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Historias del Agua en Buenos Aires · Historias del Agua en Buenos Aires El Agua en el Buenos Aires Colonial 14 de Ingeniero Inspector para atender todo lo relacionado con el aseo

Aug 14, 2020

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Historias del Agua en Buenos Airesde aljibes, aguateros y aguas corrientes

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REALIZACIÓN DE LA PUBLICACIÓN

EdiciónAGUA Y SANEAMIENTOS ARGENTINOS S.A.

Dirección de Relaciones InstitucionalesPrograma Cultural Fuente Abierta

http://www.aysa.com.ar

Investigación y TextosJorge D. Tartarini

ColaboracionesCelina Noya

Paulina GambergIván Garnica

Seguimiento EditorialLaura Elvira Ratto

Adaptación de originales y preimpresiónMariano Gaitán

Realización GeneralPDV Servicios de Marketing S.A.

Diseño GráficoPintor Branding Care

ImpresiónTalleres Trama S. A.

2da edición de 1.000 ejemplaresJunio de 2018

Queda hecho el depósito que prevé la ley 11.723.Reservados todos los derechos. Queda rigurosamente prohibida la reproducción parcial o total de esta publicación por cualquier medio (electrónico, químico, mecánico, óptico o de fotocopia), sin la autorización escrita de los titulares del “copyright”, bajo sanciones establecidas en las leyes.

ISBN 978-987-46551-4-1

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Historias del Agua en Buenos Airesde aljibes, aguateros y aguas corrientes

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9. Presentación

10. El Agua en el Buenos Aires Colonial

16. Agua e Higiene en 1810

20. Los Aguateros

24. El Desembarco

26. Los Aljibes

30. Las Lavanderas

34. El Baño en el Río

36. Los Terceros

38. Santiago Bevans y Carlos Pellegrini

40. Continúan los proyectos

42. El Molino San Francisco

46. Agua potable para…locomotoras

48. Llegan los filtros y las aguas minerales

50. Las Epidemias

54. Los Lavaderos

56. Las primeras Aguas Corrientes

62. El primer Reglamento para la Provisión de Agua

64. El Tanque de Plaza Lorea

66. La Planta Potabilizadora de Recoleta

72. La Torre de Toma

74. Higiene e Higienismo

78. El Aseo y la Moral

80. El Agua en los espacios públicos

84. El Palacio de las Aguas Corrientes

92. El Puerto

94. El Riachuelo y sus barracas

96. Las Casas de Baños

98. Los Natatorios

100. El Cuarto de Baño

106. La Planta Potabilizadora General San Martín

112. La Exposición Internacional de Higiene de 1910

114. Nace Obras Sanitarias de la Nación

120. Fuentes Ornamentales

126. Otros dos grandes Depósitos Urbanos

130. La Costanera Sur

132. Los grandes conductos subterráneos

140. AySA y el agua en el siglo XXI

151. Notas

153. Ilustraciones

157. Bibliografía y lugares consultados

Contenidos

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A menudo, sumergirnos en aspectos de nuestro pasado contribuye a fortalecer

la conciencia histórica de los argentinos. En particular cuando de esa mirada

retrospectiva pueden extraerse enseñanzas que ayuden a orientar las decisiones

del presente y los proyectos que realicemos a futuro, en busca de un mejor

porvenir.

Dentro de este ejercicio de búsqueda y examen de nuestras raíces, el agua y

su importancia en el origen y destino de la capital histórica de nuestro país, la

ciudad de Buenos Aires, merece ser conocida, comprendida y valorada, en su

cabal dimensión, histórica y actual.

La historia de este vital elemento, vinculada a la presencia del Río de la Plata como

excepcional fuente de provisión para sus habitantes y como factor fundamental

en su génesis y desarrollo, en su particular perfil e identidad, siempre ha sido por

demás rica en ejemplos que permiten comprender mejor no sólo la evolución de

la urbe sino también los cambios en los modos, usos y costumbres de la higiene

pública y privada de sus habitantes.

Precisamente, uno de los principales objetivos del presente trabajo fue trazar un

panorama del uso del agua en la ciudad de Buenos Aires y su relación con el gran

estuario del Río de la Plata, desde los tiempos de Mayo, con los desembarcos de

aquellos asombrados viajeros que se trasladaban en chalupas y carretas desde

los barcos a la ribera; el trabajo de las lavanderas y los aguateros con los carros de

ruedas enormes llenando sus toneles; y también los años de la diversión diurna y

nocturna de los bañistas en el río.

Estas notas históricas procuran amalgamar estos usos, costumbres y lugares

relacionados con la higiene pública y privada, con los esfuerzos institucionales

realizados por los sucesivos gobiernos para lograr que la ciudad cuente con sus

primeras aguas corrientes. Así es como en estas páginas se dan cita las prédicas

de los higienistas e instituciones por controlar las epidemias, el nacimiento de

Obras Sanitarias de la Nación, la construcción de importantes establecimientos

potabilizadores como los de Recoleta y Palermo, la ejecución de monumentales

depósitos como los de Av. Córdoba, Villa Devoto y Caballito, y grandes conductos

subterráneos que hoy llevan agua potable a millones de porteños. Un arco

histórico que se inicia en la plácida ribera con bañistas y lavanderas frente al

antiguo fuerte y llega hasta el sofisticado Puerto Madero de hoy. Que parte de los

aljibes y recipientes que en la casa hacían de sanitarios móviles, y arriban al baño

moderno de hoy. Un conjunto de relatos que denotan la presencia del agua desde

siempre, como símbolo de vida y como parte esencial de la memoria ciudadana.

En suma, el agua como vínculo indispensable para reconstruir un recorrido

histórico que Agua y Saneamientos Argentinos desea presentar, como una forma

de contribuir a crear conciencia sobre la importancia histórica de un recurso

fundamental y, también, desde su responsabilidad empresaria orientada a

garantizar el acceso al saneamiento a un número cada vez mayor de personas.

Tanto esta misión, como el cuidado de los recursos hídricos y el rescate del

patrimonio cultural sanitario, constituyen para AySA ejes fundamentales y se

encuentran en el centro mismo de su compromiso para contribuir a una mejor

calidad de vida de los argentinos.

Presentación

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El Agua en el Buenos Aires ColonialAl igual que otras ciudades americanas fundadas durante la conquista española,

el origen de la ciudad de Buenos Aires estuvo ligado a la existencia de una fuente

de agua que sirviera tanto a las necesidades de la población como al sostén

de las actividades productivas indispensables para su desarrollo. En el caso que

nos ocupa, la presencia del inmenso estuario del Río de la Plata contribuyó a

definir el lugar de su fundación, fue clave en el acceso a un territorio todavía

inexplorado, posibilitó el intercambio y su desenvolvimiento económico y, a lo

largo de su historia, se constituyó en la principal fuente de provisión de agua

para sus habitantes.

Un lugar sin “corrupción de ayres, ni de aguas”

La proximidad a un curso de agua ya se encontraba entre las recomendaciones que contenían las Ordenanzas de Población dictadas por la Corona en 1573 respecto a los asentamientos que se fundarían en el Nuevo Mundo, aconsejando que éstos: “Procuren tener el agua cerca, y que se pueda conducir al pueblo y heredades, derivándola si fuere posible, para mejor aprovecharse de ella (…)” y que “… el terreno y cercanía, que se ha de poblar, se elija en todo lo posible el más fértil, abundante en pastos, leña, madera, metales, agua dulce, gente natural, acarreos, entrada y salida, y que no tengan cerca lagunas, ni pantanos, en que se críen animales venenosos, ni haya corrupción de ayres, ni aguas.” 1

Juan de Garay, con la fundación del 11 de junio de 1580, definió la importancia

que tendría en el emplazamiento y la traza de la futura ciudad el Río de la Plata,

localizando el puerto junto al fuerte, ambos sobre la ribera y próximos a la plaza

principal. A su vez, la topografía de la barranca le aseguraba buenas condiciones

de defensa natural contra posibles amenazas de buques de gran calado. Al sur, Dibujo del Padre Florian Paucke, 1749.

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La primera representación gráfica de Buenos Aires elaborada por el cronista Ulrico Schmidl, publicada en 1599.

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Historias del Agua en Buenos Aires El Agua en e l Buenos Aires Colonial

el sistema defensivo se complementaba con el puerto natural del Riachuelo, un

lugar de abrigo seguro para los navíos, en donde se localizó un pequeño fortín;

en tanto que al noroeste de la ciudad -en la zona del Riachuelo de Las Conchas-

se procedía a levantar otro enclave defensivo similar. Estas cuencas fluviales, a

la vez que marcaban límites, actuaron como vías de acceso por agua y, en gran

medida, definieron los principales caminos terrestres de acceso de personas y

mercancías a la ciudad.

En la propia meseta de la ciudad también se verificaba la

presencia de varios cursos de pequeños ríos y arroyos,

que atravesaban su ejido desaguando en el Río de la

Plata. Se trataba de los “terceros”, cauces naturales

que fueron creando barreras físicas, a veces

infranqueables dentro de la ciudad, como más

adelante veremos.

Antes de 1810, eran los cabildos los encargados

de dictar normas tendientes a controlar la higiene

de la población. Durante el siglo XVIII, surgieron

distintas iniciativas para mejorar la calidad del agua

que se consumía en la ciudad.

Poco antes de la creación del Virreinato, un Bando dictado en 1770

por el Gobernador de Buenos Aires Juan José de Vértiz y Salcedo, disponía que:

“Los aguateros no deberán recoger el agua frente al pueblo por estar sucia por el

lavado de ropa que se efectúa en ella. Deberán hacerlo desde Santa Catalina hacia

arriba sin alterar el precio, fijando una pena de 100 azotes a quien contradiga

lo dispuesto”. Dos años más tarde otro bando de Vértiz obligaba a los vecinos

a “…que en el frente de sus casas no permitan basuras, ni inmundicias, sino

que juntamente dentro de ellas a la noche, o a la hora que pudieran, vayan sus

esclavos a arrojarlas a las zanjas, o parajes, donde se les señale: como asimismo

no permitirá animales muertos, para lo que se destinarán sitio, donde enterrarlos,

y se suministrará al Oficial de Guardia de la Barranca los Presidiarios que pidan; y

los carreteros estarán obligados a conducirlos al mandato del Comisionado bajo

pena de diez pesos”. 2

Como se ve, desconocedoras de la aplicación de medidas sanitarias preventivas

para evitar enfermedades, las autoridades virreinales priorizaron las referidas

al trazado y nivelación de calles, el encauzamiento de aguas pluviales y la

evacuación de las basuras; tal como se aprecia en numerosos

expedientes iniciados por virreyes y gobernadores -

intendentes y las frecuentes disposiciones de los bandos.

Entre estas últimas, la dictada por el Intendente

Gobernador, Francisco de Paula Sanz en 1784,

establecía que por las cañerías “…que salen a las

calles por bajo de las calzadas no viertan aguas

inmundas, por lo que perjudican a la salud pública

llenando de mal olor y de insectos; no teniendo otro

objeto estos conductos que el desagüe de las lluvias

y de alguna otra agua, que aunque proceda del

servicio de la Casa, sea de oficinas limpias de motivos

inmundos, bajo la pena expresada”. 3

Otro frente de lucha contra las pobres condiciones sanitarias surgió

desde el cuidado de la salud, con la creación de instituciones como el Tribunal

del Protomedicato en 1780, por iniciativa del Virrey Juan José de Vértiz, quien

nombró como primer protomédico al doctor irlandés Miguel Gorman. Vértiz

procuró difundir la creación del Protomedicato mediante circulares orientadas

a combatir la tendencia de la población a acudir a los curanderos, charlatanes y

sangradores que proliferaban en la ciudad. En forma paralela al Protomedicato

-precursor de la actual Facultad de Medicina- desde su gobierno se impulsaron

medidas de mejoramiento urbano y social, creando paseos públicos, el cargo

Dibujo del Padre Florian Paucke, 1749.

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Plano de Buenos Aires, capital del Virreinato del Río de la Plata a fines del siglo XVIII.

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Historias del Agua en Buenos Aires El Agua en e l Buenos Aires Colonial

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de Ingeniero Inspector para

atender todo lo relacionado con

el aseo e higiene pública (1784), y

fomentando la implementación de

un censo poblacional, que presentó

datos sumamente interesantes: la

población de la ciudad de Buenos Aires

era entonces de 24.205 habitantes y

el 50 por ciento de la misma estaba

compuesta por indígenas y mestizos.

Desde los vecinos también surgían

iniciativas que denotaban el interés

por mejorar las condiciones de

obtención y abastecimiento de agua,

como la solicitud al Cabildo para construir un pozo que permitiera guardar

escarcha en invierno (1757) y otra no menos fantástica que proponía traerla

de la cordillera. Algunas presentaciones fueron más sensatas, como la de un

vecino para recoger agua del río, elevándola hacia un depósito en la zona

norte de la ciudad y desde allí distribuirla (1783), y la de otro, Juan Francisco

Aguirre, que el mismo año hablaba sobre la conveniencia de construir una red

de desagües utilizando conductos subterráneos. Ninguna de estas propuestas

mereció la aprobación del Cabildo.

En 1802 se produjo un avance en las disposiciones urbanas, al establecerse el

alejamiento de los lugares de toma de agua en el Río de la Plata, la obligación

de incinerar animales muertos, de

examinar el estado del ganado para

consumo y la creación de cementerios

limitando los entierros en las iglesias.

Dos años más tarde fue creada una

Junta de Sanidad orientada “…no a

conservar la vida de los habitantes,

sino a precaver los males de que pueda

ser afectada”.

En aquel año, se presentó al Consulado

un vecino de la ciudad, Juan Vicente

Chilavert, con una propuesta para la

captación de aguas subterráneas

destinadas a riego y brebaje de

ganado, con un sistema de perforación a percusión, más o menos equivalente

a las actuales sondas. Nuevamente, las autoridades no dieron curso favorable a

la presentación.

Medidas e iniciativas que procuraban mejorar la precaria situación de la salud y

la higiene pública, pero sin llegar a configurar un plan orgánico que atacara los

males endémicos de la higiene y sanidad durante la Colonia. Estaba claro que,

también en el terreno de la salubridad, los sucesivos gobiernos patrios tendrían

un duro y esforzado camino por recorrer.

Plano de Buenos Aires, publicado por Pierre Francois Xavier des Charlevoix en 1756.

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Este grabado propone una vista casi imaginaria de Buenos Aires; con cúpulas, agujas y torres de extraña arquitectura. Publicado en Berlín, 1810.

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La pesada herencia colonial

El Buenos Aires de 1810, aquella ciudad criolla que nacía bajo el signo de la

Ilustración y de las ideas revolucionarias, sede del gobierno patrio y futuro

centro neurálgico del país, presentaba en materia de higiene y salubridad serias

deficiencias. Calles mal cuidadas -en las que abundaban pantanos y depósitos

de residuos de todo tipo- pozos negros y un rudimentario sistema de provisión

de agua de río por aguateros, era lo habitual en la vida sanitaria de una ciudad

que entonces llegaba a unos 42.500 habitantes.

Tal era el cuadro de situación que debía enfrentar la Junta Provisional de

Gobierno de las Provincias Unidas del Río de la Plata. El 9 de agosto de 1810, la

Junta emitió un Bando que prohibía arrojar aguas servidas a los albañales y, más

tarde, durante el gobierno del Segundo Triunvirato, el 5 de enero de 1813 se dictó

Agua e Higiene en 1810

El Mercado en la plaza frente al Fuerte, denominada 25 de Mayo. Acuarela de Vidal, 1820.

una norma reglamentando la venta de agua, el riego de las calles y las descargas

de los albañales y aguas servidas. El 10 de marzo del mismo año se creaba la

Facultad de Medicina de Buenos Aires y se nombró al doctor Cosme Argerich

como su primer director.

En el ámbito de lo cotidiano, el grueso de la población de esa Buenos Aires

pueblerina dependía del agua que vendían los aguateros. Y las familias

más modestas que no podían acceder a este servicio, disponían a veces de

un muchacho que iba a buscar el agua en verano. En invierno, debido a las

inclemencias del tiempo no siempre podía hacerlo. Sólo un reducido grupo de

vecinos tenía en sus casas un aljibe. El agua que se extraía del Río de la Plata

no era bebible directamente, de allí que primero se estacionaba varios días

en grandes tinajas de cerámica, o bien haciéndola atravesar filtros de piedra Pescadores en el Río de la Plata. Acuarela de Vidal, 1819.

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Pulpería. Acuarela de Carlos E. Pellegrini, c. 1830.

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Historias del Agua en Buenos Aires Agua e Higiene en 1810

o cerámica, para luego guardarla en tinajas. Nos dice José Antonio Wilde al

respecto: “El agua rara vez se encontraba en estado de beberse cuando recién

llegaba del río; en verano, expuesta a los rayos de un sol ardiente, no sólo en el

río, sino en su tránsito por la ciudad, se caldeaba de tal modo, que no se tomaba

porque, según la expresión de aquellos días, estaba como caldo. Casi siempre se

encontraba turbia, y sólo después de permanecer por más o menos tiempo en las

tinajas o barriles en que en las casas se depositaba, se hallaba en condiciones de

poderse tomar. Otras veces era preciso emplear el alumbre u otros medios, como

el filtro, por ejemplo, para clarificarla”. 4

En muchas casas había un “tinajero”, una especie de estructura de madera con una

piedra porosa que servía de filtro y un cántaro en el cual se iba acumulando el agua

fresca y limpia de impurezas. Lo cierto es que, tanto el agua de aljibe como la de

río, decantada, era entonces muy preciada. Al recordar su infancia en una antigua

casona colonial, contaba Lucio V. Mansilla que “Un zaguán a la izquierda del primer

patio daba acceso al segundo. Era sombrío de día, tenebroso de noche, que la luz, lo

mismo que el agua dulce, eran artículos literalmente de lujo (…) Y, al hablar de otro

solar familiar -el de “mamá Mariquita”- citaba que en el segundo patio, bajo unas

arcadas que conducían al corral y al retrete “…yacían unas tinajas colosales; dos

contenían, cerradas bajo llave, agua del río asentada y fresca.” 5

Tal el panorama del agua en los años de la Revolución de Mayo, una situación

que estaba lejos del impulso renovador de las ideas de Mayo y que prácticamente

se prolongará sin cambios de importancia durante toda la primera mitad del

siglo XIX. No obstante, resulta de interés a la prehistoria de nuestras aguas

corrientes examinar lo acontecido en estos años en los que, por sobre las obras,

abundaron ideas, iniciativas y proyectos.

Cabildo y Policía. Acuarela de Carlos E. Pellegrini, 1829.

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Calle de la Catedral. Acuarela de Carlos E. Pellegrini, 1831.

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Los Aguateros

“La primera cosa que llama generalmente la atención de un extranjero al desembarcar, es el carro del aguador. Estos carros trabajan todo el día, excepto durante el calor del verano, cuando trabajan por la mañana y la tarde, y toda la ciudad se abastece de agua por intermedio de ellos; porque los pozos, a pesar de ser numerosos, no producen más que agua mala, sucia, impropia para la cocina: el número de estos carros es, en consecuencia, considerable.” 6

Emeric Essex Vidal, marino inglés, 1818

En 1810 más de un centenar de aguateros recorrían las calles de Buenos Aires

vendiendo a los vecinos el agua que recogían del río. En su origen, la mayoría

fueron esclavos negros o mulatos, a quienes sus amos les permitían -previo

pago de un canon diario- vender el agua en la ciudad. Luego de la Independencia,

los negros fueron perdiendo su predominio, y la actividad estuvo en manos de

blancos, gallegos algunos, criollos, pardos e indios.

Los primeros testimonios sobre la existencia de aguateros se remontan a

un bando del Gobernador José de Andonaegui del 12 de febrero de 1748, que

reglamentaba el lugar donde éstos recogían el agua en sus carretas. Como

señalamos anteriormente, conociendo la renuencia de este gremio a internarse

río adentro para recoger agua más limpia, la autoridad establecía que debían

extraerla “media cuadra adentro de los pozos donde van a lavar, porque lo

común es traerla de ellos o de las orillas, cuya agua puede ser causa de algunas

enfermedades por las cosas inmundas que lavan en dichos pozos”. Los reiterados

problemas de los vecinos con los aguateros motivaron serias medidas de las

autoridades para detener sus abusos, tanto por no atender ciertos lugares del

vecindario, como por el precio arbitrario y el fraude en la medida de las canecas

con las que expendían el agua.

José Antonio Wilde ofrece una rica pintura de aquellos aguateros, sus carretas

y animales: “…La carreta aguatera era tirada por dos bueyes. El aguatero, que por

supuesto usaba el mismo traje que el carretillero, el carnicero, carnerero, etc., es

decir, poncho, chiripá, calzoncillo ancho con fleco, tirador y demás pertrechos, era

hijo del país, y ocupaba su puesto sobre el pértigo, provisto de una picana (una caña

con un clavo agudo en un extremo), y una macana, trozo de madera dura, con que

hacía retroceder o parar a los bueyes, pegándoles en las astas. Como es de suponer,

Aguatero. Obra de Albérico Isola, 1844.

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Carreta de aguatero en el extremo norte de la ciudad. Acuarela de Emeric Essex Vidal, c. 1818. Abajo: grabado de Albérico Isola, 1845.

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Historias del Agua en Buenos Aires Los Aguateros

con los pantanos y el mal estado, en

general, de las calles, estos pobres

animales tenían que sufrir mucho.

La carreta aguatera era toscamente

construida, aunque algo parecida a la

que hoy se emplea tirada por un caballo;

tenía en vez de varas, pértigo y yugo.

A cada lado de la pipa, en su parte media, iba

colocado un estacón de naranjo, u otra madera fuerte,

ceñidos ambos entre sí, y en su extremo superior por una soga, de

la que pendía una campanilla o cencerro, que anunciaba la aproximación del

aguatero.

No se hacía entonces uso de bitoque o canilla; en su lugar había una larga manda

de suela, y alguna vez de lona; cuya extremidad inferior iba sujeta en alto por

un clavo; de allí se desenganchaba cada vez que había que despachar agua,

introduciendo dicha extremidad en la caneca, que colocaban en el suelo sobre un

redondel de suela o cuero, que servía para impedir que el fondo se enlodara. Por

mucho tiempo, daban cuatro de estas canecas por tres centavos.” 7

Al promediar la década de 1820, ya había propietarios de varias carretas aguateras,

es decir, una suerte de empresarios con personal propio. Por esos años algunas

familias y comercios comenzaron

a contratar carretas propias,

mientras que otros optaban

por arrendar un “servicio

personalizado” que les permitiese

eludir los problemas del gremio.

La difusión de las aguas corrientes, aunque

duro golpe, no significó la desaparición inmediata

de los aguateros. Ante la prohibición de obtener agua del

río, cargaron agua en las fuentes, surtidores y depósitos de aguas corrientes,

proveyendo a la población no servida por el radio de la pequeña red. Los bueyes

fueron siendo sustituidos por caballos y los pesados carros se reemplazaron por

otros con ruedas más pequeñas y toneles con canillas de madera o metal, en

lugar de las antiguas mangas de cuero.

A pesar de que aún en los primeros años del siglo XX se veían aguateros en

distintos barrios de la ciudad, su desaparición definitiva llegó con la Ley 4.196

del 3 de agosto de 1903, que declaró la obligatoriedad del servicio de agua

potable para toda vivienda en el área de la red de distribución, actual y futura.

Carretas con bueyes y carro de aguatero, aún en el Buenos Aires de 1924.

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Huelga de aguateros

En septiembre de 1890, los aguateros porteños se declararon en huelga por el aumento de las tarifas establecidas por la Comisión de Obras de Salubridad. Así registraba “La Prensa” del 3 de septiembre aquel incidente: “Doscientos aguateros se han reunido en Belgrano para protestar por el aumento de las tarifas que le cobran las empresas de las obras de salubridad. Están de acuerdo en ir a la huelga la mayoría de los aguateros. No obstante dos de ellos se resignaron a pagar la tarifa. Los aguateros recorren las fuentes de la ciudad para impedir que nadie cargue. Policías de la comisaría quinta arrestaron a trece de ellos que impedían el acceso a la bomba de la plaza Lavalle (…)Esta huelga viene a perjudicar gravemente, a los pobres que habitan los alrededores del municipio. El precio del agua impuesto a los aguateros es como se sabe elevado; pues cobran por lo que ellos llaman un viaje; o sea dos canecas, cinco centavos, lo que hace que las clases pobres de la ciudad no dispongan como sería de desear de ese indispensable elemento para la salud e higiene de la población..” 8

Milonga delaguatero

Aunque criticados por los abusos en el costo del agua o bien por no atender casas de altos ni otras de

difícil acceso, los aguateros también merecieron algún reconocimiento en nuestra música popular, tal como lo

demuestra la “Milonga del Aguatero”, de Eros Nicolás Siri y Marisa Pacheco

Huergo:Por el bajo del Retiro

subiendo va el aguatero.Carreta de agua fresquita,de agua que es un primor.Viril la estampa del mozo,

sentado junto al pipón.Va despertando las calles

al cantar su pregón:Agüita fresca, agüita fresquita,Pa´ la tinaja de la porteñita... 9

Litografía de Gregorio Ibarra, 1839. Derecha: aguatero recogiendo agua del río. Obra de Carlos E. Pellegrini, 1831.

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Hacia 1810, quien llegara a Buenos Aires desde el río, debía sobrellevar no pocos

trastornos e incomodidades. La situación del desembarco de pasajeros desde

las naves a tierra continuaba siendo muy rudimentaria, y dependía del servicio

de carretilleros y changadores que se internaban río adentro en busca de

pasajeros y equipajes.

Luego de que el barco anclaba, se aproximaban barcas sobre las que se iban

depositando, primero el equipaje de los viajeros, junto con las mercaderías de los

comerciantes. Después descendían los viajeros. Estas embarcaciones recorrían luego

unos trescientos o cuatrocientos metros, hasta quedar a unos cien de la orilla. Era

entonces cuando entraban en acción los carretilleros, que se acercaban a las chalupas

con grandes carretones -tirados por dos o cuatro caballos, con ruedas de unos dos

metros de diámetro- disputando por llevar a sus posibles pasajeros a tierra firme. 10

Estas carretillas, como se llamaban entonces, tenían su piso casi al ras del agua y

sus laterales abiertos, sólo delimitados por estacas de madera atadas por tientos.

Los carretilleros tenían su propio gremio y debían contar con permiso para

su labor. En el trajín, ayudaban a los viajeros a subir y cargar sus equipajes, en

medio de un griterío que causaba viva impresión a los extranjeros, quienes con

frecuencia -luego de los sucesivos trasbordos- llegaban empapados a la orilla.

Además del azaroso traslado, los incidentes por robos y hurtos de los equipajes en

esta vorágine acuática de bultos, personas y carretas, eran bastante frecuentes,

por lo que debieron establecerse severas penas.

Con la construcción del muelle de pasajeros por el ingeniero inglés Edward Taylor

en 1855, penetrando unos 210 metros en el río -entre las calles Mitre y Perón- el

trabajo de los polémicos carretilleros fue desapareciendo, pero no las penurias de los

pasajeros, ahora por la escasa seguridad que ofrecía aquella construcción de madera.

El Desembarco

Desembarco con río bajo. Litografía de León Palliere, c. 1864.

La “carretilla” llegando con los pasajeros a la costa.Litografía de Gregorio Ibarra, 1839.

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Del barco a la chalupa, y de ésta a la “carretilla”, para iniciar el incómodo trayecto hacia la costa. Acuarela de Emeric Essex Vidal, 1820. Arriba: chalupas y carros frente al antiguo Hotel de Inmigrantes, c. 1898.

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Además del agua de río, otra fuente de provisión en la ciudad fueron los

aljibes, pozos con cisternas que recogían el agua de lluvia desde las terrazas o

patios, mediante cañerías de cerámica o bien de hojalata. Hacia 1860 también

comenzaron a utilizarse para estos conductos caños de hierro o de plomo.

Ya desde el siglo XVII, los habitantes de Buenos Aires habían perforado pozos,

pero éstos eran rudimentarios y no alcanzaban la profundidad suficiente

-oscilaban entre seis y diez metros- para llegar a las napas de agua potable. El

líquido así obtenido era salobre e inútil para el consumo. Los aljibes, aun con sus

limitaciones, ofrecían un agua de mejor calidad, tanto en relación a estos pozos

como a la del río que distribuían los aguateros.

Concolorcorvo en su “Lazarillo de los Ciegos Caminantes” (1773) señala que luego

de ver los aguateros cargar agua que quedaba entre las peñas de la costa “…sólo

bebí desde entonces de la del aljibe que tiene en su casa don Domingo Basavilbaso,

con tales precauciones y aseo que puede competir con los mejores de Europa”. 11

Pero su uso no estaba difundido y habitualmente el agua de lluvia iba directamente

de los tejados y azoteas a la calle. Recuerda Lucio V. Mansilla en sus Memorias,

“Las fincas que lo tenían eran contadas, indicantes de alta prosapia o de gente que

tenía el riñón cubierto; daban notoriedad en el barrio, prestigio; y si por la hilacha se

saca la madeja, tal o cual vecino pasaba por grosero por los muchos baldes de agua

fresca que pedía; y tal o cual propietario por tacaño, porque sólo a ciertas horas no

estaba con llave el candado de la tapa del precioso recipiente”. 12

Los aljibes tenían en su boca un brocal de ladrillos y más tarde, en el siglo XIX,

de mármol de Carrara tallado. Otros brocales estaban revestidos con azulejos

Los Aljibes

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Patio de una antigua casa colonial de patios en Reconquista y Sarmiento, 1911.

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Historias del Agua en Buenos Aires Los Al j ibes

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importados del tipo Pais de Calais. Sobre el brocal, aparecía un pescante de

hierro, a modo de arco ornamentado que sujetaba la roldana del balde. Los pozos

estaban totalmente aislados de la tierra con paredes, piso y la parte superior

abovedada; algunos tenían escaleras para bajar y limpiarlos; otros tenían un

pozo de decantación más pequeño en el medio del piso.

Con la llegada del agua corriente, los aljibes quedaron fuera de uso y hoy sólo

quedan unos pocos ejemplares en algunas casonas antiguas de la ciudad.

De primera necesidad a objeto decorativo“Los primeros brocales de Buenos Aires debieron ser lisos cilindros de ladrillo, y los soportes de sus garruchas también sintéticos pilares de ladrillo o pies derechos de madera dura que sostenían un travesaño horizontal. Luego debió ir el armazón de hierro en forma de dos barras enhiestas, curvadas superiormente en arco o con un fuerte barrote recto sobremontado por algún rizo o cualquier otro sencillo motivo. Con el andar del tiempo, los navíos trajeron grandes bloques de mármol blanco de Italia, como lastre, y con ellos el sentido estético del clasicismo itálico renació aquí en románticos conjuntos de delfines, anclas, tritones, mascarones, veneras, anillas, sobre aquellos bloques convertidos ahora en poligonales y panzudos brocales, en patios y jardines. Emergiendo de esos brocales, y fuertemente anclados en el interior del cilindro de mármol, los hierros verticales formaron bandas ornamentadas con entrelazadas y rosetas, y arriba, del sencillo arco se pasó paulatinamente a preciosas composiciones de coronamiento, con veneras de múltiples estrías, complicados roleos, cabezas mitológicas y motivos radiales de fundición, pináculos y cruces.El advenimiento del agua corriente dejó fuera de uso estos aljibes, pero su intrínseca belleza los salvó durante muchos años de la destrucción, y así quedaron, transformándose desde entonces en un vistoso adorno en el centro de los patios, rodeado su ancho cuello marmóreo con tiestos floridos, mientras por los hierros reverdecieron plantas trepadoras o jazmines del aire, enramados por las sinuosidades del férreo ornamento.” 13

Vicente Nadal Mora, Buenos Aires, 1945.

Aljibe con pescante de hierro fundido, en una casa de altos, de formas italianizantes, s/f .

Distintos modelos de aljibes relevados por Vicente Nadal Mora en 1945 .

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Aljibe de la residencia de José Gregorio Lezama, actual Museo Histórico Nacional, con su brocal de mármol de Carrara.

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Entre los personajes de aquella ribera que llamaba la atención de los extranjeros,

además de aguateros, bañistas, pescadores y carretilleros, habían otros tan o

más llamativos: las lavanderas. Antes del aluvión inmigratorio, las negras o

morenas eran mayoría en esta actividad y también en otras ocupaciones como

la venta de tortas, buñuelos y pastelitos fritos bañados en miel de caña. También

eran exclusivamente negras las “amas de leche”, recomendadas por los médicos

como las mejores nodrizas.

Las negras eran muy fuertes en su trabajo a orillas del río, desde la Recoleta y

hasta cerca del Riachuelo, el que hacían lo mismo expuestas a un sol abrasador

que al duro frío de invierno. Un relato de época ofrece una rica pintura de su

labor a principios del siglo XIX y el cambio sufrido finalizando el siglo, luego de

la inmigración:

“Allí en el verde, en invierno y verano, hacían fuego, tomaban mate, y provistas

cada una de un pito o cachimbo, desafiaban los rigores de la estación. Por entonces

usaban una especie de garrote con que apaleaban las ropas, sin duda con la mira de

no restregar tanto, puede este medio haber sido útil para economizar trabajo, pero

era eminentemente destructor, pues rompían la tela y hacían saltar los botones.

Allí cantaban alegremente, cada una a uso de su nación, y solían juntarse ocho

o diez, formaban un círculo y hacían las grotescas figuras de sus bailes -especie

de entreacto en sus penosas tareas-. Sin embargo, parecían felices; jamás

estaban calladas y después de algunos dichos, que sin duda para ellas serían

muy chistosos, resonaba una estrepitosa carcajada; la carcajada de la lavandera

era característica.

Tan es cierto que la escena no debe haber carecido de atractivo, que algunas familias

iban una que otra tarde en verano, o una que otra mañana en invierno, a sentarse

sobre el verde a tomar mate y gozar de los chistes y salidas de las lavanderas.

Las Lavanderas

Lavanderas en “El Bajo de la Residencia”, acuarela de Carlos E. Pellegrini, c. 1831.

Con la difusión de las redes de aguas corrientes, comenzaron a aparecer lavaderos públicos que reemplazaban el lavado en la ribera por el que se hacía en piletones, con tarifas establecidas por tipo de ropa. Como atracción, este aviso ofrece a las lavanderas sólo durante “la presente semana”, el lavado y secado gratis.

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Una tarde de verano sobre la ribera del Río, al fondo el antiguo Fuerte y en primer plano lavanderas en plena labor, con sus “garrotes” apaleando la ropa, según una acuarela de Emeric Essex Vidal, 1820 .

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Historias del Agua en Buenos Aires Las Lavanderas

Negritud y esclavitud

Para muchas lavanderas, una y otra fueron condición inseparable aún bastante después de la Asamblea General Constituyente del Año XIII, que terminó con la trata y declaró la libertad de los hijos de los esclavos, pero no con la esclavitud, que finalizó exactamente medio siglo después, cuando se sancionó la Constitución de 1853. Veamos algunos avisos aparecidos en 1817 en la “Gaceta de Buenos Aires”, años después de la citada Asamblea:

“La persona que guste vender una criada para la Guardia del Monte, con advertencia que a los 8 años de su servicio prestado con buena comportación y conducta se le otorgará la carta de la libertad, ocurrirá a la esquina de la patria, donde darán razón del comprador.”

“El que quiera comprar una criada de 28 años, general en su servicio, pero embarazada, ocurra a esta imprenta (de los Expósitos) que darán razón.”

“Se vende una mulata de todo servicio sin vicio conocido; es esclava de don Celedonio Garay.”

“Se vende una criada casada: sabe cocinar regularmente, planchar liso y es buena lavandera: quien quiera comprarla véase con su ama, la señora Ana Warnes”. 15

No sucede otro tanto hoy (1880) ; a más que nuestras costumbres han cambiado, el

cuadro es monótono; la inmensa falange que ocupa el lugar que dejó una raza que

hemos visto deslizarse ante nuestros ojos como las figuras en la linterna mágica,

sigue silenciosa y taciturna en su penoso trabajo; el grupo realmente forma un

verdadero contraste. Hijas de todas partes del globo, unas estarán atacadas de

nostalgias, otras pensarán sin duda en los hijos que han dejado en poder ajeno y

en que el fruto de su trabajo no alcanza a satisfacer las necesidades de la vida, en

esta época de extremado lujo y de inmensa miseria.” 14

Lavanderas en los pozos de las toscas del Río de la Plata.

Con frecuencia, las condiciones de higiene del lavado eran precarias, tanto por la calidad del agua como por la mezcla de ropas de orígenes diversos.

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Vistas de Buenos Aires hacia 1845, publicadas en el álbum de Carlos Morel, Usos y Costumbres del Río de la Plata. Buenos Aires. Litografía de las Artes. 1845. Abajo, en el centro, las lavanderas.

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Desde temprano, la presencia del río también fue motivo de disfrute y

esparcimiento, especialmente en los meses de estío, cuando el baño en sus

aguas formaba parte de las salidas preferidas de los pobladores. Así recuerda

José Antonio Wilde a aquellos bañistas de principios del siglo XIX:

“… no existían entonces las numerosas casas de baños de que hoy (1880) disponemos,

ni la comodidad que ofrecen las aguas corrientes para poder tomar baños en casa:

entonces (salvo raras excepciones), todo el mundo se bañaba en el río (…)

La costumbre que existía, respecto a los baños, desde la época colonial, se armonizaba

con cierta creencia religiosa; así es que, en general, las señoras esperaban para ir a

los baños del río, que llegara el 8 de diciembre, que, como nuestros lectores saben, es

el día de la Inmaculada Concepción, y en el que se bañaban los Padres Franciscanos

y Dominicos, que bautizaban el agua.

Durante la estación, concurría gente desde que aclaraba hasta altas horas de la

noche; algunos eligiendo las horas por gusto o comodidad y otros por necesidad. Los

tenderos y almaceneros, por ejemplo, casi en su totalidad iban de las diez de la noche

en adelante, después de cerrar sus casas de negocio. Las familias preferían la caída

del sol; y sentadas en el verde, gozando de la brisa, esperaban que oscureciese para

entrar al baño, dejando sus ropas al cuidado de las sirvientas.

Muchos hombres, a más de los almaceneros y tenderos, acostumbraban reunirse e

ir a las once, y aún a las doce de la noche, llevando fiambres y vino para cenar en el

verde, después del baño.

Algunas personas pasaban toda la noche sobre las toscas, gozando de las deliciosas

brisas del magnífico río. No lo harían hoy; a menos que contaran con un escuadrón

de caballería, que les guardase la espalda contra los cacos.

Algunos han criticado severamente el baño de las señoras en el río; pero la verdad

es que no tenía cosa alguna de reprochable, más allá de lo incómodo en sí, pues

que en nada, absolutamente, se quebrantaban los preceptos del decoro. Los grupos

El Baño en el Ríosobre las toscas, en las noches que no eran

de luna, se servían de pequeños faroles.

Se observaba el mayor orden y res-

peto; los hombres que llegaban a

esa hora, se alejaban de los grupos

de señoras, y buscaban sitios menos

concurridos por ellas. Habría, hoy hay

duda, alguna que otra aventura, pero… ¿en

qué parte que concurran hombres y mujeres se

podrá asegurar que no pueden éstas ocurrir?

Se presenciaban, a veces, escenas grotescas; veíase, por ejemplo, un hombre en

el baño de las doce del día, resguardado por un enorme paraguas de algodón.

Una mujer sumergida en el agua hasta el cuello, saboreando con garbo su cigarro

de hoja. Más allá, en las toscas, algún desventurado, desnudo de medio cuerpo,

tiritando y empeñado, con uñas y dientes, en desatar los nudos que algunos

traviesos se habían entretenido en hacer en sus ropas menores. 16

Combatiendo la promiscuidadEn 1880, el Municipio dictó un reglamento más severo para los baños en el río: “Es prohibido bañarse desnudo. El traje de baño admitido es todo aquel que cubra el cuerpo desde el cuello a la rodilla. No podrán bañarse los hombres mezclados con las señoras a no ser que tuvieran familia o lo hicieran acompañados por ellas. Es prohibido a los hombres solos aproximarse durante el baño a las señoras por lo menos a una distancia de 30 metros. Se prohíbe en las horas del baño el uso de anteojos de teatro u otro instrumento de larga vista, así como situarse en la orilla del agua cuando se bañan las señoras. Es prohibido bañar animales en los lugares destinados al baño de las familias. Es igualmente prohibido el uso de palabras o acciones deshonestas o contrarias al decoro”. 17

Baños en el río, frente a la bajada de los Mercedarios, 1820. Dibujo de Van Riel.

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FALTA FOTO

Vista de Buenos Aires. Litografía de Ibarra, 1839. Una de las mejores vistas de aquella época, con los personajes típicos de la ribera: carretilleros, aguateros, presos acarreando agua, chalupas y, más atrás, las infaltables lavanderas.

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Otro aspecto crítico en la higiene del Buenos Aires de

principios del siglo XIX era la evacuación de las aguas

de lluvias. Desde los primeros tiempos de la Colonia, los

anegamientos eran frecuentes en épocas de tormentas y

los cauces de los zanjones se tornaban infranqueables. Las

autoridades del Cabildo debieron poner centinelas para

evitar desgracias de transeúntes y jinetes, que se hundían y

hasta corrían riesgo de ahogarse.

Estos reducidos cursos de agua -más parecidos a pantanos que

a arroyos- eran los denominados “Terceros”, peligrosas zanjas

que atravesaban el área central de la ciudad para culminar en

la barranca del río. Junto con el agua sucia, por ellos corrían

basuras, deposiciones humanas y de caballos, y hasta animales

muertos. Eran verdaderos focos de infección y de epidemias.

Algunos de los zanjones de esta precaria red de desagües

recibieron su nombre de acuerdo al sitio que atravesaban, conociéndose como

el “Primero” o “Tercero del Sur”, el “Segundo” o “Tercero del Medio” y el “Manso”.

Durante la gestión de Torcuato de Alvear como primer Intendente de la ciudad,

fueron cubiertos de empedrado la totalidad de los “Terceros”, y se eliminaron los

puentes que sobre esas canalizaciones existían en los cruces de las calles Florida

y Paraguay, Lavalle y Libertad, Chile y Perú.

Los Terceros

A pesar se haber sido cubiertos, los Terceros continúan provocando trastornos

en la ciudad: el Tercero del Medio o Zanjón del Matorral, por ejemplo, inundó

varias veces los subsuelos del Teatro Colón, y el Tercero del Norte o Arroyo

Manso, causa anegamientos los días de lluvia en Av. Libertador y Austria. Por

su parte, una derivación del Manso, conocida como Arroyo del Pilar en Recoleta,

trajo problemas a las bóvedas del cementerio y al estacionamiento subterráneo

de la Plaza Intendente Alvear.

Uno de estos túneles por donde pasan las aguas de los Terceros, en la actualidad

puede verse en el Zanjón de Granados, en los subsuelos del barrio de San Telmo. Plano de Buenos Aires en 1769, con la división eclesiástica de la ciudad en seis parroquias y los Terceros desaguando en el río. Se trata del primer plano que aparece con la nomenclatura de las calles.

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Plano publicado en 1822, dedicado a Bernardino Rivadavia. Reproducción de uno realizado en 1820. Al norte y al sur de la ciudad, aparecen los Terceros.

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Aunque de diferente magnitud, la situación crítica del saneamiento en Buenos

Aires hacia 1820 no distaba demasiado de la que entonces predominaba en

ciudades de Europa -como Londres- afectadas por el crecimiento de población,

las magras condiciones higiénicas, epidemias y otros efectos derivados de la

revolución industrial.

Durante el mandato de Martín Rodríguez, Gobernador de Buenos Aires entre

1820 y 1824, se iniciaron negociaciones para obtener un empréstito

destinado a la construcción de un puerto y a la provisión de aguas

corrientes para la Capital. Bernardino Rivadavia, entonces

su Ministro, propició la incorporación a la obra pública de

profesionales y técnicos extranjeros, acordes a su visión

cosmopolita y al nuevo modelo cultural europeo que luego

personalmente desarrollaría como Presidente (1826 - 1827).

En tiempos de creciente inestabilidad, la mayoría de los

trabajos elaborados por estos y otros profesionales del país no

llegaron a concretarse debido a las guerras internas y externas,

la escasez de recursos y las dificultades burocráticas. Entre los

extranjeros arribados, dos figuras tuvieron destacada participación

en proyectos vinculados a la obtención, purificación y distribución de agua: el

arquitecto e ingeniero civil e hidráulico inglés Santiago Bevans, y el ingeniero y

artista saboyano Carlos Enrique Pellegrini.

Santiago Bevans (n. 1771, Londres - m. 1832, Buenos Aires), había arribado a Buenos

Aires en 1822, y rápidamente elevó al gobierno un proyecto para el mejor

aprovechamiento de vertientes o manantiales de agua, junto con diversos

medios para evitar el mal sabor del agua salobre que era común en muchos

Santiago Bevans y Carlos Pellegrinipozos de la ciudad. El gobierno adquirió entonces a una firma inglesa cuarenta

y dos taladros y varillas de 600 pies de largo, y el 3 de diciembre del mismo año

facultó a Bevans para practicar una perforación en la antigua noria del convento

de la Recoleta. Su propósito era superar la primera vertiente y llegar hasta la

segunda napa de agua dulce. En enero de 1824 se comenzó a barrenar. Al cabo

de un año se había llegado a más de 55 metros de profundidad y se continuaba

extrayendo arena, situación que se prolongó hasta mediados de 1827,

cuando se abandonaron los trabajos.

El 12 de junio de 1826, una ley nacional dispuso construir en

la Plaza de Mayo una fuente monumental de bronce en

homenaje a la Revolución de Mayo, en reemplazo de la

conocida Pirámide. Al tanto de esta iniciativa, Bevans, a

cargo del Departamento de Ingenieros Hidráulicos, presentó

en abril de 1827 una original propuesta que amalgamaba

utilidad y ornato en un solo monumento, aprovechando su

altura para “…de allí conducir el agua a los diferentes puntos de

la ciudad; un monumento siendo un recuerdo a los otros siglos, debe

ser majestuoso y vistoso, y de tal construcción que desafíe a la mano

destructora del tiempo…y no haya motivo para de intentar su destrucción”.18

Bevans planeaba extraer el agua del río a través de una máquina hidráulica que

pudiera “…ser trabajada por caballos, o si el Gobierno prefiriese construir una rueda

a escala, pudiera ser trabajada por presidiarios sentenciados a las obras públicas…”.

El año siguiente, a raíz de una propuesta presentada a la Legislatura provincial de

levantar un monumento conmemorativo de la paz alcanzada con Brasil, Bevans

puso nuevamente a disposición de las autoridades su proyecto. Pero, al igual que

la primera vez, su trabajo no fue tenido en cuenta.

Retrato de Carlos E. Pellegrini, aparecido en “El Sud Americano”, 5 de diciembre de 1888.

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El ingeniero Carlos Pellegrini (n. 1787, Chambery - m. 1875, Buenos Aires) había

llegado en 1828 a Buenos Aires. Con la caída del gobernador Manuel

Dorrego, la convulsión política le hizo imposible llevar adelante los proyectos

encomendados (fortín, muelle y observatorio) y se le rescindió su contrato.

Decidió entonces realizar proyectos por su cuenta y en 1829 elaboró un

minucioso estudio para abastecer de agua potable a la ciudad a través de un

sistema de “aguas clarificadas”, a partir del aprovechamiento de las mareas

y crecientes del Río de la Plata y su recolección en un piletón excavado en la

tosca, bajo el nivel de la playa. De esta manera, el agua, luego de someterse

a un proceso de filtrado por capas de arena y sustancias clarificantes, se la

enviaba a otro depósito, desde donde seis bombas a vapor la elevaban hasta

un tanque de unos 162.000 litros, elevado a 26 metros del piso. Desde allí se

alimentaría una fuente con tres grifos, capaz de suministrar agua clarificada

a razón de cien aguateros por día, quienes ahorrarían tiempo y esfuerzo en

su trabajo, simplificando las operaciones de internarse y cargar agua en el río.

Nuevamente la inestabilidad política impidió que el Gobierno considerara la

construcción del establecimiento. No obstante, su propuesta será retomada

años más tarde.

En 1857, Pellegrini propuso la construcción de una toma de agua en un punto

del río, su clarificación y distribución a la ciudad a través de una red de caños

maestros a subdividir en ramales menores. La provisión no tendría límites de

horario ni de cantidad y su precio sería menor a la cobrada entonces por los

aguateros, comprometiéndose a tener, en diez años, extendida la red por

todas las calles del radio urbano, empedrado o no. Ante el resultado negativo

de la presentación, Pellegrini volvió a presentarse en febrero de 1860 con una

propuesta para instalar “un aparato hydráulico capaz de suministrar á la ciudad

de Buenos Ayres, el triple del agua del río que ahora consume su vecindario”.19 La

distribución por caños subterráneos se haría hasta tres fuentes ubicadas en las

plazas de Lorea, Monserrat y el Parque (hoy Lavalle) y desde allí se conduciría

a domicilios por un servicio de aguateros. Pero, aunque el Consejo de Obras

Públicas aceptó su proposición, el ingeniero irlandés John Coghlan, asesor

técnico del gobierno provincial desde 1858, la objetó expresando que, si bien

mejoraba las cosas, era “…ineficaz para una ciudad grande y rica como Buenos

Ayres y que debiera hallarse provista en mayor escala y con toda liberalidad” (1861).

Una opinión acorde a los nuevos tiempos de una urbe que superaba los 100 mil

habitantes y que, con la decisiva participación de este profesional, conocerá a

fines de la década su primer sistema de aguas corrientes.

Proyectos del ingeniero Carlos E. Pellegrini: un establecimiento de aguas clarificadas, con un depósito clarificador y un edificio de corte neoclásico, 1829. A la derecha: un corte de una calle de Buenos Aires con el nuevo sistema de desagüe propuesto por Pellegrini, junto con un esquema de una bocacalle empedrada.

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Continúan los proyectosNo eran tiempo de realizaciones, pero sí de permanentes propuestas que denotaban

el interés despertado por el tema en particulares interesados en impulsar un

sistema de aguas corrientes. Entre ellos, se encontraban extranjeros vinculados con

firmas europeas que comercializaban maquinarias y equipamiento indispensables

a dichos servicios. Básicamente, máquinas de vapor y conductos de hierro.

A pesar de las indefiniciones del Gobierno, vemos que en 1856 particulares como

Guillermo Bragge, intentó adquirir el proyecto de Pellegrini en $25.000; Edward

Taylor y Juan Baratta presentaban su propuesta, al igual que Guillermo Davies

hacía lo propio con la suya. Al año siguiente, se sumarían las presentaciones de

Fortunato Poucel, representando al Conde de Hozier; del ingeniero Pedro León

Bouillon, de París, y nuevamente del ingeniero Carlos Pellegrini, al que ya nos

referimos.

En 1861, la Comuna dictaba una ordenanza prohibiendo excavar pozos para

inodoros y sumideros de aguas servidas a menos de ocho metros de los pozos de

sacar agua. Esta distancia tampoco era demasiada garantía, en un suelo como el

loes pampeano, de naturaleza friable y esponjosa, pues a menudo ambos pozos

actuaban como vasos comunicantes. Al año siguiente, el municipio llamaba a

licitación para proveer de agua filtrada a la ciudad. El 31 de agosto se abrió la

licitación pública, anotándose seis empresas, pero nunca se adjudicó la obra.

El 3 de noviembre de 1865 la Legislatura de Buenos Aires dictó la ley orgánica de las

municipalidades, encomendando a éstas en su sección Higiene: “La desinfección del

aire y el agua y la propagación de la vacuna (…) Las precauciones para cortar las pestes,

etc., debiendo, en los casos que se requieran conocimientos científicos oír el dictamen

del Consejo de Higiene Pública.” La Municipalidad de la Capital, de acuerdo con el

nuevo régimen, se instaló

el 5 de febrero de 1867 y en

esa oportunidad el ministro

Avellaneda le recomendó muy

especialmente “el negocio de

dotar de agua a la ciudad.”

Frente a las epidemias que azotaban la ciudad, la Comuna dictó diversas normas

de higiene. En abril de 1868, por ejemplo, dicta una Ordenanza, prohibiendo

bañar en el río los caballos y carros “en los pozos que existen o que puedan abrirse

en adelante a consecuencia de la pérdida de buques u otras causas” y que los

carros que bajen por las calles Venezuela y Belgrano con tierra o escombros, los

echen en los mismos pozos. Con la llegada de las aguas corrientes, fue necesario

reglamentar con mayor precisión el área de trabajo de los aguateros en el río,

estableciéndose -en Julio de 1870- la prohibición de extraer agua desde la Boca

del Riachuelo hasta el establecimiento de provisión de agua filtrada en Recoleta.

A pesar de las epidemias y el largo período de desencuentros y conflictos internos

vividos por el país durante el primer medio siglo de vida independiente, la ciudad

continuaría su dinámica de expansión económica, fundamentalmente a través

de las rentas de su aduana y a la progresiva consolidación de su área productiva.

El volumen de exportaciones que salieron de Buenos Aires se duplicó entre 1800

y 1850, representando el 15 % del producto nacional e insinuando la potenciación

del modelo agroexportador que tendría como eje de desarrollo décadas más

tarde. En el mismo período, la ciudad había duplicado su población, llegando a

90.000 habitantes en 1855 y a 178.000 en el primer censo de 1869. La Gran Aldea

estaba gestando su gran despegue finisecular.

Buenos Aires desde la rada, 1856.

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Buenos Aires, en una vista a vuelo de pájaro, c. 1860.

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En enero de 1845 la firma “Bleunstein y la Roche” –

propietaria del molino “San Francisco”- realizó una

presentación a la Legislatura -en forma conjunta

con Carlos E. Pellegrini- para llevar adelante el

antiguo proyecto de aguas clarificadas que había

propuesto este ingeniero a inicios de 1829. El

molino, destinado a la molienda de cereales, se

encontraba en las calles Balcarce y Alsina (entonces

Potosí), a corta distancia de Plaza de Mayo. 20

Aunque la presentación no tuvo respuesta

alguna, Juan Bleunstein y Augusto La Roche no

se desanimaron y a mediados de 1849, durante

el gobierno de Juan Manuel de Rosas, llevaron

adelante la que podríamos considerar -aunque

impropiamente- la primera provisión de agua de la

ciudad.

Como vemos en el documento de enero de 1851 que se transcribe, el agua era

bombeada por conductos que se internaban una cuadra en el Río de la Plata

hasta el molino San Francisco, y allí, una vez clarificada, sería retirada por los

aguateros para ser vendida en la ciudad. Bleunstein y La Roche mencionaban al

gobernador que, a pesar del éxito obtenido en las pruebas, éstas por el momento

tendrían carácter experimental, pues para su prosecución eran necesarios

nuevos y mayores desembolsos.

El Molino San Francisco

Este óleo denominado “Buenos Ayres el año 1889”, nos permite ver con claridad la ubicación del viaducto ferroviario construido hacia 1864.Al fondo la Aduana y a la izquierda la fachada del Molino San Francisco.

Croquis del área central, con las vías entre la Aduana Taylor y la Casa de Gobierno, 1875.

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Vista desde la Aduana Taylor hacia el sur (a la altura de la Casa de Gobierno), de la zona del actual Paseo Colón, hacia 1867. En el paisaje emerge la figura del Molino San Francisco, con su chimenea de ladrillos.

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Historias del Agua en Buenos Aires El Mol ino San Francisco

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Don Juan Bleunstein y ¡Viva la Confederación Argentina! La Roche ¡Mueran los Salvajes Unitarios!

B. Ay. Enero de 1851 Año 42 de la Liberación 36 de la Independencia y 22 de la Confederación Argentina

Al Exmo. Sr. Gobernador y Capitán Gral. de la Provincia Brigadier Gral. Don Juan Manuel de Rosas

Señor

Después de año y medio de contracción asidua, y enormes desembolsos para conseguir mejorar el agua de consumo público por medio de una difícil y ardua filtración, la fortuna ha venido a coronar nuestras tareas, pudiendo ya ensayar el despacho de la referida agua que sin duda producirá los más saludables resultados a beneficio del público consumidor.

Por medio de aquella agua depurada de todo lo que a la vez puede perjudicar a la vida, la higiene pública, habrá recibido uno de los más importantes elementos.

Para llevar a su término la empresa hemos tenido que luchar contra la misma naturaleza; pues el temporal pasado destruyó por sus fundamentos cuanto se había preparado con los mayores sacrificios. Pero un contraste tan terrible no concluyó con la fuerza de espíritu que nos animaba para seguir adelante.

Nuevos desembolsos fueron necesarios para reparar aquella ruina; y alentados cada vez más, hemos merecido de la suerte levantar el agua a ciento diez pies de altura trayéndola por conductos seguros desde una cuadra de distancia adentro del río prometiéndonos adelantar esto mucho más según la experiencia lo enseñe.

Por ahora el límite de nuestra empresa será el de un mero ensayo, librándonos al tiempo y la práctica para su mejora y progreso. Sacrificios ulteriores se harán necesarios, como indispensables será el afrontarlos para no abandonar un trabajo de tanto tiempo y de tan graves desembolsos.

Nosotros contemplamos a nuestra empresa la más dichosa desde que ella se realiza bajo el ilustrado, feliz y hospitalario gobierno de V.E.; que tiene abiertas las puertas de la industria a todo aquel que quiera entrar por ellas para ejercitarlas con toda libertad sin distinción de persona ni de nación. En el interés público es un deber nuestro poner la referida empresa bajo los auspicios y protección de V.E., teniendo la más grata complacencia en elevar a su alto conocimiento el próximo expendio de aquella agua filtrada y purificada de que hasta ahora no se ha hecho uso en el consumo público.

El público que es el verdadero y mejor apreciador del mérito de todas las cosas, sabrá valorar la importancia de la esperada agua; y si merece su preferencia se habrán colmado nuestras aspiraciones y ardientes deseos.

Nos atrevemos a rogar a V. E. se digne admitir esta nuestra manifestación como una pequeña ofrenda de nuestro respeto y veneración hacia la persona de V.E. y de toda su honorable familia, y en particular de la sin ejemplo estimable hija de V.E., Señorita Da. Manuelita de Rosas.

Dios guarde a V.E. muchos años Exmo. Sr.

Juan Bleunstein yLa Roche 21

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En 1853, luego de Caseros, renovó su presentación el ingeniero Pellegrini

quien volvió a ofrecer -con Bleunstein y La Roche como fabricantes- otro

proyecto de abastecimiento de agua clarificada para la ciudad. Se proponía

una concesión por quince años de una porción de playa y toscas en la

bajada de la calle Balcarce para traer por cañerías subterráneas el líquido

desde el Río de la Plata hasta el molino San Francisco y desde allí a través

de conductos subterráneos se efectuaría la distribución a distintos barrios

de la ciudad.

Bartolomé Mitre apoyó el proyecto en la sesión legislativa del 12 de junio de 1854,

donde se dio sanción al mismo y se aceptaron las bases propuestas, expresando

entonces en su discurso: “Este proyecto es una muestra de la lentitud con que

marchan estos negocios en el país, y de los obstáculos que encuentran en el las mejoras

materiales. Hace un cuarto de siglo que el Sr. Pellegrini propuso surtir a la población

de agua potable, y la Comisión no ha trepidado en acordar el privilegio, puesto que se

ofrece agua más pura y menos cara”.22 Pero, al igual que décadas atrás, no eran tiempos

de definiciones y el Gobierno consideró la obra irrealizable y de costosa ejecución.

Otra vista hacia el sur de la ciudad y la zona de la ribera, el viaducto del Ferrocarril de Buenos Aires y Ensenada, y un lateral del Molino San Francisco, ca. 1880.

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Un grupo de argentinos, Jaime Llavallol, Mariano Miró, Manuel José de Guerrico,

Bernardo Larroudé, Norberto de la Riestra, Adolfo van Praet y Daniel Gowland, en

septiembre de 1853 constituyeron la “Sociedad del camino de hierro de Buenos Aires

al Oeste”, origen del Ferrocarril del Oeste. En enero del año siguiente obtuvieron

del Gobierno una concesión para construir un ramal de 24.000 varas de extensión

presentando la traza correspondiente a sus primeros 10 kilómetros de extensión,

que unía la Estación Parque -su cabecera, levantada en la manzana del actual

Teatro Colón- con las estaciones de Almagro, Caballito, Flores y Floresta.

Para la construcción de la línea, se contrató en 1854 en Gran Bretaña al ingeniero

Guillermo Bragge -el mismo que años después intentó comprar a Carlos E.

Pellegrini su proyecto de agua clarificada- junto con varios capataces y 160 obreros

especializados, que llegaron al país en febrero de 1855. Dos años más tarde, el 29

de agosto de 1857 se inauguró oficialmente el primer ferrocarril que circuló por

estas tierras, con un tendido que unía la Estación Parque con Floresta.

La introducción del ferrocarril, y junto con él la energía de vapor aplicada a este

medio de transporte, trajo consigo requerimientos nuevos. Este trasplante

tecnológico demandó “agua dulce” para las locomotoras a vapor, pues el agua

salobre de los pozos de la ciudad deterioraba sus cañerías.

Para lograr este cometido fue necesario internar una cañería en el Río de la

Plata en la zona de la Recoleta, que permitiera llevar el agua hasta la Estación

del Parque del Ferrocarril del Oeste. No poseemos información sobre el proceso

de purificación a que se la sometía, pero sabemos que efectivamente existió

pues este servicio, que en su origen fue exclusivamente del Ferrocarril del Oeste

para sus máquinas, se hizo extensivo en 1868 a un grupo de casas del barrio del

Temple, convirtiéndose en el primer servicio de agua corriente de la ciudad.

Agua potable para...locomotoras

Primera Estación Parque del Ferrocarril del Oeste, una construcción de madera con un pequeño edificio de pasajeros y un cobertizo lateral, 1864 .

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Vista posterior de la Terminal Parque del Ferrocarril del Oeste, habilitada en 1872. Ocupaba la actual manzana del Teatro Colón.

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La novedad europea

Hacia 1844, durante el gobierno de Juan Manuel de Rosas, habrían llegado de

Europa las primeras aguas minerales a nuestro país. Así lo anuncian distintos

avisos publicados por boticarios en “La Gaceta Mercantil”, que publicitan

sus virtudes medicinales. Las marcas entonces más difundidas de esta agua

gasificada (“agua mineral gaseosa acidulada”) eran Seltz, Sedlitz, Balaruc, Spa,

Vichy, entre otras, y su consumo se acercaba más al de una medicina que a un

producto de uso corriente, pues se recomendaban para combatir problemas

digestivos y también como eficaz diurético. En aquellos años se expendían en

boticas o farmacias, en donde –además de medicamentos- también podían

tomarse bebidas como naranjada, limonada, sorbete de vinagre con frambuesas,

horchata y otras. 23

Más allá de estas novedades limitadas a un reducido sector de la población, lo

corriente en aquellos años, y hasta comenzar a extenderse la primera red de

provisión allá por 1869, era el consumo del agua de río que vendían los aguateros.

Como ya señalamos, el recurso habitual para mejorar su pureza era depositarla

en tinajas para facilitar su decantación y luego filtrarla en recipientes de

piedra, tal como se venía practicando desde la Colonia. Este proceso de filtrado

artesanal y doméstico también tuvo variantes, acordes al incipiente proceso de

europeización que experimentaba la ciudad durante la segunda mitad del siglo

XIX. Una de ellas, costosa y limitada en su difusión como la citada agua mineral,

fue la utilización de filtros de carbón importados, que también eran vendidos

por los boticarios.

Llegan los filtros y las aguas minerales

Publicidades de agua mineral importada “Krondorf” en 1908.

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A fines de 1866, cuando arreciaba una epidemia de cólera, se lee en un aviso de “La

Tribuna”: “Los célebres filtros de carbón que hoy ofrecemos al público, son ya muy

conocidos y de uso general en Europa, en donde han prestado y siguen prestando

grandes servicios, sobre todo en los pueblos que carecen de aguas corrientes y

potables como en esta ciudad. Comprendiendo pues, la gran necesidad que hay en

esta de proporcionarse agua limpia y buena, hemos introducido y queremos hacer

conocer los afamados filtros de Buckring; en la inteligencia que creemos prestar

un verdadero servicio al país en las actuales circunstancias, máxime cuando se

cree con sobrada razón que están envenenadas las aguas de nuestros ríos…Los

filtros clarificadores de Buckring están compuestos únicamente de carbón de leña,

corcho, vidrio y goma galvanizada, sustancias todas que nunca están expuestas a

la putrefacción.” 24

Variedad de filtros -importados y nacionales- de terracota vitrificada de uso domiciliario, de fines de siglo XIX y principios del XX. Derecha: Sifón francés, para preparar agua de Seltz artificial.

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Las EpidemiasDurante la segunda mitad del siglo XIX se produjeron en Buenos Aires las

mayores, más prolongadas y mortíferas epidemias de toda su historia. A pesar

de que la viruela -luego de su aparición en 1852- estaba controlada, no sucedía

lo mismo con el sarampión, la escarlatina, la disentería, el coqueluche, la fiebre

tifoidea y demás enfermedades contagiosas.

En la década de 1860 hubo dos brotes de cólera en Buenos Aires, uno en 1867 y el

otro en 1868, que dejaron centenares de víctimas.

La llegada de la fiebre amarilla en 1871 produce en Buenos Aires una verdadera

hecatombe sanitaria. La epidemia mató al 8% de los porteños, paralizó la ciudad,

hundió algunos barrios e hizo surgir otros, clausuró el cementerio del Sur y

engendró el de Chacarita. El Ferrocarril del Oeste había tendido una línea de

emergencia a lo largo de la actual Av. Corrientes, con cabecera en esta avenida y

Pueyrredón, habilitando un convoy que transportaba solamente féretros, en dos

viajes diarios.

La velocidad del fenómeno superó a todos, pues la falta de prevención y el

crecimiento de la población por la inmigración sobrepasaron las precarias medidas

sanitarias de los gobernantes, que actuaron sin la coordinación ni la premura que

exigía la gravedad del caso. Sin energía ni unidad de acción, los gobiernos -nacional,

provincial y municipal conviviendo en la ciudad- fueron débiles y contemplativos,

acuciados a su vez por la inestabilidad política, las guerras internas y externas.

Llegando a 1900 el flagelo de las epidemias se encontraba controlado, y en ello

tuvieron un papel primordial los adelantos de la medicina, la institucionalización

pública de la higiene en general y el avance del saneamiento y la provisión de

aguas corrientes hacia sectores cada vez más amplios de la ciudad.

“Un episodio de la fiebre amarilla en Buenos Aires”, pintura de Juan Manuel Blanes, 1871.

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Autoridades combatiendo las epidemias, en una caricatura de “Caras y Caretas”. Detrás, pisando sus pasos, la figura de la Muerte, 1899. Arriba: inhumadores en el Cementerio del Oeste, c. 1900.

La Chacarita

Porque la entraña del cementerio del surfue saciada por la fiebre amarilla hasta decir basta;

porque los conventillos hondos del surmandaron muerte sobre la cara de Buenos Aires

y porque Buenos Aires no pudo mirar esa muerte,a paladas te abrieron

en la punta perdida del oeste,detrás de las tormentas de tierra

y del barrial pesado y primitivo que hizo a los cuarteadores.Allí no había más que el mundo

y las costumbres de las estrellas sobre unas chacras,y el tren salía de un galón en Bermejo

con los olvidos de la muerte:muertos de barba derrumbada y ojos en vela,

muertas de carne desalmada y sin magia.(…)

Chacarita:desaguadero de esa patria de Buenos Aires, cuesta final,

barrio que sobrevives a los otros, que sobremueres,lazareto que estás en esta muerte no en la otra vida,

he oído tu palabra de caducidad y no creo en ella,porque tu misma convicción de angustia es acto de vida

y porque la plenitud de una sola rosa es más que tus mármoles.

Jorge Luis Borges 25

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Historias del Agua en Buenos Aires Las Epidemias

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Los conventillos y las epidemias

Otro testimonio de interés lo ofrece alguien que conoció de cerca los conventillos, el gremialista Adrián Patroni (1898): “Imaginaos un terreno de 10 a 15 metros de frente (los hay que sólo tienen de 6 a 8) por 50 a 60 de fondo; algo que se asemeja a un edificio, por su parte exterior, o casa de miserable aspecto: generalmente un zaguán cuyas paredes no pueden ser más mugrientas, al final del cual una pared de dos metros de altura impide que el transeúnte se aperciba de las delicias del interior. Franquead el zaguán, y veréis dos largas filas de habitaciones, en el centro de aquel patio cruzado por sogas en todas direcciones, una mugrienta escalera de madera pone en comunicación con la parte alta del edificio. El conjunto de piezas, más bien que asemejarse a habitaciones, cualquiera diría que son palomares; al lado de la puerta de cada cuarto, amontonados en completo desorden, cajones que hacen las veces de cocina, tinas de lavar, receptáculos de basuras, en fin, todos los enseres indispensables de una familia, que por lo reducido de la habitación forzosamente tienen que quedar a la intemperie (…) Pocos son los conventillos donde se alberguen menos de ciento cincuenta personas. Todos son, a su vez, focos de infección, verdaderos infiernos, pues el ejército de chiquillos en eterna algarabía no cesan en su gritería, mientras los más pequeñuelos, semidesnudos y harapientos, cruzan gateando por el patio recogiendo y llevando a sus bocas cuanto residuo hallan a mano; los mayorcitos saltan, gritan y brincan, produciendo desde las 7 de la mañana hasta las 9 de la noche un bullicio insoportable”. 26

La fiebre amarilla

“En el período álgido de la epidemia, era lúgubre y aterrante el aspecto de la ciudad, y en los barrios donde hacía sentir, caían familias enteras al soplo de aquel veneno exterminador. Los ataúdes se sacaban a las puertas de calle y se apilaban de tres en tres para esperar los carros conductores a los cementerios. Desde las cuatro de la tarde las casas de familia y de negocio empezaban a cerrarse, y los vecinos ya no transitaban por las calles, dándole así a la población el verdadero aspecto de una ciudad infectada. Sentíase el rodar de los carros fúnebres y el grito, desapacible y tétrico de los conductores. Llegaba la noche, los faroles se encendían mal y una bruma constante los envolvía. De trecho en trecho, la luz incierta de una casa, se proyectaba en las aceras, denunciando la existencia de una botica, únicos establecimientos que se mantenían abiertos. Después, el silencio conmovedor de las necrópolis, se acentuaba en este recinto de la muerte. Los ya escasos moradores despertaban un día y otro, viendo la guadaña de la parca suspendida sobre todas sus cabezas; y esta población se aterraba cada día más, leyendo en los diarios la lista de los muertos (…)Tanto al Sur como al Norte, rebalsaron los terceros; cuadras enteras de casas llenáronse de agua y muchas familias fueron salvadas por los fondos de sus propiedades, no siendo posible pasar a las veredas convertidas en ríos. Así es, que tanto para facilitar la salida de las aguas como para sanear la ciudad, se proyectó y se emprendieron por el Gobierno de la Provincia, las llamadas Obras de Salubridad.Como principio de saneamiento e higiene, se estableció el servicio de aguas filtradas del Río de la Plata, a fin de clausurar los pozos de balde, de cuya agua se servía el pueblo, lo que era nocivo en alto grado a la salud de las personas, tanto o más que el agua recogida por los aguadores en las orillas del río, y vendida para los usos domésticos más delicados.” 27

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Escena de la vida en un conventillo, c. 1900 - 1905.

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Al hablar sobre las lavanderas y su trabajo en la ribera del Río de la Plata, nos

referimos al auge y ocaso de una actividad surgida en tiempos de la Colonia y

que a fines del siglo XIX fue desapareciendo junto con otros personajes como el

carretillero, el aguatero y los bañistas.

Ya en 1868, el Municipio había sancionado una ordenanza que

prohibía el lavado en el río desde Casa Amarilla hasta el Arroyo

Maldonado, bajo pena de una multa de 200 pesos o dos

días de arresto, prohibición que se hizo más estricta

aún en 1872 a partir de un pedido del Establecimiento

Potabilizador de Recoleta para limitar dicha

actividad.

Con la progresiva difusión de la red, las iniciativas

para construir en Buenos Aires lavaderos modelos

como los que existían en Londres, París y otras

capitales europeas, comenzaron a tomar cuerpo y

alteraron la rutina de las lavanderas sobre la ribera.

Antes de inaugurarse las obras de salubridad, hacia 1866 ya existían

empresarios que instalaban lavaderos con máquinas de lavar y planchar, sobre el

Paseo de Julio (hoy L. N. Alem). Considerados verdaderos alardes de modernidad en la

Gran Aldea, se ocupaban del lavado y planchado de ropa para familias, hoteles y otros

establecimientos públicos. Tanto éstos como otros que les siguieron, se comprometían

a eliminar manchas de todo tipo y a dejar las prendas con su aspecto de origen.

En 1887 el Municipio autorizó a Juan Plá a construir y explotar lavaderos y

baños públicos en cada una de las secciones de la ciudad. Una vez entregados

al servicio público los seis lavaderos que había propuesto construir “…quedará

suprimido en la sección en que están establecidos el lavado en la ribera, casas de

inquilinato y conventillos y clausurados igualmente los lavaderos que no llenaran

las disposiciones del presente contrato”. 28

Uno de los locales, inaugurado en 1889 con la presencia del Intendente

Francisco Seeber, estaba conformado por un gran salón, a modo de

espacio común de lavado, iluminado por luz eléctrica, donde

desarrollaban su trabajo las lavanderas. Tenía capacidad

para 600 personas y habitualmente cada trabajadora

lavaba unas 6 docenas de ropas. Al ingreso, las prendas

pasaban por una cámara de desinfección a vapor,

y luego a las piletas de agua caliente donde las

lavanderas hacían un enjabonado manual ayudadas

por tablas de lavar acanaladas. Una vez enjuagada,

la ropa se introducía en unos aparatos de presión

que extraían la mayor cantidad de líquido posible.

Las piezas húmedas se sujetaban frente a secadores a

vapor o ventiladores.

Ante el fracaso de este y otros establecimientos, el Municipio decidió

organizar su propio servicio de lavaderos, siempre con la idea de erradicar para

siempre el lavado en la ribera y en los conventillos que, hacia 1890, todavía seguía en

práctica. Promediando 1895 había cuatro lavaderos municipales, dos al norte y dos al

sur de la ciudad, donde concurrían anualmente más de 53.000 lavanderas, a pesar

de las quejas que motivaban el mal estado de estos establecimientos. Su número

irá aumentando, pero a medida que comienza el nuevo siglo su servicio fue siendo

reemplazado por el de empresas privadas de limpieza que contaban con mejores

instalaciones.

Los Lavaderos

El trabajo de las lavanderas en un secadero de ropa, c. 1890.

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Lavaderos públicos en plena labor. Las negras, que en la primera mitad del siglo XIX eran mayoría en esta tarea sobre la ribera, serán reemplazadas por el variado panorama étnico de la inmigración finisecular, s/f.

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La Casa de Bombas de Recoleta

Finalizando la década de 1860, una serie de factores concurrentes permitieron

a la ciudad superar medio siglo de proyectos e intentos fallidos y contar con

sus primeras instalaciones de aguas corrientes. El perímetro de la ciudad se

había extendido desde el arroyo Maldonado hasta el Riachuelo y desde el Río

de la Plata hasta la Av. Pueyrredón, y su población había superado los 170.000

habitantes. Como contraparte, su organización sanitaria continuaba siendo tan

endeble como cuando tenía la tercera parte de esta población. El agua del río y

de los aljibes era muy nociva para el consumo humano y había afectado la salud

pública, sobre todo en verano, cuando se elevaban los índices de mortalidad.

Esta situación se hizo más acuciante cuando comenzaron a cobrar intensidad

las epidemias, especialmente las de cólera y fiebre amarilla.

Todavía bajo los efectos de la reciente epidemia de cólera, el Gobierno provincial

decidió encarar en 1867 el plan concebido años antes por el ingeniero John

Coghlan, a quien debe la ciudad el proyecto de instalación de su primer sistema

de aguas corrientes. Años antes de este trabajo para el gobierno provincial,

Coghlan había presentado al Municipio (1862) una propuesta de provisión de

aguas corrientes, que será la base de su futuro proyecto.

Para encarar dicha tarea, el Gobierno creó la primera Comisión de Obras de

Salubridad encargada de la instalación de las Aguas Corrientes, presidida por

Emilio Castro, y como Director Técnico el propio ingeniero Coghlan. El 24 de

diciembre de 1867 se dictó la ley que aprobaba las obras de salubridad y dos días

después partía hacia Inglaterra un ingeniero para adquirir todas las maquinarias

y los aparatos para tender doce millas de cañerías.

Las primeras Aguas Corrientes

Medalla conmemorativa de la inauguración de las obras de salubridad.Arriba: La primera Casa de Bombas de Buenos Aires, ubicada en el bajo de la Recoleta, 1869.

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Plano presentado por el ingeniero John Coghlan al Municipio en mayo de 1862, con el área a abastecer por el sistema de provisión de agua. Será la base del sistema que se inauguró en 1869.

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Historias del Agua en Buenos Aires Las pr imeras Aguas Corr ientes

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Los trabajos fueron solemnemente

inaugurados el 20 de septiembre

de 1868, y en la colocación de la

piedra fundamental el presidente

de la Nación, Domingo F. Sarmiento,

pronunció un discurso que se refería

al flagelo del cólera en los siguientes

términos: “Si reaparece no culpemos

de ello a la Providencia creyendo que

gobierna mal su mundo (…) Si hace

estragos culpémonos a nosotros,

por nuestra imprevisión e indolencia

(…) El cólera como la guerra, entra

hoy en el mecanismo social, como

correctivo de nuestros propios

errores y vicios (…) Habrá cólera

donde quiera que haya desaseo, desnutrición y miseria (…) Demos agua corriente

al pueblo, luz a las ciudades, templos al culto, leyes a la sociedad, constitución a

la nación. Todo es necesario y excelente, pero si no damos educación al pueblo,

abundante, a manos llenas, la guerra civil devorará al Estado, el cólera diezmará

cada año a las poblaciones, porque la guerra civil y el cólera son la justicia de Dios

que castiga los pecados de los pueblos”. 29

Se esperaba concluirlas en diciembre de 1868, pero no pudo ser. El arribo

al país de determinados elementos se retardó más de lo previsto y recién

el 4 de abril de 1869, fue posible brindar al público el servicio de las aguas

corrientes. La inauguración oficial del sistema de agua corriente filtrada

tuvo lugar el siguiente 25 de

Mayo, coincidiendo con los actos

celebratorios de la fiesta patria.

Emilio Castro, ahora gobernador

de la Provincia, presidió el acto,

en compañía del vicepresidente

de la Nación, Dr. Adolfo Alsina.

Días antes, cuando asumió el cargo

de gobernador, había expresado

ante la Legislatura: “El gobierno

anterior sabiamente dispuso,

con los pocos recursos que pudo

disponer, el establecimiento de la

base de la gran obra de las aguas

corrientes y esta obra, terminada

en la extensión que se proyectó,

necesita empeñosamente que le prestéis vuestra atención para completarla en

una extensión mayor y con el establecimiento de los desagües de la ciudad.” 30

Se libraba al servicio una longitud de cerca de 20.000 metros de cañerías

conductoras de agua filtrada que no alcanzaba a servir al 8% de la población, pero

ya se había dado el primer golpe fundamental a las enfermedades hídricas.

Aquel primitivo sistema, se iniciaba en el Bajo de la Recoleta, frente a la quinta

de Samuel Hale. Dos caños de hierro fundido se internaban 600 m en el río,

captando y transportando el agua que, una vez purificada, era enviada por

Acuarela de la Casa de Bombas proyectada por John Coghlan, original s/f .

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Plano de la ciudad con el proyecto de cloacas y desagües propuesto por el ingeniero John Coghlan, 1869.

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Historias del Agua en Buenos Aires Las pr imeras Aguas Corr ientes

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máquinas de impulsión a la

red de provisión de la ciudad.

La Casa de Bombas contaba

con dos máquinas a vapor de

140 caballos cada una. Una de ellas

llevaba el agua desde el río hasta los

depósitos de asiento y la otra desde el pozo

de agua filtrada hasta la red de distribución. Era una

entrega limitada: comenzaba a las 7 de la mañana y se extendía

hasta las 14 horas. Es que los contratistas ingleses no habían provisto a tiempo

los materiales para terminar la erección de la torre tanque de la Plaza Lorea.

Cuarenta años atrás, similares filtros lentos a los instalados en Buenos Aires

habían sido construidos en Londres (1829). La pequeña planta de Recoleta

precedió en tres años a la habilitación de elementos semejantes en la ciudad

de Nueva York.

Interior de la Casa de Bombas y actual museo, ubicado en la Planta Potabilizadora General San Martín de AySA.

La administración del servicio

estuvo a cargo de la Comisión

de Aguas Corrientes, Cloacas

y Adoquinado, dependiente

del gobierno provincial. Hasta

la promulgación de la ley que

facultaba a esta Comisión (1870), el servicio

fue administrado por el Ferrocarril del Oeste,

importante usuario y fuerte accionista del sistema.

Esta construcción fundacional y la planta potabilizadora que fue creciendo

en los terrenos circundantes, en Recoleta funcionaron hasta 1928, cuando

fue desafectada y reemplazada por la Planta Potabilizadora de Palermo y sus

edificios comenzaron a ser demolidos, incluyendo la histórica Casa de Bombas

proyectada por Coghlan .31 En su homenaje, Obras Sanitarias de la Nación, hacia

1933 construyó una réplica en su Planta de Palermo, trasladando a ésta las

maquinarias e instalaciones originales.

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Réplica de la histórica Casa de Bombas de Recoleta, hoy museo, ubicado en la Planta Potabilizadora General San Martín de AySA.

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Dentro de los 21 artículos que componen el primer Reglamento para la Provisión

de Agua a la ciudad de Buenos Aires, redactado por la Comisión de Obras de

Salubridad y editado en 1869, existen algunas disposiciones curiosas, propias

de aquel momento de transición entre las nuevas aguas corrientes y la ya

prolongada presencia del aguatero. A su vez, se imponían severas multas a

quienes afectasen la calidad del agua, facilitaran su derrame, o bien pudieran

deteriorar los surtidores públicos.

Art. 2.- (…) La colocación de caños no podrá hacerse a través de albañales,

resumideros, letrinas u otros puntos, que puedan dar lugar a deterioro de los caños,

derrames o infiltraciones de gases malsanos donde no puedan ser percibidas; sino

en las condiciones que establezca el agente de la Comisión y siempre amparando

el caño conductor de agua con tubos o cajas especiales (…).

Art. 8°.- Todo habitante tiene derecho a tomar gratis de los surtidores públicos con

baldes, canecas, etc., el agua que necesite para el consumo doméstico.

Art. 10.- Todo aguatero o vendedor de agua que la tomase de los surtidores sin

tener permiso de la Comisión y la constancia de haber pagado su cuota mensual,

pagará por cada vez una multa igual a la mensualidad que le correspondería.

Art. 13.- Toda persona que se bañe en los depósitos o filtros de provisión, que

haga entrar en ellos perros u otros animales o que arroje cualquiera sustancia

o materia, o cometa cualquier acto que deteriore la calidad del agua y estorbe el

abastecimiento de la misma será multada en una suma no menor de 100 pesos ni

mayor de 1.000 sin perjuicio de la acción criminal que resultare contra ella.

El primer Reglamento para la Provisión de Agua

Art. 17.- El consumidor de agua que no dé aviso de derrame por mal estado de algún

caño, llave, medidor, etc., para verificar su reparación, pagará una multa de 100 pesos

moneda corriente por cada caño, llave, válvula, etc., que dé lugar a ese desperdicio.

Tarifa para el Servicio Pago Mensual

- Domicilios particulares, el 3% sobre el alquiler.- Hoteles, Cafés, Restaurantes, Casas de Baños: Según convenio o por medidor.- Caballerizas $15 por pesebre- Cocherías $20 por carruaje- Panaderías $40 por horno- Herrerías $50 por fragua- Tiendas, mercerías, barberías, droguerías, boticas, zapaterías, de toda clase por mayor y menor de demás industrias no especificadas pagarán:$70 siendo el alquiler de $4.000 arriba$55 siendo el alquiler de $2.500 a 4.000$40 siendo el alquiler de $1.000 a 2.500$30 siendo el alquiles de $1.000 abajo

- Fábricas, bancos, bolsa de Comercio, estaciones de ferrocarril, mercados, clubs, edificios especiales, institutos, imprentas, almacenes de Aduana, máquinas a vapor: Según convenio.- Aguateros $300 cada uno- Llaves de incendio particulares $20 cada uno- Jardines, de una superficie de menos de 500 varas cuadradas: $10De 500 a 1.000 varas $20Arriba de 1.000 varas, por mil $15Arriba de 1.000 varas, por mil $12

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El primer Reglamento para la Provisión de Agua

Un aguatero al pie de un surtidor de agua. Los bueyes han cedido paso al caballo y los herrajes de hierro reemplazaron a las antiguas uniones de madera, s/f.

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Las máquinas a vapor de la primera Casa de Bombas que tuvo Buenos Aires,

proyectada por el ingeniero John Coghlan, además de impulsar el agua

purificada a una red que abarcaba cerca de 177 cuadras, también lo hacía a

un depósito elevado de la Plaza Lorea (extremo Oeste de la actual

Plaza de los Dos Congresos). Las cañerías que partían de

Recoleta tenían más de 20 kilómetros de longitud

y en su recorrido se habían instalado surtidores

públicos cada cuatro cuadras, además de existir

también en hospitales y edificios públicos.

Durante su año inaugural (1869) el servicio

de agua filtrada que suministraba

Recoleta fue muy irregular, debido en

gran medida al retraso del arribo de

las piezas del depósito que había sido

adquirido en Gran Bretaña. El tanque,

habilitado hacia 1871, era totalmente de

hierro fundido y tenía 43 metros de alto,

con una capacidad de 487 metros cúbicos,

sostenido por 7 pilares y recorrido en su parte

central por una escalera de caracol.

Este depósito actuaba, en realidad, como un regulador

del sistema. Así explicaba Eduardo Wilde su funcionamiento:

“Muchos creen, estoy seguro, que el agua que se recogía por medio de las

bombas (…) iba primero al depósito de plaza Lorea, que subía por uno de los tubos

El Tanque de Plaza Loreadel mismo y bajaba enseguida por el otro; estoy seguro que esta es la creencia

general; la creencia es errónea. Uno de esos tubos prestaba solamente el servicio de

dar salida al agua en los casos de que el depósito se llenase demasiado, evitándose

así el desborde del agua en la plaza. El depósito no se llena sino

cuando están llenos, repletos completamente, todos los tubos

de las casas particulares, de los edificios públicos, toda la

cañería de distribución, en fin. El depósito de la plaza

Lorea viene a ser en realidad, un verdadero tubo de

seguridad (…) El tanque es un divertículo, diré así,

de la red de conductos, un sitio donde va el agua

cuando ya no cabe en dicha red.” 32

Su funcionamiento distaba de garantizar

condiciones de limpieza y su capacidad era

superada en las horas de máximo consumo,

principalmente debido al abuso de los

vecinos, a pesar de las multas y prohibiciones

establecidas.

Su desafectación llegará con la habilitación

de un gran depósito distribuidor acorde con la

magnitud del Buenos Aires finisecular, el Palacio de

Aguas Corrientes, inaugurado en 1894 y parte indispensable

del proyecto sanitario del Radio Antiguo, concebido por el estudio

Bateman, Parsons & Bateman, como seguidamente veremos.

Panorama del Tanque de Plaza Lorea hacia 1872, con su casilla de vigilancia y reja ornamental perimetral.

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Plano de la Plaza Lorea, con un esquema del jardín que tenía el Tanque en su parte inferior y la

forestación circundante .

El Tanque de Plaza Lorea a fines de siglo XIX. A la derecha, el frente del antiguo “Mercado Modelo”. La Plaza aún no se encuentra dividida por el trazado de la Avenida de Mayo. S/f.

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El Plan Bateman para el Radio Antiguo

Promediando 1870, a poco de ser inaugurada, la Casa de Bombas de Recoleta y la

pequeña red habilitada se mostró insuficiente para las demandas de una ciudad

que nuevamente era sacudida por la aparición de la fiebre amarilla. Hasta abril

de 1871 las víctimas por esta epidemia habían llegado a unas 14.000, sobre una

población estimada de 195.000 habitantes. El rebrote de este flagelo se atribuyó

a la excepcional cantidad de agua caída durante 1869 - 1870, que superaba en un

300 % a la media anual.

Piénsese el efecto de tales precipitaciones sobre los terceros que atravesaban

la ciudad, los anegamientos y pantanos en las calles y la proliferación de

pozos negros, y se tendrá un marco de la grave situación sanitaria en el radio

urbano, particularmente en los terrenos inundables de Palermo, la Recoleta y

las inmediaciones del Riachuelo. Un informe del entonces Director de las Obras

de Salubridad expresaba al respecto: “Se ha supuesto que la fiebre amarilla fue

efecto de las aguas que invadieron las casas habiendo hecho subir desde los pozos

vaciaderos las materias corrompidas que allí existían esparciéndolas sobre los

patios y habitaciones (…)Los gérmenes dañosos así esparcidos por la atmósfera

no tardaron en tener fruto cuando llegó el verano, creando un estado sanitario

propicio para la peste que más tarde vino a desolar la ciudad”. 33

Frente a este estado de cosas, el Gobierno decidió encarar un programa de acción

que permitiera ampliar las instalaciones de Recoleta y, sobretodo, emprender

las obras de desagües cloacales, que ya estaban comprendidas en la ley de

septiembre de 1870, pero sobre las que no se había avanzado.

La Planta Potabilizadora de Recoleta

Invitación a la inauguración de las obras de “Drenaje, Cloacas, Aguas Corrientes y Adoquinado de la Ciudad”, que tuvo lugar el 15 de Mayo de 1874 en la Planta Potabilizadora de Recoleta.

Banderín de seda del día inaugural. Derecha: anverso de la medalla que se entregaba al personal con 30 años de servicio, en conmemoración del Día de Obras Sanitarias de la Nación.

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67

La Planta Potabilizadora de Recoleta

Vista aérea de la Planta Recoleta en 1928, el año de su desafectación y reemplazo por la Planta de Palermo. Nótese la extensión del establecimiento, que entonces llegaba a las 30 hectáreas.

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Historias del Agua en Buenos Aires La Planta Potabi l izadora de Recoleta

68

En diciembre de 1870 había llegado a Buenos Aires John Frederick La Trobe

Bateman, ingeniero hidráulico inglés de reconocida trayectoria dentro y fuera

de Inglaterra, para proyectar un puerto. El Gobierno, a través de la Comisión de

Aguas Corrientes, Cloacas y Adoquinado le encomendará el proyecto

completo de provisión de agua, desagües cloacales y

pluviales y el empedrado para la ciudad, proyecto que

se conoció como “Obras del Radio Antiguo”.

En noviembre de 1872, el Gobierno aceptó

el proyecto elaborado por el estudio

Bateman, Parsons & Bateman y procedió

a invertir importantes sumas en la

adquisición de mayores extensiones en

Recoleta, nuevas maquinarias, materiales

y equipos en general.

La piedra fundamental de esta Planta

-un conjunto industrial de escala inusitada

para aquella zona de la ciudad- se colocó el 15

de mayo de 1874. Al pie de la barranca se levantó

un gran galpón de madera con mesas para unos

mil invitados, labrándose un acta que fue suscripta por el

gobernador de la provincia, Mariano Acosta, miembros de la Comisión

de Salubridad y otros funcionarios.

Con el Plan Bateman la Planta de Recoleta comienza un sostenido crecimiento,

construyéndose una casa de máquinas de mayor envergadura, filtros más

modernos, un muelle para la descarga del carbón necesario para las maquinarias,

talleres, depósitos, etc., llegando a superar el conjunto las 24 hectáreas.

El proyecto de Bateman, nombrado Director de las obras de salubridad de

la Capital, preveía provisión de agua para 400.000 habitantes, a

razón de 182 litros diarios por persona. El agua era llevada

por un conducto subterráneo que partía de un Túnel

de Toma situado a 800 metros de la ribera, frente

al pueblo de Belgrano, hasta la Planta donde

llegaba a depósitos de asiento en los que se

alojaban las materias en suspensión, para

luego pasar a los filtros debajo de los cuales

se asentaba una cámara de reserva. Desde

allí era distribuida a la ciudad por medio de

máquinas impelentes. La cañería principal

se proyectó desde Recoleta hasta la manzana

donde se levantaría el Gran Depósito de Av.

Córdoba. En las obras trabajaron unas 7.000

personas y sufrieron muchos altibajos en su

desarrollo, llegando a paralizarse durante algunos años.

A medida que la población iba en aumento, la Planta fue creciendo,

se ampliaron sus salas de máquinas y se incorporaron nuevas técnicas

de potabilización. El ritmo de crecimiento que tendrá la urbe en las décadas

subsiguientes, edilicio y demográfico, superará con creces las previsiones del

ingeniero inglés. Ya en 1887 habitaban la ciudad 440.000 personas y el servicio

abastecía sólo al 10% de la población.

Depósitos de asiento en construcción, c. 1875.

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La Planta de Recoleta en plena construcción, c. 1875.

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Historias del Agua en Buenos Aires La Planta Potabi l izadora de Recoleta

70

En 1905, con un área de 2.593 hectáreas y 700.000 habitantes provistos con

agua corriente, la ciudad llegaba a su primer millón de habitantes. Recoleta en

esos años ocupaba 30 hectáreas y cada vez se hacía más necesario contar con

una planta purificadora de mayor magnitud. En esos años, en la Planta no sólo

se purificaba el agua, había talleres de fundición, carpinterías, depósitos para

carbón, arcilla y cemento, cocheras y demás construcciones que le otorgaban

un marcado carácter industrial.

La solución llegará con el Plan que el Ing. Agustín González elaboró en 1906

que resuelve -ante la imposibilidad de ampliar las instalaciones- desafectarla

y concentrar la potabilización en un nuevo establecimiento en Palermo, como

efectivamente aconteció en octubre de 1928.

La Municipalidad tomó entonces posesión de los terrenos a fin de ampliar

el Paseo de la Recoleta, introduciendo jardines y espejos de agua. El

establecimiento fue demolido y la Casa de Máquinas será reformada por el

arquitecto Alejandro Bustillo para instalar el actual Museo Nacional de Bellas

Artes, inaugurado el 23 de mayo de 1933.

Esta Casa de Máquinas se había construido en diversas etapas; una primera

casa se comenzó en 1874 y se habilitó diez años después. En 1890 se construyó

una segunda casa, inmediata a la primera, con igual número de motores y de

bombas. Estas sucesivas ampliaciones y adiciones le fueron dando el aspecto

-y la prolija simetría- que lucía hacia 1931.

Una vista de la Planta Recoleta desde la Av. Alvear, a fines del siglo XIX .

En primer plano la Casa de Bombas de 1869, más atrás la correspondiente al proyecto del estudio Bateman, Parsons & Bateman.

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La Casa de Bombas de la Planta Recoleta a principios de siglo XX, con la segunda casa anexa -de igual capacidad- construida hacia 1890.

Vista de los filtros y la casa de bombas construida en una primera etapa, entre 1874 y 1884.

Talleres de fundición en la Planta Recoleta, década de 1920.

Fundición de piezas en los talleres de Recoleta hacia 1920.

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El comienzo del sistema

Una presencia histórica en el paisaje ribereño sobre la

Costanera Norte fueron y son las torres de toma en el

Río de la Plata, encargadas de captar el agua hacia

las plantas donde era potabilizada para su posterior

distribución y consumo. Estos oscuros mojones de

piedra y cemento fueron variando su ubicación, en

su origen más próxima a la ribera.

La captación de agua desde el río que formaba parte

del primer sistema de aguas corrientes de la ciudad

proyectado por el ingeniero John Coghlan, no contó,

entonces, con una torre de toma. Sólo eran caños de hierro que

partían de la Planta de Recoleta internándose en el estuario. Con

la ampliación de esta Planta planteada por el estudio Bateman,

Parsons & Bateman en su proyecto del Radio Antiguo (1872),

nació la primera torre de toma, que se ubicó a 800 metros

de la ribera frente al pueblo de Belgrano. Su construcción

se inició en 1876 y se trataba de un cilindro de tres

metros de diámetro interior, ubicado por sobre 2.60

metros del nivel máximo de crecidas. Dentro del

cilindro se cavó un pozo a más de 10 metros bajo

el lecho del río. Por fuera, la torre presentaba en sus

cuatro caras formas neoclásicas, con almohadillados

y cornisamento perimetral superior.

La Torre de Toma

Al construirse la Planta Potabilizadora en Palermo, frente a

ella se construyó una nueva torre, de forma hexagonal,

de mampostería hidráulica, con una capacidad para

1.600.000 m3 diarios, de la que partía un túnel de

toma de tres metros de diámetro y 1.245 metros de

largo, 1.000 de ellos bajo el río (c. 1912).

Durante 1972-73, se ejecutará una nueva torre de

toma a 1.500 metros de la Planta de Palermo, que hoy

se encuentra en funcionamiento. De esta extensión,

1.100 metros son fluviales -el resto del trayecto pasa

por debajo del Aeroparque, la Av. Lugones y el acceso a

la Planta- con un conducto de 5,4 metros de diámetro, de

hormigón pretensado. En cada una de sus caras -ocho en total-

la torre tiene dos acometidas, contando cada entrada con

una reja semicircular de dos metros de ancho por tres

de alto. De las dos torres que le precedieron, la más

antigua se encuentra fuera de uso, mientras que la

segunda sólo se utiliza como reserva.

Arriba: el Plan de Saneamiento aprobado en 1908, preveía la construcción de un nuevo establecimiento potabilizador en

Palermo y, en frente, una nueva torre de toma. Aquí vemos un momento de la construcción de su túnel subfluvial, c. 1911.Abajo: proyecto de torre de toma en el Río de la Plata, del ingeniero John F. Bateman, 1885.

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La Torre de Toma

Otro momento de la construcción del túnel subfluvial, c. 1911.

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Higiene e Higienismo

El doctor Eduardo Wilde fue uno de los principales publicistas del higienismo, a través de artículos en diarios, conferencias, charlas y cursos.

Si bien el detonante de las obras de

saneamiento fueron las epidemias,

también influyeron en su efectivización

factores como un orden institucional

superador de las recurrentes luchas

internas y, en un sentido global, los

descubrimientos científicos de la

bacteriología, fundamentalmente a

partir del trabajo de Pasteur y Koch.

Tales adelantos fueron difundidos por

destacados hombres de ciencia locales y

desplazaron al anterior criterio de las epidemias transmitidas a través de las

emanaciones y de las exhalaciones. Las enfermedades hídricas comenzaron a

cobrar de esta manera nuevo protagonismo, así como todo lo relacionado con el

tratamiento y desinfección de los desechos, para prevenir la contaminación de los

cursos de agua. El cambio operado, se traduciría en una necesaria reorganización

de lo relativo a la salud pública, la percepción médica y el saneamiento.

Hemos visto cómo las primeras expresiones de un naciente higienismo, en la

primera mitad del siglo XIX, estuvieron representadas por la acción individual de

médicos y químicos, mientras los gobiernos dictaban -con escasísima eficacia-

disposiciones para mantener ciertas condiciones de salubridad y controlar las

epidemias. Hasta 1850, aproximadamente, esta concepción de salud urbana

priorizaba el alejamiento de las “miasmas” es decir, “vapores u organismos

malignos” que desprendían los cuerpos enfermos o ciertas sustancias en

descomposición. Este rudimentario higienismo se dirigía a alejar de la ciudad

industrias, mercados, cementerios u hospitales.

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Higiene e Higienismo

La ciencia médica asociada a la higiene y cuidado del hogar llegaba al público, en ocasiones, a través de manuales donde aparecía el agua como eficaz curativo, 1910.

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Historias del Agua en Buenos Aires Higiene e Higienismo

76

sino de los microorganismos que explican la nueva biología, como verdaderos

causantes de las enfermedades. Este nuevo hecho colocaba a la limpieza en un

papel inédito hasta entonces, pues, además de alejar la suciedad, ahora era útil

para eliminar microbios. El baño frecuente se convierte de esta manera en el

mejor desinfectante.

El problema del agua y de la propagación de las denominadas “enfermedades

hídricas”, se incluye en la agenda de los gobiernos desde esta nueva mirada, a

partir de la prédica de higienistas como Wilde, Rawson, Mallo y otros, quienes

demandaban aumentar las exigencias de higiene y salubridad, siempre desde

la óptica de la ciencia médica y su impacto en el cuerpo social. La acción de

los higienistas locales, que revive los movimientos de reforma sanitaria de las

principales capitales europeas, llegó a su clímax entre 1880 y 1910.

La labor periodística del doctor Eduardo Wilde, sus conferencias y publicaciones

constituyen un testimonio acabado de esta nueva higiene que concebía la salud

pública en un sentido abarcante que comprendía la “salud física, mental y social”

de los sectores más humildes. Tal como también se aprecia en trabajos como

los del doctor Guillermo Rawson, y especialmente en su Estudio sobre casas de

inquilinatos en Buenos Aires, donde da cuenta del deterioro físico y el aumento de

la mortalidad producido por las malas condiciones de habitabilidad, llamando la

atención sobre el alarmante índice ocupacional de personas por habitación que

era de 3,8 en 1890 y que continuaba en crecimiento.

Como se ve, el higienismo -y particularmente el de fines del siglo XIX- tuvo un

papel primordial en el significado que asumieron las obras de salubridad en la

mentalidad de la época, y también en la creación de la primera empresa estatal

de saneamiento, Obras Sanitarias de la Nación.

Una segunda etapa, que coincide con

la organización institucional del país y

la introducción del higienismo como

práctica institucionalizada, se inicia en

la segunda mitad del siglo XIX, cuando el

concepto de higiene se amplía hacia el

cuerpo social, es decir, a las condiciones

de una vivienda salubre, al lugar

de trabajo, la recreación, asistencia

pública, etc. Si bien se continúan

con medidas del período anterior, el

avance de los higienistas es claro, ya sea

incorporándose a los nuevos departamentos

de higiene y obras públicas de la Municipalidad, y también influyendo con su

prédica en la acción de autoridades provinciales y nacionales, que tenían su sede

en la misma ciudad. A la vez que proliferan las ordenanzas en procura de mínimas

condiciones de higiene, procurando, por ejemplo, alejar los saladeros y mataderos,

los entierros y cremaciones en los cementerios, y también, tal vez lo más

interesante, interviniendo en las condiciones de la vivienda obrera y las situaciones

de hacinamiento derivada de la situación inmigratoria y los conventillos (altura

de ambientes, ubicación de letrinas y cocinas, dimensiones de patios y sótanos,

etc.).

Una tercera etapa, según la socióloga Verónica Paiva, acontece cuando la

higiene cambia de pública a social, y en ella tienen particular incidencia los

efectos de las teorías y descubrimientos de científicos como Pasteur y Koch, y

también la dimensión social de la higiene aplicada a las condiciones de vida

del trabajador. Aunque prosigue el cuidado por los mismos elementos de

antes (aire, agua y sol) se lo hace no ya desde la importancia de las miasmas,

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77

En el hogar, todo se cura. Ese parece ser el mensaje de éste y otros manuales y tratados de bolsillo, que se difundían hacia 1900.

Los adelantos de la sanidad pública de Buenos Aires en las páginas del censo municipal realizado en el año del Centenario de 1910.

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Al referirnos a los descubrimientos de la microbiología de fines de siglo XIX,

hablamos sobre su incidencia en el nuevo concepto de higiene

y sobre el momento en el que el mero acto de lavado

adquiere categoría de asepsia y mejor desinfección.

Dentro de esta evolución, además del proceso de

institucionalización de la nueva higiene dentro del

aparato estatal con la creación de organismos de

higiene y salud pública, es interesante detenernos

en observar de qué manera el conocimiento

científico llegaba a la población a través de normas

de urbanidad y tratados de higiene, en general

bajo la forma de comportamientos moralmente

aceptados.

Recomendaciones sobre la limpieza de zonas

corporales no estaban desprovistas de solemnidad,

cierto dramatismo y una fuerza emocional que

trataba de enfatizar la finalidad pedagógica del

discurso. En los textos, era corriente leer que con el

acto de limpieza se destruía al microbio (el mal) y se

reforzaba la resistencia contra él, favoreciendo la salud,

pero también cumpliendo con un código social que en

ocasiones asumía connotaciones de verdadera virtud

moral.

Entre los manuales más difundidos se encuentra una obra que, en 1905, llegaba

a su quinta edición en español, el “Manual de Economía e Higiene Doméstica”

El Aseo y la Moraleditado por D. Appleton & Company (1a edición, Nueva York, 1888), o más

conocido por “el Appleton”, tal como lo denominaban las abuelas, madres,

hijas y nietas por estas tierras, que durante mucho tiempo lo tuvieron como

uno de los textos de consulta obligada e imprescindible a toda mujer que

se considerase un ama de casa moderna y actualizada. Tal como se

lee en sus páginas, este manual tenía como misión instruir a las

mujeres en deberes que la cultura de la época se consideraban

“sagrados e importantísimos”, tales como “las leyes generales

de la higiene, el cuidado de los enfermos, el desarrollo físico y

moral de los niños, el gobierno de las criadas, y la economía

de la familia en general”.

Sus consejos prácticos guiaban a la mujer en el orden y

limpieza del hogar, con consejos relativos a la higiene para

el cuidado de los niños, para los baños y ejercicios corporales,

condiciones de salubridad en las habitaciones y métodos

para purificar agua. En cuanto al aseo personal, recomendaba

tomar un baño diario pues “promueve y conserva la salud”. El

lavado frecuente, sostenía, permitía un perfecto cuidado

de la piel, no sólo en apariencia, sino mejorando su

capilaridad, su función de respiración y la eliminación

de toxinas. Para ello, opina que el baño con agua y jabón

era el antídoto más eficaz para no obturar la capilaridad,

y el agua “el más importante y universal de los agentes de

purificación”, no sólo para la limpieza del cuerpo y el hogar sino, fundamentalmente,

para la conservación de la salud.

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79

La última novedad europea en lecciones de economía doméstica, editadas en París por Garnier, para las “madres de familia”, por la señora Pilar Pascual de San Juan, 1880.

Tan importantes como la higiene, eran para la época la urbanidad y las buenas maneras, en este caso “para las escuelas públicas de ambos sexos”, 1901.

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80

Paseos, parques y plazas fueron condimentos inseparables de la higiene urbana

de fines del siglo XIX. La consideración de los espacios verdes fue ganando

en importancia en la medida que a su función de esparcimiento fueron

incorporando principios del higienismo vinculados a la preservación de la

salud pública y, también, a la educación y cultura de la población a través de

obras de arte y otros dispositivos ornamentales. Principios que intendentes

como Torcuato de Alvear hicieron suyos al plantear cambios drásticos en la

cuadrícula porteña y crear espacios más a tono con un ambiente cosmopolita

imprescindible al marcado proceso de europeización que vivía entonces nuestra

sociedad. En sus palabras, los espacios verdes eran “…no sólo un solaz, sino una

necesidad de higiene de las ciudades (…) los gastos que ello demande no se les

puede aplicar el calificativo de lujo, sino de higiene pública”. 34 En el Paseo de la

Recoleta -uno de los más afrancesados- Alvear inauguró en 1883 una gruta

acompañada por lago, mirador y rocallas, sobre la barranca.

En numerosas plazas porteñas fue común la construcción de lagos y grutas,

como por ejemplo Plaza Constitución, donde había una gruta con la forma

de un castillo en ruinas rodeado por un lago (1887/88); mientras que en Plaza

Garay la gruta, además de arroyo y puentes, contaba con una cascada de más

de siete metros de alto. Agua y vegetación se consideraban entonces aliados

en la purificación del aire y en la función higiénica otorgada por la ciencia del

momento. Espacios verdes que en el Centenario de 1910 se presentaron al

mundo como un índice -al igual que otros adelantos como ferrocarriles, puertos,

agua potable, etc.- del triunfo del progreso.

El Agua en los espacios públicos

En el ámbito privado, en los jardines de las grandes residencias de la ciudad también era frecuente la presencia del agua, con fuentes de carácter ornamental.

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81

A. Della Valle, Lagos de Palermo, 1910.

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Historias del Agua en Buenos Aires El Agua en los espacios públ icos

82

En su visión romántica y pintoresquista

de lo natural, estos lugares combinaban

en sus trazados estatuas, estanques con

juegos danzantes, templetes clásicos,

pagodas orientales, plantas acuáticas,

kioskos de música, y demás elementos

evocativos en magníficos diseños que combinaron

la higiene, el ornato, la educación y el cultivo del espíritu. Los mismos espacios que

hicieron pensar a Jules Huret en 1910 que Buenos Aires era una de las ciudades

más forestadas del mundo.

Gruta y paseo de la Recoleta, c. 1886. Baño de hombres y habitación del encargado, Plaza Constitución, 1872.

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El exótico Pabellón de elefantes en el Zoológico porteño, c. 1908.

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Una parte fundamental del sistema de provisión de agua para la ciudad fue el

“Depósito de Distribución de Agua Filtrada o Torre de Agua”. Ubicado en uno de

los puntos más altos de la ciudad, recibía el agua ya purificada que era enviada

desde la Planta Potabilizadora en Recoleta -y más tarde desde la Planta Palermo-

la que luego por simple gravitación se distribuía a todo el Radio Antiguo. Al

igual que su antecesor, el Tanque de Plaza Lorea, este depósito actuaba como

regulador de la red.

Los diseños comenzaron hacia 1871, y originariamente se pensaba en un tanque

para una población de 200.000 habitantes, a razón de 181 litros diarios por

persona, que estuviera ubicado a no menos de 72 pies sobre el nivel del Río

de la Plata. Las variaciones del proyecto fueron innumerables, aprobándose

finalmente en 1886 e iniciándose la construcción al año siguiente.

El Palacio de las Aguas Corrientes

El gobierno había expresado con claridad desde un inicio a los proyectistas su idea

sobre el aspecto que debía tener el gran depósito, pues se iba a emplazar en una

zona muy elegante de la ciudad y, más que una construcción utilitaria, deseaba

levantar un monumento a la higiene pública.

En 1875 la Comisión de Obras de Salubridad, cuando estaban confeccionándose los

planos y presupuestos del gran depósito expresaba que “…no tendrá igual

en el mundo por su magnitud, y cuya capacidad será suficiente para contener

16 millones de galones de agua, igual a 72,7 millones de litros de agua (…) Su

parte inferior puede ser utilizada con grandes ventajas para la fundación de un

mercado, cuartel, casa de baños o escuela de arte y oficios, pues tendrá capacidad

bastante para un establecimiento cualquiera de esta naturaleza, pudiendo con su

producido atenderse igualmente en parte, los gastos hechos en su construcción”. 35

Una de las piezas de vivos colores que adorna su frente principal.

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El Palacio de Aguas Corrientes en las primeras décadas del siglo XX.

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Historias del Agua en Buenos Aires El Palacio de las Aguas Corr ientes

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Membrete de la firma belga que fabricó la estructura de hierro interior. Derecha: acuarela de la fachada principal del Palacio.

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Historias del Agua en Buenos Aires El Palacio de las Aguas Corr ientes

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Una envolvente monumental

En el censo de Buenos Aires de 1904, imbuido de una visión optimista de la ciudad, así se refiere a sus progresos: “Se estudiaron los niveles de la ciudad y en el suelo tendiose una amplia red de cloacas en conexión con las obras domiciliarias, que lleva a grandes distancias los residuos domésticos y las aguas de lluvia, desapareciendo los pozos y terceros de antaño, con todas sus infecciones, molestias y peligros. Las aguas corrientes proveen al consumo de la población en un extenso radio y al regadío y limpieza de la ciudad, valiéndose de maquinarias modernas para la toma y purificación del agua y con tanques distribuidores encerrados en una construcción monumental”. 36

Este recupero de la inversión aprovechando su planta baja libre no se

efectivizó, pero, la singularidad y grandilocuencia de la construcción se

cumplió con creces pues, para plasmar el aspecto exterior el estudio

Bateman, Parsons y Bateman recurrió a una envolvente polícroma

de alto impacto ornamental: más de 300.000 piezas de cerámica

-esmaltadas y sin esmaltar- provenientes de la firma Royal Doulton

y Cía. de Londres y la Burmantofts Company de Leeds. Un verdadero

modelo para armar, de alta precisión. Por dentro, la realidad era bien

distinta: una estructura de hierro de 180 columnas y tres pisos, con 12

tanques capaces de contener 72.700.000 litros de agua, fabricada por

un conjunto de fundiciones belgas; la principal Marcinelle y Coulliet, a la

que estaban asociadas la Sociedad Anónima Sclessin de Lieja y la firma del Sr.

Augusto Lecoq, de Hal.

Si bien el proyecto general del depósito fue de Bateman, Parsons y Bateman, el

diseño arquitectónico exterior estuvo a cargo de un integrante de la oficina que

tenía dicho estudio en Buenos Aires, el arquitecto noruego Olaf Boye, mientras que

la dirección de las obras fue realizada por el ingeniero sueco Carlos Nystromer.

Este ecléctico edificio, inaugurado en 1894 y emparentado formalmente con la

arquitectura francesa del Segundo Imperio y ciertos modelos centroeuropeos

como el Palacio de Justicia de Amberes, es un testimonio excluyente del mundo

del arte y de la técnica de fines del siglo XIX, y está considerado como la máxima

creación de la industria de fundición europea fuera de Europa.

La manzana del Gran Depósito (delimitada por las calles Ayacucho, Viamonte, Riobamba y Av. Córdoba) al inicio de las obras, hacia 1886.

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El Palacio de Aguas Corrientes en las primeras décadas del siglo XX.

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Historias del Agua en Buenos Aires El Palacio de las Aguas Corr ientes

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Corte longitudinal de un anteproyecto del Gran Depósito, 1886.

La figura del Palacio como motivo en un plato de porcelana, ricamente decorado.

Plano de uno de los vestíbulos de acceso del Palacio de Aguas Corrientes, 1892.

Detalles de las columnas de hierro, según el proyecto del estudio Bateman, Parsons & Bateman, 1886.

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Interiores del Gran Palacio. Una estructura de hierro, con tanques, columnas, vigas, pasarelas y sistemas de válvulas del mismo material.

Sector de la envolvente exterior con las mayólicas importadas, esmaltadas y sin esmaltar, importadas de Gran Bretaña.

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Entre 1850 y 1880 el tema de la construcción de un puerto para Buenos Aires

adquirió mayor protagonismo debido, fundamentalmente, a la imperiosa necesidad

de adaptar las precarias instalaciones portuarias al creciente comercio de ultramar y al

mayor calado de las embarcaciones. Como venía sucediendo en el terreno

de las aguas corrientes desde décadas antes, menudeaban los

proyectos pero no existía una firme voluntad política ni los

recursos necesarios.

En 1855 el ingeniero Eduardo Taylor había

concluido el muelle de pasajeros y una

década más tarde realizaba el edificio

semicircular de la Aduana, demoliendo

el antiguo Fuerte colonial. Este edificio

poseía varias rampas de acceso desde

el río, un patio de maniobras bajo nivel y

grandes galerías para depósitos en forma

abovedada. Hoy pueden verse en el subsuelo,

por detrás de la Casa Rosada, los grandes arcos

de los túneles por donde entraban los grandes

carros que traían las mercancías desde los barcos.

Hacia 1880 tanto la Aduana como el muelle de pasajeros

resultaban anacrónicos y se pensó en la construcción de un gran

complejo portuario “moderno”. De las propuestas enfrentadas del ingeniero Luis

Huergo y el comerciante Eduardo Madero, triunfó finalmente la de este último,

quien contaba con apoyo técnico del estudio inglés Hawkshaw, Son & Hayter

El Puerto

y de la casa bancaria Baring Brothers. Las obras comenzaron en abril de 1887 y

estuvieron a cargo de la empresa de Thomas A. Walter. La maquinaria hidráulica

fue provista por la firma W. G. Amstrong, Mitorell & Cía. En 1890 se inauguraron

los Diques 1 y 2, dos años más tarde el 3; entre 1897 y 1898 el Dique 4, la

Dársena Norte y el Canal Norte y, entre 1894 y 1905, Dock Sud.

Pero, semejante esfuerzo constructor tuvo corta vida

útil. El notable aumento del comercio internacional

que se dio hacia fines del siglo XIX y principios del

XX, trajo aparejado el mayor porte de los barcos,

circunstancia que provocó la prematura

insuficiencia del puerto de diques, haciendo

necesario que el Congreso aprobase en

1908 una ley para llamar a concurso por la

ampliación de las instalaciones portuarias.

Entre 1911 y 1925 se construyó el Puerto

Nuevo, con un diseño de dársenas abiertas

protegidas por una escollera, que continuaba

hacia el norte de Puerto Madero. Este último pasó

a jugar un rol subsidiario, comenzando un proceso de

obsolescencia hasta su desafectación.

Hoy Puerto Madero es desde 1998 un nuevo barrio de la ciudad y sus

antiguos docks de ladrillos rojizos -recuperados y con nuevos usos- son un claro

testimonio de la arquitectura portuaria inglesa del siglo XIX y un ejemplo único

a nivel continental.

Los trabajos en los diques de Puerto Madero hacia 1888.

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Vista del muelle y la Aduana Taylor, en una litografía impresa en colores. París, 1861.

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La importancia de la cuenca fluvial del Riachuelo de los Navíos, como puerto

natural y su conveniencia como lugar de abrigo y amparo de las embarcaciones,

se evidenció desde los orígenes mismos de la ciudad de Nuestra Señora de

Santa María del Buen Ayre. A medida que la capital del Virreinato del Río de

la Plata fue creciendo, en base a una economía primaria exportadora, en torno

al Riachuelo fue consolidándose una próspera industria naval de astilleros y

carenas, que continuó afianzándose a principios del siglo XIX, durante el período

independiente.

Si bien ya hacia 1830 la actividad portuaria había ocasionado cierto crecimiento

poblacional en la zona de la boca del Riachuelo, es en la segunda mitad del siglo

XIX, cuando en las orillas se concentró un abigarrado conjunto de empresas que

marcaban la presencia del campo en la ciudad: saladeros, curtiembres, fábricas

El Riachuelo y sus barracasde grasas y velas, chancherías, entre otras. Las epidemias que castigaron el Río de

la Plata entre 1868 y 1871, determinaron la expulsión de saladeros y mataderos.

Con el tiempo, algunos saladeros fueron reemplazados por frigoríficos. Entre

1880 y 1930, los principales fueron La Blanca, La Negra, Anglo y Wilson. El

Riachuelo les permitía descargar los residuos industriales, disponer de agua

para el proceso de elaboración y utilizar una vía de transporte para el embarque

final. El ferrocarril, por su parte, facilitaba el abastecimiento de ganado en pie

directamente a la fábrica.

Desde mediados del siglo XIX, se asentaron sobre la ribera las “barracas”,

construcciones muy humildes donde se almacenaban los “frutos del país”,

se curtían cueros etc. A medida que cobraba envergadura y se diversificaba el

comercio, estas barracas de madera fueron siendo reemplazadas por depósitos de

mayor desarrollo arquitectónico y tecnológico, con fachadas en estilos históricos

y generosos espacios internos cubiertos por grandes armaduras de hierro.

Un componente de fuerte identidad y originalidad que otorgó a la villa portuaria

de La Boca su particular fisonomía fue la llegada de inmigrantes genoveses, que

trajeron consigo sus saberes y tradiciones constructivas y navieras.

Otras industrias vinculadas a la navegación fueron los astilleros y los talleres

navales conexos, iniciados generalmente por inmigrantes italianos. Entre

1870 y 1900, el cambio técnico de la navegación a vela por el vapor hizo que

las carpinterías de los astilleros se desplazaran al ámbito de los talleres

metalúrgicos. Ya en la segunda mitad del siglo XX, el cierre gradual de algunas

empresas, además de un decreto de promoción industrial de 1973 que promovió

el traslado de fábricas, condujo a un vaciamiento de su función industrial.

Una esquina tradicional de la Boca, Pedro de Mendoza y Suárez, con las típicas casas de chapa, 1938.

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La zona de la Boca del Riachuelo hacia 1875 y su pujante actividad portuaria. Trabajadores y población del lugar en casas de madera y chapa, con fuerte presencia de genoveses.

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Las primeras noticias de casas de baños en Buenos Aires aparecen en 1830.Una,

ubicada en Reconquista 69, propiedad del francés Carlos Marchant y otra, en

Corrientes al 200 (numeración de época), pero sólo destinada a enfermos con

afecciones reumáticas. Pero, más importante que estas casas, fue el establecimiento

que en 1833 habilitó un valenciano, José Ballester, destinado a baños de placer, con

siete salas numeradas, de diferentes dimensiones y precios.

Promediando la década de 1870, las casas de baños se van difundiendo, aunque

siempre limitadas a un sector de la población. Baños medicinales y de limpieza,

con dependencias para el aseo, y en ocasiones para la gimnasia y las terapias

hidrotermales, estaban bastante difundidos a fines de dicha década, debiendo

el Municipio dictar reglamentaciones para su adecuado funcionamiento. El

notable fotógrafo Christiano Junior tenía su propia casa de baños, publicitada

con una curiosa viñeta y el siguiente texto: “En una época del año como la

presente, en la que las variaciones atmosféricas se producen tan bruscamente, son

inevitables los resfríos para aquellos que ignoran la única manera de evitarlos por

medio de los baños fríos de lluvia, haciendo después un ejercicio moderado para

llamar la reacción abriendo así los poros a una transpiración saludable. Después

que el resfrío se ha pronunciado en cualquier forma que sea, entonces lo mejor es

recurrir a los baños de vapor combinados con lluvia, después de lo que se descansa

en una buena cama bien abrigada por espacio de media hora, tomando alguna

bebida caliente. Este medio también es provechoso para los dolores reumáticos.

Aquellos que quieran evitar y curar resfríos por este procedimiento tan sencillo

pueden hacerlo en el establecimiento de baños públicos calle de Artes 180”. 37

La difusión de los poderes curativos del agua, publicitados como la última

novedad europea por “Caras y Caretas”, “El Mosquito” y otras revistas de la

Las Casas de Bañosépoca, favoreció la proliferación

de estos locales en pleno centro

de la ciudad, algunos con detalles

suntuosos (mármoles y grutas,

por ejemplo) y variedad de

duchas (escocesa, de “afrecho”,

de mar artificial, de vapor, etc.) y

tipos de cuartos de baños (fríos y

calientes). A casas de baños como

“La Argentina”, de Bartolomé Mitre

96, inaugurada en 1883, concurrían

diariamente unas 350 personas, tanto para la práctica deportiva (nadadores)

como por cuestiones de higiene e hidroterapia.

Lo cierto es que, a fines de la década de 1880, las casas de baños habían crecido

en número y variedad de servicios. Poco a poco fueron cubriendo la demanda de

sectores populares y en su misma publicidad aludían a la necesidad de contar con

casas de baños en reemplazo de los lugares de la ribera donde antes se bañaba

la población en verano, ahora perdidos a manos de la construcción del puerto.

Hacia 1900 las casas de baños eran muy frecuentadas, en especial porque la

escasez de agua las convertía en eficaces reemplazos del aseo en tina -con agua

comprada al aguatero- que era moneda corriente entre lo más humildes. Eran

años en los que particulares presentaban a la Comuna proyectos muy ambiciosos

tanto de casas de baños, como de balnearios y baños públicos, acordes al nuevo

estilo de vida que imponía el creciente cosmopolitismo y la nueva forma de

“vivir a la europea”.

Aviso publicitario de la Casa de Baños del fotógrafo Christiano Junior, publicado en “La Tribuna”, 1877.

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Procurando solucionar los problemas de higiene que afectaban a la población

que se hacinaba en los conventillos y otras construcciones insalubres, -y también

alejar la amenaza de enfermedades y posibles epidemias- el Municipio, en 1906,

aprobó el proyecto de construcción de baños públicos. Eran establecimientos

gratuitos, donde se proveía de agua caliente, jabón, toalla y locales debidamente

aseados, donde estaba prohibida la propina. Eran frecuentados por un gran

número de trabajadores de ambos sexos y gran cantidad de niños. Lo más

requerido -en especial por el público femenino- era el agua caliente, inexistente

en los conventillos, donde un solo cuarto de baño con agua fría servía a una

población por demás numerosa.

En los años ’20, el auge de estos baños hizo que el municipio proyectara la

construcción de nuevos establecimientos en barrios como Nueva Pompeya,

la Boca, Parque Patricios y Mataderos. La totalidad de hombres y mujeres que

asistían anualmente a los baños municipales superaba las 880.000 personas.

Anexos a ellos a veces existían lavaderos, manuales y de máquina, utilizados por

lavanderas y personal dedicado al lavado y planchado de las ropas provenientes

de institutos y hospitales municipales. Una revista de actualidad sostenía en 1923

que estos baños -a los que califica de “termas”- deberían aumentarse en toda la

Capital, y que eran mucho más eficaces que el Balneario sobre la ribera, pues su

agua estaba “…saturada con todas las inmundicias del puerto”, concluyendo que:

“Así como la gimnasia y el agua contribuyen a formar organismos sanos, nada

como la sedante inmersión, la tonificante ducha, después del trabajo diario, con

las comodidades que el Municipio puede ofrecer, no hay quien se resista a andar

limpio”. 38 Ya caídas en desuso, las casas de baños municipales fueron suprimidas

por la Comuna en la década de 1960.

Los álbumes publicados durante el Centenario de 1910 también fueron una buena oportunidad para publicitar las casas de baños y sus propiedades terapéuticas. En este caso, el establecimiento con formas neoárabes de “los doctores Carrera, Leiguarda y Carrasco”, 1910.

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Estrechamente unido a la existencia de las casas de baños, se encontraban los natatorios

públicos y privados. Más allá de los aspectos lúdicos y recreativos, el uso de los natatorios

corporizó principios del higienismo en boga, como eran el efecto benefactor del agua

sobre la salud y el bienestar físico, y también la práctica de un deporte.

Como hemos visto, muchas casas de baños de la Capital contaban con piletas

de natación, además de sus servicios de duchas y baños comunes y especiales.

A fines del siglo XIX, en pleno “microcentro” (B. Mitre 96) la casa de baños “La

Argentina”, tenía una pileta de 25 metros de largo por 10 de ancho, ornamentada

en su cabecera por una gruta -tan comunes en las plazas y paseos de la época- y

figuras femeninas, mientras que el agua emanaba de la extraña forma de un

dragón. Otras piletas similares tuvo “L´Universelle”, un establecimiento de la calle

Balcarce donde se promovía la natación, otorgándole premios a los nadadores.

Pero el auge de los natatorios hizo que estos establecimientos adquirieran entidad

propia y dieran origen a diversidad de establecimientos. En Belgrano, por ejemplo,

cuando aún era un pueblo no incorporado a ejido de la Capital, los vecinos Emilio

Bunge, Ernesto Tornquist y Francisco Seeber construyeron un natatorio muy

concurrido, inaugurado en 1883 en el paseo de la Barranca, en Juramento y 11 de

Septiembre, con dos piletas con trampolines, separadas, para hombres y mujeres.

En los años ’20 el Municipio continuaba estimulaba entre la población las prácticas

del baño, mediante carteles fijados en la vía pública, vinculado a la práctica de

ejercicio físico en plazas y parques de la ciudad. En el Parque Nicolás Avellaneda, por

ejemplo, además de casa de baños había pileta de natación y duchas para hombres

y mujeres, donde concurrían anualmente unas 50.000 personas. Para el mismo año

(1925), se estimaba que un total de 46.000 bañistas asistían al Balneario Municipal.

Los Natatorios

La pileta de natación de “La Argentina”, ubicada en pleno microcentro, contaba con gruta, cascada y el agua salía desde la cabeza de un dragón.

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La sátira política en las páginas de “El Mosquito”. Aquí, los políticos del momento “haciendo la plancha” en una pileta de Belgrano, 1883.

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El agua, y con ella los sistemas de alimentación y evacuación, fueron uno de los

factores clave en la reordenación física de la ciudad operada en Buenos Aires

durante la segunda mitad del siglo XIX. Antes de la aparición de las redes, la

indeterminación espacial que rodeaba a las actividades de aseo personal y las

de excreción en las viviendas porteñas era casi absoluta.

A comienzos del siglo XIX era común el uso de los denominados “servicios” o

“vasos necesarios”, los que, junto con bacinillas y “sillicos”, permitían satisfacer

las necesidades fisiológicas en las habitaciones de la casa sin necesidad de

trasladarse hasta la zona del fondo del predio, donde habitualmente estaban las

letrinas. A menudo estas letrinas -también conocidas como “comunes”- estaban

apareadas, una para la familia y otra del personal. Ambas desagüaban a pozos

negros, con los peligros de contaminación del pozo de balde.

En las casas más pudientes, lo común era el uso de pozos ciegos que luego se

vaciaban con carros atmosféricos, mientras que en las de menores recursos la

alternativa más difundida era cavar un segundo pozo inmediato al primero,

destinado a recibir los excedentes de los primeros. Se llegó a casos en los que

debajo de una misma vivienda se abrieron hasta once pozos negros. Estas

“sangrías a letrinas” quedaron expresamente prohibidas por el Municipio en 1871.

Mientras que las letrinas y las bacinillas eran moneda corriente en el terreno de

El Cuarto de Baño

¡Agua va!El avance en el tendido cloacal fue mucho más lento que el de las aguas corrientes y, en la medida que en que no existían conexiones fijas, la inestabilidad o movilidad del baño persistía. En 1872, una prueba de la persistencia del carácter nómade del cuarto de baño, la ofrece el dictado de una ordenanza municipal que prohibía en la ciudad el sistema “agua va!”, nombre que deriva del alerta dado por cada vecino cuando arrojaba desde su ventana a la calle el contenido de las vasijas de noche. A los infractores se les aplicaba multas de 500 pesos si el agua estaba sucia o en mal estado, y de 200 si era limpia.

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Plano de una casa chorizo de dos plantas, en donde se aprecia la división espacial que existía entre el cuarto de baño, donde se cumplían exclusivamente las funciones de aseo, y los locales destinados a las letrinas y más tarde inodoros.

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Historias del Agua en Buenos Aires El Cuarto de Baño

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las excreciones, en el campo del aseo personal tampoco había una localización

propia, pues era frecuente que se utilizara una enorme cantidad de enseres

transportables, para su uso en dormitorios y cocinas. En el aseo podían emplearse

desde bañeras o tinas de latón, hasta aguamaniles, jarros y palanganas;

mientras que para el traslado del agua dentro de la casa se utilizaban jarras,

artesas, garrafas, etc.

En una de las casas más importantes del Buenos Aires

colonial, la de María Josefa Petrona de Todos los

Santos Sánchez de Velazco y Trillo -donde tuvo

lugar la primera ejecución del Himno-,

ubicada sobre Florida entre Perón y

Sarmiento, hacia 1812 había una de

las pocas bañeras que existían en

el Río de la Plata. Para llenarla, en

vez de utilizarse recipientes, había

un complejo sistema de cañerías

móviles. En esta casa de patios de

unos 4.700 m2 -con frente también a

calle San Martín- había aljibe de mármol

y un cuarto destinado a toilettes que no

usaban los dueños de casa, sino sólo las visitas,

habida cuenta de la intensa vida social de Mariquita y su

familia. Los naranjos en los patios servían para disimular un tanto los olores,

tanto de los pesebres de los caballos como de las letrinas, en el sector posterior

de la casa.

Hacia fin de siglo XIX, los adelantos de la ingeniería sanitaria y el lento avance

de la red, contribuyeron a un progresivo control en la ciudad de las condiciones

de provisión, eliminación y aclimatación del agua dentro de las viviendas. Así

es como la dispersión de las actividades de aseo pasarán a concentrarse en el

cuarto de baño, mientras que las letrinas exteriores irán siendo desplazadas

por el water-closet, no ya externo sino dentro de la casa; aunque su ubicación

original se siguió utilizando hasta avanzado el siglo XX.

Las redes de distribución domiciliarias incidieron directamente en la

consolidación de estas funciones en locales fijos. Con ellas, las cañerías

de distribución hicieron innecesario a nivel doméstico el

transporte del agua con múltiples recipientes;

de la misma manera que la evolución

tecnológica de los artefactos sanitarios

permitió -entre otros avances- la

división de las aguas servidas y la

eliminación de olores dentro del

hogar.

El cuarto de baño, concebido

como una sala de baños para el

aseo personal, generalmente se

ubicaba próximo a los dormitorios y en

ocasiones acompañado por una pequeña

pieza o tocador de uso femenino. Generalmente

el agua caliente se obtenía a partir de una serpentina en la

cocina económica de hierro fundido, vinculada al cuarto de baño; o bien con

calentadores a carbón que se introducían en la bañera hasta que la temperatura

llegara a la temperatura deseada. Pero, en este proceso de cambios y persistencias,

aún hacia 1910 era común la presencia del mueble de roble con espejo y tapa

de mármol sobre el que se apoyaban la palangana, jarras y frascos. Ese conjunto

conformaba el baño dentro del dormitorio, rodeado por cortinas y bordados

haciendo juego con el cubrecama, tal como aconsejaban los manuales y revistas

de la época. Las bañeras de porcelana precedieron a las embutidas, y sus apoyos a menudo simulaban garras leoninas.

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Entre nosotros, el típico cuarto de baño inglés -o “baño habitación”- que reúne aseo e inodoro en un único local, comienza a difundirse en la década de 1920.

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Historias del Agua en Buenos Aires El Cuarto de Baño

104 El retrete o water-closet, era un emergente directo del inodoro accionado

por descarga de agua, arribado al país hacia 1885 y perfeccionado en años

posteriores con nuevos sistemas y sifones hidráulicos. Las características

del artefacto fueron reglamentadas por la Comisión de Obras de Salubridad

en 1887, fijándose prescripciones funcionales y constructivas, que también

se extendieron a mingitorios, lavatorios y bañeras. Este mismo reglamento,

dictaba el uso obligatorio de los servicios cloacales y de provisión de agua para

todo inmueble dentro del radio de las obras del Plan Bateman. Para 1891, sólo se

habían entregado en funcionamiento 4.360 cloacas domiciliarias, pero dos años

más tarde las conexiones llegaban a 15.000. Según el censo de 1910, sólo un 40%

de las viviendas de la ciudad estaba conectado a la red cloacal.

Hacia 1920, baño y water se van fundiendo para dar nacimiento al “baño -

habitación”, también conocido como “baño inglés”, antesala del “baño moderno”

de los años ’30. Esta habitación, superaba ampliamente las dimensiones y

altura del baño moderno tal como hoy lo conocemos, tenía iluminación natural

y un espacio central generoso para moverse con libertad. En un principio, la

tendencia general fue tratar estéticamente los artefactos de baño -en su

mayoría importados de Gran Bretaña- como muebles, como piezas que debían

expresar el gusto del propietario y, además, en algunos casos quedar ocultos a la

vista por costosos revestimientos. Lo más común fue la decoración incorporada

sobre los modelos de sanitarios, ya sea pintados o con esmaltes incorporados en

variedad de figuras y colores.

En la década de 1930 hace su aparición el “baño moderno”, organizado en torno

a principios funcionales de economía y eficiencia espacial, de normalización y

estandarización, con una estética despojada de cualquier alusión ornamental.

Este baño culminaba un recorrido de más de un siglo, en el que las necesidades de

higiene y corporales comenzaron siendo nómades en la casa, luego continuaron

desarrollándose en amplios espacios hiperdecorados y culminaron en el baño

tal como hoy lo conocemos. Un ambiente con desarrollo tecnológico y estilístico

propio, que no ha perdido su carácter novedoso y moderno, y que hoy se encuentra

alejado tanto de la asepsia decorativa de los años ’30 como del carácter de lugar

oculto a la mirada que durante mucho tiempo tuvieron sus antecesores.

Aguamaniles -jarra para agua y jofaina donde el agua era recogida- para el aseo personal, de uso común en los años donde el cuarto de baño fijo, tal como lo conocemos hoy, no se encontraba difundido.

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Sobre tinas de latón y sumiderosUsos y costumbres de principios del siglo XIX en una tradicional casa de patios porteña, en torno a la presencia del agua y los sumideros, se mezclan en esta excelente pintura de época que ofrece Lucio V. Mansilla en sus Memorias: “En el segundo patio, también con gran alberca y parral de uvas blancas y negras de riquísima cepa, había un pequeño cuarto independiente, al lado del pozo, luego la cocina grande con fogón de campaña.El sumidero estaba en el centro.Por ahí corrían las aguas pluviales y todas las glutinosas de la cocina, despidiendo constantemente unas emanaciones sutilísimas, parecidas al olor del puerro, a pesar del perfume de los azahares, de un limón o limonero sutil, como gustéis, que con otras plantas, a la cual más olorosas, se alzaba de la alberca gallarda y siempre verde.Miríadas de moscas y mosquitos revoloteaban en torno de aquel antro absorbente, vecino del pozo. ¿Qué dirían a través del subsuelo esponjoso?Ambos tenían tapa.Alguna vez se oía esta voz, la timbrada de mi madre, refiriéndose al sumidero: “Tapen eso, que está insoportable”.Otro zaguán por el estilo del ya pintado -con un aditamento demasiado odorífico, ¿qué digo?, ¡demasiado, pus!, tenía dos letrinas: una para los patrones, otra para la gente non sancta-, conducía a un patiecito a la derecha, en el que había un chiribitil de madera, y otro a la izquierda pasando por una pieza dividida en dos cuartos (el terreno hacía martillo), con dos piezas sin luz al fondo, baja la una, alta la otra (…)Aquí, en este cuarto patio, había dos grandes lebrillos de barro cocido vidriado sobre asiento de material y desagüe al albañal, por medio de un bitoque, y cuerdas tendidas para secar la ropa blanca de toda clase que en ellos se lavaba con un jabón negro que hacía tanta espuma cuanto feo olor tenía. Pero las burbujas irisadas nos divertían (…)Suma total: la casa tenía, entre piezas grandes y chicas, con las divisiones contadas como cuartos, diez y seis. En una de las del fondo estaba la despensa. Pero había que pasar por otra de ellas, que se llamaba cuarto del baño, por la sencilla razón de que allí, entre cachivaches diversos, estaba la tina de latón de mi madre, destinada al efecto. Un toldo improvisado la cubría, y en ella, por turno se refrescaban los que no iban al río. El agua de ambas bañeras servía después para regar las plantas y las veredas. Polvo, ciclones, no faltaban en la Atenas del Plata -como no faltaron en la griega-, sino cuando llovía”. 39

En los años de la primera posguerra, la industria sanitaria norteamericana disputó el tradicional predominio que tenía el mercado inglés en estas tierras. La publicidad de las firmas, exaltaba la elegancia, modernidad y funcionalidad de los productos apelando a los estereotipos que difundía el cine de Hollywood en los años ’20 y ’30 del siglo XX.

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En los años previos al Centenario, grandes obras de arquitectura y nuevos

espacios urbanos como la Avenida de Mayo habían ido transformando la imagen

aldeana de Buenos Aires en una ciudad de corte europeo que se enorgullecía

de ser vista como una pequeña París. Estos cambios también tenían, en el

terreno de las obras de salubridad, su propio correlato pues el Centenario era

una magnífica oportunidad para evidenciar los últimos adelantos que había

impulsado la Comisión de Obras de Salubridad. Y para ello, no sólo se realizarían

exposiciones y congresos internacionales, sino que se inaugurarían obras

acordes con el nuevo discurso modernizador de una ciudad que deseaba rivalizar

con las más importantes ciudades europeas. Nada mejor que esta ocasión para

inaugurar un nuevo establecimiento potabilizador, una aspiración que -como

veremos- venía planteándose desde hacía algunos años.

Ya desde fines del siglo XIX, el aumento de la población en la ciudad había

superado todas las previsiones. La corriente migratoria, que en su mayoría se

radicó en la urbe y sus alrededores, pasó de 79.000 personas en 1886 a 220.000

en 1890. Culminando el siglo vivían en la ciudad cerca de 800.000 personas, de

las cuales 500.000 contaban con servicio de aguas corrientes, pero no llegaban a

100.000 las que disponían de cloacas, obras iniciadas con bastante posterioridad

a las redes domiciliarias de agua. Tal aumento determinó la ampliación de la

Planta Potabilizadora de Recoleta, pero el crecimiento explosivo de la ciudad

pronto tornó insuficientes estas obras.

En 1905 se habían terminado las obras del proyecto Bateman para el Radio

Antiguo, lo que abarcaba -agregando los distritos de la Boca y Barracas-

unas 2.594 hectáreas, a las que se sumaron otras 400 ganadas al río para la

construcción de Puerto Madero. Recordemos que aquel proyecto diseñado

en 1871, se había propuesto responder en los próximos cuarenta años a una

La Planta Potabilizadora General San Martín

Momento en la construcción de la Planta Palermo, durante la década de 1910.

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Vista aérea del Establecimiento Palermo en la década de 1930.

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Historias del Agua en Buenos Aires La Planta Potabi l izadora General San Mart ín

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demanda de 400.000 habitantes, y que en los primeros 35 desde su inicio debió

satisfacer las necesidades de 705.000 personas.

La ciudad hacia 1908 había llegado 1.025.650 habitantes. Era

necesario elaborar un nuevo proyecto de saneamiento que

atendiera este crecimiento y los requerimientos de las

nuevas áreas comprendidas en el “Radio Nuevo”.

La Comisión Nacional de Obras de Salubridad

decidió entonces encarar un vasto proyecto

de saneamiento, que incluía una nueva

ampliación de la Planta de Recoleta, los

dos depósitos de Caballito y Villa Devoto,

la ampliación de las redes de agua y

cloacas y, entre otras importantes obras, la

construcción de un nuevo establecimiento

potabilizador. La Ley 6.385 de 1909 fue la que

posibilitó estas significativas realizaciones.

En este nuevo proyecto de saneamiento, tendrá

un papel protagónico el Director Técnico de las

Obras de Salubridad, el ingeniero Agustín González. Su

trabajo preveía la provisión de 300 litros diarios por habitante y

una capacidad total de 1.800.000 m3 de agua diarios. El proyecto de la Planta

de Palermo fue concluido y aprobado en agosto de 1908, y una parte del mismo

fue inaugurado oficialmente durante los festejos del Centenario de 1910.

El emplazamiento elegido para la nueva planta fue un predio vecino al Parque

Tres de Febrero, donde se encontraba el vivero municipal y se hallaban desde

hacía algunos años las máquinas elevadoras auxiliares del Establecimiento

Recoleta, a orillas del Río de la Plata.

A pesar de las dificultades que generó la Primera Guerra Mundial, las

obras fundamentales en Palermo quedaron concluidas entre

los años 1917 y 1918.

Durante 1923 se redactó un plan general de

obras para ampliar los servicios de agua y

cloacas, pues se esperaba que en 40 años

la urbe triplicara la cantidad de habitantes

alcanzando una población de 6.000.000

de personas. El plan se desarrollaría

entre 1923 y 1963 y determinaba que el

Establecimiento Palermo sería el único

centro de provisión de agua, lo que requería

aumentar su capacidad de producción y

ampliar la superficie de su terreno de 17 a 23,5

hectáreas.

Si bien sufrió las demoras y alteraciones propias de

un emprendimiento tan amplio, el programa de obras se fue

desarrollando y a fines de 1928 quedaron terminadas en Palermo las instalaciones

que permitían alcanzar una producción media de 800.000 metros cúbicos por

día, con lo que se llegaba a cubrir el abastecimiento de la ciudad. Esto posibilitó

que quedara fuera de servicio la Planta Recoleta, en octubre de ese mismo año.

A fines de 1934, la Planta servía a más de 2.700.000 habitantes de Capital y

aglomeraciones circundantes. El gran arco de acceso, construido en 1928.

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Diversos momentos en la construcción de la Planta Palermo, durante la década de 1910. Ejecución de las estructuras de mampostería de ladrillos de los filtros depósitos de agua filtrada.

El trabajo en el Canal Colector de agua decantada, durante la primera inyección de cal, agosto de 1938.

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Historias del Agua en Buenos Aires La Planta Potabi l izadora General San Mart ín

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Esta Planta, que contó con todos los adelantos técnicos y edilicios para la

elevación, purificación e impulsión del agua, muestra destacable coherencia

estilística, ordenada composición y una magnífica relación entre superficies

edificadas y espacios verdes parquizados. Las construcciones presentan

acabados superficiales que simulan ladrillos vistos rojizos -en realidad revoques

de este color- con elementos decorativos del neorrenacimiento -en clave

industrial- jerarquizando vanos, remates, esquinas, accesos y basamentos.

Este sitio constituye hoy un patrimonio industrial de valores relevantes, con

variedad de tipologías edilicias y equipamiento histórico, y un testimonio vivo

de la labor desplegada por los equipos de profesionales y técnicos de Obras

Sanitarias de la Nación en la proyectación y construcción de los sistemas de

purificación de agua potable a lo largo de casi todo el siglo XX.

Laboratorio de la Planta Palermo, fachada principal. Inaugurado en 1929.

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El trabajo cotidiano en la Planta y pequeña máquina Decauville para transportar cargas dentro del establecimiento.

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En el marco de los festejos del Centenario de

1910, en la zona norte de la ciudad se realizó

una gran exposición internacional con-

formada por un conjunto de pabellones,

que procuraron evidenciar los adelantos

del país en diversos campos, tales como

ferrocarriles y transportes terrestres,

industria, agricultura y ganadería, Bellas

Artes, etc. También hubo pabellones de

países especialmente invitados.

Una prueba de la difusión alcanzada por los principios higienistas hacia 1910, en

el momento de euforia que rodeó a estos festejos, fue la realización en Buenos

Aires del Congreso Internacional de Medicina e Higiene. La Comisión Nacional

del Centenario decidió vincular este acontecimiento con una Gran Exposición

Internacional de Higiene, en la cual se expondrían los adelantos de la ciencia y la

industria aplicados a favor de la conservación de la salud. La Comisión Ejecutiva de

la Exposición aprobó el proyecto presentado por el ingeniero Francisco Seguí, y de

los 49.000 m2 de terreno, 13.000 fueron ocupados con pabellones oficiales, 3.000

con pabellones particulares e igual superficie destinada a galpones y barracas.

Ubicada en el predio de la actual Biblioteca Nacional, la Gran Exposición fue

inaugurada el 3 de julio de 1910, y poseía un importante frente sobre la Avenida

Alvear (actual Av. Libertador) ornamentado con banderas y gallardetes, en el que

se destacaba una cúpula de 40 m de alto, a la que se accedía por un ascensor,

desde donde se tenía una hermosa vista del Río de la Plata.

La Exposición Internacional de Higiene de 1910

Medalla conmemorativa de la inauguración de la Exposición. Una postal de la Exposición, con su frente sobre la avenida Alvear .

En los 14 pabellones, dispuestos en semicírculos y vinculados entre sí por galerías

cubiertas que protegían a los visitantes del clima invernal, se mostraron avances

sanitarios, con maquetas de redes cloacales, instrumental médico, instalaciones

para hospitales, y también stands con productos farmacéuticos, de perfumería,

y también de agua mineral. Anexo al pabellón, se había instalado un campo de

deportes, reivindicando la importancia que tenía para la higiene pública incorporar

comodidades para los deportes en los espacios públicos de la ciudad.

A pesar de permanecer abierta seis meses, las crónicas dan cuenta que no fue

mucho el público que la visitó pero, de todos modos, su presencia contribuyó a

asociar la promoción de la salud con el ejercicio físico, los beneficios de las aguas

corrientes y cloacas, y a fomentar el intercambio internacional a través del citado

Congreso Interamericano de Medicina e Higiene, que sesionó en sus instalaciones.

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Portada del Album “Gran Panorama Argentino del 1° Centenario de 1910”, Buenos Aires, Ortega y Radaelli, 1910.

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La creación de Obras Sanitarias de la Nación, nuestra primera empresa pública

de saneamiento, culmina una trayectoria institucional iniciada por las primeras

comisiones de salubridad que durante la segunda mitad del siglo XIX debieron

enfrentar enormes desafíos e ir consolidando un camino institucional que

permitiera colocar a la higiene y salud públicas como tema prioritario de la

agenda de los distintos gobiernos.

Creada por Ley de la Nación N° 8.889, el 27 de julio de 1912, Obras Sanitarias de

la Nación nacía para cumplir un importante programa de obras en todo el país

y especialmente en la Capital, una ciudad que superaba holgadamente las

necesidades de aquella Gran Aldea que cuarenta años atrás comenzaba a disfrutar

de sus primeras aguas corrientes. Buenos Aires era escenario de un excepcional

proceso de transformación y los servicios proyectados por Bateman en 1871-72

para una población de 400.000, ahora eran utilizados por 900.000 habitantes.

El crecimiento demográfico, la numerosa edificación en altura, la falta de obras

de ampliación del sistema por falta de recursos y el derroche del agua por los

usuarios, fueron factores que debió enfrentar la nueva empresa, encarando

en los años subsiguientes la realización de grandes trabajos de ampliación y

modernización de los servicios de agua corriente, cloacas y desagües pluviales.

Una envergadura de realizaciones que, si fue monumental en la Capital, adquirió

perfiles únicos en el vasto territorio de las provincias.

Nace Obras Sanitarias de la Nación

Isologo de la institución.

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Autoridades de Obras Sanitarias de la Nación en la sede de su Administración Central de la calle Charcas, julio de 1939.

Vista exterior de la Administración Central de Obras Sanitarias de la Nación desde la esquina de Av. Callao, 1935.

Aspectos del acto llevado a cabo en el Día del Sanitarista en la Planta San Martín en Palermo, 15 de mayo de 1949.

El ingeniero Agustín González, primer Presidente del Directorio de

Obras Sanitarias de la Nación .

Ingeniero Antonio Paitoví, responsable de los destinos de Obras Sanitarias de la Nación

entre 1930 y 1934.

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Historias del Agua en Buenos Aires Nace Obras Sanitar ias de la Nación

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Superando los efectos de las guerras mundiales, crisis financieras y rupturas

institucionales, con una cultura empresarial sólida, tanto en lo técnico

-profesional como en los lazos internos, Obras Sanitarias de la Nación transitó

la primera mitad del siglo XX desplegando una acción que la colocó -hacia 1950-

en los primeros lugares en América Latina.

La extensión de las redes de agua, cloacas y desagües pluviales que tenía Buenos

Aires en 1912, en los albores de su proceso de metropolización, era de 1.776.811

metros. En 1950 llegará a 7.890.916 metros, una cifra elocuente del esfuerzo de

Obras Sanitarias de la Nación para superar el anacrónico sistema sanitario que

existía en su año fundacional.

Trabajaban en este último año en la empresa cerca de 25.000 agentes, y su acción

a favor del saneamiento continuaba expandiéndose a cientos de poblaciones

del interior, donde seguía construyendo plantas potabilizadoras. En la Capital,

con ríos subterráneos y canalizaciones pluviales ya avanzadas en su ejecución,

Obras Sanitarias de la Nación merecerá elogios de prestigiosas instituciones y

personalidades del saneamiento de prestigio mundial.

Así se refería en 1954 el Segundo Plan Quinquenal de Gobierno a la acción de

esta empresa: “Hace ya tiempo que el prestigio de Obras Sanitarias de la Nación

ha trascendido las fronteras del país. Hoy sigue en pie la fama de sus técnicos;

la concepción y calidad constructiva de sus obras singulares es elogiada sin

reservas, y con significativa frecuencia se requieren datos sobre diversos aspectos La Administración Central de Obras Sanitarias de la Nación, en Av. Callao y Charcas. Interiores donde se aprecian la planta baja de la galería, el salón de Presidencia del primer piso y la oficina del personal del tercer piso, 1935.

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Mural realizado por el artista Benito Quinquela Martín para el edificio de la Administración Central, 1937.

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Historias del Agua en Buenos Aires Nace Obras Sanitar ias de la Nación

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Portada del Boletín de Obras Sanitarias de la Nación, una publicación nacida en 1937 y que, además de difundir las obras realizadas por la institución, recogía trabajos de alta calidad científica y académica, firmados por sus propios profesionales.

de su organización para moldear sobre ella las de otras instituciones similares

de las naciones hermanas de América. Las publicaciones relativas a sus estudios

e investigaciones especiales son reconocidas y valoradas, inclusive en los países

donde la ingeniería sanitaria ha alcanzado el más alto grado de perfeccionamiento.

Dejemos que las cifras nos hablen con su desnuda elocuencia. Al 31 de diciembre

de 1952, la población servida con agua potable ascendía a 7.700.000 habitantes,

es decir, el 42% de la población total del país. Las localidades con instalaciones

de provisión de agua eran 392 y la longitud de las cañerías de agua y cloacas

se extendía a 22.000 km. Retengamos estas cifras porque no son frecuentes

en las estadísticas relativas a los servicios públicos. Y recordémoslo, porque

satisface nuestros sentimientos más íntimos; todo ha sido concebido por técnicos

argentinos, realizado por obreros argentinos y administrado por profesionales y

empleados argentinos”. 40

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Obras Sanitarias de la Nación implementó campañas para concientizar a la población sobre el uso racional del agua, realizando concursos de dibujos entre su personal, 1946.

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A diferencia de otras ciudades coloniales de América, en Buenos Aires sus

habitantes no se abastecieron de agua a través de fuentes públicas. Aguateros y

aljibes reemplazaron este servicio y, a partir de las primeras aguas corrientes, en

la urbe hubo surtidores en distintos puntos de la ciudad y también en hospitales

y algunos edificios públicos.

Las fuentes porteñas fueron, desde sus orígenes, elementos decorativos y de

ornato urbano en los espacios públicos, sin utilidad para el consumo humano. Su

difusión en la segunda mitad del siglo XIX estuvo vinculada con la preocupación

de funcionarios, urbanistas y paisajistas por otorgar a la ciudad un nuevo

ambiente europeizado y cosmopolita. Una intención emparentada con las

propuestas del higienismo en boga a favor de los grandes espacios verdes en las

ciudades y la presencia del agua en ellos como elemento fundamental.

En aquellos años Francia marcaba el norte cultural y de sus fundiciones se

importaron las primeras fuentes de hierro y una variedad extraordinaria de

modelos de ornamentos, reunidos en catálogos y álbumes, consultados por

arquitectos y artistas. Las obras de fundiciones como Val d´Osne, Durenne,

Ducel, Thiebaut Freres y Susse Freres, son un magnífico ejemplo de integración

del mundo artístico y escultórico en el equipamiento urbano.

Tempranos ejemplos de este arte metalúrgico fueron las fuentes de hierro

importadas por Domingo F. Sarmiento que hacia 1870 se habían colocado en

la Plaza de la Victoria, junto a la Recova Vieja y el Cabildo. De ambas fuentes

se comentaba hacia 1882 que estaban secas todo el año, pues no se habían

realizado las conexiones de provisión indispensables. Así es como el polvo que

volaba se depositaba en su fondo formando capas de barro por las frecuentes

lluvias. Una pluma irónica dijo entonces de ellas:

Fuentes Ornamentales

Fuente de “Las Nereidas”, también conocida como de “Lola Mora”, inaugurada en 1903 y trasladada a su actual ubicación en 1918.

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La Plaza de Mayo en 1933.

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Historias del Agua en Buenos Aires Fuentes Ornamentales

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Luego de la remodelación de la Plaza impulsada por el Intendente Torcuato de Alvear,

antes de finalizar el siglo una de las fuentes se trasladó a Palermo, para finalmente

recalar ambas en Parque de los Patricios y en el Parque de los Andes, en Chacarita. En

1903 se colocaron nuevas fuentes de hierro importadas en la Plaza de Mayo.

Podemos apreciar otras fuentes de hierro fundido francesas sobre la Av. 9 de

Julio en sus intersecciones con las avenidas Córdoba y de Mayo. En Av. Córdoba

y Cerrito, se encuentra una fuente de la fundición Val D´Osne y el escultor

Mathurin Moreau que formaba parte de un conjunto mayor denominado

“Monroe” que fue segmentado y distribuido en distintos puntos de la ciudad.

Una de las fuentes más bellas y monumentales de la ciudad -con una superficie

aproximada de 100 m2- se encuentra hoy frente al Palacio del Congreso, obra

del escultor belga Jules Lagae y el arquitecto D´Huicque. Originariamente el

monumento sería ubicado en la Plaza de Mayo, y fue resultado de un polémico

concurso internacional convocado por el Gobierno con motivo del Centenario.

Inaugurado el 9 de Julio de 1914, se encuentra coronado por la estatua de “La

República”, con un ramo de laurel en la mano y apoyando la otra en la guía de un

“Las fuentes de la Plazade la Victoria,de las aguas corrientes lloran la gloria.

Aguas corrientes:si nos dejáis el barro,llevaos las fuentes!”

arado; rendidas a sus pies yacen serpientes que representan el mal, y otra figura

evocativa con el nombre de “El Trabajo”, que vierte como ofrenda las riquezas

del cuerno de la abundancia. A los costados, aparecen figuras denominadas

“Asamblea del Año XIII” y “Declaración de la Independencia de 1816”. Un espejo

de agua de grandes proporciones -con aguas danzantes y adornado en sus

bordes por cupidos danzantes- rememora la presencia del Río de la Plata y de

sus dos tributarios, el Paraná y el Uruguay, corporizados en dos esculturas de

aborígenes. Del agua emerge un grupo escultórico en bronce con una cuadriga

de corceles guiados por la figura del Genio.

Los antiguos bebederos, un niño y un diligente jardinero. La Plaza de la Victoria en 1890.

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Vista de la Plaza de la Victoria, hacia el lado de la Recova y el viejo Teatro Colón, ubicado donde hoy se levanta el Banco de la Nación Argentina, 1882.

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Historias del Agua en Buenos Aires Fuentes Ornamentales

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Otra fuente ornamental de alto impacto urbano es la que, con motivo del

Centenario patrio, la comunidad española mandó a levantar en Palermo, en la

intersección de las Avenidas Libertador y Sarmiento. La obra, ejecutada

por el escultor español Agustín Querol, se denomina “La Carta

Magna y las Cuatro Regiones Argentinas”. Este artista

trabajó en Carrara, Italia, sobre el cuerpo principal del

monumento, pero falleció en diciembre de 1909.

Entre tanto, en Buenos Aires se había designado

al arquitecto español Julián García Nuñez

para la dirección de las obras de cimentación,

colocándose la piedra fundamental el 26 de

mayo de 1910. En 1911 un discípulo de Querol

supervisó en Italia la finalización de la obra

y su traslado al país y en Julio del mismo

año comenzaron a llegar las primeras partes

a Buenos Aires. Las figuras de bronce fueron

terminadas en 1916 y embarcadas, pero nunca

llegaron a la Argentina, pues el vapor naufragó

frente a las costas de Brasil. El encargo de las nuevas

piezas dilató aún más su ejecución, siendo inaugurado el

25 de Mayo de 1927. De las piscinas en su parte baja emergen

cuatro alegorías de bronce que simbolizan los Andes, el Río de la Plata,

La Pampa y el Chaco. El bloque monumental que emerge en el centro simboliza

la unión de argentinos y españoles, con figuras de delicados contornos. Preside

el monumento la figura de “La República” y, a sus pies, imágenes de “La Paz”, “La

Justicia”, “La Industria” y “El Comercio”.

Una de las más altas expresiones de arte urbano la encontramos en la fuente de

“Las Nereidas”, también llamada “El tocador de Venus”, de la artista tucumana

Lola Mora. Fue inaugurada el 21 de mayo de 1903, en su antigua ubicación

del Paseo de Julio (hoy Av. L. N. Alem) próxima a la Casa de

Gobierno. La osadía en el tratamiento de los desnudos

despertó críticas y motivó su traslado en 1918 a su

actual emplazamiento en la plazoleta de acceso al

espigón del viejo balneario en la Costanera Sur. El

grupo escultórico, de piedra y mármol de Carrara,

representa el nacimiento de Venus surgiendo

de una valva marina. En su base, de una valva

de molusco emergen tres tritones desnudos,

sosteniendo las bridas de tres caballos

sumergido en el agua de la valva. Del centro

se levanta un pilar en piedra rústica -travertino

de Tívoli- que sirve de apoyo a dos náyades,

sirenas o nereidas, que elevan una valva más

pequeña con el nacimiento de Venus desnuda. La

protagonista se ubica en el borde externo de la valva,

sentada sobre la pierna derecha, grácilmente cruzada. La

fuente se completa con un gran vaso que contiene el agua,

espejo que refleja todo el motivo marino.

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Monumento de los dos Congresos, realizado en piedra de Nancy y figuras de bronce, inaugurado en 1914.

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El crecimiento demográfico y edilicio de Buenos Aires superaba en los primeros

años del siglo XX todas las previsiones de saneamiento posibles. Para una ciudad

que recibía importantes contingentes migratorios y construía grandes edificios

en altura el Depósito de Av. Córdoba no era suficiente.

En 1905, con un área de 2.593 hectáreas y 700.000 habitantes provistos con

agua corriente, la ciudad llegaba a su primer millón de habitantes. El proyecto

del Radio Antiguo elaborado por el estudio Bateman, Parsons & Bateman en

1871-72, cuando vivían en la ciudad 180.000 personas, no había considerado

la posibilidad de que a los cuarenta años de esa fecha los habitantes del área

superaran con holgura los 400.000 habitantes previstos.

Era necesario complementar y ampliar su acción con otros depósitos de gravitación

ubicados en zonas topográficamente más elevadas que pudieran abastecer sin

problemas a las nuevas generaciones de rascacielos que iban poblando la ciudad.

Para ello, en 1908, como señalamos al referirnos a la Planta Palermo, la

Administración de las Obras de Salubridad -antecesora de Obras Sanitarias de

la Nación- formuló un plan de abastecimiento que contemplaba la provisión de

agua potable para seis millones de habitantes, y comprendía la construcción de

grandes depósitos de reserva en zonas con cotas de 38 m ubicados en barrios

periféricos de la Capital, junto con otras importantes obras, como una nueva

planta purificadora en Palermo, que reemplazaría a la de Recoleta.

Tal la génesis de los grandes depósitos proyectados en los barrios de Caballito

y Devoto, similares en su capacidad, funcionamiento, ingeniería y en el planteo

general de su arquitectura.

Otros dos grandes Depósitos Urbanos

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Vista del Depósito de Villa Devoto, 1919.

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Historias del Agua en Buenos Aires Otros dos grandes Depósitos Urbanos

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Los depósitos de Devoto y de Caballito seguían

el diseño general del de Av. Córdoba, esto es:

una gran estructura metálica interior con

doce tanques de reserva de cuatro metros de

altura y 6.000 m3 de capacidad, en tres niveles,

sostenidos por una malla de columnas de

hierro que también soportaban el armazón de

la cubierta de chapas onduladas en la parte

central y las mansardas y cúpulas de pizarras

perimetrales.

Con la utilización de la electricidad en las

maquinarias de provisión de agua, los grandes

depósitos de gravitación fueron siendo desplazados en su uso, quedando

como complemento del sistema directo de impulsión, o bien desafectados.

La construcción de la obra estuvo a cargo de la empresa Ways y Freytag S.A.,

mientras que la parte metálica de los tanques fue realizada por la misma

empresa británica del depósito en Caballito. Los ramales de distribución en

ambos depósitos fueron provistos por la fábrica de Head Wrightson Co. Ltd.,

mientras que las rejas de hierro fueron adquiridas a la fundición de Walter

Macfarlane & Co. de Glasgow.

La construcción del Depósito de Villa Devoto fue terminada a fines de 1916.

Restaban construir la casilla del guardián, las oficinas, los cercos, veredas, etc.,

que fueron terminados -junto con la habilitación total del Depósito- el 1° de

diciembre de 1917.

Por su parte, el Depósito de Gravitación de Caballito

posee una estructura de hierro similar importada

de Gran Bretaña, provista por la firma Cleveland

Bridge Co. Ltd., mientras que la construcción del

depósito estuvo a cargo de la empresa Lavenás,

Poli y Cía. Las cañerías de agua filtrada llegaban

a los tanques desde las bombas impelentes del

Establecimiento Palermo, con un largo de 10 km.

Los caños se reunían en dos grupos de cuatro

cada uno, convirtiéndose en dos grandes caños

que atravesaban subterráneamente todo el

edificio, y aumentando de diámetro hasta llegar

a 1.50 m en la parte central. En el sector opuesto

a la entrada, estos caños se bifurcaban desprendiendo en todas direcciones los

conductos de distribución.

La red de cañerías maestras comprendía dos servicios: uno, exclusivo para el

Radio Nuevo, y otros para reforzar la provisión de agua en el Radio Antiguo,

especialmente en los edificios de mayor altura sobre Avenida de Mayo, por

encontrarse los tanques de Caballito diez metros más altos en su nivel de

distribución que los del Depósito de Av. Córdoba.

Hoy, estos gigantes casi dormidos forman parte inseparable del patrimonio

barrial porteño y, junto con el Palacio de Aguas Corrientes de Av. Córdoba, son

ejemplos relevantes del desarrollo alcanzado por la industria europea de las

grandes estructuras de hierro del siglo XIX y principios del XX que se exportaban

hasta los más apartados confines del mundo.

Plano de planta del Depósito de Caballito, al nivel del zócalo, con la vista de las fundaciones que sirven de apoyo a las columnas de hierro de la estructura que sostiene los tanques de reserva, 1912.

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El Depósito de Villa Devoto a poco tiempo de su habilitación, en diciembre de 1917. Nótese en la manzana lindera, la casa de administración, los depósitos y otras dependencias de Obras Sanitarias de la Nación.

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Como vimos al hablar de los bañistas, la ciudad no siempre dio la espalda al río.

Aquella relación de disfrute cambió drásticamente con la aparición del Puerto y

el cambio de usos y costumbres. No obstante, había sectores de la ribera que no

resignaban sus viejos usos y en ellos la Comuna llevó adelante, en los años ’20, una

efectiva renovación que permitió multiplicar su concurrencia.

La idea de transformar el tramo de ribera entre las arterias Belgrano y Brasil en

paseo y balneario públicos surgió durante la intendencia de Joaquín Llambías y el

encargado de los trabajos fue el paisajista Benito Carrasco. El lugar, bautizado por

la revista “Caras y Caretas” como el “Balneario de los pobres”, desde años atrás era

concurrido por familias modestas los domingos para tomar mate al aire libre, y

los bañistas se internaban en carros para higienizarse, con la idea de no ser vistos.

Un sofocante 11 de diciembre de 1918 fue inaugurado el “Balneario Municipal del

Sur”, en medio de una multitud entusiasta -estimada por la prensa en cien mil

personas- que se agolpaba en la rambla.

Horas antes había caído un chaparrón,

pero el público permaneció

en su sitio y, luego del acto

oficial con misa, himno

y salva de 21 cañonazos,

invadió rápidamente las

explanadas del flamante

balneario.

A poco de su inauguración

la Costanera Sur se convirtió

en el paseo obligado del verano

porteño. Durante el día, era un

balneario popular con gran poder de convocatoria, mientras que por la noche,

visitantes de otro nivel frecuentaban sus confiterías y restaurantes.

A la altura de Brasil, un largo murallón con escalinatas que descendían hacia el río

se extendía entre un espigón de hormigón armado y una pérgola semicircular que

remataba la Avenida Belgrano. Una rambla destinada a peatones poseía amplios

jardines en forma de pelouses y motivos florales, con árboles de tipas y acacias y el

infaltable equipamiento urbano de farolas y maceteros de bronce importados de

Francia. Años más tarde la Costanera se prolongó hasta la calle Viamonte al Norte,

y hacia el Sur se completará con un sector en el que se levantarán los edificios

de la Escuela Superior de Bellas Artes Ernesto de la Cárcova (Museo de Calcos), el

Observatorio Naval del Servicio Hidrográfico Nacional y un lazareto.

En 1921 el Balneario pasó a depender del Municipio y por la memoria de ese año

sabemos que concurrían unos 46.000 bañistas por día y que, por el costo de dos

pesos, se vendían oficialmente trajes de baño. Esta medida de higiene hizo crecer

los ingresos de la Comuna en alrededor de seis millones de pesos.

El Balneario contaba entonces con duchas y 380 casillas individuales para que el

público pudiera guardar sus pertenencias; canchas de tenis, fútbol y un gimnasio

para los niños. En los predios circundantes se levantaron restaurantes y confiterías,

que fueron epicentro de bailes y entusiastas carnavales en las décadas de 1920 y

1930, su época de esplendor.

El arquitecto húngaro Andrés Kalnay proyectó los restaurantes -gemelos- “Brisas

del Plata” y “Juan de Garay” y el magnífico edificio de la cervecería “Munich”, hoy

sede de la Dirección de Museos del Gobierno de la Ciudad, que reunió a personajes

como Hipólito Yrigoyen, Leopoldo Lugones, Alfredo Palacios, Alfonsina Storni,

Belisario Roldán, el Príncipe Eduardo de Gales y Carlos Gardel.

La Costanera Sur

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La Costanera Sur en sus años de apogeo, ca. 1935. Sólo en el verano de 1926 se bañaron allí 45.000 personas.

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Ríos subterráneos y entubamiento de arroyos

Hacia 1922 se habían concluido las metas del plan del ingeniero Agustín

González aprobado en 1908; el consumo por habitante había llegado a 291 litros

y la población servida a 1.700.000 habitantes. Se hacían imprescindibles nuevas

obras de ampliación de las instalaciones de potabilización, principalmente

debido a la extensión que había adquirido la ciudad, convertida en una sucesión

de barrios yuxtapuestos, que se confundían en sus límites con las poblaciones

vecinas y partidos, cuadriplicando la superficie original de la Capital (19.000

hectáreas), para llegar a las 70.000 hectáreas.

El sistema de provisión de agua con fuente subterránea para Belgrano y Flores

se había sustituido en 1915 por el de superficie desde el Establecimiento Palermo.

Dos años más tarde en el Establecimiento Recoleta se había inaugurado

una planta de coagulante para la purificación del agua, y ya se encontraban

habilitados los grandes depósitos de Caballito y Devoto. Éstos y la habilitación

de nuevos conductos en materia de desagües cloacales, hacía presumir que la

situación sanitaria estaba controlada. Pero nuevamente el crecimiento edilicio

y demográfico de la urbe hizo aumentar la tensión entre lo que se preveía y

la realidad que lo desmentía. A inicios de 1922 la demanda de agua potable

superaba los 600.000 m3 diarios, en tanto que las plantas de Palermo y Recoleta

sólo podían abastecer 450.000 m2 por día. Eran imprescindibles nuevas obras.

Los grandes conductos subterráneos

Encofrado metálico y vibradores eléctricos para el moldeo del hormigón, 1945.

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Construcción de los ríos subterráneos -conductos de alimentación por gravitación- desde la Planta de Palermo hasta los depósitos de Av. Córdoba y Caballito, 1943.

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Historias del Agua en Buenos Aires Los grandes conductos subterráneos

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Hacia 1929, la ampliación del Radio Nuevo monopolizaba la atención de Obras

Sanitarias de la Nación, continuando además con los entubamientos de los

arroyos -Maldonado e inicio del Vega- una empresa que se prolongaría a

lo largo de toda la primera mitad del siglo XX y que otorgaría

a muchos barrios un paisaje de montículos de tierra,

puentes provisorios, operarios trasladando

grandes conductos, en eterna mutación.

En 1932 con una población de 2.200.000

de habitantes, el consumo diario por

persona era de 390 litros por día, y

desde el Establecimiento Palermo se

abastecía a la Capital y los pueblos

ribereños de Vicente López, San Isidro,

San Fernando y Tigre.

Hacia 1934 habían comenzado las obras

de la cuenca del Arroyo Medrano y se

encontraban en proyecto las del Cildáñez.

Pero la reactivación de los entubamientos de los

arroyos recién se efectivizó dos años después cuando

se licitó un importante grupo de obras, que también incluía

la terminación del sistema pluvial del Radio Nuevo, cubriendo una

superficie aproximada de 16.000 hectáreas.

Y en aquella oportunidad será otra gran figura del saneamiento argentino, el

ingeniero Antonio Paitoví el que asumirá la dirección de un ambicioso proyecto:

alcanzar los 500 litros diarios por habitante, que permitiesen servir durante los

próximos cuarenta años a una población de 6.000.000 de habitantes.

El plan fue aprobado por ley en junio de 1925 y básicamente

comprendía la sustitución de la Planta Recoleta por la de

Palermo, dotándola de mayor capacidad, a la vez que

se atendía la realización de obras de agua y cloacas

para la ciudad, largamente postergadas.

En 1927 las obras que se desarrollaban

en la ciudad obedecían a dos planes

independientes: uno de agua y cloacas

pertenecientes al plan antes citado, y otro

correspondiente a la canalización de los

arroyos que cruzaban el Municipio y los

conductos secundarios afluentes de los

mismos y complementarios en las zonas bajas

del Radio Antiguo, aprobado por el gobierno en

1919. Recordemos que en la historia hidrográfica de

la ciudad, los problemas causados por sus cuatro arroyos

principales denominados -de Norte a Sur- Medrano, Vega,

Maldonado, Cildáñez y sus emisarios se agudizaron con el crecimiento

urbano, en especial en la cuenca del Maldonado, unas 8.300 hectáreas desde su

nacimiento en La Matanza.

Personal de Obras Sanitarias de la Nación en un conducto de agua potable.

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Desagües pluviales en 1949.

Redes de agua potable en 1949.

Colector general de conductos pluviales. En construcción, mayo de 1938.

Construcción del Colector de la Zona Baja Costanera, octubre de 1941.

Conducto de desagüe pluvial de la calle Costa Rica, 1927.

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Historias del Agua en Buenos Aires Los grandes conductos subterráneos

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En junio de 1937 se concluyeron las obras del Colector General de los conductos

pluviales que corrían por las calles Anchorena, Austria, Bustamante, Ocampo y

Ugarteche, una obra pluvial complementaria de los desagües del Radio Antiguo

y ampliación de los que se estaban construyendo en la zona sur del Radio Nuevo,

sobre la cuenca del Maldonado. Esta obra inspiró la pintura de Quinquela Martín

“Construcción de Desagües” que realizó el artista en la escalera del hall de la

Administración Central de Obras Sanitarias en la calle Charcas (hoy Marcelo T.

de Alvear).

Al finalizar la década, comienzan a tomar cuerpo los estudios para alimentar los

grandes depósitos de reserva desde la Planta de Palermo a través de conductos

de gravitación o “ríos subterráneos”, en lugar de las cañerías de impulsión

tradicionales. Hacia 1939, con una población que superaba los 2.500.000

habitantes, la ciudad consumía un promedio diario de 367 litros por persona.

Esta nueva modalidad se puso en marcha recién en 1941, a la vez que se

implementaban estaciones de elevadoras al pie de los grandes depósitos y

se independizaban las redes maestras de las de distribución. El primer río

subterráneo de la ciudad fue inaugurado por el Presidente Juan D. Perón el 4

de noviembre de 1954 en la Estación de Bombas Elevadoras de Caballito. Al año

siguiente se hizo lo propio con la perteneciente al depósito de Villa Devoto y

en las décadas subsiguientes se fueron ampliando los tramos de enlace de la

red entre la Capital y el Aglomerado Bonaerense, respondiendo a una realidad

demográfica y funcional que excedía los límites administrativos de Buenos Aires.

Ilustración con el tendido de los conductos de agua potable desde la Planta Palermo hasta los grandes depósitos.

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Canalización del Maldonado, julio de 1940.

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AySA y el aguaen el siglo XXI

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El periplo que iniciamos en los años de la Revolución de Mayo en estas notas

históricas sobre el agua en Buenos Aires nos trae hasta el presente, en donde, al

igual que doscientos años atrás, el principal abastecimiento de agua potable se

realiza a partir de agua superficial que proviene del Río de La Plata.

La gestión de este servicio fundamental -junto con el de desagües cloacales- se

encuentran a cargo de AySA (Agua y Saneamientos Argentinos), una empresa

creada con la misión de dar continuidad, mejorar y expandir estas prestaciones

esenciales para la población no sólo de la ciudad de Buenos Aires sino también del

primer cordón del conurbano, un área estratégica del país y la más densamente

poblada de todo su territorio. Se trata de un radio de acción en el que residen

catorce millones de personas, circunstancia que convierte a la empresa en una de

las más importantes proveedoras en su tipo en el mundo.

Dentro de este radio, el agua de río que abastece a la ciudad se capta a través de

las torres de toma y se conduce a las plantas potabilizadoras para ser sometida

a un tratamiento que permite la eliminación de componentes físicos, químicos y

biológicos indeseables. Una vez finalizado este proceso, se entrega a los usuarios a

través de un sistema integrado por una red de ríos subterráneos, que la transportan

por gravedad hacia estaciones elevadoras, donde el agua es impulsada a la red

primaria, formada por conductos de gran diámetro, y de allí a la red secundaria que

la lleva hasta los hogares. Durante todo este proceso, la empresa efectúa rigurosos

controles en forma permanente.

AySA y el agua en el siglo XXI

Torre de toma de AySA en el Río de la Plata.

Imbuida de una visión dinámica que rescata el espíritu que dio armadura y sustento

a las realizaciones de Obras Sanitarias de la Nación, AySA asume su función

consciente de que se relaciona con necesidades básicas del hombre, que hacen a

la calidad de vida y salud de la población, las cuales se encuentran estrechamente

vinculadas con el entorno. Por ello, trabaja en pos del desarrollo sustentable y la

preservación de los recursos ambientales, comprometida con sus usuarios, con la

Nación y con las futuras generaciones.

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Vista aérea de la Planta Potabilizadora Gral. San Martín en el Barrio de Palermo, ciudad de Buenos Aires.

Torre de toma de AySA en el Río de la Plata.

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Historias del Agua en Buenos Aires AySA y e l agua en e l s ig lo XXI

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Construyendo el presente, proyectando el futuro

Para cumplir este importante desafío, actualmente AySA se encuentra

desarrollando un programa de obras sin precedentes, cuyo objeto primordial es la

expansión para lograr que todos los habitantes del área de la concesión cuenten

con estas prestaciones básicas en el menor tiempo posible.

Con este propósito, se están realizando importantes inversiones que permiten

hoy tener en ejecución grandes obras. Entre ellas, mega emprendimientos de

ingeniería, que no se realizaban en el país en los últimos 50 años, como las obras

del Sistema Riachuelo.

Por otra parte, el plan contempla la renovación y rehabilitación de las redes

existentes, con el objeto de mejorar la calidad, presión y continuidad de los

servicios; y la ampliación y mantenimiento de las instalaciones (establecimientos

potabilizadores y depuradores, estaciones elevadoras y de bombeo, entre otras).

Estas obras no sólo permitirán que se mantengan adecuadamente el patrimonio

sino que contribuirán a que puedan concretarse las futuras expansiones.

Mientras, en el conurbano, el compromiso principal de la empresa se orienta a la

integración al servicio de las comunidades más vulnerables. Allí, AySA se encuentra

desarrollando modalidades de expansión de redes secundarias que contemplan

programas participativos de gestión que trabajan en un contexto de articulación

institucional con las autoridades de la concesión, municipios, instituciones locales,

cooperativas de trabajo, y de vecinos.

Obras del Sistema Riachuelo.

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Atardecer en las obras del Sistema Riachuelo.

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Historias del Agua en Buenos Aires AySA y e l agua en e l s ig lo XXI

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Plan A+T, Cooperativa Trabajadores del Sur ejecutando una obraen Esteban Echeverría.

Tareas de cambio de válvulas en Villa Adelina.

Sala de Control Centralizado del Servicio de AySA, en la Planta Gral. San Martín.

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Plan de renovación de cañerías, cambio de válvulas centenarias en la ciudad de Buenos Aires.

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Historias del Agua en Buenos Aires AySA y e l agua en e l s ig lo XXI

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Agua, cultura y patrimonio

Además de su función principal, la de proveer los servicios de agua y desagües

cloacales, la empresa trabaja activamente en el terreno de la promoción de la

conciencia ambiental y el rescate del patrimonio cultural vinculado con la historia

del saneamiento argentino.

Con estos propósitos, AySA ha creado un Programa Cultural denominado Fuente

Abierta, que hoy tiene en el Museo del Agua y de la Historia Sanitaria, el Archivo

Histórico de Planos y Expedientes y la Biblioteca Agustín González, a tres centros

de actividad cultural permanente, que funcionan en el espectacular Palacio de las

Aguas Corrientes. Mientras que en las plantas potabilizadoras se desarrolla un

programa de visitas educativas, a través de las cuales los chicos de las escuelas

primarias del área de acción pueden conocer el complejo proceso que transforma el

agua del río en agua lista para el consumo, y reciben información sobre la necesidad

de cuidar los recursos y recomendaciones prácticas para su uso adecuado.

De este modo, AySA se propone difundir y preservar un legado fundamental,

rescatando valores estrechamente ligados a la cultura del trabajo y la producción,

al servicio de la higiene y salubridad de los argentinos.

Biblioteca Agustín González, Palacio de las Aguas Corrientes.

Escolares recorriendo la Planta Potabilizadora Gral. San Martín en Palermo.

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Ingreso del público al Palacio de las Aguas Corrientes durante La Noche de los Museos.

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Historias del Agua en Buenos Aires AySA y e l agua en e l s ig lo XXI

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Como hemos visto en las páginas que precedieron, luces y sombras se alternan en

una historia que demuestra claramente la significación de las aguas corrientes en

la calidad de vida de los habitantes de una ciudad que nació y creció a orillas de un

estuario de horizontes infinitos. El mismo que hoy es parte de su vida, memoria

e identidad.

Desde el rescate de su rico pasado, desde su utilización responsable en el presente

y desde la concientización ambiental de las nuevas generaciones, AySA procura

contribuir a un mejor conocimiento y valoración del agua, que también implica

a nuestro Río y a nuestros espacios públicos. Una relación que, como el tiempo

demostró, debemos pugnar por hacerla más armónica, respetuosa e inseparable.

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Buenos Aires y el Río. La presencia histórica del estuario, y un paisaje cultural que reúne tradición y modernidad.

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1 Vas Mingo, Marta Milagros del Viento. Las Ordenanzas de 1573. Sus antecedentes y consecuencias. Madrid. Universidad Complutense. 1985.

2 Young, Carlos A. “El saneamiento domiciliario en la época del Virreinato”. En: “Boletín de Obras Sanitarias de la Nación”. Buenos Aires, Año IV, N° 37, julio de 1940.

3 Ibídem.

4 Wilde, José Antonio. Buenos Aires desde setenta años atrás. Buenos Aires. Ed. Jackson. 1945.

5 Mansilla, Lucio V. Mis Memorias (Juventud - Adolescencia). Buenos Aires. Ed. El Ateneo. 1978.

6 Citado en: Cunietti - Ferrando, Arnaldo. Personajes de la ribera porteña. Buenos Aires. Ed. Lulemar. 2008. P. 40. Nota: Varios títulos de nuestro trabajo recogen pasajes del ameno y documentado trabajo del historiador Cunietti - Ferrando, que arroja luz sobre aspectos poco difundidos del agua y la vida cotidiana desde los primeros años de la ciudad.

7 Wilde, José Antonio. Op. cit.

8 Diario “La Prensa”. Buenos Aires, 3 de septiembre de 1890.

9 Uno de sus intérpretes más conocidos fue la cantante Libertad Lamarque (Colección 78 r.p.m. 1937-46, RCA).

10 Cunietti – Ferrando, Arnaldo. Op. cit.

11 Concolorcorvo. El lazarillo de ciegos caminantes. Desde Buenos Aires hasta Lima. 1773. Buenos Aires. Ed. Solar. 1942.

12 Mansilla, Lucio V. Op. cit.

13 Nadal Mora, Vicente. La herrería artística del Buenos Aires antiguo. Buenos Aires. Comisión Nacional de Museos, Monumentos y Lugares Históricos. 1957.

14 Wilde, José Antonio. Op. cit.

15 Ibídem.

16 Se llamaban “galletas” y consistían en nudos hechos en la ropa húmeda, muy difíciles de desatar. En: Wilde, José Antonio. Op. cit.

17 Citado en: Cunietti - Ferrando, Arnaldo. Op. cit.

18 De Paula, Alberto S. J. - Gutiérrez, Ramón. La encrucijada de la arquitectura argentina, 1822 - 1875. Santiago Bevans - Carlos E. Pellegrini. Resistencia, Chaco: UNNE. 1974.

19 Ibídem.

20 Este molino a vapor había sido construido por J. E. Hall de Dartford, y constaba de tres calderas, cada una con un cuerpo cilíndrico superior de algo más de un metro de diámetro, terminado por fondos hemisféricos y unido a cuatro hervidores que comunicaban con él y entre sí por tubulares. En: Gutiérrez, Ricardo. La introducción de la máquina a vapor en Buenos Aires. El molino “San Francisco”. Buenos Aires. Ed. Golova. 1938.

21 Bacigaluppi, Jorge. “Cómo se abastece de agua la ciudad de Buenos Aires”. En: “Boletín de Obras Sanitarias de la Nación”, Buenos Aires, Año I, N° 2, agosto de 1937. P. 132 - 134.

22 De Paula, Alberto S. J. - Gutiérrez, Ramón. Op.cit.

23 Cunietti - Ferrando, Arnaldo. Op. cit.

24 Ibídem.

25 Borges, Jorge Luis. Luna de enfrente y Cuaderno San Martín. Buenos Aires. Ed. Emecé. 1969.

26 Estrada, Santiago. Viajes. Buenos Aires. Ed. Estrada. 1ra. Edición. 1946.

27 Latzina, Francisco - Chueco, Alberto Martínez. Censo general de población, edificación, comercio e industrias de la ciudad de Buenos Aires, levantado en los días 17 de agosto, 15 y 30 de setiembre de 1887. Tomo II. Buenos Aires. Compañía Sud-Americana de Billetes de Banco. 1889.

28 Cunietti - Ferrando, Arnaldo. Op. cit.

Notas

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Historias del Agua en Buenos Aires Notas

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29 Citado en: “Saneamiento. Revista de Obras Sanitarias de la Nación”, Año XXXIII, N° 214, abril - mayo - junio de 1969.

30 Ibídem.

31 John Coghlan y Murphy (n. Kerray, Irlanda, 1824 - m. Londres, 1890) había realizado trabajos vinculados a tendidos ferroviarios en Irlanda, España, Suecia y Alemania, pasando de allí, en 1857, a Buenos Aires, donde fue contratado por el gobierno provincial por recomendación de sus asesores financieros, la firma Baring Bros. En los treinta años que estuvo en el país (1857 - 1887) desarrolló una intensa labor profesional en obras de ferrocarriles, puertos y salubridad.

32 Wilde, Eduardo. Obras Completas. Primera Parte, Científicas, Vol. III. Buenos Aires. UBA. 1914.

33 Comisión de Aguas Corrientes, Cloacas y Adoquinado. Memoria sobre las obras de salubrificación de la ciudad de Buenos Aires. Desde su iniciación hasta el año 1875. Anexo. Memoria de la Comisión de Aguas Corrientes, Cloacas y Adoquinado correspondiente al año 1875. Buenos Aires. Imprenta del Mercurio. 1876.

34 Beccar Varela, Adrián. Torcuato de Alvear. Primer intendente municipal de Buenos Aires. Su acción edilicia. Buenos Aires. Imprenta Municipal. 1926.

35 Comisión de Aguas Corrientes, Cloacas y Adoquinado. Op. cit.

36 Municipalidad de la Ciudad de Buenos Aires. Censo General de Población, Edificación, Comercio e Industrias de la Ciudad de Buenos Aires, levantado en los días 11 y 18 de septiembre de 1904. Buenos Aires. 1906. P. 241.

37 Cunietti - Ferrando, Arnaldo. Op. cit.

38 “Los Baños Públicos: Sus grandes beneficios y la necesidad de fomentarlos”. En revista “Mundo Argentino”, Buenos Aires, año XIII, N° 629, 7 de febrero de 1923.

39 Mansilla, Lucio V. Op. cit.

40 Citado en: Tartarini, Jorge D. (Coord.). Obras Sanitarias de la Nación, 1912 - 1950. Origen y apogeo de la primera empresa estatal de saneamiento. Buenos Aires. AySA. 2007.

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Ilustraciones

Pag.

6. Del Carril, Bonifacio - Aguirre Saravia, Aníbal G. Iconografía de Buenos Aires. MCBA. Op. cit.

10. Del Carril, Bonifacio. Monumenta Iconographica. Emecé. Op. cit.

11. Moores, Guillermo. Estampas y vistas de Buenos Aires. MCBA. Op. cit.

12. Del Carril, Bonifacio. Monumenta Iconographica. Emecé. Op. cit.

13. CEHOPU. La Ciudad Hispanoamericana. El Sueño de un Orden. Op. cit.

14. Radovanovic, Elisa. Planos de Buenos Aires. CEDODAL. Op. cit.

15. Moores, Guillermo. Estampas y vistas de Buenos Aires. MCBA. Op. cit.

16. Del Carril, Bonifacio. Monumenta Iconographica. Emecé. Op. cit.

17. Del Carril, Bonifacio - Aguirre Saravia, Aníbal G. Iconografía de Buenos Aires. MCBA. Op. cit.

18. 19. y 20. Del Carril, Bonifacio. Monumenta Iconographica. Emecé. Op. cit.

21. Del Carril, Bonifacio - Aguirre Saravia, Aníbal G. Iconografía de Buenos Aires. MCBA. Op. cit.

22. Departamento de Documentos Fotográficos, Archivo General de la Nación.

23. Izquierda: Moores, Guillermo. Estampas y vistas de la ciudad de Buenos Aires. Peuser. Op. cit.

Derecha.: Del Carril, Bonifacio. Monumenta Iconographica. Emecé. Op. cit.

24. Arriba: Casa Witcomb. Buenos Aires Antiguo. Op. cit. Abajo: Colección Museo Histórico Nacional.

25. Moores, Guillermo. Estampas y vistas de la ciudad de Buenos Aires. Op. cit. Arriba, der.: Departamento de Documentos Fotográficos, Archivo General de la Nación.

26. y 27. Departamento de Documentos Fotográficos, Archivo General de la Nación.

28. Arriba: Nadal Mora, Vicente. La herrería artística del Buenos Aires antiguo. Op. cit. Abajo: Departamento de Documentos Fotográficos, Archivo General de la Nación.

29. Foto AySA. Gentileza: Museo Histórico Nacional.

30. Arriba: Reproducido en: Cunietti - Ferrando, Arnaldo. Personajes de la ribera porteña. Op. cit. Abajo: Del Carril, Bonifacio - Aguirre Saravia, Aníbal G. Iconografía de Buenos Aires.

MCBA. Op. cit.

31. Del Carril, Bonifacio - Aguirre Saravia, Aníbal G. Iconografía de Buenos Aires. MCBA. Op. cit.

32. Arriba: Casa Witcomb. Buenos Aires Antiguo. Op. cit. Abajo: Departamento de Documentos Fotográficos, Archivo General de la Nación.

33. Colección Museo Histórico Nacional.

34. Colección Biblioteca Museo de la Ciudad de Buenos Aires. 35. Moores, Guillermo. Estampas de Buenos Aires. Op. cit.

36. y 37. MCBA. Censo General de 1910. Op. cit.

38. Revista “El Sudamericano”, 1888. Colección Centro de Documentación de Arquitectura Latinoamericana.

39. De Paula, Alberto - Gutiérrez, Ramón. La encrucijada de la arquitectura. UNNE. Op. cit. 40. y 41. Moores, Guillermo. Estampas de Buenos Aires. MCBA. Op. cit.

42. Arriba: Moores, Guillermo. Estampas de Buenos Aires. MCBA. Op. cit. Abajo: Rögind, William. Historia del Ferrocarril del Sud. Op. cit.

43. Corporación del Sur. Buenos Aires al Sur. Fotografías 1864 - 1954. Op. cit.

44. Viñeta: Gutiérrez, Ricardo. La introducción de la máquina a vapor en Buenos Aires. Op. cit.

45. Casa Witcomb. Buenos Aires Antiguo. Op. cit.

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46. y 47. Colección Museo Nacional Ferroviario.

48. y 49. Avisos: Colección Museo de la Ciudad de Buenos Aires. Objetos: Colección Museo del Agua y de la Historia Sanitaria, AySA.

50. AAVV. The Art of Juan Manuel Blanes. Fundación Bunge y Born - American Society. Buenos Aires. 1994.

51. Revista “Caras y Caretas”, 1899. Derecha: Departamento de Documentos Fotográficos, Archivo General de la Nación.

52. Departamento de Documentos Fotográficos, Archivo General de la Nación.

53. Gentileza: Colección Mateo Enrique Giordano. Reprod. en Buenos Aires. Memoria del porvenir. Op. cit.

54. y 55. Departamento de Documentos Fotográficos, Archivo General de la Nación.

56. Arriba: Colección Centro de Documentación de Arquitectura Latinoamericana. Medallas: “Revista Saneamiento”, N°214. Op. cit.

57. “Revista Saneamiento”, N° 214. Op. cit.

58. Archivos de Planos de Redes, AySA.

59. Mejoras en la ciudad de Buenos Aires. 1875. Op. cit.

60. y 61. Fotos AySA.

63. y 64. Departamento de Documentos Fotográficos, Archivo General de la Nación.

65. Departamento de Documentos Fotográficos, Archivo General de la Nación. Plano: Mejoras en la Capital de la República Argentina llevadas a cabo durante la

administración del intendente Torcuato de Alvear. Op. cit.

66. Arriba: Museo del Agua y de la Historia Sanitaria de AySA. Abajo: Banderín: Colección Museo Histórico Nacional. Medalla: Departamento de Documentos Fotográficos, Archivo General de la Nación.

67. Centro de Documentación e Investigación de la Arquitectura Pública.

Histor ias del Agua en Buenos Aires I lustraciones

154

68. Departamento de Documentos Fotográficos, Archivo General de la Nación.

69. Departamento de Documentos Fotográficos, Archivo General de la Nación.

70. Arriba: Roqué, Benjamín (dir.). La República Argentina, 1906 - 1907. Op. cit. Abajo: Departamento de Documentos Fotográficos, Archivo General de la Nación.

71. Arriba, izq.: Museo del Agua y de la Historia Sanitaria, AySA Arriba, der.: Reproducción gentileza Sr. Luis Príamo. Abajo, izq.: Departamento de Documentos Fotográficos, Archivo General de la Nación. Abajo, der.: Museo del Agua y de la Historia Sanitaria, AySA.

72. Arriba: Museo del Agua y de la Historia Sanitaria, AySA. Abajo: Archivo de Planos de Redes, AySA.

73. Museo del Agua y de la Historia Sanitaria, AySA.

74. Biblioteca Agustín González, AySA.

75. Biblioteca del Museo de la Ciudad de Buenos Aires.

77. Izq.: Biblioteca del Museo de la Ciudad de Buenos Aires. Der.: MCBA. Censo Municipal. 1910. Op. cit.

78. y 79. Biblioteca del Museo de la Ciudad de Buenos Aires.

80. Zago, Manrique. Buenos Aires anteayer. Op. cit.

81. Museo de la Ciudad de Buenos Aires.

82. Izq. arriba y abajo: Mejoras en la Capital de la República Argentina llevadas a cabo durante la administración del intendente Dr. Torcuato de Alvear. Op. cit.

Derecha: Gentileza Colección Dr. Oscar A. De Masi.

83. La República Argentina 1906 - 1907. Op. cit.

84. Museo del Agua y de la Historia Sanitaria, AySA.

85. Centro de Documentación e Investigación de la Arquitectura Pública.

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86. y 87. Museo del Agua y de la Historia Sanitaria y Archivo de Planos de Redes, AySA.

88. Departamento de Documentos Fotográficos, Archivo General de la Nación.

89. Centro de Documentación e Investigación de la Arquitectura Pública.

90. Arriba, izq.: Colección Museo Histórico Nacional. Otras: Archivo de Planos de Redes, AySA.

91. Colección Centro de Documentación de Arquitectura Latinoamericana.

92. Fotos AySA.

93. Moore, G. Estampas y vistas de Buenos Aires. MCBA. Op. cit. Plano: álbum Argentino 1906 - 1907. Op. cit.

94. Colección Dirección de Construcciones Portuarias y Vías Navegables.

95. Foto: Christiano Junior. Gentileza: Colección Carlos Sánchez Idiart. Viñeta: Museo Nacional Ferroviario.

96. Reproducido en: Cunietti - Ferrando, Arnaldo. Personajes de la ribera porteña. Op. cit.

97. Chueco, Manuel. La República Argentina en su primer Centenario. Op. cit.

98. Reproducido en: Cunietti - Ferrando, Arnaldo. Personajes de la ribera porteña. Op. cit.

99. Departamento de Documentos Fotográficos, Archivo General de la Nación.

100. Revista “Plus Ultra”. Colección Centro de Documentación de Arquitectura Latinoamericana.

101. Archivo de Planos de Redes, AySA.

102. y 103. Biblioteca Agustín González, AySA.

104. Museo del Agua y de la Historia Sanitaria, AySA

105. Revista “Plus Ultra”. Colección Centro de Documentación de Arquitectura Latinoamericana.

106. a 109. Departamento de Documentos Fotográficos, Archivo General de la Nación.

110. Archivo de Planos de Redes, AySA.

111. Departamento de Documentos Fotográficos, Archivo General de la Nación.

112. Medalla: Colección Museo de la Ciudad de Buenos Aires. Postal: Colección Centro de Documentación de Arquitectura Latinoamericana.

113. Biblioteca Museo de la Ciudad de Buenos Aires.

115. Arriba, centro: Departamento de Documentos Fotográficos, Archivo General de la Nación.

Abajo, izq.: Centro de Documentación e Investigación de la Arquitectura Pública. Otras: OSN. Origen y apogeo de la primera empresa estatal de saneamiento. Op. cit.

116. Centro de Documentación e Investigación de la Arquitectura Pública.

117. a 119. OSN. Origen y apogeo de la primera empresa estatal de saneamiento. Op. cit.

121. a 123. Departamento de Documentos Fotográficos, Archivo General de la Nación.

127. Departamento de Documentos Fotográficos, Archivo General de la Nación.

128. Archivo de Planos de Redes, AySA.

129. Centro de Documentación e Investigación de la Arquitectura Pública.

130. y 131. Colección Museo de la Ciudad de Buenos Aires.

132. a 137. OSN. Origen y apogeo de la primera empresa estatal de saneamiento. Op. cit.

140. Torre de toma de AySA en el Río de la Plata. Fuente AySA.

141. Vista aérea de la Planta Potabilizadora Gral. San Martín en el Barrio de Palermo, ciudad de Buenos Aires. Fuente AySA.

142. Obras del Sistema Riachuelo.

143. Atardecer en las obras del Sistema Riachuelo.

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156

144. Plan A+T, Cooperativa Trabajadores del Sur ejecutando una obra en Esteban Echeverría. Fuente AySA.

Sala de Control Centralizado del Servicio de AySA, en la Planta Gral. San Martín. Fuente AySA.

Tareas de cambio de válvulas en Villa Adelina. Fuente AySA.

145. Plan de renovación de cañerías, cambio de válvulas centenarias en la ciudad de Buenos Aires. Fuente AySA.

146. Archivo de Planos Históricos y Domiciliarios, Palacio de las Aguas Corrientes. Fuente AySA.

Niños durante una visita guiada al Museo del Agua y de la Historia Sanitaria. Palacio de las Aguas Corrientes. Fuente AySA.

Escolares recorriendo la Planta Potabilizadora Gral. San Martín en Palermo. Fuente AySA.

Biblioteca Agustín González, Palacio de las Aguas Corrientes. Fuente AySA.

147. Ingreso del público al Palacio de las Aguas Corrientes durante La Noche de los Museos. Fuente AySA.

148. y 149. Puerto Madero, fotografía de Yadid Levy para Luis Rosendo.

150. Benito Quinquela Martín al frente de su obra “Construcción de desagues”, 1937.

Histor ias del Agua en Buenos Aires I lustraciones

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