Cuent os para comer sin cuent os Ángel Peralbo Silvia Álava Mila Cahue Cristina Palmer Equipo de especialistas del Prólogo y supervisión María Jesús Álava Reyes Ilustraciones Jordi Corbella Cómo enseñar buenos hábitos alimenticios a los niños y acabar con la pesadilla de los padres Centro de Psicología Álava Reyes
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Cuentospara comer sin cuentos
Ángel PeralboSilvia ÁlavaMila Cahue
Cristina PalmerEquipo de especialistas del
Prólogo y supervisiónMaría Jesús Álava Reyes
IlustracionesJordi Corbella
Cómo enseñar buenos hábitos alimenticios a los niñosy acabar con la pesadilla de los padres
presten atención a estos hábitos de manera particular, buscando,
incluso, recursos para mejorarlos.
Hoy en día, sabemos que tan importante es conseguir que los niños se alimenten variada y adecuadamente, siguiendo unos criterios nutricionistas, como que lo hagan mantenien-do un comportamiento en la mesa ordenado y propio del contexto social en el que viven.
Según los datos actuales, los problemas que provoca una mala
alimentación son muy significativos, tanto en un extremo, por ser
aquélla insuficiente, como en los países en desarrollo, como en el
otro, por sobrealimentación y exceso de grasas, que no son nece-
sarias para el cuerpo y cuyo consumo va en aumento sobre todo
en países considerados altamente desarrollados. Asimismo, una
mala alimentación está en la base de muchos trastornos y enfer-
medades de los que hoy adolece la población y cuya incidencia
está en continuo aumento, como los problemas cardiovasculares,
entre otros.
Hasta los seis y siete años se habla de período crítico del
desarrollo, lo que significa que en esta etapa los niños son espe-
cialmente vulnerables a las diferentes variables que pueden influir
en su aprendizaje, por lo que es el mejor momento para instaurar
conductas y hábitos saludables.
Sabemos que los niños aprenden jugando y que el cuento es una
herramienta de referencia a estas edades. Por ello, nos parece una vía
crucial para hacer llegar a vuestros hijos las actitudes adecuadas que
necesitan desarrollar para convertirse en unos buenos comensales y
para sacar el máximo provecho de este importante hábito.
que se presentan habitualmente ante la adquisición de los hábitos
alimenticios.
Siendo nosotros psicólogos, y además especializados en el
área de la intervención familiar, es lógico que la obra contenga
este valor adicional que, a su vez, se convierte en la esencia del
libro; está elaborado a partir de los cuentos, formando con ellos
conjunto que persigue un objetivo global: CONOCER LOS CORRECTOS HÁBITOS EN LA COMIDA Y AYUDAR A SOLUCIONAR LOS PROBLEMAS QUE SE PUEDAN PRE-SENTAR AL RESPECTO.
Al final de cada cuento y sus pautas os proponemos una
actividad para que la realicéis con vuestros hijos, para que, con
ella, podáis disfrutar, experimentar y, sobre todo, reforzar lo
aprendido en el cuento en cuestión. La experimentación lúdica
que supone esta parte facilita que el niño asimile los mensajes
del cuento y mantenga el interés por lo aprendido más allá del
tiempo que dura la lectura del mismo.
Lo que sugerimos para ellos
A la hora de elaborar los cuentos, se ha pretendido que las ilustraciones llamen la atención de los niños y les permita imaginar
y crear a partir de ellas sus propias imágenes mentales relacionadas
con lo narrado; los textos les envuelven en historias que manten-
drán su atención e ilusión y, al mismo tiempo, les indicarán aspec-
tos positivos relacionados con la temática central de la obra.
—Hola, Nani, buenos días, princesa —le dice María, su madre—, son las siete y media, hora de levantarse. Date prisa o llegaremos tarde. Tus hermanos ya se están preparando.
Así comienzan todas las mañanas en casa de Nani; en realidad se llama Encarnita, pero desde pequeña sus hermanos la llaman así. Es la más chica de cuatro hermanos, de una de esas pocas familias que hay hoy en día. Digo ahora y pocas por-que antes había muuchaas familias con muuchoos hermanos.
Sus hermanos son Carlos, Marcos y Enrique.
María vuelve a llamar a Nani para que se levan-te, pero a ella le cuesta mucho hacerlo, también le
cuesta mucho acostarse y vestirse (aunque la verdad es que la viste su mamá, o Carlos o Enrique, incluso Marcos, y hasta Andrés, su padre, tiene que rendirse y acabar por ayudarla). Conseguir que Nani estuviese lista a tiempo para ir a desayunar no era nada fácil. Y, sin embargo, era una cuestión muy importante para toda la familia, dado que cada uno tenía sus obligaciones persona-les y diarias, y además tenían que preocuparse de ella. Solamente llegaba a tiempo si los demás hacían las cosas por ella, y ahí veías a Marcos poniéndole los calcetines, a Carlos buscando sus zapatos, y a su pa-dre peinándole la coleta, mientras su madre le ponía la pasta de dientes para que se los cepillase.
En su casa el desayuno es a las ocho y cuarto, e in-tentan tomarlo todos a la vez, ya que casi siempre se marchan juntos, aunque a veces alguno debe salir antes, y entonces se hacen dos turnos; por supuesto, ella siem-pre figura en el último.
Un día llegó una nota del colegio en la que ponía:
«Estimados María y Andrés, lamentamos comuni-caros que si Nani continúa llegando tarde a clase ten-drá que dejar de asistir durante unos días al colegio.
—Esto no puede ser, ya no es un bebé —se lamentó su padre, y además añadió—: A mí también me han dicho en el trabajo que no puedo llegar siempre tarde a la reunión por las mañanas.
—A mí me sucede lo mismo; los días que llevo a Nani al colegio llego con retraso al periódico —dijo María.
Todos en casa se veían retrasados por la lentitud de Nani; ella siempre decía: «Ya voy». Pero eso era todo; no se movía, era como si el mundo se parase a su alrededor, ella era capaz de entretenerse con cualquier cosita, un trocito de papel, un lápiz o incluso una hebra de hilo.
Con la llegada de la nota todo empeoró. A Nani cada vez le hacían más cosas y ella se esforzaba cada vez menos. Había días que no le quedaba ni tiempo para desayunar, se comía unas galletitas y si acaso medio vasito de leche. Nani cada día se volvía un poquito más lenta, se sentía cansada y con poquitas fuerzas. Todos estaban preocupados, sabían que si no tomaba un buen desayuno, su cansancio y desgana aumen-tarían, pero no había forma de que Nani entendiera que debía hacer las cositas un poquito más rápido.
Una tarde, al regresar del cole, encontró en su habi-tación tres cajas de colores muy vivos, grandes y muy bonitas, numeradas del uno al tres.
La número uno era de un color verde brillante y lle-vaba un lazo amarillo muy grande y un cartel colgado que decía:
«Mañana, al levantarte, cuando te vistas para ir al colegio, ábreme. Sólo me puedes abrir si te levantas a la primera (no vale hacerse la remolona)».
Nani estaba entusias-mada; las cajas eran tan grandes y tan bonitas que por supuesto que las que-ría abrir todas.
Esa noche se acostó más emocionada incluso que en la noche de Reyes; pensaba: «¿Qué habrá en las cajas?». Y: «¿No las puedo abrir seguidas?, qué raro, ¿por qué será?». Ella pensaba, pensaba y las miraba, ¡qué bonitas eran!
Durante la noche soñó con millones de cajas de millones de colores.
A la mañana siguiente, cuando apenas su madre había en-trado en la habitación, Nani saltó de la cama a su cuello, le dio un beso y dijo gritando:
—Dame la ropa, corre, dame la ropa.
María le dio la ropa, mejor dicho Nani le quitó a su madre la ropa de las manos, pues tenía prisa. Se puso su chándal, ya que ese día tenía que ir al gimnasio, y volvió a gritar:
—Papá, Carlos, Enrique, Mar-cos, venid, que ya puedo abrir la caja.
Todos corrieron a su lado, mirándola encantados, ella qui-
tó el gran lazo amarillo y el pa-pel verde con cuidado y, ¿qué es
podía creer, solamente había una cajita pequeña del mismo color verde brillante, cuadradita y con una tapa transparente.
La cajita estaba vacía, no tenía nada dentro, bueno, sí, un papel que decía: «NO ME TIRES», y dentro de la caja grande también había un cartel que decía:
«Mañana abre la caja que tiene el número dos, pero hazlo después de asearte; lávate la cara y las manos y, después, ábrela».
Nani estaba terriblemente decepcionada; ¿cómo una caja tan grande y tan bonita podía tener sólo algo tan pe-queño?, ¿para qué quería ella esa cajita? Se puso triste, casi le dieron ganas de llorar, no pensaba abrir ni una caja más, que desapareciesen todas las cajas, eso es lo que gritó:
—¡NO PIENSO ABRIR NI UNA CAJA MÁS!
Su hermano Enrique, al verla tan triste y enfadada, le dijo:
—Nani, la cajita es preciosa. ¿No crees que una cosa tan bonita tiene que servir para algo?
—Quique, yo deseaba en-contrar un gran regalo dentro, no esto, que es una guarrería.
Enrique le volvió a preguntar:
—¿Qué sería un gran regalo? Acaso otra muñeca, u otro puzle, o una bici…
—No lo sé —contestó ella muy enfadada—, otra cosa —y se quedó pensativa.
Su hermano tan sólo añadió:
—Yo guardaría esa cajita, y por supuesto que abriría la siguiente.
Las cosas se quedaron así. Durante todo el día Nani le dio vueltas al asunto. Estaba muy enfadada con las cajas, pero ¿y si Quique tenía razón?, ¿para qué sería esa cajita?, aunque no sirviera para nada era verdad que era bonita, tan brillante, con esa tapita que parecía de cris-tal. Al final del día ya había tomado su decisión, abriría la caja con el número dos. Total, ¿y si la número uno era una broma y en la dos estaba el gran regalo?
A la mañana siguiente, Nani de nuevo se sentía en-cantada de pensar que abriría la caja número dos; se levantó nada más llamarla su mamá y rápidamente se vistió y se lavó la cara y las manos, pero esta vez no llamó a nadie. Se sentó en el suelo delante de la caja número dos; ésta era roja, como el papel que tienen algu-nos bombones, que brilla mucho, además tenía colgando un muñequito de papel pinocho, de esos arrugaditos, re-dondito y pequeñito, y de su interior asomaba una nota que decía en la esquinita: «Cuando abras la caja léeme».
Nani quitó el muñeco y muy despacio abrió la caja; ésta tenía una gran tapa, la le-
vantó lentamente, sin saber qué podría encontrar, y de pronto GRITÓ:
—Pero ¿qué es esto?
Todos corrieron un poco sobresaltados al oír a Nani. Ella lloraba desconsolada:
—¡No quiero, no quiero más cajas!
Sus hermanos y sus padres miraron en el interior de la caja y vieron muchas hojas verdes, hojas de árbol, sólo hojas, todas de un verde muy intenso, unas más grandes y otras pequeñitas, pero sólo había eso, hojas de árbol. Pero ¿y ahora quién iba a consolar a la peque-ña? Su padre la cogió en brazos y muy bajito, al oído, le preguntó:
—¿Había algo más en la caja?
Ella, aún lloriqueando, le dijo:
—No, sólo eso —pero, de repente, recordó—, ¡sí, había una nota en el muñeco gordito!, yo la vi.
Saltó de los brazos al suelo y buscó la nota; ésta decía:
«No creas que es una broma, guarda las hojas en el frigorífico y mañana cuando te levantes, te vistas, te laves y hayas terminado el desayuno, abre la caja número tres».
—¡No, no y no!, ¡las voy a tirar a la basura!, no las quiero —y se dispuso a llevarlas al cubo de la basura.
Pero su padre le dijo:
—Es mejor que ahora nos marchemos al colegio. Cuando regreses, los dos juntos las tiraremos, yo te ayudaré. ¿Vale, princesa?
Nani, aunque un poco enfadada, asintió con la cabeza y más triste que otra cosa se marchó al colegio. Ese día estuvo un poco descentrada; pensaba en la cajita, pen-saba en las hojas, pero no entendía nada, pero nada de nada.
Cuando llegó de clase no fue corriendo en busca de las cajas para tirarlas. Se asomó a su habitación y vio la terce-ra y última que quedaba por abrir; tenía el número tres muy grande pegado en color plata
en un lado y era azul como un trozo de cielo, eso es lo que parecía, un trocito de cielo en su habitación; era tan bonita como las otras. Suspiró, como hacen los mayores cuando deciden que tienen que cambiar de opinión, y de-cidió: «¡Esperaré y abriré la última caja!». Por el pasillo se encontró a su padre, que le preguntó:
—¿Vamos a tirar las cajas?
Ella le respondió:
—No, mañana. —Y se marchó.
Al día siguiente, de nuevo se levantó sin protestar, se vistió, se lavó y se fue a desayunar, no dijo nada, no habló de las cajas, se tomó todo su desayuno, fue al baño, se limpió los dientes y se puso los zapatos para irse al colegio. Todo esto lo hizo sin pausas, sabiendo que iba a ser la primera en estar lista para marcharse. Cuando acabó todo, volvió a su habitación y cogió el pedacito de cielo, bueno, la caja número tres, y le dio varias vueltas; no pesaba nada. Ella se había dicho que sería otra tontería y que no le iba a importar. Bueno, podría usar las cajas para guardar juguetes, por-que era una pena tirarlas, eran demasiado bonitas. La abrió, asomándose con una curiosidad tan grande que ni ella sabía cómo había podido esperar tanto tiempo,
levantó las solapas, metió la cabeza, y sólo vio ¡algo-dón blanco!, ¡como una nube!, estaba llena de algodón. Metió la mano con un poquito de miedo, ¿y si había un ratón, o un pájaro, o un conejo…? Tocó algo pequeño, del tamaño de una cajita de sus gominolas favoritas, era eso:
—¿Son gominolas?, ¡qué ricas…!, ¡mamá, son gomi-nolas, papá, mis caramelos favoritos!
Carlos y Enrique también querían probar las famosas gominolas. Todos se juntaron en su ha-bitación. Abrió la caja y, ¡qué sor-presa!, estaba llena de pequeños gusanitos de seda, muy chiqui-titos, como minifideos de los de la sopa. Estaban un poco amontonaditos, pero eran tan bonitos… Había por lo menos veinte; el más pe-queño era como la punta de un alfiler.
—Éste es chiquitín —gritó encantada. Era lo más precioso que había tenido ja-más—. Tengo gusanitos, tengo gusa-
nitos… Los puedo llevar al cole, les puedo poner nombre —daba saltos con sus gusanitos en la mano.
De pronto miró a los demás y, sonriendo, les dijo:
—Ya sé para qué quiero la cajita de la tapa transpa-rente, es la casita de mis gusanos, claro, y las hojas son su comida, por eso había que meterla en el frigorífico —ahora lo entendía todo. Era maravilloso.
Desde entonces, cada día, antes de irse al colegio y después de estar totalmente preparada, cogía
sus gusanos, les limpiaba su casita y les ponía comidita para todo el día. Apren-
dió que, cuando algo depende de uno mismo, no es suficiente con que los demás se preocupen o se encarguen de ello, la única manera de asegurarse de que todo va bien es siendo uno mismo puntual y siguiendo
los pasos adecuados. En este caso, Nani descubrió que el gusa-
no de seda necesita puntualmente limpieza y comida, y que ésta tie-
ne que estar preparada de antema-no, habiendo sido recogida del árbol y
metida en la nevera para su conservación. Solamente ella, que sentía pasión por los gusanos de seda, po-día responsabilizarse de su cuidado diario. Y gracias a ello…
Cuando pasó algún tiempo, los gusanos se pusieron gorditos, y un buen día, de repente, dejaron de estar; so-lamente había pequeñas bolitas de color amarillo. ¿Dón-de estaban…?
El adecuado aprendizaje de los hábitos y tareas diarias es fun-
damental, ya que permite a las personas adaptarse a su entorno
de una manera fácil y ordenada, y facilita centrarse de manera
especial en otros asuntos que requieran más esfuerzo, por ser nue-
vos o puntuales. La sistematicidad de las tareas permite que se vayan creando hábitos; es decir, tareas automatizadas que se llevan
a cabo casi sin esfuerzo. En la familia de Nani, todos y cada uno tienen por la mañana la tarea de estar listos a la hora del desayuno, para así poder irse, después de tomarlo juntos, unos
a trabajar y otros al colegio. De tal manera que se tendrán que
levantar, asearse, vestirse y hacer la cama, mientras uno se encarga
de hacer el desayuno para todos.
Cuando un hábito está bien instaurado, llevarlo a cabo no
requiere ningún sobreesfuerzo; por las mañanas, aunque sean
muchas las tareas a realizar desde que nos levantamos, si nos
hemos habituado, nos parecerá fácil. Pensemos incluso en las
decenas de cosas que podemos hacer al cabo de un solo día, casi
sin ser conscientes de ello.
El problema surge cuando, por diversas razones, alguien no
adquiere adecuadamente determinado hábito o hábitos. En el caso de Nani, le costaba mucho levantarse, y también acostar-se y vestirse. Las razones pueden ser varias; algunos niños son más lentos, y requieren más tiempo para movilizarse; los hay más dispersos, que tienen dificultades para todo lo que conlleve un
orden y una sistematicidad en el aprendizaje; otros más difíciles,
con problemas de conducta; o incluso niños pequeños que se
han acostumbrado a que se lo hagan todo o les ayuden bastante.
Uno de los problemas que se produce con cierta frecuencia
es que a través de esas conductas el niño se acostumbre a que todos estén pendientes de él, «y ahí veías a Marcos poniéndole los calcetines, a Carlos buscando sus zapatos, y a su padre peinándole la coleta, mientras su madre le ponía la pasta de dientes para que se los cepillase».
¿Qué hacer cuando nos enfrentamos a una problemática como la de la
familia de Nani?
Hemos de averiguar si las pautas de comportamiento que
estamos marcando nos ayudarán a conseguir nuestros objetivos,
es decir, si a través de ellas Nani, por sí misma, conseguirá realizar
sus hábitos matutinos y agilizar los tiempos lo suficiente como
para poder llevar el ritmo del resto de la familia. Si no es así, habrá
que cambiar de estrategia, aunque aparentemente estemos con-
siguiendo algo positivo, como que su padre llegue a tiempo a su reunión de por las mañanas o que María, su madre, llegue puntual al periódico.
Porque podemos estar consiguiendo el efecto contrario; es
decir, que se estén instaurando costumbres negativas que después
sean más difíciles de cambiar. A Nani cada vez le hacían más cosas y ella se esforzaba cada vez menos. Nani cada día se estaba volviendo un poquito más lenta.
4. El criterio a la hora de establecer las consecuencias positivas dependerá de cada niño, e irá en función de los gus-
tos que tenga y de lo que se considere reforzante para él; en unos
casos serán minutos extra para ver sus dibujos preferidos, en otros,
puntos para conseguir cromos de la colección que tanto le gusta,
o la posibilidad de escoger parte del desayuno que más le apetez-
ca, o ponerse las deportivas que más le entusiasman, etc.
La función que cumple el refuerzo de cada conducta ade-
cuada es la de un aporte de motivación, que resulta necesario
cuando queremos instaurar y mantener durante un tiempo, hasta
que se hagan habituales, conductas que no están en el repertorio
actual del niño.
5. Hay que evitar que el niño pueda conseguir esos refuer-zos por otros medios que no sean la realización de los hábitos
de la mañana en los tiempos que se le van poniendo, porque
perderían eficacia.
6. Cuando el niño realice alguna de las tareas, pero no dentro
del tiempo fijado, se lo reforzaremos verbalmente, pero no conse-
guirá el reforzador o punto correspondiente fijado de antemano;
cuando no realice alguna de las tareas, al principio evitaremos quitarle refuerzos conseguidos anteriormente y nos centrare-mos, si es posible, en que el que pierda algo sea él, como no poder elegir una parte del desayuno, o no poder llevar sus zapatillas preferidas, o en lugar de llevar la coleta como le gusta, otro peinado más rápido de hacer.
7. Cuando el niño lleva ya algún tiempo sin realizar las con-
ductas adecuadas o incluso no ha llegado a hacerlas nunca, puede
ocurrir que sea porque se haya acostumbrado a que le llamen la atención o regañen, y esto, a su vez, haya hecho que se identi-fique más con el papel de desobediente, o vago o irrespetuoso, etc. Hay que impedir por todos los medios que esto ocurra, y
restringir todas las verbalizaciones a las que se puedan hacer de tipo positivo y que estén ligadas a cualquier mejora que se produzca.
8. Hay que decidir quién de la familia se va a encargar de
controlarlo, y el resto debe prestar atención cada uno a sus cosas,
intentando no estar pendientes en ningún momento del niño,
para que éste no pueda captar la atención más que a través de las
conductas que realice adecuadamente, como cuando «Nani se levantó nada más llamarla su mamá y rápidamente se vistió, se lavó la cara y las manos».
Pueden turnarse varias personas para encargarse del niño.
9. No es conveniente que se le regañe o se le advierta de su comportamiento constantemente, pues esto constituye también
una clara manera de prestarle atención y, como al principio estará
muy acostumbrado a ello, sería una manera de seguir reforzando