Domingo Navas Spínola - Virginia
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DOMINGO NAVAS SPÍNOLA Biblioteca Virtual de Dramaturgia Venezolana Tintateatro
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VIRGINIA (Tragedia en cinco actos)
(1824)
Tomado del texto: GRASES, Pedro. Domingo Navas Spínola: impresor, editor y autor, Caracas,
Italgráfica, 1956.
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Personas:
APIO CLAUDIO: Decenviro.
CLAUDIO: Confidente de Apio.
HORACIO: Senador romano.
VALERIO: Senador romano.
YCILIO: Antiguo Tribuno de la plebe.
VIRGINIO: Centurión.
VIRGINIA: Hija de Virginio, ofrecida en matrimonio a Ycilio.
NUMITORIO: Tío de Virginia.
TULIA: Nodriza de la misma.
Un oficial del ejército.
Lictores.
Conjurados.
Pueblo.
La escena es en Roma. El teatro representará el for o o plaza pública de aquella ciudad. A un lado se verán dos c olumnas en que estén grabadas algunas leyes de los Decenviros, a otro la casa de Virginio, y en el fondo el tribunal de Apio .
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ACTO PRIMERO
Escena Primera
Apio y Claudio
CLAUDIO.-
Apio eminente, a quien la altiva Roma
Sus destinos confía y su gobierno,
Cansada de sufrir del Consulado
La incierta marcha, los caprichos ciegos,
La oscilación del vulgo, los Tribunos,
Sus torpes juicios, sus fatales vetos:
Sabio legislador, que en doce tablas
Todo el civil y comunal derecho
Habéis establecido, eternizando
Vuestro nombre en tan noble monumento:
Emulador de Rómulo y Pompilio,
Arbitro digno del Romano Pueblo:
Permitidme, Señor, que os felicite
Para la encumbrada gloria en que os contemplo.
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No es al Decenvirato que el Senado
La insignia deja del poder supremo:
Él sabe que este honor os corresponde
Cual Príncipe, o cabeza de este cuerpo.
Las riendas del Estado en vuestras manos
Aseguradas para siempre veo,
Y sin apelación ejecutadas
Son ya vuestras sentencias y decretos.
¡En qué segura senda para el trono
Os quiso colocar benigno el Cielo!
Vos camináis por ella sin estorbos
De fausto y esplendor y fama lleno;
Y cuando más propicia la fortuna.
Empeñada parece en protegeros;
Cuando al felice término os impele
La misma Roma, y os señala el cetro,
¿Os mostraréis vos sólo indiferente?
Vuestros timbres, Señor, y ánimo excelso
Mis temores y dudas disipando,
Me aseguran que veis sin distraeros
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El rango augusto a que el destino os llama;
Y aunque sé que el favor o auxilio ajeno
Inútil os sería, pues conozco
Que sólo vuestro nombre y vuestro esfuerzo
Para la empresa bastan, sin embargo,
No me es dable ocultaros que el deseo
De contribuir a ella, me persuade
Que acaso puedo ser de algún provecho.
Si lo pensáis así, de mis servicios,
De mi pronta obediencia y mis respetos
Debéis estar seguro; y si es precisa
Mi vida a vuestra gloria, os la prometo.
No me dejan dudar vuestras bondades
De que a lo menos apreciáis mi celo,
Y que por sólo honrarme y complacerme
Admitiréis mi fiel ofrecimiento.
Ordenad pues, Señor, que ya ejecuto;
Haced una señal, que ya obedezco.
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APIO.-
(a los lictores)
Retiraos al foro por ahora,
Y a preceder mi marcha estad dispuestos.
(a Claudio)
Esta demostración, de tu privanza
Es una prueba que doy de nuevo.
Evitando esa pompa majestuosa
Que acompaña al poder, hablarte quiero,
Y revelarte, Claudio, como amigo,
Los íntimos arcanos de mi pecho.
Tu lealtad y tu fe me son muy gratas,
Y tus servicios más que en otro tiempo
Vienen ahora a serme necesarios.
Acaso de inquietudes y recelos
Libre me consideras, tal vez miras
Únicamente el exterior risueño
De mi fortuna, y los falaces brillos
De la suprema autoridad que ejerzo;
De la nobleza el insidioso halago,
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De la plebe los votos pasajeros,
Y de una juventud siempre inconstante
El caprichoso insustancial cortejo;
Pero yo que maquino sostenerme
Sobre este falso y deleznable asiento;
En la dicha descubro el infortunio,
En los bienes los males entreveo,
Y en la alta cumbre de mi propia gloria
Abismos toco, y la caída temo;
Y aunque el Decenvirato continuando
Por la ley expresa del Senado pleno,
De justa y de legítima el carácter
Su autoridad sin duda lleva impreso;
Aunque esta autoridad es absoluta,
Como los mismos Reyes la tuvieron;
Aunque la apelación y el tribunado
Abolidos están; aunque del Pueblo
Me gané los sufragios diestramente,
Elevando a Petilio, Opio y Duelio
A la alta dignidad de Decenviros;
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Aunque a estos todos a mi arbitrio nuevo,
Siendo de mis mandatos y designios
Celosos cumplidores; y aunque creo
Que cuanto puede la prudencia humana
Prevenir, he previsto y he dispuesto;
Para afianzar mi rango y poderío;
Sé no obstante, que tiene mil secretos
Enemigos el hombre que gobierna;
Que le es fuerza temer del odio fiero
Los imprevistos golpes, de la intriga
Los peligrosos lazos encubiertos;
Y de la envidia el pestilente soplo
Con que riendo esparce su veneno;
Y cuando esto no fuera ¿mis contrarios
Descarados no están y manifiestos?
¿No me hicieron furiosas amenazas
El orgulloso Horacio, el vil Valerio
En la presencia augusta del senado?
¿Acaso se reserva el turbulento
El impaciente Ycilio en sus discursos?
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¿Ese Siccio Dentato, ese altanero
Alarmar las cohortes no pretende,
Contra mí desconfianzas difundiendo?
¿No sabes además, y es bien notorio;
Que las huestes Romanas no quisieron
Obtener la victoria en las batallas
Que presentaron los Sabinos y Ecuos;
Y que estos formidables enemigos
A las puertas de Roma ya tenemos?
¿Y pueden, Claudio, serme indiferentes,
Cuando cercado estoy de tantos riesgos,
Tu vigilante celo y fiel cuidado?
Es verdad que por Siccio nada temo,
Habiéndome ofrecido Quinto Fabio
Que tendría en la guerra su escarmiento;
Mas de ese Ycilio que a la plebe incita,
De Horacio y de Valerio, circunspecto,
Es preciso que espíes las traiciones,
Y penetres, si puedes, los intentos;
Mientras que yo el plebeyo acariciando,
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Recompensa al soldado prometiendo
Y a los nobles ganando con maneras
Cortesanas y atentas, les prevengo,
Afirmado mejor en mi grandeza,
Castigo digno a tanto desafuero.
Esto es lo que conviene por ahora;
Acaso en adelante pensaremos,
Bajo mejor auspicio, en la diadema.
No es este, Claudio, el único secreto
Que revelarte mi amistad quería:
Otro me importa más, o por lo menos…
Pero qué militar aquí se acerca…
Parece derrotado… Yo recelo
Una nueva desgracia.
Escena Segunda
Apio, Claudio, un oficial.
EL OFICIAL.-
Quinto Fabio
Es, Apio, quien me envía…
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APIO.-
(Interrumpiéndole)
Bien, ya entiendo.
Habrá perdido por sorpresa el campo,
Y solicita auxilio dí ¿no es esto?
EL OFICIAL.-
El motivo, y el fin de la secreta
Misión que se me encarga son diversos;
Y una audiciencia privada concederme
Os dignaréis, Señor, para saberlos.
APIO.-
Bien puedes explicarte sin reserva
En presencia de Claudio: yo lo ordeno.
Él es digno de toda mi confianza.
EL OFICIAL.-
Pues es mi obligación obedeceros;
Sabed, que mi embajada se reduce,
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A deciros que Siccio ha sido muerto;
Y a la vez informaros de la causa
Y circunstancias raras del suceso.
Tiempo había, Señor, que prevalido
Este astuto oficial del desaliento
Que todas las legiones manifiestan
Después que los Sabinos las vencieron;
Engañado esta vez por la fortuna,
Que siempre protegió su atrevimiento,
Y confiando sin duda demasiado
En la alta estimación y en el concepto,
Que el soldado a su brío tributaba,
Nunca cesó de discurrir pretextos,
Para inquietar el campo, y disgustarle
Del mando de sus jefes y del vuestro.
Especies subversivas difundía,
Inspiraba a la tropa descontento,
Gritando, que todas las desgracias
Que estaba la República sufriendo,
Era la causa de los decenviros
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El poder ilegítimo y violento;
Y que sólo podía el tribunicio
Al Consular unido, contenerlos.
Quinto Fabio que atónito observaba
De su conducta osada los progresos,
El orden trastornado, y relajada
La disciplina militar, un medio
En tal conflicto excogitó prudente,
Para apartar del campo el mal ejemplo,
Sin la espada mostrar de la justicia;
Pues con razón temía que un guerrero,
A quien la misma tropa apellidaba
El Aquiles Romano, cuyo esfuerzo,
E intrepidez marcial por su arrogancia
Apenas se medían, percibiendo
Los rumores de un juicio, promoviera
Mayores turbulencias en momentos
Que un enemigo fuerte y victorioso
Sobre Roma marchaba con denuedo.
El general me honró con su confianza
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Para llevar a cabo su proyecto.
La formación me ordena de un piquete
De soldados a Siccio desafectos;
Le pone a su cabeza; a mí me deja
De Oficial a sus órdenes sirviendo.
En este estado, al comandante manda
La descubierta hacer, y al mismo tiempo
A mí me encarga libertar a Roma
De aquella furia que tenía en su seno.
Partimos, la tropa que ya estaba
Prevenida por mí del arduo intento
Al mirar la señal de herir a Siccio,
Resuelta empuña el homicida acero.
¡Traición! exclama Siccio, y se prepara
A combatir él solo contra ciento.
En sus torcidos, e inflamados ojos,
En su arrugada frente, en sus cabellos
En forma de serpientes erizados,
En su cárdena boca, y más que en esto
En una cruel y desdeñosa risa,
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Pintado estaba su furor tremendo.
Los primeros embates él resiste
Sin separarse un punto de su puesto.
Ya las agudas lanzas reabrían
Las viejas cicatrices de su cuerpo;
Ya la bermeja sangre, por mil bocas
En la tierra vertida, iba corriendo;
Y con todo su brío permanece,
Y se forma de herido y de muertos
Alrededor de sí una muralla,
Hasta que exangüe al fin, y estando opreso
Por una multitud que le acomete,
Con majestuosa marcha y noble aspecto
Se retira a una roca y se respalda.
Renuévase el combate; yo me acerco
Y recibo esta herida de su mano.
Lo soldados que atienden a mi riesgo,
De un pánico terror sobrecogidos,
Se desvían de Siccio, y desde lejos
Una nube de dardos le disparan,
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A cuyos golpes exhaló el aliento;
Dejando a sus contrarios indecisos
Sobre honrar su valor con luto y duelo.
O execrar su traición con alegría.
No hubo, Señor, soldado tan resuelto,
Que al cadáver de Siccio se acercara,
Y todos en tropel fuimos derechos
A unirnos al ejercito, contando,
Ya convenidos de común acuerdo,
Nos atacó en celada por el centro
Un fuerte grupo de enemiga gente,
Y que en este imprevisto y rudo encuentro
El esforzado Jefe y los soldados
Que de menos se echaban, perecieron.
Mas sea que, según se conjetura,
Hallara indicios un destacamento
Explorador del sitio del combate,
de la verdad del caso que refiero,
Sea que en nuestras propias relaciones
Se notara artificio o desconcierto;
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O sea que se hubiese traslucido
Por ignorados modos el misterio;
Lo cierto es que la tropa amotinada
Contra nosotros, con tenaz empeño
Pidió nuestro castigo a Quinto Fabio;
Y que aunque éste tomase por pretexto
Para eludir la instancia, de la guerra
Las graves atenciones, ofreciendo,
Poner en vuestras manos el asunto,
No ha podido calmar el movimiento;
Y hasta a llamaros matador de Siccio
Se adelanta su torpe desenfreno.
Y pues que ya cumplido está mi encargo,
Y veis de mi eficacia…
APIO.-
Basta, veo
La muerte del traidor y sus resultas,
Y veo sobre todo con aprecio
Tu lealtad, tu valor y tu obediencia.
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Fabio te premiará. De subalterno
No estarás mucho tiempo en las legiones.
Ya puedes retirarte.
(Sale el Oficial)
Escena Tercera
Apio y Claudio.
APIO.-
(Como enajenado)
¡Santo Cielo!
¡Con sólo el sacrificio de un aleve
De qué terrible alarma me libero!
¿Oíste, Claudio, la plausible nueva?
Por mi mandato pereció el perverso.
Cesó ya mi temor por esta parte,
Y cesará también el que conservo
Por los tres incendiarios, que a mi vista
De ajar mi dignidad alarde haciendo,
Conjuraciones mueven ¡Miserables!
La rígida segur a vuestros cuellos
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Prepara mi rencor y mi venganza.
Distantes de estos muros y del pueblo,
El polvo morderéis como Dentato;
Y unidas a las suyas en el desierto
Vuestras sombras horribles, fugitivas,
En vano lanzarán tristes lamentos
Y en vano buscarán los patrios lares
De su gemir los vagarosos ecos.
¿Más qué penar es, Claudio, igual al mío?
¡Ah! ¡Cuán amargos son los desconsuelos,
Que el agitador corazón devora
En medio de mis lágrimas y trofeos!
Poco ha que de esto comenzaba a hablarte;
Voy, pues, a continuar, estame atento.
Por mi desgracia atravesar el foro
Desde este tribunal mis ojos vieron
Una joven Romana en estos días.
La proporción divina de su cuerpo,
Los rasgos celestiales de rostro,
Su noble marcha, y tantos hechiceros
Nacientes atractivos, abrasaron
Al punto mi alma en amoroso fuego.
Es hija de Virginio, y es Virginia
El nombre de este soberano objeto,
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Que en vano adoro, porque siempre esquivo
Se burla de mi amor y mi tormento.
Ya no quedan recursos a mis penas;
Pues la orgullosa joven con desprecios
Corresponde a mis ansias y suspiros,
Penetra bien mi proceder artero,
La indignan mis ofertas seductoras,
Y sabe como yo, que de himeneo
Jamás la pura antorcha luciría
Por haberse prestado a mis deseos.
Tampoco su nodriza, a quien pensaba
Ganar con mis larguezas y festejos,
Ha querido ponerse de mi parte,
Aunque estima legítimo mi afecto.
Todos estos obstáculos me causan
Mortales inquietudes, cruel despecho,
Y mi pasión irritan, y me impelen
A llevar mi designio hasta el extremo.
No obstante, todavía una entrevista
Con Virginia tendré; más si resuelvo
La ejecución del lance que medito,
Con tu amistad y tus servicios cuento.
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CLAUDIO.-
Esa suerte dichosa que os halaga,
Que os libertó de Siccio, y que los medios
De aniquilar ha puesto en vuestras manos
A Roma misma, a todo el Universo,
Os hará posesor de la belleza
Por quien suspira vuestro amante pecho.
Con todo, la promesa de serviros
Hasta la muerte con lealtad, reitero.
Pero Señor…
APIO.-
(Con vehemencia)
Prosigue.
CLAUDIO.-
Yo os advierto…
APIO.-
¿Qué quieres advertirme? ¿Tú te turbas?
Acaba de explicarte sin rodeos.
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CLAUDIO.-
Advertiros quería que a Virginia
Tributa Ycilio finos rendimientos;
Que ofrecida…
APIO.-
Detente, no prosigas
Derramando en el alma este veneno.
¿Quién se atreve? ¡el traidor! en iras ardo…
¿Y ella le corresponde…? Sí, lo creo;
Y por esto sin duda es que la ingrata
Desdeñosa rehúsa mis obsequios,
Cubierta del honor y del recato
Con el común artificioso velo.
¡La pérfida! ¡el aleve! ¿se prometen
Que consagren los vínculos estrechos
De himeneo su amor y sus confianzas?
¡Qué delirio! Sus votos lisonjeros
Burlará mi furor, pues si algún día
Fui débil para amar, ya me arrepiento.
Venganza y sangre el corazón respira.
La ardiente fantasía por recreo
Desastres y suplicios me presenta
Para templar mis infernales tedios.
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Teme rival dichoso mis enojos;
Y si sólo por serme desafecto,
Una muerte cruel te preparaba,
Deduce cuál será tu fin funesto,
Cuando pretendes agravar tu crimen
Con provocar mis implacables celos.
Y tú, Virginia, que cambiar pudiste
En blando y dócil mi impetuoso genio,
Sentirás sus estragos, inhumana,
Y te haré conocer que te aborrezco…
¿Mas cómo aborrecerla? ¿Y cómo amarla?
Yo no sé discurrir, ni lo que siento:
Sólo sé que me importa deshacerme
De un rival, que perturba mi sosiego
Robándome mi bien; de un sedicioso
Que conspira tiempo ha contra el gobierno.
Oye, Claudio, te mando que le cites
Ante mi tribunal, y te prevengo
Que no ha de presentarse hasta mañana
Porque antes con Virginia verme debo.
(Sale)
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Escena Cuarta
Claudio solo.
CLAUDIO.-
¡Albricias corazón! En la confianza,
Del tirano de Roma me mantengo.
Servir a sus crueldades nos importa,
Y animarle a sus torpes devaneos,
Hasta llegar por fin a derrocarle.
Tal vez sobre su ruina yo me elevo,
Y entonces lograré fácil venganza
De tantos nobles fatuos y soberbios,
Que sin otra razón que sus riquezas
Oprimen y desprecian al plebeyo.
Ese mismo orgulloso Decenviro
Que por honor me vende un fingimiento
Mientras de mis servicios necesita,
Sabrá que le conozco y le detesto.
Entre tanto finjamos, como él finge,
Y el papel que nos toca ejecutemos.
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Escena Quinta
Horacio, Valerio, Ycilio y Claudio.
CLAUDIO.-
(Acercándose a los otros y dirigiéndose a todos)
Dispensadme, Señores, si interrumpo
El trato familiar en que os encuentro.
De esta falta la causa me disculpa,
Y los propios deberes de mi empleo.
Apio te ordena, Ycilio, que mañana,
Sin alegar excusa ni pretexto,
Ante su augusto tribunal parezcas.
YCILIO.-
¿Y no podrás decir de llamamiento
Tan urgente el motivo?
CLAUDIO.-
A tu pregunta
Satisfacer, a mi pesar, no puedo;
Porque jamás inquiero los negocios,
Estando sólo a mi deber atento;
Y porque de otro modo faltaría…
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YCILIO.-
(Interrumpiéndole con viveza)
A tu servil y odioso ministerio
Que adormecer tiranos siempre ha sido.
Vuélvete a tu Señor, oprobio eterno
Del lustre y gloria del Romano nombre;
Llévale allá tu emponzoñado aliento,
E inspírale con él nuevas maldades;
Y dile de mi parte que más presto
Acaso me verá de lo que piensa.
CLAUDIO.-
Yo lleno mi deber, y no penetro
De donde nace contra mí tu saña,
Ni quien te comunica ese ardimiento
De que podrás arrepentirte tarde.
(Se va)
Escena Sexta
Horacio, Valerio, Ycilio.
YCILIO.-
(Vuelto a Claudio)
¡Arrepentirme! Sí; pero no de eso,
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Sino de estar sufriendo que la patria
Tiranice tu infame Corifeo,
Y que viváis entre ambos todavía.
(Tornándose a sus compañeros)
No hay crímenes, amigos, no hay excesos
Aun los más execrables, que estos monstruos
No reputen por gratos pasatiempos.
Del bravo Siccio la alevosa muerte
De esta triste verdad es buen ejemplo;
Y tendréis en la mía tal vez otro,
Que aclare y justifique más mi aserto.
Si sucediese así, desde ahora os pido,
Y os juro por Júpiter excelso,
Que no dejéis a Roma abandonada
Al furor de estos tigres carniceros.
Seguid mis pasos, caros compatriotas;
Acordaos de Bruto y de Valerio
Que a despreciar peligros nos enseñan
Para romper ignominiosos hierros.
El déspota me llama, sin disputa
Mi muerte premedita, o ha resuelto;
Ya porque sabe que contra él conspiro,
Ya porque teme que le sea molesto
Para lograr sus criminales miras
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Con la hija de Virginio, que es más cierto.
Nada de esto me aflige, ni me asusta.
Mi ánimo no desmaya, y lo que siento,
Es que me falte la ocasión que busco
De librar a mi patria de su imperio;
Mas si vosotros de seguir mis huellas
Me dais palabra, moriré contento.
¿Qué me decís?
VALERIO.-
Ycilio, por mi parte
la heroica empresa continuar prometo,
Morir como Romano, si es preciso,
O de Apio quebrantar y su Colegio
El yugo que nos postra y envilece.
Mas volviendo a tu asunto, te confieso,
Que, como tú, presumo, que el tirano
Contra tu vida atenta, trasluciendo
De tu conjuración algún indicio.
Sin embargo, de sí mira muy lejos
La tempestad que tiene tan cercana,
Y de la misma citación lo infiero
Que un cuidado excesivo no demuestra.
El tal suposición, aprovechemos
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Esta tregua preciosa; no perdamos
La accidental disposición que advierto
En el pueblo y la tropa con motivo
De la muerte de Siccio. Mi consejo
No desprecies, amigo, y en el día
La caída del monstruo lograremos.
YCILIO.-
¿Y qué piensas tú, prudente Horacio?
HORACIO.-
De Valerio al dictamen no me adhiero
En orden a excitar conspiraciones
Que arrastran tras de sí males inmensos.
Ellas son el azote más terrible
Que los Dioses descargan en los pueblos
Cuando decretan su absoluta ruina.
Con la mayor ingenuidad confieso,
Que de conspiración al sólo nombre
La sangre se me hiela, y me estremezco;
Y aunque a males tan graves y afrentosos.
Como padece Roma, algún remedio
Es preciso buscar, al que se intenta,
Contribuir hasta tanto no me atrevo,
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Que un movimiento general exprese
La voluntad común.
YCILIO.-
Ni yo pretendo
Otra cosa de ti. Con esto basta.
Basta que tu presencia sea el freno
Que a la alterada multitud contenga:
Que de la sociedad los muelles sueltos
Se aplique a concertar tu diestra mano,
Y que tu pulso y conocido acierto
De un gobierno feliz la forma trace
De flojedad y tiranía exento.
Estos mis votos son; y pues acordes
En lo esencial estamos, protestemos
Vengar la muerte del virtuoso Siccio;
Y al cruel Decenvirato destruyendo,
Restablecer la libertad de Roma
Bajo un gobierno suave y justiciero.
(Fin del Acto Primero)
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ACTO SEGUNDO
Escena Primera
Se descubre una Galería de la casa de Virginia.
VIRGINIA.-
(Sola)
¡Amable soledad! ¡Dulce recreo
De las almas sensibles! ¡cuán tranquilos
Y plácidos momentos otras veces
Brindabas a la mía en este sitio!
Pasaron ya tan venturosos días;
En tristeza cambióse el regocijo,
Y en inquietud la deliciosa calma.
¿Mas dónde está ese mal porque me aflijo?
¿Ycilio no disfruta disputa generoso
Tiernos cuidados de su amor conmigo?
¿No protege mi padre nuestro enlace?
¿Acaso el cielo con siniestro auspicio
Desaprobar indica nuestros votos?
¿Qué es lo que temo pues? ¡Ah! no concibo
Por qué razón desde el momento aciago
En que Apio Claudio a declararme vino
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Su criminal pasión, todo me asusta;
Mis pasos siempre con temor dirijo,
Y de un presentimiento doloroso
Me encuentro atormentada de continuo.
¿Dónde estás, tardo Ycilio, que no vuelas
A dar a mi aflicción un lenitivo?
Y vos, o caro padre, no más tiempo
De la infeliz Virginia dividido
Querráis estar ¡Ah! Todos me abandonan
A merced de este torpe Decenviro.
Escena Segunda
Virginia, Tulia
TULIA.-
¿Por qué, Virginia, pesarosa y triste
Ha días que te muestras? El festivo
Esplendor de tus ojos se ha cambiado
En languidez y llanto de improviso.
Este retiro de tu fiel nodriza,
Este aire taciturno y pavorido
¿Qué es lo que significan, hija mía?
Dímelo con franqueza. Te lo pido
Por este seno que en tu tierna infancia
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Te alimentaba: por los excesivos
Cuidados que me cuesta tu existencia,
Y en fin…
VIRGINIA.-
Espera, Tulia ¿Necesito
Para abrirte mi pecho que recuerdes
Lo que olvidar jamás me es permitido?
¿Mas qué podré decirte? ¿Sé yo misma
La causa del pesar en que me abismo,
Y del susto incesante que me oprime?
No, Tulia, no la sé; pero te afirmo,
Que al punto en que Apio se mostró a mi vista
Sentí el terror y alarma que te explico.
Temblar me hicieron sólo sus miradas.
La maldad de su espíritu sombrío
En ellas descubrir me parecía.
Al recordar su aspecto me horrorizo.
Yo no puedo evitarlo.
TULIA.-
Si, pudieras,
Si el amor no te hubiera prevenido
En favor de otro amante más dichoso;
Y en gratitud y aprecio convertidos
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Ya tus vanos temores estarían.
Ocultarte no puedo, que me admiro,
Al saber que desprecias y aborreces
Al varón más ilustre y distinguido
De cuantos visten la purpúrea toga,
Y puede dar honor a los patricios;
Al que a Roma sacó de la barbarie,
Y en ella nueva Atenas ha erigido,
Dictando sabias leyes que la rijan
Exenta de tiránicos rescriptos,
Y ese hombre singular, que su grandeza
Consignar en tus manos ha querido,
¿Sólo obtiene por premio tus temores,
Tu cruel desprecio, y…?
VIRGINIA.-
El odio con que miro
A todos los tiranos de mi patria:
El que merece quien con artificios
Un poder ilegítimo se arroga:
Quien inmolando a su ambición a Siccio,
Prepara ya su sanguinosa marcha:
Quien descaradamente ha pretendido
Corromper tu virtud y mi inocencia.
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Con esto mis desprecios justifico;
Y también tú deberías sincerarte
De haber con tu discurso desmentido
Tu celo maternal y vigilancia.
Yo te disculparé, porque no estimo
Que puedas encubrir siniestras miras;
Y olvidando tu terror, Tulia, te exhibo
Una prueba indudable de confianza.
Pero Apio aquí se acerca… ya me ha visto…
No es posible ocultarme… ¡Cielo!... Tulia,
No te aparte de mí ¡Qué sacrificio!
Escena Tercera
Virginia, Tulia, Apio
APIO.-
Por fin, Virginia, me concede el Cielo
Volver a ver tus gracias y atractivos,
Y al poder invencible de tus ojos
Torna a rendirse el corazón altivo.
¡Envidiables serían mis congojas
Y venturoso mi penar perdido,
Si lograran la dulce recompensa
De un leve agrado, de un fugaz suspiro!
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35
Pero, ah, ¿qué digo? si mi amor ardiente,
Si esta pasión funesta, que acaricio,
Siquiera no te fuese detestable,
Bendijera yo mi propio martirio,
Y besara gustoso las cadenas
Que me hace tan pesadas tu desvío.
¡Ah! si pudiera transmitir al tuyo
La horrible angustia que en el pecho abrigo:
Si un instante sintieras su amargura,
Tú templarías tu rigor esquivo.
¿Por qué es que el Cielo contra mí inclemente
De la ley que me impone te ha eximido?
¿Por qué tu corazón del mío aleja
y al tuyo manda que se rinda el mío?
Mas dejemos al Cielo, que inocente,
No influye en las desgracias que sentimos,
Tus crueldades decretan mi infortunio,
Y le sostiene tu tenaz capricho.
Convierte pues, Virginia, tu dureza
En deferencia blanda y trato amigo.
Contempla el esplendor de tu conquista;
Que el árbitro de Roma es tu cautivo,
Cuya riqueza a su linaje iguala,
Cuya gloria eminente tiene fijos
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Los ojos sobre sí del Universo;
Que Apio soy, que te ruego, que me humillo;
Y en sincero homenaje te tributo
Mi fama, mi poder y mi cariño.
No, Virginia, las selvas Africanas
Por cuna abominable no has tenido,
Para obstentar de la feroz hiena
El torvo seño y natural maligno.
Mas si este rayo de esperanza extingues,
Y lejos de tu vista mi exterminio
Me precisares a buscar, ingrata;
Quien si quiera conozca tus hechizos;
Tiemble cualquiera que haya concebido
El temerario intento de agradarte;
Y Roma tiemble, y tiemble el mundo entero,
Y tú, cruel, que ordenas mi suplicio…
¿Pero ofenderte a ti? ¿Quién? ¿Yo Virginia?
¿Qué desorden produce este extravío
Del corazón, viciando sus efectos?
No, de mis labios fue todo el delito.
Te juro por tus gracias celestiales,
Que aunque me fuerce tu rigor impío
A soltar el torrente de desastres
Con que amenazo al mundo en mi delirio;
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37
Aunque para vengar mi indigna ofensa
Me auxilie de millares de asesinos,
Y a millares las víctimas inermes
Degüelle juntas el fatal cuchillo;
Aunque arda el Capitolio en vivas llamas.
Y los penantes Dioses y yo mismo;
La causa soberana de mis males
Exenta quedará de los peligros,
Pues triunfando el amor de mis enojos
Contra ellos le dará seguro asilo.
Adorante es mi suerte inevitable;
Dichosa suerte, si a mi pena alivio
Prestar quisieres; pero cuan infausta
Si en recompensa tu desdén recibo.
Espero una palabra de tu boca.
VIRGINIA.-
Esos timbres, Señor, esclarecidos,
esos tesoros y esa ilustre sangre
Son a mis ojos un inmenso abismo,
Que de vos me separa, y que pudiera
Haber vuestros intentos detenido.
No debo a la fortuna grandes bienes
Y, en la mediocridad contenta vivo,
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Sin pretender desviarme de la esfera,
En que la suerte colocarme quiso.
De otra ambición más noble llena el alma,
Me previene llevar por distintivos
De mi honor la modestia y el recato
En lugar de fastuosos atavíos;
Y no sufrir que un poderoso amante
Me ofenda con discursos atrevidos.
Y aunque culpable de tan grave falta
Mi razón se resiste de presumiros,
Agradecer no más vuestras bondades
Es cuanto debo hacer, y esta a mi arbitrio;
Y si he ser ingenua, a merecerlas
Claramente confieso que no aspiro.
Me prometo, Señor, que mi franqueza
No os causará disgusto; si motivo
No encontraréis más bien para estimarla.
Os pido finalmente, y si es preciso
Os ruego por los Dioses tutelares,
Que de Roma os conceden el dominio,
Que es vuestra pretensión en adelante
Os sirváis de mi padre dirigiros,
Porque es su voluntad la ley suprema,
Que rige mis acciones y albedrío.
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Y pues le han obligado de la patria
Los peligros hacer el sacrificio
De ausentarse de mí, y a las legiones
En su defensa unirse; en el retiro
Me prescribe el deber que permanezca,
Negando a los obsequios mis oídos,
Y a vos que me excuséis de vuestra vista
Sin su presencia.
APIO.-
He bien ¿y de Virginio,
De ese padre a que tanto reverencias,
Por ventura licencia has conseguido
Para aliviar tu soledad penosa
Con el trato de algún traidor inicuo,
Que conspira tiempo ha contra el Gobierno?
Puedes reconocer en esto a Ycilio,
Al osado tribuno que otras veces
Alarmaba en el foro los partidos,
Y ahora sordamente los fomenta,
Porque en la confusión ganan sus vicios.
Al amante secreto y venturoso
Con quien severa tu virtud no ha sido;
Y en quien la doble culpa vitupero
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De ser mi rival y mi enemigo.
VIRGINIA.-
Apenas en el foro ese injurioso
Lenguaje puede usar un decenviro,
Cuando ejerce en el tosco populacho
Su plena autoridad y despotismo.
Para decir amores, y dar quejas
Aprended otro idioma; aunque concibo,
Que por más que ensayéis vuestros labios,
Volvieran siempre al natural estilo.
Sabed, que no me aquejan los deseos
De disipar vuestros groseros juicios;
Os diré sin embargo, que mi padre
Por expreso mandato me ha prescrito,
Odiar a los tiranos de mi patria,
Y amar a los que saben perseguirlos.
Si sois de los primeros; si el tribuno
A los segundos toca, decididlo.
APIO.-
No mas pretendas abusar, Virginia,
Del insensato amor o desvarío,
Que me hace descender desde la cumbre
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41
De mi felicidad envilecido,
Para tener el lauro de elevarte
Sobre el nivel que te marcó el destino.
¡Cuán debilidad!... al contemplarla
Me desconozco, y contra mí me irrito.
¿Apio soy por ventura? Sí, tu orgullo
Restituye a mi espíritu sus bríos,
Y de una vil pasión que me degrada
Comienzan a destruirse los prestigios.
Ya no me importan nada tus afectos.
Cesó mi rendimiento; mas te exijo,
Que te ofrezcas a prestarte a mis deseos,
Si es que estimas en algo a tus amigos.
Tu decisión espera este tirano;
Y si es contraria, ten por positivo,
Que no verán sin lágrimas tus ojos
Del nuevo día el rayo matutino.
Contesta sin tardanza.
VIRGINIA.-
Si se encuentra
En vuestra alma alterada algún vestigio
De la dichosa luz, que eleva al hombre
Sobre el bruto a quien guía el apetito,
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La indignación que motivaros pude,
Sin grande esfuerzo disipar confío.
Lastimaron mi honor vuestros conceptos
Tan injustos, Señor, como ofensivos;
Y no es extraño que se exceda el labio
Cuando le mueve el corazón herido.
Mi inadvertencia en vos halla disculpa;
Mas si obstinado estáis en persuadiros,
Que el no saber amaros, es un crimen,
Recaiga sobre mí todo el castigo
Sin mostrar un rival para mostraros
Mas odioso, cruel y vengativo.
Yo sola soy culpable.
APIO.-
Mas mil veces
Tu amante es a mis ojos. Distraidos
Los tuyos por su causa con miradas
Muy desdeñosas mi persona han visto.
Le disculpas en vano. Adiós Virginia.
Esta calma aparente es un indicio
De la furiosa tempestad que temes;
Y pues que tú lo quieres, muera Ycilio.
(Váse)
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Escena Cuarta
Viginia, Tulia, Ycilio.
YCILIO.-
(Aparte)
¿No le han visto mis ojos? ¿No escucharon
Sus postreras palabras mis oídos?
¿Será ilusión? ¡ah! no, mi mal es cierto.
VIRGINIA.-
Amado Ycilio.
YCILIO.-
Pérfida, he vivido
Creyendo largo tiempo que me amabas
Con fe constante y corazón sencillo.
¡Funesto desengaño! Si pudiera
Desmentiría, falsa, mis sentidos.
¿Te acuerdas del instante en que sufriste
Por la primera vez que mis suspiros
Tus gracias aún nacientes, celebrasen
Y te explicaran el amor más fino?
¿Te acuerdas que te adoro desde entonces?
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Que ha complacerte siempre he propendido,
Y que anhelaba el día en que afianzada
Mi fe quedase con solemne rito?
¿Y por esto, Virginia, no contenta
Con robarme tu amor que me es debido,
También exiges que un rival infame
Te otorgue de mi vida el sacrificio?
Evita merecerle esta fineza,
Perjura, ante los Cielos que testigos
De nuestros mutuos juramentos fueron
Por mi mal tantas veces repetidos;
Evítalo, y la mano que juzgaba.
(Saca la espada)
Fuese de mi ambición objeto digno,
De tu perfidia el objeto sea,
Y de mi triste vida corte el hilo.
(Quiere entregarle la espada)
Sí; cumple tus deseos, y este pecho
Que te adora haz pasar por esos filos;
Penétrale, y la imagen que ha grabado
Con indelebles rasgos el cariño,
Borrada quede con mi propia sangre,
Cuando el postrer aliento haya emitido.
¿Te alteras?
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45
VIRGINIA.-
¡Ay de mí!
(Se desmaya en los brazos de Tulia)
TULIA.-
Querida hija.
YCILIO.-
(Dejando caer la espada corre y se acerca a Virgini a)
Mi Virginia, mi amor. Letal deliquio
Su rostro cubre y sus potencias turba.
¿Y por qué de su estado me lastimo…?
De injustas quejas la impresión ingrata
A este extremo tal vez la ha reducido…
¡Ah! no que la inocencia imperturbable
Se muestra siempre con diverso signo.
Tu confusión, Virginia, te condena,
Y me venga mejor de tus designios,
Que pudieran mis celos infernales
Por tu maldad y tu traición movidos.
Al horror que te postra, te abandono,
Y si acaso olvidarte no consigo,
Verás que sabe sus debilidades
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46
Castigar quien vengarse no ha sabido.
Pero también te juro por los Dioses,
Que ven tu iniquidad y tu martirio,
Por este afecto que combato en vano,
Por el tormento atroz a que me rindo:
Que antes que pueda tu brutal amante,
Desempeñando fiel tu cargo inicuo,
Presentarte su mano ensangrentada
Para unir el perjurio al homicidio,
Por millares de bocas esta espada
(Levanta la espada)
Su detestable sangre habrá vertido,
Y al liberar a Roma de este monstruo
Repararé mi honor y el de Virginio.
(Váse)
Escena Quinta
Virginia, Tulia
TULIA.-
Hija desventurada, quien te agravia
Es quien solo tu amor ha merecido,
Quien aliviar debiera tus congojas,
O cuando menos, padecer contigo.
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47
Él huye de tu vista, y te abandona
En una situación, que en compasivo
Tornara el corazón más inhumano,
Y te ofreciera su favor y auxilio.
¡Ah bárbaro!... No importa... mi Virginia,
Estos brazos te son bien conocidos:
Ellos te sostendrán; pero, hija, vuelve,
Vuelve de ese letargo. Tus marchitos
Ojos recobren su expresión divina.
Oye mi voz: percibe los gemidos
De una amorosa madre que tu dicha
Siempre a la suya propia ha preferido.
VIRGINIA.-
(Volviendo del desmayo)
¿Dónde estoy?... Caro Ycilio... ¿quién me estrecha?
Tulia… ¿Se fue el ingrato?... di, ¿qué hizo?
TULIA.-
Olvidando un instante sus pesares
De tu mortal angustia conmovido,
Le vi correr a sostenerte ansioso,
Y en su rostro con rasgos expresivos
Un acervo dolor impreso estaba.
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48
Con tiernos nombres te llamó al principio;
Pero al punto tornando a los transportes
De su pasión primera, enardecido
Te apellidó traidora, y exhalando
Amenazas contra Apio, de improviso
Te vio con ira, y se marchó furioso.
Esto es cuando observar me ha permitido
El lastimero estado en que te hallabas,
Y el angustiado trance en que me he visto.
Mas, hija, no te ocupes por ahora
De objetos que renueven tus conflictos.
Su antigua calma y plácida alegría
Recupere tu espíritu abatido,
Y a verse tornen las festivas gracias
Que a tu beldad prestaban incentivo.
VIRGINIA.-
¿Cómo es posible que sosiego tenga
Quien de una parte toca precipicios,
Y de la otra sus dulces esperanzas,
Su consuelo, y su apoyo ve perdidos?
Déjame, Tulia, deja que me arrastren
Amargas penas al sepulcro frío.
Yo quiero devorarlas a mis solas,
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49
Y tú te servirás darme permiso
Para privarme un rato de tu vista.
TULIA.-
¿Por qué de ti me alejas? ¿qué descuido
Ha podido ofenderte de mi parte?
Perdona mi ternura, pues me inclino
A pensar que comienza a serte odiosa.
Yo te la ocultaré en lo sucesivo;
Y a complacerte atenta solamente,
A mi pesar, Virginia, me retiro.
Escena Sexta
VIRGINIA.-
(Sola)
¡Ah! todo me es funesto en este día,
Día de horrores, día aborrecido.
A donde quiera que los ojos torno
La negra faz del infortunio miro,
Y armados contra mí los desconsuelos
Al displicente desamparo unidos.
Allí me llena de terror y espanto
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50
La lúbrica pasión del Decenviro,
Cuyo poder dirigirá a vengarse,
Ya que a sus torpes miras no he servido.
Allá las quejas de mi amada Tulia
Acrecen mi tormento. Aquí resisto
La dolorosa ausencia de mi padre,
De Ycilio los agravios y el olvido;
Pero tú, injusto amante, tú eres solo
Quien haces mis pesares infinitos,
Que mire cuanto exista con disgusto,
Y que el vivir me sirva de martirio.
¡Cuántos consuelos, cuando tú me amabas,
El corazón sentía! ¡Cuán distinto
Era mi afán en tan dichoso tiempo!...
Pero no puede ser. ¿Cómo extinguido
Ha de estar un cariño que formaron
La inclinación y el trato? Yo deliro,
Si en tan vanos temores permanezco,
Y de mi fiel Ycilio desconfío…
¿Y por qué abandonarme sin violencia?...
¡Ah ingrato!... ¿no me amas…? ¿tú has podido
Apartarte de mí, cuando me hallaba
Con el vital aliento casi extinto?...
Los indicios no obstante de una ofensa.
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51
Te disculpan… no, no, yo me alucino…
¿Mil indicios destruyen por ventura
Las pruebas con que te he favorecido?
¡Insensato! tus viles desconfianzas
Hacen que mi memoria con fastidio
Se acuerde de mi dicha y tus promesas,
Y de haber el amor por ti sentido…
No eres digno de mí… jamás mis ojos
A verte vuelvan… ¿Cómo me resigno
A pasar sin mi bien la triste vida?
No es posible; aunque tú me has ofendido
Por tu presencia anhelo. Vuelo, injusto,
A confesar tu amor y tu delito.
(Fin del Acto Segundo)
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ACTO TERCERO
Escena Primera
Horacio, Valerio, Ycilio
YCILIO.-
Compañeros e ilustres defensores
De la ofendida majestad romana,
Todo dispuesto está para la empresa,
Y todo nos convida a ejecutarla.
Hay momentos preciosos que no vuelven
Y si una vez se desprecian, y se escapan.
Aprovechemos, pues, los que los Dioses
Nos quieren conceder, y de la patria
Al clamor imperioso conmovidos,
Corramos con denuedo a libertarla.
Contra los cuellos de Apio y su colegio
Mil puñales ocultos amenazan;
Y el generoso pueblo que perdida
Ve con dolor su libertad amada,
Para recuperarla, una voz sola,
Una señal con impaciencia aguarda.
Además, el ejército que Fabio
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Fatiga sin provecho en la campaña,
Y desabre con dura disciplina,
En deseos ardiendo de venganza
Por la muerte de Siccio, está resuelto
A persuasión de agentes que mi audacia
Introdujo en el campo, a desertarle,
A marchar sobre Roma, cuando esparza
El sol mañana sus primeros rayos
Y en el monte Aventino hacer estancia,
Mientras que a los tiranos se derriba,
Y un Gobierno legítimo se instala.
Un clarín sobre el muro hará la seña
De encontrarse las huestes inmediatas.
Entonces es preciso que afrontemos
Todos los riesgos, y que sin tardanza
Nuestro designio quede realizado.
Tú, Valerio, pondrás bajo la guardia
De conjurados la persona de Apio,
Haciéndole arrestar en su morada.
Tú formarás Horacio, la asamblea
Senatorial, y en ella las desgracias
Que sufre la República exponiendo,
Pedirás el remedio, en la confianza
Que el pueblo para entonces congregado
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Por mis esfuerzos y orden en la plaza,
Aprobará cuanto el Senado acuerde,
Y cifrará en tu celo su esperanza.
HORACIO.-
Opino que frustrado tu proyecto
Tiene de Apio la astuta vigilancia;
Que fue para llegar a penetrarle,
Que un tiempo negligencia aparentaba,
Mientras que sus satélites tus pasos
Y tus palabras con destreza expiaban.
Acaso tus agentes ya no existen.
Las legiones acaso intimidadas
Con algunos castigos, diligentes
Obedecen la voz de quien las manda.
Nuestros nombres acaso están escritos
De proscripción en las fatales tablas,
Y contra los puñales que tú ocultas
Se destinan las fasces y las hachas.
Bajo los ojos de Apio se ha trazado
El plan inútil de tu empresa osada:
Él ha visto con júbilo, que ofreces
A su torpe ambición víctimas gratas;
Y sediento de sangre se anticipa
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55
El bárbaro placer de degollarlas.
Ya tiene prevenido los suplicios
Aquel tirano en su terrible calma,
Y con seguridad se determina
A ensayar con nosotros su venganza.
Es para esto que Claudio de intimarnos
A Valerio y a mí la orden acaba
De presentarnos a Apio en el momento;
Y aunque resulten mis sospechas falsas,
Pensar no puedo, sin horrorizarme,
En los males que a Roma se preparan
Por los mismos que lloran los que sufren,
Por los mismos que intentan ampararla.
Mudemos de intención, caros amigos,
Si logramos salvar de esta borrasca,
Y otro medio elijamos con que sea
La patria sin desastres rescatada.
El senado tal vez…
VALERIO.-
¿Do está el Senado?
Si reo fuera quien nombrarle osara
¿Quién podrá reunirle, sin que al punto
Su cabeza a los pies del monstruo caiga?
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56
YCILIO.-
¿Y quién confiar debiera en ese cuerpo
Cuya conducta, casi siempre vaga,
Dejó la esclavitud de los Romanos
En la última asamblea sancionada?
Una acción popular es solamente
La puede fijar su antigua marcha,
Abrirnos el sendero hacia la gloria,
Y restaurar la libertad pasada.
Y cuando todo se halla prevenido,
Cuando la ejecución está cercana,
Cuando tantos ilustres conjurados
Reposan en la fe de mi palabra,
Cuando marchan las tropas sobre Roma,
Y el impaciente vulgo ya se alarma,
¿Nosotros solos sin honor, cobardes,
Desistiremos por inciertas causas?
¿Al arbitrio de un ciego populacho,
Sin concierto ni guía, abandonada
Dejaremos la suerte del Estado?
Y daremos lugar con nuestra falta
A que en la inerte multitud los golpes
Apio descargue de su ardiente rabia?
No, patria mía no; la vida darte
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He prometido en tus augustas aras,
Si para exterminar tus opresores
Preciso fuese. Nada me acobarda,
Nobles amigos, pueblo generoso,
Cuando invoca a sus hijos Roma esclava;
Y en breve os mostraré, que por lo menos
Vuestra elección en mí no ha sido vana.
Más el déspota llega… a que nos vea
No le demos lugar.
Escena Segunda
APIO.-
(Solo)
Mis tiernas ansias
En inquietud rabiosa se han trocado
Rencor y fiera saña el pecho guarda,
Y sólo la esperanza de vengarme
De un modo horrible, mi furor aplaca.
Sí, joven orgullosa, la ignominia,
El llanto y el dolor que te prepara
Mi indignación, serán gratas escenas
Que con deleite considera el alma.
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58
A tu pesar, serás en breve mía,
De sierva llevarás la infame tacha,
Y a la roca Tarpeya conducida,
verás de Ycilio la espantosa caída.
Escena Tercera
Apio, Claudio.
APIO.-
¿A Horacio y a Valerio has citado?
CLAUDIO.-
Ya les queda vuestra orden intimada.
APIO.-
Estos son dos espíritus inquietos
De quienes es preciso me deshaga;
Mas su alta cualidad de senadores,
Su noble estirpe, y la preponderancia
Que sobre el vulgo tienen, me constriñen
A obrar en esto con cautela y maña.
Los sacaré de Roma por ahora,
Pretextando que estimo de importancia
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Su presencia y servicio en las legiones,
Y ellos perecerán en la campaña
Del modo que tengo declarado.
Por lo que toca a Ycilio, innecesarias
Miro estas precauciones. Su castigo
Daré por espectáculo a la ingrata
Y a toda la ciudad dentro de poco.
Sólo nos resta ejecutar la traza
Que he meditado para que Virginia
Sepa a lo que se expone quien me agravia;
Y de mí dependiendo únicamente,
Mi capricho por fuerza satisfaga.
Ante mi tribunal debes traerla
Y como sierva propia reclamarla,
Dirás que es hija de otra esclava tuya,
Que al punto de nacerte fue robada
Por la estéril esposa de Virginio,
Para encubrir su vergonzosa falta.
Compra testigos, abre mis tesoros,
Perfecciona la idea en la demanda;
Y tu genial descaro y osadía
Emplea con cordura y eficacia.
Parte a cumplir mis intenciones, Claudio,
Antes que expire el día.
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60
CLAUDIO.-
Me presagia
El corazón, Señor, que esta encomienda
A poca costa quedará efectuada.
APIO.-
He bien, pero te advierto… nada… parte,
Que con semblante adusto y grave pausa
Aquí se acercan ya los emplazados.
(Sale Claudio)
Escena Cuarta
Apio, Horacio, Valerio.
HORACIO.-
¿Cuál es, Apio, la causa tan extraña
Que os obliga a citar a dos senadores
A vuestro tribunal?
APIO.-
Voy a explicarla.
Cuando érais padre del Romano Pueblo
Por estaros su suerte encomendada,
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61
Era justo también que residieseis
Desempeñando en Roma vuestras cargas;
Más ahora, que a otros del Estado
Las riendas y salud están confiadas,
Y el Senado en efecto no subsiste,
Perjudicial es ya esta circunstancia.
Perjudicial he dicho, porque mientras
Vagáis por la ciudad, o en vuestras casas
Permanecéis sin público destino,
Se encuentra la República privada
De los servicios que podéis prestarle,
Cuando fieros contrarios la amenazan,
Cuando se hallan sus águilas vencidas,
Y en su socorro a todos nos reclama.
Esto supuesto, y que me pide Fabio
Dos jefes de confianza, que distraigan
Con destreza a los Ecuos, entretanto
Qué él libra a los Sabinos la batalla:
Juzgo que mi elección os es debida;
Y no dudando un punto en aceptarla
Os serviréis con gusto, os recomiendo,
Que ejecutéis sin dilación la marcha.
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62
HORACIO.-
No es el pueblo romano diferente
Del Senado en el caso que se trata:
El segundo al primero representa
Por ley fundamental, y tan sagrada,
Que ni los mismos Reyes se atrevieron,
Ni aun los malos Tarquinos a violarla.
En este augusto cuerpo únicamente
Consignó la nación sus soberanas
Facultades: a él solo pertenece
Organizar las leyes o aprobarlas.
Como la sociedad, es subsistente
Como ella, es soberano; y si encargada
La parte ejecutiva os ha dejado,
Como antes a los Cónsules estaba,
En el número y nombre es de estos solos
Magistrados que han hecho la mudanza,
Sin haber renunciado sus derechos
Que son inalienables…
VALERIO.-
Y que alcanzan
A restaurar las Consulares togas,
Si al público provecho necesarias
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63
Se conceptuaren; o distinta forma
De Gobierno trazar la más adecuada
Para amparar la libertad, que ahora
Los Decenviros con descaro atacan.
Roma tiene exteriores enemigos
Que los poblados y los campos talan.
Roma libre pudiera escarmentarlos,
y hacer temblar también a toda Italia;
Pero tiene domésticos traidores,
De quienes es forzoso, se deshaga,
Para elevarse a la esplendente gloria
A que el destino y su poder la llaman.
Es para este grandioso ministerio
Que la ciudad, como decís, descansan
De la patria los únicos apoyos,
Que no admitís por tanto vuestra gracia.
APIO.-
Es verdad que se encuentran por desdicha
Turbulentos espíritus que agravan
Los males de la guerra ¿mas qué importa?
Mi autoridad para extinguirlos basta.
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64
VALERIO.-
También se encuentra alguno, que afectando
El poder absoluto, se descara,
Ostenta las insignias de los Reyes,
Su pompa imita, y por su senda marcha.
El Senado y el pueblo bien se acuerdan
Que en los idus de Mayo terminada
Esa decenviral magistratura
Debió quedar; que vos a continuarla
No obstante, os atrevisteis con olvido
De vuestras propias leyes, que ultrajadas
Sólo por vos han sido, y un colegio
Que su conducta por la vuestra pauta.
¿Y quién se olvidará que aun antes de eso
Los Decenviros ya no se mostraban
De ceremonia, sin llevar consigo
ciento y veinte Lictores con sus armas?
¿Quién de aquellas personas tan notables
A distantes regiones desterradas?
¿Quién de los grandes bienes confiscados
Con que hinche la codicia vuestras arcas?
¿Quién de las crueles afrentosas penas
A virtuosos Romanos aplicadas?
¿Quién de víctimas tantas inocentes,
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65
Que han expirado bajo nuestras hachas?
¿Y quién, en fin, de todas las acciones,
Que con sangrientos rasgos os retratan,
Y a vuestro ruin gobierno impresa dejan
La más fatal y abominable marca?
Tarquino ¡qué delirio!... me retraigo…
Con un tirano ilustre os comparaba,
Ved ese Capitolio: es obra suya;
Roma quedó en su tiempo decorada;
Y a su valor militar y pericia
Se debieron victorias señaladas.
Pero a vos ¿qué se debe? despotismo,
Esclavitud, desolación, infamia…
¡Monstruo de iniquidad y de perfidia!
Continuad vuestra empresa sanguinaria;
Mas sabed, que este pueblo ya indignado
Su independencia y libertad reclama:
Que de Horacio y Publícola los nietos
Por tan justos derechos se declaran,
Y que siempre su sangre a los tiranos
Funesta ha sido.
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66
APIO.-
Tales amenazas
Merecen, cuando mucho, mi desprecio.
¿Qué importa un populacho a quien engañan
Algunos impotentes enemigos
Que permite vivir mi tolerancia?
Mi poder y mi gloria de vosotros
A una inmensa distancia me separa,
Donde jamás alcanzarán los tiros
Que vuestra envidia en su furor me lanza.
Esta gloria inmortal, de los combates
Entre el polvo y horror, no fue ganada,
Ni se funda en suntuosos obeliscos
Que la ruinosa vanidad levanta.
Ella ha sido la noble recompensa
De penosas tareas consagradas
A establecer en Roma la justicia
Sobre invariables leyes, que no amparan
El anterior desorden, y condenan
De los juicios las formas arbitrarias:
En mi administración la ley impera
Los vetos cesan, las facciones callan;
Y del senado imbécil y monstruoso
Apenas la memoria es tolerada.
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67
Mis órdenes cumplid. Mirad que os mando
Que luego os alejéis de estas murallas,
Y que del Tíber la ulterior ribera
Hayáis pisado cuando raye el Alba.
HORACIO.-
Aunque la apelación y el tribunado
Abolidos están; serán frustradas
Las temerarias órdenes, que os dictan
Una nueva fiereza y arrogancia,
Pero cuando el despotismo se exaspera
Su total destrucción no está lejana.
(Salen)
Escena Quinta
Apio, Claudio, Virginia, Numitorio, Tulia, Lictores (a uno y al otro lado del Tribunal), Pueblo.
CLAUDIO.-
(Presentando a Virginia)
Aquí tenéis, Señor, mi joven sierva
Por hija de Virginio reputada
En fuerza de un engaño de su esposa;
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68
Más prole verdadera de una esclava.
Ella nació en mi casa, y Numitoria,
Que así la falsa madre se llamaba,
Para fingir que lo era, me la extrajo
Furtivamente en su primera infancia,
Y pues de mi aserción antes de ahora
Exhibidas os tengo pruebas claras
En este tribunal, y que por su hija
La propia madre se presenta y clama:
Vuestra justicia imploro; y no pudiendo
Definitivamente sentenciada
Ser mi demanda ahora; por hallarse
Virginio ausente, os dignaréis dejarla
En mi poder por interino juicio
Bajo caución legal depositada.
APIO.-
Aunque parece justo tu reclamo.
Es preciso saber qué alega o habla
Virginia en su defensa.
NUMITORIO.-
Permitidme
Que yo por mi sobrina os satisfaga.
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69
Al ver la luz de sus ojos, noche eterna
De improviso cerró los de mi hermana,
Y del seno materno fue Virginia
A los brazos de Tulia trasladada.
Ella la vio nacer, y el ministerio
Desempeñó de madre en su lactancia,
Siendo por tanto singular testigo
Contra impostura tan grosera y rara.
Sin embargo, parece inoportuno
Cualquier procedimiento, cuando se halla
Virginio ausente, presentando el pecho
Al enemigo acero por la patria;
Y es muy justo que su hija, mientras vuelve,
Y queda con su audiencia substanciada
Esta fábula, o causa peregrina,
De la mansión paterna no se extraiga.
De vuestras mismas leyes una el caso
Previniendo, que tanto os embaraza,
Del modo que le he indicado le resuelve;
Y según su contexto, conservada
Debe ser mi sobrina en pleno goce
De su actual libertad, mientras se aclaran
Las pretendidas dudas, y recae
Resolutivo juicio. Esta pilastra
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70
(Acerándose a una pilastra)
Ofrece a vuestros ojos la defensa
De la supuesta sierva. Examinadla:
Obra vuestra es, Señor, y no presumo,
Que os atrevéis vos mismo a despreciarla.
(El pueblo se agolpa alrededor de la columna)
APIO.-
(A los lictores)
El foro despejad.
(A Numitorio)
La ley que citas,
Convence Numitorio, más que nada
De la fiel protección que me ha debido
Siempre la libertad; pero aplicarla
Debo según los casos, que varían
Como sus accidentes. Si se hallara
Virginio en la ciudad, sin duda alguna
La joven quedaría en su compañía;
Mas en su ausencia la justicia pide
Que mientras juzga el tribunal, y falla
La demanda de Claudio, se le otorgue,
Que en su poder la tenga consignada
Con las cauciones que el derecho ordena,
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71
Y quedando obligado a presentarla
Luego que se le mande.
CLAUDIO.-
(Queriendo tomar a Virginia por la mano)
Así lo ofrezco.
Ven conmigo, verás cuanto te agrada
Conocer los autores de tu vida.
VIRGINIA.-
¿Y cómo te prometes que te siga,
Impostor insolente? vete, aparta
Lejos de mí tus atrevidas manos:
Y sabe, que primero me prestara
A sufrir una muerte ignominiosa,
Que a ser, como pretendes, infamada.
Y vos Apio, que sois de este artificio
El inventor, dejad las asechanzas,
Pues que ya la experiencia os ha mostrado,
Que a vuestro empeño se resiste mi alma:
Esta alma que prefiere a vuestra vista
Los tormentos más crueles, y encontrara
Menos pavor en el horrible aspecto
De las feroces bestias africanas.
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72
Vivid seguro, pues, que siendo libre,
O estando indignamente esclavizada,
Me seréis un objeto aborrecido:
Y que este monstruo, que es la semejanza
De su digno Señor, jamás consigo
Me llevará, si no me despedaza.
APIO.-
Me pareces, Virginia, muy altiva.
VIRGINIA.-
Tal vez, porque os parezco muy Romana.
EL OFICIAL.-
(Con precipitación)
Cerca de aquí, Señor, amotinado
El pueblo grita, y pide con instancia
La libertad de cierta joven.
APIO.-
¡Hola!
Ya tendrá su castigo esa canalla,
Que siempre teme cuando no la temen.
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73
Escena Sexta
(Apio, Claudio, Numitorio, Tulia, Lictores, e Ycili o (que entra precipitadamente con la espada desnuda; quieren con tenerle los lictores; pero se abre camino, y coloca al lado de Virginia).
YCILIO.-
Apio, forzoso es ya, que con las armas
Del lado de Virginia me separes,
Y me arrojes de aquí, si aun en sacarla
Insistes de la casa de su padre,
Y dejar de este modo tus malvadas
Intenciones cumplidas. Sí, la muerte
Solo me obligará a desampararla.
Mi esposa debe ser, mas debe serlo,
Como está, a tu pesar, íntegra y casta.
Junta, pues, tus Lictores, y si quieres,
También los de tus colegas, y carga
Con ellos sobre mí; que yo te juro
Por los tremendos Dioses, que esta espada
Hasta exhalar el último suspiro
Empuñará mi diestra, y que harto cara
Te venderé mi vida, defendiendo
Con un coraje que el amor exalta,
La libertad y honor de mi Virginia.
Resuélvete cruel ¿por qué te paras?
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74
Agrega este delito a los que tienes
Para acabar de ennegrecer tu fama.
APIO.-
La osadía y fiereza tribunicia
Todavía parece que te inflaman
Para mover, Ycilio, los tumultos
Que en el pasado régimen formabas.
Este es otro sistema; sin embargo
Mi prudencia no quiere que te valgas
De un frívolo pretexto en este día,
Para hacer novedades que costaran
Mucho llanto tal vez, y mucha sangre
Que fuera con la tuya derramada.
Por esto, y en obsequio de Virginio,
Cuya ausencia y destino me desarman:
Por su estimable cualidad de padre;
Y por la causa en fin común y santa
De vuestra libertad, me determino
A que sea a mañana prorrogada
Mi decisión, y que entre tanto vuelva
La joven a su casa; mas si tarda
Virginio en presentarse, sin recurso
Quedará mi sentencia pronunciada,
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75
Y para castigar los refractarios
Bastaran mis lictores.
TULIA.-
Ya descansa
Hija, mi corazón.
YCILIO.-
Ven, mi Virginia.
Huyamos del impío que profana
Sin temor el altar de la justicia.
(Salen Virginia, Ycilio, Numitorio, Tulia y el Ofic ial)
Escena Séptima
Apio, Claudio.
APIO.-
¿Cómo puedo sufrir que malograda
Mi intención un instante haya dejado
Un odioso rival que desacata
Mi autoridad suprema, y desafía?
¿Y cómo, que una joven descarada
Agregue los insultos al desprecio?
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¡Dulce venganza! ¡cuanto se retarda
A mi impaciente anhelo el nuevo día!
¿Y por que sujetarme a esta tardanza?
Parte al momento, Claudio, prende a Ycilio…
Detente… que esa joven insensata
A mi presencia vuelva… no, destina
(Esto ha de ser) persona que una carta
A Quinto Fabio con presteza lleve,
A fin de que Virginio, denegada
Para salir del campo la licencia
Que ha de pedir, le sea; y que una guardia
De continuo le observe. De este modo
Sin su audiencia nuestra obra consumada
Miraremos mañana. Escribe luego,
Y al conductor la prontitud encarga.
Fin del acto tercero.
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ACTO CUARTO
Escena Primera
Galería en la casa de Virginia
VIRGINIA.-
(Sola) Llego por fin la noche, y mis angustias
Con su mustio silencio se acrecientan.
¡Engañosa esperanza! ¿me abandonas?
¿Ni un débil rayo de luz me dejas?
O deshonor, o muerte: inexorable
Mi destino pronuncia esta sentencia.
Mañana ha de cumplirse, sí, mañana
Seré de Claudio ignominiosa sierva,
Y al poder del tirano conducida…
¿Más que importa? No temo sus violencias:
Prevenirlas sabré con este acero.
(Saca un puñal del seno y vuelve a colocarle en él)
O caro padre, no veréis mi afrenta,
Ni correr llanto inútil en mis ojos.
En el abismo de la noche eterna
Salvaré mi virtud, siendo forzoso.
Esta es, Ycilio, mi última promesa:
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78
Digna de ti descenderé al sepulcro.
¡Terrible situación!
Escena Segunda
Virginia, Ycilio.
YCILIO.-
El cielo vela
Sobre tu suerte, idolatrado objeto:
El dirige mis pasos, nada temas.
No es tu padre quien debe defenderte,
No es el solo, Virginia, es Roma entera.
Tú verás declararse por tu causa
Las legiones, el vulgo, la nobleza.
Ha partido mi hermano, sin embargo,
A advertir a Virginio que interesa
Por instantes en Roma su persona,
Y a informarle del caso en que te encuentras.
Mas si acaso frustraren mis proyectos
Algunas imprevistas ocurrencias;
Sin soldados, sin pueblo, sin amigos,
Armado me verás en tu defensa
Del valor, que me inspiran la justicia,
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79
El deber, tu virtud, y tu belleza.
Sí, mi Virginia, por mi amor te juro
Verter la sangre toda de mis venas,
Antes que consentir en la ignominia
Con que infamarte el Decenviro intenta.
VIRGINIA.-
¿Qué me importa saber que a todo el mundo
En sostener mi libertad Empeñas,
Cuando eres tú quien mi infortunio causas,
Y a vivir sin sosiego me condenas?
Saber que no dudabas de mi afecto
Esclava, o libre, mi contento fuera:
Y entonces apreciando tus cuidados,
Me confiara mejor en tus protestas;
Pero sé que olvidándote en un punto
De cuanto debes a mi fe y terneza,
Hallarán en tu pecho nueva entrada
La desconfianza torpe y vil sospecha.
¿De ser conmigo más tirano que Apio,
Es, oh Dioses, Ycilio, quien se precia?
¡Inhumano! ¿Eres tú?… Si te acordaras…
Pero no: los ingratos no se acuerdan.
Permite que me ausente.
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80
YCILIO.-
¿Me aborreces?
VIRGINIA.-
¡Aborrecerte injusto! ¿tú lo piensas?
YCILIO.-
¿Y es indicio, Virginia, de cariño
Evitar de un amante la presencia?
VIRGINIA.-
Decídelo tú mismo, que abusando
De mi amor, has tenido la fiereza,
De acrecentar la angustia que sufría,
Al ver amenazada tu existencia.
Tú que de serte fiel me has hecho un crimen:
Tú que has sabido adelantar la ofensa
Hasta dejarme, cuando combatida
De mil pesares respiraba apenas,
Abandonada a mi mortal congoja,
Y de mi dura suerte a la inclemencia.
Sigue, pues, abrigando desconfianzas,
Continúa en tu bárbara aspereza,
Que por toda venganza te prometo,
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81
Vivir llorando mi pasión funesta,
Hasta que al fin la muerte la destruya;
Y en tu inhumano corazón por prenda
De mi cariño y fe dejar clavada
De un cruel remordimiento la saeta.
YCILIO.-
Bella Virginia, idolatrada esposa,
Dígnate oírme por la vez postrera.
Si en ese corazón, que ha sido mío,
De su primer amor reliquias quedan:
Si mis ruegos atiendes todavía:
Si aún puedo merecerte una fineza;
Perdona generosa los agravios
Que dictaron los celos a mi lengua,
Los celos que encendieron en mi pecho
De una ofensa engañosas apariencias.
Por Tulia supe la verdad del caso,
Y al punto condene mi ligereza.
¿Y serás inflexible o vengativa
Con un amante que su error confiesa?
No, caro dueña, para siempre olvida
Los excesos nacidos de la fuerza
De mi pasión ardiente, pues no ignoras
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82
Cuantos recelos el cariño engendra.
Por los dioses protesto, por tu vida,
Por esa vida que la mía alienta,
Que cuando tu juzgabas que mi afecto
Se cambiara en rencor o indiferencia,
Mis votos eran por tu sola dicha,
Y el ídolo del alma entonces eras.
¿Te atreves a dudarlo? ¡Ah! no: tú sabes
Que tu Ycilio sin ti vivir no anhela.
¿Es verdad que te adoro, mi Virginia?
¿Me tornarás a ver alegre y tierna?
¿Me amas Virginia?
VIRGINIA.-
¡Que si te amo! ¡Oh cielo!
Escena Tercera
Virginio, Virginia, Ycilio.
VIRGINIO.-
Hija…
VIRGINIA.-
Padre…
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83
VIRGINIO.-
¡Qué sensación tan nueva
Mi espíritu recibe con tu vista!
(La abraza)
¡Ah! ¡cómo me suspende y enajena
El placer de estrecharte entre mis brazos!
Y tú Romano, por quien sólo espera
Recuperar la patria sus derechos,
Y romper para siempre las cadenas,
Con que la ha aprisionado el despotismo:
Tú que no abres del honor la senda,
Modelo singular del hombre libre;
Esta expresión de mi amistad sincera
(Le abraza)
Admite, con las más cordiales gracias
Por los fieles cuidados que en mi ausencia
Mi casa y mi Virginia te han debido.
Los dioses proteger tu empresa quieran,
Y concederte en premio de intentarla,
Que a Roma libre por tu esfuerzo veas.
YCILIO.-
Son deberes tan santos, por la patria
Los riesgos afrontar, morir por ella,
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84
Que la satisfacción de ejecutarlos
Ciertamente es su digna recompensa;
Y si alguna merecen los servicios
Por qué estarme obligado consideras,
Tu gratitud y la amistad sin duda
Son las que más mi corazón aprecia;
Y en tanto grado, que deseando vivo
El instante feliz en que merezca,
Que la mano ofrecida de Virginia
Eterno lazo entre nosotros teja.
VIRGINIO.-
Si los dioses con gloria nos conceden,
Ver el final del día, que se acerca:
Si de afrentosa esclavitud mañana
La patria libre y mi Virginia quedan,
Te ofrezco que antes que otra vez la noche
Tienda su negro manto por la tierra,
En torno de tu tálamo brillando
De Himeneo verás la luz serena;
Y en tanto de hijo el afectuoso nombre
Por prenda te anticipo de mi oferta.
YCILIO.-
Yo te daré el de padre.
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85
VIRGINIO.-
Y tú, hija mía,
¿Conducida al altar serás sin pena?
VIRGINIA.-
A vuestra voluntad la mía siempre
Se ha prestado con dulce complacencia.
VIRGINIO.-
Muy bien lo sé. Permíteme, hijo, ahora,
Que te confiese con genial franqueza,
Cuán asombrado estoy por el sosiego
Que en la ciudad en este instante reina.
¿Dónde están los agentes que apresuran
La ejecución de grandiosa empresa?
¿Quiénes son los ilustres conjurados?
¿Quién los anima? ¿Dónde se congregan?
Tú mismo, ¿dónde te hayas?
YCILIO.-
En mi puesto;
Y en el suyo mis órdenes esperan
Multitud de romanos esforzados
Que sin la libertad vivir desprecian,
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86
Y bajo el juramento más solemne
Prometen con su sangre defenderla.
Por este lado los temores,
Que mis bravos amigos no sosiegan,
Y cuando todos duermen, invigilan,
Y los puñales en secreto aprestan.
Mas dime ¿puedo fiarme en tus avisos?
¿Es cierto que veremos a las puertas
De la ciudad con el albor del día
Las Legiones campadas en Ereta?
¿Ya se estaban moviendo a tu salida?…
Esas cohortes de inquietud me llenan,
Porque es indispensable para el logro
Del combinado plan su concurrencia.
VIRGINIO.-
Todo estaba dispuesto a mi partida
A fin de que las huestes se movieran
Cuando brillara sobre el horizonte
Del grande carro la primera estrella.
Y supuesto que Roma de aquel punto
Esta distante apenas siete leguas,
Bien puedes distraerte de un cuidado
Que sin motivos veo que te inquieta.
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87
YCILIO.-
Esa seguridad me tranquilidad,
Y la doble esperanza me sustenta,
De restaurar la libertad romana,
Y a Virginia ofrecer la que me resta.
VIRGINIA.-
Yo la he perdido toda, tú lo sabes:
Si me quedara alguna, lo sintiera (Váse).
Escena Cuarta
Virginio, Ycilio, Valerio.
VALERIO.-
Oh Virginio, la suerte nos reúne
¡Ojala que esta vez nos favorezca!
¿Sabes, Ycilio, que Apio no descansa
Y a favor de la noche nos acecha?
YCILIO.-
¿Cómo? dime…
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88
VALERIO.-
Yo mismo, yo le he visto
Con Claudio y sus Lictores dar la vuelta
A la ciudad, subir al Capitolio,
Reconocer la guardia y centinelas,
Pasar al muro, atravesar el foro,
Detenerse con Claudio en conferencias,
Marchar, retroceder, y de Pomponio
En la casa pararse con cautela.
¿Qué infieres de esto?
YCILIO.-
Lo que infiero es claro:
O ha sido nuestra empresa descubierta,
O por lo menos fuertes presunciones
Tiene de ella el tirano. Que las tenga:
Que sepa nuestros íntimos secretos:
El lance está Empeñado. Quien se arredra
A vista del peligro, no es romano,
El vil cobarde que vacile, muera
A nuestras propias manos; pues rehúsa
Tributar a la patria su existencia.
Ya tardan las legiones ¿No es Apronio
Quien encargado esta de hacer la seña
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89
Al divisar las huestes desde el muro?
VALERIO.-
Con tu acuerdo se le hizo esta encomienda.
YCILIO.-
Y por ventura ¿se hallara en su puesto?
VALERIO.-
A juzgar lo contrario, se ofendiera
Su acrisolado honor y patriotismo.
VIRGINIO.-
Es mi amigo.
YCILIO.-
Bastante recomienda
Es esa para mí ¿y qué hace Horacio?
VALERIO.-
Desconfiar de lo mismo que desea.
Y de anuncios funestos perseguido
Sumergirse en angustias y tristeza.
Ha poco que en su casa le he dejado
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90
Con varios senadores.
YCILIO.-
¿Quién creyera
Que en ese mismo Horacio es que se funda
Mi mayor esperanza? Gran prudencia
Es lo que en el parece desaliento.
Su congoja acredita su nobleza.
El teme los desastres de su patria,
Y por el bien común morir quisiera,
Morir él solo y libertar a todos
De los tremendos males que contempla;
Mas cuando llegue el caso, estoy seguro
Que admiraré su esfuerzo y su firmeza.
¿Y el brío de Pomponio ha decaído?
VALERIO.-
Por el contrario a todos nos alienta,
Y de Vilio y Titinio las partidas
Muy bien armadas a la suya agrega.
YCILIO.-
¿Y Duilo y Opio?
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91
VALERIO.-
Aguardan en mi casa
Con otros la señal con impaciencia.
YCILIO.-
He bien, Valerio, parte a la muralla,
Busca a Apronio, prevenle la manera
Con que debe evitar cualquier encuentro
Con Apio o sus espías encubiertos.
Al depósito de armas luego pasa,
Su custodia examina, y si recelas
Que alguno de ellos pueda descubrirnos,
Hazle observar por un espión de cerca.
Finalmente recorre bien los puestos,
Anima a mis amigos; mas reserva
La novedad que ocurre. Yo Pomponio
Haré la indicación que me parezca:
En su casa te espero. Adiós, Virginio:
Permanece en la tuya hasta mi vuelta.
(Sale con Valerio)
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92
Escena Quinta
VIRGINIO.-
(Solo) Ya estamos solos, corazón, miremos
Si algún camino al cielo nos presenta
Para librar a mi hija de la suerte
Que la amenaza. Fiel naturaleza
En el común peligro me prescribe
Que atienda su clamor con preferencia.
Perdona, Roma, que esta vez sensible
Mas a mis males que a los suyos sea.
¿Pero son diferentes por ventura?
¿De la supuesta esclavitud exenta
No quedara Virginia, si logramos
A Roma libertar?… Ah triste idea
Los hierros que romper nos propusimos,
En fiero despotismo ya refuerza;
Y a la más horrorosa servidumbre
Bajo el pesado cetro nos sujeta.
Todo esta descubierto y trastornado.
Hija infeliz, que acaso te consuelas
Con la seguridad que te promete
Aun más que nuestros brazos, tu conciencia,
Para salvar tu honor no hay otro medio
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93
Que la muerte. Mejor es que perezcas,
Mejor mil veces, que arrastrar sin honra
La triste vida… Corazón ¿te alteras?
¿Te falta valor?…
Escena Sexta
Virginio, Virginia.
VIRGINIA.-
(Corriendo despavorida)
Salvadme padre
VIRGINIO.-
Hija, ¿de quién?
VIRGINIA.-
De Claudio… su insolencia…
¿Qué tribunal es éste?… ¡Oh!… ¿qué injusticia?
VIRGINIO.-
¿Qué tribunal, Virginia?
VIRGINIA.-
No… mis penas…
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94
(Viendo a todas partes)
¿Dónde estoy?… ¡qué ilusión!… ¿ésta es mi casa?
VIRGINIO.-
Sí, tu casa, hija mía.
VIRGINIA.-
Yo estoy muerta.
VIRGINIO.-
Tranquilízate, dime ¿qué prestigio
Perturba tus sentidos y potencias?
VIRGINIA.-
Me parece que apenas comenzaba
El sueño a dar a mis congojas tregua,
Cuando en la atormentada fantasía
Se cruzaron imágenes horrendas.
Me figuré que estaba ante el tirano,
El cual a Claudio me entregó por sierva;
Y que consigo el impostor maligno
Llevarme quiso con brutal violencia…
El corazón se oprime… dejo el lecho…
Despavorida corro… aliento apenas…
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95
Aún me dura el espanto, y no es posible
Que sin vos un momento a estar me atreva.
No os apartéis de mí.
VIRGINIO.-
No, mi Virginia.
Siempre estaré a tu lado; pero aleja,
Si desmentir no quieres mi esperanza,
Todo temor de ti, toda flaqueza.
Soy tu padre, lo sabes: mi cariño
A cada instante te prodiga pruebas
De esta verdad. Mi corazón no tiene
Con quién partir su paternal terneza.
Único fruto del amor más puro,
Tú sola reinas en el alma entera;
Y si acaso el vivir me ha sido grato,
Si una gloria inmortal busqué en la guerra,
Si he visto con placer mis cicatrices,
Si de Roma anhelaba la grandeza,
Era por ti, hija mía; pues tu dicha
De la común juzgué que dependiera.
Una feliz vejez pasar contigo,
Verte de esposa fiel y madre tierna
Ejerciendo los dulces ministerios,
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96
Y que en dichosa prole renacieras:
He aquí, Virginia, los ardientes votos
Que mi pecho a los Dioses dirigiera;
Pero es forzoso ya…
(Fija la vista en Virginia y luego la vuelve a otro lado).
VIRGINIA.-
¿Por qué la vista
De mi apartáis señor?
VIRGINIO.-
Deja que viertan
Lágrimas de dolor mis tristes ojos.
VIRGINIA.-
¿Qué es forzoso? decídmelo.
VIRGINIO.-
Que mueras,
Si el deber lo exigiere, y que te siga
Al sepulcro tu padre. ¿Tú penetras
Cual es tu situación, cual es el riesgo
A que se encuentra tu virtud expuesta?
Yo tenía fundada mi esperanza
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97
En la conjuración que se proyecta,
Conociendo que todo otro recurso
Para evitar tus males, es quimera;
Pero ya esta confianza está destruida,
Pues miro que Apio vive siempre alerta,
No siendo dable que se oculte nada
A la sagacidad y diligencia.
El mismo es el autor de la impostura,
Que para esclavizarte, Claudio alega.
¿Podemos, pues, confiar que haga justicia
Quien la desprecia, y la calumnia inventa?
¿Quién cifra su esperanza en ocultarla.
Y el logro de sus miras en no hacerla?
Burlados quedaran nuestros conatos:
Créeme, si tu esclavitud es cierta:
Y a esa infamia, el designio mas perverso
Contra tu honor el Decenviro agrega.
Pero nada es, Virginia, tan sagrado
Como el honor. La fama, las riquezas,
Y hasta la propia vida en sus altares
Tributar no rehúsa, quien conserva
La candidez de la virtud en su alma.
Los vicios que la manchan, y la enervan,
Sé muy bien que son desconocidos;
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98
No dudando por tanto que prefieras
En el extremo caso, que te anuncio,
La muerte a tu deshonra y a mi afrenta.
VIRGINIA.-
Vuestro ejemplo, señor, vuestros consejos
Han sido de mi vida única regla:
Siempre sigo tras vos, sin separarme
Un punto del sendero, que me muestran
Vuestro amor y cuidados paternales.
Ya me marcáis el fin de mi carrera.
No sospechéis que el término me asuste:
Que abandone mi guía y retroceda.
Si lo pide el deber, a vos y a Roma
No un día de dolor como Lucrecia,
Sino de gloria pura dar prometo.
¿Estáis de mi contento?
VIRGINIO.-
Cara prenda,
De la atención celeste objeto y digno,
Tú colmas mis deseos, y serenas
La turbación que fatiga el alma,
Y con el gozo la amargura mezclas.
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99
Tú eres una romana.
VIRGINIA.-
Soy vuestra hija.
VIRGINIO.-
¿No ves dos personajes que aquí llegan?
Quiero reconocerlos; pero atiende:
¿No es Apio el que un bastón trae a su diestra?
Él es; huyamos pronto de su vista
Antes que me descubra, porque hiciera
Este accidente más desesperados
Los males y peligros que nos cercan. (Salen)
Escena Séptima
Apio, Claudio
(En el proscenio)
APIO.-
Acercarnos aún más podemos, Claudio:
(Acercándose al sitio que dejaron Virginio y su hij a)
Atiende con quietud, registra, observa.
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100
CLAUDIO.-
(Después de una breve pausa)
Aquí parecen todos entregados
Al más profundo sueño. Ni siquiera
Un pequeño rumor, un paso siento.
APIO.-
¿Cuál es el sitio, pues, donde se encierra
Esa gran multitud de conjurados
Que en el aviso anónimo se expresa?
Las casas de Pomponio y de Virginio,
Según se indica, de sus conferencias
Son los centros seguros y constantes:
Las hemos observado, y todo en ellas
Tranquilidad anuncia. Fuera de eso,
En el muro, en el foro, en las plazuelas,
En el Circo, en las calles, no hemos visto
Ni un solo indicio de la más ligera
Desconfianza o sospecha nos engendre.
Falsa es la delación; pero imprudencia
Fuera también del todo despreciarla.
Nunca debe confiarse el que gobierna
En lo que pueden descubrir sus ojos,
Que la mentira tiene siempre cerca
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101
Y a la clara verdad su sombra eclipsa.
Por esto es bien que sin cesar inquieras
Si de conspiración algún proyecto
Contra el decenvirato se fomenta:
Prevenido, que de ella mis contrarios
Que tú conoces, deben ser cabezas;
Y que Pomponio y otros tal vez pueden
Entrar como personas subalternas.
CLAUDIO.-
Dejad esa atención a mi cuidado,
Que las maquinaciones más secretas
Ocultarse no pueden a los ojos
De quien a sólo vos servir desea.
APIO.-
He bien ¿Y de la carta que esta tarde
Remitimos a Fabio, hay ya respuesta?
CLAUDIO.-
Como el posta salió no ha muchas horas,
No es tiempo aún, señor, que pueda haberla.
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102
APIO.-
En el juicio pendiente de Virginia
Me importa que su padre no intervenga;
Y para no exponerme a lo contrario,
Y evitar imprevistas contingencias,
Te advierto que reiteres tu demanda,
Luego que ahuyente el día las tinieblas,
Y que hagas que Virginia y Numitorio
Contigo justamente comparezcan.
¡Con cuánta lentitud el tiempo pasa
Para el inquieto corazón que espera!
Fin del acto cuarto.
ACTO QUINTO
Escena Primera
Apio, Claudio, el Oficial
(En el proscenio)
EL OFICIAL.-
Por más que aceleré, señor, mi viaje
No he podido volver antes del día.
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103
APIO.-
¿Entregaste mi carta a Quinto Fabio?
EL OFICIAL.-
(Dándole una carta)
La respuesta que os traigo lo acredita.
APIO.-
(Abre la carta y lee para si)
Veamos que nos dice.
(Pausa)
¿Cómo es esto?
¿Conque mi orden por fin no fue cumplida?
¿Con que se encuentra en la ciudad Virginio?
Aquí se contrapone doble intriga.
¿De mi disposición quién pudo en Roma
Fuera, Claudio, de ti tener noticia?
CLAUDIO.-
Nadie, señor.
APIO.-
No sé…. ¿Cómo es posible?…
Todo es obscuro… mi razón vacila.
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104
Refiéreme oficial lo que ha ocurrido,
Pues la carta de Fabio es muy sucinta.
EL OFICIAL.-
Parece que al recibo de la vuestra
Impetrado Virginio ya tenía
Para venir a Roma su licencia,
Instado de las súplicas de su hija.
Ordenó sin embargo al punto Fabio
Que su marcha quedase detenida;
Mas sin efecto, porque al tiempo mismo
Que entraba yo en el campo, ya él partía.
Entonces me previno que en su alcance
Regresara, corriendo a toda brida,
Acompañado de un piquete corto,
Que volver con Virginio debería.
Y que yo continuase, y ese pliego
Pusiese en vuestras manos. Tan activa
Diligencia jamás se ha practicado;
Pero sea que en rápida y continua
Carrera, el Centurión nunca perdiese
La ventaja que tuvo en la salida,
O que por un feliz presentimiento
Marchara por una oculta vía
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105
Las resultas han sido, que infructuosas
Quedaron mi eficacia y mi fatiga.
APIO.-
He aquí un ardid del suspicaz Ycilio.
¡Qué cara va a costarle su osadía!
Él me dará ocasión para vengarme
En el juicio pendiente de Virginia,
Y aherrojado en la prisión más dura,
Sentirá los efectos de mis iras.
Escena Segunda
Apio, Claudio, Numitorio, El Oficial
NUMITORIO.-
(a Apio) Padre de un pueblo libre que os encarga
Meditar en su bien, y hacer su dicha,
Sometiendo al imperio de las leyes
El dolo, la impostura y la perfidia,
Y su amparo, prestado a las virtudes,
Y a la pura inocencia perseguida:
Servios atenderme en este sitio
Sobre el caso de Claudio y mi sobrina,
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106
Permitiendo explicaros circunstancias
que dejen la verdad esclarecida.
APIO.-
Este no es el lugar de las audiencias:
Mucho mi tribunal de aquí no dista:
En él podrás hacer tus alegatos;
Pero en el foro molestarme evita.
NUMITORIO.-
En todas partes Apio en otro tiempo
Con gusto administraba la justicia,
Oyendo la razón del poderoso
Y el clamor de la viuda desvalida.
APIO.-
A variar de sistema me ha forzado
Vuestra bajeza y condición maligna:
La bondad os induce a ser audaces;
El rigor os sujeta y os humilla.
(Sale con su comitiva)
NUMITORIO.-
(Al salir Apio) Tal es el tribunal de los Sabinos,
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107
De quien la estirpe Claudia se deriva.
Los Romanos se rinden a las leyes;
Con la opresión y la crueldad se irritan.
Escena Tercera
Ycilio y Valerio (En el fondo del teatro)
Numitorio (En el proscenio)
VALERIO.-
¿Qué recurso nos queda en tal conflicto?
YCILIO.-
Morir.
NUMITORIO.-
(Acercándose a ellos) Pero morir con bizarría,
No por la estéril gloria; sí por Roma.
Borrar con nuestra sangre la ignominia
De que sea la presa de un tirano;
Mas después que el tirano ya no exista,
Y haya exhalado a nuestras propias manos
El aliento postrero de su vida.
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YCILIO.-
¡Qué nuevos sentimientos Numitorio!
¡Oh, qué transformación tan repentina!
¿Quién convierte en ardor tu antigua calma?
¿Qué Dios tu corazón cambia, y anima?
NUMITORIO.-
La desgracia común es quien me alienta,
Y la patria es el Numen que me inspira.
Mientras tuve esperanza que sus males
Sin usar de otro mal terminarían,
Mis suspiros quedaban en mi pecho,
Y en letargo fatal me adormecía;
Pero ya que la luz del desengaño
La densa niebla de mi error disipa:
Ya que acaba el tirano en mi presencia
De despreciar al pueblo que esclaviza:
Ya que lleva su audacia hasta jactarse
De perpetuar sobre el su tiranía;
Cada instante que pasa sin vengarle
Por un delito cuento, y me horroriza
El espantoso cuadro que me ofrece
Roma sujeta a esclavitud indigna.
Sus hijos somos: todo le debemos
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Nombre, costumbre, religión y vida,
Y una fama que envidian las naciones,
Y un constante valor que el mundo admira.
Corramos a volverle agradecidos
Sus dones soberanos, y a porfía
Los peligros busquemos y la muerte,
Hasta lograr que sin oprobio viva.
YCILIO.-
Me parece que es Bruto quien nos habla.
Estos los gritos son de Roma misma,
O la voz imperiosa de los Dioses.
Que en nuestro grande intento nos afirma.
Hoy, Numitorio, quedarán vengadas
Las afrentas de Roma y de Virginia.
El momento se acerca. Nuestros brazos
Levantados están; y por primicias
De la sangre que deba derramarse,
Con la del monstruo ofrecerá la mía
Ante la libertad, para que juntas
Pábulo le den a la sagrada pira.
No perdamos más tiempo.
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VALERIO.-
¿Qué pretendes?
¿En el pueblo versátil te confías?
¿No esperas las legiones?
YCILIO.-
No es posible.
Ellas tardan, y el punto se aproxima
En que Apio, sentenciando a sus torpezas
La esposa que la suerte me destina,
Nos dará la señal de asesinarle
En medio de su infame comitiva.
Los Dioses no consienten que partamos
Nuestra gloria con nadie, y nos avisan
Que en lugar de las huestes y del pueblo
A Numitorio en nuestro auxilio envían.
Marcha con el, Valerio, y a Pomponio
Explica el nuevo plan. Persuade, anima
A todos nuestros bravos compañeros:
Prevenles que dispersos por distintas
Direcciones, que aquí se junten luego,
Mezclándose sin orden ni divisas
Con la gran multitud de espectadores
Que llenara este foro; y no permitas
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En tanto que mi acero este envainado,
Que ninguno descubra nuestras miras;
Pero al verle desnudo, los puñales
Que muestren sin temor, y que persigan
Al tirano contigo y Numitorio,
Que seréis sus caudillos y sus guías.
VALERIO.-
Ya parto a ejecutar tus intenciones:
¡Ojalá que los Dioses nos dirijan!
NUMITORIO.-
¡Oh Roma! el mundo va a saber que tienes
Hijos que te defienden todavía.
YCILIO.-
¡Oh Virginia, a inmolarme por la patria!
Ya sabrás que eres tu quien me resignas.
Escena Cuarta
Virginio, Virginia, YCILIO, Tulia.
VIRGINIO.-
Vamos hija. Mi anuncio está cumplido,
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112
Al furor sucedió la cobardía.
Todos nos dejan; pero aquí esta Ycilio…
YCILIO.-
Que fiel a su palabra, antes su ruina
Gustoso esperara, que abandonarte:
Que del honor la senda siempre pisa;
Y que el rostro al peligro nunca vuelve,
Aunque el falso y cobarde me apellidas.
.
VIRGINIO.-
¿Y que podrás hacer cuando tu empresa
Los hombres y los Dioses contrarían?
¿Qué cuando todos al temible aspecto
Del inminente riesgo se intimidan?
¿Qué cuando el monstruo con tenaz instancia
A entregarle a Virginia me precisa?
¿Qué, sin soldados? ¿qué sin compañeros,
Sin cuyo auxilio nada lograrías?….
Deja, mi amigo, que gustemos solos
El ingrato amargor de la desdicha;
Deja que solos esta vez suframos
Los males con que a Roma tiraniza
El Decenviro atroz que la gobierna.
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113
Guarda tu intento y noble valentía
Para ocasión mejor, en que se muestre
El cielo mas propicio a tus fatigas.
YCILIO.-
Te engañas, si: los Dioses me protegen
Y a ejecutar mi intento me convidan,
Pues me asocian un héroe por las huestes
De que acaso no quieren que me sirva.
De Numitorio te hablo. Convertido
En númen tutelar, con persuasiva
Y poderosa voz a todos habla,
Y su espíritu a todos comunica.
En breve aquí estará con los varones
Que a disputarnos el honor aspiran
De romper los primeros las cadenas
Con que su carro la crueldad nos liga,
Y aunque en este momento se cambiara
En horrible tan grata perspectiva,
Y con fatal auspicio reprobase
El Cielo mi proyecto y mis medidas:
Aunque mis compañeros rebelados
Contra mí dirigiesen sus cuchillas;
Impávido yo solo contra todos,
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Contra el influjo de la suerte impía,
Contra el infierno y la celeste saña,
Defender a Virginia me verías,
Y perder la existencia antes que fuera
Victima triste de brutal lascivia.
Sí, dulce objeto, cuando ya ofrecerte
Otra cosa que la vida,
Su sacrificio la expresión postrera
Sera del puro amor que el pecho abriga.
Escena quinta
(Se abre la escena y se manifiesta Apio sentado en su tribunal. Lictores a uno y otro lado de el. Claudio y el Ofic ial en pie. Virginio, Virginia, Ycilio, Tulia, se van acercando entretanto dicen:)
VIRGINIO.-
Llegó el fatal momento. ¡Justos Dioses!
VIRGINIA.-
¡Quién de la luz privara mis pupilas,
O qué deidad clemente y bienhechora
Apartara ese cuadro de mi vista!
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115
TULIA.-
¡Qué horror! Apenas sostenerme puedo.
YCILIO.-
¡Oh vil tirano, tu presencia excita
Mi furor, y provoca mi venganza!
(Al llegar estos al tribunal comienzan a entrar en el Foro los conjurados y el pueblo).
APIO.-
Doce Lictores en tu compañía
Lleva Oficial para guardar el foro:
Despéjale, y a fin de que se impida
Sin distinción la entrada a todos sea,
Dejarás centinelas distribuidas
En puntos y distancias convenientes.
EL OFICIAL.-
Obedezco, señor.
(Toma los lictores, despeja el foro y los distribuy e).
YCILIO.-
(Aparte) ¡Cuán imprevista
Me fue esta precaución! Estoy perdido.
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116
APIO.-
Antes de abrir el juicio me precisa
Saber, qué intervención, Ycilio, tienes,
O qué pretextas para que a él asistas.
Si se tratase aquí de los comicios,
De acalorar facciones, o de intrigas
Que la ignorancia consagró en otro tiempo
Con falsos atributos de justicia:
En el tropel del pueblo justo fuera
Que ejercieses tus cargas tribunicias;
Pero aquí, que sin justa ni tribuna
Es la ley quien absuelve y quien castiga,
¿De qué servirnos puede tu asistencia,
O qué importancia tiene tu osadía?
Cuando no se te llama ¿por qué vienes?
¿Quién para hacerte parte te autoriza?
YCILIO.-
Como simple testigo, bien pudiera
Concurrir a esta causa en que se miran
La libertad y la inocencia juntas
Por el poder y la pasión proscritas.
O bien conozco, empero, tus motivos
Para desearme lejos de tu vista,
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117
Que son, Apio, los mismos porque el pueblo
De ser espectador del juicio privas.
El despotismo crece entre recelos:
En las tinieblas la maldad habita;
Pero atiende, los títulos que traigo
Son los de esposo y deudo de Virginia:
¿Tienes alguna ley que los anule?
APIO.-
Tengo una autoridad que te reprima:
Y atendiendo a tu propia conveniencia,
Espero que tu porte no desdiga
De la grave atención y compostura
Que por decoro y ley me son debidas.
Te pierde un desacato, y es forzoso
Que entre el respeto y el castigo elijas,
Y tú, Virginio, que estarás impuesto
De esta causa en tu ausencia promovida
Ante este propio tribunal por Claudio
Contra esa joven que se llama tu hija:
Qué sabrás que por sierva la reclama
Con datos que su aserto justifican:
Que tu esposa fingió para engañarte
Que de su estéril seno fue nacida:
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118
Y que a pesar de todo he dilatado
Mi decisión hasta hoy, para que exhibas
Tus razones, si algunas te ocurrieren.
¿Qué alegas?
VIRGINIO.-
Toda Roma os lo diría,
Y la notoriedad mi prueba fuera,
Si os guiara en este caso la justicia.
¿Quién ignora que el Cielo al concederme
De padre el nombre y la fatal delicia
A eterno llanto condeno mis ojos
Privando a mi consorte de la vida?
Oíd a Tulia que el natal ha visto
De esa joven: que ha sido su nodriza:
Y desmintiendo la aserción de Claudio
La verdad del suceso testifica.
Pero decidme ¿la ignoráis vos mismo?
¿Sois en Roma persona advenediza?
¿Vuestra conciencia en mi favor no os habla?
¿Contra el designio que encubrís no os grita?
Sobre nosotros solos vuestra furia
Recaiga enhorabuena: que prosigan
Las escenas de horror, que ciertamente
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Vuestro Gobierno cruel caracterizan;
Mas perdone a lo menos la violencia
Al corazón ingenuo que os esquiva.
Dejadle en libertad, sin empañaros
En que por fuerza la virtud se os rinda.
APIO.-
Ese testigo singular no basta,
Y toda su probanza en el se cifra,
No pudiendo enervar los documentos
Con que Claudio su instancia califica.
Lo demás es calumnia, que desprecio.
Por tanto a su señor su esclava siga.
Lictores, entregadla.
YCILIO.-
(Sacando la espada) Deteneos.
VIRGINIO.-
¡Oh colmo de crueldad y de malicia!
VIRGINIA.-
Potestades celestes, confortadme.
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TULIA.-
(abrazando a Virginia) No nos separarás, suerte enemiga.
YCILIO.-
Resuélvase a pasar por estos filos
Cualquiera que intentare perseguirla.
Y tú, monstruo que ahondas el abismo
En que vas a perderte, no concibas
Que podrás consumar tu horrendo crimen,
Sin que antes mi vital aliento extingas.
APIO.-
Prended a ese insolente… hola lictores.
(Acometen los lictores, Claudio y el oficial contra Ycilio. Este se resiste con su espada)
YCILIO.-
Lograrlo no podrás si no me quitan.
VIRGINIO.-
(A Apio) Vuestro enojo calmad, disimulando
Algunas expresiones sugeridas,
Por el dolor que desespera a un padre,
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121
Y las pasiones que a un amante irritan.
Ya convengo en que sea ejecutada
Vuestra sentencia; mas porque algo alivia
El desengaño en los extremos males,
Al paso que la duda mortifica,
Permitidme que sólo en la presencia
De Virginia, examine a su nodriza,
Alejados un tanto de este sitio.
APIO.-
Ya tienes esa gracia concedida.
YCILIO.-
(a Virginio) Calla ¿qué dices? ¿Convenir resuelves
En el mayor oprobio? ¡Oh villanía!
(Virginio toma a su hija de la mano y la va alejand o del tribunal hacia el proscenio. Tulia los sigue poco a poco)
VIRGINIA.-
¿Con que dudáis en fin que sois mi padre?
VIRGINIO.-
¡Desdichado de mí! ¿Tú lo imaginas?
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122
VIRGINIA.-
¿Pues entonces cuál es tu designio?
VIRGINIO.-
No sé… ¡Qué turbación!… ¿Dónde hallaría…?
Pero ¡Oh Virginia! Tú un puñal ocultas.
De esa arma es necesario que me sirva:
Ponla en mis manos.
VIRGINIA.-
¿Para qué exponeros?
¿No ves que nuestra fuga impedirían
Los Lictores que guardan las entradas?
Sin embargo, tomadla.
VIRGINIO.-
Hija querida,
El medio de salvar tu honor es éste.
(La hiere)
Al sepulcro desciende pura y digna
De tu padre, de Roma y de los Dioses.
(Vuelto a Apio y mostrándole el puñal ensangrentado )
Del caro objeto que a mis pies expira
He aquí, perverso, la inocente sangre:
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123
Por ella tu cabeza prometida
A las deidades infernales tengo.
(Sale haciéndose lugar con el puñal)
YCILIO.-
(Intenta seguir a Virginio)
¿Qué has hecho padre cruel?
No te atrevías
A oponerte al decreto del tirano
Y te atreves a ser un parricida
(Suena un clarín)
LOS CONJURADOS.-
(Detrás de la escena) Muera el déspota, muera; perseguidle.
APIO.-
¡Qué gritos! ¡Qué clarín!… Claudio, investiga
Qué desorden es ese… me espera…
Huyamos, que esa voz me atemoriza.
(Sale Apio con su comitiva)
YCILIO.-
(Queriendo seguir a Apio) A mis manos morir debes inicuo.
(Retrocede)
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124
Escena Sexta
Virginia, Ycilio, Tulia.
YCILIO.-
¡Virginia idolatrada! Mis cenizas
Se unirán a las tuyas.
(Quiere arrojarse sobre su espada)
VIRGINIA.-
(Incorporándose) Tente, Ycilio
¿Qué pretendes hacer?… aún palpita
Mi corazón… no aumentes sus angustias…
Toma esta mano que mi fe te brinda…
(Le da una mano)
Y si me amas… si puede merecerte
Una gracia tu esposa cuando expira,
Protesta para Roma conservarte…
A mi padre consuela… dulce amiga, (A Tulia)
Adiós…
(Cae)
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125
TULIA.-
Murió mi amor. ¡Oh cruel destino!
Tú me robas el bien que poseía,
Y una vida me dejas que detesto,
Y en los horrores del dolor me abismas.
YCILIO.-
¡Oh atrocidad! ¡Oh crimen! ¿Roma existe?
¿Quién dice que es mi patria esta guarida
De espíritus serviles y cobardes?
Ojalá que los Dioses te maldigan:
Que sus rayos derriben tus murallas,
Tus palacios, tus templos, tus colinas
Que a sepulcros reduzcan tus hogares:
Que abrasen tus cabañas y campiñas;
Y que a mí me permitan el consuelo
De morir entre el polvo de tus ruinas.
Manes sangrientos de mi cara esposa,
Aunque el Cielo a mis votos no se rinda,
Las victimas que deben aplacaros
Corro a inmolar. (Va a salir precipitado)
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126
Escena Séptima y última
Ycilio, Horacio, Tulia, Pueblo que entra con Horaci o.
HORACIO.-
(Conteniendo a Ycilio)
¿Qué intentas? No prosigas.
Murió el tirano, y Roma ya está libre.
Valerio y Numitorio, que acaudillan
Una gran multitud de conjurados,
Con ella a poco persiguiéndole iban.
Yo vi que le cercaron. A lo lejos
Los cortantes aceros relucían
Y el puñal de Valerio en sangre tinto
Me aseguro que el monstruo no existía.
No lo dudes: el alma abominable
Ha vomitado ya por mil heridas.
Las legiones también de Quinto Fabio
De la ciudad el territorio pisan,
Y todo en este instante venturoso
Que anuncia que Roma ya respira.
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127
YCILIO.-
¿Y qué me importa Roma, cuando en ella
En vano busco a mi infeliz Virginia?
HORACIO.-
¿Qué pesa en la balanza de la patria
La suerte de esta joven heroína?
¿Si acaso ha muerto dándote lecciones
De magnanimidad? ¿Por que no imitas
De quien amaste tanto el nombre ejemplo?
¿Por qué tu bien del general desvías?
¿Por qué de Bruto la virtud severa,
Si es que pretendes emularle, olvidas?
El supo hacer morir sus caros hijos
Por la salud común con faz tranquila
¿Y tú rehúsas auxiliar a Roma
Cuando a salvarla su clamor te invita?
Este es el pueblo que ella entre tus manos
Y a tu prudencia y dirección consigna
¿Le dejarás fluctuar en el desorden
Y agitación fatal de la anarquía?
Ved, Romanos, aquí vuestro Tribuno,
Órgano que las leyes os designan,
Para que sean vuestras voluntades
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128
Y quejas al Senado transmitidas.
Ved el triste espectáculo que os muestra.
(Señalándoles el cadáver)
Los golpes de la aleve tiranía;
Ella el efecto fue de los partidos,
Que entre vos alarmó la envidia,
O la ambición, con el sagrado nombre
Del ídolo a quien Roma sacrifica.
La libertad se encuentra en la observancia
De las leyes. La práctica continua
De las virtudes, al ardiente celo
Por la común felicidad unida,
Es lo que conforma el republicanismo,
Y lo que el mismo Bruto inmortaliza.
La libertad sin leyes se destruye:
Sin virtud la república claudica.
Si apetecéis ser libres, sed patriotas:
Si patriotas, virtud es la divisa.
YCILIO.-
Torne la patria a ser de mis ofrendas
La deidad sacrosanta y exclusiva.
Romanos vuestra suerte está a mi cargo:
Yo seré de vosotros padre y guía.
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129
Os lo juro por estos miembros yertos
Que aún el respeto y el amor inspiran.
Virginia, tú me devuelves a mi mismo:
Tu voluntad postrera esta cumplida.
Fin del acto quinto y último.
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