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Créditos - webooks

Nov 16, 2021

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dariahiddleston
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Créditos Aria

Agus901

Aria

Axcia

Brisamar58

Brynn

Fabiro13

Fatyx

Gerald

Gigi

Kath

Lectora

Lvic15

Maria_clio88

Mary_08

Mimi

Olivera

Rosaluce

Steffanie

Vettina

Sttefanye

Sttefanye

Aria

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Índice Sinopsis Capítulo 16

Capítulo 1 Capítulo 17

Capítulo 2 Capítulo 18

Capítulo 3 Capítulo 19

Capítulo 4 Capítulo 20

Capítulo 5 Capítulo 21

Capítulo 6 Capítulo 22

Capítulo 7 Capítulo 23

Capítulo 8 Capítulo 24

Capítulo 9 Capítulo 25

Capítulo 10 Capítulo 26

Capítulo 11 Capítulo 27

Capítulo 12 Capítulo 28

Capítulo 13 Capítulo 29

Capítulo 14 Epílogo

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Sinopsis n esta apasionante tercera entrega de la serie bestseller Red Queen de Victoria Aveyard, las lealtades serán puestas a prueba en cada lado. Y cuando la chispa de la Chica Rayo ya no está, ¿quién iluminará el camino

para la rebelión?

Mare Barrow es una prisionera, impotente sin sus rayos, atormentada por sus equivocaciones letales. Vive a merced de un chico al que una vez amó, un chico hecho de mentiras y traición. Ahora como rey, Maven Calore continúa tejiendo la tela de su difunta madre en un intento de mantener el control sobre su reino y su prisionera.

A medida que Mare soporta el peso de la Piedra Silenciosa en el palacio, su banda, antaño variada, continúa organizándose, entrenando y expandiéndose. Se preparan para la guerra, sin poder permanecer en las sombras más tiempo. Y Cal, el príncipe exiliado con su propia reclamación sobre el corazón de Mare, no se detendrá ante nada para traerla de vuelta.

Cuando la sangre se vuelve contra la sangre, y una habilidad contra otra, puede que no quede nadie para apagar el fuego, dejando Norta tal y como Mare la conocía se queme hasta los cimientos.

E

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Epígrafe

Nunca dudes que eres valioso y poderoso, y que mereces cada oportunidad en el mundo para perseguir y lograr tus propios sueños.

—HRC

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Uno

e levanto cuando me deja.

La cadena me sacude, tirando del collar espinado de mi garganta. Sus pullas penetran, no lo suficiente para sacar sangre, todavía no. Pero

ya estoy sangrando de las muñecas. Heridas lentas, usadas desde días de cautiverio inconsciente en manillas ásperas y desgarradas. El color mancha mis mangas blancas carmesí oscuro y brillante escarlata, pasando de sangre vieja a nueva en testimonio a mi sufrimiento. Para mostrar al tribunal de Maven cuánto he sufrido ya.

Él se para delante de mí, su expresión ilegible. Las puntas de la corona de su padre le hacen parecer más alto, como si el hierro fuera creciendo de su cráneo. Brilla, cada uno apunta una llama encrespada de metal negro iridiscente con bronce y plata. Me concentro en la cosa amargamente familiar, así no tengo que mirar a los ojos de Maven. Él me atrae de todos modos, tirando de otra cadena que no puedo ver. Solo se siente.

Una mano blanca rodea mi muñeca herida, de alguna manera suave. A pesar, me quedo mirándolo, incapaz de alejarme de él. Su sonrisa es todo menos amable. Delgada y afilada como una cuchilla de afeitar, mordiéndome con cada diente. Y sus ojos son peores. Sus ojos, los de Elara. Una vez pensé que estaban fríos, hechos de hielo vivo. Ahora lo sé mejor. Los fuegos más calientes se queman de azul, y sus ojos no son la excepción.

La sombra de la llama. Está ciertamente en llamas, pero la oscuridad se come sus bordes. Magullados moretones de negros y azules rodean sus ojos inyectados en sangre con venas plateadas. No ha dormido. Es más delgado de lo que recuerdo, más delgado, más cruel. Su cabello, negro como un vacío, ha llegado a sus orejas, rizado en los extremos, y sus mejillas son todavía lisas. A veces me olvido de lo joven que es. Qué jóvenes somos los dos. Debajo de mi vestido, la marca M en mi clavícula pica.

Maven se vuelve rápidamente, mi cadena apretada en su puño, obligándome a moverme con él. Una luna que rodea un planeta.

—Demos testimonio de este prisionero, de esta victoria —dice, enderezando los hombros hacia la vasta audiencia ante nosotros. Trescientos Plateados al menos, nobles y civiles, guardias y oficiales. Soy dolorosamente consciente de los Centinelas en el borde de mi visión, sus mantos de fuego un recordatorio constante de mi jaula que se encoge rápidamente. Mis guardias de Arven tampoco están fuera de la vista, sus uniformes blancos cegando, su capacidad de silenciar sofocando. Podría ahogarme en la presión de su presencia.

M

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La voz del rey resuena a través de los opulentos tramos de la Plaza de César, reverberando a través de una multitud que responde. Debe haber micrófonos y altavoces en alguna parte, para llevar las amargas palabras del rey por toda la ciudad, y sin duda el resto del reino.

—Aquí está el líder de la Guardia Escarlata, Mare Barrow. —A pesar de mi situación, casi bufo. Líder. La muerte de su madre no ha contenido sus mentiras—. Una asesina, una terrorista, un gran enemigo de nuestro reino. Y ahora se arrodilla ante nosotros, desnuda ante su sangre.

La cadena se sacude de nuevo, enviándome de golpe hacia adelante, con los brazos extendidos para equilibrarme. Reacciono débilmente, con la mirada baja. Tanto espectáculo. La ira y la vergüenza me atraviesan cuando me doy cuenta de la cantidad de daño que este simple acto hará a la Guardia Escarlata. Los Rojos a través de Norta me verán bailar en las cuerdas de Maven y me creerán débil, derrotada, indigna de su atención, esfuerzo o esperanza. Nada más lejos de la verdad. Pero no hay nada que pueda hacer, no ahora, no aquí, de pie en el filo de la misericordia de Maven. Me pregunto sobre Corvium, la ciudad militar que vimos ardiendo en nuestro camino hacia el Choke. Hubo disturbios después de mi mensaje de difusión. ¿Fue el primer grito de la revolución, o el último? No tengo forma de saberlo. Y dudo que alguien se moleste en traerme un periódico.

Cal me advirtió contra la amenaza de una guerra civil hace mucho tiempo, antes de que su padre muriera, antes de quedarse con nada más que una tempestuosa chica rayo. La rebelión en ambos lados, dijo. Pero de pie aquí, presa ante la corte de Maven y su reino de plata, no veo ninguna división. Aunque les mostrara, les contara de la prisión de Maven, de sus seres queridos, de su confianza traicionada por un rey y su madre; aún soy el enemigo aquí. Me da ganas de gritar, pero sé mejor. La voz de Maven será siempre más fuerte que la mía.

¿Estarán viendo mamá y papá? La idea me trae una nueva ola de dolor, y me muerdo duro mi labio para mantener más lágrimas a raya. Sé que hay cámaras de video cerca, enfocadas en mi rostro. Aunque no pueda sentirlos más, lo sé. Maven no perdería la oportunidad de inmortalizar mi caída.

¿Están a punto de verme morir?

El collar me dice que no. ¿Por qué molestarse con este espectáculo si sólo va a matarme? Otro podría sentirse aliviado, pero mis entrañas se vuelven frías de miedo. No me matará. No Maven. Lo siento en su tacto. Sus dedos largos y pálidos todavía se aferran a mi muñeca, mientras que su otra mano todavía me sostiene la correa. Incluso ahora, cuando soy dolorosamente suya, no lo dejará ir. Preferiría la muerte a esta jaula, a la obsesión torcida de un rey muchacho loco.

Recuerdo sus notas, cada una terminando con el mismo extraño lamento.

Hasta que nos encontremos de nuevo.

Él continúa hablando, pero su voz se embota en mi cabeza, el gemido de un avispón que se acerca demasiado, haciendo que cada uno de mis nervios esté en el borde. Miro

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por encima del hombro. Mis ojos se deslizan entre la multitud de cortesanos detrás de nosotros. Todos ellos están orgullosos y viles en su luto negro. El lord Volo de la Casa Samos y su hijo, Ptolemus, están espléndidos en una armadura de ébano pulida con fajas de plata escaladas de cadera a hombro. Miro a este último, con rojo furioso escarlata. Lucho contra el impulso de lanzarme y arrancar la piel del rostro de Ptolemus. Apuñalarlo a través de su corazón como lo hizo con mi hermano Shade. El deseo aparece y tiene el descaro de sonreírme con suficiencia. Si no fuera por el collar y los silenciosos guardias que restringen todo lo que soy, haría de sus huesos vidrio ardiente.

De alguna manera su hermana, enemiga de tantos meses atrás, no me mira. Evangeline, su vestido lleno de cristal negro, es siempre la estrella brillante de una constelación tan violenta. Supongo que pronto será reina, habiendo sufrido por su compromiso con Maven el tiempo suficiente. Su mirada está en la espalda del rey, los oscuros ojos enfocados en la nuca. Una brisa se levanta, revolviendo su brillante cortina de cabello plateado, soplándolo hacia atrás de sus hombros, pero ella no parpadea. Solo después de un largo momento parece que me nota mirando. E incluso entonces, sus ojos apenas se mueven a los míos. Están vacíos de sentimiento. Ya no soy digna de su atención.

—Mare Barrow es una prisionera de la corona, y se enfrentará a la corona y el juicio del consejo. Debe responder por muchos de sus delitos.

¿Con qué?, me pregunto.

La multitud ruge en respuesta, animando su decreto. Son Plateados, pero “comunes”, no de noble descendencia. Mientras se deleitan con las palabras de Maven, su corte no reacciona. De hecho, algunos de ellos se vuelven grises, enojados, con cara de piedra. Nada más que la Casa Merandus, con su traje de luto cortado con el azul oscuro de los desgraciados colores de la reina muerta. Mientras Evangeline no me nota, ellos se fijan en mi rostro con una intensidad sorprendente. Ojos azules ardientes de todas partes. Espero oír sus susurros en mi cabeza, una docena de voces hurgando como gusanos a través de una manzana podrida. En cambio, solo hay silencio. Quizás los oficiales de Arven que me acompañan no son sólo carceleros, sino también protectores, sofocando mi habilidad, así como las habilidades de cualquiera que las use contra mí. Las órdenes de Maven, supongo. Nadie más puede herirme aquí.

Nadie sino él.

Pero ya me duele todo. Duele estar de pie, duele moverse, duele pensar. De la caída del avión, de la sonda, del peso aplastante de los guardias silenciadores. Y esas son solo heridas físicas. Moretones. Fracturas. Dolor que sanará con el tiempo. Lo mismo no se puede decir del resto. Mi hermano está muerto. Soy una prisionera. Y no sé lo que realmente les sucedió a mis amigos, desde hace muchos días, cuando hice el trato con este diablo. Cal, Kilorn, Cameron, mis hermanos Bree y Tramy. Los dejamos en el claro, pero estaban heridos, inmovilizados, vulnerables. Maven podría haber enviado a cualquier número de asesinos de vuelta para terminar lo que comenzó. Me cambié por todos ellos, y ni siquiera sé si funcionó.

Maven me diría si se lo pregunto. Puedo verlo en su rostro Sus ojos se lanzan a los míos después de cada vil oración, poniendo en escena cada mentira realizada para sus

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adoradores súbditos. Para asegurarse que estoy viendo, prestando atención, mirándolo. Como el niño que es.

No le suplicaré. Aquí no. Así no. Tengo orgullo suficiente para eso.

—Mi madre y mi padre murieron luchando contra estos animales —prosigue—. Ellos dieron sus vidas para mantener este reino entero, para mantenernos a salvo.

Derrotada como estoy, no puedo evitar mirar a Maven, encontrando fuego con su propio siseo. Ambos recordamos la muerte de su padre. Su asesinato. La reina Elara susurró en el cerebro de Cal, convirtiendo al amado heredero del rey en un arma mortal. Maven y yo observamos cómo Cal se vio obligado a convertirse en el asesino de su padre, cortando la cabeza del rey y cualquier posibilidad que Cal tuviera de gobernar. He visto muchas cosas horribles desde entonces, y todavía el recuerdo me persigue.

No recuerdo mucho lo que le pasó a la reina fuera de los muros de la prisión de Corros. El estado de su cuerpo después fue testimonio suficiente para lo que un rayo desenfrenado puede hacer a la carne humana. Sé que la maté sin preguntar, sin remordimientos, sin arrepentimiento. Mi tormenta devastadora alimentada por la muerte súbita de Shade. La última imagen clara que tengo de la batalla de Corros es su caída, su corazón perforado por la aguja de acero frío e implacable de Ptolemus. De alguna manera Ptolemus escapó de mi rabia ciega, pero la reina no lo hizo. Al menos el coronel y yo nos aseguramos que el mundo supiera lo que le pasó, mostrando su cadáver durante nuestra transmisión.

Ojalá Maven tuviera algo de su habilidad, así él podría mirarme en la cabeza y ver exactamente qué tipo de final le di a su madre. Quiero que sienta el dolor de la pérdida tan terriblemente como yo.

Sus ojos están en mí mientras termina su discurso memorizado, una mano extendida para mostrar mejor la cadena que me ata a él. Todo lo que hace es metódico, realizado para dar una imagen.

—Me comprometo a hacer lo mismo, para acabar con la Guardia Escarlata y los monstruos como Mare Barrow, o morir en el intento.

Muere, entonces, quiero gritar.

El rugido de la muchedumbre ahoga mis pensamientos. Cientos animan a su rey y a su tiranía. Lloré en el camino cruzando el puente, frente a tantos culpándome por las muertes de sus seres queridos. Todavía puedo sentir las lágrimas secándose en mis mejillas. Ahora quiero volver a llorar, no con tristeza, sino con ira. ¿Cómo pueden creer esto? ¿Cómo pueden aguantar estas mentiras?

Como una muñeca, soy girada de la vista. Con lo último de mis fuerzas, estiro mi cuello por encima de un hombro, buscando las cámaras, los ojos del mundo. Véanme, se los ruego. Miren cómo miente. Mi mandíbula se aprieta, mis ojos se estrechan, pintando lo que ruego sea un cuadro de resiliencia, rebelión y rabia Yo soy la chica rayo. Soy una tormenta. Se siente como una mentira. La chica rayo está muerta.

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Pero es lo último que puedo hacer por la causa, y por la gente que amo aún ahí fuera. No me verán tropezar en este momento final. No, me quedaré. Y aunque no tengo ni idea de cómo, tengo que seguir luchando, incluso aquí en el vientre de la bestia.

Otro tirón me obliga a girar para hacer frente a la corte. Los Plateados fríos me miran, su piel marcada por azul y negro y púrpura y gris, lixiviado de vida, con venas de acero y diamante en lugar de sangre.

No se centran en mí, sino en Maven. En ellos encuentro mi respuesta. En ellos veo hambre.

Por una fracción de segundo, me compadezco del muchacho rey solo en su trono. Entonces, en el fondo, siento el aliento de la esperanza.

Oh, Maven. En qué lío estás.

Solo me pregunto quién atacará primero.

La Guardia Escarlata, o los señores y señoras listos para cortar la garganta de Maven y tomar todo por lo que su madre murió.

Él entrega mi correa a uno de los Arven tan pronto como huimos de los peldaños de Whitefire, retrocediendo en el enorme pasillo de entrada del palacio. Extraño. Estaba tan concentrado en recuperarme, poniéndome en su jaula, pero tira mis cadenas sin mirar. Cobarde, me digo. No me puede mirar, cuando no es por espectáculo.

—¿Cumpliste tu promesa? —exijo, sin aliento. Mi voz suena ronca de días de desuso—. ¿Eres un hombre de palabra?

No responde.

El resto de la corte cae detrás de nosotros. Sus líneas y filas están bien practicadas, basadas en las complicadas complejidades de estatus y rango. Solo yo estoy fuera de lugar, siguiendo al rey, caminando unos pasos detrás de donde debería estar una reina. No podría estar más lejos del título.

Echo un vistazo al más grande de mis carceleros, con la esperanza de ver algo más allá de la lealtad ciega en él. Lleva un uniforme blanco, grueso, a prueba de balas, con cremallera apretada en su garganta. Guantes brillantes. No de seda, sino de plástico y caucho. Me estremezco ante la vista. A pesar de su capacidad silenciadora, los Arven no se arriesgarán conmigo. Incluso si logro deslizar una chispa más allá de su ataque continuo, los guantes protegerán sus manos y permitirán que me mantenga enganchada, encadenada, enjaulada. El gran Arven no se encuentra con mi mirada, sus ojos se enfocan hacia adelante mientras sus labios se mantienen concentrados. El otro es igual, acompañándome en perfecto paso con su hermano o primo. Sus desnudos cráneos brillan, y recuerdo a Lucas Samos. Mi amable guardia, mi amigo, que fue ejecutado porque yo existía, y porque lo usé. Tuve suerte entonces, que Cal me diera una daga decente, cuando me mantuvo en prisión. Y, me doy cuenta, tengo suerte ahora. Los guardias indiferentes serán más fáciles de matar.

Porque deben morir. De algún modo. De alguna manera. Si quiero escapar, si quiero recuperar mi rayo, son los primeros obstáculos. El resto son fáciles de adivinar. Los

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Centinelas de Maven, los otros guardias y oficiales que se encontraban en todo el palacio, y por supuesto el mismo Maven. No dejaré este lugar a menos que deje atrás su cadáver, o el mío.

Pienso en matarlo. Envolviendo mi cadena alrededor de su cuello y apretando la vida de su cuerpo. Me ayuda a ignorar el hecho de que cada paso me lleva más profundo en el palacio, más de mármol blanco, más allá de las paredes doradas, bajo una docena de candelabros con luces de cristal talladas de llama. Tan hermoso y frío como recuerdo. Una prisión de cerraduras doradas y barras de diamantes. Al menos no tendré que enfrentar a su guardián más violento y peligroso. La vieja reina ha muerto. Sin embargo, me estremezco al pensar en ella. Elara Merandus. La sombra de su fantasma a través de mi cabeza. Una vez rompió mis recuerdos. Ahora es una de ellos.

Una figura blindada atraviesa mi resplandor, recorriendo mis guardias para plantarse entre el rey y yo. Se mantiene al ritmo de nosotros, un guardián obstinado a pesar de que no usa las túnicas o la máscara de un centinela. Supongo que sabe que estoy pensando en estrangular a Maven. Me muerdo el labio, preparándome para la aguijoneante punzada del asalto de un susurro.

Pero no, no es de la Casa Merandus. Su armadura es obsidiana oscura, su cabello plateado, su piel luna blanca. Y sus ojos, cuando me mira por encima del hombro, sus ojos están vacíos y negros.

Ptolemus.

Arremeto con los dientes primero, sin saber lo que hago, sin preocuparme. Siempre y cuando deje mi marca. Me pregunto si la sangre de Plata tiene un sabor distinto del Rojo.

Nunca lo sabré.

Mi collar se aprieta hacia atrás, jalándome tan violentamente que mi columna vertebral se arquea y me caigo al suelo. Un poco más fuerte y me hubiera roto el cuello. La grieta de mármol en el cráneo hace que mi mundo gire. Pero no lo suficiente para mantenerme abajo. Me arrastro, mi mirada se estrecha hasta las piernas blindadas de Ptolemus, ahora volviéndose hacia mí. De nuevo, me lanzo hacia ellas, y de nuevo el collar me jala hacia atrás.

—Basta de esto —sisea Maven.

Él se para delante de mí, deteniéndose para mirar mis pobres tentativas de pegar a Ptolemus. El resto de la procesión se ha detenido también, muchos se agolpan hacia delante para ver a la retorcida rata roja pelear en vano.

El collar parece apretarse, y trago airé contra él, alcanzando mi garganta.

Maven mantiene los ojos en el metal mientras se encoge.

—Evangeline, ya he dicho que es suficiente.

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A pesar del dolor, me vuelvo para verla a mi espalda, con un puño cerrado a su lado. Como él, ella mira fijamente mi cuello. Pulsa mientras se mueve. Debe coincidir con los latidos de su corazón.

—Déjame soltarla —dice, y me pregunto si he escuchado mal—. Déjame soltarla aquí mismo. Despide a sus guardias, y la mataré, con relámpagos y todo.

Le gruño, cada centímetro de la bestia que piensa que soy.

—Inténtalo —le digo, deseando con todo mi corazón que Maven esté de acuerdo. Incluso con mis heridas, mis días de silencio y mis años de inferioridad con la chica magnetrón, quiero lo que ella ofrece. La golpeé antes. Puedo hacerlo otra vez. Es una oportunidad, al menos. Una mejor oportunidad de la que podría esperar.

Los ojos de Maven se vuelven de mi collar a su prometida, su rostro cayendo en un ceño fruncido. Veo tanto de su madre en él.

—¿Estás cuestionando las órdenes de tu rey, lady Evangeline?

Sus dientes brillan entre los labios pintados de púrpura. Su mortaja de manera cortés amenaza con caer, pero antes de que ella pueda decir algo realmente condenatorio, su padre se desplaza a su lado, su brazo rozando el suyo. Su mensaje es claro: obedece.

—No —gruñe, lo que significa sí. Flexiona su cuello, inclinando su cabeza—. Su majestad.

Libera el collar, ampliando de nuevo al tamaño alrededor de mi cuello. Incluso podría ser más flojo que antes. Pequeña bendición que Evangeline no es tan meticulosa como se esfuerza por aparentar.

—Mare Barrow es una prisionera de la corona, y la corona hará con ella como mejor le parezca —dice Maven, llevando su voz a su novia volátil. Sus ojos recorren el resto de la corte, dejando claras sus intenciones—. La muerte es demasiado buena para ella.

Un murmullo bajo ondula a través de los nobles. Oigo tonos de oposición, pero aún más de acuerdo. Extraño. Pensé que todos ellos querrían que me ejecutaran de la peor manera, encadenada para alimentar a los buitres y sangrar en cualquier terreno que la Guardia Escarlata haya ganado. Pero supongo que quieren destinos peores para mí.

Peores destinos.

Eso es lo que Jon dijo antes. Cuando vio lo que mi futuro tenía, dónde mi camino conducía. Sabía que esto iba a llegar. Sabía, y le dijo al rey. Compré un lugar al lado de Maven con la vida de mi hermano y mi libertad.

Encuentro a Jon de pie en medio de la multitud, en una amplia litera; su cabello prematuramente gris y atado en una cola ordenada. Otra mascota nueva sangre para Maven Calore, pero ésta no lleva cadenas que pueda ver. Porque ayudó a Maven a detener nuestra misión de salvar a una legión de niños antes que pudiera comenzar. Dijo a Maven nuestros caminos y nuestro futuro. Envuelto en regalo para el joven rey. Nos traicionó a todos.

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Jon ya me mira, por supuesto. No espero una disculpa por lo que hizo, y no recibiría una.

—¿Y el interrogatorio?

Una voz que no reconozco suena a mi izquierda. Sin embargo, conozco su rostro.

Samson Merandus. Un luchador de arena, un susurro salvaje, el primo de la reina muerta. Él se acerca, y no puedo evitar retorcerme. En otra vida lo vi hacer a su oponente de arena que se apuñalara a muerte. En ese entonces, Kilorn se sentó a mi lado y observó, animando, disfrutando de las últimas horas de su libertad. Entonces su amo murió, y nuestro mundo entero cambió. Nuestros caminos cambiaron. Y ahora me estiro a través de mármol impecable, frío y sangrante, menos que un perro a los pies de un rey.

—¿Es demasiado buena para ser interrogada, su majestad? —continúa Samson, señalando una mano blanca en mi dirección. Me atrapa bajo la barbilla, obligándome a levantar la mirada. Lucho contra el impulso de morderlo. No necesito darle a Evangeline otra excusa para ahogarme. Pienso en lo que ha visto. Lo que ella sabe. Ella es su líder y la clave para desentrañar su desgraciada clase.

Está equivocado, pero de todos modos mi latido del corazón rasguea en mi pecho. Sé lo suficiente como para ser de gran daño. Destellos ante mis ojos, así como el coronel y los gemelos de Montfort. La infiltración de las legiones. Las ciudades. Los Whistles a través del país, a qué hora transportan a los refugiados a la seguridad. Preciados secretos cuidadosamente guardados, y pronto serán revelados. ¿Cuántos serán mis conocimientos puestos en peligro? ¿Cuántos morirán cuando me abran?

Y eso es sólo inteligencia militar. Peor aún son las partes oscuras de mi propia mente. Las esquinas donde guardo mis peores demonios. Maven es uno de ellos. El príncipe que recordaba, amaba y deseaba era real. Luego está Cal. Lo que he hecho para mantenerlo, lo que he ignorado, y qué mentiras me dije sobre sus lealtades. Mi vergüenza y mis errores me consumen, royendo mis raíces. No puedo dejar que Samson, o Maven, vean esas cosas dentro de mí.

Por favor, quiero suplicar. Mis labios no se mueven. Tanto como odio a Maven, tanto como quiero verlo sufrir, sé que él es la mejor oportunidad que tengo. Pero abogando por piedad de sus aliados más fuertes y peores enemigos solo debilitaría a un rey ya débil. Así que me quedo callada, tratando de ignorar el agarre de Samson en mi mandíbula, concentrándome solo en el rostro de Maven.

Sus ojos buscan los míos durante los momentos más largos y cortos.

—Tienen sus órdenes —dice bruscamente, asintiendo a mis guardias.

Su agarre es firme pero no hiere mientras me levantan a mis pies, usando manos y cadenas para guiarme fuera de la multitud. Los dejo a todos atrás. Evangeline, Ptolemus, Samson y Maven.

Él gira su talón, dirigiéndose en la dirección opuesta, hacia lo único que le queda para mantenerlo caliente.

Un trono de llamas congeladas.

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Dos

unca estoy sola.

Los carceleros no se van. Siempre dos, siempre vigilando y corroborando que esté en silencio y quieta. No necesitan nada más

que una puerta cerrada para hacerme una prisionera. No es que pueda acercarme a la puerta sin ser llevada a la fuerza de vuelta al centro de mi dormitorio. Son más fuertes que yo, y siempre vigilan. Mi único escape de sus miradas es el pequeño baño, una cámara de azulejos blancos y fijaciones doradas, con un límite prohibido de Piedra Silenciosa en el suelo. Hay bastantes bloques gris perla para hacer que mi cabeza duela y mi garganta se contraiga. Tengo que ser rápida allí, y no desperdiciar cada estrangulador segundo. La sensación me recuerda a Cameron y su habilidad. Puede matar a alguien con la fuerza de su silencio. Por mucho que odio la vigilia constante de mis guardias, no me arriesgaré a sofocarme en un piso de baño por unos minutos más de paz.

Divertido, solía pensar que mi mayor temor era estar sola. Ahora eso es lo de menos, y nunca he estado más aterrorizada.

No he sentido mi rayo en cuatro días.

Cinco.

Seis.

Diecisiete.

Treinta y uno.

Me acurruco todos los días en el zócalo al lado de la cama, utilizando un tenedor para tallar el tiempo que pasa. Se siente bien dejar mi marca, para infligir mi propia pequeña lesión en la prisión del palacio Whitefire. A los Arven no les importa. Me ignoran en su mayor parte, concentrados solo en el silencio total y absoluto. Se mantienen en sus lugares, por la puerta, sentados como estatuas con ojos vivos.

Esta no es la misma habitación en la que dormí la última vez que estuve en Whitefire. Obviamente no sería apropiado alojar a un prisionero real en el mismo lugar que una novia real. Pero tampoco estoy en una celda. Mi jaula es cómoda y bien amueblada, con una cama de felpa, una estantería llena de libros aburridos, algunas sillas, una mesa para comer, incluso cortinas finas; todo en tonos neutros de gris, marrón y blanco. Falta color, así como los Arven filtran el poder de mí.

N

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Lentamente me acostumbro a dormir sola, pero las pesadillas me atormentan sin tener a Cal para evitarlas. Sin alguien que se preocupe por mí. Cada vez que me despierto, toco los pendientes en mi oreja, nombrando cada piedra. Bree, Tramy, Shade, Kilorn. Hermanos de sangre y vínculo. Tres vivos, uno un fantasma. Ojalá tuviera un pendiente igual al que le di a Gisa, así podría tener una parte de ella también. Sueño con ella a veces. Nada concreto, pero destellos de su rostro, su cabello rojo y oscuro como sangre derramada. Sus palabras me persiguen como cualquier otra cosa. Un día la gente va a venir y tomará todo lo que tienes. Tenía razón.

No hay espejos, ni siquiera en el baño. Pero sé lo que este lugar me está haciendo. A pesar de las abundantes comidas y la falta de ejercicio, siento mi rostro más delgado. Mis huesos sobresalen debajo de mi piel, más notorios que nunca mientras más adelgazo. No hay mucho que hacer más que dormir o leer uno de los volúmenes sobre el código tributario de Nortan, pero, aun así, el agotamiento llega a los días. Moretones a flor de piel. Y el collar se siente caliente, aunque paso mis días con frío, temblando. Podría tener fiebre. Podría estar muriendo.

No es que pudiera decirle a alguien. Apenas siquiera hablo. La puerta se abre para comida y agua, para el cambio de mis carceleros, y nada más. Nunca veo a una doncella o sierva Roja, aunque debe haber. En su lugar, los Arven toman las comidas, ropa de cama y mía depositada en el exterior, trayéndomelas para que las use. Limpian también, haciendo muecas mientras realizan una tarea tan humilde. Supongo que dejar un Rojo en mi habitación es demasiado peligroso. El pensamiento me hace sonreír. Así que, la Guardia Escarlata sigue siendo una amenaza, lo suficiente para justificar un protocolo tan rígido que ni siquiera los sirvientes están permitidos cerca.

Pero entonces, parece que nadie más lo tiene permitido tampoco. Nadie viene a echarle un vistazo o contemplar a la chica rayo. Ni siquiera Maven.

Los Arven no me hablan. No me dicen sus nombres. Así que, le doy algo de charla. Kitten, la mujer más vieja y pequeña que yo, con un rostro diminuto y ojos duros y agudos. Huevo, con la cabeza redonda, blanca y calva como el resto de sus parientes guardianes. Trio tiene tres líneas tatuadas en su cuello, como las marcas de garras perfectas. Y Trébol de ojos verdes, una chica de mi edad, inquebrantable en sus deberes. Ella es la única que se atreve a mirarme a los ojos.

Cuando me di cuenta que Maven quería que regresara, esperaba dolor u oscuridad, o ambos. Sobre todo, esperaba verlo y soportar mi tormento bajo sus ojos ardientes. Pero no recibo nada. No desde el día que llegué y fui obligada a ponerme de rodillas. Me dijo que pondría mi cuerpo en exhibición. Pero no han llegado los verdugos. Tampoco los susurradores, hombres como Samson Merandus y la reina muerta, para abrir mi cabeza y rebuscar en mis pensamientos. Si este es mi castigo, es aburrido. Maven no tiene imaginación.

Todavía hay voces en mi cabeza, y tantos, demasiados recuerdos. Cortan con el filo de una hoja. Trato de apagar el dolor con libros aún más aburridos, pero las palabras nadan ante mis ojos, las cartas se reorganizan hasta que todo lo que veo son los nombres de las personas que dejé atrás. Los vivos y los muertos. Y siempre, en todas partes, Shade.

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Ptolemus pudo haber matado a mi hermano, pero fui yo la que puso a Shade en su camino. Porque era egoísta, me consideraba una especie de salvadora. Porque, una vez más, confié en alguien que no debería, e intercambié vidas como un jugador de cartas. Pero abriste una prisión. Liberaste a tanta gente... y salvaste a Julian.

Un pensamiento débil, un consuelo aún más débil. Ahora sé cuál fue el costo de la prisión de Corros. Y todos los días llego a un acuerdo con el hecho que, si me dieran la opción, no pagaría otra vez. No por Julian, ni por cien seres vivos. No salvaría a ninguno de ellos con la vida de Shade.

Y al final, todo termina igual. Maven me había pedido que regresara durante meses, mendigando con cada nota manchada de sangre. Había esperado comprarme con cadáveres, con los cuerpos de los muertos. Pero había pensado que no habría trato que aceptaría, ni siquiera por mil vidas inocentes. Ahora, me gustaría haber hecho lo que me pidió hace mucho tiempo. Antes que él pensara en ir por los que verdaderamente me importaban, sabiendo que los salvaría. Sabiendo que Cal, Kilorn, mi familia, eran la única oferta que estaba dispuesta a aceptar. Por sus vidas, lo di todo.

Supongo que quiere algo más que torturarme. Incluso con la sonda, una máquina hecha para usar mi rayo contra mí, para quebrarme, nervio por nervio.

Mi agonía es inútil para él. Su madre le enseñó bien. Mi único consuelo es saber que el joven rey está sin su vicioso titiritero. Mientras estoy aquí, vigilada día y noche, él está solo a la cabeza de un reino, sin Elara Merandus para guiar su mano y proteger su espalda.

Ha pasado un mes desde que he tenido aire fresco, y casi tanto tiempo desde que vi algo más que el interior de mi habitación y la estrecha vista que mi única ventana ofrece.

La ventana da a un jardín del patio, bastante muerto, pasado el final del otoño. Su arboleda está retorcida por las manos de verdinos guardabosques. Las hojas, deben ser maravillosas: una corona verde de flores en espiral en ramas imposibles. Pero sin nada, los robles nudosos, olmos y bayas se curvan como garras; Sus ramas secas y muertas entrelazándose contra la otra como huesos. El patio está abandonado, olvidado. Tal como yo.

No, me gruño.

Los otros vendrán por mí.

Me atrevo a esperar. Mi estómago se contrae cada vez que se abre la puerta. Por un momento, espero ver a Cal, Kilorn o Farley, tal vez Nanny con un rostro familiar de otra persona. El coronel, incluso. Ahora lloraría por ver su ojo escarlata. Pero nadie viene por mí. Nadie va a venir por mí.

Es cruel tener esperanza cuando no hay razón.

Y Maven lo sabe.

Cuando el sol se pone en el día treinta y uno, entiendo lo que él quiere hacer.

Quiere que me pudra. Desvanezca. Para ser olvidada.

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Afuera, en el patio de los huesos, la primera nevada serpentea en ráfagas nacidas de un cielo de color gris hierro. El vidrio está frío al tacto, pero se niega a congelarse.

También yo.

La nieve afuera es perfecta en la luz de la mañana, una barrera de árboles blancos dorados. Se derretirá por la tarde. Por mi cuenta, es once de diciembre. Un frío, gris, tiempo muerto en el eco entre otoño e invierno. Las verdaderas nevadas no se establecerán hasta el próximo mes.

De regreso a casa solíamos saltar del pórtico en las nieves, incluso después que Bree se rompió la pierna cuando aterrizó en un montón de leña. Le costó a Gisa un mes de salarios para que lo curaran, y tuve que robar la mayoría de los suministros de nuestro tan llamado médico. Ese fue el invierno antes que Bree fuera reclutado, la última vez que toda nuestra familia estuvo junta. La última vez. Por siempre. Nunca estaremos enteros otra vez.

Mamá y papá están con la Guardia. Gisa y mis hermanos vivientes también. Están a salvo. Están a salvo. Están a salvo. Repito las palabras como todas las mañanas. Son un consuelo, incluso si no puede ser verdad.

Lentamente, aparto mi plato de desayuno. La ahora familiar comida de harina de avena azucarada, fruta y pan tostado no tiene ninguna comodidad para mí.

—Terminé —digo por costumbre, sabiendo que nadie responderá.

Kitten ya está a mi lado, burlándose de la comida a medio comer. Levanta el plato como si fuera un insecto, sosteniéndolo a la longitud del brazo para llevarlo a la puerta. Levanto la mirada rápidamente, con la esperanza de un solo vistazo de la antecámara fuera de mi habitación. Como siempre, está vacío, y mi corazón se retuerce. Deja caer el plato al suelo con un ruido, tal vez rompiéndolo, pero eso no es asunto suyo. Un sirviente lo limpia. La puerta se cierra detrás de ella, y Kitten regresa a su asiento. Trio ocupa la otra silla, con los brazos cruzados, los ojos sin pestañear mientras mira fijamente mi torso. Puedo sentir la habilidad de él y ella. Se sienten como una manta envuelta demasiado apretada, manteniendo mi rayo cubierto y escondido, lejos, en un lugar donde ni siquiera puedo empezar a pensar. Me hace querer arrancarme la piel.

Lo odio. Lo odio.

Lo. Odio.

Smash.

Tiro mi vaso de agua contra la pared opuesta, dejándola salpicar y astillarse contra la horrible pintura gris. Ninguno de mis guardias se estremece. Hago esto mucho.

Y ayuda. Por un minuto. Tal vez.

Sigo el horario habitual, el que he desarrollado durante el último mes de cautiverio. Despertar. Inmediatamente lo lamento. Recibir el desayuno. Perder el apetito. Que me quiten la comida. Inmediatamente lo lamento. Arrojo el agua. Inmediatamente lo lamento. Rasgo la ropa de cama. Tal vez arranco las sábanas, a veces mientras grito.

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Inmediatamente lo lamento. Intento leer un libro. Miro por la ventana. Miro por la ventana. Miro por la ventana. Recibo el almuerzo. Repetir.

Soy una chica muy ocupada.

O supongo que debo decir mujer.

Dieciocho es la división arbitraria entre un niño y adulto. Y cumplí dieciocho semanas atrás. Diecisiete de noviembre. No es que nadie lo supiera o notara. Dudo que los Arven se preocupen que su prisionero cumpla un año más. Sólo una persona en este palacio de prisión lo haría. Y no me visitó, para mi alivio. Es la única bendición para mi cautiverio. Mientras estoy aquí, rodeada de la peor gente que jamás conoceré, no tengo que sufrir su presencia.

Hasta hoy.

El silencio absoluto que me rodea se rompe, no con una explosión, sino con un chasquido. El familiar giro de la cerradura de la puerta. Fuera de horario, sin orden judicial. Mi cabeza se gira hacia el sonido, al igual que los Arven, su concentración se rompe en sorpresa. La adrenalina sangra en mis venas, impulsada por mi corazón repentinamente palpitante. En la fracción de un segundo, me atrevo a tener esperanza otra vez. Sueño con quién podría estar al otro lado de la puerta.

Mis hermanos. Farley. Kilorn.

Cal.

Quiero que sea Cal. Quiero que su fuego consuma este lugar y toda esta gente completamente.

Pero el hombre parado al otro lado no es nadie que reconozca. Solo su ropa es familiar: uniforme negro, detalle de plata. Un oficial de seguridad, sin nombre y sin importancia. Entra en mi prisión, manteniendo la puerta abierta con su espalda. Más de sus colegas se reúnen fuera de la puerta, oscureciendo la antecámara con su presencia.

Los Arven se ponen de pie, tan sorprendidos como yo.

—¿Qué están haciendo? —se burla Trio. Es la primera vez que escucho su voz.

Kitten hace lo que está entrenada para hacer, caminando entre yo y el oficial. Otro estallido de silencio me sobresalta, alimentada por su miedo y confusión. Se estrella como una ola, comiendo los pedacitos de fuerza que todavía me queda. Me mantengo quieta en mi silla, detestando caer frente a otras personas.

El oficial de seguridad no dice nada, mirando el suelo. Esperando.

Ella entra en respuesta, en un vestido hecho de agujas. Su cabello plateado ha sido peinado y trenzado con gemas a la moda de la corona que tiene hambre de usar. Me estremezco ante la visión de ella; perfecta, fría y dura, una reina en porte sin título aún. Porque todavía no es una reina. Puedo verlo.

—Evangeline —murmuro, tratando de esconder los temblores en mi voz, tanto por miedo como por desuso. Sus ojos negros pasan sobre mí con toda la ternura de un látigo agrietado. De pies a cabeza y de nuevo, observando todas las imperfecciones, todas mis

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debilidades. Sé que hay muchas. Finalmente, su mirada se posa en mi cuello, mirando los puntiagudos bordes de metal. Sus labios se fruncen de disgusto y también de hambre. Qué fácil sería apretar, meter las puntas del collar en mi garganta y hacerme sangrar sin más.

—Lady Samos, no se le permite estar aquí —dice Kitten, que aún está entre nosotras. Estoy sorprendida por su audacia.

Los ojos de Evangeline parpadean hasta mi guardia, su desprecio se extiende.

—¿Crees que desobedecería al rey, a mi prometido? —Fuerza una risa fría—. Estoy aquí por sus órdenes. Ordena la presencia de la prisionera en la corte. Ahora.

Cada palabra me da una punzada. Un mes de prisión de repente parece demasiado poco. Una parte quiere agarrar la mesa y obligar a Evangeline a arrastrarme fuera de mi jaula. Pero incluso el aislamiento no ha roto mi orgullo. Aún no.

Ni jamás, me recuerdo. Así que, me pongo de pie en mis extremidades débiles, las articulaciones doloridas, manos temblorosas. Hace un mes ataqué al hermano de Evangeline con poco más que mis dientes. Trato de convocar tanto de ese fuego como puedo, aunque solo sea para enderezarme.

Kitten mantiene su posición, inmóvil. Su cabeza se inclina hacia Trio, entrecerrando los ojos a su primo.

—No nos dieron órdenes. Este no es el protocolo.

De nuevo, Evangeline se ríe, mostrando dientes blancos y relucientes. Su sonrisa es hermosa y violenta como una hoja.

—¿Me estás negando, guardia Arven? —Mientras habla, sus manos vagan por su vestido, corriendo una perfecta piel blanca a través del bosque de agujas. Los pedacitos se pegan a ella como un imán, y toma un puñado de espigas. Palpa los hilos de metal, paciente, esperando, con una ceja levantada. Los Arven piensan mejor extender el aplastante silencio de una hija Samos, y mucho menos a la futura reina.

El par intercambia miradas sin palabras, claramente bajando a ambos lados de la pregunta de Evangeline. Trio frunce el ceño, fulminante; y finalmente Kitten suspira en voz alta. Se aleja. Retrocede.

—Una elección que no olvidaré —murmura Evangeline.

Me siento expuesta ante ella, sola delante de sus penetrantes ojos a pesar que los otros guardias y oficiales miran. Evangeline me conoce, sabe lo que soy, lo que puedo hacer. Casi la maté en el Cuenco de Huesos, pero huyó, temerosa de mí y mi rayo. No tiene miedo ahora.

Deliberadamente, doy un paso adelante. Hacia ella. Hacia el vacío dichoso que la rodea, permitiendo su habilidad. Otro paso. En el aire libre, en electricidad. ¿Lo sentiré inmediatamente? ¿Vendrá rápidamente? Debería. Tiene que hacerlo.

Pero su expresión de desprecio se convierte en una sonrisa. Sigue mi ritmo, retrocediendo, y casi gruño.

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—No tan rápido, Barrow. —Es la primera vez que dice mi verdadero nombre. Chasquea los dedos, señalando a Kitten—. Tráela.

Me arrastran como lo hicieron el primer día que llegué, encadenada por el collar, mi correa fuertemente agarrada en el puño de Kitten. Su silencio y el de Trio continúan, golpeando mi cráneo como un tambor. El largo camino a través de Whitefire se siente como kilómetros, aunque nos movemos a un ritmo lento. Como antes, no tengo los ojos vendados. No se molestan en tratar de confundirme.

Reconozco cada vez más a medida que nos acercamos a nuestro destino, adentrándonos en pasajes y galerías que exploré libremente hace una vida. En aquel entonces no sentía la necesidad de clasificarlos. Ahora hago todo lo posible para hacer un mapa del palacio en mi cabeza. Sin duda necesitaré saber su arquitectura si alguna vez planeo salir de aquí viva. Mi dormitorio está al este, y está en el quinto piso; por mucho que sepa contar ventanas. Recuerdo que Whitefire tiene forma de cuadrados entrelazados, con cada ala que rodea un patio como el que se ve en mi habitación. La vista de las altas ventanas arqueadas cambia con cada nuevo pasillo. Un jardín en el patio, la Plaza de César, los largos tramos del patio de entrenamiento donde Cal se ejercitaba con sus soldados, las lejanas murallas y el reconstruido Puente de Archeon más allá. Afortunadamente nunca pasamos a través de las residencias donde encontré el diario de Julian, donde vi a Cal furioso y el silencioso plan de Maven. Estoy sorprendida por la cantidad de recuerdos que el resto del palacio tiene, a pesar de mi poco tiempo aquí.

Pasamos un bloque de ventanas en un rellano, mirando hacia el oeste, cruzando el cuartel hasta el río Capital y la otra mitad de la ciudad más allá. El Cuenco de los Huesos se ubica entre los edificios, su forma arrolladora muy familiar. Conozco esta parte. Me paré frente a estas ventanas con Cal. Le mentí, sabiendo que un ataque vendría esa noche. Pero no sabía qué nos causaría a ambos. Cal susurró entonces que deseaba que las cosas fueran diferentes. Comparto el lamento.

Las cámaras deben seguir nuestro camino, aunque ya no puedo sentirlas. Evangeline no dice nada mientras descendemos a la planta principal del palacio con sus oficiales a cuestas, una multitud de mirlos se reúnen alrededor de un cisne de metal. La música hace eco en alguna parte. Pulsa como un corazón hinchado y pesado. Nunca había escuchado tal música antes, ni siquiera en el baile al que asistí o durante las lecciones de baile con Cal. Tiene vida propia, algo oscuro, tortuoso y curiosamente atractivo. Delante de mí, los hombros de Evangeline se tensan ante el sonido.

El piso de la corte está extrañamente vacío, con solo unos cuantos guardias ubicados a lo largo de los pasillos. Guardias, no Centinelas, que estarán con Maven. Evangeline no gira a la derecha, como espero, para entrar en la sala del trono a través de las grandes puertas arqueadas. En lugar de eso, sigue hacia delante, todos nosotros siguiéndola, entrando en otra habitación que conozco muy bien.

La cámara del consejo. Un círculo perfecto de mármol y madera pulida y reluciente. Los asientos rodean las paredes, y el sello de Norta, la corona ardiente, domina el suelo adornado. Rojo, negro y plata real, con puntos de llamas ardiendo. Casi tropiezo al verlo, y tengo que cerrar los ojos. Kitten me llevará a través de la habitación, no tengo ninguna

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duda de eso. Con mucho gusto la dejaré arrastrarme si significa que no tengo que ver más de este lugar. Walsh murió aquí, lo recuerdo. Su rostro destella detrás de mis párpados. La cazaban como un conejo. Y fueron lobos los que la atraparon: Evangeline, Ptolemus, Cal. La capturaron en los túneles debajo de Archeon, siguiendo sus órdenes de la Guardia Escarlata. La encontraron, la arrastraron aquí y la presentaron a la reina Elara para interrogarla. Nunca llegó tan lejos. Porque Walsh se suicidó. Tragó una píldora asesina delante de todos nosotros, para proteger los secretos de la Guardia Escarlata. Para protegerme.

Cuando la música se triplica en volumen, abro mis ojos otra vez.

La cámara del consejo ha desaparecido, pero la vista ante mí es de alguna manera peor.

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Tres

a música suena en el aire, entrecortada con el dulce y mareante vaho del alcohol que impregna cada centímetro del magnífico salón del trono. Salimos a un rellano elevado que está a unos cuantos metros del suelo

de la cámara, dejándonos tener una gran vista de la estridente fiesta, y dándonos unos cuantos segundos antes que alguien se dé cuenta que estamos aquí.

Mis ojos van de un lado a otro, nerviosos, defensivos, buscando en cada rostro y en cada sombra una oportunidad, o una amenaza. Seda y joyas y preciosas corazas brillan bajo las luces de docenas de candelabros, creando una constelación humana que surge y gira en el suelo de mármol. Después de un mes de encierro, la vista es un asalto a mis sentidos, pero lo absorbo, como una niña muerta de hambre. Tantos colores, tantas voces, tantos lores y ladies familiares. De momento no me han notado. Sus ojos no me siguen. Su atención está en otra cosa, en sus copas de vino o sus licores multicolores, el ritmo es acosador, como también lo es el fragante olor a humo girando por el aire. Esto debe ser una celebración, una salvaje, pero para qué, no tengo ni idea.

Como es natural, mi mente vuela. ¿Habrán ganado otra victoria? ¿Contra Cal, contra la Guardia Escarlata? ¿O todavía siguen celebrando mi captura?

Un vistazo a Evangeline es suficiente respuesta. Nunca la había visto fruncir el ceño de esta manera, ni siquiera a mí. Su cara de desprecio la vuelve fea, enfadada, llena de odio a más no poder. Sus ojos se oscurecen, moviéndose por todo el despliegue. Están negros como si estuvieran vacíos, tragándose con la vista el estado de felicidad de la gente.

O, me doy cuenta, ignorancia.

Con la orden de alguien, una ráfaga de sirvientes Rojos aparece desde el fondo del salón y se mueven a través de la cámara en una formación perfecta. Llevan bandejas con copas de cristal llenas de un brillante líquido color rubí, oro, y diamante. Para cuando llegan al otro lado de la multitud, sus bandejas están vacías y éstas son rellenadas rápidamente. Otra pasada, y las bandejas se vacían de nuevo. Cómo se aguantan de pie algunos de los Plateados, no tengo idea. Ellos siguen con su juerga, hablando o bailando con sus manos agarradas a las copas. Unos cuantos fuman de intrincadas pipas, exhalando humo de color raro que queda colgado en el ambiente. No huele a tabaco, y muchos de los ancianos de los Pilares celosamente las acaparan. Miro el brillo de sus pipas con envidia, cada una es un haz de luz.

L

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Lo peor es la visión de los sirvientes, los Rojos. Me duele verlos. Lo que daría por ponerme en su lugar. Ser tan solo un sirviente en lugar de un prisionero. Estúpida, me digo. Ellos son tan prisioneros como tú. Sólo que de otro tipo. Atrapados bajo una bota de Plateado, y con un poco más de espacio para respirar.

Por culpa de él.

Evangeline desciende de la plataforma, y los Arven me obligan a seguirla. Las escaleras nos llevan directamente al estrado, otra plataforma elevada lo suficientemente alta para resaltar su importancia. Y por supuesto una docena de Centinelas la rodean, enmascarados y armados, terroríficos en todos los sentidos.

Esperaba ver los tronos que recordaba. Vidrio de diamante en forma de llamas para el asiento del rey, zafiro y oro blanco pulido para la reina. En vez de eso, Maven está sentado en el mismo tipo de trono del que lo vi levantarse hace un mes, cuando me tuvo encadenada frente al mundo.

Sin gemas, ni metales preciosos. Sólo planchas de piedra gris entretejidas con algo brillante, bordes afilados, y la insignia brutalmente ausente. Se ve frío e incómodo al toque, por no mencionar terriblemente pesado. Lo encoge, haciéndolo verse más joven y pequeño que nunca. Verse poderoso es ser poderoso. Una lección que aprendí de Elara, pero parece ser que Maven no lo hizo. Se le ve como el chico que es, pronunciadamente pálido contra su uniforme negro, el único color en él es el forro rojo sangre de su capa, una tira plateada de medallas, y el azul flameante de sus ojos.

El rey Maven de la Casa Calore encuentra mi mirada en el momento en que sabe que estoy aquí.

El instante se queda suspendido, colgado de un hilo en el tiempo. Un cañón de distracciones se abre entre nosotros, lleno con tanto ruido y elegante caos, pero la habitación podría estar perfectamente vacía.

Me pregunto si ve la diferencia en mí. La enfermedad, el dolor, la tortura que mi silenciosa prisión me ha hecho pasar. Debe verlo. Sus ojos se deslizan por los pronunciados huesos de mis mejillas, y bajan hacia la túnica blanca con la que me han vestido. Esta vez no estoy sangrando, pero me gustaría estarlo. Para enseñarle a todo el mundo lo que soy, lo que siempre he sido. Roja. Herida. Pero viva. Como hice antes de la corte, antes de ver a Evangeline hace unos minutos, estiro mi espalda, y miro fijamente con toda la fuerza y acusación que tengo para dar. Lo reto, buscando las grietas que solo yo puedo ver. Ojos sombreados, manos nerviosas, postura tan rígida que su columna debe estar a punto de partirse.

Eres un asesino, Maven Calore, un cobarde, una debilidad.

Funciona. Él aparta sus ojos y los fija en sus pies, sus manos siguen agarradas fuertemente a los brazos del trono. Su rabia cae como el golpe de un martillo.

—¡Explícate, guarda Arven! —explota contra mi carcelero más cercano.

Trio salta sobre sus pies.

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Esta explosión de rabia hace parar la música, el baile, y la bebida en lo que dura un latido.

—S-señor —balbucea Trio, y una de sus enguantadas manos aprieta mi brazo. Se respira silencio, suficiente para ralentizar mi corazón. Él intenta encontrar una explicación que no le eche la culpa a él, o a la futura reina, pero no le sale nada.

Mi cadena tiembla en la mano de Kitten, pero su agarre sigue siendo fuerte.

Evangeline es la única que no se ve afectada por la ira del rey. Ella esperaba esta reacción.

Él no le ordenó que me trajera. No había ningún tipo de requerimiento.

Maven no es tonto. Agita una mano hacia Trio, cortando sus murmullos de un solo movimiento.

—Tu flojo intento es respuesta suficiente —dice él—. ¿Qué tienes que decir por ti misma, Evangeline?

Entre la multitud, su padre está erguido, mirando con amplios, y duros ojos. Otro podría decir que es miedo, pero no creo que Volo Samos tenga el poder de sentir ningún tipo de emoción. Él simplemente acaricia su puntiaguda barba plateada, con expresión ilegible. Ptolemus no es tan talentoso para esconder sus pensamientos. Está de pie en el estrado con los Centinelas, el único sin túnica roja o máscara. Aunque su cuerpo está quieto, sus ojos no paran de moverse entre el rey y su hermana, y uno de sus puños se cierra lentamente. Bien. Teme por ella como yo temí por mi hermano. Mírala sufrir como yo lo vi morir.

¿Porque qué más puede hacer Maven ahora? Evangeline ha desobedecido deliberadamente sus órdenes, pasando de largo los permisos que sus esponsales le permiten. Si yo sé bien algo, es que hacer enfadar al rey tiene su castigo. ¿Y hacerlo aquí, frente a la corte entera? Él podría perfectamente ejecutarla aquí y ahora.

Si Evangeline piensa que está en peligro de muerte, no lo demuestra. Su voz nunca se agrieta o se agita.

—Ordenaste encerrar en prisión a la terrorista, encerrarla como una botella de vino que no vale nada, y después de un mes de deliberación del consejo, aún no ha habido acuerdo sobre qué hacer con ella. Sus crímenes son muchos, válidos como para una docena de penas de muerte, miles de cadenas perpetuas en nuestras peores prisiones. Ella mató o mutiló a cientos de tus súbditos desde que fue descubierta, incluyendo a tus propios padres, y aun así ella descansa en una habitación cómoda, comiendo, respirando… viva sin el castigo que merece.

Maven es el hijo de su madre, y la fachada de su corte es casi perfecta. Las palabras de Evangeline parecen no afectarle en lo más mínimo.

—El castigo que ella se merece —repite él. Luego mira la habitación, un lado de su mentón se eleva—. Así que la has traído aquí. ¿De verdad, son mis fiestas tan malas?

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Un repique de risas, genuinas y forzadas, atraviesa la multitud absorta. La mayoría están borrachos, pero hay suficientes cabezas claras para saber qué es lo que está pasando. Lo que Evangeline ha hecho.

Evangeline sonríe tan cortés que se ve tan dolorosa que espero que sus labios empiecen a sangrar por los costados.

—Sé que está de duelo por su madre, su majestad —dice sin rastro de sentimiento—. Como lo estamos todos. Pero su padre no actuaría de esta manera. El momento para las lágrimas ya ha pasado.

Esas últimas palabras no son suyas, sino las palabras de Tiberias el Sexto. El padre de Maven, el fantasma de Maven. Su máscara amenaza con caer por un momento, y sus ojos brillan por partes iguales por temor y enojo. Recuerdo esas palabras tan bien como lo hace él. Dichas frente a una multitud como esta, en el despertar de la Guardia Escarlata por la ejecución de cargos políticos. Objetivos elegidos por Maven, inculcados por su madre. Nosotros hicimos el trabajo sucio, mientras ellos incrementaron su propia cuenta de cuerpos con un ataque atroz. Me usaron, utilizaron la Guardia para eliminar algunos de sus enemigos y demonizaron otros de un solo golpe. Ellos destruyeron más, y mataron a más de lo que ninguno de nosotros nunca quiso.

Todavía puedo oler la sangre y el humo. Todavía puedo oír a una madre llorar por sus hijos muertos. Todavía puedo oír las palabras que enmarcaron la rebelión para todo ello.

—Fuerza, poder, muerte —murmura Maven, con dientes apretados. Las palabras me asustaron entonces, y me aterrorizan ahora—. ¿Qué es lo que sugiere, mi lady? ¿Una decapitación? ¿Un pelotón de fusilamiento? ¿La desmembramos, trozo a trozo?

Mi corazón galopa dentro de mi pecho. ¿Autorizaría Maven cosas así? No lo sé. No sé lo que haría. Tengo que recordarme, que ni siquiera lo conozco a él. El chico que pensé que sería era una ilusión. ¿Pero las notas, se fueron brutalmente, llenas de suplicas por mi retorno? ¿El mes de silencio, cautividad benévola? Quizás esos también fueron falsos, otro truco para atraparme. Otro tipo de tortura.

—Hacemos lo que requiere la ley. Lo que tu padre habría hecho.

La manera en que ella dice padre, usando la palabra tan brutalmente como lo haría con un cuchillo, es suficiente confirmación. Como tanta gente en esta habitación, sabe que Tiberias el Sexto no terminó como dice la historia.

Aun así, Maven se agarra fuertemente al trono, sus nudillos se vuelven blancos contra las placas grises. Mira la corte, sintiendo todos los ojos sobre él, antes de volver a mirar a Evangeline.

—No solo no eres un miembro de mi consejo, sino que tampoco conociste a mi padre lo suficientemente bien para poder leer su mente. Soy un rey como lo fue él, y entiendo las cosas que hay que hacer para conseguir la victoria. Nuestras leyes son sagradas, pero estamos luchando dos guerras ahora mismo.

Dos guerras.

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La adrenalina pulsa tan rápido que creo que mi luz ha regresado. No, no luz. Esperanza. Me muerdo el labio para evitar sonreír. Semanas bajo cautividad y la Guardia Escarlata continúa, y prospera. No siguen tan solo luchando, sino que Maven lo admite públicamente. Es imposible esconderlos o echarlos ahora.

Aparte de la necesidad de saber más, mantengo la boca cerrada.

Maven echa una mirada que quema a Evangeline.

—Ningún prisionero enemigo, especialmente tan valiosa como Mare Barrow, debe de ser desperdiciada en una ejecución común.

—¡La estás desperdiciando de todas formas! —discute Evangeline, contestando tan rápido que sé que ella debe de haber practicado esta discusión. Da unos pasos adelante, cerrando la distancia entre ella y Maven. Parece un espectáculo, una actuación, algo representado en un escenario para que la corte lo presencie. ¿Pero para el beneficio de quién?—. ¡Ella está sentada acumulando polvo, haciendo nada, dándonos nada, mientras Corvium se quema!

Otra joya informativa para guardar. Más, Evangeline. Dame más.

Vi la ciudad fortificada, el corazón de la milicia Nortan, estallar en disturbios ante mis propios ojos hace un mes. Y sigue sucediendo. La mención de Corvium desembriaga a la multitud. Maven no se lo pierde, y lucha para mantener la calma.

—El consejo está a unos días de tomar una decisión, mi lady —dice él con dientes apretados.

—Disculpe mi atrevimiento, su majestad. Sé que quiere honrar a su consejo lo mejor que pueda, incluso a las partes más débiles. Incluso a los cobardes que no pueden hacer lo que se tiene que hacer. —Otro paso más cerca, y su voz baja hasta un susurro—: Pero es el rey. La decisión es suya.

Magistral, me digo. Evangeline es una experta en manipulación como ninguna otra. En pocas palabras, no solo ha salvado a Maven de parecer débil, sino que también lo ha obligado a seguirla para mantener su imagen de fuerza. A pesar, tomo una respiración agitada. ¿Aceptará lo que ella le está ofreciendo? ¿O se negará, añadiendo leña al fuego de la insurrección que ya se oye a través de las Casa Altas?

Maven no es tonto. Entiende lo que Evangeline está haciendo, y mantiene su atención en ella. Se aguantan uno al otro la mirada, comunicándose con forzadas sonrisas y ojos asesinos.

—La reina ciertamente educó muy bien a su hija más talentosa —dice, tomando la mano de ella. A los dos se les ve asqueados por la acción. Se gira de repente hacia la multitud, mirando a un hombre flaco vestido de azul oscuro—. ¡Primo! Tu solicitud de interrogatorio ha sido concedida.

Samson Merandus se lleva toda la atención y emerge de entre la multitud, con ojos claros. Hace una reverencia, casi sonriendo. Con un traje azul oscuro como el humo.

—Gracias, su majestad.

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—No.

La palabra se me escapa en un arranque.

—¡No, Maven!

Samson se mueve rápidamente, ascendiendo a la plataforma con furia controlada. Reduce la distancia entre nosotros con unos cuantos pasos llenos de determinación, hasta que sus ojos son la única cosa en mi mundo. Ojos azules, los ojos de Elara, los ojos de Maven.

—Maven! —jadeo de nuevo, rogando, aunque sé que no cambiará nada. Rogando, aunque queme mi orgullo el pensar que se lo estoy pidiendo para nada. ¿Pero qué más puedo hacer? Samson es un susurrador. Él me destruirá desde adentro hasta fuera, registrando todo lo que soy, todo lo que sé. ¿Cuánta gente morirá por todo lo que he visto?—. ¡Maven, por favor! ¡No dejes que me haga esto!

No soy lo suficientemente fuerte para romper el agarre de la cadena de Kitten, o incluso para pelear cuando Trio me agarra por los hombros. Entre los dos me mantienen quieta en mi sitio sin ningún problema. Mis ojos van de Samson a Maven. Él tiene una mano en su trono, y la otra en la mano de Evangeline. Te echo de menos, dicen sus notas. Él es ilegible, pero por lo menos está mirando.

Bien. Si no me va a salvar de esta pesadilla, quiero que lo vea mientras está pasando.

—Maven —susurro una última vez, intentando sonar como yo misma. No como la chica rayo, no como Mareena la princesa perdida, sino Mare. La chica que él vio a través de los barrotes de una celda y prometió salvar. Pero esa chica no es suficiente. Él baja la vista. Mira hacia otro lado.

Estoy sola.

Samson agarra mi garganta con su mano, apretándola por encima del collar de metal, forzándome a mirar sus familiares y desdichados ojos. Son azules como el hielo, y aun así tan inolvidables.

—Te equivocaste al matar a Elara —dice él, sin molestarse en atemperar sus palabras—. Ella era una cirujana con las mentes.

Él se acerca, hambriento, un hombre muerto de hambre a punto de devorar una comida.

—Yo soy un carnicero.

Cuando el dispositivo de sondeo me niveló, me revolqué por la agonía durante tres largos días. Una tormenta de ondas de radio hace que mi propia electricidad se vuelva contra mí. Resuena en mi piel, corriendo rápida entre mis nervios como tornillos en un bote. Deja cicatrices. Líneas dentadas de carne blanca bajan por mi cuello y mi columna, cosas feas a las que todavía no estoy acostumbrada. Se retuercen y giran en ángulos extraños, haciendo que movimientos benignos sean dolorosos. Incluso mis sonrisas están contaminadas, más pequeñas a raíz de lo que me hicieron.

Ahora sí rogaría por ello si pudiera.

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El ruido chirriante de una sonda que me libere sería un milagro, felicidad absoluta, clemencia. Antes preferiría que me partieran todos los huesos y músculos, que me arrancaran los dientes y las uñas de los dedos, que destruyeran cada centímetro de mi cuerpo, que sufrir un segundo más los susurros de Samson.

Puedo notarlo. Su mente. Llegando a todos los rincones como algo corroído y podrido o como un cáncer. Él raspa dentro de mi cabeza con piel afilada e intenciones mucho más afiladas. Cualquier parte no tomada por su veneno se retuerce de dolor. Él disfruta haciéndome esto. Después de todo esta es su venganza. Por lo que le hice a Elara, su sangre y su reina.

Ella fue la primera memoria que él me arrancó. Mi falta de remordimiento le indigna, y lo siento ahora. Ojalá pudiera obligarme a sentir un poco de sentimiento, pero la imagen de su muerte es demasiado aterradora por mucho más que un choque. Lo recuerdo ahora. Él me obliga a hacerlo.

En un instante de dolor cegador, absorbiéndome de vuelta a través de mis memorias, me encuentro de vuelta en el momento que la maté. Mi habilidad dibuja luces en forma de líneas rotas en blanco y púrpura en el cielo. Una da directa en su cabeza, saliendo por sus ojos y boca, bajando por su cuello y brazos, por los dedos y los dedos de los pies y vuelta otra vez. El sudor en su piel hierve hasta convertirse en vapor, su carne se oscurece hasta que saca humo, y los botones de su chaqueta se ponen rojos por el calor, quemando la ropa y la piel. Ella se sacude, arañándose a sí misma, intentando deshacerse de mi rabia eléctrica. Las yemas de sus dedos se quedan limpias, hueso al aire, mientras los músculos de su bello rostro se quedan flojos, cayendo por el tirón implacable de las corrientes alternas. Su cabello blanco-ceniza se hace negro y arde sin llama, desintegrándose. Y el olor. El sonido. Los gritos hasta que sus cuerdas vocales se rompen. Samson se asegura que la escena pase lentamente, su habilidad manipulando la memoria olvidada hasta que cada segundo se marca en mi conciencia. Un carnicero de verdad.

Su rabia me hace girar sin nada a lo que agarrarme, atrapada dentro de una tormenta que no puedo controlar. Todo lo que puedo hacer es rezar para no ver lo que está buscando Samson. Intento mantener el nombre de Shade lejos de mis pensamientos. Pero los muros que levanto son poco más duros que el papel. Samson los atraviesa alegremente. Siento cómo cada uno de ellos es roto en pedazos, otra parte mutilada. Él sabe qué es lo que estoy tratando de esconderle, para nunca volver a revivirlo. Rebusca entre mis pensamientos, más rápido que mi cerebro, rebasando cada débil intento que hago por detenerlo. Intento gritar o suplicar, pero ningún sonido sale de mi boca o de mi mente. Él lo controla todo con la palma de su mano.

—Demasiado fácil. —Su voz hace eco en mí, a mi alrededor.

Como el fin de Elara, la muerte de Shade es capturada perfectamente, con dolorosos detalles. Me obliga a revivir cada horrible segundo en mi cuerpo, sin poder hacer otra cosa que mirar, atrapada dentro de mí misma. La radiación se enreda en el aire. La prisión de Corros está en el límite de Wash, cercana a un cementerio nuclear que forma la frontera sur. La fría niebla que cubre la mañana contra un amanecer gris. Por un momento, todo está quieto, suspendido en equilibrio. Miro afuera fijamente, inmóvil, medio congelada. La

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prisión bosteza a mi espalda, todavía temblando con el motín que comenzamos. Prisioneros y perseguidores sangran desde sus puertas. Siguiéndonos hacia la libertad, o algo similar a ella. Cal ya se ha ido, su forma familiar está a noventa metros de distancia. Hice que Shade lo lanzara primero, para proteger uno de nuestros pocos pilotos, y nuestra única vía de escape. Kilorn sigue conmigo, congelado como lo estoy yo, con su rifle enganchado a la espalda. Él apunta detrás de nosotros, a la reina Elara, sus guardas, y Ptolemus Samos. Una bala sale de la boca del arma, cargada de chispas y pólvora. Ella también se queda colgada en el aire, esperando a que Samson suelte su agarre de mi mente. Sobre nosotros, el cielo se arremolina, pesado por la electricidad. Mi propio poder. La sensación me haría llorar si pudiera hacerlo.

La memoria empieza a moverse, despacio al principio.

Ptolemus se forja a sí mismo, con una aguja reluciente, además de todas las armas que tiene a mano. El borde perfecto brilla con sangre plateada y roja, cada gota es una piedra preciosa trinando por el aire. A pesar de su habilidad, Ara Iral no es lo suficientemente rápida para esquivar su arco letal. Rebana su cuello en un solo segundo. Ella cae a unos pasos de mí, desplomada, como si cayera al agua. Ptolemus me quiere matar con el mismo movimiento, usando el impulso de su sangre para insertar la aguja en mi corazón. En vez de eso, encuentra a mi hermano en su camino.

Shade salta hacia nosotros, para tele transportarme a un lugar seguro. Su cuerpo se materializa en el aire ligero: primero su pecho y cabeza, luego sus extremidades se vuelven reales. Manos estiradas, ojos enfocados, su atención solo en mí. Él no ve la aguja. No sabe que está a punto de morir.

No era la intención de Ptolemus matar a Shade, pero tampoco le importa hacerlo. Otro enemigo muerto no marca ninguna diferencia para él. Sólo otro obstáculo en su guerra, otro cuerpo sin nombre ni rostro. ¿Cuantas veces he hecho yo lo mismo?

Probablemente él ni siquiera sabe quién es Shade.

Era.

Sé lo que viene después, pero no importa cuán fuerte lo intento, Samson no me deja cerrar los ojos. La aguja atraviesa a mi hermano con gracia, atraviesa músculos y órganos. Sangre y corazón.

Algo en mí se pone en erupción y el cielo responde. Mientras mi hermano cae, también lo hace mi rabia. Y ya nunca siento la liberación de ese sabor agridulce. El rayo nunca toca tierra, matando a Elara y dispersando a sus guardias como debía ser. Samson nunca me deja ver esa pequeña recompensa. En vez de eso, rebobina la escena. Y la vuelve a reproducir. Otra vez mi hermano muere.

Y otra.

Y otra.

Cada vez me fuerza a ver algo más. Un error. Un paso en falso. Una decisión que podría haber tomado para salvarlo. Pequeñas decisiones. Un paso aquí, un giro allá, correr un poco más rápido. Es una de las peores torturas.

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Mira lo que hiciste. Mira lo que hiciste. Mira lo que hiciste.

Su voz es un susurro, que me rodea.

Otras memorias atraviesan la muerte de Shade, las visiones sangran una sobre la otra. Cada una juega con un nivel diferente de terror o debilidad. Hay un pequeño cuerpo que encontré en Templyn, un bebé Rojo asesinado por los cazadores sangre-nueva bajo las órdenes de Maven. En otro instante, el puño de Farley conecta con mi rostro. Ella grita cosas horribles, echándome la culpa por la muerte de Shade mientras su propia angustia amenaza con consumirla. Lágrimas caen por las mejillas de Cal mientras una espada tiembla en su mano, la hoja está en el cuello de su padre. La gran tumba de Shade está sobre Tuck, solo bajo el cielo otoñal. Los oficiales Plata que electrocuté en Corros, en Harbor Bay, hombres y mujeres que solo seguían órdenes. Ellos no tenían elección. Ninguna elección.

Recuerdo todas las muertes. Toda la angustia. La expresión en el rostro de mi hermana cuando un oficial rompió su mano. Los nudillos sangrantes de Kilorn cuando se dio cuenta que iba a ser reclutado. Mis hermanos llevados a la guerra. Mi padre regresando del frente con la mente y el cuerpo por la mitad, exiliándose a una desvencijada silla de ruedas, y una vida alejada de nosotros. Los tristes ojos de mi madre cuando me dijo que estaba orgullosa de mí. Una mentira. Una mentira ahora. Y finalmente el dolor de cabeza, la verdad vacía que removió cada momento de mi antigua vida, que finalmente estaba condenada.

Lo sigo estando.

Samson lo repasa todo con abandono. Él me lleva a través de memorias inútiles, arrastrada solo con la intención de hacerme más daño. Sombras saltan sobre los pensamientos. Imágenes en movimiento detrás de cada momento de dolor. Samson los atraviesa, demasiado rápido para que me dé tiempo a entender. Pero tengo suficiente. El rostro del coronel, su ojo escarlata, sus labios formando palabras que no puedo oír. Pero seguramente Samson puede. Esto es lo que él está buscando. Inteligencia militar. Secretos que pueda utilizar para destrozar la rebelión. Me siento como un huevo con la cascara rota, mis entrañas chorreando lentamente. Saca lo que quiere dentro de mí. Ni siquiera tengo la habilidad de sentirme avergonzada ante lo que encuentra.

Las noches pasadas acurrucada junto a Cal. Forzando a Cameron a unirse a nuestra causa. Momentos robados releyendo las notas enfermas de Maven. Memorias de lo que yo pensaba que era el príncipe olvidado. Mi cobardía. Mis pesadillas. Mis errores. Cada paso egoísta que di para llegar aquí.

Mira lo que hiciste. Mira lo que hiciste. Mira lo que hiciste.

Maven lo sabrá todo muy pronto.

Esto fue lo que él siempre quiso.

Las palabras, garabateadas con su mano en movimiento, queman mis pensamientos.

Te echo de menos.

Hasta que nos volvamos a encontrar.

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Cuatro

odavía no puedo creer que sobrevivimos. Sueño con eso algunas veces. Mirándolos arrastrar a Mare lejos, su cuerpo sujetado firmemente por un par de gigantescos brazofuertes. Ellos llevaban guantes para evitar

su rayo, no es que ella tratara de usarlo después que hiciera su oferta. Su vida por la nuestra. No esperaba que el rey Maven lo cumpliera. No con su hermano exiliado en la frontera. Pero mantuvo su trato. La quería más que a los demás.

Todavía, me despierto de las pesadillas habituales, temeroso de que él y sus cazadores hayan regresado para matarnos. Los ronquidos del resto de mi cuarto de literas alejan los pensamientos.

Me dijeron que la nueva sede era una ruina sangrante, pero esperaba algo más parecido a Tuck. Una instalación, una vez abandonada, aislada pero funcional, reconstruida en secreto con todas las comodidades que una rebelión floreciente pudiera necesitar. Odié Tuck al verlo. Los cuarteles de bloque y los soldados tipo guardia, aunque fueran Rojos, me recordaban demasiado la prisión de Corros. Vi la isla como otra cárcel. Otra celda a la que me veía forzada a entrar, esta vez por Mare Barrow en lugar de un oficial Plateado. Pero al menos en Tuck tenía el cielo sobre mí. Una brisa limpia en mis pulmones. Comparado con Corros, comparado con New Town, comparado con esto, Tuck era un respiro.

Ahora me estremezco con los demás en los túneles de concreto de Irabelle, un bastión de la Guardia Escarlata en las afueras de la ciudad Lakelander de Trial. Las paredes se sienten heladas al tacto, y los carámbanos cuelgan de las habitaciones sin una fuente de calor. Algunos de los oficiales de la Guardia han seguido a Cal por ahí, aunque solo sea para aprovechar su calor radiante. Hago lo contrario, evitando su penosa presencia lo mejor que puedo. No tengo ningún uso para el príncipe Plateado, que me mira con nada más que reproche.

Como si hubiera podido salvarla.

Mi habilidad poco entrenada no estaba lo suficientemente cerca. Y tú tampoco fuiste suficiente, su alteza Sangrienta, quiero contestarle bruscamente cada vez que nos cruzamos. Su llama no era rival para el rey y sus cazadores. Además, Mare ofreció el intercambio e hizo su elección. Si está enojado con alguien, debería ser con ella.

La chica rayo lo hizo para salvarnos, y por eso siempre estaré agradecido. Aunque fuera una hipócrita egocéntrica, no merece lo que le está pasando.

T

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El coronel dio la orden de evacuar Tuck en el momento en que le pudimos enviar un mensaje. Sabía que cualquier interrogación a Mare Barrow conduciría directamente a la isla. Farley logró que todos estuvieran a salvo, ya sea en barcos o en el enorme jet de carga robado de la prisión. Nos vimos obligados a viajar por tierra, recorriendo desde el sitio del accidente hasta el lugar de reunión con el coronel cruzando la frontera. Digo obligado porque, una vez más, me dijeron qué hacer y dónde ir. Habíamos estado volando a Choke en un intento de rescatar a una legión de niños soldados. Mi hermano era uno de ellos. Pero nuestra misión tuvo que ser abandonada. Por ahora, me decían cada vez que tenía el valor suficiente para negarme a dar un paso más lejos del frente de batalla.

El recuerdo hace que mis mejillas ardan. Debería haber seguido. No me habrían detenido. No podrían haberme detenido. Pero tenía miedo. Tan cerca de las trincheras, me di cuenta de lo que significaba marchar sola. Habría muerto en vano. Sin embargo, no puedo quitarme la vergüenza de esa elección. Me alejé y abandoné a mi hermano una vez más.

Tardaron semanas en reunir a todos. Farley y sus oficiales llegaron al final. Creo que su padre, el coronel, pasaba cada día que ella se fue paseando por los gélidos pasillos de nuestra nueva base.

Por lo menos, Barrow está haciendo que su encarcelamiento sea útil. La distracción de un prisionero de este tipo, por no mencionar el desastre hirviente de Corvium, ha detenido cualquier movimiento de tropas alrededor del Choke. Mi hermano está a salvo. Bueno, tan seguro como un chico de quince años puede estar con una pistola y un uniforme. Más seguro que Mare, ciertamente.

No sé cuántas veces he visto la dirección del rey Maven. Cal se hizo cargo de una esquina de la sala de control para jugar una y otra vez una vez que llegamos. La primera vez que lo vimos, no creo que ninguno de nosotros se atreviera a respirar. Todos temíamos lo peor. Pensamos que estábamos a punto de ver a Mare perder la cabeza. Sus hermanos estaban a su lado, luchando contra las lágrimas, y Kilorn ni siquiera podía mirar, ocultando su rostro entre sus manos. Cuando Maven declaró que la ejecución era demasiado buena para ella, creo que Bree en realidad se desmayó de alivio. Pero Cal miraba en un silencio ensordecedor, con las cejas juntas en concentración. En el fondo sabía, como todos lo sabíamos, que algo mucho peor que la muerte esperaba a Mare Barrow.

Ella se arrodilló ante un rey Plateado y se quedó quieta mientras él le colocaba un collar alrededor de la garganta. No dijo nada, no hizo nada. Dejó que la llamaran terrorista y asesina ante los ojos de toda nuestra nación. Parte deseaba que ella enloqueciera, pero sé que no podría poner un dedo del pie fuera de línea. Se limitó a mirar a todos a su alrededor, con los ojos moviéndose entre los Plateados que llenaban la plataforma. Todos querían acercarse a ella. Los cazadores alrededor de un trofeo de caza.

A pesar de la corona, Maven no parecía tan rey. Cansado, tal vez enfermo, definitivamente enojado. Probablemente porque la chica a su lado acababa de asesinar a su madre. Tiró del collar de Mare, la obligó a entrar. Ella consiguió dar una última mirada

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por encima del hombro, con los ojos muy abiertos y buscando. Pero otro tirón la hizo darse la vuelta para siempre, y desde entonces no hemos visto su rostro.

Ella ha estado allí, y he estado aquí, pudriéndome, congelándome, pasando mis días reconectando equipo más viejo que yo. Todo esto es una maldita pérdida de tiempo.

Robo un último minuto en mi litera para pensar en mi hermano, dónde podría estar, lo que está haciendo. Morrey. Mi gemelo en nada más que en la apariencia. Él era un muchacho suave en los duros callejones de New Town, constantemente enfermo por el humo de la fábrica. No quiero imaginar lo que el entrenamiento militar le ha hecho. Dependiendo de a quién le pregunte, los trabajadores techie eran demasiado valiosos o demasiado débiles para el ejército. Hasta que la Guardia Escarlata empezó a entrometerse, matando a unos cuantos Plateados, y forzó al viejo rey a entrometerse. Ambos fuimos reclutados, a pesar de que teníamos trabajos. A pesar de que solo teníamos quince años. Las sangrientas Medidas promulgadas por el propio padre de Cal cambiaron todo. Fuimos seleccionados, convocados para ser soldados, y marchamos lejos de nuestros padres.

Nos separaron casi inmediatamente. Mi nombre estaba en una lista y el suyo no. Una vez, me sentí agradecida de haber sido enviada a Corros. Morrey nunca habría sobrevivido a las celdas. Ahora me gustaría que pudiéramos intercambiar lugares. Él libre, y yo en las líneas. Pero no importa cuántas veces solicito al coronel que vuelva a intentarlo en la Pequeña Legión, él siempre me rechaza.

Así que podría pedir otra vez.

El cinturón de herramientas es un peso conocido alrededor de mis caderas, sonando con cada paso. Camino a propósito, lo suficiente para disuadir a cualquiera que se moleste en detenerme. Pero en su mayor parte, los pasillos están vacíos. Nadie está cerca para verme pasar, mordisqueando un bollo de desayuno. Más capitanes y sus unidades deben estar de nuevo en patrulla, examinando Trial y la frontera. En busca de los Rojos, creo, los que tienen la suerte de llegar al norte. Algunos vienen aquí para unirse, pero siempre son de edad militar o trabajadores con habilidades útiles para la causa. No sé a dónde se envían las familias: los huérfanos, las viudas, los viudos. Los que solo estarían en el camino.

Como yo. Pero hago un estorbo a propósito. Es la única manera de conseguir cualquier tipo de atención.

El armario de escobas del coronel —me refiero a la oficina— está un piso por encima de las habitaciones de las literas. No me molesto en llamar, pruebo el pomo de la puerta. Se da vuelta fácilmente, abriéndose en una habitación sombría, estrecha con paredes de hormigón, unos armarios cerrados y un escritorio actualmente ocupado.

—Él está en el control —dice Farley, sin levantar la vista de sus papeles. Sus manos están manchadas de tinta, e incluso hay manchas en su nariz y bajo sus ojos inyectados en sangre. Ella examina por encima lo que parecen comunicaciones de la Guardia, mensajes codificados y órdenes. Del comandante, lo sé, recordando los constantes susurros en los

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niveles superiores de la Guardia Escarlata. Nadie sabe mucho acerca de ellos, y yo menos aún. Nadie me dice nada a menos que lo pregunte una docena de veces.

Frunzo el ceño ante su apariencia. A pesar de la mesa ocultando su estómago, su condición está empezando a mostrarse. Su rostro y sus dedos parecen hinchados. Sin mencionar los tres platos apilados con restos de comida.

—Probablemente es una buena idea dormir de vez en cuando, Farley.

—Probablemente. —Parece molesta por mi preocupación.

Bien, no hagas caso. Con un silencioso suspiro, me doy vuelta hacia la puerta, poniéndola detrás de mí.

—Dile que Corvium está en el borde —añade Farley con voz fuerte y cortante. Una orden, pero también otra cosa.

La miro por encima de mi hombro, con una ceja levantada.

—¿Borde de qué?

—Ha habido disturbios, informes esporádicos de oficiales Plateados que han muerto, y los depósitos de munición han desarrollado una desagradable costumbre de explotar. —Casi sonríe con eso. Casi. No he visto su sonrisa desde que Shade Barrow murió.

—Suena como un trabajo conocido. ¿La Guardia Escarlata está en la ciudad?

Finalmente levanta la vista.

—No lo sabemos.

—Entonces las legiones están volviendo. —La esperanza arde fuerte y deja en carne viva mi pecho. Los soldados Rojos...

—Hay miles de ellos detenidos en Corvium. Y más que unos cuantos se han dado cuenta que superan sustancialmente a sus oficiales Plateados. Cuatro a uno, por lo menos.

Cuatro a uno. Justo ahí, mi esperanza se agria. He visto de primera mano lo que son los Plateados y lo que pueden hacer. He sido su prisionera y su oponente, capaz de luchar solo por mi propia capacidad. Cuatro Rojos contra un solo Plateado sigue siendo suicidio. Todavía es una pérdida absoluta. Pero Farley no parece estar de acuerdo.

Siente mi malestar y se ablanda lo mejor que puede. Como una navaja que se convierte en un cuchillo.

—Tu hermano no está en la ciudad. La Legión de la Daga sigue detrás de las líneas de Choke.

Atrapado entre un campo de minas y una ciudad en llamas. Fantástico.

—No es por Morrey de lo que me preocupo. —Por el momento—. Simplemente no veo cómo esperan tomar la ciudad. Pueden tener los números, pero los Plateados son... bueno, son Plateados. Unas docenas de magnetrones podrían matar a cientos sin parpadear.

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Me imagino Corvium en mi cabeza. Solo lo he visto en breves videos, fragmentos tomados de las transmisiones de Plateados o imágenes de reportes filtradas a través de la Guardia Escarlata. Es más una fortaleza que una ciudad, amurallada con ominosa piedra negra, un monolito que mira hacia el norte a los estériles desechos de la guerra. Algo en ello me recuerda el lugar al que llamé a regañadientes hogar. New Town tenía muros propios, y tantos oficiales supervisando nuestras vidas. También éramos miles, pero nuestra única rebeldía era llegar tarde al turno o escabullirse después del toque de queda. No había nada que hacer. Nuestras vidas eran débiles y sin sentido como el humo.

Farley vuelve a su trabajo.

—Sólo dile lo que dije. Sabrá qué hacer.

Solo puedo asentir, cerrando la puerta mientras ella intenta ocultar un bostezo.

—Tengo que recalibrar los receptores de video, órdenes de la capitana Farley...

Los dos guardias que flanquean la puerta del control central retroceden antes que yo termine mi sentencia, mi mentira habitual. Ambos miran hacia otro lado, evitando mi mirada, y siento que mi rostro arde con un rubor avergonzado.

Los nuevasangre asustan tanto a la gente como los Plateados, si no más. Rojos con habilidades son tan impredecibles, tan poderosos, tan peligrosos, a sus ojos.

Después que llegamos aquí y más soldados llegaron, los susurros sobre mí y los otros se propagaron como enfermedad. La anciana puede cambiar su rostro. El twitchy puede rodearte de ilusiones. La chica techie puede matarte con solo pensarlo. Se siente terrible ser temido. Y lo peor de todo, no puedo culpar a nadie por ello. Somos diferentes y extraños, con poderes que ni los Plateados pueden reclamar. Somos cables pelados y máquinas fallonas, todavía estamos aprendiendo de nosotros mismos y de nuestras habilidades. ¿Quién sabe lo que podríamos llegar a ser?

Me trago el malestar conocido y paso a la habitación de al lado.

El control central por lo general zumba con pantallas y equipo de comunicación, pero por ahora la habitación está curiosamente tranquila. Solo un único locutor zumba, escupiendo una larga tira de papel de correspondencia impresa con un mensaje descifrado. El coronel se acerca a la máquina, leyendo mientras la tira se alarga. Sus fantasmas habituales, los hermanos de Mare, se sientan cerca, los dos saltando como conejos. Y el cuarto ocupante de la habitación es todo lo que necesito saber sobre cualquier informe que esté llegando.

Esta son noticias de Mare Barrow.

¿Por qué más estaría Cal aquí también?

Él cavila, como de costumbre, con la barbilla apoyada en los dedos entrelazados. Largos días bajo tierra han pasado factura, empalideciendo su ya pálida piel. Para ser un príncipe, realmente se descuida en tiempos de crisis. En este momento parece que necesita una ducha y un afeitado, por no mencionar algunas bofetadas bien dirigidas para despertarlo de su estupor. Pero todavía es un soldado. Sus ojos saltan a los míos antes que los demás.

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—Cameron —dice, haciendo todo lo posible para no gruñir.

—Calore. —Él es un príncipe exiliado en el mejor de los casos. No hay necesidad de títulos. A menos que realmente quiera molestarlo.

De tal palo tal astilla. El coronel Farley no levanta la vista de la comunicación, pero me reconoce con un suspiro dramático.

—Vamos a ahorrarnos algún tiempo, Cameron. No tengo ni la mano de obra ni la oportunidad de intentar rescatar a una legión entera.

Mascullo las palabras junto con él. Me las dice casi todos los días.

—Una legión de niños apenas entrenados a los que Maven matará una vez le hayan dado la oportunidad —replico.

—Entonces sigues recordándome.

—¡Porque es necesario que se lo recuerden! Señor —añado, casi estremeciéndome ante la palabra. Señor. No he jurado lealtad a la Guardia, sin importar cuánto me traten como un miembro de su club.

Los ojos del coronel se entrecierran en parte del mensaje.

—Está siendo interrogada.

Cal se pone de pie tan rápido que derriba su silla.

—¿Merandus?

Un estremecimiento de calor pulsa a través de la habitación, y siento una ola de nauseas. No por Cal, sino por Mare. Por los horrores sucediéndole. Alterada, junto mis manos detrás de mi cabeza, tirando del oscuro cabello rizado en mi nuca.

—Sí —responde el coronel—. Un hombre llamado Samson.

El príncipe maldice bastante para alguien de la realeza.

—¿Eso qué significa? —Bree, el corpulento hermano mayor de Mare, se atreve a preguntar.

Tramy, el otro hijo sobreviviente de Barrow, frunce el ceño profundamente.

—Merandus es la casa de la reina. Susurradores, adivinos. La destrozaran para encontrarnos.

—Y por deporte —murmura Cal con descontento. Ambos hermanos Barrow se sonrojan ante la implicación. Bree parpadea alejando feroces y repentinas lágrimas. Quiero tomar su brazo, pero me quedo quieta, he visto suficientes personas alejarse de mi contacto.

—Es por lo cual Mare no sabe sobre nuestras operaciones fuera de Tuck, y Tuck ha sido completamente dejado atrás —dice el coronel rápidamente. Es verdad. Han abandonado a Tuck con velocidad cegadora, desechando cualquier cosa que Mare Barrow sepa. Incluso los Plateados que capturamos de Corros, o rescatamos, dependiendo a quién

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le preguntes, fueron dejados en la costa. Demasiado peligrosos para mantener, demasiados que controlar.

Solo he estado con la Guardia Escarlata un mes, pero ya conozco sus palabras de memoria. Levántate como el amanecer rojo, por supuesto, y conoce solo lo que necesitas. El primero es un grito de guerra, el segundo es una advertencia.

—Lo que sea que les dé será de la periferia en el mejor caso —agrega él—. Nada importante sobre el comando, y muy poco sobre nuestros negocios fuera de Norta.

A nadie le importa, coronel. Me muerdo la lengua para evitar gritarle. Mare es una prisionera. ¿Así que qué importa si no obtienen nada sobre Lakeland, Piedmont o Montfort?

Montfort. La lejana nación gobernada por una supuesta democracia, un balance igual de Rojos, Plateados y nuevasangre. ¿Un paraíso? Quizás, pero hace mucho he aprendido que el paraíso no existe en este mundo. Y probablemente sé más sobre el país que Mare ahora, con los gemelos, Rash y Tahir, siempre hablando sobre los méritos de Montfort. No soy lo suficientemente estúpida para confiar en su palabra. Sin mencionar que es pura tortura mantener una conversación con ellos, siempre terminando los pensamientos y frases del otro. A veces quiero usar mi silencio en ambos, para cortar la habilidad que une sus pensamientos en uno mismo. Pero eso sería cruel, sin mencionar tonto. Las personas ya están recelosas de nosotros sin observar la habilidad de discutir de los nuevasangre.

—¿Realmente importa ahora lo que puedan sacarle? —gruño entre dientes. Con suerte el coronel entiende lo que trato de decir. Al menos evítele esto a sus hermanos, coronel. Tenga un poco de vergüenza.

Él solo parpadea, un ojo bueno y otro destrozado.

—Si no puedes soportar inteligencia, entonces no vengas a controlar. Necesitamos saber qué obtuvieron en el interrogatorio.

—Samson Merandus es un peleador de arena, aunque no tiene razón de serlo —dice Cal en voz baja. Tratando de ser gentil—. Disfruta usar su habilidad para causar dolor. Si es él quien tendrá que interrogar a Mare, entonces… —se tropieza con las palabras, reacio a hablar—. Será una tortura, así de simple. Maven se la ha entregado a un torturador.

Incluso el coronel se ve perturbado ante el pensamiento.

Cal mira al suelo, callado por un largo y estoico momento.

—Nunca pensé que Maven le haría eso —murmura finalmente—. Probablemente ella tampoco.

Entonces ambos son estúpidos, grita mi cerebro. ¿Cuantas veces los tiene que traicionar un malvado chico antes de aprender?

—¿Necesitabas algo más, Cameron? —pregunta el coronel Farley. Enrolla el mensaje, como un círculo de hilo. El resto claramente no es para que lo escuche.

—Es acerca de Corvium. Farley dice que está en el borde.

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El coronel parpadea.

—¿Esas fueron sus palabras?

—Eso es lo que dije.

De repente ya no soy el foco de su atención. En su lugar, sus ojos se mueven hacia Cal.

—Entonces es tiempo de empujar.

El coronel se ve ansioso, pero Cal no podría verse más renuente. Se mantiene quieto, sabiendo que cualquier movimiento puede reflejar sus verdaderos sentimientos. La falta de movimientos es sólo igual de incriminatorio.

—Veré qué puedo hacer —dice finalmente. Eso parece ser suficiente para el coronel. Agacha el mentón asintiendo antes de mover su atención hacia los hermanos de Mare.

—Es mejor hacérselo saber a su familia —dice, actuando gentilmente—. Y Kilorn.

Me muevo incómoda, observándolos digerir la dolorosa noticia de su hermana y aceptar la carga de llevarla al resto de su familia. Las palabras de Bree resuenan, pero Tramy tiene suficiente fuerza para hablar por su hermano mayor.

—Sí, señor —responde—. Aunque no sé dónde se encuentra Warren en estos días.

—Intenta en las barracas de los nuevasangre —ofrezco—. Está más seguido ahí.

Ciertamente, Kilorn pasa la mayor parte de su tiempo con Ada. Después que murió Ketha, Ada tomó la ardua tarea de enseñarle a leer y escribir. Aunque sospecho que se mantiene con nosotros porque no tiene a nadie más. Los Barrows son lo más cercano que tiene a una familia, y ahora son una familia de fantasmas, torturados por recuerdos. Nunca he visto a sus padres. Se mantienen para sí mismos, profundo en los túneles.

Nos despedimos del coronel juntos, los cuatro saliendo del cuarto de control en una incómoda y forzada fila. Bree y Tramy retirándose rápidamente, marchando hacia las habitaciones de su familia al otro lado de la base. No los envidio. Recuerdo cómo mi madre gritó cuando mi hermano y yo fuimos alejados. Me pregunto qué duele más: no saber de tus hijos, sabiendo que están en peligro, o tener noticias de su dolor pieza por pieza.

No es que alguna vez lo vaya a averiguar. No hay lugar para hijos, especialmente míos, en este estúpido mundo arruinado.

Le doy espacio a Cal, pero rápidamente lo pienso mejor. Tenemos casi la misma estatura, y alcanzar su agobiado andar no es problema.

—Si tu corazón no está en esto, vas a hacer que maten a muchas personas.

Se gira, casi haciéndome caer sobre mi trasero con la fuerza y la velocidad de su movimiento. He visto su fuego de primera mano, pero nunca tan fuerte como la llama ardiendo en sus ojos.

—Cameron, mi corazón está literalmente en esto —sisea entre dientes.

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Palabras para desmayarse. Una declaración romántica. Apenas puedo contenerme para poner los ojos en blanco.

—Ahórratelo para cuando la tengamos de vuelta —murmullo. Cuando, no si. Él casi incendió el cuarto de control cuando el coronel denegó su solicitud de explorar maneras de hacer llegar mensajes a Mare dentro del palacio. No lo necesito derritiendo el pasillo a causa de una pobre elección de palabras.

Comienza a caminar otra vez, su caminar más rápido, pero no soy dejada atrás fácilmente como la niña rayo.

—Sólo quiero decir que el coronel tiene estrategias propias… personas de mando… oficiales de la Guardia Escarlata que no tienen… —busco el termino adecuado—… conflicto de lealtades.

Cal resopla ruidosamente, sus amplios hombros elevándose y cayendo. Claramente cualquier lección de etiqueta que haya tenido pasa a segundo plano al entrenamiento militar.

—Muéstrame a un oficial que sepa tanto como yo sobre protocolos de los Plateados y el sistema de defensa de Corvium y con gusto me apartaré de este desastre.

—Estoy segura que hay alguien, Calore.

—¿Que haya peleado con los nuevasangre? ¿Conozca sus habilidades? ¿Conozca cómo usarlos mejor en una pelea?

Enfurezco ante su tono.

—Usar —gruño. Usar por supuesto. Recuerdo a esos de nosotros que no sobrevivieron en Corros. Nuevasangre reclutados por Mare Barrow, nuevasangre a quienes ella prometió proteger. En su lugar, Mare y Cal nos mandaron a una batalla para la que no estábamos preparados, y se hizo claro que Mare no podía siquiera protegerse a sí misma. Nix, Gareth, Ketha, y otros de la prisión que ni yo conocía. Decenas de muertos, descartados como piezas en un tablero de juego.

Es así como siempre funcionó con los maestros Plateados, y es así como Cal fue enseñado a pelear. Ganar a cualquier costo. Pagar cada centímetro en sangre Roja.

—Sabes lo que quiero decir.

Resoplo.

—Quizás es por eso que no estoy exactamente confiada.

Duro, Cameron.

—Escucha —continúo, cambiando de táctica—. Sé que quemaría a todos aquí si significara recuperar a mi hermano. Y afortunadamente no es una decisión que deba tomar. Pero tú, tú en verdad tienes esa opción. Quiero asegúrame que no la tomes.

Es verdad. Estamos aquí por la misma razón. No obedecer a ciegas a la Guardia Escarlata, sino porque ellos son nuestra única esperanza de salvar a los que amamos y perdimos.

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Cal sonríe de lado, la misma por la que he visto a Mare volverse loca. Lo hace ver más como un tonto.

—No trates de endulzarme el oído, Cameron. Estoy haciendo todo lo que puedo para alejarnos de otra masacre. Todo. —Su expresión se torna dura—. ¿Piensas que sólo a los Plateados les importa la victoria? —murmura—. He visto los reportes del coronel. He visto correspondencia con el comando. He escuchado cosas. Estás integrada con personas que piensan exactamente de la misma manera. Nos quemarán a todos nosotros para conseguir lo que quieren.

Quizás es verdad, pienso, pero al menos lo que quieren es justicia.

Pienso en Farley, el coronel, los soldados jurados de la Guardia Escarlata, y los refugiados Rojos que protegen. Los he visto transportar personas a través de la frontera con mis propios ojos. Me he sentado en uno de sus aviones volando hacia el Choke, decididos a rescatar una legión de niños soldados. Tienen objetivos con costos altos, pero no son Plateados. Matan, pero no sin razón.

La Guardia Escarlata no es pacífica, pero la paz no tiene lugar en este conflicto. No importa lo que Cal pueda pensar de sus métodos y su discreción, su manera es la única en la que cualquiera puede tener esperanza de luchar contra los Plateados y ganar. La gente de Cal trajo esto sobre sí mismos.

—Si estás preocupada por Corvium, no vayas —dice, con un forzado desdén.

—¿Y perder la oportunidad de manchar mis manos con sangre Plateada? —digo bruscamente. No sé si estoy haciendo un pobre intento de broma o amenazándolo abiertamente. Mi paciencia se ha agotado nuevamente. Ya tuve que lidiar con el quejido de un rayo caminante. Y no voy a tolerar la actitud de un deprimido príncipe fósforo.

De nuevo sus ojos arden con ira y calor. Me pregunto si soy lo suficientemente rápida con mi habilidad para incapacitarlo. Qué pelea sería esa. Fuego contra silencio. ¿Ardería él o yo?

—Algo gracioso, tú diciéndome ser cuidadoso con la vida humana. Te recuerdo haciendo todo lo que podías para matar en prisión.

Una prisión en la que era mantenida. Padeciendo hambre, abandonada, forzada a ver a la gente alrededor marchitarse y morir porque habían nacido… mal. E incluso antes de entrar a Corros, era prisionera de otra cárcel. Soy hija de Nuevo Pueblo, reclutada a la fuerza a un ejército diferente desde el día que nací, condenada a vivir mi vida en sombra y ceniza, a merced del silbato de cambio y el horario de la fábrica. Por supuesto que traté de matar a los que me mantuvieron cautiva. Lo haría otra vez si se me diera a elegir.

—Orgullosa de ello —le digo, tensando la mandíbula.

Se desespera conmigo. Eso es bastante claro. Bien. No hay cantidad de discurso que alguna vez me influencie hacia su ideal. Dudo que alguien más escuche mucho tampoco. Cal es un príncipe de Norta. Exiliado, sí, pero diferente de nosotros de cada manera. Su habilidad es tan usada como la mía, pero él es un arma apenas tolerada. Sus palabras solo

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pueden viajar hasta cierto punto. E incluso entonces caen en oídos sordos. Los míos especialmente.

Sin advertencia, sale hacia un pasaje más pequeño, uno de los muchos metiéndose a través de la madriguera de Irabelle. Se divide del pasillo más ancho, inclinándose hacia arriba a la superficie en una pendiente ligera. Lo dejo ir, perpleja. No hay nada en esa dirección. Sólo pasajes vacíos, abandonados, sin usar.

Sin embargo, algo lo atrae. He escuchado cosas, dijo él. Sospecha se enciende en mi pecho mientras se aleja, su amplia forma haciéndose más pequeña cada segundo.

Por un momento, dudo. Cal no es mi amigo. Apenas estamos del mismo lado.

Pero él no es más que irritantemente noble. No me lastimará.

Así que lo sigo.

El corredor obviamente está sin usar, desordenado con restos y lugares oscuros donde los bombillos están gastados. Incluso desde la distancia, la presencia de Cal calienta el aire cercano con cada segundo que pasa. En realidad, es una temperatura confortante, y hago una nota mental de hablar con algunos otros técnicos. Quizás podemos encontrar una manera de calentar el aire en los pasajes inferiores usando aire presurizado.

Mis ojos siguen el cableado a lo largo del techo, contándolos. Más de los que debería, para alimentar unos bombillos.

Espero, observando cómo Cal golpea con los hombros unos paneles de madera y restos de metal de una pared. Revela una puerta debajo, con cables recorriendo por arriba y dentro de la habitación que sea que esconde. Cuando desaparece, cerrando la puerta detrás de él, me atrevo a acercarme un poco más.

La maraña de cables se enfoca más nítidamente. Variedad de radio. Ahora lo veo, claro como la nariz de mi maldito rostro. El revelador trenzado de cables negros significa que la habitación dentro tiene la habilidad de comunicarse más allá de las paredes de Irabelle.

¿Pero con quien podría estar comunicándose?

Mi primer instinto es decirle a Farley o Kilorn.

Pero… si Cal piensa que lo que sea que está haciendo me mantendrá a mí y a otros miles de un ataque suicida a Corvium, debería dejarlo continuar.

Y espero no arrepentirme.

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Cinco

oy a la deriva en un mar oscuro, y las sombras van a la deriva conmigo.

Podrían ser recuerdos. Podrían ser sueños. Familiar pero extraño, y algo malo en cada uno. Los ojos de Cal están inyectados en plata, sangrando caliente, fumando sangre. El rostro de mi hermano se parece más a un esqueleto que a carne. Papá se levanta de su silla de ruedas, pero sus nuevas piernas son delgadas como un hueso, llenas de nudos, listas para astillarse con cada paso tembloroso. Gisa tiene alfileres de metal en ambas manos, y su boca está cerrada con sutura. Kilorn se ahoga en el río, enredado en sus perfectas redes. Trapos rojos se derraman de la garganta cortada de Farley. Cameron se agarra a su propio cuello, tratando de hablar, atrapada en un silencio que ella ha creado. Escamas metálicas tiemblan sobre la piel de Evangeline, tragándosela. Y Maven se desploma en su extraño trono, dejando que se apriete a su alrededor y le consuma hasta que él es la piedra, una estatua sentada con ojos de zafiro y lágrimas de diamante.

El púrpura se come el borde de mi visión. Trato de volverme a su abrazo, sabiendo lo que contiene. Mi rayo está tan cerca. Si tan solo pudiera encontrar su recuerdo y degustar una última gota de poder, antes de caer de nuevo en la oscuridad. Sin embargo, se desvanece como el resto, escapándose. Espero sentir frío cuando la oscuridad me presiona. En su lugar, el calor se eleva.

Maven de repente está demasiado cerca como para soportarlo. Ojos azules, cabello negro, pálido como un muerto. Su mano se cierne a centímetros de mi mejilla. Tiembla, con ganas de tocar, con ganas de alejarse. No sé lo que preferiría.

Creo que duermo. La oscuridad y la luz intercambian el sitio, extendiéndose atrás y adelante. Trato de moverme, pero mis piernas son demasiado pesadas. Los grilletes o los dispositivos de seguridad o ambos. Me pesan más que antes, y las terribles visiones son la única vía de escape. Persigo lo que más importa; Shade, Gisa, el resto de mi familia, Cal, Kilorn, un rayo. Pero siempre bailan fuera de mi agarre o se desvanecen en nada cuando les alcanzo. Otra tortura, supongo, la manera de Samson de arruinarme incluso mientras duermo. Maven está allí también, pero nunca voy a él, y él nunca se mueve. Siempre está sentado, siempre mirando, con una mano en su sien, masajeando un dolor. Nunca lo veo parpadear.

Años o segundos pasan. La presión se embota. Mi mente se agudiza. Cualquiera que sea la niebla que me sujetaba retrocede, quemándome. Se me permite despertar.

V

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Siento sed, desangrada por las lágrimas amargas que no recuerdo haber vertido. El peso aplastante del silencio cuelga pesado como siempre. Por un momento es demasiado difícil respirar, y me pregunto si esta es la forma en que moriré. Ahogada en este lecho de seda, quemada por la obsesión de un rey, sofocada al aire libre.

Estoy de vuelta en mi dormitorio prisión. Tal vez he estado aquí todo el tiempo. La luz blanca que fluye por las ventanas me dice que ha nevado de nuevo, y el mundo exterior está en un brillante invierno. Cuando mi vista se ajusta, dejando que la habitación se aclare más, corro el riesgo de mirar alrededor. Mirando de izquierda a derecha, no moviéndome más de lo necesario. No es que importe.

Los Arven montan guardia en las cuatro esquinas de la cama, cada uno con la mirada baja. Kitten, Clover, Trio y Egg. Intercambian miradas entre sí mientras parpadeo hacia ellos.

Samson no está donde pueda verle, aunque espero que se cerniera sobre mí con una sonrisa maliciosa y una ágil bienvenida. En su lugar, una pequeña mujer con ropa de civil, con una impecable piel azul-negra como una gema pulida, se encuentra al pie de mi cama. No conozco su rostro, pero hay algo familiar en sus rasgos. Entonces me doy cuenta que lo que pensaba que eran esposas son en realidad sus manos. Suyas. Cada una apretada alrededor de un tobillo, suaves contra mi piel y mis huesos debajo.

Reconozco sus colores. Rojo y plata cruzado sobre sus hombros, lo que representa dos tipos de sangre. Curandera. Curandera de piel. Es de la Casa Skonos. La sensación que siento por su tacto me está curando, o al menos manteniéndome viva contra el ataque de los cuatro pilares de silencio. Su presión debería ser suficiente para matarme, si no fuera por una curandera. Un delicado equilibrio para estar seguro. Debe ser muy talentosa. Tiene los mismos ojos de Sara. Brillantes, de color gris oscuro, expresivos.

Pero no me está mirando. Sus ojos, en cambio, miran algo a mi derecha.

Me estremezco cuando sigo su mirada.

Maven está sentado como soñé. Parado, concentrado, con una mano en su sien. La otra mano ondeando una orden silenciosa.

Y entonces de verdad son grilletes. Los guardias se mueven rápidamente, fijando una extraña malla metálica y llena de orbes suavemente pulidos alrededor de mis tobillos y muñecas. Cierran cada uno con una sola llave. Trato de seguir el camino de la llave, pero en mi aturdimiento, se escapa dentro y fuera de mi foco. Solo las esposas destacan. Se sienten pesadas y frías. Esperaba una más, un nuevo collar para marcar mi cuello, pero mi cuello está felizmente al descubierto. Las espinas de piedras preciosas no regresan.

Para mi eterna sorpresa, la curandera y los guardias se despiden de mí, saliendo de la habitación. Los veo irse confundida, tratando de ocultar el repentino salto de emoción que eleva mi pulso. ¿Es todo el mundo realmente tan estúpido? ¿Van a dejarme sola con Maven? ¿Creen que no voy a tratar de matarlo en un instante?

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Me giro hacia él, tratando de salir de la cama, tratando de moverme. Pero nada más rápido que sentarse parece imposible, como si mi propia sangre se hubiera vuelto de plomo. Rápidamente entiendo por qué.

—Soy muy consciente de lo que te gustaría hacerme —dice, su voz apenas un susurro.

Mis puños se aprietan, mis dedos retorciéndose. Alcanzando para lo que todavía no responderá. Lo que no puede responder.

—Más Piedra Silenciosa —murmuro, diciendo las palabras como una maldición. Las esferas pulidas de mi prisión portátil brillan—. Deben quedarte pocos ya.

—Gracias por tu preocupación, pero ya está pedido.

Como hice en las celdas debajo del Cuenco de Huesos, escupo en su dirección. Aterriza sin causar daño a sus pies. No parece importarle. De hecho, sonríe.

—Sácalo de tu sistema ahora. La corte no ve con buenos ojos este tipo de comportamiento.

—Como si… ¿Corte? —espeto la última palabra.

Su sonrisa se propaga.

—No he pronunciado mal.

Mis entrañas se estremecen ante la visión de su sonrisa.

—Encantador —digo—. Estás cansado de tenerme enjaulada donde no puedes verme.

—En realidad, me resulta difícil estar tan cerca de ti. —Me mira con una emoción que no logro situar.

—El sentimiento es mutuo —gruño, aunque solo sea para matar su extraña suavidad. Preferiría enfrentarme a su fuego, su rabia, que a cualquier palabra tranquila.

No muerde el anzuelo.

—Lo dudo.

—¿Entonces dónde está mi correa? ¿Cómo puedo obtener una nueva?

—Sin correa, sin collar. —Ladea su barbilla hacia mis esposas—. Sólo esos por ahora.

Qué intenta, no puedo empezar a comprenderlo. Pero ya he parado de tratar de entender a Maven Calore y los giros de su cerebro laberíntico. Así que le dejo seguir hablando. Al final siempre me dice lo que necesito.

—Tu interrogatorio fue muy fructífero. Hay mucho que aprender de ti, de los terroristas que se hacen llamar la Guardia Escarlata. —Mi respiración se atrapa en mi garganta.

¿Qué encontraron? ¿Qué me perdí? Trato de recordar las piezas más importantes de mi conocimiento, para averiguar cuál será el más perjudicial para mis amigos. ¿Tuck, los gemelos Montfort, las habilidades de los nuevasangre?

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—Gente cruel, ¿no? —continúa—. Empeñados en destruir todo y a todos los que no son como ellos.

—¿De qué estás hablando? —El coronel me encerró, sí, y me teme todavía, pero somos aliados ahora. ¿Qué podría significar eso para Maven?

—Los nuevasangre, por supuesto.

Todavía no entiendo. No hay ninguna razón para que él se preocupe por los Rojos con habilidades más allá de lo que debe para deshacerse de nosotros. Primero negó que existíamos, llamándome un truco. Ahora somos raros, amenazas. Cosas que hay que temer y erradicar.

—Es una pena, saber que fuiste tratada tan mal que sentiste la necesidad de alejarte de ese anciano que se hace llamar un coronel. —Maven disfruta esto, explicando su plan en astillas, esperando a que lo junte. Mi cabeza sigue estando en la neblina, mi cuerpo débil, y me esfuerzo por averiguar lo que quiere decir—. Peor aún, debatió con enviarlos lejos de las montañas, descartándolos como basura. —Montfort. Pero eso no fue lo que sucedió. Eso no fue lo que nos fue ofrecido—. Y, por supuesto, yo estaba muy molesto al averiguar las verdaderas intenciones de la Guardia Escarlata. Hacer un mundo rojo, un rojo amanecer, sin espacio para nada más. Nadie más.

—Maven. —La palabra se estremece con toda la rabia que me cuesta para decir. Si no fuera por mis esposas, explotaría—. No puedes…

—¿No puedo qué? ¿Decir la verdad? ¿Decirle a mi país que la Guardia Escarlata está atrayendo a nuevasangre a su lado solo para matarlos? ¿Para hacer un genocidio con ellos, contigo, como con nosotros? ¿Que la infame rebelde Mare Barrow volvió a mí de buena manera, y que esto fue descubierto durante un interrogatorio donde la verdad era imposible de ocultar? —Se inclina hacia adelante, bien cerca. Pero sabe que apenas puede mover un dedo—. Que estás de nuestro lado ahora, ¿porque has visto cómo es la Guardia Escarlata realmente? ¿Por qué tú y tus nuevasangre son temidos como nosotros, bendito como nosotros, Plateados como nosotros, ¿en todo menos en el color de la sangre?

Mi mandíbula se tensa, abriendo y cerrando mi boca. Pero no puedo encontrar las palabras que coincidan con mi horror. Todo esto hecho sin los susurros de la reina Elara. Todo esto con su muerte y frío.

—Eres un monstruo. —Es todo lo que puedo decir. Un monstruo, sólo él.

Se retira, sin dejar de sonreír.

—Nunca me digas lo que no puedo hacer. Y nunca subestimes lo que haré… por mi reino.

Su mano cae a mi muñeca, pasando un dedo sobre el grillete de la Piedra Silenciosa que me mantiene prisionera. Tiemblo de miedo, pero también él.

Con los ojos fijos en mi mano, me da tiempo para estudiarlo. Sus ropas casuales, negras como siempre, están arrugadas, y él no se detiene en ceremonias. Sin corona, sin insignias. Un niño malvado, pero todavía un niño.

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Primero debo averiguar cómo combatir. ¿Pero cómo? Estoy débil, mi rayo se ha ido, y todo lo que podría decir sería manipulado fuera de mi control. Apenas puedo caminar, y mucho menos escapar sin ayuda. Un rescate es casi imposible, un sueño sin esperanza en el que no puedo perder más tiempo. Estoy atrapada aquí, atrapada por un rey letal y manipulador. Me persiguió durante meses, persiguiéndome desde lejos en todo, desde las transmisiones a sus notas mortales.

Te extraño. Hasta que nos encontremos de nuevo.

Dijo que era un hombre de palabra. Tal vez, en este solo, lo es.

Con una respiración profunda, me asomo a la única debilidad que sospecho que todavía podría tener.

—¿Estuviste aquí?

Sus ojos azules me miran. Es su turno para verse confundido.

—A través de esto. —Echo un vistazo a la cama, y luego muy lejos. Es doloroso recordar la tortura de Samson, y espero que se note—. Soñé que estabas aquí.

El calor retrocede, retrocediendo para salir de la habitación fría con el invierno que se aproxima. Sus párpados aletean, sus pestañas oscuras contra la piel blanca. Por un segundo, recuerdo el Maven que pensé que era. Lo veo de nuevo, un sueño o un fantasma.

—Cada segundo —responde.

Cuando un color gris se propaga a través de sus mejillas, sé que es la verdad.

Y ahora sé cómo hacerle daño.

Las esposas hacen que sea muy fácil conciliar el sueño, así que simplemente pretenderlo es muy difícil. Bajo la manta, aprieto un puño, clavando mis uñas en mi palma. Cuento los segundos. Cuento las respiraciones de Maven. Finalmente, su silla cruje. Se levanta. Duda. Casi puedo sentir sus ojos, su toque quemando contra mi rostro quieto. Y después se va, sus pasos ligeros contra el suelo de madera, atravesando mi habitación con la gracia y el silencio de un gato. La puerta se cierra suavemente detrás de él.

Tan fácil dormirse.

Sin embargo, espero.

Pasan dos minutos, pero los guardias Arven no regresan.

Supongo que piensan que los grilletes son suficientes para mantenerme aquí.

Están equivocados.

Mis piernas se tambalean cuando golpean el suelo, mis pies descalzos contra la madera fría en los diseños de parqué. Si hay cámaras de vigilancia, no me importa. No pueden impedirme caminar. O tratar de caminar.

No me gusta hacer las cosas poco a poco. Especialmente ahora, cuando cada momento cuenta. Cada segundo podría significar que otra persona que amo muera. Así que salgo de la cama, obligándome a levantarme débilmente, mis piernas temblorosas.

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Una sensación extraña, con la Piedra Silenciosa pesada sobre mis muñecas y tobillos, quitándome la poca fuerza que me da mi cólera. Me toma un largo momento soportar la presión. Dudo que alguna vez me acostumbre a ella. Pero puedo ir más allá.

El primer paso es el más fácil. Un paso a la pequeña mesa donde tomo mis comidas. El segundo es más difícil, ahora que sé la cantidad de esfuerzo que se necesita. Camino como un hombre borracho o cojo. Por una fracción de segundo, envidio la silla de ruedas de mi padre. La vergüenza de tales pensamientos me da fuerza para mis próximos pasos, por toda la habitación. Jadeante, alcanzo el otro lado, casi colapsando contra la pared. La quemadura en mis piernas es puro fuego, enviando una punzada de sudor por mi espalda. Una sensación familiar, como si acabara de correr medio kilómetro. Sin embargo, las náuseas en la boca de mi estómago son diferentes. Otro efecto secundario de la Piedra. Hace que cada latido de mi corazón se sienta pesado, y mal de alguna manera. Trata de vaciarme.

Mi frente toca la pared con paneles, dejando que el frío me calme.

—Una vez más. —Me fuerzo a decir.

Me giro y me tambaleo a través de la habitación.

De nuevo.

De nuevo.

De nuevo.

Para cuando Gatito y Trio me traen mi almuerzo, estoy empapada de sudor y tengo que comer tumbada en el suelo. A Kitten no parece importarle, empujando con su dedo del pie el plato equilibrado de carne y vegetales. Lo que está pasando fuera de las paredes de la ciudad, parece no tener ningún efecto sobre el suministro de alimentos. Una mala señal. Trio deja algo más en mi cama, pero me concentro en comer primero. Forzando cada bocado.

Levantarse es un poco más fácil. Mis músculos ya están respondiendo, ajustándose a las esposas. Hay una pequeña bendición en ellos. Los Arven son Plateados vivientes, su capacidad fluctúa con su propia concentración, tan cambiante como las olas que rompen contra la costa. Es mucho más difícil adaptarse a su silencio que a la presión constante de la Piedra.

Rasgo el paquete en mi cama, desechando la envoltura gruesa y de lujo. El vestido se desliza hacia fuera, cayendo contra mis mantas. Doy un paso hacia atrás lentamente, mi cuerpo se está enfriando mientras me sobreviene el familiar impulso de saltar por la ventana. Por un segundo cierro mis ojos, tratando de alejar el vestido.

No porque sea feo. El vestido es sorprendentemente hermoso, con un brillo de seda y joyas. Pero me obliga a darme cuenta de una terrible verdad. Antes del vestido, era capaz de hacer caso omiso de las palabras de Maven, su plan, y lo que quiere hacer. Ahora me mira al rostro, una pieza de arte burlándose. La tela es de color rojo. Como el amanecer, susurra mi mente. Pero eso está mal también. Éste no es el color de la Guardia Escarlata. El nuestro es un rojo escabroso, brillante y furioso, algo que debe ser visto y

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reconocido, casi chocante para el ojo. Este vestido es diferente. Trabajado en tonos más oscuros, carmesí y escarlata, moldeado con trocitos de piedras preciosas, tejidas con bordados intrincados. Brilla en la forma más oscura, capturando la luz como un charco de aceite de color rojo.

Como un charco de sangre roja.

El vestido me hará a mí —y lo que soy— imposible de olvidar.

Me río con amargura. Es casi gracioso. Mis días como la prometida de Maven las pasé escondida, pretendiendo ser una Plateada. Por lo menos ahora no tendré que ser pintada como una de ellos. Una muy pequeña clemencia, a la luz de todo lo demás.

Por tanto, estaré delante de su corte, y el mundo, el color de mi sangre al descubierto para que todos lo vean. Me pregunto si el reino se dará cuenta que no soy nada más que un señuelo que oculta un gancho de acero afilado.

Él no vuelve hasta la mañana siguiente. Cuando entra, frunce el ceño hacia el vestido, hecho un ovillo en la esquina. No podía soportar mirarlo. Realmente no puedo mirarle tampoco, así que me mantengo con mis ejercicios: actualmente una versión muy lenta y retrasada de abdominales. Me siento como una niña torpe, mis brazos más pesados de lo habitual, pero me fuerzo a hacerlas. Da unos pasos más, y aprieto un puño, obligándome a enviar una chispa en su dirección. No pasa nada, como no pasó nada la última docena de veces que traté de usar mi electricidad.

—Es bueno saber que consiguieron el equilibrio adecuado —reflexiona, acomodándose en su asiento en la mesa. Hoy se ve pulido, con sus insignias brillantes y resplandecientes en su pecho. Debió venir de afuera. Hay nieve en su cabello, y se quita sus guantes de cuero con los dientes.

—Oh, sí, estas pulseras son una maravilla —le digo de mala gana, agitando una mano pesada en su dirección. Las manillas están lo suficientemente flojas como para girar, pero lo suficientemente apretadas como para que nunca pueda quitármelas, incluso si me disloco un pulgar. Lo consideré, hasta que me di cuenta que sería inútil.

—Le daré a Evangeline tus cumplidos.

—Por supuesto que las hizo ella —me burlo. Debe estar muy contenta de saber que es la creadora literal de mi jaula—. Sin embargo, me sorprende que tuviera el tiempo. Debe pasar cada segundo haciendo coronas y tiaras para llevar. Vestidos también. Apuesto a que te cortas cada vez que tienes que sostener su mano.

Un músculo en su mejilla salta. Maven no tiene sentimientos por Evangeline, algo que siempre he sabido. Algo que puedo explotar fácilmente.

—¿Han fijado una fecha? —pregunto, incorporándome.

Parpadea sus ojos azules.

—¿Qué?

—Dudo que una boda real sea algo que se pueda hacer en un corto plazo. Asumo que sabes exactamente cuándo te casarás con Samos.

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—Oh, eso. —Se encoge de hombros, restándole importancia con un gesto—. Planificar la boda es cosa suya.

Mantengo su mirada.

—Si fuera cosa suya, habría sido reina hace años. —Cuando no contesta, empujo más—. No quieres casarte con ella.

En vez de desmoronarse, su fachada se fortalece. Incluso se ríe, proyectando una imagen de desinterés extremo.

—No es por eso que los Plateados se casan, como bien sabes.

Intento una táctica diferente, jugando con las piezas de lo que solía conocer. Las piezas que espero que sigan siendo reales.

—Bueno, no te culpo por estancarte…

—No es estancarse posponer una boda en tiempos de guerra.

—Ella no es a quien hubieras elegido…

—Como si hubiera opción en la materia.

—Por no mencionar el hecho que ella era de Cal antes que tuya.

La mención de su hermano hace perezoso su protestar. Casi puedo ver sus músculos contrayéndose bajo su piel, y una mano va hacia su brazalete en su muñeca. Cada suave sonido de los anillos de metal es tan fuerte como un timbre de alarma. Una chispa de ello y él se quemará.

Pero el fuego ya no me asusta.

—Basado en tu progreso, deberías tomarte uno o dos días para que puedas aprender a caminar correctamente con ellas. —Sus palabras son medidas, forzadas, calculadas. Es probable que las ensayara antes de venir aquí—. Y luego, al final, serás de alguna utilidad para mí.

Como cada día, echo un vistazo alrededor de la habitación, en busca de cámaras. Todavía no las veo, pero tienen que estar allí.

—¿Pasas todo el día espiándome, o haces que un oficial de seguridad te ofrezca un resumen? ¿Algún tipo de informe escrito?

Maven deja pasar el comentario.

—Mañana te levantarás y dirás exactamente lo que yo te diga.

—¿O qué? —Me levanto sin ninguna de la gracia o la agilidad que solía tener. Él mira cada centímetro. Le dejo—. Ya soy tu prisionera. Puedes matarme cuando lo desees. Y francamente, prefiero eso que atraer a nuevasangre a tu red para morir.

—No te voy a matar, Mare. —A pesar que todavía está sentado, siento como que se eleva por encima de mí—. Y no quiero matarles tampoco.

Entiendo lo que significan las palabras, pero no cuando vienen de la boca de Maven. No tiene sentido. No tiene ningún sentido en absoluto.

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—¿Por qué?

—Nunca vas a luchar por nosotros, ya lo sé. Sin embargo, tu tipo… son fuertes, más fuertes de lo que muchos Plateados podrían ser jamás. Imagínate lo que haríamos con un ejército de ellos, combinado con un ejército de los míos. Cuando escuchen tu voz, vendrán. La forma en que sean tratados una vez que lleguen depende de tu comportamiento, por supuesto. Y tu cumplimiento. —Finalmente, se levanta. Ha crecido en los últimos meses. Es más alto y delgado, pareciéndose a su madre, como lo hace en la mayoría de cosas—. Así que tengo dos opciones, y tú tienes que elegir cuál sigo. O me traes nuevasangre, y que se unan a nosotros, o continúo con mi búsqueda por mi cuenta, y los mato.

Mi bofetada aterriza débilmente, sin apenas mover su mandíbula en absoluto. Mi otra mano golpea su pecho, igual de intrascendente. Casi pone sus ojos en blanco ante el esfuerzo. Incluso podría disfrutar de ello.

Siento que mi rostro enrojece brillante, ruborizándose tanto en la ira como de indefensa tristeza.

—¿Cómo puedes ser así? —maldigo, desando desgarrarlo. Si no fuera por las esposas, mi rayo estaría en todas partes. En cambio, las palabras salen. Las palabras que apenas puedo pensar antes que salgan rabiosas—. ¿Cómo puedes seguir siendo así? Ella está muerta. La maté. Eres libre. No… no deberías ser ya su hijo nunca más.

Su mano agarra fuerte mi mandíbula, sorprendiéndome hasta el silencio. La fuerza de ello me dobla, inclinándome hacia atrás, casi perdiendo el equilibro. Desearía hacerlo. Desearía caer de sus manos, golpear el suelo y romperme en mil pedazos.

En el Notch, en el calor de la cama que compartía con Cal bien entrada la noche, pensé en momentos como este. Estar a solas con Maven de nuevo. Tener la oportunidad de ver lo que realmente era bajo la máscara que recordaba y la persona que su madre le había obligado a ser. En ese extraño lugar entre el sueño y la vigilia, sus ojos me seguían. Siempre el mismo color, pero de alguna manera cambiando. Sus ojos, los ojos de ella, los ojos que conocía y los ojos que nunca conocería. Se veían igual todos ahora, ardiendo con un fuego frío, amenazando con consumirme.

Sabiendo lo que quiere ver, dejo que las lágrimas de frustración se desborden y caigan. Él sigue sus caminos con hambre.

Entonces me empuja lejos. Me tambaleo sobre una rodilla.

—Soy lo que me hizo —susurra, dejándome atrás.

Antes que la puerta se cierre detrás de él, noto guardias a cada lado. Clover y Egg ahora. Así que los Arven no están muy lejos, incluso si de alguna manera me las arreglo para liberarme.

Me hundo lentamente en el suelo y me siento sobre mis talones. Pongo una mano en mi rostro, ocultando el hecho de que mis ojos están repentinamente secos. Por mucho que desease que la muerte de Elara le cambiase, supe que no lo haría. No soy tan estúpida. No puedo confiar en nada cuando se trata de Maven.

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La más pequeña de sus insignias ceremoniales me hace daño en la otra mano, oculta por mis dedos apretados. Incluso la Piedra Silenciosa no puede quitarme mis instintos de ladrón. El perno del metal de la insignia se clava en mi piel. Estoy tentada a permitirle penetrar, para que me haga sangrar carmesí y escarlata, para recordarme a mí y a cualquier persona que me mire lo que soy y lo que soy capaz de hacer.

Aparentando enderezarme, deslizo la placa bajo mi colchón. Junto con el resto de mi botín: horquillas para el pelo, dientes de tenedor rotos, fragmentos de placas de vidrio y porcelana rota. Mi arsenal, tan humilde como es, tendrá que servir.

Miro el vestido en la esquina, como si el vestido tuviera de alguna manera la culpa de esto.

Mañana, dijo.

Vuelvo a mis abdominales.

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Seis

as tarjetas están cuidadosamente escritas, resaltando lo que debo decir. Ni siquiera puedo mirarlas, y las dejo en mi mesa de noche.

Dudo demasiado que vaya a conseguir el beneficio de las sirvientes para que me organicen para lo que sea que Maven se imagine como presentación en la corte. Parece una tarea ardua, abotonar y subir los cierres por mi cuenta en el vestido escarlata. Tiene un cuello alto, un dobladillo recorriéndolo, y mangas largas para ocultar lo justo de la marca de Maven en mi clavícula, pero deja ver las esposas todavía atadas a mis muñecas y mis tobillos.

Sin importar cuántas veces logro escapar de esta elegante pomposidad, parezco condenada a jugar un rol en esta. El vestido será demasiado grande cuando finalmente me lo ponga, suelto alrededor de los brazos y la cintura. Soy más delgada aquí, sin importar cuánto me obligue a comer. Basada en lo que puedo ver en mi reflejo en la ventana, mi cabello y mi piel también han sufrido el peso del silencio. Mi rostro está amarillento y hundido, parece enfermo, mientras que el rojo bordea mis ojos. Y mi cabello marrón, todavía teñido por el raro gris en las puntas, está más despeinado que nunca, enredado desde la raíz. Lo trenzo hacia atrás rápidamente, trabajando en las hebras enredadas.

Ninguna cantidad de seda puede cambiar lo que veo debajo del disfraz de Maven. Pero no importa. Nunca lo usaré, si todo sale según el plan.

El siguiente paso en mi preparación hace que mi corazón palpite. Hago mi mejor esfuerzo por calmarme, por las cámaras en mi dormitorio al menos. Ellos no pueden saber lo que estoy por hacer, no si va a funcionar. E incluso si me las arreglo para engañar a mis guardias, hay otro obstáculo más que grande.

Esto podría matarme.

Maven no puso cámaras en el baño. No para proteger mi privacidad, sino para aplacar sus propios celos. Lo conozco lo suficiente para darme cuenta que no dejará que otra persona vea mi cuerpo. El peso añadido de la Piedra Silenciosa, las losas en las paredes, es la confirmación. Maven se aseguró que los guardias nunca tuvieran una razón para acompañarme aquí. Mi corazón late lentamente en mi pecho, pero avanza más allá. Debo hacerlo.

La ducha sisea y saca vapor, hirviendo tan pronto como la abro a la potencia completa. Si no es por la Piedra, habría pasado muchos días disfrutando del singular confort de una ducha caliente. Debo de trabajar rápidamente, o dejar que me sofoque.

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En el Notch teníamos la suerte de bañarnos en ríos fríos, mientras que en Tuck las duchas eran por tiempos y con agua templada. Me río ante la idea de lo que pasaba por un baño en casa. Una bañera llena desde el grifo de la cocina, caliente en el verano, fría en el invierno, con jabón robado para limpiarse. Todavía no envidio el trabajo de mi madre de ayudar a mi padre a bañarse.

Con algo de suerte; mucha suerte; los veré pronto.

Empujo el cabezal de la ducha, moviéndolo lejos del lavamanos y hacia el piso del baño. El agua cae contra la baldosa blanca, mojándola. Las salpicaduras golpean mis pies descalzos, y el calor estremece mi piel, suave e invitador como una cálida manta.

Mientras el agua se filtra bajo la puerta del baño, trabajo rápidamente. Primero dejo el gran trozo de vidrio en el mostrador, bien al alcance de mi mano. Luego me estiro por la verdadera arma.

El Palacio de Whitefire es una maravilla en cada centímetro, y mi baño no es la excepción. Está iluminado por un candelabro modesto, si existe tal cosa: trabajado en plata, con brazos curvados como ramas de un árbol surgiendo en una docena de bombillas. Debo de pararme en el lavabo, precariamente balanceado, para alcanzarlo. Un par de forzosos pero concentrados tirones empujan el elemento fijado hacia adelante, cableado apareciendo por el techo. Una vez que está suelto, me agacho, con el candelabro aún encendido en mano. Me apoyo en el lavamanos y espero.

Los golpes empiezan unos minutos después. Quien sea que está cuidando mi cuarto ha notado el agua derramándose bajo la puerta del baño. Diez segundos después, dos pares de pies entran a mi cuarto. Cuáles Arven, no estoy segura, pero en realidad no importa.

—¡Barrow! —grita la voz de un hombre, acompañado por un puño golpeando la puerta del baño.

No pierden tiempo cuando no respondo, y tampoco yo.

Egg abre la puerta, su rostro pálido casi mezclándose con las paredes de azulejos mientras entra, resbalándose. Clover no lo sigue, pero se queda con un pie dentro del baño, el otro en la recamara. No importa. Sus dos pies están en el charco de agua caliente.

—¿Barrow…? —dice Egg, con la mandíbula abierta ante mi visión.

No se necesita mucho para dejar caer el candelabro, pero la acción se siente igual de pesada.

Se estrella contra las baldosas mojadas. Cuando la electricidad golpea el agua, una sobrecarga pulsa a través del cuarto, haciendo corto circuito no sólo con las otras luces del baño, sino con las luces en mi cuarto. Probablemente toda esta ala del palacio.

Ambos Arven saltan y se retuercen cuando las chispas bailan por su carne. Se desploman rápidamente, con espasmos en los músculos.

Salto sobre el agua y sus cuerpos, casi jadeando cuando el peso de la Piedra Silenciosa del baño se desvanece. Las esposas todavía pesan en mis extremidades, y no

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pierdo tiempo para revisar a los Arven, con cuidado de mantenerme lejos del agua. Busco en sus bolsillos tan rápido como puedo, buscando la llave que atormenta mis momentos de lucidez. Temblando, siento un metal curvado bajo el cuello de Egg, pegado contra su esternón. Con las manos temblorosas, lo libero y empiezo a soltar mis esposas una a una. Mientras caen, el silencio aumenta, poco a poco. Jadeo por aire, tratando de hacer entrar el rayo en mí. Está regresando. Debe hacerlo.

Pero todavía me siento entumida.

El cuerpo de Egg está a mi merced, cálido y vivo bajo mis manos. Podría cortar su garganta y la de Clover, rajar sus yugulares con uno de los trozos de vidrio dentados que mantengo bien oculto. Debería hacerlo, me digo. Pero ya he desperdiciado mucho tiempo. Los dejo con vida.

Como esperaba, los Arven están bien entrenados en sus deberes para haber dejado mi cuarto con seguro tras ellos. No importa. Una horquilla de cabello es tan buena como una llave. Abro la cerradura en un segundo.

Han pasado unos días desde que he salido de mi prisión, y luego fui a atada a Evangeline, custodiada por cada lado. Ahora el pasillo está vacío. Bombillas muertas marchan por el pasillo al frente, mofándose en su futilidad. Mi sentido eléctrico es débil, apenas una chispa en la oscuridad. Debe de regresar. Esto no funcionará si no regresa. Lucho con una oleada de pánico; ¿y si se ha ido para siempre? ¿Y si Maven me arrebató el rayo?

Corro tan rápido como puedo, aferrándome a lo que sé del Whitefire. Evangeline me llevó a la izquierda, a los salones y los grandes pasillos y al cuarto del trono. Esos lugares estarán llenos de guardias y oficiales, por no mencionar a la nobleza de Norta, peligrosos por su cuenta. Así que voy a la derecha.

Las cámaras siguen, por supuesto. Las veo en cada rincón. Me pregunto si también se apagaron, o si estoy entreteniendo a un par de oficiales. Podrían estar apostando qué tan lejos llego. El empeño condenado de una chica condenada.

Una escalera de servicio me lleva a un rellano, y casi me tropiezo con un sirviente en mi afán.

Mi corazón salta al verlo. Un chico, de mi edad tal vez, su rostro ya está sonrojándose mientras sostiene su bandeja de té. Completamente rojo.

—¡Es un truco! —le grito—. ¡Lo que me harán hacer, es un truco!

En la cima de las escaleras, y en la parte inferior, un par de puertas se abren con fuerza en sucesión. Arrinconada de nuevo. Un mal hábito que he desarrollado.

—Mare… —dice el chico, mi nombre tiembla en sus labios. Lo asusto.

—Encuentra una forma; dile a la Guardia Escarlata. Dile a quien puedas. ¡Es otra mentira!

Alguien me toma desde mi cintura, jalándome, alzándome y llevándome lejos. Mantengo mi enfoque en el chico de la servidumbre. Los oficiales uniformados subiendo

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las escaleras lo apartan, presionándolo contra la pared sin pensarlo. Su bandeja cae al suelo, derramando el té.

—¡Todo es una mentira! —logro decir antes que una mano selle mi boca.

Trato de electrizar, buscando el rayo que apenas siento. Nada sucede, así que muerdo con fuerza para sacar sangre.

El oficial de seguridad suelta su mano, maldiciendo, mientras otro se para frente a mí, hábilmente agarrando mis piernas. Escupo sangre en su rostro.

Cuando me abofetea, con una acción llena de una letal gracia, la reconozco.

—Qué bueno verte, Sonya —siseo. Trato de patearla en el estómago, pero lo evita sin esfuerzo.

Por favor, ruego en mi mente, como si la electricidad pudiera oírme. Nada responde, y contengo un sollozo. Estoy muy débil. Ha pasado mucho tiempo.

Sonya es una seda, muy rápida y ágil para ser molestada por la resistencia de una débil chica. Miro su uniforme. Negro bordado con plata, con el azul y el rojo de la Casa Iral en sus hombros. A juzgar por las placas en su pecho y los alfileres en su cuello, es una oficial de rango en seguridad ahora.

—Felicitaciones por el ascenso —gruño con frustración, con insolencia porque es lo único que puedo hacer—. ¿Terminaste con el entrenamiento tan pronto?

Aprieta el agarre en mis pies, sus manos como tenazas.

—Qué mal que nunca terminaras el Protocolo. —Todavía cargando mis piernas, frota su rostro en su hombro, tratando de limpiar la sangre plateada de su mejilla—. Podrían servirte algunos modales.

Solo han pasado unos meses desde que la vi por última vez. De pie con su abuela Ara y Evangeline, vestida en negro de luto por el rey. Era una de muchas que me miraba en el Cuenco de Huesos, queriéndome muerta. Su casa es reconocida por su habilidad no sólo en cuerpo, sino en mente. Todos espías, entrenados para descubrir secretos. Dudaba que le creyera a Maven cuando les dijo a todos que yo era una trampa, una creación de la Guardia Escarlata enviada para infiltrarse en el palacio. Y dudo que ella se creyera lo que está por suceder.

—Vi a tu abuela —le digo. Una carta arriesgada de jugar.

Su impecable compostura no cambia, pero siento el agarre en mis piernas debilitarse, solo un poco. Entonces inclina su barbilla. Continúa, intenta decir.

—En la prisión de Corros. Muriendo de hambre, debilitada por la Piedra Silenciosa. —Como lo estoy yo ahora—. La ayudé a salir libre.

Otro podría llamarme mentirosa. Pero Sonya se queda en silencio, sus ojos en cualquier parte menos en mí. Para cualquier otra persona, parecería desinteresada.

—No sé cuánto tiempo estuvo ahí, pero presentó más pelea que nadie más. —La recuerdo ahora, destellando a través de mis recueros. Una mujer mayor con la fuerza

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viciosa de su tocaya, la Pantera. Incluso salvó mi vida, agarrando una rueda afilada como una cuchilla en el aire antes que pudiera quitarme la cabeza—. Sin embargo, Ptolemus la atrapó al final. Justo antes que matara a mi hermano.

Su mirada cae al suelo, con el ceño fruncido ligeramente. Cada centímetro de ella se tensa. Por un segundo creo que va a llorar, pero las lágrimas amenazantes nunca se derraman.

—¿Cómo? —Apenas la escucho.

—En el cuello. Rápidamente.

Su próxima bofetada es bien apuntada, pero sin mucha fuerza tras ella. Un espectáculo, como todo lo demás en este infernal lugar.

—Guarda tus sucias mentiras para ti, Barrow —sisea, terminando nuestra conversación.

Termino desparramada en el suelo de mi habitación, ambas mejillas punzando, con un peso aplastante de cuatro guardias Arven. Egg y Clover parecen un poco lastimados, pero los sanadores ya han visto sus heridas, cualesquiera que fueran. Lástima que no los maté.

—¿Sorprendidos de verme? —les digo, riéndome ante el horrible chiste.

En respuesta, Kitten me obliga a ponerme el traje escarlata, haciéndome desnudar frente a ellos. Se toma su tiempo con la humillación. El traje se ajusta alrededor de mi marca. M por Maven, M por monstruo, M por homicida1.

Todavía puedo sentir la sangre del guardia de seguridad cuando Kitten mete las cartas del discurso en mi pecho.

Toda la fuerza de la corte Plateada ha sido convocada al salón del trono. Las Casas Grandes reunidas en su desorden de siempre. Cada color en un asalto, un fuego artificial de gemas y brocado. Me uno al caos, añadiendo rojo sangre a la colección. Las puertas del cuarto del trono se sellan a mis espaldas, encerrándome con lo peor de ellos. Las casas se apartan para mi entrada, formando un largo corredor desde la entrada al trono. Susurran mientras paso, notando cada imperfección y cada rumor. Capto pedazos. Por supuesto que todos saben sobre mis pequeñas aventuras de la mañana. Los guardias Arven, dos enfrente, dos atrás, son confirmación suficiente de mi continúo estado de prisionera.

Así que la mentira más nueva de Maven no es para ellos esta vez. Trato de descifrar sus motivos, los giros de estas laberínticas manipulaciones. Él debe de haber sopesado el costo de qué decirles; y decidió que traer a sus nobles más cercanos en tal delicioso secreto valía la pena el riesgo. A ellos no les importará si les está mintiendo.

Como antes, se sienta en su trono de piedra gris, con ambas manos en los reposabrazos. Centinelas a su espalda, alineando la pared detrás de él, mientras Evangeline toma su izquierda, de pie con orgullo. Brilla, como una estrella letal, con una capa y un vestido cortado en intrincados tonos de plateado. Su hermano, Ptolemus, está a

1 Murder. En el original.

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juego con su traje de armadura, cerca como un guardián para su hermana y el rey. Una cara amargamente familiar está a la derecha de Maven. No usa armadura. Él no necesita armadura. Su mente es arma y escudo suficiente.

Samson Merandus me sonríe, una visión de azul oscuro bordeado por blanco, colores que odio por encima de todos los otros. Incluso la plata. Soy un carnicero, me advirtió antes de mi interrogatorio. No estaba mintiendo. Nunca me recuperaré por completo por la forma en que me cortó en pedazos: un cerdo en un garfio, seco de sangre.

Maven nota mi aparición, complacido. La misma sanadora de Skonos intentó hacer algo con mi cabello, peinándolo hacia atrás en una prolija coleta mientras aplicaba un poco de maquillaje en mis exhaustos rasgos. No tomó mucho tiempo, pero desearía que hubiera tardado. Su toque era frío y tranquilizador, arreglando cualquier moretón que me gané en mi condenado escape.

No siento miedo mientras me acerco, caminando ante la docena de ojos de Plateados. Hay peores cosas que temer. Como las cámaras al frente, por ejemplo. No están fijas en mí todavía, pero pronto lo estarán. Difícilmente puedo digerir la idea.

Maven nos detiene en seco con un gesto, alzando su palma. Los Arven saben lo que significa y se van, dejándome caminar los últimos metros por mi cuenta. Es entonces que las cámaras se encienden. Para mostrarme caminando sola, sin guardias, liberada, una Roja libre entre los Plateados. La imagen será mostrada en todas partes, para todos los que amo, y cualquiera que alguna vez esperaba proteger. Esta simple acción podría ser la condena de docenas de nuevasangres, un asalto, un fuerte golpe contra la Guardia Escarlata.

—Acércate, Mare.

Esa es la voz de Maven. No Maven, sino Maven. El chico que creí conocer. Amable, tierno. Mantiene esa voz guardada, lista para ser sacada y usada como una espada. Me golpea en el centro, como si supiera que lo haría. A pesar, siento la familiar ansiedad por un chico que ya no existe.

Mis pasos hacen eco en el mármol. En Protocolo, la difunta lady Blonos intentó enseñarme cómo mantener mi rostro ante la corte. Su expresión ideal era fría, sin emoción, más allá de insensible. No soy nada de esas cosas, y lucho contra la urgencia de ponerme tal máscara. En cambio, trato de recomponer mis rasgos en algo que satisface a Maven y de alguna forma deja que el país sepa que esta no es para nada mi decisión. Una línea muy fina en la cual caminar.

Todavía sonriendo, Samson da dos pasos al lado, dejando espacio al lado del trono. Me estremezco ante su intención, pero hago lo que debo. Tomo el lado derecho junto a Maven.

Qué imagen debe ser esto. Evangeline de plateado, yo de rojo, con el rey de negro en medio.

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a llamada “alerta de rayos” hace eco a través de la planta principal de Irabelle, subiendo y bajando los rellenos de andamios, de ida y vuelta entre los pasillos. Los corredores salen, buscando a aquellos de nosotros considerados lo suficientemente importante como para obtener

actualizaciones sobre Mare. Normalmente no soy una prioridad. Nadie me arrastra para ser interrogada con el resto de su club. Los niños me encuentran más tarde, en el trabajo, y me dan un papel que detalla cualesquiera fragmentos que los espías del guardián recolectaron en el tiempo precioso de prisión de Barrow. Cosas inútiles. Lo que comió, su rotación de guardia, ese tipo de cosas. Pero hoy el corredor, una niña con el cabello liso, negro y recto y la piel rojiza, me jala del brazo.

—Alerta de rayo, señorita Cole. Ven conmigo —dice, inflexible y empalagosa.

Quiero decir que mi prioridad es conseguir que el calor funcione en mi cuartel, no descubrir cuántas veces Mare usó el baño hoy, pero su dulce rostro detiene el impulso.

Farley debe haber enviado al más horrible niño sangrante de la base. Maldita.

—Está bien, voy a ir —resoplo, volviendo a meter mis herramientas en su estuche. Cuando toma mi mano, recuerdo a Morrey. Es más bajo que yo, y cuando éramos niños trabajábamos en la línea de montaje, solía sujetar mi mano cuando las máquinas ruidosas le asustaban. Pero esta niña no muestra señales de miedo.

Ella me empuja a través de los enredados pasillos, orgullosa de sí misma por saber qué camino tomar. Frunzo el ceño al trozo rojo atado alrededor de su muñeca. Ella es demasiado joven para ser ofendida a los rebeldes, y mucho menos vivir en su cuartel general táctico. Pero entonces, me mandaron a trabajar cuando tenía cinco años, sacando pedazos de basura. Tiene el doble de esa edad.

Abro la boca para preguntar qué la trajo aquí, pero pienso mejor. Sus padres, obviamente, ya sea por las decisiones de su vida o por el final de su vida. Me pregunto dónde podrían estar. Al igual que me pregunto por los míos.

Los pasillos 4 y 5 y Sub 7 necesitan líneas de alambre. Las barracas A necesitan calor. Repito siempre la lista que crece de tareas embotando el repentino dolor. Mis propios padres se descoloran de mis pensamientos mientras aparto sus rostros. Padre conduciendo un camión de transporte, sus manos aseguradas como nunca en el volante. Mamá en la fábrica junto a mí, más rápido de lo que alguna vez seré. Ella estaba enferma

L

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cuando me fui, su cabello aclarado mientras su piel oscura parecía gris. Casi me ahogo con el recuerdo. Ambos fuera de mi alcance. Pero Morrey no. Morrey puede hacerlo.

Los pasillos 4 y 5 y Sub 7 necesitan líneas de alambre. Las barracas A necesitan calor. Morrey Cole necesita ser salvado.

Llegamos al pasillo de control central al mismo tiempo que Kilorn. Su propio corredor se arrastra detrás, corriendo para mantenerse al día con el muchacho larguirucho que surge alrededor de la esquina. Kilorn debió de estar en la parte superior, en el aire helado del invierno inminente. Sus mejillas están enrojecidas por el frío. Mientras camina, se quita un sombrero de punto, levantando unas cerraduras rojizas desiguales.

—Cam. —Asiente hacia mí, deteniéndose donde nuestros caminos se cruzan. Él vibra con miedo, los ojos vívidamente verdes en las luces fluorescentes del pasillo—. ¿Algunas ideas?

Me encojo de hombros. Conozco menos que nadie en lo que se refiere a Mare. Ni siquiera sé por qué se molestan en mantenerme en el círculo. Probablemente para hacerme sentir incluida. Todo el mundo sabe que no quiero estar aquí, pero no tengo a dónde ir. No de regreso a New Town, no al Choke. Estoy atascada.

—Ninguna —respondo.

Kilorn mira de nuevo a su corredor, ofreciendo una sonrisa.

—Gracias —dice, amablemente despectivo. El chico entiende de una, alejándose con alivio. Hago lo mismo con la mía, gesticulando con un movimiento de mi cabeza y una sonrisa agradecida. Ella despega en la otra dirección, desapareciendo alrededor de una curva.

—Empezaron jóvenes —no puedo dejar de susurrar en voz baja.

—No tan jóvenes como nosotros —responde Kilorn.

Arrugo la frente.

—Cierto.

En el último mes o así, he aprendido lo suficiente sobre Kilorn para saber que puedo confiar en él tanto como cualquier persona aquí abajo. Nuestras vidas son similares. Comenzó a aprender a una edad temprana y, como yo, tuvo el lujo de un trabajo para evitar ser reclutado. Hasta que las reglas cambiaron en nosotros dos, y terminamos tirados en la órbita de la chica rayo. Kilorn argumentaría que su presencia aquí es por elección, pero sé mejor. Era el mejor amigo de Mare, y la siguió hasta la Guardia Escarlata. Ahora la obstinación ciega —sin mencionar su estado fugitivo— lo mantiene aquí.

—Pero no nos adoctrinamos en algo, Kilorn —continúo, dudando en dar los siguientes pasos. Los guardias de la sala de control esperan a unos metros de distancia, callados en sus deberes en la puerta. Están observándonos. No me gusta el sentimiento.

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Kilorn ofrece una sonrisa extraña y triste. Sus ojos bajan a mi cuello tatuado, donde estoy permanentemente marcada con mi profesión y lugar. La tinta negra se destaca, incluso contra mi piel oscura.

—Sí, lo estábamos, Cam —dice en voz baja—. Vamos.

Él desliza un brazo alrededor de mis hombros, moviéndonos hacia adelante. Los guardias se apartan, dejándonos pasar por la puerta.

Esta vez, la sala de control está más llena de lo que he visto. Cada técnico se sienta con una embelesada atención, su enfoque en las varias pantallas en la parte delantera de la habitación. Cada uno muestra la misma cosa: la corona ardiente, el emblema de Norta, sus llamas de rojo, negro y plata. Por lo general, el símbolo envía las transmisiones oficiales y supongo que estoy a punto de ser sometida al último mensaje del régimen del rey Maven. No soy la única que lo cree.

—Podríamos verla. —Respira Kilorn, su voz templada por partes iguales de anhelo y miedo. En la pantalla, la imagen salta un poco. Congelado, pausado—. ¿Qué estamos esperando?

—Más como a quién —le contesto, echando un vistazo por la habitación. Por lo que puedo ver, Cal ya está aquí, plegado estoicamente en el fondo de la habitación, manteniéndose alejado de todo el mundo. Él me siente mirando, pero no hace mucho más que asentir.

Para mi consternación, Kilorn lo saluda. Después de un segundo de vacilación, Cal lo obedece, moviéndose suavemente por la habitación mientras viene. Por alguna razón, esta alerta de rayo ha atraído a muchos a controlar, todos ellos tan a la deriva como Kilorn. La mayoría de ellos no los reconozco, pero algunos nuevos miembros se unen a la mezcla. Veo a Rash y Tahir en su posición habitual, sentados con su equipo de radio, mientras que Nanny y Ada se juntan. Al igual que Cal, ocupan la pared trasera, reacios a llamar la atención a sí mismos. A medida que el príncipe se acerca, los oficiales rojos saltan de su camino. Él finge ignorarlo.

Cal y Kilorn intercambian sonrisas débiles. Su rivalidad habitual ha desaparecido hace tiempo, pero ha sido reemplazada por agitación.

—Desearía que el coronel moviera su trasero un poco más rápido —dice una voz a mi derecha.

Me vuelvo para ver a Farley girando hacia nosotros, haciendo todo lo posible para permanecer discreta a pesar de su vientre. En su mayoría está oculta por su chaqueta grande, pero es difícil mantener secretos en un lugar como este. Ella está cerca de cuatro meses y no le importa quién sabe. Incluso ahora, equilibra un plato de papas fritas en una mano, un tenedor en la otra.

—Cameron, muchachos —añade, asintiendo a nosotros a su vez. Yo hago lo mismo, como lo hace Kilorn. Ella le da a Cal un saludo burlón con su tenedor, y apenas gruñe una respuesta. Su mandíbula se aprieta tan fuertemente que sus dientes podrían romperse.

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—Pensé que el coronel dormía aquí —respondo, fijando mi mirada en la pantalla—. Típico. La única vez que lo necesitamos.

Cualquier otro día, me preguntaría si su ausencia era una estratagema. Tal vez para hacernos saber quién está a cargo. Como si cualquiera de nosotros pudiera olvidarlo. Incluso junto a Cal, un príncipe Plateado y general, o una serie de nueva sangre con una matriz aterradora de habilidades, él de alguna manera logra sostener todas las cartas. Porque aquí, en la Guardia Escarlata, en este mundo, la información es más importante que nada, y él es el único que sabe lo suficiente para mantener el control de todos nosotros.

Puedo respetar eso. Partes de una máquina no necesitan saber qué están haciendo las otras piezas. Pero no soy sólo un engranaje. Ya no.

El coronel entra, flanqueado por los hermanos de Mare. Todavía no hay señales de sus padres, que permanecen escondidos en algún lugar, junto a su hermana con el cabello rojo oscuro. Pensé que la había visto una vez, una cosa inteligente y rápida que se lanzaba a través del comedor, pero nunca estuve lo suficientemente cerca para preguntar. He oído rumores, por supuesto. Susurros de los otros técnicos y soldados. Un oficial de seguridad aplastó el pie de la muchacha, obligando a Mare a suplicar en el palacio de verano. O algo así. Tengo la sensación de que pedir a Kilorn la verdadera historia sería desconsiderado.

El centro de control se vuelve para mirar al coronel, ansioso por que comience lo que estemos aquí para ver. Así que reaccionamos juntos, ahogando jadeos o expresiones sorprendidas cuando otro Plata sigue al coronel a la sala ya abarrotada.

Cada vez que lo veo, quiero odiarlo. Él era la razón por la que Mare me obligó a unirme a ella, me obligó a regresar a mi prisión, me obligó a matar, obligó a otros a morir así ésta insignificante rama seca de un hombre podría vivir. Pero esas elecciones no eran de él. Era un prisionero tanto como yo, condenado a las celdas de Corros y a la muerte lenta y aplastante de la Piedra Silenciosa. No es su culpa que la chica rayo lo ame, y él debe soportar la maldición que el amor trae consigo.

Julian Jacos no se encoge contra la pared trasera con los nuevasangre, y tampoco ocupa el lugar junto a su sobrino Cal. En cambio, se mantiene cerca del coronel, permitiendo que la multitud se separe para que pueda ver lo que se está transmitiendo lo mejor que pueda. Me concentro en sus hombros mientras él se instala en su lugar. Su postura apesta al hedonismo de la Plata. Recto, perfecto. Incluso con el uniforme usado, desvanecido por el uso, con gris en su cabello y la mirada pálida y fría que todos tomamos bajo tierra, no se puede negar lo que es. Otros comparten mis sentimientos. Los soldados a su alrededor tocan sus pistolas, manteniendo un ojo en el hombre Plata. Los rumores son más acentuados en lo que se refiere. Es el tío de Cal, hermano de una reina muerta, el antiguo tutor de Mare. Tejido en nuestras filas como un hilo de acero entre la lana. Embebido, pero peligroso y fácil de quitar.

Dicen que puede controlar a un hombre con su voz y sus ojos. Como la reina podía. Como muchos todavía pueden.

Una persona más a la que nunca volveré a dar la espalda. Es una larga lista.

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—Veamos —dice el coronel, cortando el bajo murmullo que nació de la presencia de Julian. Las pantallas responden en una especie de movimiento nervioso.

Nadie habla, y la vista del rostro del rey Maven nos atraviesa a todos.

Él llama desde ese trono, en el corazón de la corte de Plata, con los ojos abiertos y atractivos. Sé que es una serpiente, así que puedo ignorar su disfraz bien elegido. Pero imagino que la mayor parte del país no puede ver a través de la máscara de un joven llamado a la grandeza, haciendo obedientemente lo que puede por un reino al borde del caos. Él es guapo. No tan fornido como Cal, pero de forma fina, una escultura de pómulos arrebatadores y cabello negro brillante. Hermoso, no guapo. Oigo a alguien moviendo notas, probablemente grabando todo en la pantalla. Permitiendo que el resto de nosotros pueda ver sin restricciones, centrado sólo en el horror que Maven está a punto de realizar.

Se inclina hacia adelante, con una mano extendida, mientras se levanta para llamar a alguien.

—Ven adelante, Mare.

Las cámaras giran, girando suavemente para mostrar a Mare de pie ante el rey. Yo esperaba trapos, pero en cambio, viste ropas finas que nunca podría soñar. Cada centímetro de ella está cubierto de piedras preciosas y de seda bordada de sangre. Todo resplandece mientras camina por un gran pasillo separando a la multitud de Plateados reunidos para lo que sea esto. No más collar, no más correa. Nuevamente veo a través de la máscara. Otra vez espero que el reino también lo haga, pero ¿cómo pueden hacerlo? No la conocen como nosotros. No ven las sombras en sus oscuros ojos, parpadeando a cada paso. Sus mejillas huecas. La bolsa de sus labios. Los dedos temblorosos. Una mandíbula apretada. Y eso es sólo lo que noto. ¿Quién sabe lo que Cal o Kilorn o sus hermanos pueden ver en la chica rayo?

El vestido la cubre desde de su cuello hasta las muñecas y el tobillo. Probablemente para ocultar moretones, cicatrices y la marca que lleva del rey. No es un vestido en absoluto, sino un disfraz.

No soy la única que siente un poco de miedo cuando llega al rey. Él toma su mano en la suya, y ella vacila en cerrar los dedos. Sólo una fracción de segundo, pero suficiente para cementar lo que ya sabemos. Esta no es su elección. O si es así, la alternativa era mucho, mucho peor.

Una corriente de ondas de calor en el aire. Kilorn hace todo lo posible para apartarse de Cal sin llamar la atención, chocando contra mí. Hago espacio lo mejor que puedo. Nadie quiere estar demasiado cerca del príncipe fuego si las cosas van al sur.

Maven no tiene que hacer un gesto. Mare lo conoce a él y a sus planes lo suficientemente bien para entender lo que quiere de ella. La imagen de la cámara retrocede mientras se mueve a la derecha de su trono. Lo que vemos ahora es una muestra de lo último de su fuerza. Evangeline Samos, la prometida del rey, una futura reina en poder y apariencia, por un lado, y con la chica rayo por el otro. Plata y Rojo.

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Otros nobles, los más grande de las casas altas, están en asamblea en el estrado. Nombres y rostros que no sé, pero estoy segura que muchos aquí lo hacen. Generales, diplomáticos, guerreros, asesores. Cada uno de ellos dedicado a nuestra completa aniquilación.

El rey toma su trono de nuevo, lentamente, con los ojos clavados en la cámara, y así en nosotros.

—Antes de que yo diga otra cosa, antes de comenzar este discurso —gesticula, confiado y casi encantador—. Quiero agradecer a los hombres y mujeres de combate, Plateados y Rojos, que sirven para proteger nuestras fronteras, que actualmente nos defienden de los enemigos fuera de esta nación, y los enemigos internos. A los soldados de Corvium, los leales guerreros que resisten los constantes y deplorables ataques terroristas de la Guardia Escarlata, los saludo, y estoy con ustedes.

—Mentiroso —gruñe alguien en la habitación, pero rápidamente se callan.

En la pantalla, Mare parece que comparte el sentimiento. Ella hace todo lo posible para no estremecerse o dejar que su rostro traicione sus emociones. Funciona. Casi. Un rubor le sube por el cuello, parcialmente oculto por su cuello alto. No lo suficientemente alto. Maven tendría que poner una bolsa sobre su cabeza para ocultar sus sentimientos.

—En los últimos días, después de mucha deliberación con mi consejo y los tribunales de Norta, Mare Barrow de los Pilares fue condenada por sus crímenes contra este reino. Fue acusada de asesinato y terrorismo, y creímos que ella era la peor de las ratas que roía nuestras raíces. —Maven la mira, enfrentándola todavía y enfocado. Cuántas veces ha practicado esto, no quiero saberlo—. Su castigo fue enfrentar una vida en prisión, después de ser interrogada por mis primos de la Casa Merandus.

Ante la declaración del rey, un hombre de azul oscuro camina al frente. Se acerca a unos centímetros de Mare, lo suficientemente cerca como para pasar una mano por cualquier parte de ella que él quiera. Ella se congela en el lugar, quedándose completamente quieta para evitar estremecerse.

—Soy Samson de la Casa Merandus y realicé el interrogatorio de Mare Barrow.

Frente a mí, Julian se lleva una mano a la boca. La única indicación de lo afectado que está.

—Como susurrador, mi habilidad me permite evitar las mentiras usuales y los discursos retorcidos con los que cuentan la mayoría de los presos. Así que cuando Mare Barrow nos contó la verdad sobre la Guardia Escarlata y sus horrores, confieso que no le creía. Testifico aquí, en acta, que estaba equivocado al dudar de ella. Lo que vi en sus recuerdos fue doloroso y escalofriante.

Otra ronda de susurros atraviesa la sala, otra ronda que hace callar. Aunque la tensión aún es palpable, al igual que la confusión. El coronel se estira, con los brazos cruzados. Estoy seguro de que todos están pensando en sus pecados y lo que este bruto de Samson puede estar hablando. A un lado, Farley se golpea el labio con el tenedor, con los ojos entrecerrados. Maldice entre dientes, pero no puedo decir por qué.

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Mare alza la barbilla, pareciendo como si pudiese vomitar sobre las botas del rey. Apuesto a que quiere hacerlo.

—Fui a la Guardia Escarlata de buena gana —asegura—. Me dijeron que mi hermano había sido ejecutado mientras servía en la legión, por un crimen que no había cometido. —Se le rompe la voz ante la mención de Shade. Junto a mí, la respiración de Farley se acelera y curva la mano sobre el estómago—. Preguntaron si quería venganza por su muerte. Lo quería. Así que juré mi lealtad a su causa, y fui colocada como sirviente dentro de la residencia real en el Salón del Sol.

»Llegué a palacio como espía roja, pero incluso yo no sabía que era algo más completamente. Durante la Prueba de la Reina, descubrí que de algún modo poseía habilidad eléctrica. Después de consultarlo, el difunto rey Tiberias y la reina Eleara decidieron acogerme, para estudiar tranquilamente qué era y, con esperanza, enseñarme en qué se podía convertir mi habilidad. Me disfrazaron como una Plateada para protegerme. Con razón sabían que una Roja con una habilidad sería considerada un monstruo en el mejor de los casos, una abominación en el peor; y escondieron mi identidad para mantenerme a salvo de los prejuicios de Rojos y Plateados. Mi estatus de sangre era conocido por unos pocos, Maven incluido, como Ca… el principie Tiberias.

»Pero la Guardia Escarlata descubrió lo que yo era. Me amenazaron con exponerme públicamente, para arruinar la credibilidad del rey y ponerme en peligro. Fui forzada a servirles como una espía, para seguir sus órdenes y facilitarles la infiltración en la corte del rey.

El siguiente clamor de la habitación es más alto y no se controla con facilidad.

—Esto es una tontería impresionante —masculla Kilorn.

—Mi última misión era ganar aliados Plateados para la Guardia Escarlata. Fui instruida con el objetivo del príncipe Tiberias, un guerrero astuto y el heredero del trono de Norta. Él era… —Duda, taladrándonos con la mirada. Pasa la mirada de un lado a otro, buscando. Con el rabillo del ojo veo a Cal agachar la cabeza—. Él fue fácil de convencer. Una vez descubrí cómo convencerlo, también ayudé a la Guardia Escarlata con sus planes para el Tiroteo del Sol, que dejó once muertos y el bombardeo del Puente Archeon.

»Cuando el príncipe Tiberias mató a su padre, el rey Maven actuó rápidamente, haciendo la única elección que pensó que podía. —Le tiembla la voz. A su lado, Maven hace su mejor esfuerzo para parecer triste ante la mención del asesinato de su padre—. Estaba afligido y fuimos sentenciados a la ejecución en la Plaza. Escapamos vivos solo por la Guardia Escarlata. Nos llevaron a ambos a la fortaleza isleña fuera de la costa de Norta.

»Fui mantenida allí como prisionera, como lo fue el príncipe Tiberias. Y descubrí que el hermano que pensé que había perdido, como yo, tenía una habilidad; y como yo, fue atemorizado por la Guardia Escarlata. Intentaron matarnos, los llamados nuevasangre. Cuando descubrí que existían otros como yo y que la Guardia Escarlata los estaba cazando para exterminarlos, logré escapar con mi hermano y otros cuantos. El príncipe Tiberias vino con nosotros. Ahora sé que intentó construir un ejército él mismo para enfrentarse a su hermano. Después de unos meses, la Guardia Escarlata nos alcanzó y mataron a

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algunos Rojos con habilidades que fuimos capaces de encontrar. Mi hermano fue asesinado en el conflicto, pero escapé sola.

Por una vez, el calor en la habitación no está procediendo de Cal. Todo el mundo bulle de rabia. Esta no es Mare. No son sus palabras. Pero, aun así, siento la rabia tanto como el resto. ¿Cómo puede dejar ella incluso que esto salga de su boca? Escupiría sangre antes de decir las mentiras de Maven. ¿Pero qué elección tiene ella?

»Con ningún otro sitio al que ir, me volví hacia el rey Maven y cualquier justicia viese para darme. —Su resolución se rompe pedazo a pedazo, hasta que las lágrimas se deslizan por sus mejillas. Estoy avergonzada de decir que ayudaron un poco a su discurso más que cualquier otra cosa—. Estoy aquí ahora como una prisionera voluntaria. Y siento lo que he hecho, pero estoy preparada para hacer lo que pueda para detener a la Guardia Escarlata y su esperanza aterradora para el futuro. No representan a nadie más que a sí mismos y a la gente a la que pueden controlar. Matan a todos los demás, cualquiera que se interponga en su camino. Cualquiera que sea diferente.

Las últimas palabras se atascan, negándose a salir. En el trono, Maven se sienta quieto, pero su garganta trabaja un poco. Emitiendo un sonido que la cámara no puede escuchar, urgiéndola a que termine como exige.

Mare Barrow alza la barbilla y mira al frente. Sus ojos parecen negros de rabia.

—Nosotros, los nuevasangre, no encajamos en su amanecer.

Gritos y protestas irrumpen a través de la habitación, chillándole obscenidades a Maven, al susurrador Merandus, incluso a la chica rayo por decir las palabras.

—…vil bestia de rey…

—…podría matarse a sí mismo en lugar de decir…

—…apenas una mascota…

—…traidor, simple y llanamente…

—…no es la primera vez que cantan su canción…

Kilorn es el primero en romperse, cerrando las manos en puños.

—¿Creen que ella quería hacer esto? —dice, su voz lo suficientemente alta como para resonar, pero no áspera. Su rostro se enrojece con frustración y Cal le pone una mano en el hombro, permaneciendo con él. Silencia a más de uno, en particular a los oficiales jóvenes. Parecen abochornados, disculpándose, incluso avergonzados por la reprimenda de un chico de dieciocho años.

—¡Cállense, todos! —retumba el coronel, acallando al resto. Se gira una vez para mirar con sus ojos desiguales—. La mocosa todavía está hablando.

—Coronel… —gruñe Cal. Su amenaza es clara como el día.

Como respuesta, coronel señala la pantalla. A Maven, no a Mare.

—… ofrezco refugio a cualquiera que sienta miedo de la Guardia Escarlata. Y para los nuevasangre como tú, escondiéndose de lo que parece ser un pequeño genocidio, mis

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propias puertas están abiertas. He instruido a los palacios reales de Archeon, Harbor Bay, Delphie y Summerton, así como a las fuerzas militares de Norta, que protejan a los de tu clase de la matanza. Tendrán comida, protección y si lo desean, entrenamiento para sus habilidades. Son mis sujetos a proteger y lo haré con cada recurso que tenga para dar. Mare Barrow no es la primera de ustedes que se une a nosotros, y no será la última. —Tiene la engreída audacia de poner una mano sobre el brazo de ella.

Así que, así es cómo apenas un chico se convierte en rey. No solo es cruel y despiadado, sino claramente brillante. Si no fuese por la rabia curvándose en mi interior, estaría impresionada. Por supuesto, su estratagema causará problemas a la Guardia. Personalmente, estoy más preocupada con los nuevasangres todavía ahí fuera. Fuimos recluidos por Mare y su rebelión con pocas alternativas. Ahora hay incluso menos. La Guardia o el rey. Ambos nos ven como armas. Ambos harán que nos maten. Pero solo uno nos mantendrá encadenados.

Miro por encima del hombro, ojeando a Ada. Tiene la mirada pegada a la pantalla, memorizando sin esfuerzo cada tic e inflexión para ser escrudiñada más tarde. Como yo, frunce el ceño, pensando sobre la profunda preocupación que ningún miembro de la Guardia Escarlata tiene aún. ¿Qué le sucederá a la gente como nosotros?

—A la Guardia Escarlata, digo solo esto —añade Maven, levantándose de su trono—. Su amanecer es poco más que la oscuridad y nunca tomará este país. Lucharemos hasta el final. Fuerza y poder.

En el estrado y a través del resto de la habitación del trono, el cántico hace eco de cada boca. Incluyendo la de Mare.

—Fuerza y poder.

La imagen se mantiene durante un segundo, grabando la imagen en cada cerebro. Rojo y Plateado, la chica rayo y el rey Maven, juntos contra el gran mal que nos hacen parecer. Sé que no es la elección de Mare, pero es culpa suya. ¿No se dio cuenta de que la usaría si no la mataba?

No pensó que él lo haría. Cal comentó eso antes, sobre su interrogatorio. Ambos son débiles cuando Maven está preocupado, y la debilidad nos atormente a todos nosotros.

De vuelta en Notch, Mare hizo su mejor esfuerzo para enseñarme mi habilidad. Practico aquí cuando puedo, junto con otros nuevasangre aprendiendo sus límites. Cal y Julian Jacos intentan ayudar, pero yo y muchos otros son reacios a confiar en su tutelaje. Además, he encontrado a alguien más que me ayude.

Sé que mi habilidad ha crecido en fuerza, pero no en control. Lo siento ahora, pinchando bajo mi piel, un dichoso vacío para tranquilizar el caos a mi alrededor. Suplica y cierro el puño contra ello, manteniendo el silencio de vuelta. No puedo dirigir mi furia a la gente en esta habitación. Ellos no son el enemigo.

Cuando la pantalla se vuelve negra, señalando el final de la dirección, una docena de voces suenan a la vez. Cal golpea el escritorio frente a él con la mano y se gira, murmurando para sí.

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—He visto suficiente. —Pienso que lo dice antes de salir de la habitación. Estúpido. Conoce a su hermano. Puede diseccionar las palabras de Maven mejor que nosotros.

El coronel también lo sabe.

—Vuelve aquí —exige entre dientes, inclinándose para hablar con Julian. El Plateado asiente, moviéndose suavemente para recuperar a su sobrino. Muchos dejan de hablar para observarlo marchar.

—Capitán Farley, ¿sus pensamientos? —dice el coronel, su dura voz atrayendo de nuevo la atención a donde pertenece. Se cruza de brazos y se gira para enfrentar a su hija.

Farley ajusta su atención, aparentemente sin verse afectada por el discurso. Traga un trozo de patata.

—La respuesta natural sería una transmisión por nuestra cuenta. Rebatiendo las exigencias de Maven, mostrándole al país a quién salvamos.

Usándonos como propaganda. Haciendo exactamente lo que Maven está haciendo con Mare. Se me tensa el estómago ante el pensamiento de ser mostrada frente a una cámara, forzado a cantar los elogios de la gente que apenas tolero y no puedo confiar completamente.

Su padre asiente.

—Concuerdo…

—Pero no creo que ese sea el curso correcto de acción.

Coronel alza la ceja de su ojo arruinado.

Ella lo toma como una invitación a continuar.

—Sólo serán palabras. Nada con uso al final, en el esquema de lo que está sucediendo. —Se golpea los labios con los dedos y casi puedo ver los engranajes girando en su cabeza—. Creo que debemos mantener a Maven hablando, mientras nosotros seguimos haciendo. Nuestro infiltrado en Corvium ya está poniendo presión en el rey. ¿Ven cómo fue señalado en la ciudad? ¿Es militar? Está reforzando la moral. ¿Por qué hacer eso si no lo necesitan?

Al fondo de la habitación, Julian regresa, una mano en el hombro de Cal. Son de la misma altura, aunque Cal parece unos veinte kilos más fuerte que su tío. La prisión de Corros tomó tanto peaje de Julian como lo hizo de nosotros.

—Tenemos un buen trato de información en lo que se refiere a Corvium —añade Farley—. Y es importante para los militares de Nortan, por no mencionar la moral Plateada, que lo hace el lugar perfecto.

—¿Para qué? —me escucho preguntar, sorprendiendo a todos en la habitación, yo misma incluida.

Farley es lo suficientemente buena como para contestarme directamente.

—El primer asalto. La declaración oficial de guerra de la Guardia Escarlata contra el rey de Norta.

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Un chillido estrangulado sale de Cal, no el tipo que alguien esperaría de un príncipe y soldado. Su rostro palidece, abre los ojos como platos con lo que solo puede ser miedo.

—Corvium es una fortaleza. Una ciudad construida con el único propósito de sobrevivir a una guerra. Hay mil oficiales Plateados allí, soldados entrenados para…

—Para organizar. Para luchar contra Lakelander. Para permanecer tras una trinchera y marcar lugares en un mapa —espeta Farley—. Dime que estoy equivocada, Cal. Dime que los de tu tipo están preparados para luchar dentro de los muros de la ciudad.

La mirada que él le da podría amedrentar a cualquiera, pero Farley se mantiene firme. Como si nada, se reafirma en su oposición.

—Es un suicidio, para ti y para cualquiera en tu camino —le indica él. Ella se ríe ante su descarada evasión, incitándolo más. Él se controla bien, un príncipe en llamas reticente a quemarse—. No soy parte de esto —masculla—. Buena suerte asaltando Corvium sin la inteligencia que contabas por mi parte.

Las emociones de Farley no se ven obstaculizadas por la habilidad Plateada. La habitación no arderá con ella, no importa lo rojo que se ponga su rostro.

—¡Gracias a Shade Barrow, ya tengo todo lo que necesitaba!

El nombre normalmente tiene un efecto aleccionador. Recordar a Shade es recordar cómo murió y qué le hizo a la gente que amaba. Para Mare, la volvía fría, vacía, en una persona deseando cambiarse a sí misma para evitarles a sus amigos y familia el mismo destino. Para Farley, la dejaba sola, abandonada en su búsqueda, centrada solo en la Guardia Escarlata y nada más. Tampoco conocí a ninguno de ellos mucho antes que Shade muriese, pero incluso yo lamento quienes fueron. La pérdida las cambió a ambas, y no para mejor.

Ella se fuerza a sí misma a través del dolor que trae el recuerdo de Shade, solo para echárselo en cara a Cal.

—Antes que fingiésemos su ejecución, Shade era nuestra operación clave en Corvium. Usó su habilidad para conseguir tanta información como fue posible. No creas ni por un segundo que eres nuestra única carta a jugar en esto —comenta Farley uniformemente, luego se gira hacia coronel—. Aconsejo un ataque completo, utilizando a los nuevasangre en conjunto con los soldados Rojos y nuestros infiltrados que ya están en la ciudad.

Utilizando a los nuevasangre. Las palabras se clavan, apuñalan y queman, dejando un sabor amargo en mi boca.

Supongo que es mi turno para salir apresuradamente de la habitación.

Cal me mira marchar, los labios presionados en una firme sonrisa.

No eres el único que puede ser dramático, pienso mientras lo dejo atrás.

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Ocho

e facilito a los Arven que me remuevan del estrado. Egg y Trio toman mis brazos, dejando a Kitten y Clover atrás. Mi cuerpo se queda adormecido mientras me acompañan fuera de la vista. ¿Qué he hecho?, me pregunto

¿Qué hará esto?

En algún lugar, los demás observan. Cal, Kilorn, Farley, mi familia. Ven eso. La vergüenza casi me hace vomitar sobre mi miserable y magnífico vestido. Me siento peor que cuando leí las Medidas del padre de Maven, condenando a tantos a reclutamiento, como pago por la acción de la Guardia Escarlata. Pero entonces, todos sabían que las Medidas no eran de mi autoría. Solo era la mensajera.

Los Arven me empujan hacia adelante. No de vuelta por el camino que llegué, sino detrás del trono, a través de la puerta, hacia las habitaciones que nunca he visto.

La primera claramente es la cámara del consejo, con una larga mesa con la parte superior en mármol, rodeada por más de una docena de sillas afelpadas. Un asiento es de mampostería, una fría construcción gris. Para Maven. La habitación está brillantemente iluminada, inundada por el sol poniéndose a un lado. Las ventanas de cara al oeste, lejos del río, mirando hacia los muros del palacio y las ligeramente inclinadas colinas cubiertas de nevado bosque.

El año pasado, Kilorn y yo cortamos hielo del río para dinero extra, arriesgándonos a congelarnos en favor del trabajo honesto. Lo que duró como una semana, hasta que me di cuenta que cobrar por romper hielo que sólo se volvería a congelar era un pobre uso de nuestro tiempo. Cuán extraño, saber que eso fue solo un año atrás, y a una vida distancia.

—Perdón —dice una suave voz, sonando desde el único asiento en la sombra. Me giro hacia él y veo a Jon desdoblarse de su silla, un libro en una mano.

El vidente. Sus ojos rojos brillan con algún tipo de luz interior que no puedo nombrar. Pensé que él era un aliado, un nuevasangre con una habilidad tan extraña como la mía. Es más poderoso que un ojo, capaz de ver más allá en el futuro que lo que cualquier Plateado puede. Ahora está parado ante mí como un enemigo, habiéndonos traicionado para beneficio de Maven. Su mirada se siente como agujas calientes pinchando la piel.

Él es la razón por la que llevé a mis amigos a la prisión de Corros y la razón por la que mi hermano está muerto. Verlo aleja el helado entumecimiento, reemplazando todo ese

L

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vacío con lívido calor eléctrico. No quiero nada más que golpearlo en el rostro con lo que pueda. Acordé gruñirle:

—Es bueno ver que Maven no mantiene a todas sus mascotas con correa puesta.

Jon sólo parpadea hacia mí.

—Es bueno ver que no estás tan cegada como alguna vez lo estuviste —responde cuando paso junto a él.

Cuando lo conocimos, Cal nos advirtió que la gente enloquecía resolviendo los acertijos del futuro. Estaba absolutamente en lo correcto, y no caeré en su trampa de nuevo. Me doy la vuelta, resistiendo la urgencia de analizar meticulosamente sus palabras cuidadosamente elegidas.

—Ignórame todo lo que quieras, señorita Barrow. No soy tu preocupación —añade—. Solo una persona aquí lo es.

Miro por encima de mi hombro, mis músculos moviéndose antes que mi cerebro pueda reaccionar. Por supuesto que Jon habla antes que yo lo haga, robándose las palabras de mi garganta.

—No, Mare, no me refiero a ti.

Lo dejamos atrás, continuando hacia donde sea que soy llevada. El silencio es tan tortuoso con Jon, dándome nada en que enfocarme excepto en sus palabras. Se refiere a Maven, me doy cuenta. Y no es difícil adivinar la implicación. Y la advertencia.

Hay pedazos de mí, pequeños pedazos todavía enamorados con un personaje ficticio. Un fantasma dentro del cuerpo de un chico viviente que no puedo empezar a desentrañar. El fantasma que se sentó junto a mi cama mientras soñaba con dolor. El fantasma que mantuvo a Samson fuera de mi mente tanto como pudo, lo sé, retrasando una inevitable tortura.

El fantasma que me ama, en cualquier forma venenosa que pueda hacerlo.

Y siento ese veneno trabajando en mí.

Como sospecho, los Arven no me llevan de vuelta a mi prisión de un dormitorio. Intento memorizar nuestro camino, notando puertas y pasajes derivándose hacia muchas cámaras de consejo y salones en esta ala del palacio. Los apartamentos reales, cada centímetro más decorado que el anterior. Pero estoy más interesada en los colores que dominan las habitaciones, más que en el mobiliario en sí mismo. Rojo, negro y plata realeza, eso es fácil de entender. Los colores de la reinante Casa Calore. También hay azul marino. El tono me provoca un sentimiento de enfermedad en el estómago. Es en honor a Elara. Muerta, pero todavía aquí.

Finalmente nos detenemos en una pequeña pero bien abastecida biblioteca. Ángulos del atardecer atraviesan las pesadas cortinas, corridas contra la luz. Motas de polvo bailan en los rayos rojos ceniza, por encima del fuego moribundo. Siento que estoy dentro de un corazón, rodeada por rojo sangre. Es el estudio de Maven, me doy cuenta. Peleo contra la urgencia de sentarme en el asiento de piel detrás del escritorio laqueado.

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De reclamar algo suyo como mío. Podría hacerme sentir mejor, pero sólo por un momento.

En cambio, observo cuanto puedo, mirando alrededor con amplios ojos que absorben. Tapices escarlata trabajados con hilo negro y destellante plata colgando entre los retratos y fotografías de los ancestros Calore. La Casa Merandus no es tan evidente aquí, representada sólo por una bandera azul y blanca colgando del techo abovedado. Los colores de otras reinas también están aquí, algunos brillantes, algunos desteñidos, algunos olvidados. Excepto por el amarillo dorado de la Casa Jacos. No está aquí para nada.

Coriane, la madre de Cal, ha sido borrada de este lugar.

Rápidamente busco fotografías, aunque realmente no sé lo que estoy buscando. Ninguno de los rostros luce familiar, a excepción del padre de Maven. Su retrato pintado, más grande que el resto, brillando por encima de la chimenea vacía, es difícil de ignorar. Todavía cubierto de negro, una señal de duelo. Ha estado muerto sólo por algunos meses.

Veo a Cal en su rostro, y a Maven también. La misma nariz recta, altos pómulos, y grueso y brillante cabello negro. Rasgos de familia, a juzgar por otras imágenes de reyes Calore. La que está etiquetada como Tiberias el Quinto es particularmente bien parecido, casi asombrosamente. Pero, no se les pagaba a los pintores para que sus sujetos lucieran feos.

No me sorprende ver que Cal no está representado. Al igual que su madre, ha sido removido. Unos pocos espacios están sospechosamente vacíos y supongo que él solía ocuparlos. ¿Por qué no lo haría? Cal era el primogénito de su padre, su hijo favorito. No es de sorprender que Maven quitara las imágenes de su hermano. Sin duda las habría quemado.

—¿Cómo está la cabeza? —pregunto a Egg, ofreciéndole una ladina sonrisa vacía.

Responde con una furiosa mirada y mi sonrisa se extiende. Atesoraré el recuerdo de él sobre su espalda, electrocutado hasta la inconciencia.

—¿No más temblores? —presiono, agitando una mano de la forma en que su cuerpo se desplomó. De nuevo no hay respuesta, pero su cuello se colora en azul y gris con un sonrojo enojado. Eso es lo suficientemente entretenido para mí—. Maldición, esos sanadores de piel son buenos.

—¿Divirtiéndote?

Maven entra solo, su presencia extrañamente pequeña en comparación con la figura que presenta en el trono. Aunque sus centinelas deben estar cerca, justo afuera del estudio. No es lo suficientemente tonto como para ir a ninguna parte sin ellos. Con una mano señala, sacando a los Arven de la habitación. Ellos se van suavemente, silenciosos como ratones.

—No tengo mucho más con quien divertirme —digo cuando desaparecen. Por la milésima vez hoy, maldigo la presencia de las esposas. Sin ellas, Maven estaría tan muerto como su madre. En cambio, me obligan a tolerarlo en toda su desagradable gloria.

Él me sonríe, disfrutando de la oscura broma.

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—Es bueno ver que ni siquiera yo puedo cambiarte.

No tengo respuesta a eso en absoluto. No puedo contar las maneras en las que Maven ha cambiado y destruido a la chica que solía ser.

Como sospecho, se contonea hacia el escritorio y se sienta con una fría gracia practicada.

—Debo disculparme por mi rudeza, Mare. —Creo que mis ojos se salen de mi cabeza, porque se ríe—. Tu cumpleaños fue hace más de un mes, y no te di nada. —Como con los Arven, señala, indicándome que me siente frente a él.

Sorprendida, agitada, todavía adormecida por mi pequeña demostración, hago lo que ordena.

—Confía en mí —farfullo—. Estoy bien sin cualquiera que sea el nuevo horror que planeas regalarme.

Su sonrisa se ensancha.

—Te gustará esto, te lo prometo.

—De alguna manera, no te creo.

Sonriendo, se estira hasta un cajón de su escritorio. Sin ceremonia, me lanza un pedazo de seda. Negra, la mitad de ello bordado con flores rojas y doradas. Lo levanto rápidamente. Labor de Gisa. Lo deslizo entre mis dedos. Todavía se siente suave y frío, aunque esperaba algo falso, corrupto, venenoso de la posesión de Maven. Pero cada giro de hilo es una pieza de ella. Perfecto en su feroz belleza, preciso, un recordatorio de mi hermana y nuestra familia.

Me observa girar la seda una y otra vez.

—Lo tomamos cuando te aprendimos por primera vez. Mientras estabas inconsciente.

Inconsciente. Prisionera de mi propio cuerpo, torturada por el peso del sonido.

—Gracias. —Obligo a salir con rigidez. Como si tuviera razón alguna para agradecerle por algo.

—Y…

—¿Y…?

—Te ofrezco una pregunta.

Parpadeo, confundida.

—Puedes hacer una pregunta, y te la contestaré honradamente.

Por un segundo, no le creo.

Soy hombre de mi palabra, cuando quiero serlo. Dijo eso una vez, y lo mantiene. Realmente es un regalo, si se apega a su promesa.

La primera pregunta surge sin pensar. ¿Están vivos? ¿Realmente los dejaste ahí, y los dejaste escapar? Casi sale por mis labios sin pensar mejor antes de desperdiciar mi

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pregunta. Por supuesto que se escaparon. Si Cal estuviera muerto, lo sabría. Maven todavía estaría regodeándose, o alguien habría dicho algo. Y está demasiado preocupado por la Guardia Escarlata. Si los otros hubieran sido capturados después de mí, él sabría más y temería menos.

Maven inclina su cabeza, mirándome pensar como un gato observa a un ratón. Está disfrutando esto. Hace que mi piel se erice.

¿Por qué darme esto? ¿Por qué siquiera dejarme preguntar? Otra pregunta casi desperdiciada. Porque también sé la respuesta a esto. Maven no es quien yo pensaba que era, pero eso no significa que no conozco partes de él. Puedo adivinar qué es esto, tanto como me gustaría estar equivocada. Es su versión de una explicación. Una forma de hacerme entender que ha terminado y por qué continúa haciendo esto. Sabe qué pregunta finalmente convocaré el coraje para preguntar. Es un rey, pero también un chico, solo en un mundo de su propia creación.

—¿Cuánto de esto fue ella?

No se inmuta. Me conoce demasiado bien para estar sorprendido. Una chica más tonta se atrevería a tener esperanza, creería que él era el títere de una malvada mujer, ahora abandonado, ahora a la deriva. Continuando por un rumbo que no tiene idea de cómo cambiar. Por suerte, no soy así de estúpida.

—Fui lento para caminar, sabes. —Ya no me está mirando, sino a las banderas azules encima de nosotros. Adornadas con perlas blancas y nebulosas gemas, una cosa costosa destinada a recolectar polvo en memoria de Elara—. Los doctores, incluso padre, le dijeron a madre que estaría bien a mi propio tiempo. Que sucedería un día. Pero “un día” no fue lo suficientemente rápido para ella. No podía ser la reina de un discapacitado hijo lento. No después que Coriane le dio al reino un príncipe como Cal, siempre sonriendo y hablando y riendo y perfecto. Hizo que descartaran a mi enfermera, culpándola de mis deficiencias, y se hizo cargo ella de hacer que me pusiera de pie. No lo recuerdo, pero ella me contó la historia tantas veces. Pensaba que demostraba lo mucho que me amaba.

Temor se aloja en mi estómago, aunque no entiendo por qué. Algo me advierte que me levante, que salga de esta habitación y hacia los brazos expectantes de mis guardias. Otra mentira, otra mentira, me digo. Hábilmente tejida, como sólo él puede hacerlo. Maven no puede mirarme. Pruebo vergüenza en el aire.

Sus perfectos ojos hechos de brilloso hielo, pero me he endurecido a sus lágrimas. La primera se queda atascada en sus oscuras pestañas, una tambaleante gota de cristal.

—Yo era un bebé, y ella entró a martillazos en mi cabeza. Hizo que mi cuerpo se pusiera de pie, caminara y cayera. Lo hacía todos los días, hasta que yo gritaba cuando ella entraba en una habitación. Hasta que aprendí a hacerlo yo mismo. Sin temor. Pero eso tampoco lo haría. ¿Un bebé llorando cada vez que su madre lo sostiene? —Él niega—. Finalmente, también me quitó el miedo. —Sus ojos se oscurecen—. Como tantas otras cosas. Me preguntan cuánto de eso fui yo —susurra—. Algo. Lo suficiente.

Pero no todos.

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No puedo soportar esto por más tiempo. Con movimientos desequilibrados, inclinada por el peso de mis esposas y los enfermos apretones de mi corazón, salgo de la silla.

—Todavía no puedes culparte de esto, Maven —le siseo, retrocediendo—. No mientas no digas que estás haciendo esto a causa de una mujer muerta.

Tan rápido como sus lágrimas llegaron, desaparecen. Eliminadas, como si nunca hubiera existido. La grieta de su máscara se sella. Bien. No tengo ningún deseo de ver al niño interior.

—No lo hago —dice lentamente, con aspereza—. Ahora ella se ha ido. Mis elecciones son mías. De eso estoy infinitamente seguro.

El trono. Su asiento en la cámara del consejo. Cosas sencillas comparadas con el arte del cristal diamante o el terciopelo que su padre solía usar para sentarse. Cortes de piedra que bloquea, simples, sin piedras preciosas ni metales preciosos. Y ahora entiendo por qué.

—Piedra silenciosa. Tú tomas todas tus decisiones allí.

—¿No es así? ¿Con la casa Merandus mirando tan de cerca? —Él se inclina hacia atrás, apoyando la barbilla en una mano—. Ya he tenido suficiente de los susurros que llaman guía. Suficiente para toda la vida.

—Bien —le gruño—. Ahora no tienes a nadie más a quien culpar por tu maldad.

Un lado de su boca se alza en una sonrisa débil y condescendiente.

—Podrías pensar eso.

Lucho contra el impulso de agarrar todo lo que puedo y golpear su cabeza con ello, borrando su sonrisa de la faz de la tierra.

—Si sólo pudiera matarte y acabar con esto.

—¿Cómo me lastimarías? —Hace chasquear la lengua, divertido—. ¿Y entonces qué? ¿Correr de regreso a tu Guardia Escarlata? ¿A mi hermano? Samson lo vio muchas veces en tus pensamientos. Sueños. Recuerdos.

—¿Todavía te fijas en Cal, incluso ahora, cuando has ganado? —Es una tarjeta fácil de jugar. Sus sonrisas me molestan, pero mi sonrisa le fastidia más. Sabemos pincharnos uno al otro—. Es extraño, entonces, que te esfuerces tanto por ser como él.

Es el turno de Maven para ponerse de pie, sus manos aterrizan con fuerza en el escritorio mientras se levanta para encontrarse con mi ojo. Un rincón de su boca se contrae, tirando de su rostro en una mueca amarga.

—Estoy haciendo lo que mi hermano nunca pudo hacer. Cal sigue órdenes, pero no puede tomar decisiones. Lo sabes tan bien como yo. —Sus ojos parpadean, encontrando un lugar vacío en la pared. Buscando el rostro de Cal—. No importa lo maravilloso que puedas pensar que es, tan apuesto, valiente y perfecto. Sería un rey peor que yo.

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Casi estoy de acuerdo. He pasado demasiados meses viendo a Cal caminar por la línea entre la Guardia Escarlata y el príncipe Plateado, negándose a matar, pero negándose a detenernos, nunca apoyando ni un lado ni el otro. A pesar de que ha visto el horror y la injusticia, todavía no tomará una posición. Pero él no es Maven. No tiene ni un centímetro del mal que Maven tiene.

—Solo he oído que una persona lo describe como perfecto. Tú —le digo con calma. Solo lo enloquece más—. Creo que puedes estar un poco obsesionado en lo que a Cal se refiere. ¿Vas a echarle la culpa a tu madre también?

Estaba destinado a ser una broma, pero para Maven es todo menos eso. Su mirada vacila, sólo por un instante. Ofendida. A pesar de mí, siento que los ojos se ensanchan y el corazón cae en mi pecho. Él no lo sabe. Realmente no sabe qué partes de su mente son suyas y qué partes fueron hechas por ella.

—Maven —no puedo dejar de susurrar, aterrorizada por lo que creo he tropezado.

Pasa una mano a través del cabello oscuro, tirando de las hebras hasta que se ponen de punta. Un extraño silencio se extiende, uno que nos expone a los dos. Siento como si hubiera paseado por algún lugar en el que no debería estar, entrando en un lugar al que realmente no quiero ir.

—Vete —dice finalmente, la palabra temblorosa.

No me muevo, absorbiendo lo que puedo. Para usarlo después, me digo. No porque estoy demasiado entumecida para alejarme. No porque siento una oleada más que increíble de piedad por el príncipe fantasma.

—Dije vete.

Estoy acostumbrada a la ira de Cal que calienta una habitación. La ira de Maven la congela, y un escalofrío recorre mi espina dorsal.

—Cuanto más lo hagas esperar, peor será. —Evangeline Samos tiene el mejor y a la vez peor elección del momento oportuno.

Ella resplandece a través de su habitual tormenta de metal y espejos, su larga capa arrastrándose. Recoge el color rojo de la habitación, brillando carmesí y escarlata, parpadeando a cada paso. Mientras la observo, el corazón golpeando mi pecho, la capa se divide y vuelve a formarse ante mis ojos, cada mitad envolviéndose alrededor de una pierna musculosa. Sonríe, dejándome ver, cómo su vestido de la corte se convierte en un imponente traje de armadura. También es letalmente hermosa, digna de cualquier reina.

Como antes, no soy su problema, y ella pasa su atención de mí. No deja pasar la extraña corriente de tensión en el aire, o el modo preocupado de Maven. Sus ojos se estrechan. Como yo, ella asimila lo que ve. Como yo, usará esto para su ventaja.

—Maven, ¿me escuchaste? —Da algunos pasos atrevidos, rodeando el escritorio para estar junto a él. Maven hace un ángulo en su cuerpo, que se desvanece rápidamente de una de sus manos—. Los gobernadores están esperando, y mi padre...

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Con una voluntad cruel, Maven toma una hoja de papel de su escritorio. A juzgar por las firmas floridas en la parte inferior, debe ser algún tipo de petición. Mira a Evangeline, sosteniendo el papel lejos de su cuerpo mientras mueve su muñeca, sacando chispas de su pulsera. Se encienden arcos gemelos de llama, danzando a través de la petición como cuchillos calientes a través de mantequilla. Se desintegra en cenizas, ensuciando el reluciente suelo.

—Dile a tu padre y a sus títeres lo que pienso de su proposición.

Si ella está sorprendida por sus acciones, no lo demuestra. En cambio, curiosea, inspeccionando sus uñas. La observo de soslayo, consciente que me atacará si respiro demasiado fuerte. Me quedo callada y con los ojos muy abiertos, deseando haber visto la petición antes. Deseando saber lo que decía.

—Cuidado, querido —dice Evangeline, sonando cualquier cosa menos amorosa—. Un rey sin partidarios no es rey en absoluto.

Él le ataca, moviéndose lo suficientemente rápido para tomarla con la guardia baja. Están cerca de la misma altura, y están casi cara a cara. Fuego y hierro. No espero que ella se estremezca, no por Maven, el muchacho, el príncipe que solía correr en nuestras lecciones de entrenamiento. Maven no es Cal. Pero sus párpados parpadean, las pestañas negras contra la piel blanca; plateada, una pizca de miedo traiciona lo que quiere ocultar.

—No asumas que sabes qué clase de rey soy, Evangeline.

Oigo a su madre en él, y nos asusta a los dos.

Luego vuelve los ojos hacia mí. El chico confuso de hace un momento se ha ido de nuevo, sustituido por una piedra viviente y un resplandor congelado. Lo mismo va contigo, dice su expresión.

Aunque no quiero nada más que salir de la habitación, estoy paralizada. Me ha quitado todo, pero no le daré mi miedo ni mi dignidad. No huiré ahora. Especialmente no delante de Evangeline.

Ella me mira de nuevo, con los ojos flotando sobre cada centímetro de mi apariencia. Memoriza cómo me veo. Debe ser capaz de verme bajo el tacto del sanador, las magulladuras obtenidas en mi intento de escape, las sombras permanentes bajo mis ojos. Cuando se concentra en mi clavícula, me toma un momento entender por qué. Sus labios se separan, sólo un poco, en lo que solo puede ser sorpresa.

Enojada, avergonzada, saco el cuello de mi vestido por encima de mi marca. Pero nunca retiro mi mirada de ella mientras lo hago. Tampoco me quitará mi orgullo.

—Guardias —dice Maven finalmente, alzando su voz a la puerta. Mientras los Arven responden, los guantes se abren para apurarme, Maven apunta su barbilla a Evangeline—. Tú también.

Ella no lo acepta de buena manera, por supuesto.

—No soy una prisionera a quien ordenar...

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Sonrío mientras los Arven me empujan y sacan por la puerta. Se cierra, pero la voz de Evangeline resuena detrás de nosotros. Buena suerte, pienso. Maven se preocupa menos por ti de lo que se preocupa por mí.

Mis guardias marcan un paso rápido, obligándome a mantenerlo. Más fácil de decir que de hacer, en el vestido de restricción, pero me las arreglo. El pedazo de seda de Gisa se siente suave contra mi piel, apretado fuertemente en un puño. Lucho contra el impulso de oler el tejido, de perseguir cualquier remanente de mi hermana. Robo una mirada hacia atrás, con la esperanza de vislumbrar exactamente quién podría estar esperando una audiencia con nuestro rey malvado. En vez de eso, sólo veo centinelas, enmascarados de negro y vestidos de llamas, vigilando la puerta del estudio.

Se abre violentamente, temblando en bisagras rotas antes de cerrarse con un golpe. Para una muchacha criada como noble, Evangeline tiene dificultad en controlar su temperamento. Me pregunto si mi antigua instructora de etiqueta, lady Blonos, alguna vez intentó enseñarle lo contrario. La imagen casi me hace reír, trayendo una rara sonrisa a mis labios. Duele, pero no me importa.

—Ahorra tus sonrisas, chica rayo —gruñe Evangeline, duplicando su velocidad.

Su reacción sólo me provoca, a pesar del peligro. Río por completo cuando me doy la vuelta. Ninguno de mis guardias dice una palabra, pero aceleran un poco el paso. Incluso ellos no quieren probar un irritable magnetrón con ganas de una pelea.

Ella nos atrapa de todos modos, evadiendo sin problemas a Egg para plantarse delante de mí. Los guardias se detienen, sosteniéndome con ellos.

—En caso de que no te hayas dado cuenta, estoy un poco ocupada —le digo, señalando a los guardias sosteniendo mis dos brazos—. Realmente no hay espacio para disputas en mi horario. Ve a molestar a alguien que puede luchar.

Su sonrisa destella, aguda y brillante como las escamas de su armadura.

—No te subestimes. Tienes mucha pelea en ti. —Entonces se inclina hacia adelante, entrando en mi espacio como lo hizo con Maven. Una manera fácil de mostrar que no tiene miedo. Me mantengo firme, dispuesta a no estremecerme, incluso cuando ella saca una escama afilada de su armadura como un pétalo de una flor—. Al menos eso espero —dice en voz baja.

Con un movimiento cuidadoso de su mano, corta el cuello de mi vestido, retirando un trozo de bordado escarlata. Lucho contra el impulso de cubrir la M marcada en mi piel, sintiendo que un rubor caliente de vergüenza sube por mi garganta.

Sus ojos se demoran, trazando las líneas ásperas de la marca de Maven. Una vez más, parece sorprendida.

—Eso no parece un accidente.

—¿Alguna otra maravillosa observación que quieras compartir? —murmuro entre dientes apretados.

Sonriendo, ella reemplaza la escama en su corpiño.

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—No contigo. —Es una prorroga cuando ella retrocede, poniendo unos preciosos centímetros entre nosotros—. ¿Elane?

—Sí, Eve —dice una voz. De ningún lado.

Casi salgo de mi piel cuando Elane Haven se materializa detrás de ella, aparentemente del aire. Una sombra, capaz de manipular la luz, lo suficientemente poderosa como para hacerse invisible. Me pregunto cuánto tiempo ha estado de pie con nosotros. O si estaba en el estudio, con Evangeline o antes que ella misma entrara. Ella podría haber estado observando todo el tiempo. Por lo que sé, Elane podría haber sido mi fantasma desde el momento en que llegué.

—¿Alguna vez alguien ha intentado poner una campana en ti? —digo con furia, aunque sólo sea para ocultar mi propio malestar.

Elane ofrece una bonita y apretada sonrisa que no llega a sus ojos.

—Una o dos veces.

Al igual que Sonya, Elane me resulta familiar. Pasamos muchos días en el entrenamiento juntas, siempre en desacuerdo. Ella es otra de las amigas de Evangeline, chicas lo suficientemente inteligentes como para aliarse con una futura reina. Como señora de la Casa Haven, su vestido y joyas son de color negro profundo. No por duelo, sino en cortesía a los colores de su casa. Su cabello es tan rojo como lo recuerdo, de cobre brillante en contraste con los ojos oscuros y angulosos y la piel que parece borrosa, perfecta y sin defectos. La luz alrededor de ella está cuidadosamente manipulada, dándole un brillo celestial.

—Terminamos aquí —dice Evangeline, regresando su enfoque láser a Elane—. Por ahora. —Lanza una mirada como puñal para dejar claro su punto.

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Nueve

er una muñeca es una cosa rara. Pasa más tiempo en el estante que jugando. Pero cuando soy forzada a ello, bailo al dominio de Maven; y él sostiene su oferta mientras lo hago. Después de todo, es un hombre de

palabra.

El primer nuevasangre busca refugio en Ocean Hill, el palacio de Harbor Bay, y como Maven prometió, se le da protección total contra el llamado terror de la Guardia Escarlata. Pocos días después, el pobre Morritan es escoltado hasta Archeon y se presenta ante Maven. Está bien difundido. Tanto su identidad como su habilidad se conocen actualmente en los tribunales. Para la sorpresa de muchos, Morritan es un quemador como progenitor de la Casa Calore. Pero a diferencia de Cal y Maven, no tiene necesidad de una pulsera creadora de una llama, o incluso una chispa. Su fuego proviene de la habilidad y solo la habilidad, igual que mi rayo.

Tengo que sentarme y observar, encaramada en una silla dorada con el resto del séquito real de Maven. Jon, el vidente, se sienta conmigo, con los ojos rojos y tranquilo. Como los dos primeros nuevasangre a unirse con el rey Plata, se nos ofrecen lugares de gran honor al lado de Maven, en segundo lugar, a Evangeline y Samson Merandus. Pero sólo Morritan nos presta atención. A medida que se acerca, ante los ojos de la corte y una docena de cámaras, su mirada está siempre en mí. Él se estremece, temeroso, pero algo en mi presencia le impide huir, lo mantiene caminando hacia adelante. Obviamente cree lo que Maven me hizo decir. Él cree que la Guardia Escarlata nos cazó a todos. Incluso se arrodilla y jura unirse al ejército de Maven, para entrenar con oficiales de Plata. Luchar por su rey y su país.

Mantener silencio, es todavía la parte más difícil. A pesar de los miembros larguiruchos de Morritan, la piel dorada y las manos callosas por años de trabajo de sirviente, parece nada más que un pequeño conejo corriendo directamente a una trampa. Una palabra equivocada de mí y la trampa saltará.

Más siguen.

Día tras día, semana tras semana. A veces uno, a veces una docena. Desde todos los rincones de la nación vienen, huyendo a la supuesta seguridad de su rey. La mayoría porque tienen miedo, pero algunos porque son lo suficientemente tontos como para querer un lugar aquí. Dejar atrás sus vidas de opresión y convertirse en lo imposible. No puedo culparlos. Después de todo, nos han dicho toda nuestra vida que los Plateados son

S

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nuestros amos, nuestros mejores, nuestros dioses. Y ahora son lo suficientemente misericordiosos como para dejarnos vivir en su cielo. ¿Quién no intentaría unirse a ellos?

Maven desempeña bien su papel. Los abraza a todos como hermanos y hermanas, sonriendo ampliamente, sin vergüenza ni miedo en un acto que la mayoría de los Plateados encuentran repulsivo. El tribunal sigue su ejemplo, pero veo sus burlas y ceños ocultos detrás de las manos enjoyadas. A pesar de que esto es parte de la farsa, un golpe bien dirigido contra la Guardia Escarlata, les desagrada. Lo que, es más, le temen. Muchos de los nuevasangre tienen habilidades no entrenadas más poderosas que las suyas, o más allá de la comprensión de los Plata. Observan con ojos de lobo y garras listas.

Por una vez, no soy el centro de atención. Es mi único respiro, por no hablar de una ventaja. A nadie le importa la chica rayo sin su rayo. Hago lo que puedo, que es poco, pero no sin importancia. Escucho.

Evangeline está inquieta a pesar de una fachada de hierro. Sus dedos tamborilean los brazos de su asiento, sólo cuando Elane está cerca, susurrándole o tocándola. Pero entonces ella no se atreve a relajarse. Permanece en un borde tan afilado como sus cuchillos. No es difícil adivinar por qué. Incluso para un prisionero, he oído muy poco hablar de una boda real. Y aunque está ciertamente prometida al rey, todavía no es una reina. La asusta. Lo veo en su rostro, en su manera, en su desfile constante de trajes brillantes, cada uno más complicado y regio que el anterior. Lleva una corona en todos menos el nombre, pero el nombre es lo que ella quiere más que nada. Su padre también lo quiere. Volo persigue su lado, resplandeciente en terciopelo negro y brocado de plata. A diferencia de su hija, no usa ningún metal que pueda ver. Sin una cadena o incluso un anillo. No necesita usar armamento para parecer peligroso. Con su manera tranquila y su túnica oscura, se parece más a un verdugo que a un noble. No sé cómo Maven puede soportar su presencia, o el constante enfoque de hambre en sus ojos. Me recuerda a Elara. Siempre mirando el trono, siempre esperando la oportunidad de tomarlo.

Maven se da cuenta y no le importa. Le da a Volo el respeto que requiere, pero poco más. Y deja a Evangeline a la deslumbrante compañía de Elane, obviamente contento de que su futura esposa no tenga interés en él. Su enfoque está decididamente en otra parte. No en mí, extrañamente, sino en su primo Samson. También me cuesta ignorar el susurro que torturó las partes más profundas de mí. Soy consciente de su presencia, tratando de no sentir sus susurros si puedo, aunque apenas tengo la fuerza para resistirlos. Maven no tiene que preocuparse por eso, no con su silla de Piedra Silenciosa. Lo mantiene a salvo. Lo mantiene vacío.

Cuando me entrenaron para ser una princesa, algo risible en sí mismo, estaba comprometida con el segundo príncipe, y yo asistí a muy pocas reuniones de corte. Bailes, sí, muchas fiestas, pero nada así hasta mi confinamiento. Ahora casi he perdido la cuenta de cuántas veces me he visto obligada a sentarme como la mascota bien entrenada de Maven, escuchando a peticionarios, políticos y nuevos socorristas que se comprometen a ser leales.

Hoy parece ser más de lo mismo. El gobernador de la región del Rift, un señor de la casa Laris, termina una súplica bien ensayada para los fondos de Hacienda para reparar las

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minas poseídas por Samos. Otro de los títeres de Volo, sus cuerdas claramente visibles. Maven lo pospone fácilmente, con un gesto y una promesa de revisar su propuesta. Aunque Maven es un hombre de palabra conmigo, él no está en la corte. Los hombros del gobernador caen deprimidos, sabiendo que nunca se leerán.

Mi espalda ya duele de la rígida silla, por no mencionar la postura rígida que tengo que mantener en mi último conjunto de la corte. Cristal y encaje. Rojo, por supuesto, como siempre. Maven me ama en rojo. Dice que me hace ver viva, así como la vida se filtra de mí con cada día que pasa.

No se requiere un tribunal completo para las audiencias diarias, y hoy la sala del trono está medio vacía. Sin embargo, el estrado todavía está lleno. Aquellos elegidos para acompañar al rey, flanqueando su izquierda y su derecha, se enorgullecen de su posición, por no mencionar la oportunidad de aparecer en otra emisión nacional. Cuando las cámaras ruedan, me doy cuenta que más nuevasangre deben estar llegando. Suspiro resignándome a otro día de culpa y vergüenza.

Mi tripa se tuerce cuando las puertas altas se abren. Bajo la mirada, no queriendo recordar sus rostros. La mayoría seguirá el condenado ejemplo de Morritan y se unirá a la guerra de Maven en un intento de entender sus habilidades.

Junto a mí, Jon se contrae en su forma habitual. Me concentro en sus dedos, largos y delgados, dibujando líneas contra la pierna de su pantalón. Barriendo hacia adelante y hacia atrás, como una persona hojeando las páginas de un libro. Probablemente lo está, leyendo los hilos provisionales del futuro a medida que se forman y cambian. Me pregunto qué es lo que ve. No es que yo le pregunte. Nunca le perdonaré su traición. Al menos no trata de hablar conmigo, no desde que lo pasé en las cámaras del consejo.

—Bienvenida a todos —le dice Maven a los nuevasangre. Su voz es practicada y firme, resonando a través de la sala del trono—. No se preocupen. Están a salvo ahora. Se los prometo a todos, la Guardia Escarlata nunca los amenazará aquí.

Demasiado mal.

Mantengo mi cabeza inclinada, ocultando mi rostro de las cámaras. El torrente de sangre ruge en mis oídos, martillando a tiempo con mi corazón. Siento náuseas; Me siento enferma. ¡Corre!, grito en mi cabeza, aunque ningún nuevasangre podría escapar de la sala del trono ahora. Miro a cualquier parte menos a Maven y los nuevasangre, a cualquier lugar excepto a la jaula invisible que se dibuja a su alrededor. Mis ojos aterrizan en Evangeline, sólo para encontrar su mirada fija en mí. Ella no está sonriendo por una vez. Su rostro está blanco, vacío. Ella tiene mucha más práctica en esto de lo que yo tengo.

Mis uñas son harapientas, con las cutículas crudas durante largas noches de preocupación y días más largos de esta tortura indolora. El sanador de Skonos que me hace parecer saludable siempre se olvida de revisar mis manos. Espero que nadie vea las transmisiones.

Junto a mí, el rey se mantiene en esta horrible exhibición.

—¿Bien?

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Cuatro nuevasangre se presentan, cada uno más nervioso que el anterior. Sus habilidades a menudo se encuentran con jadeos asombrados o susurros agobiados. Se siente como un espejo sombrío a La Prueba de la Reina. En lugar de realizar sus habilidades para una corona de novia, los nuevasangre lo están realizando para sus vidas, para ganar lo que piensan que es un santuario al lado de Maven. Trato de no mirar, pero descubro que mis ojos se pierden por piedad y miedo.

La primera, una mujer pesada con bíceps que rivaliza con Cal, intenta caminar a través de una pared. Justo a través, como si la madera dorada y el moldeado adornado fuera aire. En el fascinado estímulo de Maven, ella hace lo mismo con un Centinela de la guardia. Se estremece, la única indicación de la humanidad detrás de su máscara negra, pero de otra manera está ilesa. No tengo ni idea de cómo funciona su capacidad, y pienso en Julian. También está con la Guardia Escarlata, y espero que vea cada una de estas transmisiones. Si el coronel lo permite, eso es. Él no es exactamente un fan de mis amigos Plateados.

Dos ancianos siguen a la mujer, veteranos de cabello blanco con ojos alargados y hombros anchos. Sus habilidades me son familiares. El más corto con dientes perdidos es como Ketha, uno de los nuevasangre que recluté hace meses. Aunque podía explotar un objeto o una persona solo con el pensamiento, no sobrevivió a nuestra incursión en la prisión de Corros. Odiaba su habilidad. Es sangrienta y violenta. A pesar que el hombre nuevasangre sólo destruye una silla, parpadeando a astillas, no se ve feliz sobre ella tampoco. Su amigo es de voz suave, presentándose como Terrance antes de decirnos que puede manipular el sonido. Como Farrah. Otro recluta mío. Ella no vino a Corros. Espero que siga viva.

La última es otra mujer, probablemente de la edad de mi madre, con el cabello negro trenzado y gris. Ella es agraciada en el movimiento, acercándose al rey con los pasos tranquilos, elegantes de un criado bien entrenado. Al igual que Ada, como Walsh, como yo una vez. Como tantos de nosotros lo fuimos y seguimos siendo. Cuando se inclina, se inclina despacio.

—Su majestad —murmura, su voz suave y sin pretensiones como una brisa de verano—. Soy Halley, una criada de la Casa Eagrie.

Maven gesticula para que se levante, poniendo su falsa sonrisa. Ella hace lo ordenado.

—Usted era un sirviente de la Casa Eagrie —dice suavemente. Luego asiente por encima de su hombro, encontrando a la cabeza dominante de Eagrie en la pequeña multitud—. Mis gracias, lady Mellina, por traerla a salvo.

La mujer alta y con cara de pájaro ya está haciendo reverencias, conociendo las palabras antes que las hable. Como Ojo, puede ver el futuro inmediato, y supongo que vio la habilidad de su sirvienta antes que su sirvienta se diera cuenta de lo que era.

—¿Bueno, Halley?

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Sus ojos chasquean los míos por un solo momento. Espero mantenerme bajo su escrutinio. Pero ella no está buscando mi miedo, o lo que escondo debajo de mi máscara. Sus ojos se vuelven lejanos, viendo a través y no viendo nada al mismo tiempo.

—Ella puede controlar y crear electricidad, grande y pequeña —dice Halley—. No tiene nombre para esta habilidad.

Luego mira a Jon. La misma mirada se desliza sobre ella.

—Él ve el destino. Tan lejos como su camino vaya, por el tiempo que una persona camina. No tiene nombre para esta habilidad.

Maven estrecha sus ojos, preguntándose, y me odio por sentirme de la misma manera que él.

Pero ella se mantiene, mirando y hablando mientras gira.

—Ella puede controlar los materiales metálicos a través de la manipulación de campos magnéticos.

—Magnetrón.

—Susurro.

—Sombra.

—Magnetrón.

—Magnetrón.

Ella pasa por la línea de asesores de Maven, señalando y nombrando sus habilidades con poca dificultad. Maven se inclina hacia delante, perplejo, con la cabeza inclinada hacia un lado en curiosidad animal. Observa atentamente, apenas parpadeando. Muchos piensan que él es estúpido sin su madre, no un genio militar como su hermano, así que ¿para qué es bueno? Olvidan que la estrategia no es sólo para el campo de batalla.

—Ojo. Ojo. Ojo. —Gesticula a sus antiguos maestros, nombrándolos así antes de dejar caer su mano a su lado. Su puño se tensa y se relaja, esperando la inevitable incredulidad.

—¿Así que tu habilidad es sentir otras habilidades? —dice Maven finalmente, una ceja levantada.

—Sí, su majestad.

—Una cosa fácil de jugar.

—Sí, su majestad —admite, aún más suave ahora.

Podría hacerse sin mucha dificultad, especialmente por alguien en su posición. Ella sirve una Casa Alta, presente en la corte más a menudo que no en estos días. Sería fácil para ella memorizar lo que otros pueden hacer, ¿pero incluso Jon? Por lo que sé, él es alabado como el primer nuevasangre por unirse a Maven, pero no creo que muchos conozcan su habilidad. Maven no querría que la gente pensara que confía en alguien con sangre roja para aconsejar sus decisiones.

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—Sigue adelante. —Él levanta las cejas oscuras, instándola. Interpretar.

Hace lo que él ordena, nombrando ninfas Osanos, verdinos guardabosques Welle, un solitario Rhambos Brazofuertes. Uno tras otro, pero llevan colores, y ella es una sirvienta. Se supone que debe saber estas cosas. Su habilidad es un truco de salón en el mejor de los casos, una mentira y una sentencia de muerte en el peor de los casos. Sé que siente la espada colgando de su cabeza, cada vez más cerca con cada tic tac de la mandíbula de Maven.

En la parte posterior, una seda de Iral en rojo y azul se pone de pie, ajustando su abrigo mientras camina. Sólo la noto porque sus pasos son extraños, no tan fluidos como los de una seda debería ser. Raro.

Y Halley también se da cuenta. Ella tiembla, solo por un segundo.

Podría ser su vida o la suya.

—Ella puede cambiar su rostro —susurra, su dedo temblando en el aire—. No tiene nombre para esta habilidad.

Los habituales susurros sin eco del final de la corte, apagados como una vela. El silencio cae, roto sólo por el latido creciente de mi corazón. Ella puede cambiar su rostro.

Mi cuerpo vibra con adrenalina. ¡Corre! Quiero gritar. ¡Corre!

Y cuando los Centinelas toman al señor Iral por los brazos, llevándolo hacia adelante, ruego por mí: Por favor, que esté equivocada. Por favor, que esté equivocada. Por favor, que esté equivocada.

—Soy un hijo de la Casa Iral —gruñe el hombre, tratando de romper el control de los soldados Centinelas. Un Iral sería capaz de hacerlo, retorciéndose con una sonrisa. Pero quienquiera que él o ella sea, no lo hace. Mi estómago cae a mis pies—. ¿Tomas la palabra de un esclavo rojo que miente sobre el mío?

Samson reacciona antes que Maven pueda preguntar, rápido como un Veloz. Desciende los escalones del estrado, sus ojos azul eléctrico crepitantes de hambre. Supongo que no ha tenido muchos cerebros para alimentarse desde el mío. Con un grito, el hijo de Iral tropieza de rodillas, con la cabeza inclinada. Samson entra en su mente.

Y entonces su cabello sangra gris, se acorta, retrocede a una cabeza diferente con una cara diferente.

—Nanny —me oigo gemir. La anciana se atreve a levantar la mirada, con los ojos abiertos y asustados y familiares. Recuerdo reclutarla, llevarla al Notch, mirarla pelear con los chicos nuevos y contar historias de sus propios nietos. Arrugada como una nuez, más vieja que cualquiera de nosotros, y siempre para una misión. Yo correría para abrazarla si eso fuera remotamente posible.

En cambio, caigo de rodillas, con las manos en la muñeca de Maven. Le suplico como sólo he hecho una vez, mis pulmones llenos de ceniza y aire frío, mi cabeza todavía girando desde el choque controlado de un jet.

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El vestido se rasga a lo largo de una costura. No está destinado a arrodillarse. No como yo.

—Por favor, Maven. No la mates —le pido, tragando saliva, agarrando todo lo que pueda para salvar su vida—. Ella puede ser usada; es valiosa. Mira lo que puede hacer…

Me empuja, su palma contra mi marca.

—Es una espía en mi corte. ¿No es así?

Todavía le ruego, hablando antes que la boca inteligente de Nanny pueda conseguirle una buena y verdaderamente muerte.

Y por una vez, espero que las cámaras sigan viendo.

—Ella ha sido traicionada, mentida, engañada por la Guardia Escarlata. ¡No es su culpa!

El rey no es condescendiente a ponerse de pie, ni siquiera por un asesinato a sus pies. Porque tiene miedo de dejar su Piedra Silenciosa, de tomar una decisión más allá de su círculo de comodidad y seguridad vacía.

—Las reglas de la guerra son claras. Los espías deben ser tratados con rapidez.

—Cuando estás enfermo, ¿a quién culpas? —exijo—. ¿A tu cuerpo o a la enfermedad?

Baja la mirada y me siento hueca.

—Culpas a la cura que no funcionó.

—Maven, te lo suplico… —No recuerdo haber empezado a llorar, pero por supuesto que lo estoy. Son lágrimas vergonzosas, porque lloro tanto por mí como por ella. Este fue el comienzo de un rescate. Esto fue para mí. Nanny era mi oportunidad.

Mi visión se desdibuja, empañando el borde de mi vista. Samson levanta la mano, ansioso por sumergirse en lo que sabe. Me pregunto lo devastador que será para la Guardia Escarlata, y lo estúpidos que fueron para hacer esto. Qué riesgo, qué desperdicio.

—Levántate. Rojo como el amanecer —murmura ella, escupiendo.

Entonces su rostro cambia una última vez. A una cara que todos reconocemos.

Samson retrocede medio paso, sorprendido, mientras Maven da una especie de grito estrangulado.

Elara nos mira desde el suelo, un fantasma viviente. Su rostro está mutilado, destruido por el rayo. Un ojo se ha ido, el otro inyectado de sangre con plata vil. Su boca se enrolla en una burla inhumana. Se desencadena el terror en la boca de mi estómago, aunque sé que está muerta. Sé que la maté.

Es una estratagema inteligente, le compra tiempo suficiente para levantar una mano a sus labios, para tragar.

He visto píldoras de suicidio antes. Aunque cierro los ojos, sé lo que sucede después.

Es mejor que lo que Samson hubiera hecho. Y sus secretos permanecen secretos.

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Por siempre.

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Diez

estruyo cada libro de mi estantería, los destrozo en pedazos. Las portadas se rompen, las páginas se rasgan, y desearía que sangraran. Desearía que yo pudiera sangrar. Ella está muerta porque yo no lo

estoy. Porque todavía estoy aquí, un cebo en la trampa, un señuelo para atraer a la Guardia Escarlata a sus santuarios.

Después de unas horas de inútil destrucción, me doy cuenta que estoy equivocada. La Guardia Escarlata no haría esto. No al coronel, a Farley, no por mí.

—Cal, estúpido, estúpido bastardo —digo a nadie.

Porque por supuesto esto fue su idea. Es lo que él aprendió. La victoria a cualquier costo. Espero que no continúe pagando este precio imposible por mí.

Afuera, está nevando de nuevo. No siento nada de su frío, solo el mío.

En la mañana, me despierto en mi cama, con mi vestido todavía, aunque no recuerdo levantarme del suelo. Los libros arruinados tampoco están, meticulosamente apartados de mi vida. Incluso los pedazos más pequeños de papel. Pero los estantes no están vacíos. Una docena de libros recubiertos de cuero, nuevos y viejos, ocupan los espacios. La urgencia por arruinarlos me consume, y me tropiezo en mis pies, abalanzándome.

El primero que agarro está desgastado, su cubierta rota y envejecida. Creo que solía ser amarillo, o tal vez dorado. De verdad no me importa. Lo abro, una mano agarrando un fajo de hojas, lista para arrancarlas en pedazos como el resto.

Una escritura familiar me congela en el sitio. Mi corazón salta en reconocimiento.

Propiedad de Julian Jacos.

Mis rodillas dejan de funcionar. Aterrizo con un suave golpe, doblada sobre la cosa más tranquilizante que he visto en semanas. Mis dedos trazan las líneas de su nombre, deseando que surgiera de estas, deseando que pudiera escuchar su voz en otra parte más que mi cabeza. Paso las páginas, buscando más evidencia suya. A pesar de mis circunstancias, mis dolorosas cicatrices, sonrío.

Los otros libros son lo mismo. Todos de Julian, pedazos de sus colecciones más largas. Los tomo como una chica con hambre. Sus favoritas son las historias, pero hay de ciencia también. Incluso una novela. Esa tiene dos nombres dentro; De Julian, para Coriane. Miro las cartas, la única evidencia de la madre de Cal en todo este palacio.

D

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Guardo ese con cuidado de nuevo, mis dedos se ciernen sobre su lomo sin romper. Ella nunca lo leyó. Tal vez no tuvo oportunidad.

En el fondo, odio que esto me haga feliz. Odio que Maven me conozca tan bien para saber qué darme. Porque estos ciertamente son de su parte. La única clase de disculpa que puede dar, la única que podría aceptar. Pero no lo hago. Claro que no lo hago. Tan pronto como vino, mi sonrisa se va. No puedo permitirme sentir nada más que odio en lo que se concierne al rey. Sus manipulaciones no son tan perfectas como las de su madre, pero las siento todavía, y no dejaré que me atraigan del todo.

Por un segundo, me debato en romper los libros como hice con los otros. Mostrarle a Maven lo que pienso de su regalo. Pero no puedo. Mis dedos se ciernen sobre las páginas, tan fáciles de romper. Y luego los guardo con cuidado, uno a uno.

No destruiré los libros, así que voy por mi vestido en cambio, arrancando la tela rubí de mi cuerpo.

Alguien como Gisa probablemente hizo este vestido. Una sirvienta Roja con manos agiles y ojo de artista, cosiendo perfectamente algo tan hermoso y terrible que sólo un Plateado podría usar. La idea me pone triste, pero sólo rabia sangra de mí. No tengo más lágrimas. No después de ayer.

Cuando el siguiente traje es entregado en silencio, por el inexpresivo Clover y Kitten, me lo pongo sin dudar o quejarme. La blusa está moteada con tesoros escondidos de rubíes, granate y ónix, con largas mangas rayadas en seda negra. El pantalón es un regalo también, sueltos para pasar como cómodos.

La sanadora de Skonos viene después. Enfoca sus esfuerzos en mis ojos, sanando ambas hinchazones y mi palpitante dolor de cabeza por las lágrimas de frustración de anoche. Como Sara, es silenciosa y hábil, sus dedos negro azul aleteando sobre mis dolores. Trabaja rápidamente. También yo.

—¿Puedes hablar, o la reina Elara te cortó también la lengua?

Sabe de qué estoy hablando. Su mirada es vaga, las pestañas aletean en rápidos parpadeos de sorpresa. Aun así, no habla. Ha sido bien entrenada.

—Buena decisión. La última vez que vi a Sara, estaba rescatándola de una prisión. Parece que perder su lengua no fue suficiente castigo. —Miro más allá de ella, a Clover y Kitten mirando. Como la sanadora, se concentran en mí. Siento la fría ondulación de su habilidad, pulsando a tiempo con el constante silencio de mis esposas—. Había ciento de Plateados ahí. Muchos de las Casas Mayores. ¿Han faltado amigos últimamente?

No tengo mis armas en este lugar. Pero debo intentar.

—Mantén la boca cerrada, Barrow —gruñe Clover.

Sólo hacer que hable es victoria suficiente para mí. Presiono.

—Encuentro extraño que nadie parece importarle que el pequeño rey sea un tirano sediento de sangre. Pero entonces yo soy la Roja. No los entiendo en absoluto a ustedes.

Me río mientras Cover me aparta de la sanadora, furiosa ahora.

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—Suficiente sanación para ella —sisea, sacándome del cuarto. Sus ojos verdes destellan con rabia, pero también confusión. Duda. Pequeñas rendijas por las que pretendo pasar.

Nadie más debe arriesgarse a rescatarme. Debo hacerlo por mi cuenta.

—Ignórala —murmura Kitten a su camarada, su voz alta, sin aliento y derramando veneno.

—Qué honor para ustedes dos. —Sigo hablando mientras me llevan por los largos y conocidos corredores—. Cuidando a una mocosa Roja. Limpiando después de sus comidas, aseando su cuarto. Todo para que Maven pueda tener a su muñeca cuando quiere.

Eso sólo los molesta y los pone más bruscos conmigo. Aceleran su paso, obligándome a seguirlos. De repente girando a la izquierda en lugar de la derecha, a otra parte del palacio que apenas y recuerdo. Salones de residencia, donde la realeza vive. Viví ahí una vez también, aunque sea por un rato.

Mi corazón se acelera mientras pasamos una estatua en una estufa. La reconozco. Mi cuarto; mi vieja recámara, está a unas puertas de distancia. El cuarto de Cal también, y el de Maven.

—Ahora no hablas tanto —dice Clover, su voz sonando distante.

La luz se derrama por las ventanas, por el sol y la nieve fresca. No hace nada para reconfortarme. Puedo manejar a Maven en el salón del trono, en su estudio, cuando estoy en exhibición. Pero a solas… ¿verdaderamente a solas? Bajo mis ropas, su marca resalta y quema.

Cuando nos detenemos en una puerta y avanzamos por el salón, me doy cuenta de mi error. El alivio me inunda. Maven es el rey ahora. Sus habitaciones ya no son aquí.

Pero las de Evangeline sí.

Ella se sienta en el centro del salón extrañamente vacío, rodeado por pedazos retorcidos de metal. Varían en color y material; hierro, bronce, cobre. Sus manos trabajan diligentemente, formando flores del cromo, curvándolo en una banda trenzada de plata y oro. Otra corona para su colección. Otra corona que aún no puede usar.

Dos asistentes esperan con ella. Un hombre y una mujer, vestidos planamente, sus ropas a rayas con los colores de la Casa Samos. Con una sacudida, me doy cuenta que son Rojos.

—Háganla presentable, por favor —dice Evangeline, sin molestarse en alzar la mirada.

Los Rojos descienden, llevándome al único espejo en el cuarto. Me miro en este, me doy cuenta que Elane está aquí también, holgazaneando en un gran sofá bajo el brillo de la luz del sol como un gato satisfecho. Me mira sin dudas ni miedo, sólo desinterés.

—Pueden esperar afuera —dice Elane cuando rompe el contacto visual, mirando a mis guardias Arven. Su silla roja atrapa la luz, ondulando como fuego líquido. Incluso

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aunque tengo una excusa para lucir horrible, todavía me siento muy consciente bajo su presencia.

Evangeline asiente, estando de acuerdo, y los Arven salen. Ambos miran con disgusto en mi dirección. Ansiosamente las guardo para atesorarlas después.

—¿A alguien le importaría explicar? —pregunto en el silencioso cuarto, sin esperar respuesta.

Los otros dos se ríen, intercambiando miradas fijas. Tomo la oportunidad para examinar el cuarto y la situación. Hay otra puerta, que probablemente lleva al cuarto de Evangeline, las ventanas están cerradas con fuerza en el frío. Su cuarto tiene vistas a un patio familiar, y me doy cuenta que mi celda de habitación debe dar a la suya. La revelación me estremece.

Para mi sorpresa, Evangeline deja caer su trabajo con un estruendo. La corona se rompe, sin poder mantener su forma sin su habilidad.

Es el deber de una reina recibir invitados.

—Bueno, no soy un huésped y no eres una reina, así que…

—Si tan solo tu cerebro fuera tan rápido como tu boca —espeta en respuesta.

La mujer Roja parpadea repetidamente, estremeciéndose como si nuestras palabras la lastimaran. De hecho, podrían, y resuelvo ser menos estúpida. Muerdo mi labio para evitar que más pensamientos idiotas salgan, dejando a los dos sirvientes Rojos trabajar. El hombre atiende mi cabello, cepillándolo y enrollándolo en una espiral, mientras ella hace mi maquillaje. Sin pintura Plateada, pero usa rubor, un poco de negro para delinear mis ojos, y rojo brillante para mis labios. Una visión estridente.

—Con eso bastará —dice Elane a sus espaldas. Los Rojos son rápidos en apartase, dejando caer sus manos a sus costados y agachando sus cabezas—. No podemos dejar que se vea muy arreglada. Los príncipes no lo entenderían.

Mis ojos se ensanchas. Príncipes. Invitados. ¿Enfrente de quién me harán desfilar?

Evangeline se da cuenta. Resopla con fuerza, moviendo una flor de bronce en dirección a Elane. Se clava en la pared por encima de su cabeza, pero a Elane parece no importarle. Solo suspira soñadoramente.

—Cuida lo que dices, Elane.

—Se enterará en unos minutos, querida. ¿Cuál es el daño? —Se levanta de sus almohadas, extendiendo sus largas extremidades que brillan con su habilidad. Los ojos de Evangeline siguen cada movimiento, endureciéndose cuando Elane cruza el cuarto a mi lado.

Se me une en el espejo, mirando mi rostro.

—Te comportarás hoy, ¿verdad?

Me pregunto qué tan rápidamente me despellejaría Elane, si estrello mi codo contra sus perfectos dientes.

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—Me comportaré.

—Bien.

Y entonces desaparece, borrada de la vista, pero no de la sensación. Todavía siento su mano en mi hombro. Una advertencia.

Miro a través de donde estaba el cuerpo de Elane, a Evangeline. Ella se levanta del suelo, su vestido arremolinándose a su alrededor, fluido como el mercurio. Bien podría serlo.

Cuando se acerca, no puedo evitar retraerme. Pero las manos de Elane evitan que me mueva, obligándome a pararme derecha y permitir que Evangeline se cierna sobre mí. Una esquina de su boca se levanta. Le gusta verme con miedo. Mete una hebra de cabello tras mi oreja.

—No te confundas, esto es para mi beneficio —dice—. No el tuyo.

No tengo idea de qué habla, pero asiento de cualquier forma.

Evangeline no nos lleva al cuarto del trono, sino a las recámaras privadas del consejo de Maven. Los Centinelas custodiando las puertas parecen más imponentes de lo normal. Cuando entro, me doy cuenta que incluso están cuidando las ventanas. Una precaución extra desde la infiltración de Nanny.

La última vez que pasé por estas, el cuarto estaba vacío con excepción de Jon. Todavía está aquí, en silencio en un rincón, modesto al lado de la media docena de otras personas en el cuarto. Me estremezco ante la visión de Volo Samos, una araña silenciosa de negro con su hijo, Ptolemus, a su lado. Por supuesto, Samson Merandus está aquí también. Me sonríe y bajo mis ojos, evitando su mirada como si pudiera escudarme del recuerdo de él metiéndose en mi cerebro.

Espero ver a Maven sentado solo en el extremo de la mesa, pero en cambio, dos hombres están flanqueándolo de cerca. Ambos están envueltos en pieles pesadas y suave gamuza, vestidos para soportar el frío ártico incluso aunque estamos bien resguardados del invierno. Tienen una profunda piel negra azulada como piedra pulida. El que está a la derecha tiene restos de oro y turquesa salpicado en las intrincadas espirales de sus trenzas, mientras que el de la izquierda se ha quedado con rizos largos y brillantes coronados en la parte superior de capullos tallados de cuarzo blanco. Realeza, claramente. Pero no nuestra. No de Norta.

Maven levanta una mano, haciendo señas a Evangeline quien se acerca. En la luz del sol de invierno, brilla.

—Mi prometida, lady Evangeline de la Casa Samos —dice—. Fue fundamental en la captura de Mare Barrow, la chica rayo y la líder de la Guardia Escarlata.

Evangeline juega su papel, inclinándose ante ambos. Ellos agachan sus cabezas a la par, sus movimientos largos y fluidos.

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—Nuestras felicitaciones, lady Evangeline —dice el que tiene la corona. Incluso extiende la mano, apuntando por la suya. Ella le permite besar sus nudillos, brillando por la atención.

Cuando ella me mira, me doy cuenta que Evangeline pretende que me le una. Lo hago a regañadientes. Me intrigan los dos recién llegados, y ellos me miran con fascinación. Me niego a siquiera asentir.

—¿Esta es la chica rayo? —dice el otro príncipe. Sus dientes destellan blancos como la luna contra la piel negra como la noche—. ¿Esta es quien les ha dado tantos problemas? ¿Y la dejan con vida?

—Claro que lo hacen. —Se une su compatriota. Se pone en pie, y me doy cuenta que debe medir más de dos metros—. Es un maravilloso señuelo. Aunque estoy sorprendido de que sus terroristas no hayan intentado un verdadero rescate, si es tan importante como dices.

Maven se encoge de hombros. Exuda un aire de bastante satisfacción.

—Mi corte está bien defendida. La infiltración es totalmente imposible.

Lo miro, directamente a los ojos. Mentiroso. Él casi me sonríe, como si fuera un chiste privado entre ambos. Lucho contra la urgencia familiar por escupirle.

—En Piedmont la haríamos marchar por las calles de cada ciudad —dice el príncipe con la corona de cuarzo—. Mostraríamos a nuestros ciudadanos en lo que se convierte la gente como ella.

Piedmont. La palabra resuena como una campana en mi cabeza. Así que son los príncipes de Piedmont. Revuelco mi cerebro, tratando de recordar lo que sé del país. Un aliado de Norta, forma parte de la frontera del sur. Gobernado por una colección de príncipes. Eso es todo lo que sé de las lecciones de Julian. Pero sé otras cosas también. Recuerdo encontrar embarcaciones en Tuck, suministros robados de Piedmont. Y Farley misma dio indicios de que la Guardia Escarlata estaba expandiéndose allí, intentando extender su rebelión a través de los aliados más grandes de Norta.

—¿Ella habla? —continua el príncipe, mirando entre Maven y Evangeline.

—Desafortunadamente —contesta ella con una sonrisa.

Ambos príncipes se ríen, así como Maven. El resto del cuarto sigue el ejemplo, consintiendo a su señor y maestro.

—Bien entonces, ¿príncipe Daraeus? ¿Príncipe Alexandret? —Maven mueve su mirada entre cada uno. Orgullosamente juega el papel del rey, a pesar que los dos príncipes le doblan la estatura y la edad. De alguna manera se mide contra ellos. Elara lo entrenó muy bien—. Querían ver a la prisionera. Y la han visto.

Alexandret, de pie muy cerca, toma mi barbilla en sus suaves manos. Me pregunto cuál es su habilidad. Me pregunto qué tanto miedo debería tenerle.

—De hecho, su majestad. Tenemos un par de preguntas, ¿si fuera tan amable de permitirlo?

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Aunque dice las palabras como una petición, esto es prácticamente una demanda.

—Su majestad, ya le he dicho lo que sabe —habla Samson desde su silla, inclinándose sobre la mesa para poder apuntarme—. Nada en la mente de Mare Barrow se escapó de mi búsqueda.

Asentiría estando de acuerdo, pero el agarre de Alexandret me mantiene quieta. Lo miro, tratando de deducir exactamente qué quiere de mí. Sus ojos son un abismo, ilegible. No conozco a este hombre y no encuentro nada en él que pueda usar. Mi piel se eriza ante su toque y deseo mi rayo, para poner distancia entre ambos. Sobre su hombro, Daraeus se mueve para verme mejor. Sus cuentas doradas atrapan la luz del invierno, llenando su cabello con un brillo cegador.

—Rey Maven, nos gustaría escucharlo de sus labios —dice Daraeus, inclinándose hacia Maven. Entonces sonríe, tranquilo y carismático. Daraeus es hermoso y usa su apariencia bien—. Petición del príncipe Bracken, usted entiende. Sólo necesitamos unos minutos.

Alexandret, Daraeus, Bracken. Grabo los nombres en mi memoria.

—Pregunta lo que desees. —Las manos de Maven agarran el borde de su asiento. Ninguno deja de sonreír, y nada ha lucido jamás tan falso—. Justo aquí.

Después de un largo momento, Daraeus cede. Inclina su cabeza en reverencia deferente.

—Muy bien, su majestad.

Entonces su cuerpo se desvanece, moviéndose tan rápido que apenas veo sus movimientos. De repente está a mi lado. Rápido. No tanto como mi hermano, pero lo suficiente para enviarme una oleada de adrenalina. Todavía no sé qué puede hacer Alexandret. Sólo puedo rezar para que no sea un susurro, que no tenga que soportar tal tortura de nuevo.

—¿La Guardia Escarlata está operando en Piedmont? —pregunta Alexandret mientras se cierne sobre mí, sus profundos ojos penetrando los míos. A diferencia de Daraeus, no hay risa en él.

Espero por el viento punzante de otra mente estrellándose en la mía. Nunca viene. Las esposas; no permitirán que una habilidad penetrara el capullo de silencio.

Mi voz se quiebra.

—¿Qué?

—Quiero escuchar lo que sabes de las operaciones de la Guardia Escarlata en Piedmont.

Cada interrogatorio al que he sido sometida tiene que ser hecho por un susurro. Es extraño tener a alguien haciéndome preguntas libremente, y confía en mis respuestas sin abrirme el cráneo. Supongo que Samson ya les ha dicho a los príncipes todo lo que sabe de mí, pero no confían en lo que dijo. Listos, entonces, ven si mi historia encaja con la suya.

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—La Guardia Escarlata es buena guardando secretos —contesto, mis pensamientos son un borrón. ¿Miento? ¿Añado más leña al fuego en la desconfianza entre Maven y Piedmont?—. No se me permitían mucha información sobre las operaciones.

—Tus operaciones. —Alexandret frunce el ceño, formando una profunda arruga en el centro de su frente—. Eras su líder. Me niego a creer que puedas ser tan inútil para nosotros.

Inútil. Hace dos meses era la chica d rayo, una tormenta en forma de humano. Pero antes de eso era lo que él dice. Inútil para todo y todos, incluso mis enemigos. En los Pilares lo odiaba. Ahora estoy feliz. Soy una pobre arma para blandir por los Plateados.

—No soy su líder —le digo a Alexandret. Detrás de mí, oigo el movimiento de Maven, acomodándose en su asiento. Espero que se retuerza—. Ni siquiera conocí a sus líderes.

Él no me cree. Pero tampoco cree lo que ya le han dicho.

—¿Cuántos de tus operativos están en Piamonte?

—No lo sé.

—¿Quién financia sus esfuerzos?

—No lo sé.

Empieza como un pinchazo en los dedos de las manos y los pies. Una pequeña sensación. No es agradable pero tampoco incómoda. Como cuando una extremidad se entumece. Alexandret nunca suelta mi mandíbula. Las esposas, me digo. Ellas me protegerán de él. Tienen que hacerlo.

—¿Dónde están el príncipe Miguel y la princesa Charlotta?

—No sé quiénes son esas personas.

Michael, Charlotta. Más nombres para memorizar. El hormigueo continúa, ahora en mis brazos y piernas. Siento el aliento entre mis dientes.

Sus ojos se estrechan concentrados. Me preparo para una explosión de dolor nacida de cualquier habilidad con la que me él someta.

—¿Has tenido algún contacto con la República Libre de Montfort?

Sin embargo, el pinchazo es soportable. Sólo su apretado agarre en mi mandíbula es realmente doloroso.

—Sí —digo.

Luego se retira, dejando mi mentón libre con una mueca de desprecio. Él mira mis muñecas, luego levanta con fuerza una manga para ver mis ataduras. El zumbido en mis brazos y piernas retrocede mientras frunce el ceño.

—Su majestad, ¿me pregunto si podría interrogarla sin las esposas de Piedra Silenciosa? —Otra demanda disfrazada de petición.

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Esta vez, Maven se lo niega. Sin mis esposas, mi habilidad se desatará. Debe ser enorme haber penetrado incluso un poco a través de mi jaula de silencio. Me torturarán. De nuevo.

—No puede, su alteza. Ella es demasiado peligrosa para eso —dice Maven con un ligero movimiento de cabeza. A pesar de todo mi odio, siento el más mínimo brote de gratitud—. Y, como dijo, es valiosa. No puedo tenerle rompiéndola.

Samson no se molesta en esconder su disgusto.

—Alguien debería hacerlo.

—¿Hay algo más que pueda hacer por su alteza o por el príncipe Bracken? —pregunta Maven, hablando por encima de su demoníaco primo. Se levanta de su silla, usando una mano para suavizar su uniforme de vestir tachonado con medallas e insignias de honor. Pero mantiene una mano en el asiento, sujetándose en uno de los apoyabrazos de la Piedra Silenciosa. Es su ancla y su escudo.

Daraeus se inclina lo bastante bajo para ambos príncipes, sonriendo de nuevo.

—He oído rumores de un banquete.

—Por una vez —responde Maven con una sonrisa afilada en mi dirección—, los rumores son ciertos.

Lady Blonos nunca me enseñó el protocolo para entretener a la realeza de una nación aliada. He visto fiestas antes, vals, una Prueba de la Reina que inadvertidamente arruiné, pero nunca algo como esto. Tal vez porque el padre de Maven no estaba tan preocupado por la apariencia, pero Maven es el hijo de su madre en carne y hueso. Parecer poderoso es ser poderoso, dijo una vez. Hoy toma en serio esa lección. Sus asesores, sus huéspedes de Piedmont y yo estamos sentados a una larga mesa donde podemos observar al resto.

Nunca puse los pies en este salón antes. Hace pequeña la sala del trono, las galerías y las cámaras de fiesta del resto de Whitefire. Se ajusta a toda la corte reunida, todos los lores y ladies y sus familias extendidas, con facilidad. La cámara consta de tres pisos de altura, ventanas de cristal y vidrio de colores, cada uno de los cuales representa los colores de las Casas Altas. El resultado es una docena de arco iris sobre un suelo de mármol veteado de granito negro, cada haz de luz un prisma que se desplaza a través de los diamantes de los candelabros obteniendo árboles, pájaros, rayos de sol, constelaciones, tormentas, infiernos, tifones y una docena de otros símbolos de intensidad de Plata. Me pasaría toda la comida mirando al techo si no fuera por mi precaria posición. Al menos no estoy al lado de Maven esta vez. Los príncipes tienen que sufrirlo esta noche. Pero Jon está a mi izquierda y Evangeline a mi derecha. Mantengo los codos apretados a los lados, no queriendo tocar accidentalmente a ninguno de ellos. Evangeline podría apuñalarme, y Jon podría compartir otra premonición nauseabunda.

Afortunadamente, la comida es buena. Me obligo a comer, y me mantengo alejada del licor. Los sirvientes Rojos circulan y ningún vaso está vacío. Después de diez minutos

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de intentar hacer coincidir mi mirada con alguien, abandono el propósito. Los criados son inteligentes, y no están dispuestos a arriesgar sus vidas por mirarme.

Dirijo la mirada al frente, contando las mesas, contando las Casas Altas. Todos están aquí, además de la Casa Calore, representada solo por Maven. Él no tiene primos ni otra familia que yo conozca, aunque supongo que deben existir. Al igual que los sirvientes, son probablemente lo suficientemente inteligentes como para evitar su cólera celosa y su tremuloso agarre sobre el trono.

La Casa Iral parece más pequeña, embotada a pesar de sus vibrantes trajes azules y rojos. No hay ni cerca ni tantos de ellos, y me pregunto cuántos Irals fueron enviados a la prisión de Corros. O tal vez huyeron de la corte. Sonya todavía está aquí, sin embargo, su postura elegante y practicada, pero extrañamente tensa. Ella cambió su uniforme de oficial por un chispeante vestido y se sienta al lado de un hombre mayor, resplandeciente en un collar de rubíes y zafiros. Probablemente el nuevo señor de su casa desde que su predecesor, la Pantera, fue asesinado por un hombre sentado a sólo unos metros de distancia. Me pregunto si Sonya les contó lo que dije sobre su abuela y Ptolomeo. Me pregunto si les importa.

Salto cuando Sonya levanta la mirada bruscamente, atrapando mi mirada.

Junto a mí, Jon suspira largo y bajo. Agarra su vaso de vino escarlata con una mano y saca su cuchillo de cena con el otro.

—Mare, ¿podrías hacerme un pequeño favor? —dice con calma.

Incluso su voz me repugna. Sonriendo, me vuelvo a mirarlo con todo el veneno que puedo reunir.

—¿Disculpa?

Algo se agrieta, y el dolor se arrastra a lo largo de mi pómulo, cortando la piel, quemando la carne. Me sacudo por la sensación, cayendo de lado, alejándome como un animal asustado. Mi hombro choca con Jon, y él se echa hacia adelante, derramando vino y agua sobre el fino mantel. Sangre también. Hay mucha sangre. La siento, cálida y húmeda, pero no bajo la mirada para ver el color. Mis ojos están en Evangeline, de pie al lado de la mesa, con un brazo extendido.

Una bala estremece el aire frente a ella, que se mantiene quieta en su lugar. Supongo que es la misma que me cortó la mejilla... y que podría haberlo hecho mucho peor.

Sus puños cerrados y los cohetes de bala regresando por donde vinieron, a las que les siguen astillas de acero frío que estallan de su vestido. Veo con horror cómo figuras azules y rojas se entrelazan a través de la tormenta metálica, esquivando, zambulléndose, entrando y saliendo de cada golpe. Incluso atrapan fragmentos de sus proyectiles de metal y los lanzan de vuelta, comenzando el ciclo de nuevo en una danza violenta y resplandeciente.

Evangeline no es la única que ataca. Los Centinelas avanzaban, subiendo por encima de la gran mesa, formando una pared delante de nosotros. Sus movimientos son

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perfectos, hechos a través de años de entrenamiento implacable. Pero sus filas tienen lagunas. Y algunos tiran sus máscaras lejos, desechando sus ropas flamencas. Se vuelven unos a otros.

Las Casas Altas hacen lo mismo.

Nunca me he sentido tan expuesta, tan desamparada, y eso es decir poco. Frente a mí, un duelo de dioses. Mis ojos se ensanchan, tratando de verlo todo. Tratando de dar sentido a esto. Nunca me he imaginado algo parecido. Una batalla de arena en el medio de un salón de baile. Joyas en vez de armaduras.

Iral y Haven y Laris en su impactante amarillo parecen establecerse en un lado de lo que sea que esto sea. Se apoyan unos a otros, se ayudan mutuamente. Las arandelas de Laris tiran las sedas de Iral de un lado a otro de la habitación con bruscas rachas, empuñándolas como flechas vivas mientras los Irals disparan pistolas y lanzan cuchillos con una precisión mortal. Los Havens han desaparecido por completo, pero unos pocos Centinelas delante de nosotros caen, derribados por ataques invisibles.

Y el resto, los demás no saben qué hacer. Algunos, Samos, Merandus, la mayoría de los guardias y Centinelas, se reúnen a la mesa alta, corriendo para defender a Maven, al que no puedo ver. Pero la mayoría se alejan, sorprendidos, traicionados, no dispuestos a entrar en tal lío y arriesgar sus propios cuellos. Ellos se defienden y no hacen nada más. Observan para ver la dirección de la marea.

Mi corazón salta en mi pecho. Esta es mi oportunidad. En el caos, nadie me notará. Las esposas no me han quitado los instintos ni los talentos de ladrón.

Me agacho al suelo, encontrando mis pies, sin molestarme en preguntarme sobre Maven o alguien más. Me concentro sólo en lo que hay delante de mí. La puerta más cercana. No sé a dónde va, pero me alejará de aquí, y eso es suficiente. Mientras me muevo, tomo un cuchillo de la mesa y lo pongo a trabajar, tratando de recoger las cerraduras de mis manillas.

Alguien huye delante de mí, dejando un rastro de sangre escarlata. Cojea, pero se mueve rápido, atravesando una puerta. Jon, me doy cuenta. Huyendo. Él ve el futuro. Seguramente puede ver la mejor salida de aquí.

Me pregunto si podré seguir adelante.

Recibo mi respuesta después de un total de tres pasos, cuando un Centinela me agarra por detrás. Me pone los brazos a los lados, apretándome. Gimo como un niño molesto, exasperado más allá de la frustración, mientras mi mano deja caer el cuchillo.

—No, no, no —dice Samson mientras entra en mi camino. El Centinela ni siquiera me dejará retroceder—. No podemos permitir esto.

Ahora puedo ver lo que es. No es un rescate. No vienen por mí. Un golpe, un intento de asesinato. Han venido por Maven.

Iral, Haven y Laris no pueden ganar esta batalla. Están superados en número, pero lo saben. Se prepararon para ello. Los Irals son intrigantes y espías. Su plan está bien ejecutado. Ya están escapando por las rotas ventanas. Miro, aturdida, mientras se elevan

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hacia el cielo, atrapando vendavales de viento que los mandan fuera y lejos. No todos lo logran. Los veloces Nornus agarran a unos pocos, al igual que el príncipe Daraeus, a pesar del largo cuchillo que sobresale de su hombro. Supongo que los Havens también han desaparecido hace mucho tiempo, aunque uno o dos aparecen de nuevo en mi visión, cada uno de ellos sangrando, muriendo, asaltados por el ataque del susurro de un Merandus. El mismo Daraeus saca un brazo borroso y agarra a alguien por el cuello. Cuando aprieta, un Haven acaba su existencia.

Los Centinelas que se convirtieron, todos Laris e Iral, tampoco lo hacen. Se arrodillan, enojados, pero sin miedo, ardiendo con determinación. Sin sus máscaras, no parecen tan aterradoras.

Un sonido de gorgoteo llama nuestra atención. Los Centinelas se vuelven, permitiéndome ver el centro de lo que alguna vez fue la mesa de banquetes. Una multitud se aglomera dónde estaba el asiento de Maven, unos en guardia, otros arrodillados. A través de sus piernas, lo veo.

Sangre de plata sale de su cuello, chorreando entre los dedos del Centinela más cercano, que está tratando de mantener la presión sobre una herida de bala. Los ojos de Maven giran y su boca se mueve. No puede hablar. Ni siquiera puede gritar. Un tipo de ruido húmedo y jadeante es todo lo que puede hacer.

Me alegra que el Centinela me sostenga todavía. O bien podría correr hacia él. Algo en mí quiere correr hacia él. Ya sea para terminar el trabajo o para consolarlo mientras muere, no lo sé. Deseo ambos en igual medida. Quiero mirarlo a los ojos y verlo dejarme para siempre.

Pero no puedo moverme, y él simplemente no va a morir.

La curandera de piel de Skonos, mi sanadora de piel, se desliza a su lado, arrodillándose. Creo que su nombre es Wren. Un nombre apto. Ella es pequeña y rápida como su tocayo. Ella chasquea los dedos.

—Déjalo; ¡lo tengo! —grita—. ¡Fuera ahora!

Ptolomeo Samos se agacha, abandonando su vigilancia. Él sacude los dedos y una bala se libera del cuello de Maven, trayendo consigo una nueva fuente de plata. Maven intenta gritar, haciendo gárgaras con su propia sangre.

Con la frente fruncida, el sanador de piel trabaja, sujetando ambas manos sobre su herida. Ella se inclina como si pusiera su peso sobre él. Desde este ángulo, no puedo ver la piel debajo, pero la sangre deja de brotar. La herida que debió haberle matado se cura. Músculo y vena y la carne de nuevo juntos, bueno como nuevo. Ninguna cicatriz más allá del recuerdo.

Después de un largo y jadeante momento, Maven se pone en pie de un salto, y el fuego explota de ambas manos, enviando a su comitiva a retroceder. La mesa delante de él se aleja, devastada por la fuerza y la rabia de su llama. Aterriza en un montón resonante, escupiendo charcos de alcohol ardiendo. El resto se quema, alimentado por la ira de Maven. Y, creo, el terror.

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Solo Volo tiene las agallas para acercarse a él en tal estado.

—Su majestad, ¿debemos evacuarlo?

Con ojos perversos, Maven se gira. Por encima de él, las bombillas de los candelabros estallan, lanzando llamas en lugar de chispas.

—No tengo ninguna razón para huir.

Todo esto en unos instantes. El salón de baile está desordenado, lleno de cristales rotos, mesas inclinadas y unos cuantos cuerpos muy mutilados.

El príncipe Alexandret está entre ellos, muerto en su asiento de honor con un agujero de bala entre sus ojos.

No lloro su pérdida. Su habilidad era el dolor.

Naturalmente, me interrogan primero. Debería estar acostumbrada.

Exhausta, emocionalmente agotada, me desplazo al frío suelo de piedra cuando Samson me deja ir. Mi respiración fuerte, como si acabara de correr. Dejo que mis latidos del corazón se normalicen, para dejar de jadear, aferrarme a algún fragmento de dignidad y sentido. Me estremezco cuando los Arven colocan mis esposas de nuevo en su lugar; entonces alejan la llave. Las esposas son ambos, un alivio y una carga. Un escudo y una jaula.

Nos hemos retirado a las cámaras del gran concilio esta vez, la sala circular donde vi a Walsh morir por proteger a la Guardia Escarlata. Más espacio aquí, más espacio para juzgar a la docena de asesinos capturados. Los Centinelas han aprendido su lección, y mantienen un firme control sobre los prisioneros, sin permitir ningún movimiento. Maven se inclina desde su asiento del consejo, flanqueado a ambos lados por Volo y Daraeus. El último está furioso, dividido entre la rabia lívida y el dolor. Su príncipe compañero está muerto, asesinado en lo que ahora sé que fue un intento de asesinato dirigido a Maven. Un intento que, lamentablemente, fracasó.

—Ella no sabía nada de esto. Ni de la rebelión de las casas ni la traición de Jon —dice Samson a la habitación. La terrible cámara parece pequeña, con la mayoría de los asientos vacíos y las puertas firmemente cerradas. Solo los asesores más cercanos de Maven permanecen, mirando los engranajes girando en sus cabezas.

En su asiento, Maven se burla. Ser casi asesinado no parece que le haga sonreír.

—No, esto no lo hizo la Guardia Escarlata. No funcionan así.

—No sabes eso —dice Daraeus, olvidando todos sus modales y sonrisas—. No sabes nada de ellos, no importa lo que digas. Si la Guardia Escarlata se ha aliado con...

—Corrompida. —Evangeline se aparta de su lugar detrás del hombro izquierdo de Maven. Ella no tiene un asiento del consejo o un título propio y tiene que estar de pie, a pesar de las muchas sillas vacías—. Los dioses no se alían con los insectos, pero pueden ser infectados por ellos.

—Palabras bonitas de una chica bonita —dice Daraeus, descartándola. Ella echa humo—. ¿Qué hay del resto?

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Al gesto de Maven, el siguiente interrogatorio comienza en serio. Una sombra Haven, sujetada firmemente por el mismo Trio para evitar que la mujer huya. Sin su capacidad, ella parece sombría, un eco de su hermosa casa. Su cabello rojo es más oscuro, más apagado, sin su habitual tono escarlata. Cuando Samson pone una mano en su sien, ella grita.

—Sus pensamientos son de su hermana —dice Samson sin ningún sentimiento. Excepto tal vez aburrimiento—. Elane.

La vi hace unas horas, deslizándose por el salón de Evangeline. No dio ninguna indicación de que supiera de un asesinato inminente. Pero ningún buen intrigante lo haría.

Maven también lo sabe. Él mira a Evangeline, hirviendo.

—Me han dicho que lady Elane escapó con la mayoría de su casa, huyendo de la capital —dice—. ¿Tienes alguna idea de dónde podrían haberse ido, querida?

Ella mantiene los ojos al frente, caminando sobre una línea muy fina. Incluso con su padre y su hermano tan cerca, no creo que nadie pudiera salvarla de la ira de Maven si se sintiera inclinado a soltarla.

—No, ¿por qué lo haría? —dice airadamente, examinando sus uñas parecidas a garras.

—Porque ella era la prometida de tu hermano y tu puta —responde el rey con toda naturalidad.

Si está avergonzada o compungida, Evangeline no lo demuestra.

—Oh, eso. —Ella incluso se burla, tomando la acusación con calma—. ¿Cómo pudo aprender de mí? Te las apañas muy bien para mantenerme alejada de los consejos y la política. En todo caso, ella te hizo un favor al mantenerme bien ocupada.

Sus disputas me recuerdan a otro rey y a otra reina: los padres de Maven, peleando después que la Guardia Escarlata atacara una fiesta en el Salón del Sol. Cada uno contestando al otro, dejando heridas profundas para que pudieran ser aprovechadas más adelante.

—Entonces preséntate al interrogatorio, Evangeline, y ya veremos —dice él, señalando con una mano enjoyada.

—Ninguna hija mía alguna vez hará tal cosa —dice Volo, aunque no parece una amenaza. Simplemente un hecho—. No formaba parte en esto, y ella te defendió con su propia vida. Sin la acción rápida de Evangeline y de mi hijo, bueno, incluso decir que es traición. —El viejo patriarca frunce el ceño, arrugando su piel blanca, como si el pensamiento fuera muy repugnante. Como si no celebraría que Maven muriera—. Larga vida al rey.

En el centro del piso, la mujer Haven gruñe, tratando de apartar a Trio. Él se mantiene firme, manteniéndola de rodillas.

—¡Sí, viva el rey! —dice ella, mirándonos fijamente—. ¡Tiberias el séptimo! ¡Larga vida al rey!

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Cal.

Maven se levanta, golpeando sus puños contra los brazos de su asiento. Espero que la habitación se queme, pero no brota fuego. No puede. No mientras se sienta en la Piedra Silenciosa. Sus ojos son la única cosa en llamas. Y entonces, lentamente, con una sonrisa maníaca, comienza a reír.

—Todo esto… ¿por él? —dice, sonriendo—. Mi hermano asesinó al rey, nuestro padre, ayudó a asesinar a mi madre, y ahora él intenta asesinarme. Samson, si quisieras continuar… —Inclina la cabeza en la dirección a su primo—. No tengo misericordia ni remordimiento por los traidores. Especialmente a los estúpidos.

El resto se vuelve para ver la continuación del interrogatorio, para escuchar a la mujer Haven mientras ella desvela los secretos de su facción, sus metas, sus planes. Los planes de reemplazar a Maven por su hermano. Hacer rey a Cal tal y como nació para serlo. Para devolver las cosas a la manera en que eran.

A través de todo esto, miro al muchacho en el trono. Él mantiene su máscara. La mandíbula apretada, los labios presionados en una línea delgada, implacable. Dedos inmóviles, espalda recta. Pero su mirada vacila. Algo en sus ojos se ha ido muy lejos. Y en su cuello, el más ligero rubor gris se muestra, pintando su cuello y las puntas de sus orejas.

Está aterrorizado.

Por un segundo, eso me hace feliz. Entonces recuerdo: los monstruos son más peligrosos cuando tienen miedo.

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Once

pesar que me habría convertido en un témpano, quería estar detrás en Trial. No por falta de miedo, sino para probar un punto. No soy algún arma para ser usada, no como Barrow se permitió ser. Nadie

tiene que decirme dónde ir o qué hacer. He terminado con eso. He vivido toda mi vida de esa manera. Y cada instinto me dice que me aleje de la operación de la Guardia en Corvium, una ciudad fortificada que se traga a cada soldado y escupe sus huesos.

Excepto que mi hermano, Morrey, está a sólo unos pocos kilómetros de distancia ahora, todavía firmemente atascado en una trinchera. Incluso con mi habilidad, necesitaré ayuda para llegar a él. Y si quiero cualquier cosa de esta estúpida Guardia, voy a tener que empezar dándoles algo de regreso. Farley lo dejó bastante claro.

Me gusta ella, más ahora después que se disculpara por el comentario de “usado”. Dice lo que quiere. No se desanima, a pesar de que tiene todo el derecho. No como Cal, que rumia en cada esquina, negándose a ayudar y entonces cediendo cuando lo siente así. El príncipe caído es agotador. No sé cómo Mare pudo soportarlo o a su incapacidad para elegir un maldito lado… especialmente cuando sólo hay un lado que puede posiblemente elegir. Incluso ahora, se jacta, dudando entre querer proteger a los Plateados de Corvium y querer destruir la ciudad.

—Necesitan controlar los muros —murmura, de pie ante Farley y el coronel. Estamos operando desde nuestro cuartel general en Rocasta, una ciudad de reserva menos defendida a unos kilómetros de distancia de nuestro objetivo—. Si controlan los muros, pueden poner al revés la ciudad… o derribar los muros por completo. Dejar a Corvium inútil. Para todos.

Me siento perezosamente en la escasa habitación, escuchando la conversación desde mi lugar junto a Ada. Idea de Farley. Somos dos de los más visibles nuevasangre, bien conocidos por ambos tipos de Rojos. Incluirnos en estas reuniones envía un fuerte mensaje al resto de la unidad. Ada observa con amplios ojos, memorizando cada palabra y gesto. Normalmente, Nanny se sentaría con nosotros, pero Nanny se ha ido. Era una mujer pequeña, pero ha dejado un muy grande agujero. Y sé de quién es la culpa.

Mis ojos arden en la espalda de Cal. Siento el picor de mi habilidad y lucho contra la urgencia de ponerlo de rodillas. Nos matará por Mare y no se matará por el resto del mundo. Fue la elección de Nanny infiltrarse en Archeon por su cuenta, pero todos saben que no fue su idea.

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Farley está tan enojada como yo. Apenas puede mirar a Cal, incluso cuando habla con él.

—La cuestión ahora es cómo enviar eficazmente a los nuestros. No podemos concentrar a todos en los muros, tan importantes como son.

—Según mis cálculos, diez mil soldados Rojos ocupan Corvium en un momento dado. —Casi me río ante la humildad de Ada. Según mis cálculos. Su cálculo es perfecto, y todos lo saben—. El protocolo militar dicta un oficial de cada diez, dándonos al menos mil Plateados dentro de la ciudad, sin contar unidades de mando y administración. Neutralizarlos debería ser nuestro objetivo.

Cal se cruza de brazos, escéptico incluso por la perfecta e innegable inteligencia de Ada.

—No estoy tan seguro. Nuestra meta es destruir Corvium, golpear el ejército de Maven en su corazón. Eso puede ser hecho sin —se traba—, sin una masacre en ambos lados.

Como si le importara lo que le ocurra a nuestro lado. Como si le importara si alguno de nosotros muere.

—¿Cómo planeas destruir una ciudad con mil Plateados mirando? —pregunto en voz alta, sabiendo que no recibiré una respuesta—. ¿Les pedirá el príncipe que se sienten en silencio y observen?

—Por supuesto que luchamos contra quienes resisten —interviene el coronel. Mira a Cal, desafiándole a discutir—. Y resistirán. Sabemos esto.

—¿Lo hacemos? —El tono de Cal es tranquilamente arrogante—. Los miembros de la propia corte de Maven intentaron matarlo la semana pasada. Si hay división en las Casas Altas, entonces hay división en las fuerzas armadas. Atacarlos completamente sólo servirá como unificador, en Corvium, al menos.

Mi burla hace eco en la habitación.

—Entonces, qué, ¿esperamos? ¿Dejamos que Maven lama sus heridas y se reagrupe? ¿Le damos tiempo para recuperar el aliento?

—Le damos tiempo para ahorcarse —espeta Cal en respuesta. Empareja mi ceño fruncido—. Le damos tiempo para cometer incluso más errores. Ahora está sobre hielo fino con Piedmont, su único aliado, y tres de las Casas Altas están en abierta rebelión. Una de ellas prácticamente controla la Flota Aérea, otra un amplio canal de inteligencia. Por no mencionar que aún nos tiene y a los Lakelander para preocuparse. Está asustado; está peleando. No querría estar en su trono ahora mismo.

—¿Es eso verdad? —pregunta Farley, su voz casual. Pero las palabras atraviesan la habitación como cuchillos. Le molestan a él. Cualquiera puede ver eso. Sus enseñanzas reales son suficientes para mantener su expresión impasible, pero sus ojos le traicionan. Destellan en la luz fluorescente—. No nos mientas y digas que no estás preocupado con las otras noticias fuera de Archeon. La razón por la que Laris e Iral y Haven intentaron matar a tu hermano.

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Él mira fijamente.

—Intentaron dar un golpe de estado porque Maven es un tirano que abusa de su poder y asesina a los suyos.

Golpeo mi puño contra el brazo de mi silla. No va a dar rodeos sobre esto.

—¡Se rebelaron porque quieren hacerte rey! —grito. Para mi sorpresa, él se encoge. Tal vez está esperando más que sólo palabras. Pero mantengo mi habilidad bajo control, tan duro como puede ser—. “Larga vida a Tiberias el Séptimo”. Eso es lo que los asesinos le dijeron a Maven. Nuestros agentes en Whitefire fueron claros.

Expulsa un largo y frustrado suspiro. Parece envejecer con esta conversación. El ceño fruncido, la mandíbula apretada. Los músculos sobresalen en su cuello y sus manos se curvan en puños. Es una máquina a punto de romperse… o explotar.

—No es inesperado —murmura, como si hiciera cualquier cosa mejor—. Estaba destinado a haber una crisis de sucesión con el tiempo. Pero no hay forma factible de que alguien me pueda poner de nuevo en el trono.

Farley inclina su cabeza.

—¿Y si pudieran? —Silenciosamente, la aliento. No le dejará escapar tan fácilmente como Mare solía hacer—. Si ofrecieran la corona, tu llamado derecho de nacimiento, a cambio de un final a todo esto… ¿la tomarías?

El príncipe caído de Casa Calore se endereza para mirarla justo a los ojos.

—No.

No es tan buen mentiroso como Mare.

—Tanto como odio admitirlo, tiene un punto sobre esperar.

Casi toso el té que Farley me sirvió. Rápidamente, pongo la desportillada taza de nuevo en su desvencijada mesa.

—No hablas en serio. ¿Cómo puedes confiar en él?

Farley se pasea de un lado a otro, cruzando su diminuta habitación en sólo un par de largos pasos. Una mano masajea su espalda mientras se mueve, ocupándose de otro de sus dolores. Su cabello es más largo cada día y lo mantiene fuera de su rostro y trenzado en extraños tramos. Le ofrecería mi asiento, pero no le gusta sentarse mucho estos días. Tiene que seguir moviéndose, por su propia comodidad y su propia energía nerviosa.

—Por supuesto que no confío en él —replica, pateando débilmente una de las paredes con la pintura descascarillada. Su frustración es tan alta como sus emociones—. Pero puedo confiar en cosas acerca de él. Puedo confiar en que actúa de una cierta manera cuando concierne a ciertas personas.

—Te refieres a Mare. —Obviamente.

—Mare y su hermano. Su afecto por uno se enfrenta agradablemente a su odio por el otro. Podría ser nuestra única manera de mantenerlo alrededor.

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—Digo que lo dejemos ir, que dejemos que irrite a algunos Plateados más y sea otra espina en el lado de Maven. No lo necesitamos aquí.

Casi se ríe, un amargo sonido hoy en día.

—Sí, simplemente le diré al Mando que echamos a nuestro más famoso y legítimo agente. Eso irá muy bien.

—Ni siquiera está realmente con nosotros…

—Bueno, Mare no está realmente con Maven, pero la gente no parece entender eso tampoco, ¿no es así? —A pesar de que tiene razón, tengo que fruncir el ceño—. Siempre y cuando tengamos a Cal, la gente toma nota. No importa cuán mal la fastidiamos en ese primer atentado en Archeon, aun así, terminamos con un príncipe Plateado de nuestro lado.

—Un maldito príncipe inútil.

—Molesto, frustrante, un verdadero dolor en el culo… pero no inútil.

—Oh, ¿sí? ¿Qué ha hecho por nosotros últimamente además que Nanny fuera asesinada?

—Nanny no fue obligada a ir a Archeon, Cameron. Tomó una decisión y murió. Así es como funciona a veces.

Aunque parece muy educada, Farley no es mucho mayor que yo. Veintidós, tal vez, a lo sumo. Creo que sus instintos maternales están notándose pronto.

—Además del hecho de que nos gana puntos con Plateados menos hostiles, Montfort tiene interés en él.

Montfort. La misteriosa República Libre. Los gemelos, Rash y Tahir, pintan el lugar como un refugio de libertad e igualdad, donde Rojos, Plateados y Ardent —a los que llaman nuevasangre—, viven juntos en paz. Un lugar imposible en el que creer. Pero, aun así, tengo que creer en su dinero, sus suministros, su apoyo. La mayoría de nuestros recursos proceden de ellos de alguna manera.

—¿Qué quieren? —Remuevo el té en mi taza, dejando que el calor se apodere de mi rostro. No hace tanto frío aquí como en Irabelle, pero el invierno todavía invade la casa segura de Rocasta—. ¿Un chico de cartel?

—Algo así. Ha habido un montón de charla con el Mando. No tengo autorización para la mayoría de ello. Querían a Mare, pero…

—Es un poquito distraída.

La mención de Mare Barrow no afecta a Farley tanto como el recuerdo de Shade, pero un aleteo de dolor se apodera de su rostro de todos modos. Intenta esconderlo, por supuesto. Farley hace su mejor esfuerzo para parecer impenetrable, y normalmente lo es.

—Así que, no hay realmente posibilidad de rescatarla —susurro. Cuando niega, siento una sorprendente punzada de tristeza en mi propio pecho. Tan exasperante como Mare puede ser, todavía la quiero de vuelta. La necesitamos. Y en los pasados meses, me

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he dado cuenta de que yo también la necesito. Sabe lo que es ser diferente y buscar a alguien como tú, temer y ser temido en la misma medida. Aunque fuera una imbécil condescendiente la mayor parte del tiempo.

Farley deja de pasearse para servirse otra taza de té. Humea, llenando la habitación con calor y esencia de hierbas. Lo toma en su mano, pero no bebe, cruzando en su lugar hacia la empañada ventana puesta en alto en su pared. La luz del día se filtra.

—No veo cómo podemos con lo que tenemos. Infiltrarse en Corvium es fácil comparado con Archeon. Tomaría un asalto a gran escala, el tipo que no podemos reunir. Especialmente ahora, después de Nanny y un intento de asesinato. La seguridad en la corte de Maven estará en su punto máximo… peor que una prisión. A menos…

—¿A menos?

—Cal nos dice que esperemos. Que dejemos que los Plateados en Corvium se vuelvan unos contra otros. Que dejemos que Maven cometa sus errores antes de hacer algo más.

—Y ayudará a Mare también.

Farley asiente.

—La débil corte dividida de un rey paranoico, le hará más fácil escapar. —Suspira, mirando con fijeza a su intacto té—. Es la única que puede salvarse ahora.

La conversación es fácil de girar. Tanto como quiero a Mare de vuelta, quiero más a otro.

—¿A cuántos kilómetros estamos del Choke?

—¿Esto otra vez?

—Esto siempre. —Me retiro de la mesa para levantarme. Me siento como si debiera estar de pie. Soy tan alta como Farley, pero siempre parece mirarme desde arriba. Soy joven, inexperta. No sé mucho sobre el mundo fuera de mi suburbio. Pero eso no significa que vaya a sentarme aquí y seguir órdenes—. No estoy pidiendo tu ayuda o la de la Guardia. Sólo necesito un mapa y tal vez un arma. Haré el maldito resto por mí misma.

No parpadea.

—Cameron, tu hermano está metido en una legión. No es como sacar un diente.

Mi puño se aprieta a mi costado.

—¿Crees que he venido hasta aquí para sentarme y observar a Cal perder el tiempo? —Es una vieja discusión para ahora. Ella me calla fácilmente.

—Bueno, ciertamente no creo que vinieras hasta aquí para ser asesinada —responde tranquilamente. Sus anchos hombros se elevan sólo un poco, a manera de reto—. Lo que precisamente sucederá, sin importar cuál fuerte o mortal sea tu habilidad. E incluso si te llevas a una docena de Plateados contigo, no te voy a dejar morir por nada. ¿Está claro?

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—Mi hermano no es nada —gruño. Tiene razón, pero no voy a admitirlo. En cambio, evito sus ojos y me giro hacia la pared. Mis dedos rascan la pintura resquebrajada, arrancando pedazos con molestia. Una cosa infantil, pero me hace sentir un poco mejor—. No eres mi capitán. No puedes decir lo que puedo hacer con mi vida.

—Eso es cierto. Sólo soy una amiga que se siente inclinada a señalarte algo. —La escucho moverse, sus pasos pesados en el suelo rechinante. Pero su toque es ligero, un roce de su mano sobre mi hombro. Es robótica en su movimiento, sin saber realmente cómo consolar a otra persona. Sombríamente me pregunto cómo ella y el cálido y sonriente Shade Barrow alguna vez compartieron una conversación, por no hablar de una cama—. Recuerdo lo que le dijiste a Mare. La primera vez que te encontramos. En el avión, dijiste que su búsqueda por nuevasangre, por salvarlos, estaba equivocada. Una continuación de la división de sangre. Favoreciendo a un tipo de Rojo sobre otro. Y tenías razón.

—No es lo mismo. Sólo quiero salvar a mi hermano.

—¿Cómo crees que el resto de nosotros llegó aquí? —se burla—. Para salvar a un amigo, un pariente, un padre. Para salvarnos a nosotros mismos. Todos vinimos aquí por razones egoístas, Cameron. Pero no podemos ser distraídos por ellas. Tenemos que pensar en la causa. El bien mayor. Y tú puedes hacer tanto aquí, con nosotros. No podemos perderte…

También. No podemos perderte a ti también. Las últimas palabras cuelgan en el aire, sin ser dichas. Las escucho de todas formas.

—Estás equivocada. No vine aquí por elección. Fui secuestrada. Mare Barrow me obligó a seguir, y todos ustedes estuvieron bien con eso.

—Cameron, esa es una carta que has jugado demasiadas veces. Elegiste quedarte aquí hace mucho tiempo. Elegiste ayudar.

—¿Y qué elegirías tú ahora, Farley? —La miro. Puede que sea mi amiga, pero eso no significa que tenga que retroceder.

—¿Perdón?

—¿Elegirías el bien mayor? ¿O elegirías a Shade?

Cuando no responde, sus ojos perdiendo su enfoque, obtengo mi respuesta. Me doy cuenta que no quiero verla llorar y me giro, dirigiéndome hacia la puerta.

—Tengo que entrenar —digo para nadie. Dudo que todavía esté escuchado.

Entrenar es más difícil en la casa segura de Rocasta. No tenemos suficiente espacio, por no mencionar que la mayoría de los operativos que conozco se quedaron en Irabelle. Kilorn, por ejemplo. Ansioso como es, no está ni de cerca preparado para una batalla, y no tiene una habilidad en la que apoyarse. Fue dejado atrás. Pero mi entrenadora no. Después de todo, es una Plateada y el coronel no estaba dispuesto a dejarla fuera de su vista.

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Sara Skonos espera en el sótano de nuestro almacén reforzado, en una habitación dedicada para los ejercicios de los nuevasangre. Es hora de la cena, así que los otros nuevasangre en este santuario en particular están escaleras arriba, comiendo junto con el reto. Tenemos el espacio para nosotros, no que necesitemos mucho espacio en absoluto.

Está sentada con las piernas cruzadas, sus manos planas sobre el suelo de concreto que hace juego con las paredes de concreto. Su libreta también está ahí, para ser utilizada si es necesario. Sus ojos evalúan mi entrada, es el único saludo que obtendré. Hasta ahora, no hemos encontrado a otro sanador de piel que se nos una, y ella permanece muda. Aunque estoy acostumbrada a ello, la visión de sus mejillas hundidas y su lengua faltante me hace encogerme. Como siempre, finge que no lo nota y señala hacia el espacio frente a ella.

Me siento como indica, y peleo contra la familiar urgencia de correr o atacar.

Es una Plateada. Es todo lo que he sido criada para temer, odiar y obedecer. Pero no puedo encontrar en mí una forma de odiar a Sara Skonos como lo hago con Julian o Cal. No es que le tenga lástima. Creo que… la entiendo. Entiendo la frustración de saber lo que está bien y ser ignorado o castigado por ello. No puedo contar cuántas veces recibí medias raciones por mirar a un supervisor Plateado de la manera equivocada. Por hablar fuera de turno. Ella hizo lo mismo, excepto que sus palabras fueron contra la monarca reinante. Así que sus palabras le fueron quitadas por siempre.

Aun cuando no puede hablar, Sara tiene una manera de comunicar lo que quiere. Golpea sobre mi rodilla, obligándome a encontrar sus nublados ojos grises. Luego hunde su rostro y pone una mano sobre su corazón.

Sigo sus movimientos, sabiendo lo que quiere. Igualo su respiración: constante, profundas respiraciones en una sucesión regular. Un mecanismo para tranquilizarse que ayuda a ahogar todos los pensamientos girando en mi cabeza. Aclara mi mente, permitiéndome sentir lo que generalmente ignoro. Mi habilidad zumba debajo de mi piel, constante como siempre, pero ahora me permito notarla. No usarla, pero reconocer su existencia. Mi silencio todavía es nuevo para mí, y tengo que llegar a conocerlo como cualquier otra habilidad.

Después de largos minutos de respiración, me golpea de nuevo, haciéndome levantar la mirada. Esta vez se apunta a sí misma.

—Sara, realmente no estoy en el humor correcto. —Empiezo a decirle, pero hunde una mano a través del aire como en un movimiento de corte. Cállate, tan obvio como el día—. Lo digo en serio. Podría lastimarte.

Se burla desde lo profundo de su garganta, una de las únicas vocalizaciones que puede hacer. Casi suena como una risa. Luego golpea sus labios, sonriendo oscuramente. Ha sido lastimada mucho peor.

—Bien, pero te advertí. —Suspiro. Me muevo un poco, acomodándome mejor en mi posición. Entonces frunzo mi ceño, dejando que la habilidad nade a mi alrededor, profundizándose, expandiéndose. Hasta que la toca. Y el silencio desciende.

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Sus ojos se ensanchan cuando golpeo. Una punzada al principio. Al menos espero que sólo sea una punzada. Sólo estoy practicando, y no pretendo golpearla hasta la sumisión. Pienso en Mare, capaz de convocar tormentas, mientras Cal puede hacer infernos, pero ambos encuentran difícil tener una simple conversación sin explotar. Tener control necesita más práctica que la fuerza bruta.

Mi habilidad se profundiza, y ella levanta un dedo para denotar el nivel de incomodidad. Trato de mantener el silencio en su lugar, constante pero firme. Es como contener una marea. No sé lo que se siente ser silenciado. La Piedra Silenciosa no funcionaba en mí, en la prisión de Corros, pero reprimía, ahogaba, y mataba lentamente, a la gente a mi alrededor. Puedo hacer lo mismo. Después de un minuto, ella levanta un segundo dedo.

—¿Sara…?

Con su otra mano me señala que continúe.

Recuerdo nuestra sesión de ayer. Estuvo en el suelo al cinco, aunque sabía que podría presionar más fuerte. Pero incapacitar a nuestra única sanadora de piel no era ni inteligente, ni algo que quisiera hacer.

Un sonrojo pinta sus mejillas, pero la puerta del sótano se abre antes que pueda levantar otro dedo.

Mi concentración y mi silencio se rompen, dejando salir un aliviado jadeo de ella. Ambos nos giramos para ver a nuestro intruso. Mientras que ella muestra una rara sonrisa, yo frunzo mi ceño.

—Jacos —murmuro en su dirección—. Estamos entrenando, en caso que no lo hayas notado.

Un lado de su boca se tuerce, empezando a mutar en una completa como las que él sabe, pero Julian se contiene. Como el reto de nosotros, se ve mejor aquí en Rocasta. Las provisiones son más fáciles de obtener. Nuestra ropa es de mejor calidad, acolchada y arrugada contra el frío. La comida es más abundante, las habitaciones más cálidas. El color de Julian ha regresado, y su cabello moteado en gris luce más brillante. Es un Plateado. Nacido para desarrollarse plenamente.

—Oh, qué tonto soy. Pensé que estaban aquí, sentados en el frío concreto sólo por diversión —contesta. Claramente no hay amor entre nosotros. Sara lo mira, un débil reproche, pero lo suaviza de alguna manera—. Mis disculpas, Cameron —añade rápidamente—. Sólo quería decirle algo a Sara.

Sara levanta una ceja, a manera de cuestionamiento. Cuando me levanto para irme, me detiene y con una inclinación de su cabeza, le pide a Julian que continúe. Siempre obedece en lo que a ella se refiere.

—Ha habido un éxodo desde la corte. Maven expulsó a docenas de nobles, mayormente los viejos consejeros de su padre y aquellos que todavía pudieran albergar lealtad hacia Cal. Es… no creí el reporte de inteligencia al principio. Nunca antes he visto algo como esto.

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Julian y Sara sostuvieron su mirada el uno al otro, ambos evaluando lo que esto significa. No me importa en absoluto lo que pase con algunos lores y ladies, viejos amigos de Julian y Sara.

—¿Y Mare? —pregunto en voz alta.

—Todavía está ahí, todavía una prisionera. Y cualquier otra fractura que podamos haber esperado de las casas insurgentes… —Suspira, negando—. Maven ya está en guerra, y ahora prepara una tormenta.

Me muevo en el suelo, desplazando mi peso hacia una posición más cómoda. Está en lo correcto. El frío concreto no es placentero. Es bueno que esté acostumbrada a ello.

—Ya sabíamos que rescatarla era imposible. ¿Qué más nos hace esto?

—Bueno, es bueno y es malo. Más enemigos para Maven nos da más oportunidad de trabajar más allá de su alcance. Pero está cerrando rangos, retirándose más atrás hacia terreno aislado para su protección. Nunca llegaremos junto a él personalmente.

Junto a mí, Sara tararea bajo en su garganta. No puede decir lo que todos estamos pensando, así que yo lo hago.

—O a Mare.

Julian asiente con ojos solemnes.

—¿Cómo va tu entrenamiento?

Cambia de temas con una sorprendente velocidad y tartamudeo una respuesta

—Tan… tan bien como puedo. No tenemos a muchos maestros por aquí.

—Porque te niegas a entrenar con mi sobrino.

—Los otros pueden —digo, sin molestarme en evitar el desdén en mi voz—. Pero no puedo prometer que no lo mataré, así que mejor no tentarme.

Sara me reprocha, pero Julian la desestima con un ondeo de su mano.

—Está bien, en serio. Puedes pensar que no lo entiendo, que no puedo entender tu punto de vista, y tienes razón. Pero ciertamente estoy haciendo mi mejor esfuerzo para intentarlo, Cameron. —Da un temerario paso hacia nosotros, todavía sentadas con las piernas cruzadas sobre el suelo. No me gusta ni un poco y me pongo de pie, dejando que mis instintos defensivos tomen en control. Si voy a estar así de cerca de Julian Jacos, quiero estar lista—. No hay necesidad de tenerme miedo, te lo prometo.

—Las promesas Plateadas no significan nada. —No tengo que decirlo de mala manera. Las palabras son lo suficientemente severas.

Para mi sorpresa, Julian sonríe. Pero su expresión es hueca, vacía.

—Oh, si no sabré eso —farfulla, más para él mismo y para Sara—. Sostente a tu enojo. Sara podría no estar de acuerdo, pero te ayudará más que cualquier otra cosa, si puedes aprender a utilizarlo.

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Tanto como no quiero consejo de un hombre como él, no puedo evitar hacer caso. Él entrenó a Mare. Sería estúpido negar que puede ayudar a que mi habilidad crezca. Y el enojo es algo que tengo en demasía.

—¿Alguna otra noticia? —pregunto—. Farley y el coronel parecen estar tranquilizándose, o tu sobrino lo está tranquilizando.

—Sí, parece que lo hace.

—Extraño. Pensé que siempre estaba listo y dispuesto para pelear.

Julian ofrece una extraña sonrisa otra vez.

—Cal fue levantado a la guerra de la misma manera en que tú fuiste levantada a las máquinas. Pero tú no quieres regresar a la fábrica, ¿verdad?

Una respuesta, cualquier respuesta, atascada en mi garganta. Era una esclava; me obligaron; era todo lo que sabía.

—No te hagas el listo conmigo, Julian —digo abruptamente, entre mis dientes apretados.

Solo se encoge de hombros.

—Estoy tratando de entender tu perspectiva. Intenta un poco entender el suyo.

En otro día, podría asaltar el espacio, enfadada, defensiva. Encontrando el consuelo en un fusible roto, un cable pelado. Me recuesto en cambio, tomando mi lugar al lado de Sara. Julian Jacos no me enviará lejos como un niño regañado. He tratado con supervisores mucho peor que él.

—Vi bebés morir sin ver el sol. Sin respirar el aire fresco. Esclavos de su clase. ¿No? Cuando lo tengas, entonces puedes sermonearme acerca de la perspectiva, lord Jacos. —Lo enfrento—. Avíseme cuando el príncipe finalmente escoja un lado. Y si él escoge el correcto.

Entonces asentí hacia Sara.

—¿Lista para empezar otra vez?

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Doce

eses atrás, cuando los Plateados huyeron del Salón del Sol, asustados por la Guardia Escarlata atacándolos en su baile, era un acto conjunto. Marchamos juntos, como uno, dirigiéndonos río abajo en

sucesión para reagruparnos en la capital. Esto no es lo mismo.

Las destituciones de Maven vienen en paquetes. No estoy al tanto de ellas, pero noto que el número disminuye. Unos cuantos consejeros antiguos desaparecidos. El tesorero real, algunos generales, miembros de varios consejos. Relevados de sus puestos, dicen los rumores. Pero lo sé mejor. Eran cercanos a Cal, cercanos a su padre. Maven es inteligente en no confiar en ellos y cruel en su traslado. No los mata o los hace desaparecer. No es tan estúpido como para disparar otra guerra en casa. Pero es un movimiento decisivo, por no decir otra cosa. Barriendo los obstáculos como piezas en un tablero de ajedrez. Los resultados son banquetes que parecen como bocas a las que le faltan dientes. Las brechas aparecieron, más con cada día que pasaba. La mayoría de los que se le pidieron que se marchasen eran mayores, hombres y mujeres con viejas lealtades, que recordaban más y confiaban menos en su nuevo rey.

Algunos comenzaron a llamarlo la Corte de los Niños.

Muchos señores y señoras se fueron, enviados lejos por el rey, pero sus hijos e hijas son dejados atrás. Una petición. Una advertencia. Una amenaza.

Rehenes.

Ni siquiera la Casa Merandus se escapaba a su creciente paranoia. Solo la Casa Samos permanece al completo, ninguno de ellos cayendo presa de sus tempestuosas destituciones.

Esos aún son devotos en su lealtad. O al menos hacen parecer que es así.

Ese probablemente es el porqué me convoca más ahora. Por qué lo veo tanto. Soy la única con lealtad en quien puede confiar. La única que él conoce realmente.

Lee informes durante nuestro desayuno, moviendo los ojos de un lado a otro con una velocidad frenética. Es inútil intentar ver qué son. Es cuidadoso al mantenerlos a su lado en la mesa, les dio la vuelta cuando terminó, y bien lejos de mi alcance. En lugar de leer los informes, tengo que leerlo a él. No se molesta en rodearse con la Piedra Silenciosa, no aquí en su comedor privado. Incluso los Centinelas esperan fuera, apostados en cada puerta y al otro lado de las altas ventanas. Los veo, pero no pueden escucharnos, como es designio de Maven. La chaqueta de su uniforme está desabrochada, su cabello

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despeinado y no se puso la corona a primera hora de esta mañana. Creo que este es su pequeño santuario, un lugar donde puede engañarse a sí mismo en sentirse seguro.

Casi parece el chico que imaginé. Un segundo príncipe, contento con su lugar, aliviado por una corona que nunca fue suya.

Por el borde de mi vaso de agua, observo cada tic y destello sobre su rostro. Ojos entrecerrados, la mandíbula apretada. Malas noticias. Las ojeras han vuelto y aunque come lo suficiente para dos personas, arrasando por los platos frente a nosotros, parece más delgado que hace días. Me pregunto si tiene pesadillas del intento de asesinato. Pesadillas sobre su madre, muerta por mi mano. Su padre, muerto por sus actos. Su hermano, en el exilio, pero una amenaza constante. Divertido, Maven se llamó a sí mismo la sombra de Cal, pero Cal es la sombra ahora, apareciendo en cada esquina del frágil reino de Maven.

Hay noticias del príncipe exiliado en todas partes, tan extendidas que hasta yo las he escuchado. Lo localizan en Harbor Bay, Delphie, Rocasta, incluso hay una inteligencia inestable insinuando que escapó por la frontera hacia Lakeland. Honestamente, no sé cuál, o si alguno, de estos rumores son ciertos. Puede estar en Montfort por lo que sé. Yendo a la seguridad de una tierra alejada.

Incluso aunque este es el palacio de Maven, el mundo de Maven, veo a Cal en él. Los uniformes inmaculados, los soldados ejercitando, las velas llameantes, las paredes doradas de retratos y los colores de la casa. Un salón vacío me recuerda las lecciones de danza. Si miro a Maven desde el rabillo del ojo, puedo fingir. Después de todo, son medio hermanos. Comparten rasgos similares. El cabello oscuro, las elegantes líneas de un rostro real. Pero Maven es más pálido, más anguloso, un esqueleto en comparación, en cuerpo y alma. Está hueco.

—Me miras tan fijamente que me pregunto si puedes leer los reflejos en mis ojos —reflexiona Maven en alto repentinamente. Gira la página frente a él, escondiendo lo que contiene, mientras levanta la mirada.

Su intento de asustarme, falla. En cambio, continúo extendiendo una vergonzosa cantidad de mantequilla en mi tostada.

—Si simplemente pudiese ver algo en ellos —contesto, diciéndolo en serio—. Eres un chico vacío.

No reacciona.

—Y tú inútil.

Pongo los ojos en blanco y golpeo distraídamente mis esposas contra la mesa de desayuno. El metal y la piedra golpean contra la madera como un golpe en la puerta.

—Nuestras charlas son tan divertidas.

—Si prefieres tu habitación… —advierte. Otra amenaza vacía que hace cada día. Ambos sabemos que es mejor que la alternativa. Al menos ahora puedo fingir que estoy haciendo algo de utilidad, y él puede fingir que no está completamente solo en esta jaula construida por sí mismo. Para ambos.

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Es duro dormir aquí, incluso con las esposas, lo que significa que tengo mucho tiempo para pensar.

Y planear.

Los libros de Julian no son solo un consuelo, sino una herramienta. Todavía me está enseñando, aunque estemos a quién sabe cuántos kilómetros de distancia. En sus textos bien preservados, hay nuevas lecciones para ser aprendidas y utilizadas. La primera, y más importante, es divide y vencerás. Maven ya lo ha hecho por mí. Ahora debo devolverle el favor.

—¿Aún estás intentando cazar a Jon?

Maven está realmente sorprendido ante mi pregunta, la primera mención al nuevasangre que usó el intento de asesinato para escapar. Por lo que sé, no ha sido capturado. Parte de mí está amargada. Jon escapó cuando yo no pude. Pero al mismo tiempo, estoy contenta. Jon es un arma que quiero muy lejos de Maven Calore.

Después de un instante para recuperarse, Maven vuelve a comer. Se mete trozos de tocino en la boca, lanzando los modales al viento.

—Tú y yo sabemos que no es un hombre fácil de encontrar.

—Pero estás buscando.

—Tenía conocimiento de un ataque sobre su rey y no hizo nada —determina Maven, de hecho—. Eso es lo equivalente a un asesinato. Por todo lo que sabemos, conspiró con las casas Iral, Haven y también Laris.

—Lo dudo. Si los hubiese ayudado, habrían tenido éxito. Una pena.

Obedientemente ignora el golpe, continúa leyendo y comiendo.

Inclino la cabeza, dejando que mi cabello oscuro caiga por un hombro. Las puntas grises se están extendiendo, filtrándose hacia arriba a pesar de los mejores esfuerzos de mi sanador. Ni siquiera la Casa Skonos puede sanar lo que ya está muerto.

—Jon me salvó la vida.

La mirada azul se encuentra con la mía.

—Segundos antes del ataque, llamó mi atención. Me hizo girar la cabeza. O al menos… —Paso un dedo por mi mejilla. Donde la bala sólo me rozó la mejilla, en lugar de dejarme el cráneo destrozado. La herida sanó, pero no se olvidó—. Debo tener un papel que jugar en el futuro que sea que ve.

Maven se centra en mi rostro. No en mis ojos, sino en el lugar donde la bala habría destruido mi cráneo.

—Por alguna razón, eres una persona difícil para dejar morir.

Por él, por el espectáculo, fuerzo una pequeña risa amargada.

—¿Qué es tan divertido?

—¿Cuántas veces has intentado matarme?

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—Solo una.

—¿Y el sounder qué era? —Me tiemblan los dedos ante el recuerdo. El dolor del aparato aún está fresco en mi mente—. ¿Sólo parte del juego?

Otro informe revolotea en la luz del sol, aterrizando bocabajo. Se lame el dedo antes de alzar el siguiente. Puro negocios. Todo por el espectáculo.

—El sounder no fue diseñado para matarte, Mare. Sólo para incapacitarte, si fuese necesario. —Una extraña mirada cruza su rostro. Casi engreída, pero no exactamente—. Ni siquiera hice eso.

—Obviamente. Tú no eres el de las ideas. ¿Elara entonces?

—En realidad fue Cal.

Oh. Antes que pueda evitarlo, bajo la mirada, lejos de él, necesitando un momento para mí misma. La punzada de la traición pincha en mi interior, solo por un segundo. Ahora no sirve de nada estar enfadada.

—No puedo creer que él no te lo dijese —presiona Maven—. Normalmente está muy orgulloso de sí mismo. También una cosa muy brillante. Pero no me preocupo por ella. He destruido la máquina. —Sus ojos están en mi rostro. Hambriento por una reacción.

Evito que mi expresión cambie, a pesar del repentino salto en mis latidos. El sounder se ha ido. Otro pequeño regalo, otro mensaje del fantasma.

—Aunque puede ser reconstruida, si decides dejar de cooperar. Cal fue lo suficientemente amable para dejar los planos de la máquina cuando huyó con tu banda de ratas Rojas.

—Escapó —murmuro. Sigue adelante. No dejes que te despiste. Fingiendo desinterés, empujo el resto de mi comida por el plato. Tengo que ceñirme al plan. Retorcer la conversación y quiero retorcerla—. Lo forzaste a irse. Así podías tomar su lugar y ser exactamente como él.

Como yo, Maven fuerza una risa para esconder lo molesto que está.

—No tienes idea de cómo habría sido, con la corona sobre la cabeza.

Me cruzo de brazos, reclinándome en la silla. Esto está saliendo exactamente como quiero.

—Sé que se habría casado con Evangeline Samos, continuaría luchando una guerra inútil y seguiría ignorando a un país lleno de gente enfadada y oprimida. ¿Te suena familiar?

Puede que sea una serpiente con forma humana, pero incluso Maven no tiene respuesta a eso. Baja el informe frente a él. Demasiado rápido. Lo pone bocarriba, solo un segundo, antes de darle la vuelta. Solo vislumbro unas pocas palabras. Corvium. Heridos. Maven me ve mirándolas y deja salir un suspiro molesto.

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—Si eso te ayudará —murmura—. No vas a ninguna parte. Así que, ¿por qué molestarse?

—Supongo que es verdad. Probablemente mi vida no durará mucho más.

Inclina la cabeza. Frunciendo el ceño con preocupación, como espero que lo haga. Como necesito que lo haga.

—¿Qué te hace decir eso?

Levanto la mirada al cielo, estudiando las molduras elaboradas y la lámpara de araña. Destella con las pequeñas bombillas eléctricas. Si solo pudiese sentirlas.

—Sabes que Evangeline no me dejará con vida. Una vez que sea reina… se terminó. —Me tiembla la voz y fuerzo todo mi miedo en las palabras. Espero que funcione. Tiene que creerme—. Es lo que ha querido desde el día que irrumpí en su vida.

Pestañea.

—¿No crees que te protegeré de ella?

—No creo que puedas. —Tomo mi vestido con los dedos. No tan bonito como los hechos para la corte, pero igual de elaborado—. Ambos sabemos lo fácil que es para una reina asesinar.

El aire ondula con calor mientras él continúa mirándome fijamente, desafiándome a que me encuentre con su mirada. Mi instinto natural es mirarlo directamente, pero me aparto, negándome a mirarlo. Solo lo encolerizará más. A Maven le encanta el público. El tiempo se alarga y me siento desnuda frente a él, una presa en el camino de un depredador. Eso es todo lo que soy aquí. Enjaulada, restringida, amarrada. Todo lo que se me ha dejado es mi voz y las piezas de Maven que espero saber.

—Ella no te tocará.

—¿Y qué hay sobre los Lakelander? —Levanto la cabeza de golpe. Lágrimas de rabia me llenan los ojos, nacidas de la frustración, no del miedo—. ¿Cuándo despedacen tu reino ya fragmentado? ¿Qué sucede cuando ganen esta guerra sin fin y quemen tu mundo hasta las cenizas? —Me burlo para mí misma, tomando una respiración entrecortada. Ahora las lágrimas se deslizan libremente. Deben hacerlo. Tengo que venderle esto con cada centímetro de mí misma—. Supongo que acabarán juntos en el Cuenco de Huesos, ejecutados uno junto al otro.

Por la forma en que palidece, el poco color ha abandonado su rostro, sé que está pensando lo mismo. Lo atormenta hasta la saciedad, una herida sangrante. Así que retuerzo el cuchillo.

—Estás al borde de la guerra civil. Incluso yo sé eso. ¿Cuál es la razón de pretender que haya un escenario en el que salgo de esta viva? O bien me mata Evangeline o lo hace la guerra.

—Ya te lo he dicho, no dejaré que pase eso.

El gruñido que le lanzo no necesita ser fingido.

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—¿En qué vida puedo volver a confiar en cualquier cosa que salga de tu boca?

Cuando se levanta, el frío temor que flota en mi estómago tampoco es falso. Mientras rodea la mesa, acercándose con zancadas ligeras y elegantes, flexiono cada músculo, tensándome para no temblar. Pero lo hago de todas formas. Me preparo para un golpe cuando toma mi rostro con manos inquietantemente suaves, ambos pulgares duros bajo mi mandíbula, a centímetros de hundirse en mi yugular.

Su beso arde peor que su marca.

La sensación de sus labios en los míos es el peor tipo de violación. Pero por él, por lo que necesito, mantengo mis manos en puños en mi regazo. Mis uñas se clavan en mi piel en lugar de la suya. Necesita creer como creyó su hermano. Tiene que elegirme a mí, de la misma forma que intenté hacer que Cal me eligiera a mí antes. Aun así, no puedo obligarme a abrir la boca, y mi mandíbula permanece cerrada.

Él rompe el beso, y espero que no pueda sentir mi piel de gallina bajo sus dedos. En su lugar, sus ojos buscan los míos, buscando la mentira que mantengo bien oculta.

—He perdido todas las demás personas que he amado.

—¿Y de quién es la culpa de eso?

De alguna forma, tiembla mucho más que yo. Da un paso atrás, dejándome ir, y sus dedos se arañan mutuamente. Estoy sorprendida porque reconozco la acción. Yo también lo hago. Cuando el dolor en mi cabeza es tan horrible que necesito otro tipo para hacerme olvidar. Se detiene cuando me nota observando, juntando ambas manos a los lados tan fuerte como puede.

—Ella rompió muchos de mis hábitos —admite—. Pero nunca ese. Algunas cosas siempre vuelven.

—Ella. —Elara. Veo su obra justo frente a mí. El chico al que dio forma hasta convertirlo en rey a través de una tortura a la que llamaba amor.

Se vuelve a sentar, lentamente. Yo sigo mirando, sabiendo que le inquieta. Le desconcierto, y todavía no entiendo exactamente por qué.

Todas las demás personas que he amado.

No sé por qué estoy incluida en esa declaración. Pero sé que es la razón por la que todavía respiro. Con cuidado, vuelvo la conversación hacia Cal.

—Tu hermano está vivo.

—Desafortunadamente.

—¿Y no le amas?

No se molesta en levantar la vista, pero sus ojos vacilan en el siguiente informe, fijados en un solo punto. No porque esté sorprendido, o incluso triste. Parece más confuso que otra cosa, un niño intentando resolver un rompecabezas con demasiadas piezas que faltan.

—No —dice finalmente, mintiendo.

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—No te creo —le digo. Incluso niego.

Porque les recuerdo como eran. Hermanos, amigos, criados juntos contra el resto del mundo. Incluso Maven no puede alejarse de algo así. Incluso Elara no puede romper ese tipo de vínculo. Sin importar cuántas veces Maven haya intentado matar a Cal, no puede negar lo que una vez fueron.

—Cree lo que quieras, Mare —responde. Como antes, se viste de un aire de desinterés, intentando convencerme violentamente de que esto no significa nada para él—. Sé con hechos que no amo a mi hermano.

—No mientas. Yo también tengo hermanos. Es algo complicado, especialmente entre mi hermana y yo. Siempre ha tenido más talento, ha sido mejor en todo, es más buena, lista. Todo el mundo la prefiere que a mí —murmuro mis antiguos miedos, tejiéndolos en una red para Maven—. Tómalo de alguien que lo sabe. Perder a uno de ellos, perder a un hermano… —Se me entrecorta la respiración, y mi mente vuela. Continúa. Usa el dolor—. Duele como ninguna otra cosa.

—Shade. ¿No?

—Mantén su nombre fuera de tu boca —le espeto, olvidándome por un momento lo que estoy intentando hacer. La herida es demasiado fresca, demasiado viva. Él se lo toma con calma.

—Mi madre decía que solías soñar con él —dice. Me estremezco ante el recuerdo, y la idea de ella dentro de mi cerebro. Todavía puedo sentirla, arañando las paredes de mi calavera—. Pero supongo que esos no eran sueños. Realmente era él.

—¿Hacía eso con todos? —respondo—. ¿Nada estaba a salvo de ella? ¿Incluso tus sueños?

No responde. Empujo más fuerte.

—¿Alguna vez soñabas conmigo?

Otra vez le corto sin darme cuenta. Deja caer la mirada, mirando al plato vacío frente a él. Levanta una mano para agarrar su vaso de agua, pero se lo piensa mejor. Sus dedos tiemblan por un segundo antes de apartarlos, fuera de la vista.

—No lo sabría —dice finalmente—. No sueño.

Frunzo el ceño.

—Eso es imposible. Incluso para una persona como tú.

Algo oscuro, algo triste, se retuerce en su rostro. Su mandíbula se aprieta y su garganta se mueve, intentando tragar palabras que no debería decir. Salen de él de todas formas. Sus manos reaparecen, golpeteando débilmente la mesa.

—Solía tener pesadillas. Ella se llevó eso cuando era un niño. Como dijo Samson, mi madre era una cirujana con las mentes. Cortaba lo que no le complacía.

En las últimas semanas, un feroz y fiero enfado ha reemplazado el frío vacío que solía sentir. Pero mientras Maven habla, el hielo vuelve. Sangra a través de mí, como un

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veneno, una infección. No quiero oír lo que tiene que decir. Sus escusas y explicaciones no son nada para mí. Todavía es un monstruo, un monstruo por siempre. Y aun así no puedo obligarme a no escuchar. Porque yo también podría ser un monstruo. Si se me da la oportunidad equivocada. Si alguien me rompiese, como lo está él.

—Mi hermano. Mi padre. Sé que los amé una vez. Lo recuerdo. —Sus manos se aprietan alrededor del cuchillo para la mantequilla, y mira al borde. Me pregunto si quiere usarlo consigo mismo o su difunta madre—. Pero no lo siento. Ese amor ya no está ahí. Para ninguno de ellos. Para la mayoría de las cosas.

—¿Entonces por qué mantenerme aquí? Si no sientes nada. ¿Por qué no matarme y terminar con esto?

—A ella le resultaba difícil borrar… cierto tipo de sentimiento —admite, encontrándose con mi mirada—. Intentó hacerlo con padre, hacerle olvidar su amor por Coriane. Solo empeoró las cosas. Además —murmura—, siempre decía que era mejor tener el corazón roto. El dolor te hace más fuerte. El amor te hace débil. Y tiene razón. Aprendí eso antes incluso de conocerte.

Otro nombre permanece en el aire, tácito.

—Thomas.

Un chico en el frente de la guerra. Otro Rojo perdido en una guerra inútil. Mi primer amigo real, me dijo Maven una vez. Ahora me doy cuenta del espacio entre esas palabras. Las cosas no dichas. Amó a ese chico como afirma amarme a mí.

—Thomas —se hace eco Maven. Su agarre en el cuchillo se aprieta—. Sentí… —Entonces su frente se arruga, formando arrugas profundas entre sus ojos. Pone su otra mano en la frente, masajeando un dolor que no puedo entender—. Ella no estaba allí. Nunca le conoció. No lo supo. Él ni siquiera era un soldado. Fue un accidente.

—Dijiste que intentaste salvarlo. Que tus guardias te detuvieron.

—Una explosión en el cuartel general. Los informes dijeron que fue una infiltración Lakelander. —En algún lugar un reloj hace tic a medida que pasan los minutos. Su silencio se extiende mientras decide qué decir, cuánto dejar que se deslice la máscara. Pero ya ha desaparecido. Está desnudo como solo puede estarlo conmigo—. Estábamos solos. Perdí el control.

Lo veo en el ojo de mi mente, rellenando lo que no puede obligarse a contarme. Un depósito de munición quizás. O incluso una tubería de gas. Ambos solo necesitaban fuego para matar.

—Yo no ardí. Él sí.

—Maven…

—Incluso mi madre no pudo arrancar ese recuerdo. Incluso ella no pudo hacerme olvidar, sin importar cuánto le suplicase que lo hiciera. Quería que me quitase ese dolor, y lo intentó tantas veces. En su lugar, siempre empeoraba.

Sé cómo va a responder mi pregunta, pero la hago igualmente.

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—¿Por favor déjame ir?

—No lo haré.

—Entonces vas a dejarme morir también. Como a él.

La habitación crepita con calor, llenando mi columna de sudor. Se levanta con tanta rapidez, que hace caer su silla, dejando que caiga con un estrépito al suelo. Un puño choca con la mesa antes de arrastrarlo a un lado, tirando platos, vasos, e informes al suelo. Los papeles flotan por un momento, suspendidos en el aire antes de vagar hacia abajo a la destruida pila de cristal y porcelana.

—No lo haré —gruñe, tan bajo que casi no le oigo mientras sale de la habitación.

Los Arven entran y me agarran por debajo de los brazos, alejándome de la mesa de papeles, todos quedándose fuera de mi alcance.

Me sorprende saber que el horario generalmente meticuloso de Maven de audiencias y reuniones de la corte se suspende por el resto del día. Supongo que nuestra conversación ha tenido un efecto más fuerte del que esperaba. Su ausencia me confina a mi habitación, a los libros de Julian. Me obligo a leer, aunque solo sea para bloquear los recuerdos de la mañana. Maven es un mentiroso con talento, y no confío ni en una palabra que dice. Incluso si hubiese dicho la verdad, incluso si es el producto de las intromisiones de su madre, una flor con espinas forzada a crecer de cierta forma. Eso no cambia las cosas. No puedo olvidar todo lo que me ha hecho a mí y a tantos otros. Cuando lo conocí por primera vez, fui seducida por su dolor. Era el chico en las sombras, un hijo olvidado. Me vi en él. Segunda siempre a Gisa, la estrella brillante en el mundo de mis padres. Ahora sé que eso era así a propósito. Me atrapó, entrampándome en la trampa de un príncipe. Ahora estoy en la jaula de un rey. Pero él también. Mis cadenas son Piedra Silenciosa. Las suyas son la corona.

El país de Norta fue forjado a partir de reinos más pequeños y señoríos, que iban desde el reino Samos del Rift hasta la ciudad-estado de Delphie. Caesar Calore, un lord Plateado de Archeon y un táctico con talento, unió la fracturada Norta contra la inminente amenaza de la invasión conjunta de Piedmont y los Lakeland. Una vez que se coronó rey, casó a su hija Juliana con Garion Savanna, el príncipe gobernante de Piedmont. Este acto cimentó una alianza duradera entre la Casa Calore y los príncipes de Piedmont. Muchos hijos de la realeza Calore y Piedmont sostuvieron la alianza matrimonial durante los siguientes siglos. El rey Caesar trajo una era de prosperidad a Norta, y de esa forma, los calendarios norteños consideran el comienzo de su reino la demarcación de la “Nueva Era” o NE.

Me toma tres intentos leer el párrafo entero. Las historias de Julian son mucho más densas de lo que tuve que aprender en la escuela. Mis pensamientos no dejaban de vagar. Cabello negro, ojos azules. Lágrimas que Maven se niega a mostrar, incluso a mí. ¿Es otra actuación? ¿Qué hago si lo es? ¿Qué hago si no lo es? Mi corazón se rompe por él; mi corazón se endurece contra él. Continúo para evitar tales pensamientos.

Por el contrario, las relaciones entre la recién fundada Norta y los extensos Lakeland se deterioraron. Después de una serie de guerras en la frontera con Prairie en el segundo

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siglo NE, los Lakeland perdieron territorio agrícola vital en la región Minnowan, así como el control del Gran Río (también conocido como el Miss). Los impuestos que siguieron a la guerra, así como la amenaza de la hambruna y una rebelión de los Rojos, forzaron la expansión a lo largo de la frontera norteña. Peleas saltaron a ambos lados. Para evitar más derramamiento de sangre, el rey Tiberias el Tercero de Norta y el rey Onekad Cygnet de los Lakeland se encontraron en una cumbre histórica en el cruce de Maiden Falls. Las negociaciones se vinieron abajo con rapidez, y en 200 NE, ambos reinos declararon la guerra, cada uno culpando al otro por la ruptura de sus relaciones diplomáticas.

No puedo evitar reírme. Nada cambia nunca.

Conocida como la Guerra Lakelander en Norta, y la Agresión en los Lakeland, el conflicto todavía está en curso en el momento de escribir. El número total de víctimas mortales Plateados es de aproximadamente quinientos mil, la mayoría en la primera década de la guerra. No se mantienen registros exactos para los soldados Rojos, pero las estimaciones ponen el total de muertos en más de cincuenta millones, con bajas de más del doble de ese número. Tanto las víctimas Lakelander como los Norteños son iguales en proporción a sus poblaciones nativas de Rojos.

Me toma más de lo que admito, pero hago los cálculos en mi cabeza. Casi cien veces más. Si este libro perteneciera a alguien que no fuese Julian, lo lanzaría con ira.

Un siglo de guerra y derramamiento de sangre.

¿Cómo puede alguien cambiar algo como eso?

Por una vez me encuentro contando con la habilidad de Maven de enredar y planear. Tal vez él puede ver una forma —forjar un camino—, que nadie antes que él ha imaginado.

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Trece

asa una semana hasta que salgo de mi habitación otra vez. Aunque son un regalo de Maven, un recordatorio de su extraña obsesión conmigo, me alegro por los libros de Julian. Son mi única compañía. Una pieza de

un amigo en este lugar. Los mantengo cerca, junto al pedazo de seda de Gisa.

Las páginas pasan con los días. Trabajo a través de las historias, viajando a través de palabras que se hacen cada vez menos creíbles. Trescientos años de reyes Calore, siglos de caudillos de Plateado; este es un mundo que reconozco. Pero cuanto más lejos voy, se vuelven las cosas más turbias.

Los registros escritos del llamado período de la Reforma son escasos, aunque la mayoría de los estudios están de acuerdo en que el período comenzó alrededor de 1500 Antigua Era (u OE) por el calendario Nortan moderno. La mayoría de los registros anteriores a la Reforma, inmediatamente después, durante o antes de las Calamidades que tuvieron lugar en el continente, fueron casi enteramente destruidos, se perdieron o son imposibles de leer en la actualidad. Los recuperados son estudiados y custodiados dentro de los Archivos Reales en Delphie, así como instalaciones similares en reinos vecinos. Las Calamidades mismas han sido estudiadas en detalle, utilizando la investigación de campo emparejada con el mito pre-Silveriano para postular eventos. En el momento de escribir esto, muchos creen que una combinación de la última guerra humana, cambio geológico, cambio climático y otras catástrofes naturales resultó en la casi extinción de la raza humana.

Los registros más actuales descubiertos y traducibles datan de aproximadamente 950 OE, pero el año exacto no puede ser verificado. Un documento, El Juicio de Barr Rambler, es un relato incompleto del intento de juicio en la corte de un ladrón acusado en Delphie reconstruido. Barr fue acusado de robar el auto de su vecino. Durante el curso del juicio, Barr habría quebrado sus cadenas “como si hubiesen sido de ramas” y escapó a pesar de una guardia completa. Se cree que es el primer registro de un Plateado mostrando su habilidad. Hasta el día de hoy, House Rhambos pretende trazar su línea de sangre desde él. Sin embargo, esta afirmación es refutada por otro expediente judicial, El Juicio de Hillman, Tryent, Davids, en el que tres hombres de Delphie fueron juzgados por el asesinato posterior de Barr Rambler, que se informó no tenía hijos. Los tres hombres fueron absueltos y luego elogiados por los ciudadanos de Delphie por su trabajo en la destrucción de “la abominación Rambler” (Registros y Escrituras de Delphie, Vol. 1).

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El tratamiento de Barr Rambler no fue un incidente aislado. Muchas escrituras actuales y documentos detallan el miedo y la persecución de una población creciente de humanos hábiles con la sangre plateada. La mayoría se unieron para protegerse, formando comunidades fuera de las ciudades dominadas por los Rojos. El Período de la Reforma terminó con el surgimiento de sociedades de Plateado, algunas viviendo en conjunción con las ciudades Rojas, aunque la mayoría eventualmente superó a sus contrapartes de sangre roja.

Plateados perseguidos por los Rojos. Quiero reírme del pensamiento. Qué estúpido. Qué imposible. He vivido todos los días de mi vida sabiendo que son dioses y nosotros somos insectos. Ni siquiera puedo empezar a comprender un mundo donde el reverso era cierto.

Estos son los libros de Julian. Vio suficiente mérito para estudiarlos. Sin embargo, me siento demasiada inquieta para continuar, y sigo leyendo los últimos años. La Nueva Era, los reyes Calore. Nombres y lugares que conozco en una civilización.

Hoy mis ropas entregadas son más claras que nunca. Cómodas, hechas para la utilidad en lugar de estilo. Mi primera indicación que algo va mal. Casi me parezco a un oficial de seguridad, con pantalón elástico, una chaqueta negra escasamente adornada con espirales púrpura de rubí y botas sensacionalistas. Cuero pulido pero desgastado, ningún talón, apenas la cantidad correcta, y bastante sitio para mis tobillos. Los que están en la muñeca están ocultos como siempre, cubiertos de guantes. Forrados de piel. Por el frío. Mi corazón salta. Nunca he estado tan entusiasmada con los guantes.

—¿Voy a salir? —le pregunto a Kitten sin aliento, olvidando lo buena que es al ignorarme. No me decepciona, mirando fijamente mientras me conduce fuera de mi lujosa celda. Clover es siempre más fácil de leer. La conmoción de sus labios y los ojos verdes estrechados son bastante afirmación. Por no hablar de que ellos también llevan abrigos gruesos y guantes, aunque son de goma para proteger sus manos de la electricidad que ya no poseo.

Afuera. No he probado mucho más que una brisa de una ventana abierta desde ese día en los escalones del palacio. Pensé que Maven iba a quitarme la cabeza, así que obviamente mi mente estaba en otra parte. Ahora me gustaría poder recordar el aire frío de noviembre, el fuerte viento que trae el invierno con él. En mi prisa, casi supero a los Arven. Son rápidos para detenerme y hacerme coincidir con sus pasos. Es un descenso loco, por escaleras y pasillos que conozco de memoria.

La familiar presión se agita contra mí y miro por encima del hombro. Egg y Trio se unen a nuestras filas, trayendo la parte trasera de mi guardia Arven. Se mueven al unísono con Kitten y Clover, sus pasos emparejándose, mientras hacemos nuestra marcha al pasillo de entrada y a la Plaza Caesar.

Rápido como mi emoción llegó, se desvanece.

El miedo roe mis entrañas. Traté de manipular a Maven para que cometiera errores costosos, para hacerle dudar, para quemar los últimos puentes que le quedaban. Pero tal vez fracasé. Tal vez me quiera quemar.

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Me concentro en el clic de mis botas en el mármol. Algo sólido para anclar mi miedo. Mis puños se curvan en mis guantes, rogando por una chispa para marearme. Nunca llega.

El palacio parece extrañamente vacío, incluso más que de costumbre. Las puertas se cierran rápidamente, mientras que los sirvientes revolotean por las habitaciones que aún no están cerradas, rápidos y silenciosos como los ratones. Ellos colocan sábanas blancas sobre muebles e ilustraciones, cubriéndolos con sudarios extraños. Pocos guardias, menos nobles. Los que pasamos son jóvenes y con los ojos muy abiertos. Conozco sus casas, sus colores, y puedo ver miedo desnudo en sus rostros. Todos están vestidos como yo, para el frío, para la función. Para el movimiento.

—¿A dónde va todo el mundo? —No le pregunto a nadie, porque nadie va a responder.

Clover aprieta ásperamente mi cola de caballo, obligándome a mirar hacia al frente. No duele, pero la acción es agitada. Ella nunca me maneja de esta manera, no a menos que le dé una buena razón.

Giro a través de las posibilidades. ¿Es esto una evacuación? ¿Ha intentado la Guardia Escarlata otro asalto contra Archeon? ¿O han vuelto las casas rebeldes para terminar lo que empezaron? No, tampoco puede ser. Esto es demasiado tranquilo. No estamos huyendo de nada.

Mientras cruzamos el vestíbulo, respiro profundamente, mirando alrededor. Mármol debajo de mí, candelabros encima de mí, altos espejos relucientes y pinturas doradas de antepasados Calore marchando por las paredes a ambos lados. Banderas rojas y negras, plata y oro y cristal. Siento que todo va a estrellarse y aplastarme. El miedo se arrastra por mi espina dorsal cuando las puertas principales se abren, el metal y el vidrio se relajan en bisagras gigantes. La primera bocanada de viento frío me golpea de frente, haciendo que mis ojos se llenen de agua.

El sol de invierno brilla sobre la reluciente Plaza, cegándome por un segundo. Parpadeo rápidamente, tratando de hacer que mis ojos se ajusten. No puedo permitirme perder un segundo de esto. El mundo exterior se enfoca constantemente. La nieve se encuentra profundamente en los tejados del palacio y las estructuras circundantes de la Plaza Caesar.

Los soldados se alinean a cada lado de los escalones que bajan del palacio, inmaculados en sus filas. Los Arven me conducen a través de la fila doble de soldados, más allá de sus armas y uniformes y ojos sin pestañear. Me vuelvo a mirar por encima de mi hombro mientras camino, echando un vistazo al opulento y pálido casco del Palacio Whitefire. Las siluetas rondan por el techo. Oficiales con uniformes negros, soldados en gris nublado. Incluso desde aquí, sus rifles son claramente visibles, siluetas contra un cielo azul frío. Y esos son sólo los guardias que puedo ver. Debe haber más patrullaje en las murallas, custodiando las puertas, escondidos y listos para defender este miserable lugar. Cientos, probablemente, guardaron para su lealtad y capacidad letal. Cruzamos la Plaza sola, para nadie, para nada. ¿Qué es esto?

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Noto los edificios que pasamos. la Corte Real, un edificio circular con paredes de mármol lisas, columnas en espiral y una cúpula de cristal, ha quedado sin usar desde la coronación de Maven. Es un símbolo de poder, un enorme vestíbulo lo suficientemente grande como para sentar las Casas Altas ensambladas y sus retenedores, así como miembros importantes de la ciudadanía Plateada. Nunca he estado dentro. Espero que nunca lo esté. Los tribunales judiciales, donde la ley del Plateado se hace y se promulga con la eficiencia brutal, se ramifican fuera de la estructura abovedada. Junto a sus arcos y adornos de cristal, el Salón del Tesoro se ve aburrido. Paredes de losas —más mármol—, y me pregunto cuántas canteras este lugar succionó, sin ventanas, asentadas como un bloque de piedra entre las esculturas. La riqueza de Norta está en algún lugar allí, más defendida que el rey, encerrada en bóvedas profundamente perforadas en la roca debajo de nosotros.

—Por aquí —gruñe Clover, empujándome hacia el Tesoro.

—¿Por qué? —pregunto. Una vez más, nadie responde.

El latido de mi corazón se acelera, golpeando contra mi caja torácica, y lucho por mantener mi respiración uniforme. Cada alarido frío se siente como el tictac de un reloj, contando constantemente los momentos antes de que me trague.

Las puertas son gruesas, más gruesas que las que recuerdo de la prisión de Corros. Se abren de par en par como una boca bostezando, flanqueada por guardias. El Tesoro no tiene gran vestíbulo de entrada, en marcado contraste con cualquier otra estructura de plata que he visto. Es sólo un largo corredor blanco, curvado e inclinado en una espiral constante. Los guardias están de pie cada diez metros o más, a ras de piedra blanca pura. Dónde están las bóvedas, o adónde voy, no puedo decirlo.

Después de exactamente seiscientos pasos, nos detenemos frente a un guardia.

Sin pronunciar palabra, da un paso al frente y hacia un lado, poniendo los dedos en la pared detrás de él. Empuja y el mármol se desliza hacia atrás un metro, revelando la silueta de una puerta. Se desliza fácilmente a su toque, ampliándose para crear un hueco de tres metros en la piedra. El soldado no se esfuerza en absoluto. Brazofuerte, lo noto.

La piedra es gruesa y pesada. Mi miedo se triplica, y trago con fuerza, sintiendo mis manos empezar a sudar en mis guantes. Maven finalmente me pone en una celda real.

Kitten y Clover me empujan, intentando tomarme con la guardia baja, pero planto mis pies, cerrando cada espacio contra ellos.

—¡No! —grito, empujando un hombro contra uno de ellos. Kitten gruñe, pero no para, y continúa empujándome mientras que Clover me toma alrededor de la cintura, levantándome del piso—. ¡No pueden dejarme aquí abajo! —No sé qué tarjeta jugar, qué máscara poner. ¿Lloro? ¿Suplico? ¿Actúo como la reina rebelde que piensa que soy? ¿Cuál me salvará? El miedo anula mis sentidos. Jadeo como una chica ahogándose—. Por favor, no puedo... no puedo...

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Pateo al aire, intentando derribar a Clover, pero es más fuerte de lo que espero. Egg toma mis piernas, limpiamente ignorando mi talón mientras se estampa en su mandíbula. Me llevan como un mueble, sin pensamiento ni atención.

Girando, consigo ver al guardia del Tesoro cuando la puerta se desliza de nuevo en su lugar. Se ríe para sí, indiferente. Otro día en el trabajo para él. Me obligo a mirar al frente, a cualquier destino que me espera en estas profundidades blancas.

Esta bóveda está vacía; su pasadizo es pequeño como el pasillo, aunque en círculos más apretados. Nada marca las paredes. Sin características distintivas, sin costuras, ni siquiera guardias. Sólo luces encima y piedra alrededor.

—Por favor. —Mi voz resuena en el silencio, solo con el sonido del latido de mi acelerado corazón.

Miro el techo, deseando que todo esto sea un sueño.

Cuando me dejan caer, jadeo, el viento golpeando mis pulmones. Sin embargo, me pongo en pie lo más rápido que puedo. Mientras estoy de pie, los puños cerrados, los dientes descubiertos, estoy lista para pelear y no dispuesta a perder. No seré abandonada aquí sin tomar los dientes de alguien.

Los Arven están de pie, uno al lado del otro, sin expresión. Desinteresados. Su enfoque está más allá, detrás de mí.

Giro para encontrarme, no en otra pared en blanco, sino en una plataforma sinuosa. Recién construido, uniéndose con otros pasillos o bóvedas o pasajes secretos. Tiene vistas a las pistas.

Antes que mi cerebro pueda intentar conectar los puntos, antes incluso de que un breve susurro de excitación pueda ondular en mi mente, Maven habla, y rompe mi esperanza en pedazos.

—No te adelantes. —Su voz resuena desde mi izquierda, más abajo en la plataforma. Permanece allí, esperando, un guardia de Centinelas a su alrededor, junto con Evangeline y Ptolemus. Todos ellos llevan abrigos como el mío, con una amplia piel para mantenerlos calientes. Ambos niños Samos son resplandecientes en sable negro.

Maven se acerca, sonriendo con la confianza de un lobo.

—La Guardia Escarlata no son los únicos capaces de construir trenes.

El tren subterráneo temblaba, chisporroteaba y se oxidaba por todas partes, un montón de hojalata que amenazaba con separarse en sus soldaduras. Sin embargo, lo prefiero a esta glamorosa babosa.

—Tus amigos me dieron la idea, por supuesto —dice Maven desde su lujoso asiento frente a mí. Él se sitúa, orgulloso de sí mismo. Hoy no veo ninguna de sus heridas psíquicas. Están cuidadosamente ocultos, ya sea empujados a un lado u olvidados por el momento.

Lucho contra el deseo de acurrucarme en mi propio asiento, y mantengo ambos pies firmemente plantados en el suelo. Si algo sale mal, tengo que estar lista para correr. Como

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en el palacio, observo cada centímetro del tren de Maven, buscando cualquier tipo de ventaja. No encuentro ninguno. No hay ventanas, y Centinelas y guardias Arven se plantan en cualquier extremo del largo compartimiento. Está decorado como un salón, con pinturas, sillas tapizadas y sofás, incluso luces de cristal tintineando con el movimiento del tren. Pero como con todo Plateado, veo las grietas. La pintura apenas se ha secado. Lo puedo oler. El tren es nuevo, no probado. En el otro extremo del compartimiento, los ojos de Evangeline danzan hacia adelante y hacia atrás, traicionando su intento de parecer tranquila. El tren la sacude. Apuesto a que ella puede sentir cada pieza que se mueve a gran velocidad. Es una sensación difícil de acostumbrarse. Nunca podría, siempre sintiendo el pulso de máquinas como el tren subterráneo o el jet Blackrun. Solía sentir en la sangre la electricidad, supongo que puede sentir en las venas el metal.

Su hermano se sienta a su lado, fulminándome con la mirada. Se desplaza una o dos veces, empujando su hombro. Su expresión de dolor se calma cada vez, calmada por su presencia. Supongo que, si el nuevo tren explota, son lo suficientemente fuertes como para sobrevivir a la metralla.

—Lograron escapar muy rápidamente de Cuenco de los Huesos, montando los antiguos carriles hasta llegar a Naercey antes que yo pudiera llegar. Pensé que no sería tan malo tener una pequeña ruta de escape por mi cuenta —continúa Maven, tamborileando sus dedos sobre su rodilla—. Nunca se sabe qué nuevo plan mi hermano puede soñar en su intento de derrocarme. Mejor estar preparado.

—¿Y de qué estás huyendo ahora mismo? —murmuro, tratando de mantener mi voz baja.

Sólo se encoge de hombros y se ríe.

—No actúes tan triste, Mare. Estoy haciéndonos un favor a ambos. —Sonriendo, se hunde en su asiento. Levanta los pies, poniéndolos en el asiento a mi lado. Arrugo la nariz por la acción, alejándome—. Sólo se puede tolerar la prisión del Palacio Whitefire durante un tiempo.

Prisión Me mordí la respuesta, forzándome a su humor. No tienes idea de lo que es una prisión, Maven.

Sin ventanas ni ninguna clase de rumbo, no tengo manera de saber a dónde nos dirigimos o hasta dónde puede llegar esta máquina infernal. Sin duda se siente tan rápido como el tren subterráneo, si no más rápido. Dudo que vayamos al sur, a Naercey, una ciudad en ruinas ahora abandonada incluso por la Guardia Escarlata. Maven hizo una demostración de destruir los túneles después de la infiltración de Archeon.

Él me deja pensar, viendo cómo rompo la imagen que nos rodea. Sabe que no tengo suficientes piezas para reconstruirla. Sin embargo, me deja intentar, y no ofrece ninguna explicación más.

Los minutos pasan, y vuelvo mi atención a Ptolemus. Mi odio por él sólo ha crecido en los últimos meses. Mató a mi hermano. Se llevó a Shade de este mundo. Él les haría lo mismo a todos los que amo si se le da la oportunidad. Por una vez, está sin su armadura

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escalada. Lo hace parecer más pequeño, más débil, más vulnerable. Fantaseo con cortarle la garganta y manchar las paredes recién pintadas de Maven con sangre Plateada.

—¿Algo te interesa? —gruñe Ptolemus, encontrando mi mirada.

—Deja que mire —dice Evangeline. Se recuesta en su asiento e inclina la cabeza, sin romper el contacto visual. No puede hacer mucho más que eso.

—Ya veremos —gruño. En mi regazo, mis dedos se contraen.

Maven chasquea su lengua, riñendo.

—Ladies.

Antes que Evangeline pueda replicar, su enfoque cambia y ella mira hacia otro lado; a las paredes, al piso, al techo. Ptolemus coincide con su acción. Sienten algo que yo no puedo. Y luego el tren que nos rodea comienza a disminuir, sus engranajes y mecanismos chirriando contra las vías de hierro.

—Más temprano entonces —dice Maven, poniéndose de pie. Me ofrece una mano.

Por un momento, tengo la idea de morder sus dedos. En su lugar, pongo mi mano en la suya, ignorando la sensación de arrastre bajo mi piel. Cuando estoy de pie, su pulgar roza el borde elevado de mi esposa debajo de mi guante. Un firme recordatorio de su dominio sobre mí. No puedo soportarlo y me alejo, doblando mis brazos sobre mi pecho para crear una barrera entre nosotros. Algo se oscurece en sus brillantes ojos, y él se pone un escudo propio.

El tren de Maven se detiene tan suavemente que apenas lo siento. Los Arven, sin embargo, se encogen a mi lado, rodeándome con una familiaridad agotadora. Al menos no estoy encadenada ni atada.

Los Centinelas flanquean a Maven mientras los Arven me rodean, sus túnicas flameantes y sus nefastas máscaras negras como siempre. Dejaron que Maven estableciera el paso, y él cruza la longitud del compartimiento. Evangeline y Ptolemus siguen, nos fuerzan a mí y a mis guardias a tomar la parte de atrás de la extraña procesión. Los seguimos a través de la puerta, en un vestíbulo que conecta un compartimiento al siguiente. Otra puerta, otro largo tramo de mobiliario opulento, esta vez en un comedor. Todavía no hay ventanas. Todavía no hay indicación de dónde podríamos estar.

En el próximo vestíbulo, una puerta se abre, no hacia adelante, sino a la derecha. Los Centinelas desaparecen primero, entonces Maven va, luego el resto. Salimos en otra plataforma, iluminada por brillantes luces en lo alto. Es impresionantemente limpio —otra construcción nueva, sin duda— pero el aire se siente húmedo. A pesar del meticuloso orden de la plataforma vacía, algo gotea en algún sitio, resonando alrededor de nosotros. Miro hacia la izquierda y hacia la derecha a lo largo de las pistas. Se descoloran en la oscuridad por todos lados. Esto no es el final de la línea.

Subimos, por un grupo de escaleras. Me resigno a una larga subida, recordando lo profundo que era la entrada de la bóveda. Así que estoy sorprendida cuando las escaleras quedan a nivel rápidamente en otra puerta. Éste es acero reforzado, un presagio de lo que podría estar más allá. Un Centinela agarra la cerradura de la barra y la gira con un gruñido.

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El gemido de un mecanismo masivo responde. Evangeline y Ptolemus no levantan un dedo para ayudar. Como yo, observan con una fascinación apenas velada. No creo que ellos sepan mucho más que yo. Extraño, porque son una casa muy estrechamente ligada al rey.

La luz del día fluye a través del acero que se balancea, revelando gris y azul más allá. Árboles muertos, sus ramas extendidas como venas, llegan a un claro cielo invernal. Cuando salimos del bunker del tren, respiro profundo. Pino, la limpieza afilada del aire frío. Estamos de pie en un claro rodeado de árboles de hoja perenne y robles desnudos. La tierra es suciedad congelada, dura debajo de algunos centímetros de nieve. Me enfría los dedos de los pies.

Cavo con mis talones, ganando un segundo más de bosque abierto. Los Arven me empujan, haciéndome patinar. No lucho tanto como para retrasarlos, mientras muevo mi cabeza hacia adelante y hacia atrás. Trato de ponerme de acuerdo. A juzgar por el sol, ahora comenzando su descenso occidental, el norte está directamente delante de mí.

Cuatro transportes militares, pulidos con un brillo antinatural, ociosos en el camino ante nosotros. Sus motores zumban, esperando, el calor de ellos enviando columnas de vapor al aire. Es fácil de imaginar que pertenecen a Maven. La corona ardiente, rojo, negro, y plata real, se estampa en los lados del más grande. Se encuentra a casi un metro del suelo, con ruedas enormes y lo que debe ser un cuerpo reforzado. A prueba de balas, a prueba de fuego, a prueba de muerte. Todo para proteger al niño rey.

Sube sin vacilar, con la capa detrás. Para mi alivio, los Arven no me hacen seguir, y me mueven a otro transporte. El mío no está marcado. Mientras me agacho, esforzándome por una última visión del cielo abierto, noto que Evangeline y Ptolemus se acercan a su propio transporte. Negro y plateado, su cuerpo metálico cubierto de espigas. Evangeline probablemente lo decoró ella misma.

Avanzamos mientras Egg cierra la puerta detrás de él, encerrándome en el transporte con cuatro guardias Arven. Hay un soldado al volante y un Centinela en el asiento junto a él. Me resigno a otro viaje, metida con los Arven.

Por lo menos el transporte tiene ventanas. Miro, no queriendo parpadear, mientras avanzamos a través de un bosque dolorosamente familiar. Cuando llegamos al río, y el camino ampliamente pavimentado que corre junto a él, un anhelo arde a través de mi pecho.

Ese es el río Capital. Mi río. Estamos conduciendo hacia el norte, en el camino real. Podrían arrojarme del transporte ahora, dejarme en el polvo sin nada, y podría encontrar mi camino a casa. Las lágrimas saltan a mis ojos ante el pensamiento. ¿Qué haría, para mí o para cualquier otra persona, por la oportunidad de volver a casa?

Pero nadie está allí. Nadie que me importe. Se han ido, protegidos, lejos. Mi hogar ya no es el lugar donde estamos. Mi hogar está seguro con ellos. Espero.

Salto mientras otros transportes se unen a nuestro convoy. De grado militar, sus cuerpos marcados por la espada negra del ejército. Cuento casi una docena a la vista, y más allá en la distancia detrás de nosotros. Muchos tienen soldados Plateados visibles, inclinándose de lado o encaramados en asientos y arneses especiales. Todos ellos están en

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alerta, listos para actuar. Los Arven no parecen sorprendidos por las nuevas adiciones. Sabían que iban a venir.

Los vientos del Camino Real a través de las ciudades en la orilla del río. Ciudades Rojas. Estamos demasiado al sur para que todavía podamos pasar a través de los Pilares, pero eso no amortigua mi emoción. Primero se ven los molinos de ladrillo, que se proyectan hacia las aguas poco profundas del río. Tomamos velocidad a la derecha con ellos, entrando en las afueras de una ciudad próspera. Por mucho que quiera ver más, espero que no nos detengamos. Espero que Maven pase por este lugar sin interrupción.

En su mayoría obtuve mi deseo. El convoy se ralentiza, pero nunca para, rodando por el corazón de la ciudad en toda su brillante amenaza. Las muchedumbres alinean la calle, agitándose. Ellos alaban al rey, gritando su nombre, esforzándose por ver y ser vistos. Comerciantes Rojos para trabajar, viejos y jóvenes, centenares de ellos empujándose para conseguir un mejor vistazo. Espero ver oficiales de seguridad empujándolos, forzando una bienvenida muy ruidosa. Me inclino contra mi asiento, dispuesta a no ser vista. Ya están obligados a verme sentarme al lado de Maven. No quiero añadir más combustible a ese fuego manipulador.

Para mi alivio, nadie me pone en exhibición. Simplemente me siento y miro mis manos en mi regazo, esperando que la ciudad pase lo más rápido posible. En el palacio, viendo lo que veo de Maven, sabiendo lo que hago con él, es fácil olvidar que tiene la mayor parte del país en su bolsillo. Sus grandes esfuerzos para cambiar el rumbo de la opinión contra la Guardia Escarlata y sus enemigos parecen estar funcionando. Estas personas creen lo que dice, o tal vez no tienen oportunidad de luchar. No sé cuál es peor.

Cuando la ciudad se aleja detrás de nosotros, los gritos todavía hacen eco en mi cabeza. Todo esto por Maven, para el siguiente paso en cualquier plan que haya puesto en marcha.

Debemos estar más allá de la Nueva Ciudad; eso está muy claro. No hay contaminación a la vista. Tampoco hay fincas. Recuerdo haber pasado el río Row en mi primer viaje hacia el sur, cuando estaba fingiendo ser Mareena. Navegamos río abajo desde el Salón del Sol hasta llegar a Archeon, pasando por aldeas, pueblos y el lujoso tramo de banco donde muchas Casas Altas guardaban sus mansiones familiares. Trato de recordar los mapas que Julian solía mostrarme. En su lugar, sólo me da dolor de cabeza.

El sol cae a medida que el convoy se apaga después de la tercera ciudad que pasamos, formándose de manera practicada en una carretera de conexión. Hacia el oeste. Trato de tragar la inmersión de la tristeza que sube por dentro. North me llama, señalando, a pesar que no puedo seguir. Los lugares que conozco se alejan cada vez más.

Trato de mantener la brújula en mi cabeza. West es el camino del hierro. El camino a los Westlakes, los Lakeland, el Choke. Occidente es guerra y ruina.

Egg y Trio no me dejan mover mucho, así que tengo que estirar mi cuello para ver. Me muerdo el labio cuando pasamos a través de un conjunto de puertas, tratando de detectar un signo o un símbolo. No hay nada, sólo barras de hierro forjado bajo trepadoras verdes de hiedra floreciente. Fuera de temporada.

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La finca es palaciega, el extremo de una carretera bordeada por setos inmaculados. Esculpidos en una amplia plaza de piedra, con la casa de la finca ocupando un lado. Nuestro convoy gira en frente, deteniéndose con los transportes extendidos en una fila arqueada. No hay multitudes aquí, pero los guardias ya están esperando afuera. Los Arven se mueven rápidamente y me acompañan.

Alzo la mirada encantada con el ladrillo rojo y los adornos blancos, hileras de ventanas pulidas colgadas de florecitas y cestos de flores, columnas estriadas, balcones floridos, y el árbol más grande que he visto sale desde el centro de la mansión. Sus ramas están sobre el techo puntiagudo, creciendo junto con la estructura. No hay una ramita o una hoja fuera de lugar, perfectamente esculpido como un pedazo de arte vivo. Magnolia, creo, a juzgar por las flores blancas y el olor perfumado. Por un momento, olvido que es invierno.

—Bienvenido, su majestad.

La voz no es una que reconozco.

Otra chica, de mi edad, pero alta, esbelta, pálida como la nieve que debe estar aquí, baja de uno de los muchos transportes que se unieron a los nuestros. Su atención está en Maven, que ahora sale de su propio medio de transporte, y ella se desliza junto a mí para hacer una reverencia delante de él. La conozco de un vistazo.

Heron Welle. Ella compitió en la Prueba de la Reina hace mucho tiempo, dibujando árboles poderosos de la tierra mientras su casa la animaba. Como tantos, esperaba convertirse en una novia real, elegida para casarse con Cal. Ahora está de pie ante la orden de Maven, con los ojos bajos, esperando su orden. Ella aprieta su chaqueta verde y dorada más alrededor de sí misma, una defensa contra el frío y la mirada de Maven.

La suya es una de las pocas casas que conocí antes que me forzaran en el mundo Plateado. Su padre gobierna la región en la que yo nací. Solía ver pasar su barco por el río y agitar sus banderas verdes con otros niños estúpidos.

Maven se toma su tiempo, desgastando innecesariamente sus guantes para el paseo corto entre su transporte y la mansión. A medida que se mueve, la sencilla corona situada en sus rizos negros captura la luz del sol menguante, guiñando rojo y oro.

—Un lugar encantador, Heron —dice, haciendo una pequeña charla. Suena siniestro viniendo de él. Una amenaza.

—Gracias, su majestad. Todo está listo para su llegada.

Mientras me acercan más, Heron me da una sola mirada. Su único reconocimiento de mi existencia. Ella tiene características parecidas a un pájaro, pero en su figura angular se ven elegante, refinada, y agudamente hermosa. Espero que sus ojos sean verdes, como todo lo demás acerca de su familia y su capacidad. En su lugar, son un vibrante azul profundo, destacando la piel de porcelana y cabello castaño.

El resto de los transportes vacía a sus pasajeros. Más colores, más casas, más guardias y soldados. Miro a Samson entre ellos, luciendo tonto en cuero y piel teñida de azul. El color y el frío lo hacen más pálido que nunca, un carámbano rubio con sed de

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sangre. Los otros le dan un amplio espacio mientras ronda al lado de Maven. Cuento a unas docenas de cortesanos de un vistazo. Suficiente para hacerme preguntar si incluso la mansión del gobernador Welle nos puede sostener a todos.

Maven reconoce a Samson con un gesto de cabeza antes que salga a paso rápido, trotando hacia la ornamentada escalera que conduce desde la plaza. Heron lo sigue, al igual que los Centinelas en su habitual rebaño. Todo el mundo sigue, atrapado por una cuerda invisible.

Un hombre que sólo puede ser el gobernador corre de las puertas de roble y oro, haciendo una reverencia mientras camina. Parece despreocupado en comparación con su casa, nada notable con su barbilla débil, sus cabellos sucios y rubios y un cuerpo sin grasa ni fino. Sus ropas lo compensan un poco. Lleva botas, pantalón de cuero suave, y una chaqueta trabajada en brocado adornado, con esmeraldas destellantes en el cuello y los dobladillos. No son nada comparado con el antiguo medallón alrededor de su cuello. Rebota contra su pecho mientras camina, un emblema enjoyado del árbol que guarda su casa.

—Su majestad, no puedo decirle lo complacidos que estamos de recibirle. —Se sonroja, inclinándose una última vez. Maven frunce los labios en una sonrisa delgada, divertida por la exhibición—. Es un gran honor ser el primer destino de su gira de coronación.

El disgusto se riza en mi estómago. Estoy atrapada por mi imagen para desfilar por el país, a pocos pasos de Maven, siempre a su entera disposición. En la pantalla, frente a las cámaras, se siente degradante, ¿pero en persona? ¿Ante multitudes de gente como las de la ciudad? No puedo sobrevivir. De alguna manera creo que preferiría la prisión de Whitefire.

Maven estrecha las manos con el gobernador, su sonrisa se esparce en algo que puede pasar por genuino. Es un buen actor, le daré eso.

—Por supuesto, Cyrus, no podía pensar en un lugar mejor para empezar. Heron habla tan bien de ti —añade, agitando la mano a su lado.

Ella camina rápidamente, con los ojos brillando hacia su padre. Una mirada de alivio pasa entre ellos. Como todo lo que hace Maven, su presencia es una manipulación cuidadosa y un mensaje.

Maven gesticula hacia la mansión. Él se pone en marcha, haciendo que el resto de nosotros se mantenga al día. El gobernador se apresura a flanquear a Maven, todavía tratando de verse como si tuviera algún tipo de control aquí.

En el interior, un montón de sirvientes Rojos alinean las paredes con sus mejores uniformes, con los zapatos pulidos y los ojos en el suelo. Ninguno me mira, y me mantengo al margen, meditando la mansión del gobernador. Me esperaba arte verde y no estoy decepcionada. Las flores de todo tipo dominan el vestíbulo, floreciendo de jarrones de cristal, pintados en las paredes, moldeados en el techo, trabajados en vidrio en las arañas o en mosaico de piedra en el suelo. El olor debe ser abrumador. En su lugar, es

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intoxicante, calmante con cada respiración. Inhalo profundamente, permitiéndome este pequeño placer.

Más de la Casa Welle espera para saludar al rey, cayendo sobre sí mismos para inclinarse o hacer reverencias o felicitar a Maven en todo, desde sus leyes hasta sus zapatos. Como él los castiga a todos, Evangeline se une a nosotros, habiendo ya desechado sus pieles con algún pobre criado.

Me tenso mientras se detiene a mi lado. Toda la vegetación se refleja en su ropa, dándole un matiz enfermizo. Con una sacudida, me doy cuenta que su padre no está aquí. Normalmente pasa entre ella y Maven en eventos como este, rápido para intervenir cuando su temperamento amenaza con hervir. Pero él no está aquí ahora.

Evangeline no dice nada, contenta de mirar la espalda de Maven. La veo observarlo. Su puño se aprieta cuando el gobernador se inclina para susurrar en la oreja de Maven. Entonces llama a uno de los Plateados esperando, una mujer alta y delgada, de cabello negro azabache, pómulos salientes y piel fresca y ocre. Si es parte de la Casa Welle, no lo parece. No hay un pedazo de verde en ella. En su lugar, su ropa es gris-azul. La mujer inclina la cabeza con rigidez, con cuidado de mantener los ojos en el rostro de Maven. Su comportamiento cambia, su sonrisa se ensancha por un instante. Él murmura algo, su cabeza balanceándose en excitación. Veo una sola palabra.

—Ahora —dice. El gobernador y la mujer salen.

Se alejan juntos, Centinelas a cuestas. Miro a los Arven, preguntándome si también debemos irnos, pero no se mueven.

Evangeline tampoco. Y por la razón que sea, sus hombros caen y su cuerpo se relaja. Un poco de peso ha caído.

—Deja de mirarme fijamente —gruñe, sacándome de mis pensamientos.

Dejo caer mi cabeza, dejándola ganar este pequeño e insignificante intercambio. Y sigo preguntándome. ¿Qué sabe ella? ¿Qué ve ella que yo no?

Cuando los Arven me llevan lejos a lo que será mi celda por la noche, mi corazón se hunde en mi pecho. Dejé los libros de Julian en Whitefire. Nada me consolará esta noche.

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Catorce

ntes de mi captura, pasé meses entrecruzando el país, evadiendo a los cazadores de Maven y reclutando nuevasangres. Dormía en un suelo sucio, comía lo que pudiera robar, pasaba mis horas despierta

ya fuera sintiendo mucho o muy poco, dando mi mejor esfuerzo para permanecer por delante de nuestros demonios. No manejé la presión muy bien. Detuve y dejé afuera a mis amigos, mi familia, todos los cercanos a mí. Cualquiera que quisiera ayudar o entender. Por supuesto que me arrepentí. Por supuesto que desearía poder regresar a la Marca, con Cal y Kilorn y Farley y Shade. Haría diferente las cosas. Sería diferente.

Tristemente, ningún Plateado o nuevasangre puede cambiar el pasado. Mis errores no pueden ser desechos, olvidados o ignorados. Pero puedo hacer enmiendas. Ahora puedo hacer algo.

He visto Norta, pero como un forajido. Desde las sombras. La vista desde el lado de Maven, como parte de su extenso séquito, es como la diferencia entre el día y la noche. Me estremezco debajo de mi abrigo, mis manos juntas para calentarse. Entre el poder aplastante de los Arven y mis esposas, soy más susceptible a la temperatura. A pesar de mi odio por él, me encuentro acercándome más a Maven, así sea sólo para tomar ventaja de su constante calor. En su otro lado, Evangeline hace lo contrario, mantiene su distancia. Está más concentrada en el gobernador Welle que en el rey, y le murmura cosas ocasionalmente, su voz lo suficientemente baja para no molestar el discurso de Maven.

—Estoy abrumado por tu bienvenida, así como por su apoyo a un rey joven y sin experiencia.

La voz de Maven hace eco, magnificada por micrófonos y bocinas. No las lee de ningún papel y de alguna manera parece hacer contacto visual con cada persona reunida en la plaza de la ciudad debajo del balcón. Como todo del rey, incluso la ubicación es una manipulación. Estamos parados por encima de cientos, bajando la mirada, elevados por encima del alcance de los simples humanos. La gente reunida de Arborus, la capital del gobernador Welles dentro de su dominio, alzan la mirada, sus rostros levantados de una forma que hace mi piel picar. Los Rojos se empujan para tener una mejor vista. Son fáciles de distinguir, parados en montones, cubiertos con capas que no combinan, sus rostros sonrojados por el frío, mientras que la ciudadanía Plateada está sentada cubierta en pieles. Los oficinales de seguridad en sus uniformes negros salpican la multitud, vigilan mientras los Centinelas están colocados en el balcón y los techos vecinos.

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—Es mi esperanza que este recorrido de coronación me permita no sólo un entendimiento más profundo de mi reino, sino un entendimiento más profundo de ustedes. Sus luchas. Sus esperanzas. Sus miedos. Porque yo ciertamente tengo miedo. —Un murmullo atraviesa la multitud, así como al grupo en el balcón. Incluso Evangeline mira de reojo a Maven, sus ojos estrechados por encima del perfecto cuello blanco de su pañoleta de piel—. Somos un reino en el borde, amenazando con venirse abajo bajo el peso de la guerra y el terrorismo. Es mi deber solemne prevenir que esto suceda, y salvarnos de los horrores de cualquiera que sea la anarquía que la Guardia Escarlata desea instalar. Muchos están muertos, en Archeon, en Corvium, en Summerton. Mi propia madre y padre entre ellos. Mi propio hermano corrompido por las fuerzas insurrectas. Pero incluso así, no estoy solo. Los tengo a ustedes. Tengo a Norta. —Suspira lentamente, un músculo tensándose en su mejilla—. Y permaneceremos de pie, juntos, contra los enemigos buscando destruir nuestro modo de vida, Rojos y Plateados. Doy mi palabra de erradicar a la Guardia Escarlata, en cualquier forma posible.

Los vítores suenan como metal contra metal, chirriando, un horroroso sonido. Mantengo mi rostro inmóvil, mi expresión cuidadosamente neutra. Me sirve tan bien como cualquier escudo.

Cada día su discurso se vuelve más firme, sus palabras cuidadosamente escogidas y utilizadas como cuchillos. Ni una vez dice rebeldes o revolución. La Guardia Escarlata siempre son terroristas. Siempre asesinos. Siempre enemigos de nuestro modo de vida, cualquiera que ese sea. Y a diferencia de sus padres, tiene gran habilidad para ser cuidadoso de no insultar a los Rojos. El recorrido atraviesa estados Plateados y ciudades Rojas por igual. De alguna manera luce como en su casa en ambos, nunca encogiéndose ante lo peor que su reino tiene para ofrecer. Incluso visitamos una de los suburbios de fábricas, el tipo de lugar que nunca olvidaré. Trato de no encogerme mientras pasamos los inestables edificios de dormitorios o cuando salimos al aire contaminado. Maven luce impávido, sonriéndole a los trabajadores y sus cuellos tatuados. No cubre su boca como Evangeline o tiene arcadas ante el olor como muchos otros, yo incluida. Es mejor en esto de lo que alguna vez había esperado. Sabe, como sus padres no pudieron o se negaron a entender, que, seduciendo Rojos para su causa Plateada, era quizás su mejor oportunidad de salir victorioso.

En otra ciudad Roja, en los escalones de una mansión Plateada, coloca el siguiente ladrillo en un camino mortal. Mil pobres granjeros miran, no atreviéndose a creer, no atreviéndose a tener esperanzas. Incluso yo no sé lo que está haciendo.

—Las Medidas de mi padre fueron promulgadas después de un ataque mortal que mató a muchos oficiales del gobierno. Fue su intento por castigar a la Guardia Escarlata por su maldad, y, para mi vergüenza, sólo los castigó a ustedes. —Ante los ojos de tantos, agacha su rostro. Es una emotiva visión. Un rey Plateado inclinándose frente a las masas Rojas. Tengo que recordarme que se trata de Maven. Es un truco—. Desde hoy, decreto que las Medidas sean levantadas y abolidas, fueron los errores de un rey bien intencionado, pero errores de todas formas.

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Me mira, solo por un momento, pero el momento es suficiente para que sepa que le preocupa mi reacción.

Las Medidas. El reclutamiento a partir de los quince años. El toque de queda restrictivo. Castigo letal para cualquier crimen. Todo para volver a la población Roja de Norta en contra de la Guardia Escarlata. Todo se ha ido en un instante, en un latido del negro corazón del rey. Alguna parte de mí piensa que eso me mantendrá a salvo. Pero observando a los Rojos, mi propia gente, vitorear a sus opresores sólo me llena con temor. Bajo la mirada para encontrar que mis manos están temblando.

¿Qué está haciendo? ¿Qué está planeando?

Para descubrirlo, debo volar tan cerca de la flama como me atreva.

Termina sus apariciones atravesando la multitud caminando, estrechando manos con tantos Rojos como Plateados pueda. Pasa a través de ellos con facilidad, Centinelas flanqueándolo en formación diamante. Samson Merandus siempre tiene su espalda, y me pregunto cuántos siente el roce de su mente contra las suyas. Es mejor disuasivo a posible asesino que cualquier otro. Evangeline y yo vamos por detrás, ambas con guardias. Como siempre, me niego a sonreír, mirar o tocar a alguien. Es más seguro para ellos de esta manera.

Los transportes esperan por nosotros, sus motores funcionando en un vago ronroneo. Por encima, el cielo nublado se oscurece y huelo nieve. Mientras nuestros guardas cierran filas, apretando la formación para permitir que el rey entre a su transporte, apresuro mi paso lo mejor que puedo. Mi corazón se acelera y mi respiración sale en nubes blancas contra el frío aire.

—Maven —digo en voz alta.

A pesar de la alentadora multitud detrás de nosotros, me escucha y se detiene en el escalón de su transporte. Se gira con fluida gracia, su larga capa volviéndose para mostrar un forro rojo sangre. A diferencia del resto de nosotros, no necesita vestir pieles para mantenerse caliente.

Aprieto más fuertemente mi abrigo, sólo para darle a mis nerviosas manos, algo más que hacer.

—¿Realmente dijiste eso en serio?

En su propio transporte, Samson mira fijamente, sus ojos perforando los míos. No puede leer mi mente, no mientras traiga puestas las esposas, pero eso no lo hace inofensivo. Confío en mi confusión real para crear la máscara que quiero llevar.

No tengo ilusiones en lo que Maven se refiere. Conozco su retorcido corazón, y que siente algo por mí. Algo de lo que quiere deshacerse, pero no puede ser parte de ello. Cuando me señala hacia su transporte, indicándome que me una a él, espero escuchar a Evangeline resoplar o protestar. Pero no hace ninguna, dirigiéndose hacia su propio transporte. En el frío no reluce tan brillantemente. Casi parece humana.

Los Arven no nos siguen, aunque lo intentan. Maven los detiene con una mirada.

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Su transporte es diferente de cualquier otro en el que haya estado. El conductor y el guardia frontal están separados de los pasajeros por una ventana de cristal, sellándonos juntos. Las paredes y ventanas son gruesas, a prueba de balas. Los Centinelas tampoco entran, se montan directamente en el esqueleto del transporte, tomando posturas defensivas en cada esquina. Es inquietante, saber que hay un Centinela con un arma sentado directamente por encima de mí. pero no tan inquietante como el rey sentado frente a mí, mirándome, esperando.

Mira mis manos, observándome frotar mis congelados dedos.

—¿Tienes frío? —murmura.

Rápidamente meto mis manos debajo de mis piernas para calentarlas. El transporte acelera hacia adelante.

—¿Realmente vas a hacerlo? ¿Terminar con las Medidas?

—¿Crees que mentiría?

No puedo evitar reír oscuramente. En la parte posterior de mi mente. Me gustaría tener un cuchillo. Me pregunto si podría incinerarme antes de atravesar su garganta.

—¿Tú? Nunca.

Sonríe y se encoge de hombros, moviéndose para ponerse más cómodo en los afelpados asientos.

—Lo dije en serio. Las Medidas fueron un error. Promulgarlas hicieron más daño que bien.

—¿A los Rojos? ¿O a ti?

—A ambos, por supuesto. Aunque agradecería a mi padre si pudiera. Espero que enderezar sus errores me haga ganar apoyo entre la gente. —El frío despego de su voz es incómodo, por decir lo menos. Sé que proviene de los recuerdos acerca de su padre. Cosas envenenadas, desprovistas de cualquier amor o felicidad—. Temo que a tu Guardia Escarlata no le quedarán muchos simpatizantes para el momento en que esto termine. Voy a terminar con ellos sin otra inútil guerra.

—¿Crees que dar moronas a la gente va a tranquilizarlos? —gruño, señalando hacia la ventana con mi barbilla. Granjas, arrasadas por en invierno, cubren las colinas—. Oh, encantador, el rey me ha devuelto dos años de la vida de mi hijo. No importa que al final de todas formas se lo van a llevar.

Su sonrisa sólo se hace más grande.

—¿Eso crees?

—Lo hago. Así es como es el reino. Así es como siempre ha sido.

—Veremos. —Inclinándose más lejos, levanta un pie sobre el asiento junto a mí. incluso remueve su corona, girándola entre sus manos. Las flamas bronce y hierro destellan en la luz baja, reflejando mi rostro y el suyo. Lentamente, me alejo, arrimándome hacia la esquina.

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—Supongo que te enseñé una difícil lección —dice—. Me extrañaste tanto la última vez, que ahora no confías en nada. Siempre estás observando, buscando información que nunca vas a utilizar. ¿Ya has resuelto a dónde vamos? ¿O por qué?

Tomo una respiración. Siento que estoy de vuelta en el aula de Julian, siendo puesta a prueba en el mapa. El interés aquí es mucho más alto.

—Estamos en el Camino de Hierro, dirigiéndonos hacia el noroeste. A Corvium.

Tiene el descaro de guiñar un ojo.

—Cerca.

—No vamos a… —Parpadeo rápidamente, tratando de pensar. Mi cerebro resuena a través de todas las piezas que celosamente he recolectado al paso de los días. Pedazos de noticias, piezas de chisme—. ¿Rocasta? ¿Vas tras Cal?

Maven se recuesta aún más, divertido.

—Mente tan estrecha. ¿Por qué desperdiciaría tiempo cazando rumores de mi hermano exiliado? Tengo una guerra que terminar y una rebelión que prevenir.

—¿Una guerra que… terminar?

—Tú lo dijiste, las Tierras del Lago nos derrocaran si les damos la oportunidad. No voy a dejar que eso suceda. Especialmente con Piedmont concentrado en cualquier otro lugar, en su propia multitud de problemas. Tengo que encargarme de estos asuntos por mí mismo. —A pesar del calor del transporte, debido en gran parte al rey fuego sentando frente a mí, siento un dedo de hielo recorrer mi columna.

Solía soñar con Choke. El lugar donde mi padre perdió su pierna, donde mis hermanos casi pierden sus vidas. Donde tantos Rojos murieron. Un desperdicio de ceniza y sangre.

—No eres un guerrero, Maven. Ni un general, ni un soldado. ¿Cómo puedes esperar derrotarlos cuando…?

—¿Cuando otros no pudieron? ¿Cuando mi padre no pudo? ¿Cuando Cal no pudo? —dice rápidamente. Cada palabra sonando como el crujido de un hueso—. Tienes razón, no soy como ellos. No fui hecho para la guerra.

Hecho. Lo dice con tanta facilidad. Maven Calore no es él mismo. Me dice tantas cosas. Es una construcción, una creación de las adiciones y sustracciones de su madre. Algo mecánico, una máquina, sin alma y perdido. Qué horror, saber que alguien así sostiene nuestros destinos en la palma de su vibrante mano.

—No será nuestra pérdida, no realmente —dice rápidamente para distraernos—. Nuestra economía militar simplemente volverá su atención a la Guardia Escarlata. Y luego hacia quien decidamos tener después. Cualquiera sea la mejor vía para el control de la población…

Si no fuera por las esposas, mi rabia ciertamente volvería el transporte una pila de chatarra electrificada. En su lugar, salto hacia delante, arremetiendo, las manos extendidas para agarrarlo por el cuello. Mis dedos sacan las solapas de su chaqueta y

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aferro la tela con ambos puños. Sin pensar, empujo con fuerza, golpeando su espalda en el asiento. Se encoge, a un palmo de mi rostro, respirando duro. Está tan sorprendido como yo. No es algo fácil. De inmediato, me entumezco con sorpresa, incapaz de moverme, paralizada por el miedo.

Me mira con fijeza a los ojos, las pestañas oscuras y largas. Estoy tan cerca de él que puedo ver sus pupilas dilatarse. Desearía poder desaparecer. Desearía estar en el otro lado del mundo. Lenta, firmemente, sus manos encuentran las mías. Se aprietan en mis muñecas, tocando las esposas y el hueso. Entonces, arranca mis puños de su pecho. Le dejo moverme, demasiado aterrorizada para cualquier otra cosa. Mi piel se eriza ante su toque, incluso bajo los guantes. Lo ataqué. Maven. El rey. Una palabra, un golpecito en la ventana, y un Centinela arrancará mi espina dorsal. O podría matarme él mismo. Quemarme viva.

—Vuelve a sentarte —susurra, cada palabra afilada. Dándome una sola oportunidad.

Como un gato, hago lo que dice, retrocediendo hacia mi esquina.

Se recupera más rápido que yo y niega con el fantasma de una sonrisa. Rápidamente, alisa su chaqueta y echa hacia atrás un mechón de su despeinado cabello.

—Eres una chica inteligente, Mare. No me digas que nunca conectaste esos puntos en particular.

Mi respiración sale con dificultad, como si hubiera una piedra asentada sobre mi pecho. Siento el calor elevarse a mis mejillas, tanto de ira como de vergüenza.

—Quieren nuestra costa, nuestra electricidad. Queremos tierras de cultivo, recursos… —Me trabo con las palabras que aprendí en una destartalada escuela. La mirada en el rostro de Maven sólo se vuelve más divertida—. En los libros de Julian… los reyes disentían. Dos hombres discutiendo sobre un tablero de ajedrez como niños mimados. Son la razón para todo esto. Para un centenar de años de guerra.

—Pensaba que Julian te enseñó a leer entre líneas. A ver las palabras no dichas. —Niega, decepcionado de mí—. Supongo que incluso él no pudo deshacer tus años de pobre educación. Otra muy usada táctica, podría añadir.

Eso lo sabía. Siempre lo he sabido, y lamentado. Los Rojos son mantenidos estúpidos, mantenidos ignorantes. Nos hace más débiles de lo que ya somos. Mis propios padres ni siquiera saben leer.

Parpadeo para alejar las ardientes lágrimas de frustración. Sabías todo esto, me digo, intentando calmarme. La guerra es una estratagema, una cubierta para mantener a los Rojos bajo control. Un conflicto puede terminar, pero otro siempre comenzará.

Retuerce mis entrañas darme cuenta de cuán amañado ha estado el juego, para todos, por tanto tiempo.

—La gente estúpida es más fácil de controlar. ¿Por qué piensas que mi madre mantenía a mi padre alrededor por tanto tiempo? Era un borracho, un imbécil acongojado, ciego a tanto, contento con mantener las cosas como eran. Fácil de controlar, fácil de usar. Una persona para manipular… y culpar.

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Furiosa, limpio mi rostro, intentando esconder cualquier evidencia de emociones. Maven lo ve de todos modos, su expresión suavizándose un poco.

—Entonces, ¿qué van a hacer dos reinos Plateados una vez que dejen de lanzar a los Rojos unos contra otros? —siseo—. ¿Empezar a tirarnos por los acantilados al azar? ¿Sacar nombres de un sorteo?

Pone una mano en su barbilla.

—No puedo creer que Cal nunca te dijera nada de esto. Aunque realmente no saltó a la oportunidad de cambiar las cosas, ni siquiera por ti. Probablemente no pensó que pudieras manejarlo, o, bueno, quizá no creyó que lo entendieras…

Mi puño golpea contra el cristal a prueba de balas de la ventana. Duele al instante, y me entierro en el dolor, usándolo para mantener cualquier pensamiento sobre Cal a raya. No puedo permitirme caer en esa asfixiante espiral, incluso si es verdad. A pesar que Cal estuvo una vez dispuesto a apoyar esos horrores.

—No lo hagas —le espeto—. No lo hagas.

—No soy tonto, pequeña chica rayo. —Su gruñido combina con el mío—. Si vas a jugar con mi cabeza, voy a jugar con la tuya. Es en lo que somos buenos.

Tenía frío antes, pero ahora el calor de su ira amenaza con consumirme. Sintiéndome enferma, presiono mi mejilla contra el frío cristal de la ventana y cierro los ojos.

—No me compares contigo. No somos iguales.

—Gente como nosotros —se burla—. Mentimos a todos. Especialmente a nosotros mismos.

Quiero golpear la ventana de nuevo. En su lugar, meto mi puño bajo mi brazo, intentando hacerme más pequeña. Tal vez me encogeré y desapareceré. Con cada respiración, lamento meterme en su transporte más y más.

—Nunca lograrás que los Lakeland acepten —digo.

Le oigo reír profundo en su garganta.

—Divertido. Ya lo han hecho.

Mis ojos se abren atónitos.

Asiente, pareciendo complacido consigo mismo.

—El gobernador Welle facilitó una reunión con uno de sus principales ministros. Tiene contactos en el norte y es fácilmente… persuadido.

—Probablemente porque mantienes a su hija como rehén.

—Probablemente —está de acuerdo.

Así que de esto va este recorrido. Una solidificación de poder, la creación de una nueva alianza. Una torsión de brazos y flexión de voluntades por cualquier medio necesario. Sabía que era por algo más que el espectáculo, pero esto… esto no pude

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deducirlo. Pienso en Farley, el Coronel, sus soldados Lakelander comprometidos con la Guardia Escarlata. ¿Qué les hará una tregua?

—No te veas tan abatida. Estoy terminando una guerra por la que murieron millones, y trayendo paz a un país que hace tiempo no conoce el significado de la palabra. Deberías estar orgullosa de mí. Deberías agradecerme. No… —Alza sus manos en defensa cuando le escupo—. Realmente necesitas descubrir otra manera de expresar tu ira —gruñe, limpiando su uniforme.

—Quítame las esposas y te mostraré una.

Suelta una carcajada.

—Sí, por supuesto, señorita Barrow.

Fuera, el cielo se oscurece y el mundo se desvanece en gris. Pongo una palma contra el cristal, obligándome a caer. Nada sucede. Todavía sigo aquí.

—Debo decir que estoy sorprendido —añade—. Tenemos más en común con los Lakeland de lo que piensas.

Mi mandíbula se tensa y hablo con los dientes apretados.

—Ambos usan a los Rojos como esclavos y carne de cañón.

Se endereza tan rápidamente que me encojo.

—Ambos queremos terminar con la Guardia Escarlata.

Es casi cómico. Cada paso que doy explota en mi rostro. Intenté salvar a Kilorn del reclutamiento y desfiguré a mi hermana en su lugar. Me convertí en una criada para ayudar a mi familia y en cuestión de horas me convertí en prisionera. Creí las palabras de Maven y su corazón falso. Confié en que Cal me eligiera. Asalté una prisión para liberar gente y terminé agarrando el cadáver de Shade. Me sacrifiqué para salvar a la gente que amo. Le di a Maven un arma. Y, ahora, por más que intente boicotear su reinado desde adentro, creo que he hecho algo mucho peor. ¿Cómo se verán Lakeland y Norta unidas?

A pesar de lo que Maven dijo, nos dirigimos a Rocasta de todos modos, persiguiendo más bloqueos a la coronación a lo largo de la región de Westlakes. No nos quedaremos. O no hay una mansión lo bastante buena para la corte de Maven o simplemente no quiere estar allí. Puedo ver por qué. Rocasta es una ciudad militar. No una fortaleza como Corvium, pero construida para apoyar al ejército de todas formas. Una cosa fea, formada para funcionamiento. La ciudad se asienta a varios kilómetros de las orillas del río Tarion, y el Camino de Hierro atraviesa corazón. Cruza Rocasta como un cuchillo, separando el más rico sector Plateado de la ciudad de los Rojos. Sin muros de los que hablar, la ciudad se acerca a mí. Las sombras de las casas y edificios aparecen fuera de la blanca ceguera de una ventisca. Plateados se apresuran a trabajar para mantener nuestro camino despejado, batallando con el tiempo para mantener el horario del rey. Se suben encima de nuestros transportes, dirigiendo la nieve y el hielo a nuestro alrededor con movimientos parejos. Sin ellos, el tiempo sería mucho peor, un mazo de brutal invierno.

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Aun así, la nieve golpea las ventanas de mi transporte, ocultando el mundo exterior. No hay más tejevientos de la talentosa Casa Laris. Están o muertos o desaparecidos, habiendo huido con las otras casas rebeldes, y los Plateados que quedan pueden hacer sólo un tanto.

Por lo poco que puedo ver, Rocasta continúa a pesar de la tormenta. Los trabajadores Rojos se mueven de un lado a otro, agarrando linternas, sus luces oscilando en la neblina como un pez en aguas turbias. Están acostumbrados a este tipo de tiempo tan cerca de los lagos.

Me acomodo en mi largo abrigo, contenta por el calor, a pesar de que el abrigo es una monstruosidad rojo sangre. Echo un vistazo a los Arven, todavía vestidos en su habitual blanco.

—¿Están asustados? —parloteo hacia el aire vacío. No espero por sus inexistentes respuestas, todos silenciosamente concentrados en ignorar mi voz—. Podríamos perderlos en una tormenta así. —Suspiro para mí misma, cruzándome de brazos—. Una ilusión.

El transporte de Maven va delante del mío, vigilado por guardias Centinelas. Como mi abrigo, destacan pronunciadamente en la tormenta de nieve, sus llameantes trajes son un faro para el resto de nosotros. Me sorprende que no se quiten sus máscaras a pesar de la baja visibilidad. Deben deleitarse en lucir inhumanos y aterradores… monstruos para defender a otro monstruo.

Nuestro convoy se desvía hacia el Camino de Hierro en alguna parte cerca del centro de la cuidad, acelerando en una amplia avenida entrecruzada con luces centelleantes. Opulentos palacetes y mansiones amuralladas se alzan en la calle, sus ventanas cálidas y acogedoras. Más adelante, una torre del reloj se desvanece dentro y fuera de visibilidad, ocasionalmente oculta por ráfagas de nieve. Repica las tres en punto mientras nos acercamos, haciendo un sonido que parece reverberar en el interior de mi caja torácica.

Sombras oscuras caen a lo largo de la calle, profundizándose con cada segundo que pasa mientras la tormenta se vuelve más fuerte. Estamos en el sector Plateado, evidenciado por la falta de basura y desaliñados Rojos vagando por los callejones. Territorio enemigo. Como si ya no estuviera tan profundamente detrás de las líneas enemigas como es posible.

En la corte, había rumores acerca de Rocasta, y Cal en particular. Unos pocos soldados habían recibido información de que se encontraba en la ciudad, o algún anciano había creído verlo y quería raciones a cambio de la información. Pero lo mismo podía ser dicho de tantos lugares. Sería estúpido al venir aquí, a una ciudad todavía firmemente bajo el control de Maven. Especialmente con Corvium tan cerca. Si es inteligente, está lejos, bien escondido, ayudando a la Guardia Escarlata como mejor puede. Es extraño pensar que la Casa Laris, la Casa Iral y la Casa Haven se rebelaron en su honor, por un príncipe exiliado que nunca reclamará el trono. Qué desperdicio.

El edificio administrativo bajo la torre del reloj, está ricamente decorado comparado con el resto de Rocasta, más parecido a las columnas y el cristal del Palacio Whitefire. Nuestro convoy se detiene ante él, soltándonos en la nieve.

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Subo las escaleras tan rápido como puedo, subiendo el exasperante cuello rojo contra el frío. Dentro, espero calidez y una audiencia preparada para colgar de cada calculada palabra de Maven. En su lugar, encontramos caos.

Este fue una vez un gran salón de reunión: las paredes están alineadas con bancos afelpados y asientos, ahora puestos a un lado. La mayoría han sido apilados encima unos de otros, despejados para hacer espacio en el piso principal. La esencia a sangre se apodera de mí. Una cosa extraña para una sala llena de Plateados.

Pero entonces lo veo: no es tanto una sala como un hospital.

Todos los heridos son oficiales, tumbados en catres en limpias hileras. Cuento tres docenas de un vistazo. Sus uniformes y pulcras medallas los marcan como militares de varios rangos, con insignia de cualquier número de Casas Altas. Los curanderos atienden tan rápido como pueden, pero sólo hay dos de servicio, marcados con las cruces roja y plateada en sus hombros. Corren de un lado a otro, viendo heridas en orden de gravedad. Uno se levanta de un salto de un hombre gimiente para arrodillarse sobre una mujer tosiendo sangre plateada, su barbilla brillante de metal con el líquido.

—Centinela Skonos —dice Maven seriamente—. Ayuda a quien puedas.

Uno de sus enmascarados guardias reacciona con una inclinación forzada, rompiendo filas con el resto de defensores del rey.

Más de nosotros entramos, amontonándonos en una ya abarrotada habitación. Algunos miembros de la corte abandonan el decoro para investigar a los soldados, en busca de familia. Otros están simplemente horrorizados. Su clase no está destinada a sangrar. No así.

Delante de mí, Maven mira de un lado a otro, con las manos en sus caderas. Si no lo conociera mejor, pensaría que está afectado, enojado o triste. Pero es otra actuación. A pesar de que estos son oficiales Plateados, siento una punzada de compasión por ella.

El vestíbulo del hospital es la prueba de que mis Arven no están hechos de piedra. Para mi sorpresa, Kitten es la que se rompe primero, sus ojos aguándose con lágrimas mientras mira alrededor. Fija su mirada en el extremo más lejano de la sala. Lienzos blancos cubren cuerpos. Cadáveres. Una docena de muertos.

A mis pies, un hombre joven sisea un aliento. Mantiene una mano presionada contra su pecho, poniendo presión sobre lo que debe ser una herida interna. Fijo mis ojos en él, notando su uniforme y su rostro. Es mayor que yo, clásicamente guapo bajo las manchas de sangre plateada. Colores negro y oro de la casa. La Casa Provos, un telky. No le toma mucho reconocerme. Sus cejas se alzan un poco con comprensión y lucha por otro aliento. Bajo mi mirada, tiembla. Le asusto.

—¿Qué sucedió? —le pregunto. En el estruendo de la sala, mi voz es apenas más que un susurro.

No sé por qué responde. Tal vez piensa que lo mataré si no lo hace. Tal vez quiere que alguien sepa lo que está sucediendo en realidad.

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—Corvium —murmura en respuesta. El oficial Provos jadea, luchando por sacar las palabras—. Guardia Escarlata. Es una masacre.

El miedo estremece mi voz.

—¿Para quién?

Duda, y espero.

Finalmente, aspira un aliento irregular.

—Ambos.

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o sabía qué podría haber puesto en acción al príncipe exiliado; hasta que el rey Maven comenzó su gira de la sangrienta coronación. Claramente una trampa, definitivamente otro complot. E iba dirigido

a nosotros. Todo el mundo sospechaba un ataque. Y debíamos atacar primero.

Cal tenía razón sobre una cosa. Tomar las murallas de Corvium era nuestro mejor plan de acción.

Así que lo hizo hace dos días.

Trabajando en conjunto con el coronel y los rebeldes adentro de la fortaleza de la ciudad, Cal lideró una fuerza de ataque de Guardia Escarlata y soldados nuevasangres. La ventisca fue su cubierta, y el ataque sorpresa les sirvió bien. Cal sabía que era mejor no invitarme a unirme. Esperé en Rocasta con Farley. Ambos caminamos junto a la radio, ansiosos por noticias. Me quedé dormida, pero ella me despertó antes del amanecer, sonriendo. Teníamos las murallas. Corvium nunca lo vio venir. La ciudad hervía de caos.

Y ya no podíamos quedarnos atrás. Ni siquiera yo. Verdaderamente, quería ir. No pelear, pero ver cómo se veía la victoria. Y por supuesto estar un paso más cerca al Choke, mi hermano, y alguna señal de propósito.

Así que aquí estoy, escondida en la línea de árboles con el resto de la unidad de Farley, mirando hacia las murallas negras y el humo aún más negro. Corvium arde. No puedo ver mucho, pero sé los reportes. Cientos de soldados Rojos, algunos animados por la Guardia, les dieron la espalda a sus oficiales tan pronto como Cal y el Coronel atacaron. La ciudad ya era un barril de pólvora. A medida que el fuego de un príncipe encendiera la mecha y la dejara explotar. Incluso ahora, un día después, las peleas continúan mientras tomamos la ciudad, calle por calle. El ocasional estallido de disparos rompe el relativo silencio, haciéndome sobresaltar.

Aparto la mirada, tratando de ver más allá del alcance humano. El cielo aquí ya está oscuro, el sol se oscureció por un nublado cielo gris. Al noreste, en el Choke, las nubes están negras, pesadas con ceniza y muerte. Morrey está ahí afuera, en alguna parte. Incluso aunque Maven ha liberado a los reclutas menores de edad, su unidad no se ha movido, de acuerdo con nuestros últimos reportes de inteligencia. Ellos son los más alejados, profundos en las trincheras. Y sucede que la Guardia Escarlata está en el momento ocupando el lugar al que su unidad regresaría. Trato de bloquear la imagen de mi hermano acurrucado contra el frío, su uniforme muy grande, sus ojos grandes y

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hundidos. Pero la idea está quemada en mi cerebro. Me doy vuelta, hacia Corvium, a la tarea en mano. Necesito mantener mi enfoque aquí. Mientras más pronto tomemos la ciudad, más pronto podemos mover a los reclutas. ¿Y luego qué? Me pregunto. ¿Enviarlo a casa? ¿A otro agujero del infierno?

No tengo respuestas para la voz en mi cabeza. Apenas y puedo digerir la idea de enviar a Morrey de regreso a las fábricas de New Town, incluso si eso significa enviarlo con nuestros padres. Ellos son mis próximos objetivos, después de que recupere a mi hermano. Un sueño imposible tras otro.

—Dos Plateados acaban de arrojar un soldado Rojo de una torre. —Ada entrecierra los ojos en un par de binoculares. A su lado, Farley permanece quieta, con los brazos sobre su pecho.

Ada continúa mirando las paredes, leyendo señales. En la luz gris, su piel dorada toma un tono amarillento. Espero que no esté enfermándose.

—Están solidificando su posición, retirándose y reagrupándose en el sector central, detrás del segundo anillo de murallas. Calculo al menos unos cincuenta —murmura.

Cincuenta. Trato de tragarme el miedo. Me digo que no hay razón para tener miedo. Hay un ejército entre nosotros y ellos. y nadie es tan estúpido para tratar de forzarme a ir a donde no quiero ir. Ahora no, no con meses de entrenamiento a mis espaldas.

—¿Victimas?

—Unos cientos muertos de la guarnición Plateada. La mayoría de los heridos se escaparon con el resto al campo abierto. Probablemente a Rocasta. Y había menos de miles en la ciudad. Muchos habían desertado de las casas rebeldes antes del asalto de Cal.

—¿Qué hay del nuevo reporte de Cal? —pregunta Farley a Ada—. ¿Los Plateados están desertando?

—Incluí eso en mis cálculos. —Casi sonaba molesta. Casi. Ada tiene una disposición más tranquila que cualquiera de nosotros—. Setenta y ocho están en custodia ahora, bajo la protección de Cal.

Coloco mis manos sobre mis caderas, asentando mi peso.

—Hay una diferencia entre deserción y rendición. Ellos no quieren unírsenos; sólo no quieren terminar muertos. Saben que Cal mostrará un poco de piedad.

—¿Preferirías matarlos a todos? ¿Poner a todos en nuestra contra? —espeta Farley, girándose a mí. Después de un segundo, mueve su mano restándole importancia—. Hay cerca de quinientos de ellos ahí afuera todavía, listos para volver y masacrarnos a todos.

Ada ignora nuestros balbuceos y sigue vigilando. Hasta que se unió a la Guardia Escarlata, era un ama de llaves de un gobernador Plateado. Está acostumbrada a cosas peores que nosotros.

—Veo a Julian y Sara en las Puertas del Templo —dice.

Siento un apretón de alivio. Cuando Cal habló por el radio, no mencionó las bajas en su equipo, pero nada nunca es seguro. Estoy feliz que Sara esté bien. Entrecierro los ojos

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hacia la imponente Puerta del Templo, buscando la entrada dorada y negra al extremo este de las murallas de Corvium. Sobre los parapetos, una bandera roja ondea de un lado a otro, apenas un toque de color contra el cielo oscuro. Ada traduce.

—Están haciéndonos señas. Paso seguro.

Ella mira a Farley, esperando que ordene. Con el coronel en la ciudad, ella es la oficial a cargo aquí, y su palabra es como la ley. Aunque no da indicación de ello, me doy cuenta que debe estar sopesando sus opciones. Debemos cruzar el campo abierto para llegar a las puertas. Fácilmente podría ser una trampa.

—¿Ves al coronel?

Bien. No confía en un Plateado. No con nuestras vidas.

—No. —Suspira Ada. Revisa las murallas de nuevo, sus brillantes ojos observando cada bloque de piedra. Veo sus movimientos mientras Farley espera, todavía tensa—. Cal está con ellos.

—Bien —dice Farley de repente, sus ojos vívidamente azules y determinados—. Movámonos.

La sigo a regañadientes. Por mucho que odie admitirlo, Cal no es el tipo de darnos una puñalada por la espalda. No fatalmente, al menos. No es su hermano. Veo los ojos de Ada sobre el hombro de Farley. Los otros nuevasangres inclinan su cabeza mientras pasamos.

Meto los puños apretados en mis bolsillos. Si parezco una adolescente amargada, no me importa. Es lo que soy: una asustada, y amargada adolescente que puede matar con una mirada. El miedo me carcome. El miedo de la ciudad; un miedo de mí misma.

No he usado mi habilidad fuera de los meses de entrenamiento, no desde que los bastardos magnetrones sacaron nuestro misil del cielo. Pero recuerdo cómo se siente, usar el silencio como un arma. En la prisión de Corros, maté a personas así. Personas horribles. Plateados mantenían a otros como yo atrapados para morir lentamente. Y el recuerdo todavía me pone enferma. Siento sus corazones detenerse. Sentí sus muertes como si me estuviera sucediendo a mí. Tal poder, me asusta. Me hace preguntar en qué podría convertirme. ¿Ese es el precio de habilidades como las nuestras? ¿Tenemos que elegir, volvernos vacíos o convertirnos en monstruos?

Nos movemos en silencio, todos nosotros muy conscientes de la situación precaria. Salimos rápidamente a la nieve fresca, caminando sobre las huellas de los otros. Los nuevasangres en la unidad de Farley están particularmente nerviosos. Uno de los de Mare, Lory, nos guía con la agudeza de un sabueso, su cabeza moviéndose de un lado a otro. Sus sentidos son increíblemente agudos, así que, si hay un ataque inminente, lo verá, lo escuchará, o lo olerá venir. Después de la red en la prisión de Corros, después que Mare fue llevada, comenzó a teñirse su cabello rojo sangre. Parecía una herida contra la nieve y el cielo acerado. Nivelo mi mirada sobre sus omoplatos, lista para correr si ella duda un poco.

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Incluso embarazada, Farley se las arregla para lucir imponente. Saca el rifle de su espalda, lo sostiene en ambas manos. Pero no está tan alerta como los otros. De nuevo sus ojos se enfocan y dejan de hacerlo. Siento una punzada familiar de tristeza por ella.

—¿Viniste aquí con Shade? —pregunto en voz baja.

Mueve su cabeza rápidamente en mi dirección.

—¿Por qué lo dices?

—Para ser una espía, eres muy fácil de leer algunas veces.

Sus dedos tamborilean en el cañón del arma.

—Como dije, Shade todavía es nuestra principal fuente de información en Corvium. Manejo su operación aquí. Eso es todo.

—Claro, Farley.

Continuamos en silencio. Nuestras respiraciones nublándose en el aire, y el frío se asienta, llegando primero a mis dedos. En New Town teníamos invierno, pero nunca así. Tenía que ver con algo de la polución. Y el calor de las fábricas nos mantenía sudando en el trabajo, incluso en lo profundo del invierno.

Farley es Lakelander de nacimiento, mejor acostumbrada al clima. Ella no parece notar la nieve o el punzante frío. Su mente todavía está obviamente en otra parte. Con alguien más.

—Supongo que es bueno que no fuera tras mi hermano —murmuro quedo. Tanto para mí como para ella. Algo más en que pensar—. Me alegra que no esté aquí.

Me mira de reojo. Sus ojos entrecerrándose con sospecha.

—¿Cameron Cole está admitiendo que estaba equivocada en algo?

—Puedo hacer eso. No soy Mare.

Otra persona creería que es grosero decirlo. Farley en cambio sonríe.

—Shade también era terco. Rasgo de familia.

Espero que su nombre actué como un ancla, hundiéndola. En vez de eso, sigue moviéndose, un pie tras otro. Una palabra tras otras.

—Lo encontré a unos kilómetros. Se suponía que yo debía estar reclutando operativos Susurradores del mercado negro de Norta. Usar organizaciones que ya están en el lugar para facilitar las cosas para la Guardia Escarlata. Los Susurradores en Los Pilares me dieron un indicio sobre algunos soldados aquí que podrían estar dispuestos a coordinar.

—Shade era uno de ellos.

Asiente, pensativamente.

—Fue asignado a Corvium con las tropas de ayuda. Un oficial auxiliar. Una buena posición para él, incluso mejor para nosotros. Entregó montones de información a la Guardia Escarlata, toda canalizada por mí. Hasta que se hizo claro que no podía quedarse

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más. Estaba siendo transferido a otra legión. Alguien sabía que tenía una habilidad, e iban a ejecutarlo por eso.

Nunca había escuchado esta historia. Dudo que pocos lo hicieran. Farley no es exactamente comunicativa con su historia personal. Por qué me lo cuenta ahora, no sabría decirlo. Pero puedo ver que necesita hacerlo. La dejo hablar, dándole lo que quiere.

—Y entonces cuando su hermana… Nunca lo he visto tan aterrado. Vimos la Prueba de la Reina juntos. La vimos caer, vimos su rayo. Él creyó que los Plateados la matarían. Ya sabes el resto de eso, asumo. —Se muerde un labio, mirando la longitud de su rifle—. Fue su idea. Ya teníamos que sacarlo del ejército para protegerlo. Así que fingió el reporte de su ejecución. Ayudo él mismo con el papeleo. Luego se fue. Los Plateados no se molestaron en revisar a los Rojos muertos. Por supuesto, su familia objetó. Esa parte lo dejó atascado un tiempo.

—Pero aun así lo hizo. —Trato de ser comprensiva, pero no puedo imaginar hacer pasar a mi familia a través de algo como eso, no por nada.

—Debía hacerlo. Y… y se merecía una buena motivación. Mare vino después que se enteró. Un Barrow por otro.

—Así que esa parte de su discurso no fue una mentira. —Pienso en lo que le obligaron a decir a Mare, mirando la cámara ceñuda como si fuera un pelotón de fusilamiento. Ellos preguntaron si quería venganza por su muerte—. No es de extrañar que tenga problemas de personalidad. Nadie le dice a la chica la verdad de nada.

—Será un largo camino para ella —murmura Farley.

—Para todos.

—Y ahora ella está en esa infernal gira con el rey —balbucea Farley. Se enciende como una máquina, su voz ganando fuerza con cada segundo que pasa. El fantasma de Shade desaparece—. Hará las cosas más fáciles. Todavía horriblemente difícil, por supuesto, pero el lazo está aflojado.

—¿Hay un plan? Ella se acerca con cada día. Arborus, el Camino de Hierro…

—Estaba en Rocasta ayer.

El silencio a nuestro alrededor cambia. Si el resto de nuestra unidad no estaba escuchando antes, ahora lo están haciendo. Miro hacia atrás donde está Ada. Sus ojos ámbares se ensanchan, y casi puedo ver los eslabones moviéndose en su perfecta mente.

Farley presiona.

—El rey visitó a los soldados heridos evacuados de la primera ola de ataques. No lo supe hasta que estuvimos a medio camino de aquí. Si lo hubiera sabido, tal vez… —Suspira—. Bueno, es muy tarde para eso ahora.

—El rey prácticamente viaja con un ejército —le digo—. Ella está custodiada día y noche. No había nada que pudieras haber hecho, no con sólo nosotros.

Aun así, sus mejillas se sonrojan, y no por el frío. Sus dedos siguen tamborileando sobre la culata de su arma.

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—Probablemente no —contesta—. Probablemente no. —Más suave, para convencerse a sí misma.

Corvium proyecta una sombra sobre nosotros, y la temperatura cae en la tenebrosa sombra. Subo más el cuello de mi ropa, tratando de tomar su calor. La monstruosidad de murallas negras parece aullarnos.

—Ahí. La Puerta del Templo. —Farley apunta a una boca abierta de colmillos de acero y dientes de oro. Bloques de piedra silenciosa alinean el arco, pero no puedo sentirlas. No me afectan. Para mi alivio, soldados Rojos están en la puerta, marcados por uniformes desgastados y botas usadas. Avanzamos, lejos del camino de nieve y hacia las mandíbulas de Corvium. Farley alza la mirada hacia la puerta del templo que pasamos, con sus ojos como platos, azules y temblorosos. En voz baja, la escucho susurrar algo para sí misma.

—Mientras entras, rezas para irte. Mientras te vas, rezas para regresar.

Incluso aunque nadie está escuchando, también rezo.

Cal se inclina sobre un escritorio, los nudillos presionados contra la madera plana. Su armadura se apila en un montón en el rincón, platos de cuero negro están desparramados para mostrar el musculoso joven debajo. El sudor pega el cabello negro a su frente y pinta líneas de brillo por el esfuerzo en su cuello. No por el calor, aunque su habilidad calienta el cuarto mejor que cualquier fuego. No, esto es miedo. Vergüenza. Me pregunto cuántos Plateados fue obligado a matar. No suficientes, parte de mí susurra. Aun así, la visión de él, los horrores del asedio están claramente escritos en su rostro, eso me da suficiente razón para parar. Sé que esto no es fácil. No puede serlo.

Mira a la nada, ojos bronce perforando. No se mueve cuando entro al cuarto, viniendo tras Farley. Ella va con el coronel, sentándose frente a él, con una mano en su sien, y la otra alisando el mapa o un esquema de algún tipo. Probablemente de Corvium, a juzgar por la forma octagonal y los anillos expandiéndose que deben ser murallas.

Siento a Ada a mis espaldas, dudando en unírsenos. Debo de darle un empujoncito. Es mejor en esto que nadie, su exquisito cerebro es un regalo para la Guardia Escarlata. Pero el entrenamiento de una sirviente es difícil de romper.

—Adelante —murmuro, colocando una mano en su muñeca. Su piel no es tan oscura como la mía, pero en las sombras empezamos a mezclarnos juntas.

Me da un pequeño asentimiento y una sonrisa aún más pequeña.

—¿En qué anillo están? ¿El central?

—La torre central —contesta el coronel. Toca el lugar correspondiente en el mapa—. Muy bien fortificada, incluso en los niveles subterráneos. Lo aprendí de la forma difícil.

Ada suspira.

—Sí, el núcleo está construido para algo como esto. Un lugar final, bien armado y provisionado. Sellado doblemente. Y lleno hasta rebosar con cincuenta soldados Plateados entrenados. Con el atasco es probable que haya cinco veces ese número ahí.

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—Como arañas en un agujero —murmuro.

El coronel frunce el ceño.

—Tal vez empezaran a comerse entre sí.

La mueca de Cal no pasa inadvertida.

—No mientras un enemigo en común golpea la puerta. Nada une tanto a los Plateados como el odio por alguien. —Él no alza la mirada del escritorio, manteniendo sus ojos fijos en la madera. El significado es claro—. En especial ahora que todos saben que el rey está cerca. —Su rostro se ensombrece, una nube de tormenta—. Pueden esperar.

Con un gruñido suave, Farley termina la idea por él.

—Y nosotros no podemos.

—Si lo ordeno, las legiones de Choke pueden marchar de regreso aquí en un día. Menos si… están motivados. —Ada tartamudea la última palabra. No necesita explicarlo. Ya puedo ver a mi hermano, técnicamente libre por las nuevas leyes de Maven, siendo traído por oficiales Plateados, forzado a correr en la nieve. Sólo para ser arrojado contra los suyos.

—Seguramente los Rojos se nos unirían —digo, pensando en voz alta, aunque sea para combatir las imágenes en mi cabeza—. Deja que Maven envíe sus ejércitos. Eso solo fortalecerá los nuestros. Los soldados desertaran como los de aquí lo hicieron.

—Ella puede que tenga un punto… —empieza el coronel, estando de acuerdo conmigo por una vez. Una sensación extraña. Pero Farley interviene.

—Puede. La guarnición en Corvium ha sido agitada durante meses, incitando su propio caos, presionando y tanteando e hirviendo hasta su explosión. No puedo decir lo mismo de las legiones. O la cantidad de Plateados que él convencerá de entrar en servicio.

Ada está de acuerdo con ella, asintiendo.

—El rey Maven ha sido cuidadoso con las declaraciones de Corvium. Pinta todo lo de aquí como terrorismo, no una rebelión. Anarquía. El trabajo de una Guardia Escarlata genocida y sedienta de sangre. Los Rojos de las legiones, los Rojos del reino, no tienen idea qué sucede aquí.

Furiosa, Farley pone una mano protectora en su vientre.

—He perdido suficientes y si y tal vez.

—Todos hemos perdido —dice Cal, su voz distante. Finalmente se aleja del escritorio y nos da la espalda a todos. Cruza a la ventana en unos pocos pasos largos, mirando afuera a una ciudad todavía ardiendo.

El humo viaja a la deriva por el viento helado, escupiendo negrura en el cielo. Me recuerda a las fábricas. Me estremezco al recordarlas. El tatuaje en mi cuello pica, pero no me rasco con mis dedos torcidos. Rotos demasiadas veces para contarlas. Una vez Sara me pidió que la dejara arreglarlos. No la dejé. Al igual que el tatuaje y el humo, me recuerdan de dónde vengo, y que nadie más lo debería soportar.

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—¿Supongo que no tienes ninguna idea para esto? —pregunta Farley, tomando el mapa de las manos de su padre. Ella mira de reojo al príncipe exiliado.

Cal se encoge de hombros, sus anchos hombros serpenteando en silueta.

—Demasiados. Todo mal. A no ser que…

—No voy a dejar que salgan de aquí —dice el coronel. Suena molesto. Supongo que ya discutieron sobre esto—. Maven está demasiado cerca. Correrán a su lado y volverán con una venganza, con más guerreros.

El resplandeciente brazalete de la muñeca de Cal parpadea, provocando chispas que viajan a lo largo de su brazo en una rápida explosión de llamas rojas.

—¡Maven va a venir de todos modos! Escuchaste los informes. Ya está en Rocasta y se está moviendo hacia el oeste. Está viniendo aquí en un desfile, agitando la mano y sonriendo para ocultar que él viene a recuperar Corvium. ¡Y lo hará si luchas contra él en una ciudad rota con nuestras espaldas en contra de una jaula de lobos! —Se da la vuelta para mirar al coronel, los hombros aún ardiendo con brasas. Por lo general, puede controlarse lo suficiente para salvar su ropa. Ahora no. El humo se aferra a él, revelando agujeros calcinados en su camiseta—. Una batalla en dos frentes es suicidio.

—¿Y los rehenes? ¿Quieres decirme que no hay nada de valor en esa torre? —vocifera de vuelta el coronel.

—No para Maven. Él ya tiene la única persona por la que cambiaría cualquier cosa.

—Así que no podemos dejarlos morir de hambre, no podemos liberarlos, no podemos negociar. —Farley marca palabras en su mano.

—Y no puedes matarlos a todos. —Golpeo un dedo contra mi labio. Cal me mira, sorprendido. Simplemente me encojo de hombros—. Si hubiera un camino, si fuese aceptable, el coronel lo habría hecho ya.

—¿Ada? —pregunta Farley suavemente—. ¿Puedes ver algo que nosotros no?

Sus ojos van hacia adelante y hacia atrás, revisando tanto el esquema como sus recuerdos. Figuras, estrategias, todo a su gigantesca disposición. Su silencio no es reconfortante en absoluto.

—Lo que necesitamos es ese maldito vidente —murmuro. Nunca conocí a Jon, el que hizo posible a Mare encontrarme y capturarme. Pero lo he visto lo suficiente en las transmisiones de Maven—. Haz que haga el trabajo por nosotros.

—Si quisiera ayudar, estaría aquí. Pero ese maldito fantasma está en el viento —maldice Cal—. Ni siquiera tuvo la decencia de llevar a Mare con él cuando escapó.

—No sirve de nada obsesionarse con lo que no podemos cambiar. —Farley raspa su bota contra el frío suelo—. ¿Así que la fuerza bruta es lo único que nos queda? ¿Echar abajo la torre piedra por piedra? ¿Pagar por cada centímetro con un litro de sangre?

Antes que Cal pueda explotar de nuevo, la puerta se abre. Julian y Sara casi se caen dentro, ambos con los ojos muy abiertos y con las mejillas color plata. El coronel se pone en pie en un salto, sorprendido y a la defensiva. Ninguno de nosotros es necio en cuanto a

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los Plateados se refiere. Nuestro miedo a ellos está calado en los huesos, engendrado en nuestra sangre.

—¿Qué pasa? —pregunta, su ojo rojo un resplandor escarlata—. ¿Terminaron con el interrogatorio tan pronto?

Julian se enoja ante la palabra interrogación y dice en tono burlón.

—Mis preguntas son una misericordia en comparación con lo que tú harías.

—Pah —se burla Farley. Ella mira a Cal y él se mueve, avergonzado bajo su mirada—. No me hables de misericordia Plateada.

Me importa poco Julian y confío aún menos en él, pero la mirada en el rostro de Sara es sorprendente. Me mira fijamente, su cara gris llena de piedad y miedo.

—¿Qué sucede? —le pregunto, aunque sé que sólo Julian puede responder. Incluso en Corvium, todavía no ha encontrado a otra curandera de piel que esté dispuesta a devolverle la lengua. Todos ellos deben estar en el centro de la torre, o muertos.

—El general Macanthos supervisa el comando de entrenamiento —dice Julian. Como Sara, él me mira con vacilación. Mi pulso late en mis oídos. Lo que va a decir, no me gustará—. Antes del asedio, parte de una legión fue retirada para recibir instrucción adicional. Fueron incapacitados para atender las trincheras. Incluso para los Rojos.

Mi acelerada sangre comienza a aullar en mis oídos, un vendaval que casi ahoga a Julian. Siento que Ada camina a mi lado, su hombro tocando el mío. Ella sabe a dónde va esto. Yo también.

—Hemos recuperado las listas. Unos cientos de niños de la Legión de la Daga, fueron ubicados en Corvium. Sin ser utilizados, incluso después del decreto de Maven. Recuperamos a la mayoría, pero algunos… —Julian se obliga, aunque tropieza con las palabras—. Son rehenes. En el núcleo, con el resto de oficiales Plateados.

Pongo una mano en la fría pared de la oficina, para mantener el equilibrio. Mi silencio pide, empujando debajo de mi piel, queriendo expandirse y tirar abajo todo lo que hay en la habitación. Tengo que decir las palabras yo misma, porque aparentemente Julian no lo hará.

—Mi hermano está allí.

El bastardo Plateado vacila, sacándolo. Finalmente, habla.

—Creemos que sí.

El rugido de los latidos de mi corazón domina sus voces. No oigo nada mientras salgo corriendo de la habitación, evadiendo sus manos, corriendo a través de la sede administrativa. Si alguien me sigue, no lo sé. No me importa.

La única cosa en mi mente es Morrey. Morrey y los cincuenta pronto-a-ser cadáveres de pie entre nosotros.

No soy Mare Barrow. No cederé a mi hermano.

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Mi silencio me sofoca, pesado como el humo, suave como las plumas, goteando de cada poro como sudor. No es una cosa física. No arrancará el núcleo. Mi habilidad es de la carne y de la carne solamente. He estado practicando. Me asusta, pero lo necesito. Como un huracán, el silencio gira alrededor, rodeando el ojo de una creciente tormenta.

No sé a dónde voy, pero Corvium es fácil de navegar. Y el núcleo es auto-explicativo. La ciudad está ordenada, bien planeada, un engranaje gigante. Entiendo eso. Mis pies golpean contra el pavimento, impulsándome a través de la sala exterior. A mi izquierda, los altos muros de Corvium rasgan el cielo. A la derecha, cuarteles, oficinas, instalaciones de entrenamiento se apilan contra el segundo anillo de paredes de granito. Tengo que encontrar la siguiente puerta, empezar a trabajar. Mi bufanda carmesí es suficiente camuflaje. Luzco como la Guardia Escarlata. Yo podría ser Guardia Escarlata. Los soldados Rojos me dejaron correr, demasiado distraídos, demasiado excitados o demasiado ocupados para preocuparse por otro rebelde descarriado atacando sus filas. Han derribado a sus amos. Soy tan buena como invisible para ellos.

Pero no para su maldita alteza real, Tiberias Calore.

Agarra mi brazo, obligándome a girar. Si no fuera por mi silencio pulsando alrededor de nosotros, sé que él estaría en llamas. El príncipe es inteligente, usando nuestro ímpetu para traerme de vuelta, y mantenerse fuera de mis mortíferas manos.

—¡Cameron! —grita, con una mano extendida. Sus dedos parpadean, las llamas en ellos jadeando por aire. Cuando da otro paso atrás, plantándose firmemente en mi camino, resplandecen más fuertes, lamiéndose hasta su codo. Su armadura está de vuelta. Las planchas de cuero y acero engrosan su silueta—. Cameron, morirás si vas sola a la torre. Te destrozarán.

—¿Qué te importa? —gruño. Mis huesos se cierran, las articulaciones se tensan, y empujo un poco más. El silencio llega hasta él. Sus cañones de fuego y su garganta se agitan. Lo siente. Lo estoy lastimando. Espera. Recuerda tu constante. No demasiado, no demasiado poco. Empujo un poco más y da otro paso atrás, otro paso en la dirección que debo ir. La segunda puerta se burla por encima del hombro—. Estoy aquí por una razón. —No quiero pelear con él. Sólo quiero que se aparte—. No voy a dejar que tu gente lo mate.

—¡Lo sé! —gruñe, su voz gutural. Me pregunto si todos los tipos de fuego tienen ojos como los suyos. Ojos que arden y queman—. Sé que vas a entrar. Yo también lo haría.

—Entonces déjame ir.

Cuadra la mandíbula, una imagen de determinación. Una montaña. Incluso ahora, con ropa quemada, magullado, su cuerpo destrozado y su mente arruinada, parece un rey. Cal es exactamente el tipo de persona que nunca se arrodillará. No está en él. No fue hecho de esa manera.

Pero me han quebrado demasiadas veces como para romperme de nuevo.

—Cal, déjame ir. Déjame buscarlo. —Suena como un ruego.

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Esta vez da un paso adelante. Y las llamas en sus dedos se vuelven azules, tan calientes que chamuscan el aire. Todavía vacilan ante mi capacidad, luchando por respirar, luchando por arder. Podría apagarlos si quisiera. Podría apoderarme de todo lo que es y destrozarlo, matarlo, sentir que cada centímetro de él muere. Parte de mí lo quiere. Una parte tonta, gobernada por la ira y la rabia y la venganza ciega. La dejo que alimente mi capacidad, que me haga fuerte, pero no dejo que me controle. Justo como Sara me enseñó. Es una línea delgada para caminar.

Sus ojos se estrechan, como si supiera lo que estoy pensando. Así que me sorprende cuando dice las palabras. Casi no las escucho por el sonido de mi corazón latiendo.

—Déjame ayudar.

Antes de la Guardia Escarlata, solía pensar que los aliados operaban exactamente en la misma página. Máquinas en tándem, trabajando hacia el mismo objetivo. Qué ingenua. Cal y yo estamos aparentemente del mismo lado, pero no queremos lo mismo en lo absoluto.

Él me explica su plan. Detallándolo completamente. Lo suficiente para que me dé cuenta de cómo piensa usar mi rabia, usar a mi hermano, para cumplir sus propios fines. Distraer a los guardias, entrar en la torre central, usar su silencio como escudo, y hacer que los Plateados entreguen a sus rehenes a cambio de libertad. Julián abrirá las puertas; yo misma los escoltaré. No hay derramamiento de sangre. No más sitio. Corvium será enteramente nuestro.

Un buen plan. Excepto que la guarnición Plateada quedará libre, libre para reunirse con el ejército de Maven.

Crecí en un barrio pobre, pero no soy estúpida. Y ciertamente no soy una chica de ojos luna a punto de desmayarse sobre la mandíbula angulosa de Cal y tampoco por su sonrisa torcida. Su encanto tiene límites. Está acostumbrado a encantar a Barrow, no a mí.

Si sólo el príncipe tuviera un poco más astucia. Cal es demasiado blando para su propio bien. No dejará a los soldados Plateados a la inexistente misericordia del coronel, aunque la única alternativa es dejarlos ir para que peleen con nosotros otra vez.

—¿Cuánto tiempo necesitas? —pregunto. Mentirle a la cara no es difícil. No cuando sé que está intentando engañarme también.

Él sonríe. Piensa que ha ganado. Perfecto.

—Unas pocas horas para tener todo listo. Julian, Sara...

—Bien. Estaré en el cuartel exterior cuando estés listo. —Me aparto, forzando una mirada oh-tan-pensativa en la distancia. El viento se levanta, revolviendo mis trenzas. Se siente más caliente, no por Cal, sino por el sol. La primavera estará aquí finalmente—. Necesito aclarar mi mente.

El príncipe asiente en comprensión. Me da una palmada con la mano ardiente en el hombro, dándome un apretón. En respuesta, fuerzo una sonrisa que se siente más como una mueca. Tan pronto como doy la espalda, dejo de hacerlo. Se queda detrás, sus ojos quemando agujeros en mi espalda hasta que la suave curva de la pared del muro me

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impide ver. A pesar de la temperatura creciente, un escalofrío me recorre por la espalda. No puedo dejar que Cal haga esto. Pero no voy a dejar que Morrey pase un segundo más en esa torre.

Más adelante, Farley marcha en mi dirección, moviéndose tan rápido como su cuerpo lo permite. Su rostro se oscurece cuando me ve, su ceño fruncido tan intensamente que toda su cara se vuelve color roja remolacha. Hace que la cicatriz blanca nacarada en el lado de su boca se destaque más de lo habitual. En definitiva, una vista intimidante.

—Cole —gruñe, su voz tan severa como la de su padre—. Tenía miedo de que estuvieras a punto de hacer algo realmente estúpido.

—Yo no —le respondo, en un murmullo. Ella agacha la cabeza, y le pido que me siga.

Una vez que estamos a salvo dentro de un almacén, le digo todo lo más rápido que puedo. Ella resopla en todo momento, como si el plan de Cal fuera sólo una molestia y no completamente peligroso para todos nosotros.

—Está poniendo en riesgo a toda la ciudad —termino, exasperada—. Y si él continúa con esto…

—Lo sé. Pero ya te lo dije: Montfort y Command quieren a Cal con nosotros, a casi cualquier precio. Está casi a salvo de balas. —Farley pasa las dos manos a lo largo de su cuero cabelludo, tirando de los mechones de su cabello rubio—. No quiero hacerlo, pero un soldado que no tiene incentivos para acatar órdenes y alberga su propia agenda no es alguien que quiera mirarme la espalda.

—Command. —Odio la palabra, y quienquiera que demonios represente—. Empiezo a pensar que puede que no tengan nuestros mejores intereses para nosotros.

Farley no lo refuta.

—Es difícil, poner toda nuestra fe en ellos. Pero ven lo que nosotros no, lo que no podemos. Y ahora... —Da una respiración. Sus ojos se fijan en el suelo con enfoque láser—. He oído que Montfort está a punto de involucrarse mucho más.

—¿Qué significa eso?

—No estoy completamente segura.

Me burlo.

—¿No tienes el panorama completo? Estoy sorprendida.

La mirada que me lanza podría cortar a través del hueso.

—El sistema no es perfecto, pero nos protege. Si vas a ponerte hosca, no voy a ayudar.

—Ah, ¿ahora tienes ideas?

Ella sonríe sombríamente.

—Unos pocas.

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Harrick no ha perdido su tendencia a retorcerse.

Él asiente mientras Farley sisea nuestro plan, moviendo los labios rápidamente. No entrará en la torre con nosotros, pero se asegurará que podamos entrar.

Harrick parece cauteloso. No es un guerrero. Él no vino a Corros y tampoco participó en la incursión de Corvium, aunque sus ilusiones hubieran ayudado inmensamente. Llegó con el resto de nosotros, detrás de la capitana embarazada. Algo le sucedió cuando todavía teníamos a Mare, en un nuevo reclutamiento de sangre que salió mal. Desde entonces, se ha mantenido en la defensa, fuera de la lucha, en lugar de en medio de la batalla. Lo envidio. No sabe lo que se siente el matar a alguien.

—¿Cuántos rehenes? —pregunta con voz temblorosa como sus dedos. Un rubor rojo florece en sus mejillas, extendiéndose debajo de la piel pálida por el invierno.

—Por lo menos veinte —le respondo lo más rápido que puedo—. Creemos que mi hermano es uno de ellos.

—Con al menos cincuenta Plateados de guardia —añade Farley. No ignora el peligro. Ella no lo engañará para que haga esto.

—Oh —murmura él—. Oh Dios.

Farley asiente.

—Depende de ti, por supuesto. Podemos encontrar otras formas.

—Pero ninguna con menos posibilidades de derramamiento de sangre.

—Es correcto. Tus ilusiones... —prosigo, pero levanta una mano temblorosa. Me pregunto si su habilidad se sacudirá como él.

Su boca se abre, pero no salen palabras. Espero en ascuas, implorándole con cada nervio en mi cuerpo. Tiene que ver lo importante que es esto. Él tiene que hacerlo.

—Bien.

Tengo que reprimirme de celebrar. Este es un buen paso, pero no la victoria, y no puedo perder de vista eso hasta que Morrey esté a salvo.

—Gracias. —Aprieto sus manos, dejándole sacudir las mías—. Muchas gracias.

Parpadea rápidamente, sus ojos marrones se encuentran con los míos.

—No me lo agradezcas hasta que termine.

—¿No es esa la verdad? —murmura Farley. Ella intenta no parecer severa, por nuestro bien. Su plan es precipitado, pero Cal nos está obligando—. Está bien, sígueme —dice—. Esto va a ser rápido, silencioso, y con un poco de suerte limpio.

Seguimos sus pasos mientras esquiva a soldados de la Guardia Escarlata, así como a los Rojos que desertan a nuestro lado. Muchos tocan sus cejas en deferencia hacia ella. Es una figura bien conocida en la organización y estamos contando con el nivel de respeto que ella inspira. Tiro de mis trenzas a medida que avanzamos, apretándolas lo mejor que puedo. El tirón es un buen dolor. Me mantiene alerta. Y da a mis manos algo que hacer. O de lo contrario podrían temblar tanto como las de Harrick.

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Con Farley liderando el camino, nadie nos detiene en las puertas del anillo, y marchamos al centro de Corvium, donde la torre del núcleo se cierne. Granito negro empina hacia el cielo, salpicado de ventanas y balcones. Todos están perfectamente cerrados, mientras que los soldados circulan por la base en docenas, vigilando las dos entradas fortificadas de la torre. Órdenes del coronel, apuesto. No perdió el tiempo doblando al guardia cuando se dio cuenta de que yo quiero entrar... y Cal quiere que los Plateados salgan. La capitana no nos conduce hasta la torre, sino más allá, hacia una de las estructuras construidas contra la pared central del anillo. Como el resto de la ciudad, es oro, hierro, y piedra negra, oscura incluso en plena luz del día.

Mis latidos de corazón, se vuelven más rápido con cada paso adelante en la penumbra de una de las muchas cárceles que salpican Corvium. Tal como estaba previsto, Farley nos conduce por una escalera, y bajamos al nivel de las celdas. Se me pone piel de gallina a la vista de las barras, las paredes de piedra cerosas en la tenue luz de poquísimas bombillas. Al menos las celdas están vacías. Los Plateados de Cal están en la Puerta de Rezo, confinados a la habitación directamente encima de los arcos de la Piedra Silenciosa, donde sus habilidades son inexistentes.

—Voy a distraer a los guardias de nivel inferior, mientras que Harrick hace que pasen inadvertidos los dos —dice en voz baja, tratando de evitar que su voz haga eco. Farley me pasa con suavidad dos llaves—. Primero la de hierro. —Señala la gruesa y negra llave metálica tan grande como mi puño, y luego la resplandeciente y delicada con dientes afilados—. La segunda es la plata.

Las meto en bolsillos separados, para poder acceder a ellas fácilmente.

—Lo tengo.

—Todavía no puedo amortiguar sonidos tan bien como la vista, así que tenemos que ser tan silenciosos como sea posible —murmura Harrick. Él engancha su brazo con el mío por el codo e iguala sus pasos—. Quédate cerca. Déjame mantener la ilusión lo más pequeña que pueda el máximo tiempo posible.

Asiento, entendiendo lo que quiere hacer. Harrick necesita reservar sus fuerzas para los hostiles.

Las celdas serpentean más y más profundo en la tierra de Corvium. Todo se hace más húmedo y frío por minutos, hasta que mi aliento sale ya con vaho. Cuando la luz brilla detrás de una esquina, no me siento cómoda. Esto es lo más lejos que puede acompañarnos Farley.

Ella me hace un gesto silencioso, indicándonos a los dos que retrocedamos. Me apego más a Harrick. Esto es todo. Excitación y miedo me atraviesan. Ya voy, Morrey.

Mi hermano está cerca, rodeado de gente que querría matarlo. No tengo tiempo para preocuparme por si me matan a mí.

Algo oscila frente a mi vista, cayendo como una cortina. La ilusión. Harrick me abraza contra su pecho y caminamos juntos, dando nuestros pasos al mismo tiempo. Podemos ver todo lo suficientemente bien, pero cuando Farley mira hacia atrás para

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controlar, sus ojos se ven preocupados, recorriendo todos los rincones. Ella ya no puede vernos. Y tampoco pueden hacerlo los Guardianes que hay en la esquina.

—¿Todo bien aquí abajo? —gruñe ella, dando un golpe a la piedra mucho más fuerte de lo necesario. Harrick y yo la seguimos a una distancia segura y damos la vuelta a la esquina donde vemos seis soldados bien armados con bufandas rojas y aparatos tecnológicos. Están de pie al otro lado de la estrecha entrada, hombro con hombro, en posición firmes.

Dirigen toda su atención a la presencia de Farley. Uno, un hombre grande con un cuello más grueso que mi muslo, se dirige a ella en representación del resto.

—Sí, capitán. No hay señales de ningún movimiento. Si los Plateados intentan hacer un intento de fuga, no será a través de los túneles. Ni siquiera ellos son tan locos.

Farley aprieta la mandíbula.

—Bien. ¡Mantengan los ojos alertas!

Contrayéndose de dolor, se dobla sobre sí misma, agarrándose con una mano a una de las paredes negras como la noche. Con la otra se toca la barriga. Su cara se contrae de dolor.

Los Guardas son rápidos en asistirla, tres saltan a su lado en un instante. Dejan un hueco en su formación mucho más grande de lo necesario. Harrick y yo nos movemos rápido, deslizándonos a lo largo de la pared opuesta hasta alcanzar la puerta sellada que cierra el pasaje. Farley mira hacia la puerta mientras cae arrodillada, sigue fingiendo un calambre o algo peor. La ilusión alrededor se ondula un poco más, indicando la concentración de Harrick. Ahora no está sólo escondiéndonos, sino que tiene que abrir una puerta con media docena de soldados detrás de nosotros asignados a protegerla.

Farley gime mientras yo empujo la llave de hierro en la cerradura, girando el mecanismo. Ella continúa con la actuación, sus gemidos de malestar y lágrimas de dolor se alternan a un buen ritmo para distraerlos de cualquier chirrido que las bisagras puedan hacer. Por suerte, la puerta está bien lubricada. Cuando se abre, nadie puede verlo, y nadie la oye.

La cierro muy despacio, evitando que golpee el granito. La luz desaparece centímetro a centímetro, hasta que nos quedamos casi en oscuridad absoluta. Ni siquiera se oyen los sonidos de Farley o sus soldados, suficientemente son cubiertos por la puerta cerrada.

—Vamos —le digo a él, enganchando mi brazo al suyo fuertemente.

Uno, dos, tres, cuatro… cuento mis pasos en la oscuridad, con una mano siguiendo la pared fría como el hielo.

La adrenalina me golpea cuando alcanzamos la segunda puerta, ahora estamos directamente bajo la torre central. No había tenido tiempo suficiente para memorizar su distribución, pero sé lo básico. Suficiente para llegar hasta los rehenes y sacarlos directamente a la seguridad de la sala central. Sin rehenes, los Plateados no tendrían nada con lo que negociar. Se tendrían que rendir.

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Tanteando la puerta, voy tocando hasta que encuentro la cerradura. Es pequeña, y toma un buen rato hasta que la pequeña llave se inserta en el agujero correctamente.

—Aquí vamos —murmuro. Es una advertencia para Harrick, y para mí misma.

Mientras abro la puerta lentamente que da a la torre, me doy cuenta que esta podría ser la última cosa que haga. Incluso con mi habilidad y con la de Harrick, no somos nada contra cincuenta Plateados. Moriremos si esto sale mal. Y los rehenes, que ya están sometidos a muchos horrores, probablemente morirán también.

No dejaré que suceda. No puedo.

La cámara adyacente está tan oscura como el túnel, pero más templada. La torre está sellada herméticamente contra los elementos, justo como dijo Farley. Harrick se estruja contra mí por detrás y cerramos la puerta juntos. Su mano roza la mía. No se siente nervioso ahora. Bien.

Debe de haber unas escaleras… sí. Recorro con los dedos de mi pie el primer escalón. Manteniendo el agarre en la muñeca de Harrick, empiezo a guiar la subida, hacia una débil luz pero que se incrementa constantemente. Dos pisos más arriba, igual que los dos pisos que bajamos cuando salimos de las celdas de la prisión.

Murmullos resuenan a través de los muros, lo suficientemente profundos para poder oírlos, pero apagados para poder descifrarlos. Voces aceleradas, discusiones susurradas. Parpadeo rápidamente mientras la oscuridad desaparece y llegamos a la planta baja de la torre, nuestras cabezas asomándose por los escalones. Luz cálida nos rodea, iluminando la escalera circular que se retuerce alrededor de la cámara central. Es la columna de la torre. Se bifurca a través de puertas en varios pisos, cada una cerrada a cal y canto. Mi corazón late a un ritmo galopante, tan alto que creo que los Plateados pueden oírlo.

Dos de ellos patrullan las escaleras, tensos y listos para un ataque. Pero nosotros no somos soldados y no somos Guardas Escarlata. Sus figuras se ondulan suavemente, como la superficie del agua movida. Las ilusiones de Harrick están de vuelta, escondiéndonos a los dos de ojos enemigos.

Nos movemos como uno, siguiendo las voces. Yo casi no puedo respirar mientras subimos los escalones, subiendo hacia la cámara principal que está tres pisos más arriba. En los planos de Farley, el ancho de la torre se amplía, ocupando todo el piso. Ahí es donde estarán los rehenes, y el grupo grande de Plateados esperando para evitar el rescate de Maven o la misericordia de Cal.

Los Plateados que patrullan están muy musculosos. Brazofuertes. Los dos tienen caras grisáceas y los brazos como el tronco de un árbol. Ellos podrían partirme por la mitad, no si utilizo mi silencio. Pero mi habilidad no tiene efecto con las pistolas, y los dos tienen un montón. Dos pistolas, y también rifles cruzados a la espalda. La torre está bien preparada para un asedio, y me imagino que eso significa que tienen munición más que suficiente para resistir.

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Un Brazofuertes desciende la escalera mientras nos aproximamos, sus pasos suenan pesados. Doy las gracias por quien fuera el idiota Plateado que lo puso de guardia. Su habilidad es la fuerza bruta, nada sensorial. Pero seguro que nos podría sentir si tropezamos contra él.

Lo rodeamos lentamente, con nuestras espaldas pegadas a la pared del borde exterior de la torre. Él pasa por nuestro lado sin ningún tipo de incertidumbre, su atención está en otra cosa.

El otro Brazofuertes es más difícil de pasar. Está apoyado contra la puerta, con las piernas estiradas en un ángulo abierto frente a él. Bloquea los peldaños casi completamente, forzando a Harrick y a mí a pasar por el extremo alejado de la escalera. Doy gracias por mi altura. Me permite dar una zancada larga y pasar por encima de él sin ningún problema. Harrick no tiene tanta gracia. Sus temblores se multiplican por diez mientras da un paso estirado, intentando no hacer ningún ruido.

Apretando los dientes, dejo que el silencio se extienda bajo mi piel. Me pregunto si podría matar a estos dos hombres antes que hicieran sonar las alarmas. Solo con el pensamiento ya me siento enferma.

Pero entonces Harrick se estira, y su pie alcanza el siguiente peldaño. No hace mucho ruido, pero lo suficiente para llamar la atención del Plateado. Él mira a derecha e izquierda, y yo me quedo petrificada, agarrando fuertemente la muñeca de Harrick. El terror se asienta en mi garganta, rogando por salir un grito.

Cuando gira la espalda, bajando la mirada a su camarada, me agarro fuertemente a Harrick.

—Lykos, has oído algo? —grita el Brazofuertes.

—Nada —responde el otro.

Cada palabra tapa el sonido de nuestras rápidas pisadas, dejándonos alcanzar la parte alta de las escaleras y la puerta que tiene un resquicio abierto. Doy el suspiro de alivio más bajo que se pueda imaginar. Mis manos tiemblan también.

Dentro de la habitación, se oyen voces discutiendo.

—Tenemos que rendirnos —dice alguien.

Gruñidos de oposición suenan como respuesta, cubriendo nuestra entrada. Nos escurrimos dentro como ratones y nos metemos en una habitación llena de gatos hambrientos. Oficiales Plateados reunidos por todos lados, la mayoría de ellos heridos. El olor a sangre es sobrecogedor. Quejidos de dolor cubren las discusiones que atraviesan la cámara. Los oficiales se gritan unos a los otros, sus caras están pálidas de miedo, dolor, y agonía. Muchos de los heridos parecen estar muriéndose. Me atraganto ante la vista y la fetidez de estos hombres y mujeres en este estado de descomposición. Me doy cuenta, que no hay sanadores aquí. Estas heridas Plateadas no desaparecerán con el poder de una mano.

Pero, aun así, no estoy hecha de hielo o de piedra. Los que tienen las peores heridas están alineados en la curva exterior de la pared, solo a unos pasos de mis pies. La más

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cercana es una mujer, su cara está cubierta de cortes. Sangre plateada gotea por sus manos mientras ella intenta en vano mantener sus tripas dentro de su cuerpo. Su boca se abre y se cierra sin parar, como un pescado muriendo que boquea buscando aire. Su dolor es demasiado profundo para desvariar o gritar. Trago fuerte. Un extraño pensamiento me viene a la mente: podría sacarla de esta miseria si quisiera. Podría extender una mano de silencio y ayudarla a que se fuera en paz.

Solo la idea es suficiente para darme una arcada, y me tengo que girar hacia otro lado.

—Rendirse no es una opción. ¿La Guardia Escarlata nos matará, o algo peor…?

—¿Peor? —farfulla uno de los oficiales tirados en el suelo, con el cuerpo lleno de morados y vendas—. ¡Mira a tu alrededor, Chyron!

Miro alrededor, atreviéndome a tener esperanza. Si siguen gritándose uno al otro, esto será mucho más fácil. En la parte alejada de la habitación, los veo. Amontonados todos juntos, su carne es rosa y marrón, su sangre Roja, todos tienen entre quince y veinte años. Solo el miedo me mantiene quieta en el sitio, separada de todo lo que quiero por un grupo de asesinas máquinas de matar.

Morrey. Estoy a segundos de distancia. Centímetros de distancia.

Cruzamos la habitación tan cuidadosamente como hemos subido los escalones, y mucho más despacio. Los Plateados con menos heridas vagan por ahí, ya sea atendiendo a los que están más malheridos o paseando para calmar los nervios. Nunca había visto Plateados así. Con la guardia baja, tan de cerca. Tan humanos. Una oficial mayor con un montón de insignias tiene tomado de la mano a un hombre joven, que tiene quizás dieciocho. La cara de él está blanca como la cera, pálida, y parpadea tranquilamente hacia el techo, esperando a morir. El cuerpo que está junto a él ya se fue. Me aguanto un jadeo, forzándome a respirar despacio y sin hacer ruido. Incluso con tantas distracciones, no me quiero arriesgar.

—Dile a mi madre que la quiero —murmura uno de los moribundos.

Otro casi cadáver pregunta por un hombre que no está aquí, gruñendo su nombre.

La muerte sobrevuela como una nube. Su sombra me acecha también. Podría morir aquí, igual que el resto. Si Harrick se cansa, si piso en algún lugar que no debiera. Intento ignorar todo excepto mis dos pies y el objetivo que está frente a mí. Pero cuanto más me meto en la habitación, más difícil se hace. El suelo se humedece ante mis ojos, y no es por la ilusión de Harrick. Estoy… ¿estoy llorando? ¿Por ellos?

Enfadada, me quito las lágrimas de la cara antes que puedan caer al suelo y dejar marcas. Por mucho que sé que odio a esta gente, no puedo encontrar ningún odio dentro de mí en este momento. Toda la rabia que sentía hace una hora ha desaparecido, siendo reemplazada por una extraña lástima.

Los rehenes están ahora lo suficientemente cerca como para tocarlos, y hay una silueta que es tan familiar como mi propia cara. Cabello negro rizado, piel medianoche, miembros desgarbados, manos grandes con dedos torcidos. La más amplia, y brillante

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sonrisa que he visto nunca, aunque de eso hace mucho, mucho tiempo ahora mismo. Si pudiera, me agarraría a Morrey y nunca lo dejaría ir. En vez de eso, me acerco lentamente por su espalda, y me mantengo agazapada hasta que estoy detrás de su oreja. Espero que él no se sobresalte por el susto.

—Morrey, soy Cameron.

Su cuerpo se sacude, pero no hace ningún sonido.

—Estoy aquí con un nuevasangre; él nos puede hacer invisibles. Te voy a sacar de aquí, pero tienes que hacer exactamente lo que te diga.

Él gira la cabeza, sólo eso, sus ojos están muy abiertos y con miedo. Él tiene los ojos de nuestra madre, negros como el kohl y con pestañas muy tupidas. Resisto la tentación de abrazarlo. Lentamente, asiente.

—Sí. Puedo hacerlo. —Respiro aliviada.

—Diles a los otros lo que te acabo de decir. Sé discreto. No dejes que los Plateados lo noten. Hazlo, Morrey.

Después de un largo momento, aprieta los dientes y acepta.

No toma mucho rato para que el conocimiento de nuestra presencia se disemine entre ellos. Nadie lo duda. No pueden permitirse el lujo de hacerlo, no aquí, en la guarida de la bestia.

—Lo que están a punto de ver no es real.

Le hago un gesto a Harrick, el cual asiente. Está listo. Lentamente, nos ponemos de rodillas, agazapándonos para mezclarnos entre ellos. Cuando la ilusión sobre nosotros se alza, los Plateados no nos notan al principio. Estarán distraídos. Esperemos.

Mi mensaje viaja rápidamente. Los rehenes se tensan. Aunque tengan la misma edad que yo, parecen mayores, envejecidos por los meses de entrenamiento para la lucha y los pasados en las trincheras. Incluso Morrey, aunque a él se le ve mejor alimentado de lo que nunca estuvo en casa. Aun así, siendo invisible a sus ojos, me acerco y cuidadosamente le tomo la mano. Sus dedos se cierran sobre los míos, agarrándome fuerte. Y la ilusión nos hace invisibles como gotas de agua. Dos cuerpos más se unen al círculo de rehenes. Los otros parpadean hacia nosotros, esforzándose por enmascarar su sorpresa.

—Allá vamos —murmura Harrick.

Detrás de nosotros, los Plateados continúan con su charla sobre morir o morirse. No malgastan ni un pensamiento en los rehenes.

Harrick entrecierra los ojos, enfocándose en la pared curva de la torre que hay a nuestra derecha. Él respira fuertemente, el aire silva a través de su nariz y su boca. Reuniendo toda su fuerza. Me preparo para la explosión, aunque sé que no existe.

De repente la pared estalla con una explosión de fuego y piedras, exponiendo la torre al cielo. Los Plateados se estremecen, echándose hacia atrás de lo que piensan es un ataque. Ruido de jets se oyen pasar, precipitándose a través de las nubes falsas. Parpadeo,

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sin creer lo que ven mis ojos. No debería de creer a mis ojos. Esto no es real. Pero se ve increíble, imposiblemente real.

No es que tenga todo el tiempo del mundo para quedarme aquí mirando boquiabierta.

Harrick y yo nos ponemos de pie, reuniendo al grupo con nosotros. Atravesamos el fuego, las llamas están tan cerca de nosotros como para quemarnos en nuestros pensamientos. Me encojo, aunque sé que no están ahí. El fuego es distracción suficiente, asombrando a los Plateados, así nosotros podemos salir en estampida a través de la puerta y hacia las escaleras.

Empujo, liderando el grupo, mientras Harrick se mantiene detrás. Él mueve sus brazos como un bailarín, ondeando ilusiones en el fino aire. Fuego, humo, otra ronda de misiles. Todo esto evita que los Plateados nos persigan, acobardados por sus imágenes. De mí sale silencio, una esfera de fuerza mortal para hacer caer dos vigilantes Plateados. Morrey va apegado a mis talones casi haciéndome tropezar, pero él me toma por el brazo, evitando que me caiga sobre la barandilla.

—¡Alto! —El primer Brazofuertes carga contra mí, con la cabeza gacha como si fuera un toro. Impulso silencio en su cuerpo, haciendo chocar mi habilidad contra su garganta. Él da un traspié, notando todo el peso de mi poder. Yo también lo siento, la muerte rodando por su carne. Lo tengo que matar. Y rápido. La fuerza de mi necesidad hace salir sangre por su boca y ojos mientras partes de su cuerpo van muriendo, un órgano tras otro. Ahogo su vida más rápido de lo que he matado a nadie antes.

El otro Brazofuertes muere incluso más rápido. Cuando le golpeo con otro agotador porrazo de silencio, él tropieza hacia un lado y cae de cabeza. Su cráneo se parte contra el suelo de piedra, salpicando sangre y materia gris. Un sollozo se atasca en mi pecho, y no tengo tiempo para cuestionarme por el asco que me doy. Por Morrey. Por Morrey.

Mi hermano se ve tan agónico como me siento yo, sus ojos están fijos en la sangre del Brazofuertes muerto que hay por todo el suelo. Me digo que él solo está conmocionado, y no aterrorizado de mí.

—¡Muévete! —gruño, con la voz atascada por la vergüenza. Gracias que él hace lo que le digo, corriendo hacia el nivel inferior con el resto.

Aunque la puerta de abajo está cerrada, los rehenes se hacen cargo rápidamente de ella, echando abajo las fortificaciones Plateadas hasta que las puertas dobles están al descubierto, un cerrojo nos separa a todos nosotros de la libertad.

Salto sobre el Brazofuertes que tiene la cabeza abierta, lanzando la pequeña llave plateada. Morrey la atrapa. Su reclutamiento y mi encarcelamiento no nos han arrancado nuestra conexión de gemelos. Los rayos del sol brillan sobre nosotros cuando él abre las puertas y salimos en embestida hacia el aire fresco, los otros rehenes salen corriendo con él.

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Harrick baja las escaleras volando, vomitando fuego falso a su paso. Me hace una señal, diciéndome que me vaya, pero yo me quedo donde estoy. No pienso irme sin el ilusionista.

Salimos juntos a trompicones, agarrándonos uno al otro fuertemente para dar la espalda a una plaza llena de perplejos guardias armados hasta los dientes. Ellos nos dejan pasar a través de las órdenes de Farley. Ella grita cerca, dirigiendo su atención hacia la torre de la entrada, por si acaso algún Plateado decide plantarle cara.

No oigo sus palabras. Solo sigo caminando hasta que tengo a mi hermano en mis brazos. Su corazón late rápido dentro de su pecho. Me deleito con el sonido. Él está aquí. Está vivo.

No como los Brazofuertes.

Sigo sintiéndolo, lo que les hice a ellos.

Lo que hice a cada una de las personas que maté en algún momento dado.

Las memorias me hacen marear de vergüenza. Todo lo que haga falta por Morrey. Todo lo que haga falta para sobrevivir. Pero ya no más.

No tengo que ser una asesina junto con todo lo demás.

Él me agarra fuerte, con los ojos girando de terror.

—La Guardia Escarlata —susurra él, acercándome más—. Cam, tenemos que correr.

—Estás seguro; estás con nosotros ahora. ¡Ellos no te pueden hacer daño, Morrey!

Pero en vez de calmarse, su terror se triplica. El agarre de Morrey sigue apretándome hasta que su cabeza se balancea adelante y atrás, haciendo un inventario de los soldados de Farley.

—¿Saben lo que eres? ¿Cam, lo saben?

Enrojezco de vergüenza y confusión. Me alejo de él un poco, para ver mejor su cara. Él respira fuertemente.

—¿Qué soy yo?

—Ellos te matarán por ello. La Guardia Escarlata te matará por lo que eres.

Cada palabra me golpea como una maza. Y luego me doy cuenta que mi hermano no es el único que sigue con miedo. El resto de su unidad, los otros adolescentes, apretados todos juntos para sentirse más seguros, cada uno de ellos se mantienen alejados de los soldados de la Guardia. Farley encuentra mi mirada desde unos pasos de distancia, tan confundida como yo.

Luego la veo desde el punto de vista de mi hermano. Los veo a todos como le han dicho a él que los vea.

Terroristas. Asesinos. La razón por la que fueron reclutados en primer lugar.

Intento acercar a Morrey con un abrazo, intento susurrarle una explicación.

Sólo se queda frío entre mis brazos.

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—Tú eres uno de ellos —gruñe, mirándome con tanto odio y acusación que mis rodillas fallan—. Eres de la Guardia Escarlata.

Mi alma se llena de horror.

Maven tomó al hermano de Mare.

¿Tomó al mío también?

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Dieciséis

o puedo ver Corvium a través de la baja cubierta de nube. Me quedo mirando de todos modos, mis ojos pegados en el horizonte del este extendiéndose detrás de nosotros. La Guardia Escarlata tomó la

ciudad. Ellos la controlan ahora. Tuvimos que rodearla, poniendo tierra de por medio con la hostil ciudad. Maven está haciendo lo mejor que puede para mantenerlo callado; incluso él no puede esconder tan grande derrota. Me pregunto cómo caerán las noticias en el reino. ¿Celebrarán los Rojos? ¿Contraatacarán los Plateados? Recuerdo las revueltas que siguieron a otros ataques por la Guardia Escarlata. Por supuesto que habrá repercusiones. Corvium es un acto de guerra. Finalmente, la Guardia Escarlata ha plantado una bandera que no puede simplemente ser derribada.

Mis amigos están tan cerca que siento como si pudiera correr hacia ellos. Quitar los grilletes, matar a los guardias Arven, saltar del transporte y desaparecer en la penumbra gris, corriendo a través del bosque invernal sin hojas. En el sueño, esperan por mí afuera de las paredes de una fortaleza rota. El coronel, con sus ojos carmesí, su rostro avejentado y el arma en su cadera es un consuelo como ningún otro. Farley con él, atrevida y alta y determinada como la recuerdo. Cameron, su silencio un escudo más que una prisión. Kilorn, familiar como mis propias manos. Cal, enojado y roto como yo, los restos de su ira listos para quemar todo pensamiento de Maven de mi mente. Me imagino saltando a sus brazos, rogándoles que me lleven, que me lleven a cualquier lugar. Llevarme hacia mi familia, llevarme a casa. Hacerme olvidar.

No, no olvidar. Sería un pecado olvidar mi encarcelamiento. Un desperdicio. Conozco a Maven como nadie más lo hace. Conozco los agujeros en su cerebro, las piezas que nunca puede hacer encajar. Y he visto la separación de su corte de primera mano. Si puedo escapar, si puedo ser rescatada, aún puedo hacer algo bueno. Puedo hacer que mi tonto trato valga el terrible costo, y puedo comenzar a arreglar tantos errores.

A pesar que las ventanas del transporte están selladas estrechamente, huelo humo. Ceniza. Pólvora. El metálico sabor amargo de un siglo de sangre. El Choke se acerca, más cerca con cada segundo que pasa mientras el convoy de Maven acelera hacia el oeste. Espero que mis pesadillas de este lugar sean peor que la realidad.

Kitten y Clover están aún a mis costados, sus manos enguantadas y puestas sobre sus rodillas. Listos para sujetarme, listos para retenerme. Los otros guardias, Trio y Egg, sentados en el esqueleto del transporte, sujetados por un arnés al vehículo en movimiento. Una precaución, ahora que estamos tan cerca de la zona de guerra. Sin

N

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mencionar unos kilómetros de la ciudad ocupada por la revolución. Los cuatro permanecen más vigilantes que nunca. Ambos para mantenerme prisionera, y para mantenerme a salvo.

Afuera, el bosque revistiendo los últimos kilómetros del Camino de Hierro se estrecha hasta la nada. Ramas desnudas cayendo para revelar dura tierra apenas merecedora de nieve. El Choke es un feo lugar. Tierra y cielos grises, mezclándose tan perfectamente que no sé dónde termina la tierra y comienza el cielo. Casi espero escuchar explosiones en la distancia. Papá dijo que siempre se podía escuchar las bombas, incluso desde kilómetros de lejos. Supongo que ese no es el caso ya, no si la táctica de Maven tiene éxito. Estoy terminando una guerra por la que millones murieron. Solo para seguir matando bajo otro nombre.

El convoy avanza hacia los campos delanteros, una colección de edificios que me recuerda a la base de la Guardia Escarlata en Tuck. Se desvanecen en la distancia en cualquier dirección. Barracas, principalmente. Ataúdes para los vivos. Mis hermanos vivieron en esos una vez. Mi padre también. Quizás sea mi turno de mantener la tradición.

Como en las ciudades a lo largo del recorrido de coronación, las personas giran para ver al rey Maven y su sequito. Soldados en rojo, en negro, en gris nublado. Ellos alinean la avenida principal cruzando el campo Choke con precisión militar, cada uno inclinando sus cabezas en respeto. No me molesto en contar cuantos cientos hay. Es demasiado deprimente. En su lugar, estrecho mis manos juntas, lo suficientemente fuerte para darme otro dolor del que preocuparme. El oficial Plateado herido en Rocasta dijo que Corvium fue una masacre. No, me digo. No vayas ahí. Por supuesto mi mente lo hace de todas formas. Es imposible evitar los horrores en los que realmente no quieres pensar. Masacre. Ambos lados. Rojo y Plateado, la Guardia Escarlata y el ejército de Maven. Cal sobrevivió, eso lo sé por el comportamiento de Maven. Pero Farley, Kilorn, Cameron, mis hermanos, ¿el resto? Tantos nombres y rostros quienes probablemente atacaron las paredes de Corvium. ¿Qué les sucedió?

Presiono mis dedos contra mis ojos, tratando de contener las lágrimas. El esfuerzo me cansa, pero me niego a llorar enfrente de Kitten y Clover.

Para mi sorpresa, el convoy no se detiene en el centro del campamento Choke, a pesar de haber una plaza que se ve perfectamente apropiada para otro de los melosos discursos de Maven. Algunos de los trasportes, cada uno llevando vástagos de varias Grandes Casas, descascarillándose, acelerando, avanzando, cada vez más profundo. Incluso aunque intentan ocultarlo, Kitten y Clover están cada vez más al borde, sus ojos moviéndose entre las ventanas y ellos. No les gusta esto. Bien. Déjenlos retorcerse.

Tan atrevida como me siento, una sombra de temor cae sobre mí. ¿Está loco Maven? ¿A dónde nos lleva? Ciertamente no llevaría a su corte a una trinchera o un campo minado, o algo peor. Los transportes aumentan la velocidad, girando más y más rápido sobre tierra empacada en un camino. En la distancia, cañones de artillería y armas pesadas parados en enormes restos de metal, sombras torcidas como esqueletos negros. A menos de unos kilómetros, cruzamos las primeras líneas de trinchera, nuestros vehículos crujiendo sobre puentes construidos rápidamente. Más trincheras siguen. Para

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reservas, apoyo, comunicación. Tejiéndose como pasajes del Notch, enterrándose en lodo congelado. Pierdo la cuenta después de una docena. O las trincheras están abandonadas o los soldados están bien escondidos. No puedo ver un solo trozo de uniforme rojo.

Esta podría ser una trampa, por lo que sabemos. La confabulación de un viejo rey destinado a atrapar y derrotar a un joven. Parte de mí quiere que eso sea verdad. Si no puedo matar a Maven, quizás el rey de los Lakeland lo hará por mí. La Casa Cygnet, ninfas. Dominando por cientos de años. Eso es lo mucho que sé del monarca enemigo. Su reino es como nosotros, dividido por sangre, comandado por casas nobles Plateadas. Y aquejadas por la Guardia Escarlata, aparentemente. Como Maven, debe estar inclinado a mantener poder a cualquier costo, a través de cualquier medio. Incluso conspiración con un viejo enemigo.

En el este, las nubes se rompen, y unos pocos rayos de sol iluminan la dura tierra alrededor de nosotros. Sin árboles hasta donde puedo ver. Cruzamos sobre la trinchera de primera línea y me quedo sin aliento ante la vista. Soldados Rojos se aglutinan en largas líneas, seis cuerpos en profundidad, sus uniformes coloridos en diferentes tonos de color ladrillo y carmesí. Se juntan como sangre en una herida. Manos en escaleras, tiemblan en el frío. Listos para salir rápido de sus trincheras y entrar a la mortal zona del Choke si su rey lo ordenara. Veo oficiales Plateados entre ellos, señalados por sus uniformes gris y negro. Maven es joven, pero no estúpido. Si esto es un truco de Lakelander, está listo para luchar por su salida. Asumo que el rey de los Lakeland tiene otro ejercito esperando, en sus propias trincheras del otro lado. Más soldados Rojos que desechar.

Cuando las llantas de nuestro transporte golpean el otro lado, Clover se tensa junto a mí. Mantiene sus eléctricos ojos verdes al frente, tratando de mantenerse calmada. Un brillo de sudor resplandece en su frente, traicionando su miedo.

El verdadero páramo del Choke está lleno de cráteres de ambos ejércitos de artillería de fuego. Algunos de los agujeros deben tener décadas. Alambre de púas se enreda en el lodo congelado. Adelante, en el trasporte guía, un telky y un magnetrón trabajan en conjunto. Llevando sus brazos hacia adelante y atrás, tirando violentamente cualquier resto del camino del convoy. Pedazos del metal enrollado salen rodando en toda dirección. Y, asumo, huesos. Rojos han muerto aquí por generaciones. La tierra está contaminada con su polvo.

En mis pesadillas, este lugar se extiende por siempre, en cada dirección. Pero en lugar de continuar hacia adelante al olvido, el convoy se detiene un poco más de medio kilómetro más allá de las trincheras de primera línea. A medida que nuestros transportes giran y se entretejen, arreglándose en una media luna, casi estallo en una risa nerviosa. De todas las cosas, en todos los lugares, estamos deteniéndonos en el pabellón. El contraste es discordante. Es completamente nuevo, con columnas blancas y cortinas sedosas balanceándose en el venenoso viento. Construido para un propósito y solo un propósito. Una cumbre, una reunión, como la de hace tanto tiempo. Cuando dos reyes decidieron iniciar un siglo de guerra.

Un Centinela abre violentamente mi puerta del trasporte, haciendo señas para que bajemos. Clover duda medio segundo y Kitten aclara su garganta, urgiéndola a moverse.

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Me muevo en medio de ellas, escoltada a la tierra destruida. Rocas y mugre hacen que el suelo sea disparejo. Rezo que nada se astille. Un cráneo, una costilla, un fémur, una columna. No necesito más prueba que estoy caminando a través de un cementerio sin fin.

Clover no es la única asustada. Incluso los Centinelas se mueven lentamente, al límite, sus rostros enmascarados moviéndose hacia adelante y atrás. Por una vez, piensan en su propia seguridad al igual que la de Maven. Y el resto de la corte —Evangeline, Ptolemus, Samson— se quedan parados cerca de sus transportes. Sus ojos moviéndose; sus narices arrugándose, un indicio de amenaza. Y saldrán huyendo. Evangeline ha desechado sus pieles por armadura. Acero la cubre del cuello a la muñeca y los dedos de los pies. Rápidamente libera sus dedos de sus guantes de cuero, desnudando su piel al frío aire. Mejor para una pelea. Siento el ansia de hacer lo mismo, no es que me ayude en lo absoluto. Los grilletes están más fuertes que nunca.

El único que no se ve afectado es Maven. El agonizante invierno va con él, haciendo que su pálida piel sobresalga de una manera extrañamente elegante. Incluso en las sombras alrededor de sus ojos, oscuros como siempre, negro y como un moretón, lo hacen trágicamente hermoso. Hoy lleva tanta gala como se atreve. Un niño rey, pero un rey a pesar de todo, a punto de mirar a los ojos a alguien quien es supuestamente su más grande oponente. La corona en su cabeza parece natural ahora, reparada para posarse sobre su ceño. Escupe flamas bronce y hierro a través de su brillante cabello negro. Incluso en la luz gris de Choke, sus medallas e insignias resplandecen, plateado, rubí y ónix. Una capa, con un patrón de brocado rojo como la flama, completa el conjunto y la imagen de un rey de fuego. Pero el Choke nos consume a todos. Mugre mancha sus pulidas botas negras al caminar al frente, luchando con el profundo instinto de temer este lugar. Impaciente, lanza una mirada por encima de su hombro, mirando a las docenas que arrastró hasta aquí. Sus ojos azules son advertencia suficiente. Debemos ir con él. No le temo a la muerte, así que soy la primera en seguirlo a lo que podría ser una tumba.

El rey de los Lakeland ya está esperando.

Despatarrado en una simple silla, un hombre pequeño contra la enorme bandera colgada detrás de él. Es cobalto, hecha con una flor de cuatro pétalos en plateado y blanco. Sus transportes de metal azul lechoso se extienden del otro lado del pabellón, acomodados en una imagen a espejo como los nuestros. Cuento más de una docena a simple vista, todos arrastrándose con la versión Lakelander de los guardias Centinela. Más flanquean al rey Lakeland y a su corte. Ellos no usan máscaras o batas, sino armaduras tácticas destellantes y placas de un zafiro oscuro. De pie, silenciosos, estoicos, con rostros tallados en piedra. Cada uno un guerrero entrenado desde el nacimiento o cerca a este. No conozco ninguna de sus habilidades, o las de los acompañantes del rey. La corte de los Lakeland no es algo que haya estudiado en mis lecciones con la señorita Blonos siglos atrás.

Al acercarnos, el rey se enfoca mejor. Me quedo mirándolo intentando ver al hombre debajo de la corona de oro blanco, topacio, turquesa, y lapislázuli oscuro. Tanto como Maven favorece rojo y negro, este rey favorece su azul. Después de todo, es una ninfa, un manipulador del agua. Le queda. Espero que sus ojos sean tan azules, pero en su

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lugar, son un gris tormenta, igualando el duro metálico de su largo y lacio cabello. Me encuentro comparándolo con el padre de Maven, el único otro rey que he conocido. Está en completo contraste. Donde Tiberias el sexto era robusto, con barba, su rostro y cuerpo hinchado por el alcohol, el rey Lakelander es delgado, bien afeitado, y de ojos claros con piel oscura. Como con todos los Plateados un trasfondo gris-azul enfría su complexión. Cuando se pone de pie, es elegante, sus extensos movimientos similares a los de un bailarín. No lleva armadura o uniforme. Solo batas de reluciente plateado y cobalto, brillante y presagios como su bandera.

—Rey Maven de la Casa Calore —dice, inclinando su cabeza justo cuando Maven pisa el pabellón. Seda negra se desliza sobre mármol blanco.

—Rey Orrec de la Casa Cygnet —responde Maven en amabilidad. Es cuidadoso de inclinarse más abajo que su oponente, con una sonrisa fijada firmemente en sus labios—. Si solo mi padre estuviera aquí para ver esto.

—También tu madre —dice Orrec. No muerde las palabras, pero Maven se endereza rápidamente, como si repentinamente surgiese una amenaza—. Mis condolencias. Eres demasiado joven para experimentar tanta pérdida. —Tiene acento, sus palabras encuentran una extraña melodía. Pasa los ojos sobre el hombro de Maven, junto a mí, hacia Samson siguiéndonos en su azul Merandus—. ¿Fuiste informado sobre mis… peticiones?

—Por supuesto. —Maven alza la barbilla sobre el hombro. Me mira durante un segundo, luego como Orrec, desliza la mirada hacia Samson—. Primo, si no te importa, espera en tu transporte.

—Primo… —dice Samson con tanta oposición como puede. Aun así, se detiene de repente, sus pies plantados a muchos metros de la plataforma del pabellón. No hay argumento que hacer, no aquí. Los guardas del rey Orrec se tensan, moviendo las manos a su formación de armas. Pistolas, espadas, el aire mismo a nuestro alrededor. Cualquier cosa que le puedan llamar arma para evitar que un susurrador se acerque demasiado a un rey y a su mente. Si simplemente la corte de Norta fuese igual.

Finalmente, Samson cede. Hace una reverencia, balanceando los brazos a sus costados, en un brusco movimiento practicado.

—Sí, su majestad.

Solo cuando se da la vuelta, camina de regreso a los vehículos y desaparece de la vista, y los guardas Lakelander se relajan. Y el rey Orrec sonríe firmemente, haciendo señales a Maven para que se acerque. Como invitando a un niño a suplicar.

En cambio, Maven se sienta en el lado contrario. No es la Piedra Silenciosa, no es seguro, pero lo hace sin dudarlo. Se reclina y cruza las piernas, dejando que su capa cuelgue sobre un brazo mientras el otro está libre. Deja la mano colgando, con su brazalete de hacedor de llamas claramente visible.

El resto nos congregamos a su alrededor, tomando asientos para igualar la corte de los Lakeland ahora enfrentándonos. Evangeline y Ptolemus a la derecha de Maven, como

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hace su padre. No sé cuándo se unió a nuestra escolta. El gobernador Welle también está aquí, sus vestiduras verdes pálidas contra la gris de Choke. La ausencia de las Casas Iral, Laris y Haven parecen deslumbrar a mis ojos, sus rangos reemplazados por otros consejeros. Mis cuatro guardias Arven me flanquean mientras me siento, tan cerca que puedo escuchar sus respiraciones. En cambio, me centro en la gente frente a mí, los Lakelander. Los consejeros más cercanos al rey, confidentes, diplomáticos y generales. Gente para ser temida casi tanto como el mismo rey. No se hacen presentaciones, pero rápidamente me doy cuenta de quién es el más importante entre ellos. Ella se sienta a la derecha del rey, el lugar que ocupa en este momento Evangeline.

¿Una reina muy joven tal vez? No, el parecido familiar es demasiado. Tiene que ser la princesa de Lakeland, con ojos como los de su padre y con su propia corona de perfectas gemas azules. Su negro cabello liso brilla, con adornos de perla y zafiro. Mientras observo, siente mi mirada y me mira directamente.

Maven habla primero, rompiendo nuestras observaciones.

—Por primera vez en un siglo, nos encontramos de acuerdo.

—Lo hacemos. —Asiente Orrec. Su frente enjoyada destella con la débil luz del sol—. La Guardia Escarlata y toda su clase debe ser erradicada. Rápidamente, para que su mal no se extienda más de lo que ya ha hecho. Para que los Rojos de otras regiones no sean seducidos por sus falsas promesas. ¿Escucho rumores de problemas en Piedmont?

—Rumores, sí. —Mi rey de corazón ennegrecido no concede nada más de lo que quiere—. Sabes cómo pueden ser los príncipes. Siempre discutiendo entre ellas.

Orrec casi sonríe.

—Por supuesto. Los señores de Prairie son exactamente iguales.

—Con respecto a los términos…

—No tan rápido, mi joven amigo. Me gustaría saber el estado de tu casa antes de atravesar la puerta.

Incluso desde mi asiento puedo sentir a Maven tensarse.

—Pregunta lo que desees.

—¿Casa Iral? ¿Casa Laris? ¿Casa Haven? —Orrec pasa los ojos por nuestra fila, sin perderse nada. Desliza la mirada sobre mí, vacilando medio segundo—. No veo a nadie aquí.

—¿Y?

—Y los informes son correctos. Se han rebelado en contra del rey por derecho.

—Sí.

—En apoyo a un exiliado.

—Sí.

—¿Y qué hay de tu ejército de nuevasangres?

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—Crece con cada día que pasa —responde Maven—. Otra arma que todos debemos aprender a manejar.

—Como ella. —El rey de Lakeland inclina la cabeza en mi dirección—. La chica rayo es un poderoso trofeo.

Cierro los puños sobre las rodillas. Por supuesto, tiene razón. Soy poco más que un trofeo que Maven lleva alrededor, usando mi rostro y mis palabras forzadas para arrastrar más a su lado. Aunque no me sonrojo. He tenido mucho tiempo para acostumbrarme a mi vergüenza.

Si Maven mira en mi dirección, no lo sé. No lo miraré.

—Un trofeo, sí; y también un símbolo —indica Maven—. La Guardia Escarlata es de carne y hueso, no fantasmas. La carne y hueso puede ser controlada, derrotada y destruida.

El rey chasquea la lengua, como con lástima. Rápidamente se levanta, sus ropajes arremolinándose a su alrededor como un río sacudiéndose. Maven también se levanta y se encuentra con él en el centro del pabellón. Se miden mutuamente, uno devorando al otro. Ninguno quiere ser el primero en apartarse. Siento que todo el aire a mi alrededor se espesa; caliente, luego frío, luego seco, entonces húmedo. La voluntad de dos reyes Plateados brama a nuestro alrededor.

No sé qué ve Orrec en Maven, pero de repente se ablanda y extiende una oscura mano. Los anillos del estado centellean en todos sus dedos.

—Bueno, serán tratados muy pronto. Tus rebeldes Plateados también. Tres casas contra el poder de dos reinos no es nada.

Con una inclinación de cabeza, Maven devuelve el gesto. Toma la mano de Orrec en la suya.

Vagamente, me pregunto cómo demonios Mare Barrow de Los Pilares acabó aquí. A pocos centímetros de los reyes, viendo una pieza más de nuestra historia sangrienta encajar en su sitio. Julian se volverá loco cuando se lo cuente. Cuando. Porque lo veré de nuevo. Los veré a todos de nuevo.

—Ahora para los términos —fuerza Orrec. Y me doy cuenta que no quiere dejar ir los dedos de Maven. También lo hacen los Centinelas. Dando un amenazador paso adelante, en conjunto, sus ropajes de llamas escondiendo cualquier número de armas. Al otro lado de la plataforma, los guardias Lakelander hacen lo mismo. Cada lado mirando al otro tomar un paso que acabará en un baño de sangre.

Maven no intenta apartarse, o acercarse. Simplemente se mantiene firme, sin moverse, sin miedo.

—Los términos son sólidos —replica, su voz plana. No puedo ver su rostro—. Choke dividido por igual, las viejas fronteras se mantienen y abiertas para el viaje. Tendrás igual uso del Río Capital y el Canal Eris…

—Mientras tu hermano viva, necesito garantías.

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—Mi hermano es un traidor, un exiliado. Estará muerto muy pronto.

—A eso me refiero, chico. En cuanto él desaparezca, en cuanto despedacemos la Guardia Escarlata miembro a miembro; ¿volverás a las viejas formas? ¿Viejos enemigos? ¿Te encontrarás de nuevo ahogado en cuerpos Rojos y con la necesidad de lanzarlos a algún lado? —La expresión de Orrec se oscurece, ruborizándose con gris y violeta. Su estilo frío e indiferente se desvanece en furia—. Controlar a la población es una cosa, pero la guerra, el tira y afloja sin fin, es un poco más que loco. No derramaré ni una gota más de sangre Plateada porque no puedas comandar a tus ratas Rojas.

Maven se inclina hacia adelante, igualando la intensidad de Orrec.

—Nuestro tratado será firmado aquí, se emitirá en cada ciudad, a cada hombre, mujer y niño de mi reino. Todo el mundo sabrá que esta guerra ha terminado. Todo el mundo en Norta, al menos. Sé que no tienes las mismas capacidades en Lakeland, viejo hombre. Pero confío en que harás lo mejor para informar a la mayor parte de tu atrasado reino como sea posible.

Un estremecimiento nos atraviesa a todos. Miedo en los Plateados, pero excitación en mí. Que se destruyan unos a otros, susurro en mi cabeza. Que se destrocen unos a otros. No tengo dudas de que un rey ninfa no tendría un pequeño problema ahogando a Maven donde está.

Orrec enseña los dientes.

—No sabes nada de mi país.

—Sé que la Guardia Escarlata comenzó en tu casa, no en la mía —gruñe Maven. Con su mano libre hace señas, diciéndole a sus Centinelas que den marcha atrás. Estúpido niño fingiendo. Espero que haga que le maten—. No actúes como si me estuvieses haciendo un favor. Necesitas esto tanto como nosotros.

—Entonces quiero tu palabra, Maven Calore.

—La tienes…

—Tu palabra y tu mano. La unión más fuerte que puedas hacer.

Oh.

Paso la mirada por Maven, atrapado en un agarre con el rey de Lakeland, hacia Evangeline. Ella se sienta quieta, como si estuviese congelada, su mirada en el suelo de mármol y en ningún otro sitio. Espero que se levante y grite, que destroce este lugar en metralla. Pero no se mueve. Incluso Ptolemus, el perro faldero de su hermano, permanece firmemente en su asiento. Y su padre con su negra prole de Samos como siempre. Ningún cambio en él que pueda ver. Sin indicaciones de que Evangeline esté a punto de perder la posición por la que luchó tan duro por obtener.

Al otro lado del pabellón, la princesa Lakelander parece tallada en piedra. Ni siquiera pestañea. Sabía que esto iba a suceder.

Una vez, cuando el padre de Maven le dijo que iba a casarse conmigo, se ahogó con la sorpresa. Montó un gran espectáculo, jactándose y discutiendo. Fingió no saber de qué

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iba esa propuesta, qué significaba. Como yo, ha llevado miles de máscaras y representó un millón de papeles diferentes. Hoy está interpretando a un rey, y los reyes nunca están sorprendidos, nunca son atrapados con la guardia baja. Si está sorprendido, no lo muestra. No escucho otra cosa que acero en su voz.

—Sería un honor llamarte padre —dice.

Finalmente, Orrec deja ir la mano de Maven.

—Y un honor llamarte hijo.

A mi derecha, la silla de alguien chirría contra el mármol. Seguido rápidamente por dos más. En un frenesí de metal y negro, la Casa Samos se marcha del pabellón. Evangeline lidera a su hermano y a su padre, sin mirar atrás, con las manos abiertas a los costados. Con los hombros hundidos y su postura meticulosamente estirada parece de algún modo reducida.

Está aliviada.

Maven no la mira marchar, completamente centrado en la tarea en cuestión. Siendo la tarea la princesa Lakelander.

—Mi lady —dice, inclinándose en su dirección.

Ella simplemente inclina la cabeza, nunca rompiendo su mirada inflexible.

—A ojos de mi noble corte, me gustaría pedir su mano en matrimonio. —He escuchado esas palabras antes. Del mismo chico. Pronunciadas frente a una multitud, cada palabra sonando como una cerradura bloqueándose—. Me comprometo contigo, Iris Cygnet, princesa de Lakeland. ¿Aceptarás?

Iris es hermosa, más elegante que su padre. Aunque no una bailarina, sino una cazadora. Se levanta sobre grandes extremidades, desplegándose de su asiento en una cascada de terciopelo zafiro y unas curvas femeninas llenas. Vislumbro unos leggings de piel entre las aberturas de su vestido largo. Gastados y agrietados en las rodillas. No vino aquí sin preparar. Y como muchos aquí, no lleva guantes, a pesar del frío. La mano que extiende hacia Maven es de piel ambarina, con dedos largos, sin adornos. Aun así, su mirada no vacila, incluso cuando se forma una neblina por el aire, girando alrededor de su mano estirada. Brilla ante mis ojos, pequeñas gotas de humedad condensando a la vida. Se convierten pequeñas gotas de cristal de agua, cada una un alfiler refractando la luz mientras giran y se mueven.

Sus primeras palabras son en un lenguaje que no conozco. Lakelander. Es desgarradoramente hermoso, una palabra fluyendo a la siguiente línea como una canción hablada, como el agua. Luego en Nortan con acento…

—Pongo mi mano en la tuya y comprometo mi vida a la tuya —contesta ella, después de sus propias tradiciones y las costumbres de su reino—. Acepto, su majestad.

Él estira su mano desnuda para tomar la de ella, el brazalete en su muñeca brillando mientras se mueve. Una corriente de fuego golpea el aire, serpenteando y curvándose

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alrededor de sus dedos unidos. No la quema, aunque ciertamente pasa lo suficientemente cerca como para intentarlo. Iris nunca se encoge. Nunca pestañea.

Y así una guerra termina.

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Diecisiete

omó muchos días regresar a Archeon. No por la distancia. No porque el rey de los Lakeland no trajera nada menos que mil personas con él, cortesanos y soldados e incluso siervos Rojos. Sino porque todo el

reino de Norta de repente tiene algo que celebrar. El final de una guerra, y una próxima boda. El convoy ahora sin fin de Maven serpentea por el Camino de Hierro y luego por el Camino Real lentamente. Plateados y Rojos por igual a aclamar, suplicando una vista de su rey. Maven siempre se obliga, deteniéndose para encontrar multitudes con Iris a su lado. A pesar del odio profundamente arraigado por los Lakeland que se suponen tenemos, los Nortan se inclinan ante ella. Es una curiosidad y una bendición. Un puente. Incluso el rey Orrec recibe cálidas bienvenidas. Aplausos corteses, reverencias respetuosas. Un viejo enemigo se convirtió en un aliado para el largo camino por delante.

Eso es lo que Maven dice en cada vuelta:

—Norta y los Lakeland permanecen unidos ahora, atados juntos para el largo camino por delante. Contra todos los peligros que amenazan nuestros reinos. —Se refiere a la Guardia Escarlata. Quiere decir Corvium. Quiere decir Cal, las casas rebeldes, todo y cualquier cosa que amenace su tenue dominio del poder.

No hay nadie vivo para recordar los días antes de la guerra. Mi país no sabe cómo es la paz. No es de extrañar que confundan esto con la paz. Quiero gritar en cada rostro Rojo que pasa. Quiero tallar las palabras en mi cuerpo para que todo el mundo tenga que ver. Trampa. Mentira. Conspiración. No es que mis palabras signifiquen algo. He sido títere de otra persona por mucho tiempo. Mi voz no es mía. Sólo mis acciones lo son, y las circunstancias están severamente limitadas. Me desesperaría si pudiera, pero mis días de revolcarme están muy atrás. Tienen que estar. O simplemente me ahogaré, una muñeca hueca arrastrada detrás de un niño, vacía en cada centímetro.

Escaparé. Escaparé. Escaparé. No me atrevo a susurrar las palabras en voz alta. Pasan por mi mente, su ritmo en el tiempo con el latido de mi corazón.

Nadie me habla durante nuestro viaje. Ni siquiera Maven. Está ocupado con su nueva prometida. Tengo la sensación de que sabe qué tipo de persona es, y está preparada para él. Como con su padre, espero que se maten.

Las altas torres de Archeon son familiares, pero no una comodidad. El convoy vuelve a las mandíbulas de una jaula que conozco muy bien. A través de la ciudad, por los empinados caminos hasta el complejo palaciego de la Plaza Caesar y Whitefire. El sol es

T

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engañosamente brillante contra un cielo azul claro. Ya casi es primavera. Extraño. Parte de mí pensaba que el invierno duraría por siempre, reflejando mi encarcelamiento. No sé si puedo aguantar mirar las estaciones pasar desde mi celda real.

Escaparé. Escaparé. Escaparé.

Egg y Trio me pasan entre sí, sacándome del transporte y marchando por los escalones de Whitefire. El aire es cálido, húmedo, huele fresco y limpio. Unos minutos más con la luz del sol y podría comenzar a sudar bajo mi chaqueta de color escarlata y plateado. Pero estoy dentro del palacio de nuevo en pocos segundos, caminando bajo el rescate de un rey de candelabros. No me molestan mucho, no después de mi primera y única tentativa de escape. De hecho, casi me hacen sonreír.

—¿Feliz de estar en casa?

Estoy asustada por alguien que me habla y por quién me está hablando.

Resisto el profundo impulso de inclinarme, manteniendo la columna derecha mientras me detengo a enfrentarla. Los Arven también se detienen, lo suficientemente cerca para agarrarme si tienen que hacerlo. Siento una ondulación de su habilidad drenando pedacitos de mi energía. Sus propios guardias están igual de nerviosos, con su atención en el pasillo que nos rodea. Supongo que todavía piensan en Archeon y Norta como territorio enemigo.

—Princesa —respondo. El título tiene un sabor amargo, pero no veo mucho uso en antagonizar directamente con otra de las prometidas de Maven.

Su traje de viaje es engañosamente llano. Sólo unos leggins y una chaqueta azul oscuro, ajustada a la cintura para mostrar mejor su figura de reloj de arena. No hay joyas ni coronas. Su cabello es simple, en una sola trenza negra. Podría pasar por una Plateada normal. Rica, pero no real. Incluso su rostro permanece neutral. No sonríe, ni hace muecas. Ningún juicio de la brillante chica en sus cadenas. Comparada con los nobles que he conocido, hace un contraste chocante y un inconveniente. No sé nada de ella. Por lo que sé, podría ser peor que Evangeline. O incluso Elara. No tengo idea de quién es esta jovencita, ni qué piensa de mí. Me hace sentir incómoda.

E Iris lo sabe.

—No, pensaría que no —continúa—. ¿Caminas conmigo?

Extiende una mano, haciendo una invitación. Hay una posibilidad decente de que mis ojos se me salgan de la cabeza. Pero hago lo que me pide. Ella establece un ritmo rápido, pero no imposible, obligando a ambos grupos de guardias a seguirnos a través del vestíbulo de entrada.

—A pesar del nombre, Whitefire parece un lugar frío. —Iris mira hacia el techo. Los candelabros se reflejan en sus ojos grises, haciéndolos brillar—. No quiero que me encarcelen aquí.

Me burlo profundamente en mi garganta. La pobre tonta está a punto de ser la reina de Maven. No puedo pensar en una prisión peor que eso.

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—¿Algo gracioso, Mare Barrow? —gruñe.

—Nada, su alteza.

Sus ojos vagan sobre mí. Se quedan en mis muñecas, en las mangas largas ocultando mis esposas. Lentamente, toca una y toma una respiración. A pesar de la Piedra Silenciosa y el miedo instintivo que inspira, no se estremece.

—Mi padre también guarda mascotas. Quizá sea algo que hacen los reyes.

Meses atrás, la habría roto. No soy una mascota. Pero no está equivocada. En su lugar, me encojo de hombros.

—No he conocido a suficientes reyes para saberlo.

—Tres reyes para una chica Roja nacida de pobres cosas. Uno debe preguntarse si los dioses te aman o te odian.

No sé si reír o burlarme.

—No hay dioses.

—No en Norta. No para ti. —Su expresión se suaviza. Mira por encima de su hombro, a los muchos cortesanos y nobles mientras se mueven. La mayoría no se molestan en ocultar su deseo. Si la molesta, no lo demuestra—. Me pregunto si pueden oírme en un lugar sin dioses como éste. Ni siquiera hay un templo. Debo pedirle a Maven que me construya uno.

Muchas personas extrañas han pasado por mi vida. Pero todos ellos tienen piezas que puedo entender. Emociones que conozco, sueños, miedos. Parpadeo a la princesa Iris y me doy cuenta que cuanto más habla, más confusa se vuelve. Parece inteligente, fuerte, segura de sí misma, pero ¿por qué una persona así aceptaría casarse con un monstruo tan obvio? Ciertamente lo ve por lo que es. Y no puede ser ambición ciega conduciéndola aquí. Ya es una princesa, hija de un rey. ¿Qué quiere? ¿O siquiera tenía una opción? Su charla de dioses es aún más confusa. No tenemos tales creencias. ¿Cómo podemos?

—¿Estás memorizando mi rostro? —pregunta en voz baja mientras intento leerla. Tengo la sensación de que está haciendo lo mismo, observándome como si fuera una obra de arte complicada—. ¿O simplemente tratando de robar unos momentos más fuera de una habitación cerrada con llave? Si es esta última, no te culpo. Si es la primera, tengo la sensación de que verás mucho de mí, y yo de ti.

De cualquier otra persona, podría sonar como una amenaza. Pero no creo que Iris se preocupe lo suficiente por mí. Al menos no parece celosa. Eso requeriría que tuviera algún tipo de sentimiento hacia Maven, algo que dudo mucho.

—Llévame a la sala del trono.

Mis labios se contraen, deseando sonreír. Por lo general, la gente aquí hace peticiones que son verdaderamente ordenes de hierro. Iris es lo contrario. Su orden suena como una pregunta.

—Bien —murmuro, dejando que mis pies nos guíen. Los Arven no se atreven a tratar de alejarme. Iris Cygnet no es Evangeline Samos. Cruzarla podía considerarse un acto de

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guerra. No puedo evitar sonreírles a Trio y Egg. Ambos miran hacia atrás. Su irritación me hace sonreír, incluso a través de la picazón de mis cicatrices.

—Eres un extraño tipo de prisionero, señorita Barrow. No me di cuenta que, mientras Maven te pinta como una dama en sus emisiones, él requiere que seas una en todo momento.

Dama. El título nunca se aplicó realmente, y nunca lo hará.

—Sólo soy su mascota bien vestida y firmemente con correa.

—Qué rey tan peculiar para mantenerte como lo hace. Eres un enemigo del estado, una valiosa pieza de propaganda, y de alguna manera tratada casi como de la realeza. Pero entonces los chicos son tan extraños con sus juguetes. Especialmente aquellos acostumbrados a perder cosas. Se aferran más fuertemente que el resto.

—¿Y qué harías conmigo? —respondo. Como reina, Iris podría mantener mi vida en sus manos. Podría terminarlo, o empeorarlo aún más—. ¿Si estuvieras en su posición?

Iris esquiva la pregunta ingeniosamente.

—Nunca cometeré el error de intentar ponerme en su cabeza. Ese no es un lugar que cualquier persona cuerda deba estar. —Entonces se ríe para sí misma—. Supongo que su madre pasó una buena cantidad de tiempo allí.

Por mucho que Elara me odiara y a mi existencia, creo que odiaría más a Iris. La joven princesa es formidable por decir lo menos.

—Tienes suerte de no haber tenido que conocerla.

—Y te doy las gracias por eso —responde Iris—. Aunque espero que no sigas la tradición de matar a las reinas. Incluso las mascotas muerden. —Parpadea hacia mí, ojos grises penetrantes—. ¿Podrías?

No soy lo suficientemente estúpida como para responder. No, sería una mentira desnuda. Sí, me podría salvar sin embargo de otro enemigo real. Sonríe a mi silencio.

No es un largo paseo hasta la gran cámara donde Maven sostiene la corte. Después de tantos días ante las cámaras, obligados a tolerar nuevasangre prometiéndole su lealtad, lo sé íntimamente. Por lo general, el estrado está lleno de asientos, pero se han eliminado en nuestra ausencia, dejando sólo el prohibido trono gris. Iris lo mira fijamente mientras nos acercamos.

—Una táctica interesante —murmura cuando lo alcanzamos. Como con mis esposas, pasa un dedo por los bloques de la Piedra Silenciosa—. Necesario también. Con tantos susurros permitidos en la corte.

—¿Permitidos?

—No son bienvenidos en la corte de los Lakeland. No pueden pasar por las murallas de nuestra capital, Detraon, o entrar en el palacio sin escoltas adecuados. Y no se permite ningún susurro a menos de seis metros del monarca —explica Iris—. De hecho, no conozco a familias nobles que puedan reclamar tal habilidad en mi país.

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—¿No existen?

—No de donde vengo. Ya no.

La implicación cuelga en el aire como el humo.

Se aleja del trono, inclinando la cabeza. No le gusta lo que ve. Sus labios forman una delgada línea.

—¿Cuántas veces has sentido el toque de un Merandus en tu cabeza?

Por una fracción de segundo, trato de recordar. Estúpida.

—Demasiadas veces para contar —le digo con un encogimiento de hombros—. Primero Elara, luego Samson. No puedo decidir quién fue peor. Ahora sé que la reina podía mirarme la mente sin que lo supiera. Pero él… —Mi voz vacila. La memoria es dolorosa, provocando una presión que perfora mis sienes. Trato de masajear lejos el dolor—. Con Samson, sientes cada segundo que está allí.

Su rostro está gris.

—Tantos ojos en este lugar —dice, mirando primero a mis guardias y luego a las paredes. En las cámaras de seguridad mirando cada centímetro de la cámara abierta, observándonos—. Son bienvenidos a ver.

Lentamente, se quita la chaqueta y la dobla sobre el brazo. La camisa de abajo es blanca, sujetada en alto a su garganta, pero sin espalda. Se vuelve, bajo el disfraz de examinar la sala del trono. Realmente, se está mostrando. Su espalda es musculosa, poderosa, tallada de largas líneas. Los tatuajes negros la cubren desde la base de su cuero cabelludo, por su cuello, a través de sus omoplatos, todo a la base de su espina dorsal. Raíces, pienso. Me equivoco. No raíces, sino verticilos de agua, curvándose y derramándose sobre su piel en líneas perfectas. Se rizan mientras se mueve, una cosa viva. Finalmente, se aleja para mirarme. La más pequeña sonrisa juguetea en sus labios.

Desaparece en un instante mientras su mirada pasa por delante de mí. No tengo que darme la vuelta para saber quién se acerca, quién dirige los muchos pasos resonando en el mármol y en mi cráneo.

—Me encantaría darte un tour, Iris —dice Maven—. Tu padre se está instalando en sus apartamentos, pero estoy seguro de que no le importará que nos conozcamos mejor.

Los guardias Arven y Lakelander retroceden, dando al rey y a sus Centinelas su espacio. Uniformes azules, blanco, rojo anaranjado. Sus siluetas y colores están tan arraigados en mí que los conozco por el rabillo del ojo. Nada tanto como al pálido rey joven. Lo siento tanto como lo veo, su calor apestoso amenazando con engullirme. Se detiene a unos cuantos centímetros de mi lado, lo suficientemente cerca como para tomarme de la mano si quiere. Me estremezco de solo pensarlo.

—Me gustaría mucho —responde Iris. Inclina su cabeza de una manera extrañamente forzada. Reverenciar no le llega fácilmente—. Estaba comentándole a la señorita Barrow acerca de tus… —busca la palabra correcta, echando una ojeada al rígido trono—… decoraciones.

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Maven ofrece una sonrisa apretada.

—Una precaución. Mi padre fue asesinado, y también se han hecho intentos conmigo.

—¿Podría una silla de Piedra Silenciosa haber salvado a tu padre? —pregunta inocentemente.

Una corriente de calor se impulsa a través del aire. Al igual que Iris, siento la necesidad de arrojar mi chaqueta también, en caso de que el temperamento de Maven me haga sudar.

—No, mi hermano decidió que cortarle la cabeza era su mejor opción —dice sin rodeos—. No hay mucha defensa contra eso.

Sucedió en este mismo palacio. Unos pocos pasajes y habitaciones, subiendo unas escaleras a un lugar sin ventanas y paredes insonorizadas. Cuando los guardias me arrastraron allí, estaba aturdida, aterrorizada de que Maven y yo estuviéramos a punto de ser ejecutados por traición. En cambio, el rey terminó en dos pedazos. Su cabeza, su cuerpo, una ráfaga plateada salpicada en medio. En su lugar, Maven tomó la corona. Mis puños se aferran a la memoria.

—Qué horrible —murmura Iris. Siento sus ojos en mí.

—Sí, ¿verdad, Mare?

Su repentina mano en mi brazo quema como su marca. Mi control amenaza con estallar, y lo miro de reojo.

—Sí —exclamo con los dientes apretados—. Horrible.

Maven asiente de acuerdo, apretando su mandíbula para afirmar los huesos de su rostro. No puedo creer que tenga la audacia de parecer malhumorado. Parecer triste. No está ninguno. No puede estarlo. Su madre se llevó las piezas de él que amaban a su hermano y padre. Ojalá ella hubiera tomado la parte que me ama. En lugar de eso, se agrava, envenenándonos a ambos con su corrupción. La pudrición negra come en su cerebro y en cualquier parte de él que podría ser humano. También lo sabe. Sabe que hay algo mal, algo que no puede arreglar con capacidad o poder. Está quebrantado, y no hay sanador en esta tierra que pueda arreglarlo.

—Bueno, antes que te lleve a través de mi casa, hay alguien que quisiera conocer a mi futura esposa. Centinela Nornus, ¿si nos permite? —Maven gesticula sobre su soldado. A su mando, el Centinela en cuestión se difumina en un resplandor de rojo y naranja, corriendo hacia la entrada y viceversa en un llameante segundo. Uno rápido. En sus ropas, parece una bola de fuego.

Figuras siguen a su paso, sus colores de la casa familiares.

—Princesa Iris, éste es el señor gobernante de la Casa Samos, y su familia —dice Maven, extendiendo una mano entre su nueva prometida y la vieja.

Evangeline destaca en contraste con el simple vestido de Iris. Me pregunto cuanto le tomó para crear el fundido metálico líquido, abrazando cada curva de su cuerpo como

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brillantes de alquitrán. No más coronas y tiaras para ella, pero sus joyas lo compensan con creces. Lleva cadenas de plata en el cuello, las muñecas y las orejas, finas como hilos y tachonadas de diamantes. La apariencia de su hermano es diferente también, ausente de su armadura habitual o piel. Su silueta ondulante sigue amenazando bastante, pero Ptolemus se parece más a su padre ahora, en impecable terciopelo negro con una cadena de plata brillante. Volo lleva a sus hijos, con alguien que no reconozco a su lado. Pero puedo adivinar quién es.

En ese instante, entiendo un poco más de Evangeline. Su madre es una visión espantosa. No porque sea fea. Por el contrario, la mujer es muy hermosa. Le dio a Evangeline sus angulosos ojos negros y su perfecta piel de porcelana, pero no su cabello liso y abundante y su delgada figura. A esta mujer parece que podría romperla en dos, esposas y todo. Probablemente sea parte de su fachada. Lleva sus propios colores de la casa, negro y verde esmeralda, plata para denotar sus lealtades a la casa Samos. Viper. La voz de lady Blonos se burla en mi cabeza. Negro y verde son los colores de la casa Viper. La madre de Evangeline es una animos. A medida que se acerca, su brillante vestido se enfoca mejor. Y me doy cuenta por qué Evangeline es tan insistente en usar su habilidad. Es una tradición familiar.

Su madre no está usando joyas. Lleva serpientes.

En sus muñecas, alrededor de su cuello. Delgadas, negras, y moviéndose lentamente, sus escamas reluciendo como aceite derramado. El miedo y el disgusto por partes iguales me sacuden. De repente quiero correr a mi habitación, cerrar la puerta con llave, y poner tanta distancia como pueda entre las criaturas retorciéndose. En cambio, se acercan con cada uno de sus pasos. Y pensé que Evangeline era mala.

—Lord Volo; su esposa, Larentia de la Casa Viper; su hijo, Ptolemus; y su hija, Evangeline. Miembros bien considerados y valiosos de mi corte —explica Maven, señalando a cada uno a su vez. Él sonríe abiertamente, mostrando los dientes.

—Lamento que no hayamos podido conocerle antes. —Volo se adelanta para tomar la mano extendida de Iris. Con su barba de plata recién cortada, es fácil ver el parecido entre él y sus hijos. Huesos fuertes, líneas elegantes, narices largas y labios permanentemente cerrados en una mueca de desprecio. Su piel se ve más pálida contra la de Iris mientras le roza un beso en sus nudillos desnudos—. Se nos llamó para atender asuntos en nuestras propias tierras.

Iris inclina la cabeza. Una imagen graciosa ahora.

—Ninguna disculpa es necesaria, mi lord.

Por encima de sus manos juntas, Maven me llama la atención. Él tuerce una ceja en diversión. Si pudiera, le preguntaría qué había prometido... o con qué amenazaba a la casa Samos. Dos reyes Calore se han deslizado a través de sus dedos. Tanta conspiración y conspiración, por nada. Sé que Evangeline no amaba a Maven, ni siquiera le gustaba, pero ella fue criada para ser una reina. Su propósito le fue robado dos veces. Se había fallado a sí misma y, peor aún, le falló a su casa. Por lo menos ahora tiene alguien más que yo para culpar.

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Evangeline mira en mi dirección, sus pestañas oscuras y largas. Flotan por un momento mientras sus ojos vacilan, haciendo tic tac de un lado a otro como el péndulo de un viejo reloj. Doy un pequeño paso lejos de Iris para poner cierta distancia entre nosotras. Ahora que la hija Samos tiene un nuevo rival para odiar, no quiero darle la impresión equivocada.

—¿Y fue prometida del rey? —Iris retira la mano de Volo y entreteje sus dedos juntos. Los ojos de Evangeline se alejan de mí para mirar a la princesa. Por una vez, la veo en un campo con un rival igual. Tal vez tenga suerte y Evangeline cometerá un error, amenazará a Iris de la misma manera que solía amenazarme. Tengo la sensación de que Iris no tolerará ni una palabra suya.

—Por un tiempo, sí —dice Evangeline—. Y de su hermano antes que él.

La princesa no se sorprende. Supongo que los Lakelander están bien informados sobre la familia real de Norta.

—Bueno, me alegra que hayas vuelto a la corte. Necesitaremos una buena cantidad de ayuda en la organización de nuestra boda.

Me muerdo el labio con tanta fuerza que casi saco sangre. Frente a mí, Maven vuelve la cabeza para ocultar una cara de burla.

Una de las serpientes sisea, un sonido bajo, zumbador, imposible de confundir. Pero Larentia rápidamente hace una reverencia, barriendo la tela de su brillante vestido.

—Estamos a su disposición, su alteza —dice. Su voz es profunda, rica como jarabe. Mientras miramos, la serpiente más gruesa, alrededor de su cuello, acaricia su oreja y su cabello. Repugnante—. Será un honor ayudarle como podamos. —Espero que le dé un codazo a Evangeline en acuerdo. En su lugar, la mujer víbora vuelve su atención sobre mí, tan rápidamente que no tengo tiempo para mirar hacia otro lado—. ¿Hay alguna razón por la que el prisionero me esté mirando?

—Ninguno —respondo, mis dientes haciendo clic juntos.

Larentia toma mi contacto visual como un desafío. Como un animal. Se adelanta, cerrando la distancia entre nosotras. Tenemos la misma altura. La serpiente en su cabello sigue siseando, enrollándose y girando sobre su clavícula. Sus brillantes ojos se cruzan con los míos, y su lengua negra bifurcada lame el aire, saliendo entre colmillos largos. A pesar de que estoy defendiendo mi posición, no puedo sino tragar saliva, mi boca seca de repente. La serpiente sigue observándome.

—Dicen que eres diferente —murmura Larentia—. Pero tu miedo huele igual que el de todas las viles ratas rojas que he tenido la desgracia de conocer.

Rata Roja. Rata Roja.

Lo he oído muchas veces. Lo pensé sobre mí. De sus labios, me rompe algo. El control que he trabajado tan duro por mantener, que debo mantener si quiero seguir con vida, amenaza con deshacerse. Respiro con dificultad, dispuesta a mantenerme quieta. Sus serpientes siguen siseando, curvándose unas sobre otras en enredos negros escalados y espinas. Algunas son lo suficientemente largas como para llegar a mí si así lo desean.

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Maven suspira bajo en su garganta.

—Guardias, creo que es hora de que la señorita Barrow vuelva a su cuarto.

Giro sobre mi talón antes que los Arven puedan saltar sobre mí, retirándonos de la así llamada seguridad de su presencia. Algo sobre las serpientes, me digo. No podía soportarlas. No es de extrañar que Evangeline sea horrible, con una madre así para criarla. Cuando vuelvo a mi habitación, me siento atrapada por una sensación no deseada. Alivio. Gratitud. Hacia Maven.

Aplazo esa vil explosión de emoción con toda la rabia que tengo. Maven es un monstruo. No siento más que odio hacia él. No puedo permitir que nada más, ni la pena, se metan en mí.

DEBO ESCAPAR.

Pasan dos largos meses.

La boda de Maven será diez veces más grande que la producción del Baile de Despedida, o incluso que la Prueba de la Reina. Los nobles Plateados inundan de nuevo la capital, trayendo sus séquitos con ellos de todos los rincones de Norta. Incluso los que el rey exilió. Maven se siente lo suficientemente seguro en su nueva alianza para permitirse incluso sonreír a sus enemigos a través de sus puertas. Aunque la mayoría tiene casas propias, muchos establecen su residencia en el Whitefire, hasta el propio palacio parece listo para estallar en costuras. Me quedo en mi habitación en su mayoría. No me importa. Es mejor de esta forma. Puedo sentir la tormenta inminente de una boda. La unión tangible de Norta y de Lakelander.

El patio debajo de mi ventana, vacío durante todo el invierno, florece en un resorte repentinamente cálido y verde. Los nobles caminan a través de los árboles de magnolia a un ritmo perezoso, algunos de brazo en brazo. Siempre susurrando, siempre intrigando o chismeando. Ojalá pudiera leer sus labios. Podría aprender algo distinto de las casas que parecen reunirse juntas, sus colores más brillantes a la luz del sol. Maven tendría que ser un tonto al pensar que no están tramando algo contra él o su novia. Y él es muchas cosas, pero no eso.

La vieja rutina que solía pasar en mi primer mes de aislamiento, despertar, comer, sentarme, gritar, repetir, ya no sirve. Tengo maneras más útiles de pasar el tiempo. No hay bolígrafos ni papel, y no me molesto en preguntar. No hay que dejar restos. En vez de eso, miro los libros de Julian, volteando las páginas. A veces me aferro a sus notas, anotaciones garabateadas en la escritura de Julian. Interesante; curioso; corroborar con el volumen IV. Palabras inactivas con poco significado. De todos modos, cepillo mis dedos a lo largo de las cartas, sintiendo la tinta seca y la presión de una pluma desaparecida con el tiempo. Me basta con pensar en Julian, leyendo entre líneas en la página y palabras pronunciadas en voz alta.

Un rumiante volumen en particular me llama la atención, más delgado que las historias, pero densamente lleno de texto. Su lomo está muy roto, las páginas llenas de la escritura de Julian. Casi puedo sentir el calor de sus manos mientras alisaban las páginas hechas andrajos.

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Sobre los orígenes, dice la portada en letras negras en relieve, seguidas por los nombres de una docena de eruditos Plateados que escribieron los muchos ensayos y argumentos dentro del pequeño libro. La mayor parte de ello es demasiado compleja para mi comprensión, pero lo examino cuidadosamente de todos modos. Como si solo fuera para Julian.

Marcó un pasaje en particular, con el marcapáginas en la página y subrayando algunas frases. Algo sobre mutaciones, cambios. El resultado de armas antiguas que ya no poseemos y no podemos crear. Uno de los estudios cree que hizo Plateados. Otros no están de acuerdo. Algunos mencionan a los dioses, tal vez a los que Iris sigue.

Julian aclara su propia posición en el pie de página.

Extraño que tantos se creyeran dioses, o que un dios los eligió, escribió. Bendecidos por algo superior. Elevados a lo que somos. Cuando toda evidencia apunta a lo contrario. Nuestras habilidades provienen de la corrupción, de un azote de muerte. No fuimos elegidos por un dios, sino que un dios nos maldijo.

Parpadeo ante las palabras y me pregunto. Si los plateados están malditos, entonces ¿qué son los nuevasangre? ¿Peores?

¿O Julian está equivocado? ¿Somos elegidos también? ¿Y para qué?

Hombres y mujeres mucho más inteligentes que yo no tienen respuestas, y yo menos. Sin mencionar, tengo cosas más apremiantes para pensar.

Planeo mientras tomo el desayuno, masticando lentamente mientras pienso en lo que sé. La boda real será el caos organizado. Seguridad extra, más guardias de los que puedo contar, pero todavía una oportunidad lo suficientemente buena. Siervos por todas partes, los nobles borrachos, una princesa extranjera para distraer a la gente que por lo general se centra en mí. Sería estúpido no intentar algo. Cal sería estúpido de no intentar algo.

Miro las páginas en mi mano, en papel blanco y tinta negra. Nanny trató de salvarme y Nanny terminó muerta. Una pérdida de vida. Y egoístamente quiero que lo intenten otra vez. Porque si me quedo aquí mucho más tiempo, si tengo que vivir el resto de mi vida unos pasos detrás de Maven, con sus ojos atormentadores y sus pedazos perdidos y su odio por todos en este mundo…

Odio para todos…

—Detente —siseo para mí, luchando contra el impulso de dejar entrar al monstruo de seda golpear las paredes de mi mente—. Para.

Memorizar la disposición de Whitefire es una buena distracción, en la que suelo confiar. Dos izquierdas de mi puerta, a través de una galería de estatuas, de nuevo a la izquierda hacia una escalera de espiral... Trazo el camino a la sala del trono, el vestíbulo, la sala de banquetes, los diferentes estudios y cámaras del concilio, los cuartos de Evangeline, el viejo dormitorio de Maven. Cada paso que he tomado aquí lo memorizo. Cuanto mejor conozco el palacio, más posibilidades tengo de escapar cuando surja la oportunidad. Ciertamente Maven se casará con Iris en la Corte Real, y no en la Plaza

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Caesar en sí. Ningún otro lugar puede contener tantos invitados y guardias. No puedo ver la corte desde mi ventana, y nunca he estado adentro, pero cruzaré ese puente cuando llegue el momento.

Maven no me ha arrastrado a su lado desde que volvimos. Bien, me digo. Una habitación vacía y días de silencio son mejores que sus palabras. Sin embargo, siento un tirón de decepción cada noche cuando cierro mis ojos. Estoy sola; me temo que; soy egoísta. Me siento vacía por la Piedra Silenciosa y los meses que he pasado aquí, caminando al filo de la navaja. Sería tan fácil dejar que los trozos se desmoronasen. Sería tan fácil volverlos a juntar. Tal vez, en pocos años, ni siquiera se sienta como una prisión.

No.

Por primera vez en mucho tiempo, rompo mi plato del desayuno contra la pared, gritando como lo hago. El vaso de agua es el siguiente. Estalla en fragmentos de cristal. Las cosas rotas me hacen sentir un poco mejor.

Mi puerta se abre en medio segundo cuando entran los Arven. Egg es el primero en llegar a mi lado, me detiene en mi silla. Su agarre es firme, me impide levantarme. Ahora lo piensan mejor antes de dejarme en cualquier lugar cerca de los restos mientras limpian.

—Tal vez deberían empezar a darme plástico —me mofo de nadie—. Parece una mejor idea.

Egg quiere golpearme. Clavando sus dedos en mis hombros, probablemente dejando moretones. La Piedra Silenciosa hace que la herida sea dolorosa y profunda. Mi estómago se retuerce cuando me doy cuenta de que apenas puedo recordar lo que es estar en constante y sofocante dolor y angustia.

Los otros guardias barren los escombros, mientras el vidrio se arrastra sobre sus manos enguantadas. Sólo cuando desaparecen y su presencia palpitante ya no está, tengo una vez más la fuerza para estar de pie. Molesta, cierro el libro que no estaba leyendo. Genealogía de la nobleza nortina, Tomo IX, dice la portada. Inútil.

Sin nada mejor que hacer, lo pongo de nuevo en el estante. El libro encuadernado en cuero se desliza perfectamente entre sus hermanos, volúmenes VIII y X. Tal vez voy a tirar los otros libros y reordenarlos. Desperdiciar unos segundos de las interminables horas aquí.

Termino en el suelo, tratando de estirarme un poco más de lo que lo hice ayer. Mi vieja agilidad es un recuerdo débil, restringido por las circunstancias. Lo intento de todos modos, avanzando mis dedos hacia mis dedos de los pies. Los músculos de mis piernas arden, una sensación mejor que el dolor. Persigo el dolor. Es una de las únicas cosas que me recuerdan que todavía estoy viva en esta cáscara.

Los minutos sangran unos a otros y el tiempo se estira conmigo. Afuera, la luz cambia mientras las nubes de primavera se persiguen a través del sol.

El golpe en mi puerta es suave, incierto. Nadie se ha molestado en llamar antes, y mi corazón da un salto. Pero la lluvia de adrenalina muere. Un salvador no golpearía.

Evangeline abre la puerta, sin esperar una invitación.

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No me muevo, arraigada al lugar por una repentina oleada de miedo. Levanto mis piernas debajo de mí. Lista para saltar si tengo que.

Me mira por debajo de su nariz, su superioridad habitual en un abrigo largo, brillante y costuras de cuero fuertemente cosidas. Por un momento se queda quieta, e intercambiamos miradas en silencio.

—¿Eres tan peligrosa que ni siquiera pueden abrir una ventana? —Olfatea el aire—. Aquí apesta.

Mis músculos apretados se relajan un poco.

—Así que estás aburrida —murmuro—. Ve a la jaula de alguien más.

—Quizás más tarde. Pero por ahora, vas a ser útil.

—Realmente no tengo ganas de ser tu blanco.

Se golpea los labios.

—Oh, no el mío.

Con una mano, me toma bajo la axila y me levanta a mis pies. Tan pronto como su brazo entra en contacto con mi Piedra Silenciosa, su manga cae, derrumbándose al suelo en pedazos de polvo metálico reluciente. Rápidamente se vuelve a unir y cae otra vez, moviéndose en un ritmo uniforme y extraño, mientras ella se marcha de mi habitación.

No lucho. No tiene sentido. Eventualmente afloja su agarre de moretones y me permite caminar sin la presión de su mano.

—Si querías llevar a tu mascota a dar un paseo, todo lo que tenías que hacer era preguntar —le gruño, masajeando mi más reciente magulladura—. ¿No tienes una nueva rival que odiar? ¿O es más fácil elegir a un prisionero que a una princesa?

—Iris es demasiado tranquila para mi gusto —responde—. Todavía puedes morder, por lo menos.

—Es bueno saber que te divierto. —El pasaje se tuerce delante de nosotros. Izquierda, derecha, derecha. El plano de Whitefire se agudiza en mi mente. Pasamos los tapices de fénix en rojo y negro, bordes tachonados con verdaderas piedras preciosas. Luego una galería de estatuas y pinturas dedicadas a Caesar Calore, el primer rey de Norta. Más allá de él, por un medio tramo de escalones de mármol, está lo que llamo el Salón de Batalla. Un estrecho pasaje iluminado por claraboyas, en las paredes a ambos lados predominaban dos pinturas monstruosas, inspiradas en la Guerra de los Lakelander, que se extienden desde el suelo hasta el techo. Pero ella no me conduce más allá de pintadas escenas de muerte y gloria. No vamos a bajar a los niveles de la corte del palacio. Las salas se vuelven más ornamentadas, pero con menos exposiciones públicas de opulencia mientras me lleva a las residencias reales. Un número cada vez mayor de pinturas doradas de reyes, políticos y guerreros me observan ir, la mayoría con el característico cabello negro Calore.

—¿Al menos el rey Maven te ha permitido conservar tus habitaciones? ¿A pesar que tomó tu corona?

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Sus labios se retuercen. En una sonrisa, no en un ceño fruncido.

—¿Ves? Nunca me decepcionas. Toda afilada, Mare Barrow.

Nunca he estado en estas puertas antes. Pero puedo adivinar a dónde conducen. Demasiado grandes para alguien más que para un rey. Madera lacada en blanco, acabado en plata y oro, con incrustaciones de nácar y rubí. Evangeline no golpea esta vez y abre las puertas, sólo para encontrar una opulenta antecámara alineada por seis centinelas. Se erizan ante nuestra presencia, sus manos desviándose hacia las armas, los ojos agudos detrás de sus máscaras brillantes.

Ella no se atrevería.

—Dile al rey que Mare Barrow está aquí para verlo.

—El rey está indispuesto —contesta uno. Su voz tiembla con poder. Un banshee. Podría gritarnos y dejarnos sordas si tuviera oportunidad—. Márchese, lady Samos.

Evangeline no muestra miedo y pasa una mano a través de su larga trenza de plata.

—Dile —dice de nuevo. No tiene que bajar su voz o gruñir para ser amenazante—. Él querrá saber.

Mi corazón late en mi pecho. ¿Qué está haciendo? ¿Por qué? La última vez que decidió pasearme por Whitefire, terminé a merced de Samson Merandus, mi mente se abrió para que pudiera pasar. Ella tiene una agenda. Tiene objetivos. Si supiera lo que eran, podría hacerle frente.

Uno de los Centinelas se inclina ante ella. Es un hombre ancho, sus músculos evidentes incluso bajo los pliegues de sus ropas ardientes. Inclina su rostro, las joyas negras de su máscara atrapan la luz.

—Un momento, mi lady. —No puedo soportar las habitaciones de Maven. Sólo estar aquí se siente como entrar en arenas movedizas. Sumergirse en el océano, caerse de un acantilado. Envíennos lejos. Envíennos lejos.

El Centinela regresa rápidamente. Cuando se despide de sus compañeros, mi estómago se cae.

—Por aquí, Barrow —me llama.

Evangeline me da el más leve empujón, poniendo presión en la base de mi columna. Bien ejecutado. Me adelanto.

—Sólo Barrow —añade el Centinela. Mira a los Arven uno tras otro.

Permanecen en su lugar, dejándome ir. Igual que Evangeline. Sus ojos se oscurecen, más negros que nunca. Estoy atrapada por el extraño impulso de agarrarla y traerla conmigo. Frente a Maven, aquí sola, de repente es aterrador.

El Centinela, probablemente un Rhambos, no tiene que tocarme para guiarme en la dirección correcta. Atravesamos una sala de estar inundada de luz solar, extrañamente vacía y apenas decorada. No hay colores de la casa, ni pinturas ni esculturas, ni siquiera libros. La vieja habitación de Cal estaba llena, llena de diferentes tipos de armadura, sus

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preciosos manuales, incluso un tablero de juego. Piezas sembradas por todas partes. Maven no es su hermano. Él no tiene ningún motivo por el cual venir, no aquí, y la habitación refleja al chico hueco que realmente está en su interior.

Su cama es extrañamente pequeña. Construida para un niño, aunque la habitación estaba claramente organizada para celebrar algo mucho, mucho más grande. Las paredes de su habitación son blancas, sin adornos. Las ventanas son la única decoración, con vistas a una esquina de la Plaza de Caesar, el río Capital, y el puente que una vez ayudé a destruir. Se extiende por el agua, conectando Whitefire a la mitad oriental de la ciudad. Verdor estalla a la vida en todas las direcciones, salpicado de flores.

Lentamente, el Centinela se aclara la garganta. Lo miro y tiemblo cuando me doy cuenta que me va a abandonar también.

—Por allí —dice, señalando otro grupo de puertas.

Sería más fácil si alguien me arrastrara. Si el Centinela me pusiese una pistola en la cabeza y me hiciera caminar. Culpar del movimiento de mis pies a otra persona haría menos daño. En cambio, sólo soy yo. Aburrida. Mi curiosidad mórbida. El anhelo constante de dolor y soledad. Vivo en un mundo encogido donde la única cosa en la que puedo confiar es en la obsesión de Maven. Es como los esposas, es un escudo y una muerte lenta y asfixiante.

Las puertas se abren hacia adentro, deslizándose sobre el azulejo de mármol blanco. Espirales de vapor en el aire. No del propio rey del fuego, sino del agua caliente. Se hierve perezosamente a su alrededor, lechoso con jabón y aceites perfumados. A diferencia de su cama, la bañera es grande, posicionada a los pies con garras de plata. El descansa un codo a ambos lados de la porcelana impecable, deslizando sus dedos perezosamente por agua que se arremolina.

Maven me observa al entrar, con los ojos eléctricos y letales. Nunca lo he visto tan desprevenido y tan enojado. Una chica más inteligente se voltearía y empezaría a correr. En cambio, cierro la puerta detrás de mí.

No hay asientos, así que permanezco de pie. No sé dónde mirar, así que me concentro en su rostro. Su cabello está desordenado, empapado. Los rizos oscuros se aferran a su piel.

—Estoy ocupado —susurra.

—No tenías que dejarme entrar. —Me gustaría poder volver a repetir las palabras tan pronto como las hablo.

—Sí lo hice —dice, lo que significa muchas cosas. Luego parpadea, apartando la mirada. Se apoya hacia atrás, inclinando su cabeza contra la porcelana para poder mirar hacia el techo—. ¿Qué necesitas?

Una salida, perdón, una buena noche de sueño, mi familia. La lista se extiende, sin fin.

—Evangeline me arrastró hasta aquí. No quiero nada de ti.

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Hace un ruido bajo en su garganta. Casi una risa.

—Evangeline. Mis Centinelas son cobardes.

Si Maven fuera mi amigo, le advertiría que no subestimara a una hija de la Casa Samos. En lugar de eso, contengo mi lengua. El vapor se pega a mi piel, febril como carne caliente.

—Te trajo aquí para convencerme —dice.

—¿Convencerte de hacer qué?

—Cásate con Iris, no te cases con Iris. Desde luego, no te envió aquí para tomar el té.

—No. —Evangeline seguirá planeando obtener la corona de la reina hasta el último segundo. Incluso hasta que Maven se la ponga en la cabeza a otra chica. Es para lo que fue hecha. Al igual que Maven fue hecho para otros fines más terribles.

—Piensa que lo que siento por ti puede nublar mi juicio. Tonta.

Me estremezco. La marca en mi clavícula arde debajo de mi camisa.

—Escuché que empezaste a destrozar las cosas de nuevo —continúa.

—Tienes mal gusto en la porcelana.

Él sonríe mirando al techo. Una sonrisa torcida. Como la de su hermano. Por un segundo, la cara de Maven se convierte en la de Cal, sus rasgos cambian. Con un sobresalto, me doy cuenta que he estado aquí más tiempo del que conozco a Cal. Conozco la cara de Maven mejor que la suya.

Él cambia de posición, haciendo que el agua ondule mientras cuelga un brazo fuera de la bañera. Aparto mi mirada y miro la baldosa. Tengo tres hermanos, y un padre que no puede caminar. Pasé meses compartiendo un agujero engrandecido con una docena de hombres y niños apestosos. No soy una extraña a las formas masculinas. No significa que quiera ver más de Maven de lo que debo. Otra vez me siento al borde de arenas movedizas.

—La boda es mañana —dice finalmente. Su voz resuena en el mármol.

—Oh.

—¿No lo sabías?

—¿Cómo podría? No es que me mantengas exactamente informada.

Maven se encoge, levantando los hombros. Otro cambio del agua, mostrando más de su piel blanca.

—Sí, bueno, realmente no pensé que ibas a empezar a romper mis cosas, pero... —Se detiene y mira en mi dirección. Mi cuerpo pica—. Se sintió bien preguntarte.

Si no hubiese consecuencias, haría una mueca y gritaría y arrancaría sus ojos. Diría a Maven que, aunque mi tiempo con su hermano fue fugaz, todavía recuerdo cada latido de corazón que compartimos. La sensación cuando él se apretó contra mí mientras dormíamos, solos e intercambiando pesadillas. Su mano en mi cuello, carne con carne,

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haciéndome mirarlo mientras caíamos del cielo. Su olor. A que sabe. Amo a tu hermano, Maven. Tenías razón. Eres sólo una sombra, ¿y quién mira las sombras cuando tiene al fuego? ¿Quién elegiría un monstruo sobre un dios? No puedo herir a Maven con un rayo, pero puedo destruirlo con palabras. Darle en sus puntos débiles, abrir sus heridas. Hacerle sangrar pinchándolo y convirtiéndolo en algo peor de lo que nunca fue antes.

Las palabras que logro decir son muy diferentes.

—¿Te gusta Iris? —pregunto en su lugar.

Pasa una mano a lo largo de su cuero cabelludo rascándolo y jadea, infantil.

—Como si eso tuviera algo que ver con esto.

—Bueno, es la primera nueva relación que tendrás desde que tu madre murió. Será interesante ver cómo actúa sin su veneno en ti. —Tamborileo mis dedos a mi lado. Las palabras se hunden en su cabeza lentamente, y apenas asiente. De acuerdo. Siento una oleada de lástima por él. Lucho contra ello con uñas y dientes—. Y estuviste prometido hace dos meses. Parece rápido, más rápido que tu compromiso con Evangeline al menos.

—Eso tiende a suceder cuando un ejército entero está en juego —dice bruscamente—. Los Lakelander no son conocidos por su paciencia.

Me burlo.

—¿Y la Casa Samos es tan complaciente?

Una esquina de su boca se levanta con el fantasma de una sonrisa torcida. Juguetea con uno de sus brazaletes de fuego, girando lentamente el círculo de plata alrededor de su muñeca de huesos finos.

—Tienen su utilidad.

—Pensé que Evangeline te había convertido en alfiletero ahora.

Su sonrisa se extiende.

—Si me mata, pierde cualquier oportunidad que crea tener, por fugaz que sea. No es que su padre lo permitiera. La Casa Samos mantiene una posición de gran poder, incluso si no es reina. Pero de ser reina ella lo habría hecho.

—Lo puedo imaginar. —El pensamiento me estremece. Coronas de agujas y dagas y navajas, su madre en serpientes enjoyadas y su padre sosteniendo las cuerdas de títere de Maven.

—No puedo —admite—. Realmente no. Incluso ahora, sólo la veo como la reina de Cal.

—No tenías que elegirla después que te tendiera una trampa.

—Bueno, no podía elegir exactamente a la persona que quería, ¿no? —responde. En lugar de calor, siento que el aire que nos rodea se enfría. Suficiente para hacer que se me ponga la piel de gallina mientras me mira, sus ojos un azul lívido y ardiente. El vapor en el aire despeja la corriente de aire frío, quitando la fina barrera entre nosotros.

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Temblando, me aferro a la ventana más cercana, poniéndome de espaldas. Afuera, los árboles de magnolia se estremecen con una ligera brisa, sus flores son blancas y cremosas y rosadas al sol. Tal simple belleza no tiene lugar aquí, sin la corrupción de sangre o venganza o traición.

—Me lanzaste en la arena para morir —le digo lentamente. Como si uno de nosotros pudiera olvidar—. Me mantienes encadenada en tu palacio, encerrada noche y día. Me dejas consumirme, enfermar…

—¿Crees que me gusta verte así? —murmura—. ¿Crees que quiero mantenerte prisionera? —Algo obstaculiza su aliento—. Es la única forma en que puedes quedarte conmigo. —El agua se desliza de sus manos mientras las descorre hacia adelante y hacia atrás.

Me concentro en el sonido en lugar de en su voz. A pesar que sé lo que está haciendo, a pesar que puedo sentir su apretón en mis manos, no puedo evitar hundirme. Sería demasiado fácil dejarme ahogar. Parte de mí lo quiere.

Mantengo mis ojos en la ventana. Por una vez, me alegro por el dolor demasiado familiar de la Piedra Silenciosa. Es un recordatorio innegable de lo que él es, y lo que su amor significa para mí.

—Has intentado asesinar a todos los que me importan. Mataste a niños. —Un bebé, manchado de sangre, una nota en su pequeño puño. Lo recuerdo tan vívidamente que podría ser una pesadilla. No trato de forzar la imagen. Necesito recordarlo. Necesito recordar lo que es—. Por ti, mi hermano está muerto.

Me giro hacia él, sacando una risa vaga y vengativa. El enojo aclara mi cabeza.

Se incorpora bruscamente, su torso desnudo casi tan blanco como el agua del baño.

—Y mataste a mi madre. Te llevaste a mi hermano. Te llevaste a mi padre. Al segundo que caíste en este mundo, todo estaba en movimiento. Mi madre miró en tu cabeza y vio la oportunidad. Vio la oportunidad que había estado buscando siempre. Si no lo hubieras hecho... si nunca hubieras... —Se traba, las palabras vienen más rápido de lo que puede detenerlas. Luego aprieta los dientes, reprimiendo cualquier cosa más condenatoria. Otro suspiro de silencio—. No quiero saber lo que hubiera sido.

—Lo sé —gruño—. Habría terminado en una trinchera, destruida o destrozada o apenas sobreviviendo como una muerta andante. Sé en lo que me habría convertido, porque un millón de otros lo viven. Mi padre, mis hermanos, demasiada gente.

—Sabiendo lo que sabes ahora... ¿Volverías? ¿Elegirías esa vida? ¿Reclutamiento, tu pueblo fangoso, tu familia, ese muchacho del río?

Muchos están muertos por mí, por lo que soy. Si sólo fuera una roja, sólo Mare Barrow, estarían vivos. Shade estaría vivo. Mis pensamientos van a él. Cambiaría tantas cosas por tenerlo de vuelta. Me cambiaría mil veces. Pero entonces están los nuevasangre, encontrarlos y salvarlos. Rebeliones asistidas. Una guerra terminada. Plateados desgarrándose uno a otro. Rojos unidos. Tenía una mano en todo, por pequeña que fuese. Se cometieron errores. Mis errores. Demasiados para contar. Estoy lejos de un

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mundo perfecto, o incluso bueno. La verdadera pregunta se come mi cerebro. Lo que Maven realmente está preguntando. ¿Renunciarías a tu capacidad, cambiarías tu poder, volverías? No necesito tiempo para encontrar una respuesta.

—No —susurro. No recuerdo haberme movido tan cerca de él, con la mano cerrada en un lado de la bañera de porcelana—. No, no lo haría.

La confesión quema peor que la llama, comiendo mis entrañas. Lo odio por lo que me hace sentir, lo que me hace dar cuenta. Me pregunto si puedo moverme lo suficientemente rápido como para incapacitarlo. Asestar un puño, quebrar su mandíbula con las esposas. ¿Podrán los curanderos regenerar dientes? No hay punto real en tratar. No viviría para averiguarlo.

Me mira fijamente.

—Aquellos que saben lo que es la oscuridad harán cualquier cosa para permanecer en la luz.

—No actúes como si fuésemos iguales.

—¿Iguales? No. —Niega—. Pero quizás... estamos a mano.

—¿A mano? —Otra vez quiero despedazarlo. Usar mis uñas, mis dientes para rasgar su garganta. La insinuación se queda corta. Casi tanto como el hecho de que él podría estar en lo cierto.

—Solía preguntarle a Jon si podía ver futuros que ya no existen. Dijo que los caminos siempre estaban cambiando. Una mentira fácil. Dejé que me manipulara de una manera que incluso Samson no podía. Y cuando me llevó a ti, bueno, no discutí. ¿Cómo iba a saber qué veneno sería?

—Si soy un veneno, deshazte de mí. ¡Deja de torturarnos a ambos!

—Sabes que no puedo hacer eso, no importa lo mucho que quiera. —Parpadea y su mirada se aleja. En algún lugar que incluso no puedo alcanzarlo—. Eres como Thomas. Eres la única persona que me importa, la única persona que me recuerda que estoy vivo. No vacío. Y no solo.

Viva. No vacía. No sola.

Cada confesión es una flecha, perforando cada terminación nerviosa hasta que mi cuerpo se convierte en fuego frío. Odio que Maven pueda decir esas cosas. Odio que él sienta lo que siento, tema lo que temo. Lo odio; lo odio. Y si pudiera cambiar quién soy, cómo pienso, lo haría. Pero no puedo. Si los dioses de Iris son reales, ciertamente saben que lo he intentado.

—Jon no me hablaba de los futuros muertos, los que ya no eran posibles. Sin embargo, pienso en ellos —murmura—. Un rey Plateado, una reina Roja. ¿Cómo cambiarían las cosas? ¿Cuántos aún estarían vivos?

—No tu padre. No Cal. Y ciertamente no yo.

—Sé que es solo un sueño, Mare —dice. Como un niño corrigiendo en el aula—. Cualquier oportunidad que teníamos, aunque pequeña, se ha ido.

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—Gracias a ti.

—Sí. —Más suave, una admisión propia—. Sí.

Nunca rompiendo el contacto visual, Maven desliza el brazalete de su muñeca. Es lento, deliberado, metódico. Oigo que golpea el piso y rueda, metal plateado resonando contra el mármol. Los demás rápidamente le siguen. Todavía mirando, se apoya hacia atrás en la bañera e inclina su cabeza. Exponiendo su cuello. A mi lado, mis manos se contraen. Sería tan fácil. Envolver mis dedos alrededor de su cuello pálido. Poner todo mi peso en él. Inmovilizarlo. Cal le tiene miedo al agua. ¿También Maven? Podría ahogarlo. Matarlo. Dejar que el agua del baño nos hierva a ambos. Me atrevería a hacerlo. Parte de él podría querer que lo haga. O podría ser una de las mil trampas con las que me ha enamorado. Otro truco de Maven Calore.

Parpadea y exhala, dejando ir algo profundo dentro de sí mismo. Rompe el hechizo y el momento se termina.

—Serás una de las damas de Iris mañana. Diviértete.

Una flecha más me destripa.

Deseo tirar otro vaso contra la pared. Una dama en la espera de la boda del siglo. No hay posibilidad de escapar. Tendré que estar ante la corte entera. Guardias por todas partes. Ojos por todas partes. Quiero gritar.

Usa la ira. Usa la rabia, trato de decírmelo. En cambio, sólo me consume y se convierte en desesperación.

Maven sólo gesticula perezosamente con la mano abierta.

—Ahí está la puerta.

Trato de no mirar hacia atrás mientras me voy, pero no puedo evitarlo. Maven mira fijamente al techo, con los ojos vacíos. Y oigo a Julian en mi cabeza, susurrando las palabras que escribió.

No es un dios elegido, sino un dios maldito.

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Dieciocho

or una vez, no soy el objeto de tortura. Si tuviera la oportunidad, le agradecería a Iris por permitirme sentarme al lado y ser ignorada. Evangeline toma mi lugar en cambio. Intenta lucir serena, inafectada

por la escena a nuestro alrededor. El resto del séquito nupcial sigue mirándola, la chica a la que se suponía iba a servir. En cualquier momento, espero que se enrosque como una de las serpientes de su madre y empiece a sisear a cada persona que se atreva a acercarse a unos metros de su silla dorada. Después de todo, estas habitaciones solían ser suyas.

El salón está redecorado para su nueva ocupante y con razón. Tapices de brillante azul, flores frescas en agua clara y varias fuentes lo hacen inconfundible. Una princesa de las Lakeland reinando aquí.

En el centro de la habitación, Iris se rodea de sirvientes, criadas Rojas infinitamente habilidosas en el arte de la belleza. Ella necesita poca ayuda. Sus altos pómulos y ojos oscuros son lo bastante magníficos sin pintura. Una criada trenza intrincadamente su cabello negro en una corona, abrochándola con broches de zafiro y perla. Otra frota brillante colorete para esculpir una ya hermosa estructura ósea en algo etéreo y de otro mundo. Sus labios son de un profundo púrpura, expertamente aplicado. El vestido mismo, blanco desvaneciéndose a diáfano, reluciente azul en el dobladillo, destaca su oscura piel con un brillo parecido al del cielo momentos después de un atardecer. A pesar de que la apariencia es la última cosa por la que debería preocuparme, me siento como una muñeca descartada a su lado. Voy de rojo de nuevo, simple en comparación con mis habituales joyas y brocados. Si fuera un poco más rica, podría verme hermosa también. No que me importe. No se supone que brille, no quiero brillar… y a su lado, ciertamente no lo haré.

Evangeline no podría contrastar más con Iris si lo intentara, y ciertamente lo intentó. Mientras que Iris representa con entusiasmo la parte de una joven y sonrojada novia, Evangeline ha aceptado por propia voluntad el rol de la chica despreciada y desechada. Su vestido es de metal tan iridiscente que podría estar hecho de perla, con afiladas plumas blancas e incrustaciones de plata de arriba abajo. Sus propias criadas aletean a su alrededor, poniendo los toques finales a su apariencia. Mira a Iris todo el tiempo, los ojos negros nunca moviéndose. Solo cuando su madre se va a su lado, rompe su enfoque y luego sólo a centímetros de distancia de las mariposas verde esmeralda que decoran las faldas de Larentia. Sus alas aletean perezosamente, como en una brisa. Un gentil recordatorio de que son cosas vivas, unidas a la Viper por habilidad solamente. Espero que no tenga intención de sentarse.

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He visto bodas antes, en casa en Los Pilares. Reuniones ordinarias. Unas pocas palabras vinculantes y una rápida celebración. Las familias gorronean para proveer bastante comida para los invitados, mientras que quienes vagan, obtienen nada más que un buen espectáculo. Kilorn y yo solíamos intentar hacernos con las sobras, si había alguna. Llenábamos nuestros bolsillos con panecillos y nos escabullíamos para disfrutar del botín. No creo que vaya a hacer eso hoy.

La única cosa que voy a estar agarrando es la larga cola de Iris y mi propia cordura.

—Lástima que no pudiera asistir más de su familia, su alteza.

Una anciana, su cabello completamente gris, se distancia de las muchas damas Plateadas esperando a Iris. Cruza sus brazos sobre un inmaculado vestido de uniforme negro. A diferencia de la mayoría de oficiales, sus insignias son pocas, pero aún impresionantes. Nunca la he visto antes, aunque hay algo familiar en su rostro. Pero desde este ángulo, con sus rasgos de perfil, no puedo colocarlo.

Iris inclina su cabeza hacia la mujer. Detrás de ella, dos criadas abrochan un reluciente velo en su lugar.

—Mi madre es la reina en el poder de los Lakeland. Siempre debe sentarse en el trono. Y mi hermana mayor, su heredera, es reacia a dejar nuestro reino.

—Comprensible, en tan tumultuosos tiempos. —La anciana se inclina de nuevo, pero no tan profundamente como uno esperaría—. Mis felicitaciones, princesa Iris.

—Gracias, su majestad. Estoy contenta de que pudiera unírsenos.

¿Majestad?

La anciana se vuelve completamente, dándole su espalda a Iris mientras las criadas terminan su trabajo. Sus ojos se posan en mí, entrecerrándose lo más mínimo. Con una mano hace un gesto. Una gigantesca gema negra destella en su dedo anular. A ambos lados, Kitten y Clover me impulsan hacia adelante, empujándome hacia la mujer que de alguna manera tiene un título.

—Señorita Barrow —dice. La mujer es robusta, con una gruesa cintura, y es unos buenos cinco centímetros más alta que yo. Le echo un vistazo a su uniforme, buscando por los colores de la casa para distinguir quién podría ser.

—¿Su majestad? —replico, usando el título. Suena como una pregunta y verdaderamente lo es.

Ofrece una sonrisa divertida.

—Desearía haberte conocido antes. Cuando te hacías pasar por Mareena Titanos y no estabas reducida a esta —toca mi mejilla ligeramente, haciendo que me encoja—, esta persona consumida. Tal vez entonces, podría entender por qué mi nieto dejó su reino por ti.

Sus ojos son bronce. Rojo-oro. Reconocería sus ojos en cualquier lugar.

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A pesar de la boda a nuestro alrededor, las nubes de seda y el perfume, me siento deslizarme en ese horrible momento cuando un rey perdió su cabeza y un hijo perdió a su padre. Y esta mujer los perdió a ambos.

Fuera de las profundidades de la memoria, mis momentos malgastados leyendo historias, recuerdo su nombre. Anabel, de la Casa Lerolan. La reina Anabel. Madre de Tiberias el Sexto. La abuela de Cal. Ahora veo su corona, rosa oro y negros diamantes enclavados en su esmeradamente atado cabello. Una pequeña cosa comparada con lo que la realeza normalmente se suele pavonear por ahí.

Retira su mano. Mucho mejor. Anabel es una Olvido. No quiero sus dedos en ninguna parte cerca de mí. Podrían destruirme con un toque.

—Lamento lo de su hijo. —El rey Tiberias no era un hombre amable, no para mí, no para Maven, no para más de la mitad de su país viviendo y muriendo como esclavos. Pero amaba a la madre de Cal. Amaba a sus hijos. No era malvado. Sólo débil.

Su mirada nunca se aparta.

—Extraño, desde que ayudaste a matarlo.

No hay acusación en su voz. Ni ira. Ni rabia.

Está mintiendo.

La Corte Real está desprovista de color. Sólo blancas paredes y negras columnas, mármol y granito y cristal. Decora a una multitud de arcoíris. Los nobles pasan por sus puertas, sus vestidos y trajes y uniformes teñidos en cada reluciente tono. El último se apresura, tropezando para entrar antes que la novia real y su propio desfile empiecen su marcha a través de la Plaza Caesar. Cientos más de Plateados se reúnen a través de la extensión de baldosas, demasiado comunes para merecer una invitación a la boda. Esperan en manadas, a cada lado de un camino despejado alineado por una igualada distribución de guardias Nortan y Lakelander. Cámaras vigilan también, elevadas en plataformas. Y el reino mira con ellas.

Desde mi punto de observación, metida en la entrada de Whitefire, puedo ver por encima del hombro de Iris.

Se mantiene tranquila, ni un cabello fuera de lugar. Serena como agua tranquila. No sé cómo puede soportarlo. Su padre real tiene su brazo, sus túnicas azul cobalto eléctrico contra la blanca manga de su vestido de boda. Hoy su corona es de plata y zafiro, a juego con la de ella. No se hablan, centrados en el camino por delante.

Su cola se siente como líquido en mis manos. Seda tan fina que podría deslizarse a través de mis dedos. Mantengo un buen agarre, sólo para evitar atraer más atención de la que necesito. Por una vez, estoy contenta de tener a Evangeline a mi lado. Sostiene la otra esquina de la cola de Iris. A juzgar por los susurros de las otras damas de compañía, la visión es casi un escándalo. Se enfocan en ella en lugar de en mí. Nadie se molesta en acosar a la chica rayo sin sus chispas. Evangeline se lo toma todo con calma, su mandíbula fija y cerrada. No me ha hablado en absoluto. Otra pequeña bendición.

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En algún lugar, un cuerno resuena. Y la multitud responde, volviéndose hacia el palacio al unísono, un mar de ojos. Siento cada mirada mientras damos un paso adelante, en el rellano, bajo las escaleras, en las mandíbulas de un espectáculo Plateado. La última vez que vi una multitud aquí, estaba arrodillada y atrapada, sangrante y amoratada y desconsolada. Aún estoy así. Mis dedos tiemblan. Los guardias oprimen mientras Kitten y Clover están detrás de mí, en sencillos pero apropiados vestidos. La multitud empuja más cerca y Evangeline está tan cerca que podría acuchillarme entre las costillas sin parpadear. Mis pulmones se sienten apretados; mi pecho se constriñe y mi garganta parece cerrarse. Trago con fuerza y fuerzo un largo aliento. Cálmate. Me concentro en el vestido en mis manos, los centímetros delante de mí.

Creo que siento una gota de agua golpear mi rostro. Rezo para que sea lluvia y no lágrimas nerviosas.

—Recomponte, Barrow —sisea una voz. Podría ser la de Evangeline. Como con Maven, siento una enferma explosión de gratitud por el escaso apoyo. Intento apartarlo. Trato de razonar conmigo misma. Pero como un perro hambriento, tomaré cualquier sobra que se me dé. Lo que sea que pase por amabilidad en esta solitaria jaula.

Mi visión gira en espiral. Si no fuera por mis pies, mis queridos, rápidos y seguros pies, podría tropezar. Cada paso es más difícil que el último. El pánico sube por mi espina dorsal. Me concentro en el vestido blanco de Iris. Incluso cuento los latidos del corazón. Cualquier cosa para seguir moviéndome. No sé por qué, pero esta boda se siente como la clausura de miles de puertas. Maven ha doblado su fuerza y apretado su agarre. Nunca escaparé de él. No después de esto.

La piedra debajo cambia. Suaves baldosas cuadradas se convierten en pasos. Tropiezo en la primera, pero me corrijo, sosteniendo la cola. Haciendo lo único que soy capaz de hacer. A un lado, arrodillada, marchitándome, volviéndome más amarga y hambrienta en las sombras. ¿Es esto el resto de mi vida?

Antes que entre en las fauces de la Corte Real también, alzo la mirada. Más allá de las esculturas de fuego y estrellas y espadas y antiguos reyes, más allá de donde el cristal alcanza la brillante bóveda. Hacia el cielo. Las nubes se reúnen en la distancia. Unas pocas ya han alcanzado la Plaza, moviéndose firmemente con el viento. Se disipan lentamente, aclarándose en volutas de nada. La lluvia quiere caer, pero algo, probablemente tormentas Plateadas, controlando el tiempo no lo permitirá. Nada tendrá permitido arruinar este día.

Y entonces el cielo desaparece, reemplazado por un techo abovedado. Suave caliza se arquea por encima, marcada con espirales plateadas de llamas forjadas. Rojas y negras banderas de Norta y banderas azules de los Lakeland decoran cada lado de la antecámara, como si alguien pudiera olvidar los reinos cuya unión estamos a punto de presenciar. Los murmullos de miles de espectadores se escuchan como abejas zumbando, incrementados con cada paso que doy. Por delante, el pasaje se amplía en la cámara central de la Corte Real, un magnífico vestíbulo circular bajo la bóveda de cristal. El sol sube por los claros cristales, iluminando el espectáculo debajo. Cada asiento está ocupado, haciendo un

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círculo en el medio de la cámara en un halo de destellante color. La multitud espera, sin respiración. No puedo ver a Maven aún, pero puedo adivinar dónde estará.

Alguien más dudaría, incluso un poco. Iris no lo hace. Nunca tropieza mientras cruzamos en la luz. Un millar de cuerpos de pie es casi ensordecedor y el ruido hace eco alrededor de la cámara. Susurro de ropa, movimiento, murmullos. Me mantengo enfocada en mi respiración. Mi corazón se acelera de todos modos. Quiero alzar la mirada, notar las entradas, los pasajes ramificados, los pedazos de este lugar que puedo usar. Pero apenas puedo caminar, mucho menos planear otro condenado escape.

Se siente como si hubieran pasado años antes que lleguemos al centro. Maven espera, su capa tan opulenta como la cola de Iris y casi igual de larga. Es una impresionante figura en brillante rojo y blanco en lugar de negro. La corona está recientemente hecha, forjada de plata y rubíes trabajados en el fuego. Brilla cuando se mueve, volviendo su cabeza para enfrentar a su novia acercándose y su séquito. Sus ojos me encuentran primero. Lo conozco lo bastante bien para reconocer el lamento. Titila, vivo por un momento, bailando como la mecha de una vela iluminada. Y, así de fácil, desaparece, llevándose el recuerdo como humo. Lo odio, especialmente porque no puedo luchar con el ahora familiar arrebato de compasión por la sombra de la llama. Los monstruos se hacen. Como lo fue Maven. ¿Quién sabe lo que se suponía que iba a ser?

La ceremonia toma buena parte de una hora y tengo que quedarme a través de todo ello junto a Evangeline y el resto del desfile de la novia. Maven e Iris comparten palabras, juramentos y promesas urgidos por un juez Nortan. Una mujer en sencillas túnicas índigo habla también. De los Lakeland, asumo… ¿tal vez una enviada de sus dioses? Apenas escucho. Todo en lo que puedo pensar es en un ejército en rojo y azul, marchando a través del mundo. Las nubes continúan llegando, cada una más oscura que la anterior mientras pasan la bóveda por encima. Y cada una se desintegra. La tormenta quiere estallar, pero parece no poder hacerlo.

Conozco el sentimiento.

—Desde este hasta mi último día, me prometo a ti, Iris de la Casa Cygnet, princesa de los Lakeland.

Delante de mí, Maven extiende su mano. El fuego toca la punta de sus dedos, gentil y débil como la llama de una vela. Podría apagarlo de un soplo si lo intentara.

—Desde este hasta mi último día, me prometo a ti, Maven de la Casa Calore, rey de Norta.

Iris imita su acción, extendiendo su propia mano. Su manga blanca, bordeada de brillante azul, cae elegantemente, exponiendo más de su suave brazo como si filtrara humedad del aire. Una esfera de clara y temblorosa agua llena su palma. Cuando une manos con Maven, una habilidad destruye a la otra sin siquiera un siseo de vapor o humo. Una pacífica unión es hecha, y sellada con un roce de labios.

No la besa de la manera que me besó. Cualquier fuego que pudiera tener, está lejos.

Desearía estarlo también.

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El aplauso me estremece, tan alto como un trueno. La mayoría de la gente vitorea. No los culpo. Este es el último clavo en el ataúd de la Guerra Lakelander. A pesar de que murieron a miles, millones de Rojos, Plateados murieron también. No envidiaré sus celebraciones de paz.

Otro retumbo suena cuando la mayoría de asientos alrededor de la Corte Real se mueven, retrocediendo hacia la piedra. Me encojo, preguntándome si estamos a punto de ser apretados en una marea de buenos deseos. En su lugar, los Centinelas presionan. Aprieto la cola de Iris como un salvavidas, dejando que sus rápidos movimientos me lleven por la pesada multitud y de nuevo a la Plaza Caesar.

Por supuesto, el sonido sólo aumenta diez veces. Las banderas ondean, los vítores hacen erupción y lloviznas de papel caen sobre nosotros. Bajo mi cabeza, intentando bloquearlo. En su lugar, mis oídos empiezan a sonar. El sonido no se aleja, no importa lo mucho que sacudo mi cabeza. Una de las Arven toma mi codo, sus dedos clavándose en mi carne mientras más y más gente se oprime a nuestro alrededor. Los Centinelas gritan algo, instruyendo a la multitud a permanecer atrás. Maven se vuelve para mirar por encima de su hombro, su rostro de color gris con emoción o nervios o ambos. El sonido se intensifica y tengo que soltar la cola de Iris para cubrirme las orejas. No hace nada excepto ralentizarme, poniéndome fuera de su círculo de seguridad. Ella continúa, su brazo en el de su nuevo esposo, con Evangeline siguiéndolos. La marea nos separa.

Maven me ve parada y alza una ceja, sus labios separándose para hacer una pregunta. Sus pasos desaceleran.

Entonces el cielo se vuelve negro.

Nubes de tormenta florecen, oscuras y pesadas, formando un arco eléctrico encima de nosotros como humo del infierno. Rayos caen a través de las nubes, relámpagos teñidos de blanco y azul y verde. Cada uno dentado, violento, destructivo. Antinatural.

Mi latido ruge lo bastante alto para ahogar a la multitud. Pero no al trueno.

El sonido repiquetea en mi pecho, tan cerca y tan explosivo que sacude el aire. Lo saboreo en mi lengua.

No consigo ver el siguiente rayo hasta que Kitten y Clover me lanzan al suelo, nuestros vestidos malditos. Sujetan mis hombros, clavándose en los adoloridos músculos con sus manos y su habilidad. El silencio fluye por mi cuerpo, lo bastante rápido y fuerte para sacar el aire de mis pulmones. Jadeo, luchando por respirar. Mis dedos arañan el suelo de baldosas, buscando algo que agarrar. Si pudiera respirar, me reiría. Esta no es la primera vez que alguien me ha retenido en la Plaza Caesar.

Otro trueno, otro destello de luz azul. El empuje resultante del silencio de Arven casi me hace vomitar mis entrañas.

—No la mates, Janny. ¡No lo hagas! —gruñe Clover. Janny. El verdadero nombre de Kitten—. Conseguirán nuestra cabeza si muere.

—No soy yo. —Trato de escupir—. No soy yo.

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Si Kitten y Clover pueden oír, no lo demuestran. Su presión nunca disminuye, una nueva constante de dolor.

Incapaz de gritar, levanto mi cabeza, buscando a alguien que me ayude. Buscando a Maven. Detendrá esto. Me odio por pensarlo.

Piernas atraviesan mi visión, uniformes negros, colores civiles y distantes, ropas de color rojo-naranja. Los Centinelas siguen moviéndose, apretados en su formación. Al igual que en el banquete que terminó en casi asesinato, surgen en una acción bien practicada, centrada en un único propósito: defender al rey. Cambian de dirección rápidamente, llevando a Maven no hacia el palacio, sino al Tesoro. A su tren. A su fuga.

¿Fuga de qué?

La monstruosa tormenta no es mía. El relámpago no es mío.

—Sigue al rey —gruñe Kitten-Janny. Me levanta a mis piernas tambaleantes, y casi caigo de nuevo. Los Arven no me dejan. Tampoco la repentina pared de oficiales uniformados. Me rodean en formación de diamantes, perfecto para cortar a través de la multitud creciente. Los Arven disminuyen su capacidad de pulsar, aunque sólo sea para permitirme caminar.

Empujamos como uno mientras que el relámpago se intensifica. Aún no hay lluvia. Y no es lo suficientemente caliente o lo suficientemente árido como para un rayo seco. Extraño. Si solo pudiera sentirlo. Utilizarlo. Dibujar las líneas dentadas del cielo y borrar a cada persona que me rodea.

La multitud está perpleja. La mayoría alza la mirada; un pequeño punto. Algunos tratan de retroceder, pero se encuentran encerrados entre sí. Miro entre los rostros, buscando una explicación. Sólo veo confusión y miedo. Si la multitud entra en pánico, me pregunto si incluso los agentes de seguridad pueden impedir que nos pisoteen.

Más adelante, los Centinelas de Maven ensanchan la brecha entre nosotros. Unos pocos se han puesto a mover bruscamente a la gente. Un Brazofuerte empuja a un hombre hacia atrás varios metros, mientras que un telky sacude a tres o cuatro con una ola de su mano. La multitud les da un amplio espacio después de eso, despejando el espacio alrededor del huidizo rey y la nueva reina. A través del tumulto, atrapo sus ojos mientras mira hacia atrás para buscarme. Son amplios y salvajes ahora, vívidamente azules incluso desde tan lejos. Sus labios se mueven, gritando algo que no puedo oír sobre el trueno y el creciente pánico.

—¡Deprisa! —grita Clover, empujándome hacia la brecha.

Nuestros guardias se vuelven agresivos, sus habilidades se presentan. Un swift se mueve hacia adelante y hacia atrás, alejando a la gente de nuestro camino. Se desdibuja entre los cuerpos, un torbellino. Y luego se detiene frío.

El disparo atraviesa el espacio entre sus ojos. Demasiado cerca para esquivarlo, demasiado rápido para evitarlo. Su cabeza se va hacia atrás en un arco de sangre y cerebro.

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No conozco a la mujer que tiene el arma. Tiene el cabello azul, tatuajes azules dentados, y una bufanda carmesí ensangrentada envuelta alrededor de su muñeca. La multitud se estremece a su alrededor, sorprendida por un instante, antes de caer en el caos.

Con una mano todavía apuntando su pistola, la mujer de cabello azul levanta la otra.

Rayos rasgan el cielo.

Se estrellan contra el círculo de los Centinelas. Tiene un objetivo.

Me tenso, esperando una explosión. En lugar de eso, el relámpago de tinte azul golpea un arco repentino de agua brillante, que corre a través del líquido, pero mediante él. Rasgaduras y destellos, casi cegadores, pero desaparece en un instante, dejando sólo el escudo acuoso. Debajo, Maven, Evangeline, e incluso los Centinelas se agachan, las manos sobre la cabeza. Sólo Iris se queda de pie.

Las piscinas de agua alrededor de ella, rizándose y retorciéndose como una de las serpientes de Larentia. Crece con cada segundo, lixiviando tan rápidamente que saboreo el aire secándose en mi lengua. Iris no pierde el tiempo, arrancándose el velo. Sutilmente, espero que no llueva. No quiero saber lo que Iris puede hacer con la lluvia.

Los guardias de Lakelander luchan entre la muchedumbre, sus formas azules oscuras que intentan pasar a través de la muchedumbre que huye. Los oficiales de seguridad enfrentan el mismo obstáculo y se enredan en el lío. Los Plateados se precipitan en todas direcciones. Algunos hacia la conmoción, otros lejos del peligro. Estoy dividida entre querer correr con ellos y querer correr hacia la mujer de cabello azul. Mi cerebro zumba con adrenalina, luchando con uñas y dientes contra el silencio que está ahogando mi ser. Relámpagos. Ella maneja los rayos. Es una nuevasangre. Como yo. El pensamiento casi me hace llorar de felicidad. Si no sale rápido de aquí, acabará siendo un cadáver.

—¡Corre! —trato de gritar. Sale un susurro.

—¡Pongan al rey a salvo! —grita la voz de Evangeline mientras salta sobre sus pies. Su vestido rápidamente se convierte en una armadura, escalando a través de su piel en platos nacarados—. ¡Evacuen!

Algunos de los Centinelas cumplen, atrayendo a Maven a su formación protectora. Su mano chispea con una llama débil. Chisporrotea, mostrando su miedo. El resto de su destacamento desenfundan sus propias armas o hacen salir sus habilidades. Un Centinela banshee abre su boca para gritar, pero cae sobre una rodilla, jadeando. Él se rasga la garganta. No puede respirar. Pero, ¿por qué, quién? Sus compañeros lo arrastran mientras sigue ahogándose.

Otro rayo pasa por encima, este demasiado brillante para mirar. Cuando vuelvo a abrir los ojos, la mujer de cabello azul se ha ido, perdida en la multitud. En algún lugar, el fuego salpica en el aire.

Jadeando, me doy cuenta que no todos en la multitud se están escapando. No todos tienen miedo, o incluso confusión por el estallido de la violencia. Se mueven de manera diferente, con un propósito, un motivo, una misión. Las pistolas negras brillan,

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parpadeando mientras se hunden en la espalda o el estómago de un guardia. Cuchillos brillan en la creciente oscuridad. Los gritos de miedo se convierten en gritos de dolor. Los cuerpos caen, derrumbándose contra las baldosas de la Plaza.

Recuerdo los disturbios en Summerton. Rojos cazados y torturados. Una multitud de lo más débil entre ellos. Fue desorganizada, caótica, sin ningún orden. Esto es lo contrario. Lo que parece ser un pánico salvaje es el cuidadoso trabajo de unas pocas docenas de asesinos en una multitud de cientos. Con una sonrisa, me doy cuenta de que todos tienen algo en común. A medida que crece la histeria, cada uno se pone una bufanda roja.

La Guardia Escarlata está aquí.

Cal, Kilorn, Farley, Cameron, Bree, Tramy, el coronel.

Ellos están aquí.

Con todo lo que tengo, echo mi cabeza hacia atrás y estrello mi cráneo contra la nariz de Clover. Ella grita, y la sangre Plateada corre por su rostro. En un instante su agarre en mí se rompe, dejando sólo a Kitten. Conduzco un codo en su vientre, con la esperanza de deshacerme de ella. Suelta mi hombro, sólo para envolver su brazo alrededor de mi cuello y apretar.

Me retuerzo, tratando de obtener suficiente espacio para girar mi cuello y morderla. Ninguna posibilidad. Aumenta la presión, amenazando con aplastar mi tráquea. Mis ojos ven puntos, y siento que estoy siendo llevada. Lejos del Tesoro, Maven, sus Centinelas. A través de la multitud letal. Voy hacia atrás cuando llegamos a los escalones. Pateo débilmente, tratando de alcanzar algo. Los oficiales de seguridad esquivan mis pobres esfuerzos. Algunos caen de rodillas, con armas de fuego, cubriendo el retiro. Clover se cierne sobre mí, la mitad inferior de su rostro pintado con sangre reflejada.

—Vuelve tus pasos a través de Whitefire. Tenemos que seguir las órdenes —sisea a Kitten.

Trato de gritar pidiendo ayuda, pero no puedo tragar suficiente aire para hacer ruido. Y no sería de ninguna utilidad. Algo más fuerte que el trueno resuena a través del cielo. Dos algo. Tres. Seis. Pájaros de metal con alas de cuchillas. ¿Snapdragons? ¿El Blackrun? Pero estos aviones parecen diferentes de los que conozco. Más elegantes, más rápidos. La nueva flota de Maven, probablemente. A lo lejos, una explosión florece con pétalos de fuego rojo y humo negro. ¿Están bombardeando la Plaza o bombardeando a la Guardia Escarlata?

Cuando los Arven me arrastran al palacio, otra Plateado casi colisiona contra nosotros. Extiendo la mano. Tal vez esta persona va a ayudar.

Samson Merandus se burla, torciendo un brazo fuera de mi agarre. Me retiro como si su toque me quemara. Sólo la visión de él es suficiente para provocarme un dolor de cabeza. No se le permitió asistir a la boda, pero todavía está vestido para ella, inmaculado en un traje azul marino con su cabello rubio ceniza pegado al cráneo.

—¡Si la pierden los rasgaré a todos! —gruñe por encima de su hombro.

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Los Arven parecen más asustados que nadie. Asienten vigorosamente, al igual que los otros tres oficiales. Todos saben lo que puede hacer un susurro Merandus. Si necesitaba más incentivos para escapar, saber que Samson borrará sus mentes ciertamente lo es.

En mi último vistazo de la Plaza, las sombras negras se perfilan entre las nubes, cada vez más cerca. Más dirigibles. Pero estos son pesados, hinchados, no construidos para la velocidad o incluso el combate. Quizá vayan a aterrizar. Nunca los veo tocar tierra.

Lucho tanto como puedo, es decir, murmuro y me retuerzo bajo el peso del silencio. Eso ralentiza a mis guardias, pero sólo un poco. Cada centímetro se siente una victoria dura pero inútil. Seguimos moviéndonos. Los salones de Whitefire salen en espiral a nuestro alrededor. Con mi memorización, sé exactamente hacia dónde nos dirigimos. Hacia el ala este, la parte más cercana del palacio al Tesoro. Debe haber pasadizos, otra forma de llegar al tren abandonado de Maven. Cualquier esperanza de escapar desaparecerá en cuanto me metan bajo tierra.

Tres disparos, resonando tan cerca que los siento en mi pecho. Lo que está pasando en la Plaza está llegando lentamente al palacio. En la ventana, una llama roja estalla en el aire. De una explosión o una persona, no lo sé. Sólo puedo esperar. Cal. Estoy aquí. Cal. Me le imagino justo afuera, un infierno de rabia y destrucción. Con un arma en una mano, fuego en la otra, derribando todo su dolor y furia. Si él no puede salvarme, espero que al menos pueda desgarrar al monstruo que solía ser su hermano.

—¡Los rebeldes están asaltando Whitefire!

Me estremezo ante el sonido de Evangeline Samos. Sus botas golpean fuerte contra el suelo de mármol, cada paso parecido al golpe de un martillo enojado. La sangre Plateada mancha el lado izquierdo de su rostro, y su elaborado cabello es un lío, enredado y arrastrado por el viento. Huele a humo.

Su hermano no se encuentra en ninguna parte, pero no está sola. Wren, la curandera de la piel de Skonos que pasó tantos días tratando de hacerme ver viva, la sigue de cerca. Probablemente la arrastraron para asegurarse de que Evangeline no tiene que sufrir arañazos durante más de un instante.

Como Cal y Maven, Evangeline no es ajena al entrenamiento o protocolo militar. Se mantiene sobre sus pies, lista para reaccionar.

—La biblioteca más baja y la vieja galería están invadidas. Tenemos que llevarla por este camino. —Señala con su barbilla a una sala ramificada perpendicular a la nuestra. Afuera, los relámpagos parpadean. Se refleja contra su armadura—. Ustedes tres —clava los dedos en tres de los guardias—… defiendan nuestras espaldas.

Mi corazón se hunde en mi pecho. Evangeline personalmente se asegurará de que me suba en ese tren.

—Te voy a matar un día —le maldigo alrededor del agarre de Kitten.

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Hace caso omiso a la amenaza, demasiado ocupada gritando órdenes. Los guardias obedecen ansiosamente, volviendo para cubrir nuestro retiro. Están felices de que alguien se haga cargo de este lío infernal.

—¿Qué está pasando ahí afuera? —gruñe Clover mientras nos apresuramos. El miedo corrompe su voz—. Tú, restablece mi nariz —añade, agarrando a Wren por el brazo. La curandera de piel de Skonos trabaja sobre la marcha, haciendo estallar la nariz rota de Clover de nuevo en su lugar con un audible crack.

Evangeline mira por encima del hombro, no a Clover, sino al pasadizo detrás de nosotros. Se oscurece cuando la tormenta transforma el día en noche. El miedo cruza su rostro. Una cosa desconocida de ver en ella.

—Había trampas en la multitud, disfrazados de nobles Plateados. Nuevasangres, pensamos. Lo suficientemente fuertes como para mantenerse hasta… —Da la vuelta en una esquina antes de hacernos señales—. La Guardia Escarlata se apoderó de Corvium, pero no pensé que tuvieran a tanta gente. Verdaderos soldados, entrenados, bien armados. Bajando del cielo como malditos insectos.

—¿Cómo entraron? Estamos bajo un completo protocolo de seguridad para la boda. Más de mil soldados Plateados, además de las nuevas mascotas de Maven —gruñe Kitten. Se detiene cuando dos figuras de blanco salen de una puerta. El peso de su silencio me golpea, haciendo que mis rodillas se doblen—. ¡Caz, Brecker, con nosotros!

Creo que Egg y Trio son mejores nombres. Se deslizan por el suelo de mármol, corriendo para unirse a mi movediza prisión. Si tuviera la energía, lloraría. Cuatro Arven y Evangeline. Cualquier susurro de esperanza desaparece. Ni siquiera ayudará suplicar.

—No pueden ganar. Es una causa perdida —prosigue Clover.

—No están aquí para conquistar la capital. Están aquí por ella —dice Evangeline.

Egg me empuja hacia adelante.

—Qué pérdida de tiempo por este saco de huesos.

Damos la vuelta a otra esquina, hacia la larga y extensa Sala de Batalla. En comparación con la agitación en la Plaza, parece sereno, sus pintadas escenas de guerra muy lejos del caos. Se elevan, empequeñeciéndonos a todos en su antigua grandeza. Si no fuera por el sonido lejano de los aviones y los truenos, podría engañarme en la creencia de todo lo que era un sueño.

—En efecto —dice Evangeline. Sus pasos vacilan tan ligeramente que los demás no se dan cuenta. Pero yo sí—. Qué desperdicio de esfuerzo.

Se retuerce con una gracia suave y felina, con ambas manos saliendo disparadas. Lo veo todo como si el propio tiempo se hubiera ralentizado. Las placas de su armadura vuelan de ambas muñecas, rápidas y mortales como balas. Sus bordes brillan, afilando las cuchillas. Ellos silban a través del aire. Y carne.

La repentina caída del silencio se siente como el levantamiento de un peso inmenso. El brazo de Clover cae de mi cuello, su agarre flojo. Ella también cae.

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Cuatro cabezas caen al suelo, sangre goteando. Los cuerpos las siguen, todos de blanco, con las manos enguantadas de plástico. Sus ojos están abiertos. Nunca tuvieron una oportunidad. Sangre —el olor, la vista— asalta mis sentidos, y la bilis se va hacia mi garganta. Lo único que evita que vomite es la punta dentada del miedo y la realización.

Evangeline no me llevará al tren. Me va a matar. Va a terminar con esto.

Parece sorprendentemente tranquila por haber asesinado a cuatro personas. Las placas de metal vuelven a sus brazos, deslizándose de nuevo en su lugar. Wren la curandera de la piel no se mueve, sus ojos en el techo. Ella no verá lo que va a suceder después.

No servirá de nada correr. También podría enfrentarlo.

—Ponte en mi camino y te mataré lentamente —susurra, pisando un cadáver para agarrarme por el cuello. Su aliento se apodera de mí. Cálido, teñido con menta—. Pequeña niña rayo.

—Entonces termina con eso —fuerzo a través de mis dientes.

A esta distancia, me doy cuenta que sus ojos no son negros sino gris carbón. Ojos de nubes de tormenta. Se estrechan mientras intenta decidir cómo matarme. Tendrá que ser a mano. Mis esposas no permiten que sus habilidades toquen mi piel. Pero un solo cuchillo hará el truco igual de bien. Espero que sea rápido, aunque dudo que tenga suficiente misericordia para tal cosa.

—Wren, con tu permiso —dice Evangeline, extendiendo la mano.

En lugar de una daga, la sanadora saca una llave del bolsillo del cadáver sin cabeza de Trio. La presiona en la palma de Evangeline.

Me entumezco.

—¿Sabes qué es esto? —¿Cómo no podría? He soñado con esa llave—. Voy a ofrecerte un trato.

—Hazlo —susurro, mis ojos nunca vacilando del puntiagudo trozo de hierro negro—. Te daré cualquier cosa.

Evangeline me agarra la mandíbula, obligándome a mirarla. Nunca la había visto tan desesperada, ni siquiera en la arena. Sus ojos vacilan y su labio inferior tiembla.

—Perdiste a tu hermano. No tomes al mío.

Furia se enciende en mi estómago. Todo menos eso. Porque he soñado con Ptolomeo también. Rajando su garganta, cortándole, electrocutándolo. Él mató a Shade. Una vida por una vida. Un hermano por un hermano.

Sus dedos se hunden en mi piel, sus uñas amenazando con perforar la carne.

—Miente y te mataré ahí donde estás parada. Entonces mataré al resto de tu familia. —En algún lugar de los enredados pasillos del palacio, el eco de la batalla se eleva—. Mare Barrow, toma tu decisión. Deja que Ptolemus viva.

—Vivirá —digo con voz entrecortada

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—Júralo.

—Lo juro.

Lágrimas se reúnen cuando se mueve, rápidamente quitando una esposa después la otra. Evangeline lanza cada una tan lejos como puede. Para el momento en que termina, soy un desastre sollozante.

Sin las esposas, la Piedra Silenciosa, el mundo se siente vacío. Sin peso. Temo que pueda irme flotando a la deriva. Aun así, la debilidad es casi incapacitante, peor que mi último intento de escape. Seis meses de ello no desaparecerán en un instante. Intento alcanzar mi habilidad, intento sentir los bombillos por encima de mi cabeza. Apenas puedo sentir su zumbido. Dudo que siquiera pueda apagarlos, algo que solía tomar por sentado.

—Gracias —susurro. Palabras que nunca pensé que se las diría a ella. Nos descolocan a ambas.

—¿Quieres agradecerme, Barrow? —murmura, pateando para alejar lo último de mis ataduras—. Entonces mantén tu palabra. Y deja que este maldito lugar arda.

Antes que pueda decirle que no serviré de nada, que necesitaré días, semanas, meses para recuperarme, Wren pone sus manos en mi cuello. Ahora me doy cuenta que Evangeline arrastró con ella a un sanador de piel. No para ella. Para mí.

Calor se derrama por mi columna, en mis venas y huesos y tuétano. Pulsa a través de mí tan completo que casi espero que la sanación duela. Caigo sobre una rodilla, superada. Los dolores se desvanecen. Los temblorosos dedos, las piernas débiles, el débil pulso, hasta el último de los fantasmas de la Piedra Silenciosa se van ante el toque de un sanador. Mi cabeza nunca olvidará lo que me sucedió, pero mi cuerpo rápidamente lo hace.

La electricidad regresa rápidamente, tronando desde la parte más profunda de mí. Cada nervio grita volviendo a la vida. Por todo el pasillo, los bombillos se hacen pedazos en sus candelabros. Las cámaras ocultas explotan con chispas y cables sueltos. Wren brinca hacia atrás, gritando.

Bajo la mirada para ver púrpura y blanco. Electricidad desnuda brinca entre mis dedos, siseando en el aire. El empuje y jaleo es dolorosamente familiar. Mi habilidad, mi fuerza, mi poder ha regresado.

Evangeline da un medido paso hacia atrás. Sus ojos reflejan mis chispas. Brillan.

—Mantén tu promesa, chica rayo.

La oscuridad camina conmigo.

Cada luz chisporrotea y se apaga cuando paso. El vidrio se resquebraja, la electrificada crepita. El aire zumba como un cable vivo. Acaricia mis palmas abiertas y me estremezco ante la sensación de tal poder. Pensé que había olvidado cómo era esto. Pero eso es imposible. Puedo olvidar casi todo lo demás en este mundo, pero no mis rayos. No quién o qué soy.

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Las esposas hacían que fuera extenuante caminar. Sin ellas pesándome, vuelo. Hacia el humo, el peligro, lo que finalmente podría ser mi salvación o mi final. No me importa cuál, mientras que no esté atrapada en esta prisión infernal durante un minuto más. Mi vestido flota en harapos rubí, lo suficientemente desgarrado para permitirme correr lo más rápido que puedo. Las mangas arden, quemándose con cada nueva erupción de chispas. Ahora no me reprimo. El rayo va a donde quiere ir. Explota con cada latido de mi corazón. Los rayos púrpura y blanco y las chispas bailan a lo largo de mis dedos, centellando dentro y fuera de mis palmas. Me estremezco con placer. Nada alguna vez se ha sentido tan maravilloso. Sigo buscado por la electricidad, enamorada de cada vena. Ha pasado tanto tiempo. Ha pasado tanto tiempo.

Esto es lo que los cazadores deben de sentir. En cada esquina que doy la vuelta, espero encontrar alguna especie de presa. Corro la ruta que conozco más, atravesando la cámara de consejo, sus asientos vacíos me acechan mientras me dirijo rápidamente hacia el sello de Nortan. Si tuviera el tiempo, destruiría el símbolo bajo mis pies. Rompería cada centímetro de la Corona Ardiente. Pero tengo una verdadera corona que matar. Porque eso es lo que voy a hacer. Si Maven todavía está aquí, si el desgraciado chico no se ha escapado. Voy a observar su último aliento y saber que nunca podrá mantenerme cautiva de nuevo.

Los oficiales de seguridad retroceden en mi dirección, sus espaldas hacia mí. Todavía haciendo lo que Evangeline ordenó. Los tres tienen sus armas largas metidas en los huecos de sus cuellos, dedos en los gatillos mientras cubren el pasillo. No conozco sus nombres, sólo sus colores. Casa Greco, todos Brazofuertes. No necesitan balas para matarme. Uno de ellos podría romper mi espalda, aplastar mis costillas, hacer estallar mi cráneo como una uva. Soy yo o ellos.

El primero escucha mis pasos. Vuelve su barbilla, mirando por encima de su hombro. Mi rayo sube por su columna y hasta su cerebro. Siento sus ramificaciones nerviosas por una décima de segundo. Los otros dos reaccionan, girándose para enfrentarme. El rayo es más rápido que ellos, venciéndolos a ambos.

Nunca rompo mi paso, pasando por encima de sus cuerpos humeantes.

El próximo pasillo es a lo largo de la Plaza, su alguna vez relucientes ventanas manchadas con ceniza. Unos cuantos candelabros yacen contra el suelo en torcidos montones de oro y vidrio. También hay cuerpos. Oficiales de seguridad en sus uniformes negros, Guardia Escarlata con sus bufandas rojas. Las secuelas de la pelea, una de muchas intensas dentro de la batalla más larga. Reviso el Guardia más cercano a mí, agachándome para sentir su cuello. No hay pulso. Sus ojos están cerrados. Me alegra no reconocerla.

Afuera, otro estallido de relámpagos azules atraviesa las nubes. No puedo evitar sonreír, las esquinas de mi boca jalando agudamente mis cicatrices. Otro nuevasangre que puede controlar los relámpagos. No estoy sola.

Moviéndome rápidamente, tomo lo que puedo de los cuerpos. Una pistola y municiones de una oficial. Una bufanda roja de la mujer. Murió por mí. En otro momento, Mare, me reprendo, haciendo a un lado la avalancha de tales pensamientos. Usando mis dientes. Amarro la bufando a mi muñeca.

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Balas resuenan contra las ventanas, un rocío de ellas. Me encojo, cayendo al suelo, pero las ventanas se mantienen firmes. Vidrio de diamante. A prueba de balas. Estoy a salvo detrás de ellas, pero también atrapada.

Nunca de nuevo.

Me levanto deslizándome contra la pared, tratando de no ser vista mientras observo. La visión me hace jadear.

Lo que una vez fue una celebración de boda ahora es una guerra declarada. Estaba al tanto de la rebelión de la casa, Iral y Haven y Laris contra el resto de la corte de Maven, pero esto lo encoge sustancialmente. Cientos de oficiales Nortan, guardias Lakelander, mortales nobles de la corte, por un lado, con soldados de la Guardia Escarlata del otro. Tiene que haber nuevasangres entre ellos. Tantos guerreros rojos de lo que alguna vez creí posible. Superan en número a los Plateados al menos cinco a uno, y ni siquiera han llegado aquí, pero entonces veo las aeronaves. Seis de ellas, todas aterrizan directamente sobre la Plaza. Cada una de ellas escupe soldados, docenas de ellos. Esperanza y emoción rugen por todo mi ser.

—Vaya infierno de rescate. —No puedo evitar susurrar.

Y voy a asegurarme que tenga éxito.

No soy Plateada; no necesito jalar mi habilidad de mis alrededores. Pero ciertamente, no lastima tener más electricidad, más poder a la mano. Cerrando mis ojos sólo por un segundo, llamo a cada cable, cada pulso, cada cambio, hasta la estática que cuelga de las cortinas. Se levanta a mis órdenes. Me sirve como combustible, me cura tanto como Wren.

Después de seis meses de oscuridad, finalmente siento la luz.

Llamas púrpuras y blancas se encienden en los bordes de mi visión. Todo mi cuerpo vibra, la piel estremeciéndose con el deleite del rayo. Sigo corriendo. Adrenalina y electricidad. Siento que podría correr.

Más de una docena de oficiales de seguridad resguardan el pasillo de entrada. Uno, un magnetrón, se ocupa sellando las ventanas con jaulas de candelabro retorcido y paneles de recubrimiento dorado. Cuerpos y sangre en ambos colores cubren el suelo. El olor a pólvora abruma todo salvo los disparos afuera. Los oficiales aseguran el palacio, manteniendo su posición. Su atención está en la batalla fuera, en la Plaza. No a sus espaldas.

Agachándome, pongo mis manos sobre el mármol debajo de mis pies. Se siente frío debajo de mis dedos. Insto mi rayo contra la piedra, enviándolo por todo el suelo en una escarpada ola de electricidad. Pulsa, una ola, atrapándolos fuera de guardia. Algunos caen, algunos salen disparados hacia atrás. La fuerza del disparo hace eco en mi pecho. Si es suficiente para matar, no lo sé.

Mi único pensamiento es la Plaza. Cuando el aire caliente golpea mis pulmones, casi me río. Está contaminado con ceniza, sangre, el zumbido eléctrico de la tormenta

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eléctrica, pero sabe más dulce que cualquier otra cosa. Por encima de mí, las nubes ennegrecidas retumban. El sonido vive en mis huesos.

Disparo rayos púrpuras y blancos que atraviesan el cielo. Una señal. La chica relámpago está en libertad.

No me quedo merodeando. De pie en los escalones, mirando hacia la agitación, es una buena manera de obtener un disparo en la cabeza. Me hundo en la pelea, buscando un rostro familiar. No amigable, pero al menos familiar. La gente choca conmigo por todas partes, sin ton ni son. Los Plateados son tomados inadvertidamente, incapaces de reaccionar como sus rangos practicados. Sólo los soldados de la Guardia Escarlata tienen algún tipo de organización, pero rápidamente se está desmoronando. Serpenteado para llegar hacia el Tesoro, el último lugar donde vi a Maven y a su Centinela. Sólo fue hace unos minutos. Todavía podrían estar aquí, rodeados, haciendo una declaración. Lo mataré. necesito hacerlo.

Las balas pasan rozando mi cabeza. Soy más baja que la mayoría, pero, aun así, tengo un presentimiento mientras corro.

El primer Plateado en retarme tiene batas de Provos, oro y negro. Un hombre delgado con el cabello aún más delgado. Extiende un brazo y me muevo raudamente hacia atrás, mi cabeza golpeando contra el suelo de baldosas. Le sonrío, a punto de reírme. Cuando repentinamente no puedo respirar. Mi pecho se contrae, apretándose. Mis costillas. Levanto mi mirada para encontrarlo cerniéndose sobre mí, su mano cerrada en un puño. El telky va a colapsar mi caja torácica.

El rayo se levanta para conocerlo, chisporroteando enojadamente. Lo esquiva, más rápido de lo que había anticipado. Mi visión se llena de puntos debido a la falta de oxígeno en mi cerebro. Otro rayo, otra evasión.

Provos está tan enfocado en mí, que no nota al ancho soldado Rojo a unos metros de distancia. Le dispara a través de la cabeza con una munición para atravesar la armadura. No es bonito. Plateado es salpicado por todo mi vestido arruinado.

—¡Mare! —grita, apurándose a llegar a mi lado. Reconozco esa voz, su rostro marrón oscuro, y sus ojos azul cielo. Otros cuatro guardias se mueven junto a él. Lo rodean, protegiendo. Con manos fuertes, me levanta hasta ponerme de pie.

Obligando una respiración, me estremezco con alivio. Cuándo se convirtió el amigo contrabandista de mi hermano en un soldado de verdad, no lo sé, y ahora no es momento de preguntarle.

—Crance.

Con una mano todavía en su arma, levanta la radio que sostiene en su otro puño.

—Soy Crance. Tengo a Barrow en la Plaza. —El siseo de la retroalimentación vacía no es prometedor—. Repito, tengo a Barrow. —Maldiciendo, mete la radio de nuevo en su cinturón—. Los canales son un desastre. Demasiada interferencia.

—¿De la tormenta? —Alzo la mirada de nuevo. Azul, blanco, verde. Estrecho mis ojos y lanzo otro rayo púrpura en el destello cegador.

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—Probablemente. Cal nos advirtió…

El aire silba entre mis dientes. Lo agarro fuertemente, haciéndolo estremecerse.

—Cal. ¿Dónde está?

—Tengo que sacarte de aquí…

—¿Dónde?

Suspira, sabiendo que no volveré a preguntar.

—Está en tierra. ¡No sé dónde exactamente! Su punto de encuentro es la puerta principal —grita en mi oreja, asegurándose que pueda ser escuchado—. Cinco minutos. Toma a la mujer vestida de verde. Toma esto —añade, quitándolo fuera de su pesada chaqueta. Lo coloco en mi vestido andrajoso sin discusión. Se siente pesado—. Chaleco antibalas. Semi a prueba de balas. Te dará cobertura.

Mis pies me llevan lejos antes que pueda decir gracias, dejando a Crance y sus detalles en mi estela. Cal está aquí en alguna parte. Estará buscando a Maven, igual que yo. La muchedumbre surge, una marea rápidamente cambiante. Si no fuera por los guardias que empujan a través de la refriega, podría forzar mi camino completamente. Explotar a todos delante de mí, despejar un camino a través de la Plaza. En cambio, confío en mis viejos instintos. Pasos de baile, agilidad, predicción de cada onda pulsante del caos. Rastros de rayos en mi estela, previniendo cualquier mano. Un Brazofuerte me golpea de lado, enviándome a inclinarme sobre brazos y piernas, pero no vuelvo a pelear con él. Sigo moviéndome, sigo empujando, sigo corriendo. Un nombre se grita en mi cabeza. Cal. Cal. Cal. Si puedo llegar a él, estaré a salvo. Una mentira quizá, pero una buena mentira.

El olor a humo se hace más fuerte mientras empujo. Las luces de esperanza. Donde hay humo, hay un príncipe de fuego.

La ceniza y el hollín rayan las paredes blancas del Salón del Tesoro. Uno de los misiles del avión tomó un pedazo de la esquina, rebanando el mármol como mantequilla. Se encuentra en un montón de escombros alrededor de la entrada, formando una buena cobertura. Los Centinelas hacen pleno uso de ella, sus filas reforzadas por los Lakelander y algunos de los uniformados guardias del Tesoro. Algunos disparan contra los guardias que se acercan, usando balas para defender la huida de su rey, y muchos más utilizan sus habilidades. Me lanzo alrededor de algunos sólidos cuerpos congelados en sus pies, el violento trabajo de un Gliacon Plateado. Otros pocos están vivos, pero de rodillas, sangrando de las orejas. Marinos banshee. La evidencia de tantos Plateados mortales, está todo alrededor. Cadáveres atrapados por el metal, cuellos rotos, cráneos hundidos, bocas goteando agua, un cuerpo particularmente espantoso que parece haberse ahogado en las plantas que crecen fuera de su boca. Mientras observo, un Verdino lanza un puñado de semillas en una franja atacante de la Guardia Escarlata. Ante mis ojos, las semillas estallan como granadas, escupiendo viñas y espinas en una explosión verde.

No veo a Cal aquí, ni a ninguna otra cara que yo reconozca. Maven ya está en el Tesoro, dirigiéndose al tren.

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Apretando un puño, tiro todo lo que puedo en los Centinelas. Mis rayos crepitan a lo largo de los escombros, enviándolos hacia atrás. Vagamente, oigo a alguien gritar para avanzar. Los guardias lo hacen, continuando disparando ronda tras ronda. Mantengo la presión, enviando otro resplandor de rayos a través de ellos como un agrietamiento de látigo.

—¡Siguiente! —grita una voz.

Levanto la mirada, esperando un golpe del cielo. Los aviones bailan a través de las nubes tormentosas, persiguiéndose unos a otros. Ninguno de ellos parece preocupado por nosotros.

Entonces alguien me empuja a un lado, tirándome del camino. Me giro a tiempo para ver a una persona que reconozco correr a lo largo de un camino despejado, con la cabeza baja, el cuerpo acorazado en la cabeza, cuello y hombros. Toma velocidad, las piernas bombeando.

—¡Darmian!

No me oye, demasiado ocupado chocando el bloqueo de mármol. Las balas silbando fuera de su armadura y piel. Un Plateado envía una ráfaga de carámbanos en su pecho, pero se rompen. Si tiene miedo, no lo demuestra. Él nunca vacila. Cal le enseñó eso. De vuelta en el Notch. Cuando estuvimos todos juntos. Recuerdo a un Darmian diferente entonces, el que conocía. Era un hombre tranquilo comparado con Nix, otra nuevasangre que compartía su capacidad de carne impenetrable. Nix murió hace mucho, pero Darmian está muy vivo. Rugiendo, trepa sobre el bloqueo de mármol y se inclina sobre dos Centinelas.

Caen sobre él con todo lo que tienen. Estúpidos. Podrían también estar disparando a un vidrio a prueba de balas. Darmian responde en especie, lanzando granadas con ritmo frío. Florecen en el fuego y el humo. Los Centinelas caen hacia atrás, pocos de ellos capaces de soportar una explosión directa.

Los guardias saltan sobre los escombros, siguiendo la estela de Darmian. Muchos lo alcanzan. Los Centinelas no son su misión. Maven lo es. Ellos inundan el Tesoro, en el tren del rey.

Mientras corro, dejo que mi habilidad presione. Siento las luces de la sala principal del Tesoro, girando en espiral, en la roca debajo de nosotros. Mi sensación salta a lo largo de los cables, más y más profundo. Algo grande ociosamente por debajo, su motor un ronroneo creciente. Todavía está aquí.

El mármol debajo de mis pies es fácil de escalar. Escalo los escombros a cuatro patas, mi mente enfocada a kilómetros por debajo. La próxima granada me atrapa desprevenida. Su fuerza me hace retroceder en una ola de calor. Aterrizo duro, plana en la espalda, jadeando para respirar, en silencio agradecida por la chaqueta de Crance. La explosión arde, lo suficientemente cerca como para quemarme la mejilla.

Demasiado grande para una granada. Demasiado controlado para la llama natural.

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Me arrastro a mis pies, obligando a mis piernas a obedecer mientras aspiro por aire. Maven. Debería haberlo sabido. No me dejaría aquí. No huiría sin su mascota favorita. Ha venido a poner las cadenas de nuevo, él mismo.

Buena suerte.

El humo sigue el remolino del fuego, haciendo que la ya oscura Plaza se vea nebulosa. Me rodea, cada vez más fuerte y más caliente con cada segundo que pasa. Tensando, envío un rayo a través de mis nervios, dejándolo crujir en cada centímetro. Doy un paso hacia su silueta, negra y extraña en la cambiante luz del fuego. El humo ondula, el fuego disparando con llama azul salvaje. El sudor gotea por mi cuello. Mis puños apretados, lista para ejecutarlo con cada gota de rabia recogida en su prisión. He estado esperando este momento. Maven es un rey astuto, pero no un luchador. Lo voy a desgarrar.

La iluminación ondula sobre nuestras cabezas, parpadeando más brillante que la llama. Lo ilumina a medida que el viento sopla, llevándose el humor para revelar.

Ojos rojos-dorados. Hombros anchos. Manos callosas, labios familiares, cabello negro indisciplinado, y una cara por la que he ansiado.

No Maven. Todos los pensamientos del rey desaparecen en un instante.

—¡Cal!

La bola de fuego sisea por el aire, casi tragando mi cabeza. Ruedo debajo de ella solo por instinto. La confusión rige mi cerebro. Es inconfundible. Cal, de pie allí con una armadura táctica, un cinturón rojo atado a él desde la cintura a la cadera. Lucho contra la animal necesidad de correr hacia él. Toma cada fibra de control para retroceder.

—¡Cal, soy yo! ¡Mare!

No habla, sólo pivota sobre sus pies, manteniéndome delante de él. El fuego que nos rodea se revuelve y se contrae, succionando con velocidad cegadora. El calor aplasta el aire de mis pulmones y me ahogo bajo el humo. Sólo los rayos me mantienen a salvo, crujiendo alrededor en un escudo de electricidad para evitar que me queme viva.

Ruedo de nuevo, estallando a través de su infierno. Mi vestido arde sin llama, arrastrando humo. No pierdo tiempo precioso o la capacidad intelectual tratando de averiguar qué está pasando. Ya lo sé.

Sus ojos son sombreados, desenfocados. No hay reconocimiento en ellos. No hay indicación de que hayamos pasado los últimos seis meses tratando de volver el uno al otro. Y sus movimientos son robóticos, incluso comparado con su entrenada precisión militar.

Un susurro tiene su mente. No tengo que adivinar cuál.

—Lo siento —murmuro, aunque él no puede oírme.

Una ráfaga de rayos le echa hacia atrás, las chispas bailando sobre las planchas de su armadura. Aprovecha moviéndose nerviosamente, mientras la electricidad tira de sus

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nervios. Muerdo mi labio, esforzándome más que nunca antes de caminar por la estrecha línea entre la incapacidad y la lesión. Erro en el lado débil. Una equivocación.

Cal es más fuerte de lo que pensé. Y tiene una ventaja. Estoy tratando de salvarlo. Él está tratando de matarme.

Lucha a través del dolor, cargando. Me escabullo, mi enfoque cambia de mantenerlo a raya, a permanecer fuera de su agarre aplastante. Un puñetazo de fuego arquea mi cabeza. Huelo el cabello quemado. Otro me atrapa en el estómago y caigo hacia atrás. Ruedo con el ímpetu y surjo de nuevo, mis viejos trucos regresando. Con un giro de mi mano, le envío otro rayo de chispas bailando por su pierna y en su espina dorsal. Grita. El sonido me corta las entrañas. Pero me da una ventaja.

Mi enfoque se reduce a una cosa, el rostro diabólico de una persona. Samson Merandus.

Tiene que estar lo suficientemente cerca para calmar a Cal y enviarlo detrás de mí. Busco la batalla mientras corro, buscando su traje azul. Si está aquí, se esconde bien. O bien podría estar encima, mirando desde el techo del Tesoro o las muchas ventanas de los edificios adyacentes. La frustración come mi resolución. Cal está aquí. Estamos otra vez juntos. Y él está tratando de matarme.

El calor de su rabia me lame los talones. Otra explosión rasga mi izquierda, enviando agujas de agonía blanca por mi brazo. La adrenalina lo ahoga rápidamente. No puedo permitirme el dolor ahora mismo.

Al menos soy más rápida que él. Después de las esposas, cada paso se siente más fácil que el anterior. Dejo que la tormenta me llene de combustible, alimentándome de la energía eléctrica de los otros rayos esgrimidos por la nuevasangre en alguna parte. Su cabello azul no vuelve a cruzar mi visión. Lástima. Podría usarla ahora mismo.

Si Samson se esconde cerca del Tesoro, sólo tengo que sacar a Cal de su círculo de influencia. Derrapando, me giro para mirar por encima de mi hombro. Cal aun siguiéndome, una sombra de llama azulada y cólera.

—¡Ven a buscarme, Calore! —le grito, enviándole un rayo a su pecho. Más fuerte que el anterior, suficiente para dejar una marca. Se retuerce de lado, esquivando, sin romper el paso. Energía en mi rastro.

Espero que esto funcione.

Nadie se atreve a ponerse en nuestro camino. Rojo, azul y púrpura, fuego y rayo, persiguen a nuestro paso, dividiendo la batalla como un cuchillo. Él persigue con la determinación singular de un perro de caza. Y ciertamente me siento cazada en la Plaza. Me inclino hacia la puerta principal, a cualquier punto de encuentro mencionado por Crance. Mi escape. No es que lo tome aún. No sin Cal.

Después de cien metros, es claro que Samson está atacándonos, sólo que fuera de vista. Ni siquiera el susurro de Merandus tiene un rango más grande que ese, ni siquiera Elara. Me giro de un lado a otro, revisando el baño de sangre. Mientras más se extiende la batalla, más tiempo tienen los Plateados para organizarse. Soldados del ejército en

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uniformes grises nublados inundan la Plaza, sistemáticamente ganando partes de esta. La mayoría de los nobles se retiran detrás de la pared de protección militar, aunque unos pocos; los más fuertes, los más valientes, los más sanguinarios; continúan peleando. Espero que miembros de la Casa Samos estén en medio de estos, pero no veo magnetrones reconocidos. Y todavía ningún otro miembro de la Guardia Escarlata. Ni Farley, ni el coronel, ni Kilorn, ni Cameron, o ninguno de las nuevasangres que ayudé a reclutar. Sólo Darmian, probablemente yendo al Tesoro, y Cal, esforzándose para derribarme.

Maldigo, deseando a Cameron por sobre todos ellos. Ella podría silenciar a Cal, mantenerlo contenido lo suficiente para poder ir a buscar y destruir a Samson. En cambio, debo hacerlo por mi cuenta. Manteniéndolo a raya, manteniéndome con vida, y de alguna forma erradicar el susurro de Merandus plagándonos a ambos.

De repente borrones azules marinos pasan por el borde de mi visión.

Tantos meses en cautiverio por los Plateados me han puesto a tono con los colores de las casas. Lady Blonos taladró su conocimiento en mí, y ahora, más que nunca, le agradezco eso.

Giro, cambiando la dirección de la venganza. Cabello rubio cenizo sale a través de los soldados Plateados, intentando mezclarse en sus filas. En cambio, se destaca, su traje forma un agudo contraste con sus uniformes militares. Todo se reduce a él. Todo mi enfoque, toda mi energía. Arrojo lo que puedo en su dirección, un dentado rayo hacia Samson y el escudo de Plateados entre nosotros.

Sus ojos se fijan en los míos y el rayo se arquea como un látigo chasqueando. Él tiene los mismos ojos de Elara, los mismos ojos que Maven. Azules hielo; azules como una llama. Fríos e implacables.

De alguna forma mi electricidad se dobla, curvándose alrededor de él. Esta se aleja como una resortera rebotando en otra dirección. Mi mano se balancea con esta, mi cuerpo moviéndose por su cuenta a medida que el rayo va hacia Cal. Trato de gritar, aunque advertirle a un hombre hechizado no hará nada. Pero mis labios no se mueven. El horror sangra por mi espalda, la única sensación que puedo sentir. No el suelo a mis pies, no el ardor de nuevas quemaduras, ni siquiera el aire ahumado en mi nariz. Todo desaparece, alejado. Tomado.

Dentro, grito porque Samson me tiene ahora. No puedo emitir sonido. No hay confusión en el dentado roce de su cerebro en mi mente.

Cal parpadea como alguien despertando de un profundo sueño. Él apenas tiene tiempo de reaccionar, levantando sus brazos para proteger su cabeza del golpe eléctrico. Algunas de las chispas se convierten en flamas, manipuladas por su habilidad. La mayoría lo golpean, sin embargo, haciéndolo caer de rodillas con un rugido de dolor.

—¡Samson! —grita entre dientes.

Me doy cuenta que mi mano se mueve, dirigiéndose a mi cadera. Esta saca la pistola que tomé y pone el acero en mi sien.

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Los susurros de Samson aumentan en mi cabeza, amenazando con ahogar todo lo demás.

Hazlo. Hazlo. Hazlo.

No siento el gatillo. No sentiré la bala.

Cal aparta mi mano, dándome vuelta. Rompe mi agarre del arma y la arroja en el suelo de baldosa. Nunca lo vi con tanto miedo.

Mátalo. Mátalo. Mátalo.

Mi cuerpo obedece.

Soy un espectador en mi propia cabeza. Una furiosa batalla se desata ante mis ojos y no puedo hacer nada más que mirar. El suelo se pone borroso mientras Samson me hace correr, colisionando de frente con Cal. Actúo como un rayo humano, aferrándome a su armadura, atrayendo electricidad del cielo para derramarla en él.

Miedo y dolor nublan sus ojos. Su llama sólo puede escudar un poco.

Me lanzo, agarrando su muñeca. Pero el brazalete de fuego se mantiene firme.

Mátalo. Mátalo. Mátalo.

El fuego me lanza hacia atrás. Tropiezo bruscamente, mis hombros y el cráneo rebotando. El mundo da vueltas, y las extremidades zumbando tratan de hacerme levantar.

Levántate, levántate, levántate.

—¡No te levantes, Mare! —Escucho decir a Cal. Su figura baila ante mí, dividiéndose en tres. Puede que tenga una contusión. Sangre Roja se derrama por el suelo de azulejos blancos.

Levántate. Levántate. Levántate.

Mis pies se mueven, presionándome con fuerza. Me levanto demasiado rápido, casi cayéndome de nuevo mientras Samson me obliga a dar pasos tambaleantes. Él cierra la distancia entre mi cuerpo y el de Cal. He visto esto antes, miles de años atrás. Samson Merandus en la arena obligando a otro Plateado a cortar sus propias entrañas. Me hará lo mismo también, una vez que me use para matar a Cal.

Intento luchar, aunque no sé por dónde empezar. Trato de mover un dedo, un pie. Nada responde.

Mátalo. Mátalo. Mátalo.

Rayos salen de mis manos, yendo en espiral hacia Cal. Fallan, por la falta de equilibro en mi cuerpo. Él envía un arco de fuego en respuesta, obligándome a esquivar y tropezar.

Levántate. Mátalo. Levántate.

Los susurros son agudos, cortando heridas a través de mi mente. Mi cerebro debe estar sangrando.

MÁTALO. LEVÁNTATE. MÁTALO.

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A través de las llamas, veo el azul marino de nuevo. Cal va tras Samson y derrapa sobre una rodilla, apuntando con una pistola suya.

LEVÁNTATE…

El dolor se estrella en una ola y caigo hacia atrás justo cuando una bala zumba sobre mi cabeza. Otra sigue, más cerca. Por puro instinto, luchando el zumbido en mi lastimado cráneo, me pongo en pie. Me muevo por voluntad propia.

Gritando, convierto el fuego de Cal en rayos, los rizos rojos se vuelven venas blancas y moradas de electricidad. Me escudan mientras Cal dispara bala tras bala en mi dirección. Detrás de él, Samson sonríe.

Bastardo. Nos hará enfrentarnos entre nosotros todo el tiempo que sea necesario.

Empujo los rayos tan rápido como puedo, dejándolos astillarse hacia Samson. Si puedo romper su concentración, sólo por un segundo, podría ser suficiente.

Cal reacciona, como una marioneta con cuerdas. Escuda a Samson con su amplio cuerpo, tomando el ataque.

—¡Alguien ayuda! —grito a nadie. Somos solo tres personas en una batalla de cientos. Una batalla de un solo bando. Las filas de Plateados aumentan, fortalecidas por refuerzos de las barracas y el resto de la guarnición de Archeon. Mis cinco minutos hace mucho pasaron. Cualquier escape que Crance prometió ya pasó.

Debo romper a Samson. Debo hacerlo.

Otra descarga de rayo, esta vez al otro lado del terreno en un diluvio. No hay como esquivarlo.

MÁTALO. MÁTALO. MÁTALO.

Regresan los susurros, regresando la electricidad con mis propias manos. Se arquea hacia atrás en una ola explosiva.

Cal cae y da vueltas, extendiendo su pierna en una patada. Conecta, tumbando a Samson.

Su control cae y avanzo. Con otra descarga eléctrica.

Esta los inunda a los dos. Cal maldice, conteniendo un grito. Samson se retuerce y grita, un sonido que te corta la sangre. No está acostumbrado al dolor.

Mátalo…

El susurro es distante, debilitándose. Puedo luchar contra este.

Cal agarra a Samson del cuello, alzándolo sólo para estrellar su cabeza de nuevo al suelo.

Mátalo…

Corto con una mano el aire, atrayendo rayos con ella. Hace un gran tajo en Samson desde la cadera hasta el hombro. La herida borbotea con sangre Plateada.

Ayúdame…

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El fuego baja por la garganta de Samson, calcinando sus entrañas. Sus cuerdas vocales se rompen. El único grito que escucho ahora está en mi cabeza.

Llevo mi rayo a su cerebro. La electricidad quema el tejido dentro de su cráneo como un huevo en una sartén. Sus ojos se ponen en blanco. Quiero que dure más, quiero hacerle pagar por la tortura que me provocó y por muchas otras cosas. Pero muere demasiado rápido.

Sus susurros desaparecen.

—Está hecho —jadeo con fuerza.

Cal alza la mirada, todavía arrodillado sobre el cuerpo. Sus ojos se amplían como si me viera por primera vez. Se siente igual. He estado soñando con este momento, esperando por meses y meses. Si no es por la batalla, nuestras precarias condiciones metidas en medio, envolverían mis manos alrededor de su cuello y me enterraría en el príncipe del fuego.

En cambio, lo ayudo a ponerse en pie, pasando uno de sus brazos por mi hombro. Cojea, una pierna es un desastre de espasmo en los músculos. También estoy herida, sangrando lentamente por un costado perforado. Presiono mi mano libre en la herida. El dolor se agudiza.

—Maven está en el Tesoro. Tiene un tren —digo mientras nos alejamos juntos.

Su brazo se aprieta a mi alrededor. Nos da vuelta hacia la puerta principal, acelerando su paso con cada zancada que da.

—No estoy aquí por Maven.

La puerta se cierne, lo suficientemente grande para permitir que tres transportes pasen lado a lado. En el otro lado, el puente de Archeon abarca el río Capital para encontrarse con la mitad del este de la ciudad. Humo se eleva sobre toda esta, alcanzando el cielo negro de tormenta. Lucho la urgencia de dar vuelta y correr al Tesoro. Maven ya se habrá ido. Está más allá de mi alcance.

Más transporte militar acelera hacia nosotros mientras aeronaves zumban en nuestra dirección. Muchos refuerzos para aguantar.

—Entonces, ¿cuál es el plan? —murmuro. Estamos a punto de ser rodeados. La idea atraviesa mi sorpresa y la adrenalina enfriándome. Todo esto por mí. Cuerpos por todas partes, Rojos y Plateados. Qué desperdicio.

La mano de Cal encuentra mi rostro, haciéndome girar para mirarlo. A pesar de la destrucción alrededor nuestro, sonríe.

—Por primera vez, tenemos unos.

Veo verde de reojo. Siento otra mano agarrar mi brazo.

Y el mundo se encoge en la nada.

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Diecinueve

lega tarde, y mis latidos van a toda marcha. Lucho contra la oleada de miedo, convirtiéndola en combustible. Usando la nueva energía, destrozo los recuadros enmarcados en dorado por el pasillo del palacio. Las manchas de hoja de oro se retuercen en fragmentos brutales y

brillantes. El oro es un metal débil. Suave. Maleable. Inútil en una verdadera pelea. Los dejo caer. No tengo tiempo ni energía que desperdiciar en cosas débiles.

El revestimiento de rodio nacarado a lo largo de mis brazos y piernas, vibran con adrenalina, los bordes brillantes como espejos se ondulan como mercurio líquido. Listo para convertirse en lo que necesito para estar viva. Una espada, un escudo, una bala. No estoy en peligro directo, no en este momento. Pero si Tolly no está aquí en un minuto, voy a ir tras él, y entonces, ciertamente lo seré.

Ella lo prometió, me digo.

Suena idiota, el deseo de un niño particularmente tonto. Debería saberlo mejor. El único vínculo en mi mundo es la sangre; la única promesa es la familia. Un Plateado sonreiría y estaría de acuerdo con otra casa, y rompería su juramento en el siguiente latido. Mare Barrow no es Plateada, debería tener menos honor que cualquiera de nosotros. Y le debe a mi hermano, a mí, menos que nada. Ella estaría justificada en matarnos a todos. La Casa Samos no ha sido amable con la chica rayo.

—Tenemos un horario, Evangeline —murmura Wren a mi lado. Apoya una mano contra su pecho, haciendo todo lo posible para no antagonizar una quemadura ya horrible. La curandera de piel no fue lo suficientemente rápida para evitar todo el regreso de la habilidad de Mare. Pero hizo el trabajo, y eso es todo lo que importa. Ahora la chica rayo es libre de causar tantos estragos como pueda.

—Le estoy dando un minuto más.

El pasillo parece que se extiende, creciendo más con cada segundo. En este lado del palacio, apenas podemos escuchar la batalla en la Plaza. Las ventanas muestran un patio inmóvil, solamente con nubes de tormenta oscuras. Si quisiera, podría fingir que era otro día de mi tormento habitual. Todos sonriendo con sus colmillos, rodeando un trono cada vez más letal. Pensé que el final de la reina significaría el fin del peligro. No es típico de mí subestimar los males de una persona, pero ciertamente subestimé a Maven. Tiene más de su madre en él que nadie se dio cuenta, también su propio tipo de monstruo.

L

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Un monstruo que ya no tengo que sufrir, gracias a mis colores. Una vez que regresemos a casa, enviaré a la princesa Lakelander un regalo por tomar mi lugar a su lado.

Él debe estar muy lejos a estas alturas, a salvo en su tren. La nueva esposa y esposo ya estaban en el Tesoro cuando los dejé. A menos que la desagradable obsesión de Maven con Mare ganara. El chico es imposible de predecir cuando ella está involucrada. Por lo que sé, podría haber regresado para buscarla. Podría estar muerto. Ciertamente espero que esté muerto. Facilitaría infinitamente los próximos movimientos.

Conozco a mis padres demasiado bien para preocuparme por ellos. Pobre de la persona, Plateado o Rojo, que podría desafiar a mi padre en combate abierto. Y mi madre tiene sus propias contingencias en su lugar. El ataque a la boda no fue una sorpresa para ninguno de nosotros. La Casa Samos estaba preparada. Siempre y cuando Tolly se adhiera al plan. Mi hermano tiene dificultades para retroceder de una pelea, y es impulsivo. Otro hombre imposible de predecir. No debemos herir a los rebeldes o impedir su progreso de ninguna manera. Órdenes de mi padre. Espero que mi hermano las siga.

Estaremos bien. Exhalo lentamente, aferrándome a esas dos palabras. Hacen poco para calmar mis nervios. Quiero irme de este lugar. Quiero ir a casa. Quiero ver a Elane otra vez. Quiero que Tolly aparezca por la esquina, seguro y entero.

En su lugar, apenas puede caminar.

—¡Ptolemus! —grito, olvidando todos los miedos, excepto uno, cuando dobla por la esquina.

Su sangre se destaca fuertemente contra la armadura de acero negro, plata salpica su pecho como pintura. Puedo saborear el hierro, una espiga puntiaguda de metal. Sin pensarlo, tironeo su armadura, arrojándolo por el aire. Antes que pueda colapsar, apoyo mi torso contra el suyo, manteniéndolo de pie. Está casi demasiado débil para pararse, y mucho menos correr. Terror helado baja por mi espina dorsal.

—Llegas tarde —susurro, con una sonrisa de dolor. Aún lo suficientemente viva para tener sentido del humor.

Wren trabaja rápidamente, sacando sus placas de armadura, pero no es más rápida que yo. Con otro tirón de mi mano, cae de su cuerpo causando resonantes ecos. Mi mirada va hacia su pecho desnudo, esperando ver una terrible herida. Nada más que unos cuantos cortes superficiales, ninguno de ellos lo suficientemente serio para nivelar a alguien como Ptolemus.

—Perdió sangre —explica Wren. La curandera de piel pone a mi hermano de rodillas, levantando su brazo izquierdo, y él gimotea del dolor. Me mantengo firme en su hombro, agachada con él—. No tengo tiempo para curar esto.

Esto. Bajo la mirada a lo largo de su brazo, sobre la piel blanca grisácea y negra con moretones frescos. Termina en un corte sangriento e impreciso. No tiene su mano. Fue un corte limpio a través de la muñeca. La sangre Plateada pulsa lentamente por las venas cortadas, a pesar de sus escasos intentos de envolver la herida.

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—Tienes que hacerlo —dice Ptolemus con voz ronca de agonía.

Asiento con fervor.

—Wren, sólo tomará unos minutos. —Ningún magnetrón es un extraño a no tener un dedo. Hemos jugado con cuchillos desde que aprendimos a caminar. Sabemos con qué rapidez puede volver a crecer un dedo.

—Si alguna vez quiere usar esa mano otra vez, harás lo que diga —responde—. Es demasiado complicado hacerlo rápidamente. Tengo que sellar la herida por ahora. —Él hace otro sonido estrangulado, asfixiado ante el pensamiento y el dolor.

—¡Wren! —suplico.

No retrocede.

—¡Por ahora! —Sus hermosos ojos grises de Skonos, atraviesan los míos con urgencia. Veo miedo, y no es de extrañar. Hace unos minutos me vio asesinar a cuatro guardias y liberar a un prisionero de la corona. También es cómplice de la traición de la Casa Samos.

—Bien. —Aprieto el hombro de Tolly, suplicándole que me escuche—. Por ahora. En el segundo que lleguemos al claro, ella te sanará.

No responde, simplemente asiente mientras Wren se pone a trabajar. Tolly gira la cabeza, incapaz de ver la piel crecer sobre su muñeca, sellando las venas y los huesos. Sucede rápidamente. Dedos negros azulados aparecen sobre su pálida carne mientras ella lo hace. El desarrollo de piel es fácil, o eso me dijeron. Los nervios y huesos, son más complejos.

Hago mi mejor esfuerzo para distraerlo del corte de su brazo.

—¿Y quién lo hizo?

—Otro magnetrón. Lakelander. —Fuerza cada palabra—. Me vio intentando salir. Me rebanó antes que supiera lo que estaba pasando.

Lakelander. Idiotas helados. Todos en su horrible azul. Pensar que Maven intercambió el poder de la Casa Samos por ellos.

—Espero que hayas devuelto el favor.

—Ya no tiene cabeza.

—Eso servirá.

—Listo —dice Wren, terminando la muñeca. Pasa sus manos por su brazo y por su espina dorsal, hasta la parte baja de su espalda—. Estimularé tu médula y riñones, aumentaré tu producción de sangre tanto como pueda. Aunque seguirás estando débil.

—Está bien. Mientras pueda caminar. —Ya suena más fuerte—. Ayúdame, Evie.

Lo complazco, apoyando su buen brazo sobre mi hombro. Es pesado, casi de peso muerto.

—Deja los postres —me quejo—. Vamos, muévete conmigo.

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Tolly hace lo que puede, forzando un pie tras otro. En ningún momento lo suficientemente rápido para mi gusto.

—Muy bien —murmuro, extendiendo la mano hacia su armadura desechada. Se aplana y transforma en una hoja de acero ondulada—. Lo siento, Tolly.

Lo empujo sobre ello, usando mi capacidad para sostener la hoja como una camilla.

—Puedo caminar… —protesta, pero débilmente—. Necesitas tu concentración.

—Entonces, concéntrate por los dos —le digo—. Los hombres son inútiles cuando están heridos, ¿no?

Levantarlo me toma mucha de mi capacidad, pero no todo. Corro tan rápido como puedo, con una mano en la hoja. Sigue un hilo invisible, flanqueada por Wren en el otro lado.

Metal canta al borde de mi percepción. Noto cada pieza mientras avanzamos, recordándolas por instinto. Cableado de cobre, un garrote con el cual estrangular. Cerraduras y bisagras de puertas, dardos o balas. Marcos de ventanas, empuñaduras de hierro con dagas de cristal. Mi padre me interrogaba sobre tales cosas, hasta que se convirtió en una segunda naturaleza. Hasta que no podía entrar en una habitación sin marcar armas. La Casa Samos nunca estaba desprevenida.

Padre ideó nuestra escapada rápida de Archeon. Por los cuarteles y por los acantilados del norte, hasta los barcos que esperaban en el río. Barcos de acero, especialmente fabricados, estriados por velocidad y silencio. Entre padre y yo, navegarán por las aguas como agujas a través de la carne.

Estamos atrasados, pero sólo por unos pocos minutos. En el caos, tardará horas antes que alguien en la corte de Maven se dé cuenta que la Casa Samos ha desaparecido. No dudo que otras casas tomarán la misma oportunidad, como ratas que huyen de un barco hundiéndose. Maven no es la única persona con un plan de escape. De hecho, no me sorprendería que cada casa tenga uno propio. La corte es un barril de pólvora con un fusible cada vez más corto y un rey que es la llama. Tendrías que ser un idiota para no esperar una explosión.

Padre sintió que los vientos cambiaron en el momento en que Maven dejó de escucharlo, tan pronto como quedó claro que la alianza con el rey Calore sería nuestra caída. Sin Elara, nadie podría sostener la correa de Maven. Ni siquiera mi padre. Y entonces, la gente de la Guardia Escarlata se organizó, una amenaza real más que un inconveniente. Parecían crecer con cada día que pasaba. Operando en Piedmont y en Lakeland, susurros de una alianza con Montfort al oeste lejano. Son mucho más de lo esperado, mejor organizados y más decididos que cualquier insurrección en la historia. Todo el tiempo, mi desdichado prometido perdió el control. En el trono, su cordura, en cualquier cosa, menos Mare Barrow.

Trató de dejarla ir, o eso me dijo Elane. Maven sabía tan bien como cualquiera de nosotros qué peligro sería su obsesión. Mátala. Termina. Líbrate de su veneno, solía murmurar. Elane escuchó sin ser detectada, callada en su rincón de sus aposentos

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privados. Las palabras eran sólo palabras. Nunca podría separarse de ella. Así que, fue fácil empujarla a su camino… y descontrolarlo. El equivalente de ondear una bandera roja delante de un toro. Ella era su huracán, y cada empujón lo llevó más profundo en el ojo de la tormenta. Pensé que era una herramienta fácil de usar. Un rey distraído hace una reina más poderosa.

Pero Maven me apartó de un lugar que era legítimamente mío. Él no sabía lo de Elane. Mi hermosa sombra invisible. Sus informes llegaron más tarde, bajo la cubierta de la noche. Fueron muy minuciosos. Los siento todavía, susurró contra mi piel con sólo la luna de testigo. Elane Haven es la chica más hermosa que he visto, pero se ve mejor a la luz de la luna.

Después de la Prueba de la Reina, le prometí una corona de consorte. Pero ese sueño desapareció con el príncipe Tiberias, como suele suceder con el duro amanecer. Puta. Así me llamó Maven después del atentado contra su vida. Casi lo maté donde estaba.

Niego, reorientándome a la tarea que me ocupa. Elane puede esperar. Elane está esperando, tal como lo prometieron mis padres. Segura en nuestra casa, escondida en Rift.

Los patios traseros de Archeon tienen jardines florecientes, que a su vez están limitados por las paredes del palacio. Algunas vallas de hierro forjado cubren las flores y los arbustos. Bueno para las lanzas. Los vigilantes de las paredes y del jardín solían ser guardias de muchas casas diferentes: tejevientos de Laris, sedas de Iral, vigilantes de Eagrie; pero las cosas han cambiado en los últimos meses. Laris e Iral se oponen al gobierno de Maven, junto a la Casa Haven. Y con una batalla furiosa, el rey mismo en peligro, los otros guardias del palacio están dispersos. Levanto la mirada a través de la vegetación, magnolia y flores de cerezo, brillantes contra el cielo oscuro. Figuras en negro vagan por las murallas de vidrio de diamantes.

Sólo la Casa Samos queda para defender la muralla.

—¡Primos de hierro!

Se giran hacia mi voz, respondiendo con firmeza.

—¡Primos de acero!

El sudor gotea por mi cuello mientras la pared se aproxima. Por el miedo, el esfuerzo. Sólo unos cuantos metros más. Preparándome, espeso el metal nacarado de mis botas, endureciendo mis últimos pasos.

—¿Puedes levantarte? —pregunto a Ptolemus, mientras alcanzo a Wren mientras hablo.

Con un gemido, se baja de la camilla, forzándose a estar de pie con inestabilidad.

—No soy una niña, Eve; puedo caminar nueve metros. —Para probar su punto, el acero negro se vuelve a formar sobre su cuerpo en escalas elegantes.

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Si tuviéramos más tiempo, señalaría las debilidades de su armadura normalmente perfecta. Agujeros a los lados, delgada por la espalda. En vez de eso, sólo asiento.

—Tú primero.

Levanta la comisura de su boca, tratando de sonreír, tratando de disminuir mi preocupación. Exhalo de alivio mientras se levanta en el aire, subiendo a toda velocidad hasta las murallas de la pared. Nuestros primos por encima lo atrapan hábilmente, atrayéndolo con su propia capacidad.

—Nuestro turno.

Wren se aferra a mi lado, a salvo bajo mi brazo. Inhalo, aferrándome a la sensación del metal de rodio que se curva debajo de los dedos de mis pies, por piernas, sobre mis hombros. Sube, le digo a mi armadura.

Pop.

La primera sensación que mi padre me hizo memorizar fue una bala. Dormí con una alrededor de mi cuello durante dos años. Hasta que se volvió tan familiar como mis colores. Puedo sentirlas a metros de distancia. Saber su peso, forma, composición. Una pequeña pieza de metal es la diferencia entre la vida de otra persona y mi muerte. Podría ser mi asesino, o mi salvador.

Pop, pop, pop. Las balas explotando en sus cámaras se sienten como agujas agudas, imposibles de ignorar. Vienen por detrás. Mis dedos de los pies tocan la tierra otra vez y mi concentración se estrecha, mis manos se levantan para protegerse contra el repentino ataque.

Rondas perforadoras de armaduras, chaquetas de cobre gruesas con brutales núcleos de tungsteno y puntas afiladas, están ante mis ojos, volando hacia atrás para aterrizar inofensivamente en la hierba. Otra descarga viene de, por lo menos, una docena de armas, y levanto un brazo, protegiéndome. El estruendo de los disparos automáticos ahoga a Tolly gritando por encima de mí.

Cada bala ondula contra mi habilidad, tomando otra parte de ella, de mí. Algunos se detienen en el aire; algunos se disipan. Lanzo todo lo que puedo para crear un escudo de seguridad. De la pared, Tolly y mis primos hacen lo mismo. Levantan el peso suficiente para realmente dejarme ver quiénes están disparándome.

Trapos rojos, mirada dura. La Guardia Escarlata.

Aprieto los dientes. Las balas en la hierba serían fáciles de devolver a sus cráneos. En su lugar, rompo el tungsteno como lana, girándolo en un hilo reluciente lo más rápido que puedo. El tungsteno es increíblemente pesado y fuerte. Se necesita más energía. Otra gota de sudor rueda a lo largo de mi espina dorsal.

Los hilos se extienden como una red, golpeando a los doce rebeldes de frente. En el mismo movimiento, les quito las pistolas de sus manos, destrozándolas. Wren se aferra a mí, sujetándome firmemente, y acelero, deslizándome a lo largo del cristal de diamantes perfecto.

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Tolly me atrapa, como siempre.

—Y abajo de nuevo —murmura. Su agarre en mi brazo es aplastante.

Wren traga, se inclina para mirar. Sus ojos se amplían.

—Un poco más lejos esta vez.

Lo sé. Está a unos cien metros de lleno a un acantilado, y luego otros doscientos sobre roca inclinada que gira alrededor de la orilla del río. A la sombra del puente, dijo padre.

En el jardín, los rebeldes luchan, esforzándose contra mi red. Siento que empujan y la tiran, mientras el propio metal intenta quebrarse. Consume mi enfoque. Tungsteno, me maldigo. Necesito más práctica.

—Vamos —les digo a todos.

Detrás de mí, el tungsteno se quiebra en polvo. Una cosa fuerte, pesada, pero frágil. Sin la mano de un magnetrón, se rompe antes de doblarse.

La Casa Samos terminó con ambos.

No vamos a rompernos, y ya nunca nos doblegaremos.

Los barcos navegaron silenciosamente a través del agua, deslizándose por la superficie. Lo hacemos bien. Nuestro único obstáculo es la contaminación de la Ciudad Gris. El hedor se aferra a mi cabello, ensucia mi cuerpo, incluso cuando rompemos el segundo anillo de árboles de barrera. Wren percibe mi malestar y pone una mano en mi muñeca desnuda. Su toque curativo limpia mis pulmones y me aleja del cansancio. Empujar el acero a través del agua se vuelve agotador después de un tiempo.

Madre se inclina sobre el lado pulcro de mi bote, arrastrando una mano en la corriente de la Capital. Un poco de siluro se alza a su tacto, sus lazos se entrelazan con sus dedos. Las bestias viscosas no la molestan, pero me estremezco con asco. No se preocupa por lo que sea que le dicen, lo que significa que no pueden sentir que alguien nos persigue. Su cabeza de halcón vigila también. Cuando el sol se pone, madre lo reemplazará con murciélagos. Como era de esperar, no la rasguñan, o padre. Él está en la proa del barco principal, guiando. Una silueta negra contra el río azul y colinas verdes. Su presencia me calma más que el tranquilo valle.

Nadie habla por muchos kilómetros. Ni siquiera los primos, que normalmente son los que cuentan tonterías. En su lugar, se centran en quitarse sus uniformes de seguridad. Emblemas de Norta flotan en nuestra estela, mientras que las joyas brillantes, medallas e insignias se hunden en la oscuridad. Duro trabajo con la sangre Samos, marcas de nuestra lealtad y fidelidad. Ahora perdido en las profundidades del río y el pasado.

Ya no somos Nortan.

—Así que, está decidido —murmuro.

Detrás de mí, Tolly se endereza. Su brazo arruinado aún está vendado. Wren no se arriesgará a curar una mano entera en el río.

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—¿Hubo alguna vez duda alguna?

—¿Alguna vez hubo elección? —Madre se vuelve para mirarme por encima del hombro. Se mueve con la gracia de un gato, extendiéndose en su vestido verde brillante. Las mariposas han desaparecido hace tiempo—. Un rey débil que podíamos controlar, pero no hay control sobre la locura. Tan pronto como Iral decidió oponerse directamente, nuestra jugada estaba decidida. Y elegir al Lakelander. —Pone los ojos en blanco—. Maven cortó los últimos lazos entre nuestras casas.

Casi me burlo en su cara. Nadie decide nada por mi padre. Pero reírme de madre no es un error que soy lo suficientemente estúpida de hacer.

—¿Y las otras casas regresaran a nosotros? Sé que papá estaba negociando. —Dejando a sus hijos solos, a merced de la corte cada vez más volátil de Maven. Más palabras que nunca me atrevería a decir en voz alta a cualquiera de mis padres.

Madre los percibe de todos modos.

—Lo hiciste bien, Eve —canturrea, poniendo una mano en mi cabello. Corre unos cuantos hilos plateados a través de sus dedos húmedos—. Y tú, Ptolemus. Entre ese caos en Corvium y las rebeliones de la casa, nadie dudaba de tu lealtad. Nos has comprado tiempo, tiempo valioso.

Mantengo mi enfoque en el acero y el agua, ignorando su toque frío.

—Espero que haya valido la pena.

Antes de hoy, Maven enfrentaba múltiples rebeliones. Sin la Casa Samos, nuestros recursos, tierras, soldados, ¿cómo podríamos ganar? Pero antes de hoy, no tenía a los Lakeland. Ahora no tengo idea de lo que podría causar. No me gusta la sensación en absoluto. Mi vida ha sido un estudio de planificación y paciencia. Un futuro incierto me asusta.

En el oeste, el sol se pone rojo contra las colinas. Rojo como el cabello de Elane.

Ella está esperando, me digo de nuevo. Está a salvo.

Su hermana no fue tan afortunada. Mariella murió mal, huérfana por el susurro de Merandus. Lo evité tanto como pude, contenta de no saber nada de los planes de mi padre.

Vi las profundidades de su castigo en Mare. Después del interrogatorio, ella se estremeció, como un perro pateado. Fue mi culpa. Forcé la mano de Maven. Sin mi interferencia, tal vez nunca hubiera dejado que la susurradora se saliera con la suya, pero entonces se habría mantenido alejado de Mare por completo. No habría estado tan ciego por ella. En su lugar, hizo lo que esperaba, y la acercó más. Esperaba que se ahogaran. Cuán sencillo. Hundir dos enemigos con un ancla. Pero ella se negó a quebrarse. La muchacha que recuerdo, el siervo enmascarado y aterrorizado que creía en todas las mentiras, se habría sometido a Maven hace meses. En cambio, se puso una máscara diferente. Danzó en sus cuerdas, se sentó a su lado, vivió media vida sin libertad ni habilidad. Y aún se aferraba a su orgullo, fuego e ira. Siempre estaba allí, ardiendo en sus ojos.

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Tengo que respetarla por eso. A pesar que tomó mucho de mí.

Era un recordatorio constante de lo que se suponía que debía ser. Una princesa. Una reina. Nací diez meses después de Tiberias. Estaba hecha para casarme con él.

Mis primeros recuerdos son de las serpientes de mi madre siseando en mis oídos, exhalando sus susurros y promesas. Eres una hija de colmillos y acero. ¿Para qué estás destinada, sino para gobernar? Cada lección en el aula o en la arena era preparación. Sé la mejor, la más fuerte, inteligente, la más mortífera y astuta. La más digna. Y lo era todo.

Los reyes no son conocidos por su bondad o compasión. La Prueba de la Reina no está destinada a crear matrimonios felices, sino niños fuertes. Con Cal, tenía ambos. Él no me hubiese renegado mi propio consorte, ni hubiese tratado de controlarme. Su mirada era suave y pensativa. Era más de lo que había esperado. Y lo había ganado con cada gota de sangre que había derramado, todo mi sudor, mis lágrimas de dolor y frustración. Todo sacrificio con quien mi corazón quería estar.

La noche anterior de la Prueba de la Reina, soñé cómo sería. Mi trono. Mis hijos reales. Sujetos a nadie, ni siquiera a mi padre. Tiberias sería mi amigo y Elane mi amante. Se casaría con Tolly, como estaba planeado, asegurando que ninguno de nosotros pudiera separarse.

Entonces, Mare cayó en nuestras vidas y sopló ese sueño como arena.

Una vez, pensé que el príncipe heredero haría lo impensable. Me haría a un lado del ahora perdido Titanos desde hace tiempo, con maneras extrañas y una habilidad aún más extraña. En su lugar, ella fue un peón mortal, tomando mi rey del tablero. Los caminos del destino tienen extraños giros. Me pregunto si ese vidente de nuevasangres sabía lo de hoy. ¿Se ríe de lo que ve? Ojalá hubiera puesto mis manos en él, sólo una vez. Odio no saberlo.

En los bancos que se encuentran a la vista, se ven céspedes bien cuidados. Los bordes de la hierba se tiñen de oro y rojo, dándole a las fincas del río un brillo encantador. Nuestra propia casa señorial está cerca, sólo un kilómetro y medio más. Luego, giramos hacia el oeste. Hacia nuestro verdadero hogar.

Mi madre nunca contestó mi pregunta.

—Entonces, ¿fue capaz de convencer a las otras casas? —le pregunto.

Amplía los ojos, todo su cuerpo se endurece. Enroscándose, como una de sus serpientes.

—La casa Laris ya estaba con nosotros.

Eso lo sabía. Junto con el control de la mayor parte de la Flota de Aire Nortan, los tejevientos Laris, gobernando el Rift. En realidad, gobiernan por nuestro mandamiento. Deseosas marionetas, dispuestos a cambiar algo para mantener nuestras minas de hierro y carbón.

Elane. Casa Haven. Si no están con nosotros…

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Me lamo los labios, de repente secos. Un puño se aprieta a mi lado. El barco cruje debajo de mí.

—Y…

—Iral no ha aceptado los términos, y más de la mitad de Haven tampoco. —Madre resopla. Cruza los brazos sobre el pecho, como si la insultaran—. No te preocupes, Elane no es una de ellos. Por favor, deja de aplastar el barco. No tengo ganas de nadar el último kilómetro.

Tolly me da un apretón en el brazo, un ligero toque. Exhalando, me doy cuenta que mi agarre en el acero es un poco fuerte. La proa se suaviza de nuevo, volviendo a ponerse en forma.

—Disculpa —murmuro rápidamente—. Sólo estoy… confundida. Pensé que los términos ya estaban acordados. Rift se levantará en abierto desafío. Iral trae a Casa Lerolan y toda Delphie. Todo un estado se separará.

Madre mira por encima de mí, a mi padre. Él gira su barco hacia la orilla, y sigo su ejemplo. Nuestra propiedad familiar se asoma a través de los árboles, iluminada por el anochecer.

—Hubo un debate sobre los títulos.

—¿Títulos? —me burlo—. Qué estúpido. ¿Cuál podría ser su argumento?

El acero golpea la piedra, golpeando hasta el muro de contención que corre a lo largo del agua. Con una pequeña oleada de enfoque, sostengo firme el metal contra la corriente. Wren ayuda a Tolly a salir primero, subiendo a la exuberante alfombra de hierba. Madre observa, su mirada se detiene en su mano perdida mientras los primos la siguen.

Una sombra se cierne sobre nosotras. Padre. Se coloca sobre su hombro. Un ligero viento ondea su capa, moviendo los pliegues de seda negra e hilos de plata. Oculto debajo, un traje de cromo de tinte azul tan fino que podría ser líquido.

—No me arrodillaré ante otro codicioso rey —susurra. La voz de padre siempre es suave como el terciopelo, mortal como un depredador—. Eso es lo que dijo Salin Iral.

Baja del barco, ofreciéndole a mi madre su mano. Ella la toma hábilmente y baja. No se mueve bajo ella, mantenido por mi capacidad.

Otro rey.

—¿Padre…?

La palabra muere en mi boca.

—¡Primos de hierro! —grita, sin apartar la mirada.

Detrás de él, nuestros primos Samos se arrodillan. Ptolemus no, mirando con tanta confusión como yo. Los miembros de sangre de una casa no se arrodillan ante el otro. Así no.

Ellos responden como uno solo, sus voces sonando.

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—¡Reyes de acero!

Rápidamente, padre extiende su mano, atrapando mi muñeca antes que mi sorpresa deje llevar el barco.

Su susurro es casi demasiado bajo para oírlo.

—Al reino del Rift.

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Veinte

l tele transportador uniformado de verde aterriza fácilmente, sobre los pies firmes. Ha pasado un tiempo desde que el mundo se tensó y se borró. La última vez fue Shade. El pequeño recuerdo duele. A juego con

mi herida y la nauseabunda oleada de dolor, no es de extrañar que colapse sobre mis manos y rodillas. Puntos bailan frente a mis ojos, amenazando con extenderse y consumir. Me obligo a permanecer despierta y no vomitar por todo… donde sea que esté.

Antes que pueda mirar más allá del metal bajo mis dedos, alguien me levanta en un aplastante abrazo. Me aferro tan fuerte como puedo.

—Cal —susurro en su oreja, labios rozando piel. Huele a humo y sangre, calor y sudor. Mi cabeza encaja a la perfección en el espacio entre su cuello y hombro.

Tiembla en mis brazos, sacudiéndose. Incluso su respiración se entrecorta. Está pensando lo mismo que yo.

Esto no puede ser verdad.

Lentamente, se aparta, alzando sus manos para ahuecar mi rostro. Busca mis ojos y mira cada centímetro de mí. Hago lo mismo, buscando la trampa, la mentira, la traición. Tal vez Maven tiene cambiaformas como Nanny. Tal vez esta es otra alucinación de Merandus. Podría despertar en el tren de Maven, con sus ojos fríos y la sonrisa cortante de Evangeline. Toda la boda, el escape, la batalla… un horrible chiste. Pero Cal se siente real.

Está más pálido de lo que recuerdo, con el cabello corto casi rapado. Se rizaría como el de Maven si tuviera la oportunidad. Un áspero indicio de barba alinea sus mejillas, junto con un par de arañazos y cortes a lo largo de los bordes cuadrados de su mandíbula. Está más delgado de lo que recuerdo, sus músculos más duros bajo mis manos. Sólo sus ojos siguen igual. Bronces, rojo-dorado, como hierro llevado al fuego ardiente.

También me veo diferente. Un esqueleto, un eco. Él pasa un débil mechón de cabello entre sus dedos, mirando el marrón desvanecerse a un frágil gris. Y entonces toca las cicatrices. En mi cuello, mi columna, terminando con la marca bajo mi arruinado vestido. Sus dedos son delicados, demasiado sorprendente después que casi nos hicimos trizas entre ambos. Soy vidrio para él, una cosa frágil que podría quebrarse o desaparecer en cualquier instante.

—Soy yo —le digo, susurrando palabras que ambos necesitamos oír—. Estoy de regreso.

E

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Estoy de regreso.

—¿Eres tú, Cal? —Sueno como una niña.

Asiente, su mirada nunca duda.

—Soy yo.

Me muevo porque él no lo hará, tomándonos a ambos por sorpresa. Mis labios se moldean a los suyos con ferocidad, y lo acerco. Su calor cae como una manta alrededor de mis hombros. Lucho por evitar que las chispas hagan lo mismo. Aun así, los vellos de su cuello se erizan, respondiendo a la corriente eléctrica saltando en el aire. Ninguno de nosotros cierra los ojos. Esto podría ser un sueño.

Recupera el sentido primero, levantándome. Una docena de rostros pretenden apartar la mirada en un semblante de propiedad. No me importa. Que miren. Ningún sonrojo de vergüenza se levanta. He sido obligada a hacer peores cosas frente a una multitud.

Estamos en un avión. El largo fuselaje, el sonido enmudecido de motores, y las nubes deslizándose más allá lo hacen inconfundible. Por no mencionar el delicioso ronroneo eléctrico pulsando a través de cables que abarcan cada centímetro. Estiro la mano, dejando mi palma sobre el frío y curvado metal de la pared del avión. Sería fácil beber la rítmica pulsación, meterla en mí. Fácil y estúpido. Por mucho que quiero regodearme en la sensación, eso terminaría pobremente.

Cal nunca aparta su mano de la parte baja de mi espalda. Se gira para mirar por encima de su hombro, dirigiéndose a la docena de personas en sus asientos.

—Sanador Reese, ella primero —dice.

—Claro.

Mi sonrisa se desvanece al segundo que un hombre desconocido pone sus manos en mí. Sus dedos se cierran en mi muñeca. El toque se siente mal, pesado. Como piedra. Esposas. Sin pensarlo, lo alejo de un golpe y salto hacia atrás, como si quemara. El terror acomete en mis entrañas mientras chispas salen de mis dedos. Rostros destellan, nublando mi visión. Maven, Samson, los guardianes Arven con sus manos maltratadoras y ojos fríos. Por encima de nuestras cabezas, las luces parpadean.

El sanador pelirrojo retrocede, saltando, mientras Cal fácilmente se mete entre ambos.

—Mare, él va a tratar tus heridas. Es un nuevasangre, está con nosotros. —Apoya una mano en la pared junto a mi rostro, escudándome. Enjaulándome. De repente el avión de tamaño decente es muy pequeño, el aire podrido y sofocante. El peso de los grilletes se ha ido, pero no olvidado. Todavía las siento en mis muñecas y tobillos.

La luz parpadea de nuevo. Trago con fuerza, cerrando mis ojos, tratando de enfocarme. Control. Pero mi corazón se acelera, mi pulso truena. Tomo aire entre los dientes apretados, permitiéndome calmar. Estás a salvo. Estás con Cal, el Guardia. Estás a salvo.

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Cal toma mi rostro de nuevo, rogando.

—Abre tus ojos, mírame.

Nadie más hace un sonido.

—Mare, nadie va a lastimarte aquí. Todo se acabó. ¡Mírame! —Escucho su desesperación. Él lo sabe tan bien como yo lo que podría suceder al avión si pierdo el control por completo.

El avión se mueve bajo mis pies, inclinándose hacia abajo en una declinación constante. Llevarnos cerca del suelo debería ser lo peor. Apretando mi mandíbula, abro mis ojos a la fuerza.

Mírame.

Maven dijo esas palabras una vez. En el Harbor Day. Cuando el sounder amenazó con destruirme. Lo escuché en la voz de Cal, lo vi en el rostro de Cal. No, escapé de ti. Hui. Pero Maven está en todas partes.

Cal suspira, exasperado y adolorido.

—Cameron.

El nombre abre mis ojos y estrello ambos puños en el pecho de Cal. El tropieza hacia atrás, sorprendido por la fuerza. Un destello plata colorea sus mejillas. Frunce su ceño en confusión.

Detrás de él, Cameron mantiene una mano en su asiento, moviéndose equilibradamente con el avión. Se ve fuerte, enfundada en el equipamiento táctico, con sus trenzas recién hechas apretadas con fuerza en su cabeza. Sus profundos ojos marrones penetran los míos.

—Eso no. —Rogando sale muy fácil—. Cualquier cosa menos eso. Por favor. No puedo… no puedo sentirlo de nuevo.

La sofocación del silencio. La muerte lenta. Pasé seis meses bajo ese peso y ahora, sintiéndome de nuevo, puede que no sobreviva otro momento con eso. Un jadeo de libertad entre dos prisiones es sólo otra tortura.

Cameron mantiene sus manos a los costados, sus largos y oscuros dedos quietos. Esperando por atacar. Los meses también la han cambiado. Su fuego no ha desaparecido, pero sí tiene dirección, enfoque. Propósito.

—Bien —responde. Con movimientos deliberados, cruza los brazos sobre su pecho, cruzando sus letales manos. Casi colapso de alivio—. Es bueno verte, Mare.

Mi latido todavía tamborilea, lo suficiente para dejarme sin aire, pero la luz deja de parpadear. Agacho mi cabeza aliviada.

—Gracias.

A mi lado, Cal luce sombrío. Un musculo ondula en su mejilla. Qué está pensando, no lo sé. Pero puedo suponer. Pasé seis meses con monstruos, y no me he olvidado lo que se siente ser un monstruo yo misma.

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Lentamente, me hundo en un asiento vacío, dejando mis palmas en mis rodillas. Luego enlazo mis dedos juntos. Luego me siento en mis manos. No sé cuál se ve menos amenazador. Furiosa conmigo misma, miro con el ceño fruncido mis dedos. De repente soy consciente de mi chaqueta de ejército y el vestido arruinado, destrozado casi hasta la costura, y lo frío que está aquí dentro.

El sanador nota mi temblor y rápidamente envuelve una manta alrededor de mis hombros. Se mueve rítmica y profesionalmente. Cuando me mira a los ojos, me sonríe ligeramente.

—Sucede todo el tiempo —murmura.

Fuerzo una risa, un sonido hueco.

—Veamos ese costado, ¿bien?

Mientras me giro para mostrarle la herida superficial, pero larga en mis costillas, Cal toma el asiento a mi lado. Me ofrece una sonrisa por su cuenta.

Lo siento, modula.

Lo siento, respondo.

Aunque en realidad no tengo nada porqué lamentarlo. Por una vez. He pasado por cosas horrendas, hecho cosas horribles para sobrevivir. Es más fácil de esta forma. Por ahora.

No sé por qué pretendo dormir. Mientras el sanador hace su trabajo, mis ojos se cierran y se quedan así por horas. He soñado con este momento por tanto tiempo que casi es abrumador. La única cosa que puedo hacer es inclinarme y respirar con tranquilidad. Me siento como una bomba. Ningún movimiento repentino. Cal se queda cerca a mi lado, con sus piernas presionadas contra las mías. Lo escucho moverse ocasionalmente, pero no habla con los otros. Tampoco Cameron. Su atención está reservada para mí.

Parte de mí quiere hablar. Preguntarles por mi familia. Kilorn. Farley. Qué sucedió antes, qué está pasando ahora. Adónde demonios vamos. No puedo hacer que mis palabras salgan de los pensamientos. Sólo hay suficiente energía en mí para sentir alivio. Frío, un tranquilizador alivio. Cal está vivo; Cameron está viva. Estoy viva.

Los otros murmuran entre sí, sus voces son bajas por respeto. O sólo no quieren despertarme en arriesgarse a otro estallido con veleidosos rayos.

Escuchar a escondidas es una segunda naturaleza en este punto. Atrapo un par de palabras, suficientes para pintar una imagen borrosa. Guardia Escarlata, éxito táctico, Montfort. Lo último me toma un largo momento de contemplación. Apenas recuerdo a los gemelos nuevasangres, enviados de otra lejana nación. Sus rostros son borrosos en mi recuerdo. Pero ciertamente recuerdo su oferta. Refugio para nuevasangres, siempre y cuando lo acompañara. Me puso intranquila entonces y me pone intranquila ahora. Si han hecho una alianza con la Guarida Escarlata… ¿cuál fue el precio? Mi cuerpo se tensa ante la implicación. Monfort me quiere para algo, eso es muy claro. Y Monfort parece haber ayudado en mi rescate.

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En mi cabeza, rozo contra la electricidad de mi avión, dejándolo llamar la electricidad dentro de mí. Algo me dice que esta batalla no ha terminado.

El avión aterriza suavemente, bajando después del atardecer. Salto ante la sensación y Cal reacciona con reflejos de felino, su mano bajo mi muñeca. Me aparto con una punzada de adrenalina.

—Lo siento —dice—. Yo…

A pesar de mi estómago revuelto, me obligo a calmarme. Tomo su muñeca en mi mano, los dedos rozando a lo largo del acero de su brazalete.

—Me mantuvo encadenada. Esposas de Piedra Silenciosa, noche y día —susurro. Apretando mi agarre, le permito sentir un poco de lo que recuerdo—. Todavía no puedo sacarlo de mi cabeza.

Su ceño se frunce sobre sus ojos oscuros. Conozco el dolor íntimamente, pero no puedo encontrar la fuerza para verlo en Cal. Dejo caer la mirada, pasando mi pulgar a lo largo de su piel caliente. Otro recordatorio de que está aquí y yo estoy aquí. Sin importar qué suceda, siempre habrá esto.

Se mueve, moviéndose con su letal gracia, hasta que estoy sosteniendo su mano. Nuestros dedos enlazados con fuerza.

—Desearía hacerte olvidar —dice.

—Eso no ayudaría en nada.

—Lo sé. Pero, aun así.

Cameron nos mira desde el otro lado del pasillo, una pierna cruzada sobre la otra. Casi parece divertida cuando la miro.

—Sorprendente —dice.

Trato de no enojarme. Mi relación con Cameron, aunque corta, no fue exactamente buena. En retrospectiva, mi culpa. Otra en una larga línea de errores que quiero arreglar desesperadamente.

—¿Qué?

Sonriendo, desabrocha su cinturón del asiento y se levanta mientras el avión desacelera.

—Todavía no has preguntado a dónde vamos.

—Cualquier lugar es mejor que donde estaba. —Veo a Cal y aparto mi mano para juguetear con las hebillas del cinturón—. Y supuse que alguien me pondría al tanto.

Él se encoje de hombros.

—Esperaba el momento indicado. No quería sobrecargarte.

Por primera vez en mucho tiempo, me río de verdad.

—Ese es un juego de palabras espantoso.

Su amplia sonrisa hace juego con la mía.

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—Funciona.

—Esto es terriblemente insoportable —murmura Cameron para sí misma.

Una vez que estoy libre de mi asiento, me acerco a ella, tentativa. Nota mi aprehensión y mete sus manos en sus bolsillos. No es propio de Cameron retroceder o ser delicada, pero lo hace por mí. No la vi en la batalla y sería estúpida si no me diera cuenta de su verdadero propósito. Está en este avión para mantener un ojo en mí, un balde de agua fría extra al lado de una fogata por si se sale de control.

Lentamente, coloco mis brazos alrededor de sus hombros, abrazándola. Me ordeno no estremecerme ante la sensación de su piel. Ella puede controlarlo, me digo. No dejará que su silencio te toque.

—Gracias por estar aquí —le digo. En serio.

Asiente tensamente, su mentón rozando la cima de mi cabeza. Tan jodidamente alta. O está creciendo o he empezado a encogerme. Apuesto por ambas cosas.

—Ahora dime dónde estamos —añado, apartándome—. Y qué demonios me he perdido.

Agacha su barbilla, apuntando hacia la cola del avión. Como el viejo Blackrun, este avión tiene una rampa de entrada. Esta baja con un siseo neumático. El sanador Reese guía a los demás afuera, y los seguimos, un par de pasos atrás. Me tenso mientras vamos, sin saber qué esperar afuera.

—Somos unos suertudos —dice Cameron—. Podemos ver cómo es Piedmont.

—¿Piedmont? —Miro a Cal, sin poder ocultar mi sorpresa o mi confusión.

Él endereza sus hombros. La incomodidad destella en mi cara.

—No era consciente hasta que esto fue planeado. No nos dijeron mucho.

—Nunca lo hacen. —Eso es lo que el Guardia sabe, como se mantiene al frente de los Plateados como Samson o Elara. La gente sabe exactamente lo que necesita, y nada más. Se necesita mucha fe, o estupidez, para seguir ordenes así.

Bajo la rampa, cada paso más ligero que el otro. Sin el peso muerto de los grilletes, siento que puedo volar. Los otros Guardias siguen al frente de nosotros uniéndose a una multitud de otros soldados.

—La rama Piedmont de la Guardia Escarlata, ¿cierto? Una gran rama, por lo que parece.

—¿Qué quieres decir? —murmura Cal en mi oreja. Sobre su hombro, Cameron nos mira a ambos, igualmente perpleja. Miro entre ambos, buscando lo correcto por decir. Elijo la verdad.

—Ese es el por qué estamos en Piedmont. La Guardia ha estado operando aquí como en Norta y Lakeland. —Las palabras de la princesa Piedmont, Daraeus y Alexandret hacen eco en mi mente.

Cal sostiene mi mirada por un instante, antes de girarse a mirar a Cameron.

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—Eres cercana a Farley. ¿Escuchaste algo de esto?

Cameron se toca el labio.

—Nunca lo mencionó. Dudo que lo sepa. O no tiene autorización para contármelo.

Sus tonos cambian. Más afilado, sólo negocios. No se gustan el uno al otro. Por parte de Cameron, lo entiendo. ¿Por Cal? Fue criado como un príncipe. Incluso la Guardia Escarlata no puede anular cada centímetro malcriado.

—¿Está mi familia aquí? —También me concentro—. ¿Al menos lo saben?

—Por supuesto —contesta Cal. No es un buen mentiroso y ahora no veo ninguna mentira en él—. Me aseguré de ello. Vinieron de Trial con el resto del equipo del coronel.

—Bien. Voy a ir a verles tan pronto como sea posible.

El aire de Piedmont es caliente, pesado, húmedo. Como el hoyo más profundo del verano, aunque solo es primavera. Nunca he comenzado a sudar tan rápido. Incluso la brisa es cálida. La pista de aterrizaje está inundada con focos que casi desplaza las estrellas. En la distancia, más jets se alinean. Algunos son verde bosque, igual como los que vi en la Plaza Caesar. Aeronaves como el Blackrun, igual de grande que una nave de carga. Monfort, me doy cuenta mientras los puntos se conectan en mi cerebro. El triángulo blanco en las alas es su marca. Lo vi antes, de vuelta en Tuck en embalajes de equipamiento y en los uniformes de los gemelos. Salpicadas entre las naves Monfort están los jets azul oscuro, como unos amarillos y blancos, sus alas pintadas a rayas. Los primeros son Lakelander, los segundos de Piedmont. Todo a nuestro alrededor está bien organizado y, a juzgar por los hangares y los cobertizos, bien financiados.

Claramente estamos en una base militar y no del tipo al que está acostumbrada la Guardia Escarlata.

Cal y Cameron parecen tan sorprendidos como yo.

—¿Acabo de pasar seis meses como prisionera y me están diciendo que sé más sobre nuestras operaciones que ustedes? —me burlo de ellos.

Cal parece avergonzado. Es un general, un Plateado, nació como príncipe. Estar confundido y avergonzado no encaja con él.

Cameron solo se eriza.

—Solo te llevó unas pocas horas recuperar tu santurronería. Debe ser un nuevo récord.

Tiene razón y duele. Corro a alcanzarla, Cal a mi lado.

—Solo… lo siento. Pensé que esto sería más fácil.

Una mano en la parte pequeña de mi espalda exuda calor, tranquilizando mis músculos.

—¿Qué sabes que nosotros no? —pregunta Cal, su voz dolorosamente suave. Parte de mí quiere sacudirlo. No soy una muñeca, no la muñeca de Maven, ni la de nadie, y

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estoy controlada de nuevo. No necesito ser manejada. Pero el resto disfruta su tratamiento cariñoso. Es mejor que nada de lo que he experimentado en mucho tiempo.

No rompo mi paso, pero mantengo la voz baja:

—Un día la Casa Iral y las otras intentaron matar a Maven, estaba celebrado un banquete para dos príncipes de Piedmont. Daraeus y Alexandret. Me interrogaron de antemano, preguntando sobre la Guardia Escarlata, las operaciones en su reino. Algo sobre un príncipe y princesa. —El recuerdo hace más hincapié—. Charlotta y Michael. Están perdidos.

Una sombra oscura cubre el rostro de Cal.

—Escuchamos que la princesa estaba en Archeon. Alexandret murió después. En el intento de asesinato.

Pestañeo, sorprendida.

—¿Cómo lo…?

—Te seguimos lo mejor que pudimos —explica—. Estaba en los informes.

Informes. El mundo da vueltas.

—¿Ese es el porqué Nanny estaba incorporada en la corte? ¿Para mantener un ojo en mí?

—Nanny fue mi culpa —gruñe Cal. Baja la mirada a sus pies—. De nadie más.

A su lado, Cameron frunce el ceño.

—Malditamente cierto.

—¡Señorita Barrow!

La voz no es una sorpresa. Donde va la Guardia Escarlata, ahí está el coronel Farley. Se ve casi igual que siempre: agobiado, ronco y bruto, su cabello rubio claro casi rapado, su rostro marcado con estrés prematuro y un ojo cubierto permanentemente con un velo sangre escarlata. Los únicos cambios son el constante gris en su cabello, igual que una quemadura de sol sobre la nariz y más pecas en sus expuestos antebrazos. Los Lakelander no están acostumbrados al sol de Piedmont y ha estado aquí el tiempo suficiente para sentirlo.

Sus soldados Lakelander, sus uniformes una división de rojo y azul, acompañándolo en una posición de flanqueo. Otros dos en el camino verde también adelante. Reconozco a Rash y Tahir en la distancia, caminando a un paso lento. Farley no está con ellos. No la veo en el cemento, dejando uno de las aeronaves. No es que volviese de una pelea, a menos que nunca saliese de Norta. Me trago el pensamiento preocupante y me centro en su padre.

—Coronel. —Inclino la cabeza como saludo.

Me sorprende cuando extiende una increíblemente mano callosa.

—Es bueno verte completa —comenta.

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—Completa como se puede esperar.

Eso lo descoloca. Tose, mirando entre nosotros tres. Un lugar precario para un hombre que teme abiertamente lo que somos.

—Voy a ver a mi familia ahora, coronel.

No hay razón para pedir permiso. Me muevo para pasar a su lado, pero su mano me detiene repentinamente. Esta vez, lucho contra la profunda urgencia de alejarme. Nadie más va a ver mi miedo. No ahora mismo. En cambio, llevo mi mirada a la suya y le dejo darse cuenta exactamente de lo que está haciendo.

—No es mi decisión —indica firmemente el coronel. Alza las cejas, implorándome que escuche. Luego inclina la cabeza a un lado. Por encima de su hombro, Rash y Tahir asienten hacia mí.

—Señorita Barrow…

—Nos han dado instrucciones…

—… para acompañarla…

—… a su interrogatorio.

Los gemelos pestañean al unísono, terminando su locura de discurso conjuntado. Como el coronel, sudan con la humedad. Hace que sus igualadas barbas negras y su piel ocre brille.

En lugar de pegarles a los dos, como deseo, doy un pequeño paso atrás. Interrogatorio. El pensamiento de explicar todo por lo que he pasado a algún Guardia estratégico me hace querer gritar o correr, o ambas cosas.

Cal se interpone entre nosotros, aunque solo sea para amortiguar cualquier golpe que puede mandar en su dirección.

—¿Realmente van a obligarla a hacer esto ahora mismo? —Su tono de incredulidad está socavado con advertencia—. Puede esperar.

El coronel suspira lentamente, la imagen de la exasperación.

—Puede parecer despiadado —mira de manera cortante a los gemelos Monfort―, pero tienes información vital acerca de nuestros enemigos. Estas son nuestras órdenes, señorita Barrow. —Suaviza el tono—. Desearía que no lo fuesen.

Con un ligero toque, aparto a Cal a un lado.

—Voy. A. Ver. A. Mi. Familia. ¡Ahora! —grito, hablando de uno a otro de los insufribles gemelos. Simplemente fruncen el ceño.

—Qué maleducada —murmura Rash.

—Un poco maleducada —contesta Tahir en un susurro.

Cameron disimula una risa baja como una tos.

—No la tienten —advierte ella—. Miraré a otro lado si ataca con rayos.

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—Las órdenes pueden esperar —añade Cal, usando todo su entrenamiento militar para parecer dominante, incluso si tiene poca autoridad aquí. La Guardia Escarlata lo ve como un arma, nada más. Lo sé porque solía verlo del mismo modo.

Los gemelos no se mueven. Rash resopla, se hincha como un pájaro mostrando sus plumas.

—Ciertamente, ¿tienes tantos motivos como nadie para ayudar en la caída del rey Maven?

—Ciertamente, ¿sabes las mejores formas para derrotarlo? —continua Tahir.

No están equivocados. He visto las profundas heridas de Maven y las partes más oscuras. Dónde golpearlo para hacerlo sangrar más. Pero en este momento, con todos a quien quiero tan cerca, apenas puedo pensar correctamente. Ahora mismo, si alguien encadena a Maven en el suelo frente a mí, no me detendría para patearle en los dientes.

—No me importa quién está sujetando la correa, de ninguno de ustedes. —Camino con elegancia a su alrededor—. Díganle a su maestro que espere.

Los hermanos intercambian miradas. Se están hablando mentalmente, debatiendo. Podría alejarme si supiese a dónde dirigirme, pero estoy completamente perdida.

Mi mente ya corre, hacia mamá, papá, Gisa, Tramy y Bree. Los imagino reunidos en otra barraca, apretados en una habitación de un dormitorio más pequeña que nuestra casa. La mala comida de mamá apestando el espacio. La silla de papá, los recortes de Gisa. Hace que me duela el corazón.

—Los encontraré yo misma —siseo, intentando dejar atrás a los gemelos.

En cambio, Rash y Tahir se inclinan, despidiéndome.

—Muy bien…

—Tu interrogatorio es por la mañana, señorita Barrow.

—Coronel, si pudiese escoltarla hacia…

—Sí —dice el coronel con brusquedad, interrumpiéndolos. Estoy agradecida por su precipitación—. Sígueme, Mare.

La base Piedmont es mucho más grande que Tuck, juzgando por el tamaño del terreno. En la oscuridad es difícil decirlo, pero me recuerda más a Fort Patriot, la sede militar de Nortan en Harbor Bay. Los hangares son más grandes, los aviones se cuentan por docenas. En lugar de caminar hacia donde estamos yendo, los hombres del coronel nos llevan en un transporte descapotable. Como alguno de los jets, sus laterales tienen rayas amarillas y blancas. Tuck puedo entenderlo. Una base abandonada, fuera de la vista, olvidada, probablemente era fácil para la Guardia Escarlata. Pero esto no es nada de eso.

—¿Dónde está Kilorn? —murmuro entre dientes, codeando a Cal a mi lado.

—Con tu familia, asumo. Da saltos entre ellos y los nuevasangre la mayoría del tiempo.

Porque no tiene su propia familia.

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Bajo la voz, para evitar ofender a coronel.

—¿Y Farley?

Cameron se inclina sobre Cal, su mirada extrañamente amable.

—Está en el hospital, pero no te preocupes. No fue a Archeon, no está herida. La verás pronto. —Pestañea rápidamente, eligiendo sus palabras con cuidado—. Las dos tendrán… cosas que hablar.

—Bien.

El aire caliente me sofoca con dedos pegajosos, enredando mi cabello. Apenas puedo sentarme quieta en el asiento, demasiado excitada y nerviosa. Cuando fui atrapada, Shade acababa de morir, por mi culpa. No culparía a nadie, ni siquiera a Farley, si me odiaban por ello. El tiempo no siempre cura las heridas. De vez en cuando, las hace peores.

Cal mantiene una mano en mi pierna, un peso firme como un recordatorio de su presencia. A mi lado, mueve los ojos de un lado a otro, anotando cada giro del transporte. Debería hacer lo mismo. La base Piedmont es un suelo desconocido. Pero no puedo obligarme a hacer mucho más que morderme el labio y esperar. Mis nervios zumban, pero no por la electricidad. Cuando vamos a la derecha, girando a una red de casas adosadas de ladrillo rojo, siento que puedo explotar.

—Los cuarteles de los oficiales —susurra Cal entre dientes—. Esta es una base real. La fundó el gobierno. Solo hay unas pocas bases Piedmont de este tamaño.

Su tono me dice que se preocupa como yo. ¿Entonces cómo estamos aquí?

Nos detenemos frente a la única casa con todas las ventanas resplandeciendo. Sin pensarlo, salto sobre un lado del transporte, casi tropezándome con mis harapos. Estrecho la vista hacia el camino frente a mí. Un camino de grava, escalones de losa. Los movimientos detrás de las ventanas con cortinas. Solo escucho mis latidos y el crujido de una puerta abriéndose.

Mamá me alcanza primero, aventajando a mis hermanos pasilargos. El choque casi me quita el aire de los pulmones y su abrazo resultante sí lo hace. No me importa. Puede romperme cada hueso del cuerpo y no me importaría.

Bree y Tramy nos arrastran a medias sobre los escalones y hacia la casa adosada. Están gritando algo mientras mamá susurra en mi oreja. No escucho nada de eso. La felicidad y la alegría aplastan cada sentido. Nunca he sentido nada como eso.

Mis rodillas se frotan contra la alfombra y mamá se arrodilla conmigo en medio de un gran vestíbulo. Sigue besando mi rostro, alternando las mejillas tan rápido que pienso que puede amoratarlas. Gisa se arrastra con nosotras, su cabello rojo oscuro brilla por el rabillo de mi ojo. Como el coronel, tiene un montón de pecas nuevas, manchas marrones contra la piel dorada. La abrazo. Solía ser más pequeña.

Tramy nos sonríe, llevando una oscura barba cuidada. Siempre estaba intentando dejarse una de adolescente. Nunca llegó más lejos que una despoblada barba incipiente.

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Bree solía burlarse de él. Ya no. Se abraza contra mi espalda, unos gruesos brazos alrededor de mamá y yo. Sus mejillas están húmedas. Con una sacudida, me doy cuenta de que las mías también.

—¿Dónde está…? —pregunto.

Afortunadamente, no tengo tiempo de temer lo peor. Cuando él aparece me pregunto si estoy alucinando.

Se inclina pesadamente en el brazo de Kilorn y un bastón. Los meses le han sentado bien. Una comida regular lo ha engordado. Camina lentamente desde una habitación de al lado. Camina. Su paso es afectado, antinatural y poco familiar. Mi padre no ha tenido dos piernas en años. O más de un pulmón funcionando. Mientras se acerca, con ojos brillantes, escucho. Sin chirrido. Ni el sonido de una máquina ayudándolo a respirar. Ni el chirrido de una silla de ruedas oxidada. No sé qué pensar o decir. Olvido lo alto que es.

Sanadores. Probablemente la misma Sarah. Le agradezco silenciosamente cientos de veces en mi corazón. Lentamente, me levanto, apretando la chaqueta militar a mi alrededor. Tiene agujeros de bala. Papá las ve, todavía un soldado.

—Puedes abrazarme. No me caeré —comenta.

Mentiroso. Casi se cae cuando le rodeo la cintura con los brazos, pero Kilorn lo mantiene erguido. Nos abrazamos de una manera que no hemos sido capaces desde que era una niña pequeña.

Las suaves manos de mamá me apartan el cabello del rostro y acerca su cabeza a la mía. Me mantienen entre ellos, refugiada y segura. Y durante ese momento, olvido. No hay Maven, ni esposas, ni marcas, ni cicatrices. Ni guerra, ni rebelión.

Ni Shade.

No era la única perdida de nuestra familia. Nada puede cambiar eso.

Él no está aquí y nunca lo estará de nuevo. Mi hermano está solo en una isla abandonada.

Me niego a dejar que otro Barrow comparta su destino.

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Veintiuno

l agua del baño forma remolinos marrones y rojos. Suciedad y sangre. Mamá drena el agua dos veces, y todavía sigue buscando más en mi cabello. Por lo menos el curandero en el jet se encargó de mis heridas

frescas, así que puedo disfrutar del calor jabonoso sin más dolor. Gisa se posa en un taburete junto al borde de la bañera, con la columna recta en la postura rígida que perfeccionó a lo largo de los años. O se ha vuelto más bonita o los seis meses opacaron el recuerdo de su rostro. Nariz recta, labios llenos y brillantes y oscuros ojos. Los ojos de mamá, mis ojos. Los ojos que todos los Barrow tienen, excepto Shade. Él era el único de nosotros con ojos como la miel o el oro. De la madre de mi papá. Esos ojos se han ido para siempre.

Me aparto de los pensamientos de mi hermano y miro la mano de Gisa. La que rompí con mis absurdos errores.

La piel está lisa ahora, los huesos restablecidos. Ninguna evidencia de su mutilada parte del cuerpo, destrozada por la culata de un arma del oficial de seguridad.

—Sara —explica Gisa suavemente, flexionando sus dedos.

—Hizo un buen trabajo —le digo—. Con papá también.

—Eso tomó una semana entera, ¿sabes? Hacer crecer todo del muslo hacia abajo. Y él todavía se está acostumbrando. Pero no le dolió tanto como esto. —Flexiona sus dedos, sonriendo—. ¿Sabes que tuvo que volver a quebrar a estos dos? —Su índice y el dedo medio se mueven—. Utilizó un martillo. Dolió como el infierno.

—Gisa Barrow, tu lenguaje es espantoso. —Salpico un poco de agua a sus pies. Maldice otra vez, apartando los dedos de los pies.

—Culpa a la Guardia Escarlata. Parece que pasan todo su tiempo maldiciendo y pidiendo más banderas. —Suena cercano a la realidad. Ninguno será superado, Gisa se estira en la tina y con un movimiento rápido me lanza agua.

Mamá nos chasquea la lengua. Intenta parecer severa, y falla horriblemente.

—Nada de eso.

Una peluda toalla blanca se aprieta entre sus manos, extendida. Por mucho que quiera pasar otra hora remojándome en la calmante agua caliente, quiero volver abajo mucho más.

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El agua se desliza mientras me levanto y salgo del baño, envolviéndome en la toalla. La sonrisa de Gisa flaquea un poco. Mis cicatrices son claras como el día, pedacitos de carne blanca sobre la piel más oscura. Incluso mamá se aleja, dándome un segundo para envolver la toalla un poco mejor, escondiendo la marca en mi clavícula.

Me concentro en el baño en lugar de sus rostros avergonzados. No es tan fino como el que tenía en Archeon, pero la ausencia de la Piedra Silenciosa lo compensa mucho más. Cualquier oficial que vivió aquí tenía un gusto por lo muy brillante. Las paredes son de un color naranja brillante adornado con color blanco para que combine con las fijaciones de porcelana, incluyendo un lavabo acanalado, la profunda bañera, y una ducha escondida detrás de una cortina de color verde lima. Mi reflejo me mira desde el espejo encima del lavabo. Parezco una rata ahogada, aunque muy limpia. Junto a mi madre, veo nuestra semejanza más de cerca. Ella es de huesos pequeños como yo, nuestra piel tiene la misma sombra dorada. Aunque la suya está más desgastada y arrugada, tallada con los años.

Gisa nos lleva hacia el pasillo, mientras mamá nos sigue, secando mi cabello con otra suave toalla. Me muestran un dormitorio azul pastel con dos camas mullidas. Es pequeño, pero más que adecuado. Prefiero un piso de tierra al aposento más suntuoso del palacio de Maven. Mamá se apresura a meterme en un pijama de algodón, sin mencionar los calcetines y un suave chal.

—Mamá, voy a hervir —protesto amablemente, desenrollando el chal del cuello.

Lo devuelve con una sonrisa. Luego me besa de nuevo, precipitándose para rozar mis dos mejillas.

—Sólo trato de hacerte sentir cómoda.

—Confía en mí, lo estoy —le digo, apretando su brazo.

En la esquina, noto mi vestido enjoyado de la boda, ahora reducido a desechos. Gisa sigue mi mirada y se sonroja.

—Pensé que podría salvar un poco de él —admite mi hermana, luciendo casi tímida—. Esos son rubíes. No voy a desperdiciar rubíes.

Parece que tiene más de mis instintos de ladrón de lo que me di cuenta.

Y al parecer, mi madre también.

Ella habla antes de dar un paso hacia la puerta del dormitorio.

—Si crees que voy a dejarte que te quedes a todas horas hablando de guerra, estás absolutamente equivocada. —Para cimentar su punto, cruza sus brazos y se instala directamente en mi camino. Mi madre es más baja, como yo, pero es una trabajadora de muchos años. Está lejos de ser débil. La he visto mover con sus brazos a mis tres hermanos y sé de primera mano que me llevará a la fuerza a la cama si es necesario.

—Mamá, hay cosas que necesito decir...

—Tu entrevista es a las ocho de la mañana. Dilo entonces.

—… y quiero saber de qué me he perdido…

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—La Guardia derrocó a Corvium. Están trabajando en Piedmont. Eso es todo lo se sabe en la planta baja —dice rápido, conduciéndome hacia la cama.

Miro a Gisa para pedir ayuda, pero se aleja, con las manos levantadas.

—No he hablado con Kilorn...

—Él entiende.

—Cal…

—Está absolutamente bien con tu padre y hermanos. Puede asaltar la capital; puede manejarlos.

Con una sonrisa maliciosa, me imagino a Cal embutido entre Bree y Tramy.

—Además, hizo todo lo que pudo para traerte de vuelta a nosotros —añade con un guiño—. No le darán ningún problema, no esta noche por lo menos. Ahora entra en esa cama y cierra los ojos, o los cerraré por ti.

Las luces sisean en sus bombillas; el cableado en la habitación serpentea a lo largo de líneas eléctricas de luz. Nada de eso se compara con la fuerza de la voz de mi madre. Hago lo que dice, metiéndome bajo las mantas de la cama más cercana. Para mi sorpresa, entra a mi lado, abrazándome.

Por milésima vez esta noche, me besa en la mejilla.

—No vas a ninguna parte.

En mi corazón, sé que no es cierto.

Esta guerra está lejos de ser ganada.

Pero al menos puede ser cierto por esta noche.

Las aves en Piedmont arman un jaleo horrible. Gorjean y trinan fuera de las ventanas, y me imagino a montones de ellos encaramadas en los árboles. Es la única explicación para ese ruido. Sin embargo, son buenas para una cosa: nunca había oído pájaros en Archeon. Incluso antes de abrir los ojos, sé que lo de ayer no fue un sueño. Sé dónde me estoy despertando y por qué me estoy despertando.

Mamá es una madrugadora por hábito. Gisa tampoco está aquí, pero no estoy sola. Me asomo por la puerta del dormitorio para encontrar a un muchacho larguirucho sentado en lo alto de las escaleras, con las piernas estiradas sobre los escalones.

Kilorn se pone de pie con una sonrisa, con los brazos extendidos. Hay una buena oportunidad de que me desmorone con todos los abrazos.

—Te tomó bastante tiempo —dice. Incluso después de seis meses de captura y tormento, él no me tratará con guantes de seda. Regresamos a nuestra rutina con velocidad cegadora.

Lo empujo en las costillas.

—No gracias a ti.

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—Sí, las incursiones militares y los ataques tácticos no son exactamente mi especialidad.

—¿Tienes una especialidad?

—Bueno, ¿además de ser una molestia? —Se ríe, bajando las escaleras. Las ollas y sartenes suenan con estrépito en alguna parte y sigo el olor del tocino friéndose. A la luz del día, la casa adosada parece amigable y fuera de lugar para una base militar. Las paredes de color amarillo mantequilla y las alfombras púrpuras rojizo calientan el pasillo central, pero está sospechosamente desnudo de decoraciones. Los agujeros de los clavos puntean el papel pintado. Tal vez una docena de pinturas se han eliminado. Las habitaciones que pasamos, un salón y un estudio, también están escasamente amuebladas. O el oficial que vivía aquí vació su casa, o alguien más lo hizo por él.

Detente, me digo. Me he ganado el derecho de no pensar en traiciones o puñaladas por la espalda un maldito día. Estás a salvo; estás a salvo; se acabó. Repito las palabras en mi cabeza.

Kilorn levanta un brazo y me detiene en la puerta de la cocina. Se inclina en mi espacio, hasta que no puedo evitar sus ojos. Verdes como lo recuerdo. Se entrecierran en preocupación.

—¿Estás bien?

Normalmente, asentiría, sonriendo para alejar la insinuación. Lo he hecho tantas veces antes. Alejé a la gente más cercana a mí, pensando que podía sangrar sola. No lo haré más. Se me hizo odioso, horrible. Pero las palabras que quiero sacar no vendrán. No para Kilorn. No lo entendería.

—Comienzo a pensar que necesito una palabra que signifique sí y no al mismo tiempo —susurro, mirando mis dedos del pie.

Me pone una mano en el hombro. No se demora. Kilorn conoce las líneas que he trazado entre nosotros. Él no va a presionar más allá de ellas.

—Estoy aquí cuando necesites hablar. —No si, cuando—. Te voy a perseguir hasta que lo hagas.

Ofrezco una sonrisa temblorosa.

—Bien. —El sonido de la grasa cocinándose cruje en el aire—. Espero que Bree no se lo haya comido todo.

Mi hermano por supuesto que lo intenta. Mientras Tramy la ayuda a cocinar, Bree se acerca al hombro de mamá, recogiendo tiras de tocino de la grasa caliente. Ella le golpea para que se aleje mientras que Tramy se regodea, sonriendo sobre una cacerola de huevos. Ambos son adultos, pero parecen niños, justo como yo los recuerdo. Gisa se sienta a la mesa de la cocina, observando por el rabillo del ojo. Haciendo todo lo posible por mantenerse formal. Tamborilea los dedos sobre la mesa de madera.

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Papá está más contenido, apoyado contra una pared de armarios, su nueva pierna se inclina frente a él. Me divisa antes que los demás y me ofrece una sonrisa pequeña y privada. A pesar de la escena alegre, la tristeza come sus bordes.

Él siente nuestra pieza que falta. La que nunca será encontrada.

Me trago el nudo en la garganta, empujando el fantasma de Shade.

Cal también está notablemente ausente. No es que se quede lejos mucho tiempo. Probablemente está durmiendo, o tal vez planeando la siguiente etapa de... lo que sea que esté pasando.

—Otras personas necesitan comer —regaño mientras paso junto a Bree. Rápidamente, arranco el tocino de sus dedos. Seis meses no han entorpecido mis reflejos o impulsos. Le sonrío mientras me siento al lado de Gisa, ahora recogiendo su cabello largo en un ordenado moño.

Bree hace una mueca mientras se sienta, un plato en la mano, amontonado con tostadas recubiertas de mantequilla. Él nunca comió tan bien en el ejército, o en Tuck. Como el resto de nosotros, está aprovechando la comida.

—Sí, Tramy, guarda un poco para el resto de nosotros.

—Como si realmente lo necesitaras —replica Tramy, pellizcando la mejilla de Bree. Ellos terminan golpeándose el uno al otro. Niños, pienso otra vez. Y soldados también.

Ambos fueron reclutados y ambos sobrevivieron más que la mayoría. Algunos podrían llamarlo suerte, pero son fuertes, los dos. Inteligentes en la batalla, aunque no en casa. Los guerreros yacen bajo sus sonrisas fáciles y su comportamiento infantil. Por ahora me alegro de no tener que verlo.

Mamá me sirve primero. Nadie se queja, ni siquiera Bree. Le clavo el diente a huevos y tocino, así como a una taza de rico y caliente café con crema y azúcar. La comida es apta para un noble Plateado y debo saberlo.

—Mamá, ¿cómo conseguiste esto? —pregunto entre pedazos de huevo. Gisa hace una mueca, arrugando la nariz a la comida que se queda en mi boca mientras hablo.

—Entrega diaria a la calle —responde mamá, tirando una trenza de cabello gris y marrón sobre su hombro—. Esta hilera de casas adosadas está llena de los oficiales de la Guardia, oficiales de alto rango y personas importantes y sus familias.

—La definición de personas importantes… —Intento leer entre líneas—. ¿Nuevasangre?

Kilorn responde en su lugar.

—Si son oficiales, sí. Pero los reclutas nuevasangres viven en el cuartel con el resto de los soldados. Pensé que era mejor así. Menos división, menos temor. Nunca vamos a tener un ejército adecuado si la mayoría de las tropas tienen miedo de la persona a su lado.

A pesar de mí, siento que mis cejas se levantan sorprendidas.

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—Te dije que tenía una especialidad —susurra con un guiño.

Mi madre se ilumina, poniendo el siguiente plato de comida delante de él. Ella frota su cabello con cariño, doblando en el extremo los mechones rojos. Él torpemente trata de alisarlos de nuevo.

—Kilorn ha estado mejorando las relaciones entre los nuevasangre y el resto de la Guardia Escarlata —dice con orgullo. Él intenta ocultar el rubor resultante con una mano.

—Warren, si no vas a comer eso...

Papá reacciona más rápido que cualquiera de nosotros, golpeando la mano extendida de Tramy con su bastón.

—Modales, muchacho —gruñe. Luego me arrebata el tocino de mi plato—. Buen material.

—Lo mejor que he probado. —Gisa está de acuerdo. Delicadamente, pero ansiosamente recoge huevos rociados con queso—. Montfort conoce su comida.

—Piedmont —corrige papá—. La comida y las tiendas son de Piedmont.

Tomo nota de la información y me avergüenzo por el instinto de hacerlo. Estoy tan acostumbrada a diseccionar las palabras de todo el mundo a mi alrededor que lo hago sin pensar, incluso a mi familia. Estás a salvo; estás a salvo; se acabó. Las palabras se repiten en mi cabeza. Su ritmo me nivela un poco.

Papá todavía se niega a sentarse.

—Entonces, ¿cómo está tu pierna? —pregunto.

Se rasca la cabeza, inquieto.

—Bueno, no voy a regresarla pronto—dice con una rara sonrisa—. Toma tiempo acostumbrarse. El sanador de piel está ayudando cuando puede.

—Eso es bueno. Eso es realmente bueno.

Nunca me avergoncé de la lesión de papá. Significaba que estaba vivo y a salvo del reclutamiento. Tantos otros padres, incluidos los de Kilorn, murieron por una guerra sin sentido mientras los míos vivieron. La pierna que le faltaba le volvió agrio, descontento, resentido de su silla. Fruncía el ceño más de lo que sonreía, un ermitaño amargo para la mayoría. Pero era un hombre vivo. Me dijo una vez que era cruel dar esperanza donde no quedaba nada. No tenía esperanza de volver a caminar, de ser el hombre que fue antes. Ahora está de pie como prueba de lo contrario y esa esperanza, sin importa cuán pequeña, cuán imposible, todavía puede ser respondida.

En la prisión de Maven, me desesperé. Me perdí. Conté los días y deseé un final, sin importar el tipo. Pero tenía esperanza. Esperanza tonta e ilógica. A veces un solo parpadeo, a veces una llama. También parecía imposible. Igual que el camino por delante, a través de la guerra y la revolución. Todos podríamos morir en los próximos días. Podríamos ser traicionados. O... podríamos ganar

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Ni siquiera sé a qué se parece, o qué esperar exactamente. Sólo sé que debo mantener viva mi esperanza. Es el único escudo que tengo contra la oscuridad interior.

Miro alrededor a la mesa de la cocina. Una vez me lamenté de que mi familia no me conociera, no entendiera en lo que me había convertido. Me creía separada, sola, aislada.

No podía estar más equivocada. Ahora lo sé. Sé quién soy.

Soy Mare Barrow. No Mareena, no la chica rayo. Mare.

Mis padres ofrecen silenciosamente acompañarme a la sesión de información. Gisa también lo hace. Me niego. Esta es una empresa militar, sólo negocios, todo por la causa. Será más fácil para mí recordar en detalle si mi madre no está sosteniendo mi mano. Puedo ser fuerte delante del coronel y de sus oficiales, pero no de ella. Ella vuelve demasiado tentadora el quebrarse. La debilidad es aceptable, perdonable, en torno a la familia. Pero no cuando las vidas y las guerras cuelgan en la balanza.

El reloj de la cocina marca las ocho de la mañana, y justo a tiempo un transporte descapotado se estaciona fuera de la casa adosada. Voy en silencio. Sólo Kilorn me sigue, pero no para unirse. Sabe que él no tiene parte en esto.

—Entonces, ¿qué vas a hacer durante el día? —pregunto mientras abro la puerta de latón.

Se encoge de hombros.

—Tenía una cita en Trial. Un poco de entrenamiento, rondas con los nuevasangre, lecciones con Ada. Después que vine aquí con tus padres, pensé que seguiría así.

—Una cita —resoplo, saliendo al sol—. Pareces una dama Plateada.

—Bueno, cuando eres tan guapo como yo… —Suspira.

Ya hace calor, el sol brilla sobre el horizonte y me quito la fina chaqueta en la que mamá me forzó. Frondosos árboles se alinean en la calle, ocultando la base militar como un vecindario de clase alta. La mayoría de la hilera de casas de ladrillo parecen vacías, sus ventanas oscuras y cerradas. En la parte baja de los escalones, mi transporte espera. El conductor detrás del volante baja sus gafas de sol, mirándome por el borde. Debería haberlo sabido. Cal me dio todo el tiempo que necesitaba con mi familia, pero no podía mantenerse alejado tanto.

—Kilorn —llama, saludando con una mano. Kilorn devuelve el gesto con facilidad y una sonrisa. Seis meses han matado su competencia hasta la raíz.

—Te encontraré más tarde —le digo—. Para comparar notas.

Asiente.

—Por supuesto.

A pesar de que Cal está en el asiento del conductor, atrayéndome como un faro, camino lentamente hacia el transporte. En la distancia, motores de aviones rugen. Cada paso es otro centímetro más cerca de revivir seis meses de cautiverio. Si me diera la vuelta, nadie me culparía. Pero sólo prolongaría lo inevitable.

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Cal observa, su rostro sombrío bajo la luz del sol. Extiende una mano, ayudándome a subir al asiento delantero como si fuera alguna clase de inválida. El motor ronronea, su corazón eléctrico un consuelo y un recordatorio. Puede que esté asustada, pero no soy débil.

Con un último saludo a Kilorn, Cal acelera el motor y gira el volante, conduciéndonos por la calle. La brisa alborota su tosco cabello corto, resaltando zonas irregulares.

Paso una mano por su nuca.

—¿Te hiciste esto?

Se ruboriza plateado.

—Lo intenté. —Dejando una mano sobre el volante, toma la mía con la otra—. ¿Vas a estar bien para esto?

—Lo superaré. Supongo que tus reportes tienen las mayores partes importantes. Sólo tengo que llenar los agujeros. —Los árboles disminuyen a cada lado de nosotros, donde la calle oficial llega a una más grande avenida. A la izquierda está el campo de aterrizaje. Giramos a la derecha, el transporte arqueándose suavemente sobre el pavimento—. Y, con suerte, alguien empezará a contarme todo… esto.

—Con esta gente, tienes que exigir respuestas más que esperarlas.

—¿Has estado exigiendo, Su Alteza?

Se ríe bajo en su garganta.

—Ciertamente eso piensan.

Es un viaje de cinco minutos a nuestro destino y Cal hace lo mejor para ponerme al tanto con rapidez. Había cuarteles generales a lo largo de la frontera Lakelander cerca de Trial. Todos los soldados del coronel evacuaron el norte en anticipación a un asalto a la isla. Pasaron meses bajo tierra, en helados búnkeres, mientras Farley y el coronel intercambiaban comunicaciones con el mando y se preparaban para su próximo objetivo. Corvium. La voz de Cal tiembla un poco cuando describe el asedio. Lideró el ataque, tomando los muros en un asalto sorpresa y luego la ciudad fortificada, cuadra a cuadra. Es posible que conociera a los soldados contra los que luchaba. Es posible que asesinara amigos. No insisto por cualquier herida. Al final, completaron el asedio, eliminando a los últimos oficiales Plateados ofreciéndoles rendición o ejecución.

—La mayoría son rehenes ahora, algunos pidieron rescate a sus familias. Y algunos eligieron la muerte —murmura, su voz desvaneciéndose. Me echa un vistazo, sólo por un momento, sus ojos ocultos tras los lentes de sus oscurecidas gafas.

—Lo siento —murmuro, y quiero decirlo. No sólo porque Cal sufre, sino porque he aprendido hace tiempo cuán gris es este mundo—. ¿Estará Julian en el reporte?

Cal suspira, agradecido por el cambio de tema.

—No lo sé. Esta mañana, dijo que los jefazos de Montfort han estado muy complacientes en lo que a él respecta, dándole acceso a los archivos de la base, un laboratorio, todo el tiempo que quiera continuar sus estudios de nuevasangre.

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No puedo pensar en mejor recompensa para Julian Jacos. Tiempo y libros.

—Pero podrían no estar demasiado ansiosos en dejar a un cantante cerca de su líder —añade Cal, pensativo.

—Entendible —replico. Mientras que nuestras habilidades son más destructivas, la de Julian para manipular es igual de mortal—. Entonces, ¿cuánto tiempo ha estado Montfort en esto?

—Tampoco lo sé —dice, su molestia es obvia—. Pero pusieron verdadera atención después de Corvium. Y ahora, ¿con la alianza de Maven con las Lakeland? Él se está uniendo también a la rebelión —explica—. Montfort y la Guardia hicieron lo mismo. En lugar de armas y comidas, Montfort empezó a enviar soldados. Rojos, nuevasangres. Ya tenían un plan para sacarte de Archeon. Movimiento de pinza. Nosotros desde Trial, Montfort desde Piedmont. Pueden organizar. Les concederé eso. Sólo necesitan el momento correcto.

Resoplo.

—Eligieron un infierno de momento. —Los disparos y el derramamiento de sangre nublan mis pensamientos—. Todo eso por mí. Parece estúpido.

El agarre de Cal en mis manos se aprieta. Había sido criado para ser el perfecto soldado Plateado. Recuerdo sus manuales, sus libros sobre tácticas militares. Victoria a cualquier coste, decían. Y solía creerlo. Al igual que yo solía creer que nada en la tierra podría hacer volver a Maven.

—O tenían otro objetivo en Archeon o Montfort real, realmente te quiere —murmura Cal mientras el transporte desacelera.

Nos detenemos delante de otro edificio de ladrillos, su frente decorado por blancas columnas y un largo y envolvente porche. De nuevo pienso en Fort Patriot, sus puertas decoradas de inquietante bronce. A los Plateados les gustan las cosas hermosas y esta no es la excepción. Vides con flores trepan por las columnas, floreciendo con estallidos púrpuras de glicinas y fragrante madreselva. Soldados en uniforme caminan bajo las plantas, ateniéndose a las sombras. Diviso a la Guardia Escarlata en sus disparejas ropas y rojas bufandas, Lakelander en azul y un arrastrado lío de oficial de Montfort en verde. Mi estómago se retuerce.

El coronel sale para encontrarnos, felizmente solo.

Empieza antes que pueda arreglármelas para bajar del transporte.

—Te reunirás conmigo, dos generales de Montfort y una oficial del mando.

Cal y yo saltamos, con ojos amplios.

—¿El mando? —me opongo.

—Sí. —El ojo bueno del coronel destella. Se da la vuelta, obligándonos a mantener el paso—. Digamos que las ruedas están en movimiento.

Pongo los ojos en blanco, ya exasperada.

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—¿Qué tal si simplemente dices lo que quieres decir?

—Probablemente porque él no lo sabe —replica una voz familiar.

Farley se inclina en la sombra de una de las columnas, sus brazos cruzados altos sobre su pecho. La miro boquiabierta. Porque está enorme e hilarantemente embarazada. Su estómago se tensa contra el uniforme alterado de un atado vestido suelto y pantalones holgados. No me sorprendería si diera a luz en los siguientes treinta segundos.

—Ah. —Es todo lo que puedo decir.

Parece casi divertida.

—Haz las cuentas, Barrow.

Nueve meses. Shade. Su reacción en el avión de carga cuando le dije lo que Jon dijo. La respuesta a tu pregunta es sí.

No sabía lo que significaba, pero ella lo hizo. Tenía sus sospechas. Y supo que estaba embarazada con el hijo de mi hermano menos de una hora después de que él fuera asesinado. Cada revelación es una patada en el estómago. Partes iguales de dicha y pena. Shade tiene un hijo… uno que nunca llegará a ver.

—No puedo creer que nadie pensara en decírtelo —continúa Farley, lanzando miradas fulminantes a Cal, que se remueve incómodamente—. Ciertamente hubo tiempo.

En mi conmoción, todo lo que puedo hacer es estar de acuerdo. No sólo por Cal, sino por mi madre, el resto de mi familia.

—¿Todos sabían sobre esto?

—Bueno, es inútil discutirlo ahora —continúa Farley, apoyándose en la columna. Incluso en los Pilares, la mayoría de las mujeres hacen reposo en cama en este momento del embarazo, pero no ella. Mantiene un arma en su cadera, enfundada en abierta advertencia. Una embarazada Farley es todavía una peligrosa Farley. Probablemente más que eso.

—Tengo la sensación de que quieres superar esto tan rápido como sea posible.

Cuando se vuelve de espaldas, guiándonos al interior, golpeo a Cal en las costillas. Dos veces, por si acaso.

Rechina los dientes, respirando a través del golpe.

—Lo siento —gruñe.

El interior de lo que debe ser el edificio base del mando parece más una mansión. Escaleras en espiral al otro lado del vestíbulo, conectando a una galería por encima alineada con ventanas. Molduras recorren el techo, el cual está pintado para verse como la glicina fuera. El suelo es de parqué, alternando tablones de caoba, cerezo y roble en intrincados diseños. Pero como en la hilera de casas, cualquier cosa que no pueda ser atornillada se ha ido. Hay espacios en blanco en las paredes, mientras que rincones destinados para esculturas o bustos contienen guardias en su lugar. Guardias de Montfort.

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De cerca, sus uniformes están mejor hechos que cualquier cosa que la Guardia Escarlata o los Lakelander del coronel llevan. Más como los uniformes de los oficiales Plateados. Están producidos en masa —robustos—, con emblemas, insignias y el triángulo blanco engalanado en sus brazos.

Cal observa tan de cerca como yo. Me codea, asintiendo hacia las escaleras. En la galería, no menos de seis oficiales de Montfort nos observan ir. Tienen el cabello gris, cansancio de la batalla, con suficientes medallas para hundir un arco. Generales.

—Cámaras también —le susurro. En mi cabeza, las identifico, notando cada señal eléctrica mientras cruzamos el vestíbulo.

A pesar de las paredes vacías y escasas decoraciones, los finos pasajes hacen que mi piel se erice. Me sigo diciendo que la persona a mi lado no es uno de los Arven. Esto no es Whitefire. Mi habilidad es prueba de eso. Nadie me mantiene prisionera. Ojalá pudiera dejar caer mi guardia. Es una segunda naturaleza a este punto.

La sala de reuniones me recuerda a la sala del consejo de Maven. Tiene una larga y pulida mesa y sillas finamente tapizadas, y está iluminada por un conjunto de ventanas que miran a otro jardín. De nuevo, las paredes están vacías, excepto por un sello pintado directamente en la pared. Franjas amarillas y blancas, con una estrella púrpura en el centro. Piedmont.

Somos los primeros en llegar. Espero a que el coronel tome asiento a la cabeza de la mesa, pero no lo hace, eligiendo la silla a su derecha en su lugar. El resto nos ponemos junto a él, enfrentando el lado vacío que hemos dejado abierto para los oficiales de Montfort y el Comando.

El coronel observa, perplejo. Mira mientras Farley se sienta, su ojo bueno frío y duro.

—Capitán, no tienes autorización para eso.

Cal y yo intercambiamos miradas, con las cejas alzadas. Farley y el coronel se enfrentan a menudo. Al menos, eso no ha cambiado.

—Oh, ¿no fuiste informado? —replica ella, sacando una tira doblada de papel de su bolsillo—. Muy triste que eso pase. —Con un movimiento de su mano, desliza el papel hacia el coronel.

Él lo desdobla ávidamente, su ojo repasando una página de bruscas letras. No es largo, pero lo mira con fijeza por un tiempo, sin creer las palabras. Finalmente, alisa el mensaje contra la mesa.

—Esto no puede ser correcto.

—El Comando quiere un representante en la mesa. —Farley sonríe. Extiende sus manos ampliamente—. Aquí estoy.

—Entonces el Comando cometió un error.

—Soy el Comando ahora, coronel. No hay error.

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El Comando dirige a la Guardia Escarlata, el centro de una muy reservada rueda. Sólo he oído susurros de su existencia, pero bastante para saber que controlan la totalidad de una vasta y complicada operación. Si convirtieron a Farley en una de ellos, ¿eso significa que la Guardia está saliendo verdaderamente de las sombras… o es sólo a Farley lo que quieren?

—Diana, no puedes…

Ella se eriza, sonrojándose.

—¿Porque estoy embarazada? Te aseguro que puedo manejar dos tareas a la vez. —Si no fuera por su sorprendente parecido, tanto en apariencia como en actitud, sería fácil olvidar que Farley es la hija del coronel—. ¿Quieres presionar más el tema, Willis?

Él aprieta en un puño el mensaje, con los nudillos volviéndose blanco hueso. Pero niega.

—Bien. Y es general ahora. Actúa acorde.

Una réplica muere en la garganta del coronel, dándole una retorcida mirada. Con una sonrisa satisfecha, Farley recupera el mensaje y lo guarda. Nota a Cal mirando, tan confuso como yo.

—No eres el único oficial superior en la habitación ahora, Calore.

—Supongo que no. Felicitaciones —añade, ofreciendo una tensa sonrisa.

La toma con la guardia baja. Después de la abierta hostilidad de su padre, no esperaba apoyo de nadie, menos del envidioso príncipe Plateado.

Los generales de Montfort entran por otra puerta, resplandecientes en sus uniformes verde oscuro. A una la vi en la galería. Tiene el cabello corto y blanco, aguados ojos marrones y largas y ondeantes pestañas. Parpadea rápidamente. La otra, una mujer de cabello negro y piel marrón, parece tener unos cuarenta años y está construida como un buey. Inclina la cabeza hacia mí, como si saludara a una amiga.

—Te conozco —digo, intentando colocar su rostro—. ¿De qué te conozco?

No responde, volviendo su cabeza sobre su hombro para esperar por una persona más, un hombre de cabello gris con vestimenta simple. Pero apenas lo noto en absoluto, distraída por su compañero. Incluso si los colores de su casa, vestido en simples grises en lugar de su habitual desvanecido oro, Julian es difícil de pasar por alto. Siento una explosión de calidez ante la vista de mi antiguo profesor. Julian inclina su cabeza, ofreciendo una pequeña sonrisa como saludo. Se ve mejor de lo que alguna vez lo he visto, incluso cuando lo conocí por primera vez en el palacio veraniego. Entonces estaba agotado, cansado por una corte de enemigos, perseguido por una hermana muerta, una rota Sara Skonos y su propia duda. Aunque su cabello es ahora más gris que marrón, sus arrugas más profundas, parece vibrante, vivo, aliviado. Completo. La Guardia Escarlata le ha dado un propósito. Y Sara también, apuesto.

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Su presencia calma a Cal incluso más que a mí. Se relaja un poco a mi lado, dándole a su tío el más ligero asentimiento. Ambos vemos qué es esto, qué clase de mensaje está intentando enviar Montfort. No odian a los Plateados… y no les temen.

El otro hombre cierra la puerta mientras Julian toma asiento, firmemente plantándose en nuestro lado de la mesa. A pesar de que mide uno ochenta, parece pequeño sin un uniforme propio. En su lugar, lleva ropa civil. Una simple camisa abotonada, pantalón, zapatos. Sin armas que pueda ver. Tiene sangre Roja, eso es seguro, a juzgar por los tonos rosados bajo su arenosa piel. Nuevasangre o Rojo, no lo sé. Todo sobre él es decididamente neutral, afablemente corriente y modesto. Parece una página en blanco, o por naturaleza o por diseño. No hay nada más que indique quién o qué podría ser.

Pero Farley sabe. Se mueve para ponerse de pie y él le hace un gesto para que se siente.

—Eso no es necesario, general —dice. De alguna manera, me recuerda a Julian. Tiene los mismos ojos salvajes, la misma cosa extraordinaria sobre él. Los suyos están inclinados, moviéndose de un lado a otro, asimilando todo por observación y comprensión—. Es un placer finalmente conocerlos a todos —añade, asintiendo a cada uno de nosotros—. Coronel, señorita Barrow, su alteza.

Bajo la mesa, los dedos de Cal se crispan contra su pierna. Ya nadie lo llama así. No gente que quiere decirlo.

—¿Y quién eres tú, exactamente? —pregunta el coronel.

—Por supuesto —replica el hombre—. Lamento no haber podido venir antes. Mi nombre es Dane Davidson, señor. Sirvo como primer ministro a la República Libre de Montfort.

Los dedos de Cal se sacuden de nuevo.

—Gracias a todos por venir. He querido esta reunión por algún tiempo ahora —continúa Davidson—, y creo que juntos, podemos lograr cosas magníficas.

Este hombre es el líder de todo el país. Es uno de los que pidió por mí, que quería que me uniera a él. ¿Ha hecho todo esto para salirse con la suya? Como el rostro de su general, su nombre hace sonar una campana distante.

—Este es el general Torkins. —Davidson hace un gesto entre ellos—. Y la general Salida.

Salida. No reconozco su nombre. Pero ahora estoy segura de que la he visto antes.

La firmemente construida general nota mi confusión.

—Hice un poco de reconocimiento, señorita Barrow. Me presenté al rey Maven cuando estaba interrogando Ardent… quiero decir, nuevasangres. Puede que recuerdes. —Para demostrar, pasa su mano por la mesa. No, no por. A través. Como si no estuviera hecha de nada… o ella no lo estuviera.

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El recuerdo surge. Exhibió sus habilidades y fue aceptada en la “protección” de Maven junto con muchos otros nuevasangres. Una de ellas, en su miedo, expuso a Nanny ante toda la corte.

La miro con fijeza.

—Estabas allí el día que Nanny, la nuevasangre que podía cambiar su rostro, murió.

Salida parece realmente apenada. Baja su cabeza.

—Si lo hubiera sabido, si pudiera haber hecho algo, de verdad lo habría hecho. Pero Montfort y la Guardia Escarlata no se comunicaban abiertamente, no entonces. No conocíamos todas sus operaciones y ellos no sabían las nuestras.

—No por más tiempo. —Davidson permanece de pie, sus puños apoyados contra la mesa—. La Guardia Escarlata necesita discreción, sí, pero me temo que eso sólo hará más mal que bien de aquí en adelante. Demasiadas partes móviles no metiéndose en el camino de otros.

Farley se remueve en su asiento. O quiere disentir o la silla es incómoda. Pero contiene su lengua, dejando que Davidson continúe.

—Así que, en el interés de transparencia, sentí que era mejor para la señorita Barrow detallar su cautiverio, tanto como pueda, a todas las partes. Y después, responderé cualquier y todas las preguntas que pueden tener de mí, mi país o nuestro camino en adelante.

En las historias de Julian, había registros de gobernantes que eran elegidos, en lugar de nacidos. Ganaban sus coronas con un despliegue de atributos… un poco de fuerza, un poco de inteligencia, un poco de promesas vacías e intimidación. Davidson gobierna la llamada República Libre, y su gente lo eligió para dirigir. Basada en qué, no puedo decirlo todavía. Tiene una manera firme de hablar, una convicción natural. Y obviamente es muy inteligente. Por no mencionar que es el tipo de hombre que gana más atractivo con los años. Podría fácilmente ver que la gente quisiera que gobernara.

—Señorita Barrow, cuando sea que esté preparada.

Para mi sorpresa, la primera mano en sostener la mía no es la de Cal, sino la de Farley. Me da un reconfortante apretón.

Empiezo desde el principio. El único lugar que puedo pensar en empezar.

Mi voz se rompe cuando detallo cómo fui forzada a recordar a Shade. Farley baja sus ojos, su dolor igual de profundo que el mío. Lo paso como un soldado, la creciente obsesión de Maven, el niño rey que retorció mentiras en armas, usando mi rostro y sus palabras para volver a tantos nuevasangres como fuera posible contra la Guardia Escarlata. Todo el tiempo sus deshilachados bordes volviéndose más aparentes.

—Dice que dejó agujeros —explico—. La reina. Ella jugó con su cabeza, quitando pedazos, poniendo pedazos, confundiéndolo. Sabe que está mal, pero cree que tiene un camino, y no le dará la espalda.

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Una corriente de calor ondea. A mi lado, Cal mantiene su rostro impasible, sus ojos perforando agujeros en la mesa. Lo aplasto cuidadosamente.

Su madre le quitó su amor por ti, Cal. Te quería. Sabe lo que hizo. Es sólo que ya no está ahí y nunca lo hará. Pero esas palabras no son para que las oigan Davidson o el coronel o incluso Farley.

La gente de Montfort parece más interesada en la visita de Piedmont. Se animan ante la mención de Daraeus y Alexandret, y les hablo de su visita paso por paso. Su curiosidad, su comportamiento, hasta el tipo de ropa que llevaban. Cuando menciono a Michael y Charlotta, el príncipe y princesa perdidos, Davidson aprieta sus labios.

Mientras hablo, derramando más y más de mi sufrimiento, un entumecimiento se apodera de mí. Desconecto de las palabras. Mi voz habla con monotonía. La rebelión de la casa. La huida de Jon. La casi muerte de Maven. La visión de sangre Plateada chorreando de su cuello. Otro interrogatorio, el mío y de la mujer de Haven. Esa fue la primera vez que vi a Maven verdaderamente agitado, cuando la hermana de Elane le prometió su lealtad a un rey diferente. A Cal. Resultó en el exilio de muchos miembros de la corte, posibles aliados.

—Intenté separarlo de la Casa Samos. Sabía que eran su más fuerte aliado restante, así que jugué con su debilidad por mí. Si se casaba con Evangeline, le dije, ella lo mataría. —Las piezas se mueven en su lugar mientras hablo. Me sonrojo ante la implicación de que soy la razón por tan mortal alianza—. Creo que podría haberlo convencido de mirar a las Lakeland por una esposa diferente…

Julian me corta.

—Volo Samos ya estaba buscando una excusa para separarse de Maven. Terminar el compromiso fue sólo la última gota. Y asumo que las negociaciones con los Lakelander estaban en juego mucho antes de lo que piensas. —Esboza una fina sonrisa. Incluso si miente, me hace sentir un poco mejor.

Me apresuro a través de mis recuerdos del recorrido de la coronación, un glorificado desfile para ocultar sus tratos con los Lakelander. La revocación de Maven de las Medidas, el fin de la guerra Lakelander, su compromiso con Iris. Cuidados movimientos para comprar la benevolencia de su reino, para obtener mérito por detener una guerra sin detener su destrucción.

—Los nobles Plateados volvieron a la corte antes de la boda y Maven me mantuvo sola por la mayoría del tiempo. Entonces ocurrió la misma boda. La alianza Lakelander fue sellada. La tormenta, su tormenta, siguió. Maven e Iris huyeron a su tren de escape, pero fuimos separados.

Fue sólo ayer. Sin embargo, se siente como recordar un sueño. La adrenalina empaña la batalla, reduciendo mis recuerdos en color y dolor y miedo.

—Mis guardias me arrastraron de vuelta al palacio.

Hago una pausa, dudando. Incluso ahora, no puedo creer lo que hizo Evangeline.

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—¿Mare? —incita Cal, su voz y el roce de su mano son gentiles. Tiene tanta curiosidad como el resto.

Es más fácil mirarlo que a los otros. Sólo él entiende cuán extraño fue mi escape.

—Evangeline Samos nos interrumpió. Mató a los guardias Arven y me… me liberó. Me soltó. Todavía no sé por qué.

Un silencio desciende sobre la mesa. Mi mayor rival, una chica que amenazó con matarme, una persona con frío acero en lugar de corazón, es la razón por la que estoy aquí. Julian no intenta esconder su sorpresa, sus finas cejas casi desapareciendo en la línea de su cabello. Pero Cal no parece sorprendido en absoluto. En su lugar, aspira un profundo aliento, su pecho elevándose con el movimiento. ¿Podría eso ser… orgullo?

No tengo la energía para adivinar. O para detallar la manera en la que Samson Merandus murió, enfrentándonos a Cal y a mí hasta que lo quemamos vivo.

—Saben el resto —termino, exhausta. Siento que he estado hablando durante décadas.

El primer ministro Davidson se pone de pie, estirándose. Espero más preguntas, pero en cambio abre un armario y me vierte un vaso de agua. No lo toco. Estoy en un sitio desconocido dirigido por gente desconocida. Me queda muy poca confianza y no voy a malgastarla en alguien que acabo de conocer.

—¿Nuestro turno? —pregunta Cal. Se inclina hacia adelante, ansioso por comenzar su propio interrogatorio.

Davidson inclina su cabeza, los labios estirados en una plana y neutral línea.

—Por supuesto. Asumo que se preguntarán qué hacemos aquí en Piedmont y en una base de la flota real para empezar.

Cuando nadie lo detiene, Davidson continúa:

—Como saben, la Guardia Escarlata empezó en los Lakeland y se filtró en Norta este pasado año. El coronel Farley y la general Farley fueron esenciales para ambos esfuerzos y les agradezco por su duro trabajo. —Asiente hacia ellos—. Ante las órdenes de su Comando, otros agentes emprendieron una campaña similar en Piedmont. Infiltración, control, derrocamiento. Aquí, de hecho, es donde los agentes de Montfort primero encontraron agentes de la Guardia Escarlata, lo cual, hasta el año pasado, parecía ficción para nosotros. Pero la Guardia Escarlata era muy real y ciertamente compartíamos una meta. Como sus compatriotas, buscamos derrocar a los opresivos gobernantes Plateados y expandir nuestra república democrática.

—Parece que ya han hecho eso. —Farley indica a la habitación.

Cal entrecierra los ojos.

—¿Cómo?

—Concentramos nuestros esfuerzos en Piedmont debido a su precaria estructura. Príncipes y princesas dirigen sus territorios en inestable paz bajo un alto príncipe elegido por su rango. Algunos controlan grandes extensiones de tierra, otros una ciudad o

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simplemente unos pocos kilómetros de granjas. El poder es fluido, siempre cambiando. Actualmente, el príncipe Bracken de Lowcountry es el alto príncipe, el Plateado más fuerte en Piedmont, con el territorio más grande y los mejores recursos. —Con un movimiento de su mano, Davidson pasa sus dedos contra el sello en la pared. Traza la estrella púrpura—. Esta es la fortaleza militar más grande de las tres en su posesión. Está ahora cedida a nuestro uso personal.

Cal aspira una bocanada.

—¿Estás trabajando con Bracken?

—Trabaja para nosotros —replica Davidson con orgullo.

Mi mente gira. ¿Un Plateado de la realeza, operando de parte de un país que busca quitarle todo? Por un momento, parece ridículo. Entonces, recuerdo exactamente quién se sienta a mi lado.

—Los príncipes que visitaron a Maven de parte de Bracken. Me preguntaron por él. —Entrecierro mis ojos hacia el primer ministro—. ¿Les dijiste que hicieran eso?

La general Torkins se remueve en su asiento y carraspea.

—Daraeus y Alexandret son aliados jurados de Bracken. No teníamos conocimiento de su contacto con el rey Maven hasta que uno de ellos resultó muerto en mitad de un intento de asesinato.

—Gracias a ti, sabemos por qué —añade Salida.

—¿Qué hay del superviviente? Daraeus. Está trabajando contra ti…

Davidson parpadea lentamente, sus ojos impasibles e ilegibles.

—Estaba trabajando contra nosotros.

—Oh —murmuro, pensando en todas las maneras en que podría haber sido asesinado el príncipe de Piedmont.

—¿Y los otros? —presiona el coronel—. Michael y Charlotta. El príncipe y la princesa perdidos.

—Los hijos de Bracken —dice Julian, su voz tensa.

Una sensación enferma se apodera de mí.

—¿Tomaste a sus hijos? ¿Para hacerlo cooperar?

—¿Un chico y una chica por el control del litoral de Piedmont? ¿Por todos estos recursos? —se burla Torkins, su cabello blanco agitándose cuando niega—. Un trabajo fácil. Piensa en las vidas que perderíamos luchando por cada kilómetro. En su lugar, Montfort y la Guardia Escarlata hacen auténtico progreso.

Mi corazón se aprieta ante el pensamiento de dos niños, Plateados o no, siendo retenidos cautivos para hacer a su padre arrodillarse. Davidson lee el sentimiento en mi rostro.

—Están siendo bien cuidados. Mantenidos.

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Por encima, las luces titilan como el aleteo de las alas de una polilla.

—Una celda sigue siendo una celda, sin importar cómo lo disfraces —digo con desprecio.

No se encoge.

—Y una guerra es una guerra, Mare Barrow. No importa cuán buenas puedan ser tus intenciones.

Niego.

—Bueno, es demasiado malo. Salvar a todos esos soldados aquí, pero desperdiciarlos en rescatar a una persona. ¿Fue ese un trabajo fácil también? ¿Sus vidas por la mía?

—General Salida, ¿cuál fue el último recuento? —pregunta el primer ministro.

Ella asiente, recitando de memoria.

—De los ciento dos Ardent reclutados del ejército de Nortan en los últimos meses, sesenta estaban presentes como guardias especiales en la boda. Los sesenta fueron rescatados e interrogados anoche.

—Debido en gran parte a los esfuerzos de la general Salida, quien fue asignada con ellos. —Davidson da una palmada en su carnoso hombro—. Incluyéndote, salvamos a sesenta y un Ardent de tu rey. A cada uno se le dará comida, refugio y una opción de reasentamiento o servicio. Además, fuimos capaces de saquear una gran cantidad de la recaudación de Nortan. Las guerras no son baratas. Rescatar inútiles o débiles prisioneros sólo nos llevará muy lejos. —Hace una pausa—. ¿Responde eso a tu pregunta?

El alivio se mezcla con un trasfondo de temor del que parece que nunca me puedo librar. El ataque sobre Archeon no fue sólo por mí. No he sido liberada de un dictador sólo para ser tomada por otro. Ninguno sabe lo que Davidson podría hacer, pero no es Maven. Su sangre es roja.

—Una pregunta más para ti, me temo —presiona Davidson—. Señorita Barrow, ¿dirías que el rey de Norta está enamorado de ti?

En Whitefire, rompí demasiados vasos de agua para contarlos. Siento la urgencia de hacerlo de nuevo.

—No lo sé. —Una mentira. Una fácil mentira.

Davidson no es tan fácilmente persuadido. Sus salvajes ojos parpadean, divertido. Al atrapar la luz, parecen dorados, entonces marrones, luego dorados otra vez. Cambiando como el sol en un campo de trigo meciéndose.

—Puedes tomar una suposición bien educada.

Ardiente ira se eleva dentro de mí como una llama.

—Lo que Maven considera amor, no lo es en absoluto. —Echo a un lado el cuello de mi camisa, revelando mi marca. La M es clara como el día. Muchos ojos tocan mi piel,

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asimilando los bordes elevados de tejido cicatrizado perlado y carne quemada. La mirada de Davidson traza las líneas de fuego y siento el toque de Maven en su mirada.

—Suficiente. —Exhalo, colocando la camisa en su lugar.

El primer ministro asiente.

—Bien. Te preguntaré…

—No, quiero decir que he tenido suficiente de esto. Necesito… tiempo. —Soltando una temblorosa respiración, me retiro de la mesa. Mi silla araña el suelo, haciendo eco en el repentino silencio. Nadie me detiene. Sólo observan, con ojos llenos de compasión. Por una vez, me alegra. Su compasión me deja ir.

Otra silla sigue a la mía. No necesito mirar para saber que es la de Cal.

Como en el avión, siento el mundo empezar a cerrarse y ahogarme, expandirse y abrumarme. Los pasillos, al igual que en Whitefire, se estiran en una línea sin fin. Las luces pulsan por encima. Me inclino hacia la sensación, esperando que me afirme. Estás a salvo; estás a salvo; se terminó. Mis pensamientos giran en espiral sin control y mis pies se mueven por voluntad propia. Bajan las escaleras, cruzan otra puerta, salen a un jardín ahogado por fragrantes flores. El cielo claro es un tormento. Quiero que llueva. Quiero ser lavada.

Las manos de Cal encuentran mi nuca. Las cicatrices duelen bajo su toque. Su calidez se filtra en mis músculos, intentando aliviar el dolor. Presiono las palmas de mis manos contra mis ojos. Me ayuda un poco. No puedo ver nada en la oscuridad, incluyendo a Maven, su palacio, o los límites de esa horrible habitación.

Estás a salvo; estás a salvo; se terminó.

Sería fácil permanecer en la oscuridad, ahogarse. Lentamente, bajo mis manos y me obligo a mirar la luz del sol. Toma más esfuerzo del que creí posible. Me niego a permitir que Maven me mantenga prisionera un segundo más de lo que ya ha hecho. Me niego a vivir de esta manera.

—¿Puedo llevarte a tu casa? —pregunta Cal, su voz baja. Sus pulgares trabajan constantes círculos en el espacio entre mi cuello y hombros—. Podemos caminar, darte un poco de tiempo.

—No voy a darle más de mi tiempo. —Enojada, me vuelvo y alzo mi barbilla, obligándome a mirar a Cal a los ojos. No se mueve, paciente y modesto. Toda la reacción ajustándose a mis emociones, dejándome marcar el paso. Después de tanto tiempo ante la merced de otros, se siente bien saber que alguien me permitirá mis propias opciones—. No quiero volver aún.

—Bien.

—No quiero quedarme aquí.

—Yo tampoco.

—No quiero hablar de Maven o política o guerra.

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Mi voz hace eco en las hojas. Sueno como una niña, pero Cal sólo asiente. Por una vez, parece un niño también, con un irregular corte de cabello y ropa simple. Sin uniforme, sin cosas militares. Sólo una fina camisa, pantalón, botas y sus brazaletes. En otra vida, podría parecer normal. Lo miro con fijeza, esperando que sus rasgos cambien a los de Maven. Nunca lo hacen. Me doy cuenta que tampoco es completamente Cal. Tiene más preocupaciones de lo que creí posible. Los últimos seis meses lo han arruinado también.

—¿Estás bien? —le pregunto.

Sus hombros caen, la más ligera liberación de tensión de acero. Parpadea. Cal no es de los que se atrapan con la guardia baja. Me pregunto si alguien se ha molestado en preguntarle eso desde el día en que fui tomada.

Después de una larga pausa, suelta un aliento.

—Lo estaré. Eso espero.

—También yo.

Este jardín estuvo atendido por verdinos guardabosques una vez, sus muchos parterres en espiral en las malas hierbas, remanentes de intrincados diseños. La naturaleza lo ocupa ahora, diferentes flores y colores derramándose unos en otros. Mezclándose, descomponiéndose, muriendo, floreciendo a su deseo.

—Recuérdenme molestarlos por un poco de sangre en un momento más oportuno.

Me río en voz alta ante la descortés solicitud de Julian. Holgazanea en el borde del jardín, amablemente entrometiéndose. No es que me importe. Sonrío y cruzo el jardín rápidamente, abrazándolo. Devuelve la acción felizmente.

—Eso sonaría extraño de alguien más —le digo cuando me retiro. Cal se ríe en acuerdo a mi lado—. Pero claro, Julian. Siéntete libre. Además, te lo debo.

Julian inclina la cabeza con confusión.

—¿Oh?

—Encontré algunos libros tuyos en Whitefire. —No miento, pero soy cuidadosa con mis palabras. No hay uso en herir a Cal más de lo que ya ha sido. No necesita saber que Maven me dio los libros. No le dará más falsa esperanza por su hermano—. Ayudaron a pasar el… tiempo.

Mientras que la mención de mi reclusión pone serio a Cal, Julian no nos deja permanecer en el dolor.

—Entonces entiendes lo que intento hacer —dice rápidamente. Su sonrisa no alcanza sus oscuros ojos—. ¿No es así, Mare?

—No un dios elegido, sino un dios maldito —murmuro, recordando las palabras que garabateó en un olvidado libro—. Vas a averiguar de dónde vinimos y por qué.

Julian cruza sus brazos.

—Ciertamente voy a intentarlo.

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Veintidós

ada mañana empieza de la misma manera. No puedo quedarme en el dormitorio; los pájaros siempre me despiertan temprano. Suerte que lo hacen. Hace demasiado calor como para correr más tarde en el día. Sin

embargo, la base de Piedmont constituye una buena pista. Está bien protegida, las fronteras guardadas por los soldados de Montfort y Piedmont. Los últimos son todos Rojos, por supuesto. Davidson sabe que Bracken, el príncipe títere, está probablemente maquinando en silencio y no dejará que ninguno de sus Plateados pase por las puertas. De hecho, no he visto ningún Plateado en absoluto, excepto los que ya conozco. Todas las habilidades son nuevasangre o Ardent, dependiendo de con quién hablas. Si Davidson tiene a Plateados con él, sirviendo igualmente en su República Libre como dice, no he visto ninguno.

Acordono mis zapatillas con fuerza. La niebla se arremolina afuera en la calle, baja a lo largo del cañón de ladrillo. Desbloqueando la puerta principal, sonrío cuando el aire fresco golpea mi piel. Huele a lluvia y a trueno.

Como esperaba, Cal se sienta en el escalón inferior, las piernas estiradas en la acera estrecha. Sin embargo, mi corazón palpita en mi pecho al verlo. Bosteza con fuerza en saludo, casi desencajando su mandíbula.

—Vamos —le regaño—, esto es dormir como soldado.

—Eso no significa que no prefiero dormir cuando puedo. —Se levanta con exagerada molestia, todo menos sacando la lengua.

—Siéntete libre de volver a esa pequeña habitación de literas que insistes en quedarte del cuartel. Sabes, tendrías un poco más de tiempo si te mudaras a la Residencia de Oficiales... o dejaras de correr conmigo por completo. —Me encojo de hombros con una sonrisa astuta.

Emparejando mi sonrisa, tira del dobladillo de mi camisa, atrayéndome hacia él.

—No insultes mi habitación de literas —murmura, antes de dejar caer un beso en mis labios. Después mi mandíbula. Luego mi cuello. Cada toque florece; una explosión de fuego bajo mi piel.

A regañadientes, empujo su rostro.

—Hay una verdadera posibilidad de que mi papá te dispare por la ventana, si sigues así.

C

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—Correcto, correcto. —Se recupera rápidamente, palideciendo. Si no lo conociera mejor, diría que Cal estaba realmente asustado de mi padre. El pensamiento es cómico. Un príncipe Plateado, un general que puede levantar los infiernos con un chasquido de sus dedos, temeroso de un viejo Rojo cojo—. Vamos a estirarnos.

Realizamos los movimientos, Cal más a fondo que yo. Me regaña suavemente, encontrando algo malo en cada movimiento.

—No estires así tan bruscamente. Y no te mezas hacia adelante y atrás. Tranquila, más lento. —Pero estoy ansiosa, con sed de correr. Con el tiempo, cede. Con un gesto de cabeza, nos permite empezar.

Al principio el ritmo es fácil. Casi bailo en mis dedos de los pies, exultante por los escalones. Se sienten como la libertad. El aire fresco, los pájaros, la niebla que roza al pasar con sus dedos húmedos. Mi respiración constante, y el constante aumento de los latidos del corazón. La primera vez que corrimos aquí, tuve que parar y llorar, demasiado feliz para detener las lágrimas. Cal establece un buen ritmo que me impide correr hasta que mis pulmones se rindan. El primer kilómetro y medio pasa bastante bien, llevándonos hasta la pared del perímetro. Media de piedra, media de tela metálica rematada con alambre de púas, y algunos soldados patrullando del otro lado. Hombres de Montfort. Nos asienten, acostumbrados a nuestro itinerario después de dos semanas. Otros soldados corren a lo lejos, ejecutando sus habituales ejercicios de entrenamiento, pero no nos unimos a ellos. Ellos ejercitan en filas con sargentos gritando. No es para mí. Cal es lo suficientemente exigente. Y afortunadamente, Davidson no me ha presionado respecto a la elección de (reinserción o servicios). De hecho, no lo he visto desde mi informe, a pesar de que ahora vive en la base con el resto de nosotros.

Los próximos dos kilómetros son más difíciles. Cal aumenta la velocidad más fuerte. Hace más calor hoy, incluso tan temprano, con las nubes concentrándose en el cielo. Mientras la niebla se disipa, estoy sudando con fuerza y la sal se acumula en mis labios. Piernas bombeando, me limpio el rostro con el dobladillo de mi camiseta. Cal también siente el calor. A mi lado, se quita la camiseta por completo, metiéndola en la cinturilla de su apretado pantalón de entrenamiento. Mi primer instinto es advertirle contra las quemaduras del sol. El segundo, es detenerme y mirar fijamente los músculos bien definidos de su abdomen desnudo. En cambio, me centro en el camino delante de mí, forzando otro kilómetro. Otro. Otro. Su respiración a mi lado de repente es una gran distracción.

Rodeamos la zona poco profunda del bosque que separa los cuarteles y la Residencia de Oficiales del campo de aviación, cuando el trueno retumba en alguna parte. A pocos kilómetros de distancia, sin duda. Cal extiende un brazo al oír el ruido frenándome. Salta para enfrentarme, con ambas manos agarrando mis hombros, mientras se inclina hacia abajo a nivel de mis ojos. Ojos de bronce taladran los míos, buscando algo. El trueno de nuevo, más cerca.

—¿Qué pasa? —pregunta, preocupado. Una mano se desvía hacia mi cuello para calmar las enrojecidas cicatrices ardiendo por el esfuerzo—. Cálmate.

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—Esa no soy yo. —Inclino mi cabeza hacia las oscuras nubes de tormenta con una sonrisa—. Eso es sólo el tiempo. A veces, cuando hace demasiado calor y humedad, las tormentas pueden...

Se ríe.

—De acuerdo, lo entiendo. Gracias.

—Arruinando una carrera estupenda —resoplo, moviendo mi mano para tomar la suya. Arquea una sonrisa torcida, tan amplia que arruga sus ojos. A medida que la tormenta se acerca, siento martillar su eléctrico corazón. Mi pulso se estabiliza para emparejarlo, pero empujo lejos el ronroneo seductor del rayo. No puedo soltar una tormenta tan cerca.

No tengo control de la lluvia, y cae en una repentina cortina, haciéndonos gritar a ambos. Cualquier parte de mi ropa que no estaba cubierta de sudor rápidamente se empapa. El frío repentino es una sorpresa para los dos, Cal en particular.

Su desnuda piel empapada, envolviendo su torso y brazos en una fina capa de niebla gris. Las gotas de lluvia sisean cuando hacen contacto, hirviendo al instante. Mientras se calma, eso se detiene, pero todavía pulsa con calor. Sin pensar, me oculto contra él, tiritando en mi espalda.

—Deberíamos regresar —murmura en la cima de mi cabeza. Siento su voz reverberar en su pecho, mi palma plana donde su corazón va muy deprisa. Palpita bajo mi toque, en marcado contraste con su rostro tranquilo.

Algo me impide acceder. Otro tirón, más profundo. En algún lugar que no puedo nombrar.

—¿Deberíamos? —susurro, esperando que la lluvia se trague mi voz.

Sus brazos se tensan alrededor de mí. No se perdió nada.

Los árboles son nuevos crecimientos, sus hojas y ramas no se extienden lo suficientemente amplio como para ofrecer cobertura total desde el cielo. Pero lo suficiente de la calle. Mi camiseta va primero, aterrizando en el barro. Tiro la suya en el barro también, así que estamos parejos. La lluvia cae en gotas gordas, cada una, una sorpresa fría que corre por mi nariz o espina dorsal o mis brazos envueltos alrededor de su cuello. Manos tibias batallan en mi espalda, un delicioso frente para el agua. Sus dedos recorren toda mi espina dorsal, presionando cada vértebra. Yo hago lo mismo, contando sus costillas. Él se estremece, y no por la lluvia, mientras mis uñas arañan a lo largo de su costado. Cal responde con los dientes. Rozan la longitud de mi mandíbula antes de encontrar mi oreja. Cierro los ojos por un segundo, incapaz de hacer nada más que sentir. Cada sensación son fuegos artificiales, un rayo, una explosión.

El trueno se acerca. Como si estuviera atraído hacia nosotros.

Paso los dedos por su cabello, usándolo para acercarlo. Cerca. Cerca. Cerca. Él sabe a sal y a humo. Más cerca. Parece que no me acerco lo suficiente.

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—¿Has hecho esto antes? —Debería estar asustada, pero sólo el frío me hace temblar.

Inclina la cabeza hacia atrás, y casi gimoteo en protesta.

—No —susurra, mirando hacia otro lado. Las oscuras pestañas gotean lluvia. Su mandíbula se contrae, como si se avergonzara.

Tan típico de Cal que se sienta avergonzado por algo como esto. Le gusta conocer el final de un camino, la respuesta de una pregunta antes de preguntar. Casi me río.

Este es un tipo diferente de batalla. No hay entrenamiento. Y en vez de ponernos una armadura, tiramos el resto de nuestra ropa.

Después de seis meses de estar al lado de su hermano, prestando todo mi ser a una causa malvada, no tengo miedo de dar mi cuerpo a una persona que amo. Incluso en el barro. Relámpagos por encima y detrás de mis ojos. Cada nervio destella a la vida. Se necesita toda mi concentración para evitar que Cal sienta el final equivocado de tales cosas.

Su pecho sofoca mis palmas, subiendo con un imprudente calor. Su piel se ve aún más pálida al lado de la mía. Usando sus dientes, destraba sus brazaletes y los arroja en los matorrales.

—Agradece mis colores por la lluvia —murmura.

Siento lo contrario. Quiero quemarme.

Me niego a regresar a las casas adosadas cubierta de barro, y debido a los-oh-tan-incómodos aposentos de Cal, no puedo lavarme en sus cuarteles a menos que tenga ganas de compartir las duchas con una docena de otros soldados. Él quita las hojas de mi cabello mientras caminamos hacia el hospital de la base, un edificio achaparrado y cubierto de hiedra.

—Te ves como un arbusto —dice, con una sonrisa casi maníaca.

—Eso es exactamente lo que se supone que debes decir.

Cal casi se ríe.

—¿Cómo sabrías?

—Ugh. —Me desvío, entrando por la puerta.

El hospital está casi desierto a esta hora, contando con algunas enfermeras y doctores para supervisar al lado de prácticamente ningún paciente. Los curanderos los hacen casi irrelevantes, necesarios sólo para largas enfermedades o lesiones extremadamente complicadas. Caminamos por los pasillos de cemento, bajo las crudas luces fluorescentes y el fácil silencio. Mis mejillas aún arden mientras mi mente hace la guerra consigo misma. El instinto me hace querer meter a Cal en la habitación más cercana y cerrar la puerta detrás de nosotros. El sentido me dice que no puedo.

Pensé que sería diferente. Pensé que me sentiría diferente. El tacto de Cal no ha borrado el de Maven. Mis recuerdos siguen allí, todavía tan dolorosos como ayer. Y por

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mucho que lo intente, no he olvidado el cañón que siempre se extenderá entre nosotros. Ningún tipo de amor puede borrar sus faltas, al igual que ninguno puede borrar las mías.

Una enfermera con un puñado de mantas da la vuelta a la esquina de enfrente, sus pies un borrón en el suelo de baldosas. Se detiene al vernos, casi dejando caer la ropa de cama.

—¡Oh! —dice—. ¡Es rápida, señorita Barrow!

Mi rubor se intensifica cuando Cal convierte rápidamente una risa en una tos.

—¿Disculpe?

Sonríe.

—Acabamos de enviar un mensaje a su casa.

—¿Uh…?

—Sígame, querida: la llevaré con ella —llama la enfermera, cambiando la ropa de cadera. Cal y yo intercambiamos miradas confusas. Él se encoge de hombros y trota tras ella, extrañamente despreocupado. Su entrenada cautela del ejército parece muy lejana.

La enfermera charla emocionada mientras la seguimos. Su acento es Piamontés, haciendo las palabras más lentas y dulces.

—No debería tomar mucho tiempo. Está progresando rápidamente. Soldado hasta los huesos, supongo. No quiere perder tiempo.

Nuestro pasillo termina en una sala más grande, mucho más ocupada que el resto del hospital. Las grandes ventanas miran hacia otro jardín, ahora oscuro y azotado por la lluvia. Los Piedmont ciertamente tiene algo por las flores. Varias puertas parten de cada lado, dando lugar a habitaciones y camas vacías. Una de ellas está abierta, y más enfermeras entran y salen. Un soldado armado de la Guardia Escarlata vigila, aunque no parece muy alerta. Todavía es temprano, y parpadea lentamente, entumecido por la tranquila eficiencia en la sala.

Sara Skonos se ve suficientemente despierta por los dos. Antes que pueda llamarla, levanta la cabeza, sus ojos grises como las nubes de la tormenta afuera.

Julian tenía razón. Tiene una voz encantadora.

—Buenos días —dice. Es la primera vez que la oigo hablar.

No la conozco muy bien, pero nos abrazamos de todos modos. Sus manos rozan mis brazos desnudos, enviando estrellas fugaces de alivio a músculos sobrecargados. Cuando se inclina hacia atrás, saca otra hoja de mi cabello, luego con recato cepilla el barro de la parte posterior de mi hombro. Sus ojos parpadean, notando el barro que cubre los miembros de Cal. Junto a la atmósfera estéril del hospital, con sus superficies resplandecientes y luces brillantes, sobresalimos como un par de pulgares muy doloridos y sucios.

Sus labios se curvan con la más leve sonrisa.

—Espero que hayan disfrutado de su carrera matutina.

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Cal se aclara la garganta y su rostro se sonroja. Se limpia una mano en su pantalón, pero sólo logra extender aún más el barro incriminatorio.

—Sí.

—Cada una de estas habitaciones están equipadas con un baño, y ducha. Puedo conseguirles ropa también. —Sara señala con su barbilla—. Si gustan.

El príncipe agacha la cabeza para ocultar su rubor mientras se profundiza. Se aleja, dejando un rastro de huellas húmedas en su estela.

Me quedo, dejándolo adelantarse. A pesar de que ella puede hablar nuevamente, su lengua devuelta por otro sanador de piel, supongo, Sara no habla mucho. Tiene formas más significativas de comunicarse.

Me toca el brazo de nuevo, empujándome suavemente hacia la puerta abierta. Con Cal fuera de vista, puedo pensar un poco más claramente. Los puntos se unen, uno por uno. Algo se aprieta en mi pecho, una torsión igualmente de tristeza y emoción. Ojalá Shade estuviera aquí.

Farley se sienta en la cama, su rostro rojo e hinchado, un brillo de sudor en su frente. El trueno afuera se ha ido, derritiéndose en un aguacero de interminable lluvia llorando por las ventanas. Ella suelta una risotada ante la visión de mí, luego se estremece ante la acción repentina. Sara se mueve rápidamente a su lado, poniendo manos tranquilizadoras en las mejillas de Farley. Otra enfermera descansa contra la pared, esperando ser útil.

—¿Corriste hasta aquí o te arrastraste por un alcantarillado? —pregunta Farley terminando con la inquietud de Sara.

Entro en la habitación, con cuidado de no ensuciar nada.

—Me atrapó la tormenta.

—Correcto. —No suena en absoluto convencida—. ¿Ese era Cal ahí afuera?

Mi sonrojo de repente coincide con el suyo.

—Sí.

—Correcto —repite, la palabra.

Sus ojos me recorren, como si pudieran leer la última media hora sobre mi piel. Lucho contra la necesidad de comprobar si hay huellas de manos sospechosas. Luego extiende la mano, haciendo un gesto a la enfermera. Se inclina y Farley le susurra en la oreja, sus palabras son demasiadas rápidas y bajas para que las pueda entender. La enfermera asiente, precipitándose a buscar lo que sea que quiere Farley. Me ofrece una sonrisa tensa mientras se va.

—Puedes acercarte más. No voy a explotar. —Echa un vistazo a Sara—. Todavía.

La sanadora de piel ofrece una complaciente sonrisa bien practicada.

—No pasará mucho tiempo.

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Vacilante, doy algunos pasos adelante, hasta que puedo alcanzar y tomar la mano de Farley si quiero. Un par de máquinas parpadean al lado de su cama, pulsando despacio y acompasadamente. Me atraen, con su uniforme ritmo hipnótico. El dolor por Shade se multiplica. Tendremos un pedazo de él pronto, pero él nunca volverá. Ni siquiera en un bebé con sus ojos, su nombre, su sonrisa. Un bebé que nunca llegará a amar.

—Pensé en Madeline.

Su voz me saca de la espiral.

—¿Qué?

Farley recoge su colcha blanca.

—Ese era el nombre de mi hermana.

—Oh.

El año pasado, encontré una foto de su familia en la oficina del coronel. Fue tomada hace años, pero Farley y su padre eran inconfundibles, posando junto a su madre igualmente rubia y su hermana. Todos tenían un aspecto parecido. De hombros anchos, atléticos, sus ojos azules y acerados. La hermana de Farley era la más pequeña de todos, todavía en el desarrollo de sus características.

—O Clara. Por mi madre.

Si quiere seguir hablando, estoy aquí para escuchar. Pero no voy a entrometerme. Así que me quedo callada, esperando, dejando que conduzca la conversación.

—Murieron hace unos años. Allá en Lakeland, en casa. La Guardia Escarlata no era tan cuidadosa entonces, y uno de nuestros agentes fue capturado sabiendo demasiado. —El dolor parpadea en su rostro de vez en cuando, tanto por los recuerdos como por su estado actual—. Nuestra aldea era pequeña, pasada por alto, sin importancia. El lugar perfecto para que algo como la Guardia creciera. Hasta que un hombre dio su nombre bajo tortura. El rey de los Lakeland nos castigó.

Su recuerdo destella en mi mente. Un hombre pequeño, quieto e inquietante como la superficie tranquila del agua. Orrec Cygnet.

—Mi padre y yo estábamos lejos cuando levantó las orillas del Hud, retirando las aguas de la bahía para inundar nuestra aldea y borrarla de la faz de su reino.

—Se ahogaron —murmuro.

Su voz nunca vacila.

—Los Rojos de todo el país se enardecieron por el ahogamiento de los Northland. Mi padre contó nuestra historia recorriendo los lagos, en demasiados pueblos y ciudades para contar, y la Guardia floreció. —La expresión vacía de Farley se convierte en un ceño fruncido—. “Al menos murieron por algo”, solía decir. Que solo podríamos sentirnos muy afortunados.

—Mejor vivir para algo —concuerdo, una lección que aprendí de la manera difícil.

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—Sí, exactamente. Exactamente… —Su voz se apaga, pero toma mi mano sin vacilar—. Entonces, ¿cómo te estás ajustando?

—Despacio.

—Eso no es malo.

—La familia se queda en casa la mayor parte de los días. Julian nos visita cuando no está escondido en el laboratorio de la base. Kilorn está siempre cerca también. Las enfermeras vienen para trabajar con mi papá, lo hacen reajustarse a su pierna, está progresando maravillosamente, por cierto —agrego, mirando a Sara, callada en su esquina. Ella sonríe, complacida—. Él es bueno en ocultar lo que siente, pero puedo decir que está feliz. Feliz dentro de lo que cabe.

—No he preguntado por tu familia. Te pregunté por ti. —Farley golpetea el interior de mi muñeca con un dedo. A pesar de mí, me estremezco, recordando el peso de las esposas—. Por una vez, te doy permiso para lamentarte sobre ti misma, chica rayo.

Suspiro.

—Yo… no puedo estar sola en habitaciones con puertas cerradas. No puedo… —Lentamente, saco mi muñeca de su agarre—. No me gustan cosas en mis muñecas. Se siente demasiado como las esposas que Maven usaba para mantenerme prisionera. Y no puedo ver nada como lo que es. Busco el engaño en todas partes, en todos.

Sus ojos se oscurecen.

—No es necesariamente un instinto terrible.

—Lo sé —murmuro.

—¿Qué hay de Cal?

—¿Qué pasa con él?

—La última vez que los vi juntos, antes…de todo eso, estaban a centímetros de destrozarse. —Y a centímetros del cadáver de Shade—. Supongo que todo está resuelto.

Recuerdo el momento. No hemos hablado de ello. Mi alivio, nuestro alivio por mi fuga lo empujó a un segundo plano, olvidado. Pero mientras Farley habla, siento que la vieja herida vuelve a abrirse. Trato de racionalizar.

—Él sigue estando aquí. Ayudó a la Guardia a atacar a Archeon; lideró la toma de Corvium. Sólo quería que escogiera un lado, y claramente lo hizo.

Las palabras susurran en mi oído, forzando los recuerdos. Elíjeme. Elije el amanecer.

—Me eligió a mí.

—Le tomó bastante tiempo.

Tengo que estar de acuerdo. Pero al menos ahora, nadie puede hacerlo cambiar de camino. Cal está en la Guardia Escarlata. Maven se aseguró de que el país lo supiera.

—Tengo que ir a asearme. Si mis hermanos me ven así…

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—Adelante. —Farley cambia su altura contra las almohadas, tratando de adaptarse a una posición más cómoda—. Puede que tengas sobrina o sobrina cuando regreses.

Una vez más, el pensamiento es agridulce. Fuerzo una sonrisa, por ella.

—Me pregunto si la bebé va a ser… como Shade. —Lo que quiero decir es obvio. No en apariencia, sino en capacidad. ¿Su hijo será un nuevasangre como él y yo? ¿Es así como funciona esto?

Farley se encoge de hombros, entendiendo.

—Bueno, todavía no se ha tele transportado de mí. Entonces, ¿quién sabe?

En la puerta, su enfermera regresa, sosteniendo una taza poco profunda. Retrocedo para dejarla pasar, pero se acerca a mí, no a Farley.

—La general me pidió que te trajera esto —dice, sosteniendo la taza. En ella hay una sola píldora. Blanca, sin pretensiones.

—Tu elección —dice Farley desde la cama. Sus ojos son serios mientras sus manos acunan su estómago—. Pensé que debías tener eso, al menos.

No lo dudo. La píldora baja fácilmente.

Poco tiempo después, tengo una sobrina. Mamá se niega a dejar que nadie más sostenga a Clara. Dice ver a Shade en la recién nacida, aunque eso es prácticamente imposible. La niña se parece más a un tomate rojo y arrugado que a cualquier hermano mío.

En la sala, el resto de los Barrow se congregan en su entusiasmo. Cal se ha ido, volviendo a su programa de entrenamiento. No quería entrometerse en un momento familiar privado. Darme espacio tanto como cualquier otra persona.

Kilorn se sienta conmigo, apretado en una pequeña silla contra las ventanas. La lluvia se debilita con cada segundo que pasa.

—Buen momento para pescar —dice, mirando el cielo gris.

—Oh, no empieces a quejarte sobre el tiempo también.

—Susceptible, quisquillosa.

—Estás viviendo un tiempo prestado, Warren.

Se ríe, aceptando la broma.

—Creo que todos estamos en este punto.

De cualquier otra persona sonaría mal, pero conozco a Kilorn demasiado bien para eso. Le empujo el hombro.

—Entonces, ¿cómo va el entrenamiento?

—Bien. Montfort tiene decenas de soldados nuevasangre, todos entrenados. Algunas habilidades se superponen, Darmian, Harrick, Farrah, unos cuantos más, y están mejorando a pasos agigantados con sus mentores. Yo entreno con Ada, y los niños cuando Cal no lo hace. Necesitan un rostro familiar.

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—Entonces ¿no hay tiempo para pescar?

Se ríe, inclinándose para apoyar sus codos en sus rodillas.

—No, en realidad no. Es curioso, solía odiar levantarme para trabajar en el río. Odiaba cada segundo quemarme con el sol, quemaduras de cuerda, ganchos atascados y tripas de pescado por toda mi ropa. —Se mastica las uñas—. Ahora lo echo de menos.

También echo de menos a ese muchacho.

—El olor hizo muy difícil ser amiga tuya.

—Probablemente por eso nos mantuvimos juntos. Nadie más podía manejar mi hedor o tu actitud.

Sonrío e inclino la cabeza hacia atrás, apoyándola contra el cristal de la ventana. Las gotas de lluvia pasan, gordas y constantes. Las cuento en mi cabeza. Es más fácil que pensar en cualquier otra cosa a mi alrededor o delante de mí.

Cuarenta y uno, cuarenta y dos…

—No sabía que pudieras permanecer inmóvil tanto tiempo.

Kilorn me observa, pensativo. Es un ladrón también, y tiene los instintos del ladrón. Mentirle no logrará nada, sólo lo empujará más lejos. Y no es algo que pueda soportar ahora mismo.

—No sé qué hacer —susurro—. Incluso en Whitefire, como prisionera, traté de escapar, intenté esquivar, espiar, sobrevivir. Pero ahora… no lo sé. No estoy segura de poder continuar.

—No tienes que hacerlo. Nadie en el mundo te culparía si te alejaras de todo esto y nunca regresaras.

Sigo mirando las gotas de lluvia. En la boca del estómago me siento enferma.

—Lo sé. —La culpa me carcome—. Pero incluso si pudiera desaparecer ahora mismo, con la gente que me importa, no lo haría.

Hay demasiada ira en mí. Demasiado odio.

Kilorn asiente con comprensión.

—Pero tampoco quieres pelear.

—No quiero convertirme… —Mi voz se desvanece.

No quiero convertirme en un monstruo. Una cáscara con nada más que fantasmas. Como Maven.

—No lo harás. No te dejaré. Y ni siquiera me hables de Gisa.

A pesar, le respondo con una risa:

—Correcto.

—No estás sola en esto. En mi trabajo con los nuevasangres, descubrí qué es lo que más temen. —Apoya su propia cabeza contra la ventana—. Deberías hablar con ellos.

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—Debería —murmuro, y lo digo en serio. Un poco de alivio florece en mi pecho. Esas palabras me consuelan como nada más.

—Y al final, necesitas descubrir lo que quieres —insiste suavemente.

El agua de la bañera se arremolina, hirviendo perezosamente en gordas, burbujas blancas. Un pálido muchacho, se voltea hacia mí con los ojos bien abiertos y el cuello desnudo. En realidad, me quedé parada. Era débil, estúpida y asustada. Pero en la fantasía, pongo las manos alrededor de su cuello y aprieto. Se agita en el agua hirviendo, sumergiéndose. Sin volver a la superficie. Sin acosarme de nuevo.

—Quiero matarlo.

Los ojos de Kilorn se amplían mientras un músculo palpita en su mejilla.

—Entonces tienes que entrenar, y tienes que ganar.

Lentamente, asiento.

A las afueras de la sala, casi enteramente en la sombra, el coronel vigila. Mira fijamente a sus pies, sin moverse. No entra a ver a su hija y su nuevo nieto. Pero tampoco se marcha.

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Veintitrés

lla se ríe contra mi cuello, su toque es un pincel de labios y acero frío. Mi corona se posa precariamente en sus rizos rojos, el acero y el diamante brillando entre las cerraduras de rubíes. Con su habilidad, hace que los

diamantes guiñen como estrellas luminosas.

Renuente, me siento y salgo de mi cama, las sábanas sedosas, y Elane detrás. Grita cuando abro las cortinas, dejando entrar la luz del sol. Con un movimiento de su mano las sombras de la ventana, florecen hasta que la luz se reduce a su gusto.

Me visto en la oscuridad, vistiendo pequeñas prendas negras y un par de sandalias con cordones. Hoy es especial, y me tomo mi tiempo moldeando un traje a mi forma con las hojas de metal en mi armario. Titanio y rizo de acero oscurecido a través de mis miembros. Negro y plata, refleja la luz en una gama de colores brillantes. No necesito una criada para completar mi apariencia, ni quiero que floten por mi habitación. Lo hago yo misma, haciendo juego con el lápiz de labios azul y negro brillante con el delineador de ojos de carbón y oscuro con cristales especialmente hechos. Elane se queda dormida a través de todo esto, hasta que le saco la corona de la cabeza. Me queda perfectamente.

—Mía —le digo, inclinándome para besarla una vez más. Sonríe perezosamente, sus labios curvándose contra los míos—. No te olvides, se supone que debes estar presente hoy.

Se agacha juguetonamente.

—Como ordene, su alteza.

El título es tan delicioso que quiero lamer las palabras de su boca. Pero con el riesgo de arruinar mi maquillaje, me abstengo. Y no miro hacia atrás, no sea que pierda mi control sobre cualquier autocontrol que me haya dejado en estos días.

Ridge House ha pertenecido a mi familia por generaciones, extendiéndose a través del borde de la cresta de las muchas grietas que dan a nuestra región su nombre. Todo de acero y vidrio, es fácilmente mi favorito de las fincas de la familia. Mis habitaciones personales miran al este, hacia el amanecer. Me gusta levantarme con el sol, tanto como Elane no está de acuerdo. El conducto que conecta a mi habitación a las principales salas de la finca está diseñado de magnetrón, hecho de pasarelas de acero con laterales abiertos. Algunos corren por el suelo, pero muchos se arquean sobre las frondosas copas de los árboles, rocas dentadas y manantiales salpicando la propiedad. Si la batalla llegara a

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nuestra puerta, una fuerza invasora tendría dificultades para pasar a través de una estructura contra ellos.

A pesar de los bien cuidados bosques y lujosos jardines de la Cresta, pocos pájaros vienen aquí. Ellos saben mejor. De niños, Ptolemus y yo usamos a muchos para la práctica del tiro al blanco. El resto recayó en los caprichos de mi madre.

Hace más de trescientos años, antes que los reyes Calore se levantaran, la Cresta no existía, y tampoco Norta. Este rincón de tierra fue gobernado por un caudillo de Samos, mi antepasado directo. La nuestra es la sangre de los conquistadores, y nuestra fortuna ha resucitado de nuevo. Maven ya no es el único rey en Norta.

Los sirvientes son buenos en hacerse escasos aquí, apareciendo sólo cuando son necesarios o llamados. En las últimas semanas, parecen demasiado buenos en su trabajo. No es difícil adivinar por qué. Muchos Rojos están huyendo, ya sea a las ciudades para la seguridad contra la guerra civil, o para unirse a la rebelión de la Guardia Escarlata. Padre dice que la propia Guardia se ha escapado a Piedmont, no son más que una marioneta, bailando en las cuerdas de Montfort. Él mantiene canales de comunicación con los líderes de Montfort y de la Guardia, aunque de mala gana. Pero por ahora, el enemigo de nuestro enemigo es nuestro amigo, lo que nos convierte en aliados provisionales en lo que a Maven concierne.

Tolly espera en la galería, el amplio vestíbulo abierto que corre a lo largo de la casa principal. Ventanas en todos los lados ofrecen una vista en todas las direcciones, a lo largo de kilómetros de la grieta. En los días más claros, podría ser capaz de ver Pitarus al oeste, pero las nubes cuelgan en la distancia mientras las lluvias de primavera discurren a lo largo del extenso valle fluvial. En el este, los valles y las colinas están en las cuestas cada vez más altas, terminando en montañas azul-verde. La región de Rift es, en mi opinión correcta, la pieza más hermosa de Norta. Y es mía. De mi familia. La Casa Samos gobierna este cielo.

Mi hermano ciertamente parece un príncipe, el heredero del trono de Rift. En lugar de armadura, Tolly lleva un nuevo uniforme. Gris plateado en vez de negro, con brillantes botones de ónice y acero y una faja oscura de aceite que lo cruza del hombro a la cadera. Aún no hay medallas, al menos ninguna que pueda usar. El resto se ganó en servicio a otro rey. Su cabello plateado está húmedo, pegado contra su cabeza. Fresco de una ducha. Mantiene su nueva mano escondida en el cierre, protector del apéndice. Wren tardó la mayor parte del día en regenerarlo adecuadamente, e incluso entonces necesitó una inmensa cantidad de ayuda de dos de sus parientes.

—¿Dónde está mi mujer? —pregunta, mirando por el pasillo.

—Vendrá en un rato. Cosa perezosa. —Tolly se casó con Elane hace una semana. No sé si él la ha visto desde la noche de bodas, pero apenas se preocupa. El arreglo es de mutuo acuerdo.

Une su brazo bueno con el mío.

—No todo el mundo puede operar en tan poco sueño como tú.

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—Bueno, ¿qué hay de ti? He oído que todo ese trabajo de tu mano ha llevado a algunas últimas noches con la señora Wren —le respondo, asustada—. ¿O estoy mal informada?

Tolly sonríe, conformista.

—¿Es posible?

—No aquí. —En Ridge House, es casi imposible guardar secretos. Especialmente de mi madre. Sus ojos están por todas partes, en ratones y gatos y en el ocasional gorrión atrevido. Ángulos de luz solar a través de la galería, jugando con muchas esculturas de metal fluido. Al pasar, Ptolemus retuerce su nueva mano en el aire, y las esculturas giran con ella. Se re-forman, cada uno más complejo que el anterior—. No te olvides, Tolly. Si los embajadores llegan antes que lo hagamos, padre podría clavar nuestras cabezas en la puerta —le regaño. Se ríe de la amenaza común y vieja broma. Ninguno de nosotros ha visto tal cosa. Padre ha matado antes, ciertamente, pero nunca tan toscamente o tan cerca de casa. No sangras en tu propio jardín, decía.

Vamos por la galería, manteniéndonos en los pasillos exteriores para disfrutar mejor del clima primaveral. La mayor parte de los salones interiores miran hacia la calzada, sus ventanas en pulido cristal o sus puertas abiertas para tomar la brisa de la primavera. Los guardias se forman en una sola línea, y asienten cuando nos acercamos, pagando con deferencia a su príncipe y princesa. Sonrío ante el gesto, pero su presencia me inquieta.

Los guardias Samos supervisan una operación violenta: la fabricación de Piedra Silenciosa. Incluso Ptolemus palidece cuando pasamos. El olor de la sangre nos domina por un momento, llenando el aire de hierro afilado. Dos Arven se sientan dentro del salón, encadenados a sus asientos. Tampoco están aquí voluntariamente. Su casa es aliada de Maven, pero necesitamos la Piedra Silenciosa, y es por eso que están aquí. Wren se cierne entre ellos, observando su progreso. Ambas muñecas han sido cortadas y sangran libremente en grandes cubos. Cuando los Arven alcancen su límite, Wren los curará y estimulará su producción de sangre, todo para comenzar de nuevo. Mientras tanto, la sangre se mezclará con cemento, endurecido en los mortales bloques de la capacidad-supresión de piedra. Por qué, no lo sé, pero padre ciertamente tiene planes para ello. Una prisión, tal vez, como la que construyó Maven para plateados y los nuevasangre.

Nuestra magnífica cámara de recepción, la acertadamente llamada Extensión de la Puesta de Sol, está en la cuesta occidental. Supongo que ahora es técnicamente nuestra sala del trono también. A medida que nos acercamos, cortesanos de la recién creada nobleza de mi padre salpican el camino, engrosándose con cada paso. La mayoría son primos Samos, elevados por nuestra declaración de independencia. Unos cuantos, de sangre más cercana, los hermanos de mi padre y sus hijos, reclaman títulos principescos, pero el resto sigue siendo lores y ladies, contentos como siempre por vivir del nombre de mi padre y de las ambiciones de mi padre.

Brillantes colores se destacan entre los habituales negro y plata, una indicación obvia de la asamblea de hoy. Embajadores de las otras casas en abierta revuelta han venido a tratar con el reino de Rift. Arrodillándose. La Casa Iral discutirá. Intento de negociación. Las sedas piensan que sus secretos pueden comprarles una corona, pero el

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poder es la única moneda aquí. Fuerzan la única moneda. Y se rinden ambos entrando en nuestro territorio.

Haven ha venido también, las sombras que toman la luz del sol, mientras que los ganchos de viento de Laris en amarillo se mantienen cerca el uno del otro. Estos últimos ya han dado su lealtad a mi padre, y traen consigo el poder de la Flota Aérea, habiendo tomado el control de la mayoría de las bases aéreas. Me preocupan más los de la Casa Haven, sin embargo. Elane no lo dirá, pero extraña a su familia. Algunos han prometido lealtad a Samos ya, pero no todos, incluyendo a su propio padre, y le salen lágrimas al ver su casa astillarse. En verdad, creo que es por eso que no vino aquí conmigo. No puede soportar ver su casa dividida. Ojalá pudiera hacerlos arrodillarse por ella.

A la luz de la mañana, la Extensión de la Puesta de Sol, es todavía impresionante con su suelo liso de roca y las vistas del valle. El río Allegiant serpentea como una cinta azul sobre seda verde, perezosamente curvando hacia adelante y hacia atrás en la lejana lluvia.

La coalición no ha llegado todavía, dando tiempo a Tolly y a mí tomar nuestros tronos. Su lado a la derecha de padre, el mío a la izquierda de madre. Todos están hechos del acero más fino, pulido a un brillo del espejo. Es frío al tacto, y me digo que no tiemble mientras me siento. De todos modos, la piel de gallina se alza sobre mi piel, sobre todo en anticipación. Soy una princesa, Evangeline de Rift, de la casa real de Samos. Pensé que mi destino era ser la reina de otra persona, sujeta a la corona de otra persona. Esto es mucho mejor. Esto es lo que deberíamos haber estado planeando desde el principio. Casi me arrepiento de los años de mi vida perdida de formación sólo para ser la esposa de alguien.

Padre entra en la sala con una multitud de consejeros, con la cabeza inclinada para escuchar. No habla mucho por naturaleza. Sus pensamientos son suyos, pero escucha bien, tomando todo en consideración antes de tomar decisiones. No como Maven, el tonto rey que sólo seguía su propia brújula.

Madre sigue sola, en su verde habitual, sin damas ni asesores. La mayoría le dan una gran mirada. Probablemente debido a la almohadilla de cien kilos de pantera negra en sus talones. Se mantiene al ritmo de ella, saliendo de su lado sólo cuando llega a su trono. Luego serpentea a mi alrededor, acariciando su enorme cabeza contra mi tobillo. Me mantengo por costumbre. El control de madre sobre sus criaturas es bien practicado, pero no perfecto. He visto a sus mascotas morder a muchos sirvientes, lo quiera o no. La pantera sacude la cabeza una vez antes de regresar a madre, tomando asiento a su izquierda, entre nosotros. Ella descansa una mano ardiente con esmeraldas en su cabeza, acaricia su pelaje negro sedoso. El gigantesco gato parpadea lentamente, con los ojos amarillos redondos.

Me encuentro con la mirada de madre sobre el animal, levantando una sola ceja.

—El infierno de una entrada.

—Fue la pantera o la pitón —responde. Esmeraldas resplandecen a través de la coronilla de su cabeza, hábilmente puesto en plata. Su cabello cae en una sábana gruesa y negra, perfectamente recta y lisa.

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—No pude encontrar un vestido para igualar la serpiente. —Gesticula hacia los pliegues de jade de su vestido de gasa. Dudo que esa sea la razón, pero no lo digo en voz alta. Sus maquinaciones se harán evidentes muy pronto. Inteligente como es, madre tiene poco talento para el subterfugio. Sus amenazas vienen abiertamente. Padre es un buen partido para ella de este modo. Sus maniobras tardan años, siempre moviéndose en las sombras.

Pero por ahora, él está en la luz del brillante sol. Sus consejeros retroceden ante un movimiento de su mano, y asciende para sentarse con nosotros. Una vista poderosa. Como Ptolemus, lleva ropa plateada de brocado, sus viejos trajes negros abandonados. Puedo sentir el traje de armadura debajo de su regalía. Cromo. Al igual que la simple banda en su frente. No hay gemas para padre. Él tiene poco uso para ellos.

—Primos de hierro —dice en voz baja a la Puesta del Sol, mirando las muchas caras de Samos que salpican la muchedumbre receptora.

—¡Reyes de acero! —gritan, alzando los puños al aire. La fuerza entra en mi pecho.

En Norta, en las salas del trono de Whitefire o Summerton, alguien siempre cantó el nombre del rey, anunciando su presencia. Al igual que con las gemas, padre no se preocupa por tales exhibiciones innecesarias. Todo el mundo aquí conoce nuestro nombre. Repetirlo sólo mostraría debilidad, una sed de tranquilidad. Padre no tiene ninguna.

—Comienza —dice. Sus dedos tamborilean en el brazo de su trono, y las pesadas puertas de hierro al fondo del pasillo se abren.

Los embajadores son pocos, pero de alto rango, líderes de sus casas. Lord Salin de Iral parece estar usando todas las joyas que mi padre carece, su ancho collar de rubíes y zafiros se extiende de hombro a hombro y su túnica se alza alrededor de sus tobillos. Podría hacerlo tropezar, pero una seda Iral no tiene tal miedo. Se mueve con gracia letal, ojos duros y oscuros. Hace todo lo posible para estar a la altura de la memoria de su predecesor, Ara Iral. Sus acompañantes también son sedas, igual de extravagantes. Son una hermosa casa, con piel como bronce frío y cabello negro exuberante. Sonya no está con él. La consideraba una amiga en la corte, tanto como considero que alguien es un amigo. No la extraño, y probablemente sea lo mejor que no esté aquí.

Los ojos de Salin se estrechan ante la visión de la pantera de mi madre, que ronronea ahora bajo su toque. Ah. Lo había olvidado. Su madre, la señora asesinada de Iral, fue llamada la Pantera en su juventud. Sutil, madre.

Media docena de sombras de Haven ondulan, sus rostros decididamente menos hostiles. En la parte de atrás de la sala, noto que Elane también aparece. Pero su rostro permanece en la sombra, ocultando su dolor de todos los demás en la sala llena de gente. Ojalá pudiera sentarla a mi lado. Pero a pesar de que mi familia ha sido más que complaciente en lo que a ella se refiere, eso no puede suceder. Se sentará detrás de Tolly un día. Yo no.

Lord Jerald, el padre de Elane, es el miembro principal de la delegación de Haven. Como ella, él tiene el cabello rojo vibrante y la piel que brilla intensamente. Parece más

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joven que sus años, suavizado por su habilidad natural para manipular la luz. Si sabe que su hija está en el fondo de la habitación, no lo muestra.

—Su majestad. —Salin Iral inclina la cabeza lo suficiente para ser educado.

Padre no se dobla. Sólo sus ojos se mueven, parpadeando entre los embajadores.

—Mis lores. Mis ladies. Bienvenidos al reino de Rift.

—Le agradecemos su hospitalidad —ofrece Jerald.

Casi puedo escuchar a mi padre apretar los dientes. Desprecia la pérdida de tiempo y tales conversaciones son ciertamente eso.

—Bueno, viajó todo este camino. Espero que sea para mantener su promesa.

—Prometimos apoyarle en coalición, para reemplazar a Maven —dice Salin—. No esto.

Padre suspira.

—Maven ha sido reemplazado en el Rift. Y con tu lealtad, eso puede extenderse.

—Contigo como rey. Un dictador por otro. —Los susurros estallan entre la multitud, pero permanecemos en silencio mientras Salin escupe su sinsentido.

Junto a mí, madre se inclina hacia delante.

—Es poco justo comparar a mi marido con un príncipe débil que no tiene razón para sentarse en el trono de su padre.

—No me mantendré aparte y te dejaré tomar una corona que no es tuya —masculla Salin.

Madre chasquea la lengua.

—¿Quiere decir una corona que no pensó tomar usted mismo? Lástima que la Pantera fue asesinada. Al menos, habría previsto esto. —Continúa acariciando al brillante depredador a su lado. Gruñe bajo en la garganta, mostrando los colmillos.

—El hecho, mi lord —interviene padre—, mientras Maven está forcejeando, su ejército y recursos superan sobradamente los nuestros. Pero juntos, podemos defender. Arremeter en fuerza. Esperar a que más de su reino se desmorone. Esperar a que la Guardia Escarlata…

—La Guardia Escarlata. —Jerald escupe en nuestro hermoso suelo. Su rostro se colorea con un sonrojo ceniciento—. Quieres decir Monfort. El verdadero poder detrás de esos desgraciados terroristas. Otro reino.

—Técnicamente… —comienza Tolly, pero Jerald presiona.

—Estoy comenzando a pensar que no te preocupas por Norta, sino solo por tu título y tu corona. Manteniendo cualquier pedazo que puedas mientras una bestia más grande devora nuestra nación —espeta Jerald. En la multitud, Elane se estremece y cierra los ojos. Nadie le habla a mi padre así.

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La pantera gruñe de nuevo, imitando el temperamento aumentando de mi madre. Padre simplemente se reclina contra el trono, mirando la amenaza abierta que recorre la Extensión de la Puesta del Sol.

Después de un largo momento tembloroso, Jerald se inclina sobre una rodilla.

—Mis disculpas, su majestad. Me equivoqué. No pretendía… —Se le va la voz bajo la atenta mirada del rey, las palabras muriendo en sus carnosos labios.

—La Guardia Escarlata nunca lo logrará aquí. No importa los radicales que puedan estar apoyándolos —habla padre con resolución—. Los Rojos son inferiores, debajo de nosotros. Así es como funciona la biología. La vida misma sabe que somos sus amos. ¿Por qué sino somos Plateados? ¿Por qué sino somos sus dioses, si no para mandar en ellos?

Los primos Samos ovacionan.

—¡Rey de acero! —resuena de nuevo a través de la cámara.

—Si los nuevasangre quieren desperdiciar su parte con los insectos, dejémosles. Si quieren darle la espalda a nuestro modo de vida, dejémosles. Y cuando vuelvan para enfrentarse a nosotros, a luchar contra la naturaleza, matémosles.

Las ovaciones crecen, pasando de nuestra casa a Laris. Incluso algunos en las delegaciones aplauden o asienten. Dudo que hayan escuchado hablar tanto a Volo Samos, ha estado reservando su voz y sus palabras para los momentos que importan. Este ciertamente es uno de esos.

Solo Salin permanece quieto. Sus ojos oscuros, remarcados con una línea negra, destaca bruscamente.

—¿Ese es el por qué tu hija dejó libre a un terrorista? ¿El por qué sacrificó a cuatro Plateados de una noble casa para hacerlo?

—Cuatro Arven juraron por Maven. —Mi voz chasquea como el crujido de un látigo. El señor de Iral cambia su mirada hacia mí y me siento electrificada, casi alzada en mi asiento. Esas son mis primeras palabras como princesa, mis primeras palabras habladas con una voz que es realmente mía—. Cuatro soldados que tomarían a cualquiera de ustedes si su retorcido rey se lo pidiese. ¿Llora por ellos, mi lord?

Salin frunce el ceño con disgusto.

—Lamento la pérdida de un valioso rehén, nada más. Y obviamente, cuestiono su decisión, princesa.

Otra gota de burla en tu tono y te cortaré la lengua.

—La decisión fue mía —dice padre sin alterarse—. Como dijiste, la chica Barrow fue una rehén valiosa. La tomamos de Maven. —Y la perdimos en la Plaza, como una bestia de su jaula. Me pregunto cuántos soldados de Maven se llevó con ella ese día. Al menos los suficientes para cumplir con el plan de padre, para cubrir nuestra propia huida.

—¡Y ahora ella está desaparecida! —implora Salin. Su temperamento se desliza centímetro a centímetro.

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Padre no muestra signos de interés y comenta lo obvio:

—Está en Piedmont, por supuesto. Y te aseguro, Barrow era más peligrosa bajo el mando de Maven de lo que nunca será bajo el suyo. Nuestra preocupación debería ser eliminar a Maven, no a los radicales destinados a fallar.

Salin palidece.

—¿Fallar? Mantienen Corvium. Controlan una gran parte de Piedmont, usando una princesa Plateada como cachorro. Si eso es un fallo…

—Buscan la igualdad que no es fundamentalmente igual. —Mi madre habla con frialdad y sus palabras parecen verdad—. Es estúpido, como equilibrar una ecuación imposible. Y terminará en un derramamiento de sangre. Pero terminará. Piedmont se alzará. Norta echará a los demonios Rojos. El mundo seguirá girando.

Todos los argumentos parecen morir con la voz de madre. Como padre, se reclina, satisfecha. Por una vez, está sin su familiar siseo de serpientes. Solo la gran pantera, ronroneando bajo su toque.

Padre continúa, entusiasmado por lanzar el golpe final.

—Nuestro objetivo es Maven. Los Lakeland. Limpiar el reino de su nuevo aliado lo dejará vulnerable, mortalmente. ¿Nos apoyarás en nuestra cruzada para liberar nuestro país del veneno?

Lentamente, Salin y Jerald intercambian miradas, sus ojos se encuentran a través del espacio vacío entre ellos. La adrenalina surge en mis venas. Se arrodillarán. Deben arrodillarse.

—¿Apoyarás a la Casa Samos, a la Casa Laris, a la Casa Lerolan…?

Una voz lo interrumpe. La voz de una mujer. Hace eco desde alguna parte.

—¿Supones hablar por mí?

Jerald gira la muñeca, moviendo los dedos en un rápido círculo. Todo el mundo en la cámara jadea, incluida yo, cuando un tercer embajador aparece entre la existencia entre Iral y Haven. Su casa aparece detrás de ella, una docena de ellos vestidos con ropajes rojos y naranjas, como la puesta de sol. Como una explosión.

Madre se sobresalta a mi lado, sorprendida por primera vez en muchos, muchos años. Mi adrenalina comienza a convertirse en hielo, congelándome la sangre.

La líder de la Casa Lerolan da un atrevido paso adelante. Su apariencia es severa. Cabello gris recogido en un moño arreglado, sus ojos brillando como el bronce caliente. La mujer no conoce el nombre del miedo.

—Apoyaré al rey Samos mientras el heredero Calore viva.

—Sabía que olí humo —murmura madre, apartando la mano de la pantera. Que inmediatamente se tensa, alzándose mientras desliza las garras en su lugar.

Ella solo se encoge de hombros, sonriendo.

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—Fácil de decir, Larentia, ahora que me ves aquí de pie. —Golpetea los dedos en el costado. Los miro con atención. Es un olvido, capaz de explotar las cosas con un toque. Si se acerca lo suficiente puede destruirme el corazón en el pecho o el cerebro en mi calavera.

—Soy una reina…

—Igual que yo. —Anabel Lerolan sonríe ampliamente. Aunque su ropa es fina, no viste joyas que pueda ver, ni una corona. Ni metal. Cierro el puño a un lado—. No le daremos la espalda a mi nieto. El trono de Norta pertenece a Tiberias el Séptimo. La nuestra es una corona de llamas, no de acero.

La furia de padre se amontona como un trueno y estalla como un rayo. Se levanta del trono, con un puño cerrado. Los refuerzos de metal de la cámara se tuercen, gruñendo bajo la fuerza de su furia.

—¡Tenemos un trato! —espeta—. La chica Barrow por tu apoyo.

Ella simplemente pestañea.

Incluso en el lado opuesto, puedo escuchar sisear a mi hermano.

—¿Has olvidado la razón de que la Guardia tenga Corvium? ¿No viste a tu nieto luchando en Archeon? ¿Cómo puede permanecer el reino a su lado ahora?

Anabel no se estremece. Su rostro arrugado permanece quieto, su expresión abierta y paciente. Una amable mujer mayor en todo, pero las olas de ferocidad emanan de ella. Espera a que mi hermano continúe, pero no lo hace, y ella inclina la cabeza.

—Gracias, príncipe Ptolemus, por no promover la atroz falsedad de la muerte de mi hijo y el exilo de mi nieto. Ambos cometidos por las manos de Elara Merandus, ambos extendidos por el reino con la peor propaganda que haya visto jamás. Sí, Tiberias ha hecho cosas horribles para sobrevivir. Pero fueron para sobrevivir. Después que cada uno de nosotros se volviese contra él, lo abandonase, después que su propio hermano envenenado tratase de matarlo en la plaza como un bajo criminal. Una corona es lo menos que podemos darle como disculpa.

Detrás de ella, Iral y Haven se mantienen firmes. Una cortina de tensión cae sobre el salón. Todo el mundo la siente. Somos Plateados, nacidos para la fuerza y el poder. Todos entrenados para luchar, para matar. Escuchamos el tic de un reloj en cada corazón, la cuenta atrás para un derramamiento de sangre. Miro a Elane, nos miramos a los ojos. Junta los labios en una línea sombría.

—El Rift es mío —masculla padre, sonando como una de las bestias de madre. El sonido me estremece los huesos, e inmediatamente soy una niña.

No tiene mucho efecto en la reina. Anabel simplemente inclina la cabeza a un lado. La luz del sol brilla sobre los mechones lisos de cabello gris reunidos en su nuca.

—Entonces mantenlo —contesta ella con un encogimiento de hombros—. Como dijiste, teníamos un trato.

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Y justo así, la compleja confusión amenazando con engullir la habitación se desvanece. Unos cuantos de los primos, al igual que lord Jerald, suspiran visiblemente.

Anabel extiende las manos, un gesto abierto.

—Eres el rey de Rift y puede que reines por muchos prósperos años. Pero mi nieto es el legítimo rey de Norta. Y necesitará todos los aliados que pueda conseguir para recuperar su reino.

Incluso padre no prevé este giro. Anabel Lerolan no ha estado en la corte en muchos años, decidiendo permanecer en Delphie, donde se asienta su casa. Odiaba a Elara Merandus y no podía estar cerca de ella… eso, o le temía. Ahora supongo, con la reina susurradora muerta, la reina olvido puede regresar. Y ha regresado.

Me digo que no entre en pánico. Padre puede ser tomado por sorpresa, esto no es una rendición. Mantenemos Rift. Mantenemos nuestra casa. Mantenemos nuestras coronas. Solo han sido unas semanas, pero soy reacia a renunciar a lo que hemos planeado. Lo que merezco.

—Me pregunto cómo pretendes restaurar un reino que no quiere formar parte de un trono —musita padre. Junta las manos y estudia a Anabel sobre ellas—. Tu nieto está en Piedmont…

—Mi nieto es un operario poco dispuesto de la Guardia Escarlata, que sucesivamente está controlada por la República Libre de Monfort. Encontrarás a su líder, el que se hace llamar primer ministro, es un hombre bastante razonable —añade ella con aire de alguien que está discutiendo sobre el tiempo.

Se me retuerce el estómago y me siento ligeramente enferma. Algo en mí, un instinto profundo, me grita que la mate antes de que pueda continuar.

Padre alza una ceja.

—¿Has estado en contacto con él?

La reina Lerolan sonríe firmemente.

—Lo suficiente para negociar. Pero hablo más a menudo con mi nieto estos días. Es un chico talentoso, muy bueno con las máquinas. Buscó en su desesperación, pidiendo solo una cosa. Y gracias a ti, lo cumplí.

Mare.

Padre entrecierra los ojos.

—¿Entonces conoce tus planes?

—Lo hará.

—¿Y Montfort?

—Está ansioso por aliarse con un rey. Apoyarán una guerra de restauración en nombre de Tiberias el Séptimo.

—¿Como hacen en Piedmont? —Si nadie más va a señalar su locura, sin duda debo hacerlo yo—. El príncipe Bracken es su marioneta, controlado. Los informes indican que

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han tomado a sus hijos. ¿Dejaría gustosamente que su nieto también se convirtiese en su mascota?

Vine aquí entusiasmada para ver a otros arrodillarse. Permanezco sentada, pero me siento desnuda frente a Anabel cuando sonríe.

—Como tu madre dijo tan elocuentemente, buscan la igualdad lo que no es fundamentalmente igual. La victoria es imposible. La sangre Plateada no puede ser derrocada.

Incluso la pantera está callada, mirando el intercambio con la mirada entrecerrada. Mueve la cola lentamente. Me centro en su pelaje, oscuro como el cielo nocturno. Un abismo, justo como al que nos encauzamos. El corazón me late a un ritmo acelerado, bombeando miedo y adrenalina por mi cuerpo. No sé por cuál camino se inclinará padre. No sé qué vendrá de ese camino. Me pone la piel de gallina.

—Por supuesto —añade Anabel—, el reino de Norta y el reino de Rift sería firmemente vinculado por su alianza. Y el matrimonio.

El suelo parece abrirse. Me toma cada gramo de mi voluntad y orgullo para permanecer en mi frío y despiadado trono. Eres acero, susurro en mi mente. El acero no se rompe ni dobla. Pero ya me puedo sentir arqueándome, cediendo al deseo de mi padre. Me venderá en un instante, si significa mantener la corona. El reino de Rift, el reino de Norta… Volo Samos tomará lo que pueda agarrar. Si el último está fuera de alcance, hará lo que pueda para mantener el primero. Incluso si eso significa romper su promesa. Vendiéndome una vez más. Me pica la piel. Pensé que todo esto quedaba atrás. Ahora soy una princesa, mi padre un rey. No necesito casarme con nadie por una corona. La corona está en mi sangre, en mí.

No, eso no es cierto. Aún necesitas a padre. Necesitas su nombre. Nunca estás por tu cuenta.

La sangre retumba en mis oídos, el rugido de un huracán. No puedo obligarme a mirar a Elane. Se lo prometí. Se casaría con mi hermano así nunca seríamos separadas. Defendió su parte del traro, ¿pero ahora? Me mandarán a Archeon. Ella se quedará aquí con Tolly como su esposa, un día, su reina. Quiero gritar. Quiero despedazar la silla infernal y destrozar a todos en esta habitación. Incluida yo. No puedo hacer esto. No puedo vivir así.

Unas semanas a lo más cercano a la libertad que he conocido, y no puedo dejarlo ir. No puedo volver a vivir bajo las ambiciones de alguien más.

Respiro a través de la nariz, intentando mantener la furia a raya. No tengo dioses, pero ciertamente rezo.

Di que no. Di que no. Di que no. Por favor, padre, di que no.

Nadie me mira, mi único alivio. Nadie ve mi lenta descomposición. Solo tienen ojos para mi padre y su decisión. Intento separarme. Intento poner mi dolor en una caja y guardarla lejos. Es fácil hacerlo en entrenamiento, en una pelea. Pero ahora es casi imposible.

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Por supuesto. La voz en mi cabeza se ríe tristemente. Tu camino siempre lleva a allí, sin importar el qué. Fui hecha para casarme con el heredero Calore. Hecha físicamente. Hecha mentalmente. Construida. Como un castillo, o un sepulcro. Mi vida nunca ha sido mía, y nunca lo será.

Las palabras de mi padre lanzan clavos a mi corazón, cada uno otro estallido de pesar ensangrentado.

—Al reino de Norta. Y el reino de Rift.

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Veinticuatro

e toma a Morrey más tiempo que a los otros rehenes.

Algunos creyeron en cuestión de minutos. Otros duraron días, aferrados obstinadamente a las mentiras con las que los habían alimentado. La

Guardia Escarlata es una colección de terroristas, la Guardia Escarlata es malvada. La Guardia Escarlata empeorará tu vida. El rey Maven te liberó de la guerra y te liberará de aún más. Las medias verdades retorcidas se convirtieron en propaganda. Puedo entender que ellos y muchos otros las creyeran. Maven explotó un anhelo en los Rojos que no sabían lo que era ser manipulados. Vieron a un Plateado comprometido a escucharlos cuando sus predecesores no lo hicieron, a escuchar las voces de gente que nunca había sido oída. Una esperanza fácil de convencer.

Y la Guardia Escarlata está lejos de ser héroes inocentes. Son imperfectos en el mejor de los casos, combatiendo la opresión con violencia. Los hijos de la Legión de la Daga siguen cautelosos. Son solo adolescentes saltando de las trincheras de un ejército a otro. No los culpo por mantener sus ojos abiertos.

Morrey sigue aferrado a su recelo. Por mí, por lo que soy. Maven acusó a la Guardia de asesinar a personas como yo. No importa lo mucho que lo intente mi hermano, no puede cambiar las palabras.

Mientras nos sentamos a desayunar, nuestros tazones de avena calientes al tacto, me preparo para las preguntas habituales. Nos gusta comer fuera sobre la hierba, bajo el cielo despejado, con los campos de entrenamiento a la vista. Después de quince años en nuestro barrio pobre, cada brisa fresca se siente como un milagro. Me siento con las piernas cruzadas, mi overol verde oscuro desgastado y con incontables lavados.

—¿Por qué no te vas? —pregunta Morrey, yendo directo al tema. Revuelve su avena tres veces, en sentido contrario a las agujas del reloj—. No has jurado lealtad a la Guardia. No tienes ninguna razón para estar aquí.

—¿Por qué haces esto? —Golpeo su cuchara con la mía. Una pregunta estúpida, pero una fácil evasión. Nunca tengo una buena respuesta para él y odio que me hace dudar.

Encoge sus estrechos hombros.

—Me gusta la rutina —murmura—. En casa… bueno, sabes que la casa era malditamente horrible, pero… —Revuelve de nuevo, el metal raspando—. Recuerdas los horarios, los silbidos.

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—Lo hago. —Todavía los escucho en mis sueños—. ¿Y extrañas eso?

Se burla.

—Por supuesto que no. Es solo… no saber qué va a pasar. No lo entiendo. Es… es aterrador.

Tomo una cucharada de avena. Es espesa y sabrosa. Morrey me dio su ración de azúcar, y el dulce extra mitiga cualquier malestar que siento.

—Creo que es así como todos nos sentimos. Creo que es la razón de que me quede.

Morrey se gira para mirarme, entrecerrando sus ojos por el resplandor del sol. Ilumina su rostro, mostrando lo mucho que ha cambiado. Las raciones constantes que lo han alimentado. Y el aire limpio que claramente le ha sentado bien. No he oído la tos rasposa que solía puntualizar sus frases.

Sin embargo, una cosa no ha cambiado. Todavía tiene el tatuaje, igual que yo. Tinta negra como una marca alrededor de su cuello. Nuestras letras y números casi iguales.

NT-ARSM-188908, se lee. New Town, Montaje y Reparación, Pequeña Fabricación. Soy 188907. Nací primero. Mi cuello pica por el recuerdo del día que fuimos marcados, permanentemente atados a nuestros trabajos forzados.

—No sé a dónde ir —pronuncio las palabras por primera vez en voz alta, aunque las he pensado todos los días desde que escapé de Corros—. No podemos ir a casa.

—Supongo que no —murmura—. Entonces, ¿qué hacemos aquí? Vas a quedarte y dejar a esta gente…

—Te lo dije antes, no quieren matar nuevasangres. Era mentira, una mentira de Maven…

—No hablo de eso. Así que la Guardia Escarlata no va a matarte, pero te siguen poniendo en peligro. Pasas cada minuto que no estás conmigo entrenando para pelear, matar. Y en Corvium vi… cuando nos guiaste…

No digas lo que hice. Lo recuerdo bastante bien sin que describa la manera en que maté a dos Plateados. Más rápido de lo que he matado antes. La sangre derramándose de sus ojos y bocas, sus entrañas muriéndose órgano por órgano mientras mi silencio los destruía todo. Lo sentí entonces. Aún lo siento. La sensación de muerte pulsa a través de mi cuerpo.

—Sé que puedes ayudar. —Pone su avena a un lado y toma mi mano. En las fábricas, me aferraba a él. Ahora, nuestros papeles se han invertido—. No quiero ver cómo te convierten en un arma. Eres mi hermana, Cameron. Hiciste lo que pudiste para salvarme. Déjame hacer lo mismo.

Con un resoplido, me tumbo en la hierba suave, dejando el tazón a mi lado.

Me deja pensar y en su lugar dirige sus ojos al horizonte. Agita una mano oscura hacia los campos frente a nosotros.

—Es tan malditamente verde aquí. ¿Crees que el resto del mundo es así?

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—No lo sé.

—Podríamos averiguarlo. —Su voz es tan baja que finjo no oírlo y nos quedamos en silencio. Veo los vientos de la primavera perseguir las nubes a través del cielo mientras él come, sus movimientos rápidos y eficientes—. O podríamos ir a casa. Mamá y papá…

—Imposible. —Me concentro en el azul del cielo, un azul que nunca habíamos visto en el infierno en que nacimos.

—Me salvaste.

—Y casi morimos. Mejores probabilidades y casi morimos. —Exhalo lentamente—. No hay nada que podamos hacer por ellos. Pensé que quizá una vez, pero… todo lo que tenemos es esperanza.

El dolor que aparece en su rostro agria su expresión. Pero asiente.

—Y seguimos vivos. Seguimos aquí. ¿Me oyes, Cam? —Me toma de la mano—. No dejes que esto te cambie.

Tiene razón. A pesar de que estoy enojada, a pesar de que siento tanto odio por todo lo que amenaza mi familia… ¿vale el costo alimentar esta ira?

—Entonces, ¿qué debo hacer? —Al fin me obligo a preguntar.

—No sé cómo es tener una habilidad. Tienes amigos que lo hacen. —Sus ojos brillan mientras hace una pausa—. Tienes amigos, ¿verdad? —Me dirige una sonrisa maliciosa desde el borde de su tazón. Le golpeo el brazo por su implicación.

Mi mente va a Farley primero, pero aún está en el hospital, adaptándose al nuevo bebé, y no tiene ninguna habilidad. No sabe lo que es ser tan letal, controlar algo tan mortal.

—Tengo miedo, Morrey. Cuando tienes una rabieta, solo gritas y lloras. Para mí, con lo que puedo hacer… —Extiendo una mano hacia el cielo, flexionando mis dedos contra las nubes—. Tengo miedo de esto.

—Tal vez eso es bueno.

—¿Qué quieres decir?

—En casa, ¿recuerdas cómo usaban a los niños? ¿Para arreglar los engranajes grandes, los cables profundos? —Morrey amplía sus oscuros ojos, intentando hacerme entender.

Los recuerdos hacen eco. Hierro sobre hierro, el chirrido y el giro de la maquinaria constantemente zumbando a lo largo de los pisos sin fin de la fábrica. Casi puedo oler el aceite, casi siento la llave en mi mano. Fue un alivio cuando Morrey y yo fuimos los suficientemente grandes para ser arañas, así era como los supervisores llamaban a los niños de nuestra división. Lo bastante pequeños para llegar donde los trabajadores adultos no podían, demasiado jóvenes para tener miedo de ser aplastados.

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—El miedo puede ser algo bueno, Cam —continúa—. El miedo no te deja olvidar. Y el miedo que tienes, el respeto que sientes por esta cosa letal dentro de ti, también creo que es una habilidad.

Mi avena está fría ahora, pero me fuerzo a comer para no tener que hablar. Ahora el sabor azucarado es abrumador y lo pegajoso se adhiere a mis dientes.

—Tus trenzas son un desastre —murmura Morrey para sí. Recurre a otra rutina, una vieja que nos une como familia. Nuestros padres trabajaban más temprano que nosotros y teníamos que ayudarnos el uno al otro a prepararnos al amanecer. Hace tiempo que sabe cómo arreglarme el cabello y no toma mucho para que lo desenrede. Se siente bien tenerlo de vuelta y estoy abrumada cuando hace dos trenzas con mi cabello.

No me presiona para tomar una decisión, pero la conversación es suficiente para dejar que las preguntas que ya tenía, salgan a la superficie. ¿Quién quiero ser? ¿Qué opción voy a tomar?

En la distancia, en los límites de los campos de entrenamiento, observo dos figuras familiares. Una alta, la otra baja, las dos corriendo en el límite. Lo hacen todos los días, sus ejercicios son familiares para la mayoría de nosotros. A pesar de las piernas más largas de Cal, Mare no tiene problemas para alcanzarlo. A medida que se acercan, puedo verla sonriendo. No entiendo muchas cosas sobre la chica rayo, y sonreír durante una carrera es una de ellas.

—Gracias, Morrey —digo, poniéndome de pie cuando termina.

Mi hermano no se levanta conmigo. Sigue mi mirada, poniendo sus ojos en Mare mientras se acerca. No es ella la que hace que se tense, sino Cal. Morrey rápidamente se ocupa con los tazones, agachando su cabeza para ocultar su ceño fruncido. No hay aprecio entre los Coles y el príncipe de Norta.

Mare levanta su barbilla mientras corre, reconociéndonos.

El príncipe intenta ocultar su molestia cuando ella disminuye su paso, acercándose a Morrey y a mí. Cal no lo hace tan bien, pero asiente hacia nosotros en un intento de saludo respetuoso.

—Buenos días —saluda Mare, moviéndose de una pierna a otra mientras recupera el aliento. Su complexión ha mejorado más que cualquier cosa; una calidez dorada ha regresado a su piel morena—. Cameron, Morrey —dice, sus ojos pasan de uno a otro a velocidad felina. Su cerebro siempre está girando, buscando grietas. Después de todo por lo que ha pasado, ¿cómo podría ser de otra manera?

Debe percibir mi vacilación porque se queda ahí, esperando a que diga algo. Casi pierdo los nervios, pero Morrey me toca la pierna. Solo aguántalo, me digo. Ella podría incluso entender.

—¿Te importaría caminar conmigo?

Antes de ser capturada, se habría burlado, me habría dicho que entrenara, como una molesta mosca en el aire. Apenas me toleraba. Ahora asiente. Con un solo gesto, Mare despide a Cal como solo ella puede.

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La prisión la cambió, al igual que a todos.

—Claro, Cameron.

Se siente como si hubiera hablado durante horas, derramando todo lo que me he guardado. El miedo, la ira, la sensación enfermiza cuando pienso en lo que puedo hacer y lo que he hecho. Que solía entusiasmarme. Que tanto poder me hacía sentir invencible, indestructible… y ahora me hace sentir avergonzada. Me siento como si me apuñalara en el estómago y dejara caer mis entrañas. Evito sus ojos mientras hablo, manteniendo la mirada fija en mis pies mientras paseamos por los campos de entrenamiento. Mientras avanzamos, más y más soldados llenan el campo. Nuevasangres y Rojos, todos realizando sus ejercicios matutinos. En sus uniformes, overoles verdes proporcionados por Montfort, es difícil decir quién es quién, todos parecemos iguales, unidos.

—Quiero proteger a mi hermano. Dice que deberíamos irnos, abandonar… —Mi voz se debilita, desvaneciéndose hasta que no hay más palabras.

Mare es contundente en su réplica.

—Mi hermana dice lo mismo. Todos los días. Quiere aceptar la oferta de Davidson. Trasladarse. Dejar que otros peleen. —Sus ojos se oscurecen con intensidad. Oscilan sobre el paisaje lleno de uniformes verdes. Es mecánica en sus observaciones, lo sepa o no, leyendo riesgos y amenazas—. Dice que hemos dado suficiente.

—Entonces, ¿qué vas hacer?

—No puedo dar la espalda. —Se muerde el labio, pensativa—. Hay demasiada ira dentro de mí. Si no encuentro una manera de deshacerme de ella, podría envenenarme para el resto de mi vida. Pero eso probablemente no es lo que deseas escuchar. —Sería una acusación por parte de otro. De Cal o Farley. De quien era Mare Barrow hace seis meses. En su lugar, sus palabras son más suaves.

—Seguir me comerá viva —admito—. Continuar por este camino, usando mi habilidad para matar… me convertirá en un monstruo.

Monstruo. Se estremece cuando lo digo, retrayéndose. Mare Barrow ha tenido su parte justa de monstruos. Aleja la mirada, tirando distraídamente de una trenza de cabello rizado con sudor y humedad.

—Los monstruos son tan fácilmente hechos, especialmente en gente como nosotros —murmura. Pero se recompone rápidamente—. No luchaste en Archeon. O si lo hiciste, no te vi.

—No, solo estaba allí para… —Mantenerte bajo control. En ese momento, un buen plan. Pero ahora que sé por lo que pasó, me siento terrible.

No insiste.

—La idea de Kilorn en Trial —digo—. Trabaja dividiendo a los nuevasangres y los Rojos, y sabía que yo quería dar marcha atrás. Así que fui… pero no para luchar, no para matar, a no ser que fuera absolutamente necesario.

—Y quieres continuar ese camino. —No es una pregunta.

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Lentamente, asiento. No debería sentirme avergonzada.

—Creo que es mejor así. Defender, no destruir. —A mi costado, flexiono mis dedos. El silencio se acumula bajo mi carne. No odio mi habilidad, pero puedo odiar lo que hace.

Mare me sonríe.

—No soy tu comandante. No puedo decirte qué hacer ni cómo luchar. Pero creo que es una buena idea. Y si alguien intenta decirte lo contrario, envíamelo.

Sonrío. De alguna manera, siento que un peso se levanta.

—Gracias.

—Lo lamento, por cierto —añade, acercándose—. Soy la razón por la que te encuentras aquí, ahora sé lo que hice, obligándote a unirte; estaba equivocada. Y lo siento.

—Tienes absolutamente razón. Te equivocaste, eso es malditamente seguro. Pero, al final, logré lo que quería.

—Morrey. —Suspira—. Me alegra que lo hayas recuperado. —Su sonrisa no desaparece, pero ciertamente se desvanece, debilitada por toda la mención de los hermanos.

En la baja cuesta por delante, Morrey espera, ahora de pie de perfil contra los edificios de la base que hay detrás de él. Cal se ha ido. Bien.

A pesar de que ha estado con nosotros durante meses, Cal está incómodo sin propósito, es malo para conversar y siempre está al límite cuando no tiene una estrategia en la que pensar. Parte de mí, aún piensa que nos considera desechables… cartas para recoger y tirar cuando la estrategia lo dicta. Pero ama a Mare, me recuerdo. Ama a una chica con sangre Roja.

Eso debe contar para algo.

Antes de regresar con mi hermano, un último temor burbujea por mi garganta.

—¿Los estoy abandonando a todos? A los nuevasangre.

Mi habilidad es la muerte silenciosa. Soy un arma, me guste o no. Puedo ser usada. Puedo ser útil. ¿Es egoísta apartarme?

Tengo la sensación de que es una pregunta que Mare se ha hecho muchas veces. Pero su respuesta es para mí, y solo para mí.

—Por supuesto que no —murmura—. Sigues aquí. Y eres un monstruo menos por el que preocuparnos. Un fantasma menos.

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Veinticinco

ncluso aunque mi tiempo en el Notch estuvo cargado de cansancio y angustia, todavía guarda un rincón en mi corazón. Por una vez, recuerdo más vívidamente lo bueno que lo malo. Días cuando regresábamos con

nuevasangres vivos, arrebatados de las fauces de la ejecución. Se sentía como un progreso. Cada rostro era prueba de que no estaba sola; y que podía salvar personas tan fácilmente como podía matarlas. Algunos días, se sentía fácil. Correcto. He estado persiguiendo esa sensación desde entonces.

La base de Piedmont tienen sus propias instalaciones de entrenamiento, al aire libre y dentro. Algunas están equipadas para Plateados, el resto para que los soldados Rojos aprendan de guerra. El coronel y sus hombres, ahora calculados en miles y creciendo cada día, reclaman el campo de tiro. Nuevasangres como Ada, esos con habilidades menos devastadoras, entrenan con él, perfeccionando su puntería y habilidades de combate. Kilorn se mueve entre sus filas y los nuevasangres en las tierras de entrenamiento de los Plateados. No pertenece a ningún grupo, aun así, su presencia calma a muchos. El chico pez es lo opuesto a una amenaza, por no mencionar el rostro familiar. Y no les teme, como muchos de los “verdaderos” soldados Rojos. No, Kilorn ha visto lo suficiente para nunca tener miedo de un nuevasangre de nuevo.

Él me acompaña ahora, escoltándome alrededor del perímetro del edificio del tamaño de un hangar para aviones. Pero no tiene pasarela.

—Gimnasio Plateado —dice, apuntando a la estructura—. Toda clase de cosas ahí dentro. Pesas, un tramo de obstáculos, una arena…

—Entiendo. —Aprendí mis habilidades en un lugar así, rodeada de ansiosos Plateados que querían matarme y ver si vislumbraban una gota de mi sangre. Al menos no debo preocuparme por eso ahora—. Probablemente no debería entrenar en un lugar con techo o bombillos.

Kilorn resopla.

—Probablemente no.

Una de las puertas del gimnasio se abre de golpe y una figura sale, con una toalla alrededor de su cuello. Cal se limpia el sudor de su rostro, todavía las mejillas plateadas por el esfuerzo. Levantando pesas, asumo.

Entrecierra sus ojos y cierra la distancia entre ambos tan rápido como puede. Todavía jadeando, extiende una mano. Kilorn la toma con una grande sonrisa.

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—Kilorn. —Asiente Cal—. ¿Dándole un recorrido?

—Sí…

—No, va a empezar con algunos de los otros hoy. —Kilorn habla por mí, y resisto la urgencia de darle un codazo en el estómago.

—¿Qué?

Cal se ensombrece. Toma aire profundamente.

—Pensé que te darías más tiempo.

Kilorn me sorprendió en el hospital, pero tiene razón. No puedo quedarme sentada. Se siente inútil. Y estoy inquieta, con la rabia hirviendo bajo mi piel. No soy Cameron. No soy tan fuerte para dar un paso atrás. Incluso los bombillos han empezado a brillar cuando entro a un cuarto. Necesito liberarme.

—Han pasado unos días. Pensé que se terminaba. —Coloco mis manos en mis caderas, preparándome para su inevitable respuesta. Sin siquiera darme cuenta, Cal se queda en su postura patentada para-discutir-con-Mare. Con los brazos cruzados, el ceño fruncido, los pies plantados con firmeza. Con el sol a mis espaldas, debe entrecerrar los ojos, y después de su ejercicio, hiede a sudor.

Kilorn, el cobarde despreciable, retrocede unos pasos.

—Te veo cuando termines de tomarte el momento. —Lanza una sonrisa de imbécil sobre su hombro, dejándome para defenderme por mi cuenta.

—Sólo un minuto —digo tras su forma en retirada. Solo mueve su mano, desapareciendo en la esquina del gimnasio—. Qué cobarde. No es que lo necesito —añado rápidamente—, ya que es mi decisión y esto es solo entrenamiento. Estaré perfectamente bien.

—Bueno, en parte mi preocupación es por las personas en la zona de la explosión. Y el resto… —Toma mi mano, usándola para acercarme. Arrugo la nariz, enterrando mis talones. No es que importe mucho. Me deslizo por el pavimento de todos modos.

—Estás sudado.

Sonríe envolviendo un brazo alrededor de mi espalda. Sin escape.

—Sí.

El aroma no es del todo desagradable, incluso aunque debería.

—¿Así que no discutirás conmigo por esto?

—Como dijiste. Tu decisión.

—Bien. No tengo la energía para pelear dos veces en una mañana.

Se mueve y me empuja con suavidad, para ver mejor mi rostro. Su pulgar roza el costado de mi mandíbula.

—¿Gisa?

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—Gisa —resoplo, apartando una hebra de cabello de mi cara. Sin la Piedra Silenciosa, mi salud ha mejorado mucho, mis uñas y mi cabello están creciendo a la normalidad ahora. Aún hay puntas grises, sin embargo. Eso nunca se irá—. Sigue molestándome por la reubicación. Ir a Monfort. Dejar todo atrás.

—Y le dijiste que siga adelante, ¿verdad?

Me sonrojo de color escarlata.

—¡Simplemente salió! Algunas veces… no pienso antes de hablar.

Se ríe.

—¿Qué? ¿Tú?

—Y luego mamá se puso de su lado, por supuesto, y papá no se puso para nada de su lado, jugando al pacificador, por supuesto. Es como… —mi respiración se atora—… es como si nada hubiera cambiado. Podríamos haber estado de regreso en Los Pilares, en la cocina. Supongo que eso no debería molestarme tanto. En el gran esquema de las cosas. —Avergonzada, me obligo a alzar la mirada hacia Cal. Se siente horrible quejarme de mi familia con él. Pero él preguntó. Y a mí se me salió. Sólo me mira como si fuera un campo de batalla—. Esto no es algo que quieras pensar. No es nada.

Su agarre en mi mano se aprieta antes que siquiera pueda pensar en apartarme. Sabe por qué huyo.

—De hecho, estaba pensando en todos los soldados con quienes entrené. En el frente, especialmente. He visto soldados regresar completos de cuerpo, pero faltándoles algo más. no pueden dormir o tal vez no pueden comer. Algunas veces se deslizan al pasado; a un recuerdo de batalla, desencadenado por un sonido, un olor o una sensación.

Trago y rodeo mi muñeca con dedos temblorosos. Apretando, recuerdo los grilletes. El toque me pone enferma.

—Suena familiar.

—¿Sabes qué ayuda?

Claro que no, o de lo contrario lo haría. Niego.

—Normalidad. Rutina. Hablar. Sé que no me gusta mucho la última —añade, sonriendo lentamente—. Pero tu familia sólo quiere que estés a salvo. Pasaron por un infierno cuando te… fuiste. —Todavía no ha descubierto la palabra correcta para lo que me sucedió. Capturada o tomada prisionera no carga todo el peso—. Y ahora que estás de regreso están haciendo lo que cualquiera haría. Están protegiéndote. No a la chica rayo, o a Mareena Titanos, sino a ti. Mare Barrow. La chica que conocen y recuerdan. Eso es todo.

—Claro. —Asiento lentamente—. Gracias.

—Entonces, sobre eso de hablar.

—Oh, vamos, ¿ahora?

Su sonrisa se extiende cuando ríe, los músculos de su estómago se tensan contra mí.

—Bien, después. Después de entrenar.

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—Deberías ir a bañarte.

—¿Estás bromeando? Voy a estar dos pasos tras de ti todo el tiempo. ¿Quieres entrenar? Entonces entrenarás apropiadamente. —Me pellizca en la espalda baja, haciéndome tropezar hacia adelante—. Vamos.

El príncipe es incansable, trotando de espaldas hasta que lo alcanzo. Pasamos la pista, el tramo de obstáculos al aire libre, un amplio campo de césped podado, por no mencionar varios círculos de tierra para pelear, y un campo de tiro de más de un cuarto kilómetro. Algunos nuevasangres hacen el tramo de obstáculos y la pista, mientras otros practican solos en el campo. No los reconozco, pero las habilidades que veo son familiares. Una nuevasangre parecida a una ninfa forma columnas de agua antes de dejarlas caer al suelo, creando charcos de lodo. Un tele transportador navega el campo con facilidad. Aparece y desaparece por todo el lugar, riéndose por otro que tienen más dificultades. Cada vez que salta, mi estómago se retuerce, recordando a Shade.

Los círculos de pelea me ponen más intranquila que nada. No he peleado con nadie por entrenamiento, por deporte, desde Evangeline hace tantos meses. No era una experiencia que quisiera repetir. Pero ciertamente debo hacerlo.

La voz de Cal me mantiene al nivel, atrayendo mi enfoque a la tarea entre manos.

—Te pondré en tu rutina de pesas a partir de mañana, pero hoy podemos pasar a los objetivos y teorías.

Objetivos lo entiendo.

—¿Teoría?

Nos detenemos en el borde del campo de tiro, mirando a la niebla en la distancia.

—Viniste a entrenar como una década más tarde para eso. Pero antes que nuestras habilidades estén en forma para pelear, pasamos mucho tiempo estudiando nuestras ventajas y desventajas y cómo usarlas.

—Como ninfas derrotando quemadores, agua sobre fuego.

—Algo así. Esa es una fácil. ¿Pero y si eres el quemador? —Simplemente niego, y él sonríe—. Ves, complicado. Toma mucha memorización y comprensión. Pruebas. Pero harás esto sobre la marcha.

Olvidé lo bueno que es Cal para esto. Es un pez en el agua, tranquilo, sonriente. Ansioso. Esto es en lo que es bueno, lo que entiende, donde se destaca. Es una línea de vida en un mundo que nunca parece tener nada de sentido.

—¿Es muy tarde para decir que no quiero entrenar más?

Cal sólo se ríe, echando su cabeza hacia atrás. Una gota de sudor resbala por su cuello.

—Estás atrapada conmigo, Barrow. Ahora, golpea el primer objetivo. —Estira una mano, indicando un cuadrado de granito a diez metros, pintada como un ojo de buey—. Una descarga. En el centro.

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Sonriendo, hago lo que pide. No puedo fallar a esta distancia. Un único rayo blanco púrpura a través del aire y golpea el punto. Con un resonante estallido, el rayo deja una marca negra en el centro del ojo de buey.

Antes que tenga tiempo para sentirme orgullosa, Cal me empuja a un lado. Fuera de guardia, tropiezo, casi cayendo a la tierra.

—¡Oye!

Sólo da un paso y apunta.

—Próximo objetivo. Veinte metros.

—Bien —resoplo, moviendo mis ojos al segundo blanco. Alzo mi brazo de nuevo, lista para apuntar, y Cal me empuja otra vez. Esta vez mis pies reaccionan más rápido, pero no lo suficiente, y mi rayo se sale de control, cayendo al suelo—. Esto es muy poco profesional.

—Solía hacerlo con alguien disparando balas de fogueo al lado de mi cabeza. ¿Preferirías eso? —pregunta. Niego rápidamente—. Entonces golpea… el… objetivo.

Normalmente, estaría molestia, pero su sonrisa se extiende, haciéndome sonrojar. Es entrenamiento, pienso. Contrólate.

Esta vez, cuando va a empujarme, doy un paso a un lado y disparo, astillando el blanco de granito. Esquivar de nuevo, otro disparo. Cal empieza a cambiar su táctica, yendo por mis piernas o incluso lanzando una bola de fuego frente a mi visión. La primera vez que lo hace, caigo al suelo tan rápido que termino escupiendo tierra.

—Golpea el objetivo. —Se convierte en su himno, seguido de un marcador de metros en alguna parte entre cincuenta y diez.

Grita los blancos al azar, todo mientras me hace bailar sobre mis dedos. Es más difícil que correr, mucho más difícil, y el sol se pone brutal mientras el día pasa.

—El blanco es un veloz. ¿Qué haces? —pregunta.

Aprieto mis dientes, jadeando.

—Extiendo el rayo. Lo atrapo mientras esquiva…

—No me digas, hazlo.

Con un gruñido, muevo mi brazo en un movimiento cortante horizontal, enviando una oleada de voltaje en la dirección del blanco. Las chispas son más débiles, menos enfocadas, pero suficientes para desacelerar a un veloz. A mi lado, Cal sólo asiente, la única indicación de que hice algo bien. Se siente bien de alguna forma.

—Treinta metros. Banshee.

Llevando mis manos a mis orejas, entrecierro los ojos hacia el blanco, sacando el rayo sin usar mis dedos. Una descarga salta de mi cuerpo, arqueándose como un arcoíris. Falla, pero salpico con la electricidad, haciendo que las chispas estallen en diferentes direcciones.

—Cinco metros. Silencio.

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La idea de un Arven me inunda con pánico. Trato de enfocarme. Mi mano se estira por un arma que no está ahí, y pretendo disparar al objetivo.

—Bang.

Cal resopla un poco.

—Eso no se cuenta, pero bien. Cinco metros, magnetrón.

Ese lo supe inmediatamente. Con toda la fuerza que puedo reunir, sacudo una explosión de rayos hacia el objetivo. Se parte en dos, abriéndose por el centro.

—¿Teoría? —dice una suave voz detrás de nosotros.

Estaba demasiado concentrada en disparo que no noté a Julian de pie a un lado mirando, con Kilorn a su lado. Mi antiguo maestro ofrece una tensa sonrisa, sus manos dobladas tras sus espaldas en la forma usual. Nunca lo he visto tan casualmente vestido, con camiseta de algodón claro y pantalones cortos revelando delgadas patas de pollo. Cal debería ponerlo en una rutina de pesas también.

—Teoría —confirma Cal—. En cierta forma. —Me hace señas de que me siente, dándome un breve respiro. Inmediatamente me siento en el suelo, estirando mis piernas. A pesar de la constante eludir, no es el rayo lo que me tiene cansada. Sin la adrenalina de la batalla o la amenaza de la muerte colgando sobre mi cabeza, mi energía decididamente está disminuida. Por no mencionar el hecho que estoy hace seis meses fuera de práctica. Sin siquiera emociones, Kilorn se agacha y coloca una botella de agua helada a mi lado.

—Aunque puede que necesites esto —dice, guiñando un ojo.

Le sonrío.

—Gracias. —Logro decir, antes de tomar un par de grandes tragos—. ¿Qué estás haciendo aquí, Julian?

—Voy de camino a los archivos. Luego decidí ver porqué era todo el revuelo. —Apunta sobre su hombro. Me estremezco ante la visión de más o menos docenas congregados al borde del campo de tiro, todos ellos mirándonos. A mí—. Parece que tienes un poco de audiencia.

Aprieto mis dientes. Genial.

Cal se mueve, un poco, para esconderme de la vista.

—Lo siento. No quería romper tu concentración.

—Está bien —le digo, obligándome a pararme. Mis extremidades gruñen en protesta.

—Bueno, los veo a ambos después —dice Julian, mirando entre Cal y yo.

Respondo rápidamente.

—Podemos ir contigo…

Pero me interrumpe con una sonrisa comprensiva, apuntando hacia la multitud de espectadores.

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—Oh, creo que tienes presentaciones que hacer. Kilorn, ¿te importaría?

—Para nada —contesta Kilorn. Quiero quitarle la sonrisa de un golpe, y él lo sabe—. Después de ti, Mare.

—Bien —digo entre dientes.

Luchando contra mi instinto natural de escabullirme de la atención, doy un par de pasos hacia los nuevasangres. Un par más. Un par más. Hasta que llego a ellos, con Cal y Kilorn a mi lado. En el Notch, no quería amigos. Es más difícil despedirse de los amigos. Eso no ha cambiado, pero veo lo que Kilorn y Julian están haciendo. Ya no puedo cerrarme a los demás. Trato de forzar una sonrisa animada hacia las personas a mí alrededor.

—Hola. Soy Mare. —Suena estúpido y me siento estúpida.

Una de los nuevasangres, la tele transportadora, inclina su cabeza. Tiene un uniforme de Montfort de color verde bosque, extremidades largas y cabello marrón casi rapado.

—Sí, lo sabemos. Soy Arezzo —dice, extendiendo una mano—. Te saqué a ti y a Calore de Archeon.

No es de extrañar que no la reconociera. Los minutos después de mi escape todavía están borrosos por el miedo, la adrenalina, y un alivio abrumador.

—Claro, por supuesto. Gracias por eso. —Parpadeo, tratando de recordarla.

Los demás son igual de amigables y abiertos, tan complacidos de conocer a otros nuevasangres como yo. Todos en este grupo son nacidos en Montfort o aliados de Montfort, en uniformes verdes con triángulos blancos en el pecho e insignias en cada bíceps. Algunos son fáciles de descifrar; dos líneas onduladas de los nuevasangres ninfas, tres flechas para los rápidos. Nadie tiene placas o medallas, sin embargo. No hay cómo decir quién es un oficial. Pero todos están militarmente entrenados, si no militarmente educados. Usan sus apellidos y tienen apretones de manos firmes, cada uno nacido o hecho un soldado. La mayoría conoce a Cal de vista y asienten hacia él de una forma muy oficial. A Kilorn lo saludan como un viejo amigo.

—¿Dónde está Ella? —pregunta Kilorn, dirigiendo su pregunta a un hombre con piel negra y sorprendente cabello verde. Teñido, claramente. Su nombre es Rafe—. Le envié un mensaje para que viniera a conocer a Mare. Tyton también.

—La última vez que vi, estaban prácticamente en la cima de la Colina Tormenta, técnicamente —me mira, casi disculpando—… es donde los eléctricos se supone que entrenen.

—¿Qué es un eléctrico? —pregunto, y de inmediato me siento tonta.

—Tú.

Suspiro, tímida.

—Claro. Lo supuse en cuanto lo pregunté.

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Rafe hace flotar una chispa en su mano, dejándola mover entre sus dedos. Lo siento, pero no como mi propio rayo. Las chispas verdes responden a él y solo a él.

—Es una palabra rara, pero somos raros, ¿verdad?

Lo miro, casi sin aliento con la emoción.

—Eres… ¿como yo?

Asiente, indicando los rayos en sus mangas.

—Sí, lo somos.

La Colina Tormenta es como suena. Se levanta en una leve inclinación en el medio de otro campo en el lado opuesto de la base, tan lejos del aeródromo como es posible. Menos oportunidad de golpear un avión con un rayo perdido de electricidad. Tengo la sensación de que la colina es una nueva adición, a juzgar por la tierra suelta bajo mis pies mientras nos acercamos a la cima. El césped está recién crecido también, el trabajo de un verdino o un nuevasangre parecido. Es más exuberante que los campos de entrenamiento. Pero la cima de la pendiente es un desastre, tierra chamuscada compactada de forma plana, entrecruzada por grietas y el olor a una distante tormenta eléctrica. Mientras que el resto de la base disfruta de brillantes cielos azules, una nube negra se remueve sobre la Colina Tormenta. Una nube cumuliforme, levantándose a miles de metros en el cielo como una columna de humo negro. Nunca vi nada como esto, tan controlado y contenido.

La mujer de cabello azul de Archeon se encuentra bajo la nube, con los brazos extendidos, las palmas de las manos hacia el trueno. Un hombre de espalda recta, con el cabello blanco cayendo como la cresta de una ola, se mantiene alejado de ella, delgado y esbelto en su uniforme verde. Ambos tienen el logotipo con el rayo.

Chispas azules bailan sobre las manos de la mujer, pequeñas como gusanos.

Rafe nos conduce, Cal cerca de mi lado. A pesar de que trata con su parte justa de rayos, la nube negra lo pone al borde. Sigue con la mirada alzada, como si esperara que explotara. Algunos destellos azules, débilmente en la oscuridad, iluminándola desde adentro. El trueno retumba con ello, bajo y palpitante como el ronroneo de un gato. Me hace temblar los huesos.

—Ella, Tyton —llama Cal. Agita una mano.

Se dan la vuelta al escuchar sus nombres, y el parpadeo en las nubes se detiene abruptamente. La mujer baja las manos, cerrando las palmas, y el cumulonimbo comienza a disolverse ante nuestros ojos. Ella salta con grandes pasos enérgicos, seguida por el hombre más estoico.

—Me preguntaba cuándo nos encontraríamos —dice, su voz alta y suave a juego con su estatura menuda. Sin previo aviso, toma mis manos y me besa en ambas mejillas. Su contacto, choques y chispas saltando de su piel a la mía. No duele, pero sin duda me anima—. Soy Ella, y tú eres Mare, por supuesto. Y este hombre alto es Tyton.

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El hombre en cuestión es sin duda alto, con piel rojiza, una pizca de pecas y una mandíbula más aguda que el borde de un acantilado. Con un movimiento de la cabeza, lanza su cabello blanco a un lado, dejándolo caer sobre su ojo izquierdo. Él guiña con el derecho. Esperaba que fuera viejo, con cabello así, pero no puede tener más de veinticinco años.

—Hola —es todo lo que dice, su voz profunda y segura.

—Hola. —Asiento hacia ellos, abrumada por su presencia y mi propia incapacidad para actuar de cualquiera forma cercana a la normalidad—. Lo siento, me ha tomado por sorpresa.

Tyton pone lo ojos en blanco, pero Ella se echa a reír. Medio segundo después, lo entiendo y me encojo.

Cal ríe por lo bajo a mi lado.

—Eso fue horrible, Mare. —Empuja mi hombro tan discretamente como puede, una capa de calidez emanando de él. Una comodidad muy pequeña en el calor de Piedmont.

—Entendemos —ofrece Ella rápidamente, robando las siguientes palabras—. Siempre es abrumador conocer a otro Ardent, sin hablar de tres que comparten tu habilidad. ¿Correcto, muchachos? —Le da un codazo a Tyton en el pecho y apenas reacciona, molesto. Rafe asiente. Tengo la sensación de que Ella hace la mayor parte de la conversación y, sobre la base de lo que recuerdo de la tormenta de relámpagos azules en Archeon, la mayoría de los combates—. Me desespero con ustedes dos —murmura Ella, moviendo la cabeza hacia ellos—. Pero ahora te tengo, ¿verdad, Mare?

Su naturaleza entusiasta y su sonrisa abierta me toman severamente desprevenida. La gente tan amable siempre está escondiendo algo. Me trago la sospecha suficiente para darle lo que espero sea una sonrisa genuina.

—Gracias por traerla —añade hacia Cal, cambiando de tono. El duendecillo alegre, de cabello azul, endereza la espalda y endurece su voz, convirtiéndose en un soldado ante mis ojos—. Creo que podemos tomar su entrenamiento desde aquí.

Cal suelta una risotada baja.

—¿A solas? ¿Estás hablando en serio?

—¿No? —le gruñe, entrecerrando los ojos—. Vi tu “práctica”. Pocas ráfagas, en un campo de tiro no son suficientes para maximizar sus habilidades. ¿O sabes cómo arrebatarle una tormenta?

Basado en la forma en la que sus labios se retuercen, puedo decir que quiere decir algo decididamente inapropiado. Lo detengo antes que lo haga, agarrando su muñeca.

—La formación militar de Cal...

—… está bien para el condicionamiento —me interrumpe Ella—. Y perfecto para entrenarte a luchar contra Plateados como él. Pero tus habilidades se extienden más allá de su comprensión. Hay cosas que no puede enseñarte, cosas que debes aprender de la manera difícil, por ti misma, o la manera fácil… con nosotros.

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Su lógica es buena, aunque inquietante. Hay cosas que Cal no puede enseñarme, cosas que no entiende. Recuerdo que cuando traté de entrenar a Cameron, no conocía su habilidad de la misma manera que conocía la mía. Era como hablar un idioma diferente. Todavía era capaz de comunicarme, pero no de verdad.

—Observaré, entonces —dice Cal con tensa resolución—. ¿Eso es aceptable?

Ella sonríe, su humor volviendo a ser alegre.

—Por supuesto. Sin embargo, te aconsejo que te apartes y te mantengas alerta. El rayo es como una yegua salvaje. No importa lo mucho que la contengas, siempre tratará de salir corriendo.

Él me da una última mirada y la más pequeña de la sonrisita de apoyo antes de dirigirse al borde de la colina, más allá del anillo de marcas de explosión. Cuando llega allí, se deja caer y se apoya en sus brazos, con los ojos puestos en mí.

—Es agradable. Para ser un príncipe —ofrece Ella.

—Y un Plateado —transmite Rafe.

Lo miro, confundida.

—¿No hay Plateados agradables en Montfort?

—No lo sabría. Nunca he estado —responde—. Nací en Piedmont, de Floridians —dice con los dedos en el aire, ilustrando la cadena de islas pantanosas—. Montfort me reclutó hace unos meses.

—¿Y ustedes dos? —Miro entre Ella y Tyton.

Ella es rápida para responder.

—La Pradera. Los Sandhills. Esa es la tierra de los ladrones, y mi familia vivía en movimiento. Con el tiempo seguimos hacia el oeste en las montañas. Montfort nos acogió hace casi diez años. Allí conocí a Tyton.

—Nacido en Montfort —dice, como si eso fuera una explicación. No muy conversador que digamos, probablemente porque Ella tiene suficientes palabras para todos nosotros. Me conduce hacia el centro de lo que sólo se puede llamar una zona de guerra, hasta que estoy directamente debajo de la nube de tormenta que sigue disipándose.

—Bueno, vamos a ver con qué estamos trabajando —dice Ella, empujándome en su lugar. La brisa susurra en su cabello, enviando brillantes mechones azules sobre un hombro. Moviéndose en tándem, los otros dos toman lugar a mi alrededor, hasta que estamos agrupados en las cuatro esquinas de un cuadrado—. Empieza de a poco.

—¿Por qué? Puedo…

Tyton levanta la vista.

—Quiere comprobar tu control.

Ella asiente.

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Lanzo un suspiro. Emocionada mientras estoy con los compañeros eléctricos, me siento un poco como un niño sobreprotegido.

—Bien.

Presionando mis manos, invoco el rayo, dejando extenderse las chispas dentadas de púrpura y blancas en el cuenco de mis dedos.

—¿Chispas púrpuras? —dice Rafe, sonriendo—. Bonito.

Parpadeo entre los colores antinaturales de sus cabezas, sonriendo. Mechones verdes, azules y blancos.

—No tengo planes de teñirme el cabello.

El verano golpea Piedmont con una venganza abrasadora, y Cal es la única persona que puede soportarlo. Jadeando por el esfuerzo y el calor, le golpeo en las costillas hasta que se aleja. Lo hace lentamente, perezoso, casi a la deriva durmiendo. En su lugar, va demasiado lejos y se cae de la cama estrecha sobre el duro piso laminado. Eso lo despierta. Él salta hacia adelante, cabello negro, parado en diferentes ángulos, desnudo como un recién nacido.

—Mis colores —maldice, frotándose el cráneo.

Tengo poca piedad por su dolor.

—Si no insistieras en dormir en un simple escobero, eso no sería un problema. —Incluso el techo; bloques de yeso manchado, es deprimente. Y la única ventana abierta, no hace nada por la temperatura, especialmente en medio del día. No quiero pensar en las paredes o lo delgadas que podrían ser. Al menos no tiene que irse a dormir con otros soldados.

Todavía en el suelo, Cal gruñe:

—Me gustan los cuarteles. —Rebusca por un par de pantalones cortos antes de ponérselos. A continuación, van las pulseras, encajando en su lugar en sus muñecas. Los cierres son complicados, pero los desliza como si fuera una segunda naturaleza—. Y no tienes que compartir una habitación con tu hermana.

Me muevo y lanzo una camiseta por encima de mi cabeza. Nuestro descanso de mediodía terminará en unos minutos, y me esperan pronto en la Colina Tormenta.

—Tienes razón. Voy a acabar con esa pequeña cosa que tengo de dormir sola. —Por supuesto, por cosa me refiero a un trauma todavía debilitante. Tengo pesadillas terribles si no hay alguien en la habitación conmigo.

Cal, con la camiseta a medio por encima de la cabeza. Respira hondo, haciendo una mueca.

—Eso no es lo que quise decir.

Es mi turno de gruñir. Recojo las sábanas de Cal. De uso militar, lavada tantas veces que está casi desgastada.

—Lo sé.

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La cama se mueve, los resortes gimiendo, mientras se inclina hacia mí. Sus labios me rozan la coronilla de la cabeza.

—¿Más pesadillas?

—No —respondo tan rápidamente que levanta una ceja con sospecha, pero es la verdad—. Siempre y cuando Gisa esté allí. Dice que no hago un sonido. Ella, por otro lado... olvidé que tanto ruido podía venir de una persona tan pequeña. —Me río, y encuentro el coraje de mirarlo a los ojos—. ¿Qué pasa contigo?

De vuelta en el Notch, dormimos uno al lado del otro. La mayoría de las noches daba vueltas, murmurando en su sueño. A veces, lloraba.

Un músculo ondea en su mandíbula.

—Sólo algunas. Quizás un par de veces a la semana, que yo recuerde.

—¿De?

—Mi padre, en su mayoría. Tú. Lo que se sentía estar peleando contigo, verme a mí mismo intentando matarte, y no ser capaz de hacer algo para detenerlo. —Flexiona sus manos recordando el sueño—. Y Maven. Cuando era pequeño. De seis o siete años.

El nombre todavía se siente como ácido en mis huesos, a pesar de que ha pasado mucho tiempo desde la última vez que lo vi. Ha dado varias transmisiones y declaraciones desde entonces, pero me niego a verlas. Mis recuerdos atemorizan lo suficiente. Cal sabe eso, y por respeto, no habla en absoluto de su hermano. Hasta ahora. Tú preguntaste, me regaño. Aprieto los dientes, sobre todo para impedirme vomitar todas las palabras que no le he dicho. Demasiadas dolorosas para él. No ayudaría saber en qué tipo de monstruo su hermano se vio obligado a convertirse.

Él sigue adelante, la mirada lejana por los recuerdos.

—Solía tener miedo de la oscuridad, hasta que un día simplemente ya no estaba En mis sueños, él está jugando en mi habitación, caminando alrededor. Mirando mis libros. Y la oscuridad le sigue. Trato de decírselo. Trato de advertirle. No le interesa. No le importa. Y no puedo detenerla. Se lo traga todo. —Lentamente, Cal pasa una mano por su cara—. No necesito ser un susurrador para saber lo que eso significa.

—Elara está muerta —murmuro, moviéndome así estamos uno al lado del otro. Como si eso fuera un consuelo.

—Y aun así te tomó. Aun así, hace cosas horribles. —Cal mira fijamente al suelo, incapaz de sostenerme la mirada—. Simplemente no puedo entender por qué.

Podría guardar silencio. O distraerlo. Pero las palabras hierven furiosamente en mi garganta. Se merece la verdad. Reacia, tomo su mano.

—Él recuerda amarte, amar a tu padre. Pero ella le quitó ese amor, afirmó. Lo extirpo como un tumor. Trató de hacer lo mismo con sus sentimientos por mí (y antes por Thomas), pero no funcionó. Ciertos tipos de amor… —Mi aliento se atora en mi garganta—. Dijo que son más difíciles de eliminar. Creo que el intento lo retorció, más de lo que ya era. Le hizo imposible que me soltara. Todo lo que sentía por ambos fue

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corrompido, convertido en algo peor. Contigo, odio. Conmigo, obsesión. Y no hay nada que nosotros podamos hacer para cambiarlo. Ni siquiera creo que ella podría deshacer su propio trabajo.

Su única respuesta es el silencio, dejando que la revelación cuelgue en el aire. Mi corazón se rompe por el príncipe exiliado. Le doy lo que creo que necesita. Mi mano, mi presencia y mi paciencia. Después de mucho tiempo, abre los ojos.

—Hasta donde sé, no hay ningún susurrador nuevasangre —dice—. Ninguno de los que he encontrado o que me hayan contado. Y he hecho mi parte justa de búsqueda.

Esto no me lo esperaba. Parpadeo, confundida.

—Los nuevasangre son más fuertes que los Plateados. Y Elara solo era Plateada. Si alguien puede… puede arreglarlo, ¿no vale la pena intentarlo?

—No sé —es todo lo que puedo decir. La sola idea me aturde, y no sé cómo sentirme. Si Maven puede ser curado, por así decirlo, ¿sería suficiente para redimirlo? Ciertamente no cambiará lo que ha hecho. No solo a mí, a Cal, a su padre, sino a cientos de otras personas—. Realmente no lo sé.

Pero le da esperanza a Cal. Lo veo allí, como una pequeña luz en la distancia de sus ojos. Suspiro, alisando su cabello. Necesita otro corte con una mano más estable que la suya.

—Supongo que, si Evangeline puede cambiar, tal vez cualquiera puede.

Su repentina risa se hace eco en su pecho.

—Oh, Evangeline es la misma de siempre. Sólo tenía más incentivos para dejarte ir que para dejar que te quedes.

—¿Cómo lo sabes?

—Porque sé quién le dijo que lo hiciera.

—¿Qué? —pregunto bruscamente.

Con un suspiro, Cal se levanta y cruza la habitación. La pared opuesta es toda armarios, y en su mayoría, vacío. No tiene muchas posesiones más allá de su ropa y algunos equipamientos tácticos. Para mi sorpresa, camina de arriba abajo. Eso me hace rechinar los dientes.

—La Guardia bloqueó todos los intentos que hice por recuperarte —dice, con las manos moviéndose rápidamente mientras habla—. Sin mensajes, sin apoyo para la infiltración. Sin espías de ningún tipo. No iba a sentarme en esa base helada y esperar a que alguien me dijera qué hacer. Así que hice contacto con alguien en quien confío.

La realización me golpea en el estómago.

—¿Evangeline?

—Mis colores, no —jadea—. Pero Nanabel, mi abuela, la madre de mi padre.

Anabel Lerolan. La vieja reina.

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—La llamas…. ¿Nanabel?

Se ruboriza color plata y mi corazón salta un latido.

—La fuerza de la costumbre —refunfuña—. De todos modos, ella nunca vino a la corte mientras Elara estaba allí, pero pensé que podría una vez que murió. Sabía lo que era Elara, y me conoce. Habría visto a través de la mentira de la reina. Habría comprendido el papel de Maven en la muerte de nuestro padre.

Comunicarse con el enemigo. No hay manera de que Farley supiera esto, o el coronel. Príncipe Nortan o no, cualquiera de ellos le habría disparado si lo hicieran.

—Estaba desesperado. Y en retrospectiva, fue realmente, realmente estúpido —añade—. Pero funcionó. Prometió liberarte cuando se presentara la oportunidad. La boda fue esa oportunidad. Debe haber apoyado a Volo Samos para asegurar tu fuga, y valió la pena. Ahora estás aquí gracias a ella.

Hablo despacio. Debo entender.

—Así que, ¿le dejaste saber que el ataque a Archeon iba a pasar?

Vuelve hacia mí con velocidad cegadora, arrodillándose para tomarme ambas manos. Sus dedos son ardientes, pero me obligo a no alejarme.

—Sí. Está más dispuesta a canalizar con Montfort de lo que yo pensaba.

—¿Se comunicó con ellos?

Parpadea.

—Todavía lo hace.

Por un segundo, me gustaría tener colores para maldecir.

—¿Cómo? ¿Cómo es esto posible?

—Supongo que no quieres una explicación de cómo funcionan los radios y las emisoras. —Sonríe. No me río de la broma—. Montfort, obviamente está abierto a trabajar con Plateados, en cualquier capacidad, para alcanzar sus metas. Esta es una —busca las palabras correctas—, asociación incluso. Ellos quieren lo mismo.

Casi me burlo sin dar crédito. La realeza Plateada trabajando con Montfort… ¿Y la Guardia? Suena positivamente absurdo.

—¿Y qué quieren?

—A Maven fuera del trono.

Un escalofrío me recorre a pesar del calor del verano y la cercanía del cuerpo de Cal. Lágrimas, no puedo controlar fuente en mis ojos.

—Pero todavía quieren un trono.

—No…

—Un rey Plateado para Montfort para controlar, pero un rey Plateado de todos modos. Los Rojos en la miseria, como siempre.

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—Te lo prometo, eso no es lo que es.

—Viva Tiberias el Séptimo —susurro. Él se estremece—. Cuando las casas se rebelaron, Maven los interrogó. Y cada uno de ellos murió diciendo esas palabras.

Su rostro cae con tristeza.

—Nunca pedí eso —murmura—. Nunca quise eso.

El joven que se arrodilla frente a mí nació para la corona. No tiene nada que ver con su educación. El deseo le fue erradicado a una edad temprana, sustituido con los deberes, con los que su miserable padre le dijo que un rey debería hacer.

—Entonces, ¿qué quieres? —Cuando Kilorn me hizo esa misma pregunta, me dio enfoque, propósito, un camino claro en la oscuridad—. ¿Qué quieres, Cal?

Responde rápidamente, con los ojos ardiendo:

—Tú. —Sus dedos se aprietan en los míos, calientes pero constantes de temperatura. Se está reteniendo todo lo que puede—. Estoy enamorado de ti, y te quiero más que nada en el mundo.

Amor, no es una palabra que usamos. Lo sentimos, lo pensamos, pero no lo decimos. Se siente tan definitivo, una declaración de la cual no hay retorno fácil. Soy una ladrona. Conozco mis salidas. Y fui una prisionera. Odio las puertas cerradas. Pero sus ojos están tan cerca, tan ansiosos. Y es lo que siento. A pesar de que las palabras me aterrorizan, son verdad. ¿No dije que empezaría a decir la verdad?

—Te amo —susurro, inclinándome hacia adelante para apoyar mi frente contra la suya. Las pestañas que no son mi propio aleteo cerca de mi piel—. Prométeme. Promete que no te irás. Promete que no volverás. Prométeme que no desharás todo por lo que mi hermano murió.

Su bajo suspiro se estrella en mi cara.

—Lo prometo.

—¿Recuerdas cuando nos dijimos, ninguna distracción?

—Sí. —Él pasa un dedo ardiente sobre mis aretes, tocando cada uno a su vez.

—Distráeme.

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Veintiséis

i entrenamiento sigue siendo doble, dejándome agotada. Es lo mejor. El agotamiento hace que sea fácil dormir y difícil preocuparse. Cada vez que la duda golpea mi mente, sobre Cal o Piedmont o lo

que venga después, estoy demasiado cansada para entretener a los pensamientos. Corro y entreno con Cal en las mañanas, aprovechando los efectos duraderos de la Piedra Silenciosa. Después de lo pesados que son, nada físico parece difícil. También incluye un poco de teoría entre vueltas, aunque le aseguro que Ella lo tiene cubierto. Solo se encoge de hombros y sigue. No menciono que su entrenamiento es más brutal, diseñado para matar. Cal fue criado para luchar, pero con un sanador de piel en las alas. Su versión de combate es muy diferente de la de ella, que se centra en la aniquilación total. Cal está más orientado en la defensa. Su falta de voluntad para matar a Plateados, a menos que sea absolutamente necesario, es un gran alivio de mis horas con los eléctricos.

Ella es más guerrera. Sus tormentas se forman con una velocidad cegadora, formando nubes negras de cielos despejados para alimentar una despiadada lluvia de relámpagos. La recuerdo en Archeon, empuñando una pistola con una mano y un rayo en la otra. Solamente el rápido pensamiento de Iris Cygnet le impidió convertir a Maven en una pila de ceniza humeante. No creo que mi rayo alguna vez sea tan destructivo como el suyo, no sin años de entrenamiento, pero su enseñanza es invaluable. De ella aprendo que la tormenta de rayos es más poderosa que cualquier otra, más caliente que la superficie del sol, con la fuerza para incluso dividir los cristales de diamante. Sólo una descarga como la suya me drena tanto que apenas puedo mantenerme de pie, pero lo hace por diversión y para practicar puntería. Una vez me hizo correr a través de un campo minado con su tormenta de rayos para probar mis reflejos.

Los relámpagos Web, como Rafe lo llama, es más familiar. Utiliza descargas y chispas lanzadas de sus manos y pies, generalmente en rayos verdes, para proteger su cuerpo. Aunque también puede llamar tormentas, prefiere métodos más efectivos y lucha con precisión. Su rayo puede tomar forma. Es mejor en el escudo, energía eléctrica que puede detener una bala y un látigo para cortar a través de la roca y el hueso. Este último es sorprendente de ver: un desgarrando arco de electricidad que se mueve como cuerda mortal, capaz de quemar cualquier cosa en su camino. Siento la fuerza de ella cada vez que luchamos. No me duele tanto como lo haría cualquier otro, pero cualquier rayo que no puedo controlar golpea profundo. Normalmente termino el día con el cabello en punta, y cuando Cal me besa, siempre recibe una sacudida o dos.

M

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El tranquilo Tyton no se compara con ninguno de nosotros, ni con nadie, para el caso. No ha dado nombre a su especialidad, pero Ella lo llama rayo de pulso. Su control de la electricidad es asombroso. Las chispas blancas puras son pequeñas pero concentradas, conteniendo la fuerza de un rayo de tormenta. Como una bala electrificada.

—Te mostraría un rayo en el cerebro —me murmura un día—, pero dudo que alguien se ofrezca como voluntario para hacer una demostración.

Pasamos los círculos de combate juntos, comenzando la larga caminata por la base hasta la Colina Tormenta. Ahora que he estado con ellos un tiempo, Tyton realmente habla más que unas pocas palabras conmigo. Sin embargo, todavía es una sorpresa escuchar su voz lenta y metódica.

—¿Qué es el rayo cerebral? —pregunto, intrigada.

—Lo que suena.

—Muy útil. —Ella ríe a mi lado. Continúa trenzando su vívido cabello. No ha sido teñido en semanas, como lo demuestra el cabello rubio sucio que muestra en la raíz—. Quiere decir que un cuerpo humano funciona a base de señales eléctricas. Muy pequeñas, ridículamente rápidas. Difícil de detectar y casi imposible de controlar. Están más concentradas en el cerebro, y son más fáciles de aprovechar allí.

Mis ojos se amplían cuando miro a Tyton. Solo sigue caminando, el cabello blanco sobre un ojo, las manos metidas en los bolsillos. Modesto. Como si lo que Ella acaba de decir no fuera aterrador.

—¿Puedes controlar el cerebro de alguien? —El frío miedo me atraviesa como un cuchillo.

—No de la forma que crees.

—¿Cómo lo sabes…?

—Porque eres muy fácil de predecir, Mare. No soy un lector de mentes, pero sé que seis meses a merced de un susurrador haría sospechar a alguien. —Con un suspiro molesto, levanta la mano. Una chispa más brillante y más cegadora que el sol metiéndose entre sus dedos. Un toque podría voltear a un hombre por completo con su fuerza—. Ella intenta decir que puedo mirar a una persona y hacerla caer como un saco de martillos. Afecta la electricidad en su cuerpo. Les puedo dar un ataque si me siento misericordioso. Matarlos de una vez si no.

Miro a Ella y Rafe, parpadeando entre ellos.

—¿Alguno ha aprendido eso?

Ambos rieron.

—Ninguno de nosotros tiene ni de cerca el control necesario —dice Ella.

—Tyton puede matar a alguien discretamente, sin que nadie más lo sepa —explica Rafe—. Podríamos estar cenando en el comedor y el anfitrión podría caer al otro lado de la habitación. Ataque. Él muere. Tyton no parpadea y sigue comiendo. Por supuesto —agrega, palmeándolo en la espalda—, no que creemos que alguna vez fueras a hacerlo.

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Tyton apenas reacciona.

—Reconfortante.

Qué manera monstruosa y útil de usar nuestra habilidad.

En los círculos de combate, alguien grita de frustración. El sonido atrae mi atención, y me vuelvo para ver un par de nuevasangres luchando. Kilorn supervisa la lucha y nos saluda.

—¿Vas a darle una oportunidad a los anillos hoy? —dice, señalando los círculos de tierra que marcan el terreno de lucha—. No he visto a la chica rayo en un largo tiempo.

Sorprendentemente, siento un tirón de ansiedad. Combatir con Ella o Rafe es emocionante, pero la combinación de rayos contra rayos no es exactamente útil. No hay razón para practicar combate contra algo que no encontraremos por mucho tiempo.

Ella responde antes que pueda, dando un paso adelante.

—Luchamos en la Colina Tormenta. Y ya estamos tarde.

Kilorn arquea una ceja. Quiere mi respuesta, no la suya.

—En realidad, no me importaría. Deberíamos estar practicando contra lo que Maven tiene en su arsenal. —Trato de mantener mi tono diplomático. Me gusta Ella; Me gusta Rafe. Incluso me gusta lo que sé de Tyton, que es muy poco. Pero también tengo voz. Y creo que sólo podemos ir lejos luchando entre nosotros—. Me gustaría luchar aquí hoy.

Ella abre su boca para discutir, pero es Tyton quien habla primero.

—Bien —dice—. ¿Quién?

Lo más parecido a Maven que tengamos.

—Sabes, soy mucho mejor que él en esto.

Cal estira un brazo sobre su cabeza, el bíceps apretándose contra el algodón fino. Sonríe mientras observo, disfrutando de la atención. Sólo lo miro y cruzo mis brazos sobre mi pecho. No ha aceptado mi petición, pero tampoco ha dicho que no. Y el hecho de que Cal cortó su propia rutina de entrenamiento para venir a los círculos de pelea dice lo suficiente.

—Bueno. Eso hará que sea más fácil luchar con él. —Soy cuidadosa con mis palabras. Luchar, no matar. Desde que Cal mencionó su búsqueda de alguien que pueda “arreglar” a su hermano, tengo que pisar con cuidado. Por mucho que quiera matar a Maven por lo que me hizo, no puedo expresar esos pensamientos—. Si me entreno contra ti, no será difícil en absoluto.

Rasca la tierra debajo de sus pies. Probando el terreno.

—Ya hemos peleado.

—Bajo la influencia de un susurrador. Alguien más tiró de las cuerdas. No es lo mismo.

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En el borde del círculo, una pequeña multitud se reúne a ver. Cuando Cal y yo entramos en la misma zona de combate, la palabra viaja rápidamente. Creo que Kilorn podría incluso estar tomando apuestas, metiéndose entre docenas de nuevasangre con una sonrisa. Uno de ellos es Reese, el sanador que golpeé cuando fui rescatada. Está en espera, como los curanderos solían hacer cuando entrenaba con los Plateados. Listos para arreglar lo que rompamos.

Mis dedos tamborilean contra mis brazos, cada uno cosquilleando. En mis huesos, llamo al rayo. Se levanta a mi orden, y siento las nubes acumulándose arriba.

—¿Vas a seguir perdiendo mi tiempo para que puedas hacer una estrategia, o podemos empezar?

Él solo guiña y continúa sus estiramientos.

—Casi termino.

—Bien. —Inclinándome, quito la tierra fina de mis manos, limpiando cualquier sudor. Cal me enseñó eso. Sonríe y hace lo mismo. Luego, para sorpresa y deleite de más de unas pocas personas, se quita la camiseta y la tira a un lado.

El mejor alimento y entrenamiento duro nos han hecho a ambos más musculosos, pero donde soy delgada y ágil, suavemente curvada, él es todos ángulos duros y líneas definidas. Lo he visto sin ropa muchas veces y todavía me detiene, ruborizándome desde mis mejillas hasta los pies. Trago visiblemente. En el borde de mi visión, tanto Ella como Rafe lo miran con interés.

—¿Tratando de distraerme? —Pretendo sentir indiferencia, ignorando el calor en toda mi cara.

Inclina su cabeza, la imagen de la inocencia. Incluso golpea su mano contra su pecho, forzando un jadeo falso como si dijera ¿Quién, yo?

—Simplemente freirías la camiseta de todos modos. Estoy ahorrando suministros. Pero —añade, comenzando a caminar—, un buen soldado utiliza todas las ventajas a su disposición.

Por encima de mí, el cielo sigue oscureciéndose. Ahora puedo escuchar a Kilorn tomando apuestas.

—Oh, ¿crees que tienes la ventaja? Eso es lindo. —Igualo sus movimientos, dando vueltas en la dirección opuesta. Mis pies se mueven a su propio ritmo. Confío en ellos. La adrenalina se siente familiar, nacida de los Pilares, el campo de entrenamiento, todas las batallas en las que he estado. Se apodera de mis nervios.

Escucho la voz de Cal en mi cabeza, incluso mientras él se tensa, colocándose en una postura demasiado familiar. Quemador. Diez metros. Mis manos caen a mis costados, dedos moviéndose mientras chispas púrpura y blancas saltan dentro y fuera de mi piel. Al otro lado del círculo, gira sus muñecas y calor abrasador atraviesa mis palmas.

Grito, saltando hacia atrás para ver que mis chispas son llamas rojas. Me las quitó. Con un estallido de energía, los vuelvo a convertir en rayos. Se rizan, queriendo

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convertirse en fuego, pero mantengo mi concentración, evitando que las chispas se salgan de control.

—¡Primer golpe a Calore! —grita Kilorn en el borde del círculo. Una mezcla de gemidos y gritos de alegría atraviesa la multitud aún creciente. Aplaude y golpea sus pies. Me recuerda a la arena, los Pilares, cuando él gritó para los campeones Plateados—. Vamos, Mare, ¡atrápalo!

Una buena lección, me doy cuenta. Cal no tuvo que abrir nuestra lucha revelando algo para lo que no estaba preparada. Podría haberlo retenido. Esperado a usar esa invisible ventaja. En su lugar, jugó primero esa pieza. Se está volviendo blando conmigo

Primer error.

A diez metros de distancia, Cal hace señas, indicándome que continúe. Una provocación tanto como cualquier cosa. Es mejor en la defensa. Quiere que vaya a él. Bien.

En el borde del círculo, Ella murmura una advertencia a la multitud.

—Retrocedería si fuera ustedes.

Mis puños se aprietan, y los rayos golpean. Llega al suelo con fuerza cegadora, golpeando el centro del círculo, como una flecha hacia el ojo de un toro. Pero penetra en el suelo, agrietando la tierra como debería. En su lugar, uso una combinación de tormenta y red. El rayo color púrpura se dispara a través del círculo de combate, corriendo sobre el suelo a la altura de la rodilla. Cal levanta un brazo para proteger sus ojos del flash brillante, usando la otra mano para ondular las chispas que lo rodean, transformándolas en llamas azules ardientes. Corro y salgo del relámpago que no soporta ver. Con un rugido, me deslizo entre sus piernas, derribándolo. Golpea las chispas y cae, aprovechando la sorpresa vuelvo a ponerme de pie.

Calor ardiente roza mi rostro, pero lo alejo con un escudo de electricidad. Entonces estoy en el suelo también, mis piernas azotadas. Mi cara golpea el suelo con fuerza y pruebo la tierra. Una mano agarra mi hombro, una mano que arde, y me balanceo lejos con el codo, atrapando su mandíbula. Eso también arde. Todo su cuerpo está en llamas. Rojo y naranja, amarillo y azul. Olas de calor distorsionan la vista de él, haciendo que el mundo entero oscile y ondule.

Revolviéndome, doblo mi brazo en la tierra y la recojo, tirando todo lo que puedo en su cara. Se estremece, y apaga algo de su fuego, dándome tiempo suficiente para ponerme de pie. Con otro movimiento de mis brazos, hago un látigo en forma de relámpago, chispeando y silbando en el aire. Esquiva cada golpe, rodando y agachándose, ligero como un bailarín sobre sus pies. Bolas de fuego salen de mi electricidad, las piezas que no puedo controlar por completo. Cal los tira en sus propios látigos, poniendo el círculo en un infierno. El púrpura y rojo chocan, las chispas y el fuego, hasta que la tierra debajo de nosotros se revuelve como un mar tempestuoso, y el cielo se vuelve negro, lloviendo rayos.

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Baila lo suficientemente cerca para un golpe. Siento la fuerza de su puño ondear mientras me dejo caer, y huelo a cabello quemado. Doy un golpe por mi cuenta, aterrizando un brutal codo en un riñón. Gruñe con dolor, pero responde, desgarrando dedos ardientes por mi espalda. En mi piel surgen nuevas ampollas y muerdo mi labio para evitar gritar. Cal detendría la pelea si sabe lo mucho que duele. Y duele. Dolor grita por mi columna y mis rodillas ceden. Retorciéndome, estiro mis brazos para detener una caída, y los relámpagos me ponen de pie. Presiono a través del agudo dolor porque tengo que saber cómo se siente. Maven probablemente lo hará peor cuando llegue el momento.

Uso red de nuevo, una maniobra defensiva para mantener sus manos lejos de mí. Un fuerte rayo sube por su pierna, en sus músculos, nervios y huesos. El esqueleto de un príncipe destella en mi cabeza. Retengo el golpe lo suficiente para evitar daños permanentes. Se tuerce, cayendo sobre su costado. Estoy sobre él sin pensarlo, trabajando con los brazaletes que lo he visto amarrar y desamarrar una docena de veces. Debajo de mí, sus ojos ruedan y trata de pelear para quitarme. Los brazaletes salen volando, centellado en púrpura contra mis chispas.

Un brazo se envuelve alrededor de mi parte media, volteándome. El suelo contra mi espalda es como una lengua de ardiente fuego. Grito esta vez, perdiendo el control. Chispas explotan desde mis manos, y Cal vuela de nuevo a su propio ritmo, revolviéndose debido a la furia de los relámpagos.

Peleando contra las lágrimas, me levanto, mis dedos hundiéndose en la tierra. A unos cuantos metros, Cal hace lo mismo. Su cabello está alborotado por la energía estática. Ambos estamos heridos, ambos somos demasiado orgullosos para detenernos. Nos tambaleamos hasta ponernos de pie como ancianos, balanceándonos en miembros inciertos. Sin los brazaletes, llama a la grama ardiendo en el borde del círculo, formando flamas desde las brasas. Se lanza hacia mí mientras mis relámpagos estallan de nuevo.

Ambos colisionan, con una escalofriante pared azul. Sisea, absorbiendo la fuerza de ambos embates. Luego desaparece como una ventana siendo limpiada.

—Quizás la próxima vez deberían practicar en un campo abierto —llama Davidson. Hoy el primer ministro luce como cualquier otro con su uniforme verde liso, parado en el borde del círculo. Al menos, era un círculo. Ahora la tierra y grama son un desastre chamuscado, completamente desecho, un campo de batalla destruido por nuestras habilidades.

Siseando, me siento, gratamente agradecida por el final. Cada respiración lastima mi espalda. Tengo que inclinarme en mis rodillas, apretando mis puños contra el dolor.

Cal da un paso hacia mí, luego colapsa también, cayendo sobre sus codos. Jadeo pesadamente, su pecho elevándose y cayendo con esfuerzo. Ni siquiera con fuerza suficiente para ofrecer una sonrisa. Sudor lo cubre de pies a cabeza.

—Sin una audiencia, si es posible —añade Davidson. Detrás de él, mientras el humo se desvanece, otra pared azul de algo divide a los espectadores de nuestra práctica. Con un ondeo de la mano de Davidson, deja de existir. Me da una apretada y afable sonrisa y

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señala el símbolo sobre su brazo, su designación. Un hexágono blanco—. Escudo. Bastante útil.

—Yo diría —grita Kilorn, moviéndose rápidamente hacia mí. se agacha a mi costado—. Reese —añade por encima de su hombro.

Pero el pelirrojo sanador de piel se detiene a unos metros de distancia. Él se niega a cambiar de idea.

—Sabes que no es así cómo funciona.

—¡Reese, detenlo! —sisea Kilorn. Aprieta sus dientes con exasperación—. Ella tiene quemada toda la espalda y él apenas puede caminar.

Cal parpadea hacia mí, todavía jadeando. Su rostro contraído con preocupación y arrepentimiento, pero también dolor. Estoy en agonía y él también. El príncipe hace su máximo esfuerzo por parecer fuerte y trata de sentarse. Sólo sisea, cayendo hacia atrás de inmediato.

Reese se mantiene firme.

—Practicar tiene sus consecuencias. No somos Plateados. Necesitamos saber lo que nuestras habilidades le hacen al otro. —Las palabras suenan ensayadas. Si no tuviera tanto dolor, estaría de acuerdo. Recuerdo las arenas donde los Plateados peleaban por deporte, sin miedo. Recuerdo mi entrenamiento en el Salón del Sol. Un sanador de piel siempre estaba esperando, listo para parchar cada rasguño. Los Plateados no se preocupan sobre lastimar a otra persona porque los efectos no duran. Reese nos mira a ambos y todo lo que hace es mover un dedo a manera de regaño—. No es de vida o muerte. Pasarán veinticuatro horas de esta forma. Es el protocolo, Warren.

—Normalmente estaría de acuerdo —dice Davidson. Con pies seguros, cruza hacia el costado del sanador y lo fija con una mirada vacía—. Pero desafortunadamente necesito a estos dos listos, y lo necesito ahora. Hazlo.

—Señor…

—Hazlo.

El polvo se aprieta a través de mis dedos, el más pequeño alivio mientras clavo mis manos en el suelo. Si eso significa terminar con esta tortura, escucharé lo que sea que el primer ministro quiera, y lo haré con una sonrisa.

El mono de mi uniforme pica y huele a desinfectantes químicos. Me quejaría, pero no tengo la capacidad cerebral. No después de las últimas instrucciones de los operativos de Davidson. Incluso el primero luce temeroso, paseando de ida y vuelta frente a la larga mesa de los consejeros militares, incluidos Cal y yo. Davidson enrosca sus puños debajo de su mentón y mira fijamente el suelo con ojos ilegibles.

Farley lo mira por un largo tiempo antes de bajar la mirada para leer la meticulosa escritura de Ada. La mujer nuevasangre con perfecta inteligencia ahora es una oficial, trabajando de cerca con Farley y la Guardia Escarlata. No estaría sorprendida si la bebé Clara también fuera hecha oficial. Dormita en el pecho de su madre, envuelta

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apretadamente en un cabestrillo de tela. Una corona de pelusa castaño oscuro se vislumbra por encima de su cabeza. Realmente se parece a Shade.

—Cinco mil soldados Rojos de la Guardia Escarlata y quinientos nuevasangre de Montfort actualmente mantienen la guarnición de Corvium —recita Farley las notas de Ada—. Los reportes ponen a las fuerzas de Maven en los miles, todos Plateados. Juntándose en Fort Patriot en Harbor Bay, y afuera de Detraon en los Lakeland. No tenemos una cuenta exacta de número o habilidades.

Mis manos tiemblan sobre la mesa, y rápidamente las meto debajo de mis piernas. En mi cabeza, me enojo contra quien posiblemente pudiera estar ayudando al intento de Maven de volver a tomar la ciudad fortaleza. Samos se ha ido; Laris, Iral y Haven también. Lerolan, si se le puede creer a la abuela de Cal. Y tanto como quiero desaparecer, me obligo a hablar.

—Tiene fuerte apoyo en Rhambos y Welle. Brazofuertes y guardianes verdes. También Arven. Serán capaces de neutralizar cualquier ataque de nuevasangre. —No explico más. Sé lo que los Arven pueden hacer de primera mano—. No conozco los Lakeland, más allá de las ninfas reales.

El coronel se inclina hacia adelante, apoyando sus palmas sobre la mesa.

—Yo sí. Pelean duro y aguantan. Y su lealtad hacia su rey es firme. Si lanza su apoyo hacia los desdichados… —Se detiene y mira de reojo a Cal, quien no reacciona—. Para Maven, no dudarán en seguir. Las ninfas son mortales, por supuesto, seguidas por tormentas, temblores y ondas de viento. Los desquiciados pieldepiedra también son un desagradable grupo.

Me encojo mientras nombra a cada uno.

Davidson se gira para mirar a Tahir en su asiento. El nuevasangre luce incompleto sin su gemelo, y se inclina extrañamente, como para compensar su ausencia.

—¿Alguna actualización sobre el marco de tiempo? —grita el primer ministro—. Dentro de una semana no es lo suficientemente pronto.

Entornando sus ojos, Tahir se concentra en otro lugar, más allá de la habitación. A donde sea que se encuentra su gemelo. Como muchas de las operaciones de aquí, la ubicación de Rash es información clasificada, pero puedo adivinar. Salida alguna vez estuvo inmiscuida en el ejército nuevasangre de Maven. Rash es su perfecto reemplazo, probablemente trabajando como sirviente Rojo en algún lugar en la corte. Es bastante brillante. Usando su vínculo con Tahir, puede entregar información tan raídamente como cualquier radio o vínculo de comunicación, sin alguna de la evidencia o posibilidad de intercepción.

—Todavía confirmando —dice lentamente—. Susurros de… —El nuevasangre se queda inmóvil, y su boca cae para formar una O de sorpresa—. Dentro de un día. Un ataque desde ambos lados de la frontera.

Muerdo mi labio, sacando sangre. ¿Cómo pudo suceder tan rápido? ¿Sin advertencia?

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Cal comparte mi sentimiento.

—Pensé que estaban manteniendo vigilancia sobre los movimientos de las tropas. Los ejércitos no se forman en una noche. —Una baja corriente de calor ondea desde él, calentando mi lado derecho.

—Sabemos que la mayor parte de la fuerza está en los Lakeland. La nueva esposa de Maven y su alianza nos puso en una atadura —explica Farley—. Ni de cerca tenemos recursos aquí, ahora que la mayoría de la Guardia está aquí. No podemos monitorear tres países separados…

—Pero, ¿estás segura que es Corvium? ¿Absolutamente segura? —espeta Cal.

Ada asiente sin vacilación.

—Toda la inteligencia apunta a que sí.

—A Maven le gustan las trampas. —Odio decir su nombre—. Podría ser un despliegue para atraernos a la fuerza, atrapándonos en movimiento. —Recuerdo el grito de nuestro avión destruyéndose a la mitad del aire, desgarrándose en bordes retorcidos contra las estrellas—. O una farsa. Vamos a Corvium. Ataca Lowcountry. Toma nuestra base por debajo de nosotros.

—Que es por lo que esperamos. —Davidson aprieta un puño a manera de resolución—. Dejemos que se muevan primero así podemos hacer nuestro contraataque. Si se mantienen, sabremos que era un truco.

El coronel se sonroja, su piel tan roja como su ojo.

—¿Y si es una ofensiva, simple y llana?

—Nos movemos rápidamente una vez que las intenciones sean conocidas…

—¿Y cuántos soldados mueren mientras se mueven rápidamente?

—Tantos como los míos —se burla Davidson—. No actúes como si tu gente fuera la única que sangrara por esto.

—¿Mi gente…?

—¡Suficiente! —grita Farley para tranquilizarlos, lo suficientemente alto para despertar a Clara. La niña tiene el mejor carácter que cualquier que conozca, y sólo parpadea somnolientamente ante la interrupción de su siesta—. Si no podemos obtener más inteligencia, entonces esperar es nuestra única opción. Hemos hecho suficientes errores atacando primero.

Demasiadas veces para contarlas.

—Es un sacrificio, lo admito. —El primer ministro luce tan sobrio como sus generales, todo estoico e inamovible ante las noticias. Si hubiera otra forma, la tomaría. Pero ninguno de nosotros da una. Ni siquiera Cal, quien permanece en silencio—. Pero un sacrificio de centímetros. Centímetros por kilómetros.

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El coronel estalla con enojo, golpeando su puño contra la mesa del consejo. Una jarra llena de agua se tambalea, y Davidson tranquilamente la endereza con rápidos y firmes reflejos.

—Calore, necesitaré que coordines.

Con su abuela. Con Plateados. Gente que me miró fijamente y a mis cadenas y no hizo nada hasta que fuera conveniente. Gente que todavía piensa que mi familia debería ser sus esclavos. Muerdo mi lengua. Gente que necesitamos ganarnos.

Cal hunde su cabeza.

—El reino de Rift ha jurado apoyar. Tendremos soldados Samos, Iral, Laris y Lerolan.

—El reino de Rift —digo bajo mi aliento, casi escupiendo. Evangeline obtuvo su corona después de todo.

—¿Qué hay de ti, Barrow?

Miro hacia Davidson, todavía con expresión en blanco. Es imposible de leerlo.

—¿También te tenemos?

Mi familia destella ante mis ojos, pero sólo por un momento. Debería sentirme avergonzada que mi propio enojo, la rabia que mantengo ardiendo en el fondo de mi estómago y en las esquinas de mi cerebro, los supere a todos. Mamá y papá me matarán por irme de nuevo. Pero estoy deseando unirme a una guerra para encontrar algo parecido a la paz.

—Sí.

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Veintisiete

o es una trampa y no es un truco.

Gisa me despierta de una sacudida en algún momento después de medianoche, sus ojos marrones amplios y preocupados. Le dije a mi

familia lo que iba a pasar durante la cena. Como esperaba, no estaban exactamente felices por mi decisión. Mamá retorció el cuchillo tanto como pudo. Lloró por Shade, una herida aún fresca, y mi captura. Me dijo cuán egoísta era. Alejándome de ellos de nuevo.

Más tarde, sus reproches se convirtieron en disculpas y susurros de cuán valiente era. Demasiado valiente y terca y preciosa para dejarme ir.

Papá simplemente calló, sus nudillos blancos en su bastón. Somos iguales, él y yo. Tomamos decisiones y continuamos, incluso si la decisión es equivocada.

Al menos, Bree y Tramy entendieron. No fueron llamados para esta misión. Eso es consuelo suficiente.

—Cal está abajo —susurra Gisa, sus ansiosas manos en mis hombros—. Tienes que irte.

Mientras me siento, ya vestida en mi uniforme, la atraigo en un último abrazo.

—Haces esto demasiado —murmura, intentando sonar juguetona alrededor de los ahogados sollozos en su garganta—. Vuelve esta vez.

Asiento, pero no lo prometo.

Kilorn nos encuentra en el vestíbulo, medio dormido en su pijama. Tampoco viene. Corvium está más allá de sus límites. Otro amargo consuelo. Tanto como solía quejarme por traerlo a rastras, preocupándome sobre el buen chico pez en nudos y nada más, lo extrañaré muchísimo. Especialmente porque nada de eso es verdad. Me protegió y ayudó más de lo que alguna vez hice con él.

Abro mi boca para decir todo esto, pero me calla con un rápido beso en la mejilla.

—Siquiera intentas decir adiós y te tiraré por las escaleras.

—Bien —me obligo a decir. Mi pecho se aprieta, sin embargo, y se vuelve más difícil respirar con cada paso hacia el primer piso.

Todos esperan en congregación, viéndose sombríos como un pelotón de fusilamiento. Los ojos de mamá están rojos e hinchados, como los de Bree. Él me abraza primero, levantándome del suelo. El gigante deja escapar un sollozo en el hueco de mi

N

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cuello. Tramy es más reservado. Farley está en el vestíbulo también. Sostiene a Clara con fuerza, balanceándola de un lado a otro. Mamá va a tomarla, por supuesto.

Todo se emborrona, por lo mucho que quiero aferrarme a cada pizca de este momento. El tiempo pasa demasiado rápido. Mi cabeza gira y antes que sepa qué sucede, estoy fuera de la puerta, he bajado los escalones y estoy metida con seguridad en un transporte. ¿Estrechó papá la mano de Cal o imaginé eso? ¿Sigo dormida? ¿Estoy soñando? Las luces en la base se derraman a través de la oscuridad como estrellas fugaces. Los faros cortan las sombras, iluminando la carretera hacia el aeródromo. Ya oigo el rugido de los motores y el grito de los aviones yendo hacia los cielos.

La mayoría son aviones diseñados para transportar a grandes números de tropas a toda velocidad. Aterrizan verticalmente, sin pistas, y pueden ser pilotados directamente en Corvium. Soy embargada por una terrible sensación de familiaridad cuando subimos al nuestro. La última vez que hice esto, pasé seis meses como prisionera, y me volví un fantasma.

Cal siente mi inquietud. Se ocupa de abrochar el cinturón de mi asiento, sus dedos moviéndose rápidamente mientras miro el metal rechinando bajo mis pies.

—No sucederá de nuevo —murmura, lo suficientemente bajo para que sólo yo pueda oírlo—. Esta vez es diferente.

Tomo su rostro en mis manos, haciendo que se detenga y me mire.

—Entonces, ¿por qué se siente igual?

Ojos color bronce buscan los míos. Buscando por una respuesta. No encuentra ninguna. En su lugar, me besa, como si eso pudiera solucionar algo. Sus labios arden contra los míos. Dura más tiempo de lo que debería, especialmente con tanta gente alrededor, pero nadie protesta.

Cuando se retira, empuja algo en mi mano.

—No olvides quién eres —susurra.

No necesito mirar para saber que es un pendiente, un diminuto trozo de piedra coloreada colocada en metal. Algo para decir adiós, para decir mantente a salvo, para decir recuérdame si nos separamos. Otra tradición de mi antigua vida. Lo aprieto en mi puño, casi dejando que la afilada punta perfore mi piel. Sólo cuando se sienta frente a mí, miro.

Rojo. Por supuesto. Rojo como la sangre, rojo como el fuego. Rojo como la ira devorándonos vivos.

Incapaz de ponerlo en mi oreja ahora, lo guardo, con cuidado de mantener la pequeña piedra segura. Se unirá a las otras pronto.

Farley se mueve con venganza, tomando asiento cerca de los pilotos de Montfort. Cameron sigue de cerca, ofreciendo una tensa sonrisa cuando se sienta. Finalmente tiene un uniforme verde de oficial, como Farley, aunque el de Farley es diferente. No verde, sino rojo oscuro, con una C blanca en su brazo. Comando. Se afeitó la cabeza de nuevo en

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preparación, recortando centímetros de su cabello rubio en favor de su viejo estilo. Se ve severa, con la cicatriz retorcida de su rostro y ojos azules para perforar cualquier armadura. Le queda bien. Entiendo por qué Shade la amaba.

Tiene una razón para dejar de luchar, más que cualquiera de nosotros. Pero sigue adelante. Un poco de su determinación fluye en mí. Si puede hacer esto, entonces yo también.

Davidson sube de último a nuestro avión, completando los cuarenta de nosotros que suben. Sigue a una tropa de gravitrons marcados por líneas descendientes de insignias. Aún lleva el mismo uniforme maltratado, y su normalmente suave cabello está despeinado. Dudo que durmiera. Hace que me guste un poco más.

Asiente hacia nosotros cuando pasa, dando zancadas a lo largo del avión para sentarse con Farley. Acercan sus cabezas pensando casi de inmediato.

Mi sentido eléctrico ha mejorado desde mi trabajo con los eléctricos. Puedo sentir el avión bajar en su cableado. Cada chispa, cada pulso. Ella, Rafe y Tyton vienen por supuesto, pero ninguno se atreve a ponernos a todos en un simple avión. Si lo peor debiera suceder, al menos no moriremos todos juntos.

Cal se mueve nerviosamente en su asiento. Energía nerviosa. Hago lo contrario. Intento sentir entumecimiento, ignorar la hambrienta furia rogando ser liberada. Aún no he visto a Maven desde mi huida, e imagino su rostro como fue entonces. Gritando por mí a través de la multitud, intentando dar la vuelta. No quería dejarme ir. Y cuando envuelva mis manos alrededor de su garganta, no lo dejaré ir. No estaré asustada. Sólo una batalla se interpone en mi camino.

—Mi abuela está trayendo a tantos como puede —murmura Cal—. Davidson ya lo sabe, pero no creo que nadie te lo dijera.

—Oh.

—Tiene a Lerolan, las otras casas rebeldes. Samos también.

—La princesa Evangeline —murmuro, todavía riendo ante el pensamiento, Cal se burla conmigo.

—Al menos ahora tiene su propia corona y no tiene que robarla a alguien más —dice.

—Ustedes estarían casados para ahora. Si… —Si, significa tantas cosas.

Asiente.

—Casados el tiempo suficiente para volverse absolutamente loco. Sería una buena reina, pero no para mí. —Toma mi mano sin mirar—. Y sería una terrible esposa.

No tengo la energía de seguir ese hilo de implicación, pero una explosión de calidez florece en mi pecho.

El avión se tambalea, poniéndose a máxima velocidad. Rotores y motores zumban, ahogando toda nuestra conversación. Con otra sacudida, estamos en el aire, elevándonos en la calurosa noche de verano. Cierro los ojos por un momento e imagino lo que viene.

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Conozco Corvium de fotos y transmisiones. Muros negros de granito, refuerzos de oro y hierro. Una fortaleza en espiral que solía ser la última parada para cualquier soldado en el Choke. En otra vida, habría pasado. Y ahora está bajo asedio por segunda vez este año. Las fuerzas de Maven partieron hace unas horas, aterrizando en su pista de control en Rocasta antes de dirigirse por tierra. Deberían estar en los muros pronto. Antes que nosotros.

Centímetros por kilómetros, dijo Davidson.

Espero que tenga razón.

Cameron lanza sus cartas en mi regazo. Cuatro reinas arden hacia mí, todas burlándose.

—Cuatro damas, Barrow —dice con una risita—. ¿Qué es lo siguiente? ¿Vas a apostar tus malditas botas?

Sonrío y dejo las cartas en mi montón, descartando mi inútil mano de números rojos y un simple príncipe negro.

—No te cabrían —respondo—. Mis pies no son canoas.

Se carcajea en voz alta, echando su cabeza hacia atrás mientras saca los dedos de sus pies. De hecho, sus pies son muy largos y delgados. Espero, por el bien de los recursos, que Cameron haya terminado de crecer.

—Otra ronda —provoca, y extiende una mano por las cartas—. Apuesto una semana de lavandería.

Al otro lado de nosotras, Cal detiene sus estiramientos preparatorios para resoplar.

—¿Crees que Mare hace lavandería?

—¿Lo haces tú, su alteza? —espeto en respuesta, sonriendo. Simplemente pretende no oírme.

La fácil charla es tanto un bálsamo como una distracción. No tengo que obsesionarme con la batalla frente a nosotros si estoy siendo timada por las habilidades con las cartas de Cameron. Aprendió en las fábricas, por supuesto. Apenas entiendo cómo jugar a este juego, pero me ayuda a mantenerme centrada en el momento.

Bajo nosotros, el avión se balancea, rebotando en una turbulencia. Después de tantas horas de vuelo, no me perturba, y continúo barajando. La segunda sacudida es más profunda, pero no causa para alarmarse. La tercera hace volar las cartas de mis manos, dispersándose en mitad del aire. Me golpeo contra mi asiento y busco mi arnés. Cameron hace lo mismo mientras Cal se echa hacia atrás, sus ojos moviéndose hacia la cabina. Sigo su mirada para ver a ambos pilotos trabajando furiosamente para mantener el avión nivelado.

Más preocupante es la vista. Debería ser el amanecer para ahora, pero el cielo por delante de nosotros aún es negro.

—Tormentas. —Exhala Cal, refiriéndose tanto al tiempo como a los Plateados—. Tenemos que subir.

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Las palabras apenas dejan sus labios antes que sienta el avión inclinarse debajo de mí, inclinándose hacia altitudes mayores. Un rayo destella profundo dentro de las nubes. Un rayo real, nacido de los cumulonimbos y no de la habilidad de un nuevasangre. Lo siento latir como un corazón distante.

Aprieto mi agarre en las tiras cruzando mi pecho.

—No podemos aterrizar en eso.

—No podemos aterrizar en absoluto —gruñe Cal.

—Tal vez pueda hacer algo, detener el rayo…

—¡No sólo habrá rayos ahí abajo! —Incluso sobre el rugido del avión elevándose, su voz retumba. Más que unas pocas cabezas se giran en su dirección. La de Davidson es una—. Tejevientos y tormentas van a sacarnos de rumbo al segundo que caigamos a través de esas nubes. Nos harán estrellar.

Los ojos de Cal se mueven arriba y abajo del avión, evaluándonos. Las ruedas giran en su cabeza, trabajando a toda marcha. Mi miedo cede el paso a la fe.

—¿Cuál es tu plan?

El avión se sacude de nuevo, haciéndonos rebotar en nuestros asientos. No perturba a Cal.

—Necesito gravitrons y te necesito —añade, señalando a Cameron.

Su mirada se vuelve dura. Asiente.

—Creo que sé dónde vas con esto.

—Avisen por radio a los otros aviones. Vamos a necesitar un tele transportador aquí, y necesito saber dónde están el resto de los gravitrons. Tienen que distribuirse.

Davidson baja su barbilla en un agudo asentimiento.

—Le oyeron.

Mi estómago se hunde ante las implicaciones mientras el avión estalla en actividad. Los soldados revisan sus armas y pasan a modo táctico, sus rostros llenos de determinación. Cal, sobre todo.

Se fuerza a salir de su asiento, apretando los soportes para mantenerse firme.

—Llévanos directamente sobre Corvium. ¿Dónde está ese tele transportador?

Arezzo parpadea a la existencia, dejándose caer sobre una rodilla para detener su impulso.

—No disfruto hacer eso —espeta.

—Desafortunadamente, tú y los otros tele transportadores van a estar haciéndolo un montón —replica Cal—. ¿Puedes manejar saltar entre aviones?

—Por supuesto —dice, como si fuera la cosa más obvia en el mundo.

—Bien. Una vez que estemos abajo, lleva a Cameron al siguiente avión en la línea.

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Abajo.

—Cal —casi me quejo. Puedo hacer un montón de cosas, ¿pero esto?

Arezzo cruje sus nudillos, hablando sobre mí.

—Afirmativo.

—Gravitrons, usen sus cables. Seis a un cuerpo. Manténganlos apretados.

Los nuevasangres en cuestión se ponen de pie, tirando de cuerdas enrolladas de las ranuras especiales en sus chalecos tácticos. Cada uno tiene un lío de broches, permitiéndoles transportar a varias personas con su habilidad para manipular la gravedad. En el Notch, recluté a un hombre llamado Gareth. Usaba su habilidad para volar o saltar grandes distancias.

Pero no para saltar de aviones.

De repente, me siento muy enferma y el sudor estalla en mi frente.

—¿Cal? —digo de nuevo, mi voz haciéndose más alta.

Me ignora.

—Cam, tu trabajo es proteger el avión. Haz tanto silencio como puedas… imagina una esfera; ayudará a mantenernos nivelados en la tormenta.

—¿Cal? —chillo. ¿Soy la única que piensa que esto es un suicidio? ¿Soy la única persona cuerda aquí? Incluso Farley parece perpleja, sus labios apretados en una sombría línea mientras se engancha a uno de los seis gravitrons. Siente mis ojos y alza la mirada. Su rostro parpadea por un instante, reflejando un poco del terror que siento. Entonces guiña un ojo. Por Shade, vocaliza.

Cal me fuerza a levantarme, o ignorando mi miedo o no notándolo. Personalmente me amarra a la más alta gravitron, una desgarbada mujer. Se engancha a mi lado, un brazo pesado sobre mis hombros mientras el resto de mí está pegado contra la nuevasangre. Por todo el avión, los otros hacen lo mismo, al lado de sus gravitrons salvavidas.

—Piloto, ¿cuál es nuestra posición? —grita Cal por encima de mi cabeza.

—Cinco segundos para el centro —viene un grito en respuesta.

—¿Se ha pasado todo el plan?

—¡Afirmativo, señor! ¡Centro, señor!

Cal aprieta los dientes.

—¿Arezzo?

Saluda.

—Lista, señor.

Hay una muy buena probabilidad de que vomite sobre todo el pobre gravitron en medio de este gentío.

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—Tranquila —susurra Cal en mi oreja—. Solo espera; estarás bien. Cierra tus ojos.

Definitivamente quiero hacerlo. Ahora me muevo, dando golpecitos a mis piernas, estremeciéndome. Todos nervios, todo movimiento.

—Esto no es una locura —susurra Cal—. La gente lo hace. Los soldados se entrenan para hacer cosas así.

Aprieto mi agarre sobre él, lo suficiente como para hacerle daño.

—¿Lo has hecho?

Sólo traga.

—Cam, puedes empezar. Piloto, empieza a descender.

La ola de silencio me golpea como un martillo. No es suficiente para lastimar, pero el recuerdo de ello hace que mis rodillas tiemblen. Aprieto los dientes para no gritar y aprieto los ojos tan fuertemente que veo estrellas. El calor natural de Cal actúa como un ancla, pero del tipo inestable. Aprieto mi agarre en su espalda, como si pudiera enterrarme dentro de él. Murmura, pero no puedo oírlo. No más allá de la sensación de la lenta, sofocante oscuridad y una muerte aún peor. Mi latido del corazón triplica su ritmo, apretando mi pecho hasta que pienso que podría explotar y salir de mí. No puedo creerlo, pero en realidad quiero saltar del avión ahora. Cualquier cosa para alejarme del silencio de Cameron. Cualquier cosa para dejar de recordar.

Apenas siento que el avión cae o que se balancea en la tormenta. Cameron exhala en bocanadas constantes, tratando de mantener su respiración uniforme. Si el resto del avión siente el dolor de su capacidad, no lo demuestran. Descendemos en silencio. O tal vez mi cuerpo simplemente se niega a escuchar más.

Cuando nos movemos hacia atrás, apiñados sobre la plataforma de salto, me doy cuenta de lo que se trata. El avión retumba, golpeado por los vientos que Cameron no puede desviar. Ella grita algo sobre la sangre en mis oídos que no puedo descifrar.

Entonces el mundo se abre debajo de mí. Y caemos.

Al menos cuando la Casa Samos arrancó mi último jet del cielo, tuvieron la decencia de dejarnos en una jaula de metal. No tenemos nada más que el viento y la lluvia helada y la oscuridad arremolinada que nos jala a todas partes. Nuestro impulso debe ser suficiente como para mantenernos en buen camino, así como el hecho de que ninguna persona cuerda esperaría que saltemos de los aviones a unos cuantos miles de metros en el aire en medio de una tormenta. El viento silba como un grito de mujer, clavando sus garras en cada centímetro de mí. Al menos la presión del silencio de Cameron ha desaparecido. Las venas del relámpago en las nubes me llaman, como si se despidieran antes que me convierta en un cráter.

Todo el mundo grita mientras cae. Incluso Cal.

Todavía estoy gritando cuando empezamos a desacelerar unos quince metros por encima de las puntas dentadas de Corvium, girando en espiral en un hexágono de edificios

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y paredes interiores. Y estoy ronca cuando golpeamos suavemente contra el terreno pavimentado, resbaladizo con al menos cinco centímetros de agua de lluvia.

Nuestra nuevasangre nos desprende rápidamente a todos, y caigo hacia atrás, sin preocuparme por el charco muy frío en el que estoy acostada. Cal se pone de pie.

Me quedo allí un momento sin pensar en nada. Sólo mirando hacia el cielo a través del que caí en picada, y de alguna manera sobreviví. Luego, Cal toma mi brazo y me levanta, literalmente haciéndome volver a la realidad.

—El resto va a aterrizar aquí, así que tenemos que movernos. —Me empuja delante de él, y tropiezo un poco con el agua chapoteando—. Gravitrons, Arezzo bajará con el siguiente lote para tele transportarlo. Esté atenta.

—Sí, señor —responde, preparándose para otra ronda. Casi vomito al pensarlo.

Farley en realidad está vomitando. Ella vacía sus tripas en un callejón, botando lo que fuera que comió en el rápido desayuno. Olvidé que odia volar, por no hablar de tele transportarse. La caída fue lo peor de las dos.

Llego a donde ella, rodeando mi brazo para ayudarla a levantarse.

—¿Estás bien?

—Bien —responde—. Sólo le doy a la muralla una nueva capa de pintura.

Miro hacia el cielo, todavía azotándonos con la lluvia fría. Curiosamente frío para esta época del año, incluso en el norte.

—Pongámonos en marcha. Todavía no están en la muralla, pero lo estarán.

Cal se moja ligeramente y abrocha hasta el cuello su chaleco para mantener afuera el agua.

—Temblores —dice—. Tengo la sensación de que está a punto de nevar.

—¿Deberíamos ir a las puertas?

—No. Están protegidos con Piedra Silenciosa. Los Plateados no pueden pasar. Tienen que pasar por arriba. —Gesticula para que nosotros y el resto de nuestro grupo lo sigamos—. Tenemos que estar en las murallas, listos para devolver todo lo que arrojen. La tormenta es sólo la vanguardia. Bloquearnos, reducir nuestra visión. Mantenernos a ciegas hasta que estén encima de nosotros.

Su ritmo es difícil de igualar, especialmente a través de la lluvia, pero me establezco a su lado de todos modos. El agua empapa mis botas, y no es mucho después que pierdo la sensación en los dedos del pie. Cal mira al frente, como si sus ojos solos pudieran encender el mundo entero. Creo que quiere hacerlo. Eso haría esto más fácil.

Una vez más debe luchar —y probablemente matar— a la gente a la que fue criado para proteger. Tomo su mano, porque no hay palabras que pueda decir ahora mismo. Me aprieta los dedos, pero les suelta rápidamente.

—Las tropas de tu abuela no pueden llegar de la misma manera. —Mientras hablo, más gravitrons y soldados caen del cielo. Todos gritando, todos a salvo cuando aterrizan.

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Damos vuelta a una esquina, moviéndonos de un anillo de muros a otro, dejándolos atrás—. ¿Cómo unimos nuestras fuerzas?

—Vienen de Rift. Eso es el suroeste. Idealmente, mantendremos las fuerzas de Maven ocupadas el tiempo suficiente para que ellos tomen la retaguardia. Pin entre ellos.

Trago. Gran parte del plan se basa en el trabajo de Plateados. Tengo experiencia en desconfiar en esas cosas. La Casa Samos simplemente podría no llegar y dejar que nos capturen o maten. Entonces ellos quedarían libres para desafiar a Maven completamente. Cal no es estúpido. Sabe todo esto. Y sabe que Corvium y su guarnición son demasiado valiosos para perder. Esta es nuestra bandera, nuestra rebelión, nuestra promesa. Nos oponemos al poder de Maven Calore, y su retorcido trono.

Los nuevasangre defensas, se juntan con soldados Rojos con armas y municiones. No disparan, sólo miran a la distancia. Uno de ellos, un judío alto con un uniforme como el de Farley y una C en su hombro, se adelanta. La abraza primero, asintiendo.

—General Farley —dice.

Ella inclina la barbilla.

—General Townsend. —Luego asiente a otro oficial de alto rango en verde, probablemente el comandante de los nuevasangre de Montfort. La mujer baja y achaparrada con piel de bronce y una larga trenza blanca enrollada alrededor de su cabeza devuelve el gesto—. General Akkadi.

—¿Qué estamos mirando? —les pregunta Farley a ambos.

Otro soldado se acerca en rojo en vez de verde. Su cabello es diferente, teñido de escarlata, pero la reconozco.

—Me alegro de verte, Lory —dice Farley, enfocada. Yo también saludaría a la nuevasangre si tuviéramos tiempo. Estoy tranquilamente feliz de ver a otro de los reclutas Notch no sólo vivo sino prosperando. Al igual que Farley, su cabello rojo está cortado. Lory pertenece a la causa.

Ella inclina la cabeza a todos nosotros antes de arrojar un brazo sobre las murallas de metal. Su habilidad es tener extremadamente intensificados los sentidos, lo que le permite ver mucho más lejos de lo que podemos.

—Su fuerza está al oeste, con sus espaldas a Choke. Tienen tormentas y temblores justo dentro del primer anillo de nubosidad, fuera de su vista.

Cal se inclina hacia adelante, entrecerrando los ojos ante las gruesas nubes negras y la lluvia que cae. Le hacen imposible ver más allá de un cuarto de kilómetro de la muralla.

—¿Tienes francotiradores?

—Hemos intentado. —Suspira el general Townsend.

Akkadi acota.

—Desperdicio de municiones. El viento sólo come la bala.

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—También los tejevientos —dice Cal con la mandíbula tensa—. Ellos pueden ayudar en eso.

El significado es claro. Los tejevientos de Norta, Laris, se rebelaron contra Maven. Así que esta fuerza es Lakelander. Otra persona podría perderse el ligero asomo de una sonrisa o la liberación de tensión en los hombros de Cal, pero yo no. Y sé por qué. Fue criado para luchar contra los Lakelander. Este es un enemigo que no romperá su corazón.

—Necesitamos a Ella. Es mejor en tormentas. —Señalo hacia arriba en las torres inminentes que dominan esta sección de la muralla—. Si la levantamos, puede dar la vuelta a la tormenta contra ellos. No controlarlo, sino usarlo para alimentarse a sí misma.

—Bien, hazlo —dice Cal con un tono cortante. Lo he visto en una pelea, en batalla, pero nunca algo así. Se convierte en otra persona completamente. Concentración de láser, inhumanamente, sin siquiera asomo del príncipe gentil, roto. Cualquier calor que haya dejado es un infierno, destinado a destruir. Destinado a ganar—. Cuando los gravitrons terminen los descensos, póngalos aquí, espaciados uniformemente. Los Lakelander van a cargar contra las murallas. Dificultemos que se muevan. General Akkadi, ¿a quién más tiene a mano?

—Buena mezcla de defensiva y ofensiva —responde—. Bastantes bombarderos para convertir el camino de Choke en un campo de minas. —Con una sonrisa orgullosa, indica a los nuevasangre cercanos que tienen lo que parecen quemaduras de sol en sus hombros. Bombarderos. Mejor que los olvidos, capaces de hacer explotar algo o a alguien con la mirada en lugar de simplemente tocar.

—Suena como un plan —dice Cal—. Mantén a tus nuevasangre listos. Golpea su discreción.

Si las mentes de Townsend son dictadas a, y por un Plateado en eso, él no lo demuestra. Como el resto de nosotros, siente el rugido de la muerte en el aire. No hay lugar para la política ahora.

—¿Y mis soldados? Tengo mil Rojos en las paredes.

—Mantenlos allí. Las balas son tan buenas como las habilidades, a veces más. Pero conserva las municiones. Apunta sólo a aquellos que se salgan de la primera ola de defensas. Ellos quieren que exageremos, y no vamos a hacer eso. —Él me mira—. ¿Lo vamos a hacer?

Sonrío, parpadeando para alejar la lluvia.

—No, señor.

Al principio, me preguntaba si los Lakelander son muy lentos para moverse, o muy estúpidos. Se tarda la mayor parte de la hora, pero entre Cameron, los gravitrons, y los tele transportadores, logramos que todos entren a Corvium de los treinta o más saltos. Unos mil soldados, todos entrenados y mortales. Nuestra ventaja, dice Cal, radica en la incertidumbre. Los Plateados todavía no saben cómo luchar contra gente como yo. No saben de lo que realmente somos capaces. Creo que es por eso que Cal deja que Akkadi haga sus propios dispositivos. No conoce a sus tropas lo suficiente como para ordenarlas

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adecuadamente. Pero a los Rojos los conoce. Deja un sabor amargo en mi boca, uno que trato de tragar. En ese período, intento no preguntarme a cuántos Rojos la persona que amo sacrificó para una guerra vacía.

La tormenta nunca cambia. Siempre agitada, soltando lluvia. Si están tratando de inundarnos, va a tomar mucho tiempo. La mayoría de los desagües de agua, pero algunas de las calles y callejones inferiores estén hundidas en quince centímetros de agua turbia. Hace que Cal se sienta incómodo. Sigue limpiándose la cara o empujando hacia atrás su cabello, la piel ligeramente humeante en el frío.

Farley no tiene vergüenza. Ella colocó su chaqueta sobre su cabeza hace mucho tiempo, y parece una especie de fantasma marrón. No creo que se mueva durante veinte minutos, con la cabeza apoyada sobre los brazos cruzados mientras mira al paisaje. Como el resto de nosotros, espera un pelotón que podría llegar en cualquier momento. Me pone los nervios de punta, y la rabia constante de la adrenalina me drena casi tan mal como la Piedra Silenciosa.

Salto cuando Farley habla.

—Lory, ¿estás pensando en lo que estoy pensando?

En otra posición, Lory también tiene una chaqueta sobre su cabeza. Ella no se vuelve, incapaz de apartar sus sentidos.

—Realmente espero que no.

—¿Qué? —pregunto, mirando entre ellas. El movimiento envía agua de lluvia fresca por el cuello de mi camisa, y me estremezco. Cal ve qué sucede y se acerca a mi espalda, extendiendo algo de su calor a mí.

Lentamente, Farley se da la vuelta, tratando de no empaparse.

—La tormenta se está moviendo. Cerrándose. Unos cuantos metros cada minuto, y cada vez más rápido.

—Mierda. —Cal respira detrás de mí. Entonces se pone en acción, llevando su calor con él—. ¡Gravitrons, estén preparados! Cuando les diga, aprieten su agarre en ese campo. —Aprieten. Nunca he visto un gravitron usar su capacidad para fortalecer la gravedad, sólo para aflojarla—. Hagan caer lo que sea que venga.

Mientras observo, la tormenta toma velocidad, lo suficiente para dar un vistazo. Continúa girando, pero las espirales cada vez más cerca con cada rotación, las nubes sangrando sobre terreno abierto. Un relámpago agrieta profundamente, pálido y sin color. Entrecierro mis ojos, y por un momento, destella púrpura, veteado con fuerza y rabia. Pero aún no tengo nada con que apuntar. El rayo, no importa cuán poderoso, es inútil sin un objetivo.

—Sus tropas están marchando detrás de la tormenta, acortando la distancia —dice Lory, confirmando nuestros peores temores—. Están llegando.

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Veintiocho

l viento aúlla. Sacude las paredes y murallas, soplando más que a unos pocos atrás de su posición. La lluvia se congela en la mampostería, haciendo nuestros pasos precarios. La primera baja es una caída. Un

soldado Rojo, uno de los Townsend. El viento atrapa su chaqueta, soplándolo hacia atrás a lo largo del resbaladizo camino. Grita cuando va sobre el borde, cayendo nueve metros… antes de navegar hacia el cielo, fruto de la concentración de un gravitron. Aterriza duro contra el muro, colisionando con un enfermizo golpe. El gravitron no tenía el suficiente control. Pero el soldado está vivo. Herido, pero vivo.

—¡Prepárense! —hace eco en las filas de soldados, pasando entre los uniformes verdes y rojos. Cuando el viento ruge de nuevo, nos sujetamos. Me meto contra el helado metal de un terraplén, a salvo de lo peor. Un golpe de un tejevientos es impredecible, a diferencia del tiempo normal. Se separa y se curva, arañando como dedos. Todo mientras la tormenta se intensifica a nuestro alrededor.

Cameron se mete a mi lado. Le echo un vistazo, sorprendida. Se suponía que estuviera de vuelta con los curanderos, para formar un último muro contra cualquier asedio. Si alguien puede defenderlos de los Plateados, darles el tiempo y el espacio para tratar a nuestros soldados, es ella. La lluvia la hace temblar, sus dientes castañeando. Parece más pequeña, más joven, en la fría y cerrada oscuridad. Me pregunto si incluso ha cumplido dieciséis ya.

—¿Todo bien, chica rayo? —dice con un poco de dificultad. Agua gotea de su rostro.

—Todo bien —murmuro en respuesta—. ¿Qué haces aquí arriba?

—Quería ver —dice, mintiendo. La chica está aquí porque cree que tiene que estar. ¿Estoy abandonándolos?, preguntó antes. Veo la pregunta en sus ojos ahora. Y mi respuesta es la misma. Si no quiere ser una asesina, no debería tener que serlo.

Niego.

—Proteges a los curanderos, Cameron. Vuelve con ellos. Están indefensos, y si se vienen abajo…

Se muerde el labio.

—Todos lo hacemos.

Nos miramos, intentando ser fuertes, intentando encontrar fuerza en la otra. Como yo, está empapada. Sus oscuras pestañas se agrupan y cada vez que parpadea, parece

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como si llorara. Las gotas de lluvia aterrizan con fuerza, haciéndonos entrecerrar los ojos cuando caen en nuestros rostros. Hasta que no lo hacen. Hasta que las gotas empiezan a ir en la dirección contraria, fluyendo hacia arriba. Sus ojos se amplían al igual que los míos, mirando con horror.

—¡Ataque de ninfa! —grito en advertencia.

Sobre nosotros, la lluvia resplandece, bailando en el aire, uniéndose en más y más grandes gotas. Y los charcos, los centímetros de agua en las calles y callejones… se convierten en ríos.

—¡Prepárense! —hace eco de nuevo. Esta vez, el soplo es de agua congelada en lugar de viento, haciendo espuma blanca como si se rompiera como una ola, curvándose hacia arriba y sobre los muros y edificios de Corvium. Una rociada me atrapa duro, estrellando mi cabeza contra el terraplén, y el mundo gira. Un par de cuerpos caen del muro, girando en la tormenta. Sus siluetas desaparecen rápidamente, como hacen los gritos. Los gravitrons salvan a unos pocos, pero no a todos.

Cameron se aleja, sobre manos y rodillas, para volver a las escaleras. Usa su habilidad para hacer un capullo de seguridad mientras se apresura de nuevo a su puesto bien adentro del segundo muro.

Cal salta a mi lado, casi perdiendo su paso. En mi aturdimiento, lo agarro, acercándolo. Si cae del muro, sé que iré tras él. Mira, aterrorizado, mientras el agua asalta a nuestras filas como olas de un mar agitado. Lo hace inútil. La llama no tiene lugar aquí. Su fuego no puede arder. Y mi rayo es lo mismo. Una chispa y electrocutaré a quién sabe cuántas de nuestras propias tropas. No puedo arriesgarme.

Akkadi y Davidson no tienen tal restricción. Mientras el primer ministro levanta un escudo azul brillante en el borde del muro, protegiendo a todos los demás de caer por el borde, Akkadi gruñe a sus tropas nuevasangres, espetando órdenes que no puedo oír sobre las chocantes olas.

El agua alcanza su máximo, estremeciéndose. De repente en una guerra consigo misma. También tenemos ninfas.

Pero no tormentas. No nuevasangres que puedan apoderarse del control del huracán que nos rodea. Su oscuridad se cierra, tan absolutamente que parece medianoche. Estaremos luchando a ciegas. Y ni siquiera ha empezado aún. Todavía no he visto a ninguno de los soldados de Maven, o del ejército Lakelander. Ni una bandera roja o azul. Pero están viniendo. Ciertamente están viniendo.

Rechino mis dientes.

—Levántate.

El príncipe es pesado, lento por su miedo. Poniendo una mano en su cuello, le doy una pequeña descarga. Del tipo suave que Tyton me enseñó. Se pone de pie, vivo y alerta.

—Correcto, gracias —murmura. Con una mirada, evalúa—. La temperatura está cayendo.

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—Genio —siseo en respuesta. Cada parte de mí se siente congelada.

Sobre nosotros, el agua ruge, separándose y reformándose. Quiere desplomarse, quiere disiparse. Un poco se va y salta sobre el escudo de Davidson, corriendo en la tormenta como un extraño pájaro. Después de un momento, el resto se desploma, empapándonos de nuevo. Un vitor se levanta de todos modos. Las ninfas nuevasangre, mientras que son superadas en número y bajo guardia, ganaron su primer combate.

Cal no se une a las celebraciones. En su lugar, junta sus muñecas, encendiendo sus manos en una débil llama. Chisporrotean en el aguacero, luchando por arder. Hasta que, de repente, la lluvia se convierte en una amarga tormenta de nuevo. En la completa oscuridad, parpadea en rojo, brillando en las débiles luces de Corvium y la llama de Cal.

Siento mi cabello empezar a erizarse en mi cabeza y sacudir mi cola de caballo. Esquirlas de huelo vuelan en cada dirección.

Un rugido se alza de la tormenta, diferente del viento. Con muchas voces. Una docena, una centena, un millar. La oscura ventisca presiona. Brevemente, los ojos de Cal se cierran y suspira en voz alta.

—Prepárate para el ataque —dice ásperamente.

El primer puente de hielo atraviesa el terraplén a medio metro de mí y retrocedo, gritando. Otro separa la piedra a diez metros, arponeando soldados con sus dentados bordes. Arezzo y los otros tele transportadores se ponen en acción, reuniendo a los heridos para llevarlos con nuestros curanderos. Casi al instante, soldados Lakelander, sus sombras como monstruos, saltan de los puentes… corren por el hielo mientras crece. Preparados para atacar.

He visto batallas Plateadas antes. Son el caos.

Esto es peor.

Cal arremete, sus llamas saltando calientes y altas. El hielo es grueso, no tan fácil de derretir, y corta piezas del puente más cercano como un leñador con una sierra. Le hace vulnerable. Corto al primer Lakelander en acercarse a él y mis chispas envían al hombre armado girando en la oscuridad. Otro rápidamente le sigue, hasta que mi piel se eriza con venas púrpuras-blancas de sibilante rayo. Los disparos ahogan las órdenes que alguien podría estar gritando. Me concentro en mí, en Cal. Nuestra supervivencia. Farley se queda cerca, con el arma arriba. Como Cal, me pone a su espalda, dejándome defender su punto ciego. No se encoge mientras dispara su arma, golpeando el puente más cercano con balas. Se centra en el hielo, no en los guerreros apareciendo de la ventisca. Cruje y se astilla bajo los furiosos, desmoronándose en la oscuridad.

El trueno retumba, más cerca cada vez. Rayos de electricidad azul-blanca explotan a través de las nubes, cayendo alrededor de Corvium. Desde las torres, la puntería de Ella es mortal, golpeando justo fuera de los muros. Un puente de hielo cae por su ira, rompiéndose en dos… pero vuelve a crecer, reformándose en mitad del aire a la voluntad de un temblor oculto en alguna parte. Los bombarderos hacen lo mismo, destruyendo trozos cristalinos de huelo con estallidos de fuerza explosiva. Simplemente retroceden,

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escabulléndose a través de otro terraplén. Rayos verdes chisporrotean en algún lugar a mi izquierda mientras Rafe mueve como un arco sus látigos en la avalancha de Lakelander. Su golpe encuentra un escudo de agua, el cual absorbe la corriente mientras avanzan. El agua no detiene las balas, sin embargo. Farley los acribilla a balazos, cayendo unos pocos Plateados donde están. Sus cuerpos caen en la oscuridad.

Vuelvo mi atención al puente más cercano de soldados. En lugar del hielo, me concentro en las figuras cargando desde la oscuridad. Sus armaduras azules son gruesas, escamosas, y con sus cascos, lucen inhumanos. Los hace más fácil de matar. Se fuerzan unos a otros hacia delante, presionando en los muros. Una serpenteante fila de monstruos sin rostro. Un rayo púrpura explota de mis manos en garras y atraviesa sus corazones, saltando de una armadura a otra. El metal se sobrecalienta, desvaneciéndose de azul a rojo, y muchos caen del puente en su agonía. Más los reemplazan, saltando de la tormenta. Es un campo de batalla, un canal de muerte. Las lágrimas se congelan en mis mejillas cuando pierdo la cuenta de cuántos esqueletos he atravesado.

Entonces el muro de la ciudad se rompe entre mis pies, un lado deslizándose del otro. Una conmoción estremece mis huesos. Luego otra. La grieta se amplía. Rápidamente, elijo un borde, saltando al lado de Cal antes que la grieta me trague entera. Raíces salen a través de la fisura, gruesas como mi brazo, y creciendo. Separan la piedra como enormes dedos, enviando grietas más allá de mis pies como rayos de piedra. El muro cede bajo la presión.

Verdinos guardabosques.

—El muro se va a romper. —Exhala Cal—. Lo abrirán y nos dejarán atrás.

Aprieto un puño.

—¿A menos? —Sólo mira impasible, confundido—. ¡Tiene que haber algo que podamos hacer!

—Es la tormenta. Si podemos deshacernos de la tormenta, ganar visibilidad, podemos usar nuestro alcance… —Mientras habla, incendia las raíces, ahora reptando más cerca. Las llamas se apresuran por su longitud, carbonizando la planta. Sólo vuelve a crecer—. Necesitamos tejevientos. Que alejen las nubes.

—Casa Laris. Entonces, ¿aguantamos hasta que lleguen aquí?

—Aguantamos y esperamos que sean suficientes.

—Bien. En cuanto a esto… —Asiento hacia el hueco ampliándose cada vez más. Pronto un ejército Plateado aparecerá—. Vamos a darles una bienvenida explosiva.

Cal asiente, entendiendo.

—¡Bombarderos! —grita sobre el aullido del viento y la nieve—. ¡Bajen ahí y prepárense! —Señalando, indica la calle que pasa dentro del muro exterior. El primer lugar en el que los Lakelander nos excederán.

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Una docena o así de bombarderos lo oyen y obedecen, dejando sus puestos para encargarse de la calle. Mis pies se mueven por propia voluntad, con intención de seguir. Cal agarra mi muñeca y casi salto.

—No te lo dije a ti —gruñe—. Te quedas justo aquí.

Rápidamente, alejo sus dedos. El agarre es demasiado apretado, pesado como grilletes. Incluso en el calor de la batalla, me encuentro retrocediendo en el tiempo, a un palacio donde fui prisionera.

—Cal, voy a ayudar a los bombarderos. Puedo hacer eso. —Sus ojos bronce parpadean en la oscuridad, las llamas rojas de dos ardientes velas—. Si traspasan el muro, vas a estar rodeado. Y entonces la tormenta será la última de nuestras preocupaciones.

Su decisión es rápida… y estúpida.

—Bien, iré.

—Te necesitan aquí arriba. —Pongo una palma en su pecho, alejándolo—. Farley, Townsend, Akkadi… los soldados necesitan generales en la línea. Te necesitan en la línea.

Si fuera por la batalla, Cal discutiría. Sólo roza mi mano. No hay tiempo para nada. Especialmente cuando tengo razón.

—Estaré bien —digo cuando salto lejos, deslizándome sobre piedras congeladas. La tormenta ahoga su respuesta. Gasto un latido en preocuparme por él, en preguntarme si es posible que nunca nos veamos de nuevo. El siguiente latido elimina el pensamiento. No tengo tiempo para eso. Tengo que mantenerme concentrada. Tengo que mantenerme viva.

Me pongo de pie y bajo por las escaleras, las barandas congeladas se deslizan por mis curvadas manos. En la calle, fuera del viento, el aire es mucho más cálido y no hay charcos. O congelados o el agua fue usada para asaltar a los defensores del muro de Corvium.

Los bombarderos enfrentan la grieta en el muro, abriéndose más a cada segundo. Arriba los terraplenes se amplían varios metros, pero aquí la grieta es sólo de centímetros… y creciendo. Otro estremecimiento recorre la piedra y bajo mis pies, como una explosión o un terremoto en el suelo. Trago con fuerza, imaginando un brazofuertes al otro lado del muro, sus puños soltando golpe tras golpe sobre nuestros cimientos.

—Esperen para atacar —les digo a los bombarderos. Me miran por órdenes, a pesar de que no soy una oficial—. Sin explosiones hasta que esté claro que están pasando. No necesitamos ayudarlos.

—Protegeré la grieta tanto tiempo cuanto sea posible —dice una voz detrás de mí.

Giro para ver a Davidson, su rostro manchado con sangre gris constantemente volviéndose negra. Se ve pálido bajo la sangre, atónito.

—Primer ministro —murmuro, bajando la cabeza. Responde después de un largo momento. Aturdido por la batalla. Tan diferente en el campo que lo que es en el centro de operaciones.

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En su lugar, vuelvo mi electricidad sobre nuestros atacantes. Usando las raíces como un mapa, recorro el rayo a lo largo de la planta principal, dejando que se curve y gire en espiral con el camino de la raíz. No puedo ver al verdino guardabosque en el lado más alejado, pero lo siento. Aunque debilitadas por la densa raíz, mis chispas ondulan a través de su cuerpo. Un distante chillido hace eco a través de las grietas en la piedra, de alguna manera audible sobre el caos por encima y alrededor.

El verdino guardabosque no es el único Plateado capaz de derrumbar la piedra. Otro toma su lugar, un brazofuertes a juzgar por la manera en que la piedra se estremece y agrieta. Golpe tras golpe envía escombros y polvo a través del ampliado hueco.

Davidson se pone a mi izquierda, la boca ligeramente abierta. Entumecido.

—¿Primera batalla? —murmuro cuando otro fuerte golpe llega.

—Apenas —dice, para mi sorpresa—. Fui soldado una vez también. ¿Me han dicho que estaba en una lista de ustedes?

Dane Davidson. El nombre se agita en mi mente, una mariposa batiendo sus alas contra las barras de una jaula de hueso. Viene como si fuera a través de barro, lentamente, con gran esfuerzo.

—La lista de Julian.

Asiente.

—Hombre inteligente, Jacos. Conectando puntos que nadie más ve. Sí, fui uno de los Rojos de Nortan para ser ejecutado por su legión. Por crímenes de sangre, no cuerpo. Cuando escapé, los oficiales me declararon muerto de todos modos. Así no tenían que explicar otra pérdida criminal. —Lame sus labios agrietados por el frío—. Hui a Montfort, reuniendo a otros como yo a lo largo del camino.

Otro golpe. El hueco ante nosotros se amplía mientras una sensación regresa a los dedos de mis pies. El contoneo en mis botas, preparándome para luchar.

—Suena familiar.

La voz de Davidson gana fuerza e ímpetu cuando habla. Como si recordara por lo que luchamos.

—Montfort estaba en la ruina. Un millar de Plateados reclamando sus propias coronas, cada montaña su propio reino, el país separado más allá de reconocimiento. Sólo los Rojos permanecían unidos. Y los Ardent estaban en las sombras, esperando a ser liberados. Divide y conquistarás, señorita Barrow. Es la única manera de vencerlos.

El reino de Norta, el reino del Rift, Piedmont, los Lakeland. Los Plateados en la garganta del otro, peleando por más y más pequeños pedazos mientras esperamos para tomar todo el lote. Aunque Davidson parece abrumado, puedo casi oler el acero en sus huesos. Un genio, quizá, y ciertamente peligroso.

Una ráfaga de nieve me despierta. La única cosa de la que necesito preocuparme es de lo que sucede ahora. Sobrevivir. Ganar.

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Energía teñida de azul estalla a través del muro separado, pulsando a través de la amplia expansión de vacío. Davidson aguanta el escudo en el lugar con una mano extendida. Una gota de sangre cae de su barbilla, perdiéndose en el frío.

Una silueta al otro lado golpea el escudo, puños soltando fuertes golpes en el ondulante campo. Otro brazofuertes se une a la sombra y trabaja para ampliar el hueco, atacando la piedra en su lugar. El escudo crece con sus esfuerzos.

—Prepárense —dice Davidson—. Cuando separe el escudo, disparen con todo.

Obedecemos, preparados para atacar.

—Tres.

Chispas púrpuras hacen una telaraña entre mis dedos y se tejen en una pulsante bola de luz destructiva.

—Dos.

Los bombarderos se arrodillan en formación, como francotiradores. En lugar de armas, sólo tienen sus dedos y ojos.

—Uno.

Con un sacudón, el escudo azul se parte en dos y aplasta al par de brazofuertes contra las murallas con repugnantes sonidos de quebraduras de hueso. Disparamos a través de la abertura, mi relámpago un resplandor. Ilumina la oscuridad más allá, mostrando a una docena de soldados dispuestos a precipitarse por la brecha. Muchos caen de rodillas, escupiendo fuego y sangre mientras los bombarderos explotan sus entrañas. Antes que se pueda recuperar, Davidson sella de nuevo el escudo, atrapando una descarga de balas.

Parece sorprendido por nuestro éxito.

En la muralla sobre nosotros, una bola de fuego da vuelta en la tormenta negra, una antorcha contra la falsa noche. El fuego de Cal se extiende y golpea en forma de una serpiente de fuego. El calor rojo convierte el cielo en un infierno escarlata.

Solo aprieto la mano en un puño y hago señas a Davidson.

—Otra vez —le digo.

Es imposible marcar el paso del tiempo. Sin el sol, no tengo idea de cuánto tiempo pasamos luchando contra la brecha. A pesar de que repelemos el asalto una y otra vez, cada intento ensancha la brecha poco a poco. Centímetros por kilómetros, me digo. En la muralla, la ola de soldados no ha traspasado las defensas. Los puentes de hielo siguen regresando, y seguimos luchando contra ellos. Unos cuantos cadáveres aterrizan en la calle, más allá del toque de un curandero. En medio de ataques, arrastramos los cuerpos hacia los callejones, fuera de la vista. Busco en cada rostro muerto, conteniendo mi respiración cada vez. No Cal, no Farley. El único que reconozco es Townsend, su cuello partido. Espero una oleada de culpa o piedad, pero no siento nada. Solo el conocimiento de que los brazofuertes están en las murallas también, destrozando a nuestros soldados.

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El escudo de Davidson se extiende a través de la abertura en la pared, ahora por lo menos de tres metros de ancho, bostezando como mandíbulas de piedra. Los cuerpos se encuentran en la boca abierta. Cadáveres humeantes derribados por un rayo, o brutalmente rasgados por la mirada despiadada de un bombardero. A través del tembloroso campo de azul, las sombras se reúnen en la oscuridad, esperando para probar nuestra pared de nuevo. Martillos de agua y hielo golpean contra la habilidad de Davidson. Un grito de banshee resuena por toda la extensión, e incluso el eco es doloroso para nuestros oídos. Davidson se estremece. Ahora la sangre en su rostro raya con el sudor goteando por su frente, nariz y mejillas. Él está llegando rápidamente a su límite, y nos estamos quedando sin tiempo.

—¡Qué alguien traiga a Rafe! —grito—. Y a Tyton.

Un corredor se aleja tan pronto como las palabras salen de mi boca, subiendo los escalones para encontrarlos. Miro la pared de arriba, buscando una silueta familiar.

Cal trabaja un ritmo maníaco, perfecto como una máquina. Paso, giro, ataque. Paso, giro, ataque. Como yo, encuentra un lugar vacío donde la supervivencia es el único pensamiento. En cada quiebre de la inminente oleada de enemigos, vuelve a formar sus soldados, dirigiendo a los Rojos en su fuego, o trabajando con Akkadi y Lory para eliminar otro objetivo en la oscuridad. Cuántos están muertos, no puedo decirlo.

Otro cadáver cae de las murallas, de extremo a extremo. Agarro sus brazos para arrastrarlo antes de darme cuenta de que su armadura no es una armadura en absoluto, sino pedazos de carne pedregosa, ardiendo con el calor de la ira de un príncipe de fuego. Me retiro sorprendida, como si me quemara. Un pieldepiedra. Las pocas ropas de su cadáver son azules y grises. Casa Macanthos. Norta. Uno de los de Maven.

Trago con fuerza contra la implicación. Las fuerzas de Maven han alcanzado las murallas. Ya no estamos luchando contra los Lakelander. Un rugido de furia se eleva en mi pecho y casi deseo poder atravesar la brecha yo misma. Desgarrar todo lo que hay al otro lado. Cazarlo. Matarlo entre su ejército y el mío.

Entonces el cadáver me agarra.

Se retuerce, y mi muñeca se rompe con un chasquido. Grito contra el maldito dolor repentino que recorre mi brazo.

El relámpago ondula de mi carne, escapándose como un grito. Cubre su cuerpo con chispas púrpura y letales, luz de baile. Pero o bien su carne pedregosa es demasiado gruesa o su resolución es demasiado fuerte. El pieldepiedra no me suelta, sus dedos como pinzas ahora me agarran el cuello. Explosiones florecen a lo largo de su espalda, el trabajo de los bombarderos. Pedacitos de piedra se desprenden de él como piel muerta y grita. Su agarre sólo se aprieta con el dolor. Cometo el error de intentar quitar sus manos, ahora cerradas alrededor de mi garganta. Su carne rocosa corta mi piel, y la sangre brota entre mis dedos, roja y caliente en el aire helado.

Puntos bailan ante mis ojos, y suelto otro rayo, dejándolo derramar de mi agonía. El golpe lo saca de mí y lo manda de nuevo contra un edificio. Se estrella con la cabeza en

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primer lugar, el cuerpo colgando en la calle. Los bombarderos lo terminan, explotando a través de la piel expuesta en su espalda.

Davidson tiembla de pie, todavía sosteniendo el delgado escudo. Lo vio todo y no pudo hacer nada a menos que quisiera que la fuerza invasora nos invadiera. Un rincón de su boca tiembla, como para disculparse por tomar la decisión correcta.

—¿Cuánto tiempo más puedes aguantar? —pregunto, jadeando las palabras. Escupo sangre a la calle.

Él aprieta los dientes.

—Un poco más.

Eso no es útil, quiero espetar.

—¿Un minuto? ¿Dos?

—Uno —se obliga a decir.

—Uno bastará.

Miro a través del escudo mientras se debilita, la vívida sombra de azul que se desvanece con la fuerza de Davidson. Mientras se aclara, también lo hacen las figuras en el otro lado. Armadura azul y corte negro con rojo. Lakeland y Norta. Sin corona, ni rey. Solo las tropas de choque destinadas a abrumarnos. Maven no pondrá los pies en Corvium a menos que la ciudad sea suya. Mientras que el hermano Calore en la muralla luchará hasta la muerte, Maven no es lo bastante tonto para arriesgarse en una lucha. Él sabe que su fuerza está detrás de las líneas, en un trono más que en un campo de batalla.

Rafe y Tyton se acercan desde lados opuestos, han custodiado su tramo de pared. Mientras que Rafe parece meticuloso, el cabello verde aún se desliza de su cara, Tyton está realmente pintado de sangre. Toda plateada. No está herido. Sus ojos brillan con una extraña clase de ira, ardiendo rojos en la llama que revolotea sobre nuestras cabezas.

Observo a Darmian junto con otros destructores, todos ellos dotados de carne invulnerable. Llevan malignas hachas, sus bordes trabajados para que sean bien filosas. Buenos para combatir a los brazofuertes. A corta distancia, son nuestra mejor oportunidad.

—Fórmense —dice Tyton, taciturno ante una falla.

Seguimos, organizándonos en líneas apresuradas a espaldas de Davidson. Su brazo se estremece mientras nos movemos, sosteniéndonos todo el tiempo que puede. Rafe toma mi izquierda, Tyton mi derecha. Miro entre ellos, preguntándome si debería decir algo. Puedo sentir la energía estática floreciendo de ambos, familiar, pero extraña. Su electricidad, no la mía.

En la tormenta, el trueno azul sigue enfurecido. Ella nos alimenta, y nos pegamos como lapa a su relámpago.

—Tres —dice Davidson.

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Verde a mi izquierda, blanco a mi derecha. Los colores parpadean en el borde de mi visión, cada chispa un minúsculo latido del corazón.

—Dos.

Absorbo una respiración más. Me duele la garganta, lastimada por el pieldepiedra. Pero todavía estoy respirando.

—Uno.

De nuevo se derrumba el escudo, abriendo nuestras entrañas a la tormenta inminente.

—¡Prepárense! —resuena a lo largo de las murallas mientras los ejércitos fijan su atención en la brecha de la muralla. El ejército Plateado responde a su manera, avanzando hacia nosotros con un grito ensordecedor. El rayo verde y púrpura se estremece a través de la tierra de matanza, saltando a lo largo de la primera oleada de soldados. Tyton se mueve como un hombre lanzando dardos, sus minúsculas agujas de relámpago explotando en rayos enceguecedores que levantan tropas Plateadas en el aire. Muchos tiemblan y se contraen. No tiene misericordia.

Los bombarderos siguen nuestra dirección, moviéndose con nosotros cuando cerramos la brecha. Sólo necesitan una línea abierta de visión para trabajar, y su destrucción agita la piedra, la carne y la tierra en igual medida. La tierra cae con la nieve, y el aire sabe a ceniza. ¿Es esto lo que es la guerra? ¿Es esto lo que se siente al luchar en el Choke? Tyton me echa hacia atrás, lanzando un brazo para mover mi cuerpo. Darmian y los otros demoledores surgen delante de nosotros, un escudo humano. Sus hachas entran y salen, rociando sangre hasta que las paredes en ruinas a ambos lados están recubiertas de franjas de plata líquida.

No. Recuerdo el Choke. Las trincheras. El horizonte se extendía en todas direcciones, llegando hasta encontrar una tierra llena de cráteres por décadas de derramamiento de sangre. Cada lado conocía al otro. Esa guerra era mala, pero definida. Esto es sólo una pesadilla.

Soldado tras soldado, Lakelander y Nortan, pasan a través de la brecha. Cada uno empujado por el hombre o la mujer detrás. Como en los puentes, ellos forman un embudo en el campo de matanza. La muchedumbre se mueve como la atracción del océano, una ola que nos bordea por detrás antes que el otro siga adelante. Tenemos ventaja, pero sólo un poco. Las armas más fuertes golpean las murallas, con la esperanza de ensanchar la brecha. Telkies lanzan escombros en nuestra línea, pulverizando a uno de los bombarderos, mientras otro congela lo sólido, la boca abierta en un grito silencioso.

Tyton danza con movimientos fluidos, cada palma ardiendo con el relámpago blanco. Yo uso la red en el suelo, esparciendo un charco de energía eléctrica bajo los pies del retumbante ejército que avanza. Sus cuerpos se amontonan, amenazando con formar otra pared a través de la brecha. Pero los telkies sólo los agitan, enviando a los cadáveres girando a la negra tormenta.

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Siento el sabor a sangre, pero mi muñeca rota es sólo un dolor zumbante ahora. Cuelga floja a mi lado, y estoy agradecida por la adrenalina que no me deja sentir el hueso roto.

La calle y la tierra se vuelven líquido bajo mis pies, corriendo con rojo y plata. El suelo pantanoso reclama más que a unos cuantos. Cuando un nuevasangre cae, una ninfa salta sobre él, derramando agua por su nariz y garganta. Se ahoga ante mis ojos. Otro cadáver descansa sobre su costado, las raíces saliendo curvas de sus ojos. Todo lo que sé es lanzar el rayo. No puedo recordar mi nombre, ni mi propósito, ni por lo que estoy luchando, más allá del aire en mis pulmones. Más allá de un segundo más de vida.

Un telky nos separa, envía a Rafe volando hacia atrás. Luego a mí en la dirección opuesta. Avanzo en espiral, sobre la parte superior de la fuerza que empuja a través de la brecha de la muralla. Al otro lado. A los campos de muerte de Corvium.

Aterrizo duro, rodando de un extremo a otro hasta que paro abruptamente, medio enterrada en barro helado. Un rayo de dolor atraviesa mi escudo de adrenalina, recordándome un hueso muy roto y quizás unos pocos más. Los vientos de la tormenta desgarran mi ropa mientras intento sentarme, fragmentos de hielo raspan mis ojos y mis mejillas. A pesar de que el viento aúlla, aquí no está tan oscuro. No está negro, sino gris. Una ventisca del atardecer en lugar de medianoche. Entrecierro los ojos y camino hacia adelante y hacia atrás, demasiado viento para hacer cualquier cosa excepto sentir en el dolor.

Lo que eran campos abiertos, prados verdes que se inclinaban a ambos lados del Camino de Hierro, ahora son tundra congelada, cada hoja de hierba es una navaja de hielo. Desde este ángulo, Corvium es imposible de distinguir. Así como no pudimos ver a través de la negritud de la tormenta, las fuerzas de asalto tampoco pueden. Les impide ver a ellos tanto como nosotros. Varios batallones se agrupan como sombras, siluetas recortadas contra la tormenta. Algunos intentan que los puentes de hielo sigan formándose y re-formándose de nuevo, pero ahora la mayoría se dirige hacia la brecha. Los demás están a la espera detrás de mí, una mancha fuera de lo peor de la tormenta. Tal vez cientos en reserva, tal vez miles. Las banderas azules y rojas se mueven en el viento, lo suficientemente brillantes para ser percibidas. Atrapada entre la espada y la pared, suspiro. Y estoy atrapada en el barro, rodeada de cadáveres y heridos que andan. Por lo menos la mayoría se centran en sí mismos, en los miembros que faltan o en los vientres partidos, en lugar de en una chica Roja sola en medio de ellos.

Soldados Lakelander corren alrededor de mí, y me preparo para lo peor. Pero siguen marchando adelante, pisando fuerte para las nubes de trueno y el resto del ejército arrastrando los pies hacia la destrucción.

—¡Traigan a los curanderos! —grita uno de ellos por encima del hombro, sin mirar siquiera hacia atrás. Bajo la mirada, dándome cuenta que estoy cubierta de sangre plateada. Un poco de rojo, pero sobre todo plateada.

Rápidamente, froto barro sobre mis heridas sangrantes y los trozos de mi uniforme que todavía son verdes. Los cortes arden con dolor, haciéndome sisear entre los dientes.

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Miro hacia atrás a las nubes, viendo el pulso de un rayo. Azul en la corona, verde en la base, donde está la brecha. A donde tengo que volver.

El barro me succiona las piernas, tratando de congelarse a mi alrededor. Con mi muñeca rota contra mi pecho, empujo con un brazo, luchando por liberarme. Me zafo con un fuerte sonido y comienzo a correr, respiro tras respiro. Cada uno quema.

Avanzo nueve metros, casi hasta la parte de atrás del ejército Plateado, antes de darme cuenta de que esto no va a funcionar. Están demasiado juntos para pasar, incluso para mí. Y probablemente me detengan si lo intento. Mi rostro es bien conocido, incluso cubierto de barro. No puedo arriesgarme. O los puentes de hielo. Uno podría desmoronarse debajo de mí, o los soldados Rojos podrían matarme a tiros mientras trato de volver sobre la muralla. Cada opción termina mal. Pero lo mismo ocurre aquí. Las fuerzas de Maven lanzarán otro asalto y enviarán otra ola de tropas. No veo un camino para adelante y no hay vuelta atrás. Por un momento aterrador y vacío, miro la negrura de Corvium. El relámpago oscila dentro de la tormenta, más débil que antes. Parece un huracán altísimo rematado con una nube de tormenta, acodada con niebla y vientos con la fuerza del vendaval. Me siento pequeña contra ella, una sola estrella en un cielo de violentas constelaciones.

¿Cómo podemos vencer esto?

El primer grito de un jet me pone de rodillas, cubriéndome la cabeza con mi mano buena. Se ondula en mi pecho, una explosión de electricidad martilleando como un corazón. Una docena de ellos siguen a baja altura, sus motores hacen girar en espiral a la nieve y la ceniza mientras gritan entre las dos mitades del ejército.

Más jets forman espirales en el borde exterior de la tormenta, vueltas y vueltas, tallando a través de ella. Las nubes se alejan con los jets, como si estuvieran magnetizadas a las alas. Entonces oigo otro rugido. Otro viento, más fuerte que el primero, soplando con la furia de cien huracanes. El viento trabaja para despejar la tormenta, desgarrándola con fuerza. Las nubes se apartan lo suficiente para mostrar las torres de Corvium, donde reina el relámpago azul. El viento sigue a los jets, agrupados bajo sus alas recién pintadas.

Pintados de color amarillo brillante.

Casa Laris.

Mis labios sonríen. Están aquí. Anabel Lerolan mantuvo su palabra.

Busco las otras casas, pero un halcón grita a mi alrededor, sus alas azul-negras golpean el aire. Las garras resplandecen, afiladas como una navaja y salto hacia atrás para cubrir mi cara del pájaro. Sólo grita agudamente antes de alejarse, deslizándose sobre el campo de batalla hacia… oh no.

Las reservas de Maven están llegando. Batallones, legiones. Armadura negra, armadura azul, armadura roja. Voy a ser aplastada entre las dos mitades de su ejército.

No sin pelear.

Dejo caer los rayos púrpuras a mi alrededor. Rechazando a los soldados, haciéndoles cuestionar cada paso. Ellos saben cómo son mis habilidades. Han visto lo que la chica rayo

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puede hacer. Se detienen, pero sólo por un momento. Lo suficiente para dejarme poner en pie y girar, inclinando mi cuerpo. Objetivo más pequeño, mayor posibilidad de supervivencia. Mis puños bien cerrados, listos para llevarlos todos conmigo.

Muchos de los Plateados que asaltan la brecha giran en mi dirección. La distracción es su caída. El rayo verde y el pulso blanco pasan a través de ellos, despejando el camino para la llama roja mientras cargan contra mí.

Los veloces cierran primero la distancia y atrapan una red de rayos. Algunos se hacen hacia atrás, pero otros caen, incapaces de superar las chispas. Rayos de tormenta, chisporroteando del cielo, mantienen lo peor afuera, formando un círculo protector alrededor de mí. Desde el exterior, parece una jaula de electricidad, pero es una jaula fabricada por mí. Una jaula que controlo.

Desafío a cualquier rey a que ahora me ponga en una jaula.

Espero que mi relámpago lo atraiga, como una polilla a la llama de una vela. Busco en la horda que se acerca a Maven. Una capa roja, una corona de llamas de hierro. Una cara blanca en el mar, sus ojos lo suficientemente azules como para atravesar montañas.

En cambio, los jets de Laris se acercan para otro ataque, bajando sobre ambos ejércitos. Se dividen alrededor de mí, haciendo que los soldados se peleen por cubrirse mientras el metal se precipita. Una docena o algo así de figuras caen desde los lomos de los jets más grandes, haciendo cabriolas en el aire antes de caer en picada al suelo a una velocidad que los haría más tortitas que seres humanos. Sin embargo, levantan sus brazos, deteniéndose bruscamente, agitando la tierra, la ceniza y la nieve. Y el hierro. Un montón de hierro.

Evangeline y su familia, hermano y padre incluidos, se dan vuelta para enfrentarse al próximo ejército. El halcón gime de dolor a su alrededor, gritando mientras danza sobre el viento fuerte. Evangeline deja de mirar por encima de su hombro, sus ojos buscan los míos.

—¡No hagas de esto un hábito! —grita ella.

El agotamiento me golpea porque, extrañamente, me siento segura.

Evangeline Samos cuida mi espalda.

El fuego arde en el borde de mi visión a ambos lados. Me dobla, casi cegador. Tropiezo y golpeo una pared de músculos y armadura táctica. Cal acuna mi muñeca rota, sosteniéndola suavemente.

Por una vez, no recuerdo las esposas.

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Veintinueve

as puertas de la torre administrativa de Corvium son de roble macizo, pero sus bisagras y pasamanería son de hierro. Se abren ante nosotros, haciendo una reverencia ante la Casa Real de Samos. Entramos en el

salón del consejo con gracia, frente a los ojos de nuestra pobre excusa de alianza. Montfort y la Guardia Escarlata se sientan a la izquierda, sencillos con sus uniformes verdes, nuestros Plateados a la derecha en los variados colores de su casa. Sus respectivos líderes, el primer ministro Davidson y la reina Anabel, nos observan entrar en silencio. Anabel lleva su corona, marcándose como la reina, de un rey muerto hace mucho. Es un anillo batido de oro rosa, colocando con diminutas gemas negras. Sencillo. Pero al mismo tiempo resalta. Tamborilea sus dedos mortales en la mesa, mostrando con impaciencia su anillo de bodas. Una joya roja ardiente, también colocada en oro color rosa. Al igual que Davidson, tiene el aspecto de un depredador, nunca parpadeando, nunca distraída. El príncipe Tiberias y Mare Barrow no están aquí, al menos no puedo verlos. Me pregunto si se dividirán a sus respectivos lados y colores.

Las ventanas de cada lado de la habitación de la torre abiertas hacia el campo, donde el aire aún arde con ceniza y los campos occidentales se ahogan en el barro, inundado y destrozado por la catástrofe de las temporadas. Incluso tan alto, todo huele a sangre. Froté mis manos por lo que parecieron horas, lavando cada centímetro, y aun así no puedo deshacerme del olor. Se aferra como un fantasma, más difícil de olvidar que las caras de las personas a las que maté en el campo. El fuerte olor metálico infecta todo.

A pesar de la vista dominante, todos los ojos se centran en la persona más dominante dirigiendo a nuestra familia. Padre no tiene túnicas negras, sólo su armadura de cromo brillante, como un espejo creado para su forma delgada. Un rey guerrero en todo su tamaño. Mi madre tampoco decepciona. Su corona de piedras verdes combina con la boa constrictora de color esmeralda envuelta alrededor de su cuello y hombros como un chal. Se desliza lentamente, las escalas reflejando luz de la tarde. Ptolemus luce igual que padre, aunque la apretada armadura sobre su ancho pecho, cintura estrecha, y piernas delgadas es negra como el aceite. La mía es una mezcla de ambas, cubierta con delgadas capas de acero cromado y negro. No es la armadura que usé en el campo, sino la armadura que necesito ahora. Terrible, amenazante, mostrando cada gramo del orgullo y poder de los Samos.

Cuatro sillas como tronos están junto a las ventanas, y nos sentamos como uno, presentando un frente unido. Sin importar cuánto quiero gritar.

L

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Me siento como una traidora, habiendo dejado pasar los días, las semanas pasan sin oponerme. Sin siquiera un susurro de cuánto me aterra el plan de padre. No quiero ser la reina de Norta. No quiero pertenecerle a nadie. Pero no importa lo que quiero. Nada amenazará las maquinaciones de mi padre. El rey Volo no es alguien que pueda ser rechazado. No por su propia hija, su carne y sangre. Su posesión.

Un dolor demasiado familiar se alza en mi pecho cuando me siento en mi trono. Hago lo mejor para mantener la compostura, callada y obediente. Leal a mi sangre. Es todo lo que sé.

No he hablado con mi padre en semanas. Sólo puedo asentir ante sus órdenes. Las palabras están más allá de mi capacidad. Si abro la boca, temo que mi temperamento saque lo peor de mí. Fue idea de Tolly permanecer callados. Dale tiempo, Eve. Dale tiempo. Pero el tiempo para qué, no tengo idea. Padre no cambia de opinión. Y la reina Anabel está empeñada en empujar a su nieto de vuelta al trono. Mi hermano está tan decepcionado como yo. Todo lo que hacíamos, casarlo con Elane, traicionar a Maven, apoyar las ambiciones reales de padre, era para que pudiéramos permanecer juntos. Todo por nada. Él gobernará el Rift, casado con la chica que amo, mientras soy enviada como una caja de municiones, una vez más un regalo para un rey.

Estoy agradecida por la distracción cuando Mare Barrow decide agraciar al consejo con su presencia, el príncipe Tiberias pisándole los talones. Olvidé cómo se convertía en un cachorrito triste cuando se encontraba en su presencia, todo grandes ojos rogando atención. Sus entrenados sentidos de soldado concentrados en ella en lugar de la tarea. Ambos siguen vibrando con la adrenalina del asedio, y no es de extrañar. Fue una cosa brutal. Barrow aún tiene sangre en su uniforme.

Ambos caminan por el pasillo central, dividiendo al consejo. Si sienten el peso de su acción, no lo demuestran. La conversación se reduce a un murmullo o se detiene para ver a la pareja, esperando a ver qué lado de la habitación eligen.

Mare es rápida, pasando por delante de la primera fila de uniformados verdes para apoyarse contra la pared lejana. Fuera de la vista.

El príncipe, el legítimo rey de Norta, no la sigue. Se acerca a su abuela, una mano extendida para abrazarla. Anabel es mucho más pequeña que él, reducida a una mujer anciana en su presencia. Pero sus brazos lo rodean con facilidad. Tienen los mismos ojos, ardiendo como bronce caliente. Ella le sonríe.

Tiberias permanece en su abrazo, sólo por un momento, aferrándose a la última parte de su familia. El asiento junto a su abuela está vacío, pero no lo toma. Elige unirse a Mare en la pared. Cruza sus brazos sobre su amplio pecho, fijando a padre con una mirada caliente. Me pregunto si él sabe lo que ha planeado para nosotros dos.

Nadie toma el asiento que dejó atrás. Nadie se atreve a tomar el lugar del legítimo heredero de Norta. Mi amado prometido, resuena en mi cabeza. Las palabras me provocan aún más que las serpientes de mi madre.

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De repente, con un movimiento de su mano, padre arrastra a Salin Iral por la hebilla del cinturón, levantándolo de su asiento, sobre su mesa, y sobre el suelo de roble. Nadie protesta, o hace un sonido.

—Se supone que son cazadores.

La voz de padre retumba en su garganta.

Iral no se molestó en lavarse después de la batalla, evidenciado por el sudor cubriendo su cabello negro. O tal vez está petrificado. No lo culparía.

—Su majestad…

—Aseguraste que Maven no escaparía. Creo que sus palabras exactas, mi lord, fueron, “ninguna serpiente puede escapar de los puños de las sedas”. —Padre no se rebaja a mirar a su fracaso de lord, una vergüenza para su casa y su nombre. Madre mira lo suficiente por los dos, viendo tanto con sus propios ojos, como con los ojos de la serpiente verde. Esta me nota mirando fijamente y mueve su lengua rosada separada en mi dirección.

Otros ven la humillación de Salin. Los Rojos parecen más sucios que Salin, algunos de ellos aún cubiertos de barro y azules de frío. Al menos no están borrachos. Lord General Laris se balancea en su silla, sorbiendo visiblemente de un frasco más grande del que cualquiera debería tener en compañía educada. No es que padre o madre o cualquier otra persona le quitarían el licor. Laris y su casa hicieron su trabajo maravillosamente, trayendo los chorros de aire a la causa mientras que disipaban esa tormenta infernal que amenazaba con nevar Corvium. Ellos probaron su valor.

Al igual que los nuevasangre. Tonto como suena su nombre, mantuvieron el ataque durante horas. Sin su sangre y sacrificios, Corvium volvería a estar en manos de Maven.

En cambio, él falló una segunda vez. Ha sido derrotado dos veces. Una vez por la muchedumbre, y ahora a manos de un ejército y un rey apropiado. Mi estómago se retuerce. A pesar de que ganamos, la victoria es como una derrota para mí.

Mare observa el intercambio con atención, todo su cuerpo tensándose como un alambre retorcido. Sus ojos se mueven entre Salin y mi padre, antes de desviarse hacia Tolly. Siento un temblor de miedo por mi hermano, incluso aunque ella prometió no matarlo. En la Plaza Caesar desencadenó una ira como nunca antes he visto. Y en el campo de batalla de Corvium mantuvo su posición, incluso rodeada por un ejército de Plateados. Su relámpago es mucho más mortal de lo que recuerdo. Si eligiera asesinar a Tolly en este momento, dudo que alguien pudiera detenerla. Castigarla, por supuesto, pero no detenerla.

Tengo la sensación de que no estará muy contenta con el plan de Anabel. Cualquier mujer Plateada enamorada de un rey se contentaría con ser un consorte, unida, aunque no casada, pero no creo que los Rojos piensen de esa manera. No tienen idea de lo importante que son los vínculos de casas, o cuán importantes siempre han sido los herederos de sangre fuerte. Creen que el amor es importante cuando se dicen los votos matrimoniales. Supongo que es una pequeña bendición en sus vidas. Sin poder, sin fuerza,

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no tienen nada que proteger y ningún legado para sostener. Sus vidas son intrascendentes, pero, aun así, sus vidas les pertenecen.

Como pensé que la mía me pertenecía, por unas semanas breves y tontas.

En el campo de batalla, le dije a Mare Barrow que no se acostumbrara a que yo la salvase. Irónico. Ahora espero que me salve de la prisión dorada de una reina, y de una jaula nupcial de rey. Espero que su tormenta destruya la alianza antes incluso de que se forme.

—... se prepara para escapar, así como atacar. Los veloces estaban en su lugar, los transportes, los chorros de aire. Ni siquiera vimos a Maven. —Salin mantiene su protesta, las manos levantadas sobre su cabeza. Padre lo permite. Padre siempre da a una persona suficiente cuerda para colgarse—. El rey de los Lakelander estaba allí. Él mismo comandó a sus tropas.

Los ojos de padre brillan y se oscurecen, la única indicación de su repentina incomodidad.

—¿Y?

—Y ahora él se encuentra en una tumba con ellos. —Salin mira a su rey de acero, un niño buscando aprobación. Todo su cuerpo está temblando. Pienso en Iris dejada atrás en Archeon, una nueva reina en un trono envenenado. Y ahora sin su padre, alejada de la única familia que vino al sur a su lado. Ella era formidable, por decir algo, pero esto la debilitará inmensamente. Si no fuera mi enemiga, podría sentir lástima.

Lentamente, padre se levanta de su trono. Se ve muy pensativo.

—¿Quién mató al rey de los Lakeland?

El nudo se aprieta.

Salin sonríe.

—Yo lo hice.

La cuerda se rompe, y también lo hace padre. Con el puño cerrado, en un abrir y cerrar de ojos, saca los botones de Salin de su chaqueta, enrollándolos en finos hilos de hierro. Cada uno envuelve su cuello, tirando, obligando a Salin a ponerse de pie. Siguen subiendo, hasta que los dedos de sus pies se deslizan hacia el suelo, buscando apoyo.

En las mesas, el líder Montfort se apoya en su silla. La mujer que está a su lado, una mujer rubia muy severa con cicatrices en su rostro, frunce sus labios. La recuerdo del ataque a Summerton, el que casi le quitó la vida a mi hermano. Cal la torturó y ahora están prácticamente uno al lado del otro. Ella es de la Guardia Escarlata, altamente clasificada, y, si no me equivoco, uno de los aliados más cercanos de Mare.

—Sus órdenes... —exclama Salin. Aferra los hilos de hierro alrededor de su cuello, cavando en su carne. Su rostro gris mientras la sangre se acumula bajo su carne.

—Mis órdenes fueron matar a Maven Calore o impedir su escape. Tú no hiciste ninguna.

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—Yo…

—Mataste a un rey de nación soberana. Un aliado de Norta que no tenía ninguna razón para hacer otra cosa que defender a la nueva reina de Lakelander. ¿Pero ahora? —se burla padre, usando su habilidad para acercar a Salin—. Les has dado un incentivo bastante maravilloso para ahogarnos a todos. La reina gobernante de los Lakeland no va a soportar esto. —Golpea a Salin en el rostro, provocando un fuerte ruido. El golpe tiene la intención de avergonzar, no de lastimar. Funciona bien—. Te despojo de tus títulos y responsabilidades. Casa Iral, redistribúyalos como mejor le parezca. Y saca este gusano de mi vista.

La familia de Salin se apresura a arrastrarlo fuera de la habitación antes que pueda cavar un agujero más profundo. Cuando los hilos de hierro se liberan, todo lo que hace es toser y quizás llorar. Sus sollozos resuenan en el vestíbulo, pero son cortados rápidamente por el golpe de las puertas. Un hombre patético. Aunque me alegro de que no haya matado a Maven. Si el mocoso Calore muriera hoy, no habría obstáculo entre Cal y el trono. Cal y yo. De esta forma, al menos, hay alguna oscura esperanza.

—¿Alguien tiene algo útil para contribuir? —Padre se sienta de nuevo suavemente y pasa un dedo por la espina dorsal de la serpiente de madre. Sus ojos se cierran por el placer. Asqueroso.

Jerald Haven luce como si quisiera desaparecer en su silla, y quizás lo haga. Mira fijamente sus manos dobladas, deseando que mi padre no lo humille después. Afortunadamente, es salvado por la Guardia Escarlata. Ella se pone de pie, arrastrando su silla.

—Nuestra inteligencia indica que Maven Calore ahora se basa en los Ojo para mantenerlo a salvo. Pueden ver el futuro inmediato...

Madre chasqua su lengua.

—Sabemos lo que es un Ojo, Roja.

—Bien por ti —responde la comandante sin vacilar.

Si no fuera por padre y nuestra posición precaria, esperaría que madre lanzara su serpiente esmeralda hacia la garganta del Rojo. Ella sólo frunce los labios.

—Controle a su gente, ministro, o yo lo haré.

—Soy el comandante general de la Guardia Escarlata, Plateada —espeta la mujer a manera de respuesta. Miro a Mare sonriendo detrás de ella—. Si quieres nuestra ayuda, vas a tener que mostrar algo de respeto.

—Por supuesto —concede madre gentilmente. Sus gemas brillan cuando inclina su cabeza—. Respeto donde se requiere respeto.

La comandante todavía mira amenazadoramente, su rabia hirviendo. Mira la corona de mi madre con disgusto.

Pensando rápidamente, junto mis manos. Un sonido familiar. Una llamada. En silencio, una doncella Roja de Casa Samos rápidamente entra a la cámara, una copa de

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vino en la mano. Conoce sus órdenes y se dirige a mi costado, ofreciéndome la bebida. Con lentos y exagerados movimientos, tomo la copa. Nunca rompo contacto visual con la comandante Roja mientras bebo. Mis dedos tamborilean a lo largo del cristal grabado para ocultar mis nervios. En el peor de los casos, haré enojar a padre. En el mejor…

Rompo la copa de vidrio contra el suelo. Incluso me encojo ante el sonido y la implicación. Padre intenta no reaccionar, pero su boca se tensa. Deberías saber mejor como va esto. No voy a renunciar sin una pelea.

Sin vacilación, la doncella se agacha para limpiar, quitando los pedazos de vidrio con sus manos desnudos. Y sin vacilación, la feroz mujer Roja brinca sobre la mesa, liberando una ráfaga de movimiento. Plateados se ponen de pie rápidamente, también los hacen Rojos y Mare se despega de la pared, colocándose en el camino de su amiga.

La comandante Roja pasa por encima de ella, pero Barrow la contiene al mismo tiempo.

—¿Cómo podemos aceptar esto? —me grita la mujer, lanzado un puño hacia la doncella en el suelo. El olor característico de la sangre se multiplica por diez cuando se corta las manos—. ¿Cómo?

Todos en la habitación parecen estarse preguntando lo mismo. Gritos se elevan entre los miembros más volátiles de cada lado. Somos casas Plateada de sangre nombre y antigua, aliados con los rebeldes, criminales, sirvientes y ladrones. Habilidades o no, nuestros caminos de vida se dirigen en dirección opuestas. Nuestros objetivos no son los mismos. La cámara del consejo es un polvorín. Si soy afortunada explotará. Haciendo pedazos cualquier amenaza de matrimonio. Destruirá la jaula en la que quieren ponerme de nuevo.

Por encima de hombro de Mare, la comandante me sonríe, sus ojos como dos dagas azules. Si esta habitación y mi ropa no estuvieran forrados con metal, podría tener miedo. La miro de vuelta, luciendo cada centímetro de princesa Plateada que ella fue criada para odiar. A mis pies, la doncella termina su trabajo y se va, sus manos pinchadas con pedazos de vidrio. Hago una nota mental de enviar a Wren más tarde para curarla.

—Pobremente hecho —susurra madre en mi oreja. Palmea mi brazo y la serpiente se retuerce a lo largo de su mano, enroscándose por mi piel. Su piel es húmeda y fría.

Aprieto mis dientes contra la sensación.

—¿Cómo podemos aceptar esto?

La voz del príncipe interrumpe el caos. Sorprende a varios hasta el silencio, incluyendo a la sonriente comandante Roja. Mare la aleja, acompañándola de vuelta a su silla con algo de dificultad. El resto se vuelve hacia el príncipe exiliado, mirándola mientras se endereza. Los meses han sido buenos con Tiberias Calore. Una vida de guerra le queda bien. Luce vibrante y vivo, incluso después de escapar de la muerte en las murallas. En su asiento, su abuela se permite la más pequeña sonrisa. Siento a mi corazón hundirse en mi pecho. No me gusta esa mirada. Mis manos se clavan en los brazos de mi trono, mis uñas clavándose en la madera en lugar de la carne.

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—Todas las personas en esta habitación saben que hemos alcanzado un punto de inflexión. —Sus ojos se mueven hacia Mare. Él extrae su fuerza de ella. Si fuera una persona sentimental, podría estar conmovida. En cambio, pienso en Elane, dejada a salvo en la Casa Ridge. Ptolemus necesitaba un heredero y ninguno de nosotros la quería en la batalla. Aun así, desearía que estuviera aquí, sentada junto a mí. Desearía no tener que sufrir esto sola.

Cal fue entrenado para gobernar, no le es extraño hablar en público. Aun así, no es tan talentoso como su hermano, mientras se tropieza algunas veces mientras ronda por el piso. Desafortunadamente, a nadie parece importarle.

—Los Rojos han vivido sus vidas como esclavos glorificados, atados a sus grupos privilegiados. Ya sea en una ciudad pobre, en uno de nuestros palacios, o en el lodo de un pueblo del río. —Un sonrojo se extiende por las mejillas de Mare—. Solía pensar lo que me enseñaron. Que nuestros caminos estaban establecidos. Los Rojos eran inferiores. Cambiar su lugar nunca sucedería, no sin derramamientos de sangre. No sin un gran sacrificio. Una vez, me enseñaron que esas cosas pagaban un costo muy alto. Pero estaba equivocado.

»Para aquellos que no están de acuerdo —me mira y tiemblo—, que se creen mejores, que se creen dioses, se equivocan. Y no porque gente como la chica rayo existan. No porque repentinamente nos encontramos con la necesidad de aliados para derrotar a mi hermano. Porque simplemente estamos equivocados.

»Nací príncipe. Conocí más privilegios que casi todos aquí. Fui criado con sirvientes a mis deseos y necesidades y se me enseñó que su sangre, debido a su color, era mucho menos importante que la mía. “Los Rojos son estúpidos; los Rojos son ratas; los Rojos son incapaces de controlar sus vidas; los Rojos están destinados para servir”. Éstas son palabras que todos escuchábamos. Y son mentiras. Bastante convenientes para hacer nuestra vida más fácil, nuestra vergüenza inexistente o nuestras vidas insoportables.

Se detiene junto a su abuela, alto a su lado.

—Ya no puede ser tolerado. Simplemente no puede ser, las diferencias no son divisiones.

Pobre e ingenuo Calore. Su abuela asiente con aprobación, pero la recuerdo en mi propia casa y lo que dijo. Quiere a su nieto en el trono y quiere al viejo mundo.

—Primer ministro —dice Tiberias, señalando al líder Montfort.

Aclarando su garganta, el hombre se pone de pie. Más alto que la mayoría, pero delgado. Tiene la apariencia de un pez pálido con una expresión igualmente vacía.

—Rey Volo, agradecemos su ayuda en la defensa de Corvium. Y aquí, ahora, ante los ojos de nuestro liderazgo y el suyo, nos gustaría conocer sus sentimientos respecto a lo que el príncipe Tiberias acaba de decir.

—Si tiene una pregunta, primer ministro, hágala —gruñe padre.

El hombre mantiene su rostro quieto, ilegible. Tengo la impresión que oculta tantos secretos y ambiciones como el resto de nosotros. Bien podría averiguar de qué se trata.

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—Rojo y Plateado, su majestad. ¿Qué color se levanta en esta rebelión?

Un músculo tiembla en una pálida mejilla mientras mi padre exhala. Pasa una mano a través de su puntiaguda barba.

—Ambos, primer ministro. Esta guerra es para ambos, en esto tiene mi palabra, lo juro por las cabezas de mis hijos.

Muchas gracias, padre. La comandante Roja cobrará ese precio con una sonrisa si se da la oportunidad.

—El príncipe Tiberias habla con la verdad —continúa padre, mintiendo a través de sus dientes—. Nuestro mundo ha cambiado. Debemos cambiar con él. Enemigos en común, hacen extrañas alianzas, pero igual, somos aliados.

Como con Salin, siento un nudo apretándose. Se enrolla alrededor de mi cuello, amenazando con colgarme por encima del abismo. ¿Así es cómo va a sentirse el resto de mi vida? Quiero ser fuerte. Es esto para lo que entrené y sufrí. Esto es lo que creí que quería, pero la libertad es muy dulce. Un jadeo de ella y no puedo soltarla. Lo siento, Elane, lo siento tanto.

—¿Tiene algunas otras preguntas sobre los términos, primer ministro Davidson? —presiona padre—. ¿O seguimos planeando cómo derrocar a un tirano?

—¿Y qué términos serían esos? —La voz de Mare suena diferente y no es de extrañarse. Supe que su último prisionero quedó imposible de reconocer. Sus chispas han regresado con venganza. Mira entre padre y su primer ministro, observándolos y esperando respuestas.

Padre casi está extasiado cuando explica y yo sostengo mi respiración. Sálvame, Mare Barrow. Libera la tormenta que sé que tienes. Hechiza al príncipe como siempre lo haces.

—El reino de Rift se mantendrá en soberanía después que Maven sea removido. Los reyes del acero reinarán por generaciones. Con subsidios hechos para mis ciudadanos Rojos, por supuesto. No tengo intención de crear un estado de esclavos como lo es Norta.

Mare no luce muy convencida, pero contiene su lengua.

—Por supuesto que Norta necesitará un rey propio.

Sus ojos se amplían. Horror la recorre y mueve su cabeza rápidamente hacia Cal, buscando respuestas. Él luce igual de tomado por sorpresa mientras ella se enfurece. La chica rayo es más fácil de leer que las páginas de un libro para niños.

Anabel se levanta de su asiento orgullosamente. Su rostro delineado brilla mientras se gira hacia Cal, poniendo una mano en su mejilla. Él está demasiado sorprendido para reaccionar a su toque.

—Mi nieto es el rey de Norta por derecho y el trono le pertenece.

—Primer ministro… —susurra Mare, ahora mirando al líder Montfort. Casi está rogando. Un destello de tristeza perfora su máscara.

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—Montfort promete respaldar la instalación de Ca… —Se detiene. El hombre mira hacia cualquier lado excepto a Mare Barrow—. El rey Tiberias.

Una corriente de calor atraviesa el aire. El príncipe está enojado, violentado. Y lo peor está por venir, para todos nosotros. Si tengo suerte, quemará la torre hasta consumirla.

—Cimentaremos la alianza entre el Rift y el rey por derecho de la manera normal —dice madre, retorciendo el cuchillo. Lo disfruta. Toma todo de mí mantener mis lágrimas, donde nadie más pueda verlas.

La implicación de sus palabras no pasa desapercibida para nadie. Cal da un tipo estrangulado de grito, un jadeo tan impropio de un príncipe, por no mencionar a un rey.

—Incluso después de esto, la Prueba de la Reina todavía trajo a colación a una novia de la nobleza. —Madre pasa una mano por encima de la mía, sus dedos cruzándose donde estará mi anillo de bodas.

Repentinamente la alta cámara se siente asfixiante, y el olor a sangre inunda mis sentidos. Es todo en lo que puedo pensar, y me inclino hacia la distracción, dejando que el agudo sabor a acero me abrume. Mi mandíbula se tensa, mis dientes apretándose contra todas las cosas que quiero decir. Se sacuden en mi garganta, rogando ser liberadas. Ya no quiero esto. Déjenme ir a casa. Cada palabra es una traición a mi casa, mi familia, mi sangre. Mis dientes se muelen unos contra los otros, hueso contra hueso. Una jaula cerrada para mi corazón.

Me siento atrapada.

Hazlo elegir, Mare. Hazlo ponerme de lado.

Ella respira pesadamente, su pecho elevándose y cayendo a gran velocidad. Como yo, tiene demasiadas palabras que quiere gritar. Espero que vea cuánto quiero negarme.

—Nadie pensó en consultarme —sisea el príncipe, empujando a su abuela para alejarla. Sus ojos arden. Ha perfeccionado el arte de mirar a una docena de personas al mismo tiempo—. ¿Quieren hacerme un rey, sin mi consentimiento?

Anabel no tiene miedo a las flamas y acaricia su rostro de nuevo.

—No te estamos haciendo nada. simplemente te estamos ayudando a ser lo que eres. Tu padre murió por su corona, y tú, ¿quieres tirarla? ¿Por quién? ¿Abandonar a tu país? ¿Para qué?

No tiene respuesta. Di que no. Di que no. Di que no.

Pero ya veo el estira y afloje. La provocación. El poder seduce a todos y nos hace ciegos. Cal no es inmune a ello. Si es algo, es particularmente vulnerable. Toda la vida observó un trono, preparándose para un día en que sería suyo. Sé de primera mano que no es un hábito que una persona puede romper fácilmente. Y sé de primera mano que algunas cosas saben más dulces que una corona. Pienso en Elane de nuevo. ¿Piensa en Mare?

—Necesito algo de aire —susurra.

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Por supuesto que Mare lo sigue, chispas temblando detrás de ella.

Por instinto, casi pido otra copa de vino. Pero me retengo. Mare no está aquí para detener a la comandante si se rompe de nuevo, y más algo si me hará sentirme más enferma de lo que ya lo hago.

—Larga vida a Tiberias el Séptimo —dice Anabel.

La cámara hace eco al sentimiento. Yo sólo gesticulo las palabras. Me siento envenenada.

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Epílogo e frota sus brazaletes uno contra el otro con enfado, dejando que sus muñecas lancen chispas. Ninguna de ellas prende fuego o estalla en llamas. Chispa tras chispa, cada una fría y débil comparadas con las mías.

Fútiles. Le sigo por una escalera de caracol hasta un balcón. Si tiene una vista agradable, no me doy cuenta. No tengo la capacidad de ver más allá de Cal. Todo dentro de mí tiembla.

La esperanza y el miedo luchan dentro de mí en igualdad. Lo veo en Cal también, parpadeando detrás de sus ojos. Una tormenta arrasa en el bronce, dos tipos de fuego.

—Lo prometiste —susurro, intentando destrozarlo sin mover un músculo.

Cal camina salvajemente antes de poner su espalda contra la barandilla del balcón. Su boca se abre y se cierra, buscando algo que decir. Una explicación. Él no es Maven. No es un mentiroso, tengo que recordarme. No quiere hacerte esto a ti. ¿Pero eso le detendrá?

—No pensé… ¿qué persona lógica querría que yo fuera rey después de lo que he hecho? Dime si realmente pensaste que alguien me permitiría acercarme al trono —dice—. He matado a Plateados, Mare, mi propia gente. —Entierra su rostro en sus abrasadoras manos, frotándolas contra sus rasgos. Como si quisiera sacarse de adentro a afuera.

—Has matado a Rojos también. Pensé que dijiste que no había diferencia.

—Diferencia no división.

Gruño.

—Haces un maravilloso discurso sobre la igualdad, pero dejas que ese cabrón de Samos se siente ahí y reclame un reino igual que el que queremos terminar. No mientas y digas que no conocías sus condiciones, su nueva corona… —Mi voz se va apagando antes que pueda decir el resto en alto. Y que se vuelva real.

—Sabes que no tenía idea.

—¿Ni una? —Levanto una ceja—. Ni un susurro de tu abuela. ¿Ni siquiera un sueño sobre esto?

Traga saliva fuerte, incapaz de negar sus deseos más profundos. Así que ni siquiera lo intenta.

—No hay nada que podamos hacer para detener a Samos. Todavía no…

Le doy una bofetada en el rostro. Su cabeza se mueve por la fuerza del golpe y se queda de esa forma, mirando al horizonte que me niego a ver.

S

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Mi voz se rompe.

—No hablo de Samos.

—No lo sabía —dice, las palabras suaves en el viento ceniciento. Tristemente, le creo. Hace que sea más difícil permanecer enfadada, y sin enfado solo me queda el miedo y la pena—. Realmente no lo sabía.

Las lágrimas dejan rastros salados por mis mejillas, y me odio por llorar. Acabo de ver a quien sabe cuánta gente morir, y he matado a muchos de ellos yo misma. ¿Cómo puedo derramar lágrimas por esto? ¿Por una persona que todavía está respirando ante mis ojos?

Mi voz se queda atrapada.

—¿Es esta la parte donde te pido que me elijas a mí?

Porque es una elección. Solo tiene que decir no. O sí. Una palabra contiene los destinos de ambos.

Elíjeme. Elije el amanecer. No lo hizo antes. Ahora tiene que hacerlo.

Temblando, tomo su rostro en mis manos y le vuelvo para que me mire. Cuando no puede, sus ojos color bronce se centran en mis labios o en mi hombro o en la marca expuesta al aire cálido, algo dentro de mí se rompe.

—No tengo que casarme con ella —murmura—. Eso puede ser negociable.

—No, no puede. Sabes que no puede. —Me río fríamente por su absurda pose.

Sus ojos se oscurecen.

—Y sabes lo que el matrimonio es para nosotros, para los Plateados. No significa nada. No tiene nada que ver con lo que sentimos, y por quién lo sentimos.

—¿Realmente crees que estoy enfadada por el matrimonio? —La rabia hierve dentro de mí, caliente y salvaje e imposible de ignorar—. ¿Realmente crees que tengo alguna ambición de ser tu reina o la de algún otro?

Dedos cálidos tiemblan contra los míos, su agarre apretándose cuando empiezo a alejarme.

—Mare, piensa en lo que puedo hacer. El tipo de rey que puedo ser.

—¿Por qué tiene que ser alguien rey? —pregunto lentamente, afilando cada palabra.

No tiene respuesta.

En el palacio, durante mi encarcelamiento, aprendí que Maven había sido hecho por su madre, formado en el monstruo en el que se convirtió. No hay nada en el mundo que pueda cambiarlo o cambiar lo que ella hizo. Pero Cal fue hecho también. Todos nosotros hemos sido hechos por otra persona, y todos nosotros tenemos algún hilo de acero que nada ni nadie puede cortar.

Pensé que Cal era inmune a la corrupta tentación del poder. Qué equivocada estaba.

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Nació para ser rey. Es para lo que fue hecho. Es lo que le hicieron querer.

—Tiberias. —Nunca antes he dicho su nombre real. No encaja con él. No encaja con nosotros. Pero es quien es—. Elíjeme.

Sus manos se aplanan sobre los míos, sus dedos se estiran para encajar con los míos. Mientras lo hace, cierro los ojos. Me permito un largo segundo para memorizar cómo se siente. Como aquel día en Piedmont, cuando aquella tormenta nos atrapó, quiero arder. Quiero arder.

—Mare —susurra—. Elíjeme.

Elije una corona. Elije la jaula de otro rey. Elije la traición a todo por lo que has sangrado.

Yo también he encontrado mi hilo de acero. Delgado pero irrompible.

—Estoy enamorada de ti, y te quiero más que nada en este mundo. —Sus palabras suenan vacías viniendo de mí—. Nada en este mundo.

Lentamente, mis ojos se abren. Él encuentra el valor para encontrarse con mi mirada.

—Piensa en lo que podríamos hacer juntos —murmura, intentando acercarme. Mis pies me mantienen firme—. Sabes lo que eres para mí. Sin ti, no tengo a nadie. Estoy solo. No me queda nada. No me dejes solo.

Mi respiración se vuelve entrecortada.

Le beso por lo que podría ser, lo que podrá ser, lo que será, por última vez. Sus labios se sienten extrañamente fríos mientras ambos nos volvemos de hielo.

—No estás solo. —La esperanza en sus ojos me corta profundamente—. Tienes tu corona.

Pensé que sabía lo que era un corazón roto. Pensé que eso era lo que me hizo Maven. Cuando se levantó y me dejó de rodillas. Cuando me dijo que todo lo que pensé que era él, era mentira. Pero, al fin y al cabo, creía que le amaba.

Ahora sé que no sabía lo que era el amor. O ni siquiera cómo se sentía el eco de un corazón roto.

Estar delante de la persona que es todo tu mundo y que te digan que no eres suficiente. Que no eres la elección. Eres una sombra para la persona que es tu sol.

—Mare, por favor —suplica como un niño en su desesperación—. ¿Cómo pensabas que iba a terminar esto? ¿Qué pensabas realmente que iba a pasar después? —Siento su calor incluso mientras cada parte de mí se vuelve fría—. No tienes que hacer esto.

Pero lo hago.

Me doy la vuelta, sorda a sus protestas. Pero él no intenta detenerme. Me deja alejarme.

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La sangre lo ahoga todo menos mis pensamientos que están gritando. Ideas terribles, palabras odiosas, rotas y retorcidas como un pájaro sin alas. Cojean, cada uno peor que el anterior. No un dios elegido, sino un dios maldito. Eso es lo que somos todos.

Es un milagro que no me caiga por las escaleras en caracol de la torre, un milagro que consiga llegar fuera sin colapsar. El sol brilla odiosamente, un duro contraste con el abismo dentro de mí. Meto una mano dentro del bolsillo de mi uniforme y apenas registro el duro pinchazo de algo. No me lleva mucho darme cuenta, el pendiente. El que me dio Cal. Casi me río al pensarlo. Otra promesa rota. Otra traición Calore.

Una ardiente necesidad de correr me palpita en el corazón. Quiero a Kilorn, quiero a Gisa. Quiero que aparezca Shade y me diga que esto es otro sueño. Me los imagino junto a mí, sus palabras y brazos abiertos un consuelo.

Otra voz los hace callar. Quema mis entrañas.

Cal sigue órdenes, pero no puede hacer elecciones.

Suspiro ante el pensamiento de las palabras de Maven. Cal sí que ha hecho una elección. Y en las partes más profundas de mí, no estoy sorprendida. El príncipe es como siempre ha sido. Una buena persona en el fondo, pero reticente a actuar. Reticente a realmente cambiar. La corona está en su corazón, y los corazones no cambian.

Farley me encuentra en un callejón, mirando a una pared con los ojos en blanco, mis lágrimas hace mucho que están secas. Duda por una vez, su audacia está ausente desde hace mucho. En su lugar, se acerca con una lentitud casi tierna, con una mano estirada para tocar mi hombro.

—No lo sabía hasta que lo has sabido tú —murmura—. Lo juro.

La persona que amaba está muerta, robada por otra persona. La mía ha decidido alejarse. Ha elegido todo lo que odio por encima de todo lo que soy. Me pregunto qué duele más.

Antes que pueda relajarme con ella, dejando que me consuele, noto a alguien más cerca.

—Yo lo sabía —dice el primer ministro Davidson. Suena como una disculpa. Al principio siento otro arrebato de ira, pero no es culpa suya. Cal no tenía por qué estar de acuerdo. Cal no tenía que dejarme ir.

Cal no tenía que saltar ansiosamente a una trampa bien hecha.

—Divide y vencerás —susurro, recordando sus propias palabras. La niebla del corazón roto se disipa lo suficiente para que lo entienda. Montfort y la Guardia Escarlata nunca apoyarían a un rey Plateado, no verdaderamente. No sin otros motivos en juego.

Davidson asiente.

—Es la única forma de vencerlos.

Samos, Calore, Cygnet. El Rift, Norta, los Lakeland. Todos motivados por la codicia, todos dispuestos a romper unos a otros por una corona ya rota. Todo parte del propio plan de Montfort. Fuerzo otra respiración e intento recuperarme. Intento olvidar a Cal,

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olvidar a Maven, centrarme en el camino que queda por delante. A dónde conduce, no lo sé.

En algún lugar en la distancia, en algún lugar en mis huesos, suena un trueno.

Vamos a dejar que se maten unos a otros.

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Sobre la autora Victoria Aveyard nació y creció en East Longmeadow,

Massachusetts, un pequeño pueblo conocido solo por el peor tráfico rotativo en todo el territorio continental de Estados Unidos. Se mudó a Los Ángeles para conseguir un grado de Artes en escritura de guiones en la Universidad del Sur de California, y se quedó ahí a pesar de la falta de estaciones. Actualmente es autora y guionista, y usa su carrera como excusa para leer demasiados libros y ver demasiadas películas. Puedes visitarla online en www.victoriaaveyard.com.