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Camus Judt

Apr 14, 2018

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    El moralista

    reticenteAlbert Camus se enfrent a los grandes traumas his-tricos de su tiempo -la Liberacin francesa, la GuerraFra, el conflicto de Argelia- de acuerdo con lo que le

    dictaba su conciencia, huyendo del partidismo. En

    este ensayo, Judt rastrea sus opiniones y sus acciones y

    reconstruye su fiera y angustiada independencia.

    Ilustraciones:LETRAS LIBRES / Ulises Culebro

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    amus era un hombre apoltico.Eso no signica que no le preo-cuparan los asuntos pblicos, oque fuese indiferente a las deci-siones polticas. Pero por ins-tinto y temperamento era unapersona no aliada (no menosen su vida sentimental que enla pblica), y los encantos del

    compromiso, que ejercieron una fascinacin enorme entresus contemporneos franceses, tenan poco atractivo paral. Si es cierto que, como dijo Hannah Arendt, Camus y sugeneracin se vieron tragados por la poltica como si losabsorbiera la fuerza del vaco, Camus, al menos, siempreintentaba resistir ese impulso. Eso era algo que muchos lerecriminaban; no solo por su rechazo a posicionarse en lacuestin de Argelia sino tambin, y quiz especialmente,porque sus textos en conjunto parecan ir contra la corrientede las pasiones pblicas. Pese a ser un hombre que ejerciuna inuencia intelectual enorme, Camus les pareca a suscontemporneos casi irresponsable, por su rechazo a inves-

    tir su obra de una leccin o un mensaje: de la lectura deCamus no se poda extraer ningn mensaje poltico claro,y mucho menos una directiva con respecto al uso adecuadode las energas polticas personales. En palabras de AlainPeyrette, si eres polticamente el a Camus, es difcil ima-ginar que puedas comprometerte con ningn partido.1

    La respuesta aLa peste es caracterstica. Simone deBeauvoir reproch a Camus que presentara la peste comouna especie de virus natural, que no la situara histricay polticamente; es decir, que no asignara responsabilidada un grupo o grupos dentro del relato. Sartre hizo la mismacrtica. Incluso Roland Barthes, a quien podramos haberimaginado como un lector literario ms sutil, encontr en la

    parbola de Camus sobre los aos de Vichy un fracaso insa-tisfactorio a la hora de identicar la culpa. Esa crtica todavaaparece de vez en cuando entre estudiosos estadounidenses,que carecen incluso de la excusa de la pasin polmica de lapoca.2 Y, sin embargo, aunque quiz no sea la mejor obrade Camus,La peste no es tan difcil de entender.

    El problema tal vez se debiera a que Camus presentabalas elecciones y consecuencias polticas en una clave deci-didamente moral e individual: algo que era exactamente locontrario a la prctica de la poca, donde todos los dilemaspersonales y ticos se reducan tpicamente a opciones pol-ticas o ideolgicas. No es que Camus no fuera conscientede las implicaciones polticas de las decisiones que hom-

    bres y mujeres haban afrontado bajo la ocupacin alema-na: como algunos de sus crticos saban, su propio historialal respecto era bastante mejor que el que ellos tenan, loque ayuda a explicar la dureza de sus ataques. Pero Camusreconoci algo que mucha gente de su tiempo no entenda:lo que resultaba ms interesante y ms representativo de la

    1 Arendt es citada por Isaac,Arendt, Camus, and Modern Rebellion (New Haven, YaleUniversity Press, 1992), p. 34. Para Peyrette, vase Camus et la politique, edicin de JeanYves Gurin (Pars, Harmattan, 1986), donde lo cita Gurin (p. 22).2 Vase, por ejemplo, Susan Dunn, The Deaths of Louis XIV: Regicide and the French Political

    Imagination (Princeton, Nueva Jersey, Princeton University Press), especialmente cap. 6,Camus and Louis XVI: A Modern Elegy for the Martyred King, donde reprocha aCamus que retrate el fascismo como una plaga que no es humana y tampoco ideolgica.

    experiencia de la poblacin durante la guerra (en Franciay en otros lugares) no eran las sencillas divisiones binariasdel comportamiento humano entre colaboracin y resis-tencia, sino la innita variedad de concesiones y negacio-nes que conformaban el asunto de la supervivencia: la zonagris en la que los dilemas y responsabilidades morales eransustituidos por el inters propio y la capacidad cuidadosa-mente calculada de no ver lo que resultaba demasiado dolo-roso contemplar.

    En efecto, la obra de Camus anticip las reflexionesahora clebres de Arendt sobre la banalidad del mal(aunque Camus era un moralista demasiado hbil comopara usar esa expresin). En condiciones extremas es raroencontrar las categoras cmodas y sencillas del bien y elmal, del culpable y el inocente. Los hombres pueden hacerel bien por una mezcla de motivos y con la misma facilidadpueden cometer errores y crmenes terribles con la mejorde las intenciones, o sin la menor intencin. De ah no sederiva que las plagas que la humanidad atrae sobre s seannaturales o inevitables. Pero asignar una responsabilidad

    y as evitarlas en el futuro no siempre es una tarea fcil.En el mejor de los casos, las etiquetas y las pasiones pol-ticas simplican y hacen tosca y parcial nuestra compren-sin del comportamiento humano y sus motivos. En el peor,contribuyen obstinadamente a los males que con tanta con-

    anza pretenden reparar.Ese no era un punto de vista calculado para que AlbertCamus se sintiera cmodo en la cultura hiperpolitizadadel Pars de posguerra, ni para granjearle las simpatas deaquellos la abrumadora mayora para quienes las eti-quetas y pasiones polticas eran la materia misma del inter-cambio intelectual. Tres ejemplos, extrados de los debatesy divisiones en los que Camus se vio profundamente invo-lucrado, pueden ayudar a ilustrar esta posicin singular ysu movimiento caracterstico del compromiso a la distan-cia, desde una fcil (y normalmente popular) conviccin auna sensacin de incomodidad y ambivalencia, con toda la

    En el mejor delos casos, lasetiquetas y laspasines plticassimplifcan yhacen tosca y parcial

    nuestra comprensindel comportamientohumano y sus motivos.

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    prdida consiguiente de favor pblico que esos movimien-

    tos entraaban.Camus surgi de la Resistencia francesa, en agosto de1944, como el portavoz conado de la nueva generacin,con una fe inquebrantable en los grandes cambios quela liberacin llevara al pas: Este terrible alumbramien-to es el de una Revolucin. Francia no haba sufrido, y laResistencia no haba hecho tantos sacricios, para que elpas volviera a las malas costumbres del pasado. Se necesi-taba algo radical y radicalmente nuevo. Tres das despusde la liberacin de Pars record a los lectores de Combatque un levantamiento es la nacin en armas y que el pue-blo es la parte de la nacin que se niega a doblar la rodilla.3

    El tono lrico que haba alcanzado un punto lgido en

    sus Cartas a un amigo alemn, publicadas clandestinamenteen 1943 y 1944 ayuda a explicar la inuencia de Camus enla poca. Combinaba una visin tradicional y romntica deFrancia y sus posibilidades con la reputacin de Camus deintegridad personal, llamativa en un hombre que solo tenatreinta y un aos cuando se liber Pars. Lo que Camus que-ra decir con Revolucin resulta todava menos claro delo que suele resultar ese trmino. En un artculo de sep-tiembre de 1944 la deni como la conversin del mpe-tu espontneo en accin organizada y parece que pensaba

    3 Vase Combat, 23 y 24 de agosto, 1944. En espaol: Obras (Madrid, Alianza, 1996, edi-cin de Jos Mara Guelbenzu, varios traductores), vol. 2, p. 624.

    en una combinacin de un elevado objetivo moral con un

    nuevo contrato social entre los franceses. En todo caso, erala autoridad moral de Camus, y no su programa poltico, loque le daba un pblico.4

    En la atmsfera vengativa de aquellos meses, cuando elpas estaba inmerso en debates sobre a quin se deba cas-tigar, y con cunta severidad, por colaboracin y crme-nes durante la guerra, Camus ejerci en un principio suinuencia a favor de un castigo spero y severo a los hom-bres de Vichy y sus sirvientes. En octubre de 1944 escribiun editorial inuyente e inexible cuyas analogas patol-gicas son instructivas. Francia armaba lleva dentro uncuerpo extrao, una minora de hombres que le hicierondao en el pasado y que le siguen haciendo dao hoy. Son

    hombres de traicin e injusticia. Su mera existencia plan-tea un problema de justicia, porque forman parte del cuer-po vivo de la nacin y la cuestin es cmo destruirlos. NiSimone de Beauvoir ni los entusiastas cazadores de cabezasde la prensa comunista lo podran haber expresado mejor.

    Y, sin embargo, en unas semanas, Camus empezaba aexpresar dudas acerca de la prudencia, e incluso la justicia,de los juicios y ejecuciones sumarios recomendados por elConsejo Nacional de Escritores y otros grupos progresistas:

    4 Vase Combat, 19 de septiembre, 1944. Sobre la reputacin de Camus en tiempos deguerra, vase por ejemplo Jean Paulhan a Franois Mauriac el 12 de abril de 1943: Es unhombre valiente y able (Paulhan, Choix de lettres, 1937-1945, Pars, Gallimard, 1992), p. 304.

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    una seal inequvoca de su apostasa en este asunto era quelo atacara Pierre Herv, el periodista comunista, por mani-festar cierto grado de compasin hacia un resistente quehaba hablado bajo tortura. Al escritor Camus lo perturba-ba especialmente la facilidad con la que los intelectuales delbando vencedor seleccionaban a los colaboradores intelectua-les para que sufrieran un castigo especial. Y as, tres mesesdespus de su conada recomendacin de que los culpa-bles fueran expulsados del cuerpo poltico y destruidos,encontramos a Camus rmando la peticin fracasada quereclamaba a De Gaulle clemencia para Robert Brasillach.

    Como smbolo, como representante de la colaboracinintelectual, Brasillach era casi demasiado perfecto. Nacidoen 1909, perteneca a la misma generacin que Camus, perosus orgenes eran muy diferentes. Tras una juventud dora-da que lo llev de la cole Normale Suprieure a las pgi-nas editoriales deJe Suis Partout, se movi cmodamente enlos crculos literarios y periodsticos de la Francia ocupada,escribiendo, hablando y visitando Alemania en compaade otros colaboracionistas. Nunca se esforz en ocultar susopiniones, que incluan un antisemitismo virulento y fre-

    cuentemente expresado. Aunque despus de su muerte sepuso de moda difamar su calidad como escritor, contem-porneos de todas las ideologas le acreditaban un talentoimportante. Brasillach no era solo un polemista dotado ybrillante, sino tambin un hombre de renada sensibilidadesttica y de una verdadera destreza literaria.

    Brasillach fue juzgado en 1945. Era el cuarto juiciode esas caractersticas de un periodista colaboracionistaimportante: en diciembre de 1944 se haban producido loscasos de Paul Chack (un periodista deAujourdhui), LucienCombelle (director deRvolution Nationale) y Henri Braud(colaborador de Gringoire). Pero el talento de Brasillach exce-da de lejos el de los otros tres, y su caso resultaba mucho

    ms interesante para sus pares. En el juicio, se establecidesde el principio (con el acuerdo de Brasillach) que habasido partidario de Vichy y era anticomunista, antijudo yadmirador de Charles Maurras. El asunto, sin embargo, eraeste: era un traidor? Haba buscado una victoria alema-na y haba ayudado a los alemanes? Sin pruebas materialesde esa acusacin, el scal subray en cambio la responsa-bilidad de Brasillach como escritor inuyente: A cun-tos jvenes incitaron sus artculos a luchar contra el maquis?De cuntos crmenes es usted responsable intelectual?En un lenguaje que todos comprenderan, Brasillach era leclerc qui avait trahi.5

    Brasillach fue declarado culpable de traicin, de inteli-

    gencia con el enemigo, y sentenciado a muerte. Por tantono lo castigaron por sus opiniones como tales, aunque estasfueron muy citadas en el juicio, especialmente su editorialdel 25 de septiembre enJe Suis Partout, donde declaraba:Debemos echar a todos los judos y no quedarnos con lospequeos. Y sin embargo iba a morir por sus opiniones,porque toda su vida pblica consista en la palabra escri-ta. Con Brasillach, el tribunal propona que el hecho deque un escritor tuviera puntos de vista escandalosos y los

    5 Matre Reboul, commissaire du gouvernement, citado por Jacques Isorni enLe Procs RobertBrasillach (Pars, Flammarion, 1946), pp. 137, 159. La referencia, por supuesto, es aLa trai-cin de los clrigos de Julien Benda.

    defendiera ante los dems era tan grave como si l mismohubiera seguido esas opiniones hasta el nal.

    En buena medida gracias a los esfuerzos de FranoisMauriac, circul una peticin de clemencia para el casoBrasillach. Entre los muchos que la rmaron se encontrabanel propio Mauriac, Jean Paulhan, Georges Duhamel, PaulValry, Louis Madelin, Thierry Maulnier, Paul Claudel yAlbert Camus. El apoyo de Camus es instructivo. Aceptaadir su rma despus de una larga reexin, y en una cartaindita a Marcel Aym, fechada el 27 de enero de 1945, expli-ca sus razones. Sencillamente, estaba en contra de la penade muerte. Pero, en cuanto a Brasillach, lo despreciaba contodas sus fuerzas. No conceda ningn valor a Brasillachcomo escritor y, textualmente, nunca le dara la mano,por razones que el propio Brasillach no podra entender.6Camus, por tanto, tuvo cuidado de no apoyar una solicitudde clemencia basndose en otra cosa que no fueran razonesde principios generales, y de hecho la peticin solo men-cionaba el hecho de que Brasillach era el hijo de un hroefallecido en la Primera Guerra Mundial, un vnculo con su

    propia vida del que es difcil que Camus no fuera consciente.El siguiente movimiento de Camus, en el trayecto que

    lo llev de ser el conado portavoz de la resistencia victo-riosa a convertirse en un reticente peticionario de clemen-cia en el caso de uno de los ms destacados apologistas deVichy y a transformarse nalmente en un crtico arrepen-

    tido de los excesos de intolerancia y de la injusticia de laspurgas de posguerra, se puede seguir a travs de una seriede intercambios pblicos que tuvo con Franois Mauriacen los aos de posguerra. Separados por casi todo lo demsedad, clase social, religin, educacin y estatus, Camusy Mauriac compartieron un papel comn en la posguerracomo autoridades morales en sus respectivas comunida-des posteriores a la Resistencia. Cada uno tena una plata-forma formidable para dirigirse a la nacin (Mauriac desdesu columna enLe Figaro, Camus como director de Combat) y

    6 La carta de Camus est incluida en Jacqueline Baldran y Claude Buchurberg,Brasillachou la clbration du mpris (Pars, A. J. Presse, 1988), pp. 6-7.

    Camus surgi de laResistencia francesa, enagosto de 1944, como elportavoz confadode la nuevageneracin, con una

    fe inquebrantable en losgrandes cambios que laliberacin llevara al pas.

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    desde el principio los dos mostraron sensibilidades asom-brosamente similares (aunque expresadas de manera muydistinta) en sus textos.

    Camus, como la mancheta de su peridico, crea quesu tarea era contribuir a que Francia pasara de la resis-tencia a la revolucin, y en los primeros momentos tras laLiberacin desaprovech pocas ocasiones de instar al pasa una renovacin radical de sus estructuras sociales y espiri-tuales. Mauriac, en cambio, sigui siendo un hombre esen-cialmente conservador, que se haba unido a la Resistenciapor motivos ticos y se haba separado de muchos miembrosde la comunidad catlica a causa de esa decisin. Sus textospolticos de posguerra, de manera similar a los de Camus, amenudo permiten intuir a un hombre que encuentra des-agradable esa clase de polmica y compromiso partisano,que preferira estar por encima de la refriega pero a quienel imperativo de sus lealtades ticas (personales) obliga acomprometerse.

    A nales de 1944, Mauriac y Camus discutieron pblica,y a veces duramente, sobre la conducta de las purgas. Para

    Camus, como hemos visto, Francia se divida entre hom-mes de la Rsistancey hommes de la trahison et de linjustice. Latarea urgente de los primeros era salvar a Francia del ene-migo que moraba dentro de ella, dtruire une part encore dece pays pour sauver son me elle-meme. La purga de los colabo-radores deba ser despiadada, rpida y exhaustiva. Camus

    contestaba un artculo en el que Mauriac sugera que unajusticia rpida y arbitraria como la que haba emprendi-do Francia, con tribunales, cortes especiales y varias commis-

    sions dpuration profesionales no solo era inherentementeinquietante (y si los inocentes sufran junto a los culpa-bles?), sino que contaminara el nuevo Estado y sus insti-tuciones antes incluso de que estos se hubieran formado.Para Mauriac, a su vez, la respuesta de Camus pareca unaapologa de la Inquisicin, que salvaba el alma de Franciaquemando los cuerpos de ciudadanos seleccionados. Ladistincin que Camus trazaba entre resistentes y traidoresera ilusoria, argumentaba; un inmenso nmero de franceses

    haban resistido por ellos mismos y formaran el maraisnatural de la nacin poltica.

    Mauriac volvi al asunto en diciembre de 1944 yen enero de 1945, en la poca de los juicios a Braudy Brasillach. Sobre Henri Braud escribi que s, se podacastigar al hombre por sus escritos; dado el peso que susfanticas polmicas haban tenido en esa poca terrible,mereca diez aos de prisin y ms. Pero acusarlo de amis-tad o colaboracin con los alemanes era absurdo, una men-tira que solo poda desacreditar a sus acusadores. Camus noabord el asunto directamente. Pero coment la crecientetendencia de Mauriac a invocar el espritu de la caridad endefensa de los acusados de esos juicios.

    Cada vez que yo hablo de justicia, escribi, el seorMauriac habla de caridad. Yo me opongo a los perdones,insisti; el castigo que exigimos ahora es una justicia nece-saria, y debemos rechazar una caridad divina que, al hacerde nosotros una nacin de traidores y de mediocres, frus-trar el deseo de justicia del pblico. Es una respuesta curio-sa, que mezcla la realpolitik con el fervor moral y sugiere quehay algo frgil e indigno en el ejercicio de la caridad o la

    misericordia en el caso de los colaboradores condenados,una debilidad del alma que amenaza la bra de la nacin.Hasta ese momento, a comienzos de 1945, Camus no

    deca nada excepcional y otros miembros de la izquierdarepetan sus puntos de vista. Lo que distingui a Camus fueque, tras unos meses, la experiencia de las purgas, con sucombinacin de violencia verbal, seleccin y mala fe, lo lleva cambiar de idea de forma llamativa. Sin admitir nunca quelapuracin (depuracin) hubiera sido innecesaria, a comien-zos de 1945 conceda que haba fracasado. En un editorialmuy citado publicado en Combat en agosto de 1945, anuncia sus lectores: La palabra depuracin ya era bastante desa-gradable por s misma. El hecho se ha vuelto odioso.

    Camus se daba cuenta de que la puration se haba vueltocontraproducente. Lejos de unir al pas en una clara com-prensin de la culpa y la inocencia, del crimen y la justicia,haba alentado el tipo de cinismo moral e inters personalque l quera evitar. Precisamente por las purgas, la solu-cin ahora exacerbaba el problema que haba intentadoresolver. La puration en Francia, conclua, no solo ha fra-casado, sino que, adems, est desacreditada. Si la formaen que los franceses expiaban sus errores pasados serva deindicador, el anhelado renacimiento espiritual del pas que-daba muy lejos.

    Camus nunca adopt por completo el punto de vista deMauriac. Mauriac, por ejemplo, pensaba desde el princi-

    pio que era preferible que los culpables escaparan a la posi-bilidad de castigar a los inocentes. Tambin y en esto supunto de vista era inusual rechazaba la idea de que Vichyfuera la obra de una minora o una lite. El doble juego yel regateo que sealaron el interludio de Vichy era el delos pueblos y las naciones en todas partes, insista, inclui-dos los franceses. Por qu ngir lo contrario? Y su visinde una Francia nuevamente unida estaba ms cerca de ladel olmpico De Gaulle que del intelectual partisano de laresistencia domstica: Debemos intentar reconstruir lanacin con antiguos rivales, con los que cometieron crme-nes no inexpiables? O deberamos eliminarlos de la vida

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    Tras el comienzo de laGuerra Fra, y muchodespus de que la actitudde Camus hacia Stalin ysus crmenes se hubierahecho pblica, se uni

    a Sartre y trsintelectuales de laizquierda.

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    pblica, usando mtodos heredados de los jacobinos queactualmente se aplican en pases totalitarios?

    Pero en 1945 los dos hombres se movan hacia las mis-mas conclusiones. De todas las purations posibles, escri-

    ba Mauriac, estamos viviendo la peor, que corrompe lamisma idea de justicia en los corazones y las mentes de lapoblacin. Ms tarde, cuando sus polmicas con el PartidoComunista Francs se hicieron ms amargas y la lnea divi-soria entre los dos se ensanch, Mauriac argumentara quela depuracin solo haba sido una carta poltica en manosde los comunistas. Pero era lo bastante honesto como paraadmitir que, en la poca, podra haber sido prematuro pedirperdn y amnista; en una Francia desgarrada por el odio yel miedo, quiz haba sido necesario cierto ajuste de cuentas,aunque no el que tuvo lugar. En otras palabras, quiz Camusno estuviera tan equivocado como haba pensado Mauriac.

    Sin embargo, en 1948, fue Camus desengaado haca

    tiempo de las expectativas revolucionarias y ya incmo-do en la comunidad intelectual de la que segua siendo unmiembro importante quien tuvo la ltima palabra. En unaconferencia ante la comunidad de dominicos de Latour-Maubourg, reexion sobre las esperanzas y las desilusio-nes de la Liberacin, sobre los rigores de la justicia y losrequisitos de la caridad. A la luz de acontecimientos poste-riores, declar: Monsieur Franois Mauriac tena razn yyo estaba equivocado.7

    7 Para Camus, vase por ejemplo Combat, 20 de octubre de 1944, 11 de enero de 1945,30 de agosto de 1945, yActuelles: Chroniques 1944-1948 (Pars, Gallimard, 1950) (a partir deaquActuelles I), pp. 212-13. En espaol, Obras, vol. 2. Para Mauriac, vase Le Figaro, 19,

    En los debates sobre el castigo en la posguerra, atrapa-do entre la justicia poltica y las reclamaciones de equidady caridad, la transicin de Camus de la certeza a la duda seprodujo a lo largo del tiempo, pero rpidamente. En las ten-

    siones provocadas por las divisiones de la Guerra Fra, seencontr indeciso casi desde el principio. Aqu el contrasteno est en el tiempo sino en el espacio: el espacio entre lasopiniones ociales y pblicas de Camus y las que se guar-d, en su mayora, para s. Como hombre de la izquierda,Camus adopt posturas pblicas razonablemente conven-cionales en la dcada posterior a la derrota de Hitler. Comola mayora de los dems progresistas, al principio era rea-cio a distanciarse de los comunistas franceses: en octubre de1944 reiter rmemente la declaracin que haba emitido elgrupo de Combat en marzo de ese mismo ao el anticomu-nismo es el principio de la dictadura, aun cuando recono-ca que apoyar y criticar a los comunistas al mismo tiempo

    no siempre era fcil.Incluso ms tarde, tras el comienzo de la Guerra Fra,y mucho despus de que la actitud de Camus hacia Staliny sus crmenes se hubiera hecho pblica, un compartidodeseo de paz y el anhelo de encontrar una tercera vallevaron a Camus a unirse durante unos meses de 1948 aSartre y otros intelectuales no comunistas de la izquier-da en el Rassemblement Dmocratique Rvolutionnaire.Era incluso, como la mayora de ellos, crtico con Victor

    22-24, 26 de octubre de 1944; 4 de enero de 1945; tambin Franois Mauriac,Journal IV(Pars, Grasset, 1950), entrada del 30 de mayo de 1945, yJournal V(Pars, 1953), entradadel 9-10 de febrero de 1947.

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    Kravchenko, el autor de Yo escog la libertad y demandanteen un clebre juicio por libelo de 1948 contra el periodistacomunista Pierre Daix, que lo haba acusado de inventarseel gulag y de escribir el libro siguiendo rdenes de los ser-vicios de inteligencia de Estados Unidos. Camus no dudabade las pruebas de Kravchenko, por supuesto, pero el hom-bre le pareca desagradable e incluso en 1953 poda escri-bir que Kravchenko haba pasado de ser un aprovechadodel rgimen sovitico a un aprovechado del rgimen bur-gus,8 una frase desafortunada y probablemente incons-ciente donde resonaban las acusaciones de los comunistas.

    Camus no era un apologista del comunismo. Pero duran-te muchos aos no pudo despegarse del todo del deseo depreservar su legitimidad pblica como intelectual radical,mientras mantena su independencia intelectual y su credibi-lidad moral. De ah que, al abordar los crmenes de las dicta-duras de izquierda a nales de los aos cuarenta y comienzosde los cincuenta, se cuidara de equilibrar sus observacionescon alusiones a regmenes igualmente poco atractivos perofavorecidos por los aliados occidentales. En una serie deartculos publicados en Combat en noviembre de 1948 insis-

    ti en la naturaleza indivisible del juicio moral: la privacinde la libertad de expresin bajo Franco y Stalin era una y lamisma. Esa bsqueda del equilibrio lo llev en una oca-sin a exculpar a intelectuales como l mismo de la respon-sabilidad por el asesinato judicial que en ese momento serealizaba en Bulgaria, Hungra y otros lugares: No fuimosnosotros quienes ahorcamos a Petkov. Fueron los signata-rios de los pactos que consagraron el reparto del mundo.9

    Esa posicin distingua a Camus de muchos amigossuyos, para quienes la prdida de la libertad o un asesina-to judicial bajo un rgimen comunista era algo cualitativa-mente distinto (y no siempre reprensible). Pero la necesidadde equilibrar los crmenes de ambas partes, por justa que

    fuera, poda convertirse en un acto de mala fe. Camus losaba y, como sugieren sus cuadernos, haba actuado concierta incomodidad bajo su carga autoimpuesta de equidadmoral. No obstante, continuaba diciendo, y creyendo, quela libertad occidental era una misticacin, por impor-tante que fuera defenderla, y en una fecha tan tarda como1955 poda condenar en la misma frase la socit policire yla socit marchande.10

    Si la balanza de la atencin de Camus empez a incli-narse en 1948 hacia el problema del comunismo, la razncomo ocurri con sus reexiones sobre la puration fue unapreocupacin por la justicia; la misma preocupacin que deformas distintas se cuela en la mayora de su no ccin y en

    todas sus obras teatrales y novelas importantes. Los ttulosde sus recopilaciones de ensayos, artculos y prefacios en losaos entre 1946 y 1951 son una gua de sus obsesiones: Nivctimas ni verdugos (ensayos sobre la base moral de un socia-lismo no dictatorial) yJusticia y odio (artculos sobre la injus-ticia y la persecucin bajo la dictadura). Tena la sensacin

    8 Vase Le Pain et la libert (1953) enActuelles II(Pars, Gallimard, 1953), pp. 157-73.Conviene jarse, aun as, en que Camus hizo esa observacin en una charla que dio enla Bourse du Travail de Saint-tienne. En espaol: Obras, vol. 3, pp. 450-459.9 Entrevista enDfense de lHomme, julio de 1949, enActuelles I, p. 233. En espaol: Obras,vol. 2, p. 763.10 Para misticacin, vase Le Pain et la libert; vase tambin LExpress, 8 de octu-bre, 1955.

    constante de que en sus contribuciones a la discusin pbli-ca de las dictaduras, farsas judiciales, campos de concen-tracin, terror poltico y otros fenmenos no haba sido lobastante sincero consigo mismo. Quiz se hubiera esfor-zado en decir siempre la verdad tal como l la entenda,pero no siempre haba comunicado la totalidad de esa ver-dad, especialmente esas partes que podan provocar dolora sus amigos, a sus lectores y al propio Camus.

    Porque, mientras Camus empezaba a dar forma a losargumentos de lo que se convertira enEl hombre rebelde,estaba perdiendo su vinculacin con la parte progresis-ta de la vida pblica francesa; no solo los eles a Stalinsino aquellos que crean en el progreso y la revolucin (y laRevolucin francesa en particular); aquellos para quienesStalin poda haber sido un monstruo pero que considerabana Marx un gua iluminador; aquellos que vean con claridadla injusticia y el racismo de la poltica colonial francesa peroestaban ciegos ante los crmenes y los defectos de sus opo-sitores progresistas, en el norte de frica, Oriente Medioo Asia. La incomodidad moral que le producan las conce-siones que haba hecho empez a aparecer en sus cuader-

    nos a nales de los aos cuarenta; en una entrada de marzode 1950 apunta: Parece que emerjo de un sueo de diezaos enredado todava en las vendas de la desgracia y delas morales falsas.11

    En cierto sentido y eso es sin duda lo que le pareca al mismo una dcada ms tarde, Camus, como ClamenceenLa cada, se estaba castigando por su propia cobarda. AClamence lo atormentaba la voz de la mujer que no habapodido salvar del ahogamiento, a Camus todas las ocasionesen las que tena algo que decir pero no lo haba dicho, o lohaba dicho de una manera silenciosa y socialmente acep-table a causa de las sensibilidades personales y las lealtadespolticas. Aun as, pocos lectores de Camus en aquella poca

    habran pensado en l de ese modo, lo que dice algo de laautocensura del resto de la comunidad intelectual francesaen esos aos de posguerra. Camus era extraordinariamen-te directo, abierto e imparcial en sus sentimientos: repro-chaba a Gabriel Marcel en diciembre de 1948 que no vieseen la Espaa de Franco los crmenes que vea en la Rusiade Stalin, solo dos meses despus de manifestarse en con-tra de las presiones que sufran los intelectuales para evitarque hablasen de la purga de artistas en la Unin Soviticapor temor a ofrecer comodidad a la derecha.

    Pero en la Francia de esos aos la cuidadosa aparienciade equilibrio de Camus, su papel como independiente vozde la justicia, tuvo un costo. No sesenta imparcial. A pesar

    de sus crticas al materialismo y de que sus simpatas por elsocialismo democrtico eran genuinas, no era neutral entreOriente y Occidente, como tantos de sus contemporneosaseguraban ser. Y en el Pars intelectual de 1950, ser neu-tral era estar claramente en un lado y no en otro. Camuslo saba, y tambin saba que su invocacin de la Espaade Franco, del colonialismo francs o del racismo estadou-nidense se acercaba a la mala fe; porque ya no crea, comoquiz haba hecho antes, que los pecados de Occidente fue-ran iguales a los de Oriente.

    11 Carnets, janvier 1942-mars 1951 (Pars, Gallimard, 1964), p. 315. Obras, vol. 4, p. 337.

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    Al sugerir esas comparaciones compraba el derechode criticar el comunismo, de sealar los campos de con-centracin rusos y de mencionar la persecucin de artis-tas y demcratas en Europa del este. Pero el coste en capitalmoral era elevado. Lo que Camus quera hacer de verdad otener la libertad de hacer si lo decida era condenar lo con-denable sin recurrir al equilibrio o la comparacin, invocarcriterios y medidas de moralidad absolutos, sin mirar conmiedo hacia atrs para comprobar que su lnea de retiradamoral estuviese cubierta. Haca mucho que lo saba pero,como confes en sus Cuadernos el 4 de marzo de 1950, solotardamente se adquiere el valor de sostener lo que se sabe.

    No obstante, llamar a las cosas por su nombre, hablarde lo que queras hablar y del modo que necesitabas hacer-lo no era cosa fcil en la comunidad intelectual de Pars enel punto lgido de la Guerra Fra, especialmente si, comoCamus (y a diferencia de Raymond Aron), mantenas cier-ta nostalgia por el abrazo solidario de la izquierda y ademspadecas cierta inseguridad intelectual. Pero en 1950, comoen su anterior evaluacin del dilema moral del castigo en laposguerra, Camus se traslad desde el terreno familiar de la

    conviccin y la objetividad hacia el puesto rocoso y solita-rio de la parcialidad impopular e inoportuna, del portavozde lo obvio. En sus propias palabras de nuevo conadasen sus cuadernos un ao antes de la aparicin deEl hombrerebelde, una de las cosas que lamento es haber sacricadodemasiado a la objetividad. La objetividad, a veces, es unacomplacencia. Hoy las cosas estn claras y hay que llamarconcentracionario a lo que es concentracionario, inclusoel socialismo. En cierto sentido renunciar a ser corts.12

    La guerra de Argelia, que empez en 1954 y no termi-nara hasta dos aos despus de la muerte de Camus, cuan-do De Gaulle abri las negociaciones que conduciran a laindependencia argelina, tuvo un impacto limitado entre los

    franceses de la metrpoli. Por supuesto, produjo un golpemilitar que derrib indirectamente la Cuarta Repblica, ylos problemas morales que crearon los esfuerzos francesespor reprimir el levantamiento rabe dividieron las comuni-dades intelectuales durante aos. Argelia no formaba partede las preocupaciones cotidianas de la mayora de los fran-ceses (como tampoco Irlanda del Norte con respecto a losbritnicos), en la medida en que no los enviaran a comba-tir all. Solo cuando la guerra civil lleg a Francia, en formade atentados terroristas y de la ultraderechista OrganisationArme Secrte a comienzos de los aos sesenta, la tragediaargelina se desarroll de forma signicativa en territoriometropolitano; pero para entonces la guerra estaba prc-

    ticamente terminada y la independencia de Argelia erainevitable, lo que explica la violenta desesperacin de susopositores ms extremistas.

    Para Camus, sin embargo, la cuestin era distinta. Habanacido y crecido en Argel, y haba sacado de esa experien-cia y de ese tiempo y ese lugar gran parte de sus mejoresobras. Hijo de inmigrantes europeos, no poda imaginaruna Argelia sin europeos, ni concebir a europeos nacidosen Argelia apartados de sus races. La guerra de Argelia, lascuestiones morales y polticas que planteaba todas igual

    12 Cahiers, janvier 1942-mars 1951, p. 267. Obras, vol. 4, p. 303.

    de insatisfactorias para Camus, lo colocaban en una posi-cin insostenible. Dispuesto a retirarse del ruido y la furiade la vida pblica parisina y con poco ms que ofrecer a losgrandes debates intelectuales de la poca, Camus se encon-tr en un creciente desacuerdo con prcticamente todos losbandos del conicto argelino. La intolerancia de las partesenfrentadas, los errores polticos de los franceses y los ra-bes, y la evidencia cada vez ms clara de la imposibilidad deun pacto lo llevaron de la razn a la emocin y de la emo-cin al silencio. Desgarrado entre sus compromisos mora-les y sus vnculos sentimentales, no tena nada que decir ypor tanto no dijo nada: un rechazo a comprometerse enel gran problema moral de su tiempo que muchos le repro-charon en la poca y en aos posteriores.

    No debera deducirse de eso que Albert Camus no fueracrtico con la posicin de Francia en el norte de frica, ocon el colonialismo en general. Como la mayora de losintelectuales de su tiempo, haca mucho que se oponaamargamente a la poltica francesa en el Magreb; no solocondenaba el uso de la tortura y el terror en la guerra suciadel gobierno contra los nacionalistas argelinos, sino que eraun crtico sincero y bien informado de la discriminacincolonial contra la poblacin rabe desde los aos treinta, enun momento en el que muchos de los intelectuales parisinosque ms tarde destacaran en la lucha anticolonial sabanpoco y se preocupaban an menos por la condicin y lasnecesidades de los sbditos franceses en otros continentes.

    Camus estaba bien informado sobre la situacin de losrabes en Argelia. Hizo periodismo de investigacin parael peridicoAlger Rpublicain entre las guerras y en juniode 1939 public una serie de once artculos con el ttulocolectivo deLa miseria de Cabilia. Detestaba a los colons, paraquienes los emigrantes empobrecidos como sus padreseran seres tan extraos como los trabajadores rabes, y sinduda era sincero cuando escribi, casi veinte aos despus,debe hacerse una grande, clamorosa reparacin al pue-blo rabe.13 Por supuesto, los rabes tienen un papel ms

    13 LAlgrie dchire, enActuelles III, p. 143. Obras, vol. 4, p. 551.

    A pesar de sus crticasal materialismo y de

    que sus simpatas por elsocialismo democrticoeran genuinas,n era neutralentre oriente yOccidente.

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    importante en el periodismo y los ensayos de Camus queen su ccin; y donde, como enEl primer hombre, hay unapresencia rabe, se le ofrece al lector en una clave bastantems optimista e incluso panglosiana de lo que las circuns-tancias (o la experiencia de Camus) podran haber sugerido.

    Nunca hubo la menor duda de las simpatas de Camus.En el nmero de Combat fechado el 10 de mayo de 1947,public un brillante ataque a las polticas y tcticas milita-res francesas en el norte de frica. La realidad es que, lesdijo a sus lectores, utilizamos la tortura: el hecho est all,claro y repelente como la verdad misma: hacemos en estoscasos lo mismo que les reprochamos a los alemanes. Camussaba que algo deba cambiar en el norte de frica y lamen-taba amargamente la oportunidad perdida de 1945, cuan-do los franceses podan haber propuesto reformas polticas,un grado de autogobierno y nalmente autonoma parauna comunidad argelina que todava no estaba polariza-da y en la que los europeos progresistas y los rabes mode-rados podan trabajar juntos como l haba propuesto unadcada antes.

    Pero ah estaba el problema de Camus. Su visin de

    Argelia se haba formado en los aos treinta, en una pocaen la que el sentimiento rabe era movilizado por hombrescomo Ferhat Abbas, cuya concepcin de una Argelia (enltimo trmino) independiente era al menos en principiocompatible con el ideal de Camus de una comunidad inte-grada y cooperante de rabes y europeos. A mediados dela dcada de 1950 la negativa de varios gobiernos francesesa hacer concesiones oportunas o promulgar reformas elec-torales o econmicas serias haba desacreditado a Abbas.Ocupaba su lugar una generacin ms joven de nacionalis-tas inexibles, que pensaba que los europeos (en Francia oen Argelia) nunca podran ser sus socios, y que considera-ba a la poblacin europea indgena de Argelia, incluyendo

    a los pobres, su enemiga: un sentimiento que a nales delos aos cincuenta era recproco.Por tanto, la situacin argelina haba cambiado mucho

    desde la partida de Camus al principio de la SegundaGuerra Mundial. Tambin lo haba hecho el contexto inter-nacional ms amplio. A mediados de los aos cincuentalos nacionalistas rabes argelinos podan buscar ejemplosy modelos en Egipto, Iraq y otros lugares, una perspecti-va que contribuy adicionalmente a que Camus se sintieraalienado con respecto a ellos. Para l, Nasser o Mossadeqeran meros ecos del espejismo revolucionario europeo, queexplotaban y distorsionaban un legtimo descontento socialpara elaborar una mezcla venenosa de nacionalismo e ideo-

    loga que no guardaba relacin con sus propios ideales o conlas necesidades de Argelia.Aqu, como en otras cuestiones, la formacin de Camus

    en el crisol pedaggico de la Tercera Repblica Francesa esuna clave importante de su perspectiva poltica: no era lobastante ingenuo como para suponer que l o sus anterio-res vecinos rabes compartan nos anctres les Gaullois, perocrea profundamente en las virtudes de la asimilacin repu-blicana. Haba que abordar el fracaso de Francia a la horade convertir a la poblacin argelina en franceses, con todoslos derechos y privilegios que eso entraaba. Pero segua

    siendo un objetivo digno y, aunque Camus desdeaba laHistoria divinizada que vea en la descolonizacin unaconsecuencia inevitable del proyecto del Progreso, estababastante dispuesto a ver algo intrnsecamente superior enel ideal republicano francs. Si los rabes eran susceptiblesa los llamamientos de los demagogos nacionalistas, los fran-ceses eran responsables, y por tanto eran los franceses quie-nes deban reparar sus errores.

    Con ese punto de vista algo inocente y cada vez menosinformado Albert Camus vio que, tras el estallido de larevolucin nacionalista en Argelia en 1954, le pedan quetomara posicin. Su reaccin inicial fue buscar de nuevoterreno para un acuerdo, apoyando a Pierre Mends-France, con la esperanza desolada de que consiguiera enArgelia lo que haba logrado en Indochina. Pero, como con-fes en un ensayo publicado en 1947, yo tengo del mismomodo una larga relacin con Argelia, que sin duda no aca-bar nunca y que me impide ser por completo lcido cuan-do me reero a ella. En 1955 escribi a Charles Poncet: Mesiento muy angustiado ante los asuntos de Argelia. Hoytengo ese pas atravesado en la garganta y no puedo pen-

    sar en nada ms.14

    La ltima intervencin escrita de Camus sobre Argelialleg en la forma de un artculo que publicLExpress el 10de enero de 1956, donde peda una tregua civil en la guerra.En ese momento era una causa sin esperanza y el pblicopara ese llamamiento apenas exista, ni en la Francia metro-

    politana ni en Argelia, como descubri cuando habl alldos semanas ms tarde. Camus nunca podra defender laposicin del gobierno francs, que haba criticado de unamanera u otra durante dos decenios; la represin militar yespecialmente el uso de la tortura para conseguir confesio-nes de guerrilleros capturados era imperdonable en s yno llevaba a ninguna parte.

    14 Citado en Oliver Todd,Albert Camus. Une vie (Pars, Gallimard, 1996, 1999), p. 615. Haytraduccin espaola de Mauro Armio:Albert Camus. Una vida(Barcelona, Tusquets, 1997),p. 617. Vase tambin Petit Guide pour des villes sans pass, publicado por primera vezenLt(Pars, Gallimard, 1954), reimpreso enEssais, edicin de Roger Quilliot (Pars,Gallimard, 1965), pp. 845-51. Se puede leer una traduccin al espaol enObras, vol. 3, p. 566.

    Una de las cosasque ms ledesagradaban delos intelectualesparisins era su

    conviccin de quetenan algo que decirsobre todo.

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    Pero las tcticas terroristas cada vez ms violentas del fln(Front de Libration Nationale) tambin deban ser conde-nadas; no se poda ser ms selectivo en la condena del malen este caso que en los debates de la Guerra Fra sobre loscampos de concentracin soviticos. Qu se deba hacer?Camus no tena ni idea, aunque lo asqueaba la posicinsegura y despreocupada de sus colegas parisinos biempen-santes: persuadido por n de que la verdadera causa denuestras locuras reside en las costumbres y el funcionamien-to de nuestra sociedad intelectual y poltica, decid dejar departicipar en las incesantes polmicas.15

    A Camus no le avergonzaba su retirada en el silencio:cuando la palabra puede conducir a la eliminacin des-piadada de la vida de otras personas, el silencio no es unaactitud negativa. Pero no era una posicin fcil de expli-car, y lo expona a crticas desdeosas que llegaban inclusode comentaristas por lo dems desprejuiciados e imparcia-les. EnLa tragdie algrienne Raymond Aron reconoca que aCamus lo impulsaba un deseo de justicia y una aspiracin aser generoso y compasivo con todos. Pero por eso, sugera,no haba logrado alzarse por encima de la actitud mental de

    un colonizador bienintencionado. Desde la perspectiva rea-lista de Aron quiz fuera una observacin acertada, porquela conclusin que se poda extraer del silencio de Camus elmantenimiento del statu quo con las reformas necesariasera en 1958 un deseo vaco. Argelia sera independiente bajolos nuevos nacionalistas o se mantendra bajo dominio fran-cs a travs del uso de la fuerza, con costes humanos y socia-les cada vez mayores. No haba una tercera opcin.

    Pero Camus no pensaba que su papel fuera aportar res-puestas: en estas cuestiones se espera demasiado de unescritor. Su actitud en la poca de la crisis argelina debeentenderse en parte como una seal de su incapacidad deconcebir un futuro alternativo para su pas de origen,

    de aceptar que la Argelia francesa haba quedado destruidapara siempre. Por tanto su visin sobre el futuro de Argeliabajo la independencia era lgubre, en un momento en quemuchos intelectuales franceses, por sincera que fuera su opo-sicin a la prctica colonial francesa, crean en una fantasabrillante de la vida en sociedades poscoloniales liberadas desus seores imperiales. Treinta y cinco aos despus de obte-ner su independencia, Argelia tiene problemas de nuevo,dividida y ensangrentada por un movimiento fundamen-talista al que contiene de momento una dictadura militar.

    15 Prefacio aActuelles III(Pars, Gallimard, 1958). Obras, vol. 3, p. 456.

    Por ingenuo que fuera el llamamiento de Camus a unpacto entre el colonialismo asimilacionista y el nacionalis-mo militante, su prognosis para un pas nacido del terror yla guerra civil era demasiado precisa: Maana Argelia seruna tierra de ruinas y muertes que ninguna fuerza, ningunapotencia del mundo, podr hacer recuperarse en este siglo.Lo que Camus comprenda quiz mejor y antes que sus pares(de la metrpoli) no era a los rabes aunque ya en 1945 habaanticipado que no poda esperarse que tolerasen mucho mstiempo las condiciones bajo las que eran gobernados, sinola peculiar cultura de la poblacin europea de Argelia y elprecio que habra que pagar si saltaba en pedazos.16

    Pero fue sobre todo como moralista como Camus aban-don las las intelectuales sobre Argelia. Donde nadie tenatoda la razn y donde los escritores y los lsofos eran invi-tados a prestar su apoyo a posiciones polticas sesgadas, elsilencio, para Camus, representaba una extensin de su pro-mesa anterior de hablar solo por la verdad, por impopularque fuese. En el caso argelino ya no quedaba ninguna ver-dad, solo sentimientos. Desde esa perspectiva, la profundaimplicacin personal de Camus en Argelina contribuy a

    su dolor y dio forma a su decisin de no apoyar a ningunode los dos bandos; y as deba ser, puesto que, como hemosvisto, Camus se tomaba en serio los imperativos de la expe-riencia y el sentimiento. Pero era una conclusin a la quepodra haber llegado en cualquier caso, o eso crea.

    Una de las cosas que ms le desagradaban de los inte-lectuales parisinos era su conviccin de que tenan algo quedecir acerca de todo, y de que todo se poda reducir al tipode cosa que les gustaba decir. Tambin sealaba la relacininversamente proporcional entre el conocimiento de pri-mera mano y la expresin conada de una opinin intelec-tual. En el caso de Argelia, su conocimiento, sus recuerdosy su bsqueda de una aplicacin imparcial de la justicia le

    hicieron verdaderamente ambivalente. En el momento enque uno maldeca las dos casas, no quedaba nada que decir.La responsabilidad intelectual no consista en tomar parti-do, sino en rechazar hacerlo donde esta no exista. En esascircunstancias, el silencio pareca la expresin ms adecua-da de sus sentimientos ms profundos. ~

    Traduccin de Daniel Gascn

    Fragmento de The Burden of Responsibility(University of Chicago Press, 1998)

    16 Vase Lettre un militant Algrien (octubre de 1955), enActuelles III, p. 128. Obras,vol. 4, p. 541.

    http://letraslib.re/16QBAgc

    En nuestras pginas Tony Judtpublic en 2003 "El ensayo del mal",un repaso de uno de los episodiosms duros de la Guerra Civil.