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11. Chakrabarty- Al Margen de Europa- 15-28

Apr 14, 2018

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    Departamento deCULTURA Y ARTE

    Teoras de laCulturaMaterial Didctico

    Autores: Chakrabarty, Dipesh. 2008.Al margen

    de Europa, Tusquets. Pp. 15-28

    Carrera

    Gestin Cultural

    Docentes

    Laura Ferreo - Ana Luca OlmosKaren Avenburg -

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    Dipesh ChakrabartyAL MARGEN DE EUROPAPensamiento poscolonialy diferencia histricaTraduccin de Alberto E. lvarez y Araceli Maira

    Coleccin dirigida por Josep Ramonedacon la colaboracin de Judit Carrera

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    La provincializacin de Europaen los tiempos de la globalizacin(Prefacio a la edicin de 2007)

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    Pese a todas las crticas que podan alegarse, la idea de RolandBarthes de que el mito opera haciendo que lo histrico parezcanatural tena elementos interesantes. Por descontado, con his-trico Barthes no se refera a nada que pudisemos encontrar enlos libros de historia, puesto que para l esos mismos libros per-tenecan a sistemas mticos de representacin. La historia, en elfamoso ensayo de Barthes sobre el mito hoy, se refera a la ac-tividad de vivir, una actividad que, al menos segn Barthes, con-sista en salvar la brecha hasta cierto punto (pues nunca poda sal-varse por completo) entre la palabra y el mundo orientando ellenguaje ms directamente hacia sus referentes de ah fuera)Involucrados en la actividad de vivir, las palabras poseeran sobretodo una connotacin directa y prctica. La palabra Europanunca me preocup en mi infancia y juventud de clase media ben-gal cuando creca en la Calcuta poscolonial. El legado de Europa-o del dominio colonial britnico, pues as es como Europa en-traba en nuestras vidas- estaba en todas partes: en las normas detrfico, en las quejas de los mayores sobre la falta de sentido c-vico de los indios, en los juegos de ftbol y crquet, en mi unifor-me escolar, en ensayos y poemas del nacionalismo bengal crticoscon la desigualdad social, especialmente con el denominado siste-ma de castas, en debates explcitos e implcitos sobre el matrimo-nio por amor o concertado, en las sociedades literarias y los cine-clubes. En la vida diaria, prctica, Europa no era un problemaque nombrar o discutir conscientemente. Las categoras o las pa-labras que habamos tomado prestadas de las historias europeashaban encontrado un nuevo hogar en nuestras prcticas. Nada ha-ba de extrao, por ejemplo, en que un amigo radical de la uni-versidad se refiriese a alguien -pongamos que a un posible suegroobstruccionista- como a una persona llena de actitudes feuda-

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    les, o en debatir -durante horas interminables junto a una taza decaf o t en restaurantes o cafs baratos donde solamos quedarnosms de la cuenta- si los capitalistas indios eran una burguesanacional o una clase de intermediarios, instrumento del capi-tal extranjero. Todos sabamos, en la prctica, lo que significabanaquellas palabras sin tener que colocarlas bajo ningn gnero demicroscopio analtico. Sus significados no viajaban ms alldel entorno inmediato en el que se empleaban.Entonces, por qu hablar de provincializar Europa? La res-puesta se relaciona con la historia de mi propio desplazamiento deesta vida cotidiana de modo tanto metafrico como fsico. Conta-r brevemente la historia, pues sus implicaciones, creo, superan lomeramente autobiogrfico. Mi desplazamiento metafrico de mivida cotidiana de clase media se produjo al prepararme, en crcu-los marxistas de la ciudad, a fin de convertirme en un historiadorprofesional para quien las ideas de Marx haban de ser una herra-mienta analtica consciente. Palabras que eran familiares por suuso diario (debo explicar que haba estudiado ciencias y gestinempresarial) echaban ahora alas analticas, remontndose al nivelde lo que Barthes habra denominado metalenguajes de segundoo tercer nivel. El marxismo, incluso ms que el liberalismo, erala forma ms concentrada en que aparecan los pasados intelec-tuales de Europa en los crculos indios de las ciencias sociales.La cuestin que abordo en este texto empez a formularse hacedos dcadas, cuando completaba el borrador de mi libro Rethin-king Working-Class History: Bengal 1890-1940. 2 Las races de mi in-ters en el estudio de la historia del trabajo se hundan en ciertosencendidos debates de mi juventud, en bengal y en el contexto delmarxismo a la manera india, sobre el papel en la historia univer-sal que el proletariado poda desempear en un pas como la In-dia, que era, an, predominantemente rural. Haba lecciones ob-vias que aprender de las revoluciones china y vietnamita. Noobstante, cuanto ms trataba de imaginar las relaciones en las f-bricas indias mediante las categoras que Marx y sus seguidoresponan a mi disposicin, tanto ms me percataba de una tensinsurgida de los orgenes profundamente -y, cabra decir, provin-cianamente- europeos de los conceptos marxistas y su indudablesignificacin internacional. Hablar de personajes histricos cuyosanlogos conoca de la vida diaria como a tipos familiares em-pleando nombres o categoras derivados de revoluciones europeas

    de 1789 o 1848 o 1871 o 1917 pareca una actividad doblemente dis-tanciadora. Estaba, en primer lugar, la distancia de la objetividadhistrica que yo trataba de representar. Pero tambin estaba la dis-tancia de la falta de reconocimiento cmica, similar a lo que habaexperimentado a menudo al ver representaciones de obras benga-les en las que actores bengales, caracterizados como colonos euro-peos, llevaban a cabo su imitacin, con un fuerte acento bengal,del modo en que los europeos podran hablar bengal, es decir, suspropios estereotipos de cmo los europeos nos perciban! Algo si-milar les ocurra a mis personajes de la historia bengal e india, quellevaban, en mi texto, el vestuario europeo prestado por el dramamarxista de la historia. Haba una comicidad en mi propia grave-dad que no poda pasar por alto.Sin embargo, en el debate sobre Marx que yo heredaba en Cal-cuta -discusin siempre mediada, por razones histricas, por labibliografa en ingls disponible sobre la cuestin- no caba la po-sibilidad de pensar en Marx como alguien que perteneciese a cier-tas tradiciones europeas del pensamiento que se podan compartirincluso con intelectuales no marxistas o que pensasen de maneraopuesta a la propia. La razn de esto no se encontraba en la faltade lecturas. Calcuta no padeca de escasez de biblifilos. La gen-te conoca los entresijos de la erudicin europea. Pero no habaun sentido de las prcticas acadmicas como parte de tradicionesintelectuales disputadas y vivas en Europa. No haba la nocin deque una tradicin intelectual viva no proporcionase nunca solu-ciones finales a las cuestiones que surgiesen dentro de ella. El mar-xismo era, sencillamente, verdadero. La idea del desarrollo desi-gual, por ejemplo, tan medular en buena parte de la historiografamarxista, se trataba como una verdad, como mucho una herra-mienta analtica, pero nunca como una manera provisional de or-ganizar informacin, ni como algo inventado originalmente en eltaller de la Ilustracin escocesa. Marx tena razn (aunque le ha-ca falta una actualizacin) y los antimarxistas se equivocaban to-talmente, si es que no eran inmorales: sas eran las crudas anti-nomias polticas por medio de las cuales pensbamos. Ni siquieraWeber atraa un inters serio en los aos setenta en el apasionadotrabajo de los historiadores indios de orientacin marxista. Hubo,de hecho, algunos prominentes socilogos e historiadores no mar-xistas en la India. Vienen fcilmente a la mente los nombres deAshis Nandy y los fallecidos Ashin Das Gupta o Dharma Kumar.

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    Pero en los vertiginosos y turbulentos tiempos de la entente polti-ca y cultural entre la India de la seora Gandhi y la Unin Sovi-tica, los marxistas eran los que ostentaban el prestigio y el poderen las instituciones acadmicas de la India.Mi temprano malestar -que despus se convirti en una cues-tin de curiosidad intelectual- relativo a la tensin entre las ra-ces europeas del pensamiento marxista y su significacin globalno tena muchos adeptos entre mis amigos marxistas de la Indiaen aquel entonces. La nica voz disidente significativa, dentro delbando marxista, era la del maosmo indio. El movimiento maos-ta, conocido como el movimiento naxalita (1967-1971) por una re-vuelta campesina en la aldea de Naxalbari en Bengala occidental,sufri una derrota poltica catastrfica a principios de 1970, cuan-do el Gobierno aplast sin piedad la rebelin.' El maosmo, escierto, tuvo una vibrante presencia intelectual en la obra tempra-na del Grupo de Estudios Subalternos, con el que me identifiqua partir de los aos ochenta. Pero el maosmo en s se haba con-vertido en un movimiento soteriolgico en la poca en que empeca formarme como especialista en ciencias sociales, y sus correc-ciones o modificaciones del pensamiento marxista eran prcti-cas. En lo concerniente a la cuestin de la europeidad de Marx, losmaostas eran indiferentes.Mi malestar terico se agudiz con la experiencia de alejamien-to fsico de mi vida diaria en la India. Dicha experiencia consti-tuy otra influencia importante sobre este proyecto. Me fui de laIndia en diciembre de 1976 para doctorarme en historia en la Uni-versidad Nacional de Australia y he vivido fuera del pas desde en-tonces, aunque me he involucrado en discusiones con mis amigosindios mediante visitas anuales, conferencias y publicando con re-gularidad en la India tanto en ingls como en mi primera lengua,el bengal. Sin la vivencia de la migracin, sin embargo -combina-cin profunda de sumas y restas, surgimiento de nuevas posibilida-des que no necesariamente compensan las que se cierran-, dudo deque hubiera escrito este libro.__Hasta que llegu a Australia, nunca haba considerado de ver-dad las implicaciones del hecho de que una idea abstracta y uni-versal caracterstica de la modernidad polti-ci en todo el mundo-la idea, por ejemplo, de la igualdad, la democracia o incluso lade la dignidad del ser humano- pudiese-tener un aspecto totalmen-te distinto en contextos histricos diferentes. Australia, como la In-

    dia, es una pujante democracia electoral, pero el da de las elec-ciones no tiene all nada del ambiente festivo al que estaba acos-tumbrado en la India. Ciertas cosas que en Australia se suponenesenciales para preservar la dignidad del individuo -el espacio per-sonal, por ejemplo- resultan sencillamente impracticables en mipobre y atestada India. Por otro lado, las estructuras de sentimien-tos y emociones que subyacen a ciertas prcticas especficas erancosas que senta hasta cierto punto ajenas hasta que, con el tiem-po, yo mismo llegu a habitar muchas de ellas.El hecho de ser un migrante me hizo ver, de un modo ms cla-ro que antes, la relacin, necesariamente inestable, entre toda ideaabstracta y su instanciacin concreta. Ningn ejemplo concretode una abstraccin puede pretender ser manifestacin de slo esaabstraccin. Por lo tanto, ningn pas es un modelo para otro pas,aunque el debate acerca de la modernidad que se plantea sobre labase de alcanzar propone precisamente tales modelos. No haynada como la habilidad de la razn para asegurar que todos con-vergemos en el mismo punto final de la historia pese a nuestras7parentes diferencias histricas. Pero nuestras diferencias histri-cas, de hecho, son relevantes. Esto es as porque ninguna sociedadhumana es una tabula rasa. Los conceptos universales de la m-6:1dernidad poltica se encuentran ante conceptos, categoras, insti-tuciones y prcticas preexistentes a travs de los cuales son tradu-cidos y configurados de manera diversa.Si este argumento es cierto respecto a la India, ser cierto tam-bin de cualquier otro sitio, incluyendo, por supuesto, Europa o,en sentido amplio, Occidente. Esta proposicin tiene consecuenciasinteresantes. Significa, en primer lugar, que la distincin que heestablecido arriba entre la cara figurativa de un concepto (cmose visualiza un concepto en la prctica) y su cara discursiva (supureza abstracta, por as decirlo) es, en s, una diferenciacin par-cial y exagerada. Como Ferdinand de Saussure nos ense hacemucho tiempo, podemos distinguir entre la imagen acstica deuna idea y su imagen conceptual slo de una manera artificial.Las dos caras confluyen la una en la otra.' Si esto es as, comopienso, se sigue una segunda conclusin importante. Se trata deque las denominadas ideas universales que los pensadores euro-peos produjeron durante el periodo que va desde el Renacimien-to hasta la Ilustracin y que, desde entonces, han influenciado losproyectos de modernidad y modernizacin en todo el mundo,

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    nunca pueden ser conceptos completamente universales y puros(mientras sean expresables en prosa; no me concierne aqu el len-guaje simblico como el lgebra). Pues el propio lenguaje y lascircunstancias de su formulacin deben de haber importado ele-mentos de historias preexistentes singulares y nicas, historiasque pertenecan a los mltiples pasados de Europa. Ciertos ele-mentos irreductibles de estas historias locales deben de haber per-sistido en conceptos que, por lo dems, parecan valer para todoslos casos.Provincializar Europa era precisamente descubrir cmo yen qu sentido las ideas europeas que eran universales, al mismotiempo, haban surgido de tradiciones intelectuales e histricasmuy particulares, las cuales no podan aspirar a ninguna validezuniversal. Supona plantear la interrogacin por el modo en queel pensamiento se relacionaba con_ el espacio. Puede el pensa-miento trascender su lugasurigen O es que los lugares dejanSu huella en el pensamiento de manera tal que puede cuestionar-se la idea de categoras_puramentbstractas? Mi punto de parti-d en este cuestionamiento, como he fimado antes, era la pre-sencia callada y cotidiana del pensamiento europeo en la vida ylas prcticas de la India. La Ilustracin formaba parte de mis sen-timientos. Slo que yo no lo vea as. Marx era un nombre bengalmuy conocido. Su educacin alemana nunca se comentaba. Losinvestigadores bengales traducan Das Kapital sin el menor aso-mo de preocupacin filolgica. Este reconocimiento de una deuda. . . _profundk7y, a menudp,_desconocida,con_elpensamiento euro-peo fue mi punto de partida; sin ella no poda darse la provin-cializacin de Europa. Uno de los objetivos deI proyecto era,precisamente, ser consciente de la naturaleza especfica de estadeuda.As pues, la relevancia global del pensamiento europeo era algoque yo daba por sentado. Tampoco cuestionaba la necesidad deun pensamiento universalista. Nunca fue, por ejemplo, objetivode este libro el pluralizar la razn, como una resea seria su-gera en una lectura algo descaminada -uso la palabra con res-peto- del proyecto.' Como mostrar mi captulo sobre Marx, noargumentaba contra la idea en s de los universales, sino que su-

    (1 brayaba que el universal es una figura de gran inestabilidad, unavariable necesaria en nuestro empeo por pensar las cuestiones dei la modernidad. Atisbamos sus contornos slo en tanto que y cuan-

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    do un particular usurpa su posicin. Sin embargo, nada que seconcreto y particular puede ser el universal en s, pues entrelaza-das con la imagen acstica de una palabra como derecho o de-mocracia hay imgenes conceptuales que, pese a ser (a grandesrasgos) traducibles de uno a otro lugar, tambin encierran ele-mentos que desafan la traduccin. Tal desafo a la traduccin es,desde luego, parte del proceso cotidiano de la traduccin. Una vezexpresado en prosa, todo concepto universal lleva en su interiorhuellas de lo que Gadamer denominara prejuicio -no un sesgoconsciente, sino un signo de que pensamos a partir de una sumaparticular de historias que no siempre nos resulta transparente.'De manera que provincializar Europa consista entonces en sabercmo el pensamiento universalista estaba siempre ya modificadopor historias particulares, pudisemos o no desenterrar tales pa-sados plenamente.Al acometer este proyecto era consciente de que haba, y siguehabiendo, muchas Europas, reales, histricas e imaginadas. Quizlas fronteras entre ellas sean porosas. Me interesaba, sin embar-go, la Europa que ha presidido histricamente los debates sobrela modernidad en la India. Esa Europa se hizo a imagen de un po-der colonizador y, como he sostenido en el libro, no fue un pro-ducto nicamente de los europeos. Esta Europa era, en el sentidoen que Lvi-Strauss us la palabra, un mito fundador para elpensamiento y los movimientos emancipadores en la India. La re-flexin sobre la modernizacin, sobre el liberalismo, sobre el so-cialismo -esto es, sobre diversas versiones de la modernidad- lle-vaba a esa Europa a la existencia. En la India, nosotros -y nuestroslderes polticos e intelectuales antes que nosotros- empleba-mos esa Europa para resolver nuestros debates sobre las tensio-nes surgidas de las desigualdades y opresiones cotidianas en laIndia. Durante muchos y largos aos esperamos un regreso deaquella Europa en forma de democracia, civilizacin burgue-sa, ciudadana, capital y socialismo de la misma manera enque Gramsci esper que la primera revolucin burguesa de 1789se produjese en su pas.La primera parte de este libro pretende abordar la forma depensamiento que permite postular una Europa de ese gnero. Yoargumento que est en cuestin una corriente concreta de pensa-miento desarrollista a la que denomino historicismo. Se trata deun modo de pensar acerca de la historia en el que se asume que

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    todo objeto de estudio retiene una unidad de concepcin a lo lar-go de su existencia y alcanza una expresin plena mediante unproceso de desarrollo en el tiempo histrico y secular. En este pun-to, buena parte de mi planteamiento se inspiraba en lo que Fou-cault afirm en Nietzsche: la genealoga, la historia.' Tambin an-tes, en mi libro sobre historia del trabajo, haba procurado pensarde la mano de la crtica foucaultiana de toda categora histricaque sea o bien trascendental en relacin con el campo de los acon-tecimientos o bien que recorra en su identidad vaca el curso de lahistoria. 8 Pero el pensamiento posestructuralista no era la nicabase sobre la que pretenda apoyar mi crtica. No pude evitar dar-me cuenta de que, mucho antes de Foucault, un aspecto radical delpensamiento nacionalista anticolonial haba repudiado en la prc-tica lo que yo denominaba historicismo primero exigiendo y, conla independencia, concediendo efectivamente la plena ciudadanaa las masas iletradas en una poca en que todas las teoras clsi-cas y occidentales de la democracia recomendaban un programade dos pasos: primero educarlas, lo que las desarrolla, y despusconcederles sus derechos de ciudadana. As pues, sostena yo, estarelacin crtica con la historia desarrollista o en estadios integra-ba la herencia anticolonial. No por casualidad el historiador delGrupo de Estudios Subalternos (y nuestro mentor) Ranajit Guha,en su libro sobre la insurreccin campesina en la India colonial,rechazaba la caracterizacin de Hobsbawm del campesinado mo-

    i l t derno como prepoltico. 9 El pensamiento anticolonial resultaba\ fin duda un suelo frtil para el cultivo de las crticas posestructu-alistas de Foucault al historicismo.La primera parte de este libro se une a esta crtica desde variosngulos. El resto del libro demuestra con ejemplos histricos quela modernidad fue un proceso histrico que implicaba no slo latransformacin de instituciones sino tambin la traduccin de ca-tegoras y prcticas.2

    Hay, as lo espero, mucha historia en este ensayo. Pero nopens en esta historia como representativa de tal o cual grupo ensociedades particulares. Puesto que se me ha relacionado con Es-tudios Subalternos, que en efecto proyectaba inscribir en la his-

    toria de Asia meridional los pasados de los grupos marginales ysubalternos, algunos crticos han visto en Al margen de Europaslo pruebas adicionales de lo que el historiador indio Sumit Sar-kar denomin el declive de lo subalterno en Estudios Subalter-nos, pues la segunda parte de Al margen de Europa extrae todosu material ilustrativo de la historia de la clase media bengal, delos denominados bhadralok. 1 Esta crtica se ha formulado des-de muchas posiciones, pero permtaseme citar slo una fuente,una resea annima y furiosa publicada en Internet en la pginaen que Amazon.com publicit primero este libro. La resea aca-baba afirmando:

    Finalmente, el hecho de que las fuentes documentales de Cha-krabarty se circunscriban al varn de clase media bengal y deque l, junto con sus socios, se enzarce en teorizar y desatien-da la investigacin fundamental de la historia subalterna hablapor s mismo.... 1 1Los puntos suspensivos de la cita no indican que he omitido unfragmento; son originales de la oracin citada, un gesto dramticopor parte del crtico sobre la obviedad de su tesis. Qu ms po-dra decir l o ella? Mi eleccin de material de la historia del gru-po social del que provengo hablaba por s misma!No escojo esta recensin por resentimiento. Al margen de Euro-

    pa ha recibido censuras peores a manos de algunos crticos indioshostiles. Despus de todo, los lectores son libres de hacer de un li-bro lo que quieran. Adems, se aprende hasta de la ms encarni-zada de las crticas. Cito esta resea concreta porque, a mi pare-cer, lo que sostiene la carga de la crtica es una lectura poco atentadel libro, especialmente de la introduccin, en la que trat de ex-plicar mis objetivos y mtodos. Incluso si un lector discrepa de mispropsitos, la etiqueta de la crtica exige que mis propias afirma-ciones explcitas sobre el asunto en cuestin se reconozcan. Afir-maba en la introduccin que las historias que contaba no eran re-presentativas de los bhadralok. Tampoco pretenda proporcionaruna historia de ese gnero. Sealaba que las personas en cuyos es-critos e historias me basaba no eran representativas de la mayorade los bhadralok, que aquellos fragmentos de la historia bhadralokentraban en el libro primordialmente como parte de un argumen-to metodolgico. Pero algunos crticos sencillamente hicieron caso

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    omiso de esas afirmaciones. Me acusaron de abandonar la his-toria subalterna por los ms elitistas horizontes de los pasadosbhadralok. (Tengo demasiados parientes indigentes y semieduca-dos como para no saber lo desafortunada y asignificativa -si se mepermite acuar una palabra- que la expresin elite resulta eneste contexto, pero lo pasar por alto.) Sus cargos llegaban de unaausencia total de atencin a lo que yo haba advertido al explicarel cambio entre las partes primera y segunda del libro. Es difcilanticipar los problemas de los lectores distrados, afirm una vezE.P. Thompson con frustracin.' Ciertamente es difcil, pero per-mtaseme intentarlo una vez ms.Una de las tesis de mayor calado de Al margen de Europa es lade que el pensamiento crtico combate los prejuicios y, sin embar-go, tambin encierra prejuicios, pues eLpensamietgtko, a mijuicio, sigue relacionado con los lugares (poims tenue que pue-da parecer tal vnculo). De este modo, el libro se enfrenta hastacierto punto con las maneras diversas en las que muchos tericos,en su mayor parte marxistas, critican la idea de lo local. De he-cho, tal posicin es comn a tantos marxistas que singularizar auno en concreto podra resultar algo injusto. Es comn en su con-cepcin la idea de que todo sentido de lo local es un fenmenode superficie de la vida social; es, en ltima instancia, algn tipo deefecto del capital. Estos estudiosos, por tanto, subrayan la necesi-dad de comprender cmo se produce efectivamente el sentido pro-pio de lo local. Al mirar todos los sentidos locales de este modoparticular, estos crticos no suelen plantearse sobre s mismos nin-guna pregunta sobre el lugar del cual procede su propio pensa-miento. Es de suponer que producen su crtica desde ningnsitio o -lo que es lo mismo- desde todos los sitios de un capi-talismo que siempre parece global en su alcance. En Al margen de

    Europa lo aceptaba como un tipo de pensamiento universalista -re-fleja lo que denomino Historia 1 en el captulo sobre Marx-, peroes un modo de pensar que, a mi modo de ver, vaca todo sentidovivido de lugar asignndolo a lo que se considera un nivel ms pro-fund y determnan e, e mve a cua e - ccion ca-p-il spacio abstracto. En el captulo dedicado a Marxtrato de producir una lectura que se resista a esta interpretaciny que vea la corriente subterrnea de historias singulares y nicas,mis Historias 2, como enfrentndose siempre al empuje de taleshistorias universales y produciendo lo concreto como una combi-

    nacin de la lgica universal de la Historia 1 y los horizontes he-terotemporales de innmeras Historias 2. La falta de espacio meimpide desarrollar ms esta cuestin pero tambin me arriesgo arepetir lo que ya sostengo en el captulo 2.Algunos tericos de la globalizacin como Michael Hardt y An-tonio Negri, por otro lado, celebran las formas contemporneasde deslocalizacin como una herramienta expeditiva para la luchaglobal contra el capital. Tambin parten de la proposicin de quelas posiciones localistas son falsas y dainas. Falsas porquemediante la naturalizacin de las diferencias locales sitan elorigen de tales diferencias fuera de toda duda. Y dainas porquehay que reconocer que las identidades locales de hecho alimen-tan y apoyan el desarrollo del rgimen imperial capitalista. Es laglobalizacin la que pone en juego circuitos mviles y modulan-tes de diferenciacin e identificacin. Lo que hay que abordar,por el contrario, aducen Hardt y Negri, es precisamente la pro-duccin de lo local. 1 3 El lugar que el capital crea hoy a travsde su propia movilidad y la del trabajo es, en sus palabras, un nolugar." Por ello el trabajo ha de exigir ciudadana global -msmovilidad incluso de la que el capital le permite en el presente- yconvertir este no lugar en ilimitado. Gracias a esa movilidadcrecer el sujeto revolucionario -la multitud- que desafiar loque Hardt y Negri denominan el Imperio.' En sus trminos, pues,la lucha contra el capital ha de ser al mismo tiempo un combatecontra todas las formas de apego a sitios particulares, ya que eldeseo de movilidad absoluta slo puede basarse en el cultivo deun sentido de apego planetario.No niego las aportaciones que se siguen en contextos concre-tos -especialmente en el nivel de la historia universal del capital,mi Historia 1- de lneas de pensamiento como la que me ha ocu-pado arriba. Pero, en lneas generales, encuentro que este argumen-to hace caso omiso de la historia en s. Obvia la distincin entrela movilidad de los colonizadores que los europeos disfrutaron ensu momento y la movilidad del trabajo migrante hoy en da, cua-lificado o no. Adondequiera que los europeos fueran en busca denuevos hogares, sus recursos imperiales y su dominio de los nati-vos les permita reproducir -con modificaciones locales innega-bles- muchos de los elementos importantes de los mundos de lavida que haban dejado atrs. Perdieron los europeos de cualquierpas sus propias lenguas debido a la migracin? No. A menudo, los

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    nativos lo hicieron. De manera similar, los migrantes actuales enlos pases fundados por colonos o en Europa viven con el miedode que sus hijos sufran esta prdida. Buena parte de su activis-mo cultural local se dirige a impedir que esto suceda. Slo un cr-tico que est ciego ante la cuestin del modo en que los legadosdesiguales del dominio colonial modulan efectivamente los proce-sos contemporneos de la globalizacin puede rechazar este acti-vismo como la enfermedad de la nostalgia. 1 6La diferencia no siempre es una trampa del capital. Mi sentidode prdida que se sigue de mi globalizacin no es siempre el efec-to de la estrategia de mercadotecnia de alguien ajeno. No siem-pre el capital me embauca para que experimente duelo, pues elduelo no siempre me convierte en consumista. A menudo la pr-dida en cuestin se relaciona con prcticas culturales que, poras decirlo, ya no venden. No todos los aspectos de nuestro sen-tido de lo local pueden mercantilizarse (ojal fuese as). Al margende Europa moviliza argumentos y pruebas en contra de los anli-sis que apuntan a aquellos caminos de salvacin que avanzan ine-vitablemente a travs del reclamo del no lugar?' Apoyndose enHeidegger y la tradicin hermenutica del pensamiento a la quepertenece Gadamer, Al margen de Europa trata de provocar unatensin productiva entre gestos de pensamiento de ninguna partey modos particulares de ser en el mundo. Surtiese o no surtieseefecto mi crtica -no defiendo que mi propia crtica sea irrefuta-ble-, la proposicin de que el pensamiento se vincula con los lu-gares es central en mi proyecto de provincializar Europa. Me in-cumba, pues, demostrar de dnde -de qu gnero de lugar- surgami propia crtica, pues ese ser-de-algn-sitio es lo que le daba a lacrtica tanto su fuerza como sus lmites. Afirmaba que a fin de lle-var a cabo mi crtica precisaba reflexionar por medio de formas devida que conoca con cierto grado de familiaridad, y de ah que re-curriese a material tomado de aspectos de la historia de los bha-dralok, la cual ha moldeado profundamente mi propia relacin conel mundo. Slo en el caso de esa historia poda aducir cierta com-petencia para demostrar con ejemplos los procesos de traduccinde la modernidad. Esto no niega que haya muchas localizacionesdiferentes, incluso dentro de Bengala y de la India, desde las quecabra provincializar Europa con resultados distintos.' Pero el ar-gumento relativo al lugar y al no lugar puede seguir con nosotros.

    3En definitiva, Al margen de Europa es un producto de la glo-balizacin. La globalizacin fue su condicin de posibilidad. Perotambin es, como ha sealado Paul Stevens en un ensayo que con-tiene una perspicaz lectura de este libro, un intento de encontrar

    una posicin desde la que hablar de las prdidas ocasionadas porla globalizacin?' Agradezco la lectura de Stevens, pero es justoreconocer el modo en que la globalizacin, particularmente enEuropa y en los Estudios europeos, ha llevado este libro a emo-cionantes territorios intelectuales que no podra haber imaginado.A medida que los investigadores europeos y los especialistas enEuropa han luchado por comprender los cambios que tienen lugaren el continente y en sus propios campos de estudio, a medida quehan entablado discusiones sobre los futuros de Europa tras la glo-balizacin y han abordado cuestiones como la Europa fortalezaversus Europa multicultural, se han abierto nuevos caminos deinvestigacin. En su bsqueda de lenguajes con que comprenderla posicin de los inmigrantes y refugiados . no europeos en Euro-pa, la cuestin de la inclusin de Turqua en la Unin Europea, y ellugar de la Europa del Este postsocialista, han recurrido a modelosdel pensamiento poscolonial para ver si se puede aprender algo deesa rama de investigacin. Parecen haberse producido desarrolloscomparables en los estudios medievales (europeos) y de la religin.Los especialistas han comenzado a cuestionar la propia idea de lomedieval, el esquema de periodizacin que subyace a tal deno-minacin.' Los telogos, por su parte, se hallan inmersos en elreplanteamiento de la cuestin de la agencia divina en la histo-riografa religiosa. 2 1 Ha resultado gratificante para m el que estelibro haya sido utilizado en algunos de esos debates, y me he en-contrado dialogando, con gran provecho, con el trabajo de colegasde reas lejanas a las de mi especialidad.Quiero finalizar expresando mi agradecimiento a algunas per-sonas cuyos comentarios amistosos pero crticos, comunicadosen los aos que han pasado desde la publicacin de la primeraedicin, me han ayudado a ver los lmites as como las posibili-dades de esta obra. Pero ni siquiera aqu puedo ser exhaustivo.Slo puedo nombrar a algunos por razones obvias de espacio, ypedir disculpas a aquellos a quienes no menciono: Bain Attwood,

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  • 7/29/2019 11. Chakrabarty- Al Margen de Europa- 15-28

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    Ihar Babkov, Etienne Balibar, Teresa Berger, Ritu Birla, MarinaBollinger, Beppe Carlsson, Amit Chaudhuri, Kathleen Davis, CarolaDietze, Carolyn Dinshaw, Saurabh Dube, Constantin Fasolt, DilipGaonkar, Amitav Ghosh, Carlo Ginzburg, Catherine Halpern, AmyHollywood, Lynn Hunt, John Kraniauskas, Claudio Lomnitz, AlfLdtke, Rochona Majumdar, Ruth Mas, Achille Mbembe, AllanMegill, Cheryl McEwan, Hans y Doris Medik, Sandro Mezzadra,Donald Moore, Aamir Mufti, Almira Ousmanova, Anand Pandian,Luisa Passerini, Ken Pomeranz, Jorn Rsen, Birgit Scahebler, AjaySkaria, R. Srivatsan, Bo Strath, Charles Taylor, Susie Tharu, PeterWagner, Milind Wakankar y Kathleen Wilson. Dwaipayan Sen haproporcionado una ayuda a la investigacin muy apreciada: vayapara l mi agradecimiento.

    Chicago, 1 de febrero de 2007

    IntroduccinLa idea de provincializar EuropaEuropa [...] desde 1914 se ha provincializa-do, [...] slo las ciencias naturales son capa-ces de suscitar un vivo eco internacional.

    Hans Georg Gadamer, 1977

    Occidente es el nombre de un tema que se con-grega en el discurso, pero tambin un objetoconstituido discursivamente; es, por supues-to, un nombre que siempre se asocia a s mis-mo con aquellas regiones, comunidades y pue-blos que parecen poltica o econmicamentesuperiores a otras regiones, comunidades ypueblos. En esencia, es como el nombre deJapn, [...] sostiene que es capaz de mante-ner, o de trascender realmente, un impulso atrascender todas las particularizaciones.

    Naoki Sakai, 1998Al margen de Europa no es un libro acerca de la regin del mun-do que denominamos Europa. Esa Europa, podra decirse, ya hasido convertida en provincia por la historia misma. Hace tiempo quelos historiadores han admitido que hacia mediados del siglo xx ladenominada edad europea de la historia moderna comenz aceder sitio a otras configuraciones globales y regionales.' No se con-sidera ya que la historia europea encarne algo as como la historiahumana universal. 2 Ningn pensador occidental de peso, por ejem-plo, ha compartido pblicamente la vulgarizacin del historicismohegeliano de Francis Fukuyama, que consideraba la cada del murode Berln el final comn de la historia de todos los seres humanos.'El contraste con el pasado parece agudizarse cuando recordamosla prudente pero calurosa nota de aprobacin con la que Kant per-cibi en su momento en la Revolucin francesa una disposicinmoral en la raza humana o con la que Hegel vio en la importanciade ese acontecimiento el imprimtur del espritu del mundo. 4

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