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Rodríguez Agüero Feminismos Del Sur

Jul 07, 2018

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  • 8/19/2019 Rodríguez Agüero Feminismos Del Sur

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    Cómo citar: RODRÍGUEZ AGÜERO, Eva (2013) Feminismos del sur. Mujeres, política y cultura

    en la Argentina de los ’70 , Málaga, Servicio de publicaciones de la Universidad de Málaga (en

    prensa).

    CAPÍTULO II. Mujeres, feminismos e izquierdas

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    Muchos/as autores/as han coincidido en caracterizar a la serie de transformaciones

    que -entre las décadas del ’60 ’70- afectarían el funcionamiento del mundo occidental como

    una verdadera “revolución cultural”. Se trató de un período en el que había en el aire una

    cierta idea de porvenir que toda una generación estaba decidida a sostener con una energía

    inaudita. La idea de confianza en “lo nuevo” y el “malestar por lo viejo”, fueron un signo de la

    época1. Para el triunfo de lo primero y la superación definitiva de lo segundo había que actuar,

    y la acción no tuvo una sola cara o modalidad. En Argentina, uno de los rasgos destacados fue

    la división entre el sistema de poder y la sociedad civil. Esta brecha fue acentuándose hacia

    fines de los años ‘60, momento en que el   autoritarismo y represión política fueron

    acompañados por un notorio proceso de modernización, tanto económico como cultural

    (Svampa, 2003). Esta modernización cultural tuvo como actor central a las clases medias

    urbanas y abarcó numerosos aspectos de la vida cotidiana que incluían desde nuevos hábitos

    de consumo -especialmente orientados al sector juvenil- el cuestionamiento de la moral sexual

    y familiar tradicional, el nuevo rol de las mujeres y la divulgación del psicoanálisis, hasta

    aquellas dimensiones asociadas a las vanguardias y la experimentación artística.

    En relación a los marcos culturales que se conformaron en el período puede

    considerarse que, desde finales de los ’50, habían comenzado los primeros indicios de una

    cultura contestataria que –nutrida de diferentes vertientes e imaginarios comunes- apostaba a

    la acción directa y adoptaba diversas formas según los actores específicos, hasta llegar -en

    algunos sectores juveniles- a posiciones insurreccionales.

    Pronto la apertura cultural iría articulándose con la exigencia del compromiso político,

    que invadió no sólo la discusión política, sino también la producción académica, literaria,

    artística y musical.

    Eran los años de descolonización de los países del Tercer Mundo, y en ese clima la

    agresión militar de EE.UU sobre Vietman provocaba el repudio del mundo. Además florecíanlas rebeliones estudiantiles (el Mayo Francés, la Primavera de Praga); así como los

    movimientos de liberación llevados adelante por feministas, negros y negras en el Primer

    1  En Argentina el período ha sido ampliamente estudiado desde diversos campos disciplinares. Esta

    breve introducción al presente capítulo no pretende ser un estudio en profundidad, sino más bien unbreve panorama de aquel complejo contexto histórico. Para ampliar ver: Anguita y Caparrós (2006);Ansaldi (1998); Anzorena (1998); Argumedo (2004); Asborno (1993); Aspiazu, Basualdo y Khavisse(2004); Balvé y Balvé (2003); Balvé, Murmis, Marín, Aufgang y otros/as (2005); Bonavena ( 1998);Campos y Juncal (2003); Canelo (2003); Casullo (2005); Diana (1996); Eltit (1996); Gillespie (2003); Hilb y

    Lutzky (1984); James (2003; 2006); Peralta Ramos (1972); Ponza (2007); Pozzi (2004, 2007); Pucciarelli(1999); Pujol (2003); Salas (2006); Sidicaro (2003); Silver (2005); Svampa (2003); Torre (1983); entreotros/as.

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    Mundo. En América Latina, el peso de la Revolución Cubana (1959) o de experiencias como la

    de la guerrilla boliviana, fueron instalando el debate en torno de la revolución y contribuyendo

    al proceso de radicalización ideológica y política. Las movilizaciones de universitarios recorrían

    numerosos ciudades a lo largo y ancho del mundo y constituían un claro signo de la

    politización creciente del estudiantado. En América Latina se producían movilizaciones

    estudiantiles y, en el caso argentino obrero-estudiantiles2.

    En Argentina, la década que va de 1966 a 1976, se vio signada por una intensa

    actividad política, por el auge de masas y el crecimiento de la izquierda marxista y peronista.

    Este período se inició, a grandes rasgos, con la instauración de la autodenominada Revolución

    Argentina, inaugurada con una feroz represión (a cargo general Juan Carlos Onganía) a

    estudiantes y profesores universitarios, conocida como la “Noche de los bastones largos”. El

    período termina con el fin del gobierno de María Estela Martínez de Perón, a partir del golpe

    militar instaurado en marzo de 1976 (Pozzi, 2004). Fueron años de fuerte conflictividad social

    en los que se produjeron, entre otros hechos, sucesivos golpes de Estado, intensas pujas de los

    sectores dominantes con un movimiento obrero numeroso y muy bien organizado y la

    proscripción electoral de Juan Domingo Perón.

    La crisis de hegemonía del régimen se tradujo en levantamientos urbanos en los que

    confluyeron obreros y estudiantes (principalmente universitarios). El punto más alto y el

    primero de estos levantamientos fue el “Cordobazo” - el más agudo de los levantamientos en

    las provincias - al que le sucedieron distintas luchas, algunas de las cuales tuvieron

    características de “azos” 3  (rosariazo, mendozazo, viborazo, etc). Se abrió de este modo una

    situación de agudización de la lucha de clases, en la que la “lucha de calles”4 hegemonizó la

    acción de las masas.

    2

     La matanza de Tlatelolco, ocurrida en esa ciudad, el 2 de octubre de 1968, consistió en una sangrientarepresión perpetrada contra una manifestación pacífica de estudiantes de la UNAM, por parte delgobierno mexicano. La fuente oficial reportó en su momento 20 muertos, pero las investigacionesactuales deducen que los muertos podrían llegar a varias centenas. Algunos/as autores/as coinciden enseñalar que este movimiento y su terrible desenlace - inserto en un contexto planetario de luchassociales- incitó a una más activa actitud crítica y opositora de la sociedad civil, principalmente en lasuniversidades públicas, así como a alimentar el desarrollo en Latinoamérica de guerrillas urbanas yrurales en los ‘70.3 La denominación “azos” hace alusión “a un tipo de protesta en la cual la sociedad se divideorganizándose en dos grandes fuerzas sociales contrarias, enfrentadas, y este tipo de organizaciónrefiere a una sociedad desarrollada donde empieza a expresarse el antagonismo alcanzado entre las dosgrandes clases sociales en el capitalismo” (Balvé, Bonavena, 1998:62).  4

     Bonavena entiende por lucha de calles: “al enfrentamiento social que las masas desarrollan contra elrégimen en las calles, saliéndose de los carriles institucionales e instalándose en el escenario urbano,recuperando así la calle como territorio social de disputa” (Bonavena, 1998: 66).  

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    Es que el impacto de la Revolución Cubana y la extensión de los procesos de liberación

    nacional en diferentes partes del mundo habían abierto un espacio para que la lucha armada

    fuera considerada como una alternativa políticamente viable en muchos países de América

    Latina. Libros, revistas y películas difundieron nociones tales como “liberación nacional”,

    “guerra de guerrillas”, “lucha armada” y “hombre nuevo”.

    En Argentina, la opción por la lucha armada se configuró tempranamente y tuvo como

    precipitador el gobierno de facto de Onganía dando paso a un proceso de conformación de

    organizaciones armadas provenientes de diferentes vertientes político-ideológicas. Las había

    de origen peronista: Montoneros y de origen marxista: el PRT-ERP. El ascenso favoreció

    también la influencia de corrientes de la izquierda trotskista, como el PRT-La Verdad, después

    PST. Para Pablo Pozzi se trató de “agrupaciones que si bien al principio eran pequeñas, fueron

    incrementando su caudal de adherentes y su influencia en la vida política. Cada una de éstas

    fue producto de la época, y todas se esforzaron por conectar las reivindicaciones populares a

    su visión del socialismo. Comunistas, trotskistas, maoístas, guevaristas y peronistas

    revolucionarios atrajeron la atención e imaginación de una generación de jóvenes argentinos

    conocida como la generación del 70” (Pozzi, 2004).

    Durante estos años hubo por lo menos diecisiete grupos armados, de los cuales cinco

    tuvieron alcance nacional: las Fuerzas Armadas Peronistas, las Fuerzas Armadas de Liberación,

    las Fuerzas Armadas Revolucionarias, los Montoneros y el Partido Revolucionario de los

    Trabajadores-Ejército Revolucionario del Pueblo (Pozzi, 2003). Los repertorios de acción

    abarcaban desde las tradicionales manifestaciones populares hasta la violencia guerrillera,

    pasando por las guerras de consignas y las pintadas.

    Luego del Cordobazo ocurrió que estas organizaciones comenzaron a perfilarse para

    varios sectores (sobre todo para los sectores juveniles) como una alternativa política viable

    hacia el acceso al poder, volviéndose “aceptables” algunos de los argumentos que éstassostenían en relación con la transformación social y política5. De hecho, el Cordobazo marcó el

    fin de un ciclo y a la vez el comienzo de una nueva etapa caracterizada por la irrupción masiva

    de la protesta social, por el crecimiento de distintas organizaciones político-militares, por una

    acelerada radicalización política y por el repliegue de la autodenominada Revolución

    Argentina, con la renuncia de Onganía primero y Levingston después. También fue el momento

    de la aparición de posiciones antiburocráticas en el movimiento obrero q ue, a fines de los ‘60,

    5

      Autores como Gordillo sostienen que si bien la situación abierta con el Cordobazo dotó de mayorlegitimidad a la opción por la lucha armada es necesario no ver en el primero la génesis de la segunda(Gordillo, 2003).

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    tuvo como principales exponentes a la Confederación General del Trabajo de los Argentinos y

    al clasismo y el sindicalismo de liberación, ya entrada la década del ´70. Todo ello en un marco

    de transformaciones culturales sin precedentes en la Argentina y en el mundo.

    El cierre de este ciclo de alta conflictividad social, signado por la inestabilidad

    institucional, se ve precipitado por la irrupción de un triste episodio como fue la represión

    ejecutada por el gobierno militar, conocida como masacre de Trelew6. En ese marco se

    levantó la proscripción del peronismo, que luego de 18 años gana las elecciones de la mano de

    la fórmula Cámpora-Solano-Lima, en marzo de 1973. Sin embargo la “paz social” duraría poco

    ya que las tendencias opuestas que se habían desarrollado al interior de este partido

    estallaron con toda virulencia una vez que Cámpora asume como presidente.

    Meses más tarde, el retorno de Perón al país, en el marco de lo que se conoce como la

    masacre de Ezeiza7, desencadenó la caída de Cámpora marcando el comienzo de un proceso

    en que la izquierda empezó a perder poder. A su vez, el frustrado “pacto social, la repentina

    muerte de Perón, el fracaso del plan económico del ministro Rodrigo -a raíz de dos masivas

    huelgas generales- sumado al creciente accionar del grupo paramilitar de extrema derecha

    autodenominado Triple A (Alianza Anticomunista Argentina) prepararon el terreno para que

    en marzo de 1976, las Fuerzas Armadas interrumpieran nuevamente el orden institucional.

    Si el período 1971-1973 había implicado el pasaje a la acción política, entre 1973 y

    1976 la Argentina vivió uno de los períodos más complejos de la historia reciente; aquel que

    muestra el trágico pasaje de una sociedad movilizada a una sociedad desarticulada, sumergida

    en una profunda crisis social, económica y política. Este climax  –signado por el desencuentro

    que se produce entre la sociedad civil movilizada y el líder recién vuelto del exilio, y la

    imposibilidad de implementar con éxito el modelo populista del “pacto social”- registra tres

    6

     Ocurrida el 22 de agosto de 1972, ésta tuvo lugar en la base naval “Almirante Zar”, ubicada en esaciudad, cuando fueron asesinados 16 presos políticos que habían sido trasladados allí seis días antes,luego de que se efectivizara una acción conjunta de las organizaciones Fuerzas Armadas Revolucionarias(FAR), Ejército Revolucionario del Pueblo (ERP) y Montoneros, que permitió la fuga de seis jefesguerrilleros recluidos en la cárcel de Trelew. El objetivo trazado - la fuga masiva de 110 militantes - nopudo concretarse con total éxito, razón por la cual un contingente integrado por 19 de ellos, que nologró arribar a tiempo al aeropuerto, decidió rendirse el 16 de agosto ante un juez, autoridades militaresy la prensa, no sin antes exigir que se garantizara su seguridad. Violando sus promesas, los marinossometieron a los prisioneros a un régimen de terror y finalmente dispararon contra los detenidos.  7 La masacre de Ezeiza fue un enfrentamiento armado que tuvo lugar el 20 de junio de 1973 entre lasdiferentes fracciones del peronismo que se habían dado cita en el aeropuerto internacional de la ciudadde Buenos Aires con motivo del regreso definitivo de Perón al país, luego de casi 18 años de exilio. Los

    sectores de izquierdas y derechas de este partido se disputaban allí la hegemonía del movimiento. Eltriste saldo sería 13 muertos y cientos de heridos. Poco tiempo después el viejo líder brindaría su apoyoa los sectores de la derecha.

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    momentos de inflexión insoslayables, marcados por las presidencias constitucionales del

    período.

    El primero es el de la breve presidencia de Héctor Cámpora (entre el 25 de mayo y el

    12 de julio de 1973) y corresponde a la movilización generalizada de las fuerzas sociales que

    asocian el regreso de Perón con la posibilidad de introducir cambios mayores. Aunque los

    sectores movilizados no coincidían en los modelos de cambio que postulaban, todos ellos se

    alimentaban de una contracultura que impugnaba el régimen político, así como los modelos

    sociales y los estilos culturales. En síntesis, en el centro de la escena se encuentra la imagen de

    una sociedad movilizada para el cambio que tiene por actores principales a la juventud, a los

    sectores del sindicalismo combativo y a intelectuales ligados a la modernización desarrollista.

    El segundo momento se extiende hasta el mandato provisional de Raúl Lastiri, una vez

    concretada la renuncia de Cámpora, en julio de 1973, hasta la muerte de Juan Domingo Perón,

    el 1º de julio de 1974. Esta fase se caracteriza, más que ninguna otra, por las crecientes

    contradicciones dentro del partido y una suerte de “guerra interna: peronistas versus

    peronistas” (Svampa, 2003: 384). El árbitro de este dramático juego es el propio Perón.

    El tercer momento (julio de 1974-marzo de 1976) corresponde a la etapa de la agonía

    y disolución del modelo populista, durante la gestión de Isabel Perón. Éste tiene lugar luego de

    la desaparición física del líder, la rápida desarticulación de las fuerzas sociales anteriormente

    movilizadas y el golpe de Estado instaurado en marzo de 1976. Dicho golpe de Estado hace las

    veces de bisagra en el tiempo, es el desenlace de un largo ciclo de inestabilidad política,

    declive económico y conflictividad social.

    En el plano cultural la Argentina había transitado en esos años una serie de procesos

    de enorme densidad. Era un momento en que los intelectuales de izquierda trataban de

    compensar el carácter de clase de las instituciones culturales mediante la difusión de temas

    culturales destinados al gran público. En un país con un sistema educativo sumamente

    eficiente y con una amplia base material para el consumo de bienes simbólicos (debido a la

    distribución de PBI) florecería una industria cultural que produjo libros, revistas, discos, cine,

    espectáculos. En ese clima de expansión de expectativas, esperanzas y debates, la Argentina

    conocería un momento de auge cultural en el que diversas voces hallarían espacios de

    canalización y escucha.

    Así, en sintonía con el clima cultural mundial, fue adquiriendo forma una cultura

    masificada y comercializada en la que los medios de comunicación como el cine, la televisión,

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    la prensa, las revistas de moda y de opinión; así como las compañías discográficas,

    desempeñaron un papel fundamental en las transformaciones de las normas y los estilos de

    vida.

    Al calor de esos acontecimientos también comenzaron a tener lugar una serie de

    transformaciones en la vida cotidiana, que implicaron profundos cambios. Enmarcado en ese

    proceso de ebullición social se comienza a dibujar el esbozo de la Argentina “moderna”:

    sociedad de consumo, realineamiento de fuerzas políticas, cambios en la vida cotidiana y

    transformaciones en las relaciones intergenéricas; sobre todo en cuanto al rol que hasta el

    momento habían jugado las mujeres, ligado más bien a las crianza de los hijos y la ejecución de

    tareas reproductivas y domésticas. Estas transformaciones  –que venían abriéndose camino

    desde la década anterior- estaban directamente relacionadas con el ingreso de las mujeres al

    mundo del trabajo, la posibilidad de acceder a la formación universitaria, la activa

    participación en la vida política y la posibilidad de regular la fertilidad y disfrutar de una

    sexualidad más libre, a partir del uso de anticonceptivos.

    Aunque en diferentes grados y modalidades, de acuerdo al sector social del que se

    tratara, eran sin duda transformaciones que traían aparejadas profundas consecuencias y que

    daban lugar a una revolución cultural tangible.

    Por otra parte, es imposible referirse a este período sin aludir a lo que se conoció

    como “cultura juvenil”. En este espacio generacional se amalgamaron tanto una línea influida

    por los parámetros que se definían en el campo internacional  –caracterizada por nuevos

    códigos y estilos que conformaron una cultura de la rebelión más gestual y simbólica-, como

    otra, si se quiere más ideológica, que anidó en las universidades, pero también se materializó

    en la formación de nuevos modelos de acción política, encarnados por las agrupaciones de

    izquierda y los grupos armados, a los que recién aludíamos.

    Si bien las transformaciones estuvieron presentes en toda la sociedad argentina, fue

    en el ámbito de la universidad donde los cambios se experimentaron con mayor intensidad. En

    la universidad –transformada en un campo de batalla por las ideas- la cultura de la rebelión no

    era sólo gestual, sino que estaba más claramente asociada a la política.

    Se trató sin duda de un momento histórico en el cual los diferentes actores políticos y

    sociales pudieron imaginar que era posible hacer realidad los sueños de transformación y

    resolver las contradicciones existentes en la sociedad.

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    Según la particular visión que Luis Alberto Romero era un punto de vista compartido

    que todos los males de la sociedad se concentraban en un punto: el poder autoritario. Y los

    grupos minoritarios y privilegiados que lo apoyaban eran los responsables directos y

    voluntarios de todas y cada una de las formas de opresión, explotación y violencia de la

    sociedad.

    Frente a ellos se alzaba el pueblo, hermandad solidaria y sin fisuras, que se

    ponía en movimiento para derrotarlos (…) pues la realidad toda parecía ser

    transparente y lista para ser transformada por los hombres y mujeres

    impulsados a transitar el camino entre las reivindicaciones inmediatas y la

    imaginación de mundos distintos (Romero , 1994: 178).

    Lo cierto es que la aceptación de la necesidad del cambio de estructuras se convirtió

    en “un lugar común”. Cuáles eran los mundos imaginados y cómo se llegab a a ellos, eran

    cuestiones que empezaban a discutirse y a pregnar el campo político, social, intelectual, y

    artístico8.

    1. El tiempo de las mujeres

    1.1 Las chicas sixties

    Con este telón de fondo -aunque en diferentes grados y modalidades de acuerdo al

    sector social del que se tratara- venían también abriéndose camino profundas

    transformaciones en las relaciones entre varones y mujeres. Es que la de las mujeres fue

    también parte de esa revolución cultural, e implicaba cambios bien tangibles, pues quizás

    pocos descubrimientos científicos cambiaron de manera tan radical la vida de las mujeres

    como los anticonceptivos hormonales. La posibilidad de regular la fertilidad y, por ende, de

    escindir el erotismo y la sexualidad de la función reproductiva, abrió las puertas al disfrute de

    una sexualidad más libre. Desde la minifalda hasta el “unisex”, desde las ideas de Herbert

    Marcuse a favor del “fortalecimiento de los instintos vitales” (Eros y civilización) hasta laposterior consigna del “amor libre” de los hippies,  el sexo ya no fue entendido con la

    mojigatería de antaño (Pujol 2003).

    8  Precisamente por tratarse de una época en la cual existía un fuerte debate acerca de qué tipo desociedad era deseable y, probablemente por el trágico cierre que tuvo el período, con el golpe de Estadoinstaurado el 24 de marzo de 1976, se trata de uno de los momentos de la historia argentina más sujetoa polémica. A ello hay que sumar la escasa distancia temporal: muchos/as de los protagonistas de la

    época están aún vivos/as y forman parte de las discusiones teóricas y políticas por la interpretación deese momento histórico. Las consecuencias de lo sucedido son aún palpables en la sociedad lo que hacedificultosa la elaboración de un relato sobre lo acontecido.

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    Por otro lado, el ingreso masivo de las mujeres al mercado de trabajo9 implicó también

    que pudieran ganar un salario e incluso irse a vivir solas. La vida matrimonial ya no se

    presentaba como la opción obligada10.

    El universo referencial de las jóvenes educadas de clase media urbana estaba

    constituido por “el Di Tella, la Revolución Cubana, la píldora y un poco después los Beatles, el

    Mayo Francés y el Cordobazo. Bergman y Antonioni. Vietnam, Gelman, Cortázar, también

    Borges. Vino, Piazzolla y, las más lanzadas ginebra. Pelo lacio, minifalda y botas. Sartre y

    Simone de Beauvoir, modelo amoroso. Mucho marxismo, poco LSD, el Che y Mao. Las más

    intelectuales: Rosa Luxemburgo, Macedonio, Girondo y Lacan” (Fernández, 1999a:7).

    1.2 Una vida distinta para las mayorías

    Junto a estas experiencias transformadoras, vividas en su mayoría por mujeres de

    clase media, coexistían otros modelos femeninos. Los límites de lo “antiguo” y de lo “nuevo”

    por momentos se desdibujaban. La guerrillera, la hippie, la intelectual y el ama de casa

    rodeada de electrodomésticos, o la madre “moderna”, eran hebras que formaban parte del

    mismo tejido social (Feijoó, Nari, 1982).

    Es preciso señalar, además, que más allá del campo intelectual y político, ciertos

    discursos pseudo-científicos/ pseudo-modernos, tuvieron una enorme capacidad de

    penetración sobre un público no profesionalizado de capas medias. Temas como: “la pareja”,

    “la sexualidad”, “el control de la natalidad”, “la maternidad”, “el síndrome del ama de casa”

    fueron abordados desde múltiples enfoques y divulgados en revistas, programas de televisión

    y filmes. El surgimiento de la “problemática privada” como tema pasible de discusión en el

    espacio público, el papel desempeñado por las mujeres en relación con el desarrollo de un

    mercado de bienes de consumo durable; los cambios en la organización doméstica y la

    influencia de los medios de comunicación de masas, también impactaron la relación entre

    géneros en las capas menos politizadas.Esta difusión a través de medios masivos de cierta vulgata psicoanalítica y de los

    nuevos planteos en el campo de la pedagogía implicaron en ciertos sectores de la sociedad

    argentina nuevas formas de asumir la maternidad/paternidad. Desde su famoso programa

    9 “El empleo femenino aumentó particularmente entre 1960 y 1970, en el que la tasa neta de actividad

    pasó del 23% al 27%, pero entre las fechas censales de 1947 y 1960 se mantuvo la tendencia iniciada enlas décadas precedentes, pues la ocupación en la industria ocupó el primer lugar seguido del sectorcomercio y servicios, en cambio en los períodos intercensales de 1960-1980 los servicios absorbieron elgrueso del crecimiento ocupacional” (Lobato, 2007:59).10

     En Argentina, en términos demográficos, los cambios en las relaciones familiares y la sexualidad sereflejaron en el aumento de la consensualidad (que creció del 7% en 1960 al 9,5 en 1970) y de losnacimientos ilegítimos que saltaron del 24% en 1960 al 30% en 1980 (Torrado, 2003).

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    Escuela para Padres, Eva Giberti posicionaba a la educación como un proceso interactivo entre

    padres y madres e hijos/hijas; no sólo determinado en base a líneas generacionales. Al mismo

    tiempo, en las librerías comenzaba a circular una gran cantidad de obras sobre las etapas de

    crecimiento del ser humano. Los roles parentales se vieron puestos en cuestión: la presencia

    del varón en el parto, los grupos de padres, la posibilidad de embarazo psíquico en el hombre

    y la condena a la madre “sobreprotectora” se sumaban a los nuevos signos de la época11 

    (Feijoó y Nari, 1982, Giberti, 1990).

    Además, para un sector cada vez más extenso de la población  –capas superiores de la

    clase obrera y clase media baja- durante esta década también fue posible el acceso a un

    conjunto de bienes de consumo, en su mayoría ligados al confort del hogar, que reformularon

    la vida cotidiana, sobre todo de las mujeres.

    Si bien los teleteatros dirigidos a estos sectores ofrecían ilusiones románticas al precio

    de desparramar estereotipos sexistas, existieron honrosas excepciones: De todo corazón y

    Paloma a domicilio. Ambas novelas marcaron el debut televisivo, como guionista, de una

    figura fundamental en cuanto a la introducción de ideas feministas por estas tierras: me

    refiero a María Elena Walsh12. Al tocar temas como el trabajo de ambos miembros de la

    pareja, modificaba las convenciones del género. Por su parte, una revista dedicada

    exclusivamente al público “femenino”, como Claudia,  abordaba ya en 1960 temáticas

    “difíciles”, como la infidelidad, las relaciones extramatrimoniales y el placer sexual de la pareja

    (Pujol, 2003).

    Estos nuevos modelos de mujeres, difundidos desde los medios, postulaban una mujer

    más deseosa de concretar sus propios proyectos que de satisfacer a su marido. Y entre esos

    deseos “propios”, el de integrarse más activamente al mercado cultural, ocupó un lugar

    sumamente importante. No casualmente una revista como Primera Plana tuvo en cuenta las

    modulaciones que se estaban operando en la dialéctica masculino-femenino y se dirigió tantoa lectores como lectoras, aunque en su planta de redacción hubiera una abrumadora mayoría

    de periodistas varones (Pujol, 2003).

    Todos estos cambios también impactaron fuertemente sobre las imágenes que de sí

    mismas tenían las mujeres de las capas medias de la sociedad, colocándolas en un

    11 Habría que mencionar aquí el rol que cumplió la revista Primera Plana, funcional al proceso

    modernizador experimentado por las capas medias de la sociedad argentina en los ‘60. Para ampliarsobre el particular ver Breve Historia Contemporánea de la Argentina (Romero, 1994:160).12 Ver capítulo IV

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    posicionamiento subjetivo con respecto a los varones, muy diferente al de aquellas que sólo

    deseaban realizar una buena performance en la carrera matrimonial.

    La autonomía conquistada por aquellas jóvenes hubiera sido “impensable” para la

    generación anterior. Fue tan radical el corte, que incluso se podría decir, que la vida de las

    mujeres de los años ’50 –aún la de aquellas incorporadas al espacio público, vía inserción en el

    mercado laboral- era mucho más parecida a la de décadas precedentes, que prefiguradora de

    la que habría de venir.

    1.3 El ingreso a la militancia

    Para muchas de las mujeres jóvenes de clase media “la política estaba en la calle” y

    sobre todo en las movilizaciones estudiantiles que comenzaron en 1967 y 1968. Al decir de

    Rodolfo Walsh ‘las mujeres estaban haciendo la revolución dentro de la revolución, eligiendo

    un papel protagónico en la primera línea’ (Walsh en Sapriza, 2005: 42).

    No sólo la noche y los bares, sino también la militancia y la universidad se volvieron

    mixtos. En este sentido, cabe destacar que el creciente ingreso de las mujeres a la formación

    universitaria, registrado a partir del ’60, significó para éstas la apropiación del capital simbólico

    antes exclusivamente reservado a los varones de clase media y alta. El siguiente dato habla a

    las claras al respecto: el Censo Nacional realizado en 1963 arrojó como resultado una notable

    feminización de la matrícula universitaria. El 41% de la población universitaria eran mujeres

    (Sapriza, 2005). Tanto la universidad como los partidos políticos fueron puentes para que

    muchas de ellas ingresaran a la militancia política.

    Sin embargo no se trataba de un fenómeno inaugural, puesto que ya desde los

    orígenes mismos del peronismo  –marcado por la fuerte presencia de Eva Perón- comienza a

    impulsarse la incorporación de las mujeres a la vida política. En la década del ’40 las mujeres

    conquistan el sufragio (1947) y en 1952 acceden por primera vez a la representación política

    formal, tanto en el Congreso Nacional como en las Legislaturas provinciales. El Estado de

    Bienestar peronista (1946-1955) las incorpora masivamente a sus estructuras administrativas

    (...). Tal situación posibilita la inserción significativa en la militancia gremial y sindical del sector

    público (Ferro, 2005). Desde el propio gobierno se comienza a agitar la movilización de las

    mujeres, que culmina con la organización del Partido Peronista Femenino, en 194913.

    13 Las causas de esta movilización han sido vastamente explicadas por varios/as autores/as y muchos/as

    de ellos/as coinciden en que se asentaron fundamentalmente en las necesidades del peronismo deampliar las bases de su sustentación social. Susana Bianchi y Norma Sanchis sostienen que “de   estamanera, la movilización de mujeres  –dentro de una ampliación constante de la movilización política-

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    Si bien esta no fue la primera experiencia de ingreso de las mujeres a la participación

    política en Argentina; quizás sí la más masiva. Desde los albores del siglo XX, las sufragistas

    ligadas al Partido Socialista  –encolumnadas tras Alicia Moreau- habían roto la “clausura”

    impuesta a las mujeres en cuanto a la intervención en este ámbito. También, desde 1948,

    existía un grupo de mujeres denominado Unión de Mujeres Argentinas (UMA), que si bien no

    era parte orgánica del Partido Comunista, quienes ejercían su conducción sí lo eran (Di Liscia,

    2009).

    Pero fue a mediados de los ’60 cuando el número de militantes de todas las

    organizaciones políticas de izquierda se incrementó, y un porcentaje mayor de mujeres ingresó

    al activismo político. Hacia la década del ’70 hubo un salto cuanti y cualitativo constituyendo

    un punto de inflexión histórico, trascendente para la comprensión de su protagonismo político

    (Ferro, 2005). Impulsadas por el clima de compromiso social imperante, participaron

    intensamente de agrupaciones estudiantiles, barriales, sindicatos, estructuras partidarias y

    organizaciones armadas. A modo de ejemplo, según Pablo Pozzi, el PRT-ERP incrementó

    notablemente el número de militantes mujeres. Pozzi señala que hacia 1975 el 40% de los/as

    adeptos/as eran mujeres (Pozzi, 2001). En consonancia con este fenómeno, tanto el PRT-ERP

    como Montoneros decidieron crear sendos frentes de masas de mujeres como: el Frente de

    Mujeres y la Agrupación Evita respectivamente. Esta última fue conformada en el propio seno

    de la conservadora Rama Femenina, tras el objetivo de ganar terreno por sobre los espacios en

    los cuales la derecha conservaba algún predominio (Grammático, 2005). Habría que señalar,

    sin embargo, que en ninguno de los dos casos, el aumento de la presencia femenina, se vio

    reflejado a nivel de la composición de la dirigencia de estos partidos.

    De acuerdo al color de la ideología del grupo, las militantes debieron sobrellevar la

    pesada carga que constituía la imagen de “las ejemplares”. A menudo imágenes idealizadas

    como: la “militante heroica”, Eva Perón, las soldadesas de la independencia, las guerrilleras

    cubanas, las mujeres vietnamitas. A estos modelos se asociaba el de la “pareja militante”, con

    amplio consenso. De hecho, muchas de las militantes setentistas se incorporaban a lo público

     junto con sus parejas. La militancia, el amor, el cuidado de los/as hijos/as y la vocación

    profesional eran dimensiones puestas al servicio de una causa trascendente, excluyentemente

    política. Este modelo de “compañeros-pareja” fue el discurso más conscientemente difundido.

    puede ser inscripta en la táctica de evocar fuerzas sociales nuevas que equilibrarían a las viejas”.Señalan las autoras que la respuesta a la apelación lanzada desde el peronismo fue masiva por parte de

    las mujeres, “respuesta que puede medirse a través del 64% de los votos femeninos al peronismo y porla incorporación al PPF de un importante número de mujeres, sobre todo de extracción popular y sinninguna –o muy escasa- experiencia política” (Bianchi, Sanchis, 1988: 109).  

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    Los poemas de Juan Carlos Viglietti o de Mario Benedetti, ilustran fielmente este compromiso

    básico necesario para la revolución.

    Más que percibir lo  personal como político  –lema que las feministas enarbolaban por

    esos años en otros lugares del mundo- se trataba de vivir la política como algo que impregnaba

    todos los aspectos de la vida privada. Algunas de ellas pusieron sus vidas en juego, también sus

    proyectos de vida y familiares.

    Los grandes cambios en la dimensión cotidiana que se viven en esta década quizás

    puedan pensarse a partir de uno de los tópicos fundantes de la identidad femenina: la

    maternidad. De hecho, maternidad y militancia revolucionaria, tanto en el campo institucional

    como en las organizaciones armadas, no eran visualizadas como contradictorias. Para las

    mujeres militantes no había una opción o delimitación entre la vida pública y privada, entre un

    proyecto colectivo y personal, todo era parte de la misma decisión14 (Ferro, 2005).

    El concepto, resumido en: “todo por el proyecto político”, resultó en que los cuerpos

    de las militantes  –sobre todo de aquellas que integraron organizaciones armadas- fueran

    moldeados por el discurso político dominante en estas agrupaciones. En este sentido, la

    escritora chilena Diamela Eltit define el contexto de inserción de las mujeres en el proceso

    (que se percibía) revolucionario, como el escenario donde el cuerpo de las mujeres quebraba

    su prolongado estatuto cultural de inferioridad física, para hacerse idéntico al de los hombres,

    en nombre de la construcción de un porvenir colectivo igualitario, donde la teatralización

    paródica de la masculinidad pospuso lo íntimo frente a lo primordial de lo colectivo público

    (Eltit, 1996). Esto implicaba por parte de las militantes encarnar valores vinculados al coraje, la

    valentía y la no fragilidad, así como a desvincularse de aquellas características con las cuales

    históricamente se había asociado a las mujeres, tales como: delicadeza, ternura, debilidad.

    Tenían, quizás sin saberlo, una decisión política: desalojar de sus cuerpos la fragilidad

    (Fernández, 1999b). 

    Existe un rasgo recurrente en los relatos de las ex-militantes -probablemente vinculado

    al proceso de militarización que atravesaban estos grupos- y que consiste en posicionarse

    desde una perspectiva épica masculina. También está presente en los relatos el tema de la

    14Esto puede observarse claramente en el hecho de que Ana María (Sayo) Villarreal, esposa de Mario

    Roberto Santucho (integrante junto a su esposo del Comité Central del PRT) con un embarazo avanzado

    formó parte de operativos armados, fue encarcelada en Trelew y  –contando con cinco meses deembarazo- fue una de las y los 16 fusilados y fusiladas en la masacre que lleva el nombre de esa ciudad(ver introducción a este capítulo).

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    ‘igualdad’ en relación a los varones, lo cual colaboró en el desalojo del estereotipo del varón

    luchador y la mujer ajena al mundo público de su compañero (Bellucci, 1997).

    Si bien las organizaciones juveniles “movimientísticas” y guerrilleras no sólo buscaban

    radicales transformaciones sociales, sino también concretar cambios al interior de sí mismas, y

    poner en cuestión algunos de los “viejos” estereotipos de género, cabe peguntarse: ¿en qué

    medida lo hacían?, ¿en qué medida eran más equitativas sus valoraciones en cuanto a las

    mujeres, la distribución del poder, la participación y toma de decisiones? Muchos de los

    testimonios de las ex militantes dan cuenta de que en la experiencia, sin embargo, existía una

    “división sexual de la militancia”, que relegaba a las mujeres a tareas secundarias y a

    posiciones de segunda línea. En un testimonio recogido por María del Carmen Feijoó, una

    militante señala: “las mujeres que actuábamos en la izquierda de aquella época no nos

    sentíamos discriminadas (…). Aún cuando el problema de la mujer era otro de los tantos que

    sólo la revolución resolvería” (Feijoó y Nari, 1982). 

    Pero mas allá de las particularidades que revistió la militancia de las mujeres en este

    período, y que es indudable que estas décadas implicaron una “bisagra” en el sentido en que

    marcan una participación política inédita, me interesa señalar que las chicas sixties  y las

    militantes - de los ’60 y ’70- no fueron todas las mujeres. Ni siquiera todas las universitarias. Su

    importancia no estuvo en el número, sino en un particular modo de operar nuevas prácticas de

    sí. Como advierte Ana María Fernández, más que nuevos discursos sobre la   femineidad, se

    trataba de nuevas mujeres en acto (Fernández, 1999b).

    1.3.1 Moral y revolución

    Si bien es cierto  –como señalaba anteriormente- que los ’70 fueron el escenario que

    permitió un marcado quiebre en cuanto al modo de percibir el lugar de las mujeres en el

    espacio público, y en la política específicamente, el ingreso de las mujeres a la militancia en la

    izquierda no siempre fue posible en condiciones de igualdad. Las transformaciones en elámbito de la vida cotidiana provocaron la reacción de los sectores más conservadores de la

    sociedad que  –herederos de la línea marcada por la Federación Argentina de Entidades

    Democráticas Anticomunistas (FAEDA)- se expresaban a través de organizaciones como

    Tradición, Familia y Propiedad (Feijoó, Nari, 1982). Pero estas transformaciones no eran vistas

    como amenazantes sólo por la derecha, sino que por aquellos años también se iba

    consolidando en el seno de los grupos progresistas una moral revolucionaria. Ésta tendía a

    concebir todo lo referente a la liberación de la sexualidad como una distracción banal,

    respecto del imperativo de construir una sociedad nueva. Lo cual exigía que el deseo fuera

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    sometido a los imperios de la política y los asuntos privados postergados, en favor de los

    públicos. Quizás sea este uno de los ejes que nos ayude a comprender el solapamiento de la

    especificidad del conflicto ligado a la subalternidad femenina y el rechazo  –por parte de la

    mayoría de los grupos de izquierda- a incluirlo en la agenda política de los años ’70. 

    En los últimos años, varias investigaciones publicadas coinciden en apuntar que existía

    hacia el interior de estos grupos cierta dificultad para percibir las consecuencias políticas

    derivadas de las diferencias entre los sexos. Karin Gramático señala que en los testimonios

    brindados por mujeres militantes de diversas agrupaciones políticas de la época, se puede

    identificar el malestar por el rol secundario que cumplían en sus organizaciones y a su vez, el

    rechazo ante cualquier tipo de cuestionamiento de raigambre feminista, por considerarlo

    expresión de una conciencia burguesa y pro imperialista (Grammático, 2005). Leonor Calvera,

    por su parte, también advierte acerca de la estrechez de los umbrales de tolerancia del

    patriarcado (Calvera, 1990), asunto del cual los grupos de izquierda no eran ajenos.

    En su libro La creencia y la pasión. Privado y público en la izquierda revolucionaria,

    María Ollier sostiene que en la vida privada de esa izquierda la política era el eje de la

    identidad individual; por eso, amigos, pareja y trabajo debían estar al servicio de la causa

    (Ollier, 1998).

    En la misma dirección, Carlos Brocato, en un polémico artículo titulado Crisis de la

    militancia, notas sobre la sexualidad   (escrito ya en años de democracia)  arriesga algunas

    puntas para la comprensión de los canales a través de los cuales discurrían erótica y política en

    los grupos militantes del setenta. El autor habla de la presencia  –en algunas agrupaciones- de

    “comportamientos sexuales enajenados” tendientes a reproducir los modelos burgueses

    dominantes. “La eyaculación boba, la genitalización del erotismo (reducción y

    empobrecimiento), la ausencia de vivencias en el contacto con los cuerpos, la incomunicación

    y la desafectivización del encuentro, (remitían) en su mayor parte al modelo patriarcalrepresivo, y al coito legal reproductivo (…)” (Brocatto, 1986:72). El autor dice que se trataba de

    postular:

    (una) práctica sexual transparente, vale decir, carente de misterio, de

    contraluces, de ocultamientos y desnudamientos (…). Esta sexualidad

    transparente, que se vive por ello como opaca, está relacionada con la visión 

    ideológico-doctrinaria típica de la izquierda, por la que los fenómenos sociales

    resultan transparentes, tiene explicación unívoca y siempre reducible al mismorepertorio módico de certezas. Una visión, en fin, que opaca la realidad social,

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    la desdialectiza y la priva de complejidad, de duda, de contradicción; la

    desnutre. (…) sólo tiene misterio para el sentido común; el revolucionario por

    el contrario la atraviesa con su visión científica” (Brocatto, 1986:64).

    Es de este modo como el autor introduce la explicación de la “teoría del vaso de agua”,

    con amplio consenso en la Revolución de Octubre, y a partir de la cual se concibe que tener

    sexo es tan simple y transparente como tomar un vaso de agua. Según Brocato, sin ese

    nombre y con renovadas consignas, tal teoría era reactualizada por la izquierda de los ’70

    Lo cierto es que las diferentes organizaciones de izquierda tenían ciertas normas, ya

    sea implícitas o explícitas, sobre la pareja y el sexo. Incluso, el Partido Revolucionario de los

    Trabajadores (PRT), contó con un manual de moral revolucionaria15. Éste era de un ascetismo

    estricto y monogámico que reunía regulaciones propias de la moral judeo-cristiana indicando

    “lo correcto” aún en la crianza de los/as hijo/as y los modos de encarnar la vida sexual

    (Stolkiner, 1999).

    Al respecto Vicente Zito Lema, abogado por aquellos años del militante Mario Roberto

    Santucho y Ana María Villareal de Santucho, así como de varios integrantes del PRT-ERP,

    señala:

    Hay cosas todavía que no puedo hacer públicas pero yo doy testimonio fiel que

    ese documento no era un documento oficial, era un documento en

    elaboración (...) como en toda organización que quiere hacer un cambio

    revolucionario (algunos) compañeros quisieron hacer un aporte e hicieron eso,

    que responde a un grupo pequeño, no a toda la organización, y circula, pero

    para el debate. No quiere decir que la mayoría estuviera de acuerdo (...)

    También es difícil de juzgar, como sucede siempre 30 o 40 años después, por

    fuera de la realidad concreta... por ejemplo no hay que perder de vista, en

    relación al ERP-PRT, la influencia del Viet-Cong, los vietnamitas, (que) eran en

    esas cosas muy estrictos (...) El hecho de participar en un grupo político

    revolucionario, no implica que uno se modifique de un día para otro (Zito

    Lema, 2009).

    15  Su nombre era: Moral y Proletarización. Fue un documento interno de PRT, elaborado por LuisOrtolani quien, bajo el seudónimo de Julio Parra, lo escribió mientras se hallaba preso en el penal deRawson. Fue publicado por primera vez en la revista de los presos del PRT, La Gaviota Blindada, en  julio

    de 1972. En relación a si este documento adquirió carácter oficial, o si sólo circuló como iniciativa dealgunos/as militantes, existen diversas opiniones (Oberti, 2005; Ciriza y Rodríguez Agüero, 2005).

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    El Moral , suerte de catálogo de virtudes revolucionarias, apuntaba a aunar fuerzas en

    la consecución del único proyecto posible e inminente: la revolución. La paradoja se hallaba

    también allí: se apostaba a la construcción de un sujeto revolucionario en la vida cotidiana, sin

    embargo esa vida cotidiana estaba marcada por el ineludible deseo de la construcción de la

    Revolución (Ciriza y Rodríguez Agüero, 2005).

    Pensado como herramienta para la construcción del partido revolucionario el Moral  

    estaba orientado a transformar a los sujetos interpelándolos en cuanto revolucionarios y

    militantes, de allí la minuciosidad con la que se establece la distinción entre moral burguesa y

    moral proletaria a la vez que se proporcionan las herramientas intelectuales para comprender

    las bases objetivas de la moral burguesa (Ciriza y Rodríguez Agüero, 2005). Dice el Moral:

    Nuestra conducta moral tiene profundas bases objetivas. El individualismo no

    es otra cosa que el efecto encarnado, en la propia subjetividad, de las

    relaciones sociales promovidas por el capitalismo. Una sociedad que considera

    a los seres humanos como predicados y los vincula sólo a partir del

    intercambio y el consumo de mercancías produce como efecto necesario el

    individualismo y la competencia salvaje de todos contra todos. El

    individualismo no opera solamente en el nivel de los pensamientos

    conscientes de las opiniones o ideas corrientes sobre las cosas, sino también

    en el nivel de las emociones, los sentimientos y los reflejos condicionados...

    (es) una verdadera avanzada de las fuerzas enemigas, que opera en nuestras

    propias mentes y en nuestros propios corazones” (Moral y proletarización,

    1972:18).

    De allí la importancia de producir modificaciones desde la práctica misma: la

    proletarización distaba de ser una consigna ingenuamente obrerista: se trataba de “compartir

    la práctica social de la clase obrera, su modo de vida, y su trabajo” (Moral: 21). Una ascética

    vigilancia de sí puesta en práctica a través de la internalización de las virtudes de la clase y de

    las reuniones de crítica y autocrítica constituían un arma poderosa que era preciso ejercitar

    (Ciriza y Rodríguez Agüero, 2005).

    También se plantea que “así como la sociedad socialista sólo puede aparecer como

    superación dialéctica de la sociedad capitalista, la moral socialista y su embrión, la moral

    revolucionaria, sólo puede aparecer como superación dialéctica de la moral burguesa” (Moral

    y proletarización, 1972:17).

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    Se destaca la importancia de sostener estas concepciones en un momento en que “la

    moral burguesa tradicional aparenta revolucionarse a sí misma (…) algunos comentaristas la

    han dado en llamar revolución sexual. Esta falsa revolución consiste en volver del revés los

    conceptos burgueses tradicionales sobre la familia, la pareja y el amor (…);   pero siempre

    dentro del terreno de la hegemonía burguesa”. Realiza una severa crítica al “amor libre”,

    señalando que si bien “aparentemente liberaría a los miembros de la pareja, lo que en realidad

    hace es despojar al amor de su carácter integral (…) para  osificarlo y unilaterizarlo en un sólo

    aspecto: el del sexo y sus manifestaciones más elementales” (Moral, 1972:19). 

    En relación a la familia y la crianza de los hijos, en un apartado especial titulado El

    Papel de la Mujer  se establece que si bien se debe “socializar” tal tarea, “durante el embarazo

    y la lactancia, la maternidad plantea obligaciones especiales” (Moral, 1972:19). En contra de

    una supuesta concepción ‘pro-imperialista’ que busca promover la destrucción de la familia, la

    anticoncepción, la homosexualidad, el aborto y el placer por sí mismo, reinaba la idea de que

    se debe aumentar el número de hijos, pues serán los futuros hombres y mujeres nuevos.

    Otro ejemplo de estas concepciones se ve plasmado en la tensa relación que existía

    entre el incipiente Frente de Liberación Homosexual Argentino y los grupos de izquierdas 16.

    Ocurre que en ese agitado contexto social, cultural y político, no sólo obreros, estudiantes,

    militantes de izquierda alzaban la voz denunciando las injusticias, producto de las

    desigualdades de clase, sino también feministas  –como veremos en el próximo apartado- y

    homosexuales decididos a denunciar el sexismo y la heteronormatividad reinante. Aunque de

    modo marginal, pero orgánicamente, se comenzaba a dar forma a la lucha vinculada a la

    necesidad de reconocimiento de las diferencias. En 1969 surge el grupo Nuestro Mundo y en

    1971, el Frente de Liberación Homosexual Argentino. Estos grupos tuvieron como cabezas

    visibles a los por entonces militantes de izquierda Néstor Perlongher (Partido Obrero) y al

    sindicalista Héctor Anabitarte (Partido Comunista), quienes fueron blanco de las más duras

    condenas de tipo moral por parte de sus partidos17.

    Probablemente el hecho de que muchas de las agrupaciones hubiesen comenzado un

    camino hacia la militarización arroja algunas pistas. El poeta Carlos Moreira, crítico con

    respecto a la fuerza con la que se descargó la represión sobre los homosexuales durante la

    16  Esa tensión no sólo se hacía presente en los partidos y organizaciones armadas vinculadas a las

    izquierdas, sino también en el ámbito del campo intelectual. Por otra parte, es conocido el caso delescritor Manuel Puig  –quien por haber declarado abiertamente su homosexualidad fue no sóloamenazado por la Triple A, sino cuestionado duramente por su colega David Viñas. “Hay una anécdota,nunca desmentida por su protagonista, que muestra a un Viñas llamando indignado a la editorial Casa

    de las Américas para que impugnaran la novela La traición de Rita Hayworth, de Puig, porque estabaescrita por un maricón” (Bazán, 2004:279). 17 El primero renuncia al PO y el segundo es expulsado del PC.

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    Revolución Cubana, arriesga que “quizás el meollo de toda la problemática a la que se

    entregaron los dirigentes no recaiga demasiado en las prácticas homosexuales, sino en el

    terror al hombre femenino (…) En una sociedad militarizada y con un solo fin , el homosexual

    simboliza una opción insoportable, la de alguien que desprecia el espíritu castrense, castrista y

    el legado de la paternidad, evidenciando que la sexualidad es un fin en sí misma (y, por lo

    tanto, una afirmación de individualidad). Sentimentalizar la relación entre varones enternece

    al soldado, sabotea el deber del centinela, ridiculiza la virilidad asumiendo supuestos valores

    femeninos antisociales: frivolidad, inconstancia, falta de espíritu de sacrificio, búsqueda de

    placer, irresponsabilidad. Y la tendencia al cosmopolitismo lo hace sospechoso de

    quintacolumnista”18.

    Lo cierto es que gran parte de los trabajos consultados coinciden en señalar que, entre

    los grupos de izquierdas de la época, si la palabra homosexual aparecía era a propósito del

     juicio contra Heriberto Padilla, en Cuba, y la promocionada protesta de Jean-Paul Sartre19. 

    En el contexto de los ’70 los canales por los que discurrían las contradicciones entre

    erótica y política en tiempos de inminencias revolucionarias eran de una enorme complejidad:

    píldora, pero no revolución sexual al estilo del “liberalismo burgués”, como señalan muchos

    textos de la época, pareja igualitaria, pero contradictorios ideales de feminidad.

    En cuanto al lugar de las mujeres en la militancia se infiere que éstas estaban en

    condiciones de plantear y discutir su situación de subordinación bajo los términos de acceso

    igualitario a derechos, espacios de poder y responsabilidades. Sin embargo, la idea de

    apropiarse del mundo masculino en el estilo propuesto, en todo caso, por Beauvoir no

    contemplaba el planteo acerca de las sexualidades, concebidas “de hecho” de manera

    tradicional, en el contexto de fuertes enfrentamientos políticos y militares. Si el feminismo

    “según el modelo norteamericano o el europeo” se presentaba a menudo como amenazante,la cuestión de la heterosexualidad ni siquiera entraba en la disputa.

    18 Esas ideas están expresadas en un artículo inédito de Carlos Moreira, citado por María Moreno en elprólogo a Fiestas, baños y exilios. Los gays porteños en la última dictadura   (Rapisardi y Mondarelli,2001).19

     Padilla no era homosexual, pero hay que apuntar que comienza en Cuba una persecución sistemáticacontra intelectuales que si lo son, y cuya condición es utilizada para denostarlos, recuerda el poeta yperiodista Carlos Moreira (Rapisardi y Mondarelli, 2001).

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    2. ¿Feminismos en la Argentina de los ‘70?

    Tal como señalaba anteriormente, los años ’60 y ’70 fueron a nivel mundial -y luego de

    años de repliegue- un momento en que el feminismo resurge en los países centrales bajo el

    nombre de segunda ola. Pero cómo fue que esas ideas echaron raíces en la Argentina de los

    ’70. Desde la perspectiva que aquí se sostiene considero que se trató de un proceso productivo

    que puede leerse a partir de dos modalidades:  apropiación en sentido estricto, por parte de

    las feministas, y apropiación en sentido amplio, por parte del campo cultural ligado a las

    izquierdas. Ambos procesos de recepción, implican resignificaciones contextuales, si es que se

    comparte la tesis de que una misma idea, transferida desde los centros de producción de la

    teoría hacia la periferia, se vuelve -en interrelación con ese ‘nuevo’ contexto- necesariamente

    otra cosa.

    A continuación me ocuparé de caracterizar brevemente el mapa de la irrupción del

    feminismo argentino en aquel contexto. Las actoras, los grupos, las relaciones entre éstos, los

    modos en que éstas encarnaban aquello de que “lo personal es político”, los vínculos con los  

    partidos y la relación con las políticas pro-natalistas –en boga por esos años-.

    Desde principios de siglo hasta la actualidad en Argentina, así como en Europa y Estado

    Unidos, las luchas feministas han atravesado períodos de actividad intensa y lapsos de calma

    relativa. La sanción del derecho al sufragio, lograda en forma paulatina en distintos países, y en

    Argentina en 1947, produjo un repliegue del movimiento y un impase en la lucha.

    En los países centrales, a mediados de los ’60, y bajo el nombre fem inismo de la

    segunda ola, el movimiento feminista vive un resurgir. Aprovechando el espacio libertario

    abierto por las diversas luchas sociales, la política albergó también la lucha de las mujeres.

    En Argentina, el año 1970 abre una década con un marco inusual de violencia bajo la

    forma de revolución política. La sociedad argentina pasaba por una fase de grandes

    excitaciones, cambios y cuestionamientos. Las esperanzas políticas se centran en el regreso de

    Perón, derrocado en el ’55 por la revolución libertadora, quien desde el exilio en España, se

    había convertido en una pieza clave de la vida política argentina. Inaugurando esta década, la

    ciudad de Buenos Aires se convierte en tierra fértil para que germinen un puñado de grupos

    autodefinidos como feministas. Si en los países centrales adquiría características de

    movimiento de masas, aquí, en cambio, se trató más bien de grupos pequeños, pero muy

    activos.

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    Las flamantes organizaciones eran: la UFA (Unión Feminista Argentina) que se inicia en

    1970, el MLF (Movimiento de Liberación Feminista) que comienza a actuar en 1971. Los

    fundamentos de este último eran similares a los sustentados por los movimientos feministas

    de Europa y Estados Unidos y ese mismo año inauguran una campaña por el aborto libre y

    gratuito. Su fundadora fue María Elena Oddone. Este grupo edita la primera revista feminista

    de la época: Persona20. Dentro de esta orientación también estaban ALMA (Asociación para la

    Liberación de la Mujer Argentina), nacida en 1974 a partir de desprendimientos de UFA y el

    MLF. También en 1970 comienza a actuar Nueva Mujer,  un grupo editorial que se abocó

    principalmente a la traducción y edición de obras fundamentales para el feminismo. Dos de

    sus pioneras fueron Marta Míguelez y Mirta Henault. Cuando Nueva Mujer se disuelve por

    causa de divergencias ideológicas, algunas de sus integrantes pasan a formar parte de UFA.

    Nueva Mujer publica el libro Las mujeres dicen basta21. Además estaban Eros (agrupación de

    universitarios provenientes de la izquierda que promovía el amor libre), Safo (agrupación de

    lesbianas) y el FLH (Frente de Liberación Homosexual).

    Paralelamente, en la periferia de los partidos políticos de izquierda, algunas mujeres

    comenzaron a reunirse y discutir “sus” problemáticas, son el caso del PST (Partido Socialista de

    los Trabajadores) y del FIP (Frente de Izquierda Popular). Las mujeres del PST formaron una

    revista llamada Muchacha22, que tenía como centro de reunión el mismo local que usaban

    UFA, y la Comisión de Lucha de la Mujer. En 1974 se creó el MOFEP (Movimiento Feminista

    Popular) como un desprendimiento del FIP, que manifestaba las preocupaciones de ese partido

    por la “doble jornada” de trabajo y por la socialización de las tareas domésticas que las

    mujeres deben asumir de manera exclusiva en las sociedades capitalistas. La presencia de

    mujeres en la izquierda, incluso armada, era tan importante que organizaciones como el PRT-

    ERP y Montoneros instituyeron en esos años frentes de mujeres23.

    En 1975 también hizo su aparición AMS (Asociación de Mujeres Socialistas) que ese

    mismo año formó con el MLF, UFA y ALMA el Frente de Lucha por la Mujer con motivo de la

    conmemoración -por iniciativa de las Naciones Unidas- del Año Internacional de la Mujer24.

    20 Ver capítulo IV

    21 Ver capítulo IV

    22 Ver capítulo IV23 En la actualidad la cuestión de los vínculos entre feministas e izquierdas en los ’70 es objeto de agriasdisputas por parte de quienes se ocupan de la historia de las mujeres y los feminismos en Argentina. Sehan producido varios libros: Andujar y otras 2005; Andújar y otras 2009 y el pionero testimonio de

    Leonor Calvera (1990)24 En 1975 tuvo lugar la I Conferencia Mundial de la Mujer en México. Cabe recordar que ésta fue elevento principal que Naciones Unidas planificó con motivo del  Año Internacional de la Mujer . Fue la

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    2.1 La experiencia de UFA

    2.1.1 Concienciación y “doble militancia” 

    Me detendré brevemente en la experiencia de la Unión Feminista Argentina (UFA),

    quizás una de las colectivas más significativas de la época. Su origen se remonta a 1970, a

    partir de las repercusiones que generaran las declaraciones públicas de la recordada cineasta

    María Luisa Bemberg. Con motivo de que el director Raúl de la Torre filmara su guión de

    Crónica de una Señora- ésta fue entrevistada y aprovechó la temática del filme para declararse

    abiertamente feminista y preocupada por la postergación de la mujer en todas las áreas. “Al

    poco tiempo recibí varias cartas y llamadas telefónicas de mujeres que manifestaban

    compartir mis inquietudes” (Cano, 1982), contaba Bemberg25.

    Al contacto inicial de Gabriela Christeller se sumó Nelly Bugallo y las tres (con

    Bemberg) realizaron las primeras reuniones en el viejo café Tortoni. Luego se acercaron: Alicia

    D’Amico, Leonor Calvera, Sara Torres, Marta Miguelez y Mirta Henault. En cuant o al nombre,

    UFA  –señala Calvera- cumplía con varios propósitos: recuperar el genérico “unión” usado por

    las pioneras de principios del siglo XX; superar el temor a denominarse “feminista” y, a través

    de “Argentina”, se buscaba dotar a la agrupación de características locales. Abrieron un lugar

    propio en el barrio de Chacarita y (al menos en la versión de Calvera) se abocaron a la lectura y

    discusión de los textos que desde 1967 producían las feministas norteamericanas (Calvera,

    1990).

    Entre la duda y la admiración las integrantes de UFA, se propusieron adoptar la técnica

    del consciusness-raising, devenido entre las feministas norteamericanas en instrumento

    fundamental de sus prácticas. “Elevación de la conciencia” –tal es la traducción literal- les

    resultaba algo laxa y, a su vez, hallaban al término “concientización” demasiado ligado a la

    militancia de las agrupaciones de izquierda. Entonces decidieron utilizar el neologismo

    “concienciación”, que se adecuaba cómodamente a la descripción “del proceso, casi mayéutico

    de sacar de sí, de dar nacimiento, a la propia identidad” (Calvera, 1999:37). Éste constaba de

    tres etapas básicas. Proponer al grupo un tema determinado sobre el cual exponer testimonios

    personales. Luego relacionarlos para extraer la raíz común y así evaluar el grado de opresión

    primera iniciativa de Naciones Unidas respecto de la problemática de la mujer. Tan significativosresultaron los estudios y documentos que se elaboraron y la experiencia acumulada en ese año, que sedeclaró al período 1976-1985, Década de la Mujer de las Naciones Unidas   (el Decenio de la mujer   seaprobó en el trigésimo cuarto período de sesiones de la Asamblea General de Naciones Unidas, el 15 dediciembre de 1975). Asimismo debemos señalar que la Conferencia  inauguró una práctica que ha

    devenido en un aceitado sistema de conferencias decenales, intermedias, preparatorias y deseguimiento (Grammático, 2004).25 Ver capítulo IV.

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    provocada por las pautas culturales internalizadas. Por último, proponer los cambios posibles e

    incorporarlos a los distintos estratos de la vida.

    La práctica  –que se realizaba en grupos de seis a ocho integrantes y contaba con la

    presencia de una coordinadora- buscaba encontrar el subyacente social de la problemática

    individual, para luego modificar el entorno. De esta manera, cada mujer que participara podía

    vivenciar una de las premisas fundantes del feminismo de los ’70, aquello de que: lo personal

    es político.

    Por otra parte, entre las actividades pensadas hacia “afuera” Sara Torres recuerda:

    Hacíamos volanteadas. Hubo una muy importante, que se volanteó en

    diversos lugares de Capital y Provincia. […] Que fue de gran impacto el

    mensaje y la gráfica. Denunciaba: “Madre, esclava o reina, pero nunca una

    persona”. Recuerdo tres actividades significativas: 1) cuando vino Carlos

    Castilla del Pino; 2) la Conferencia con Jorge Grissi (sociólogo); 3) la reunión

    plenaria del 22/08/72 (Torres, 2006:86).

    2.1.2 La ruptura

    Una de las características que definió a ese feminismo de los ’70 en Argentina, fue el

    ejercicio, por parte de sus adherentes, de lo que ellas mismas llamaban la doble militancia

    (partidaria y feminista a la vez). Esta forma de militancia fue evaluada por algunas de ellas

    como una forma de “entrismo” de las organizaciones políticas de izquierda en el terreno

    feminista, lo cual generó tensiones, que se presentaban bajo la forma de conflicto de lealtades

    (Gramático, 2005).

    Estas contradicciones –marcadas por la tensión entre clase y género- iban in crescendo 

    en la medida en que también lo hacía la agudización de los conflictos políticos y sociales.

    Si la versión del feminismo de los ’70 construida por Leonor Calvera (en el libro

    Mujeres y feminismo en Argentina, 1990) señala como fundadoras de UFA a mujeres ligadas a

    la alta burguesía porteña, a poco de andar, y en vistas de la alta movilización política del

    momento, no tardaron en incorporarse a las filas de esta colectiva mujeres provenientes de

    otras extracciones de clase y con experiencias de militancia sindical o en la izquierda

    partidaria. Así lo indica Sara Torres, quien cuenta que alrededor de 1971, ingresan a UFA

    algunas socialistas como: Ladis Alanis, Susana Ferretti, Juanita Pereyra, Regina Peña, Mirta

    Henault. Pertenecían a diferentes líneas de trotskismo (Torres, 2006: 84), lo cual aumenta lospuntos de fricción hacia el interior de la agrupación. Señala Torres:

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    Eran mujeres que sentían que era importante trabajar en el feminismo, pero

    se planteaban la posibilidad de acercar militantes para sus partidos. Recuerdo

    a una de ellas que decía que se sentía muy bien en UFA porque se había

    cansado de darle vuelta a la manija del mimeógrafo, estar en las luchas, pero

    nunca en la conducción, y de no decidir nada. También se acercaron mujeres

    del Partido Comunista, de la UMA, del FIP y de otros movimientos partidarios

    políticos (Torres, 2006: 84).

    Por su parte, Ladis Alanis señala que en UFA había mujeres como María Luisa Bemberg,

    pertenecientes a familias de gran poder económico y que presentaban dificultades a la hora de

    comprender la perspectiva clasista:

    Un día ella (María Luisa Bemberg) vino muy angustiada y nos dijo que la

    llamaron desde ‘los escritorios’ (de la empresa) y le dijeron que en el fondo

    nosotras estábamos en su contra, porque ella era capitalista. Pero también se

    metieron en UFA muchas mujeres de izquierda (...) Nosotras las mujeres de

    izquierda, planteábamos el problema de la clase (Alanis, 2006:80).

    Una clara muestra del “parteaguas” que significaba la integración de una perspectiva

    feminista con más anclaje en lo político y social, es la discusión que se suscitó en el marco de lo

    ocurrido en el plenario que UFA había programado para el 22 de agosto de 1972, día en que se

    llevó a cabo la masacre de Trelew26. Ocurre que entre los militantes que se hallaban presos en

    el penal de Rawson se encontraba el hijo de Gabriella Christeller, quien se había unido a la

    lucha revolucionaria a finales de los ’60. Relata la investigadora Alejandra Vasallo que cuando

    Christeller llegó al plenario desesperada porque no sabía si su hijo estaba vivo o muerto se

    produjo una fuerte discusión para decidir si UFA debía continuar con la reunión, tal como

    estaba planeada -teniendo en cuenta lo que les había costado llegar hasta allí- o si debía

    recanalizarse para responder a la acción gubernamental con acciones concretas

    27

    .

    Relata Sara Torres que hubo otro episodio que tendió a dividir más aun las aguas:

    Hubo otra crisis importante con el derrocamiento de Allende. No podíamos

    quedar ajenas, pero no encontrábamos como poner lo específico. No

    sabíamos como articular las cuestiones de género con las de clase. El

    comunicado de la comisión de prensa de UFA, realizado un día después del

    26 Sobre la masacre de Trelew ver la introducción a la Segunda Parte de este libro.27 Unos días más tarde, Christeller supo que su hijo había sido uno de los tres sobrevivientes.

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    golpe en Chile, en el cual se denunciaba que la junta militar había cambiado el

    nombre del edificio “Gabriela Mistral” por “Diego Portales”, puesto que

    consideraba impropio reunirse en un edificio con nombre de mujer, reanudó la

    polémica al interior de la agrupación, alejándose muchas compañeras. (Torres,

    2006:87).

    Estos dos acontecimientos se convirtieron en catalizadores de las tensiones

    subyacentes en UFA. Éstas no sólo provenían del enfrentamiento del feminismo argentino con

    una cultura política que establecía los parámetros de movilización exclusivamente en torno a

    cuestiones de clase y dependencia, y que para 1972 había dicotomizado las opciones entre una

    política electoral tradicional o la revolución social. También dejaban al descubierto las

    discusiones internas entre las militantes de UFA en cuanto a cómo insertar la lucha por la

    liberación femenina en el contexto general de la política28. Producto de estas tensiones, la

    unidad del grupo comenzaba a resquebrajarse.

    Ya hacia 1973 el país se sumergía en una realidad sumamente compleja, el ascendente

    proceso de politización que vivía la sociedad se había trasladado al grupo. El problema de la

    doble militancia se planteó de manera explícita después de 1973, año que colocó a las dobles

    militantes en una encrucijada definida por el fin de la dictadura militar y el llamado a

    elecciones en el mes de marzo (Nari, 2006). La vertiginosidad de los acontecimientos y los

    malos entendidos internos produjeron a mediados de ese año, un comienzo de disgregación. El

    testimonio de una militante -relevado por Inés Cano- da cuenta de la desconfianza que por

    entonces reinaba en el grupo: “Debido a su estructura no jerárquica y abierta no existía n

    restricciones para ingresar a UFA. El resultado fue que, para esa época, había en nuestras filas

    mujeres cuyas preocupaciones poco y nada tenían que ver con el feminismo: la lucha contra el

    sexismo”. El testimonio busca dar cuenta del accionar de algunos partidos que -deseosos por

    atraer a las feministas a sus estructuras- tuvieron como política infiltrarse en las agrupaciones

    de éstas (Cano, 1982).

    Por su parte, Leonor Calvera explica su retiro de UFA de la siguiente manera:

    Nosotras ya les habíamos advertido: ojo que las luchas políticas se tragan a las

    mujeres, era algo que decíamos tomando el ejemplo histórico de la primera

    Guerra Mundial, que absorbió al feminismo cuando las militantes se

    convirtieron en enfermeras. En ese momento el regreso del general, la

    28  Estos datos provienen de entrevistas realizadas por Alejandra Vasallo a Gabriella Christeller y SaraTorres y recogidas por Alejandra Vasallo (Vasallo, 2005:78).

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    izquierda, la revolución, Cuba…era algo muy fuerte (…) Estaba muy presente

    aquello de la doble lealtad . No digo que la política no deba existir, pero cada

    cual debe ver cual es el eje más importante en cada momento y hacia quien es

    nuestra lealtad. De esa manera vamos a ser más políticas y más feministas. Era

    sumamente difícil seguir con la idea del feminismo, esa fue la razón por la que

    yo, con María Luisa Bemberg, Gabriella Christeller y Alicia D’Amico nos

    retiramos29.

    Calvera destaca que cuando se produce la fractura de UFA, las que se quedaron  –“en

    su mayoría incorporadas tardíamente” (Calvera, 1990) deslumbradas por el horizonte que el

    feminismo abre, creyeron que si no se había llegado a las vastas masas populares y si el mundo

    no se había transformado había sido porque la organización había fallado. “Pensaron también

    que no habíamos captado las particularidades latinoamericanas, sino que habíamos trabajado

    sobre esquemas extranjerizantes” (Calvera, 1990). 

    Las acciones públicas de UFA se habían circunscripto a una volanteada (realizada junto

    a otras agrupaciones feministas) con motivo del Día de la madre, algunas conferencias,

    debates y la aparición en medios de prensa. En este sentido, años después, Marta Miguelez

    saldría al cruce de las acusaciones que afirman que las feministas de esa generación se habían

    quedado en la “queja” para defender el particular modo de experimentar la militancia que

    ellas tenían:

    Las feministas de los ’70 descubríamos la opresión en la acción, es decir, en la

    reivindicación activa del principio del placer. Al menos para mí, el eje más

    atractivo del feminismo fue que, como lucha política, implicaba divertirnos,

    descubrir nuestros cuerpos y descubrir el clítoris como nuestro centro

    orgásmico, negado por toda la cultura y reivindicado por nosotras (Coloquio

    Feminista de los ’70, 2002).

    Sobre la dispersión de la colectiva, Calvera señala que hacia fines de 1975 y principios

    de 1976 “UFA estaba integrada por mujeres que no eran sólo feministas, sino que pertenecían

    29 Estas declaraciones fueron obtenidas del desgrabado del Coloquio Feminista de los ’70, que tuvo lugaren Buenos Aires, en octubre de 2002. Creo importante señalar el aporte fundamental que estostestimonios recogidos por Claudia Anzorena han significado para la elaboración del trabajo. La idea de

    realizar este encuentro surge en el marco de las Jornadas Feministas realizadas ese mismo año en elColegio Ward . Fueron invitadas como panelistas: Leonor Calvera, Mirta Henault, Marta Miguelez y SaraTorres. La coordinación y presentación recayó sobre Mónica Tarducci y Libertad Schuster.

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    a partidos políticos y tenían algunos niveles de militancia algo “peligrosos”; aludiendo a la

    participación de feministas en organizaciones armadas (Coloquio Feminista de los ’70, 2002).

    Dadas las características de la represión que se estaba desatando, las

    feministas estábamos fichadas como grupos de ultraizquierda... Así, el temor

    se apodera del ambiente, las reuniones comienzan a hacerse

    clandestinamente y, a partir de 1976, con el advenimiento de un nuevo

    régimen de facto, las integrantes de UFA en reunión plenaria deciden el cese

    de actividades (Coloquio Feminista de los ’70, 2002).

    UFA fue un espacio más complejo de lo que las primeras rememoraciones de esa

    experiencia revelaron, lugar de confluencia de mujeres de procedencias muy distintas,

    policlasista y cruzado por las urgencias de un momento sumamente conflictivo en la historia

    del país, conserva aún para las feministas argentinas el encanto de esos hitos en los múltiples

    recomienzos de los feminismos. A ella pertenecieron feministas de la talla de Bemberg y

    Henault, de Calvera y Torres, de Christeller, D’Amico y Miguélez. Algunas de ellas han insistido

    en la narración de sus experiencias, otras las han escrito inclusive sentando con firmeza sus

    propias opiniones. Lo cierto es que se hallaban lejos de compartir una versión unívoca acerca

    de en qué cosa consistía la emancipación de las mujeres

    2.2 Construir alianzas en contra de la maternidad forzadaEn 1975 la prohibición de la venta de anticonceptivos, por el decreto-ley 659-1974

    impuesto por el entonces presidente Juan Domingo Perón, indujo a las feministas a movilizarse

    para pedir la abolición de la disposición. La campaña posibilitó la organización del Frente de

    Lucha para la Mujer. Las agrupaciones UFA, ALMA, el MLF y AMS redactaron un volante que

    decía: “No al Plan Mc Namara, no a la maternidad forzada, venta libre de anticonceptivos”.

    Vale aquí una digresión sobre este asunto, que me lleva a mostrar, brevemente, el complejo

    escenario en el que se había decretado la restricción de la venta de anticonceptivos.

    Pese al voluntarismo de los núcleos modernizadores, la realidad nacional no hacía sino

    mostrar la inestabilidad de los cambios, así como las resistencias que éstos despertaban en los

    grupos más tradicionales de la sociedad.

    Con la vuelta del peronismo al poder en 1973, la persistente caída demográfica volvió a

    instalarse como preocupación. La tasa bruta de natalidad que en la década de 1960 había sido

    de un 24,3%, en los setenta bajó a 22,6%. Esta tendencia declinante sólo se revirtió

    momentáneamente en 1975 (23,4%) por la llegada a la edad de casamiento y nacimiento del

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    primer hijo, de las generaciones comparativamente más numerosas del baby boom (Torrado,

    2003:326). En el Plan Trienal para la Reconstrucción y la Liberación Nacional (1974-1977) del

    gobierno peronista, se advertía sobre el peligro de esta situación, que contrastaba con las

    características demográficas del resto de los países latinoamericanos.

    Un informe oficial, presentado por Perón a los dirigentes partidarios provinciales,

    demostraba que Argentina estaba siendo sometida a un “sutil plan exterior de largo alcance

    para despoblarla de hombres y mujeres en edad útil”, apoyado en una campaña psicológica y

    material que promovía las esterilizaciones femeninas (Clarín, 1974 en: Feletti, 2006). “Para

    contrarrestar esta situación, el gobierno oficiaría medidas que permitieran cumplir con el

    objetivo de alcanzar los 50 millones de habitantes en el año 2000” (Feletti, 2006:47).

    Remontándonos unos años atrás, los antecedentes de esta reacción del gobierno de

    Perón se vinculan a la respuesta a la tesis difundida desde los Estados Unidos, en los ‘60,

    acerca de la necesidad de implementar el control de la natalidad en los países

    subdesarrollados. De acuerdo a esta teoría se asistía a un crecimiento ‘explosivo’ de la

    población como resultado de la rápida caída de la mortalidad, sin paralelo del lado de la

    natalidad. Se buscaba explicar el subdesarrollo y la miseria de los países periféricos a partir del

    “irracional comportamiento reproductivo del Tercer Mundo”. A partir de estas  teorías

    apocalípticas acerca de la explosión demográfica, Naciones Unidas buscó introducir en

    América Latina ciertas políticas tendientes a controlar la situación. La cronología sería  –a

    grandes rasgos- la siguiente: En 1962 se declara a la superpoblación como “problema mundial

    número uno”. En 1969, Mc Namara, al frente del Banco Mundial, decide centralizar las

    políticas de población de la ONU y crea el Fondo de Naciones Unidas para la Población

    (FNUAP) en un intento de imponer medidas coercitivas de control de la natalidad en el tercer

    mundo. En ese marco, en 1964, se lanza también la ‘Alianza para el Progreso’; especie de pacto

    continental que aseguraba la ayuda para el desarrollo, por parte de los EE.UU., supeditando

    incluso la ayuda económica, a la implementación de planes de esterilización forzada (Torrado,

    2003). En 1972, en el marco de la Conferencia de Estocolmo, la ONU instala un discurso

    tendiente a señalar el aumento de la población mundial como la principal causa del impacto

    negativo sobre el medioambiente. En 1974, por iniciativa de los países industrializados, la ONU

    organiza su Primera Conferencia Internacional sobre Población, en Bucarest.

    Lo que subyace a esta cadena  –que se prolonga hacia el futuro- de conferencias

    internacionales tendientes a intervenir en las políticas poblacionales del tercer mundo, es

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    cierta idea que ve en la “superpoblación” (término acuñado por Rockefeller, creador del

    Consejo de Población en 1950) una amenaza para el desarrollo (Falquet, 2004).

    En este contexto algunas instituciones norteamericanas trataron de implementar en la

    Argentina estas ideas de control, a pesar de que, obviamente, el país no sólo estaba lejos de

    experimentar una explosión demográfica, sino que se enlentecía su crecimiento.

    Además, los gobiernos militares que se suceden en el país a partir del golpe del ’66,

    añaden otro argumento en contra del control de la natalidad: en virtud del rápido crecimiento

    de la población en otros países latinoamericanos y la disminución del ritmo del crecimiento en

    Argentina. El tema comenzó a ser percibido como un elemento geopolítico de primer orden. Se

    concibe así a las políticas de natalidad como una cuestión relativa a la Seguridad Nacional30.

    En Argentina, 1969 es un año en que el tema adquiere singular presencia. Se realiza un

    simposio sobre política de población, organizado por el Instituto Torcuato Di Tella. Participan

    expertos multidisciplinarios; del sector público y del sector privado, nacionales e

    internacionales. El Simposio concluyó que:

    Se considera negativa la introducción de campañas de control de la natalidad.

    Es indispensable desarrollar una acción más eficiente planificada, orientada a

    proteger la fecundidad de las familias y a reducir la mortalidad infantil y el

    aborto.

    De manera tal que, al debate nacional acerca de las políticas de planificación familiar,

    se agrega un nuevo motivo de rechazo: la percepción de éstas por parte de los grupos de

    izquierdas como medidas promocionadas por el ‘imperialismo yanqui’ (según el lenguaje de la

    época), que se aprovechaba una vez más de la situación de dependencia de los países

    latinoamericanos. Así, la adición de este nuevo componente al debate sobre la regulación de la

    fecundidad vino acompañada de un hecho paradójico: desde mediados de la década del ’60,movidas por distintas razones y buscando diferentes objetivos políticos, la derecha católica

    nacionalista y la izquierda agnóstica marxista coincidieron en el rechazo iracundo, no ya de la

    intervención norteamericana, sino de toda acción favorable a la regulación de la fertilidad.

    Tras todos estos antecedentes, quizás se pueda contextualizar mejor la medida

    adoptada durante el tercer gobierno justicialista, a partir de la cual la óptica geopolítica es

    30En cuanto a Seguridad Nacional se comprendía “una situación en la cual los intereses vitales de la

    nación se hallarían a cubierto de interferencias, perturbaciones, daños, peligr os, etc.”. Esta eraconsiderada una variable a la que debía estar subordinado el desarrollo económico y social. (Torrado,2003)

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    llevada más lejos aún31: por primera vez en Argentina, de manera explícita, se sancionaban

    medidas coercitivas respecto al derecho individual de regulación de la fecundidad. Hasta ese

    momento se habían establecido “incentivos”, pero con la promulgación en 1974 el

    mencionado Decreto 659 (durante la presidencia de Perón y con López Rega como ministro de

    Salud y Acción Social) se dispone concretamente la prohibición de la comercialización y venta

    de anticonceptivos, así como el desarrollo de actividades relacionadas directa o

    indirectamente con el control de la natalidad (Romero, 1994).

    Años más tarde, en el marco del Coloquio Feminista de los ’70, Leonor Calvera

    afirmaría: “Ellos (en una tercera persona que parece incluir tanto a los sectores de izquierda

    como al gobierno de Perón) consideraban que era necesario poblar el país para que los

    imperialistas no nos coparan” (Coloquio Feminista de los ’70, 2002).

    Lo cierto es que la lucha política del feminismo no era algo “incómodo” sólo para las

    políticas de Perón, o para los grupos de ultra derecha asociados a las fuerzas militares y a la

    iglesia católica, sino también para la izquierda. Las incitaciones a tener hijos con el objeto de

    poblar el vasto territorio latinoamericano y