lucha entre el espíritu y
la materia. La materia era dócil y se dejaba llevar
sencillamente por los impulsos del espíritu.
Como yo quisiera, Señor, que la mía estuviera
siempre sujeta, aunque el espíritu tenga que
mortificarla en sus resistencias.
Humildemente me resigno a la contradicción,
Dios mío, pero te suplico que venza el espíritu
sostenido por Ti en tan difícil combate.
— Anunciar a los cautivos la libertad y a los
ciegos la vista.
Sí, esto es lo que ansío desde mis abismos más
recónditos: la libertad del corazón y la luz de mis
ojos. Esta es tu misión, Señor, para la cual has
recibido la unción del Espíritu.
Ven a iluminar mis sombras. Abre mis ojos
para que reciban plenamente la luz de arriba.
Mi fe, Dios mío, tiene más de venda que de
iluminación. Ya sé que no es deficiencia de la luz,
sino deficiencia de mis ojos. Pues toca mis ojos
228
para que se me descubran los horizontes, que ahora
apenas si sospecho.
Voy tanteando, con los brazos extendidos, para
no tropezar. Camino difícilmente, ¿cómo voy a
volar? Luz, Señor, luz para mis ojos. Y libertad
para mi corazón cautivo.
Tú que eres Señor, ¿sabes lo que es ser un
pobre esclavo? Sentir cadenas encima; esta
cautividad de la carne, entre los hierros de mis
pasiones, que tantas veces me hacen decir: no
puedo, no puedo.
¡Qué amargura, Dios mío! Y esta esclavitud —
dulce y agradable— en que el mundo me tiene
maniatado. Dulce esclavitud, que a veces se me
hace intolerable y que no me deja ir a Ti.
— Para anunciar el año de gracia del Señor.
Señor, el año de gracia que vienes a proclamar
no es un año de doce meses, sino un tiempo que
para cada hombre dura toda su vida y para el
conjunto de ellos se extiende por toda la historia del
mundo.
La gracia del Señor bajó a nosotros con tu
venida, buen Jesús. Y vino a mí con el comienzo de
mi existencia sobre la tierra.
Cuando yo no me daba cuenta de mí mismo, ya
estaba tu gracia operando sobre mí y conduciendo
mis ciegos pasos. Y más tarde, cuando yo me
oponía insensatamente a tu gracia, tu gracia seguía
laborando en mi favor para vencer mis resistencias y
atraerme el perdón y la misericordia.
229
Que no me falte nunca tu gracia, Señor, mientras
dura este tiempo de mi vida que tengo señalado.
Que no me falte en las horas más difíciles, cuando
mis desgracias son mayores por mi propia culpa.
Y, sobre todo, en el momento supremo y
definitivo, del que todo depende, ven, Jesús, a
proclamar sobre mí el año eterno de gracia del
Señor.
Contempla y da gracias a Dios
11 de enero
Invoca al Espíritu Santo y a la Virgen María
Lee y medita
En aquel tiempo, estando Jesús en su pueblo se
presentó un leproso, al ver a Jesús cayó rostro a
tierra y le suplicó: - Señor, si quieres puedes
limpiarme. Y Jesús extendió la mano y lo tocó
diciendo: - Quiero, queda limpio. Y en seguida le
dejó la lepra. Jesús le recomendó que no lo dijera a
nadie, y añadió: - Ve a presentarte al sacerdote y
ofrece por tu purificación lo que mandó Moisés
para darles testimonio.
Se hablaba de él cada vez más, y acudía mucha
gente a oírle y a que los curara de sus
enfermedades. Pero él solía retirarse a despoblado
para orar (Lc 5,12-16).
230
Ora
Al instante le dejó la lepra. La Iglesia, en este
tiempo de Epifanía, contempla otra nueva
manifestación de Cristo, que cura a un leproso y con
ello proclama su divinidad. Las multitudes acuden
para oírle y recibir la curación. Pero, subraya el
Evangelista: «el solía retirarse a despoblado para
orar». Qué maravillosos eran los diálogos de Cristo
con su Padre celestial. Él nos enseñó a orar con su
palabra y con su ejemplo.
Cristo vino a curarnos, sobre todo de la lepra del
pecado. ¡Tanto amó Dios al mundo, tanto me ama a
mí! En el Antiguo Testamento se consignan muchas
intervenciones de Dios con su pueblo elegido. En la
plenitud de los tiempos, se hace hombre su Hijo
Unigénito y aparece personalmente en medio de
nosotros. Ya no es difícil poder encontrarle. Ya no
es difícil tampoco dejarse hallar por Él. Basta sólo
querer. A los que aman a Dios todas las cosas les
ayudan a conseguir la salvación (cfr. Rom 8,28). Por
eso nada será tan ventajoso, tan beneficioso para
nosotros como ponernos ciegamente en manos de la
Providencia divina, sometiéndonos totalmente a su
divina voluntad. Toda nuestra vida, cada uno de sus
momentos, cooperan a nuestra salvación, conforme
a lo ordenado por la sabiduría y el amor divinos.
— Cayó rostro a tierra y le suplicó.
Señor, con la humildad y la reverencia más
profunda, hundido mi rostro en el polvo, te suplico
231
que inclines benignamente tus ojos y te dignes mirar
a la lepra de mi miseria.
Por de fuera, Dios mío, no excito la compasión
de los hombres, porque mi cuerpo no está castigado
con las llagas y con la podredumbre de la carne.
Pero, por dentro, Tú ves la carroña de mis
pecados y la materia hedionda que mana de mi
alma. Ten compasión, Jesús benignísimo, como la
tuviste en aquel tiempo de los desgraciados que se
acercaban a Ti.
Yo no puedo acercarme, ni me atrevo siquiera a
mirar la luz de tus ojos. Te hablo apenas desde la
confusión de mis desgracias. Te hablo descubriendo
y desnudando ante Ti mis pecados, que no puedo
negar. Ni yo puedo penetrar en los rincones oscuros
de mí mismo, en las fuentes ocultas y corrompidas
de mis inclinaciones.
Sólo Tú, Señor, llegas hasta el fondo, hasta la
raíz misma del mal y sólo Tú puedes compadecerte
y sólo Tú puedes curarme. Por eso, clamo a Ti y
confío en tu infinita misericordia.
—Si quieres, puedes limpiarme.
Mira mi cuerpo, Señor. Ni el arte humano, ni los
cuidados familiares pueden ya nada. Pero Tú, sí; Tú
lo puedes todo. La miseria y la deformidad de mi
carne, la tristeza de mi vida, el forzado alejamiento
de los seres queridos. Soy un impuro de la ley y ha
caído sobre mí la maldición.
232
Tú puedes. Cuando todo ha fracasado y me
hundo en este abismo sin fondo de mi impotencia.
Tú puedes. Puedes y eres ya la única esperanza con
que respiro. ¡Si también este aire llega a faltarme!
¡Ah! ¡Si quisieras, Señor, si quieres! ¿Por qué no
has de querer?
Sin embargo, la lepra no es una impureza, ni es
una maldición necesariamente. Puede ser sólo una
prueba. ¡Tan dura, pero una prueba. Puede ser tan
sólo una ocasión de merecimientos. Y quizá el
leproso no deba insistir demasiado.
¡Pero esta otra lepra de mi alma, que me degrada
ante Ti, que deforma en mí la obra de tu gracia, que
desarticula las potencias de toda operación superior!
Mi tibieza, mi insensata pasión. Me causo a mí
mismo repugnancia. ¡Si Tú quieres, Señor! ¡Ten
misericordia!
—Extendió la mano y lo tocó.
¡Carne leprosa y bienaventurada, a la cual ha
tocado la mano del Maestro! ¡Mano bendita del
Maestro, que no ha tenido asco de la lepra de un
desgraciado! ¡Qué bueno eres, Jesús! ¡Qué bien
compensados están los sufrimientos de muchos
años, con ese contacto tuyo! ¡Sentir sobre las
carnes podridas la mano del Maestro.
El leproso no había sabido nunca que iba a
llegarle este momento. Las impaciencias, los
dolores, las lágrimas y abatimiento de tantos días
233
florecieron repentinamente en una dulcedumbre
infinita y en una sonrisa del alma.
Ven y tócame. No tengas asco de mi lepra,
Señor. Ven y toca en mi interior, allí donde Tú
sabes que tengo la lepra. Que venga esa mano
milagrosa, esa mano pacificadora y purificadora.
Señor, se ha despertado en mí un ansia
desbordaba de sentir el refrigerio de tu caricia, de
escuchar de tus labios el «quiero, queda limpio».
Me parece que mi ansia está ya muy cerca de tu
mano. Por eso, porque estoy leproso.
Contempla y da gracias a Dios
12 de enero
Invoca al Espíritu Santo y a la Virgen María
Lee y medita
En aquel tiempo fue Jesús con sus discípulos a
Judea, se quedó allí con ellos y bautizaba. También
Juan estaba bautizando en Enón, cerca de Salín,
porque había allí agua abundante; la gente acudía y
se bautizaba (a Juan todavía no le habían metido en
la cárcel).
Se originó entonces una discusión entre un judío
y los discípulos de Juan acerca de la purificación
ellos fueron a Juan y le dijeron: - Oye, Rabí, el que
estaba contigo en la otra orilla del Jordán, de quien
tú has dado testimonio, ése está bautizando y todo el
mundo acude a él.
234
Contestó Juan: -Nadie puede tomarse algo para
sí, si no se lo dan desde el cielo. Vosotros mismos
sois testigos de que yo dije: «Yo no soy el Mesías,
sino que me han enviado delante de él.» El que lleva
a la esposa es el esposo' en cambio, el amigo del
esposo, que asiste y lo oye, se alegra con la voz del
esposo. Pues esta alegría mía está colmada él tiene
que crecer y yo tengo que menguar (Jn 3,22-30)
Ora
El amigo del esposo se alegra con la voz del
esposo: «Él tiene que crecer y yo menguar». Juan
Bautista rinde un último homenaje a Jesús. Ha
cumplido su misión, ha preparado el camino del
Señor. Muchas veces ha comentado San Agustín
este pasaje evangélico:
«Todo lo que obra Dios en nosotros, lo obra
sabiendo lo que hace. Nadie es mejor que Él, nadie
más sabio, nadie más poderoso… Humillémonos,
pues, en cuanto hombres y no nos gloriemos más
que en el Señor, para que Él sea exaltado.
Disminuyámonos a nosotros mismos, para que
podamos crecer en Él. Fijaos en el hombre supremo
[Juan Bautista], mayor que el cual no ha surgido
otro entre los nacidos de mujer. ¿Qué dijo él de
Cristo? “Conviene que Él crezca y que yo, en
cambio, mengüe” (Jn 3,30). Crezca Dios, disminuya
el hombre. ¿Y cómo crece el que ya es perfecto?
¿Qué le falta a Dios para que pueda crecer? Dios
crece en ti, cuando tú lo conoces a Él. Considera,
235
pues, la humildad del hombre y la excelsitud de
Dios» (Sermón 293 D,5).
Ora con el evangelio de hoy:
—Todo el mundo acude a él.
¡Si esto fuera verdad siempre!
¡Si siempre todos corrieran a Ti, Maestro! ¡Si
fueran todos, si fuera yo y me quedara
definitivamente contigo!
¡Si no me llevara una curiosidad impertinente,
sino la necesidad y la verdad y el amor! Acudían
muchos, cuando comenzaste a bautizar.- Te veían,
te escuchaban, se dejaban bautizar por tus dis-
cípulos. Era un ir y venir y un entusiasmarse de mo-
mento y un olvidarse luego.
Estaban contigo un rato, hablaban después de Ti
algún tiempo y, en fin, se desvanecía todo. Tú
llamas a todos. ¿Qué desgracia es ésta que acuden
tan pocos? Ya hace muchos siglos que viniste y que
llamaste y que sigues llamando.
Todos van a Ti de algún modo, porque
realmente todos han oído y saben de Ti. Y, sin
embargo, no van sino muy pocos. Tan pocos que
apenas si se forma un pequeño rebaño.
También yo vine un día y- me fui y aquí estoy
de nuevo. Vengo a Ti, Jesús, para que me bautices,
me purifiques y me sujetes a Ti.
236
— Me han enviado delante de él.
Tú estás, Dios mío, en el comienzo de mis
caminos. Salgo de Ti con un encargo tuyo que yo he
de realizar, si quiero ser fiel a lo que significa mi
existencia. No estoy aquí por mi propio impulso, ni
en definitiva termina todo en mí, ni yo me clausuro
en mí mismo. Porque Tú estás también al fin de mis
caminos.
Salgo de Ti como una palabra que Tú dices
donde quiera que yo me presento. Es tu voz que va
resonando a mi paso, aunque yo no me percate de
ello. Mi existencia es un mensaje tuyo para quien
quiera descifrarlo. Esta es la más íntima sustancia
de mi ser. ¿Qué digo yo. Señor, a mis hermanos y
qué anuncia mi presencia? Concédeme una
fidelísima interpretación del mensaje que voy
portando. Concédeme que no haga de mi persona un
necio e inútil punto final. Que conmigo llegue a
todos los corazones la expectación de que Tú vienes
detrás. Cuando Tú llegues, Señor, se agotó todo lo
que yo tenía que hacer allí. Es lógico que yo
desaparezca y nadie piense más en mi persona.
— Él tiene que crecer y yo tengo que menguar.
Dame, Señor, que yo te busque sinceramente a
Ti y no cuide de mi provecho o estimación. Aleja
de mí ese falso celo que me hace creer que soy
imprescindible o de utilidad excepcional para
ayuda de los otros.
237
¿Por qué me empeño en ser yo y en que sea mi
intervención, como si no hubiera mejor camino
para tu obra? Tú debes crecer, Jesús, y tu nombre
debe extenderse y ser conocido y glorificado.
Mi nombre nada vale, mi obra de nada sirve. Yo
debo disminuir y que nadie me eche cuenta, ni se
fije en mi persona. Si me empeño en que los ojos
de los demás se fijen en mí, los aparto de tu
Persona, que es la única a quien conviene mirar.
Cuando Tú quieras tomarme por instrumento,
Señor, haz que el instrumento desaparezca y que
reparen sólo en Ti y vayan a Ti. Y cuando quieras
otro instrumento, que yo acepte con paz y con
humildad el ser retirado y el vivir desconocido.
Que yo me goce de que tu nombre se vaya
encumbrando y que nadie sepa que existo yo.
Que todos me abandonen, que yo no retenga a
nadie, que nadie deje de ir a Ti, que nadie crea
obligación suya el guardarme fidelidad.
Contempla y da gracias a Dios
238
Domingo I después de Epifanía
Bautismo del Señor
Invoca al Espíritu Santo y a la Virgen María
Lee y medita
Ciclo A
En aquel tiempo, fue Jesús desde Galilea al
Jordán y se presentó a Juan para que lo bautizara.
Pero Juan intentaba disuadirlo diciéndole: - Soy yo
el que necesito que tú me bautices, ¿y tú acudes a
mí? Jesús le contestó: - Déjalo ahora. Está bien que
cumplamos así todo lo que Dios quiere.
Entonces Juan se lo permitió. Apenas se bautizó
Jesús, salió del agua; se abrió el cielo y vio que el
Espíritu de Dios bajaba como una paloma y se
posaba sobre él. Y vino una voz del cielo que decía:
- Este es mi Hijo, el amado, mi predilecto (Mt 3,13-
17).
Ciclo B
En aquel tiempo proclamaba Juan: - Detrás de
mí viene el que puede más que yo, y yo no merezco
ni agacharme para desatarle las sandalias. Yo os he
bautizado con agua, pero él os bautizará con
Espíritu Santo.
Por entonces llegó Jesús desde Nazaret de
Galilea a que Juan lo bautizara en el Jordán.
Apenas salió del agua, vio rasgarse el cielo y al
Espíritu bajar hacia él como una paloma. Se oyó
239
una voz del cielo: - Tú eres mi Hijo amado, mi
preferido (Mc 1,7-11).
Ciclo C
En aquel tiempo, el pueblo estaba en expectación
y todos se preguntaban si no sería Juan el Mesías;
él tomó la palabra y dijo a todos: - Yo os bautizo
con agua; pero viene el que puede más que yo, y no
merezco desatarle la correa de sus sandalias. El os
bautizará con Espíritu Santo y fuego.
En un bautismo general, Jesús también se
bautizó. Y, mientras oraba, se abrió el cielo, bajó el
Espíritu Santo sobre él en forma de paloma, y vino
una voz del cielo: -Tú eres mi Hijo, el amado, el
predilecto (Lc 3,15-16.21-22).
Ora
San Agustín ha comentado muchas veces esta
hermosa escena evangélica:
«La criatura bautiza al Creador, la lámpara al
Sol, y no por eso se enorgulleció quien bautizaba,
sino que se sometió al que iba a ser bautizado. A
Cristo que se le acercaba, le dijo: “Soy yo quien
debo ser bautizado por ti”. ¡Gran confesión! ¡Segura
profesión de la lámpara al amparo de la humildad!
Si ella se hubiese engrandecido ante el Sol,
rápidamente se hubiera apagado por el viento de la
soberbia.
«Esto es lo que el Señor previó y nos enseñó con
su bautismo. Él, tan grande quiso ser bautizado por
uno tan pequeño. Para decirlo en breves palabras: el
240
Salvador fue bautizado por el necesitado de
salvación. En su bautismo Jesús piensa en mí, se
acuerda de todos nosotros. Se entrega a la
nobilísima tarea de purificar las almas, se entrega a
Sí mismo por la salvación de todos los hombres»
(Sermón 292,4, en la fiesta de San Juan Bautista,
hacia el 405).
Puedes también orar con el evangelio:
— Se presentó a Juan para que lo bautizara.
¿Qué haces, buen Jesús, entre los pecadores y
penitentes? Estás entre la muchedumbre como uno
de tantos y te vas acercando al profeta para
escucharle y para recibir sus amonestaciones y su
bautismo, confundido entre otros. ¿Es ése, Señor, tu
sitio y tu oficio?
Tú has venido al mundo para santificarme y no
necesitas ser santificado. Has venido como maestro
y no para escuchar las enseñanzas y exhortaciones
de los hombres. ¿Qué haces ahí, Señor? Dígnate
descubrirme el misterio de tu humildad y de tu
penitencia. El bautismo que Juan predica y
administra es el de la penitencia necesaria para la
remisión de los pecados. ¿Dónde están, Jesús, tus
pecados?
Los fariseos se reputan justos y no van al
bautismo de Juan. Son maestros y se desdeñan de
oírle. Tú vas y le escuchas y te sometes a su
bautismo. ¿Por qué, Señor? Te has hecho como uno
de nosotros, haces lo que yo debo hacer y has
241
cargado con mis pecados, que necesitan tanta
penitencia.
—¿Y tú acudes a mí?
Vienes de lejos, gran Maestro. No vienes tan
sólo de Nazaret y del taller. Vienes de mucho más
allá.
Y no vienes sólo a Juan que ha sido santificado
desde el seno de su madre y no hay ninguno mayor
entre los nacidos de mujer. Vienes también a mí con
incomprensible dignación. ¿Tú vienes a mí, Señor?
Yo debería ir a Ti y ni siquiera soy digno de ir a Ti.
Yo necesito mil purificaciones antes de intentar
acercarme. ¿Y Tú vienes a mí?
Y yo no sé ir a Ti; y no puedo ir a Ti y no soy
digno de ir a Ti. Por tanto, Jesús, ven. Me admiro de
que vengas, viendo quién soy; pero, precisamente
viendo quién soy, te suplico que vengas.
Me admiro de que vengas, viendo quién eres; y
no me admiro, precisamente porque sé quién eres.
¿Tú vienes a mí, Señor? Oh, sí, ven. ¿Qué sería
de mí, si Tú no vinieras? Pon en mí la voluntad de ir
a los otros, por muy lejos que estén y muy alejados
de mí. Que no me empeñe en que sean ellos los que
vengan.
— Bajó el Espíritu Santo sobre él
Bajo sobre Ti, buen Jesús, el que estaba en Ti,
porque desde siempre procede de Ti. Bajó como
había bajado sobre tu Madre, en el momento de la
encarnación.
242
Entonces bajó para introducirte en el mundo y
ahora baja para señalar tus comienzos como
Maestro de los hombres. Baja en forma sensible
para que nosotros, hasta con nuestros sentidos,
podamos darnos cuenta de tu misión divina y de
que la doctrina, que vas a predicar, viene de arriba.
Baja cuando empiezas tu predicación, como baja
invisiblemente cada día sobre la Iglesia, que Tú has
fundado, y sobre los maestros que pusiste para que
perpetuasen tu misión y tu palabra.
Como bajas también, santo Espíritu, sobre las
almas, en operaciones invisibles y misteriosas, para
introducir en ellas la palabra y la gracia del Hijo.
Desciende sobre mí, oh Espíritu del Hijo, y
hazme dócil a tus inspiraciones. Santifica el interior
de mi alma y haz que yo me rija en todo por tus
impulsos.
Contempla y da gracias a Dios
243
ÍNDICE
PRESENTACIÓN ............................................................. 3
PRÁCTICA DE LA LECTIO DIVINA CON EL
EVANGELIO DE CADA DÍA ......................................... 5
ADVIENTO ..................................................................... 11
PRIMERA SEMANA DE ADVIENTO ......................... 15
Domingo I de Adviento ..................................................... 17
Lunes I de Adviento .......................................................... 25
Martes I de Adviento ......................................................... 28
Miércoles I de Adviento .................................................... 31
Jueves I de Adviento ......................................................... 34
Viernes I de Adviento........................................................ 37
Sábado I de Adviento ........................................................ 39
INMACULADA CONCEPCIÓN DE MARÍA ............. 43
SEGUNDA SEMANA DE ADVIENTO ........................ 50
Domingo II de Adviento.................................................... 53
Lunes II de Adviento ......................................................... 62
Martes II de Adviento........................................................ 66
Miércoles II de Adviento ................................................... 68
Jueves II de Adviento ........................................................ 70
Viernes II de Adviento ...................................................... 72
Sábado II de Adviento ....................................................... 74
TERCERA SEMANA DE ADVIENTO ........................ 78
Domingo III de Adviento .................................................. 79
Lunes III de Adviento........................................................ 93
Martes III de Adviento ...................................................... 96
Miércoles III de Adviento ............................................... 100
Jueves III de Adviento ..................................................... 101
Viernes III de Adviento ................................................... 104
CUARTA SEMANA DE ADVIENTO ......................... 107
Domingo IV de Adviento ................................................ 109
244
FERIAS MAYORES DE ADVIENTO .....................121
17 de diciembre ............................................................123
18 de diciembre ............................................................126
19 de diciembre ............................................................127
20 de diciembre ............................................................132
21 de diciembre ............................................................134
22 de diciembre ............................................................137
23 de diciembre ............................................................140
24 de diciembre ............................................................143
NAVIDAD ...................................................................147
25 de diciembre. NATIVIDAD DEL SEÑOR .........149
26 de diciembre. San Esteban, protomártir...................153
27 de diciembre. S. Juan Evangelista ...........................156
28 de diciembre. Santos Inocentes ...............................159
29 de diciembre ............................................................163
30 de diciembre ............................................................167
31 de diciembre ............................................................170
Domingo I de Navidad ...............................................173
1 de enero.Bienaventurada Virgen Madre de Dios..185
Domingo II de Navidad ..............................................189
2 de enero. San Basilio y San Gregorio ........................190
3 de enero .....................................................................195
4 de enero .....................................................................199
5 de enero ....................................................................204
6 de enero. Epifanía del Señor ...................................207
7 de enero. ....................................................................213
8 de enero .....................................................................216
9 de enero .....................................................................221
10 de enero ...................................................................225
11 de enero ...................................................................229
12 de enero ...................................................................233
Domingo I después de Epifanía .................................238
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