PRESENTACIÓN Los Hijos de la Caridad, Religiosos, Sacerdotes y Hermanos para la Evangelización del mundo popular, estamos ene algunos lugares de América Latina. En las afueras de Sao Paolo (Brasil) y de Bogotá (Colombia), de la Habana y de Holguín (Cuba), en la capital de México, en la ciudad fronteriza de Ciudad Juárez, como también en los barrios hispanos de New Haven (USA). La llegada del año 2000 y la preparación de nuestro Capitulo General (Encuentro cada seis años de los delegados de toda la Congregación) nos estimularon a compartir unas cuantas vivencias de la caridad. Bernard Claireau, mucho tiempo sacerdote obrero en Francia, ahora en el Equipo de Formación de México reunió los testimonios y los relacionó con el pensamiento de nuestro fundador el Padre J.E. Anizan. ¡Fue un esfuerzo meritorio!. Nos parece justo compartir esos testimonios ahora con los amigos(as), colaboradores habituales en la evangelización y los jóvenes interesados en nuestro ministerio evangelizador en el mundo popular obrero. Son como ramitas encendidas que brincan al aíre para dejarnos adivinar la hoguera donde se prendieron. Hoguera de caridad encendida en el corazón de nuestros pueblos y de sus pastores. Parece interesante abrir estos testimonios con el mensaje final del capitulo de los Hijos de la Caridad (Julio 2000) Él expresa bien cómo nuestra misión parte de Dios Caridad para regar nuestras vidas con ese océano de amor. Dios quiera que estás páginas nos ayuden a compartir mejor el tesoro que tenemos adentro y que esperan nuestros pueblos. UN TESORO A COMPARTIR Al alba de este nuevo milenio, en un mundo a la vez doloroso y apasionante, los Hijos de la Caridad, reunidos en Capítulo General, nos hemos hecho la misma pregunta que el P Anizan, en vísperas de nuestra fundación : “¿Señor, qué quieres que haga? ”, ¿qué quieres de nosotros? Acoger al Dios-Caridad en el seno de su pueblo Aprender a recibirle, a acogerle, en el seno de los trabajadores y de los pobres. Dejarnos penetrar de tal manera por Dios, que su mirada sea nuestra mirada, sus manos nuestras manos, su corazón nuestro corazón. Cuando eso hacemos, volvemos a ver a los hijos más queridos de su pueblo sangrando por las heridas de la desigualdad, de la violencia, de la soledad, o del vacío y la angustia al no encontrar al Dios cercano de tantas maneras esperado. Cuando eso hacemos, surgen también ante nuestros ojos admirados, infinidad de perlas preciosas que iluminan los rostros curtidos de nuestro pueblo : su lucha diaria por la vida y por un futuro mejor para sus hijos, su aguante en las dificultades, su compasión ante el sufrimiento ajeno, su esperanza, su fe y su alegría, por solo citar algunas. Ante ello, nuestro ser de pastores se estremece de compasión y de gozo. Es, creemos, el estremecimiento del amor.
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PRESENTACIÓN
Los Hijos de la Caridad, Religiosos, Sacerdotes y Hermanos para la Evangelización del mundo
popular, estamos ene algunos lugares de América Latina. En las afueras de Sao Paolo (Brasil) y de
Bogotá (Colombia), de la Habana y de Holguín (Cuba), en la capital de México, en la ciudad
fronteriza de Ciudad Juárez, como también en los barrios hispanos de New Haven (USA).
La llegada del año 2000 y la preparación de nuestro Capitulo General (Encuentro cada seis años de
los delegados de toda la Congregación) nos estimularon a compartir unas cuantas vivencias de la
caridad. Bernard Claireau, mucho tiempo sacerdote obrero en Francia, ahora en el Equipo de
Formación de México reunió los testimonios y los relacionó con el pensamiento de nuestro
fundador el Padre J.E. Anizan. ¡Fue un esfuerzo meritorio!.
Nos parece justo compartir esos testimonios ahora con los amigos(as), colaboradores habituales en
la evangelización y los jóvenes interesados en nuestro ministerio evangelizador en el mundo
popular obrero. Son como ramitas encendidas que brincan al aíre para dejarnos adivinar la hoguera
donde se prendieron. Hoguera de caridad encendida en el corazón de nuestros pueblos y de sus
pastores.
Parece interesante abrir estos testimonios con el mensaje final del capitulo de los Hijos de la
Caridad (Julio 2000) Él expresa bien cómo nuestra misión parte de Dios Caridad para regar
nuestras vidas con ese océano de amor. Dios quiera que estás páginas nos ayuden a compartir mejor
el tesoro que tenemos adentro y que esperan nuestros pueblos.
UN TESORO A COMPARTIR
Al alba de este nuevo milenio, en un mundo a la vez doloroso y apasionante, los Hijos de la
Caridad, reunidos en Capítulo General, nos hemos hecho la misma pregunta que el P Anizan, en
vísperas de nuestra fundación : “¿Señor, qué quieres que haga? ”, ¿qué quieres de nosotros?
Acoger al Dios-Caridad en el seno de su pueblo
Aprender a recibirle, a acogerle, en el seno de los trabajadores y de los pobres. Dejarnos penetrar de
tal manera por Dios, que su mirada sea nuestra mirada, sus manos nuestras manos, su corazón
nuestro corazón.
Cuando eso hacemos, volvemos a ver a los hijos más queridos de su pueblo sangrando por las
heridas de la desigualdad, de la violencia, de la soledad, o del vacío y la angustia al no encontrar al
Dios cercano de tantas maneras esperado. Cuando eso hacemos, surgen también ante nuestros ojos
admirados, infinidad de perlas preciosas que iluminan los rostros curtidos de nuestro pueblo : su
lucha diaria por la vida y por un futuro mejor para sus hijos, su aguante en las dificultades, su
compasión ante el sufrimiento ajeno, su esperanza, su fe y su alegría, por solo citar algunas.
Ante ello, nuestro ser de pastores se estremece de compasión y de gozo. Es, creemos, el
estremecimiento del amor.
Amar con corazón de pastor
“El pensamiento de las masas perdidas me invade y me persigue… Jesús tuvo compasión de esa
muchedumbre, ¿quién tiene compasión hoy?”. Estas palabras de E. Anizan siguen resonando en
nosotros. ¿Cómo podrá Dios expresar a esas masas su cariño y su cercanía salvadores? La
compasión por los trabajadores y los pobres de nuestros pueblos es para nosotros ante todo
revelación y encuentro. Revelación, porque a través de ella queremos decirles que sus nombres
están escritos en el corazón de Dios y que él camina a su lado, para que, levantando la cabeza y los
brazos hacia el futuro, se conviertan ellos mismos en portadores de luz para este mundo. Encuentro,
porque es ese el lugar privilegiado de nuestra cita con Dios. En nuestros barrios y sus comunidades
cristianas, en el trabajo, en las cárceles y en los hospitales, en los márgenes de nuestro pueblo…, en
ese campo inmenso siempre abierto Dios nos espera cada día. Es el hogar de nuestra fe, de nuestra
adoración, de nuestra alabanza, de nuestra identidad religiosa.
Abandonarnos en la fraternidad
Ante los cansancios y desalientos, Dios nos sigue enviando al amor primero, hecho de abandono y
de confianza. Cuando nos creiamos más fuertes no por eso eramos menos frágiles. Dios conoce
nuestra historia, con sus luces y sus sombras. Es una historia amada y amante, que nos abre al
futuro y a la responsabilidad compartida. Nos lo dice sin cesar a través de los acontecimientos de
nuestra vida en común : “caminad y buscad juntos, orad e id a mi pueblo juntos, llorad y reid
juntos, en vuestra fraternidad me encontraréis. Ella es el mensaje primero para mi pueblo.” Lugar
de prueba y de gozo, lugar sagrado.
Compartir el tesoro encontrado
Nos produce inmensa alegría ver que hay jóvenes que se adentran por este mismo camino de
encuentro amoroso con Dios y con sus hijos preferidos. Otros muchos buscan y esperan, ¿sabremos
convocar con nuestra vida y nuestra palabra?
Nos alegra ver que hay muchos hombres y mujeres que alimentan su fe y su caridad apostólica con
este espíritu que a nosotros nos hace vivir. Deseamos compartirlo cada vez más para que se
enriquezca y produzca frutos abundantes.
Todo ello nos llena de gozo y de confianza. Y nos llama a la responsabilidad ante el tesoro que el
Señor ha puesto en nuestras manos, un tesoro para ser compartido. El nos sigue diciendo : “¡ánimo,
mi pueblo espera, y yo con él !”.
Capítulo General de los Hijos de la Caridad
Mensaje final, 18 de julio de 2000
PREFACIO
“Si no tengo la Caridad, soy como bronce que resuena o címbalo que retiñe” dice San Pablo... la
verdad ¡Qué tristeza una vida sin armonía! La caridad (don de Dios amor) hace cantar la vida de
sus hijos, la caridad pone música en la partitura de la historia humana. Jesús, amor de Dios hecho
carne, nos invita a entrar en su concierto y a hacer vibrar en cada paso una nota de amor...
Queremos invitar a ustedes a participar en el concierto de los países de América Latina donde
estamos los Hijos de la Caridad.
Ojala que estos textos que tienen la pretensión de expresar un poco al melodía de la caridad, les
ayudarán a entrar en sintonía con las polifonías de la fraternidad, con la sinfonía de la justicia, con
el ritmo de los derechos humanos pasando por los cantos del perdón, las denuncias y la rebeldía del
“Rap”.
Creemos que la caridad puede transformar la rutina en melodía de amor y la cacofonía de la
desigualdad, violencia y desprecio en una armonía donde el “La Mayor” será la persona humana.
Tomando al pasar el sonido de la cultura de los países en donde vivimos nuestro carisma: la Zamba
de Brasil, la cumbia de Colombia, la Salsa de Cuba, la Ranchera de México...
Que este concierto anime a cada uno a ponerse a la escucha de está música que late al ritmo del
corazón del buen Padre y a participar en su orquesta.
UNA ASPIRACIÓN DE TODA LA VIDA
La Caridad: no se trata de una “virtud moralista” sino de un don de Dios. Las Constituciones de los
Hijos de la Caridad lo expresan bien:
“El Espíritu Santo es el Amor mutuo entre el Padre y el Hijo. Se podría decir: la Caridad mutua.
Por eso al hablar del Espíritu Santo decimos fuente viva, fuego, amor, unción espiritual. El espíritu
de Dios es Caridad. Somos los hijos de la Caridad increada” (Constituciones núm. 202)
Como los demás cristianos, somos recreados por este Espíritu Santo, Don que nos viene de Dios y
de Cristo resucitado. Nuestro instituto es un fruto del Espíritu Santo… Nuestro nombre: “Hijos de
la Caridad” es una acción de gracias por esa fuente de nuestra vocación.
Nuestra fiesta principal, la fiesta del Sagrado Corazón, nos hace reconocer en Jesús a aquél de
quien ha brotado, para nosotros y para todos los hombres, el don del Espíritu Santo. (Cf.
Constituciones núm. 203).
“La Caridad ha sido derramada en nuestros corazones por el Espíritu Santo que nos ha sido dado”
(Rom. 5, 5). Esta fuerza de Amor une interiormente todas las dimensiones de nuestra vocación.
Anima nuestro deseo de serlo todo para Dios, de vivir y morir por Él. Nos modela a imagen de
Cristo Nuestro Señor… Es la clave de nuestra fraternidad religiosa. Nos hace “acogedores los unos
con los otros, como Cristo nos acoge para gloria de Dios” (Rom 15, 7). Anima y regula nuestro
caminar en la pobreza, la castidad y la obediencia. Sin ella no seríamos más que bronce que
resuena.
Ella hace de nuestros votos camino de liberación de los hijos de Dios. “La Caridad es el alma y la
característica de nuestro apostolado. Si llegara a faltar, nuestro instituto perdería su razón de ser”
(Constituciones núm. 204).
Porque la Caridad no nos viene de nuestras propias fuerzas, sino del Espíritu Santo que nos es
dado, podemos tomar en serio la llamada apremiante del padre Anizán: “sed santos”:
Creemos en efecto, que esta Caridad puede impregnar todas las dimensiones de nuestro instituto y
hacer de él “Un evangelio vivo”. Creemos también que puede invadir toda nuestra vida y hacer de
nosotros santos. Estamos resueltos a entregarnos a Dios “tan a fondo como podamos”
(Constituciones núm. 205)
El Espíritu Santo es el que nos resucitará y quién ya nos ha resucitado con Cristo. En este camino
de resurrección, pasamos por la cruz; sobre todo, la cruz de los apóstoles: la prueba de la Fidelidad
y la Perseverancia; de la Disponibilidad y la Obediencia; del Despojamiento debido a la ineficacia
aparente de nuestro apostolado; del Sufrimiento producido por nuestras limitaciones. También
pasamos por las pruebas que suponen las minusvalías, la edad, la enfermedad, y el paso de la
muerte.
Estas palabras de Jesús siguen resonando en nosotros: “Si alguno quiere venir en pos de mí,
niéguese a sí mismo, tome su cruz de cada día, y sígame” (Lc. 9, 23). Es el Amor el que nos hará
seguir a Jesús hasta su resurrección. (Cf. Constituciones núm. 206). Si la Caridad es un don, hay
que dejarse conquistar y pedirlo.
Contemplar la comunicación de la Caridad en Dios Trinidad: Hogar del amor. Esperar y aceptar
esta Caridad como don: “El mundo obrero no necesita la generosidad de Bernardo sino del Amor
de Dios, entonces hay que dejarse amar por Él, y la Caridad sabrá, poco a poco, transformarte”.
Esta interpelación durante mi tiempo de formación me quedó grabada como una inquietud, una
aspiración a lo largo de mi vida religiosa.
Contemplar la Caridad también en la humanidad y creer en ella. Si el hombre está creado a la
«imagen y semejanza» de Dios, la Caridad puede florecer en nuestra tierra. Como el Espíritu se nos
adelanta y sopla donde quiere, así debe ser la Caridad en el mundo: “el pueblo tiene recursos
admirables en el ámbito de la Caridad”.
Estar convencido de este Amor de Dios para el pueblo: “Cuando veo un trabajador se que Dios lo
ama” (Anizán). Saber que la Caridad es lo que toca más al pueblo. Y más aun: la Caridad no se
encuentra fuera de la vida… “¿Si el verbo se hizo carne por qué buscarlo en las nubes cuando está
lavando nuestros pies?”
Bernard C
FUENTE DE TODA MI VIDA
Cuando comencé a pensar lo que tenía para decirles a mis compañeros del Instituto sobre el amor,
me vino a la mente un recuerdo muy antiguo, uno de los primeros que conservo de la niñez:
Tenía seis años cuando tomé la Primera Comunión y recuerdo que al dar gracias a Dios, le prometí
a Jesús que no lo abandonaría, que no lo traicionaría nunca durante toda mi vida. Debo haber hecho
esa promesa con tanto amor y convicción, que todavía la recuerdo.
Más adelante, desde mi juventud conocí esas palabras fundamentales: «Amor y Caridad», que ya
estaba viviendo, o tratando de vivir desde niño. Y me enamoré del «Amor-Caridad». No de las
palabras, sino de la realidad divino-humana que encierran.
El Amor-Caridad pasó a ser mi mejor amigo, mi compañero inseparable. Con Él he pasado mis
mejores momentos y también los peores ¿Por qué los peores?, Porque en esta convivencia de
amistad entraron las ingratitudes, las cobardías, las traiciones que me hicieron y me hacen sufrir
horrores, pero, ¡Gracias a Dios! No destruyeron la amistad con mi amigo fiel y compañero
inseparable.
Fue pasando el tiempo y la experiencia me enseñó que uno de los lados o aspectos, del Amor-
Caridad ofrece más resistencia a avanzar por él; y es el «Amor de Servicio», el Amor activo, que es
también el más doloroso. El otro, el “Amor en Comunión” es más fácil y más tentador para
quedarse solo en él.
El Amor-Servicio, en acción se encuentra en el trabajador que día a día regala sus fuerzas, sus
sueños y toda su vida a sus compañeros, a sus hijos, y que se entrega con toda su fuerza en las
justas luchas. Sólo verlos ayuda a Amar así, porque recuerda esa presencia de Dios en ellos.
Encontré otro “truco”, otro medio de tener siempre en cuenta ese lado activo del Amor-Caridad;
que es llamarlo como “Amor-Amar”, uniendo el sustantivo con el verbo y así cubrir mejor esa
realidad de la que hablamos, para ayudarnos a vivir esos dos aspectos.
Me parece también que al Amor-Caridad hay que planearlo y evaluarlo. El hecho de ser sumamente
afectivo, imaginativo y pasional (el mal de Dios y el mal del pueblo) no debe hacerlo impensado e
improvisado. Después de pensarlo hay que vivirlo con pasión en la acción y en el servicio; hay que
realizarlo amando concretamente y realmente a las personas.
Creo profundamente que los momentos (planear-meditar-realizar) son Amor-Caridad, si se hacen
obedeciendo la voluntad de Dios.
Carlos T
UN VERDADERO PROYECTO DE VIDA
Vivir la Caridad para mí y para mis hermanos religiosos es la razón de ser de mi vocación religiosa.
Muchas veces se me ha hecho esta pregunta: ¿Cómo puedes dejar a la gente que quieres y te quiere
y que te necesita, para marcharte a otro lugar? Pregunta que no es siempre fácil de contestar,
porque en ella entra en juego lo más profundo de los sentimientos y aflora también lo más autentico
de tu disponibilidad al seguimiento de Jesús y a la misión que te encomienda.
Para que haya verdadera Caridad, tiene que haber renuncias y desprendimiento de esos deseos que
nos acaparan y que sin darnos cuenta nos encierran en nosotros mismos; poniendo excusas de
eficacia u otras por el estilo, intentando tapar las dependencias o apegos a los que a uno le cuesta
renunciar.
En las distintas responsabilidades que he tenido, en mi vida religiosa y sacerdotal, algunas certezas
se han ido afianzando en lo más profundo de mí ser, a saber: que la Caridad es Amor (ágape) lo que
significa que no es solo emotividad, sentimiento o iluminación; por eso necesita tiempo, paciencia,
para probarse, purificarse y realizarse. El tiempo es el que permitirá que mi yo totalizador se aligere
y suelte las amarras, y esto lo verifico en mi capacidad de desprendimiento y disponibilidad.
En los distintos cambios que he realizado, compruebo que mis maletas tienen menos cosas
personales que han quedado en cada cambio que he hecho; estoy mucho más ligero de equipaje,
pero al mismo tiempo compruebo que mi corazón esta más lleno de rostros y acontecimientos.
Paco H
UN SABOR MUY PARTICULAR
Actualmente estoy acompañando a dos jóvenes latinoamericanos en su noviciado, y para mí es una
gracia grande poder volver así, empujado por la generosidad de los jóvenes, a la fuente de nuestra
vocación.
Puedo decir que, más que nunca, más que en años anteriores, y más que en mi propio noviciado,
estoy impresionado por la figura de nuestro fundador, el padre Anizán. Si se me pide hablar de lo
que evoca para mí la Caridad, lo primero que me surge es referirme a él; a este hombre que ha sido
todo Caridad. Con razón Jean-Yves Moy y Pierre Le Clerc han titulado su libro «Cuando la
Caridad se apodera de un hombre». Ser discípulo del padre Anizán, ser Hijo de la Caridad, es dejar
que la Caridad se apodere de uno mismo.
Y esta será mi primera reflexión. La Caridad no viene de nosotros mismos, sino de Dios, hay que
dejar que Dios-Caridad se «apodere» de nosotros. Para esto hay que pedirla, ponerse de rodillas
delante de Jesús-Caridad, abrir nuestro corazón en el silencio de la oración, y pedir al Señor que lo
llene. Esa era una de las convicciones más fuertes de nuestro fundador, y es también el resultado de
mi experiencia diaria: el mal es fuerte, el egoísmo, el orgullo, se cuelan tan rápidamente en
nosotros, que solo la fuerza de Dios puede mantener el Amor vivo y activo en un corazón.
Sólo puede amar el que se siente amado, esto es una ley de la psicología humana (un niño que no
recibe Amor tendrá mucha dificultad en amar) y es también una ley fundamental de la vida
espiritual. “Ámense los unos a los otros «como» yo los he amado” (Jn 15, 12). “Queridos,
amémonos los unos a los otros «porque» el Amor viene de Dios” (1Jn 4, 7). Nuestras
Constituciones se hacen eco de la palabra de Jesús cuando dicen “La Caridad no viene de nuestras
propias fuerzas sino del Espíritu Santo que nos es dado...” (Constituciones, núm. 205).
Esta Caridad que nos viene de Dios, estamos llamados a vivirla primero entre nosotros, los Hijos de
la Caridad. Ciertamente, la preocupación primera de Jesús, antes de lanzar a sus discípulos a
evangelizar el mundo, fue que sus apóstoles se amaran profundamente. A ellos especialmente se
dirige, creo, el «Mandamiento nuevo». Hay una relación «nueva» creada por la llamada de Jesús y
por el Amor particular que el Padre les tiene, que engendra una realidad «nueva», y, así, un Amor
«nuevo» y un mandamiento «nuevo».
Este Amor fraterno de los apóstoles, que nosotros intentamos vivir en equipo de Hijos, tiene su raíz
en el seno de la Trinidad. Jesús mismo nos ha escogido para formar parte de su familia, él mismo
nos ha puesto juntos. La vida fraterna en equipo no es solamente algo necesario para que la vida sea
agradable, para que uno se sienta bien, sino que es el signo privilegiado de la presencia de Dios en
su Iglesia, en la célula de Iglesia que formamos, y que será la fuente del Amor pastoral a la gente.
“En esto conocerán todos que sois discípulos míos: si os tenéis Amor los unos a los otros” (Jn 13,
35). Un equipo que no se ama es rápidamente estéril, pero, si nuestras casas son “Casas de
Caridad”, el Amor irradiará sobre todo el pueblo en medio del cual vivimos.
Brotando del Corazón de Dios, vivida en equipo, la Caridad quiere ser también el centro de la vida
pastoral de los Hijos de la Caridad. Así lo ha querido el padre Anizán, y así queremos vivirlo todos:
“La Caridad es el gran medio de atracción, la Caridad verdadera, cercana, desinteresada,
profunda…” («Misereor super turbam»). Anizán está convencido de que solo la Caridad puede
abrir los corazones a Dios, ahí está la fuente principal de la fecundidad de nuestro ministerio.
Los numerosos años pasados en Cuba nos lo demuestran más que claramente. Dios entra en el
corazón de los cubanos por la Caridad, yo diría por el cariño. Más allá de todos los planes
pastorales (que son necesarios), más allá del análisis de todos los problemas políticos o sociales
(que son importantes) es la Caridad lo que toca los corazones.
Esta convicción profunda de la prioridad de la Caridad en la vida pastoral es lo que permitió al
padre Anizán vencer los obstáculos que encontró en su vida, en particular vencer las tentaciones en
que cayó una parte de su primera congregación: dar más importancia a las luchas ideológicas o a la
defensa de las doctrinas sociales que a la evangelización y a la Caridad.
Es la Caridad Pastoral, el Amor al pueblo sencillo y pobre lo que le permitió, en medio de las
tempestades terribles por las que pasó, guardar la paz y mantenerse fiel a su misión de pastor.
Es la Caridad pastoral la que le permitió, en Pleterje, vencer la noche y la tentación de
desesperación, abandonándose totalmente en las manos de Dios, y ofrecerse para una nueva misión:
“Durante la Misa conventual, me he unido a Jesús en la cruz… he pasado toda la Misa gritando el
miserere por esas pobres gentes, y, ofreciéndome a ir a ellas… rezar, sufrir, trabajar por ellas. Creo
que esta es la estrella de mí retiro”. Sin una Caridad pastoral heroica, Anizán probablemente se
hubiera dejado consumir por la desesperación. Pleterje fue precisamente el triunfo del Amor en su
corazón, y, por eso, nacieron los Hijos de la Caridad.
Es también la Caridad pastoral, y la cercanía al pueblo sencillo, lo que ha permitido a su nuevo
Instituto superar las tentaciones que ha tenido a lo largo de su historia: absolutización de tal o cual
forma de vida o de apostolado, de tal o cual opción política o ideológica. Cuando la Caridad
pastoral se nubla, se oscurece el camino, cuando brilla de nuevo, todo se hace más claro.
Creo que también es la Caridad, el Amor al pueblo, lo que ha permitido a la Iglesia mantenerse
firme y unida en medio de las tempestades, y mantener, contra viento y marea, que el futuro de
Cuba está en Cuba, y está en el Amor de los cubanos.
Y para terminar por donde empecé, diría que es también la Caridad pastoral la que trato de hacer
crecer en el corazón de los novicios que el Instituto me ha confiado, ayudándoles a vencer todos los
obstáculos interiores y exteriores, de manera que ellos también lleguen a ser, como el padre Anizán,
verdaderos Hijos de la Caridad.
Todos saben que la patrona de Cuba es precisamente la Virgen de la Caridad, y aquí nuestro
nombre tiene un sabor muy particular, pues en Cuba, cuando se dice “Hijo de la Caridad”, la gente
entiende “Hijo de la Virgen de la Caridad”. Creo que es una interpretación que el padre Anizán
hubiera apreciado.
Ciertamente, si nuestro fundador hubiera conocido a la Virgen de la Caridad, le habría tenido una
gran devoción... ¡Qué pena que el padre Anizán no haya venido a Cuba!
Henri P
Creer en Dios es creer en el Amor. Nuestra vida la comprendemos como hecha por el Amor y para
el Amor. Creemos tanto en el Don de la Caridad en Jesús, que, en medio de nuestras fragilidades,
nos creemos capaces de Amar como Dios nos Ama… Hoy, a través de nosotros, Jesús continúa
encarnando el Amor de Dios, su Padre, por medio del don y la fuerza de su Espíritu… Es el sentido
de nuestra Consagración Bautismal, es el Carisma de Nuestra Vida como Religiosos Hijos de la
Caridad.
“¡Oh Jesús! Mi hermano, mi amigo, mi Dios, tú has venido a la tierra para traer el fuego del Amor
divino, y tu gran deseo es que arda.
Si ese es tu deseo, enciende mi corazón con ese fuego. ¿A qué esperas?
El tiempo, los años pasan, y mi pobre corazón sigue frío. ¡Ah! ¿Me dejarás languidecer hasta la
muerte?
¡Oh Jesús! Apiádate de mi miseria, y de este muchacho que tantas veces se ha resistido a tu amor.
Te lo suplico, haz de él una brasa encendida. Dime al menos qué hacer para obtener esa felicidad
suprema.
¡Oh! Si pudiera verte, me arrastraría a tus pies, como María Magdalena, si yo pudiera,
transformaría mi espíritu, mi cuerpo, mi corazón, todo mi ser, en perfume, y lo derramaría sobre tus
pies en un sacrificio de amor.
Jesús mío, adorable y amado Jesús, tú lo sabes, solo puedo desear, gritar, llorar. Ni siquiera puedo
hacerlo por mí mismo, y si tú no me ayudas, así me quedo, con la boca cerrada, con el corazón
helado.
¡Ayúdame, Jesús! Ven, ven, no tardes más, hace demasiado tiempo que te tengo abandonado. Que
mi vida sólo sea una aspiración de Amor a ti. Concede a mi oración acentos tan conmovedores que
te obliguen a amarme, da a mis ojos lágrimas tan ardientes que te subyuguen, y toma el corazón que
te ofrezco, y sin que te repugnen su bajeza, su estrechez, su nada, sumérgelo en el tuyo.
¡Oh! ¡Cómo envidio la felicidad de tu amante Francisco de Asís, de tu amante Teresa! ¿Cómo
extrañarse de que te hayan amado hasta la locura, después de que sus corazones se arrojaran al
hogar encendido del tuyo?
Jesús, concédeme la misma gracia, o borra estas palabras del Evangelio. Mi deseo es que ardo.
«Tengo sed».
Si tú quieres que mi corazón te ame, yo lo quiero. Si estás sediento de mi amor, yo ardo por amarte.
¿A. qué esperas?
Es bien poco lo que te doy, pero tú lo has dicho, tienes sed de eso poco… Apaga tu sed y la mía.
Enloquéceme de Amor por ti o retráctate de tus palabras”.
Esta oración compuesta hace tiempo por nuestro fundador, el Padre Juan Emilio Anizán -joven
seminarista entonces- expresa bien, en lenguaje de su tiempo (1874) la misma aspiración de los
Hijos de la Caridad del año 2000.
UNA ENERGÍA QUE DINAMIZA LA EVANGELIZACIÓN
“¿Cómo resuena en mi vida de pastor Hijo de la Caridad la palabra Caridad?”
Me gusta el verbo «Resonar» para hablar de la Caridad, pues ésta no es para mí ante todo un lugar,
una actitud o un valor, sino una voz que resuena, que nos llama por nuestro nombre, una voz que es
manifestación de una presencia amorosa.
Es la presencia que permite existir al recién nacido, que da seguridad al niño, paz y firmeza al
adulto. Es la experiencia espiritual que puede hacer que un hijo o una hija de Dios pueda decir en
cualquier momento de su vida «Sí» a una llamada, «Sí» a la iniciativa amorosa de Dios. Al calor de
ese amor, la vida se unifica, la historia de la persona encuentra su armonía, desde su concepción
hasta su encuentro definitivo con Dios, dándole vigor y sanando las heridas.
Pero, la mentalidad latinoamericana sufre aún las consecuencias de muchos años de violencia. La
llegada de los europeos, hace quinientos años, ocasionó diversos tipos de violencia: en primer
lugar, la violencia de las armas; pero también una violencia ideológica e incluso espiritual.
Después, las diversas fases de regímenes militares, que dejaron profundamente grabada en la
conciencia colectiva del pueblo la idea de que todo lo que viene del exterior o de arriba es
peligroso. Las imágenes de «padre» o de «madre», tan necesarias para un buen desarrollo de la
afectividad humana, son percibidas como una amenaza.
Hoy, el neoliberalismo y la falta de una reforma agraria, arrojan a la calle a miles de trabajadores
sin empleo. La violencia en las calles o en ciertos barrios mata a mucha gente. Es lo que llamamos
“La cultura de la muerte”.
¿Qué es lo que necesitamos? Personas que den testimonio de un Amor auténtico, Amor de «Padre»
o de «Madre», Amor fraterno, que devuelva la confianza a los corazones: ¡Lo que necesitan los
hombres y mujeres de América Latina, el pueblo entero, es el Amor-Caridad!
La misión que el Instituto me ha confiado me ha situado como educador: ayudar a los jóvenes a
descubrir su vocación y a responder a ella a través de un camino de formación.
Los jóvenes que han pasado por nuestra casa han llegado con su historia, a menudo cargados con
heridas a causa de bloqueos y de agresividad. Para orientarles no me faltaban normas: ¡He
participado en numerosas sesiones de formadores!
Pero estoy convencido de que la pedagogía más elaborada solo alcanzará su objetivo en el marco de
una relación de Amor entre el formador y el joven. La pedagogía, la transmisión de valores, solo
producen frutos cuando están iluminadas por el amor, por la Caridad.
No es por casualidad que Jesús, en su última conversación con los apóstoles, como confirmando
todo el camino de formación recorrido con ellos durante tres años, les dice: “Como el Padre me ha
amado así les he amado yo, permanezcan en mi amor” (Jn. 15, 9). La Caridad que está en la base de
toda pedagogía, es el elemento fundamental que hará posible la transmisión de valores.
Se da en Brasil un fenómeno que siempre me ha dejado perplejo: este pueblo que siempre ha
sufrido tanto, que sigue sufriendo, podría haberse cerrado al Amor, podría haber renunciado a la
lucha. Sin embargo, es capaz de una gran generosidad, es acogedor con los visitantes, ayuda a los
que padecen necesidad, es espontáneo cuando expresa su fe. ¿De dónde saca la fuerza para amar,
cuando a lo largo de generaciones ha habido grandes vacíos en ese punto?
La Primera Carta de San Juan nos ofrece una respuesta a esa pregunta: “En esto consiste el amor:
no en que nosotros hayamos amado a Dios, sino en que Él nos amó...” (1Jn 4, 10). El Amor de
Dios, con todos sus dones, está ya presente en el pueblo. Es un don gratuito, que Dios renueva cada
día. El padre Anizán se maravillaba ante “tantas riquezas escondidas... a pesar de lo que se piensa”.
Esas riquezas aparecen en el trabajo de evangelización, a través de lo que aquí se llaman las
«Pastorales», que reúnen a un gran número de laicos. Existen las tradicionales, como la preparación
al Bautismo, a la primera Eucaristía, al Matrimonio, la Liturgia, y también las más recientes: la
acogida, las visitas, la salud, la vivienda, la comunicación, las cárceles, etc.
En todas esas actividades, los miembros de nuestras comunidades hacen gala de una extraordinaria
creatividad, de una gran audacia y de una cierta constancia: ¡La Caridad es la energía que dinamiza
la evangelización!
Esa energía viene del Amor de Dios, es su manifestación. Es esa misma fuerza la que a mí me
anima. Ella será la fuente de “Amor Pastoral”. Procede de Jesús Buen Pastor. Su presencia suaviza
los miedos, cura las cegueras, calienta el corazón, muestra el camino. Este Amor es al mismo
tiempo fuerte y frágil; fuerte porque viene de Dios (“No tengan miedo, yo he vencido al mundo”)
frágil porque depende de mi capacidad de acogida, de mi disponibilidad para dejarle sitio. Se
comunica por la oración.
La voz que «resuena» en mí, cura mis heridas, me empuja a “ir al pueblo”, a transmitir valores, a
despertar la fe, a hacer posible que los que no lo saben aún puedan decir: “¡Te amaba y no lo
sabía!”.
La Caridad es el alimento cotidiano del Pastor
Miguel L
UN INMENSO HORIZONTE
Este año de 1999 cumpliré seis años en el misterio sacerdotal en nuestra Comunidad de los Hijos de
la Caridad, y concretamente en la Parroquia del Sagrado Corazón de Jesús, en Funza, muy próxima
a Bogotá.
No puedo olvidar mis más de 15 años de militancia en la Juventud Obrera Cristiana (JOC) iniciados
justamente en la primavera de mi adolescencia, entre los estudios de la secundaria nocturna, y el
trabajo que entonces realizaba en una pequeña fábrica de velas.
Cuando tuve la oportunidad de conocer la existencia de los Hijos de la Caridad, en una revista
española llamada Equipos en Misión, a renglón seguido encontré otra línea que decía “sacerdotes
religiosos para la evangelización del mundo obrero”. Aquella frase me permitía acoger más
fácilmente la palabra “Caridad”, que no dejaba de sonarme a asistencialismo, limosnas, etc., y
sintonizaba mucho más con mi experiencia jocista.
Tras la iniciación pastoral de estos años, y el cuarto año como párroco, me he percatado de que mi
corazón se ha ampliado, ha crecido para otros. Antes estaba muy centrado en el Amor por los
jóvenes trabajadores (etapa jocista), y, progresivamente, fueron entrando los enfermos, los niños,
las viejitas de la Parroquia, las familias, los adultos con todos sus líos...
Fui reconociendo que todos venían de un mismo mundo maltratado, herido, olvidado y al mismo
tiempo, de un mundo enamorado de Dios, de la Iglesia, de la Esperanza.
Me he ido haciendo más consciente de que, a través del ministerio sacerdotal vivido en comunidad
de Hijos, el Cristo que ya existía en mí, lo he dejado salir del estrecho rincón de mis
preocupaciones y convicciones, para decir con Él que tengo un corazón en el que tiene cabida todo
el pueblo y toda la vida de ese pueblo pobre. Hoy, esa Caridad de Dios, que no es discriminadora, y
que por tanto es universal, la vivo, como Jesús, desde el pueblo obrero popular, buscando dar
sentido a los sufrimientos y a la lucha de ese mismo pueblo.
Consciente de esta iniciación recibida quiero, ayudado por mis hermanos, testimoniar aquellas
palabras de nuestro fundador: “Quiero ser el padre, la madre, el hermano, de ese pueblo” que nos
seduce con su sed de Caridad.
Volviendo a la Parroquia, para mí son un interrogante pastoral esos jóvenes de pandilla que me
dicen: “¿Entonces qué, Padre, que hay que hacer?”. O los desplazados por la violencia: “Padre, ¿no
sabe de algún trabajito?. O los enfermos, los más pobres: “Padre, no nos olvide.” El joven que dice
no ser de ninguna religión: “Padre, quiero conversar, ¿Se puede? ¿Tiene tiempo para mí'?”.
En resumen, yo me identifico como un Hijo de la Caridad en iniciación, que va descubriendo el
inmenso horizonte de la Caridad de Dios, y el Corazón Sin Límites de un Padre Paciente que
siempre tiene las puertas abiertas para el regreso del hijo. Que nos invita a ser inventivos,
metódicos, audaces, para hacer extensiva la Caridad salvífica a todos los obreros y heridos de este
mundo.
Jairo A
EN TUS MANOS
¡Qué entusiasta la eucaristía en una asamblea carismática!
¡Qué impresionante la eucaristía solemne en un monasterio benedictino!
Pero que conmovedoras las misas dominicales celebradas a las orillas del río en Bogotá Colombia
en los barrios de invasión de nuestra nueva Parroquia en Patio Bonito. Por fin, aquí donde viven
recicladores, desempleados, trabajadores sencillos venidos del campo, se da la misa cada domingo.
Gracias por estar aquí, repiten unos cuantos.
La misa es de todos y para todos. Aquí los animadores no tienen la precisión de un maestro de
ceremonias. Los cantos salen más o menos entonados. Las lecturas se leen con mucho esfuerzo.
Pero los comentarios al Evangelio y las preces salen directas, concretas ¡e interpelan!
Todos tienen conciencia de ser una asamblea de pobres y de pecadores. Se conocen las rivalidades,
los robos, los odios, la violencia que habita en el barrio. Se sabe de las debilidades de todos y de
cada uno, de las faltas a la Caridad. ¡Cuánto hace falta para estar en paz con Dios y los hermanos!
Pero se viene a buscar aquí la fuerza de la Caridad. ¡Es una asamblea que grita misericordia que
suplica por la paz, el amor, la unión! La misa es la fuente de la cual todos quieren beber.
“Oh Padre, qué fácil aquí entrar con tu pueblo en la oración de Jesús: He venido a reunir y a
reconciliar la familia dispersa dividida, ¿Padre, Padre, porque me has abandonado? ¡Padre en tus
manos pongo mi vida!. Padre que la oración de Jesús se dé en la convicción de tu pueblo.”
Miguel M
La Caridad recibida de Dios forja en nosotros un Corazón de Pastor... En este sentido, nuestro
modelo, nuestra aspiración profunda es Cristo Buen Pastor... Nuestro pueblo pobre y trabajador es
muy sensible a la Bondad, a la Caridad... La Eucaristía es el centro de nuestra vida personal,
comunitaria y personal... El centro de nuestra vida pastoral... Gracias a Jesús Sacramentado
reaprendemos a ser Hijos de la Caridad... He aquí una “Oración ardiente” de nuestro fundador en la
cual arde su corazón de Pastor.
“Dios mío, ¿qué queréis de mí? Desde hace mucho tiempo un gran deseo me mueve. Hace más de
once años que deseo sacrificarme por el bien del pueblo. Lo he hecho en una pequeña medida,
Señor ¿Según tu voluntad, es suficiente? Ecce ego.
¡Oh! ¡Cuántas veces os lo he repetido, y os lo repito ahora! ¿Qué debo hacer? Creo que, si me lo
ordenáis, estoy dispuesto, con vuestra Santa Gracia, a volar hasta el otro extremo del mundo.
También estoy dispuesto a quedarme aquí, si eso es lo que queréis.
Pobre y querido pueblo, engañado por mil ambiciones que le conducen a la desgracia en este
tiempo y en la eternidad ¡y que no pueda entregarme por entero a ti! Desde hace años solo pienso
en ti. Ser tu padre, tu hermano, tu hijo abnegado, tu esclavo, ese es mi sueño.
Dicen que no lo mereces. Error, o mentira. Si no lo merecieras, el Hijo de Dios no habría muerto
por ti.
Lo mereces más de lo que piensan, infortunado, tú que el mundo desprecia, engañado, arrastrado
por los suelos.
¡Ah! Cuando se trata de un grande de la tierra, piensan que es digno de todo. Todos se vuelcan, le
rodean, le adulan. Si le ocurre alguna desgracia, enseguida se sabe. Pero, si es un Hijo del Pueblo,
apenas si se detienen a echar una ojeada y lanzar una palabra de compasión.
¡Ah! ¡Queridos pobres y pequeños del mundo, cómo quisiera ser vuestro hombre! ¡Cómo desearía
tener riquezas, fuerza, talento para ponerlo a vuestro servicio, como Jesús hizo con su poder y sus
virtudes!
Vivir, trabajar, pasar mil penalidades, consumirme, gastarme a tu servicio, sin ninguna recompensa
aquí abajo, pero socorrerte aquí abajo y salvarte eternamente, esa es mi única ambición.
Jesús, mi querido y divino modelo, creo comprenderos. Vos habéis amado al hombre hasta haceros
su semejante, hasta darle toda la sustancia de vuestro ser, vuestra preciosa vida, hasta convertiros
en comida para él, hasta morir a manos suyas por él.
Yo siento un poco todo eso por los pequeños, por el pueblo.
Le amo, mi ambición es sacrificarle lo que me queda de vida. Quisiera consumirme hasta la médula
por él.
Cuándo encuentro a un trabajador, sea hombre o niño, ¡Si él supiera lo que siento por él! Ni se lo
imagina.
Dios mío, dame la oportunidad de serviros en las personas de los más despreciados de la tierra, que
comparta con ellos el desprecio que sufren, pero que les haga el bien, mucho bien, en este tiempo y
por la eternidad.”
BIENAVENTURADOS USTEDES LOS POBRES
Ese día, yo me encontraba realizando un trabajo de campo, en un pueblo Mixteco, en el Estado de
Oaxaca. Mis compañeros se habían ido a otro lugar, y yo me quedé solo durante tres días y dos
noches en esta población.
En la casa donde amablemente me recibieron, habitaba una familia compuesta por los siguientes
miembros: El abuelo y la abuela, el hijo y la nuera, dos nietas, y una niña adoptiva.
Ninguna de estas personas sabía hablar el idioma español, más que el hijo, que era la persona con
quien más convivía, porque era mi intérprete a la hora de hacer mis encuestas; y a la vez, era quién
me explicaba algunas cosas de la naturaleza de la vida del pueblo Mixteco, que yo no comprendía.
Las condiciones materiales de esta familia, eran precarias, al igual que las del pueblo en general. La
casa constaba de dos cuartos hechos con tabique y aplanado en cemento, una «cocina de humo»
hecha de tablas, y un patio, en el que estaba el lavadero y una pequeña hortaliza.
Mis días transcurrían en calma, llenos de felicidad, al estar en ese hermoso lugar montañoso, pero a
la hora de observar la realidad, mi pensamiento cambiaba. Las encuestas contenían preguntas sobre
la vida material, la educación, y los motivos de la migración. A través de ellas, se sacaba el motivo
claro de la migración.
Estas personas migran a otras regiones del país, o del extranjero, debido a la pobreza material que
hay en sus lugares de origen. En este pueblo en particular, sembraban maíz, pero el rendimiento era
de unos cuantos costales por parcela; cantidad que no les alcanzaba para cubrir sus necesidades
alimenticias de todo el año. El fríjol ya no lo siembran, porque la tierra ya no lo produce.
Como el terreno es montañoso, la capa de suelo fértil es muy delgada, y se gasta rápidamente, por
lo tanto, practican la técnica de cultivo llamada de «tumba y quema». En donde talan un pedazo de
bosque, queman la materia vegetal, y después, la tierra alimentada con estos nutrientes, es
cultivada, pero solo durante dos o tres ciclos, y hay que repetir la operación en otro pedazo de
bosque. Con esta practica de cultivo, el entorno natural se va agotando, porque se talan cada vez
más pedazos de bosque cada año. Como los terrenos que ya no se laboran no son reforestados, el
suelo se erosiona, y el paisaje en algunos lugares se ve semiárido; siendo que el terreno, en los
lugares no talados, está lleno de coníferas y encinos.
Aquí, en su pueblo, su vida social, transcurre con tranquilidad, el abuelo sale temprano y no lo veo
hasta la noche, es un hombre serio, pero al sonreír a su esposa, o a sus nietos, se ve un hombre
contento. La abuela y la nuera, pasan la mayor parte del tiempo juntas, tejiendo sombreros de
palma, y de fibra de plástico, pues el tejido de estos sombreros significa un ingreso extra para la
familia. Mientras tejen, platican y sonríen.
La abuela, mientras teje, trae amarrada a una niña en la espalda, niña que han adoptado, ya que sus
padres se dedicaron al alcohol; y, para evitar que la niña muriera, los abuelos de esta familia se
hicieron responsables de ella. La abuela la trae cargada en la espalda la mayor parte del tiempo,
solo la sienta a ratos, sobre un petate, mientras ella y su nuera siguen tejiendo, también sentadas en
un petate.
Sus dos hijas juegan, y son las que se encargan de alimentar a un par de tórtolas que han capturado,
y que conservan durante el día dentro de una pequeña jaula. En la noche las sacan para alimentarlas
con pequeñas bolitas de masa que hacen con sus manos infantiles. Esa es la diversión que nos
acompaña noche a noche, después de cenar.
Gran gusto les da escucharlas cantar, con ese timbre nostálgico de las regiones de paz y desiertas.
También les da gusto verlas volar dentro del cuarto en el que estamos, y ver como se van a parar en
la cabeza de alguno de los que estamos presentes.
Mientras observo este cuadro, qué miserable me siento. Tengo mis botas de casquillo, y mi ropa de
mezclilla nueva. Sé que en mi casa tengo un poco más de comodidad de la que tienen aquí; y sé
también que no existe allá lo que tienen aquí, ni en la forma en que lo tienen aquí.
Observo como se ríen, como comparten su alegría, y su pobreza. Escucho cómo la abuela se
levanta en la noche a dar palabras de Amor a su niña adoptiva, cuando le dan los accesos de asma
que no la dejan dormir. ¡Qué miserable y qué ruin me siento en este lugar tan lleno de amor! No
entiendo ni una sola palabra de lo que dicen pues no hablo el idioma Mixteco. Pero sí entiendo el
lenguaje de Amor que expresan: al escuchar cuando se hablan, al escuchar su risa pura cuando ven
volar una tórtola, o cuando se ven a los ojos. Parece que ya se han dado cuenta de que no tienen
nada, parece que ya saben, que lo único que tienen, es a sí mismos, y por eso se aman, por eso se
respetan, por eso se quieren. ¡Qué miserable me siento en este cuadro tan lleno de amor!
Las pulgas no me dejan dormir, su ataque comienza cuando se hace de noche. Me dieron una
cobija, y la cobija estaba invadida de pulgas. Hasta con las pulgas han aprendido a vivir, y con
humildad lo aceptan. Al ver que me rasco con furor por adentro del cuero de la bota, me comenta el
hijo “¿parece ser que hay pulgas, verdad?”.
Unos perros se pelearon, y uno de ellos es de la casa, y le cortaron una oreja. Yo pensé que era para
distinguirlo por si le daba rabia; pero me explicaron, que era precisamente para que no le diera
rabia al perro. No comprendí de forma científica este hecho, pero así es la costumbre en este pueblo
Mixteco.
Vengo de regreso, a un lugar más céntrico. En este lugar me están esperando mis compañeros de
equipo. Llego al hotel y ya se han ido. Mis botas están enlodadas, lo mismo que mis pantalones. La
gente me observa con escrutinio detectivesco, pero no me interesa. Me han dejado un recado, en
donde me indican que se han cambiado de hotel. Los voy a buscar a ese lugar, y ya me están
esperando para ir a Huajuapan de León, a una «discoteca».
Yo no quiero saber de Huajauapan de León en esta ocasión. ¡Quiero estar solo! Quitarme las pulgas
que me quedan, lavar mi ropa, y mi conciencia, si es que aún me queda algo de conciencia.
¿Para qué queremos vivir en un castillo, sí vamos a estar peleando como perros y gatos? Cuanta
razón tenía el General Emiliano Zapata, al decir, que “el lujo envilece al hombre, y lo aleja del
pueblo”.
Todavía no asimilo bien lo que experimenté. En la soledad de mi cuarto, escucho un cassette que
compré en el tianguis. No puedo dormir y estoy viendo un haz de luz que entra por una hendidura
que hay en la cortina. La luz amarillenta de la calle entra en ese haz de luz. ¡Qué miserable me
siento, ante toda la humildad que observo!
¿Qué hacemos, y a qué nos dedicamos? Con humildad contemplo el mundo, y a Dios le pido fuerza
para que no se envilezca mi alma.
Omar (Amigo de los Hijos).
LE HABÍAMOS PEDIDO A DIOS UN HIJO
Y AHORA TENEMOS CINCO
Un verano del 90, mientras visitaba la casa de mis padres, en Santiago Apóstol, era la víspera de la
fiesta patronal y estábamos disfrutando de las tradicionales calendas multicolores (caminata por las
principales calles del pueblo) para anunciar e invitar a la fiesta.
Se trata de muchachas jóvenes y adolescentes ataviadas con trajes típicos, que usaban sus
antepasados, con vistosos colores y adornos, portando canastos adornados con todas clases de
flores y con la imagen de algún santo. Ellas desfilan por el pueblo, mientras que los varones portan
sus multicolores marmotas y faroles encendidos.
De pronto, en medio de ese ambiente alguien me saluda: “¡Padre!” “¿Cómo estás?” - “Que bueno
que viniste a la fiesta y no te olvidas de nosotros”. - “Te invito a mí casa mañana, uno de mis hijos
va a hacer la Primera Comunión. Te invito, no vayas a faltar, pues queremos platicar contigo, será
algo muy sencillo ¿Vas?”
Se trata de Juan, un conocido -casi amigo- un hombre sencillo, trabajador, un cristiano.
Pensé: “Conociendo a mi gente... Dicen que va a ser algo sencillo, pero nada, seguro que «echan la
casa por la ventana» No iré”
Sin embargo, al día siguiente pensé en Juan, en su alegría, en su familia, cambié de opinión y fui...
algo tarde, para permitir que la hora de la comida hubiera pasado.
Me dirigí a las últimas casas de la orilla del pueblo, entre el lodo y el olor a campo. ¡Oh sorpresa!
Llego y no hay nadie en casa de Juan, salvo él y su familia. Me recibe con mucha alegría y me
presenta a sus nuevos hijos:
- “Estos son mis hijos”
- “Fíjese como es Dios, queríamos un hijo y nos dio cinco”
- “Te voy a platicar como estuvo. ¡Ah por cierto! ¿Quieres comer?
- “¿No gracias, ya comí” -le contesté-
Continúa Juan:
- “Ya casi tenemos quince años de casados y hasta los diez no teníamos hijos, a los doce, Dios nos
socorrió con este niño”.
Toma en sus brazos a uno de los más pequeños, con pelo revuelto y algo sucio por el polvo y la
lluvia.
Prosigue, diciendo: - “Casi un año después, ocurrió algo terrible, mi cuñado tuvo un grave
accidente. Él era cohetero -trabajaba con la pólvora- pero una mañana por descuido, o «quién sabe
Dios por qué» explotó la bodega de la pólvora y toda la casa se incendió. Como era temprano, los
niños estaban acostados aún. Los más grandes salieron corriendo. La mamá se acordó que su bebé
de un año, estaba dormida y entró a rescatarla. La sacó protegiéndola contra su pecho, mientras las
llamas lograron alcanzarla. Se salvó la bebé pero ella falleció en el hospital, tres días después.”
Nuestro narrador, hace una pausa y continúa: - “¡Fue terrible! Los niños se quedaron sin mamá. Sin
hogar, pues toda la casa se había quemado. Quedó hecha un montón de cenizas. De pronto, ante la
situación de desolación, algunas personas se ofrecieron para recibir a los niños, pero todos se
quedaron en casas diferentes.”
“Una religiosa y su congregación apoyaron a los niños, para los tratamientos médicos; pues
siempre resultaron con algunas lesiones y quemaduras. Nuestros niños, iban de una casa a otra, a su
padre le pegó una gran depresión, pues no era para menos. Así que decidimos apoyarlos más...
íbamos a visitar a los otros en las casas donde estaban; poco a poco, ellos también empezaron a
visitar nuestra casa, hasta que ellos mismos pidieron quedarse aquí. Los aceptamos con gusto.
Cuando ya estaban los tres nos trajeron también a la más pequeña.”
“Hemos tratado de que se sientan como en casa, aquí es su hogar. Son nuestros hijos, tienen
derechos y nosotros tenemos obligaciones para con ellos. Aunque es difícil, pues a veces sólo
tenemos lo indispensable para comer, pero a la vez nos da gusto. Nos da gusto ver estas criaturas
crecer, sentirse como en su casa, estar juntos los hermanos y no repartidos en diferentes familias.”
“Uno no sabe -solo Dios- tanto que le pedimos aunque fuera sólo un niñito y ahora mire. Ahora
toca trabajar, luchar dar testimonio a estos mis hijos. Son mis hijos, pero a la vez no, no son mi
propiedad, son libres. Pero me siento responsable de su formación. La escuela, así como su
formación cristiana. Gracias a Dios el más grande ya hizo la Primera Comunión hoy.”
“¿Cómo ves padre? Creemos que no hay alegría más grande que ver crecer una vida, ver crecer a
una persona integralmente. Pide a Dios por nosotros, porque incluso la gente nos crítica; pero esto
no lo estamos haciendo -y Dios lo sabe- por ningún otro interés más que el de ayudar a estos niños,
a darles felicidad. ¡Ah mis hijos! Los quiero tanto.”
- “¡Ah! Y gracias por venir, como ves, más que invitarte a una fiesta, pues no hay nada, queríamos
compartir esta alegría que nos da el ayudar.”
- “Queríamos compartir la alegría de mis hijos, mi familia. Gracias por venir”.
Calixto M
«NO LE FALTARÁ SU PLATO DE SOPA»
Ya decía nuestro fundador, en 1891, en la Iglesia de San Pablo en el centro de París “Un pueblo en
el que arde la llama de la Caridad, sean cuales fueren sus desviaciones, puede ser salvado”.
Muchos hechos se agolpan en mi mente, evocando la palabra Caridad que vive este pueblo al que
se refiere Anizán. Él la vive sin nombrarla, sin reflexionarla, como el samaritano que atendió al
herido tirado en cl camino por puro impulso de misericordia; impulso que, si lo tuvieron, quedó
bloqueado por otros imperativos, en el caso del sacerdote y el levita.
Funza, Colombia, 1991: Dos hermanos, varón y mujer, enfermos, no pueden valerse por sí mismos.
En la habitación de la enferma conviven con ella un perro, un gato y una gallina. El mal olor se me
hace insoportable, y en cada visita que hago no puedo aguantar más de cinco minutos.
A pesar de ello, diariamente llegan unas vecinas con un plato de sopa. Una de ellas tiene una
conducta reprobable a los ojos de muchos, pues, para alimentar a sus hijos, recurre a métodos
irregulares. Y sin embargo, me dicen “Mientras nosotras vivamos aquí, no le faltará a la enferma su
plato de sopa”.
En mi vida de religioso y pastor he sido testigo de esta Caridad que se vive entre la gente; como
impulso tal vez natural, pero, sin duda, inspirado por el Espíritu Santo. Jesús, comentando la
parábola del Buen Samaritano, lo propone corno ejemplo a seguir para tener vida “Vete y haz tú lo
mismo”.
Es la Caridad que hoy en Cuba viven los chóferes de «camellos» y «guaguas», cuando nos ven
literalmente tirados en las calles y caminos, y nos recogen, aunque no sea la parada reglamentaria, a
pesar de su cansancio y de ser muchas veces los pararrayos de la justa indignación popular. El
esfuerzo de médicos y maestros, que siguen poniendo empeño en su trabajo, a pesar de la carencia
de medios y de salarios más que miserables, o las personas que vienen por las mañanas para hacer
el desayuno a los ancianos, o las que se lo llevan a los enfermos a sus casas.
Este pueblo que tiene tales reservas de Caridad, puede ser salvado.
Si me miro a mí mismo, tengo que reconocer que me encuentro a años luz de los deseos de nuestro
fundador “Amar como Jesús”; “Dar ejemplos y pruebas más fuertes de Caridad y generosidad
personal”; “Ser impulsor y guía de la Caridad”; Aunque, ciertamente, parafraseando de nuevo al
padre Anizán, trato de llegar a “una Caridad verdadera, seria, como ideal a perseguir”. A menudo,
el sutil egoísmo, los impulsos primarios, o un ambiente hostil, hacen que sienta en mí el vacío de la
Caridad.
No me falta el deseo. Que el Señor y la Virgen de la Caridad se dignen remover los obstáculos para
que aparezca la virtud.
Martirian M
COMO UN ICEBERG
Durante mis primeros años como Hijo de la Caridad ahondé mucho en mi descubrimiento de la
clase obrera, en mi deseo de ser solidario con ella y con los que la ayudan a encontrar su camino.
Los más conscientes dentro de ella. En el ministerio de sacerdote obrero, comprendí cómo el
compromiso sociopolítico, vivido con tanta generosidad y tanto desinterés por amigos militantes,
era una manera ejemplar e indispensable de vivir la Caridad. Este recorrido, y lo que vivo hoy en
América Latina, me convencen de que la Caridad es como un iceberg, sólo se ve una pequeña parte.
La solidaridad es parte de la vida de la gente, lo viven tan naturalmente, que no ven la necesidad de
pregonarlo. La Caridad, más que hacerla la recibo: ¿Cómo no iba a recibirla un Hijo de la Caridad?
La recibo de Lucio: que me decía haberla recibido a su vez de su papá, un enfermero que murió
socorriendo a enfermos.
La recibo de Cecilia: abandonada por su esposo, con una niña parapléjica, condenada a la cárcel por
un falso testimonio de su esposo; y a quien ella acogió en los últimos años de su vida ya enfermo.
La recibo de Margot, Lujan, Evelina: que aman con tanto cariño a hijos o hermanos enfermos
mentales, sin otra comunicación que la fuerza de una mirada.
La recibo de Simeón que, Biblia en mano, es capaz de hacer revisión de vida con los compañeros
durante la huelga, bajo la carpa a la puerta de la fábrica.
La recibo de Manuel: supervisor en una textilera que, al cumplir los sesenta años, se hizo vendedor
ambulante, porque, después de ver un programa de televisión sobre ellos el día de su jubilación;
decidió organizarlos, pensando “si Jesús nunca amó a control remoto, tampoco yo”.
La recibo de Anita: enferma de cáncer y sanada después de una operación, que se comprometió a
ayudar a los enfermos y por eso me viene a buscar para conocer a uno u otro.
Yo trato de dejarme contagiar, y ¡cómo quisiera que fueran muchos los que se dejaran contagiar!
Por eso canto a la Caridad como Pablo cantaba las maravillas que Dios operaba en el corazón de los
gentiles. Pero, para cantarla Como se merece, apunto cada día esta colaboración de tantos amigos
con Dios, y la contemplo en la oración, buscando dejarme llevar por esta corriente con Jesús y sus
amigos hasta el Padre.
Philippe T
LO HE APRENDIDO EN BRASIL
Me enviaron a Brasil, donde he pasado 36 años. No creo que haya que hablar de “Conversión”,
pero sí de una profunda renovación interior. Viviendo en medio del pueblo, he descubierto riquezas
insospechadas que he intentado introducir en mi vida:
En primer lugar, El Corazón, es decir, el Amor, el verdadero afecto. Hoy todo me parece
demasiado cerebral en nuestro catolicismo europeo, o al menos francés. Tenemos miedo del
cuerpo, del sentimiento, tenemos miedo de sentir junto a nosotros la presencia del otro. Cuántas
misas frías, en las que ninguna corriente circula. Aunque la liturgia se observe fielmente, las
lecturas estén bien hechas, los micrófonos funcionen, el coro sea impecable; pero falta lo principal:
la vida, el calor humano, el ambiente fraterno. Eso, lo he aprendido en Brasil.
Y está también El gran respeto del otro. No se quiere causar pena, herir al otro, no se harán
observaciones que pudieran entristecer. Para decir lo que uno piensa, se utilizarán medios llenos de
delicadeza y de atención. Sobre todo, no se harán observaciones hirientes para alguien, en presencia
de terceros.
La Acogida es muy importante. La visita de alguien es un poco como la visita de Dios. Al visitante
se le abre la puerta con alegría y se le ofrece lo mejor. Nunca se dirá que su visita “nos molesta”.
La Religiosidad Popular es también muy fuerte. Es la forma que el pueblo tiene de relacionarse con
Dios, a través de devociones, rosarios, imágenes, peregrinaciones, gestos de penitencia,
procesiones, y toda clase de gestos religiosos que, antes, me horripilaban; y en los cuales he
descubierto un sentido religioso profundo, que no llega a expresarse en nuestra liturgia.
Compartir lo que se tiene. Es una realidad que los pobres viven diariamente. Se da lo que uno tiene,
sin preguntarse si quedará para uno mismo. Al principio, evitaba ir a comer a casa de la gente más
pobre, por temor a que tuvieran que prescindir de lo poco que tenían. Esta actitud se vino abajo
cuando me di cuenta de su alegría al poder dar.
Los Niños están omnipresentes. Son los reyes, se sienten en su casa, crecen sin complejos, sin
prohibiciones, sin esa lista de prescripciones que se exigía en Francia para que un niño estuviera
“bien educado”, en comparación con los que se calificaban de “mal educados”.
El deseo de la fiesta. Todos reunidos, cantando, compartiendo, bailando, hablando, pasando horas y
horas disfrutando de lo mejor que tiene la vida. Todo el mundo puede participar.
Y, finalmente, está La Comunidad Parroquial. Es la gran familia, en la cual uno se siente a gusto,
en la que se participa, donde traemos nuestras alegrías, nuestras penas y dificultades, sabiendo que
siempre encontraremos un oído atento para escucharnos y ayudarnos.
Tantos años viviendo en medio de un pueblo con tantos valores profundos me ha transformado,
hasta el punto de sentirme extranjero en Europa, y de no reconocerme en la manera europea de
vivir la fe. Y me parece que los jóvenes tampoco se reconocen en ella, pues abandonan nuestras
iglesias, en las que pronto no habrá más que personas de la tercera edad. ¡Qué diferencia con las
iglesias de Brasil, repletas de jóvenes!
De alguna forma, mi manera de vivir la Caridad pastoral es visitar a las familias, sobre todo las que
no vienen a la Iglesia, pararme en la calle para hablar con la gente, ir a las fiestas, ser conocido, ser
el amigo, el confidente.
Cuando recorro las calles, oigo a veces interiormente la voz de Dios que me dice como a Moisés:
“Descálzate, porque la tierra que pisas es una tierra sagrada. He visto el sufrimiento de mi Pueblo y
he escuchado su clamor” (Ex. 3, 5-7).
Y con Isaías, respondo: “Heme aquí, envíame” (Is. 6, 8).
Jose M
MARIBEL
El cáncer de la piel había totalmente desfigurado la cara de Maribel, una joven de dieciséis años de
nuestra Parroquia de Patio Bonito en Bogotá Colombia. Su enfermedad, exhalaba olores fuertes y
muy desagradables para todos los que se acercaban a ella. Felizmente los papás y los hermanos
multiplicaban las atenciones para que se sintiera lo mejor posible, tanto de día como de noche.
Pero, amigos, familiares, hasta la abuela, habían desaparecido de la casa. Maribel se daba cuenta y
los papás sufrían mucho por ese rechazo. Una tarde de noviembre, Maribel murió. Dolor inmenso
de la familia que había luchado tantos años asolada. Dolor más grande por la hipocresía de aquellos
cuatro familiares que ahora venían llorando la muerte de la joven.
Con el mes de diciembre, empezaron, como de costumbre, la novena de Navidad, alrededor del
pesebre, en las casas. En un gesto de perdón, los papás de Maribel y sus hermanos pidieron hacer la
novena en la casa de la abuela. Buscando en la humildad del niño del pesebre la fuerza para
reconciliarse con ella.
“Perdón señor por las envidias, los rechazos los odios, las hipocresías que habitan nuestras casas.
Gracias Señor por las familias, las comunidades que buscan en medio de sus debilidades la fuerza
de la reconciliación, la sencillez y el perdón.”
Miguel M
CRISTINA
“Mira Alicia, este semestre tú no puedes pagar la matrícula del colegio de tu hija. Aquí tienes”.
Antonia, agradecida va a poder continuar estudiando este semestre. ¿Quién le ha hecho este regalo?
¿Alguna persona muy rica?:
No, es Cristina, empleada doméstica en una casa de familia de Bogotá Colombia. Ella trabaja de sol
a sol por un sueldo mínimo. Madre de familia tiene a su cargo tres hijos: dos niñas y un niño
grandecito.
Ella había ido ahorrando semana a semana para pagar la pequeña matrícula del colegio distrital
donde estudia el mayor. Pero ¡Oh sorpresa! A la hora de inscribir al muchacho, supo que su hijo era
el mejor alumno del aula y que había ganado una beca. Entonces, ¿Cómo no prestarle ayuda a una
vecina y amiga?
Señor, cuántas veces me has enseñado que «gracias a Dios» existen los pobres para ayudar a los
pobres. Esta solidaridad hecha de mil gestos diarios en los barrios, en los lugares de trabajo, en las
calles y en las carreteras, son como un arco iris permanente de tu bondad en medio de las lluvias
torrenciales. “¿Cómo no creer que un pueblo repleto de gestos de Caridad no se va a salvar” decía
el padre Anizán?
Miguel M
EN EL MOMENTO DE DARNOS LA PAZ
En medio de la selva del Choco (Colombia), se han construido aldeas de pescadores sobre las
orillas de los ríos. Todos son descendientes de afroamericanos. Allí la gente vive de la pesca y del
comercio de la madera; de la cosecha del plátano, del arroz, del maíz. Vida pobre, dura, sin
comodidades y actualmente deteriorada por la presencia agresiva de los actores armados de la
violencia.
Muchas veces, se dice: "pueblos chicos, infiernos grandes". Pero allí, ¿Qué clase de comunidades
humanas y cristianas descubre el que viene del exterior? La construcción de la comunidad se hace
en torno a la asociación de campesinos, al servicio de la tienda comunitaria, del botiquín del pueblo
y de la comunidad eclesial de base. Por cierto, las dificultades de la vida llaman a la solidaridad, la
resistencia neutral de cara a la violencia necesita la unión, la fe viva celebrada habitualmente busca
el perdón y la reconciliación...
En la semana santa antes de la Vigilia Pascual se me acerca una abuela para pedir un favor: “En
nuestro grupo de mujeres estoy peleada con otra hermana, nuestras buenas relaciones han muerto.
Sentimos que esto nos hace daño y hace daño al grupo. Cómo quisiera poder resucitar esta noche;
las dos nos hemos preparado y otras también. A ver si en el momento de la paz en la misa, de
media noche, nos exhorta para agarrar esa oportunidad que unos cuantos esperamos”
Con qué sencillez y realismo se vive allí la locura de la Caridad. No son unas celebraciones
litúrgicas que representan a Jesús crucificado, muerto, resucitado. Es un pueblo que pasa
habitualmente por la pasión, la muerte, la resurrección en nombre de Jesús y sabe expresarlo. A
horas y horas de cualquier gran ciudad ¡Qué vivencia del ministerio Pascual!
“Te alabo padre, por haber escondido esas cosas a los sabios y entendidos y las has revelado a los
pequeños y sencillos”.
Miguel M
PAN DE DULCE
Bajando hacia la calzada, para tomar el «pesero» (transporte público), rumbo al centro de México.
Me preparaba a comer un rico pan de dulce, cuando sentí que alguien jalaba mi chamarra por atrás.
Dándome la vuelta, vi un niño que me decía: “Dame un pedacito de pan, por favor”. Sin vacilar, le
he dado el pan entero, y continué mi camino.
Otra vez sentí que alguien jalaba el faldón de mi chamarra. Era el mismo niño con el pan que no
había comido a pesar de su hambre, y me dijo: “Señor: ¿Acepta compartir el pan conmigo? No
quiero comérmelo solo”.
Acepté el pedazo y también la lección que este niño acababa de darme. Yo creía dar, finalmente es
el niño quién me ha dado. Pues él tenía más hambre que yo, y a pesar de eso quería compartir.
Bernard C
ESTO NUNCA LO OLVIDARÉ
Armando, militante comunista cubano, regresaba de Angola. Había peleado durante dos años en las
filas del ejército cubano internacionalista en África. Compañero de fábrica yo lo conocía bien desde
antes. Contento de haber regresado sano y salvo a la patria, vino a visitarnos al taller de la fábrica.
Tenía tantas cosas que contar: la selva, las costumbres, de allá, los combates, los compañeros
heridos o muertos etc.…
Pero hay una cosa en especial que quería decirme: “Escucha bien esto... Un día después de un
combate duro, estábamos medio perdidos en la selva. Con el grupo, caminamos muchísimo para
llegar extenuados a una aldea, sin saber dónde estábamos. Allá, unas «monjitas» que vivían en el
pueblo nos vieron llegar agobiados. No nos preguntaron nada, ni quiénes éramos. Nos dieron agua,
atendieron a los heridos, fueron a buscar naranjas.” “Esto, tú ves Miguel, nunca lo olvidaré”.
Gracias Señor, por tu «ejército de monjitas», perdidas en las selvas, en los suburbios de las
ciudades, en los desiertos. Como oasis de paz en medio de los conflictos y violencias de los
hombres. Dios padre, con entrañas de madre: Ellas renunciaron a la ternura de un hogar, de una
familia, para expresar el hogar de tu ternura a tantos desamparados de la tierra...
Miguel M
CLARA Y MIRTA
Mirta y sus hermanos decidieron irse de Cuba, su país. Aunque reconocen valores humanos y
sociales en la revolución, sin embargo, no aceptan la dictadura.
Profesional, Mirta tuvo que renunciar a su trabajo. Sus hermanos viven del rebusque (búsqueda de
cualquier trabajo). En medio de su escasez, ella sigue abierta a las necesidades de los demás y es
muy cooperadora.
En esa misma época la dictadura del general Pinochet, en Chile, envió miles de exiliados a Cuba.
Entre ellos, llegaron a nuestra ciudad Antonio y Clara. Joven pareja traumatizada por la muerte de
sus familiares y desamparada por todos los cambios en ese país nuevo. Peor aun, Clara enferma
gravemente y es hospitalizada. La providencia me hace visitarla y conversamos.
Comparto los sufrimientos de Clara como comparto los sufrimientos de Mirta. De hecho, llego a
ser el lazo de unión entre Clara y Mirta. En medio de su pobreza y sus tensiones, Mirta se pone
espontáneamente al servicio de Clara. Corazón abierto, mano tendida, la cubana no revolucionaria
le acoge y ayuda a adaptarse a ese nuevo país que va a dejar a la chilena revolucionaria...
”Señor, que haces brillar la luz del día, reparte el aire y la lluvia sobre todos los hombres y mujeres
de la tierra. Señor, Padre de todos, ayúdanos a comprometernos generosamente y firmemente con
todas las causas nobles y justas de nuestro pueblo. Pero, también ayúdanos, en todo momento, en
medio de las opciones necesarias en la vida, a ser humanos sin que importen la raza, la religión o el
color de la piel”.
Miguel M
Como bautizados y religiosos, nos toca ser los videntes, anunciadores, despertadores, reveladores
de la Caridad en nuestro pueblo... Si Dios ha creado al ser humano a su imagen y semejanza, es
decir, capaz de amar, el ambiente de la vida diaria de nuestros pueblos, demuestra, con creces (y
con cruces), que Dios-Caridad vive en medio de nosotros con su Espíritu.
La Caridad no se descubre alejado, por fuera del pueblo, sino cerca, en medio de una vida inserta,
cercana, humilde, a la escucha, comprometida con los pobres...
El Padre Anizán, en 1925, comentado en texto de las Constituciones a los jóvenes en formación,
nos ha dejado algunas referencias en torno a la Caridad, que podemos ver florecer en nuestra
tierra... Este texto puede ayudarnos a meditar, a rezar a aumentar nuestra fe en la Caridad que
nunca pasará:
“Nuestro Señor no solo ha practicado la Caridad personalmente, sino que ha sido el propagador y la
fuente. Lo ha hecho a través del ejemplo, de sus enseñanzas, de sus recomendaciones, de sus
promesas, de sus oraciones y de su poder. Al venir a la tierra, la Caridad ha venido a este mundo.
Su ley fue la ley del Amor o de la Caridad.
A medida que los apóstoles se extendieron por el mundo pagano, la Caridad de Jesucristo fue
penetrando en las almas y transformándolas. Jesús ha sido una fuente tan fecunda y tan poderosa de
Caridad que hoy sigue inspirándola.
También nosotros debemos esforzarnos por ser, en la medida de nuestras posibilidades, apóstoles,
propagadores de la Caridad, fuentes de Caridad.
Hemos de desear que la Caridad reine en torno nuestro y en el mundo, trabajar para que surja,
propagarla. ¡Qué hermoso sería implantarla en las almas! ¡Nuestro Señor desea tanto verla florecer
entre sus hijos!
La misión de nuestro instituto es evangelizar al pueblo, pero su misión es también extender la
Caridad, llevarla donde ya no existe y desarrollarla donde existe.
¿Por qué no lanzar cada cual en su ambiente una campaña de Caridad? ¡Cuántas almas se abrirían
ante la expectativa de ejercer la Caridad! No saben, no piensan en ello, y lo harían con gozo, pero
necesitan animadores y guías.
¡Cuántas almas se han revelado generosas, capaces de los más grandes gestos de Caridad, en la
obra de catequistas voluntarios, en el cuidado de los enfermos y heridos de guerra, en un sinfín de
obras actuales!
Incluso en el pueblo, cuántas posibilidades admirables hay desde este punto de vista, pero, a
menudo, no hay nadie para sacarlas a la luz, para ofrecerles la ocasión de manifestarse y
desarrollarse. Esa debería ser una de nuestras preocupaciones.
Y no basta con lanzar a nuestro alrededor semillas de Caridad, hay que pedir a Dios que las
extienda por el mundo.
Hagámoslo además no solo con un fin utilitarista, por nuestras obras, sino porque así entraremos
dentro de la perspectiva de Dios, de sus deseos, y también por el bien que realizaremos, y por los
méritos que adquirirán las almas caritativas.”
UNA GOTA EN EL MAR DE LAS NECESIDADES
Por las lluvias y el temblor, varios pueblitos sufrían... Pues todo se había derrumbado... María, una
religiosa que vive en medio de ésta gente, en el sur de Oaxaca, hizo una llamada a su Mamá, para
pedir ayuda. La señora, que participa en un grupo de barrio de nuestra Parroquia, impulsó una gran
corriente de solidaridad, y rápidamente se amontonaron ropas, víveres, medicamentos, cobijas,
láminas, plásticos, etc.
Ahora se necesitaba una medio de transporte. Un chofer de la colonia estaba disponible. Su camión
se llenó y salimos por la noche rumbo a Tututepec. Tras veinte horas de camino, llegamos a nuestro
destino hacia las seis de la tarde. La gente nos esperaba para descargar en una casa de este pueblo
muy afectado.
Me llamó mucho la atención una muchachita de trece años: Vero, que, a pesar de una fuerte gripa y
con fiebre, ayudaba a bajar las cosas del camión con muchas ganas... Rápidamente, el salón se llenó
hasta el techo.
La noche vino, también la lluvia. Después de cenar, nos hemos acostado sobre el montón de ropa.
El día siguiente, doce personas colocaron los víveres en bolsas de plástico para distribuirlos,
mientras que nosotros tomábamos dirección al primer pueblito de la montaña, el primero de los tres
más afectados.
Los campos de maíz estaban completamente devastados y las paredes de las casitas sumamente
agrietadas. Nos faltaba tiempo para visitar a los otros dos pueblos más arriba... Parecía mucho lo
que habíamos llevado, pero en realidad era como una gota de agua en ese océano de necesidades...
Varias semanas después, María, la hermana me escribió lo siguiente: “En este papel lo dejo dicho
lo que se piensa hacer para seguir solidarizándose. Nuestra propuesta es hacer una red de
cooperación civil entre hermanos, ya que no se trata de dar limosnas. Nosotros como Iglesia a eso
tendemos: pues damos una ayuda y decimos «ya cumplimos» y no se trata de eso, sino que,
debemos ser solidarios con el más necesitado o marginado, porque, a pesar de todo, damos la ayuda
y creemos que hasta ahí terminó nuestro apoyo, y la gente sigue sin casa y alimento. Es por eso que
queremos organizar una red permanente. ¿Ve que esto requiere mucho trabajo y paciencia? ¿Ve que
no se trata sólo de dar una limosna, sino de algo más grande? Creo que el mexicano lo puede hacer.
Cuando esto suceda, se dará el cambio que México tanto desea.”
Estoy tratando de plantear esta situación en el decanato...
Bernard C
CONTRA EL OLVIDO
Más de cuatrocientos adultos mayores de sesenta años, organizaron una marcha por las calles de los
barrios pertenecientes a nuestro decanato, para protestar en contra del olvido y el desprecio por la
gente de su generación (o tercera edad).
Muchos ancianos blandían pancartas de varios colores, proclamando sus derechos, su deseo de
luchar y la utilidad de su presencia en una sociedad que, por la eficacia y el imperativo de la
producción, tiende a olvidarlos... Uno de los carteles decía “Dios nos ama, Dios quiere que vivamos
en la dignidad”.
Después de la marcha hubo una fiesta, con bailes, representaciones, poemas, canciones, etc. Una
misa terminó esta manifestación.
Todos los organizadores se interrogaban para ver cómo continuaban la lucha para nuestros
ancianos... En este momento, con Caritas se abrió un taller de tres meses para conocer los derechos
de la tercera edad, su psicología en un mundo de postmodernidad y su papel en nuestra sociedad
(experiencia, memoria histórica, cultura...).
Bernard C
EMPAQUETADORES
En los grandes almacenes de México, como «Gigante» o «Comercial Mexicana», muchos niños de
edad escolar empaquetan los productos comprados por los clientes, los cuales les dan cincuenta
centavos o un peso... No se sabe cuanto trabajan, si van a la escuela o como se sienten de cansados
para poder estudiar.
Varias organizaciones no gubernamentales, entre ellas el CEREAL (Centro de Reflexión y Acción
Laboral) donde estamos activos, reclamaron por estos niños un convenio para, entre otras cosas,
establecer un limite de tiempo laboral y proteger sus derechos.
Hace poco el Gobierno de la Capital (el Distrito Federal) aceptó considerar la situación. Las
organizaciones obtuvieron para ellos una visita médica, participación en talleres en torno al
convenio...
En este mundo de consumismo e indiferencia, esta acción es un logro, un «alto» a la explotación de
estos niños.
Bernard C
FALTAN BUENOS SAMARITANOS
“Padre, no sé que hacer... Un peruano me llamó desde Estados Unidos para pedirme que le ayudara
con sus familiares: dos mujeres -una de ellas embarazada de casi ocho meses- que habían sido
arrestadas en Tapachula. No tenían papeles de migración y llevan detenidas en la estancia de la
«migra» (policía migratoria) más de ocho días. Su pariente de los Estados Unidos me pidió que
hiciera todo lo que pueda para sacarlas pero no veo cómo”.
Así me dijo Manuela, la madre de Ana, trabajando precisamente en la casa de Manolo el peruano
que vive en estados Unidos desde hace mucho tiempo... Vi a Manuela tan preocupada que decidí
hacer personalmente los trámites necesarios... y la verdad que no fue fácil. Para poder visitar a las
detenidas ¡tenía que obtener un permiso hasta la colonia Polanco! Al norte de la ciudad. Eran al
menos cuatro horas de transporte, por el camino de ida y el de regreso a casa. Lo peor era que, para
cada visita, era necesario solicitar nuevamente otro permiso.
Tres veces fui a visitarlas para obtener su regreso a Perú. En la primera visita las peruanas estaban
tristes, cansadas, como sin esperanza; a la segunda, parecían más animadas al verme tratando de
avanzar en los trámites; por fin, en la tercera entrevista, mediando el pago del «complemento», el
licenciado me dijo que las mujeres saldrían en lunes siguiente, después de tres semanas de
detención.
Cuando Manolo recibió la noticia, se alegró y luego mandó el dinero. Quince horas han sido
necesarias para conseguir este resultado. Varias veces pensé en «El Buen Samaritano» quizá porque
no conocía esas personas. En la estancia de la migra, en similar estado, había más de seiscientos
indocumentados arrestados en México, venidos de Colombia, Guatemala, el Salvador, Honduras,
Cuba, etc.
“Todos detenidos como en una cárcel” -me dijo una hondureña- por el delito de inmigrar para
poder sobrevivir y mandar dólares a su familia. Una semana después, catorce «detenidos» en este
lugar, hartos de esperar sin solución, se revelaron y quemaron todos los colchones del dormitorio.
Aquellos que no son arrestados, encuentran otros peligros al cruzar la frontera. La lista es de
trescientos treinta indocumentados muertos en promedio al año, ya sea a manos de los rancheros
cazadores de inmigrantes; por la patrulla fronteriza, en las aguas del Río Bravo o en el desierto.
Cuántos sufrimientos y miedos siembran el camino de la migración… En un pueblito cerca de
Guadalajara, en una carretera muy frecuentada por los inmigrantes en camino hacia los Estados
Unidos, algunas mujeres de la «Red Vicentina» acaban de abrir un albergue para permitir a los
indocumentados tomar un descanso, recuperar fuerzas, llamar por teléfono a sus familiares y
recuperar por un momento su dignidad de seres humanos.
Bernard C
LOMAS DEL PARAÍSO
Lomas del Paraíso es una pequeña colonia perteneciente a nuestra Parroquia de Nuestra Señora de
San Juan de los Lagos. Esta colonia domina el territorio Parroquial y se ubica en la sierra de Santa
Catarina, periferia sudeste de Iztapalapa. Desde hace poco más de cinco años pudimos ver este
lugar transformarse, por las nuevas casas construidas por la gente que no cesa de llegar. Muchas
compraron su pedazo de tierra a fraccionadores. También los Hijos de la Caridad obtuvimos un
terreno para construir una capilla y un Centro Social.
Bajo siete láminas sostenidas por sendos postes de madera, celebramos la misa cada mes en este
lugar, bautizado como «Juquila» pues mucha gente procedente de Oaxaca vive ahí, y esta es la
advocación de una Virgen muy venerada en este Estado de la República mexicana.
Fue precisamente durante la celebración de una Misa en esta capilla que el padre Lázaro se enteró
que, sin avisarle a nadie, llegaron máquinas y camiones enviados por la delegación, para ocupar y
emparejar la mitad del terreno perteneciente a la capilla.
La población presente en la celebración eucarística dijo que muchos intervinieron para oponerse a
esta maniobra. Entonces vino el personal de la delegación para calmar a la gente y pedir a los
responsables locales firmar un texto. Todos lo firmaron convencidos por las razones dadas por los
emisarios de la delegación y discutieron fuertemente bajo la presión de una división política “¿Por
qué nadie nos avisó ya que somos los primeros interesados?”
Por la tarde subimos nuevamente a la zona para hablar con los responsables conocidos, sin tomar
en cuenta su pertenencia política -la cual conocemos- Todos nos recibieron bien y nos explicaron.
Sin embargo, el día siguiente, como a las nueve de la mañana, cuando Lázaro, Aniceto y yo
subimos nuevamente al paraíso, hasta el terreno de la Iglesia, los camiones y máquinas estaban
trabajando; entonces hemos bloqueado a los vehículos sin violencia y llamamos a los vecinos para
que se reunieran al lado de la capilla. No era fácil el momento porque muchos trabajaban. A pesar
de eso, al menos cien personas se nos unieron...
Dos patrullas vinieron, un helicóptero sobrevolaba la zona. Uno de los policías se nos acercó
preguntando “¿Todo va bien? ¿No hay problemas? ¿Necesitan algo?” A lo cual respondimos “No
hay nada que temer, necesitamos solamente una explicación de parte de la delegación; hay que
decir que la esperamos y nada más”. Las patrullas se fueron y la gente comentaba con nosotros: “Si
la delegación es capaz de utilizar el terreno de la Iglesia para su proyecto sin avisar al párroco ¿Qué
no podrá hacer con nuestros terrenitos?, Pues ya todos sabemos que no se puede confiar en los
fraccionadores”. Varios fieles expresaron su inquietud.
Rápidamente llegó la licenciada encargada de «Asentamientos humanos», cuando vio a la
muchedumbre reaccionó “¿Qué significa todo esto?”. Entonces yo le contesté: “Lo que pasa es muy
sencillo y fácil de entender: la delegación no nos avisó de su proyecto, sabiendo que afectará el
terreno de la capilla previsto para un centro social que será de mucho bien para la población”. Hubo
un momento de discusión fuerte entre la gente a propósito de la firma del convenio donde se veían
muy claras las divisiones políticas.
Era difícil poder escuchar. Tomando la palabra con voz fuerte, exclamé: “Lo que debe unirnos aquí
es la vivienda y la Iglesia”. Les llamé a no perder el tiempo en discusiones estériles y así unirnos
sobre lo esencial y vital para nosotros. La licenciada, aprovechándose de un momento más
tranquilo, explicó que la parte del terreno recuperado por la delegación era normal y legal; pues
todo en la zona es propiedad del gobierno... y esta rehabilitación sería para dar a diez familias
damnificadas, un lugar para vivir... a cambio la delegación se comprometió para aportar el material
necesario para la construcción de la capilla de Juquila.
Alguien preguntó si la gente que vive aquí, en lugares de alto riesgo podría reubicarse en esta
misma colonia. La licenciada respondió afirmativamente, y mirándonos a los tres Hijos de la
Caridad presentes nos dirigió la pregunta: “¿Ustedes qué deciden?” Sin palabra comencé a quitar la
malla que habíamos instalado antes, para marcar los límites violados de nuestro terreno. Lázaro
llegó a ayudarme y los obreros sonrieron.
Al quitar la barrera, pensaba en nuestro carisma que nos llama a abrirnos siempre a las necesidades
y a compartir... Enrollada la malla de alambre y sacando los postes sentí la urgencia de acercarnos
siempre más a la realidad de la población y al Amor de Dios.
Como dijo Aniceto: “Es necesario caminar con los militantes que trabajan socialmente por la
promoción humana en todos los niveles y en este caso por la vivienda... y que la Iglesia en medio
de estas casitas sea el signo de la unidad y de la dignidad humana de cada uno... Perdemos la mitad
del terreno, pero ganamos los corazones... ¡nunca debemos encerrarnos en las mallas de la división
política! ¡Qué tristeza cuando alguien se encierra en su ideología o en su religión como una mujer
que no quiso juntarse con nosotros por no ser católica...” Dios es para todos y su Amor no excluye
a nadie.
El terreno va a estar pronto preparado para permitir la construcción de las diez casitas... y, cuando
lleguen las diez familias damnificadas, nosotros vamos a decirles ¡Bienvenidos! Esperamos que
pronto se encuentre terminada la capilla, para recordar esta presencia de Dios entre nosotros... una
presencia que nos motivará para servir mejor a nuestro prójimo y estar atentos a la realización de
las promesas de la delegación para urbanizar el barrio.
Bernard C
EL SIERVO SUFRIENTE
En Brasil, en Crateus, con el consentimiento del Obispo Dom Fragoso, pasé tres años y medio en la
zona de la baja Prostitución, en la barraca donde murió María Antonieta, tuberculosa, a los
veintidós años. En 1974 trabajo en el campo, con los campesinos sin tierra. Recorro cuarenta y
cinco kilómetros a pie para visitar a las comunidades. Paso años en una barraca de herramientas, en
un barrio pobre de Crateus. Poco a poco voy aprendiendo a vivir como los pobres.
La Escuela Del Hambre
Crateus conoció cinco años de sequía (1979-1984). Murieron miles de personas. Un día vi cómo
morían tres niños al mismo tiempo a cincuenta metros de mi casa. El siete de marzo de 1981,
Crateus fue invadido por cientos de hambrientos llegados del interior, buscando comida y trabajo.
Los comerciantes cerraron las tiendas, intervino la policía y el ejército. Esa misma tarde el
comandante del batallón convoca una reunión para crear un comité de defensa civil, para
defenderse de los subversivos que mueven a esa gente. Dom Fragoso, el Obispo, se niega a entrar
en el sistema. El comandante advierte que «va a correr la sangre».
El día siguiente, ocho de marzo, es domingo. Yo propongo en la Parroquia, comenzar nueve días de
ayuno en la Iglesia de San Francisco. Se acepta, llevo conmigo simplemente una Biblia y una
esterilla. Al día siguiente propongo poner un cartel que diga “Porta aberta ao faminto” (“Puerta
abierta al hambriento”). Así, en pocos días, se abren dos mil centros de acogida en las casas. El
Obispo fue el primero en poner el cartel y… ¡a la cocinera le costó caro! Un equipo misionero
hace el censo de los desempleados y el gobierno crea urgentemente veinticuatro puestos de trabajo.
En Crateus a una buena hora de marcha de la barraca, se construye una presa artificial que moviliza
a cuatrocientos hombres, mujeres y niños. El trabajo dura de seis a once de la mañana y de doce a
cinco de la tarde. Entre las once y doce, es la hora de la comida para los que la tienen.
El comandante, que lleva uniforme antiguerrilla, odia a la subversión, imposible que yo pueda ser
contratado. Una mañana, llego a las cinco y media, agarro una carretilla y empiezo a acarrear tierra.
Trabajo once meses sin ser pagado. Cada semana vivo en la casa de un “flagelado”. En un año
cambié cuarenta y cinco veces. Al llegar por la noche me dicen: “Tu comida está en el fogón”, un
poco de arroz al fondo de una cacerola. Hay sitios de los que salgo a las cuatro de la mañana sin
haber comido algo. Empiezo a trabajar con el estómago vacío. Un día las orejas empezaron a
sonarme como campanas.
Un compañero me cuenta: “Ayer tarde, al regresar a casa, vi que la mujer no había encendido
fuego. Esta mañana, al levantarme, la mujer me ha dicho: ¡no te vas a ir así! Yo le respondí: hay
que hacerlo como de costumbre”
La Mística Del Siervo Sufriente
Este mundo vive el mayor misterio sin saberlo. Al tiempo que seguía con el ministerio parroquial,
he predicado cientos de retiros a sacerdotes, religiosas, estudiantes, superiores de congregaciones,
comunidades de base. Leíamos Isaías cincuenta y tres con campesinos en medio del campo y un
caldero de frijoles secos. Yo decía, “Ustedes conocen al que vive como ese siervo, sin hermosura,
maltratado, como una oveja llevada al matadero, consagrado a los demás y que, al final, con sus
heridas, cura nuestras enfermedades.”
Un día en Osaco, con cuarenta líderes obreros descubrimos que Santo Díaz da Silva, de oposición
sindical, expulsado once veces de las fábricas, era otro siervo sufriente. Tres meses después le
mataron en un piquete de huelga de la Sylvania. Y los que se identifican con ese siervo Jesús,
empiezan a agruparse, a predicarse mutuamente retiros, a compartir, a realizar trabajos de artesanía
para luchar contra el desempleo, a reunirse, a inspirarse en el ejemplo del padre Maximiliano
Kolbe, a utilizar su símbolo. Rosemary, de la favela Valentín Magalhaès dijo: “Ahora nuestro
sufrimiento tiene un nombre, «Fraternidad del Siervo Sufriente»». Ya teníamos el sufrimiento, pero
no había sido bautizado”.
En la fraternidad, los excluidos se sienten como en su casa: los negros, las mujeres abandonadas,
los desempleados, son la mayoría. Hay muchos alcohólicos rehabilitándose, bastantes enfermos
mentales. Aunque estén lejos, todos se conocen.
Freddy K
«SIEMPRE MÁS ABAJO»
Hablé con Marcos bajo el Viaducto de la estación de Santo André, y el dije: “Marcos, ¿qué dirías si
un sacerdote viene a vivir en la calle? La respuesta fue inmediata: “Pero ¿Jesús no vivía en la calle?
Iba a hacer su misión y volvía a la calle a dormir. No tenía casa” Le respondí: “Marcos, puedes
prepararte a recibirme con todos mis bártulos. Con la bendición del Obispo, Dom Claudio Hulmes,
ese nueve de febrero de 1925, después de la misa de las siete y treinta de la tarde, armado son una
manta y un cartón, salí para tomar el autobús. Nara me dice “Te acompaño hasta la parada”. Llega
el autobús y dice: “Voy hasta la estación”. Cuando llegamos a la estación me dice “Me quedo”.
Bajo el viaducto, encontramos a un sufriente de la calle conocido en Sao Paulo. Le pido permiso
para instalarme allí, me enseña el sitio. Nara me coloca una flor en el pelo: es mi 75 cumpleaños. A
medianoche, un hombre con los pies muy hinchados, viene a hurgar en la bolsa de Nara. Había
visto una botella de plástico y pensaba que era alcohol. Habla durante un momento y se va lejos.
Una perra pulgosa vino a tumbarse sobre la manta, en vano intento echarla con el pie. Los
autobuses pasan a gran velocidad y hacen temblar el suelo. El rostro de Nara, de ascendencia drusa
y africana, contrasta en medio de esta suciedad. Su delicadeza, su juventud; la virginidad en medio
de los que ya no tienen nada, es la prueba de la presencia de amorosa de Dios.
Freddy K
UNA LUCHA POR LA DIGNIDAD
Colaboro en el centro de reflexión y acción laboral (CEREAL) el cual es un proyecto educativo de
apoyo a trabajadores que proporciona talleres para que conozcan sus derechos laborales; hace
denuncias sobre las violaciones que ellos sufren y acompaña a grupos que luchan por obtener
mejores condiciones de trabajo. Estamos convencidos de que el paso de Dios y su justicia atraviesa,
por las pequeñas o grandes luchas de los trabajadores.
Un día como cualquier otro se oye el teléfono, es una llamada de las Choapas Veracruz, un hombre
pregunta si está hablando al Cereal; a la respuesta afirmativa pide platicar con alguno de nosotros y
con voz de incertidumbre expone su problema. “Somos trabajadores transitorios de pemex
(Petróleos Mexicanos), hemos tomado las instalaciones porque hace un año se nos prometió darnos
la planta y hasta hoy, no lo han cumplido y sabemos que nuestros líderes sindicales las están
vendiendo a gente extraña, a amigos, o a quien pague mejor por ellas. Están cometiendo una
injusticia con nosotros ya que algunos tenemos hasta 27 años trabajando; el que menos tiene, lleva
ocho años de antigüedad. Esas plazas deberían ser para nosotros. Incluso los lideres del sindicato
nos llevan a sus casas a trabajar para ellos sin pagarnos nada, con la promesa de que seguiremos
contando con nuestro trabajo
Por la manera de exponer su situación nos dimos cuenta inmediatamente que se tocó en lo profundo
su dignidad como trabajadores, como personas y lo que pedían era justicia por sus años trabajados.
Los vimos tan decididos a continuar sin importar las consecuencias que, primeramente nos dimos a
la tarea de darles a conocer sus derechos por medio de talleres; se organizaron brigadas para cuidar
el lugar, poco a poco se dieron cuenta de la importancia de la presencia de las familias en su lucha,
las cuales al poco tiempo se hicieron presentes.
Las mujeres preparaban la comida y durante el día cuidaban el lugar, mientras que sus esposos
cumplían con su jornada de trabajo para que no los tacharan de flojos o tuvieran pretexto para
correrlos de su trabajo. Los primeros momentos de la lucha fueron de mucho entusiasmo, parecía
que todo marchaba bien, estaban convencidos de que les darían una respuesta favorable ya que lo
que pedían no era algo que estuviera fuera de las posibilidades de la empresa y del sindicato.
Esto duró poco tiempo, porque detrás de este movimiento se descubrieron otros malos manejos que
ponían en evidencia las «tranzas» del sindicato, y el uso indebido del patrimonio de los
trabajadores.
Por ejemplo, se encontraron camionetas que aparentemente eran del sindicato, pero estaban
registradas con nombres particulares, curiosamente del comité sindical, también la renta de algunos
locales no entraba a la economía del sindicato. Estas revelaciones hicieron enardecer a los líderes
sindicales, por lo que decidieron intimidar a los trabajadores acusándolos de despojo, sabedores que
contaban con el apoyo de las autoridades.
Los acusados «curiosamente» eran los representantes de los trabajadores. Esto causó gran
desconcierto y enojo en los trabajadores, los cuales con esta acusación pasaban a ser delincuentes y
perseguidos, por el delito de defender sus derechos. Algunos tuvieron que esconderse para no ser
detenidos o agredidos, fueron momentos de gran tensión ya que temían por su integridad física y
las posibles represalias incluso hacia sus familias.
Estaban tan convencidos de que su lucha era legítima que soportaron durante seis meses, desvelos,
agresiones, incomprensiones familiares, intimidación por parte de las autoridades judiciales,
amenazas de despido. Hasta que los líderes sindicales, por fin, firmaron un convenio en el que se
comprometían a darles las trescientas cuatro plazas que reclamaban.
Esto no hubiera sido posible sin la solidaridad de la población, de los organismos defensores de los
derechos de los trabajadores, de las familias, en especial de las esposas que estuvieron siempre al
frente y sin miedos como lo expresa Tere: “Las mujeres debemos estar con nuestros esposos,
porque en este movimiento hemos descubierto que a los trabajadores no se los trata como seres
humanos sino como delincuentes, y nadie tiene derecho a pisotearlos”.
Los trabajadores no saben que en este proyecto trabajamos cuatro religiosos por lo que es difícil
hablar de Dios y su justicia en medio de estos acontecimientos, pero una cosa que nos sorprendió
fue cuándo, después de la firma del convenio les preguntamos: “¿Cómo lo vamos a celebrar?” -
porque esta ha sido una de las pocas ocasiones que los trabajadores logran algo- un de ellos
contestó rápidamente: “Tenemos que hacer una misa para darle gracias a Dios por permitirnos
llegar hasta el final, si no hubiera sido por Él no hubiéramos aguantado todas las presiones y
persecuciones”.
Esto me llevó a pensar en un diálogo personal que tuve con una de las esposas, que decía “Dios no
puede permitir que haya este tipo de injusticias, estoy segura que Él luchó por la dignidad de las
personas, Él quería que todos fuéramos iguales” Qué cosas, cuando platicábamos del movimiento,
de su lucha, lo hacíamos desde nuestra fe, desde nuestro compromiso, sin pensar que ellos hacían lo
mismo y motivados por el mismo Dios y tal vez con mucho más Fe que nosotros.
Esta ha sido una lucha por la dignidad, por la justicia entre las personas, una justicia que busca la
equidad y que se realiza lentamente por la creación de condiciones mejores para una vida
verdaderamente humana. Ha sido una lucha en la cual se multiplicaron reuniones, se leyeron
periódicos, se organizaron, se agruparon con otros trabajadores que viven lo mismo, incluso
rezaron. También se turbó la tranquilidad de los líderes sindicales y se les obligó a tomar en cuenta
la dignidad, el respeto hacia los trabajadores.
Desde mi fe descubro en esta gente, aunque ellos no lo expresen, a verdaderos militantes cristianos,
que tienen pasión por la justicia, porque saben que todo ha sido creado a la imagen de Dios (en
especial el ser humano) y por lo tanto se le tiene que respetar y defender cuando se encuentre
amenazada su dignidad.
Aniceto C
“Un signo de la misericordia de Dios, hoy especialmente necesario, es el de la Caridad, que nos
abre los ojos a las necesidades de quienes viven en la pobreza y la marginación. Es una situación
que hoy afecta a grandes áreas de la sociedad y cubre con su sombra de muerte a pueblos enteros.”
Así denuncia Juan Pablo II al mundo actual en su Bula para convocar el año santo del 2000, «El
Misterio de la Encarnación» (29 de noviembre de 1998, núm. 12).
Por su parte los Obispos de México en su Carta Pastoral afirman: “Los rostros de los pobres son
numerosos. Los campesinos, los obreros y los trabajadores de todo México -podemos decir de toda
América Latina- muchas veces viven en situaciones de pobreza e injusticia que los hacen altamente
vulnerables. El estado de indefensión en que algunos se encuentran de manera casi permanente, es
contrario a la dignidad humana y a la voluntad de Dios que desea vida plena para todos. Nadie debe
permanecer indiferente a su sufrimiento y marginación” (núm. 417)
Lo sabemos bien, el neoliberalismo va extendiendo la telaraña del mercado por todos los rincones
del planeta, con su lógica interna del ansia de lucro, de competitividad y de selección. Al promover
un modelo de hombre individual, conquistador, consumidor y rentable, está atacando las bases de la
vida comunitaria, del bien común y del respeto debido a los pobres...
Frente a esta situación, debemos ser fuentes de Caridad, y no solamente de una «Caridad-
Business», o únicamente asistencial, sino de una Caridad con dimensión colectiva y política, que
ataca las raíces de mal, hasta denunciar y cambiar las estructuras que son causas de muerte para los
pobres, porque ellas consideran y cuidan la producción y el dinero antes que a la persona humana.
Hacia 1916 el padre Anizán se dio cuenta de las masas abandonadas e invitó a sus hermanos a
entregarse a su servicio:
“¡Cómo desearía comprender y captar ese «Misereor» (núm. 15) del divino Salvador! ¡Ver y sentir
hasta qué punto esta compasión invadía e impregnaba por entero su corazón! ¡Cómo desearía que
me invadiera y se impregnara a mí!
La muchedumbre de la que aquí se habla son las numerosas almas sencillas: los pobres, las familias
de los trabajadores que ganan el pan día a día con el sudor de su frente, los desheredados de este
mundo, los que no tienen a nadie... Jesús tuvo compasión de esa muchedumbre ¿Quién tiene
compasión hoy?
Están ahí, como tendidos, como rebaños abandonados y sin pastor ¿Qué hacía falta? Hacen falta
hombres que amen esas muchedumbres, que comprendan su infortunio y su abandono espiritual,
que vayan a ellas, que les demuestren su interés y su cercanía, que se entreguen de tal forma a
ellas... que puedan decir con ellos: estos son nuestros hombres... trabajan por nosotros”
¡A nosotros nos corresponde ir al pueblo! En equipo para compartir, para analizar, para discernir
los caminos de liberación, de promoción humana y espiritual de nuestro pueblo... Señor ayúdanos a
ser creativos y audaces para responder siempre a las necesidades de nuestro pueblo...
CONCLUSIÓN
Como ustedes saben, este concierto nunca se termina, nunca estamos plenamente satisfechos, pero
nos llama a ir siempre más allá y a ser más y más numerosos bajo la batuta de Jesús. Que el deseo
del Padre Anizan sea también el nuestro: “Cuando se toca un diapasón da siempre la misma nota,
de cualquier manera que se toque. Yo quisiera que mi cuerpo, mi espíritu, mi corazón, mi alma
sólo resonarán contigo Señor, que sólo te dieran a Ti”.
Nos toca a nosotros no perder este diapasón si no queremos ser “como bronce que resuena o