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Cuaresma, Camino hacia la Pascua Arzobispado de Lima
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Cuaresma, camino hacia la Pascua ... - Arzobispado de … · La Cuaresma es el tiempo de una particular solicitud de Dios que confía a la Iglesia el servicio de la reconciliación,

Oct 01, 2018

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Cuaresma, camino hacia la Pascua

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Pascua

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Cuaresma, camino hacia la Pascua

PRESENTACIÓN

A lo largo de este año será decisivo volver a recorrer la historia de nuestra fe, que contempla el misterio insondable del entrecruzarse de la santidad y el pecado. Estas

palabras del Papa Benedicto XVI en la Porta Fidei son citadas por el Cardenal Juan Luis Cipriani al inicio de su Carta Pastoral para el Año de la Fe, invitando a los fieles a acudir con un corazón profundamente arrepentido al Sacramento de la Reconciliación, luego de un buen examen de conciencia. Ningún tiempo más propicio para poner en práctica esta exhortación que el tiempo de Cuaresma, en el que renovamos las promesas de nuestro bautismo, disponiéndonos a dar muerte al hombre viejo, crucificando nuestras pasiones desordenadas, para resucitar con Cristo a la vida nueva del Espíritu que nos ofrece como un don el Señor Resucitado. Sabemos que hemos sido reconciliados por la Muerte y Resurrección del Señor Jesús, para ser Hijos amados del Padre y Templos vivos del Espíritu Santo. Pero sabemos también que somos pecadores, que después del bautismo, permanece en nosotros la inclinación al mal llamada concupiscencia, en vistas al combate espiritual. El catecismo nos dice: “sin reconocerse pecador, el hombre no puede conocer la verdad sobre sí mismo, condición del obrar justo, y sin el ofrecimiento del perdón no podría soportar esta verdad” (CEC n. 1697). La Cuaresma es un tiempo favorable para reco-nocer nuestra fragilidad y para acogernos a la misericordia de Dios, renovando nuestro esfuerzo por convertirnos y comenzar una vida nueva. En este Año de la Fe, la Cuaresma es un tiempo de gracia que el Señor nos concede para ahondar en la Fe, que enciende la esperanza de llegar un día –luego de peregrinar por el desierto de este mundo- a la Tierra Prometida, donde se saciarán todos los anhelos de nuestro corazón y contemplaremos al Señor cara a cara. Para ello la Iglesia nos propone tres medios muy concretos: la oración, la penitencia o ayuno, y la práctica cotidiana de la caridad, especialmente con los más necesitados.

La Oficina de Pastoral de la Arquidiócesis ha preparado este folleto que ofrece una serie de recursos a los sacerdotes, agentes de pastoral y a los fieles en general, para preparar y vivir más intensamente estos días de Cuaresma. Confiamos que les sean de utilidad. Si desean adquirir más ejemplares pueden comunicarse con la Oficina de Pastoral en el 203-7718 o escribir a [email protected] En Cristo y María,

P. Juan Carlos Rivva L.Vicario Episcopal de la Pastoral Arquidiocesana

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1. ORIGEN DEL NÚMERO 40 EN LA BIBLIA

La Iglesia celebra todos los años la Cuaresma como camino de preparación para la Pascua. La palabra Cuaresma surge de los cuarenta días que dura este tiempo penitencial. En las Sagradas Escrituras, el número cuarenta simboliza un tiempo de preparación y purificación. En el Antiguo Testamento se habla de los cuarenta días del diluvio, de los cuarenta años de la marcha del pueblo judío por el desierto, de los cuarenta días de Moisés y de Elías en la montaña, de los 400 años que duró la estancia de los judíos en Egipto. En el Evangelio se narran los cuarenta días y cuarenta noches de ayuno, oración y lucha contra las tentaciones que vivió Jesús en el desierto antes de comenzar su vida pública. También Jesús Resucitado se apareció a sus discípulos durante cuarenta días antes de ascender a los cielos.

La liturgia romana tiene 6 semanas de Cuaresma (hasta el Sábado Santo). Como los domingos no se ayuna (por ser día de resurrección y fiesta), el número cuarenta se obtiene multiplicando las 6 semanas por los restantes 6 días de la semana (6x6=36). Para llegar al número 40, se agregan cuatro días “de ceniza”, de miércoles a sábado (36+4=40).

En la Biblia, el número cuatro simboliza el universo material, seguido de ceros significa el tiempo de nuestra vida en la tierra, seguido de pruebas y dificultades.

2. HISTORIA DE LA CUARESMA

Ya desde el siglo I se celebraba la Pascua Anual en las iglesias de Roma, Corinto, Asia Menor y Jerusalén. Esta celebración gozosa es precedida por la celebración de la Pasión y Muerte del Señor los días previos, como días de ayuno y penitencia.

La historia de la Cuaresma se remonta al siglo IV en Roma. La primera referencia a una preparación de 40 días para la Pascua es de Eusebio de Cesarea en el año 332.

La Cuaresma romana –que influye progresivamente en toda la Iglesia Occidental- se configura a partir de dos instituciones importantes: El orden de los catecúmenos y el orden de los penitentes, que ha marcado esta doble dimensión bautismal y penitencial de la espiritualidad de la Cuaresma.

La Cuaresma constituye la última etapa del catecumenado de adultos que recibían el sacramento del bautismo en la Vigilia Pascual. En los Domingos III, IV y V de Cuaresma se realizaban los escrutinios y exorcismos.Los pecadores públicos confesaban privadamente sus pecados ante el Obispo el miércoles de Ceniza, quien los ungía con ceniza y les imponía una penitencia de cuarenta días. El rito de la reconciliación era el Jueves Santo en que eran admitidos a la mesa Eucarística.

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3. ESPIRITUALIDAD DE LA CUARESMA

En la celebración del Miércoles de Ceniza el ministro nos unge y nos exhorta a convertirnos y a creer en el Evangelio, y la Palabra de Dios (Mt 6,1-6.16-18) nos indica los medios a través de los cuales podemos entrar en el clima de la auténtica renovación interior y comunitaria: la oración, la penitencia y el ayuno, así como la ayuda generosa a los hermanos.

La Cuaresma es un tiempo fuerte en que la Iglesia nos invita a «redescubrir nuestro Bautismo» y «experimentar la gracia que nos salva», que nos hace ser verdaderos hijos de Dios, partícipes de la herencia prometida por el Padre. Vivir según esa dignidad implica una renuncia radical al Maligno y al pecado. Implica una opción por despojarnos cotidianamente de nuestra vieja condición, para revestirnos de la gracia que nos da Cristo, el «hombre nuevo» (Rom 8,1-4).

Conversión significa, pues, un cambio de rumbo integral, de toda nuestra vida, hacia la vida plena y reconciliada a la que nos ha llamado el Señor. Significa optar por Él sin miedos ni cobardías. Implica un cambio de mente, de criterios y actitu-des (Rom 12,2) que tiene como primer paso la humildad de reconocernos como pecadores necesitados constantemente de la gracia y del perdón de Dios.

La Cuaresma es el tiempo de una particular solicitud de Dios que confía a la Iglesia el servicio de la reconciliación, buscando a las ovejas perdidas y recibiendo con gozo a aquellos hijos pródigos que se han alejado de la casa paterna.

La Cuaresma es uno de los cuatro tiempos fuertes del año litúrgico y ello debe ver-se reflejado con intensidad en cada uno de los detalles de su celebración. Cuanto más se acentúen sus particularidades, más fructuosamente podremos vivir toda su riqueza espiritual.

4. ORACIÓN, AYUNO Y LIMOSNA

La Cuaresma debe renovar en nosotros la conciencia de nuestra unión con Jesu-cristo y nos muestra el camino para realizarla: el ayuno, la oración, la limosna; que expresan la conversión con relación a Dios, a uno mismo y a los demás.

4.1. La oración:

Es el medio que nos acerca más a Dios, a permanecer en unión con Él, lo que nos lleva a una maduración espiritual. Aprendemos a orar, orando. Cuando oramos somos discípulos de Cristo. Podemos orar con palabras, con gestos corporales, con la mente y con el corazón.

En la oración, el creyente ingresa en el diálogo íntimo con su Señor, deja que la

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gracia divina penetre su corazón y, a semejanza de Santa María, se abre a la ac-ción de Espíritu cooperando a ella con su respuesta libre y generosa (Lc 1, 38).Medios importantes para acrecentar la vida de oración en el tiempo de la Cua-resma son: el recurso frecuente en el Sacramento de la Reconciliación, la parti-cipación asidua en la Eucaristía, la meditación diaria de la Palabra de Dios, el rezo del Via Crucis y del Santo Rosario.

4.2. El ayuno y la abstinencia:

Son medios concretos para ejercitar el dominio sobre nosotros mismos. Ayu-nar significa abstenerse, renunciar a algo. La Iglesia nos pide que practiquemos la abstinencia de carne los Viernes de Cuaresma que son días penitenciales. El día Miércoles de Ceniza y el Viernes Santo son días de ayuno obligatorio.

El ayuno y la abstinencia expresan nuestra solidaridad con Cristo –quien se retira al desierto a ayunar y carga sobre sí los pecados de la humanidad- y con todos los miembros sufrientes de su Cuerpo que padecen pobreza e injusti-cia. No se trata solo de abstenerse de comida o bebida, sino de otros muchos medios de consumo, de estímulos, de satisfacción de los sentidos. Se trata de ayunar al pecado, al egoísmo, a la violencia y a la sensualidad. Se trata de vivir la mortificación en las circunstancias cotidianas de nuestra vida, ofreciendo a Dios con paciencia aquellas cosas que nos son molestas y aceptando con humildad, gozo y alegría, los distintos contratiempos que se nos presentan a diario. De la misma manera, el renunciar a ciertas cosas legítimas, nos ayuda a vivir el desapego y desprendimiento.

El ayuno debe ir junto con la oración porque ello nos dirige directamente hacia Dios. El ayuno, esto es, la mortificación de los sentidos, el dominio del cuerpo, confieren a la oración una eficacia mayor, que el hombre descubre en sí mismo.

4.3. La limosna:

La palabra limosna viene de un vocablo griego que quiere decir compasión y misericordia. Limosna significa, ante todo, don interior; actitud de apertura hacia el otro. Factor indispensable de la conversión, así como lo son la oración y el ayuno: la oración como apertura a Dios; el ayuno, como expresión del dominio de sí; y la limosna como apertura hacia los demás.

Pero el sentido de esa recomendación no se reduce a dar alguna ayuda material al más necesitado, sino que se refiere a algo mucho más amplio: significa en primer lugar vivir la caridad con las personas que están más cerca (nuestros fa-miliares, compañeros de trabajo, etc.). Significa también desprenderse de uno mismo, de lo que tenemos y de nuestros propios intereses, para entregarnos

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a los demás. Implica desarrollar nuestra «capacidad de compartir», pues en el servicio al hermano el amor se hace concreto. Significa ser sensibles a las nece-sidades de los más pobres, descubriendo en ellos el rostro sufriente de Cristo, y compartiendo con ellos el fruto de nuestros ayunos y abstinencias.

“Ayunen los ojos de toda mirada curiosa... Ayunen los oídos, no atendiendo a las palabras vanas y a cuanto no sea necesario para la salud del alma... Ayune la lengua de la difamación y la murmuración, de las palabras vanas, inútiles... Ayune la mano de estar ociosa y de todas las obras que no sean mandadas. Pero ayune mucho más el alma misma de los vicios y pecados, y de imponer la propia voluntad y juicio. Pues, sin este ayuno, todos los demás son reprobados por Dios.” (San Bernardo, Sermón en el comienzo del ayuno).

5. ALGUNOS MEDIOS PARA VIVIR MEJOR LA CUARESMA

5.1 Miércoles de Ceniza

La liturgia del Miércoles de Ceniza da inicio al tiempo cuaresmal. La ceniza es símbolo de humillación, penitencia y arrepentimiento. Nos recuerda que nuestra vida en esta tierra es frágil y breve, que somos polvo y al polvo hemos de volver.

El cristiano recibe una cruz en la frente con las cenizas obtenidas al quemar las palmas y olivos benditos del Domingo de Ramos del año anterior; y con las palabras “conviértete y cree en el evangelio” o “recuerda que polvo eres y al polvo volverás”, la liturgia nos invita a iniciar este tiempo de conversión.

5.2. Viernes Penitenciales – Rezo del Vía Crucis

Los Viernes de Cuaresma son días penitenciales en los que profundizamos en la Pasión y Muerte del Señor Jesús. Se pide a los fieles que se abstengan de comer carne y ofrezcan al Señor algún sacrificio o mortificación especial como un modo de unirse al Señor Crucificado y purificarse de sus pecados.

El Via Crucis o Camino de la Cruz es un ejercicio piadoso que consiste en meditar el camino de la cruz que va desde el pretorio de Pilato hasta el Gólgo-ta, por medio de lecturas bíblicas y oraciones. Se divide tradicionalmente en 14 estaciones (ver anexo) vinculadas a los pasos de la Vía Dolorosa. Tiene un carácter penitencial y suele rezarse los días viernes, sobre todo en Cuaresma.

5.3 Sacramento de la Reconciliación

La Cuaresma es un tiempo propicio para hacer un buen examen de conciencia y acercarnos a la confesión sacramental. Se le denomina Sacramento de la Re-

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conciliación porque otorga al pecador el amor de Dios que reconcilia; por la absolución sacramental del sacerdote, Dios concede al penitente el perdón de sus pecados, restablece la comunión perdida y le da nuevas fuerzas en la lucha contra el pecado.

En las parroquias y capillas se deben establecer y aumentar los horarios de con-fesión, procurando orientar a los fieles a la práctica del Examen de Conciencia. También se recomienda tener algunas celebraciones penitenciales de la Palabra de Dios con confesión individual del sacramento de la reconciliación.

5.4 Pláticas y ejercicios espirituales

La cuaresma es un tiempo propicio para que las parroquias, congregaciones re-ligiosas y movimientos de la Arquidiócesis organicen charlas, jornadas y retiros que ayuden a los fieles a vivir santamente este tiempo litúrgico.

5.5 Ayuno y Abstinencia

Todos los viernes del año y en particular los Viernes de Cuaresma –a no ser que coincidan con una Solemnidad- se debe guardar abstinencia de carne, que puede ser reemplazada por otras prácticas de piedad y ascesis. (Cf. CIC 1251 y Documentos de la Conferencia Episcopal Peruana 1979-1989, Lima 989, p. 323). El Miércoles de Ceniza y el Viernes Santo se debe guardar ayuno y abs-tinencia (Cf. CIC 1252, ss).

La ley de la abstinencia obliga a todos los que han cumplido catorce años, y la del ayuno, a todos los mayores de edad, hasta que hayan cumplido cincuenta y nueve años.

5.6 Devoción Eucarística

• La Cuaresma es un tiempo apropiado para acercarnos a Jesús realmente presente en el Santísimo Sacramento del Altar.

• La Iglesia nos invita a la participación frecuente en la Santa Misa, inte-riorizando el carácter sacrificial de la misa, en la que se renueva y hace presente la ofrenda total, libre, gratuita y amorosa de Jesús al Padre en la Cruz, por nosotros y por nuestra salvación. La comunión frecuente y con el corazón bien dispuesto será el mejor antídoto en nuestra lucha contra las tentaciones.

• Somos invitados también a visitar con frecuencia a Jesús en el Santísimo Sacramento. Visitando a Jesús Sacramentado, lo acompañamos en la hora de su agonía en Getsemaní, le ofrecemos nuestras alegrías y dolores y nos unimos a su Sagrado Corazón como reparación por nuestros pecados y los de la humanidad.

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5.7 Obras de caridad cristiana

La Cuaresma nos ofrece una vez más la oportunidad de reflexionar sobre el corazón de la vida cristiana: la caridad. Un modo concreto de vivir la caridad y la limosna es practicar las obras de misericordia que enseña la Iglesia:

Obras de Misericordia espirituales:

• Enseñar al que no sabe • Dar un buen consejo al que lo necesita• Corregir al que yerra• Perdonar las injurias• Consolar al triste• Sufrir con paciencia las adversidades y flaquezas del prójimo• Rogar a Dios por los vivos y los muertos

Obras de Misericordia corporales:

• Visitar la enfermo• Dar de comer al hambriento• Dar de beber al sediento• Socorrer al cautivo• Vestir al desnudo• Dar posada al peregrino• Enterrar a los muertos

5.8 Corrección fraterna

Entre las obras de misericordia espirituales, el Papa Benedicto XVI destacó en su mensaje de Cuaresma del año 2012 la práctica de la corrección fraterna como un ejercicio concreto de caridad, solicitud y vigilancia por el bien espiri-tual del hermano en vistas a su salvación eterna.

5.9. Meditar en la Palabra de Dios

“No sólo de pan vive el hombre, sino de toda palabra que sale de la boca de Dios’” (Mt. 4,3-4). La conversión supone una metanoia, es decir un cambio de men-talidad. Debemos procurar despojarnos de los criterios errados del mundo para revestirnos de los criterios del Evangelio. Para ello es necesario profundizar en la Palabra de Dios, de manera que podamos resistir con ella a las tentaciones del maligno como nos enseña Jesús en el Evangelio y tener los pensamientos, sentimientos y actitudes del Señor Jesús. La meditación en las lecturas de cada día (ver anexo) y la profundización en los Evangelios de cada Domingo son un medio concreto para conservar la Palabra de Dios y meditarla en el corazón como nuestra Madre María.

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5.10 Cuaresma: Tiempo Mariano

- Rezo del Rosario: El santo rosario es un compendio de la historia de la sal-vación. Al rezar el rosario meditamos sobre los misterios gozosos, dolorosos, gloriosos y luminosos de Jesús y María. En cada una de las apariciones maria-nas, la Virgen María nos invita a rezar el santo rosario como arma poderosa en contra del maligno.

Que este tiempo de cuaresma sea una ocasión propicia para retomar el rezo del santo rosario, tanto en las comunidades parroquiales como en las familias cris-tianas; especialmente para meditar en el misterio de María al pie de la Cruz.

- Devoción 7 dolores de la Virgen María:

En estos días de Cuaresma dirijamos nuestros ojos a Nuestra Señora de los Dolores para implorarle que interceda por todos nosotros.Ella que sufriendo calladamente, acompañó a Jesús en los momentos más do-lorosos de su pasión, nos enseña a descubrir el sentido salvífico del sufrimien-to y a ofrecer nuestros dolores junto a la Cruz de su Hijo.

Los siete dolores de nuestra Madre son:

1º La profecía de Simeón en la presentación del Niño Jesús; 2º La huída a Egipto; 3º La pérdida de Jesús; 4º El encuentro de Jesús con la cruz a cuestas camino del calvario; 5º La crucifixión y la agonía de Jesús; 6º La lanzada y el recibir en brazos a Jesús ya muerto 7º El entierro de Jesús y la soledad de María.

En estos días podemos meditar también en el hermoso himno litúrgico: Sta-bat Mater.

5.11 Peregrinaciones en Cuaresma

En este Año de la Fe, podemos ganar la Indulgencia Plenaria, peregrinando personal o comunitariamente a alguna iglesia o santuario de la Arquidiócesis previamente designados.

Recordemos que las condiciones habituales para ganar la Indulgencia Plenaria son:

a) Confesión Sacramental (que puede realizarse ocho días antes u ocho días después), b) Comunión Eucarística en estado de gracia.

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c) Oración por las Intenciones del Papa (se sugiere el Credo, el Padre Nuestro, el Ave María y el Gloria).

6. ALGUNAS PROPUESTAS LITÚRGICAS

• Sobriedad en la ornamentación de la Iglesia: no se ponen flores, se usa el color morado como signo de penitencia.

• Procurar en los cantos reducir o eliminar el uso de instrumentos musicales, especialmente los más festivos. Se puede recurrir por ejemplo al órgano.

• Buscar resaltar la cruz del presbiterio.• Se puede hacer antes o durante la misa algunas catequesis sobre el sentido de la

cuaresma y sus símbolos • Invitar a los fieles a una participación más frecuente en la Eucaristía, de prefe-

rencia diariamente. • Resaltar el acto penitencial de la misa (pe. variar con más formularios entre los

kyries que propone el Misal; hacer un silencio más prolongado para propiciar una mayor conciencia de arrepentimiento)

• El Misal ofrece para este tiempo 5 prefacios (tres acentúan el tema penitencial y las privaciones; uno el Éxodo y el otro el sentido espiritual de la cuaresma); hay que buscar cuál se adecua mejor a las lecturas de cada domingo. En el año A, todos los domingos tienen un prefacio propio que glosa el evangelio del día. En los años B y C, tienen prefacio propio los domingos  I y II y el domingo de Ramos. Los restantes domingos, se usa uno de los prefacios comunes de Cua-resma. El más apropiado para el domingo IV es el prefacio I, por sus alusiones a la Pascua que, se avecina. En cambio el prefacio IV por sus alusiones al ayuno, es más apropiado para los días Viernes que para los Domingos.

• Este tiempo no se reza ni canta el Gloria ni el Aleluya. Antes del Evangelio se puede cantar otro canto apropiado o hacer silencio.

• En la oración de los fieles se pueden introducir peticiones por nuestra conver-sión del pecado.

• Hay que preparar bien las homilías dominicales y las homilías breves de las ferias para alimentar al Pueblo de Dios con el tesoro de la Palabra.

• El miércoles de ceniza la liturgia ofrece dos simbolismos: la Santa Ceniza y el Evangelio. Si se considera oportuno se puede imponer las cenizas en la frente con las palabras «acuérdate que eres polvo y al polvo volverás» y luego el fiel se acerca a otro ministro que tiene en su mano el Evangelio y lo besa o toca escu-chando las siguientes palabras «conviértete y cree en el Evangelio».

• En cuanto a las plegarias eucarísticas, pueden usarse las dos de la reconciliación (sobre todo los miércoles y viernes que son los días más penitenciales)

• Escoger adecuadamente los cantos para la misa según las lecturas del día.

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7. HOMILÍAS PARA LOS DOMINGOS DE CUARESMA

PRIMER DOMINGO DE CUARESMA: La lucha contra las tentaciones

La descripción de la tentación de Jesús, que volvemos a leer este domingo de Cua-resma, tiene una elocuencia especial. Efectivamente, en este período, incluso más que en cualquier otro, el hombre debe hacerse consciente de que su vida discurre en el mundo entre el bien y el mal. La tentación no es más que dirigir hacia el mal todo aquello de lo que el hombre puede y debe hacer buen uso.

Si hace mal uso de ello, lo hace porque cede a la triple concupiscencia: concupis-cencia de los ojos, concupiscencia de la carne y orgullo de la vida. La concupiscen-cia, en cierto sentido, deforma el bien que el hombre encuentra en sí y alrededor de sí, y falsea su corazón. El bien, desviado de este modo, pierde su sentido salvífico y, en vez de llevar al hombre a Dios, se transforma en instrumento de satisfacción de los sentidos y de vanagloria.

Las lecturas de la liturgia de hoy parecen decir: si no quieres ceder a las tentacio-nes, si no quieres dejarte guiar por ellas hacia caminos extraviados, ¡Sé hombre de oración! Ten confianza en Dios, y manifiéstala con la oración. Y aún nos dice más la liturgia cuaresmal de hoy: ¡Sé hombre de fe profunda y viva! (…) Sobre todo, ahora, en el tiempo de Cuaresma, renueva tu fe en Jesucristo: crucificado y resuci-tado. ¡Medita la enseñanza de la fe! ¡Medita sus verdades divinas! Y principalmente: penetra con la fe tu corazón y tu vida (“Por la fe del corazón llegamos a la justicia”). Profesa esta fe con la mente y con el corazón; con la palabra y con las obras: (“por la profesión de los labios llegamos a la salvación”).

Juan Pablo II, 20 de Febrero de 1983

SEGUNDO DOMINGO DE CUARESMA: Transfigurados con Cristo

«“El Señor Jesucristo transformará nuestra condición humilde, según el modelo de su condición gloriosa” (Flp 3,21). Estas palabras de San Pablo que hemos escucha-do en la segunda lectura de la liturgia de hoy, nos recuerdan que nuestra verdadera patria está en el cielo y que Jesús transfigurará nuestro cuerpo mortal en un cuerpo glorioso como el suyo.

El Apóstol comenta así el misterio de la Transfiguración del Señor que la Iglesia proclama en este segundo domingo de Cuaresma. En efecto, Jesús quiso dar un signo y una profecía de su Resurrección gloriosa, en la cual nosotros estamos llama-dos también a participar. Lo que se ha realizado en Jesús, nuestra Cabeza, tiene que completarse también en nosotros, que somos su Cuerpo.

Éste es un gran misterio para la vida de la Iglesia, pues no se ha de pensar que la

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transfiguración se producirá sólo en el más allá, después de la muerte. La vida de los santos y el testimonio de los mártires nos enseñan que, si la transfiguración del cuerpo ocurrirá al final de los tiempos con la resurrección de la carne, la del corazón tiene lugar ya ahora en esta tierra, con la ayuda de la gracia. Podemos preguntarnos: ¿Cómo son los hombres y mujeres “transfigurados”? La respuesta es muy hermosa: Son los que siguen a Cristo en su vida y en su muerte, se inspiran en Él y se dejan inundar por la gracia que Él nos da; son aquéllos cuyo alimento es cumplir la vo-luntad del Padre; los que se dejan llevar por el Espíritu; los que nada anteponen al Reino de Cristo; los que aman a los demás hasta derramar su sangre por ellos; los que están dispuestos a darlo todo sin exigir nada a cambio; los que -en pocas pala-bras- viven amando y mueren perdonando».

Juan Pablo II, 11 marzo de 2001

TERCER DOMINGO DE CUARESMA: Dar frutos de conversión

Jesús, como hemos escuchado, evoca dos episodios de sucesos: una represión brutal de la policía romana dentro del templo (cf. Lc 13, 1) y la tragedia de dieciocho muertos al derrumbarse la torre de Siloé (v. 4). La gente interpreta estos hechos como un castigo divino por los pecados de sus víctimas, y, considerándose justa, cree estar a salvo de esa clase de incidentes, pensando que no tiene nada que con-vertir en su vida. Pero Jesús denuncia esta actitud como una ilusión: “¿Pensáis que esos galileos eran más pecadores que todos los demás galileos, porque han padecido estas cosas? No, os lo aseguro; y si no os convertís, todos pereceréis del mismo modo” (vv. 2-3).

E invita a reflexionar sobre esos acontecimientos, para un compromiso mayor en el camino de conversión, porque es precisamente el hecho de cerrarse al Señor, de no recorrer el camino de la conversión de uno mismo, que lleva a la muerte, la del alma. En Cuaresma, Dios nos invita a cada uno de nosotros a dar un cambio de rumbo a nuestra existencia, pensando y viviendo según el Evangelio, corrigiendo algunas cosas en nuestro modo de rezar, de actuar, de trabajar y en las relaciones con los demás.

Jesús nos llama a ello no con una severidad sin motivo, sino precisamente porque está preocupado por nuestro bien, por nuestra felicidad, por nuestra salvación. Por nuestra parte, debemos responder con un esfuerzo interior sincero, pidiéndole que nos haga entender en qué puntos en particular debemos convertirnos.

La conclusión del pasaje evangélico retoma la perspectiva de la misericordia, mos-trando la necesidad y la urgencia de volver a Dios, de renovar la vida según Dios. Refiriéndose a un uso de su tiempo, Jesús presenta la parábola de una higuera plan-tada en una viña; esta higuera resulta estéril, no da frutos (cf. Lc 13, 6-9). El diálogo entre el dueño y el viñador, manifiesta, por una parte, la misericordia de Dios, que

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tiene paciencia y deja al hombre, a todos nosotros, un tiempo para la conversión; y, por otra, la necesidad de comenzar en seguida el cambio interior y exterior de la vida para no perder las ocasiones que la misericordia de Dios nos da para superar nuestra pereza espiritual y corresponder al amor de Dios con nuestro amor filial.

Benedicto XVI, Domingo 7 de marzo de 2010

CUARTO DOMINGO DE CUARESMA: El regreso a la Casa del Padre

El evangelio nos ayuda a comprender quién es verdaderamente Dios: es el Padre misericordioso que en Jesús nos ama sin medida. Los errores que cometemos, aun-que sean grandes, no menoscaban la fidelidad de su amor. En el sacramento de la Confesión podemos recomenzar siempre de nuevo con la vida: él nos acoge, nos devuelve la dignidad de hijos suyos. Por tanto, redescubramos este sacramento del perdón, que hace brotar la alegría en un corazón que renace a la vida verdadera.

Además, esta parábola nos ayuda a comprender quién es el hombre: (…) El hom-bre es una criatura en la que Dios ha impreso su imagen, una criatura que es atraída al horizonte de su gracia, pero también es una criatura frágil, expuesta al mal; pero también es capaz de hacer el bien. Y, por último, el hombre es una persona libre.

Debemos comprender lo que es la libertad y lo que es sólo apariencia de libertad. Podríamos decir que la libertad es un trampolín para lanzarse al mar infinito de la bondad divina, pero puede transformarse también en un plano inclinado por el cual deslizarse hacia el abismo del pecado y del mal, perdiendo así también la libertad y nuestra dignidad.

En este tiempo de Cuaresma la Iglesia nos ayuda a recorrer este camino interior y nos invita a la conversión que, antes que ser un esfuerzo siempre importante para cambiar nuestra conducta, es una oportunidad para decidir levantarnos y recomen-zar, es decir, abandonar el pecado y elegir volver a Dios. Es necesario que decidamos ir a Jesús, como hizo el hijo pródigo, volviendo interior y exteriormente al padre.

Al mismo tiempo, debemos abandonar la actitud egoísta del hijo mayor, seguro de sí, que condena fácilmente a los demás, cierra el corazón a la comprensión, a la acogida y al perdón de los hermanos, y olvida que también él necesita el perdón.

Benedicto XVI, 18 de Marzo del 2007

QUINTO DOMINGO DE CUARESMA: Vete y en adelante no peques más.

Queridos hermanos y hermanas, detengámonos a contemplar esta escena, donde se encuentran frente a frente la miseria del hombre y la misericordia divina, una mujer

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acusada de un gran pecado y Aquel que, aun sin tener pecado, cargó con nuestros pecados, con los pecados del mundo entero. Él, que se había puesto a escribir en la tierra, alza ahora los ojos y encuentra los de la mujer. No pide explicaciones. No es irónico cuando le pregunta: “Mujer, ¿dónde están? ¿Nadie te ha condenado?” (Jn 8, 10). Y su respuesta es conmovedora: “Tampoco yo te condeno. Vete, y en adelante no peques más” (Jn 8, 11).

San Agustín, en su comentario, observa: “El Señor condena el pecado, no al pe-cador. En efecto, si hubiera tolerado el pecado, habría dicho: “Tampoco yo te condeno; vete y vive como quieras... Por grandes que sean tus pecados, yo te libraré de todo castigo y de todo sufrimiento”. Pero no dijo eso” (In Io. Ev. tract. 33, 6). Dice: “Vete y no peques más”.

Por tanto, también en este episodio comprendemos que nuestro verdadero enemi-go es el apego al pecado, que puede llevarnos al fracaso de nuestra existencia. Jesús despide a la mujer adúltera con esta consigna: “Vete, y en adelante no peques más”. Le concede el perdón, para que “en adelante” no peque más. En un episodio aná-logo, el de la pecadora arrepentida, que encontramos en el evangelio de san Lucas (cf. Lc 7, 36-50), acoge y dice “vete en paz” a una mujer que se había arrepentido.

Aquí, en cambio, la adúltera recibe simplemente el perdón de modo incondicional. En ambos casos —el de la pecadora arrepentida y el de la adúltera— el mensaje es único. En un caso se subraya que no hay perdón sin arrepentimiento, sin deseo del perdón, sin apertura de corazón al perdón. Aquí se pone de relieve que sólo el perdón divino y su amor recibido con corazón abierto y sincero nos dan la fuerza para resistir al mal y “no pecar más”, para dejarnos conquistar por el amor de Dios, que se convierte en nuestra fuerza.

Queridos hermanos y hermanas, en el camino cuaresmal que estamos recorriendo y que se acerca rápidamente a su fin, nos debe acompañar la certeza de que Dios no nos abandona jamás y que su amor es manantial de alegría y de paz; es la fuerza que nos impulsa poderosamente por el camino de la santidad y, si es necesario, también hasta el martirio.

Benedicto XVI, 25 de Marzo del 2007

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9. MENSAJE DEL PAPA PARA LA CUARESMA 2013

MENSAJE DEL SANTO PADRE BENEDICTO XVI

PARA LA CUARESMA 2013

Creer en la caridad suscita caridad«Hemos conocido el amor que Dios nos tiene y hemos creído en él» (1 Jn 4,16)

Queridos hermanos y hermanas:

La celebración de la Cuaresma, en el marco del Año de la fe, nos ofrece una ocasión preciosa para meditar sobre la relación entre fe y caridad: entre creer en Dios, el Dios de Jesucristo, y el amor, que es fruto de la acción del Espíritu Santo y nos guía por un camino de entrega a Dios y a los demás.

1. La fe como respuesta al amor de Dios

En mi primera Encíclica expuse ya algunos elementos para comprender el estrecho vínculo entre estas dos virtudes teologales, la fe y la caridad. Partiendo de la afirma-ción fundamental del apóstol Juan: «Hemos conocido el amor que Dios nos tiene y hemos creído en él» (1 Jn 4,16), recordaba que «no se comienza a ser cristiano por una decisión ética o una gran idea, sino por el encuentro con un acontecimiento, con una Persona, que da un nuevo horizonte a la vida y, con ello, una orientación decisiva... Y puesto que es Dios quien nos ha amado primero (cf. 1 Jn 4,10), ahora el amor ya no es sólo un “mandamiento”, sino la respuesta al don del amor, con el cual Dios viene a nuestro encuentro» (Deus caritas est, 1). La fe constituye la ad-hesión personal —que incluye todas nuestras facultades— a la revelación del amor gratuito y «apasionado» que Dios tiene por nosotros y que se manifiesta plenamen-te en Jesucristo. El encuentro con Dios Amor no sólo comprende el corazón, sino también el entendimiento: «El reconocimiento del Dios vivo es una vía hacia el amor, y el sí de nuestra voluntad a la suya abarca entendimiento, voluntad y senti-miento en el acto único del amor. Sin embargo, éste es un proceso que siempre está en camino: el amor nunca se da por “concluido” y completado» (ibídem, 17). De aquí deriva para todos los cristianos y, en particular, para los «agentes de la caridad», la necesidad de la fe, del «encuentro con Dios en Cristo que suscite en ellos el amor y abra su espíritu al otro, de modo que, para ellos, el amor al prójimo ya no sea un mandamiento por así decir impuesto desde fuera, sino una consecuencia que se desprende de su fe, la cual actúa por la caridad» (ib., 31a). El cristiano es una per-sona conquistada por el amor de Cristo y movido por este amor—«caritas Christi urget nos» (2 Co 5,14)—, está abierto de modo profundo y concreto al amor al prójimo (cf. ib., 33). Esta actitud nace ante todo de la conciencia de que el Señor nos ama, nos perdona, incluso nos sirve, se inclina a lavar los pies de los apóstoles y

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se entrega a sí mismo en la cruz para atraer a la humanidad al amor de Dios.

«La fe nos muestra a Dios que nos ha dado a su Hijo y así suscita en nosotros la firme certeza de que realmente es verdad que Dios es amor... La fe, que hace tomar conciencia del amor de Dios revelado en el corazón traspasado de Jesús en la cruz, suscita a su vez el amor. El amor es una luz —en el fondo la única— que ilumina constantemente a un mundo oscuro y nos da la fuerza para vivir y actuar» (ib., 39). Todo esto nos lleva a comprender que la principal actitud característica de los cristianos es precisamente «el amor fundado en la fe y plasmado por ella» (ib., 7).

2. La caridad como vida en la fe

Toda la vida cristiana consiste en responder al amor de Dios. La primera respuesta es precisamente la fe, acoger llenos de estupor y gratitud una inaudita iniciativa divina que nos precede y nos reclama. Y el «sí» de la fe marca el comienzo de una luminosa historia de amistad con el Señor, que llena toda nuestra existencia y le da pleno sentido. Sin embargo, Dios no se contenta con que nosotros aceptemos su amor gratuito. No se limita a amarnos, quiere atraernos hacia sí, transformarnos de un modo tan profundo que podamos decir con san Pablo: ya no vivo yo, sino que Cristo vive en mí (cf. Ga 2,20).

Cuando dejamos espacio al amor de Dios, nos hace semejantes a él, partícipes de su misma caridad. Abrirnos a su amor significa dejar que él viva en nosotros y nos lleve a amar con él, en él y como él; sólo entonces nuestra fe llega verdaderamente «a actuar por la caridad» (Ga 5,6) y él mora en nosotros (cf. 1 Jn 4,12).

La fe es conocer la verdad y adherirse a ella (cf. 1 Tm 2,4); la caridad es «caminar» en la verdad (cf. Ef 4,15). Con la fe se entra en la amistad con el Señor; con la caridad se vive y se cultiva esta amistad (cf. Jn 15,14s). La fe nos hace acoger el manda-miento del Señor y Maestro; la caridad nos da la dicha de ponerlo en práctica (cf. Jn 13,13-17). En la fe somos engendrados como hijos de Dios (cf. Jn 1,12s); la caridad nos hace perseverar concretamente en este vínculo divino y dar el fruto del Espíritu Santo (cf. Ga 5,22). La fe nos lleva a reconocer los dones que el Dios bue-no y generoso nos encomienda; la caridad hace que fructifiquen (cf. Mt 25,14-30).

3. El lazo indisoluble entre fe y caridad

A la luz de cuanto hemos dicho, resulta claro que nunca podemos separar, o in-cluso oponer, fe y caridad. Estas dos virtudes teologales están íntimamente unidas por lo que es equivocado ver en ellas un contraste o una «dialéctica». Por un lado, en efecto, representa una limitación la actitud de quien hace fuerte hincapié en la prioridad y el carácter decisivo de la fe, subestimando y casi despreciando las obras concretas de caridad y reduciéndolas a un humanitarismo genérico. Por otro, sin embargo, también es limitado sostener una supremacía exagerada de la caridad y de su laboriosidad, pensando que las obras puedan sustituir a la fe. Para una vida

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espiritual sana es necesario rehuir tanto el fideísmo como el activismo moralista.

La existencia cristiana consiste en un continuo subir al monte del encuentro con Dios para después volver a bajar, trayendo el amor y la fuerza que derivan de éste, a fin de servir a nuestros hermanos y hermanas con el mismo amor de Dios. En la Sa-grada Escritura vemos que el celo de los apóstoles en el anuncio del Evangelio que suscita la fe está estrechamente vinculado a la solicitud caritativa respecto al servicio de los pobres (cf. Hch 6,1-4). En la Iglesia, contemplación y acción, simbolizadas de alguna manera por las figuras evangélicas de las hermanas Marta y María, deben coexistir e integrarse (cf. Lc 10,38-42). La prioridad corresponde siempre a la rela-ción con Dios y el verdadero compartir evangélico debe estar arraigado en la fe (cf. Audiencia general 25 abril 2012). A veces, de hecho, se tiene la tendencia a reducir el término «caridad» a la solidaridad o a la simple ayuda humanitaria. En cambio, es importante recordar que la mayor obra de caridad es precisamente la evangeli-zación, es decir, el «servicio de la Palabra». Ninguna acción es más benéfica y, por tanto, caritativa hacia el prójimo que partir el pan de la Palabra de Dios, hacerle partícipe de la Buena Nueva del Evangelio, introducirlo en la relación con Dios: la evangelización es la promoción más alta e integral de la persona humana. Como escribe el siervo de Dios el Papa Pablo VI en la Encíclica Populorum progressio, es el anuncio de Cristo el primer y principal factor de desarrollo (cf. n. 16). La verdad originaria del amor de Dios por nosotros, vivida y anunciada, abre nuestra existen-cia a aceptar este amor haciendo posible el desarrollo integral de la humanidad y de cada hombre (cf. Caritas in veritate, 8).

En definitiva, todo parte del amor y tiende al amor. Conocemos el amor gratuito de Dios mediante el anuncio del Evangelio. Si lo acogemos con fe, recibimos el primer contacto —indispensable— con lo divino, capaz de hacernos «enamorar del Amor», para después vivir y crecer en este Amor y comunicarlo con alegría a los demás.

A propósito de la relación entre fe y obras de caridad, unas palabras de la Carta de san Pablo a los Efesios resumen quizá muy bien su correlación: «Pues habéis sido salvados por la gracia mediante la fe; y esto no viene de vosotros, sino que es un don de Dios; tampoco viene de las obras, para que nadie se gloríe. En efecto, hechura suya somos: creados en Cristo Jesús, en orden a las buenas obras que de antemano dispuso Dios que practicáramos» (2,8-10). Aquí se percibe que toda la iniciativa salvífica viene de Dios, de su gracia, de su perdón acogido en la fe; pero esta iniciativa, lejos de limitar nuestra libertad y nuestra responsabilidad, más bien hace que sean auténticas y las orienta hacia las obras de la caridad. Éstas no son principalmente fruto del esfuerzo humano, del cual gloriarse, sino que nacen de la fe, brotan de la gracia que Dios concede abundantemente. Una fe sin obras es como un árbol sin frutos: estas dos virtudes se necesitan recíprocamente. La cuaresma, con las tradicionales indicaciones para la vida cristiana, nos invita precisamente a alimentar la fe a través de una escucha más atenta y prolongada de la Palabra de Dios y la participación en los sacramentos y, al mismo tiempo, a crecer en la cari-

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dad, en el amor a Dios y al prójimo, también a través de las indicaciones concretas del ayuno, de la penitencia y de la limosna.

4. Prioridad de la fe, primado de la caridad

Como todo don de Dios, fe y caridad se atribuyen a la acción del único Espíritu Santo (cf. 1 Co 13), ese Espíritu que grita en nosotros «¡Abbá, Padre!» (Ga 4,6), y que nos hace decir: «¡Jesús es el Señor!» (1 Co 12,3) y «¡Maranatha!» (1 Co 16,22; Ap 22,20).

La fe, don y respuesta, nos da a conocer la verdad de Cristo como Amor encarnado y crucificado, adhesión plena y perfecta a la voluntad del Padre e infinita mise-ricordia divina para con el prójimo; la fe graba en el corazón y la mente la firme convicción de que precisamente este Amor es la única realidad que vence el mal y la muerte. La fe nos invita a mirar hacia el futuro con la virtud de la esperanza, espe-rando confiadamente que la victoria del amor de Cristo alcance su plenitud. Por su parte, la caridad nos hace entrar en el amor de Dios que se manifiesta en Cristo, nos hace adherir de modo personal y existencial a la entrega total y sin reservas de Jesús al Padre y a sus hermanos. Infundiendo en nosotros la caridad, el Espíritu Santo nos hace partícipes de la abnegación propia de Jesús: filial para con Dios y fraterna para con todo hombre (cf. Rm 5,5).

La relación entre estas dos virtudes es análoga a la que existe entre dos sacramentos fundamentales de la Iglesia: el bautismo y la Eucaristía. El bautismo (sacramen-tum fidei) precede a la Eucaristía (sacramentum caritatis), pero está orientado a ella, que constituye la plenitud del camino cristiano. Análogamente, la fe precede a la caridad, pero se revela genuina sólo si culmina en ella. Todo parte de la humilde aceptación de la fe («saber que Dios nos ama»), pero debe llegar a la verdad de la caridad («saber amar a Dios y al prójimo»), que permanece para siempre, como cumplimiento de todas las virtudes (cf. 1 Co 13,13).

Queridos hermanos y hermanas, en este tiempo de cuaresma, durante el cual nos preparamos a celebrar el acontecimiento de la cruz y la resurrección, mediante el cual el amor de Dios redimió al mundo e iluminó la historia, os deseo a todos que viváis este tiempo precioso reavivando la fe en Jesucristo, para entrar en su mismo torrente de amor por el Padre y por cada hermano y hermana que encontramos en nuestra vida. Por esto, elevo mi oración a Dios, a la vez que invoco sobre cada uno y cada comunidad la Bendición del Señor.

Vaticano, 15 de octubre de 2012

BENEDICTUS PP. XVI

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ANEXO I:

CITAS BÍBLICAS PARA CADA DÍA DE LA CUARESMA

MIÉRCOLES DE CENIZA (13 de febrero)(Ayuno y Abstinencia)Jl 2 ,12-18 ; Sal 50 ; 2 Cor 5, 20-6, 1-2; Mt 6, 1-6.16-18

Jueves después de Ceniza (14 de febrero)Dt 30, 15-20; Sal 1, 1-4.6; Lc 9, 22-25

Viernes después de Ceniza (15 de febrero)Is 58, 1-9a; Sal 50, 3-6a.18-19; Mt 9, 14-15

Sábado después de Ceniza (16 de febrero)Is 58, 9b-14; Sal 85, 1-6 ; Lc 5, 27-32

DOMINGO I DE CUARESMA (17 de febrero)Dt 26, 1-2.4-10; Sal 90; Rm 10, 8-13; Lc 4, 1-13

Lunes de la I Semana (18 de febrero)Lev 19, 1-2.11-18; Sal 18, 8-11a.15; Mt 25, 31-46

Martes de la I Semana (19 de febrero)Is 55, 10-11; Sal 33, 4-7.16-19; Mt 6, 7-15

Miércoles de la I Semana (20 de febrero)Jon 3, 1-10; Sal 50, 3-4.12-13.18-19; Lc 11, 29-32

Jueves de la I Semana (21 de febrero)Est 14, 1.3-6.12-14; Sal 137, 1-3.7-8; Mt 7, 7-12

Viernes de la I Semana (22 de febrero)LA CÁTEDRA DE SAN PEDRO, apóstol1P 5, 1-4; Sal 22; Mt 16, 13-19

Sábado de la I Semana (23 de febrero)Dt 26, 16-19; Sal 118, 1-2.4-5.7-8; Mt 5, 43-48

DOMINGO II DE CUARESMA (24 de febrero)Gn 15, 5-12.17-18; Sal 26; Flp 3, 17-4,1; Lc 9, 28b-36

Lunes de la II Semana (25 de febrero)Dn 9, 4b-10; Sal 78, 8-9.11.13; Lc 6, 36-38

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Martes de la II Semana (26 de febrero)Is 1,10.16-20; Sal 49,8-9.16bc-17.21.23; Mt 23,1-12

Miércoles de la II Semana (27 de febrero)Jr 18, 18-20; Sal 30, 5-6.14-16; Mt 20, 17-28

Jueves de la II Semana (28 de febrero)Jer 17, 5-10; Sal 1, 1-4.6; Lc 16, 19-31

Viernes de la II Semana (01de marzo)Gen 37, 3-4.12-13a.17b-28; Sal 104, 16-21; Mt 21, 33-43.45

Sábado de la II Semana (02 de marzo)Mi 7,14-15.18-20; Sal 102, 1-4.9-12; Lc 15, 1-3.11-32

DOMINGO III DE CUARESMA (03 de marzo)Ex 3, 1-8a. 13-15; Sal 102; 1Co 10, 1-6. 10-12; Lc 13, 1-9

Lunes de la III Semana (04 de marzo)2R 5, 1-15a; Sal 41; Lc 4, 24-30

Martes de la III Semana (05 de marzo)Dn 3, 25.34-43; Sal 24, 4-9; Mt 18, 21-35

Miércoles de la III Semana (06 de Marzo)Dt 4, 1.5-9; Sal 147, 12-13.15-16.19-20; Mt 5, 17-19

Jueves de la III Semana (07 de Marzo)Jr 7, 23-28; Sal 94, 1-2.6-9; Lc 11, 14-23

Viernes de la III Semana (08 de Marzo)Os 14, 2-10; Sal 80, 6c-11b.14.17; Mc 12, 28b-34

Sábado de la III Semana (09 de Marzo)Os 6, 1-6; Sal 50; Lc 18, 9-14

DOMINGO IV DE CUARESMA (10 de Marzo)Jos 5, 9a. 10-12; Sal 33; 2Co 5, 17-21; Lc 15, 1-3. 11-32

Lunes de la IV Semana (11 de Marzo)Is 65, 17-21; Sal 29, 3-6.11-12a.13b; Jn 4, 43-54

Martes de la IV Semana (12 de marzo)Ez 47, 1-9.12; Sal 45, 2-3.5-6.8-9; Jn 5, 1-3a.5-16

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Miércoles de la IV Semana (13 de marzo)Is 49, 8-15; Sal 144, 8-9.13-14.17-18; Jn 5, 17-30

Jueves de la IV Semana (14 de marzo)Ex 32, 7-14; Sal 105, 19-23; Jn 5, 31-47

Viernes de la IV Semana (15 de marzo)Sb 2, 1.12-22; Sal 33, 17-21.23; Jn 7, 1-2.10.25.30

Sábado de la IV Semana (16 de marzo)Jer 11, 18-20; Sal 7, 2-3.9-12; Jn 7, 40-53

DOMINGO V DE CUARESMA (17 de marzo)Dn 13, 1-9.15-17.19-30.33-62; Sal 22; Jn 8, 1-11

Lunes de la V Semana (18 de marzo)Dn 13, 1-9.15-17.19-30.33-62; Sal 22, 1-6 ; Jn 8, 1-11

Martes de la V Semana (19 de marzo)San José, esposo de la Virgen María y patrono del PerúSOLEMNIDAD2S 7, 4-5a. 12-14a.16; Sal 88; Rm 4, 13.16-18.22, Mt 1, 16.18-21.24a

Miércoles de la V Semana (20 de marzo)Dn 3, 14-20.91-92.95; Sal de Dn 3, 52-56; Jn 8, 31-42

Jueves de la V Semana (21 de marzo)Gen 17, 3-9; Sal 104, 4-9; Jn 8, 51-59

Viernes de la V Semana (22 de marzo)Jr 20, 10-13; Sal 17, 2-7; Jn 10, 31-42

Sábado de la V Semana (23 de marzo) Ez 37,21-28; Sal de Jr 31,10-13; Jn 11,45-57

DOMINGO DE RAMOS EN LA PASIÓN DEL SEÑOR (24 de marzo)Is 50, 4-7; Sal 21, 8-9.17-18a.19-20.23-24; Flp 2, 6-11; Mc 14,1-15,4

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ANEXO II:

VIA CRUCIS TRADICIONAL

I Estación: Jesús es condenado a muerte ( Mateo 27, 22-23.26)II Estación: Jesús con la cruz a cuestas (Mateo 27, 27-31).III Estación: Jesús cae por primera vez ( Is 53, 4-6)IV Estación: Jesús se encuentra con su Madre ( Lucas 2, 34-35.51)V Estación: El Cireneo ayuda a Jesús a llevar la cruz ( Mateo 27, 32; 16, 24)VI Estación: La Verónica enjuga el rostro de Jesús ( Isaías 53, 2-3)VII Estación: Jesús cae por segunda vez (Lamentaciones 3, 1-2.9.16)VIII Estación: Jesús encuentra a las mujeres de Jerusalén ( Lucas 23, 28-31)IX Estación: Jesús cae por tercera vez (Lamentaciones 3, 27-32)X Estación: Jesús es despojado de sus vestiduras ( Mateo 27, 33 -36)XI Estación: Jesús clavado en la cruz (Mateo 7, 37-42)XII Estación: Jesús muere en la cruz ( San Juan 19, 19-20)XIII Estación: Jesús es bajado de la cruz y entregado a su Madre ( Mateo 27, 54-55)XIV Estación: Jesús es puesto en el sepulcro ( Mateo 27, 59-61)

VIA CRUCIS BÍBLICO DE S.S. BENEDICTO XVI, AÑO 2005

I Estación: Jesús en el Huerto de los Olivos (Mt 26, 36-46)II Estación: Jesús traicionado por Judas, es arrestado (Mt 26, 47-50)III Estación: Jesús es condenado por el Sanedrín (Mt 26, 57-59)IV Estación: Jesús es negado por Pedro (Mt 26, 69-75)V Estación: Jesús es juzgado por Pilatos (Mt 27, 24-26)VI Estación: Jesús es flagelado y coronado de espinas (Mt 27, 27-31)VII Estación: Jesús cargando la cruz (Mt 27, 24-26.31)VIII Estación: El Cirineo ayuda a Jesús a cargar la cruz (Mt 27, 32)IX Estación: Jesús encuentra a las mujeres de Jerusalén (Lc 23, 27-32)X Estación: Jesús es crucificado (Mt 27, 33-35)XI Estación: Jesús promete su Reino al buen ladrón (Lc 23, 39-42)XII Estación: Jesús en la Cruz, la Madre y el Discípulo (Jn 19, 25-27)XIII Estación: Jesús muere en la Cruz (Mt 27, 48-50)XIV Estación: Jesús es colocado en el sepulcro (Mt 27, 60)

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