Boff El Cuidado Necesario
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Leonardo off
l c u id a d o n e c e s a r io
E D I T O R I L T R O T T
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Cuidado y sostenibi l idad caminan de la mano, ampa-
rándose mutuamente. Si no hay cuidado, di f íc i lmente se
alcanzará una sostenibi l idad que se mantenga a medio
y largo plazo. Son los dos pilares básicos que sustentan
la necesaria transformación del modo de habitar la Tie-
rra. Pero sostenibilidad y cuidado no podrán afirmarse
s i no van acompañados de una revoluc ión espir i tual .
Contra lo que a f i rman escépt icos y secular i s tas ,
la espir i tual idad no es monopolio de las rel igiones. Ser
espir i tual es desper tar a la d imensión más profunda
que hay en el ser humano y que le hace sensible a la
sol idaridad, la justic ia y la fraternidad. Este l ibro en-
fa t iza fuer temente ese momento de espi r i tual idad , no
porque su autor venga or iginar iamente de la teo logía ,
s ino porque, como ser humano, se da cuenta de la ur -
gencia y la necesidad de cuidar de todas las cosas, de
la vida y de la Tierra, pero principalmente de la espi-
r i tual idad humana.
Partiendo de la construcción del concepto de cuida-
do y de la aclaración de sus fundamentos cosmológicos
y antropológicos , Leonardo Bof f desarro l la e l nuevo
paradigma del cuidado —de sí mismo y de los otros,
del cuerpo, de la psique y del espír i tu—, tratando en
particular del cuidado en campos como la medicina, la
enfermer ía y la educac ión.
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m a.
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El cuidado necesario
Leonardo Boff
Traducción de María José Gavito Milano
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C O L E C C I Ó N E S T R U C T U R A S Y P R O C E S O S
Se r i e Re l i g i ón
Tí tulo origina l: O cuidado necessário. Na vida na saúde
na educagáo na eco logía na ética e na espiritualidade
© E ditorial Trotta S.A . 20 12
Ferraz 55. 28008 Madrid
Teléfono: 91 543 03 61
Fax: 91 543 14 88
E-mail: editorial@trotta.es
http://www.trotta.es
© Leonardo Boff 2012
© María J osé G avito M ilano
para la traducción 201 2
ISBN: 978-84-9879-301-7
Depósito Legal: M - l 1. 984-20 12
I H O
Impresión
Gráficas Varona S.A.
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Dedico este libro a todos los que cuidan: de la vida y
de la comunidad de vida, de la Madre Tierra y de
sus hijos e hijas enfermos y con hambre, a los mé-
dicos, las médicas, los enfermeros y las enfermeras,
y a todos y todas los que me cuidaron en mis tribu-
laciones. Entre otros muchos, destaco los nombres
de Márc ia Monte i ro de Miranda , doc tora Mar ia
Inez Padula, doctor Ricardo Donato, doctor Pedro
Pablo Séarp, doctor Euardo Loureiro, doctor Renato
Vilel la Gómez Soares, doctor Rolf Kreuzig, enfer-
mero Hervé.
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Hoy día es de buen tono hablar de sostenibilidad. Sirve
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de garantía de que una empresa, al producir, esta respetar^
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ambiente. Pero detrás de esta palabra se esconden algunas
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bién muchos engaños. Generalmente se usa como adjetiva
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cualquier cosa sin mod ificar la naturaleza de la cosa ; por e je ^ . ,
disminuir la contam inación química de una fábrica co lo ca .^ '
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narse la emp resa con la naturaleza , de dond e saca los mat-„ ,
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su prod ucción, no cam bia: continua devastando. Su preocun •.
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el medio ambiente sino el lucro y la competencia, que tie^
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garantizada. Por lo tanto, la sostenibilidad es solamente adj^K
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modacion, y no sustantiva, de cambio.
La sostenibilidad como
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el sistem a-naturaleza, el sistema-vida y el sistema -Tierra. E l p»
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de ella ni encima de ella, participamos de la red de relación»
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bien o para mal, envuelve a todos. Si contamino el aire,
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mando y afectando a los demás seres vivos. Si recupero
de la ribera del río, protejo el agua, aumento su volumen y
calidad de vida, la de los pájaros y la de los insectos que Polinizan k>s
árboles frutales y las flores del jardín.
La sostenibilidad tiene carácter de sustantivo cuando n
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responsables de proteger la vitalidad y la integridad de los ecosistemas
y cuidadores de la Casa Co m ún . Deb ido a la exp lotación , ,
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sus bienes y servicios, estamos llegando a los límites de la Tierra, que
ya no consigue repon er el 3 0 % de lo que le ha sido extraído y robad o.
La Tierra se está quedando cada vez más pobre, de selvas, de aguas, de
suelos fértiles, de aire limpio y de biodiversidad. Y lo que es más grave,
más empobrecida de gente con solidaridad, con compasión, con respeto,
con cuidado y con amor hacia todos. ¿Cuándo va a parar esto?
La sostenibilidad como sustantivo se alcanzará el día en que cam-
biemos nuestra manera de habitar la Tierra, nuestra Gran Madre, de pro-
ducir, de distribuir, de consumir y de tratar los residuos. Nuestro siste-
ma de vida está muriendo, sin capacidad de resolver los problemas que
ha creado. O lo que es peor, nos está matando, y amenazando todo el
sistema-vida.
Tenemos que reinventar un nuevo modo de estar en el mundo con
los otros, con la naturaleza, con la Tierra y con la Ultima Realidad. Apren-
der a ser más con men os y a satisfacer nuestras necesidades con sentido de
solidaridad con los millones de personas que pasan hambre y con el fu-
turo de nuestros hijos y nietos. O cambiamos o vamos hacia al encuentro
de previsibles tragedias ecológicas y humanas.
Cuando los poderosos de este mundo, los que controlan las finanzas
y los destinos de los pueblos, se reúnen, nunca es para discutir el futu-
ro de la vida humana y la conservación de la Tierra. Lo hacen para
tratar de dinero, cómo salvar el sistema financiero y especulativo, cómo
garantizar las tasas de interés y los beneficios de los bancos. Si hablan de
calentamiento global y de cambios climáticos es casi siempre desde esta
óptica: ¿cuánto puedo perder con estos fenómenos? o ¿cómo puedo ga-
nar comprando o vendiendo bonos de carbono (compro de otros países
permiso para seguir contaminando)? La sostenibilidad de la que hablan
no es ni adjetiva, ni sustantiva. Es pura retórica. Olvidan que la Tierra
puede vivir sin nosotros, como vivió miles de millones de años, pero no-
sotros no podemos vivir sin ella.
No seamos ilusos: las empresas, en su gran mayoría, solo asumen la
responsabilidad socioambiental en la medida en que no se perjudiquen
sus ganancias ni se vea amenazada su comp etitividad. P or lo tanto, nada
de cambiar de rumbo, ni de una relación diferente con la naturaleza,
nada de valores éticos y espirituales. La sostenibilidad como sustantivo
no existe.
La idea misma de desarrollo que se mide por criterios económicos,
incluyendo aquí y allí algunos parámetros de desarrollo humano, en el
fondo está superada. No son pocos los que comulgan con esta visión: ya
no se trata de pensar en un desarrollo alternativo, sino en alternativas al
desarrollo. Y estas tienen que pasar por una revolución paradigmática,
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si es que queremos sobrevivir y salvar nuestro ensayo civilizatorio. O
nos enfrentaremos a lo peor.
Lo qu e hem os d icho sobre la sostenibilidad vale tam bién para el cui-
dado n ecesario. La Tierra está viva y se mueve. Por su naturaleza con oce
terremotos, tsunamis, vendavales, deslizamientos de laderas, sequías y
desbordamientos. Si hubiésemos tenido cuidado no habríamos cons-
truido centrales nucleares junto al mar y cerca de placas tectónicas que
pueden producir terremotos y tsunamis. Si hubiésemos tenido cuidado y
hubiésemos escuchado los mensajes de la naturaleza, nunca habríamos
construido casas en las laderas de los montes de las ciudades serranas de
Río de Janeiro, pues está en su naturaleza deslizarse cuando hay grandes
lluvias. La culpa no es de la naturaleza. Ella es lo que es, con sus ritmos
propios. La culpa es nuestra, que no desarrollamos cuidado para saber
dónde vivir, dónde construir nuestras carreteras, dónde situar nuestras
industrias. Con cuidado habríamos evitado grandes catástrofes y salva-
do muchas vidas humanas.
En este contexto, entrego a los lectores y lectoras este libro,
El cui-
dado necesario.
Prolonga y profundiza el anterior,
El cuidado esencial.
Sin el cuidado esencial no se alcanzará la sostenibilidad-sustantivo en los
distintos ámbitos de la realidad.
Cuidado y sostenibilidad caminan de la mano, amparándose mutua-
men te. Si no hay cuidado, difícilmente se alcanzará una sostenibilidad que
se mantenga a medio y largo plazo. Son los dos pilares básicos, aun-
que no los únicos, que van a sustentar la necesaria transformación de
nuestro estar en la Tierra.
Sostenibilidad y cuidado, a su vez, no podrán afirmarse si no vie-
nen acompañados de una revolución espiritual. Tenemos que conven-
cernos, contra los escépticos y los secularistas, de que la espiritualidad
no es monopolio de las religiones. Para ser espiritual no tenemos que
estar necesariamente afiliados a una confesión religiosa o ir a rezar a
una iglesia.
Ser espiritual es despertar la dimensión más profunda que hay en
noso tros, qu e nos hace sensibles a la solidaridad, a la justicia para to do s,
a la cooperación, a la fraternidad universal, a la veneración y al amor
incondicional. Y controlar sus contrarios.
La espiritualidad nos saca de la soledad, perdidos en el mundo y sin
raíces, sin saber a quien pertenecemos ni hacia donde vamos. La espiri-
tualidad nos co necta y re-co necta con todas las cosas, nos abre a la expe-
riencia de pertenecer al gran Todo, nos fortalece en la esperanza de que
el sentido es más fuerte que el absurdo y que la luz tiene más derecho
que las tinieblas.
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La espiritualidad nos hace descubrir que las cosas no están tiradas
por ahí de cualquier manera, que hay un Eslabón misterioso que las une
y las re-une, las liga y las re-liga, haciendo que predomine el cosmos
sobre el caos y que del caos siempre se puedan elaborar órdenes nuevos.
En fin, la espiritualidad nos permite entrar en comunión con la Fuen-
te originaria y amorosa de donde proceden todos los seres, dialogar con
ella, l lorar ante ella por las tragedias de la realidad, y alegrarnos y agra-
decerle por la grandiosidad de la creación, por la belleza de la vida y
por la felicidad del amor.
No ha habido en la historia ningún cambio de paradigma que no
viniera acompañado de la irrupción de una nueva experiencia del Ser y
de una nueva forma de vivenciar y de nombrar a Dios. Y ahora no será
diferente. Sin el aura de la espiritualidad no hay ética, ni sostenibilidad,
ni cuidado que se mantengan mucho t iempo en pie.
Este l ibro enfatizará fuertemente este momento de espiritualidad,
no porque su autor venga originariamente de la teología, sino porque
como ser humano me doy cuenta en mí mismo, en los demás y al con-
siderar el curso de la historia, de la urgencia y la necesidad de cuidar de
todo, de todas las cosas, de la vida y de la Tierra, pero principalmente
de nuestra espiritualidad. Sin esa agua cristalina, la semilla no germina
y la más bella flor se muere.
Cuenta una fábula antigua que la esencia de lo humano reside en el
cuidado. Es una divinidad que cuida de cada uno de nosotros. Al fin y al
cabo, todos somos hijos e hijas del infinito cuidado que nuestras madres
tuvieron al engendrarnos y al acogernos en este mundo. Y será el simple
y esencial cuidado lo que todavía va a salvar la vida, proteger la Tierra y
hacernos sencil lamente humanos.
L.B.
Petrópolis , Pascua de 2011
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El tema del cuidado se presenta como epocal, dada la situación crítica
por la que pasan la humanidad y la Tierra. La crisis de nuestro tiempo
posee una particularidad que no se daba en las crisis paradigmáticas
anteriores. En estas se presuponía la integridad del planeta Tierra y la
conservación de la vida humana como algo garantizado y evidente en
sí mismo. En la actualidad ya no es posible sostener tal presupuesto.
La especie humana puede desaparecer y la Tierra quedar gravemente
herida.
1. La urgencia del cuidado
Está en curso un proceso sistemático de agresión a la naturaleza, que
comenzó ya en los albores de la modernidad, en el siglo xvn, y que se
ha acelerado enormemente en las últimas décadas debido a las nuevas
tecnologías. Estas constituyen amenazas aterradoras para el futuro de la
vida y la supervivencia de la civilización humana (Wilson 2007; Love-
loc k 2007 ; Monod 2000) .
La conciencia del principio de autodestrucción irrumpió por vez pri-
mera en la humanidad con motivo del mayor atentado terrorista de la
historia, al ser lanzadas dos bombas atómicas sobre Hiroshima y Nagasaki,
en agosto de 1945, por las fuerzas militares estadounidenses. La concien-
cia colectiva se dio cuenta de que a partir de ese mom ento nos hacíamos
dueños de nuestra propia muerte. Según el testimonio del eminente his-
toriador A rnold Toynbee en su autobiografía: «Viví para ver que el fin de
la historia humana puede volverse una posibilidad real, y traducirse en
hechos no por un acto de Dios sino del hombre» (1972).
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presenta la ética natural de estas actividades (Campos 2005; Arruda y
Gongalves 1999; Bermejo 2008; Appleton 1990; Watson 1985) . Des-
pués fue asumido por la educación (Antunes y Garroux 2 0 0 8 ; T oro 2 0 0 5 ;
Noddings 19 92 ; 2 0 0 2 ) y hecho paradigma por filósofas y teólogas femi-
nistas (Noddings, Leininger), que ven en él un elemento esencial de la
dimensión anima, presente en el hom bre y en la mujer. Produjo y sigue
produciendo una continuada y tenaz discusión, especialmente en Esta-
dos Unidos, entre la ética de base patriarcal, centrada en el tema de la
justicia, y la ética de base matriarcal, articulada por el cuidado esencial.
Adquiere especial fuerza en la discusión e cológica, constituyendo una
pieza central de la Carta de la Tierra (Boff 2011, 279-286) . Cuidar del
medio-ambiente, de los recursos escasos, de la naturaleza y de la Tierra
han pasado a ser imperativos del nuevo discurso. Por último, el cuidado
se ha visto como esencial para la comprensión del ser humano en el mun-
do con los otros (Heidegger 2000; Torralba 1998; Fry 1990, 113-123;
Mayeroff 1965; 1971; Roach 1984; Watson 1985) . Ahí surge una br i -
llante ontología del cuidado que tiene en M artin Heide gger su principal
formulador, continuando una tradición que se remonta a los griegos, a
los romanos y a los primeros pensadores cristianos, como vamos a ver.
Sus reflexiones han tenido repercusión en el campo de la enfermería,
de la educación y en la fi losofía misma (Winnicott 1999; Boff 2002a;
Griffin 1983; Gaylin 1976; Pellegrino 1985; Fry 1990; Scudder 1990).
Se constata además que la categoría cuidado va adquiriendo fuerza
siempre que emergen situaciones críticas. El cuidado permite que las cri-
sis se transformen en oportunidades de purificación y de crecimiento y
no en tragedias fatales.
Florence Nightingale (1820-1910), como referiremos más adelante,
fue la inspiración-semilla para la enfermera moderna. En 1854 partió
de Londres con otras veintiocho comp añeras hacia un hospital militar de
Turquía mientras se desarrollaba la guerra de Crimea. Los heridos, sin
los debidos cuidados, perecían por decenas. Imbuida de la idea de cui-
dado, en seis meses consiguió reducir la mortalidad de los heridos de
guerra del 42% al 2%.
La Primera Guerra Mundial (1914-1918), desencadenada entre paí-
ses cristianos, destruyó el ilusorio glamour de la era victorian a, en la que
la cultura dominante estaba convencida de que la civilización y la pros-
peridad generalizada habían superado de una vez la barbarie de las gue-
rras, y produjo un profundo desamparo metafísico. Fue cuando Martin
Heidegger (1889-1976) escr ib ió su genial Ser y tiempo (19 27 ) , cuyos
párrafos centrales (§ 39-44) están dedicados al cuidado como ontología
del ser humano.
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Durante la Segunda Guerra Mundial (1939-1945) despuntó la figura
del pediatra y psicólogo D. W Winnicott (1896-1971: 1999) , encarga-
do por el gobierno inglés de atender a niños huérfanos, víctimas de los
horrores de los bombardeos nazis sobre Londres. Desarrolló toda una
reflexión y una práctica en torno a los conceptos de cuidado (care), de
preocupación por el otro [concern), así com o del con junto de cuidados
y apoyos que hay que proporcionar a los niños o a las personas vulne-
rables (holding: Campos 2 0 0 5 , 75 -8 6), aplicables también a los procesos
de crecimiento y educación.
En 1972 el Club de Roma dio la alarma ecológica sobre el estado
enfermo de la Tierra. Identificó la causa principal: nuestro patrón de
desarrollo, consumista, predatorio, perdulario y sin ningún cuidado ni
hacia los recursos escasos ni con la forma como tratamos los residuos,
muchos de ellos dañinos y no asimilables por la naturaleza. Después de
varios encuentros organizados por la ONU en los años ochenta del siglo
pasado, se llegó a la propuesta de un desarrollo sostenible, como expre-
sión del cuidado humano por el medio ambiente, pero enfocado princi-
palmente al aspecto económico.
En 1991, el Programa de las Naciones Unidas para el Medio Am-
biente (PNUMA), el Fondo Mundial para la Naturaleza (WWF) y la
Unión Internacional para la Conservación de la Naturaleza (UICN) ela-
boraron una estrategia minuciosa para el futuro del planeta bajo el lema
Cuidan do la Tierra (Caringfor the Eartb
19 91 ). En ella se dice:
La ética del cuidado se aplica tanto a nivel internacional como a nivel na-
cional e individual; ninguna nación es autosuficiente, todos nos beneficia-
remos con la sostenibilidad mundial y todos estaremos amenazados si no
conseguimos alcanzarla (p. 13).
En marzo del año 2000, recogiendo esta tradición, termina en Pa-
rís, después de un trabajo de ocho años a nivel mundial, la redacción
de la Carta de la Tierra. La categoría cuidado y el modo sostenible de
vivir constituyen los dos principales ejes articuladores del nuevo discurso
ecológico, ético y espiritual propuesto por este documento (Corcoran y
Wohlpart 2008; Fry 1993) . En 2003 la UNESCO asume of icialmente la
Carta de la Tierra y la presenta com o un instrumento ped agógico sustan-
cial para la construcción de la responsabilidad colectiva de la humani-
dad por nuestro futuro común.
En 2003 los ministros y secretarios de medio ambiente de los países
de América Latina y del Caribe elaboraron un notable doc um ento, «Ma-
nifiesto por la vida, por una ética de la sostenibilidad», donde se incluye
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la categoría cuidado en la idea de un desarrollo que sea efectivamente
sostenible y radicalmente humano.
El cuidado también se hace presente a nivel social y personal. Está
especialmente presente en los dos extremos de la vida: en el nacimiento
y en la muerte. El niño sin cuidado no puede existir. El moribundo ne-
cesita cuidado para salir decentemente de esta vida.
Cuando en algún grupo despunta una crisis generando tensiones y
divisiones, la sabiduría del cuidado es el camino más adecuado para oír
a las partes, favorecer el diálogo y buscar convergencias. El cuidado se
impone cuando aparece una crisis de salud en una persona que exige
hospitalización. Entonces, se pone en acción el cuidado por parte de los
médicos, los enfermeros y enfermeras, que deciden los análisis que hay
que hacer y cuál es el tratamiento más indicado para curar y devolver al
enfermo a su familia y a sus quehaceres.
El cuidado es absolutamente necesario en prácticamente todas las
esferas de la existencia, desde el cuidado del cuerp o, de los alimen tos, de
la vida intelectual y espiritual, de la cond ucción general de la vida, hasta
para atravesar una calle con mucho movimiento. Como ya observaba
el poeta romano Horacio, el cuidado es como una sombra que siempre
nos acompaña y nunca nos abandona porque hemos sido hechos a par-
tir del cuidado.
Figuras-semilla del cuidado fueron Francisco de Asís, Gandhi, Ar-
nold Leopold, Albert Schweitzer, la Madre Teresa de Calcuta, doña Zilda
Arns, Dom Helder Cámara y Chico Mendes entre tantas otras personas,
empezando por los maestros de escuela, el personal de salud, médicos,
enfermeros y enfermeras, y terminando por nuestras madres y abuelas.
Son arquetipos que inspiran el camino de la cura y salvación de la vida,
y de la protección a la Madre Tierra.
3. En busca de un concepto de cuidado
Tal vez la etimología nos propo rcione una com pre nsió n más precisa del
cuidado (Boff 2002a, 71-74) . Renunciamos aquí a detalles de erudición
que se pueden encontrar en este anterior libro mío.
Cuidado remite a la palabra latina
cura
(o
coera)
usada de forma
erudita también en portugués y en español; cura significa exactamente
cuidar y tratar, com o se puede leer en los dic cion ario s: «Nuestros mayo-
res curaban (cuidaban, se preocupaban) más de practicar hazañas que de
conservar los monumentos que las recuerdan» (Alejandro Herculano).
Es conocida la expresión «cura de almas» para designar al pastor y al
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sacerdote que cuidan de la vida espiritual de una comunidad o de la
dirección espiritual de una persona.
Existe también la palabra «curador», que es la persona que cuida
de los bienes e intereses de alguien que no puede hacerlo por sí mismo
(menores, huérfanos e inhabilitados). Existe el curador de familia, de me-
nores y de huérfanos (que también llamamos tutor), el curador de los
bienes de las empresas insolventes, el curador de una bienal de libros o
de un festival. Se trata siempre de una persona que cuida y vela por los
intereses y por los derechos de las referidas personas o de alguien que se
responsabiliza del montaje y de la marcha fluida de un evento.
El cuidado no se agota en un acto que comienza y termina en sí mis-
mo. Es una actitud, fuente permanente de actos, actitud que se deriva
de la naturaleza del ser humano. Dos son los sentidos principales del
cuidado como actitud:
El primero designa el desve lo, la solicitud , la aten ció n, la diligencia
y el celo que se aplica a una persona o a un grupo o a un objeto que
se estima. El cuidado demuestra que el otro tiene importancia, que se
siente implicado en su vida y en su destino.
El segundo sentido se deriva del prim ero. Por esta im plicación afec-
tiva, el cuidado pasa a significar: preocupación, inquietud, desasosiego
y hasta sobresalto por la persona amada o con la cual se está ligado por
lazos de parentesco, de amistad, de proximidad, de afecto y de amor.
El cuidado hace del otro una realidad preciosa como, por ejemplo, el
cuidado de nuestros hijos e hijas y de nuestros enfermos.
Efectivamente nos desasosegamos y nos inquietamos porque pueda
pasar algo siniestro a nuestra casa, a nuestro país, a nuestro ecosistema,
y a nuestro planeta Tierra. Tales cosas nos quitan el sueño. Un dicho an-
tiguo reza: «Quien tiene cuidados, no duerme». Si no nos inquietásemos,
no amaríamos, viviríamos en la indiferencia y hasta en el más completo
descuido y negligencia.
El cuidado establece también un sentimiento de mutua pertenencia:
participamos, satisfechos, de los éxitos y victorias así como de las luchas,
de los riesgos y del destino de las personas que nos son queridas. Cuidar
y ser cuidado son dos requerimientos fundamentales de nuestra existen-
cia personal y social.
En este contexto, vale la pena acoger un tercer sentido de cuidado
elaborado por el psiquiatra y pensador inglés W D. Winnicott, con su
teoría de base, holding, que se traduce co m o el co nju nto de dispositivos
de apoyo, de sostén y de protección sin los cuales el ser humano no vive.
I )ice este autor que está en la esencia humana el care (el cuidado), que se
i xpresa en estos dos movimientos indisociables: la voluntad de cuidar y la
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necesidad de ser cuidado. Esto se hace patente en la relación madre-bebé.
Este necesita cuidado, sin el cual no vive ni sobrevive, y la madre siente el
deseo y la predisposición de cuidarle.
Esta relación indisociable entre cuidar y ser cuidado nos acompaña
a lo largo de toda la vida, por la misma condición humana, siempre ex-
puesta a riesgos, siempre vulnerable y siempre mortal, y por eso mismo
sujeta a enfermedades, y por último a la muerte. El cuidado esencial,
como aparecerá en las reflexiones filosóficas de Heidegger, es pensado
aquí existencialmente en el ámbito de la práctica cotidiana de las rela-
ciones humanas, que, para mantener su densidad humana, deben estar
imbuidas de cuidado.
El cuidado como preocupación que demanda la protección y los apo-
yos necesarios (
h o ld ing
) pertenece a la condición humana. La vida se
nos da sin merecerla. Ni siquiera podemos disponer de ella totalmente.
El hecho de estar en el mundo y en la historia, sometidos a tantos fac-
tores imprevisibles y a situaciones incontrolables hace que el cuidado-
preocupación-holding nunca deje de acom pañarno s com o una sombra,
no siempre bienhechora. La vida consciente sabe los riesgos y desafíos
que en cada momento tiene que afrontar. Necesita ser construida día a
día, defendida y garantizada en su sostenibilidad. En el fondo, el cuida-
do como preocupación no nos da tregua ni descanso.
Todo y todas las cosas pueden ser ob jeto de preocup ación y deman-
dan sus respectivas medidas de apoyo y protección. La cuestión no es
tanto el cuidado como preocupación. Esta es inevitable y pertenece a
la esencia del tipo de ser que somos: en el mundo, con otros, expues-
tos a riesgos y permanentemente amenazados por la enfermedad y, en el
límite, por la muerte. La cuestión esencial es: ¿cómo nos enfrentamos
a esta situación? ¿Cómo convivimos con ella? ¿Cómo la domesticamos
y cómo crecemos con ella en identidad y en humanidad? ¿Qué tipo de
apoyos construimos que no n os eximan de nuestra responsabilidad sino
que concretamente la posibiliten?
Todos somos hijos e hijas del cuidado porque biológicamente somos
seres carentes (M a n g e l w e s e n), no tenemos ningún órgano especializa-
do que nos garantice la supervivencia. Si al nacer no hubiésemos sido
cuidados por nuestras madres y ellas no hubiesen creado el conjunto de
protecciones y apoyos necesarios, en pocas horas habríamos muerto. A
diferencia, por ejemplo, de los patitos que biológicamente nacen bien
pertrechados y van rápido a nadar al lago y no se ahogan, nosotros, por
el contrario , no saltamos de la cuna y vamos corriend o a buscar nue stro
alimento. Dependemos de los cuidados de alguien que nos cuide y supla
nuestras deficiencias.
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E L C U I D A D O : L A C O N S T R U C C I Ó N DE L C O N C E P T O
Pero todavía hay un cuarto sentido de cuidado, de enorme actuali-
dad hoy en día, dada la degradación creciente de la naturaleza: el cui-
dado como
precaución y prevención.
Se habla ento nces del principio de
precaución y de prevención.
Este principio fue formulado por primera vez en una reunión reali-
zada en enero de 1998 en Wingspread, Estado de Wisconsin de Estados
Unidos, en la que participaron una variedad significativa de especialis-
tas. En ella se concretó así el principio de precaución:
Cuando una determinada act ividad representa una amenaza para el medio
ambiente o para la salud humana, se deben adoptar medidas de precaución
aunque haya relaciones de causa y efecto que no han podido ser estableci-
das científicamente.
Precaución es cuidado. Por esta razón, hay que tomar en cuenta no
solo el riesgo inminente sino también los riesgos futuros derivados de
iniciativas humanas para las cuales la ciencia no puede asegurarnos que
no puedan p roducir daños (Derani 19 97 , 16 7). Es el caso de los alimen-
tos genéticamente modificados, de la manipulación del código genético
y del uso no cuidadoso de la nanotecnología.
Hay que distinguir también entre estas dos formas de cuidado: la
precaución y la prevención.
En el principio de
prevención
se saben de ante m ano y pueden ser
demostradas científicamente las consecuencias de esta o de aquella ini-
ciativa. Entonces es fácil prevenir los efectos dañinos y es posible evi-
tarlos.
En el principio de
precaución,
por el co ntra rio, hay que precaverse
porque no se pueden saber las consecuencias y reflejos que determinado
acto, iniciativa o aplicación científica causarán al medio ambiente, a la
salud humana y al equilibrio del ecosistema. La ciencia no está en con-
diciones de proporcionarnos una garantía segura. La acción entonces no
está permitida.
En estos casos, la responsabilidad de la prueba recae sobre quienes
proponen las acciones cuyos efectos pueden ser indeseados, no sobre las
víctimas. Y si esos efectos ocurriesen, corresponde a quienes han pro-
puesto las acciones minimizar los daños y proceder a las reparaciones y
compensaciones necesarias.
Pongamos un ejemplo sacado de nuestra época: Cultivamos cuidado
con la Tierra, llamándola Gran Madre y Gaia, cuando la tratamos como
un superorganismo vivo que se autorregula y autorganiza, respetando
sus ciclos, preservando su integridad y vitalidad, dándole descanso para
que rehaga sus nutrientes y recupere el equilibrio perdido de muchos de
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E L C U I D A D O N E C E S A R I O
sus ecosistemas, utilizando sus bienes y servicios con moderación, respe-
tando sus límites y teniendo también en consideración a las generacion es
futuras. El cuidado, amigo de la vida, es urgente en la actual fase crítica
del sistema-Tierra; cuidado como esa actitud amorosa que podrá salvar-
nos como especie y permitirá la continuidad de nuestra civilización.
Cultivamos también el cuidado cuando nos preocupamos por la en-
fermedad de nuestro hijo hospitalizado, por sus pequeños fracasos esco-
lares, cuando tiene que atravesar la calle con un tráfico intenso, cuando
sale de noche a la fiesta de un compañero y no sabemos qué le puede
pasar al volver (asalto, bala perdida, accidente), o por cómo superará las
crisis propias de su edad. Los padres se llenan de desvelos por su futu-
ro, si entrará en la universidad, si encontrará su camino profesional. Se
preocupan por la familia que va a formar, por la felicidad o infelicidad
que va a vivir, las crisis a las que se va a enfrentar, sus eventuales enfer-
medades, las travesías difíciles que tendrá que hacer, y en el límite, por
el desenlace de su vida.
¿De qué no nos preocupamos? Establecemos estrategias de precau-
ción y de prevención, llenos de temores por el calentamiento global, pre-
ocupados por la degradación ecológica general, por el caos sistèmico en
la economía, por la inestabilidad de la paz mundial, por el hambre cre-
ciente de m illones de personas, por el foso creciente entre ricos y pobres
e incluso nos preocupamos, con inquietud, del destino general de los
pobres del mundo, del destino de nuestra civilización y de las amenazas
que pesan sobre la biodiversidad y sobre la totalidad del planeta Tierra.
Si no cuidamos, se mantendrá la amenaza de nuestra desaparición
com o especie, abocánd onos a un futuro en el que la Tierra, emp obreci-
da, seguirá por los siglos de los siglos su curso por el cosmos, hasta que
tal vez surja otro ser dotado de alta complejidad, capaz de soportar el
espíritu y la conciencia.
Con todos los datos referidos hasta ahora, nos atrevemos a precisar
el concepto de cuidado. El primero es el siguiente:
El cuidado es una actitud de relación am orosa, suave, am igable, armo-
niosa y protectora de la realidad, personal, social y am biental.
Metafóricamente podemos decir que el cuidado es la mano abierta
que se extiende para la caricia esencial, para el apretón de manos, de-
dos que se entrelazan con otros dedos para formar una alianza de co-
operación y de unión de fuerzas.
Es lo opuesto a la mano cerrada y al puño cerrado para someter y
dominar. Esta es la primera acepción de cuidado, su lado más luminoso
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EL C U I D A D O : L A C O N S T R U C C I Ó N DE L C O N C E P T O
y constructivo. Como se deduce, este tipo de cuidado pertenece a lo hu-
mano más humano, aquello que nos hace apreciables y amigos de la vida.
El segundo sentido es este:
El cuidado es todo tipo de preocupación, inquietud, d esasosiego, mo-
lestia, estrés, temor e incluso m iedo que pueda alcanzar a personas o
realidades con las cuales estamos involucrados afectivamente, y que
por eso mism o nos son preciosas.
Este tipo de cuidado, igual que el otro, pertenece a la estructura de la
vida humana desde el mo men to en que nacem os. No s acomp aña en cada
momento y en cada fase de nuestra vida hasta el momento de la muerte.
Es como una sombra, a veces leve, otras pesada, sombría o amenazadora
que nos escolta y no podemos eludir. Lo que podemos y debemos hacer
siempre es convivir con ella con habilidad ex istencial y sabiduría de vida,
no permitiendo que su dimensión negativa se enseñoree de nuestras acti-
tudes y actos, ni perturbe el rumbo de nuestras vidas.
El tercer sentido es el siguiente:
El cuidado es la vivencia de la relación entre la necesidad de ser cui-
dado y la voluntad y la predisposición a cuidar, creando un conjunto
de apoyos y protecciones (holding) que hace posible esta relación indi-
sociable, a nivel personal, social y con todos los seres vivientes.
El cuidado-amoroso, el cuidado-preocupación y el cuidado-protec-
ción-apoyo son existenciales, es decir, datos objetivos de la estructura
de nuestro ser en el tiempo, en el espacio y en la historia. Son previos a
cualquier otro acto y subyacen a todo lo que emprendemos. El cuidado
pertenece a la esencia humana. Por eso no se puede erradicar.
El cuarto sentido es:
Cuidado-precau ción y cuidado-prevención configuran aquellas a ctitu-
des y comportam ientos que deben ser evitados po r sus consecuencias
dañinas, unas previsibles (prevención) y otras imprevisibles por falta
de seguridad en los datos científicos y por lo imprevisible de los efectos
perjudiciales al sistema-vida y al sistema-Tierra (precaución).
El cuidado-prevención y precaución nacen de nuestra misión de cui-
dadores y guardianes de la herencia que hemos recibido del universo, y
por eso pertenecen también a la esencia de nuestro estar en el mundo.
Somos seres éticos y responsables, es decir, nos damos cuenta de las con-
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E L C U I D A D O N E C E S A R I O
secuencias positivas o negativas de nuestros actos, actitudes y compor-
tamientos.
Todas estas formas de cuidado hacen la vida, tan pronto leve, gozo-
sa y feliz, como sombría, preocupada y dramática. Y como los distintos
sentidos se realizan y coexisten permanentemente, mezclándose de for-
ma inseparable, vuelven la existencia humana paradójica y contradicto-
ria, pero siempre apetecible y de un valor inestimable.
4 . Dos expresiones del mismo cuidado
Existe el cuidado natural-objetivo y el cuidado ético-consciente.
El natural-objetivo es aquel que nos es dado con la propia existen-
cia, y tiene los significados que ya hemos señalado más arriba, como
el cuidado-amoroso, el cuidado-preocupación y el cuidado-precaución-
prevención. Así, cuidamos naturalmente de nuestro cuerpo, de nuestra
mente, de nuestra interioridad, en fin, de nuestra vida y de todo lo que
nos es querido, y nos prevenimos contra daños que pueden llegarnos de
ciertas prácticas humanas irresponsables. Y también cuidamos, preocu-
pados, de la calidad de vida, de la contaminación del aire, de nuestros
suelos y de nuestras aguas, en fin, del futuro de nuestro proyecto plane-
tario (Bishop y Scudder 1990, 67-75).
El cuidado revela que no somos seres independientes. Somos pro-
fundamente ecodependientes, portadores de una carencia fundamental
que es compensada por las personas, la cultura y los recursos y servi-
cios de la naturaleza. C om o ya han señalado eminentes biólogos (Gehlen,
Plessner), no poseemos ningún órgano especializado (Mangelwesen) que
nos asegure la supervivencia. El cuidado se impone para garantizarnos
la vida y su continuidad.
Existe también el cuidado ético-consciente. Se trata del cuidado natu-
ral asumido conscientemente de modo reflejo como valor, interiorizado
de forma deliberada y hecho actitud y proyecto de vida (Foucault 2 00 5) .
Transformamos lo que es de la naturaleza en propósito personal, social
y planetario, por lo tanto, en algo que depende de nuestra voluntad y de
nuestra libertad, transformándose así en un hecho cultural.
Entonces, cuidemos atenta y conscientemente de todo, de nuestras
palabras, de nuestros gestos, de nuestros pensamientos, de nuestros sen-
timientos y de nuestras relaciones, para que sean buenas para noso tros y
para los demás (Appleton 1990, 77-94; Leloup 2007, 115-143).
Con cuidado todo fluye mejor y nos equivocamos menos. Si no te-
nemos un cuidado atento, al cruzar una calle de intenso tráfico pode-
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EL C U I D A D O : L A C O N S T R U C C I Ó N D E L C O N C E P T O
mos ser atropellados e incluso morir. Igualmente vivimos el cuidado-pre-
ocupación, indignados, por dejar que las cosas sigan yendo como van,
emitiendo más gases de efecto invernadero cada vez (ya hemos llegado
en 2011 a treinta mil millones de toneladas anuales), tolerando el au-
m ento del calentam iento global y creando las cond iciones de una grave
cris is ecológico-humanitaria. ¿Cómo no vivir este cuidado preocupado
y preocupante?
Por una parte es im portan te cu idar en el sentido de tratar de sanar he-
ridas pasadas y de impedir futuras, proteger con amor las especies ame-
nazadas y responsabilizarnos por la conservac ión de los ecosistemas y la
vitalidad de la Madre Tierra, reforestando, combatiendo la erosión de
los suelos, impidiendo que los productos químicos tóxicos alcancen los
acuíferos y reduzcan la biodiversidad.
Por otra, urge cuidar en el sentido de preocuparnos por el desinte-
rés de los poderes públicos, por el tipo de crecimiento que extenúa los
recursos escasos, tolera la deforestación para beneficiar al agronegocio
y la industria agropecuaria, permite la producción de alimentos genéti-
camente modificados, es permisivo con el uso excesivo de pesticidas y
la producción de agentes químicos sintéticos, nocivos para la fertilidad
humana (Colborn, Peterson Myers y Dumanoski 1997) , y no practica
el principio de precaución con respecto a los daños a las personas y al
ambiente.
Como se puede deducir, el cuidado está ligado a cuestiones vitales
que pueden significar o la destrucción de nuestro futuro o que se man-
tenga nuestra vida sobre este pequeño y bello planeta.
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El cuidado no solamente es esencial en los procesos vitales, especialmen-
te en las relaciones personales y sociales, sea como cuidado-amoroso,
com o cuidado-preocupación o como cuidado precaución, sino que tam-
bién está presente en todo el proceso evolutivo.
1. El cuidado com o constante cosmológ ica
Podríamos decir que él se cuenta entre las constantes cosmológicas, pues
no está ausente en ningún momento de la evolución.
En el seno de la comunidad científica hay un amplio consenso en
que el universo es consecuencia de la primera y originaria singularidad
representada por el Big Bang. Este habría ocurrido hace 13.700 millo-
nes de años cuando aquel punto pequeñísimo, repleto de energía y de
información, se infló y después silenciosamente explotó.
Cosmólogos como S. Weinberg (1996) y S. Hawking (2005) han cal-
culado lo que ocurrió en los momentos iniciales del proceso cosmogéni-
co. Ocurrió misteriosamente un choque de aniquilación mutua entre la
materia y la antimateria, quedando solamente una fracción mínima de
materia de la cual se originó todo lo que hoy existe.
La misteriosa Energía de Fondo que preside todos los eventos de un
extremo a otro de la evolución, se desdobló en las cuatro interacciones
fundamentales que sustentan todo lo que existe: la gravitatoria que pro-
voca la atracción mutua entre los seres dotados de masa, la electromag-
nética, que produce atracción o rechazo entre los objetos con carga eléc-
trica, y las dos fuerzas nucleares, la débil y la fuerte, que actúan sobre
los constituyentes del núcleo atómico. Todos los eventos resultan de la
acción simultánea y articulada de estas cuatro fuerzas.
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E L C U I D A D O N E C E S A R I O
La energía y la materia después de la gran explosión fueron proyec-
tadas en todas las direcciones, creando el espacio y el tiempo. Comen-
zó la expansión, la autocreación y la auto-organización de órdenes, al
principio de los más simples y, después de miles de millones de años, de
los más comp lejos. Todo ocu rrió dentro de la constante cosm ológica del
cuidado sutil de todos los elementos.
Si, por ejemplo, la fuerza gravitatoria hubiera sido demasiado fuer-
te, hubiera atraído todo a sí, se hubieran sucedido explosiones sobre ex-
plosiones o habría surgido un agujero negro y el universo habría sido
imposible. Si la gravedad hubiera sido demasiado débil todo se diluiría
y no habría habido densificación de los gases para formar la materia, las
estrellas, la Tierra y a nosotros mismos.
Si, por el contrario, la fuerza electromag nética hubiera sido demasia-
do intensa solamente habrían surgido moléculas estables como la del agua
y la del gas carbónico. Si las energías nucleares hubiesen sido también
desproporcionadamente poderosas solamente habrían surgido átomos
estables como los del hierro. Todo el universo hubiera sido extremada-
mente hom ogéneo y rígido, lo que efectivamente no ocurrió. Y no ocurr ió
porque todo se procesó con finísimo cuidado para que las cosas fuesen lo
que realmente son; en caso contrario, no estaríamos aquí para comentar
todo este proceso.
Para crear alguna luz sobre esta convergencia, fruto del juego cui-
dadoso de todos los factores, los científicos se refieren al principio an-
trópico débil, según el cual todo ascendió en dirección a una mayor co m -
plejidad cada vez, lo que hizo posible la aparición de la vida y como
subcapítulo de la vida: la aparición de la conciencia. En la perspectiva
cuántica, esta sería una entre tantas posibilidades, no obligatorias (pr in-
cipio antrópico fuerte), pero fue, entre tantas otras, la posible que efecti-
vamente ocurrió. De no haber sido así, habría surgido otro mundo, pero
no el nuestro.
Por eso, dentro de otra dosificación del cuidado, podríamos admitir
el surgimiento de múltiples universos, paralelos al nuestro, tesis sustenta-
da por no pocos astrofísicos y cosmólogos (Hawking 2005). Ese cuidado
estaba también presente cuando la materia alcanzó un grado elevado de
complejidad y organización, permitiendo que surgiese la vida hace 3.800
millones de años. La primera bacteria con un cuidado singularísimo dia-
logó químicamente con su entorno, logró un equilibrio que le posibilitó
sobrevivir y seguir evolucionando.
Hace unos 1 25 millones de años la evolución alcanzó un grado may or
de complejidad. Fue cuando surgieron los mam íferos y con ellos entró en
el universo conocido algo que hasta entonces no existía: el sentimiento,
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EL C U I D A D O E N EL P R O C E S O E V O L U T I V O
la relación afectiva y el cuidado esencial de la madre con su cría. El cui-
dado se transforma en una exigencia de la vida, pues sin él la vida no se
podría producir ni reproducir.
Este cuidado alcanzó su más alto grado cuando hace unos 7-9 mi-
llones de años irrumpió en el escenario de la evolución el ser humano.
El cuidado adquirió entonces una cualidad nueva: no es solo natural,
ligado a los procesos ecológicos de la vida, sino que también tiene un
propósito consciente. El ser humano se propone cuidar conscientemen-
te de otro. El cuidado se hace amor, reconocimiento y comunión. El cui-
dado se muestra también como preocupación y celo por el ser al que se
ama o al cual se está unido afectivam ente. Cuida tamb ién de su en torn o,
se preocupa por los medios para subsistir. Por precaución, otra forma
de cuidado, evita iniciativas y actos que pueden ser perjudiciales para sí
y para la naturaleza.
El cuidado entra en la definición misma del ser humano como exis-
tencia en el mundo con los otros, abierto a la totalidad del Ser, al futuro
y a la muerte.
2 .
Recu perar la razón sensible y cordial
El fenómeno del cuidado demanda un tipo de inteligencia y de razón
muy distinto del que ha prevalecido durante los últimos siglos en nues-
tra cultura: el instrumental-analítico-funcional. Este representa un uso
utilitarista, una mirada distanciada y objetivante de la realidad, más inte-
resado en los medios que en los fines. El cuidado se inscribe en el mundo
de los fines, de las excelencias y de los valores. La sede de tales realida-
des no es la razón sino el corazón. Es la inteligencia sensible y cordial
que complementa la razón instrumental (Maffesoli 1997; Cortina 2007;
Duarte 2004; Goleman 2010; Cabral 2006). El
pathos,
el afecto y la pa-
sión, más que el
logos,
la racionalidad y la ciencia, ganan ce ntralidad.
Esto no significa que se prescinda de la razón, pero se la destrona de su
dominancia y se la incorpora en un ámbito mayor en el cual adquiere ple-
na importancia como instauradora de lucidez, de criterios y de límites.
Las aguas del río caudaloso están bien representadas por el afecto,
por las pasiones y por el corazó n. Pero son los m árgenes y los límites, por
lo tanto la razón, los que construyen su curso y garantizan que las aguas
lleguen al mar. Ambas realidades, cabeza y corazón, son necesarias y se
complementan, pero lo singular del cuidado reside en las aguas abun-
dantes y fluyentes. Sin él, de poco valdrían los márgenes y los límites.
Estos existen por las aguas y para servirlas.
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E L C U I D A D O N E C E S A R I O
En la situación cultural en la que vivimos se hace urgente recupe-
rar la razón sensible y cordial, dejada de lado por la razón científica e
incluso difamada como obstáculo para la objetividad de la razón. Con
esto hemos permitido que surgiese un mundo frío, calculador, abarro-
tado de objetos, pero sin corazón, sin sueños y sin compasión (Lowy y
Sayre 2008). Recuperar lo que hemos dejado al margen es la condición
para poder sobrevivir como seres de convivencia y cuidado.
Si nuestra cultura, hoy mundializada, hubiera dado centralidad al cui-
dado, bien como relación amorosa, bien como actitud de preocupación
responsable y de precaución contra efectos perniciosos de las prácticas
humanas, no tendríamos los millones y millones de personas que sufren,
los ecosistemas devastados y un planeta am enazado por el calentamien-
to global (Lowy y Sayre 2008).
Para encontrar un nuevo equilibrio y así poder mantener su vitali-
dad, la Tierra tal vez se vea obligada a reducir la biosfera, lo que im-
plicaría que millares de especies serían diezmadas y parte de la especie
humana cruelmente sacrificada.
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F U N D A M E N T O S F I L O S Ó F I C O - A N T R O P O L Ó G I C O S
DEL CUIDADO
Las reflexiones que hemos hecho hasta ahora buscando delimitar el con-
cepto de cuidado, han dejado claro que no se trata de algo que se pueda
agregar o no al ser humano, sino que entra en la comprensión misma
de su naturaleza.
1. El cuidado en M artin Heidegger: origen y evolución
Queremos reflexionar ahora sobre el carácter antropológico-filosófico del
cuidado, guiados por uno de los mayores pensadores del siglo xx, Martin
Heidegger (1 98 9- 19 76 ), que se ocupó detenidamente de este tema. En su
clásico Ser y tiempo (1 92 7) le dedicó párrafos centrales de la obra ( § 4 1
y 42) , compendiando toda una trayectoria del pensamiento occidental
anterior sobre el cuidado y confiriéndole la necesaria esencialidad.
Sabemos que el concepto fue madurando lentamente en la mente
del filósofo (Larivée y Leduc 2001) en su esfuerzo por entender la an-
tropología cristiana, especialmente la de san Pablo y san Agustín.
Ya en 1920 aparece el tema del cuidado en un curso sobre la Fenome-
nología de la intuición y de la expresión cuando valora en gran man era
un texto de la
Imitación de Cristo
de Tomás de Kempis, uno de los libros
de piedad más leídos por la cristiandad hasta el día de hoy: «el hom-
bre interior antepone el cuidado de sí mismo a todos los otros cuidados»
(internus homo, sui ipsius curam omn ibus curis anteponit:
Larivée y Le-
duc 2001 , 32) .
En 1921 ofrece a los estudiantes de filosofía de Friburgo otro curso
sobre el libro X de las Confesiones {El encuentro con Dios) de Agustín
de I lipona, donde trata de su búsqueda angustiada de Dios con sus des-
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EL C U I D A D O N E C E S A R I O
víos e ilusiones (la seducción de los ojos, el placer del oído, la curiosi-
dad, el orgullo, el amor propio, etc.), culminando en el descanso del cor
inquietum
(el corazó n inquieto).
Ahí curiosamente Heidegger, anticipando el
Ser y tiempo,
afirma que
la verdadera tarea de la filosofía debe orientarse por el cuidado de sí,
concreto y vivo, y de su mundo
(Selbstwelt),
pues la realidad alcanza su
sentido original cuando es interpretada com o cuidado y com o «preocu-
pación inquieta por sí mismo» (Larivée y Leduc 20 01 , 33 ).
El estudio del cuidado en san Agustín dejó en Heidegger huellas que
nunca desaparecerán de su obra y que lo han aproximado a la tradición
filosófica antigua del cuidado de sí mismo ( epimeleia heautoü). Esta lla-
maba a la vigilancia, exhortaba al cono cimien to de sí mismo, denunciaba
todas las formas de olvido y de fuga de sí mismo y criticaba la excesiva
curiosidad de saber, ver y experimentar a costa de la preocupación por
el sentido de la propia vida.
Del estudio de san Agustín saca el con cep to que va a aparecer en
Ser
y tiempo
de «cuidado auté ntico », aquel que cuida de sí y, en liber tad,
realiza las posibilidades de autoayudarse (en una perspectiva de futuro),
y el de «cuidado inautèntico», que es cuidar de manera obsesiva, ocu-
pándose de todo y menos de sí mismo o cuidando del otro hasta llegar
a hacerlo dependiente e incluso dominarlo.
El cuidado nunca es reposo sino que, en la concepción cristiana y
de los grandes místicos como en el maestro Eckhart, en Lutero, en Kier-
kegaard y en otros incluye siempre cierto nivel de angustia y preocupa-
ción consigo mismo y por el otro, porque el ser humano está siempre
sometido a la temporalidad fugaz que lo vuelve expuesto y vulnerable y
susceptible de caídas y defecciones.
En el semestre de 1920-1921 abre otro curso sobre la
Fenomeno-
logía de la vida religiosa
y se enfre nta a las epístolas de san Pablo, en las
cuales este llama a los cristianos a estar vigilantes ante la inminente venida
(parousia)
del Seño r. Ahí Heidegg er introdu ce la expresión de «el cuida-
do angustiante» y la «preocupación angustiada» como característica de
la temporalidad (
Zei t l i chke i t
) en general y específicamente de los cris-
tianos: «Para la vida cristiana no hay ninguna seguridad; la inseguridad
permanente se revela también como aquello que es característico de los
significados fundamentales (
G r u n d b e d e u t e n d h e i t e n )
de la vida cristiana
concreta» (Larivée y Leduc 2001, 34).
Esta vida se rige por la inquietud y la preocupación acerca de la pre-
paración de la venida del Señor. Junto a este cuidado se oye también
la advertencia de Jesús: «No os preocupéis (cuidéis) diciendo: '¿qué va-
mos a comer?' o '¿qué vamos a beber?' o '¿cómo vamos a vestirnos?' ;
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F U N D A M E N T O S F I L O S Ó F I C O - A N T R O P O L Ó G I C O S D E L C U I D A D O
no os preocupéis (cuidéis) del día de mañana, el día de mañana ten-
drá sus propias preocupaciones (cuidados); a cada día le basta su afán»
(Mt 6,34-35). ¿Como conjugar estas dos afirmaciones? Heidegger inten-
ta una respuesta, apoyado en un amigo suyo exégeta, Rudolf Bultmann,
el fundador de la desmitologización de los textos bíblicos y uno de los
formuladores de la exégesis crítica del Segundo Testamento (
Histor ia de
las formas-, Historia de la redacción).
Sabemos que Heidegger, durante su tiempo en Marburgo, formó un
grupo de estudios particular con ese erudito teólogo y con otro interesado
en el proceso moderno de secularización, Friedrich Gogarten. Siguien-
do la línea de Bultmann en su famoso comentario al evangelio de Juan,
Heidegger sostiene que no se trata de invalidar el cuidado y la preocu-
pación frente al futuro, sino de suscitar la fe en que el ser humano no
puede librarse de la inseguridad fundamental por sus propias fuerzas.
Se liberará en la medida en que haga del reino de Dios su primera pre-
ocupación (cuidado) y entonces la ansiedad y el cuidado angustiante des-
aparecerán (Larivée y Leduc 2001, 35-43). El cristiano se encuentra en
la palma de la mano de Dios. Aunque esté lleno de cuidados, ¿por qué
angustiarse? Para Heidegger es en el cuidado incondicional donde el ser
humano encuentra su quietud.
Pero es en Aristóteles donde M artin Heidegger va a beber las últimas
intuiciones que van a definir los contornos acabados de su comprensión
de cuidado en
Ser y tiempo.
Entre 1921 y 1924 se dedica intensivamente a investigar al gran Es-
tagirita, especialmente en el curso sobre Los conceptos fundamentales de
la filosofía aristotélica (1 92 4; Larivée y Leduc 20 01 , 43 -50 ) . Heidegger
quiere mostrar que la theoria no es una actividad atem poral sino que se
manifiesta siempre como una preocupación histórica (cuidado), ligada
al estar en el mundo y en el tiempo. La filosofía brota de la vida y el
pensamiento debe captarla en el acto. Usa a Aristóteles para llevar a cabo
una «destrucción» de la interpretación desencarnada de la filosofía es-
colar, mostrando exactamente a la luz de Aristóteles el enraizamiento
concreto en el espacio y en el tiempo de la
praxis
y de la
theoria,
que es
una forma singular de
praxis.
Analiza los diversos conceptos aristotélicos equivalentes al cuidado
(Sorge),
especialmente el de
epithimia
(celo, cuidado),
prohairesis
(volver-
se hacia el otro),
orexis
(el deseo, la pulsión, el preocuparse del otro ).
Hay que hacer notar que el estudio de Aristóteles sobre el cuidado
no se encuentra en los textos de la llamada
Metafísica
, sino en los de la
l\tica a Nicómaco
y en la
Retórica,
que ofrecen el m arco adecuad o para
estudiar la práctica humana.
33
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E L C U I D A D O N E C E S A R I O
Estudiando la praxis en Aristóteles, Heidegger desarrolló la idea de
que el cuidado es el modo de ser primero de todo ser humano en su rela-
ción con el mun do, y no solamente una orientación particular e interior
del alma, como aparecía en los autores cristianos, en forma de vigilan-
cia, preocupación consigo mismo y con el futuro.
El cuidado es algo anterior, es la fuente previa de todos los compor-
tamientos posibles, ya sean prácticos o teóricos, conscientes o incons-
cientes. Como el ser humano es portador del cuidado esencial, se crea
la condición para que él se sienta conscientemente como un ser-en-el-
mundo. El cuidado prefigura la ex-istencia, el estar vuelto hacia fuera y
hacia el otro (Aussein aufetwas). En una palabra, el cuidado es «el sentido
relacional de la vida» (Bezugssinn), «la intenc iona lidad origin aria de la
vida». Es, por tanto, más que una mera inquietud. Es la estructura origi-
naria del Dasein, de la existencia hum ana, en el tiempo y en el mu ndo .
Ser hombre/mujer es estar constituido de cuidado.
Todo este trabajo previo subyace al texto del cuidado en Ser y tiem-
po, extremadamente denso y de no fácil interpretación. Lo que podemos
decir es que Heidegger aparece como continuador de la reflexión sobre
y a partir del cuidado, que viene de un pasado lejano, desde Aristóte-
les, pasando por san Pablo, san Agustín, también por Herder y Goethe,
que recogieron en sus obras la fábula de Higinio sobre el cuidado que
referiremos a continuación, hasta llegar a su propia elaboración de esta
larga tradición.
Retomando y utilizando el lenguaje del propio Heidegger, el cuida-
do es un existencial, un dato pertenec iente a la naturaleza misma del ser
humano. Explíci tamente dice en Ser y tiempo: «el cuidad o es un fenó -
meno ontológico-existencial básico» (§ 41, 261) ; «el cuidado propor-
ciona los fundamentos ontológicos adecuados al ente que somos nosotros
mismos y que llamamos hombre» (§ 41, 262); el cuidado «suministra pre-
liminarmente el suelo en que se mueve toda interpretación del ser huma-
no (Dasein)» (§ 4 1 , 2 65 ); por esta razón «se presenta com o la constitución
ontològ ica siempre subyacente tras la existencia humana» ( § 4 1 , 16 5) .
Lo di jo oportunamente el f i lósofo brasi leño Emmanuel Carneiro
Leáo, discípulo de Heidegger, en una conferencia que dio en la Biblio-
teca Nacional en Río de Janeiro en 2009, en el contexto de temas re-
levantes de la modernidad: «Toda obra del hombre solo es humana en
la medida en que sabe cuidar de lo humano en el hombre. Por eso lo
humano está siempre por venir, es una tarea nunca acabada».
Dicho de un modo menos formal y en un lenguaje tal vez más acce-
sible, Heidegger quiere afirmar que:
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F U N D A M E N T O S F I L O S Ó F I C O - A N T R O P O L Ó G I C O S D E L C U I D A D O
El cuidado entra en la definición esencial del ser hum ano. Constitu-
ye la base para cualquier interpretación que se quiera hacer de él. El
cuidado está siempre ah í, presente y subyacente en la constitución
del ser human o. Hablar del ser hum ano sin hablar del cuidado no es
hablar del ser hum ano.
2 . La fábula del cuidado
Para ilustrar estas afirmaciones de carácter estrictamente filosófico, nada
mejor que recurrir al lenguaje de los mitos y de las fábulas. Ellas guar-
dan la sabiduría ancestral de forma plástica y hablan a lo profundo del
alma. Referiremos aquí la famosa fábula de Higinio (n.° 220), bibliote-
cario egipcio de César Augusto (m. 10 d. C.), citada también por Hei-
degger, que ya hemos estudiado detalladamente en El cuidado esencial
(2002a, 38). Narra la fábula:
Cierto día , a l atravesar un río, Cuidado encontró un trozo de barro. Y en-
tonces tuvo una idea inspirada. Cogió un poco del barro y empezó a darle
forma. Mientras contemplaba lo que había hecho, apareció Júpiter.
Cuidado le pidió que le soplara su espíritu. Y Júpiter lo hizo de buen
grado.
Sin embargo, cuando Cuidado quiso dar un nombre a la criatura que ha-
bía modelado, Júpiter se lo prohibió. Exigió que se le impusiera su nombre.
M ientras Júpiter y Cuidado discutían, surgió, de repente, la Tierra. Y tam-
bién ella le quiso dar su nombre a la criatura, ya que había sido hecha de
barro, material del cuerpo de la Tierra. Emp ezó en tonces una fuerte d iscusión.
De común acuerdo, pidieron a Saturno que actuase como arbitro. Este
tomó la siguiente decisión, que pareció justa:
«Tú, Júpiter, le diste el espíritu; entonces, cuando muera esa criatura, se
te devolverá ese espíritu.
Tú, Tierra, le diste el cuerpo; por lo tanto, también se te devolverá el
cuerpo cuando muera esa criatura.
Pero como tú, Cuidado, fuiste el primero, el que modelaste a la criatura,
la tendrás bajo tus cuidados mientras viva.
Y ya que entre vosotros hay una acalorada discusión en cuanto al nom-
bre, decido yo: esta criatura se llamará Hombre, es decir, hech a de humus,
que significa tierra fértil».
Del com entario m inucioso que hicimos de esta fábula en El cuidado
esencial, vamos a retom ar solamente algunos eleme ntos:
En primer lugar, es importante captar las indicaciones de cómo hay
que pensar la naturaleza del ser humano. En su formación intervinieron
las divinidades más poderosas del cielo: Júpiter, el dios soberano sobre
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E L C U I D A D O N E C E S A R I O
todos los del Olimpo, la Tierra, generadora de todas las cosas, Saturno,
el señor del tiempo. El ser humano, por lo tanto, posee en su estructura
algo de divino, de terrenal y de temporal.
Pero el protagonista principal es el Cuidado, considerado supues-
tamente como una divinidad. El es el generador y el plasmador del ser
humano (cura prima finxit). Y se hace responsable de él durante toda su
vida, sosteniéndolo y cuidándolo (cura teneat, quamdiu vixerit).
Cabe notar que el cuidado es tan fundamental que es anterior al espí-
ritu y al cuerpo, considerados en la antropología clásica y en la nuestra
como los primeros constituyentes del ser humano. Pero aquí, por el con-
trario, se afirma que el Cuidado les antecede. Por prevalecer un cuidado
sutil con dos factores que permitieron el surgimiento de todos los seres,
como señalamos al referirnos a la constante cosmológica del cuidado,
surgió este ser singularísimo y complejo que es el ser humano, objeto y
sujeto de supremo cuidado. Somos hijos e hijas del cuidado, frutos no de
un mero acto puntual e inaugurador que comienza y acaba en sí mismo.
Al contrario, según dice la fábula, somos fruto de un acto continuado y
prolongado ( quamdiu vixerit) de cuidar en el tiemp o y en el espa cio, en
todos los mo m entos y circunstancias «m ientras el ser human o viva». Sin
ser cuidado permanentemente, antes, durante y después de todo lo que
es y emprende, el ser humano dejaría de existir.
3 . El cuidado como esencia de lo hum ano
Con acierto comenta Heidegger: «por ser, en su estructura, una totali-
dad originaria, el cuidado se encuentra, desde el punto de vista existen-
cial, a priori, 'an tes' de toda 'actitu d' y 'situa ción ', lo que significa decir
que se encuentra de hecho en toda actitud y situación... pues el ser de
este ente (humano) debe ser determinado como cuidado» (§ 41, 258).
En otras palabras: si no hubiera un cuidado previo, si no hubiera una
actitud de cuidar por parte de la divinidad o por parte de otro, no se
darían las condiciones para que el ser humano pudiera existir.
Importa destacar que, antes que cualquier otra cosa, el ser humano
es alguien que debe ser cuidado. El se sitúa, originariamente, en una ra-
dical pasividad: es cuidado por alguien, o mejor, por nadie menos que
por un «dios». Solo porque recibió cuidado, el ser humano puede cuidar
de sí mismo y cuidar de los otros como actitud originaria. Y entonces se
muestra su actividad radical.
La estructura de base entonces es: necesitar ser cuidado y sentir el
impulso de cuidar. Este doble ser cuidado y cuidar constituye la energía
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F U N D A M E N T O S F I L O S Ó F I C O - A N T R O P O L Ó G I C O
S
D E L C U I D A D O
fontal y germinal que va a construir, a lo largo del tiempo y del espacio,
la humanidad del ser humano. El cuidado aparece entonces como una
actitud amorosa, acogedora y envolvente. Esta fue también la contribu-
ción que D. W Winnicott dio a la relación esencial entre cuidar y ser
cuidado.
Esta primera comprensión presupone que el ser humano es vulnera-
ble, ha sido puesto en el mu ndo, se encuentra perm anentem ente expues-
to y vive sometido a riesgos. Esta situación frágil demanda obviamente
cuidado amoroso, pues así lo exige la condición humana.
Y en tonces surge la segunda acepción de cuidado com o preocu pación ,
aprensión, rece lo de que pueda suceder algo que amenace la vida hum ana.
Debemos preocuparnos por ella, pues nos sentimos ligados y envueltos
afectivamente con esa persona. Todo lo de ella nos interesa, los riesgos
que puede correr, los éxitos que puede alcanzar y el destino de su vida.
En efecto, Heidegger considera el cuidado como un existencial del
estar-en-el-mundo, cuidado com o preocup ación y angustia
(Sorge/Beküm-
merung),
no solo actual, sino también posible en la perspectiva de futuro
(§ 41, 265); preocupación respecto a su propio ser y al ser del otro. Jun-
to a esto, existe el cuidado como atención amorosa y celo actual y posible
consigo, con el otro y con la vida (§ 41, 265). Ambas formas de cuidado
configuran lo que él llama «el desempeño del cuidado» (§ 41, 265).
4 .
El cuidado como precaución y prevención
Pero todavía hay un tercer sentido de cuidado, poco desarrollado por
Heidegger, pero que es hoy de extrema actualidad, dada la degradación
creciente de la naturaleza: el cuidado como principio de precaución y de
prevención,
del cual hem os hablam os en el capítulo anterior y por tanto
no vamos a tratarlo aquí. Hoy adquiere una relevancia extrema, que
aún no ex istía cuando Heidegg er ela boró su visión, y que es la acelerada
y peligrosa degradación de la naturaleza y las amenazas que pesan sobre
la especie humana. Pero al final de su vida, en la entrevista a
Der Spie-
gel,
pesimista ante el desmedido poder de destrucción de la tecnociencia,
comentó: «solo un Dios podrá salvarnos».
O nos precavemos de las centenas de toxinas que se depositan en
nuestros cuerpos (Goleman 2009) y de los gases que calientan el plane-
ta, o si no lo hacemos, ponemos en peligro el futuro de la especie. Todo
cuidado es poco, dada la aceleración de las tecnologías de explotación
y la transformación de los recursos naturales. Precaución y prevención
son expresiones del cuidado (Derani
1997,
167) .
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E L C U I D A D O N E C E S A R I O
Si nos fijamos bien, el cuidado emerge de la realidad concreta con-
cretísima del ser humano. ¿Cuál es su realidad en grado cero? Es estar en
el mundo, con los otros, abierto-al-futuro, ser-para-la-muerte y apertura-
en-totalidad.
Estar-en-el-mundo
es ponerse en relación con todos los seres circun-
dantes, con los cuales se relaciona y saca su sustento, y exponerse a las
eventuales desventuras que vienen del mundo. De ahí surge el cuidado
como preocupación y angustia, pero también el cuidado como gesto
amoroso, celo, solicitud y buen trato con las personas y con su entorno
ambiental (
L e b e n s w e l t ) .
Estar-con-los otros
tiene que ver con una relación en tre sujetos, que
posee otra lógica diferente a la de la relación con los objetos. La prime-
ra relación con los otros, superada la extrañeza natural, es de cuidado
como gesto de acogida, atención e implicación. Es cuidado también en
el sentido de que nos preocupamos y angustiamos por la vida y por el
destino de aquellas personas con las cuales estamos vinculados afecti-
vamente.
Aquí valen los dos significados básicos de: cuidado como gesto amo-
roso y cuidado como preocupación, particularmente con las personas
vulnerables, y el cuidado como precaución y prevención ante eventuales
daños futuros que puedan ser causados al medio ambiente.
Estar-abierto-al-futuro
representa la temporalidad e historicidad del
ser humano. El no detiene el tiempo y el tiempo configura la oportuni-
dad de realizar posibilidades que vienen del futuro y le permite ejercer su
libertad para con cretar estas posibilidades. Debe cuidar de ellas y p reocu-
parse por ellas. A través de ese empeño va construyendo su identidad
que nunca está acabada sino que está repleta de virtualidades a ser cui-
dadas y que pueden ser actualizadas y anticipadas en el presente. Esto
nos trae a la memoria la bella sentencia del argentino José Hernández
en su poema épico
Martín Fierro:
«El tiemp o solo es tardanza de lo que
está por venir».
El cuidado asume nuevamente su sentido de preocupación y angus-
tia por aquello que va a llegar y que no podemos controlar, y como for-
ma celosa y diligente de plasmar la identidad a través del ejercicio de la
libertad.
Ser-para-la-muerte
es estar expu esto a los efecto s letales de nuestro
desarrollo tecnológico que nos pueden anticipar o llevar a la muerte, pero
también puede significar el límite extremo del ser humano con carácter
de irreversibilidad: la muerte como término de nuestro peregrinar en el
espacio y en el tiempo. El sentido que damos a la muerte es el sentido
que damos a la vida. La muerte puede ser acogida como perteneciente
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a la vida pues esta es siempre mortal, es decir, que viene siempre acom-
pañada por la muerte en cada momento que vive. Un supremo gesto de
libertad es cuidar de la muerte acogiéndola con jovialidad, como parte
de nuestro paso por este mundo. Cuidar del tiempo que nos es dado vi-
vir, aceptar su fugacidad y superar la preocupación por lo relativo y lo
posible. En el fondo, se trata de aceptar la ley de la vida, que incluye la
muerte.
Cuidado es no permitir que la desesperación y el desamparo nos ha-
gan perder el sentido de la alegría de vivir, pues, de todas maneras, jamás
podremos detener el curso imparable de la muerte, hospedada dentro de
la vida desde el primer momento de la existencia. Cuidado en salir de la
vida con dignidad y con sentimiento de gratitud por todo lo que el Ser
nos propició vivir, disfrutar, superar obstáculos, soportar fracasos, cele-
brar éxitos y madurar.
Apertura en totalidad: el ser no está solamente abierto al mu ndo, al
otro y ala muerte. El ser hum ano se presenta co m o una apertura en tota-
lidad. En esto se muestra como un proyecto infinito. Puede relacionarse
y entrar en comunión con todos los seres y a todos los niveles. Por ser
apertura en totalidad, busca identificar el polo que lo plenifica y que le
permite una suprema humanización. Este solo puede ser el Ser porque
ningún ente existente es adecuado a su impulso insaciable.
5. La tarea de la vida: cuidar del Ser
Cuidar del Ser es la gran tarea de la vida. En palabras de Heidegger, acep-
tar ser el pastor y el cuidador del Ser: encontrarlo en todos los entes, pero
percibir que se retrae en todos ellos. No por eso cesa la búsqueda de un
encuentro con el Ser.
Esta búsqueda crea un cuidado, es decir, una angustia incurable y le
permite hacer la experiencia agustiniana que tanto impresionó al joven
Heidegger: el reposo dinámico del
cor inquietum
en el Ser que las reli-
giones llaman Dios.
Cuidado aquí significa preocuparse por su interioridad, velar para
que esta apertura en totalidad no sea inautèntica al identificar el Ser con
algún ente, por más fascinante que sea. El cuidado puede expresarse tam-
bién por una angustia existencial que ningún psicoanalista puede curar,
pues traduce la falta de plenitud del deseo, siempre en busca del Ser.
Resumiendo, podemos concluir: el cuidado es la condición previa ne-
cesaria para que algo pueda existir y subsistir. Es la disposición anticipa-
da de toda práctica y de toda acción. Sin cuidado, las cosas no irrumpen
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E L C U I D A D O N E C E S A R I O
en la existencia, como la lógica del universo comprueba. Sin cuidado la
práctica deja de ser constructiva y expresión de la libertad, para venir
a ser solamente un conjunto de actos inconsistentes y atolondrados. El
cuidado es una forma de amor y el amor es una concreción del cuidado
esencial.
El ser humano, para superar las contingencias de la condition hu-
maine, precisa ser cuidad o y así garantizar su hum anidad. Y tiene tam -
bién que cuidar del otro para humanizarse, mostrar sus posibilidades en
el ejercicio de su libertad y expandir su humanidad. En este juego diná-
mico, arriesgado y promisor, pasivo y activo, de ser cuidado y de cuidar,
de amar y de ser amado y también de preocu parse por el otro , se realiza
la trayectoria del ser humano en el tiempo, en el espacio y en la historia.
Al vivir el cuidado, el ser humano va mostrando su naturaleza real
y su singular modo de ser y de habitar este mundo con los otros, en el
tiempo y en el espacio, rumbo al Ser.
De esta comprensión del cuidado como naturaleza del ser humano
en el mundo y en la historia, surge la dimensión ética. La ética no se
deriva del cuidado. El propio cuidado ya es en su esencia ética, en el
sentido clásico de
ethos
com o cuidado de la casa y de todos los que en
ella habitan, sea la casa individual, sea la Casa Común que es el planeta
Tierra. Hoy más que nunca necesitamos este ethos-cuidado para man-
tener vivo y en orden ese Hogar de todos, pues no tenemos otro que
nos acoja.
Solamente con este cuidado tenemos condiciones concretas para sal-
var la vida, proteger la Tierra y garantizar un futuro significativo para el
proyecto planetario humano.
4
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10
EL PARADIGMA DEL CUIDADO:
UN N UE V O M O D O D E H AB I T AR L A T I E R R A
Las reflexiones de orden antropológico-filosófico nos inducen a conside-
rar el cuidado no como algo accidental, un adjetivo del que eventualmen-
te se puede prescindir, sino como algo esencial, necesario y sustantivo.
1. El cuidado: ¿adjetivo o sustantivo?
El cuidado puede, efectivamente, ser entendido como un adjetivo útil
que podemos agregar a cualquier tipo de práctica humana sin transfor-
marle la lógica interna. Así, alguien puede producir con cuidado lingo-
tes de acero, economizando agua, disminuyendo la emisión de polvo y
conservando lo más posible la-mancha verde que rodea la mina de mena.
Poniendo cuidado, se pueden producir automóviles menos contaminan-
tes, con formas de producción menos hostiles al medio ambiente y con
economía de recursos materiales.
Pero la relación con la Tierra no cambia, permanece la idea de que es
como un objeto que está ahí, sin inteligencia, una especie de baúl de re-
cursos entregado a la utilización humana, lo cual implica interferir en su
conformación geológica y modificar los ecosistemas que la componen.
El cuidado entra como adjetivo, seguramente útil, pero sin la capaci-
dad de transformar la mirada del empresario y la dinámica de la produc-
ción. El cuidado como adjetivo califica la producción pero no le cambia
su naturaleza. Se cae en la ilusión de que limando los dientes al león se
le quita la ferocidad, como si la ferocidad residiese en sus dientes y no
en su naturaleza.
O tra cosa muy distinta es considerar el cuidado com o un sustantivo.
Entonces la Tierra aparece como subsistente por sí misma, un superor-
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E L C U I D A D O N E C E S A R I O
ganismo vivo que se autorganiza y tiene valor intrínseco. Ya no hay un
tipo de relación meramente utilitarista, sino de pertenencia y de reci-
procidad. Esta manera de mirar obliga al empresario a desarrollar una
nueva conexión con ella, como algo a ser respetado, por eso se impone
utilizar procesos tecnológicos adecuados a los imperativos de cuidado y
respeto que todo ser vivo merece.
La relación se ha invertido. Ahora es el cuidado quien dirige el m od o
de producción y no al revés. La producción debe obedecer a la lógica de
la sinergia, del respeto a las posibilidades y a los límites del ecosistema
del cual está extrayendo recursos, da tiempo para que la Tierra rehaga
sus nutrientes y le concede descanso y sosiego. No deja de ser produc-
ción de aquello que necesitamos para vivir, pero ya no es una producción
que no tiene en cuenta el cuidado y respeto, sea a los límites, sea a la
Tierra como planeta pequeño, viejo y con recursos escasos, sea a las pe-
culiaridades ecológicas y culturales de la región.
Lenta pero progresivamente hay que ir pasando de una sociedad de
producción de bienes m ateriales, que implica la domina ción de la natura-
leza, a una sociedad de sostenimiento de toda la vida, que se procesa en
sintonía con los ritmos y límites de la naturaleza (Macy y Brown 2010).
En este momento el cuidado aparece como paradigma nuevo y al-
ternativo. Funda una nueva relación con la naturaleza y con la Tierra.
Representa un nuevo modo de ser, de actuar, de producir, de distribuir
los bienes producidos y de manejar los residuos (Pelizzoli 1999).
La Tierra ya no será considerada nunca más solamente como un re-
positorio de recursos abundantes a disposición de la codicia humana,
sino como Madre Tierra y Gaia, un superorganismo que se autorregula
y se autorganiza, al cual pertenecemos como su parte consciente y res-
ponsable, con la misión de cuidar su vitalidad y garantizar sus ciclos de
reproducción con todos los nutrientes necesarios. No es una relación
de distancia y de dominación sino de convivencia y de sinergia, sintién-
donos parcela de este todo. La Tierra nos ofrece gratuitamente todo lo
que necesitamos, y nosotros en contrapartida debemos devolverle cui-
dado y amor, protegiendo su integridad y su fecundidad.
Insisto en que no se trata de dejar de producir. Tenemos que produ-
cir para atender las demandas humanas. Pero lo hacemo s de otra m anera ,
preocupados con la regeneración de los recursos no renovables y con
una utilización racional de los renovables, para que duren más, teniendo
especialmente en cuenta las necesidades de las futuras generaciones.
Nos sentimos agradecidos por los bienes y servicios que la Tierra nos
ofrece gratuitamente, pero en nuestra cultura raramente retribuimos esos
dones mostrando respeto, cuidado y veneración. Cuando concienciamos
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E L P A R A D I G M A D E L C U I D A D O : U N N U E V O M O D O D E H A B I T A R L A T IE R R A
nuestra mutua pertenencia, o sea, la mutualidad, surge entonces una
economía solidaria de lo suficiente y decente para todos, bajo la égida
del cuidado en sus varios sentidos expuestos anteriormente: como rela-
ción amorosa hacia la naturaleza, como preocupación por conservarla
para nosotros y para las futuras generaciones, como precaución contra
agresiones y males que pueden ocurrir y como holding en el sentido de
Winnicott, es decir, como el conjunto de estrategias para darle apoyo,
protección, descanso y paz.
Este modo de relacionarse y de producir constituye el nuevo para-
digma del cuidado, urgente y necesario, dado el pillaje sistemático de to-
dos los recursos naturales que se viene practicando y la total falta de pre-
caución contra las consecuencias de nuestras actividades. Desprovistas
de cuidado, pueden producir graves desastres ecológicos y sociales en
todo el sistema-vida y el sistema-Tierra, especialmente por el volumen
de residuos que no sabemos cómo descartar o reutilizar.
En la actual fase del proceso productivo se está llevando a cabo una
rapiña voraz de los commons, es decir, de los bienes comu nes de la Tie -
rra, que ella ofrece a toda la comunidad de vida y a los humanos, como
la privatización del agua dulce, la destrucción de la fertilidad de los sue-
los por los pesticidas, la reducción de la biodiversidad, la contaminación
del aire, la apropiación de partes de los océanos y del espacio exterior,
que jamás deberían ser tratados como comm odities, o sea, como bienes
de mercado y de intercambio.
Toda esta situación no puede seguir adelante. Está demostrando ser
demasiado desastrosa. Tenemos que encontrar otras formas más benig-
nas de habitar en este planeta y, en este contexto, se impone la exigencia
de pensar en un nuevo paradigma civilizatorio.
2 . El cuidado como nuevo paradigm a de civilización
Siguiendo a Thomas Kuhn, que en los años setenta del siglo pasado di-
fundió la noción «paradigma» en su conocido libro La estructura de las
revoluciones científicas (1 97 1) , entendemos por paradigma toda una cons-
telación de visiones de mundo, de valores, de conceptos clave, de ciencias,
de saberes, de sueños, de utopías colectivas, de prácticas espirituales y
religiosas y de hábitos asumidos colectivamente, factores que orientan a
una determinada sociedad y le confieren sentido y la necesaria cohesión
interna.
El paradigma de base constituye la espina dorsal de toda una civili-
zación. Sustentamos la tesis de que, entre otros, el paradigma del cuida-
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E L C U I D A D O N E C E S A R I O
do junto con el de la sostenibilidad serán los dos principales pilares es-
tructuradores de la nueva civilización qu e ha de venir. En este m om ento
vamos a concentrarnos solamente en el paradigma del cuidado.
Para compren der m ejor este paradigma es útil trazar un paralelo e ntre
el paradigma todavía vigente, que calificaremos como el de la domina-
ción y la conquista, y el paradigma del cuidado emergen te, caracterizado
como el de la transformación y la l iberación (Boff y Hathaway 2010).
a) Los impasses del viejo paradigma de la conqu ista
El paradigma vigente tuvo su origen en los siglos xvi y xvn cuando irrum-
pió otro tipo de racionalidad, la instrumental-analítica, construida so-
bre el deseo de las fuerzas emergentes de la burguesía europea de con-
quistar el mundo. Se propusieron la conquista del mundo y lo hicieron
usando las fuerzas militar, política y religiosa. El sueño mayor, verdade-
ra utopía colectiva de la mo dernidad , era la búsqueda del progreso inde-
finido, con creta do en el aum ento de la riqueza y del poder, con dicione s
de la tan ansiada felicidad para todos. El progreso era y sigue siendo el
verdadero «dios» de los modernos, venerado por todos y al cual todos
debían servir. Subyugar e incluso destruir culturas ancestrales como las
de los mayas, incas y aztecas, y otras de África y Asia, era la condición
para hacerlos participar en el pretendido progreso, impuesto a sangre y
fuego, con la cruz y la espada.
La búsqueda del progreso y de la acumulación de riqueza presupo-
nía la dominación de la naturaleza y la explotación de sus servicios y
recursos de forma ilimitada, sin cuidado alguno por los límites de los
ecosistemas y sin solidaridad hacia las futuras generaciones.
A partir de los siglos mencionados, la Tierra ya no será vista como
lo era desde la más alta antigüedad hasta ese momento, como la gran
madre que merecía respeto y veneración, pues todos se sentían en co-
nexión con ella como partes de un gran Todo. Ahora será considerada
como mera res extensa, en palabras de Desc artes, algo inerte com o un
objeto del que podem os disponer a nuestro an tojo. El ser humano se sen-
tía «dueño y señor» (maitre et possesseur), se situaba por encim a de la
Tierra, no al pie de ella como miembro de la gran comunidad de vida,
nacido como todos del útero generoso de la Madre Tierra. Tales ideas
han sido ridiculizadas como resquicios del pensamiento mítico, atrasa-
do, finalmente reemplazado ahora por las luces de la razón moderna.
Se estableció una relación de violencia con la naturaleza. Francis Ba-
con, formulador del método científico moderno, osó, sin medias palabras,
decir: «Tenemos que tratar a la naturaleza co m o el inquisidor trata a su
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inquirido: torturarla hasta que entregue todos sus secretos». Efectiva-
mente, así ha sido tratada la naturaleza y lo sigue siendo, pues esa idea
todavía prevalece hoy en centros de investigación científica.
Pero es importante reconocer que su aplicación sistemática ha traí-
do inconmensurables beneficios para la humanidad, desde el antibióti-
co que prolongó significativamente la vida de las personas, pasando por
la invención de las comodidades domésticas, hasta llevarnos a la luna y
traernos de vuelta. Solo que al mismo tiempo ha inventado una máquina
de muerte que puede liquidar a la especie hum ana de veinticinco formas
diferentes y devastar gravemente la biosfera.
Mediante la tecnociencia, la especie humana ha ocupado el 83 % de
la superficie del planeta, pero la ha ocupado depredando sus recursos
escasos y modificando la base físico-química de su infraestructura eco-
lógica. El consum o hum ano ha sobrepasado en un 3 0 % la capacidad de
reposición de los recursos naturales producidos por la Tierra. Los gases
de efecto invernadero, acumulados en los cuatro siglos de industrializa-
ción, están provocando el calentamiento global del planeta.
Si sigue este ritmo creciente y no se hace nada sustancial, la Tierra
podrá alcanzar a mediados del siglo xxi una temperatura de 3 grados
centígrados más, y al final del siglo entre 4-6 grados, especialmente si su-
cede el temido «calentamiento abrupto», pronosticado desde hace años
por la mejor ciencia
(National Academy of Sciences Comm ittee on Abrupt
Climate Change 20 11 ). En estas condiciones, ninguna forma de vida aho-
ra existente subsistirá, imposibilitada de adaptarse a los cambios o de
mitigar los efectos letales. Nuestra propia especie
homo sapiens sapiens
podría estar incluida en esa devastación o sobrevivir en pequeños gru-
pos en reducidos oasis o reductos privilegiados.
Es una evidencia política de nuestra civilización del progreso ilimi-
tado que cada país debe crecer anualmente por lo menos un 2-4% y el
planeta com o un todo cerca del 2 % por lo m enos.
Se ha creado un círculo vicioso perverso: todo el mundo es incitado
por la propaganda a consumir más y más. Para eso hay que producir más
y más. Para producir más y más se requiere explotar más y más los recur-
sos de la naturaleza. Cuanto más se explotan los recursos naturales, más
escasos se hacen, más contaminación se produce, más se envenenan los
suelos, se produce m ás deforestación, se contam inan más las aguas, más
se degeneran los ecosistemas y aumenta cada vez más el calentamiento
global con los subsiguientes cambios climáticos. ¿Hasta dónde nos lle-
vará esta lógica fatal? ¿Alguien se ha preguntado seriamente si la Tierra
puede aguantar esta guerra total que los humanos estamos llevando a
cabo contra ella?
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Ya está dando inequívocas señales de que se estresa bajo condiciones
tan adversas, y no consigue man tener su vitalidad e integridad. L a T ierra
está crucificada; tenemos que bajarla de la cruz y resucitarla.
Es evidente que este progreso es absolutamente irracional, hostil a
la vida e insostenible, pues un planeta limitado no soporta un proyecto
ilimitado.
El gran equívoco de todo el proyecto de la modernidad, fundado en
el paradigma de la conquista y de la dominación, buscando el progreso,
base de la felicidad, fue no haber tomado en consideración a la Tierra,
presuponiendo ilusamente que era infinita en sus recursos e ilimitada en
su resiliencia. El agotamiento de sus recursos escasos, la degradación de
sus suelos, bosques, selvas, aguas, oc éan os, a tmósfera y la inhum ana des-
igualdad social que provocó, lanzando a la pobreza y la miseria a casi la
mitad de la humanidad, con una injusticia mundial que clama desgarra-
doramente al cielo, son las señales de su fracaso e incapacidad de resolver
los problemas que ella misma ha creado.
Todos los per juicios han venido siendo considerados como externa-
lidades, es decir, factores no tenidos en cuenta en la contabilidad de las
empresas ni en los cálculos del PIB de cada país. Era el precio a pagar
por el deseado progreso. Pero resulta que ha habido un saqueo despia-
dado de todo lo que se podía saquear en la Tierra, sin cultivar ningún
sentido de reciprocidad o de compensación mínima por todo lo que ella,
desde siempre, nos ha ofrecido gratuitamente y, encima, sin solidaridad
hacia las futuras generaciones. Nos hemos vuelto hijos e hijas ingratos,
crueles y sin piedad (Wilson 2007; Lovelock 2011) .
Ahora estas externalidades se han vuelto tan visibles y amenazantes
que están poniendo en jaque la obsesión por el progreso y por el creci-
miento il imitado de la riqueza y del bienestar. La civilización humana
corre el peligro de autoexterminarse. No acumuló energías espirituales
para enfrentarse con éxito a la presente crisis, que puede ser terminal,
sino que ha creado una civilización materialista, individualista, mecani-
cista, dualista, hostil a la vida y enemiga de la Madre Tierra.
En su discurso de octubre de 2009 en las Naciones Unidas, el presi-
dente de Bolivia, Evo Morales Ayma, se atrevió a denunciar, con humil-
dad y sinceridad, la irracionalidad del actual sistema globalizado. Habló
menos como jefe de estado y más como un líder indígena cuya visión
de la Tierra y de los problemas ambientales está claramente enfrentada
con la visión dominante.
Denunciaba sin rodeos: «la enfermedad de la Tierra se llama mo-
delo de desarrollo capitalista» que permite la perversidad de que «tres
familias posean ingresos superiores al PIB de los 48 países más pobres
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EL P A R A D I G M A D E L C U I D A D O : U N N U E V O M O D O D E H A B I T A R L A T I E R R A
del mundo donde viven 600 millones de personas» y hace que «Estados
Unidos y Europa consuman cerca de 8,4 veces más que la media mun-
dial». Hizo una sabia consideración de graves consecuencias:
Ante esta situación, nosotros, pueblos indígenas, y los habitantes humildes
y honestos de este planeta, creemos que l legó la hora de hacer una parada,
para reencontrarnos con nuestras raíces, con la Madre Tierra, con la Pacha-
mama, como la l lamamos en los Andes.
Este discurso solo encontró oídos sordos. Pero su advertencia no de-
jará de tener extraordinaria importancia, pues llegará el día en el que la
humanidad tenga que hacer cuentas con la Tierra y lamentar profunda-
mente el daño que le hemos ocasionado (Swedish 2008, 40-65) .
El último fruto de este ensayo civilizatorio es la decepción actual,
la frustración, el desencanto del mundo y la pérdida de conexión con
el Todo. Vivimos solos, sin raíces, perdidos en medio de una parafer-
nalia de objetos tecnológicos, la mayoría de ellos superfluos. El «dios»
progreso está agonizante y a punto de morir . Y no han inventado otro
«dios-ídolo» para sustituirlo y adorarlo. El sueño se ha vuelto una pesa-
dilla y la utopía, una ilusión.
Este contexto global, amenazador y peligroso, nos remite con ur-
gencia a otro paradigma que pueda incorporar todas las conquistas po-
sitivas del anterior y alcanzar otro nivel que pueda abrir nuevas posibili-
dades para la humanidad. Este paradigma que desde hace años estamos
proponiendo es el del cuidado necesario, aliado a la sostenibilidad ra-
cional.
Si hasta el mo m ento presente prevalecía el paradigma d e la conqu is-
ta, a partir de ahora debe prevalecer el paradigma del cuidado. Si an-
tes se había establecido una relación agresiva con la Tierra, ahora deberá
ser de benevolencia y de sinergia. La primera y más urgente misión de
todos es salvar el sistema-vida y garantizar la continuidad del sistema-
Tierra, curar las heridas pasadas y prevenir las futuras.
b) Las ventajas del nuevo paradigma del cuidado
Subyacente al nuevo paradigma del cuidado está una cosmo logía de tran s-
formación y de liberación que se opone frontalmente a la cosmología de
la dom inación y de la conqu ista. Esta es todavía hegem ónica y legitima las
prácticas que están lesionando la integridad de la Tierra.
En esta nueva cosmología, adecuada al paradigma del cuidado, se
entiende la Tierra como fruto del gran proceso de evolución y de trans-
formación que perdura desde hace 13.700 millones de años. La Tierra
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se presenta, repetimos, como la Magna Mater de los antigu os, la Pacha-
mama de los pueblos andinos y Gaia de los contemporáneos (Mama-
ni 2010 , 27-33 ; Lovelock , 1987) .
Tierra y Humanidad forman una única entidad indivisible y com-
pleja, como aparece claramente en la visión que tienen de ella los as-
tronautas desde la luna y desde sus naves espaciales. Declaran: «Desde
aquí arriba no hay diferencia en tre la Tierra y la hum anidad; forman una
única y brillante realidad» (White 1987, 216-217). Por estar viva, recla-
ma, como toda vida, cuidado. Por estar enferma por el calentamiento
global, el cuidado se muestra como preocupación por su integridad y
vitalidad. Necesitamos crear el holding (W innicott) nece sario, es decir,
el conju nto de cuidados, dispositivos y medidas que prevengan m ales fu-
turos irreparables. Tenemos que hacer valer el principio de precaución
y de prevención como expresiones prácticas del cuidado.
El ser humano, hombre y mujer, representa el momento consciente
e inteligente de la propia Tierra. Por eso, como humanos, somos la Tie-
rra que siente, piensa, ama, ríe, danza y venera. Lo expresó muy bien el
padre de la ecología norteamericana, Thomas Berry:
El ser humano, no es tanto un ser que habita la Tierra o el universo, sino
una dimensión de la propia Tierra y del propio universo; la formación de
nuestro modo de ser depende del apoyo y de la orientación de ese orden
universal ; cada ser del universo se preocupa con nosotros (1991, 39) .
Pero la Tierra no solo nos ha hecho a nosotros, sino a toda la co-
munidad de vida (microorganismos, plantas, aves, pájaros y animales),
con la cual mantenemos relaciones de dependencia y de complementa-
riedad. Entre todos los seres, solo el ser humano posee una dimensión
ética: él es cuidador y responsable de su hábitat, la Tierra; su misión no
es la de dueño y señor, sino la de huésped, cuidador y guardián.
Es propio de su naturaleza intervenir en los ciclos naturales y con
eso crear cultura, pero es imperativo que lo haga con sumo cuidado y
dentro del principio de precaución para que no ocurran efectos deleté-
reos. Pero también puede depredar los ecosistemas y convertirse en el
ángel destructor de la Tierra, cuando en realidad su vocación es ser el án-
gel bueno que la cuida y la protege. Actualmente se ha transformado en
una fuerza geofísica devastadora, inaugurando, como apuntan algunos
científicos, la era del antropoceno, la era en la que la gran ame naza no
viene del cielo, ni de un meteoro rasante, sino de la misma práctica,
descuidada e irresponsable, de los seres humanos, especialmente de aque-
llos que hegemonizan nuestro tipo de civilización, y prolongan y pro-
fundizan la explotación de los recursos y servicios de la Madre Tierra.
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Si no cuidamos las prácticas colectivas y no contenemos al ser hu-
mano, pueden ocurrir catástrofes inimaginables, parecidas a las que en
tiempos pasados casi liquidaron la vida sobre el planeta (Ward 1997).
Para impedir que suceda un desastre así, se impone con urgencia la ética
del cuidado. Analicemos resumidamente las virtualidades presentes en
el paradigma del cuidado.
3. Exigencias nuevas del paradigma del cuidado
La
Carta de la Tierra,
documento procedente de las bases de la humani-
dad y universalizado por la UNESCO en 2003, ante el momento crítico
y peligroso por el cual están pasando la Tierra y la Humanidad, declaró
de manera profética:
Co m o nun ca antes en la historia, el destino comú n nos convoca a un nuevo co-
mienzo, que requiere un cambio de las mentes y los corazones, un nuevo sen-
tido de interdependencia global y de responsabilidad universal (conclusión).
Aquí están enunciadas las exigencias básicas que deben marcar el
nuevo paradigma emergente del cuidado. Se trata efectivamente de un
nuevo comienzo, de una verdadera conversión de las mentes y los cora-
zones, exigida por nuestro destino común. De lo contrario, podríamos
con oce r el destino ya recorrido por los dinosaurios después de haber vivi-
do 133 millones de años sobre nuestro planeta.
a)
El rescate de la razón cordial
Si queremos realmente inaugurar un nuevo comienzo, necesitamos de
antemano activar otro tipo de razón, no ya al servicio de la dominación
y del enriquecimiento, sino adecuada a la naturaleza del cuidado. Es la
razón cordial o sensible, que ha interesado en los últimos tiempos a no
pocos pensadores (Golem an, M affesoli , D uarte Jr. , Assmann y Jung M o
Sung, Cabral).
En ella está radicado el órgano del cuidado, que es el corazón, de
ahí el nombre de razón cordial. Esta se estructura alrededor del
pathos,
del afecto, del sentimiento profundo en el sentido de la capacidad de
afectar y de ser afectado. Lo que para los griegos, y los modernos que
les siguieron, era considerado sospechoso (el carácter desordenado e im-
pulsivo de las pasiones) hasta el punto de tener que ser sometido al freno
de la razón, adquiere aquí centralidad.
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Es verdad que los antiguos y los modernos reconociero n que el pathos
es la energía primordial de lo humano, más fundamental que la razón, la
dimensión en grado cero de nuestra humanidad, ligada a los estratos más
ancestrales de nuestra experiencia humana. Pero no dieron créd ito al fun-
damento afectivo de la existencia (Noddings, 1984, 3) ni construyeron
la comprensión de lo humano mediante una elaboración reflexiva sobre
esta realidad fontal, salvo tal vez, en los tiempos modernos, los filósofos
Arthur Schopenhauer, Max Scheler, Martin Heidegger y toda la escuela
psicoanalítica.
Lo que de hecho ocurrió fue el encaje del
pathos
en la retícu la del
logos y de la razón funciona l con el riesgo del raciona lismo que, poste-
riormente, acabó predominando en amplios campos del saber y de la cul-
tura. En lugar del cuidado se introdujo el trabajo, más como instrumento
de producción de riqueza y menos como forma de modelar el mundo
y la propia identidad (Arruda 2010). No es que el trabajo se oponga al
cuidado. El trabajo también es una forma de estar en el mundo garanti-
zando la subsistencia y creando cultura. Pero predominó el trabajo como
intervención agresiva en la naturaleza, cuando, para no producir daños,
debería estar siempre acompañado por el cuidado. Así el trabajo sería
humanizado y humanizador.
Hoy, a través de la visión cuántica de la realidad (la permanente vin-
culación entre sujeto y objeto), la tradición psicoanalítica y los estudios
empíricos de la nueva antropología, como la de Daniel Goleman en su
libro Inteligencia emocional (1 99 5) , o la reflexión de mu chos pensado-
res contem porán eos, algunos ya mencionado s, sabemos que el afecto, la
sensibilidad, la pasionalidad y el sentimiento son las capas más profundas
y determinantes de lo humano.
Hay una base biológica para esto, fundada en la aparición de los
mamíferos hace 125 millones de años cuando surgió el cerebro límbico.
Es el cerebro del cuidado y de la protección de la cría, del sentimiento
materno y filial. Nunca debemos olvidar que nosotros los humanos so-
mos del género de los mamíferos y, por eso, estamos llenos de emoción y
de cuidado. Solamente en los últimos 5-7 millones de años surgió en el
proceso evolutivo el neocórtex, el cerebro neocortical, responsable de la
racionalidad, de las conexiones formales y conceptuales. Es demasiado
joven para igualarse en importancia al cerebro límbico, no tiene la ca-
pacidad de mover personas y masas humanas que tiene el cerebro de las
em ociones, de los afectos y de los cuidados.
En efecto, es en el ámbito de los afectos donde emerge el mundo
de las excelencias. Y en su interior surge la dimensión existencial del cui-
dado, nacen los valores, lo que nos agrada y nos desagrada, lo que es
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bueno para nosotros y para los otros y nos mueve a la acción. Sin la razón
cordial, la razón sensible, la inteligencia emocional, el cuidado con todas
sus ramificaciones permanecería sepultado o asumiría formas inauténti-
cas ya denunciadas por Heidegger en sus análisis.
Este tipo de razón no se opone al
logos
analítico, más bien lo com-
pleta, pues el sujeto que siente y piensa se descubre siempre imbricado
en lo sentido y pensado. La idea viene impregnada de sentimiento, lo
que facilita su com pren sión y divulgación. La ausencia más perversa que
marca la actual fase neoliberal de la globalización es que a las grandes
mayorías pobres se las hace invisibles. Son ceros económicos y no son
sentidas como participantes de la raza humana. Como observaba hace
algún tiempo Pierre Teilhard de Chardin: «el progreso de una civiliza-
ción se mide por el aumento de la sensibilidad hacia el otro». Según este
criterio, vivimos actualmente tiempos de barbarie.
La razón sensible nos abre a los mensajes que vienen de la natura-
leza y de todas partes, suscita en nosotros la dimensión espiritual de la
gratuidad, de la renuncia a los propios intereses en favor del bien de los
otros, de la veneración y del respeto. Nos permite percibir la Energía
amorosa y poderosa que subyace tras todos los eventos, a la Cual las reli-
giones llamaron con mil nombres, resumidos en la palabra Dios.
Aquí es el lugar para rescatar junto con la razón cordial la dimen-
sión del
anima. Anim us y anima
son dos fuerzas originarias presentes en
cada persona (hombre y mujer) que entran en la construcción de identi-
dad humana. El
anima
responde de la capacidad (también en el hom -
bre) para la sensibilidad, para la intuición, para captar el sentido de los
símbolos y de la espiritualidad. Esta dimensión ha sido reprimida por
siglos de dominio del
animus
, que se expre sa por la razón objetiv a y la
ordenación de las cosas, lo cual, sin el
anima,
generó el machism o y
el patriarcalismo, y con ellos la subordinación y la invisibilización de la
mujer. El
animus
desgarrado del
anima
degen era en racion alism o y se
hace sordo a los mensajes que vienen de todas partes. Si hoy queremos
desarrollar una relación de cuidado y benevolencia con la Tierra y con
la vida, necesitamos urgentemente despertar y expandir la dimensión del
anima
en los hom bres y fortalecer el
animus
en las m ujeres .
Solo las ideas que se han sumergido en el corazón garantizan lo que
postula la
Carta de la Tierra:
un nuevo comienzo, mentes y corazones
nuevos guiados por el cuidado de tod o lo que ex iste y vive. Por lo ta nto,
la
cordialidad
es la gran cara cteríst ica del nuevo paradigma del cuida do.
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E L C U I D A D O N E C E S A R I O
b) La reciprocidad: refundar el pacto natural
Si la Tierra efectivamente está viva y nosotros somos su parte conscien-
te e inteligente, entonces los lazos de mutua pertenencia y de profunda
reciprocidad son fuertes. Adquiere validez la economía del don: gratui-
tamente recibimos y gratuitamente le devolvemos cuidado y p rotección
de su sangre que son las aguas, de su soplo que es el aire, de su vitalidad
que son los nutrientes de los suelos y toda la biodiversidad de la fauna y
la flora, de su vestimenta que son los bosques y las selvas, de su belleza
que son las flores, de sus alimentos que son los frutos, y así sucesiva-
mente.
Normalmente reinaba un contrato natural entre Tierra y humani-
dad, pero en los últimos siglos este contrato se ha roto. Los seres huma-
nos se exiliaron de la Tierra, crearon un mundo solo para sí , y t ienen
con la Tierra una relación de comercio y de intercambio. Rompieron el
pacto natural e inventaron el pacto social. Este considera solamente a
los seres humanos, como si solo ellos existiesen y tuviesen derechos, olvi-
dando los derechos de la vida, de todos los seres y de la Madre Tierra.
La consecuencia ha sido la soledad, la pérdida de raíces y de conexión
con los demás seres humanos, centrados solamente sobre sí mismos. Re-
cordemos la sabia advertencia del gran jefe Seattle:
¿Qué es el hombre s in los animales? Si todos los animales se acabasen, el
hombre morir ía de soledad de espír itu. Porque todo lo que les sucede a los
animales , le sucede luego también al hombre. Todo está relacionado entre
sí ( B of f 2 0 1 1 , 2 7 6 ) .
Para recuperar la conexión con la Tierra se hace necesario articular
el pacto social con el pacto natural de forma que los elementos naturales
sean reconocidos en sus derechos y sean considerados igualmente como
ciudadanos. La democracia será entonces socio-cósmica, una democracia
de la Tierra como la sueñan millones de personas en los pueblos andinos.
c) Los derechos de la Madre Tierra, el respeto y la veneración
Si la Tierra es un superorganismo vivo debe tener derechos como to-
dos los seres vivos, y nosotros, los humanos, el deber de respetarlos y
defenderlos. Una buena orientación para el establecimiento de estos de-
rechos, nos la ofrece el indígena y Presidente de Bolivia, Evo Morales
Ayma. El fue quien más empeño puso a nivel mundial para introducir
esta nueva mirada sobre la Tierra. En su notable discurso del día 22 de
abril de 2009 en la Asamblea General de la ONU, cuando finalmente se
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EL P A R A D I G M A D E L C U I D A D O : U N N U E V O M O D O DE H A B I T A R L A T IE R R A
aprobó por unanimidad que el día 22 de abril de cada año no sea sim-
plemente el día de la Tierra sino que a partir de esta fecha sea el Día de
la Madre Tierra, afirmó los siguientes derechos:
— el derech o de regenera ción de la biocapacidad de la M adre
Tierra ;
— el dere cho a la vida, garantizado a todo s los seres vivos, especial-
mente a los que se encuentran en vías de extinción;
— el derech o a una vida pura, porque la M adr e Tierra tiene el dere-
cho de vivir libre de contaminaciones y de cualquier tipo de polución;
— el der echo a vivir bien, propiciad o a todo s los ciudadan os;
— el derec ho a la armon ía y al equ ilibrio con toda s las cosas de la
Madre Tierra;
— el derecho de con exió n con la M adr e Tierra y con el Todo del
cual somos parte;
Por cada uno de estos derechos nos compete a sus hijos e hijas el
deber de correspond erle con cuidado, respeto y sana preocupación para
que siga acogiéndonos en su seno (Marzo 20 1 0 , 15 3-1 70 ) .
Esta visión de la dignitas Terrae y de sus derechos posee la fuerza
interna de gestar una paz perenne con toda la naturaleza, base para la
paz entre los pueblos. La Tierra ya no será considerada como un simple
repositorio de recursos a ser explotados para el enriquecimiento de al-
gunos al precio del empobrecimiento de los demás, sino como Madre
generosa que a todos sustenta y alimenta.
Con el reconocimiento de la dignidad de la Tierra y de sus derechos
comenzará un nuevo tiempo, el tiempo de una biocivilización en la cual
Tierra y humanidad reconocen su recíproca pertenencia, su común ori-
gen y su destino común.
d)
La justa medida como ex igencia del cuidado
El cuidado exige una práctica que le es inherente: el sentido de la justa
medida. ¿Cómo y cuánta debe ser nuestra intervención en la naturaleza
para que no se estrese ni perjudique el capital natural y al mismo tiem-
po cubra nuestras necesidades? La justa medida es el óptimo relativo,
el equilibrio entre el más y el menos. Aquí entra el cuidado como una
especie de sabiduría práctica que considera los distintos factores y mide,
por el principio de precaución y prevención, los efectos que pueden te-
ner en el medio ambiente.
Todas las culturas, de las antiguas a las mod ernas, de O ccid en te y de
Oriente, han dado especial centralidad a la justa medida. La experiencia
universal ha demostrado que todo exceso, en más o en menos, es per-
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7/17/2019 Boff El Cuidado Necesario
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E L C U I D A D O N E C E S A R I O
judicial para el equilibrio personal, social y natural. La justa medida re-
presenta la importancia del cuidado y se expresa mediante el equilibrio.
Nuestra cultura moderna se caracteriza por el exceso, exceso de ex-
plotación de la naturaleza, exceso de acumulación de riqueza que hace
que menos de quinientas familias en el mundo controlen más de la mitad
de todos los bienes producidos, que tolera la pobreza y hasta la mise-
ria de gran parte de la población mundial, que hace guerras de agresión
con millones de muertos y de refugiados. Solamente en el siglo xx las
guerras mataron a cerca de doscientos millones de personas. Y además
ha declarado sistemáticamente la guerra a todos los ecosistemas, una ver-
dadera guerra total ( totaler Krieg de Hitler) contra la Madre Tierra, sa-
biendo que no tiene ninguna posibilidad de ganarla.
La Tierra ha vivido miles de millones de años sin nosotros (tiene
4.440 millones de años) y puede seguir viviendo sin nosotros. Nosotros
no; necesitamos a la Tierra para vivir.
El cuidado ha sido enviado al exilio y por eso todo se encuentra más
o menos abandonado a su propia suerte, provocando desesperanza y el
sentimiento de destrucción de cualquier horizonte de esperanza, particu-
larmente entre los jóvenes. Una sociedad no vive sin una utopía y sin
la percepción de sentirse cuidada para poder vivir en paz y tener un
mínimo de felicidad.
e) La autocontenc ión co mo demanda del cuidado
Tan importante como la justa medida es la autocontención. Somos por
naturaleza seres de deseo, y la naturaleza del deseo es no tener límites.
Entregado a su naturaleza, el deseo puede ser orgiástico y avasallador.
Puede identificar un objeto limitado como si fuese absoluto, llevándolo a
frustraciones y a un vacío que solo será satisfecho cuando encuentre un
objeto que le sea adecuado, algo Infinito como infinito es el deseo. Ese
infinito es el Ser. Cuidar del deseo es imponerle límites y autocontenerse
para no perder el rumbo en la vida. Cada cual sabe que debe autocontro-
larse al comer, al trabajar, al conducir, y principalmente en las situaciones
de conflicto, que pueden degenerar en violencia o en crimen. El cuidado
consigo mismo, con sus energías positivas y negativas, es un modo de ser
permanente, propio de nuestro estar-en-el-mundo con los otros.
Pero ocurre que toda nuestra cultura milita contra la autolimitación.
Promueve un progreso ilimitado que va más allá de la capacidad de so-
porte del planeta, exacerba el consumo para producir más y más, sin con-
siderar el costo que debe pagar la naturaleza, que se empobrece y acaba
agotando los recursos no renovables.
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EL P A R A D I G M A D E L C U I D A D O : U N N U E V O M O D O D E H A B I T A R L A T I E R R A
La lógica del sistema es la siguiente: quien no tiene es estimulado
a tener; quien tiene quiere tener más, y quien tiene más dice: nunca es
suficiente. Las consecuencias perversas de este no prestar cuidado a los
límites de la Tierra y a los límites de la propia existencia humana se están
mostrando como una grave crisis de civilización que, lentamente, está
tomando conciencia de que si no se autocontrola, por ejemplo, en la
construcción de armas de destrucción masiva, puede poner en peligro
la biosfera y hacer desaparecer a todos los seres humanos. O, de forma
menos dramática, se da cuenta de que no puede continuar destruyendo la
naturaleza como ha venido haciendo hasta ahora. O cambia o comprome-
terá la continuidad de su historia.
La autolimitación se nos impone como una forma urgente de cui-
dado, como un sacrificio necesario para preservar los bienes comunes
(commons),
salvar nuestra civilización, tutelar los intereses colectivos
amenazados por el excesivo individualismo generalizado, y para abrir
cam ino a una cultura de la sencillez voluntaria y a un consu mo solidario
y responsable, atento al derecho de nuestros hijos y nietos a poder seguir
viviendo también en este planeta.
4 .
Revisitar la sabiduría indígena ancestral
Si hay un valor prácticamente común a todos los pueblos originarios,
que, según los datos de la ONU, cuentan en torno a unos cien millones
de personas en todo el mundo, mayormente en América Latina, es el
cuidado y el respeto que han cultivado siempre a la Madre Tierra. Te-
nemos que aprender de ellos y recuperar su sabiduría ancestral. Ellos
tienen sabias lecciones para darnos.
En vez de presentar los resultados de una investigación, voy a permi-
tirme presentar el testimonio personal de mis conta ctos con algunas etnias
importantes. En septiembre de 2009 pude conversar largamente con los
mapuches que viven en la Patagonia argentina y chilena. Son muchos,
solamente en el sur de Chile más de quinientos mil. Viven en estas regio-
nes andinas desde hace casi quinientos mil años. Han resistido a todas las
conquistas. Casi fueron exterminados, en la parte argentina, por el feroz
general Roca, y en la parte chilena son muy discriminados. A los que hoy
ocupan tierras que eran suyas, y las defienden contra la invasión de em-
presarios, en Chile les aplican las leyes antiterroristas de la constitución
de Pinochet, que ha sido mantenida e implacablemente impuesta por la
novel democracia chilena.
Hablando con sus líderes (
l o n k o )
y sabios
(machis),
pron to salta a la
vista la extraordinaria cosmología que ellos elaboraron. Todo está pensa-
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E L C U I D A D O N E C E S A R I O
do en términos de cuatro. Según C.G. Jung, el número cuatro es uno de
los arquetipos centrales de la totalidad.
Se sienten tan vinculados a la Tierra que se llaman «
m a p u - c h e » :
seres
(che) que son una sola cosa con la Tierra (m a p u ) . Por eso sienten que
agua, piedra, flor, montañas, insectos, sol, luna están todos hermanados
entre sí. Aprendieron a descifrar y comprender el idioma de la Madre
Tierra (Ñeku Mapu): el soplo del vien to, el can to del pája ro, el murm u-
llo de las hojas, el movimiento de las aguas y principalmente los estados
del Sol y de la Luna. De todo saben sacar lecciones.
Su mayor ideal es vivir y alimentar una profunda a rmo nía con todos
los elementos, con las energías positivas y negativas y con el cielo y la
tierra. Se sienten los cuidadores de la naturaleza. La comunidad sube a
la montaña más alta y entiende que toda la tierra ante su vista hasta don-
de se encuentra con el cielo, le es asignada para ser cuidada. Se sienten
perturbados cuando otras personas no mapuches penetran en estas tierras
para introducir cultivos que implican deforestación y represamiento de
las aguas, pues entienden que así se vuelve más difícil su misión de cu idar.
Han desarrollado sofisticados métodos de cuidado de la salud. Para
ellos, la enfermedad supone la ruptura del equilibrio con las energías
de la Tierra y del universo. La cura implica reconstruir ese equilibrio, de
suerte que el enfermo se sienta de nuevo insertado en el Todo. Los ma-
puches están orgullosos de su conocimiento. No aceptan que sea consi-
derado folclore o visión ancestral. Insisten en decir que es un saber tan
serio e importante como el científico nuestro, solo que diferente. En nues-
tra búsqueda de regeneración de la Tierra, ellos pueden inspirarnos.
Es necesario tomar en serio las palabras de un gran historiador in-
glés, Eric Hobsbawm, en la última página de su conocido libro La era
de los extremos ( 1 9 9 4 ) :
El futuro no puede ser la continuación del pasado; nuestro mundo corre
el peligro de explosión e implosión, t iene que cambiar; la alternativa a un
cambio de la sociedad es la oscuridad.
¿Cómo evitar esta oscuridad que puede significar el derrumbe del
tipo de civilización que tenemos y eventualmente el Armagedón de la
especie humana?
En este co nte xto nos rem itimo s a la sabiduría ancestral de los pueblos
originarios. Además de los mapuches en el sur del continente latinoameri-
cano, tenemos a los mayas en la parte norte, especialmente en Guatemala
y en Yucatán (México). Los mayas realizaron un extraordinario ensayo
civilizatorio que fue destruido por razones hasta hoy desconocidas.
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E L P A R A D I G M A D E L C U I D A D O : U N N U E V O M O D O D E H A B I T A R L A T IE R R A
A principios de 2009 tuve la oportunidad de dialogar largamente
con sus sabios, sacerdotes y chamanes. De aquella riqueza inmensa voy
a resaltar solamente dos puntos centrales que son grandes ausencias en
nuestro modo de habitar el mundo: la cosmovisión armónica con todos
los seres, y su fascinante antropología centrada en el corazón.
La sabiduría maya viene de la más remota ancestralidad y se con-
serva a través de los abuelos y los padres. Como no han pasado por la
circuncisión de la cultura moderna, guardan con fidelidad las antiguas
tradiciones y las enseñanzas, consignadas también por escrito como en
el Popol Vuh y en los Libros de Chilam Balam.
La intuición básica de su cosmovisión se aproxima mucho a la de
la cosmología moderna y de la física cuántica. El universo es construi-
do y mantenido por energías cósmicas por el «Creador y Formador de
todo». Lo que existe en la naturaleza nació del encuentro de amor del
«Corazón del Cielo con el Corazón de la Tierra». La madre Tierra es un
ser vivo que vibra, siente, intuye, trabaja, engendra y alimenta a todos
sus hijos e hijas.
La dualidad de base entre formación y desintegración (nosotros di-
ríamos entre caos y cosmos) confiere dinamismo a todo el proceso uni-
versal. El bienestar humano consiste en estar permanentemente sincro-
nizado con este proceso y cultivar un profundo respeto hacia cada ser.
Entonces, se siente parte consustancial de la madre Tierra y disfruta de
toda su belleza y pro tecció n. La propia m uerte no es una enemiga, es un
envolverse más radicalmente con el universo.
Los seres humanos son vistos como los hijos e hijas de mente clara,
«los averiguadores y buscadores de la existencia». Para llegar a su ple-
nitud el ser humano pasa por tres etapas, verdadero proceso de indivi-
duación.
Puede ser «gente de barro», que puede hablar pero no tiene consis-
tencia frente a las aguas, pues se disuelve. Se desarrolla más y puede ser
«gente de madera», tiene entendimiento, pero no tiene alma que sienta
porque es rígido e inflexible como la madera. Finalmente alcanza la fase
de «gente de maíz», que «conoce lo que está cerca y lo que está lejos».
Pero su característica es tener corazón. Por eso «siente de modo perfec-
to, percibe el Universo, la Fuente de la vida» y bate al ritmo del Corazón
del Cielo y del Corazón de la Tierra.
La esencia de lo humano está en el corazón, en aquello que estamos
enfatizando a lo largo de toda nuestra disquisición: en la razón cordial
y en la inteligencia sensible. Dándoles centralidad, la cual se muestra en
el cuidado y en el respeto, podemos garantizar un futuro de nuevas po-
sibilidades y, así, salvarnos.
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E L C U I D A D O N E C E S A R I O
Auscultando esta sabiduría tan holística y humanizadora nos descu-
brimos viejos y superados. Ellos son los jóvenes y los portadores de esas
visiones que siempre salvaron a la humanidad en tiempos de crisis.
5. Form as alternativas de producción a partir del cuidado
El cuidado no puede mantenerse como un concepto y un paradigma teó-
rico. Solo se vuelve realmente un paradigma si consigue echar raíces tan
profundas en la realidad que empieza a transformarla para ser otra cosa.
La conciencia ecológica está alimentando la fantasía creadora, pues
por todas partes en el mundo se están introduciendo nuevas formas
de relación con la naturaleza, maneras más benevolentes de tratar los
recursos escasos y hábitos m ás simples y solidarios de co nsum o. Se hace
la experiencia concreta de que podemos vivir más y mejor con me-
nos. El
marketing,
la gran arma de seducción del cap italism o, consigu ió
crear una subjetividad colectiva que se acostumbró al consumo. Pro-
dujo una cultura del consumo que se volvió consumismo. Las personas
compran y consumen cosas que, en gran parte, no necesitan. El 95 %
de lo que se ofrece en los centros comerciales, verdaderos templos del
consumo humano, no es necesario para una vida decente. De lo su-
perfluo se alimenta y se reproduce el sistema hoy globalizado. El es el
que estresa a la Tierra y agota los recursos escasos, especialmente el más
importante de todos que es el agua potable (solamente el 0,7% es ac-
cesible al consumo humano). Un día este estilo de vida desmedido en-
contrará su límite y también su completo fracaso. Problema aparte es la
forma como tratamos los desperdicios que nuestra civilización produce
y que constituyen un grave problema para el equilibrio f ísico-químico
de la Tierra.
No es el caso de hacer la lista de las principales iniciativas que se
están realizando en todos los rincones del mundo para mostrar cómo el
nuevo paradigma del cuidado es ya más que una semilla. Está volvién-
dose un arbolito, con la vocación de ser un jardín lleno de flores y, quién
sabe, si un bosque o una selva.
Un primer paso, expresión del cuidado, son las varias «erres» enun-
ciadas en la Carta de la Tierra:
reducir, reutilizar, reciclar
todo lo que
se consume. Nos complace presentar otras «erres»:
respetar
a cada ser
por su valor intrínseco,
rechazar
todo tipo de propaganda que incita al
consumo y
reforestar
lo más que podam os, porque cada planta regenera
la Tierra, secuestra dióxido de carbono, nos devuelve oxígeno, nos en-
trega flores, frutos y biomasa.
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Decidirse por un consumo moderado y solidario por el cual entra-
mos espiritualmente en com unión con tod os los conden ados a un consu-
mo insuficiente, además de economizar recursos naturales para la actual
y las futuras generaciones. El ecosocialismo propone una sociedad don-
de el consumo esté regulado por los límites de cada ecosistema, por la
capacidad de regeneración de los bienes y servicios utilizados, siempre
atenta a las demandas de las próximas generaciones.
Otra forma es la producción de productos orgánicos a través de pe-
queñas y medianas empresas, excluyendo todo tipo de agrotóxicos y de
productos genéticamente modificados.
En muchos países ha surgido, con bastante buen resultado, la expe-
riencia de las agrovillas. Familias y personas que deciden vivir comuni-
tariamente, producir comunitariamente dentro de pautas ecológicas y
con un sentido de participación y de distribución de todo lo que produ-
cen, sean bienes naturales, sea arte, sea saberes de distinta naturaleza.
Se ensaya un mundo en miniatura que, formado en redes de agrovillas,
podría proporcionar otra calidad a la vida, con sentido de respeto a la
Madre Tierra e imbuida de un aura de espiritualidad.
Otra iniciativa, fruto del cuidado consciente, fue la sugerida y prac-
t icada por Chico Mendes: el extractivismo, es decir, m anten er la selva
en pie y aprovechar todo lo que ella produce en frutos, alimentos, sus-
tancias medicinales, colorantes, aceites, y otros ingredientes para cos-
méticos. En este contexto cabe introducir una pequeña reflexión sobre
un ensayo del cuidado, nacido de la ecología del cuidado en Brasil: la
florestanía.
Ciudadanía se deriva de ciudad y florestanía, de floresta o selva. Pa-
labra nueva, creada por el gobierno del Estado de Acre (que form a parte
de la Amazonia en los límites con Bolivia y Perú), por inspiración del
ex gobernador y gran ingeniero agrónomo Jorge Viana, que representa
un nuevo concepto de desarrollo y de ciudadanía en el contexto de la
floresta amazónica.
Allí se desarrolla la ciudadanía de los pueblos de la floresta, lo que
se traduce en inversiones públicas en educación, salud, ocio y en formas
de producción extractivista, teniendo como referencia mayor la floresta-
selva.
Selva y ser humano viven un pacto socio-ecológico donde la floresta
pasa a ser un nuevo ciudadano, respetada en su integridad, biodiversi-
dad, estabilidad y belleza exuberante, al lado de los ciudadanos huma-
nos. Ambos se benefician —pueblo y floresta— pues se abandona la ló-
gica utilitarista de la explotación y se asume la lógica de la mutualidad,
que implica respeto mutuo y sinergia.
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EL C U I D A D O N E C E S A R I O
Esta voluntad política abre espacio a un posible enriquecimiento del
concepto de ciudadanía a partir de la reflexión ecológica más avanzada.
Se trata de entender la florestanía no solo com o ciudadanía en la floresta
sino com o ciudadanía de la floresta. La floresta-selva es considerada sujeto
y ciudadano.
Se impone por lo tanto la ampliación de la personalidad jurídica a
la floresta-selva, a los ecosistemas y a la Tierra como Gaia. Bien lo ha
dicho el ya mencionado pensador francés Michel Serres:
La Declaración de los Derechos del Hombre tuvo el mérito de decir «todos
los hombres t ienen derechos» y el defecto de pensar «solo los hombres».
Los indígenas, los esclavos y las mujeres han tenido que luchar para ser in-
cluidos en «todos los hombres» (1991) .
H oy esta lucha incluye a las florestas y a otro s seres de la naturaleza,
también sujetos de derechos y por eso miembros de la sociedad amplia-
da. Y, finalme nte, h abría que incluir den tro de los ciudadanos a la prop ia
Tierra, como Gaia, superorganismo vivo, o mejor, como la Madre co-
mún, generadora de ciudadanos, tal como hemos expuesto en páginas
anteriores. Ella sería la realidad ciudadana que crea las condiciones para
todos los otros tipos de ciudadanía.
En efecto, después de haber originado la amenaza de devastación
de la Tierra-Gaia, no podemos excluirla del nuevo pacto social, como
lo hicieron Hobbes, Rousseau y Kant, en el pasado, y otros pensadores
en el presente. Ellos daban y dan por descontado el futuro de la Tierra.
Hoy ya no puede ser así. Devastada la Tierra-Gaia, ya no hay base para
ningún tipo de contrato ni de ciudadanía. Si queremos sobrevivir jun-
tos, la democracia tiene que ser también biocracia y cosmocracia.
El fundamento teórico para esta ampliación de la ciudadanía nos lo
proporcionan las ciencias de la Tierra. Ellas nos aseguran que el univer-
so no resulta de la suma de todos los seres existentes y posibles, como si
estuviesen yuxtapuestos unos al lado de los otros. Todos se encuentran
inter-retro-conectados.
El universo es el conjunto articulado de las conexiones de todo con
todo en todos los puntos y momentos. Los seres no son solamente por-
tadores de masa y de energía sino también de inform ación, intercambia-
da, retrabajada y almacenada de manera propia y singular por cada ser.
A partir de esto, científicos eminentes admiten que el universo y cada ser
son portadores de niveles diversificados de conciencia y poseen algún
tipo de subjetividad.
La diferencia entre la subjetividad hum ana y la del universo o la de las
florestas o selvas no es de principio sino degrado (Swimme y Berry 200 9) .
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En nosotros, el grado es altamente complejo y por eso autoconsciente,
y en la selva amazónica es menos complejo, pero igualmente grado pro-
pio de conciencia y de subjetividad. Por eso la selva interactúa, siente,
sufre, se alegra, da señales, responde y nos da lecciones, algunas sabias
y otras duras, pero nos muestra que quiere ser escuchada, atendida, res-
petada e incluida en el cuidado humano.
Si se asumiera la florestanía en un sentido amplio, como el postu-
lado aquí, como florestanía en la floresta y de la floresta, asistiríamos
a algo inédito en el mundo. En la región de la mayor biodiversidad del
planeta, en la floresta amazónica, se inauguraría un nuevo ensayo civi-
lizatorio, fundado en el cuidado y en la biofilia, referencia posible para
todas las demás selvas tropicales de la Tierra asumidas como ciudadanos.
Y se comprobaría la realidad de un desarrollo no predatorio y de un ser
humano ángel bueno de la Tierra y no su ángel malo amenazador.
El cuidado de las personas, de las sociedades y de la naturaleza será
la actitud más adecuada e imprescindible para la nueva fase de la histo-
ria de la humanidad y de la propia Tierra.
6 . El buen vivir: otro modo de habitar la Tierra
El concepto de florestanía nos proporciona la oportunidad de tratar y
de habitar la Tierra de otra manera mediante el buen vivir.
Pero antes, volvamos a aclarar lo que significa la nueva manera de ha-
bitar la Tierra. Asumimos la expresión en el sentido heideggeriano de
estar-en-el-mundo-con las cosas, estableciendo con ellas relaciones de in-
teracción y también de producción de nuestra propia existencia dentro de
los parámetros del cuidado y de la preocupación de preservar los bienes
para nosotros y para las futuras generaciones (Gadotti 20 0 1 , 1 89 -2 0 3) .
Nuestro paradigma moderno se ha orientado por una relación con
la Tierra objetivante y utilitarista, no reconociéndole ninguna dignidad
o valor intrínseco. Impera el antropocentrismo en el sentido de que las
cosas y la Tierra como un todo solo tienen valor en la medida en que
sirven a los propósitos humanos, que ya en los albores de los tiempos
modernos quedaron bien establecidos: dominar la Tierra, subyugar a los
pueblos, adornarse de sus riquezas en función de la acumulación de opu-
lencia y de poder, en la convicción de que esta práctica produce progre-
so y felicidad a los seres humanos. El resultado se puede medir actual-
mente por el desequilibrio general de los ecosistemas que sustentan la
vida y por las amenazas que pesan como una espada de Damocles sobre
(odas las sociedades.
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El progreso de un país se promedia por el Producto Interno Bru-
to (PIB), un criterio puramente material. Cuanto mayor fuera el PIB de
un país —se imaginaba—, más capacidad de progreso y de felicidad se
podría propiciar a los ciudadanos. Después, para dar un carácter más
hum anístico a esta medida, se introdujeron los Indices de Desarrollo H u-
mano (IDH) y la calidad de vida de las poblaciones. Se buscaba vivir cada
vez mejor, en la medida en que se pudiera consumir más y disponer de
más medios materiales. Pero entonces surgía inmediatamente una con-
tradicción: para que algunos pudieran vivir mejor, millones tenían que
vivir peor.
En términos civilizatorios y humanísticos este propósito moderno
está terminando en un fenomenal fracaso, pues si quisiésemos unlver-
salizar la calidad de vida a toda la humanidad (por sentido de equidad
y de justicia mínima) deberíamos disponer de por lo menos tres Tierras
semejantes a la que tenemos. Lo que es claramente imposible además
de ridículo.
En este contexto, los pueblos andinos crearon a lo largo de su histo-
ria, atribulada por persecuciones, marginaciones y exterminios, la catego-
ría del
buen vivir o vivir bien (suma kawsay)
para expresar su forma de
habitar el planeta y de relacionarse con él (Mamani 2010; Marzo 2010).
El buen vivir apunta a una ética de lo suficiente y de lo decente para
toda la comunidad y no solamente para el individuo. El
buen vivir
su-
pone una visión holística e integradora del ser humano, insertado en la
gran comunidad terrenal, que incluye además el aire, el agua, los suelos,
las montañas, los lagos, los árboles y los animales. Es buscar un camino
de equilibrio y estar en profunda comunión con la Pachamama (Tierra),
con las energías del universo y con Dios.
La preocupación central no es acumular. Además, la Madre Tierra
nos proporciona todo lo que necesitamos. Nuestro trabajo suple lo que
ella no nos puede dar y así la ayudamos a prod ucir lo suficiente y decen-
te para todos, también para los demás seres de la naturaleza.
Buen Vivir
es estar en permanente armonía con el Todo, celebrando
los ritos sagrados que continuamente renuevan la conexión cósmica y
con Dios. Por eso en el
buen vivir
hay una clara dimensión espiritual
con los valores que la acompañan com o el sentimiento de pertenencia al
universo, la compasión hacia los que sufren, la solidaridad entre todos,
la capacidad de sacrificarse por la comunidad.
El
buen vivir
se aplica a las cosas más cotidian as de la vida. Y aquí es
donde muestra la nueva forma de habitar la Tierra. Uno de los princi-
pales sistematizadores del
buen vivir
(Mamani 2010 , 46-48) expresó as í
los trece saberes cotidianos: saber comer; saber beber; saber danzar (es-
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tablecer una conexión cósmica-telúrica); saber dormir; saber trabajar;
saber meditar (entrar en un proceso de introspección); saber pensar (a
partir del corazón); saber amar y dejarse amar; saber hablar bien; saber
escuchar (con todo el cuerpo); saber soñar (todo comienza con un sue-
ño); saber caminar (con el viento, con la Tierra y con los antepasados);
saber dar y saber recibir (vivir la mutualidad y la economía del don).
Como se deduce, el
buen vivir
abarca toda la vida y especialmente
su aspecto comunitario. No existe sin la comunidad. Por eso, el buen
vivir sirve de base para otro tipo de socialismo, diferente del que se en-
sayó y fracasó en el siglo xx, que nunca fue en realidad socialismo sino
capitalismo de estado. Es el socialismo del buen vivir, de la democracia
comunitaria, democracia de la Tierra (Marzo 2010, 125-151) , de la par-
ticipación de todos y del respeto hacia la naturaleza.
Este concepto del buen vivir viene a enriquecer la idea de democracia
como la conocemos comúnmente, como democracia electoral, participa-
tiva y delegatoria que, en verdad, es una democracia a medias, porque
se queda en las calles y a la puerta de las fábricas, donde reina la dic-
tadura del capital. Aquí se trata de una democracia comunitaria, en el
sentido de que toda la comunidad es llamada a participar y a encontrar
juntos soluciones, lo más integradoras posible.
El buen vivir nos invita a no consumir más de lo que el sistema pue-
de soportar, a evitar la producción de residuos que no podamos absor-
ber con seguridad y a reutilizar y reciclar todo lo que hayamos usado.
Será un consumo reciclable y frugal. Entonces, no habrá escasez.
En esta época de búsqueda de nuevos caminos para la humanidad,
el buen vivir ofrece elementos para una solución que debe incluir a to-
dos los seres humanos y a toda la comunidad de vida.
Se le acusa de ser impracticable en gran escala y de ser demasiado
utópico. Tal vez, en este momento, sea de difícil realización. Al viejo
sistema enfermo le cuesta morir y el nuevo que surge tiene dificultades
para nacer (Gramsci). Pero posiblemente, después de la gran crisis que
suponemos vendrá inevitablemente y que alcanzará a los fundamentos
de nuestra existencia en este planeta, esta idea del buen vivir puede ser
enormemente inspiradora.
¿Qué qu iere el ser humano? ¿Qué es lo que le hace feliz? Q uiere ten er
asegurada la vida, poder ser tratado cuando está enfermo, vivir de su
trabajo ho nesto, cuidar con am or y cariño a sus hijos, ofrecerles una edu-
cación que los introduzca en los caminos de la vida, gozar de la genero-
sidad de los frutos de la Tierra y tener cuando sea mayor una existencia
digna y protegida. Quiere ser sencillamente feliz en armonía con otros
seres humanos, con la naturaleza y con la dimensión más trascendente
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EL C U I D A D O N E C E S A R I O
de la existencia, es decir, con Dios que le da una promesa de vida más
allá de esta vida.
Este es el propósito del
buen vivir.
Como ya dijo bellamente Victor
Hugo: «Existe algo más poderoso que todos los ejércitos del mundo: una
idea cuyo momento ha llegado».
El
buen vivir
es una idea generosa, universalizable y una promesa de
vida para la Tierra y para la humanidad. Su momento está llegando.
7 .
El alimento del cuidado: la ecología interior
El cuidado exige un sentimiento profundo de conexión con la Tierra y
con la totalidad de los seres. Esta dimensión está articulada por la ecolo-
gía interior, llamada también ecología profunda
(deep ecology).
El co-
nocido biólogo E. Wilson acuñó la expresión
biofilia
com o el cuidado
am oroso hacia todas las formas de vida, hoy amenazadas (20 07 ).
Su base no es solo antropológica sino también cosmológica, pues el
propio universo, según renombrados astrofísicos como Brian Swimme
entre otros, tendría una profundidad espiritual. El universo no está he-
cho de un conjunto de objetos sino de la red de relaciones que existen
entre ellos, convirtiéndolos en sujetos que intercambian informaciones
y se enriquecen.
A partir de la ecología interior, la Tierra, el Sol, la Luna, los árboles,
las montañas y los animales, no son algo que está ahí, fuera de noso-
tros, sino que viven en nosotros como figuras y símbolos cargados de
emoción. Las experiencias buenas o traumáticas que hayamos vivido con
estas realidades dejan marcas profundas en la psique. Esto explica la aver-
sión a algún ser o la afinidad con otro.
Tales símbolos fundan una verdadera arqueología interior, cuyo có-
digo de desciframiento ha sido una de las grandes conquistas intelectua-
les del siglo xx con Freud, Jung, Adler, Lacan, Hillmann y otros. En lo
más profundo, según C. G. Jung, brilla el arquetipo de la
Imago Dei,
del Absoluto.
Nadie mejor que Viktor Frankl, superviviente del holocausto nazi,
trabajó esta dimensión que él llama
inconsciente espiritual
y los modernos
mystical mind o punto Dios en el cerebro. En último término, este in-
conscie nte espiritual es expresión de la propia espiritualidad de la Tie rra
y del universo que irrumpe a través de nosotros porque somos la par-
te consciente del universo y de la Tierra (Zohar 2001).
Esta profundidad espiritual nos hace entender, por ejemplo, la ejem-
plar actitud ecológica de los indígenas sioux de Estados Unidos. Ellos
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se deleitan, en ciertas fiestas rituales, con cierto tipo de fríjol que crece
muy profundo y es difícil de recoger. ¿Qué hacen entonces los sioux?
Se aprovechan de las reservas que hace una especie de ratoncillo de las
praderas para su consumo en invierno. Sin esa reserva correrían grave
peligro de morir de hambre. Al tomar sus frí joles, los sioux tienen clara
conciencia de que están rompiendo la solidaridad con el hermano ratón
y de que le están robando. Por eso, hacen esta oración conmovedora:
Tú, ratoncillo, que eres sagrado, apiádate de mí y ayúdame. Te lo pido fer-
vorosamente. Tú eres realmente pequeño, pero suficientemente grande para
ocupar tu lugar en el mundo. Es verdad que eres débil, pero lo suficientemen-
te fuerte para realizar tu trabajo, ya que hay fuerzas sagradas que se comuni-
can contigo. Tú eres también sabio, pues la sabiduría de las fuerzas sagradas
siempre te acompaña. Que yo pueda ser también sabio en mi corazón. Si
la sabiduría sagrada me dirige, entonces esta vida de sombras y confusa se
transformará en permanente luz (Boff 2011, 177) .
Y en señal de solidaridad y de cuidado amoroso, al retirar los fríjo-
les, le dejan en su lugar trocitos de tocino y maíz. Los sioux se sienten
unidos espiritualmente a los ratones y a toda la naturaleza.
Urge resucitar este espíritu de mutua pertenencia y de cuidado re-
cíproco, porque lo hemos perdido por el exceso de individualismo y de
competición que subyacen tras el paradigma actual.
El sistema imperante intensifica el deseo de tener a costa de otro más
fundamental que es el de ser y el de elaborar nuestra propia singularidad.
El deseo de ser demanda capacidades para oponerse a los valores domi-
nantes y para vivir ideales ligados a la vida y su cuidado, a la amistad
y al amor. La ecología interior procura despertar el chamán que todos
tenemos dentro. Como todo chamán podemos entrar en diálogo con las
energías que trabajan en la construcción del universo desde hace 13.700
millones de años, reforzarlas y vivir en armonía con ellas (Boff 2010b).
Sin una revolución espiritual será difícil que salgamos de la actual
crisis que exige un nuevo acuerdo con la vida y con la Tierra. Co m o decía-
mos, tenemos que articular el pacto natural con el pacto social. Si no lo
hacemos, seguiremos errantes y solitarios, sin saber qué camino tomar
para llevar la vida adelante.
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HACIA UNA ÉTICA DEL CUIDADO NECESARIO
Todo paradigma que por su naturaleza moldea una forma de estar-en-
el-mundo-con-otros, implica necesariamente una ética, es decir, un con-
junto de principios, de pautas, de hábitos y prácticas que ordenan la vida
particular y social de un determinado grupo.
Los discursos éticos dom inantes están fuertem ente m arcados por las
culturas en las que se han formulado. Hasta que llegó la planetización,
estas vivían cerradas sobre sí mismas, por eso sus respectivas visiones
éticas no podían ser aplicables a otras culturas. La fase planetaria de la
humanidad exige un discurso ético que se fundamente en algo realmen-
te universal que se encuentre presente en todas y cada una de las perso-
nas. Es la condición para que tenga validez universal y esté en sintonía
con la propia naturaleza de la planetización.
Apoyánd onos en todas las reflexiones que hem os hecho hasta el mo-
mento, estimamos que el cuidado ofrece la base para un discurso ético
universal. La razón principal reside en el hecho de que el cuidado per-
tenece a la esencia concreta del ser humano (
Dase in
) y se presenta tam-
bién como la respuesta más abarcadora y necesaria a la crisis ecológica
que afecta a todo el sistema-Tierra.
Para que aparezca toda su importancia y capacidad de respuesta es
menester precisarlo y profundizarlo, y también confrontarlo dialéctica-
mente con otro discurso ético que ha dominado siempre en la cultura
occidental, desde los griegos hasta hoy, que es el discurso de la ética de
la justicia.
Cuidado y justicia se distinguen, tienen lógicas diferentes, pero no
se oponen. Se componen. Necesitamos a los dos para exponer los pro-
blemas actuales en toda su complejidad.
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E L C U I D A D O N E C E S A R I O
Tratemos en primer lugar de abordar los dos paradigmas éticos, el
de la justicia y el del cuidado, para comprenderlos mejor y articularlos
creativamente.
1. La ética de la justicia y su sustrato mascu lino
Dos categorías básicas nos ayudan a aclarar las particularidades de cada
paradigma ético. Se trata de lo masculino y lo femenino o del
anima
y
del
animus
com o dimensiones antropológicas de lo hum ano, subyacen-
te al ser de la mujer y al ser del hombre. Nos interesa desarrollar una
visión ho lística e incluyente que abarque las dos fuerzas que entran en la
construcción de la identidad humana, sea del hombre o de la mujer.
Llamamos la atención sobre una comprensión errónea que debe ser
evitada desde el comienzo. No se puede identificar masculino (
an im us )
con el hombre. Lo masculino está presente también en la mujer con modo
propio. De la misma forma que no se puede igualar femenino
(anima)
con la mujer, porque el hombre también posee su parte femenina, a su
propio estilo.
Ma sculino y femenino están presentes siempre en cada ser humano,
pero en dosificaciones diferentes (como el número de pares de cromo-
somas mínimamente diferente en el hombre y en la mujer lo comprue-
ba) y con formas de concreción específicas.
La relación entre ambos no es de complementariedad, como si cada
uno fuese incomp leto en sí mismo y solamente se complem entaran jun-
tos. Cada uno es un ser completo, pero ambos son recíprocos, porque
siempre se encuentran relacionados (Boff y Muraro 2004). Con esto que-
remos refutar críticas injustificadas de que estamos construyendo un viejo
discurso, ora machista ora feminista, haciendo una distribución unilate-
ral de cualidades para cada sexo.
Nuestro discurso resulta de la reflexión contemporánea y transcul-
tural que ha profundizado en estas dos determinaciones,
animus
y
ani-
ma,
presentes en cada ser humano.
Comencemos, pues, con la ética de la justicia, basada en la experien-
cia de lo masculino, especial pero no exclusivamente hecha por los hom-
bres. Lo masculino (
a n i m u s )
se muestra más explícitamente por la uti-
lización de la razón analítica, por la búsqueda del objeto en sí, por el
trabajo, por la apertura de caminos, por la superación de dificultades,
por la voluntad de poder y por la utilización de la fuerza para alcanzar
sus objetivos. Todas estas características se encuentran también en lo fe-
menino
(anima),
pero en una dosis diferente y de una manera distinta.
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H A C I A U N A É T I C A D E L C U I D A D O N E C E S A R I O
Pero es importante ser críticos. La reciprocidad natural e ideal entre
masculino/femenino no se ha mantenido. Se rompió en el pasado remo-
to y se instalaron relaciones de subordinación, por lo tanto desiguales y
también deshumanizadoras.
Es sabido que desde el neolítico (iniciado hace unos 8-10 mil años)
vivimos todavía en la era de lo masculino b ajo la figura del padre y del pa-
triarca. Como consecuencia, la ética se formuló en el lenguaje del hombre,
que ocupaba el espacio público y retenía el poder. Se expresó mediante
principios, imperativos, normas, ordenaciones e ideales que culminaron
en el tema de la justicia. Y usó como instrumento de construcción el logos,
la razón.
El lugar de la mu jer fue prácticam ente marg inalizado y su voz fue si-
lenciada o no fue oída aunque ella estuviese siempre presente haciendo
también historia. Solo que no era tenida en cuenta para una compren-
sión más completa de la ética. Por eso, la ética de la justicia es, de entra-
da, manca e insuficiente por no incluir el modo de ser y la experiencia
existencial de la mujer.
Abstracción hecha de otros nombres, vamos a escoger a dos represen-
tantes clásicos que nos permiten entender la temática de la justicia: la tradi-
ción aristotélico-tomista y el pensamiento del norteamericano John Rawls
(1971). Entre nosotros en Brasil se distinguió Olinto Pegoraro con su libro
Etica es Justicia, ajustado a la mejor tradición ética de Occiden te (1 99 5) .
Aristóteles es seguramente su primer y genial formulador, a nivel in-
dividual (Etica a Nicómaco) y a nivel social (Política).
En el nivel personal parte de una constatación válida para todos los
seres: todos buscan su bien porque en ellos actúa una energía interna
que procura siempre su plena expresión y realización, que es justamente
el bien deseado: la felicidad.
El ser humano, animal racional, busca de la misma manera la felici-
dad, su bien. Para conseguirlo necesita solucionar un conflicto de base
entre la pasión (el reino del Pathos y del Eros) y la razón (reino del Logos
y del Ethos).
Para Aristóteles, la razón es reina y tiene medios para disciplinar la
virulencia de la pasión, pero no de cualquier manera. El control no pue-
de ser excesivo, porque entonces se rebela; ni escaso, para que no siga
avasallando. Todo debe ser hecho en la justa medida, que es lo óptimo re-
lativo. Encontrar esta justa medida es obra de la razón prudente, trans-
formada en sabiduría práctica.
El resultado de esta diligencia de la razón es la aparición de las
virtudes. Las virtudes son los efectos de la pasión con sus muchos afec-
tos, educada y moderada por la justa medida impuesta por la razón.
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EL C U I D A D O N E C E S A R I O
Así, por ejem plo, la virtud del co raje es la justa medida entre la cobar-
día y la audacia. Modera la cobardía para que no huyamos de los peligros
y también modera la audacia para que no nos expongamos temeraria-
mente a ellos.
La justa medida, tal como la hemos analizado en cuanto una de las ca-
racterísticas del cuidado, es sinónimo de justicia. Ella entra en todas las
virtudes, justamente para que sean virtudes, por ser el resultado del equi-
librio entre el más y el men os. Aristóteles dice enfática m ente : «la justicia
encierra todas las virtudes» (Ética a Nicómaco, V, 3, 113 0b ). Y hace el
siguiente elogio de la justicia, retomado posteriormente por Tomás de
Aquino:
La justicia es la más sublime de las virtudes; ni la preclarísima estrella ves-
pertina ni la luminosísima estrella matutina brillan como la justicia (Etica a
Nicómaco, V, 3, 113 0b; Tomás, Expositio
V,
906).
No queremos entrar en la exposición, por demás conocida, de las
tres formas de justicia: la que se realiza entre los ciudadanos (justicia con-
mutativa), la del Estado para con los ciudadanos (justicia distributiva) y
la de los ciudadanos para con el Estado (justicia legal o común).
Conclusión de este rápido recorrido racional: el bien y la felicidad
del ser humano se derivan de una vida según la justicia, adornada por
las virtudes. El nivel de realización de la justicia y de las virtudes es el
nivel de realización de la felicidad. Esta es la dimensión individual.
Pero el ser humano también es esencialmente un «animal político»,
es decir, un ser social que vive en comunidad y que forma parte de insti-
tuciones. Su bien no puede realizarse solamente en la esfera individual.
El hombre solitario, asevera Aristóteles, «o es una divinidad o una bes-
tia» (
Pol í t ica
I, 2, 1253). El bien humano encuentra su plenitud partici-
pando en la construcción de la comunidad y de la sociedad.
También aquí surge como determinante la justicia. Primero, como
virtud del ciudadano, que tiene derecho a participar de la
polis
(socie-
dad) y ayudar a modelarla con leyes justas. Seguidamente la justicia entra
como principio ordenador de las instituciones para que sean ecuánimes
y garanticen a cada cual lo que es suyo (Blüm, 2006, 27-42).
Una sociedad no puede ser buena si no está constituida por ciuda-
danos buenos, es decir, amantes de la justicia. Justicia es aquí la dispo-
sición consciente y voluntaria del ciudadano de buscar el bien social, de
observar lo que las leyes prescriben. De esto resulta la felicidad social.
En un escalón posterior, la justicia es el principio ordenador de las
instituciones sociales que se rigen por leyes justas. La justicia legal hace
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H A C I A U N A É T IC A D E L C U I D A D O N E C E S A R I O
que las instituciones en su funcion am iento produzcan el bien com ún que
es la felicidad colectiva.
La justicia legal regula las relaciones entre los ciudadanos libres e
iguales que establecieron un consenso sobre leyes comúnmente acepta-
das. En este caso, la ley determina que la justa medida de la acción vir-
tuosa sea el tratamiento igual para todos. «La injusticia consiste en la
desobediencia a la ley y en el tratamiento desigual entre iguales»
(Etica
a Nicómaco, V, 2, 1129). Tratar igualmente a desiguales es hacerles in-
justicia porque rompe la justa medida.
Por lo tanto, el bien buscado en la sociedad reside en el vivir según
la justicia, en conformidad con la ley y en el respeto a la igualdad. El
mal surge cuando se contraría la ley y se destruye la igualdad.
Aristóteles, sin embargo, es suficientemente realista para darse cuen-
ta de que no todo está cubierto por la ley. Cuando ocurren casos espe-
ciales no previstos en la ley, ya que la vida es siempre cambiante y des-
borda los límites de la ley, ¿qué hacer? Tanto Aristóteles como Tomás
de Aquino responden: «en tales casos, nos asiste el derecho de corregir
la omisión y hacernos intérpretes de la intención del legislador. Esto se
llama equidad o epiqueia, que es un com plem ento de la justicia. Es la ac-
titud de buscar la justa medida, flexibilizando la ley, interpretándola o
determinando en cada caso lo que parece ser justo y lo más adecuado.
Esta actitud creativa y nada legalista se vuelve comprensible si en-
tendemos que para Aristóteles y para Tomás de Aquino la ley no resulta
del arbitrio del legislador, por sabio que sea. La ley emerge de la propia
naturaleza humana que, por una fuerza interna, busca su bien pleno,
que se da en la felicidad. El legislador es un intérprete provisional de
esta búsqueda.
La vida ética y feliz consiste en la práctica de la justicia a nivel perso-
nal (como virtud) y a nivel social (como principio ordenador) con toda la
co rte de virtudes que la acom pañ a. Esta es la posición clásica de la tradi-
ción aristotélico-tomista, fuertemente presente todavía en nuestros días.
Immanuel Kant, otro clásico de la ética, no se orienta por el tema
de la justicia porque, hijo de la modernidad para la cual el sujeto es el
gran valor, privilegia el derecho y la dignidad del ser humano, conside-
rado como un fin en sí mismo. Para él, como observó con acierto Olinto
Pegoraro, «la mejor forma de gobierno no es aquella en la cual es más
agradable vivir, sino la que garantiza mejor los derechos de los ciuda-
danos. Cuando el Estado debilita la garantía de la libertad en provecho
del bienestar, cae en la injusticia. Las leyes que buscan la felicidad del
ciudadano son legítimas pero solo como medio para garantizar el esta-
llo jurídico, de derecho» (1995, 67).
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EL C U I D A D O N E C E S A R I O
Otro nombre que merece ser mencionado es el de John Rawls, pen-
sador norteamericano. Toda su reflexión versa sobre la justicia política
como expone en su Teoría de la Justicia (TJ, 19 71 ). Para él, la justicia
no es en primer lugar ni una virtud ni un derecho, sino un principio fun-
dador de una sociedad bien ordenada.
También él parte de un conflicto de base: la limitación de los recur-
sos que una sociedad tiene para ofrecer y el apetito desmesurado de
los ciudadanos para disfrutarlos. ¿Cómo encontrar aquí la justa medida?
Para Rawls la justicia política es el principio que ordena la distribución
equitativa de los bienes limitados. Opon iéndose conscientem ente al uti-
litarismo dominante en la cultura ética estadounidense afirma: «cada
persona tiene su inviolabilidad fundada en la justicia que ni en nombre
del bienestar de la sociedad puede ser violada. Por este motivo, la justi-
cia prohibe que la pérdida de la libertad de algunos pueda ser justificada
por la obtención de un bien mayor para todos los otros» (TJ, § 1, 4-6).
Rawls no entabla propiamente una discusión con la tradición ética
de la justicia, excepto con referencia a Kant, que trata poco el tema, sino
que hace avanzar su pensamiento creativamente teniendo a la vista los
derechos y las libertades de las sociedades democráticas modernas. La
tesis principal de Rawls dice: «La justicia es la primera virtud de las ins-
tituciones sociales, igual que la verdad lo es para los sistemas de pensa-
miento» (TJ § 1, 3-4).
Lo que le preocupa es el aspecto de distribución de los beneficios y
cargas sociales (TJ § 2, 7). Por eso, para él justicia es fundamentalmente
equidad
(justice as fairness
), el estable cimien to de principios de justicia
que sirvan de reglas para una sociedad bien ord enad a, en la cual se espe-
ra que cada ciudadano actúe con justicia y contribuya a la conservación
de las instituciones justas (TJ § 2, 8).
Como puede deducirse, este tipo de justicia supone una especie de
contrato social mediante el cual «los ciudadanos deciden previamente
las reglas por las cuales van a arbitrar sus reivindicacion es mutuas y pre-
sentan una carta fundadora de la sociedad, a través de la cual se decide
lo que debe ser considerado justo o injusto» (TJ § 3, 13).
Para Rawls una sociedad está bien ordenada cuando garantiza, como
derecho para todos, una libertad de base, la más amplia posible. Existe,
por otra parte, el hecho de las desigualdades sociales. ¿Cómo queda la
justicia política? Rawls responde: pensando con realismo, las desigual-
dades son de todo punto insuperables. Pero pueden ser tolerables si la
sociedad se organiza de tal manera que en todo beneficie lo más posible
a los perjudicados y que procure siempre maximizar su condición míni-
m a ( T J § 44 , 285 - 28 7 ) .
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H A C I A U N A É T I C A D E L C U I D A D O N E C E S A R I O
En cuanto a los cargos públicos que traen consigo diferencias y pri-
vilegios, afirma Rawls: todos los ciudadanos deben tener igual oportu-
nidad de acceso a tales cargos y nadie puede ser excluido por circuns-
tancias de sexo, color, edad, convicción política o condición económica
(TJ § 11).
La contribución de Rawls es estimable, pero tiene un límite interno,
pues para él la justicia política se refiere principalmente al orden fun-
damental de la sociedad, a su aspecto jurídico (legalidad) y menos a las
disposiciones internas de las personas que se proponen vivir la justicia
subjetivamente, por lo tanto, a su aspecto moral. Derecho y moralidad
no están claram ente distinguidos. Para Raw ls «el fin de la justicia no es el
bien y la felicidad del individuo sino el orden jurídico» (TJ § 68, 447).
Este orden jurídico, sin embargo, «corresponde a la sociabilidad humana,
pues una sociedad bien ordenada es una forma de comunidad: la socie-
dad es una comunidad de comunidades» (TJ § 79).
Esta ética de la justicia ha sido enriquecida por la reflexión cristiana
de Tomás de Aquino (
Exposi t io ; Summa).
Se basa en la
Etica a Nicóma -
co
de Aristóteles, pero afirma que p or encima de la justicia está el amor a la
humanidad y a todo s los seres. El amo r al prójimo es la regla de oro , la nor-
ma suprema de la conducta verdaderamente humana porque abre desin-
teresadamente el ser humano al otro hasta el punto de sacrificarse por él.
Es la justicia mayor de la que habla Jesús, porque tributa amor y res-
peto a Aquel que se esconde detrás del otro, que es Dios. Así la ética de la
justicia gana un fundamento más sólido que le garantiza más efectividad
y flexibilidad, que permiten ir más allá de lo prescrito por las leyes justas.
Como se deduce, con la ética de la justicia nos confrontamos con
una manera de argumentar propia de los hombres que usan la razón y
la dialéctica para crear su arquitectura cuyo punto focal es la justicia.
Esta forma no constituye una falla sino una marca, la marca de lo mas-
culino. La dimensión de lo masculino en los hombres fue la que creó el
Kstado, las leyes, el sentido de la justicia legal, las instituciones de cuño
patriarcal, los ejércitos y finalmente la guerra.
Pero se constata una ausencia: el cuidado no está pensado como
tema, aunque Heidegger detectó este cuidado en Aristóteles al abordar
las distintas prácticas humanas. Pero está totalmente ausente del trata-
miento de la justicia del modo masculino.
Esto seguramente se debe al hecho de desconocer a la mujer y de
que su experiencia específica de los valores no fuera tomada en cuenta.
Su modo de ser, de sentir y de organizar la realidad, especialmente lo
que quedó disminuido en la ética de la justicia, que es la cotidianidad de
Lis personas, donde se realiza la mayor parte de la vida. Las mujeres son
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EL C U I D A D O N E C E S A R I O
más sensibles al cuidado que a la justicia. El cuidado, como veremos a
continu ación, organiza de otra forma las relaciones de cor to alcance en-
tre las personas y las relaciones de largo alcance entre las instituciones.
2 .
La ética del cuidado y su sustrato femenino
Junto a la voz de la justicia es importante escuchar la voz del cuidado.
Algunas filósofas norteamericanas han estudiado con profundidad esta
cuest ión: Gil l igan (1982) , Noddings (1984, 2000) , Katz, Noddings y
Stricke (1999), Baier (1995) y Mayeroff (1971), entre otros y otras. Entre
nosotros en Brasil se destaca toda la obra de la enfermera Vera Regina
Waldow (19 93 , 19 98 , 20 06 ) y del médico Eugénio Paes Campos (20 05 ) .
Noso tros mismos, en El cuidado esencial (20 02 a), aludimos a las dimen-
siones de lo masculino (trabajo) y de lo femenino (cuidado) como fun-
dadoras de modos de existir y de vivir éticamente.
Conviene, sin embargo, en primer lugar insistir en que los temas de
la justicia y del cuidado no se derivan específicamente del hombre y
de la mujer. Ambos son portadores de lo femenino y de lo masculino si-
multáneamente. Por eso, el cuidado (femenino) afecta al hombre así co m o
la justicia (masculino) a la mujer.
A causa de esta inclusión, las mencionadas filósofas feministas insisten
en decir que el tema del cuidado y el de la justicia, respectivam ente, no son
temas de género sino de la totalidad de lo humano (Noddings 1984, 2).
Pero esta totalidad inclusiva no anula diferencias que conviene su-
brayar. La dimensión anima, de la cual la m ujer es po rtado ra espe cial,
capta el mundo antes como valor que como hecho. Ella en el hecho ve
mensajes y en lo visible capta lo invisible. Su acceso a lo real se produce
más con el corazón que con la razón, pues efectivamente el ser humano
nunca queda indiferente ante lo real. Se implica en él y percibe emocio-
nalmente los lazos que nos unen a todos.
La tesis que sostenemos en nuestras reflexiones es que el cuidado es
una dimensión esencial de lo humano, pero adquiere densidad y mayor
visibilidad en la mujer. La condición de la mujer es singular; ella sien-
te el mundo a partir del significado que el mundo tiene para ella. Esta
percepción enriquece la ética porque toma en consideración no solo el
aspecto conceptual e institucional de la realidad, sino su densidad coti-
diana y valorativa.
Es importante distinguir en el cuidado las distintas dimensiones que
detallamos en los capítulos anteriores: el cuidado como relación amo-
rosa, no agresiva, con la realidad; el cuidado como preocupación por
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H A C I A U N A É T I C A D E L C U I D A D O N E C E S A R I O
aquello o por quien nos sentimos ligados afectivamente; el cuidado como
precaución y prevención frente al futuro que puede traernos sorpresas
desagradables y efectos dañinos, y, finalmente, el cuidado como holding,
ese conjunto de medidas y soportes que garantizan seguridad y paz, sea
a las personas, sea a toda una realidad. No cabe aquí retomar todos los
otros sentidos ontológicos y afectivo-antropológicos.
El cuidado como modo-de-ser-con-los-otros vive en permanente ten-
sión con otro modo de ser en el mundo, que es el trabajo. Este posee una
lógica distinta a la del cuidado. Por él, el ser humano interviene de forma
organizada en el mundo, usando casi siempre la fuerza, y así lo transfor-
ma en un mundo hominizado que llamamos cultura. De este modo, crea
las con dicion es para su subsistencia y construye su hábitat hu ma no, que
en griego se llama ethos, com o la morada humana.
El trabajo demanda racionalidad, eficacia, elaboración de un pro-
yecto, superación de dificultades para su realización. Es lo masculino en
el hombre y en la mujer lo que se exige aquí. No sin razón han sido los
hombres quienes más han intervenido en la naturaleza y crearon el pro-
yecto de la tecnociencia, que es la forma sistemática de apropiación de
las fuerzas y recursos de la naturaleza. Y lo hicieron usando demasiada
violencia, exacerbando la dimensión del animus y reprimiend o la dimen-
sión del anima. Este es el lado dram ático y, en cierto se ntido , trágico de
nuestro pro yecto civilizatorio. Para recuperar su equ ilibrio, necesitamo s
imprimir cuidado en el trabajo para que no destruya el equilibrio de la
naturaleza. Es urgente feminizar las relaciones con la naturaleza y con
sus bienes y servicios.
Pero cuando, más allá de las relaciones de trabajo, entra la socia-
bilidad entretejiendo los lazos interpersonales, es entonces cuando gana
importancia el cuidado y la dimensión a?iima. Han sido las mujeres
quienes l levaron al mundo del trabajo sus dimensiones típicas, como
la cooperación por encima de la competición, la flexibil ización de las
relaciones burocráticas, la mayor capacidad de diálogo y de llegar a con-
sensos en la lógica del gana-gana. Ellas profundizan esa dimensión pro-
fundamente humana que es la tendencia natural a cuidar y ser cuidado
(Noddings 1984, 81).
La existencia humana está marcada por las distintas modalidades del
cuidado. Ya el poeta latino Horacio decía: «el cuidado es el compañero
permanente del ser humano» (Boff 2002a, 74). Nos acompaña en forma
de soporte social (holding), que en la definición de Cam pos es «la forma
ile relación interpersonal, grupal o comunitaria que da al individuo o al
grupo un sentimiento de protección y apoyo, capaz de propiciar reduc-
i ion del estrés y bienestar psicológico» (2005, 46). Aplicado al bebé «es
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EL C U I D A D O N E C E S A R I O
el conjunto de cuidados que le proporciona el ambiente, representado
sobre todo por su madre» (2005, 55).
El cuidado establece siempre una relación recíproca entre quien cui-
da y quien es cuidado. Ambos se ayudan mutuamente, pues el ser huma-
no es impulsado intrínsecamente a cuidar y simultáneamente siente la
necesidad de ser cuidado por alguien (Waldow 2006, 33-37).
Para la visión centrada en la razón siempre ha sido un problema de-
cidir cuáles son las motivaciones que nos llevan a asumir una vida moral.
David Hume confiesa claramente que la motivación necesaria que nos im-
pulsa a vivir éticamente es de orden em ocional y no racional ( 1 96 7, 2 75 ).
Lo mismo afirman las feministas (Noddings 1984, 79).
No es, pues, aduciendo más y más argumentos como convencere-
mos a alguien para vivir conforme a la ética, sino desarrollando en él las
habilidades, las actitudes y el deseo de cuidar de los otros, de las relacio-
nes y de ser cuidado. Esta disposición a mantener relaciones de cuidado
no son la conclusión de un argumento racional, sino que revela la exis-
tencia de un sentimiento y de un afecto.
Una madre no se pone a razonar para cuidar a su bebé, lo hace sin
razonar. Ella simplemente cuida. Esto no significa que la razón esté au-
sente del cuidado. Para que el cuidado sea eficaz, necesita estar acom-
pañado de racionalidad, pero el nacimiento del cuidado no reside en la
razón, sino en el afecto.
La primera expresión de lo humano no es, pues, el cartesiano
pien-
so, luego existo
sino el
siento, luego existo
de la visión origin aria.
La canadiense S. S. Roach, sin excluir el momento de la razón, in-
tentó detallar los momentos de realización del cuidado, en cinco «ees»,
que aquí solamente vamos a enumerar sin comentarlos, porque se en-
tienden por sí mismos:
comp asión, com petencia, confianza, conciencia
y comprom iso,
concluy endo que el cuidado es nuestro modo de ser y que
si dejamos de sentir, actuar y pensar en términos de cuidado dejamos de
ser humanos (1993).
El cuidado es por excelencia el espacio de lo femenino en el hombre y
en la mujer, pero principalmente de la mujer. En esta dimensión ella vie-
ne mejor equipada biológicamente que el hombre (Noddings, 1984, 97).
Tiene mucha más capacidad de acoger y proteger la vida, de establecer
relaciones de reciprocidad y de cuidar.
Al tomar decisiones éticas, las mujeres sienten necesidad de poseer
más informaciones concretas que nacen de la experiencia, sienten que
necesitan co nversar co n las personas, verles la cara y los ojos, detectarles
los deseos y sueños. Tales positividades existenciales pesan más que los
principios abstractos e imperativos. La razón no está ausente, pero viene
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imbuida de cordialidad y afectividad. Y en un contexto así enriquecido
ellas toman la decisión ética.
Formalizando una ética del cuidado diríamos: hay un dato de base
que es la predisposición natural de cuidar y el deseo de ser cuidado. Este
es el dato ontològico previo que impregna toda la existencia humana
en cuanto humana. Es el carácter de universalidad de esta ética. Es el
«bien» buscado por la ética, si queremos hablar en el lenguaje de la ética
de la justicia. Ella se realiza en todo ser humano pero gana preeminen-
cia en la mujer, la portadora privilegiada del cuidado.
Para que alcance estatura ética, ese dato ontològico previo tiene que
ser asumido conscientemente como proyecto de vida y propósito de la
voluntad de querer y de aceptar ser cuidado. Esto implica un empeño
ético, político y pedagógico de crear y mantener las condiciones del cui-
dado, para que sea predominante, especialmente en esta época de la
historia en la que vivimos bajo peligros y amenazas que pesan sobre
la especie humana.
3 . Justicia y cuidado: una ética integral
M asculino y femenino son recíprocos y complementarios. Junto s posibi-
litan el ser humano en forma de hombre y mujer. Algo semejante ocurre
con la justicia y el cuidado. Los dos nacen de datos reales y no imagina-
dos, como dos fuentes distintas que, juntas, colaboran en la producción
del agua cristalina de la ética humana. Ambas constituyen una ética inte-
gral y globalizadora de la experiencia humana. Por eso ninguna de ellas
puede excluirse o contraponerse a la otra. Necesitamos las dos.
La justicia es irrenunciable, tanto a nivel personal como a nivel so-
cial. Ella configura la justa medida, expresión del cuidado, en todas las
cosas, objeto de la sabiduría ancestral de todos los pueblos. A nivel perso-
nal se traduce por virtudes, que hacen decente y apacible la convivencia
humana.
A nivel social, la justicia preside las relaciones adecuadas en las ins-
tituciones de suerte que construyan el bien común y atiendan el interés
general. Sin justicia no se puede construir una sociedad humana sin vio-
lencia y que incluya a todos los ciudadanos como iguales ante las leyes
e igualmente dignos.
Mas ya Platón notaba que una sociedad que se construye solamente
sobre la justicia puede volverse c ruel y sin piedad. Vale el antiguo ada gio:
summ um ius, summ a iniuria: «el exceso de dere cho genera el exce so de
ofensa». El ser humano necesita leyes e instituciones.
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E L C U I D A D O N E C E S A R I O
En él hay siempre un excedente de libido, de generosidad y de crea-
tividad frente a los imponderables de la realidad. Ha sido sabiduría de
los antiguos introducir la
epiqueia,
la capacidad de dar más valor a la
vida que a la ley y garantizar su carácter singular, y, por eso, permitirle
en determinados casos ir más allá de la ley ( pra ter legem sed non contra
legem)
y abrir espacio para un derech o difuso que se va constituyen do
en las bases y en las márgenes hasta llegar al centro y ser formulado como
ley general.
Y es aquí donde se nota la importancia del cuidado. El siempre tiene
que ver con las relaciones humanas, con la protección de la vida, ya sea
sanando las heridas pasadas, ya sea previniendo las futuras. El cuidado
nos convence de que una ética que parte de la absoluta autonomía del
sujeto en la soledad de su libertad es una irrealidad y una ilusión. No es
más que una abstracción. Para que los seres humanos así solitarios puedan
vivir juntos necesitan un contrato social como fue elaborado por Rous-
seau, Locke y Kant en los tiempos modernos.
Cuando, por el contrario, partimos del hecho real de que el ser hu-
mano es siempre un ser de relación, que su ser es un-ser-con-los-otros,
en el cuidado y en la preocupación, el contrato social se vuelve relativo,
necesario en una sociedad de clases que necesitan establecer acuerdos
para no devorarse mutuamente, pero en realidad presupone el carácter
social de los seres humanos, que naturalmente, con o sin contrato, tien-
den a vivir juntos.
La visión a partir del cuidado es otra: el ciudadano está siempre li-
gado y religado, envuelto en una trama de conexiones. El cuidado como
dimensión ontològica y antropológica muestra esta vinculación de todos
con todos por el hecho de la reciprocidad general y por la lógica misma
del cuidar y del ser cuidado, asumida como realidad fontal y compro-
miso relacional.
La ética del cuidado completa la ética de la justicia. Ellas no se opo-
nen sino que se com pone n en la construcción de una convivencia huma-
na fecunda, dinámica, siempre abierta a nuevas relaciones y cargada de
sentimientos de solidaridad, afectividad y, en último término, de amoro-
sidad. Ayuda a disminuir los conflictos y tiene propuestas de negociación
por las cuales todos pueden avanzar juntos y superar el gana-pierde. En
este tipo de ética principalmente se toma en serio aquello que siempre
ha sido y sigue siendo po co considera do: la vida cotidiana , las tareas fam i-
liares, llevar la casa, la convivencia de los géneros y de las edades. En este
cam po las mujeres son las maestras y nos podrán despertar a la densidad
ética y moral de estos aspectos diarios que componen gran parte de la
vida de las personas.
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H A C I A U N A É T I C A D E L C U I D A D O N E C E S A R I O
El ser humano es capaz de un amor universal e incondicional que
constituye la utopía de toda la vida personal y social y también su móvil
secreto . Es la contrib ución que el cristianismo y las religiones en general
han traído a la meditación ética.
La justicia y las virtudes para ser humanas necesitan expresar el
modo-de-ser singular del ser humano: una persona que se hace virtuosa
para con los otros, un animal político viviendo bajo el imperio de leyes
y de instituciones justas. En ambas esferas realiza la justicia y están pre-
sentes las virtudes, pero eso no basta. Necesita revelar su esencia como
un ser que nació del cuidado, tiende naturalmente a cuidar y desea ser
cuidado. El cuidado impedirá que las virtudes se transformen en fari-
seísmo, las leyes en legalismo y las instituciones en prisiones.
Justicia y cuidado son los dos pilares sobre los cuales se sustenta la
morada humana (ethos en griego). Ambos producen la felicidad posi-
ble y el suficiente bienestar para todos. La biocivilización que queremos
deberá sustentarse en este tipo de ética, buena para los humanos y ami-
gable con la naturaleza.
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10
CUIDAR DE SÍ MISMO, DE LOS OTROS, DE LA TIERRA
Seguramente uno de los grandes desafíos existenciales consiste en cui-
dar de sí mismo. Somos el más próximo de los próximos y, al mismo
tiempo, el más complejo y más indescifrable de los seres.
1. éQué somos como humanos f
¿Qué somos? ¿Sabemos quiénes somos? ¿Cuál es nuestro lugar en el uni-
verso? ¿Para qué existimos? ¿Por qué tenemos que morir? ¿Adonde va-
mos? Reflexionando sobre estas preguntas ineludibles, vale recordar la
consideración de Blaise Pascal (m. 1662). Nadie mejor que él, matemá-
tico, filósofo y místico, para expresar el ser complejo que somos:
Porque, en f in, ¿qué es el hombre en la naturaleza? Una nada respecto al
infinito, un todo respecto a la nada, un punto medio entre la nada y el todo
[.. .] igualmente incapaz de ver la nada de que ha salido y el infinito en el que
está inmerso (
P e n s a m i e n t o s
, n . ° 199 , e d . Laf um a; Pasca l 1981 , 407- 408) .
En él se cruzan los cuatro infinitos: lo infinitamente pequeño, lo infi-
nitamente grande, lo infinitamente complejo (Teilhard de Chardin) y lo
infinitamente profundo.
Verdaderamente, no sabemos quiénes somos. O mejor, siguiendo al
gran novelista Guimaráes Rosa, sospechamos alguna cosa en la medida
en que vivimos y por las emergencias —los hechos que nos suceden día
a día— que irrumpen en nuestra vida procedentes de todas partes, y en
último término de esa Energía de fondo que todo lo sustenta y todo lo
dirige. En uno somos muchos.
Además de lo que somos, está presente en nosotros lo que podemos
ser: el inagotable caudal de virtualidades escondidas dentro de nosotros.
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EL C U I D A D O N E C E S A R I O
Nuestro potencial representa lo que de más verdadero y real hay en no-
sotros. De ahí nuestra dificultad en construir una representación satis-
factoria de lo que somos. Pero eso no nos dispensa de elaborar algunas
claves de lectura que de alguna manera nos orientan en la búsqueda de
aquello que queremos y podemos ser.
En esta búsqueda, el cuidado de sí mismo desempeña una función
decisiva. No se trata, en primer lugar, de una mirada narcisista sobre el
propio yo, lo que lleva generalmente no a conocerse a sí mismo sino a
identificarse con una imagen proyectada de sí mismo y, por eso, falsa y
alienante.
Michel Foucault, con su minuciosa investigación Hermenéutica del
sujeto
(2 00 5) , intentó recuperar la tradición occidental del cuidado del
sujeto, especialmente en los sabios de los siglos H y m como Séneca, Mar-
co Aurelio, Epicteto y otros. El gran lema era el famoso
gnóthi seautón,
conócete a ti mism o.
Este cono cimie nto no se entendía de forma abs-
tracta sino concreta, como reconócete en aquello que eres, procura pro-
fundizar en ti mism o p ara descubrir tus potencialidades, trata de realizar
lo que de verdad eres.
En este contexto se abordaban las distintas virtudes, tan bien discu-
tidas por Sócrates, como la prudencia, la justa medida
(méden ágan),
la
justicia, la bondad, el valor y el amor. Se criticaban duramente los vicios,
especialmente el más despreciable para los griegos, y tan central en nues-
tra cultura dominante e imperial, que era la
hybris. Hybris
es pasarse de
los límites, enorgullecerse vanidosamente, tomarse por aquello que no
se es, especialmente pretender acumular poder para estar sobre los otros
y situarse como un «dios». Tal vez el mayor vicio de la cultura occidental,
de la cultura cristiana, especialmente de la cultura estadounidense con
su imaginado
Destino Manifiesto
(sentirse el nuevo pueb lo elegido po r
Dios), es la hybris, el sentimiento de superioridad y de excep cionalidad,
de misión y de conquista de los otros en nombre de sus valores conside-
rados como los únicos válidos, mejores y sancionados por Dios.
Lo primero que hay que afirmar es que el ser humano es un su-
jeto y no una cosa. No es una sustancia constituida de una vez por to-
das (Foucault 2005), sino un nudo de relaciones siempre activo que se
está construyendo continuamente mediante el juego de las relaciones. O
usando otra analogía, es como un rizoma, un bulbo de planta del cual
salen brotes en todas las direcciones.
Todos los seres del universo, según la nueva cosmología, son por-
tadores de cierta subjetividad porque tienen historia, viven en interac-
ción e interdependencia de todos con todos, aprenden intercambiando y
acumulando informaciones. Este es un principio cosm ológico universal.
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C U I D A R D E S Í M I S M O . D E L O S O T R O S D E L A T I E R R A
Pero el ser humano realiza una modalidad propia de este principio, que es
el hecho de ser un sujeto consciente y reflejo. El sabe que sabe y sabe que
no sabe, y para completar, no sabe que no sabe, como diría Unamuno.
Este nudo de relaciones se articula a partir de un centro alrededor
del cual organiza los sentimientos, las ideas, los sueños y las pro yecc iones.
Por más que cuestione la realidad del yo como algo construido socialmen-
te y por eso no originario, el yo com o a utoidentificación se mantiene en
pie. El es un centro único e irrepetible. Representa, en el lenguaje del
más sutil de todos los filósofos medievales, el franciscano Duns Scoto
(m. 1203), la ultima solitudo entis, la última soledad del ser. Acuñó una
expresión difícil de tradu cir: Haecceitas que traducida sería: este ser aquí
concreto e irrepetible que es mi yo. Nunca ha existido, no existe, ni ja-
más existirá alguien que sea en todo igual a mí. El yo es único.
Este yo insustituible e irrenunciable debe ser entendido en el con-
texto del nudo de relaciones dentro del proceso global de interdepen-
dencias, de suerte que la soledad no es el desligarse de los otros, sino
la singularidad y la especificidad inconfundible de cada uno. Por tanto,
esta soledad es para la comunión. Es un estar solo en su identidad para
poder estar con el otro, también con su identidad, y poder ser uno-
para-el-otro y con -el-otro . El yo nunca está solo; reclama siempre un tú.
Según M artin Buber, es a partir del tú que el yo despierta y se form a.
2 . Cu idar de sí mism o: acogerse jovialmente
El cuidado de sí mismo implica, en primerísimo lugar, acogerse a sí mis-
mo, tal como se es, con las capacidades y las limitaciones que siempre nos
acompañan. No con amargura, como quien no consigue evitar o modifi-
car su situación existencial, sino con jovialidad. Acoger el rostro, el pelo,
las piernas, dedos, senos, la apariencia y modo de estar en el mundo, o
sea, nuestro cuerpo (Corbin et al. 2005) . Cuanto más nos aceptemos,
menos clínicas de cirugía plástica necesitaremos. Con las características
físicas que tenemos, debemos elaborar nuestra manera de ser y nuestra
mise-en-scéne en el mu ndo.
Nada más ridículo que la construcción artificial de una belleza fa-
bricada que no está en consonancia con una belleza interior. Se pierde
la luminosidad y gana lugar la vanidad vacía de brillo.
Más importante es acoger los dones, las habilidades, el poder, el co-
ciente de inteligencia, la capacidad emocional, el tipo de voluntad y de
determinación con los que venimos dotados. Y al mismo tiempo, sin re-
signación negativa, los límites del cuerpo, de la inteligencia, de las habi-
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E L C U I D A D O N E C E S A R I O
lidades, de la clase social y de la historia familiar y nacional en que está
insertado.
Tales realidades configuran la condición humana concreta y se pre-
sentan como desafíos a ser afrontados con equilibrio y con la determi-
nación de explotar lo más que podamos las potencialidades positivas.
El cuidado de sí mismo exige saber combinar las aptitudes con las
motivaciones. No basta tener aptitud para la música si no nos sentimos
motivados para desarrollar esta capacidad. De la misma manera, no
nos ayudan las motivaciones para ser músico si no tenemos aptitudes para
ello, sea en el oído sea en el domino del instrumento. De nada sirve que-
rer pintar com o van Gog h si solamen te se consigue p intar paisajes, flores
y pájaros que a duras penas llegan a ser expuestos en la plaza en la feria
del domingo (Lacroix 20 0 9 ,1 7 -2 3 ) . Puedo ser un buen teólogo pero sin
motivaciones para escribir. O tengo ganas y muchas motivaciones para
escribir pero no soy un buen teólogo. Las cosas funcionan bien cuando
aptitudes y motivaciones se encuentran y coexisten.
Otro componente del cuidado consigo mismo es saber y aprender
a convivir con la paradoja que atraviesa nuestra existencia: nos senti-
mos impulsados a la bondad, la solidaridad, la compasión y el amor. Y
simultáneamente tenemos en nosotros pulsiones de llamada al egoísmo, la
exclusión, la antipatía e incluso al odio. Estamos hechos con estas contra -
dicciones, que nos vienen dadas con la existencia. Antropológicamente
se dice que somos al mismo tiempo
sapiens
y
demens,
gente de inteli-
gencia y lucidez y junto a esto, gente de rudeza y violencia. Somos el
encuentro de las oposiciones.
Cuidar de sí mismo impone saber renunciar, ir contra ciertas ten-
dencias en nosotros y hasta ponerse a prueba; pide elaborar un proyec-
to de vida que dé centralidad a estas dimensiones positivas y mantenga
bajo control (sin reprimirlas porque son persistentes y pueden volver de
forma incontrolable) las dimensiones sombrías que hacen agónica nues-
tra existencia, es decir, siempre en combate contra nosotros mismos.
Cuidar de sí mismo es amarse, acogerse, reconocer nuestra vulnera-
bilidad, saberse perdonar y desarrollar la resiliencia, que es la capacidad
de dar la vuelta y aprender de los errores y contradicciones.
3. C uidar de sí mism o: preocuparse del mod o de ser
Por estar expue stos a fuerzas contradictorias que conviven tensamente en
nosotros, necesitamos enfocar el cuidado como p reocupación por nuestro
propio destino. La vida puede conducirnos por caminos que pueden sig-
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C U I D A R DE S Í M I S M O . DE L O S O T R O S D E L A T I E R R A
nificar felicidad o desgracia: esas fuerzas pueden apoderarse de nosotros
y podemos llenarnos de resentimientos y amarguras que nos incitan a
la violencia y políticamente al terrorismo, como ocurre en tantos paí-
ses explotados y humillados po r las potencias occiden tales. Tenemos que
aprender a autocontrolarnos. Y más que eso, a desarrollar iniciativas crea-
tivas, a ejercitar la fantasía imaginativa que nos aleja de los peligros y nos
abre espacio hacia una vida de decencia.
Hoy en día existe en nuestra cultura una tendencia a plasmar la sub-
jetividad personal y colectiva según los intereses del sistema social im-
perante, que solo nos quiere como consumidores pasivos y compulsi-
vos, por lo tanto como gente masificada, sin decisión propia, fácil de ser
seducida y conquistada para los intereses comerciales.
Al sistema no le interesa la felicidad personal de cada persona, sino
su capacidad de com prar, de consum ir y de hacerse la ilusión de que con
eso será feliz. Cuidar de sí es preocuparse de no caer en esa trampa.
Cuidar de sí mismo com o preocupación acerca del sentido de la pro-
pia vida significa: ser crítico, poner muchas cosas bajo sospecha para no
permitir ser reducido a un número, a un mero consumidor, a un miem-
bro de una masa anónima, a un eco de la voz de otro.
Cuidar de sí mismo es preocuparse del lugar de uno mismo en el
mundo, en la familia, en la comunidad, en la sociedad, en el universo y
en el designio de Dios. Cuidar de sí mismo es reconocer que Dios le dio
un nombre que es solo suyo, que lo define y por el cual Dios mismo se
revela y lo llama a sí.
En la sociedad de masas, que utiliza medios masivos, destructores
de las subjetividades a través de todos los medios de comunicación y del
marketing uniform ador, reafirmar la propia subjetividad implica el va-
lor de ir contracorriente, de reafirmarse, sin arrogancia pero con deter-
minación (Touraine 1997). Es poder decir YO y sustentar la fuerza del
YO, que será tanto mayor cuanto más se abra a un TÚ.
El cuidado asume la forma de preocupación consigo mismo cuando
nos esforzamos en identificar nuestro Centro que es nuestro arquetipo
de base, es decir, aquel impulso interior principal, aquel deseo secreto,
aquella tendencia persistente a realizar nuestro sueño de vida. El valor
de una vida se mide por la grandeza de sus sueños y por su empeño,
contra viento y marea, en realizarlos. Nada resiste a la esperanza tenaz y
perseverante. La vida es siempre g enero sa, a quienes insisten y persisten
acabará dándoles la oportunidad necesaria para concretar su sueño.
Entonces irrumpe el sentimiento de realización, que es más que la
lelicidad momentánea y fugaz. La realización es fruto de una vida, de
una perseverancia, de una lucha nunca abandonada de quien vivió la sa-
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EL C U I D A D O N E C E S A R I O
biduría predicada por don Quijote: no hay que aceptar las derrotas sin
antes dar todas las batallas.
El modo de ser que resulta de este cuidado con la autorrealización
es una existencia de equilibrio que genera serenidad en el ambiente y el
sentimiento en los demás de sentirse bien en compañía de tal persona.
La vida irradia, pues en eso reside su sentido: no en vivir simplemente
porque no se muere, sino en irradiar y disfrutar de la alegría de existir.
4 . Cuidado como precaución con nuestros actos y actitudes
El cuidado como preocupación nos abre al cuidado como precaución
respecto a nosotros mismos, especialmente en lo referente a nuestros
actos y actitudes y al vasto campo de las relaciones y del lenguaje. El
acto, con la actitud que lo acompaña, nunca es fortuito. Nace de una
interacción y carga con las consecuencias. En una perspectiva ecológica,
hay actitudes y actos que pueden ser gravemente perjudiciales, como la
práctica de usar intensivamente pesticidas agrícolas, deforestar una amplia
región para dar paso al ganado o destruir la vegetación ribereña de los
ríos. Las consecuencias no van a ser inmediatas, pero a medio y largo
plazo pueden ser desastrosas, como la disminución del caudal del río, la
contaminación del nivel freático de las aguas, el cambio del clima y de
los regímenes de lluvias y de estiaje.
Aquí se impone una precaución cuidadosa para que el hábitat hu-
ma no y la comunidad de vida en general no sean perjudicados. N uestra
libertad está limitada en razón del principio del cuidado-precaución con
respecto a la introducción de las nuevas tecnologías, como la biotecno-
logía y la nanotecnología, mediante las cuales se manipulan los elemen-
tos últimos de la realidad, que pueden ocasionar daños irreversibles o
producir elementos tóxicos y nuevas bacterias que comprometan el fu-
turo de la vida (cf. Colborn, Peterson Myers y Dumanoski 1997). Bien
advierte la
Carta de la Tierra
(Bof f 20 11 , 282 ) :
Tomar medidas para evitar la posibilidad de daños ambientales graves o irre-
versibles, aun cuando el conocimiento científico sea incompleto o inconcluso
(II, 6a).
Aquí más que en otras situaciones, se impone el cuidado como pre-
caución. No se deben promover experimentos cuyos riesgos sean des-
cono cidos y sus efectos incontrolables. Co m o nu nca antes en la h istoria,
el futuro de la vida y las condiciones ecológicas de nuestra subsistencia
están situadas bajo nuestra responsabilidad (Joñas 2008).
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C U I D A R D E SÍ M I S M O . D E L O S O T R O S D E L A T I E R R A
Esta responsabilidad no puede ni debe ser delegada a científicos o a
la com unidad científica en gen eral, para que en sus labo rator ios decidan
sobre el futuro de todos. Aquí prevalece la ciudadanía planetaria. Cada
ciudadano es convocado a informarse, a seguir y a decidir colectivamente
qué caminos nuevos y más prometedores deben ser ofrecidos a la huma-
nidad y al resto de la comunidad de vida.
Nuestras relaciones merecen también especial precaución-cuidado.
Siempre hay relaciones y relaciones. Con los íntimos, con los próximos,
con los diferentes y con los distantes. Sea cual sea la naturaleza de la
relación, esta debe ser siempre abierta y constructora de puentes. Tal
propósito implica superar las extrañezas, los prejuicios y la falta de sin-
tonía inicial que pueden despuntar en este campo. Aquí es importante
ser vigilantes y trabar una fuerte lucha contra nosotros mismos y los
hábitos culturales heredados. Albert Einstein, sabedor de las dificulta-
des inherentes a este esfuerzo, consideraba no sin razón, que es más
fácil desintegrar un átomo que remover un prejuicio de la cabeza de una
persona.
Así y todo, siempre vale la pena el esfuerzo de humanizar las rela-
ciones para que sean expresión de hospitalidad, de voluntad de convi-
vencia con el otro, y de establecer lazos con lo diferente. ¿Cómo nos
enriqueceríamos humanamente si no es a través de estos encuentros? Más
valen estos encuentros que la lectura de incontables libros en las mayo-
res bibliotecas. Pues cada vez que encontramos a alguien, estamos ante
una manifestación nueva, ofrecida por el universo, un mensaje que so-
lamente esa persona puede pronunciar y que puede significar una luz
en nuestro camino. Esta luz puede venir de cualquier persona, del ven-
dedor de palomitas de maíz, de un vendedor ambulante, de una viejina
afrodescendiente sabia.
Pasamos una única vez por este planeta. Si perdemos la oportunidad
de encuentro con los otros, nunca más volverá esa oportunidad y un men-
saje singular habrá dejado de ser oído e integrado en el gran lenguaje del
universo.
Es imp ortante que nos preocupem os de nuestro lenguaje. Som os los
únicos seres capaces de hablar. Mediante el habla, como nos enseñaron
Maturana y Wittgenstein, organizamos nuestras experiencias, ponemos
orden en las cosas, y creamos la arquitectura de los saberes. Bien lo can-
tan los miembros de las Comunidades Eclesiales de Base de Brasil: «La
palabra no fue hecha para dividir a nadie/la palabra es un puente por
donde va y viene el amor».
Por la palabra construimos y destruimos, consolamos y desolamos,
creamos sentidos de vida o de muerte. Las palabras, antes de definir un
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E L C U I D A D O N E C E S A R I O
objeto o dirigirse a alguien, nos definen a nosotros, quiénes somos, cuáles
son nuestras disposiciones interiores y revelan en qué mundo habitamos.
5. C uidado de nuestra relación principal: la amistad y el amor
Hay un cuidado especial, en forma de amor a sí mismo y de preocupa-
ción sobre el sentido de la vida, que se realiza en la amistad y el amor.
Son las más importantes y más realizadoras relaciones que el ser puede
experimentar y disfrutar.
Mucho se ha escrito sobre estas dos experiencias de base. Aquí
nos restringiremos a lo mínimo. La amistad es esa relación que nace de
una afinidad desconocida, de una simpatía totalmente inexplicable, de una
proximidad afectuosa hacia otra persona. Entre los amigos se crea algo
así como una comunidad de destino. La amistad vive del desinterés, de la
confianza y de la lealtad. La amistad tiene raíces tan profundas que, aun-
que pasen muchos años, cuando los amigos y amigas vuelven a encon-
trarse se anulan los tiempos y se reanudan los lazos y hasta el recuerdo
de la última conversación mantenida.
Cuidar de las amistades es preocuparse de la vida, penas y alegrías
de la amiga o del amigo. Es ofrecerle un hombro cuando la vulnerabili-
dad le visita y el desconsu elo le roba sus estrellas guía. En el su frimiento
o en el fracaso profesional o amoroso es donde se comprueban los ver-
daderos amigos. Son como una torre fortísima que defiende el castillo
de nuestras vidas peregrinas.
La relación más profunda y la que trae las más importantes realiza-
ciones o las más dolorosas frustraciones es la experiencia del amor. Nada
es más frágil que el amor. Vive del encuentro entre dos personas que un
día cruzaron sus caminos, se descubrieron en la mirada y en la presencia
y vieron nacer un sentimiento de enamoramiento, de atracción, de deseo
de estar juntos, y resolvieron fundir las vidas, unir los destinos, com-
partir las fragilidades y los quereres de la vida. Nada es comparable a la
felicidad de amar y ser amad o. Y nada hay más desolador, en las palabras
de un poeta, que no poder dar amor a quien se ama.
Todos estos valores, por ser los más preciosos, son los más frágiles
porque son los más expuestos a las contradicciones de la existencia
humana.
Cada cual es portador de luz y de sombras, de historias familiares y
personales diferentes, cuyas raíces alcanzan arquetipos ancestrales, mar-
cados ellos también por experiencias felices o trágicas que dejaron marca
en la memoria genética de cada uno.
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C U I D A R D E S Í M I S M O . D E L O S O T R O S D E L A T I E R R A
El amor es un ars combinatoria de todos estos factores, hecho con
sutileza, que demanda capacidad de comprensión, de renuncia, de pa-
ciencia y de perdón, y al mismo tiempo de disfrute común del encuen-
tro amoroso, de la intimidad sexual, de la entrega confiada de uno al
otro, experiencia que sirve de base para entender la naturaleza de Dios,
pues El es amor incondicional y esencial. Pero el amor solo no basta.
Por eso san Pablo, en su famoso himno al amor, enumera los acompa-
ñantes del amor, sin los cuales él no consigue hacer una travesía feliz. El
amor tiene que ser paciente, benigno, no ser celoso, no vanagloriarse ni
ensoberbecerse, no buscar su interés, no resentirse del mal... el amor todo
lo sufre, todo lo cree, todo lo espera, todo lo soporta... el amor nunca
acabará (1 Cor 13 ,4-7) .
Cuidar de estas virtudes es proporcionar el humus necesario para
que el amor sea siempre vivo y no muera por la indiferencia.
Cuanto más capaz de una entrega total se es, mayor y más fuerte
es el amor. Tal entrega supone un coraje extremo, una experiencia de
muerte pues no se retiene nada y uno se zambulle totalmente en el otro.
El hombre posee especial dificultad para este gesto extremo, tal vez por
la herencia del machismo, patriarcalismo y racionalismo de siglos que
carga dentro de sí y que limita su capacidad para esta confianza extrema.
La mujer es más radical: va hasta el extremo de la entrega en el amor,
sin resto y sin reservas. Por eso su amor es más pleno y realizador, y,
cuando se frustra, la vida revela contornos de tragedia y de un vacío exis-
tencial abismal.
El mayor secreto para cuidar del amor reside en esto: cultivar sen-
cillamente la ternura. La ternura vive de gentileza, de pequeños gestos
que revelan el cariño, de signos pequeños, como recoger una concha en
la playa y llevarla a la persona amada y decirle que en aquel m om ento la
recordó con mucho cariño. Tales «banalidades» tienen un peso mayor
que la más preciosa joya. Así como una estrella no brilla sin una atmós-
fera a su alrededor, de la misma manera el amor no vive y sobrevive sin
un aura de afecto, de ternura y de cuidado.
El cuidado es un arte. Como pertenece a la esencia de lo humano,
siempre está disponible. Y como todo lo que vive necesita sustento, tam-
bién él necesita ser alimentado. El cuidado se alimenta de una preocupa-
ción vigilante por su futuro. Eso a veces se hace reservando momentos
de meditación y de preocupación sobre sí mismo, haciendo silencio al-
rededor de uno mismo, concentrándose en alguna lectura que alimente
el espíritu y, no en último lugar, entregándose a la oración y a la apertura
i Aquel mayor que tiene el sentido de nuestras vidas y conoce nuestros
secretos más íntimos.
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EL C U I D A D O N E C E S A R I O
Cóm o cuidar de nuestra Casa Com ún, el planeta Tierra
La preocupación mayor en este momento es garantizar la vitalidad de
nuestra Madre Tierra. Ella es la base que sustenta nuestra vida y todo lo
que hacemos en la historia. Ella puede vivir sin nosotros, pero nosotros
no podemos vivir sin ella. La agresión sistemática que ha sufrido en los
últimos siglos le ha quitado el equilibrio necesario para poder ofrecer-
nos todo lo que necesitamos para vivir.
El informe
Living Planet
de 2010 revela que la huella ecológica de
la humanidad se ha más que duplicado desde 1966. En 2007, el último
año del cual tenemos datos, la humanidad usaba el equivalente a un pla-
neta y medio para soportar las actividades humanas, o sea que estamos
usando en un año lo que la naturaleza tarda un año y medio en reponer.
Esto demuestra cómo nuestro modo de vivir es insostenible. Y hace que
sea más urgente nuestra responsabilidad por el futuro de la Tierra y de
nuestro proyecto planetario.
¿Cómo cuidar de la Tierra? Seremos breves, pues el tema está trata-
do a lo largo de todo nuestro libro. En primer lugar hay que considerar
a la Tierra como un Todo vivo, sistèmico, en el cual todas las partes se
encuentran interdependientes y relacionadas. La Tierra-Gaia está cons-
tituida fundamentalmente por el conjunto de sus ecosistemas, con la in-
mensa biodiversidad que existe en ellos y con todos los seres animados
e inertes que coexisten y están siempre interconectados.
Cuidar de la Tierra como un todo orgánico es mantener las condi-
ciones preexistentes desde hace millones y millones de años, que pro-
pician la continuidad de la Tierra como Gaia y como el tercer planeta
del sistema solar. Cuidar de cada ecosistema es comprender las singula-
ridades de cada uno, su resiliencia, su capacidad de reproducción, y de
mantener las relaciones de colaboración y de mutualidad con todos los
demás, ya que todo es sistèmico e incluyente. Comprender el ecosistema
es darse cuenta de los desequilibrios que pueden ocurrir por interferen-
cias exógenas o también endógenas que alteran el equilibrio del todo.
Cuidar de la Tierra es principalmente cuidar su integridad y vita-
lidad. Es no permitir que una zona bioclimàtica o una vasta región se
degraden por entero y entren en un proceso de caos destructor. Lo im-
portante es asegurar la integridad del todo y su capacidad vital. Esto vale
no solo para los seres orgánicos vivos y visibles, sino principalmente para
los microorganismos, que en realidad son los que sostienen la vida del
planeta. El eminente biólogo Edward Wilson nos dice que «en un solo
gramo de tierra, o sea, en bastante menos de un puñado, viven cerca
de diez mil millones de bacterias, pertenecientes hasta a seis mil espe-
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C U I D A R D E SÍ M I S M O . D E L O S O T R O S D E L A T I E R R A
cies distintas» (2007). En ello se demuestra empíricamente que la Tierra
está viva y es realmente Gaia, superorganismo vivo, y nosotros su parte
consciente e inteligente.
Cuidar de la Tierra es cuidar de los commons, es decir, de los bienes
y servicios que ella ofrece gratuitamente a todos los seres vivos, como
agua, nutrientes, aire, semillas, fibras, climas, etc. Estos bienes comunes,
justamente por ser comunes, no pueden ser privatizados y entrar como
mercancías en el mundo de los negocios, como está ocurriendo en todas
partes donde se impone el sistema capitalista avanzado. La Evaluación
de los ecosistem as del milenio , inventario pedido por la O N U en el cual
participaron 1.360 especialistas de 95 países, revisados por otros ocho-
cientos científicos, ha dado resultados estremecedores. Entre los vein-
ticuatro servicios ambientales, esenciales para la vida, como agua, aire
limpio, climas regulados, alimentos, energía, suelos, nutrientes y otros,
quince están altamente degradados. Esto indica claramente que las ba-
ses que sostienen la vida están amenazadas. De un año a otro, todos los
índices van empeorando. No sabemos cuándo va a detenerse este pro-
ceso destructivo o si se va a transformar en una catástrofe. Es una gran
irresponsabilidad de los que toman las decisiones y los encargados del
destino global del planeta no darle sentido de urgencia. Si hubiera una
inflexión decisiva como el temido «calentamiento abrupto», resultado de
la entrada en la atmósfera de una enorme masa de metano, debido al
deshielo de los casquetes polares y del permafrost (suelos congelados),
entraríamos en un proceso sin retorno. Sería como el huracán Katrina
que destruyó Nueva Orleans; una vez en marcha es imposible detenerlo.
Así iríamos fatalmente al encuentro de lo peor. Confiamos todavía en que
los seres humanos despierten, desplieguen sabiduría y usen todos los me-
dios tecnológicos para revertir o mitigar este proceso hasta el punto de
salvar nuestra civilización y la energía vital de nuestra Madre Tierra.
Cuidar de la Tierra es cuidar de su belleza, sus paisajes, el esplen-
dor de sus bosques y selvas, la diversidad exuberante de seres vivos, de la
fauna y de la flora.
Cuidar de la Tierra es cuidar su mejor p rodu cción, que somos noso-
tros, los seres hum anos, ho mb res y mujeres. Cuidar de la Tierra es cuidar
de lo que ella a través de nuestro genio produjo en culturas tan distin-
tas, en lenguas tan numerosas, en arte, en ciencia, en religión, en bienes
culturales, especialmente en espiritualidad y religiosidad, por las cuales
nos damos cuenta de la presencia de la Suprema Realidad que subyace
(ras todos los seres y nos lleva en la palma de su mano.
Cuidar de la Tierra es cuidar de los sueños que ella suscita en noso-
iros, de cuyo material nacen los santos, los sabios y los artistas, las per-
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E L C U I D A D O N E C E S A R I O
sonas que se orientan por la luz y por to do lo que de sagrado y am oros o
ha surgido en la historia.
Cuidar de la Tierra es, finalmente, cuidar de nosotros mismos, pues
somos Tierra que siente, piensa, ama, cuida, venera, y se siente porta-
dora de la Divinidad y del Misterio del universo. Cuidar de la Tierra es,
en último término, cuidar del templo en el cual Dios-comunión, Padre,
Hijo y Espíritu Santo, estableció ya su morada y lo eternizará haciéndo-
lo parte de su inefable Realidad.
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C U IDA R DE L PR O PIO C U E R PO Y DE L C U E R PO DE L O S O TR O S
Pertenece también al cuidado de sí mismo el cuidado del propio cuerpo
y del cuerpo de los otros. Sin embargo, es importante que enriquezca-
mos nuestra comprensión de cuerpo, porque la que hemos heredado de
los griegos, todavía vigente en la cultura dominante, entiende el cuerpo
como una parte del ser humano al lado de otra parte que es el alma. Co-
múnmente se comprende al ser humano como un compuesto de cuerpo
y alma. Al morir el cuerpo es devuelto a la Tierra mientras que el alma
es trasladada a la eternidad, feliz o infeliz según el tipo de vida que haya
vivido.
1. La unidad compleja cuerpo-espíritu
Tanto la antropología bíblica como la antropología contemporánea (y
hay mucha afinidad entre ellas) nos presentan una concepción de cuer-
po más completa y holística (Boff 2005; Corbin et al. 2005). Según ella,
el cuerpo no es algo que tenemos sino algo que somos. Hablamos en-
tonces de hombre-cuerpo, sumergido todo entero en el mundo y rela-
cionado en todas las direcciones.
El ser humano es fundamentalmente cuerpo. Un cuerpo vivo y no un
cadáver, una realidad bio-psico-energético-cultural, dotada de un sistema
perceptivo, cognitivo, afectivo, valorativo, informacional y espiritual.
Está hecho de los materiales cósmicos que se formaron desde el inicio
del proceso de la cosmogénesis, de la biogénesis y de la antropogénesis,
portador de 400 billones de células, continuamente renovadas por un sis-
tema genético que se formó a lo largo de 3.800 millones años (es la edad
de la vida), habitado por un trillón de microbios (Collins 20 1 1 ), provisto
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E L C U I D A D O N E C E S A R I O
de tres niveles de cerebro con cincuenta a cien mil millones de neuronas:
el
reptil
, surgido hace 2 0 0 m illones de años, que respond e por nuestras
reacciones instintivas; en torno al cual se formó hace 125 millones de
años nuestro cerebro
límbico,
que exp lica nuestra afectividad, el am or y
el cuidado; completado finalmente por el cerebro
neocortical,
que irrum-
pió hace unos 5-7 millones de años, con el cual organizamos el mundo
y nos abrimos a la totalidad de lo real.
La corporalidad es una dimensión de la subjetividad del alma huma-
na. Nunca encon tram os un cuerpo que no sea vivo y abierto a todo tipo
de relación hacia dentro y hacia fuera de él. De la misma forma, nunca
encontramos un espíritu puro sino siempre y en todo lugar un espíritu
encarnado. Pertenece al espíritu su corporalidad y con esta su perma-
nente relación con todas las cosas. Como ser humano-cuerpo surgimos
como un nudo de relaciones universales a partir de nuestro estar-en-el-
mundo-con-los-otros.
Este estar-en-el-mundo no es accidental sino esencial. En su totalidad
el ser humano es corporal del mismo modo que en su totalidad es espi-
ritual. Somos un cuerpo espiritualizado como somos también un espíritu
corporeizado. Esta unidad compleja del ser humano no puede ser nunca
olvidada cuando nos referimos a él.
De esta forma, los actos espirituales más sublimes o los más altos vue-
los de la mística vienen marcados por la corporalidad. Igual que los más
familiares actos corporales, com o com er, lavarse, conducir un coche, co n-
versar, vienen penetrados de espíritu. El cuerpo es el espíritu realizándose
dentro de la materia. El espíritu es la transfiguración de la materia.
En este sentido podem os decir que el espíritu es visible. Cuan do, por
ejemplo, miramos una cara, no vemos solo los ojos, la boca, la nariz y el
juego muscular. Notamos también alegría o angustia, resignación o con-
fianza, brillo o abatimiento. Lo que se ve es, pues, un cuerpo vivificado
y penetrado de espíritu. De forma semejante, el espíritu no se esconde
detrás del cuerpo. En la expresión facial, en la mirada, en el hablar, en
el modo de estar presente e incluso en el silencio se revela toda la pro-
fundidad del espíritu.
2 .
Las fuerzas de autoafirmación y de integración
Por otra parte, hay que entender que biológicamente somos seres caren-
tes. No estamos dotados de ningún órgano especializado que nos garan-
tice la supervivencia o nos defienda de los peligros, como ocurre con
los animales. Algunos biólogos llegan a decir que somos «un animal enfer-
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C U I D A R D E L P R O P I O C U E R P O Y D E L C U E R P O DE L O S O T R O S
mo», un faux pas, un «paso» (lJbergang) hacia otra cosa, por eso nunca
fijados, enteros pero incompletos.
Tal verificación tiene com o co nsecuencia que necesitamos continua-
mente del cuidado para garantizar nuestra vida, mediante el trabajo y
la inteligente intervención en la naturaleza. De este esfuerzo nace la
cultura que organiza de forma más estable las condiciones infraestruc-
turales y también humano-espirituales para que vivamos humanamen-
te en sociedad.
Todavía hay que añadir otra característica, presente también en to-
dos los seres del universo, pero que a nivel humano adquiere particular
relieve, especialmente con referencia al cuidado. Se trata de dos fuerzas
que prevalecen en cada ser y en nosotros. La primera es la fuerza de la
auto-afirmación, la segunda la fuerza de la integración. Actúan siempre
en conjunto, en un equilibrio difícil y siempre dinámico.
Por la fuerza de la autoafirmación cada ser se centra en sí mismo y
su instinto es conservarse defendiéndose frente a todo tipo de amenazas
contra su integridad y su vida. Nadie acepta morir. Quiere vivir, evolu-
cionar y expandirse. Esta fuerza explica la persistencia y la subsistencia
del individuo.
En este punto necesitamos superar totalmente el darwinismo social
según el cual solo los más fuertes triunfan y permanecen. Esta es una
media verdad que va a contracorriente del proceso evolutivo. Este no
privilegia a los más fuertes. Si así fuera, los dinosaurios estarían aún en-
tre nosotros. El sentido de la evolución es permitir que todos los seres,
también los más vulnerables, expresen dimensiones de la realidad y vir-
tualidades latentes dentro de la evolución. Este es el valor de la interde-
pendencia de todos con todos y de la solidaridad cósmica. Todos se en-
treayudan para coexistir y coevolucionar. Los débiles merecen también
vivir y tienen algo que decirnos.
Por la fuerza de la integración, el individuo se descubre integrado en
una red de relaciones sin las cuales, como individuo solo, no viviría ni so-
breviviría. C ada individuo viene de una familia, que pa rticipa en un grupo
de trabajo, que vive en una ciudad y que habita en un país con un tipo de
organización social. Está ligado a toda esta cadena. Así todos los seres
están interconectados y viven unos por los otros, con los otros, y para
los otros. El individuo se integra, pues, naturalmente en un todo mayor.
Aunque muera, el todo garantiza que la especie continúe permitiendo
que otros representantes vengan a sucedemos.
Es sabiduría humana reconocer que llega cierto momento de la vida
en el cual la persona debe despedirse agradecida para dejar espacio, has-
la físicamente, a otros que vendrán.
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E L C U I D A D O N E C E S A R I O
El universo, los reinos, los géneros y las especies, y también los seres
human os individualmente se equilibran entre estas dos fuerzas, la de auto-
afirmación del individuo y la de integración en un todo mayor. Pero este
proceso no es lineal y sereno. Es tenso y dinámico. El equilibrio de las
fuerzas nunca es algo dado, sino un hecho a alcanzar en todo momento.
Y aquí es donde entra el cuidado. Si no cuidamos, o puede prevalecer
la autoafirmación del individuo a costa de una insuficiente integración, y
entonces predom ina la violencia y la autoimposición. O puede triunfar la
integración al precio del debilitamiento y hasta de la anulación del indi-
viduo, y entonces gana la partida el colectivismo y el achatamiento de las
individualidades. El cuidado se traduce aquí en la justa medida y en la
autocontención para no privilegiar ninguna de estas fuerzas.
Efectivamente, en la historia social humana han surgido sistemas que,
o bien privilegian el yo, su desempeño, su capacidad de competición y
la propiedad privada, com o es el caso del sistema cap italista, o bien h acen
prevalecer el nosotros, lo colectivo, la cooperación y la propiedad social,
como es el caso del socialismo real. La intensificación de una de estas
fuerzas en detrimento de la otra l leva a desequilibrios, conflictos, gue-
rras y tragedias sociales y ambientales. En lo que se refiere al medio am-
biente, tanto el capitalismo como el socialismo han sido depredadores y
han em peora do las condiciones de vida de la mayoría de las p oblacion es.
En ambos sistemas el cuidado desapareció para dar paso a la voluntad
de poder, al enfrentamiento entre ambos e incluso a la brutalidad en las
relaciones mundiales, impulsando la carrera armamentista y persiguien-
do la dominación del curso del mundo.
¿Cuál es el reto que se le presenta al ser humano? El cuidado de bus-
car el equilibrio construido conscientemente y el hacer de esta búsqueda
un propósito y una actitud de base. Portador de conciencia y de l iber-
tad, el ser humano tiene esta misión que lo distingue de los demás seres.
Solo él puede ser un ser ético, un ser que cuida y se responsabiliza por
sí y por el destino de los otros. El ser humano puede ser hostil a la vida,
oprimir y devastar, pero puede ser también el ángel bueno, defensor y
protector de todo lo creado. Depende de si se empeña en cuidar o deja
que fuerzas oscuras e incontrolables asuman el rumbo de la historia.
Gracias a su l ibertad el ser humano no está sometido a la fatalidad
del dinamismo de la naturaleza. El puede intervenir y salvar lo más dé-
bil , impedir que una especie desaparezca o crear condiciones que dismi-
nuyan el sufrimiento. Frente a la ley del más fuerte, él hace valer la ley
del cuidado del más débil . Solo él puede hacer esto. Por eso fue consti-
tuido guardián de todos los seres y jardinero cuidador de los seres más
amenazados, que no pueden defenderse y subsistir por sí solos.
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C U I D A R D E L P R O P I O C U E R P O Y D E L C U E R P O D E L O S O T R O S
3. Los desafíos del cuidado del propio cuerpo
Después de esta larga introducción, surge la pregunta: ¿cómo cuidar de
nuestro propio cuerpo?
Ante todo, se impone el esfuerzo de mantener nuestra integridad y
unidad compleja. Debemos asumir nuestro enraizamiento en el mundo,
con sus relaciones de trabajo y de empeño por la supervivencia. Y hay
que hacerlo con entereza, sabiendo que somos la parte consciente e inte-
ligente del todo, capaz de valorar cada iniciativa, desde la que se refiere
a la higiene del cuerpo, hasta el trabajo más sofisticado de la inteligencia.
El ser humano-cuerpo es esa unidad compleja.
Es menester oponerse conscientemente a los dualismos que la cultu-
ra insiste en ma ntener, po r un lado el cuerp o d esvinculado del espíritu y
por otro lado el espíritu desmaterializado de su cuerpo. La propaganda
comercial explota esta dualidad, presentando el cuerpo no como la to-
talidad de lo humano, sino parcializándolo, sus músculos, sus manos, sus
pies, en fin, sus distintas partes. Las principales víctimas de esta fragmen-
tación son las mujeres, pues la visión machista se refugió en el mundo
mediático del marketing usando partes de la mujer, sus pec hos, su sexo
y otras partes, para seguir haciendo de la mujer un «objeto» de consumo
de hombres machistas. Debemos oponernos firmemente a esta deforma-
ción cultural.
También es importante rechazar el «culto al cuerpo» promovido por
la infinidad de gimnasios y otras formas de trabajo sobre la dimensión
física, como si el hombre/mujer-cuerpo fuese una máquina desposeída de
espíritu que busca desarrollos musculares cada vez mayores. Con esto no
queremos de ninguna manera desmerecer los distintos tipos de ejercicios
de gimnasia al servicio de la salud y de una integración mayor cuerpo-
mente, los masajes que renuevan el vigor del cuerpo y hacen fluir las
energías vitales, en particular las disciplinas orientales como el yoga, que
favorece tanto una postura meditativa de la vida, o el incentivo a una
alimentación equilibrada, incluyendo también el ayuno, bien como ascesis
voluntaria o como forma de armonizar mejor las energías vitales.
El vestuario merece una consideración especial. No solo tiene una
(unción utilitaria para protegern os de las intemperies. T iene que ver con
el cuidado del cuerpo, pues el vestuario representa un lenguaje, una for-
ma de revelarse en el teatro de la vida. Es importante cuidar de que el
vestuario sea expresión de un modo de ser y que muestre el perfil huma-
no y estético de la persona. Es especialmente significativo en la mujer,
pues ella tiene una relación más íntima con el propio cuerpo y con su
i uidado y apariencia.
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E L C U I D A D O N E C E S A R I O
Nada más ridículo y demostrativo de anemia de espíritu que las be-
llezas construidas a base de botox y de cirugías plásticas para ser aquello
que la vida no quiso que las personas fuesen. Sobre este embellecimiento
artificioso hay montada toda una industria de cosméticos y de prácti-
cas de adelgazamiento en clínicas y spas que difícilmente sirven a una
dimensión más integradora del cuerpo. Hay una belleza propia de cada
edad, un encanto que nace del trabajo de la vida y del espíritu en la ex-
presión «corporal» del ser humano. No hay photoshop que sustituya la
ruda belleza del rostro de un trabajador tallado por la dureza de la vida,
los rasgos faciales modelados por el sufrimiento y por la lucha de tan-
tas mujeres trabajadoras del campo, rasgos muchas veces de otro tipo
de belleza y personalidad. Ellas adquieren una expresión de gran fuerza
y energía. Hablan de la vida real y no de la vida artificialmente cons-
truida. Por el contrario, las fotos trabajadas de los iconos de la belleza
convencional están casi todos modelados por tipos de belleza a la moda
y disfrazan mal la artificialidad de la figura y la vanidad mediocre que
allí se revela.
Tales personas son víctimas de una cultura que no cultiva el cuidado
propio de cada fase de la vida, con su belleza y luminosidad, y también
con las marcas de una vida vivida que dejó estampada en el rostro y en el
cuerpo las luchas, los sufrimientos, las superaciones. Tales marcas crean
una belleza singular y una luminosidad específica, en vez de estancarse
en un tipo de perfil de un pasado ya vivido.
Cuidamos positivamen te del cuerpo regresando a la naturaleza y a la
Tierra, de las cuales nos habíamos exiliado hace siglos, con una actitud
de sinergia y de comunión con todas las cosas. Esto significa establecer
una relación de
biofilia,
de am or y de sensibilización hacia los animales,
las flores, las plantas, los climas, los paisajes y la Tierra. Cuando nos la
muestran desde el espacio exterior —esas preciosas imágenes trasmiti-
das por los telescopios o por las naves espaciales—, irrumpe en nosotros
un sentido de reverencia, de respeto y de amor por nuestra Casa Común
y nuestra Gran Madre, de cuyo útero venimos todos. Ella es pequeña,
cosmológicamente ya envejecida, pero radiante y llena de vida.
Tal vez el mayor desafío para el ser humano-cuerpo consiste en lo-
grar un equilibrio entre la autoafirmación sin caer en la arrogancia y el
menosprecio de los otros, y la integración en un todo mayor, la familia,
la comunidad, el grupo de trabajo y la sociedad, sin dejarse masificar y
caer en una adhesión acrítica. La búsqueda de este equilibrio no se re-
suelve de una vez por todas, debe de ser trabajada diariamente, pues se
nos pide en cada momento. Y cada situación, por extraña que parezca,
es suficientemente buena para encontrar el balance adecuado entre las
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C U I D A R D E L P R O P I O C U E R P O Y D E L C U E R P O D E L O S O T R O S
dos fuerzas que pueden desgarrarnos o pueden unificarnos y hacer más
leve nuestra existencia.
El cuidado de nuestro estar-en-el-mundo incluye nuestra dieta, lo
que comemos y bebemos. Hacer del comer más que un acto de nutrición
un rito de celebración y de comunión con los otros comensales y con
los frutos de la generosidad de la Tierra. Saber escoger los productos,
los producidos orgánicamente o los menos quimicalizados. Aquí entra el
cuidado como amorosidad para consigo mismo, que se traduce en una
vida sana, y como precaución contra eventuales enfermedades que nos
pueden sobrevenir por el aire contaminado, por las aguas mal tratadas
y por la intoxicación general del ambiente.
El ser humano-cuerpo debe dejar que se transparente la armonía in-
terior y exterior, como miembro de la gran comunidad terrenal y biótica.
4 .
E l cuidado del cuerpo de los otros, de los pobres y de la T ierra
La mayoría de los cuerpos humanos están enfermos, delgados y deforma-
dos por demasiadas carencias. Hay una humanidad-cuerpo hambrienta,
sedienta, desesperada por el exceso de trabajo con que es explotada y
por la humillación de ser tratados como carbón para ser consumido en
el proceso productivo, en la expresión del antropólogo Darcy Ribeiro.
Cuidar de los cuerpos de los empobrecidos y condenados de la Tie-
rra es luchar por políticas públicas, como las realizadas por el presidente
Lula con su programa Hambre Cero, con las cocinas comunitarias, con
las UPA (Unidades de Pron ta A tención ) y otras iniciativas que organizan
la solidaridad social para que todos puedan ver realizado su derecho a la
comensalidad y puedan comer lo suficiente y decente diariamente.
Contribuir a que las propias víctimas se organicen y con su fuerza
de presión y persuasión aseguren los medios de vida, como el trabajo, la
vivienda, la salud, el transporte, la educación y la seguridad. Se trata de sa-
ciar no solo el hambre de pan sino también su hambre de belleza, de tras-
cendencia, de comunión, siempre abierta a un desarrollo ilimitado.
Cuidar del cuerpo social es una misión política que exige una críti-
ca implacable contra un sistema de relaciones que trata a las personas
como cosas y les niega el acceso a los
commons,
o sea, a los bienes co-
munes de todo s los seres humano s, com o el alim ento, el agua, un pedazo
de tierra, la salud, la vivienda, la cultura y el transporte.
En verdad, dada la degradación generalizada de los pobres, se im-
pondría una verdadera revolución, en el sentido literal de la palabra. Pero
no basta quererla. Se necesitan las condiciones histórico-sociales que la
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E L C U I D A D O N E C E S A R I O
hagan viable y victoriosa. Es la utopía mínima a ser realizada hasta por
un mínimo sentido humanitario.
Hoy más que en otras épocas, urge cuidar del cuerpo de la Madre
Tierra, marcado por heridas que no se cierran. Hay devastaciones ini-
maginables en el reino animal, en el vegetal, en los suelos, en los subsue-
los y en los mares. Ya hemos abordado en los capítulos anteriores esta
problemática. O cuidamos del cuerpo de la Madre Tierra o corremos
el riesgo de que ella no quiera hospedarnos más y nos expulse como se
hace con una célula cancerígena. Cuidar del cuerpo de la Tierra es cui-
dar de los residuos, de la limpieza general de las calles, de las plazas, de
las aguas, del aire, de los transportes, interesarse por todo lo que tiene
que ver con su estado, siguiendo por los medios de comunicación cómo
está siendo tratada, agredida o cuidada y rescatada.
Por último, permítanme recordar el mensaje cristiano que por la en-
carnación del Hijo de Dios santificó la materia y también la eternizó.
La resurrección del hombre de los dolores, l lagado y crucificado, Jesús,
viene a confirmar que el fin de los caminos de Dios no es un «espíritu»
sin la materia, sino el ser hum ano -cuerp o transfigurado y elevado al más
alto grado de su evolución, penetrando en el espacio de lo Divino. Es el
supremo cuidado que Dios mostró con el ser humano-cuerpo, asumién-
dolo dentro de su propia realidad.
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C U I DA R DE L A PR OPI A PSIQU E Y DE L A PSIQU E DE L OS O T R O S
El ser humano-cuerpo posee interioridad y subjetividad. Él, todo entero,
es un ser de interioridad (vida psíquica y mental), entretejida de emocio-
nes, sentimientos, pasiones, sueños y utopías. Es el ser humano-psique.
Igual que hay un universo exterior hecho de caos y cosmos, de órdenes-
desórdenes-nuevos órdenes, de devastaciones aterradoras y de emer-
gencias prometedoras, así también hay en nosotros un mundo interior,
atravesado por convulsiones o por brisas leves, por paisajes aterradores o
sorpresas alentadoras.
1. El viaje hacia el propio Centro
Como observaba el gran conocedor de los meandros de la psique hu-
mana C. G. Jung: el viaje hacia el propio Centro puede ser más largo y
peligroso que el viaje a la luna y las estrellas.
En el interior humano habitan ángeles y demonios, tendencias que
pueden llevar a la locura y a la muerte, y energías de extrema generosi-
dad y de amo r incondicional.
Una pregunta nunca resuelta entre los pensadores de la condición hu-
mana es: ¿cuál es la estructura de base de nuestra interioridad, de nue stro
ser psíquico? Hay muchas interpretaciones y muchas escuelas de intérpre-
tes, pero no es este el lugar para abordar esa compleja cuestión.
Sin mayores mediaciones, sostenemos que la razón no irrumpe como
la realidad primera. Antes de ella hay todo un universo de pasiones y
emociones que agitan al ser humano. Por encima de la razón está la inte-
ligencia mediante la cual intuimos la totalidad, nuestra abertura al infi-
nito y el éxtasis de la contemplación del Ser. Las razones comienzan con
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la razón. La razón misma es sin razón, simplemente está ahí, un misterio
que pide ser descifrado, y que tal vez nunca lo sea totalmente.
Pero ella remite a dimensiones más primitivas de nuestra realidad
hum ana de las cuales se alimenta y que la atraviesan en todas sus exp re-
siones. La razón pura kantiana es una ilusión. La razón siempre viene
impregnada de emoción y de pasión (Demo 1997, 45-57). Este parece
ser el consenso en la epistemología que ha incorporado las contribuciones
de la física cuántica y de la moderna cosmología, la cual en el discurso
sobre el universo incluye la presencia del espíritu y de la subjetividad.
Conocer es siempre entrar en comunión interesada y afectiva con
el objeto del conocimiento. Bien lo expresa la palabra francesa para co-
nocer :
connaître
, que significa nacer jun to con la cosa. En portugués y
en español tenemos la palabra
conceito/concepto,
resultado del con oci-
miento, que significa algo que fue concebido en la relación entre sujeto
y objeto.
2 . Siento, luego existo
Apoyado por una pléyade de otros pensadores, he sostenido a lo largo
de mi producción intelectual que el estatuto de base del ser humano no
reside en el cogito cartesiano (pienso, luego existo ), sino en el sentio (sien-
to, luego existo), en el sentimiento profundo. Este nos pone en contacto
vivo con las cosas, haciendo que nos sintamos parte de un todo mayor,
siendo afectados por el mundo circundante y afectándolo por nuestra
parte.
Más que las ideas y visiones de mundo, son las pasiones, los sen-
timientos fuertes, las experiencias germinales, es la amistad, el amor y
también sus contrarios, los rechazos y los odios avasalladores, los que nos
mueven y nos ponen en marcha. Ellos nos levantan, nos hacen arrostrar
peligros, atravesar abismos, enfrentarnos a fieras y poner en juego la pro-
pia vida.
Reforzamos lo que hemos afirmado hasta la saciedad a lo largo de
estas reflexiones. Lo primero es la razón cordial, sensible, emocional.
Sus bases biológicas son las más antiguas, ligadas a la aparición de la vida,
hace 3.800 millones de años, cuando las primeras bacterias irrumpieron
en el escenario de la evolución y comenzaron a dialogar químicamente
con el medio, a intercambiar energía y materia para poder sobrevivir. Este
proceso se profundizó a partir del momento en que surgió el cerebro lím-
bico, el de los mamíferos, cerebro portador de cuidado, ternura, cariño y
amor por la cría, gestada en el seno de esta especie nueva de animales, a
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la cual también pertenecemos nosotros. Con los seres humanos alcanzó
el nivel autoconsciente e inteligente. El ser-psique-humano está vincula-
do a esta tradición primigenia.
La historia del pensamiento occidental, logocéntrica y antropocén-
trica, reservó al sentimiento un lugar secundario y hasta lo ha colocado
bajo sospecha por perjudicar la pretendida objetividad del conocimiento
científico. Tal exceso de racionalismo llegó a producir en algunos sectores
de la cultura una especie de lobotomía, es decir, una completa insensibi-
lidad ante el sufrimiento humano y los padecimientos por los cuales ha
pasado la naturaleza y el planeta Tierra.
Pero podemos decir que a partir del romanticismo europeo (con
Goethe y otros) se comenzó a rescatar la razón sensible. El romanticis-
mo es más que una escuela literaria, es un sentimiento del mundo, de
pertenencia a la naturaleza y de integración de los seres humanos en la
gran cadena de la vida (Lówy y Sayre 2008).
Hemos demostrado anteriormente que, en los últimos tiempos, el
afecto, el sentimiento y la pasión ( patbos ) han adquirido centralidad. Este
paso es hoy imperativo, pues solamente con la razón
(logos)
no es posible
explicar las graves crisis por las que atraviesa la vida, la humanidad y
la Tierra. Un grave equívoco de nuestra cultura fue haber puesto todo
el peso sobre la razón, como si ella sola fuese omnipotente y capaz de re-
solver todos los problemas. Además, todo conocimiento es complejo e
impreciso por naturaleza. La razón tiene que estar integrada dentro del
conjunto de las potencialidades de comprensión humana, sin las cuales
no podemos construir una realidad social integrada y de rostro humano.
Si no volvemos a sentir a la Tierra con afecto y amor, como nuestra
Madre, y a nosotros como la parte consciente e inteligente de ella, di-
fícilmente nos moveremos para salvar la vida, sanar heridas e impedir
catástrofes humanitarias y ecológicas.
Uno de los méritos innegables de la psicología moderna y del psi-
coanálisis a partir de su maestro-fundador Sigmund Freud, fue el de ha-
ber establecido científicamente la pasionalidad como la base, en grado
cero , de la existencia hu mana. L o que interesa a un psicoanalista cuando
atiende a un paciente no es lo que piensa sobre su padre, su madre, sobre
sí mismo y sobre su mundo de relaciones, sino lo que siente ante estas
realidades. Cómo lo afectan y le turban la interioridad. El trabajo se hace
.1 partir de los sentimientos y de las reacciones afectivas en busca del equi-
librio perdido y de la serenidad interior.
Para nuestras reflexiones acerca del cuidado del ser humano-psique
no es necesario entrar a discutir las distintas escuelas que tratan de inter-
pretar los fundamentos de la pasionalidad humana. Freud, por ejemplo,
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la coloca en la integración de la libido, Jung en la búsqueda de la indi-
viduación, Adler en el dominio sobre la voluntad de poder, Cari Rogers
en el desarrollo de la personalidad, Abraham Maslow en el esfuerzo de
autorrealización a partir de las potencialidades latentes. Se podrían citar
otros nombres, como Reich, Lacan, la Escuela de Terapeutas y el beha-
viorismo de Pavlov y de Skinner.
Todo un aban ico. Lo cierto es que todos ellos comulgan con esta co n-
vicción colectiva del trasfondo emocional y pasional de la existencia
humana.
Lo que se puede afirmar es que, independientemente de las distintas
escuelas psicoanalíticas y filosóficas, el ser humano-psique es un univer-
so constituido de pulsiones, emociones, sentimientos, pasiones, arque-
tipos ancestrales, imágenes cargadas de significado, símbolos poderosos
y fuertes energías de vida y de muerte, como el poder, la sexualidad, el
amor y el odio. Todas estas realidades psíquicas tienen su lado positi-
vo y su contrapartida negativa. Ellas pueden elevar al ser humano hasta
las cumbres de la contemplación y de la fusión con la Divinidad, igual
que pueden hundirlo hasta el abismo más profundo de la barbarie y de
la violencia, de las cuales la historia de las guerras y de las torturas del
siglo xx y de comienzos del siglo XXI nos ofrece los más aterradores es-
cenarios.
Es importante considerar las imágenes poderosas que se mueven por
la interioridad humana. Surgen del fondo de la psique y recogen expe-
riencias determinantes, ya sean dramáticas o inspiradoras, hechas por
el inconsciente colectivo. Es imprescindible prestarles especial cuidado
para deshacer sus efectos perturbadores y potenciar los benéficos con
otras imágenes más integradoras.
3. La estructura del deseo d el ser hum ano
Un dato a resaltar, sin embargo, entre otros importantes, por su rele-
vancia y por la gran tradición de que goza es la estructura del deseo que
marca la psique humana. Desde Aristóteles, pasando por san Agustín y
por los medievales como san Buenaventura (llama a san Francisco
vir
desideriorum,
un hom bre de deseos), por Schleiermacher y M ax S cheler
en los tiempos m oderno s, y culminando por Ernst Bloch, René Girard y
Sigmund Freud, en los tiempos más recientes, todos afirman la centrali-
dad de la estructura del deseo.
El deseo no es un impulso cualquiera. Es un motor que dinamiza y
pone en marcha toda la vida psíquica. Goza de la función de un princi-
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pió, traducido también por el filósofo Ernst Bloch como principio espe-
ranza.
Por su naturaleza, no tiene límites. El ser hum ano-psique no desea
solo esto o aquello, desea la totalidad. No desea solamente la vida, sino
su inmortalidad. No desea solo la plenitud del hombre, busca el super-
hombre, aquello que sobrepasa infinitamente lo humano, como afirmaba
Nietzsche. El deseo es infinito y confiere carácter de infinito al proyecto
humano.
El deseo hace dramática y a veces trágica la existencia, pero cuando
se realiza, da una felicidad sin igual. En cualquier caso, el deseo no co-
noce descanso ni una paz perpetua. El ser humano-psique está siempre
buscando el objeto adecuado a su deseo infinito. Y no lo encuentra en
su campo de experiencia de estar-en-el-mundo-con-los-otros. Aquí so-
lamente encuentra finitos.
Cuando el ser humano identifica una realidad finita como si fuera
el objeto infinito buscado, se produce en él una gran desilusión. Puede
ser la persona amada, una profesión muy deseada, una propiedad, un
viaje por el mundo, un coche, una casa acogedora. Llega el momento,
que por lo general no tarda mucho, de percibir su insatisfacción de base
y de sentirse llamado por algo que le haga finalmente descansar.
Las realidades deseadas le parecen poco y lo único que hacen es au-
mentar el vacío interior, grande, del tamaño de Dios. ¿Cómo salir de este
impasse
, provoca do por el deseo infinito? ¿M ariposear de un ob jeto a
otro sin encontrar nunca reposo? ¿O perseguir otra ruta que no se da en
el simple espacio-tiempo sino a otro nivel? Tiene que ponerse seriamen-
te en busca del verdadero objeto de su deseo. Este es el Ser y no el ente,
es el Todo y no la parte, es el Infinito y no lo finito. Después de mucho
peregrinar, el ser humano es llevado a hacer la experiencia del cor in-
quietum de Agustín de H ipon a, el incansable hom bre de deseo, el infati-
gable peregrino del Infinito. En su autobiografía declara con sentim iento
conmovedor:
Tarde te amé, oh Belleza tan antigua y tan nueva. Tarde te amé.
Estabas dentro de mí y yo estaba fuera.
Estabas conmigo y yo no estaba contigo.
Tú me llamaste, gritaste y venciste mi sordera.
Tú mostraste tu Luz y tu claridad expulsó mi ceguera.
Tú esparciste tu perfume y yo respiré.
Yo suspiro por ti , te saboreo, tengo hambre y sed de ti.
Tú me tocaste y yo ardo en deseo de tu paz.
Mi corazón inquieto no descansará hasta reposar en ti.
(Confesiones, libro X, n. 27)
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Aquí hemos descrito el curso del deseo que busca y encuentra su os-
curo objeto siempre deseado en el sueño y en la vigilia. Solo lo Infinito
del Ser infinito se adecúa al deseo infinito del ser humano. Solo enton-
ces entra en el sábado del descanso humano y divino.
Como vemos en estas reflexiones, el ser humano-psique es objeto
de especial cuidado . El se enfrenta a una realidad altam ente ex plosiva y de
difícil control. Son energías volcánicas en continua actividad. ¿Cómo ma-
nejarlas? Vamos a dar algunas indicaciones.
a)
La acogida de la cond ición humana
El primer cuidado es la acogida de esta condición humana, del univer-
so subjetivo con sus potencialidades y contradicciones. Aquí no cabe la
moralización que condena o aprueba de antemano, por muy tortuosas
dimensiones que se presenten. También lo inhumano pertenece a lo hu-
mano, y debe ser asumido como realidad dada y como desafío.
Las pasiones empujan al ser humano para todos lados. Algunas lo
dirigen hacia la generosidad, otras al egocentrismo. Aquí se manifiestan
también las dos polarizaciones que señalamos en el capítulo anterior:
la autoafirmación y la integración. Integrar sin reprimir estas energías
exige especial cuidado y no pocas renuncias.
b) La construcción de la síntesis personal
Lo que el ser humano-psique es llamado a construir es una síntesis per-
sonal que es la búsqueda del equilibrio de estas energías poderosas. Ni
hacerse víctima de la obsesión por una determinada pulsión, como por
ejemplo, la sexualidad, ni reprimirla violentamente como si se pudiese
eliminar su vigor. Lo que importa es integrarla en el contexto global de
la vida, como expresión de afecto, de cariño, de amor y de estética, y
mantenerla bajo vigilancia pues tenemos que vernos con una energía vital
y cósmica (ligada a la producción de la vida), no totalmente controlable
por medios racionales sino por vías simbólicas de sublimación y de ca-
nalización para otros propósitos humanísticos.
El cuidado básico es la conquista del señorío sobre sí mismo que
consiste fundamentalmente en crear un proyecto de vida coherente
que canalice y dé rumbo a todas estas pulsiones. Algunas merecen más
cuidado y precaución por causar efectos nocivos, como por ejemplo, la
voluntad de poseer, de acumulación y de poder sobre otros. Cada uno
debe aprender a ver y aprender a renunciar, en el sentido de una ascesis
que libera de dependencias y crea libertad interior, uno de los dones más
preciosos de la existencia humana.
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C U I D A R D E L A P R O P I A P S I Q U E Y D E L A P S I Q U E D E L O S O T R O S
c)
Cu idado co m o precaución co ntra las asechanzas de la vida
El cuidado como preocupación y precaución nos previene contra ase-
chanzas que la misma vulnerabilidad humana nos puede preparar. No
somos omnipotentes, ni dioses inalcanzables por los dramas humanos.
En realidad, podemos vacilar, mostrarnos débiles y a veces cobardes. Si
sabem os de nuestra exposición a las dimen siones de somb ra y a nuestros
puntos débiles, podemos cuidarnos y precavernos contra situaciones que
pueden hacernos caer y perder nuestro Centro.
Tal vez una de las claves más inspiradoras nos la ha ofrecid o C. G . Jung
con su propuesta psicoanalítica de construir, a lo largo de la vida, un
proceso de individuación. Este proceso posee una dimensión holística.
Asume con intrepidez y humildad todas las pulsiones, imágenes, arqueti-
pos, percibidos en su interior profundo. Cada uno puede sentirse como
un pequeño Hitler o como un Gandhi. San Agustín decía osadamente
que podemos ser simultáneamente Cristo y Anticristo. En cada persona
se verifica la convergencia de las oposiciones. Oye el rugir de las fieras
que lo habitan pero también el canto del tordo que le cautiva. ¿Cómo
crear una unidad interior cuyo efe cto sea la vivencia de la libertad, de la
alegría de vivir y de la felicidad?
C. G. Jung sugiere que cada cual procure crear un Centro fuerte, un
Self
unificador que tenga la función que tiene el sol en el sistema solar.
Este consigue atraer en torno a sí a todos los planetas, desde los más ári-
dos com o Sa turno a los más vitales com o la Tierra. Sateliza a todos de for-
ma arm oniosa, y así surge el sistema solar con toda su elegancia y b elleza.
Algo semejante debe ocurrir con el ser humano-psique: cuidar de
crear un Cen tro parecido. Alimen tarlo con reflexión, con interiorización,
con meditación, con hacerlo disponible para sí mismo. Y no en último
lugar, abrirse a la dimensión de lo Sagrado y de lo Espiritual. La reli-
gión como institución no es raro que cercene la vida espiritual de los
fieles por exceso de doctrinas, de ritos anacrónicos y de normas morales
demasiado rígidas. Pero la religión como espiritualidad desempeña una
función fundamental en el proceso de individuación. Cabe a ella ligar y
re-ligar a la persona con su Centro, con todas las cosas, con el universo,
dándole un sentimiento de pertenencia y de conectividad también con
la Fuente originaria de todo ser.
La religión ha ejercido siempre en la historia esta función de anclar
i las personas en significados trascendentes que lanzan alguna luz sobre
los dramas humanos y abre la perspectiva de una vida que va mas allá de
l.i vida. Cuidar de su interioridad, condición de paz interior y de supe-
i
ación del sentimiento de soledad y de abandono (Boff 2002b).
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El cuidado del ser humano-psique engloba también a los otros que
participan de su vida y del ambiente psíquico de toda la sociedad. El des-
garro de las relaciones sociales, que se revela en los jóvenes drogode-
pendientes, en la ruptura de cualquier límite y en la violencia asesina
practicada en escuelas o en las matanzas de personas negras, pobres y
hom osexuales u homoafectivos , m uchas de ellas absolutamente inocen-
tes, asesinadas simplemente por ser lo que son, muestran la desestructu-
ración psíquica de toda una sociedad.
d) Cuid ado com o precaución por la salud social
El cuidado y la preocupación por la salud social no pueden quedarse al
margen de la educación humanística, ética y ciudadana. El gran obstáculo
reside en la lógica misma del sistema imperante, que magnifica perma-
nentemente el individualismo, el consumo de bienes materiales, la falta
de preocu pació n por los valores intangibles y civilizatorios de la gentile-
za, del buen trato y del respeto a cada persona. Al contrario, a través de
los medios de comunicación de masas se difunde y exalta la brutalidad,
el uso de la violencia para resolver los problemas, y se inculca la prepo-
tencia y la arrogancia de los «héroes» mediáticos.
Donde no prevalezca el cuidado, ¿cómo podrá despuntar la vida,
dado que el cuidado pertenece a la esencia de la propia vida, sea perso-
nal sea social? Esta destrucción sistemática del universo del cuidado es
un indicio irrefutable de la decadencia de una civilización, mina su base
de sustentación y se autocondena a desaparecer.
Es el caso de nuestra moribunda civilización occidental que se ha
globalizado y que, junto con valores inestimables que exaltan lo huma-
no, ha llevado también su virus letal del pensamiento único, del espíritu
imperial y de la arrogancia de saber y hacer mejor que los otros a todos
los rincones del planeta. Ciertamente, tienen que venir tiempos de vida
y de cuidado más promisorios.
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CUIDAR DEL PROPIO ESPÍRITU Y DEL ESPÍRITU DE LOS OTROS
Lo m ismo que hicimos con el conc epto de cuerpo, vamos a hacerlo ahora
con el concepto de espíritu. Nos proponemos ampliar su comprensión,
pues somos herederos de una interpretación que empobrece su realidad.
Nos ayudan las ciencias de la vida y la nueva cosmología, que en el proce-
so evolutivo no solo toman en consideración sus aspectos físicos y deter-
minísticos sino que incluyen lo que es más importante, como la vida, la
subjetividad y la conciencia.
Todas estas dimensiones revelan el universo en su exterioridad, que
la física y la astrofísica captan, pero también en su interioridad, que las
ciencias de la vida intentan descifrar.
1. Qué es el espíritu en la nueva cosmo logía
Entender el espíritu como una sustancia invisible e inmortal es decir me-
dia verdad y limitar su amplitud. No dice nada sobre su enraizamiento
en el universo ni habla de su lugar en el conjunto de todas las relacio-
nes, ya que todo es relación y no existe nada fuera de la relación. No
hay un espíritu como sustancia inmortal que exista en sí y para sí mismo.
El espíritu se encuentra siempre enraizado en la materialidad del proceso
evolutivo.
Hoy nos es permitido afirmar que el espíritu posee la misma ances-
tralidad que las energías y la materia originaria. El ya estaba presente
en el momento inicial del universo (Zohar 1991). Esta idea se volvió
más convincen te cuan do se descubrió que la materia no posee solamente
masa y energía, sino que tiene también una tercera dimensión: es porta-
dora de información.
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La información nace del juego de relaciones que todos los seres man-
tienen entre s í . Cuando los dos primeros hadrones (primera formación
de la materia) o enseguida los top quarks (las partículas menores de ma-
teria subatómica) se encontraron, ocurrió un intercambio de energía y
de materia . Cada cual se modif icó . Quedaron marcas de ese encuentro.
Estas marcas que se van acumulando son las informaciones.
Todos los seres son productores y portadores de informaciones, que
son inscritas en su código genético. Estas se van almacenando y organi-
zando más y más a medida que el universo avanza y adquiere una com-
plejidad mayor. A nivel humano se alcanza un estadio elevadísimo de
comp lej idad hasta el punto de aparecer la información c om o conciencia
refleja (Morin 2003). Ella está en cada parte de nuestro «cuerpo» (el códi-
go genético presente en cada célula) pero se organiza en órdenes a partir
del cerebro, cuyo número de neuronas asciende a cifras de miles de mi-
llones con billones de sinapsis (conexiones) entre ellas.
Es importante resaltar que esta conciencia pertenece al universo, en
nuestro caso a nuestra galaxia, a nuestro sistema solar, y, finalmente, a
cada persona humana. La conciencia posee su prehistoria hasta irrumpir
en nosotros. Nosotros no tenemos espír i tu como no tenemos cuerpo.
Somos ser humano-espír i tu así como somos ser humano-cuerpo, como
ya señalábamos anteriormente.
¿Qué es el ser humano-espíritu o el espíritu humano? Es aquel mo-
mento de la conciencia en que él se da cuenta de sí mismo, se siente parte
de un todo mayor y se abre al Infinito. El espíritu es el ápice de la au-
toconciencia.
¿Y cuál es la singularidad del espíritu? Reside en su capacidad de crear
unidad, de hacer una síntesis de las informaciones y formar un cuadro co-
herente; es la capacidad de discernir en las partes el Todo y en el Todo
las partes, pues comprende que hay un hilo conductor, un eslabón que
une y re-une todas las cosas. Ellas no están tiradas ahí arbitrariamen-
te; se articulan en órdenes de las más diferentes formas. Constituyen un
Todo orgánico, sistèmico y holístico, fruto de la conexión cósmica de
base (Lasz lo 2001 , 203-210) .
Este Todo no es algo establecido de una sola vez. Es un Todo dinámi-
co. Pasa por fases caóticas y desordenadas para enseguida reordenarse y
adquirir nuevamente equi l ibrio y armonía (Prigogine y Stengers 1997) .
Espíritu, por lo tanto, es la capacidad presente en el universo de crear
síntesis de las relaciones y unidades sistémicas a partir de esas relaciones.
El espíritu es un principio cosmológico, es decir, pertenece a la estructura
y a la dinámica del universo y permite entender el universo tal como es,
pues esta es su función como principio. Por eso se dice que el universo
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es espiritual, pensante, consciente, porque él es coherente, panrelacional
y auto-organizativo. En su debido grado, todos los seres participan del
espíritu (Goswami 1998).
La diferencia entre el espíritu de una selva y el espíritu del ser hu-
mano no es de
principio
sino de
grado.
En am bos funciona el mism o
principio pero de forma diferente. En nosotros, creando subjetividad,
unidades significativas y alta capacidad de relación. En la selva, con una
expresión propia, gestando también una unidad y una totalidad diná-
micas, entrelazando las relaciones de forma que la selva aparece como
selva, conectada a su vez con todo el universo, con sus energías y con
las fuerzas directivas de la vida y de la Tierra.
2. Cara cterísticas del ser hum ano-espíritu
Formulada esta comprensión inicial, cabe preguntar: ¿Cuáles son las ca-
racterísticas distintivas del ser humano-espíritu o del espíritu humano?
a)
Un ser de trascenden cia
La primera y más inconfundible de todas ellas es su dimensión trans-
personal, llamada también de trascendencia. Dimensión transpersonal o
trascendencia significa aquí que el ser humano no está encerrado y limita-
do a su propia realidad. El siempre desborda y traspasa cualqu ier límite.
Trascenden cia es estar abierto en totalidad a sí m ismo, al otro , al mu ndo
y al Infinito. Es su apertura total (Boff 2002c).
Por eso, se dice que el ser humano-espíritu habita las estrellas, es de-
cir, con su espíritu atraviesa los espacios infinitos y supera todos los lími-
tes temporales que se le antojen. Por ser un ser de trascendencia, el ser
humano-espíritu es pan-relacional. Puede entablar relaciones con todos
los tipos de seres. Para él no hay horizontes cerra dos. Cada h orizon te se
abre a otro y a otro, y así indefinidamente. Esta es la razón por la que
hemos afirmado en el capítulo anterior (donde abordamos el ser huma-
no-psique) que el ser humano es un proyecto infinito y está devorado
por un deseo nunca saciable, a no ser en la com unión con el Infinito real
que es la Ultima Realidad, Dios.
h)
La conexión con el Todo
lisa capacidad de trascendencia liga al ser hum ano-espíritu con el Todo .
I I ser humano se siente sumergido en él y se percibe parte de él. Ese
lodo no está en ningún lugar, por eso está en todos los lugares.
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Es propio del ser humano-espíritu interrogarse sobre la naturaleza
de ese Todo que lo envuelve. Todos los nombres de cualquier lengua y
cultura terminan diciendo: es el Ser o simplemente Dios. Lo extraordi-
nario del hombre/mujer-espíritu es poder entrar en comunión con Dios,
agradecerle la grandeza del universo y el don de la vida. Alabarlo por su
magnanimidad y amor, por haber creado todas las cosas y seguir dicien-
do en cada momento: ¡Fiat, hágase, renuévate, existe Danzar ante él y
cantarle himnos y alabanzas.
Pero también, a causa del caos que puede manifestarse en el univer-
so, en la Tierra y en la vida, llorar delante de él y preguntar: ¿Por qué,
oh Dios? ¿Por qué permites la muerte de tantos inocentes en un tsunami
y en un terremoto, o como relata la crónica cotidiana, la muerte de un
estudiante por una bala perdida en un tiroteo entre policías y bandidos?
Todos nos hacemos un poco el Job que cuestiona, critica, se rebela ante
Dios para, finalmente, callar reverente ante el misterio porque, a pesar
de todo, descubre que Dios es el supremo aman te de la vida (Sb 11,26)
que no perm itirá que el luto, las lágrimas y la desgracia tengan la última
palabra.
c) Un ser de libertad com o autodeterminación
Otra característica del ser humano-espíritu es su libertad. Libertad es la
capacidad de autodeterminación personal. Siempre hay elementos deter-
minantes venidos de los varios enraizamientos que presenta la existencia:
de origen, de clase, de color, de inteligencia, etc., pero el ser humano
puede enfrentarse po r sí mismo a estos condicionam ientos. Puede asumir-
los, rechazarlos y modificarlos. En él reside una fuerza que le permite
sobreponerse a ellos.
Estos lo limitan (no hay libertad sin límites), pero no lo pueden apri-
sionar. Incluso esclavizado con cadenas de hierro es libre, pues esa es su
esencia en cuanto espíritu.
La historia humana es la historia de la libertad, del romper amarras,
de la conquista de espacios de autodeterminación y de la plasmación de
su vida y su destino. En la historia que conocemos, la libertad, si bien
intrínseca al ser human o, nunca es simplem ente con cedida, sino con quis-
tada en un proceso de liberación. Liberación es la acción que crea liber-
tad. Paulo Freire, el gran educador, nos dejó esta lección: nadie libera a
nadie; nos liberamos siempre juntos.
Toda creatividad, todo el universo de las artes, de la ciencia y de la
técnica tienen como base la libertad. Sin libertad la comunicación se trans-
forma en farsa y la palabra esconde más de lo que revela.
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Pero, principalmente, la libertad hace al ser humano un ser ético,
responsable de sus actos y de las consecuencias de sus actos, que decide
sobre el bien y el mal para él y para los otros. La libertad le permite ser
un ángel bueno o un malhechor y criminal.
Solo un ser libre puede donarse totalmente a otro o a una causa y
hacerse mártir. Hay valores por los cuales vale la pena dar la vida. Mo-
rir así es digno. Estas personas que se sacrifican, especialmente contra
los que secuestran la libertad y se arriesgan por reconquistarla para sí y
para los demás, permanecen en la memoria de la sociedad. A ellas, no a
sus verdugos, se les levantan monumentos y se les escriben poemas.
Por la calidad del ejercicio de nuestra libertad seremos juzgados por
el tribunal supremo. Por ella se define nuestro destino último y el marco
definitivo de nuestra existencia.
d) La capacidad de amar y de perdona r
Otra característica singular del hombre-espíritu es su capacidad de amar.
El amor irrumpe como una fuerza cósmica, cantada por Dante Alighieri
en La divina comedia y por todo s los grandes espíritus. El am or es tan
excelente que para los cristianos define la naturaleza íntima de Dios: Dios
es amor (1 Jn 4,8 ).
Campos lo ha dicho bien: «El acto de cuidar es la materialización
de un sentimiento de amor» (2005, 59). Amar es hacer don de sí mis-
mo al otro, y entregarse incondicionalmente a él o a ella, es hacer lo
imposible para estar junto a la persona amada, es sentirla dentro, es no
entender más la vida sin él o sin ella, es experimentar el infierno cuando,
por cualquier razón, el amor ya no existe más o no tiene vuelta atrás.
Sin el amor desaparece todo el brillo, toda la alegría y el sentido de la
vida. Perder el amor es querer morir.
El ser humano-espíritu puede también odiar, rechazar, torturar bár-
baramente, bestializarse completamente cuando se deja llevar por la ira y
el deseo de destrucción. Esta sombra forma también parte de su realidad.
Pero el ser humano-espíritu también puede perdonar. Es otra carac-
terística suya. Perdonar no es olvidar la herida que todavía sangra sino
no ser rehén de ella ni seguir aferrado al pasado. Perdonar es liberarse
para el mañana y para nuevas experiencias.
e) La capacidad de comp asión
Jun to con el perdón viene la capacidad de compa sión, una de las caracte-
rísticas más nobles del espíritu. Compasión, tan necesaria ante el océa-
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E L C U I D A D O N E C E S A R I O
no de sufrimiento en el que están sumergidas la humanidad y la Madre
Tierra, es asumir el lugar del otro, no dejarle sufrir solo, ofrecerle un
hom bro, tenderle una mano, llorar con él y ponerse solidariamente a su
lado en el mismo camino (Boff, 2001b).
Pero también la ausencia de generosidad y de com pasión puede asum ir
formas apocalípticas. Tres días antes de suicidarse, el 27 de abril de 1945,
Hitler escribió en su diario: Al final de todo, me viene el arrepentimiento
de haber sido tan generoso (Johnson 20 1 1) . Generosidad siniestra, por no
haber conseguid o d ar una solución final a los judíos (Endlósung ) —envió a
las cámaras de gas a seis m illones— y no haber podido mandar e xtermina r
a treinta millones de esclavos como había decidido.
f ) El eterno buscador
Otra característica del ser humano-espíritu es la de ser el eterno inte-
rrogador, atormentado permanentemente por preguntas últimas. Solo
él las hace porque es portador de autoconcien cia, inteligencia y percep-
ción del Todo: ¿Quién creó el universo? ¿Por qué los miles de millones
de galaxias con sus incon tables estrellas y planetas? ¿Por qué estoy aqu í?
¿Por qué y para qué nací? ¿Cuál es mi lugar y mi misión en este con-
junto indescifrable de seres? ¿Cómo debo comportarme ante el otro y
la naturaleza? Terminada mi jornada en este pequeño planeta, ¿adonde
voy? ¿Qué puedo esperar al final?
Las respuestas no están codificadas en ningún manual, aunque todos
los textos sagrados e innumerables filosofías se esfuercen por ofrecer res-
puestas apaciguadoras. Pero ninguna de ellas sustituye nuestra propia ta-
rea existencial de formular una respuesta personal que compromete todo
el ser.
Puede que las personas más escépticas y descreídas consigan rehuir
estas indagaciones por un tiempo, pero como pertenecen a la estructura
de nuestro espíritu, surgen de nuevo cuando menos se espera y no hay
cómo evitarlas porque tienen la fuerza intrínseca de volver una y otra vez.
No sin razón son los ateos las personas que más hablan de Dios, aunque
sea para negarlo. Negación que no consigue matar la pregunta existencial.
Repunta de nuevo con el vigor de un brote después de una lluvia en tierra
reseca.
g) Un ser capaz de una gran Síntesis
Finalmente, una característica básica del espíritu es su capacidad de sín-
tesis. Como la naturaleza del ser humano-espíritu es relacional, le cabe
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C U I D A R D E L P R O P I O E S P I R I T U Y D E L E S P I R I T U D E L O S O T R O S
a él hacer la síntesis entre el cielo y la Tierra, entre lo inmanente y lo
Trascend ente, entre la exterioridad y la interioridad . Así co m o la psique
necesita un Centro para ordenar todas las energías y pulsiones que la
habitan, el espíritu se siente herido o escindido si no logra una Síntesis,
no teórica, sino vital-existencial, que dé dirección a su vida. Por eso cada
persona posee consciente o inconscientemente una cosmovisión, es de-
cir, una lectura del mundo, una interpretación del curso de la historia,
una visión de conjunto.
El espíritu no aguanta una esquizofrenia existencial que separa, opo-
ne, desune y atomiza la realidad. El necesita un marco ordenad or de toda s
sus experiencias, ideas y sueños.
Mucho más se podría decir del ser humano-espíritu, pero nos bas-
tan estas referencias para fundamentar nuestro intento de pensar la rea-
lidad a la luz del paradigma del cuidado.
3. Cu idar del espíritu: v ivir la espiritualidad
Como se deriva de las reflexiones hechas, el espíritu es una realidad tan
sutil y sujeta a tantos percances —justamente por ser lo mejor y más alto
de noso tro s— que debemos cuidarlo celosamente y preocuparnos de pre-
servarlo con todo su carácter infinito.
a)
La espiritualidad m ás allá de la religión
Cuidar del espíritu conlleva cultivar la espiritualidad (Boff 2002b; Le-
loup 1996, 98 ss.; 2007, 35 ss.). Necesitamos liberar la espiritualidad
de su encuadre dentro de la religión. No existe, por cierto, religión sin
espiritualidad; la religión nace de una profunda experiencia espiritual,
pero puede existir espiritualidad sin religión.
Cuidar de la espiritualidad es cultivar una actitud de apertura per-
manente ante cualquier realidad. Es estar disponible al nudo de relacio-
nes que es uno mismo. Es vivir concretamente la trascendencia, es de-
cir, no dejarse atrapar por ninguna de las realidades concretas, lo que
no significa no comprometerse y asumir responsabilidades con seriedad,
sino saber ir más allá de ellas. No hundirse con ellas cuando fracasan ni
apegarse a ellas cuando triunfan.
b)
La imp ortancia de la med itación
I a Espiritualidad pide silencio. Silencio no es no decir nada, sino abrir
espacio para que pueda ser oída otra palabra que viene de lo más pro-
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E L C U I D A D O N E C E S A R I O
fundo de nosotros mismos, de la conciencia, del propio Dios. La medi-
tación nace de este hacer silencio. Como dice un maestro de la educa-
ción del amor, el profesor Luiz Cláudio Costa, Rector de la Universidad
Federal de Vinosa:
La meditación no está ligada a ninguna fe religiosa. La meditación es un
proceso de búsqueda del yo interior , o sea, del ser verdadero. . . El encuen-
tro con el yo interior , que muchas veces ocurre en el proceso meditat ivo,
puede ser y no es raro que sea extremadamente doloroso. A fin de cuen-
tas , no es agradable encontrarnos con nuestro lado oscuro o con nuestra
subpersonalidad y descubrir que actuamos de modo egoísta, que somos envi-
diosos y orgullosos. No desistamos ni nos culpemos, es el inicio de la libera-
c i ó n ( 2 0 0 3 , 3 0 - 3 1 ) .
La meditación no va a resolver todos nuestros problemas personales
y profesionales, ni nos libra de convivir con personas desagradables y
mal educadas. Pero nos da serenidad y la fuerza interior necesaria para
tratar con tales situaciones e incluso crecer con ellas.
El cuidado del espíritu y de la espiritualidad implica no colocar trabas
en la convivencia con tantos otros con los cuales tenemos que compartir
la vida. Vivir espiritualmente es acogerlos. Dice la leyenda, confirmada
por las Escrituras judeocristianas, que un matrimonio anciano y pobre
al acoger a un miserable descubrió haber hospedado a Dios (Boff 2006).
El cuidado del espíritu lleva a cultivar la bondad, el querer bien, la soli-
daridad, la compasión y el amor. Estos son los valores que constituyen
la sustancia de la espiritualidad, que nos acompañan a lo largo de la vida
y que nos llevamos adentro de la muerte.
Cuidar del espíritu es alimentarlo con los bienes propios del espíri-
tu, que no se encuentran a la venta en el mercado ni se subastan en las
bolsas, que son la interiorización, la meditación, la vivencia del silencio,
que permite oír la voz que viene de las profundidades del Centro y de
la Síntesis interior. A veces este cuidado se hace a través de una conver-
sación sincera con un amigo, de la lectura de algún libro, una película,
vídeo o teatro. O simplemente oyendo con atención lo que piensa de
la vida el tendero de la esquina, el taxista, el vendedor am bulante, y o yen-
do las quejas del mendigo de la calle.
c) La com unión con el M isterio y con Dios
Cuidar del espíritu es abrirse al misterio del mundo y al misterio mayor
que es Dios. La espiritualidad no puede reducirse a leer y pensar sobre
Dios , hay que sentirlo en el corazón , pod er dialogar con él y escuchar su
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C U I D A R D E L P R O P I O E S P Í R I T U Y D E L E S P Í R I T U D E L O S O T R O S
voz que viene de todas las direcciones, pero especialmente de los llama-
m ientos de nuestra concien cia. Es im portan te d ar el paso de la cabeza al
corazón, porque es el corazón el que siente, venera, ama a Dios.
El resultado de este cuidado se hace pronto sentir a través de una
vida más serena, de una paz que ningún ansiolítico o droga puede produ-
cir. Es vivir la vida como quien se siente en la palma de la mano de Dios.
Entonces, ¿por qué temer? ¿Qué mayor disfrute puede existir que verse
libre de los miedos y sentirse acompañado por una mirada amorosa?
d)
El cuidad o del am biente social
Cuidar del espíritu implica también cuidar del ambiente social, cuidar
de los otros para que la atmósfera que nos rodea no se vuelva inhumana,
obsesionada por la búsqueda del placer, del consumo y por el descontrol
de los instintos, dañinos para la persona y para los demás. En este cam-
po hay mucho que hacer, empezando cada cual consigo mismo, hacien-
do su revolución m olecular, y al mism o tiem po rechaza ndo entrar en los
«esquemas de este mundo» según el apóstol Pablo y reforzando todas
aquellas iniciativas que representan alternativas-semilla de un nuevo tipo
de civilización.
Como sostenemos en nuestros textos, el cuidado en su núcleo esen-
cial exige o tro tip o de paradigma de civilización en el cual el capital espi-
ritual sea un eje central, capaz de dar un rostro más humano y fraterno
a la convivencia humana, con los otros y con la naturaleza.
Permítanme terminar este capítulo con una afirmación que se ha vuel-
to casi banal pero que no pierde su verdad y actualidad: el nuevo mun-
do será espiritual o no será. Razón de más para que cultivemos con cari ño
y preocupación el cuidado esencial y necesario.
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Igual que hemos hecho con los conceptos de cuerpo, psique y espíritu,
vamos a proceder aquí también a ampliar nuestra comprensión de la sa-
lud, la enfermedad y la curación. Sobre este tema específico del cuidado
existe una vastísima literatura nacional e internacional de excelente ca-
lidad que aquí y allí iremos mencionando.
Vale la pena destacar, entre otras, la figura de la enfermera e inves-
tigadora Vera Regina Waldow, que con sucesivas obras ha contribuido a
que este tema gane cada vez más imp ortancia en nuestro sistema de salud.
Vamos a servirnos de esta literatura agregándole una perspectiva venida
de la ecología integral y de la nueva cosmología que ve una conexión
entre la Tierra y la humanidad y entre la salud de la Tierra y la salud hu-
mana. Es una perspectiva poco presente en la literatura conocida.
1. Superación d el antropocentrism o y del sociocentrismo
Para relacionar adecuadamente las cuestiones que vamos a abordar te-
nemos que superar algunos obstáculos epistemológicos de base (lo que
facilita o dificulta la comprensión).
El primero es el antropocentrismo que pretend e pensar la salud, la
enfermedad y la curación como cuestiones que conciernen solo al ser
humano, sin tener en cuenta su realidad concreta, relacionada siempre
con la sociedad y con la naturaleza. El ser humano extiende sus raíces
dentro de esas realidades y es parte de ellas.
Uno de los reduccionismos, verdadero vicio de nuestra cultura, con-
siste en este centrarse exclusivo del ser humano sobre sí mismo, que mar-
ca todos nu estros saberes e instituciones. El ser hum ano es el com ienzo,
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E L C U I D A D O N E C E S A R I O
el medio y el fin de todo. Tal hecho nos ha aislado de nu estro e ntorn o, nos
ha desenraizado y generado el sentimiento de soledad y de ente errante,
pues no somos los únicos que la Tierra ha gestado ni estamos solos en
este mundo.
El segundo obstáculo es el sociocentrismo, es decir, nos centr am os
solo en la sociedad como si ella existiese aparte, fuera de la naturaleza y
sin ella, y prescindiese del agua, de los alimentos, del aire, de las plantas
y de los animales, colgada ilusamente en las nubes. Solo reconocemos el
contrato social ( los acuerdos que hacemos entre nosotros para convivir
dentro del marco del derecho y la justicia) sin articularlo con el contrato
natural (las relaciones de mutualidad con la Madre Tierra por los bienes
y servicios que gratuitamente nos presta). Ambos contratos traducen las
dos dimensiones del ser humano, su lado natural (contrato natural) y su
lado cultural (contrato social), y uno no puede ser vivido en detrimento
del otro y mucho menos olvidándolo.
Tenemos que superar estos reduccionismos y entendernos a nosotros
mismos como ecocéntricos, biocéntricos, terracéntricos y cosmocéntricos,
porque así es nuestra realidad concreta, independientemente de las inter-
pretaciones que hagamos de ella. En otras palabras, necesitamos enten-
dernos como parte del cosmos, como un eslabón de la cadena de la vida
con el mismo cód igo ge nético de base que tod os los demás seres vivos, y la
parte de la Tierra que siente, piensa, ama y venera (D 'Escoto y Bo ff 20 1 0) .
De la arm onización de todas estas relaciones o de la ausencia de ella,
forman do un juego dinám ico, resulta nuestra salud, nuestra enfermedad
e identificamos también los medios de nuestra posible cura. Expresán-
dolo de manera directa: si estamos enfermos es porque la Tierra, de la
cual somos la parte consciente e inteligente, está enferma. En la medida
en que vamos construyendo un equilibrio entre todas las dimensiones
que hemos referido, vamos también teniendo salud, curándonos a noso-
tros mismos y contribuyendo a la curación de la Madre Tierra.
Los antiguos ya se habían dado cuenta de esta imbricación entre sa-
lud y naturaleza. Hipócrates, el padre de la medicina de la Antigüedad,
enseñaba:
Si quisieras practicar la medicina, observa los puntos siguientes: 1) consi-
dera el efecto de las cuatro estaciones del año en sus diferentes manifesta-
ciones; 2) estudia los vientos fríos y calientes según los lugares; 3) da suma
importancia al agua.
En Oriente los maestros de la medicina empiezan preguntando al
paciente: ¿Qué aire respiras, qué agua bebes, qu é alimentos tomas, qué
tierra pisasi
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Como se ve, hay aquí una vinculación consciente del ser humano
con la naturaleza. Ella es fuente de salud y también su medio de cura-
ción más inmediato. La tecnificación y artificialidad de toda nuestra vida,
operada por la modernidad occidental, nos hace olvidar la naturaleza,
empobreciendo enormemente nuestro campo de experiencia y nuestra
propia autocomprensión. Pero lentamente esta reducción está siendo su-
perada por una medicina que se confronta con los nuevos paradigmas
y abre así otras posibilidades de comprensión y de integración del ser
humano sano o enfermo.
Antes de abordar esta cuestión, queremos superar otro obstáculo epis-
temológico: qué se entiende por salud, por enfermedad y por curación.
2 . Salud: equilibrio de cuerpo-m ente-espíritu-naturaleza
Hay una definición de salud considerada oficial por venir de la Organi-
zación Mundial de la Salud: «Es un estado de total bienestar, corporal,
espiritual y social y no solo la ausencia de enfermedad y debilidad».
Esta definición contiene parte de verdad porque cubre varias dimen-
siones de la vida, inclusive la espiritual; sin embargo, como toda defini-
ción de salud que no incluya la naturaleza y la muerte, es insuficiente y,
en el fondo, engañosa.
En primer lugar, la naturaleza. No es solo el medio amb iente del dis-
curso ecológico convencional. La naturaleza es vida. Es la manifestación
permanente de aquella Energía de Fondo que continuamente sustenta,
vivifica y ordena todo. Ella está siempre fluyendo por todos los seres,
especialmente por los seres humanos (Boff y Hathaway 2010).
Somos parte de la naturaleza, ella es el sustrato de todo, también
de aquello que trasciende como la cultura. La naturaleza por sí misma
nunca construiría un aparato de televisión ni pintaría un cuadro de Por-
tinari, pero tales realidades son posibles porque sus materiales provie-
nen de alguna form a de la naturaleza. La naturaleza es el con jun to de las
energías, es la organización de la complejidad de la materia, de donde
emerge siempre la vida, son los factores físico-químico-ecológicos que
articulados entre sí dan sustento a la vida, es el universo de los miles
de millones de microorganismos que hay en cada terrón de tierra y en
cada centímetro cuadrado de nuestra lengua y de nuestro intestino, es la
cadena alimentaria fundada en la biodiversidad que mantiene y renueva
permanentemente nuestro ciclo vital (Boff 2001a).
No incluir la naturaleza así de compleja en la salud no es hablar de
s.ilud humana, real e histórica, tal como se da día a día, como parte de la
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EL C U I D A D O N E C E S A R I O
naturaleza. Por otro lado, lo mismo podemos decir de la cultura, pues
somos seres culturales y los patrones culturales también influyen en la
salud, la enfermedad y la curación.
Cuando la Energía de Fondo fluye por toda nuestra vida, en el ser
hum ano-cu erpo, el ser hum ano-psique y el ser hum ano-espíritu estamos
en situación de salud. Cuando, por alguna razón, este flujo se altera, nos
enferm am os. C uando retoma su curso y se equilibra de nuevo volvemos
a estar sanos. Volveremos a este tema de la salud más adelante.
3 . V ida sana e integración de la mu erte
En la definición de la Organización Mundial de la Salud hay una laguna
y es que no se hace ninguna referencia a la muerte. Hablar de salud y de
vida sin hablar de muerte no es hablar de salud y de vida humana, porque
la muerte forma parte de la vida. Es decir, la vida es mortal y por eso
vulnerable, sometida a la ley de la entropía según la cual aquella va inevi-
tablemente gastando su capital momento a momento por el hecho mismo
de vivir, por el trabajo, por el cansancio, por el malestar, por las enferme-
dades, hasta agotarse totalmente. La Energía de Fondo cesa de fluir.
La comprensión de la muerte no se restringe a su aspecto biológi-
co objetivo, sino que incluye tamb ién la dimen sión existencial subjeti-
va. Preguntamos: ¿cómo vivenciamos el proceso diario de muerte?, éy la
disminución de las energías, el estrés, los achaques y las enfermedades
pequeñas y grandes?
Junto con estos aspectos, notamos los signos anticipadores de la
muerte existencialmente vivida, como las muchas pérdidas, el fracaso,
la decepción, el oscurecimiento de las estrellas-guía y la desaparición de
un horizonte de esperanza.
No basta vivir porque no se muere. Es propio de la vida irradiar, lo
cual se traduce en alegría de vivir. Todo esto y algunos otro s facto res en-
tran en la percepción integral de la muerte, que debe ser incluida cuan-
do nos referimos a la salud y a la enfermedad. Co m o escribió hermosa-
men te un en ferm ero: «La vida no es más que el más fantástico, creativo
y productivo proceso de morir» (Arruda y Gongalves 1999, 85).
Concretamente incluir la muerte en la vida implica aceptar que ella
no viene desde afuera co m o una ladrona a robarnos lo que más que remo s.
La muerte nos acompaña desde que empezamos a vivir. Com o am am os la
vida nos esforzamos por rodearla de cuidados y preocup aciones, crean-
do un holding para su bien estar y para su futu ro. Aceptar la muerte
dentro del desarrollo de la vida implica no sorprenderse con la enfer-
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medad, con el dolor ni con las limitaciones de todo tipo. Ellas son parte
de la condición humana.
Esta constatación realista nos permite cuestionar el alcance de la de-
finición de la Organización Mundial de la Salud que sostiene que la salud
es «un estado de bienestar total». Esto supondría la ausencia de las li-
mitaciones que la mortalidad de la vida trae siempre. La salud no goza de
condiciones para ser «total», pues esto anularía nuestra falta de plenitud y
nuestra vulnerabilidad intrínseca que va desde un pequeño resfriado hasta
la aparición de un cuadro cancerígeno.
Además, no se trata de un «estado», como si fuera algo establecido.
Es un estado frágil, que debe ser construid o y man tenido . Puede perder-
se. De un modo más realista diríamos que la salud es más que un estado;
es una actitud. Y actitud es una disposición de fondo, algo estable, que
da cierto rumbo la vida, una especie de proyecto fundamental del que
hablan los moralistas y que califica los actos y los «estados» de la vida,
algunos como de mayor y otros como de menor importancia.
La vida, reflexionábamos anteriormente, posee la marca de la ambi-
güedad, hecha de luz y de sombras, de impulsos de vida y de pulsiones
de rechazo. La tarea humana es crear un Centro, un Eje y una Síntesis
que equilibren nuestra turbada condición humana, generando una acti-
tud de fondo orientada por la bondad, por el amor, por la comprensión,
por el perdón, sabiendo que sus contrarios, como una sombra, también
nos acompañan (Leloup
et al.
19 97 ). Estos no pueden ser eliminado s,
pero no d ejamos que determinen nuestra actitud de fon do, la flecha orie n-
tadora de nuestro caminar por este mundo.
Pertenece también a la comprensión de la salud no solo el hecho
inevitable de la muerte, sino el sentido que le damos como parte de la
vida (Thomas y Carvalho 1999 , 11-21) . En es te sent ido es donde se
juega todo y nos damos cuenta del alcance de lo que entendemos por
salud.
¿Cómo la asumimos? ¿Con serenidad, con temor, con desesperación,
con sentimiento trágico? ¿Como parte de la vida que nos permite el paso
alquímico hacia otra dimensión (por cierto, rodeada de misterio, de in-
seguridades, de sorpresas) y sumergirnos en la Fuente Originaria de todo
ser? ¿Morir como quien va al encuentro de la persona amada? Frente a
estas preguntas, cada cual está solo en su libertad. Podemos y debemos,
como enfermeros y médicos, estar a su lado, lo que no impide que cada
persona formule a su manera su respuesta y a partir de ella defina su ac-
titud fundamental. Todo esto no deja de influir enormemente en la salud
o en la enfermedad y en el sentido que les damos, especialmente en los
cuadros irreversibles.
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E L C U I D A D O N E C E S A R I O
Ser capaz de enfrentarse a la mortalidad de la vida exige cierto gra-
do de madurez y de integración del mundo interior. Se trata de un ars
vivendi, un arte de vivir que posibilita a la persona integrar en cada fase
de la vida los altibajos, las luces y las oscuridades, para crecer y ganar
libertad interior, supremo don de la vida. Poder realizar este proceso es
revelarse sano física, mental y espiritualmente.
Si conquistamos esta habilidad, entonces la «enfermedad y la debili-
dad» a las que se refería la definición de la Organización Mundial de la
Salud no significan necesariamente daños fatales. Ser sano no significa
estar libre de tales daños sino poder convivir con ellos autónomamente,
crecer con ellos y hacerse más plenamente humano.
Una persona puede estar durante mucho tiempo presa en la cama
de un hospital, sufriendo dolores, pero si lo asume con jovialidad como
parte de la vida humana frágil y vulnerable, y si además alimenta una
dimensión espiritual, poniéndose en las manos de Dios, es una persona
sana, y sobre todo madura y sabia. El efecto es una cierta irradiación,
propia de la vida plena.
4. Cuidar el luto y las pérdidas
Las pérdidas y el luto pertenecen inexorab leme nte a la condición huma-
na. Todos estamos sometidos a la férrea ley de la entropía: todo se va
desgastando lentamente; el cuerpo se debilita, los años dejan marcas, las
enfermedades y los achaques nos van quitando inevitablemente nuestro
capital vital y la voluntad de vivir. Es el curso natural de la ley de la vida.
Pero hay también rupturas que quiebran ese fluir natural. Son las pér-
didas producidas por eventos traumáticos como la traición del amigo,
un accidente grave que inmovilizó en la cama a personas queridas, la pér-
dida del empleo que tanto nos realizaba, la pérdida de la patria por la
emigración forzada y por el exilio, dejando atrás casa, bienes, amigos y
personas queridas, la pérdida de la persona amada por el divorcio, y en
último ca so, por la muerte repentina, por un accidente o por un infarto.
La tragedia también es parte de la vida. Ella llega hasta el corazón qui-
tándonos el sentido y la alegría de vivir.
Es un gran desafío personal hacer frente a las pérdidas y alimentar la
resiliencia (el aprendizaje de los fracasos y de las crisis existenciales) y su-
perar la crisis existencial. Especialmente dolorosa es la vivencia del luto.
El luto es la pérdida suprema. Aunque no se restrinja a la muerte, ya que
se extiende también en cierta forma a las muchas pérdidas que ocurren a
lo largo de la vida, muestra todo el peso de lo Negativo. El luto posee una
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EL C U I D A D O E N L A M E D I C I N A Y E N L A E N F E R M E R Í A
exigencia intrínseca: exige ser vivido, sufrido, atravesado, y superado po-
sitivamente, en la medida en que eleva a la persona a un nivel superior de
densidad humana. De ahí la importancia de cuidar del luto.
Hay muchos estudios especializados sobre el luto, en especial los ela-
borados por Kübler-Ross (2000) , Murray Parkes (1996) Byock (1997)
y Westberg (2011), entre otros. Todos ellos distinguen varios pasos que
normalmente hay que dar en la travesía dolorosa y liberadora del luto.
Según la psiquiatra Elisabeth Kübler-Ross, su vivencia y superación cons-
ta de los pasos siguientes:
El primero es el
rechazo:
ante el hech o paralizante, la persona na-
turalmente exclama: «no puede ser», «es mentira», e irrumpe el llanto
desconsolado y los sollozos que ninguna palabra puede contener.
El segundo paso es la rabia: «¿Por qué precisamente a mí? N o es justo
lo que ha pasado». Es el momento en que la persona percibe los límites
incontrolables de la vida y no quiere reconocerlos. Descubrimos con pe-
sar que la vida puede abrigar tragedias irreparables. No es raro que nos
culpemos por la pérdida, por no haber hecho más o por haber dejado
de hacer.
El tercer paso se caracteriza por la
depresión,
po r el vacío existen-
cial y por el completo desinterés hacia las cosas exteriores del mundo.
Nos cerramos en nuestra propia cápsula y nos apiadamos de nosotros
mismos. Nos resistimos a rehacernos y ganar altura. Llegamos al fondo
del pozo y damos la sensación de que esperamos que alguna señal nos
devuelva el deseo de vivir. Aquí toda palabra am iga, todo cálido abrazo ,
y toda palabra de consuelo, aunque suene convencional, adquieren una
profundidad insospechada. Es el anhelo del alma de oír que hay un sen-
tido y que el horizonte de la vida se turbó, pero no ha muerto, que las
estrellas-guía solamente se oscurecieron pero no han desaparecido.
El cuarto es el autofortalecimiento med iante una especie de negocia-
ción
con el dolor de la pérdida: «no puedo sucumbir ni hundirme total-
mente; tengo que aguantar este desgarro hasta educar a mis hijos, o hasta
licenciarme y poder ganarme la vida». Se trata de la construcción incipien-
te de sentido; en medio de la noche oscura se anuncia un punto de luz.
El quinto se presenta como la aceptación resignada y serena del he-
cho insoslayable. Acabamos incorporando en nuestra trayectoria exis-
tencial esa herida que cicatriza pero que deja un agujero en el alma que
nunca se cerrará. Nadie sale del luto igual que entró. La persona ma-
dura forzosamente y experimenta que la pérdida no es necesariamente
total, sino que trae siempre alguna ganancia existencial.
El luto es una travesía dolorosa, por eso tiene que ser cuidado. Nece-
sitamos llorar a la persona amada con todas las lágrimas y con plena in-
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E L C U I D A D O N E C E S A R I O
tensidad. Tenemos que aceptar que se oscurezcan las estrellas-guía y expe-
rimentar el absurdo que se instala en el corazón de la vida. Cuando se nos
muere un ser querido, en cierta forma morimos con él, algo de nuestro ser
se va con él. Me permito un ejemplo autobiográfico que tal vez explique
mejor que cualquier otra reflexión la necesidad de cuidar del luto.
En 1981 perdí a una hermana con la que tenía una afinidad especial
por su cariño y ternura. Era la última de los once hermanos. En plena
clase, una mañana hacia las diez, estando delante de los alumnos, dio un
inmenso grito y cayó muerta. Caso raro en la medicina, a los treinta y tres
años la aorta se había roto. Los diez hermanos, venidos de varias partes
del país, quedamos desorientados por el choque fatal. Lloramos copiosas
lágrimas. Pasamos dos días viendo fotos y recordando, entristecidos, he-
chos de la vida de la hermanita querida. Los demás quedaron juntos varios
días guardando familiarmente su luto. Yo tuve que partir al día siguiente
hacia Chile, donde tenía que dar ejercicios a todos los franciscanos del
Cono Sur. No podía faltar. Fui con el corazón partido. Cada charla era un
ejercicio de autosuperación. De Chile seguí para Italia donde tenía charlas
de renovación de la vida religiosa para toda una congregación, cuyos par-
ticipantes venían de todo el mundo. Tampoco podía faltar.
La pérdida de mi querida hermana no me permitía concentración
ni alivio; a pesar de toda la comprensión que elaboré de la resurrección
que ocurre en el exacto momento de la muerte, me atormentaba como
un absurdo insoportable. E inesperadamente c om encé a desmayarme dos,
tres veces por día sin una razón física manifiesta. Tuvieron que llevarme
al médico. Le conté el drama que estaba pasando. Él intuyó todo y me
dijo: «Tú todavía no has enterrado a tu hermana ni has guardado el luto
necesario; mientras no cuides tu luto y no la sepultes, no vas a mejo-
rar; algo de ti murió con ella y necesita ser resucitado. Su figura tiene
que pasar de delante de tus ojos, como visión cariñosa y triste, a detrás
de tu cabeza como memoria dulce y querida». Cancelé todos los demás
programas. En silencio y oración cuidé el luto y asumí la pérdida tan
dolorosa. Al término del proceso, con mi hermano Clodovis , también
teólogo, sentados en un restaurante, mientras recordábamos con nos-
talgia a nuestra hermana querida, escribimos en una servilleta de papel
el siguiente texto que luego pusimos en la hojita de recordatorio que se
repart ió entre parientes y amigos:
Fueron treinta y tres años, como los de Jesús.
Años de mucho trabajo y sufrimiento,
pero también de mucho fruto.
El la cargaba con el dolor de los otros
en su propio corazón como rescate.
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E L C U I D A D O E N L A M E D I C I N A Y E N L A E N F E R M E R Í A
Era límpida como la fuente de la montaña,
amable y tierna como la flor del campo.
Tejió punto por punto y en el silencio
un bordado precioso.
Dejó dos pequeños, fuertes y bellos
y un marido orgulloso de ella.
Feliz tú, Claudia, pues el Señor al volver
te encontró de pie, en el trabajo,
lámpara encendida.
Y entonces caíste en su regazo
para el abrazo infinito de la Paz.
Entre sus papeles encontramos esta frase escrita a mano que nos ha
dejado un interrogante hasta el día de hoy: «Hay siempre un sentido de
Dios en todos los eventos humanos: es importante descubrirlo». Cree-
mos en ese sentido que debe de ser de amor y de bondad, pero todavía
sigue oculto y misterioso para nosotros. Por eso la presencia de su re-
cuerdo alivia la pérdida, pero no impide que las lágrimas nos suban a
los ojos cada vez que vemos una f oto suya acurrucando tiernam ente a su
hijito en su regazo.
5. La impo rtancia de la espiritualidad para la salud
Por regla general, todos los trabajadores de la salud, médicos y médicas,
enfermeros y enfermeras, han sido moldeados por el paradigma cientí-
fico de la modernidad, que estableció una separación clara entre cuerpo
y mente, entre ser humano y naturaleza, cuya crítica ya hemos hecho
anteriormente. Pero al mismo tiempo, creó las muchas especialidades que
tantos beneficios han traído al diagnóstico de las enfermedades y tam-
bién a las formas de curación.
Reconocido este mérito, no se puede olvidar que perdió la visión
de totalidad: el ser humano insertado en un todo mayor, la enfermedad
como una fractura de esta totalidad y la curación como la reintegración
en ella (Angerami-Camón 2004).
Hay una dimensión en nosotros, mencionada en el capítulo ante-
rior, que es responsable del cultivo de esta totalidad, que nos alimenta el
sentimiento de pertenencia y que vela por el Eje estructurador de nuestra
Vida: es la dimensión del espíritu. Espiritualidad viene de espíritu. Es el
cultivo de aquello que es propio del espíritu: su capacidad de proyectar
visiones unificadoras, de relacionar todo con todo, de ligar y re-ligar to-
llas las cosas entre sí y con la Fuente Originaria de todo ser.
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EL C U I D A D O N E C E S A R I O
Si espíritu es relación y vida, su opuesto no es materia y cuerpo, sino
ausencia de relación y muerte. En esta acepción, espiritualidad es toda
actitud y actividad que favorece la expansión de la vida, la relación
consciente, la comunión abierta, la subjetividad profunda y la trascen-
dencia como modo de ser siempre dispuesto a nuevas experiencias y
a nuevos conocimientos. Espiritualidad es cultivar aquello que Pierre
Teilhard de Chardin llamaba el
Medio Divino (Milieu Divin),
en el cual
existimos, respiramos y somos lo que somos.
Neurobiólogos y estudiosos del cerebro han identificado la base bio-
lógica de la espiritualidad. Está situada en el lóbulo frontal del cerebro.
Verificaron empíricamente que siempre que se captan los contextos más
globales o se da una experiencia significativa de totalidad o también cuan-
do se abordan de forma existencial (no como objeto de estudio) realida-
des últimas, cargadas de sentido y que producen experiencias de vene-
ración, devoción y respeto, se verifica un incremento de la frecuencia de
vibración de las neuronas en hertzios. Llamaron a esta zona del cerebro
el «punto Dios» o de la aparición de la «mente mística» (Zohar 2001).
Se trata de una especie de órgano interior por el cual se capta la presen-
cia de lo Inefable dentro de la realidad.
Este hecho constituye un logro evolutivo humano que, como ser hu-
mano-espíritu, percibe la Ultima Realidad penetrando en todas las cosas.
Se da cuenta de que, sorprendentemente, puede entablar un diálogo y
buscar una comunión íntima con ella. Tal posibilidad lo dignifica, pues
lo espiritualiza y lo lleva a grados más altos de percepción del Eslabón
que liga y re-liga todas las cosas.
Este «punto Dios» se revela por valores intangibles como más com-
pasión, más solidaridad, más sentido de respeto y de dignidad. Desp ertar
este «punto Dios» es quitar las cenizas con que una cultura demasiado
racionalista y materialista nos cubrió, es permitir que la espiritualidad
aflore en la vida de las personas.
En último término, espiritualidad no es pensar sobre Dios sino sen-
tir a Dios mediante este órgano interior y hacer la experiencia de su pre-
sencia y de su actuación a partir del corazón. Dios es percibido como
entusiasmo (en griego significa tener
un dios dentro)
que nos tom a, nos
sana y nos da voluntad de vivir y de crear continuamente sentido de exis-
tir y de trabajar.
¿Qué importancia prestamos a esta dimensión espiritual en el cui-
dado de la salud y de la enfermed ad? La espiritualidad posee una fuerza
curativa propia. No se trata en modo alguno de algo mágico y esotérico.
Se trata de potenciar aquellas energías que son propias de la dimensión
espiritual y que, a su vez, tienen su ciudadanía en el ser humano al lado
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L C U I D A D O E N L A M E D I C I N A Y E N L A E N F E R M E R Í A
de la inteligencia, la libido, el poder y el afecto, entre otras caracterís-
ticas.
Además de reconocer todo el valor de las terapias conocidas y la
eficacia de los diferentes fármacos, existe todavía un
supplémen t d'ame,
como dirían los franceses, usando una expresión de difícil traducción pero
rica en significado. Quiere indicar un complemento a aquello que ya exis-
te, pero que lo refuerza y enriquece con factores oriundos de otra fuente
de curación. El modelo de medicina establecido no tiene, por cierto, el
monopolio de la curación y la comprensión de la compleja condición hu-
mana, unas veces sana, otras enferma. Y aquí es donde encuentra su lugar,
dentro del campo de la medicina científica, la espiritualidad.
La espiritualidad refuerza en la persona, en primer lugar, la confian-
za en las energías regenerativas de la vida, en la competencia del médico
y en el cuidado diligente de la enfermera o del enfermero. Sabemos por
la psicología de lo profundo y la transpersonal, el valor terapéutico de
la confianza en el desarrollo normal de la vida. Confiar significa funda-
mentalmente afirmar:
la vida tiene sentido, vale la pena, tiene u na ener-
gía interna que la autoalimenta, es preciosa.
Esa confianza form a parte
de una visión espiritual del mundo (Waldow 20 0 4 , 13 0- 1 59 ) .
Pertenece a la espiritualidad la convicción de que la realidad es to-
davía mayor que lo que captamos con nuestros sentidos y con los ins-
trumentos de análisis. Podemos tener acceso a ella por los sentidos in-
teriores, por la intuición y por los secretos de la razón cordial. Todos
los científicos saben que la realidad no cabe totalmente en nuestros con-
ceptos . Se percibe que hay un orden subyacente al orden sensible, co m o
sostenía siempre el gran físico y premio Nobel, David Bohm, alumno
predilecto de Einstein.
Este orden subyacente es responsable de los órdenes visibles y siem-
pre puede traernos sorpresas. No es raro que los propios médicos se sor-
prendan de la rapidez con que alguien se recupera o incluso que situa-
ciones dadas com o irreversibles retroceda n y acaben siendo cu radas. En
el fondo es creer que lo invisible y lo imponderable es parte de lo visible
y de lo previsible. La visión cuántica de la realidad nos confirma en el
acierto de esta perspectiva (Miranda 2010, 115-123) .
Pertenece también al mundo espiritual la esperanza inmortal de que
la vida es más fuerte que la muerte, de que nuestros deseos de curación,
nuestros sueños de volver a la vida normal desencadenan energías posi-
tivas que contribuyen a la regeneración.
Fuerza mayor, sin embargo, es la fe de sentirse bajo la mirada bon-
dadosa de Dios y de estar como hijos e hijas en la palma de su mano.
Fntregarse confiadamente a su voluntad, desear ardientemente la cura-
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ción y la vida, pero también acoger serenamente su voluntad de llamar-
nos a sí. En la perspectiva espiritual, la muerte no es entendida como un
desenlace trágico, sino co m o una travesía en dirección a la Fuente de la
Vida (Boff 2008b) .
No morimos. Dios viene a buscarnos para llevarnos adonde perte-
necemos desde siempre, a su casa y a convivir con él. Aquí se aviva el
«punto Dios en el cerebro», que se revela a través de tales convicciones
espirituales que funcionan como fuentes de agua viva. Contribuyen a la
salud, en el sentido que dimos an teriorm ente, incluso ante un desenlace
inevitable.
El lugar del cuidado en la medicina y en la enfermería
El cuidado es la ética natural de los trabajadores de la salud. Como el
cuidado pertenece a la naturaleza de lo humano, se hace presente en cada
momento como celo por la salud y por el holding, ese con junto de ac-
ciones aptas para garantizar unas buenas condiciones de vida. Pero ha
adquirido su perfil más característico en la medicina y en la enfermería
no como un acto esporádico sino como una actitud y un proceso que
involucra todo lo que concierne a la salud y a la curación de los pacien-
tes (Waldow 2006).
La literatura del área ha estudiado los pasos mediante los cuales el
cuidado ha ido penetrando en el pensamiento y en las prácticas de la
salud. Parecen pasos sucesivos, pero en realidad actúan juntos y se arti-
culan entre sí de modo que garantizan un procedimiento más integrado
y por eso más eficaz. Se indican tres momentos principales:
En el primero, el cuidado se centraba en el sujeto, en la enferm era
y en el enfermero (cuidados de enfermería). Aquí se trataba de habilitar
m ejor a los profesionales en los proced imientos a seguir paso a paso, en
el uso de ciertos materiales, en los comportamientos a ser asumidos en
los diferentes casos y en la higienización general del ambiente. Más que
el paciente, lo central era la manera cuidadosa de ejecutar los distintos
procedimientos. Era el cuidado del sujeto.
En el segundo momento, el cuidado se orientó más por los «prin-
cipios científicos» derivados de la moderna tecnología. Especialmente
la medicina norteamericana estaba siempre en primera línea científica y
tecnológica, produciendo progresos notables con la invención de nuevos
aparatos de intervención, de análisis y de diagnóstico, y con nuevos fár-
macos y cócteles de vitaminas. El cuerpo de enfermería tuvo que adquirir
conocimientos de anatomía, fisiología, microbiología y química e incor-
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E L C U I D A D O E N L A M E D I C I N A Y E N L A E N F E R M E R Í A
porar también habilidades en la utilización de los nuevos instrumentos.
Imperaba cierto culto a la eficacia, lo cual aproximó mucho a la enfer-
mera y al enfermero a los médicos, con no pocas tensiones y rivalidades.
Era el cuidado de los
medios.
El tercer momento adquirió fuerza a partir de los años sesenta y se-
tenta del siglo xx teniendo como centro la atención al paciente. En esta
fase, llamada «de las teorías de la enfermería», se iniciaron las mejores
reflexiones que todavía prosperan, pues el cuidado al paciente fue visto
de una form a m ás holista y com pleja, lo cual con voc ó la contribución de
muchos otros saberes, especialmente humanísticos, oriundos de la antro-
pología cultural (los notables trabajos de la estadounidense Madeleine
Leininger que estudió cincuenta y cuatro culturas diferentes e identificó
ciento setenta y cinco patrones de cuidado), de la filosofía con nombres
conocidos como Heidegger y Meyerhoff, de la ética con Nel Noddings,
de la psicología con Leloup, de la sociología y de la ecología, como yo
mismo he abordado en mi estudio anterior,
El cuidado esencial.
Cuidar significa aquí envolverse amorosamente con el paciente, la
preocupación atenta a las distintas situaciones, el acompañamiento soli-
dario de los procesos de curación y de recuperación de su esperanza de
vivir. Es el cuidado del
paciente.
Cabe resaltar que actualmente se hace un notable esfuerzo por com-
binar estos varios momentos, sea a causa de la nueva conciencia inte-
gradora que se fortalece cada vez más, sea por los buenos efectos que se
alcanzan de este modo (Bermejo 2008).
¿Cómo se realiza la práctica del cuidado? Vera Regina Waldow es-
tudió esta cuestión en detalle y confrontándola con la mejor literatura
nacional e internacional. Su sueño es que «la enfermería sea conocida y
reconocida como la práctica del cuidado» (2006, 86). En sus palabras:
Cuidar consiste en una forma de vivir, de ser, de expresarse; es una postura
ética y estética frente al mundo; es un compromiso con el estar-en-el-mundo
y una contribución al bien-estar general, a la conservación de la naturaleza,
a la promoción de las potencialidades, de la dignidad humana y de nuestra
espiritualidad; es cooperar a la construcción de la historia, al conocimiento
de la vida (2006, 89) .
Nótese la amplitud del concepto, especialmente al abrirse a la con-
servación de la naturaleza, a campos nuevos de la actividad de la medi-
cina y de la enfermería.
Continúa Waldow, que ha asociado en su vida una larga práctica de
enfermería con una sólida reflexión teórica:
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EL C U I D A D O N E C E S A R I O
Los objetivos de cuidar incluyen, entre otros, aliviar, confortar, ayudar, fa-
vorecer, promover, restablecer, restaurar, dar, hacer, etc. El cuidado es im-
prescindible en todas las situaciones de enfermedad, en las incapacidades y
durante el proceso de la muerte; incluso en ausencia de alguna enfermedad
y en la vida cotidiana el cuidado es imprescindible, tanto como forma de
vivir como de relacionarse (2006, 89) .
El cuidado es fundamental en la Atención Primaria de la Salud (APS),
pues buena parte de los casos de enfermedad que se presentan pueden
solucionarse mediante esta atención sin necesidad de llegar al hospital.
Mirándolo bien, el cuidado, ya sea como desvelo, atención, gesto amo-
roso, o como sentirse envuelto afectivamente y preocupado por el otro,
por los lazos que se estableciero n con él, está ligado a la vida y a la super-
vivencia, y también a las relaciones con el otro e inclusive con la natura-
leza, cuya integridad y vitalidad es fundamental para la salud personal
y colectiva.
7 . Las actitudes de cuidado
Reuniendo abreviadamente las actitudes que el cuidado al enfermo pide,
podemos enumerar las siguientes:
Compasión: es la capacidad de pone rse en el lugar del otr o y de sen-
tir con él. Que perciba que no está solo en su dolor.
Toque de la caricia esencial: toca r al otr o es devolverle la certeza de
que pertenece a nuestra humanidad; el toque de la caricia es una manifes-
tación de amor. Muchas veces, la enfermedad es una señal de que el pa-
ciente quiere comunicarse, hablar y ser oído (Dahlke 2000), pero siente
una enorme dificultad para hacerlo. Por el toque se siente escuchado y
busca un sentido escondido tras la enfermedad que el enfermero, en-
fermera o médico pueden ayudarle a descubrir (Campos 2005, 38; Le-
loup 2007 , 61-65) .
Dice acertadamente una enfermera de Paraná, Darci Aparecida Mar-
tins: «Cuando te toco, te cuido, cuando te cuido te toco.. . Si eres una
persona mayor te cuido cuando estás cansado; te toco cuando te abra-
zo; te toco cuando estás llorando, te cuido cuando ya no puedes andar»
(Arruda y Gon^alves 19 99 , 45 -4 6) .
Asistencia sensata: El paciente necesita ayuda y la enferm era o en-
fermero desea cuidar. La convergencia de estos dos movimientos genera
reciprocidad y la superación del sentimiento de una relación desigual.
Crearle un soporte que le permita mantener una relativa autonomía. La
asistencia debe ser juiciosa: incentivar al paciente a hacer todo lo que
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él pueda, animarle a hacerlo y asistirlo solamente cuando ya no puede
hacerlo por sí mismo.
Devolverle la confianza en la vida: Lo que más desea el paciente es
recuperar el equilibrio perdido y volver a estar sano. De aquí que sea deci-
sivo devolverle la confianza en la vida, en sus energías interiores, físicas,
psíquicas y espirituales, pues ellas actúan como verdaderas medicinas.
Incentivar gestos simbólicos cargados de afecto. No es raro que los dibu-
jos que una niña hace para su padre enfermo susciten en él tanta energía
y conmoción como si hubiera tomado la mejor de las medicinas.
Ayud arle a acoger la condición hum ana: N orm alme nte el paciente
se pregunta perplejo: ¿Por qué m e tiene que pasar esto a mí ahora que
todo me iba tan bien? ¿Por qué, si soy joven aún, m e ataca esta grave enfer-
med ad? ¿Por qué las relaciones familiares, sociales y laborales se cortan
por la enfermedad? Tales interro gan tes rem iten a una reflexión hum ilde
sobre la condition hum aine, expuesta en todo m om ento a riesgos y a
vulnerabilidades inesperadas.
Quien está sano, puede enferm ar. Y toda enfermed ad rem ite a la salud,
que es el principal valor de referencia. Pero no conseguimos saltar por en-
cima de nuestra sombra y no hay modo de acoger la vida así como es: sana
y enferma, fuerte y frágil, apasionada por la vida y teniendo que aceptar
eventuales enfermedades y, en último término, la misma muerte. En esos
momentos los pacientes hacen profundas revisiones de vida, no se conten-
tan solo con las explicaciones científicas (siempre necesarias) dadas por los
médicos, sino que ansian un
sentido
que surge a partir de un diálogo p ro-
fundo con su Self o de la palabra sabia de un sacerdote, de un pastor o de
una persona espiritual. Recuperan entonces valores cotidianos que antes
ni siquiera n otaban , redefinen su plan de vida y maduran. La palabra tran-
quila y serena de la enfermer a o del enferm ero puede darles paz y sosiego.
Acom pañarle en la gran travesía-. Hay un momento inevitable en que
todos, hasta la persona más anciana del mundo, tenemos que morir. Es
la ley de la vida, sujeta a la muerte. Es una travesía decisiva. Debe ser
preparada por toda una vida que se ha guiado por valores morales ge-
nerosos, responsables y benéficos. Sin embargo, para la gran mayoría, la
muerte es sufrida como un asalto y un secuestro ante los cuales se siente
impotente. Y finalmente se da cuenta de que debe entregarse.
La presencia discreta, respetuosa de la enfermera o del enfermero,
dándole la mano, susurrándole palabras de consuelo, invitándolo a ir al
encuentro de la Luz y de la Fuente de la vida pueden hacer que el mori-
bundo salga de la vida sereno y agradecido por la existencia que vivió.
Si tiene una referencia religiosa, susurrarle al oído las palabras tan
consoladoras de san Juan: Si tu corazón te acusa, recuerda que Dios es
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EL C U I D A D O N E C E S A R I O
más grande que tu corazón (3 ,20 ). Puede entregarse tranquilamente a
Dios cuyo corazón es de puro amor y de misericordia infinita.
Aquí el cuidado se revela mucho más como arte que como técnica y
supone en el trabajador de la salud densidad de vida, sentido espiritual
y una mirada que va más allá de la vida y de la muerte.
Alcanzar ese estadio es una misión que el enfermero y la enfermera,
también los médicos, deben buscar para ser plenamente servidores de
la vida.
Deben servirle de inspiración las sabias palabras de Norman Cousins
(1 91 5- 19 90 ), periodista y escritor, uno de los mayores defensores del des-
arme nuclear, que el mismo día que los estadounidenses lanzaron la pri-
mera bomba atómica sobre Hiroshima, el 6 de agosto de 1945, se atrevió
a escribir un editorial con este título: «El hombre moderno es obsole-
to». En él manifestaba una profunda culpa por este acto de locura y con-
cluía: «La tragedia de la vida no es la muerte, sino aquello que dejamos
morir dentro de nosotros mientras vivimos».
8 éQuién cuida al cuidador?
Las primeras y más antiguas cuidadoras son nuestras madres y abuelas
que desde el principio de la humanidad han cuidado de su prole. Si no
hubiera sido por ellas, ninguno de nosotros estaría aquí para hablar de
cuidado.
No podemos, sin embargo, concluir nuestras reflexiones sin hacer
mención al arquetipo del cuidado de la salud que fue la enfermera in-
glesa Florence Nightingale (1820-1910). Humanista y profundamente
religiosa, decidió mejorar los modelos de la enfermería de su país. Con
estudios en ciencias, matemática, filosofía y lenguas, primero visitó lu-
gares donde se practicaba una enfermería alternativa, enfocada hacia el
paciente, como en Alemania, en Roma y en París. Después, resolvió po-
ner en práctica su visión del cuidado. Se desarrollaba entonces la guerra
de Crimea en Turqu ía, donde se lanzaban bom bas de fragmentación que
producían muchos heridos.
En 1854, con otras veintiocho compañeras, Florence se trasladó al
cam po de guerra. Aplicando estrictamente en el hospital militar la prác-
tica del cuidado , redujo la mo rtalidad del 4 2 % al 2 % en seis meses. Este
éxito le dio notoriedad.
De vuelta a su país y después en Estados Unidos creó una red hos-
pitalaria que aplicaba el cuidado y, mediante escritos y conferencias,
anunciaba que el cuidado debería ser el eje orientador de la enfermería y
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su ética natural. Hasta nuestros días, incluso con los cambios habidos y
la flexibilización de la disciplina que ella imponía, Florence Nightingale
continúa siendo una referencia inspiradora.
Hay una cuestión ligada al cuidado que debe ser abordada con rea-
lismo . El agente de la salud es por esencia un curador. Cuida de los otro s
como misión y como opción ética. Pero ¿quién cuida del cuidador?, se
preguntaba el médico Eugenio Paes Campos en un libro (Campos 2005)
que narra las experiencias de una unidad de cuidado, reflexionando so-
bre ellas a la luz de las contribuciones de D. W. Winnicott.
A lo largo de nuestro trabajo, hemos sustentado la tesis de que el
ser humano es, por su naturaleza y esencia, un ser de cuidado. Se siente
predispuesto a cuidar de los otros y siente la necesidad de ser cuidado
él también. Cuidar y ser cuidado son existenciales (estructuras perma-
nentes) indisociables.
Se constata con frecuencia que la actitud de cuidado que envuelve
afectivamente al personal de salud y lo llena de preocupación por el pa-
ciente es muy exigente. Especialmente si el cuidado constituye, como debe
ser, no un acto esporádico sino una actitud permanente y consciente.
Despunta entonces en él/ella la vulnerabilidad humana. No dispo-
nemos de la om nipotencia divina. Somo s m ortales, sujetos al cansa ncio,
al estrés y a la vivencia de pequeños fracasos y decepciones. Nos senti-
mos solos. Necesitamos ser cuidados, de lo contrario, nuestro deseo de
cuidar se debilita. ¿Qué hacer entonces?
Lógicamente, cada persona tiene que afrontar con sentido de resi-
liencia (saber dar la vuelta por encim a) esta situación d oloro sa. Pero este
esfuerzo no sustituye el deseo de ser cuidado. Es entonces cuando la
comunidad de base del cuidado, los demás trabajadores de la salud, los
médicos y el cuerpo de enfermería, tiene que entrar en acción.
Esta comunidad debe estar previamente establecida, fundada en la
voluntad común de asumir la postura del cuidado, de trabajar articu-
ladamente, respetándose, apoyándose y, si fuera necesario, cuidándose
recíprocamente.
El enfermero o la enfermera siente la necesidad de ser de nuevo un
bebé que es cuidado por su madre. La p ersona necesita sentirse aco gida y
revitalizada, exactamente como lo siente una criatura cuando es cuidada
por su madre. Otras veces siente necesidad de cuidado como soporte,
apoyo y protección, cosa que el padre proporciona a su bebé. Alguien
del grupo asume estas funciones de madre y de padre cuidadores. Se crea
entonces el
holding
winn icottiano, es decir, aquel con junto de cuidados
y factores de animación ofrecidos por el padre y por la madre. Estas fun-
ciones de padre, madre y bebé son sustentadas por el cuidado. El cuida-
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EL C U I D A D O N E C E S A R I O
do es revitalizado por esta circularidad, asumida por la comunidad de
base del cuidado y entonces vuelve el estímulo para seguir cuidando a los
pacientes.
Cuando esta comunidad existe y reinan relaciones horizontales de
confianza y de mutua cooperación, se superan las limitaciones nacidas
de la necesidad de ser cuidado. Hay que aceptar como dato realista que
quien cuida necesita ser cuidado. Y hay que aprender a llevarlo a cabo
de tal manera que nadie se sienta humillado o disminuido, sino que, por
el contrario, ayude a estrechar los lazos y a crear el sentimiento de una
comunidad no solo de trabajo sino una comunidad de destino.
Feliz el hospital y bienaventurados los pacientes que pueden con-
tar con una comunidad de base de cuidadores. No tendrá operadores de
salud «prescribidores» de recetas y aplicadores de fórmulas, sino «cui-
dadores» de vidas enfermas que buscan la salud. Ahí seguramente hay
mucha más energía que fluye e influye enormemente en la curación de
los pacientes.
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EL CUIDADO Y LA EDUCACIÓN EN LA ERA P LANETARIA
Siendo el cuidado un paradigma que propone un nuevo modo de habi-
tar la Tierra y de organizar las relaciones del sistema-vida, del sistema-
sociedad y del sistema-Tierra, es natural que presente también su propia
propuesta de educación y de métodos pedagógicos.
¿Cómo debe organizarse el proceso educativo a partir del cuidado?
Hemos entrado en la era ecozoica, es decir, que ante la crisis global que
afecta a todos los ámbitos está surgiendo una nueva era en la cual la eco-
logía (de ahí era ecozoica: el cuidado de la Tierra) constituye uno de
los ejes articuladores del nuevo orden del mundo. El éxito o el fracaso
de esta nueva era pasará inevitablemente por la incorporación o no del
paradigma del cuidado, que nos dirá si tendremos futuro como especie
y si la civilización podrá seguir adelante en nuestro planeta. Así como
van las cosas no se puede continuar. Estamos yen do inevitablemente al en-
cuentro de un inmenso cataclismo que puede destruir las bases de nuestra
supervivencia.
No cabe en estas pocas páginas hacer un relato histórico, aunque
sea en forma resumida, de los grandes momentos de la educación de la
humanidad o de nuestra cultura, sobre los cuales existe abundante lite-
ratura (Gauthier y Tardif 2006). Queremos concentrarnos tan solo en el
aspecto del cuidado. Pero aún así, a modo de una lectura de ciego que
capta tan solo los aspectos relevantes, distinguimos cuatro momentos en
el proceso educativo de nuestra cultura occidental
1. La educac ión en la edad d e la razón: la crítica
El primer momento se encuentra en el Iluminismo europeo. Indiscutible-
mente él introdujo, a partir del siglo xvn, una ruptura fundamental en la
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educación, no solo porque Jean-Jacques Rousseau haya sido presentado
com o el Cop érnico de la pedagogía. Lo que ocurrió fue un giro fenome-
nal en el eje de la historia intelectual del mundo. Irrumpe la razón con
su autonom ía y plena pujanza. A partir de ahora , todo debe pasar por la
criba de la razón. Lo que no se sostiene ni se justifica ante el tribunal de
la razón pierde legitimidad.
Su primera característica consiste en ser una razón
crítica.
Es decir,
la razón analiza las alegaciones que sirven de soporte a todas las instan-
cias: la religión, el imperio, el Estado, la nobleza, la burguesía, el sis-
tema de enseñanza y el proletariado. Y desenmascara las motivaciones
que esconden intereses y usan la razón para ocultar y falsear la realidad.
Es la falsa razón que aparece como ideología encubridora y justificadora
de privilegios, jerarquías, desigualdades y verdaderas injusticias sociales.
Persiste todavía hasta el día de hoy, sustentada por el sistema político
neoliberal y por el modo de producción capitalista. Estos hacen tod o lo
posible para volver invisibles los problemas o para pasar su carga a los
más vulnerables.
Lógicamente, las dos instituciones que más sufrieron con el impacto
de la razón fueron el trono y el altar (los reyes y las Iglesias) que habían
hecho desde hacía siglos una alianza muchas veces espuria. Usaban el
derecho divino y la tradición para justificar lo que se había vuelto injus-
tificable a la luz de los argumentos de la razón.
La importancia del Iluminismo se funda básicamente, entre otras,
en estas dos contribuciones: la universalización de la educación y de la
escuela y, con ella, la difusión del espíritu crítico. Por todas partes, en
los pequeños pueblos de campesinos, en las ciudades del interior, en las
grandes ciudades y en los barrios se abrieron aulas de clase. La asistencia
era anhelada y practicada con entusiasmo.
Una ola de libertad de expresión barrió toda Europa. La palabra ro m-
pió las cadenas de la prohibición y del silencio forzado. Se respiraba au-
tonomía, apropiación de los más distintos saberes, organizados de forma
sistemática por los Enciclopedistas, que crearon una obra del tamaño de
las pirámides faraónicas, la Enciclopedia, cuyo valor permanece hasta la
actualidad.
La crítica liberaba a la humanidad del peso de viejas y corroídas tra-
diciones y derribaba monumentos de falsedad ideológica, construidos
para hacer incuestionables los privilegios de clase, ya fuera por parte de
la religión o por parte de la nobleza. En esta época surgió el conflicto
abierto entre fe y ciencia, que en realidad escondía el verdadero con-
flicto que era de naturaleza política: la confrontación entre el poder de
control social de la Iglesia y de la religión en general y el poder libera-
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dor del saber crítico. L a revolución francesa hubiera sido impensable sin
la nueva conciencia de autonomía generada por el espíritu crítico de los
iluministas que recorrió toda la sociedad.
La crítica es una conquista que jamás puede ser abandonada. Por eso
lo primero que hacen los golpes de Estado y los regímenes autoritarios es
silenciar la crítica, pues si se ejerciera haría polvo las razones de la arbi-
trariedad y reduciría a migajas los argumentos de autoridad (Duso 2006).
La crítica se llevó a todas las escuelas, que a partir de entonces van a
apropiarse del saber del pasado, pero pasándolo primero por la criba de
la crítica, y conservando solamente lo que efectivamente se presenta como
racional y razonable. La ciudadanía moderna presupone la crítica, pues
ella confiere autonom ía a los ciudadanos y establece alternativas e incluso
oposiciones. Frente al poder, la crítica crea un antipoder. Es la crítica la
que impones límites a la voracidad del poder y a su eventual ejercicio tirá-
nico. La crítica disfruta de una cualidad libertadora innegable.
2 .
La educación en la edad de la Técnica: la creatividad
La educación está a merced de los movimientos históricos. Se inscribe
en su dinámica, bien como una actividad justificadora y reproductora,
bien como actividad desenmascaradora y alternativa. Ambas tareas ca-
minan juntas. Por eso la educación es siempre un campo minado.
En cualquier momento se pueden suscitar estas preguntas incómo-
das: ¿Qué tipo de educación se busca, para qué tipo de sistema, para
qué tipo de sociedad y para qué tipo de ciudadano? Según sean las res-
puestas que se dan a estas preguntas, se crea un proyecto educativo y se
elaboran los métodos pedagógicos adecuados a ese proyecto.
Podemos citar celebridades en el campo educativo, como Piaget,
Montessori, Dewey, Freinet, Vygotsky, Neill y Paulo Freire, entre mu-
chos otros, y siempre se descubrirá por detrás de ellos, consciente o in-
conscientemente, una visión de mundo, una lectura de la condición hu-
mana, un ideal a ser concretado y un mundo a ser construido. Nuestra
propuesta de una educación a partir del cuidado, declara consciente-
mente sus propósitos, que vamos a exponer más adelante.
Como fruto del Iluminismo y del ejercicio libre de la razón surgió
la técnica, que es la razón instrumental aplicada a la transformación del
mundo. Se habla entonces de la era de la tecnociencia. Con ella se for-
jó la civilización industrial y, hoy, la digital, con sus incontables inven-
tos. La invención nace de la creatividad, que supone la razón, pero va
mucho más lejos.
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Por más liberadora que sea, la razón crítica tiene que ser autocrítica
y concienciarse del hecho de que ella sola no es suficiente. Debe abrir-
se a otra dimensión: ser creativa, proyectar innovaciones que alivien la
existencia humana, sometida por siglos inmemoriales a penurias, enfer-
medades, hambres y restricciones impuestas por la naturaleza.
Además de incluir el pasado, hay que añadirle algo nacido del diá-
logo del ser humano con la naturaleza y con la historia. La tarea nueva
de la educación es suscitar creatividad e inventiva.
El órgano de la creación y de la innovación, ya lo reconocía Ein-
stein, no es la razón pura, sino la fantasía. Esta proyecta cosas nuevas,
inventa mundos en desorden, prueba nuevas posibilidades. Es la loca de
la casa que crea el desorden a partir del cual surge un nuevo orden.
La educación se propone suscitar en los estudiantes la creatividad y
la capacidad de descubrir nuevas conexiones, inventar nuevos lengua-
jes, crear nuevos símbolos y for jar modelos de aparatos y objetos para
el uso humano o para extraer beneficios de la naturaleza.
Esta nueva postura afecta a los docentes de forma profunda. No son
ya los únicos depositarios del saber. Se suman a los estudiantes, los es-
timulan a inventar. No es una tarea fácil, pues exige desmontar hábitos
profesorales, asumir una postura de humildad, de aprender junto con los
que aprenden, convivir con la contestación y con la presentación de al-
ternativas.
Muchos docentes t ienen la impresión de que pierden autoridad y
se sienten suplantados por la creatividad de los estudiantes. La salida es
cambiar de posición: en vez de colocarse delante de ellos como portador
de un saber específico, ponerse en medio de ellos, intercambiar en vez de
mirarlos de arriba abajo, bajarse a su altura para estar ojo a ojo, cara a
cara y buscar juntos lo nuevo. Quien consiga realizar esta conversión se
transformará en un maestro acogido, respetado y co-partícipe. Con ra-
zón se dice que el buen profesor es aquel que aprendió a aprender junto
con sus alumnos.
Suscitar esta creatividad es decisivo en el proceso educativo. El ser
humano, decíamos, es un proyecto infinito, lleno de potencialidades que
quieren salir a la superficie y hacer historia. Solo m ediante la creatividad
el alumno conquista su autonomía, se crea un nombre, gana su perfi l ,
no se reduce perezosamente a un mero repetidor de fórmulas. En la edad
adulta, en su profesión, no será rehén de hábitos repetitivos ni quedará
perdido y perplejo ante situaciones nuevas, sino que se mostrará crea-
tivo y eficaz.
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3. La educación en la edad de las Opresiones: la liberación
Antes de proseguir, también nosotros debemos practicar el espíritu crí-
tico. Estos dos momentos de la educación, el ilustrado y el científico-
técnico, tienen también una base ideológica. Eran las grandes armas de
las nuevas clases ascendentes: la burguesía comercial y los nuevos capi-
tanes de la industria, interesados en acumular riqueza, poder y ocupar
el aparato del Estado.
El cuidado de los ecosistemas y de la naturaleza era prácticamen-
te inexistente. La Tierra en general y las colonias en particular sufrie-
ron un asalto, diría, salvaje, de sus recursos. La deforestación llegaba en
toda Europa a niveles impresionantes, alarmando a algunos observadores
atentos, como el alemán Cari Karlowitz que, recordamos, fue el prime-
ro en escribir un tratado en latín sobre la sostenibilidad: De sylvicultura
oeconomica. M uchos de los problemas actuales, com o el calentam iento
global, consecuencia de la contaminación industrial y de la devastación
de la naturaleza, conocieron, a partir de aquella época, un aumento como
nunca lo había habido antes.
Todavía hay que añadir que, mientras en Europa se propagaban los
derechos del ciudadano, en África y en parte de Asia las potencias euro-
peas pisoteaban tales derechos som etiendo a sangre y fuego a poblacione s
enteras, transformándolas en colonias, reservas de recursos naturales, de
donde se creó la acumulación necesaria para la consolidación del capi-
talismo y de donde se sacaban los medios para el progreso industrial.
Estas naciones coloniales favorecían el analfabetismo y mantenían
en la ignorancia de sus derechos a los países sometidos para no tener
opositores y garantizar así una explotación sin obstáculos. El co nocim ien-
to es siempre fermento de resistencia, de rebeldía y de liberación. Igual
que no se distribuía el poder político y el bienestar social, así tampoco se
distribuían las letras. Mantener a los pueblos colonizados en la ignoran-
cia era parte decisiva de la estrategia de la dominación. La educación
dominante en Europa formó los cuadros funcionales a este proyecto
de dominación.
La escuela tenía una intención universal, pero en realidad fue parti-
cularizada porque acabó sirviendo b ásicamente a los grupos d om inantes
de la sociedad de entonces. Las grandes mayorías pobres, proletarizadas
y marginalizadas solo recibieron una enseñanza precaria, form adas úni-
camente para ajustarse a aquel orden y someterse a los nuevos señores.
Era la masa ignorante, despreciada por las clases ilustradas. Su saber, he-
cho de experiencias, nunca fue acogido como válido ni se le reconoció
una ciudadanía plena. Era una ciudadanía menor y subalterna.
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En este contexto de deshumanización apareció una pedagogía del
oprimido y una educación como práctica de la libertad. No s estamos refi-
riendo al brasileño Paulo Freire (1921-1997) y a los dos textos suyos que
acabamos de citar, fundadores de otro tipo de educación y de pedagogía.
Comienza valorando las llamadas «culturas del silencio», que, en ver-
dad, fueron y son «culturas silenciadas» violentamente por sus opresores.
No son culturas ignorantes, como pretendían y todavía pretenden las éli-
tes. Ignorante es quien piensa que la persona iletrada es ignorante. El
pueblo sabe y mucho. En realidad solo es analfabeto para la escritura,
pero no para la oralidad, como repetía con frecuencia Paulo Freire.
El gran investigador del arroz de la India, R. H. Richaria, confesaba:
en la India ya ha habido doscientas mil variedades de arroz. Quien guar-
dó y guarda la ciencia del arroz no son los investigadores de la Univer-
sidad de Cambridge, donde él estudió, sino el propio pueblo, los miem-
bros de las tribus. Ellos guardan el verdadero conocimiento hasta el día
de hoy (Shiva, en Mazur y Miles 2010, 246).
La gran novedad que trajo Paulo Freire fue haber entendido que edu-
car es un proceso político liberador. Al aprender a leer y a contar, el es-
tudiante aprende a entender el mundo en el que vive y sufre. El primer
acto de liberación consiste en la conquista de la palabra. Deja de ser un
silenciado. A partir de su contexto de vida empieza a hablar, a tomar
conc iencia de las contradiccion es, a soñar con un mun do donde no haya
opresiones y a organizarse para, paso a paso, irlo construyendo juntos.
Nad ie libera a nadie, nos liberamos juntos. Nad ie edu ca a nadie ni nad ie
se educa solo; los seres hum anos se educan juntos, p or medio del mu ndo:
son palabras generadoras de Paulo Freire.
La clave es la concientización, palabra acuñada ya en 1 96 4 por Alvaro
Vieira Pinto y Guerreiro Ramos del Instituto Superior de Estudios Brasi-
leros (ISEB), que Pablo Freire asumió con entusiasmo. Concientización o
concienciación no es tomar conciencia de las malas e injustas condiciones
de vida. Eso es mantenerse todavía pasivo. Concientización es la acción
que crea con ciencia de las contradiccion es para rechazarlas y la acción que
busca una forma de superarlas para no seguir reproduciéndolas e inaugu-
rar lo nuevo. Un empobrecido que no conoce las razones de su pobreza,
nunca se liberará. La concientización opera esta transformación: conocer
el contexto real, a partir de él identificar las contradicciones, conocer sus
causas y ver las posibilidades reales de superarlas de raíz.
Por eso su Pedago gía del oprimido no es una pedagogía para el opri-
mido. Es una pedagogía que el oprimido desarrolla para extroyectar al
opresor que trae dentro de sí, condición para ser libre y crear una socie-
dad de libertos. Educa ción como práctica de la libertad es el ejercicio
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práctico del paso de la opresión a la liberación . El sujeto de esta liberac ión
es el mismo op rimido que se con cientiza , se organiza y crea una práctica
liberadora. Cuenta con aliados, hasta de otras clase sociales, pero que se
incorporan solamente como fuerza auxiliar y actúan a partir de la pers-
pectiva liberadora de los pobres.
Paulo Freire denuncia que la educación dom inante es dom inante p or-
que está al servicio de la dominación: su misión es crear personas fun-
ciona les al tipo de sociedad arbitraria, desigual e injusta que reina entre
nosotros, especialmente en los países que un día fueron colonia. Ella no
favorece la gestación de ciudadanos que piensan y se hacen libres. Ellos
pueden ser críticos y creativos, como describimos arriba, siempre que
no cuestionen este tipo de sociedad sino que la refuercen en sus estruc-
turas y valores. Las clases dominantes no luchan por derechos universa-
les sino por los privilegios que han acumulado (Lówy 1999).
Lo que Paulo Freire se propone es transformar el mundo y liberar
a los oprimidos con los instrumentos que los dominadores no pueden
usar, como la verdad, la transparencia, la valentía de ver el mundo con
sus contradicciones, no falseado por la publicidad. Lo muestra como es,
conflictivo, dividido, inhumano e injusto, pero con gente con cientizada y
organizada con la voluntad de transformarlo por caminos que no pasan
por la dominación del otro, sino por la solidaridad entre los oprimidos
y por el amor, que es el sentido de todas las cosas. Todo esto lo hace el
propio oprimido que, una vez concienciado y organizado, se constituye
en fuerza histórica transformadora.
Con sentido realista Paulo Freire repetía frecuentemente:
la educa-
ción no libera al mu ndo; la educación libera a las personas que van a
liberar al mundo.
Rechaza la educación «bancaria», que prevalece en la mayoría de las
escuelas: el profesor que lo sabe todo (el dueño del banco) delante de
estudiantes que no saben nada (meros clientes). Para romper esta peda-
gogía, Paulo Freire parte de la vida cotidiana de los oprimidos y de las
palabras que más usan, a las que llama
palabras generadoras,
com o fave-
la, comida, trabajo, arado, terreno, ladrillo, cemento, salario, sandalia,
baile, policía, gobierno y otras.
Un alfabetizador hab lando con las personas que se querían alfabetizar,
escogió, por ejemplo, una palabra del contexto real de esas personas:
fa-
vela.
Esta funcionaba como palabra-generadora de reflexiones sobre fami-
lia, lluvia, gotera, tejado, suciedad, falta de servicios básicos, luz eléctrica,
cachaqa
(aguardiente de cañ a), bajo s salarios, seguridad, baile del forró ,
etc. Después de intercambiar muchas ideas sobre favela, bastaba escribir
en la pizarra la palabra
favela
para que todos la leyeran perfectam ente.
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De esto sacó Paulo Freire una de sus tesis principales: Los «analfa-
betos» son analfabetos de escritura y no de oralidad; la lectura del mun do
precede a la lectura de la palabra (1 99 9) . El libro de la vida es el gran
libro donde todos pueden leer y aprender. Solamente después viene el li-
bro escrito que intenta recoger y volver a contar el libro de la vida.
La educación es una forma de intervención en el mundo para cam-
biarlo. Educador y educando aprenden juntos en el intercambio de sa-
beres y de experiencias q ue, unidos, pueden contribuir a la construcción
de lo inédito viable (expresión acu ñada por Freire), que es aquel sueño
posible de ser anticipado, la realización de una idea generadora que ha
llegado a su madurez y que por eso nadie puede callarla, la irrupción, en
fin, de un mundo nuevo en el cual no sea tan difícil amar y ser gente.
La pedagogía de Paulo Freire viene impregnada de hum ildad, de soli-
daridad con la humanidad sufriente, llena de esperanza (su último gran
libro es Pedagogía de la Esperanza) e irradiante de am or: No hay educa-
ción sin amor. No hay educación impuesta, como no hay amor impues-
to. Quien no ama no comprend e al prójimo y no lo respeta (1987) .
En conclusión, podemos decir que Paulo Freire, a partir de los con-
denados de la Tierra, proyectó una educación liberadora que libera al ser
humano para otro ser humano. Otros educadores cercanos a él como
Célest in Freinet (1896-1966) , John Dewey (1859-1952) , Lev Vygotsky
(1896-1934) , María Novo, directora de la Cátedra UNESCO de'Educa-
ción Ambiental y Desarrollo Sostenible de Madrid, todos ellos también
con ideales l ibertarios, son educadores cuyo contexto social es el de
los países centrales del Norte. El contexto social de Paulo Freire es el
de los países periféricos, el de las grandes mayorías marginadas de los
bienes del desarrollo. Ahí viven y sobreviven, penando, los empobre-
cidos, los que están sin salida, los invisibles y los que no cuentan para
nada. Para Paulo Freire ellos cuentan por encima de todo, cree en ellos,
aprende de su saber, universaliza sus experiencias y les reconoce la
dignidad de ser los portadores de los grandes sueños de otro mundo
posible y necesario. En los últimos decenios mostraron fuerza históri-
ca, capaz de forjar un mundo que todavía no ha sido ensayado y que
un día debe surgir. Y surgirá.
4 . ¿Dónd e quedó el cuidado f
Todas las con tribu cion es de la razón (la crítica), de la técnica (la creativi-
dad), del amor a los oprimidos (la liberación), son irrenunciables pues son
conquistas que enriquecen la construcción histórica del ser humano.
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Como en todas las empresas humanas, lo que es sano puede enfer-
mar y contraer patologías. Así ocurrió con las distintas propuestas aludi-
das antes. La razón en no pocos aspectos se transformó en racionalismo,
que consiste en creer que todo puede ser resuelto única y exclusivamente
por la razón. Lo cual no es verdad, pues el ser humano también es senti-
miento, corazón, ética, estética, espiritualidad y trascendencia. La razón
por sí sola puede volverse absolutamente irracional como irracional es
una máquina de muerte capaz de destruir toda la vida humana y de herir
gravemente la biosfera. En otras palabras, no hemos tenido cuidado con
la razón y sus límites.
La técnica cambió al mundo e hizo nuestra vida más larga y más fácil,
pero también volvió más artificial nuestra vida cotidiana con una parafer-
nalia de aparatos, muchos de ellos totalmente innecesarios. Por la técnica
explotamos todos los recursos y servicios de la Tierra, hemos inventado
centenares de productos químicos inexistentes en la naturaleza y por los
agentes químicos sintéticos podemos llevar a un colapso al sistema in-
munológico del cuerpo humano y reducir drásticamente la biodiversi-
dad de los ecosistemas. H a faltado cuidar suficientemente la técnica para
que sirviese más a la vida que al mercado (Colborn, Peterson Myers y
Dumanoski 1997) .
El amor a los pobres, devolviéndoles la dignidad y reconociéndoles
su saber y su cultura, ha llevado en ocasiones a grupos y naciones en-
teras, en nombre de los pobres pero en contra de los ideales pacíficos y
humanitarios de Paulo Freire, a luchas y hasta a destruir monumentos
venerables del pasado, como ocurrió en China con la revolución cultu-
ral, o hasta el punto de condenar a muerte a quien supiera leer y escri-
bir, como fue el caso de Laos.
¿Dónde quedó el cuidado?
Fue abortado, lo cual dio lugar a que surgiese la barbarie. Incluso
en Paulo Freire, tan integrador de dimensiones de la realidad y de nue-
vos saberes, está poco presente el concepto de cuidado, aunque todo su
compromiso y amor a los empobrecidos sea expresión de él. Pero el
cuidado mismo, como categoría y paradigma, no fue tratado por él; si
lo hubiera hecho, ciertamente habría ganado aspectos altamente inspi-
radores.
Es enriqu eced or que a los principios válidos de la crítica, de la crea-
tividad y de la liberación agreguemos también los del conocido Informe
Jacques Delors de la UNESCO, que fijaba los pilares básicos para una
educación adecuada al siglo xxi:
aprender a conocer, aprender a hacer,
aprender a ser y aprender a vivir juntos (Delors et al. 1996). Y nosotros
todavía añadiríamos la urgencia de aprender a cuidar. Solo incluyendo
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el aprendizaje del cuidado, los demás propósitos tendrán eficacia y ga-
rantizarán un futuro para todos.
5. La educación en la edad de la Tierra: el cuidado
Lo que estuvo ausente en las demás propuestas de educación, el cuidado,
gana a partir de ahora una imp ortancia vital (Gadotti 20 0 1 , 1 68 -1 8 9) .
Ya estamos avanzados dentro de la nueva fase de la evolución de la Tie-
rra y de la humanidad que es la edad de la Tierra, la fase planetaria y
de la especiación humana (descubrirse como especie humana entre otras
especies). Todos se relacionan con todos y tenemos conciencia de que
solamente tenemos un único hogar para vivir, que nos es dado, la Tie-
rra. Este hecho por sí solo nos obliga al cuidado y a la preocupación
diligente por nuestro futuro común.
La Tierra no es simplemente un planeta del sistema solar. Es Gaia y
Gran Madre, un superorganismo vivo que se autorregula. Toda la bios-
fera, la comunidad de vida y nosotros los seres humanos somos expre-
siones de su vitalidad. Nacemos del útero de la Tierra. Somos sus hijos
e hijas. Los humanos somos la porción consciente, sapiente, amante y
cuidante de la Tierra.
Lamentablemente, nos olvidamos de estas obviedades. O peor aún,
podemos ser sus agresores, los violadores de su equilibrio y los asesinos
de muchos hermanos y hermanas de la cadena de la vida. Otra razón
más para cuidar de la Tierra y de toda la vida.
En la fase en que vivimos el cuidado nace de dos experiencias bási-
cas: la admiración y el peligro.
a) El cuida do: adm iración p or la belleza y la com plejidad de la Tierra
Las ciencias de la vida y de la Tierra, la astronomía y la astrofísica nos
han abierto casi todas las ventanas a la inenarrable belleza y compleji-
dad de nuestra Casa Común.
Se nos abrió la dimensión del tiempo: como Tierra existimos desde
hace ya 4.440 millones de años, una floración feliz de un proceso evolu-
tivo que comenzó hace 13.700 millones de años cuando surgió el uni-
verso que conocemos. Hace 3.800 millones de años la vida irrumpió de
algún pantano o mar primitivo. Hace 125 millones de años surgieron los
mamíferos, a cuyo género pertenecemos, y con ellos nos vino el afecto,
el cariño y el amor. Hace unos 70 millones de años emergió nuestro an-
tepasado que vivía en la copa de los grandes árboles para escapar de la
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voracidad de los dinosaurios. Hace 17 millones de años nos separamos
ya de los primates y nos hicimos antropoides, con rasgos que apuntaban
a la futura humanidad. Hace 7 millones de años ya éramos humanos,
portadores de conciencia e inteligencia. Y desde hace cien mil años so-
mos plenamente humanos con un cerebro extremadamente complejo,
capaz de soportar un espíritu cuyo vuelo no se limita a este mundo sino
que alcanza las estrellas y se abre al Infinito. Es la aparición del
homo
sapiens sapiens al que no sotro s, debido a los daños que ha infligido a la
Tierra, le agregamos también la calificación de demens demens.
De la hominización (proceso de construirnos como hombres) a tra-
vés de la cultura, de la religión y de otros caminos espirituales y éticos
pasamos a la humanización (proceso de autoeducación), movimiento to-
davía en curso y siempre abierto, que nos da la posibilidad de ser más y
más humanos, más tiernos y fraternos, más cuidadosos y espirituales.
Las ciencias nos han abierto también a las dimensiones del espacio.
Nos han descubierto las dimensiones del universo con sus miles de millo-
nes de galaxias, de estrellas y demás cuerpos celestes. En una noche estre-
llada del centro de Brasil, donde la profundidad del cielo es más intensa,
nos quedamos sin palabras ante la grandiosidad de la Vía Láctea y de la
miríada de estrellas y, silenciosos y pasmados de admiración, pregunta-
m os: ¿Quién se oculta detrás de toda esta maravilla? ¿Quién d irige el cur-
so de las estrellas? ¿Hacia dónd e som os llevados? N os sentimos pequ eños,
pero al mismo tiempo, grandes, por poder plantearnos estas preguntas.
Cuando en las pantallas de la televisión o en los distintos programas
de Internet, como el de la Nasa, nos es dado contemplar las imágenes del
globo terrestre, azul y blanco, espléndido com o una novia adornada para
las nupcias, nos llenamos de respeto y de admiración. Nos invade un sen-
timiento sagrado que nos hace elevar la mente al Creador y agradecerle
por esta dádiva preciosa que nos fue dada para vivir y para cuidar.
Cuando sobrevolamos la Amazonia sin fin, con ese verdor de las sel-
vas, salpicada por copas amarillas, violetas y rojas, y cortada por innu-
merables ríos, nos preguntamos: ¿cómo puede tanta belleza y riqueza
desaparecer por la falta de cuidado humano? Y nos domina un deseo
irrefrenable de preservar, de cuidar y de crear las condiciones para que
pueda mantenerse intacta y coevolucionar con los demás seres.
Y no hablemos de la biodiversidad, de los millones y millones de mi-
croorganismos que se esconden en unos pocos palmos de tierra y en nues-
tro propio cuerpo, del mundo subatómico con sus partículas elementales
que sustentan y vivifican el universo y a cada u no de n oso tros.
Cuando contemp lamos la historia hu mana, m ás allá de sus contradic-
ciones que nos confunden, no dejamos de admirar figuras de excepcio-
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EL C U I D A D O N E C E S A R I O
nal grandeza humana, moral y espiritual como Buda, Moisés, Zhuang Zi,
Isaías, Jesús, Gandhi, el buen papa Juan XXIII, la Madre Teresa de Cal-
cuta y la Hermana Dulce, unos pocos nombres dentro de un ejército de
personas de amor, de bondad, de compasión y de solidaridad sin límites.
No queremos olvidar a todos los genios de las artes plásticas de todas
las partes del mundo y de todas las edades, ni a los grandes escritores y
a los genios de la creatividad y de la invención hum ana.
Cuando nos entregamos a esta contemplación irrumpe en nosotros
el sentimiento del cuidado. Es un llamamiento ético. Sentimos el deseo
de cuidar de esta inestimable herencia y nos damos cuenta de que todas
estas realidades son vu lnerables y claman por ser cuidadas. C uidar y ser
cuidado, ya lo decíamos antes, es la estructura básica de lo humano y
de todo lo que vive.
b) El cuidad o: fruto de los peligros para la Tierra y para la vida
El cuidado nace igualm ente en no sotros , tal vez más que de la belleza y la
com plejidad, de los peligros que pesan so bre el sistema T ierra y el sistema-
vida. La alarma ecológica ha sonado ya (Lovelock 2011; Rees 2004) . El
consum o hum ano ha sobrepasado en un 3 0 % la capacidad de reposi-
ción de los bienes y servicios de la Tierra. En otras palabras, el planeta
vivo, Tierra, está perdiendo sostenibilidad.
La biodiversidad disminuye día a día. Más de cinco mil especies de
seres vivos desaparecen definitivamente cada año de la faz de la Tierra. La
escasez de agua potable (solo el 0,7% de ella es accesible para el consumo
hum ano) constituye una amenaza pa ra millones y millones de personas y
para todos los seres vivos que necesitan de ella para sobrevivir. La deserti-
ficación, que alcanza una extensión anual igual a nuestro estado de Bahía,
afecta a las plantaciones y obliga a millones de personas a emigrar, dejan-
do atrás no so lo sus tierras, sino también los paisajes queridos, el recuerd o
de sus antepasados y los símbolos de su cultura y de su amor.
El proceso product ivo, en su ansia por enriquecerse , consumir y
disfrutar ilimitadamente de todo lo que la Madre Tierra ofrece, está so-
metiendo a todo el sistema de la vida a un fuerte estrés. Los gases de
efecto invernadero (solo en el último año 30.000 millones de toneladas
de dióxido de carbono) se acumulan de forma alarmante. Ellos son la
causa principal del calentamiento global creciente, afectando el equili-
brio f ísico-químico-ecológico de la Madre Tierra.
No podemos tolerar de ninguna manera que, a partir de mediados
del siglo xxi, suba cuatro grados centígrados la temperatura media glo-
bal. Con este incremento gran parte de la vida existente no conseguiría
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adaptarse y correría grave peligro de desaparecer. Si para finales de si-
glo el calentamiento subiera cinco o seis grados centígrados más, lo que
no es imposible debido a la masiva liberación de metano proveniente
del deshielo de los casquetes polares y al derretimiento del permafrost
(suelo congelado) de Siberia y del norte de Europa, dado que el meta-
no es veintitrés veces más agresivo que el dióxido de carbono, podría
provocar el llamado «calentamiento abrupto», sobre el cual no dejan de
alertarnos los científicos desde el año 2000.
Si esta tragedia ecológico-social ocurriera, ninguna forma de vida,
incluida la vida humana, podría subsistir. O quizás podrían sobrevivir
pequeños grupos famélicos y enfermos en oasis cerrados, envidiando tal
vez a los que murieron antes.
c) El cuidado: un imperativo categórico ético
Esta situación de peligro y de amenaza exige con extrema urgencia el
cuidado. Solo él podrá salvarnos. Pero el cuidado ahora mismo, no el cui-
dado después, cuando tal vez sea ya demasiado tarde y no haya posibi-
lidad de vuelta atrás.
El cuidado es el nuevo imperativo categórico que formularía así:
Si quieres salvar este bello y pequeño planeta, tu hogar hu man o, si
quieres salvar la diversidad de formas de vida, si quieres salvar la ci-
vilización hum ana y si quieres salvarte a ti mism o, entonces empieza
ahora mismo a cuidar de todo y de todos, porque fuera del cuidado
no hay salvación para nadie.
El cuidado es aquí la alternativa a la agresión, lo opuesto a la con-
quista, es la relación amorosa con todo lo que existe y vive. Cuidado
es preocuparse para que no se alcancen niveles irreversibles de degra-
dación de los ecosistemas. Cuidado es la actitud de precaución ante los
actos cuyas consecuencias no podemos controlar y que pueden poner
en grave peligro parte de la vida y ecosistemas enteros. Cuidado es la
expresión de compasión que sana heridas infligidas al cuerpo de la Tie-
rra, y de amor, que impide que se le causen otras nuevas.
Exigencias de una educación para el cuidado
La educación adecuada a esta fase de nuestra historia está obligada a ser
profundamente diferente de las anteriores. Recogiendo las contribucio-
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es despertar también los sentidos espirituales que, como las fuentes de
aguas cristalinas, nos alimentan humanamente, nos producen paz, nos
traen bellas inspiraciones y nos suscitan sueños bondadosos.
• Cu ltivar una ética del cuidad o que atraviesa todas las disciplinas
e impregna todas las actitudes. Cultivamos el cuidado cuando no consi-
deramos únicamente los hechos, sino que prestamos atención a los fac-
tores que están en juego, atentos a lo que realmente interesa y preocu-
pados con el impacto que nuestras ideas y acciones pueden causar en
los demás. Vivimos el cuidado cuando nos interesamos por el bienestar
de los otros, del medio ambiente, del ecosistema en el cual estamos in-
mersos, de la Tierra como un todo y no solo de nuestro pequeño lugar.
Vivimos la ética del cuidado cuando tras los análisis coyunturales, los
hechos sucedidos y la situación general del país y del mundo, discerni-
mos personas, destinos y valores (Antunes y Garroux 2008). Por eso, el
cuidado nos obliga a distinguir lo que es urgente y lo que no lo es, cuán-
do debemos establecer prioridades y aceptar que las cosas no suceden
en el acto, y que es importante respetar los procesos de aprehensión, de
crecimiento y de maduración.
En otras palabras, el cuidado nos hace seres verdaderamente éticos,
que asumen la responsabilidad del vivir bien hum ano y am biental, solida-
rio con las generaciones de nuestros hi jos y nietos que también tienen
derecho a heredar un mundo en el cual merezca la pena vivir, trabajar,
alegrarse y pasar por él, en este corto espacio de tiempo que el universo
y Dios nos concedieron.
Finalmente el cuidado suscita continuam ente en noso tros la co ncien-
cia de nuestro lugar en el conjunto de los seres y nuestra misión de cara
a ellos. Som os los únicos p ortado res de ética y de responsabilidad. N i el
caballo ni el perro van a preocuparse por el futuro de la vida y de la Tie-
rra, ni a ellos les fue confiado cuidar y proteger el Jardín del Edén. Los
seres humanos surgimos del proceso evolutivo con esta conciencia y mi-
sión: ser los guardianes y cuidadores de esta herencia sagrada que el uni-
verso y Dios nos han confiado. Fuimos creados creadores. Co-pilotamos
el proceso de la evolución de la Tierra, y junto con las fuerzas directivas
que comandan el caminar de las cosas, aportamos nuestra contribución.
La Tierra nunca más será virgen. Traerá para siempre en su ser la mar-
ca de la presencia humana. En cierta forma, hemos hominizado la Tierra.
Pero esta presencia nuestra no siempre ha sido buena. Especialmente en
los últimos decenios, ha sido terriblemente agresiva contra todos los eco-
sistemas de la Tierra. Estamos l levando a cabo una guerra total contra
Gaia, sabiendo que jamás saldremos vencedores, pues ella puede vivir
sin nosotros, pero nosotros jamás sin ella. De todos modos, hemos ayu-
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EL C U I D A D O N E C E S A R I O
dado a la Tierra a mostrar sus capacidades y virtualidades escondidas.
Y hoy más que nunca debemos cuidar de ella como de nuestra madre,
con desvelo, con respeto a sus l ímites, con compasión de sus dolores y
con amor por su salud.
La urgencia de esta pedagogía del cuidado todavía no ha entrado
en la conciencia colectiva. No obstante hay un nombre que debe ser
mencionado y venerado: Robert Müller, uno de los más antiguos y altos
funcionarios de la ONU. Inspirado por la visión global de la historia de
la Tierra y de la humanidad creó la Universidad de la Paz en Costa
Rica y fundó una red de escuelas que llevan su no m bre: «Escuelas Rob ert
Müller». Proyectó un completo plan de estudios que tiene como obje-
tivo educar a los jóvenes en esta perspectiva de la nueva civilización en
sintonía con la naturaleza, con la Madre Tierra y con el cosmos, dentro
de un aura de profunda espiritualidad. Su texto principal se titula El naci-
miento de una civilización mu ndial ( 1989) .
7 . La celebración de la vida hum ana individual
La educación del cuidado rescata lo más espectacular, misterioso y bello
que ha existido en el mundo que conocemos, lo más enjundioso de la
existencia de cada persona humana individual. Los sistemas, las institu-
ciones, las ciencias, las técnicas y las escuelas no tienen lo que cada una
de las personas tenemos: conciencia, amorosidad, cuidado, creatividad,
solidaridad, com pasión y el sentimiento de perten ecer a un Todo mayo r
que nos sustenta y anima.
Seguramente no somos el centro del universo, pero somos aquellos
seres mediante los cuales el universo se piensa, se concientiza y ve su
espléndida belleza. Somos el universo que ha llegado a sentir, a pensar,
a cuidar y a venerar. Esa es nuestra dignidad, que debe impregnar a cada
persona de la nueva era planetaria.
Debemos sentirnos orgullosos de poder desempeñar esa misión para
todo el universo. Y solo cum pliremos con nuestra m isión si cuidamos de
nosotros mismos, de los demás, de la Tierra y de cada uno de los seres
que aquí habitan.
Tal vez pocas personas han expresad o m ejor estos nobles sentimien-
tos que el eximio músico y también poeta Pau Casals. En un discurso en
la ONU en los años ochenta del siglo pasado, se dirigía a la Asamblea
General pensando en los niños como el futuro de la nueva humanidad.
Su mensaje vale también para todos los adultos. Decía:
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EL C U I D A D O Y L A E D U C A C I Ó N E N L A E R A P L A N E T A R I A
El niño tiene que saber que él mismo es un milagro, que desde el principio
del mundo jamás ha habido otro niño igual, y que en todo el futuro jamás
aparecerá otro niño igual a él . Cada niño es único, desde el principio hasta
el fin de los t iempos. Así el niño asume una responsabilidad al confesar: es
verdad, soy un milagro. Soy un milagro igual que el árbol es un milagro. Y
siendo un milagro ¿podría hacer el mal? No, pues soy un milagro. Puedo
decir Dios o Naturaleza, o Dios-naturaleza. Poco importa. Lo que importa
es que soy un milagro hecho por Dios y hecho por la naturaleza. ¿Podría
yo matar a alguien? No. No puedo. ¿Y otro ser humano, que también es un
milagro como yo, podría matarme a mí? Creo que lo que estoy diciendo a
los niños puede ayudar a hacer surgir otro modo de pensar el mundo y la
vida. El mundo de hoy es malo; sí , es un mundo malo. El mundo es malo
porque no hablamos a los niños así como yo les estoy hablando ahora y de
la manera que necesitan que les hablemos. Entonces el mundo no tendrá
más razones para ser malo (Müller 1989, 72-73) .
C reo que estas palabras de Pau Casals son un mag nífico colofó n para
este capítulo. No es necesario decir nada más, pues en ellas se realiza el
sueño de la educación para el cuidado.
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C O N C L U S I Ó N : U N A U T O P Í A N E C E S A R I A
Quizá no serán pocos los que al terminar la lectura de este libro dirán:
hay en él cosas bellas y profundas, pero se trata de una utopía.
Seguramente hay en él mucho de utopía, pero de una utopía nece-
saria. Esta vez o la utopía se transforma en topía, se concreta de verdad
o si no, nuestro futuro común, el de la vida y el de nuestra civilización
están en grave peligro. Tenemos que intentar todo para no llegar dema-
siado tarde al verdadero camino que podrá salvarnos. Y ese camino pasa
por el cuidado y por la sostenibilidad.
Recojo las inspiradoras palabras que Oscar Wilde, el conocido escri-
tor irlandés, dijo acerca de la utopía:
Un mapa del mundo que no incluya la utopía no es digno siquiera de ser es-
piado, pues ignora el único territorio en el cual la humanidad siempre atraca,
para partir enseguida hacia una tierra todavía mejor.
Pues de esta utopía del cuidado es de lo que han tratado estas re-
flexiones, con sentido de urgencia y de responsabilidad com par tida.
Forma parte del mundo de la utopía proyectar escenarios esperan-
zadores. Vamos a presentar uno de un autor ya citado, Robert Müller,
funcionario de la ONU durante cuarenta años, l lamado «ciudadano del
mundo» y «padre de la educación global». Era un hombre de sueños,
uno de ellos realizado al ser el primer rector de la Universidad de la Paz,
fundada en 1980 por la ONU en Costa Rica, único país del mundo que
no t iene e jército.
El imaginó una nueva génesis, el nacimiento de una civilización real-
mente planetaria en la cual la especie humana se asume como especie
junto a las demás, con la misión de garantizar la sostenibilidad de la Tie-
rra y cuidar de ella así como de todos los seres que en ella existen.
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E L C U I D A D O N E C E S A R I O
Esta es su «Nueva Génesis»:
Y
vio Dios que todas las naciones de la Tierra, negras y blancas, po-
bres y ricas, del Norte y del Sur, de Oriente y de Occidente, de todos
los credos, enviaban sus emisarios a un gran edificio de cristal situa-
do en la orilla del río del Sol Naciente, en la isla de M anhattan, para
estudiar jun tos pensar juntos y juntos cuidar del mundo y de todos
sus pueblos.
Y dijo Dios: «Esto es bueno».
Y este fue el primer día de la Nu eva Era de la Tierra.
Y vio Dios que los soldados de la paz separaban a los comba tien-
tes de las naciones en guerra, qu e las diferencias se resolvían mediante
la negociación y la razón y no por las armas, y que los líderes de las
naciones se encontraban, intercambiaban ideas y unían sus corazo-
nes, sus men tes, sus almas y sus fuerzas para el beneficio de toda la
humanidad.
Y dijo Dios: «Esto es bueno».
Y este fue el segundo día del Planeta de la Paz.
Y vio Dios que los seres hum anos ama ban la totalidad de la Crea-
ción las estrellas y el Sol, el día y la noche, el aire y los océanos, la
tierra y las aguas, los peces y las aves, las flores y las plantas y a todos
sus hermanos y hermanas humanos.
Y dijo Dios: «Esto es bueno».
Y este fue el tercer día del Planeta de la Felicidad.
Y vio Dios que los seres hum anos eliminaban el hambre, la en-
fermedad, la ignorancia y el sufrimiento en todo el globo, proporcio-
nando a cada persona hum ana una vida decente, consciente y feliz,
reduciendo la codicia, la fuerza y la riqueza de unos pocos.
Y dijo Dios: «Esto es bueno».
Y este fue el cuarto día del Planeta de la Justicia.
Y vio Dios que los seres hum anos vivían en armon ía con su pla-
neta y en paz con los otros, m anejando sus recursos con sabiduría,
evitando el desperdicio, refrenando los excesos, sustituyendo el odio
por el amor, la codicia por el contentam iento, la arrogancia por la
hum ildad, la división por la cooperación.
Y dijo Dios: «Esto es bueno».
Y este fue el quinto día del Planeta de Oro.
Y vio Dios que las naciones destruían sus armas, sus bomb as, sus
misiles, sus barcos de guerra, desactivando sus bases y desmovilizando
sus ejércitos, man teniendo solamente policías de la paz, para proteger
a los buenos de los malos y a los norm ales de los desquiciados.
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C O N C L U S I Ó N : U N A U T O P Í A N E C E S A R I A
Y
dijo Dios: « Esto es bueno».
Y este fue el sexto día del Planeta de la Razón.
Y vio Dios que los seres humanos restauraban a Dios y a la per-
sona human a como el Alfa y el Om ega, reduciendo instituciones,
creencias, políticas, gobiernos y todas las entidades hum anas a simples
servidores de Dios y de los pueblos. Y Dios los vio adoptar como ley
suprema: «Am arás al Dios del Universo con todo tu corazón, con toda
tu alma, con toda tu mente y con todas tus fuerzas. A marás tu bello
y milagroso planeta y lo tratarás con infinito cuidado. Amarás a tus
hermanos y hermanas hum anos como te amas a ti mismo. No hay
mand amientos mayores que estos».
Y dijo Dios: «Esto es bueno».
Y este fue el séptimo día del Planeta de Dios.
Si en la puerta del infierno de Dante Alighieri estaba escrito:
Vosotros los que entráis, abandonad toda esperanza,
en la puerta de la Nu eva G énesis, en la era de la Tierra y del mun do pla-
netizado estará escrito en todas las lenguas que existen en el mundo:
Vosotros los que entráis, no abandonéis jamás la esperanza.
No es otro el mensaje de este libro, que tú, lector o lectora amiga,
tienes en tus manos. No abandones nunca la esperanza, el sueño y la
utopía. El futuro pasa por ahí.
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Í N D I C E
Introducción 9
1. El cuidado: la construcción del conce pto 13
1. La urgencia del cuidado 13
2. La emerg encia del cuidad o en tiempo s de crisis 15
3. En busca de un conc epto de cuidado 18
4. Dos expresiones del mismo cuidado 24
2. El cuidado en el proc eso evolutivo 2 7
1. El cuidado com o constante cosm ológica 27
2. Recup erar la razón sensible y cord ial 29
3. Fund am entos filosófico-antropológicos del cuidad o 31
1. El cuidado en M artin Heidegg er: origen y evolución 31
2. La fábula del cuidado 35
3. El cuidado com o esencia de lo humano 36
4. El cuidado com o precaución y prevención 37
5 . La tarea de la vida: cuidar del Ser 3 9
4 . El paradigma del cuidad o: un nuevo mo do de habitar la Tierra 41
1. El cuidad o: ¿adjetivo o sustantivo? 41
2. El cuidad o com o nuevo paradigma de civilización 4 3
a)
Los
impasses
del viejo paradigma de la conqu ista 4 4
b) Las ventajas del nuevo paradigma del cuidado 47
3. Exige ncias nuevas del paradigma del cuid ado 4 9
a) El rescate de la razón cordial 4 9
b) La reciproc idad : refundar el pacto natura l 5 2
c) Los derecho s de la M adre Tierra, el respeto y la venerac ión . . . 5 2
d) La justa medida com o exigen cia del cuidado 53
e) La autocontención com o demanda del cuidado 54
167
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E L C U I D A D O N E C E S A R I O
4. Revisitar la sabiduría indígena ances tral 55
5. Form as alternativas de prod ucción a partir del cuidado 5 8
6. El
buen vivir:
otro mod o de habi tar la Tierra 61
7. El al imen to del cuidad o: la ecología inter ior 64
5. Ha cia una ética del cuidado necesa rio 67
1. La ética de la justicia y su sustrato m ascu lino 68
2. La ética del cuidado y su sustrato fem en ino 74
3. Justicia y cuidad o: una ética integral
6. Cuidar de sí mism o, de los otros, de la Tierra 81
1. ¿Qué somos com o humanos? 81
2. Cuida r de sí mism o: acogers e jovialm ente 83
3. Cuidar de sí mis mo : preocupa rse del m od o de ser 84
4. Cuidado com o precaución con nuestros actos y act i tudes 86
5. Cuid ado de nuestra relación principal : la amistad y el am or 88
6. C óm o cuidar de nuestra Casa Co m ún , el planeta Tierra 9 0
7. Cuidar del prop io cuerpo y del cuerpo de los otro s 93
1. La unidad com pleja cuerp o-espíritu 93
2. Las fuerzas de autoafirmación y de integr ación 9 4
3. Los desafíos del cuidado del pro pio cuerpo 9 7
4 . El cuidado del cuer po de los otro s, de los pobres y de la Tie rra .. . 9 9
8. Cu idar de la prop ia psique y de la psique de los otr os 10 1
1. El viaje hacia el prop io Ce ntr o 10 1
2. Siento , luego existo 10 2
3. La estructura del deseo del ser hum ano 10 4
a) La acogida de la cond ición hum ana 10 6
b)
La constr ucción de la síntesis personal 10 6
c) Cuidad o co m o precauc ión con tra las asechanzas de la vida. . . 10 7
d)
Cuidad o com o precaución por la salud social 10 8
9. Cu idar del pro pio espíritu y del espíritu de los otros 1 0 9
1. Q ué es el espíritu en la nueva cosm ología 1 09
2. Carac terísticas del ser hum ano-espíritu 11 1
a)
Un ser de trascend encia 11 1
b)
La cone xión con e l Todo 11 1
c) Un ser de l ibertad co m o autodeterminación 11 2
d)
La capacidad de amar y de perdo nar 11 3
e)
La capacidad de compasión 113
f )
El e terno buscador 11 4
g)
Un ser capaz de una gran Síntesis 11 4
3. Cuid ar del espíritu: vivir la espiritualidad 11 5
a)
La espiritualidad más allá de la religión 11 5
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I n d i c e
b)
La imp ortancia de la me ditación 11 5
c) La comun ión con el Mis ter io y con Dios 116
d) El cuidado del amb iente social 11 7
10. El cuidado en la med icina y en la enferm ería 11 9
1. Superación del antrop ocen trismo y del sociocentrismo 119
2. Salud: equilibrio de cuerpo -men te-espír itu-naturaleza 12 1
3. Vida sana e integración de la mue rte 12 2
4 . Cuid ar el luto y las pérdidas 12 4
5. La imp ortan cia de la espiritualidad para la salud 12 7
6. El lugar del cuidado en la med icina y en la enferm ería 13 0
7. Las act itudes de cuid ado 13 2
8. ¿Quién cuida al cuidador? 13 4
11 . El cuidado y la educación en la era planetaria 13 7
1. La edu cació n en la edad de la Ra zón : la crítica 1 37
2. La educación en la edad de la Té cni ca: la creat ividad 13 9
3. La educación en la edad de las Op resiones: la l iberación 14 1
4. ¿Dó nde quedó el cuidado? 14 4
5. La educación en la edad de la Tierra : el cuidado 14 6
á) El cuidado: ad miración por la belleza y la com plejidad de la
Tierra 146
b) El cuidado : fruto de los peligros para la Tierra y para la vid a.. 14 8
c) El cuidad o: un imperativo categó rico ét ico 14 9
6. Exigen cias de una educación para el cuidado 14 9
7. La celebració n de la vida humana individual 15 2
12 . Con clusió n: Una utopía necesaria 15 5
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L e o n a r d o B o f f
Bras i l eño universa l , nac ió en Concordia , Es tado de
Santa Catarina (Brasi l ) . Estudió y trabajó en Petrópo-
l is , conjugando los ambientes académicos con los me-
dios populares y pobres. De ahí surgió la reflexión que
desembocó en un discurso indignado ante la miseria y
la marginac ión, y que generar ía l a conoc ida teo logía
de la liberación, con la que se le identifica. El, junto con
otro s, ayudó a formu larla y la sigue anim and o h asta hoy.
Profesor de teología , f i losof ía y ét ica , reconocido
defensor de los derechos humanos, miembro de la co-
mis ión que e laboró la Carta de la T ierra , peregr ina
por e l mundo dando cursos y conf erenc ias , par t i c ipa
en encuentros y f oros , asesora movimientos soc ia les
de cuño popular l iberador, como el movimiento de los
Sin-Tierra y las comunidades eclesiales de base, y escri-
be con asiduidad.
De su prol í f ica obra , t raducida a numerosas len-
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