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Page 1: El libro fantastico  - tony di terlizzi
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Tony DiTerlizzi - Holly Black

El libro fantásticoCrónicas de Spiderwick 1

ePUB v1.3Moower 01.02.12

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TonyDiTerlizzi yHolly Black

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Traducción deCarlos Abreu

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Título Original: "The FieldGuide"Traducción: Carlos AbreuDiseño del libro: TonyDiTerlizzi y Dan Potash

© Tony DiTerlizzi y HolJyBlack, 2003© Ediciones B, S. A., 2003

Fotocomposición: punt groc& associats, s. a., BarcelonaImpresión yencuadernación: Printerindustria gráficaN. II, Cuatro caminos s/n,08620 Sant Vicenç delsHorts

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Barcelona, 2005. Impreso enEspaña1ª edición: noviembre, 2003ISBN 978-84-666-2424-4

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Para mi abuela Melvina, queme aconsejó

que escribiera un librocomo éste, y a quien

le dije que nunca lo haría.H.B.

Para Art hur Rackbam: quecont inúe

inspirando a otros comome ha inspirado a mí

T.D.

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CARTA DE HOLLY BLACK

CARTA DE LOS HERMANOSGRACE

MAPA DE LA ESTANCIASPIDERWICK

CAPÍTULO UNODonde los hermanos

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Grace llegan a su nuevohogar

CAPÍTULO DOSDonde se exploran dosparedes con métodosradicalmente dist intos

CAPÍTULO TRESDonde se plantean

muchos interrogantes

CAPÍTULO CUATRODonde se dan respuestas,pero no a las preguntas

adecuadas

CAPÍTULO CINCO

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Donde Jared lee un libroy t iende una t rampa

CAPÍTULO SEISDonde aparecen cosas

inesperadas en elcongelador

CAPÍTULO SIETEDonde se descubre eldest ino de los ratones

SOBRE TONY DITERLIZZI...

Y SOBRE HOLLY BLACK

AGRADECIMIENTOS

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Querido lector:

Tony y yo somos amigosdesde hace años, y siemprehemos compartido ciertafascinación por laliteratura fantástica. Nosiempre habíamos sidoconscientes de laimportancia de esaafinidad ni sabíamos quesería puesta a prueba.

Un día, Tony y yo —juntocon varios otros autores—estábamos firmando

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ejemplares en una libreríagrande. Cuando terminamos,nos quedamos para ayudar aapilar libros y charlar,hasta que se nos acercó undependiente y nos dijo quealguien había dejado unacarta para nosotros.Cuando le preguntéexactamente a quién ibadestinada, su respuestanos sorprendió.

—A vosotros dos —señaló.La carta aparecetranscrita íntegramente enla siguiente página. Tony

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se pasó un buen ratocontemplando la fotocopiaque la acompañaba. Luego,en voz muy baja, sepreguntó dónde estaría elresto del manuscrito.Escribimos una nota a todaprisa, la metimos en elsobre y le pedimos aldependiente que se laentregase a los hermanosGrace.

No mucho después alguiendejó un paquete atado conuna cinta roja delante demi puerta. Al cabo de

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pocos días, tres niñosllamaron al timbre y mecontaron esta historia.

Lo que ha ocurrido desdeentonces es difícil dedescribir. Tony y yo noshemos visto inmersos en unmundo en el que nuncacreímos realmente. Ahorasabemos que los cuentos dehadas son algo más querelatos para niños. Nosrodea un mundo invisible,y queremos desvelarlo antetus ojos, querido lector.

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Holly Black

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Queridos señora Black y señorDiTerlizzi:

Sé que un montón de genteno cree en los seressobrenaturales, pero yo sí, ysospecho que ustedes también.Después de leer sus libros, leshablé a mis hermanos deustedes y decidimosescribirles. Algo sabemossobre esos seres. De hecho,sabemos bastante.

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La hoja que adjunto es unafotocopia de un viejo libroque encontramos en eldesván. No está muy bienhecha porque tuvimosproblemas con lafotocopiadora. El libro explicacómo identificar a los seresmágicos y cómo protegerse deellos. ¿Serían tan amables deentregarlo a su editorial? Sipueden, por favor metan unacarta en este sobre ydevuélvanlo a la librería.Encontraremos el modo deenviarles el libro. El correo

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ordinario es demasiadopeligroso.

Sólo queremos que la gentese entere de esto. Lo que nosha pasado a nosotros podríapasarle a cualquiera.

Atentamente.

Mallory, Jared y SimonGrace.

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Más bien parecían unmontón de barracas

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S

CAPÍTULO UNO

Donde los hermanosGrace llegan a su nuevo

hogar

i alguien hubiese preguntado a JaredGrace en qué trabajarían sus

hermanos cuando fuesen mayores, no selo habría pensado dos veces. Habríarespondido que su hermano Simon seríaveterinario o domador de leones, y quesu hermana Mallory se dedicaríaprofesionalmente a la esgrima o

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acabaría en la cárcel por pinchar aalguien con una espada. Sin embargo, elpropio Jared no sabía qué quería llegara ser. No es que nadie se lo preguntase,en realidad. Nadie le pedía su opiniónsobre nada. La nueva casa, por ejemplo.Jared Grace alzó la vista y achicó losojos. Quizás aquello le parecería másbonito si lo viese borroso.

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—Es una barraca —comentóMallory, bajando del coche. Pero eso noera del todo cierto. Más bien parecía unmontón de barracas colocadas una

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encima de otra. Tenía varias chimeneas,y una valla de hierro coronaba el últimotejado como un llamativo sombrero.

—No está tan mal —dijo su madrecon una sonrisa sólo un poco forzada—.Es victoriana.

Simon, el gemelo de Jared, noparecía disgustado. Debía de estarpensando en todos los animales quepodría tener ahora. En realidad,considerando todos los que habíallegado a acumular en el pequeñodormitorio que compartía con él enNueva York, Jared supuso que haríanfalta muchos conejos, erizos y demásque rondaran por ahí para satisfacer las

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ansias de Simon.

—Vamos, Jared —lo llamó suhermano. Jared se percató de que todos

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habían subido los escalones de laentrada y él se había quedado solo en eljardín, contemplando la casa.

La puerta, de un tono apagado degris, estaba desgastada. Los pocosrestos de pintura que quedabanincrustados en las grietas y alrededor delas bisagras eran de un color cremaindeterminado. Había una aldabaoxidada en forma de cabeza de carnerosujeta en el centro de la puerta con unclavo grueso.

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Mamá introdujo una llave dentada enla cerradura, la giró y empujó fuerteayudándose con el hombro. La puerta seabrió a un oscuro vestíbulo. La únicaventana se encontraba en mitad de las

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escaleras, y sus vidrios coloreadosteñían las paredes con una tétrica luzrojiza.

—Es tal como la recordaba —dijocon una sonrisa.

—Pero más hecha polvo —añadióMallory.

Por toda respuesta, mamá exhaló unsuspiro.

El vestíbulo conducía a un comedoren el que no había otro mueble que unamesa alargada con viejas manchas.Zonas del enlucido del techo estabanagrietadas, y una araña de luces colgabade unos cables medio pelados.

—¿Por qué no empezáis a traer

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cosas del coche? —dijo mamá.—¿Traerlas? ¿Adónde? ¿Aquí? —

inquirió Jared.—Sí, aquí. —Mamá depositó la

maleta en la mesa sin hacer caso de lanube de polvo que se levantó—. Sivuestra tía Lucinda no nos hubiesedejado quedarnos aquí, no sé dóndehabríamos acabado. Debemos estarleagradecidos.

Los tres hermanos guardaronsilencio. Por más que se esforzaba,Jared no sentía nada remotamenteparecido a la gratitud. Desde que supadre se marchó de casa, todo había idode mal en peor. Había tenido problemas

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en el colegio, como el moratón en su ojoizquierdo le recordaba continuamente.Aun así, esa casa... Esa casa era lo peorque le había ocurrido hasta entonces.

—Jared —dijo su madre cuando élse disponía a salir detrás de Simon paradescargar el coche.

—¿Qué?Ella aguardó a que los otros dos se

alejasen por el vestíbulo antes de hablar.—Es nuestra oportunidad de

empezar de cero, ¿de acuerdo? Unabuena oportunidad para todos.

Él asintió con la cabeza, de malagana. No hacía falta que ella aclarase loque quería decir: que la única razón por

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la que no lo habían expulsado delcolegio era que se iban a mudar de todosmodos. También por ese motivo debíasentirse agradecido. Pero no lo estaba.

Fuera, Mallory había apilado dosmaletas encima de un gran baúl.

—Por lo visto se está matando dehambre —comentó.

—¿Tía Lucinda? Lo que pasa es quees vieja —dijo Simon—. Vieja ychiflada.

—He oído a mamá mientras hablabapor teléfono —replicó Mallory,sacudiendo la cabeza—. Le estaba

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contando a tío Terrence que tía Lucindacree que unos hombrecillos le traen lacomida.

—¿Qué esperabas? Está en unmanicomio —dijo Jared.

Mallory prosiguió como si no lohubiese oído.

—Les dijo a los médicos que lacomida que le daban era mucho mássabrosa que cualquiera de las cosas queellos pudieran probar jamás.

—Te lo estás inventando. —Simonse pasó al asiento de atrás y abrió unade las maletas.

Mallory se encogió de hombros.—Si se muere, alguien heredará este

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lugar y tendremos que mudarnos denuevo.

—Entonces quizá podríamosregresar a la ciudad —aventuró Jared.

—Ni lo sueñes —repuso Simon,sacando varios pares de calcetinesenrollados—. ¡Oh, no! ¡Jeffrey yLemondrop han hecho un agujero en lacaja!

—Mamá te dijo que no trajeras losratones —le reprochó Mallory—. Tedijo que ahora podrías tener mascotasnormales.

—Si los soltara, seguro queacababan enganchados en una trampa oalgo así —se lamentó Simon, volviendo

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un calcetín del revés y sacando un dedopor el agujero de la punta—. ¡Además,tú has traído toda tu chatarra de esgrima!

—No es chatarra —gruñó Mallory—. Y lo que te aseguro es que no estáviva.

—Déjalo en paz —dijo Jared.—Sólo porque tengas un ojo morado

no creas que no te puedo dejar el otroigual. —La melena de Mallory ondeóhacia atrás cuando se volvió hacia élpara ponerle una maleta pesada en lasmanos—. Carga con esto si eres tanduro.

Aunque Jared sabía que algún díasería más grande y fuerte que ella

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(cuando ella no tuviera trece años ni élnueve), le costaba imaginarlo.

Jared se las arregló para cruzar elumbral con la maleta a cuestas antes dedejarla caer. Supuso que podríaarrastrarla durante el resto del camino sihacía falta sin que nadie se enterase. Sinembargo, a solas en el vestíbulo de lacasa, Jared ya no se acordaba de cómollegar al comedor. Desde donde seencontraba, dos pasillos serpenteabanhacia el interior de la casa.

—¿Mamá? —Pese a que pretendíallamarla en voz alta, de su gargantabrotó un gritito apenas perceptibleincluso para él.

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No obtuvo respuesta. Dio un pasovacilante y después otro, hasta que elcrujido de una tabla del suelo lo detuvo.

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¿Mamá?

Justo entonces, oyó que algorascaba, y que lo hacía desde dentro dela pared. El sonido se desplazó haciaarriba y se desvaneció tras sobrepasarel techo. El corazón le latía con fuerza.

«Seguro que es sólo una ardilla», sedijo. Después de todo, la casa parecíaestar cayéndose a pedazos. Podía habercualquier cosa viviendo allí; tendríansuerte si no había un oso en el sótano nipájaros en los conductos de lacalefacción. Si es que en una casa asíhabía calefacción, claro.

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—¿Mamá? —llamó de nuevo, en vozaún más baja.

La puerta se abrió a su espalda ySimon entró con dos frascos deconservas que contenían sendos ratonesgrises de ojos saltones. Por detrás de élapareció Mallory con cara de pocosamigos.

—He oído algo —dijo Jared—,dentro de la pared.

—¿Algo? ¿Y qué era? —preguntóSimon.

—No lo sé... —Jared no queríareconocer que, por un momento, habíacreído que se trataba de un fantasma—.Seguramente una ardilla.

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Simon examinó la pared con interés.El papel pintado, con dibujos en plata ydorado, se abombaba en muchas zonas, yen otras se había desprendidocompletamente.

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—¿Tú crees? ¿Aquí, en la casa?¡Siempre he querido tener una ardilla!

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Como a nadie pareció preocuparleque hubiese algo dentro de la pared,Jared no volvió a tocar el tema. Sinembargo, mientras llevaba la maleta alcomedor, no podía dejar de pensar en supequeño apartamento de Nueva York yen lo que era esa familia antes deldivorcio. Deseaba que todo aquelloformase parte de unas vacacionesestrambóticas y no de la vida real.

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Al oír el chirrido de unosgoznes se sobresaltó.

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D

CAPÍTULO DOS

Donde se exploran dosparedes con métodosradicalmente dist intos

ebido a las goteras, el suelo de laplanta de los dormitorios estaba

peligrosamente podrido salvo en treshabitaciones. Su madre se quedó conuna, Mallory con otra, y Jared tuvo queinstalarse en la tercera con Simon.

Cuando terminaron de deshacer lasmaletas, todos los muebles de la mitad

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de Simon estaban cubiertos derecipientes de vidrio. Algunos conteníanmultitud de peces, y el resto estabaabarrotado de ratones, lagartijas y otrosanimales que Simon había comprado oatrapado para encerrarlos en esosrecipientes acondicionados con lodo.

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Mamá le había dado permiso paraque se lo trajera todo, menos losratones, que le parecían repugnantes

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porque Simon los había rescatado deuna trampa en el apartamento de laseñora Levette, la vecina de abajo.Fingió no darse cuenta de que a pesar detodo los había traído. Jared daba vueltasy más vueltas sobre el incómodocolchón, con la almohada apretada sobrela cabeza, como si intentara asfixiarse,pero no lograba pegar ojo. No leimportaba compartir la habitación conSimon, pero dormir en un cuarto llenode animales que se movían, y soltabanpequeños chillidos, y escarbaban en susjaulas, le resultaba más inquietante queestar solo. Todo le llevaba a pensar eneso que se movía dentro de la pared. En

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la ciudad compartía el dormitorio conSimon y sus bichos, pero sus ruidosapenas se oían sobre el rumor deltráfico, las sirenas y la gente. En esenuevo lugar, en cambio, todo eradesconocido para él.

Al oír el chirrido de unos goznes sesobresaltó y se incorporó en la cama.Había una figura en el umbral, con unespectral vestido blanco y una largacabellera negra. Jared salió de la camatan deprisa que ni siquiera fueconsciente de haberlo hecho.

—Soy yo —susurró la figura. EraMallory, en camisón—. Me parece quehe oído a tu ardilla.

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Jared se levantó del suelo tratandode decidir si la presteza con que sehabía quedado ahí en cuclillas era señalde cobardía o simplemente de unosreflejos rápidos. Simon no tenía ningunade esas dudas. Roncaba plácidamente enla otra cama.

Mallory se puso las manos en lacintura.

—¿Qué haces ahí parado? No va aquedarse quieta esperando a que laatrapemos.

Jared le sacudió el hombro a suhermano.

—Simon, despierta. Mascota nueva.Mascota nueeeeeva.

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Simon se revolvió y gruñó,intentando taparse la cabeza con lasmantas.

—Simon. —Jared se inclinó hacia ély empezó a gritarle, sacudiéndole elhombro—: ¡Ardilla! ¡Ardilla!

Simon abrió los ojos y los miróenfadado.

—Estaba durmiendo.—Mamá ha ido a la tienda a por

leche y huevos —dijo Mallory,quitándole las mantas de encima—. Meha pedido que os vigile. No nos quedamucho tiempo antes de que regrese.

Los tres hermanos avanzabansigilosamente por los oscuros pasillos

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de su nuevo hogar. Mallory, que ibadelante, se detenía cada pocos pasospara escuchar. De vez en cuando oíancomo arañazos, y pisadas levesprocedentes de las paredes.

El volumen del correteo aumentaba amedida que se acercaban a unahabitación pequeña contigua a la cocina.Su madre les había explicado que allídormía la criada en la época en que lacasa tenía servicio. En el fregadero dela cocina, Jared vio una cacerola con losrestos pegados de los macarrones conqueso que su madre había preparadopara la cena.

—Me parece que está ahí. Escuchad

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—susurró Mallory.El sonido se interrumpió por

completo.Mallory agarró una escoba y la

sujetó por el mango de madera como unbate de béisbol.

—Abriré un hueco en la pared —anunció.

—Mamá verá la pared cuandoregrese —señaló Jared.

—¿Tal como está la casa? ¡Qué va,nunca se dará cuenta!

—¿Y si le das al bicho? —preguntóSimon—. Podrías hacerle daño.

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Abriré un hueco en lapared

—Chisss —siseó Mallory. Cruzó lacocina con los pies descalzos y golpeóla pared con el mango de la escoba. Elpalo atravesó el enlucido, levantandouna nube de polvo que se depositó en elpelo de Mallory, dándole un aspecto aúnmás fantasmagórico. Metió la mano en elagujero y arrancó un trozo de pared.

Jared se acercó. Notó que el vellode los brazos se le erizaba.

El espacio entre ambos tabiquesestaba relleno de jirones de tela.

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Conforme desgajaba más pedazosaparecían otros objetos: restos decortinas; trozos de seda y encaje;alfileres clavados en las vigas de amboslados, formando una extraña y sinuosahilera; la cabeza de una muñeca,apoyada en un rincón; cucarachasmuertas ensartadas como en unaguirnalda. Había soldaditos de plomocon las manos y los pies fundidos,desperdigados entre las tablas como unejército derrotado. Los fragmentos de unespejo roto reflejaban la luz desde ellugar en el que alguien los había pegadocon una cola amarillenta.

Mallory metió la mano en el nido y

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sacó una medalla de esgrima. Era deplata y colgaba de una gruesa cinta azul.

—Esta medalla es mía —dijo.—Debe de haberla robado la ardilla

—supuso Simon.—No... Todo esto es demasiado

extraño —dijo Jared.

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—Dianna Beckley tenía hurones ydecía que le robaban las Barbies —comentó Simon—. A muchos animalesles gustan las cosas que brillan.

—Pero fíjate en eso. —Jared señalólas cucarachas—. ¿Dónde se ha vistoque un hurón se haga sus propiosadornos asquerosos?

—Saquemos todo esto de aquí —propuso Mallory—. Tal vez si se quedasin nido será más fácil mantenerlaalejada de la casa.

Jared titubeó. No le apetecía meterlas manos en la pared para explorar elhueco a tientas. ¿Y si el bicho que vivíaahí dentro lo mordía? No era ningún

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experto, pero no se acababa de creerque en semejante agujero asquerosoviviera una ardilla.

—No creo que debamos hacer eso—dijo.

Mallory no le hizo caso. Estabademasiado ocupada buscando algúnrecipiente en el que poner toda esaporquería. Simon se puso a sacar tirasde tela mohosa.

—Y tampoco hay excrementos. Quéraro.

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Simon dejó caer lo que sostenía ytiró de otro bulto. Al ver a lossoldaditos se detuvo.

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—Éstos son chulos, ¿no, Jared?—Sí —dijo Jared—, pero con

manos estarían mucho mejor.Simon se guardó unos cuantos en el

bolsillo del pijama.—Simon —dijo Jared—, ¿has oído

hablar alguna vez de un animal así? Merefiero a que algunas de estas cosas sonmuy extrañas, ¿sabes? Es como si esaardilla estuviese tan loca como tía Lucy.

—Sí, es bastante demencial —reconoció Simon con una risita.

Mallory refunfuñó y de repente sequedó callada.

—Lo he oído otra vez.—¿Qué has oído? —preguntó Jared.

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—Ese ruido. Chisss. Viene de ahí.—Mallory empuñó de nuevo la escoba.

—Callaos —susurró Simon.—Estamos callados —siseó

Mallory.—Silencio —dijo Jared.Los tres se acercaron sigilosamente

al lugar de donde provenía el sonido,que había cambiado. Ya no era elrepiqueteo de unas zarpas pequeñascontra la madera, sino el roce definidode unas uñas contra el metal.

—Mirad. —Simon se agachó paratocar una pequeña puerta correderaempotrada en la pared.

—Es un montaplatos —explicó

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Mallory—. Los sirvientes lo usabanpara subir las bandejas del desayuno.Debe de haber otra portezuela como éstaen algún dormitorio.

—Suena como si esa cosa estuvieseen el hueco —observó Jared.

Mallory inclinó todo el cuerpo haciael interior de la caja metálica.

—Hay muy poco sitio. Tendrá queprobar uno de vosotros.

—No sé... —dijo Simon,dirigiéndole una mirada escéptica—. ¿Ysi las cuerdas no son lo bastanteresistentes?

—Total, no caeríais de muy alto —contestó Mallory, y ambos chicos la

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miraron asombrados.—Bueno, vale, iré yo —dijo Jared.

Le alegraba que hubiese algo queMallory no podía hacer. Parecía un pocoofendida. Simon sólo parecíapreocupado.

El interior de la caja estaba sucio yolía a madera vieja. Dobló las rodillas einclinó la cabeza hacia delante. Cabía,pero a duras penas.

—¿La ardilla o lo que sea sigue enel hueco del montaplatos? —La voz deSimon sonaba metálica y lejana.

—No lo sé —respondió Jared envoz baja, escuchando el eco de suspalabras—. No oigo nada.

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—¿Ves algo? —preguntó Mallory,tirando de la cuerda. Con una sacudida yun leve zarandeo, el montaplatoscomenzó a elevarse dentro de la pared,con Jared en su interior.

—¡No! —gritó Jared. Oía el roce delas uñas, pero era un sonido distante—.Está totalmente oscuro.

Mallory bajó el montaplatos.—Tiene que haber una vela por

algún sitio —dijo, abriendo cajoneshasta que encontró un cabo de velablanca y un frasco de conservas.Encendió la mecha con uno de losquemadores de gas de la cocina—.Toma, Jared. Sujeta esto.

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—Mallory, ya ni siquiera oigo a esacosa —protestó Simon.

—Quizá se haya escondido —dijoMallory, y dio un tirón a la cuerda.

Jared intentó acurrucarse más alfondo de la caja, pero no había espaciosuficiente. Tenía ganas de decirles queaquello era una estupidez y que queríaecharse atrás, pero no abrió la boca. Encambio, se dejó izar hacia las tinieblas,con el farol improvisado entre lasmanos.

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El montaplatos comenzó aelevarse

La caja de metal ascendió unospocos metros por dentro de la pared. Laluz de la vela formaba un halo quereflejaba de manera irregular losobjetos. La ardilla o lo que fuese podríahaber estado justo a su lado, casitocándolo, sin que él se diese cuenta.

—No veo nada —dijo en voz muyalta, aunque no estaba muy seguro deque alguien lo oyese.

Fue un lento ascenso, y Jared sentíaque le faltaba el aire. Tenía las rodillas

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apretadas contra el pecho, y los pies sele estaban entumeciendo por permanecerdoblados tanto tiempo. Se preguntó si lavela estaría consumiendo todo eloxígeno disponible.

Entonces, con una sacudida, elmontaplatos se detuvo.

Algo raspó la caja de metal.

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No sabía muy bien dondese encont raba

—¡La cuerda no da más! —gritóMallory por el hueco—. ¿Ves algo?

—No —dijo Jared—. Creo que seha atascado.

Se oyó de nuevo el rasqueteo, comosi algo intentase agujerear la partesuperior del montaplatos con las zarpas.Jared soltó un chillido y dio unos golpesdesde dentro, tratando de ahuyentar a lacosa. De repente, el montaplatos sedeslizó hacia arriba unos centímetros yse detuvo de nuevo, ahora en el interior

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de una habitación débilmente iluminadapor la luz de la luna que se colaba poruna pequeña ventana.

—¡Lo he logrado! ¡Estoy en el pisode arriba! —exclamó, saliendo a gatasde la caja.

La habitación tenía el techo bajo, ylas paredes estaban recubiertas deestanterías con libros. Al volverse,Jared descubrió que el cuarto no teníapuerta.

De pronto, se percató de que nosabía muy bien dónde se encontraba.

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Jared paseó la vista por lahabitación.

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J

CAPÍTULO TRES

Donde se planteanmuchos interrogantes

ared paseó la vista por la habitación.Era una biblioteca más bien pequeña,

con un escritorio gigantesco en el centro.Sobre él descansaba un libro abiertojunto a un par de gafas redondas deaspecto extraño que relucían a la luz dela vela. Jared se acercó a examinar loslibros de los estantes. El tenueresplandor apenas alcanzaba a iluminar

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un título por vez. Todos eran bastantecuriosos: Historia de los enanos deEscocia, Compendio de apariciones detrasgos en todo el mundo y Anatomíade los insectos y otros seres voladores.

A lo largo del borde del escritoriohabía una hilera de frascos con bayas yplantas. Uno contenía guijarros de colorpardusco. Al lado estaba un esbozo a laacuarela de una niña pequeña y unhombre que jugaban en el jardín. Losojos de Jared toparon con una nota quealguien había dejado descuidadamentesobre un libro abierto.

El papel se había puesto amarillocon el paso del tiempo y, como todo lo

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demás en esa habitación, estaba cubiertode una gruesa capa de polvo, pero en élhabía escrito a mano un poema:

En un arco grande y profundoestá mi decreto para el mundo.Si lo sencillo puede ser doble

pronto verás que mi empeño es noble.Arriba, arriba, siempre arriba,

que tengas suerte, amigo o amiga.

Tomó el papel y lo repasó conatención. Era como si hubiesen dejadoun mensaje expresamente para él. Pero...

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¿quién? ¿Qué significaba aquel poema?Lo sobresaltó un grito procedente de

la planta baja:—¡Mallory, Simon! ¿Qué hacéis

levantados?Jared soltó un quejido. Mamá tenía

que regresar de la tienda justo en esemomento.

—Había una ardilla por ahí dentro ynosotros... —oyó decir a Mallory.

—¿Dónde está Jared? —lainterrumpió mamá.

Ninguno de sus hermanos contestó.—Bajad ese montaplatos ahora

mismo. Si vuestro hermano está ahídentro...

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Jared se acercó corriendo a tiempode ver la caja desaparecer por el huecode la pared. El brusco movimiento hizoque la vela, sofocada por la cera,chisporroteara, pero finalmente no se

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apagó.—¿Lo ves? —oyó que decía Simon

en un tono poco convincente.El montaplatos había llegado vacío

abajo.—Bueno, y entonces ¿dónde está?—No lo sabemos —respondió

Mallory—. Acostado, seguramente.—Bueno —dijo mamá con un

suspiro—, pues iros a la cama vosotrostambién. ¡Ahora mismo!

El sonido de sus pisadas se alejó.Tendrían que esperar un rato antes depoder escabullirse para sacar a Jared deallí. Siempre y cuando no creyesen queel montaplatos lo había llevado al piso

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de los dormitorios, claro está. Quizásincluso les extrañaría no encontrarlo enla cama. ¿Cómo iban a saber que estabaatrapado en una habitación sin puertas?

Se volvió al oír un ruido tras de sí.Procedía de la zona del escritorio.

Jared levantó el farol improvisado yvio unas palabras garabateadas en elpolvo del escritorio. Unas palabras queno estaban ahí antes.

Abracadabra, vigila tu espalda.

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Jared dio un respingo. Inclinó sinquerer la vela, y la cera derretida apagóla llama. Se quedó a oscuras, tanasustado que apenas podía moverse.Había algo allí, en esa habitación, ¡algoque sabía escribir!

Retrocedió hacia el hueco vacío delmontaplatos, mordiéndose el labio parano gritar. En la planta baja se oía elrumor de las bolsas de la compra que sumadre debía de estar vaciando.

—¿Quién anda ahí? —susurró Jareden la oscuridad—. ¿Quién eres?

Nadie respondió.—Sé que estás ahí —dijo, pero no

obtuvo contestación, y el sonido del

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roce cesó.

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¿Quién eres?

Oyó que su madre subía lasescaleras y cerraba la puerta. Despuésel silencio; un silencio tan denso yabrumador que Jared sentía que seahogaba. De hecho, le parecía que sirespiraba demasiado fuerte delataría supresencia. En cualquier momento la cosapodía saltarle encima.

Al percibir un crujido que salía dela pared se puso en pie de un brinco.Entonces cayó en la cuenta de que setrataba del montaplatos. Avanzó a tientashacia allí.

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—Métete —musitó su hermanadesde abajo.

—Jared se acomodó mal que bien enla caja de metal. Se sentía tan aliviadoque apenas notó que lo estaban bajandohacia la cocina.

En cuanto salió del montaplatos,comenzó a hablar.

—¡Había una biblioteca! Unabiblioteca secreta llena de libros raros.Y había algo ahí... Ha escrito algo en elpolvo.

—Chisss, Jared —lo acalló Mallory—, que mamá nos va a oír.

Jared le mostró el papel con elpoema.

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—Échale un vistazo a esto. Soncomo unas instrucciones.

—Bueno, pero ¿has visto algo o no?—preguntó Mallory.

—He visto el mensaje escrito en elpolvo. Decía: «Vigila tu espalda.» —contestó Jared, agitado.

—Eso puede llevar años ahí escrito—observó Mallory, sacudiendo lacabeza.

—No lo estaba —repuso Jared—.He visto el escritorio un momento antesy no había nada escrito ahí.

—Cálmate —dijo Mallory.—¡Mallory, que lo he visto! —

insistió él.

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Ella lo agarró por la camisa.—¡No grites!—¡Mallory, deja en paz a tu

hermano! —Su madre los miraba desdelo alto de la escalera con cara deenfadada—. Creía que ya lo habíamosdejado claro. Si vuelvo a veroslevantados, os encerraré en vuestrahabitación.

Mallory soltó a Jared, sin dejar demirarle fijamente.

—¿Y si tenemos que ir al baño? —preguntó Simon.

—¡Vamos, a la cama! —repitió sumadre.

Subieron las escaleras, y Simon y

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Jared se dirigieron a su dormitorio.Jared se tapó hasta la cabeza con lasmantas y cerró con fuerza los ojos.

—Yo te creo... Lo de la nota y todoeso —susurró Simon, pero Jared nocontestó, porque se alegraba de estar enla cama. De hecho, tenía ganas de pasarel resto de la semana acostado.

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¡Suéltame!

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L

CAPÍTULOCUATRO

Donde se dan respuestas,pero no a

las preguntas adecuadas

os gritos de Mallory despertaron aJared. Se levantó de un salto y, a

toda prisa por el pasillo, adelantó aSimon y entró en la habitación de suhermana. Largos mechones del cabellode Mallory estaban atados a la cabecerade latón, y ella tenía la cara muy roja,

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pero lo peor era el extraño dibujo queformaban los moratones que presentabaen los brazos.

—¿Qué ha ocurrido? —preguntóJared.

—¡Suéltame! —sollozó Mallory—.¡Córtame los nudos! ¡Quiero levantarmede esta cama! ¡Quiero irme de esta casa,ahora mismo! ¡La odio!

—¿Quién ha hecho esto? —Mamámiraba muy enfadada a Jared.

—¡No lo sé! —Jared se volvió haciaSimon, que estaba en la puerta, conexpresión perpleja. Sin duda el autor deaquello era la cosa que corría por dentrode la pared.

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Su madre abrió mucho los ojos.Daba miedo.

—¡Jared Grace, anoche te vi discutir

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con tu hermana!—¡Mamá, yo no he sido, de verdad!

—Le horrorizaba que lo considerasecapaz de hacer semejante cosa. Siemprediscutía con Mallory, pero sus peleas notenían mayor importancia.

—¡Ve a por las tijeras, mamá! —gritó Mallory.

—Vosotros dos, fuera de aquí. Jared,ya hablaré contigo más tarde.

Jared salió de la habitación con elcorazón latiéndole a toda velocidad. Nopodía evitar estremecerse al pensar enel pelo anudado de Mallory.

—Tú crees que lo ha hecho esacosa, ¿verdad? —le preguntó Simon.

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—¿Tú no? —inquirió Jared,mirándolo angustiado.

Simon asintió con la cabeza.—No dejo de pensar en el poema

que encontré —dijo Jared—. Es la únicapista que tenemos.

—¿De qué puede servirnos unestúpido poema?

—No lo sé —suspiró Jared—. Túeres el listo. Deberías estar resolviendoel misterio.

—¿Y cómo es que a nosotros no nosha pasado nada, ni tampoco a mamá?

Jared no había pensado en eso.—No lo sé —dijo de nuevo.Simon lo miró durante largo rato.

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—¿Y bien? ¿Qué opinas tú? —preguntó Jared.

—No sé qué pensar —dijo Simondirigiéndose a la puerta—. Creo quesaldré a atrapar grillos.

Jared lo observó mientras semarchaba, preguntándose qué podríahacer. ¿Sería capaz de dar con lasolución por sí solo?

Mientras se vestía, reflexionó sobreel poema. El verso más sencillo decía:«Arriba, arriba, siempre arriba», pero¿a qué se refería exactamente? ¿Al pisosuperior de la casa? ¿Al tejado? ¿A unárbol? Quizá sólo se trataba de unpoema archivado por algún pariente

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fallecido, de algo que no le serviría denada.

Sin embargo, puesto que Simonestaba ocupado buscando presas parasus mascotas y Mallory seguíaintentando soltarse de la cama, a él no lequedaba nada mejor que hacer quepreguntarse cuan «arriba, arriba» eranecesario que fuera.

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De acuerdo, quizá no fuese la pistamás clara, después de todo. Aun así,Jared supuso que no pasaría nada sisubía al desván.

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La pintura de las escaleras estabadesconchada, y varios escalonescrujieron tanto cuando los pisó queJared temió que fuesen a partirse bajo supeso. El desván era un cuarto muyamplio con el techo inclinado y un granagujero en el suelo, junto a una pared, através del cual se veía una de lashabitaciones inutilizables. Viejas fundaspara ropa colgaban de un alambretendido en medio del desván. Había untocador arrimado a la pared del fondo, ynumerosas casitas para pájaros colgadasde las vigas. Cerca del tocador se erguía

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un maniquí, con un sombrero en la bolaque tenía por cabeza. En el centro delcuarto se elevaba una escalera decaracol.

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Arriba, arriba, siemprearriba

Arriba, arriba, siempre arriba. Jaredsubió los peldaños de dos en dos. Llegóa una habitación pequeña y luminosa.Tenía ventanas por los cuatro costados,y, al asomarse, Jared vio más abajo lapizarra desportillada y en mal estado deltejado. Vislumbró el coche de su madre,aparcado en el camino de grava. Inclusose alcanzaba a ver la vieja cochera y lalarga extensión de hierba que seadentraba en el bosque. Ésta debía deser la parte de la casa coronada por

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aquella extraña valla de hierro. Era unsitio estupendo. Hasta Mallory quedaríaimpresionada cuando la llevase ahíarriba. Quizás así conseguiría olvidarsede lo ocurrido con su cabello.

No había gran cosa en la habitación.Sólo un viejo baúl, un taburete, unfonógrafo y rollos de descoloridas telas.

Jared se sentó, se sacó del bolsilloel poema arrugado y lo leyó de nuevo.«En un arco grande y profundo está misecreto para el mundo.» Estos versos loinquietaban. ¿Dónde encontraría un arcogrande? ¿Cómo podía un arco serprofundo?

La resplandeciente luz amarilla del

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sol que bañaba el suelo del cuarto leinfundió confianza. En las películas, raravez sucedían desgracias a plena luz deldía. Aun así, no se animaba a abrir elcofre.

Quizá debía salir y encontrar aSimon para pedirle que subiese con él.Pero ¿y si el baúl estaba vacío, o elpoema no tenía nada que ver con losmoratones y los nudos en el pelo deMallory?

Como no se le ocurrió otra cosa, searrodilló para quitar la mugre y lastelarañas de la tapa del cofre con lamano. El cuero putrefacto estaba ceñidopor unas tiras de metal herrumbroso. Por

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lo menos podría echar una ojeada. Talvez la pista resultaría más evidente siaveriguaba qué había dentro.

Jared respiró hondo y tiró haciaarriba de la tapa. Estaba lleno de ropade aspecto muy viejo y apolillado.Debajo había un reloj de bolsillo conuna larga cadena, una gorra raída y unacartera de piel repleta de lápicesextraños y trozos de carboncillo.

Nada de lo que contenía el baúlparecía un secreto para el mundo, nipara nadie.

Tampoco había un arco ni cosasemejante.

«En un arco grande y profundo está

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mi secreto para el mundo.»De nuevo bajó la vista hacia el

contenido del cofre. Entonces se leiluminó la mente.

Tenía ante sí un arcón. Un arcogrande podía ser un arcón.

Jared emitió un gruñido defrustración. ¿De qué le servía estar en locierto si no disponía de pruebas que lodemostrasen? No había nada útil en elarcón, y los demás versos del poema notenían el menor sentido. «Si lo sencillopuede ser doble, pronto verás que miempeño es noble.» ¿Cómo podíatraducirse eso en algo concreto? Parecíaun juego de palabras.

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Pero ¿qué podía ser lo doble? ¿Algorelacionado con su situación, o con losobjetos que contenía el arcón? ¿El arcónen sí? Al pensar en arcones, le vinierona la cabeza imágenes de piratas en unaplaya, enterrando tesoros en lo másprofundo de la arena.

Jared se puso de rodillas y comenzó

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a apretar el fondo del baúl, hundiendolos dedos en el polvo, en busca deranuras que le permitiesen abrir algúncompartimento oculto. Como no lasencontró, se puso a palpar el exterior dela caja. Por último, cuando presionódistraídamente el borde del costadoizquierdo con tres dedos, una portezuelase abrió de golpe.

Temblando de emoción, Jared metióla mano en el compartimento. No habíamás que un paquetito envuelto en unsucio trozo de tela. Lo sacó y, aldesliarlo, dejó al descubierto un libroviejo y descuadernado que olía a papelquemado. En la tapa, unas letras

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grabadas decían: «Cuaderno de campodel mundo fantástico, por ArthurSpiderwick.»

La cubierta tenía los bordesdesgastados. Cuando abrió el libro, vioque estaba lleno de bocetos pintados conacuarela. El texto, escrito a tinta, se

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había emborronado con el tiempo y acausa de la humedad. Pasó las páginasrápidamente, fijándose en las notasinsertas en el volumen. Estabangarabateadas con una caligrafía muyparecida a la del acertijo.

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Lo más raro

Lo más raro, sin embargo, era eltema del libro. Estaba repleto deinformación sobre seres fantásticos.

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Pasó las pág inasrápidamente

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M

CAPÍTULO CINCO

Donde Jared lee un libroy t iende una t rampa

allory y Simon se hallaban en eljardín, practicando esgrima,

cuando Jared salió a su encuentro. Lacola de caballo de Mallory sobresalíapor detrás de su careta de esgrimista, y aJared le pareció más corta que decostumbre. Parecía que Mallory queríacompensar la debilidad que habíamostrado desvalida en la cama,

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manejando el florete con muchaagresividad. Simon no lograba realizarun solo tocado. Su hermana lo estabaarrinconando contra la pared de ladesvencijada cochera, y el chicointentaba llevar a cabo paradas cada vezmás desesperadas.

—¡He encontrado algo! —gritóJared. Simon volvió la cabeza, cubiertacon la careta. Mallory aprovechó laoportunidad para atacar y le acertó en elpecho con la punta de su florete deesgrima.

—Tres a cero —dijo—. ¡Menudapaliza te estoy dando!

—Has hecho trampa —protestó

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Simon.—Te has dejado distraer —replicó

Mallory.Simon se arrancó la careta y la

arrojó al suelo.—¡Muchas gracias! —dijo mirando

con indignación a Jared.—Lo siento —dijo Jared

mecánicamente.—El que hace esgrima con ella

siempre eres tú. Yo sólo había salido aatrapar renacuajos —refunfuñó Simon.

—Oye, pues estaba ocupado. Que notenga a un montón de estúpidos bichosque cuidar no significa que no puedaestar ocupado —contraatacó Jared.

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—¡Bueno, bueno, tranquilos! —exigió Mallory, quitándose también lacareta. Tenía el rostro enrojecido—.¿Qué has encontrado?

Jared intentó recuperar algo de suentusiasmo.

—Un libro, en el desván. Tratasobre seres fantásticos, fantásticos peroreales. Fijaos qué feos son.

Mallory le arrebató el libro de lasmanos y le echó un vistazo.

—Esto es para críos. Un libro decuentos.

—No, de eso nada —repuso Jaredacaloradamente—. Es un cuaderno decampo, ¿sabes? Como los de pájaros. Te

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enseña a identificar las distintasespecies.

—¿Crees que fue uno de estos seresfantásticos el que me ató el pelo a lacama? —preguntó Mallory—. Mamápiensa que fuiste tú. Tiene la sensaciónde que has estado comportándote de unmodo extraño desde que papá se fue.Por las peleas en las que te metías en elcole y todo eso.

Simon permaneció callado.—Pero tú no piensas eso, ¿verdad

que no? —dijo Jared con la esperanzade que ella le diese la razón—. Además,tú siempre te metes en peleas.

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Mallory respiró profundamente.

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—No creo que seas lo bastanteidiota como para hacerme eso a mí —dijo, levantando el puño para mostrar loque pensaba hacerle al culpable—, perotampoco creo que hayan sido seresfantásticos.

Durante la cena, mamá guardó unsilencio inusual mientras les servíapollo y puré de patatas. Mallorytampoco estaba muy parlanchina, peroSimon no paraba de hablar de losrenacuajos que había encontrado y deque pronto se convertirían en ranas, puesya les habían salido patitas.

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Jared los había visto. Les faltabaaún un largo camino por recorrer. Esascosas que Simon llamaba «patitas»parecían más bien bultos propios de lospescados.

—Mamá —dijo Jared al cabo de unrato—, ¿tenemos un pariente que sellame Arthur?

Su madre levantó la vista del platocon suspicacia.

—No, no lo creo. ¿Por qué lopreguntas?

—Sólo por curiosidad —murmuróJared—. ¿Y Spiderwick?

—Es el apellido de tu tía abuelaLucinda —respondió ella—. Y también

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era el apellido de soltera de mi madre.Quizás ese Arthur que dices fuesepariente suyo. Y ahora cuéntame, ¿porqué te interesa saber todo esto?

—He encontrado en el desván algoque le pertenecía, eso es todo —dijoJared.

—¡En el desván! —Mamá por pocoderrama el té helado—. Jared Grace,como bien sabes, el suelo del segundopiso está tan podrido que si das un pasoen falso puedes acabar en la sala deabajo.

—No me he salido de la zona segura—se defendió Jared.

—No sabemos si hay una zona

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segura en el desván. No quiero quenadie suba a jugar ahí, y mucho menos tú—replicó ella, clavando los ojos enJared.

Él se mordió el labio. «Y muchomenos tú.» Jared no dijo una palabramás durante el resto de la cena.

—¿Vas a pasarte toda la nocheleyendo eso? —preguntó Simon, queestaba sentado al otro lado de lahabitación. Jeffrey y Lemondropcorreteaban sobre el edredón, y losnuevos renacuajos nadaban en una de laspeceras.

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—¿Te parece mal? —repuso Jared.Cada página quebradiza ofrecía multitudde datos increíbles. ¿Era posible quehubiese duendes en la casa, elfos en eljardín y espíritus acuáticos en el ríocercano? El libro los describía de formamuy realista. Jared no tenía ganas dehablar con nadie en ese momento, nisiquiera con Simon. Sólo deseaba seguirleyendo.

—No, no me parece mal —dijoSimon—, pero creía que a estas alturasya te habrías aburrido. Normalmente note gusta leer.

Jared alzó la vista y parpadeó. Eracierto. El lector empedernido era Simon.

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Por lo común, la ocupación de Jared erameterse en líos.

—Puedo leer si quiero —dijo,volviendo una página.

—¿Te da miedo dormirte? —preguntó Simon bostezando—. Ya sabes,esta noche puede ocurrir algo que...

—Fíjate en esto —dijo Jaredseñalando una de las páginas—. Hablade los duendes...

—¿Duendes? ¿Estás de broma?

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—Mira, son así. —Jared le puso aSimon el libro delante de la cara. Elpapel amarillento mostraba el dibujo atinta de un hombrecillo que posaba conun plumero fabricado con un volantín debádminton y un alfiler. A su lado habíauna figura encorvada, también pequeña,pero ésta con un trozo de cristal roto enla mano.

—¿Y eso qué es? —Simon señaló ala segunda figura, intrigado a su pesar.

—El tal Arthur dice que es untrastolillo. Verás, los duendes son tiposserviciales, pero si los haces enfadar seponen como locos. Les da por hacertodo tipo de cosas malas y no hay quien

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los pare. Entonces se convierten entrastolillos. Yo creo que eso es lo quetenemos.

—¿Crees que lo hemos hechoenfadar al desbaratarle su casa?

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Fíjate en esto

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—Tal vez sí. O tal vez ya estuvieseun poco chiflado antes. Fíjate bien en ély entenderás lo que quiero decir. —Jared señaló la ilustración—. No pareceel tipo de criatura que vive en una casamacabra decorada con bichos muertos.

Simon asintió con la cabeza mientrasseguía contemplando los dibujos.

—Ya que encontraste el libro en estacasa —dijo—, ¿crees que se trata de unretrato de nuestro trastolillo?

—No había pensado en eso —reconoció Jared en voz baja—, perotiene sentido.

—¿Dice el libro lo que tenemos que

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hacer?Jared sacudió la cabeza.—Explica las distintas formas de

pillarlo. No me refiero a atraparlo, sinoa conseguir verlo o encontrar pruebas...

—Jared —Simon no sonaba muyconvencido—, mamá nos ha dicho quecerremos la puerta y nos quedemos aquídentro. Sólo nos faltaría ahora que ledieses otro motivo para creer que fuistetú quien atacó a Mallory.

—Eso es lo que ella cree de todosmodos. Si algo ocurre esta noche,también me echará la culpa.

—No, no lo hará. Le diré que haspasado toda la noche aquí. Además, así

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también estaremos seguros de que anosotros dos no nos pasa nada.

—¿Y qué pasa con Mallory? —lepreguntó Jared.

—La he visto irse a la cama con unode sus floretes de esgrima —respondióSimon encogiéndose de hombros—. Yono me metería con ella.

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Un cuaderno de campo

—Tienes razón. —Jared se acostó yvolvió a abrir el libro—. Leeré un pocomás y ya está.

Simon hizo un gesto afirmativo y selevantó para meter a los ratones en sujaula. Después se metió en la cama y setapó la cabeza con las mantas trasfarfullar «Buenas noches».

Conforme leía, Jared se adentrabamás y más en el extraño mundo delbosque y el arroyo, repleto de seres queparecían tan próximos que casi podíaacariciar los costados brillantes y

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escamosos de las sirenas. Casi podíasentir el calor del aliento del trol y oírel fragor de las fraguas de los enanos.

Cuando volvió la última página, eramuy tarde. Simon estaba tan arrebujadoen las mantas que Jared sólo alcanzaba averle la coronilla. Escuchó con atención,pero no oyó más que el silbido delviento que se colaba por el tejado y elborboteo del agua de las tuberías. Nadade ruidos ni rasqueteos, ni pequeñosgritos. Incluso las bestias de Simondormían.

Jared pasó a la página donde decía:«A los trastolillos les divierteatormentar a aquellos a quienes antes

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protegían, y, entre otras travesuras,hacen que la leche se agrie, las puertasse cierren de golpe y los perros cojeen.»

Simon le creía —bueno, a medias—,pero Mallory y mamá no. Además,Simon y él eran gemelos. El hecho deque Simon le creyese apenas teníaimportancia. Jared releyó la sugerenciadel libro: «Esparcir azúcar o harina enel piso es una manera de obtenerhuellas.»

Si les mostraba unas pisadas a losdemás, no les quedaría otro remedio quecreerle.

Jared abrió la puerta y bajó lasescaleras sigilosamente. La cocina

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estaba a oscuras y en completo silencio.Avanzó de puntillas sobre las baldosasfrías hasta la encimera, sobre la quedescansaba el tarro de botica en el quesu madre guardaba la harina. Tomóvarios puñados y los esparciógenerosamente por el suelo. Apenas veíanada, y no estaba seguro de si laspisadas se notarían mucho.

Por otro lado, quizás el trastolillo nisiquiera se pasearía por la cocina. Hastaahora, parecía que se limitaba amoverse por dentro de las paredes.Pensó en lo que el libro le habíaenseñado sobre los trastolillos. Eranmaliciosos, estaban llenos de odio y

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resultaba muy difícil deshacerse deellos.

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La cocina estaba oscura

Sin embargo, cuando tenían aspectode duendes eran amables y simpáticos.Hacían toda clase de trabajos a cambiode un cuenco de leche. ¿Y si...? Jared seacercó a la nevera y llenó de leche unpequeño bol. Quizá si lo dejaba por ahí,a la criatura le entrarían ganas de salirde las paredes y dejar huellas en laharina.

Sin embargo, al observar el plato deleche ahí en el suelo, no pudo evitarsentirse un poco culpable y un poco raroal mismo tiempo. En primer lugar, le

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parecía extraño estar ahí abajo,tendiéndole una trampa a algo en lo queseguramente no habría creído hacía dossemanas.

Por otro lado, la razón por la que sesentía como una mala persona era que...Bueno, sabía lo que era estar enfadado,lo fácil que resultaba meterse en peleas,incluso aunque uno estuvieseequivocado. Pensaba que quizás eltrastolillo se sentía como él.

Pero entonces se percató de otracosa: había dejado sus propias huellasen la harina, desde el cuenco de lechehasta el pasillo.

—¡Diablos! —masculló mientras iba

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a buscar la escoba.Y de pronto se encendió la luz.—¡Jared Grace! —gritó mamá desde

lo alto de las escaleras.Jared se volvió. Era muy consciente

de lo culpable que parecía.—¡Vuelve a la cama! —le ordenó

ella.—Sólo quería atrapar... —Pero su

madre no le dejó terminar.—A la cama, jovencito. Ahora.Después, al pensarlo con más

tranquilidad, incluso se alegraría de nohaber podido decir nada. Su explicaciónsobre el ser sobrenatural probablementeno habría producido un buen efecto.

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Tras echar un vistazo por encima delhombro a la harina que recubría elsuelo, Jared se escurrió escalerasarriba.

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La cocina estaba hecha undesast re

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—J

CAPÍTULO SEIS

Donde aparecen cosasinesperadas en el

congelador

ared, más vale que te levantes.Jared se revolvió al oír la

voz de su madre. Parecíaenfadada.

—¿Qué pasa? —preguntó Jared,soñoliento, asomándose por encima delas mantas. Por un momento creyó queera muy tarde y tenía que ir al colegio,

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hasta que se acordó de que se habíanmudado, y por el momento ni siquierasabía qué aspecto iba a tener su nuevaescuela.

—¡Levántate, Jared! —insistió sumadre—. ¿Qué? Pretendes que creamosque no lo sabes, ¿verdad? Muy bien,pues ahora bajaremos y podrás ver quépasa, ¡y tanto que lo verás!

La cocina estaba hecha un desastre.Mallory, escoba en mano, barría lospedazos de un cuenco de porcelana roto.Las paredes estaban salpicadas desirope de chocolate y zumo de naranja, ylas ventanas chorreaban de huevos quehabían lanzado contra ellas.

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Simon estaba sentado a la mesa de lacocina. Tenía los brazos cubiertos demoratones iguales a los que presentabaMallory el día anterior, y sus ojosestaban rojos, como si hubiese llorado.

—¿Y bien? —preguntó su madre, ala expectativa.

—Yo... yo no he sido —tartamudeóJared, paseando la vista de uno a otro.No iban a creer que él era capaz dehacer algo así... ¿O sí?

De pronto, allí en el suelo de lacocina, junto a cereales desparramadosy pieles de naranja, Jared vio unaspisadas diminutas en la harina. Eran deltamaño de su meñique, y en ellas se

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distinguía claramente la forma del talón,tras unas marcas difusas que bien podíancorresponder a los dedos de los pies.

—¡Mirad! —señaló Jared— Fijaos.Huellas pequeñitas.

Mallory levantó la mirada hacia él,con los ojos entrecerrados de rabia.

—¡Venga, cállate, Jared! Mamá diceque te vio aquí anoche. ¡Si hay huellasson las tuyas!

—¡No es verdad! —chilló Jared.—¿Por qué no echas una ojeada

dentro del congelador, eh?—¿Qué? —preguntó Jared.Simon soltó un sollozo

especialmente húmedo.

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Su madre le quitó la escoba aMallory y puso a barrer la harina y loscereales.

—No, mamá, las huellas... —protestó Jared, pero su madre no le hizoel menor caso. Dos escobadas bastaronpara que la única prueba que él teníaacabase en la basura.

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Mallory abrió la puerta del

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congelador. Los renacuajos de Simon sehallaban congelados en sendoscompartimentos de la cubitera. Al ladohabía una nota escrita con tinta en untrozo de caja de cereales:

Tiene sus bemoles congelar a unosratones.

—¡Y no encuentro a Jeffrey ni aLemondrop —exclamó Simon.

—Y ahora ¿por qué no nos cuentasqué has hecho con los ratones de tuhermano? —dijo la señora Grace.

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—Mamá, no he sido yo. De verdad.Mallory agarró a Jared del hombro.—No sé qué intentas hacer, pero lo

lamentarás.—Mallory —la reconvino mamá. Su

hermana lo soltó, pero con una miradaque prometía futuros actos de violencia.

—No creo que haya sido Jared —dijo Simon, respirandoentrecortadamente—. Creo que ha sidoel trastolillo.

Su madre guardó silencio. En laexpresión de su rostro se notaba que,para ella, el hecho de que Jaredconvenciese a Simon de su inocencia erala peor de sus triquiñuelas.

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—Jared —dijo—, para empezar, vasa recoger toda esta basura y vas a sacarlas bolsas fuera de la casa. Si esto te haparecido gracioso, veremos qué graciate hace pasar el resto del día limpiando.

Jared agachó la cabeza. No habíamanera de lograr que le creyesen. Sindecir nada se vistió, y luego agarró tresbolsas de basura negras y empezó allevarlas hacia la puerta principal.

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Mamá, no he sido yo

Fuera hacía calor y el cielo estabaazul. El aire olía a pinaza y a céspedrecién cortado. Sin embargo, la luz deldía no parecía ofrecer gran protección.

Una de las bolsas se enganchó enuna rama y, cuando Jared le dio un tirón,el plástico se desgarró. Con un gruñido,dejó caer las otras bolsas para evaluarel daño. Era una rotura grande, y porella asomaba el contenido de la bolsa.Cuando empezó a recogerla, se diocuenta de lo que tenía en las manos. ¡Erael contenido de la casa de la criatura!

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Examinó los trapos, la cabeza demuñeca y los alfileres con cabeza deperla. A la luz del sol descubrió cosasen las que no se había fijado antes. Vioun huevo de petirrojo, pero estabaaplastado. Había varias tiras deperiódico dispersas, y cada una de ellasllevaba escrita una palabra extraña,como «luminiscente» y «soliloquio».

Jared juntó todas las piezas del nidoy las colocó cuidadosamente, apartadasdel resto de la basura. ¿Podría montarleal trastolillo una casa nueva? ¿Serviríade algo? ¿Conseguiría con ello quedejara de hacer travesuras? Le vino a lamente la imagen de Simon llorando y de

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los pobres y ridículos renacuajoscongelados en la cubitera. No teníaganas de ayudar al trastolillo. Deseabaatraparlo, propinarle patadas y hacerque lamentase haber salido de la pared.

Tras arrastrar las otras bolsas haciala parte delantera del jardín, observó lapila de objetos que pertenecían altrastolillo. Sin saber muy bien siquemarlos, devolverlos o qué hacer conellos, los recogió para llevarlos alinterior de la casa.

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Descubrió cosas en lasque no se había fijado

antes

Mamá estaba en el vestíbulo,esperándolo.

—¿Qué es todo eso? —preguntó.—Nada —dijo Jared.Por una vez, la señora Grace no hizo

más preguntas, al menos respecto almontón de basura que llevaba.

—Jared, sé que estás disgustadodesde que tu padre se fue. Todos loestamos.

Jared fijó la vista en sus zapatos,

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sintiéndose incómodo. El hecho de queestuviese disgustado porque su padre sehabía ido no significaba que él hubiesepuesto su nuevo hogar patas arriba nipellizcado a su hermano hastaamoratarle los brazos ni atado el pelo desu hermana a la cabecera.

—¿Y? —preguntó, suponiendo quesu madre estaba dándole a entender consu silencio que esperaba una respuesta.

—¿Y? —repitió ella, en el tono deexasperación acostumbrado—. Pues queno debes dejarte llevar por tussentimientos, Jared. Tu hermana sedesahoga con la esgrima y tu hermanotiene a sus animales, pero tú...

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—Yo no lo hice —dijo Jared—.¿Por qué no me crees? ¿Por la pelea enel colegio?

—Tengo que reconocer —contestómamá—, que me chocó mucho enterarmede que le habías roto la nariz a un chico.A eso me refiero. Simon no se pelea connadie. Y antes de que se marchara tupadre, tú tampoco lo hacías.

Jared estudió sus zapatos con másatención.

—¿Puedo entrar?Ella asintió con la cabeza, pero lo

detuvo posándole una mano en elhombro.

—Si vuelve a ocurrir algo, tendré

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que llevarte a que te vea alguien. ¿Estáclaro?

Jared movió la cabezaafirmativamente, pero lo invadió unasensación extraña. Recordó lo que habíadicho acerca de tía Lucy y elmanicomio, y de pronto le supo muy,pero que muy mal.

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¡No, Mallory! ¡No!

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N

CAPÍTULO SIETE

Donde se descubre eldest ino de los ratones

ecesito vuestra ayuda, de verdad—dijo Jared. Sus hermanos

estaban sentados en el piso de madera,frente al televisor. Los dos tenían uncontrol de videoconsola en las manos y,desde donde Jared se encontraba, seveían las luces de colores de la pantallareflejadas en sus caras.

Mallory soltó un resoplido pero no

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contestó. Jared lo interpretó como unarespuesta positiva. Toda reacción que notuviese que ver con los puños era unarespuesta positiva.

—Sé que piensas que fui yo —dijoJared, abriendo el libro en la página quetrataba de los trastolillos—, pero yo nolo hice, de verdad. Tú oíste aquella cosaque corría por dentro de la pared. Y delmensaje en el escritorio, ¿te acuerdas? Ylas huellas en la harina... ¿Y qué medices del nido? ¿Te acuerdas de quesacasteis todo lo que había en el nido?

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Mallory se puso en pie y le arrebatóel libro de las manos.

—Devuélvemelo —suplicó Jared,

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intentando agarrarlo.Mallory lo elevó por encima de su

cabeza.—Este libro es la causa de todos

nuestros problemas.—¡No! —repuso Jared—. Eso no es

verdad. Encontré el libro después deque te anudaran el pelo. Devuélvemelo,Mallory. Por favor, devuélvemelo.

Ahora Mallory lo aferró por losextremos, dispuesta a romperlo.

—¡No, Mallory! ¡No! —Jared casise quedó mudo de pánico. Si no se leocurría algo enseguida, el libro acabaríahecho pedazos.

—Espera, Mallory —dijo Simon,

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levantándose del suelo.Mallory le hizo caso.—¿Cómo quieres que te ayudemos,

Jared?Jared respiró profundamente.—He estado pensando que si lo que

lo ha hecho enfadar es que le hayamosdesarreglado su casa, quizá podríamoshacerle un nido nuevo. He... he agarradouna casita para pájaros y he puestoalgunas cosas dentro, porque hepensado... Bueno, he pensado que tal vezel trastolillo era un poco como nosotros,porque también está en esta casaforzosamente, y tal vez ni siquieraquiere estar aquí. Quizá le dé mucha

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rabia.—Bueno, antes de decirte que te

creo —dijo Mallory, sujetando el librode un modo menos amenazador—,quiero que me expliques exactamentequé quieres que hagamos.

—Necesito que me subáis en elmontaplatos —respondió Jared—,quiero llevar la casita a la biblioteca.Me parece que allí estará segura.

—Déjame ver esa casita —pidióMallory, y, junto con Simon, siguió aJared al pasillo, donde él la habíadejado.

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Era una pajarera demadera lo bastante grandepara alojar un cuervo.Jared la había encontradoentre las otras que estabancolgadas en el desván. Lahabía abierto por detrás y, muyordenadamente, había colocado dentrotodo menos las cucarachas. Habíapegado con cinta adhesiva a las paredeslas palabras escritas en tiras deperiódico, así como pequeñasfotografías sacadas de revistas.

—¿Has recortado las revistas demamá para hacer eso? —preguntóSimon.

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—Sí —contestó Jared con timidez.—Pues la verdad es que te ha

quedado bastante bien —reconocióMallory—. Te habrá llevado trabajo...

—Entonces, ¿me ayudaréis? —Jareddeseaba recuperar el libro, pero noquería hacerla enfadar de nuevo.

Mallory miró hacia Simon, y luegoambos asintieron con la cabeza.

—Pero quiero ir yo primero —señaló Simon.

—Claro —dijo Jared después detitubear por un momento.

Pasaron sigilosamente junto alcuarto desde donde su madre estabatelefoneando a empresas que pudieran

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hacer arreglos en la casa y entraron en lacocina.

Simon se detuvo delante delmontaplatos.

—¿Creéis que mis ratones estánvivos?

Jared no sabía qué decir. Quería queSimon lo ayudara, pero no quería mentir.Simon se arrodilló y subió almontaplatos. Mallory comenzó a tirar dela cuerda. Simon soltó una exclamaciónahogada cuando empezó a moverse, peroluego no oyeron nada, incluso despuésde que el montaplatos se detuviesearriba.

—Dijiste que allí había un escritorio

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con papeles —observó Mallory.—Sí. —Jared no sabía muy bien

adonde quería ir a parar ella. Si no lecreía, podría preguntarle a Simoncuando bajase de nuevo.

—Bueno, pues alguien tuvo quemeterlo allí, de alguna manera. Y no espequeño, ¿verdad? Así que un adultotrabajaba ahí dentro, pero... ¿cómo hacíapara entrar?

Jared se quedó desconcertado por unmomento, pero entonces comprendió.

—¿Por una puerta secreta?—Tal vez —dijo Mallory, asintiendo

con la cabeza.El montaplatos bajó de nuevo, vacío,

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y Jared se metió en él, con la casita parapájaros sobre el regazo. Mallory lo izó yél ascendió por el interior del oscurotúnel. Aunque fue un viaje corto, Jaredse alegró mucho de volver a ver labiblioteca.

Simon estaba en medio de lahabitación, mirando alrededor conasombro.

—¿Qué te parece? —dijo Jared conuna sonrisa.

—Esto es alucinante —exclamóSimon—. Fíjate en todos esos librossobre animales.

Pensando en la puerta secreta, Jaredintentó visualizar dónde estaban en

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relación con las habitaciones de laplanta superior, para averiguar en quédirección se hallaba el pasillo.

—Mallory cree que hay una puertaoculta —comentó.

Simon se acercó. La pared que Jaredtenía enfrente estaba tapada por unaestantería, un cuadro grande y unarmario.

—Miremos tras el cuadro —dijoSimon, y juntos descolgaron la pintura.Era el retrato de un hombre delgado congafas que estaba sentado muy tieso en unsillón verde. Jared se preguntó si ésesería Arthur Spiderwick.

Lo único que había detrás del cuadro

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era una pared lisa.—¿Y si quitamos algunos libros? —

sugirió Jared, retirando uno que setitulaba: Setas sorprendentes,champiñones chocantes.

Simon abrió las puertas del armario.—Mira, fíjate en esto.Las puertas daban al cuartito de la

parte superior de la casa donde seguardaba la ropa blanca.

Pocos minutos después, Mallory seencontraba también en la habitación,echando un vistazo alrededor.

—Este lugar me pone los nervios depunta —comentó.

—Sí, y nosotros somos los únicos

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que lo conocemos —dijo Simon con unasonrisa.

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Esto es alucinante

—Aparte del trastolillo —puntualizóJared, y colgó su casita para pájaros deun aplique de la pared. Mallory y Simonlo ayudaron a comprobar que estuvieseordenada por dentro, y cada uno de ellosañadió algo a la casa. Jared agregó unode sus guantes de invierno, para que eltrastolillo lo usara como saco de dormir.Simon aportó un cuenco pequeño con elque había dado de beber a las lagartijas.Pensaba que tendría alguna utilidad. Porúltimo, algo debía de creer Mallory enlo que Jared le había contado, pues

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metió en la casita su medalla de plata deesgrima con una cinta azul.

Cuando terminaron, miraron elresultado de arriba abajo. Les parecióque era una casita acogedora.

—Dejémosle una nota —dijo Simon.—¿Una nota? —preguntó Jared.—Sí. —Simon rebuscó en los

cajones del escritorio y encontró papel,un portaplumas con plumilla y un tintero.

—Oye, que no había visto esto —dijo Jared mirando una acuarela quehabía sobre la mesa. Era el retrato de unhombre y de una niñita. En la parteinferior, una inscripción de tinta borrosarezaba: «Mi querida hija Lucinda, 4

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años.»—Así que Arthur

debía de ser su padre,¿no? —preguntó Mallory.

—Supongo que sí —dijo Simon mientrasdespejaba la mesa.

—Deja que lo haga yo—dijo Mallory—.Vosotros tardaríais siglos.Decidme qué queréis queescriba. —Abrió el tintero y mojó lapluma. Sus trazos eran irregulares peroclaros.

—«Querido trastolillo...» —comenzó Simon.

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—¿Crees que eso es lo bastantecorrecto? —preguntó Jared.

—Ya lo he escrito —dijo Mallory.—«Querido trastolillo —repitió

Simon—, te escribimos para pedirtedisculpas por haberte destrozado tucasa. Esperamos que te guste la quehemos hecho para ti, y que, aunque no teguste, dejes de pellizcarnos y derevolver nuestras cosas, y, por favor, sitienes a Jeffrey y a Lemondrop cuídalosbien porque son buenos ratones.»

A lo largo de lasemana siguiente, ninguno

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de ellos tuvo tiempo devisitar la biblioteca, nisiquiera a través delarmario de la ropa blanca.

Los obreros iban y venían arreglandocosas por la casa durante el día, y sumadre no les quitaba el ojo por la noche,hasta tal punto que incluso rondaba lospasillos.

Ya habían empezado a ir a clase, yno había sido tan terrible como Jaredpensaba. El colegio nuevo era pequeño,pero tenía un equipo de esgrima en elque podía apuntarse Mallory, y nadie semetió con ellos los primeros días. Por elmomento, Jared había logrado portarse

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bien.No hubo más ataques nocturnos ni

ruidos en las paredes. La única señal deque todo aquello había ocurrido era elcabello recortado de Mallory.

Aun así, Simon y Mallory teníantantas ganas de ir a esa habitación comoJared.

La oportunidad se presentó eldomingo siguiente, cuando mamá dejóde nuevo a los hermanos a cargo deMallory y salió de compras. Tan prontocomo el coche de mamá se alejó por elcamino de acceso, los tres corrieronescaleras arriba.

Nada parecía haber cambiado dentro

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de la biblioteca. El cuadro estabaapoyado en la pared, la casita parapájaros colgaba del aplique y todoparecía estar en el mismo lugar dondeellos lo habían dejado. Pero...

—¡La nota ya no está! —anuncióSimon.

—¿Te la has llevado tú? —lepreguntó Mallory a Jared.

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Un hombrecillo deltamaño de un lápiz

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—¡No!Alguien se aclaró la garganta, y los

tres se volvieron hacia el escritorio.Allí, de pie, con un peto raído y unsombrero de ala ancha, estaba unhombrecillo del tamaño de un lápiz.Tenía ojos negros como escarabajos, unanariz grande y roja, y se parecía mucho ala ilustración que aparecía en elcuaderno. Aferraba un par de correassujetas al cuello de dos ratones grisesque olisqueaban el borde del escritorio.

—¡Jeffrey! ¡Lenondrop! —chillóJared.

—A Dedalete le gusta su nuevo

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hogar —dijo el hombrecillo—, pero esono es lo que ha venido a contar.

Mallory pareció despertar deltrance.

—¿Tienes el libro? —preguntó.Jared hizo un gesto afirmativo. Se

había acostumbrado a llevarlo consigo atodas partes.

Mallory se arrodilló y comenzó apasar las páginas más deprisa de lo queJared podía leerlas.

—Oye, ¿qué estás haciendo? —lepreguntó él.

—Sólo lo estoy mirando —respondió Mallory con una voz muy rara—. Es que... es un libro grande.

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Desde luego no era un libropequeño.

—Sí, supongo que tienes razón.

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Deshaceos del libro

—Y todas estas entradas... Todasestas cosas... ¿existen de verdad? Jared,si todo esto es real, puede serdemasiado...

Entonces, de golpe, Jared entendiólo que su hermana quería decir. Desdeese punto de vista, era un libro grande,un libro gigantesco, demasiado extensopara comprenderlo en su totalidad. Y lopeor de todo era que no habían hechomás que empezar.

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Sobre TONYDiTERLIZZI...

Autor de éxito del New York Times,Tony DiTerlizzi es el creador de la obraganadora del premio Zena SutherlandTed, Jimmmy Zanwow’s Out-of-This-Word Moon Pie Adventure, así como delas ilustraciones por los libros de TonyJohnson destinados a lectores noveles.Más recientemente, su cinematográficaversión del clásico de Mary Howitt TheSpider and the Fly recibió el CaldecottHonor. Por otra parte, los dibujos deTony han decorado la obra de nombres

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tan conocidos de la literatura fantásticacomo J.R.R. Tolkien, Anne McCaffrey,Peter S. Beagle y Greg Bear. Reside consu mujer, Angela, y con su perro Goblin,en Amherst, Massachusetts. Visita aTony en la Red: www.diterlizzi.com

y sobre HOLLYBLACK

Coleccionista ávida de libros raros

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sobre folclore, Holly Black pasó susaños de infancia en una decadente casavictoriana en la que su madre leproporcionó una dieta alta en historiasde fantasmas y cuentos de hadas. De estemodo, su primera novela: El Tributo dela Corte Oscura es un guiño de terror yde lo más artístico al mundo de lashadas. Publicado en el otoño de 2002,recibió buenas críticas y una mención dela American Library Association paraliteratura juvenil. Vive en West LongBrach, New Jersey, con su marido,Theo, y una remarcable colección deanimales. Visita a Holly en la red:www.blackholly.com.

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Tony y Holly continúan trabajandodía y noche, lidiando con todo tipo deseres mágicos para ofreceros la historiade los niños Grace.

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A los Grace ya conocéis,Pero falta mucho

Hasta el finalYa lo veréis

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¿Quién se at reve a vivirbajo un mugriento

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puente y se dedica aurdir viles planes quearrast ra la corriente?

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¿Cuándo se te cae undiente quién lo oculta en

su bolsillo?¿Un amigo sonriente… o

un pícaro diablillo?

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Sigue leyendo y losabrás…

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AGRADECIMIENTOS

Tony y Holly quieren agradecerel tino de Steve y Dianna,

la honestidad de Starr,las ganas de compartir el viaje de Myles

y Liza,la ayuda de Ellen y Julie,

la incansable fe de Kevin en nosotros,y especialmente la paciencia

de Angela y Theo,inquebrantable incluso en noches enteras

de interminables discusionessobre Spiderwick.

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El tipo utilizado para la composiciónde este libro es Cochin. La tipografíade las ilustraciones es Nevis Hand y

Rackham.Las ilustraciones originales son a lápiz y

tinta.