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El término alteridad , como la condición de ser otro/a impone necesariamente por su carácter subjetivo y contextual su acotación semántica. La posicionalidad del "yo " o el "nosotros" determina la existencia del "otro " y lo define como un sujeto cambiante de acuerdo a épocas, contextos psico-geo-políticos (Achúgar en "Teorías sin Disciplina" versión digital) y marcos teóricos con que se lo aborde. Tratándose de América Latina la bibliografía manejada en este trabajo lejos de hacer afirmaciones categóricas expresa la intención de abrir un camino reflexivo en la búsqueda de una verdadera identidad latinoamericana. Alteridad, colonialismo, postcolonialismo, estudios culturales, subalternidad y ficcionalización de la realidad en América Latina son conceptos que están en la base del debate, enmarcados en contextos históricos e ideológicos diversos, desde octubre de 1492 hasta el presente. La intención de este trabajo es seguir el hilo, sin
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Colón Subalternidad

Dec 25, 2015

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Pedro Palou
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El término alteridad, como la condición de ser otro/a impone necesariamente por su carácter subjetivo y contextual su acotación semántica. La posicionalidad del "yo" o el "nosotros" determina la existencia del "otro" y lo define como un sujeto cambiante de acuerdo a épocas, contextos psico-geo-políticos (Achúgar en "Teorías sin Disciplina" versión digital) y marcos teóricos con que se lo aborde.

Tratándose de América Latina la bibliografía manejada en este trabajo lejos de hacer afirmaciones categóricas expresa la intención de abrir un camino reflexivo en la búsqueda de una verdadera identidad latinoamericana. Alteridad, colonialismo, postcolonialismo, estudios culturales, subalternidad y ficcionalización de la realidad en América Latina son conceptos que están en la base del debate, enmarcados en contextos históricos e ideológicos diversos, desde octubre de 1492 hasta el presente. La intención de este trabajo es seguir el hilo, sin romperlo, de la ficcionalización en la construcción del "otro" en Latinoamérica, desde Colón hasta fines del último milenio. La relación de alteridad se inaugura en los primeros "corpus discursivos" de la conquista en coincidencia con el inicio de un proceso de destrucción y sometimiento sistemático de las "Indias".El "otro" es fácilmente identificable en la construcción eurocéntrica del concepto reduccionista y monolítico de "indio": antes del contacto con Europa en América Latina había hombres y mujeres, civilizaciones y culturas que no estaban marcadas por ese concepto de otredad que implicó la conquista. Esto se refleja en una relación dicotómica de poder que el "yo"

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europeo, y europeizante, legitima luego en sus discursos. Para el análisis de esta primera etapa tomaremos dos corpus discursivos: las cartas y diarios de Cristóbal Colón y las Cartas de relación de Hernán Cortés, basándonos en los exhaustivos estudios de Beatriz Pastor (Pastor.1988), Noé Jitrik (Jitrik, 1983) y Tzvetan Todorov (Todorov, 1983). Las relaciones de dominación precolombina en ese mundo al que llegó Europa, gozó de poco interés, omisión o uso desinteresado al servicio del sometimiento y la destrucción de las civilizaciones. Por esta razón resulta adecuado esbozar el tipo de relaciones que mantenían algunos de los pueblos mesoamericanos en el mundo precolombino.

Cuando el otro no era el otro todavía

La dominación de un pueblo sobre otro existía en América Latina desde los tiempos precoloniales. Es conocido el sometimiento que ejerció por ejemplo el pueblo mexica sobre los pueblos del centro y sur de mesoamérica. Guillermo Bonfil Batalla (Bonfil Batalla, 1990) observa que si bien no hay pruebas suficientes como para generalizar las formas de dominación entre los diferentes pueblos precoloniales, el dominio mexica es el caso mejor documentado que permite explorar las características de la dominación en el mundo precolonial. La obtención del tributo era un objetivo claro. Los pueblos sometidos entregaban un tributo que consistía en parte de su producción a las ciudades hegemónicas (Tenochtitlán, Azcapotzlco y Texcoco). Pero este tributo no afectaba la organización productiva de las ciudades sometidas. Las líneas de producción se empobrecían o aumentaban pero no

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resultaba necesario modificarlas como para satisfacer necesidades de consumo diferentes de una sociedad dominante. Por lo tanto, la dominación entre pueblos que comparten una misma civilización como los mesoamericanos, no conduce a la sustitución o al abandono de los modos de producción inherentes a su cultura (Bonfil Batalla, 1990).En cuanto a la relación política con los pueblos sometidos, existían mecanismos de control indirecto: se mantenían los gobernantes locales y la estructura interna de autoridad. En las implicaciones religiosas de la dominación no había un componente de lucha religiosa en las guerras de conquista, en el sentido de que no se buscaba imponer a los vencidos la religión de los vencedores. Basten estas puntualizaciones para entender que la relación de alteridad entre los pueblos sometidos antes de la conquista no implicaba una destrucción de la civilización ni una imposición civilizadora, ya que no se alteraban ni la organización productiva, la política interna, o la religión, simplemente porque pertenecían a civilizaciones que compartían -matiz más, matiz menos- estos elementos. La conquista española en mesoamérica impone una nueva manera de dominar que implicó la destrucción, el saqueo y la negación de la civilización preexistente.

Colón y Cortés: dos aspectos de ficcionalización en el discurso de la conquista

En Los dos ejes de la cruz, Noé Jitrik (Jitrik, 1983) recurre a una distinción epistemológica entre documento y monumento desarrollada por Michel Foucault en La

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arqueología del saber. Sintéticamente, el documento es todo aquello que permite una "lectura" y el monumento ofrece un testimonio concluido. Sobre esta distinción y a modo introductorio para la definición y tratamiento de su objeto de estudio (el corpus escriturario colombino) nos propone dos preguntas encadenadas a la hora de plantearnos el camino a seguir en este trabajo:

"¿Podríamos desde cierta teoría de la lectura, convertir todo, aún lo que aparentemente tiene el cerrado aspecto del monumento, en un documento legible y a la lectura como el trámite necesario para reconstruir un proceso? ¿O por el contrario, debemos ser obedientes a una exigencia que bloquea y que, consolidando una actitud reverencial frente a los hechos del origen, aparentemente indispensable para afirmar el sentido de una cultura, impide el desarrollo necesario, respiratorio para la cultura, de la crítica?". (Jitrik, 1983)

Las nociones de "reconstrucción" y de "proceso" nos proponen una actividad exploratoria cuyo fin es revelar nuevos aspectos y significados que se vinculan necesariamente con el presente. En cambio la otra actitud, reverencial y bloqueadora, no resulta nada saludable en la medida que paraliza la actitud crítica. En una nota a pie de página, Jitrik no parece conformarse con el término "reconstruir" y realiza una precisión: "No se trata, en última instancia, de reconstruir ni de revivir, actos de representación, sino de animar y vivificar, o lo que es lo mismo de establecer una serie" (Jitrik, 1983). Una serie que resulta de la contextualización del discurso, no sólo en el sentido de "situarse en la época", sino por una posibilidad de percibir desde aquí y ahora una instancia de sentido. Toda recuperación y representación de la memoria implica una evaluación del pasado y su relación con el presente

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devela un hilo conductor desde la manera de ver actual que desempolva la contemplación de estos escritos como monumentos y los echa a andar como una herramienta viva. Desde esta manera de abordar los escritos de Colón, Jitrik inscribe los mismos como una "reflexión fundante" no sólo de la historia escrita, sino también de una historia no concluida, la de la escritura latinoamericana. En esta línea de razonamiento se presentan hasta cierto punto herméticos (dada su antigüedad) y sugerentes porque: "su mundo es todavía el nuestro en busca de la expresión latinoamericana… es lo que está fantasmagóricamente lejos y simultáneamente cerca" (Jitrik, 1983).

Hay dos elementos que dan unidad a los textos de Colón que ameritan considerarlos un corpus: que se manifiestan en un texto único (los cuatro viajes resumidos y comentados por Fray Bartolomé) y que están dirigidos a un mismo fin argumentativo más allá de las diferentes actitudes discursivas (diarios, cartas, testamento). Los trabajos sobre el tema de Pastor, Todorov y Jitrik -amén de diferir en la profundización o inclusión de determinados aspectos- evidencian una conclusión común que en palabras de Beatriz Pastor es: "el proceso de ficcionalización distorsionadora de la realidad americana". Colón siguió fielmente la visión intuitiva que gestó su proyecto y el modelo imaginario de las tierras ignotas alimentado por la profusión de sus lecturas. El inicio de un proceso de destrucción de las "Indias" coincide con la llegada de Colón. Destrucción marcada por el descenso abrumador de la población y la desculturización de zonas anteriormente equilibradas y prósperas. Pastor realiza una caracterización

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de Colón que incluye diversos aspectos y explican el proceso de ficcionalización que resulta como producto. Colón no fue sólo el descubridor, ni América Latina el continente desconocido. Colón era el "gran navegante del mar tenebroso", el "profeta" predicador durante décadas de la ruta occidental a las riquezas de oriente y el "comerciante genovés" deseoso de actualizar sus sueños en un negocio rentable. Pero además, Colón se sentía (por convicción o interés) el elegido de Dios para esta empresa que la Providencia había reservado para él (Pastor, 1988). Estas características, intenciones y motivaciones se entrelazan de una manera compleja que evidencian el reduccionismo del término "descubridor" manejado durante siglos por la historia oficial. América Latina fue mucho más que un continente desconocido. La percepción de Colón acerca de estas tierras fue igual a lo que su mente previamente concebía, fue la sumatoria de los "conocimientos, mitos y leyendas sobre los lugares ignotos que circulaban en la época" (Pastor, 1988). El discurso narrativo colombino demuestra así, un desplazamiento semántico del término "descubrir". "Colón no descubre: verifica e identifica según estos modelos previos" (Pastor, 1988). En sus escritos confluyen la invención, la deformación y el encubrimiento. Fray Bartolomé presenta un panorama de los conocimientos geográficos antiguos sobre los que podía apoyarse el proyecto de Colón, así como las lecturas más influyentes. Influencia demostrada en las innumerables anotaciones que evidencian la lectura pormenorizada de libros como Los viajes de Marco Polo, El Imago Mundi de Pierre D'Ailly y la Historia Natural de Plinio, entre otros. El interés comercial por el "botín" (oro,

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piedras preciosas, especies) aparece justificado y legitimado religiosamente: la obligación de los reyes católicos y sus vasallos de extender el imperio real del cristianismo y la necesidad de redimir a los infieles. Esta justificación religiosa aparece potenciada por la convicción mesiánica de Colón, ampliamente analizada por Pastor y Todorov y basta un ejemplo claro en la carta a Santangel donde el navegante expresa: "…la gran victoria que Nuestro Señor me ha dado en mi viaje".

Esto resulta en una negación del "otro", en una necesaria redención de los infieles que están equivocados y no conocen al verdadero Dios. La actitud mesiánica de Colón es evidente y esto legitima la apropiación del "Nuevo Mundo", negando, omitiendo y ficcionalizando la realidad de los otros, los inferiores.

La ficcionalización en las Cartas de relación de Hernán Cortés

Décadas después de la llegada de Colón, los españoles ya en tierra firme se encuentran con culturas más sofisticadas que las isleñas: la civilización mesoamericana. Ese momento marca el inicio de la conformación de una sociedad dividida, cuya línea divisoria implica la subordinación de las culturas preexistentes bajo el dominio de un grupo invasor que impone una cultura diferente, de raíz occidental. La instauración de un orden colonial a partir del año 1520 marca también el origen de la problemática actual de la cultura mexicana, extensible -salvando las distancias- a toda América Latina.La

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superioridad que asumía el colonizador iba más allá de la convicción en su "fe verdadera". Esto se ampliaba a una afirmación de superioridad en todos los órdenes de la vida: aspiraciones materiales, concepción del progreso, lo bueno y lo malo, aceptado y condenable. Hay dos aspectos que destacan la diferencia entre ambos tipos de dominación (el dominio español sobre los pueblos mesoamericanos por un lado y el dominio mexica sobre los otros pueblos precoloniales por otro). En primer lugar la superioridad en tecnología de guerra del imperio español, que no era un factor determinante en la dominación entre los pueblos mesoamericanos precoloniales; el poderío se manifestaba entre ellos en la cantidad de hombres que componían cada bando y en una ventaja estratégica condicionada por el lugar geográfico que habitaban. En segundo lugar, el sistema colonial de dominio lingüístico y religioso impuesto por los españoles marca una diferencia sustancial con las formas de dominación que se conocían en Mesoamérica: los mexicas no practicaron una política de imposición lingüística ni religiosa sobre los pueblos vencidos.

Resultaría claro, entonces, que el sistema colonial impuesto por los españoles es de naturaleza distinta a las formas de dominación que existían hasta ese momento en mesoamérica. En la ideología occidental dominante, el sometimiento de culturas ajenas a la europea se entendía como un derecho indiscutible derivado de la obligación de expandir la fe cristiana. Esta concepción ideológica sostenía los intereses económicos de la expansión europea. La enorme diferencia entre uno y otro tipo de dominación reside en la base de un proyecto colonial concreto que se

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apoyaba en la percepción de América Latina como botín (Pastor, 1988). El centro del saqueo era el oro: escaso en Europa y necesario para el acopio de monedas. Es así que a la búsqueda y saqueo del oro se dedicaron expediciones posteriores hacia tierra firme.

Si bien la visión de América Latina como botín era común a todos los proyectos de conquista española, quizás la mente de comerciante de Colón pensaba en un mayor aprovechamiento de las riquezas; los colonos, con una larga trayectoria de conquistas guerreras, veían en el saqueo y la rapiña su legítima recompensa. La actitud de los colonos triunfó sobre el proyecto colombino y el resultado fue un agotamiento acelerado de las riquezas materiales y de la población indígena. El oro comenzó a escasear y los indios, sometidos a una brutal esclavización, a las pestes traídas por los españoles frente a las cuales no poseían defensas, y a una paupérrima alimentación, disminuyeron en cantidad -entre 1492 y 1514- de medio millón a 30.000 individuos (Bonfil Batalla, 1990). Es este contexto de búsqueda de recursos materiales y esclavos en el que se suceden las expediciones a tierra firme. Las que precedieron a Cortés (Hernández de Córdoba en 1517, y Juan de Grijalva en 1518, entre otros) dan cuenta de recursos más alentadores para la codicia española que el simple abastecimiento de las islas. Cortés, mandatario de la expedición desde Cuba a Yucatàn en 1519, percibía evidencias de riquezas culturales y materiales tras los primeros contactos con los mayas y los aztecas de las expediciones previas, lo que marcaría en Cortés un modelo de conquista diferente del precedente.

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Bernal Díaz del Castillo anota en sus crónicas que las instrucciones que recibió Cortés de su superior Diego Velázquez fueron bien distintas de las que llevó a cabo. La orden era rescatar y no poblar. Además, tenía límites precisos para su exploración que incluían permanecer cerca de las naves. Entre otras órdenes se destacaban inventariar riquezas, iniciar el proceso de apropiación mediante un sistema de tributos y socorrer a los miembros de las expediciones anteriores. Cortés, sin embargo, comenzaría un proceso de eliminación de la autoridad de Velázquez: se adelanta a su destitución y embarca antes de lo previsto.

La contradicción entre las "amorosas cartas" que enviaba a Velázquez reforzando su lealtad, y las acciones de Cortés inauguran en América Latina otra etapa del proceso de ficcionalización de la realidad americana: el de las "cartas de relación". Pastor (Pastor, 1988) reconoce dos ejes fundamentales en la construcción ficcional de las cartas: la transformación de la rebelión en servicio y la transformación del rebelde en modelo. Estos ejes se ven apoyados por las características de la carta de relación como género.

Las cartas de relación informan y narran sucesos y aspectos de la realidad pero también eran consideradas un documento legal (de los datos incluidos) pues implicaban una garantía de verdad: el texto de cada una de las cartas incluye expresiones que insisten en la veracidad de lo narrado. En síntesis, Cortés traiciona a Velásquez al no cumplir sus órdenes, y consigue que el rey apruebe su proyecto de conquista. Crea una "retórica de seducción"

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(Pastor, 1988) que termina en la inversión de lo sucedido. En la ficción de Cortés, el traidor es Velásquez y convence de esto al rey. Probablemente el interés de Cortés era escribir unos documentos que, bajo el manto de la razón, lo favorecieran personalmente.Resulta interesante que esta ficcionalización, que surge de sus cartas, implicara nuevamente la justificación del genocidio indígena. No vamos a profundizar en las fuentes que desmienten la versión de Cortés, pero de todas las que Pastor recupera (Pastor, 1988), sólo citaremos el episodio del engaño y la masacre en Tenochtitlán, recogido en La visión de los vencidos (León Portilla, 1992): Pues así las cosas, mientras se está gozando de la fiesta, ya es el baile, ya es el canto, ya se enlaza un canto con otro, y los cantos son como un estruendo de olas, en ese preciso momento, los españoles toman la determinación de matar a esas personas.

Cercan inmediatamente a los que bailan, se lanzan al lugar de los atabales*; dieron un tajo al que estaba tañendo: le cortaron ambos brazos, luego, lo decapitaron, lejos fue a caer su cabeza cercenada.

La caída de Tenochtitlán no significó el sometimiento rápido y generalizado de los pueblos indígenas. Los Yopes (estado de Guerrero, México), que habían resistido a la dominación mexica precolombina, reciben en 1531 un mensaje de los conquistadores pidiendo su sometimiento pacífico. Responden: "Que ellos nunca habían querido someter sus tierras a Moctezuma… y que en ellas quieren morir y probar quienes son" (citado por Bonfil Batalla, 1990). Los Chiapas resisten hasta la extinción colectiva antes de

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aceptar el sometimiento. En 1528 acorralados en las barrancas del Cañón del Sumidero optan por el suicidio colectivo (Bonfil Batalla, 1990).

A propósito de la relación de alteridad frente al eurocentrismo salvaje éstos son unos pocos ejemplos de brutalidad y horror, pero también de resistencia. La ocupación total de territorios y el proceso de sometimiento de los pueblos indios al poder colonial no se concluyó durante el período colonial, ni a lo largo del siglo XIX. Muchos de los pueblos dominados se rebelaron intermitentemente. "Se cuentan por docenas las sublevaciones indias de gran magnitud durante el período colonial" (Bonfil Batalla, 1990).América imaginaria y América profunda

En 1990 Guillermo Bonfil Batalla publica México profundo. Una civilización negada (Grijalbo, Mexico DF, Conaculta, 1990), obra citada en reiteradas ocasiones en este trabajo. Si bien su objeto de estudio remite a la compleja identidad mexicana y al proceso de su construcción permanente, la mirada de esta obra nos resulta, en tanto reflexión global (además de la utilidad de los datos), aplicable -salvando las diferencias regionales- a toda América Latina.

La destrucción, sometimiento y genocidio de las civilizaciones, culturas, o pueblos precolombinos es un factor común en todas las naciones del continente. Vamos a centrarnos en la continuidad de la ficcionalización en tiempos posteriores a la conquista. Resulta pertinente utilizar en esta instancia la dicotomía terminológica de

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Bonfil Batalla (México profundo - México imaginario) y hacerla extensiva a toda América. El proceso mexicano está profusamente documentado en esta obra y por lo tanto resulta un buen ejemplo para analizar la dominación ideológica desde la época de las "independencias" en adelante. El proceso de ficcionalización continúa hasta el presente mutando estrategias y mecanismos de control en virtud de la complejización de las sociedades latinoamericanas. En esta etapa ya no es la corona española el poder hegemónico que ejerce el control ideológico; son los criollos en el acto fundacional de una nación imaginaria de pretendida relación igualitaria entre sus ciudadanos -que niegan u omiten las diferencias culturales internas- creando un sistema institucional que es la continuación de los mecanismos de control coloniales. Las pequeñas elites criollas generan países imaginarios imponiendo una organización política, social y económica que deriva en la continuidad del eurocentrismo. No obstante, subyace en la profundidad de América Latina la "otra realidad" de los pueblos indígenas y otros grupos subalternos que han sido y siguen siendo negados en la representación imaginaria de la misma. México imaginario - México profundo, América imaginaria - América profunda - es la presencia de una dicotomía nacional y continental que Bonfil Batalla (B. Batalla, 1990) define como una esquizofrenia nacional que bien puede extenderse a una esquizofrenia continental. La América imaginaria a que hacemos referencia es la continuación, en los siglos XIX y XX, del proceso de ficcionalización de la realidad latinoamericana en tanto negación persistente de los grupos subalternos. Damos un último ejemplo, tomado de la historia de la literatura

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uruguaya en el sentido "oficial" de esta expresión, se trata del Tabaré de Juan Zorrilla de San Martín, erigido en "poeta de la patria" desde su Leyenda Patria. La influencia de la caracterización de sus personajes en el imaginario uruguayo y la necesidad de una literatura que cumpliera con la necesidad "fundacional" del estado, en el contexto del siglo XIX, es analizada por María Inés de Torres en su libro ¿La nación tiene cara de mujer? Mujeres y nación en el imaginario letrado del siglo XIX (De Torres, 1995).Estamos en la segunda mitad del siglo XIX y el poeta expresa:"…ya que el indio charrúaNuestra amistad rechazaVuelva a sus bosques, a enconar sus flechasVuelva a buscar las fieras, sus hermanas…"O la interrogación reiterada acerca de la condición del indio:"¿es hombre o bestia?"

Toda la caracterización del indio y la creación del mundo indígena se nos muestra brutal y bestializada. Pero lo más terrible de estas imágenes -en este caso ficción deliberada- es la proyección de esta ficción en la otra más amplia de la ficcionalización de un Uruguay imaginario. No vamos a extendernos en este tema pero nos pareció pertinente recordarlo como ejemplo uruguayo de la justificación del exterminio indígena.

Los estudios poscoloniales y el Grupo Latinoamericano de Estudios Subalternos

A fines de la década de los setentas comienza a formarse en algunas universidades occidentales un nuevo campo de investigación denominado "estudios poscoloniales".

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Descendientes de refugiados e hijos de inmigrantes provenientes de las antiguas colonias del imperio británico que trabajan como académicos e intelectuales en Estados Unidos e Inglaterra impulsan este grupo concientes de ser "intelectuales tercermundistas del Primer Mundo" (Sgo. Castro Gómez, "Teorías sin disciplina", versión digital).

Partiendo de la interdisciplinariedad entre la antropología, etnología, crítica literaria e historiografía, proponen una crítica al colonialismo distinta a la de los años sesentas y setentas. Por ese entonces, los círculos académicos desarrollaban un tipo de discurso que destacaba la "ruptura revolucionaria" con el sistema capitalista de dominación cultural, estimulando la identidad de los pueblos colonizados y la construcción de una sociedad más justa, sin antagonismos de clase. Esto, en el contexto de la guerra fría y de los procesos independentistas de Asia y África. A este respecto Castro Gómez expresa:La crítica al colonialismo se entendía como una ruptura con las estructuras de opresión que habían impedido al "tercer mundo" la realización del proyecto europeo de la modernidad. No obstante, las narrativas anticolonialistas jamás se interrogaron por el status epistemológico de su propio discurso.

Epistemológicamente la crítica colonial se basó metodológicamente en disciplinas del área de las ciencias sociales que habían sido desarrolladas por la "modernidad europea" del siglo XIX. Las figuras predominantes de este grupo emergente son: Edward Said, Hommi Bhabha, Gayatri Spivak y Ranajit Guha. Said publica Orientalism (1978) donde toma como objeto de estudio las diversas formas textuales mediante las cuales Europa produce y codifica un saber sobre "oriente" y devela los vínculos

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entre el imperialismo y las ciencias humanas. Trabaja sobre el modo en que las sociedades colonialistas europeas construyen una imagen discursiva de las culturas "no metropolitanas". Este proyecto de Said inspira en los ochentas a un grupo de intelectuales indios cuyos trabajos fueron agrupados bajo el nombre de Subalternal Studies (Guha, Bhabha). Este grupo toma una posición crítica frente al discurso nacionalista y anticolonialista de la clase política india y a la historiografía oficial de la independencia. Ven estos discursos como un imaginario colonialista proyectado sobre el pueblo indio por las elites políticas e intelectuales.Según los subalternistas la independencia india es mostrada en estas narrativas como un proceso anclado en una "ética universal" traicionada por el dominio británico pero recuperada por Ghandi, Nerhu y los demás líderes nacionalistas. Esto implicaba una "retórica cristiana de la victimización" en la que el pueblo por ser oprimido aparece dotado de superioridad moral frente al colonizador. De esta manera el proceso independentista indio aparece narrado como la "realización del proyecto cristiano-humanista de redención universal" (Sgo. Castro Gómez. "Teorías sin disciplina") utilizando el mismo método discursivo que legitimó el colonialismo europeo.Esta crítica es extensible a la "retórica imperial del marxismo inglés" que utilizó los ejemplos lejanos de las luchas antiimperialistas del Tercer Mundo. Ghua opina que la historiografía marxista continuó utilizando los modelos humanistas europeos que privilegian la escritura alfabética (Ghua citado por Castro Gómez). Las prácticas "no letradas" del pueblo indio fueron desplazadas como centro de interés. Según Ghua, las disciplinas humanísticas funcionaron

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como estrategias de subalternización en manos de las elites intelectuales de la India sujetas aún a epistemologías coloniales que "ocultan las hibridaciones culturales, los espacios mixtos y las identidades transversas". La crítica postcolonial de este grupo evidencia así la persistencia de "sistemas expertos desplegados por la modernidad" heredados de la colonia, y el modo en que las ciencias sociales construyen representaciones sobre el "otro" que son administradas políticamente desde la burocracia. (Castro Gómez, "Teorías sin disciplina"). Esta crítica fue aprovechada en Estados Unidos para una renovación poscolonial de los Estudios Subalternos por el llamado Grupo Latinoamericano de Estudios Subalternos (GLES).

Vamos a centrarnos en el "Manifiesto Inaugural" del GLES ("Teorías sin disciplina", Versión digital: <www.ensayistas.org/critica/teoria/castro/manifiesto.htm>) por dos motivos: el primero es obvio, nadie mejor que ellos definiría su propósito; el segundo es que en su manifiesto se incluye una síntesis del proceso de los estudios sociales y culturales en América Latina vinculados a distintos acontecimientos que condicionaron la reflexión sobre el tema. En su manifiesto inaugural el GLES sintetiza la relación entre el surgimiento de los estudios latinoamericanos y el problema de la conceptualización de la subalternidad en tres etapas.Al tratar la primera etapa (1960-1968) el GLES considera que la revolución mexicana de 1917 marcó una desviación con respecto al modelo blanco, patriarcal, oligárquico y eurocéntrico de desarrollo porque los indios y mestizos constituían su base como soldados, líderes y estrategas del movimiento

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revolucionario. Observa, sin embargo, que en el México posrevolucionario, coincidiendo en esto con Bonfil Batalla (Bonfil Batalla, 1990), este protagonismo de los subalternos fue bloqueado política, económica y culturalmente. La emergente clase mestiza, alta o media, suprimiendo comunidades y líderes indios proyectaron una resubalternización del indio que lo convirtió en "artefacto cultural" vinculado al nuevo aparato estatal. Por el carácter escueto del manifiesto esta noción del indio convertido en "artefacto cultural" no se profundiza.(Sin embargo, Bonfil Batalla (Bonfil Batalla, 1990) explica este fenómeno observando la presencia ostentosa del indio en la cultura oficial mexicana que realiza su exaltación ideológica con una presencia visible en los ámbitos de control estatal.)El arte que auspició los gobiernos de la revolución tuvo un acento nacionalista. Tenían que volver a las raíces y legitimar la cultura del pueblo: la vida bucólica del campesino, las artesanías populares, el folclor, la danza, la literatura y las artes plásticas (por ejemplo, el muralismo). El tema indígena fue manipulado para reforzar la corriente nacionalista que necesitaba el gobierno elitista criollo. La revolución cubana se considera como "una recuperación parcial del impulso hacia la emergencia del subalterno debido a la priorización del carácter no europeo al oponerse a la historiografía eurocéntrica" (cita textual del Manifiesto del GLES). Esto es notorio en escritores del llamado Boom de la novela latinoamericana (García Márquez, Vargas Llosa, Carlos Fuentes, entre otros) y en teóricos sociales que consideraban posible establecer en América Latina una estructura socio-económica que quebrara las estructuras dominantes. Esta ruptura, teóricamente dejaría

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el paso libre al protagonismo de los sujetos subalternos. La revolución y el marxismo gozaron de un gran prestigio y generaron optimismo en los intelectuales latinoamericanos. El pueblo como masa trabajadora fue el nuevo centro de representación. En el ámbito cultural los cambios se manifestaron en el "cine popular" (el cineasta boliviano Jorge Sanjinés), y en el "Cinema nuovo brasileño", entre otros citados en el manifiesto.

Si bien estos trabajos profundizaban en cuestiones de género, raza, lenguaje, etc., destacaban la existencia de un sujeto unitario clasista y la asimilación de textos teóricos y literarios producidos por una elite intelectual que se identificaba con él. Esto ocultaba la diversidad de negros, chicanos, mujeres, la diversidad sexual y la existencia del "lumpen": en síntesis de todos aquellos que no habían pactado con el estado revolucionario. Por lo tanto, el manifiesto expresa que el sujeto (sujeto unitario clasista conformado por la masa trabajadora) de la historia no fue cuestionado así como tampoco la idoneidad de su representación por parte de las "sectas revolucionarias" ni por las nuevas formas del arte y la cultura.El GLES ubica la segunda etapa (1968-1979) en el inicio de la crisis de este modelo protagónico a partir del colapso de la guerrilla del Che Guevara en Bolivia, basado en la separación entre el objetivo guerrillero y las masas que se pretendía impulsar. El manifiesto se remite al diario del Che en el que el guerrillero reconoce el escaso apoyo de los Aymará a quienes intentaba organizar. La nueva izquierda en EE.UU., los movimientos antibélicos, el Mayo francés y las manifestaciones de los estudiantes mexicanos impulsados

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por la matanza de Tlatelolco en 1968, señalan la aparición del estudiantado como actor político organizado, desplazando a los partidos tradicionales social-demócrata y comunista.

Las representaciones culturales que acompañaron estas insurrecciones se hallan ejemplificadas en América Latina por, entre otros, la figura de Violeta Parra, el movimiento musical de la nueva trova cubana y la difusión de formas musicales contraculturales como el reggae y el rock. El manifiesto inaugural del GLES expresa que desde el punto de vista político, el movimiento estudiantil se caracterizó como un conflicto generacional con las elites o los sectores medios sociales pero además como una alianza política muy amplia entre los movimientos populares (por ejemplo, la Unidad Popular en Chile durante el gobierno de Allende). En el ámbito cultural, el surgimiento de formas documentales o testimoniales relegó la representación basada en la ambición de los novelistas del Boom de hablar "por" América Latina. Comienza una nueva etapa caracterizada por el énfasis en lo concreto, en "pequeñas historias", en textos o películas producidas por mujeres, homosexuales, lumpenes y presos políticos. Siguiendo el razonamiento del manifiesto surge la pregunta ¿quién representa a quién? La tercera etapa (los ochentas) está marcada en el manifiesto por la revolución nicaragüense y la teología de la liberación.

En lo que concierne a la literatura se desarrolló una crítica cuestionadora, como una forma de la cultura alta, proponiéndose una visión antropológica de la cultura como la experiencia vivida. Surge el Centro de Birmingham de

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Estudios Culturales dirigido por Stuart Hall (de origen jamaiquino) y el Grupo Latinoamericano de Estudios Subalternos que critican la "persistencia de sistemas coloniales o neocoloniales de representación en América Latina" (GLES). La globalización y los denominados "post" (post-modernidad, post-estructuralismo) marcan esta etapa. El desarrollo y expansión acelerada de los medios de comunicación permitió el ingreso y la difusión -en los circuitos globales- de textos y manifestaciones culturales que antes se limitaban al mundo colonial. El ejemplo dado en el manifiesto habla sobre la importancia que obtuvo el libro de Rigoberta Menchú sobre multiculturalismo. Es en esta etapa que emergen los estudios culturales en la universidad angloamericana estimulados por la conjunción entre el feminismo, la crítica del discurso colonial, los estudios chicanos, el nuevo interés por los mass media y la cultura popular, así como por las nuevas formas de marxismo y la teoría de la sociedad (por ejemplo, el postmarxismo de Mouffe y Laclau y la condición postmoderna de Lyotard).Algunos años después este mismo fenómeno se manifiesta en Latinoamérica y en los estudios latinoamericanos. Existen dos observaciones con las que el manifiesto concluye este análisis sobre la discusión cultural en América Latina que se refieren a la relación entre los estudios culturales y la subalternidad:1) el proyecto de crear un Grupo Latinoamericano de Estudios Subalternos -tal como el que estamos proponiendo- representa tan sólo un elemento, crucial sin embargo, al interior del campo emergente y mucho más amplio de los estudios culturales 2) en la nueva situación de globalización el significante Latinoamérica hace referencia también a un conjunto de

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fuerzas sociales del interior de Estados Unidos, que se han convertido en la cuarta o quinta (entre veinte) nación de habla hispana más grande del mundo. (Grupo Latinoamericano de Estudios Subalternos, GLES. "Teorías sin disciplina" "Manifiesto Inaugural")La desnacionalización es un concepto clave del proyecto del GLES, porque el concepto nación está amarrado al protagonismo de las elites criollas. Definen su propósito como la posibilidad de acceder "al mutante espectro de las masas campesinas, proletarios, subempleados, vendedores ambulantes, gentes al margen de la economía del dinero, lúmpenes, niños desamparados, homosexuales". No obstante, en el último párrafo del manifiesto reconocen los límites de "estudiar al subalterno", identificándose como un grupo de investigadores pertenecientes a universidades norteamericanas de elite. Su propósito, puntualizan, no es desarrollar nuevos métodos para estudiar al subalterno, sino construir nuevas relaciones con aquellos seres humanos que toman como objeto de estudio.

Algunas consideraciones críticas al Grupo Latinoamericano de Estudios Subalternos

Gustavo Verdesio en su trabajo presentado para el Proyecto Diáspora de Investigación y Edición, (15, 16, y 17 de agosto de 1997), llamaba la atención sobre dos aspectos puntuales. En primer lugar, las dificultades de la aplicación de marcos teóricos pensados para realidades históricas y sociales muy distintas. La aplicación apresurada de estos marcos teóricos en América Latina daría como resultado "casi con seguridad, un error de paralaje" (Verdesio, versión en línea).

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La emergencia a la vida independiente de las colonias británicas es mucho más reciente que la de los estados latinoamericanos. Para empezar, el Subaltern Studies Group intenta explicar una cultura surgida del imperialismo británico o francés; modelos de dominación que poco o nada tienen que ver con la dinastía de los Habsburgo o los Borbón. Queremos indicar en este punto del trabajo que las instituciones, el sistema económico y un largo etcétera, son bien diferentes en el período imperial español (entre los siglos XV a XVIII) a los modelos de dominación desarrollados por los imperios británico y francés en los siglos XIX y XX.

Verdesio también hace hincapié en el lugar de producción de la teoría poscolonial: la academia estadounidense y la inglesa. Cabría destacar que sus practicantes y creadores estarían condicionados por algunos datos de la realidad que irían desde la filiación institucional (con los consiguientes condicionamientos que cada institución impone a sus miembros), hasta las realidades cotidianas que deben enfrentar, pasando por formaciones académicas previas. Hugo Achúgar ("Teorías sin disciplina". "Leones, cazadores e historiadores", Versión digital: <www.ensayistas.org/critica/teoria/castro/achugar.htm>) argumenta que el intento de liberar la historiografía de la dominación de categorías e ideas producidas por el colonialismo no es una novedad para Latinoamérica y en realidad ha precedido la actual discusión desde hace más de un siglo. Citando a Gyan Parkash "aunque existen muchos ejemplos de crítica a la historiografía liberal y su complicidad con el imperialismo, la revisión de esta

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disciplina está por realizarse" (Parkash, 1995), Achugar se pregunta: "¿dónde está por realizarse, si es cierto que todavía está por realizarse?"; reivindica además el revisionismo histórico latinoamericano del Siglo XX y la obra de José Martí como una revisión cultural desde la perspectiva del "otro" que es latinoamericano. Coincide con Verdesio al alertarnos acerca de que en el marco teórico poscolonialista de la Commonwealth se analiza América Latina como un conjunto homogéneo derivado de un pasado histórico supuestamente común en lo esencial con India (Achúgar, ibidem). Insiste en lo que cree uno de los mayores equívocos en el tratamiento de América Latina: "el de su homogeneización o el de su reducción como epítome de lo poscolonial o de lo subalterno" (Achúgar, ibidem). No obstante, Verdesio, alerta además sobre las precauciones a tomar: ve como un "viraje saludable" enfocar las fuerzas de la disciplina hacia "el sujeto subalterno y sus producciones, a su forma de ver el mundo, a su perspectiva" (Verdesio, ibidem).

El debate continúa y la realidad política de los países latinoamericanos cambia -inclinándose en esta primera década del milenio por un mayor ascenso de gobiernos de izquierda en la región.

Una posible reflexión sería ¿qué desvíos o consideraciones para los grupos subalternos, están surgiendo -en los hechos- de estos cambios del poder político en América Latina?

(* Timbales de forma semiesférica con un sólo parche.)

Bibliografía

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