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La Contadora de Peliculas Parte 2

Jul 17, 2015

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    48o el medio por elprincipio.Entonees todo se volvia una majamama

    y nadie entendla un earajo.En estos percances, aunque un tanto

    mas complicada, tampoco me era muy dificilordenar fa historia en mi mente y conrarla des-pues de principio a fin, como correspondfa,

    Creo que en el fondo yo tenia alma deconventillera, pues ademas can s610 mirar lasdos 0 tres fotos pegadas en el cartel -por lamirada lasciva de cura, el mohin inocente de lanina y el gesto c6mplice de la beara- yo podiainventar una trarna, imaginar toda una histo-ria y pasarme mi propia pelfcula,

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    Mi talento, sin embargo, no se sustenta-ba s610en la loca imaginaci6n de la que era due-fia, Ni en fbi buena memoria. Ni en las floritu-ras aprendidas de mi madre y de los roneosnarradores de los radioteatros {en vez de decir:Entonces la bes6 en la boca, yo me regodeabaun poquitc mas: Entonces apag6 el cigarrillo,la mira a los ojos, la rode6 con sus brazos forni-dos y pos6 sus labios en los de ella), Nada deeso importaba tanto como la concentraci6n.

    La principal era la concentraci6n.Yo tenia un poder de concentraei6n a

    prueba de rodo. A prueba de la genre que ibaal cine a conversar, A prueba de los gritos delos mas pequefios, A prueba de los chirliros enla cabeza que repartian desde arras los barraba-ses mas gra.ndes. Pero, sobre todo, a prueba deesos nifios licenciosos y un tanto mayores queiban al cine no aver la pelfcula, sino a atracar-le el bote d. las nifias,

    Para ellosera como un deporte. Si unano se dejaba nos trataban de cab ra s ch ic as y seiban donde otra. Se sentaban junto a la que estu-viera sola y de a poco Ie tomaban la mana. Lue-go, traraban de abrazarla. De besarla. Alenrados

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    50par las nifias mas resueltas, a mas mecirosas, al-gunos llegaban a la osadia de estrujarles los se-nos. 0de metedes las manos entre las piernas.(Una vez un barrabas de los mas grandes -de-dan que por una. a.puesra-le saco los calzonesrosados a.una. nina, los hizo girar rriunfalmentepar sabre las cabezas y lo s lanzo al aire, y comola pelicula estaba aburridfsirna, los espectado-res, con gran alborozo, comenzaron a lanzarse-1 0 unos a arras).

    Yo no me dejaba.Aunque dijeran que me hacia la rnos-

    quita muerra. Me importaba un camino. Ver-dad era que a rnis corros afios ya habia jugadojuegos de papa y marna can los amigos de mishermanos. Perc al cine yo iba aver 1apelfcula,

    Por ningun motivo podia desconcen-trarme.

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    Lo que S I me provocaba inconvenientes_y grandes-- eran las peHculas con escenas deinfidelidad conyugal. Ahl tenia que echar manoa rodo rni poder de fabulacion y cambiar el ar-gumento para no causarle dolor a mi padre.

    Aunque habia pasado un par de afios des-de la fuga de mi mama, aun la herida goteaba.sangre, como deda el, cuando se emborrachaba..Por 1 0 mismo, nosotros, ademas de no nombrar-la, renlarnos que evirar decir 0 hacer cualquiercosa que lc trajera e l recuerdo de ella; si esto ocu-rria, el pobre terminaba encerrado en el dormi-torio, llorando amargamenre en silencio.

    Como sucedio un dia en que, despuesde ver una pellcula espanola, y para represen-tar a una bailarina de flamenco, no se me ocu-rrio nada mejor que ponerme uno de los vesti-dos que mama habra dejado en casa, uno a.lunares rajos y con vuelitos que a ella le gusta-ba mucho, y que no se llev6 seguramente por-que mi padre se 1 0 habia escondido.

    Mi padre siempre se 1 0 andaba escon-diendo para que no se 1 0 pusiera.

    El vestido, que era perfecto para repre-sentar a la bailaora, con s610 un par de alfileres

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    52me qued6 casi armado de talle. Como pasabacon la mayorfa de las nifias pampinas, aunquerecien iba a cumpIir los once afios, tenia uncuerpo demasiado desarrollado para mi edad.

    Algunos hombres dedan, con un brillohibrico en la mirada, que 1 0 que had a rnadu-rar antes de tiempo a las nifias pampinas era elsalitre, no en vano elogiado en todas las latitu-des como el mejor abono natural del mundo.

    Esa noche, alverme con el vestido de ma-ma, mi padre se puso llvido, lanz6 el vasa de vi-no contra la pared (e l unico vasa que quedaba encasa) y me mand6 cuspeando a quitarrnelo,

    La narraci6n de la pelicula se suspendi6y el estuvo tres dias amurrado en e 1 dorrnito-rio, bebiendo su vino en un jarro de porcelana.

    No dej6 nique 1 0 acostaramos en la cama.Cada noche, entre un crujir de tuercas

    oxidadas, le estirabarnos los huesos de las pier-nas para acostarlo, por la manana se los dobla-barnos de nuevo para sentarlo en el sill6n.

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    En el campamento, en tanto, la gentecomenz6 a hablar de rnl, Es la nifia que cuen-ta peliculas, alcanzaba a olr a veces mientrashada fa cola del pan en la pulperfa. 0 cuandopasaba por la calle del comercio a la salida delcolegio. Pero mi popularidad prendi6 definiti-vamente la tarde en que alllegar del cine en-contre que habia mas genre de 1 0 normal espe-randorne en casa.

    Aparte de los amigos de mis herman os-qe ya habfan pasado de mirar por la ventanaa entrar y scntarse en el 5UeIO--, mi padre ha-bla invitado a dos de sus ex compafieros de tra-bajo, quienes llegaron a oirme acompafiadosde sus esposas y sus hijos. Mis hermanos tuvie-ron que ceder la banca y sentarse en el suelocon sus amlgos.

    Mientras tomaba mi taza de re y mepreparaba a contar la pelicula de pie contra lapared blanca, mi padre no se cansaba de repe-tir a sus invitados que aunque la pelkula fueraen blanco y negro, y a media pantalla, esta ni-nita, compadres, parece que la contara en tee-nicolor y cinernascope.

    Y a 1 0 van aver ustedes mismos,

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    54Contar la pellcula con mas publico me

    parecio fascinante. Me sentla toda una artista.Creo que esa vez hice una de mis mejores na-rraciones. La pelicula era una comedia musical,con la actuacion de Marisol, la nina prodigiode Espana. Las visitas quedaron encandiladas.Y no solo por mi forma de contar y de actuar,sino con la interpretacion de las canciones.

    Al final los aplausos me sonaron comorrnisica en los Didos.

    Desde ese dia se cornenzo a hablar abierta-mente sobre mi particular ralento de contado-ra de pellculas, y cada noche mas amigos de mipadre se hadan los invitados para venir ala ca-sa a ofrrne.

    A verme y ofrrne.

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    Una tarde, uno de los invitados dijo,como a 1 desgaire, algo que a nosotros como fa-milia jamas se nos habria ocurrido: que podria-mos cobrar entrada. Que 1 0 que yo hada eraun espectaculo arristico con todas sus lerras.

    Yel arte, amigos mlos, se paga.De modo que esa noche, despues de con-

    versarloun par de horas con mis hermanos mayo-res -a mf no me preguntaron nada-, mi padreencontro la soluci6n perfecta: no se cobrarla entra-da, sino que se pediria una donaci6n voluntaria.

    Es 1 0 mas sano , dijo. Pero antes ten-drIarnos que reacondicionar la pieza del living.

    Al dla siguiente se pusieron manos a laobra. Mis herrnanos se consiguieron una ban-ca y una silla vieja, que repararon a clavo ymartillo. Ademas, se puso un par de tarros demanteca volteados, un caj6n de cerveza y todo1 0 que sirviera para sentarse. Incluso rnerirnosIa gran piedra emporrada ala puerta de la ca-sa, en donde mi padre antes del accidente sesentaba a tornarse su botellita de vino.

    Y la cosa ernpezo a ir bien.La sala se llenaba de nifios y adultos,

    hombres y mujeres. Habra quienes iban a vee

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    56la pellcula al cine y 1uego se venlan a la casa aoirla contar. Despues salian diciendo que lapellcula que yo habia contado era mejor que laque habian visro.

    Animada por mi popularidad, descui-dando incluso las tare as escolares, deje de leerhistorietas y me concentre nada mas que en larevista Eer an (aprendf que ecran era la pantalladel cine). Junto can devorar cada ejemplarnuevo que llegaba a la biblioteca, me lei unaruma de ruirneros viejos que la bibliotecariame trajo de la bodega. Especialmente me inte-resaban dos secciones: Oltimos esrrenos yChismografla hollywoodense. Queria saberabsolurarnenre todo sabre las pelkulas y las ac-trices que adornaban generalmente la portadade Ia revista.

    Yes que yo me senna como una de ellas.Tanto as! que hasta se me ocurri6 bus-

    carme un seud6nimo. Yo era una artista y me-reda un nombre de artista.

    Uno que le viniera a 1 0 que yo hada,claro.

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    Par el Ecran habra descubierto que lamayoda de los acto res y actrices famosos te-nian nombres ficticios, pues los suyos, los reales,eran tan feos como el rnio. 0 mas incluso. Co-mo ejemplo de los ejemplos estaba Pola Negri,la gran diva del cine mudo. Su nornbre siem-pre me habia gustado mucha, 1 0 encontrabaperfecto para una actriz, Pero un mal dla des-cubri con horror que ese era su seud6nimo, yque su verdadero nombre era Apolonia Cha-vulez. No podia ser verdad, me dije consternada.Can ese nornbre la pobrecilla no hubiese teni-do gracia ni para mover las pestafias.

    Mi otro desencanto fue cuando supeque Anthony Quinn, uno de mis acto res favo-ritos, se llamaba en verdad Antonio Quinones.

    iQue manera de perder glamour!Alguien despues me dijo que los seud6ni-mas los usaban los artistas de rodos los rubros.Que ademas de los poetas como Pablo Neruda(de nombre Neftali Reyes) y Gabriela Mistral (denombre LucilaGodoy), hasta los cantantes los usa-ban. Sabre todo esos cantantes de la nueva ala,como le llamaban, que comenzaban a oirse a ca-da rate en cada una de las radioemisoras del pais.

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    58Para muestra me dieron tres botones:Un ripo que se llamaba Patricio N ufiez

    se bautizo como Pat Henry; Pat Henry y susDiablos Azules. Otro, un tal Javier AstudilloZapata, pas6 a llamarse Danny Chilean. Y unaesrudiante de liceo, Gladis Lucavecchi, se con-virrio en una gran estrella de la cancion y de lasfotonovelas bajo el artfstico nombre de SussyVeccky.

    De modo que, para no ser menos, co-rnence a buscar mi seudonimo artlstico, Tras mu-cho pensar, inventar y componer nombres -al-gunos sacados de la revista Ecran; otros delsantoral del calendario y hasta de una vieja Bibliaque habla en casa, unica herencia de mi abuelopaterno--, ninguno me conformaba. Hasta queuna tarde Ie of decir a la vecina ilustrada de la co-rrida, hablando de rnl con mi padre:

    SUhija es un hada contando peliculas,vecino, su varita rnagica viene siendo la pala-bra. Con ella nos transporta a todos,

    Entonces se me ocurri6. Se me a/umbr afa azotea, como decia rni hermano mayor.

    Me Hamada Hada Delcine.Hada Delcine.La reperf varias veces y me parecio que

    sonaba bien; induso dejaba un sabor comoafrancesado en la boca.

    Y 1 0 mejor era que no tenia ninguna erne.

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    De modo que de la noche a la manana,casi sin darnos cuenta, el living se convirti6 enalgo asi como una pequefia sala de cine contado,

    Distribuimos la pieza en dos partes,igual que en el cine de la Oficina. Arras, juntoal sill6n de mi padre y la banca de mis herma-nos, acomodamos todos los cachureos que sir-vieran para sentarse, Y esa era la platea. La ga-lerla paso a ser la parte de adelante, en dondetodos, especialmente los nifios, se sentaban enel suelo. La ventana, que era el baleen, se sus-pendio.

    Se cerro.Se le puso una rranca,Y no solo para que nadie me viera y

    oyera sin dar su donacion, sino porque algunosnifios de la otra corrida -can los que mis her-manos se andaban agarrando a pedradas desdesiempre- comenzaron a dejarse caer en lashoras en que yo contaba las peliculas y se po-nian a lanzar cosas par la ventana: chides, es-cupos, globos can agua, zurullos secas.

    Una vez arrojaron un pericore vivo.En la puerta pusimos una pizarra en

    donde diariamente escriblamos el titulo de la

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    60pelicula a conrar, y la hota en que comenzabala funcion, En Ia parte de abajo, can Ierra maschica, agregamos:

    No se admiten p e r r o s .Mi padre era el encargado de recibir las

    donaciones. Sentado en su silion can ruedas, seinstalaba en Ia puerta can una caja de zapatosen las rodillas. Los donativos no pasaban masalla de cinco pesos, los adultos, y un peso losnifios. En el cine Ia entrada costaba cincuenra.

    Mi hermano mayor hacia de portero ylos dernas de acomodadores.

    Para graficar 1 0 bien que nos iba, bastadecir que los nifios sin un peso se turnaban enlos agujeros de las calaminas para verme. Ade-mas, uno de los vendedores de embe1ecos delcine, aprovechando el tiempo entre el terrninode la vesperrina yel cornienzo de la nocturna,que era la hora de rni funcion, se venia a pararafuera de Ia casa.

    Vespernoche, le puso mi hermano Mirtoala hora de mi funci6n.

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    Los dtas en que no podia i f a l cine porquedaban una solo para mayores de 2 I , no me ha-cia mayor problema. Como tenia una memoriaque sepodria llamar Hlmica, repetia la pelicula demas exito durante la semana. Aquellos dias, co-mo los adultos se iban todos a 1 cine, Ia casa sellenaba solo de nifios y de algunas viejecirasque llegaban hablando pestes contra esaspelicu-las cochinas que trafa el empresario peliculero.

    Sin embargo, los mejores dias para no-sorros eran aquellos en que no habia funcionen el cine de la Oficina. Esto ocurria de vez encuando y por diferentes motives:

    Porque la pelicula no llegaba.Porque fallaba la proyecrora.Porque se enfermaba el Cojo Peliculero.Esro Ultimo significaba que el hombreci-

    to se hallaba tan borracho que no 1 0 podian lle-var al cine ni siquiera en carretilla, como en unaocasion 1 0 hicieron, segun nos contaba mi padre.

    Fue una vez que daban una pelfcula deJorge Negrete. El cine esraba replete y el opera-dor no llegaba. Alguien dijo haberlo visro dur-miendo la borrachera en una mesa de la fonda.Entonces, unos mocetones, coaligados con el

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    62concesionario del cine, 1 0 fueron a buscar, 1 0 car-garon en un carreton de mano y se 1 0 llevaronpor el medio de la calle principal. Una ve z en elcine, 1 0 subieron entre todos a la sala de proyec-cion. Allf 1 0 despertaron a cachetadas, le moja-ron la cara y 1 0 obligaron a dar la pelicula.

    Cuando el cine no abrfa sus puertas, yoescogia para conrar una peiicula mexican a, deesas con harras canciones, que eran las que masIe gustaban a la genre. En tales ocasiones, Ia ca-sa se llenaba hasta no dejarme sino un estrechoespacio para moverme.

    Esas funciones con harto publico eran pa-ra rnf las mejores. Mi padre comentaba que 1 0mio era una especie de pinico escenico a l reves.Alga as! como extasis escenico, deda riendo. Yno dejaba de tener razon, Pues, mientras mas gen-re me oia y vela, tanto mejor contaba la pelicula.

    jComo gozaba esos aplausos del publicoal final de mis relatos!

    Por entonces ya habia comenzado a sa-ludar como 1 0 hacen las actrices en el tearro ,que yo, por supuesto, solo habia vista en pelf-culas. AI terminar,.mienrras la gente rompia ena.plausos, yo entraba corriendo a la pieza con-tIgua, esperaba un ratito, respiraba hondo yvolvia a salir y a saludar con esa reverencia demedia cuerpo que tanto me gustaba hacer.

    Habia ocasiones en que Lagenre me ha-cia salir hasta tres veces.

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    Despues de esas funciones los aplausosme quedaban resonando durante toda la noche,hasta no poder conciliar e l suefio. En mis desve-los pensaba en mi madre y , debajo de lasfrazadas,lloraba en silencio. Cuando ella nos ahandono,igual que mi hermano comenz6 a tartamudear,yo me ilene de piojos blancos. Las vecinas dedanque esa dase de piojos sallan con la pena. Y co-mo la pena era par mi madre, comence a comer-me los piojos de puro arnor hacia ella.

    As! la querfa,As! la echaba de menos.iQue orgullosa se sentiria ahara, me de-

    da, si viera c6mo la gente me aye y me aplaude!~La aplaudirin a ella igual que ami,

    despues de sus bailes? ~Habrfa cambiado sunombre por otro mas arrfstico? ~Seguiria usan-do esos pafiuelos de seda tan bonitos? Sofocan-dome debajo de las tapas, me la imaginaba bai-lando semidesnuda, en un escenario adornadode luces de colo r es que se prendian y apaga-ban. Par esos dias, a traves de unas mujeresque hablaban en la cola del pan, me habia en-terado de que mi madre se habia ida de baila-rina en una revisra de variedades.

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    64Dedan que la cabeza hueca de la

    Magnolia habia sido engatusada POf el direc-tor de una cornpafifa de picaresque que pasopor la Oficina, y se la llev6 a la capital con lapromesa de convertirla en vedetre, Lo que noentcndl bien fue algo que dijo una de ellas,haciendole un guifio a las demas: que habianquedado varios viudos llorando su huida, pe-ro que el mas apenado de tcdos era eI senoradminis trado r.

    Mi madre tenia veintiseis afios cuando sefue. Y pese a haber tenido cinco hijos, en cin-co afios seguidos (e l primero 1 0 tuvo a los ca-torce) conservaba una figura envidiable. Deeso me acuerdo perfectamente porque variasveces, cuando esrabamos las dos solas en casa,la vi bailar en ropa interior frente al espejo.

    Sin embargo, su rostro se me iba des-dibujando, se me iba borrando como el deuna actriz que ha dejado de hacer cine pormucho tiempo. Lo otro que me ocurrfa eraque, de tanto ver y contar peliculas, muchasveces las barajaba con la realidad, Me costabarecordar si tal cosa la habfa vivido 0 la habiavisto proyectada en la pantalla. 0 si la habiasofiado, Porque sucedia que hasta mis propiossuefios los confundfa despues con escenas depdiculas.

    Lo mismo ocurria con los recuerdosmas lindos de mi madre. Las imageries de lospocos ratos felices vividos junto a ella se iban

    65desvaneciendo en mi memoria, ina~e~able-mente, como escenas de una pelicula vieja.

    Una peHcula en blanco y negro.Y rnuda.

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    Alguna vez lei una Frase -seguramentede un autor famoso- que deda algo as! comoque la vida esta hecha de la misrna materia delos suefios. Yo digo que Ia vida perfectamentepuede estar hecha de la misma materia de laspeliculas.

    Contar una pelicula es como con tar unsuefio.Contar una vida es como contar un sueiio

    o una pelicula.

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    Mientras tanto, mi fama creda cada vezmas. Tanto asi que de pronto comenzaron allamarme para que contara peliculas a dornici-lio. Sobre todo los empleados y los cornercian-tes, que era la genre mas pudiente de la Ofici-na. Entonces, como el dinero que se juntabaen mis funciones estaba alcanzando para dar-nos pequerios lujos, como comprar bebidaspara el almuerzo y mandarme al cine practica-mente todos los dias -no obstante que 1 0 quese llevaba casi todas las ganancias eran las bo-tellas de vino de mi padre, que aumentaron vi-siblemente en cantidad y calidad-, no se aquien se lc ocurri6 la idea de mandar a irnpri-mir tarjetas de presenraci6n.

    Can riberes dorados y una letra llena denngo-rangos:

    contac/o)ra de le/leu(aJAhf fue que cornenzo mi desgracia.

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    La primera persona que me contratofue doria Mercedes Morales, la costurera quevivia frente a la plaza, una de las mujeres masbuenas que he conocido en mi vida. La senoraMercedes me mand6 a buscar para que le con-tara L a v i o le te ra , pelkula interpretada por Sa-rita Montiel y RafVallote, que solo una serna-na antes se habta dado en el cine. Ella no habiapodido verla porque habia bajado al puerto acomprar generos y botones.

    Yo Ia recordaba perfectamente. Y lacanci6n que daba tltulo ala cinta me la sabiade memoria, pues siempre la tocaban en la ra-dio. Adernas, la tarde que la cante en la casahabia recibido uno de los aplausos mas largosde mi naciente carrera.

    De modo que ese dia, despues de a l-muerzo, pard al dornicilio de la costurera. Mihermano Mirto, obligado por mi padre, meayudo a llevar el caj6n de te con toda mi utile-ria espanola. La mujer quedo encantada y fuemuy generosa. Ademas de regalarme una blu-sa de taferan, de color morado y con vuelitos,me pago m a s de 1 0 que juntabamos en dos diasde donaciones en la casa.

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    72De ahi en adelante comenzaron a lla-

    marme tupido de otros hogares.Casi siempre era para contarles pellcu-

    las a ancianas 0 ancianos enfermos, que no po-dian ir a l cine. El problema era que algunos mepedian peliculas muy antiguas, 0que yo no ha-bia visro. Con las antiguas no habia proble-mas, partiendo de 1 0 poco que me acordaba ycon 1 0 mucho que ponia de mi eoseeha, podiaperfecrarnente salir del paso. Solo una vez meat rev! a conrar una que no habia visro. Fuecuando me llamo dona Filiberta, la ducfia dela unica pastillerla de la Oficina.

    La anciana, un tanto loea segun la gen-te, estaba por rnorir y querla que Ie contara unviejo film (dijo f i lm) de Libertad Lamarque. Lapelicula se llamaba B eso s b rujo s, y dofia Filiber-ta, poniendo los ojos en blanco, dijo que le traiarecuerdos de un amor inolvidable. Me cont6que la escena que mas recordaba era cuandoLamarque, banandose en un bello lago de aguasazules (aunque las peliculas en esos tiernposeran en blanco y negro, ella dijo a g u as a z u le s ),eantaba una cancion preciosa que se llamabaC o mo e l p a ja ri to .

    ~~La viste, nifiita? -me pregunto.Yo le menti, le dije que sl, pero que no

    me acordaba mucho. Que cuando la vi eramuy chica. Pero si ella me refreseaba un pocola memoria ... La anciana, adernas de haeermeuna larga sinopsis, con variados deralles de tra-

    73jes y paisajes, me canto entera la eanelon delpajarito. Con rodo eso acme rapidamente unahisroria y estuve contandole la pellcula hastaque se quedo dormida.Dofia Filiberta, que ya tenia noventa ydos afios de edad, y que habia enviudado tresveces, rnurio dos dlas despues de haber estadoyo en su casa. Sus familiares, luego del funer.~,contaban como anecdota que la abuela Fill,como le dedan, habia dicho que la peHculaque la nifiita Ie cont6 no andaba ni por las ta-pas de la que ella habia visto, pero que de to-das maneras le habia gustado mucho. Indusomas que la otra,La otra apenas duraba una hora y cuar-to, dijo sonriendo. {(Yesta nifiita me cont6una de casi dos horas.Dedan los deudos que habia rnuerto feliz.

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    Los pedidos de peliculas a domicilio loscumplia a la hora de la siesta, pues en la ma-nanas asistia a la escuela y por la tarde me to-caba ir al cine. Mis herrnanos, entre reclamosy pataletas, a instancias de mi padre se turna-ban para ayudarme en el traslado del caj6n deteoMe dejaban en la vivienda de donde me ha-blan llamado y se iban a jugar. Quedaban depasar a buscarme en una hora; una hora era elterrnino medio que ocupaba en contar mis pe-liculas. Pero siempre se quedaban jugando y yotenia que arreglarmelas sola. Algo as! ocurri6 eldla nublado en que le fui a contar una de va-queros al prestamista de la Oficina.

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    Nuestra Oficina era una de las mas po-bres del canton. La gente no tenia que ver nique hacer en las largas tardes pampinas. Nohabra filarrnonica donde ir a bailar, no conta-barnos con banda de musica que tocara retre-tas los fines de sernana en el quiosco de la plaza.Ni siquiera tenlarnos dfa de tren, que en lasotras oficinas donde habla estacion ferroviariaera toda una fiesta.

    S610 nos quedaba el cinernat6grafo.Pero el sue1do no siempre alcanzaba pa-

    ra pagar un boleto. Todo el mundo vivia defiado, y para conseguir alga de dinero antes delos dias pago, la mayoria acudia a empefiar latarjeta donde el prestamista.

    Don Nolasco se llamaba el prestamista.Era un hombre largo, redo Ueno de hue-sos , hurafio como un perro de desierto. Ala lar-ga habia llegado a convenirse en e l hombre masodiado de la Oficina. No s610par usurero, sinoporque ademas trabajaba de vigilante en el l i m -co pasaje de solteros del campamento. Allf debracuidar que los hombres no entraran licor ni rnu-jeres a sus camarotes, Y en eso don Nolasco eratan estricto como para cobrar sus prestamos.

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    78Nada se le pasaba a' sus ojos de buho.Los jueves, dfa de suple, era corrnrn ver

    a las esposas de obreros rogandole que, por fa-vor, se pagara de la mirad ahora, don Nolasco,yel resro 1 0 dejamos para Ia otra semana, 'queI ~M' ~e parece. Ire que tengo que comprarle lecheala guagua.

    Pero no habfa case, el hombre era duroe insensible como un costron de caliche.

    Yo un par de veces acompaiie a rni ma-ma a empenar la rarjeta de mi padre y vi la ca-ra inexpresiva del hombre.

    De verdad, parecfa hecho de puro hueso.Nadie nunca 1 0 habia visto sonreir.

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    EI hombre vivla en una casa oscura y si-lenciosa, en la ultima calle de la Oficina, por ellado poniente. Era domingo cuando fui a con-tarle la pelfcula,

    Y estaba nublado.Las calles, como siempre ala hora de la

    siesta, se veian solitarias, Mas aun ese dla queen la cancha de fiitbol, en las afueras del cam-pamenro, se jugaban las finales del eampeona-to local. El hirbol era 1 0 otro que salvaba a lagente del arido hasdo de la pampa.

    Cuando llegamos a su casa con mi her-mano Manuel (que mi padre hizo venir de laeancha para que me ayudara), el prestamista sa-li6 a la puerta, me mira fijo y pregunto para queera el cajon. Cuando l c expl ique dijo lac6nico:

    Sin disfraces,Manuel, contenrisimo, se devolvio de in-

    mediato con el cajon a la casa y , de ahi, a toda ca-rrera, a la cancha. Yoal principio pense que el ca-ballero queria imaginarse los personajes a suantojo. Algo que me pareci6 bien. Pero luego in-tui un dejo de malieia en su actitud, Sin embar-go, no hiee caso de la corazonada. Pense que de-bla ser la influencia de ver tantas peljculas,

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    El prestamista vivia solo. La cortina dela ventana estaba cerrada y la casa se veia pe-numbrosa. Me Ilarno la atenci6n 1 0 atiborradode la pieza del living, tantos muebles antiguosy baules polvorientos. Mi casa tal vez no teniamueb1es, pero era mucho mas luminosa queaquella.

    Los anaqueles estaban repleros de arte-factos que la gente iba a empefiar: radios, rna-quinas fotograficas, juegos de loza, cortes decasimir ingles. Imagine dentro de lo s baulescienros de relojes y anillos de oro. En la esqui-na de un aparador, atado con elasricos de bille-tes, se vela el fajo de tarjetas de suple cmpefia-das por la gente. Todo el campamento sabiaque e l presramisra era tan receloso que llevabal~s tarjetas con cl a todos lados, inc1uso a la ga-nta donde trabajaba, esto por si a algun obre-ro le caia plata del cielo y queria retirar la su-ya. E1 hombre recibia plata las veinticuatrohoras del dia.

    Don Nolasco se senro en un sofa. Yo, depie frente a el, cornence a conrar la pelicula.Me habia pedido una de John Wayne, una quehabian pasado en e l cine hacia poco. Por pri-mera vez senrfa que me temblaban las piernas.Por primera vez no hallaba las palabras paracomenzar mi relato. Me repele por haber deja-do ir a rni hermano.

    Sentia miedo.El hombre era como el malo del pueblo.

    81Cuando recien comenzaba la narraci6n

    me interrumpi6 toscarnente para decirme queel no oia bien con un oido, que me acercaramas. Despues me dijo que mejor le contara lapeHcula sentada en sus piernas.

    Lo dijo en un tono cortante que no meatrevl a desobedecer.

    Sentada en los huesos de sus rodillas,cornence de nuevo. El hombre me veia de ma-nera rara. Me di cuenta entonces de que la pe-llcula le interesaba un comino. Pero ya era tarde.En esos momentos el prestarnista me cornenzoa hacer 1 0 que me hizo. El miedo volvi6 mieuerpo de gelatina y no arine a nada. El hom-bre hizo 1 0 que quiso eonmigo, sobre todo dela cintura para abajo.

    Aunque yo algo habla hecho con algunosamigos de mis hermanos, por los tiempos en quelos aeompafiaba a las calieheras viejas, eso no ha-bra sido mas que juegos de nifios. Ahora sentique me habian desgarrado por dentro.

    Sali de alli como alunada.Mientras caminaba de vuclta a casa, co-mo pisando sobre esponjas, fui dejando caeruna a una el pufiado de monedas que el hom-bre me puso ala fuerza en las manos antes dedejarme ir. Una infinita sensaci6n de verguen-za embarazaba mi esplritu. Me sentla irnpurahasta para recibir el aire que respiraba.

    AI doblar la esquina de mi corrida divi-se a rni padre en la puerta Y trate de disimular

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    8 21 0 mejor que pude. No querla verlo sufrir masde 1 0 que ya sufrfa. Mi pobre viejo dormitabacan la cabeza abatida sabre el pecho. Mis her-manos 1 0 habian dejado allf, acornpafiado desu botella de vino. Me quede rnirandolo un ra-to hundido en su sillon de ruedas --inserviblede la cintura para abajo-. Entonces, de subi-to, y de una oscura manera, cornprendi la ra-zon de fonda de par que mi madre 1 0 hablaabandonado.

    Recorde, adernas, que cuando ella se fueel cielo estaba nublado.

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    Por la tarde fui al cine como siernpre.Luego, en la casa, conte Ia pelicula rapidamen-te y sin ningun entusiasmo. Dije que me doliala cabeza. Menos mal que habra casi puros ni-nos y los reclamos fueron pacos. Despues llevea mi hermano mayor para el patio y, sentadosen un durrnienre, le conte 1 0 sucedido.

    Para mi propia sorpresa se 1 0 conte sinllorar. Estaba embargada de una rara serenidadque me rnantenia como en el aire. E l me oyorodo el raro en silencio.

    No pronuncio una sola palabra.Casi ni pestafieo.Al final -. presa de un vago sentimien-

    to de culpa- me quede con la sensaci6n deque no debi haberselo contado.