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Edgar R. Ramírez Zárate - Factor Cero

Apr 10, 2016

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lemorte666

“Voy a encontrarte” Son las palabras que encierran la más épica de las batallas, esa que definirá el resto de la existencia humana. Después de un evento catastrófico que merma la vida en la tierra, bautizado como: “El colapso”, la humanidad trata de restablecer la vida en base a la energía más pura e inagotable que existe, el bien llamado “Lumen”; el único problema es que ese poder, fue el causante del mismo colapso en primer lugar, lo que lo vuelve un riesgo latente. Además, mientras las personas tratan de reconstruir su mundo, habitantes de otro, harán lo posible por hacerse del inagotable poder del Lumen. David, Tessa, Kira y Razi, los únicos humanos que pueden manipular esta energía a placer, serán la defensa final, contra estos poderosos y temibles seres.
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Focus Lumen

Factor cero

Edgar R. Ramírez Zárate

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Índice

Prefacio……………………………………4

Prólogo…………………………………….14

Capítulo I Amigos………………………....18

Capítulo II Verdades negadas, despedidas impuestas..40

Capítulo III Un extraño individuo……………...59

Capítulo IV Los horizontes que se aproximan………70

Capítulo V Un nuevo amigo……………………….91

Capítulo VI Anhelo………………………………..108

Capítulo VII Cambios necesarios……………..…135

Capítulo VIII Hogar………..………………….…151

Capítulo IX Nuevos planes, grandes negocios…...173

Capítulo X Valor, orgullo y vergüenza………………188

Capítulo XI Pasos importantes……………………...205

Capítulo XII Razi……………………………….226

Capítulo XIII Objetivos…………………………242

Capítulo XIV Cinco corazones……………………254

Capítulo XV Sueños, miedos y realidades…………..279

Capítulo XVI Los ideales discordantes…………301

Capítulo XVII Aliquid Novi……………………...316

Capítulo XVIII Noche buena; madrugada trágica….331

Capítulo XIX El factor cero………………………344

Capítulo XX Cantharos………………………….362

Capítulo XXI Una bestia dormida; un alma perdida..381

Capítulo XXII Reminiscencias …………………...419

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Capítulo XXIII Omar, Henry y Rita……………..424

Epílogo…………………………………….431

“Voy a encontrarte”

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Gabriel logró transportarse al templo con lo poco que le

quedaba de energía. Casi todo el Lumen parecía haber abandonado

su cuerpo y por un momento, sintió que el control que tenía sobre él

se esfumaba. Cual coladera tratando inútilmente de contener el agua.

Rápidamente se despojó de su espada y de una pistola Colt Delta

de buen tamaño, y los colocó a cada lado suyo. Vestía una delgada

pero firme armadura negra que cubría parte de su pecho, hombros,

brazos y piernas. Cayó sobre sus rodillas y esperó varios minutos a

que sus heridas sanaran.

El sudor que corría por su negro y corto cabello y la sangre que

escurría por sus blancas y duras mejillas, le hacían sentirse un poco

más cerca de los humanos. Ese pensamiento era el único que le daba

ánimos: se sentía uno de ellos. Parecía que podía compartir un poco

de su dolor; dolor, que, sin duda, en estos momentos, era demasiado

para los mortales corazones de los hombres y mujeres que, desde

ahora, tenían que empezar de cero.

Pero él sabía que todo aquello era pasajero. Pronto su dura piel

comenzó a sanar con la rapidez y constancia con que las olas borran

las huellas en la arena. La sangre dejó de escurrir y unas delgadas

líneas escarlatas quedaban como única evidencia; el sudor no brotó

más. Los moretones y heridas empezaron a desaparecer y poco a

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poco el dolor físico se desvaneció. Eso sólo lo hacía sentir culpable y

el pesar de su alma parecía apretarle el pecho.

Gabriel se puso de pie, sonrió con ironía y caminó por los

pasillos del templo. “Ya crece” se dijo.

Aquel lugar era magnífico: paredes de mármol, blancas como la

cera; pisos negros, brillantes y lujosos; columnas altas y talladas con

finas formas. Era, en pocas palabras, algo que los griegos podrían

haber confundido con el Olimpo, lo cual, en realidad, no estaría tan

alejado de la verdad.

Gabriel recorrió los aposentos. Metros y metros de ostentosidad

no llamaron su atención. Había vivido ahí toda una eternidad y eso

era para él, simplemente una casa. Ignorando varias puertas a su

paso, llegó al final del corredor. Ahí, un enorme tallado de madera

descansaba solemne y pacífico frente a Gabriel.

Todo estaba oscuro, como jamás lo había estado, ya que en ese

sagrado lugar la luz jamás había desaparecido. Hasta entonces.

El grabado tenía representada una especie de escena

apocalíptica. En la parte superior, unos seres alados flotaban

alrededor de una figura ovalada que parecía emitir haces de luz, lo

cuales se dirigían hacia donde los humanos estaban obviamente

representados. En dicha imagen se erguían hombres de rostro y

actitud prepotente, riendo y disfrutando de excesos. Bajo ellos, varias

personas de aspecto humilde trabajaban el campo y lloraban a un

difunto. Por último y al pie de aquel ornamento de madera, unos

seres fantásticos miraban hacia arriba, tratando de llegar a la

superficie, y así, alcanzar a los humanos.

Gabriel dirigió su rostro de finas facciones y sus ojos de un

peculiar y único color naranja, a la escena que tenía frente a él.

Levantó uno de sus dedos y dibujó una figura en el aire. Por donde

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pasaba la punta de su dedo, una línea dorada quedaba suspendida en

el vacío. Cuando por fin terminó, una especie de pentagrama quedó

estampada en el aire y aquel muro de madera se partió en dos,

formando una puerta de enormes proporciones.

Gabriel no se movió, sólo se quedó ahí, mirando el agujero negro

e interminable que la puerta había descubierto. Cuando por fin pudo

dar un paso, lo dio hacia atrás mientras cerraba sus ojos, llenos de

dudas y remordimientos.

-Es duro ¿no? Tener que sellarla. Jamás volver a cruzarla - preguntó una voz ronca a sus espaldas. Gabriel se dio la media vuelta y observó cómo una figura se dirigía hacia él, caminando cual alma en pena. Se trataba de Rafael, su hermano mayor.

Gabriel era alto y estaba en buena forma. Incluso su fuerza sería

cientos de veces mayor a la del hombre más poderoso del mundo,

pero, al lado del recién llegado, parecía un adolescente flacucho y

cualquiera. Rafael medía casi dos metros y era tan corpulento como

un toro. Su largo y rubio cabello, caía por debajo de sus hombros.

Llevaba una barba de candado, unas arracadas en cada oreja y una

armadura similar a la de Gabriel, sólo que en color azul. Sus ojos

celestes, observaban fija y tristemente a Gabriel, quién no le devolvía

la mirada, sino que lo examinaba de pies a cabeza.

Gabriel notó que su hermano no tenía heridas o éstas ya habían

cicatrizado; quizá había llegado ahí incluso antes que él mismo.

Aunque se alegraba de verlo con vida y sentía cómo parte de la

presión en su pecho desaparecía, no pudo expresarlo; en cambio,

forzó una sonrisa, sin ánimos de seguirse lamentando.

Rafael se detuvo apenas a unos centímetros de Gabriel. Quiso

decir algo, pero se contuvo. Miró hacia el tallado de madera y suspiró

ligeramente.

- ¿Y Miguel Ángel?- preguntó por fin Gabriel

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- No regresó. Creo que no ha estado aquí desde el inicio de la guerra. No lo he visto. No creo que quiera ser encontrado- contestó Rafael con un hilo de voz.

Gabriel levantó la mirada, era como la de un niño cuya navidad

se había cancelado: en parte colérica, en parte extrañada.

-Así que el muy desgraciado decidió salir por la puerta de atrás. Vaya que si me engañó todo este tiempo. Pensé que algo así era muy bajo para él. –Rafael, lo miró. No había una respuesta-. Bueno, qué más da –continuó-. Un antiácido será más que suficiente. Algo así puede causar indigestiones, incluso a entes como nosotros. –Se tomó unos momentos y reflexionó-. Pero él sigue ahí afuera. Puedo sentirlo.

Rafael no se movió, ni siquiera relajó su mirada un poco. Miles

de años, le habían enseñado que el más pequeño de sus hermanos

solía esconder el dolor detrás de una careta de despreocupación.

También había aprendido a no ir contra eso.

-Es cierto, él está ahí y debo encontrarlo -dijo Rafael al fin, firme pero sin emoción–. Y entonces va a tener que responderme a mí… por todo; por todos- sentenció Rafael.

Gabriel sentía como si lo hubieran abofeteado en cada mejilla. En

toda su existencia jamás había presenciado que Rafael siquiera

cuestionara un poco la autoridad del máximo en el templo. Miguel

Ángel siempre había sido la voz de la verdad en el mundo de su

gigantesco hermano y en ese momento, a pesar de la serenidad que

aparentaba, podía sentir cómo el Lumen alrededor de Rafael se

encendía. En aquel ser querido que jamás hubiera salido ni un poco

de los parámetros, hoy había odio. “Aunque no le haría mal aprender

una que otra palabrota, es un avance” pensó para sí.

-Rafael, él no, ¿por qué no estuvo ahí? Con nosotros -preguntó en un tono más serio. Tenía que saber por qué pasó lo que pasó, por qué todo había salido tan mal.

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-Gabriel, tenemos muy poco tiempo-. Fue la respuesta de Rafael, quién por fin reaccionó. Caminó hacia la puerta y pasó las yemas de los dedos sobre el tallado de madera-. Por fin alcanzaron este lugar… ellos, los Parac-tos… Estos cuartos pronto se llenaran de esos seres, así que…

Gabriel miró a su alrededor. Ya lo había sentido, sólo que no había querido darlo por hecho. Su hogar dejaba de ser un lugar seguro.

-Sí, ya veo. Menos mal, tenía casi veinte minutos sin pelear –ironizó- ¿Cuál es el plan?

-Debemos escapar. Esta no es una batalla que podamos ganar aquí –sentenció Rafael.

-¿Y, después de eso? No es por nada, pero no se me da eso de la ociosidad.

-Iré por Miguel Ángel –indicó Rafael, con voz severa- una vez que salde cuentas con él, buscaré a Adam y a sus guerreros. Si ellos mueren, no habrá más que temer.

-Nah, tú sólo quieres llevarte todo el crédito –se quejó Gabriel-. No sabía que tenías delirios de grandeza. ¿Qué se supone que haga yo entonces, gran jefe?

-Encuentra a los sellos –pidió Rafael-. Alguien debe cuidarlos y entrenarlos.

-¿Se supone que ese sea yo? No lo sé, jefe. Mi nivel de responsabilidad ¿recuerdas? Es tan vago como tu sentido del humor. Yo no puedo, no soy el más indicado… -dijo al final, con lapidaria seriedad.

-Yo no estaría tan seguro. Gabriel, no hay nadie que los conozca mejor que tú ¡Por Andemián! –exclamó a forma de expresión-, Dios sabe cuánto me quejé de tu afinidad hacia ellos. Hoy podría sernos útil.

-¿Dios? Creo que alguien es más humano de lo que quiere aceptar.

-Además -siguió Rafael- no estarás solo.

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Gabriel levantó la mirada, frunció el ceño y mientras se disponía

a preguntar a qué se refería, ambos lo sintieron. El tiempo se había

terminado. Observó entonces al vacío, a ese hoyo negro que creaba la

oscuridad profunda del pasillo. Contó entre dientes y sonrió.

-Vaya, deben ser cientos de ellos- se sonrió Gabriel mientras se volvía hacia Rafael.

-Sí, creo que si uno más apareciera tendríamos problemas- respondió Rafael devolviendo la sonrisa.

-¿Acaso eso fue una broma? –se sorprendió Gabriel-. Justo en el momento menos adecuado te pones todo comediante conmigo. Mejor te concentras, viejo.

-Lo que tú digas.

Gabriel, sin dejar de sonreír, tomó el hombro de su hermano,

Rafael hizo inmediatamente lo mismo.

-Entonces ¿nos vemos pronto? -preguntó Gabriel

-Tarde o temprano. Cuida los sellos- contestó Rafael con una voz que denotaba tristeza disimulada.

-Cuídate a ti mismo.

Gabriel terminó de decir esto y se dio la media vuelta. No quería

expresar la desesperanza que en esos momentos invadía toda su piel;

no era su estilo. Lo mejor era partir, saber que no había nada más que

decir y que había tantas cosas por hacer. Quizá era la última vez que

veía a su hermano; nadie les aseguraba siquiera salir de aquel, alguna

vez, acogedor lugar. Y de pronto, cuando la nostalgia parecía entumir

sus sentidos, los vio.

Decenas de criaturas rastreras y ágiles se dirigían hacia ellos,

con sus ojos amarillentos fijos en los dos hermanos. Sus cuerpos

parecían estar hechos de petróleo y su piel, estaba llena de escamas

puntiagudas. Se asemejaban a sombras con volumen y movimiento

propio: “Los parac-tos” susurró Gabriel.

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Uno de ellos levantó lo que debía ser su rostro, emitió un

extraño sonido y se movió con una rapidez fuera de lo común en

dirección a Gabriel. Desafortunadamente para la criatura, ambos

hermanos eran todavía más rápidos.

Gabriel, con un sencillo pero ágil movimiento, eludió el ataque

de la criatura. Rafael extendió su brazo y atrapó entre sus dedos el

cuello del parac-to, el cual gimió de dolor. Rafael apretó los dientes.

Un aura de color azul celeste, rodeó todo su cuerpo. Cerró su mano y

sin el menor esfuerzo, pulverizó a aquel ser.

El resto de los parac-tos tomaron esto como su bandera de

salida. Todos atacaron en bandada, soltando chillidos y brincando

enloquecidos.

Gabriel rápidamente cambió su postura. Aquella misma energía

azul, rodeó cada milímetro de su cuerpo. Mirando fijamente a sus

objetivos, levantó los brazos. El dedo índice de su mano derecha

apuntaba al frente, su mano izquierda sostenía el brazo contrario. De

la punta de su dedo extendido, una línea de energía salió disparada y

todo lo que tocaba a su paso, estallaba en llamas azules. Varias

criaturas fueron alcanzadas y soltaban gritos guturales.

Rafael hizo aparecer de la nada, una cadena dorada que no tenía

fin. La punta era parecida a la de una flecha y respondía a la posición

de los enemigos. Se levantaba como un sabueso buscando su presa.

Lanzó uno de los extremos hacia sus enemigos. La cadena, que

aparentaba tener vida propia, fue sujetando una a una a las criaturas.

Cuando tuvo un número considerable de ellas atrapadas, Rafael dio

un energético tirón a su arma, la cual arrastró a los seres y los juntó

en una enorme masa de negrura, para después ser rodeados de la

extraña energía azul y desaparecer pulverizados.

Gabriel corrió varios metros por el pasillo y en menos de un

segundo estaba a un lado de su espada y arma de fuego; abandonados

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por él, minutos atrás, presa de su melancolía. Tomó su sable y se

incorporó. Dos parac-tos se abalanzaron sobre él y fueron partidos a

la mitad con un par de ágiles movimientos de muñeca. Se dirigió a

una de las ventanas del templo. En el jardín había un río de enemigos

que entraban por la puerta principal. A un lado de aquella multitud

de seres oscuros, dos sujetos con figura humanoide, cubiertos por

mantas cafés de pies a cabeza, observaban la escena.

Rafael, mientras tanto, luchaba con varias criaturas al mismo

tiempo. De potentes puñetazos mandaba volar a cada sombra que

tenía la mala idea de acercarse a él. Sin embargo, al segundo parecían

multiplicarse y pronto ni la fuerza del enorme rubio era suficiente

para mantener a raya a todos. Gabriel apareció súbitamente a su lado.

-Ya no están solos, Rafael. Tiempo de ponernos en polvorosa.

-Déjalos venir, quizá es el momento de saldar cuentas- respondió Rafael, a la vez que, con un poderoso abrazo, trituraba a dos Parac-tos.

Gabriel dio un paso atrás, puso la espada en su vaina, (la cual

cargaba a un costado de su pierna izquierda) elevó ambas manos y

las llenó de energía.

-¡Aleo perditus!- gritó Gabriel y extendió las palmas hacia el frente; dos ondas de energía en forma de aros salieron de ellas y recorrieron aquel pasillo de principio a fin. Los parac-tos de pronto quedaron paralizados y antes de que pudieran comprenderlo, explotaron todos al mismo tiempo, dejando sólo rastros oscuros de su existencia.

-Impresionante

-Definitivo… fue lo último que me quedaba -dijo Gabriel.

-¿Puedes salir de aquí? -preguntó Rafael.

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-Sí, ya vete, sólo me estorbas -respondió Gabriel mientras tomaba nuevamente su espada. Rafael sonrió y se dirigió al lado contrario de la enorme puerta de madera.

-Gabriel…-dijo antes de cerrar el enorme y grabado muro.

-Lo sé… -contestó Gabriel a la vez que miraba a su hermano de reojo–. Sólo vete y sella la puerta; nadie más debe cruzarla… no es un adiós.

-Cuídate -pidió Rafael y desapareció tras la puerta, la cual se cerró y fundió nuevamente en un solo muro.

Gabriel se arrodilló unos momentos y esperó. Podía escuchar los

cientos de pasos dirigiéndose hacia él. Sentía el odio y la aceleración

de las criaturas. Cerró los ojos y respiró unos momentos. Tranquilizó

todo a su alrededor. Tenía que localizar mentalmente a cada uno de

sus enemigos; sentir sus movimientos, su velocidad, su energía

extranjera.

Todo el templo apareció en su mente, cada ser que lo cruzaba se

dibujó tan claramente como si los viera en persona. Era el momento.

Se incorporó e inició su movimiento; un movimiento que un simple

humano jamás habría podido ver. Demasiado rápido, demasiado ágil.

Los parac-tos apenas se percataban de que algo pasaba a su lado

cuando eran atravesados por la filosa arma de Gabriel. Uno a uno,

fueron cayendo sin tener tiempo de reaccionar.

Gabriel llegó a una de las ventanas contrarias a la entrada

principal del templo. Antes de salir por ella, dio un último vistazo a su

hogar. Los seres trepaban los muros, recorrían los pisos y subían las

escaleras con ahínco. Todo se había perdido. Casi sintiendo cómo el

aire le comprimía la garganta y ahogando un grito de lástima,

abandonó el lugar.

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Minutos después, los dos hombres cubiertos en las mantas cafés

llegaban a la enorme puerta de madera tallada. Uno de ellos dio un

paso adelante, quedando a centímetros del grabado. Después de

examinarlo unos momentos, se retiró con elegancia la capucha que

llevaba sobre la cabeza. Su rostro de facciones toscas y sus ojos casi

completamente negros se fijaron en su compañero y torciendo la

boca en una acción que intentaba pasar por sonrisa, estiró de más la

piel de su cara, la cual tenía casi la misma tonalidad de sus ojos.

-¿Puedes abrirla? -preguntó en una voz ronca espectral.

-No -contestó el acompañante.

-Claro. Sigo sin entender la utilidad de tenerte de nuestro lado, Uriel.

El otro hombre se retiró de un tirón la capucha. Su piel (de un

blanco impresionante) no anunció ningún tipo de gesto. Sus ojos

cafés se mantuvieron impasibles y su cabello corto y rojo permanecía

tan tranquilo como él.

-La buena noticia es que no te corresponde entenderlo- contestó Uriel con una voz que expresaba total calma

-Ciertamente –se rindió el tosco sujeto de piel morena–. En ese caso, ¿por qué no me muestras el resto del lugar? -Aunque parecía una pregunta, su tono dejaba en claro que era una exigencia. Acto seguido, pasó a un lado de Uriel y se alejó velozmente.

Uriel miró unos segundos más la puerta y la tocó con la yema de

sus dedos. Estaba sellada, tal y como lo pensó. Sus hermanos estaban

ahora lejos de ahí.

Se colocó la capucha nuevamente, dejando sólo la boca al

descubierto, en la que se dibujó sutilmente una sonrisa. Dio media

vuelta y siguió al otro hombre.

La guerra sólo había concluido su primer episodio.

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Yo estuve ahí desde el principio. Cuando la guerra era sólo un

rumor que crecía como una onda en el agua: de forma expansiva pero

sin escándalo.

Empezó como una simple discusión, como todas las guerras

comienzan. Un desacuerdo entre dos personas que se convirtió en

una disputa entre dos naciones, y terminó en una guerra mundial.

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Los humanos habían descubierto el recurso más ilimitado y poderoso

de todos. Una energía perpetua capaz de calentar sus hogares, mover

sus autos, preparar sus alimentos, iluminar sus calles. Por fin, todos

los problemas del planeta parecían tener solución. Llamaron a esta

energía: “Lumen”.

Pero los humanos, siendo quienes son, tomaron un camino

totalmente inaceptable.

El lumen era un poder inagotable de amplias posibilidades y

siempre había estado con ellos. Les daba movimiento, conciencia,

sentimientos, fuerza. Era una de las cosas más básicas para su

supervivencia y nunca antes la habían notado.

Una familia fue quien comenzó todo. Se dieron cuenta de los

infinitos beneficios de la energía. Aprendieron a utilizarla, moldearla,

proyectarla, manipularla en todos los aspectos y después, le

presentaron su hallazgo al mundo en forma de una compañía: “Focus

Lumen” que significa: “Concentrar la luz”

Las grandes naciones fueron las primeras en levantar la mano.

Querían ese maravilloso poder para su beneficio. Las aplicaciones de

tal descubrimiento serían astronómicas. Eso solo podía significar

problemas; los humanos suelen recordar lo imperfectos que son.

La gente siempre ha tenido la falsa idea de libre albedrío. La

realidad, oculta por los más altos mandos, resultaría estremecedora

para aquellos con ideales de autonomía. No, no existe tal cosa:

‘Trece’, ese es el número de personas que toman las decisiones más

importantes del mundo. Descubrí muy tarde esa verdad, para mi

pesar.

Arbitrarios movimientos fueron tomados con la triste

complacencia del resto de la humanidad. Fue escalofriante descubrir

la naturalidad con la que las personas aceptaban direcciones tan

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peligrosas para su propio mundo. “Las mismas disputas de siempre”

decían con total lógica.

Los “Trece” querían establecer un génesis propio, algo que

burlara y sobrepasara las decisiones de su Dios; mostrar que habían

rebasado tan bajas expectativas. Ellos siempre anhelaron el poder de

moldear el mundo, de crear una utópica sociedad bajo el yugo total

de sus ideales. Ahora por fin, lo tenían.

Y a una indicación suya, el Lumen fue utilizado para afirmar más

la aberrante naturaleza del hombre. Armas con un poder que

sobrepasaban los más escandalosos límites de la imaginación del más

pesimista. Las bombas nucleares de pronto parecieron globos llenos

de agua.

No se recuerda quién realizó el primer ataque, tampoco importa

mucho. Humanos asesinaban humanos en un abrir y cerrar de ojos.

Ciudades desaparecían a la velocidad de un botón presionado.

Batallas por todo el mundo, mermaron la población en cantidades

alarmantes.

Muchas regiones que solían ser un hermoso lugar para vivir se

tornaron inhabitables. Comunidades enteras se esfumaron sin dejar

nada que enterrar. En tres largos años, el mundo cambió para

siempre. Llamaron a esta guerra: “El colapso”

Un nuevo génesis.

Hay algo que pocos humanos saben. Sin ser su intención, habían

tomado parte en una guerra que iba más allá de simples desacuerdos

humanos. Habían participado en el principio de una guerra entre dos

mundos. No puedo dejar de reprocharme las millones de personas

que perecieron sin saber la causa. Habitantes de un mundo paralelo

al humano, cegados por la envidia y corroídos por una ira sin

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justificantes, hallaron en la naturaleza bélica del hombre, la

herramienta perfecta para debilitarlos.

Fueron ellos, artífices principales en la guerra. Soldados

invasores que tomaron acciones por su cuenta para desestabilizar la

sociedad humana. Entraron en cuenta de que no necesitaban hacer

mucho. Manipulables y autodestructivas eran las personas. Con el

aliciente correcto, la batalla interna de este mundo sería su victoria.

Pero con la misma velocidad con la que habían llegado, esos

seres decidieron partir. Los humanos de pronto no comprendieron el

porqué de su guerra. Ya nadie lograba recordar aquello que los llevó

a pelear, a asesinar.

Y como si una pesada venda hubiera sido removida de sus ojos,

la batalla cesó.

Un penoso panorama les esperaba en el horizonte. Continentes

enteros habían quedado destrozados, inhabitables. Países

susceptibles a perderse en las profundidades del océano a la menor

provocación. Una inestable situación del Lumen, mataba a las

personas que pisaban los territorios equivocados; inestabilidad

creada por las innaturales armas de esta energía. Sólo parte del

continente europeo y el norte del africano, mantenían una real

posibilidad para reconstruir a la raza humana. Ochenta por ciento de

su población había desaparecido trágicamente.

Se decidió terminar con las fronteras: estúpidas divisiones entre

una misma raza. Acuerdos de una renaciente sociedad, fueron

establecidos. Una nueva ciudad, símbolo de la restablecida paz y un

anhelado progreso, fue construida en el corazón de la antigua unión

europea. Esta ciudad fue llamada con el esperanzador nombre de

Oppidum Lux y fue un ejemplo de lo que el Lumen, correctamente

utilizado, podía lograr.

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Colonias de gran tamaño fueron establecidas alrededor de dicha

metrópoli, creando así, la mayor organización distrital de la historia.

Las reglas y leyes fueron el resultado de un consenso popular a gran

escala y en menos de dos décadas, una nueva sociedad había

florecido.

Algunas comunidades, temiendo que una guerra así pudiera

repetirse, se rehusaron a formar parte de esta floreciente utopía.

Crearon sus propios pueblos, con sus propias líneas de conducta y

rechazaron la utilización del Lumen como columna vertebral de su

existencia. Fueron llamadas por la sociedad establecida como:

“aldeas exteriores”.

Pero detrás de esta paz y progreso, existen problemas que, como

la vez anterior, permanecen en la ignorancia de las personas.

Los creadores de este nuevo génesis (los trece), están

complacidos con el poder que sus decisiones les han significado y

como cualquier ser humano, quieren más.

Aquellos seres de otro mundo, actúan también entre las sombras

creadas por la guerra. Sus verdaderas intenciones están a punto de

aparecer en escena.

El mundo hierve con la amenaza silente de una nueva batalla. El

mundo nuevamente, no lo sabe.

Sin embargo, perder la esperanza sería insensato en estos

momentos. Todo mal tiene su bien para hacerle frente y tengo mucha

confianza en que éste, será lo suficientemente capaz de proteger una

nueva esperanza de vida.

Si lo sabré yo.

G.H.

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El hombre caminaba por entre las ruinas del antiguo palacio

real de Parac-do. Estatuas de gran tamaño, frescos deslavados por el

tiempo y grabados en las incompletas paredes del recinto, contaban

con orgullo, la leyenda de sus héroes de antaño.

Pero no había hombre o mujer representado ahí. Eran bestias

glorificadas con cuerpos monstruosos que ninguna persona había

visto en la historia de la humanidad. Nunca jamás.

El cielo de aquel mundo, que se vislumbraba por entre los restos

de lo que alguna vez fue un techo, era carmesí, y los soles que le

adornaban brillaban con un tinto espectral. La tierra bajo los pies del

solitario merodeador podía ser de cualquier color, pero un ojo

humano jamás lo descifraría. ¿Cómo podría?

El hombre siguió por un largo pasillo que lo condujo a unas

escaleras, que lo condujeron a las entrañas de la tierra misma, que lo

conducían a su objetivo. El palacio no estaba hecho de roca, no. Era

un material negro, parecido a lo que los humanos conocían como

ónix.

En las oscuras profundidades (sirviéndose de una antorcha para

no tropezar) el hombre encontró por fin su objetivo: Una tumba, una

de las más famosas en aquel mundo. Era una cripta pesada, como no

había igual en el mundo de los humanos.

Movió con una sola mano la ceremoniosa cripta, como si ésta

fuera de cartón. Asomó su rostro adentro y rodeado por cenizas que

alguna vez fueron un ser de aquellas tierras, estaba lo que había ido a

buscar: Un medallón. Pero no era cualquier medallón, no. Era el

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instrumento que habría de reactivar las esperanzas de su legado. El

medallón era de de color cobrizo. Tenía el grabado de un animal

similar al águila de la tierra de los humanos, sólo que no lo era.

Tomó el objeto con ambas manos y sonrió.

El primer paso estaba dado.

Había gritos, risas y quejidos a su alrededor. Algunos festejaban

a cada impacto, otros sólo exclamaban frases de lástima o fingida

preocupación.

Abrió los ojos sólo para ver el rostro de todos. Ahí estaban:

animales fácilmente impresionables, personas que habían hecho de

este tipo de actividades, el momento cúspide de su semana. Había

hombres y mujeres, jóvenes y viejos. Algunos con una bebida

embriagante en la mano, otros con las nuevas drogas que se vendían

en la ciudad.

Un golpe más dio en su rostro. El enorme, gordo y calvo hombre

que lo impactaba una y otra vez, tenía la expresión llena de rabia y

petulancia. Era definitivamente un contraste con la apariencia de

David.

David no tenía para nada la altura de su agresor, pero tampoco

podía avergonzarse. Era alto, sí, pero sólo por encima de la media,

además, estaba en muy buena forma física, casi sin proponérselo,

sólo había sido así desde siempre. También, a diferencia del hombre

que tenía enfrente, contaba con suficiente cabello como para

considerarlo desaliñado; no muy largo, pero sí frondoso y alborotado,

de un color castaño claro. Para desgracia de todas las chicas que se

encontraban en el lugar (las cuales sufrían cada que lo golpeaban)

era bastante bien parecido. Tenía un rostro ligeramente redondo

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pero compuesto de delgadas y delineadas facciones. Sus ojos eran de

un color extrañamente ámbar, los cuales estaban contorneados por

dos cejas bastante pobladas.

El troglodita levantó a David con ambos brazos y lo lanzó hacia

uno de los extremos de la jaula de acero inoxidable que los mantenía

dentro del improvisado cuadrilátero de pelea. David cayó

pesadamente al suelo y la algarabía gobernó el ambiente. El chico

levantó el rostro y buscó por toda la barra de aquella maloliente

cantina a sus amigos.

El primero en aparecer fue Abel. Su amigo era delgado y

espigado. Su cabello, rubio, rizado y largo, se agitaba consternado

junto con el resto de su cabeza. Sin embargo, al ver el rostro de David,

relajó su mirada y sonrió de manera sarcástica. Después de unos

segundos, gritó algo que se apagaba por el agobiante ruido, pero que

David entendió como: “deja ya de jugar”.

A la derecha de Abel, una hermosa joven se llevaba las manos al

rostro, sacudiendo la cabeza y quejándose también de preocupación.

Su cabello negro y lacio, bañaba el hermoso rostro de delicadas

formas y piel morena que no pasaba desapercibido por los ebrios del

lugar. Sus grandes ojos miraban con angustia a David, casi como si

fuera la última vez que lo vería.

David sonrió y le guiñó un ojo a la joven Samanta. Se levantó de

un brinco e hizo unos movimientos de cuello, más por irritar a su

enorme adversario que por incomodidad alguna. El sorprendido

Goliat no daba crédito a sus ojos. Un niño de veinte años lo estaba

dejando en ridículo. Su boca abierta, empezó a elaborar espuma, a la

vez que abandonaba la incredulidad para pasar a la ira. Se estaban

burlando de él; eso no era aceptable.

David se encontraba tan molesto como la mole frente a él. Y es

que a cada minuto que pasaba, a cada golpe que recibía, la verdad era

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más evidente: no había mucho que explicar, no era una persona

normal. Cualquier otro estaría casi muerto.

Y sin embargo decidió darle a su contrincante, una oportunidad

más.

Un viejo ebrio que hacía más escándalo que cualquiera en el

lugar, tomó un gastado banquillo de madera que estaba a un lado de

la barra del antro aquel y se acercó tambaleándose al escenario de

pelea. Con un esfuerzo sobrehumano y tratando de no irse de

espaldas, escaló la reja para lanzar el banquillo al enorme hombre,

quien rápidamente lo tomó y encaró a David.

David ni siquiera alzó la guardia, incluso puso literalmente la

otra mejilla. Pronto el banco se hacía astillas al impactar su rostro. El

desaliñado chico ni siquiera cayó al suelo. Esta vez, la gente quedó

muda. No hubo una sola exclamación; nadie respiraba en ese

momento.

David abrió los ojos y suspiró pesadamente. No tenía caso seguir

con aquello. Cerró el puño derecho. El hombre frente a él era no más

que una estatua. No se iba a mover; de cualquier manera no habría

tenido mucho que hacer. El golpe impactó secamente la nariz del

sujeto. El gigantesco hombre cayó como roble recién talado y no se

movió más.

Para el momento en que todos en la cantina se daban cuenta de

lo que había sucedido, David ya había abandonado el cuadrilátero y

se dirigía hacia sus amigos, mientras, alrededor, la mayoría de las

personas (si así podía llamárseles a aquellos seres) ladraban como

perros hambrientos y se quejaban de trampa. Algunos otros, escasos,

celebraban como si se hubieran ganado la lotería, cosa que estaba

muy cercana a la realidad.

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Samanta abrazó a David antes de que éste pudiera decir algo. Se

quedaron unos momentos así. David levantó la mirada y observó a

Abel, quien hacía una especie de disimulo sarcástico. Cuando el gesto

entre ellos terminó, Abel mismo les hizo una señal con la cabeza, la

cual entendieron como un “salgamos de aquí”. Acto seguido, subían a

unas escaleras que los conducía hacia una puerta de madera mal

pintada.

Dentro, un pequeño hombre vestido con un traje de segunda

mano que trataba de hacerlo pasar por una persona elegante, estaba

sentado detrás de un escritorio que combinaba perfectamente con el

aspecto de todo el bar. Con aire de enfado miró a los recién llegados.

Abel, que escudriñaba el cuarto con pretendido interés, se acercó al

hombrecillo.

-Pues, ganó… Páguenos- solicitó Abel, con una sonrisa de oreja a oreja.

El sujeto no dijo nada y se limitó a entregarles una tarjeta de

color verde platino.

Mientras los tres amigos caminaban por la calle, las lámparas

que estaban colocadas en cada esquina de las aceras comenzaron a

encenderse. A pesar de ser poco menos que una comunidad, aquella

área contaba con tubos de punta luminosos, lo cual le parecía una

graciosa peculiaridad a David, ya que el resto del barrio se componía

por callejones angostos y casas construidas aún, con ladrillos y

cemento (cosa que para esos tiempos, resultaba arcaica).

Dichos tubos eran eso: varas colocadas de forma vertical sin

ninguna clase de bombillo. En la punta de cada poste, una esfera

flotante de luz azul iluminaba gran porción de la cuadra. Cada que

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uno de estos utensilios se encendía, la esfera aparecía de la nada y

con un alcance asombroso, pintaba de luz cada rincón.

David iba en silencio, pretendiendo como casi todo el tiempo que

escuchaba atentamente la plática de sus dos amigos, que, como de

costumbre, discutían como pericos enjaulados. Samanta hablaba

airadamente sobre los temas de siempre. El maltrato a las tierras

exteriores, la explotación por parte de la compañía hacia la energía

perpetua. “A final de cuentas se están robando algo que por

nacimiento es nuestro” alcanzó a escuchar David de la chica.

Abel, por su parte, remataba con los comentarios sarcásticos de

su muy característica (y a veces francamente irritante) personalidad.

“Tienes razón, Sam. De hecho cada noche siento como violan mi

espacio personal cuando alguien enciende su televisor en el cuarto de

al lado” decía con un tono meramente irónico. Sin embargo, David

sabía que su amigo estaba completamente de acuerdo con Samanta.

Claro que lo estaba.

David agradecía el hecho de compartir su vida con ellos. Los tres

vivían una peculiar situación: no tenían a nadie más en el mundo.

David conoció a Abel cinco años atrás en Oppidum Lux (la

metrópoli más importante y grande del planeta), una noche que salía

de uno de sus trabajos temporales que tomaba sólo para alimentarse

unos días.

Después de terminar de colocar unas cajas, (limitándose y

pretendiendo que sólo podía cargar una a la vez, pues no resultaba

agradable despertar suspicacias entre sus compañeros) se despidió

de su jefe, (hombre de edad avanzada que tosía los estragos de una

cruda) quien con un gruñido respondió el gesto. David, salió de la

enorme bodega llena de alimentos deshidratados y entró en un

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cuarto que hacía de vestidor. Ahí, tomó sus pocas pertenencias de un

sucio casillero y se encaminó a la salida trasera del local, la cual

conducía a un callejón húmedo y oscuro.

Cuando había recorrido casi la mitad del tenebroso espacio,

escuchó algunas sirenas y unas voces que con gritos se alertaban

unas a otras. David, extrañado, levantó la mirada y pudo observar

cómo tres siluetas corrían en dirección a él, escapando de algo o

alguien. Ya que era poco probable que sufriera algún daño, no se

alarmó y se limitó a hacerse a un lado para permitirles pasar y poder

seguir con su camino. No estaba de ánimos para entretenerse con un

lío que no le incumbía en lo más mínimo.

Cuando las siluetas tomaron forma, pudo observar a tres chicos

que corrían alarmados mientras volteaban insistentemente sobre sus

hombros, seguramente vigilando a sus perseguidores. Dos de los

tipos parecían adultos, mientras que el tercero y más rezagado, era

de la edad de David, quien pudo notar que el chico estaba herido y

era el más aterrorizado de los tres.

Al momento de pasar a un lado de David, el más joven cayó

pesadamente de bruces, los otros dos apenas si se dieron cuenta de

esto y por supuesto, no se tomaron la molestia de volver por su

compañero.

-¡Oigan! ¡ayuda!- gritó el chico rubio que se encontraba en el suelo.

David lo miró unos momentos y observó que su nuevo

acompañante sangraba de manera alarmante.

-No van a volver -exclamó David después de unos segundos,

mientras consideraba la situación. El chico miró a David, sobresaltado; al parecer ni siquiera se

había dado cuenta de su presencia. David decidió seguir su camino,

no sin sentir bastante remordimiento.

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-¡Espera, no te vayas! No me puedes dejar aquí- dijo el chico caído, en tono de súplica

-Yo no ayudo a delincuentes- respondió David, y sin embargo se detuvo dubitativo.

-Por favor…

David vislumbró dos siluetas que cargaban varas luminosas

(armas de contacto utilizadas por las autoridades), eran policías y a

juzgar por la manera en que agitaban tales barras de Lumen, estaban

dispuestos a usar la fuerza. Si iba a hacer algo, tenía que actuar ya.

David dio la media vuelta y se inclinó para recoger al chico, a

quien, sin ningún esfuerzo levantó y recargó sobre su hombro, para

después, de un simple salto, desaparecer del callejón.

Los policías, que estaban seguros de haber visto movimiento en

aquel lugar, se detuvieron unos instantes. Vestían trajes de color

verde, ajustados a todo su cuerpo. Llevaban gafas que identificaban

movimiento, calor y proximidad del lumen de las personas. Después

de mirar a su alrededor unos momentos, uno de ellos presionó una

pantalla táctil que llevaba en el brazo izquierdo e informó que los

habían perdido. Acto seguido, siguieron rápidamente su curso.

David y el chico estaban en la azotea de uno de los edificios que

formaban el callejón. El primero, esperó unos momentos antes de

decidir que los oficiales habían tomado la distancia lo

suficientemente segura como para poder hablar sin que los

escucharan, entonces se volvió para ver al otro chico. Por unos

segundos olvidó lo que acababa de suceder; pero claro, las personas

normales no brincan diez metros de un salto.

El joven rubio lo miraba con ojos de plato. Ni siquiera respiraba.

Incluso algo de saliva corrió por su barbilla. David, quien sabía que

estaba a punto de entrar en un interrogatorio sin fin y bastante

incómodo, decidió lanzar la primera pregunta él mismo.

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-¿Cómo te sientes? ¿Necesitas un doctor? -interrogó secamente, a sabiendas de que era poco probable que obtuviera una respuesta a sus cuestionamientos.

-¿Qué… demonios… eres tú? -preguntó balbuceando el anonadado desconocido, mientras secaba con su mano la saliva en su rostro.

De regreso en el almacén, el viejo jefe de David curó las heridas

de Abel. El hombre no hizo muchas preguntas, al parecer era algo

común para él. Sin duda la delincuencia en esa parte de la ciudad,

relativamente común.

Mientras el anciano se despedía y ofrecía las instalaciones para

que pasaran la noche, David tomaba una taza de chocolate caliente y

pretendía estar disfrutándola a sobremanera. Notó por primera vez

la apariencia de su nuevo amigo. Desaliñado, sí, pero definitivamente

no era circunstancial. Parecía que vestía siguiendo los pasos de una

extravagante moda. Su ropa estaba hecha de tela de aluminio (desde

que el Lumen había permitido trabajar de diferentes maneras cada

material, los parámetros de la vestimenta y de otros muchos rubros,

se había salido de control). Él, por su parte, siempre había vestido

telas normales y colores neutros; eran un par chistoso.

Abel agradeció al viejo, pero éste ya no escuchó el gesto, había

cruzado la puerta y salido del establecimiento.

-Así que, no sabes qué eres -preguntó Abel en un tono que no había abandonado el asombro.

-Yo diría más bien, que no recuerdo quién soy -respondió David, haciendo un claro hincapié en la palabra “quién”. Era ya suficientemente difícil no entender qué sucedía con él mismo, como para que un desconocido lo tratara cual fenómeno.

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-Y ¿Qué es lo más que recuerdas? -continuó Abel, quien había logrado contener el nerviosismo de su voz. Esta vez, incluso, sonaba intrigado.

-Pues, desperté en un hospital. Nada antes de eso… lo raro es… -se detuvo David. No porque no quisiera seguir hablando, sino porque era resultaba bastante inquietante el sólo recordarlo.

-¿Qué es lo raro? -apremió ya sin inhibiciones Abel, claramente dominado por la curiosidad.

-Es que… el hospital, estaba solo. Vacío.

David ya no dijo más. Era la primera vez que contaba eso. Estaba,

en esos momentos, más en sus pensamientos que en aquella sucia

bodega. Abel observó la expresión blanca en el rostro de su salvador

y entendió muy bien que debía dar por cerrado ese tema.

Cuando por fin David dejó de lado la nostalgia, se dio cuenta de

que había pasado por alto un significativo asunto.

-¿Y bien? ¿Por qué te perseguía la policía? -preguntó con un tono de severidad bastante definitiva. No le agradaba la idea de ayudar a un prófugo y menos si no entendía por qué había sido necesario.

-Bueno, es todo un mal entendido… tú sabes, yo estuve en el lugar equivocado, en el momento equivocado. Sí, todo es un, un…

-Mal entendido. -Eso, exactamente eso, yo… -¿Mataste a alguien? -¡Dios, no! -¿Violaste acaso? -¡No! ¿Cuál es tu problema? Eso es asqueroso. -Robaste, entonces. -Bueno, lo intentamos… -¿Y qué tiene eso de mal entendido?

Abel tamborileaba ansioso sus dedos en la pequeña mesa que

tenía a un lado de él. David, que observaba la incómoda situación en

la que había metido a su compañero, sintió pena por el estado en que

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se encontraba y no pudo contener una carcajada. Abel frunció el ceño

sorprendido y obviamente ofendido; no parecía comprender el

humor en aquello.

-¿Me hayas chistoso? -preguntó Abel, con el tono más severo que pudo presentar.

-No, lo siento -respondió David mientras controlaba poco a poco su risa- es sólo tu expresión.

-¿Y qué tiene de malo mi expresión? -definitivamente el comentario no lo había hecho sentirse mejor.

-Simplemente me parece que no tienes mucha idea de cómo llegaste hasta aquí. Ahora sí puedo creer que estabas en una situación equivocada.

Abel dio un resoplido con la nariz y desvió su mirada con aire

ofendido. David entendió esto y guardó compostura. Con toda la

seriedad que pudo manejar, miró directamente a Abel.

-¿Y qué estaban tratando de robar? -cuestionó David -Es, era… No tiene importancia -respondió Abel, al tiempo que

su postura había cambiado. Ya no estaba molesto, parecía preocupado.

-Bueno, si tú lo dices –aceptó después de unos momentos David, entendiendo que no era el momento-. En unos días me iré de Oppidum Lux. No acostumbro pasar mucho tiempo en un solo lugar. Si quieres puedes venir, no creo que sea buena idea que te quedes aquí.

Abel levantó la mirada confundido. Al principio trató de decir

algo pero no lo logró. Finalmente asintió con la cabeza y esbozó un

humilde intento de sonrisa. David devolvió el gesto.

-Sí, creo que lo mejor, por el momento, es que no me quede rondando cerca de la ciudad.

-Bien, mientras tanto deberías descansar. Tu pierna lo necesita. -dijo David mientras se incorporaba y se disponía a salir de la habitación.

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-Tu jefe, ¿no tiene miedo de que un delincuente duerma aquí? -preguntó Abel con un tono que intentaba denotar gratitud. David sonrió a esto, apagó la barra de lumen que iluminaba el cuarto y salió de ahí, sintiéndose extrañamente aliviado de no tener que seguir su errante camino, por sí solo.

Samanta miraba preocupada a David, como tratando de

encontrar la más mínima expresión de dolor en su rostro; éste puso

los ojos en blanco. Mientras tanto, Abel sacó una tarjeta de su

pantalón que después deslizó varias veces (murmurando

maldiciones) frente a una pequeña pantalla que funcionaba como

cerradura de la puerta del destartalado hotel donde estaban

hospedados y que se mostraba reacia a cooperar.

Después de un par de docenas de intentos, la pantalla reconoció

la tarjeta y la puerta se recorrió automáticamente, dejándolos pasar.

Samanta y David entraron en la habitación, mientras que Abel quedó

atrapado cuando la puerta se cerró sorpresivamente.

David tomó la tarjeta de las manos de su amigo y trató de abrirla

desesperadamente, deslizándola una y otra vez por la cerradura

óptica.

-¡Ábrela! -¡Eso intento! ¡Vamos, pedazo de chatarra! -¡Voy a perder el brazo! -¡No seas exagerado!

Samanta reía a carcajadas al momento en que David, de un jalón,

abrió la puerta y cayó encima de Abel, quien de un pujido anunció

que se había quedado sin aire.

Después de un año de pasar de colonia en colonia juntos, Abel y

David se habían vuelto inseparables. Además, combinando las

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habilidades únicas de David y la pericia para hacer dinero de Abel,

habían descubierto la forma de ganarse la vida: las peleas

clandestinas.

Fue ahí donde conocieron a Samanta.

Era una práctica común que se realizaba a escondidas de las

autoridades, pero también con el consentimiento de algunas, que

claro, se adjudicaban su tajada y disfrutaban de un buen fin de

semana de violencia sin sentido. Las peleas se llevaban a cabo en las

colonias circundantes a Oppidum Lux, (nunca sucedían dentro de

ella, pero sí lo suficientemente cerca para que los ciudadanos con

capital de la metrópoli, pudieran ir y apostar)

Esa noche, un auditorio funcionaba como coliseo improvisado

para dichas peleas. David se encontraba en uno de los túneles que

daban al escenario. Se asomó para poder ver al público. Jamás había

visto tanta gente reunida. Gradas llenas de cientos de personas que

gritaban y apoyaban. En los asientos baratos y más alejados, había

pequeños y pintorescos robots flotantes que tomaban las apuestas.

En cambio, las personas con lugares más privilegiados, contaban con

una especie de pantalla táctil, donde no sólo apostaban su dinero,

sino que además podían ver las características de los peleadores, así

como un cálculo de Lumen, lo cual les daba una idea del daño que

sufrían los contendientes, al igual que la resistencia restante de cada

luchador.

Después de unos minutos, Abel llegó a su lado, sonriendo y

visiblemente emocionado.

-Bien, vamos contra “el Demoledor”- anunció Abel con un gesto de felicidad.

-El Demoledor… ¿exactamente qué tiene de emocionante que vaya a pelear contra un tipo apodado “el Demoledor”? -preguntó David mientras seguía observando las gradas.

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-Bueno, es que era contra él o contra “el Asesino” así que… -Claro -Vamos, David. Si ganamos esta, tendremos suficiente capital

como para vivir todo un año.

David se encontraba inmerso en aquella exagerada multitud y no

dijo nada. Incluso ignoraba por completo la pelea que se llevaba a

cabo. No representaba ningún interés para él.

-¿Cómo es posible que haya tanta gente? Pensé que estas cosas estaban prohibidas. -preguntó por fin David.

-Viejo, si hay algo que debes saber sobre los que hacen las reglas, es que son quienes más las rompen. Créeme, les gusta tener las manos sucias.

En ese momento un enorme holograma colocado en la parte más

elevada del recinto que hacía de presentador, anunció con fuegos

artificiales al ganador de la contienda.

-Nos toca. Muy bien, recuerda que las personas no están acostumbradas a ver un hombre invencible. Así que, de vez en cuando, haz como que te duele ¿entendido? Incluso, dales la idea de que estás a punto de perder y ¡BUM! -dijo Abel, a la vez que representaba sus palabras con acciones

-¿Bum? -Sí, BUM. Tú sabes, un golpe, o lo que sea que hagas. -Ah, sí… claro.

Gritos de algarabía y emoción recibieron al Demoledor, quien

pasó al lado de David sin si quiera mirarlo. Segundos después, el

holograma haría lo suyo presentándolo con un grito atronador.

-El terror del cuadrilátero, el Apocalipsis en persona, la mano derecha de Lucifer, el único y jamás equiparable…

-Vaya que tiene apodos -dijo David al tiempo que asomaba la cabeza para ver la presentación.

-¡EL DEMOLEDOR! -terminó el presentador

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- Y su retador, nuevo en competencias, su debut y seguramente su despedida, reciban a ¡ACERO!

-¿Acero?- preguntó David frunciendo el ceño. -No tuve mucho tiempo de pensar en eso ¿sí? Ahora sal y

haznos ricos -ordenó Abel, ignorando el descontento de su amigo.

David salió del Túnel y caminó rumbo al escenario. Todo mundo

en las gradas abucheaba y gritaba maldiciones. Obviamente nadie

había apostado por él. Abel caminaba a su lado y sonriendo, le dio

dos pulgares arriba. David puso los ojos en blanco y subió al

cuadrilátero.

Su contrincante ya estaba ahí, haciendo señas de prepotencia y

saludando al público con exageradas flexiones de bíceps. Era un tipo

enorme, de dos metros y con una musculatura grotesca. Llevaba una

máscara de color plateado y unos pantalones que combinaban “Tiene

que estar bromeando” pensó David. Y sin embargo, a su lado, el chico

era un completo alfeñique. Eso no le ayudaría mucho al guerrero

plateado de cualquier manera.

A unos metros de la pelea a empezar, un sujeto elegantemente

vestido analizaba a los contendientes. Su cabello estaba pintado por

algunas canas y fumaba un enorme puro de espantoso aroma. A su

lado, una hermosa joven le servía una copa de brandy. Era Samanta,

quien parecía increíblemente miserable de estar ahí.

-¿Tú qué crees, hermosa? El pequeño parece especial -cuestionó el acaudalado hombre, sin observar siquiera a la chica.

-No lo sé, señor -dijo fríamente Samanta y observó unos segundos en dirección al cuadrilátero. El hombre la miró de reojo y le hizo una seña con la mano para que se retirara, ella asintió levemente con la cabeza y se alejó.

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David miró a los ojos de su contrincante, acción que le obligó a

subir la mirada varios centímetros. El réferi, un hombre de edad

media también holográfico, balbuceaba unas reglas y al final les pidió

que se dieran la mano. David estiró el brazo y su contendiente lo

sujetó. Antes de que el primero se pudiera dar cuenta de nada, ya se

encontraba siendo lanzado por los aires e impactándose en una

esquina. Cuando se levantó, pudo ver cómo el enmascarado se dirigía

a él, envistiéndolo fúrico con el hombro. David no hizo ni una mueca.

El público se volvía loco a cada golpe que David recibía. El

enorme luchador lo tomó por los hombros y lo proyectó de una

esquina a otra. David cayó sobre su estómago; estaba abrumado y los

golpes no tenían nada que ver con ello. Era la multitud, los vítores,

todo a su alrededor.

De pronto, una silueta apareció frente a él. Era Abel, quien

rápidamente había corrido alrededor del cuadrilátero para hablarle.

-¿Cómo estás? -preguntó Abel agitadamente -Bien -contestó David -No deberías. -¿Disculpa? -Haz como que te duele ¿recuerdas? -Ah, sí. Claroooo

Esto último lo dijo mientras era cargado por el enmascarado

fortachón y era víctima de una aparatosa llave de lucha. Después de

varios minutos de una aparente masacre y una muy limitada

actuación de sufrimiento por parte de David, Abel se dirigió a él con

gritos que eran disimulados por la algarabía reinante.

-¡Ya, acábalo! -gritó Abel -Bien -afirmó David mientras que el enorme hombre se

acercaba a donde yacía. -¡Pero pégale suavemente!- dijo Abel -¿Suavemente? –preguntó David

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-¿Suavemente? –preguntó el luchador plateado, confundido -¡Sí! ¡suavemente!

David levantó el puño y calculó mentalmente el impacto que

estaba a punto de realizar. Su frente se arrugó mientras agitaba la

mano tratando de preparar un golpe suave “¿Cómo demonios se da

un golpe suave?” se cuestionó.

Pero ya no tuvo tiempo de más. El Demoledor estaba a unos

centímetros de él e instintivamente David soltó un puñetazo lo más

medido posible. El luchador enmascarado estaba terminado.

Segundos después y tras haber recorrido todo el cuadrilátero de lado

a lado debido al golpe, yacía inconsciente en el piso. La gente pronto

abucheaba y la proyección anunciaba sorpresivamente, la victoria de

David.

-Hay que salir de aquí, Acero -sugirió Abel dando un salto y subiendo al escenario.

Ya en los vestidores, que no eran sino un cuarto de loza blanca

cubierta por algunos casilleros oxidados y destartalados, Abel

tomaba agua desesperadamente, como si fuera él quien acababa de

pelear hace unos momentos. Fue entonces cuando David notó que su

amigo llevaba ropa deportiva excéntricamente decorada y

marcadamente brillante por el aluminio. No pudo evitar reír.

Abel se paseaba de un lado a otro de la habitación, mientras,

tranquilamente, acomodado en una banca hecha de un plástico

transparente y resistente, David lo veía andar.

-Te dije “suavemente” –se quejó por fin Abel, sin dejar de moverse como pelota de ping pong.

-Fue lo más suave que pude. -Casi le arrancas la cabeza. -Lo cual no habría sido tan malo. ¿Viste lo que llevaba en ella?

Abel estaba a punto de responder, cuando alguien irrumpió en la

habitación. Era el hombre de buen vestir y de obvia ostentosidad que

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había estado en las gradas viendo la pelea, sin embargo, para los dos

amigos, era alguien de identidad desconocida. El tipo estaba

escoltado por dos sujetos de imponente estatura y que tenían rostros

que parecían labrados en piedra; ambos vestían de manera elegante,

pero definitivamente más discretamente que su protegido.

La joven Samanta entró al final, con pasos tímidos y sin levantar

la mirada. Llevaba un vestido rojo de una sola pieza que le cubría

hasta por debajo de las rodillas y unos guantes transparentes de

aspecto chistoso. David pudo notar el nerviosismo en su cara, además

de un par de moretones.

El aparente magnate, daba bocanadas grandes a su tabaco. Una

sonrisa apareció en sus labios y se acercó a unos pasos de David y

Abel. David se puso de pie y cubrió a su amigo.

-Felicidades por esa… -congratuló el pomposo sujeto con un tono irónico- … impresionante demostración.

-Gracias. ¿Usted es? -respondió fríamente David. -Claro, pero no me he presentado, qué rudeza de mi parte. Mi

nombre es Zacarías Bert. Soy dueño de algunos negocios en la metrópoli, un amante del dinero si así lo quieren -bramó con petulancia el hombre. Los dos amigos no respondieron a esto y sólo lo miraron con seriedad. El tipo continuó-. Desafortunadamente, tu pasada pelea me costó, bueno, bastante del dinero que tanto adoro.

-Lamento oír eso -se disculpó David con tono prudente- pero creo que un hombre de negocios como usted, comprende los riesgos de apostar.

-Sí, en efecto, pero verás, yo soy alguien que no deja nada a la suerte, que siempre va a lo seguro. Y para desgracia mía y ahora, claro, suya, tú no eras esa opción segura.

David sentía cómo Abel se ponía cada vez más ansioso a sus

espaldas. Era una clara señal de que algo no iba bien. Si alguien

conocía a este tipo de personas, era su amigo, que estaba a punto de

hiperventilación en esos momentos. David pudo notar también que la

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chica acompañante de aquél macabro trío, se mordía el labio y estaba

casi temblando.

-Pues bien, me he visto en la necesidad y claro, la curiosidad, de venir a conocerlos. Además, he venido a cobrarles -explicó Zacarías para después aspirar más de su tabaco. David miró sobre su hombro. Esto no iba a terminar bien, sabía que era poco el riesgo que él corría, pero no estaba seguro de poder proteger por completo a Abel e incluso a aquella pobre chica. Tenía que ser cauteloso-. Claro que, es una suma bastante considerable; muéstrales niña.

Samanta extendió las manos y de sus guantes incoloros se

proyectó una imagen gráfica de los gastos. En la parte central de

dicha proyección, un conteo de números ascendentes apareció, el

cual se detuvo al marcar la cifra de diez mil quinientos créditos.

Samanta movió uno de sus dedos índices y la cifra se desglosó en

varios costos.

-Verán, la cifra de arriba es lo que me deben por la apuesta, los números al fondo representan el costo de mi luchador. Así es, Demoledor trabaja para mí, lo que por supuesto me lleva al siguiente punto -dijo Zacarías con una sonrisa bravucona, al tiempo que le hacía una señal a Samanta, quien bajó sus manos y la proyección desapareció- Yo soy, a final de cuentas, una persona compasiva y con intereses nobles. Podría desaparecer esa, excesiva deuda claro, pero todo en nombre de un trato que nos convenga a ambos.

-Quiere que pelee para usted -adivinó David, sin un ápice de emoción en su voz.

-Vaya, no sólo eres fuerte, también bastante listo. Puedes tener lo quieras. Te pagaré bien, siempre y cuando sigas ganando.

David miró a la chica. Al ver las marcas en su rostro, se dio

cuenta de lo que significaba trabajar para aquel sujeto. Por primera

vez, Samanta levantó la mirada y lo observó a los ojos unos

momentos, para después, avergonzada, regresar a su postura

anterior. Zacarías, por supuesto, notó esa pequeña escena. Empujó a

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la chica en dirección de David, quien, sorprendido, apenas pudo

sujetar a la joven.

-¿La quieres a ella? Quédatela. Puedes tener a quien quieras si eliges correctamente. Y bien ¿qué me dices? -preguntó emocionado, Zacarías.

-No me interesa trabajar para usted, lo lamento mucho, tampoco tenemos el dinero para pagarle. –Abel soltó un pequeño gemido al escuchar tales palabras, sin embargo, David continuó-. Creo que su problema de capital no es nuestro problema -determinó el muchacho, al mismo tiempo que trataba de encontrar la manera más rápida de salir de ahí; realmente el panorama no era esperanzador.

-Ya veo -escupió Zacarías y furioso, lanzó su puro al suelo, apagándolo con la punta de sus muy caras botas-. Es una lástima. Mátenlos.

Los dos escoltas de Zacarías, sacaron del interior de sus

elegantes trajes, dos armas de color azul neón y apuntaron

directamente a Abel y David. David empujó a su amigo y a la chica

con los antebrazos y ambos salieron despedidos a los lados. Los

guardaespaldas tardaron un poco en comprender esto y David

aprovechó para embestirlos con el hombro. Los tipos perdieron el

balance y cayeron sobre sus espaldas, llevándose a Zacarías con ellos.

Éste último gritó furioso y tomó una de las armas de sus compinches,

disparando a diestra y siniestra en dirección de David, quien se tiró al

suelo y sujetó una de las patas de aquella banca transparente, para

acto seguido, lanzarla a la montaña humana que estaba frente a él. El

mueble golpeo directamente en la cabeza del acaudalado hombre y

ya no se movió más

Uno de los enormes guardaespaldas trató de levantarse pero fue

detenido por Abel que, con una sonrisa burlesca, le apuntaba en el

rostro.

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-Quieto amigo. Se siente tan bien decir eso. Pensé que sonaría más ridículo, pero debí ser un héroe de acción a algo así en mi otra vida- dijo un emocionado Abel, que parecía ya haber olvidado su miedo.

-Salgamos de aquí, héroe -ordenó David, mientras golpeaba al guardaespaldas en el rostro, dejándolo sin consciencia.

Ambos amigos brincaron los cuerpos inmóviles de sus agresores

y salieron rápidamente de la habitación. Después de unos segundos,

David volvió a entrar y miró a Samanta.

-¿Te quedas? -preguntó un sonriente David

Samanta se quedó estática unos momentos, pero después de

mirar el cuerpo inerte de su patrón, se puso de pie y siguió a David.

Abel corría por un pasillo oscuro del aquel recinto, pronto se vio

alcanzado por David y Samanta.

-¿Dónde estabas? -preguntó agitado Abel. -Pues…

Abel se dio cuenta entonces de la presencia de la chica.

-David, creo que nos siguió. Oye tú, ¿sabes que nos estás siguiendo?

-Cállate, Abel -imperó David- ¿Te encuentras bien? -le preguntó a su nueva compañera.

-Sí. -¿Cómo te llamas? -Samanta. -Samanta, ¿qué hacías con esos sujetos? -Necesitaba comer -contestó tímidamente Samanta -Como todos. Por cierto, hablando de eso, el miedo me da

hambre -se quejó Abel -El miedo y otras tantas cosas- rió David

Samanta no pudo más que sonreír, y por primera vez en mucho

tiempo lo hacía con honestidad.

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David miraba fijamente el cielo. Estaba en el balcón de su

modesta habitación. Aspiró fuertemente el aire frío del desierto en el

que se encontraba el hotelucho aquel y admiró el paisaje a su

alrededor. Arena, piedras y alguno que otro cactus, componían la

región. Un tímido coyote salió de su guarida y rápidamente

desapareció detrás de una enorme roca. La guerra había

desestabilizado los ecosistemas en casi todo el mundo. Muchos seres

vivos habían tenido que adaptarse a las nuevas condiciones que los

ataques con Lumen habían dejado a su paso. Entre ellos, los

humanos. David calculó que se encontraban en una colonia que

cubría una parte de lo que antes era Alemania. Dio la media vuelta y

entró a su habitación.

Samanta dormía en la cama que se encontraba al fondo del

cuarto. Su cabello caía graciosamente sobre su rostro, el cual se

movía al ritmo de la placida respiración de la chica. Abel, por su

parte, dormía en el sofá a mitad de la habitación. Había empaques

plateados de comida y restos de papas fritas por doquier. Una de sus

piernas salía del mueble y sus brazos cubrían la frente del desaliñado

rubio. Roncaba tan escandalosamente como hablaba.

David los miró unos momentos y sonrió. Cerró la puerta del

balcón y se dirigió a su propia cama. Esos días eran los más felices de

su extraña vida. Por lo menos de lo que recordaba de ella.

Fuera del hotel, una mujer cubierta de pies a cabeza por una

manta café, observaba el balcón que hace unos momentos estaba

ocupado por David. De pronto, una especie de energía negra

acompañó a un recién creado agujero en el aire. De él, salió un

hombre alto, de piel oscura y ojos penetrantes del mismo tono. Vestía

con una manta similar a la de la mujer.

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-Por fin Ava, por fin -exclamó con una gruesa voz el recién llegado.

La mujer se descubrió la cabeza. Un cabello rojizo se sacudió

sobre su bello rostro debido el aire gélido de la región. Como

respuesta a su compañero, sólo esbozó una amplia sonrisa.

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David abrió los ojos. Su cabeza lo estaba matando y en

su pecho había una opresión que le impedía respirar. Se incorporó

dando tientas alrededor ya que sus ojos tardaron en acostumbrarse a

la luz. No sabía cuánto tiempo había pasado dormido.

Fue entonces cuando lo notó: no recordaba nada, y no solamente

cómo había llegado ahí. Realmente su cabeza estaba vacía. Miró a

todos lados, desesperado. Se encontraba en una habitación al parecer

de hospital. Vestía solamente una bata y tenía conectados a su pecho

y cabeza, varios sensores. Una pantalla proyectada en la pared junto

a su cama, mostraba los signos vitales de su cuerpo, los cuales

parecían estarse saliendo de control rápidamente junto a su

respiración. En una tableta, al costado, aparecía simplemente el

nombre “David”; su nombre ¿quizá? No, no tenía idea de quién era, o

por qué estaba, al parecer, internado.

Trató de pedir ayuda, pero de su garganta no salió una sola

palabra. Desesperado, dejó la cama y cayó de bruces. Casi al borde de

las lágrimas, intentó mover sus extremidades, las cuales respondían

lentamente o casi nada. Cuando por fin pudo ponerse de pie, caminó

como si lo estuviera aprendiendo a hacer. Con paso lento, se dirigió a

la puerta de la habitación, la cual se deslizó a un lado dejándolo

pasar.

Una y otra vez, intentó gritar algo, lo que fuera, obteniendo el

mismo frustrante resultado siempre: nada.

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Al salir de la habitación, se encontró con un pasillo largo y

blanco, con puertas similares a la de su habitación y, frente a ellas,

una hilera de ventanas que daban a un oscuro exterior. Había

camillas flotantes que, por sus posiciones, parecían abandonadas

hacía apenas unos segundos. Batas iguales a la que vestía el chico,

estaban regadas por todo el suelo.

No podía controlar su respiración; estaba en pánico. Trataba de

recordar algo, lo que fuera, pero su mente permanecía en blanco. El

dolor en su cabeza se agudizó. Quizá demasiado.

Y de pronto ya no pudo más: cayó sobre sus rodillas y se apretó

el pecho, ansioso. Soltó un grito casi silente y los cristales de las

ventanas reventaron al unísono.

David despertó con un grito ahogado. Miró a su alrededor y

tardó unos segundos en recordar dónde estaba. El cuarto del hotel ya

se encontraba iluminado por los rayos del sol que entraban

tímidamente por el balcón. Aparte de eso, todo seguía como lo había

dejado hace unas horas. Los ronquidos de Abel lo tranquilizaron,

simplemente por ser un sonido familiar.

Esos sueños se habían presentado desde aquel día, el primero

del que tenía memoria. Pero hacía ya meses que no sucedían. Llegó

incluso a pensar que lo había superado. Una sensación de

desesperación le invadió al comprobar lo contrario. Ese día en el

hospital era el primero en su memoria, antes de eso, no tenía nada. Le

tomó poco de tiempo entender que su fuerza y resistencia eran

sobrenaturales, comparadas con el del resto de las personas. No sólo

no recordaba quién era, sino que lo único que sabía con seguridad, es

que era un fenómeno. ¿Cómo es que había llegado a ese lugar y qué

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había sucedido con él para transformarlo de esa manera mientras

dormía? Eran preguntas que le torturaban a menudo.

-Televisor -ordenó en voz alta. Una pantalla apareció en el muro frente al sofá donde dormía Abel, quien despertó de un salto.

-¡Yo no lo tengo! -gritó Abel sorprendido y aun sumergido parcialmente en sus sueños. David se sentó a su lado, riendo entre dientes.

-Así que, inocente hasta que se pruebe lo contrario -preguntó David con una sonrisa.

-Te maldigo a ti y a los que tengan la desgracia de llevar tu apellido- dijo Abel adormecido e irritado, después, un poco avergonzado, rectificó-. Erh, lo siento. Ya descubriremos cuál es.

En la televisión, un hombre anunciaba las noticias del día

anterior. A David siempre le había parecido graciosa la manera en

que daban los reportajes. La silueta de un hombre aparecía

desvanecida sobre las imágenes de los acontecimientos, mientras que

el espectro relataba los hechos como si los estuviera vendiendo.

“Y desafortunadamente, tuvimos que despedirnos del último tigre de

bengala en el planeta. En otras noticias, Joel Nichols anunció la

creación de una nueva planta de apoyo para la distribución de la

energía en algunas de las aldeas exteriores por parte de su empresa

“Focus Lumen”. Esto a pesar de la negativa de los pobladores a

utilizar el Lumen de esa manera. Joel Nichols afirmó que…”

-Y tienen toda la razón -apoyó Samanta, la cual se levantó al escuchar la noticia y miraba atentamente el televisor. David y Abel dieron un salto, sorprendidos por la presencia repentina de su amiga.

-¿Ahora ves que no tiene gracia? -le recriminó Abel a David; éste negó rápidamente en respuesta.

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-Lo siento, no quise asustarlos. ¿Quién es ella? -preguntó Samanta, apuntando a una hermosa joven que se encontraba sentada al lado de Joel Nichols en la conferencia de prensa.

-Es la hija del tal Joel, su nombre es Tessa. -contestó rápidamente Abel. David y Samanta se miraron divertidos.

-¿Un fan? -preguntó David -¿Y quién no? ¿La has visto en traje de baño? De cualquier

manera, también he escuchado que es una atleta, de las mejores del mundo. Probablemente la única persona que podría patearte el trasero… y es una chica -dijo Abel, levantándose y dirigiéndose al baño, desde donde continuó-. Es hermosa, rica y puede defenderme de ti; es la chica perfecta. Tomaré un baño y después buscaremos algo de desayunar, muero de hambre.

David negó con la cabeza levemente en señal de exasperación y

continuó viendo las noticias. La hermosa chica de la T.V. daba

también anuncios corporativos, mientras elegantemente sonreía a

todas las preguntas que le lanzaban, por más odiosas que fueran. Era

buena en ello, al parecer heredera a futuro de la compañía y

fieramente entrenada en el pretencioso arte de las relaciones

públicas.

-Ejem -exclamó Samanta; nunca había sido buena con las sutilezas.

-¿Sí, Sam? -Tuviste otro sueño de esos ¿verdad? -inquirió Samanta,

posando sus grandes ojos con ternura y seriedad en David, el cual, agradecía el gesto, sin embargo, no se sentía con ánimos de hablar de ello en esos momentos, o cualquier otro momento en todo caso.

-¿Qué nunca duermes? -David… -Lo digo en serio, cada noche que pasa, tú lo escuchas. -Bueno es un poco difícil dormir cuando gritas de esa manera.

Tendrías que ser sordo, o ser Abel. -Estoy bien -contestó David un poco fastidiado

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-Puedes contarnos. Quizá nos de alguna pista de… -¡Dije que estoy bien, Sam!- exclamó casi en grito David.

Samanta bajó la mirada y no dijo nada más, desde el baño un

golpe se escuchó; claramente Abel se había dado cuenta de todo.

-Yo también estoy bien -gritó Abel

Siempre pasaba lo mismo, y cada vez, David se sentía terrible al

respecto. No sólo por tratar mal a Samanta, sino porque realmente no

era algo que fuera de su agrado recordar. Por lo menos no hasta que

tuviera más información sobre él mismo.

Samanta asintió débilmente y desvió su mirada al televisor.

-Sam, lo siento, yo… -Lo sé -respondió Samanta con una sonrisa en el rostro. La

sonrisa más honesta y pura que David había conocido jamás, esa que siempre lo hacía sentir mejor-. Nos lo dirás cuando estés listo. Mientras tanto, sólo tenemos que seguir buscando ¿no? -afirmó la chica, con franca alegría, como si no acabaran de gritarle en lo absoluto. David asintió y devolvió la sonrisa. Sabía que para nada había logrado el mismo efecto con la suya, pero era lo más que podía hacer.

Lo mejor que habían encontrado era un pequeño restaurante

dos calles abajo y con un enorme anuncio publicitario justo en el

techo del establecimiento, que emitía con sonidos e imágenes, la

campaña de una mejor vida en Oppidum Lux, la más grande

metrópoli del mundo, capital del planeta.

El establecimiento era… singular. Con mesas que mostraban

anuncios luminosos de todo tipo, los cuales, cambiaban cada diez

segundos. Al entrar, una mesera de mediana edad les dio

alegremente los buenos días y los condujo a una de las mesas cerca

de las grandes ventanas que rodeaban el local. Aparte de ella y un

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gordo cocinero que se asomaba desde una ventanilla de entrega, el

lugar parecía estar solo.

Cuando se sentaron, tres menús holográficos aparecieron frente

a los chicos y comenzaron a tararearles los especiales del día con una

voz caricaturesca, sin embargo, el menú de Abel parecía tener

problemas y parpadeaba, impidiéndole leer o escuchar algo.

-Parece que la tecnología tiene un problema contigo -apuntó David mientras leía los platillos

-Eso parece, ¡¿Qué demonios es una mbursa?! -exclamó Abel irritado.

-Creo yo, que una hamburguesa, o quizá una morsa -ironizó Samanta. Abel le sonrió sarcásticamente.

-Eso es todo, no quiero vivir en un mundo donde esta mujer haga bromas -dijo Abel al momento en que entrecerraba los ojos para tratar de entender algo de su defectuoso menú.

David levantó la mirada cuando tres sujetos entraban al

restaurante. La amable mesera los saludó de la misma alegre manera,

detalle que al parecer, habían decidido ignorar. Se sentaron en el

extremo contrario a David y los demás. Sólo se quedaron ahí, sin

mirarse entre ellos o decir palabra alguna. Iban vestidos

idénticamente: pantalones negros abombados con bastantes cierres y

bolsas; botas militares, además de chalecos que parecían demasiado

gruesos para el calor que se sentía en la región.

-¿Y, a dónde vamos ahora? -preguntó Abel quién había decidido darle la victoria a su menú holográfico.

-¿Hmm? -exclamó David, volviendo la atención a su propia mesa.

-Bueno, ya terminamos esta región de colonias, creo que es momento de pensar en buscar por otros lados -continuó Abel, mientras le daba un golpe a la mesa, ocasionando que su lista de alimentos desapareciera de una vez.

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-Pues, quizá debamos ir al sur, no hemos visitado esa zona -contestó rápidamente David

-Sí, lo hemos hecho. David, pronto se nos van acabar las opciones y no habrá más que aceptarlo -dijo tímidamente Samanta.

-No vamos a ir a Oppidum Lux, Sam -determinó David -Pero… -Sam, David tiene razón, no sabemos si… -interrumpió Abel. -Yo creo que… podemos encontrar más pistas, sobre ti, sobre tu

pasad… -exclamó Samanta -Pues no vamos a correr ese riesgo -dijo en tono definitivo

David. Samanta se quedó pensativa unos segundos, buscando la mejor manera de contraatacar, pero decidió que sería en otra ocasión cuando lo volvería a intentar.

Los chicos habían pasado el último año yendo de colonia en

colonia, buscando furtivamente alguna pista del pasado de David.

Habían visitado registros y fotos de desaparecidos. Toda leve pista

que pudieran encontrar en el camino, la seguían con ímpetu. Pero

pronto fue más que claro lo inútil que aquello resultaba.

De cualquier manera, esa búsqueda les había dado un propósito

más allá de simplemente sobrevivir y David agradecía con todo el

corazón, el esfuerzo que sus amigos ponían a todo eso. No permitiría,

sin embargo, que Abel o Samanta pusieran en la línea su propia

seguridad.

La atenta mesera se acercó con una tablilla de color azul

metálico y con su característico tono amable, preguntó a los tres

amigos qué plato les servirían.

-Quiero una mbursa -ordenó en tono serio Abel; la mesera lo miró confundido.

-Ignórelo, tráiganos tres hamburguesas y jugo de naranja -pidió Samanta, a lo que la mesera asintió alegremente y marcó las órdenes en la tablilla que cargaba.

-Odio el jugo de naranja -exclamó Abel.

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-Lo sé -dijo Samanta y se volvió a David– ¿Al sur? -Al sur -contestó David, sonriente y feliz de que la idea del viaje

a la metrópoli se suspendiera de nuevo.

Una hermosa mujer de cabello rojo y que no aparentaba más de

veinticinco años, entró al establecimiento. Alta, de piel

extraordinariamente clara y de ojos penetrantes, los cuales clavó

fijamente en David, para, después, lanzarle una sonrisa. Vestía de

manera provocativa, con una falda corta y una blusa no muy discreta.

David no devolvió el gesto, no pudo, de pronto comenzó a

sentirse mal, como si todo el lugar hubiera comenzado a dar vueltas.

La chica se sentó en la mesa contigua a los tres extraños sujetos.

David sentía cómo si la cabeza le fuera a reventar y un sudor frío

recorrió su espalda. Se disculpó con sus amigos y se dirigió al baño.

Samanta y Abel lo miraron, preocupados.

David entró al baño; era bastante grande para el pequeño

establecimiento. Se recargó frente al lavadero, sobre el cual había un

espejo de mediano tamaño. Examinó su rostro cubierto de líneas de

sudor y poros totalmente abiertos. Sentía palpitaciones y el oxígeno

no parecía ser suficiente; luchaba por mantener la conciencia. Jamás

se había enfermado en su vida, por lo menos en lo que recordaba de

ella. Nunca le había dado ni siquiera un catarro. El dolor físico era

algo que desconocía, por lo cual, esto lo alarmaba de sobremanera.

Un sonido le hizo darse la media vuelta. Alguien había entrado al

baño y cerraba la puerta tras de sí. Era la atractiva chica que había

llegado al restaurante minutos atrás, la cual continuaba con su

extraña insistencia de mirarlo ansiosa y alegre, como si verlo fuera lo

mejor que le había pasado en la vida.

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La chica se acercó a un confundido David, quien no podía

articular palabra; el dolor estaba limitando hasta las más básicas de

sus reacciones.

-Eres tú -dijo de manera radiante la pelirroja, con una sonrisa que era excesivamente intrigante.

-¿Quién soy yo?... ¿Quién… eres tú? -preguntó entrecortadamente David.

-No hay mucho tiempo para las explicaciones. Será mejor que nos apresuremos. Hay personas que te quieren muerto -aclaró apresuradamente la recién llegada-. Mi nombre es Ava, y estoy aquí para ayudarte.

-¿Disculpa? -exclamó David, olvidando unos segundos su malestar.

-Ven con nosotros, te contaré todo en el camino -prometió Ava a un sorprendido David.

David no daba crédito a todo lo que estaba sucediendo. Por un

lado parecía que su cuerpo estaba a punto de desbaratarse y por otro,

una desconocida le había anunciado que alguien lo quería muerto.

Pero ¿por qué a él? No era nadie, nadie lo conocía. O eso creía. ¡¿De

qué carajos iba todo aquello?

-Creo que… me confundes… con alguien más -exclamó David, casi sin poder mantenerse en pie.

-Sé que eres tú, porque parece que estás a punto de vomitar las entrañas –afirmó la chica, con cierto tono de humor.

-Con riesgo de sonar repetitivo… ¿Disculpa? -preguntó David con los ojos desorbitados.

-Se debe a tu energía -continuó la pelirroja haciendo uso de su encantadora sonrisa-. Tu dolor actual, me refiero. Ahora, podemos quedarnos aquí, platicarlo y dejar que te asesinen, o puedes venir conmigo y aclararlo después.

-¿Y vivir? -Es más probable. -Mis amigos.

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-Lo siento, no pueden venir. -Entonces yo no voy. -¿Quieres morir? -Creo que esto es sólo una muy mala broma.

Sin embargo, algo le decía que la mujer hablaba muy en serio,

por ejemplo, el dolor que hacía sentir a su estómago como una

bomba de tiempo. La chica endureció sus facciones. Obviamente una

negativa no entraba en sus planes.

-Bueno, desafortunadamente debo llevarte, así que si no es por las buenas -determinó la chica. De repente, uno de los hombres uniformados irrumpió en el baño, abriendo la puerta de una patada-. Llévatelo -ordenó la hermosa joven. A lo que el tipo rápidamente reaccionó apuntándole a David con una enorme arma de Lumen. David sonrió.

-Lamento decirles que… -Y yo lamento interrumpirte, cariño. Dime una cosa, ¿tus

amigos son igual de indestructibles? -preguntó Ava mientras salía del baño. David, después de superar la sorpresa que le causaba el hecho de que alguien además de sus amigos, supiera de su “condición”, se apresuró a seguirla, vigilado de cerca por el hombre armado.

Los otros dos hombres apuntaban a Samanta y Abel, los cuales,

aterrados y confundidos miraron a David cuando éste entraba al

comedor. La mesera y el cocinero, yacían inconscientes en el piso.

-¡David! -gritó Abel. Uno de los hombres lo golpeó con el extremo de su arma en la nariz, obligándolo a caer de rodillas. Samanta se inclinó rápidamente para ayudarlo.

David tuvo suficiente, no iba a permitir que lastimaran a las

únicas personas importantes en su vida. Sujetó rápidamente el arma

del tipo que le apuntaba y le propinó un puñetazo que hizo que el

hombre saliera disparado. Rápidamente se abalanzó sobre los dos

que amenazaban a sus amigos, pero antes de que pudiera llegar, Ava

lo sujetó del cuello. David luchó, pero no pudo soltarse. ¡Aquella chica

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era más fuerte que él! Ava esbozó una sonrisa que expresaba lástima,

y lo proyectó sobre una de las mesas.

Había sentido el golpe, lo que era más increíble, le había causado

dolor; eso también resultaba ser una novedad. David no se podía

incorporar; aunado al impacto, los otros malestares parecían

incrementarse. Ava lo sujetó de la camisa y lo levantó sin ninguna

dificultad. David ya no tenía nada con qué defenderse.

El chico notó que la desconocida sostenía una especie de

medallón color cobre con su mano libre. El objeto tenía una

apariencia muy desgastada y un tallado al que le creyó encontrar

forma de águila. Se dio cuenta de que cuando ese artilugio se

acercaba a él, el dolor incrementaba.

-¡Nos vamos! ¡Mántelos! -gritó la chica a sus subordinados, los cuales se preparaban a obedecer, subiendo las armas, sin apartar la mire de Samanta y Abel, quienes estaban locos de confusión.

Ava se dirigió a la puerta del local y la abrió de un puntapié.

Cuando subió la mirada pudo ver cómo un arma le apuntaba

directamente al rostro. David observó también al recién llegado. Era

un joven que rondaba la misma edad que él. Su cabello era corto y

negro, sus ojos eran de un color extrañamente naranja y

definitivamente estaba en buena forma física. Vestía una chaqueta de

cuero blanca con detalles en negro, unos pantalones de mezclilla muy

desgastados, un par de tenis que parecían de otra época y un collar

que sostenía un colguije de cristal en forma de gota. El arma que

apuntaba era poco común, nada parecida a las que cargaban los otros

sujetos o a cualquiera que David hubiese visto en su vida. Era

plateada, con mango de madera, alargada y muy escandalosa; no

parecía utilizar lumen para funcionar.

Sin embargo, lo más extraño de aquel tipo, era que llevaba lo que

parecía ser una especie de espada envainada, sujeta a la cintura.

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-Hola, cariño. Lo siento, el abogado dijo que los niños se quedan conmigo -bramó el extraño joven.

-¡Gabriel!… ¿Cómo es qu…?… -¡Bam! Ava no pudo terminar la frase. El chico le había disparado en la frente sin pensarlo dos veces. Ella cayó pesadamente, con un extraño resplandor azul cubriéndole el rostro.

-¿Por qué siempre peleamos? -dijo en tono de burla Gabriel, después tomó a David y lo hizo a un lado.

Los dos compinches de Ava comenzaron a dispararles ráfagas de

Lumen. Gabriel extendió su brazo y una barrera de color azul

apareció frente a él, en la cual, las descargas de energía se estrellaron

y desvanecieron.

Abel aprovechó esto para tomar una de las sillas y quebrar la ventana

más cercana a él. Tomó a Samanta de los brazos y le ayudó a salir por

ahí.

Gabriel sonrió perezosamente a sus atacantes, los cuales,

furiosos, seguían disparando. Dio un paso hacia delante y antes de

que los dos mercenarios pudieran reaccionar, ya se encontraba

frente a ellos, habiéndose desplazado más rápido que un parpadeo. El

chico en chaqueta los tocó en el pecho y ambos salieron despedidos

hacia atrás.

David se incorporó y salió por la puerta principal del lugar para

encontrarse con sus amigos. Sin embargo, un sujeto ataviado con una

manta café ya los tenía capturados con sus dos enormes brazos. Era

un sujeto alto, de piel oscura y ojos completamente negros.

David, furioso, corrió hacia ellos pero Ava apareció súbitamente

frente a él, extendió el brazo y lo derribó nuevamente sin ningún

problema. La mujer puso su pie en la garganta del muchacho, el cual

luchaba inútilmente por liberarse.

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-Suéltalos -David alcanzó a escuchar. Era el tal Gabriel, quien había sacado su espada y ahora amenazaba a la pelirroja colocándosela justo en la garganta.

-Gabriel, ¿hace cuanto que no nos vemos? -preguntó el sujeto de piel oscura.

-Décadas, y aun así no parece suficiente, Baltasar. Por todos los cielos, sí que eres feo -rezongó Gabriel mirándolo de reojo, sin perder de vista a Ava.

David creyó haber entendido mal. ¿Acaso había dicho décadas?

Era imposible.

Samanta y Abel habían dejado de pelear. Por más que lo

intentaran, no había forma de escapar de ese par de brazos que

parecían hechos de acero.

Las pocas personas que pasaban por aquellos rumbos, miraban

incrédulos la escena. Una señora de edad avanzada, se dirigió a un

panel que estaba instalado en una esquina de la estrecha calle y

presionó un botón grande y rojo. Gabriel se percató de esto muy

tarde y enunció una maldición entre dientes; ya no tenía mucho

tiempo.

-Ya dieron la alarma, ¿en cuánto llegará la policía? ¿Cinco minutos? –dijo Baltasar con tono de prepotencia.

-Siete. Suficientes para mandarlos de regreso al chiquero de donde vinieron -contestó Gabriel.

-Eres un idiota- escupió Ava, colérica. -¿Acaso te ofendí? No creí que fueran nostálgicos. Por cierto,

tienes algo en la frente -le señaló Gabriel

Ava perdió el control. Liberó a David y se lanzó en contra de

Gabriel, quien esquivó por centímetros el golpe y le provocó un corte

a la pierna de la chica. Ésta soltó un grito de dolor y cayó a sus pies.

Gabriel se volvió para encarar a Baltasar, el cual ya había soltado

a los dos amigos y se encontraba a centímetros del espadachín. De un

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golpe en el estómago, hizo atravesar a Gabriel las paredes del

restaurante y caer dentro del baño. Baltasar entró al local para

buscar a su oponente. David aprovechó la distracción y corrió hacia

sus amigos.

En ese momento, una nave de color plateado e impulsado por

dos turbinas que emitían haces de luz azul, llegó al lugar. Una puerta

corrediza que se encontraba en uno de los costados, se abrió para dar

paso a varios sujetos vestidos como los mercenarios que yacían en el

piso del establecimiento. Iban bien armados.

Al ver a David, uno de ellos lo señaló:

-Él, vivo, los demás no importan -gritó el mercenario, a lo cual los demás respondieron con un “sí” militar y fueron en busca de los tres chicos.

David y Abel tomaron cada uno un brazo de Samanta y

comenzaron a huir. Pronto varios disparos de energía lumen pasaban

rozándolos.

-¡Impactos aturdidores! Si nos dan vamos a quedar en calidad de gelatina ¡Tenemos que cubrirnos!- gritó Abel. David asintió rápidamente y tomó a Samanta entre brazos. Abel rápidamente se sujetó del cuello de su amigo y éste dio un brinco que los llevó al techo del restaurante.

Los tres se colocaron tras el enorme anuncio de Oppidum Lux,

mientras David, confundido, analizaba sus posibilidades.

-¡¿Quiénes son esos tipos?! -preguntó alarmado Abel. -No lo sé, sólo sé que me buscan a mí. -¿Cómo lo sabes? -preguntó Samanta. -Eso me dijo la mujer que viene con ellos. -¡Viene para acá! -gritó Abel al ver que la nave se elevaba al

nivel del techo. Ava se encontraba en ella, al borde del hueco que había dejado la puerta corrediza.

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Baltasar entró al baño buscando a Gabriel, en cambio, sólo

encontró el lavabo desecho y pedazos de azulejo regados en el piso.

Dio unos pasos cautos y confundidos. Para cuando sintió el Lumen de

su enemigo era demasiado tarde y su reacción fue nula.

Gabriel cayó desde el techo y quedó a espaldas del hombre de

piel oscura. Esbozó una gran sonrisa y colocó una mano sobre el

pecho del hombre. Una explosión de energía azul lanzó a Baltasar

hacia atrás y éste apenas se pudo mantener en pie después de

recorrer un par de metros. Alzó la mirada sólo para ver cómo el puño

del chico se le estrellaba en el rostro.

Baltasar se retorció de dolor y mientras recuperaba por

completo la verticalidad, arrancó lo que quedaba del lavadero y lo

estrelló en el abdomen de Gabriel, quien cayó a su vez en los dos

excusados dispuestos en el lugar, destrozándolos por completo.

Ava bajó de un brinco de la nave; un par de mercenarios la

imitaron rápidamente. David apenas si se podía mantener en pie. Vio

a sus dos amigos, quienes, temerosos, le regresaban la mirada.

-Muy bien, David. Esto es lo que haremos. Tú vienes con nosotros y dejamos ir a tus amigos -gritó Ava, haciéndoles una señal a los dos soldados, quienes se detuvieron al instante- o podemos matarlos a todos y nos ahorraremos muchos problemas.

-¿Cómo me conoces? ¿Para qué me quieren? -gritó David, descubriendo que en esos momentos su curiosidad era más grande que sus dolores y su miedo.

-No voy a explicártelo así ¿verdad? Ven conmigo, sabrás todo de nosotros… sabrás todo de ti- dijo Ava, esto último, con cierto tono de complicidad.

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David miró nuevamente a sus amigos; obviamente ellos

pensaban lo mismo que él: definitivamente esos sujetos no los iban a

dejar vivir.

Baltasar se acercó a Gabriel y se inclinó para quedar cara a cara

con el chico.

-Final del camino, niño bonito -se burló Baltasar. -No tanto, sólo estoy esperando -contestó Gabriel con una

sonrisa que denotaba un dejo de dolor. Baltasar ignoró este último comentario.

-No te preocupes, pronto tus hermanos te acompañarán -prometió Baltasar y extendió una de sus palmas frente a la cara de Gabriel, listo para atacar.

Un halo de color negro, comenzó a rodear el cuerpo de Baltasar,

al tiempo que murmuraba unas palabras inteligibles y en su palma se

comenzaba a concentrar la energía oscura.

De repente todo desapareció, el aura, la energía y la cara de

petulancia de Baltasar. Gabriel, que no había perdido jamás la

sonrisa, se encogió de hombros.

-Parece que a alguien se le acabó el tiempo por hoy- dijo Gabriel. Después frunció el ceño y aparentó calcular algo-. Pues, no olvides visitarme pronto. Trata de usar una careta la próxima vez ¿quieres? -bramó Gabriel y juntó sus manos. Energía color azul apareció en ellas.

Ava dio una señal y los mercenarios reanudaron el paso, apuntando a

todo lo que se movía. Pero, sin previo aviso, algo los hizo volar por los

aires. Baltasar atravesaba el techo gimiendo de dolor, rodeado de un

intenso brillo azul; los mercenarios habían sido arrastrados por el

golpe. Baltasar miró a su alrededor y maldijo entre dientes. Se fue

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pasando a través de un hoyo negro que se materializó en el aire. Ava

apenas reaccionó a todo esto. Su objetivo estaba más allá de aquel

espectacular.

Gabriel apareció desde el hueco que había dejado el enorme

cuerpo de Baltasar.

David estaba en un predicamento. Realmente sabía que su

prioridad era sacar a sus dos amigos de ahí, asegurarse de que

estuvieran bien. Era, sin embargo, un gran aliciente el hecho de saber

que alguien conocía algo de su pasado. Aunque por el momento esas

mismas personas quisieran llenarlo de agujeros. Ava se paró de

improviso frente a ellos. Se había acabado el tiempo de pensar.

David se interpuso entre la mujer y sus seres queridos. Ava

sonrió con burla y lo levantó de la playera. Detrás de ella, un

resplandor azul iluminó el contorno de su cuerpo. Pronto su rostro

encontraba el duro metal del enorme anuncio, impulsada por una

explosión celeste.

Gabriel, quien había atacado a la chica, gritó a David que saliera

de ahí. Fue entonces cuando el sonido de las sirenas gobernó el

ambiente. Varias patrullas impulsadas por turbinas idénticas a las de

la nave mercenaria, flotaban rodeando el edificio. Policías salieron de

ellas de un brinco. Los oficiales iban ataviados con trajes verdes

térmicos. Llevaban cascos del mismo color, complementados con

visores de material gris transparente, en los cuales aparecían datos

de las personas frente a ellos, tales como distancia, Lumen y estado

clínico. Rápidamente apuntaron con esas armas de color azul neón

que funcionaban con la energía vital, a la vez que, desde una de las

patrullas, alguien daba indicaciones verbales con un altavoz.

Gabriel distraído por esto, no vio que Ava se había incorporado y

le daba un puñetazo que lo hacía retroceder varios metros. David

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trató de hacer lo mismo con la hermosa chica, pero ella esquivó sin

problemas el ataque.

Los policías comenzaron a disparar en dirección de Ava, ya que

ésta ignoraba de forma obvia sus indicaciones. Los mercenarios que

aun estaban de pie, respondieron a esto con disparos propios. Abel

derribó a Samanta cuando se vieron en medio del fuego cruzado.

David intentó nuevamente dar un golpe desesperado a la chica,

quien, con el hombro, lo mandó al suelo.

-No quieres cooperar… me parece bien -exclamó una irritada Ava, para después, levantar del cabello a Samanta, la cual emitió un grito de dolor.

Abel reaccionó y se abalanzó sobre la pelirroja, a lo que ella

respondió tomándolo del cuello.

-Bien héroe. Tú primero -anunció con una sonrisa, Ava. El cuerpo de la mujer, que recibía impacto tras impacto de las armas de Lumen que disparaban los oficiales, comenzó a despedir energía negra.

-¡NO! -gritó con terror David. Miró a su amigo y encontró sus ojos. Abel se vio rodeado de la energía oscura y recibió una sacudida en todo el cuerpo. Sus párpados se cerraron; su boca trató de decir algo; sus hombros cayeron y expiró.

Ava soltó el cuerpo inerte del muchacho. Abel cayó pesadamente

y no se movió más.

David no escuchaba nada, se sentía atrapado en un túnel. Un

grito ahogado salió de su garganta.

Gabriel se puso de pie y miró la escena.

-Maldición… -murmuró entre dientes y se lanzó en contra de Ava. Ésta última lo vio venir y de la punta de su dedo, emitió una ráfaga de materia oscura que salió proyectada hacia Gabriel; éste la esquivó con dificultades.

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-Me llevo a ésta. Piénsalo, cariño. No tienes que perder a ambos -dijo Ava, dirigiéndose a David. Instantes después, un agujero negro apareció en el aire. Ava lo atravesó llevándose a Samanta, la cual, sollozando, miró fugazmente a David. El chico, con horror, se incorporó para seguirla, pero ya era demasiado tarde. Habían desaparecido.

David no cabía de dolor. Miraba a todos lados como esperando

encontrar a la asesina, a la maldita que estaba destruyendo su

mundo. Gabriel lo llevó al suelo, esquivando por centímetros las

ráfagas de lumen.

-¡Debemos irnos! -gritó Gabriel, mientras tomaba el cuerpo de Abel entre sus brazos.

David no escuchó esto. Estaba lejos de ahí; en un lugar donde la

ira y el odio funcionaban como razón. De pronto se vio a sí mismo

ponerse de pie; corriendo hacia los mercenarios. Ellos, sí, ellos

también eran culpables. No merecían vivir, no más que Abel.

Tomó al primero desprevenido, lo tomó del cuello, como habían

tomado a su amigo. Otro de los mercenarios se percató y le apuntó.

David apretó sus dedos alrededor del cuello hasta que sintió un

tronido. Lanzó ese muñeco de trapo que tenía sujeto, al mercenario

que le apuntaba. Pronto estaba encima de él, arrebatándole el arma y

disparándole sin misericordia.

Gabriel no creía lo que veía, más no podía perder mucho tiempo.

Dio media vuelta para encarar a los oficiales. Extendió sus brazos,

abrió sus palmas y recitó algo entre dientes. Una onda de energía

salió de sus manos y barrió con todo lo que estaba alrededor. Los

policías cayeron inconscientes y las patrullas aterrizaron

aparatosamente.

Gabriel rápidamente fue en busca de David, quien ya iba por su

cuarta víctima, ahora desarmada y aterrorizada.

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David estaba a punto de abrir fuego, cuando algo golpeó su nuca.

Todo se volvió negro y entre sueños pudo ver los ojos de su amigo,

cerrándose para siempre.

Gabriel tomó del pecho a David antes de que éste cayera. No le

gustaba hacer eso, pero era la única manera.

Y ahí frente a los ojos de un horrorizado mercenario,

desaparecieron sin dejar rastro.

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-Y, ¿qué era lo que querías robar?- preguntó David mientras

caminaban al lado de una solitaria carretera. Apenas si llevaban pertenencias a cuestas. Abel sólo cargaba la ropa luminosa y extravagante que vestía; mientras David tenía consigo un saco con algo de ropa y dinero.

-Supongo que has oído de Focus Lumen -respondió Abel, después de haberlo pensado unos instantes. Sus ojos no se separaron del camino que recorrían.

-¿La compañía? -preguntó con tono casual David. -La misma -continuó Abel–. Tratábamos de robar una barra de

concentración lumínica- terminó Abel. -¿Y qué es eso? –cuestionó de manera prudente David. -Una nueva tecnología desarrollada para almacenar grandes

cantidades de energía esencial -dijo Abel, como recitando un ensayado discurso

-¿Para qué lo querían? -Eso no lo sé. Yo sólo seguía órdenes.

David examinó el rostro de Abel. Era difícil decidir si era bueno o

malo en ese momento, no lo conocía lo suficiente para emitir un

juicio. Así que no lo hizo.

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Y entonces despertó.

Una fuerte ráfaga de viento se estrellaba en su rostro. Cuando

abrió los ojos, lo primero que pudo ver fue el cielo. Un cielo

oscurecido por la noche y cubierto de manchas de luz provocadas por

la luna, las cuales rebotaban espectrales en los contornos de unas

gruesas nubes que poblaban los alrededores.

Se incorporó lentamente. En parte entendiendo lo que debía

enfrentar. Entendiendo lo que acababa de perder y lo que sin duda se

arrepentía de haber hecho. Se encontraba en un claro desértico.

Montañas vacías de toda vegetación, hacían perímetro de su locación.

El paisaje era maravilloso para disfrutar, pero no cabía celebración

alguna.

Una fogata calentaba su piel y le daba una coloración mágica a

todo lo que su luz alcanzaba a tocar. El extraño sujeto que había

peleado hace unos momentos, por él o contra él, (aun era difícil

saberlo) se mantenía sentado a unos metros de distancia; sin

moverse pero mirándolo fijamente.

Su cabello negro se alborotaba con el viento, y sus blancas

mejillas, tomaban un color naranja debido a las llamas, que hacía

juego con sus ojos. Sus armas descansaban a cada costado de él y no

vestía la chaqueta de antes. Una especie de playera color negra,

apenas lo cubría del frío. Frío que parecía no sentir en lo absoluto.

David estuvo a punto de decir algo, pero se contuvo. Examinó el

resto del lugar en busca de lo único que no quería ver. Cuando por fin

lo encontró, su sangre se heló a pesar de que su corazón latía a mil

por hora. La chaqueta de Gabriel cubría el cuerpo inerte de Abel. No

pudo evitarlo más, sus ojos se llenaron de gruesas y espesas lágrimas.

Se movió lentamente hacia su amigo y removió la prenda de su

rostro.

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Ahí estaba, sin ninguna marca, casi como si estuviera dormido.

Sus párpados estaban plácidamente cerrados y su boca relajada, caía

sobre su mentón, cual si estuviera a punto de levantarse y festejar

una de sus tantas bromas. Pero no se movió. No pasó nada.

David se desplomó sobre el pecho de Abel y se quedó ahí,

sollozando por minutos. Gabriel lo miró inmóvil por mucho tiempo.

-No quise hacer nada. Supuse que querrías despertar para ello. Pero creo que es tiempo- dijo por fin Gabriel de manera comprensiva.

David levantó su cabeza y después de unos segundos, asintió sin

mucha fuerza.

David y Gabriel se encontraban pronto hombro con hombro

mirando la improvisada tumba de Abel. Una roca marcada con la

espada del segundo, señalaba el lugar donde ahora yacía el chico. En

la piedra se leía: “Abel. Pues en el recuerdo está la vida”.

Después de lo que pudieron ser horas de permanecer estático,

David se volvió hacia Gabriel y lo tomó de la ropa, mirándolo

fieramente a los ojos.

-Es tiempo de hablar y nada de idioteces- murmuró David en el rostro de Gabriel, quien devolvía una mirada impasible.

Gabriel se liberó suavemente y recorrió unos pasos hacia la

tumba de Abel. Miró un momento la inscripción y se volvió para

encarar a su nuevo compañero.

-Lamento lo de tu amigo -dijo en voz firme pero comprensiva. -¿Cómo puedes lamentarlo? Ni siquiera lo conocías- respondió

David fríamente. -Tienes razón, pero, ¿no es eso lo que ustedes suelen decir? -¿Ustedes? –preguntó David con recelo. -De cualquier manera, lamento tu pérdida -insistió Gabriel,

ignorando la pregunta.

David observaba casi sin pestañear al extraño sujeto, al que no

podía definir como su salvador o uno de los culpables. Gabriel se

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dirigió a la fogata que parecía alimentarse con el dolor de David, pues

las llamas se sacudían violentamente y cada vez eran más intensas.

Gabriel se sentó a un lado del fuego y clavó su mirada al suelo.

-Quizá deberías sentarte -apuntó Gabriel.

David dudó unos momentos. No se sentía con ánimos de seguirle

el juego. ¿Qué tanto tiempo podía perder? Aun tenía que buscar a

Samanta. Pero de cualquier manera no tenía idea de dónde buscar.

Probablemente ese sujeto es el único que sabría decirlo. Así que

obedeció.

-¿Y? -preguntó David tratando de sonar lo más tranquilo posible– ¿Quién eres tú? ¿Quiénes son ellos? ¿Qué quieren? ¿Por qué hicieron esto?- exclamó David, y poco a poco fue perdiendo el control. No podía disimular algo que le saltaba hasta por las venas.

Gabriel esperó unos momentos a que David se desahogara. Lo

vio atentamente y sin responder ni interrumpirle. No parecía

respirar y si lo hacía, era bastante discreto para ello; tenía una pose

extraña, firme, como estatua. Obviamente no era inconsciente de lo

que pasaba, entendía la situación y se mostraba comprensivo, pero

nada más. Tenía una mirada de alguien que no encaja en la fotografía.

-Antes de tratar de explicarte todo eso- comenzó Gabriel- debes saber muchas otras cosas. Hay situaciones que debes conocer, hay muchas cosas que debes controlar. Me gustaría decir que yo tengo todas las respuestas a lo que quieres saber con urgencia, pero para algunas tendrás que esperar, pues no es así.

-Primero que nada, permíteme presentarme. Sé que el tuyo es David, así que no es necesaria tu presentación. Soy un obelisco y mi misión es cuidarte y asegurarme de que seas entrenado

Hasta ahí David sentía que no había entendido ni la mitad de lo

que acababa de escuchar. Tuvo la increíble necesidad de rascarse la

cabeza.

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-¿Obelisco? ¿Entrenarme para…?- balbuceó David. Gabriel asintió sin dejarlo terminar y con un gesto, le pidió que esperara.

-Desde que la tierra fue hogar de los seres vivos, todo ha funcionado a base de energía. Todas han sido nombradas de diferente manera, pero cada una de ellas es parte de una sola, la cual es la base para la vida y la forma en que ésta existe. Creo que esto ya lo sabes, pues los humanos conocen esta verdad desde hace ya muchos años. Lo comprendieron, se dieron cuenta de la existencia de esta energía. Aprendieron a utilizarla, a manipularla. Claro es que de manera artificial, pero aun así de forma sorprendente.

A David no se le había escapado el pequeño detalle de “ustedes

los humanos”.

-Perfecto. Viene a explicarme las cosas un loco -exclamó David, mientras ponía los ojos en blanco.

-Acabo de transportarte a kilómetros de distancia con solo desearlo- le recordó con cierta acidez en su voz -en unos pocos segundos y sin ayuda de nadie. Si mis palabras son lo que te resultan inverosímil, no estás poniendo mucha atención- respondió Gabriel, por primera vez, con un dejo de desesperación. -Ahora, trata de escuchar dos minutos y después podrás preguntarme todo lo que gustes.

David se sintió desarmado ante esto y decidió no agregar nada.

-Como ya debes saber, los humanos, al darse cuenta del maravilloso poder con el que contaban, dieron rienda suelta a su imaginación. Y vaya que tienen una muy torcida. Basaron casi toda su tecnología y forma de vida en esta energía tan infinita y perpetua. Creo que no necesito contarte qué pasó después de esto.

David negó con la cabeza. Sabía lo de la guerra. Era difícil no

estar al tanto cuando los nuevos políticos se encargaban de decirle a

las personas, lo bien que se vivía ahora y lo mal que la pasaron antes.

Que debían sentirse afortunados

-Bien. Este poder, al cual llamaremos Lumen, dado que jamás había recibido un nombre hasta que ustedes lo bautizaron así, está

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dentro y alrededor de cada ser vivo. Es lo que lo mueve, lo que los hace sentir y lo que los lleva a ser tan únicos. Trabaja para nosotros y es tan básico como el aire mismo.

Al decir esto Gabriel extendió su brazo en dirección a David y

abrió la palma de su mano, la cual apuntaba al cielo.

-Ustedes aprendieron a controlar este poder de manera artificial, es cierto, con resultados muy efectivos. Tanto así, que hoy en día, prácticamente todo en su mundo se maneja por el Lumen. Lo tienen que hacer, repito, de manera artificial y con la tecnología que inventaron, ya que en apariencia, es imposible hacerlo de manera natural y consciente, y esto es, en esencia, la verdad.

De la palma de su mano, se desprendió una esfera de color azul

celeste que brillaba con intensidad, incluso los tonos rojos y

amarillos de la fogata que antes reinaban el ambiente, fueron

opacados por la luz azulosa de dicha esfera. David se alejó de la

mano de Gabriel movido por la inercia, más no dejó de observar con

atención el fenómeno que pasaba a unos metros de él. Era

prácticamente magia.

-Pero todo en este universo tiene excepciones. Yo soy una de ellas. Puedo manejar a gusto y conciencia el Lumen. Puedo concentrar la energía en mi cuerpo, puedo expulsarla de él, manipularla e incluso hacer daño si así lo deseo. Es una forma de lograr lo que ustedes llaman Focus Lumen, claro, sólo que esto, sin necesidad de gran tecnología. Sólo tengo que concentrarme y listo.

Dicho esto, Gabriel movió su mano en dirección a una roca de

considerable tamaño, que se encontraba a varios metros de distancia.

La esfera azul, casi como si obedeciera dicho comando, salió

disparada hacia la piedra, llegando rápidamente a ella y causando

que explotara en cientos de fragmentos con sólo el contacto. David se

había puesto de pie. Su respiración era agitada y sus manos estaban

temblando; su mirada se encontraba perdida donde hacía unos

segundos, la roca era una y no varias.

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Gabriel esperó unos segundos para que David pudiera volver en

sí, pero éste sentía la boca seca, parecía que su cabeza pesaba varios

kilos y más pronto de lo que se había parado, se desplomó en el suelo.

Después, los recientes recuerdos le hicieron volver a la realidad, su

semblante cambió y clavó los ojos en Gabriel.

-Sigues diciendo, “ustedes”. ¿A qué te refieres con eso? ¿Qué te hace ser diferente?- “aparte de lo obvio”, pensó David, sin expresarlo.

Los labios de Gabriel se torcieron con una sonrisa. Había algo en

él que denotaba un hilo de petulancia, bien disimulada por supuesto,

pero era claro que disfrutaba demostrar sus poco comunes

habilidades.

-Bueno, creo que eso es una obviedad ¿no? En realidad, es tan simple como esto: No soy… humano- contestó Gabriel.

Esta vez la sonrisa fue de David. Pero pronto se dio cuenta de

que no era una sonrisa burlesca, ni siquiera de incredulidad. Era una

sonrisa nerviosa, como si lo aceptara. A decir verdad, la lógica no

operaba en aquel sujeto; podía hacer cosas increíbles, cosas que

David jamás habría imaginado sin la ayuda de una película de acción

o un libro de ciencia ficción. Casi de manera ridícula, era más lógico

que no fuera un ser humano.

-Y bien ¿qué eres? -preguntó David con un tono que trataba de expresar escepticismo. Se daba cuenta de que lo hacía a manera de protección, como cuando alguien no sabe si se están burlando de él, y trata de ser precavido al respecto.

Gabriel titubeó unos momentos, tratando de medir sus palabras,

intentando revelar lo que le concernía pero no más.

-Soy un obelisco. Un guardián de fases, o dimensiones, tómalo de la manera que mejor lo entiendas. En este universo, existen tres fases. La primera, es esta que tú conoces, la de los humanos, la segunda es el lugar de donde provienen los sujetos que te están buscando, los que de seguro tienen a tu amiga. Le llamamos: Parac-

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do. Todos los seres que ahí habitan, tienen una vida bastante diferente a la de ustedes. Ellos son poseedores de una forma de energía, contraria a la de este mundo, no mejor ni peor, sólo diferente. Ellos la llaman: Arum-el extravagante sujeto tomó una pausa, al parecer sopesando su explicación, pero al fin continuó-. Son distintos a los humanos en muchas formas, desde lo físico, hasta lo, bueno, digamos… espiritual. En su existencia predomina el instinto de supervivencia; son fuertes, inteligentes, organizados, pero fríos, sin pasión o sentimientos fuera de los fisiológicos. Son ambiciosos, y bastante poderos como raza. Se llaman a sí mismos Parac-tos –una nueva pausa le ayudó a David a procesar el vómito verbal de su compañero mientras trataba de no entrecerrar los ojos en confusión-. La tercera es el nivel neutro. Nunca he estado ahí, no sé cómo llegar en realidad, así que no tengo mucho conocimiento al respecto.

Gabriel se cruzó de brazos, obviamente esperando a que David

llegara hasta esa parte de la explicación, para así, poder continuar.

-Mi trabajo es mantener el orden entre las tres fases –detalló Gabriel- Asegurarme de que una no influya en la libertad de la otra. De que cada ser, viva en el lugar que le corresponde. No puedo, por regla general, inmiscuirme en los asuntos de cada una de las fases, debo ser simplemente un regulador, eso era, claro, antes de que los parac-dos decidieran raptar humanos. Hay más como yo, otros tres a decir verdad, yo los llamo mis hermanos. Se podría decir que eso

somos. Gabriel tardó unos segundos en volver al lugar y tiempo donde

se encontraban. Se había sumergido en sus propios pensamientos al

decir eso. David sintió que una última parte de la historia, continuó

solamente en la cabeza de Gabriel.

-Escúchame bien, pues aunque entiendo que quieres saltar al ruedo e ir por tu amiga, no es tan fácil. En el mundo de los parac-tos sería difícil para ambos, sobrevivir siquiera unos minutos. No hablo exclusivamente de los peligros que obviamente habría, sino, es decir, sería físicamente imposible para nosotros. Es esa diferencia de

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energías lo que lo hace tan complicado. Ya que el Lumen es esencial para nuestra vida, la ausencia de dicha energía en ese mundo, nos mataría; sería como tratar de vivir bajo el mar. Es igual para ellos, no pueden pasar mucho tiempo aquí. No tendríamos oportunidad suficiente, y no tenemos los recursos para ello…

-Pero tú puedes llevarme ahí ¿no?, puedes entrar y salir como te plazca -interrumpió David, para después darse cuenta de que acababa de aceptar la historia de Gabriel, sin embargo, la verdad es que no encontraba ninguna señal de que le estuviera mintiendo–. Si es así, no entiendo porque debemos seguir perdiendo el tiempo, llegamos ahí y…-

-¿Negociamos? ¡Entiende esto, David, ellos no son sobornables! Tienen un propósito -exclamó Gabriel un poco más acelerado–. Y te repito, que aunque puedo llegar ahí, no duraría mucho en pie.

-¡¿Y cuál es su propósito?! ¿Qué es lo que quieren de mí? -casi gritó David poniéndose de pie

-Te quieren muerto -respondió instintivamente Gabriel. -Ellos sólo querían eso ¿no es cierto? -continuó David, y al no

recibir respuesta, dedujo lo obvio–. ¡Vayamos entonces y cambiamos mi libertad por la de ella!- exclamó de manera firme David.

-No puedo dejarte hacer eso -aseguró fríamente Gabriel, con una mirada que no daba lugar a dudas.

-Bien, probablemente no te necesite, sólo debo dejarme atrapar. Si ya me encontraron una vez…

-No es aceptable -¿Y tú me vas a detener? -preguntó de forma irónica David.

Gabriel no respondió, tampoco cambió su expresión–. Vas a tener que trabajar muy duro.

David dio un paso hacia delante tratando de encontrar la cara de

Gabriel con su puño, éste simplemente movió su cuello para evitarlo,

y de manera casi inmediata tocó el pecho a David, quién salió

despedido sobre su espalda, quedando tendido en el desértico suelo.

Gabriel se acercó a David y le ofreció la mano para levantarse. David

ignoró el gesto y se puso de pie por su cuenta.

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-Bien, demostraste tu punto –se quejó David, avergonzado- Y ¿Cuál es tu propósito? -cuestionó David, mirando directamente a los ojos de Gabriel y sacudiéndose el polvo a manotazos.

-Ya te lo dije, entrenarte.

Por supuesto, de todas las cosas que Gabriel le había dicho, se le

ocurrió dejar pasar ese pequeño gran detalle, ¿Entrenarlo? ¿Acaso

parecía un labrador?

-No, me has entendido mal –le tranquilizó Gabriel- pues jamás dije que no salvaríamos a tu amiga. Claro que lo intentaremos, pero es imposible para ambos en estos momentos. Hay seres demasiado fuertes ahí, seres que ni yo puedo enfrentar sin que me arranquen la cabeza. Pero en algún momento, tú serás más poderoso que todo ello, si es que, claro, decides escucharme. Por supuesto que podríamos pasar el resto de la noche golpeándonos el uno al otro, o pretendiendo que puedes golpearme.

David no respondió al chiste. Ni siquiera era uno bueno.

-David, tú eres una excepción también. Tu fuerza, tu resistencia, no son una simple anomalía de la naturaleza. Existe por una razón, y puede ser desarrollada. –le explicó tranquilamente Gabriel- Tú también, si así lo quieres puedes manipular el lumen.

-Porque soy una anomalía- -Excepción -¡Lo que sea! -Claro. Escucha, no soy la… “persona” más apropiada para

explicártelo, te pido que confíes en mí. Sé que no es fácil, pero ¿qué más puedes hacer? No sabes dónde ni cómo encontrar a tu amiga. Yo puedo ayudarte, sólo necesito que confíes en mí. Tú tienes algo que guarda una increíble importancia para tu mundo y ya lo entenderás todo a su tiempo.

-¿Importancia, dices? -De suma importancia.

David lo observó por unos momentos. Aquel sujeto parecía

sincero, era además verdad que había tratado de ayudarlos. Y por

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supuesto, que, siendo crudo y real, no podía hacer nada más que eso.

Si aquello que le pedía el chico, iba a salvar a Samanta, lo intentaría,

no podía perder ya nada más en este mundo.

Asintió silenciosamente y dirigió su mirada a la tumba de Abel.

Gabriel no dijo nada, entendía que no era un momento para sentirse

aliviado.

-Entonces, ella aun no está… -intentó articular David, pero la frase se atoró en su garganta.

-No, es casi seguro que la están usando para atraerte. -Pero, si es cierto que una persona no puede existir en otra fase

que no sea la suya por mucho tiempo. ¿Cómo puede seguir con vida? -Hay… métodos. -¿Está sufriendo? -No, yo diría que en estos momentos no siente nada.

Y no preguntó más, fuese lo que fuese, no querría escucharlo,

además, sabía lo importante. El silencio fue lo único que existió entre

ellos el resto de la noche. Un coyote que a lo lejos, parecía llorar de

soledad, estremeció sus sentidos.

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Por fin podía respirar y moverse a su antojo. Toda la energía

había regresado a su cuerpo cuando hubo vuelto a su propio mundo y

en esos momentos se sentía simplemente invencible. “Si tan sólo

pudiera atrapar aquí a ese imbécil” pensó para sus adentros Baltasar.

Los tres astros que “iluminaban” el ambiente, permanecían

inmóviles en el cielo. Esos soles de distinto color cada uno, (violeta,

tinto y carmesí) bañaban el palacio reinante de Parac-do y la

ciudadela que le hacía periferia. Y sin embargo, un humano

reconocería aquello como una noche. No importaba que las brillantes

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estrellas, inundaran con sus tonos rojizos a Parac-do, estos

resultaban insuficientes para combatir la oscuridad.

Las casas, no eran tales, sino sólo cuevas que servían como

refugio de las inclemencias causadas por el clima, el cual, no daba

tregua mucho tiempo. Pero no importaba. Sus habitantes sólo

necesitaban tanto como eso. No había ninguna forma de comodidad,

ya que no lo disfrutarían. Los parac-tos cumplían su cometido cada

día y descansaban para regresar al día siguiente. Eran organizados,

perfeccionistas en sus labores, con resistencia casi estoica y sin

ninguna muestra de inconformidad o placer. Eran la fuerza laboral

perfecta.

Baltasar caminaba por las calles hechas de piedras lisas y

brillantes, algo similar a lo que los humanos llamaban ónix. Todo

alrededor parecía elaborado con ese material.

Los seres encorvados y de piel escamosa negra que poblaban el

tan singular mundo, se hacían a un lado para dejar pasar al sujeto que

maldecía entre dientes. Baltasar era un fenómeno, una irregularidad

en ese rebaño de apariencia petrolífera. No compartía la fisiología, ni

las costumbres de la mayoría demográfica de Parac-do, pero todos

conocían su poder y fuerza.

Al llegar al centro de la ciudadela, Baltasar se encontró de frente

con el enorme castillo que resaltaba, no sólo por su tamaño, sino por

ser el único lugar construido con una aparente función, más allá del

sólo resguardar de los elementos. Era un coloso de varios pisos de

altura. Las paredes lisas, brillantes y negras, tenían orificios que

pasaban por ventanas y cortinas de piedras preciosas, dividían el

interior del exterior. Escritas en las paredes, había largas frases

compuestas por símbolos extraños, y en cada esquina de la cuadrada

estructura, una torre sobrepasaba la altura de toda la construcción

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Dos enormes criaturas resguardaban la entrada principal. Sus

cuerpos eran de la misma consistencia escamosa que el resto de la

población, pero su complexión era distinta. Eran casi del doble de

tamaño y si fueran humanos, podría decirse que eran musculosos.

Incluso tenían algo antropomórfico en ellos.

Baltasar se paró justo enfrente de la enorme puerta construida

con un metal de color gris oscuro. En el frente tenía grabados los tres

astros del cielo y a un ser omnipotente que rodeaba con sus brazos

las tres esferas. El ser estaba cubierto por una manta y de su rostro

sólo asomaba una sonrisa casi cálida.

-Amestru denos -exclamó entre dientes Baltasar, y la enorme puerta cedió. Los dos guardias saludaron con una leve reverencia mientras él seguía su camino.

Un enorme pasillo apareció frente a Baltasar, el cual,

familiarizado con el camino, siguió sin reducir su velocidad. Llamas

azules se encendieron a su lado, por encima de él, de forma

instantánea y lo siguieron a cada paso que daba. Como un par de

perritos falderos. No eran llamas comunes.

En las paredes del pasillo, había cuadros representando batallas

y escenas bélicas, además de puertas firmemente cerradas. Esto, sin

embargo, no llamó para nada la atención del recién llegado. Como

fuera, no tenía prisa por llegar, sabía lo que le esperaba. Cada

estúpido paso que daba no hacía más que acercarlo a su inevitable

castigo. Sabía que había fallado, que no completó su objetivo, pero,

maldición, no había estado solo, Ava también estuvo ahí, era tan su

culpa como la de él. Eso no iba a aminorar su penitencia, pero al

menos le hacía sentir que la responsabilidad no recaía únicamente en

su ser.

Además, había aparecido un obelisco, eso no estaba en los

planes. “¡No era mi dimensión, con un demonio!” se repetía a sí

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mismo ¿Cómo iba a vencer a un obelisco, si cada minuto se asfixiaba

más por el inadecuado ambiente?

Llegó al final del oscuro pasadizo. Una pared lisa y sin aberturas

se postraba ante él. Baltasar presionó la palma de su mano en el

negro muro y de repente, éste se iluminó con cegadores brillos de

varios colores. La pared pareció volverse líquida y después de unos

segundos, se evaporó sin dejar rastro. Ésta, dio paso a una enorme

habitación. Las paredes y techo estaban hechas de cristal. La

perpetua “noche” del mundo aquél, podía apreciarse desde cualquier

rincón del cuarto. Sin embargo, lo que más llamaba la atención, era

que el lugar parecía carecer de suelo. Cualquiera que se asomara

sufriría de una inicial sensación de vértigo para después, simple y

sencillamente, maravillarse del interminable hoyo negro que se

dibujaba en las profundidades.

Baltasar siguió su camino. No cayó en aquel “vacío”, el suelo

simplemente era tan transparente como el resto de los muros y

creaba tal efecto. Justo cuando hubo llegado al centro de la

habitación, se detuvo en seco.

-Ecus leterot -exclamó en voz baja.

El cuarto cobró vida. De pronto el cielo rojizo oscuro de aquel

mundo se desvaneció, el hoyo negro pareció extenderse a los

alrededores de Baltasar, y la oscuridad fue total.

-Acateris molte, vei -dijo una voz extraña que llenó de ecos el lugar

-Nacara mi, Sou -respondió Baltasar -Mareti andamus, tei -habló nuevamente aquella voz, llena de

autoridad. -Naca… nacara mi, Sou -expresó titubeante Baltasar. -¡Basta! Deja ya de mal utilizar el idioma de nuestros ancestros,

Baltasar. ¡Hablarás como humano, sobre todo en la presencia de nuestro señor, pues no mereces más que eso!- gritó una tercera voz.

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El lugar se iluminó.

Una habitación tan grande como la anterior, apareció a sus

alrededores. Las paredes no eran, sin embargo, de cristal. Cada

rincón estaba hecho del material oscuro que componía la ciudadela

allá afuera. Los muros tenían tatuadas, formas y figuras compuestas

de un metal plateado y brillante que hacían sentir que las mismas

constelaciones descansaban plácidamente en los contornos de la

habitación.

Una vivaracha mancha de color violeta, se paseaba por las

paredes del lugar como una marca de pintura con exceso de cafeína.

Daba la impresión de estar jugando e iba paseándose de un lugar a

otro como si quisiera llamar la atención. Cuando sintió la presencia

de Baltasar, rápidamente pasó de las paredes al suelo y dio vueltas a

los pies de éste, creando una circunferencia colorida a su alrededor.

A ambos lados de Baltasar, había un par de personas que

descansaban en enormes tronos de color plata. A su perfil derecho,

un gigantesco hombre ataviado con una armadura voluminosa de

color azul celeste y con detalles en plata, idénticos a los de aquellas

paredes, no le quitaba los ojos de encima, (los cuales eran tan negros

como el cuarto) estos eran contorneados por un rostro de facciones

toscas y agresivas y por un cabello rubio y corto. Sus brazos, del

tamaño de columnas, se apretaban fuertemente contra su pecho.

Al lado de éste, un pequeño sujeto que recordaba a un

adolescente, descansaba casi aburrido en otro de los tronos. Vestía

también una armadura, pero de un color gris con bordes similares a

los de su compañero. Su cabello era largo, negro y desaliñado; sus

ojos de tono oscuro, adormilados, prestaban más atención a la

materia color violeta que rodeaba a Baltasar. Su piel era ceniza y

deprimente; su cara delgada y alargada no mostraba señales de vida

alguna.

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Del lado contrario, una mujer envuelta en una armadura mucho

más ligera que la de sus compinches y de color ámbar, sonreía

excéntricamente. Su cabello era rubio y descansaba donde sus

hombros comenzaban. Era plenamente hermosa y sus ojos mieles, se

paseaban divertidos con la situación.

Por último, un hombre que daba la impresión de ser el más

maduro y ecuánime, escudriñaba tranquilamente a Baltasar, sin

mostrar emoción alguna más que la del análisis. Su cabello negro y

largo, amarrado detrás de su espalada, rodeaba un rostro lleno de

cicatrices. Su cuerpo era el de un guerrero y era protegido por una

armadura de color carmesí.

Frente a Baltasar, un trono mayor a los otros y definitivamente

más ostentoso, se elevaba imponente en un estrado al que se llegaba

después de subir unos cuantos escalones. Sobre él, un hombre

cubierto de pies a cabeza por una túnica blanca, posaba inmóvil y

sereno, detrás del cual, un ser pálido y sin cabello, se encontraba de

pie, mirando plácidamente al techo del lugar. Vestía una manta

similar a la de Baltasar (café, de cuerpo entero). Sus ojos eran

blancos en su totalidad; no había nada dentro, era como mirar a

alguien sin alma, sin emociones.

-Es inaceptable -continuó la atronadora voz, la cual pertenecía al enorme sujeto rubio a su derecha- que una tarea tan sencilla, sea tan miserablemente llevada al fracaso por tu inagotable incompetencia. Es tan…

-Suficiente, Casius -interrumpió el hombre sentado en el trono principal.

-Pero, mi señor -reclamó Casius. -¡Dije que es suficiente! -exclamó el hombre con un tono más

severo esta vez, y un áurea de color negro salió de su cuerpo para rápidamente llenar el cuarto. De pronto todo el ambiente se volvió pesado y las paredes comenzaron a temblar.

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-Sí… mi señor… -respondió con dificultad Casius.

Baltasar habría querido sonreír ante la escena, era realmente

divertido ver como ese enorme ser sucumbía de manera tan dócil, sin

embargo, puso todo su esfuerzo para no hacerlo; ya tenía suficientes

problemas.

El poderoso sujeto de blanco, relajó su posición y la energía que

había emanado de él, desapareció.

-Sin embargo, es cierto Baltasar, que la misión que se te fue confiada era de vital importancia. Al parecer, no estuviste a la altura.

-Yo, señor, no fue…- pero ¿qué más podía decir? Era obvio que no había lugar a excusas.

Hubo una pausa en donde todos pusieron atención a la reacción

de Baltasar, incluso el despreocupado joven de la armadura gris.

-Entiendo que uno de los obeliscos apareció en el lugar y me pregunto ¿cómo es eso posible? Parece demasiada coincidencia- dijo el poderoso hombre, con un tono sereno, detalle que dio a Baltasar un poco de esperanza.

-Sí, mi señor. Gabriel se interpuso en nuestros deseos. Sin embargo lamento decir que no sé cómo pudo enterarse, debe tener ayuda de nuestro lado -exclamó Baltasar, no sin mirar de reojo al resto de quienes conformaban la audiencia.

-¡¿Cómo te atreves?! Pedazo de escoria… -gritó Casius, para después incorporarse y lanzarse sobre Baltasar. Antes de que pudiera llegar a él, alguien se interpuso en su camino.

El guerrero con armadura carmesí, lo había alcanzado

rápidamente para ponerse entre los dos hombres. Una de sus manos

estaba en el pecho de Casius, el cual, a pesar de su descomunal

fuerza, se había visto contenido por el compañero significativamente

más pequeño que él.

-Estoy seguro, Casius, de que no estaba acusándonos. Es cierto que es nuestra responsabilidad manejar ese tipo de información –aceptó el hombre, con tono de autoridad

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-Ermus, este minúsculo ser nos está ofendiendo -gruñó Casius. -Difícilmente, general Casius. Es como dice el general Ermus:

una simple repartición de responsabilidades -respondió Baltasar con un tono de ironía.

-Vuelve a tu lugar, Casius, no interrumpas a nuestro señor -pidió Ermus, tranquilizando a su compañero. Una vez que el enorme general volvió a su lugar refunfuñando, Ermus pasó a un lado de Baltasar, sin mirarlo–. Mide tus palabras, Baltasar -dijo mientras caminaba a su asiento.

-Si me permite, mi señor –habló el hombre de los ojos en blanco y manta café, colocado a espaldas del trono principal-, yo tengo las respuesta a eso –aseguró-. Los sellos uno a uno van alcanzado su madurez, deduzco que, como yo, el obelisco ha detectado al primero de ellos. Seguramente, es por eso que de igual manera, lo hubo encontrado.

-¿Lo ven? No hay necesidad de exaltarse. De cualquier manera, es imperativo que este paso en nuestro plan sea dado –advirtió el hombre de la silla principal-. Ahora -continuó, señalando al fantasmagórico hombre que aclaró la situación- pronto Abdul hará de su conocimiento el siguiente objetivo. Baltasar, tú y el general Jamil - el desinteresado y joven general levantó perezosamente la mirada- deberán trabajar en ello. Necesito resultados -apuntó.

-Sí, mi señor -respondió humildemente Baltasar. -Mara, habla inmediatamente con Uriel. Creo que sería sensato

tener su “punto de vista” sobre lo acontecido. -¡Sí, señor! -respondió alegremente la hermosa general de

armadura color ámbar. -Bien, ahora, retírense todos, debo hablar con Abdul a solas -

ordenó el líder, a lo que respondieron rápidamente poniéndose de pie y haciendo una reverencia.

-¡Sí señor, Adam nuestro señor! -exclamaron al unísono y desaparecieron dejando brumas de color negro en el lugar donde se habían esfumado.

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Adam se puso de pie y caminó por el enorme y oscuro cuarto.

Abdul lo siguió en escolta sin intercambiar mirada o decir algo. La

juguetona mancha los acompañó haciendo movimientos en ocho

hasta que, estando en el centro de la habitación, las paredes se

pintaron de un color blanco (ocasionando que la mancha, se perdiera

de vista) y se dividieron en pequeños cuadros que mostraban

escenas de los humanos. Eran ventanas por las que se podía ver a las

personas en su vida diaria.

-Bien, ¿y qué te dicen tus premoniciones en este momento, Abdul? -preguntó Adam.

-Que todo marcha, como debería estar marchando. -¿Incluso con este fracaso? -El futuro no ha cambiado. Parece ser que este desafortunado

incidente era parte de la historia. -¿Cuándo llegará el día en que me hables con la claridad de

estas ventanas, mi buen amigo? -Mi señor sabe cómo funciona. No puedo leer el futuro como si

se tratara de un libro. Éste va cambiando a capricho. Pero todo sigue por el rumbo correcto.

-Bien. Lo importante en estos momentos es el Factor Cero, eso parece ser lo único claro. ¿Has encontrado nuestro próximo objetivo?

-Sí, mi señor.

En ese momento, las ventanas al mundo de los humanos,

empezaron a cambiar de imagen, tan rápido que parecían mostrar

sólo estática. De pronto, una sola visión apareció repetida en todas

ellas. Adam soltó una carcajada.

-Vaya, ¿quién lo diría? –se sorprendió Adam, para acto seguido, abandonar el cuarto.

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Los paisajes de aquella dimensión, eran en su mayoría desiertos

que encerraban una exótica belleza, debido en gran parte, a la

perpetua oscuridad que los envolvía. Grandes piedras y colosales

montañas, se veían solo irrumpidas por los espectrales vientos que

de vez en cuando sacudían fuertemente la arena.

La fauna de aquella fase, por su parte, era muy peligrosa.

Dispersos por todo Parac-do, animales letales y seres agresivos, se

paseaban sigilosamente en busca de presas y cuidándose de sus

enemigos. Matar o morir.

Las tinieblas de esa “noche” eterna, fueron perturbadas por un

destello plateado que viajaba a gran velocidad. Una enorme roca se

interpuso en su camino, pero en vez de detener la trayectoria del

singular fenómeno, la piedra se hizo añicos y la brillante línea

continuó su viaje sin aminorar la velocidad.

En ese momento, una veloz sombra apareció a su lado y tomó

posesión del objeto (una hermosa lanza) con una mano y sin mucho

esfuerzo. Inmediatamente, el individuo, que, iba ataviado con una

gabardina roja, lanzó su arma nuevamente con portentosa fuerza,

hacia donde reposaba una roca de tamaño aun mayor; cualquier

objeto o ser vivo que tuviera el infortunio de atravesarse en el

camino de la lanza, no tendría tiempo para descubrir, qué lo había

asesinado. Pero justo antes de que el peligroso artefacto tocara su

nuevo objetivo, se detuvo. Esta vez no había sido el joven de la

gabardina roja quien la había atajado, se trataba de una hermosa

guerrera envuelta por una armadura color ámbar.

-Hola, Uriel -saludó alegremente la generala Mara.

Uriel hizo una mueca de disgusto, obviamente molesto por la

intromisión. El chico tenía cabello corto, de color rojo y francamente

desarreglado. A pesar de ser delgado, tenía un buen físico y mostraba

la capacidad de ser increíblemente ágil. Sus ojos marrones,

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permanecían inmóviles mirando a la recién llegada y su cara envuelta

por una piel blanca y compuesta por facciones largas que hacían

juego con el resto de su cuerpo, denotaba una agresividad innata. La

enorme gabardina roja apenas podía cubrir su espigada estatura.

-Te recomiendo que sueltes eso, generala –sugirió tranquilamente Uriel

-¿Qué…? -alcanzó a preguntar Mara, pero rápidamente lo hubo comprendido. La hermosa lanza con punta de diamante, lanzó una descarga de energía sobre ella, por lo que soltó inmediatamente el arma pero sin dejar de mirarla, sorprendida- ¿Ouch…?-

-Nunca debes tomar el arma de un obelisco, sólo su legítimo amo puede hacerlo; unos segundos más y pudiste salir seriamente herida -explicó Uriel-. Ahora, dime, ¿qué quieres? -solicitó un molesto Uriel, sin muchos ánimos de cambiar su humor.

-Adam, nuestro señor, me pidió que te visitara, además, me gusta pasear en este lugar, es… tan tranquilo -respondió Mara con una gran sonrisa, aspirando profundamente el aire del lugar.

-Sí, todos tenemos nuestras rarezas; unos más que otros. Y bien, ¿qué es lo que necesitan? –cuestionó con pereza Uriel, mientras se acercaba a recoger su arma. Mara ni siquiera lo miró, estaba entretenida observando cuanto la rodeaba.

La generala daba la impresión de tener la mentalidad de una

niña de diez años. Las cosas más simples la maravillaban y era como

si disfrutara cada pequeño aspecto de la vida. Su mirada era inocente

y juguetona, su sonrisa era eterna y nada parecía perturbarla. Aun

así, había pocas cosas en el universo más perturbadas que ella. Ni

siquiera la propia energía agresiva que poseía Uriel, se comparaba

con la crueldad y sadismo que aquella pequeña mujer podía

desencadenar. No era la más fuerte de los generales, pero sin duda

era la que menos te gustaría llegar a molestar.

Con todo esto, Uriel sentía que de ser necesario, la podría vencer

con sus propias manos.

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-Baltasar y Ava por fin regresaron, pero, no les fue muy bien, no, no -expresó juguetonamente Mara-. Casius se enojó mucho, y el señor Adam estaba decepcionado.

-Vaya, no pensé que esos dos pudieran echar a perder tan sencilla labor. Nah, olvídalo, ni siquiera puedo pretender que estoy sorprendido -aclaró con ironía Uriel, mientras clavaba su lanza al suelo- pero ¿eso que tiene que ver conmigo?

-Bueno sí, en realidad era algo muy fácil –continuó Mara a la vez que se inclinaba para recoger un pequeño insecto del suelo. El bicho tenía la misma estructura que el resto de los seres vivos en ese mundo, pero con cierto parecido a los escarabajos del mundo humano; su caparazón era negro y brillante y tenía unas tenazas en el punto extremo de su cabeza, mucho más grandes que el resto de su cuerpo– son un par de tontuelos, así es. Pero al parecer el sello y sus amigos recibieron ayuda- decía Mara al mismo tiempo que miraba tiernamente al pequeño ser, quien mordía con horror, la mano de su captora.

-¿Ayuda? ¿Es decir, que alguien más sabía de la presencia del sello? -preguntó tranquilamente Uriel.

-Sí, sí, es por eso que nuestro señor, me pidió que hablara contigo.

-¿Conmigo? ¿En verdad? ¿Y cómo podría saberlo yo?- cuestionó Uriel con pasividad.

-Bueno, ya que fue uno de tus hermanos el que ayudó al humano -respondió Mara, aun fascinada por el insecto.

-Gabriel… -susurró sorprendido Uriel, para después esbozar una sonrisa

-Síp, él. Al parecer fue demasiado para Baltasar y Ava; tu hermanito es muy fuerte. ¿Y bien? -preguntó Mara esta vez mirando a Uriel.

-Espera, ¿creen que yo le dije a Gabriel sobre el sello? -se sorprendió Uriel, para después reír escandalosamente–. Por si no lo han descifrado, quizá deberían saber que yo no soy una “persona” de confianza para mis hermanos. Creo, de hecho, que si me acercara a ellos, tratarían de cortarme la cabeza; en especial Gabriel. Además,

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estoy seguro de que Abdul les ha dejado en claro, cómo es que funciona eso. Pueden estar tranquilos –aseveró-, no he sido yo quien se lo dijo. Es un obelisco, no necesita de mi ayuda para eso.

-Ya veo. Bien, es bueno saberlo. De cualquier manera recuerda que estamos vigilando y por tu bien -dijo esto y acto seguido aplastó al insecto en la palma de su mano- esperemos que te sigas comportando correctamente –advirtió Mara y se dispuso a retirarse, cuando de pronto recordó algo-. Ava trajo a una de los amigos del sello, está cautiva en el cementerio de las memorias; quizá deberías ir a echar un vistazo, sí, sí.

Mara sonrió tiernamente y desapareció en el aire, Uriel se quedó

observando unos segundos la niebla negra que ésta había dejado en

su lugar.

El espigado guerrero tomó su lanza y con un rápido movimiento

la utilizó para cortar en dos la enorme roca que estaba frente a él.

El sonido de las rocas, sofocó su risa irónica.

La imponente nave se desplazaba velozmente sobre la frondosa

selva que se había formado a través de los años. Los animales, sin

llegar a comprender lo que sucedía, subían la mirada y salían

corriendo despavoridos al sentir la amenaza de semejante objeto,

que no sólo era enorme, sino se movía demasiado rápido para su

comprensión.

El transporte era un jet propulsado por dos grandes turbinas

que despedían exageradas cantidades de Lumen. Su superficie era de

titanio, y las ventanas de acrílico reforzado. En su interior, Joel

Nichols revisaba en una pantalla proyectada frente a él, una serie de

datos, tablas y estructuras incomprensibles para la media humana,

en las cuales, cuando sentía la necesidad de realizar un cambio,

simplemente estiraba los dedos, los deslizaba sobre el monitor y lo

llevaba a cabo. Sus manos vestían guantes transparentes que le

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daban la facilidad de manipular el monitor, como si estuviera

escribiendo en una pizarra, sólo que de forma más limpia y efectiva.

-Señor, estamos a punto de llegar a las coordenadas -habló desde la cabina el copiloto.

-Bien, comienza el contacto. Prepara la transmisión, es imperativo que sean testigos -contestó Joel mientras apagaba la pantalla presionando una de las esquinas inferiores.

-Sí, señor.

El veloz jet dejó atrás la selva y se encontró bordeando unas

playas de tinte paradisíaco. La arena era prácticamente blanca, el

agua tan pura y cristalina, evidenciaba que el hombre no había estado

en esos alrededores en mucho tiempo.

Bajo el mar y debido al hermoso clima que hacía en el lugar, se

podía apreciar claramente desde la ventanilla por la que Joel se

asomaba, una gran muralla de coral que parecía hacer guardia a las

imponentes y majestuosas ruinas postradas en las montañas que

pronto, la nave invadió con su presencia. Por fin, habían llegado.

Incluso a pesar de que la vegetación había crecido sin control, las

construcciones creadas hace ya tantos miles de años, se levantaban

tan firmes como cualquier otro nuevo edificio en el mundo.

Tulum había sido uno de los principales centros para la cultura

maya. Sólo una cultura tan poderosa y adelantada a su tiempo, habría

sido capaz de crear semejante lugar.

Hace unos siglos, esta región era parte del Caribe mexicano del

estado de Quintana Roo de aquel país. Se había vuelto un centro

turístico, y las personas viajaban de todas partes del mundo, tan sólo

para admirar la belleza de la biosfera de Sian Ka’an, reserva ecológica

de aquellos tiempos. Además, se rumoraba que aquel lugar recargaba

de manera mística, la energía de los visitantes.

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-Aterriza fuera de la ciudad, no quiero dañar en lo más mínimo las ruinas –ordenó severamente, Joel.

-Entendido -confirmó el piloto

Pasaron de largo las murallas que circundaban la antigua

construcción, y aterrizaron a un kilómetro de distancia. La nave se

colocó suavemente sobre la blanca arena. La puerta lateral dio paso a

unas escaleras mecánicas que llegaron hasta el suelo. Joel salió de la

nave, y al sentir el aire puro de la costa, inhaló profundamente

mientras cerraba los ojos y sonreía. Definitivamente podía sentir la

energía a su alrededor. Bajó las escaleras y sin perder tiempo, se

dirigió con paso firme y veloz hacía Tulum, seguido por su piloto y

copiloto. Este último cargaba dos maletines plateados de mediano

tamaño.

Joel vestía de manera elegante. Llevaba un traje de color negro y

una camisa tinta; cualquiera pensaría que era la vestimenta menos

adecuada para el clima tan cálido de la región. Llevaba unos lentes

grandes y oscuros, su cabeza estaba cubierta de un cabello negro con

canas esporádicas a los costados, y su rostro reflejaba una madurez y

seguridad en sí mismo, superior a la de casi cualquier persona. Su

cuerpo era delgado, espigado y atlético. Caminaba perfectamente

erguido, y sus pasos denotaban la misma seguridad de su expresión

facial.

Los dos pilotos vestían trajes militares de camuflaje. Llevaban

unos cascos equipados con comunicadores y un par de anteojos que

les permitían analizar todo en un radio de dos kilómetros; ningún ser

vivo se acercaría sin que ellos lo notaran. Aun con su entrenamiento

les resultaba difícil seguir el paso de Joel.

Los tres cruzaron un arco de piedra que hacía de entrada a la

ciudad. Pronto se vieron rodeados por construcciones rocosas que

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hacían guardia de varias avenidas por donde se podía andar sin

problema alguno.

Joel siguió caminando hasta quedar frente a uno de los templos

que no estaban a nivel de piso, sino que habían sido construidos

arriba de pequeñas montañas. Esa edificación tenía una particular

característica: un pequeño agujero en uno de los muros, que daba

directamente al cielo y se podía ver desde la posición de Joel.

-Señor -dijo el copiloto- ¿dónde quiere que…? -Shhh -interrumpió Joel-, estamos a tiempo –dijo, sin prestar

mucha atención a su compañía, sólo miraba maravillado aquel orificio.

Y de pronto, algo extraño sucedió. El sol se fue posicionando

poco a poco, hasta quedar exactamente frente al agujero del templo.

El pequeño rayo de luz que se filtraba, se proyectó en el cuerpo de

Joel con una precisión casi milagrosa.

Los pilotos observaron asombrados, Joel sólo sonrió complacido.

-Colócalos alrededor mío, este es el lugar- exclamó Joel. -S… Sí, señor –respondió el copiloto, regresando de golpe a la

realidad.

El militar se hincó para abrir rápidamente una de las maletas

que llevaba consigo. En su interior había trece discos plateados que

tenían en el centro, cristales gruesos y brillantes. El maletín contenía,

además, una consola rectangular con dos paneles y una pantalla en la

superficie.

El soldado introdujo una serie de coordenadas en la consola y de

inmediato los trece discos (flotando y con movimientos

perfectamente coordinados) salieron por sí mismos del maletín,

colocándose alrededor de Joel. Cada uno estaba separado de los otros

exactamente 1.2 metros. Por último, el copiloto presionó un código

de cinco dígitos en el aparato, y de cada cristal de los discos, una

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proyección se materializó. Trece oscuras siluetas sin rostro, se

dibujaron en el aire.

-Señoras y señores, muy buenos días. Debo disculparme por la hora, pero debido a mi ubicación actual, era necesario que fuera de esta manera. Sin embargo créanme que valdrá la pena. –anunció Joel, como citando un discurso bien ensayado, cosa que no era así, simplemente lo parecía por la seguridad que emanaba de él.

-Y es mejor que así sea, Nichols -advirtió en tono molesto pero obviamente interesado, uno de los hombres representados por aquellas siluetas-. ¿Dónde diablos estás?

-En estos momentos me encuentro en el Caribe de lo que antes se conocía como la República Mexicana; en la antigua ciudad maya de Tulum, para ser más precisos -contestó Joel como si hubiera estado esperando que le hicieran esa pregunta. Hubo un silencio sepulcral por unos segundos.

-Hace muchos años que te conozco y aun sigues dándome impresión tras impresión, Nichols –exclamó una voz proveniente de los discos, esta vez, femenina.

-Bueno mi distinguida dama, la palabra “conozco”, obviamente es sólo un decir -contestó Joel con tono sarcástico.

-Procede por favor, Nichols –solicitó una tercera voz; era la de un hombre anciano.

Joel asintió seriamente y le hizo una señal al copiloto, el cual se

dispuso a abrir la segunda maleta. Joel levantó el rostro para poder

observar el cielo despejado de toda nube, y pintado de un azul

profundo. Después de unos segundos, comenzó su discurso:

-Hace miles de años, estas tierras se encontraban habitadas por una civilización de lo más impresionante. Sus conocimientos eran puramente naturistas, sus creencias estaban basadas en lo que los rodeaba, sus dioses eran los causantes y culpables de todo. Desde la lluvia, hasta la cosecha, para ellos todo era controlado por una fuerza mayor a cualquier entendimiento, y había que guardar respeto, por

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no decir miedo, a cada parte de ese poder. Desde antes de la llegada de los españoles, la cultura maya, controlaba un conocimiento en las artes, la ciencia y la arquitectura. Eran poseedores de una inteligencia que es envidiada, aun en estos tiempos donde todo parece obedecer a nuestra voluntad. Muchas teorías han existido sobre su avanzada mente, desde magia hasta, bueno -lo dijo sin poder

disimular una sonrisa- influencia extra terrestre. -Puede que en estos momentos se pregunten, ¿cuál es la

importancia de esta clase de historia? Señores, era necesario que yo cruzara el mundo para encontrar lo que estoy a punto de mostrarles, abusando por su puesto, de su infinita caridad y paciencia; y así de necesario era que lo vieran en su lugar de origen. Los mayas escribieron dos grandes libros, lo más importante para su civilización estaba escrito en ellos, y eran tan sagrados para ellos como sus mismos dioses. Hablo del Chilam Balam y el Popol Vuh.”

Hubo un silencio más. Las siluetas esperaban impacientes la

explicación, pero Joel disfrutaba cada segundo de su presentación.

Cada silencio lo saboreaba incluso más que las palabras mismas. Era

parte de su elaborada puesta en escena.

-Nosotros, señores, estamos interesados en el segundo; permítanme explicarles el porqué. El Popol Vuh es simplemente una de las obras más importantes en la historia de la humanidad. Ahí fueron plasmadas, las creencias, deidades, ritos religiosos e historias sagradas de toda la cultura maya. Damas y caballeros, esta obra sólo se puede comparar con la Biblia o la misma mitología griega. Ellos aquí describieron su forma de ver la creación y la existencia. Con la llegada de los españoles, sin embargo, prácticamente todo el conocimiento, documento o vestigio de esta cultura fue destruido. Verán, para las creencias europeas de esos tiempos, se consideró un acto de herejía, cada pieza de conocimiento maya, ya que, desde su punto de vista, se adoraban dioses paganos. Así que, se dieron a la tarea de quemar o desaparecer cada extracto de los vestigios de esta maravillosa cultura, y en realidad sólo pudimos conservar estas y

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otras ruinas, al sur de lo que fue México, y en la mayor parte de la antigua América central.

Nichols cuidaba con detalle la entonación de sus palabras; como

todo lo que hacía, aquello le salía a la perfección.

-Afortunadamente para nuestra causa, el Popol Vuh llegó a manos de un hombre que, en el año de 1542, se dio a la tarea de transcribir cada palabra, a latín antiguo. El Fray Alonso del Portillo de Noreña. ¿Cómo fue que el Popol Vuh cayó en su poder? Es parte de uno de los grandes misterios de la historia. Entendiendo sabiamente, que de caer en manos de la iglesia católica, el Popol Vuh sería inconscientemente destruido, el Fray Alonso, decidió esconder tan invaluable pieza de historia, en las mismas tierras que alguna vez pertenecieron a los mayas.

-El Fray viajó varios días, en busca de los sobrevivientes mayas que aun vivían bajo su propia religión y leyes. Aquellos que se habían rehusado a adaptarse a la colonia. Cuando por fin pudo encontrarlos, no fue del todo bien recibido, y aunque sabía que su vida corría peligro, decidió que sin duda valía la pena el riesgo. Después de mucho intentarlo, pudo comunicarse con los habitantes mayas, la misma educación en su lengua que le había ayudado a traducir el texto, le estaba salvando la vida y sin duda servía a su propósito –sonrió cual si se sintiese orgullos de contar la historia de ese hombre- Los mayas estuvieron de acuerdo. El sagrado libro sería llevado a las afueras de la antigua ciudad de Tulum. Ahí debería ser enterrado y sellado por medio de ritos, que sólo ellos podían descifrar, con métodos que en ninguna parte del mundo se conocía. Así estaría a salvo.

-Al llegar el momento, cuenta el Fray en su diario que por alguna extraña razón, no podía recordar el lugar donde el Popol Vuh fue enterrado, sólo podía recordar cómo los mayas, hicieron de aquello, un gran suceso. Contaba cómo el libro fue bajado lentamente a una gran tumba, y después colocaron una enorme losa de piedra para tapar la entrada. Por último, describe que esa gigantesca roca brilló por unos segundos, invadida por una luz color azul celeste.

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Lo último que el Fray relata en su diario, es que, al regresar a su

aldea, no pudo recordar con lujo de detalle, las cosas que apenas

hacía unos días, acababa de vivir. Aun así, se dijo a sí mismo, que

quizá era lo mejor para aquel pueblo.

El copiloto sacó del segundo maletín metálico, una caja cubierta

por plástico de consistencia líquida, la cual con mucho cuidado

entregó a Joel.

-Todo esto es muy ilustrativo, Nichols, sin embargo, por el momento sólo ha representado minutos menos de sueño para nosotros -dijo con enfado la voz gruesa de un hombre, proveniente de una de las siluetas–. Aun no puedo ver el sentido de tu llamada.

-Siempre un hombre de negocios. El tiempo es… bueno, no sé si el oro seguirá siendo tan valioso después de esto.

Joel le dio una señal con la cabeza a su copiloto, quien introdujo

rápidamente una clave en el panel del maletín que resguardaba

apenas hacía unos minutos aquella caja. Pronto, la cubierta de

plástico desapareció de ella. Nichols miró con aire de triunfo a los

hologramas y abrió la singular caja.

Un antiguo libro estaba guardado ahí. La pasta estaba hecha de

la piel de algún animal, tenía hermosos grabados en el frente y casi

parecía respirar. Los rayos de sol que se filtraban por aquel agujero,

bañaron la hermosa pieza, y de pronto pareció que el sol se eclipsaba.

El libro comenzó a brillar de manera imponente con una luz azul

celeste. Rayos de energía salieron despedidos de él e inundaron las

viejas ruinas.

Los palacios parecieron cobrar vida, las vegetación retrocedió,

dando paso a hermosas avenidas de piedra; el oleaje del mar

contiguo, dejó de existir por algunos segundos, pero el viento arreció

su soplar y los pilotos ahí presentes se sintieron más confundidos

que nunca.

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Después de algunos segundos, el sol dejó de estar alineado con el

orificio que creaba el rayo directo de luz y pronto, todo aquel

espectáculo de destellos celestes, desapareció sin dejar más que un

pequeño rastro de polvo diamantino en el aire.

Joel guardó el libro en su caja y le hizo una segunda señal a su

copiloto, quien nuevamente tardó en reaccionar algunos segundos

antes de poner de nueva cuenta el código. La cubierta de plástico se

materializó, protegiendo la caja y el libro.

Las siluetas guardaban silencio; Joel disfrutó cada segundo de él.

Una sonrisa torcida apareció en su rostro, y se tomó un momento

más, antes de romper el impacto que obviamente su espectáculo

había creado.

-Como pueden ver, esto no es una simple leyenda. Es más, casi puedo asegurar que hemos encontrado una pista muy contundente hacia la “Fuente” -dijo Joel, de manera emocionada pero sin perder la compostura.

-¿La fuente? Eso es demasiado serio para aventurarse- replicó la voz femenina.

-Y siendo consciente de ello, aun así lo hago. Por tanto deben comprender la confianza que tengo en este descubrimiento -contestó tranquilamente Joel.

-Es sólo un mito -dijo una de las siluetas -Esto solía serlo también -apuntó Joel mientras señalaba el

libro. -Es impresionante, Joel -aceptó por fin, la primer silueta que

había hablado- déjanos saber ¿qué necesitas de nosotros? -Su apoyo, sus… influencias. Sabrán con seguridad que no es

sencillo llevar a cabo labores de investigación en este lugar- respondió Joel sin pestañar.

-¿Qué labores son esas? -Necesito estudiar la región, hacer pruebas, equipo, personas,

un laboratorio.

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-Pides mucho, como siempre, ¿estás seguro de lo que haces? -Señores, ¿Cuándo no lo he estado?

Un momento de silencio imperó, Joel ni siquiera cambió su

postura. Se mantenía impasible.

-Hay mucho de qué hablar, Joel. Obviamente hay cosas que necesitamos saber antes. Vuelve a casa, si tus argumentos son tan… convincentes, como lo que acabamos de presenciar… bueno, te esperaremos con ansia -aseguró la voz de la enigmática mujer silueta.

-¿Eso quiere decir que por fin tendré el honor de conocerles en persona?- preguntó Joel, divertido.

-Buen intento- respondió la mujer. -Para nada, mi distinguida dama, ni siquiera fue uno- contestó

Joel. -Hasta entonces, Joel- Terminó la primera voz.

Joel asintió levemente y el enlace terminó. Las 13 siluetas se

esfumaron y los discos volvieron a su maletín. Piloto y copiloto se

apresuraron a recoger ambas maletas. Nichols entregó el libro y

caminó hacia el templo que tenía el místico orificio. Su rostro había

dejado atrás la excitación, y se mostraba pensativo.

-¿Vamos a casa, señor? -preguntó presto el piloto. -Aun no, pero prepara la nave. Tengo nuevas coordenadas. -Sí, señor- contestaron los militares al unísono y salieron en

dirección al vehículo.

Joel contempló aquel centro histórico algunos segundos. Era

realmente un túnel en el tiempo.

“Funcionó mejor de lo que esperaba” dijo para sus adentros. Y es

que era cierto. Hay cosas de aquella región, que no les había dicho,

cosas que él no consideraba prudente, hacerlas del conocimiento

general. Ya que lo único que los unía era aquella esperanza vaga, que

sus “contribuidores” reconocían aun, como su principal objetivo.

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En realidad sus intenciones eran abismalmente diferentes. ¿Lo

sospecharían ellos? Era difícil saber. Había jugado sus cartas

demasiado bien, pero a final de cuentas, se trataba de las trece

personas más poderosas del mundo. No habían llegado ahí confiando

en los demás.

Por ahora, todos jugarían su juego, pretendiendo apoyarse los

unos a los otros, como un gran e invencible equipo.

Joel subió a la nave. Ésta pronto despegó y avanzó hacia el sur,

con rumbo al verdadero objetivo de su viaje.

Desde la ventanilla, un hombre seguro de sí mismo, con cabello

negro e incipientes canas a los costados, sonrió mientras observaba

la delgada línea del horizonte.

Llevaban ya horas caminando en el desierto. Pocas

cosas habían sobrevivido a la guerra, convirtiendo a este tipo de

paisaje, en el más común alrededor del globo. David avanzaba

siguiendo el apresurado paso de Gabriel, a quien no parecía afectarle

para nada el clima o el hambre o cualquier cosa en realidad. Le

observaba de vez en vez con detenimiento. Su rostro parecía normal;

decía no ser un humano, pero podía pasar por uno. A pesar de

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aparentar juventud, tenía la mirada de alguien que había visto

demasiado. Y entonces lo recordó.

-Ese hombre, antes… dijeron no haberse visto en décadas ¿Cómo es eso posible? Me refiero a que ¿Cuál es tu edad? -preguntó David con intriga.

Gabriel sonrió al cuestionamiento. Al parecer muchas cosas

tenían la capacidad de divertirlo.

-Más de los que en realidad puedo contar. El tiempo no pasa igual para mí o para el lugar de donde provengo. Muchos miles de años. Miles y miles -contestó Gabriel, después de hacer unos rápidos cálculos mentales.

David siguió observándolo unos momentos. Ya ni siquiera

dudaba de su palabra, sólo encontraba fascinante cada aspecto de su

nuevo compañero. Aun así, ¿Miles de años? Eso en realidad era…

-Es decir que… conoces bien la historia de la tierra ¿no? De los humanos -preguntó David, sin dejar de sentirse algo ridículo por aceptar con tal facilidad la aseveración de Gabriel, acerca de su no pertenencia a la raza humana.

-Bueno, sí, en realidad he pasado mucho tiempo aquí. He conocido gente de todas las calañas, buena y mala. Sin embargo, debía volver a casa de vez en cuando ¿sabes? No hay lugar como el hogar -explicó Gabriel.

-Así que, tienes un hogar. ¿Dónde se encuentra? -Era un pequeño rincón entre fases. Un espacio donde mis

hermanos y yo crecimos y fuimos educados, cosa que no resultó del todo bien conmigo, cómo quizá has notado –sonrió a su propia broma y continuó-. De alguna manera… sí, podríamos llamarlo hogar -contó Gabriel a la par que su sonrisa se volvía melancólica.

-¿Era? -preguntó David, a quien no se le había escapado el detalle.

-Los parac-tos lo… encontraron. Era cuestión de tiempo en realidad; ahora no creo que sea seguro volver ahí.

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David sólo atinó a asentir lentamente. Al parecer tenían más en

común de lo que había pensado. Ninguno de los dos tenía a dónde

regresar.

De pronto y sin poder controlarlo, su estómago gruñó. Ahora que

lo recordaba, no había podido ni siquiera comer esa hamburguesa.

Gabriel se detuvo en seco.

-Oh, maldición. Generalmente no convivo con seres que deban comer, en realidad no convivo mucho con nadie últimamente. Creo que debo alimentarte -dijo Gabriel entrecerrando los ojos.

-No te preocupes, no tiene importancia -contestó David, casi divertido.

-Claro, te salvo de morir, pero voy a dejar que fallezcas de hambre, imagínate el drama. Ahora, ¿a dónde podemos ir?… déjame ver -Gabriel cerró los ojos unos momentos, parecía haberse quedado dormido.

-Ahmm ¿Gabriel? -¡Ahí!

Sin previo aviso, Gabriel tomó de la mano a David y ambos

desaparecieron de aquel desierto, dejando tras de sí, una estela de

color azul.

En unos segundos se encontraban en lo que daba la impresión,

era una de las pequeñas colonias que rodeaban la metrópoli, o eso le

pareció a David; era realmente difícil ubicarse después de haberse

tele transportado lo que podían ser kilómetros.

-¿Todo bien? Parece que la tele trasportación no es lo tuyo –se disculpó Gabriel al sentir la extrañeza que del rostro de David emanaba.

-Estoy bien, sólo un poco mareado -contestó incómodo David. -Bien, pues hay que buscarte algo de comer. -Claro, ehm ¿Gabriel? -Sí, dime. -¿Me devuelves mi mano?

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-Oh, claro- contestó apurado Gabriel mientras le soltaba.

David miró a su alrededor. Era una comunidad pequeña. Con

algunos departamentos alrededor y las calles flanqueados por los

característicos aparatos que funcionaban con Lumen. Postes

lumínicos y pequeños anuncios le daban un colorido tecnológico a

todas las colonias que en realidad, eran para las personas que no

soportaban la ajetreada vida de la ciudad.

Entraron en un pequeño café que encontraron a unos pocos

metros de donde habían aparecido. Una joven camarera los atendió

sin quitar la mirada de ambos. Al parecer complacida de poder

atender a dos tipos bien que encontraba bien parecidos.

El lugar era pequeño y acogedor, sólo había algunas parejas de

ancianos que platican de manera animada, algún tópico que parecía

tenerlos bastante entretenidos. David engullía rápidamente un plato

de pasta que la camarera acababa de servirle. Gabriel parecía

maravillado con todo el proceso de la alimentación.

-¿Embntoes, do cobes dada? -preguntó David mientras trataba de pasar rápidamente sus alimentos.

-No, no funciono biológicamente. Tengo un cuerpo humano porque resulta ser lo más cómodo, al parecer, pero es todo –contestó tranquilamente, Gabriel, cuidando que nadie lo escuchara.

-¿Y cómo vives? -continuó David una vez que había tragado -Soy básicamente energía. -Entonces ¿no puedes morir? -Oh, claro que puedo -corrigió Gabriel después de reír-. Todo

en este universo puede morir, sólo… soy un poco más difícil de matar. No envejezco, es cierto, y en ese sentido podríamos decir que soy inmortal. Sin embargo, si recibiera el suficiente daño, bueno, puedo ser destruido.

David engulló otro bocado a manera de respuesta y aunque tenía

muchas dudas sobre el ser que estaba frente a él, había algo más que

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tenía su mente ocupada desde hacía rato. Después de pensarlo unos

momentos, (no porque no quisiera preguntar, sino porque

probablemente esperaba mucho de la respuesta) decidió cuestionar.

-¿Cómo me encontraste? Es decir, ¿Cómo sabes quién soy yo? -dijo entrecortadamente, David.

-De la misma manera que encontré esta comunidad. Puedo sentir diferentes concentraciones de Lumen -explicó Gabriel, y luego esperó unos segundos para continuar- pero en realidad no fue nada fácil, verás al principio, tu energía no es diferente a la del resto de los humanos, por lo cual, era buscar en una granja de hormigas, a la indicada.

-¿Al principio?- preguntó David -Sí, cuando aquello que cargas, alcanza cierta madurez, es

demasiado obvio y resulta sencillo localizarte, cosa que no había sucedido hasta hace unos días. Pero al principio, encontrarte resulta casi imposible

-¿Lo que cargo? -Sí. Tu importancia radica en que cargas con algo que es de

suma importancia para esta dimensión. Sin embargo, no soy el más apto para contarte esa historia.

-¿Por qué no? -Porque hay otros más aptos –aclaró con ojos en blanco-.

Termina tu pasta. -¿Y quién sería el más apto? -preguntó David, desesperado. -Quien sea que estamos buscando. -Es decir, que no lo conoces. -Hmm, no sé a quién buscamos, no –dijo Gabriel, divertido por

las constantes miradas y cuchicheos de las camareras. -¡¿Y cómo vamos a encontrarlo?! -Tú lo harás, no yo. -¡¿De qué demonios hablas?! -En realidad, él te encontrará a ti, o eso creo. -Genial -dijo exasperado, David- .Ahora resulta que no sabes lo

que haces.

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-Debes tener paciencia. -Claro… -terminó David, tratando de tranquilizarse.

David, había perdido el rumbo de lo que en realidad quería

saber, así que, tomó unos segundos para ordenarse y continuó.

-Entonces, ¿Qué sabes de mí? Dices que me encontraste cuando alcancé la madurez –preguntó David, ya más centrado.

-No, tú no. No me pareces del todo maduro, si me lo preguntas; hablaba de aquello que cargas -dijo Gabriel con tono de cansada repetición.

-¡Bien! De aquello que cargo. -Es que es importante que lo sepas. -¡Ahora lo sé!

David acomodó sus ideas y tranquilizó su exasperación para con

el obelisco. Después de unos bocados más, continuó.

-¿Qué sabes de mí? -David insistió. -Lo que ya te he dicho. Que eres un sello y que debo entrenarte.

Sabía cuándo nacerías, pero no sabía en qué cuerpo ni en dónde, es por eso que debía buscarte. De ahí en más, lo lamento, no sé nada, no entiendo por qué es tan importante para ti -contestó Gabriel, un tanto confundido-. Como sea, hay cosas más urgentes que resolver. Tenemos que encontrar a aquellos que son como tú.

-¿Dices que hay más como yo? -cuestionó David esta vez completamente intrigado ¿Acaso no era el único con tales atributos tan fuera de lo común?

-Tres más, también debo encontrarlos, y al parecer por lo que acabamos de vivir, lo más rápido posible -indicó Gabriel, obviamente pensando en la pelea pasada.

David siguió comiendo mientras aceptaba lo que había temido al

principio. Por un momento pensó que Gabriel tendría las respuestas

de su pasado que tanto había buscado con sus amigos (evitó pensar

en Abel lo más posible); era decepcionante pero no inesperado,

estaba acostumbrado a que cada pista fuese un callejón sin salida.

Vaya, ni siquiera sabía si ‘David’ era su verdadero nombre. Había

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tomado tal, por aquella tableta en el hospital, pero era imposible

decir si se trababa del real.

Después de engullir en silencio el resto de sus alimentos, David

se disculpó para ir al baño. “Otra de las tantas inconveniencias de ser

un humano”, dijo mientras se levantaba, tratando de aligerar el

ambiente, cosa que al parecer no era necesaria, ya que alegremente,

Gabriel asintió como si no le hubieran gritado antes.

Segundos después, la camarera se acercó tímidamente a Gabriel.

-Disculpa, estaba pensando, tengo una amiga y me preguntaba si… -saludó con candidez la chica, a lo que Gabriel respondió levantando súbitamente la mirada.

David se miró al espejo después de enjuagarse el rostro en el

lavamanos. Su desaliñado y quebrado cabello, parecía más

desarreglado y oscuro de lo que habituaba. Su ropa que, como de

costumbre, constaba de una playera negra, ligera y lisa y unos

pantalones de mezclilla gastados, se encontraba más arrugada de lo

normal. Se dio cuenta de que parecía un vagabundo.

¿Qué tanta importancia podía tener su apariencia ahora. Lo

único que a él siempre (o desde el inicio de su corta memoria) le

había parecido significativo, sus amigos, ahora no estaban y

aparentemente, era gracias a él. De alguna manera el culparse lo

hacía sentir mejor, ya que sería una forma de encerrarse en su dolor.

Pero ni siquiera podía hacer eso con el suficiente ahínco, ya que no

entendía del todo, lo que acababa de suceder. Era su responsabilidad

¿pero… cómo? Es decir, ¿qué hizo él para representar una amenaza

hacia seres que ni siquiera sabía que existían? Lo único que le

quedaba era confiar en el chico que ahora le acompañaba. Además, el

sujeto sabía pelear.

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Se secó el rostro y abandonó el tocador.

Gabriel esperaba fuera del restaurante cuando David salió. El

cielo empezaba a tornarse rojo gracias a los colores que del sol de

ocaso, emanaban, y las nubes creaban un espectáculo multifocal;

Gabriel observaba anonadado el paisaje.

-Dudo mucho que no hayas visto uno de esos antes -masculló David mientras miraba de igual manera el ocaso.

-Varios. Miles, en realidad. Eso jamás le ha quitado lo fantástico –respondió con una voz entre dormida, Gabriel.

-Bueno, sí, supongo. Iré a pagar, dudo mucho que tú cuentes con créditos -aventuró con ironía, David. Gabriel lo miró con una fingida expresión ofendida.

-Pero claro que tengo, más de lo que tú podrías pensar. No podría pasar como humano si no pagara por mis cosas de vez en cuando -replicó con tono altanero Gabriel

-¿En verdad? No me imagino qué tipo de cosas puedas necesitar.

-Cosas, tú sabes… -Claro, ya vuelvo. -En realidad no tienes que pagar -aseguró Gabriel desviando su

mirada. David un poco confundido dio un paso atrás. -De nuevo, por favor -exclamó David. -Bueno, tienes una cita, en una hora. Tenemos, a decir verdad.

Eso nos valió una cena gratis. Aunque desafortunadamente, no podremos asistir –se lamentó con falsedad, Gabriel, evitando volverse hacia David.

-¿Engañaste a una pobre camarera? -Bueno, no podría pasar por humano si no engañara de vez en

cuando. David no pudo más que reír con esto. Siguieron su camino. El hecho de que continuaran como punto

de partida, desde aquel restaurante, le daba a entender a David que

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realmente ese enigmático ser, no tenía idea alguna de a dónde debían

dirigirse. Esto, sin embargo, no impedía a Gabriel seguir andando con

seguridad y aplomo, mientras se entretenía mirando hasta el más

mínimo aspecto de lo que los rodeaba. Cualquiera diría que haber

vivido tantos miles de años lo habrían hecho acostumbrarse a todo lo

que existía en el mundo. Aun así, abría los ojos como si fuera un

pequeño niño dando su primer paseo en el parque.

Llegaron al borde de la ciudadela. Era algo común entre las

poblaciones circundantes a la metrópoli, guardar cierta distancia

entre ellas. Al parecer les daba la sensación de, una vez más, tener

fronteras como antes, cuando los países existían. Habían sido

construidas con la idea de crear la ilusión de privacidad y propiedad.

Los nóveles gobernantes, no habían dejado nada al azar.

Funcionaba. La nueva sociedad era mansa, obedecía, se sometía,

todo a cambio de una muy conveniente tranquilidad, que los

habitantes de este nuevo régimen, agradecían. No podía culpárseles,

después de tantas guerras; tranquilidad era lo menos que se les podía

ofrecer.

Oppidum Lux, o en otras palabras, “La ciudad luz”, fungía como

capital del mundo entero. Era la metrópoli más grande y avanzada

que se había construido en la historia de la humanidad. Obviamente,

las familias más acaudaladas vivían en ese lugar, y casi en su mayoría,

estaban relacionadas directamente con la compañía Focus Lumen

Desde ahí se controlaba el flujo de Lumen que hacía funcionar a casi

todas la civilizaciones del planeta. Era también, el lugar donde uno

podía encontrar absolutamente de todo: diversión, entretenimiento,

trabajo, tiendas, industria en general.

La corporación Focus Lumen, tenía ahí mismo su base central,

acción que fue imitada por los gobernantes para establecer ahí, sus

oficinas principales. Todo un nuevo sistema.

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Nuevamente deambulaban por el desierto. Esta vez David había

sido lo suficientemente precavido como para adquirir, de una tienda

de conveniencia, una botella llena de agua y algunos alimentos. No

sabía cuánto tiempo más iban a estar sin rumbo alguno.

El frío comenzaba a apremiar, Gabriel ofreció su chaqueta a

David, quien agradeciendo el gesto, la rechazó; a decir verdad

tampoco era muy sensible al clima.

David reparó en ese momento, en las armas que Gabriel llevaba

aseguradas en su cintura. La espada parecía una réplica de aquellas

armas que David llegó a ver en los museos de la metrópoli; una

espada samurái, Katana, si mal no recordaba. En el mango llevaba

una inscripción ilegible, acompañada de lo que parecía ser un ángel

grabado en tonos plateados. De igual forma, la pistola parecía muy

antigua; en este caso jamás había visto un ejemplar así.

-Tus armas -señaló David-, son muy peculiares, ¿dónde las conseguiste?

Gabriel, quien al parecer había estado pensando en otras cosas, se vio

sorprendido por la pregunta, y miró sus armas algunos segundos

antes de contestar.

-En realidad ambos fueron obsequios. La espada me la confió mi hermano mayor, diciéndome que jamás me separara de ella, pues sería mi eterna compañera en combate. Que sólo debería confiar en ella y en mí- relató Gabriel extrañamente serio-. En verdad es algo especial. No hay forma de romperla, corta básicamente cualquier cosa que se cruce en su camino, y tiene la habilidad de canalizar mi energía si así lo requiero- todo eso lo dijo de una forma extrañamente cortante-. Mi pistola, me fue entregada hace algunos siglos por un mafioso retirado, que conocí en lo que antes era Italia-siguió Gabriel ya con otro tono; uno que se denotaba hasta melancólico-. Sé que suena extraño, pero en realidad era un buen sujeto- al decir esto, una sonrisa apareció en sus labios.

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-Lo conocí en uno de mis viajes este mundo. Era perseguido por unos sujetos que conducían un auto y disparaban al pobre hombre; me pareció un crimen en su momento e intervine –contó Gabriel con una expresión de un niño que había sido descubierto robándose un dulce-. Cuando lo hube salvado y le pregunté por qué razón lo seguían, me arrepentí de sobremanera, ¿puedes imaginarlo? Había salvado un delincuente de otros delincuentes.

-En fin, insistió en que lo acompañara a casa y conociera a su familia. Siendo algo que estaba en contra de las reglas (de mis hermanos mayores, claro) obviamente acepté sin dudarlo -siguió contando mientras dirigía una divertida mirada a David-. Aun así, no estaba convencido de que fuera una buena idea ¿sabes? No sabía cómo sentirme hacia él, pero me pareció que en realidad no perdía nada acompañándolo.

-Cuando llegamos a su hogar, unas preciosas niñas corrieron a recibirlo, a abrazarlo, estaban llorando, al parecer todos habían estado preocupados por él. Varios adultos que parecían ser el resto de su familia, se acercaron tan pronto como pudieron, y entre preguntas y expresiones de alegría le daban la bienvenida -recordaba, Gabriel, visiblemente emocionado-. El hombre les contó lo que había sucedido. Todos pronto estaban agradeciéndome; a decir verdad era bastante incómodo –expresó Gabriel. David sintió que de poder ruborizarse, el obelisco lo habría hecho en ese momento. Pero hace rato que había entendido, que aquel cuerpo, no trabajaba como el suyo o el de cualquier otra persona.

-Me invitó a pasar unos días en su casa. Era una enorme y hermosa residencia. Una especie de rancho donde sus hijos y nietos disfrutaban comidas familiares y tiempo de juego en las caballerizas. De vez en cuando, algunos extraños sujetos venían por negocios. Sus hijos varones y él, los atendían en el estudio privado del viejo, pasaban algunas horas y después se despedían con extrema cordialidad.

-Pero fuera de eso, la vida en ese hogar, era… -Gabriel luchó unos segundos para encontrar la palabra que expresara su sentir.

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Después de unos momentos se decidió, con una expresión de alegría- …cálida. Algo que jamás había sentido en toda mi existencia.

-Cuando por fin me tuve que despedir, fue difícil. Había tomado cariño por la familia, y ellos por mí. Me fui prometiendo que después de concluir mi viaje los visitaría una vez más -dijo Gabriel, mientras toda la alegría desaparecía de su rostro.

-¿Volviste? -preguntó David, intrigado. Gabriel asintió. -Tres años después, cuando terminé de recorrer una gran parte

del mundo, volví- contestó Gabriel en tono sombrío. -Me recibió el mayor de los hijos del viejo. El lugar no parecía el mismo, para empezar, estaba casi deshabitado. Me contó que hacía tres semanas que su padre había sido asesinado por una familia rival que codiciaba aquellos territorios. Habían acabado con varios miembros de la familia del viejo, incluso con algunos de sus nietos. El hombre estaba devastado. Yo estaba devastado -expresó Gabriel, casi sorprendido de lo que acababa de decir. El hijo fue al estudio de su padre y volvió con una hermosa arma plateada, que según me contó, había pertenecido a su padre, y que en su testamento había pedido que si yo en algún momento regresaba, se me entregara como muestra de su agradecimiento. Al principio me negué a aceptarlo, pero con una sonrisa el hombre insistió, además me entregó una nota con la frase Por regalarme más momentos así -relató Gabriel y guardó silencio un largo rato-. Le pedí que me indicara, dónde podía encontrar a esos sujetos. Él, algo confundido, me explicó que no era necesario, pero supongo que al ver mi expresión, comprendió que no me iba a ir de ahí sin saberlo. No perdí tiempo y salí en la búsqueda. No me costó mucho hallarlos y en poco tiempo ya tenía a todos aquellos asesinos a mi merced.” Gabriel casi se atragantó con sus palabras.

-Cuando volví a casa, mis hermanos ya me esperaban -siguió Gabriel, sonriendo fríamente-. Obviamente sabían lo que había sucedido. No me regañaron, sólo, dijeron estar decepcionados de mi juicio y me pidieron que no visitara por un tiempo a los humanos; decisión que me parecía correcta, de acuerdo a ese momento -contó Gabriel, a la vez que pateaba una roca, la cual salió despedida como si la hubieran disparado con una bazuca.

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-Utilicé ese tiempo para trabajar en la pistola. Mi hermano Rafael, el segundo al mando, comprendiendo lo que significaba, me ayudó. Él es bueno con esas cosas ¿sabes? En fin, después de algún tiempo, logramos que el arma canalizara mi energía. Dispara poderosos rastros de ella; es muy útil, y bastante veloz.

-Ahí comprendí lo únicos que pueden ser los humanos. Llenos de fallas sí, pero poseedores de otras tantas cualidades más-. Terminó Gabriel, y miró el cielo que ya dejaba ver las primeras estrellas de la noche.

David trató, por algunos momentos, de entender lo que sentía

después de haber escuchado la historia de Gabriel. Parecía increíble,

pero un ser que no era humano (o eso decía), entendió mejor que los

humanos mismos, lo complicado que es el corazón de las personas.

Gabriel había cometido el primer error que un hombre hace al

conocer a otro, prejuzgar, en cambio, hizo lo que pocos se atrevían,

luchar contra esa opinión propia.

La noche alcanzó a los dos viajeros. La incertidumbre de no

conocer su destino, o de siquiera tener la seguridad de que existía

uno, ponía casi tan ansioso a David, como el hecho de no saber dónde

estaba su mejor amiga. Se sentía con el derecho de desconfiar de

todo, incluso de Gabriel, quien a pesar de aparentar buenas

intenciones, era alguien que conoció hace menos de dos días.

Desconfiaba categóricamente, de los hombres que le habían

arrebatado a sus amigos y por último, desconfiaba de su capacidad

para resolver las cosas, desconfiaba de sí mismo. Siempre lo había

hecho.

Lo único que sabía con seguridad, era que tenía que encontrar a

Samanta. No sabía ni dónde buscar, y se veía en la penosa situación

de confiar en Gabriel, por el simple hecho de no tener otra opción. Y

es que aquel nuevo amigo, no parecía tener mucha idea de cómo

había llegado a encontrarse en esa situación o manejando tanta

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responsabilidad, sin embargo, era claro, que a pesar de ello, tomaba

el toro por los cuernos. Quizá era razón suficiente para seguirlo.

Su mente viajó con Abel, mientras Gabriel hacía una nueva

fogata, valiéndose de troncos secos y un poco de energía que había

expulsado de la punta de uno de sus dedos.

Se sentó a observar las llamas por unos segundos. El rítmico

danzar del fuego, pronto lo llevó a quedarse profundamente dormido.

Abel comía uno de los peces que habían atrapado con un par de

cañas improvisadas (un par de ramas, con algo de hilo alrededor) y

muchas horas de inagotable paciencia, frente al profundo, pero poco

caudaloso río. David colgaba su ropa en un tronco que hacía de

tendedero y rápidamente se acercó a la fogata para secarse y

calentarse. Tomó el otro pez que se asaba y le dio una feroz mordida.

-¿Has escuchado eso de que las truchas nadan río arriba? -preguntó Abel, con la boca semi-llena de pez.

-Hmmm… no -respondió confundido David. -Bueno, pues así es. Te hace pensar lo que uno puede hacer por

sobrevivir. Al principio es instinto, si te da vida, si la conserva, lo haces. Después, tratas de encontrarle sentido. Es decir, entender por qué nadas río arriba- continuó Abel

-Me dices que los peces filosofan en algún punto, del porqué han dedicado toda su vida a nadar contracorriente -expresó pausadamente, David.

-Bueno, quizá la segunda parte sólo funciona con los humanos, el punto es que, es en ese momento, cuando te preguntas, ¿por qué haces lo que haces? Tratas de que no sólo sea por sobrevivir, sino que además signifique algo, para ti y con suerte para alguien más. Supongo que ese es el problema con la guerra.

-Abel, ¿de dónde sacas eso? Ni siquiera estamos comiendo trucha.

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-En la guerra hay tres partes, los que ordenan porque creen que la batalla va a hacer la diferencia, crear significado. Los que siguen las órdenes, simple y llanamente porque para eso viven, y los que sencillamente buscan sobrevivir, porque quedaron atrapados en medio de la batalla -terminó en tono serio Abel

David miró unos momentos a su amigo, mientras trataba de

separar las espinas de la carne. El fuego consumía lentamente la leña,

y le daba una sensación de paz a aquel momento.

-¿Tú que parte desempeñaste en la “guerra”? -preguntó David con curiosidad.

-En su momento… cada una de ellas. -respondió Abel con aplomo, mirando la tranquila llama.

Un movimiento brusco, le hizo despertarse sobresaltado.

Cuando pudo enfocar la vista, se dio cuenta de que Gabriel estaba

parado a su lado; alerta e inmóvil. Con una mano sostenía la

empuñadura de su espada y la otra se posaba sobre el pecho de

David. Su mirada recorría con detalle el oscuro desierto. No había

viento, así que eso ayudaba a enmarcar el espectral momento.

En ese instante, algo tomó a David del cuello; una mano, muy

fuerte y fría. Lo arrastró rápidamente varios metros.

-¡Diablos! -reaccionó Gabriel. Sin perder más tiempo, apuntó su Colt Delta Elite y disparó una bala cargada de energía. David pudo sentir el silbido del proyectil a unos centímetros de su rostro. El impacto hizo que la mano soltara a David, que rápidamente se puso de pie para mirar a su dueño.

Un espectro de color azul, desaparecía en el aire mientras soltaba

un lamento ensordecedor. La tierra comenzó a temblar, Gabriel ya

estaba al lado del chico, apuntando su arma a cada dirección donde

detectaba movimiento.

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A la velocidad de un pestañeo, se vieron rodeados de varios de

aquellos espectros, los cuales eran altos, con rostros que carecían de

ojos, nariz o boca, sólo había cuencas en su lugar. “Esqueletos” pensó

alarmado David, los cuales vestían andrajos de composición gaseosa.

Estaban armados con espadas, hachas, machetes y lanzas. Se movían

con agilidad, amenazantes y agresivos.

-¡No te quedes parado mucho tiempo, trata de no darles tiempo para asestar, y sobre todo, aléjate de sus armas! -gritó Gabriel.

-¡¿Por qué te pareció necesario aclarar lo último?! -respondió David, casi histérico.- ¿Qué son estas cosas? ¿Parac-tos?-

-No, pero sean lo que sean, vienen por ti. ¡No te mueras! -Gracias por el consejo.

Los espectros arremetieron con furia. David evitó la espada de

uno e impactó un sólido puñetazo en el asqueroso rostro de su

agresor. La buena noticia era, que podían lastimarlos. Las peleas

clandestinas mostraban su valía en ese momento.

Gabriel brincó por sobre las cabezas de los seres, dando media

vuelta en el aire y quedando con el rostro hacia la tierra. Fue

disparando con habilidad y sin fallar una sola vez. Uno a uno, los

espectros fueron desapareciendo. David, más por instinto que por

destreza, evitaba los ataques que los gaseosos seres le dedicaban, y

de vez en cuando, atinaba un golpe a sus agresores, los cuales,

víctimas de la sobrehumana fuerza de David, caían vencidos y

desaparecían.

Gabriel aterrizó. Acto seguido, desenvainó su espada y en lo que

pareció ser un segundo, se deslizó en medio de sus enemigos y asestó

cortadas letales a cada uno de ellos. Todos los que habían quedado a

su merced, se esfumaron en el aire, tan rápido como habían iniciado

su ataque. Gabriel miró sobre su hombro, sacó su pistola y la lanzó

por los aires. David evitó el hacha de un espectro, subió su mano y

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atrapó la pistola de Gabriel, apuntando al rostro del abominable ser y

disparando una sola y suficiente vez. Gabriel subió de un puntapié,

una roca que estaba bajo él y con la vaina de su espada, la bateó para

impactar al espectro que amenazaba las espaldas de David, después,

lanzó su espada y atravesó al último de los enemigos.

David subió la mirada y apuntó al frente, Gabriel rápidamente se

deslizó a su lado, recuperando su espada e imitando con la punta de

su filosa espada, a David.

Un hombre, (esta vez eso parecía ser) se materializó frente a

ellos, y miró con una sonrisa de oreja a oreja a ambos chicos. El

individuo vestía un esmoquin de otra época y zapatos igual de

anticuados. Su cabello era negro y estaba completamente relamido

hacía atrás, lo cual endurecía sus cadavéricas facciones. Sus labios

eran finos, tanto que parecían filosos. Era delgado y alto, de tez tan

clara como para evidenciar muerte.

-Impresionante. Ambos. Pero esto no ha terminado. -dijo con una voz seca y tenue.

Un batallón de líneas azules en forma de puntiagudas flechas,

rodearon a Gabriel y David.

-Diablos -se quejó Gabriel, y antes de que pudiera decir algo más, los rayos comenzaron a atacarlos.

David esquivaba algunas y recibía con dolor otras. Gabriel como

podía, trataba de proteger a David, deteniendo con su espada cada

ataque que alcanzaba con su remarcable habilidad. Las flechas de

Lumen, aumentaban de volumen y velocidad a cada momento. Ya

eran demasiadas para ellos dos. Gabriel, apuntó ágilmente su espada

al cielo. Sus ojos se pusieron en blanco y la tierra tembló de nuevo.

-¡Andiamo! -gritó Gabriel. Un rayo proveniente del cielo cayó sobre su espada, causando una cúpula de energía azul que se

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expandió alrededor de los dos chicos, acabando por completo, con las peligrosas líneas de energía.

David sin perder tiempo para observar, amenazó al recién

llegado con la Colt, dirigida a su pecho. Éste, sin inmutarse, torció su

espectral sonrisa, acto seguido, aplaudió con vehemencia.

-¿Acaso algo te parece divertido imbécil? -gritó furioso David. -¿Divertido? No. Esperanzador. Mi nombre es Equímides, y a

pesar de lo que mi ruda introducción, pudo darles a entender. No soy el enemigo. Vengo a ayudarles.

Entonces Gabriel bajó su arma inmediatamente. Por fin había

reconocido a aquel hombre.

-Sorpresa –exclamó el obelisco.

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El enorme salón estaba atestado de gente, como ya era

costumbre cada quince días en una de esas repetitivas fiestas que la

alta sociedad organizaba para darse palmaditas en la espalda y

recordarse lo ricos y poderosos que eran. Sin embargo, aquella fiesta

era “especial”.

Las paredes construidas al puro estilo victoriano, estaban

decoradas contrastantemente, con enormes pantallas que mostraban

lo último de los más grandes artistas visuales. Por supuesto, no había

ser humano que entendiera sus obras, pero definitivamente

encerraban un significado más allá de la cultura de la persona

promedio, (al menos así defendían los artistas, sus obras). Había

también, pequeñas mesas que estaban uniformemente distribuidas,

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en las cuales, bandejas de plata ofrecían bocadillos del más alto

gourmet.

Hombres y mujeres, vestían de manera impecable y actuaban de

la manera más educada, justo como la etiqueta lo requería. Había

viejos, jóvenes, gente famosa, gente muy adinerada; la crema de la

sociedad. Se paseaban personas de una hermosura física

deslumbrante, aquellas que era poco menos que imposible no

observar cuando pasaban al lado de uno, otros no tan agraciados que

se hacían acompañar por las primeras, y claro, fotógrafos contratados

que retrataban a los presentes, para diarios que sólo esa gente leía.

Tessa observaba todo desde el interior de un balcón. Es verdad,

había mujeres deslumbrantes en aquel recinto de ostentosidad, pero

era difícil que alguien, siquiera, se acercara a la hermosura de la

susodicha. Sus ojos de color gris y de forma alargada (casi felina), se

movían pasivos y aburridos. Su cabello rubio y largo, se escondía tras

sus hombros hasta la parte alta de la espalda descubierta por el

delicado vestido de cóctel color plata que la envolvía. Sus labios

delgados y finos sucumbieron ante un pequeño bostezo y su piel

blanca y tersa brillaba gracias a un maquillaje creado del mismo

Lumen que su familia había, hace mucho tiempo, aprendido a

controlar. Tenía veinte años de edad.

Una joven de tez caoba se acercó a ella. Vestía de manera acorde

al resto de las personas. Carraspeó su garganta para llamar la

atención de su adormecida amiga.

-William está ahí, ¿ya le saludaste? -preguntó la recién llegada, haciendo un claro intento por crear una emoción en Tessa.

-No, Trish, aún no- despreció Tessa, apenas mirando a su amiga-. ¿Es hora?

-Sí. ¿Está todo bien? -preguntó Trish, a sabiendas de que la respuesta sería la misma de siempre.

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-Claro que sí, fantásticamente –respondió Tessa, con su acostumbrada sonrisa de protocolo.

-No soy uno de tus clientes, puedes hablar conmigo -recriminó Trish, un tanto abatida.

Tessa miró un poco sorprendida a su compañera. Esta vez, una

sonrisa plena y sincera invadió su rostro. A veces era difícil separarla

de todo aquél mundo que le era apenas soportable. Las dos habían

crecido juntas. Sus padres habían trabajado hombro con hombro, en

aquella empresa que les había dado pase exclusivo a un mundo sin

restricciones. Trish era, quizá, su único nexo sincero, puro y honesto

con la vida real. Como respuesta a su amiga, asintió con alegría y le

abrazó por unos instantes.

Las barras de lumen que brillaban enérgicamente en el techo del

salón y que iluminaban hasta el espacio más recóndito, se apagaron

de pronto. Los monitores que antes mostraban la representación

artística, se unieron con gracia para crear una sola y enorme pantalla.

En ella, se dibujó un signo en forma de llama azul rodeada por un

círculo y atravesada por una estrella fugaz. Las palabras “Focus

Lumen” aparecieron a los pies del símbolo.

-Terminando, a los viejos túneles…-anunció emocionada Tessa. Trish, con angustia, se mordió el labio inferior.

-No, no. Tessa, no de nuevo… -lloró Trish -Es lo único que vale la pena de esta ciudad, además Augusto

está listo. -¡Tessa! -se quejó una vez más Trish. Tessa en respuesta, le

guiñó un ojo y salió elegantemente por el balcón– Ah, ¡Maldición! Ojalá no fuera imposible asesinarla.

Una pequeña esfera de energía apareció frente a Tessa justo

cuando ésta salía a la parte expuesta del balcón, provocando que sólo

ella y la pantalla, fueran claramente visibles en el lugar. Las personas

aplaudieron y las cámaras pronto se posaron en ella. La chica les

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dedicó una ensayada sonrisa y agradeció los gestos saludando

delicadamente con su mano derecha.

-Muchas gracias -comenzó Tessa, provocando que todo el salón quedara en completo silencio- Y muy buenas noches. Es un placer que todos ustedes puedan estar aquí acompañando a mi familia y a nuestra empresa en una de sus noches más importantes. Es conmovedor ver tantas caras conocidas y tantas por conocer. Mi padre se disculpa, le es imposible estar hoy con nosotros, pero créanme que es en aras de un posible nuevo hallazgo- los presentes tomaron esto con sorpresa y los murmullos no se hicieron esperar-. Hoy se cumplen quince años de la creación oficial de Focus Lumen. Aquel proyecto que nació del sueño de algunos emprendedores, buscando una forma más conveniente de manejar la más pura, inagotable y poderosa fuente de energía, en beneficio de la humanidad y con la esperanza de borrar todos aquellos pasajes que por nuestros propios errores, cambiaron al mundo para siempre.

- En estos tiempos, podemos asegurar que el Lumen, ha ayudado a mejorar y conservar la vida de la que es parte. Nuestra propia energía vital, como combustible de nuestras actividades diarias, como apoyo a la ciencia, la ingeniería, la investigación, la educación, la infraestructura, y todos los campos que rigen la existencia.

En la pantalla aparecieron imágenes de una vida ideal, y de

avances tecnológicos que el lumen había ayudado a construir. Se

podían observar ciudades, máquinas, electrodomésticos, actividades

recreativas; todo cuanto se manejaba con Lumen.

-Muchos de ustedes se han arriesgado a invertir en estos logros. Hoy podemos mirar el pasado, al presente pero sobre todo, al futuro, y asegurar con vehemencia, que no nos equivocamos. -La pantalla ahora mostraba rostros de familias felices, que parecían disfrutar a sobremanera de sus vidas-. Por eso esta noche es para ustedes. Festejemos lo que hemos logrado, lo que estamos viviendo y

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lo que de seguro viene en forma de un mundo de prosperidad para toda la humanidad

Tessa posó un dedo en la esfera de luz que la iluminaba y al

instante, ésta se dividió en decenas de esferas de menor tamaño, que

se regaron por todo el salón y lo iluminaron de diferentes colores.

Las personas vitorearon y aplaudieron.

-¡Por favor, disfruten la fiesta! -terminó en tono alegre Tessa, y se dirigió al interior del balcón. -¿Nos vamos? -preguntó a Trish, con una sonrisa, claramente aliviada de haber terminado su discurso.

-Tessa, piénsalo. Tómate cinco minutos de sensatez y… -pero ya no pudo terminar su frase. Tessa la arrastró fuera del pequeño balcón, hacia uno de los largos pasillos de la mansión.

Al salir del enmarañado laberinto de corredores, Tessa y Trish,

bajaron al nivel del salón y se dirigieron a paso raudo rumbo a un

elevador que se encontraba precisamente del lado opuesto. Esto era,

por supuesto, una molestia para Tessa, a quien varias personas

trataron de llamar la atención, estrechar su mano, e incluso, alguno

que otro incauto, invitarla a bailar. Tessa a todo respondía

cordialmente y hacía una seña de llevar prisa. Los ricos, que no

estaban acostumbrados a ser ignorados de esa manera, la veían

sorprendidos y hacían muecas para disfrazar su incomodidad.

-¡Por dios! Tessa, más despacio, ¡cuidado, yo no soy la indestructible! -clamaba Trish.

-¡Oh santo cielo, Trish! Deja de quejarte, ya casi estamos ahí.

Apenas decía esto, cuando un atlético y elegante joven les cortó

el camino, sonriendo a manera de retrato. Tessa siempre se había

visto irritada por lo presuntuosamente blanco de aquellos dientes.

-Buenas noches, Tessa –saludó cordialmente aquel joven, para después tomar la mano de la chica y besarle la parte superior.

-Eres un ángel, William -agradeció Trish, mientras liberaba su brazo del aprisionamiento de Tessa y la acariciaba en señal de dolor.

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-Bueno… yo -comenzó a decir William con una sonrisa de casanova.

-No se refería a eso, William -aclaró cortante, Tessa- ¿Qué deseas?

-Bueno, bueno. Siempre la apresurada chica que quiere ir al grano. Uno no puede ser un caballero en esas circunstancias –se lamentó William de forma altanera-. En realidad quería invitarte a un partido de tenis este fin de semana, aun no soporto el hecho de que seas la única persona que puede vencerme.

-Quizá deberías dejar de intentarlo entonces. No te preocupes, no le diré a nadie -aclaró Tessa con enfado.

-A decir verdad, ¿sabes? El tenis es sólo un pretexto, debo ser honesto; pensaba que guardáramos las raquetas y… pasáramos un momento a solas -continuó William, al parecer ignorante al tono irritado de Tessa.

-Pues, en realidad no tengo libre este fin de semana y en cuanto a la raqueta yo te diré dónde meterla… -aseveró Tessa.

-¡Bien!, es momento de que nos vayamos. Mucho gusto en verte William. Ella te… llamará. Ya la conoces -interrumpió Trish, para después conducir a su amiga al elevador. William lanzó otra de sus sonrisas, de nuevo, impasible a la hostilidad de Tessa, al parecer creyendo que en realidad era demasiado irresistible como para que alguien lo tratara mal, así que simplemente no consideraba si quiera el hecho de que Tessa no estuviera loca por él.

Las amigas se acercaron al elevador, éste deslizó sus puertas y

las dejó pasar. Tessa dio una orden, seguida de una contraseña y el

aparato se movió a gran velocidad hacia abajo.

-¿Tienes que ser tan cruel con el pobre sujeto? Muchas morirían por estar con él -dijo Trish en tono aprensivo.

-Pues que mueran. -respondió Tessa, sonriendo. -¡Tessa! -replicó Trish -Es broma… Vaya que utilizas mi nombre -terminó Tessa en

tono de burla.

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El elevador tenía muros transparentes, lo cual permitía ver todo

alrededor mientras se llegaba al destino deseado. Después de pasar

por algunos pisos que pertenecían al enorme hogar de Tessa (niveles

que más que de una casa, parecían de un enorme y majestuoso hotel)

el aparato se introdujo en el subsuelo. Por todos lados, una

oscuridad absoluta reinaba, sólo de vez en cuando, pasaban una

barra de Lumen que iluminaba cierta cantidad de metros y luego

desaparecía en aquella boca de lobo. A Tessa siempre le había

gustado ese tramo, le daba la sensación de tener privacidad, de estar

por unos segundos en un lugar, donde nadie ni nada podía

molestarla. Privacidad era algo que no obtenía muy a menudo.

Cuando por fin se detuvieron, una voz femenina computarizada,

pidió nuevamente el código de acceso, el cual Tessa tarareó sin

problemas. Las puertas se abrieron y la oscuridad dejó de ser, ya que

pronto el cuarto se iluminó con varias esferas luminosas, que

aparecieron de la nada. Se encontraban en una habitación

considerablemente más pequeña que el salón de fiestas. Había

algunos cuantos escritorios llenos, casi en su totalidad de planos y

modelos de aparatos, que sin duda, trabajaban con Lumen. La rubia

se dirigió a un panel colocado al principio de uno de los muros y

presionó la palma de su mano en él.

El muro contrario a ese, desapareció en el acto, dejando ver que

el cuarto era, en realidad, del triple de su tamaño aparente y además

no era un cuarto, era un garage. Una decena de autos entre clásicos y

modernos, descansaban inertes. Bellezas de la ingeniería automotriz

de varias épocas, hacían una colección envidiable para cualquiera con

gusto en el tema.

Tessa caminó en medio de las máquinas. Cuando pasaba al lado

de una, deslizaba sus dedos con delicadeza sobre ella y sonreía como

si se tratara una tierna mascota. Trish, insensible a ese tipo de cosas,

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sólo seguía a su amiga con nerviosismo, adivinando seguramente, lo

que esa noche traería para ellas.

Al final de la habitación, un manta cubría algo más pequeño que

un auto. Tessa lo miró, se detuvo unos momentos y su cara se iluminó

como no lo había hecho en toda la noche. Aceleró su paso y se dirigió

hacia el objeto.

-Hola, Augusto -dijo con alegría, Tessa. -De verdad, me angustia que trates a esa cosa como si fuera una

persona -expresó Trish con enfado. -Pocas personas merecen tanto cariño como Augusto -contestó

Tessa, visiblemente emocionada. Tris resopló molesta. Tessa la miró sobre su hombro y añadió- Oh, no te preocupes Trish, tú eres una de esas personas. Ahora, dame una mano.

Trish puso ojos en blanco y resignada, caminó hacia su amiga.

Ambas pusieron sus manos sobre la manta y jalaron al mismo

tiempo.

Augusto era lo último en tecnología de transporte personal: un

Speedster. Era el diseño futurista de lo que alguna vez se conoció

como motocicleta, con la pequeña diferencia de no trabajar con

combustible, sino con Lumen, además del hecho de no utilizar

ruedas. En la parte inferior de la pieza, una placa de metal creaba una

especie de colchón de energía que le permitía flotar y no tener

fricción alguna con el concreto.

En lo demás, era muy común. El manubrio contaba con

acelerador y freno, tenía un velocímetro además de un panel

pequeño que mostraba si la máquina funcionaba de manera

adecuada. Completamente aerodinámico, con un faro que podía

alumbrar hasta el más oscuro de los callejones, no sólo eso, se

adaptaba a cualquier tipo de ambiente, desde niebla hasta sol

intenso.

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-Uno de los ingenieros de papá ha estado trabajando en él. Ya corre hasta trescientos kilómetros y mi casco -presumió mientras tomaba la protección que descansaba al lado de Augusto- puede leer nivel de riesgo, distancias y nivel del Lumen- anunció casi para sí misma Tessa.

-No lo sé, no parece seguro- murmuró desconfiada, Trish. -Trish, usas gafas de protección hasta para ir al baño. Nada que

se mueva más rápido que tú, te parecerá seguro. Anda, debemos cambiarnos, no iremos a los túneles en vestidos de cóctel.

-Preferiría no ir del todo -Trish… -La última vez terminé tratando de convencer a los policías de

que no habías tomado, sino que esa era tu encantadora y dulce personalidad.

-¿Y acaso era mentira? -¡Golpeaste a uno de ellos en la nariz! -Bueno, pero no fue por estar ebria. -Iré a cambiarme –se rindió Trish, reprimiendo un gruñido de

ira; Tessa rió entre dientes e imitó a su amiga.

Las chicas, que ya vestían un traje protector de una sola pieza, y

del mismo color (rojo con detalles en negro) subieron a Augusto.

Tessa encendió el panel y el vehículo se elevó. El campo de energía

bajo ellas hizo que pronto estuvieran a más de medio metro del

suelo. Trish abrazó con fuerza a Tessa y cerró los ojos con tanto

ahínco que sus mejillas temblaban. Tessa puso un casco sobre la

cabeza de su amiga y después vistió el suyo. Miró al frente y puso las

manos sobre el manubrio.

-¿Lista? -preguntó Tessa -Por supuesto que no -respondió Trish.

Antes de dar tiempo a otra cosa, Tessa aceleró. Cuando estaban a

punto de estrellarse con el muro, recitó nuevamente la contraseña y

atravesaron la pared como si se tratara de una delgada capa de agua.

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Tessa manejaba a gran velocidad y con habilidad, a través de un

largo túnel que ascendía a la superficie. Barras de lumen postradas a

los costados iluminaban el camino. En pocos minutos, el final del

túnel apareció frente a ellas. De nueva cuenta, Tessa dijo las palabras

claves y la pared de acero que impedía la entrada o salida de

cualquiera que no debiera cruzar, desapareció en el acto, sólo para

regresar a su lugar en cuanto las chicas lo hubieron cruzado.

Tessa condujo por el pequeño tramo de pavimento que aun

pertenecía a su propiedad, y salió por la puerta principal, al tiempo

que su velador quitaba con celeridad las rejas de protección. De

pronto manejaban por una de las avenidas principales de Oppidum

Lux.

Las calles eran transitadas por vehículos que funcionaban con

las mismas reglas básicas que Augusto. Había de todo, desde los

autos elegantes y costosos, hasta los monstruos que hacían de

transporte público.

A los costados, se podían observar enormes edificios que

transpiraban ostentosidad y que dejaban en claro que se

encontraban en la parte bursátil de la ciudad. Hombres de negocios

hablaban por sistemas de comunicación móvil; desde diminutos

audífonos que los conectaban con el mundo informático, hasta

pequeños monitores que les permitían ver a las personas con las que

platicaban.

Después de un rato, Augusto llevó a las chicas sobre la zona

comercial. Plazas que anunciaban sus productos y eventos con

espectaculares hologramas que hacían de inteligencia artificial e

invitaban a las personas por su nombre de pila a pasar y disfrutar de

su comercio; centros nocturnos, donde había enormes filas para

disfrutar una velada de excesos y efectos audiovisuales, además de

bares y restaurantes para todos los gustos.

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La ciudad era, por donde se le viera, deslumbrante. Anuncios

luminosos, tecnología que impedía incluso que la basura invadiera

sus calles; todo estaba impecable. Sin duda, el lugar ideal para vivir si

uno adoraba la vida a un ritmo acelerado. Nueva York y Londres se

habrían sonrojado al conocer esta urbe.

Al recorrer kilómetros, las calles iban perdiendo glamur. Desde

encontrar casas y condominios que podían calificar para clase media,

hasta llegar a calles y callejones que uno habría visto en sus peores

pesadillas. Habían entrado a la parte más peligrosa de la ciudad.

Donde las personas hacen todo por sobrevivir, y era el lugar ideal

para comprar todo tipo de sustancias ilegales e incluso asistir a las

peleas clandestinas de mala muerte que se habían vuelto una

sensación entre quienes deseaban ganar un poco de dinero, los ricos

que anhelaban satisfacer su necesidad por la adrenalina y aquellos

que simplemente adoraban la violencia.

Tessa dio vuelta el final de una vieja y enorme fábrica y pasó de

largo unos señalamientos holográficos que advertían de manera clara

que los túneles de más adelante, se encontraban cerrados por

reparaciones. En lo que tenía facha de ser, la enorme entrada de uno

de los túneles, cientos de personas estaban reunidas, gritando con

algarabía y agitando diversas barras de luz para hacer más llamativo

el momento.

Un sujeto hablaba a través de un pequeño altavoz que, le

permitía hacerse escuchar por encima de todos los gritos. El tipo

vestía un extravagante abrigo de piel y llevaba encima, barras

luminosas que hacían una tarea casi imposible, el no notarlo. Había

una docena de speedsters listos para la acción, y las personas se

reunían alrededor de ellos para admirar la belleza de las máquinas.

-Bien, señores. Cinco minutos para que comience la acción, es momento de pagar sus cuotas y hacer sus apuestas. Si no tienen

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créditos, hagan el favor de sacar su miserable trasero de mis dominios, aquí no entretenemos a nadie por beneficencia -gritó el extraño hombre, al tiempo que notaba la llegada de Tessa y Trish. Dejando el altavoz a un lado se dirigió el encuentro de las chicas-. La noche de hoy se ha tornado más bella con su sola presencia, señoritas -dijo con pomposo tono.

-¿La cuota del día, Marshall?- preguntó en tono alegre Tessa mientras se quitaba el casco.

-Dos mil créditos mon chéri. No creo que sea excesivo para ti, es lo que tu empresa gasta en papelería de un día ¿no? –ironizó un burlesco Marshall.

-Ni siquiera cerca- se sonrió Tessa, mientras sacaba una tarjeta de plástico transparente y se la entregaba al llamativo sujeto.

-¿Dónde está el enfermizo placer de ver a los demás arriesgar el cuello para que tú puedas ganar dinero? -reclamó en un tono poco menos que despectivo Trish.

-Oh hermosa, yo corrí por años -contestó Marshall en tono altanero, para después señalar una cicatriz en el cuello y esbozar una sonrisa que inundaba su redondo y pálido rostro, cubierto en partes por su largo y desaliñado cabello- me gané por tanto, el derecho a cobrarles por la diversión. Además, si tu amiga triunfara en una sola carrera, probablemente sentirían lo que es hacer algo de dinero con esto; no porque les falten créditos ¿eh? -sentenció Marshall de forma petulante.

Un fornido participante, miraba con desprecio en dirección a

Tessa. Su vestir trataba de ser intimidante: unos jeans negros y rotos

en su mayor parte, acompañados de una chaqueta de cuero negra y

abierta. Su rostro era agresivo, con forma casi cuadrada, y adornado

con una barba de candado mal cuidada. Una chica, con pantalones

rosas ajustados y blusa del mismo color, acompañada de un sujeto

de baja estatura, con el cabello pintado de rojo brillante y un rostro

de facciones afiladas (como si se tratara de un ave de rapiña), se

acercaron al enorme tipo.

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-¿Crees que papi sepa que la lindura pasa el tiempo estrellando speedsters? -preguntó la chica de rosa, siguiendo la mirada del fortachón.

-Me da asco sólo pensar en quedarme con sus créditos.- escupió el tipo rudo.

-Pues yo creo que la mujer está de infarto. Lo que daría por… -balbuceó el tipo de cabello rojo

-Hagamos que sea la última vez, entonces -interrumpió sonriendo la chica, a lo que el imponente individuo contestó con una risa burlesca.

Tessa colocó a Augusto en la línea de partida. Trish se movía

nerviosa de un lado a otro.

-Tessa… -se quejó Trish entre dientes. -Estoy tratando de concentrarme -regañó Tessa muy seria,

preparando su casco. -¡Van a matarte! -exclamó Trish agobiada. Tessa le dedicó una

mirada que reclamaba haber escuchado algo ridículo–. Bueno, van a intentarlo… -continuó Trish

-¡Muy bien todos, a la línea de partida! -exclamó Marshall por el altavoz.

-Te veo en unos minutos –se despidió Tessa, emocionada. Trish, asintió dudosa y se alejó de su amiga.

-Las reglas ya las conocen. Una carrera ida y vuelta por el túnel. El primero en regresar en una pieza a esta línea, ganará los créditos acumulados de la noche. Todos participan bajo su propio riesgo y hagan favor de recoger las partes del cuerpo que pierdan. Les desearía suerte, pero aceptémoslo, todos son unos asquerosos mal-vivientes y ninguno me agrada. Por último, si alguien se adelanta, le disparo en la nuca. ¡A mi señal!

Tessa activó su casco y sobre el vidrio de protección, diversas

medidas y datos aparecieron: desde la distancia para cualquier

impacto, el nivel de Lumen (es decir conciencia de la persona) y un

sistema de alarma por cualquier falla mecánica.

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Marshall levantó un arma de Lumen y apuntó al cielo, después

de unos segundos, donde tanto corredores como observadores

guardaron un sepulcral silencio, Marshall disparó y los competidores

salieron a gran velocidad.

Se adentraron rápidamente al túnel, que como los anuncios

habían advertido, tenía varios tramos en reparación y los

conductores tenían que evitar los constantes obstáculos que

aparecían. La luz parecía ser improvisada para la competencia, ya

que algunas partes se encontraban en completa oscuridad.

Tessa se sentía aliviada. Era el hecho de estar haciendo algo que

pocos comprendían. Era salirse del protocolo unos minutos, disfrutar

cómo la adrenalina llenaba su cuerpo. Pocas veces se sentía tan viva

como conduciendo a Augusto.

El resto de los participantes parecía experimentar lo mismo. Sus

rostros denotaban una completa liberación; esa sensación que a

veces da el romper las reglas y no temer a las consecuencias.

Entonces, Tessa notó que algo estaba sucediendo: dos de los

participantes se cerraban a sus costados con agresividad. La chica de

pantalón rosa se acercaba a su derecha y el tipo de corta estatura y

pelo rojo a su izquierda.

-¡Están demasiado cerca! -gritó Tessa, lo que desató la risa del tipo a su izquierda.

Con movimientos en zic zac, los dos sujetos trataban de

desestabilizar a Tessa, quien intentando no impactarlos, tenía que

imitar esos movimientos. Ella se dio cuenta pronto, que no la dejarían

ir mientras pudiera correr. Aceleró lo más que pudo, pero pronto le

cerraron el paso. Era especialmente difícil maniobrar en aquellas

curvas, ya que eran bastante prolongadas y los obstáculos no dejaban

de aparecer.

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Fue en ese momento que entendió hacía donde iba todo. Una

enorme pila de escombros aparecía a unos cuantos metros frente a

ellos, ambos conductores se cerraron de manera peligrosa sobre la

posición de Tessa. O chocaba con ellos o chocaba con el muro de

restos; ya no había suficiente espacio para frenar a tiempo. Cada

segundo la acercaba más al impacto y tenía que pensar en algo.

Para sorpresa de los dos provocadores, Tessa inclinó su posición

y aceleró a Augusto. La mujer de rosa y el pequeño tipo, se abrieron

apenas a tiempo para no caer ellos mismos en su trampa. Tessa, al

estar justo frente a la pila, jaló el manubrio de su speedster con

fuerza y pasó por encima de los escombros tratando de evitar

cualquier cosa que le provocara un desbalanceo. Logró caer a salvo

al otro lado de la montaña y buscó inmediatamente con la mirada a

sus agresores, quienes frustrados, se abalanzaron sobre ella con

violencia.

El final del primer tramo estaba a la vista (la otra salida del

túnel). La mujer de rosa sacó un arma de Lumen de un costado de su

speedster y apuntó a Tessa, quien al llegar al final de la línea, imitó al

resto de los competidores, poniendo un tobillo sobre el suelo y dar

una repentina media vuelta sobre su eje.

Los dos agresores la siguieron y sin perder tiempo reanudaron

la persecución. La chica apuntó nuevamente a Tessa, quién después

de sonreír, frenó súbitamente a Augusto. La histérica mujer, no pudo

detener su instinto y disparó a su compañero, el cual al caer se llevó

en carambola a otros dos competidores.

Tessa alcanzó a su atacante y se colocó justo detrás de ella,

impactando leve y repetidamente, el speedster de la mujer de rosa, la

cual, por tratar de zafarse, no reparó en la montaña de escombros y

se estrelló con fuerza. Tessa hábilmente evitó el muro de

desperdicios, mientras un gesto de preocupación apareció en su

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rostro. Obviamente no le satisfacía causar daño a otras personas,

pero a veces las personas se lo ganaban a pulso.

Ahora estaba cerca del primer lugar, se trataba de un fortachón que

daba la impresión de ser demasiado grande para su speedster, el

cual, al ver amenazada su posición, aceleró al máximo.

En la línea de meta, Trish observaba ansiosa la salida del túnel,

en espera de que su amiga apareciera. Cuando por fin pudo

vislumbrar a los competidores acercarse, su nerviosismo aumentó.

En ese momento, un ruido le hizo notar algo que le heló la sangre. Al

parecer, un enorme camión de carga había decidido ignorar también

los señalamientos y se disponía a pasar justo enfrente de la entrada

del túnel.

-Oh por dios, ¡Marshall! -gritó la joven, por lo que el extravagante sujeto dirigió su mirada hacia el tráiler y rápidamente intentó llamar la atención del conductor.

El fortachón cerraba cada intento de Tessa por rebasarlo, y de

manera peligrosa, bloqueaba el paso de Augusto poniéndose frente a

Tessa y frenando a intervalos. Se había dado cuenta de que el

speedster de la chica era mucho mejor que el suyo, era sólo cuestión

de tiempo y una maniobra afortunada para que el primer lugar le

fuera arrebatado. Era impensable perder la carrera frente a una niña

mimada. Mientras pensaba todo esto, el bravucón alzó la mirada en

busca de la meta, pero lo que vio fue algo aún mejor. Un enorme

camión estaba a punto de bloquear por completo la salida del túnel;

ahora, perder la competencia, no parecía tan mala idea.

Tessa, concentrada en obtener el primer lugar, no había

reparado en el obstáculo y movía de un lado a otro con mucha

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habilidad a Augusto. Podía sentirlo, la victoria era casi suya. Su

adrenalina subía al compás de la ansiedad por lograrlo, el ruido

ensordecedor de las máquinas desapareció, el peligro que podía

causar el arreciar su marcha, se convirtió en algo casi ridículo. El

hombre hizo un último intento por bloquearla; era inútil, sólo faltaba

un movimiento más.

Fue cuestión de un par de segundos, no pudo ser más. El

corpulento sujeto hizo una extraña jugada: salió del camino de Tessa

y dio una vuelta completa sobre su propio eje, el cual había creado

bajando su pie al asfalto. Tessa perdió instantes valiosos observando

tan rara jugada y cuando por fin postró su mirada al frente no pudo

hacer nada. No había tiempo para frenar y ni siquiera tuvo la

capacidad de reacción.

Tessa se estrelló de lleno, contra la caja de carga del monstruoso

tráiler, destruyéndola como si estuviera construida de papel. Trish

vio con horror la escena. El público miró unos segundos la montaña

de metal que había resultado del accidente. Pronto todos huían de ahí

tan rápido como sus recursos se los permitían.

El resto de los competidores salieron del túnel y escaparon por

las calles que circundaban el lugar; el fortachón y su par de

compinches, observaron complacidos lo que quedaba del tráiler e

imitaron al resto.

Marshall se acercó rápidamente a Trish y agitado, trataba de

llamar su atención.

-¡Hey, linda, debemos salir de aquí, los cerdos llegaran en unos segundos! ¡no puedes hacer nada por ella! ¡Vámonos! -gritaba sin éxito Marshall, a la vez que se alejaba y abandonaba sus esfuerzos.

Trish se acercó lentamente a donde su amiga debía estar

enterrada entre los escombros. De la parte delantera del tráiler, un

aturdido conductor que portaba un abdomen prominente, salía y

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miraba con incredulidad lo que había sucedido. Cuando el rechoncho

chofer del camión por fin juntó el valor para acercarse, casi sufre una

apoplejía al observar que una placa de maltrecho metal, era removida

sin dificultades por Tessa, la cual, decepcionada, murmuraba

improperios al aire. Con una gracia no perteneciente a alguien que se

acababa de estrellar a doscientos kilómetros por hora, Tessa se

incorporó, se quitó el casco y lo lanzó al suelo con furia.

-Tessa… -trató de decir Trish. -Ahora no, Trish… -cortó secamente Tessa. -Señorita… ¿está…? ¿está usted…? -preguntó nervioso el

incrédulo el conductor. -Perfectamente -se anticipó Tessa– Y no se preocupe, pagaré

los daños -aclaró la chica, para después sacar de sus bolsillos, algo que solía ser un celular–. Demonios… -exclamó exasperada al ver los restos de su comunicador…-. ¿Podrías…? -pidió mirando a Trish, pero ésta ya le ofrecía su teléfono.

Tessa murmuró al aparato una clave de identificación. En la

pantalla del mismo, apareció unos segundos después un hombre que

respondía amablemente la llamada; se trataba del mayordomo de la

familia Nichols: Gregorio Bustamante.

-Gregorio… necesito tu ayuda -dijo pausadamente la chica. -Claro, señorita ¿qué tipo de ayuda requiere? -contestó

presuroso el hombre.

Varias patrullas arribaron al lugar, oficiales vestidos de verde

salieron de los vehículos; unos segundos después, reporteros y una

ambulancia se unieron a la escena.

-De la más veloz que puedas darme… -pidió la chica– Esto no se va a ver bien en las noticias- exhaló para sí, una resignada Tessa.

Se bajó de uno de los muchos vehículos que poseía su poderosa

familia. Había dado la indicación al chofer de entrar por el garage,

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para así evitar a la prensa que seguramente se habría aglomerado

para entonces en la entrada principal de su mansión.

Al tomar el elevador hacia las habitaciones superiores, Tessa

había olvidado la molestia que sintió al estrellarse. Fuera de eso,

había sido, como siempre, lo más divertido de su semana. Trish

seguramente pretendería estar molesta con ella algunos días, pero

estaba segura, la acompañaría en su siguiente salida a los barrios

bajos.

El elevador se detuvo directamente en el piso principal de la

enorme casa. Tessa cruzó el pasillo que conectaba el elevador con las

docenas de habitaciones de los ostentosos aposentos. Gregorio la

esperaba al final del mismo y con la cabeza saludó a la recién llegada,

al tiempo que le entregaba una botella de agua mineral.

Gregorio era alto y corpulento, tenía casi cincuenta años, pero

definitivamente no los aparentaba. En su cabello no había una sola

cana y se encontraba engomado totalmente hacia atrás. Su rostro

demostraba facciones duras, esto sin embargo, era totalmente

contrastante con su amable y atenta personalidad.

Además de Trish, Gregorio era el único que conocía la condición

de indestructible de la que Tessa era propietaria. Un accidente que

había sufrido de niña había revelado dicha condición al mayordomo.

Le había pedido, desde entonces, guardara el secreto por ella. Temió

desde pequeña, que esto fuera un problema para participar en los

eventos deportivos que tanto disfrutaba. Así que prefería no

revelarlo por el momento.

-Siempre a tiempo, Gregorio -aseguró Tessa tomando la botella-. Te lo agradezco –agregó, guiñándole el ojo

-Es un placer como siempre, señorita, sin embargo me temo que no porto buenas noticias para darle -apuntó tranquilamente el mayordomo.

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-Eso, mi querido Gregorio, no es noticia -contestó en el mismo tono calmado, Tessa. Gregorio sonrió elegantemente.

-La prensa la ha buscada toda la noche, desean conocer su versión de los hechos. Me he tomado la libertad de aclararles que en estos momentos se encuentra conmocionada y hablará con ellos en tanto pueda recobrar la calma -comenzó Gregorio.

-Salud por eso -apuntó Tessa elevando la botella en señal de saludo y seguió su camino por el pasillo.

-Su madre, sin embargo, mucho me temo que ha insistido en que le llame tan pronto usted ponga un pie en esta casa. Obviamente es una figuración, pero creo debe responderle cuanto antes -aseveró el empleado. Tessa puso ojos en blanco y asintió pesadamente–. Su padre también ha llamado… -dijo Gregorio de forma precavida, Tessa por fin se detuvo y esperó el resto de la noticia-. Me ha pedido que le informe, ha surgido un imprevisto y deberá alargar su viaje unos días más- terminó de forma conciliadora el mayordomo.

Tessa no dijo nada. Miró al suelo y con un forzado, muy forzado

encogimiento de hombros, hizo una seña que daba entender que la

noticia no le afectaba en lo absoluto. Esto era, por supuesto, falso,

cosa que para Gregorio, era más que evidente.

Tessa reanudó su camino y abrió la puerta de su dormitorio.

-Por cierto, necesito que llames a primera hora a los ingenieros; Augusto necesita una mano -mencionó Tessa arrojándole las llaves del speedster a Gregorio.

-¿Una, señorita? -preguntó el mayordomo con aquella sonrisa que siempre había agradado a Tessa.

-Que pases buenas noches, Gregorio -finalizó Tessa devolviendo la sonrisa.

-Igualmente, señorita -respondió Gregorio inclinando la cabeza.

Tessa cerró tras de sí, la puerta de su habitación. Se quitó el traje

de una pieza y entró al cuarto de baño para ducharse.

Su dormitorio era simplemente enorme, tres veces más grande

que una casa promedio de la ciudad. Estaba casi encima del patio

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principal de la mansión. El costado oeste, era una enorme ventana

que permitía observar la metrópoli y las puestas de sol más

espectaculares. Su cama postrada del lado este, quedaba justo de

frente a una pared que era ocupado la mayor parte del tiempo, por

una enorme pantalla proyectada, en la que Tessa, podía observar uno

de los cuatrocientos canales que existían en la tierra o para realizar

videoconferencias; entre otras utilidades.

Un poblado librero, descansaba en el fondo del dormitorio, y

contenía desde los libros más especializados en negocios y relaciones

públicas (estudiaba una carrera en Administración, para ayudar a su

padre con Focus Lumen y algún día, tomar el lugar de su progenitor,

a la cabeza de la compañía) hasta clásicos de la literatura mundial.

Claro que básicamente todo el funcionamiento de la habitación

se regía con el Lumen. Incluso podía modificar detalles dependiendo

de las necesidades que el humor de Tessa requería, desde el color de

los muros, la temperatura del cuarto y el acomodo de pequeños

detalles como: pinturas, fotografías o hasta música; según el estado

de ánimo.

Tessa entró a la regadera del no menos ostentoso baño.

Rápidamente, el agua tomó la temperatura adecuada, el nivel de la

luz bajó su intensidad y especias de diferentes aromas, inundaron el

aire del lugar. Pero ni todo eso podía arrebatarle a Tessa la decepción

de, nuevamente, ser una huérfana.

Lo extraño del asunto es que no era algo nuevo, por lo que le

sorprendió el nivel de impacto, que la noticia del retraso de su padre

le había causado. Joel apenas había sido atento con ella, dentro de lo

que cabía. Notaba su inteligencia, liderazgo y veía en ella, una

prometedora heredera; en realidad ese era el problema.

Además de un cordial saludo y regalos ocasionales que estaba

segura, no habían sido nunca escogidos por el grandioso Joel Nichols,

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sino por el adorable Gregorio, su padre jamás tenía una atención para

con ella. Él dedicaba su energía, enteramente al Lumen. No era por

dinero, no, tenían el necesario para tres vidas, el poder tampoco era

algo que su padre anhelara. Era una simple y compleja fascinación

por la energía perpetua. Todo mundo hablaba de lo afortunada que

debía sentirse, al ser hija de Joel Nichols, y así se sentía, lo único que

no lograba, era hacer que su padre se sintiera afortunado de tenerla

como hija. Era su único anhelo.

Desde pequeña no había hecho otra cosa que tratar de

complacer a su padre, y en el papel, no había forma de que fallara en

eso. Las mejores notas, excelencia académica, gran deportista… todo

lo que los padres sueñan para sus hijos. Y aun así, el hombre prefería

correr por el mundo persiguiendo un conejo blanco. Ni siquiera el

hecho de que su hija estuviera en peligro le hacía volver la mirada.

Una lágrima se perdió entre las gotas que bañaban su cuerpo.

Su madre… bueno, en realidad su madre era una historia

diferente. Si no se parecieran tanto físicamente, dudaría seriamente

de su relación sanguínea. Por ella, su madre podía estar ausente el

tiempo que quisiera. No era raro que estuviera de vacaciones en

hoteles de primera clase, localizados en todo tipo de lugares exóticos

o realizando compras en alguna de la otras urbes que circundaban la

metrópoli. Incluso, cuando se hallaba en casa, prefería pasar tiempo

con sus igualmente vacías amigas. Su madre, simplemente,

pertenecía a ese grupo de personas que acababa de evitar apenas

hacía unas horas.

Desde pequeña, Tessa se preguntó cómo dos personas tan

diferentes habían terminado casadas, lo cual, era por supuesto, un

decir. No habían pasado más de dos días seguidos como familia,

desde que Tessa tenía memoria.

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Al terminar su baño, la regadera cesó de proveer agua y en

cambio, un intenso vapor llenó totalmente el lugar en unos segundos

Tessa se encontraba completamente seca y se vistió rápidamente con

una delgada y cómoda pijama que constaba de dos piezas, saco y

pantalón, las cuales tenían un estampado floral.

-Deportes, 311 -ordenó Tessa al salir del baño. En el acto, la pantalla se materializó en la habitación y sintonizó el canal requerido. Un partido de hockey sobre pista de plasma, se estaba transmitiendo. Dicho deporte compartía las reglas del hockey tradicional que se había jugado por décadas en los tiempos antes de la guerra, sólo que en vez de hielo, concreto o pasto, se jugaba sobre una pantalla que lograba una mínima fricción con los patines de cada jugador, así como con el disco de juego, permitiendo que el deporte fuera, aún más veloz que antes.

Los deportes eran la pasión de Tessa, no había duda de ello.

Entre más extremos, peligrosos y rápidos, mejor. No sólo era una

gran practicante de ellos, sino también una dedicada espectadora de

los mismos.

En ese momento un recuadro apareció en la esquina inferior

derecha de la pantalla, señalando la solicitud de una video

conferencia; la llamada provenía de Doris Nichols. Tessa exhaló con

enfado y se tomó unos segundos para maldecir su suerte.

-La tomaré aquí -apuntó Tessa, acto seguido, el partido desapareció de la pantalla y su lugar fue tomado por el recuadro de la esquina derecha inferior. Segundos después, una hermosa mujer de un parecido tremendo a Tessa, que no aparentaba más de treinta años (gracias a los milagros de la nueva cirugía estética) se adueñó de la totalidad del cuadro, con una cara que expresaba total desaprobación. Sus ojos grises, como los de su hija, no parpadeaban y miraban con fiereza a la chica en pijama. El cabello rubio platino, caía elegantemente sobre uno de los hombros de la mujer, y la piel de su

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terso rostro, se tensaba con la expresión severa que ofrecía– Hola, Madre ¿cómo va el crucero? ¿Algún iceberg a la vista? -saludó Tessa.

-Ni siquiera trates de bromear conmigo. Te juro que estás a un paso de estar castigada el resto de tu vida -aseveró Doris, visiblemente irritada.

-Madre, si te has enterado en la noticias, sabes muy bien que tienden a exagerar las cosas; es parte de su trabajo -contestó Tessa en forma de disculpa.

-Estrellaste un speedster -Bueno sí… -Contra un enorme camión de carga -Sí… -En una carrera de apuestas ilegales -Ajá… -La noche del aniversario corporativo. Detenme cuando algo de

esto suene exagerado. -Hasta ahora, todo bien -dijo Tessa, restándole importancia al

asunto. -Explícame ¿cuál es tu problema Tessa? ¿Acaso no entiendes

que esto no hace más que manchar la buena reputación y la estirpe que el nombre de nuestra familia tiene? -añadió todavía más enojada, Doris-. En cuanto regrese a casa tú y yo vamos a… -el resto de la frase fue inaudible, ya que la llamada comenzó a perderse.

-¿Madre? ¡Madre! -llamó Tessa, pero era inútil, la imagen de Doris había desaparecido y la comunicación terminó de repente. Las luces de la habitación se apagaron y en su lugar, los focos rojos de emergencia se apoderaron del cuarto. En la pantalla apareció la imagen de Gregorio, el cual tenía una expresión de angustia.- ¡Gregorio!, ¿qué sucede? -preguntó rápidamente Tessa.

-Intrusos, señorita. Un par de sujetos desconocidos han entrado. Cortaron las comunicaciones y la energía, le pido que… -Gregorio miró sobre su hombro instintivamente. Al fondo se podían observar disparos de armas de lumen y varios gritos e indicaciones de parte del cuerpo de seguridad de la casa. La videoconferencia terminó abruptamente.

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Tessa, sin perder un segundo, se movió ágilmente por encima de

su cama y de un pequeño buró colocado al lado de ésta, sacó un arma

de lumen. Colocó su índice derecho en el gatillo de la misma y la

pistola se activó al instante. Se dirigió rápidamente a la puerta de su

habitación y la abrió con cautela, empujándola con la mano izquierda

mientras apuntaba el arma con la derecha al pasillo exterior. No vio

nada ni a nadie.

-Bloquea puerta -indicó Tessa, cerrando nuevamente la puerta y se dirigió con aplomo al librero que se encontraba en el fondo de su habitación. La puerta de madera pronto se vio cubierta con un plástico que se endureció en segundos, volviéndose más firme que el acero.

Cogió un libro con pasta azul y sin título, que se encontraba justo

en la posición central del librero, lo que ocasionó que una alarma

sonara en toda la mansión. Con dicha acción, había enviado una señal

de auxilio a toda la policía de la ciudad, así como a los mercenarios

contratados por la compañía de su padre.

Un horrible estruendo le hizo volverse de inmediato, algo había

atravesado las ventanas de su habitación, lo que era francamente

imposible, ya que se trataba del cristal más reforzado que podía

conseguirse en el mundo y su cuarto estaba a varios pisos de altura.

Fue entonces cuando notó la figura de un adolescente que la miraba

con apatía. Tenía un rostro largo y delgado, su piel era ceniza en

demasía, lo cual resaltaba el negro profundo de su cabello y ojos.

Vestía una extraña armadura gris y estaba parcialmente cubierto con

una capa de un blanco impecable.

Tessa tardó unos segundos en comprender que ese escuálido

sujeto había sido aquel que atravesó el duro cristal, y en cuanto pudo

reaccionar, apuntó su arma directamente al chico.

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-¡¿Qué quieres…?! -exigió saber Tessa -Matarte -respondió el tipo, con un tono que sugería, era lo más

normal y aburrido del mundo. -¿Q… qué? ¿Por qué? ¿Quién eres? -preguntó Tessa, confundida. -Mi nombre, si debes saberlo, es Jamil. Se me ha ordenado

matarte -aseguró el chico, para después subir su mano y apuntar hacia Tessa-. Así que, si eres tan amable. Esto no debe tomar más de un par de segundos.

Un aura de color negro rodeó el cuerpo del joven. Tessa salió

rápidamente de su aturdimiento y disparó en contra de Jamil, la

descarga de Lumen impactó en él con fuerza, pero el chico no se

movió un milímetro.

Como si nada hubiera pasado, la mano del adolescente

concentró una gran cantidad de esa energía oscura, la cual un

segundo después salía disparada en dirección a Tessa. Con una

agilidad y reflejos no humanos, la chica esquivó el veloz rayo, el que a

su vez, impactó el librero y lo hizo añicos.

-Hmmm… -gruñó con enfado Jamil- quizá tarde más de lo pensado.

Tessa disparó varias veces en contra de su agresor, mientras

corría para alejarse de él. Jamil esquivaba con pereza cada rayo de

Lumen, y de un extremadamente veloz movimiento, alcanzó a Tessa y

la golpeó en el estómago. El impacto hizo que Tessa atravesara la

habitación, hasta que un muro que resultó cuarteado por el golpe,

detuvo su trayectoria. Aquello le había dolido a Tessa como nunca

otra cosa le había dolido en su vida.

Tratando de recuperar el aire, Tessa se incorporó y decidió que

sólo podía pelear con el joven y tratar de buscarle una solución a la

situación en el proceso. Aquello era difícil; nunca había conocido a

alguien más fuerte que ella.

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La chica disparó una vez más sobre Jamil, quien se acercaba con

poco interés. Tuvo que detener un breve momento su avance para

esquivar el Lumen, tiempo que Tessa utilizó para golpear el rostro

del chico, que a su vez salió disparado hacia donde estaba la cama.

Jamil, enfurecido, se reincorporó de un salto, pero Tessa ya estaba

frente a él. Trató de golpearla, pero ella hábilmente lo eludió. Tessa lo

intentó a su vez con idéntico resultado. Pronto ambos se hallaron

enfrascados en una batalla de golpear y esquivar.

Jamil, empezaba a perder la paciencia, pero pudo conectar por

fin el abdomen de Tessa con un feroz puñetazo que la hizo

retroceder, para después crear una explosión de energía oscura a su

alrededor, lo que derribó instantáneamente a la joven. Ella, no sin

muchas dificultades, se puso de pie y trató de analizar rápidamente

aquel embrollo. ¡Ese chico había expulsado energía de su cuerpo!

Además Entendió que se enfrentaba a un sujeto mucho más fuerte

que ella, y no había forma de que pudiera vencerlo. Sólo podía tratar

de escapar, pero la puerta estaba sellada, y perder tiempo en abrirla

con un código de seguridad, podía resultar fatal. Sólo quedaba una

opción.

-¡Rociadores! -gritó Tessa.

Del techo de la habitación, salieron pequeños aspersores que

rociaron agua en todo el cuarto, dificultando la visibilidad a más de

un metro de distancia. Acto seguido, Tessa lanzó el arma a Jamil, la

cual estalló al entrar en contacto con la piel del agresor, lo que lo

distrajo unos momentos. Es todo lo que Tessa necesitaba.

Sin dar tiempo a nada, dio media vuelta hacia las ventanas, y

utilizando el agujero que su enemigo había hecho minutos atrás, se

lanzó al vacío de cinco enormes pisos de altura, antes de poder

siquiera titubear.

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Mientras caía, Tessa tuvo una vista general de los patios de la

mansión. Decenas de guardias yacían inconscientes (“o incluso

muertos”, pensó con terror la chica) en el césped. Aterrizó sobre sus

dos pies y dio una vuelta hacia el frente, tratando de equilibrarse sin

mucho éxito y cayendo pesadamente sobre su estómago. Eso también

le había dolido; mucho.

Recuperándose rápidamente del impacto, se puso de pie y miró

hacia la ventana de donde acababa de lanzarse, no había nadie.

“Probablemente trató de salir por la puerta”, se dijo a sí misma.

-Aquí abajo -avisó una perezosa voz.

Tessa no lo podía creer, frente a ella estaba Jamil.

Definitivamente no tenía el aspecto de alguien que había saltado más

de doce metros de altura. Ella dio varios pasos hacia atrás,

prácticamente resignada a su suerte. De pronto, chocó con algo que

parecía ser un muro de concreto.

Al darse la media vuelta, se encontró con un sonriente y enorme

sujeto de piel tan oscura como la noche que los rodeaba, quien con

toda crueldad, la tomó de los cabellos con una fuerza que hizo gritar a

la chica.

-Ya mátala -ordenó sin interés, Jamil.

El oscuro individuo, levantó su brazo libre, y más de aquella

energía negra, lo envolvió al instante. Tessa ya sólo aguardaba el

momento, cerró los ojos y esperó.

Un grito le hizo abrirlos de nuevo.

Algo que parecía ser una flecha envuelta por luz, había

atravesado el hombro de su captor. Segundos después era libre de él.

Jamil disparaba más de la energía negra, a alguien que Tessa no

alcanzaba a ver. De repente, una lluvia de flechas luminosas cayó

sobre Jamil, el cual las evitaba con dificultad.

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El chico decidió terminar con todo, y juntando una especial carga

de energía, atacó a Tessa, que esta vez no tuvo los reflejos para

esquivar. El impacto le dio de lleno y de repente, todo se volvió

oscuro.

El silencio reinó y una enorme paz invadió su cuerpo. Después,

sólo frío, nada más.

“Así que… así se siente la muerte” pensó. Y luego cayó en un

profundo sueño.

Otra vez era de mañana. Era fácil adivinarlo, a pesar de

que su pequeña, muy pequeña habitación, no tuviera ventana alguna,

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ya que más de una docena de pantallas aparecieron de la nada y

dieron las noticias matutinas apresuradamente. Toda su vida se

había despertado de esa manera. Así que, sin duda, era de mañana.

Con gran enfado, salió de su también diminuta cama. En el acto,

un pequeño robot que flotaba a centímetros del suelo, se dirigió a él y

torpemente trataba de colocar un par de pantuflas en los pies del

recién despertado.

-Pi, déjalo; yo puedo hacerlo -exclamó el adormilado chico- Ten listo el desayuno ¿quieres?

El pequeño robot, tenía como rostro una pantalla que

aparentaba facciones y éstas a su vez emociones. Un par de brazos

metálicos le ayudaban en sus tareas, los cuales contaban con pinzas

que hacían de manos y dedos. Su cubierta era de un metal bastante

resistente y de color plateado reflejante. Dos turbinas de un diámetro

no mayor a 3 centímetros cada una, le ayudaban a flotar en el aire. El

curioso mayordomo emitió un par de graciosos sonidos y salió de la

habitación

Abruptamente, las pantallas dejaron de emitir las noticias, y el

rostro de un sujeto con cara de pocos amigos y cabello

extremadamente gris, tomó su lugar.

Rápida y torpemente, el chico se puso de pie.

-Kira, necesito los análisis de los procesadores de última generación que llegaron ayer. Trata de apegarte a los formatos; no analices nada que no te pidan ¿entiendes? -exigió el individuo de cabello gris, con una voz que hacía juego con su rostro.

-S…sí señor, sólo que a veces las especificaciones, no son tan exactas co…como uno desearía, lo que hace pensar a uno que la palabra “especificaciones” no es tan específica para esa situación. Lo q…que yo digo es que basándonos en las variables que pudieran ocurrir por elementos poco confiables como…

-Kira… -interrumpió con enfado el rostro de las pantallas.

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-¿Sí, señor? -preguntó un nervioso Kira -Apégate al formato -determinó secamente el hombre, al

tiempo que desaparecía -Sí, señor- aceptó Kira, resignado.

Kira era el prototipo ideal de un nerd. Sólo que cientos de veces

más inteligente. Había sido el primero de su clase, en una clase de

superdotados; podía resolver problemas y acertijos matemáticos, por

demás complicados, con sólo pensar en ellos por unos segundos. El

chico de diecinueve años, físicamente, resultaba peculiar a la vista. Su

cabello completamente lacio y cortado en una marcada forma de

hongo, hacía marco a su rostro poseedor de facciones de orientales,

probablemente la antigua raza japonesa, de la cual quedaban sólo

contados vestigios mestizos en todo el mundo. Su piel de tonalidad

amarilla cubría su delgado y no muy alto cuerpo. Sus ojos

notablemente rasgados, eran un color oscuro, y su nariz terminaba

graciosamente apuntando hacia arriba. Por último, en el hombro

derecho, una cicatriz con forma de llama y una estrella fugaz

entrecruzados, parecían tenerlo marcado con una especie de registro

o código de barras.

Rápidamente, sacó de un estrecho closet la vestimenta que

usaría el resto del día, compuesta por unas bermudas tipo militar y

de verde pasto, unas botas de uso rudo, una playera blanca de

mangas largas y cuello cerrado y un chaleco con múltiples bolsillos.

Una vez vestido, bajó el par de escalones que lo separaban de la sala y

se dirigió a la cocina (ambas habitaciones apenas un poco más

grandes que su cuarto) en donde sus tutores (un hombre alto,

maduro y elegantemente vestido y una mujer con apariencia sumisa

y ataviada con un sencillo pero hermoso vestido) ya estaban

tomando su propio desayuno en una mesa de aluminio que apenas

podía albergar a cuatro personas.

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-Buenos días, Kira -saludó atentamente el hombre, mientras levantaba la vista de una tabla holográfica que mostraba noticias y acontecimientos mundiales.

-Buenos días -respondió de forma respetuosa Kira. -Kira -apuntó la dama con timidez- no olvides que esta noche

debemos acudir a la junta de integración para familias compuestas. Mucho temo que el instructor no tolerará una ausencia más de tu parte.

-Lo sé… -resopló resignado, Kira- ahí estaré.

Pi apareció de la nada cargando velozmente un plato servido

con un par de huevos y algunas tiras de tocino.

-Quería prepararte algo más nutritivo, pero Pi no me lo ha permitido -dijo con un tono de reclamo la señora, observando de reojo al pequeño robot.

-Está bien -afirmó Kira con una sonrisa, a la vez que tomaba su plato-, esto servirá.

El desayuno transcurrió tranquilo y casi en total silencio (sólo

interrumpido por aisladas preguntas casuales sobre el trabajo y las

noticias) como casi siempre sucedía. Kira y sus tutores no eran para

nada un espécimen típico de familia. A decir verdad, no eran un

espécimen típico de personas.

Los tres, como muchas otras personas en esos tiempos, habían

sido gestados de forma “in Vitro”; dicho de otra manera, algunos

científicos habían tomado un óvulo y un espermatozoide

previamente seleccionados (pertenecientes a personas con

características anteriormente ubicadas) y los unieron dentro de

laboratorios propiedad de la empresa Focus Lumen, para crear la

fuerza de trabajo perfecta. No sólo se daban a la tarea de escoger a

personas con habilidades y particularidades especiales, sino que

también contaban con la singular destreza de manipular

genéticamente a una persona antes de nacer. La marca en el hombro

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de Kira, (señal que compartían todas las personas in vitro) era un

sello que Focus Lumen, utilizaba como etiqueta.

Una vez terminado el proceso de los nueves meses, acomodaban

al recién nacido en una familia de personas genéticamente creadas

(ya que dentro de esos cambios impuestos, los trabajadores de Focus

Lumen insertaban una cláusula biológica en ellos, que sólo les

permitía sentirse atraídos por otras personas “In Vitro”) y los

educaban paso a paso, para ser una familia feliz.

En el caso singular de ésta, bueno, no eran infelices, a decir

verdad la vida era bastante armoniosa, pero como en cualquier otra

situación (menos bizarra, incluso), la felicidad no era algo que se

podía manipular. Simplemente pasaban los días sin mayor

contratiempo.

Nacían, crecían, envejecían y morían. Punto.

En realidad, ese era el problema. En la cabeza de Kira, no podía

concebirse una vida de tortuosa rutina; simplemente no era natural.

Joseph y Alexandra (sus tutores) siempre habían sido amables con él

y nunca le había faltado nada, excepto por las emociones que sentía,

el mundo podía ofrecer. Por eso amaba ver las noticias, imaginarse el

resto del mundo. Soñar que quizá algún día lo recorrería.

Terminado el desayuno, Kira tomó de un cubículo en la sala, una

mochila que se colgó de lado, llamó de un silbido a Pi, (quien entró

ágilmente en la mochila) y salió de la casa, despidiéndose con un

simple “Hasta luego” de sus tutores.

Centenares de hogares, similares al suyo, constituían el

condominio donde Kira y el resto de los “in Vitro” vivían. Filas

interminables de puertas frontales idénticas desfilaban a cada

costado del joven, mientras éste, con una velocidad por demás

impresionante, corría calle abajo para dirigirse al trabajo.

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Las personas que veían por primera vez, correr a aquél escuálido

muchacho, no podían más que observar boquiabiertos. Hacía mucho

que las olimpiadas habían dejado de celebrarse, pero si aún

existieran, el muchacho sería un serio candidato al oro.

Kira no tardó en salir de esa colonia y en pocos minutos ya se

encontraba recorriendo las calles comerciales de Oppidum Lux.

Pequeños y medianos establecimientos ofrecían a la gente lo último

en tecnología, juguetes y ropa. Valiéndose de atractivos anuncios

multicolores holográficos e incluso con fuegos artificiales miniatura,

trataban de llamar la atención de cualquier potencial cliente. En

algunas entradas de los negocios, se habían colocado cascadas

compuestas de cientos de pequeñas bolas de cristal, las cuales en

conjunto, componían imágenes de la persona más cercana a ellas,

proyectando ilusiones del posible comprador, utilizando felizmente

el producto.

También los vendedores ambulantes, quienes en su mayoría

ofrecían juguetes de dudosa calidad, hacían su lucha en aquel

congestionado lugar. Los niños más pequeños, maravillados por el

movimiento de pequeños robots multicolores, así como naves en

miniatura y representaciones diminutas de los animales más

exóticos, llamaban a sus padres tratando de lograr que estos, les

compraran los llamativos artefactos.

Dejando atrás esa zona, Kira llegó al centro de la metrópoli.

Edificios de enorme tamaño, se levantaban imponentes en cada calle.

Todo estaba impecable, tan limpio y espectacular como desde el

primer día que había quedado construido Oppidum Lux. Ya ahí, se

veía obligado a caminar (lo que resultaba una tortura para él, debido

a su afición por correr a toda velocidad) puesto que las aceras

estaban atestadas de personas vestidas de traje y sumergidas en su

propio mundo, lo que entorpecía el paso. Algunos hablaban

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permanentemente por sus comunicadores satelitales, otros

simplemente veían al frente, preocupados por sus asuntos

personales.

Al fin, llegó a su destino.

El enorme edificio de Focus Lumen sobrepasaba con creces, a

cualquiera de las construcciones a su alrededor. Era un monstruo de

acero y cristal y su diseño estaba inspirado en el ya extinto, Empire

state. Fuentes danzantes recibían a los empleados y clientes, con

espectaculares movimientos; casi como si el agua contara con vida.

Al entrar al gigantesco recibidor de la propiedad, notó que

sucedía algo extraño. Las personas miraban con atención las decenas

de pantallas que estaban colocadas alrededor de la recepción.

Algunos, incrédulos, veían a una mujer narrando una, al parecer,

importante primicia. Otros, que Kira reconocía como sus superiores,

hablaban alarmados entre sí, y daban indicaciones apresuradas a sus

subordinados.

Llamado por la curiosidad, se acercó a uno de los compañeros

con los que tenía mayor contacto (un hombre con poco cabello y traje

de colores extravagantes) para preguntarle, qué es lo que sucedía.

-¿Es qué no lo sabes? –se asombró el hombre, claramente emocionado por ser quien le contaría las nuevas- pero si tú nunca te pierdes las noticias. En fin, ¡es algo gigantesco! ¡Tessa Nichols ha sido secuestrada!

-¿Qué…cosa? -preguntó un incrédulo y consternado Kira… “Esto no es precisamente bueno” pensó el chico.

-Sí, al parecer un par de hombres entraron a su mansión y se la llevaron, ¿entiendes eso? ¡Dos hombres solamente! -aclaró el indiscreto tipo del traje chistoso; había algo de emoción en su voz.

Kira no quiso quedarse a escuchar más. Estaban en problemas, él

y el resto de su equipo. Eran los encargados de darle mantenimiento

al sistema de seguridad de la mansión Nichols; peor aún, eran los

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creadores de dicho sistema. Incluso en un par de ocasiones se había

topado con la bella chica, mientras instalaba actualizaciones en el

sistema operativo.

Tomó rumbo rápidamente a los ascensores, que para su suerte

se encontraban vacíos (así que pudo decir dos o tres maldiciones, una

vez dentro) y dio un comando de voz, para dirigirse a la parte

subterránea del edificio. Cuando el elevador llegó a su destino, Kira

avanzó por un pequeño túnel de cristal y balbuceó un código de

acceso, lo que abrió de forma automática, la entrada a los

laboratorios al final del pasillo.

Cientos de aparatos aun sin terminar, yacían en decenas de

mesas de cristal reforzado. Computadoras de pantallas holográficas,

mostraban datos, que para una persona común, sería lo mismo que

leer jeroglíficos. Todos sus compañeros veían con angustiada

atención, una pantalla que daba la misma noticia que Kira acababa de

recibir.

Un chico de la misma edad aparente de Kira, (delgado con

cabello largo y desaliñado, facciones cadavéricas, piel que pedía a

gritos un bronceado y una bata manchada con diversas sustancias) se

acercó presuroso a Kira, cuando notó su presencia.

-El director se acaba de enterar. Está furioso, Kira. Dio la orden de que no nos movamos; viene para acá -anunció el chico. Kira asintió muy nervioso y tragó lentamente algo de saliva-. La buena noticia es que parece haber olvidado los procesadores -dijo riendo nerviosamente el muchacho. Kira le lanzó una “no-es-gracioso” mirada-. S…sí, lo siento –se disculpó el desaliñado muchacho.

Segundos después, el mismo hombre canoso que había hablado

con Kira por la mañana a través de las pantallas, entraba con paso

acelerado. Los trabajadores congelados y en expectativa, miraron a

su superior avanzar.

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Kira pudo notar que en el rostro del hombre, no existía una

expresión de molestia, sino de profunda preocupación. Esto, al

parecer, no pasó desapercibido para el resto del equipo, quienes

ahora intercambiaban miradas de perplejidad. Le tomó unos

momentos al recién llegado, articular palabras para lo que tenía que

decir.

-Las autoridades nos están acusando de complicidad en el secuestro de la señorita Nichols. Estarán aquí en unos minutos- Advirtió el hombre.

Todos en el salón se quedaron mudos, como tratando de

descifrar aquellas palabras. Tenía que ser una broma.

-Por favor, saquen toda la información que tengamos sobre el sistema de seguridad. Absolutamente toda. En estos casos, es mejor ser transparentes -concluyó el sujeto, desesperanzado.

Después de mirar atónitos un largo rato, todos se pusieron a

trabajar. Kira se dirigió entonces a su cubículo.

-Kira, tú no. Por favor, acompáñame- pidió el superior.

Compartiendo una mirada de angustia con su desaliñado amigo,

Kira siguió al jefe. No dijo nada mientras ambos caminaban por la

salida de emergencia del laboratorio, la cual se encontraba al final de

la habitación y conducía hacia un pasillo largo iluminado por un par

de barras de Lumen. Al llegar al fondo, el hombre mayor, dio un

comando de voz, y una puerta se materializó. Ambos la cruzaron. La

salida daba hacia un pequeño parque a sólo una cuadra del edificio

principal de la compañía. Las sorpresas no terminarían ahí.

Kira no daba crédito a lo que veía. Sus tutores los esperaban

preocupados, en dicho parque. Se volvió hacia el hombre canoso.

-Señor, no entiendo… yo… ¿qué está pasando? -Kira, debes ir con tus tutores, ellos saben qué hacer y te

pondrán a salvo.

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-P…pero, ¿por esas acusaciones…? Vamos, es decir, es ridículo. No pueden acusarnos de eso y ¿qué pasará con los demás? -tartamudeó Kira, cada vez más confundido.

-Sé que es completamente ridículo. En realidad, no tiene sentido. Es por eso debes salir de aquí; no deben atraparte -explicó el hombre.

-¿Cómo dic…?

Una llamada de atención y varios gritos provenientes del pasillo,

anunciaban que el tiempo se terminaba.

-Lo lamento, Kira. Ojalá pudiera decirte más. Joseph, Alexandra –se había dirigido a los tutores a manera de despedida y dio media vuelta para reingresar, sellando la puerta tras de sí.

Sin saber que decir, Kira se dejó arrastrar por sus tutores hasta

alcanzar un auto rojo convertible. Cuando los tres se hubieron subido

a la máquina, ésta se elevó medio metro del piso con un rugido y

avanzó con furia.

-Sal de la avenida, nos van a ver -indicó Alexandra, mientras buscaba algo en la guantera.

-¡Muy tarde! -gritó Joseph, al tiempo que aceleraba.

Kira se sostuvo fuertemente de donde pudo, mientras su

transporte evadía con destreza al resto de los autos flotantes y

speedsters que se cruzaban en su camino. Se dio media vuelta para

descubrir a que se refería Joseph. Un par de veloces patrullas, los

seguían a unos doscientos metros de distancia.

-¡¿Por qué no te detienes?! -gritó Kira, alarmado, buscando la mirada de Joseph, la cual estaba clavada en el retrovisor observando a sus perseguidores.

-¡No voy a poder perderlos, tienes que ahuyentarlos! -gritó Joseph a Alexandra, ignorando por completo a Kira.

-Me parece perfecto -respondió la tutora y acto seguido sacó una gran pistola de la guantera, y se dio la media vuelta, para apuntar

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hacia las patrullas-. Cúbrete, cariño -le pidió a Kira, quien miró la escena con ojos desorbitados.

-¡Oh por dios! -fue lo único que alcanzó a decir Kira antes de que Alexandra disparara un potente rayo de Lumen.

Una de las patrullas evitó apenas el disparo, pero la segunda no

tuvo tanta suerte y fue impactada de frente, ocasionando que se

estrellara con un enorme autobús de personal. Para entonces ya eran

varios los perseguidores. Algunos de ellos incluso respondían los

ataques con ráfagas de sus propias armas. Kira, en un absurdo

intento de protegerse, se había refugiado casi debajo de los asientos,

cubriéndose la cabeza con los brazos; loco de pánico.

-¡¿Qué diablos pasa con todos ustedes?! –exclamaba Kira a todo pulmón, perdiendo cada vez más la compostura- ¡Deténganse!

-¡No vamos a llegar, son cinco kilómetros a la salida!- bramó Joseph.

-¡Tenemos que llegar! -respondió Alexandra mientras seguía disparando.

Kira estaba fuera de sí. Podía escuchar los disparos pasando a

unos centímetros de él, mientras su pacífica tutora disparaba contra

la policía. Fue cuando entendió que era a él a quien perseguían los

uniformados. Por alguna extraña razón pensaban que era el culpable

del secuestro; quizá alguien lo había delatado falsamente para salvar

el cuello.

Pero eso no era un problema, a final de cuentas, jamás podrían

encontrar nada. Él no tenía ni idea de quién había secuestrado a la

señorita Tessa, lo declararían inocente tarde o temprano. Así que no

se explicaba el comportamiento de sus dos protectores, quienes

peleaban con ahínco en contra de las autoridades. Definitivamente

ellos sabían algo que él no. ¿Y si alguien había plantado evidencia en

contra suya? Pero eso era ridículo, ¿quién se molestaría en arruinar

su vida? No era nadie, jamás había hecho algo importante.

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El auto dio un giro repentino, obligando a Kira a salir de su

escondite. Se percató de que estaban ya casi a las afueras de la ciudad

y circulaban a gran velocidad en los barrios bajos de la misma. La

policía se acercaba peligrosamente a ellos.

-Te tengo -dijo para sí misma Alexandra, que se preparaba para disparar una vez más.

-¡No! -gritó Kira y acto seguido se abalanzó sobre el arma, logrando que ésta cayera de las manos de su tutora y se perdiera en la acera.

-¡¿Por qué hiciste eso?! -exclamó molesta Alexandra. -¡¿Yo?! ¡Tú eres la que dispara a la policía! -¡Abajo! -gritó Joseph. Kira miró sobre su hombro y notó con

horror, cómo una nave de asalto se acercaba a ellos y a varios de sus tripulantes, apuntándoles con armas aturdidoras.

Alexandra se pasó al asiento de atrás de un ágil movimiento y

jaló a un paralizado Kira hacia el piso del auto.

-Escucha, ¡Escúchame! -pidió Alexandra tratando de llamar la, por demás distraída atención del chico-. Esos sujetos vienen por ti y no van a ser amables al respecto. Lo único que les interesa es cumplir las órdenes de alguien que sabe lo que representas.

-¿Represento? Todo esto, ¿no es por el secuestro? -preguntó un perdido Kira.

-Claro que no, eso sería ridículo -contestó Alexandra -¡¿Eso sería lo ridículo?! –exclamó incrédulo, Kira. -Te quieren porque eres una de las personas más valiosas en el

mundo; una maravilla entre la gente. -¿Maravilla? -cuestionó Kira; seguro de que no se refería a él. -Joseph y yo somos parte de un grupo que por siglos ha

protegido un secreto, generación tras generación. Según nuestras creencias, un día nacerían chicos con la capacidad de manipular la energía perpetua a su antojo, capaces de transformar al mundo y con la única obligación de salvarlo de su destrucción. Se dice que ellos son lo único que nos separa de la oscuridad. Kira, eres uno de esos

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chicos- explicó Alexandra, mientras Joseph esquivaba con dificultad disparos provenientes de la nave.

-Q…que yo…- tartamudeó Kira -Hace 21 años se nos informó que uno de las personas que

habíamos estado esperando, había nacido vía in Vitro. Por un momento no creímos que eso fuera posible, pero la organización no podía arriesgarse, así que, no sin muchas dificultades, nos infiltramos en la comunidad in Vitro, encargándonos de ser nombrados los tutores del chico, para así monitorear su crecimiento y verificar que en efecto, era uno de ellos.

-¡¿Organización?!

El auto pronto abandonó la civilización y ahora conducían por

un camino rodeado de árboles y vegetación espesa. Incluso el sol

pareció eclipsarse una vez que se adentraron en el bosque. Habían

logrado perder a algunas patrullas y la nave de asalto no parecía

poder seguirlos por aquél lugar. Joseph empezó a sentir que podían

lograrlo.

-Habíamos llegado a pensar, que todo había resultado una falsa pista –continuó Alexandra- Pues además de ciertos atributos, no parecías un ser fuera de lo común, sin embargo, no podíamos confiarnos, así que continuamos con nuestra farsa. Todo parecía estar perfectamente normal. Hasta que…

-¿Sí? -preguntó Kira, aun tratando de decidir si todo aquello era real.

-Hasta que, apenas hace unas semanas, nos informaron desde la organización, que algo había cambiado. Energía que no pertenecía a este mundo, estaba cambiando el balance de las cosas. La última vez que eso había sucedido fue…

-En el colapso… -adivinó Kira. -Exacto. Aún con dicho dato, no queríamos cambiar tu vida de

repente, así que decidimos tomarlo con calma y observar como sucedían las cosas. Ésta mañana, sin embargo, Jared, tu superior, nos ha informado que la policía había extendido una ridícula orden de

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arresto en tu contra, acusándote del secuestro de Tessa Nichols. Sí, Jared está con nosotros –aseguró Alexandra, cuando Kira frunció el ceño-. Fue ahí cuando comprendimos que alguien te estaba buscando; alguien poderoso. Eso era prueba suficiente para nosotros; eres uno de los elegidos.

-¿Poderoso? No lo entiendo, ¡¿De quién rayos hablas?! ¡¿Qué es esta organización que tanto mencionas?!

Al pasar por un claro del frondoso bosque, Joseph tuvo que girar

el auto intempestivamente; la nave los había encontrado y se las

ingenió para cerrarles el paso. El convertible rojo no pudo evitar

chocar con una par de árboles y perdió el balance, varios metros

adelante. De pronto Kira y los demás, se encontraban de cabeza y con

toneladas de acero a punto de aplastarlos sin misericordia.

Casi sin pensarlo y con una velocidad fuera de lo común, Kira

recuperó la vertical, tomó de los brazos a sus tutores, y los sacó del

automóvil antes de que éste se hiciera añicos entre dos gruesos

troncos. Al caer con un equilibrio perfecto sobre sus dos pies, Kira

apenas si comprendía lo que acababa de suceder.

Joseph, sin perder tiempo, se dirigió a los restos de su vehículo y

sacó, no sin bastante esfuerzo, una mochila, de la cual a su vez,

sustrajo un par de armas de Lumen. Alexandra jaló a Kira para buscar

protección detrás de unas gigantescas rocas a unos pasos de ellos.

Joseph los alcanzó y le entregó a su esposa una de las armas. En

segundos, disparaban en contra de los mercenarios que se dirigían a

ellos. Estos a su vez, buscaron refugio a los alrededores y respondían

el fuego.

-Kira, debes seguir. Nosotros los vamos a detener lo más que podamos aquí. Eres tú quien importa -dijo con aplomo, Joseph.

-¿Qué? ¡Claro que no! No voy a dejarlos aquí solos. -¡No seas estúpido! -gritó Joseph. Kira no pudo evitar alejarse

unos centímetros. Nunca había escuchado a su tutor hablarle de esa

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manera-. Esto no es un juego; esos tipos vienen por ti, si te atrapan, no sabemos qué puedan hacerte. No conocemos sus intenciones para contigo. Eres demasiado importante, ¿qué no lo entiendes? -aclaró Joseph mientras seguía disparando Lumen a todo uniformado.

-P…pero -balbuceó Kira. ¿Cómo se supone que podría entenderlo?

-Escucha, cariño -insistió Alexandra-, toda nuestra vida, tuvo como misión protegerte, es para lo único que nosotros y nuestros antecesores hemos vivido. Si te atrapan, habremos fallado. Debes huir.

-Y…yo, no sé a dónde ir. -Sigue este sendero, continúa hasta encontrar un río y camina

hacia el sentido de la corriente. Encontrarás una cueva, casi al lado de la cascada, espera ahí, alguien irá a buscarte -explicó Alexandra, poniéndole una mano en la mejilla, como solía hacerlo cuando Kira era un niño- estamos tan orgullosos de ti… Ahora ve, nosotros te cubriremos.

-P…pero -Ve hijo y cuida al mundo ¿quieres? -pidió con una paternal

sonrisa, Joseph.

Kira entendió que todo aquello era verdad, que sus tutores no le

mentían y que sus deseos, más allá de cualquier cosa, eran que él

estuviera a salvo. Casi como unos verdaderos padres.

Asintiendo, y sin mirar atrás, corrió por el sendero, dejando a

sus protectores hacer lo que siempre hacían: velar por él. Con su

característica velocidad, pasaron pocos segundos antes de que sólo

pudiera escuchar los sonidos del bosque. Ni un solo disparo,

explosión o grito. Sólo el viento, las aves y los insectos. Con la mente

hecha un desastre, corrió lo más rápido que pudo, como si aquello le

distrajera de su enigmático destino.

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Bajó su velocidad cuando pudo escuchar el correr del río. La

vegetación ya no era tan gruesa en aquel lugar, incluso alrededor de

él, sólo contados troncos eran más anchos que alguna de sus piernas.

Al llegar al río, se arrodilló y tomó un poco de agua entre sus

manos, para lavarse lentamente la cara. Entonces no pudo evitarlo

más y en la soledad de aquél lugar, el único sonido humano, fue el de

sus sollozos.

Le tomó varios minutos recuperarse de la impresión, después se

recordó a sí mismo, los deseos de tutores… “de mis padres” pensó. Se

levantó con un gran esfuerzo y corrió río abajo. En el camino se dijo a

sí mismo que debía cuidarse; no permitiría que el sacrificio de sus

padres fuera en vano. Así que, cambió el sopor por el cuidado, y

siempre estuvo alerta.

Las montañas fueron tomando posesión de los alrededores,

haciendo aun más grande la sensación de estar atrapado. Cuando

Kira comenzaba a preguntarse si Alexandra le había dado las

indicaciones correctas, lo vio. Justo a unos pasos frente a él, el río

desaparecía y se precipitaba y a la izquierda de la cascada, la entrada

de una enorme cueva le esperaba.

El interior era húmedo y oscuro, casi como si el lugar se tragara

la poca luz que lograba entrar, y Kira apenas podía ver sus pasos a

dos metros a lo profundo. Pero sin duda era lo mejor tomando en

cuenta su situación.

Caminó lo suficiente para hundirse en las tinieblas y esperar.

Pensó en ese momento que quizá la persona que lo guiaría en lo que

fuera que tuviera que hacer, podría ya estar esperándolo en el

tenebroso lugar, así que bramó un tímido “Hola” y esperó unos

segundos. Sin embargo no obtuvo respuesta y decidió desplomarse a

esperar.

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Las dudas se apoderaron de su cabeza. Toda su vida había sido

una farsa. Es verdad que había deseado un cambio en su aburrida y

monótona existencia, pero había tenido en mente un simple viaje a

lugares exóticos. En realidad una persecución policiaca, se salía de los

parámetros aceptables.

Alexandra, Joseph, y quizá cientos de personas más, habían

estado esperando su nacimiento y contemplado su crecimiento. Toda

su vida creyó que era poco menos que intrascendente y ahora

resultaba que era el salvador del mundo. Y ¿A qué se referían con

eso? ¿Cómo alguien tan… común, podía significar tanto para otras

personas?

Decidió revisar su inventario, a la espera de que algo en su

mochila pudiera serle de utilidad para su situación actual. Al

momento de abrir el cierre, Pi salió disparado del interior pitando

con sonidos de inconformidad. Al parecer no la había llevado muy

bien ahí adentro. De sus costados, un par de linternas se abrieron

para iluminar el lugar, Kira agradeció con una sonrisa el gesto y

siguió examinando los objetos que tenía a la mano. Dos barras de

avena energética, un calentador a base de lumen, un libro a medio

leer y sus pastillas para la ansiedad. Es decir, lo único realmente útil,

era Pi.

Pasaban las horas y el único cambio alrededor era la lluvia que

se había desatado. Pi trataba de alcanzar una pequeña mariposa que

se había refugiado del monzón en la cueva y Kira lo observaba jugar

más por mantenerse ocupado que por verdadero interés. Trataba de

no pensar en lo obviamente estúpido de su situación. Claro que nadie

iba a ir por él. ¿Quién en su sano juicio se expondría a semejante

tormenta sólo por buscarlo en un lugar tan remoto como aquél?

Y de la desesperanza, pasó al enojo. Enojado con sus tutores, por

dejarlo tan solo, enojado con sus perseguidores, por acorralarlo ahí.

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Enojado consigo mismo, por nunca haber sospechado nada, por no

tener el carácter suficiente como para saber qué hacer en esos

momentos. La lluvia se detuvo, y su dolor también. Solamente yacía

ahí, sin pensar ni sentir. Pi, preocupado, flotaba a su alrededor

tratando de llamar su atención.

El sueño comenzó a llenar su cuerpo. Pronto, todo parecía estar

en otra dimensión. Entre sueños creyó ver una enorme sombra que lo

cubría. Se sentía en esos momentos, flotar incorpóreo. El aire cambió,

la temperatura no era la misma y todo desapareció.

Dormía plácidamente y en esos momentos, soñaba que estaba de

viaje, en algún lugar exótico gozando de aventuras más allá de su

vasta imaginación.

Gabriel había salido intempestivamente y Equímides

permanecía sentado, con los pies cruzados y los ojos cerrados. El

hecho de que cada diez segundos el cadavérico sujeto exhalara con

un irritante silbido, era lo único que le advertía a David, que el

hombre seguía con vida; aún así, de cuando en cuando sentía la

necesidad de abofetearlo para estar seguro.

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Después de la burda presentación que el “agresor” catalogó

como un saludo (además el hombre aseguró ser un oráculo, con la

habilidad de ver el pasado y ciertas partes del futuro) Equímides los

había transportado a lo que parecía ser, un templo subterráneo. Sólo

se podía llegar a él, entrando por una abertura de varios metros de

profundidad en uno de los cañones ocasionados por el colapso y que

había dividido al antiguo continente europeo, prácticamente a la

mitad.

El recién conocido (para David, porque Gabriel y Equímides ya

se habían cruzado tiempo atrás, en la guerra del colapso), les explicó

que ese lugar tenía más años de lo que incluso él, podía vislumbrar

(palabra que hizo que David se rascase la cabeza, confundido) y que

había servido como refugio para diversas sectas que conocían el

Lumen, hacía ya, varios siglos antes de que la guerra por la energía

perpetua, siquiera comenzara.

Una vez que se lograba llegar al templo, un enorme salón hacía

de recibidor. Grandes columnas soportaban las toneladas de piedra

que de otra manera, aplastarían toda la construcción. El piso estaba

compuesto de enormes losas de concreto, las cuales tenían signos

extraños que Equímides había descrito, como un viejo dialecto

muerto. Al fondo de la enorme habitación, se podía admirar un fresco

de varios metros cuadrados. En él, se representaba a cuatro

guerreros en posición de batalla, esperando que una decena de

criaturas similares a los llamados “Parac-tos”, los atacaran. La escena

estaba dividida en dos ambientes, uno de luz y otro de oscuridad.

Justo en medio y en la parte más alta del muro, dos grandes espíritus

alados, eran testigos silentes de la naciente batalla. Los colores

habían sido en algún momento, vivos y agresivos, hoy eran sólo tonos

deslavados por el tiempo y los elementos.

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A cada costado del salón, había una puerta de enormes

proporciones. Ambas tenían grabados símbolos parecidos a los del

suelo, y estaban hechas de madera gruesa y resistente. La de la

izquierda conducía a un largo pasillo que parecía más un túnel

minero con antiguos jeroglíficos y réplicas en miniatura de las

columnas del cuarto anterior. El pasillo comunicaba a una pequeña

sala de estar, arreglada de forma irregular, con muebles que quizá en

algún momento fueron elegantes, una chimenea de grandes

proporciones y una mesa de centro un poco más contemporánea. En

realidad ese lugar funcionaba más como estancia común, ya que en

uno de los costados, unas escaleras dirigían a puertas colocadas en

niveles superiores. Casi una docena de esos cuartos, hacían parecer

un gigantesco panal a aquella habitación cuando se le miraba desde

abajo. También, al fondo, se encontraba la entrada a lo que daba la

impresión de ser una cocina con utensilios por demás arcaicos, que

no parecían funcionar con Lumen.

En cuanto a la puerta ubicada al lado derecho del enorme salón

recibidor, Equímides había explicado que sólo en su momento, la

cruzarían.

David tomó la habitación del primer nivel del panal (había

decido llamarlo definitivamente así) Adentro pudo notar que no

hacía mucho que el cuarto había sido readaptado para el uso

humano. Había una cama decente que podía albergar fácilmente a

dos personas, flanqueada por dos tocadores de madera, cubierta por

un edredón bastante cómodo, y coronada con una almohada

alentadoramente suave. En el lado contrario, se encontró con un

modesto clóset que dudaba, utilizaría en demasía, ya que todo lo que

tenía lo llevaba puesto.

Justo cuando terminaban de instalarse, Gabriel había comenzado

a actuar de forma extraña, como si estuviera hablando con alguien

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que sólo él podía ver, y había salido del templo en cuestión de

segundos. Sin dar muchas explicaciones, Equímides tarareó algo

sobre confiar en Gabriel y desde entonces había tomada esa posición

de aparente meditación y se desconectó del mundo.

Así que David tuvo mucho tiempo para pensar nuevamente en

su situación. Según entendía, era poseedor de la habilidad de

manipular el Lumen a su antojo, así que, intentó lograr expulsarlo de

su cuerpo un par de veces, tal y como Gabriel había demostrado

antes. Tuvo resultados no tan afortunados.

Después de los frustrados esfuerzos, pensó en sus amigos.

Perder a su mejor amigo le había arrebatado parte de su ser, y casi

sentía físicamente el hueco que había dejado. Ahora lo único que

podía hacer, era prepararse para salvar a Samanta, de donde quiera

que estuviese y de quien quiera que la tuviese.

Justo pensaba en eso, cuando repentinamente Equímides se

puso de pie y a la frase de “han llegado” se dirigió rápidamente al

gran salón. David, plenamente confundido, salió detrás del

esquelético sujeto, sorprendido por la velocidad del mismo. Cuando

hubieron llegado a su destino, David observó que Gabriel cruzaba las

enormes puertas de la entrada al templo, cargando algo entre brazos

y dirigiéndose con prestancia a Equímedes.

Cuando estuvo a unos pasos de distancia, David notó que aquello

que llevaba Gabriel en las manos, era una persona, una chica de

hecho, que yacía inconsciente en los brazos del obelisco. Al principio

tuvo la sensación de conocerla; el rostro le resultaba familiar. Pero

ese sentimiento se distrajo cuando notó la angustia de Gabriel.

-Está herida; la encontré en el polo norte del planeta. No sé cuánto tiempo pasó ahí, Equímedes -señaló preocupado Gabriel.

-Llévala a la fogata, necesita calor -precisó Equímides y guió el camino.

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Los tres se apresuraron a cruzar el recibidor y el oscuro túnel.

Gabriel la colocó cerca del fuego, mientras David iba por el edredón y

la almohada de su cama. Cuando cubría con la manta a la chica, David

observó nuevamente su rostro y por fin pudo recordar dónde es que

la había visto antes. En la televisión, aquel día en el hotel.

-Es… Tessa… Nichols… creo. ¡Es la heredera de Focus Lumen! -exclamó con sorpresa David. Gabriel asintió

-Sí -asintió el obelisco-. Justo al llegar aquí, pude sentir una enorme concentración de Lumen, muy lejos. La encontré, ahí, a la intemperie, inconsciente y herida. Pero, les nuevas que a todos van a alegrar –anunció con una sonrisa.

-Oh… genial.

David había comprendido todo. Tessa era como él, un sello.

También entendió que no era necesariamente la mejor de las

noticias. Cavilaba alarmado sobre esto, mientras Equímides rezaba

en un idioma extraño y colocaba la palma de sus manos en la frente y

pecho de la chica.

-¿Cómo demonios vamos a ocultar a la segunda persona más conocida de este planeta en una cueva? ¿Y qué rayos es lo que estás haciendo con ella? -preguntó extrañado David.

-Curando sus heridas; no son muy profundas así que no debería ser difícil. En cuanto a lo de esconderla, puede ser un poco más complicado; sobre todo si es contra su voluntad. Lo mejor es esperar a que ella despierte. ¿Alguna idea de cómo llegó ahí? -preguntó Equímides a Gabriel,

-La tele transportaron. Había rasgos del portal a su alrededor. Eso o quizá dio una vuelta incorrecta, camino a su casa -explicó Gabriel encogiéndose de brazos-. Pero en el probable caso, de que se trate de la primera de mis opciones, no tengo idea de quién, ni por qué lo hizo –aseguró Gabriel, y sin embargo, pareció dudar ante sus propias palabras.

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Las cosas parecían estar en el punto máximo de su éxtasis

cuando un sonido les hizo volverse y ponerse en guardia. Provenía

del salón y pronto le siguieron ecos de pasos precavidos. Gabriel

intercambió una fugaz mirada con Equímides para después, salir al

mismo tiempo a explorar. David, en un instintivo pensamiento, se

dirigió a Tessa, poniendo tierra de por medio entre la puerta y la

chica.

Kira caminaba midiendo cada paso que daba y suprimía su

respiración al mínimo. Sus ojos desorbitados, examinaban cada

centímetro del monumental lugar al que acababa de llegar. Pi seguía

a su amo de cerca, casi como si pudiera experimentar la misma

ansiedad del chico. Cuando hubieron llegado al centro, el chico se

detuvo en seco, aterrado; la hoja de una resplandeciente espada se

blandía peligrosamente cerca de su cuello. Sin girar la cabeza y

torciendo los ojos al máximo, observó a la persona que sostenía el

arma.

Pudo observar a un sujeto que aparentaba tener su misma edad,

ataviado con una chaqueta blanca y dueño de una piel igualmente

clara. La mirada fija del atacante, le dejó en claro, estaba dispuesto a

lastimarlo si le daba motivo. Pi silbaba desesperado mientras daba

vueltas ferozmente alrededor de Gabriel.

-Gabriel, espera. ¿Es que no puedes sentirlo? -exclamó una voz fuera del campo de visión de Kira.

-Sí. Lo que no puedo es creerlo. -Disculpa los modales de mi amigo, es un tanto… impulsivo –se

disculpó la primera voz, causando que Gabriel resoplara ofendido y bajara su arma.

Kira, recordando por fin respirar un poco, observó con cautela a

un hombre en extremo delgado y vestido de forma elegante, pero

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quizá un poco anticuado (un traje que lo hacía parecer un pingüino

de los años cincuentas) acercándose a él. Segundos después y ya

habiéndolo considerado con nerviosismo, estrechaba la cadavérica

mano que le ofrecía el individuo, la cual, fría como el hielo, apretó con

firmeza la suya.

-Mi nombre es Equímides, guardián de este humilde recinto. El caballero a tu izquierda lleva por nombre Gabriel.

-¿D…dónde estoy? -Es un antiguo templo, dedicado a resguardar a míticos

protectores de un legado. Una mejor y más enigmática cuestión sería, ¿Cómo es que has llegado aquí?- interrogó Equímides. A Kira le pareció que el tono del hombre, detonaba sorpresa y no molestia, por lo que bajó la guardia un poco.

-No lo sé, yo… estaba en el bosque… en una cueva. Debí quedarme dormido y cuando desperté, me encontraba a los pies de aquella enorme puerta (señaló la entrada a sus espaldas)…yo, lo lamento, no debí entrar, sólo que… no sabía qué hacer.

-No tienes que disculparte. Dime, ¿qué es lo último que recuerdas?

Kira relató a detalle lo que había sucedido en Oppidum Lux y en

el bosque. Contó incluso lo que creyó ver entre sueños, añadiendo

que él pensaba, lo había imaginado a causa del estrés.

Gabriel escuchó la historia con desconcierto y Equímides se

limitó a esbozar una sonrisa comprensiva.

-Kira -respondió cuando Gabriel le pidió su nombre- Kira Hideki.

-Mucho gusto, Kira -saludó Equímides-. Sea como sea que hayas llegado aquí, lo has hecho al lugar correcto. Por favor, acompáñanos a la siguiente habitación, ahí contestaremos a todas la dudas que, por supuesto, tienen secuestrada tu mente.

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Comprendiendo que era su mejor opción y con la esperanza de

que fueran las personas a las que Alexandra se refería, Kira siguió, no

sin cierta desconfianza, a sus enigmáticos anfitriones.

Cuando los tres regresaron al panal, se encontraron con una

escena que definitivamente no esperaban. Tessa había recobrado el

conocimiento, y blandía la pata de una silla hecha pedazos, a la vez

que David trataba de tranquilizarla desde el lado opuesto del cuarto,

al que ella ocupaba. Al percatarse de los recién llegados, la chica dio

dos pasos atrás y apuntó su improvisada arma hacia ellos. David,

desesperado, pedía ayuda con la mirada.

-¿Quiénes son? ¿En dónde me tienen? ¡les aseguro que no saben con quién se han metido! -gritaba la chica. Kira se abrió paso instintivamente al frente.

-¡Tú! -exclamó sorprendido el muchacho. Tessa tardó unos momentos más en recordar a Kira, pero la imagen llegó por fin a su cabeza. Era uno de los técnicos encargados de la seguridad en su casa.

-¿Tú? -replicó confundida, Tessa, sin bajar un ápice la guardia. -Bueno, parece que hoy nos estamos ahorrando muchas

presentaciones- se congratuló, Gabriel.

Kira se alejó de sus dos acompañantes con una velocidad que

sorprendió a todos en la habitación, poniéndose también, en una

ridícula posición de ataque. Pi lo alcanzó en cuanto pudo.

-¡Ustedes rompieron la seguridad de la mansión, fueron ustedes quienes secuestraron a la señorita Nichols! –gritó Kira.

-¿Qué me qué? -añadió boquiabierta Tessa -Esto sí es un increíble giro de eventos -apuntó tranquilamente

Gabriel. -No, no es así, no eran ellos… yo… -alcanzó a decir Tessa, antes

de perder fuerzas y el equilibrio. Todos estaban a punto de moverse, pero Kira se adelantó y sujetó a la chica- ¿Quiénes son? ¿Qué es lo

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que quieren de mí?- añadió con un hilo de voz. Kira levantó la mirada nervioso, esperando de igual forma, una explicación.

-Creo que no podemos esperar -aseguró Gabriel-. Todos pónganse cómodos, esto puede tomar un tiempo. David, deberías acercarte al fuego, te ves un poco pálido -señaló Gabriel con una media sonrisa.

-Muérete -contestó David, secamente. -Yo no pienso quedarme –aseguró Tessa, perdiendo el

equilibrio por el esfuerzo. -Sólo te pedimos, escuches lo que tenemos que decir –expresó

Equímides–. Nadie te obligará a quedarte si decides marcharte después de esto.

A Tessa no le agradó mucho la petición. Pero su cuerpo gritaba

de dolor, y el resto de los ahí presentes, parecían querer seguir el

juego.

Una pequeña explosión hizo saltar al grupo entero. Uno de los

sillones había estallado en pedazos, cuando Gabriel, (para sorpresa

de Tessa y Kira) lanzó una esfera de color azul celeste, desde la palma

de su mano.

-Disculpen el susto –pidió Gabriel- sólo quería dejarles en claro, que, de querer hacerles daño, ya habrían sufrido lo que el sofá. Es obvio que no es nuestro objetivo.

-¿Qué dices? –insistió Equímides a lo que la chica accedió nerviosamente, clavando los ojos en los restos del mueble y tomando asiento (no sin dificultades y con la ayuda de Kira)-. Queremos contarte una historia, eso es todo. La puerta está abierta para que te vayas si así lo decides.

Entonces, los tres chicos miraron con atención a Gabriel y

Equímides. Kira mantenía un permanente estado de alerta. Miraba a

los tres desconocidos con insistente rapidez y sólo se detenía un par

de segundos extras en la chica que, sentada a su lado, tenía sus ojos

clavados con fiereza y desafío en el resto del grupo. Sentía que todo

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aquello sucedía demasiado rápido, pero entendía de igual forma que,

esperar, quizá era lo más sensato en aquel momento; además no

tenía mucho que perder. Así que, dominó sus naturales nervios y se

dispuso a escuchar, mordiéndose el labio inferior en el proceso.

Tessa no tenía miedo, sabía que podía defenderse si fuera

necesario, pero de cualquier manera, decidió actuar como si tuviera

el control de la situación. Esa era una de las cosas más importantes

que había aprendido del feroz mundo de los negocios y la política.

David, sólo quería saber, entender y actuar. Su pensamiento se

encontraba fijo en el amigo que perdió y la amiga que podía correr la

misma suerte.

Gabriel se había recargado en una esquina lejana al grupo.

Observaba a los chicos que ahora eran su responsabilidad, tratando

de entender a cada uno de ellos. Y por primera vez dimensionó el

tamaño de su tarea. Él, el más inexperto de los obeliscos tenía en sus

manos, la única esperanza que las dimensiones poseían.

-Debo empezar –tomó la palabra Equímides- claro está, presentándome. Debo explicarles mi parte en esta nueva historia, que están a punto, si así lo deciden, de escribir con sus acciones. Mi nombre es Equímedes, oráculo de vigésima generación, heredero, tal como ustedes, de poderes que tiene su origen, más allá del inicio de los tiempos. Parte de mis habilidades, constan en poder ver el pasado para así, comprender el futuro. Creer o no en mis palabras, dependerá única y exclusivamente de la fe que quieran poner en ellas. El mundo está pasando, por uno de sus momentos más críticos, y ustedes son, la última defensa que tiene a su favor.

-Vaaaale –dijo en tono de burla Tessa-. Escuchen, no quiero ser grosera, pero temo que no me están dejando mucha opción aquí ¿Saben? No sé si esto sea una especie de broma, o si salieron de una institución mental –aseveró con poco tacto. Equímides pidió silencio amablemente, a lo que la chica, contrariada, no respondió nada.

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-Antes de que puedan entender, la importancia que tienen para con la vida humana, es menester que retrocedamos un tanto en el tiempo, si así me lo permiten. Desde el inicio -siguió Equímides- el universo se ha dividido en dos dimensiones básicas, la que nosotros habitamos, y una más, que coexiste paralelamente con la nuestra. Estas dimensiones, en sus comienzos, eran regidas por un par de omnipotentes seres, que proporcionaban y regulaban las energías vitales, que le correspondían a cada mundo. Andemián era el nombre de aquel que controlaba nuestra energía; el Lumen, como los humanos le han bautizado y Escanón se encargaba de la dimensión vecina, la cual funciona con lo que ellos llaman, Arum.

-Espera –interrumpió Tessa- ¿estás tratando de hacernos creer, que existe una dimensión paralela a la nuestra? –exclamó Tessa, con franca incredulidad.

-¡Vaya que te gusta el sonido de tu voz, eh! –exclamó David, molesto por las interrupciones de la chica. Él había visto lo suficiente

para anhelar una explicación, por más fantástica que ésta resultara. Después de sonreír amablemente, Equímedes continuó.

-En efecto. Su nombre es Parac-do y debo añadir que de hecho, tienes rastros de esa dimensión en tu cuerpo -le aseguró a Tessa- así que, asumo que tuviste un encuentro cercano con alguno de sus habitantes -Tessa estuvo a punto de decir algo, pero se contuvo; recordó aquella explosión de energía oscura.

-En fin, como iba diciendo -continuó Equímides-. Estos dos seres, fueron testigos de la evolución de sus respectivos mundos. Contemplaron el nacimiento de los primeros habitantes de cada dimensión, los cuales, al ser los primeros en caminar en la faz de los nacientes mundos, conocieron de primera mano, el poder de Andemián y Escanón. Estos seres, llamados Meratsus, al principio idolatraron a los poderosos regentes, consientes de que estos, eran los que proporcionaban las vitales energías, que les permitía existir. Todo esto, sin embargo, estaba destinado a cambiar.

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-Déjame ver si entiendo –pidió Kira- ¿Hay una energía vital además del mismo Lumen? Una energía que permite la vida, en un mundo alterno al nuestro.

-Sí –confirmó Equímides-. Desempeña la misma tarea en su propio mundo, pero también posee características muy distintas al Lumen; incluso los mismos Meratsus de cada mundo, notaron las diferencias entre ambos poderes, y las ventajas que cada una ofrecía. Eso fue el inicio de una serie de sucesos, que cambiarían a nuestra tierra y a Parac-do, definitivamente. Seguramente, han escuchado el refrán que dice, el pasto es más verde del otro lado de la cerca. Hambrientos de poder, los cada vez más ambiciosos Meratsus, envidiaban la energía de sus símiles en la dimensión vecina y anhelaban tomar el control de la aquella que no les correspondía. De uno y de otro lado, los celos y la codicia de estos seres, comenzaban a crear rencillas.

-Sin que Andemián o Escanón pudieran hacer algo, estalló una guerra entre las dimensiones. Ambos bandos tenían como objetivo, obtener el control total de ambas energías. Los Meratsus, eran seres poderosos, capaces de contralar sus respectivas energías, hasta el punto de matar con ellas, si así lo deseaban. La guerra fue, por mucho, lo más destructivo que cualquiera de las dos dimensiones haya experimentado hasta la fecha, incluso por encima del colapso humano. Desesperado, Escanón hizo algo que hasta ese momento, ni él ni su homólogo, se habían atrevido a hacer; dar vida con sus propios medios. Escanón dividió todo su poder, en cuatro partes, creando así, guerreros que él llamó sus herederos. Andemián, por su lado, fue un poco más precavido, y apoyó a su símil con un solo guardián, a quien Bautizó con el nombre de Caracz Demiro, o en nuestro idioma actual: Miguel Ángel, y le otorgó el título de obelisco de nuestro mundo.

-Andemián pidió a su vecino regente, actuara con cautela, pero Escanón, ciego de ira por la irreverencia de los Meratsus, ordenó a sus herederos, acabar con ellos sin ningún tipo de consentimiento, empezando por aquellos que habitaban Parac-do. Con relativa facilidad, los herederos de Escanón, borraron de la faz de Parac-do, a

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estos codiciosos seres y, motivados por esta victoria, decidieron viajar a nuestro mundo, para terminar con los Meratsus de esta dimensión.

-Esto complicó las cosas entre Andemián y Escanón. El primero estaba en contra de que su mundo se viera inmiscuido por seres extranjeros, y exigió a Escanón que los retirara. Este último, ignoró la petición de su igual, y envió a los herederos de su poder, a terminar con la guerra de una vez por todas. Previendo que las cosas saldrían mal, Andemián creó un segundo obelisco, al que llamó Fered Escarime, o en nuestro idioma: Rafael.

-Los Meratsus de nuestra dimensión, por su parte, habían ideado un artefacto tan poderoso y fantástico, que tenía la capacidad de manipular ambos tipos de energía (cosa que es imposible para cualquier ser vivo y que por supuesto, no contaba con ningún tipo de precedente) tanto Lumen como Arum. De cómo lo lograron y con qué medios, sigue siendo un misterio hasta ahora. Esta arma, no había estado dentro de los planes de los herederos. El objeto era tan poderoso, que tomó apenas un mínimo esfuerzo por parte de los Meratsus, para derrotar y encerrar en su propio mundo, a los hijos de Escanón, quien, al no contar con más poder que aquel que había repartido entre sus creaciones, desapareció sin dejar rastro.

-Andemián, resignado, solicitó a sus obeliscos, trataran de detener la ambición de los Meratsus, no sin antes, apoyarlos con un guerrero más. Le dio el nombre de Jorecsin. Uriel, para nosotros. Obedeciendo a su padre, los tres obeliscos comenzaron la persecución de los egoístas seres. Andemián, estaba seguro, de que mandaba a la muerte a sus hijos, y con culpa y resignación, esperó el momento. Sin embargo, no fue esto lo que ocurrió. Los Meratsus jamás utilizaron el Factor Cero, sólo presentaron una modesta resistencia que fue sofocada por los tres obeliscos, quienes no encontraron nunca en su camino ni en futuras búsquedas, al peligroso objeto. Sin embargo, con los Meratsus destruidos, el Factor Cero no era más una amenaza.

-Andemián, a pesar de la victoria, sabía que un evento así no debería repetirse jamás. Una futura nueva guerra entre ambos

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mundos debía ser sofocada, incluso antes de empezar. Utilizando lo último que le quedaba de energía, creó a un obelisco más -Equímides dijo esto, mientras señalaba a Gabriel- el cual respondía al nombre de Cobatzin o en nuestro propio idioma.

-Gabriel –complementó David. -Así es –afirmó Equímides-. Además de este último guerrero,

Andemián construyó algo que él mismo llamó, Sellos. Le pidió al mayor de los obeliscos, Miguel Ángel, que colocara cuatro de estos sellos en alguno de los nuevos seres que comenzaban a caminar sobre la faz de la tierra; estos eran indefensos y ciertamente menos amenazantes que los Meratsus; por lo menos en aquellos tiempos. En fin, le explicó a Miguel Ángel que dichos objetos, prevendrían otra guerra entre dimensiones, ya que, una vez activados, ocasionarían una incompatibilidad entre energías. Como expliqué antes, ambos mundos, funcionan y existen gracias a una correspondiente energía, diferentes entre sí, pero con el mismo propósito; permitir la vida.

-Estos sellos -interrumpió Gabriel- crearon una un parche que resulta mortal, así que, si un ser de la dimensión paralela, entrara a nuestro mundo, al no contar con el flujo de su vital y propia energía hacia el mundo que invaden… bueno, no tendrían mucho tiempo para explorar. Se ahogarían como a alguien que le falta el oxígeno. En palabra simples, los sellos impiden que el Lumen fluya en su mundo y que el Arum haga lo propio en el nuestro.

-En efecto -corroboró Equímides, y continuó su historia-. Andemián, después de encomendar esta tarea a su hijo mayor, dejó de existir, ya que toda su vida había sido repartida entre los obeliscos y los sellos. Confiando el mundo que tanto había amado, a sus fieles obeliscos, murió un día de invierno.

-Mi hermano -siguió Gabriel con la historia-, decidió colocar los sellos, en una raza que parecía crecer a pasos agigantados en nuestro mundo; por supuesto me refiero a la humana. Andemián le había explicado que, una vez que el ser recipiente, falleciera (como lo hacían todos los seres vivos del planeta) el sello pasaría automáticamente a otro individuo de la misma especie, para así, perpetuar el poder y la misión, que el objeto conllevaba.

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-La vida continuó así, con relativa tranquilidad para ambos mundos –relató Gabriel-. Incluso ignorando la existencia el uno del otro. Cada quien en su dimensión y todo en paz. Ojos que no ven... –Se encogió de hombros y prosiguió- Aprovechamos esta paz, para volver al que alguna vez fuera, el hogar de Andemián. Un santuario donde además, descansaba la tumba de nuestro padre -contó Gabriel, con una sonrisa.

-La paz duró, claro, hasta el evento catastrófico de tiempos contemporáneos. explicó Equímides -Los humanos habían permanecido ignorantes de la energía que les permitía vivir y funcionar; cuando eso cambió, el mundo también lo hizo. De repente, las personas peleaban por algo que de nacimiento, les pertenecía a todos, y la misma batalla de que libraron los Meratsus hace tantos miles de años, se repetía entre los humanos. Creo que no es necesario que ahonde en los acontecimientos de este desagradable suceso.

-Hay algo, que sin embargo, no está escrito en los libros de historia -aseguró Gabriel-. Sorpresivamente, para mí y para mis hermanos, un grupo de Parac-tos se inmiscuyó en la guerra humana e incluso, actuaban como abogados del diablo, entre los mandatarios de las naciones en disputa. Tuvimos por su puesto, que intervenir. En ese momento, nosotros librábamos nuestra batalla personal. No entendíamos cuáles eran las intenciones de los parac-tos, pero por sus acciones y los antecedentes que teníamos de una lucha entre dimensiones, no podían ser nada buenas –dijo Gabriel, como justificándose -La cosa no salió del todo bien. Los parac-tos que habían cruzado a nuestro mundo, contaban con un poder considerable, y lo que era más extraño, podían manipular su energía a voluntad, algo que para los humanos en general, no es posible. La cosa empeoró cuando dos de mis hermanos… Bueno, ellos…

Gabriel se tomó unos momentos para no dejar que sus

emociones lo traicionaran. Cuando se sintió listo, continuó.

-Miguel Ángel desertó. Desapareció, dejándonos atrás, mientras que Uriel, él… cambió de bando. No supimos por qué, ni en qué momento, pero de pronto, peleaba a favor de los parac-tos.

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Nuevamente, el obelisco se tomó un momento antes de

continuar. Claramente no era un tema sencillo.

-Fue después de una última batalla con los parac-tos, que comprendimos la verdadera razón de su visita a nuestro mundo. Uno de los generales del ejército parac-to, trató de sacarle información a Rafael sobre los sellos. Apenas pudimos escapar con un poco de suerte, pero era ya era claro el objetivo de su invasión: querían destruir los sellos creados por Andemián. Rafael y yo, no podíamos sofocar sus intentos. Era un mundo entero en contra de nosotros. Sin más remedio, nos volvimos fugitivos errantes.

-Ahora, aquí es cuando la cosa se pone interesante- siguió Gabriel-. Sin aviso alguno, los parac-tos detuvieron toda acción; al parecer no habían tenido éxito encontrando los sellos y con la ausencia de sus malas intenciones, la guerra entre los humanos, pareció perder significado y tan rápido como había comenzado, se detuvo –Gabriel sonrió torcidamente y continuó-. Esto, hasta hace un par de días. Verán, antes de cierto tiempo, es difícil detectar a los nuevos sellos una vez que se transportan de un recipiente a otro, cosa que suelen hacer casi al mismo tiempo, por lo que suponemos que en su ataque anterior, los parac-tos perdieron su oportunidad y tuvieron que irse a esperar a la siguiente generación. Verán, el poder incuba durante los primeros años vida del nuevo anfitrión, hasta que desatan su verdadera capacidad, lo que los hace bastante obvios; como un par de faros en la oscuridad. Así fue como yo encontré a David, y sin duda alguna, como los Parac-tos han dado con ustedes dos.

-Por otro lado, no son sólo malas noticias -añadió Equímides- esta misma madurez que el sello alcanza, les permite a ustedes, hacer cosas que jamás creyeron posibles. Seguramente han notado que son más fuertes, más rápidos y más resistentes que cualquier otra persona que hayan conocido. Bueno, eso es sólo, el comienzo.

Los chicos no dijeron nada, pero cada uno reaccionó de manera

diferente. Mientras que a David no le causó mayor sorpresa (debido a

sus pláticas anteriores con Gabriel) a Tessa le incomodó el hecho de

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que sus “anomalías” fueran del conocimiento del cadavérico

Equímides. Pues si eso resultaba ser una prueba de la veracidad de

tan fantástica historia, era entonces, una muy contundente.

-No todos los días nacen dos pares de personas indestructibles; estoy conmovido –dijo Gabriel.

-Esperen –pidió Kira- yo no soy indestructible –aseguró contrariado.- ¿Oh si?

-¿En serio? ¿Cuándo fue la última vez que te raspaste una rodilla, chico sabio? –le preguntó Gabriel, a lo que Kira respondió con un par de tartamudeos y una mirada que se perdía en las memorias, mientras trataba de recordar en vano, cuándo es que había sucedido–. En todo caso, ya que estamos cortos de personal, y debido a que, como Equímides correctamente comentó, el sello les proporciona algunas habilidades extra, estamos aquí para ofrecerles un entrenamiento personal, pues mucho me temo que sin su ayuda, esto terminará en tragedia.

-No lo entiendo –exclamó David- ¿Por qué nosotros? ¿Por qué hasta ahora? Si, como dices, han existido generaciones y generaciones de sellos antes de nosotros.

-No creo que los parac-tos hayan sabido de la existencia de los sellos antes del colapso –aclaró Gabriel-, tampoco sé cómo se han enterado, pero mi apuesta está en que Uriel nos había traicionado desde hace mucho antes de que lo notáramos y fue él quien se los hizo saber. Es lo único que se me ocurre. Además –añadió después de un momento de reflexión- algo sucedió en ese mundo. No sé explicar de qué se trata, pero siento que algo los alteró por completo. Lo único seguro es que los parac-tos, han despertado aquella vieja rencilla entre dimensiones, y por lo que entendemos, su objetivo principal, es apoderarse del Lumen humano, así como de nuestra dimensión. La historia tiende a repetirse; si lo sabré yo –terminó con enfado, Gabriel.

-Esperen, hay algo que no tiene sentido -dijo Kira, provocando que David asintiera, ya que había pensado en lo mismo- si nosotros somos los sellos y obviamente no hemos sido destruidos, ¿Cómo es

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que tales Parac-tos pudieron entrar en nuestra dimensión? Es decir, si ya encontraron la manera de cruzar las dimensiones y sobrevivir, ¿Para qué nos buscan?

-Las personas que nos atacaron -añadió David– aseguras que son de esa dimensión y sin embargo, estaban en la nuestra y a mí parecer, no daban señales de estar muriendo -a lo que Tessa reaccionó de forma sutil, recordando su propio encuentro.

Gabriel frunció el ceño, como pensando la mejor manera de dar

su explicación. Después de meditarlo unos segundos, comenzó:

-Los Parac-tos, tienen una fisiología diferente, es decir, físicamente, no son nada parecidos a los humanos. Su piel es dura y de un negro total. Hay desde los más comunes, que son pequeños seres de no más de un metro y medio, hasta enormes guerreros de cerca de tres. Incluso me he encontrado con monstruos del tamaño de un edificio, y sin embargo, los parac-tos que han aparecido frente a nosotros desde el colapso, tienen cuerpos completamente humanos. Nosotros mismos no habríamos creído esto, si no nos hubieran demostrado su verdadera energía en los combates que libramos. Se trataba sin duda, del poderoso Arum. Es cierto también, que es algo provisional, pues suelen resentir su estadía aquí, si ésta se alarga.

-Lo que creemos –interrumpió Equímides- es que hallaron la manera de ocupar cuerpos humanos. Así han podido sobrevivir de manera un poco más prolongada con todo y la incompatibilidad de energías, ya que los cuerpos les ofrecen protección por cierto tiempo. Como explicó Gabriel, esto resulta ser, algo meramente temporal. Es por eso que buscan destruir a los sellos, para poder quedarse aquí permanentemente. Lo que, claramente, es su objetivo final –Equímides los miró un momento-. Sabemos que les pedimos demasiado. Son sus vidas y no tienen que arriesgarlas si no lo desean -concedió Equímides -pero tarde o temprano estos seres los encontrarán, y si no están preparados, bueno, sería trágico. Si en cambio, deciden ayudarnos, y pelear con esta amenaza, muchas vidas humanas pueden salvarse, incluyendo las suyas.

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-Los parac-tos son mucho más fuertes que los humanos –aseguró Gabriel-. Cuentan con monstruosos especímenes de carácter muy irritable. Además, el colapso mermó a la raza humana. Si decidieran no apoyarnos, bueno…

Kira, sin embargo, seguía confundido; todo parecía tener

sentido, excepto…

-Yo no fui perseguido por ningún ser de otro mundo… yo… a decir verdad, la policía era quien me seguía. Sé que eran, ya saben, de esta dimensión porque… bueno utilizaban armas a base de Lumen. Yo trabajo con esa tecnología, y sé muy bien que necesita del lumen humano. No podrían hacer funcionar esas armas, si es verdad que esos parac-tos, sobreviven con algo que no es Lumen. Eran humanos, no tengo ninguna duda.

-Dice la verdad –siguió Gabriel- Mercenarios humanos acompañaban a los Parac-tos que nos atacaron a David y a mí le aclaró a Equímides.

-Y eso es, lo que más debe preocuparnos -aceptó un pensativo Equímides-. Sin embargo, mientras no tengamos toda la información, es inútil tratar de adivinar. Por el momento, de cualquier manera, nosotros…

-Pero, si fuéramos asesinados –interrumpió David- ¿El sello no pasaría simplemente a otra persona? ¿Para qué nos quieren muertos?

-Si ustedes mueren de forma natural –explicó Equímides- el sello permanece intacto y cambia de recipiente, pero si fueran asesinados, corre el riesgo de ser dañado o hasta destruido. Es por eso que el Lumen los vuelve más fuertes, casi indestructibles. Les da la capacidad de protegerlo.

Tessa se había puesto de pie e interrumpió al oráculo. Con la

poca fuerza que tenía, trató de mantener el balance mientras

caminaba hacia la puerta.

-Todo esto me parece muy divertido. Pero la verdad es que yo no voy a quedarme aquí- dijo Tessa, visiblemente confundida-, no los

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conozco, y todo esto que cuentan, es poco menos que imposible, no pueden pedirme que lo crea. Pienso que todos ustedes están dementes- y cruzó la puerta para después azotarla.

David se incorporó de un salto, expresamente molesto. Sin decir

una palabra, fue detrás de la chica. Kira, confundido lo siguió,

pensando que era más seguro estar con quien no llevaba una espada

en la cintura.

-No, espera -pidió Gabriel, al percatarse de que Equímides iba tras ellos-. Dales un momento -sugirió el obelisco.

Tessa iba tan rápido como podía, consciente de que la seguían, y

lista para defenderse en caso de que se diera el caso, pero justo

cuando casi alcanzaba la salida del gran salón, fue una pregunta lo

que la detuvo.

-¿Y ahora qué? Vas a ir de regreso a tu reino y vas a dejarnos a nuestra suerte -cuestionó David.

-¿Cuál suerte? ¿De qué hablas? ¿Puedes seriamente decir que le crees a ese par de locos?

-¿Puedes seriamente decirme que tú no? -Chicos… -trató de mediar Kira. -¿Por qué no nos cuentas qué te pasó? -preguntó en tono

inquisitivo David. Tessa, no supo qué decir- ¿Cómo llegaste al polo norte, Tessa? Y, debo añadir, en pijamas. No es la indumentaria más adecuada para esas latitudes. Corrígeme si me equivoco, pero tú también lo viste ¿no? Algo que jamás creíste que existiera.

-David ¿Verdad? Quizá no sepas… -trató de replicar la chica. -¿Quién eres? Claro que sé quién eres, todo el planeta sabe

quién eres. Después de lo que te ha pasado, ¿lo sabes tú? -dijo claramente irritado, David-. Bien, vete, seguramente tienes una maravillosa vida a la cual volver. No tienes por qué preocuparte, todo está resuelto para ti.

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-¿Cuál es tu problema? ¿Acaso no tienes una vida propia a la cual volver? ¿Qué te da el derecho de juzgar mis decisiones?

-¿Vida, dices? ¡Mi vida acabó cuando esto comenzó! ¡Uno de esos sujetos ahí adentro me salvó, pero yo no pude hacer nada, ¡nada! por quienes más me importaban! -exclamaba fúrico, David, sabiendo que la chica frente a él no tenía la culpa, pero ya no podía detenerse- ¡Alguien a quien no conozco, que jamás había visto en mi vida, asesinó a mi mejor amigo y secuestró a mi mejor amiga, contándome cosas que yo no entiendo y exigiéndome algo que yo no sabía que tenía! No puedo, de cualquier manera, obviar el hecho de que soy diferente, toda mi vida he sido diferente. Cosas por las que muchas personas me tacharon de fenómeno, y que quizá a ti te han servido para llamar la atención de igual forma. Ambos, véanme a la cara y díganme que no lo saben. ¡Díganme que no saben que lo que acaban de escuchar es verdad! ¡Que son diferentes y nadie nunca les pudo explicar por qué, hasta ahora! -exigió David mirando en intervalos los rostros de Kira y Tessa.

-Yo creo… señorita Tessa. Que él tiene razón. Mis tutores, dieron todo por mí, ellos me dijeron que alguien me contaría la verdad, me pidieron que confiara en eso. Que mi vida tenían un propósito tan importante, como para sacrificar las propias, por alguien que no era su hijo. Yo, yo creo en ellos. Por lo tanto, creo en la historia -explicó Kira, con Pi flotando pasivamente a su lado y emitiendo silbidos de tristeza. Kira volvió sobre sus pasos y se dirigió al panal, su pequeño robot fue tras él.

-Lo lamento. Es tu decisión. Entiendo que tu vida no es como la nuestra. Te deseo lo mejor -dijo secamente David, y siguió a Kira. Tessa los miró, sin moverse.

Tessa estaba ya, caminando por la enorme brecha del cañón que

resguardaba el templo. Se detuvo sollozando casi para sus adentros.

Miró hacia arriba y pudo percatarse de un cielo especialmente claro y

hermosamente decorado con cientos de estrellas. También se dio

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cuenta de que estaba a varios metros por debajo de de la superficie

de las dos enormes paredes naturales que la rodeaban, y sintió como

si aquel lugar se fuera a cerrar sobre ella.

A su alrededor, varias luciérnagas brillaban con particular

alegría, casi como si quisieran alegrar a la alicaída chica; “Ángeles

chiquitos” solía llamarles cuando era una niña y su padre le dedicaba

todavía, algo de tiempo.

Hacía un frío moderado, aquel que usualmente baña los

desiertos en las noches y que había ya experimentado en algunos

viajes de exploración que había hecho con su padre.

Su padre.

¿Sabría ya de su ausencia? ¿Habría vuelto de su viaje sólo para

buscarla? No, seguramente no. Seguramente pagaría porque la

encontraran. Sus descubrimientos eran demasiado importantes como

para detenerlos por ella.

Una vida a la cual regresar; una mejor. Sí, claro.

Se sostuvo en una de las paredes, evitando así, caer por la

debilidad que sentía. El eco de su movimiento se regó por todo el

cañón.

Claro que tenía que volver a casa. Trish se preguntaría dónde

diablos había estado. Su amado mayordomo también estaría muerto

de preocupación y… Y no pudo encontrar a alguien más. Pero tenía

una compañía que dirigir, asuntos que resolver; Focus Lumen

dependía de ella. Además esa historia, era simplemente…

¿Dimensiones? Estaban locos.

Tomó una roca del tamaño de un coco, que descansaba en el

arenoso suelo del cañón. Una piedra bastante sólida, que podía ser

utilizada para construir una casa, y que, con tan sólo cerrar su puño,

hizo añicos. Miró nuevamente las estrellas.

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Descubrió entonces que no sólo, no necesitaba volver a casa, a su

rutina diaria, a los eventos de etiqueta, las cenas en solitario, lo vacío

de casi todas sus compañías humanas, el abandono de su padre; no,

no sólo no lo necesitaba, tampoco lo quería.

Ella le demostraría… sin duda lo haría. Si el mundo dependía de

ella, él tendría que mirarla. No podía no hacerlo.

En el panal. Kira se presentaba nerviosamente con los demás,

sonriendo a cada pregunta que le hacían y a cada broma que David o

Gabriel decían. La puerta se abrió, dejando pasar a Tessa.

Después de un momento de sorpresa, todos la recibieron con

alegría. Equímedes pudo notar como el rostro de Gabriel se

iluminaba satisfecho, con la misma inocente arrogancia de siempre.

Por unos segundos, el único sonido era el del fuego que consumía sus

combustibles de madera.

-Bien, creo que deberían descansar. Fue un día difícil para todos, pronto comenzaremos -anunció por fin Equímedes.

-¿Comenzaremos? -preguntó Kira -Con su entrenamiento, por supuesto.

David guió a los dormitorios al resto de los chicos, quienes

miraban absortos el interminable abismo que el panal ofrecía en su

parte superior.

Gabriel se quitó la chaqueta, y se sentó a un lado de la chimenea.

Miraba las llamas bailar de un lado a otro; tan impávido que parecía

una estatua.

-Y ¿En qué piensa nuestro estimado obelisco? -preguntó calurosamente Equímedes.

-Se pregunta, si fue una casualidad encontrarlos de esta manera –contestó Gabriel

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-No hay forma de que lo sea. Pero aprovechemos las cosas, tal y como se dieron, tendremos las respuestas cuando éstas quieran llegar. Y ya sean en forma de aliados o enemigos, sabremos recibirlas como se merecen.

-Esa energía, que rodeaba a Tessa… ahora que lo pienso... Fue él, ha vuelto.

-Creo, Gabriel, que hay jugadores en este escenario, que permanecen en la más profunda y remota oscuridad, y deben tener sus motivos para permanecer ahí.

-¿Dónde estuviste tú, todos estos años? –inquirió el obelisco con una ceja levantada- la última vez que te vi, fue la noche que Miguel Ángel nos abandonó. Creí que habías hecho lo mismo.

-Por el contrario, Gabriel. Jamás dejé de velar por ustedes. -Ohh –exclamó Gabriel -a veces puedes ser tan tierno. -¿Alguna pista sobre el cuarto sello? –preguntó Equímides. -Nada. Pero no querríamos que todo fuera tan fácil ¿Verdad? –

aseveró Gabriel, con una mueca de simpatía.

A un movimiento del obelisco, el fuego ardió con mucha más

fuerza.

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Uriel caminaba sin prisa alguna por un largo túnel,

cuyas paredes estaban hechas de un raro cristal, que sólo se daba

gracias a la arena oscura de Parac-do. El túnel cruzaba el patio

principal del castillo, lugar donde residían las cuatro torres que

servían como aposentos a los generales, una en cada esquina. Eran

columnas gigantescas, tan grandes como los más imponentes

rascacielos que algún día habían construido los humanos. Contaban

que, dentro de cada torre, sus respectivos inquilinos habían pedido

que se construyeran unas cuantas excentricidades que combinaban a

la perfección con cada personalidad. Nadie nunca había visto aquello

por supuesto.

Gracias al material que componía el pasillo, Uriel podía observar

a la perfección, los jardines y estatuas que le daban al castillo, un aire

solemne. Los jardines eran parecidos a los de la tierra humana.

Césped (que no abundaba en aquel mundo) invadía todo el suelo,

mientras hermosos frutos de diversos colores, crecían en arbustos de

tamaño poco considerable. Por otro lado, había especies de flores tan

grandes como una persona, que intimidaban a todo aquél que las veía

por primera vez. Había una, especialmente abundante, que tenía un

característico tallo dividido a la mitad por lo que parecía ser una

especie de canasta. Sus pétalos de color carmesí, anchos y curvados

hacia adentro, formaban una mandíbula con la cual, atrapaba

cualquier pequeño ser que tenía la mala suerte de pasear por sus

alrededores para después depositarla en la canasta, donde poco a

poco se disolvía, nutriendo a la planta. Pero por lo demás eran

bastante hermosas.

Las esculturas de piedra representaban a cada uno de las

especies de Parac-tos que existían. Aquellos más comunes era los

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Dac-tos. Pequeños seres de altura precaria, que tenían la

característica piel petrolífera llena de escamas puntiagudas, con una

cabeza que poseía un rostro afilado, con ojos de parecida forma y una

nuca que terminaba en pico, al igual que los codos y las rodillas.

Había un par más que Uriel no alcanzaba a distinguir desde su

posición, pero tampoco le importaban; ya había encontrado en su

camino, a más de una docena de especies Parac-tos. No necesitaba

verlas en piedra.

La eterna noche del mundo no era precisamente eso. Pero así le

gustaba llamarla. En el cielo, tres grandes esferas que podían ser

considerados los soles de Parac-do, despedían, al contrario de la luz

blanca de su hermano en la otra dimensión, una iluminación entre

azulada y violeta, lo que le daba a todo ese mundo, colores que a Uriel

siempre le habían resultado fascinantes. Para empezar, ahí su cabello

no parecía una paleta de caramelo, y obtenía colores tintos que

sentía, lo hacían ver maduro.

Cada esfera, de tamaños parecidos, podía observarse en cierto

punto del cielo, a determinada hora del día causando que el calor y la

iluminación, cambiaran poco a lo largo de la jornada, por lo tanto

daba la impresión de ser una noche eterna. Siempre se preguntó si

las leyes de la física, aplicaban de igual forma, que en la tierra de los

humanos.

No vestía su armadura, en parte porque no la necesitaba en esos

momentos, pero sobre todo por tratar de salirse, como siempre, de lo

establecido. Sabía que era una regla portar su atuendo de guerra

cuando se estaba en presencia de Adam; así que naturalmente, había

decidido, “olvidarla”. Sólo llevaba sus extravagantes pantalones de

cuero y su gabardina roja. La cual, ligeramente abierta, dejaba ver su

torso desnudo.

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Mientras terminaba el trayecto a lo largo del túnel, y entraba a

los aposentos de su líder, cavilaba sobre el porqué de su llamado.

Como ya lo había previsto, aquellos idiotas habrían fallado su misión.

Era por tanto, lógico, que nuevamente, él sería puesto sobre el

estrado.

El cuarto al que entraba, era un recibidor de algún tipo. Una

habitación no muy larga en contexto con las otras que había en el

palacio. Sus muros eran negros y relucientes y tenían talladas frases

de guerra elegantemente representados por las letras del idioma de

los Parac-tos. Las letras tenían formas alargadas y curveadas,

corondas de vez en cuando con algo que parecían dos piquetes en lo

que siempre había supuesto, eran los equivalentes a las vocales

humanas. El piso era blanco, lo cual en contraste con los muros,

creaba una sensación chocante de luz y oscuridad.

Dos antorchas colocadas, una en cada puerta del par que poseía

el cuarto, alumbraban de tímidamente los pasos que Uriel daba. La

puerta a la que en ese momento se dirigía, no era más que un

rectángulo gris que destacaba en el centro del muro. No tenía

picaporte alguno y se veía más sólida que el acero.

Justo cuando estaba a un paso de alcanzarla, cuatro espadas

rodearon su cuerpo, empuñadas por seres incorpóreos, los cuales

tenían las mismas señas particulares de un parac-to y miraban

amenazantes a Uriel, quien ni siquiera se inmutó.

-Bar-tocma -enunció Uriel.

Los cuatro seres desaparecieron en el acto, tan rápido como

habían llegado. Inmediatamente, la puerta se volvió de consistencia

líquida y Uriel pudo atravesarla sin problemas.

Sintió una gran presión en el pecho cuando atravesó el umbral y

de pronto se encontró a sí mismo en un cuarto enorme, de forma

circular y de un blanco reventado. En el piso, los tres soles estaban

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obviamente representados en finos tallados y las paredes eran muy

difíciles de enfocar, debido a su brillantez y blanco exagerados. El

techo se perdía de igual manera, ya que terminaba en una especie de

cúpula y se confundía con los muros. El tamaño de la habitación era

tal, que un campo de futbol humano podría ocupar el espacio sin

ningún problema.

Uriel instintivamente, saltó para evitar algo que estuvo a punto

de aplastarlo. De algún lado, un coloso de piedra, había sido arrojado

al punto por donde Uriel había ingresado. Aterrizó a unos metros del

monstruo, y se incorporó para observarlo sin ningún tipo de

exaltación. Era una mole de cinco metros de alto por casi siete de

ancho, su cuerpo estaba hecho de una de roca de color negro

profundo. Anatómicamente, era similar a un cangrejo de la tierra

humana, sólo que con más patas. Con sus dos enormes tenazas

trataban de recuperar el equilibrio e incorporarse, mientras los ojos

que se asomaban del cuerpo posados en un par de antenas, miraban

cada ángulo sin la necesidad de mover su cuerpo.

Cuando por fin logró ponerse de pie, se percató de la presencia de

Uriel, y de forma repentina y agresiva, se lanzó sobre el obelisco con

la histérica intención de lastimarlo.

-Deberías tranquilizarte, o algo malo podría sucederte -se burló Uriel.

Cuando la bestia estaba a punto de atrapar al chico, soltó un

rugido de dolor, para después desplomarse inconsciente en el suelo.

-Te lo dije.

Uriel notó que justo en medio de las antenas, un pequeño

resplandor se desvanecía poco a poco. Algo le había impactado con

suma precisión.

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Adam apareció desde las alturas, cayó a un lado del inconsciente

ser y lo miró con ternura. Se arrodilló a su lado mientras colocaba

una mano en una de sus tenazas.

-Gracias por todo. Ve a descansar- le susurró con tono amable, mientras la colosal bestia se desvanecía.

A Uriel no le extrañaba ese comportamiento de Adam, lo había

visto varias veces antes. Era amable y compasivo con todos los seres

de su mundo. Para con los humanos, por otro lado…

Adam vestía una impecable armadura blanca, en las zonas del

tórax, hombros, rodillas, espinillas y antebrazos. Las partes no

cubiertas por la protección, dejaban ver prendas del mismo color,

que se adecuaban perfectamente a su cuerpo. La armadura tenía

líneas y formas en tintes dorados.

Su cabello, también blanco, caía apenas agitado detrás del cuello,

y terminaba donde los hombros comenzaban. Su piel era clara y

perfecta; brillaba casi como el cuarto mismo. Sus ojos de color gris

platino, dirigieron apaciblemente su mirada a Uriel y lo recibió con

agrado. Con gracia y agilidad, Adam se incorporó como si no pesara

nada, y dio pasos tranquilos hacia Uriel.

-Hola, Uriel. Disculpa lo de antes, has llegado en medio de mi entrenamiento. ¿Deseas unírteme?

-Gracias, comí mariscos antes de venir para acá.

Con otra sonrisa Adam dio media vuelta y se alejó unos pasos.

-¿Sabes por qué te he mandado llamar? -preguntó Adam, mirando a su alrededor

-¿Me extrañaba, quizá?

En ese instante el cuarto comenzó a temblar violentamente, ni

Adam ni Uriel parecieron inmutarse. Con la misma velocidad que el

enorme crustáceo había desaparecido, un nuevo ser se materializó

frente a ellos. Era casi del doble de tamaño que cualquiera de los dos.

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Su piel tenía la misma consistencia de aspecto escamoso que la

mayoría de los seres vivos en aquel mundo y compartía el mismo

color negro petróleo.

A diferencia del anterior, tenía forma humanoide, dos piernas y dos

brazos, aunque por el grueso de su cuello, parecía contar con tal y su

cabeza era del tamaño de una llanta de camión. Adam inclinó la

cabeza en señal de respeto y se preparó para el ataque del parac-to

en cuestión.

El esperpento rugió con furia y se abalanzó en dirección a Adam,

con claras intenciones de hacerle daño. A dos metros de su posición,

extendió un feroz puñetazo que alcanzó fácilmente a su objetivo. El

impacto resonó de forma intimidante. Pero Adam ni siquiera se había

movido, había detenido a una mano, el impresionante golpe.

El trol parecía ser el único sorprendido ante esto, pero reaccionó

de inmediato, soltando puñetazos al por mayor, con el mismo

resultado una y otra vez.

-Verás -continuó Adam mientras combatía al monstruo-, las cosas, como quizá lo sabes ya, no han salido de la mejor manera. Ava y Baltasar, fallaron en el primer objetivo, y nuestros “contactos humanos” han perdido al segundo. Debo por tanto, acudir a tus particularidades.

-¿A qué se refiere? -preguntó con tranquilidad Uriel.

Adam, había comenzado a evitar cada intento de agresión por

parte de la criatura, mientras ésta, lo perseguía por toda la habitación

cada vez más irritado.

-Tú debes… sin duda… conocer mejor ese mundo… tu energía, es además… compatible…

-¿Es eso? –inquirió Uriel.

Adam, esquivó un último golpe cargado con especial furia,

haciéndose a un lado y apoyándose en el enorme brazo del trol. Se

valió de este impulso para ponerse a la espalda del colosal ser y con

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una simple palmada en la nuca puso fuera de combate a su

adversario.

-También está, el asunto de tu hermano. -Vaya, no me esperaba eso –asintió el obelisco, con agudo

sarcasmo. -El hábil líder, se arrodilló y repitió el proceso con el cual había

despedido al anterior contrincante, y acto seguido, lo desapareció. -Estoy perdiendo la forma ¿estás seguro de no querer

intentarlo? -pidió con una sonrisa torcida Adam. -Aun no me ha dicho que es lo que desea. -Perdimos a tres de los cuatro sellos, no pretendo perder al

cuarto. Esta vez he decidido dejarlo en manos más adecuadas. -No hablará de las mías -Participarás, si así lo decides.

Uriel no pestañeó siquiera. Miraba directamente a los ojos de

Adam, acción que pocos en aquella dimensión se atrevían a hacer. No

pudo ver nada ahí.

Años y años de enfrentar a diversos seres en ambos mundos, le

habían dado la habilidad de comprender los sentimientos que

aquejaban a todo al que enfrentaba. Con Adam, aquello era inútil. Era

como tratar de leer una hoja en blanco.

Uriel, no pudo evitar reír con sarcasmo.

-¿Por qué me parece que esta tarea estaba destinada para mí, fuera cual fuera el resultado de las otras?

-Quizá prefieras rechazarla -ofreció Adam -Ofende mi valía -dijo un inexpresivo Uriel. -No es mi intención -contestó amablemente Adam-. Necesito

mostrarte algo. ¿Podrías acompañarme?

Adam no esperó una respuesta. Dio un gracioso giro sobre sus

talones y se dirigió a una salida que Uriel ni siquiera había visto

antes. Sin perder tampoco el tiempo, Uriel siguió al poderoso líder.

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Cuando hubieron cruzado el umbral, Uriel tardó unos segundos

en acostumbrarse a la oscuridad que parecía burlarse de los recién

llegados. Eran los aposentos personales de Adam y definitivamente

había pasado un dedicado tiempo en la decoración. Pisos de mármol

de color beige soportaban grandes columnas del grueso del troll que

acababan de conocer, pero de un alto de varios metros de ventaja.

Las paredes eran de un color café oscuro con detalles en dorado

parecidos a los de la armadura de Adam. En los muros, imponentes

ventanas estaban cubiertas por hermosas cortinas que combinaban

con el resto de la decoración. En el centro, muebles obviamente

traídos de la otra dimensión, terminaban de darle al cuarto, un

impresionante parecido a los aposentos del antiguo César romano,

habitación que Uriel había conocido, hacía unos siglos atrás.

Al final del cuarto, había dos puertas de considerable tamaño,

que quizá conducían al cuarto de descanso de Adam; no había, en

realidad, forma de saberlo.

Adam tomó asiento en uno de los sillones, y con un elegante

ademán, invitó a Uriel a que se sentase en el mueble frente a él.

Mientras lo hacía, Uriel observó varias pequeñas mesas, que de igual

manera, difícilmente habrían sido fabricadas en esa dimensión, las

cuales estaban hermosamente talladas con llamativos grabados en

sus patas. Sobre las mismas mesas, pequeñas esculturas que sí

parecían de ese mundo, descansaban tiesas y oscuras, como la piel de

los parc-tos.

Adam, como siempre, irradiaba tranquilidad y un aire

magnánimo. Trataba a todos con suma atención y jamás parecía

perder el control. Pero Uriel sabía que aquello, no era sinónimo de

falta de carácter.

-Disculpa la decoración. Éste cuerpo trae consigo, ciertas necesidades frívolas –se excusó Adam.

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-Lo entiendo. -¿Conoces nuestra historia, Uriel? ¿La historia de mi mundo? -

preguntó Adam, pero no esperó a una respuesta- Seguramente sí. Lo que quizá no entiendas, es el porqué de nuestras acciones.

-Señor, si no lo entendiera, no estaría con ustedes ahora -aseguró Uriel, a lo que Adam contestó con un amable gesto de sus ojos.

-No, Uriel, quizá sepas cuales son los motivos, pero dudo mucho que los entiendas.

Uriel no dijo nada. Se quedó callado mientras Adam miraba hacia

el techo, con un dedo, invitó al obelisco a imitarlo. Lo que Uriel vio, lo

dejó sin habla. La misma escena que estaba representada en los

aposentos de Andemián, se ilustraba sobre sus cabezas: los tres

niveles de la dimensión de los humanos. Las historias y creencias

teológicas de la tierra. Los todo poderosos seres omniscientes,

observando hacia abajo a los humanos, quienes vivían una eterna

batalla entre ellos mismos, y siendo acosados por bestias demoníacas

que surgían desde el centro de la tierra.

-Estás familiarizado con esa obra, supongo -dijo Adam- pero estoy seguro de que es tan vieja, que ni tú serías capaz de decirme quién es el autor. Y sin embargo representa hechos que podríamos considerar, contemporáneos. Antes de tomar esta forma que ahora ves -contó, mientras señalaba su propio cuerpo- alguien me explicó esa escena. Me dijo que era una profecía, una enseñanza, algo escrito como el destino mismo. Profirió una frase que jamás podré olvidar y hoy, en la más humilde de las enseñanzas, la repito para ti. Él dijo: “Los dioses siempre serán dioses, los humanos siempre serán humanos y las bestias siempre seremos nosotros”.

Uriel clavó la mirada en Adam. Por un momento pudo sentir que

la energía del gobernante se había alterado. No había duda, ese

último recuerdo le había hecho perder la compostura. Pero en su

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rostro no se reflejó nada. Ahí estaba, sin alguna seña de molestia o

tristeza.

-Los Parac-tos, se han resignado, desde hace tanto tiempo a permanecer en la oscuridad. A no sentir, a no vivir de verdad. Se han limitado a coexistir con iguales, que no representan importancia alguna para ellos. Sin pasión o emociones, sin nada que los haga anhelar. Mientras que los humanos fueron dotados de una energía, capaz de construir los más intensos sentimientos, capaz de darles un sentido de vida, un camino que recorrer. Capaces de todo ¡¿Y qué han hecho?! –exclamó Adam, casi elevando la voz- han materialmente, elaborado una mercancía de su energía, la han hecho artificial, ¡Le han faltado al respeto!

Uriel empezó a notar cómo el ambiente se volvía cada vez más

pesado. La misma presión que había sentido al entrar al campo de

entrenamiento, le sumía ahora el pecho. Se dio cuenta de inmediato,

que se trataba de la energía de Adam. Sus músculos se comenzaron a

tensar, la presión se convirtió en dolor, y sentía que podía desfallecer

en cualquier momento y, sin embargo, Adam no había movido un solo

dedo. Ni si quiera parecía que su humor hubiese cambiado. Pero así

era: Uriel podía sentirlo y sufrirlo.

Entonces todo se detuvo, Adam pestañeó un par de veces, como

recuperando la cordura y suspiró pesadamente. Uriel comprendió ahí

mismo, una terrible verdad. Si Adam lo quisiera, podría matarlo con

el solo pensamiento. Demasiado Arum.

-Comprendí ya hace tanto, que mi mundo merece esa energía, ese poder que los humanos han decidido desperdiciar tan irresponsablemente. Y he de mostrarles el error que han cometido, así le cueste la vida a cada uno de ellos. Nuestro mundo habrá de resurgir, no como las bestias, sino como los favorecidos por los dioses.

-Bueno -dijo Uriel tratando de esconder su agitación pasada- ya ha logrado algo importante.

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-¿Lo que ellos llaman ‘colapso’? -cuestionó Adam sonriendo- no, mi apreciado obelisco, eso sólo fue el primer paso. Debemos avanzar.

El cuarto desapareció ante sus ojos. Uriel apenas si desvió la

mirada por esto. De pronto, miles de ventanas aparecieron alrededor,

mostrando a los humanos en su vida cotidiana. Algunos cenaban en

familia, otros peleaban entre sí. Cientos y cientos de escenas que

podían ser fácilmente un collage de sentimientos; un mosaico de lo

que los humanos representaban como especie.

-Abdul, bienvenido -saludó Adam, mientras a sus espaldas, una figura cubierta de pies a cabeza por una manta café, se materializaba a sus espaldas, haciendo una pronunciada reverencia-. ¿Has encontrado a nuestro cuarto objetivo? –Uriel pudo escuchar unas cuantas palabras dichas en parac-to, las cuales entendió como una afirmación–. Bien -asintió Adam-. Muéstramelo.

Las ventanas entonces mostraron a una sola persona en ellas;

Uriel observó sin perder detalle.

-¿Salida? -preguntó Uriel. -En dos ciclos. -Estaré listo para entonces. -Debes acabar con el cuarto sello, pero nuestra prioridad es el

factor cero. -Lo sé… -acató Uriel -Y si te encontraras a tu hermano en el proceso, ¿podrías

ponerlo a descansar, por favor?

Uriel no expresó el más mínimo gesto, hizo una ligera reverencia

y se dirigió a la salida.

-Espero mucho de tu “lealtad” a nuestra causa -lo detuvo Adam. -¿Acaso necesita más pruebas? -Me intriga, debo admitirlo. -Así que ¿matar a mi hermano es una? -¿Dónde estabas el ciclo pasado?

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-Cementerio de memorias, quería ver a la chica por mí mismo.

Adam se levantó dio media vuelta y se alejó a su vez, lentamente

de Uriel.

-Obeliscos. El tiempo y las experiencias los han vuelto irreverentes, confiados -sentenció mientras el cuarto volvía a materializarse, y él cruzaba una de las enormes puertas-. Ava te informará de la misión, irá contigo. Sean precavidos

Uriel no se volvió a mirarlo.

En su mente la respuesta a la intriga de Adam, apareció. Su

lealtad a ellos era, en honor al único líder cuyos ideales había

aprendido a respetar en toda su vida.

Joel Nichols y sus dos pilotos daban pasos precavidos pero

firmes, en el húmedo pasadizo que recorrían. La naturaleza, sin nada

que la detuviera por siglos, fue apropiándose de los muros que

alguna vez sirvieron de lienzos para los mayas. Los muros mostraban

el paso del tiempo y uno que otro símbolo milenario que pudo

sobrevivir. El suelo, ya cubierto completamente de verde, era

demasiado resbaloso como para confiarse.

Una esfera de luz azul, se abría camino delante de los peregrinos;

parte de la tecnología desarrollada por Focus Lumen, que permitía

ver todo como si la luz del día se apoderara del estrecho túnel.

Llevaban casi un día en las profundidades de la pirámide, y no habían

menguado en sus esfuerzos en ningún momento. La humedad y el

calor eran tan pesados, que cada paso se sentía como de varios kilos,

la vegetación y la fauna de insectos que habían hecho de aquel lugar,

su hábitat, no hacían las cosas más fáciles.

El capitán, quien era el que encabezaba la expedición, iba

mirando un radar de pantalla verde que llevaba en su muñeca. El

aparato no hacía otra cosa que detectar hasta las fuentes de lumen

más sutiles, lo que ocasionaba que la pantalla se llenara de puntos

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luminosos, ubicando la energía incluso de los más pequeños insectos

y plantas.

Joel iba en medio, el protocolo de seguridad lo obligaba así,

resultando en una gran frustración para él, al no poder avanzar a su

propio paso. El copiloto por su parte, escoltaba a pocos metros

detrás.

Antes de adentrarse en aquel laberinto, Joel había recibido una

llamada urgente de su jefe de seguridad. Tessa había sido raptada de

la mansión por un par de extraños y peligrosos individuos. Aquellos

sujetos, según le reportaban, atacaban con ráfagas de energía que

ningún arma construida por el hombre podía provocar, además,

aquella energía no parecía ser Lumen, ya que todas las defensas de la

casa, habían sido inútiles. Eso último fue, en realidad, lo único que

pareció sacar de balance a Joel. Incluso, con toda tranquilidad había

pedido que los mercenarios salieran rápidamente en búsqueda de su

hija, pero por otro lado, rechazó trasladarse inmediatamente a la

metrópoli, pues no era su intención el abandonar su importante

investigación. Tenía gente mejor preparada y su presencia no

ayudaría en lo absoluto; era a final de cuentas, un hombre práctico.

Además, no había solicitud de rescate, lo que dejaba en claro que por

el momento los secuestradores no buscaban alguna remuneración

económica en intercambio por su hija, sin duda, iban tras algo más;

eso jamás se le escaparía a alguien de la perspicacia de Joel.

Sí, claro, sentía mucho lo de Tessa, pero ella debía entender que

había cosas más grandes que la vida de una sola persona. Nadie podía

culparlo por conocer sus prioridades.

Lo de la otra energía, sin embargo, era algo que sí resultaba por

demás intrigante. Otra energía, no relacionada con el Lumen y

desconocida para todos…

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Un pitido interrumpió sus pensamientos. El capitán se detuvo en

seco y miró la pantalla de su muñeca con detenimiento. Un notorio

brillo en ella, marcaba que a unos metros adelante, se encontraba una

gran cantidad de energía acumulada. Era tanta que al principio el

capitán resolvió que se trataba de un error o algún desperfecto, pero

pronto se aseguró de que el artefacto funcionaba a la perfección y

que de hecho, un gigantesco acumulamiento de Lumen, los

aguardaba a pocos pasos de distancia.

Joel, que miraba por sobre el hombro de su subordinado, sonrió

con júbilo. Abrió sus ojos todo lo que pudo, mientras dirigía su

enloquecida mirada al frente, como esperando ver con sus propios

ojos toda esa energía recibiéndolo con los brazos abiertos, pero lo

único que pudo percibir, fue la esfera iluminando el final del camino

frente a ellos. Una gran roca impedía ir más allá en el túnel, y por un

momento, Nichols sintió la más grande frustración de su vida; “tan

cerca” pensó.

Consideró volar el obstáculo, pero pronto descartó esa idea. Una

explosión de ese tipo, podría causar que todo se viniera abajo y

toneladas de roca los aplastaran en segundos. Casi como un

autómata, caminó al encuentro de la maldita roca que truncaba sus

sueños.

La esfera luminosa, al sentir el movimiento de Joel, siguió

avanzando para alumbrar sus pasos. La luz bañó entonces la

superficie de la piedra y el ánimo de Nichols cambió por completo.

Pintados en la roca, unos símbolos y dibujos, de naturaleza

desconocida para él, contaban una leyenda indescifrable. A pesar del

tiempo y las inclemencias del ecosistema, el grabado se encontraba

en buen estado, como si se hubiese plasmado meses antes. Joel

miraba los símbolos, casi esperando que estos hablaran, y le contaran

la historia detrás de ellos.

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-Señor, el radar indica que la energía no está detrás de la roca, sino, en la roca misma… no sé que pueda… -empezó a explicar el capitán.

-No se preocupe capitán, no nos corresponde a nosotros entenderlo; no ahora ni aquí por lo menos. Pongan el censor justo en esta roca, coordinen el satélite y podremos irnos a casa -indicó con total tranquilidad, Joel; aunque por dentro hervía de emoción.

Los pilotos se miraron confundidos un momento, quizá

pensando que el enclaustramiento había afectado a su líder, pero en

seguida se dispusieron a seguir sus órdenes sin chistar.

Mientras los militares preparaban todo y sacaban lo necesario

de sus mochilas, Joel celebraba para sí mismo. Sin duda, lo había

encontrado; podía cerrar el trato. Esto significaba obtener el

elemento faltante, y en poco tiempo, lo que parecía ser una

persecución de molinos de viento, se transformaba en una heroica

caza de dragones.

El capitán terminó de poner una tercia de parches que contenían

series de circuitos muy pequeños. Con una computadora que el

copiloto le ofreció, calibró algunas coordenadas y los parches,

después de unos segundos, comenzaron a brillar. Acto seguido, los

soldados recogieron todo y confirmaron con Joel la orden, éste

asintió con una sonrisa y dio media vuelta sobre sus talones.

Unas horas después, salían a la superficie. La entrada a la

pirámide, era lo único de la construcción que no estaba cubierto por

vegetación. El resto de la pieza arquitectónica, tapizado de ramas y

enredaderas, se elevaba verticalmente de forma escalonada,

permitiendo, si así se deseaba, llegar hasta el punto más alto, desde el

exterior de la pirámide.

A cien metros, un claro había facilitado el aterrizaje de la nave,

que pronto era abordada por sus tripulantes de nuevo. La pusieron

entonces en marcha, con dirección a Oppidum Lux. Joel activó las

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pantallas personales que tenían en la parte posterior de la nave. A un

comando de voz, se conectó rápidamente con el satélite de la

compañía, y en las pantallas se dibujó un mapa detallado del planeta.

Joel dio un número de serie y rápidamente el satélite se postró sobre

la localización exacta del sensor que acababan de colocar.

“Perfecto” pensó el hombre, mientras pedía, se le comunicara

rápidamente a los laboratorios centrales. Había mucho que preparar,

personas con quien hablar, y negocios que hacer. Grandes negocios.

Y claro, si el tiempo lo permitía, ocuparse de la localización de su

propia hija.

Con serias dificultades, había comenzado la vida en

grupo de los sellos. En algún punto, Tessa (quién hablaba sólo lo

necesario) sugirió que por supuesto la ropa sería un problema, ya

que, vestir lo mismo todos los días, se convertiría en una crisis a largo

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plazo. Acordando que ni la chica, ni Kira podían pasearse por ahí, ya

que ambos eran buscados en todo el mundo, los otros tres hacían las

compras necesarias, aprovechándose del capital acumulado por parte

de Gabriel y David, entendiendo que era imposible utilizar los vastos

recursos de Tessa, ya que cualquier retiro a su cuenta, causaría que

los atraparan en el acto.

Otra dificultad, era el hecho de que una chica viviera con tantos

hombres. Francamente no le parecía que tres desconocidos,

adquirieran la ropa interior que utilizaría, sin mencionar otros

productos básicos. Claro que también estaba el hecho de que,

quitando a David, el resto no estaba acostumbrado a convivir con una

mujer. Hombres místicos y poderosos, pero hombres al fin. Así que

con toda sutileza, David se encargó de esos menesteres, más no de

entretener a su “alteza” (como él la había apodado) lo cual causaba

una seria desorientación en el resto, que no sabía de qué hablar con

Tessa.

Equímedes, por su parte, se ocupaba de los alimentos y su

preparación, algo que, por suerte, sabía hacer muy bien. Por lo

demás, no se entrometía en lo mínimo. Él sólo observaba desde las

gradas cómo Gabriel trataba de controlar los temperamentos de

David y Tessa, que chocaban muy a menudo y estallaban con

facilidad.

En una ocasión, uno de los no tan afortunados comentarios

sobre la vida fácil de la alta sociedad, por parte de David, provocó que

Tessa lo arrojara con demasiada fuerza en la cocina, llevándose con

él, la cena de esa noche. Gabriel tuvo que intervenir antes de perder

los víveres del resto del mes.

Kira parecía fascinado con esa nueva vida. El hecho de no tener

que seguir un horario, de poder descubrir más de él mismo y la

posibilidad de platicar con alguien más de cinco minutos sin tratar de

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seguir un protocolo empresarial, le agradaba de sobremanera. Seguía

las noticias por medio de Pi, el cual contaba con la función de

conectarse al internet, y con alegría se imaginaba que aquella

aventura, le permitiría recorrer el planeta y vivir las noticias en carne

y hueso.

Tessa empezaba a perder la paciencia. Su vida había dado un

completo giro, y ella lo había aceptado, todo con la esperanza de

entender un poco más de su extraña situación de vida y demostrarle

a Joel, su valía; pero cada día que pasaba era más común que el

anterior, y para colmo tenía que soportar al hombre menos

caballeroso que había conocida en su vida. Justo pensaba en

abandonarlos, cuando Equímedes, aprovechó una de las cenas de los

chicos (ya que él, como Gabriel, parecía no necesitar alimentos) para

anunciarles que su entrenamiento empezaría la mañana siguiente.

Kira casi se atraganta de la emoción y David tuvo que darle un

golpe en la espalada para que esto no sucediera, el primero lo

agradeció con una tímida sonrisa. David dijo algo sobre estar ansioso

y Tessa, movió la cabeza tratando de mostrar poco interés, pero en

realidad, su pulso se vio acelerado. Sí, podía esperar un par de días

más para dejar esa casa de locos.

Después de la cena, Tessa había decidido descansar frente a la

eterna fogata de la sala. Observaba con ojos vacíos a las llamas

danzar casi con elegancia. Vestía la pijama que David había escogido

para ella. Aunque al principio se había quejado de lo horrenda que

era, en realidad era cómoda y atinada en su talla. Su diseño, no era

del todo malo; rosa y con rayas verticales en carmesí. Podía vivir con

ello, sólo le había parecido que no quejarse daría una sensación de

conformidad, actitud que aun no estaba dispuesta a tomar.

Pensaba en las noticias que debían gobernar las estaciones de

televisión en estos momentos. Ya leía los encabezados, “Sexto día sin

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Tessa”. Miles de entrevistados hipócritas, diciendo cuánto la

extrañaban, sospechosos inventados por la policía, su madre

aprovechando para salir en todos los programas clamando justicia y

su padre quien seguramente veía de reojo el problema. Pero

extrañaba a Trish, lamentaba en cierto nivel, hacerle esto a ella, si

alguien moría de angustia en estos momentos era su fiel amiga. Sintió

un nudo formársele en la garganta y sacudió sus ideas; no quería

seguir con ellas pues podrían hacerla arrepentirse.

Un la hizo saltar del susto, se había perdido demasiado en sus

pensamientos, y la llegada de Gabriel, la tomó por sorpresa.

-Lo lamento, no era mi intención -se disculpó Gabriel -No hay problema -contestó la chica. -¿Pensando en el mundo exterior? –preguntó Gabriel. -Mi mundo de afuera no era tan maravilloso. -Puedo entender eso -Ojalá todos pudieran -dijo secamente Tessa. Gabriel sonrió. -David ha perdido cosas que ni si quiera recuerda. No la ha

pasado bien. Imagínate estar triste todo el tiempo, y no entender por qué. Encima de todo, te arrebatan lo único que tiene sentido. Si lo llegas a conocer un poco más… Bueno, la verdad es que puede que no mejore la situación, tiene el encanto de un hipopótamo danzando. Pero por lo menos, comprenderás un tanto su actitud.

Gabriel se puso de pie y se despidió con un ademán mientras

salía al pasillo que conducía al gran salón, Tessa por su parte se

dirigió a las escaleras que llevaban a las habitaciones. Al pasar por la

habitación de David, notó que la puerta estaba abierta y casi por

instinto se detuvo. El chico yacía en la cama viendo el techo de la

habitación sin moverse. Al percatarse de la presencia de Tessa le

dirigió una mirada inexpresiva a la joven, quien levantó la mano en

señal de buenas noches, David respondió con una leve sonrisa.

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Tessa siguió al cuarto próximo, el cual le pertenecía a ella.

Espacioso, con una cama, armarios grandes y un par de burós

excéntricos. Al cerrar la puerta tras de sí, se quedó un par de

segundos recargada contra ella, tratando de poner en orden sus

emociones. Estuvo a punto de salir nuevamente, pero se contuvo;

agitó la cabeza y avanzó rápidamente hacia su cama.

Seguía siendo, sólo un chico idiota.

Después de un ligero desayuno, los tres fueron conducidos al

gran salón por Equímedes. Gabriel ya los esperaba frente a la única

puerta del santuario que no habían cruzado. Entre la puerta y el

obelisco, descansaban tres montones de metal. Al acercarse,

pudieron reconocer armaduras de raro aspecto.

-Buenos días, espero que estén listos -saludó Gabriel. -Creo que lo que esperas es que vistamos esas cosas -contestó

David alarmado. -Nah-a, jamás –se negó, Tessa -¿Es realmente necesario? Es decir, no se ven muy cómodas -

agregó nervioso Kira. -No, no es necesario -afirmó un sospechoso Gabriel-, son

opcionales. Ahora, antes de que entremos, debo adelantarles algo. Lo que estamos a punto de comenzar, será un entrenamiento en varios niveles. Ser simplemente el más poderoso, no garantiza una victoria. Su energía, su cuerpo y su espíritu deben tener el mismo nivel de fortaleza y trabajaremos en cada uno de ellos. Esto lo voy a decir sólo una vez y espero que lo entiendan: el entrenamiento sigue hasta donde yo lo considere, se detiene cuando yo lo mande, y se hace lo que yo indique. Esto no es una democracia, señores, es una dictadura. Si no pueden vivir con eso, será mejor que se retiren de una vez–hizo una pausa para mirar a sus nuevos aprendices, quienes no lucían muy felices de oírle decir eso, pero no se quejaron, ni movieron-. Bien. Equímides…

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-Este cuarto -dijo Equímides mientras una sonrisa estiraba su cadavérico rostro- es único en su clase. Nos gusta llamarlo, “el cuarto de las situaciones”. Ahí encontrarán todo cuanto necesitan y mucho temo, que no va a ser su lugar favorito en el mundo. Debo pedirles, con la mayor de las vehemencias, no lo utilicen por su cuenta, es un lugar por demás peligroso sino se conduce uno mismo con extrema precaución. Es inclemente y puede matarlos con facilidad, tan resistentes como puede que sean.

-¿Qué significa, “el cuarto de las situaciones”? -preguntó Kira -Averigüémoslo, ¿les parece? -contestó Equímides dirigiendo

su delgado cuerpo a la enorme puerta, la cual se abrió inmediatamente de par en par, ocasionando un estrepitoso ruido al hacerlo. Equímides cruzó el oscuro umbral, seguido rápidamente por los sellos. Al estar del otro lado, fue como si la luz tuviera una incidencia

particular ahí. Se encontraba en un largo pasillo que estaba inundado

por una fuerte luz blanca, dejando en aparente oscuridad, el salón

que acababan de abandonar. Tal corredor no podía medir más de dos

metros a lo ancho y dos y medio a lo alto. Era básicamente un agujero

de color blanco que carecía de cualquier tipo de ornamento u adorno.

Al final del mismo, se podía vislumbrar la salida, que parecía, gozaba

de una luz todavía más potente.

Con cada paso que daban hacia la salida, un fuerte presión

aumentaba en sus cabezas. Era como estar descendiendo

rápidamente a las profundidades del mar. Sin duda, algún sistema de

seguridad. David dudaba que una persona común, pudiese soportar

aquello. Justo cuando la presión parecía demasiada, el chico llegó al

final del túnel; entonces la misma operación sucedió: el pasillo

pareció quedar en penumbras y luz blanca inundó la habitación

recién alcanzada.

David tuvo problemas para acostumbrar sus ojos, buscaba

alrededor algo que le indicara movimiento, y pronto pudo vislumbrar

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un par de sombras a unos metros de él; adivinó que se trataba de

Tessa y Kira. Después de un par de docenas de parpadeos, logró

observar con detenimiento el lugar.

-Esto es… -comenzó a decir David. -¿Anti-climático? -se adelantó Kira.

David asintió confundido.

El famoso cuarto de las situaciones no era sino una enorme

habitación completamente vacía. Los varios metros de alto, el color

tan claro y el brillo tan incisivo, hacían casi imposible distinguir las

paredes o el techo. Una mancha negra en uno de los puntos más

alejados de la ubicación de los chicos, fue lo primero que llamó su

atención. Después de observar bien, se dieron cuenta de que en

realidad era un hueco oscuro y pertenecía a un balcón que Gabriel y

Equímedes ocupaban. David, sorprendido, se volvió. Estaba seguro de

que Gabriel jamás lo había rebasado y sin embargo ya estaba varios

metros delante de él.

-Ehh, chicos… -balbuceó David al mirar tras de sí. Los otros se volvieron.

-¿Y… y la puerta? -preguntó Tessa al notar solo pared blanca, donde hacía unos segundos estaba la entrada.

-Bienvenidos al cuarto de las situaciones gritó Gabriel, causando un eco atronador-. Primero que nada, deben saber que este lugar no es seguro. Lo que está a punto de suceder es real, como todo lo que van a enfrentar más adelante, así que deben ser cuidadosos con su entorno. No lo duden ni por un segundo: el cuarto puede matarlos.

-Y… ¿Vas a matarnos de aburrimiento? Porque no veo nada de qué cuidarse. Espera, creo que acabo de ver una oveja. No, no, olvídalo, ¡Sólo es más pared! -gritó David

-Juro que uno de estos días… -murmuró Gabriel, entre exasperado por la actitud de David, y divertido por entender cuanto se parecía a él.

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-Vamos a empezar con lo básico –interrumpió Equímedes- Necesitamos saber con que contamos, y el día de hoy, probaremos su fuerza, velocidad, agilidad y aptitud de combate. Por favor, debo insistir en la sabia indicación de Gabriel, sean cautos –pidió Equímedes, a la par de dibujar unos círculos en el aire con sus dedos-. Imaginen la siguiente situación.

De repente el cuarto comenzó a moverse. Los sellos pasaron

dificultades para estarse en pie. Era como si todo el lugar estuviera

dando vueltas. La temperatura aumentó y el brillo blanco de la

habitación, desapareció. David entonces pudo notar a sus pies, un

suelo hecho completamente de arena, y en sus brazos una fuerte

corriente de aire. Sintió nuevamente la presión en su cabeza y un

agudo sonido lo ensordeció, cual si estuviesen viajando a una

velocidad demasiado alta.

-Están en la cima de una de varias montañas, en medio de un vasto desierto. No hay nadie a su alrededor y las condiciones serían mortales para un humano ordinario… -explicaba Equímides, a la vez que su voz se perdía hasta no escucharse más.

De pronto la presión desapareció y los malestares cesaron.

Los tres chicos, estaban precisamente en ese escenario. Se

encontraban parados en la cima de una montaña que estaba rodeada

de otras apenas un poco más pequeñas; eran docenas de ellas. El

lugar lucía tan árido que más que montañas eran, en realidad, rocas

colosales. El sol caía a plomo sobre los sellos, y no había una sola

señal de vida a la vista.

El viento era demasiado agresivo, y el cabello de David, que ya

para entonces era insoportablemente largo y desaliñado, se sacudía

en su rostro gracias a las fuertes ráfagas. Se alegró al notar que Tessa,

la pasaba peor con su aun más larga, cabellera rubia.

El lugar donde estaban parados, era puramente llano y plano.

Casi como si hubieran rebanado la punta de la montaña. David

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calculó que tenía unos cincuenta metros de diámetro, y que poseía a

una altura de casi trescientos. Ni si quiera él podía sobrevivir a una

caída de ese calibre. Entre una montaña y otra, había una distancia de

unos tres metros en promedio, por lo que fácilmente podía brincar

hacia ellas, si era necesario. Esperaba que no fuera necesario.

Pasó casi media hora, y nada sucedió. David, se había sentado a

mirar perezosamente el horizonte, Tessa resoplaba molesta y se

quejaba de vez en cuando, (cosa que David sólo observaba de reojo y

respondía con una mueca cada vez), mientras permanecía de pie

justo en el extremo contrario. Kira, quien parecía extrañamente

emocionado, recorría lo largo y ancho de la meseta. Se detuvo de

golpe al notar algo.

-¿Esto es un entrenamiento? Ya estábamos en medio de un desierto, ¿por qué no simplemente nos sacaron a dar una vuelta? –rezongó Tessa-. No creo que la deshidratación cuente como preparación.

-¿Sabes? Estás a dos palabras de que te mande a dar una vuelta -respondió molesto David.

-¿Vas a decirme que encuentras esto muy provechoso? -¡Sólo digo, que hay una razón para que estemos aquí y que tus

quejas son lo único no provechoso del lugar! -¡Oigan! –gritó Kira.

Había alarma en la voz de Kira, por lo que David y Tessa se

apresuraron a mirarlo. El menudo chico, apuntaba hacia al frente y

observaba algo que los otros dos no podían distinguir. David se

apresuró a acercarse y por fin notó lo que Kira señalaba. Eran

personas, paradas en una de las montañas más alejadas, y parecían

observarlos de vuelta. Eran por lo menos cinco.

David sintió en ese momento que algo estaba mal. Debido a la

distancia y la proporción del entorno, se percató de que el tamaño de

esas siluetas era…

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-So… Son enormes -tartamudeó Kira -Por lo menos el doble de nuestro tamaño -confirmó David.

Eran bastante altos y alarmantemente fornidos. Parecían llevar

armas y estaban cubiertos por mantas que lucían mucho más

prácticas que los ropajes deportivos de los chicos.

-Hay algo en su piel, que no… -dijo Kira. -¡Ahhhhhhhhhhhhhh!

Kira y David se volvieron alarmados al escuchar el grito de

Tessa. Uno de los exóticos sujetos estaba a dos pasos de ella y le

apuntaba con una lanza que tenía una punta que parecía ser de una

obsidiana muy, muy filosa. Como lo habían sospechado, poseía un

gran tamaño: más de tres metros y con unos brazos y piernas del

grueso del tórax de la chica.

Pero lo más llamativo sin duda, era la piel de la criatura. Estaba

hecha de roca y tenía estrías a lo largo y ancho que le daban la

apariencia de un suelo árido. La manta que cubría casi todo su torso,

lucía ligera y moldeable. También llevaba pantalones del mismo

material y sus pies calzaban algo horriblemente confeccionado que al

parecer, solía ser la piel de un animal. Toda su cabeza estaba envuelta

por la misma manta y sólo se asomaban un par de ojos de color rojo y

que brillaban por sí mismos.

David quedó impresionado, no sólo por la apariencia del recién

llegado, sino también por la forma en que los había sorprendido.

Tuvo que moverse muy rápido y sigiloso para haberlos tomado tan

desprevenidos, lo que, su complexión de oso pardo, hacía casi

imposible de creer.

Nadie se movía; David notó incluso que inconscientemente

trataba de respirar lo menos posible. La mole miraba fijamente a la

chica y daba la impresión de estar valorando si se trataba de una

amenaza.

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Tessa, por su parte, no se notaba nerviosa, sólo parecía haber

sido la sorpresa lo que afectó su balance, ahora trataba de sopesar la

situación y buscaba una manera de alejarse lo antes posible.

-¡No! ¡espera! –alcanzó a gritar, Kira.

Pero Tessa ya había dado un paso atrás. La criatura reaccionó de

inmediato alzando su arma y dando un espantoso rugido que lo hizo

asemejarse aun más a un oso. Tessa, confundida, no se movió un

ápice y el gigantesco sujeto dio un severo tajo con su lanza,

movimiento que realizó con una velocidad que no parecía ser suya.

Cuando la punta estaba a punto de impactar a Tessa, el ataque se

detuvo. La chica desorientada miró al frente para descubrir la causa.

David se había interpuesto y logró conectar un puñetazo en el

estómago de la masa humanoide; o por lo menos donde se suponía,

debería estar su estómago. La criatura reaccionó, impactando en la

cara a David con la parte externa de su mano, mandándolo a volar a

varios pies de distancia.

Ahora su atención estaba enfocada en el chico, quien, molido por

el golpe, trataba de incorporarse los más pronto posible, sabedor de

que su patético plan de rescate había funcionado.

Kira, quien observaba nervioso, se debatía en que hacer, cuando

la tierra a su alrededor tembló. No tardó en entender que se

encontraba rodeado para entonces. El otro quinteto de rocas

vivientes, había llegado ridículamente rápido al lugar de la acción y

Kira no pudo hacer más que mirarlos de reojo. Cuatro de las lanzas

apuntaron a la garganta del muchacho, y se detuvieron a milímetros

del objetivo. Era sólo un movimiento intimidador. Kira era ahora un

prisionero.

El sujeto que sobraba, se lanzó de un salto a Tessa, quien,

reaccionando al fin, evitó el golpe que le habría supuesto si se

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hubiese quedado quieta. La roca, comenzó a lanzar un ataque tras

otro con su lanza, los cuales la chica, ahora ya preparada, evitaba con

agilidad y destreza.

David, por su parte, pasaba más apuros en ese campo. La

agilidad no era precisamente lo suyo, y apenas zafaba los cortes de la

peligrosa lanza. Además, la media hora de deshidratación comenzaba

a hacer mella en su cuerpo y el golpe en la cara, no hizo las cosas más

sencillas tampoco. Comprendió que tenía que deshacerse de esa

lanza. Estaba seguro que ni su piel sería capaz de aguantar un corte

de ese filoso material. Sabía que en un combate cuerpo a cuerpo,

tenía cierta posibilidad; quizá.

Un ataque especialmente abierto por parte del gigante, le dio

tiempo al muchacho, de quitarse velozmente la sudadera que había

escogido esa mañana. Cuando la punta estaba a punto de alcanzarlo,

utilizó la prenda para envolverla. Aprovechando el impulso que el

arma llevaba, David saltó por encima del agresor, sosteniendo aun la

punta de la lanza, causando que su atacante se golpeara a sí mismo, y

soltara su arma.

Tessa, demasiado confiada ahora en su batalla, comenzaba a

creer que aquello no era un reto para ella.

-¡Tessa! ¡cuidado! –gritó Kira.

Tessa se detuvo en seco. Había olvidado lo del espacio, y ahora

estaba al borde del precipicio, sin un solo lugar hacia donde moverse

excepto al vacío.

“Idiota” pensó para sí misma, y sólo se preparo para recibir el

impacto. Pero no fue necesario. Una lanza atravesó el hombro del

monstruo, obligándolo a soltar la propia, y abriendo espacio para

que, ágilmente, Tessa pudiera escapar.

-¡Fíjate en lo que hac…agh!

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David no pudo terminar la frase. Su roca personal lo molía ahora

a golpes, a tal velocidad que parecía granizo. Un grueso y doloroso

granizo. Había perdido tiempo lanzando el arma.

Tessa, se incorporó y con toda la fuerza que pudo reunir,

impulsó con el hombro a la criatura atravesada, quien al recibir el

golpe, perdió el balance y cayó del risco. La chica se lamentó, había

sido un choque bravísimo pero rápidamente se repuso y se dirigió a

ayudar a David, quien era atacado sin misericordia en el suelo por la

violenta masa rocosa. Sin embargo, dos de los captores de Kira,

dejaron su puesto y se interpusieron entre Tessa y David; aquello no

estaba saliendo del todo bien.

Tessa, sabía que no sobreviviría un ataque frontal, y no pensaba

evitar tan torpemente los golpes de nueva cuenta. Tenía que hacer

rápidamente algo. No le dio mucho más tiempo para seguir

pensando, los dos gigantes se lanzaron al ataque. Tessa dio la media

vuelta más rápida de su vida y corrió hacia el borde de la montaña. A

pocos centímetros del precipicio y justo cuando sus agresores le

daban alcance, saltó hacia la roca más cercana alcanzándola apenas,

evitando la mortal caída.

Cuando pensaban darse la vuelta para mirar a sus enemigos, dos

estruendos la hicieron levantar la cara al frente. Delante de ella, y

como si jamás los hubiera dejado atrás, estaban los dos monstruos de

roca amenazándola con sus lanzas. Tessa no lo quería creer. No podía

derrotarlos ni huir de ellos. Su mente se colapsó y sólo pudo

incorporarse para después quedar inmóvil sin remedio.

Una enorme mano apareció en la orilla, a unos pasos de la

posición de la chica. De un impulso, subió el coloso que Tessa había

mandado al vacío apenas hacía unos segundos. “Eso es todo”, pensó,

“son indestructibles”.

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David ya no se defendía. Los golpes habían molido su cuerpo y

su capacidad respuesta. Con la energía que le quedaba observó a sus

compañeros. Kira lo miraba aturdido y desesperado. Sus manos

temblaban de ansiedad y parecía estar diciendo algo que David no

alcanzaba a escuchar. Del otro lado Tessa estaba en una situación

parecida. Rodeada y sin salida. Pudo ver claramente como el gigante

más cercano a ella, la sujetaba del cuello y la acercaba al borde con

intención de dejarla caer. Quizá esto era demasiado para ellos, el

mundo no podía depender de tres personas tan débiles e incapaces.

Jamás podría salvar a Samanta ni vengar a Abel.

Las colosales manos que hace unos segundos lo golpeaban,

ahora lo sujetaban por encima de la cabeza del monstruo. Estaba a su

merced, sabía que lo iban a arrojar a una muerte segura. ¿Qué más

daba? Gabriel se los había advertido, era un lugar peligroso, mortal.

Tenían que haber hallado una manera de sobrevivir. No lo lograron.

Kira vio con horror cómo estaban a punto de asesinar a sus

compañeros, trató de moverse, pero un feroz puñetazo en su

estómago lo hizo caer de rodillas. Sin aire para gritar, sólo abrió la

boca cuando Tessa y David comenzaron su viaje al precipicio.

Todo se nubló.

El grito retumbó por todo el edificio. Las ventanas y todo aquello

que estaba hecho de cristal, se hizo añicos. Apenas si podía respirar.

La cabeza y el pecho estaban a punto de estallar y sus manos

temblaban sin control. Tardó unos instantes en darse cuenta de lo

que había sucedido. Por un momento pensó que él había provocado

ese estallido, pero eso era ridículo.

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Afuera nevaba y ahora las ventanas no ofrecían protección.

Debía estar tiritando de frío, pero no sentía nada parecido, a pesar

del poco abrigo que ofrecía su bata de hospital.

David caminó con cuidado de no pisar los miles de vidrios que

ocupaban casi todo el piso. Era difícil, sus funciones motrices

parecían estar reiniciado y sus músculos no reaccionaban a la

velocidad que su mente les ordenaba moverse. Justo al querer doblar

la esquina del deshabitado hospital, trastabilló. No pudo evitar la

caída y esperó a sentir el dolor de los cristales encajándose en su piel.

No pasó nada. Al principio creyó que se trataba del mismo

entumecimiento lo que le impedía sentir dolor, al igual que el frío,

pero cuando se levantó se dio cuenta de que no había una sola herida.

Eso dejó de importarle enseguida.

Tenía que encontrar a alguien, debía recordar algo. Pero su

cabeza sólo estaba llena de confusión, ni una sola memoria; tan vacía

como aquel edificio.

Llegó a unas escaleras, que por su actual estado físico, le

parecieron el monte Everest; tardó lo que sintió siglos terminar de

bajarlas. Nada, ni una sola alma.

A pocos pasos, una recepción abandonada ofrecía un teléfono, se

acercó casi corriendo. Lo levantó y una pantalla se materializó frente

a él, en ella parpadeaba la leyenda “Sin señal”. David, frustrado,

arrojó el aparato con toda su fuerza. El teléfono salió disparado como

por un cañón y no detuvo su trayectoria a pesar de que una puerta de

vidrio, se opuso a ella, lo que es más, el cristal reventó al instante. Sin

dar crédito a lo sucedido, David cruzó los restos de la puerta. Ya

estaba seguro de que algo no estaba bien.

La nieve había llenado cada centímetro de pavimento y césped.

Los copos caían ahora, más agresivos que antes, y la piel y cabello de

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David, se tornaban blancos en segundos. Y sin embargo, y a pesar de

ello, el frío no lo tocó jamás.

Caminó por la también, vacía calle. Se hundió hasta los tobillos

de nieve, y la sentía, pero no lo acosaba el frío, el maldito frío que

debía estar ahí. Lo rasposo del hielo arañaba su piel, no estaba

entumido, sólo no sufría lo que debía sufrir, y eso no ayudó en su

desesperación.

Así debía sentirse estar muerto. Debía estarlo. Así que la soledad

lo iba a perseguir en la otra vida. Y si lo estaba, no podría quedarse

parado ahí y esperar a morir de nuevo. Quizá el peor de los castigos

por algo malo que hizo en vida y no podía recordar. Pero igual tenía

que pagarlo.

A un paso de la resignación, descubrió que no estaba solo. Una

silueta lo miraba cubierta con la luz de un faro, delante de él y a sólo

unos cuantos pasos. Una silueta solemne e imponente. Cubierta con

una capa de pies a cabeza, pero era todo. No podía vislumbrar

facciones o algo que le dijera más.

La sombra extendió su mano, le pedía que se acercara, y

entendiendo que no había nada que perder, dio el primer paso.

Y la silueta pareció sonreír.

David se incorporó con una gran bocanada de aire. Sudor caía de

la punta de su nariz y sus nudillos estaban blancos por la fuerza con

que apretaba los puños.

Una mano se posó sobre su hombro, haciéndolo saltar de

sorpresa; frente a él un sonriente Gabriel lo examinaba.

-Ya estás bien; Equímides curó tus heridas. Eran más moretes que otra cosa. Parecías un dálmata –dijo el obelisco y le señaló con la cabeza que mirara detrás de él.

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Equímides examinaba a un cabizbajo Kira, y con una sonrisa le

anunciaba que no tenía heridas. Esto pareció desanimar aún más al

chico, quien asintió pesadamente.

Estaban en la sala común del panal. David se encontraba sentado

sobre la alfombra frente a la fogata. Tessa observaba de manera fija

desde el otro lado de la habitación. Casi no parpadeaba y parecía

molesta a grandes cantidades.

Gabriel se puso de pie y miró a sus discípulos. Tardó unos

segundos para encontrar las palabras adecuadas.

-Deben saber que lo que acaba de suceder, era una prueba, simplemente necesitábamos saber de dónde partimos. Lamento que hayan pasado por eso, pero era más que necesario -hizo una pausa para esperar una respuesta que nunca llegó; continuó-. Esos eran Sáciros, mitológicos seres del desierto, de los cuales se habla en leyendas del mundo antiguo.

-Bueno, no se sentían mitológicos –se quejó David. -Se los advertí. Ese cuarto tiene el poder de hacer realidad,

cualquier situación o escenario que se le plantee. Lo hace tan real que puede ser mortal. Necesitábamos exponerlos a una situación de peligro verdadero y creo –esto lo dijo tratando de no herir susceptibilidades- que podemos asegurar que tenemos un gran camino por recorrer.

David era el único que miraba al obelisco. Los otros dos parecían

demasiado inmersos en sus pensamientos.

-¡Escuchen! -pidió Gabriel alzando por primera vez la voz-. Esas cosas con las que acaban de pelear, así de fuertes y agresivos como parecen, no son ni la mitad de lo que están a punto de enfrentar.

-¡¿Y por qué?! ¡¿por qué habríamos nosotros de pasar por eso?! –respondió casi al borde de las lágrimas Tessa-. Nosotros no le debemos nada al mundo. Yo no pedí esto, yo jamás he querido este poder.

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-Ellos… los parac-tos ¿quieren matarnos? ¿no es así? De otra manera no nos pondrían esta clase de pruebas –agregó Kira-. Yo… yo… no sé si pueda. Yo no puedo pelear, jamás lo he hecho, no creo que…

El cuarto se quedó en silencio. Gabriel no sabía que decir. Era

claro que trabajar con emociones humanas no le era sencillo.

David rompió el silencio poniéndose de pie. Sacudió lentamente

sus ropas y comenzó a caminar hacia su habitación.

-A mí no me importa si tengo que hacer esto solo. Siento mucho que hayan tenido que pasar un mal rato, pueden irse si así lo desean. Cuenta conmigo mañana y los días que se necesiten, Gabriel -y sin más, David subió las escaleras.

Tessa, lo miró alejarse, con el deseo de poder partirlo a la mitad.

Dio una patada al suelo y lo imitó con rumbo a su propio cuarto. Su

orgullo se encontraba herido ahora.

-Lamento mucho lo que sucedió hoy –dijo tímidamente Kira-. Me esforzaré más –terminó el chico e hizo una ligera reverencia con la cabeza y tomó camino a su dormitorio.

Gabriel, no podía comprender lo que acababa de suceder. Sus

ojos mostraban un nivel de confusión tan grande que hicieron reír a

Equímides. Con una mano el obelisco se alborotó su negro y corto

cabello, para después mirar a su delgado acompañante.

-Tantos años y aun no puedes descifrar a los humanos, mi querido amigo -apuntó Equímides-. Hay sentimientos en ellos que los hacen únicos en el universo. El orgullo, el valor y la vergüenza, pueden convivir en el corazón de un hombre, sin que él mismo lo sepa. Debes aprender a detectarlo; no sólo ellos están en entrenamiento.

Los ojos naranja de Gabriel, se paseaban de un lugar a otro, tan

desorientados como él mismo.

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Equímides tomó su propio camino, dejando un solo y reflexivo

Gabriel. Justo antes de cruzar la puerta, agregó:

-Hoy hubo algo sobre la energía de David que me dejó inquieto, quizá debamos prestar especial atención a su desarrollo estos días. –sugirió, para después abandonar la habitación.

Gabriel no supo muy bien a qué se refería, pero estaba seguro de

que tenía tiempo para averiguarlo. Por suerte, el tiempo era algo que

siempre había estado de su lado.

Cuando David entró a la cocina, encontró a Kira

engullendo un emparedado y revisando detalladamente al pequeño

robot que siempre lo acompañaba. Al no haberse percatarse de la

presencia del recién llegado, Kira parecía hablar con toda la

confianza del mundo a aquel aparato.

David, silente, observó al chico. Los pocos días que había pasado

con él, le fueron suficientes para entender que se encontraba frente a

un alma, que no había sido corrompida por el mundo. Su inocencia,

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amabilidad y entusiasmo por las cosas nuevas, habían dejado una

grata impresión en David. Era también muy obvio, que no había

tenido muchos amigos en su vida. Parecía eternamente agradecido de

que una persona le diera los buenos días y que le preguntara con

honesto interés, cómo se encontraba, y si había pasado una buena

noche. Era agradable tener por lo menos a un compañero con una

actitud positiva. Eso, según David, era un alivio.

-Buenos días, David –saludó, cuando por fin lo notó Kira-. Lo lamento, no te escuché llegar.

-No tengo mucho aquí ¿qué haces? -Limpio a Pi. No está hecho para ambientes así, y todas sus

partes comienzan a llenarse de arena. -Pi ¿eh? ¿Cómo es que lo conseguiste? -Lo construí yo cuando tenía ocho años, es mi mejor… -se

detuvo, quizá pensando que era triste decirlo en voz alta. -¿Ocho años? –preguntó David, pretendiendo que no había

escuchado nada más- Eso es… impresionante. -Gracias. Supongo que es para lo que fui creado, así que, si lo

piensas… no… no lo es tanto -¿Creado? –cuestionó confundido, David. -Soy, una persona… in Vitro. Es decir, alguien se tomó la

molestia de juntar un óvulo y un espermatozoide que tuvieran características adecuadas para el trabajo que se supone, debía realizar cuando alcanzara la edad correcta. También manipularon mi ADN para asegurarse de que así fuera. Una inversión segura… Así que, si lo piensas, no es tan impresionante… -explicó con cierto recelo.

-Pues a mí me lo parece –aseguró David, mientras se preparaba su propio emparedado, restándole importancia a aquella situación de ser “creado”, ya que presentía, molestaba a Kira. Éste último pareció agradecer el gesto-. A mí me cuesta trabajo hacer simple una llamada. ¿Por qué tantos botones? De verdad, pienso que la tecnología

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debería hacer más fácil la vida de una persona y no darle una úlcera crítica.

En ese momento, Pi volvió a la vida, mostrando en su pantalla lo

que asemejaba a un rostro feliz. Tomó el sándwich de Kira, un

cuchillo de la mesa y cortó a la mitad el emparedado, para después

eliminar las cortezas del pan.

-Bueno, parece funcionar para ti –sentenció David al ver al robot en acción.

Mientras ambos desayunaban, David pudo notar cierta tensión

en el rostro de su acompañante. Aunque trataba de disimularlo, era

obvio que sus años de nula interacción social, le habían marginado de

ciertas habilidades. Como por ejemplo, la sutileza.

-Sabes que todos estamos avergonzados de lo que sucedió ayer ¿cierto? No es como si hubiéramos hecho algo especialmente impresionante. Ninguno de nosotros. -explicó David

-Pero, lo intentaron. Es decir, hicieron frente a la situación y se defendieron… yo… yo en cambio, no…

-¿Frente a la situación? Kira, éramos dos gatos panza arriba. Ni siquiera sabíamos lo que hacíamos… Escucha, estamos aquí porque no tenemos ni idea de quienes somos o cómo pelear; nuestra defensa se basa en voltear hacia atrás y tirar golpes al aire.

-Quizá tú tirabas golpes al aire –dijo una voz que provenía de la entrada. Era Tessa, quien aun vestía la pijama de rayas carmesí.

Además de la vestimenta, sus ojos delataban que tenía pocos

minutos de haber despertado. Llevaba el cabello recogido de forma

sencilla y una de sus mejillas tenía marcas de haber pasado toda la

noche presionada contra la almohada. Aun así, mantenía una belleza

considerable.

A pesar de haber un asiento libre junto a David, siendo este el

lugar más cercano, decidió dar la vuelta a la mesa para sentarse al

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lado de Kira. Pi, al notar a la joven, flotó al otro extremo para tomar

una jarra llena de jugo y servir un poco en un vaso para la chica; ésta

agradeció con una sonrisa.

-Claro, ya que tú estabas muy ocupada cayendo por un risco de trescientos metros –respondió David. Tessa le contestó con una expresión irónica.

-De cualquier manera –cambió de tema la chica-, aun no estoy convencida de lo que Gabriel trata de hacer. Hasta ahora sólo hemos pasado por momentos incómodos y una golpiza.

-No has visto lo que es capaz de hacer –acotó David-. Él en verdad puede manipular el Lumen. Lo vi hacer trizas una roca a varios metros de distancia lanzándole energía. Además, él me salvó…

-Sí, bueno… -Sin embargo, es increíble –interrumpió Kira, pero lo hizo casi

para sí mismo y se tornó de un color rojo cuando notó que lo había dicho en voz alta-. Bueno, me refiero a que científicamente hablando, es poco probable.

-¿A qué te refieres? –preguntó David. -En los laboratorios –comenzó a explicar Kira, pero se detuvo

un momento para mirar a Tessa. Ésta parecía expectante, así que continuó- pasamos años experimentando con la relación entre el humano y su Lumen. Pudimos notar que, el Lumen, es básicamente una energía con conciencia independiente adaptada a las necesidades de vida de su recipiente. La tecnología construida por tu familia –lo dijo señalando a Tessa- constituyen una conciencia artificial que al actuar como recipiente, le dicta su función momentánea dependiendo del aparato. En otras palabras, la tecnología funciona como un cerebro temporal para el Lumen y le pide que se concentre en diferentes formas, ya sea para dar movimiento a un auto, para que generen luminosidad o incluso para lograr diferentes tipos de ataques. Pero eso es todo, la energía no vive dentro de la tecnología, sino que es tomada de los seres vivos a su alrededor y desarrolla una tarea provisional, para después regresar a su estado original. Los humanos u otros seres vivos, no pueden hacer esto de forma natural

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ya que la energía vive permanentemente dentro de ellos y el lazo que se crea es meramente inconsciente. Se intentó aplicar quirúrgicamente la misma tecnología que se utiliza en cada aparato, pero el ADN humano y animal, rechaza inmediatamente el proceso, y hasta hace poco, no entendíamos el porqué.

-¿Hasta hace poco? Estás diciendo que la compañía descubrió la forma de lograr que se maneje la energía de forma consiente -preguntó escandalizada, Tessa.

-Ni siquiera cerca, en realidad descubrimos todo lo contrario -explicó Kira pausadamente-. Descubrimos que es genéticamente imposible. Quizá sepan que los seres vivos estamos hechos de cadenas de cromosomas que dictan cómo somos. Desde el punto de vista químico, el ADN es un polímero de nucleótidos, es decir, un poli nucleótido. Un polímero es un compuesto formado por muchas unidades simples conectadas entre sí, como si fuera un largo tren formado por vagones -al terminar, notó la cara de confusión total de los otros dos-. Bueno, en pocas palabras, para que el cuerpo humano pudiera manipular conscientemente el Lumen, necesitaría poseer un vagón de trenes especial, para que la energía respondiera a actos voluntarios de las personas. Es por lo tanto, científicamente improbable, que podamos manipularla; por lo menos hasta el día que alguien descubra como añadir una cadena de ADN constituida con características tan exactas, que el Lumen lo reconociera como su propia conciencia.

-Así que, para que alguno de nosotros pudiera controlar el Lumen… -comenzó a decir Tessa-

-Deberíamos tener esa cadena especial en nuestro ADN –afirmó Kira.

-Pero… ¿lo han intentado? –cuestionó de forma seria David, haciéndolo parecer una afirmación.

-No, no que yo sepa por lo menos. Una vez establecido el ADN en una persona, es ilegal experimentar así con los humanos

-¿Y lo que tratas de insinuar es? –reclamó secamente y bastante ofendida Tessa, dirigiéndose a David, quien sólo sacudió la cabeza en respuesta.

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-El hecho de que mis creadores hayan puesto especial cuidado en mi ADN y no detectaran dicha anomalía, me descarta desde el punto científico para ser un manipulador a conciencia del Lumen. ¿Qué tal su ADN?

-Bien… gracias por preguntar –respondió Tessa, provocando la risa de Kira e inclusive un leve sonrisa en David.

-¿Acabas de bromear? Es la mañana oficial de “cosas que yo jamás voy a entender” –exclamó David.

El resto del desayuno tuvo el mismo ambiente. Los chicos

contaron cómo era su vida allá afuera. Qué hacían, cómo vivían,

incluso anécdotas que recordaban.

Kira habló de sus tutores, de la universidad y su trabajo. Contó

su primer contacto directo con la tecnología Focus, y las ideas que

había diseñado a lo largo de su corta edad. Se dio un tiempo para

alabar al padre de Tessa. Le dijo que soñaba algún día trabajar

hombro a hombro con él, diseñando nuevas herramientas a base de

Lumen que ayudaran al hombre. Tessa no pudo más que sonreír y

bajar la mirada.

Por su parte la chica, habló poco de su vida empresarial y/o

familiar. Prefirió tocar el tema de Augusto y sus salidas nocturnas.

Había algo en la frescura de sus palabras que hacían pensar a David

que quizá no se trataba de una mujer tan nefasta, llegando incluso, a

considerarla divertida de tanto en tanto.

David tenía menos tela de donde cortar. Habló fugazmente sobre

lo que recordaba aquella noche en el hospital. Cómo todo se

desvanecía al descubrir esa enigmática silueta. Contó lo poco que

recordaba de su vida. De Samanta y Abel, las únicas personas que

había considerado amigos desde entonces, y el día que todo eso había

terminado abruptamente. Eso llevó a cada uno a describir los sucesos

que los habían conducido a aquel refugio. Un parte aguas para el

resto de sus vidas.

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-Entonces, no se trata sólo de seres de otro mundo ¿Verdad? –argumentó Kira-. Hay humanos que ayudan a esos seres. Las personas que persiguieron a David, y la policía que disparaba a muerte en contra de mis tutores y yo.

-La verdadera pregunta sería ¿Saben a quién están ayudando? Me cuesta trabajo creer que hacen lo que hacen, sin saber para quién –agregó Tessa.

-Debe haber muchas cosas que pasan sin que siquiera Gabriel o Equímides lo sepan. En realidad parece que nuestro bando no tiene muchas ventajas si lo piensas –determinó David.

-Tenemos la ventaja más grande de todas, mi apreciable muchacho. Son ustedes.

Equímedes había entrado con extremo silencio a la cocina. Los

chicos, después de dejar atrás la sorpresa, se mostraron incómodos

por la situación de haber sido atrapados hablando del hombre recién

llegado.

-Entiendo sus dudas. Pero les prometo que todo se irá aclarando con el tiempo. Además deben saber que no estamos tan solos como creen. Hay jugadores que están de nuestro lado, pero la situación reclama que se manejen con sigilo por el momento. Quizá algún día los conozcan. Por ahora, sólo deben preocuparse por su entrenamiento. Gabriel ya los espera en el cuarto de las situaciones –terminó Equímides con una cálida sonrisa, la cual siempre endurecía sus delgadas facciones.

Después de terminar en lapidario silencio su desayuno, los

chicos se miraron un poco desanimados.

-¿A alguien le apetece otra masacre? –dijo por fin Tessa, y todos dejaron la cocina con resoplidos.

Cruzaban pesadamente el túnel mientras la presión crecía en sus

cabezas. La luz blanca del cuarto de las situaciones los cegó por unos

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instantes, pero pronto el malestar desapareció. Sin aviso, el cuarto

comenzó a girar, y poco a poco el aire cambió.

David levantó el rostro cuando la habitación pareció por fin

quedarse quieta y su desánimo bajó unos decibeles. Por lo menos el

paisaje era mucho mejor que la última vez.

Los tres se encontraban en un bosque no muy espeso. Los

árboles, aunque altos, no tenían un notable grosor en sus copas, y

había muchos tallos enormes que ninguno de los chicos había visto

alguna vez. Miles de insectos cantaban con entusiasmo y mantenían

silencio por unos segundos a cada movimiento de los chicos. El cielo

era adorablemente azul y había nubes gruesas como hacía mucho

tiempo que no se veían en la tierra.

Tessa sugirió seguir un pequeño sendero que parecía un rústico

camino para animales y carretas, a lo mucho; cosas que sólo habían

visto en los libros de texto escolares. Daba la impresión de que el

escenario había hecho mella positiva en el trío. Incluso había risas

cuando encontraban a uno que otro pequeño animal que se mostraba

aterrorizado con su presencia.

Después de caminar unos minutos, lograron ver a algunos

kilómetros de distancia, lo que lucía como una ciudadela. Tenía un

tipo de arquitectura que resultaba desconocida e impactante para los

chicos. Emocionados, corrieron hasta alcanzar las murallas que

rodeaban la aldea, para lo cual tuvieron que cruzar unos pastizales

que tenían la altura de casi un metro. Kira resultó especialmente

difícil de seguir. Aunado a su pasional entusiasmo, su velocidad era

impresionante, incluso para los otros dos.

Una gran puerta roja adornada con esferas de color dorado del

tamaño de un puño y repartidas equitativamente a lo ancho y largo

de la superficie, los recibió con imponencia. Las figuras de dos

dragones sostenían las mancuernas que les sirvieron para jalar las

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gigantescas puertas, las cuales crujieron con furia al abrirse. Dentro,

se encontraron de frente con cientos de escaleras, pequeñas

construcciones y una torre justo en medio del lugar. Los techos de las

diminutas edificaciones, estaban construidos con grandes tabiques y

tenían una extraña forma. Todos tenían cuatro lados que se unían en

un pico que coronaba las casas. También, las esquinas de cada techo

se levantaban con una ligera curvatura hacia el cielo. Las paredes

eran lisas y de un color rojo intenso.

Había largas murallas por donde se mirara, todas pintadas del

gastado pero hermoso rojo. Encima de las puertas de cada

construcción, había extraños símbolos de una lengua desconocida.

La pieza arquitectónica principal, era la parte más hermosa de

todas. Parecido al resto de las casas, se trataba un enorme templo

situado en el centro de la ciudadela, con muros y columnas rojas,

adornadas con ventanas cubiertas por protecciones de madera, que

dejaban ver el interior a través de pequeños agujeros con forma

cuadricular. Los techos y muros eran iguales a los del resto de las

construcciones, y tenían hermosos detalles en dorado y azul.

Entraron a este último edificio y justo en medio, al cruzar la fachada y

atravesar cuartos espaciosos, dieron con un hermoso jardín,

adornado con una pequeña fuente de piedra y flores de tonalidades

rosas. Tessa estaba casi conmovida, Kira prácticamente brincaba de

emoción y David miraba impresionado a su alrededor.

-¡Bienvenidos al Monasterio Shao lin! El lugar sagrado del Kung fu, de la antigua civilización china -gritó una voz que provenía de uno de los balcones superiores de la torre que adornaba la parte superior del templo.

Era Gabriel, quien estaba extrañamente vestido con un ropaje de

tonalidades naranja, dejando a un lado por primera vez su apariencia

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de dios del Heavy metal. Éste bajó de un salto los tres pisos de la

torre y aterrizó sin problema alguno, en medio del jardín.

-Bonito traje -apuntó David -Oh no se preocupen, hay para todos –respondió Gabriel

chasqueando los dedos.

Al instante, tres trajes idénticos al de Gabriel, pero de color gris,

cayeron a los pies de los sellos.

-Creo que prefiero la armadura -dijo Tessa mirando con recelo su traje.

-Cámbiese y véanme en ese lugar por favor –pidió Gabriel señalando una explanada que estaba frente al edificio y que funcionaba como recepción del monasterio. Sonriendo, Gabriel se dirigió ahí.

-No confío en él cuando está así de feliz -aseguró David, mientras tomaba sus ropajes.

Los trajes eran de dos piezas. La parte superior cubría el torso

hasta por encima de las rodillas; de manga larga y con una abertura

al frente en forma de “v”, mientras que el pantalón, del mismo

material (algo parecido a la manta) cubría apenas por debajo de los

tobillos. Por último, un calzado que carecía de agujetas y era en

extremo delgado. La parte superior de sus pies quedaban al

descubierto, y la suela tenía el grosor de una hoja de periódico; o así

lo sentían ellos. Los chicos pronto sintieron la facilidad que daban sus

nuevas ropas para el movimiento y estaban más que fascinados,

dejando atrás, su primera impresión de horror.

Gabriel los esperaba en medio de la explanada, más alegre de lo

que jamás lo habían visto. Los sellos bajaron ágilmente las escaleras

que separaban la recepción del gran espacio abierto frente a ellos y

se dirigieron expectantes hacia con su tutor.

-¿Qué es este lugar? ¿Templo Shao Lin dijiste? –preguntó con entusiasmo, Kira.

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-Mmm hmm -asintió Gabriel-. Bienvenidos a la provincia de Henan, de la antigua China.

-¿Cuándo dices antigua, tú…? -cuestionó David. -Me refiero a hace miles de años. Desafortunadamente, este

lugar fue reducido a ruinas durante el colapso. Tenemos suerte de que el cuarto de las situaciones pueda llevarnos incluso a mis propias memorias.

-¿Y qué hacías aquí hace miles de años? -Lo que ustedes. Entrenar. -¿Entrenar? ¿Con humanos? ¿Humanos te enseñaron algo a ti? -Me enseñaron todo.

El viento comenzó a soplar de manera repentina, casi como

obedeciendo al cambio de humor repentino de Gabriel, quien parecía

recordar algo oscuro. David presentía que eso era lo que en realidad

sucedía. También notó que lo único que Gabriel no había cambiado

de su vestimenta, era el collar con forma de gota que le había aquel

primer día en el restaurante. No pudo, por más que quiso, separar su

mirada del objeto. Había algo sobre ello…

-Yo soy, como ya lo saben, el relativamente más joven de mis hermanos. Digo relativamente porque fuimos creados sólo con cientos de años de diferencia.

-Claro, muy relativo… -contestó David, por fin separando su mirada del dije.

-Para nosotros lo es –aclaró Gabriel, sonriendo-. En fin, mis hermanos vivían muy ocupados manteniendo la paz entre las dimensiones como para entrenarme. Lo cual, fue un alivio para mí en aquel entonces; lo único que me interesaba era conocer el mundo de los humanos. Así que, pasaba mi tiempo viajando por su dimensión.

Nuevamente el humor de Gabriel y el clima de lugar, parecieron

tranquilizarse. David entonces entendió que estaban a merced del

temperamento del obelisco. Se preguntó qué tan bueno sería eso.

-Para el año 500 d.C. de sus tiempos, mi viaje me llevó a este templo, en su versión real por supuesto. Era notable la cantidad de

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Lumen que provenía de ahí; eso llamó mi atención. La única forma de reunir tanta energía, era teniendo a millones de personas en un solo lugar; cosa que por supuesto, parecía poco probable, así que, sin dudarlo me dirigí al templo. Verán, este monasterio es la cuna sagrada del arte de combate, más poderoso que yo he visto jamás: el arte del Kung Fu. Y no eran millones, sino apenas cientos de personas, quienes reunían esa cantidad de energía. Los observé por varios días. Personas de todas las edades se dedicaban en cuerpo y alma a aprender cada técnica y a tener un control total de su anatomía y mente. Eso era lo que llamaba tan fuertemente al Lumen, tal capacidad de controlar todo interna y externamente. Hasta el momento en que los conocí a ustedes, nunca volví a encontrar tanta energía concentrada, dentro de una persona. Vi cosas que jamás pensé ver de un humano; soportaban dolores extremos, se movían de la manera más armónica que yo había visto –al contar eso, imágenes de su mente comenzaron a aparecer alrededor de ellos. Casi como si estuvieran en carne y hueso, decenas de estudiantes repetían en sincronía, movimientos mágicos y armónicos. Todos tan concentrados, que parecían robots programados para realizar aquello-. Al quinto día de mi espionaje, uno de los más viejos, salió del monasterio y con sorpresa pude notar que se dirigía hacia mí. Me oculté lo más rápido que pude en los arbustos que rodeaban el templo. El viejo se detuvo a unos pasos de mi posición y esbozó la sonrisa más cálida que yo había visto en toda mi existencia.

El rostro de Gabriel pareció iluminarse y continuó.

-El viejo miró para mi alarma, hacia donde yo me encontraba. ¡Podía verme, no había duda alguna! “No tengas miedo” me dijo en chino antiguo y extendió sus brazos en señal de bienvenida. “Hace días que nos observas, ¿no te gustaría mejor, acompañarnos?” Sobra decir que yo estaba conmocionado. Pero mi curiosidad era más grande que mi sorpresa, así que acepté sin dudarlo y lo acompañé al monasterio –relataba con ademanes-. Su nombre era Xing Jiao y era uno de los fundadores de aquella doctrina. Me explicó que el Kung Fu,

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lo era todo. Todo a mi alrededor y todo en mi interior. Me dijo que el kung fu, era el arte de vivir, en control total de mi existencia.

En seguida, todas las imágenes desaparecieron, y nuevamente

sólo estaban ellos cuatro.

-Ustedes están a punto de aprender lo que yo tuve en suerte de aprender. Si aprenden a combatir, por lo menos memorizarán algunas maldiciones en chino, que al final de cada día, querrán dirigir a mí. Tú eres una dama, a ti ni se te ocurra -le dijo a Tessa y de un salto superó las murallas y salió del monasterio-. ¡Síganme! –alcanzó a gritar.

Los chicos por su parte, salieron corriendo mirándose

extrañados unos a otros. David, animado, sonrió. Gabriel ya los

esperaba, en medio de un sendero que conducía al bosque.

-Este camino, conduce a la entrada que ven a su derecha –aclaró Gabriel al tanto que señalaba lo que parecía ser otro sendero-. Si lo siguen terminarán ahí tarde o temprano. Más tarde que temprano créanme, son treinta kilómetros.

-¿Eso es todo? He corrido maratones de setenta y cinco kilómetros -exclamó entre decepcionada y altanera Tessa, David puso los ojos en blanco y murmuró un ligero hmmm…

-Me alegra oír eso. Bien, empiecen –indicó Gabriel. Los chicos se disponían a comenzar, cuando el obelisco añadió-. Oh, pero casi lo olvido –exclamó a la par de tronar sus dedos.

Kira se fue básicamente de bruces, David cayó sobre sus rodillas

y Tessa, con mayor equilibrio, se mantuvo en pie pero casi en

cuclillas.

-Prueben con esa gravedad. Ahora cada uno pesa setecientos Kilos. En fin, no comerán, ni descansarán hasta no llegar. Si hacen trampa, yo lo sabré. Su entrenamiento comenzará una vez que lleguen a la meta. El kung fu lleva años de entrenamiento, por obvias razones tomarán el curso intensivo, así que, no se tarden –terminó Gabriel mientras desaparecía en el aire.

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-No te costará mucho trabajo Tessa, ya pesabas más o menos eso ¿no? -se burló David, para, acto seguido, incorporarse y comenzar a trotar.

Tessa sólo lo miró con total desagrado y después lo siguió. Kira,

con un sonoro pujido, se levantó y fue tras ellos.

Era difícil avanzar a paso razonable con todo aquel peso, pero

David no menguaba en sus esfuerzos ni un metro. Estaba decidido a

hacer lo que fuera necesario para salvar a Samanta… y vengar a Abel.

Trataba de no pensar en eso, sólo hacía más complicado el esperar.

Así que, enfocó sus pensamientos al hermoso paisaje que le rodeaba.

Pensó que quizá aun había lugares así en el mundo real; lugares tan

abandonados por la mano humana, que comenzaban una nueva vida

en paz y con la esperanza de algún día, crear un ecosistema estable.

Eso claro, hasta que los humanos fueran demasiados otra vez y

acapararan todo. Era agradable escuchar sólo el viento y la fauna de

los alrededores, así como la casi rítmica respiración del trío corredor.

Pudo notar que sus huellas quedaban profundamente marcadas en la

tierra, lo cual le causó gracia por unos momentos.

Miró sobre su hombro y observó a sus compañeros. Kira, quien

parecía no sufrir en lo absoluto, corría admirando deleitado, cada

centímetro del camino. Tessa estaba solamente concentrada en el

ejercicio y en mantener su respiración controlada. David tenía que

admitirlo, era buena para ello.

Sintió estar de pronto en un equipo escolar. Quizá el combinado de

futbol del colegio. Todos entrenándose para el inicio del campeonato.

Quizá sus padres irían a verlo, lo apoyarían en cada paso y gritarían

cada vez que alguien lo derribara. Pero para que eso hubiese sido

cierto, jamás debió tener poderes. Una vida normal, llena de dolor

físico, decepciones amorosas, acné y exámenes reprobados.

¿Cambiaría toda su fuerza por una vida así?

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“¿Dónde firmo?” pensó David.

El sol caía a plomo en esos momentos. Calcularon que ya estaban

casi a la mitad del camino, cuando sus piernas apenas se podían

mover del dolor. Era, a final de cuentas, algo refrescante para ellos;

sentir dolor. En cierto punto todos parecieron pensar lo mismo y

comenzaron a reír a carcajadas. Todo aquello había sido, sea como

sea, una gran experiencia. Ahí se sentían más comunes, gracias a una

combinación de su nueva vulnerabilidad adquirida y el hecho de

estar rodeado de personas tan anormales como ellos.

El camino los llevó a atravesar una cascada de agua

absolutamente helada. David y Kira no dudaron y pasaron bajo ella,

mojándose de pies a cabeza y sacudiéndose el agua como un par de

perros lanudos, mientras que Tessa, con más recelo, pasó brincando

con gran dificultad por un camino de rocas a un par de metros de la

caída de agua.

El último tramo fue casi insoportable. Kira había perdido el

interés por todo lo que no fuera llegar al destino, Tessa abandonó por

completo el control sobre su respiración y David, al no saber chino,

vociferaba maldiciones en su propio idioma. Después de casi tres

horas, los chicos por fin vislumbraron el monasterio, y como si, tan

celestial visión fuese una inyección de adrenalina, aceleraron al

instante. Cuando hubieron cruzado la muralla, se desplomaron con

fuerza. La etiqueta era lo de menos, sólo querían no estar parados un

segundo más.

Mientras David miraba al cielo, tratando de recuperar el aliento,

la imagen más fastidiosa que podía imaginar en aquel momento,

apareció en su campo de visión. Gabriel lo miraba hacia abajo con

una sonrisa de oreja a oreja.

-Bien hecho. Han completado el calentamiento –los congratuló Gabriel–. Ahora empecemos con los ejercicios de fuerza-

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-El… el… cal… tú… -trató de decir, David, pero desistió. -Oh, sí. Disculpen mi torpeza.

Gabriel tronó nuevamente sus dedos y en el acto, la exagerada

gravedad que actuaba en los chicos, desapareció. Todos aspiraron

aire con enorme alivio.

-Síganme –indicó Gabriel.

Con exclamaciones de reclamo, los sellos se incorporaron

torpemente; Kira incluso tuvo que intentarlo varias veces. Llegaron a

la explanada, sólo para encontrar cuatro enormes piedras del tamaño

de casas, postradas a un extremo del enorme espacio abierto.

-El ejercicio es simple –explicó Gabriel mientras se dirigía a una de las rocas-. El objetivo es empujar estas hermosuras hasta el otro extremo de la explanada. Permítanme mostrarles.

Gabriel colocó una mano sobre la colosal roca y sin mucho

esfuerzo comenzó a rodarla a empujones. En menos de un minuto, la

roca había recorrido los más de cien metros de distancia que

pertenecían al espacio.

-¡¿Estás loco?! Esas cosas deben pesar toneladas –gritó Tessa después de recuperarse de la demostración dada por Gabriel.

-Sí, algo por el estilo. Y yo me apuraría, las noches son frías en este lugar. Después de decir eso, Gabriel saltó a la cima de su roca y adoptó una posición de meditación.

-¿Creen que él, en realidad está… meditando? -preguntó Kira. -No, creo que sólo se burla de nosotros –contestó resignado

David y siguió a Tessa, quien gritaba palabras sólo aptas para adultos a la vez que caminaba hacia las piedras.

Los chicos miraban de arriba a abajo sus rocas. Kira abrió tanto

la boca que la saliva comenzó a escurrir por su barbilla. David se

acercó a pocos centímetros de la montaña en miniatura que debía

mover y sin pensarlo un momento más, se decidió a empujar. La

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piedra se balanceó unos milímetros, pero se rehusó a moverse. Tessa

dio una patada en el suelo e imitó a David. Kira, saliendo de su

impactada postura, hizo lo propio. Los brazos de cada uno

comenzaban a mostrar el esfuerzo requerido. David casi podía oír

como sus dientes rechinaban los unos contra los otros.

-Su fuerza no radica en los músculos, no sean ridículos. Traten de pensar en la ventaja tan obvia que tiene sobre el resto de su raza -gritó Gabriel.

-Es… imp… posi…ble –respondió Tessa dejándose caer-. Tú eres el ridículo.

Gabriel puso ojos en blanco y saltó de su roca. Ante las

incrédulas miradas del resto, levantó la piedra con una sola mano.

-Su fuerza se debe al Lumen. Canalicen la energía, concéntrenla en un solo punto. No traten de moverla con sus cuerpos solamente –explicó y soltó el colosal objeto-. ¡De nuevo! -ordenó el Obelisco.

-A… acaba de… -tartamudeó Kira. -Ese tipo es un estuche de monerías –exclamó con enfado,

Tessa.

La noche cayó sobre los sellos. Naturalmente su avance no era el

mejor. Kira, hacía una hora que decidió tirarse boca arriba y observar

deprimido, el cielo. Tessa perdió toda delicadeza, y le gritaba

improperios a su piedra. David seguía empujando casi por inercia.

Los brazos le gritaban al chico que se detuviera, su mente y

cuerpo estaban al límite y sus pulmones gritaban por oxígeno. Su

mente comenzó a divagar. Veía a Samanta, sumergida en un profundo

hoyo negro, gritando su nombre y llorando de soledad. Vio los ojos de

Abel mirándolo, tratando de pedir ayuda para después, cerrarse por

siempre. Apretó los dientes y subió su barbilla al cielo. El dolor de

perder lo único que había valido la pena lo invadió y él, tan inútil, sin

poder evitarlo, no podía vencer ni a una inanimada roca.

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Olvidó el dolor, sus músculos podían estallar por lo que a él

concernía. Un justo castigo. Y el odio por esa mujer, reapareció;

riéndose de él, obligándolo a observar la muerte de su mejor amigo.

Odio por aquellos que le arrebataron su pasado y su futuro. El odio.

No había más que odio.

-¿David? –exclamó Tessa, alarmada, pero David no la escuchó. Su energía se perdió en el cobijo de la noche.

Gabriel se percató, no entendía que sucedía.

Y la roca se movió, no todo el camino, ni si quiera la mitad de él,

pero se movió. David se sumergió en la oscuridad y cayó

murmurando los nombres de sus amigos.

Cuando despertó, estaban de regreso en el panal, acostado en su

cama y siendo observado desde arriba por Gabriel y compañía.

-Bienvenido. Cero y van dos. ¿Cómo te sientes? –preguntó Gabriel, con una sonrisa.

-Como cucaracha fumigada, ¿qué sucedió? –respondió David. -Perdiste la conciencia. Esfuerzo excesivo -Y… fui el único que… -Fuiste el que más se esforzó –interrumpió Kira. -Ya… -murmuró David.

Tessa miraba la escena desde la puerta de la habitación.

Preocupación y molestia se podían ver en su rostro. Hizo una mueca

parecida a una sonrisa, y salió de la habitación.

-¿Qué le pasa a rayito de sol? –cuestionó David. -Estaba preocupada… -aclaró Gabriel. -Ajá… -Además, creo que un poco molesta; fuiste el único que pudo

mover su roca –añadió Kira, entusiasmado-. Pero eso significa que es real. Podemos hacer todo esto.

-¿Pude moverla?

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-¿No lo recuerdas? –le preguntó Gabriel. -No -Ya veo. Bueno, fue un gran esfuerzo, debes descansar.

Equímedes te preparó una esencia; no me preguntes qué contiene, pero jura que te hará sentir mejor y te ayudará a dormir. Mañana empezaremos temprano, así que será mejor que…

-Descanse –interrumpió David. -Sí –espetó Gabriel con una expresión que daba a entender que

algo le perturbaba, pero David estaba muy cansado para hacer conjeturas. Así que sólo asintió con debilidad.

Gabriel y Kira salieron de la habitación. Este último, quien no

cabía en su entusiasmo, dio las buenas noches con excesiva alegría y

se dirigió a su cuarto.

Equímides esperaba a Gabriel frente a la fogata, tarareando una

inteligible canción.

-Su energía… -masculló Gabriel. -Lo sé –asintió Equímides. -No lo entiendo, no había forma de que movieran la roca el

primer día. -¿Sentiste algo? -Sí, pero… eso es lo que no entiendo. No hubo crecimiento en su

energía o variación alguna. No sé cómo es que pudo desplazarla. No lo hizo con Lumen, eso es seguro.

-Debemos ser precavidos Gabriel, y debemos tener fe.

Como respuesta, Gabriel simplemente asintió.

El entrenamiento siguió así por días. Los sellos hacían cada

ejercicio que Gabriel les imponía. Desde resistir temperaturas

intensas en las costas de Alaska, soportar condiciones extremas en

volcanes de Asia y recorrer grandes distancias en los andes

sudamericanos. Pronto los chicos comenzaron a entender, el sentido

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de esas pruebas. Sus cuerpos eran a final de cuentas, humanos. Pero,

cuando estos parecían ya no resistir, el Lumen se apropiaba de sus

extremidades, dándoles fuerza y resistencia ciertamente inhumanas.

En poco tiempo, aprendieron a dejar que la energía los condujera por

completo. Las piedras avanzaron cada vez más, y su velocidad iba en

aumento. Al final de cada día, sentían a su cuerpo, responder con

mayor facilidad a los impulsos del Lumen.

Cuando los sintió preparados. Gabriel comenzó a enseñarles las

bases del Kung fu. Les explicó, que a final de cuentas, las técnicas,

podían aprenderse, sólo si el cuerpo y la mente estaban preparados

para ello.

Los chicos veían con entusiasmo crecer sus habilidades poco a

poco. La gran agilidad de Tessa, le permitía aprender con más

facilidad, los movimientos que Gabriel les enseñaba. David, por su

parte, hacía crecer su fuerza por encima de la del resto, y pronto

podía derribar gruesos árboles de un solo golpe. Kira era

simplemente, imposible de alcanzar.

Una mañana de especial entusiasmo para los chicos. Gabriel los

llevó a la explanada central del Templo Shao Lin. El obelisco era,

definitivamente, el más alegre de todos, y como cada vez que

planeaba algo, una mirada que sólo podía significar problemas y

dolor para los chicos, apareció en sus ojos.

-Felicidades –congratuló Gabriel- parece que han sobrevivido al entrenamiento. Creo que ahora, sólo queda una cosa por hacer- Los chicos apenas alcanzaron a mirarse confundidos, cuando Gabriel desapareció en el aire-. ¡Aquí atrás! –exclamó el obelisco, que estaba a las espaldas de los sorprendidos sellos.

El obelisco, lanzó de una patada a Kira, tan lejos que su grito se

fue perdiendo. David no pudo escapar al agarre de su tutor, y tuvo

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que caer de rodillas con una expresión de dolor, cuando éste le dobló

el brazo. Tessa intentó reaccionar, pero Gabriel le lanzó a David

encima, ocasionando que ambos cayeran aparatosamente.

-Deben sentir mi energía, anticipar mis movimientos. No pueden ser más rápidos y fuertes que yo, si no pueden verme.

-Diablos –murmuró David.

Éste último se puso de pie y atacó a Gabriel con una patada al

rostro, la cual fue evitada sin ningún problema por el obelisco, para

después tomar al sello de los ropajes, y lanzarlo por sobre su espalda.

Tessa aprovechó esto para hacer su movimiento y Kira se le unió.

Ambos realizaban su mayor esfuerzo, pero no podían tocar a Gabriel,

quien podía leer todos sus movimientos. El obelisco atrapó el brazo

de Kira, y trastabilló por debajo a Tessa, quien se fue de bruces

debido a la inercia que llevaba. El obelisco golpeó el estómago de Kira

y lo hizo doblarse de dolor.

-Su energía anuncia sus movimientos –explicó Gabriel-, contrólenla. Me superan en número, tomen ventaja de eso.

David sujetó a Gabriel por la espalda.

-¡Kira! –gritó David.

El veloz chico, se puso de pie en el acto. Gabriel sonrió

complacido, pero de un movimiento, se liberó de David, cambiando

posiciones con él, ocasionando que Kira golpeara a su compañero.

Acto seguido, impactó por la espalda a David, logrando que ambos

sellos cayeran de nueva cuenta al suelo. Detrás de ellos, apareció

Tessa, quien intentó conectar un puñetazo en el rostro de su tutor,

siendo evitado con facilidad por éste. Tessa utilizó ese momento de

distracción, para golpear a Gabriel con el codo justo en las costillas. El

cada vez más animado maestro, tomó con rapidez uno de los tobillos

de la chica, provocando que se fuera de bruces.

-Mejor, pero aun muy predecible. ¡De nuevo!

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La batalla continuó por horas. Los sellos cada vez se acercaban

más a su atacante; pronto entendían cómo manejar su energía en una

batalla. Todas esas semanas de prácticas, parecían redituar en cada

uno de sus movimientos. Gabriel aumentaba la intensidad a cada

momento, quería llevarlos al límite, costara lo que costara; los chicos

parecían adaptarse poco a poco a las circunstancias.

En un intercambio de golpes, especialmente veloz, Gabriel sujetó

las muñecas de Kira y Tessa, inmovilizándolos casi por completo.

-Eso casi fue un buen intento –se burló Gabriel.

Los chicos sonrieron a esto, y ante los ojos del confundido

Obelisco, ambos giraron hacia el frente, doblando por completo los

brazos de Gabriel, siendo él, ahora, quien no podía moverse. Apenas

pudo levantar la mirada para observar como David levantaba su

puño.

-No, es el fin del camino –dijo David.

El sello impactó el rostro de Gabriel con toda la fuerza que le era

posible descargar, logrando derribar al desorientado obelisco. Éste

último, se puso de pie, no sin muchas dificultades. Los chicos se

prepararon para defenderse una vez más, pero bajaron la guardia al

notar que Gabriel comenzaba a reír.

-Bien hecho. Ustedes ganan –anunció sin poder evitar la risa.

Los chicos se miraron un momento, y se unieron a las carcajadas

de Gabriel. Había sido un largo camino; era más una risa histérica.

Todos se tiraron al suelo, respirando profundamente el aire de

aquella china imaginaria.

Gabriel miró a sus “alumnos”, palabra a la que, por cierto, aún no

podía acostumbrarse, y sonrió aliviado; había mucho camino por

recorrer aún, pero pasos importantes se estaban dando. Había

esperanza después de todo

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De pronto todo empezó desaparecer. El templo se esfumó y el

bosque se fue evaporando.

-Lamento interrumpir –dijo Equímides, a la vez que entraba con semblante serio al cuarto de las situaciones –pero era necesario.

-Es tiempo–adivinó Gabriel, que miraba a un punto en el vacío. -Sí, se trata del cuarto sello.

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Ava observaba desde una colina, cómo los mercenarios

rodeaban la aldea. Los pobladores, quienes se habían percatado de

esto, permanecían unidos todos en una pequeña plaza central.

Las casas del lugar, daban la impresión de hacer sido

construidas a mano con métodos rudimentarios. Quizá adobe, lodo,

madera y materiales provenientes del ingenio humano. La aldea

estaba asentada en medio de una sabana, en lo que antes era el

Noreste del continente africano. No había, algún dejo de tecnología,

ni nada que se le pareciera. Una hermosa aldea construida con el

sudor de sus habitantes, quienes vivían de lo que la tierra les proveía:

una aldea exterior. De aquellas pocas poblaciones que se había

negado a los alcances de la corporación Focus Lumen. Ellos

respetaban la energía vital, como algo proveído por la madre

naturaleza y eso, para ellos, era sagrado, inviolable.

En su totalidad, de raza negra. Los hombres y mujeres jóvenes,

de gran fortaleza y altura, se preparaban para la batalla, mientras las

madres, los niños y los ancianos, se protegían unos a otros,

confundidos por lo que sucedía.

El capitán de los mercenarios se acercó a Ava, la cual,

maravillada, seguía mirando la escena.

-Estamos en posición –anunció el soldado. -Bien. Entremos, entonces –ordenó Ava, bajando de un salto la

colina y dirigiéndose con gran velocidad a la aldea.

Los mercenarios entendieron esto como su señal para avanzar y

siguieron a la despampanante pelirroja, que con zancadas firmes, se

acercaba a los pobladores.

Un hombre de edad avanzada, y el aparente líder de la aldea, dio

un par de pasos al frente. Vestía como el resto de los habitantes, con

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una manta que lo cubría por completo, con motivos tribales y colores

vivos. El hombre saludó a Ava con un amable gesto, extendiendo la

palma de su mano al frente. La chica ordenó a los mercenarios,

mantener posición, mientras ella caminaba al encuentro del anciano.

-¿Entiende lo que digo? –preguntó Ava, clavando la mirada en el hombre.

-Zi, ezz un idioma que ya todoz hablan, bella dama –dijo el hombre con un extraño acento.

-Bien, eso nos ahorrará tiempo –aseguró Ava-. Estamos buscando a una persona. Fuentes muy confiables nos aseguran que se encuentra en este lugar. No sabemos cómo luce, pero sí sabemos que es alguien muy fuerte; seguramente sabe de quién hablo. Sólo queremos a ese individuo, nadie tiene que salir herido.

-Hay muchoz hombres y mujerez fuertez en esta aldea –respondió sin titubear el hombre.

-Entonces, supongo que tendrá que ser del modo difícil. -No pienzo entregarle a nadie –aseveró en tono definitivo, el

anciano. -Bien, entonces, empecemos con esto.

Ava, de un golpe, atravesó el tórax del pobre hombre, quien sólo

alcanzó a soltar un resoplido. Los guerreros de la aldea, quienes

habían mirado en primera fila, la escena, gritaron furiosos y se

abalanzaron en contra de la mujer. Los mercenarios comenzaron a

disparar en contra de los aldeanos, quienes caían uno a uno,

impactados por los rayos que salían de las armas de Lumen. Aquello

era una masacre.

Ava sonreía ante la imagen. Parecía complacida con todo aquello,

pues odiaba a los humanos, no soportaba su putrefacto hedor, ni su

insoportable presencia. Qué mejor que verlos asesinarse los unos a

los otros.

-¡Alto! –gritó una exasperada voz.

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De entre los aldeanos, se abrió camino una hermosa chica de piel

oscura y ropajes de guerrera. Llevaba en su mano izquierda una

hermosa lanza. Sus ojos negros estaban llenos fiereza. Su cabello

lacio y del mismo color que sus ojos, se movían al ritmo acelerado de

sus pasos. Rápidamente se acercó al cuerpo del anciano caído, quien

agonizaba.

-N… no… Razi -pidió entrecortadamente, el hombre. -Nadie va a morir por mí, Tata –aseguró la chica-. Lo siento –

dijo mientras le sujetaba el rostro al anciano-. No debiste. -Razi, R… Razi.

Ava miraba ansiosa a la chica. Una sonrisa torcida ocupó sus

labios. Dio una señal y los mercenarios rodearon la escena.

-¿Sabes quién eres? –preguntó Ava. -Sé quién eres tú, ¿cómo no sabría quien soy yo? –respondió

Razi, levantándose con cautela, y mirando a su alrededor. -Bien –aceptó Ava, sorprendida-, eso nos evita presentaciones.

Mátenla. -Creo que tienes la impresión de que voy a irme sin pelear. ¿No

quieres comprobar por ti misma, lo equivocada que estás?

Ava detuvo la media vuelta que realizaba y miró irritada a Razi.

El resto de los guerreros del pueblo, comenzaron a llevarse a los

aldeanos; uno de ellos, se quedó observando la escena, sin saber qué

hacer. Razi lo miró de reojo, y asintió a su compañero, el cual

devolvió el gesto y se alejó de inmediato, llevándose al anciano

herido con él.

-Ava –exclamó el capitán de los mercenarios. -Solo acaben con ellos –ordenó Ava, mientras se acercaba a

Razi, que la observaba con tranquilidad. Los mercenarios obedecieron e iniciaron la persecución.

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Las dos chicas se miraban con marcado contraste. Ava, hecha

una completa furia, apretaba los puños, Razi, permanecía

imperturbable.

Ava inició el ataque. Veloces golpes trataban de impactar el ágil

cuerpo de Razi, quien parecía demasiado rápida para su oponente. La

parac-to perdía la compostura. Cada golpe fallado era un insulto para

ella. Era un pensamiento insoportable, el verse humillada por una

débil humana. Su cuerpo se llenó de energía negra. Su velocidad

aumentó y logró derribar a Razi, la cual se había visto sorprendida

por este último movimiento.

Razi se incorporó de un salto, preparó su lanza y espetó varias

veces, obligando a retroceder a la pelirroja. Ava había utilizado

demasiada energía en el último ataque. Ahora su estancia en la tierra

de los humanos sería más corta, pero no podía irse de ahí sin cumplir

con el trabajo que le habían encomendado.

Razí logró atravesar el torso de la Parac-to, la cual, sorprendida,

se impactó con el exterior de una choza, derribándola por la fuerza

del golpe.

-Considérate a mano –murmuró Razí.

Ava se puso de pie al instante, expulsando un torrente de

energía que hizo caer a Razi. La furiosa mujer, observaba a la

chiquilla que la humillaba sin contemplaciones.

La energía de Ava salía cada vez con más vehemencia,

provocando que las chozas se tambalearan con violencia. Sacó la

lanza de su abdomen y la hizo añicos con su rodilla. Razi no se

preocupó por ello. Entendía a su enemigo, algo que claramente, no

era mutuo. Sabía que, al no estar en su mundo, la mujer no podía

utilizar la energía a su alrededor, ya que no le correspondía, así que

sólo podía expulsar aquella que su cuerpo había almacenado. Se

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estaba secando, marchitando de a poco. Muy pronto estaría peleando

con un saco de huesos.

Ava, con una velocidad pasmosa, atacó a Razi, que apenas se

ponía de pie. Esta vez, cada golpe alcanzó su objetivo; los choques

eran tan enérgicos, que se podía oír a kilómetros de distancia. Razi se

desplomó pesadamente.

-Qué decepción –masculló Razi, mientras se incorporaba-. Creo que después de todo, ustedes no son de cuidado.

Ava, incrédula y colérica, dio dos pasos atrás y rió de forma

histérica. Plantó ambos pies firmemente en el suelo, y cruzó los

brazos sobre su pecho. La energía se concentró en ambas manos.

-¡Dama loc-da meh! –gritó Ava.

Razi sintió perder el control de sus extremidades. Sus manos y

brazos se extendieron, dejándola inmóvil en el acto. Miró a su

alrededor. Una especie de telaraña hecha de negra energía, la tenía

aprisionada de pies a cabeza.

Ava apuntó sus dedos índices a la presa que acababa de obtener.

Un rayo negro del tamaño de un aguijón, salió de ellos, atravesando el

corazón de Razi. La atrapada chica, sintió una sacudida en todo su

cuerpo. En cuestión de segundos, la cabeza le daba vueltas y se le

dificultaba respirar. ¡Estaba muriendo!

-Una de mis especialidades –exclamó Ava, sin dejar de sonreír en ningún momento-. Eres la orgullosa presa de uno de mis mejores ataques. No te preocupes, pronto la vida se te escapará y no sentirás ya nada. Tu corazón ha sido atravesado por mi aguijón. Ahora sólo tienes que esperar a que tu energía sea drenada por tu propia sangre. Te aseguro que es la muerte más piadosa que pude haberte dado, agradece.

-¿Jugando con la comida? –preguntó una voz masculina-. Es simplemente de mal gusto Ava.

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Ava miró sobre su hombro, y vio a un hombre envuelto en una

gabardina roja y con cabello del mismo color, que se acercaba con

paso taciturno. La chica hizo una mueca de desprecio y resopló con

vehemencia. Odiaba el hecho de tener que compartir el crédito con

un obelisco.

Uriel, por su parte, miraba con cierto aire de humor la escena. Se

acercó para examinar a Razi, quien sólo trataba de mantener la

conciencia y seguir respirando. Uriel hizo una señal de saludo con la

mano. Se volvió hacia Ava y se encogió de hombros.

-No siempre se puede ganar, Ava –aseguró Uriel. -¿De qué diablos hablas? ¿Por qué no mejor te largas de aquí?

¿Encontraste ya el factor cero? -No, busqué en toda la sección amarilla. La cuestión es que, no

es algo que vendan en los mercados ¿puedes creerlo? -Eres un imbécil.

Uriel torció la boca en una señal de “si tú lo dices” y dio dos

pasos al costado.

-Utilizaste nuevamente toda tu energía ¿cierto?

Ava no pudo contestar; la telaraña de energía había

desaparecido y Razi era libre nuevamente. Antes de que la parac-to

pudiera reaccionar, Razi atacó a la sorprendida pelirroja, impactando

una feroz patada en el estómago de su captora.

Razi se volvió sin perder un instante para encarar a Uriel. Éste la

escudriñaba de pies a cabeza con ligero semblante. La joven frunció

el ceño. Había algo diferente en el recién llegado. Su energía no era

forastera, pertenecía a ese mundo, sin embargo, estaba convencida

de que no era un aliado, y bajar la guardia, representaría un grave

error. Peor que eso, era mucho más fuerte que la parac-to con la que

había estado luchando

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-Tú… no eres… ¿quién eres? –preguntó Razi, dejando atrás su titubeo.

-Mi nombre es Uriel. Es un gusto, señorita… -insinuó el chico en busca de un nombre, pero no obtuvo respuesta- …no es importante. ¿Desde cuándo lo sabes? Tú sabes, lo de ser “especial”.

-Toda mi vida. ¿Qué haces con estos seres? -Tienen un buen plan dental y fondo para el retiro –dijo Uriel,

sin causar una respuesta por parte de Razi- ¿No? ¿Nada? ¿Ni una sonrisa? Público difícil.

-¿También buscas matarme? -Tengo órdenes, sí. -¿Y qué esperas? -Quería conocerte. Ustedes sellos, son bastante interesantes.

Recuerdo haberlos estudiado por siglos desde lejos y heme aquí, de pronto frente a uno. ¿Quién te lo dijo?

-Mi abuelo. El hombre que tu amiga, acaba de asesinar. -Punto número uno: esa arpía no es mi amiga. Punto número

dos: eso me parece muy difícil de creer. -Eso no me importa. -Lo entiendo. Bueno ¿entonces? ¿pasamos a los negocios?

Razi se preparó, para lo que estaba segura, sería su última pelea.

Había sido descuidada; su abuelo dio la vida para mantenerla segura.

Debió entender que su misión era más grande que la venganza. Ahora

todo perdía noción, se sentía culpable. La habían entrenado toda su

vida para ser más lista que eso.

La mujer era un rival que podía derrotar, tenía la ventaja del

terreno. Pero ahora se encontraba con alguien para quien eso, no era

un problema y que era significativamente, más fuerte que ella. Sin

contar el hecho de que, además, la herida en su pecho estaba

empeorando su condición, poco a poco.

Miró su pueblo por última vez. Se preguntó si sus hermanos y

hermanas habían podido escapar. Pero no podía caer con cobardía.

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Levantó la barbilla y cerró los ojos. Aspiró todo el aire que sus

pulmones podían albergar e inició el ataque.

Se detuvo; la luz cambió su intensidad en ese momento. Una

niebla extrañamente densa, se había apoderado del lugar en cuestión

de segundos.

Uriel observó a su alrededor. Se pasó un dedo por la nariz, y se

encogió de hombros. Aquello iba a ser un poco más entretenido de lo

que había pensado.

El árido suelo de la región comenzó a temblar. Las pequeñas

rocas que había sueltas por la tierra, brincaban cuales pequeños

grillos. Razi pudo observar a algo parecido a una caballería, acercarse

con una actitud ruidosa hasta su posición. Cuando miró más de cerca,

se percató de algo que le erizó la piel. Eran esqueletos, montados en

corceles de apariencia putrefacta. Llevaban viejas carabinas y

espadas igual de antiguas. Además, parecían tener una consistencia

gaseosa; era toda una flotilla de espectros.

Se puso en guardia, esperando la embestida de aquellos seres,

pero estos, pasaron sin notarla y se dirigieron directamente al

hombre en la gabardina. Uriel sacó un cigarrillo de uno de los

bolsillos de sus apretados pantalones de cuero, el cual encendió con

solo colocar su dedo en uno de los extremos.

Los espectros pasaron junto a él y atacaron con sus filosas

espadas. Sin inmutarse, el obelisco evitaba los golpes mientras

aspiraba su tabaco. A su alrededor, una quintilla de espectros

apareció blandiendo enormes machetes. Uriel sonrió a esto, lanzó su

cigarrillo al aire y se agachó justo a tiempo para evitar ser cortado a

la mitad por los seres. En su mano derecha, apareció una hermosa

lanza con punta de diamante, la cual utilizó para atravesar uno por

uno a sus escalofriantes agresores, quienes lanzaban terroríficos

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gritos de dolor y desaparecían en el aire. Uriel se incorporó justo a

tiempo para atrapar su cigarrillo.

El resto de los espectros siguió su ataque en contra del chico

pelirrojo, quien sin dificultad alguna, esquivaba y destruía, con

movimientos casi perfectos.

Razi miraba la batalla, con grandes dificultades para mantenerse

en pie. Alguien parecía querer ayudarla, pero en realidad no

importaba mucho. Si aquello era una distracción, se terminaría en

cualquier momento y la verdad era, que no podía escapar de ahí. Su

cuerpo ya no respondía y la herida parecía empeorar a cada segundo.

Miró de reojo a Ava, ésta se incorporaba ya. Como lo había

anticipado, la mujer se precipitó en sus ataques, y no podría soportar

mucho tiempo más en ese mundo.

Una mano la tomó por el hombro. Razi se volvió lentamente para

mirar. Se encontró con la cara de un esquelético sujeto, quien le

sonreía de forma tétrica.

-Soy aliado, no temas –le aseguró con una rasposa voz.

Uriel acabó con el último de los espectros y miró al frente. Sonrió

de forma exagerada y dio una nueva bocanada a su tabaco.

-¡Equímides! –exclamó el obelisco, a la par que clavaba su lanza en la arena-. Mi viejo amigo, tanto tiempo ha pasado.

-Soy viejo, Uriel, pero no tu amigo; ya no más –aseveró Equímides.

-Oh, eso sólo es grosero –se quejó Uriel, con falsedad-. Así que, eres tú quien ha estado causando todos estos problemas a mis inútiles compañeros. ¿Dónde está él? Vamos, puedes decírmelo.

El sonido de un disparo, hizo eco en la sabana. Una bala cargada

de energía pasó frente al rostro de Uriel, destrozando el cigarro

aprisionado entre sus labios.

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Razi miró en todas las direcciones posibles, hasta que sus ojos

encontraron la figura de un nuevo personaje, ataviado con una

chaqueta blanca y negra y unos jeans desgastados, el cual, apuntaba

un arma en dirección al tal Uriel. Empezaba a confundirse, ¿cómo iba

a saber en quién confiar? Fuera cual fuera el caso, sus opciones eran

realmente limitadas.

No pudo mantener la vertical ni un segundo más. Equímides la

sostuvo ágilmente, evitando que la chica cayera. Notó de inmediato la

herida en su pecho, mortal para cualquier otra persona, y lo sería

también para la joven si no actuaba pronto.

-Gabriel… -dijo Equímides. -Sí, encárgate de ella –respondió Gabriel.

Uriel ni siquiera reaccionó a esto. Escupía las partes que habían

quedado de su cigarro.

-Maldición, era el último, hermanito –exclamó Uriel-. ¿No me abrazas?

-Claro, sólo quiero hacerte un poco más aerodinámico primero –contestó Gabriel.

Disparó varias veces, Uriel evitó las balas cargadas de Lumen,

con serios problemas, causando que pasaran rozándolo a milímetros

de distancia.

-Diablos, tú y tu maldito juguete –vociferó Uriel-. Ven acá y muéstrame ese Kung-fu.

-Encantado –replicó Gabriel.

Gabriel, de un movimiento, llegó hasta donde Uriel, quien con un

giro todavía más rápido, evitó el golpe de su hermano y tomó la lanza.

Gabriel reaccionó a esto, y se impulsó con el pie de apoyo para

cambiar de dirección y enfrentar de nuevo a Uriel.

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El intercambio de golpes era demasiado veloz. Razi apenas podía

observar los movimientos. Cada que un impacto se efectuaba, podía

sentir cómo el aire vibraba con fuerza. Era un total choque de titanes.

-Debo curar eso –le avisó Equímides, a lo que Razi no supo que decir-. ¿Me lo permites? –preguntó el delgado sujeto. Ella asintió tímidamente.

Los obeliscos se analizaban, tratando de anticipar el siguiente

movimiento del otro. Uriel seguía sonriendo.

-¿Te sientes bien, hermanito? –preguntó Uriel-. No parece tu mejor día.

-Oh, no es nada. Me duele la espalda, tú sabes, como si alguien me hubiera apuñalado –contestó Gabriel, devolviendo la sonrisa.

-Sí, sí. Tu maldita moral. ¿Crees que lo sabes todo? ¿Crees que haces lo correcto para el universo?

-¿Es lo mejor que puedes decir? La última vez que te vi, te arrodillabas ante aquel que casi asesina a tus hermanos. ¿Y tú dices defender lo correcto? Borra esa estúpida sonrisa hipócrita de tu rostro. Pensaba matarte en algunos años, pero, oye, ya que estás aquí.

-Suenas como Rafael. ¿Sabes por qué Miguel Ángel los abandonó? ¿Tienes aunque sea, la más mínima idea?

-No tienes que preocuparte por eso, es el siguiente en mi lista.

Gabriel reinició la batalla y esta vez, parecía, iba en serio. Los

obeliscos atacaban sin miramientos. Gabriel con movimientos más

elegantes y coordinados, Uriel de forma salvaje e instintiva.

Aun así, Gabriel no tenía oportunidad alguna.

Tessa se encargó de derribar al último de los mercenarios.

Algunos habían escapado y la mayoría permanecían inconscientes en

el suelo. David y Kira ayudaban a los heridos y ancianos de la aldea.

Algunas mujeres lloraban la pérdida de sus hijos y esposos.

Los tres sellos vestían las armaduras que habían rechazado en el

cuarto de las situaciones; una de las muchas condiciones para poder

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acompañar en el rescate. Eran burdas, de gran tamaño, de un gris

gastado y cubrían los puntos clave del cuerpo de los chicos. Kira era

demasiado pequeño para su protección, y parecía nadar dentro de

ella. Los chicos observaban la escena y no podían alejar la idea de sus

mentes. Si tan sólo hubieran llegado unos minutos antes. Guerreros

de la aldea, yacían en el suelo, caídos en batalla.

Podían escuchar la brutal pelea que se desarrollaba a casi un

kilómetro de distancia. Parecían dos acorazados chocando una y otra

vez. David no podía dejar su inquietud. A la par de apoyar sobre su

hombro a un viejo que había sufrido un disparo en su pierna,

volteaba sobre su hombro, como esperando poder ver lo que sucedía

en la aldea. Sacudía entonces su desaliñado cabello y continuaba con

la labor que Equímedes les había confiado, además de pedirles que se

mantuvieran alejados de la pelea. Pero le había pedido algo poco

menos que imposible. Su interior hervía con la necesidad de saber, si

de alguna manera…

Tessa dijo algo que lo devolvió a la realidad, aunque no pudo

descifrar que había sido, asintió desganado. Siguió con su labor.

Observó a Kira, quien nerviosamente les preguntaba a las personas,

cómo se encontraban; había mucho de filántropo en aquel menudo

chico.

-¿Crees que Equímides pueda curar a todos? –preguntó Tessa, mientras ayudaba a un niño con una herida en la cabeza.

-Eso espero –contestó distraídamente, David. -¿Estás bien? –cuestionó Tessa, mirándolo de manera

inquisitiva. -No. Lo siento, yo… -se excusó, para después poner al viejo

sobre unas rocas y dirigirse hacia la aldea.

David ya corría en dirección a la batalla cuando Tessa salió de su

confusión y comenzó a seguirlo. Kira, sin comprender lo que sucedía,

estuvo a punto de imitarlos.

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-¡No! –le indicó Tessa- quédate con la gente. Kira asintió y se detuvo en seco, sin separar su nerviosa mirada de David.

Tessa alcanzó, no sin problemas, a David, a quien tacleó

materialmente. El chico se liberó al instante y trató de seguir su

camino.

-¡Esa gente te quiere muerto! ¡Gabriel nos ordenó mantenernos alejados! –le recordó la chica.

-¡Esa gente mató a mi mejor amigo y tienen presa a mi mejor amiga! ¡Lo siento pero no puedo simplemente mantenerme alejado!

David no dio más explicaciones y reanudó su trayectoria. Tessa,

resoplando de desesperación, lo siguió nuevamente.

Ava se incorporaba lentamente; ya no quedaba mucha energía

en su cuerpo. Buscó con la mirada a Razi y por fin la encontró a unos

metros de distancia, siendo atendida por un extraño y delgado

hombre. Estaba a punto de atacar, cuando lo sintió. Dibujó una

sonrisa en su rostro, mientras daba media vuelta.

David la encontró tan rápido como ella a él. Apretó los dientes y

el paso. Jamás se olvidaría de ese rostro, así viviera mil años, esa cara

estaría en sus pesadillas, por siempre y quizá más tiempo. Ni siquiera

observó la imponente batalla que se desarrollaba frente a él, no le

importó tampoco conocer la identidad de la última sello. Su atención

se concentró en un único punto. Aquél demonio de cabello rojo. La

mujer que había destruido su vida.

-¿Vienes por mí? –gritó con ironía, Ava.

David no respondió, levantó su puño y lo dirigió al rostro de la

parac-to. Ava esquivó el golpe, y contraatacó derribando a David, que

cayó pesadamente de bruces.

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Tessa, al llegar y no tener más opción que la de pelear, intentó su

movimiento: una ágil patada que fue bloqueada por la parac-to sin

muchos apuros. David recurrió a sus nuevas habilidades para

ponerse de pie con un hábil salto, sorprendiendo a Ava, la cual no

pudo detener esta vez el ataque del chico.

Ava supo entonces, que no era el mismo joven que había vencido

meses atrás, algo había cambiado en él. Su fuerza era otra, su

velocidad era mayor, y no eran golpes improvisados, tenían un

sentido, y cada uno de ellos, le causó más dolor que el anterior. No

tuvo otra salida que utilizar su energía una vez más. Su cuerpo se

rodeó de la misma materia negra de siempre, y la expulsó con fuerza,

proyectando con fuerza a ambos sellos.

Gabriel acababa de caer, cuando sintió la explosión de energía. Al

mirar, un frío recorrió su espalda. Tessa y David, aterrizaban

vencidos por el impacto. Apenas tuvo tiempo para regresar la vista a

su contendiente, quien se abalanzaba sobre él con la peligrosa lanza.

Se puso de pie para evitar ser atravesado, y desenvainó su espada. Un

agresivo viento comenzó a soplar, levantando una fuerte cortina de

arena que dificultaba la vista a más de dos metros de distancia.

Gabriel entendía dos cosas. Si esa batalla se alargaba, perdería

sin remedio. Uriel tenía una innata agresividad, que lo hacía único en

combate. Además, su manejo del Lumen era, sin lugar a dudas,

superior. La segunda: no podía pelear con su hermano y defender a

los sellos al mismo tiempo, y sabía, de antemano, que Equímides no

podía hacer nada al respecto, pues ahora mismo concentraba toda su

energía en curar a la cuarta sello. La cosa no pintaba bien.

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David sintió su cuerpo gritar de dolor. De haber recibido ese

ataque aquel primer día, habría muerto junto con Abel. Se puso de

pie, no sin perder el equilibrio un par de veces y buscó con inestable

mirada a Tessa, la cual aun permanecía en la arena con movimientos

descoordinados. Observó a Ava, la cual fácilmente podría haber sido

víctima de su propia explosión, ya que se mantenía de pie con

dificultades y no movía un solo músculo.

David dio los dolorosos cinco pasos que lo separaban de Tessa, y

se inclinó para ayudarla. La chica con gesto de sufrimiento, se apoyó

en él para ponerse de pie; entonces su rostro se lleno de pavor. David

se volvió de inmediato y comprendió el porqué. Ava les apuntaba

con la palma de su mano y ésta se llenaba rápidamente de energía

negra. David comprendía que no había forma de evitarla a tiempo, así

que interpuso su cuerpo entre las dos chicas, ante la mirada de una

perpleja Tessa.

Ava se preparaba para utilizar lo último que le quedaba de

energía, a la vez que enunciaba maldiciones en su idioma de parac-to.

Uriel se percató de esto, y no pudo evitar una expresión de horror.

-¡No idiota! ¡Detente! –gritó Uriel al percatarse de toda la escena.

Una nueva explosión, silenció al obelisco, pero no había sucedido

gracias a Ava, sino en contra de ella. Una burbuja de energía azul

rodeó a la parac-to y después estalló con gran fuerza.

-¡Gabriel! –gritó Equímides al obelisco, quien había sido igualmente sorprendido por la explosión.

Gabriel, confundido de igual forma volvió rápidamente en sí y se

dirigió con velocidad hacia Tessa y David. Uriel, por su parte, no hizo

un solo movimiento, ya que una burbuja idéntica a la anterior, se

formaba a su alrededor, lo cual causó que riera con histeria. No pudo

escapar, y la explosión lo envolvió en el acto.

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Gabriel tomó de los brazos a David y Tessa, tele transportando a

todos de inmediato.

Kira, quien seguía apoyando a los heridos, se vio sorprendido

por la repentina aparición de sus compañeros, al tiempo que Gabriel

le pedía que se sujetara, para después, desaparecer ante la atónita

mirada de los aldeanos.

Equímides, por su lado, había terminado de sanar a Razi, e

imitaba a los otros cuatro, esfumándose en el aire junto con la chica,

que había perdido la conciencia minutos antes.

Ava, arrastrándose debido al dolor, no tuvo más remedio que

aparecer un oscuro portal, por donde salió de aquel mundo, no sin

antes, gritar exasperada.

Uriel estaba de pie, el impacto no había causado mucho en él,

había alcanzado a crear una protección de energía a su alrededor.

Dirigió su vista a lo alto de una colina, donde una figura corpulenta y

ataviada con una armadura azul, le regresaba la mirada con

desprecio.

-¡Hermano! –gritó Uriel- hoy es un día de reencuentros, que bonita familia somos. Lamento no poder quedarme para charlar más tiempo, sin embargo, entenderás que tengo otras labores. Pero ¡a tu salud!

Al decir esto, lanzó una esfera de energía en contra del hombre

que le observaba y desapareció.

El gran sujeto desvió el ataque de Uriel con ademán de su mano.

Y sin más, desapareció, tan silenciosamente como había llegado.

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Joel examinaba las pantallas con los resultados de los

últimos experimentos. Mordía su labio inferior, una manía que había

adquirido desde sus días de estudiante y que repetía cuando las cosas

no salían como las había planeado. Estaba parado en los laboratorios

centrales de su base subterránea, justo abajo del imponente edificio

principal de Focus Lumen que había construido junto a su imperio.

Dos hombres de edad avanzada ataviados con batas, esperaban

nerviosos la resolución de su jefe. Habían fallado nuevamente. Las

pantallas mostraban la anatomía de tres personas diferentes, dos

mujeres y un hombre, cada uno rodeado de datos desglosados acerca

de su código genético y respuestas bio-eléctricas. Los resultados

exponían una completa incomunicación entre el cerebro y sus

canales nerviosos; las personas se encontraban en estado vegetal y

habían perdido la capacidad de respuestas básicas como: dolor,

hambre y sueño. La columna vertebral de cada espécimen, había sido

invadida por las ramas nerviosas sintéticas, creadas por los

implantes artificiales que se instalaron para tratar de darle un

control consciente del Lumen a los tres sujetos. Los implantes habían

actuado de manera imprevista. Pasando de simples parásitos

invasores, a un cerebro alterno, tomando completo control del

sistema nervioso del huésped.

-¿Cuál fue el problema esta vez? –preguntó Joel. -Señor Nichols. El mismo problema de siempre; no hay forma

de hacer que ambos sistemas trabajen en conjunto. Uno siempre termina eliminando al otro. Sin el código genético exacto, el parásito y el humano no pueden ser compatibles.

-¿Y la respuesta del Lumen?

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-Fue positiva esta vez –respondió el otro científico, aliviado de poder dar alguna buena noticia-. El implante muestra señales de una comunicación directa con la energía, es decir…

-Es decir, que de no haber pasado a una inconsciencia permanente, el sujeto habría sido capaz de manipular el Lumen –completó Joel la frase.

-Sí… sí, señor.

Pero para Joel, no era nada parecido a una noticia. Él sabía que

los implantes iban a realizar las funciones para las que habían sido

creadas; obedecían los mismos principios del núcleo condensador

que su abuelo había creado hace ya tantos años, y que permitían a los

aparatos funcionar con la energía vital. Él sabía, que por sí sólo, el

parásito podía manipular Lumen; pero como parásito, su segunda

función era instalarse de forma discreta en el cuerpo humano.

Apoderarse del sujeto y quitarle la consciencia en su totalidad,

dificultaban un poco que la persona tuviera control total sobre la

energía.

Una pantalla ubicada en el extremo contrario de la habitación,

emitió un ligero silbido. Joel se dirigió al aparato y tocó su superficie.

Una mujer joven y ataviada con un uniforme blanco, le informó que

su cita había llegado.

-Bien –respondió Joel y se volvió a los científicos- Seguiremos después, pueden retirarse –dicho esto, abandonó la habitación y recorrió un iluminado pasillo, hasta llegar a las puertas de metal pesado del elevador.

Dio un código de acceso y las puertas se abrieron de par en par;

Joel entró y el aparato comenzó su ascenso de inmediato. La ansiedad

se apoderó del hombre, y eso era algo que no sucedía muy a menudo.

Y no era por el experimento fallido, era de esperar que el resultado

fuese negativo; hacía ya mucho tiempo que se había convencido de

que el cuerpo humano no podía ser manipulado de tal manera. Ni

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siquiera era por el hecho de haberles costado la vida a tres personas

más. No era de su interés, pues él perseguía algo más grande que una

tripleta de existencias menores. Sacrificios tenían que hacerse para

llegar al objetivo primario.

No, su ansiedad se debía a lo que podía suceder a continuación.

De jugar sus cartas correctamente, su objetivo primario, estaría más

cerca de lo que jamás había estado. Nada era más importante que

aquello, ni siquiera la desaparición de su propia hija.

Como lo había pensado, los medios habían hecho de aquello, un

completo carnaval. Incluso habían cuestionado su integridad como

persona, al insistir en que, el responsable de darle un nuevo estilo de

vida al planeta tierra, no tenía los escrúpulos suficientes como para

llorar la tragedia de un ser amado. Sus concejales le habían obligado

a mostrar una cara de dolor en una conferencia de prensa,

argumentando la pena que se había apoderado de la familia Nichols,

por la sensible situación que vivían. Siendo tan ingenioso como era,

aprovechó para anunciar su ausencia permanente de la vida pública,

mientras su hija Tessa no fuera encontrada. No habría sido más

perfecto si él mismo hubiera planeado todo aquello. Lo que menos

necesitaba en esos momentos, era tener que hacer apariciones en los

eventos de protocolo que su compañía demandaba. Los accionistas

amaban ese rostro de una corporación humana, que sólo respondía a

las necesidades más significativas de una persona. Así que, era el

pretexto perfecto para poner tierra de por medio.

Además, no es como si no hubiera hecho nada al respecto; había

contratado a los mejores caza recompensas que el dinero podía

comprar. Él sabía de la incompetencia de las autoridades, quienes se

habían visto rebasadas por el cambio de vida humana, volviendo el

sistema policiaco, por demás obsoleto. El crimen, en general, había

dejado de ser un problema. Había “ojos virtuales” en todas las

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ciudades; todo era vigilado por un sistema artificial central, que

reportaba quién y cómo había cometido un crimen, haciendo que la

policía fuera meramente ornamental.

Esos mismos ojos habían fallado cuando el sistema de su

mansión colapsó, confundiendo por completo a las autoridades,

quienes, sin tener un total reconocimiento de los presuntos

secuestradores por parte del sistema, habían sido totalmente

desarmados. Así que, los únicos que podrían encontrar a esos

criminales, eran otros criminales.

Su esposa, por otro lado, había aprovechado la situación para

aumentar su tiempo en televisión de forma considerable. Era difícil

aquellos días, prender la televisión y no encontrar a su mujer

llorando como magdalena en cada programa que le daba un nuevo

espacio. Su interés por esa mujer, había desaparecido hacía años; por

él, podía hacer lo que le placiera.

Ciertamente, lo único que le llamaba la atención de toda esa

situación, era que, ya había pasado más de dos meses desde el

secuestro, y no había recibido ningún comunicado exigiendo un

rescate, lo que significaba sólo dos cosas: o su hija estaba muerta, o

ella prefería no ser encontrada.

Algo le decía que lo segundo era más acertado.

Cuando llegó a su oficina, le pidió a su secretaria no ser

molestando por nadie ni por nada y sin una palabra más, cerró la

puerta tras de sí. Dentro, un hombre envuelto en una manta

completamente blanca, miraba a la acelerada urbe desde la enorme

ventana que hacía de muro posterior.

Joel había tenido no más de seis encuentros con aquél hombre,

pero siempre le había visto vestir igual: cubierto de pies a cabeza por

esa impecable bata, y con el rostro protegido por una extraña

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máscara, la cual sólo tenía orificios para los ojos, y una cicatriz falsa

en uno de los costados.

La primera vez que aquél sujeto había entrado sin ser notado a

la habitación de Joel, se presentó de forma escueta, informándole que

no buscaba dañarlo, por el contrario, su intención no era otra que

hacer negocios. También le aseguró haber conocido a su abuelo y, por

lo que podía ver (refiriéndose a la ostentosidad de la habitación) tal

encuentro había resultado provechoso para su ancestro.

-Señor Nichols –saludó el enmascarado, regresando al presente la mente de Joel-. Lamento esta intromisión. Al parecer no es el mejor de los momentos.

-Por el contrario, ha usted aparecido justo a tiempo –contestó Joel, retirando una silla para el sujeto, quien agradeció el gesto y tomó asiento.

-Lamento mucho lo de su hija. -Gracias. ¿No será que usted tiene información al respecto? -No más de lo que la televisión pregona. -Ya veo. Disculpe, es que parece siempre saber todo cuanto

sucede –agregó con una sonrisa disimulada.

La oficina de Joel, no era otra cosa que el retrato de su propia

personalidad. Minimalista en extremo, de colores negro y blanco casi

en su totalidad, pocos adornos: funcionalidad sobre estética. Un

escritorio, algunas sillas elegantes y una pequeña mesa de juntas.

Pantallas en las paredes para cualquier proyección necesaria y por

último, su computadora personal.

-Parece que el negocio va bien –acotó el visitante. -Podría ir mejor. ¿Cree que alguna vez podamos discutir esto

cara a cara? -Señor Nichols, como se lo he explicado antes, mi rostro

encierra muchas implicaciones pasadas para un gran número de personas. De cualquier manera, no entiendo cómo eso puede ser una condicionante para nuestro acuerdo.

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-No lo es, en absoluto, sólo que las expresiones faciales me han ayudado en el pasado.

-Sabe leer a la gente, eso es un don, sin embargo no veo la necesidad de leer las mías. ¿Es qué acaso, algo que yo le haya dicho, no ha sido sino la verdad?

-Impresionantemente sí, pero ambos sabemos que una verdad pasada, no condiciona una mentira futura.

-Muy astuto de su parte. De cualquier manera, mucho me temo, todo tendrá que mantenerse así. A menos de que decida que no le interesa seguir esta sociedad.

-Mientras siga funcionando para mí, yo estaré abordo. -Perfecto. Ahora, si no le importa, lamento obedecer a una

apretada agenda, pero seguro comprenderá. -Por supuesto que sí.

Joel introdujo un código en el teclado de su computadora,

causando que una pantalla a dos metros de distancia y detrás del

visitante, se encendiera y mostrara lo que parecía ser un radar, con

coordenadas y un punto de rastreo. Nichols sacó de un cajón, una

versión miniatura del mapa representado en la pantalla. Un objeto

del tamaño de un celular, y con un monitor de plasma sensible al

tacto. En ambos aparatos, los mismos puntos geográficos estaban

marcados.

-Eso los guiará a lo que buscan, sin contratiempos –aseguró Joel, y le entregó el GPS al hombre-. Coloqué un transmisor hace unas semanas. No se preocupe, la señal podría durar años, o hasta que sea retirado del objetivo.

-Esto es bastante impresionante, señor Nichols –concedió el enmascarado, comparando los dos mapas- y no muchas cosas logran eso en mí, debe saberlo.

-Estuve estudiando las ondas de energía que tal lugar produce. No pude evitar notar que se mueven con el mismo flujo de ondas que rodean a los seres vivos. Lo que me lleva a la siguiente pregunta. Asumiendo, (y me encuentro casi seguro de que estoy en lo correcto)

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que nadie ha instalado un núcleo artificial de mi propia tecnología en esas ruinas ¿Cómo es posible que esas rocas posean Lumen?

-Su primer error, señor Nichols, es asumir que dicha roca no tiene vida; sepa usted que, por el contrario, es uno de los seres vivientes más longevos de esta tierra.

-¿Disculpe? -Lamento no poder ser más amplio al respecto, debe

comprender que es algo casi sagrado para nosotros. -Se refiere a… -A mí y a mi gente por supuesto. -Bien, debo respetar eso. -Se lo agradezco.

Joel miró detenidamente la figura de aquel hombre. Su voz no

parecía titubear ante las palabras que decía, lo que le daba a

entender, que, o estaba frente a un gran mentiroso, o todo lo que le

profería era real; por lo menos real para sí mismo. Mordió su labio

inferior, entendiendo que nuevamente, no escucharía muchas

respuestas aquel día y eso le incomodada; había tanto que no lograba

entender.

El sujeto aseguraba haber conocido a su abuelo cuando éste era

joven, y sin embargo no le daba la sensación de estar frente a un

hombre viejo, a juzgar por sus movimientos, que expresaban un vigor

sorprendente. Pero como prueba fehaciente de sus historias, siempre

había presentado datos exactos de su ancestro, datos que sólo tres

personas conocían: Eric, Vincent y Joel Nichols; abuelo, padre e hijo.

-Bien, pues he cumplido mi parte del trato, ¿Ha cumplido la suya? –dijo en aire definitivo Joel.

-Señor mío, mi parte del trato siempre ha estado segura, puede creer mi palabra. Usted necesita algo que ha sido del conocimiento de mi gente desde hace mucho tiempo.

-¿Y bien? -Pronto recibirá la información que requiere.

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-¿Y debo simplemente creerle al hombre que ni siquiera muestra su propio rostro?

-Debe, señor Nichols. Soy lo más cercano que usted ha llegado de su objetivo.

Joel no pudo evitar sonreír ante tal comentario. ¿Qué sabía aquel

hombre de sus objetivos? Estaba seguro de que nadie en el mundo,

podía siquiera imaginar lo que su mente y alma habían desarrollado

por décadas. Ni la persona más brillante del universo, tendría la más

ligera sospecha. Simplemente no estaba acostumbrado, a ser la parte

pasiva de un negocio, pero no podía ignorar el hecho de que, ese

personaje, representaba lo más productivo que había encontrado en

toda su vida. Hizo un ademán que expresaba una falsa conformidad.

-¿Le he contado del día que conocí a su abuelo? –preguntó el enmascarado.

-Sólo a grandes rasgos –respondió a secas Joel. -Su abuelo era joven, mucho más de lo que usted es en estos

momentos. Ni siquiera había cumplido los treinta si mal no recuerdo. Tenía una personalidad idéntica a la suya. Tenaz, inconforme; todo en su forma de hablar transpiraba ambición. No se ofenda, lo digo como un cumplido. Lo estuve observando varios meses, antes de entender que era el indicado. Sus investigaciones habían causado toda clase de de reacciones en el mundo académico. Como de seguro usted sabrá, la humanidad clamaba nuevas fuentes de energía; la sociedad comenzaba a desmoronarse. Y ahí estaba, la idea que el planeta necesitaba. Ese descubrimiento que ameritaba un lugar en los libros de historia; una energía perpetua y de proporciones épicas. A pesar de todo eso, aquel día, el gran Eric Nichols, tiraba la toalla. Sí, había descubierto la energía perfecta, pero no una manera de manipularla. Cuando lo conocí y pude tranquilizarlo lo suficiente como para que no me destruyera el rostro de un tiro, me observó de la misma manera en que usted me mira ahora. Con la alegría de escuchar que su sueño por fin iba a cristalizarse, pero con la frustración de temer que no sería él, quien lo lograría, que alguien

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más había llegado para robarse su mérito. Y esas palabras que aquel día, él escuchó de mi boca, son las que usted escuchará hoy, señor Nichols: no tengo la menor intención de tomar algo de crédito por el momento de gloria que a usted le pertenece. Puede estar seguro de que esa grandeza, será sólo suya, pues a final de cuentas, yo sólo le entregaré el último clavo, es usted quien debe terminar de unir los rieles.

-Todo eso es muy considerado de su parte, demasiado considerado si me pidiera una franca opinión. Sin embargo, aun desconozco qué obtiene usted de nuestro trato. Debo admitir que sus intenciones incluso me han intrigado, sobre todo con este último hallazgo a la mano; así que me veo obligado a preguntar ¿Qué es lo que obtuvo de mi abuelo?

-Obtuve aquello que mi gente necesitaba en ese momento, señor Nichols, no más no menos.

-Ya veo. -Debo pedir que me disculpe, no dispongo de mucho tiempo.

Otras obligaciones necesitan de mi atención, entonces, ¿el trato sigue en pie?

-No podría ser de otra manera, ya le he entregado lo que necesita, ahora sólo me queda depositar mi confianza en usted, enigmático amigo.

-Es la jugada inteligente, créame. -El enmascarado se puso de pie y caminó a la salida. Joel lo acompañó y abrió la puerta de forma cortés.

-No creo que sea mi lugar advertirle que la historia se escribe por una razón, y que sería poco sabio de nosotros, ignorarla. Sólo le tomó cinco años a la humanidad destruir lo que duró sesenta en reconstruirse, señor Nichols –advirtió el hombre.

-Le agradezco su apunte. -Usted será quien le dé a la humanidad, el control que por

derecho debió pertenecerles desde su creación; recuerde también dar la conciencia oportuna de semejante poder.

-No lo olvidaría jamás.

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Joel cerró la puerta tras del enmascarado, y no separó su mirada

de ella por varios minutos. No tuvo más remedio que sonreír. Sí, las

cosas no iban al ritmo que hubiera deseado, pero parecían dirigirse a

dónde él quería. Como fuera, no tendría que esperar mucho. Si todo

iba como lo había planeado, podría descubrir el misterio con sus

propios ojos.

La pantalla se materializó nuevamente, era su secretaria, quien

parecía ansiosa.

-¿Qué pasa? –preguntó Joel. -Señor, es “ella” -Bien, comunícamela, corta los accesos. Esto es en extremo

confidencial. -Sí, señor.

Su corazón comenzó a latir más rápido. Este parecía ser un día

de resoluciones. Para bien o para mal; habría de verse. A los pocos

segundos, una silueta apareció en la pantalla. Joel, se obligó a

tranquilizarse y tomó asiento detrás de su escritorio.

-Madame –habló primero, Joel. -Señor Nichols, me ha tenido en espera varios minutos. ¿Es que

hay algo más importante que nuestro asunto? -Lo lamento, ha obedecido a circunstancias solamente, debía

tratar un asunto en completa tranquilidad. -¿Qué asunto? Si no es mucha mi indiscreción. -Mi hija, Madame. -Ya veo. Y sin embargo no pareces muy conmocionado. -¿Tiene noticias para mí? -Nichols, debes saber que tu caso ha sido motivo de mucha

consideración y análisis por parte de nosotros. No es común que dediquemos tanta atención a un solo asunto.

-Me siento halagado. -Deberías. En todo caso, hemos decidido dar luz verde a tu

expedición, claro es que, algunas condiciones deben ser establecidas.

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Joel sólo atinó sonreír. Le parecía divertido que tuvieran que

aclararle dicha situación. Por supuesto que iba a haber condiciones,

sería incluso decepcionante el que no existieran. Parpadeando de

forma comprensiva, dio paso a los términos.

-Facilitaremos todos los procesos burocráticos, sin embargo nuestra participación, será, para cualquier situación o condición futura, como siempre, inexistente.

-Pero Madame, ustedes no existen. ¿Cómo podría ser de otra manera?

-También (continuó la silueta, como si no la hubieran interrumpido) aceptamos que el equipo de investigación sea de su total confianza, y no habrá cambios en dicho departamento.

-Pero sí adiciones –adivinó Joel. -Dos de nuestros más reconocidos arqueólogos, harán el viaje

con ustedes. Ellos nos reportarán cada hallazgo que en su caso, se logre. Espero los reciba con la más dedicada hospitalidad. Disculpe si esto parece un grito de desconfianza, pero sepa que no son más que negocios.

-Perfectamente comprensible ¿Algo más? -Sólo una cosa. Si la fuente llegara a ser descubierta, sería

insultante que algo tan poderoso, fuera privatizado sin ningún escrúpulo. Debemos insistir en que sea declarado, inmediatamente, patrimonio de la humanidad.

-Dicho de otra manera, estaría bajo su completo control. -Señor Nichols, eso sólo puede ser en beneficio suyo. Tendría

primera mano para cualquier investigación y recursos inagotables para llevarlas a cabo. Espero todo esté claro.

-Como los diamantes que tanto adoran. -Bien, puede partir a discreción. Los elementos de seguridad

que nos ha solicitado, se encuentran a sus órdenes. Estaremos en contacto.

El corazón de Joel dio un vuelco. Tamborileó los dedos en su

escritorio, deteniéndose a pensar en lo que venía. Tecleó

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rápidamente un código de acceso, y un compartimiento se abrió al

instante en la parte inferior de su escritorio. El Popol Vuh,

descansaba protegido por una caja de cristal, la cual provocaba un

vacío, eliminando el oxígeno y los riesgos de deterioro en el

documento. A su lado estaba un aparato idéntico al que acababa de

entregar al misterioso hombre. Si había alguna duda de llevar a cabo

su plan, el de la túnica blanca, se había encargado de disiparla.

Debía ser cuidadoso de cualquier manera. Había que respetar la

inteligencia, de todas las partes involucradas. Pero él sabía, que

todas ellas, terminarían jugando en su tablero, voluntaria o

involuntariamente.

Adam observaba, parado en el majestuoso jardín central de su

castillo, las tres estrellas que iluminaban Parac-do. Frustrado por los

constantes fracasos de aquellos bajo su mando, cuidaba de no apretar

con mucha fuerza, el aparato con el que por fin, podría localizar el

antiguo espíritu que residía en aquel mundo. La túnica blanca y la

máscara adornada con la falsa cicatriz, descansaban en una pequeña

fuente con la forma de una elegante ave de aquel reino. Abdul, quien

ingresó sigilosamente al jardín, caminó lentamente hacia el disfraz, y

lo envolvió en sus brazos.

-Ese humano, parece perseguir cosas grandes. Nos será de utilidad, estoy seguro. Debemos tratar con cautela el tema de su hija, podría echar todo abajo. Habrá que darle un vistazo de nuestro poder; de cualquier manera no hay duda de sus intenciones, acudirá. Los sellos, acudirán también ¿Cierto, viejo amigo? –preguntó Adam.

-Así lo presiento, señor –respondió el aludido, sumiso. -No podemos fallar esta vez ¿El factor cero? -Será nuestro a tiempo, puedo sentirlo. -Bien, como siempre, he de confiar en tu buen juicio.

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-Debería descansar mi señor. Yo guardaré esto –sugirió Abdul, llevándose la túnica y la máscara con él.

-Eso haré –respondió taciturno, Adam.

Habían pasado días desde la batalla en áfrica. El humor

de todos era inestable, en gran parte debido a que la recién llegada

no parecía estarla pasando bien. No fue sino hasta el tercer día,

cuando la chica recobró el conocimiento de forma completa. Todo ese

tiempo, Equímedes la había estado cuidando.

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No hubo que explicarle mucho a la chica. Tuvo una aceptación de

la idea, considerablemente más rápida que la del resto de los sellos.

Cuando fue capaz de hablar, les explicó que su familia había tenido

conocimiento de las leyendas sobre la energía sagrada, desde antes

de la aparición de Focus Lumen. Era una historia que se pasaba de

generación en generación e incluso celebraban al espíritu sagrado

(como ellos conocían el Lumen) los primeros días de diciembre.

Una de las leyendas contaba que, después de la gran batalla (el

colapso) nacería en la aldea una persona con la capacidad de

comunicarse con el espíritu sagrado, incluso contaría con la

bendición de poder usarlo. Relató además que, una mañana, cuando

tenía cuatro años de vida, comenzó a llorar descontroladamente por

días. Todos en la comunidad, trataron de tranquilizarla con cualquier

método, pero los días se convirtieron en semanas, y ella aún se

quejaba, desconsolada. Entonces, como por arte de magia, todo

aquello que no estaba sujeto al suelo, incluyendo a los aldeanos, flotó,

sostenido por una energía más poderosa que la misma gravedad.

“Tenía a mi alrededor” contaba “un destello de luz azul y cuando éste

cesó, quedé inconsciente y todo regresó a tierra firme.”

Desde entonces lo supieron. Ella era la persona de las leyendas.

Los más ancianos le contaron todo sobre el gran espíritu, le pidieron

que se entrenara para recibirlo con los brazos abiertos y le aclararon

que, siendo elegida, debía mostrar su valía. Había dedicado pues,

toda su vida a entrenar su cuerpo y alma para ser digna del espíritu

sagrado.

Kira en especial, parecía maravillado con los relatos de la chica, y

seguía preguntando todo lo que cruzaba por su tímida mente; Razi le

contestaba amablemente. Así descubrieron que la recién llegada era

la mayor de todos los sellos por unos cuantos meses; veintidós años

por cumplir en octubre (se encontraban ya en los finales de

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septiembre) y no conocía mucho más mundo además de su aldea y lo

que la rodeaba.

La chica tenía una belleza exótica. Poseedora de una piel caoba

que parecía brillar con el más mínimo resplandor de luz. Sus ojos

eran grandes y oscuros, su cabello rizado, terminaba graciosamente

sobre sus hombros. Aunado a eso, su forma de hablar correspondía a

una persona de mucha mayor edad, lo que recalcaba más su

“veteranía” sobre los demás. En el hombro derecho, llevaba tatuado

un antílope, animal muy importante en la vida de su aldea, la cual

había adoptado a dicha criatura, como su sello distintivo.

Explicó que usaba las vestimentas de combate que su pueblo

confeccionaba. Constaba de dos partes, una falda relativamente corta

y un top que descubría el cuello y el estómago; todo estaba hecho de

piel.

Pasó todo el día siguiente rezando a los viejos guías (seres que

su pueblo adoraba y reconocía como los todo poderosos del más allá)

por las almas de sus compañeros caídos. Aunque al principio le

pareció un poco rara la idea, aceptó algunas de las ropas que Tessa le

ofrecía. Inicialmente parecía sentirse incómoda por sus nuevas

prendas, ya que las jalaba constantemente de los bordes, como

quejándose de la tela extra. Gabriel ofreció conseguirle atuendos

nuevos, pero ella se reusó con una sonrisa, argumentando que podría

confeccionar algo de ser necesario.

Por su parte, David había estado intranquilo todo ese tiempo.

Había sentimientos encontrados en su cabeza. Una parte de él, lo

abrumaba por haber puesto a una compañera en peligro, por actuar

de forma irresponsable, y sin embargo, sabía lo cerca que estuvo de

atrapar a la mujer que odiaba tanto y eso le torturaba. Gabriel le

llamó la atención de manera comprensiva. Entendía lo que su instinto

le había dictado hacer, pero también se había visto obligado a

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recordarle que debía obedecer indicaciones, sólo por el momento, ya

que eran por su propio bien. Incluso Tessa le bramó un “ya déjalo

pasar, estás más irritante que de costumbre” Lo cual David tomó

como un “no te preocupes”, muy a la manera de la chica.

Gabriel mencionó poco sobre la inesperada ayuda que habían

recibido. Claramente conocía al benefactor, pero en su rostro se

reflejaba consternación cuando alguien lo sacaba a flote. Por

supuesto evitó hablar sobre su intimidante adversario; se había

limitado a mascullar un “como lo odio” y nada más. Equímides,

respetando la privacidad del obelisco, había guardado silencio al

respecto, a pesar de que David presentía y con mucha razón, que el

oráculo conocía bien a ambos personajes.

David pasó los siguientes días tratando de no pensar en lo que

pudo ser, pero eso sólo lo hacía más difícil. Equímides, adivinando

esto, se acercó al chico mientras éste miraba el techo de su

habitación, inmóvil y casi sin parpadear.

-Parece que pasas por momentos complicados, mi joven amigo –adivinó Equímedes, mientras se sentaba al lado de David.

-No dejas pasar nada ¿eh? -¿Es acaso culpa? -Lo era al principio. -¿Será odio entonces? -¿Es tan malo como suena? -¿Cómo puedes no odiar a aquella que te quitó lo más

importante de tu vida? Es a todas luces, lo más humano. -No puedo pretender que no espero el momento, un momento

como el de aquel día, cuando pueda por fin, tomar venganza; no puedo separarlo de mi mente…

-Quizá tu mente persiga el objetivo equivocado. Quizá tu mente ha estado escuchando más a tu corazón que a tu sentido común. ¿Has pensando en tus amigos?

-Claro que he pensado en ellos. ¿Qué no me estás escuchando?

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-¿Has hablado con ellos? -¿Qué? -No necesitas verlos para hablar con ellos; sólo necesitas

pensar en ellos. Háblales cuando creas conveniente. Quizá eso te ayude a resolver este predicamento en el que estás metido.

David observó taciturno a Equímedes mientras éste salía de la

habitación, tarareando algo que parecía el canto de un gorrión.

Torció la boca y aspiró hasta quedar como una chinche. Mientras

dejaba escapar el aire, se repitió a sí mismo la frase de Equímedes

“No necesitas verlos para hablar con ellos”.

David salió esa noche a hurtadillas del panal. Cruzó la puerta de

madera y el húmedo pasillo que lo separaba del enorme recibidor, se

sentó justo en medio del mismo y cerró los ojos. No sabía cómo

empezar a hacerlo, pero decidió que quizá era algo parecido a la

meditación. Así que, se colocó tan recto como pudo y se dispuso a

concentrarse sólo en su respiración.

El apabullante silencio causado por la profundidad del cañón

donde el templo descansaba, hacía sonar un constante silbido en los

oídos de David; silbido al cual ya se había acostumbrado. Ahora su

respiración se apoderaba del cuarto, que estaba en completa

penumbra, sólo iluminado en algunos rincones, por pequeños y

espectrales rayos de luz de luna que se filtraban a través de grietas

en el cañón, causadas por el tiempo y los elementos.

David se dejó envolver por un creciente estupor. En su mente se

dibujó un recuerdo de él y sus amigos, sentados en la punta de uno de

los montes que rodeaban Oppidum Lux. David tenía el pelo mucho

más corto, Samanta observaba con pesar la metrópoli y Abel

devoraba sin cuartel una deliciosa paleta helada.

-Creo que deberíamos volver ahí, es el único lugar que no hemos revisado –insistió Samanta, con una exagerada exaltación.

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-Samanta, ya discutimos lo que puede pasar –respondió David con tono cansino.

-Abemafs, sabfemosf cofo terfiaria –trató de decir Abel. -Creo que es un riesgo que debemos tomar –determinó

Samanta. -No voy a arriesgarlos. No sería capaz de ponerlos en esa

situación, sólo para descubrir nimiedades –refutó David. -No me parece que tu pasado sea una nimiedad. -Comparado con la seguridad de ustedes, lo es. -Zacarías no parece ser una de esas personas que olvidan y

perdonan –agregó Abel, quien ya sólo veía tristemente como de su paleta, sólo restaba un pequeño palito de madera.

-No lo es –aceptó Samanta. -Y Abel debe ser una de las zarigüeyas más buscadas en la

metrópoli –aseguró David. -Pero siempre podríamos depender de la seguridad que

nuestro semental nos proporciona. Disculpen, acabo de escuchar eso y sonó afeminado. El punto es que, David podría romper algunos cuellos. Una pequeña venganza.

-¡Por supuesto que no! –exclamó alarmada Samanta- Nada de venganzas, ni peleas innecesarias. No puedo decir lo mucho que me molesta cuando David lo hace.

-Y sin embargo no tienes empacho en decirlo cada que tienes oportunidad –dijo Abel con una sonrisa irónica.

-¿Y tú? ¿quieres una venganza? –preguntó David. -Nah, el rencor no es lo mío –descartó Abel-. Además, los

pobres policías la pasaban peor que nosotros en las persecuciones.

David sonrió a esto y reanudó la contemplación de la ciudad. En

el oeste, el sol comenzaba a ocultarse y Oppidum Lux hacía honor a

su nombre, cuando cientos de luces artificiales la hacían brillar

hermosa e imponente.

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Un ruido hizo volver a David a la realidad. Antes de sumergirse

completamente en ella, los ecos del recuerdo que acababa de tener,

retumbaban en su cabeza como las ondas creadas en un estanque

cuando algo rompe su tranquilidad. El sonido se repitió, entonces

David levantó la mirada, incluso a sabiendas de que era ridículo: por

más que abriera los ojos, no podría ver nada.

-Lo lamento –se disculpó una melodiosa voz-, no quería interrumpirte.

-¿Razi? –reconoció David- No… no te preocupes, no hacía nada en particular. ¿Dormir no es lo tuyo?

-Ya dormí lo suficiente estos días. Además, en mi aldea la gente no suele levantarse muy temprano, así que yo solía adelantarme para disfrutar del pueblo a solas.

-¿Y qué pasó con el misticismo de levantarse cuando despunta el alba en esos remotos lugares?

-Has leído demasiados libros. -O quizá no los suficientes.

David la escuchó reírse y sintió a la chica se sentarse a su lado. El

lugar hacía ecos de todos los movimientos que hacían. Había algo

relajante en todo aquello. David se dio cuenta de una cosa; si alguien

podía entenderlo…

-¿Y cuál es tu excusa? –cuestionó Razi. -Un caos interno. ¿Puedo preguntarte algo? ¿Algo personal? -Por supuesto. -Cuando mataron a tu abuelo, cuando esa mujer… tú ¿Qué

sentiste? -Odio. -Claro, eso fue sencillo, pero ¿no desearías…? -¿Vengarme? -Ajá… -Fue mi primer instinto, sí. En realidad me dejé llevar por él.

Pero mi abuelo toda su vida la condujo bajo un simple principio. Sólo

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tengo que recordarlo cuando mi instinto quiera apoderarse nuevamente de mí.

-¿Cuál era? –preguntó David, desestabilizado por la frialdad con la que Razi respondía.

-Lucha por lo que es y será, no por lo que alguna vez fue.

El silencio imperó nuevamente en el enorme templo. Miles de

pensamientos pasaron por la cabeza de David.

-Cuando era niña, mi abuelo me contó que él, personalmente, había conocido a uno de los sellos anteriores cuando era joven, al final del colapso –relató Razi.

-¿De verdad? ¿Cómo era? -Arrogante. Utilizaba su aparente inmortalidad para su propio

beneficio. Aunque ahora que lo pienso ¿por qué no habría de hacerlo? No es como si tuviera alguna responsabilidad para con el mundo. No como…

-Nosotros –completó David. -Sí… -reflexionó Razi-. Verás, la familia de mi abuelo le dio

refugio en los tiempos de guerra, aunque el sujeto juraba que era para proteger a mi gente, ya que él no corría riesgo alguno.

-¿Y qué fue de él? -Jamás lo supieron. Un día simplemente, en la mañana, ya no

estaba. No se despidió ni agradeció. Sólo tomó sus cosas y se fue. -Vaya tipo -Sí. -Lo que no puedo evitar preguntarme es, ¿por qué…? -¿Nosotros?

Los dos chicos guardaron silencio por varios segundos, pero en

su mente la pregunta se volvió un remolino. Generaciones y

generaciones de sellos habían existido en la tierra, si es que la

historia de Gabriel era real. Entonces, ¿hubo alguna razón especial de

parte de los Parac-tos al momento de escogerlos a ellos? ¿O sólo fue

mala suerte?

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Gabriel había mencionado de igual forma, que en la guerra del

colapso, parac-tos participaron ¿Por qué no deshacerse de los sellos

en ese momento? Sí, había dejado en claro que los Parac-tos no

tenían por qué saber de los sellos. Era otro mundo, y nadie además

de los obeliscos, y al parecer Equímides, tenían tal información. Era

entonces, una simple y llana situación del momento equivocado en el

lugar equivocado. Pero los ancestros de Razi y los tutores de Kira,

ellos también lo sabían. Lo cual sólo generaba muchas preguntas,

cuyas respuestas se contradecían entre sí. Su identidad tan ‘”secreta”,

no parecía serlo tanto.

-¿Cómo es que tus ancestros sabían de nosotros, y los anteriores a nosotros? Al parecer la gente que nos está buscando, tuvo problemas para encontrarnos.

-La leyenda habla de un espíritu sagrado. Se me contó que en los primeros días de diciembre, hace ya muchos inviernos, un ser de otro mundo habló con los ancianos del pueblo. El ser se presentó en la figura de un pobre hombre extraviado que necesitaba de auxilio. Es una responsabilidad que se inculca a mi gente, el ayudar a quien lo necesite. Así que, amablemente, los ancianos le dieron alimento y cobijo. Cuando se disponía a partir, el hombre tomó la forma de un espíritu, un Ángel que, con autoridad atronadora, le encomendó a mi sangre, una misión. Ellos serían los primeros en saber el más grande secreto de nuestro universo y debían por tanto, tomarlo con responsabilidad. Les contó sobre el espíritu sagrado, sobre el colapso, sobre el mundo de las tinieblas y por último, sobre mí.

-Vaya. ¿Por qué jamás se lo contaron a nadie fuera de la aldea? -Lo hicieron, varias veces. El mundo prefiere llamar lunáticos o

fanáticos a aquellos a quienes no entienden. Cuando por fin comprendimos lo inútil de nuestros intentos, decidimos mantenerlo como una creencia propia.

-Ya… -Vamos, incluso tú tienes problemas para creerlo.

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La luna pareció brillar allá afuera con más fuerza y algunos de

sus rayos, se filtraron por el cañón y la puerta del templo. David pudo

distinguir la silueta de Razi en medio de toda aquella oscuridad.

Ambos se quedaron sentados un buen rato en silencio. Cada uno

atrapado en sus propios recuerdos, tratando de comprender, cómo es

que habían llegado hasta ahí.

El canto de los grillos hizo una tímida aparición, construyendo

un ambiente aun más relajante. David no supo cómo, ni en qué

momento sucedió, pero el cansancio se apoderó de sus sentidos. Ese

momento en el que la mente divaga y mezcla pensamientos con

sueños, le sirvió para quedarse con un rostro en la mente, antes de

caer profundamente dormido.

David y Abel caminaban con paso firme pero cansino, a un lado

de la carretera. Los psicodélicos colores de la ropa que Abel llevaba

puesta, comenzaban a darle una jaqueca a David.

-¿Sólo seguías órdenes? –preguntó David, continuando con la conversación.

-Ni más ni menos, camarada –respondió Abel. -Bueno, eso me parece algo estúpido –afirmó David con tono

burlesco-, perseguir un ideal que no comprendes. -Oh, lo comprendía, no hay duda de eso mi buen Sancho. -Claro, sólo no te decían para qué arriesgabas el cuello. ¿Algo

sobre “el mayor bien” supongo? -Tienes una lengua muy ágil. Te patearía el trasero, sino fuera

tan improbable. -Sólo digo que, las revoluciones se alimentan de mercenarios. -Y yo soy un mercenario, según entiendo –ironizó Abel, a lo que

David contestó encogiéndose de hombros-. Bien, haré como que caigo en tu juego. La barra de concentrado era sólo un pretexto para llamar la atención del público a algo mucho más grave.

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-¿Significado? -Focus lumen invirtió millones de recursos en la nueva barra.

Incluso hubo inversionistas externos. Esa empresa tiene como política, nunca ventilar sus problemas. Sin embargo, algo así no podría evitar volverse un escándalo.

-Y cuando tuvieran la atención del respetable ¿Qué harían con ella?

-Decir la verdad -¿La verdad? -Tenemos pruebas, no muy concluyentes pero sí bastante

sugerentes, de que Focus Lumen está experimentando en humanos. -¿Qué? ¿Y para qué demonios querrían hacer eso? No sabía que

se especializaran en genética. -Oh, cariño, pero que tierno eres. Ellos son especialistas en

TODO. Aún esperas al pie de la chimenea por santa claus ¿verdad? -No sé si alguna vez lo hice. -Oh, punto bien ganado en el terreno de la compasión. -¿Entonces? ¿para qué querrían hacer algo así? -No lo sabemos. El punto es que eso es ilegal e inhumano. -Podría ser para bien de todos nosotros ¿alguna vez lo

pensaron? -De verdad que eres ingenuo. Te daré el beneficio de la duda

por tu pequeño problema de amnesia. Cuando haces algo bueno, no lo escondes a toda costa, además, hasta el momento, hay sólo una cosa que me parece, vale la pena de ese monstruo corporativo.

-¿Qué? -Un rostro

Después de eso, Abel sólo atinó a sonreír y a devolverle la

encogida de hombros a David, el cual, miró extrañado a su

compañero mientras seguían avanzando por el arenoso camino.

Un carraspeo nada discreto, despertó a David. Cuando éste pudo

enfocar la mirada, distinguió el rostro de Tessa, quien lo miraba

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desde arriba con una expresión fría. De pronto recordó dónde estaba,

y se incorporó con pereza. El sol ya había salido y podía por fin,

reconocer todo a su alrededor.

-Será mejor que vayas a desayunar. Gabriel nos espera para un nuevo entrenamiento; quizá quieras traer a tu amiga –dijo Tessa sin emoción alguna y se dirigió al pasillo que conducía al panal.

David miró a su lado y vio a Razi en el suelo, aún profundamente

dormida. Se desenmarañó un poco el semi-rizado cabello y se

dispuso a comenzar el día. Aunque trató de ignorarla en el desayuno,

pretendiendo que se divertía con los trucos aéreos que Pi realizaba,

en su interior, la idea de vengarse, seguía revoloteando alrededor de

su intranquila conciencia.

El cuarto de las situaciones comenzó con su ya acostumbrado

movimiento circular, y cuando la presión estaba a punto de reventar

las cabezas de los sellos, el lugar se transformó en un hermoso

estanque, rodeado de un frondoso bosque. Había una neblina que

envolvía por completo el hermoso paisaje y en medio del pacífico

estanque, había cuatro rocas de considerable tamaño. Incluso se

podían distinguir algunos peces de colores variados, en el fondo de la

pequeña laguna. El ambiente seguramente era frío para un humano

común, ya que las hojas y el pasto, estaban cubiertos por un fino

rocío.

Todos estaban embelesados por el fantástico sitio, cuando

Gabriel apareció de un salto frente a ellos, rompiendo la armonía del

lugar, incluso tomando por sorpresa a Kira, quien no pudo evitar

soltar un pequeño grito.

-¿Saben por qué ocurrió eso? –preguntó Gabriel, señalando a Kira.

-Porque soy un completo cobarde –respondió Kira, un tanto agitado.

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-No… Bueno, espero que no. En realidad sucedió porque te sorprendí, cosa que no habría pasado, si pudieras sentir mi Lumen. La batalla que tuvimos hace unos días, ni siquiera debió haber sucedido; tenían una gran desventaja.

-¿La estupidez de David? –se burló Tessa, levantando la mano, como respondiendo en clase de historia. David puso ojos en blanco.

-Ya hablamos de eso… y no –continuó Gabriel-. La gran desventaja, fue y sigue siendo, su falta de control sobre la energía vital. Para poder hacerlo, primero, deben aprender a sentirla, después, aprender a comunicarse con ella, entender su naturaleza y por último, saber manejarla.

-Es decir que Razi se va a perder el entrenamiento de combate ¿no es un tanto injusto para ella? -interrumpió de nueva cuenta, Tessa, que parecía especialmente decidida a ser profundamente irritante aquel día.

-Me atrevo a decir, Tessa, que ella tiene más experiencia en combate que todos ustedes –respondió tranquilamente Gabriel.

-¿De verdad? Bueno, no está de más averiguarlo. A menos que te moleste –sugirió Tessa, dando un paso al frente.

-Tessa… -reprendió Gabriel. -No me molesta –aceptó amablemente Razi. -Ahí lo tienes –señaló Tessa.

Gabriel sonrió y asintió divertido. Tessa y Razi avanzaron a un

pequeño espacio abierto, justo al lado del estanque. Los tres hombres

se pusieron en fila para observar.

-Cien créditos a Tessa –retó Kira. -No tienes dinero –replicó David. -¿Doscientos entonces? –contraatacó Kira. -Hecho –respondieron al unísono, Gabriel y David.

Las dos chicas se miraron fijamente antes de hacer cualquier

movimiento. David notó que en la fingida expresión de

autosuficiencia de Tessa, había tensión. La realidad es que siempre la

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había visto tensa, pero esto era diferente. La notaba ansiosa de

demostrar algo.

“Bah, mujeres” pensó.

Todo sucedió demasiado aprisa. Tessa comenzó el ataque

violentamente con una patada que intentó impactar el rostro de Razi,

la cual, de un gracioso movimiento, evitó el golpe, y de forma aun más

veloz, contraatacó. Empujó un poco con su mano derecha, la espalda

de Tessa, ocasionando que ésta perdiera el balance, lo que aprovechó

Razi para responder con una suave patada que envió a Tessa sin

remedio al estanque.

Kira resopló decepcionado.

Razi ofreció su mano a Tessa, quien ignoró el gesto y salió por su

cuenta del agua. Gabriel dio un paso adelante.

-Bien, una vez que sacamos eso del sistema. ¿Les parece si empezamos? –preguntó Gabriel. Todos asintieron, Tessa se limitó a gruñir-. Bien, colóquense en esas piedras. Uno en cada una por favor. Las encontrarán cómodas para sentarse, que es justo lo que quiero que hagan.

Los chicos obedecieron, y en el acto, cada uno tomó su posición.

Gabriel (quien vestía su acostumbrado traje naranja de

entrenamiento), los miraba desde el frente, en tierra firme y sonreía

de una forma que no tranquilizaba para nada a David.

-No va a haber forma de que salgamos de esto sin empaparnos ¿Verdad? –preguntó David-. Bueno, los que quedamos secos –Tessa gruñó una segunda vez al oírle.

-Esto es lo que haremos –comenzó Gabriel-. Deben aprender a escuchar el Lumen, el suyo y el de los demás. No necesitan sus ojos para ver lo que sucede a su alrededor, pueden sentirlo. Cuando un ser vivo se mueve, su energía se transforma en ese movimiento, le ayuda a llevarlo a cabo. En el momento en que estén listos, leer todo lo que les rodea, será tan claro, como verlo en pantalla gigante. Deben

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educar a su mente para sentir el Lumen, para entender su forma, su vida. Quiero que cierren los ojos.

Los sellos obedecieron dubitativos.

-Ahora, deben evitar pensar en otras cosas, el Lumen responde a sus pensamientos. Si ustedes se molestan, se deprimen, se alegran, se emocionan aunque sea un poco, su energía fluctuará en esos sentimientos. Si lo hacen, yo lo sabré y terminarán en el fondo del lago. La regla es simple, despejen su mente, despejen su interior, sientan lo que sucede a su alrededor. El que se distraiga, va a tomar un frío, frío baño. Créanme, no lo hago por diversión; esto les ayudará a enfocar sus pensamientos.

-Claro que lo haces por diversión –replicó David. -Un poco, sí. ¡Comiencen!

Los sellos obedecieron y cerraron los ojos, David

inmediatamente adivinó que aquello sería una misión casi imposible

para él. Porque su cabeza, bueno, su cabeza era un completo desastre

aquellos días. ¿Cómo no pensar en todo lo que le perturbaba? Si lo

único que había hecho los pasados meses, era sopesar su frustración.

Intentó concentrar sus pensamientos en el sonido del viento, los

repentinos chapoteos del estanque causados por los hambrientos y

coloridos peces que confundían cualquier movimiento en la

superficie con un posible alimento; incluso los insectos sirvieron

como divergencia. Intuyó entonces, que quizá ese sería el primer

paso a dar para sentir la energía de todo cuanto lo rodeaba. Escuchar

los movimientos, tan sutiles como fueran; quizá adivinarlos.

Pero se volvió infructuoso. Su mente dejó ese pacífico lugar y

entró a los aposentos de aquellos pensamientos que lo habían

invadido antes. La mujer pelirroja y su ácida risa, taladraban sus

tímpanos, los ojos de Abel se despedían para siempre y la voz de

Samanta le gritaba por auxilio. Recordó la desesperación y la

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impotencia del momento donde los había dejado partir; derrotado e

inútil.

Algo le impactó el pecho de repente, le tomó unos segundos

darse cuenta de que volaba hacia el agua. Alcanzó a abrir los ojos sólo

para ver como la superficie se escandalizaba con su presencia. Ya que

no había tomado aire, se impulsó tan fuerte como pudo, y cuando su

cabeza salió del agua, aspiró tan hondo como sus pulmones le

permitieron.

Gabriel lo miraba con reproche y la mano extendida; la cual sin

duda había utilizado para lanzar energía a David. El resto de los

chicos lo miraban también, a excepción de Razi, quien no había

perdido la concentración por lo sucedido. Tessa sonreía de forma

burlesca. Momentos después tanto ella como Kira lo acompañaban

hombro a hombro en el estanque.

-No distracciones –pidió Gabriel.

Así pasó el resto del día. Varias veces los chicos visitaron el

fondo de la laguna (incluyendo a Razi, aunque en menor medida) y el

clima comenzó a cambiar, sin duda provocado por el mismo Gabriel.

Debió hacer bastante frío, ya que David comenzó a sentirlo y el agua

que aun empapaba su ropa, se escarchó discreta e incómodamente. El

aliento de los sellos se tornó visible y Kira, el más delgado de todos,

no pudo evitar tiritar. Nieve se materializó, cayendo al principio casi

imperceptiblemente, hasta volverse una verdadera tormenta. En

estas condiciones, los chapuzones se volvieron una completa

pesadilla.

-¿Es esto necesario? –preguntó Tessa-. Estábamos teniendo bastantes problemas así como era.

-Necesitan poder concentrarse en cualquier situación –respondió Gabriel, para después derribar a la chica con un movimiento de mano.

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Cuando Gabriel creyó que era suficiente por un día, el cuarto de

las situaciones los transportó al panal. Inmediatamente el calor

corporal volvió a los chicos, quienes agradecieron no ser personas

normales.

-Buen trabajo, chicos. Ahora vayan y pídanle algo de sopa a Equímides –enunció Gabriel.

Los cuatro jóvenes sólo expresaron comentarios inaudibles y

entre dientes, a la vez que abandonaban el enorme cuarto de las

situaciones, arrastrando los pies. David se volvió para observar a

Gabriel, el cual no se movió nunca de su lugar. Ya no le prestaba más

atención a los sellos.

-¿No vienes? –preguntó David. -Tengo cosas que hacer –contestó Gabriel, esbozando una

sonrisa fingida. -¿Aquí? -Quiero pensar –aseguró Gabriel, dándole la espalda a David. -Esos dos sujetos –comenzó a decir dubitativo el sello- eran tus

hermanos ¿cierto?

Gabriel no dijo nada ni se volvió para observar a David. El chico

no necesitó respuesta. El obelisco había contado que dos de sus

hermanos lo abandonaron y traicionaron, ese pelirrojo, era sin duda,

uno de ellos. David comprendió que el interior de su amigo era zona

de desastre en esos momentos. Comprendió el infierno que debió,

tratar de matar al que compartió con él tantas cosas por miles de

años.

-Que descanses, David –dijo al fin Gabriel. No había una emoción tácita en su voz.

-Gracias –respondió David, reprochándose no encontrar algo más que decir.

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En la cena, David pudo distraerse un poco. Equímedes había

vuelto con muchos ingredientes que no tardó en convertir en una

deliciosa cena. La concina se llenó de un vapor de deliciosos aromas y

los chicos se perdían embelesados con la promesa de una fabulosa

cena.

Kira leía el periódico que el oráculo le había traído con

amabilidad, después de agradecer con un forzado encogimiento de

hombros, cuando el amable hombre le informó que no había noticias

de sus padres o de la llamada “organización” asunto en el que Kira,

deseaba ahondar con todos los medios a su disposición. Tessa había

revisado fugazmente en finanzas y espectáculos, noticias sobre los

suyos (padre y madre respectivamente) y estaba a punto de perder el

interés en el receso que su padre había pedido a la compañía y las

escandalosas apariciones de su madre en programas de televisión,

cuando notó un pequeño recuadro.

“Para Tessa

Es en estos momentos de profunda soledad, cuando mis ojos no

pueden dejar de llorar por tu ausencia. Me reprocho cada noche el no

haber estado contigo, el haberte dejado ir de esa forma y me pregunto

si llegará el día en que nuestras vidas se encuentren de nuevo. Si lees

esto, debes saber, que nadie espera con tanta ansia y cariño tu regreso.

Pues debo mantener la fe, de que así será.

Trish.”

No pudo evitarlo y una lágrima se deslizó en sus mejillas,

cayendo directamente sobre la carta escrita en el periódico. Se

preguntó desde cuándo había estado Trish publicando aquello, y si

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seguiría haciéndolo hasta encontrarla. Había abandonado a su mejor

amiga, sin una explicación, sin un adiós. Por un momento todo

aquello, (el lugar, los entrenamientos, sus nuevos compañeros)

pareció ridículo, sin sentido.

Las lágrimas le impedían enfocar ya, y sólo atinaba a toda costa,

disimularlo. Lo cual no sabía si estaba logrando, o los demás

actuaban ignorancia, hasta que David le entregó una servilleta, para

después seguir con su alimento sin decir una palabra. Tessa intuyó

que el chico había adivinado su total falta de disposición para hablar

al respecto, y lo agradecía. Era el segundo mejor detalle que el “bobo

ese” le había tenido en gracia de demostrar.

Kira le había pedido a Pi que sirviera las raciones, lo que el robot

realizó al instante. Mientras el pequeño robot flotaba por toda la

mesa, utilizando sus pinzas para repartir los alimentos, Razi no

dejaba de reír, completamente divertida por los graciosos

movimientos del pequeño aparato. Cuando Pi arribó a la posición de

la chica, en su pantalla apareció un video descargado de Internet,

donde dos personas reían de manera descontrolada. El resto de los

sellos e incluso Equímides, estallaron en carcajadas al presenciar

esto.

La cena se tornó amena desde ese momento. Por primera vez

desde la llegada de Razi, los chicos parecían disfrutar de un momento

de convivencia. La plática sobre los exóticos lugares que Razi había

conocido en su niñez, cautivó de inmediato a todos, inclusive a Tessa,

quien trataba de aparentarlo.

-… hay lugares donde la propia luna parece colorear de forma diferente. Incluso presencié luces en el cielo que mi abuelo me describía como el espíritu sagrado de aquellos quienes ya no están entre nosotros. “El Lumen en donde de verdad pertenece” solía decirme –contaba Razi.

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-Y debo suponer que eso lo dices por mí ¿no es verdad? –expresó molesta, Tessa.

-No, disculpa, claro que no. Yo… -¿Sabes? ¡Mucha gente ha encontrado nuevos bríos de vida

gracias a mi padre! ¡Sí, se han cometido errores, pero nunca procurados por él, puedo asegurártelo! –gritó Tessa y abandonó el comedor molesta.

-Yo, no quería, no debí mencionarlo. Lo lamento. –se disculpó Razi.

-No te preocupes. Tessa pasa por momentos difíciles. Te pido la entiendas –explicó Equímides.

-Como todos nosotros, viejo, como todos nosotros –complementó David-. Creo que es momento de que vayamos a dormir. Esa agua no se va a sacudir sola mañana.

Tessa iba hecha una furia hacia su habitación. Cruzó la entrada, y

azotó la puerta tan suavemente como pudo. En cuanto tocó su cama,

comenzó a llorar. Era la segunda vez que lloraba en pocos meses,

cuando habían pasado años antes de aquella ocasión en la regadera.

No podía explicárselo, ni si quiera podía comenzar a entender, por

qué Razi la irritaba tanto. Su sola presencia era una recriminación

andante. ¿Quién se cree que es? ¿Qué sabe ella de su padre, o de lo

que ha hecho? Le tomó un poco de tiempo comprender que Razi

jamás había hecho un comentario propiamente incisivo.

Su malestar podía deberse también al saber que su amiga, lo

único que en realidad extrañaba del mundo exterior, no había dejado

de pensar en ella un solo momento. Cuando en cambio, Tessa, debía

reconocer avergonzada, la olvidó por algún tiempo. Sólo pensaba en

demostrarle a su padre lo que valía, lo mucho que podía representar

para el mundo, sin necesidad de pasearse bajo su sombra dando

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discursos corporativos. Hacerlo sentir que sólo él no había podido

descubrir lo mucho que su hija representaba.

Egoístas. Ambos. De tal palo, tal astilla.

Kira ordenó a Pi ponerse en modo de descanso, para después

ataviarse con una de sus cómodas pijamas a rayas. Releyó el

periódico para asegurarse de que no había ni un solo vestigio de sus

padres, algo que hablara sobre fugitivos o anunciara la captura de los

mismos. Pero él sabía que el solo intento sería infructuoso; no

dudaba, sin embargo, de que estuvieran vivos. Podía sentirlo. No

sabía cuánto tiempo le llevaría, pero los encontraría, entonces

podrían hablar de todo lo que le habían escondido.

Cambió rápidamente a la sección de viajes y se deleitó con

imágenes del mundo. Paradisíacas playas que anunciaban un total

descanso, recorridos selváticos que prometían aventura, viejos

pueblos que presumían historia. Como todas las noches, se preguntó

si algún hombre, en algún momento, había viajado a cada lugar del

planeta.

Todo aquel “viaje” no había resultado como él lo esperaba.

Cambió enclaustro citadino por enclaustro bajo tierra. Era peor,

ahora podía morir aplastado por toneladas de piedra y arena.

Esperaba algún día poder cambiar aquello. Disfrutar del mundo,

conocer más personas, aprender de culturas y comer cosas extrañas.

Es cierto que la diversidad había sido casi destruida desde el colapso,

prácticamente todo ahora obedecía a una misma forma de vida. Y aun

así, no perdía la esperanza de encontrar lugares y personas que no

vivieran bajo el mismo concepto. El pueblo de Razi constituía un

esperanzador ejemplo.

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Después, pensó en todo lo que se podría construir gracias al

Lumen. Había tantas oportunidades, tanto por explorar, tanto que no

se había hecho antes y hoy estaba a pocos años de distancia; las

posibilidades eran estratosféricas. Amó al lumen desde que supo lo

que era, decidió dedicar su vida a trabajar con él; lo único triste era

no saber, si eso dependía de su libre albedrío, o de lo que sus

manipulados genes le dictaban hacer.

En ese mar de pensamientos, pronto su conciencia se perdió en

una tormenta de sueños.

Razi, con un poco de remordimiento, pensó en ir y disculparse

con Tessa, pero entendía que no era el momento ni el lugar. Entró a

su recién aclimatada habitación y se sentó justo en el centro,

respirando profundamente, tratando de dejar su mente en blanco.

Los espíritus la vigilaban hoy más que nunca. El momento

marcado desde el día de su nacimiento, había comenzado. Tenía que

hablar con ellos, hacerles saber que no descansaría, hasta cumplir

con lo que se le había encomendado.

En medio de sus rezos, derramó una sola lágrima por su abuelo y

nada más. Nunca más.

Gabriel paseaba por la explanada central del templo Shao lin. El

clima de nuevo obedecía a su estado de ánimo. Nubes negras

cargadas de electricidad, dejaban escapar gritos en forma de

relámpagos. Esta vez, vestía la armadura negra y llevaba consigo sus

armas.

Uriel apareció frente a él súbitamente, y a pesar de ser sólo parte

de la imaginación de Gabriel, se movía de forma idéntica al auténtico.

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Tenía incluso la misma piel casi albina, el cabello rojo cítrico, la cínica

sonrisa despectiva y la mirada de prepotente traidor.

A un grito de Gabriel, comenzó la batalla.

Ambos atacaban con singular violencia al otro. Cuando la espada

y la lanza chocaban, el suelo se sacudía como horrorizado. Cuando un

puño impactaba al cuerpo contrario, ni los truenos podían acallar los

gemidos de dolor.

Comenzaron a expulsar energía, la cual se entrelazaba con cada

movimiento. Gabriel no podía ganar. Ni siquiera contra el recuerdo

de su hermano era capaz de vencer. Su energía se vio rápidamente

aplastada por la de Uriel y pronto fue vencido. Su pelirrojo hermano

desapareció con una risa en la garganta y la lluvia apareció.

Gabriel no podía moverse, las gotas bajaban por su puntiagudo

cabello y recorrían toda la verticalidad de su rostro. Se incorporó

para intentarlo de nuevo, pero su mente lo traicionó. Las nubes

abrieron paso a un cálido sol de verano y las aves suplieron a los

truenos como la sinfonía del lugar.

Unos lentos pasos, casi arrastrados, le hicieron volverse. Un

anciano de gentil expresión, le abría los brazos en señal de

reconocimiento. Llevaba la misma vestimenta naranja que Gabriel

solía utilizar en los entrenamientos. Su cara era el de alguien que ha

vivido ya muchos años y en su cabeza no quedaba ni un solo cabello

para poblarla. Sus ojos estaban opacados por cataratas, pero no

parecía necesitar la vista para reconocer, al más querido de sus

alumnos.

-Gabriel, mi muchacho –saludó Xing Jiao en un chino antiguo y elegante, al tiempo que hacía una reverencia al obelisco.

-Maestro –respondió Gabriel, en el mismo idioma y con la misma reverencia.

-Tu alma, por lo que veo, ha pasado por demasiado.

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-Me avergüenzo, maestro. Me he dejado llevar por el odio. -Es cierto, es cierto. Has perdido de vista tu montaña. -¿Maestro? -¿Es que acaso has olvidado ya mirar siempre hacia tu

montaña? Quizá ese sea el problema.

El anciano se dirigió hacia los interiores del templo. Subió los

escalones con una agilidad que no correspondía a la de un hombre de

su edad. Gabriel decidió seguir de cerca, pero calladamente.

Siempre había sido un lugar exótico para el obelisco. Aquel

enorme cuarto, con paredes excepcionalmente altas y columnas

pintadas de rojo profundo, color extraído de frutas y flores

encontradas en la región, estaba demasiado atado a sus recuerdos.

En medio de la habitación, un pequeño estanque de agua

completamente cristalina, hacía de espejo a la enorme escultura del

dragón milenario, que descansaba en la parte más alta del templo. El

piso estaba constituido de grandes tabiques, de casi metro por metro,

y los muros vestían detalles en color dorado. Al fondo, y como

objetivo del anciano, estaba un viejo altar, al sabio Buda.

Xing Jiao se sentó frente al sagrario, y cerró los ojos en señal de

meditación, Gabriel lo imitó con desgano, pero demostrando respeto.

Por horas, ambos estuvieron así, sin decir nada ni moverse.

En su entrenamiento, hace ya miles de años, Gabriel había

pasado días en ese lugar. Su maestro solía interrumpir las prácticas y

combates, sólo para enviarlo a meditar. Trató de recordar por qué el

viejo lo hacía. Su propia naturaleza inquieta, le hizo odiar esas

sesiones, incluso llegó a considerarlas un castigo. No pudo evitar

sonreír ante la ironía de la situación al recordar el entrenamiento en

el estanque; era él ahora, quien ordenaba aquello que tanto odió,

aquello que…

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Entonces lo recordó.

En una de las tantas interrupciones que Xing Jiao había realizado

al entrenamiento, Gabriel exigió exasperado, una explicación a lo que

él consideraba, una total pérdida de tiempo. Su maestro, sin perder la

eterna sonrisa que siempre ocupó sus labios, se acercó al impaciente

obelisco y con total calma y calidez sólo dijo “Encuentra tu montaña”

para después guiarlo nuevamente al altar.

-¿Cuál es tu montaña, Gabriel? –preguntó el anciano. Lo que provocó que el obelisco saliera de sus recuerdos.

-Mi deber. -¿Cuál es tu deber, Gabriel? -Mi deber es guiarlos. -Y nunca lo olvides, querido muchacho – pidió Xing Jiao con la

más cálida sonrisa.

El cuarto comenzó a girar y repentinamente, Gabriel estaba

sentado en medio del blanco cuarto de las situaciones. Cerró los ojos

y murmuró un simple y sentido “Gracias”.

El estanque estaba tan tranquilo que el agua parecía congelada.

El viento se había apagado por completo y la fauna daba la impresión

de respetar la solemnidad del momento. David logró despejar su

mente, casi podía sentir cómo la sangre recorría su cuerpo. Tenía una

completa conciencia de sí mismo. Un envolvente manto alrededor de

él, fue de pronto, completamente claro. Era como si el sol posara sus

rayos sólo en ese punto exacto. La sintió moverse, sintió a la energía

obedecer sus pensamientos. El Lumen tenía tanta vida como él

mismo, respondía también a la cercanía de los otros. Su energía

reaccionaba a Tessa, quien sentada junto a David, experimentaba lo

mismo.

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Sin necesidad de abrir los ojos, supo la posición y distancia de

los otros tres sellos. Notó el movimiento del Lumen con forma

particular y diferente en cada uno de ellos. Tenía personalidad, por

así decirlo. Sintió la lejanía de Gabriel, y la estabilidad que el Lumen

de éste, transmitía. No tenía la irregularidad del resto, era casi una

órbita perfecta.

¿Cómo no pudo verlo antes? Ahora era tan claro como

observarlo con sus propios ojos. No sólo era consciente de ello,

también tenía la capacidad de distinguirlo, cada energía tenía un

color diferente (por así decirlo), color que tomaba al entrar en

contacto con cada persona. Era tan obvio, igual al respirar; no

necesitaba pensar en ello, era parte de su subconsciente.

Abrió los ojos. Necesitaba saber si todo aquello desaparecería; si

se iría junto a la oscuridad que sus párpados le proporcionaban y la

concentración que dicha oscuridad regalaba. Sonrió al darse cuenta

de que no era así. Ahí estaba todo, era tan real como las personas

junto a él.

Todos sonreían en éxtasis. Varios días habían pasado sentados

en la incomodidad de esas enlamadas rocas. Eran cinco corazones

unidos, cinco almas comunicándose entre sí, sin la necesidad de

hablar. Todos comenzaron a reír, a festejar.

Pero en el momento en que Gabriel los lanzó al agua en señal de

reconocimiento, mientras las burbujas de aire escapaban de los

pulmones de David, se borró su sonrisa. Dentro de él, creció algo que

sólo duró unos segundos. Una nueva conciencia, sólo así podía

categorizarlo: algo que rechazaba el Lumen, en busca de otra cosa,

cosa que no pudo encontrar a su alrededor. Tan pronto como había

llegado, la sensación desapareció.

Salió del agua para ver a sus amigos maravillarse con sus

respectivos logros mientras trataban de localizar lo que sus energías

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les señalaban primero. David fingió una sonrisa en respuesta a la de

los demás, pero su mente estaba ya en otro lado.

¿Qué había sido ese sentimiento? Era un hambre que se vio

asqueada al recibir el Lumen, negando ese poder con una enérgica

sacudida. Gabriel cortó de tajo sus cavilaciones. El cuarto de las

situaciones tomaba su forma original.

-Ahora no debe haber ningún problema, para que aprendan a controlar el Lumen –anunciaba extasiado Gabriel-

-Ninguno -repitió para sí, David.

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Gabriel decidió poner a prueba por un tiempo, las

habilidades recién adquiridas de sus discípulos. Las pruebas

consistían en detectar formas de vida, alrededor del desierto que

rodeaba al panal. Era complicado, pues en general se trataba de

pequeños insectos, aves y uno que otro mamífero; los pocos seres

que podían sobrevivir esas condiciones de clima. En conclusión,

individuos que no atraían mucha energía, y eran más difíciles de

localizar. Como fuera, resultaba refrescante entrenar en el mundo

real.

David se esforzaba el doble de los otros para no quedarse atrás.

En cada ocasión que lograba concentrarse, esa extraña sensación que

emanaba de su interior, parecía quererle recordar que estaba ahí. Era

como tener sed y no poder saciarla. Cuando perdía su objetivo,

Gabriel lo notaba, tomando como displicencia aquello, y torcía la boca

en señal de decepción. David sólo atinaba a mirar el abrasador sol

que caía sobre ellos y a patear la seca arena bajo sus pies. Intentó

hablar con el obelisco al respecto en una ocasión, pero éste parecía

tan emocionado por los avances del grupo, que decidió guardárselo

por el momento.

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El humor del sello se veía cruelmente afectado por la situación

sin nombre por la que pasaba y trataba de darle una explicación

lógica, enumerando cada causa probable para el extraño malestar.

Quizá sólo se trataba de aquel odio que no parecía poder borrar del

subconsciente; pensándolo bien, eso fue siempre lo que le causó

problemas, sólo tenía que ganar un poco más de autocontrol. Era eso,

un odio que no había encontrado final, y por fin hacía meya en su

persona. Además, era sólo algo esporádico, algo que parecía

agudizarse mientras entrenaban. El resto del día transcurría con total

normalidad y tomaba esto como una nueva anomalía causada por sus

habilidades recién adquiridas. Quizá todos pasaban por lo mismo y él

simplemente se alarmaba sin necesidad. Pensó en hablarlo cuando se

diera la apropiada situación; plática que inconscientemente fue

retrasando hasta anularla por completo.

Poco a poco, le fue restando importancia.

Llegó el mes de octubre, y con él, un cumpleaños. El primero que

se vivía en el panal. El 24 de ese mes, Razi cumplía veintidós años de

existencia, y Equímides se había esforzado para hacer de ello, todo un

acontecimiento. Después del entrenamiento del día, sorprendió a

todos con un enorme pastel de tres pisos, con cubierta de vainilla,

interior de delicioso chocolate y apariencia de ser demasiado para

seis personas, tomando en cuenta que dos de ellas no comían. El

panal estaba fallidamente decorado con algunos de los detalles que

los humanos solían utilizar para alegrar ese tipo de eventos. Pero su

intento había resultado cómico para Kira, quien logró detectar

algunos arreglos de noche de brujas. Equímides había adquirido

también bebidas que le parecieron suficientemente festivas, por lo

cual los chicos terminaron bebiendo desde cerveza hasta jugo de

tomate. Las botanas, era mejor no tocarlas.

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El día resulto ser agradable. Razi, a pesar de no acostumbrar

festejar sus aniversarios de esa manera, agradeció el gesto y disfrutó

plenamente del detalle. Kira utilizó a Pi para tocar algo de música, a

lo que el robot respondía con improvisados bailes que arrancaron

sonrisas. Incluso David dejó atrás sus preocupaciones atrás. Las

fiestas que había tenido antes, constaban de la mitad de la población

actual lo cual volvía al evento, algo de proporciones majestuosas en

su estado personal de ánimo.

Aquel nuevo y acogedor hogar, nunca había lucido tan bien.

Papeles de colores por todos lados, platos embarrados con betún y

salsas de color extraño, abarrotaban la sala de estar. Para otros ojos,

aquello era un simple remedo de fiesta infantil muy excéntrica, para

todos en el panal, era calidez de hogar.

Para todos, excepto para Tessa. La chica masculló un fingido

“felicidades” a Razi, engulló un poco de pastel, y deambuló a través de

la celebración sin ton ni son. No podía descifrar qué es lo que le

sucedía. Trató de achacar todo a su insoportable nostalgia, y se

encogió de hombros para sobrellevar el día. Hubo cierto momento en

que entabló una extrañamente agradable conversación con David,

pero Razi trató de imitar un baile que dos exuberantes chicas

realizaban en un video musical proyectado por el pequeño Pi. Por

supuesto que la chica había fallado miserablemente, lo que arrancó la

risa de todos, y dirigiendo la atención de David a la cumpleañera. El

mal humor de Tessa volvió al instante.

Se excusó argumentando cansancio y subió sin dar más

explicaciones a su cuarto. En cuanto estuvo ahí, cerró la puerta y se

lanzó con todo su hastío a la cama. No supo cuánto tiempo había

pasado, cuando alguien tocó su puerta y pidió permiso para entrar.

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Cuando sus ojos pudieron enfocar, observó a David cruzar la entrada,

jalar la silla del tocador, y sentarse a un lado de su cama.

-¿Te di permiso acaso? –masculló Tessa. -Supuse que no te molestaría –respondió David. -Me molesta. -Nunca fui bueno para las suposiciones. -¿Qué quieres? -Hacer que tu día sea aun más placentero.

Tessa puso ojos en blanco y se acostó de forma en que le daba la

espalda a David, quien tuvo que suprimir una torcida sonrisa.

-¿Qué diablos pasa contigo? Tu personalidad pasó de irritante a pedante –aseguró David

-Puedes volver por donde llegaste. Eso ayudaría. –masculló la chica.

-Bien, dime, ¿es Razi? -N… no -Un poco, ya veo. El síndrome de “el rey de la colina” bueno, en

este caso “la reina”. Sigues siendo la primera, no te preocupes. Supongo que la nota en el periódico no ayudó.

El rostro de Tessa se descompuso por un momento, y agradeció

que David no pudiera verlo. De cualquier manera, su silencio

delataba más que de lo que hubiera querido.

-¿Qué hacemos aquí, David? –preguntó Tessa. -Entrenamos. -¿Para qué? ¿Para no morir? Somos humanos, algún día

moriremos, habrá otros sellos ¿y entonces qué? Será lo mismo. -No creo que sea así. Yo preveo una inevitable confrontación. -¿Prevés? ¿O deseas?

David fue quien se quedó sin habla esta vez. Miró a su alrededor

y notó que la mano de la chica, ya era obvia en la habitación.

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Todo tenía un orden muy personal. La ropa estaba colgada

escrupulosamente, en el rústico armario de madera, colocado en la

esquina más lejana de la habitación. El calzado fue alineado

pulcramente justo a los pies de la cama e incluso había posters de

equipos deportivos pegados a la pared que David no tenía por qué

reconocer. El más grande era la fotografía de once hombres

uniformados de idéntica forma, sin duda preparándose para un

partido de futbol.

-¿De dónde sacaste esos? –cuestionó David de forma inquisidora.

-Equímides, creo que notó mi interés por las noticias sobre deportes en el periódico.

-Vaya, me siento discriminado. -Yo soy adorable ¿cuál es tu habilidad? -La de ser simpático -Piénsalo de nuevo –pidió Tessa con voz irónica. -Ouch, y con esa línea…

David se levantó y escupió un parco, ‘buenas noches’. Casi al

llegar a la puerta Tessa lo detuvo.

-David… -¿Sí? -¿Qué haces tú aquí?

David, pensó unos momentos. No porque no tuviera una

respuesta, sino porque pensaba en cómo no decirla.

-Buenas noches, Tessa –repitió al fin David. -…Buenas noches –respondió Tessa a una ya, cerrada puerta.

El cuarto de las situaciones, había tomado la forma de una

llanura de lo más plana. El cielo estaba pintado de negro, gracias a

gruesas nubes que amenazaban con crear una formidable tormenta.

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Los chicos hicieron equipos, un par cada uno. Kira frente a Razi y

David frente a Tessa. Gabriel los había obligado a vestir esas enormes

armaduras color chatarra, las cuales los hacían parecer marionetas

deformes. Gabriel señaló al cielo.

-Esas bellezas, pueden lograr descargas que pueden alcanzar veintiocho mil grados centígrados, tres veces la temperatura del sol, y casi cien millones de voltios. Todo eso en menos de tres segundos. Esas descargas se llaman rayos –explicaba Gabriel, mientras David, adivinaba con pesar, a dónde iba todo-. La buena noticia –continuó Gabriel- es que se necesita más que eso, para matarlos a ustedes, quizá unos quince o dieciséis rayos seguidos, por ejemplo. La mala, es que les va a doler como no tienen idea. Muchos de nuestros enemigos pueden lanzar ataques diez veces mayores a eso.

-Quieres que utilicemos el Lumen para protegernos –interrumpió David.

-Oh no, eso sería demasiado fácil. -Tenemos que hablar sobre la definición de fácil. Tú y yo –

aseguró David. -Su tarea, es evitar que los rayos impacten a su compañero. Eso

debe agregar un poco de dificultad. -Las armaduras… ¡Nos convertiste en para rayos humanos! –

exclamó Kira, alarmado. -Nah, no necesito las armaduras para eso. Es mi escenario

¿recuerdas? Puedo hacer que los rayos caigan donde yo quiera. Las armaduras son para aumentar su hipotético castigo en caso de que su compañero falle. El metal se sobrecalentara, además la electricidad será un poco más tangible.

-Menos mal, no somos para-rayos, somos hornos de microondas –ironizó David.

-De cualquier manera, pueden estar tranquilos. Este entrenamiento le corresponde a nuestro amado Equímides. Hay pocos seres en este universo que conocen tan bien el Lumen como él. Los rayos siguen estando bajo mi control, así que les sugiero, pongan

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mucha atención –advirtió. Equímedes agradeció gentilmente la presentación y dio un paso adelante.

-Un rayo altera el flujo natural del Lumen, por lo cual en teoría, debería ser fácil de detectar, habilidad, que tengo entendido, dominan ya a la perfección. Lo demás será sencillo para ustedes. Para manipular el Lumen, es necesario actuar como el rayo lo haría. Deben moldear el flujo de la energía, como si se tratara de una corriente marina. Los humanos generalmente no pueden hacer eso, ustedes afortunadamente, son una agradable excepción. El Lumen responderá a sus comandos, si saben qué comandos utilizar –decía el siempre elegantemente vestido, hombre esquelético, a la par de estirar la palma de su mano al frente-. La energía, sin embargo, responderá diferente a cada uno de ustedes; adopta… su personalidad, por así decirlo. Sus habilidades pueden variar, en relación a eso.

Mientras decía esto, su palma se llenó de brillante energía azul.

Varios guerreros esqueleto aparecieron a su alrededor, los cuales

empuñaban viejas espadas y armaduras vikingas.

-Cuando su control del Lumen, lleguen al punto más alto, serán capaces de proporcionarle incluso, una forma e inteligencia autóctona, que en teoría, debería obedecer sus órdenes. Esto claro, no será posible por el momento. Así que, empecemos por lo más básico.

Los espectros desaparecieron en el acto. Equímedes cerró el

puño, apretando suavemente sus dedos. Varias piedras pequeñas

tomaron altura poco a poco, separándose del árido suelo, hasta llegar

a la altura de sus rostros. Las rocas tenían alrededor de ellas, una

esfera de energía azulosa casi transparente. David trató

instintivamente de tomarlas y lo que sintió, no hizo otra cosa que

sorprenderlo. Esas rocas podían estar siendo envueltas por una

gruesa capa de acero.

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-A esas cosas podría caerles un camión lleno del ego de Tessa, y estarían intactas –aseguró David.

-Idiota –murmuró Tessa, pero imitó a David, tocando una de las rocas.

-Entre más control sobre el flujo del lumen tengan, mejor será el resultado –les aseguró Equímides-. Una vez que logren detectarlo y manipularlo, pueden ordenar un flujo nuevo, creando estructuras de Lumen como las que protegen esas rocas e incluso ataques si así lo requieren. Hagamos lo primero ¿Vale? Como lo ha dicho Gabriel, el fin de este ejercicio, es crear una barrera protectora, alrededor de su compañero.

Los sellos asintieron y pasaron a concentrarse.

Gabriel no esperó, y el cielo se estremeció con un trueno. Las

nubes se iluminaron con intimidantes flashes de luz. David se dio

cuenta de que el Lumen respondía a esto. Otra energía (la eléctrica)

irrumpía poderosamente en el ambiente.

Kira fue el primero en sentir un impacto. El rayo atravesó

zigzagueante el cielo, hasta caer sobre la cabeza del chico. El golpe

hizo a Kira doblarse de dolor y dejó escapar un grito. Razi, alarmada,

trataba de enfocarse, pero un rayo sobre ella la obligó a detenerse.

Tessa y David miraban embelesados la escena, pero David tuvo

de repente que preocuparse por su propio dolor. Un rayo recorrió

por completo su longitud, desde la cabeza hasta las plantas de los

pies. Creyó que todo su cuerpo iba a reventar con la fuerza de la

energía que corría por sus venas. Un grito le avisó que Tessa pasaba

ya por lo mismo.

Escuchó una orden de Gabriel. Algo parecido a “concéntrense”.

Ya que el dolor se hubo ido, David trató rápidamente de enfocar su

mente, pero era difícil lograrlo cuando el cielo crujía como si se fuera

a partir a la mitad.

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Los impactos continuaron de forma azarosa, sacudiendo a los

sellos, quienes a cada golpe parecían perder más fuerza. La

concentración era un lujo en esos momentos.

-¡Deben sentir el flujo del Lumen! ¡Reconocer sus movimientos! ¡La lógica de dichos movimientos! ¡Y entonces, cambiarlos! –indicaba Equímides- ¡Deben hacer creer al Lumen, que no tiene alternativa, que debe reestructurarse!

Todo era un caos en la mente de David. Los gritos, los truenos,

las indicaciones, su propia desesperación. Observó a Tessa. La chica

estaba a punto de desmayarse. Después miró a Gabriel, quien,

cruzado de brazos, no parecía querer detener aquella tortura. “La

letra con vara entra” pensó David.

Una lluvia torrencial acompañó el entrenamiento. Poco se podía

ver a más de tres metros a la redonda. Pero entonces David recordó

algo. Él ya había logrado detectar ese famoso flujo, aquél día en el

estanque. Es lo que él había confundido con un comportamiento, con

una personalidad. Empezó por ubicar el Lumen de sus compañeros;

era casi una función inconsciente. Después de días de convivir con

ellos, era como reconocer perfumes. Cuando lo consiguió, trató de

familiarizarse con los flujos de cada energía. Intentó primeramente,

destacar el movimiento; sentir antes que nada, que en efecto, se

trasladaba.

Cerró los ojos y pudo verlo. Eran ríos corriendo alrededor de

ellos, respondiendo al llamado de cada chico. Imitando a grandes

enjambres de abejas buscando el polen. Cada que alguien hacía un

movimiento, la energía vibraba y buscaba reacomodarse a la nueva

posición.

David dio una orden mental a la energía, sabiendo que era un

estúpido esfuerzo. En efecto, el Lumen no fue afectado por esta

acción. Hizo entonces movimientos al azar, tratando de entender el

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flujo de su propia energía, pero solo logró sentirse como un payaso.

Pensó que para los demás, debió ser francamente ridículo verlo

bailar cual títere fallido, pero nadie hizo un comentario, así que

siguió con sus intentos.

Se familiarizó entonces con el tiempo de reacción del Lumen; los

movimientos y reacomodos que la energía realizaba. Entendió que si

bien, los trayectos que la energía seguía, se veían modificados, el flujo

era siempre el mismo. Exactamente como un río siguiendo su cauce.

No pudo evitar imaginar las rocas que interrumpían el camino de un

río real. En su mente se dibujó la sensación del agua chocando contra

esos inamovibles obstáculos. Y sucedió.

Esa sensación se volvió realidad. El flujo alrededor de David,

cambió su trayectoria, como si una roca se hubiera atravesado en su

camino, algo que le fue imposible mover, obligándolo a cambiar su

rumbo, aunque hubiese sido por breve instante. David comprendió

que no bastaba con pensarlo, había que sentirlo, tomar la sensación

como propia. Hacerle creer al Lumen, que no tenía alternativa.

Se imaginó entonces, un manto alrededor de Tessa, una capa tan

sólida, que el Lumen tendría que permanecer alrededor de la chica.

-Compáctalo –ordenó Equímides-. Hazlo más fuerte, impenetrable.

David vio a la energía, convertirse en una burbuja, un campo de

fuerza indestructible. La energía respondió a esto. Las gotas de lluvia

no tocaron más a Tessa, se estrellaban contra una invisible barrera

La chica permanecía inmóvil y sorprendida. Miraba a su alrededor

sin atreverse a hacer algo más.

El cielo anunció una nueva descarga, y sucedió en segundos. El

rayo se dirigió con determinación a Tessa y David pudo sentir toda la

trayectoria; el Lumen, a su vez, respondió a esto. Cuando el

relámpago intentó alcanzar a la chica, una fuerza aún mayor se

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interpuso en su camino. La tierra tembló, los tímpanos se sacudieron

con violencia, y un destelló cegó al grupo. Entonces, lo único que

quedó, fue una estela de pequeñas descargas eléctricas, flotando en el

aire. Diminutos chispazos provocados por el choque de energías,

aparecían esporádicos aquí y allá. El tiempo pareció detenerse. Nadie

reaccionaba ante lo que acababa de suceder.

El cielo se despejó, y los rayos del falso sol creado por el cuarto

de las situaciones, bañaron los rostros de todos. Equímides sonrió y

aplaudió un par de veces. David no podía creer lo que acababa de

suceder.

-Suficiente por hoy –exclamó un satisfecho Gabriel-. No queremos matarlos a descargas.

Más tarde, en el panal, David explicaba a Kira y Razi, cómo es

que lo había logrado. Tessa, escuchaba del otro lado de la habitación,

aunque trataba de mostrarse desinteresada.

-Me sigue sorprendiendo… es decir, todos mis años de estudios e investigaciones, me decían que lo que acabas de hacer, es biológicamente inviable –balbuceaba Kira.

-Ahora, eso no lo sabía. ¿Crees que deba disculparme con el Lumen? –ironizó David.

-Sí, claro, no dejas nunca de burlarte de todos, pero se te ocurre que tu primer disculpa debe ser para con el Lumen –respondió Kira, causando la risa de Razi.

El mismo entrenamiento se repitió varios días, después de cada

cual, Equímides tenía que revivir virtualmente a cada uno de los

sellos, quienes odiaban más y más esas horrendas armaduras.

Aunque David parecía ser el más adelantado, la misma sensación

sorda e inexplicable, que lo había afectado días atrás, aparecía de vez

en cuando, obligándolo a fallar a veces. Razi fue la siguiente en lograr

la protección. De ahí en adelante, Kira no sufrió otro impacto, ya que

la tranquilidad mental de la chica, lograban la estabilidad que David

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parecía no obtener. Pronto los cuatro sellos lograban un decente

escudo en sus compañeros, y la lección pareció bien aprendida,

haciendo que Gabriel anunciara cambio de entrenamiento, para

beneplácito de los chicos.

Ese beneplácito duró muy poco. Días después, se encontraban

sobre un risco, frente a una playa de olas que ganaban el tamaño de

pequeños edificios.

-Ojalá sepan nadar –dijo un divertido Gabriel. -Sí que te gusta el agua –exclamó Tessa. -Terminemos con esto, y dinos de qué se trata –pidió David. -Por lo menos no nos hizo vestir las armaduras esta vez –

expresó Tessa. -No sé, comenzaba a acostumbrarme a ellas –aseguró Kira,

causando que los otros tres lo miraran con enfado. -Ya han aprendido a defenderse con el Lumen, es tiempo de

que aprendan a atacar con él. La tarea, de nuevo, es muy sencilla –explicaba con total tranquilidad Gabriel-, deben romper esas olas, con sus ataques. ¡Equímides! –gritó Gabriel.

Equímides caminaba plácidamente por la playa, mientras una

ola especialmente enorme se formaba con la intención de aplastarlo

bajo miles de litros de agua. Cuando la onda acuática estaba a punto

de tragarse al oráculo, el hombre extendió su brazo, del cual se

desprendió una lanza de energía pura, con la que impactó de lleno en

la ola, que vio rota su forma y trayectoria. El agua cayó alrededor de

Equímides en forma de rocío.

Gabriel sonrió y miró a sus alumnos. David suspiró y siguió al

obelisco colina abajo. A una distancia segura del oleaje, Equímides

inició su cátedra.

-Las bases son en esencia, las mismas al entrenamiento anterior. Deben cambiar la trayectoria del lumen, para formar una nueva. También es muy importante que logren una concentración

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importante de energía, dicha concentración debe ser más poderosa, que la fuerza de esas olas, de ser menor, van a quedar empapados –explicó el hombre ataviado en un esmoquin. David no comprendía la utilidad de dicho atuendo en un ambiente como el que los rodeaba.

Parecían estar en una playa virgen, aunque nadie querría

turistear en un ambiente tan peligroso. Un humano regular, moriría

sólo con el golpe de alguna de esas monumentales olas.

Grandes montañas rodeaban la bahía. Lo cual hacía extrañas

aquellas olas, según pensó David. El viento y la marea deberían

aminorar su inercia en una bahía como aquella. Entonces recordó

que todo era manipulado por Gabriel. La arena tenía un blanco casi

perfecto. El agua era de un sorprendente azul cristalino. La poca

vegetación que poblaba el paisaje, causaban esporádicos espacios en

verde, en contados puntos del paisaje. De no ser por insanamente

violento oleaje, el lugar podría ser bastante relajante.

Algo en la mente del chico se iluminó. No supo descifrar qué era,

en realidad. Creyó entender que se trataba de algún recuerdo que

trató de surgir desde muy dentro de su enterrada memoria, pero al

final, la sensación desapareció y todo quedó en eso.

-El secreto es, atacar según su personalidad. Ya les había dicho antes, que el Lumen reaccionará según la persona y será obviamente diferente en cada uno de ustedes. Así que, hagan del Lumen, una extensión de sí mismos –indicó Equímides.

-Bien chicos, ahora ¡Un paso al frente todos! Vamos a nadar –ordenó Gabriel con alegría.

Los chicos obedecieron con reclamos guturales. Nadie se había

vestido para la ocasión, como de costumbre. Sólo Razi, quien estaba

ataviada con uno de sus ligeros trajes típicos (de dos piezas,

cubriendo casi sólo lo esencial y hecho de una piel extraña que nadie

jamás supo de dónde la había conseguido), confeccionados por ella

misma (lo que le valió una crítica poco amistosa de Tessa, que Razi

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con su inocencia de mundo aparte, no había entendido) y que

parecían cómodos para nadar. Más cómodos que el de cualquier otro

de los sellos, por lo menos.

Tessa llevaba sus clásicos pants deportivos y el cabello

sencillamente agarrado con una cola de caballo. Kira, con una playera

excesivamente grande para su cuerpo y jeans igual de flojos. David

estaba cubierto por una camiseta negra deslavada y unos vaqueros

que presentaban jirones.

Una gigantesca ola, tomó a los chicos por sorpresa. David de

pronto no supo hacia donde quedaba el suelo y estaba seguro de

haberse tragado algo vivo. Cuando pudo salir a tomar grandes

bocanadas de aire, encontró al resto, derribados en la arena, con ojos

que aun expresaban confusión.

-Pudiste… de… dejar que nos preparáramos –se lamentó David, tratando de ubicar a Gabriel.

-Rayos, no. Es hora de subir la intensidad. ¡Cuidado! –advirtió Gabriel.

David alcanzó a volverse justo a tiempo para ver el muro de agua

que lo derribaría nuevamente. Irritado, se incorporó en cuanto pudo

y encaró la marea con dientes apretados.

-¡Denle forma y personalidad al lumen! –gritaba Equímides.

Dos o tres revolcadas después, el entusiasmo de los chicos

decaía de forma dramática. Las olas no les permitían concentrarse el

tiempo suficiente. Había muy poca diferencia de tiempo entre una y

otra.

-¡Tengo una idea! –exclamó Razi, corriendo en dirección a David–. Necesitamos tiempo.

-Sí ¿Y qué sugieres? –preguntó con ironía David. -¡Tú concéntrate en el ataque! –indicó Razi.

David asintió y puso manos a la obra.

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Primero ubicó rápidamente el flujo del Lumen, el cual se veía

afectado por la fuerte corriente marina, por lo que su dirección

cambiaba constantemente. Perdió la concentración unos momentos,

al percatarse de la enorme ola que estaba a punto de devorarlo, sin

embargo, algo impidió que así sucediese. Un estallido de agua

estremeció los alrededores, pero ni una gota le alcanzó. Entonces

comprendió el plan de Razi, al saberse protegido por una invisible

burbuja de lumen.

Se maravilló por el impresionante espectáculo que lo envolvía. El

agua se sacudía furiosa tratando de continuar su trayectoria, pero la

barrera de Lumen que Razi había creado, era impenetrable en toda

su estructura.

Hubo un momento en que el agua dejó de luchar, y una pacífica

visión se creó. David podía observarlo todo, cual imagen

tridimensional. Miró sobre su hombro, y vio a Kira flotando

cómicamente a unos metros de distancia. El agua se recorrió para

atacar de nuevo. Pronto ya no había casi nada de ella alrededor de

David y Razi.

-No quiero ser grosera, pero, no sé cuántos ataques pueda contener –advirtió Razi, devolviendo a David a la realidad.

Éste reanudó su parte. Rápidamente detectó los movimientos de

Lumen; sintió el flujo y los cambios repentinos del mismo. Logró

concentrar una buena cantidad de energía justo frente a él, ahora la

pregunta era, ¿Cómo convertir eso en un ataque?

-Dale tu personalidad –indicó Equímides- intenta proveerlo de tus movimientos, de tu mismo comportamiento. Piensa en ese lumen como una extensión de ti. ¿Qué harías para confrontar esa ola?

David trataba de aplicar todo eso. Pero como siempre, era más

fácil decirlo que hacerlo. Más y más impactos, comenzaron a hacer

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meya en la barrera de Razi y para la décima ola, un rocío se filtró,

advirtiéndoles que la siguiente, podía ser la última.

David seguía luchando para comprender lo que Equímides le

pedía. Trató de aplicar un experimento parecido al de la roca y el río,

pero pronto entendió que el comportamiento del Lumen tenía que

ser contrario a eso.

De repente le quedó claro el porqué de la insistencia de Gabriel

con el agua. Todo era sobre flujos, corrientes y constancia. Desde el

pacífico estanque (la concentración), la constancia de la lluvia (la

firmeza), y lo agresivo de las olas (el ataque). Pensó en oleaje mismo:

la fuerza y la inconsistencia de sus movimientos obedecían a varios

factores, como el viento, la corriente, el clima en general. Después se

imaginó a las negras nubes de la lección anterior, cómo la energía se

concentraba poco a poco en un solo punto, hasta lograr una reacción.

-¡No! –expresó Razi su frustración al perder la barrera de protección, y ver como el mar, furioso, regresaba por la venganza.

Cuando el agua parecía arrastrarlos una vez más, otra barrera le

impidió el paso. Razi se dio la media vuelta y encontró a Tessa y Kira,

justo detrás de ella, concentrando su energía para darle más tiempo a

David. La chica asintió a esto y se volvió.

-¡David! –gritó.

David pensó en sí mismo como el rayo, buscando un objetivo.

¿Qué haría él con aquella ola? La energía a su alrededor, le concedió

la respuesta, actuando casi por sí misma, en un mecanismo de

defensa automático, como cuando a alguien le lanzan algo, y éste se

cubre el rostro.

El Lumen se concentró en su brazo derecho. Lo sentía cual

bomba a punto de detonarse.

-¡Ya! –ordenó David.

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Tessa y Kira removieron la burbuja de Lumen. David extendió su

brazo en dirección al océano. El agua se levantó más que otras veces,

esperando revolcar sin misericordia a los chicos. De la mano

extendida de David, se disparó una esfera de energía, del tamaño de

una bola de boliche. Con una velocidad impresionante, la esfera

encontró la ola, golpeándola con una fuerza tremenda.

La explosión arrojó a los chicos a varios metros de distancia, y la

ola se hizo gotas al instante.

David, quien había quedado boca arriba y parcialmente

enterrado en la arena, respiraba agitado por la excitación de lo

acontecido. Gabriel se acercó a mirarlo desde arriba, y le sonrió con

beneplácito.

-A pasos agigantados –lo congratuló el obelisco–. Bien hecho -dijo ahora dirigiéndose a todos- pero no siempre tendrán ese tiempo, y ciertamente no siempre tendrán el apoyo de los demás, así que seguiremos practicando hasta que todos puedan hacerlo, rápido, poderoso y efectivo.

David no tuvo muchos problemas para realizar más ataques; ya

aprendidos los fundamentos, resultó bastante sencillo. Sus ataques

definían muy bien su personalidad. Explosivos y destructivos en

demasía. Descubrió que el Lumen, además, le proporcionó más

fuerza de la habitual (según sus parámetros, claro). La energía lo

cubría de forma instintiva, haciendo imposible derribarlo o si quiera

moverlo. Se le ocurrió entonces, canalizar la energía en uno de sus

brazos, con lo cual, de un puñetazo, deshizo una ola que estaba a

punto de aplastarlo.

Razi fue la siguiente. Sus ataques resultaron más pasivos.

Adquirió la habilidad de detener el movimiento del agua, como si ésta

se hubiese congelado, atrapada dentro de un contenedor perfecto.

Incluso logró en una ocasión, cambiar la dirección de todo el oleaje.

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También podía rodear cualquier otro objeto con Lumen, y moverlo a

placer. Podía formar barreras defensivas, de mayor poder a la de

cualquier otro, cual inquebrantable muro de cristal. Esto fue muy útil

para Tessa y Kira, quienes pasaban mayores problemas para

desarrollar sus habilidades, lo cual por supuesto, irritaba mucho más

a la orgullosa Tessa.

Después de tragar agua salada por casi una semana, Kira sacó a

flote sus nuevas habilidades. Cansado de ser arrastrado por la

corriente, intentó evitar una de las olas. Sin pensarlo siquiera, huyó

de ella. No comprendió muy bien lo que había sucedido, hasta ver las

confundidas y lejanas caras de sus compañeros. ¡Había recorrido

medio kilómetro en menos de dos segundos! Siempre fue veloz, pero

aquello era una franca exageración.

Después de eso, no tardó mucho en controlar sus ataques, los

cuales consistían en ataques en extremo punzo cortantes. Lanzaba

rápidas ráfagas de energía azul que cortaban a la mitad (o en varios

pedazos si así lo disponía) a la pobres e indefensas murallas de agua;

estaba extasiado.

Tessa, seguía pasando serios problemas. Mientras los demás ya

sólo se preocupaban por mejorar sus ataques, ella no había logrado

uno solo. La frustración y desesperación, comenzaban a hacer meya

en la chica. Pasó casi una semana más y ella ya sólo se dejaba

arrastrar materialmente por la corriente. Su orgullo había sido

siempre protegido por una barrera de autosuficiencia y ahora, al no

poder lograr nada por su cuenta, esa barrera había caído y se sentía

más vulnerable de lo que jamás experimentó antes.

Maldecía entre dientes su torpeza, y golpeaba el agua tratando

de hacer salir sus poderes a la fuerza. No acababa de comprender qué

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hacía mal. Había aplicado todos los consejos que se le daban, hasta

los de la misma Razi, de quien pensaba, sólo lo hacía por arrogancia.

Veía cómo, David y la morena joven, siendo los más avanzados,

practicaban ataques combinados y colaboraban para mejorarlos. No

le gustaba quedarse atrás de nadie, jamás lo tuvo que sufrir antes.

Siempre fue la mejor en todo; en todo.

Kira, con la adorable personalidad que poseía, entrenaba todo el

tiempo junto a la chica, quien en sus constantes ataques de ira, a

veces salpicaba de insultos al chico.

Equímides daba indicaciones particulares a la joven, con todo

aquel consejo que se le venía a la mente, pero nada podía derribar

esa fortaleza de ira que Tessa iba construyendo de a poco. Cuando el

día terminaba, solía comer en silencio y engullía tan rápido como le

era posible todo lo que servían, para desear buenas noches e irse a la

cama.

En una de esas interminables noches que pasaba deambulando

alrededor de su habitación, alguien tocó a su puerta. Tessa masculló

un confundido “adelante” y la puerta se abrió, dando paso al delgado

Equímides. Esta vez no vestía su eterno rostro comprensivo, él sabía

que eso sólo alimentaba la frustración de la joven. Simplemente la

veía con expresión serena.

-Sígueme, si eres tan amable –pidió de manera cortés, el sabio sujeto y salió de la habitación. Tessa, confundida, obedeció.

Fue tras él. Recorriendo las complicadas y empinadas escaleras

del panal, atravesó la pacífica sala de estar y el húmedo pasillo que

conducía al enorme y oscuro salón que resguardaba el corroído

mural de los cuatro guerreros legendarios, para después atravesar la

puerta que los llevaba al cuarto de las situaciones.

Una vez dentro y sin cruzar palabra alguna, Equímides hizo

funcionar la habitación y en segundos, se encontraban al pie de la

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playa donde habían estado entrenando las pasadas semanas. Todo

parecía igual, excepto que, concordando con la hora del mundo real,

la playa estaba cubierta por el manto de una exquisita noche e

iluminado por una hermosa luna llena.

-Pensé que ayudaría –aclaró Equímides con una cálida sonrisa. -¿Qué estamos haciendo, Eq? –cuestionó la desanimada chica. -Practicar, por supuesto, pero antes me gustaría hablar contigo. -¿Practicar? Eq, no lo sé, yo… -Sólo, ¿cómo dicen ustedes? Sígueme la corriente. -Bien –accedió la chica, a la vez de sonreír ante el intento de

expresión humana por parte del oráculo-. ¿De qué quieres hablar? -Siéntate.

El mar lucía tranquilo en ese momento; parecía uno de esos

lagos que Tessa solía visitar con Trish en el verano. Tessa incluso

disfrutó unos momentos aquel delicioso paisaje. Tomó asiento en la

arena, mirando hacia el océano; Equímides se acomodó torpemente a

su lado.

-¿Qué te molesta? -¿No es obvio? –Farfulló la joven-. Soy la única en todo este

maldito lugar que no puede hacer funcionar su energía. -No, Tessa, algo te ha estado molestando, incluso antes del

entrenamiento.

La chica guardó silencio y se limitó a jugar con la arena entre sus

dedos. Tomó de aquel aire que se sentía tan puro, incluso a sabiendas

de que era en esencia falso. Entonces miró a Equímides, y dedujo algo

que hasta ese momento, no había pensado como obvio, pero lo era.

-Tú, eres un oráculo ¿no? Eso quiere decir, que, sabes si lo resolveré o no.

-Mi querida niña, mucho me temo que sobreestimas mis habilidades.

-¿A qué te refieres?

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-No puedo ver el futuro exacto. Si lo hiciera, todo sería mucho más sencillo ¿No te parece? Para bien o para mal, yo no estaría tan preocupado por hacer lo que estamos haciendo. Puedo ver el pasado de ese mundo, sí, tan claro como te veo a ti y a tu camino ya recorrido. Puedo con esto, presentir qué senda estás tomando en el momento. Puedo ver la de todos. Pero esos senderos no están escritos, no existe tal cosa como el destino, no hay senderos trazados para nadie. Es decir, cada decisión tuya, cambia mi percepción de tu ruta.

El leve oleaje creaba una sinfonía de carácter monótono, pero

tranquilizador. Tessa pensó en ese momento, el hermoso lugar para

vivir que podía ser aquella playa, sin el estúpido e incesante oleaje

que Gabriel le imprimía.

-Pero si puedes ver mi pasado, y entender el camino que estoy recorriendo, entonces quiere decir que ya has adivinado lo que me está molestando.

-Sí, claro que lo he hecho, pero ¿y tú? –preguntó tranquilamente Equímides. Tessa no respondió-. Bien, entonces, de pie.

La chica obedeció desganada, y siguió a Equímides, quien

caminaba decidido en dirección al mar.

-No hay nadie aquí, Tessa –indicó Equímides y la marea comenzó a agitarse-. No tienes que demostrarle nada a nadie; somos tú, yo y el mar –resaltaba el elegante hombre, mientras la olas crecían-. Saquemos lo mejor de ti.

Tessa dio un paso al frente. Decidida a vencer al más grande de

sus enemigos.

-Véncete a ti misma –dijo Equímides.

La primera ola hizo lo que las anteriores: derribarla en el acto.

Maldiciendo a gritos, se puso nuevamente de pie. Trataba de hacer

todo lo que le habían enseñado. Podía sentir el lumen, comprender su

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flujo, incluso condensar la energía. Pero era todo, no lograba crear ni

un sencillo ataque con todo eso.

-¿Qué te molesta? –preguntaba Equímides.

Tessa pensaba en todo: su padre, Trish, Focus lumen, su vida, la

frustración; pensaba en… en él…

-¿Quién eres? –cuestionó el oráculo.

Tessa pensaba en su madre, en su pasado, en lo que quería

lograr; en quién no quería ser, en quién sí.

La marea arreciaba, Tessa caía una y otra vez. Se levantaba una y

otra vez.

-¿A qué le temes? –gritó el ancestral hombre.

La más grande ola de todas, rugía con insoportable estruendo.

Acercándose a ella, cada vez más y más.

-Temo fallar –respondió Tessa.

El aire le comprimió el pecho.

-No lo harás –aseguró Equímides.

Tessa pudo verlo, pudo sentirlo. La energía era ahora una

extensión de ella. Levantó el brazo y el Lumen obedeció. Una delgada

y hermosa ráfaga de energía, salió de su brazo. La línea asemejaba el

bello espectáculo de una estrella cruzando el firmamento.

El impacto fue casi inexistente, como si la energía se hubiera

perdido en el azul profundo del océano, la reacción fue menos sutil.

La explosión atronó en los oídos de la chica, incluso se podía ver el

fondo del mar donde el golpe se había producido. Después, nada, una

calma absoluta apareció para enmarcar el momento. Tessa reía sin

control, feliz.

Equímides la acompañó en ese momento. No dijo nada, no era

necesario. Dejó que la risa de la chica, hablara todo lo que se tenía

que hablar.

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David había salido del santuario. Disparaba contra las grandes

rocas que había alrededor. La arena creaba un manto que cubría las

coléricas facciones del sello. Creó grandes explosiones, utilizando

cuanta energía podía manipular. Sus apretados dientes exclamaban

los gritos que su garganta callaba.

Pero no pudo resguardarlos por mucho.

Por fin tenía todo lo que necesitaba. Estaba listo para lo que

debía hacer. No quería otra misión; el mundo podía defenderse solo.

La misma sensación de los últimos días, pareció acrecentarse en el

calor de su furia; en el revolotear de sus poderes. Había algo dentro

de él, que clamaba por algo más que él no conocía y no podía saciar.

¿Qué era? ¿Importaba? El momento se acercaba y si tenía que

hacerlo por sí mismo lo haría, no podía perderla a ella también.

Simplemente no podía.

Escudado en la más grande explosión de todas, gritó aquello que

lo atormentaba, aquello que lo movía; su razón de seguir adelante

-¡Samanta! -Exclamó con dolor. El gritó hizo eco en los oídos de Gabriel, quien cobijado por la

oscuridad de la noche, miraba silente, inexpresivo y decepcionado.

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Equímides pasó los siguientes días, ayudando a los

chicos a desarrollar sus habilidades. Era grandioso lo que cada uno

descubría que podía hacer, día con día.

David ganaba una fuerza descomunal, incluso para los mismos

parámetros del grupo. Sus ataques comenzaron a tomar forma y

lógica, aprendió a modular el lumen; atacar sólo con el necesario.

Razi desarrolló la habilidad de prever sucesos muy próximos, lo

cual hacía casi imposible tocarla en batalla. Era como leer el

pensamiento de los demás, pero esto sólo funcionaba cuando las

acciones estaban a punto de suceder. Una especie de sexto sentido.

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Ella no podía expulsar aun la energía como tal, sólo lograba crear

grandes barreras y manipular todo alrededor por medio de su

energía. Era capaz, también, de congelar los movimientos de los

demás, por algunos segundos.

Kira tenía muchos problemas para administrar sus habilidades;

resultaban una amenaza hasta para él mismo. Con un movimiento de

brazo, podía crear una línea de energía que cortaba todo a su paso.

Era impresionante ver caer montañas enteras, partidas en pedazos.

Su velocidad era casi insultante para el resto, parecía tele

transportarse más que correr. Había tomado la irritante manía de

tocar el hombro de David y desaparecer en el acto. Dejó de hacerlo

cuando el afectado hubo golpeado el suelo, provocando que el

inestable piso, derribara aparatosamente al bromista.

No había, sin embargo, nadie más emocionada que la misma

Tessa. Sus habilidades eran básicamente majestuosas. Los ataques

que realizaba, no causaban sólo explosiones, sino también algo

semejante a un gran choque eléctrico, que para los fines y términos,

resultaban devastadores. No tenían la fuerza de los de David, pero sí

eran mucho más variados. Podía lanzar letales líneas de Lumen,

majestuosos fuegos artificiales y coloridos destellos muy dolorosos.

Mientras que David sólo lograba expulsarlos con violencia, Tessa

podía modularlos con mayor facilidad.

Sin embargo, lo más grandioso de sus poderes, floreció en un

accidente. Mientras ella y David tenían una batalla de entrenamiento,

la chica falló en su ataque y se estrelló a gran velocidad en una gran

montaña, que aunque no dejaba de ser ficticia, el cuarto de las

situaciones ya había demostrado con anterioridad, que podía ser tan

doloroso como la realidad.

Así, mientras la chica fritaba una de sus piernas para aminorar el

dolor, descubrió que éste desparecía y el área afectada, parecía estar

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sanando. Con un poco de práctica y los sabios consejos de Equímides,

la chica pronto pudo sanar cortes, golpes, fracturas y todo lo que

resultaba de un día de duro entrenamiento. En poco tiempo, era ella

quien sanaba a sus compañeros, supliendo casi de forma permanente

a Equímides.

Aunque Gabriel había asegurado, que sería él quien continuaría

con el entrenamiento de combate en combinación con los nuevos

poderes, había estado ausente los últimos días. No parecía tener

intención de dar una explicación ni justificar su aparente desinterés.

Equímides impartía las lecciones hasta donde su capacidad se lo

permitía, pero pronto fue muy claro, que las batallas cuerpo a cuerpo

(tópico que ya practicaban), no eran su especialidad.

Gabriel, por su parte no pasaba mucho tiempo en el santuario,

mucho menos en el panal. De vez en cuando, alguno de los chicos se

cruzaba con él, pero el obelisco saludaba parcamente, y se retiraba

con prontitud.

El año entraba a su último mes. El frío y la sensación festiva, se

sentían incluso en el pequeño nuevo mundo de los sellos. Gracias a Pi,

habían estado al pendiente del mundo exterior, y los anuncios

navideños y de fin de año, creaban una especial sensación de

nostalgia en los chicos.

David nunca había comprendido, por qué aquellas fechas le

causaban una subconsciente alegría. De forma lógica, él siempre

pensó que quizá era por el aroma familiar que esas fechas traían

consigo. Siempre había procurado festejar la navidad, cuando aún

contaba con la compañía de Abel y Samanta.

Kira y Razi, acostumbraban ver las noticias en Pi. El chico había

tenido esa obsesión desde que tuvo la capacidad de gatear. Era casi

una droga personal, enterarse de los acontecimientos alrededor del

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globo. Razi, en cambio, sólo se hallaba maravillada por lo que

entendía, se había perdido toda su vida en el mundo que existía fuera

de las fronteras de su aldea. Sí, aún honraba las tradiciones de su

pueblo, de su familia. Jamás nadie le iba a arrebatar, el profundo

cariño que los suyos le habían inculcado por sus creencias, pero,

presenciar, aunque fuera de manera indirecta, todo lo que el mundo

había creado en base al Lumen, la maravillaban a sobremanera.

Tessa decidió renunciar a la vida allá afuera por completo. No

quería seguir escuchando sobre la permanente ausencia de su padre

de los medios, o la exagerada permanencia de su madre en ellos.

Cada día se alegraba de haber tomado la decisión de abandonarlos.

De cualquier manera, ellos la habían abandonado desde mucho antes.

Por otro lado, se convirtió en la más dedicada a desarrollar sus

poderes con el Lumen. Se había convencido de que necesitaba

reponer todo el tiempo que su torpeza le había hecho perder con

relación a los demás. Así que, incluso antes de ir a dormir, practicaba

el control de la energía vital.

En una animada charla de sobremesa a la hora del desayuno,

sobre lo que acostumbraban a hacer por aquellas fechas en años

anteriores, Gabriel entró abruptamente a la cocina. Su mirada era

inexpresiva, sin la alegría que solía expresar. Algo había cambiado en

él, y los chicos no parecían entender, qué era. Equímides, por su

parte, miró con aire analítico y preocupado al obelisco, el cual parecía

evitar dicha mirada a toda costa.

Incluso Pi parecía entender que el ambiente se tornó pesado con

la sola entrada de Gabriel, y activó una chistosa alarma que hacía

recordar los viejos capítulos de perdidos en el espacio.

-Parece que han mejorado mucho. Me alegro –dijo al fin el obelisco.

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-Y sin embargo, tienes cara de haber atropellado a un cachorrito –bromeó David.

-Veamos ese avance –indicó, Gabriel ignorando descaradamente a David y abandonó bruscamente la habitación.

Los sellos se miraron confundidos y se volvieron hacia con

Equímides en busca de una posible explicación, pero lo único que

consiguieron fue un entrecejo ceñido.

Los cuatro chicos siguieron a Gabriel, quien los condujo hasta el

cuarto de las situaciones y sin dar tiempo a preguntas, comenzó un

nuevo escenario. En lo que pudieron acostumbrarse al cambio de

atmósfera, todos se encontraron en el primer lugar que el cuarto les

había mostrado a David, Tessa y Kira.

Casi nada había cambiado, las enormes montañas de piedra y

arena, con riscos de varios metros de altura y el sol abrasador que

mataría a cualquier otro, en menos de un día.

Gabriel permanecía parado en una de las piedras más alejadas

de la plataforma natural que los sellos ocupaban. Mientras Razi

preguntaba, en dónde se encontraban esta vez, Kira dio la alarma.

-¡Sáciros! –gritó.

Los enormes colosos de piedra, se dirigían con violencia a ellos.

Blandían sus armas con gesto amenazante, y se movían demasiado

rápido para criaturas de su tamaño. Sus enormes cuerpos, hechos

literalmente de roca y cubiertos por ligeras mantas de color marrón,

se trasladaban amenazantes de montaña en montaña, a la posición de

los cuatro chicos.

Nadie tuvo tiempo de intercambiar una impresión. Cuatro de

esas criaturas, comenzaron las hostilidades. David notó de inmediato

la diferencia con respecto al encuentro anterior. Evitó la descarga de

una filosa espada y contraatacó con un poderoso gancho cargado de

Lumen, lo que derribó al monstruoso atacante.

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Tessa esquivaba con gracia y agilidad, los tajos que su propio

adversario trataba de propinarle. Cada que podía, descargaba una

sutil ráfaga de energía sobre el rocoso cuerpo de su agresor, con lo

cual, éste perdía impulso y fuerza.

Razi no había combatido antes con esas criaturas, pero no le hizo

falta. La habilidad de prever cada acción, de tan burdo adversario,

facilitó la batalla. Se daba el lujo de crear barreras de energía, que

causaban que el coloso se lastimara a sí mismo con cada golpe

realizado.

Kira era el más ansioso de todos. Recordaba con claridad su

vergonzoso desempeño de la vez anterior, y quería demostrarles a

los demás, que no sería una carga nunca más. Cortó de un

movimiento la cabeza de su sáciro, para después, con una velocidad

escalofriante, reducir a pedazos al resto de los seres.

David perdió tiempo dedicándole una orgullosa sonrisa, lo que

dos nuevos sáciros aprovecharon para derribarlo y propinarle una

ejemplar golpiza. Para cuando los demás comprendieron lo que

sucedía, tres pares más de esos seres, hacían lo propio con ellos.

La descomunal batalla, de pronto era demasiado para el

reducido espacio que brindaba la punta de esa montaña. Más y más

sáciros se unían a la pelea; pronto enfrentaban a más de quince

guerreros rocosos.

-¡Kira! –gritó Razi, mientras trataba de defender a sus amigos con barreras de Lumen.

-¡No puedo atacar! ¡Podría lastimar a alguno de ustedes!

Era cierto, y aplicaba para cada caso. Un ataque mal dirigido,

podía causar una desgracia en aquel caos de roca y arena.

-¡Tengo una idea! –exclamó David- ¡Tessa, distráelos, los demás, salten a otra roca!

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Tessa abrió los brazos y lanzó una descarga que afectó a todo lo

que se encontraba a su alrededor; era como presenciar un

descomunal campo electromagnético que se expandía y apoderaba

de cada objeto a su paso, haciendo que casi todos los sáciros,

perdieran el balance. Los otros tres chicos, saltaron justo a tiempo

para evitar aquello.

-Kira ¡Corta la roca diagonalmente! ¡Razi, saca a Tessa de ahí y crea una barrera alrededor!

Así lo hicieron sin preguntar.

Kira (después de hacer un par de veloces cálculos mentales, para

decidir el mejor ángulo de corte) rebanó la punta de la montaña con

un rápido tajo en el aire que se transformó en una filosa línea de

energía. Razi extendió la palma de su mano, una burbuja rodeó a

Tessa y la arrojó a la montaña más cercana. Los sáciros trataron de ir

tras ella, pero de un rápido movimiento de muñeca, Razi los encerró

a todos junto con la roca que comenzaba a precipitarse al vacío.

David apuntó su brazo derecho a las criaturas que rugían con

locura.

-¡Ábrelo! – ordenó David.

Razi quitó unos segundos la barrera, y del brazo de David, una

enorme bola de lumen convertida en meteoro, cayó sobre los sáciros.

Para evitar que el estallido los afectara, la chica volvió a cerrar la

burbuja. La explosión hizo añicos, todo lo que se encontraba

atrapado en la protección de Razi. Ahora sólo rocas de mediano y

pequeño tamaño, caían al precipicio.

David miraba los restos de los sáciros, descender, mientras

trataba de tranquilizar su agitada respiración. Bajó su brazo y se

aseguró de que todos estuvieran bien.

Razi le regresaba la mirada con una sonrisa de oreja a oreja.

-Ágil pensamiento. Bien hecho –concedió Razi.

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-Sí, sí. Un maldito héroe. ¿Alguien puede sacarme de aquí? –exigía Tessa, que había quedado depositada en una diminuta saliente de la roca que quedaba de frente a la posición de los demás.

Pero no fue necesario. De pronto el escenario volvió a cambiar.

Las montañas y el inmisericorde desierto, dieron paso al pacífico

templo Shao Lin.

Gabriel los miraba con escalofriante seriedad, desde el lado

contrario de la gran explanada. No había señales de alguna

felicitación por su parte. El obelisco sacó de su cintura, su pistola y

espada, colocándolas en el suelo a cada lado de él. Comenzó a avanzar

en dirección a los chicos.

-¿Están listos? –preguntó Gabriel, sin aminorar el paso. -Está molesto –aseguró David. -¿Descubriste eso tú solo? –cuestionó Tessa con sarcasmo. -Él… no parece que vaya a… contenerse ¿cierto? –adivinó con

nerviosismo Kira -No, no lo parece –concordó secamente Razi.

Todo comenzó antes de que lo entendieran. De un rápido

movimiento, Gabriel golpeó el estómago de Kira, derribó a Tessa con

una patada baja, proyectó a Razi con el hombro y tomó del cuello a

David, a quien miró fuera de sí.

-¿Qué… di…ablos t-te pasa? –masculló con dificultades David. -Pregunté si estaban listos. ¿Es que acaso esperas que el

enemigo te muestre consideración? –interrogó Gabriel.

El obelisco arrojó con fuerza desmedida a David, quien soltó un

grito producido por el impacto. Incluso el suelo había quedado

destrozado. El resto inició su ataque, pero ninguno se atrevía a

utilizar lumen en contra de Gabriel, el cual, sin dificultad aparente,

evitaba cada intento por parte de los chicos.

El obelisco hizo girar a dos veces, de una sola patada. El

adolorido chico, no pudo moverse más. Con desesperadas bocanadas,

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trataba de recuperar el aire perdido. Tessa, confundida ante esto,

detuvo sus envestidas, acción que Gabriel castigó con una explosión

de Lumen que la hizo caer sobre sus espaldas, después de recorrer

más de cinco metros en el aire.

Razi atacó de forma más decidida, y utilizaba barreras de lumen

para entorpecer el paso de Gabriel. El obelisco, sin embargo, no fue

nunca alcanzado por la joven, de hecho, se dio el lujo de tomar su

antebrazo, y arrojarla por sobre su cabeza. La chica aterrizó también,

aturdida y adolorida.

Gabriel se quedó inmóvil, observando sin remordimiento alguno

lo que acababa de hacer. Un golpe lo dobló de dolor. Un impacto que

hizo eco en las montañas. David había cargado sus brazos de energía

pura, y preparaba su siguiente movimiento.

-¡¿Es lo que quieres?! ¡Ven por él! –amenazó David.

Gabriel se incorporó de inmediato y encaró al sello. David

reinició su ataque y cada golpe llevaba más y más energía. El obelisco

ni siquiera se molestó en evitar los impactos, en cambio los detenía

con sus propios antebrazos. Los estruendos eran imponentes, la

fuerza hacía temblar los cimientos del templo.

El resto miraba desconcertado.

-¡Deténganse! –gritó Tessa, quien se ponía de pie, con dificultades-. ¿Qué están haciendo? ¡Deténganse!

Ninguno hacía caso a las súplicas de la joven. Estaban demasiado

enfrascados en la batalla para que les importara. Tessa estaba a

punto de actuar, cuando de un extraordinario puñetazo, Gabriel

proyectó a David violentamente sobre las escaleras que conducían al

interior del templo, las cuales, por supuesto, se hicieron añicos.

Tessa, horrorizada, vio como Gabriel se dirigía a David para

continuar la batalla y antes de que pudiera intervenir, alguien se le

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adelantó. Dos espectrales esqueletos se interpusieron en el camino

del obelisco, el cual se detuvo en seco.

-Ya basta, Gabriel. Detente –ordenó Equímides, mientras salía con paso cauto del templo.

Gabriel no dirigió la mirada al Oráculo, sino que clavó sus ojos en

el joven caído.

-¿Cuál es tu problema? –preguntó un adolorido David. -¿Qué haces aquí, David? ¿Por qué me haces perder el tiempo? -¿De qué rayos hablas? -¿Estás listo para irte? ¿Quieres salvar a Samanta? ¿Eso es lo

qué te preocupa? -Tú sabes que así es. ¡Acepté seguirte para poder salvarla! -¿Y qué pasa con lo demás? ¿Qué pasa con el resto de tu

mundo? ¿No vale un poco tu atención? -¿Qué? -¿O quizá sólo quieran demostrarle a su padre que no lo

necesitan? Decirle cuánto se equivocó ¿No? –cuestionó Gabriel. -Y…yo –trató de responder Tessa. -Viajar por el mundo, respetar una tradición ancestral. ¡Es todo

lo que les importa!

Los chicos no atinaban a responder algo. El exabrupto de Gabriel

los tenía confundidos, sobre todo al captar los ataques personales.

Jamás creyeron ver al obelisco así.

-¿Por qué seguir perdiendo el tiempo? Si sus deseos rayan en lo egoísta. ¡Vayan! No se detengan por nosotros.

-¿Qué tiene de egoísta querer salvar a una amiga? –preguntó David mientras se ponía de pie-. ¡Yo jamás te engañé, tú sabías que eso siempre ha estado en mi mente!

-¡Es egoísta cuando no quieres ver nada más! -¿Más? ¿Qué más? -Ese es el problema. Ni siquiera lo has entendido.

Gabriel se dio la media vuelta, tomó sus armas y desapareció. La

habitación, al no tener a su arquitecto, abandonó el actual escenario,

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dejando a todos parados en el original blanco cuarto de las

situaciones.

Tessa curaba las heridas, mientras un sepulcral silencio se

apoderaba del panal. Nadie se atrevía a mirar a los demás. Cada uno

estaba sumergido en sus propias cavilaciones, y poco o nada de

ánimo sentían para discutirlas.

Después de agradecer a Tessa las atenciones, sin recibir

respuesta alguna por parte de ella, David se excusó y retiró a bañarse.

El agua tibia calmó un poco la adrenalina que corría por sus venas;

aquello era ridículo.

Gabriel jamás les había pedido nada. Ni ser héroes, ni salvar al

mundo. Jamás se había estipulado eso, y desde el primer día, él había

dejado muy en claro sus intenciones. ¿Qué se supone que debía

hacer? ¿Abandonar a su mejor amiga, para defender a la humanidad?

Eso le parecía todavía más egoísta.

Tuvo problemas para dormir esa noche y cuando pudo lograrlo,

pesadillas ocuparon su mente. Podía ver claramente el sufrimiento de

su amiga, los ojos de Abel cerrándose por última vez, la sádica

sonrisa de la mujer que se los había arrebatado. Por último: aquella

noche en el hospital. La desolación del lugar, la nieve que caía

taciturna, la extraña silueta que lo esperaba en la calle. Despertó

bañando en sudor, con la respiración agitada, y una migraña

insoportable.

Gabriel no apareció para el desayuno, y nadie se atrevía a

preguntar por él. Equímides había indicado simplemente que el

entrenamiento seguiría como hasta ahora. Los chicos trataban de no

tocar el tema, pero era definitivamente el elefante en la habitación.

Equímides concentró las prácticas, en lecciones de comprensión

del Lumen. Les pidió que aprendieran a entender su naturaleza, su

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función e importancia para el mundo que los rodeaba. Explicó

también, la naturaleza de ésta.

-El Lumen –decía- es tan intrínseco en las personas, que algunos antiguos lo confundieron con el alma. Es difícil saber si nosotros le damos su personalidad a ella, o viceversa. Entender que casi constituye a un ser vivo por sí mismo, es la clave de todo. Es cierto que nosotros podemos disponer de la energía cuando lo necesitemos, pero la energía dispone de nosotros todo el tiempo. Deben respetar esa naturaleza. Cuando ustedes concentran Lumen, piden prestada una pequeña fracción de la energía que le pertenece a todo aquello que los rodea, por tanto, debe utilizarse con sabiduría y extremo cuidado.

Habían entrado al cuarto de las situaciones y éste, los transportó

a la antigua ciudad de Londres; a la del siglo XIX. Entre el ajetreo de

las personas, Equímides les pidió sentir el Lumen de cada individuo,

entender el humor y los pensamientos de cada cual, con sólo leer el

flujo de su energía.

David entendió todo aquello de inmediato, el Lumen actuaba de

maneras muy particulares, pero sin dejar de tener ciertos parámetros

generales. Agrupó algunos flujos y pudo identificarlos como: tristeza,

alegría, enojo, confianza, confusión, etc. También pudo sentir la

energía respondiendo de forma más directa a ciertas personas, a

aquellas que parecían resueltas a tomar acción en algún asunto. Era

como si la misma energía se preparara para lo que venía.

Se tomó un segundo para observar esa ciudad que no lo era más.

Las personas parecían vivir con una preocupación constante, se

movían casi sin mirar a los demás. Cruzaban calles repletas de viejos

autos que de igual forma, se trasladaban monótonamente. Los

edificios y las aceras, no tenían la limpieza de las actuales, y los

anuncios eran menos espectaculares pero igual de llamativos.

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Había, sin embargo, excepciones en esa desabrida vida. Familias

que sí se tomaban un tiempo para disfrutar la ciudad. Padres que

llevaban a sus hijos al parque o disfrutaban un helado junto a ellos.

Caminando por las ruidosas arterias de la ciudad, David se

maravillaba con los hogares que le daban algo especial al escenario.

Pasaron horas realizando aquél ejercicio, y no dejaba de

preguntarse si habría otra razón para construir un escenario de ese

tipo (quizá, darle un toque más humanitario al entrenamiento).

Equímides, quien había decidido permanecer neutral en la situación,

no decía algo que no estuviera dirigido al entrenamiento.

De cualquier forma, aquello sí logró su cometido. David notó que

cuando hubo entendido lo más básico de la energía, manipular el

flujo del Lumen resultaba más natural, como si tuviera simplemente

más sentido.

A unos días de la navidad, David había perdido todo sentimiento

positivo sobre las fiestas; aquello ciertamente no se sentía como una

familia preparándose para compartir una festividad. En uno de los ya,

insípidos desayunos (y no precisamente por el sabor, ya que

Equímides seguía cocinando delicioso) Razi sacó a relucir por

primera vez, el tema.

-Creo que deberíamos disculparnos y tratar de entender –sugirió la chica.

-Si, y ¿qué sugieres? –replicó secamente Tessa. -Bueno, yo… pienso que podríamos aceptar la responsabilidad.

Ustedes saben, de lo que debemos hacer –se adelantó Kira. -No creo que ese sea el punto, no así por lo menos. –dijo Razi. -David ¿tú qué piensas? –preguntó Tessa, pero David estaba

demasiado concentrado en sus cavilaciones para escucharla. -¿David? –insistió Razi.

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El chico esta vez sí salió de su estupor, y aunque nadie pudo

notarlo, Tessa se sintió completamente irritada por lo sucedido. Sólo

se mordió el labio inferior y guardó silencio.

-Yo… -comenzó a decir David, pero algo lo interrumpió.

Gabriel, a quien no habían visto en días, irrumpió de manera

similar a la ocasión pasada Su rostro no parecía tan iracundo, e

incluso, tenía ese aire de alguien que había pensado muy bien lo

sucedido. Llevaba esa misma cara que mostraba cada que tenía una

ocurrencia.

-Preparen sus cosas, salimos mañana temprano –dijo tranquilamente. Cuando estaba a punto de salir, miró a David–. Siento lo de aquél día -y sin dar tiempo para recibir una respuesta, se retiró.

Los chicos se miraron completamente confundidos, y

comenzaron a especular al respecto. Todos, excepto David, que había

detectado el mismo flujo de las personas decididas a actuar, en la

energía del obelisco.

Prepararon algo de ropa e artículos básicos, y se presentaron en

la sala común a un llamado de Gabriel. El obelisco, les pidió se

sujetaran a él. Así lo hicieron sin chistar y antes de que pudieran

pensar en otra cosa, a un ¡pum! desaparecieron del panal.

Se materializaron casi tan pronto como habían dejado el

santuario. Cuando los sellos se recuperaron de la desubicación que el

traslado les había provocado, miraron a su alrededor. Estaban a las

afueras de un pequeño y rústico pueblo.

Había un camino constituido con rocas redondas, que dirigía

directamente a las entrañas de la pequeña villa. Las casas estaban

construidas de manera irregular y tenían estructuras igual de

inexactas, lo que contrastaba con la monótona arquitectura que

constituía y circundaba a Oppidum Lux.

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Una vegetación que había crecido por la obvia falta de atención,

pequeños animales de granja que corrían despavoridos ante la

presencia de los extraños y un río que partía en dos la población;

creaban un ambiente de total paz en la región.

Gabriel comenzó a andar por el rudimentario sendero, y los

chicos lo siguieron como autómatas deslumbrados. Las habitantes

miraban con la misma curiosidad a los recién llegados, y era fácil

entender por qué. Todos ahí llevaban ropas tan pintorescas como su

poblado, lo que destacaba a los chicos. Desde largas camisas de lana y

pantalones de algodón, manchados por lo que seguramente era,

barro producido por trabajo en el campo, hasta sombreros hechos

totalmente de paja y faldas tan coloridas que era imposible no verlas.

A pesar de que eran unos completos desconocidos, los chicos no

detectaron ningún tipo de temor en la pequeña sociedad. Anduvieron

así algunos metros más. Niños corrían persiguiéndose unos a otros,

pero detenían sus juegos para saludar con total inocencia, a los sellos,

quienes respondían el saludo con total perplejidad.

Cruzaron un hermoso puente hecho de gruesos troncos, que

ayudaba a llegar de una mitad del pueblo a la otra. El río no era

demasiado ancho, su agua era prácticamente cristalina y su flujo era

bastante tranquilo. Había mujeres a las orillas que con hermosos

utensilios de barro, se surtían del vital líquido.

Todo ahí parecía lleno de vida y colorido. Las flores adornaban

cada metro de la región, y los insectos revoloteaban alrededor de la

flora. Había perros que ladraban avisando de la invasión, causando

que algunas ventanas se abrieran, para dar rienda suelta a la

curiosidad de sus habitantes.

La piel de los pobladores, tenían esa marca de leve oscuridad

que el trabajo bajo el sol, irremediablemente da. Las manos de los

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adultos, se veían fuertes y bien curtidas. Los hombres tenían gruesas

espaldas y las mujeres brazos fuertes como no se veía a menudo.

Se dirigieron hacia la casa más grande de toda la región y

también la más hermosa. Contaba con dos pisos y estaba construida

con hermosos ladrillos de un grueso considerable. La puerta

principal y las ventanas, estaban hechas de bella madera tallada con

finos relieves. El techo estaba cubierto por graciosos tabiques que

daban la impresión de haber sido hechos a mano. Poseía un jardín

muy bien cuidado, con césped de un verde profundo y flores de todos

colores.

En ese mismo jardín, un hombre de edad avanzada, trabajaba

con dedicación en un rosal; su vestimenta podía pasar por elegante:

Una fina camisa de algodón, un pequeño sombrero de color café con

leche y un singular moño de color rojo. Su pantalón era de un blanco

inmaculado y daba la sensación de ser una mala elección para el

trabajo que realizaba; llevaba además, unas sandalias de cuero que

dejaban ver sólo las puntas de sus pies. Su cara reflejaba una

personalidad bonachona, y su pelo casi inexistente, estaba pintado

casi en su totalidad de blanco.

Al ver a los recién llegados, esbozó una sonrisa perteneciente a

alguien que reconoce a otro. Dejó inmediatamente su labor y fue a

recibir con un fuerte y decidido abrazo a Gabriel, quien respondió de

igual forma el gesto.

-Buen Gabriel, ha pasado tanto –expresó el viejo en voz vivaracha.

-Demasiado, mi viejo amigo. ¿Cómo has estado, Felipe? -No puedo quejarme, no. Sería injusto con la vida, que me ha

tratado con tanta benevolencia. -Me da gusto. Confío en que recibiste mi mensaje. -Oh sí, no sabes la alegría que me has causado. Te hacía muerto. -No, eso, ni en mil años

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-¿Son ellos? -Así es –afirmó Gabriel, señalándolos- son tus nuevos

inquilinos.

Confundidos y silentes, los cuatro sellos, se miraron a sincronía.

Gabriel les pidió que hicieran todo lo que Felipe les

solicitara y les recomendó no salir del pueblo, ya que Equímides

había puesto una barrera similar a la que había alrededor del panal

para que los parac-tos no los encontraran, la cual no serviría más allá

de las fronteras de la región. Sin más, el obelisco se retiró del lugar.

No sabiendo qué pensar o hacer, aceptaron la amable oferta de

pasar, que el risueño Felipe les extendía.

-Bienvenidos al pueblo de Aliquid Novi –exclamó con alegría, el hombre.

Cuando hubieron cruzado la fabulosa puerta principal, se

encontraron de frente con una sala constituida casi en su totalidad

por madera oscura. Había enormes muebles que engalanaban el

ambiente, con telas de apariencia muy fina y pequeños detalles

hechos de madera de pino. Las paredes estaban tapizadas con un

papel que les hacía pensar en una casa de muñecas sobrevestida.

Unas escaleras angostas comunicaban las dos plantas. En la

superior, separadas por un pasillo y delgados muros, había cuatro

habitaciones de mediano tamaño y una alcoba principal. El piso

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inferior se dividía en el comedor, una pintoresca cocina, un enorme

baño poseedor de una tina donde una vaca podría entrar sin

dificultades y el cuarto más grande de todos: una biblioteca con sus

muros infestados de miles de libros, casi todos escritos sobre los

temas de historia y mitología.

Mientras Felipe les señalaba que las dos chicas y los dos

hombres deberían compartir habitación, David preguntó lo que

rondaba en la cabeza de todos.

-¿De dónde es que conoce a Gabriel? -Es una historia muy interesante, si son de los que aman ese

tipo de historias. Hace casi una década, nuestro pueblo sufrió un barbárico saqueo por parte de esos piratas que han estado rondando las aldeas exteriores; vándalos buenos para nada –se quejó con un gruñido-. Todos los habitantes sufríamos extorsiones y amenazas. Cuando decidíamos no acceder a sus demandas ridículas de bienes y alimentos, quemaban alguna propiedad de los inocentes pueblerinos.

El hombre condujo a los sellos rumbo al comedor; el espacio era,

quizá el más bello de todos. En medio del cuarto, reposaba una mesa

que podía ofrecer espacio para más de una decena de personas. En el

techo, un adorable candelabro de cristal derrochaba buen gusto y un

aire de clase.

Pero lo más llamativo, era la ventana de enormes proporciones

que ocupaba tres de las cuatro paredes y daba directamente a una

diminuta cascada, creada por el poco caudaloso río y la irregularidad

del terreno. Ahí, Felipe, continuó su relato.

-Cuando creíamos que la situación era insostenible e incluso considerábamos la posibilidad de abandonar nuestro pueblo, un forastero que al principio confundimos como uno más de esos rufianes, arribó a nuestra región.

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Una mujer de aspecto afable, mediana edad y buenos modales,

llegó al comedor, trayendo consigo una bandeja de plata repleta de

panecillos, cinco tazas y una tetera que después usó para llenar los

utensilios de porcelana con delicioso y humeante té.

-Muchas gracias, Jazmín. Este hombre –prosiguió Felipe- evitó un horrible abuso hacia una joven, por parte de un mal encarado sujeto con el tamaño de un oso y muy mal temperamento. Y sin embargo, no pareció representar un problema para el significativamente más pequeño recién llegado.

Felipe tomó un poco de té y lo disfrutó a sobremanera, Kira por

su parte, había caído en los encantos de los tan deliciosos panecillos y

ahora tenía la boca repleta de los bocadillos.

-Nosotros hicimos lo que cualquier persona con una luz al final del túnel haría: vimos una esperanza y la tomamos. Le explicamos nuestra lamentable situación al hombre y él accedió a ayudarnos, sin pedir absolutamente nada a cambio.

Se vio interrumpido por Kira, quien en su intento por engullir los

panecillos, había tragado demasiado rápido y ahora tosía con

desesperación. Felipe, que lo tenía al lado, le dio un par de golpecillos

en la espalda, que el chico agradeció con ojos llorosos.

-Al principio, yo me oponía a la idea de confiarle tan peligrosa misión a alguien que parecía demasiado joven; lo consideraba un total abuso. En un día me demostró, qué tan equivocado estaba. Sin ayuda de nadie, expulsó al grupo de piratas, quienes no voltearon ni siquiera atrás mientras abandonaban el pueblo. Fue algo increíble de presenciar.

-¿Qué pasó después? –cuestionó Tessa. -El chico rehusó cualquier agradecimiento de nuestra parte, lo

único que pidió fue que se le permitiera quedarse con nosotros para ayudarnos a reconstruir nuestra hermosa villa. En menos de un año, todo quedó como antes.

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Hubo silencio unos momentos. Lo suficiente como para que

todos notaran el mágico sonido que la pequeña cascada provocaba;

era prácticamente música.

-Después de ese tiempo, y a pesar de nuestras súplicas de que cambiara de parecer, Gabriel partió, dejando atrás un pueblo que lo amará hasta que la memoria nos lo permita. Pensé, personalmente, que jamás volvería a saber de él, pero para beneplácito mío, recibí una carta escrita por el mismo joven, hace apenas unos días donde me pedía, recibiera a unos alumnos suyos. Presumo que ustedes son dichos individuos.

-Disculpe ¿Sabe qué es lo que busca al dejarnos aquí? –preguntó Razi.

-Ni idea, sólo me pidió que les diera trabajo. -¿Trabajo? –se extrañó David. -Sí. Las fiestas navideñas están a una semana de distancia. Es

una época muy importante para nosotros, un gran evento en nuestro pequeño pueblo. Es ahí donde su ayuda será requerida. No se preocupen, estoy seguro de que disfrutarán su estancia –aseguró Felipe, con una sonrisa que no dejaba lugar a dudas.

Jazmín entró de nueva cuenta a la habitación y se disculpó por la

interrupción.

-Señor, los dos hombres que discuten sobre los límites de la tierra están aquí. Desean una audiencia con usted.

-Oh pero claro, había olvidado ese asunto. Verán, nuestra pequeña sociedad es por lo general, bastante pacífica, pero como en cualquier grupo de gente, los desacuerdos surgen.

-¿Es usted la autoridad aquí? –preguntó Razi. -No, por supuesto que no. No ha habido nunca la necesidad de

que exista tal cosa en este lugar. Los pobladores sólo acuden a mí en busca de algún consejo. Creencias inocentes, fe en mí avanzada edad y lo presuntuoso de mi biblioteca supongo. ¿Por qué no discuten de todo esto? Me queda claro que esta visita, les ha tomado por sorpresa. Sin duda necesitan hablar mucho al respecto. Por favor,

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siéntanse libres de servirse cuantos panecillos y tazas de té deseen; Jazmín es una excelente cocinera -dijo esto y con una leve reverencia, abandonó el comedor.

Todos se miraron a la espera de no ser el primero en emitir un

juicio. El monótono sonido del agua cayendo, hacía más notoria la

incertidumbre.

-¿Qué vamos a hacer? –preguntó Kira, rompiendo el silencio. -Bueno, sabemos qué no haremos y eso es quedarnos aquí,

esperando –aseguró David. -¿Y eso por qué? Creo que le debemos a Gabriel el beneficio de

la duda –opinó Tessa. -Tessa tiene razón, David –apoyó Razi, cosa que no causó

mucha gracia en Tessa-. Gabriel ha demostrado, hasta ahora, que sabe lo que hace. Debe tener una muy buena razón para esto.

-Habría sido más fácil que lo dijera –replicó David. -Si lo fuera, lo habría hecho –aseguró Razi.

David cruzó las manos tras la nuca, miró al techo y guardó

silencio. No dudaba de la capacidad o de las intenciones del obelisco,

ni siquiera se le había pasado por la mente hacerlo. Pero ¿Por qué

nadie parecía querer comprender su situación? Una de las personas

más importantes en su vida, estaba en peligro, desde hacía ya tanto.

Encontraba difícil la idea de esperar una semana más para ir a

buscarla, más si no utilizaría esos días para hacerse más fuerte.

Simplemente le resultaba una desesperante pérdida de tiempo.

-Yo… creo que deberíamos quedarnos. Unos días, hasta que resolvamos esto –expresó Kira.

-¿David? –interrogó Razi.

¿Qué podía decir? Dijera lo que dijera, sonaría como a un

berrinche, más que a una opinión. No podía responder de buena

manera, así que decidió no hacerlo, esperando que su silencio fuera

interpretado de la mejor manera posible.

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Acordaron seguir el juego unos días, tratar de descubrir, de qué

iba todo aquello e intentarlo de verdad. Todos tenían en la mente lo

mismo. Era lo menos que podían hacer por Gabriel.

Felipe tomó con alegría la decisión del grupo y les pidió que

descansaran ese día, ya que a la mañana siguiente, mucho trabajo les

esperaba.

Las horas parecían más largas ahí. Kira y Tessa decidieron

reconocer el lugar, dando una larga caminata por sus estrechas y

rudimentarias calles. Razi ocupó su tiempo en realizar sus

acostumbrados rezos y meditaciones; los entrenamientos la habían

distraído de tan importante labor. David simplemente se retiró a la

habitación que Felipe les había asignado a él y a Kira y se dejó caer

cual largo, en la cama más cercana a la puerta. Arrojó su maleta en el

primer punto del suelo que encontró y sin ánimos para algo más, se

quedó profundamente dormido.

Así, volvieron las pesadillas.

Sentía la nieve caer sobre sus mejillas, mientras en la oscuridad

de la noche, trataba de reconocer el rostro del hombre que se

escudaba en las tinieblas. A pesar de sólo llevar una delgada bata de

hospital, David no sentía el intenso frío que afectaba a la ciudad.

Notó algo en el cuello del hombre, algo que le resultó vagamente

familiar, pero al fin no pudo reconocerlo.

El sonido de la puerta azotándose, lo despertó abruptamente.

Kira lo miraba desde la entrada, completamente rojo de vergüenza.

-Lo lamento. No quería despertarte –se disculpó el menudo sello.

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-No… no tiene importancia. ¿Cómo la has pasado? -¡Maravillosamente! Este lugar es hermoso, lo tiene todo. -Genial –contestó con desgano David y se dejó caer

nuevamente en el colchón.

Kira se sentó con cautela en su propia cama y miró con ojos

culpables a David. Después de un rato de permanecer en incómodo

silencio, éste último preguntó:

-¿Qué pasa, Kira? -Yo, sólo quería decirte… que entiendo por lo que pasas. Me

siento mal de no poder hacer algo por tu amiga. -No lo sientas. No es tu culpa. -Aún así.

Kira suspiró pesadamente y se acostó con pesadez. Sacudió su ya

largo y liso cabello negro. David se incorporó y después de pensarlo

un poco, habló.

-Kira, ¿qué haces aquí? -¿Cómo dices? -Es que… entiendo las razones de Razi y Dios me libre, hasta las

de Tessa. Pero no logro encajar tu situación. No creo que sea sólo por tus tutores, veo que piensas que están bien y has explicado que nunca fuiste muy apegado a ellos. Además, eso de viajar por el mundo, podrías hacerlo sin nosotros.

-Bueno, es simple. -¿Ah, sí? -David, no tengo a donde más ir.

David no supo qué responder a eso, ni siquiera sabía si existía

una respuesta adecuada.

-Toda mi vida –continuó Kira- me sentí como la persona menos importante en cada cuarto al que entraba. Nadie nunca demostró un real interés por mí. Ahora entiendo que mis tut… padres lo hacían, pero creo que era más por su fe en mis poderes que por mi bienestar como persona. Ahora alguien me ha explicado que puedo ser algo

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más que un ingeniero genéticamente manipulado… yo, casi siento que tengo un lugar, unos amigos, un… propósito.

David parpadeó un par de veces, antes de reír por la inocencia

del comentario.

-No le veo la gracia –se quejó Kira. -Kira, ¡ pero sí somos tus amigos!

Kira lo miró sorprendido y de a poco se echó a reír también.

Aquello no fue un tema nunca más.

A la mañana siguiente, después de uno de los desayunos más

voluminosos y deliciosos que los chicos habían tenido en un largo

tiempo, Felipe les informó de sus tareas. Kira y Razi, fueron enviados

con las mujeres mayores del pueblo, ahí ayudarían a preparar los

arreglos que vestirían la región, en tan importantes fechas. David y

Tessa fueron confiados a una madre y su pequeña hija de ocho años,

para cuidar el invernadero que, según les explicaron, resguardaba

uno de los aspectos más importantes para la noche de navidad.

Estos dos últimos, después de abandonar el pueblo por una

pequeña vereda, siguiendo a la mujer y a la niña, llegaron a una muy

improvisada protección del tamaño de una casa. Era de tela cosida

con retazos de lo que sin duda fueron alguna vez, todo tipo de

prendas. La pequeña niña de piel color canela, corrió dando

pequeños gritos de alegría a la improvisada entrada del invernadero.

La madre sonrió y les pidió siguieran a su hija, pues no había nadie en

la región que les pudiera explicar lo que sucedía ahí adentro, como su

pequeña.

Al cruzar el umbral, David sintió de inmediato lo especial de ese

pequeño espacio. El Lumen parecía concentrado ahí de una singular

manera, como resguardando algo que era de vital importancia.

La luz lograba filtrarse por algunos huecos del invernadero que

parecían provocados para ese fin. El suelo estaba tapizado de rojo y

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al principio, un efecto visual le hizo pensar a David, que se trataba de

una alfombra de terciopelo, pero en segundos distinguió cientos de

flores color carmesí. Los brotes tenían largos pétalos del tamaño de

un dedo adulto, los pistilos eran de color amarillo canario y los

delgados tallos estaban coloreados de un espectacular verde. Al tacto,

los pétalos parecían estar constituidos de peluche corto y no emitían

ningún tipo de aroma.

Era todo lo que el harapiento invernadero resguardaba. La

infanta revisaba flor por flor, saludando a cada espécimen con

singular alegría, como si se tratara de un amigo. Nandy (ese era el

nombre de la pequeña), se amarró el cabello detrás de su pequeña

cabecita y hacía como si las flores le susurraran un secreto, luego se

echaba a reír con inocencia, escondiendo las mejilla entre los dedos.

Su madre alimentó las plantas con la ayuda de una regadera de

hojalata. Las gotas de agua producían un hermoso efecto, cuando la

luz filtrada se desfragmentaba en pequeños arcoíris.

-Ven, tú también puedes oírlos –pidió Nandy a Tessa, quien con una sonrisa accedió-. Se llaman Nochebuenas. Mi abuela les dice de otra forma ceta… cetal…

-Cetlaxochitl –corrigió la madre. -Sí, cetlaxochitl. Me contó que estas plantas vienen de un país

muy lejano y que con ellas se festejaba la navidad desde tiempos muy antiguos. Me dijo también que los espíritus de esas personas, suelen regresar cada navidad, sólo para estar cerca de ellas. Yo siempre hablo con los espíritus, se ponen muy felices cuando se acercan las fiestas; quieren ser parte de ellas.

-¿De verdad? –preguntó Tessa-. Eso es muy bonito. -Mi abuela dice que cuando las Nochebuenas dejen de florecer,

la Navidad morirá con ellas. Por eso las cuidamos tanto. Aunque me gusta más el otro nombre, es muy difícil de prununciar.

-Pronunciar –interrumpió la madre. -¡Mamá!

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-¿Y qué te dicen los espíritus, Nandy? –cuestionó Tessa, mientras se arrodillaba para estar más cerca de las flores.

-Ellos, hablan de ustedes. -¿De nosotros? –dijo David intrigado- ¿Qué dicen de nosotros? -Dicen… -dudó un poco la pequeña- que la navidad también los

necesita a ustedes para seguir existiendo. ¿Es cierto eso?

David y Tessa, extrañados, no atinaron a responder algo.

Ciertamente no esperaban una pregunta de ese tipo.

-No dejarían que la navidad desapareciera ¿Verdad?

La madre, estaba tan confundida como los dos sellos, quienes no

lograban articular palabra.

-Nandy, no creo que la navidad dependa de ellos. Es mucha responsabilidad para estos jóvenes. Quizá los espíritus están bromeando contigo.

-¡No! Hablan muy en serio. Protegerán la navidad, lo harán ¿No es así?

-Nandy, es suficiente –reprendió la mujer.

Nandy, dio media vuelta y se dirigió a las flores más alejadas.

Ahí, con ojos llorosos, se sentó abatida. Tessa miró con una cara

repleta de aprensión a David, que simplemente afirmó con

discreción. La sello, con cuidado de no pisar ninguna noche buena, se

acercó a la pequeña niña y en cuclillas le sonrió con ternura.

-Jamás dejaremos que algo le suceda a la Navidad. -¿Lo prometen? –preguntó la niña, llena de esperanza. -Lo juro –respondió Tessa haciendo la pantomima de cruzar su

corazón.

Después de un día de aprender cómo regar y proteger las

Nochebuenas (había que distribuir abono y colocar una malla de

protección al final del día para que soportaran el frío, así como de

cuidar que la hierba no creciera alrededor) regresaron al pueblo. En

el camino, Tessa abordó a David; algo que el chico ya había previsto.

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-Y ¿Qué piensas? –inquirió la chica. -Son muy bellas. -No hablo de eso. -Sé que no hablas de eso. Tess, son las inocentes creencias de

una niña. Es una muy bonita leyenda, pero una leyenda al fin. -También lograste sentir el Lumen. No era una concentración

normal para un campo de flores. -Espera, ¿estás tratando de decir, que Nandy, de hecho puede

hablar con espíritus?

Tessa se encogió de hombros y siguió caminando. Llevaba su

rubio cabello sujeto por una improvisada cola de caballo. Vestía una

falda que llegaba hasta sus rodillas y había cubierto sus piernas con

una malla de color azul profundo; una sudadera de tonos celestes, y

unos guantes con los dedos cortados, terminaban su sencillo pero

hermoso atuendo. David creyó comprender lo que Abel le había dicho

aquel día. Lo único que valía la pena de esa corporación… Sin duda

hablaba de Tessa.

Él sabía que debajo de esa terquedad y malcriadez que ser hija

única de padres ricos sin duda había construido, estaba un corazón

muy bondadoso y frágil. Sin mencionar claro, que era la mujer más

bella que había visto en toda su vida.

Cuando llegaron a la plaza, se encontraron con Razi y Kira,

ambos con actitudes muy diferentes. Kira estaba extasiado, y hablaba

atropelladamente sobre lo genial que era ese lugar. Contaba los

arreglos que estuvieron elaborando, y la expectativa de todos, al

contribuir con los preparativos. Razi, por su parte, tenía pintura de

diferentes colores en su ropa y su piel caoba.

-Las artes manuales no son lo mío –dijo con pesar.

Los chicos recorrieron la pequeña plaza, observando a las

familias y devolviendo los saludos que éstas, amablemente extendían.

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Las calles estaban iluminadas por pequeños faros colocados en largos

postes alrededor del área.

En medio de la plaza descansaba un pequeño quiosco, donde un

grupo de personas practicaba un hermoso canto. Jóvenes de la edad

de los sellos, platicaban en las bancas dispuestas a lo largo y ancho de

la plaza; David estaba seguro de no haber presenciado antes,

personas tan felices. Parejas de estos chicos se abrazaban con

ternura. Era como el retrato de la vida que lo sellos se perderían.

La gente había construido su propio pequeño mundo en ese

lugar. Los problemas externos no lograban alcanzarlos; eran plenos.

El sello no dejaba de preguntarse, ¿Cuántos de esos mágicos lugares

existirían? ¿Cuántos, exentos de las aparentemente ridículas

tragedias de las grandes ciudades? Exentos de la batalla que florecía

contra otro mundo.

Los siguientes días continuaron con la misma tónica. David y

Tessa cuidaban de las Nochebuenas mientras que Razi y Kira

ayudaban con los adornos y otro preparativos. A tres días de la gran

fiesta, comenzó la recolección y preparación de los alimentos que se

consumirían en navidad. Se escogían los animales más gordos y se

cosechaban los mejores vegetales y semillas de la región. Había

procesos larguísimos que maravillaron por completo al

entusiasmado Kira. Para los demás resultaba hilarante verlo tan

concentrado en la cocina, mientras las ancianas le daban indicaciones

y muestras de lo que se estaba elaborando.

Razi encontró su espacio en la cacería y pesca. Gracias a que su

pueblo siempre se alimentó de dicha forma, sus habilidades en esos

departamentos eran supremas. Muchos de los mejores cazadores

observaban fascinados la facilidad con que la sello realizaba dichas

actividades. Pasaba casi la mitad del tiempo enseñándoles nuevas

técnicas a todos.

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Tessa disfrutaba convivir con los niños, quienes con gran alegría

la incluían en sus juegos. Eran juegos tan puros e inocentes, que la

chica casi sentía que contaminaba la recreación de los pequeños.

Disfrutaban de hacer figuras con barro, lanzarse al río con vistosos

clavados, pero sobre todo, algo que ellos llamaban “la bruja del

bosque”.

El juego consistía en ir a los árboles más frondosos que

rodeaban el pueblo. Ahí, uno de los participantes era escogido como

la bruja y su misión era encontrar al resto. La regla era que, los

poderes de la hechicera, residían en su voz, por lo tanto, si

escuchabas el llamado de la bruja, tenías que responder en voz alta.

Una versión más divertida de las escondidillas; así lo llamó Tessa.

David, por su parte, ayudaba a los hombres más fuertes a

construir sus altares y el escenario que serviría para representar la

tradicional obra navideña. Pronto les quedó claro a los trabajadores,

que ese año no tendrían mucho que hacer. La energía y fuerza del

forastero, era mayor que la de todos ellos combinada. Él podía cargar

solo, rocas, cajas de herramientas, montones de tablas y otros

artículos, que tomaba seis hombres normales. Al final del día,

siempre se relajaban con una bebida embriagante parecida al

aguardiente que hacía estragos muy pronto en los alborotados

sujetos, mientras que en David, no causaba ningún efecto secundario.

Sin entender los sellos cómo sucedía, esa aldea se estaba

robando su cariño. Se sentían cuatro más de esas buenas personas.

La fiesta era, de repente, algo que los sellos esperaban con

entusiasmo y ponían todos sus esfuerzos para que todo fuera

perfecto.

La noche de un día especialmente largo, Felipe irrumpió en el

cuarto de David y Kira, mientras estos dormían.

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-Es Nandy, -anunció después de disculparse- dice que hay un problema y sólo ustedes pueden arreglarlo.

David se levantó tan rápido como pudo y fue por Tessa, quien,

confundida, tardó unos momentos para entender lo que David decía.

Ambos, acompañados de Felipe, bajaron rápidamente para

encontrarse con la pequeña, que los esperaba casi temblando, en la

recepción.

-Son las flores –dijo con lágrimas en los ojos-, están muriendo.

Los chicos aceptaron ir con ella para presenciarlo, la niña los

guió tan rápido como sus cortas piernitas le permitían. Una vez ahí,

se encontraron con la mitad del pueblo, que esperaba con la angustia

reflejada en sus ojos. La madre de Nandy fue quien habló.

-Vine para cerciorarme de que estuvieran bien cubiertas, ya que la noche me pareció más fría de lo normal –explicaba mientras entraban al invernadero- y me encontré con esto –terminó, señalando a las Nochebuenas.

Miraron de cerca las flores, que ahora eran iluminadas por las

luces de algunas velas que los aldeanos habían postrado alrededor.

Sobre las hojas, pétalos y tallos de las Nochebuenas, se expandían

manchas cafés de algo que los chicos jamás habían visto y que

parecía estar matando a las flores; “alguna especie de plaga”

murmuró Tessa.

Nandy miraba angustiada los desanimados gestos de Tessa, que

al no tener la más mínima idea de la botánica, estaba completamente

perdida y sin algún otro plan, que no fuera mirar las infecciones

esperando que desaparecieran.

David se acuclilló junto a la chica y mientras el pueblo se

lamentaba a sus espaldas, se le ocurrió algo.

-¿Crees que podrías curarlas? –preguntó David. -¿Cómo dices?

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Entonces Tessa comprendió lo que David trataba de decir, y lo

miró como esperando que el chico comenzara a reír.

-David, dudo mucho que funcione en plantas. -Son seres vivos, como nosotros. Si puedes curarnos, también

puedes ayudarlas a ellas. -¿Puedes? –preguntó Nandy- ¿De verdad puedes curarlas? -Yo… -tartamudeó Tessa. De repente la alegría de todo un

pueblo, dependía de ella. Era demasiada responsabilidad-. Lo intentaré.

Con una profunda y entrecortada bocanada de aire, preparó sus

sentidos para lo que podía ser, la más grande decepción que había

provocado jamás. Y eso que era hija de su padre. Sintió cómo el

alborotado Lumen, rápidamente buscó el cobijo de su llamado.

Cambió el flujo de la energía, y tomó un poco de la que estaba a su

alrededor. De jóvenes y adultos, niños y viejos, hombres y mujeres.

La energía le hizo sentir la ya acostumbrada calidez de ese

proceso que había hecho decenas de veces después de las prácticas. A

pesar de sus miedos iniciales, se dio cuenta de que no era muy

diferente a esas ocasiones. Había cuerpos frente a ella, que

necesitaban sanar, necesitaban de su ayuda. El Lumen respondió

entonces al llamado de las Nochebuenas; entendió cuál era su misión

y acudió a ella.

Las flores comenzaron a recuperar su brillo, la plaga cedió

centímetro a centímetro, como lodo desplazado por las gotas de

lluvia, y todas las lesiones que había provocado, se desvanecieron

como si jamás hubieran existido. Las Nochebuenas parecieron

agradecer a Tessa. El Lumen comenzó a moverse de un lado a otro

como si danzara. Era algo mágico de sentir.

Se volvió a mirar a David, quien le devolvía una sonrisa. El

pueblo estalló en júbilo. Nandy corrió hacia con Tessa y antes de que

ésta pudiera decir algo, la abrazó con ternura tal, que desarmó a una

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extasiada Tessa. David se acercó a ella y le plantó un beso en la

frente, gesto que dejó anonadada a la chica.

-Felicidades, acabas de salvar la navidad. ¿Cuántas personas pueden decir que han hecho algo parecido? –dijo el chico para después dejar el invernadero.

Tessa jamás había visto felicidad tan pura y real, como la que

encontró en los ojos vidriosos que la pequeña Nandy utilizaba para

agradecerle.

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Todo estaba listo para esa noche.

Las Nochebuenas fueron colocadas por toda la aldea, en

hermosas macetas hechas a mano. Los adornos que con tanto ahínco

Razi había tratado de no echar a perder, adornaban cada esquina y

puerta de la región. Las personas preparaban sus mejores atuendos,

y el banquete comenzaba a ser dispuesto en varias mesas, colocadas

en las aceras de la plaza.

En el escenario (un estrado hecho de madera, un desierto

pintado en el fondo y un par de cortinas a los lados) los nada

experimentados actores, se preparaban para representar una

tradición que Tessa creía perdida en el tiempo: la mítica llegada a

Belén.

Los chicos ayudaban en cada detalle que el festejo necesitara.

Incluso habían aceptado vestir los ropajes tradicionales del pueblo.

Así que mientras las chicas llevaban enormes vestidos multicolores,

Kira y David se ataviaron con pantalones de lana, completamente

blancos y un sombrero de paja cada uno.

Nandy no se había despegado un solo momento de Tessa.

Incluso hacían cada deber juntas y eran quienes disponían del

acomodo de las tan preciadas flores, en el escenario principal.

La tarde comenzaba a caer, cuando los pueblerinos tomaron su

lugar para presenciar la obra y Kira, en su entusiasmo, había

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aceptaba erróneamente, un papel en la misma; decisión que lamentó

cuando le entregaron su disfraz.

-No quiero ser un burro –se quejó con un David torcido de risa

Conejo a las brazas, pavo ahumado, ensalada de calabaza, arroz

con leche, duraznos en almíbar, pierna de res y uno que otro lechón;

eran algunas de las opciones culinarias del festejo. Había también

recipientes con toda clase de dulces caseros, elaborados con coco,

maíz, miel, guayaba y todo lo que los aldeanos parecieron encontrar

en su camino.

La obra empezó cuando los últimos rayos de sol, pintaban

mágicas líneas rojas en el cielo. Un pequeño niño apareció vestido de

pastor, listo para comenzar la narración.

-Todo empezó una noche muy fría, en las afueras de la gran ciudad de Betén…

-Belén… -susurró una voz tras bambalinas, lo que causó la risa de los presentes.

-Sí, -continuó el infante- de Belén. Un hombre guiaba a su burro a través de la interminable arena, en el animal, viajaba una mujer embarazada.

Kira disfrazado de Burro, llevaba a cuestas a la mujer avanzando

por el corto escenario. Los otros tres sellos, apenas si podían sofocar

sus carcajadas.

La obra estuvo llena de accidentes y malas pronunciaciones,

pero cuando hubo terminado, todos en el pueblo le dedicaron un

estruendoso aplauso. Al final, las luces se apagaron en todo el pueblo,

y en el oscuro cielo de la noche, se produjeron hermosas explosiones

multicolores. La gente exclamaba fascinada cada que uno de los

fuegos artificiales iluminaba sus rostros. Los niños corrían de un lado

a otro, tratando de quedar justo debajo de las hermosas luces.

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Felipe subió al estrado cuando los fuegos artificiales cesaron. El

pueblo aclamó a su líder moral, quien, con modestia, pedía que se

detuvieran. Después de un rato de alegres cuchicheos, el viejo dedicó

unas palabras a los presentes.

-Queridos amigos, hermanos míos. Una navidad más, ha llenado el corazón de Aliquid Novi. Nuestra joven aldea, ha disfrutado ya más de cincuenta de ellas, y no temo asegurar, que esta ha sido la más mágica de todas. Una vez más, el destino nos ha favorecido con la ayuda de nuevos amigos, justo cuando la necesitaríamos más. Quiero darle las gracias a Tessa, Razi, Kira y David, pues sin su ayuda, esta Navidad, no lo habría sido y debo pedirles que, con un humilde aplauso, agradezcamos su bondad.

Los completamente sorprendidos chicos, se vieron pronto

ovacionados al unísono, por un aplauso acompañado de gritos y

agradecimientos. Con una risa nerviosa que trataban de hacer pasar

por un gesto de modestia, respondían a las muestras de cariño que la

agente les profesaba.

-Hoy sólo –continuó- nos queda disfrutar de nuestra tan adorada fiesta, y sería una majadería, no hacerlo con toda la alegría que quepa en nuestros corazones. ¡A divertirse! –finalizó Felipe, acompañado de un grito unísono de afirmación por parte de los aldeanos.

La fiesta comenzó con un pequeño conjunto de música que dejó

en evidencia su etiqueta de aficionados, pero lo hacían con tanta

enjundia, que la gente se contagió por el desentonado ritmo.

Los niños jugaban haciendo figuras en el aire con pequeñas luces

de bengala, los jóvenes sacaban a las chicas a bailar y se arrojaban

una especie de espuma enlatada que tenía la molesta característica

de manchar la ropa, detalle que por supuesto, pasaban por alto. Los

adultos se divertían platicando mientras acompañaban sus palabras

con grandes aspavientos gestuales. Algunos de ellos, repartían los

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deliciosos alimentos ofrecidos en gran variedad. Juegos tradicionales,

se disfrutaban entre los más ancianos; pequeños tableros y fichas que

no tenían ningún sentido para los sellos, pero que parecían causar

emoción entre los viejos.

Los chicos eran requeridos constantemente por los diferentes

grupos, era claro que se habían ganado la etiqueta de celebridades en

ese remoto lugar, y aunque Tessa estaba suficientemente entrenada

en esas cuestiones sociales, para el resto no lograba ser una situación

cómoda. Independientemente de eso, disfrutaban de la velada.

Felipe rescató a David de un interrogatorio llevado a cabo por

los más curiosos del lugar, (¿De dónde vienen? ¿Cómo obtuvieron

esos poderes, esa fuerza?) y lo llevó ante un grupo de señoritas que

estaban maravillados con el chico (David no pudo decidir qué era

peor). Las chicas no dejaban de reír ante cada comentario que el sello

realizaba, lo que sólo hacía sentir más incómodo al desaliñado chico,

que trataba de no parecerlo, mientras arreglaba su descontrolado

cabello bajo su sombrero de paja.

Tessa observaba la escena sin ninguna expresión en su rostro.

Había encontrado deliciosos algunos dulces de leche que una anciana

particularmente pequeña le había ofrecido, y se limitaba a comerlos

con verdadero ahínco. Razi notó esto y se disculpó con los jóvenes

que hablaban sobre sus extraordinarios dotes de cazadora, para

dirigirse a la solitaria mesa que Tessa ocupaba.

-¿Puedo sentarme? –preguntó amablemente Razi. -Sí, ¿Por qué no podrías? –contestó secamente Tessa. -He querido hablar contigo desde hace mucho; no había tenido

la oportunidad. -Los últimos cuatro meses hemos vivido juntas. Sin contar los

cinco días que dormimos en el mismo cuarto. -Sí, bueno, creo que lo he estado posponiendo. -Uno diría.

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-Entiendo que pueblos como el mío, le han dado problemas a tu padre y su compañía.

-Sí, ¿Cuál es su problema? ¿Le tienen miedo al progreso? -¿Miedo? Yo no creo que ese se… -Razi, tranquila, estoy bromeando. Si supieras lo poco que me

interesa la imagen corporativa de Focus Lumen, no estaríamos discutiendo esto.

-Ya veo –aceptó Razi y después de un momento continuó-. Sin embargo, he estado pensando en algo.

-¿Y qué sería eso? -Estuve pensando, que, nosotros cuatro somos una versión

diferente de Focus Lumen. Es decir, tu familia inventó las herramientas para manejar la energía de forma artificial y nosotros…

-También lo hacemos… no lo había visto así. Ahora que lo dices, creo que mi padre se escandalizaría si supiera esto; ya lo veo diciendo “¿Es que quieres arruinarme?”

Un par de niños que pasaron por ahí, se detuvieron para saludar

a las chicas, quienes alegremente respondieron agitando sus manos.

-Estaba equivocada, entonces –continuó Razi una vez que los niños se fueron- pensé que había dos buenas razones para que me odiaras.

-No te odio y al principio también pensé que no me agradabas por eso que dices, hasta que descubrí que si mi padre nunca se había preocupado por mis asuntos, ¿por qué yo habría de preocuparme por los suyos? Espera… -se detuvo en seco- dijiste dos razones, ¿cuál es la otra?

Un algarabío causado por los alegres bailes de dos hombres

pasados de copas, interrumpió la plática. David aprovechó esa

oportunidad para zafarse de la incómoda situación de platicar con

media docena de chicas y se dirigió rápidamente a la mesa de Razi y

Tessa.

-Él se preocupa por ti más de lo que demuestra ¿lo sabías? Y yo no lo veo a él de esa manera –aclaró Razi antes de que David

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alcanzara su posición. Tessa la miró entre sorprendida y confundida, sin embargo no tuvo tiempo de decir algo.

-¡Madre de la berenjena! Jamás nadie me había preguntado tantas cosas al mismo tiempo. ¡El infierno, les digo! –exclamó David al tiempo que se dejaba caer pesadamente en la primer silla que se topó.

-¡Tienen que probar esto! –dijo Kira, quien se había unido intempestivamente al grupo, llevando una bandeja repleta de algo que parecían ser bolitas de coco con miel- son como pequeñas probaditas de cielo.

-¿Es que piensas comer toda la noche? –cuestionó Tessa divertida, aliviada de no tener que hablar más del otro tema.

-Hasta que el Lumen me dé vida o Gabriel decida sacarnos de aquí. Lo que suceda primero.

-Hablando de eso –interrumpió Razi- estuve pensando en las razones de Gabriel, para dejarnos aquí.

-¿Ah, sí? –preguntó David, mientras trataba de esconder su rostro del grupo de chicas, que ya había notado su ausencia.

-Son bastante obvias ¿No les parece? -Edflícate… -pidió Kira, con la boca repleta de dulces. -Bueno, piénsenlo. Después de estos últimos días ¿No sienten

un extraordinario cariño por toda esta gente? Me refiero a que, si estuvieran en peligro, ¿no pelearíamos por ellos? Gabriel estaba molesto por las fallidas y egoístas razones, que nos hacían seguir con el entrenamiento; así que…

-Así que a eso se refería con “lo que de verdad importa” –agregó Tessa.

-Pienso que Gabriel quería que descubriéramos, aquello por lo que debemos pelear. ¿Cuántos pueblos, familias, personas, padres, hijos, dejarían de existir, si nosotros no hiciéramos nada? Cuántos lugares como este pueblo desaparecerían.

-¿Cuántas navidades? –agregó Tessa, recordando lo que los “espíritus” le habían susurrado a Nandy.

-Lo que dicen es que, trató de crear una conciencia en nosotros –resumió Kira.

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-Kira, no creo que haya tratado nada, creo que lo logró –aseguró Razi.

De pronto toda la aldea guardó silencio y dirigió su atención al

escenario. Un coro compuesto por personas de todas las edades,

entonó un hermoso canto a varias voces. Para los chicos, era lo más

bello que habían escuchado en mucho tiempo. Un momento de paz y

alegría enmarcado en el bello resonar de la armónica pieza. Las

familias unidas, sonreían con el melodioso sonido del villancico.

Algunos niños observaban y escuchaban embelesados, justo al pie del

escenario.

Los sellos veían ahora claro el sentir de Gabriel, y entendieron

que había tenido toda la razón del mundo para estar molesto. ¿Cómo

en su egoísta forma de pensar, no lo comprendieron en ese

momento? No era una opción, era una responsabilidad. Quizá el

enemigo era demasiado fuerte para enfrentarlo ellos solos, pero

¿Acaso no era cierto que de rehusarse caerían en la cobardía? Una

cobardía que jamás podría ser perdonada. Un crimen contra la

humanidad.

Todo eso revoloteaba en la mente de David, y sin embargo el

chico no se debatía en lo absoluto. Su intención no era discutir contra

verdad más evidente, pues jamás habría de existir, argumento lo

suficientemente válido para contrarrestarlo. Pero a pesar de ejemplo

tan claro y de todo el cariño que ese pueblo le había arrebatado, su

mente no estaba ni estaría dividida en dos, jamás.

Él había tomado su decisión hace mucho, mucho tiempo.

La fiesta terminó pasada la medianoche. Era por fin navidad. Las

personas se despedían con gestos alegres y cansinos, para dirigirse a

sus respectivas casas. Pronto la plaza quedó desierta y los chicos

tomaron camino hacia el hogar de Felipe, por las calles cubiertas de

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adornos que habían sido vencidos por la gravedad y ahora

descansaban en el suelo, con marcas de diversos pisotones.

Se despidieron en el pasillo y entraron a las habitaciones

dispuestas para ellos. La noche había terminado para la mayoría.

Para la mayoría, pero no para todos.

David miraba el techo con expresión vacía, sólo a la espera de

que su compañero se quedara dormido. No pasó mucho tiempo para

que se percatara de que Kira había dejado el mundo de la conciencia.

De debajo de su cama, tomó la maleta que había preparado

horas antes y se detuvo sólo unos momentos para dirigir una

culpable mirada, al menudo chico que roncaba con decisión en la

cama contigua. Después de eso, se puso de pie casi de un salto y no se

volvió atrás. Ni siquiera hizo una pausa al avanzar a un lado de la

habitación que pertenecía a las chicas.

Bajó las escaleras con suma discreción y cruzó los tres metros

que lo separaban de la puerta principal. Ya en las calles, iba

maldiciéndose a sí mismo. Toda su vida se odiaría por lo que estaba

haciendo y jamás tendría las palabras suficientes para pedir perdón

por sus acciones. Odiaba abandonar a sus nuevos amigos, quienes

depositaban su total confianza en él. Odiaba decepcionar a Gabriel y

Equímides, pues creían en él. Odiaba traicionar a ese pueblo y a todos

los demás que dependían de él.

Siguió por el camino empedrado que habían tomado al llegar,

abandonó los límites del pueblo y con paso decidido se alejó sin

titubear. Caminó en medio de frondosos árboles que le hacían sentir

cobijo de su propia vergüenza. Si las estrellas no podían verlo ¿quién

lo haría?

Hizo una pausa cuando alcanzó un enorme claro en el bosque,

donde fácilmente podría caber una reproducción perfecta de la casa

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de Felipe. Su respiración agitada pero entrecortada, como si se

tratara de un llanto silente, era un inequívoco ejemplo de cómo se

sentía. Estuvo a punto de darse la vuelta, pero se obligó a pensar en

Samanta ¿Cómo podría abandonarla? ¿Cómo? si ella era también

inocente.

-¿Ahora te arrepientes? –preguntó una voz familiar a sus espaldas-. Si es por nosotros, por favor no lo hagas, sigue tu camino.

Tessa salió de entre las sombras mientras le dirigía una gélida

mirada que David no pudo sostener. Ella caminaba con pausa y los

brazos cruzados. Tan decepcionada que no hallaba manera de

expresarlo. Trató de articular alguna frase, pero varios intentos

fallidos en una voz cortada, fue lo único que escapó de sus labios.

-Tú no entiendes –se excusó David. -¿Eso crees? Si en realidad piensas que nadie en esa casa

comprende tu situación y no harían lo que fuera para ayudarte, entonces sí, deberías irte.

-Tessa, es algo que debo hacer s… -¿Solo? Es lo que estás a punto de decir ¿no? Entonces tienes

razón David, no entiendo. Explícame ¿por qué solo? Además ¿Cuál es tu plan? ¿Caminar hasta que encuentres un agujero a otra dimensión?

El viento arreció, silbando entre las ramas de los árboles; la

noche estaba perfectamente iluminada por una luna de gran tamaño,

ocasionando que las sombras se estiraran con autoridad en el pasto.

-No puedo pedirles que hagan esto. Es mi cruz para cargar. Ustedes deben proteger a Aliquid Novi; al resto del mundo.

-Kira me contó ¿Sabes? Cómo le aclaraste que somos amigos. ¿Es qué no crees en tus propias palabras? Podemos hacer ambas cosas, juntos.

David se sentía tonto a esas alturas. Creyó tener un mundo de

argumentos por los cuales no podía aceptar la ayuda de los demás, de

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por qué no debía compartir esa responsabilidad; justo ahora no

podía recordar o dar sentido a alguno de ellos.

-No tienes que irte. -No puedo seguir esperando. -¿Debe ser hoy? -Temo que si no, nunca lo será. Tessa, lo siento, es mi amiga, lo

ha sido desde que tengo memoria; por más ridículo que eso pueda sonar.

-No puedo dejarte ir. -¿Cómo dices? -Tendrás que pasar sobre mí. -Tessa, por favor.

Pronto se dio cuenta de que no estaba bromeando. Tessa se libró

de la sudadera que llevaba y se puso en posición de batalla.

-No voy a pelear contigo. -Más vale que lo hagas, porque yo voy pelear contigo.

Lumen comenzó a materializarse alrededor de Tessa. En

segundos, cientos de pequeñas explosiones detonaban cerca de

David, quien no hizo nada para evitar los impactos. De los brazos

extendidos de la chica, una delgada y azulada línea de energía, salió

dirigida al chico, que fue derribado sin problemas. El sello se

incorporó lentamente y abrió los brazos en señal de rendición. Tessa,

hizo caso omiso y embistió con todo lo que tenía.

-Pele…a. Pelea, maldición –lloraba Tessa a cada impacto. Poco a poco, sus golpes dejaron de tener fuerza, hasta ser simplemente unas palmadas en el pecho de David.

-De verdad lo lamento, no puedo ni siquiera empezar a decirte cuánto. Debo irme –anunció David, cuando Tessa ya sólo sollozaba inmóvil, con los ojos clavados en el suelo.

David giró sobre sus talones y comenzó a alejarse. Antes de que

pudiera salir del claro, de sus interiores emergió un inexplicable

grito. Era la misma sensación que sufrió en todo el entrenamiento:

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esa necesidad por algo que no conocía. Pero esta vez era diferente. El

sentimiento parecía por fin haber encontrado aquello que saciaría su

desesperación. Era un hambriento que después de un largo viaje,

olfateaba alimento.

La sensación se convirtió en dolor, un dolor que ya había

experimentado antes, un sufrimiento que ya lo había paralizado por

completo. La cabeza le pesaba una tonelada, mientras que trataba de

entender por qué la zona del abdomen no estallaba en pedazos.

Tessa, alarmada, le decía algo que no alcanzaba a distinguir. Por el

rabillo del ojo, notó a la chica inclinándose a su lado para evitar que

se fuera de bruces. No estaban solos

David hizo en esfuerzo monumental para mirar a los recién

llegados. Una estela de energía negra había quedado tras de ellos,

como si el paisaje hubiese sido mutilado. Tessa instintivamente se

interpuso entre los sujetos ataviados con mantas cafés, (parecidas a

los de los antiguos monjes franciscanos) y David.

Los tres sujetos vestían con pomposo orgullo, una sonrisa que

denotaba radiante e irónica felicidad. La que venía en medio, una

pelirroja especialmente extasiada, llevaba empuñado un medallón

marrón que dirigía a David. El hombre a su derecha, un individuo

alto, fornido y de piel oscura, marchaba con ansiedad. La última, una

chica con profundo interés en sus alrededores, era la más serena de

todos; daba la impresión de estar disfrutando el paisaje, casi

mostrando un sincero desinterés por los sellos. Bajo su manta, algo

que sin duda era una especie de armadura, le daba dimensiones

desproporcionadas. Su cabello rubio parecía estar fuera de lugar en

la escena, ya que, a pesar del fuerte viento que levantaba nubarrones

de polvo, no se movía ni un ápice.

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-Jamás creí que serían tan estúpidos como para dejar su madriguera –se carcajeó Ava-, pero al parecer, sigo subestimando a los humanos.

-¿Puedes notarlo, Ava? Gabriel no está aquí. Se encuentran totalmente solos –se burló Baltasar.

-Este mundo es realmente bello. Ahora entiendo por qué nuestro señor está siempre tan molesto, sí, sí. Jamás había visto tantos árboles en un solo espacio, no –dijo casi para sí misma Mara; después reparó por fin en los dos chicos-. ¡Oh, hola! Ustedes deben ser los sellos. Hemos venido a matarlos, bueno a ti solamente –aclaró, señalando a Tessa- tú vienes con nosotros –afirmó, apuntando a David.

Esto aumentó la sorpresa en los alarmados sellos. Jamás nadie

les explicó que habría una distinción. Se supone que matarían a todos

dada la oportunidad.

Pero entonces David lo recordó. Por supuesto que eso era

verdad. Desde el primer encuentro, la mujer pelirroja pidió que la

acompañara. Había olvidado eso por completo.

No lo querían muerto. ¿Por qué?

-Si fueras tan amable de hacerte a un lado –le pidió Mara a Tessa- ¡Nata-coro-da! –gritó.

Tessa alcanzó a ver cómo una total oscuridad impactó su cuerpo,

dejándola inmediatamente sin aire. En segundos, fue el menor de sus

problemas. Algo que asemejaba una corriente eléctrica, recorría toda

su espina dorsal, quitándole el total control de sus extremidades.

Cayó gritando de dolor, con la mente y el cuerpo, torturados y

vencidos; no podía seguir viviendo así. Era preferible que la mataran,

que la asesinaran de inmediato. Cualquier cosa sería mejor a soportar

un minuto más de aquel tormento.

Cuando pensó que perdería la cordura, el dolor se detuvo. Con

grandes bocanadas de aire, trataba de mantener el alma en el cuerpo.

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Levantó el rostro tantos centímetros del suelo como le fue posible,

para ver a Baltasar tomar a un inanimado David, quien no parecía

querer oponer resistencia.

Algo estaba dejando fuera de combate a David, y estaba segura

de que el chico no había recibido golpe alguno, igual de segura se

sentía al deducir que sus ataques no pudieron haber causado eso.

Dirigió su vista entonces Tessa al medallón que sostenía la pelirroja.

Tenía que ser esa la causa…

Pero pronto una sensación de impotencia sacudió a la chica, “Lo

quieren vivo” se recordó a sí misma la chica. “Soy yo quien no contará

lo sucedido”

-Me gustaría que pudieras sentir un poco más de exquisito dolor, sí, sí, pero mis órdenes son claras. Agradece la benevolencia de mi señor, pues serás uno de los pocos seres que han muerto rápidamente bajo mi mano, sí, sí –recitaba Mara.

La tétrica chica, levantó su brazo cubierto por una elegante

armadura color ámbar y asestó un golpe que sería definitivo. A

centímetros de partir en dos el cuello de Tessa, el golpe fue detenido

en seco por una barrera de color azul celeste. El choque entre las

energías causó un chirrido espantoso; Mara incluso tuvo que dar dos

pasos atrás para mantener la vertical.

Evitó con agilidad dos ráfagas de Lumen que intentaban cortarla

a la mitad, y con una sonrisa encontró a sus agresores, quienes la

encaraban a unos metros de distancia, justo detrás de la posición de

la caída Tessa. Razi y Kira se preparaban para pelear.

-¡Rápido! ¡Vete! –le gritó Ava a Baltasar, que miraba embelesado la batalla.

Baltasar reaccionó al grito y con un movimiento de su brazo

libre, abrió otro de esos agujeros negros. Cuando estuvo frente a la

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abertura, David sintió que su inclemente necesidad desconocida,

cedía unos ápices, por fin recibiendo lo que tanto necesitaba. Lo que

esa desesperada voz tanto clamaba desde sus entrañas.

Un fuerte disparo puso a todos en alerta. Una veloz línea de

energía cruzó todo el claro, hasta introducirse en el hombro de

Baltasar, que, con un rugido, dejó salir su dolor. Ava entendió lo que

sucedía, y sin perder un solo momento empujó con una patada a

Baltasar y a David, al agujero negro.

Gabriel trató de alcanzar a Baltasar mientras el portal estuviera

aún abierto, pero Mara se interpuso en su camino, y poniéndole una

mano en el pecho, lo hizo retroceder con una bestial fuerza,

arrastrando al resto de los sellos con él.

Ava aprovechó la confusión para desaparecer, dejando tras de sí,

el eco de su histérica risa. Mara ya creaba también su propio hoyo

tele-transportador.

-Odio a los obeliscos, sí, sí. Son unos entrometidos.

Cruzó el agujero y con una sonrisa, se despidió del mundo de los

humanos, dejando nada más que una leve estela de oscuridad donde

segundos antes había estado.

La tranquilidad de la noche escandalizó el corazón de los que

permanecían ahí, impávidos e incrédulos.

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No sabía si estaba vivo. La oscuridad a su alrededor

penetraba hasta los huesos. Tinieblas puras y absolutas. El silencio

era tal, que podía escuchar su corazón latir y el aire raspando en su

nariz. Entendió entonces que seguía con vida. Había que saber por

cuánto tiempo.

Ya no sentía dolor, desapareció por completo. La inexacta

sensación de vacío había regresado, pero esta vez, parecía ser una

voz diferente, reclamando cobijo. Era algo más tangible, más

reconocible y no tardó mucho en entender, por la costumbre y

saciedad que siempre tenía en su mundo, que aquello que faltaba esta

vez, era el Lumen. Su cuerpo le pedía Lumen, su alma se quejaba

amargamente por un poco de la energía vital.

Recordó lo que acababa de suceder. Si todo había pasado así,

entonces él estaba… Pero no podía ¿verdad? Gabriel le explicó que no

podría sobrevivir mucho en Parac-do. Sería como un pez arrojado a

tierra firme. Sin la energía que resultaba indispensable para su

existencia, moriría pronto. Y de ser así, no lo parecía en absoluto.

Además de la incómoda necesidad del Lumen, nada en su cuerpo

parecía estar fallando. ¿Qué clase de truco era aquél?

Una irritante idea, cruzó su mente. Quizá Gabriel sólo había

dicho aquello, para calmar su ansia de rescatar a Samanta. Quizá,

después de todo, ese mundo no era mortal para un sello como él.

Quizá el obelisco simplemente se equivocaba.

Tomó conciencia de su propio estado. Se encontraba tirado boca

arriba, en un suelo duro y húmedo. El aire era pesado, y asemejaba lo

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que David se imaginaba a una tumba. Extendió sus brazos y no tocó

nada; al parecer el cuarto tenía un espacio razonable.

Se incorporó con mucho cuidado de no hacer ruido, por alguna

razón le parecía lo más sensato. Dio unos pasos al frente y al no

encontrar nada, se animó a seguir andando.

-Yog meg detendríag sig fuerag túg –advirtió una pastosa voz. -¿Quién está ahí? –preguntó David con cautela. -Ohg, nog teg molestesg conmigog. Yog sólog soyg un guardiag. -¿Dónde estoy? -Eng unag celdag. Eng verdag teg recomienodg queg nog sigasg

avanzandog –repitió la voz cuando David dio un par más de pasos- losg barrotesg estáng cargadosg deg Arumg dañinog.

-¿Arum? -Es el equivalente del Lumen, aquí en Parac-do –respondió una

voz diferente-. Te pido excuses a Goroc-me, su manejo de tu idioma es aún muy pobre.

Un sujeto convertido en silueta por una esfera irradiante de una

poderosa luz violeta que se apoderó de todo el espacio, bajaba por las

escaleras situadas en la esquina más alejada del espacio que ocupaba

David.

Aunque el brillo quemaba los ojos del sello por el cambio

repentino de iluminación, el chico no separó la mirada del personaje

que recién llegaba más que para observar el lugar en donde

aparentemente, estaba atrapado. Era una prisión con solo dos celdas,

una después de la otra. Parecía encontrarse bajo tierra, pues nadie se

había tomado la molestia de resanar o adornar las rocosas paredes

que sudaban humedad en grandes proporciones.

La recién llegada voz, pertenecía a un delgado y alto hombre, de

piel casi albina y cabello rojo caramelo. Vestía una gabardina roja y

unos pantalones de cuero del mismo color. David lo reconoció

instantáneamente.

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-Tú eres… -Mi nombre es Uriel. Como seguramente ya sabrás, soy un

obelisco. -Eres el hermano de Gabriel. -Sí, bueno –concedió el pelirrojo, sin evitar una irónica risa- nos

hemos llamado mutuamente así desde hace ya mucho tiempo. -El traidor –espetó David con un resentimiento que no era

suyo. -Ahora, eso no es nada amable. Considerando tu situación, uno

pensaría que cuidarías más lo que dices.

El tipo no parecía decirlo de forma represiva, era más bien un

comentario burlesco. A decir verdad, su rostro de facciones agudas,

reflejaba una total falta de seriedad. Parecía arrogante y de poco fiar.

-Espera –solicitó David- han dicho que estamos en Parac-do, ¿es eso cierto?

-Sí –afirmó Uriel-. Una pista sobre eso: si apesta, está oscuro y hay humedad en el aire, casi seguro que te encuentras en Parac-do. Así que, bienvenido; supongo.

-Eso quiere decir que… Samanta… -Tu amiga está bien, yo la he visto con mis propios ojos. Ha

dormido todo este tiempo. Seguramente soñando con un mundo perfecto, que comparándose con este, debe parecerlo.

-¡¿Está aquí?! ¡Quiero verla! -Tranquilo, campeón –le indicó Uriel, mientras se sentaba en

una de las dos sillas que rodeaban una destartalada mesa hecha de un material negro, parecido al ónix, dispuesta justo frente a la posición del sello-. Como he dicho, ella está bien. Hay cosas en tu agenda que debes atender primero.

David reparó por primera vez en el tal Goroc-me y tuvo como

primera reacción el abrir más los ojos, tratando de comprender lo

que estaban presenciando. Era un criatura de apenas uno sesenta de

estatura, tenía figura regordeta y nada humanoide. Lo

indiscutiblemente más inaudito, era que su cuerpo parecía estar

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hecho de petróleo sólido. De sus cuatro no uniformes patas, hasta lo

que parecía ser un par de orejas puntiagudas, era de un negro

reflejante. Sus ojos eran rasgados y de un amarillo ácido. Tenía un

par de extremidades en la mitad del torso que suponía, funcionaban

como brazos.

-Sí, suelen causar esa primera impresión. No todos los seres del universo pueden ser tan bellos como ustedes. Bueno, seamos justos, tan bellos como yo –expresó Uriel.

-¿Crees que esto es una broma? –cuestionó molesto David. -Creo que deberías relajarte un poco, sí. -¿A qué me han traído aquí? Pensé que nos querrían muertos a

todos los sellos. -Claro que sí, pero Adam ha solicitado una audiencia personal

conmigo. -¿Adam? -El mandamás de este antro disfrazado de mundo. -Interesante nombre. -Como todo, tiene su historia, pero no soy quien, ni es el

momento para contarla. -Entonces llévame con él –exigió molesto David, mientras

apoyaba sus manos contra los barrotes. Un destello de energía oscura, lanzó a David por los aires, impactándolo con fuerza en el muro posterior.

-Yo tomaría en cuenta la recomendación de nuestro estimado capataz –sugirió con calma Uriel, mientras señalaba a la deforme criatura a su lado- esos barrotes pueden ser malos para tu salud. Lamento los inconvenientes de esta privación de tu libertad. Tu cuerpo tardó un poco en aceptar el Arum. Estabas bastante irritable al llegar; como babosa en sal.

Uriel se puso de pie, y sacudió su gabardina con especial

cuidado. Se dirigió entonces a las escaleras que dirigían a la salida.

Antes de irse, se volvió para mirar al adolorido sello, que se

incorporaba con lentitud.

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-En unos momentos, una escolta te conducirá a los aposentos de Adam. He querido venir antes para conocerte tal y como eres ahora.

-¿A… qué te refieres…? -preguntó David. -Por cierto –comenzó a decir Uriel, ignorando la pregunta del

chico- sé que quizá te resulte fácil hacer pedazos las rocas en tu propio mundo, pero encontrarás que los materiales en este lugar, son un poco más resistentes, y si no quieres salir seriamente herido, te sugeriría que no lo intentaras con esos muros. -Sin más, abandonó la habitación, dejándola nuevamente en tinieblas.

¿Tal y como era ahora? ¿Es qué acaso no lo seguiría siendo?

Debieron pasar horas sin que hubiera algún tipo de movimiento

o sonido, a excepción de los extraños quejidos que el nada agraciado

carcelero, emitía en su triste intento por respirar. David repasaba en

su cabeza miles de planes, cientos de ideas, todas topándose en la

misma pared de la incertidumbre.

Había deseado llegar a ese mundo. “Bueno ¿y ahora qué?” se

preguntó varias veces. La verdad es que el primer paso había

resultado mucho más fácil de lo esperado, tanto así que lo había

cogido sin ninguna especie de estrategia. Pensó en los chicos y en

Gabriel. Ciertamente su captura debió romper la armonía que con los

últimos días se había cosechado.

Pero esperaba que no decidieran ir por él. ¿Qué caso tenía? Ellos

podían defender a la humanidad sin su persona. No es como si los

hubiera dejado desarmados; ellos eran más que capaces.

No, no servía de consuelo.

Después de lo que se sintió fue, un día completo, varios pasos

resonaron en el eco de la subterránea prisión. La ya conocida luz

violeta, hizo nuevamente visible el maloliente agujero. Un sujeto con

rostro duro, lleno de cicatrices, buena forma física, un cabello negro y

lacio que caía por detrás de su nuca y ataviado con una armadura

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carmesí y una elegante capa de tonos tintos, bajaba por las escaleras,

escoltado por criaturas que compartían la misma textura física de

Goroc-me de aspecto petrolizo, pero definitivamente no su misma

complexión. Medían casi dos metros y su figura era similar a la de un

humano, sólo que tres veces más fornido que cualquiera que David

hubiera visto en toda su vida. Sus brazos eran del tamaño del tronco

del chico, y llevaban empuñadas, grandes lanzas con lo que parecía

ser un Onix muy, muy filoso. Irregulares salientes de aspecto agudo,

en diversas partes de sus anatomías, les daban un aspecto más

temerario aún, del que sus feroces fauces símiles a las de un tigre les

proporcionaban. Sus ojos, rasgados y amarillos, completaban la obra.

El hombre se dirigió al frente de la celda que contenía a David y

saludó inclinando la cabeza de manera muy educada para alguien

que privaba de la libertad. Goroc-me se había puesto tan nervioso,

que se cuadró ante los llegados y permanecía lo más alejado que la

estructura rocosa le permitía.

-Soy el general Ermus, encargado de la división del norte y segundo al mando del ejército al servicio de Parac-do –se presentó en hombre de las cicatrices-. Estoy aquí para llevarte ante la presencia de nuestro señor, Adam-acondo, líder espiritual de nuestro mundo.

-Qué amables –respondió en tono retador David; era lo único que se le ocurría hacer en ese momento: ponerse a la defensiva.

-Hay dos opciones que puedes tomar en tu trayecto. Puedes ir voluntariamente o de forma obligada. Yo, debo recomendarte la primera –David no supo qué responder a ello, pero el general no le dio más tiempo.

Ermus le hizo una señal al carcelero, quien con movimientos

absolutamente torpes, se dirigió a los barrotes cargados de Arum. El

grotesco personaje recitó unos indescifrables sonidos y con uno de lo

que seguramente eran sus brazos, tocó la reja, que desapareció como

si se hubiese diluido en el aire.

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David, no dispuesto a ser tratado como uno más de esos

soldados, atacó con uno de sus mejores golpes al general. Ermus, casi

sin inmutarse, esquivó con grosera facilidad el impacto, y tomó con

una sorprendente fuerza el antebrazo de David, obligándolo a caer

con un estruendo al horrorosamente duro suelo. Cuatro lanzas

amenazaron con absurda rapidez, el cuello del chico.

-Mala decisión –determinó Ermus. -No… me… digas –alcanzó a responder David.

Fue encadenado de manos y pies con grilletes de un peso

sorprendente y una dureza aún mayor. Los cuatro soldados rodearon

al sello y siguiendo Ermus, abandonaron las profundidades de la

prisión.

Subieron por estrechas escaleras que obligaron a David, quedar

totalmente atrapado entre los cuatro bestiales cuerpos; apenas si

podía respirar y el trayecto de doce escalones, le pareció una

eternidad. Ya arriba, se condujeron por un pasillo (un poco más

ancho, para alivio de David) que daba la impresión de ser un agujero

creado por un enorme topo. El camino era irregular, y en algunos

tramos tenían que agacharse en orden de no golpear sus cabezas

contra las rocas. Una abertura por donde apenas parecía caber

alguna de las moles que lo escoltaban, apareció justo frente a ellos.

Lo que vio David al salir, lo dejó sumamente asombrado. Estaban

en lo que aparentaba ser un campo de trabajos forzados. Miles de

criaturas de piel negra reflejante y con distintas dimensiones

corporales, trabajaban sin descanso tratando de sacar enormes pilas

del material parecido al ónix (material que parecían utilizar para

todo ahí) con sus propias manos (¿garras?) mientras guardias más

del tipo de los que lo arrastraban, observaban que todo funcionara en

orden. Pero sin duda lo que más impactó a David, fueron los tres

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enormes soles de distintos tonos de rojo. Pintaban el cielo y todo

aquello que iluminaban en la tierra, con escandalosos carmesís.

Siguieron un sendero que los condujo a la cima de la colina que

cubría los campos de trabajo. Al librar dicho obstáculo, David se

encontró con un castillo que superaba todos los estrechos límites de

su imaginación. Con monumentales paredes del ya repetitivo

material, se levantaba demasiados metros como para contarlos,

sobre el nivel del suelo. Cuatro fantásticas torres postradas en las

esquinas de la construcción y cientos de símbolos grabados en color

plata por toda la estructura, vestían aquello, con un dejo de elegancia.

Era la cosa menos infranqueable de toda la historia. O así le parecía a

David.

Se dio cuenta además, de que se encontraban frente a la cara

posterior del castillo, por lo que siguieron el sendero hasta recorrer

los casi dos kilómetros de distancia que los llevaría hasta la parte

frontal.

David pudo observar en el trayecto, cientos de construcciones

significativamente más pequeñas, con forma de caparazón de

tortuga, de donde salían ocasionales parac-tos, sólo para observar la

llegada del forastero. Los parac-tos no tenían una forma definida, no

eran genéricos, en ese aspecto, no se parecían mucho a los humanos.

Daba la impresión de haber diferentes razas o tipos de esos seres,

pues la diferencia entre los soldados, y los que podían identificarse

como civiles, era considerable.

Además de la curiosidad que parecía moverlos a salir de sus

casas, no daban muestras de algún otro tipo de emoción. Una vez que

echaban un vistazo del prisionero, daban media vuelta y entraban a

sus guaridas, sin hacer otro tipo de aspaviento.

La puerta principal del castillo, era de un metal gris y tenía

tallada una escena que David esperaba, fuera simbólica. Un titánico

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ser omnipotente ataviado con una túnica parecida a la que vestían los

antiguos griegos, rodeaba con sus brazos tres figuras elípticas que sin

duda representaban los tres soles que flotaban sobre ellos. Dos

soldados resguardaban la imponente entrada, ambos hicieron lo que

David entendió por un saludo militar y dieron espacio a los recién

llegados.

-Amestru denos –rezó Ermus y la gigantesca puerta cedió al instante.

Entraron sin demora. Cruzaron un largo pasillo que albergaba

decenas de cuadros y otros ornamentos. Llamas azules iluminaban el

trayecto, según la posición de los andantes.

David trataba de observar rápidamente los retratos que

adornaban los negros y lisos muros. No podía entender de dónde

sacaba la curiosidad en un momento como aquél. Sin tener un vistazo

claro de ellos, creyó distinguir en los trazos a seres similares a los

parac-tos, que enfrentaban criaturas que David esperaba que fueran

míticas. Había también paisajes bélicos y de franca destrucción. Ese

mundo no veía el vaso medio lleno de la vida.

Cruzaron varios pasillos más e ignoraron cientos de salidas a

rumbos desconocidos. Pasaron infinidad de armaduras y esculturas

de lo que aparentaban ser héroes locales o divinidades santificadas;

cada una con una apariencia que hacía juego con aquella dimensión.

Todo eso hasta encontrarse de frente con una, definitivamente sólida

pared. Ermus postró sobre ella la palma de su mano y en un instante,

el muro ya no existía, dando lugar a la habitación más sorprendente

que David había visitado.

Todo parecía hecho de cristal. El cielo se veía tan claramente

como lo haría en el exterior; los tres soles bañaban con su muy

limitada luz, los rincones más escondidos del gigantesco cuarto.

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El sello titubeó al dar un paso más. El suelo era tan trasparente

como el techo y sus paredes laterales y daba la impresión de

terminar en un infinito agujero negro. Al encontrarse justo en el

centro de la habitación, se detuvieron.

-Ecus leterot –exclamó Ermus.

Todo alrededor tembló como si fuera a desprenderse del castillo.

El agujero negro del suelo se tragó toda la zona con ellos adentro. Y la

penetrante oscuridad que experimentó David en la prisión, volvió a

hacer presencia.

Las tinieblas dieron paso a lo que emulaba un salón real;

pasaron varios segundos para que David se diera cuenta de que, en

efecto, eso era.

Un espléndido trono de tallados soberbios y a unos escalones de

distancia, colocado en un pequeño pero elegante estrado, era

ocupado por un individuo de aspecto ceremonial. Su cuerpo estaba

cubierto de pies a cabeza por una túnica de un blanco inmaculado.

Bajo la sombra de una capucha, se dibujaba una tranquila sonrisa y lo

que tenía aspecto de ser una larga melena de cabello platino. El

sujeto sostenía una copa llena de un brebaje color oro y tenía

cruzadas las piernas, en señal de autosuficiencia y autoridad.

A los costados de David y su escolta, otros cuatro tronos de

considerable menor tamaño y ostentosidad, estaban ocupados, a

excepción de uno. En uno de ellos, estaba Mara, quien divertida por la

situación, los observaba con iluminada expresión, vistiendo su

singular protección corporal color ámbar. En los otros dos

descansaban un delgado y desganado muchacho con cara de enfado,

piel blanca y cabello negro descuidado (vestía una armadura gris con

detalles en plateado) y un corpulento sujeto, que con rígida posición,

guardaba un permanente estado de firmes. Cabello rubio corto, cara

labrada en piedra y armadura color azul, con bordes plateados. David

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imaginó atinadamente, que el lugar libre pertenecía a Ermus, el

hombre que le escoltaba y había clamado ser un general.

Justo al pie de las escaleras que conducían al enigmático

individuo de bata blanca y obvio líder, se encontraban Ava y Baltasar.

La chica le dirigía una prepotente mirada aderezada con una burlesca

sonrisa. David la odiaba más a cada segundo.

Detrás del trono principal, estaba parado un misterioso sujeto

que ni siquiera había notado al principio. Vestía una túnica de color

marrón que no dejaba ver un ápice de su piel.

La habitación era del cansino color negro que pintaba el resto

de aquel mundo, con ligeros detalles que parecían escrituras de un

extraño idioma y una mancha de color violeta, que reaccionaba a

cada cuerpo que realizaba un movimiento.

Un sepulcral silencio establecía un ambiente de expectativa;

David podía sentirlo, todos habían ansiado ese momento. Era el

premio a muchas batallas perdidas. Eso no lo tranquilizaba en lo más

mínimo. Esa espera, era casi peor que no entender lo que hacía

parado frente a lo que tenía aspecto de ser un pelotón de

fusilamiento. Se preguntó ¿cómo es que había llegado a esa situación?

Hace menos de un año, iba de comunidad en comunidad

sobreviviendo a una amnesia, con sus mejores amigos.

Entendió por fin (quizá causado por el sentimiento de estar

encarando su posible final) que las acciones tomadas desde entonces,

no habían sido, sino egoístas. Si su vida acababa ahí, sería en vano. No

había podido ayudar a nadie; su ira y poca filantropía, lo hicieron

caer en las fauces de una bestia, que no pensaba dejarlo ir nunca más.

Qué estúpido e insensible había sido. ¿Era acaso, una perfecta excusa

el que todo haya pasado tan deprisa? Cada momento le parecía más y

más, que no lo era.

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Entonces, a minutos de conocer su destino, comprendió que no

tenía miedo a morir, sino a morir por nada. Quería pensar que, de

tener una oportunidad, haría todo diferente. Sin duda lo haría. Adam

hizo un movimiento que pareció cortar de tajo sus pensamientos y

comenzó.

-David, uno de los famosos sellos. No sabes la alegría que me causa tu presencia en mi humilde morada. Me contrarió el hecho de que no aceptaras mi invitación hace algunos meses.

-Bueno, quizá las formas no fueron las más adecuadas –respondió David, haciendo acopio de todo su valor y evitando de alguna forma que su voz no se quebrara.

El corpulento sujeto rubio en la armadura azul, se incorporó

ofendido ante la osadía.

-¿Cómo te atreves? Sucio humano. ¡Mostrarás respeto a nuestro señor! –gritó con colérica voz.

-Tranquilízate, mi fiel Casius. Seamos amables con nuestro invitado –pidió Adam.

Casius obedeció con una mirada que por sí misma, tenía el

aspecto de poder despedazar a una persona.

-David, no suelo tener ningún tipo de respeto por tu raza, pero he de admitir que tu caso es sumamente diferente. Creo, por lo tanto, que tienes el derecho de saber, qué está a punto de suceder.

-¿Diferente? –preguntó- ¿Por qué “diferente”? -Lo único que podría despertar consideración hacia ti en este,

nuestro mundo. Dime antes ¿Qué te ha parecido? -Intrigante. -Muy diplomático de tu parte. Pero acusando a lo que

verdaderamente has pensado y la inequívoca opinión que otros te han compartido –David pensó inmediatamente en Uriel- debo darte la razón. No es precisamente, un lugar acogedor.

Adam se paró como si estuviera a punto de dar una cátedra de

historia. Y a grandes rasgos, eso fue lo que hizo.

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-Siempre para un bueno, existe un malo, El ying-yang, lo llaman ustedes, me parece –David se encogió de hombros, si lo había escuchado, no lo recordaba-. Hay entes positivos y negativos, un balance que acata las reglas de la naturaleza, en cada aspecto existente de este universo. Todo embona, ¿lo ves?

David se tomó un momento para observar al resto de la

audiencia; la tensión crecía en sus mandíbulas. La cosa no iba a

mejorar de aquí en adelante.

-Cuando nuestros mundos fueron creados, una injusticia se cometió. Pero de nuevo, el universo no está hecho para que sea justo. Fue su mundo, en un azaroso giro del destino, que alcanzó los aspectos positivos de una energía que, hasta hoy, no han hecho los méritos para merecer. Una energía que creó un mundo con vastos recursos, con millones de oportunidades para una raza poco menos que mediocre como la suya.

Aunque las palabras estaban cargadas de un resentimiento que

Adam debería estar transpirando, el tono que utilizaba el soberano,

era el de alguien hablando del clima; con una tranquilidad que de ser

posible, ponía más nervioso al chico.

-Mi misión y la de mis hermanos aquí presentes, es cambiar esa situación. Si el destino decidió darnos la espalda de tan grosera forma, nosotros hemos de hacer que nos mire a los ojos. Nuestra energía hizo lo que pudo con su limitada capacidad de creación, y henos aquí, como el más grandioso de su resultado.

Adam bajó los escalones que lo separaban de David, y cara a

cara, siguió su discurso.

-Hay dos cosas, humano, que de seguro no sabes y siento, es mi deber hacerlas de tu conocimiento.

-¿Y esas, serían? -La primera es que, dentro de las limitantes del poder de

nuestro amado Arum, lo destructivo no es una de ellas. Verás, donde su capacidad creativa y constructiva falla, en la batalla es una gran

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ventaja sobre su querido Lumen. No deberían, por tanto, tratar de pelear con nosotros.

-Creo que si mal no recuerdo, ustedes han hecho el primer movimiento –indicó David, mientras sentía cómo el miedo era sustituido por temple.

-Nos has confundido con una manada de bárbaros. Nuestra intención no es convertirnos en una sociedad bélica.

-Y sin embargo, henos aquí –ironizó David. -Y sin embargo, henos aquí –repitió Adam.

El solemne parac-to se descubrió la cabeza, dejando al

descubierto un rostro de finas facciones, ojos de sabiduría ancestral y

un cabello liso, de un color gris plata casi pretencioso. Adam volvió a

su trono y con elegancia absoluta, tomó su lugar para después dirigir

una complaciente mirada al muchacho, como burlándose de un

completo ignorante.

-¿Cuál es la segunda cosa que debo saber? -En este balance de buenos y malos, siempre tiene que haber

un eje. Algo que se posicione en el punto neutral de la discordancia. Algo que no obedezca a las reglas del positivo y el negativo, algo que se pueda mover en ambos límites de la báscula: Un factor cero.

-Presumes que no estoy enterado de ese aspecto –dijo David, con algo que intentó pasar por una expresión de confianza.

-Tú presumes estarlo.

Hubo cierta algarabía en el salón. David había tocado un nervio y

los parac-tos se expresaban al respecto.

-Dime una cosa, David. ¿Sabes por qué te hemos traído aquí? –preguntó con tono siniestro Adam.

-¿Parece que lo sé? Para todo propósito y efecto, yo habría pensado que en este momento, ya estaría muerto.

-Ese eje, representa una esperanza real para nuestro mundo. El factor cero es un arma que puede darnos la inequívoca ventaja de poder movernos en ambos mundos. ¿Sabes por qué? Es simple, el factor cero es un recipiente, es la ventaja de poder utilizar nuestra

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energía en tu mundo. Estratégicamente hablando, sería una quimera para la causa, para cualquiera de las dos. Estás aquí, David, porque serás tú, quien nos entregue esa ventaja.

-¿Qué? ¿Acaso han perdido la razón? –exclamó un sorprendido David-. Yo no sé dónde está ese objeto. Acabas de acusarme de no saber de él.

-¿Objeto? David, nadie ha dicho jamás que el factor cero… sea un objeto.

Entonces algo parecido a un rayo golpeó el cerebro de David.

Adam no tenía que explicarle nada más. Su necesidad de algo

desconocido, calmada por su estancia en esa dimensión. Su actual

necesidad de Lumen, causada por lejanía de su propio mundo. Él

necesitaba ambas energías, era capaz de sentirlas porque…

-Sí, así es. Tú eres el factor cero –sentenció Adam.

El piso le dio vueltas, un fuerte vértigo se apoderó de su sentido

de la orientación. Él era aquello que había resultado de una disputa

milenaria. Trató de hacer memoria sobre lo que Equímides les había

contado ese día, pero la cabeza había escogido justo ese momento

para quedarse completamente en blanco.

-Es por eso que hasta ahora sigues con vida, a pesar de las múltiples oportunidades que hemos tenido para arrebatártela. Es por eso que puedes sobrevivir a este mundo el tiempo que quieras.

David se obligó a no bajar la mirada, a no ser derrotado por la

terrible confusión que se apoderaba de él con cada segundo que

pasaba. Aquello no podía estar sucediendo. Él ¿Un arma creada hace

millones de años?

-Sin embargo, no está en tus manos despertar semejante poder. Después de todo, eres un simple humano. Pero no te desanimes, nosotros tenemos la habilidad y el conocimiento para otorgarte tan grande honor. Una vez que lo hagamos, verás nuestra causa desde una mejor perspectiva.

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-¡Yo no quiero tal cosa! –David había sido finalmente vencido por sus impulsos-. ¡Prefiero morir antes que darles cualquier tipo de ventaja!

-Confundes mi gentileza con consideración. No es algo que te esté proponiendo, es algo que va a suceder, además ¿No crees que quizá tu amiga esté más segura si tú colaboras? Aún sigue con vida, pero eso, como casi todo en este mundo, depende de una decisión mía.

David enmudeció ante este último comentario. Entonces era

verdad: Samanta seguía con vida. No podía morir sin salvarla, no

podía irse sin salvar a su propio mundo.

Dos pares de brazos lo sostuvieron con titánica fuerza. No había

forma de que se zafara del abrazo del general Ermus; era uno de

excesiva firmeza. Sus gritos de rabia resonaban por todo el lugar, su

dolor iba más allá del físico. El enigmático hombre que se había

mantenido detrás del trono mayor, comenzó a dirigirse hacia él.

Llevaba en las manos el ya conocido medallón que revolvía todas sus

entrañas. Cuando el artefacto se acercó a su cuerpo, sintió cómo el

tortuoso pesar regresaba con más fuerza que nunca.

-Maret-da lequeno-ti-am, barezco-dami, evresin-terá –rezó en inexplicable dialecto, el hombre.

-¡No! –gritaba David con toda su fuerza y sufrimiento.

Entre risas y festejos a cada grito que emitía, perdió el

conocimiento y entró en el más profundo de los sueños.

Una ruidosa nave se preparaba para salir del monstruoso

hangar. Cientos y cientos de cajas llenas de artefactos para medir

espectro de Lumen y manipular la energía al antojo, descansaban

ahora en el interior del enorme aparato.

Hombres de aspecto y traje militar, habían subido con rapidez y

disciplina, una a una las pesadas cajas contenedoras del delicado

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equipo. Otros sujetos de bata, verificaban los últimos datos que se

ingresarían en la red que utilizarían en el remoto lugar, antes

conocido como América central.

Desde una posición neutral, Joel Nichols supervisaba los

movimientos preparatorios para el viaje de investigación que se

disponían a emprender. O eso le hacía creer a todo mundo. El jefe de

investigaciones, un hombre de edad avanzada, espalda curva y cara

semejante a la de una pasa, se acercó alarmado a Joel, con una tabla

llena de datos incomprensibles para cualquier humano promedio.

Joel, que fumaba un cigarrillo, estaba distraído en ese momento

sacudiendo algo de ceniza que aterrizó en el saco negro y elegante

que vestía en combinación con un sencillo conjunto, no vio llegar al

anciano hasta que éste le hubo hablado casi al oído.

-Señor Nichols, he revisado los datos que las lecturas de Lumen han arrojado sobre el presunto lugar de la fuente. Señor, no hay nada que asegure la existencia de dicha concentración. Le pido que posponga el viaje hasta tener más información y certeza.

Joel tuvo que reprimir las ganas de soltar una carcajada en la

cara de uno de sus más confiables trabajadores. A final de cuentas,

nadie tenía por qué saber de sus planes.

-Tranquilo, Mel. Ahí estará. Prepara al primer escuadrón –le dijo esto al capitán del comando armado-. Salen en T menos 5 minutos. Llévate al doctor contigo, es tu responsabilidad ahora y cuiden a nuestros invitados –pidió refiriéndose a los flacuchos arqueólogos impuestos por los trece, que en ese momento ingresaban a la nave que cargaban los artefactos.

-Sí, señor –afirmó el capitán-. Por aquí, doctor –le solicitó al viejo científico, quien sólo alcanzó a lanzarle a Joel, una lastimera expresión de inconformidad.

El comunicador de Nichols, sonó justo en ese momento. Al ver de

dónde provenía la llamada, una torcida sonrisa alargó sus gruesos

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labios. Era de la base central de Focus Lumen, los laboratorios

principales.

-Reporta –ordenó Joel. -Señor ¡es un éxito! Los núcleos han funcionado a la perfección.

La unión parece ser efectiva hasta cierto punto. Si tuviéramos un ser activamente consiente del Lumen, que nos indicara el camino, mañana mismo podríamos empezar la fusión. De cualquier manera, en unos meses podríamos estar hablando de una producción en masa.

-Fabuloso, sigan trabajando. Quiero un reporte completo lo más rápido posible.

Colgó con el entusiasmo subiendo por su garganta. Las cosas

habían cambiado de manera trepidante. El enmascarado había

cumplido su parte del trato. Recibieron hace un par de días, un

extraño paquete en las instalaciones de la empresa. Dentro,

descansaba un recipiente contenedor, de lo que parecía ser un núcleo

natural de energía. Una píldora del tamaño de un chícharo, rodeada

de una caja de cristal. Al estudiar los aspectos a mayor escala, se

dieron cuenta de que el núcleo mantenía en perfecta armonía, al

Lumen que se compactaba a su alrededor. La idea era, añadir

quirúrgicamente, el núcleo en la espina dorsal del sujeto y esperar

que ésta se aunara al sistema nervioso central del individuo. Había

funcionado.

Era eso: el eslabón perdido de años y años de investigación.

-Listos para despegar –le anunció el capitán. -Bien, en cuanto lleguen, reporten en línea directa a los trece.

La fachada debe ser construida lo más pronto posible ¿Quedó claro? -Sí, señor

El militar se despidió y subió inmediatamente a la nave. Los

ilusos arqueólogos impuestos por los trece, irían todos en la primera

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nave, con la promesa de ser ellos quienes tuvieran la mano superior

en las decisiones que concernieran a la investigación.

“Idiotas” pensó. ¿Cómo podían perseguir conejos blancos? La

fuente era sólo una estúpida leyenda de pueblos que habían dejado

de existir hace miles de años. Supersticiones y leyendas. Él perseguía

ya, sólo objetivos reales, y si para eso, era necesario venderles

espejos a unos cuantos, no se tentaría el corazón.

Los trece habían hecho estúpidamente su parte. Ahora tenía

acceso a todos los elementos que necesitaba y si ese ingenuo hombre

de la máscara, pensaba que tendría terreno libre para hacer lo que le

placiera, se llevaría una desagradable sorpresa.

Un estruendo anunció la partida de la primera nave. Las otras

dos sólo lo llevarían a él y a un buen número de militares; sus

destinos eran distintos.

No le cabía la menor duda. Aquello no sería tan fácil de ahí en

adelante.

“No ha sido tu culpa” le habían dicho casi por turnos a

Tessa. Sin embargo, ella sabía, los escuchó hablar antes, cuando

creyeron que dormía. Todos acudieron a aquel claro en el bosque

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porque sintieron los ataques que hizo en contra de David. Si era así,

los parac-tos definitivamente no lo habían pasado por alto tampoco.

Su despliegue de energía había causado la captura de David.

Las primeras horas de regreso en el panal habían sido muy

difíciles. Apenas si tuvieron tiempo para explicarles la situación a los

aldeanos y salir de Aliquid Novi en polvorosa. Caras largas de todos,

planes desesperados y ridículos, silencios espectrales que se

extendían por horas, habían sido la prerrogativa del momento.

Equímides trataba de encontrar una explicación al porqué del

secuestro, pero no hallaba nada en sus lecturas sobre el futuro, que

dejara en claro la situación. Se había encerrado en el cuarto de las

situaciones y no daba señales de salir pronto.

Gabriel se sentía tan culpable de lo ocurrido como la misma

Tessa. De no haberlos mandado allá, esto jamás habría ocurrido, pero

a diferencia de Tessa (quien trataba de dormir para pasar la

depresión) entendía que de nada servía enclaustrarse en ese

taciturno estado; ahora no, por lo menos.

-¿Podemos ir allá? –preguntó Kira- ¿A Parac-do? -Sería una mala idea, no sobreviviríamos mucho tiempo ahí –

explicó Gabriel. -¿Pero, es posible? -Sí, lo es; pero no aconsejable. -¿Cuánto puede aguantar David? –preguntó Razi. -Un día terrestre, máximo. -No necesariamente –interrumpió Equímides.

Después de casi cuatro horas de ausencia, el oráculo había

abandonado el cuarto de las situaciones y no lo hizo con una

esperanzadora expresión. En su rostro se dibujaba la preocupación

de alguien que descubrió una horrenda verdad.

-¿A qué te refieres? –quiso saber Gabriel.

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-Las intenciones de los Parac-tos son claras ahora. Puedo verlo ya. Piensan atacar este mundo.

-¿Cómo? Es el mismo problema que tenemos nosotros ¿no? –cuestionó Kira–. No pueden sobrevivir mucho tiempo en nuestro mundo.

-Creo, que pueden.

Incluso Tessa salió de su ensimismamiento al escuchar eso. Por

un momento pensó que aquello significaba que David había muerto.

-Los cuatro sellos deben estar rotos para que les sea posible. Aún si David estuviera… -trató de decir Gabriel.

-No creo que lo esté –aclaró Equímides-. Hay otra forma. Los sellos evitan el flujo de energía entre ambos mundos, pero ¿y si tuvieran algo que actuara como catalizador? Algo que les permitiera transportar energía de un mundo a otro.

Gabriel miró con expresión perdida por unos segundos al viejo

oráculo. Sus palabras no tenían sentido, sugería que la energía se

podía manipular como agua y hubieran encontrado la perfecta

cantimplora para hacerlo, pero ¿de dónde sacarían dicho

instrumento? La respuesta le golpeó entonces la cabeza, como el

viento ártico más frío del universo. Si pudiera vomitar, lo estaría

haciendo.

-El factor cero –adivinó Gabriel. -¡¿Qué?! –se escandalizó Kira- pero… ¿lo han encontrado? -David –dijo fuera de sí, Tessa. Sin darse cuenta de que lo había

dicho en voz alta-. David es el factor cero. -¿Qué… es eso? –preguntó Razi, a quien hasta ahora, nadie le

había explicado aquello. -Entonces… es por eso que no lo mataron –comprendió Tessa,

ignorando el desconcierto de Razi-. Lo necesitan. -¿Cómo es que nunca lo notamos? ¿Cómo es que ellos lo sabían?

–interrogó Gabriel a Equímides, mientras Kira le explicaba a Razi, tan claramente como podía, lo que era el factor cero.

-No lo sé, no lo sé –se lamentó Equímides.

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-Esas anomalías, ese comportamiento extraño en su Lumen –balbuceó Gabriel.

-Aun así, era imposible saber que se trataba del factor cero –aseguró Equímides-, simplemente no era posible –se lamentaba-. Los meratsus debieron haber previsto que un sello sería el perfecto escondite para el factor cero. Casi indestructible, se transportaría junto al sello cuando éste cambiara de recipiente, sería tan eterno como el mismo sello. Pero igualmente indetectable, cubierto por el poder que protegía al recipiente. Simplemente no me explico cómo es que ellos lo sabían.

Gabriel sabía que jamás encontraría la respuesta. Si ni el mismo

Miguel Ángel lo había descubierto, ¿cómo él u otros podrían haberlo

hecho? Se sentía perdido en un mar de dudas. Quizá su hermano lo

sabía, y decidió esconderlo ¿Cómo estar seguro? Ya ni siquiera sabía

si podía confiar en el juicio del más viejo y más sabio de los obeliscos.

Los abandonó cuando más lo necesitaban, no sólo a él, a todo el

mundo.

Además, ¿era cierto lo que decía Equímides? ¿No era posible

saberlo? ¿O simplemente lo pasaron por alto? Todo esto aunado a su

estúpida idea de Aliquid Novi. Qué idiota había sido; no se sentía con

miles de años.

-Dicen que… -irrumpió Razi en el extraordinario estupor que se había creado- los parac-tos han decidido atacar nuestro mundo ¿Cierto?

-Sí, así es –confirmó Equímides. -Eso, en realidad, no es tan mala noticia.

Todos se volvieron a verla como si acabara de maldecir en voz

alta, todos excepto el oráculo, quien había pensado exactamente lo

mismo.

-Bueno, no podíamos enfrentarlos en su propio mundo ¿verdad? Ya que no duraríamos mucho tiempo. El hecho de que la batalla se lleve a cabo en el nuestro, elimina esa desventaja. Además,

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entiendo que necesitan traer consigo a David para poder vivir aquí. Así que…

-¡Es cierto! –exclamó Tessa por primera vez con un poco de esperanza- aquí podemos pelear, recuperar a David y acabar con esto de una vez por todas.

La madera que se consumía en la voraz chimenea del cuarto

común del panal, crujía mientras todos clamaban a favor de la nueva

idea. Todos a excepción de Gabriel, quien de un salto se puso de pie y

agitó con una negativa su cabeza. Los ojos casi naranjas del obelisco

miraban con determinación a sus pupilos, los cuales le regresaban

una expresión de asombro. Sacudió su corto cabello negro como

señal de frustración, mientras endurecía su blanco rostro de manera

determinada.

-Iré yo. No voy a arriesgarlos de nuevo –determinó Gabriel, quien ya abandonaba la habitación.

-¿Eso es todo? ¡¿Iré yo?! –exclamó irritada Tessa-. Ni si quiera creas que puedes evitar que te acompañemos.

-Claro que puedo. -Es… nuestro amigo –se inmiscuyó Kira-. Como tú lo eres. No

podemos abandonarlos. -Gabriel, no puedes con todos ellos ¿Y qué va a pasar cuando te

maten? ¿Qué vamos a hacer nosotros? Porque sabes que eso es lo que va a ocurrir. Eres muy fuerte, pero no más que toda una dimensión. Nos necesitas –le aclaró Razi.

Gabriel, que ya le daba la espalda al grupo, se mantenía inmóvil

en el marco de la puerta. Todos miraban con aire expectante la

posible reacción del obelisco.

-Es nuestro mejor plan, Gabriel –añadió tranquilamente Equímides-. Los has entrenado bien. ¿Qué acaso no puedes verlo en su terquedad? Es idéntica a la tuya, mi buen amigo.

Tessa observaba con ansiedad al obelisco. Sentía cómo sus

piernas temblaban con la misma emoción de esperar los resultados

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de un examen. Tenía que enmendarlo, tenía que salvarlo. Ella

necesitaba salvarlo; saber que estaba bien.

-Sí que lo es –aceptó Gabriel, dándose media vuelta con una sonrisa que se sabía derrotada-. Lo es en verdad. Está bien –dijo para la algarabía de los chicos-, pero necesitaremos ayuda antes. Equímides, ¿en cuánto tiempo?

-Menos de un día. -¿Podrías, entonces? -Claro, iré para allá. Ustedes deberían descansar –sugirió

Equímides dirigiéndose a los sellos.

Sin decir una sola palabra más, se tele transportó, dejando tras

de él apenas una estela de energía. A Tessa no le gustaba la idea de

espera más tiempo, pero entendió que no había mucho que pudiera

hacer. Gabriel les pidió que durmieran lo más posible, partirían en

cuanto Equímides regresara.

-¿A dónde? –cuestionó Kira. -Ya lo verán. Descansen.

Los chicos se turnaron para utilizar la regadera. No cruzaban

palabras entre ellos; cada uno afrontaba la situación a su manera.

Tessa se dio un baño de lo más prolongado, al ser la última,

disponía del tiempo necesario y sabía que sería inútil tratar de

dormir en ese momento. Casi de forma inconsciente, repetía una y

otra vez el nombre de David. Trataba de imaginarse lo que podía

estarle sucediendo en ese momento. Por primera vez entendió

claramente lo que el chico sentía cada vez que éste, pensaba en

Samanta. Apenas si podía soportar la espera, ¿cómo es que él había

aguantado casi un año? Había sido tan insensible horas atrás. Egoísta

como siempre la educaron. Pero por supuesto que David tenía que ir

por su amiga, simplemente no había querido entenderlo, sólo quería

que él no se fuera. No la dejara ahí.

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Entonces la película de lo sucedido, corrió nuevamente en su

cabeza. Los gritos, la pelea, la llegada de los parac-tos… el rapto, su

propia estúpida cara de confusión cuando se lo llevaron, ese extraño

medallón. Era su culpa, no importa lo que los demás dijeran.

Subió a su cuarto y después de ataviarse con la primer pijama

que se encontró, se metió debajo de los dos delgados edredones que

cubrían su cama y cerró los ojos en un ya por demás inútil esfuerzo.

Daba vueltas propulsadas por la ansiedad que carcomía su mente. En

algún momento se deshizo de las mantas y maldijo con el rostro

cubierto por una almohada, ahogando casi por completo el grito.

Dos horas después, la desesperación y los sollozos, fueron

vencidos por un abrazador sueño que tranquilizó a Tessa lo

suficiente para que las lágrimas de su rostro se secaran. Había

llorado de nuevo, jamás se había sentido tan humana como en los

pasados meses. Por primera vez no tenía que pretender más fuerza y

entereza de la que en realidad poseía. Era eso, más que cualquier otra

razón, lo que la llevo a quedarse ahí.

En lo que pareció ser un parpadeo, Gabriel tocó a su puerta y le

anunció que era hora de partir. Se cambió de ropas tan rápido como

pudo y se unió al resto, que ya la esperaba en la estancia, incluyendo

al mismo Equímides.

Sin preguntas ni algún otro tipo de comentarios, se sujetaron

todos a Gabriel y Equímides, dejando por lo que no sabían, sería un

largo tiempo, el cálido y acogedor panal.

Se materializaron de golpe en una extensa ladera que estaba

cubierta por desmedida vegetación hasta el más alejado de sus

horizontes. Lo árboles no eran muy altos ni frondosos, lo que

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permitía que los rayos del sol se filtraran como pequeñas manchas

blancas aquí y allá, moteando el paisaje.

Siguieron al oráculo, quien con paso apresurado, se dirigió

cuesta arriba hasta llegar a un acantilado de gran altura. Cuando

asomaron la mirada, descubrieron el vasto océano, que se extendía

hasta donde los límites de su vista les permitían.

Equímides señaló una pequeña vereda que descendía hasta la

mitad del peñasco y sin chistar, bajaron de uno por uno con extremo

cuidado, ya que el camino era penosamente delgado y aunque la

caída no les haría mucho daño, ciertamente sería un incómodo

contratiempo.

Al recorrer casi tres cuartas partes del camino, pudieron

observar en un punto alejado de la costa que se curveaba de manera

horizontal, unas viejas ruinas de algo que apenas sobrevivía al

tiempo. Eran rocas de antiguas edificaciones de un color blanco

percudido, las cuales descansaban cerca de una barrera de piedras

donde las apenas notables olas se reventaban.

-¿Dónde estamos? –preguntó Kira, vencido por su eterna curiosidad.

-En las costas de lo que alguna vez fue Grecia –contestó Gabriel-. Es la isla de Santorini, pero ya habrá tiempo para clases de geografía.

El estrecho camino terminaba en una pequeña entrada a la

montaña que recorrían. Ingresaron por turnos y exploraron con la

vista un enorme espacio que podía fácilmente albergar una pequeña

manada de elefantes.

-Vaya que les gustan las cuevas –hizo notar Tessa. Lo que causó una sonrisa en Razi.

-El mundo actual ya no es hogar para seres de nuestra naturaleza –aclaró Equímides-. Además, nuestro anfitrión siempre lo ha preferido así.

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Nadie preguntó nada acerca del anfitrión, ya que era claro que

no tardarían en conocerlo. Gabriel iluminó el lugar con una pequeña

llama de Lumen, descubrieron entonces una pequeña abertura que

sin duda era el resto del camino. Equímides lo confirmó cuando, sin

decir nada, la atravesó.

Mientras recorrían el nuevamente estrecho espacio, un alegre

silbido salió de la pequeña mochila verde que Kira se había

empecinado en llevar. El chico abrió el cierre y dejó salir a Pi.

-¿Para qué lo trajiste? –preguntó Razi. -No podía dejarlo sólo. -¿No crees que podría correr más peligro en una batalla a

muerte? -Aún así, ¿qué tal si no regreso? No podía simplemente

abandonarlo.

El pequeño robot analizó rápidamente el espacio que recorrían,

dándole a Kira, datos precisos de la cueva como: presencia de aire,

composición de la roca, elementos en el suelo, etc. Kira observaba

esto con sumo interés, cuando el grupo se detuvo en seco. Se

encontraban al final del camino; una luz proveniente del mismo, hizo

innecesaria la llama de Lumen, por lo que Gabriel la extinguió de un

movimiento.

Salieron del claustrofóbico túnel y avanzaron en un espacio

mucho más grande que el que habían encontrado a la entrada de la

cueva. Pero eso no era ni remotamente lo más impresionante.

El lugar estaba tapizado por incontables objetos que daban la

impresión de ser artefactos inventados en la revolución industrial.

Había maquinaria que se movía al hechizante ritmo de los engranajes

y artículos alados que no parecían ser capaces de crear mucha

resistencia a la gravedad. Todo estaba hecho de distintas aleaciones

metalúrgicas, que parecían moldeadas por un excelso herrero.

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Algo que asemejaba a un auto compacto con incontables

modificaciones (con dos motores y tres pares de neumáticos)

descansaba en una de las orillas, rodeado de otros artefactos que

suponían ser vehículos (Kira incluso creyó haber visto un monociclo)

Un tren de juguete, dejaba rastros de vapor mientras se movía sobre

las cabezas de los recién llegados y cientos de pequeños juguetes

más, parecían reaccionar cuando el trenecito los pasaba de largo (en

un punto, una multitud en miniatura, levantó los brazos con vítores

caricaturizados)

Pero entre tantos y tantos artículos, lo que más destacaba y

ocupaba mayor espacio en la cueva, eran un sinfín de hermosas

armaduras. Las había de todas formas, colores y tamaños, incluso

algunas para caballos o paquidermos. Era un espectáculo

simplemente deslumbrante. Lo más impresionante, era el fino

detallado que adornaba los armatostes; hecho con escalofriante

precisión

Apenas si se podía avanzar en medio de todo aquel montañero

de metal. Equímides, que parecía saber lo que hacía, condujo al grupo

con el menor contratiempo que uno que otro artículo derribado por

la torpeza de Kira.

Por fin, el oráculo se detuvo.

-Cantharos ¿Dónde estás, buen amigo? He traído a los sellos.

Un derrumbe de objetos al fondo, anunció que el llamado había

sido escuchado. Los chicos no podían ver a nadie, sólo observaban

varias cosas siendo desplazadas de su lugar; alguien se abría paso

entre el mar de metal.

Un hombre pequeño y regordete, salió de entre dos pesadas

armaduras. El diminuto sujeto recordaba a un escarabajo. Sus

extremidades eran alarmantemente cortas, su cuello era inexistente y

su cabeza era enorme en proporción. Parecía un gran ocho.

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En su cabeza, sólo había rastros laterales de un cabello

esponjando y enredado de un color café oscuro. Su nariz era larga y

puntiaguda y su boca era tan grande, que un puño gordo entraría ahí

son problemas. Quitó un par de gruesos visores de sus ojos

amarillentos y desgastados por la edad; aparentaban estar

terminando los cuarentas. Su prominente abdomen y sus regordetas

piernas, le daban un movimiento digno de un pingüino. Vestía un

mameluco de piel color marrón, unas botas que le llegaban hasta las

rodillas, una camisa delgada y blanca extremadamente manchada y

unos guantes grises resistentes al calor.

-¡Han llegado, han llegado! –exclamó con emoción y chillona voz Cantharos-. Pero qué gusto, sin duda. ¡Hola, Gabriel!

-¿Qué tal, Cantharos? ¿Cómo has estado? -No me puedo quejar; desde que los humanos ya no vienen por

aquí trabajo con mucha más libertad. -¿Por qué entonces no sales de este agujero? –preguntó Gabriel. -Ah, costumbres de un viejo lobo. Este es mi hogar –sentenció

el hombrecillo, para después fijar sus ojuelos en los sellos-. Lo lamento, qué descortés soy; mi nombre es Cantharos, un viejo herrero ni más ni menos. Ustedes deben ser los flamantes sellos.

-Sí, señor –contestó Tessa. -Oh no me llames así, no para nada; puedes tener confianza te

lo aseguro –indicó el sujeto, que emitía un extraño olor a humedad, como las hojas de un viejo libro-. Equímides me ha contado de su amigo, mucho lo siento en verdad.

-Gracias –dijo Razi. -Bien, pues el tiempo apremia, ¿no es así? Hagamos lo que han

venido a hacer. Vaya que redundo; no se fijen. -Disculpe pero ¿Qué hemos venido a hacer? –preguntó

tímidamente Kira. -¿Es qué no lo saben? Vaya, vaya, pues se llevarán una gran

sorpresa –exclamó Cantharos con una expresión que hacía brillar los ojos del pequeño individuo-. Vengan por favor.

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Siguieron el irregular paso del mediano hombre, mientras en

una acción completamente maquinada, hacía a un lado todo lo que se

le atravesaba. Cruzaron hasta el extremo contrario de la cueva, dando

tumbos y algunas maldiciones. Kira por supuesto, se tropezó un par

de veces antes de poder llegar a su destino.

Cantharos se detuvo a unos pasos de cuatro columnas de luz

incandescente, cada una de un color diferente. Unas bases dispuestas

en el suelo hechas de un metal parecido al oro, eran las encargadas

de despedir tan singulares brillos.

Cuando los sellos se hubieron acercado, descubrieron que esos

haces de luz, protegían unos artículos que flotaban justo en medio de

cada una de las columnas de energía. Eran guantes, o a eso lucían.

Cada uno del mismo color de su columna. Amarillo, verde, morado y

rojo.

Los guantes estaban forjados en metal, tenían articulaciones

suficientes para permitir el movimiento de los dedos y las muñecas.

Eran casi tan largos como el ante brazo, y tenían un mismo tallado de

líneas curvas de color gris que se expandía por todo el objeto, desde

los dedos hasta el final del guante.

-Les presento sus nuevas armaduras –anunció con emoción Cantharos, causando confusión entre los sellos.

-Son un tanto… -comenzó a decir Kira. -Escasas –completó Razi. -Ja ja ja ja, pero qué tontuelos. Se nota que nunca han visto un

Helm. -Un ¿qué? -Helm. Son protecciones divinas; armaduras que según cuenta

la leyenda, eran destinadas sólo para los ángeles de más alto grado. Gabriel viste una, sólo que la de él no funciona como las suyas.

-¿A qué se refiere? –preguntó Tessa.

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-Bueno, es simple –interrumpió Gabriel- mi armadura está impresa en mi cuerpo, no necesito de un guante para materializarla. Ha estado conmigo desde mi nacimiento o creación, mejor dicho.

-Estoy muy confundido –aseguró Kira. -Es normal, es normal –indicó Cantharos-. Les aseguro que eso

cambiara pronto. Vamos, comencemos.

Cantharos le indicó a cada uno su lugar. Le pidió a Tessa se

colocara frente al amarillo, ubicó a Kira en el verde y la columna

morada correspondió a Razi.

-Antes de que sigamos, debo advertirles. Los helm sólo responderán a su respectivo dueño, será su mejor aliado en una batalla pero y deben saberlo desde ahora, será su aliado hasta el final de la batalla o cuando ustedes mueran, lo que suceda primero. Una vez que acepten su compañía, no hay marcha atrás.

-¿Se refiero a que nunca podernos quitárnoslo? –cuestionó Kira.

-A eso mismo, sí. -Es decir que ¿andaremos por todos lados con una armadura

puesta? –se aventuró Razi. -No, no, para nada. Sólo con el guante. -Sigo confundido añadió Kira -Sólo lo tomamos ¿Verdad? –preguntó Tessa y sin dar tiempo a

que le respondieran, introdujo su mano en la columna amarilla y en cuanto hizo contacto con el objeto, algo mágico sucedió.

El guante se disolvió en partículas de color amarillo y en

segundos envolvía el brazo de Tessa, quien asustada dio dos pasos

hacia atrás mientras todo ocurría. Su cuerpo comenzó a brillar

alarmantemente y una columna de luz semejante a la que

resguardaba segundos antes el helm, cubrió totalmente el cuerpo de

la chica.

En un tiempo casi inexistente, partes de la armadura se

colocaban en la posición que les correspondía. Un par de hombreras

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que cubrían desde el inicio del cuello hasta por debajo de los

hombros, una falda flexible de metal, espinilleras que se ajustaban a

la perfección, rodilleras angostas y un torso que se adaptaba

perfectamente a la anatomía de la chica. Por último, una delgada

corona que se extendía desde la frente hasta la nuca y permitía que el

bello cabello dorado de la chica, callera elegantemente sobre su

espalda; al frente de la corona, había un delicado rubí con forma

elíptica.

Kira y Razi la miraban anonadados, conteniendo el aliento y con

los ojos en plato. La protección no parecía un estorbo, de hecho, lucía

más cómoda que la ropa misma.

-Es… es ligera, demasiado ligera –se sorprendió Tessa cuando hizo sus acostumbrados movimientos sin ningún problema o contratiempo.

-¡Claro que lo es! –replicó Cantharos-. Es una nueva aleación inventada por mí, los humanos aun están muy lejos de inventar algo así; la llamo Cantharina, modestia aparte. Se trata del metal más resistente hasta ahora inventado, y es tan flexible como esas prendas ridículas de aluminio que visten hoy en día esos muchachos. ¿Por qué no lo intentan? –dijo dirigiéndose a Razi y Kira.

Los atolondrados chicos tardaron un poco en reaccionar a esto.

Tomaron sus respectivos Helms y éste se colocó sobre ellos con

pasmosa rapidez.

La armadura de Razi, tenía los mismos atributos que la de Tessa,

pero con un diseño diferente y de color morado. Las hombreras eran

alargadas, casi bajando en diagonal, su estómago quedaba

descubierto y las espinilleras eran una sola pieza con las rodilleras.

Igual a Tessa, las protecciones de los brazos, llegaban hasta los codos.

La de Kira, por su parte, resultaba un híbrido entre las de las

chicas (quitando la falda, ya que las rodilleras se extendían hasta la

parte superior de los muslos, para proteger esa área) además de

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contar con una doble hombrera. Un elegante y redondo casco cubría

básicamente toda la cabeza.

-Me han dicho que eres propenso a los accidentes –se explicó Cantharos.

Kira apenas si hizo caso, estaba, al igual que las chicas,

moviéndose como si tuviera un serio caso de sarpullido,

comprobando que, en efecto, la armadura (verde en su caso) no

representaba ningún reto para su movilidad. No pesaba, era flexible,

y lo mejor de todo, se adaptaba cien por ciento a su cuerpo. Cada

armadura tenía extendidos los hermosos grabados serpenteantes en

color gris plata.

-Lo único que deben aprender a hacer, es cómo llamarla y cómo desataviarse de ella. Es simple, sólo deben pronunciar su nombre –indicó el hombrecillo.

-¿Tienen nombre? –se sorprendió Kira. -Pero claro, Luca (señaló a Tessa) Malenbrache (se dirigió a

Razi) Cagnazzo (apuntó a Kira). ¿Pero qué esperan? Inténtenlo.

Cada quien enunció el nombre que se le había indicado con la

severa orden de memorizarlo. Las armaduras se volvieron polvo, el

cual se concentró en los guantes que aun vestían los chicos.

Con mucho tacto, Cantharo entregó el guante rojo y sin dueño a

Tessa, quien dubitativa lo aceptó.

-Su nombre es Arezzo. -Se lo entregaré –dijo convencida Tessa.

Vistieron así uno y otra vez la armadura, la mágica forma en que

se materializaba y cubría sus cuerpos con el sorprendentemente

cálido metal, tenía fascinados a los chicos.

-No son objetos, no lo son –contaba Cantharos-, son seres vivos y, como nosotros, dependen de la energía que sus cuerpos les proporcionan, es por eso que no se puede separar de ustedes; morirían.

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-¿Morirían? –preguntó Razi. -Oh, no hay duda alguna. El Lumen es tan básico para los helm

como lo es para ustedes, chicos. Se marchitarían en cuestión de días. La armadura entonces, es tan fuerte como ustedes lo sean, siempre recuerden eso.

-Las cuidaremos –aseguró Tessa. -Como ellas a ustedes, como ellas a ustedes.

Fue entonces cuando el pequeño hombre posó sus amarillentos

ojuelos en el pequeño robot que seguía a Kira a cada movimiento.

Con los resecos labios haciendo una “O” se inclinó (cosa que su

estatura debía facilitar, pero su estómago complicaba) para observar

de cerca a esa diminuta maravilla.

-¿De dónde han sacado eso? –preguntó. -¿Cómo? Ah, eso –aclaró Kira, quien no prestaba atención a otra

cosa que no fuera su helm) Yo lo fabriqué, se llama Pi. Yo lo califico como una computadora con personalidad. Es un excelente ayudante y tiene conexión satelital a la red mundial, no importa en dónde se encuentre.

-Es… maravilloso. Una obra de arte yo… yo… ¿podría? -Claro. Pi, ve con él.

El mayordomo virtual obedeció y con cadenciosos movimientos,

se acercó al choncho hombre que le extendía las manos. Cantharos lo

subió a la altura de sus ojos, y se colocó los visores que hasta ese

momento, descansaban en su cuello. Una enorme sonrisa estiró su

marchita piel, estaba completamente fascinado.

-¿Cómo es que trabaja? -Tiene un núcleo catalizador de Lumen, el cual cuenta con dos

celdas que distribuyen la energía para sus dos actividades básicas, la interacción con las personas y su funcionamiento en general. De ahí se desprenden un sinnúmero de subfunciones que van desde la conexión a internet, hasta el patrón de reconocer emociones e incluso, transmitirlas; artificialmente claro.

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Kira entonces pensó en algo que jamás imaginó permitiría. Pi

había sido su más grande amigo desde hacía años. Era el lazo más

fuerte que jamás había logrado establecer. Siempre le había

aterrorizado la idea de que alguien pudiera separarlo de él. Sin

embargo, las circunstancias apremiaban en ese momento. Tuvo que

tomar una de las decisiones más difíciles de su vida.

-Escucha, quisiera pedirte un favor.

El hombrecillo apenas separó la mirada de Pi, para prestar

atención al chico, quien lo miraba con ese recelo de una persona que

se separa de un amigo.

-Pi es muy importante para mí, no he querido dejarlo solo. Pero es cierto que un campo de batalla no es lugar para él… yo… ¿Podrías cuidarlo? –pidió el chico.

La petición causó sorpresa en Gabriel y los demás. Kira evitó

devolver estas miradas, ya que sólo harían más difícil su decisión.

-Él, estará seguro, lo estará. Te lo prometo –aceptó Cantharos. -Yo… vendré por él cuando… -dudó unos instantes, como no

sabiendo si estaba a punto de mentir- todo esto termine.

El respetuoso silencio que se había creado por la última oración,

fue interrumpido por una escandalosa sirena. La expresión de

Cantharos, se tornó sombría súbitamente. Corrió al otro lado de la

cueva, con una rapidez que parecía altamente improbable para su

cuerpo. Se abrió camino entre los tiliches y pronto lanzaba gritos

angustiados.

-¿Qué pasa? –preguntó Gabriel cuando el grupo hubo alcanzado a Cantharos, quien estaba frente a una máquina que parecía sacada de viejas novelas de ciencia ficción. De color cobrizo, tuberías por todos lados y grandes bulbos que Kira reconoció como unas totales antigüedades. En el centro, una pantalla negra dividida por líneas verdes que parecían ser una especie de mapa vectorial, mostraba

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varias manchas de blanco brillante, que se multiplicaban a cada segundo.

-Hace unas horas, cuando Equímides estuvo aquí y me contó lo que sucedía, me di tiempo para construir esta máquina –señalaba alarmado al armatoste-. Detecta cualquier gran anomalía en nuestra dimensión.

-¿Construiste esto en sólo seis horas? –preguntó Kira, impresionado.

-Cuando te refieres a anomalías, te refieres a… -interrumpió Gabriel.

-¿Es que no pueden sentirlo?

Equímides y Gabriel se miraron al mismo tiempo, ¿cómo lo

habían dejado pasar? Se habían confiado en las irregulares

habilidades de Equímides para ver el futuro próximo. “Qué

estúpidos” pensó el obelisco.

-¿Gabriel? –preguntó Tessa. -La fiesta acaba de empezar sin nosotros, muchachos. Debemos

partir. Los parac-tos cruzaron –aclaró Gabriel con una sonrisa-. Será mejor que partamos.

La armadura negra con detalles en plata de Gabriel, se

materializó en ese momento alrededor del obelisco, su espada y

pistola estaban listas también para la acción.

A gritos de “Luca, Malenbrache, Cagnazzo” por parte de los

sellos, los tres helms, cubrieron el cuerpo de sus respectivos

portadores; con brillos de todos colores, se reportaron listos para la

pelea.

Los ritmos cardiacos subieron, la saliva de pronto se volvió más

espesa y el sudor caía con desesperación. Todos sabían que la muerte

podía estar a minutos de distancia.

Gabriel los llamó, se reunieron creando un círculo, y todos se

sujetaron del obelisco. Nadie quería mirarse a los ojos, estaban de

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cualquier manera, en perfecta sincronía pensando en lo mismo; los

mismos miedos, los mismos objetivos.

-Es la primera batalla de muchas –aseguró Gabriel- y seamos honestos, estos tipos claman por una real paliza.

-¿Podemos transportarnos desde aquí? –preguntó Kira extrañado- ¿Por qué entonces bajamos esa colina?

-Mira a tu alrededor –explicó Gabriel-. No quería aterrizar en una de esas viejas armaduras. Sería incómodo.

-Sí. Suena a lo peor que podría sucedernos ¿no? –ironizó Razi.

A una sonrisa de todos, desaparecieron, dejando solos a

Cantharos y PI, quien flotaba a su lado.

-Mucha suerte –deseó el hombre- mucha suerte.

Joel observaba escondido entre la maleza, a unos metros de la

enorme pirámide enterrada en la que se había introducido hace

apenas unos meses, en la región sur del desaparecido México,

preguntándose cuánto tendrían que esperar (podían ser días). Él

sabía que el hombre enmascarado o alguno de sus ‘partidarios’,

encontrarían ese lugar tarde o temprano; su localizador era infalible,

casi tan infalible como su deseo de enterarse de las intenciones de

aquel sujeto. En ese momento, sin aviso, un sinnúmero de agujeros

negros se materializaron en el aire; ¿habían llegado? ¿Eran ellos?

Para aumentar la sorpresa, sujetos ataviados con mantas cafés, salían

de tales agujeros con gran sigilo y velocidad. Eran media docena de

individuos, seguidos de bestiales figuras, casi invisibles por sus

negros disfraces de formas irregulares. Los soldados rezaban porque

fueran disfraces. Eran de diferentes tamaños. Los más grandes,

doblaban con facilidad la altura de la persona con más estatura, que

Joel hubiese encontrado en su vida.

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Uno de los hombres vestidos con batas marrones, pareció

sorprendido de pronto. Señaló súbitamente la entrada de la pirámide

(la misma que Joel y sus hombres habían explorado meses atrás), a lo

que dos de sus símiles envueltos en tan singulares mantos,

reaccionaron entrando con prestancia a la cueva. Para horror de Joel,

el hombre apuntó enseguida hacia donde él y sus tropas se

encontraban ocultos ¡Los habían descubierto!

Nichols comprobó entonces que aquellas criaturas oscuras, eran

completamente reales, ya que, obedeciendo a la indicación del

encapuchado, se movilizaron a la posición de Joel y sus tropas, con

fastuosa agilidad. Contó casi veinte de ellas, tan variadas en su

complexión como las rocas en un desfiladero. Desde figuras

humanoides poseedoras de un tamaño comparable al de un oso,

hasta ágiles y rastreros seres, de la mitad de su propia estatura.

Ninguno de ellos parecía ir en plan amistoso.

A una orden del capitán, los soldados prepararon sus armas de

Lumen y apuntaron con total convicción a las horribles criaturas.

Cuando la confrontación estaba a punto de estallar, un brillo de luz

azul distrajo la atención de todos los presentes. Humanos y no

humanos. El destello dejó ver a cinco sujetos más, (los cuales sí

parecían ser personas) quienes se materializaron de la nada.

Joel no tardó mucho en caer en cuenta. Una de esas personas,

vestida con una extraña armadura amarilla y portando una mirada

que jamás le había descubierto en toda su vida, era Tessa.

Joel se incorporó casi sin pensarlo, tan sorprendido como era

capaz de estar y todo ocurrió muy pronto.

-¡Señor! –gritó uno de sus hombres.

Pero Joel ni si quiera pudo escucharlo. Una explosión de energía

negra, lo hizo volar varios metros sobre su espalda. Cuando cayó, los

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oídos le timbraban y su brazo izquierdo le causaba un dolor

insoportable.

A un estremecedor grito de sufrimiento, la batalla comenzó.

La explosión tomó por sorpresa a los sellos, los cuales

apenas se hacían una imagen mental de lo que los rodeaba: selva

profunda y espesa. La humedad del aire era sofocante y la tierra

estaba lodosa por el pequeño chispeo de gotas de lluvia que

refrescaban un poco el caluroso ambiente. Árboles frondosos les

impedían ver la mitad de lo que sucedía.

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Monstruosas criaturas atacaban algo que se escondía tras

gruesos arbustos, a unos cien metros de su posición. Disparos pronto

dejaron en claro que se trataba de un grupo de humanos batallando

por su vida. Los seres, (de piel escamosa con aspecto de petróleo

apenas sólido) que los agredían, recibían un impacto de Lumen tras

otro, y aunque claramente sí los lastimaba, era obvio que se

necesitaría mucho más que eso para hacerlos retroceder.

-¿Qué son esas cosas? –cuestionó Kira embelesado por la escena

-Parac-tos –respondió Equímides- en su verdadera forma.

Explosiones de mayor potencia, dejaron en claro que los

humanos decidieron atacar con armas de mayor calibre, algunos de

los parac-tos salían despedidos y chillaban como perros atropellados.

Los humanos comenzaron a avanzar en su ataque y pronto quedaron

fuera del cobijo de los arbustos. Tessa y Kira los reconocieron al

instante.

-¡Son soldados del sector armado de Oppidum Lux! –aclaró sorprendida Tessa.

-Ustedes humanos sí que no aprenden –se sonrió Gabriel- ¿Y qué demonios te figuras que hacen aquí?

-¡¿Y cómo rayos voy a saberlo?! -Bueno yo… ¡Cuidado! –advirtió Gabriel.

Un descendente impacto no alcanzó más que a destrozar el suelo

donde hacía apenas unos segundos, Gabriel y Tessa discutían. El

obelisco había hecho a un lado a la chica, para después saltar por su

cuenta. Un sujeto cubierto de pies a cabeza con la ya tradicional bata

marrón, se incorporaba después de haber caído con tremenda fuerza.

Se descubrió el rostro y dejó ver sus oscuras facciones, adornadas

con una sádica sonrisa.

-Bienvenidos –saludó con espectral gruesa voz-. Los estábamos esperando.

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-Pero veo que han empezado el baile sin nosotros – respondió Gabriel.

-En toda fiesta hay indeseados. No se preocupan, pronto se irán.

-Yo no estaría tan seguro –dijo Gabriel-. Tus mascotas parecen no estar a la altura.

-¡¿Dónde está David?! –gritó Tessa. -¿Por qué no te acercas? Quizá te lo diga al oído –ironizó

Baltasar. -Será por las malas entonces –sentenció Gabriel con una

sonrisa. -¿No es lo que esperabas? -Claro que sí.

Gabriel estaba a punto de comenzar su ataque, pero con un gesto

de la mano, Baltasar le pidió, se detuviera. El confundido obelisco

salió de su postura.

-¿Te rindes? –preguntó Gabriel-. Vaya, eso fue fácil. -Creo que debemos, equiparar un poco las fuerzas ¿No te

parece?

Dos explosiones de energía negra, obligaron al grupo a

separarse; un par de enemigos nuevos habían entrado a la batalla. En

el acto, los recién llegados se deshicieron de sus mantas para

descubrir sus identidades. Eran un dúo de pelirrojos, que de no

saberlo, podían hacer creer a cualquiera que se trataban de gemelos.

El hombre vestía una armadura roja, cubierta por una gabardina

reluciente del mismo color, la mujer llevaba un ajustado traje de

cuero negro brillante.

-Gabriel, mi sangre, cómo te he extrañado. No pensarás pelear con alguien que no sea yo ¿Verdad? Me romperías el corazón –saludó Uriel.

-Vaya, Uriel. No creí aún tuvieses uno. Si hubiéramos tenido madre, estaría muy decepcionada de ti.

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-Oh, eso no fue muy amable. -Somos obeliscos, no somos amables. -Eh, tienes razón ¿Terminamos con esto de una vez por todas? -Haz lo tuyo. Ustedes críos –le dijo Gabriel a los sellos-,

encuéntrenlo.

Uriel no le dio tiempo para más. Embistió como un toro a su

hermano, quien reaccionó unos segundos tarde y se zafó apenas justo

antes de ser despedazado contra un gigantesco árbol.

Baltasar se colocó cara a cara contra Equímides, el sereno

hombre le hizo una pequeña reverencia que el parac-to contestó con

una risotada. Abrió las piernas para tener un mejor apoyo, apuntó

sus manos en contra del oráculo y atacó con una veloz esfera de

energía oscura. Un espectral esqueleto, se interpuso entre el ataque y

su objetivo, lo que causó una tremenda explosión que hizo retroceder

a ambos peleadores.

Ava se contoneaba alrededor de los sellos, casi con enfadado

interés. Se cruzó de brazos y observó a los chicos.

-Me han tocado las sobras. Qué tristeza. Oh, bueno, peor para ustedes. –se burló la parac-to.

-¿Dónde está? –repitió Tessa, que, irritada, se preparaba para atacar.

-Querida, deberías preocuparte por lo que estoy a punto de hacerte. Su amigo ni siquiera los extraña.

-Tendré que hacerte hablar entonces. -Vengan por mí.

Era el momento. El tiempo se detuvo por un instante; momento

suficiente para que los sellos se miraran entre sí. A un grito de Tessa,

los tres atacaron.

Los golpes vertiginosos, trataban desesperados de impactar a la

parac-to, quien esquivaba con maestría cada uno de ellos. Los brazos

de Razi, Kira y Tessa, pasaban rozando su objetivo, pero por más que

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aumentaran la velocidad, la pelirroja parecía superarlos sin

problemas.

Razi colocó una barrera de lumen alrededor de Ava, quien no

pareció contrariada ante esto. Kira no tardó en lanzar un ataque

propio. La línea de Lumen se abría paso dejando la tierra dividida por

donde avanzaba, pero con la palma de la mano y con un gesto casi

perezoso, la parac-to detuvo la energía.

Los choques que de ese momento en adelante comenzaron a

surgir entre el Lumen y Arum, hacían saltar chispas y creaban fuertes

corrientes de aire que derribarían a cualquier persona. Ava, con

pereza, apenas si lanzaba defensas contra los ataques de cada sello

cuando no quería tomarse la molestia de hacerse a un lado y

evitarlos.

Tessa, lanzó su especialidad: cientos de pequeñas explosiones

que aturdieron por un momento a Ava, que pareció bastante

ofendida ante el hecho. De una patada, la parac-to hizo temblar la

tierra, lo que ocasionó un desbalance en la sello, perdiendo su

concentración como resultado. Los mini estallidos se desvanecieron

en el acto, y sólo alcanzó a ver como la parac-to la señalaba con el

dedo índice, de donde una línea de Arum salió disparada hacia el

corazón de Tessa. La chica aún no recuperaba el balance, cuando a

pocos centímetros de que el ataque golpeara su objetivo, Razi la

apartó, eludiendo la energía por milésimas de segundo.

Los soldados parecían tener controlada la situación y mantenían

a raya a las quejumbrosas criaturas que con gritos no pertenecientes

a este mundo, trataban de encontrar un resquicio en la lluvia de

disparos que los hacían retroceder tres pasos por cada dos que

daban.

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Joel trató de enfocar al hombre que le preguntaba si se

encontraba bien, con un leve movimiento de cabeza indicó su brazo.

Sabía que estaba roto, pero no moriría por ello. A su cabeza llegó el

recuerdo de lo último que había visto y buscó rápidamente a su hija.

Lo único que alcanzó a distinguir, era el caos que sucedía a unos

pasos de donde yacía.

Jamás había presenciado algo parecido; era el mayor

descubrimiento de la historia. Seres de otro mundo con inteligencia y

fuerza suficientes para considerárseles una amenaza. No tenía

precedentes.

-¡Señor! Debemos retirarnos. No tenemos idea a qué nos enfrentamos. Por el momento todo está bajo control pero… -advirtió el soldado que lo ayudaba a incorporarse.

-¡¿Retirarnos?! ¿Acaso perdió la cabeza, capitán? ¡Esto es lo que hemos venido a buscar!

-¡Pero señor…! -Debemos capturar a una de esas bestias ¿Quedó claro? –

ordenó con suprema voz Joel. -¡Sí, señor!

El hombre dejó apoyado a su jefe contra el tronco más grande

que encontró y se unió a la tropa que ahora tenía problemas para

contener a los colosos de casi tres metros, que, con determinación,

avanzaban a pesar de las explosiones que sucedían contra ellos y a su

alrededor.

Joel, por su parte, solicitó un arma a un confundido soldado,

quien le entregó una que llevaba en la cintura, sin chistar. Nichols se

movió a pesar del dolor que le producían los destrozados huesos de

su extremidad derecha. Con su otra mano empuñó el arma y

sigilosamente, aprovechando la confusión de la batalla, avanzó a la

apertura en la roca.

-Suerte que soy zurdo –se dijo a sí mismo.

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Antes de entrar, un remordimiento de padre que escarbó entre

toneladas de indiferencia, le hizo volverse para tratar de ubicar a

Tessa. Después de buscarla por un par de minutos, encontró a su hija

en medio de la batalla. Lo que vio casi lo hace regresar y cruzar por

entre la línea de fuego. Por un instante creyó ver a su hija,

expulsando Lumen de sus propias manos. Después, el polvo y las

distintas peleas, imposibilitaron su visión.

Sacudió su cabeza con incredulidad y siguió con su objetivo.

Olvidó toda distracción y se dejó devorar por las oscuras

profundidades de la gigantesca y milenaria construcción; avanzó sin

titubeos.

Ahí debajo. Ahí debajo estaba la respuesta a muchas de sus

preguntas.

La pelea más intensa de todas se llevaba a cabo entre la densidad

de la selva. Los obeliscos peleaban a un nivel y ritmo, que pocos

podían seguir. Un ojo humano apenas podría ver un par de sombras

que chocaban de vez en cuando, causando que el viento vibrara y lo

árboles temblaran.

Gabriel se posó en una gruesa rama separada varios metros de la

tierra y esperó que Uriel aterrizara en el árbol justo frente a él. Los

dos habían sufrido cortes y golpes que se notaban en la superficie de

su diamantina piel; las heridas desaparecieron en cuestión de

segundos.

-Vaya, vaya, has estado practicando. Hace algunos años ya estarías besando la suela de mi zapato a estas alturas –congratuló Uriel.

-Quizá te hayas vuelto más lento; los años no perdonan –replicó Gabriel.

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-No lo sé, nos vemos bastante bien para haber presenciado la invención de la rueda.

-Debe ser entonces esa energía que has estado respirando últimamente ¿Cómo la llaman? Arum ¿Verdad?

-Así que, dime –pidió Uriel cambiando de tema-: esa espada tuya ¿aún funciona?

-Pero por supuesto. Es su hermana, sin embargo, la que en verdad me llena de orgullo.

Gabriel desenfundó con fastuosa rapidez su Colt Delta Elite, y

disparó una lluvia de balas cargadas de lumen. De un giro, Uriel evitó

los impactos, y cayó exactamente en la misma posición con la que

había comenzado. Hizo una reverencia.

-No deberías, es realmente vergonzosa –dijo Uriel. -Empiezo a entender porque todos nos odian. Somos realmente

insoportables –aseguró Gabriel con una sonrisa.

Disparó un par de veces más y desenfundó su Katana, Uriel hizo

aparecer su amada lanza, y se perdieron nuevamente en la oscuridad

de la jungla.

Equímides era mucha pieza para él, comenzaba a darse cuenta

Baltasar, que se doblaba de dolor cuando uno de los espectros lo

atravesaba con una espada vieja que podría haber salido de un

museo; no por eso dolía menos.

Apenas lograba deshacerse de un puñado de aquellos

escurridizos y agresivos seres, cuando diez más de los guerreros

calaveras lo atacaban sin cuartel. Completamente iracundo, cruzó los

brazos sobre su pecho, y enunció un par de palabras en su propio

idioma. Una gigantesca esfera de Arum se formó con un rango radial

de dos metros. Cuando hubo extendido ambos brazos al cielo, el

Arum hizo estallar todo a su alrededor. Los espectros fueron

pulverizados al instante.

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-Deberías controlar tu temperamento –sugirió con total tranquilidad, Equímides-, te hace perder el enfoque.

-¡Cállate! –gritó

Baltasar disparó decenas de peligrosas esferas, las cuales hacían

explosión al contacto con el oráculo, que quedó sepultado bajo un

majestuoso espectáculo de energía oscura.

El parac-to, totalmente agotado, miraba con excitación que su

contrincante había desaparecido sin dejar rastro. Ya comenzaba a

reír embriagado en su victoria, cuando una mano tocó gentilmente su

hombro. Incrédulo, se volvió para descubrir el sonriente rostro de

Equímides, que había escapado sin un solo rasguño.

-Qué lástima –dijo el esquelético sujeto- parece que has usado mucha energía en ese sencillo ataque.

Un estupefacto Baltasar, no se atrevía si quiera a moverse;

estaba siendo derrotado de forma categórica. Equímides le golpeó en

el pecho y sin entender cómo, Baltasar se elevó varios metros del

suelo. No pudo notar a tiempo, cómo algunos de esos esqueletos de

consistencia gaseosa y color azul, lo atacaban con flechas creadas con

poderosas descargas de Lumen.

Un brillo del fabuloso color celeste, pintó el cielo, seguido del

inerte Baltasar que caía rodeado de una estela de lumen, aún

palpitando en todo su cuerpo.

Ava reía histérica cada que uno de sus ataques, alcanzaba a los

chicos. Aquello se había vuelto un tiro al blanco de proporciones

épicas, que, de no ser por la protección de los Helms, ya habría

terminado en desgracia.

Los chicos, desesperados, pasaban más tiempo evitando ser

lastimados por la energía de la histérica mujer, que tomando

iniciativa alguna. Tessa y Kira comenzaban a perder la compostura;

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sus pobres intentos no tocaban un pelo de la alborotada cabellera

carmesí de Ava. Eran patos disparándole a los rifles.

Por su parte, Razi trató de analizar la situación con la

tranquilidad que le caracterizaba. A la vez que evitaba por poco, un

especialmente agresivo ataque de la parac-to (gracias a su habilidad

de prever acciones próximas) ideaba un plan. El problema radicaba

en que Ava era mucho más rápida que cualquiera de ellos y en cuanto

presentía una agresión, tenía un par de segundos para evitarlo, lo que

resultaba ser una eternidad. Necesitaban que su atención estuviera

dispersa en varios puntos y no sólo en tres. Había resultado hacía

unos momentos con las chispas de Tessa, pero eso sólo logró irritarla

más de la cuenta.

Cuando un golpe directo la hizo estrellarse de lleno contra una

roca de buen tamaño, la idea se le ocurrió. Con emoción se percató de

que había un par de piedras más con las mismas proporciones y se

imaginó que sería suficiente. Esperaba que lo fuera.

De un ágil gesto, Ava logró atrapar a Tessa en la telaraña de

Arum, que utilizó en Razi cuando peleaban al norte de África. Tessa

luchaba desesperada por liberarse, pero podría intentarlo el resto de

su vida y la prisión de energía no cedería. Esa trampa estaba

diseñada para inutilizarla en todos los aspectos posibles, incluso

comenzaba a drenar su Lumen. Si Razi iba a actuar, tenía que hacerlo

ya.

La chica concentró su atención en las tres rocas, rezando entre

dientes para que no fuera demasiado tarde. Sin perder mucho

tiempo, las elevó con su propio Lumen y las proyectó en contra de la

pelirroja, que se percató con provocadora indiferencia. Las piedras se

movían a gran velocidad y llevaban una poderosa carga de energía.

-¡Kira! –gritó Razi.

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Kira había entendido el plan, incluso antes de que Razi lo

llamara. De inmediato, realizó una serie de cortes tan rápidos como

sus extremidades superiores se lo permitieron. Líneas que podían

dividir un camión a la mitad, se dirigían en racimos a los peñascos.

Cuando el ataque alcanzó las rocas, éstas se partieron en cientos de

pequeños trozos explosivos al tacto, que, por supuesto, fueron

demasiados para la ahora aterrorizada parac-to.

Tessa fue inmediatamente liberada, la trampa desapareció

cuando Ava redireccionó su atención. La sello aprovechó esto para

arremeter nuevamente. Tomó impulso suficiente, dándole la fuerza

necesaria a su ataque, como si se tratara de una pelota de beisbol y

lanzó una poderosa línea de Lumen, que atravesó el tórax de una ya

magullada Ava, quien apenas pudo abrir los labios para exclamar su

sorpresa.

El rayo pasó limpiamente a través de su cuerpo. Aturdida, cayó

de rodillas mientras escupía un negro fluido de la boca, acompañado

de un quejido de dolor absoluto. Completamente fuera de sí, Ava se

reincorporó en un desesperado movimiento. Con ojos que salían de

sus órbitas, retaba con bramidos a los chicos, quienes se reagruparon

sorprendidos por la resistencia de la moribunda mujer.

-Maldito, cue…rpo. Dé…bil, frágil… ¡No han terminado conmigo! –vociferaba atragantándose en sus propios líquidos vitales.

Amenazaba con reiniciar la lucha, cuando un grupo de seres

fantasmagóricos la rodearon, listos para asestar un golpe definitivo.

Ava no comprendía lo que miraba. Por un momento creyó estar

muerta, sólo eso explicaba tan decrépitos personajes.

Su cuerpo casi destruido, se llenó de ira y sollozos cuando

entendió que había perdido la batalla. Maldijo en ambos dialectos.

Cayó de bruces incapaz de mantener su orgullosa posición de batalla.

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Alzó una mano dirigiendo sus súplicas y disculpas al único

parac-to que permanecía impasible e inmóvil en medio de los

diferentes escenarios de batalla. Cruzado de brazos y con el cuerpo

cubierto por la túnica marrón de su mundo, el sujeto observaba la

triste escena que la mujer de su clan ofrecía.

Equímides hizo desaparecer a los espectros, Ava no se pondría

más de pie. Razi casi sintió lástima por el final de algo que parecía

humano. Recordó lo que Gabriel había contado: que esos cuerpos

alguna vez pertenecieron a personas inocentes, libres, con una vida

por delante. Era triste terminar con una existencia que jamás se pudo

llevar a cabo.

Los soldados habían exterminado casi a todas las criaturas,

quienes jamás lograron rebasar la línea de defensa humana. Sólo

algunos intentos de los aguerridos parac-tos que seguían de pie,

hacían que la batalla conservara su nombre. Siguiendo órdenes, los

soldados tomaron uno de los seres inertes que yacían apenas con

vida en el húmedo pasto de la selva y sin tardanza, lo transportaron a

las naves aterrizadas a un kilómetro de distancia.

Poco a poco, los soldados fueron cambiando de objetivo,

apuntando a lo que, por su entrenamiento militar, reconocían como

posible amenaza. Tanto los sellos como el individuo que de pie,

actuaba como simple espectador, se encontraban en la mira de los

disciplinados hombres. La orden era, atrapar al enmascarado o

alguno de su clan. Al no tener idea de quién podía ser el enigmático

personaje, tomarían a todos bajo custodia. A pesar de haber sido

preparados para cualquier contingencia, el escenario ante ellos no

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dejaba de asombrarlos. Era como una excéntrica fiesta de noche de

brujas.

-¡Manténganse en donde están! ¡No realicen ningún movimiento brusco! –gritaba el capitán a los sujetos con vestimentas más raras que había visto en su vida- ¡Tenemos órdenes de disparar!

Una risa llegó hasta los oídos de todos los presentes. Humanos,

sellos, parac-tos y Equímides, tardaron un tanto en darse cuenta de

que provenía de la inmóvil figura, que hacía de eje en tan singular

conflicto. Era una risa incrédula, sádica, indolente. Los soldados no

pudieron explicar por qué, pero la carcajada había creado una seria

desconfianza en ellos, algunos incluso, bajaban sus armas,

descorazonados. Era como si el mismo diablo se burlara de ellos.

Comenzaron a dejar caer sus rifles, confundidos, como si no

pertenecieran ahí.

El capitán miraba a sus tropas, pero no era capaz de dar una

orden directa; él no quería pelear, no tenía por qué. Un cosquilleo

recorrió su cuerpo, era la más extraña de las sensaciones. El

sentimiento dejó de serlo, dando paso al dolor, dolor físico; real.

Todos los huesos de su cuerpo sentían una presión desmedida;

podían volverse polvo en cualquier momento.

Entre gritos de dolor y desesperación, uno a uno fue cayendo,

perdiendo todo control sobre las funciones más básicas de su cuerpo.

-¿Qué les sucede? –preguntó alarmada Razi. -Ese poder… -dijo a forma de respuesta Equímides- ¿Será

posible…?

Sus dudas pronto fueron despejadas. De un movimiento, el

parac-to, se deshizo de la sencilla túnica. Por primera vez desde que

lo habían conocido, los sellos vieron temor en el rostro de Equímides.

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El misterioso parac-to era un personaje de tintes supremos.

Vestía una elegante armadura de color blanco, con detalles en

dorado, adornada por una capa de tonos similares. Su cabello blanco

platino, hacía marco a un rostro de facciones ecuánimes y de

incomparable liderazgo. Sus propios movimientos llevaban elegancia.

Una clase reservada para una estirpe real.

-Él… Está provocando lo que sea que sucede con los soldados –anunció Kira-. Es demasiada energía. Jamás creí que fuera posible juntar tanta en un solo punto. Eso… ¿eso es el Arum?

Los sellos ya pensaban en qué hacer por los soldados, cuando el

comando completo cayó sin conciencia, aturdido por el sufrimiento.

-Qué tristeza –sentenció el poderoso Parac-to, dirigiendo apenas una mirada de soslayo a los ya inmóviles soldados-. Espero más resistencia de los legendarios sellos.

-Un poco arriesgado ¿no? –preguntó Equímides con la seriedad dibujándole líneas de expresión en el rostro-. Venir en persona hasta acá.

-Me ofendes –se quejó con taciturna voz el parac-to-. Yo no soy una persona. Pero ¿Sabes quién soy? –cuestionó con apenas un hilo de intriga, sin obtener más que una fría mirada de Equímides-. Entiendo, debes ser un oráculo. Es por eso que hemos tenido tantos problemas para dar con ustedes –señaló a los chicos-, cuentan con protección. Ingenioso, debo reconocer. O quizá sólo afortunado.

Tessa hizo un ademán, preparando su primer ataque. Equímides

le puso una mano en el hombro y negó con la cabeza. El poder que

emanaba del misterioso parac-to, resultaba avasallador. Los sellos,

quienes comenzaban a notar eso, no entendían cómo podría ser una

pelea justa.

Eran hormigas frente a un elefante.

El parc-to comenzó a moverse en dirección a los sellos. Su

caminar era de alguien que no estaba en campo de batalla. Un pie

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delante de otro como si se enfrentara al escenario más común del

universo. Se detuvo, esperando reacción alguna de los temerosos

chicos que lo encaraban. Movía la cabeza de un lado a otro, como un

bebé dominado por la curiosidad. Esbozó una sonrisa que en otra

situación, podía resultar hasta amistosa y siguió avanzando con la

completa confianza de alguien que sabe seguro el camino.

A escasos dos metros de invadir los espacios personales del

petrificado grupo, se detuvo poniendo una mano sobre su pecho. Si

era verdad que los parac-tos ocupaban cuerpos humanos, éste había

escogido con sumo cuidado a su vaina. Tenía ojos grises que

potenciaban la solemnidad de su presencia y labios casi delineados

para hipnotizar con un solo gesto. Era la imagen de una persona con

atributos de belleza y elegancia, pero con un interior desconocido,

enigmático.

-Mi nombre es Adam-acondo –se presentó- soy el líder de los Parac-tos, rey en un mundo paralelo al suyo, del que sin duda, han oído hablar mucho.

Entonces los chicos entendieron el anterior comentario de

Equímides. Aquello no tenía ni una pizca de sentido; no mandas al

rey al frente de batalla, mucho menos en la primera de ellas.

-Lamento que mis hombres no hayan estado a la altura, ha sido realmente decepcionante –se excusaba casi de forma sincera-. También es cierto que subestimamos el poder de los sellos.

-Entonces, explícame esto ¿quieres? –pidió Tessa con voz retadora-: si tú puedes destrozarnos con el pensamiento. Para qué sacrificas hombres por tu causa. No suena a un buen gobernante.

Adam no pareció tomar esto a pecho. Incluso dirigió una afable

sonrisa a la atrevida sello, que en esos momentos estaba más llena de

ira que de miedo. Nadie podía, sin embargo, pedirles a los chicos que

no se sintieran intimidados. Había una diferencia insalvable entre

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ambos bandos, incluso uniendo los poderes de los cuatro, no pasaba

de ser una salva en contra del imponente poder de Adam.

El viento parecía haberse calmado, el ambiente se había tornado,

de ser posible, más pesado. El aire entraba con el mayor de los

esfuerzos a cada pulmón. Era como respirar algodón. La lluvia cesó,

dando tregua al empantanado suelo de la región.

Todo eso pensaba Equímides, mientras se daba cuenta, de que

aquello era una batalla perdida.

Joel tropezó un par de veces en el camino. Cuando su pie

trompicaba con alguna roca, rama o cualquier saliente en el estrecho

túnel, no podía evitar irse de bruces. El brazo no respondía cuando,

con desesperados intentos, trataba de sujetarse.

Llevaba una lámpara de bolsillo al frente, iluminando el

enlamado suelo, pero evitando que el brillo se alejara de su posición.

No quería ser sorprendido antes de tiempo, por lo cual sofocaba los

gemidos que el dolor le provocaba.

El camino pareció más largo esta vez y en algún momento se

preguntó con horror si no había equivocado una vuelta. Revisó una

copia exacta del localizador que le había entregado al misterioso

sujeto de la máscara. Le tranquilizó verificar que en efecto, se

acercaba a su objetivo.

Se quitó la gruesa chaqueta negra que había escogido sin pensar

en el clima de la región, y la arrojó despreocupado; no es como si no

pudiera pagar miles de esas. Su mente estaba dividida entre su

objetivo y la intriga que Tessa provocó con su simple presencia.

Inequívocamente, ella estaba mucho más enterada de la situación, de

lo que él, con su franca soberbia, había creído estar.

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417

Cuando planeó todo aquello las piezas parecían más simples de

mover y fáciles de reconocer. Parecía ayer, cuando, en una frustrante

noche en su oficina, lanzaba furioso todos los documentos de las

incansables investigaciones que había realizado por diez largos años.

Cientos de antiguos pergaminos colgaban de su escritorio, rastros de

creencias milenarias, regadas por toda la extensión de su piso. Tenía

que afrontarlo. Después de interminables días de búsquedas y

excursiones, era obvio que no existía nada parecido a “La fuente”.

“La fuente” dijo en un susurro, acompañado de una risa

desangelada. Un lugar, tan mágico, tan poderoso, que concentraba la

esencia de la energía en su más puro estado. Ahora, en la humedad de

la pirámide, le costaba trabajo aceptar que había dado crédito a esas

leyendas paganas.

Fue por esos días donde consideraba tirar la toalla, que conoció

a un hombre con historias que desarticularon su mente y motivaron

su espíritu, le hicieron saber que los humanos eran capaces de mucho

más de lo que habían conseguido hasta ese momento. Desde su

primer encuentro con el fascinante sujeto, entendió que todas las

verdades que necesitara, vendrían de su relación con él.

El hombre le convenció de que el ser humano, era capaz de

manejar el Lumen a placer, sin necesidad de electrodomésticos que lo

hicieran por él. Aquello resultó tan tentador, tan apetitoso, que su

necia búsqueda por el sagrado y mítico lugar, dejó de ser un objetivo

para Joel. Nuevas metas se trazaron con velocidad en su maquiavélica

mente y pronto, perseguía un propósito, tan grande, que cambiaría el

universo por completo.

Hubo acordado con el misterioso enmascarado, un intercambio

constante de favores. Cuando él necesitara algo, Joel se lo conseguiría

a cambio de más verdades y por supuesto, de aquello que le ayudaría

a completar el control natural humano del Lumen (que el místico

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sujeto, le prometió proporcionar algún día). Desafortunadamente,

necesitaba ayuda para cumplir los excéntricos caprichos del

individuo. Fue en ese momento, que una excelente telaraña de

acciones, se tejió en su mente.

“Los trece”. Ellos eran la clave para llevar su plan a buen puerto.

Por años les había deslumbrado con historias y leyendas que incluso

él mismo, en su estúpida inocencia, había creído. Los “Trece” sólo

buscaban y deseaban más poder del que con años de dictadura,

habían acumulado y ahí estaba él, joven heredero del más grande de

los imperios, ofreciéndoles por fin, nada más y nada menos, que la

fuente del poderoso e infinito Lumen (claro que, evitó anunciarles su

reciente deserción a tan utópico plan).

Un simple truco de luces y fantasmas, creados con magia maya,

aunados a ciertas verdades reveladoras proporcionadas por el

hombre de la máscara (teniendo mucho cuidado de no declarar sus

encuentros con él) que dejó filtrar de vez en cuando para dar una

aparente credibilidad a sus hipótesis, fue suficiente para hacerles

pensar que se encontraba cada vez más cerca de “la Fuente”.

Los trece lo seguirían apoyando, comiendo disciplinadamente de

su mano. Apoyo que utilizaría, para conseguir lo que el enmascarado

quisiera obtener. Cuando el tipo le pidió encontrar algo que era de

vital importancia para su gente, Joel aceptó con la resignación del

trato entre ambos, pero, cuando lo hubo encontrado, decidió que

podría ser de gran importancia para su propia causa.

Ese lugar despertó un exagerado interés en su complicado

cerebro. Simplemente no era posible que tal cantidad de Lumen,

emanara de algo que no tenía vida; no tenía sentido, no en el mundo

que él habitaba. Así que, permitiría que el sujeto le entregara su parte

del trato, después simplemente tenía que arrebatarle, la otra parte

del acuerdo (que Joel, personalmente, había proporcionada), y por

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qué no, “hacerse de sus servicios” de manera más “permanente”.

Además, todo aquello le había llevado a encontrar el Popol Vuh y

aunque era un tema aparte, resultaba esperanzador. Ese libro le

había servido ya y le seguiría siendo de utilidad en el futuro.

Así que, el hombre le pidió que localizara, algo de vital

importancia para él y su pueblo y Joel no dudó en lo que habría de

hacer. Obtendría del enmascarado, el último eslabón para completar

al humano del futuro, guiaría al individuo a eso que tanto anhelaba y

le haría la amable “invitación” de compartir todos sus conocimientos.

El término “esclavitud” cruzó su mente, sin siquiera causar un titubeo

en su mente. Era demasiado tentador como para dejarlo ir.

El problema es que habría que esperar y tendría que realizar

todo aquello en el inhóspito lugar que recorría en esos momentos,

pues debía convencer a los trece de que seguía con su búsqueda de la

fuente, tenía que ganar la confianza del enmascarado para que éste le

entregara el eslabón, y debería esperar a que develaran el misterio de

la corroída pirámide (descubriendo esto en su pasado viaje, pues

entendió que el enigma de la roca con Lumen, iba más allá de sus

capacidades)

Era cierto, también que, sería poco inteligente llegar ahí sin

protección. ¿Quién podía ser tan torpe como para creer que ese

enmascarado y su gente, no serían peligrosos de ser necesario? Logró

convencer entonces a los trece, de la importancia de explorar esas

inhóspitas tierras. Pero, por supuesto, son tan inhóspitas, que un

regimiento bien entrenado, sería la forma sabia de proceder.

Utilizó al hombre, para engañar a los trece y a los trece, para

espiar al hombre y a su gente.

Como ratones al queso.

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Sin embargo, todo eso no era, sino, una pequeña parte, de su

verdadero objetivo. Ahora debía completar la primera fase. Tenía

que presenciar aquello que era tan importante, para el sujeto con la

máscara. Sabía que era algo que simplemente, tenía que ver con sus

propios ojos.

Encima de todo eso, dos grandes e inesperados sucesos parecían

caer como enviados del cielo. La aparente parte que su hija Tessa

jugaba en una historia paralela, que para él, con toda su

autosuficiencia y vastos conocimientos, resultaba un enigma y la

confrontación con seres que definitivamente, no pertenecían a este

planeta.

¿Es que acaso había una fuerza superior que apoyaba su causa?

Era un león en una carnicería. Sin duda ahora las piezas eran más

variadas y con movimientos más complicados, pero eso sólo

acrecentaba su motivación.

El radar comenzó a vibrar con furia, indicándole que estaba a

poca distancia del transmisor. Avanzó un par de metros más y

vislumbró una luz a la vuelta de una curva que la vieja arquitectura

ocasionaba. Apagó su ya, innecesaria lámpara y con paso cauto,

asomó la mirada al lugar del brillo.

Abdul se removió la capucha, dejó ver su brillante calva, sus

orejas puntiagudas y una sonrisa de completa fascinación. Se

encontraba acompañado de otro sujeto cubierto por la bata marrón

parac-to, quien, en silencio, aguardaba a un par de pasos.

El espacio era el final del laberinto de túneles; una burbuja de

aire bajo toneladas de roca maciza, alumbrada por un par de

antorchas simples, clavadas firmemente en el piso.

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La pared que Abdul observaba con tal alegría, desentonaba con

el resto de los asíncronos muros. Era completamente lisa, casi tanto

como el casco de un barco, cualquiera que lo tocara, juraría que no se

trataba de una roca; sólo su dureza corroboraba eso.

Cuando Abdul hubo llegado a ese lugar, no perdió el tiempo y

con una tiza de tonos oscuros, dibujó la palabra, “despierta”, con

símbolos que sólo se podían leer en Parac-to y que recordaban a las

escrituras sumerias. Apenas terminaba de hacer las marcas, cuando

Joel arribó al lugar.

De inmediato y a pesar de las precauciones que el humano, había

tomado para no ser descubierto, su presencia fue obvia para Abdul y

su acompañante. Sin necesidad de una orden, éste último se abalanzó

sobre Joel con una velocidad monstruosa y sin darle tiempo a huir o

reaccionar, le tomó del cuello y lo arrojó con tremenda fuerza a los

pies de Abdul. El agresor, con la misma rapidez de antes, presionó a

su presa contra el suelo, utilizando la planta de su extraño calzado de

metal. Otra armadura, sin duda.

Abdul lo miró de soslayo, con un rostro que no demostraba

sorpresa alguna de verlo.

-El señor Nichols ¿cierto? –adivinó el parac-to-. Levántalo –le dijo al guerrero-, no es ningún prisionero, es nuestro invitado.

El aparente soldado obedeció al instante y con otro fuerte jalón,

incorporó al confundido Joel, que, con su ya acostumbrada entereza,

lograba no demostrarlo.

Con aparente tranquilidad, miró al pequeño hombre calvo. Tenía

ojos vacíos, sin vida o alma alguna; era algo estremecedor de

presenciar. No podía medir más de uno sesenta y era tan menudo,

que no aparentaba una amenaza. Lo más extraño del diminuto ser,

eran los múltiples tatuajes con símbolos parecidos a los que había

pintado en el muro, los cuales poblaban casi el setenta por ciento de

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toda su cabeza. Un dialecto con formas curvilíneas y armónicas.

Como serpientes danzantes.

-Suponíamos que su curiosidad lo traería aquí esta noche, de hecho, lo esperábamos con ansia –aseguró Abdul sin despegar la mirada del muro frente a él.

-Vaya recibimiento me han dado –se quejó Joel, sin tono acusador o grave, sólo como un llano comentario.

-Bueno, no ha traído precisamente guirnaldas, con usted.

Abdul hizo un par de rezos en un idioma completamente

desconocido para Joel. Éste se imaginó lo complicado que sería para

él, pronunciar con exactitud tan arrastradas y golpeadas expresiones.

Sintió un dolor imaginario en el paladar de sólo pensarlo. Sin intentar

si quiera una vez interrumpirlo, Nichols esperó a que el hombrecillo

terminara su rezo, lo cual no llevó más de un minuto.

-¿Está con ustedes el embajador que ha hecho negocios conmigo? –preguntó con firmeza Joel.

-Vaya, vaya, ustedes humanos son todos iguales. Acaba de recibir el más grande obsequio que nuestro pueblo haya dado en su historia y aun así, prefiere tenerlo todo. Pero por supuesto que está. Él es quien lleva las riendas de esta pequeña excursión –respondió con lo que a Joel le pareció, una sonrisa de complicidad.

-¿Qué es lo que hacen aquí? -Señor Nichols, como lo he dicho antes, usted es nuestro

invitado, todo en aras de una excelente relación que podamos mantener con vistas al futuro, a pesar de este pequeño incidente. Pero no hay necesidad de hacer preguntas, que le aseguro, se responderán por sí solas. No debe preocuparse por robar nuestros conocimientos, nosotros con gusto, se los compartiremos –indicó Abdul, con un tono que sonaba más que definitivo-. Si usted me lo permite, será testigo de algo que sin duda, cambiará su forma de ver las cosas y apoyará su laboriosa investigación. Puede creerme, sólo debe observar y aprender.

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-Entonces –aceptó Joel, aparentemente sorprendido de que sus intensiones hubieran sido tan claramente leídas desde el principio- ¿qué estamos esperando?

Abdul le dedicó una complaciente sonrisa y le pidió diera unos

pasos atrás por su propia seguridad. Después, dirigiéndose a su

subordinado, le indicó que era el momento. El individuo se acercó al

muro, y sin pedir una sola indicación o esperar palabra alguna de

Abdul, colocó su mano en él (la cual Joel pudo notar que estaba

cubierta de también, por una negra armadura).

En ese momento, las inscripciones trazadas por Abdul,

comenzaron a tomar un brillo demasiado cegador para todas las

pupilas presentes, apenas acostumbradas a la escasa luz de la cueva.

Joel hizo todo lo que pudo, para no separar la vista del fascinante

fenómeno. Entonces sucedió algo que jamás pudo haberse imaginado.

-Créanme –comenzó a explicar Adam- no hay nada que me gustaría hacer más, que tomar el problema en mis manos. Desafortunadamente, me encuentro imposibilitado por el momento.

-¿Ah, sí? ¿Y eso por qué? –preguntó con desfachatez, Tessa. -Vamos, he dicho la penitencia, ¿para qué necesitan el pecado?

–se negó Adam-. Además, eso será más que innecesario.

Los chicos no pudieron preguntar a qué se refería, porque justo

en ese momento la tierra comenzó a temblar y uno a uno, los sellos y

Equímides, perdían el equilibrio, y luchaban por mantenerse de pie.

La tierra se quejó moribunda cuando una gran grieta proveniente de

la pirámide a unos metros de distancia, se hacía camino por un gran

trecho de suelo.

Tan pronto como el temblor había comenzado, cesó, dejando un

monumental silencio, sólo interrumpido por las aves y otros

animales que clamaban sorprendidos, su propio terror. Entonces,

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como salido del mismo infierno, un rugido heló los espinazos de los

chicos. Era algo que jamás se había escuchado en ese mundo, no en

mucho tiempo por lo menos. Fue un grito gutural, proveniente de las

mismas entrañas de la tierra, que hizo eco en la selva hasta que otro

rugido igual lo sofocó.

El temblor reanudó su marcha, y la grieta se acrecentó, hasta el

punto de tragarse la pirámide completa. Los chicos notaron que un

fenómeno extraño sucedía. De la misma construcción milenaria algo

parecía estar surgiendo; como un volcán en pleno crecimiento.

Una escandalosa concentración de Lumen les hizo darse cuenta

de que se trataba de algo más complicado que un volcán. No sólo eso,

la creciente montaña tenía un movimiento además del vertical, era

como si se estirara después de un largo, largo sueño.

La enorme roca tomó forma ante los ojos de los chicos. No

podían creerlo. A pesar de todo lo que habían pasado, descubierto y

entendido hasta ese momento, lo que presenciaban era simplemente

inverosímil. Un coloso de roca de más de seis metros de alto, con

movimientos articulados y la figura de lo que parecía ser un…

-¿Jaguar? –pensó en voz alta Razi.

Era algo imposible de creer o contar y sin embargo, ahí estaba.

Un enorme jaguar de piedra sólida, con los movimientos naturales de

su modelo biológico de carne y hueso. Más que una copia exacta del

felino, era una representación con ciertas facciones exageradas. Las

patas eran más grandes de lo normal (hablando en escala, por

supuesto, pues el gigante era de por sí, de mayor tamaño

comparándolo con el felino real), su hocico era cuadrado y muy

delineado, sus manchas estaban representadas con una única figura,

pero de diferentes tamaños, y en el cuello llevaba plumas del mismo

duro material, que vistas desde cierto ángulo, hacían pensar que

vestía una corona.

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De su garganta emanaban rugidos que hacían recordar a los

poderosos motores de un buque de guerra y sus ojos, que eran lo más

llamativo de todo, brillaban con la misma luz celeste tan

característica del Lumen.

-No es posible que existan –balbuceó Equímides con semblante desencajado-. En todos mis años de… jamás…

-¡¿Qué es esa cosa?! –preguntó Tessa, obligando al oráculo a volver en sí.

-Existía una leyenda en viejos grabados, tan viejos como el planeta mismo –explicó-, en ellos se contaba de la existencia de los primeros seres creados por las energías. Las “bestias” como eran descritas, fueron los primeros en caminar por las dimensiones.

Adam dio media vuelta y caminó con una escalofriante

naturalidad hacia la bestia. Acarició su pata con ternura y el coloso

respondió con obediencia al gesto.

-Sin embargo, fueron dormidos por Andemián y Escanón, pues su poder era demasiado peligroso para los nuevos seres que habitarían cada mundo. Pero siempre pensé que se trataba de una leyenda –determinó con seriedad y pesimismo, Equímides.

-No te ofendas –dijo Kira- pero creo que juzgaste mal. -Eso parece –aceptó Equímides con una sonrisa cítrica.

Adam hablaba con el Jaguar, en un dialecto imposible de

descifrar para los chicos. El gigante, por su parte, parecía entender

cada palabra que el parac-to le recitaba.

Cuando hubo terminado de escuchar, la bestia miró con atención

a los sellos. Comenzó a doblar sus patas y daba la intención de querer

atacar; el motor de buque, se transformó en un feroz bramido.

-Eso no puede ser bueno –afirmó Razi.

Adam, que comenzó a alejarse del monstruo, les dedicó una

mirada de compasión. Incluso hizo un gesto humano de despedida,

que obviamente no tenía completamente dominado.

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-Les aseguro que esta batalla, será mucho más complicada que la anterior –prometió-. Lamento mucho que nuestro encuentro haya sido tan sido tan corto.

Una poderosa embestida que hizo temblar la tierra, apenas pudo

ser evitada de un salto por los sellos y Equímides; esa cosa no

aparentaba pesar varias toneladas.

Antes de que Kira pudiera aterrizar, la bestia asestó un golpe con

su gigantesca garra, impactando al muchacho y lanzándolo a la grieta

que el suelo había sufrido; el chico evitó caer, apenas por

centímetros. El sonido resultante del impacto, fue el equivalente a

una bala de cañón.

Tessa atacó con todo lo que tenía en su arsenal. Líneas de

Lumen, salieron de sus brazos y alcanzaron las fauces del Jaguar, que,

como lo demostró en ese momento, era capaz de sentir dolor. Un

rugido anunció que eso sólo había logrado molestarlo.

Cuando Tessa pisaba tierra firme, se percató con horror, que del

hocico del coloso, surgía una majestuosa concentración del ya

conocido brillo celeste. De un quejido, la bestia expulsó una gran bola

de Lumen a toda velocidad que amenazaba con aplastar a la chica,

quien no podría hacer mucho para evitarlo. Cuando ya se preparaba

para recibir el golpe, el meteoro se impactó contra una barrera casi

invisible. De reojo, Tessa observó a Razi concentrada, poniendo una

protección a su alrededor.

Decenas de soldados espectros, peleaban ahora contra el

gigante. Lanzas y flechas de lumen impactaban aquí y allá, el colosal

cuerpo de roca. El jaguar, molesto, asestaba golpes y lanzaba cargas

de Lumen desde sus ojos y su hocico, destruyendo uno a uno a los

guerreros calavera; no importaba cuántos cayeran, siempre

aparecían más.

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Abdul y el encapuchado (quien llevaba entre brazos a un

inconsciente Joel) salían de entre los escombros en ese momento.

Rápidamente se dirigieron a Adam, quien no perdía detalle de la

batalla.

Cuando notó la presencia de Joel, asintió satisfecho.

-¿Alcanzó a ver todo? –preguntó el monarca. -Sí, mi señor –afirmó Abdul-. Después hemos procedido según

sus órdenes. -Confío en que sigue con vida –se aventuró Adam. -Sólo inconsciente. Cortesía de nuestro guerrero –aseguró

Abdul. -Bien, sólo vio lo que era necesario. Sería problemático para

nuestras relaciones exteriores que presenciara la muerte de su hija.

Pero la batalla no iba tal y como se la había imaginado. La bestia,

apenas si podía mantener la atención en cada uno de sus adversarios.

Tessa, Kira y Razi ya hacían complicada la batalla. Manejaban el

Lumen como si lo hubieran hecho toda su vida. Crear explosiones,

barreras y cortes de todo tipo, parecían tan naturales como el

respirar.

Equímides, con sus ya acostumbradas criaturas de consistencia

ectoplásmica, lograba ataques no muy poderosos, pero sí certeros.

Aunque esto resultaba apenas molesto para la bestia, permitía que

los sellos atacaran con mayor libertad. Incluso cuando uno de los

chicos parecía estar en peligro, los esqueletos se interponían entre

ellos y el ataque, causando que la mole sólo gastara energía en vano.

Adam mantenía un semblante serio cuando tomó la más

arriesgada de las decisiones. Sabía las consecuencias de perder el

último de sus recursos pero no estaba dispuesto a dejar ir la

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oportunidad de acabar con los sellos de una buena vez. Además, ese

oráculo no hacía las cosas nada fáciles.

Era cierto que con el factor cero de su lado, destruir a los sellos

resultaba casi superfluo, pero el factor seguía siendo demasiado

inestable; en cualquier momento el plan podía venirse abajo.

Porque los humanos son, por naturaleza, débiles e inestables.

Del otro lado del portal, en Parac-do, esperaban las tropas y sus

generales por la indicación de su líder, pero traerlos con la sola

esperanza puesta en un humano, resultaba estúpido. Quizá tomar ese

camino, mataba dos pájaros de un tiro. Sabría si su nuevo juguete

resistiría la presión, y terminaría con lo único que impedía una libre

conquista; si todo salía bien, por supuesto.

Cuando pensaba los últimos detalles y su decisión aún seguía en

el limbo, una explosión derribó a la bestia. La sacudida del suelo

terminó por convencerlo.

-Mándalo –ordenó Adam. -Señor, no creo que sea buena idea –advirtió Abdul- será mejor

llamar más parac-tos. -Si el factor cero fallara, todos nuestros hermanos sin un

cuerpo humano, morirían sin remedio. No pienso jugar con eso; prefiero arriesgar algo a lo que no le tengo el mínimo de aprecio.

-Pero, mi señor –trató de contrarrestar Abdul, más una severa mirada de su líder, detuvo el reclamo. Sin ánimos de probar su suerte, se dirigió al encapuchado-. Destruye a los sellos.

El guerrero asintió y en el acto colocó a Joel Nichols en el suelo y

de un salto, se dirigió al frente de batalla.

Los chicos ya veían el panorama mucho más alentador y una

leve señal de esperanza aparecía cuando la mole de roca, se

tambaleaba buscando recuperar la vertical. Fue entonces que el

guerrero encapuchado aterrizó frente a ellos.

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Causó gran sorpresa entre los sellos la aparición de este nuevo

contendiente, pues ni siquiera lo habían notado hasta entonces.

Parecía ser otro parac-to de la calaña de Ava y Baltasar, escudándose,

por supuesto, en un cuerpo que no era suyo.

La presencia de este sujeto, sólo logró irritar más a Tessa, quien

no podía sentir si no frustración por tener que destruir un cuerpo

humano más.

-¡Sal del camino! –ordenó la chica.

Pero el grito quedó ahogado casi a la mitad, cuando de un jalón,

el guerrero se deshizo de la manta café. Los sellos se quedaron

pasmados ante lo que estaban viendo. Todos habían sofocado hasta

la respiración y sin poder decidir si aquello era real, daban pasos

dubitativos hacia atrás.

Kira buscó desesperado con la mirada a Equímides, quien igual

de sorprendido, tenía los ojos clavados en su nuevo oponente.

-¡No! –gritó Tessa.

David los observaba con total indiferencia, con ojos perdidos,

con la oscuridad de alguien que desconoce a sus seres queridos.

Vestía, como sus amigos, una armadura perfectamente acoplada

a su cuerpo. Negra como la piel de los parac-tos, elegante y detallada.

Justo en medio del pecho, estaba el medallón que lo había

atormentado antes. El cual Tessa reconoció de inmediato de aquella

noche en Aliquid Novi. Su rostro era parcial y desanimado; ninguna

emoción tangible se podían leer de él. Era la cara de una marioneta

que obedecía sin chistar.

Avanzó con pasos decididos hacia los sellos y Equímides,

quienes reacios a la confrontación, se alejaban al mismo ritmo que

David trataba de alcanzarlos.

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Todos excepto Tessa. Ella no podía aceptar que sucediera

aquello. Sería abandonarlo nuevamente, como lo había hecho antes.

Con súplicas y sollozos trataba de hacer entrar en razón a David;

tenía que escucharla.

De un golpe en el estómago que resonó en los corazones de

todos, David hizo callar a la chica; ésta sólo atinaba a abrir la boca en

busca del oxígeno perdido y abría los ojos con total desconcierto.

Kira y Razi, con incredulidad, no lograban decir algo o reaccionar

a esto. Sintieron el golpe como si lo hubiera recibido ellos.

-Yo me encargaré de la bestia –anunció con ecuanimidad Equímides- hagan reaccionar a David o terminen con él.

-¿Qu… qué? –preguntó conmocionado Kira. -Si terminamos con el factor cero –dijo Razi con dolor

disimulado- los parac-tos no podrán seguir aquí. Debemos intentarlo -¡No! ¡No lo haré! –gritó Kira.

Pero los otros dos no lo habían escuchado, y si lo hicieron,

decidieron ignorarlo. Ambos se alejaron para encarar a sus

respectivos rivales. Equímides atacó con todo su poder a la bestia,

que apenas había podido incorporarse y rugía furiosa, defendiéndose

a instinto, vomitando lumen y tratando de aplastar con sus garras al

evasivo oráculo.

Razi, se abalanzó sobre David, él reaccionó a reflejo y evitó cada

golpe de la chica, quien al mismo tiempo, lanzaba cuanta roca había a

su alrededor, cargadas del explosivo Lumen, pero ningún proyectil

daba en su objetivo; lo que quiera que le hubieran hecho a David,

incrementó su velocidad y fuerza.

No pasó mucho tiempo para que el chico, en respuesta,

acribillara con poderosos puñetazos a Razi, ya superada sin mucho

esfuerzo. A pesar de poner barreras que le evitaban algunos

impactos, Razi no podía reaccionar a la rapidez de los movimientos

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de David. Éste, a pesar de sus furiosos embates, tenía la expresión

cubierta de serenidad.

Kira se negaba a entrar en combate, en vez de eso fue a atender

rápidamente a una Tessa arrodillada e inmóvil. Cuando se le hubo

acercado, la escuchó balbucear algo que las peleas hacían imposible

de escuchar. Kira la sacudía tratando de hacerla reaccionar. La chica

se volvió para mirarlo y Kira pudo entender por el movimiento de sus

labios algo que parecía ser un “es mi culpa”. Kira la obligó a ponerse

de pie y le forzó a observar lo que sucedía.

-¡Hay que detenerlos! –indicó Kira con un grito que apenas se escuchó por sobre el escándalo. En ese momento, una serie de sucesos pasaron tan rápido que apenas pudieron procesarlos.

David, determinado a destruir a Razi, derribó de una estridente

explosión celeste a la sello, que quedó enterrada entre tierra y rocas.

El jaguar, por su parte, alcanzó con una de sus garras a Equímides y

cuando éste perdió el equilibrio, recibió de lleno un espectacular

torrente de Lumen, proveniente de las fauces de la bestia, bañándolo

cual cascada e hiriéndole con una gravedad alarmante.

Kira y Tessa estaban a punto de auxiliarlo, cuando, inesperados

aros de color azul celeste rodearon a David para luego explotar

(causando un alarido de dolor en el sello) y un fuerte silbido, detuvo

los movimientos del monstruo de roca. De forma dramática, la cabeza

del jaguar se separó del cuerpo y ambas partes cayeron inanimadas,

al terregoso suelo de la región.

Kira le señaló a Tessa una posición a pocos pasos de donde el

coloso yacía inmóvil. Cuando la tierra levantada por el impacto se

hubo disipado, reconocieron a una figura, que, con total autoridad

sostenía una espada, que amenazaba con cortar el cuello de Adam.

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-Ya sacrifiqué a la mascota, sólo tengo una cosa más por hacer antes de sacar la basura –dijo el obelisco Gabriel, mirando directamente a los ojos del líder de los parac-tos.

-Quizá deberías terminar antes con el resto de tus deberes –replicó con seguridad Adam.

Una lanza con punta diamantina, atravesó el hombro de Gabriel

en diagonal, clavándolo al suelo, causando que no él, sino los chicos

gritaran de horror. Uriel aterrizó a las espaldas de Gabriel. Su cuerpo

mostraba diversos cortes y heridas que para sorpresa de los sellos,

parecían estar curándose por sí mismas al instante.

-¿Aún cargas esto, hermanito? –preguntó Uriel, tomando entre sus dedos, el collar en forma de gota, que Gabriel llevaba alrededor del cuello–. Yo lo tomaré; ya no lo necesitarás –aseguró secamente, para después arrancarlo de un jalón.

Kira y Tessa corrían ya a la defensa de su maestro, cuando los

restos de la bestia explotaron con un cegador destello que los hizo

retroceder. El destello se convirtió en un punto luminoso, localizado

entre los restos de las rocas que en algún momento, fueron parte del

cuerpo del jaguar.

Era casi la representación de un ángel. Una figura humana tan

brillante que parecía hecha totalmente de luz. Era difícil reconocer

una forma más allá de la antropomórfica; un rostro era virtualmente

imposible de distinguir. Su cuerpo estaba cubierto por apenas un par

de prendas que se dividían en una pechera que no parecía de

aquellos tiempos y un taparrabos que llegaba hasta por encima de las

rodillas.

-El alma de la bestia –anunció Adam- no creyeron que sería tan fácil, ¿Oh sí?

Nadie pudo responder o procesar si quiera la pregunta, cuando

lo que quedaba de la bestia, atacó sin aviso alguno a los sellos con

Lumen que salía zigzagueante, de sus brazos extendidos.

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Kira y Tessa sentían cómo por su cuerpo, fluía el doloroso

torrente de energía. Sentían que podían explotar desde adentro. En

cualquier momento, el Lumen clamaría por libertad y los haría

estallar en mil pedazos.

Cuando pensaban que era todo, pues no había forma de escapar

de tan apabullante poder, el ataque se detuvo. Aturdidos, los chicos

trataron de enfocar lo que sucedía frente a ellos. El Lumen fluía de

forma caótica por todos lados; explosiones, y choques de gran poder,

se batían escandalosos por doquier.

Kira alcanzó a subir la mirada para observar el rostro de

Equímides, ataviado con la cálida sonrisa que siempre les había

dedicado desde que lo conocieron. Con un inamovible abrazo, había

atrapado el alma de la bestia, quien con toda su fuerza y la de su

energía (con una concentración de Lumen mucho mayor que la del

oráculo) trataba de zafarse sin lograr nada.

El poder del oráculo fluía de forma irregular, se sentía en

ebullición, como una olla de presión a punto de estallar. Kira

entendió entonces lo que Equímides estaba a punto de hacer.

Un sacrificio.

Como si el dolor no existiera en su cuerpo, el chico se puso de pie

y avanzó con pasos apenas existentes a donde las dos fuerzas se

enfrentaban. De su garganta salía un grito de horror.

Gabriel, por su parte, entendía el destino que le aguardaba a él y

a su buen amigo Equímides. Uriel se acercó al hermano menor que

algún día abrazó para confortar. Esta vez no había sarcasmo, ironía,

ni burla en su semblante. Era un adiós.

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Tessa fue testigo de cómo Uriel colocó la palma de su mano en el

pecho de Gabriel, quien miraba a la chica con una sonrisa paternal.

-Cuídense –dijeron ambos hombres y cerraron los ojos.

Un par de fulgores azules, envolvieron a Gabriel y Equímides.

Uriel hizo desaparecer a su hermano, Equímides estalló junto con la

bestia, sacrificándose. Un sonido seco atravesó las almas de los tres

sellos, quienes cegados por la incandescente luz, gritaban al mismo

tiempo.

Poco a poco recuperaron la vista, nublada por lágrimas de dolor.

Donde antes estaban sus maestros, ahora sólo había un par de

cráteres anchos, fúnebres y silenciosos.

-Ya que estás aquí –dijo Adam-, encárgate de ellos –le ordenó a Uriel.

-Esa no era mi tarea del día y lo saben –le recordó tranquilamente Uriel, como si no acabara de matar a su hermano-. Hagan su propio trabajo sucio.

-Entiendo –aceptó secamente Adam.

Los tres sellos, sin control alguno, se lanzaron con toda su rabia

en contra de los parac-tos, pero antes de que pudieran si quiera

acercarse, David se interpuso en el camino.

Esta vez, los chicos no dudaron en atacar. Los tres, sin un plan,

trataban de hacer a un lado a su compañero. Por un momento las

habilidades y energías combinadas, parecían poder doblar al

hipnotizado sello, que pasaba serios problemas para mantenerlos a

raya.

Al mismo tiempo, Kira, Tessa y Razi, intentaban recobrar a su

amigo, gritando su nombre y pidiéndole que los recordara. Pero era

en vano, estaba completamente manipulado, sin voluntad propia.

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Razi rodeó a David en un torbellino de energía, que avanzaba de

forma ascendente y no permitía grandes movimientos al chico. Tessa

lanzó líneas de Lumen, cuidando de no cargarlas mucho de energía;

sólo la suficiente para apartarlo de su camino. Kira concentró sus

esfuerzos en los tres enemigos que observaban impasibles, pero sus

cortantes ataques, eran fácilmente repelidos por Uriel.

Sucedió en ese momento, algo que no se esperaban.

El Lumen de David, parecía, en efecto, insuficiente para

enfrentar a sus tres amigos al mismo tiempo, pero

desafortunadamente para ellos, no era todo lo que había bajo su

manga. Envolviendo su cuerpo, una oleada de energía oscura provocó

que los otros sellos fueran repelidos con facilidad. Antes de que estos

pudieran reaccionar, David los atacó con meteoros de Lumen y Arum

al mismo tiempo, estallando al contacto y causando serias heridas en

los maltrechos chicos.

David recuperó el mando de la batalla. Con veloces movimientos

y fuertes golpes, maniataba a los tres amigos como si se trataran de

muñecos rellenos de peluche. Cuando hubo terminado, tomó de los

cuellos a Kira y Razi, quienes eran los más cercanos a él y los miró sin

ningún sentimiento aparte del de la indiferencia.

-Da…vid… -balbuceó Kira. -No… -pidió Razi.

Acto seguido, con una carga de Arum, David hizo sacudir los

cuerpos de ambos sellos, dejándolos fuera de combate.

-Bueno –dijo Uriel, dándole la espalda a la escena-, parece que ya no me necesitan –espetó mientras creaba un agujero negro en el aire-. Si no les molesta, esperaré en casa.

Ni Adam ni Abdul respondieron al rebelde obelisco, quien cruzó

el portal y desapareció sin decir más.

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-Mátalos ya –ordenó Adam a David con solemnidad acompañada de expectativa y ansia.

Antes de que David pudiera obedecer, una poderosa línea de

lumen le impactó en el pecho, arrojándolo al cráter abierto por la

bestia, llevándose con él a Kira y Razi.

Tessa apenas se mantenía de pie después de su ataque.

Observaba cómo sus amigos desaparecían tragados por la tierra.

Perdió el balance y cayó de rodillas.

De un brinco, David reapareció frente a ella, levantándola y

poniéndola a nivel de sus ojos. Tessa no pudo ver nada ahí adentro.

-Entonces –murmuró la chica- ¿eso es todo? ¿Vas a matarnos y olvidarnos? Está bien, pero ¿y Samanta? ¿Vas a olvidarte también de ella?

David dudó. Por un instante, su rostro pareció responder a un

estímulo. Sus ojos incluso brillaron por un segundo reconociendo

algo, por mínimo que fuera.

-¿Qué pasa con Abel? ¿Qué pasa con su muerte? –insistía la chica.

-¡Ya basta! –gritó Adam- ¡termina con ella!

David se disponía obedecer, cuando un brillo, seguido de un leve

“crack” lo detuvieron en seco. Su rostro se torció en dolor. Pero no

dolor físico, no, nada parecido, era dolor de aquel que toma

conciencia del error cometido.

-Se acabó –anunció Abdul.

Tessa sonreía al notar que su plan daba resultado. Con su dedo

lleno de rastros de Lumen apuntaba directamente a lo que alguna vez

fue el medallón, del que ahora sólo quedaban astillas y pequeños

trozos de metal.

Lo había entendido muy tarde, pero aquello era lo que impedía a

David procesar la realidad como sucedía. La batalla había terminado.

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Tessa cerró los ojos y dejó su cuerpo completamente desanimado.

David la depositó suavemente sobre el suelo y se dio media

vuelta con el rostro y el corazón inundados en odio. Cargó todo su

cuerpo con ambas energías y a dos pasos de alcanzar a Adam, Abdul

tocó la frente del chico y éste perdió el conocimiento, desplomándose

con fuerza.

-Mi control sobre él se desvanece y sin su conciencia y voluntad, el Arum no podrá permanecer mucho tiempo en este mundo –advirtió Abdul, mientras, con una sorprendente fuerza ponía a David sobre uno de sus hombros.

Adam asintió con tranquilidad. No porque no estuviera furioso y

lleno de frustración, sino porque aceptaba los resultados de la

batalla. Incluso podía sentir cómo su poder poco a poco abandonaba

a esa dimensión y regresaba a la propia. Era momento de partir.

Observó con taciturna actitud a Tessa y deseó poder terminarla

ahí mismo. Torciendo la boca, abrió un agujero negro. De un simple

movimiento de muñeca atrajo los cuerpos de Ava y Baltasar y los hizo

pasar primero por el portal, acto seguido, con un murmullo que

apenas separó sus labios, desintegró los cuerpos uniformes del resto

de los parac-tos Abdul siguió a Ava y Baltasar. Entró cargando a

David por el agujero.

Adam le echó un último vistazo al escenario, asqueado por su

propia derrota. Decepcionado de sus propios guerreros; guerreros

que había portado siempre con orgullo y felicidad. Entendió sin

muchos aspavientos, que la guerra por esa dimensión y por el Lumen,

sería más complicada de lo que había previsto y odiaba eso. Por

mucho tiempo había considerado a los humanos como simples

víctimas de su rebelión. Había que tomarlos como un serio rival.

Sin querer permanecer más en aquel pútrido mundo, se

desvaneció junto con la puerta a Parac-do.

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Joel recobró el conocimiento, casi al mismo tiempo que todo su

escuadrón, quienes, desubicados, trataban inútilmente de recordar

que es lo qué les había sucedido.

Nichols, por otro lado, se sorprendió de seguir con vida. Estaba

seguro de haber quedado sepultado bajo toneladas de roca, justo

después de presenciar lo más maravilloso que había visto en su vida.

Fue entonces cuando lo golpeó. El recuerdo de ese ser tan antiguo

como el Lumen mismo y criaturas de otro mundo, le inyectaron un

ánimo renovado.

Se puso de pie cual si fuera la primera vez que lo hacía, cuando el

amanecer comenzaba a romper en el horizonte. Un rayo

especialmente alargado del incipiente sol, iluminó un cuerpo casi a

los pies de una cuarteadura enorme en el suelo. Inmediatamente la

reconoció, y si sus huesos no dolieran con la intensidad de miles de

fracturas, habría brincado de emoción. No porque fuera su hija o

porque la extrañara mucho. Sino porque entendía que ella podía

proporcionarle, aun más de lo que ya tenía.

Hasta ese momento, no cayó en cuenta de la tranquilidad que

ahora reinaba en la región. ¿Dónde estaban aquellos seres? ¿Dónde

estaba el coloso milenario? Y sobre todo ¿dónde estaba la pirámide?

Pero el bosque ya cantaba al compás de su clásica música

natural. Nada aparte de él y su cuadrilla, rompían la armonía de la

selva.

Le indicó al soldado más cercano que tomara a su hija, y la

llevara a las naves; era momento de partir. Éste dio rápidas órdenes a

los hombres, que podían apenas entenderlo y como hormigas recién

fumigadas, tomaban dirección a los jets.

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Lo único frustrante del día, fue descubrir que la criatura que

habían logrado capturar, desapareció cuando el par de soldados

encargados de ella, perdieron al igual que el resto, la conciencia de

forma inexplicable. No habían capturado al enmascarado o a alguien

de su “gente” (dudó un poco, pues no sabía que adjetivo darle a esas

criaturas) pero recordó de pronto, que eso no sería un problema. Sí,

el sujeto calvo sabía de sus intenciones y sin embargo le había

asegurado más conocimientos en el futuro. Así que, ¿qué más daba?

Cada persona tomó su posición en los jets de metal azul neón, y

después de asegurar a Tessa en uno de los asientos, Joel ordenó

despegar al instante. Las turbinas de cada transporte, escupieron

llamaradas de Lumen, y en pocos segundos, se encontraban a varios

metros del suelo y partían con prontitud hacia Tulum. Joel tenía

muchas cosas que hacer como para seguir con aquella farsa. Algo se

le ocurriría para justificar esta acción con los trece.

Pero una sorpresa más, le aguardaba en la antigua ciudad Maya.

Una figura apreció con un fuerte “bum” a apenas unos metros de

la cicatriz en la tierra. Fue tan estridente su llegada, que las aves que

por fin disfrutaban de un poco de paz después de una noche

intranquila, chillaron inconformes.

El corpulento sujeto avanzó con cautela. Rastros de un

descontrolado flujo de Lumen, inundaban el ambiente. Destrucción,

llanto y muerte fue lo que pudo sentir al momento de arribar. Su

armadura azul profundo, reflejaba la luz de la naciente mañana en su

cuadrado rostro. Sus ojos, de un azul parecido al de su armadura,

escudriñaban los cráteres causados por un choque de energías. En la

espalda llevaba colgado un hermoso arco dorado, pero ninguna

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flecha con que armarlo. En el cuello portaba un collar con un dije en

forma de gota.

“Aquí murió alguien” pensó mientras acariciaba su barba de

candado, rubia como la cabellera larga que descansaba detrás de su

espalda. Había presentido la batalla muy tarde esta vez. Se recriminó

dando un feroz puntapié a una pequeña roca, la cual cayó por el

desfiladero.

Hasta ese instante concentró su atención en la grieta. Había algo

ahí abajo, podía sentirlo. Un par de concentraciones de Lumen muy

débiles, pero aún con vida. Apenas pudo entrar en el agujero debido a

su musculatura y no fue sino hasta que deshizo con sus propios

puños parte de las rocas, que pudo sacar a ambos chicos.

Cerró los ojos aliviado de comprobar, que en efecto, se trataban

de dos de los sellos. No todo estaba perdido.

Los colocó bajo la sombra de un frondoso árbol, y de su cintura,

tomó una cantimplora ingeniosamente fabricada para parecer parte

de su indumentaria de metal y les hizo beber un poco de agua. Kira

reaccionó a esto, abriendo ligeramente los ojos y tratando de

reconocer al hombretón.

-¿Qu… quién…? –balbuceó el chico. -Tranquilo, vas a estar bien –aseguró el sujeto.

El sello dejó escapar un leve quejido y perdió nuevamente el

conocimiento. “Nada puedo hacer yo” pensó el hombre. Necesitaría a

alguien que pudiera atender sus heridas, pues aunque no parecían de

gravedad mortal, jamás se sabía con el cuerpo de los humanos.

Buscó por todos lados al resto de los sellos. La chica que había

salvado en la mansión de Oppidum Lux, no estaba presente. Ignoraba

la identidad del cuarto chico.

Se volvió para observar un rastro de Lumen muy familiar para

él. Entendió que su propietario no había muerto y eso lo reconfortó

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un poco. Ellos estaban conectados, desde su nacimiento hasta la

muerte. Sabría si había fallecido.

-¿Dónde estás, Gabriel? –preguntó en voz alta, como esperando que la selva le diera la respuesta.

Rafael sabía que la misión de su hermano, era ahora suya. “Sólo

mientras regresas, maldito desobligado” pensó, forzando un gesto de

alegría.

Sujetando a los inconscientes chicos, se desvaneció junto con

ellos, al escándalo de otro fuerte “Pum”.

Joel caminó por entre los cadáveres de sus hombres

enviados en la primera nave que salió de Focus Lumen. Regados a lo

largo y ancho de Tulum, tanto soldados como científicos, habían

caído fulminados por una fuerza desconocida. No había marcas en

sus cuerpos o heridas de algún tipo; era como si la vida se les hubiera

simplemente escapado.

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Sí había, en cambio, un tangible terror en sus rostros. Tuvieron

tiempo suficiente para entender que estaban a punto de morir, y

habían fallecido con ese horror labrado en su expresión.

El improvisado centro de investigaciones (que era una carpa con

la capacidad de crear atmósferas de todo tipo, para el desarrollo de

los experimentos) había sido destruido, y ahora descansaba hecho

pedazos en la tierra.

El escuadrón de Nichols, exploró toda el área sin encontrar

rastros del o los agresores; ni una sola huella dejaron atrás. Sin

mostrar signos de estar afectado, Joel observaba las indagaciones que

los soldados realizaban sin esperanza de encontrar una verdadera

pista de lo ocurrido.

Avanzó por su cuenta, ignorando las recomendaciones del

capitán, hacia el punto que utilizó meses antes para engañar a los

Trece, y su sorpresa no pudo ser mayor. Había cuerpos, rocas, ramas

y polvo, flotando como si la gravedad no aplicara para ellos. Cuando

uno de los soldados se acercó con un medidor de Lumen, éste se

volvió loco. Los niveles rebasaban incluso los más altos parámetros

existentes, y era obvio que la misma energía causaba el

extraordinario fenómeno que ocurría frente a ellos.

Ordenó entonces, que una de las naves se preparara para partir,

mientras el resto de los soldados, reinstalarían el centro de

investigaciones y esperarían su regreso. Su plan era volver a

Oppidum Lux, relatar el hallazgo, conseguir más apoyo y volver con

vastos recursos. Los hombres, aunque algo temerosos, obedecieron

sin chistar, y sin perder tiempo, comenzaron a reinstalar la carpa.

Joel subió a la nave y acompañado de un par de hombres, el

piloto y por supuesto, Tessa, (inconsciente aún, dentro de la nave)

partieron de regreso a la gran metrópoli. En la mente de Joel, apenas

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si cabía la excitación. Quizá había subestimado las posibilidades de

ese lugar.

Cuando cruzaban ya la mitad del atlántico, llamó a sus

laboratorios. Se sentía en humor de escuchar más buenas noticias.

-Doctor –saludó a un decrépito pero eminente anciano que le miraba desde el otro lado de la línea- ¿Cuál es la situación del prototipo?

-Esperanzador, señor Nichols. El sujeto alfa ha respondido a todos los estímulos y ahora puede realizar tareas básicas con el Lumen –anunció el Viejo de bata blanca con una complacida sonrisa.

-Llegaré en un par de horas, si las cosas van de acuerdo a lo planeado, procederemos a la fase dos. ¿Está claro?

-Señor, sin tener un sujeto de pruebas adecuado, sería arriesgado forzar la fase 2; el sujeto alfa no está listo.

-No se preocupe. Tengo al perfecto sujeto de pruebas. -¿Señor? -Llegaré en un par de horas. Prepare todo. -Sí, señor.

Nichols sonrió como no lo había hecho en años. Miró de reojo a

uno de los soldados, utilizar un sensor de Lumen en Tessa (quien

había sido sujetada a uno de los asientos). La cara del hombre

mostraba confusión.

-¿Y bien? –preguntó Joel. -Señor, no sé como… su hija… El Lumen tiene un flujo constante

en ella. Jamás había visto algo así, es como si… -Como si la protegiera. -Sí. -Eso es todo. Déjala descansar.

Joel miró detenidamente el hermoso rostro de su hija, que, con

marcas, dejaba claro que la batalla le había pasado por encima. Los

labios de la chica se movieron en un susurro que Nichols no pudo

escuchar. El soldado, sin embargo, había corrido con mejor suerte.

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-“Voy a encontrarte”. Fue todo lo que dijo, señor.

Joel esperó alguna palabra más de su hija, pero ésta ya no

mostró signos de conciencia. Se encogió de hombros y dirigió su

mirada a la ventanilla para observar el interminable azul del océano.

Había sido un buen día.

Los generales, Ermus, Jamil, Mara y Casius, no se atrevían a decir

nada. Esperaban alguna palabra, comentario o reacción de su líder,

que, sentado en su propio trono, miraba al vacío en una actitud de

meditación.

Cuando se puso de pie, así lo hicieron también los generales.

Adam bajó los cuatro escalones que elevaban su asiento real y

caminó en medio de la oscura sala. Estaba cubierto por su

inmaculada bata blanca, avanzando taciturno y pensativo.

Ermus fue el primero en romper el silencio, era el segundo al

mando a final de cuentas. Él era quien tenía que dar la cara a sus

tropas, las cuales se habían quedado esperando el momento de la

rebelión; de esa revolución que los libraría de la tan odiada

dimensión que se veían obligados a habitar.

-Mi señor ¿Por qué no nos ha llevado a nosotros en lugar de ese par de mediocres y la rata traidora de Uriel? Pudimos ganar –cuestionó con toda la sumisión que le fue posible transmitir.

Adam ni siquiera se volvió para encararlo, simplemente se

detuvo y miró a la juguetona mancha púrpura rodearlo con expresa

alegría.

-Las decisiones que yo tome, general Ermus, no admiten ningún tipo de reclamo. Espero que eso esté totalmente claro –dijo Adam con inquietante tranquilidad.

-Lo entiendo mi señor, es sólo que…

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-No se utiliza las piezas claves en el primer movimiento, mi querido Ermus, ustedes son, además, el alma y cerebro de nuestro ejército. Su lugar está al frente de ellos. –La verdad es que no había querido arriesgar a sus más poderosos guerreros, con la sola carta del fallido factor cero.

-Pero señor, su presencia entonces, pierde sentido para mí. Su incapacidad para pelear en ese mundo…

-¡Soy consciente de mi incapacidad, general! No necesito de ti para recordarlo. En ese sentido, sólo cabe decir, que mi presencia en ese mundo era más que necesaria. Espero no tener que discutirlo contigo.

-Yo… No, señor. -Bien, ahora, déjenme solo. -¿Qué haremos con Uriel, mi señor? –preguntó Casius con obvia

expectación. -Nada. Por el momento todo quedará igual. Retírense ya.

Casius hizo una reverencia con la ira contenida en su mandíbula.

Había esperado un castigo ejemplar para el traidor a la causa. Los

generales, después de presentar sus respetos, desaparecieron de la

sala real.

Abdul, que había permanecido todo el tiempo en la esquina más

oscura y alejada del lugar, se dirigió a Adam con la misma pasividad

de siempre. El monarca lo miró con severidad mientras esperaba las

palabras de su sirviente.

-Ha funcionado, mi señor. La presencia del factor cero y de la maldición que Miguel Ángel puso sobre usted, hizo reaccionar el Lumen del primer obelisco –anunció Abdul.

-¿Sabemos dónde está? –preguntó Adam. -Un aproximado, sí. -Bien.

Aunque había estado esperando aquellas palabras, la buena

noticia no causó gran efecto en él. Sopesando los acontecimientos, no

parecía el momento idóneo para festejar.

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-Habrá otras oportunidades para terminar con ellos; puedo asegurárselo –consoló Abdul.

-¿Cómo está nuestro invitado? –evadió Adam. -En proceso de separación. Pasará un buen tiempo ahí adentro.

Es la movida correcta: sin el medallón mi control sobre él, se perderá en poco tiempo. Por lo menos ganaremos un arma para la causa.

-Vale, retírate ahora. Quiero estar solo.

Abdul obedeció y con una reverencia, desapareció en el acto.

Adam sentía la frustración hervir en su interior. Sus decisiones

habían terminado por afectar el plan que con tanto cuidado,

construyeron y realizaron.

Su gente necesitaba de un líder en esos momentos. Alguien que

los sacara de la tortura eterna a la que habían sido condenados. Sin

pasión, sin corazón, sin emoción alguna, sin la luz que tanto

anhelaban ver los ojos de su maldecido pueblo. Había regresado sin

nada.

Sólo ellos que compartían un cuerpo humano, experimentaban

la exquisitez de un corazón, de un sentimiento. Era algo que quería

repartir a cada uno de sus hermanos.

Ahora tenía que mirar para adelante, debía empezar de cero y no

especular ya más. Por lo pronto sabía por dónde empezar y qué

hacer. El desgraciado que lo había derrotado hace tanto y lo marcó

con aquella maldición, tenía que pagar su osadía.

Lo haría, Miguel Ángel pagaría.

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Omar maldecía como para sí, pero asegurándose de

que lo escucharan dentro de la casa de la que salía con una bolsa

repleta de apestosa basura. Dicha casa estaba situada en medio de la

nada. En los adentros de uno de los desiertos más grandes del

mundo, justo en el corazón de la isla que alguna vez fue Australia.

Era de noche y hacía un frío infernal. Los dientes de Omar

castañeaban a pesar de los tres gruesos suéteres confeccionados por

él mismo, hechos de las pieles de los grandes animales que aun

rondaban la región.

La casa tenía un tamaño considerable, pero era todo menos

elegante; en realidad, parecía un deshuesadero de tres pisos. Láminas

de grueso metal constituían los muros (eran de diferentes colores y

tamaños, así que daba la impresión de estar parchada por todos

lados) así como las ventanas estaban hechas de viejos parabrisas.

Pero eran dos cosas las que llamaban poderosamente la

atención: la reja haciendo perímetro de la casa, inspirada en un

cuartel militar, con varias cercas de alambre y enormes lámparas que

hacían virtualmente imposible, pasar desapercibido si uno caminaba

alrededor y una enorme antena que daba la impresión, era

demasiado peso para el destartalado hogar, que se sacudía con cada

ráfaga de viento fuerte.

Omar, por su parte, era un menudo chico, no muy alto y

excesivamente delgado. Usaba unos gruesos lentes, básicos para su

supervivencia diaria, y su temperamento era uno muy inestable.

Tenía cabello corto y negro, pero pulcramente peinado hacia los

lados. Su piel era de tonos criollos, con un bronceado de nacimiento y

sus ojos: redondos y pequeños globos marrones, tenían la luz de la

curiosidad en ellos. Rondaba la edad de los treintaicinco años.

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Había perdido por quinta noche consecutiva, el juego de piedra,

papel o tijeras, y sacaba los desperdicios del día, a pesar de su

arraigado miedo a la oscuridad y su cero tolerancia al frío. Cuando

hubo descartado la bolsa con basura, (en un tambo que, al contacto

con los desechos, los pulverizó con una cegadora descarga de Lumen)

regresó corriendo a tomar refugio y cruzó la pesada puerta que que

el y sus compañeros de vivienda habían robado de la caja fuerte de

un banco abandonado en Sídney y la cerró con aun más prontitud.

Dentro, cruzó una sala con poco piso visible (casi todo estaba

cubierto por libros y aparatejos que hacían juego con la casa) y se

dirigió a la pequeña mesa de madera podrida, donde Rita y Henry,

leían cada uno, un grueso libro de hojas tan marchitas, que

manchaban los dedos con un polvo café, cada que daban vuelta a la

página.

Alrededor de ellos habían estantes repletos de gruesos

volúmenes, artículos que parecían sacados de la imaginación de

antiguos gitanos (muñecas deformes, esferas de cristal tallado,

monedas de oro con extrañas escrituras, etc.) y objetos de índole

espiritista (pentagramas de metal, escalofriantes colguijes, pinturas

esotéricas etc.). Pero lo más llamativo del cuarto, era un espejo con

armazón plateado y base de madera. Nada parecía reflejarse en él y

sólo mostraba extraños símbolos que no asemejaban escritura

humana de ningún tipo.

Rita y Henry buscaban en sus respectivos tomos, el significado

de dichos símbolos. Junto con Omar, habían dedicado los últimos

años de su vida a descifrar lo que ellos llamaban “La invasión”.

Estaban seguros, que de hecho, la dimensión humana había sido

invadida en tiempos del colapso por seres de otro mundo, que

trataban de hacerse de sus almas.

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Rita, treintañera, delgada, cabello pintado de un morado

desmarañado apenas sujeto por un par de colitas, piel tan blanca

como la de un muerto, ojos color verde claro y ropa compuesta de un

par de mantas multicolores, una falda roja, más larga que sus piernas

(por lo cual, arrastraba el atuendo como si se tratara de un velo de

novia) y unas sandalias de cuero genuino; había aprendido de sus

padres, “la verdad detrás del colapso”

Conoció a Henry, un estudiante de ciencias sociales, en uno de

sus viajes a las colonias circundantes a Oppidum Lux. El tipo tenía

ideas liberales, proponía casi en una solitaria lucha (repartía volantes

llenos de propaganda revolucionaria) un estilo de vida alejado de

todo bien material.

“Pensamiento libre”, él lo llamaba. De la misma edad de Omar,

unos años más joven si acaso. Cuando escuchó todas estas ideas

acerca de un mundo paralelo al suyo, de la boca de una fantástica y

emprendedora chica, no resistió unirse a la búsqueda que ella

realizaba incansablemente. Ella se había presentado a sí misma como

‘Rita’. Henry era alto, fornido casi por biología, cabello largo y negro,

anchas manos que podían sujetar el cráneo de una persona (lo había

verificado) y dientes grandes como de caballo.

Omar era amigo de toda la vida de Henry, y a quien menos le

importaba todo aquello, pero vio en esta aventura, la posibilidad de

dejar la escuela y no tener que entrar a un encadenante mundo

laboral, y los acompañó en la dichosa búsqueda. Simplemente

prefería la vida tranquila y jamás fue de su gusto, el estrés de la

sociedad cotidiana.

Después de estarlo planeando por un año, los tres se mudaron a

Australia, donde la familia de Rita le había dejado la casa, incluyendo

todo lo que ésta resguardaba, y por tres largos años, hasta la fecha, se

habían dedicado a estudiar cada libro y artículo salvaguardado en el

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búnker; siempre buscando cualquier pista que explicar todo aquello

relacionado con “la otra dimensión”.

Por recursos, jamás sufrieron. Henry era el hijo de dos fallecidos

accionistas en la industria de los speedsters, y le habían dejado

millones en su testamento. Cuando los alimentos escaseaban (que era

cada medio año, ya que tenían una bodega repleta de alimentos

deshidratados, agua y frutas enlatadas) sólo tenían que ir a la

población más cercana (al norte de áfrica) y reabastecerse lo

suficiente.

Los primeros dos años, la cosa no había pasado de buenas

intenciones. Se dedicaron a leer todos los textos con lujo de detalle, y

a entender los artilugios que poblaban aquel destartalado hogar.

“El espejo de Nícanos” como el padre de Rita lo había llamado

toda su vida, (hasta el momento en que se retiró a una aldea exterior

y Rita no supo nada más de él) dejaba ver ese tipo de símbolos de

vez en cuando. Su padre le había explicado, que, cuando energía del

otro mundo cruzaba al nuestro, el espejo reaccionaba a ello y

anunciaba con la bizarra escritura, dicho suceso.

Se especulaba (por los mismos libros ancestrales que tapizaban

el hogar) que el espejo de Nícanos podía incluso dar datos exactos,

como la localización de estos flujos de energía extranjera así como de

portales directos a ese extraño mundo paralelo.

En los tomos que ahora hojeaban con algo cercano a la

adoración, estaba el secreto para descifrar los enigmáticos símbolos;

símbolos que los chicos entendían, como la lengua de aquellos

fugaces visitantes de la otra dimensión. Poco a poco habían

aprendido a leer algunos de esos garabatos, pero estaban lejos de

entenderlos todos, y el espejo de Nícanos, no hacía más que

despertarlos por las noches y fabricar caras de expectación y

frustración.

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El objeto, había mostrado una actividad desmedida hacía apenas

un par de semanas. Los tres chicos, temieron que fuera a estallar de

un momento a otro. Algo había sucedido que violó todas las leyes

establecidas entre las dimensiones; o eso es lo que ellos alegaban.

Así que, decidieron no descansar hasta descifrar los símbolos,

pues sentían, se estaban perdiendo de algo de proporciones épicas.

Omar, quien comenzaba a enfadarse de toda aquella situación,

resoplaba con aire molesto para llamar la atención de los otros dos.

-Deja de intentarlo. No es que te no te escuchemos, simplemente no nos importa. –le dejó en claro Rita.

-Han sido dos semanas desde la agresiva actividad. ¡Ya no soporto esto! –se quejaba Omar-. Leo, no entiendo, doy vuelta a la página, entiendo un poco menos. ¿Por qué seguimos haciendo esto?

-Lo haremos hasta que te quede claro entonces ¿Te quedó claro? –dijo casi sin prestar atención Henry.

-Bien –aceptó con resignación Omar-, pero ya no puedo más por hoy. Iré a dormir.

-Cuídate de los mosquitos –se despidió Rita. -Ja, ja –replicó Omar con sarcasmo, mientras se dirigía a las

angostas escaleras que llevaban a los pisos superiores. -Lo digo en serio. Anoche me picaron y hoy tengo un extraño

sarpullido. Mira.

Pero Rita ya no le pudo mostrar. Las improvisadas alarmas que

resguardaban el perímetro de la casa en precaución a los grandes

animales que rondaban, se activaron con una escandalosa sirena. Los

tres tomaron de una vieja repisa, tres armas de Lumen, y con toda

precaución, salieron en fila india encabezados por Henry.

Extrañamente, nada parecía estar ahí afuera. Sólo algunas

palomillas hipnotizadas por los cegadores faros de la entrada. Henry

bajó su arma con alivio, pero un grito de “Cuidado” por parte de Rita,

lo hizo reaccionar, apenas para observar, cómo una chica salida de la

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nada, lo desarmaba de un movimiento y lo derribaba de un jalón que

lo hizo caer de estómago contra el piso.

La chica, que vestía un largo abrigo oscuro, apuntó la pistola

recién obtenida, justo en la nuca de Henry, mientras le sujetaba uno

de los brazos, imposibilitando cualquier movimiento. Rita y Omar

amenazaban con sus respectivas armas a la recién llegada.

La chica era muy hermosa, de cabello rubio, largo y sedoso;

tenía, además, cuerpo de deportista. Su ropa era de alguien que podía

pagar las cosas más caras. En la mano que sostenía la pistola, llevaba

una especie de armadura incompleta.

-¡¿Quién eres?! ¡¿Qué quieres aquí?! –interrogó Omar. -Tranquilos, no he venido a hacerles daño –aseguró la chica,

con melodiosa voz-. Necesito encontrar a alguien. -Bueno, es más que seguro que no lo hallarás aquí –le advirtió

Rita, para después mirar su brazo-. ¿Eso es un Helm? –preguntó intrigada.

-Vaya –dijo a forma de respuesta la joven desconocida -, parece que he venido al lugar correcto.

La joven ayudó a Henry a ponerse de pie y le entregó su arma de

forma pacífica. Se disculpó y siguió.

-Mi nombre es Tessa, y necesito su ayuda –se presentó la chica. -Bueno –dijo Henry mientras se sobaba el cuello- haberlo dicho

antes.

El aullido de un solitario lobo, cruzó el cielo tatuado, de una

hermosa y gigantesca luna.

Uriel observaba en la oscuridad de las montañas, el místico

escenario de enormes rocas transparentes con tonos azulados.

Avanzó por entre las piedras (que en realidad podían considerarse

tumbas) y se acercó a la que parecía ser la más reciente (podía

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saberlo por su brillo y reflejo, mayores a los del resto). Una vez ahí

escudriñó el rostro de David, que, inmóvil, descansaba dentro de la

desproporcionada gema. Paz y tranquilidad se reflejaban en el rostro

del sello. Justo al lado, Samanta permanecía en una roca idéntica, con

expresión similar a la de su amigo.

Espesa niebla inundó el ambiente y le anunció al obelisco, que

era hora de partir. Mientras lo hacía, su mente estaba poseída por el

recuerdo de su hermano y en su boca se reflejó una sonrisa

complacida. De su mano izquierda, colgaba la gema en forma de gota

de Gabriel. Acarició entonces la propia, una idéntica; aquella que

vestía en el cuello. Era tiempo de reabrir la tumba de Andemián.

Todo iba, según lo planeado.

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David despertó clamando oxígeno con grandes

bocanadas. Hacía unos momentos, soñaba con estar atrapado en una

tumba de diamante, y sintió que el ahogo aplastaba sus pulmones.

Todo había sido tan real, tan vívido. La muerte de su amigo, los

extraños sujetos de otros mundos, la batalla en una región desolada.

Había sido tan real, que tardó unos momentos en reconocer su propia

habitación. Era el ático, a decir verdad, pero había tenido que

mudarse ahí cuando su pequeña hermana nació, hacía cinco años. De

cualquier forma no estaba del todo mal. Tenía más espacio para sus

cosas, siendo la más significativa, un librero repleto de textos

escolares y de literatura inglesa (su favorita). Había también, una

guitarra que descansaba en una de las esquinas, y justo al lado de su

puerta de madera, una computadora personal acompañada de una

torre de discos compactos.

Su cama estaba justo al pie de la ventana, que le ofrecía una

hermosa vista al resto de la pequeña población, que se extendía a las

faldas de una majestuosa montaña. El sol comenzaba a salir ya, y

decidió que sería inútil tratar de conciliar el sueño, así que abandonó

su cuarto y bajó unas chillantes escaleras de madera hasta llegar a la

planta baja. Cruzó la sala adornada con elegantes y modernos

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muebles de colores primaverales y se dirigió a la cocina, donde sus

padres ya desayunaban, listos para empezar el día.

Fue extraño verlos, como si en realidad hubieran regresado de la

muerte. Aquel estúpido sueño; de verdad lo había trastornado. Su

padre, hombre alto y elegante, con cabello perfectamente peinado

con la ayuda del fijador en gel, vestía traje y una corbata. Tomaba un

café y leía el periódico, cuando reparó en la presencia de su hijo.

-Esto sí es una sorpresa. No tuvimos que bajarte a cubetazos de agua fría esta vez –dijo el padre en tono de burla.

-Ya, déjalo en paz –pidió la madre- ¿Quieres desayunar, cielo? ¡oh!

David no se había podido contener, y fue a abrazar a su madre,

quien le dirigía una complacida y sorprendida sonrisa. Su madre era

hermosa: cabello almendrado, piel mestiza y suave, ojos marrones y

la sonrisa más cálida del mundo.

-¿Y a qué debo tan hermoso e inesperado detalle? –cuestionó intrigada.

-No lo sé –aceptó David- sólo, me parecía correcto ¿Sabes?

David tomó asiento en una de las sillas del comedor (hecho de

cristal y adornado con finos tallados) y miró todo a su alrededor. Se

sentía aliviado de estar despierto.

-Bueno, no es que no quiera seguir presenciando más de tu renovado comportamiento –dijo el padre- pero tengo que ir a trabajar. Asegúrate de dejar a tu hermana en la guardería ¿Vale? Y no olvides su almuerzo de nuevo.

-Una vez papá, sólo fue una vez. -Es más que suficiente. Hasta luego cariño –le dijo a su esposa,

dándole un tierno beso. David giro los ojos con asco fingido-. Que tengas buen día, Campeón –se despidió de él, sacudiéndole el ya de por sí enredado cabello, antes de salir del comedor.

-Gracias papá, tú igual.

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-¡Y córtate ya esa melena, cada día pareces más un san Bernardo! –pidió, su padre, para después, dejar la casa.

David se encogió de hombros y aceptó de buena gana el plato

con huevos y tocino que su madre le ofrecía. Una pequeña de apenas

cinco años, entró arrastrando los pies y frotándose los ojos con

pereza. Llevaba una diminuta pijama de animales completamente

caricaturizados y su cabello castaño, apenas recogido por detrás de la

nuca. Abrió la boca con un bostezo tan grande, que parecía querer

terminar con el aire de la habitación. Jaló la silla que estaba al lado de

David con un esfuerzo que parecía superar su cuerpecito, y se sentó

con delicadeza, dejando sus pies al aire y perdiendo una de sus

pantuflas en el proceso.

Mamá le dio los buenos días y ella respondió con gemidos que

daban a entender un saludo. Mientras su madre le servía un plato de

cereal, la niña observaba con incredulidad a su hermano.

La pequeña era una copia idéntica a su madre. El mismo cabello,

ojos y rostro, sólo parecía haber heredado la agudeza de su padre.

-¿Qué haces despierto tan temprano? –cuestionó la pequeña, para después meterse una cucharada de cereal en la boca; ración que superó el espacio causando un severo derramamiento de leche.

-¿Es qué nadie puede actuar como si esto fuera normal? –se preguntó David.

-Mbuenob efs quem nom lof efs –replicó la niña, con la boca repleta de cereal.

-Sonia, no hables con la boca llena –reprendió la madre.

En ese momento, un recuerdo alegró el rostro de Sonia, quien, a

fuerza de tragar rápidamente su bocanada, casi termina ahogándose.

Después de que por fin recuperó el aliento, preguntó con ojos

llorosos a su madre.

-¿Iremos mañana a la cabaña del abuelo? –cuestionó entusiasmada-. Quiero ver a Ralf.

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-¿Ralf? –se extrañó David- ¿Quién es Ralf? -El nuevo becerro que tu abuelo compró hace unos días. No

preguntes –pidió al reconocer una expresión confundida en David. -Vaya, creo que el tiempo libre le está afectando –reaccionó

entonces- ¿Es qué ya le has puesto nombre? Ni si quiera lo has conocido.

Sonia se encogió de hombros con una sonrisa. Era simplemente

típico en ella, había nacido con una increíble afinidad a los animales.

Lo que era el doble de sorprendente: ellos parecían responderle con

el mismo cariño. Su padre le había puesto el apodo de blanca nieves;

todos estuvieron de acuerdo.

-Bueno, debo prepararme para el trabajo –anunció mamá-. David, asegúrate de que tu hermana se aliste ¿quieres? Y no…

-Olvides su almuerzo –interrumpió el chico con una horrible cantaleta.

Camino a clases, Sonia brincaba con gracia, cada charco que la

lluvia torrencial de la pasada noche había dejado. David la reprendía

de vez en cuando, advirtiéndole de no manchar su uniforme escolar.

Detalle que por supuesto, a la niña no le importaba en lo absoluto.

David, por su parte, había escogido una playera negra, unos jeans

deshilachados y un morral desgastado para cargar sus propios útiles.

-¿Crees que los ángeles existan? –preguntó Sonia, mientras saludaba a un gato que se acercó a ella en busca de cariño.

-Hmmm, no lo sé. Nunca lo he pensado –respondió David, dándole un empujoncillo a su hermana para que siguiera caminando-. ¿Por qué?

-Creo que anoche vi uno. -¿En serio? ¿Y en dónde fue eso? -En el jardín; lo vi desde la ventana. Era blanco y brillaba

muuucho. Tenía una cosa, como armadura –explicaba la niña,

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mientras hacía la pantomima de cubrirse con algo, para enfatizar su descripción.

-¿Armadura? –dijo David, a quien se le cortó la respiración- ¿Qué tipo de armadura?

-Ay, no lo sé –respondió contrariada- ¿Cuántos tipos hay? -¿De qué color era? –insistió David. -Blanca, muy blanca. Brillante. Ahora que lo pienso –reflexionó-

creo que pude estar soñando.

Fue todo cuanto pudo contarle, pues se encontraban justo en

frente del kínder. David le entregó su mochila, seguida de un poco de

dinero.

-¿Para qué es esto? –preguntó curiosa. -Olvidé tu almuerzo. Cómprate algo ¿quieres? -Vale –dijo con alegría-. Entonces ¿Crees en los ángeles? -No lo sé, pequeña. Hmmm, sí, ¿por qué no?

La niña sonrió complacida y se despidió con un beso, después

entró corriendo al kínder, perdiéndose entre un mar de niños

inquietos.

David recorrió entonces, los dos kilómetros que lo separaban de

su escuela, distancia que correspondía casi a una cuarta parte de la

extensión del pueblo. La diminuta región no podía albergar a más de

dos mil personas, por lo cual, cruzar por cualquier calle, significaba

saludar con familiaridad a cada persona que uno se encontraba de

frente.

Las casas eran de todos tamaños y colores, la sensación de

construir hogares genéricos que acosaba las grandes ciudades, no

habían alcanzado a pueblitos como aquél. En primavera los árboles

rebosaban de vida, en verano, las lluvias caían con moderación pero

con suficiencia, el otoño tapizaba las calles del hermoso café natural

de las hojas marchitas y en invierno, el pueblo quedaba cubierto por

un mágico glaseado blanco.

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Los trabajos se dividían básicamente en: pequeños negocios,

consultorios, la enseñanza y los servicios públicos. Quien quisiera

llevar una vida sana, pacífica y prospera, sólo tenía que buscar

refugio ahí.

David decidió cruzar por el césped esta vez, para ahorrar pasos

en el trayecto a la entrada del mágico edificio de tintes victorianos,

que funcionaba como su escuela. Caminó por los largos pasillos

adornados con destartalados casilleros y flanqueados por puertas de

madera, que conducían a las aulas.

Cuando sacaba los libros que utilizaría aquel día, se dio media

vuelta justo para mirar cómo pasaba. Ella, la chica más bella y

popular de la escuela: Tessa Nichols. No pudo evitar sonrojarse,

cuando recordó que la había incluido en sus sueños; no

voluntariamente, claro.

La joven iba rodeada de su grupo de amigas, quienes hacían tanto

escándalo, que era difícil no voltearse para observarlas. El grupo pasó

a un lado de David. Tessa, quien iba concentrada en una plática que

se perdía en los gritos, no notó a David. Sólo sacudía su rubia

cabellera, al ritmo de una discreta risa.

-Este puede ser el gran día –cantaleteó Abel, interrumpiendo en embelesamiento de David–. Sólo tienes que ir hasta allá, y presentarte.

David miró sorprendido a su amigo, y sintió un escalofrío al ver

su rostro. A su mente llegó la imagen de cómo lo había visto morir.

Sacudió la cabeza tratando de olvidarlo.

-No sé de que hablas –contestó con el tono menos dramático que pudo manejar.

-¿Qué crees? –le dijo Abel, a la hermosa chica trigueña, que llegaba para saludarlos-. David por fin hablará con Tessa.

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-¡¿Es en serio?! –se entusiasmó la chica, bellamente cubierta por un vestido ligero de color verde (atuendo que contrastaba con el colorido chaleco de Abel y sus rizos rubios descontrolados).

-¡Oh, por todos los cielos! Tú –señaló a Abel- deja de estar mintiendo y tú –se volvió a Samanta- deja de creerle todo. Y ya vámonos, que es tarde.

Abel y Samanta esperaron a que David, en su exasperación, se

alejara chocando distraído con todo el desafortunado que se cruzaba

en su camino, para reír entre ellos y seguirlo, asegurándose de imitar

sus pasos.

En todas las clases, David no pudo despejar el sueño de su

mente. Aun latía ahí adentro, como buscando volverse realidad. Fue

tanta su ausencia, que jamás se dio cuenta de que la clase había

terminado y saltó del susto cuando sus amigos se acercaron a él y le

preguntaron si todo estaba bien.

-Sí, todo está perfecto –respondió. -Veremos el eclipse lunar en la colina ¿Cierto? –preguntó

Samanta. -Sí, de cualquier manera, ¿qué más se puede hacer en este

pueblucho? –rezongó Abel. -Ahí estaremos -afirmó David con una sonrisa, pero con el

pensamiento fijo en otro lado.

Llegaron justo al atardecer. El hermoso rojo del crepúsculo se

dividía el cielo con la oscuridad de la incipiente noche. Los chicos

escogieron su punto favorito. La parte más alta de una colina cubierta

completamente por el pasto más verde de la aldea. Desde ahí, podían

observar el lago y los techos de cada casa en el pueblo.

Los amigos extendieron una sábana en el espacio menos

accidentado del lugar, y se acostaron hombro con hombro para

observar el cielo. La luna ya podía verse en la parte Este del

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firmamento, y las estrellas comenzaban a hacerle escolta, cuando el

sol perdía toda su fuerza del día.

-Qué hermoso –dijo Samanta con un suspiro-. Es como estar atrapados en un sueño. ¿No les parece?

-Sí –respondió David con aire taciturno-, vaya que lo parece.

Los tres chicos guardaron silencio y esperaron por el majestuoso

fenómeno natural.

A la sombra de un árbol, un extraño sujeto cubierto de pies a

cabeza por una bata café, observaba a los chicos. Sin expresión

alguna en el rostro, el hombre vigilaba que nada perturbara al

muchacho. La separación requería que así fuera.

La luna perdió su brillo, cuando, poco a poco, una negra sombra,

cubrió el azul de su gélido rostro.

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