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Albums, ramilletes, parnasos, liras y guirnaldas: fundadores de la historia literaria latinoamericana Author(s): Roberto González Echevarría Reviewed work(s): Source: Hispania, Vol. 75, No. 4, The Quincentennial of the Columbian Era (Oct., 1992), pp. 875-883 Published by: American Association of Teachers of Spanish and Portuguese Stable URL: http://www.jstor.org/stable/343856 . Accessed: 26/10/2012 10:33 Your use of the JSTOR archive indicates your acceptance of the Terms & Conditions of Use, available at . http://www.jstor.org/page/info/about/policies/terms.jsp . JSTOR is a not-for-profit service that helps scholars, researchers, and students discover, use, and build upon a wide range of content in a trusted digital archive. We use information technology and tools to increase productivity and facilitate new forms of scholarship. For more information about JSTOR, please contact [email protected]. . American Association of Teachers of Spanish and Portuguese is collaborating with JSTOR to digitize, preserve and extend access to Hispania. http://www.jstor.org
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Echevarria Albunes Ramilletes y Etc

Apr 25, 2015

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Albums, ramilletes, parnasos, liras y guirnaldas: fundadores de la historia literarialatinoamericanaAuthor(s): Roberto González EchevarríaReviewed work(s):Source: Hispania, Vol. 75, No. 4, The Quincentennial of the Columbian Era (Oct., 1992), pp.875-883Published by: American Association of Teachers of Spanish and PortugueseStable URL: http://www.jstor.org/stable/343856 .Accessed: 26/10/2012 10:33

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Roberto Gonzalez Echevarria, Yale University

Albums, ramilletes, parnasos, liras y guirnaldas: fundadores de la historia literaria latinoamericanal

Cuindo, c6mo, y en qu6 t6rminos

se pens6 por primera vez la historia de la literatura hispa- noamericana, y de qu6 forma empez6 a escribir- se? Antes de responder a esta pregunta conviene hacer algunas aclaraciones elementales, casi de manual. Primero, que s61lo despu6s del siglo XVIII, cuando se concibi6 la literatura como categoria independiente, pudo pensarse en la existencia de una literatura hispanoamericana, y que 6sta fuese digna de una historia. Desde principios del Renacimiento las letras y las artes dimanaban-copia o decadencia--de las clhisi- cas, que eran el modelo inmanente e ideal de toda expresi6n est6tica. La est6tica misma, tal y como la concebimos hoy, no se conoce sino hasta la Aesthetica de Baumgarten, publicada en 1750. El cambio de actitud fundamental que determina la posibilidad de una literatura latinoamericana proviene del gradual abandono de la abstracci6n formalista del Neoclasicismo, y la adopci6n de un concepto psicol6gico, empirico y particula- rista de la creaci6n artistica. Si el entorno en sus detalles concretos y diferenciadores, y la psico- logia individual del creador, son factores decisi- vos en la elaboraci6n de la obra de arte, entonces 6sta obedeceri a condiciones propias de ese individuo y de la naturaleza concreta y distinta que lo rodea y que 61 expresa. Es 6ste un cambio que no se debe enteramente a los rom inticos, sino que estaba ya presente implicita y a veces explicitamente en la Ilustraci6n, aunque, por supuesto, se convierte en doctrina del Romanti- cismo, en su pugna contra un Neoclasicismo progresivamente hecho a la medida de sus opo- sitores.2

Ello no quiere decir que en el periodo colonial algunos escritores del Barroco de Indias no escri- bieran como si ya existiese una tradici6n literaria americana, seg in ha demostrado Kathleen Ross en un importante trabajo. Debe distinguirse entre

tradici6n e historia. Tradici6n es el conjunto de obras que un escritor o grupo de escritores con- cibe como antecedente, como origen, como co- nexi6n con un pasado literario del cual provienen. La tradici6n es un pasado vigente, dinimico, activo. Su existencia puede ser explicita o no, pero siempre es implicita. Historia literaria, en cambio, es la actividad consciente y deliberada de hacer el recuento de c6mo unas obras se determinan las unas a las otras en un periodo de tiempo especifico, entre gentes que generalmen- te comparten un idioma y un espacio geogrifico. Se trata de una actividad en apariencia metadiscursiva, que se manifiesta no s61lo en la redacci6n de historias literarias en el sentido lato, sino tambi6n en la composici6n de ensayos, biograffas, obras didicticas destinadas a nutrir programas de instrucci6n, y, muy a menudo, en la confecci6n de antologifas. Las historias, ma- nuales, ensayos criticos, y las antologifas son los moldes narrativos que asume la historia literaria. Estos son, asimismo, producto de la historia que cuentan, en el sentido de que comparten una ideologia de base con las obras historiadas, por lo que podria argiiirse que no son metadiscursivos, sino que forman parte de la economifa textual del periodo desde el cual escriben. Podria decirse que la historia literaria es una forma narrativa que surge en el periodo entre la Ilustraci6n y el Romanticismo, entre la idea de que la literatura es una y eterna, y la de que la literatura se crea en un momento y lugar dados que determinan sus caracteristicas: Herder, los Schlegel, No- valis, Villemain, La Harpe, Sismondi, Madame de Stiel, Sainte Beuve, son los conocidisimos nombres que encabezan la historia de la historia literaria.

Por el hecho de aparecer en regiones tan distantes de Europa, y tan distintas en t6rminos de su naturaleza y cultura, la idea de la literatura

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latinoamericana y de su historia no podifan sino haberse concebido en el contexto de esta tenden- cia. Por mis que se esforzaran muchos de sus escritores, y por mis que se hayan seguido es- forzando hasta el presente algunos, es mis diff- cil pensar la literatura hispanoamericana como heredera de las de Grecia y Roma que la litera- tura escrita en Europa misma. La individualidad, la diferencia en el origen que postula el Roman- ticismo, hace posible que la distancia entre Euro- pa y Am6rica se convierta en un valor positivo en la creaci6n literaria en el Nuevo Mundo, a menu- do su pretexto capacitador o mito de fundaci6n. Sin esa originalidad necesaria la literatura hispa- noamericana habria seguido siendo una mani- festaci6n tardia, distante e inaut6ntica de la literatura europea. Aunque podria argiiirse tam- bi6n, si atendemos a los conceptos neoclisicos, que toda literatura, donde quiera que fuese crea- da, habri de adoptar las formas clisicas, que ni se desgastan, ni se hacen menos genuinas por lejos que se encuentren de su lugar de origen. Esta posici6n ha sido defendida intermitentemente por varios escritores latinoamericanos, entre ellos, algunos de los mis significativos. Pero la idea que ha prevalecido ha sido la otra, m is pol6mica, es decir, mis combativa, que le asigna a la literatura latinoanoamericana una singularidad que, con frecuencia se ha vinculado tambi6n a la lucha por la independencia politica.

En fin, puede afirmarse que, si la noci6n de literatura existe s61lo desde el siglo XIX, la litera- tura latinoamericana existe desde que hay litera- tura. En ese sentido no se trata de una literatura reciente, como algunos han querido ver, sino de una literatura en que los problemas de fundaci6n son mis concretos y agudos que los de las litera- turas europeas, pero no necesariamente distin- tos.

Me interesa aquf hacer la historia de las expre- siones concretas de una actividad textual enca- minada a definir, delimitar, y narrar algo que se va a llamar literatura latinoamericana. En esto me aparto de lo que se propuso Enrique Ander- son Imbert en su valiosa y can6nica Historia de la literatura hispanoamericana. Para Anderson Imbert lo que importaba era lo que 61 concebfa como la historia de la literatura misma, no la actividad de definirla: "Sabemos que, en Hispa- noam6rica, es frecuente que, dentro de la vida literaria, haya personalidades extraordinarias que estudian o promueven la literatura, pero no la producen. Mis: a veces los hombres que mis influyen en los grupos literarios son, precisa- mente, los que no escriben poesia, novela o

drama. Es de lamentar, pero forzosamente debe- mos excluirlos de una historia de la poesia, de la novela y del drama" (12). Aqui, por el contrario, me interesan esas figuras que vehiculan la pro- ducci6n literaria, y que en el proceso la definen =y deslindan. Es decir, me interesa la actividad historiogrifica consciente o inconscientemente Ilevada a cabo, cuyo estudio ha sido iniciado por Beatriz Gonzilez-Stephan y Rosalba Campra en valiosos trabajos. Me interesa, ademis, ver el papel que desempefia el periodo colonial de la literatura hispanoamericana en la elaboraci6n del proyecto historiogrifico.

Las dificultades inherentes a esta empresa, aparte de las mis tangibles referentes a la inves- tigaci6n misma, surgen de la posibilidad de fragmentaci6n implicita en el mismo concepto rom6intico de literatura e historia literaria. Por- que, asi como puede pensarse que la literatura hispanoamericana existe por virtud de su dife- rencia de la europea en el tiempo y el espacio, puede igualmente pensarse que lo que existe es una literatura argentina, otra mexicana, otra cu- bana, y asi sucesivamente. Este dilema ha causa- do numerosas pol6micas que duran hasta el presente, asi como las m is variadas soluciones. Si renunciamos a la diversidad, entonces la lite- ratura hispanoamericana es una proyecci6n de la europea; si no renunciamos a la diversidad, en- tonces no podemos negar que exista una literatu- ra costarricense, colombiana, o boliviana. Para algunos la soluci6n se ha convertido en una especie de causa, apelando a una fidelidad cul- tural basada en el amor al idioma, o a ciertas tradiciones. En estos casos es como si la unidad idiom itica viniera a remplazar a la religi6n cat6- lica como sistema de creencias, rituales y cos- tumbres que daba-o tal vez todavia da -coherencia a Latinoam6rica. Otra soluci6n ha sido parcelar el territorio americano en regiones mis culturalmente coherentes que las politicas; se trata de la divisi6n por aireas culturales defini- das por el substrato indigena o, en el caso del Caribe, por la presencia africana. Pero esto no es mas que otra desmembraci6n basada en diferen- cias locales que distinguen una literatura dada de una presunta tradici6n europea. Una de las debi- lidades de esta soluci6n es que la presencia indigena o africana en la literatura de una regi6n nunca pasa de ser un matiz, mientras que el tono principal sigue siendo el de la literatura tal y como esta se manifiesta en los centros culturales mis cosmopolitas. Definir toda una literatura por tales "matices," someter todo un sistema literario a caracteristicas marginales, se convierte en una

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tergiversaci6n que no obstante Ilega a constituir escuelas literarias como el indigenismo o el afroantillanismo, pero que como tales son m is effmeras que definitorias.

La presente investigaci6n no surge del vacio, por supuesto, sino de una relectura y desglose de la primera gran empresa narrativa que toma como objeto la literatura latinoamericana: la Antologia de poetas hispanoamericanos (1893), redactada por Marcelino Men6ndez y Pelayo en la tiltima d6cada del siglo pasado. La pregunta formulada a la venerable y a menudo irritante Antologia fue la siguiente: Zcu iles fueron las fuentes de Men6ndez y Pelayo?3 Es decir, iqu6 libros tuvo a su disposici6n el santanderino al Ilevar a cabo su vasta sintesis? El an ilisis de la biblioteca americana de Men6ndez y Pelayo es en si una pesquisa interesantisima, por cuanto revela los contornos del mapa geogrnifico y cronol6gico de la difusi6n de la literatura latinoa- mericana durante el siglo XIX. Tambi6n saca a la superficie los nombres de los fundadores y pro- motores de 6sta, con lo cual resulta posible rebasar los confines de la biblioteca del erudito espafiol.

El perfil general de estos fundadores es el siguiente. Eran rom inticos, muchos de ellos ar- gentinos, pero tambi6n hay numerosos perua- nos, chilenos, venezolanos, y colombianos. Cobran o reafirman su conciencia americana al viajar a otros paises latinoamericanos como exiliados o en el servicio de sus gobiernos, o al encontrarse todos en Pads, donde publican algu- nas de sus antologifas y otras obras de critica. Los hay diplom iticos, y muchos tienen intereses polfticos-lo que en otra 6poca llamarifamos patri6ticos-, y se preocupan por la educaci6n nacional, de la cual la literatura vendria a formar parte. Por eso el empefio en establecer un canon que integre el programa de estudios de cada pais, y posiblemente del continente entero. Evo- cando a estos fundadores, ha escrito Alejo Carpentier en Tientos y diferencias:

Desde los inicios del siglo XIX se observa en ellos una apremiante necesidad de buscarse unos a otros; de encon- trarse; de sentirse latir el pulso de un extremo a otro del continente-y me refiero, desde luego, a un continente que tuviese sus hiperb6reos en Mexico. Asi como los humanis- tas de [la] alta Edad Media se conocian unos a otros, intercambiando sus manuscritos, sus tratados, por encima de los feudos y de las selvas, sabiendo d6nde un sabio latinista, un conocedor de Horacio, vivia rodeado de multi- tudes analfabetas, nuestros escritores, apenas tomaron con- ciencia de sus nacionalidades-es decir, de su criollismo y de las voliciones de ese criollismo-trataron de intercambiar mensajes, de trabar el coloquio, unidos de antemano por una unidad de conceptos esenciales. Bien sabia Sarmiento,

al pasar por La Habana, d6nde dar con Antonio Bachiller y Morales, del mismo modo que Jose Marti sabia, al llegar a Caracas, d6nde encontrarse con Cecilio Acosta (83-84).

La conciencia continental se revela en las recopi- laciones de ensayos que los fundadores publican sobre autores de diversos paifses, asi como las antologias-los argentinos incluyen a Heredia y a Phicido en sus libros, por ejemplo. Hay hasta una antologifa que Ilega a incluir poetas haitianos y norteamericanos, en traducci6n espafiola. Su editor fue el argentino Francisco Lagomaggiore, y se llam6: America literaria; producciones se- lectas en prosa y verso (Buenos Aires, 1883). Pero los fundadores no son todos ant6logos, los hay tambi6n criticos, cronistas, periodistas, y eruditos. Pero, ademris, tuvieron predecesores.

Antes de que los que Ilamo fundadores formu- laran los conceptos que habian de dar inicio a la historiograffa literaria latinoamericana, una serie de individuos, que constituyen en si una suerte de tradici6n propia, conservaron la memoria de las obras escritas durante los siglos XV, XVI, y XVII en Am6rica. Es una formidable tradici6n de anticuarios, bibli6filos y bibli6grafos que se extiende hasta nuestros dias. Podriamos montar la genealogifa de esa tradici6n diciendo que va de Antonio de Le6n Pinelo (Perni, fines del XVI- 1660), a Nicolkis Antonio (Espafia, 1617-1684), a Juan Jos6 Eguiara y Eguren (M6xico, 1695- 1763), a Jos6 Mariano Beristain de Souza (M6- xico, 1756-1817), y mis recientemente a Alejandro Tapia y Rivera (Puerto Rico, 1826- 1882), Joaquin Garcia Icazbalceta (Mexico, 1825-1894), y Jose Toribio Medina (Chile, 1852-1930). Algunos de ellos, como Tapia y Rivera, son poetas, pero sobre todo son colec- cionistas. Pero no se trata tampoco de una serie de impaividos recopiladores de libros. En al- gunos casos, como el de Beristain y Souza, es- tos anticuarios escriben verdaderas obras de cri- tica literaria. La Bibliotheca Hispano-America- na Septentrional de este tiltimo, publicada en 1816, contiene sustanciosos ensayos en las entra- das sobre Col6n, Sor Juana, Cort6s y otros. No prevalece en ellos, salvo por supuesto en Medina y Garcia Icazbalceta (y apenas en estos), la idea de que sus obras constituyan un acervo de tradi- ci6n aut6ctona, sino mais bien una muestra pro- lija de los frutos del ingenio americano, aplicado a la tarea de componer literatura en el sentido universal y ahist6rico que predomina hasta el Romanticismo. No obstante, las obras de estos individuos ponen al alcance de los fundadores el conocimiento imprescindible para elaborar un comienzo, un inicio a su esquema narrativo.

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Aqui estaban los precursores necesarios. Lo que resalta al revolver el considerable

amasijo de libros escritos o editados por los fundadores son las antologifas. La m is importan- te de 6stas es, por supuesto, Americapoetica, del argentino Juan Maria Guti6rrez, publicada en 1846, significativamente, en Valparaiso, Chile, durante el exilio de su autor. Muchas otras la siguieron, inclusive una nueva America poetica, que apareci6 en 1875, en Paris (A. Bouret), editada por el chileno Jose Domingo Cort6s. Cort6s fue tambi6n autor de un Parnasoperuano (Valparaiso, 1871) y de un Parnaso arjentino (Santiago, 1873), ame6nde varios otros "parnasos" que no he podido todavia localizar. Fue Cort6s, evidentemente, el m is asiduo de estos fundado- res ant6logos, cuyas recopilaciones no s61lo se llamaban "parnasos," sino tambi6n "albums," "coronas," "galerfas," "liras," "guirnaldas," "ra- milletes," y "mixturas." Apenas los titulos de estos vetustos volimenes, muchos de ellos las fuentes de Men6ndez y Pelayo, nos dan la medi- da y tono de la 6poca, asi como los inicios de la tradici6n literaria latinoamericana, tanto textual como humana-el trasiego de gentes y de textos que contintia hasta hoy.

En orden cronol6gico podemos empezar por la an6nima, pero fundamental La lira argentina, o colecci6n de las piezas poeticas, dadas a luz en Buenos Ayres durante la guerra de su inde- pendencia (Buenos Aires, 1824), y pasar luego a la otra ribera del Plata con El Parnaso Oriental, 6 Guirnalda poetica de la

Replblica Uruguaya (Buenos Aires, 1835); nos saltamos a Juan Maria Guti6rrez y seguimos con El Paranaso Granadi- no, coleccionado por Jos6 Joaquin Ortiz (Bogo- t i, 1848); despu6s bajamos por la costa del Pacifico para dar con la Lira patri6tica del Peru.

Colecci6n escojida de poesias nacionales desde la proclamaci6n de la independencia hasta el dia, compilada por Jos6 Maria Ureta (Lima, 1853); regresamos a Colombia, y a La lira gra- nadina. Colecci6n de poesias nacionales, esco- gidas y publicadas por Jos6 Joaquin Borda y Jos6 Maria Vergara y Vergara (Bogotai, 1860); en seguida nos topamos nada menos que con Ricar- do Palma y sus Dos poetas (Don Juan Maria Gutidrrez y Dona Dolores Ventenilla (Valpa- raiso, 1861); mis adelante damos con Jos6 Tori- bio Polo, que ha compilado ElParnasoPeruano; 6 Repertorio de poesias nacionales antiguas y modernas, precedidas del relato y biografia de su autor (Lima, 1862); en el sur nos espera Tomis Girildez con La guirnalda argentina. Poesias de j6venes argentinos (Buenos Aires,

1863); e inevitablemente, el ubicuo Jos6 Domin- go Cort6s, editor de Inspiraciones patri6ticas de la America Republicana (Valparaiso, 1864); no podifa faltar la an6nima Mistura para el bello sexo. Repertorio de canciones y yaravies cantables, antiguos y modernos, para recreo del bello sexo (Arequipa, 1865); a poco encon- tramos la Lira ecuatoriana. Colecci6n de poe- sias liricas nacionales, escogidas y ordenadas con apuntamientos biogrificos por Vicente Emi- lio Molestina (Guayaquil, 1866); continuamos con la Corona podtica ofrecida al pueblo perua- no el 28 de julio de 1866 (Lima, 1866); Godo- fredo Corpancho compil6 la Lira patri6tica, o colecci6n escogida de poesias sobre asuntos patri6ticos para ejercicios de declamacidn (Lima, 1873), mientras que Ricardo Palma nos dio una Lira americana; colecci6n de poesias de los mejores poetas del Peru, Chile y Bolivia (Paris, 1873); el Caribe no podia quedarse atris, por lo que Jos6 Castellanos compuso su Lira de Quisqueya (Santo Domingo, 1874); el incansa- ble Jos6 Domingo Cort6s nos regal6 su Poetisas americanas, ramillete poetico del bello sexo hispanoamericano (Paris, 1875); ese mismo afio el Dr. Laso de los V1lez public6, Poetas de la America Meridional. Colecci6n escogida de poesias de Bello, Berro, Chac6n, Echeverria, Figueroa, Lillo, Madrid, Maitin, Mdrmol, Navarrete y Valdis (La Habana, 1875); regre- sando al Plata, de donde partimos, Alejandro Magarifios Cervantes nos entreg6 el Album de poesias coleccionadas con algunas breves notas (Montevideo, 1878); prueba de que el movi- miento literario y polftico abarcaba zonas no independientes la da Manuel Maria Sama, con su Poetaspuerto-riquefios (Mayagtiez, 1879); Jos6 Maria Garcia Salas contribuye El Parnaso Cen- troamericano (primera parte) [Guatemala, 1882].

Ya al borde del modernismo, Martin Corona- do publica su Literatura americana. Trozos es- cogidos en prosa y en verso. Originales de au- tores nacidos en Amdrica Latina (Buenos Aires, 1885), Julio Afiez junta su Parnaso colombiano (Bogotai, 1886-87), compila Ram6n Uriarte su Galeria poetica centro-americana. Colecci6n de poesias de los mejores poetas del Centro (Guatemala, 1888), al paso que Manuel Pio Chavez y Manuel Rafael Valdivia sacan su Lira arequipefia. Colecci6n de las mds selectas poe- sias de los vates antiguos y modernos (Are- quipa, 1889) En ese mismo afio Jos6 Manuel Estrada da a la luz su Lira argentina; recopila- ci6n de poesias selectas de poetas argentinos

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(Buenos Aires, 1889). Por tiltimo, ya en pleno

modernismo, Pedro Pablo Figueroa todavia da a la estampa los Prosistas y poetas de America moderna (Bogotai, 1891). La tendencia culmina con la publicaci6n de "parnasos" de casi todos los paises latinoamericanos por la Editorial Maucci, de Barcelona, entre aproximadamente 1910 y 1925. Son colecciones desiguales, de caricter eminentemente comercial, a veces sin pr6logos ni noticias biogrificas. Revelan, eso si, cuainto se lleg6 a cotizar la poesia americana

despu6s del modernismo, y el impulso que toda- via tenia el movimiento po6tico que los fundado- res iniciaron y promovieron con sus antologifas.

Aparte de las antologifas aparecen libros de critica o cr6nica literaria sobre los escritores latinoamericanos, escritos por otros latinoameri- canos, lo cual empieza a demostrar el espesor de la tradici6n. Por ejemplo, el chileno Miguel Luis

Amunnitegui, publica en 1882 una Vida de Don Andres Bello (Santiago de Chile). Entre los m is representativos de esta tendencia se encuentran los del colombiano Jos6 Marfa Torres Caicedo, Ensayos biogrdficos y de critica literaria sobre los principales poetas y literatos hispanoa-ame- ricanos (Paris, 1863-68) en tres volimenes; del venezolano Rufino Blanco-Fombona sus Auto- res americanos juzgados por los espaioles (Pa- ris, 1913); del chileno J.V. Lastarria, sus Recuerdos literarios; datospara la historia lite- raria de la America espafiola i del progreso intelectual en Chile, 2nda ed. (Santiago de Chile, 1885); del mexicano Francisco Sosa, la colec- ci6n de ensayos Escritores y poetas sud-ameri- canos (M6xico, 1890), donde ya se habla y discute con sus predecesores; y del argentino Martin Garcia Merou, sus entretenidas y revela- doras Confidencias literarias (Buenos Aires, 1893).

Tambi6n aparecieron obras de m is empaque acad6mico, como las del chileno Diego Barros Arana, cuya proyectada Bibliotheca americana. Collection d'ouvrages inedits ou rares sur I'Ame'rique quiso publicar obras de los siglos XVI y XVII; las muchas del mexicano Joaquin Garcia Icazbalceta, como sus traducciones de los

diilogos latinos de Francisco Cervantes de Salazar, y su estudio sobre Francisco Terrazas y otros poetas del siglo XVI; los Informes pre- sentados al decano de la Facultad de Huma- nidades sobre la Historia de la literatura colo- nial de Chile (1541-1810), por Gregorio Victor Amunitegui y B. Vicufia Mackenna, que son una critica de la Historia de la literatura colonial de Chile, de Jos6 Toribio Medina, que habia sido

presentada a concurso, y que fue publicada en 1878; la Historia de la literatura en Nueva Gra- nada, del colombiano Jos6 Marfa Vergara y Vergara, cuya Parte Primera abarca Desde la conquista hasta la independencia (1538-1820) (Bogotia, 1867); la obra del ecuatoriano Juan Le6n Mera, Ojeada hist6rico-critica sobre la poesia ecuatoriana desde su tpoca mds remota hasta nuestros dias, cuya segunda edici6n se public6 en 1893, y que Men6ndez Pelayo, en su Antologia cita por una primera edici6n que no he podido encontrar.

El sesgo historicista de estos libros acad6mi- cos parece oponerse al "presentismo" de las antologifas. Muchas de las primeras, asi como algunas de las tempranas cr6nicas literarias, constituyen manifiestos po6ticos americanistas porque recogen textos de poetas de diversos paises latinoamericanos, pero tambi6n porque abarcan casi exclusivamente el perifodo posterior a la independecia, o al comienzo de los movi- mientos independentistas. Resulta claro que una de las ideas implicitas en estos libros es que la literatura latinoamericana empieza con la ruptu- ra politica, y el nacimiento de las naciones libres. Pero, naturalmente, desde la perspectiva historicista propia de estos rominticos, semejan- te toma de posici6n no podia sino constituir una petici6n de principio. iDe d6nde surgia esa nue- va literatura, cu iles eran sus antecedentes? La obsesi6n con lo colonial de los libros acad6micos sugeria una respuesta, si bien problemitica.

Juan Marfa Guti6rrez, que cabe en todas las subcategorias de fundador, inclusive la de anti- cuario, se plante6, por lo menos implicitamente, la pregunta sobre los origenes de la nueva litera- tura, lo cual lo llev6 a considerar el papel de las letras coloniales en la historia de la literatura latinoamericana, con todos los problemas que esto suscita, tanto en el plano literario como en el politico. Beatriz Sarlo ha estudiado liicidamente las complicaciones a las que se enfrent6 Guti6- rrez al estudiar la literatura colonial. Ant6logo, Guti6rrez fue tambi6n critico e historiador, como su compatriota y maestro Esteban Echeverria, los cubanos Antonio Bachiller y Morales y Do- mingo del Monte, adem is de los criticos acad6- micos antes mencionados. En mayor o menor grado, con mis o menos conciencia metodol6- gica, estos individuos (algunos de los cuales apenas dejaron huella en la historia que ayuda- ron a forjar) intentaron dar respuesta a la pregun- ta sobre el principio u origen de la literatura cu- ya existencia proclamaban.

Como es natural, pensar en la existencia de

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una literatura latinoamericana, y escribir su his- toria significa elaborar una narrativa, que ha de tener principios, medios y, si no finales, si un enlace con el presente. La imaginaci6n rom inti- ca en que se fragua la idea de la literatura latinoa- mericana es eminentemente narrativa, como lo es la ciencia de la filologia que expresa su con- cepto del nacimiento y desarrollo de las lenguas y literaturas nacionales como una evoluci6n que puede ser desentrafiada, al igual que la de los f6siles que descubre y estudian los naturalistas. LY cuil habia de ser el principio de la literatura latinoamericana? En la tradici6n filol6gica la historia literaria comenzaba con un canto 6pico, que expresaba el nacer de una lengua y una literatura cuyo origen era la tradici6n popular. Esto dio pie a los minuciosos estudios sobre la Chanson de Roland, los Nibelungenlieder, y el Poema de M1o Cid. Desde luego, el origen de la tradici6n literaria latinoamericana, el inicio de la narrativa de su historia podia muy bien ser la literatura medieval espafiola, asi como la del Siglo de Oro. Pero esto la habria hecho no distinta y aut6ctona en su desarrollo, sino una especie de ap6ndice, rama, o desviaci6n. El origen tenia indefectiblemente que ser la literatura escrita en la colonia, con todos los engorrosos problemas que semejante postulado acarreaba. Juan Maria Guti rrez, Jos6 Antonio Echeverria, Jos6 Tori- bio Medina y otros de los fundadores de la historia literaria latinoamericana formularin un principio narrativo que parte de la colonia, y que tiene con frecuencia en su base un poema 6pico renacentista, como La araucana, Espejo de pa- ciencia o Arauco domado.

LQu6 papel desempefiaron, especificamente, en las meditaciones de esos fundadores las obras escritas en el Nuevo Mundo durante los siglos XVI y XVII? Es evidente que, dado lo ya visto sobre el surgimiento de la noci6n de literatura en los siglos XVIII y XIX, se comete un anacronis- mo al referirse a la literatura, o a la est6tica de la literatura colonial latinoamericana, a no ser que hagamos aclaraciones muy pormenorizadas de lo que se quiere decir con semejantes t6rminos. Pero s61lo tomando conciencia del anacronismo podemos situarnos en la dificil posici6n de aqu6- Ilos que quisieron proponer, no ya la existencia de una literatura latinoamericana, sino tambi6n de dotar a 6sta de una historia. Al intentar esto 6ltimo, las obras del periodo colonial se irguie- ron como interrogante, ya que representaban ejemplos comprobatorios o excepciones engo- rrosas de las teorias que sirvieron para apuntalar la empresa narrativa que la historigoraffa lite-

raria misma constituy6. Por un lado habia un dilema polftico. La colonia pertenecia al pasado espafiol que se trataba de borrar,

,c6mo conceder

valor a unas obras concebidas bajo la 6gida del coloniaje, que era la palabra que se utilizaba entonces? A esto se sumaba, ademas, un proble- ma est6tico: muchas de las obras bajo considera- ci6n eran francamente barrocas, algo que los rom~nticos detestaban, y asociaban a la domina- ci6n espafiola. Crear un origen a base de estos ingredientes no era tarea ficil en absoluto.

Esbocemos la forma de esa narrativa, aten- diendo al origen o principio, es decir, viendo c6mo situaron los fundadores obras coloniales como Arauco domado o Espejo de paciencia, para observar m is de cerca los dilemas y contra- dicciones a que se enfrentaron, y las soluciones que les dieron. Esas soluciones, que tienen una coherencia propia, independiente del objeto de estudio, se convierte en un origen ficticio de la manera que lo es el inicio de cualquier proyecto narrativo novelistico. Es en este sentido que la historia de la literatura latinoamericana es a la vez expresi6n y producci6n de la ideologfa que la informa. Veamos el proceso en Juan Maria Guti6rrez (1809-1878) y Jos6 Toribio Medina (1852-1930). A pesar de los casi cincuenta afios que los separan, ambos hacen partir sus esque- mas narrativos de un mismo principio, que si- tian basaindose en id6nticas ideas matrices, y sus contradicciones.

Lo que Ilevan a cabo los fundadores es una monumentalizaci6n de la 6pica colonial, basada en el modelo romaintico-filol6gico del origen y evoluci6n de las lenguas europeas. Por monumentalizaci6n, t6rmino que creo derivar de Nietzsche, quiero decir otorgar un lugar privile- giado a algo, hacerlo encarnar, en estado puro, las metdiforas centrales de una ideologia; metiforas que se intensifican en proporci6n inversa a la falta de adecuaci6n del objeto que se pretende incorporar. El monumento, en este sentido, se erige seg6n patrones anailogos a los que rigen la ficci6n, pero, o tal vez por eso mismo, lo carac- teriza aquella parte del discurso que reclama el privilegio de revelar la verdad. La verdad, lo verdadero, es el tema obsesivo de la mon- umentalizaci6n. Esta es, pues, la proyecci6n o hipostasis del n6cleo conceptual/metaf6rico que constituye una ideologia, y en el interior de 6ste, frecuentemente, una disciplina. El modelo ro- mintico-filol6gico se basaba en una especie de esquema evolutivo que iba de lo simple a lo complejo, de lo primigenio a lo decadente y gastado, de lo uno a lo plural y prolijo, de lo claro

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a lo ambiguo o confuso. Por eso el atractivo de la

6pica para la historiograffa literaria romi.ntico- filol6gica, con sus heroes de una sola pieza y su mundo maniqueo dividido entre buenos y malos. La 6pica es un origen afiorado, cuya violencia congenita representa la ruptura y el nacimiento. En el estudio de las lenguas semejantes esquema remitia a la "tl6nica" reducci6n al absurdo de una supuesta lengua primitiva dotada, digamos, de s6lo tres sonidos vocilicos, que luego se modifi- caban y pluralizaban. Desde el punto de vista etimol6gico, otra reducci6n al absurdo seria aqulla que nos llevara de raiz a raiz (el sistema metaf6rico de la filologia es derivado de las nacientes ciencias naturales), hasta la raiz primi- tiva, la ur-raiz, que seria una palabra, una sola, de la cual se derivaron todas las demis cuando el mundo cay6 en la temporalidad. Hay una exalta- ci6n de valores nacionales asociados a esta sen- cillez estetica, lingifstica, 6tica y politica, que proviene del primitivismo general de la ideologia romi.ntica, que es lo que la hacia rechazar el barroco. El vinculo de estas 6picas renacentistas, convertidas en 6picas nacionales por los funda- dores, con la historia politica y cultural es com- plejo e importante, porque llegan a convertirse en lo mis pr6ximo a un mito o teogonfa que la mentalidad moderna pueda conjurar. La 6pica asi concebida hace de los hechos que se conside- ran como inaugurales en la historia de la naci6n actos nimbados por una aureola mitica. Pero la 6pica colonial, y aquf reside la interesante con- tradicci6n, era renacentista, especificamtne deri- vada de los cultisimos Ariosto y Tasso, y con caracteristicas casi diametralmente opuestas a la versi6n rom6.ntica. Este es el reto y el inicio de una de las ficciones filol6gicas mais complicadas compuestas por los fundadores.

Durante su exilio en Chile, Juan Maria Gutierrez se tom6 el inmenso trabajo, sobre todo para su 6poca, de hacer una edici6n del Arauco domado, que public6 en Valparaiso en 1848. Su empresa tiene mucho en com6in con la de Jose Antonio Echeverria, en Cuba, que se afan6 por dar a conocer el Espejo de paciencia, obra que sitda en el principio de la tradici6n literaria cubana, y que "rescata" de la primera historia de la isla.4 Tambien es paralelo el interes de Guti&- rrez por la 6pica al del chileno Diego Barros Arana, quien fund6 en Paris una colecci6n de obras americanas, todas coloniales, y la inaugur6 con una edici6n del Puren indrmito del capitfin Femmindo Alvarez de Toledo.5 Por modesta que nos parezca hoy la edici6n que Gutirrrez hizo del poema de Ofia, se trata de un acto pleno de

resonancias y repercusiones, que el argentino llev6 a cabo con toda deliberaci6n y cuidado. Gutierrez plantea, en un ensayo contemporianeo a su edici6n, recogido en el volumen intitulado Escritores coloniales americanos, los criterios que lo impulsan a estudiar y hacer accesible el poema de Ofia, mis alli de su afici6n de coleccio- nista. Algo que podria sorprendernos es que Gutierrez no se hace ilusiones en cuanto al valor literario delArauco domado. Escribe: "Dos cen- turias y media han pasado sobre el poema de que vamos hablando, y en consideraci6n a sus afios tiene derecho a que le sean perdonados sus dejos de mal gusto, la afectaci6n de sentencioso, las flaquezas de entonaci6n, y el desgrefio y poca cultura que a veces empafian sus estancias" (360). Lo que le importa subrayar a Gutierrez, para conseguir la monumentalizaci6n del poema, es la verdad hist6rica que 6ste supuestamente contie- ne, y por lo tanto su valor como testimonio de la singularidad de Chile y de America como territo- rio del que puede surgir una expresi6n artistica propia. Las diferencias fundamentales y funda- doras no pertenecen al empaque renacentista de la 6pica de Ofia, que mis bien vendria a ser un impedimento para la manifestaci6n de lo aut6n- tico y genuino, sino el contenido que refleja con fidelidad hechos fehacientes y especificos que marcan un origen real, que ha ocurrido en un tiempo y espacio determinados. Dice Gutierrez: "Su libro [de Ofia] es precioso, no por lo raro que se ha hecho en el mundo, sino porque es una de las fuentes a que se ocurre a empaparse en la verdad cuando se ha de escribir sobre ciertos periodos de la primitiva historia de Chile" (357). Los terminos claves aqui son "empaparse en la verdad" y "primitiva historia," que remiten al esquema antes visto de la 6pica segtin la f6rmula rom6.ntica. La torpeza formal hace mis autentico el poema; leerlo equivale a revivir la primitiva historia, en el sentido positivo del t6rmino, a dejarse penetrar por ella, a "empaparse." Primi- tivo y rudo remiten al origen informe en que la verdad chisporrotea en la violencia del nacimien- to. Los motivos de Ofia, segtin Guti&rrez, se resumian asi: "Eran las glorias de su patria las que debia cantar; el suelo de su nacimiento el que debia describir" (356). El compilador de Ameri- ca podtica remata su ensayo con un resonante manifiesto de americanismo portico y una de- fensa de la literatura colonial. Primero explica que, por haber estado fundida America a la metr6poli, "pasaron como cosas de Espafia los hombres americanos y tambirn sus obras," y proclama que "Las glorias de nuestro continente

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no han empezado a ser nuestras, sino desde principios de este siglo" (372). Concluye asi, en declaraci6n que abre con un endecasilabo de la Grandeza mexicana de Bernardo de Balbuena:

Donde nadie crey6 que hubiese mundo, estaban destina- dos a nacer nada menos que los inspiradores, si no los maestros, de los portentosos ingenios europeos. Si el mexi- cano Ruiz de Alarc6n no hubiese escrito la Verdad Sospe- chosa, no contarfa el teatro frances, entre sus bellezas

clisicas al Mentiroso de Corneille. Si Pedro de Ofia, no hubiese escrito el Arauco Domado, es muy probable que Lope de Vega, tampoco hubiera escrito el drama de igual titulo, ni el canto de amor y las escenas al borde del agua, entre Caupolicain y su querida que embellecen la primera jornada (372).

Los escritores coloniales aparecen asi no como epigonos de los europeos, sino al contrario, como sus precursores, sin duda porque habitan ese momento primig6neo de la historia que s61o puede ser expresado cabalmente en un poema 6pico. La monumentalizaci6n queda concluida con este gesto final.

Guti6rrez tom6 la precauci6n de erigir como monumento del origen una obra escrita por un natural de America, pero Jose Toribio Medina se impone la mais ardua de hacer de La Araucana el fundamento necesario, a pesar del irreductible espafiolismo de Ercilla, que 61, por cierto, nunca niega. iC6mo tildar entonces de chileno al poe- ma? El argumento de Medina se arma de la siguiente manera. Lo 6nico que vale la pena de la literatura colonial de Chile es lo referente a las guerras con los araucanos; todo lo demis es digno de olvido. Dice en la "Introducci6n" a La literatura colonial de Chile: "iQui6n ira' hoi a leer la vida de misticos personajes, los abultados voldmenes de sermones, las recopilaciones de versos disparatados que en la metr6poli del virreinato se escribieron en aquel tiempo? I, por el contrario, un libro cualquiera de entre los numerosos que se redactaron sobre Arauco, Zno sera siempre un monumento digno de consultarse?" (xii) El tema de las guerras, que como vimos ya es de por si un elemento impor- tante de la 6pica como texto del principio, es lo que marca a esa literatura, lo que le da una impronta propia. A esto se suma otro hecho fundamental, que los poetas que cantaron las guerras del Arauco fueron todos participes en 6stas, por lo que su testimonio es veridico, pro- ducto de la experiencia, no de la literatura. Por lo tanto, esa literatura es ya chilena, porque emer- ge de episodios ocurridos en territorio chileno, que determinan el caricter de todo texto, fuera cual fuera la nacionalidad del autor. Dice Me-

dina:

Por lo tanto, el Arauco i sus pobladores, las empresas realizadas en ese estrecho pedazo de tierra, fueron las que despertaron el jenio po6tico de Ercilla e influenciaron completa i decididamente las tendencias de su obra. A no haberse tratado mas que de los espafioles o de otros enemi- gos que los araucanos, es mui probable que jamais hubiese intentado hacer resonar la trompa 6pica en otras soledades que no fuesen las de Puren. De aquf por qu6 la Araucana es eminentemente chilena i debe ocupar un lugar en nuestra literatura; siendo digno de notarse que no sucedia en Ercilla lo que en algunos de sus compatriotas que desde sus primeros afios demostraron decidida inclinaci6n a versificar, de tal modo que ella habria jerminado en cualquier lugar i ocasi6n que fuese. Nuestro poeta no contaba mas bagaje literario en esta 6poca que cierta "Glosa"...(I, p. 4).

Medina le atribuye a las guerras del Arauco el mismo despertar del don po6tico de Ercilla: no ya el poema, sino la posibilidad de escribirlo tiene su origen en el encuentro del poeta con el medio, que lo marca indeleblemente, y lo capacita para producir el texto de fundaci6n. Por eso Medina abre su Literatura colonial de Chile con tres capitulos sobre Ercilla, que son la base sobre la cual va a erigir todo su proyecto narrativo.

E se edificio ha seguido en pie hasta hace muy poco. La marejada te6rica de los 6ltimos veinte afios nos ha permitido ver lo convencional de su andamiaje, las ficciones que soportan su fundaci6n. Lo cual no quiere decir que no acep- temos su caricter fundacional, por el contrario. Hoy nos parece que el Barroco, con su 6nfasis en lo falso, con su deleite en lo complejo y ambiguo, con su negaci6n del mundo natural y valoraci6n delirante de la cultura y sus c6digos, es un fundamento mais aut6ntico de la historiograffa literaria latinoamericana; que no hay que encu- brir las contradicciones de una literatura que no contaba con un origen conveniente y propio, sino hacer visible el vacio del principio, la fragilidad de toda fundaci6n literaria. Por eso valoramos a Balbuena, a Sor Juana, a Sigiienza, y nos parece que lo mais interesante de la 6pica colonial es el violento desface entre la artificialidad renacen- tista y el mundo en ciernes en el que surgi6. Desde luego, para ser consecuentes, tenemos que admitir que nuestra re-escritura sea de la tradici6n, no de la historia, y que nuestra versi6n de la historiograffa literaria latinoamericana serai objeto de coleccionistas y anticuarios, y que en un congreso futuro los mismos titulos de nuestros libros parecerin pintorescos y dignos de admiraci6n.

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0 NOTAS I El presente ensayo surgi6 al intentar escribir una

introducci6n a la Cambridge History of Latin American Literature, que redacto y organizo en colaboraci6n con Enrique Pupo-Walker. Debo a mi colega y amigo mucho en la elaboraci6n de las ideas aquif contenidas, asi como a Georgina Dopico-Black, que me ha asistido tanto en la investigaci6n como en la misma redacci6n. Es probable que muchas de estas piginas vuelvan a aparecer en la mencio- nada History, aunque deben verse aquf como Work-in- Progress en el mejor de los casos.

2 Debo no pocas de mis ideas en este pirrafo y en el resto del ensayo al trabajo de Herbert Dieckmann citado en la bibliograffa.

3 La irritaci6n la provoca el patemalismo de Menendez y Pelayo, y su capacidad para denigrar (por ejemplo, dice que Plicido escribe "disparates sonoros"). Tambi6n, por supuesto, de su ampulosa ret6rica. No obstante, la Antolo- gia es un trago amargo (y largo) que los hispanoameri- canistas no podemos rechazar.

4 Para mais detalles sobre este proceso, ver mi trabajo sobre Espejo de paciencia.

5 La colecci6n se llam6 Bibliotheca americana. Collection d'ouvrages inddits ou rares sur l'Amdrique, y la public6 la Librairie A. Franck, de Paris.

M OBRAS CITADAS

Anderson Imbert, Enrique. Historia de la literatura hispa- noamericana. Mexico-Buenos Aires: Fondo de Cultura Econ6mica, 1965. (primera edici6n de 1954).

Barros Arana, Diego, ed. Puren inddmito. Poema por el Capitin Fernando Alvarez de Toledo, publicado bajo la direcci6n de don Diego Barkros Arana. Paris: Librarie

A. Franck, 1862. Campra, Riosalba. "Las antologias hispanoamericanas del

siglo XIX: proyecto literario y proyecto politico." Ca- sa de las Americas no. 162 (1987): 37-46.

Diecknmann, Herbert. "Esthetic Theory and Criticism in the Enlightenment: Some Examples of Modem Trends." Introduction to Modernity. Austin: UT Press, 1965. 63- 105.

Gonzilez Echevarria, Roberto. "Reflexiones sobre Espejo de paciencia." Nueva Revista de Filologia Hispdnica (Colegio de Mexico) 35.3 (1987): 571-90.

Gonzilez-Stephan, Beatriz. La historiografia literaria del liberalismo hispanoamericano. La Habana: Casa de las Americas, 1987.

Gutierrez, Juan Maria, ed. America poetica. Coleccidn escojida de composiciones en verso, escritas por ame- ricanos en el presente siglo. Valparaiso: Imprenta del Mercurio, 1846.

, ed. Arauco domado. Compuesto por el Licen- ciado Pedro de Ofia. Valparaiso: Europea, 1849.

, Escritores coloniales americanos. ed., pr6lo- go y notas de Gregorio Weinberg. Buenos Aires: Rai- gal, 1957. 345-80.

Medina, Jose Toribio. Historia de la literatura colonial de Chile. Santiago de Chile, 1878.

Menendez y Pelayo, Marcelino. Antologia de poetas hispanoamericanos. Publicada por la Real Academia

Espaihola. Tomo I. Mixico y America Central. Ma- drid: Est. Tipogrifico "Sucesores de Rivadeneyra," 1893.

Ross, Kathleen. "'Alboroto y motin de Mexico': una noche triste criolla." Hispanic Review 56 (1988): 181-90.

Sarlo Sabajanes, Beatriz. Juan Maria Gutidrrez: historia- dor y critico de nuestra literatura. Buenos Aires: Exuela, 1967. 78-106.